La construcción de un nuevo consenso regional: los desafíos para América Latina y el Caribe

La construcción de un nuevo consenso regional: los desafíos para América Latina y el Caribe

En la Argentina, como así también en otros países, existe un consenso hegemónico anti liberal, consolidado a finales de la década de 1990 y como consecuencia de la traumática salida del régimen de convertibilidad en el país. Este consenso anti liberal se posicionó y fue predominante en la región del Cono Sur entre los años 2003 y 2015, aunque no abarcó a todos los países.

La materialización simbólica de este consenso se dio durante la Cumbre de Mar del Plata, en el año 2005, armada como respuesta a la propuesta de Estados Unidos de llevar adelante un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). El rechazo fue capitalizado, principalmente, por los gobiernos de Argentina y de Venezuela, y allí quedó para el recuerdo la histórica frase de Hugo Chávez: “ALCA, ¡al carajo!”.

En los años posteriores, diferentes gobiernos autodenominados como “nacionales, populares y latinoamericanistas” radicalizaron sus discursos anti imperialista, entendiéndose como Imperio a los Estados Unidos. Asimismo, se vio una creciente influencia de potencias extra regionales en América Latina, quizás como no se había visto en las últimas décadas. Apareció la República Islámica de Irán, China y Rusia como principales protagonistas de un cambio de época.

Por supuesto, esto también fue coincidente con características estructurales del sistema internacional. Por aquellos entonces, la hegemonía de Estados Unidos comenzaba un lento deterioro, viéndose obligado a cambiar algunos aspectos de estética, principalmente, en sus discursos. De la mano de Barack Obama, Estados Unidos comenzaba una fase de reconfiguración de su imagen, más orientada hacia el multilateralismo y hacia la asunción de una responsabilidad compartida con respecto a las problemáticas internas y regionales.

Otros cambios con repercusiones estructurales, fue el gran crecimiento económico de China y del sudeste asiático, promediando tasas de entre un 8 y un 10 por ciento anual, esto implicó la salida de la pobreza de millones de seres humanos, pasando a engrosar las filas de la clase media de diferentes países y como consecuencia de ello, un aumento fenomenal en los términos de intercambio de los países proveedores de alimentos, materias primas y energías.

Esta época, que llega hasta finales de 2011 y comienzos de 2012 fue de bonanza económica para los países de América Latina. Con los términos de intercambio a niveles históricos, el fenomenal ingreso de dólares a sus cuentas permitió a los gobiernos realizar políticas progresivas en materia de distribución de la renta, propiciando un gran crecimiento económico y una notable reducción de la pobreza. Dejando atrás los oscuros traumas del final de la experiencia liberal en la región.

No obstante, desde una mirada del presente, año 2021, se puede ver cómo esas experiencias desarrollistas de tintes nacionalistas y regionalistas, tampoco han podido dar soluciones concretas y duraderas a las poblaciones. El fin de la bonanza económica, ayudada por los términos de intercambio, visibilizó las diferentes contradicciones y límites que presentaban aquellos modelos económicos. Comenzó un período de estancamiento y de recesión en los principales exponentes de la hegemonía anti liberal y, en algunos casos, hubo contra marchas en la reducción de la pobreza y en la creación de trabajo en el sector privado.

El mundo cambió radicalmente con el impredecible shock de la pandemia del COVID-19. Esta crisis sanitaria, que derivó en una crisis económica y social, se traduce en una caída de un 3,5 por ciento de la economía mundial, golpeando sobre todo a las regiones más vulnerables, como América Latina y el Caribe, que en su conjunto, presentó una caída del 9 por ciento de su producto interno bruto.

Este shock, por lo tanto, no sólo agravó los problemas acarreados por el fin de la bonanza de los términos de intercambio, sino que también, echó por tierra algunos avances dados en materia de reducción de desigualdades, porque las reforzó, y en materia de creación de empleo, porque los destruyó.

Los nuevos desafíos de cara al futuro son, cómo reorganizar estas economías en un mundo que aceleró su tendencia hacia la digitalización de la economía, un mundo que impulsa cada vez más, el desarrollo de la Inteligencia Artificial y de la robotización de la producción. Un mundo que demanda crecientemente recurso humano altamente calificado. 

En definitiva, un mundo en el cual la producción cambiará su tendencia de relocalización. Las Empresas Transnacionales, artífices de las grandes inversiones y de la creación de la mayoría de los puestos de trabajo, así como también, las que permiten que diferentes Pymes puedan enlazarse en sus cadena de producción mundial, ya no deciden localizar sus operaciones productivas teniendo en cuenta la diferencia en el coste de la mano de obra. Por el contrario, de manera más frecuente, seleccionan aquellos países con alta capacidad tecnológica y mano de obra sumamente calificada.

Los desafíos regionales son, por lo tanto, cómo nos enfrentaremos ante esta coyuntura desconocida. No solo se trata de salir de la crisis de la pandemia, sino de cómo nos adecuamos a esta era digital en la cual predominarán los robots productivos y la inteligencia artificial. El consenso hegemónico anti liberal tiene que ser autocrítico, debemos encontrar el camino hacia la construcción de un nuevo consenso hegemónico, uno que pueda llevar a cabo tareas en simultáneo. 

No solo se trata de reducir la pobreza en todos sus niveles y dimensiones, sino que también, se trata de reducir las desigualdades dotando a la gente de oportunidades reales de poder llevar adelante sus talentos creativos. De poder estudiar y de investigar, de crear mecanismos que permitan a los pueblos generar capacidad de ahorro genuino, para así poder tener inversión real para aumentar nuestra capacidad productiva.

América Latina viene perdiendo participación en la economía mundial, exporta e importa cada vez menos en términos porcentuales. La marginalidad nos está condenando a una profundización del atraso económico y de desarrollo humano. Por lo tanto, la creación de un nuevo consenso hegemónico es urgente y esta vez se tiene que construir de manera multidimensional. De arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba, en una relación dialéctica positiva y con mesas de diálogo descentralizadas, para que los agentes puedan asignar más eficientemente los diferentes recursos con los que se cuenta.

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