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Jean-Paul Michaud
María de los
evangelios
EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra) - España
1992
«María de los evangelios»: ¿se tratará de un nuevo título que añadir a
la larga letanía de invocaciones en honor de la Virgen? En todo caso, es un
título que valdría la pena destacar, porque ¿dónde se arraiga nuestro
conocimiento de María, sino en el suelo de los evangelios?
Profesor de Nuevo Testamento en ia Universidad de San Pablo de
Ottawa (Canadá), el padre Jean-Paul MICHAUD era el autor adecuado
para escribir este cuaderno: pertenece a una congregación fundada por san
Luis Grignion de Montfort, con su espiritualidad mariana exigente, y al
mismo tiempo es un exégeta competente, que sabe estudiar los textos en su
propio jugo. Santa Teresa del Niño Jesús se quejaba de los predicadores
de su tiempo que contaban de María «cosas inverosímiles». Con un agudo
sentido de la verdad del evangelio, añadía: «Habría que decir que ella vivía
de la fe, como nosotros, y dar pruebas sacadas del evangelio, en donde
leemos: 'No comprendieron lo que les decía' (Lc 1, 50)>> (Novissima
verba).
J.-P. Michaud toma en serio la extraña discreción de Pablo y la de
Marcos, que no distinguen a la madre de Jesús del resto de sus parientes.
Algo muy distinto es lo que ocurre en Mateo y en Lucas. De este modo se
observa «un progreso en la percepción del misterio de María», una trayec-
toria cuyo punto de partida se encuentra en Marcos y que tiene su punto
culminante en Juan, que tanto subrayó la relación de Cristo con su Padre y
presentó a la Madre de Jesús como la figura de la Iglesia. Podría ser una
tentación sutil quedarse tan sólo con el punto de llegada y olvidar que la
discreción sobre el papel de María pertenece también al depósito de la fe,
consignado en las Escrituras.
Según la recomendación del Vaticano 11 (LG 6, 67), J.-P. Michaud se
ha abstenido «a la vez de toda falsa exageración y no menos de una
excesiva estrechez de espíritu». Bien basado en la exégesis, su cuaderno
debería contribuir a favorecer un diálogo ecuménico en torno a María,
alabada por todas las generaciones como modelo de fe; humilde servidora
del Señor, María nos dio acceso -y nos lo sigue dando-- a aquel que es «la
buena nueva de la salvación».
Edouard COTHENET
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PRELIMINAR
El titulo de este cuaderno podría dar a entender
que hay varias Marías, por ejemplo la de la teología,
o la de los autores espirituales, o la de la gran piedad
popular. Quizá. Pero aquí, como en losdemás capítu-
los de la teología, es la Escritura la que sigue siendo
el fundamento de todo. Lo ha repetido el Concilio
Vaticano 11: es en la palabra de Dios donde la teolo-
gía «encuentra su fuerza y de donde saca toda su
juventud, profundizando bajo la luz de la fe en toda
fa verdad oculta en el misterio de Cristo» (DV 24).
La Virgen María interesa a los cristianos en la
medida en que está vinculada al misterio de Cristo,
misterio que explica también el de la aventura huma-
na. Pues bien, allí es donde está el horizonte mismo
de las Escrituras, y particularmente del Nuevo Testa-
mento. Desde un punto de vista ecuménico, la pie-
dad y muchas veces la doctrina marial católica les
han parecido exageradas a algunos otros cristianos.
Sigue siendo éste un contencioso que no se ha resuel-
to todavía. Una nueva razón para volver a las Escritu-
ras. Veremos que María pertenece al evangelio, a la
buena nueva de la salvación que nos ha venido en
Jesucristo. Lo que sabemos de ella se nos ha transmi-
tido por la tradición evangélica reflejada y cristali-
zada en los textos del Nuevo Testamento. Presenta-
remos una lectura de esos textos, sin olvidar que son
textos de fe. Que no fueron escritos en una perspecti-
va anecdótica, sino para revelarnos la única verdad
que importa según ellos, la verdad que expresa la
palabra Enmanuel, «Dios con nosotros». Y permitir-
nos vivir de ella.
Esta perspectiva de vida eterna que hay que reci-
bir y compartir relativiza la figura de María. Es evi-
dente que Cristo y su misterio son su fuente, su única
fuente. Pero María saca también su importancia de
este mismo misterio. ¿Qué nos dice de ella la tradi-
ción evangélica? ¿Es un personaje episódico que re-
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presentó en aquellos tiempos un papel, indudable-
mente notable, pero que ya terminó? ¿O conserva
para nosotros, en nuestro tiempo, cierta importan-
cia en nuestro propio camino de fe? Una mirada
atenta y respetuosa a los textos del Nuevo Testamen-
to debería ofrecernos alguna respuesta.
Seguiremos un proceso cronológico. En la fuente
del Nuevo Testamento, como colección de textos,
está la tradición oral, el evangelio anunciado y pre-
dicado. Sabemos que este primer anuncio, el kerig-
ma, se refería al acontecimiento pascual, la muerte y
la resurrección de Jesús. Tan sólo poco a poco y con
la finalidad de indicar el sentido mismo de esta
cristología pascual, se volvió a la vida terrena de
Jesús, a esa vida humana que había sido la causa
misma de su muerte y que Dios había reconocido,
autentificado, por medio de la resurrección. La tradi-
ción evangélica se constituyó en esa proclamación
misma del misterio de Jesús, a la luz de la pascua. La
reflexión más tardía que condujo a los relatos de la
infancia de Jesús se iluminó más todavía por esa
plena comprensión pascual. En este contexto teoló-
gico es donde la tradición conservó el recuerdo de
María y comprendió progresivamente su papel en la
economía cristiana de la salvación. Se da por tanto
un progreso. Sin ignorar a María, los primeros textos
son muy discretos sobre ella. Mateo, y sobre todo
Lucas, en sus relatos de la infancia de Jesús, presen-
tan de ella una comprensión más profunda. Llegará
luego la mirada y la penetración teológicas del
evangelio de Juan sobre aquélla a la que su texto
llama simplemente, pero muy teológicamente, la
madre de Jesús.
Los pasajes del Nuevo Testamento que hablan de
María no son muy numerosos. En todo el corpus
paulino no se menciona nunca a María. Sin embargo,
Pablo evoca en varias ocasiones el nacimiento de
Jesús y su pertenencia también a la raza de David
(Rom 1,3; d. 2 Tim 2, 8). En su carta a los Filipenses,
citando un antiguohimno litúrgico, repetirá queJesu-
cristo «nació a semejanza de los hombres» (2, 7).
Pero, sobre todo, en su carta a los Gálatas, recuerda
que Dios «envió a su Hijo, nacido de una mujer» (4,
4). Habrá que estudiar estos textos para ver lo que
dicen de María y lo que no dicen.
Marcos es el primero que llama a María por su
nombre, pero es también él el que recoge las tradi-
ciones que parecen rechazar a la familia de Jesús,
incluida su madre. Mateo y Lucas recogerán estas
tradiciones, reinterpretándolas cada uno a su modo.
Pero sobre todo harán que comience su evangelio
por los «relatos de la infancia». Estos textos son
célebres. Han marcado a la imaginación cristiana y
están en el origen de la piedad popular mariana.
Mientras que hasta hace muy poco tiempo se los
consideraba sobre todo como relatos marginales,
fácilmente separables del resto del evangelio, la
exégesis actual 1 subraya porel contrario que algunos
de los hilos que sirven para tejer los textos de Mateo
y de Lucas se entrelazan con estos relatos inaugura-
les. Esta nueva «lectura» corresponde por otra parte
a una cierta evolución de la exégesis. La crítica de las
fuentes encontraba en los dos primeros capítulos de
Mateo y de Lucas unas tradiciones muy diferentes de
las del resto de los evangelios. Y también el análisis
literario subrayaba el género literario particular de
estos relatos de la infancia.
Aun reconociendo estas fuentes diferentes y este
1 Por ejemplo, J. Zumstein, Mateo el teólogo (Cuadernos
bíblicos 58). Verbo Divino, Estella 1987, 7-9, o R. Meynet,
Avez-vous lu saint Luc? (col. Lire la Bible 88). Cerf, París 1990,
141-149; 265-274.
lenguaje particular, la exégesis reciente es más sensi-
ble a la organización final de estos textos, de los que
intenta dar cuenta. Si estos autores, que llamamos
aquí Mateo y Lucas sin discutir sobre su identidad
propia, creyeron importante comenzar de este mo-
do sus evangelios, el lector de hoy haría mal en
prestar poca atención a estos «comienzos». Su tarea
consistirá más bien en precisar su sentido. Por tanto,
habrá que intentar comprender el papel que Mateo
y Lucas atribuyen a la figura de María en sus relatos
cristológicos. El hecho de que Lucas señale también
la presencia de «María, la madre de Jesús» y de los
«hermanos de Jesús» al comienzo del libro de los
Hechos atestigua no solamente la existencia de algu-
nas fuentes particulares, sino quizá también su visión
teológica personal. Discutiremos luego todo esto.
Finalmente, es interesante señalar que el autor
del cuarto evangelio, un evangelio teológico por
excelencia, abre y cierra toda la escritura de su libro
(Jn 20, 30: «Jesús hizo otros muchos signos que no
están escritos en este libro; éstos han sido escritos
para que creáis...») por dos escenas que le son pro-
pias, en Caná y en la cruz, en donde adquiere un gran
relieve la figura de la «madre de Jesús». Con esta
tradición de Juan se relaciona también el libro del
Apocalipsis, que habla de una mujer «vestida del sol»
que da a luz al mesías en medio de dolores. Toda una
corriente cristiana ha reconocido en ella la figura de
María. Tendremos que ver si existe en este texto
algún vínculo entre la mujer, símbolo de la comuni-
dad de Israel, que da a luz al mesías, y la figura
joánica de la madre de Jesús.
Esta perspectiva general señala ya los pasos que
vamos a seguir. Empezaremos por los textos más
antiguos, que son, sobre María, los más discretos.
Luego pasaremos a los evangelios de Mateo, de
Lucas y de Juan, que hablan muy claramente de Ma-
ría.
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LA DISCRECION DE LOS PRIMEROS
TEXTOS: PABLO y MARCOS
¿El silencio de Pablo?
Las cartas de Pablo, como sabemos, son escritos
ocasionales. Están escritas a comunidades particula-
res y en función de los problemas concretos de di-
chas comunidades. Tan sólo la carta a los Romanos y
la carta a los Efesios, cuya autenticidad sin embargo
se discute, toman a veces cierta distancia respecto a
la vida concreta. Pero los temas que tratan: las rela-
ciones entre la fe cristiana y la fe judía, la primacía
de Cristo o el misterio de la Iglesia, fueron discutidos
antes, y con cierta violencia, por cristianos muy rea-
les. En Romanos se recoge la polémica que había
desgarrado a la comunidad de los Gálatas. Efesios se
inspira en las discusiones de la Iglesia de Colosas. De
manera que estas cartas teológicas son, en cierto
sentido, ocasionales y no dan una exposición com-
pleta de lo que pudo ser, por ejemplo, la cristolo-
gía de Pablo. Si éste no habla de María, ¿habrá
que pensar necesariamente que no supo nada de
ella?
Se ha observado en varias ocasiones la ausencia,
a primera vista extraña, de las referencias paulinas a
la vida terrena de Jesús. Pero hay que saber que, si
Pablo se dice apóstol, no lo es en el sentido definido
por Pedro en el libro de los Hechos (1, 21-22): él no
acompañó a Jesús «a partir del bautismo de Juan
hasta el día en que se elevó». Pablo no conoció al
Jesús prepascual. Aquel con quien se encontró en una
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experiencia decisiva (Hch 9, 1-19) es el Resucitado.
En Gál 1, 11 afirma haber recibido su evangelio
directamente de Dios, por revelación. Otros textos,
sin embargo, obligan a matizar esta afirmación y
demuestran claramente que Pablo depende también
de las primeras tradiciones cristianas. En un vocabu-
lario técnico que saca de la tradición rabínica, Pablo
dice que también él recibió y transmitió su evange-
lio, que concierne a la muerte y a la resurrección de
Jesús según las Escrituras (1 Cor 15, 3). El mismo nos
dice que se encontró con Pedro y que permaneció
quince días con él (Gál 1, 18). Cuando emplea en
estas cartas a los Gálatas y a los Romanos el término
arameo Abba, utiliza un término que hace eco a la
oración de Jesús y se remonta por tanto a las más
antiguas tradiciones evangélicas. ¿Por qué no iba a
estar informado también de los sucesos que rodea-
ron el nacimiento de Jesús?
De hecho, sin emplear el lenguaje joánico de
encarnación, Pablo conoce bien el rebajamiento del
Hijo de Dios, su nacimiento del linaje de David y su
muerte como un maldito en la cruz. En algunos tex-
tos, en que habla de la «génesis» humana de Jesús,
podría incluso,según algunos autores, haceralusión a
la concepción virginal. Son éstos los que habrá que
examinar ante todo: Flp 2, 7; Rom 1,3 Ysobre todo
Gál 4, 4-5.
TEXTOS PftEPAULlNOS SOBRE
EL NACIMIENTO DE JESUS
En un célebre pasaje de su carta a los Filipenses
(2,6-11), Pablo recoge, según afirmación común de
los críticos, un himno litúrgico de las primeras comu-
nidades. Este texto resume teológicamente el reco-
rrido de Cristo, desde su condición divina inicial has-
ta la elevación final en la gloria, pasando por el
rebajamiento (la kénosis) en la condición humana y
la muerte en la cruz. En 2, 7, el texto dice: «se
despojó (se vació de sí mismo), nacido (genomenos:
hecho) a semejanza de los hombres». El verbo gino-
mai puede en efecto traducirse por «hacerse», «con-
vertirse», pero su primer sentido sigue siendo el de
«nacer». Así, pues, Jesús nace a semejanza de los
hombres o, lo que es lo mismo, es «un hombre como
los demás». Resulta tentador ver aquí una exclusión
de la concepción virginal, que no es evidentemente
como las demás. Pero para ello sería necesario que
. esta realidad fuera ya conocida. Yeso no está pro-
bado. Por otra parte, algunos insisten en la palabra
homoióma (<<semejanza»), que no es sinónimo de
«identidad» ni de «igualdad», y creen que Pablo
evocaría aquí la concepción virginal, lo mismo que
en Rom 8, 3: «Dios envió a su Hijo en la semejanza
de la carne de pecado».
Tanto unos como otros van demasiado lejos. No
se puede, sin duda, exigir de Pablo, que es el primero
que tuvo que inventar un nuevo lenguaje teológico
para decir el misterio de Cristo, las precisiones de las
fórmulas posteriores. Pero ¿cómo fundamentar tan
sólo en la palabra «semejanza» una alusión a una
realidad tan inaudita como la concepción virginal?
El peligro sería más bien el de introducir en el texto
paulina ciertas ideas que se tardará todavía mucho
tiempo en expresar.
Otro texto que se invoca es el de Rom 1,3-4. En
efecto, al comienzo mismo de su carta a los Roma-
nos Pablo cita un enunciado de fe o una fórmula
kerigmática de primera importancia. El evangelio
de Dios que él proclama, nos dice,
«se refiere a su Hijo,
nacido según la carne del linaje (sperma) de
David,
establecido, según el Espíritu de santidad, Hijo
de Dios
con poder,
por su resurrección de entre los muertos,
Jesucristo, nuestro Señor».
A pesar del «nacido según la carne del linaje de
David», este texto no habla explícitamente de Ma-
ría. Notemos sin embargo que la palabra «linaje»
(sperma = lit. «semilla») se utiliza aquí en el lenguaje
figurado que conoce muy bien la Biblia: «daré a tu
linaje (sperma) este país» (Gn 12, 7); «establezco tu
linaje (sperma) para siempre» (Sal 89, 5); por tanto,
no puede servir de argumento para excluir la concep-
ción virginal. Por otro lado, como veremos, es ver-
dad que Lc 1, 35 recoge los tres temas de Rom 1, 4:
el Espíritu, el podery la filiación divina para formular
el misterio de la concepción virginal. Pero el dato
tradicional, probablemente incorporado por Pablo,
y el mismo Pablo no piensan aquí en esta concep-
ción, y el texto se atiene a la cristología resurreccio-
nal de los demás escritos paulinos.
NACIDO DE UNA MUJER
Más importante para nuestro tema es el texto de
Gál 4, 4-5, de una densidad teológica notable. Des-
pués de una apertura solemne que evoca la larga
historia del proyecto de la salvación, Pablo describe
la novedad prodigiosa de la intervención divina en
Jesucristo:
«Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos,
Dios envió a su hijo,
nacido de una mujer,
nacido bajo la ley,
para rescatar a los que estaban bajo la ley,
para que recibiéramos la filiación»l.
1 La adopción filial (huiothesían), término jurídico que Pa-
blo emplea en sentido religioso.
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El texto se desarrolla en paralelismos entrelaza-
dos. Primero, el paralelismo entre nacido de una
mujer y nacido bajo la ley. Estas dos expresiones
subrayan el rebajamiento del Hijo de Dios. Nacido
de la mujeres una expresión bíblica (d. Job 14, 1; 15,
14; 25,4; Sab 7, 3) y judía (en Qumrán es paralela a
«criatura de barro»: d. 1 QH 18, 12-13), que designa
la fragilidad del ser humano. Bajo la ley indica evi-
dentemente una postura de subordinación. En este
pasaje no se insiste en la mujer que le dio origen,
sino en el rebajamiento del que nace. Hay también
otro paralelismo entre las dos finalidades: ((para
rescatar..., para que recibiéramos...»2.
Primera constatación: al precisar que el Hijo de
Dios nació de una mujer, Pablo afirma al mismo
tiempo-y con toda claridad-que una mujerde nues-
tra raza se ha convertido en (<la madre humana del
propio Hijo de Dios» (A. Vanhoye, a. c., 243). Pero
este texto es más complejo y se establece otro tipo
de paralelismo, esta vez paradójico y bajo la forma
de oposición. Para liberar a los que estaban bajo la
ley, el Hijo se somete a si mismo a la ley. Pablo sabe
muy bien que no basta con hacerse súbdito de la ley
para liberar a los que son súbditos de esa ley. O,
como había dicho anteriormente (Gál 3, 13), que no
basta con «hacerse maldición» (Pablo evoca el «ma-
dero» del que cuelga el maldito: Dt 21, 23), para
(<liberarnos de la maldición de la ley». Nos rescata
precisamente por la forma de hacerse maldición:
dándose a sí mismo por nuestros pecados (Gál 1,4),
Ypor amor a nosotros (Gál 2, 20).
2 En un artículo que sigue siendo una referencia obligada:
La Mere du Fils de Dieu selon Ga 4, 4: Marianum 40 (1978)
237-247, A. Vanhoye analiza finamente estos paralelismos.
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Una reflexión análoga habría de hacerse entre
nacido de una mujery para que recibiéramos la filia-
ción. En efecto, para que la paradoja sea comprensi-
ble, ¿no es preciso que el nacimiento del Hijo de
Dios se haga de una manera distinta del de los
demás hombres? Los términos utilizados por Pablo
no hablan de concepción virginal. Pero lo mismo
que, según el género paradójico de este texto, el
nacido bajo la ley negativo oculta una dimensión
positiva que permite comprender cómo puede redi-
mirnos Cristo, también, según el mismo género pa-
radójico, el nacido de una mujer, negativo de suyo
por ser signo de rebajamiento, debería ocultar una
dimensión positiva capaz de dar cuenta de nuestra
filiación divina. ¿Cuál es esta dimensión positiva?
Pablo no lo dice.
«En cuanto a las modalidades de la sumisión a la
ley, hay otros términos paulinos que permiten preci-
sar la posición de Pablo. Pero en cuanto a las modali-
dades del nacimiento, no tenemos otros textos pau-
linos. Simplemente podemos -y debemos- recono-
cer que la frase de Gál 4, 4 está positivamente abier-
ta, gracias al género adoptado, a las afirmaciones
complementarias que los evangelios de la infancia
aportan al tema del nacimiento humano del Hijo de
Dios» (A. Vanhoye, a. c., 247).
Así, pues, por lo que se refiere a Pablo, vemos que
ha recogido (Flp 2, 7; Rom 1, 3-4) las tradiciones
antiguas que vinculaban el nacimiento humano del
Hijo de Dios al linaje de David, en cumplimiento de
las profecías. No menciona nunca el nombre de Ma-
ría. Pero en Gál 4, 4 reconoce implícitamente que
una mujer se ha convertido en la madre del propio
Hijo de Dios. En este último texto, si no explicita el
cómo de este nacimiento, invita quizás a plantear
esta cuestión y sigue abierto, en todo caso, a los
desarrollos que aportarán los relatos de la infancia
de Mateo y de Lucas.
El evangelio según Marcos
Después de Pablo, se encuentran dos pasajes la-
cónicos sobre María en el evangelio de Marcos. El
primero la pone en escena junto con los «herma-
nos» de Jesús (3, 31-35). El otro no hace más que
evocarla, también en compañía de los hermanos y
hermanas de Jesús, pero llamándola por su nombre
por primera vez (6,1-6). Como es sabido, Marcos no
recoge las tradiciones que se re1'ieren a la in1'ancia
de Jesús. ¿Las ignora? Pudiera ser, aunque nunca re-
sulta 1'ácil interpretar un silencio. En todo caso, para
Marcos, como para la primera Iglesia (d. Hch 1,
21-22; 10, 37-43), estas tradiciones no formaban
parte de la predicación de la arché, del comienzo
del evangelio (Mc 1,1), que se abre con Juan Bautis-
ta.
SUS PARIENTES... (3, 21)
Marcos 3,20-35 constituye una unidad que se pue-
de leer según el siguiente esquema:
A. Intervención de los parientes de Jesús (3, 20-
21).
B. Acusaciones de los escribas y respuesta de
Jesús (3, 22-30).
A'. La verdadera familia de Jesús (3, 31-35).
Según un procedimiento de inserción que le es
familiar, Marcos intercala una discusión con los ad-
versarios de Jerusalén en una escena en la que Jesús
se enfrenta con su familia. Los v. 31-35 definen a la
verdadera familia de Jesús. De aquellos y aquellas
que le escuchan y cumplen de este modo la voluntad
de Dios, Jesús dice que son su madre, sus hermanos y
hermanas. Esta nueva familia nace de la fe en el
evangelio, de la acogida de la buena nueva del reino
predicada por Jesús (d. 1, 14-15).
La familia según la carne ha quedado fuera; la
familia evangélica, escatológica, está en casa, senta-
da en torno a Jesús. Esta casa se convierte sin duda
para Marcos en una figura de la Iglesia.
Pero ¿qué pasa entonces con la familia humana
de Jesús? ¿Se ve rechazada por él? El texto, que
define a la Iglesia-familia, no lo dice con claridad.
Sin embargo, los v. 20-21, que esbozan este conjunto
y que refieren un juicio severo sobre Jesús, proyectan
una atmósfera negativa sobre toda la escena, in-
cluyendo los v. 31-35 que mencionan a la madre de
Jesús. Podría ciertamente mostrarse que estos v. 20-
21 pertenecían a una tradición diferente de la de los
v. 31-35, ya que 3, 31 presenta el comienzo de una
escena que no necesita ninguna otra preparación.
Por otra parte, los que quieren apoderarse de Jesús
son designados con una expresión muy vaga: ha;
par'autoO: «los dejunto a él», la cual, si puede referir-
se a la familia de Jesús, no incluía necesariamente a
su madre. En efecto, se conoce una tradición, repre-
sentada por Jn 7, 5, que dice que los hermanos de
Jesús no creían en él, pero en ningún lugar del Nuevo
Testamento se dice que la madre de Jesús no creyese
en su hijo. Sin embargo, hay que tener en cuenta el
texto actual de Marcos y no lo que le precede. Pues
bien, agrupando estas tradiciones y sobre todo esta-
bleciendo un paralelismo entre los v. 21 Y 22, entre
el «decían que había perdido la cabeza» de los cer-
canos a Jesús y el «decían que tenía a Beelzebul» de
los escribas de Jerusalén, el redactor final presenta
efectivamente a la familia de Jesús bajo una luz poco
favorable. No es necesario atribuir a los parientes la
blasfemia contra el Espíritu (3, 28-30) Y se da sin
duda una gradación entre la preocupación de los
parientes y la acusación odiosa de los escribas llega-
dos de Jer'lJsalén. Pero lo cierto es que la presenta-
ción de Marcos no tiene nada de elogioso sobre la
familia de Jesús y que no distingue en nada a su
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madre de un grupo que parece, si no francamente
hostil a Jesús, sí al menos cerrado a su misión. Mateo
y Lucas, a pesar de que conocen a Marcos, no dicen
nada de este paso dado por los parientes de Jesús.
HIJO DE MARIA (6, 3)
En el c. 6, Jesús viene de su patria, sin duda Naza-
reto Se pone a enseñar en la sinagoga, y los oyentes
se sienten a la vez maravillados (<<¿Qué sabiduría es
ésta que le ha sido dada? ¿Yesos milagros hechos
por sus manos?») y escandalizados (<<¿No es éste el
carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago,
José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí
entre nosotros?»). Y Jesús les decía: «Un profeta,
sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa,
carece de prestigio». Estas últimas palabras sobre los
parientes y la casa (Mateo no recogerá la palabra
parientes y Lucas evitará hablar de parientes y de
casa) parecen haber sido buscadas adrede por Mar-
cos para enlazar con 3, 20-35 Yconfirman la visión
severa de este evangelio sobre la familia de Jesús. El
texto de Marcos es único. Difiere concretamente de
Mt 13, 55 (aunque hay algunos manuscritos que los
armonizan).
Mt 13, 55 Mc6,3 Lc 4,22 In 6,42
¿No es ése el hijo del ¿No es ése el carpintero,el ¿No es ése ¿No es ése Jesús,
carpintero? ¿No se llama hijo de María? el hijo de José? el hijo de José,
su madre María? del que conocemos
el padre y la madre?
Lo que llama la atención no es ante todo el que
Jesús haya practicado el oficio de carpintero, sino
que se le llame hijo de María, sin mención alguna de
su padre. Este hecho se ha interpretado de varias
maneras. Para algunos, hijo de María es comparable
con nacido de una mujerde Gál4, 4 e intenta rebajar
a Jesús. Para otros -y esta interpretación se repite
regularmente-, se trata de una insinuación difama-
toria. Si llaman a Jesús por el nombre de su madre,
en contra de las costumbres genealógicas judías en
donde se nombra siempre al hijo en relación con su
padre, es que no tiene padre. En otras palabras, que
es hijo de un padre desconocido y que Jesús es un hijo
ilegítimo. Si bien pueden citarse algunos testimonios
extrabíblicos de un uso semejante del nombre de la
madre, no se ha encontrado ninguno en la Biblia
misma. Es verdad que ciertos pasajes de los evange-
lios podrían apoyar la tesis de la ilegitimidad (se
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piensa en la sospecha posible de José en Mt 1, 18-19
o en la respuesta de los judíos en Jn 8, 41: «Nosotros
no hemos nacido de la prostitución», si el nosotros
es enfático y se opone implícitamente a Jesús). Pero
la manera de hablar de Marcos seguiría siendo muy
sutil y no se ve cómo habrían podido comprender
esta alusión sus lectores griegos, a quienes tiene que
explicar las costumbres judías más elementales (d.
Mc 7, 1-4).
En el extremo opuesto se ha reconocido un tenue
indicio que atestigua la creencia del redactor del
evangelio en la concepción virginal de Jesús. No se
menciona al padre porque no hubo padre humano.
En efecto, es interesante señalar que Marcos no
habla nunca de José, mientras que Mateo y Lucas, a
pesar de que conocen la tradición de la concepción
virginal, no tienen ningún escrúpulo en hacerlo. Pero
LOS HERMANOS YHERMANAS DE JESUS
Se habla varias veces en los evangelios de los
hermanos de Jesús. Marcos los menciona en dos
ocasiones: en Mc 6, 3 da incluso sus nombres: San-
tiago, José, Judas y Simón, hablando además de las
«hermanas» de Jesús (cf. Mt 13, 55); en Mc 3,21 Y
31 se señala su incomprensión (cf. Jn 7, 3-5). En-
contramos a estos «hermanos de Jesús» entre los
primeros creyentes (Hch 1, 14; 1 Cor 9, 5). ¿Quié-
nes eran? ¿Eran otros hijos de María?
Esta cuestión no ha recibido exegéticamente
una solución definitiva. Pero hay algunos puntos
que pueden darse por adquiridos. De la frase de Mt
1,25: «No la conocía hasta el momento en que dio a
luz a un hijo», no se puede deducir nada. Mateo
reafirma alli la concepción de Jesús sin la participa-
ción de José, pero no dice nada de lo que ocurrió
después. Hay que advertir además que los «herma-
nos de Jesús» no son llamados nunca «hijos de
María» y que María, incluso cuando se encuentra
con ellos (Hch 1, 14), sólo es llamada la «madre de
Jesús». Por otra parte, es bien sabido que en la
Biblia las palabras hermano y hermana cubren un
amplio campo semántico. En hebreo y en arameo,
la palabra cah puede designar a un hermano de
sangre, pero también a un medio-hermano (Gn 42,
15; 43, 5), a un sobrino (Gn 13, 8; 14, 16) o a un
simple primo (Lv 10,4; 1 Cr 23, 21-22). Las lenguas
semíticas, si es verdad que tienen una palabra para
decir tío o tía, no la tienen para decir primo. Con-
formándose a la manera oriental, los traductores
griegos de la Biblia tuvieron que traducir entonces
el hebreo cah por adelphos, hermano, y no por
anepsios, primo. Por eso, miradas así las cosas, la
palabra hermano del Nuevo Testamento podría
muy bien designar a los que nosotros llamamos
«primos».
Todo esto es posible. Pero para probar que esto
es lo que ocurre de verdad y que los hermanos de
Jesús no son hijos de María, se necesitarían otras
informaciones. Entre las mujeres que se encontra-
ban al pie de la cruz en Jn 19,25, se ha identificado
a veces a la hermana de la madre de Jesús con
María de Cleofás, que habría sido también la madre
de Santiago y de José (de Mc 15,40.47), identifica-
dos a su vez con los hermanos de Jesús en Mc 6, 3.
Pero sería extraño que la hermana de la madre de
Jesús se llamase también María. A no ser que fuera
su cuñada, siendo entonces Cleofás el hermano de
José, esposo de María... A no ser que... Estamos en
el terreno de las suposiciones.
En realidad, la fe en la virginidad perpetua de
María procede de un cuestionamiento y de una
profundización posteriores. Los apócrifos, entre
ellos el Protoevangelio de Santiago (siglo II), que
hacen de los hermanos de Jesús los hijos de un
primer matrimonio de José, son testigos de ello y
buscaron, a posteriori, conciliar la existencia de los
hermanos de Jesús con la virginidad perpetua de
María. Una solución apresurada, pero que demues-
tra por lo menos la antigüedad de la creencia en la
virginidad perpetua de María. Los católicos y los
ortodoxos la admiten. Los protestantes, en general,
la niegan. Podemos quedarnos con la conclusión tan
matizada de Charles Perrot (Los relatos de la infan-
cia de Jesús [Cuaderno bíblico 18]. Verbo Divino,
Estella 1978, 26): «La exégesis no puede fundamen-
tar con certeza la posición tradicional católica y
ortodoxa. Tampoco se impone la opinión contraria.
En esta zona de sombra e incertidumbres se sitúa
necesariamente la riqueza de nuestras respectivas
Iglesias».
13
esta oplnlon resulta difícil de compaginar con la
visión negativa que Marcos nos transmite de la fami-
lia de Jesús. Si Marcos conoció el misterio de la
concepción virginal, el hecho de que incluya a María
en el grupo de los que no comprenden la misión de
Jesús resulta entonces voluntariamente despreciati-
vo. Ni Mateo ni Lucas, en todo caso, creyeron posi-
ble conciliar esta tradición de incomprensión con la
de la concepción virginal. A nivel redaccional del
evangelio de Marcos, no es plausible esta idea de la
concepción virginal. Seguramente basta con decir,
más modesta y sencillamente, que Jesús es llamado
hijo de María, porque José hacía ya mucho tiempo
que había muerto, mientras que las gentes de Naza-
ret conocen bien a María, su madre, y a sus herma-
nos y hermanas que están presentes. Oficialmente,
Jesús debía ser conocido como hijo de José, tal como
14
refieren Mateo, Lucas y Juan. La expresión «hijo de
María», que sería inaudita en un contexto de genea-
logía, no lo es en labios de la gente de su aldea.
Observemos sin embargo que aquel a quien Mar-
cos llama hijo de María es también el mismo a quien
presenta como Hijo de Dios (cf. 1, 1; 12,6-8; 13, 32;
15, 39), tan cerca de Dios que puede rezarle dicien-
do: «jAbba, Padre!» (14, 36). Marcos no desarrolla
personalmente las implicaciones de esta identidad.
Si es el primero en decirnos el nombre de la madre
de Jesús, María, no lleva a cabo una reflexión más
profunda sobre el misterio de esa mujer singular y el
de su maternidad. Su evangelio pertenece todavía al
período de discreción. Atribuirle más sería cargarle
con unas preocupaciones que sólo vendrán posterior-
mente, en Mateo, Lucas y Juan.
MARIA VISTA POR MATEO
Respecto al laconismo de Marcos, el evangelio
de Mateo atestigua una evolución importante en la
percepción del papel de María. Mateo recoge y ma-
tiza las tradiciones sobre la familia de Jesús. Sobre
todo, introduce su evangelio con dos capítulos sobre
la infancia de Jesús. Estos dos capítulos, sin embargo,
están organizados en torno a José, el esposo de
María. Se trata de una perspectiva a primera vista
muy masculina. La genealogía con que se abre el
relato es la de José. A él es a quien se le aparece el
ángel del Señor para invitarle a recibir en su casa a
María, su esposa; luego para avisarle de que ha de
huir a Egipto, y finalmente para que regrese a Naza-
reto En todo el relato, José no pronuncia ni una
palabra, aunque es siempre él quien es interpelado y
quien actúa. A María sólo se le menciona indirecta-
mente, en tercera persona. Sin embargo, todo el
capítulo primero está lleno del misterio de la con-
cepción extraña de Jesucristo que se realiza en ella,
mientras que en cinco ocasiones el c. 2 detiene insis-
tentemente su mirada sobre «el niño y su madre» (2,
11.13.14.20 Y21).
Estudiaremos primero estos relatos de la infan-
cia. Nos permitirán comprender mejor a continua-
ción las diferencias entre el texto de Mateo y el de
Marcos. Pero antes hemos de ver cómo estos dos
capítulos no son un pórtico artificial añadido poste-
riormente, sino que pertenecen de veras al evange-
lio de Mateo, aunque la atmósfera que en ellos se
respira es muy distinta de la del resto del evangelio y
nos obliga a estudiar de cerca el género literario de
estos relatos.
