ROMA VINCIT! POR CONFIANZA Y LIDERAZGO

La legión romana es posiblemente la máquina bélica más eficaz de toda la Historia. No sólo ganaba la gran mayoría de sus enfrentamientos (hasta la decadencia del Imperio, claro está) sino que lo estuvo haciendo durante más de 5 siglos en los más diversos campos de batalla y contra multitud de enemigos completamente distintos. Si a eso le unimos que las águilas siempre luchaban contra ejércitos mucho más numerosos y frecuentemente contra hombres que individualmente eran más fuertes que ellos, nos damos cuenta de que es muy difícil encontrar parangón alguno en la historia militar.

¿Cuál era el secreto de la legión romana? Yo creo que hay muchas razones que hicieron de esta unidad un verdadero prodigio del arte bélico, pero hoy quiero fijarme en dos que podrían trasponerse a la actualidad y aplicarse a la gestión de equipos: la confianza y el liderazgo mediante el ejemplo.

Los romanos tenían una forma propia de luchar, que consistía en formar líneas compactas, generalmente de 5 soldados de fondo, en la que los legionarios se encontraban pegados unos a otros sin rebasar la línea ni dejar huecos entre ellos. Se protegían con sus largos escudos del empuje enemigo y de vez en cuando sacaban la cabeza para mirar, esgrimían su “gladius”, atacaban con él y volvían a refugiarse. El “gladius” romano era una espada con poco filo, se podía usar para dar mandobles y cortaba, pero estaba realmente concebida para las estocadas. Cuando una línea se cansaba, era relevada por la anterior, de manera que las tropas en la primera línea estaban lo más frescas posibles. Esta técnica de lucha necesitaba de algo fundamental, y era que nadie rompiera esa línea, que nadie se adelantara o retrasara en exceso abriendo un hueco por el que se colara el enemigo. Un agujero en la línea podía ser letal, porque dejaba descubiertos los flancos de los legionarios y amenazaba con deshacer la formación, y por tanto la fuerza de la unidad.

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Cualquier legionario que estuviera en la primera línea, debía confiar y confiaba en que sus compañeros de los lados no iban a abrir un hueco, debía confiar en que si alguno de los dos caía, el de detrás estaría cubriendo el espacio inmediatamente. No importaba lo fuerte que fuera la acometida del adversario, los legionarios sabían que si mantenían la formación, si obraban como equipo, eran invencibles. Y ello implicaba un compromiso personal de no romper la línea, de no sucumbir al miedo reculando ante un ataque brutal, e implicaba la confianza en que sus propios compañeros obrarían de igual manera. Implicaba también, cuando eras parte de las líneas más atrasadas, la certeza de que el compañero al que ibas a relevar, seguiría peleando hasta que tú le sustituyeras, de manera que no llegaras a primera línea y te encontraras a un enemigo "libre de marca" con un hacha de 15 kg. Algo parecido ocurría con los piqueros de nuestros Tercios de Infantería en los siglos XVI y XVII, o incluso con la falange griega.

La confianza es una de las cualidades más valiosas en un equipo o incluso de un líder. A la gente le gusta saber que puede confiar en quienes le rodean y, sobre todo, que se confía en ella. Lo primero te hace sentir seguro. La gente segura trabaja con mayor libertad, por lo tanto con mayor creatividad y efectividad. Lo segundo te da un sentimiento de pertenencia que posibilita sentir como tuyo lo que ocurre en tu equipo, disparando así tu motivación. Los líderes que saben crear una cultura de confianza entre y hacia los miembros de su equipo, generan colectivos de alto rendimiento.

El segundo aspecto en el que me quiero fijar es en el centurión y su liderazgo. Si habéis visto películas de romanos, os habréis fijado en el que los centuriones salen con unos cascos que llevan una especie de “cepillo” longitudinal. Lo cierto es que el casco del centurión no era así. Era parecido, pero el “cepillo” era transversal, como en el que se ve en la imagen de abajo.

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Esto tenía una razón, y era que se supiera desde atrás dónde se encontraba el centurión en todo momento y se vieran las órdenes que daba. Porque el centurión siempre luchaba en la primera línea independientemente de que, como he citado, las líneas se relevaran. El centurión siempre se encontraba al frente dando órdenes, relevando filas, decidiendo los cambios de formación o infundiendo ánimos mientras combatía igual que los demás. De hecho, ser centurión romano era una de las profesiones de riesgo de la época, porque el porcentaje de los que caían era muy superior al del resto de clases de tropa.

El centurión era un líder cercano a los soldados, se sabe que con frecuencia les llamaba “hijos”, y se sabe que compartía el rancho con los distintos “contubernia” cada día, comiendo, por cierto, siempre el último. No sólo eso, se encargaba personalmente de la instrucción de sus hombres. Un centurión debía, antes de ser nombrado, demostrar que era un excelente combatiente y además tenía capacidad para transmitir sus conocimientos. Un hombre simplemente valiente y bueno con su “gladius” pero que no gozara de predicamento entre sus compañeros ni tuviera la paciencia para enseñarlos, jamás pasaba de “optio”, el escalón inferior entre los oficiales.

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El centurión romano era un líder ejemplar por una razón: lideraba con el ejemplo, no sólo hacía lo mismo que exigía a sus hombres, sino que lo hacía siempre y en la posición de más peligro. Un líder así, por mucho que hablemos de un desagradable campo de batalla, es un líder inspirador, alguien por quien su equipo dará todo, alguien a quien se quiere seguir y al que, cuando pide algo, se le responde siempre “sí”. El centurión, además, era un instructor. No sólo era tu jefe, sino que también te enseñaba, te donaba parte de su sabiduría, una parte que podía significar la diferencia entre el éxito y el fracaso. En este caso, la diferencia entre vivir o morir. Gozaba del respeto de sus soldados porque, a pesar de su posición y su paga hasta diez veces mayor, nunca les pedía algo que no estuviera dispuesto a hacer o no supiera hacer, porque nunca rehuía lo peor de la lucha, porque no se escondía en las filas de atrás cuando aparecían los problemas, porque era cercano y comía con ellos...

Porque por encima de su jefe, era su mentor y su “coach”.

Excelente. Veo reflejado en él a los grandes centuriones de mi vida profesional...

Rafael de Castro

Experienced manager in the insurance industry

4 años

Excelente artículo, un gran ejemplo de liderazgo con base histórica

Antonio Buendia

Senior Director of Automation, Global Industrial Operations (GIO) at GSK

4 años

Interesantisimo, muy entretenido y culturalmente atractivo !!

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