Los relatos de la infancia en Mateo
VINCULaS ENTRE Mt 1-2
Y EL RESTO DEL EVANGELIO
Suele emplearse la expresión «evangelios de la
infancia» para designar los primeros capítulos de
Mateo y de Lucas. No es ésta una expresión afortuna-
da. Corre el peligro de desorientar a los espíritus,
sugiriendo una separación entre el verdadero evan-
gelio y estos primeros relatos, más o menos maravi-
llosos, más o menos serios. Pues bien, no hay más
que un evangelio y, tanto en Mateo como en Lucas,
los relatos de la infancia, por muy particulares que
sean, forman un solo cuerpo con el resto del evange-
lio. Se puede mostrar, por ejemplo, que Mt 1-2 for-
15
ma parte integrante del «prólogo cristológico» que
va de 1, 1 a 4, 16, señalando el v. 4, 17 el comienzo
de la actividad pública de Jesús '. Mientras que los c.
1-2 revelan a un Jesús mesías e Hijo de Dios (2, 15),
los relatos del bautismo y de la tentación dan el
sentido de esta filiación divina. La repetición del
verbo proskynéó, postrarse, adorar, en 2, 2.8.11, Ysu
repetición interesante en el capítulo de la tentación
(4,9.10), donde la adoración se reserva estrictamen-
te a Dios, es muy elocuente en este sentido. Añada-
mos finalmente que la presencia del Espíritu (1,
18.20 Y3, 11.16; 4, 1) unifica todos estos relatos.
Pero sobre todo hace ya tiempo que se ha señala-
do que los temas de Mt 1-2, orquestados a lo largo
del evangelio, vuelven a aparecer al final del evan-
gelio, según un procedimiento de escritura, habitual
en el mundo judío y en el judea-cristiano, que se
llama inclusión. El comienzo y el fin vuelven a juntar-
se por medio de unas repeticiones de palabras de-
masiado numerosas para que puedan ser casuales.
Por una parte y por otra nos encontramos con el
«rey de los judíos» (2, 2 Y27, 37), la salvación de los
pec.doos {~, 2~ Y 26, 28), Ids únic.as mendones oel
«ángel del Señor» (1, 20.24; 2, 13.19 Y 28, 2), la
invitación a «no tener miedo» (1, 20 Y 28, 5.10), el
motivo de la adoración (2, 11 Y 28, 17), el de «Gali-
lea» (1, 22.23 Y 28, 7.16) y, dominándolo todo, el
tema del Enmanue', «Dios con nosotros» (1,23), que
coincide con el «yo estoy con vosotros» de 28, 20 Y
constituye el eje central del gran relato mateano.
Estas correspondencias, que se podrían seguir des-
plegando, bastan para mostrar que los c. 1-2 perte-
necen sin duda a la misma obra literaria y teológica.
UNA ATMOSFERA MIDRASICA
Pero lo cierto es que estos dos primeros capítulos
de Mateo tienen un aire distinto. Hemos dicho que
1 Cf. J. Zumstein, Mateo el teólogo (CS 58). Verbo Divino,
Estella 1987, 10.
16
no pertenecen al kerigma propiamente dicho, a la
primera predicación pascual. Los elementos que ahí
se encuentran se meditaron en una tradición propia
de Israel que intentaba explicar su presente por la
palabra viva de Dios, que se encuentra en la Escritu-
ra. Este intento, que caracteriza a toda la reflexión
judía sobre la Biblia, ha tomado el nombre de mi-
drás (de la raíz hebrea darash = «buscar»).
¿Puede hablarse de midrás a propósito de los
relatos del nacimiento y de la infancia de Jesús? Esto
es lo que se hace hoy comúnmente, aunque no sin
cierta confusión y sin cierta crítica, ya que este térmi-
no ha tomado fácilmente en la opinión el sentido
de fábula, de invención legendaria, que parecía dis-
minuir la historicidad y el valor de estos relatos.
La respuesta depende de la noción que se tenga
del midrás. Si se entiende como un género literario
estricto, si se le define como «una literatura sobre
otra literatura» (A. G. Wright), una literatura estric-
tamente al servicio de la Escritura, entonces no: los
relatos de la infancia de Jesús no son midrasim. Es
verdad que los primeros cristianos siguieron pensan-
do y razonando al estilo judío. Pero su punto de
referencia radical no es ya la Escritura como tal, sino
Cristo. Los relatos de la infancia no son una Escritura
a propósito de la Escritura. No están al servicio del
texto de la Escritura, sino que «se sirven» más bien
de la Escritura para decir el misterio presente de
Jesucristo. En este sentido no son midrasim.
Pero ¿hay que definir así el midrás? 2. Esta defini-
ción no responde a la realidad que la tradición judía
expresa por esta palabra. Más que un género /itera-
rio, el midrás es una manera de pensar, de experi-
mentar, de formular y de comunicar la realidad. Es
2 Cf. sobre este punto el importante artículo de R. Le Déaut,
A propos d'une définition du midrash: Biblica 50 (1969) 395-
413. Se confirma allí la presentación hecha por R. Bloch en
DBS V, 1957, 1263-1281. C. Perrot defiende la misma posición
en su Introduction a las Antiquitésbibliquesdel Pseudo-Filón, "
(Sources chrétiennes 230). Cerf, Paris 1976, 25.
una hermenéutica de la existencia judía que se expre-
sa en diversas formas literarias, sin ligarse estrecha-
mente a una. En este sentido, los relatos de la Infan-
cia reflejan perfectamente la actitud midrásica. Y
está permitido hablar de haggadá cristiana 3. Lo que
se pone en evidencia es también aquí la Escritura y su
actualización. Pero el punto de partida de estos rela-
tos llamados mldrasicos no es ya la Escritura que
provocaría la eclosión del relato, sino la realidad
histórica que encuentra su sentido en la Escritura. En
el acontecimiento Jesucristo, el redactor creyente
reconoce el cumplimiento de las promesas.
Más que de un género literario bien definido, se
trata aquí de una actitud compleja, una manera de
releer la Escritura que pone de manifiesto la armonía
que existe entre las realidades presentes (tal es el
punto de partida) y las palabras de la Escritura. Es
más tarde cuando se descubre esta armonía, eso que
los Hechos llaman una sinfonía 4. Esto demuestra que
no se trata únicamente de exégesIs, sino de lectura
en la fe, de hermenéutica. Así es como hay que
comprender las citas de cumplimiento hechas por
Mateo Algunos prefieren hablar aquí de péser(tér-
mino hebreo que significa «aplicación, explicación»)
más bien que de midrás. SI se quiere, pueden verse
así las cosas, pero esta valoración de la armonía
entre la realidad presente y la Escritura es cierta-
mente una actitud midrásica: la búsqueda del sentido
actual de la palabra de Dios.
Así, pues, lo que distingue al midrás judío del
midrás cristiano no son ni los métodos de lectura ni
3 Sobre la haggada, que deSigna el conjunto de tradiciones
narrativas de la literatura rablnlca, cf el glosano de J Des-
selller recogido en La Tora oral de los fanseos (Doc en torno a
la Biblia 20) Verbo DIVinO, Estella 1991
4 Cf el symphónousm (se ponen de acuerdo con) de Hch 15,
15, donde Santiago, Citando a Am 9, l1s, reconoce que hay
acuerdo entre la converslon de los paganos y la palabra de los
profetas Pero cita segun el gnego -su argumentación sena
Imposible segun el hebreo--, reconoCiendo aSI la practica ml-
draslCa de los Setenta
los procedimientos empleados. Es el hecho de que
en adelante Dios «nos ha hablado en un Hijo» (Heb
1, 2). He aquí la revolución «copernlcana». No se
trata Simplemente de adaptar la ESCritura a una si-
tuación nueva; es la Escritura entera la que sirve para
Interpretar la Vida y las palabras de Jesús de Nazaret
(d. Jn 5, 39-47; Lc 24, 27.32.45). En las primeras
asambleas cristianas, la atmósfera debió ser midrási-
ca. y los «escribas del reino» (Mt 13, 52), lo mismo
que los «servidores de la palabra» (Lc 1, 2), que
escudriñaban las Escrituras, empleaban en ese traba-
jo con toda naturalidad los usos y las técnicas judías
para demostrar que «Jesús es el Cristo» (Hch 18,28).
Otro punto que hay que señalar: solemos pensar
que los primeros cristianos se referían a la Escritura
como podemos hacerlo nosotros, abriendo por
ejemplo lo que llamamos el Antiguo Testamento.
Judíos de origen, los primeros Cristianos leían más
bien esta Escritura en continuidad con la tradición
oral de Israel. Utilizaban una Biblia interpretada, en
la que el mldrás había representado ya un gran pa-
pel. Los escribas cristianos que pusieron por escrito
los relatos del nadm'lento y de la 'lnfanda de Jesus
conocían, por ejemplo, el interés de la tradición oral
judía de los alrededores de la era cristiana sobre el
naCimiento de algunos personajes como Noé,
Abrahán, Isaac, Sansón, Samuel, Elías 5. Podlan inspi-
rarse en esta haggadá de la infancia, aunque reali-
zando las rectificaCiones que imponía la novedad de
Jesucristo, particularmente en el tema inédito de la
concepción virginal, fruto del Espíritu Santo. Este
recurso a la tradición judía para comprender los rela-
tos de la infanCia de Jesús no es por consiguiente una
moda de los exégetas. Es una neceSidad de lectura.
5 Conocemos esta tradlclon por los «apocnfos» del Anti-
guo Testamento, como Jubileos, Henoe, los documentos de
Qumrán, Filon, Josefo, Pseudo-Filon Cf el estudiO que sigue
Siendo actual de e Perrot, Les réClts d'enfanee dans la Hagga-
da anteneure au W slec/e de notre ere RScR 55 (1967) 481-
518, o, del mismo autor, Los relatos de la mfanCla de Jesus (CB
18) Verbo DIVinO, Estella 1978, 11-17
17
LA GENEALOGIA (1, 1-17)
Mateo abre su evangelio por una larga genealo-
gía: «Libro de los orígenes de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abrahán...» (1, 1). Este primer versícu-
lo es una profesión de fe en la mesianidad de Jesús:
mesías, según la profecía de Natán en 2 Sm 7, 8.16,
que cumple las promesas hechas a Abrahán en Gn
12,2-7; 22, 16-18. Después de esta mirada ascenden-
te que se relaciona con la genealogía dada por lucas
(3,23-35), la línea descendente de los v. 2-16 funda-
menta y justifica esta profesión de fe. Si bien recoge
algunas fuentes veterotestamentarias (d. 1 Cr 2, 15 Y
Rut), Mateo pone sin embargo su propia huella. En el
v. 6 añade a sus fuentes el título de rey (d. 1Cr 2,15 Y
Rut 4,22), que pondrá de relieve en su capítulo 2 (d.
«el rey de los judíos» de 2, 2) e introduce en esta
genealogía masculina 5 nombres de mujeres. Pero es
sobre todo el v. 17 el que revela su preocupación
teológica: «el número total de generaciones es, por
tanto: 14 de Abrahán a David, 14 de David a la
deportación de Babilonia, 14 de la deportación de
Babilonia a Cristo». Si no es fácil justificar esta cifra
en las dos últimas series, la insistencia en la cifra 14
es, por el contrario, evidente. A pesar de ciertas
objeciones, parece ser que hay que retener la inter-
pretación que ve en ella la cifra de David 6. Está claro
que toda la genealogía se centra en torno a David.
Pero en relación con esta filiación davídica, hay que
retener dos cosas: la ruptura del v. 16 y la mención
de María.
Tras la larga serie de generaciones (en las que el
verbo egennesen, de genna6: engendrar, aparece
6 Se sabe que el hebreo utiliza las letras como Cifras El uso
de dar un valor Cifrado a los nombres Importantes, la gema-
tria, era conoCido en la exegesls judla y no parece ser ajeno a
estos capltulos marcados por la aproxlmaclon judla a la Escritu-
ra. Segun la posIción de las letras en el alfabeto, DaVid eqUiva-
le a 14 D = 4; V = 6, D = 4 El hecho de que DaVid se eSCriba
tamblen DVYD no se opone a esta lectura, ya que la Y solo
SIrve de vocal y no se cuenta
18
39 veces seguidas), el v. 16 cambia la fórmula: «Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la que fue
engendrado Jesús, que se llama Cristo>/. José no
engendra. Se repite el verbo genna6, pero esta vez
en pasiva, dejando en la sombra al responsable de
este engendramiento, y poniendo más bien de re-
lieve a la que hizo nacer a este Jesús llamado Cristo:
a María, la madre del mesías. los versículos siguien-
tes dirán cómo fue esta «génesis de Jesús en cuanto
Cristo» (1, 18). Pero, en sí mismo, este final de la
genealogía es ya una lección de teología. Indica la
sorpresa de la venida de Dios, del Enmanuel de 1,
23. Jesús, el mesias, es al mismo tiempo largamente
esperado y totalmente inesperado. Llegando al fi-
nal de la larga historia humana, pero no a la manera
humana. Este es, sin duda, el sentido teológico de
esta concepción virginal: fruto de la tierra y don del
Espíritu. Como el reino, como la Iglesia, como cada
historia humana, todo se mueve en el juego de la
libertad y de la gracia. Pero aquí, en este final, es la
gracia lo que se subraya.
Al final de esta genealogía, se menciona a una
mujer: María. Pero antes se había mencionado a
otras cuatro: Tamar, Rajab, Rut (v. 3.5) -tres antepa-
sadas de David- y Betsabé (v. 6), la mujer de Urías
que se convirtió en esposa de David. Su mención
sigue resultando extraña en una genealogía en don-
de de ordinario sólo cuentan los hombres. ¿Y por
qué Mateo las prefirió a las grandes mujeres de
Israel, a las matriarcas Sara, Rebeca y Raquel (en las
que podía pensar muy bien, ya que Raquel aparece
en 2, 18)7 Si Mateo las añadió a sus fuentes, si es
responsable de su presencia en este texto, debió
tener sus razones. Se ha pensado a veces en que se
trataba de pecadoras, pero las tradiciones Judías no
7 A pesar de algunas vacilaciones en la tradlClon manuscri-
ta, es este el texto que retiene un consenso Interconfeslonal.
Véase la dlscuslon en B. M Metzger, A Textual Commentary
on the Greek New Testament. Unlted Blble Socletles 1985,
2-7
TAMAR, RAJAB YRUT
EN LA TRADICION JUDIA
Tamar (Gn 38), cananea, dio descendencia a
Judá, el padre de la tribu real.
«La santa Tamar santificó el nombre divino.
Ella, que deseaba una santa semilla, engañó (a
Judá) e hizo una obra santa. Por eso Dios hizo
que se lograra su plan santo. Guardó ella su viu-
dez ante el Señor, pero Dios no le negó el deseo
de dejar descendencia en el pueblo de Dios, ya
que ellos son una semilla que Dios ha bendeci-
do».
«Rabí Yudan dijo: Cuando Judá dijo: 'Ella es
justa', el Espíritu Santo se manifestó y dijo: 'Ta-
mar no es una prostituta y Judá no quiso entregar-
se a la fornicación con ella; esto pasó por causa de
mí, para que se eleve de Judá el rey mesías (Da-
vid)'».
(Textos citados por R. B10ch en Mélanges A.
Robert, 1957, 381ss.).
Rajab, cananea, reconoce al verdadero Dios y
permite a Israel entrar en Jericó (Jos 2; 6). Se ve
en ella a una prosélita.
«Algunos dijeron que el Espíritu Santo se ha-
bía posado sobre Rajab antes de que los israelitas
llegaran a la Tierra prometida».
Rut, prosélita venida de Moab, es la abuela de
David (Rut 4,22).
«"Le midió seis medidas de cebada y le ayudó
a cargarlas" (Rut 3, 15). Ella recibió, en nombre
del Señor, la fuerza para llevarlas. E inmediata-
mente se le dijo en profecía que de ella nacerían
seis justos en el mundo, de los que cada uno sería
bendito con seis bendiciones: David, Daniel y sus
(tres) compañeros, y el rey mesías» (Targum de
Rut).
las vieron de este modo y crearon en torno a ellas un
aura midrásica convirtiéndolas en heroínas mesiáni-
cas.
¿Habrá que ver aquí una lección de universalismo.
por el hecho de que todas ellas son más o menos
extranjeras? Pudiera ser. Pero esta razón no explica-
ría la presencia de la quinta mujer. María. Lo que
parece más evidente y está ligado a la vocación
maternal de estas mujeres es que todas engendraron
de una manera irregular, en virtud de una unión o de
un matrimonio concluido fuera de los caminos ordi-
narios. Entrando como de forma excepcional en la
genealogía, preparan en ella otra excepción, la de
María. Al presentar así la genealogía davídica, Ma-
DE JESUS COMO MESIAS,
ASI FUE EL ORIGEN...
Esta traducción de Mt 1, 18 coincide con la
que propone l. de la Potterie en Marie dans le
mystere de I'Alliance, 83. Demuestra allí que, en
este único ejemplo de todo el Nuevo Testamento
en que las palabras Jesús-Cristo van precedidas
del artículo, la palabra Cristo no es en este caso
una simple aposición a JBSÚS. Está en posición de
atribución, de complemento atributivo, 10 mismo
que se le aplicaba la palabra Cristo en 1, 16 como
atributo: «Jesús, que se llama Cristo». Así, pues,
designa una cualidad, una función. Inmediata-
mente después de la genealogía, Mateo pone este
giro como cabeza de frase, de manera enfática.
Lo que intenta demostrar es precisamente esto:
cómo Jesús, sin ser hijo de José, puede de todas
formas ser llamado hijo de David. En otras pala-
bras, Mateo va a explicar su nacimiento como
mesías, en cuanto mesías.
19
tea quieresubrayar que Dios, al cumplirsus promesas,
sigue siendo dueño de los caminos. Es otra manera
de decir: todo esto pasó para que se cumpliera...,
poniendo el acento no ya en el texto que cumplir,
sino en la realidad sobrevenida y que había que
comprender. En el plan mesiánico, estas mujeres
representaron un papel importante. Mateo ve en
ellas otras tantas figuras de María. Se trata, una vez
más, de la continuidad en lo inédito del nacimiento
del mesías.
EL ANUNCIO A JaSE (1, 18-25)
Pero si José no engendra, ¿cómo puede Jesús ser
de la estirpe de David? Mateo lo explica en el segun-
do cuadro de su primer capítulo: Jesús es acogido e
insertado en el linaje de David por medio del justo
José (1, 18-25). De hecho, después del prólogo ge-
nealógico, es éste el comienzo de la narración de
Mateo. Los dos primeros versículos (18-19) describen
la situación inicial presupuesta: «Estando prometida
María, su madre, a José, antes de que vívieran juntos,
se encontró (fue encontrada) encinta por obra del
Espíritu Santo: ek pneumatos hagiou». Del Espiritu,
al comienzo de todo, como para prevenir cualquier
sospecha del lector, y quizá de José. La frase «antes
de que vivieran juntos» recuerda la costumbre judía
de esta época según la cual el matrimonio se realiza-
ba en dos tiempos. Primero, un compromiso mutuo
que ligaba jurídicamente a los esposos, pero que no
llevaba consigo inmediatamente la vida común, ya
que la esposa seguía estando en la casa paterna
durante cerca de un año. Durante este año, no se
admitían generalmente las relaciones conyugales, y
una falta en este sentido era considerada como un
adulterio. Durante este período es cuando interviene
la concepción por el Espíritu Santo (mencionada dos
veces, en 1, 18 Yen 1,20), es decir-según el sentido
biblico de esta expresión-, por la fuerza de Dios. La
intención del relato no recae en este acontecimien-
to, sino en la doble función que se le exige a José en
20
esta ocasión: tomar consigo a María, su esposa, y
dar un nombre al niño. Estrechamente ligada a la
profecía de Isaías 7, 14, la vocación de José toma
entonces una dimensión netamente mesiánica.
El v. 19 resulta problemático y sigue dividiendo a
los intérpretes. Para explicar la justicia de José, al
ANUNCIOS CELESTIALES
La aparición a José (Mt 1, 18-25), como la
aparición a Zacarías (Lc 1, 8-23) Y la visita a
María (Lc 1, 26-38), utiliza un esquema conven-
cional de los «anuncios celestiales» hechos a algu-
nos personajes del Antiguo Testamento: por
ejemplo a Abrahán (Gn 17-18), a Moisés (Ex 3),
a Gedeón (Jue 6), a los padres de Sansón (Jue
13). Suelen encontrarse allí, aunque según un
orden y con acentos diferentes, los siguientes ele-
mentos: la aparición del «ángel del Señor», la
turbación del vidente, el mensaje del enviado ce-
lestial, una objeción, un signo y, con frecuencia,
cuando se trata de un nacimiento, la mención del
nombre que han de dar al niño.
En efecto, el objeto del anuncio puede ser
bien el nacimiento de un hijo (Ismael, Isaac, San-
són, el Enmanuel, Juan, Jesús), bien el enunciado
de una misión (Moisés y Gedeón). El anuncio a
José mezcla en esta ocasión el anuncio de naci-
miento y el anuncio de misión. La imposición del
nombre al niño y su explicación teológica (1, 21)
caracterizan efectivamente al género de los anun-
cios de nacimiento. Sin embargo, Mateo -a dife-
rencia de Lc 1, 26-38- no insiste en la concepción
milagrosa, que aquí se presupone, sino en la mi-
sión de José, que ha de acoger a la madre y dar
nombre al niño. A pesar de copiar otros modelos,
su relato es en realidad un relato de vocación.
mismo tiempo que su decisión de despedir secreta-
mente a María, se han imaginado innumerables hi-
pótesis. Pero cuando uno se pone a imaginar, aban-
dona el texto y las soluciones propuestas resultan
inverificables. Entre todas las soluciones, la alterna-
tiva sigue siendo actualmente la siguiente: o bien
José sospecha un adulterio, o bien José conoce el
misterio.
El v. 1, 19 favorece la hipótesis de la sospecha:
«José, su esposo, que era un hombrejusto y no quería
difamarla públicamente, decidió repudiarla en secre-
to» (T08). ¿Por qué repudiarla? Porque no ha inter-
venido para nada en el acontecimiento relatado en
el v. 18. El texto no habla de las angustias psicológi-
cas de José. Dice solamente que era justo, es decir, un
fiel observante de la ley, según el sentido de la
palabra justicia en Mateo (d. 5, 20). La ley parece
estar por tanto en el horizonte del texto y se ad-
vierte que las palabras clave del versículo pertenecen
también al registro jurídico: deigmatisai = «entre-
gar a la opinión pública, traducir en el plano jurídi-
co», apo/ysai = «repudiar, divorciarse». Este contex-
to legal sería entonces el de Dt 22,23-27, relativo al
adulterio. Todo esto apoya la hipótesis de la sospe-
cha.
Pero lo cierto es que el texto no es coherente.
¿Por qué, si no quería entregar su esposa a la opinión
pública, José decide despedirla en secreto? ¿Qué
significa legalmente un repudio secreto? Puesto que
el texto no ha querido responder a estas preguntas,
quedémonos al menos con que la decisión d~ des-
pedir o de dejar en casa de sus padres a una Joven
encinta equivale sin duda, por parte del esposo, a
una decisión de no reconocer al niño. Y esta decisión
es la que la intervención del ángel intenta eliminar.
Al contrario, una lectura rigurosa del v. 1,20, de
la palabra del ángel, podría indicar que José conocía
ya el misterio. Esta última hipótesis explicaría el te-
mor de José, pero también su justicia, que se borra
ante la iniciativa misteriosa de Dios. No explica sin
embargo la insistencia en los términos jurídicos de
difamación y de repudio, que habría que suavizar
entonces notablemente. El ángel diría: «José, hijo
de David, no temas tomar (en tu casa) a María, tu
esposa; seguramente (gar) lo que se ha engendrado
en ella es del Espíritu Santo, pero (de) ella dará a luz
un hijo y tú le darás el nombre de Jesús...». Entre el
gary el de habría una oposición dialéctica del tipo:
ciertamente (gar)..., pero o sin embargo (de)... En
una construcción semejante, el peso de la argumen-
tación recae en la segunda parte de la frase, siendo
la primera un paréntesis ya conocido y aceptado. La
lengua pone de relieve el elemento introducido por
de. Esta lectura, propuesta primero por X. Léon-
Dufour, sería gramaticalmente correcta según los es-
pecialistas, y A. Pelletier, que ofrece otros ejemplos
sacados de Mateo, traduce: «... porque lo que ha sido
engendrado en ella proviene del Espíritu Santo, por
eso dará a luz un hijo al que tienes que poner el
nombre de Jesús»8. Entendidas de este modo, las
palabras del ángel no le revelan ya a José el origen
del niño, que él ya conoce (tal como se insinuaría en
1, 18), sino que le indican su misión, en cuanto hijo
de David. Al acoger a María en su casa y al ponerle al
niño el nombre que le revela el ángel, es decir, al
adoptarlo legalmente, José hace de Jesús un hijo de
David.
Sean cuales fueren estas dificultades, este texto es
ante todo cristológico y está ligado a la filiación
davídica. Lo que aquí se pone de manifiesto no es la
concepción virginal, ni el papel de María que no
interviene de ninguna forma, ni las angustias psico-
lógicas de José, sino la legitimidad davídica de Jesús.
Los v. 18-25 explicitan lo que estaba expresado de
forma resumida en 1, 16 Ynos indican cómo Jesús se
hizo hijo de David, aunque José no fuera su padre
8 Cf. X. léon-Dufour, Estudios de Evangelio. Cristiandad,
Madrid 1982, 73ss.; A. Pelletier: RScR 54 (1966) 67-68. las
objeCiones hechas por B. M. Nolan (The Royal Son of God.
Vandenhoek-Ruprecht, Gotinga 1979, 126-128) a los argumen-
tos de Pelletier no son concluyentes.
21
biológico. Pero esta explicación, como se ve, presu-
pone la tradición de la concepción según el Espíritu,
que volveremos a encontrar más tarde en Lucas.
CONCEPCION VIRGINAL
Efectivamente, es en términos de concepción vir-
ginal como comprendió Mateo la «génesis» de Je-
sús. Recurre a la profecía de Is 7, 14, no para probar
esta concepción virginal, elemento q.le recibió sin
duda de una tradición común a Lucas, sino para mos-
trar su sentido. Este texto de Isaías relaciona de
nuevo a Jesús con el linaje de David: al margen de la
situación del rey Acaz, el niño anunciado es el mesías
davídico que salvará a su pueblo de sus pecados, ya
que en él se realizará el misterio del «Dios con noso-
tros».
A nivel del hebreo, no se habla de concepción
virginal, ya que la palabra almah, mujerjoven, desig-
na sin duda a la esposa de Acaz. Al traducir los
Setenta esta palabra por parthenos, virgen, ¿vislum-
bró la tradición judía de Alejandría el nacimiento
virginal del mesías, tal como indica la TOB en su
nota sobre Is 7, 14? Me parece que no 9. El signo
dado a Acaz no se refiere de hecho al cómo de la
concepción del príncipe heredero, sino al hecho
providencial de este nacimiento, que muestra cómo
Dios, en un momento de peligro para Judá, asegura
la permanencia del linaje davídico y afirma que él es
siempre «Dios con» su pueblo. Pero Mateo, que co-
noce por otra parte el misterio de la concepción de
Jesús, le da ciertamente a la palabra parthenos su
9 Cf. A. M. Dubarle, La conception virginale et la citation
d'ls VII, 14 dans I'Evangile de Matthieu: Revue Biblique 85
(1978) 370, Ytambién C. Perrot, Los relatos de la infancia, 26.
Sin embargo, como indica Dubarle, «no se excluye y hasta es
probable que la palabra 'virgen' en los Setenta jugara cierto
papel en la elección de esta cita, que llamó la atención del
evangelista» (p. 372).
22
sentido más riguroso. Esta es la idea que subyace a
toda su argumentación. Su problema es precisamen-
te el de mostrar que la pertenencia davídica de Jesús
no tiene por qué negarse o aminorarse por el hecho
de que José lo engendre legalmente, pero no natu-
ralmente. Y para eso lee retrospectivamente, en la
palabra de Dios, en un texto profético que a la vez se
dirige a la casa de David y habla de una virgen que
da a luz, el houtós (1, 18), el cómo de este origen de
Jesús.
Este anuncio a José, lo mismo que el texto de la
genealogía, procede de la redacción mateana. ¿Es
posible remontarse más allá de él en la historia
literaria de este texto? Así lo sugiere la TOB: «Este
relato es sin duda el resultado de una larga elabora-
ción literaria. Recogiendo probablemente un relato
apologético anterior (un sueño: d. 2, 13.19), en don-
de Dios evoca, a través de las objeciones de José, las
calumnias relativas al nacimiento virginal, Mateo lo
orienta teológicamente gracias a la cita de Is 7, 14,
que expresa la fe de la Iglesia en la concepción
virginal (d. Lc 1, 26-38)>>. Pero creemos que esto es
decir demasiado, y el «probablemente» que aquí se
utiliza va más lejos de lo que se puede establecer. Las
calumnias evocadas (María habría tenido un hijo de
un soldado romano) hacen alusión a una polémica
judía que no parece remontarse más allá del siglo 11
de nuestra era. Hoy se subraya cada vez más que el
evangelio, antes de ser escrito, antes de circular bajo
la forma de documento literario, fue anunciado y
predicado. El evangelio nació en continuidad con la
Torá oral de Israel 10, y ya hemos hablado, a propósi-
to de los relatos de la infancia de Mateo, de hagga-
dá cristiana. En esta perspectiva, diremos que Mateo
recibió sus materiales básicos, la fe en la concepción
divina de Jesús y su designación como hijo de David,
de las tradiciones orales que circulaban por las pri-
10 Hay que leer en este sentido el estudio estimulante de M.
Collin y P. Lenhardt, Evangelio y tradición de Israel (CB 73).
Verbo Divino, Estella 1991.
meras comunidades. Luego las presentaría, lo mismo
que solía hacerse en la tradición judeo-cristiana a la
que pertenecía: recogiendo el molde literario de los
relatos de anunciación, reactualizando los textos sa-
grados, como Is 7, 14; Miq S, 1; Os 11, 1, para
transmitir la buena nueva de que las promesas mesiá-
nicas se habían finalmente cumplido.
LA HISTORIA EN GEOGRAFIA
El primer capítulo estaba totalmente ordenado a
señalar la identidad de Jesús, mesías, pero con una
orientación de trascendencia, de superación, en la
prolongación del Enmanuel. del «Dios con noso-
tros». En esta trayectoria, que prepara la cristología
¿UNA CONCEPCION ILEGITIMA?
Es difícil de admitir el misterio de una concep-
ción virginal, mediante el poder creador de Dios
solamente. Y el hecho de que se la haya podido
comprender como una devaluación de la sexualidad
humana no resulta muy del agrado de nuestros con-
temporáneos. En un libro reciente, The Illegitimacy
of Jesus. Harper and Row, San Francisco 1987, y
luego, con algunos cambios de orientación, en un
artículo de la revista Concilium n. 226 (1989) 447-
457 (Los antepasados y la madre de Jesús), una
teóloga, Jane Schaberg, vuelve a lanzar la hipótesis
de la ilegitimidad. En este último texto, escribe:
«La virgen prometida en matrimonio y luego sedu-
cida o violada es, por tanto, en la gran paradoja de
Mateo, la virgen que concibe y da a luz al niño que
llamarán Enmanuel. Su origen es ignominioso y
trágico, pero la idea de Mateo es que su existencia
ha sido querida por Dios; su condición mesiánica no
es negada por el modo en que fue concebido» (p.
456). Dios se pone entonces aliado de la mujer y
del niño marginados y en peligro.
En la lectura tradicional, es la concepción virgi-
nal, en cuanto ausencia de padre biológico, la que
asegura la coherencia del texto mateano. La ilegiti-
midad, al dejar también en silencio al padre huma-
no, podría seguramente cumplir la misma función
literaria. Pero no por ello esta lectura es aceptable o
verosímil. Si las piezas del relato de Mateo parece
que pudieran ajustarse a la teoría de la ilegitimidad,
aunque con cierta dosis de buena voluntad (en par-
ticular para aceptar que el hijo de la virgen violada
viene del Espíritu Santo, en el sentido de que el
Espíritu Santo autorizaría este nacimiento lo mismo
que los demás nacimientos), no ocurre lo mismo
con el relato de Lucas. En esta ocasión, los ajustes
requeridos -por ejemplo el fiat de María a esta
acción del Espíritu Santo-- hacen que esta tesis sea
totalmente inaceptable. Por otra parte, no se ve cómo
la primerísima tradición, que habla siempre de con-
cepción virginal (véase el recuadro «Testimonios del
siglo 11», en la página siguiente), habría podido leer a
Mateo y a Lucas en contra de su sentido.
23
del Hijo de Dios (cf. Mt 3, 17; 11,27; 14,33; 16, 16;
17,5; 27, 54), se colocará también la cita de Os 11,
1: «De Egipto he llamado a mi hijo». El c. 2, por su
parte, se detiene en los lugares, en la geografía:
Belén, Judea, Jerusalén, Egipto, Ramá, la tierra de
Israel, Galilea, Nazaret. Cada uno de estos términos
evoca y trae a la memoria ciertos cuadros de la
TESTIMONIOS DEL SIGLO 11
Ignacio de Antioquía (+ 110)
«Nuestro Señor es de la raza de David según
la carne, hijo de Dios según la voluntad y el
poder de Dios, nacido verdaderamente de una
Virgen» (Ad Smirn., 1).
«El príncipe de este mundo ignoró la virgini-
dad de María y su alumbramiento, así como la
muerte del Señor: tres misterios espléndidos que
se realizaron en el silencio de Dios» (Ad Eph.,
XIX).
Justino (+ 165)
«Sabemos que fue por la Virgen como (Cris-
to) se hizo hombre, para que la desobediencia
causada por la serpiente acabara tal como había
comenzado. En efecto, Eva, virgen y sin manci-
lla, acogió la palabra de la serpiente; por eso dio
a luz la desobediencia y la muerte. La Virgen
María, aceptando la fe y el gozo cuando el ángel
Gabriel le anunció que el Espíritu del Señor
vendría sobre ella, respondió: 'Hágase en mí
según tu palabra'. Por tanto, fue de ella de quien
nació aquel de quien tanto hablan las Escritu-
ras» (Diálogo con Trifón, 100).
24
historia sagrada, con la única excepción de Nazaret,
a la que no se menciona en el Antiguo Testamento.
Pero Mateo, por medio de una cita de cumplimiento,
de la que sería inútil buscar la referencia, relaciona la
historia presente de Nazaret, que es seguramente
sagrada, la del «profeta Jesús de Nazaret» (Mt 21,
11), con la larga historia de Israel. Actividad midrási-
ca llevada hasta el extremo. Se trata de un procedi-
miento de actualización que, al mismo tiempo
proyecta la problemática actual sobre los hechos del
pasado y el sentido profundo del pasado sobre los
problemas actuales. Para el «escriba instruido del
reino de los cielos» (13, 52) que es Mateo, la Escritura
sigue estando viva. Para comprender su mensaje,
sería una equivocación abordarlo con nuestras preo-
cupaciones historicistas. Aquí ocurre lo que ha des-
crito admirablemente Paul Beauchamp: «Con los
nombres, la geografía hace del país entero un li-
bro... En el dispositivo de las figuras, la historia pasa
a ser geografía y la reflexión pasa a ser lugar. El
hábitat de Israel no es nada sin esa membrana invi-
sible que es la del estar-aún-al/í del lugar, esa cúpula
de significación que rodea el lugar como su gloria y
sin el cual sería irrespirable...»". En este c. 2, Mateo
va entonces diseminando los lugares de la historia
de Israel con su aureola de gloria. Pero en cada
ocasión, lo que presenta a la memoria es el tema de
la realeza y la referencia a David.
EL MOTIVO REAL Y DAVIDICO
Ya en la genealogía (1, 6), el título de rey se le
reservaba a David. Al comienzo de este c. 2, Mateo
lo repite de forma irónica. Al rey Herodes que acaba
de ser mencionado, los magos llegados de oriente
oponen el rey de los judíos que acaba de nacer. En
'1 P. Beauchamp, La figure dans I'un et I'autre Testament:
RScR 59 (1971) 214.
otras dos ocasiones, Herodes es llamado rey: cuando
se inquieta y se agita con toda Jerusalén (2, 3) e
inmediatamente antes de la partida de los magos
(2, 9). Mas después del homenaje real que éstos
rinden al niño (2, 11), se menciona seis veces a
Herodes, pero simplemente como «Herodes» (2,
12.13.15.16.19.22, aunque en este último texto se le
aplica a su hijo Arquelao el verbo «reinar»). Herodes
en cuanto rey está acabado: ha llegado su fin 12. «El
rey no tiene existencia si no es el estar-aún-allí de
David», dice también Beauchamp 13. Belén, el humil-
de lugar del nacimiento de David, prevalece sobre
Jerusalén; la realeza davídica, mesiánica, sobre la
falsa realeza de Herodes, como insinúan las Escritu-
ras que Mateo hace resonar irónicamente a los oídos
de Herodes: «y tú, Belén, tierra de Judá...» (citas de
Miq S, 1 Y de 2 Sm S, 2, mezcladas midrásicamente
en una perspectiva muy davídica). El empleo por
Herodes del verbo proskyneó: rendir homenaje,
adorar (2, 8), que toma de los magos (2, 2), preten-
diendo someter su realeza a la del nuevo rey, refuer-
za la ironía.
Hay otros motivos en el texto que prolongan la
tonalidad real. La estrella, metáfora del rey-mesías,
ligada a la monarquía davídica, evoca la profecía
hecha por el extranjero Balaán: «Un astro salido de
Jacob se convierte en jefe, un cetro se levanta, salido
de Israel» (Nm 24, 17). El singular anatole (en 2, 2 Y
2,9) no designa el oriente (como hacía el plural de 2,
1: apo anatolón), sino el levantarse del astro; este
astro es el mesías (d. Lc 1, 78). Por tanto, no se dice
que la estrella guiara a los magos a Jerusalén (2, 2).
No podía hacerlo. Tan sólo después de que las voces
autorizadas (todos los sumos sacerdotes y los escri-
bas del pueblo) establecieron su sentido, es cuando
pudo revelar el lugar del nacimiento del mesias. 50-
12 ¿Hay que comprender así el final de Herodes (teleute: 2,
15) Y el teleutaó: llegar a su fin de 2, 19, mientras que Mt
conoce bien el apothneskó: morir, que utiliza por otra parte
poco después en 2, 20?
13 P. Beauchamp, o. e., 214.
lamente entonces se puso a guiar a los extranjeros
hasta el lugar donde estaba el niño (2, 9). Finalmen-
te, los dones que los magos ofrecen al niño son
también dones regios. En el relato de Mateo son de
nuevo el estar-allí de las figuras de la esperanza
mesiánica (ls 60, 6), recordando los dones que ofre-
ció ya a Salomón la reina de Sabá (1 Re 10, 2). Una
vez más, una significación real y davídica.
LA MADRE DEL
PRINCIPE HEREDERO
Mateo coloca al «niño y a su madre» en este
contexto lleno de reminiscencias mesiánicas. Están
en el centro del c. 2 y todos los focos de la escena se
dirigen hacia ellos. José pasa a la sombra. En el
episodio de los magos, José ni siquiera es nombra-
do. Los magos entran quizás en su casa (2, 11; a no
ser que ésta, en la haggadá cristiana, sea ya la Igle-
sia), pero lo que ven es «al niño con María, su ma-
dre». Nada más. Es verdad que sigue siendo José el
que recibe en sueños las visitas del ángel del Señor
(2, 13.19; d. 2, 22). Pero Mateo, el director de esce-
na, mantiene los proyectores sobre «el niño y su
madre» (2, 13.14.20.21). La repetición, falsamente
inoportuna, de las palabras mismas del ángel para
describir la obediencia de José: «Levántate, toma
contigo al niño y a su madre José se levantó, tomó
consigo al niño ya su madre » (2,13-14 Y 2, 20-21)
llama la atención. José está presente, pero la expre-
sión «el niño y su madre» pone cierta distancia entre
éstos y él. Como si fuera una nueva alusión al miste-
rio de la concepción de Jesús.
Si entre las figuras bíblicas que están en el tras-
fondo del relato de Mateo se recuerda la historia de
Moisés volviendo a Egipto después de la muerte de
Faraón (Ex 4, 19-20), la comparación de los textos
permite captar la novedad radical de la historia de
Jesús. En Ex 4, 19, YHWH dice a Moisés: «Ve, vuelve a
Egipto, porque han muerto todos los que intentaban
25
LA MADRE DEL REY-MESIAS
26
En el primer libro de Samuel, los israelitas piden
«un rey que nos juzgue como en todas las naciones»
(8, 5). Israel se olvida de que no es un pueblo como
los demás. Pero, tras escuchar la palabra de
YHWH, Samuel accede a su petición. Es una insti-
tución extraña la que se introduce entonces en Is-
rael con todas las prácticas -el «derecho del rey» (8,
11)- de los reinos cananeos anteriores. Entre las
costumbres importadas, hay que subrayar la impor-
tancia que se le concede en las monarquías orienta-
les al papel de la reina-madre. Los textos oficiales
hacen mención de ella en Asiria-Babilonia (Semíra-
mis, a quien los asirios llamaban Sammuramat), en
Ugarit, en el imperio hitita y sobre todo en Egipto
(cf. H. Cazelles, La mere du Roi-Messie dans [,An-
cien Testament, en Maria et Ecclesia, V. Roma
1959, 39-56).
En la corte de Judá, la madre del rey ocupa un
lugar honorífico y goza de ciertas prerrogativas. Se
la llamará gebirá (cf. 1 Re 15, 13), la que da origen
al héroe (geber) que es el rey (2 Sm 23, 1). Betsabé
será la primera Gran dama en Israel. Sin que se
pueda precisar exactamente su poder, está claro -si
se compara la prostración que hace ante David, su
esposo (1 Re 1, 15-16), con la que recibe de Salo-
món, su hijo (1 Re 2, 19)-; que después de la
muerte de David se transformaron por completo su
relación con el poder real y su dignidad. A conti-
nuación, al comienzo de cada reinado en Judá, el
autor del libro de los Reyes anotará con cuidado,
al lado del nombre del rey, el nombre de su ma-
dre.
En los textos proféticos que vinculan la esperan-
za de Israel a la dinastía davídica (según 2 Sm 7,
8-16), la madre del sucesor real se convierte en la
depositaria de la esperanza mesiánica. En esta pers-
pectiva es donde ha de comprenderse la profecía de
la almah de Is 7, 14, así como la de Miq 5 2, que
subraya el papel de la madre en el nacimiento del
rey pastor y salvador, que traerá la paz a su pueblo.
En el contexto tan fuertemente davídico de los
dos primeros capítulos de Mateo, la expresión repe-
tida «el niño y su madre» recuerda esta imagen de la
reina-madre tan estrechamente vinculada a la espe-
ranza mesiánica. En 1, 23, Mateo relaciona expre-
samente el nacimiento de Jesús, por obra del Espíri-
tu Santo, con la profecía de Isaías. Y la cita que
hace, en 2, 6, de Miq 5, 1 supone discretamente la
presencia de «la que ha de dar a luz» de Miq 5, 2.
Pero es Lc 1, 32-33 el que llevará estas insinuacio-
nes a su cumplimiento. Después de anunciar a Ma-
ría el nacimiento de un hijo en términos que se
relacionan también con Is 7, 14, el ángel añade:
«Será grande y será llamado hijo del Altísimo. El
Señor Dios le dará el trono de David su padre;
reinará para siempre en la familia de Jacob y su
reinado no tendrá fin». El trono de David está bien
afianzado, y es a la madre del rey a la que se dirige
el ángel. Notemos que el cumplimiento mesiánico
no cierra el horizonte, que se abre así a la historia
evangélica del reino. Y los creyentes no olvidarán
que ese reino, en sus comienzos, mezclaba íntima-
mente las imágenes del niño príncipe con las de su
madre.
darte muerte». Mt 2,20 repite exactamente las pala-
bras griegas de este pasaje del Exodo, conservando
incluso el plural: «han muerto», siendo así que sólo se
menciona aquí la muerte de Herodes. Y prosiguiendo
la comparación, el contraste se hace más luminoso.
Mientras que Ex 4,20 dice: «Moisés tomó a su mujer
ya su hijo, los montó en un asno y se volvió al país de
Egipto», Mateo dice: «José se levantó, tomó consi-
go al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel»
(2,21). No ya a su mujerya su hijo, sino al niño y a su
madre: al servicio de un misterio que se desarrolla
con él y como a distancia suya... Si Mateo se olvida
del asno, la haggadá cristiana, expresada en la ico-
nografía, se acordará de él y lo reproducirá en todas
las huidas a Egipto.
En esta expresión «el niño y su madre» está claro
que es el niño (to paidion) el que aquí se destaca. Por
otra parte, es él el que mueve invisiblemente todo el
relato y se convierte automáticamente en sujeto del
verbo, cuando no se nombra este sujeto, como en 2,
23: «él será llamado nazareo». En 2, 8-21, to pai-
dion aparece 9 veces, con el artículo definido, repe-
tido incluso donde seria de esperar una forma del
pronombre autos (por ejemplo en 2, 13b y 2, 20b).
Mateo emplea un vocabulario distinto para hablar
de los niños de Belén (paidas: 2, 16) o de los hijos de
Raquel (tekna: 2, 18). Pues bien, la palabra paidion
es la que utilizan los Setenta en Isaías para designar
al Enmanuel davídico, el heredero de la esperanza
mesiánica (Is 7,16; 9,5; 11,6.8).
Con esta configuración real relaciona además
Mateo la figura de María. Es conocida la importan-
cia de la madre del rey en la corte de Judá y el papel
que representó en la dinastía davídica. De hecho, las
maternidades reales anuncian el papel de la madre
del mesías. En efecto, en relación con la madre del
príncipe heredero, la gebirá, es como mejor se com-
prende el signo dado por Isaías sobre la almah que
está encinta (7, 14), Yel de Miqueas, su contemporá-
neo, sobre «la que ha de dar a luz» (5, 2). La esperan-
za mesiánica no está ligada al padre, de quien no
dicen nada estos textos, sino a la madre. La salva-
ción vendrá cuando la madre del mesías lo haya
dado a luz.
Mateo recoge en función de María estas tradicio-
nes davídicas y mesiánicas que tuvieron que circular
por las primeras comunidades cristianas. En otro si-
tio se encontrará la tradición de la reina-madre, en
la corriente joánica, en Ap 12. Vinculando así estre-
chamente a la madre y al hijo heredero del trono es
como Mateo nos señala el papel de María. No hace
de ella el centro de su relato, sino que, a pesar de la
importancia que le concede a José, hijo de David,
mantiene a María en el centro, con (2,11) su hijo. La
iconografía cristiana lo ha comprendido muy bien,
cuando no cesa de presentarnos, a lo largo de los
siglos y en todas las culturas, a la Virgen con el niño,
desplazando quizás un poco el acento mateano que
insistía más bien en el niño y su madre...
Durante el ministerio público
Después de haber vinculado muy teológica y muy
bíblicamente a María con esta dimensión davídica
de Jesús, Mateo no volverá sobre este punto en su
evangelio. Pero esta reflexión primera dará un colo-
rido a todo lo que nos dice de ella a continuación.
Efectivamente, en la lógica de los relatos de la in-
fancia, en donde María concibe del Espíritu Santo y
conoce, por el mismo nombre de Jesús, que su hijo
salvará al pueblo de sus pecados (1, 21), Mateo no
podría prestarle una incomprensión parecida a la
27
que se encuentra en Marcos. Así, pues, recogerá las
tradiciones relativas a la familia de Jesús, pero corri-
giéndolas en parte.
En primer lugar, no conserva la indicación de que
Jesús «habría perdido la cabeza» (Mc 3, 21). Esto
tiene la consecuencia de que suprime, cuando la in-
tervención de los familiares de Jesús (Mt 12, 46-50),
toda oposición entre la familia física de Jesús y la
familia de sus discípulos. la intervención de los pa-
rientes que quieren hablar con él 14 se convierte en
ocasión de una enseñanza sobre la nueva situación
familiar que se deriva del evangelio, del que no
parecen estar excluidos estos parientes. El contexto,
en efecto, es aquí decisivo: lejos de establecer un
paralelismo, como hace Marcos, con la actitud acusa-
dora de los adversarios de Jesús, la intervención de
sus parientes introduce una contrapartida positiva en
el episodio sobre Beelzebul. Y no es posible leer en
Mateo, ateniéndose a su texto, una sustitución o un
rechazo de la familia de Jesús, ni a fortiori de su
madre.
Mateo conoce también la tradición del pfO~eta
rechazado por los suyos (13, 53-58). Pero también
aquí corrige el texto de Marcos suprimiendo la men-
ción «entre sus parientes» (Mc 6, 4), que coincidía
con la reflexión de Mc 3,21. lo que añade a conti-
nuación: «¿No es ése el hijo del carpintero? ¿No se
llama María su madre, y sus hermanos Santiago, Jo-
14 El v. 12, 47, que falta en buenos testigos, parece sin
embargo necesario para lo que sigue.
28
sé, Simón y Judas?», parece a primera vista más
difícil de explicar. Ya hemos discutido la cuestión de
los hermanos. Pero si Mateo depende de Marcos,
¿por qué razón habría transformado el carpintero
de este último en el hijo del carpintero? ¿Y cómo
compaginar esto con el hecho de que José no es el
padre verdadero de Jesús? Atento a la trascendencia
de Jesús, ¿habría vacilado Mateo en presentar a
Jesús como un simple obrero? En realidad, los prime-
ros capítulos han respondido ya a estas cuestiones.
Mateo ha mostrado ampliamente que Jesús podía
ser hijo de José, puesto que fue él el que lo recono-
ció, le dio su nombre y, por así decirlo, su condición
social. No es extraño que lo repita aquí. Al añadir, a
diferencia de lc 4, 22, el nombre de María, su ma-
dre, inmediatamente después, recordaba al lector el
retrato ya hecho en el c. 1: del padre según la ley, de
la madre según el Espíritu. Por tanto, fue la reflexión
de Mateo sobre el misterio del nacimiento de Jesús
la que lo llevó a dar un colorido positivo a las tradi-
ciones familiares de las que Marcos había conserva-
do el aspecto negativo.
En resumen, Mateo ha retenido a propósito de
María, que no interviene nunca directamente en su
relato, el signo de la Virgen que da a luz. Signo de la
gratuidad de la alianza, de la elección imprevisible
de Dios, de su dominio soberano sobre la historia de
la salvación. Sin embargo, no insiste en María. lo
que demuestra en sus relatos de la infancia es la
legitimidad davídica de Jesús. Pero, en cuanto madre
del príncipe heredero, María pertenece para él a
este contexto. Y su presencia, recordada constante-
mente aliado del hijo, marcará a la piedad cristiana
de todos los tiempos.
MARIA
EN EL PROYECTO HISTORICO
Y TEOLOGICO DE LUCAS
El proyecto de Lucas -hablamos de proyecto por-
que él mismo nos ha dicho cuál era su intención- es
indisociablemente histórico y teológico. En el prólo-
go (Lc 1, 1-4), que abre su libro al estilo de los escrito-
res griegos de su tiempo, Lucas se define como histo-
riador. Pero lo que él escribe es una historia sagrada.
Como historiador, tiene sus fuentes y ha recogido los
testimonios de unos testigos oculares. Pero esos tes-
timonios estaban ya teologizados, interpretados
por aquellos que, después de haber sido espectado-
res (autoptaí), se habían convertido en servidores
(hypérétai) de la palabra.
La historia le importa, pero en cuanto que sostie-
ne el designio salvífica de Dios. ¿Historiador de la
salvación o teólogo de la historia? La teología es
siempre la instancia interpretativa, pero no habría
nada que interpretar sin el dato histórico. Si bien
distingue en esta historia tres grandes periodos: el
tiempo de Israel, el de Jesús y el de la Iglesia, Lucas
no los opone, sino que subraya su continuidad. Sin
embargo, el tiempo de Jesús introduce una diferen-
cia cualitativa, la del cumplimiento. Centro de la
historia, es ese tiempo el que da sentido al tiempo
de la promesa que cumple, así como al tiempo de la
Iglesia que lo prolonga.
Sobre este fondo histórico y sobre esta compren-
sión de la historia de la salvación es donde Lucas
traza el retrato de María. Ella pertenece esencial-
mente al tiempo de Cristo. De hecho, es ella incluso
la que inaugura ese tiempo, que hizo posible con su
Fíat. Pero, a partir del acontecimiento realizado,
Lucas, que es también servidor de la palabra, encuen-
tra las huellas de su misterio en las antiguas prome-
sas y relaciona las maravillas que se cumplen en ella
con las maravillas que fueron puntuando la historia
de Israel por obra de Dios. Luego, volviéndose por
así decirlo hacia adelante, se enfrenta con el futuro y
anuncia que María estará siempre presente en la
historia de la salvación que prosigue: todas las gene-
raciones -hasta el final de los tiempos- me llamarán
bienaventurada... Hija de Sión, madre de Jesús, Ma-
ría para Lucas no se separa tampoco de la Iglesia; él
la ve presente en todas las etapas de la historia de la
salvación.
Detodos los autores del Nuevo Testamento, Lucas
es el que habla más abundantemente de María. Muy
ampliamente primero en sus relatos de la infancia,
que no se presentan ya desde el punto de vista de
José, como se hacía en los de Mateo, sino desde el
punto de vista de María. Se encuentran además, en
su evangelio, cuatro pasajes que tienen una referen-
cia a María. Dos de esos pasajes coinciden con las
tradiciones conocidas de Marcos y Mateo (Lc 4, 16-
30 Y 8, 19-21), pero los otros dos pertenecen a las
29
tradiciones propias de Lucas (3, 23 Y11,27-28). En la
segunda parte de su gran obra, los Hechos de los
apóstoles, no habla de ella más que una sola vez (1,
14), pero lo hace en un lugar estratégico, al comien-
zo de toda la historia de la Iglesia, en los relatos de
la infancia de la Iglesia.
Los relatos de la infancia en Lucas
Los dos primeros capítulos de Lucas han dado
origen a innumerables estudios y monografías. No es
fácil dominar toda esta enorme masa de informa-
ciones, ni dar cuenta, en el marco de este cuaderno,
de todos los problemas planteados. Pero al menos,
para entender lo mejor posible lo que Lucas nos dice
de María, habrá que examinar primero algunos pro-
blemas particulares de estos capítulos.
PROLOGO CRISTOLOGICO
Estos dos capítulos constituyen una especie de
prólogo a todo el evangelio. Debido a su fisonomía
particular, sería tentador considerarlos como un
cuerpo aparte, separándolos del resto del evangelio.
El comienzo del c. 3, que multiplica las indicaciones
cronológicas para situar la misión de Juan en la his-
toria del mundo pagano y del mundo judío, señala un
corte profundo, y a primera vista iría en este senti-
do. Así, pues, el evangelio de Lucas podría comenzar
con Juan Bautista, como en Marcos. Pero mirando las
cosas más de cerca, se da uno cuenta de que este c. 3
está unido a los capítulos precedentes y que los pre-
supone (Juan, por ejemplo, es llamado «hijo de Zaca-
rías» y, en 3, 2, la mención del «desierto» remite a 1,
80). Los relatos del bautismo y de la tentación están
más cerca de los relatos de la infancia que de los que
siguen; y la genealogía (3, 23-38) nos sigue mante-
niendo en los comienzos. De hecho, el ministerio de
Jesús no comienza más que con su visita a Nazaret (4,
14). De 1, 1 a 4,13 seguimos estando entonces en los
preparativos, que es conveniente mantener juntos.
30
Para mostrar que los dos primeros capítulos for-
man realmente cuerpo con el resto del evangelio,
sería fácil establecer otros paralelos. Bastará con
observar que Lucas comienza y termina su relato, a
modo de inclusión, en el templo de Jerusalén (1, 9ss
Y24, 53). En el plano del contenido, la confesión de
fe de 1, 32-33.35 (filiación divina) se compagina con
la palabra del Resucitado sobre el Padre en 24,49. Y
es también conocido el paralelismo entre la primera
palabra de Jesús evocando a su Padre en 2, 49 Y su
última palabra en la cruz: «Padre, en tus manos en-
trego mi espíritu» (23, 46). Así, pues, los relatos de la
infancia pertenecen de verdad al evangelio de Lu-
caso Sin embargo, son de un género particular. Igual-
mente, mientras que en el relato del ministerio pú-
blico el misterio de Jesús sólo se va revelando pro-
gresivamente, los relatos de la infancia nos dan ya
desde el principio su comprensión total.
Aun reconociendo estas diferencias, no hay que
separar por tanto los dos primeros capítulos del res-
to del evangelio. Se puede pensar que Lucas los escri-
bió, integrándolos hábilmente en su obra y ponién-
dolos como cabecera de la misma, después de la
redacción global del conjunto, en tiempos de la
composición de los Hechos (veremos que tienen múl-
tiples relaciones con los Hechos), lo mismo que se
escribe un prólogo después de un trabajo, resumien-
do de antemano las riquezas de la obra que va a
seguir. Es verdad que, en lo referente a María, se
dice en estos capítulos mucho más de lo que se dirá
después. Pero el evangelio no irá en contra de ellos,
sino que confirmará más bien el retrato que los dos
primeros capítulos ofrecen de María.
LA ESCRITURA LUCANA
Se ha destacado con frecuencia el estilo particular
de los relatos de la infancia de Lucas. La atmósfera
parece en ellos «maravillosa», casi apocalíptica. Los
ángeles van y vienen del cielo a la tierra, llevando
las propuestas divinas y las respuestas humanas. Para
hablar de estas revelaciones celestiales, Lucas utiliza
la lengua sagrada de los Setenta y calca su estilo
sobre esta Biblia de la diáspora judía. Pero, más aún
que el estilo, es el contenido mismo de la Escritura el
que le va aservir para decir el misterio de Jesús. Lucas
aplica, en su propio texto, el principio que el Resuci-
tado había enseñado a los discípulos de Emaús: «Co-
menzando por Moisés y por todos los profetas, les
interpretó (di-hermeneusen) lo que se refería a él en
todas las Escrituras» (24, 27). Las Escrituras se refie-
ren a Jesús, y Lucas está convencido de ello. Para
hacer comprender quién es Jesús, va a utilizarlas
abundantemente. A primera vista, de una manera
bastante distinta de la de Mateo, que cita explícita-
mente y argumenta en términos de cumplimiento:
~~para Cue se cumpliera...)) {Mt ',2.2; 2, '5.23), «por-
que es lo que está escrito...» (2, 25), «entonces se
cumplió...» (2, 17). Pero en el fondo con el mismo
espíritu.
Solamente. una vez (2, 23-24) cita Lucas expresa-
mente la Escntura. Pero todo su texto en conjunto
e~tá sembrad? de al.usiones bíblicas. Baste, por
eJemp.lo,. una simple ojeada a los márgenes de nues-
tras Biblias modernas para constatar con una evi-
dencia irrefutable que ciertos cánticos que la tradi-
ci?n latina ha llamado Magnificat (1, 46-55), Bene-
dlctus (1,68-79) YNunc dimittis (2,29-32) son verda-
de~as antologías bí~licas. Más aún, Lucas describe y
an~ma ~ I~s personajes de ~u relato a partir de perso-
naJes blblicos que se convierten en tipos de la alian-
za nueva. De este modo, como en filigrana vemos
desfilar por el texto de Lucas las figuras de I~aac, de
~ansón, de Gedeón, de Samuel, de Sara, y podemos
Incluso reconocer allí algunas personificaciones pro-
féticas, como la Hija de 5ión.
T~d? esto coincide con lo que ya hemos dicho, a
proposlto de Mateo, de la atmósfera midrásica que
rod~a a estos r,elatos d~ ~a infancia. Algunos autores
v.acllan todavla en utilizar este término, pero es
siempre en referencia a una definición estricta del
género midrásico que no corresponde ni a la prácti-
ca j~día ni a la exégesis cristiana canonizada, por así
decirlo, por las palabras del Resucitado en Lc 24 27.
Un mayor conocimiento y comprensión de los méto-
dos de la exégesis rabínica 1 invitan a otra actitud.
La noveda~ cristiana es el descubrimiento de que
toda I~ Escntura habla de Cristo y de su Iglesia. Pero,
a partir de esta novedad, los escritores cristianos
sigu.en escribiendo a la manera judía de la época.
DeCIr que Lucas encuentra en la Escritura cristianiza-
da «sus ~ala~ras y su gramática», «unas expresiones y
personaJ.e~ tipO», u~os moldes literarios dispuestos
ya a reCIbIr a su Senor, es decir sencillamente que
Lucas «sigue escribiendo la Biblia con la escritura
mis'!',a de la Biblia.»2. Cuando se reconoce esta pene-
traclon de la Escritura en el texto de Lucas ciertas
argumentaciones q~epodían parecer demasiado po-
co f~~dadas (por ejemplo la que se refiere a la Hija
de SlOn) se hacen perfectamente verosímiles.
Para comprender a san Lucas, por consiguiente,
hay que tener en cuenta el substrato veterotesta-
mentario de su texto, del Antiguo Testamento al que
invoca, al que c~nvoca.... Teneren cuenta lo quese ha
lIam~do su «estilo alus!v~». Esta lectura puede susci-
tar ciertas sospechas. SI bien algunas de las alusiones
son claras e irrefutables, otras realmente no lo son
tanto. Y se plantea entonces la cuestión de siempre:
¿Pensó Lucas verdaderamente en todo esto? ¿Cómo
saberlo? La cuestión, a nuestro juicio, no es la de
saber lo que Lucas pudo pensar. Hay que volver al
1 Cf. P. Lenhardt y M. Collin, Evangelio y tradición de Israel
(CB 73) y La Torá oral de los fariseos (Doe. en torno a la Biblia
20). Verbo Divino, Estella ~9~1; d. también P. Grelot, Los Targu-
mes (Doc. en torno a la Biblia 14). Verbo Divino, Estella 1987.
2 C. Perrot, Los relatos de la infancia de Jesús, 38. El autor
desarrolla esta visión de la escritura lucana en las p. 38ss.
31
texto... y al lector. Con este texto teológico y bíblico
ocurre lo mismo que con un texto poético: los efec-
tos de su lectura pueden depender en gran parte de
la cualidad del lector, de sus antenas, en el caso
presente de su cultura bíblica. Dentro de las posibili-
dades del texto, evidentemente, esta reminiscencia
puede ser que nazca en un lector mientras que otro
no será sensible a ella. Quizá no haya aquí una fron-
tera científica absolutamente precisa. No se lee la
poesía como se lee un manual científico. No se lee la
Biblia desechando los ecos, las huellas que los textos
antiguos, constantemente reinterpretados y largo
tiempo rezados y meditados, han dejado en las co-
munidades que encontraban en ellos su razón de
vivir. En los comienzos de la era cristiana, los textos
bíblicos tenían su historia de lectura. Ycuando escri-
bían, cuando citaban la Escritura, los primeros auto-
res cristianos no hacían abstracción de esto. Más
aún, para ellos Jesús era el cumplimiento de las Escri-
turas. Yesta convicción se convertía en una provoca-
ción a recorrer la Biblia en busca de armonías pree-
xistentes. En este ambiente es en el que escribe
Lucas, dirigiéndose a unos lectores sensibilizados a
esta manera de escribir.
HISTORIA Y TEOLOGIA
Esto no disminuye en nada la historicidad funda-
mental de estos relatos. María no se convierte en un
puro símbolo por el hecho de que Lucas evoque a
propósito de ella la figura de la Hija de Sión. Pero
esta preocupación teológica, midrásica si se quiere,
así como por otra parte el recurso al vocabulario y a
la gramática bíblicas para decir el misterio de Jesús,
invitan al lector a no «historicizar» los detalles de la
narración lucana.
Se plantea aquí la cuestión de las fuentes de Lucas
para estos dos primeros capítulos. Al comienzo de su
evangelio, Lucas escribe: «Como muchos han em-
prendido la tarea de componer un relato de los
acontecimientos que han tenido lugar entre noso-
32
tros, según nos los transmitieron aquellos que fueron
desde el principio testigos oculares (ap'arches autop-
taO y que se hicieron servidores de la palabra, me
pareció oportuno también a mí, después de haber-
me informado cuidadosamente de todo desde el
comienzo (anóthen), escribir para ti un relato orde-
nado...» (1, 1-3). «Desde el principio» (ap'arches)
designa en Lucas, no ya el comienzo de la vida de
Jesús, sino el comienzo de su ministerio (Hch 1, 2.22)
Ymás en concreto su bautismo (10, 37).
Pero la investigación personal de Lucas, «desde
el comienzo» (anóthen), ¿no podría remontarse a
los relatos de la infancia? ¿Habrá que poner a María
entre los testigos oculares que habría consultado Lu-
cas directa (como es lícito pensar) o indirectamente?
¿Concretamente por la tradición de la primera co-
munidad de Jerusalén que presidía Santiago, el «her-
mano de Jesús» con quien trató quizás Lucas (d. Hch
21, 18)? ¿O por una tradición procedente de la co-
munidad de Juan, que parece haber acogido en su
casa a María (d. Jn 19, 27)? Al recordar en dos
ocasiones (en 2, 19 Yen 2, 51) que María «conserva-
ba todos estos acontecimientos (rhemata) y los me-
ditaba en su corazón», ¿quiso afirmar discretamente
Lucas cuál era la fuente primera de sus informaciones?
Volveremos sobre estos textos. De momento, di-
gamos que Lucas tuvo acceso probablemente a algu-
nas informaciones históricas relativas al nacimiento
de Jesús. Desde este punto de vista, vale la pena
subrayar las coincidencias sustanciales con Mateo: la
descendencia davídica de José, la concepción virgi-
nal, el nacimiento en Belén. Para lo demás, convie-
ne que seamos modestos. Es seguro que el testimo-
nio apostólico, fuente primera de nuestros evange-
lios, no se refería a estos comienzos. Exegéticamen-
te hablando, no tenemos los medios para poder
decir más. Esto invita a la prudencia y a la modestia
tanto a los que sentirían la tentación de no ver aquí
más que teología, como a los que les gustaría leer
estos textos como registros exactos de las palabras
de Zacarías, de Isabel, de María, de Jesús... y hasta
del ángel Gabriel.
ESTRUCTURA Y COMPOSICION
DE Le 1-2
A primera vista se observa que el relato de Lucas
establece un estrecho paralelismo entre los orígenes
de Juan Bautista y los de Jesús. Al anuncio a Zacarías
corresponde el anuncio a María; al nacimiento del
Bautista, el de Jesús. Se nos cuentan las dos circunci-
siones. Y el cántico de Zacarías celebra a Juan el
profeta, mientras que Simeón canta en Jesús la salva-
ción preparada para todas las naciones. La existen-
cia de este paralelismo, que llega hasta la elección
de las palabras en las dos anunciaciones, es recono-
cida por todos los exégetas. Pero el acuerdo ya no es
tan grande en lo que se refiere a su interpretación.
Algunos leen aquí una intención polémica o apolo-
gética respecto a los movimientos bautistas que se
opondrían a Jesús; otros ven aquí la proyección sim-
bólica, sobre los orígenes cristianos, de la oposición
entre dos épocas, el tiempo de los profetas y de las
promesas representado por Juan, el tiempo del cum-
plimiento y de la salvación en Jesús. El paralelismo
subraya sin duda alguna el contraste entre Juan y
Jesús. Si el primero es llamado «grande ante el Se-
ñor» (1, 15), Jesús es grande de forma absoluta (1,
31). Si Juan está lleno del espíritu de Elías (1, 17),
Jesús lo estará del Espíritu Santo (d. 4, 1). Incluso
puede admitirse que Lucas hace de Juan como el
símbolo de la antigua alianza -lo cual refleja sin
duda la atmósfera cultual del templo que rodea a sus
orígenes-, mientras que Jesús constituye la alianza
nueva. Pero Lucas no opone las dos alianzas, sino que
subraya más bien su continuidad y articula las dos
épocas. Para él, el profeta que llama a la conversión
(3,8) prepara al mesías que trae la buena nueva de la
salvación (4, 18.21). Pero esta única posición en pa-
ralelo de las dos anunciaciones atestigua una refle-
xión teológica profunda sobre el problema de las
dos alianzas, que fue sin duda la más grave en tiem-
pos de la primera cristiandad. Todo esto muestra
perfectamente en qué hondura teológica hay que
leer estos relatos de la infancia, en los que Lucas se
detiene en el misterio de María.
El anuncio a María (1, 26-38)
GENERO LITERARIO
El anuncio a María pertenece al gran género de
los «anuncios celestiales» de la literatura bíblica. Or-
dinariamente, se clasifica el texto de Lucas entre los
«anuncios de nacimiento» (d. Jue 13, 3-5.7; Is 7,
14-17). Otros comentaristas subrayan más bien el
parentesco de este texto con los relatos de vocación
o de envío en misión (como la llamada de Gedeón
en Jue 6, 11-24). El anuncio a María es seguramente
un anuncio de nacimiento. Por otra parte, aquí, lo
mismo que en el anuncio a Zacarías, no se describe la
misión de la madre (o del padre), sino la del hijo que
va a nacer. Pero nosotros hablaremos más bien de
un género literario de anuncio, en sentido amplio,
de un esquema convencional que sirve de marco y
que podría explicar ciertos elementos del texto, pe-
ro siendo bien conscientes de que toda estructura
formal, obtenida por comparación con otros textos,
sigue siendo hipotética y ambigua y no puede con-
vertirse en el principio último de la interpretación
de un texto. Es el texto mismo, tal como es y en su
lógica interna, el que sigue dominando y el que hay
que explicar.
En el caso presente, por ejemplo, hay que perci-
bir bien que el anuncio a María es «mensaje» más
bien que visión. Mientras que el ángel se aparece (se
hace ver) a Zacarías (1, 11) Yéste lo ve (1, 12), no se
dice nada de esto en el caso de María: ninguna
33
HUA DE SION
34
En un artículo importante, que sigue estando en
la base de las discusiones, S. Lyonnet proponía en
1939 (<<Chaire kecharitomene»: Biblica 20 [1939]
131-141) traducir el chaire de Lc 1, 28, no por un
vulgar ¡salve!, sino por un «alégrate» que vinculaba
las palabras del ángel con las profecías mesiánicas
de Sof 3, 14; 112, 21 YZac 9,9. Ausencia de temor,
gozo, presencia del Señor en medio de la Hija de
Sión y de todo su pueblo: éstos son los temas esen-
ciales de estos mensajes escatológicos. Esta lectura
le conservaba al relato su color judío y le devolvía
los acentos de la alegría mesiánica, alegría tan ca-
racterística de los dos primeros capítulos de Lucas
(cf. 1, 14.44.47; 2, 10). Esta idea ha tenido éxito y
ha sido profundizada por un gran número de marió-
logos y de exégetas (Laurentin, MacHugh, de la
Potterie).
Otros autores, por el contrario, se siguen mos-
trando reticentes; entre ellos están algunos exégetas
influyentes como R. E. Brown, El nacimiento del
Mesías, o J. A. Fitzmyer en su comentario a Lucas
(Anchor Bible, 1981), o el equipo ecuménico que,
con el mismo R. E. Brown, ha sacado el volumen
importante Mary in the New Testament, 1978. Estos
últimos, aunque admiten la posibilidad de la tesis de
Lyonnet (p. 132), no creen que los lectores de Lu-
cas pudieran comprender estas sutilezas (p. 130),
sin una clara indicación por parte de Lucas.
En un largo artículo en Marianum 45 (1983)
9-54, A. Serra ha mostrado que estos textos proféti-
cos sobre la Hija de Sión, y especialmente el de Zac
9, 9, se utilizaban particularmente en el judaísmo
antiguo, que celebraba en ellos su esperanza mesiá-
nica escatológica, en relación por otra parte con los
textos de Isaías sobre la maternidad universal de
Jerusalén (Is 60-61; cf. Sal 87, 5-6). Pero también se
usaban en el cristianismo de los dos primeros siglos,
que descubrían en ellos su realización perfecta en
Jesucristo. Si se recuerda el método de trabajo de
los targumistas, que no inventan nada, sino que
valorizan y actualizan el texto sagrado, parafraseán-
dolo con la ayuda de otros pasajes de la Escritura
que sugieren ciertas conexiones temáticas o ciertas
coincidencias verbales (cf. P. Grelot: Revue Bibli-
que 73 [1966] 209), estas sutilezas no tienen por qué
extrañarnos.
C. Perrot, por otra parte, ha mostrado muy bien
cómo «la historia sagrada lucana, con sus discursos
y sus cuadros tan vivos, sigue en el fondo un modelo
sinagogal de historia de la salvación, de la que LAB
[se refiere a las Antigüedades Bíblicas del Pseudo-
Filón] sigue siendo el testigo privilegiado» (Pseudo-
Filón, Les Antiquités bibliques, n. Cerf, París 1976,
51). El Pseudo-Filón y Lucas son prácticamente
contemporáneos. Sin que intentemos establecer de-
pendencias literarias entre los dos, sus coincidencias
demuestran sin embargo que «las ideas y los temas
más vulgarizados del judaísmo corriente del siglo 1
de nuestra era» (p. 31) eran conocidos por Lucas.
La pertenencia de LAB al ambiente sinagogal fari-
seo anterior a la destrucción del templo nos condu-
ce a la atmósfera midrásica ya mencionada, que
marca también a los dos primeros capítulos de Lu-
caso Por tanto, se puede realmente, sin exagerar,
hablar del «estilo alusivo» de Lucas.
indicación visual, ni siquiera la palabra «aparecerse».
Son las palabras oídas las que la llenan de turbación,
no la visión de un personaje misterioso. Todo se
centra aquí en el mensaje, en la revelación que viene
de Dios para incorporarse a la historia de una joven
de Nazaret. Se ha hablado de apocalipsis en la histo-
ria, en donde lo divino alcanza a lo humano. Es un
lenguaje legítimo, pero dejando bien sentado que,
fuera de la presencia de los ángeles, no se encuentra
aquí ninguno de los procedimientos del género lite-
rario apocalíptico. El texto de Lucas anuncia un naci-
miento, un engendramiento maravilloso que implica
íntimamente, en su cómo, a la persona de María.
Pero el texto va más allá de este punto de vista
personal y se detiene en la revelación inaudita del
misterio contenido en Jesús. Desprendiéndose de la
rigidez de las estructuras formales, el relato de Lucas
mezcla entonces el anuncio de nacimiento con el
apocalipsis, el papel de la madre y el del hijo miste-
rioso de la palabra. Lucas lo señala muy bien en la
respuesta de 1,38 que somete el yo de María: «que
se haga para mí (genoito moi)>>, a la palabra venida
de Dios: «según tu palabra (rhema sou)>>. El aspecto
mariano se somete a la dimensión cristológica.
LA VENIDA DE LA PALABRA
(1,26-27)
El anuncio a Zacarías iba precedido, en 1, 5-10,
por una descripción de los personajes, de sus virtudes
y sus problemas, esbozando una historia, narrativa-
mente, horizontalmente, cuyas consecuencias se na-
rran tras la partida del ángel (1, 21-25). El anuncio a
María, por el contrario, viene directamente del cie-
lo, sin pasos previos. Irrupción divina sobre la tierra.
El ángel, símbolo de la comunicación con el mundo
de arriba, es el actor principal, el que entra (eisel-
thón: 1,28), Y el que sale al final (apelthen: 1,38).
Se puede decir que él es, por esencia, portador de
una revelación de parte de Dios. Con frecuencia en la
Biblia, el ángel de YHWH pronuncia las palabras del
mismo YHWH. Los ángeles son enviados para que
escuchemos la palabra de Dios. Aquí se trata de un
ángel conocido, Gabriel, el ángel apocalíptico de
Daniel (8, 16-17; 9,21-27: la profecía de las setenta
semanas), el especialista del fin de los tiempos, el
anunciador del tiempo de la salvación. El lector que-
da advertido: lo que va a pasar afecta a la era
mesiánica. La dimensión narrativa es reducida, pero
suficiente: la joven es de Nazaret, está prometida en
matrimonio (mnesteuó: es la misma palabra que en
Mt 1, 18) a un hombre llamado José, de la casa de
David. Históricamente se puede advertir que la tradi-
ción de Lucas coincide con la de Mateo. Pero esta
mención es ante todo teológica, y la casa de David
esboza el tema del mesianismo davídico. Finalmen-
te, la palabra parthenos, que puede traducirse segu-
ramente por muchacha joven, introduce sin embar-
go el tema de la virginidad, que confirmará la clara
respuesta de María: «No conozco varón...» (1, 34).
Alégrate (1, 28)
El ángel saluda a María. No había saludado a
Zacarías. Aquí el saludo es ya el mensaje: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo: chaire kecha-
ritómene, ho kyrios meta sou». La palabra chaire
(pronunciar jaire) es la forma normal del saludo en
griego, como puede verse en Mt 26, 49; 28,9. Pero
Lucas no tiene estos pasajes. La expresión se encuen-
tra también en los Setenta. A veces, en los libros
escritos o transmitidos en griego, tiene el sentido
del saludo griego; pero otras veces, en los libros
traducidos del hebreo, tiene el sentido de alegrarse,
en referencia al gozo que manifiesta el pueblo ante
una intervención de Dios. En particular, encontra-
mos cuatro empleos idénticos de chaire en los Se-
tenta y, de estos cuatro, en tres ocasiones se dirigen
a la Hija de Sión (JI 2, 21-23; Sof 3, 14; Zac 9, 9) 3,
para invitarla a la alegría mesiánica.
3 El cuarto empleo, Lam 4, 21, que se dinge a la hija de
Edom, es irónico. Pero indica bien que chaire significa real-
mente «alegrarse».
35
Es la misma invitación que se oye en el anuncio a
María: el ángel recoge la fórmula empleada por los
profetas para invitar a la Sión escatológica a ale-
grarse por la salvación que Dios le va a conceder.
Sofonías exclamaba: «iLanza gritos de júbilo (chai-
re), hija de Sión!... ¡Alégrate..., hija de Jerusalén!
YHWH es rey de Israel en medio de ti. No temas,
Sión, YHWH (Kyrios) tu Dios está en tu seno (literal-
mente: en ti) como héroe (dynatos) que te salva» (3,
14-17). En un texto muy conocido del Nuevo Testa-
mento (cf. Jn 12, 15 YMt 21, 5, cuya introducción, sin
embargo, está sacada de Is 62, 11), el profeta Zaca-
rías escribía igualmente: «iAlégrate..., hija de Sión!
¡Grita de gozo, hija de Jerusalén! ¡He aquí que tu rey
viene a ti...!» (9, 9). En otras palabras, las promesas
se cumplen. María personifica a la Hija de Sión,
acoge la buena nueva en nombre de Israel. La pre-
sencia de YHWH en la Hija de Sión se actualiza de
una manera imprevista en el misterio de la concep-
ción virginal. El Enmanuel de Is 7, 14, a quien aluden
quizás las palabras del ángel: «El Señor está conti-
go», se hace realidad.
Llena de gracia (1,28)
El ángel saluda a María como a la que «ha recibi-
do la gracia». Kecharit6mene es el participio pasivo
de un verbo bastante raro, charit06, que sólo se
encuentra, en el Nuevo Testamento, en Ef 1, 6. Es un
verbo causativo, que realiza algo en el objeto. Aquí,
el tiempo del verbo remite a una acción pasada
cuyos efectos permanecen: María ha sido agraciada,
ha sido hecha graciosa. ¿Corresponde esta gracia a
la hyiothesía, la filiación adoptiva de Ef 1, 5, con la
que Dios nos ha «colmado»: echarit6sen (1, 6), Yque
se explicita en 1, 7: la liberación, el perdón de los
pecados, según la riqueza de su gracia (en donde se
repite de nuevo charis)? Aunque no hay que enten-
der esta palabra gracia en el sentido que le dará
luego la teología escolástica, el término abre una
perspectiva indefinida sobre la acción del amor de
Dios en María. María está tan colmada de ella que
no tiene otro nombre que la defina: es la I/ena-de-
36
gracia. Pero este obrar de Dios en ella tiene una
orientación, tal como explica a continuación el án-
gel en 1, 30, un versículo que podría ponerse en
paralelismo con 1,28: «No temas (cf. alégrate), Ma-
ría, porque has encontrado gracia (charin) ante Dios
y he aquí que vas a estar encinta...», Kecharit6mene
es su nombre de vocación, orientado totalmente a la
maternidad mesiánica, divina, del Hijo de Dios.
EL MENSAJE CRISTOLOGICO
(1, 31-35)
y el ángel pasa entonces a la revelación fantásti-
ca. En la casa de Nazaret, la historia milenaria de
Israel llega a su cumplimiento, al mismo tiempo que
la promesa se abre a las naciones (cf. 2, 32). En la
continuidad, pero también en la novedad más abso-
luta, puesto que el mismo Hijo de Dios nace como
hombre. Aunque no utiliza ninguna fórmula de cita
en esta ocasión, Lucas introduce la revelación con las
palabras de Is 7, 14, citadas ya por Mateo (1, 23),
pero dirigiéndolas expresamente a María. No se
e'llota ya a la parthenos en tertera persona, sino que
está presente. Es María a la que se invita a dar al
niño el nombre de Jesús 4. Es el mismo nombre que
un ángel le había revelado igualmente a José en
Mateo, aunque explicando su significado (<<Dios sal-
va»: Mt 1,21) Yreservando su designación a José, hijo
de David. En Lucas, sin embargo, está muy presente la
idea de la salvación: un ángel del Señor anuncia a los
pastores de Belén que les ha nacido un salvador (2, 11)
y la misma palabra salvación va puntuando los cánticos
de Zacarías (1, 69.71.77) Yde Simeón (2, 30).
Mesías davídico (1, 32-33)
El niño que va a nacer es el heredero de las
promesas davídicas. El texto de Lucas está muy cerca
de la profecía de Natán en 2 Sm 7, 9-16:
4 En 2, 21, Lucas se mantendrá también en la indefinición
del giro pasivo: «fue llamado, se le llamó».., ¿Para no compro-
meter la referencia davídlca vinculada a José?
le 1, 32-33
Será grande y será llamado
Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará
el trono de su padre David.
Reinará sobre la casa de Jaeob
para siempre
y su reinado no tendrá fin.
Hijo delAltísimo es aquí un título mesiánico; es el
epíteto clásico del rey, hijo de David (2 Sm 7,14; Sal
2, 7; 89,27). Esta cristología davídica se desplegará
particularmente en el cántico de Zacarías, que es un
himno al triunfo del mesías davídico. En 1,69, Zaca-
rías bendice al Señor que «nos ha suscitado una fuer-
za (cuerno) de salvación en la familia de David» (1,
~9). Y la Anatolé venida de lo alto de 1, 78 designa
Sin duda al germen que surge del tronco de David (Jr
23,5; palabra que se convierte en un nombre propio
en Zac 3, 8; 6, 12), pero sobre todo designa al astro
mesiánico que trae la luz (Nm 24,17; d. Is 60,1, Yel
sol de justicia de Mal 3, 20), que Mateo conocía bien.
Lleno de expresiones del Antiguo Testamento, este
h.i~no canta «cristianamente» sin embargo, en rela-
clan con el precursor, la salvación ya adquirida. Al
añadir: «su reinado no tendrá fin», Gabriel amplía
el horizonte y remite discretamente al reinado eter-
no del Hijo del hombre de Dn 7, 14. El mismo nom-
bre de Gabriel y su papel en lc 1 no tienen, por otra
parte, más antecedente en el Antiguo Testamento
que este libro de Daniel (8, 16; 9,21).
Rom 1,4
según el Espíritu de santidad
con poder (en dynamei),
establecido hijo de Dios
por la resurrección de entre los muertos.
5 La ha hecho muy bien L. Legrand, primero en dos artícu-
los: Féeondité virgina/e se/on I'Esprit: NRT 84 (1962) 785-805,
2 Sm 7, 9.14.16
Yo te daré un gran nombre.
El será para mí un hijo...
Yo afianzaré para siempre
su trono real...
Tu casa ytu reinado
se afianzarán
para siempre.
Hijo de Dios (1, 35)
Yel ángel de lucas pasa a continuación al anuncio
in~udito del.n~cimiento del Hijo de Dios. Mientras que
HIJo del AltJSJmo en el v. 32 no superaba el sentido
mesiánico de 2 Sm 7, 14, el título de Hijo de Dios
coincide con la confesión cristiana. lucas señala dos
e~~pas en la historia de la salvación, según una gradua-
clan muy al gusto de su teología de la historia de la
salvación (d. la misma perspectiva en 22, 67 Yen 22,
70). La fe en Cristo anunciada por la comunidad de
Lucas (1, 35) cumple las promesas del Antiguo Testa-
mento (1, 32-33). Se trata de un montaje teológico
por el estilo de otros que encontramos en el Nuevo
Test~mento, especialmente en la confesión de fe pre-
paulina de Rom 1, 3-4. También allí se presenta la
cristología en dos niveles. En el nivel terreno Jesús es
hijo de David. En el nivel de su exaltación, ~r medio
de la resurrección, es hijo de Dios. Es la perspectiva que
recoge Lucas. Lc 1, 32-33 es paralelo de Rom 1 3
mientras que Lc 1, 35 está en el mismo nivel que Ro~
1, 4. La comparación entre estos dos textos resulta
fascinante s. En efecto, cada uno de los términos de
Rom 1, 4 encuentra su equivalente en Lc 1, 35:
lc 1, 35
El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder (kai dynamis)...
será llamado hijo de Dios
el que va a nacer.
y L'arriere-p/an néo-testamentaire de Le 1,35: RB 70 (1963)
161-172, Y luego en su obra L'annonee aMarie (Lectio divina
106). Cerf, Paris 1981, 147-151.
37
¿PROPOSITO DE VIRGINIDAD?
38
La pregunta de María en Lc 1, 34 sigue preocu-
pando a los comentaristas. María afirma, en lengua-
je bíblico, que es virgen. El texto está en presente.
De suyo no dice nada sobre el futuro. Pero ¿cuál es
entonces el sentido de esta pregunta?
Hay que decir ante todo que el v. 34 no es un
simple motivo literario, exigido por la estructura
formal de los relatos de anuncio. Este pasaje intro-
duce una novedad muy importante: el detalle de la
concepción virginal. Pero este detalle no debe inter-
pretarse a nivel histórico-psicológico, como si Lucas
hubiera recibido un registro de las palabras del án-
gel y de la pregunta de María. La lógica de esta
pregunta no debe buscarse a nivel del estado aními-
co de María, sino a nivel de la escritura teológica de
Lucas.
Es Lucas, escritor inspirado, el que nos ofrece
su retrato teológico de María. Mediante la pregunta
de María, Lucas introduce en su texto el dato que
ha recibido de la tradición, que él conoce y acepta,
de la concepción virginal de Jesús. Pero la fuente de
este dato no es -a nivel del relato de Lucas- la
psicología de María, sino la fe de la comunidad
cristiana portadora de esta tradición. Esto no ex-
cluye la realidad histórica de la Virgen de Nazaret;
excluye que tengamos aquí sus ipsissima verba, in-
troduciéndonos en los sentimientos profundos de su
alma.
En un largo artículo, 1. de la Potterie ha tocado
recientemente esta cuestión «<Kecharitómené» en
Lc 1, 28: Biblica 68 [1987] 357-382; 480-508). A
propósito de kecharitómené, demuestra el sentido
causativo de charitoun y que el tiempo perfecto
implica una transformación ya realizada en María,
anteriormente y con vistas a la maternidad que se le
va a anunciar. Convencido sin embargo por los
argumentos estrictamente gramaticales de E. Dele-
becque (Biblica 65 [1984] 353-355), cree que el án-
gel invita a María a regocijarse, no por el gran gozo
mesiánico anunciado por los profetas, que marca
sin embargo tan evidentemente estos capítulos de
Lucas, sino por lo que la gracia de Dios ha hecho en
ella, y traduce: «Alégrate de ser (de haber sido)
transformada por la gracia» (p. 382).
Más aún, 1. de la Potterie supone que esta trans-
formación, significada por el kecharitómené, desig-
na en María un secreto deseo de virginidad, una
propensión espiritual profunda a la vida virginal,
que expresaría precisamente en su pregunta de Lc
1,34. Así, pues, Gabriel invitaría a María a alegrar-
se por ese deseo secreto de virginidad que alberga
en su ánimo. Parece ser, sin embargo, que la pers-
pectiva ha de ensancharse. Va mucho más allá de
las preocupaciones personales, y el gozo recae aquí
en la obra prodigiosa e inaudita que se anuncia: el
nacimiento humano del propio Hijo de Dios.
Los tres temas fundamentales del Espíritu, del
poder y de la filiación divina se encuentran en Pablo
y en Lucas. Este no inventa nada. Su originalidad,
ciertamente grande, consiste en referir a los oríge-
nes mismos de Jesús la sintesis cristológica que vincu-
laba a la resurrección la investidura de Jesús como
Hijo de Dios con poder. Jesús es Hijo de Dios desde su
concepción, ya que, desde ese momento, está for-
jado de Espíritu y de poder. Recogiendo la fórmula
prepaulina, Lucas refiere a la concepción de Jesús lo
que la primera tradición, y Pablo con ella, habían
referido a la resurrección. Para Lucas, ya desde la
concepción, ejerce su obra el Espíritu vivificante, el
Espíritu creador, produciendo en Jesús la transforma-
ción escatológica de la humanidad.
Pero, por eso mismo, Lucas nos invita a prolongar
el paralelismo. Lo que ocurre en el seno de la Virgen
en la anunciación es por consiguiente el misterio que
iba a «manifestarse» gloriosamente en la mañana
de pascua. En la resurrección de Jesús y en su concep-
ción es el mismo Espíritu el que realiza la misma
obra. En el sepulcro, como en el seno virginal, el
Espíritu vivificante lleva a cabo la creación nueva.
Pero esta perspectiva da entonces el sentido lucano
de la virginidad de María. En el relato de Lucas, la
virginidad de María no es una virtud que tuviera su
valor propio, una forma heroica de la virtud de la
castidad. Es una pobreza, el equivalente a la muerte
en el sepulcro. Este es el sentido que María da a su
virginidad en el Magníficat cuando canta su debili-
dad y el poder del Altísimo. Su bajeza, tapeinósis de
1,48, coincide con el oneidos, la vergüenza de Isabel
en 1,25. Esta era exactamente la miseria de Ana, la
madre de Samuel, cuyas palabras recoge literalmen-
te el Magnificat de María, cuando decía: «Si quisie-
ras mirar la miseria de tu sierva: ean... epiblepses epi
ten tapeínósin tes doules sou...» (1 Sm 1, 11). Como
se ha escrito, «la virginidad invierte el sentido de la
historia de Israel... En un pueblo en el que la historia
se percibe y se quiere como preñada de un porvenir
que hay que concebir en cada momento presente, la
virginidad no tiene sentido más que al final... No
puede ser... más que un objeto de lástima»6. La virgi-
nidad es aquí pobreza. No manifiesta un esfuerzo de
purificación, sino que es una actitud ante Dios, una
actitud teologal. Es la actitud de los pobres, de los
anawim, la de los clientes de Dios que se entregan a
él por completo.
NO CONOZCO VARON (1, 34)
y esto nos lleva a la pregunta de María en el v.
34: «¿Cómo se hará esto, si no conozco varón?». Es
un texto difícil, como demuestra el gran número de
explicaciones que se han propuesto sobre él 7. María
pregunta qué es lo que ha de hacer. Su pregunta no
expresa una duda, una negativa ni una falta defe. En
la construcción paralela de las anunciaciones, Zaca-
rías y María se oponen como la duda y la fe (d. 1,20
Y 1, 45). Sobre todo desde san Agustín, se ha creído
muchas veces que María oponía a la propuesta del
ángel un voto de virginidad que habría hecho. Ha-
blar de un voto como tal resulta evidentemente ana-
crónico. Por otro lado, la virginidad no era ni mucho
menos exaltada especialmente en Israel. El celibato
de las gentes de Qumrán es una excepción tan sólo
aparente, ya que procedía de una preocupación por
la pureza ritual, que nada tiene que ver con el caso de
María. Sin embargo, para explicar este v. 34, se sigue
hablando hoy, si no de un propósito de virginidad
(¿cómo explicar en ese caso su matrimonio?), sí al
menos «de una orientación, de un atractivo profun-
do por la vida virginal, de un secreto deseo de virgi-
nidad, experimentado y existencialmente vivido en
María, pero que no pudo todavía tomar la forma de
una resolución, ya que era imposible en el ambiente
social en que vivía»8. Esto es situarse demasiado, al
6 Jean Audusseau: Cahlers marials 72 (1970) 85.
7 L. Legrand ha hecho una presentación y una evaluación
interesante de ellas en L'annonee aMarie, 236-243.
8 1. de la Potterie, Marie dans le mystere de /'A/lianee.
Desclée, París 1988,61.
39
parecer, en el nivel de la psicología de los persc;>na-
jes. Pero no hemos de leer a Lucas en este nivel
Según J. Gewiess. «No hay qu.e comprend~r esta
pregunta a partir del acontecimiento, ~omo SI fuera
expresión del estado de ánimo de Maria [...j. Para el
evangelista, la pregunta es un medio literario para
hacer comprender debidamente al lector que la con-
cepción porel Espíritu postula un nacimien~ovirginal
y que María engendró al mesías permane~l~ndo vlr-
gen»9 Esta posición es razonable. Nos sltua en el
nivel de la teología profunda del relato, en donde
no se trata en primer lugar de lo que le ocurre a una
joven de Nazaret, SinO de la filiación divina de Jesús
por medio de la concepción del Espíritu. Se trata de
la fe en el Hijo de Dios.
BAJO LA SOMBRA DEL PODER
Pero hemos de volver a 1, 35, que parece inago-
table. Lucas utiliza el verbo episkiazó: «el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra». Volverá a usar
este verbo en la transfiguración, en donde la nube,
slmbolo de la presencia de Dios, cubre a los dis~ípu­
los: «sobrevino una nube que los tomaba baJo su
sombra: egeneto nephele kai epeskia~e,!autous» (9,
34). Se ve aquí comúnmente (TOS, BIblIa de Jerusa-
lén) una alusión a la toma de posesión del santuario
por parte de YHWH, que se n~rra en Ex 40, 35.
Moisés no puede entrar en la tienda, «porque la
nube reposaba sobre ella: hoti epeskiazen ep'auten
he nephele» (d. también skiazó en N.~ 9, 18.~2). La
palabra evoca a la Sekiná, la habltaClon de DIos en
su templo. Aplicada a M.aría, harí? de ~lIa el nuevo
santuario en donde habita la gloria divina encarna-
da en Jesús. El estilo bíblico de Lucas permite, autorl-
9 J Gewless, DIe Manenfrage Lk " 34 Blblische Zeltschnft
5 (1961) 253 La traduCClon es de L Legrand, o e, 240
40
za, esta lectura. Y lo CIerto es que, al ser madre del
Hijo de Dios, María sera sin duda, y de manera singu-
lar, el nuevo lugar de la presenCIa divina.
CONCEPCION VIRGINAL
Y FILlACION DIVINA
La última parte del v. 35 es introducida por un
«por eso: dio kai», que hemos de explicar. Exegéti-
camente, se mantendrá que esta expresión estable-
ce un vínculo causal entre la concepción virginal y la
filiación divina o, más exactamente, el reconoCI-
miento de la filiaCIón divina. Esto aparece con
mayor claridad todavía cuando se da un sentido al
kai y se traduce: «es precisamente por eso.. por lo
que será llamado HIJO de Dios». En efecto, para Lucas
la concepción virginal sólo se debe a la intervención
del poder del Altísimo. Es una creación del Esplritu. Y
esto es lo que permite (dio kai: precisamente esto)
el reconoCImiento de la filiaCIón diVina de Jesús. El
punto de partida de la fe en la divinidad de Jesús no
es la concepción virginal, SinO el misterio de la resu-
rrección. La concepción virginal no lleva consigo la
divinidad de Jesus: esto es de otro orden. Pero Lucas
la presenta aquí como un signo que permite recono-
cer esta trascendencia, de la que discutirá intensa-
mente la teología en las épocas posteriores... Por
otra parte, la concepción virginal no es, como se ha
dicho, «un signo dado con vistas a la fe...; es un signo
dado en la fe»lO. Es un signo que no se puede recono-
cer más que luego, en la fe, bajo la luz pascual.
10 Cf B Sesboue, Jesus-Chnst dans la tradltlOn de I'Egllse
Desclee, Pans 1982,86. El subrayado es nuestro, cf tamblen p
89 «No podemos reconocer estos signos mas que en la fe, ya
que cualquier otro contexto los hana partICularmente sospe-
chosos»
¿NACIMIENTO VIRGINAL?
El final de Lc 1, 35 es difícil de traducir. Muy
literalmente y siguiendo el orden de las palabras,
tenemos: «por eso lo que va a nacer santo (hagion)
será llamado Hijo de Dios». La dificultad estriba
en la palabra hagion. O bien se hace de ella un
sujeto y se traduce: «el (niño) santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios» (L. Legrand), o bien se
hace de ella un atributo del verbo ser sobreentendi-
do: «el que va a nacer será santo» (TOB, Biblia de
Jerusalén), o bien se la convierte en un atributo del
verbo llamar: «será llamado santo, Hijo de Dios»
(Laurentin). 1. de la Potterie (cí. Marie dans le
mystere de (,Alliance, 64-66, 142-144) sugiere leer-
lo, sin desplazarlo, muy literalmente, como atribu-
to de nacer, como cuando se dice: nacer ciego,
nacer pobre... , o como un cuasi-adverbio que mo-
difica el verbo «nacen> (Maldonado): «lo que va a
nacer santamente será llamado Hijo de Dios». Esta
lectura lleva consigo algunas consecuencias. Tras la
concepción virginal bajo la acción del Espíritu San-
to (1, 35a), la segunda parte del versículo haría
alusión al nacimiento virginal, a la virginidad in
partu, de la que se decía ordinariamente que no se
mencionaba (o no recibía apoyo) en el Nuevo Tes-
tamento.
La santidad de la que aquí se habla sería la
santidad ritual, en el sentido de la tradición levíti-
ca. Esta considera que todo nacimiento, por la
efusión de sangre que lleva consigo, hace a la ma-
dre impura, en el sentido ritual de la palabra. De
ahí las exigencias de purificación para la madre (cí.
Lv 12, 1-8), que tiene que seguir purificando su
sangre (sus sangres, en hebreo) durante 40 u 80
días, según se trate de un hijo o de una hija. Leyen-
do, en Jn 1, 13, el verbo «nacer» en singular y
entendiéndolo así del nacimiento de Jesús, 1. de la
Potterie relaciona también el «no de sangres: ouk
ex haimatón» del mismo pasaje de Jn a las leyes
rituales de purificación de Lv 12, 4-7, que emplean
precisamente la palabra sangre en plural. Jesús, al
nacer, no habría causado efusión de sangre en su
madre.
¿Qué pensar de todo esto? Esta lectura es gra-
maticalmente aceptable. La interpretación de esta
santidad a partir de Lv 12 es ingeniosa e interesan-
te, pero Lucas no parece haber comprendido así su
texto, ya que hace venir a María al templo para
purificarse (2, 22-24). Aunque en Lc 2,22 el autón:
«su purificación (de ellos)>> sigue siendo difícil de
explicar (porque la ley no prescribía la purificación
del marido ni la del hijo), esta purificación concier-
ne al menos a la madre. Y éste es precisamente el
contexto del Levítico (cí. 2, 24, que cita Lv 12, 8).
Así, pues, esta referencia al nacimiento virginal
sigue siendo hipotética. Recordando el hagion del
Magnificat: «Santo es su nombre: hagion to onoma
autou», se aceptará más bien la tercera traducción:
«será llamado santo, Hijo de Dios». Esta atribu-
ción del nombre de santo aparece de nuevo en 2,
23, donde Lucas, modificando a Ex 13, 1, repite
deliberadamente las dos palabras: «llamado san-
to». Pero santo es también el nombre específico de
Dios y, aclarando a Lc 1, 35, santo de Dios e Hijo
de Dios se dirán equivalentemente de Jesús en Lc
4,34y4,41.
41
¿«TEOLOGUMENO»
o REALIDAD HISTORICA?
Mateo y Lucas mencionan expresamente la con-
cepción virginal de Jesús. Pero sus relatos ¿serán
solamente teología sin que, por detrás de ellos, po-
damos alcanzar una realidad? Se ha hablado a este
propósito de teologúmeno, es decir, de «escenifica-
ción de una teología», de «representación imagina-
da de una afirmación de fe», de «historicización» de
lo que era, en su origen, una declaración teológica.
Desde hace unos veinte años, muchos autores católi-
cos han entendido así la concepción virginal de Je-
sús, sin considerar por ello que se tratase de una
interpretación «reductiva». Lo mismo que no parece
«reductor» decir que la bajada y la predicación de
Jesús a los infiernos (d. 1 Pe 3, 19-20) no es un
hecho histórico, sino una afirmación doctrinal que,
con la ayuda de unas imágenes, quiere afirmar la
dimensión redentora universal de la muerte de
Cristo, de la que no hay por qué buscar huellas en la
historia.
Chocamos aquí con el difícil problema de la veri-
ficación histórica. Como sabemos, los textos evan-
gélicos no son documentos de historia en el sentido
técnico de la palabra. Son testimonios de fe. Por
medio de ellos, lo que el exégeta (el lector) alcanza
directamente es una interpretación de los gestos y
de las palabras de Jesús, una interpretación hecha a
la luz de la pascua. Los evangelios nos transmiten lo
que Jesús dijo e hizo, más el sentido que tenían esos
acontecimientos y esas palabras, pero que no fue
reconocido hasta después de la resurrección (d. Jn 2,
22; 12, 16; 14,26). Esto tiene como consecuencia la
relativización, históricamente hablando, de los de-
talles de los relatos evangélicos.
Pero esto tiene también la consecuencia, que no
suele observarse tanto, de mantener la historicidad
de base de los elementos evangélicos. El vínculo
entre lo pre-pascual y lo post-pascual es constitutivo
42
de la noción misma de evangelio. No se puede ates-
tiguar de la resurrección más que cuando se ha acom-
pañado a Jesús después del bautismo de Juan (Hch 2,
22). Porque es ese Jesús, que vivió y murió de tal
manera, el que Dios resucitó. Es una vida real, real-
mente humana, la que Dios confirmó, a la que él
dijo sí, resucitando a Jesús. La luz de la pascua no
suprime la vida terrena de Jesús. Al contrario, la
confirma.
Es verdad que los relatos de la infancia, como
hemos visto, no pertenecían al kerigma primitivo,
pero no dejan de ser evangelio. ¿No es posible creer
que las tradiciones relativas a la infancia de Jesús,
puestas por el mismo Lucas inmediatamente después
de su prólogo histórico (1, 1-4), hayan recibido algu-
nos retoques? Estos relatos, sin duda, están más teo-
logizados, son más midrásicos, pero las coinciden-
cias entre las tradiciones independientes de Mateo
y de Lucas invitan a no rechazar toda historicidad.
En todo caso, estas coincidencias nos remiten a una
tradición anterior, que es la fuente de su información
común.
¿Es posible remontarse más lejos? ¿De dónde era
posible sacar, en particular, esta idea de la concep-
ción virginal? Algunas investigaciones rigurosas han
mostrado que no se encuentra esta idea ni en el
mundo pagano ni en el judaísmo. Ni en el mundo
pagano, donde los «paralelos» (Buda, Krisna, Egip-
to...) suponen siempre una hierogamia, en la que un
ser masculino divino impregna de alguna forma a
una mujer. Ni tampoco en el judaísmo: el texto de Is
7, 14, incluso en la traducción de los Setenta que
traducen almah por parthenos, no hablaba de con-
cepción virginal.
Por tanto, no es a partir de la tradición judía, sino
de otro conocimiento, como Mateo y Lucas habla-
ron de la concepción virginal de Jesús. La referencia
al relato extraño del nacimiento de Melquisedec
(concepción milagrosa, no estrictamente virginal, y
sin referencia al Espíritu Santo) según el Henoc esla-
vo (c. 23) no tiene aquí aplicación alguna, como
tampoco las alegonas de Fllon sobre la generaclon
de las virtudes en el alma humana 11
(No sera posible entonces remontarse a una
fuente hlstonca y apelar al testimoniO de la misma
Mana? (No ya directamente, SinO una vez mas a
traves de tradiciones conservadas en la comunidad
de Jerusalen o en la comunidad joanlca? Los vlnculos
entre la obra lucana y la tradlclon joánlca en particu-
lar se han subrayado con frecuencia Se venan refor-
zados SI, leyendo Jn 1, 13 en singular, se reconociera
en el una aluslon a la concepclon virginal de Jesus
Pero no es posible superar aqul el nivel de las hlpote-
SIS Entre ellas, Sin embargo, mencionaremos la de
R E Brown, autor eXigente y presentado a veces
como un adversano de la hlstonCldad de la tradlclon
de la concepclon virginal, que termina Sin embar-
go su InvestlgaclOn hlstónca declarando que «es
mas facll explicar los datos del Nuevo Testamento
(relativos a la concepclon virginal) suponiendo una
base hlstonca en lugar de una creaclon teologl-
ca»12 Recordaremos ademas que «la IgleSia anti-
gua tomo sumamente en seno esta aflrmaclon CrJS-
tologlca y defendlo a la vez el hecho y su sentl-
11 Cf P Grelot, La nalssanee d'lsaae et eelle de Jesus Sur
une mterpretatlOn «mythologlque» de la coneeptlOn Vlrgma-
le NRT 94 (1972) 462-487 Sobre los problemas de dataclOn
de los fragmentos del Henoe eslavo y la leyenda de Mel
qUlsedec, cf J H Charlesworth, The Old Testament Pseudepl-
grapha Doubleday, Nueva York 1983, 1, 94-97
12 R E Brown, El naCImIento del Meslas Cristiandad, Ma-
drid 1982, 552
do»13 La exegesls mas ngurosa no nos inVita tam-
poco a rechazar el hecho en aras del sentido ASI,
pues, plenamente de acuerdo con lo que hemos
llamado el proyecto hlstonco y te%glco de Lucas,
mantendremos que, para el tercer evangelio, la
concepclOn virginal de Mana es tamblen hlstona y
teologla
SIGNO Y RESPUESTA (1. 36-38)
Es la concluslon del mensaje del angel, que le da
un signo a Mana, Sin que ella se lo hubiera pedido
Las ultimas palabras son Importantes, se las suele
tradUCIr aSI «porque no hay nada Imposible para
DIos» Intentando atenerse mejor al texto, E Oele-
becque propone esta otra traduCClon «porque, VI-
niendo de DIos (para tou theou), ninguna palabra
quedara Sin efecto (ouk adynatesel)) Las palabras
ouk adynatesel son una aluslon Importante al tema
de la dynamls divina de 1, 35, tema que celebrara la
misma Mana en su cantlco «El Poderoso (ho dyna-
tos) ha hecho en mi cosas grandes» (1, 49) Toda la
escena de la anunClaClon queda como condensada y
resumida en esta palabra (rhema) que el poder de
DIos puede convertir en aconteCImIento Y es a esta
palabra a la que Mana presta su fe y su consenti-
miento «que me suceda segun tu palabra genolto
mOl kata to rhema sOUJ) No se trata de un flat
reSignado, SinO de un alegre deseo (señalado por el
optatiVO), una respuesta al A/egrate del prinCipiO
13 B Sesboue, o e, 82
43
María, creyente y servidora (1, 39-56)
EL DIALOGO DE LA ALIANZA
A diferencia del esquema ordinario de los relatos
de anuncio, la escena aquí termina con una respues-
ta. María dice sí al mensaje que se le propone, a la
palabra que resuena en su corazón más aún queen sus
oídos. Hasta ahora, Lucas se había centrado en su
maternidad inaudita. Inaudita en cuanto a su forma
de realizarse: una concepción virginal; inaudita en
cuanto a su fruto: el mismo Hijo de Dios. Traza ahora
el retrato de la creyente. La revelación cristológica
de los v. 32-33 Y 35 es ya, en cierto sentido, la
proclamación de la fe cristiana después de la pascua.
Lucas hace oír a María esta proclamación del evan-
gelio. Y María la acepta, haciéndose así, en la pre-
sentación de Lucas, la primera creyente cristiana.
Pero lo que ahora ocurre supera su historia perso-
nal. Lo que se inaugura en este diálogo es, para
Lucas, la misma nueva alianza (cf. Lc 22,20). La histo-
ria del pueblo de Israel, y la historia a través de él de
todas las naciones de la tierra, había comenzado
por el acto de fe absoluto de Abrahán, que parte
hacia un país desconocido, con su mujer estéril. La
historia de esta alianza, de la que Dios se acuerda, tal
como canta Zacarías (1,72), se renueva en el acto de
fe absoluto de esta virgen que lleva en su seno la
salvación, gloria de Israel y luz de las naciones (d. 2,
30-32). A las propuestas de alianza que antes se le
habían hecho, en el Sinaí o en los rituales de renova-
ción, el pueblo de Israel respondía: «Todo lo que
YHWH ha dicho, lo haremos» (Ex 19,8); «serviremos
a YHWH nuestro Dios, obedeceremos su voz» (Jos 24,
24). Lucas coloca hoy la respuesta de fe del pueblo de
Israel en labios de la servidora, María. Ella es real-
mente, también aquí, la Hija de Sión. Se recordará
por eso la naturaleza esencialmente dialogal de la
alianza, que sigue siendo la noción fundamental de
la teología bíblica. «La alianza enseña que la histo-
44
ria se hace por la asociación simultánea e irrompible
de dos seres comprometidos en ella: el creador y la
criatura, Dios y el hombre... Cooperación -y es éste
el aspecto más importante y el más desconocido de
la alianza- que limita simultáneamente el poder del
hombre y el poder de Oios»14. Al crear libertades,
Dios acepta limitar su poder. En este contexto de la
alianza, el mismo autor hablará también del «asi-
miento del hombre por un Dios que tiene necesidad
de él, tanto y más aún que el hombre tiene necesi-
dad de Dios»15. En estas perspectivas fundamentales
es donde hay que comprender el diálogo entre el
ángel, es decir, Dios y María. En este texto lucano,
que exalta tan fuertemente el poder de Dios, la
virgen de Nazaret es el límite del poder de Dios.
Dios tiene necesidad de ella. No hará nada sin su
consentimiento. El consentimiento de María es un
consentimiento en la alianza.
LA VISITACION (1, 39-45)
Después del obrar de Dios, después de la revela-
ción o, si se quiere, del apocalipsis, la respuesta hu-
mana nos devuelve a la historia. El texto pasa de «la
creyente que recibe la palabra a la 'servidora' que
actúa o, mejor dicho, a través de la cual actúa la
palabra»16. En la construcción literaria de Lucas, la
visitación sirve de puente entre las dos anunciacio-
nes del capítulo primero. La visitación, «a toda pri-
sa» (meta spoudes), es la respuesta que se da al signo
del ángel, lo mismo que la prisa (speusantes) de los
14 A. Neher. Regards sur une tradition. Ed. Bibliophane
1989,37-38.
15 Ibid., 182.
16 L. Legrand. o. c., 222.
pastores respondera al signo dado por el angel (2,
16) ¿Para un servicIo de candad, que evocanan los
tres meses de estancia que pasó Mana en casa de su
panente? 17 QUlza Pero en el nivel de la escntura
teologlCa de Lucas, el encuentro de las dos madres es
ante todo el encuentro del profeta del Altlslmo (1,
17 76) con su Señor (1, 43 45) Al realizar la profeCla
angellca de 1, 15, el niño salta en el seno de Isabel
Incluso antes de que esta abra la boca No hay nln-
gun saludo humano, el texto se Interesa por la acclon
del Esplntu, y el gnto de Isabel es una confeslon de
fe «la madre de mi Señor» (1, 43) Es de nuevo una
escena de revelaClon Pero esta vez los proyectores
se detienen en la madre de Jesus «Bendita tu entre
las mUjeres y bendito el fruto de tus entrañas» Estas
palabras despiertan el recuerdo de las mUjeres del
Antiguo Testamento que ayudaron a librar del peli-
gro al pueblo de DIOS (cf Jdt 13,18) Nos mantienen
en el registro de la hlstona de la salvaClon Despues
de celebrar a la madre, es a la creyente a la que
Isabel proclama bienaventurada «Dichosa tu que
has creldo »18 Pnmera bienaventuranza evangell-
ca, que Lucas relaciona con aquel que es, para el,
como el otro nombre de Mana «la que creyo,>, No
hemos de pensar que fueran estas las palabras mis-
mas de Isabel Este himno a Mana es Sin duda de
construcClon lucana Se trata, en la Escntura misma y
vinculado a la InsplraClon del Esplntu (1, 41), del
comienzo de los himnos cnstlanos a Mana, que re-
petlran sin fin todas las generaciones (1, 48)
17 No tenemos en cuenta la aluslon a los tres meses de la
estancia del arca en Obed-Edom (2 Sm 6, 11), vinculada a la
Identlflcaclon tlpologlca de Mana y del arca de la alianza (cf
R Laurentln, Structure et the%gle de Luc /-/1 Gabalda, Pans
1964, 7981) Esta semejanza y otras Invocadas sobre este
punto siguen siendo demaSiado superficiales
18 El verbo creer parece estar tomado absolutamente En-
tonces, hay que dar un sentido causal a lo quesigue «porque se
cumpllra lo que se le ha dicho por parte del SenoTl>, que es un
eco de 1, 37 «porque, al venlT de DIOS, ninguna palabra se
quedara Sin efecto»
EL MAGNIFICAT (1, 46-56)
A nivel del texto actual, la respuesta de Mana a
Isabel se expresa en un cantlCo que recuerda los
grandes hechos de la hlstona de la salvaClon Es
tamblen una medltaclon Ilnca sobre todo lo que
acaba de realizarse en ella Narratlvamente, es una
rnterrupClon que detiene por unos momentos la ac-
Clon, como el ana de una opera o la IntervenClon del
coro en la tragedia c1aslCa, para destacar el signifi-
cado de lo que esta aconteciendo Se ha observado
ya hace tiempo que el encadenamiento sena mejor
SI se pasara del v 45 al v 56 Es probable que este
cantlCo tuviera un ongen rndependlente del relato y
que se añadiera postenormente al mismo Al poner-
lo en labiOS de Mana, Lucas nos revela la Imagen que
la pnmera IgleSIa se haCIa de ella
El cántiCO es muy parecido al de Ana, la madre de
Samuel (1 Sm 2, 1-10) CántICO de vlctona, evoca
tamblen Irresistiblemente el de Mana, la hermana
de MOIses y Aaron, que arrastro en su seguimIento a
todo un gru?o de mUIeres, danz.ando 'J tocando el
tambonl para celebrar la anlqullaClon del ejérCito
egipCIo baJO las olas del mar «Cantad a YHWH, se
ha cubierto de glona, arroJo al agua caballo y caba-
llero» (Ex 15, 21) Heredera de esta tradlClon, ¿ha-
bna compuesto este canto la misma Mana? Vinien-
do de esta Joven que no ha dado todavla a luz al
meSlas, los acentos guerreros y violentos de los v
51-53, en particular, parecen poco veroslmlles Se
vera mas bien aqul un himno Judeo-cnstlano, que
cantana la venida del meslas y que Lucas habna
retocado para adaptarlo a la sltuaClon de Mana y
deCir las repercusIOnes Inmensas del poder de la
palabra en ella
El Magntflcat y el Bened,ctus no parecen haber
Sido cantos Judlos recogidos por los cnstlanos El
tiempo pasado de los verbos, reflnendose al cumpli-
miento de la salvaClon ya realizada en «la casa de
David su siervo» (1, 69), esta en favor de un ongen
cnstlano Ha llegado el meslas davldlco
45
Los dos primeros versículos (46-47) sirven de
orientación a todo el poema. El resto, vinculado a
las dos conjunciones causales «porque» (48 y 49),
indica los motivos de la acción de gracias de María.
El cántico puede dividirse en dos estrofas principa-
les: la primera habla de María y la segunda de Israel;
cada una termina con la mención de la misericordia
de Dios para con las generaciones que le temen (v.
¿CANTICO DE MARIA ODE ISABEL?
46
El Magnificat no parece estar muy bien vincula-
do, textualmente, al relato de Lucas. En 1, 56 se
lee: «María se quedó con ella unos tres meses...». Si
Isabel no es la que habla y no se la menciona desde
el v. 45, normalmente habría sido necesario repetir
su nombre después del cántico de María y no utili-
zar un simple pronombre. Esta anomalía indica que
el cántico fue probablemente añadido más tarde. Se
afirma también a veces que, después de la interven-
ción de Isabel en 1,42-45, un cambio de interlocu-
tor habría exigido en el v. 46, no ya kai eipen, sino
más bien eipen de, y por tanto que el cántico en su
origen debió ser pronunciado por Isabel. Este argu-
mento no es decisivo, ya que también en 1, 18 Yen
1,30 se cambia de interlocutor sin el de adversativo.
Sin embargo, tres manuscritos latinos (de los siglos
IV, V Y VII) Y posiblemente tres citas patrísticas
atribuyen también el cántico a Isabel. Loisy defen-
dió hace ya tiempo, con algún ruido, esta atribu-
ción. Aunque la variante Elisabeth, por otra parte
poco atestiguada, sigue siendo difícil de explicar, no
puede derribar la unanimidad de todos los manus-
critos griegos y la de casi todas las versiones y citas
patrísticas, que atribuyen este cántico a María.
Es verdad que, desde el punto de vista interno,
el argumento de este salmo, yen particular el v. 48,
se aplicaría también perfectamente a Isabel, cuya
esterilidad recuerda la de la madre de Samuel. En
un análisis semiótico de Lc 1-2, A. Gueuret, L'en-
gendrement d'un récit. Cerf, París 1983, cree «pro-
bable desde el punto de vista de la lógica narrativa
que se pueda leer bajo 'ella' [posiblemente lectura
primitiva de 1, 46] a Isabel más bien que a María»
(p. 76, n. 36). Añade, sin embargo, un poco des-
pués, que «la una y la otra son... semióticamente
aptas para proclamar el cántico» (p. 294). A nivel
del análisis narrativo, no es extraño que los dos
personajes sean intercambiables. Pero esto no auto-
riza automáticamente a atribuir el Magnificat a Isa-
bel. A nivel del análisis figurativo, la diferencia que
separa a una esterilidad que engendra de una virgi-
nidad fecunda sería sin duda equivalente a la que
separa al profeta del Altísimo del Hijo del Altísimo
y, más globalmente, el anuncio de Zacarías del
anuncio a María. Puede pensarse que, para Lucas,
en la cima de estos anuncios, el cántico de las «ma-
ravillas» de Dios no celebra el nacimiento del profe-
ta-precursor, sino el del mesías señor. No ya Isabel,
sino María. Por otra parte, desde el punto de vista
interno, las referencias a María parecen igualmente
evidentes: el makariousin de 1,48 remite al makaría
de Lc 1, 45, que se dirige a María (cf. también 11,
27); el doule de 1, 48 remite al doule de 1, 38, lo
mismo que el dynatos de 1, 49 recuerda el ouk
adynatesei de 1, 37.
50) o para con la descendencia de Abrahán (v.
54b-55). La primera estrofa juega con la oposición
entre el rebajamiento. la pobreza (tapein6sis) de la
esclava. y «el Poderoso que ha hecho en mí grandes
cosas: epoiesen moi megala ha dynatos». Estas pa-
labras se refieren a la intervención divina que ha
hecho de María «la madre del Señor» (1, 43). Esta es
la «gran cosa» que Dios ha hecho en ella.
Pero no se trata sólo de ella. La tapein6sis de 1,
48 se refería sin duda a la pobreza personal de
María. esa virginidad que permite establecer un pa-
ralelismo con la miseria de Ana, la madre de Samuel
(1 Sm 1. 11: ten tapein6sin tes doules sou, que son las
palabras mismas de María) y la vergüenza de Isabel
(Le 1, 25). Pobreza. pero pobreza puesta en las ma-
nos de Dios. la de los pobres de YHWH. los anawim
que. rehusando toda suficiencia humana, se abando-
nan a la misericordia. a la hesed del Dios de la
alianza. Desde el profeta Sofonías. es en este pueblo
de pobres donde se concentraba la esperanza me-
siánica. Encontramos a sus representantes en Lucas
1-2: Zacarías. Isabel. Simeón. Ana la profetisa. que
esperaban todos ellos la consolación de Israel (cf. 1,
68; 2. 25-38). María pertenece también a este gru-
po; ella encarna «toda esta esperanza que consti-
tuye la dimensión espiritual de Israel que, por fin. va
a engendrar a Cristo»19. Es para este pueblo de los
pobres para el que Dios ha hecho sus «maravillas»,
sus megala. Lucas utiliza una palabra casi técnica. En
la tradición bíblica. las maravillas realizadas por
YHWH conciernen siempre al pueblo de Israel en
cuanto tal. Las maravíllas antiguas eran la creación.
el milagro del éxodo sobre todo. el don de la ley.
Pero el nacimiento del Hijo de Dios. la maravílla
realizada en María. es para todo el pueblo de Israel
el colmo de las maravíllas.
19 A. Gelin, Los pobres de Yavé. Nova Terra, Barcelona
1953,111.
La estructura misma del Magnificat pone de ma-
nifiesto esta dimensión comunitaria de la figura de
María. En efecto. el cántico pasa insensiblemente de
lo individual (María) a lo colectivo (Israel): de la
pobreza de María (1,48) al pueblo de los pobres (1,
52); de la esclava (doule: 1,48) a Israel siervo (pais:
1, 54; la palabra es diferente, pero la corresponden-
cia es evidente). pero sin olvidarse nunca del aconte-
cimiento único de la maternidad mesiánica. En el v.
49. el verbo epoiesen (<<él hizo») se aplica a la inter-
vención divina en María. Repetido en el v. 51. al
comienzo de la segunda estrofa que va a hablar de
Israel, conserva el mismo sentido. Pero entonces
todos los verbos en pasado que siguen: intervino....
desbarató..., derribó.... exaltó.... colmó.... despi-
dió.... auxilió.... deben interpretarse en función del
nacimiento de Jesús. No hacen más que desplegar.
comentar. deducir el significado del nacimiento del
mesías. Hijo de Dios. y de la maternidad de María.
Todas estas afirmaciones que expresaban la espe-
ranza escatológica de Israel se consideran como
cumplidas ya. puesto que el acontecimiento celebra-
do es cristológico. Pero el grito inspirado de Isabel y
el canto igualmente inspirado de María. en quien
actúa el Espíritu creador. subrayan su consecuencia
marial: «Bendita tú entre las mujeres... Todas las
generaciones me llamarán bienaventurada».
((Cántico de la revolución de Dios)}
Pero ¿por qué se anuncia la paz mesiánica en
estos términos de violencia? Es que la venida del
mesías se pone en paralelismo. en gran parte. con la
salida de Egipto que Dios realizó «con mano fuerte y
brazo tendido» (d. Dt 4, 34; 5, 15. etc...). El verbo
desbaratar en el v. 51 b evoca una victoria militar.
con la desbandada de las tropas enemigas. Con una
magnífica economía de palabras. los v. 52-53 reco-
gen igualmente las antítesis del cántico de Ana (1
Sm 2. 5-8). Pero no son solamente los recuerdos
literarios los que explican este lenguaje. tan molesto
para ciertos oídos cristianos. Estas imágenes dibujan
47
al Dios que el Nuevo Testamento recibe del Antiguo.
Ya no se dirá más de la fuerza de Dios que se ejerce
en favor de los pobres y que se despliega contra los
ricos. Como si a Dios le agradara la venganza. Se
trata simplemente de que la violencia amorosa de
aquel que quiere salvar a los oprimidos no puede
menos de caer sobre quienes les oprimen. Jacques
Dupont, de quien sacamos estas ideas, lo ha expresa-
do muy bien: «La salvación que Dios quiere asegurar
a todos los hombres no prescinde de las situaciones
concretas de su existencia; para ella es esencial que
se lleve a cabo una inversión de las situaciones injus-
tas que la sociedad hace padecer a los débiles ya los
desamparados. El Dios del Magnificat no vuela muy
por encima de la realidad socio-política: se coloca
decididamente al lado de los pobres y de los impo-
tentes. Es el honor de su nombre santísimo el que
está en juego; es su misericordia la que ha de mani-
festar la fuerza que habrá de usar contra los podero-
sos y satisfechos»20.
¿Interpretación espiritual o interpretación políti-
ca? La primera, si es verdadera, tiene que compren-
der a (a segunda. lo saben muy bien (os pobres y (os
que sufren y trabajan con ellos. Si no hay que confun-
dir las cosas, está claro que la concepción misma de
la salvación, en toda la tradición bíblica asumida por
Jesús, impone trabajar por la liberación socio-políti-
ca. La liberación escatológica tiene que inscribirse
en la historia. Las palabras del Magnificat «dicen
que el mundo querido por Dios no puede ser un
mundo en el que unos, poco numerosos, acumulen en
sus manos bienes excesivos, mientras que otros -en
número claramente superior- sufren de indigencia,
de miseria, y mueren de hambre»21. Entre los cam-
20 J. Dupont, Le Magnificat comme discours sur Dieu, en
Études sur les évangiles synoptiques, 11. Univ. Press, Lovaina
1985,974.
21 Estas palabras son de Juan Pablo 11, en su viaje a Francia
(31 mayo 1980): d. La documentación catholique 77 (1980)
573.
48
pos semánticos del Magnificat está el campo religio-
so (v. 50: «los que temen a Dios»), el campo étnico
(v. 54-55: Israel, semilla de Abrahán), pero también
el campo socio-político (v. 52: los «potentados»:
dynastai, que hay que distinguir de los «poderosos»:
dynatoi, y v. 53: los «enriquecidos»: ploutountes,
diferentes de los «ricos»: plousioi), que no es posible
soslayar.
En el fondo, lo que Lucas describe aquí son las
consecuencias mismas de la fe cristiana. Por otra
parte, volverá con frecuencia sobre esta cuestión de
la pobreza en su evangelio y en el libro de los He-
chos. Al poner en labios de María este «cántico de la
revolución de Dios» (R. Coste), impregnado de la fe
en el Dios liberador, Lucas hace de esta creyente la
portavoz de la inversión de situaciones, que consti-
tuye una parte vital de la buena nueva.
CONClUSION
Como conclusión de este primer capítulo de Lu-
cas, si tenemos ante la vista el conjunto de los 31
versículos (Lc 1, 26-56) que hablan explícitamente de
María, hay dos rasgos que vale la pena subrayar: la
maternidad paradójica de María y su relación perso-
nal con la palabra. Se comprende a la primera en la
perspectiva mesiánica, pero más que una materni-
dad mesiánica, se reconoce allí, a la luz de la plena
revelación pascual, una verdadera maternidad divi-
na. María es madre del Hijo de Dios, en el sentido
trascendente de la palabra. La concepción virginal
es el signo de lo inaudito del misterio cristiano. Este
primer aspecto concierne al obrar de Dios, a lo que
Dios hace en María. El otro aspecto que Lucas pone
de manifiesto es la respuesta de María a la palabra
de Dios. En el contexto de la alianza, María es la que
dialoga con Dios. Es el consentimiento libre de Ma-
ría el que hace que la palabra sea eficaz. El que
permite a Dios ser Dios. Pero esto supone también
un misterio para María. El c. 2 nos va a revelar otras
dimensiones de este misterio de la palabra. Com-
prende tres episodios: el nacimiento y la circuncisión
de Jesús que rodean el anuncio a los pastores (2,
1-21), la presentación de Jesús (2, 22-40) Ysu hallaz-
go en el templo (2, 41-50).
Los misterios de la palabra (2, 1-52)
EL NACIMIENTO DE JESUS (2, 1-7)
El primer relato sitúa el nacimiento de Jesús en el
contexto de la historia mundial (2, 1-5). José entra
en escena por primera vez y, aunque sólo representa
un papel de personaje mudo, es sin embargo el com-
pañero verdadero de María (2, 4.16.22.27.33.39.41-
51). Se le llama padre de Jesús (2, 33.48). El Y María,
su prometida-esposa que está encinta, son llamados
los padres del niño Jesús (2,27), Yno se hace ninguna
alusión a la concepción virginal. Como si comenzase
aquí un relato independiente del c. 1...
El nacimiento se describe con la mayor simplici-
dad posible: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo recostó en un establo, por-
que no había sitio para ellos en la 'sala de huéspe-
des'» (2, 7) 22. Sencillez del nacimiento de un pobre.
Es María la que actúa y sólo ella. Pero no se dice nada
del modo del nacimiento: ¿nacimiento virginal?,
¿nacimiento sin dolores? El hecho es que María lo
hace todo ella misma, pero esto no es un signo
suficiente para hablar aquí de nacimiento virginal.
En las tradiciones judías se decía que las santas muje-
res de Israel daban a luz sin dolores, como lo hizo
por ejemplo la madre de Moisés. El Protoevangelio
22 La palabra griega katalyma parece ser que no debe tra-
ducirse por «posada». Lucas emplea para ello otra palabra en
10,34. A no ser que se comprenda como E. Delebecque: «ellos
no tenían su sitio en la posada», es decir: !'lo había sitio para
ellos, que traduciría bien el autois de 2, 7 (Evangile de Luc. Les
Belles Lettres, París 1976, 12-13).
de Santiago se interesará con complacencia en esta
cuestión. Pero no es éste el estilo de Lucas. La men-
ción del «hijo primogénito» prepara la presenta-
ción en el templo según la ley, que habla de hecho
de «primogénito» (Lc 2, 23; d. Ex 13, 2). La expre-
sión no dice nada más ni implica tampoco que María
tuviera luego otros hijos. Una inscripción judía, muy
conocida, que data del año 5 a. C. y que habla de una
joven que murió al nacer su hijo «primogénito», de-
muestra muy bien que la expresión no tenía este
sentido en el mundo judío de entonces 23.
EL ANUNCIO A LOS PASTORES
(2,8-21)
Mayor importancia tiene la larga secuencia del
anuncio a los pastores (2, 8-21). En contraste con el
silencio y la soledad del nacimiento, hay aquí todo
un revuelo apocalíptico: la gloria del Señor que ro-
dea a los pastores, el ángel revelador y todo el
ejército celestial. Pero lo que baja del cielo de este
modo es el evangelio: el ángel evangeliza (euange-
Iizomai: 2, 10) Y proclama de hecho, no sólo el
nacimiento del mesias (mención de la ciudad de
David) y la venida de la paz mesiánica (2, 14; d. 1,
79), sino ya el kerigma pascual: «Os ha nacido un
salvador, que es Cristo Señor» (2,11). El ángel habla
23 (f. J.-B. Frey, La signification du terme prototokos d'a-
pres une inscription juive: Biblica 11 (1930) 373-390.
49
el lenguaje de la misión «evangélica» después de
pascua 24. Una vez más, Lucas anticipa el señorío
pascual a los orígenes mismos de Jesús 25.
Con toda prisa, los pastores van a ver aquella
palabra que ha llegado (ídomen to rhéma touto to
gegonos), una palabra-acontecimiento. No acuden a
adorar al niño, como hacen los magos en Mateo.
Vienen a ver la palabra. Y encuentran a María (en
primer lugar, a diferencia de Mt 2, 11) Y a José y al
niño... Y después de haber visto (idontes de), se van
a dar a conocer (Lucas repite el verbo que en 2, 15
designaba la evangelización por parte de los ánge-
les) la palabra-acontecimiento, el rhéma que consti-
tuye este niño, a unos oyentes que salen no sabemos
de dónde: un auditorio teológico En otras palabras,
los pastores toman el relevo del ángel (o de los
ángeles) para proclamar el evangelio. El rhéma-
acontecimiento se convierte en rhéma-mensaje. Es-
ta será la estructura misma de la misión apostólica:
haber visto y hacerse testigos. Entre los oyentes está
María (que guarda en su corazón estas palabras-
acontecimientos (ta rhémata tauta). Volveremos so-
bre ello, pero vemos ya que Lucas la mantíene Iígada
a la palabra. Y pone en su corazón esta palabra que
antiCipa el lenguaje misionero de la primera Iglesia.
Es éste un primer esbozo de la presencIa de María
en los relatos de la infancia de la Iglesia (Hch 1, 14).
24 Cf l legrand, L'Evanglle aux bergers Revue blbllque 75
(1968) 161-187
25 Y SI se acepta la traduCClon que da E Oelebecque de 2, 14,
no como un deseo, SinO como una aflrmaclon, el glofla de los
angeles se convierte tamblen en una confeslon de fe «La
glofla de DIOS (que esta) en las alturas, (esta) tambIén en la
tierra, la salvaclOn (la paz) esta entre los hombres de la elec-
Clan (de DIOS») (cf Id, Evanglle de Luc, 12)
50
El SEGUNDO ANUNCIO A MARIA
(2,22-40)
.La ley conduce a los padres al templo. Lucas dice
cUriosamente: «en los días de su (de ellos) pUrifICa-
Ción» (2, 22). ¿Por qué «de ellos» cuando, según la
ley, ni el padre ni el hijo, sino sólo la madre tenía
que ser purificada'> Sin duda, hemos de leer como lo
hacía ya el padre Lagrange: «En el momento de su
purificación (la de María y Jesús), ellos (María y José)
lo (a Jesús) condujeron...». La frase quizás está «mal
hecha» (Lagrange), pero es perfectamente clara. En
realidad, Lucas se preocupa ante todo de Jesús; es él
el que es presentado en el templo, pero le asocia a
María hablando del sacrificio de las palomas (2, 24).
Es como si no hubiera más que un solo rito, al agru-
parlo todo Lucas en una sola frase: el v. 23 (que habla
del niño) y el v. 24 (que habla de la madre), Sin'
separaCión, de un solo aliento... «La palabra ka-
tharismos fue escogida por causa de María, pero de
manera que conViniera a Jesús mejor que la ka-
tharsls, que era en los Setenta el término técnico
para la parturienta}} (Lagrange, d. Lv 12, 6). Repita-
mos que se trata al menos de la purificaClon de la
madre y que es a ella a la que alude claramente la
cita de Lv 12,8 (Lc 2,24). Si Lucas hubiese querido, en
1, 35, evocar un nacimiento sin derramamiento de
sangre y por tanto sin «mancha» para María, difícil-
mente se ve que pudiera hablar aquí de purificación.
. El,relato es ante todo fuertemente cristológico.
Slmeon pertenece al grupo de los justos y de los
piadosos, esos anawim en los que se concentra la
esperanza meSiánica. En un cántiCO muy hermoso
que recoge el lenguaJe del Segundo Isaías (d. 49,1-6
Y52,10), describe la misión de Jesús. Esta va más allá
del pueblo de Israel y alcanza a todos los paganos. El
acento es universahsta: «MIS ojos han ViStO tu salva-
ción, que has preparado a la vista de todos los pue-
blos» (2, 31). El padre, pero también la madre se
sienten extrañados, o maravillados quizá (thaum~zo
tiene los dos sentidos), de lo que se decía de él. A
pesar de todo lo anterior, las cuestiones siguen en
LOS TRES ANUNCIOS
YLOS TRES TIEMPOS
DE LA
HISTORIA DE LA SALV
ACION
«Las dos anunciaciones a María y a los pasto-
res presentan... una estrecha relación: se com-
pensan y se corresponden mutuamente como las
dos partes del corpus de Lucas. La anunciación
a María es una introducción al evangelio, al
tiempo y al misterio de Cristo. La proclamación
a los pastores es una introducción a los Hechos,
al tiempo de la Iglesia y a su misterio.
Si añadimos a esto el anuncio a Zacarías,
situado en el templo y en el que se anuncia el
nacimiento del profeta del Altísimo, se obtiene
en los dos primeros capítulos de Lucas el esbozo
de tres anunciaciones y, en este esbozo, una
síntesis de los tres tiempos de la historia según
Lucas. El anuncio a Zacarías representa el tiem-
po de la promesa y de los profetas; el anuncio a
María sintetiza el misterio de Cristo; el evange-
lio a los pastores indica ya a la Iglesia y su
misión».
(L. Legrand, L'annonce aMarie [Lectio divi-
na 106]. Cerf, París 1981, 312)
pie. María vive bajo el régimen de la fe, en el am-
biente desconcertante del misterio.
y de pronto el texto pasa de la alabanza a la
profecía, de la luz y de la gloria al signo discutido y a
la espada. Se vuelve a Israel. Y Simeón anuncia el
drama de la salvación, el drama de la fe que va a
dividir a Israel: «El está ahí para la caída y para el
resurgir de muchos en Israel y para ser un signo
discutido». Un signo no se impone. Tiene que ser
aceptado libremente por la fe. Con razón, A. Geor-
ge traducía de este modo: no ya signo de contradic-
ción, sino «signo al que se podrá contradecir», un
«signo discutible» (Los milagros del evangelio [CS
8]. Verbo Divino, Estella 1985,39). Toda la obra de
Lucas estará atravesada por este drama de la fe que
hará pasar finalmente el evangelio de los judíos a las
naciones, que por fin escucharán (d. Hch 28, 25b-27).
La gran obra de Lucas termina con esta división
entre judíos y paganos. Pero ya desde el prólogo, el
cántico de Simeón anuncia de antemano lo que de-
tallarán los Hechos de los apóstoles. La palabra ex-
traña para indicar salvación: sóterion (2, 30), inspi-
rada en Is 40, S, a quien Lucas cita por otra parte en
3, 5, Yque sólo vuelve a aparecer en Hch 28, 28, como
conclusión de la epopeya misionera de los Hechos,
permite establecer con certeza esta relación.
En un pasaje profético que pone en juego la his-
toria religiosa del mundo y el juicio escatológico de
la humanidad, Lucas asocia estrechamente a María
con su hijo, el mesías. El objeto principal de esta
profecía es sin duda el destino del mesías. Frente a
él es como se pondrán al descubierto las intenciones
de muchos corazones. Escoger a favor o en contra
de él es escoger entre la caída y el levantamiento,
entre la muerte y la vida. Se piensa irresistiblemente
en el tema joánico del juicio: «El que cree en él no es
juzgado; pero el que no cree está ya juzgado porque
no ha creído...» (Jn 3, 18-21; d. 9, 39; 12,31).
Pero lo extraordinario es que Lucas relaciona di-
rectamente esta apertura de los corazones y este
juicio con los sufrimientos de María. Efectivamente,
el v. 35 le concierne personalmente. También el
padre ha sido bendecido (v. 34), pero queda pronto
al margen. Simeón se dirige exclusivamente a Ma-
ría: «y también tu propia alma (kai sou de autes ten
psychen) será traspasada por una espada». ¿Qué
sentido tiene esta espada? Las múltiples interpreta-
ciones que se han dado se reducen a dos grandes
opciones: o bien se comprende que María está aso-
ciada a su hijo, que la madre está de parte del hijo y
que participa del drama de su existencia de mesías; o
bien se ve sometida ella misma al juicio mesiánico,
51
escatológico. Entonces la espada que la va a des-
garrar es, como decía Orígenes, la de la duda y la
infidelidad. Parece ser que todo lo que Lucas nos ha
dicho hasta ahora de María no permite esta última
interpretación. La espada no es la de la duda y la
infidelidad, como suponía Orígenes y algunos otros
autores después de él. María participa del destino de
su hijo. Esa espada está asociada al signo discutido,
es decir, al drama de Israel, que repercute en toda la
existencia de Jesús, ocasionando finalmente su con-
denación y su muerte. Y María está implicada miste-
riosamente en él.
El v. 35a no es un paréntesis sin importancia, que
pudiera pasarse por alto. María no es solamente
víctima, sino que está vinculada, de una manera que
no explica Lucas, a la ejecución del juicio mesiánico.
El dolor que se anuncia no es solamente el dolor
comprensible de una madre ante las pruebas o ante
la muerte de su hijo. Simeón, que habla aquí como
profeta, se dirige a la madre del mesías. Su sufri-
miento pertenece a la historia de la salvación. ¿Por
qué título? Lucas no nos lo dice. Estamos en un con-
texto de fe, en el contexto de las decisiones a favor
o en contra de Jesús. Lucas, por medio de la profecía
de simeón, proyecta en el horizonte la imagen del
Hijo que sufre y de la Madre dolorosa. Durante unos
momentos, la imagen se detiene en la pantalla. Por
ahí pasa también la silueta de una profetisa que
habla del rescate de Jerusalén (2, 36-39). No se ve ni
se oye ninguna reacción por parte de María. Y la
imagen se va difuminando lentamente... ¿Cómo no
acordarse de ella cuando, un día, veamos a la madre
de Jesús en pie junto a la cruz de Jesús (Jn 19,25)7
LOS SECRETOS DE LA PALABRA (2, 41-52)
Abordaremos esta última escena desde el punto
de vista de María. Nos detendremos en primer lugar
en 2, 51, un versículo de conclusión, que recoge por
otra parte -como si se tratara de una inclusión- el v.
2, 19, con que se cerraba también, desde el punto de
52
vista de María, el primer episodio de este segundo
capítulo. Efectivamente, los dos versículos dibujan la
imagen que Lucas quiere que guardemos de la Virgen
de Nazaret.
Hay que mirarlos de cerca, ya que el vocabulario
de Lucas es muy escogido y unas fórmulas que al
principio parecían idénticas se revelan luego llenas
de matices. En 2, 19, Lucas escribe: «María, por su
parte (para traducir el de), guardaba (syn-tereó:
guardar, con el prefijo syn: juntamente) estas pala-
bras (ta rhemata) y las confrontaba (sym-balló) en su
corazón». En 2, 51 no se menciona la «confrontación»
y se dice: «y su madre guardaba (dia-tereó) todas
estas palabras (panta ta rhemata) en su corazón» (el
día que se añade a la preposición en sugiere que María
hace penetrar estas palabras en su corazón).
La palabra rhema -distinta de /ogos: palabra-,
que Lucas utiliza de forma privilegiada en estos pri-
meros relatos, no designa únicamente palabras.
Unas veces se dice de la palabra de Dios, o de Jesús,
o de un ángel que refiere una palabra divina (2,
29.50; 1, 37-38), subrayando así su poder soberano.
Pero otras veces, como se percibe con claridad, se
trata de la realización misteriosa de esa palabra (2,
15.17): la palabra se hace acontecimiento, con lo
que se subraya la eficacia de esa palabra divina. Y
finalmente, en plural (ta rhemata), esta palabra se
amplía a los hechos narrados que se convierten en
historia, como en 1,65 Ycomo aquí en 2,19 Y2,51.
Así, pues, el rhema contiene, por así decirlo, dos
elementos: la palabra y la cosa. Por eso María puede
confrontar (como indica la palabra sym-ballein, po-
ner juntos, de donde viene símbolo) varios rhémata,
«es decir, poner uno junto a otro, para sopesarlos
debidamente y descubrir su armonía fundamental,
los hechos ante los hechos, las palabras ante las
palabras y las palabras ante los hechos»26. En 2, 19,
26 E. Delebecque, en sus Études grecques sur I'évangile de
Luc. Les Belles Lettres, París 1976, 59-60. Nos inspiramos aquí
en su capítulo Marie et Luc, 53-69.
mientras que los pastores prolongan su estancia -no
se marcharán hasta el v. 20- y dejan admirados a los
vecinos con sus relatos, Lucas abre un paréntesis so-
bre la permanencia (d. el imperfecto, que indica
duración) del largo diálogo de María con la palabra.
Hemos visto que las palabras dichas a los pastores y
repetidas por ellos tenían ya los acentos kerigmáti-
cos de la primera predicación cristiana. Lucas indica-
ba de este modo que la realidad profunda percibida
en Jesús a la luz de la resurrección impregnaba ya al
niño de Belén. En su presentación, en su teología, es
esta predicación evangélica la que María recibe y
sopesa en su corazón. Una vez más, Lucas la presenta
como la primera creyente después de pascua. Ella
inaugura esa comunidad de fe, nacida también del
Espíritu, que se llamará la Iglesia. Es algo que Lucas
no dejará de recordar al comienzo de los Hechos de
la Iglesia (1, 14).
En 2, 51 vuelve a repetirse la palabra rhémata
inmediatamente después del rhema de Jesús (2, 50),
que no entienden sus padres. En este texto se equili-
bran los por qués. El de María (ti epoiésen) y el de
Jesús (tí hotí ezéteíte) n. La pregunta de María no
recibe por respuesta más que otra pregunta, que
menciona ciertamente al Padre, pero que por eso
mismo hace todavía más profundo el misterio de
Jesús. Lucas, una vez más -y es quizás ésta la única
alusión a la concepción virginal en este segundo
capítulo-, vuelve a los orígenes de Jesús. María aca-
baba de decir: «Hijo mío , mira: tu padre y yo te
buscábamos angustiados ». Como en todo este ca-
pítulo, como en el siguiente relato del evangelio,
27 E. Delebecque subraya aquí el empleo de un modo bas-
tante raro de interrogación: ti hoti, y traduce su connotación
de extrañeza diciendo: «Me buscabais: ¿es posible esto? ¿No
sabíais...?» (Etudes grecques, 42).
28 la traducción de en tois tou patros mou es muy discutida.
A pesar del estudio impresionante de R. laurentin en su Jésus
au Temple. Gabalda, París 1966, 38-72, en favor del sentido
local «en casa de mi Padre», un helenista como E. Delebecque
mantiene que, en buen griego, en tois seguido de genitivo no
José es llamado padre de Jesús. Pero Jesús, ya desde
el principio, evoca otro origen, otro Padre, en cuya
casa mora y en cuyos asuntos ha de ocuparse 28. En el
momento de pasar a los comienzos (Lc 1, 2 Y Hch 1,
22) de los asuntos públicos de Jesús, los propiamente
evangélicos, Lucas termina sus relatos sobre su infan-
cia con esta palabra enigmática. Una transición a los
asuntos que en adelante van a preocupar a Jesús: su
ministerio y su ascensión hacia la muerte. El clima
pascual de este último relato es muy interesante. Es
posible vacilar en algunos puntos, por ejemplo en si
los tres días de búsqueda evocan o no los tres días en
el sepulcro. Pero lo cierto es que todo se desarrolla
aquí durante la fiesta de pascua y se recordará que
esta primera palabra de Jesús en Lucas hace eco al
último grito en la cruz: «Padre, en tus manos entrego
mi espíritu» (Lc 23, 46).
¿Podemos escandalizarnos de que no lo com-
prendan sus padres? Para ellos, concretamente para
María, porque Lucas no hablará ya de José, el miste-
rio de la concepción y del nacimiento de Jesús no se
aclaró sin duda con el paso de los acontecimientos y
de los años. A ello se había añadido, desde el princi-
pio, un segundo anuncio, el de Simeón (2, 35), que
había quedado en suspenso como una oscura amena-
za. Se pueden comprender los tres días de búsqueda
angustiosa como una primera realización de esta
profecía dolorosa. Pero, en el caso de que la vida
humana de cada día hubiera podido hacer que caye-
ra en el olvido, la distancia que el joven (país: 2, 43)
toma ante ellos, oponiendo su propio Padre frente a
su padre terreno, los sumerge en pleno misterio. Y
Lucas nos repite, para terminar, que María «guarda-
ba todas estas palabras en su corazón». La última
palabra misteriosa de Jesús (2, 50), pero también
todas las demás que habían precedido y todos los
significa «en casa de», y que einai en significa «estar ocupado
en», tratándose de ocupaciones absorbentes; por eso traduce:
«¿No sabíais que yo debo estar absorto en los asuntos de mi
Padre?» (Études grecques, 40-41). Conviene sin duda respetar
la riqueza de la ambigüedad.
53
MARIA DE LOS APOCRIFOS
54
A pesar, o más bien debido a su riqueza teológi-
ca, los evangelios canónicos se muestran muy dis-
cretos sobre los detalles de la vida de Jesús, sobre su
infancia y su adolescencia, muy discretos sobre todo
sobre la vida de María. Estos escritos son cristológi-
cos, llenos de alusiones bíblicas, pero que sólo pue-
den captar los eruditos, los letrados, podríamos de-
cir, las gentes de la Escritura y de escritura... El
pueblo no tiene ni ocasión ni preparación para en-
trar en los misterios de esta palabra escrita. Necesi-
ta algo más vivo, más concreto.
La piedad judía había inventado ya no pocas
leyendas en torno a los personajes sagrados del
Antiguo Testamento. Esta haggadá permitía al pue-
blo comprender y memorizar la Escritura, apropiar-
se de ella. La piedad cristiana creó del mismo modo
una haggadá en torno a los personajes sagrados del
Nuevo Testamento, de Jesús, de los que le trataron,
y particularmente de María.
De aquellas leyendas salió una literatura parale-
la que se dedicó a escribir, en las zonas oscuras de
los evangelios, relatos maravillosos. Es la literatura
apócrifa. Esta palabra, que quería decir, en Oríge-
nes, «oculto» o «secreto» (críptico), acabó desig-
nando, a partir de san Jerónimo, a todos los libros
que la Igesia no había recibido en el canon de las
Escrituras, en la lista oficial de los libros bíblicos
reconocidos como inspirados por Dios.
Entre ellos hay que poner aparte un escrito que
data del siglo n, el Protoevangelio de Santiago. Es
un texto importante, el primer testigo de la piedad
mariana popular. En este libro se cuenta la infancia
de María, la vida de sus padres Joaquín y Ana, la
presentación de María en el templo a la edad de 3
años, su estancia en el templo en donde todos los
días la alimentaba un ángel hasta la edad de 12 años
(el Corán ha mantenido esta tradición: azora In,
37), su matrimonio con el anciano José, encargado
por el sumo sacerdote de velar por su virginidad. La
obra está marcada por el deseo de exaltar la virgini-
dad de María: en la concepción de Jesús, pero tam-
bién en el nacimiento (virginitas in partu) y después
del nacimiento (los «hermanos de Jesús» son hijos
del primer matrimonio de José).
No se le reconoce ningún valor histórico, ni
siquiera para los nombres de Joaquín y Ana. Ana se
llamaba también la madre de Samuel, que también
fue presentado de muy niño en el templo; Joaquín
se llamaba el rico marido de Susana en Dn 13, 1. Sin
embargo, en el terreno de la piedad popular y en la
liturgia cristiana, este libro ejerció una enorme in-
fluencia tanto en oriente como en occidente. En
oriente, las lecturas de la fiesta de la Natividad de
María estaban sacadas del Protoevangelio. Y con él
hay que relacionar las celebraciones de santa Ana y
san Joaquín, así como las fiestas de la Concepción
de María, de su Natividad y de su Presentación en el
templo. En occidente marcó profundamente al arte
cristiano. También en él, entre otros, pensaba Emi-
le Male, al afirmar en su obra maestra, L'art reli-
gieux du XIII' siecle en France, que sin los apócrifos
la mitad de las obras de arte de la Edad Media
serían para nosotros letra muerta» (Colin, París
1968, n, 233). France Quéré ha reunido y presenta-
do una selección excelente de estos textos en Evan-
giles aprocryphes. Seuil, París 1983; en castellano
tenemos la edición preparada por A. de Santos
Otero, Los evangelios apócrifos (BAC). Madrid
1956.
acontecimientos que habían surgido de ella. En el
momento en que María va a desaparecer de la esce-
na, recapitula el conjunto de los rhemata, la historia
entera de las palabras divinas y de sus consecuencias,
guardándolas preciosamente en su corazón. La
creyente va a seguir caminando. Lo que Lucas escribe
de la semilla-palabra de Dios, en 8, 15: «Lo que cae
en tierra buena, son aquellos que oyen la palabra
con un corazón leal y bueno, la retienen y dan fruto
con perseverancia», se aplica perfectamente a Ma-
ría. Lucas la convierte en el verdadero modelo del
discípulo.
CONCLUSION
SOBRE LOS RELATOS DE LA INFANCIA
Estos relatos son cristológicos y hablan sobre to-
do de Jesús. Es algo que no se discute. Pero Lucas
relaciona a María con el misterio de Jesús de una
manera extraña. Y, por primera vez en el Nuevo
Testamento, se interesa personalmente por ella, por
lo que le sucede, por su reacción fundamental de
creyente. La pone en escena. María ya no es pasiva,
como en Mateo. Cuestiona, responde, dialoga y fi-
nalmente consiente. Corre con prisa, canta, se ex-
traña o se maravilla, sufre angustiosamente. Pero lo
que no deja de ocupar sU corazón es la palabra, toda
la historia, en ella y en torno a ella, de la palabra.
Modelo de la vida creyente, para la comunidad de
fe, para la Iglesia entera. También aquí la historia se
mezcla con la teología de una forma armoniosa.
En la teología lucana de la historia de la salva-
ción, estos relatos de la infancia son como una placa
giratoria. Volvemos a encontrarnos aquí con todo el
mundo del Antiguo Testamento. Empiezan con las
nubes de incienso del templo de Jerusalén, y el Espí-
ritu profético, característico de la primera alianza,
habla aquí día tras día, inspirando a Zacarías y a
Simeón, pero también a Isabel y a Ana, que no se
apartaba del templo. Pero al mismo tiempo se anun-
cia algo nuevo y llega lo definitivo. El Espíritu crea-
dor vuelve a hacer maravillas (1, 49). El salvador,
Cristo Señor (2, 11), nace de una virgen. La salvación
ha llegado a la casa de David (1,69), pero se ofrece
además a todos los pueblos (2, 30). Este paso de la
alianza del Sinaí a la alianza que es el mismo Jesús se
lleva a cabo en María. En ella es donde se acaba la
primera alianza y donde se inaugura la segunda.
María en tiempos de Jesús y de la Iglesia
Con los relatos de la infancia, podemos decir que
Lucas termina su retrato de María. En el evangelio
no volverá ya a llamarla con su nombre. Tan sólo la
mencionará una vez. en los Hechos, en el corazón de
la primera Iglesia. Sin embargo, en algunos rápidos
pasajes añadirá todavía algunas pinceladas, aunque
sólo sea para centuar los rasgos de la creyente (en 8,
19-21 Y 11, 27-28), o bien para reafirmar su vincula-
ción a la Iglesia (Hch 1, 14). Pero ante todo hemos
de detenernos en dos textos que tienen una impor-
tancia mariana: la genealogía de Jesús (3, 23-38) Yel
rechazo de Jesús en Nazaret (4, 16-30).
GENEALOGIA y RECHAZO
EN NAZARET
No se intentará ya armonizar la genealogía de
Jesús que nos ofrece Lucas en 3, 23-30 con la de Mt 1,
1-16. Son diferentes y obedecen sin duda más bien a
unos intereses teológicos que a una verdadera preo-
cupación por los archivos. Algunos han creído y si-
guen creyendo todavía que Lucas presentaría la ge-
nealogía de María, hacíéndola también a ella una
hija de David. Las tentativas ingeniosas para probar-
55
lo no son, sin embargo, suficientes. El texto señala
con claridad el nombre de José y es de él de quien se
trata. Pero para nuestro propósito es muy importan-
te la apertura de 3, 23. Se lee de la siguiente manera:
«Jesús, en sus comienzos (archomenostodavía: d. Lc
1,2 YHch 1,'22), tenía unos treinta años, siendo hijo,
según se creía (has enomizeto), de José...». Se trata
de una clara alasión a la concepción virginal. Algunas
veces se ha querido ver aquí una interpretación pos-
terior, pero no hay ninguna razón textual que autori-
ce este juicio. Es ciertamente el mismo redactor el
que establece así la unión entre los relatos de la
infancia y el resto de su obra.
Ya hemos visto en Mc 6, 1-6 Y Mt 13, 54-58 que
Jesús había sido rechazado por sus paisanos de Naza-
reto Lucas desarrolla ampliamente una escena para-
lela en 4, 16-30. Esta vez, los que le oyen se pregun-
tan: «¿No es éste el hijo de José?» (coincidiendo
con la opinión común ya conocida en 3, 23), pero sin
mencionar para nada a María ni a los hermanos o
hermanas de Jesús. En la hipótesis recibida de que
Lucas conocía a Marcos, esta omisión podría señalar
cierta repugnancia de Lucas en mencionar a María o
a los otros míembros de la familia de Jesús en una
cuestíón que manifestaba una falta de fe. Al contra-
rio, «hijo de José» tenía que ser la manera habitual
de llamar a Jesús y no insinuaba ningún menosprecio
particular para José. Otra omisión lucana, esta vez
en la sentencia de Jesús, cuando dice simplemente:
«~ingún profeta encuentra buena acogida en su pa-
tria» (4, 24). Marcos le hacía decir, de una forma más
brutal y con palabras que se referían directamente a
la parentela: «Un profeta no es despreciado más
que ~n su patria, entre sus parientes yen su casa» (6,
4). SI Mateo suavizaba esta expresión olvidándose
de los parientes, mantenía sin embargo el «des-
preciado» y la «casa» (13, 57). Lucas evita cuidadosa-
mente lo que pudiera arrojar una sombra cualquiera
sobre María o sobre los parientes de Jesús.
56
LA FAMILIA DE LOS DISCIPULOS
(8,19-21; 11,27-28)
Lucas conoce también la triple tradición que ata-
ñe a la familia de Jesús. En Marcos, el contexto de
incomprensión por parte de los cercanos a Jesús
hacía el pasaje muy negativo, incluso respecto a la
madre de Jesús (d. Mc 3,20-21 Y 31-35). En Mt 12,
46-50, la escena perdía toda su connotación negati-
va. ~n Lucas se co.nvierte en un verdadero elogio de
Maria. Lucas suprime la pregunta de Jesús y su gesto,
que dejaba todavía en pie cierto contraste entre los
discipulos y la familia de Jesús. En 8, 21, Jesús dice las
cosas positivamente: «Mi madre y mis hermanos
son los que escuchan la palabra de Dios y la cum-
plem> (d. Jn 3, 21). Después de los relatos de la
infancia, que han mostrado a María escuchando la
palabra y entregada totalmente a su servicio, estas
palabras resuenan implícitamente, para el lector,
como un verdadero elogio de la madre de Jesús. Y el
contexto refuerza más aún esta celebración. En Mar-
cos y en Mateo, la perícopa sobre la verdadera fami-
lia precede a la parábola de la semilla. En Lucas
sucede lo contrario. La parábola precede y su final
anticipa la afirmación de 8,21: «Lo que cae en tierra
buena son los que oyen la palabra con un corazón
leal y bueno, la retienen y dan fruto con perseveran-
cia». Es prácticamente una manera de evocar a la
que, ya en dos ocasiones, Lucas ha presentado con-
• servandoy meditando en su corazón todas las pala-
bras de DIOS (2,19.51). A unos versículos de distancia
8, 15 Y8, 21 se completan para alabar a la servidor~
de la palabra. Y esta primera y única mención de los
hermanos de Jesús en Lucas, y su asociación a María
en este pasaje que define la condición del discípulo,
preparan también a Hch 1, 14.
En un pasaje propio de Lucas (11,27-28), aunque
muy parecido al anterior, Jesús recoge la alabanza
que una mujer entre el gentío hacía de la materni-
dad de María: «Dichosa la que te llevó y te amaman-
tó», elevándola al nivel de la fe: «Mucho más (La-
grange) dichosos los que escuchan la palabra de Dios
y la cumplen». Volvemos a encontrar aquí la jerar-
quía que caracterizaba ya a las palabras de Isabel.
Primero, una eulogía, una bendición: «Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tus entrañas»
(1,42). Luego, una bienaventuranza: «Dichosa la que
ha creído» (1,45). Esta segunda bienaventuranza no
anula a la primera. Dice más bien lo que constituye
realmente su grandeza: la atención a la palabra y su
cumplimiento.
EN LA PRIMERA COMUNIDAD
DE JERUSALEN (Hch 1, 14)
Los comentaristas hacen observar que hay aquí
todo un conjunto de rasgos de vocabulario, de gra-
mática y de teología que relacionan curiosamente,
Le 1, 35
el poder...
descenderá (epeleusaí)
el Espíritu Santo...
sobre ti.
Estos dos versículos ocupan una posición análoga
al comienzo de cada una de las dos grandes obras de
Lucas. Sirven, por así decirlo, de introducción al tema
principal del libro: Jesús en Lc, la Iglesia en Hch. Es
para Lucas una manera de subrayar la continuidad
entre el misterio de Jesús y el de la Iglesia: es el
mismo poder del Espíritu de Dios que anima a Jesús y
a la Iglesia. La promesa hecha a María y la promesa
hecha a la Iglesia, representada por los apóstoles, se
refieren al mismo misterio: la filiación divina por el
Espíritu. Nacimiento de Jesús. Nacimiento de la Igle-
sia. Asociando expresamente a María, la madre de
Jesús (es ésta la única vez que Lucasempleaestetítulo
completo), con esta espera ferviente del Espíritu,
Lucas hace coincidir una vez más los c. 1-2 del evan-
gelio con los Hechos. Lo mismo que se presentó a
María en el primer anuncio de la buena nueva, tam-
por encima del resto del evangelio, a los dos prime-
ros capitulas de Lucas con el libro de los Hechos. La
atmósfera de piedad judía, la de los anawim, que
rodea a Lc 1-2 vuelve a aparecer en la primera comu-
nidad de los Hechos: pobreza, compartir los bienes,
oración diaria en el templo... (d. 2, 42-47). Hasta
algunos temas que podrían parecer secundarios, pe-
ro que aparecen con insistencia, como el del creci-
miento, tanto en Lc 1-2 (crecimiento del niño en 1,
80 Y2, 40.52) como en los Hechos (crecimiento de la
Iglesia en 6, 7; 12,24; 19,20), parecen indicar que Lc
1-2 y los Hechos pertenecen al mismo período de
composición 29.
Entre todas estas correspondencias hay que fijar-
se especialmente en la que se da entre Lc 1,35 YHch
1,8:
Heh 1,8
el poder
que descenderá (epelthontos)
del Espíritu Santo
sobre vosotros.
bién se la presenta en esta venida del Espíritu que va
a lanzar el evangelio desde Jerusalén hasta los últi-
mos confines de la tierra, que va a lanzar a la Igle-
sia... hasta el final de los tiempos. Lucas no comenta.
No dice si la madre de Jesús tiene que jugar un papel
en este nuevo nacimiento. Pero al situarla en medio
de los primeros creyentes, la coloca con toda la
aureola teológica que le había prestado en los rela-
tos de la infancia. Cuando comienza la epopeya de
la palabra, que proclamará por todas partes tan sólo
«lo que se refiere al Señor Jesucristo: ta peri tou
kyriou lesou Christou» (Hch 28, 31), Lucas pone como
cabecera de toda la aventura la imagen de aquella a
la que ha definido como la servidora de la palabra.
Se trata de un recuerdo simbólico, que hace pensar...
29 Cf. L. Legrand, L'annonce aMarie, 312-319.
57
LA MADRE DE JESUS
EN LA TEOLOGIA DE JUAN
Cuando se franquea el umbral del evangelio de
Juan por el grandioso pórtico del Prólogo, se tiene
la impresión de entrar en un mundo distinto, el mun-
do -literalmente hablando- de la tea-logia, de la
palabra sobre Dios: «A Dios nadie lo ha visto nunca;
un Dios hijo único, que está en (o tiende hacia...) el
seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (nos lo ha
explicado}»'. Pero es partir de una vida humana, de
los caminos de la carne (1, 14), como se ha dicho
esta palabra. E inmediatamente después del himno,
en t 19, comienza la historia: «y éste es el testimo-
nio...». Es la gran paradoja del evangelio de Juan, el
evangelio más espiritual y al mismo tiempo el más
encarnado, que no separa nunca lo divino de lo
humano. En este contexto de revelación es como
Juan habla de la «madre de Jesús».
Habla de ella en un libro minuciosamente com-
puesto: un libro escrito. «Jesús realizó otros muchos
signos ante sus discípulos, que no están escritos en
este libro. Estos se han escrito para que creáis que
, El sentido podría ser: «El que es (ho ón: alusión a Ex 3,14)
nos ha conducido (exegeomai) al seno del Padre»: cf. R. Ro-
bert; Revue Thomiste 85 (1985) 457-463; 87 (1987) 435-441;
89 (1989) 279-288, Y L. Devillers: Revue Thomiste 89 (1989)
181-217. Es precIso sin duda conservar los dos sentidos, ya que
la ambigüedad expresa dos ideas-fuerza del evangelio: Jesús
revela al Padre (14,9; 17,6), pero es también el camino que
conduce a él (14, 6).
58
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis la vida en su nombre» (20, 30-31). Esta con-
clusión afirma expresamente que el libro y la escritu-
ra se dirigen a la fe de los lectores. Bajo esta luz es
como hay que leer cada relato y cada discurso de
Juan. En el conjunto de materiales o de signos que le
brindaba la tradición evangélica, Juan hizo una se-
lección de los que le parecían más adecuados a su
objetivo teológico. Entre ellos, estos dos relatos que
hablaban de la madre de Jesús. Se puede pensar, a
priori, que estaban de acuerdo con su perspectiva
teológica. No habrá que olvidarlo.
Juan, a pesar de que conoce a varias Marias (utili-
za el nombre 15 veces: para María, la hermana de
Marta, María Magdalena y María, esposa de Cleo-
fás), no utiliza nunca este nombre para designar a
María de Nazaret. La llama la «madre de Jesús».
Sólo así. Es su nombre joánico. La evoca en varias
ocasiones en unos pasajes más o menos paralelos a
la tradición sinóptica. Igualmente, una variante de
algunas versiones, apoyada en citas patrísticas, per-
mitiría leer en Jn 1, 13 una alusión a la concepción
virginal. Pero la visión propiamente joánica de la
madre de Jesús está ligada a dos pasajes clave: el
relato del signo de Caná (2, 1-12) Y la escena del
calvario en 19,25-27. Un último texto de la tradición
joánica, el de Ap 12, que describe el «gran signo» de
la mujer «adornada de atributos celestiales» (TOB),
podría relacionarse con Jn 19,25-27. Son los textos
que vamos a examinar.
Coincidencias con la tradición sinóptica
Antes de abordar los dos pasajes originales de
Juan que ponen expresamente en escena a la madre
de Jesús, conviene examinar algunos textos que coin-
ciden con la tradición sinóptica y que se refieren más
o menos a la concepción virginal.
En 6, 42, los judíos murmuran contra Jesús que
acaba de presentarse como «el pan que baja del
cielo»: «¿No es ése Jesús, el hijo de José? ¿No cono-
cemos a su padre y a su madre?». En la historia de la
exégesis, este texto ha sido utilizado, curiosamente,
a veces para negar la concepción virginal, a veces
por el contrario para probar que Juan creía en este
misterio. No hay que darle esta importancia. Hemos
visto que «hijo de José» era el título que se le daba
normalmente a Jesús (d. también aquí en 1, 45) Y
que reflejaba la opinión común del entorno. Lucas, a
pesar de que conoce el misterio de la concepción
virginal, la utiliza sin escrúpulos en 4, 22. Por otro
lado, la incomprensión de los judíos no recae en el
hecho de que Jesús sea hijo de José o no. Tenemos
aquí un ejemplo de lo que se suele llamar el malen-
tendido joánico. Jesús habla en un nivel teológico, el
de su origen divino; sus oyentes lo entienden en otro
sentido, el de sus preocupaciones terrenas. La pers-
pectiva de Juan es la de la filiación divina de Jesús;
no se coloca en el punto de vista del modo de su
generación temporal, como lo hacían Mateo y Lu-
caso
En dos pasajes menciona también Juan a los
«hermanos» de Jesús. Pero no aporta nada nuevo
sobre su relación con la persona de María. Después
de haberlos presentado de una forma neutra en 2,
12 (aunque dentro del grupo de simpatizantes que
forman, con la madre de Jesús, los discípulos que
acaban de creer), subraya fuertemente su falta de fe
en 7, 5. La palabra «hermano» se repite además
después de la resurrección (20, 17 Y 21, 23), para
designar respectivamente a los discípulos y a los
creyentes. Se vuelve a definir entonces en función de
la fe, y Juan coincide en esto con la tradición sinópti-
ca sobre la verdadera familia de Jesús.
En 7, 42, Juan muestra que conoce igualmente la
tradición que hace nacer al mesías en Belén. En el
resto del Nuevo Testamento, esta tradición se reco-
ge únicamente en los evangelios de la infancia, en
Mateo y en Lucas. Pero esto no prueba que Juan
conociera también por eso la tradición sobre la con-
cepción virginal.
En cuanto a Jn 8, 41 : «Nosotros no hemos nacido
de la prostitución», no hay motivos para ver aquí una
alusión sarcástica al nacimiento ilegítimo de Jesús.
Estas imágenes de adulterio y de fornicación, fre-
cuentes en los profetas, pertenecen al lenguaje reli-
gioso de la alianza y se refieren a las infidelidades
del pueblo de Dios. Los judíos las vuelven contra
Jesús, que acaba de acusarles de tener un padre dis-
tinto de Abrahán, de ser infieles a la alianza.
Si exceptuamos la mención de los «hermanos»,
que afecta a la virginidad perpetua de María, todas
estas referencias indirectas se invocan en función de
la concepción virginal. Pero, dejando aparte la alu-
sión a este misterio en Jn 1, 13 (véase el recuadro de
la página siguiente), está claro que Juan no habla
nunca de esta cuestión. Su enseñanza específica se
refiere a otra cosa. La encontramos en dos relatos
que están ligados a la estructura misma de su evange-
lio y al conjunto de su teología: el signo de Caná y la
muerte de Jesús en la cruz.
59
Jn 1, 13:
¿CONCEPCION VIRGINAL?
60
La cuestión se plantea en virtud de un problema
de crítica textual. Se puede entender JnI, 12-13 de
dos maneras: o bien se lee el verbo nacer del v. 13
Plural
Pero a quienes la recibieron,
a los que creen en su nombre,
les dio poder
de hacerse hijos de Dios.
Esos no nacieron (egennéthesan)
ni de sangre ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre,
sino de Dios.
(Trad. de la TüB).
En plural, el v. 13 habla naturalmente del naci-
miento espiritual de los cristianos. Esto es muy
propio de Juan y correspondería bien al nacimiento
de arriba (o de nuevo: anóthen) de Jn 3, 3. En
singular, el v. 13 desarrolla el contenido de una
profesión de fe cristológica: se trata de creer en el
nombre de aquel que es el Hijo, el engendrado de
Dios. Y también esto es muy propio de Juan.
¿Con qué lección nos quedamos? Todos los ma-
nuscritos griegos del cuarto evangelio mantienen
aquí el plural, y esto parece ser suficiente, a primera
vista, para decidir la cuestión. Sin embargo, se sabe
en plural, según la lectura corriente; o bien se lee en
singular, según algunos testimonios antiguos:
Singular
Pero a todos los que la recibieron,
les dio poder
de hacerse hijos de Dios,
a los que creen en su nombre;
la cual (palabra) no nació (egennéthé)
ni de sangre ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre,
sino que nació de Dios
(Trad. de la Biblia de Jerusalén).
muy bien que los manuscritos griegos no son la
única fuente de información disponible para el esta-
blecimiento del texto primitivo. Hace ya bastante
tiempo que M.-E. Boismard constató que había
«como una doble tradición textual: la de los padres
y la de los manuscritos» (Revue Biblique 57 [1950]
388). Pues bien, éste parece ser el caso de Jn 1, 13.
Si bien todos los manuscritos mantienen la lección
en plural, la investigación patrística ha mostrado,
por el contrario, la unanimidad de los primeros
testigos (Justino, Hipólito, Ireneo, Tertuliano) en
favor del singular (cf. J. Galot, Etre né de Dieu.
lean 1,13 [Analecta bíblica 37]. Roma 1969). Otros
estudios han confirmado recientemente estas inves-
tigaciones (cf. R. Robert, La lefon christologique
en lean 1, 13: Revue Thomiste 87 (1987] 5-22; 1. de
la Potterie, en Marie dans le mystere de I'Alliance,
125-135). A pesar del silencio de la tradición ma-
nuscrita, sería necesario admitir la existencia de un
texto en singular. ¿Por qué se habría impuesto en-
tonces la lección en plural, que se encuentra por
primera vez en los ambientes de Alejandría? La
respuesta debe buscarse sin duda en las primeras
disputas cristológicas, en donde la gran Iglesia tenía
que moverse dificultosamente entre la herejía doce-
ta y las extravagancias de la gnosis. La lección en
plural, que causa menos problemas que la del singu-
lar, que parece favorecer a los docetas, habría sido
aceptada entonces sin tantos problemas. Quedémo-
nos por lo menos con la posibilidad de esta lectura.
Tiene en su favor al menos tantas garantías como
otras muchas hipótesis en exégesis.
Pero quedarse con la lección cristológica es tam-
bjén sacar todas Jas conseclJendas de Ja mjsma. Las
tres negaciones enérgicas del v. 13 no se refieren
evidentemente a la generación eterna, sino a la
generación temporal del Hijo de Dios. Por consi-
guiente, hay que reconocer que la tradición joánica
conoció posiblemente la concepción virginal. Al
menos a nivel del prólogo, ya que el evangelio de
Juan no hace ninguna otra alusión a este misterio,
ni siquiera en 6, 42, a nuestro juicio. Observamos
sin embargo que la madre de Jesús no es menciona-
da expresamente en este v. 13, como tampoco en el
v. 14 en donde se dice que la Palabra se hizo carne.
Seguramente está permitido reflexionar en las im-
plicaciones mariales de estos pasajes e interpretar
«lo que no se dice» en estos textos. Tal es la posibili-
dad y el privilegio de la teología. La exégesis, sin
embargo, tiene que atenerse a las indicaciones del
texto de Juan.
El signo de Caná (2, 1-12)
EL COMIENZO DE LOS SIGNOS
Juan abre la primera parte de su evangelio, el
libro de los signos, con un relato a primera vista
desconcertante. Después de la conclusión apocalípti-
ca de la llamada de los primeros discípulos: «Veréis
el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y
bajando por encima del Hijo del hombre» (1, 51). el
paso a las bodas en una aldea es bastante inespera-
do. Pero la fuerte densidad, en este texto, del voca-
bulario teológico del cuarto evangelio y su conclu-
sión, casi desmesurada, demuestran que Juan no se
distrae en la narración de un hecho diverso. En efec-
to, el relato termina con una reflexión de gran im-
portancia: «Este 2 es el comienzo que hizo Jesús de
los signos (tauten epoiesen archen tón semeión) en
Caná de Galilea y manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él» (2, 11). El tauten está en posición
enfática e insiste en este signo muy concreto.
Decir que Caná es el comienzo de los signos es
decir que con Caná se abre una historia, una historia
que ha de encontrar su desenlace en la cruz, com-
prendida por Juan como el paso de este mundo a la
gloria del Padre (13, 1). De hecho, es todo el evan-
gelio el que, según la conclusión, puede ser conside-
rado como un libro de los signos. E incluso cuando,
siguiendo a C. H. Dodd (La interpretación del cuarto
evangelio. Cristiandad, Madrid 1979; ed. original
inglesa de 1953), se divide en dos grandes partes: el
libro de los signos (c. 2-12) y el libro de la hora (la de
la pasión y la gloria: c. 13-20 Ó 21), estas dos partes
están estrechamente ligadas entre sí. En efecto, la
pasión es el desenlace trágico de la historia de los
signos (d. 11,47-53). Pero, además de este vínculo
histórico, hay entre los dos un vínculo teológico: los
2 Bajo el demostrativo femenino está el neutro touto: «es-
to».
61
signos revelan ya de una forma parcial lo que revela-
rá la pasión como una verdad plena: «Cuando hayáis
elevado al Hijo del hombre, sabréis que yo soy» (8,
28). La gloria de Jesús se manifestará plenamente en
el gran signo de la cruz: «Yo, cuando haya sido
elevado de la tierra, atraeré a mí a todos los hom-
bres. Con estas palabras significaba (semainón) con
qué muerte iba a morir» (12, 33).
Juan decía, como conclusión, que entre los signos
hechos por Jesús se había quedado con los que juz-
gaba indicados para suscitar la fe en Jesús, Cristo e
Hijo de Dios. Pues bien, lo que Jn 20, 30-31 afirmaba
de todo el evangelio, Jn 2, 11 lo afirma, en términos
equivalentes, del signo de Caná. Porque ¿qué es,
para Jesús, «manifestar su gloria», sino revelarse co-
mo el mesías revestido de la gloria del Hijo de Dios?
La gloria de Jesús, en el cuarto evangelio, es la que él
posee desde toda la eternidad como Hijo único del
Padre (1, 14). Una gloria demasiado pesada (d. la
kabód: gloria y peso de YHWH) de sentido, para que
un simple signo pueda llevar todo su peso. La conclu-
sión-reflexión de Jn 2, 11, de la que ningún otro
relato de signo tiene un equivalente, revela la inten-
ción de hacer del signo de Caná un signo-tipo. Un
signo ejemplar que, de algún modo, encierra en su
simbolismo la significación de todos los demás sig-
nos.
NIDO DE ENIGMAS
A pesar de su aparente simplicidad, el relato es
en realidad un nido de enigmas. Casi cada una de sus
expresiones plantea cuestiones que han recibido in-
terpretaciones muy diversas. Se nos cuenta una boda
sin hablar de la esposa y sin decirnos casi nada del
esposo (en el v. 9). Sobre todo, resulta misteriosa la
respuesta de Jesús a su madre. ¿Por qué ese des-
concertante: ¿A mí y a ti, qué? ¿Por qué le llama
mujer? ¿Y cuál es esa hora que indica? Finalmente,
en este relato, a primera vista trivial, encontramos
62
una gran parte del vocabulario teológico del cuarto
evangelio (ho;a, esposo, signo, gloria, creer en Je-
sús), así como dos temas bíblicos muy ligados a la
perspectiva mesiánica: el vino y las bodas. El estudio
de estos problemas, que parece detenernos dema-
siado tiempo en Caná, nos orienta de hecho hacia la
comprensión plena de la escena del calvario. Por
otra parte, es ésta la única manera de descubrir el
papel que Juan concede a María en su construcción
teológica.
UNA BODA EN CANA
Los tres primeros versículos nos sitúan en el nivel
de una boda terrena. Como apertura, el texto dice
que «estaba allí la madre de Jesús». Presencia impor-
tante. Está allí, como un dato previo. El hecho nuevo
es la invitación de Jesús y la de los discípulos. Se ha
interpretado el «tercer día» de muchas maneras 3.
Quizás sea preferible atenerse a las indicaciones cro-
nológkas del texto, sin intentar teologizarJas dema-
siado. El tercer día supone una referencia anterior:
¿tres días después de qué? La última mención crono-
lógica es la de 1, 43, en donde Jesús decide dejar
Betania, en la orilla izquierda del Jordán, para pasar
a Galilea. Pero es también el día del encuentro con
3 Se habla corrientemente de una semana inaugural que
desembocaría el día séptimo en la manifestación de la gloria
de Jesús (2, 11). Esta semana correspondería a la semana
primordial de la creación. Este tema paulino está poco presen-
te en Jn (excepto quizás en 20, 22); si este día es el 7.0
, ~or
qué se le llama expresamente el 3.0
? Por otra parte, el 3.0
día
evoca seguramente la resurrección, pero esta orientación con-
viene más al signo del templo que viene después (2, 13-22) Y
que habla por otra parte de los «tres días» (en 2, 19). También
se ha comparado (A. Serra) el 3.0
día de Caná con el 3.0
día del
Sinaí, en que YHWH dio la Torá y manifestó su gloria (Ex 19,
10-11). Estas lecturas, bíblicamente interesantes, no son ple-
namente satisfactorias.
Natanael y el de la gran revelación: «Veréis el cielo
abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por
encima del Hijo del hombre» (1, 51). Así, pues, el
signo habría tenido lugar el tercer día después del
viaje de Betania a Caná de Galilea, y en relación con
la revelación de 1, 51.
NO TIENEN VINO (2, 3)
«La madre de Jesús le dijo: 'No tienen vino'».
Evidentemente, se trata ante todo de una constata-
ción, la constatación de un hecho desagradable, en
el nivel de la boda terrena. Pero es también sin duda
una petición discreta, como la que puede leerse en la
frase de María y de Marta cuando mandaron a decir
a Jesús: «El que tú amas está enfermo» (11, 3). Pero
no pasemos más allá de este nivel. No hay nada en
el texto que sugiera una petición de un milagro. Esta
observación de la madre de Jesús es evidentemente
necesaria para la continuación del relato. Pero no
conviene detenerse en ella. Las cuestiones que en-
tonces se plantean: ¿cómo es que falta vino?, ¿esta-
rá esto motivado por la llegada de Jesús con sus
discípulos?, o los comentarios que se pueden hacer
sobre la perspicacia de María, su previsión, su cari-
dad: todo esto, que nos lleva constantemente a la
historia sucedida, nos aleja del texto de Juan. La
petición de la madre de Jesús es necesaria, narrati-
vamente, pero como una pista de despegue, para la
respuesta joánica de Jesús.
RESPUESTA DE JESUS (2, 4)
«Mujer, a mí y a ti, ¿qué? Todavía no ha llegado
mi hora». Antes de proponer una interpretación de
conjunto, hemos de examinar cada uno de los ele-
mentos de esta respuesta.
A mí ya ti, ¿qué?
Sobre el «A mí y a ti, ¿qué?: ti emoi kai soi»,
puede decirse que se ha logrado el consenso entre
los exégetas. Se trata de una expresión que se en-
cuentra varias veces en la Biblia (Jue 11, 12; 2 Sm 16,
10; 19,23; 1 Re 17, 18; 2 Re 3, 13; 2 Cr 35, 21). Es una
fórmula adversativa. Marca una sorpresa, una diver-
gencia de puntos de vista; tiene una carga negativa.
En el caso de una petición, anuncia de ordinario un
rechazo. En el texto de Juan, María habla en el nivel
de las bodas terrenas. Y Jesús va a responder en otro
nivel. El ti emoi kai soi, elemento de choque y que
marca de suyo una oposición, se encarga de llevar a
cabo la transición. Tiene la finalidad de agudizar el
pensamiento, no digamos ya de María -eso sería
caer una vez más en el nivel del suceso-, sino del
lector de Juan por el camino del misterio.
Mujer
Otro término que causa extrañeza. ¿Por qué ha-
blar así a su madre? ¿Qué sentido podía tener esta
palabra en labios de Jesús? No hay ya nadie que vea
aquí un término de desprecio o de falta de respeto.
Pero es evidente que el término se sitúa en un nivel
distinto del de la madre. Se evoca por tanto una
relación distinta de la del hijo con la madre. Se ha
hablado de separación. Jesús, que comienza sus
obras mesiánicas, tomaría distancias de María. Se-
ñalaría a su madre que sus deseos no tienen ya más
peso que los de una mujer ordinaria. Todavía con
más fuerza que en Marcos, y más brutalmente, Jesús
cortaría todos los lazos familiares. Pero esto es atri-
buir a Jn una visión de las cosas que no es la suya. En
todo caso, el v. 12 contradice toda teoría de separa-
ción: «Luego, (Jesús) bajó a Cafarnaún con su madre,
sus hermanos y sus discípulos». En todos los evange-
lios, es ésta incluso la única vez en donde se nos dice
que María pudo seguir a Jesús, aunque sólo sea en
aquel momento. Sería extraño que el texto lo señala-
se precisamente en el momento en que intentaba
subrayar la separación.
63
También aquí sería un error buscar la solución en
el nivel histórico. Este término, a primera vista insó-
lito, debe interpretarse en el mundo de Juan. Es un
término joánico. Dirigido a la madre de Jesús, apa-
rece en dos ocasiones en el cuarto evangelio: al
comienzo, en Caná, y al final, en el calvario. Todo
indica que estamos aquí en presencia de una inclu-
sión, un procedimiento literario que consiste en limi-
tar una porción en sus dos extremidades mediante
una semejanza de términos o de ideas. Juan nos
presenta a la mujer al comienzo y al final de la vida
pública, en el momento en que el mesías comienza
sus obras y en la hora de la muerte cuando consuma
su obra (d. Jn 17,4; 19,30). Al situar a la madre de
Jesús, pero en su papel de mujer, al comienza del
libro de los signos y al final del libro de la hora, Juan
la sitúa en las articulaciones capitales de su evange-
lio. El procedimiento literario nos autoriza a percibir
en la palabra mujer de 2, 4 la misma resonancia que
en la de 19, 26. Pero aquí estamos tan sólo en el
comienzo de las cosas... En otras palabras, no se
puede determinar toda la importancia de la palabra
mujer ateniéndose solamente al signo de Caná. El
lector que la encuentra por primera vez no puede
comprenderla aún en su plenitud. Pero hay que decir
lo mismo de todos los temas joánicos: la gloria, la
hora y los signos... A lo largo de la lectura, todas
estas palabras se cargarán de sentido, y al final -en
el calvario para la palabra mujer- el lector compren-
derá que ya, en Jn 2, 4 la escritura del evangelista
estaba llena de sentido.
Todavía no ha llegado
mi hora
Varios comentaristas leen hoy esta frase como
una pregunta: «¿No ha llegado aún mi hora?». Esta
lectura, que hacían ya algunos padres de la Iglesia
(Gregorio de Nisa, Teodoro de Mopsuestia), fue de-
fendida hace ya algunos años por M.-E. Boismard
(Du bapteme aCana. Cerf, París 1956). La recogió
luego A. Vanhoye (Biblica 55 [1974] 157-167) Ypare-
64
ce haber convencido a varios exégetas, sobre todo
francófonos (P. Grelot, 1. de la Potterie, M. de
Goedt, X. Léon-Dufour). Si bien es verdad que algu-
nas frases que comienzan por oupó: todavía no,
cuando van precedidas por una interrogación, son
también ellas interrogativas (d. Mt 16,9; Mc 4,40;
8, 17), este empleo es raro y no puede convertirse en
un principio absoluto. En todos los ejemplos citados
se entiende muy bien el todavía no: «¿Todavía no
comprendéis?» (Mc 8, 17; Mt 16, 9); «¿todavía no
tenéis fe?» (Mc 4, 40). Pero en cada ocasión, el
todavía no de estos pasajes implica un severo repro-
che. Y aquí no hay nada que haga suponer un repro-
che por el estilo. Además, los otros 12 empleos de
oupó en Juan están siempre en frases negativas,
pero nunca en una interrogación. Finalmente, la
afirmación «todavía no ha llegado la hora de Jesús»
se encuentra otras dos veces, en 7, 30 Y 8, 20, opo-
niéndose a «ha llegado la hora» de 12, 23 Y 17, 1,
que anuncian la muerte gloriosa de Jesús.
Es verdad que esta interrogación que transforma
la respuesta de Jesús en respuesta positiva haría de-
saparecer lo que parece ser la dificultad principal de
este texto. ¿Cómo es que Jesús, después de rechazar
la petición de su madre, puede hacer el milagro? ¿Y
cómo la madre de Jesús, después de oír una negativa,
sigue preparando a los sirvientes para la acción de
Jesús? Para resolver esta dificultad, se han propuesto
todos los expedientes: una sonrisa de complicidad
por parte de Jesús, el conocimiento que tenía María
de la bondad de su hijo, etc. Pero todas estas solucio-
nes tienen el error de situarse en un nivel de aconte-
cimiento que no es el del evangelista. La interroga-
ción que transforma la respuesta negativa de Jesús
en respuesta afirmativa parece también demasiado
ligada a este nivel de acontecimiento. La lógica del
texto no debe buscarse en el nivel de la historia
sucedida. Su lógica es la de la teología joánica. Este
es el comienzo de los signos. Por primera vez, Jesús
manifiesta su gloria (d. 1, 14); por primera vez, se
diría que los discípulos ven «el cielo abierto» (1,51) Y
«a los ángeles del cielo subir y bajar por encima del
Hijo del hombre». Y ante este comienzo de las cosas
«más grandes todavía» (1, 50), ellos creen. Siempre
es posible plantear preguntas en el nivel histórico,
pero entonces se sale uno del texto de Juan. Fuera
del texto. Juan no se preocupa por la lógica en ese
nivel. Y su v. 4 está escrito precisamente para guiar y
animar al lector a que se ponga en un buen nivel de
lectura. Es una frase-shock. Es inesperada, ilógica en
el plano humano. Tiene la función de elevar al lector
al nivel joánico.
Porque existe el tema joánico de la hora. El tér-
mino es técnico en Juan. Designa el tiempo de la
pasión y de la glorificación de Jesús, el momento
hacia el cual tiende todo el drama de la vida de
Jesús. ¿No es por causa de esa hora por lo que Jesús
ha venido al mundo (12, 27)? Todos los sucesos na-
rrados por Juan, todos los signos (semeia), todas las
obras (erga) de la vida pública tienden hacia esa
hora única. La vida de Jesús, tal como la presenta
Juan, adquiere un tinte dramático. A la revelación
progresiva que el Verbo hace de su gloria (doxa) de
Hijo único (1,14), corresponde igualmente la progre-
sión de las reacciones: de la fe y sobre todo de la
incredulidad. Surge y se hace cada vez más inminen-
te una amenaza de muerte (7, 30.32.44; 8,20.59; 10,
31.39; 11,47.53.57; 12,10.11.19), Yhe aquí que la
hora está relacionada con esta perspectiva de muer-
te: «Quisieron detenerlo, pero nadie le echó mano,
porque no había llegado todavía su hora» (7, 30; 8,
20). Pero la hora llegará; el oupó es una garantía de
ello. En 12, 23 Y27, se hace inminente: «He aquí la
hora en que el Hijo del hombre tiene que ser glorifi-
cado. Padre, sálvame de esa hora...». Y 12, 24 nos
confirma que se trata ciertamente de la muerte: el
grano de trigo tiene que morir para dar fruto.
Pero es el c. 13 el que señala el giro decisivo en la
existencia de Jesús. Porque la hora ya ha llegado:
«Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar
de este mundo al Padre...» (13, 1). Es la hora de la
muerte, del gran paso, pero también el de la vuelta
al Padre, el de la glorificación final: «Padre, ha
llegado la hora; glorifica a tu hijo» (17, 1). Si bien el
significado de esta hora se da sobre todo en la
segunda parte del evangelio (13-17), aparece ya en
la primera parte, totalmente orientada hacia ella. Es
toda la vida pública la que capta Juan a través del
prisma de la hora. Cuando el Jesús de Juan dice en 2,
4: «Todavía no ha llegado mi hora», es inverosímil,
impensable, que esta hora no sea, por anticipación y
por alusión, la de la hora final. Y esto es aún más
claro si se pone la hora del relato de Caná en rela-
ción con los temas joánicos de la misma perícopa. En
Caná es donde Juan nos habla por primera vez no
solamente de la hora, sino de la mujer, de la gloria,
del signo y de la fe que resulta de ella. Todos estos
temas se entrelazan a través del evangelio para
unirse en una misma cima que es a la vez la hora
suprema de Jesús, el instante de su glorificación su-
prema, el signo supremo que decide en último recur-
so sobre la fe. Y este punto es el que dirige todo el
evangelio: la muerte en la cruz. No es una casualidad
el que todos estos temas: la hora, la gloria, la fe,
añadiendo el de la mujer, se encuentren reunidos en
el comienzo de todos los signos, el que anuncia la
significación de todos los demás.
En estas alturas joánicas, algunos, al costarles en-
contrar la situación concreta de la boda en que había
llegado a faltar el vino, sienten una especie de vérti-
go. Sin embargo, parece evidente que a Juan no le
interesa esta boda aldeana. Se aprovecha de ella
para llevarnos, teológicamente, mucho más allá. En
este nivel teológico es donde hay que buscar la cohe-
rencia de su texto y no a nivel histórico-psicológico
de lo que tuvo que pasar en aquella fiesta. Las pala-
bras de la madre de Jesús, en el v. 3, seguían estando
en el nivel de la boda terrena. Pero la respuesta del
Jesús de Juan ha trastornado las cosas: no se trata de
madre, sino de mujer, y no se habla del vino de la
boda terrena, sino de la hora, que va a ofrecer otro
tipo de vino.
65
HACED LO QUE EL OS DIGA (2, 5)
Pero, ¿qué pasa entonces con la reacción de Ma-
ría? Hay que entenderla en el nivel teológico en el
que se desarrolla ahora el relato. Cuando se com-
prende el v. 4 como una respuesta a la petición de
vino para la boda terrena, la actitud de María en el
v. 5 resulta inexplicable, a no ser que se suponga una
especie de omisión, la omisión de algún consenti-
miento por parte de Jesús... Suposición. Pero como
se entiende el v. 4 en un nivel teológico, la interven-
ción de la madre de Jesús entre los sirvientes tiene
que leerse también, joánicamente, en ese nivel. Se
ha visto en ella de ordinario una referencia a la
recomendación del faraón a los egipcios: «Id a José
y haced lo que él os diga» (Gn 41, 55). La frase de la
madre de Jesús recuerda más bien la respuesta del
pueblo de Dios a las propuestas de la alianza: «Todo
lo que nos ha dicho YHWH, lo haremos» (d. Ex 19,
8). Por medio de una reflexión midrásica, de una
forma alusiva, Juan pondría en labios de María la
profesión de fe del pueblo elegido. Identificación
indirecta entre María y el pueblo de Israel, que Juan
iluminará más aún en la escena del calvario (19,
25-27). Narrativamente, Juan vincula aesta respuesta
el relanzamiento de su relato, pero este relato se
desarrolla ahora muy lejos de la boda aldeana: más
allá de las tinajas rituales, en la abundancia del vino
mesiánico venido no sé sabe de dónde, a la sombra
del esposo mesiánico...
SIMBOLISMOS MESIANICOS
Así, pues, hay que señalar el simbolismo mesiáni-
co de estas bodas. Las bodas se mencionan aquí tres
veces en tres frases (si se adopta la lección larga del
v. 3: «No tenían vino, porque el vino de bodas se
había agotado»). Es sabido el lugar que ocupa la
imagen nupcial en la Biblia. Por medio de ella, los
profetas habían descrito la alianza de YHWH con su
66
pueblo, utilizando con atrevimiento el vocabulario
amoroso para describir esta increíble realidad (d.
Os 2,16-25; Is 54,4-5; 62,4-5; Jr 2,2; Ez 16,8.60). En
esta misma sección inaugural de Juan, el precursor
hace alusión a este tema mesiánico: «Quien tiene a
la esposa es el esposo» (3, 29). Es el mismo tema que
volverá a la superficie en el v. 9 del relato de Caná
en donde se menciona expresamente al esposo. Je-
sús aparece allí como el verdadero esposo, ya que es
él el que cumple de hecho las funciones de esposo y
da a los invitados el vino bueno guardado hasta el
final.
Pero el simbolismo fundamental de toda la esce-
na es más concreto. Todo el contexto habla del paso
de la economía antigua a la economía nueva. Las
primeras escenas del evangelio llevan a cabo la
transición entre el movimiento bautista y Jesús. El
precursor presenta a Jesús como el mesías predicho
por los profetas y anuncia el bautismo en el Espíritu
(1, 33). El signo del templo evoca el cuerpo del
Resucitado, que se convertirá en el templo de un
culto nuevo en espíritu y en verdad (d. 4, 21). La
conversación con Nicodemo habla de nacimiento
nuevo. Finalmente, en el relato de la samaritana la
oposición entre el agua del pozo de Jacob y la que
da Jesús sugiere la oposición entre el régimen de la
ley mosaica (comparada ya con un pozo de agua viva
en los documentos de Qumrán y en las tradiciones
rabínicas) y la economía cristiana, fuente de un culto
en espíritu y en verdad. Todo el contexto habla así
bajo un aspecto o bajo otro, del cambio de la econo~
mía antigua en economía nueva. Es éste el simbolis-
mo fundamental de Caná. El agua que sirve para las
purificaciones rituales, el agua de las tinajas del ju-
daísmo, se cambia en el vino mejor. El vino es sím-
bolo del orden nuevo. En la Biblia, el vino hablaba
de las esperanzas mesiánicas (d. Am 9, 13; JI 4, 18;
Os 14,8...). En Caná, la abundancia misma del vino y
su calidad superior cumplen este simbolismo. Esta
calidad y esta abundancia no son para las bodas
terrenas. Evocan el vino mesiánico, que sustituye al
agua de la primera alianza.
LA MADRE DE JESUS
AL COMIENZO DE LOS SIGNOS
El signo de Caná es pues ante todo un relato
cristológico. Es la persona de Jesús, no la de su ma-
dre, la que ocupa el centro de todo el relato. En él se
manifiesta Jesús como el fundador de una economía
nueva. Es el comienzo de los signos de Jesús. Es su
hora que no ha llegado todavía. Es su gloria la que se
descubre allí y es él en quien creen los discípulos. La
conclusión-reflexión del v. 11 lo reduce todo a la
persona de Jesús.
Sin embargo, la madre de Jesús no representa
aquí un papel meramente decorativo. La mención
que Juan hace de ella en primer lugar: ella estaba
allí, en un relato ordenado a la manifestación de la
gloria del mesías; la repetición insistente de su título
de madre de Jesús; el paso al de mujer; su iniciativa
en la preparación y en la ejecución del signo: son
otros tantos rasgos que no pueden limitarse al rango
de detalles accesorios.
Todo el relato está ordenado a la fe de los discí-
pulos. Pero en el origen de este signo ordenado a la
fe de los discípulos está la madre de Jesús. El signo es
preparado y obtenido por ella. Se la presenta en la
fuente de la fe de los discípulos. Pues bien, en Juan,
se vive por la fe (d. 20, 31). La madre de Jesús está
en el origen de los vivientes. Y si se piensa que este
signo no es solamente el primero de los signos, sino
que preludia, por así decirlo. todo el evangelio consi-
derado en su conjunto como un relato de signos, la
figura de la madre de Jesús ocupa entonces, en el
evangelio de Juan, un lugar excepcional. Jesús no la
llama ya madre, sino mujer, anticipando así. en el
comienzo de los signos, lo que manifestará plena-
mente al final de todos los signos, en tiempos del
cumplimiento, cuando haya llegado definitivamente
la hora.
La madre del discípulo (19, 25-27)
Se ha considerado a menudo la escena en que
Jesús moribundo parece confiarsu madre al discípulo
amado como una escena de piedad filial, como un
simple acto privado. Y algunos autores la leen toda-
vía así. Pero la visión de Juan exige que se vaya
mucho más lejos.
Notemos en primer lugar que el pasaje se inserta
en un contexto (Jn 19, 17-37) en el que todo nos
habla del plan de salvación anunciado por la Escritu-
ra. Los acontecimientos que enmarcan este episodio
tienen todos ellos un alcance mesiánico y cumplen
las Escrituras. El sorteo de la túnica de Jesús. que
precede inmediatamente, termina con un «Así se
cumplió la Escritura: Se repartieron mis vestidos y
echaron a suerte mi túnica» (Sal 22, 19). En las esce-
nas que siguen se subraya también fuertemente el
cumplimiento de las Escrituras: primero en el v. 28,
donde Juan escribe: «Luego, sabiendo Jesús que se
había acabadotodo. para que se cumpliera la Escritu-
ra, dijo: Tengo sed»; finalmente, en los v. 36-37,
donde se citan otros dos textos de la Escritura. Es
inconcebible, por tanto, que en los v. 25-27 el Jesús
de Juan pierda de pronto de vista estas perspectivas
de la salvación para ponernos al corriente de sus
asuntos familiares.
67
El procedimiento que se ha llamado «esquema de
revelación»4 nos orienta en esta misma línea. Con-
siste en lo siguiente: un enviado divino ve a un perso-
naje cuyo nombre se indica y, para presentarlo, dice
una frase de carácter oracular; en otras palabras,
hace una proclamación que supera claramente el ob-
jeto de la visión material, ya que revela el misterio
de una misión o de un destino (d. Jn 1, 29-34.35-
39.47-51). Pues bien, esto es precisamente lo que
tenemos en 19,25-27' (!Viendo Jesús a su madre y al
discípulo que amaba en pie a su lado, dijo a su ma-
dre: he aquí a tu hijo...». Esta frase de revelación
excluye que se pueda tratar aquí de una Simple reco-
mendación, y la maternidad que constituye el objeto
de este oráculo de presentación no puede ser más
que una maternidad misteriosa.
Concierne al discípulo misterioso «que amaba Je-
sús». Los especialistas no están de acuerdo en la
identidad de este personaje que aparece en Juan a
partir del c. 13. Esta expresión pone de manifiesto
dos grandes temas joanicos: el del amor primero de
Jesús por el discípulo (15, 16) Y el de la condición
misma del discípulo, que se convierte en tal al obser-
var los mandamientos de Jesús, permaneciendo en
su amor (15, 10). La expresión que amaba Jesús no es
tanto la indicación de un amor de predilección por
un discípulo en particular como una explicación que
intenta situar al discípulo en cuanto tal en la esfera
de la agape, del amor. La expresión tiene pues un
valor simbólico y designa a todos los creyentes. El
creyente es el que es confiado a María y el que la
reCibe como madre.
En esta perspectiva es como hay que entender las
últimas palabras de Jn 19,27: «A partir de esa hora,
4 Cf M de Goedt, Un scheme de revelatlon dans le qua-
tneme évanglle' New Testament Studles 8 (1961-62) 142-150
El autor propone llamarlo ahora «esquema de preparaclon
oraculan> o «esquema de manlfestaclon profetlca de voca-
clon» (cf Kechantómene Melanges Rene Laurentm Desclee,
Pans 1990,208)
68
el dIscípulo la tomó consigo». Este ((consigo», que
traduce el griego eís ta idia (literalmente' ((en las
cosas que le son propias») no designa solamente la
casa del disClpulo. Los bienes propiOS del diScípulo, lo
que le pertenece en cuanto que es discípulo: el víncu-
lo de fe que lo une a Cristo y se expresa en la práctica
del mandamiento del amor. En este espacio espiri-
tual, según Juan, es donde el discípulo recibe a María
como madre 5.
Esto parece confirmarse por el v. 28. Este versícu-
lo es importante. Por medIO del meta touto «((des-
pués de esto»), remite a lo que narró inmediatamen-
te antes (a diferencia de meta tauta. «después de
estas cosas», que es mucho más vago), es decir, a la
escena de la despedida. Ademas, los dos empleos de
los verbos telea y teleioa del v. 28 (todo estaba
acabado..., para que se acabase...) y el se acabó del
'CJ. 30 remiten al telas de 13, 1 (<<los amó hasta el
fm»), sugiriendo de este modo que la escena de
despedida de Cristo a su madre constituye la cima, el
((telas de las obras que Jesús había realizado por
agape a los suyoS»6.
Todo esto podna parecer exorbitante. Y lo sería
efectivamente si el evangelista no hablase aquí más
que de la persona de María Pero habla de hecho de
la madre de Jesús, y la maternidad de aquella a la
que llama mujer no se separa ni de la maternidad
mesiánica de Israel ni de la maternidad de la Iglesia.
El grupo de creyentes que Juan presenta al pie de la
cruz es ya la primera Iglesia, tal como confirma la
interpretación eclesial y sacramental de los símbolos
de la sangre y del agua que brotan del costado
traspasado del crucificado. En otras palabras, la ma-
5 Esta pOSIción, propuesta por I de la Pottene, ha sido muy
discutida, especialmente por F Neynnck Pueden verse las
referencias en I de la Pottene, Mane dans le mystere de
I'AI/lance Desclee, Pans 1988, 248-251.
6 Cf M de Goedt, a c, 149, que analiza muy bien (p
147-149) el empleo de meta touto en el evangelio de Juan
ternidad misteriosa de Jn 19,25-27 se proclama en
pleno contexto eclesial. En el calvario, Juan no narra
una simple escena familiar. En el contexto solemne
de la muerte de Jesús, en donde se trata continua-
mente del cumplimiento de las Escrituras, el título de
mujerpuesto en labios de Jesús posee una dimensión
mesiánica. Designa una figura de la historia de la
salvación, que coincide con otra figura joánica de
mujer, la del Ap 12.
La mujer vestida del sol (Ap 12, 1-17)
Sea lo que fuere de la cuestión del autor, el libro
del Apocalipsis se relaciona comúnmente con la tra-
dición joánica, y esto es suficiente para nuestro pro-
pósito. En el c. 12, el autor describe un signo ex-
traño: «Apareció en el cielo una magnífica señal:
una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y
en la cabeza una corona de doce estrellas. Estaba
encinta, gritaba por los dolores de parto y el mo-
mento de dar a luz... Dio a luz un hijo varón, des-
tinado a regir todas las naciones con cetro de hie-
rro» (12, 1-2.5).
¿Quién es esa mujer vestida del sol? ¿Se trata de
Sión? ¿Del pueblo santo de los tiempos mesiánicos?
¿De la Iglesia? ¿O de la virgen María engendrando
al mesías? El análisis puede mostrar que esta mujer,
en algunos versículos, se presenta como una personi-
ficación del pueblo de Dios, la Sión ideal de los
profetas; que, en otros versículos, no puede designar
más que a la madre individual del mesías; y que,
también en otros, representa a la Iglesia después de
Cristo. Es una figura compleja, y voluntariamente
compleja, ya que tiene teológicamente la función de
evocar a la vez la maternidad mesiánica de Israel (d.
Is 66, 7-8), la figura de María en la que se consuma
esta maternidad mesiánica, y finalmente la Iglesia.
Por tanto, no se puede excluir a María de la poliva-
lencia del símbolo representado por la mujer. Incluso
hay que decir que es ella la que permite unificar los
diferentes papeles. Porque si bien María resume al
antiguo pueblo de Dios, es también la perfecta reali-
zación de la Iglesia de Cristo. En ella es donde se
realiza, en definitiva, el cambio de la economía an-
tigua a la economía nueva que prefiguraba el signo
de Caná.
Pues bien, esta mujer de Ap 12 está muy empa-
rentada con la de Jn 19,25-27. En este último texto
hay tres rasgos que caracterizan a la madre de Jesús,
que no se encuentran en los otros evangelios: 1) se la
llama mujercon insistencia; 2) tiene otros hijos, ade-
más de Jesús, puesto que se convierte en la madre del
discípulo, que simboliza a los creyentes; 3) esta nue-
va maternidad está relacionada con los dolores de
la cruz. Este último punto, no explicitado en Jn 19,
25-27, resulta claro si se lee la escena del calvario a la
luz de Jn 16, 21, donde Jesús compara su muerte
próxima con la hora de la mujer que da a luz doloro-
samente. Se trata de tres rasgos que caracterizan
igualmente a la madre del mesías del Apocalipsis.
También ella es llamada mujer, tiene otros hijos
distintos del mesías (d. Ap 12, 17) y, finalmente, se
subrayan con fuerza los dolores de su parto metafóri-
co, que coincide con la pasión y la resurrección de
Cristo 7.
7 A. Feuillet ha tratado varias veces esta cuestión, reciente-
mente en Nova et Vetera 59 (1984) 37-49.
69
Pero hay que ir más lejos todavía y advertir que,
en Ap 12, el tema joánico coincide indiscutiblemen-
te con la mujer del Génesis (3, 15). El punto de
partida de esta identificación es sin duda alguna la
identidad del dragón y de la «antigua serpiente» en
Ap 12,9. Sin embargo, el paralelismo es más profun-
do y basta con comparar Gn 3, 14-15 con Ap 12,
9.13.17 para darse cuenta de ello. Tanto en un texto
como en el otro, la serpiente está en guerra contra
la mujer y su descendencia (cf. la reaparición en Ap
12, 17 de la expresión insólita: tou spermatos autes).
Podrían añadirse además los dolores de parto de Gn
3, 16 Ylos de Ap 12,2. De hecho, es todo el capítulo
12 del Apocalipsis el que constituye un comentario,
un verdadero midrás cristiano, de Gn 3, 15.
CONCLUSION
Todo esto es más que suficiente para mostrar que
el tema joánico de la mujer está relacionado con la
historia de la salvación. Según Juan, la madre de
Jesús tiene, por tanto, un papel que jugar en esta
economía. Elevándose por encima de la estricta di-
mensión histórica, el título de mujer que le da Juan
en 2, 4 yen 19, 261a relaciona con la mujer de Ap 12
y, por medio de ella, con la mujer original de Gn 3,
70
15. Esta lectura mesiánica no supera los métodos de
lectura de la comunidad judía del siglo I ni los de los
primeros escritores cristianos. De esta manera, Ma-
ría es vista por Juan -tal como indicaban ya las
referencias lucanas a la Hija de Sión- dentro de una
gran corriente mesiánica femenina. Al lado de la
corriente mesiánica masculina (cf. las figuras de Moi-
sés, del profeta, del mesías, del siervo, del Hijo del
hombre) que desemboca en Jesús, hay una corriente
mesiánica inferior, pero paralela, que prepara la
comunidad mesiánica (corriente ligada a los temas
de la ciudad, de Sión, de Jerusalén). Juan nos hace
pensar que esta corriente secundaria desemboca en
María. Según el pensamiento joánico, el papel de
María en la economía de la salvación parece ligado
al pensamiento del pueblo de Dios en el Antiguo
Testamento, y a la Iglesia, que es su prolongación.
Esto no convíerte a María en un puro símbolo. La
teología de Juan está siempre anclada en la historia.
María fue ciertamente la madre histórica de Jesús.
Aunque no se tengan los medios para verificar estric-
tamente su historicidad, no hay motivos para hacer
del relato de Caná y de la escena del calvario unas
simples creaciones literarias. Sin embargo, es evi-
dente que Juan pensó teológicamente el papel de la
madre de Jesús y que la presenta ante todo en su
evangelio como la madre del discípulo, la madre de
todos los creyentes.
CONCLUSION
Las lecturas que hemos propuesto han intentado
respetar la perspectiva de cada evangelio. En efec-
to, cada uno de ellos tiene su propia estructura, su
propio mundo, su propia manera oe comprenoer 'i
de expresar el único misterio de Cristo. Y en sus
diferencias es como estos evangelios han sido reco-
nocidos y aceptados por la comunidad creyente.
En efecto, era preciso decir la inagotable com-
plejidad del misterio de Cristo. Y cada uno de los
evangelistas se ha esforzado a su manera, pero sin
resolver nunca la paradoja, en compaginar el lado
humano de Jesús con su lado trascendente. En todos
los evangelios, Jesús sigue siendo paradójico: unas
veces lo más cerca posible de la humanidad, otras
veces lo más cerca posible de lo que nos parece que
es la divinidad, pero sin que un aspecto se imponga
definitivamente sobre el otro. Porque esta paradoja
es necesaria: nos dice el ser mismo de Jesús y es el
que abre el espacio de la fe.
Además, cuando se comparan los evangelios en-
tre sí, parece descubrirse una paradoja semejante. En
su conjunto, por ejemplo, el Jesús de Marcos parece
ser mucho más humano que el Jesús de Juan. Pero los
dos son necesarios para el equilibrio del misterio.
Por otro lado, desde otro punto de vista, esta «plura-
lidad creyente» es «sana, en cuanto que mantiene
los textos en su condición de testimonios terrenos,
sin hacer posible su acceso a una condición de dicta-
do celestial» (André y Francine Dumas, Marie de
Nazareth. Labor et Fides, Ginebra-París 1989, 12).
Un dictado celestial lo hubiera hecho todo uniforme.
Los evangelios nacieron desde abajo, del camino de
fe de las comunidades, de las percepciones humanas
del misterio de Cristo. El Espíritu, que guiaba a los
autores y que guió a la Iglesia en la aceptación de sus
escritos, respetó a los asistentes humanos. Esta es,
como hemos visto, la ley misma de la alianza.
PROGRESION y DIFERENCIA
Todo esto, que parecería alejarnos de María, nos
invita por el contrario a mirarla con los ojos mismos
del evangelio. El estudio de la tradición evangélica,
desde Pablo hasta Juan, muestra con evidencia una
progresión en la percepción del misterio de María.
Desde la mujer anónima de Gál 4, 4 Yaquella de la
que Marcos conoce ya el nombre, aunque la distinga
mal de un grupo familiar antipático, hasta la Virgen
que da a luz al príncipe heredero en el evangelio de
Mateo. Desde la servidora de la palabra, que con-
siente en Lucas en ser la madre del «Hijo de Dios»,
hasta aquélla a la que el Jesús de Juan llama mujery a
la que proclama madre de todos los creyentes.
Progresión pues dentro del corpus evangélico.
Pero cada evangelio conserva su diferencia legítima.
La Iglesia no ha querido nunca que se armonizasen
los evangelios y, a pesar de ciertas tentativas, no
quiso que se redujeran los cuatro evangelios a uno
solo. Desde la primera tradición, el evangelio es
«cuadriforme» (san Ireneo). Así, pues, hay evangéli-
camente una imagen cuadriforme de María. Senti-
ríamos la tentación de atenernos a la última etapa
de esta progresión, pero quizá sea más sano mante-
ner, claramente expuesto, el itinerario del descubri-
miento. Si bien no se puede ignorar la última etapa
de la comprensión joánica, la mirada de Marcos y de
su comunidad le conserva a María sus raíces humanas.
71
La paradoja de las dos visiones nos guarda de la
tentación de querer dominar el misterio. Marcos nos
dice que no hay que identificar a María con su hijo.
Juan nos dice que Dios ha hecho a la carne -y la
madre de Jesús pertenece a este orden- capaz de
revelar a Dios y de conducir a él. De hecho, la histo-
ria de la salvación se realiza por la asociación simul-
72
tánea de dos colaboradores: Dios y la humanidad.
María pertenece a esta economía de la alianza, a las
leyes de la casa de Dios (oikos-nomos). Por medio de
ella, María de los evangelios, es como nos ha llega-
do y nos llega aquel que es la buena nueva de fa
salvación.
Para proseguir el estudio
R. E. Brown, El nacimiento del mesias. Cristiandad,
Madrid 1982 (Obra de un exégeta católico sobre
Mt 1-2 Y Lc 1-2, que ha tenido una gran influen-
cia).
A. y F. Dumas, Marie de Nazareth. Labor et Fides,
Ginebra 1989, 106 p. (Presentación clara y viva
de las posiciones protestantes).
A. Feuiliet, Jésus et sa mere d'apres les récits luca-
niens de I'enfance et d'apres saint Jean. Gabal-
da, París 1974, 307 p. (La última parte sobre el
lugar de la mujer y de la Virgen María en la
economía cristiana ha suscitado algunas discusio-
nes).
1. de la Potterie, Marie dans le mystere de I'Allíance.
Desclée, París 1988, 293 p.
Id., María, en Nuevo diccionario de teología bíblica.
Ed. Paulinas, Madrid 1990, 1121-1149.
R. Laurentin, Structure et théologie de Luc, 1-//. Ga-
balda 1964, 232 p. (Estudio importante que ha
contribuido a renovar la exégesis católica sobre
este tema).
L. Legrand, L'annonce a Marie (Luc 1, 26-38). Une
apocalypse aux origines de I'Évangile. Cerf, París
1981,403 p. (Buen estudio sobre la cristología y
el papel de María en Lucas).
J. Mac Hugh, La madre de Jesús en el Nuevo Testa-
mento. DDB, Bilbao 1978.
S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia
(BAC). Madrid 1986-1991,4 vols.
X. Pikaza, María yel Espíritu Santo (Hch 1, 14). Apun-
tes para una mariología pneumatológica: Estu-
dios Trinitarios 15 (1981) 3-82.
A. Serra, Biblia, en Nuevo diccionario de mariología.
Ed. Paulinas, Madrid 1988,300-385 (Buena expo-
sición de los diversos textos bíblico-mariológi-
cos y muy copiosa bibliografía).
M. Thurian, María, madre del Señor, figura de la
Iglesia. Hechos y Dichos, Zaragoza, s.a. (Exégesis
y teología protestante).
AA.VV., Mary in the New Testament. Fortress Press,
Filadelfia 1978, 323 p. (Obra importante, fruto
de las discusiones entre exégetas católicos y pro-
testantes; entre otros: R. E. Brown, K. P. Don-
fried, J. A. Fitzmyer, J. Reumann).
María en la Sagrada Escritura: Estudios Marianos 23
(1962) 444 p. (número monográfico).
María en la Escritura y en la Tradición: Estudios Ma-
rianos 24 (1963) 317 p. (número monográfico).
73
74
Recuadros
Los hermanos y hermanas de Jesús
Tamar, Rajab y Rut
De Jesús como mesías, éste fue el origen
Anuncios celestiales
¿Una concepción ilegítima?
Testimonios del siglo 11
La madre del rey-mesías
Hija de Sión
¿Propósito de virginidad?
¿Nacimiento virginal?
¿Cántico de María o de Isabel?
Los tres anuncios
María de los apócrifos
Jn 1, 13: ¿concepción virginal?
p.13
19
19
20
23
24
26
34
38
41
46
51
54
60
CONTENIDO
El lugar que ocupa María en la fe de los cristianos es todavía muy variable. Los
excesivos entusiasmos de algunos, herencia de las generaciones precedentes, expli-
can en parte el silencio embarazoso de otros. Desde que el Concilio Vaticano 11
reequilibró la teología mariana, es posible leer conJTlayor serenidad los textos del
Nuevo Testamento que hablan de María.
Jean-Paul MICHAUD, exégeta en Ottawa, nos ayuda a leer atentamente estos
. textos -poco numerosos, pero densos-- sobre María. Nos invita a descubrir el retrato
de María en cada uno de los cuatro evangelios, pero sin alejarnos nunca del centro
de nuestra fe: Jesús, hijo de Dios e hijo de María.
Preliminar 6
La discreción de los primeros textos: Pablo y Marcos 8
¿El silencio de Pablo? 8
El evangelio según Marcos..... 11
María vista por Mateo 15
Los relatos de la infancia (Mt 1-2) . 15
Durante el ministerio público 27
María en el proyecto histórico y teológico de Lucas 29
Los relatos de la infancia en Lucas 30
El anuncio a María (1, 26-38) f................................. 33
María, creyente y servidora (1, 39-56) 44
Los misterios de la palabra (2, 1-52) 49
María en tiempos de Jesús y de la Iglesia 55
La madre de Jesús en la teología de Juan 58
Coincidencias con la tradición sinóptica 59
El signo de Caná (2, 1-12) 61
La madre del discípulo (19, 25-27) 67
La mujer vestida del sol (Ap 12, 1-17) 69
Conclusión 71
Para proseguir el estudio 73
Recuadros 74

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077 María en los evangelios (JEAN PAUL MICHAUD).pdf

  • 1. lCBl L!!J Jean-Paul Michaud María de los evangelios EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 41 31200 ESTELLA (Navarra) - España 1992
  • 2. «María de los evangelios»: ¿se tratará de un nuevo título que añadir a la larga letanía de invocaciones en honor de la Virgen? En todo caso, es un título que valdría la pena destacar, porque ¿dónde se arraiga nuestro conocimiento de María, sino en el suelo de los evangelios? Profesor de Nuevo Testamento en ia Universidad de San Pablo de Ottawa (Canadá), el padre Jean-Paul MICHAUD era el autor adecuado para escribir este cuaderno: pertenece a una congregación fundada por san Luis Grignion de Montfort, con su espiritualidad mariana exigente, y al mismo tiempo es un exégeta competente, que sabe estudiar los textos en su propio jugo. Santa Teresa del Niño Jesús se quejaba de los predicadores de su tiempo que contaban de María «cosas inverosímiles». Con un agudo sentido de la verdad del evangelio, añadía: «Habría que decir que ella vivía de la fe, como nosotros, y dar pruebas sacadas del evangelio, en donde leemos: 'No comprendieron lo que les decía' (Lc 1, 50)>> (Novissima verba). J.-P. Michaud toma en serio la extraña discreción de Pablo y la de Marcos, que no distinguen a la madre de Jesús del resto de sus parientes. Algo muy distinto es lo que ocurre en Mateo y en Lucas. De este modo se observa «un progreso en la percepción del misterio de María», una trayec- toria cuyo punto de partida se encuentra en Marcos y que tiene su punto culminante en Juan, que tanto subrayó la relación de Cristo con su Padre y presentó a la Madre de Jesús como la figura de la Iglesia. Podría ser una tentación sutil quedarse tan sólo con el punto de llegada y olvidar que la discreción sobre el papel de María pertenece también al depósito de la fe, consignado en las Escrituras. Según la recomendación del Vaticano 11 (LG 6, 67), J.-P. Michaud se ha abstenido «a la vez de toda falsa exageración y no menos de una excesiva estrechez de espíritu». Bien basado en la exégesis, su cuaderno debería contribuir a favorecer un diálogo ecuménico en torno a María, alabada por todas las generaciones como modelo de fe; humilde servidora del Señor, María nos dio acceso -y nos lo sigue dando-- a aquel que es «la buena nueva de la salvación». Edouard COTHENET 5
  • 3. PRELIMINAR El titulo de este cuaderno podría dar a entender que hay varias Marías, por ejemplo la de la teología, o la de los autores espirituales, o la de la gran piedad popular. Quizá. Pero aquí, como en losdemás capítu- los de la teología, es la Escritura la que sigue siendo el fundamento de todo. Lo ha repetido el Concilio Vaticano 11: es en la palabra de Dios donde la teolo- gía «encuentra su fuerza y de donde saca toda su juventud, profundizando bajo la luz de la fe en toda fa verdad oculta en el misterio de Cristo» (DV 24). La Virgen María interesa a los cristianos en la medida en que está vinculada al misterio de Cristo, misterio que explica también el de la aventura huma- na. Pues bien, allí es donde está el horizonte mismo de las Escrituras, y particularmente del Nuevo Testa- mento. Desde un punto de vista ecuménico, la pie- dad y muchas veces la doctrina marial católica les han parecido exageradas a algunos otros cristianos. Sigue siendo éste un contencioso que no se ha resuel- to todavía. Una nueva razón para volver a las Escritu- ras. Veremos que María pertenece al evangelio, a la buena nueva de la salvación que nos ha venido en Jesucristo. Lo que sabemos de ella se nos ha transmi- tido por la tradición evangélica reflejada y cristali- zada en los textos del Nuevo Testamento. Presenta- remos una lectura de esos textos, sin olvidar que son textos de fe. Que no fueron escritos en una perspecti- va anecdótica, sino para revelarnos la única verdad que importa según ellos, la verdad que expresa la palabra Enmanuel, «Dios con nosotros». Y permitir- nos vivir de ella. Esta perspectiva de vida eterna que hay que reci- bir y compartir relativiza la figura de María. Es evi- dente que Cristo y su misterio son su fuente, su única fuente. Pero María saca también su importancia de este mismo misterio. ¿Qué nos dice de ella la tradi- ción evangélica? ¿Es un personaje episódico que re- 6 presentó en aquellos tiempos un papel, indudable- mente notable, pero que ya terminó? ¿O conserva para nosotros, en nuestro tiempo, cierta importan- cia en nuestro propio camino de fe? Una mirada atenta y respetuosa a los textos del Nuevo Testamen- to debería ofrecernos alguna respuesta. Seguiremos un proceso cronológico. En la fuente del Nuevo Testamento, como colección de textos, está la tradición oral, el evangelio anunciado y pre- dicado. Sabemos que este primer anuncio, el kerig- ma, se refería al acontecimiento pascual, la muerte y la resurrección de Jesús. Tan sólo poco a poco y con la finalidad de indicar el sentido mismo de esta cristología pascual, se volvió a la vida terrena de Jesús, a esa vida humana que había sido la causa misma de su muerte y que Dios había reconocido, autentificado, por medio de la resurrección. La tradi- ción evangélica se constituyó en esa proclamación misma del misterio de Jesús, a la luz de la pascua. La reflexión más tardía que condujo a los relatos de la infancia de Jesús se iluminó más todavía por esa plena comprensión pascual. En este contexto teoló- gico es donde la tradición conservó el recuerdo de María y comprendió progresivamente su papel en la economía cristiana de la salvación. Se da por tanto un progreso. Sin ignorar a María, los primeros textos son muy discretos sobre ella. Mateo, y sobre todo Lucas, en sus relatos de la infancia de Jesús, presen- tan de ella una comprensión más profunda. Llegará luego la mirada y la penetración teológicas del evangelio de Juan sobre aquélla a la que su texto llama simplemente, pero muy teológicamente, la madre de Jesús. Los pasajes del Nuevo Testamento que hablan de María no son muy numerosos. En todo el corpus paulino no se menciona nunca a María. Sin embargo, Pablo evoca en varias ocasiones el nacimiento de
  • 4. Jesús y su pertenencia también a la raza de David (Rom 1,3; d. 2 Tim 2, 8). En su carta a los Filipenses, citando un antiguohimno litúrgico, repetirá queJesu- cristo «nació a semejanza de los hombres» (2, 7). Pero, sobre todo, en su carta a los Gálatas, recuerda que Dios «envió a su Hijo, nacido de una mujer» (4, 4). Habrá que estudiar estos textos para ver lo que dicen de María y lo que no dicen. Marcos es el primero que llama a María por su nombre, pero es también él el que recoge las tradi- ciones que parecen rechazar a la familia de Jesús, incluida su madre. Mateo y Lucas recogerán estas tradiciones, reinterpretándolas cada uno a su modo. Pero sobre todo harán que comience su evangelio por los «relatos de la infancia». Estos textos son célebres. Han marcado a la imaginación cristiana y están en el origen de la piedad popular mariana. Mientras que hasta hace muy poco tiempo se los consideraba sobre todo como relatos marginales, fácilmente separables del resto del evangelio, la exégesis actual 1 subraya porel contrario que algunos de los hilos que sirven para tejer los textos de Mateo y de Lucas se entrelazan con estos relatos inaugura- les. Esta nueva «lectura» corresponde por otra parte a una cierta evolución de la exégesis. La crítica de las fuentes encontraba en los dos primeros capítulos de Mateo y de Lucas unas tradiciones muy diferentes de las del resto de los evangelios. Y también el análisis literario subrayaba el género literario particular de estos relatos de la infancia. Aun reconociendo estas fuentes diferentes y este 1 Por ejemplo, J. Zumstein, Mateo el teólogo (Cuadernos bíblicos 58). Verbo Divino, Estella 1987, 7-9, o R. Meynet, Avez-vous lu saint Luc? (col. Lire la Bible 88). Cerf, París 1990, 141-149; 265-274. lenguaje particular, la exégesis reciente es más sensi- ble a la organización final de estos textos, de los que intenta dar cuenta. Si estos autores, que llamamos aquí Mateo y Lucas sin discutir sobre su identidad propia, creyeron importante comenzar de este mo- do sus evangelios, el lector de hoy haría mal en prestar poca atención a estos «comienzos». Su tarea consistirá más bien en precisar su sentido. Por tanto, habrá que intentar comprender el papel que Mateo y Lucas atribuyen a la figura de María en sus relatos cristológicos. El hecho de que Lucas señale también la presencia de «María, la madre de Jesús» y de los «hermanos de Jesús» al comienzo del libro de los Hechos atestigua no solamente la existencia de algu- nas fuentes particulares, sino quizá también su visión teológica personal. Discutiremos luego todo esto. Finalmente, es interesante señalar que el autor del cuarto evangelio, un evangelio teológico por excelencia, abre y cierra toda la escritura de su libro (Jn 20, 30: «Jesús hizo otros muchos signos que no están escritos en este libro; éstos han sido escritos para que creáis...») por dos escenas que le son pro- pias, en Caná y en la cruz, en donde adquiere un gran relieve la figura de la «madre de Jesús». Con esta tradición de Juan se relaciona también el libro del Apocalipsis, que habla de una mujer «vestida del sol» que da a luz al mesías en medio de dolores. Toda una corriente cristiana ha reconocido en ella la figura de María. Tendremos que ver si existe en este texto algún vínculo entre la mujer, símbolo de la comuni- dad de Israel, que da a luz al mesías, y la figura joánica de la madre de Jesús. Esta perspectiva general señala ya los pasos que vamos a seguir. Empezaremos por los textos más antiguos, que son, sobre María, los más discretos. Luego pasaremos a los evangelios de Mateo, de Lucas y de Juan, que hablan muy claramente de Ma- ría. 7
  • 5. LA DISCRECION DE LOS PRIMEROS TEXTOS: PABLO y MARCOS ¿El silencio de Pablo? Las cartas de Pablo, como sabemos, son escritos ocasionales. Están escritas a comunidades particula- res y en función de los problemas concretos de di- chas comunidades. Tan sólo la carta a los Romanos y la carta a los Efesios, cuya autenticidad sin embargo se discute, toman a veces cierta distancia respecto a la vida concreta. Pero los temas que tratan: las rela- ciones entre la fe cristiana y la fe judía, la primacía de Cristo o el misterio de la Iglesia, fueron discutidos antes, y con cierta violencia, por cristianos muy rea- les. En Romanos se recoge la polémica que había desgarrado a la comunidad de los Gálatas. Efesios se inspira en las discusiones de la Iglesia de Colosas. De manera que estas cartas teológicas son, en cierto sentido, ocasionales y no dan una exposición com- pleta de lo que pudo ser, por ejemplo, la cristolo- gía de Pablo. Si éste no habla de María, ¿habrá que pensar necesariamente que no supo nada de ella? Se ha observado en varias ocasiones la ausencia, a primera vista extraña, de las referencias paulinas a la vida terrena de Jesús. Pero hay que saber que, si Pablo se dice apóstol, no lo es en el sentido definido por Pedro en el libro de los Hechos (1, 21-22): él no acompañó a Jesús «a partir del bautismo de Juan hasta el día en que se elevó». Pablo no conoció al Jesús prepascual. Aquel con quien se encontró en una 8 experiencia decisiva (Hch 9, 1-19) es el Resucitado. En Gál 1, 11 afirma haber recibido su evangelio directamente de Dios, por revelación. Otros textos, sin embargo, obligan a matizar esta afirmación y demuestran claramente que Pablo depende también de las primeras tradiciones cristianas. En un vocabu- lario técnico que saca de la tradición rabínica, Pablo dice que también él recibió y transmitió su evange- lio, que concierne a la muerte y a la resurrección de Jesús según las Escrituras (1 Cor 15, 3). El mismo nos dice que se encontró con Pedro y que permaneció quince días con él (Gál 1, 18). Cuando emplea en estas cartas a los Gálatas y a los Romanos el término arameo Abba, utiliza un término que hace eco a la oración de Jesús y se remonta por tanto a las más antiguas tradiciones evangélicas. ¿Por qué no iba a estar informado también de los sucesos que rodea- ron el nacimiento de Jesús? De hecho, sin emplear el lenguaje joánico de encarnación, Pablo conoce bien el rebajamiento del Hijo de Dios, su nacimiento del linaje de David y su muerte como un maldito en la cruz. En algunos tex- tos, en que habla de la «génesis» humana de Jesús, podría incluso,según algunos autores, haceralusión a la concepción virginal. Son éstos los que habrá que examinar ante todo: Flp 2, 7; Rom 1,3 Ysobre todo Gál 4, 4-5.
  • 6. TEXTOS PftEPAULlNOS SOBRE EL NACIMIENTO DE JESUS En un célebre pasaje de su carta a los Filipenses (2,6-11), Pablo recoge, según afirmación común de los críticos, un himno litúrgico de las primeras comu- nidades. Este texto resume teológicamente el reco- rrido de Cristo, desde su condición divina inicial has- ta la elevación final en la gloria, pasando por el rebajamiento (la kénosis) en la condición humana y la muerte en la cruz. En 2, 7, el texto dice: «se despojó (se vació de sí mismo), nacido (genomenos: hecho) a semejanza de los hombres». El verbo gino- mai puede en efecto traducirse por «hacerse», «con- vertirse», pero su primer sentido sigue siendo el de «nacer». Así, pues, Jesús nace a semejanza de los hombres o, lo que es lo mismo, es «un hombre como los demás». Resulta tentador ver aquí una exclusión de la concepción virginal, que no es evidentemente como las demás. Pero para ello sería necesario que . esta realidad fuera ya conocida. Yeso no está pro- bado. Por otra parte, algunos insisten en la palabra homoióma (<<semejanza»), que no es sinónimo de «identidad» ni de «igualdad», y creen que Pablo evocaría aquí la concepción virginal, lo mismo que en Rom 8, 3: «Dios envió a su Hijo en la semejanza de la carne de pecado». Tanto unos como otros van demasiado lejos. No se puede, sin duda, exigir de Pablo, que es el primero que tuvo que inventar un nuevo lenguaje teológico para decir el misterio de Cristo, las precisiones de las fórmulas posteriores. Pero ¿cómo fundamentar tan sólo en la palabra «semejanza» una alusión a una realidad tan inaudita como la concepción virginal? El peligro sería más bien el de introducir en el texto paulina ciertas ideas que se tardará todavía mucho tiempo en expresar. Otro texto que se invoca es el de Rom 1,3-4. En efecto, al comienzo mismo de su carta a los Roma- nos Pablo cita un enunciado de fe o una fórmula kerigmática de primera importancia. El evangelio de Dios que él proclama, nos dice, «se refiere a su Hijo, nacido según la carne del linaje (sperma) de David, establecido, según el Espíritu de santidad, Hijo de Dios con poder, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo, nuestro Señor». A pesar del «nacido según la carne del linaje de David», este texto no habla explícitamente de Ma- ría. Notemos sin embargo que la palabra «linaje» (sperma = lit. «semilla») se utiliza aquí en el lenguaje figurado que conoce muy bien la Biblia: «daré a tu linaje (sperma) este país» (Gn 12, 7); «establezco tu linaje (sperma) para siempre» (Sal 89, 5); por tanto, no puede servir de argumento para excluir la concep- ción virginal. Por otro lado, como veremos, es ver- dad que Lc 1, 35 recoge los tres temas de Rom 1, 4: el Espíritu, el podery la filiación divina para formular el misterio de la concepción virginal. Pero el dato tradicional, probablemente incorporado por Pablo, y el mismo Pablo no piensan aquí en esta concep- ción, y el texto se atiene a la cristología resurreccio- nal de los demás escritos paulinos. NACIDO DE UNA MUJER Más importante para nuestro tema es el texto de Gál 4, 4-5, de una densidad teológica notable. Des- pués de una apertura solemne que evoca la larga historia del proyecto de la salvación, Pablo describe la novedad prodigiosa de la intervención divina en Jesucristo: «Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación»l. 1 La adopción filial (huiothesían), término jurídico que Pa- blo emplea en sentido religioso. 9
  • 7. El texto se desarrolla en paralelismos entrelaza- dos. Primero, el paralelismo entre nacido de una mujer y nacido bajo la ley. Estas dos expresiones subrayan el rebajamiento del Hijo de Dios. Nacido de la mujeres una expresión bíblica (d. Job 14, 1; 15, 14; 25,4; Sab 7, 3) y judía (en Qumrán es paralela a «criatura de barro»: d. 1 QH 18, 12-13), que designa la fragilidad del ser humano. Bajo la ley indica evi- dentemente una postura de subordinación. En este pasaje no se insiste en la mujer que le dio origen, sino en el rebajamiento del que nace. Hay también otro paralelismo entre las dos finalidades: ((para rescatar..., para que recibiéramos...»2. Primera constatación: al precisar que el Hijo de Dios nació de una mujer, Pablo afirma al mismo tiempo-y con toda claridad-que una mujerde nues- tra raza se ha convertido en (<la madre humana del propio Hijo de Dios» (A. Vanhoye, a. c., 243). Pero este texto es más complejo y se establece otro tipo de paralelismo, esta vez paradójico y bajo la forma de oposición. Para liberar a los que estaban bajo la ley, el Hijo se somete a si mismo a la ley. Pablo sabe muy bien que no basta con hacerse súbdito de la ley para liberar a los que son súbditos de esa ley. O, como había dicho anteriormente (Gál 3, 13), que no basta con «hacerse maldición» (Pablo evoca el «ma- dero» del que cuelga el maldito: Dt 21, 23), para (<liberarnos de la maldición de la ley». Nos rescata precisamente por la forma de hacerse maldición: dándose a sí mismo por nuestros pecados (Gál 1,4), Ypor amor a nosotros (Gál 2, 20). 2 En un artículo que sigue siendo una referencia obligada: La Mere du Fils de Dieu selon Ga 4, 4: Marianum 40 (1978) 237-247, A. Vanhoye analiza finamente estos paralelismos. 10 Una reflexión análoga habría de hacerse entre nacido de una mujery para que recibiéramos la filia- ción. En efecto, para que la paradoja sea comprensi- ble, ¿no es preciso que el nacimiento del Hijo de Dios se haga de una manera distinta del de los demás hombres? Los términos utilizados por Pablo no hablan de concepción virginal. Pero lo mismo que, según el género paradójico de este texto, el nacido bajo la ley negativo oculta una dimensión positiva que permite comprender cómo puede redi- mirnos Cristo, también, según el mismo género pa- radójico, el nacido de una mujer, negativo de suyo por ser signo de rebajamiento, debería ocultar una dimensión positiva capaz de dar cuenta de nuestra filiación divina. ¿Cuál es esta dimensión positiva? Pablo no lo dice. «En cuanto a las modalidades de la sumisión a la ley, hay otros términos paulinos que permiten preci- sar la posición de Pablo. Pero en cuanto a las modali- dades del nacimiento, no tenemos otros textos pau- linos. Simplemente podemos -y debemos- recono- cer que la frase de Gál 4, 4 está positivamente abier- ta, gracias al género adoptado, a las afirmaciones complementarias que los evangelios de la infancia aportan al tema del nacimiento humano del Hijo de Dios» (A. Vanhoye, a. c., 247). Así, pues, por lo que se refiere a Pablo, vemos que ha recogido (Flp 2, 7; Rom 1, 3-4) las tradiciones antiguas que vinculaban el nacimiento humano del Hijo de Dios al linaje de David, en cumplimiento de las profecías. No menciona nunca el nombre de Ma- ría. Pero en Gál 4, 4 reconoce implícitamente que una mujer se ha convertido en la madre del propio Hijo de Dios. En este último texto, si no explicita el cómo de este nacimiento, invita quizás a plantear esta cuestión y sigue abierto, en todo caso, a los desarrollos que aportarán los relatos de la infancia de Mateo y de Lucas.
  • 8. El evangelio según Marcos Después de Pablo, se encuentran dos pasajes la- cónicos sobre María en el evangelio de Marcos. El primero la pone en escena junto con los «herma- nos» de Jesús (3, 31-35). El otro no hace más que evocarla, también en compañía de los hermanos y hermanas de Jesús, pero llamándola por su nombre por primera vez (6,1-6). Como es sabido, Marcos no recoge las tradiciones que se re1'ieren a la in1'ancia de Jesús. ¿Las ignora? Pudiera ser, aunque nunca re- sulta 1'ácil interpretar un silencio. En todo caso, para Marcos, como para la primera Iglesia (d. Hch 1, 21-22; 10, 37-43), estas tradiciones no formaban parte de la predicación de la arché, del comienzo del evangelio (Mc 1,1), que se abre con Juan Bautis- ta. SUS PARIENTES... (3, 21) Marcos 3,20-35 constituye una unidad que se pue- de leer según el siguiente esquema: A. Intervención de los parientes de Jesús (3, 20- 21). B. Acusaciones de los escribas y respuesta de Jesús (3, 22-30). A'. La verdadera familia de Jesús (3, 31-35). Según un procedimiento de inserción que le es familiar, Marcos intercala una discusión con los ad- versarios de Jerusalén en una escena en la que Jesús se enfrenta con su familia. Los v. 31-35 definen a la verdadera familia de Jesús. De aquellos y aquellas que le escuchan y cumplen de este modo la voluntad de Dios, Jesús dice que son su madre, sus hermanos y hermanas. Esta nueva familia nace de la fe en el evangelio, de la acogida de la buena nueva del reino predicada por Jesús (d. 1, 14-15). La familia según la carne ha quedado fuera; la familia evangélica, escatológica, está en casa, senta- da en torno a Jesús. Esta casa se convierte sin duda para Marcos en una figura de la Iglesia. Pero ¿qué pasa entonces con la familia humana de Jesús? ¿Se ve rechazada por él? El texto, que define a la Iglesia-familia, no lo dice con claridad. Sin embargo, los v. 20-21, que esbozan este conjunto y que refieren un juicio severo sobre Jesús, proyectan una atmósfera negativa sobre toda la escena, in- cluyendo los v. 31-35 que mencionan a la madre de Jesús. Podría ciertamente mostrarse que estos v. 20- 21 pertenecían a una tradición diferente de la de los v. 31-35, ya que 3, 31 presenta el comienzo de una escena que no necesita ninguna otra preparación. Por otra parte, los que quieren apoderarse de Jesús son designados con una expresión muy vaga: ha; par'autoO: «los dejunto a él», la cual, si puede referir- se a la familia de Jesús, no incluía necesariamente a su madre. En efecto, se conoce una tradición, repre- sentada por Jn 7, 5, que dice que los hermanos de Jesús no creían en él, pero en ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que la madre de Jesús no creyese en su hijo. Sin embargo, hay que tener en cuenta el texto actual de Marcos y no lo que le precede. Pues bien, agrupando estas tradiciones y sobre todo esta- bleciendo un paralelismo entre los v. 21 Y 22, entre el «decían que había perdido la cabeza» de los cer- canos a Jesús y el «decían que tenía a Beelzebul» de los escribas de Jerusalén, el redactor final presenta efectivamente a la familia de Jesús bajo una luz poco favorable. No es necesario atribuir a los parientes la blasfemia contra el Espíritu (3, 28-30) Y se da sin duda una gradación entre la preocupación de los parientes y la acusación odiosa de los escribas llega- dos de Jer'lJsalén. Pero lo cierto es que la presenta- ción de Marcos no tiene nada de elogioso sobre la familia de Jesús y que no distingue en nada a su 11
  • 9. madre de un grupo que parece, si no francamente hostil a Jesús, sí al menos cerrado a su misión. Mateo y Lucas, a pesar de que conocen a Marcos, no dicen nada de este paso dado por los parientes de Jesús. HIJO DE MARIA (6, 3) En el c. 6, Jesús viene de su patria, sin duda Naza- reto Se pone a enseñar en la sinagoga, y los oyentes se sienten a la vez maravillados (<<¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Yesos milagros hechos por sus manos?») y escandalizados (<<¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?»). Y Jesús les decía: «Un profeta, sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio». Estas últimas palabras sobre los parientes y la casa (Mateo no recogerá la palabra parientes y Lucas evitará hablar de parientes y de casa) parecen haber sido buscadas adrede por Mar- cos para enlazar con 3, 20-35 Yconfirman la visión severa de este evangelio sobre la familia de Jesús. El texto de Marcos es único. Difiere concretamente de Mt 13, 55 (aunque hay algunos manuscritos que los armonizan). Mt 13, 55 Mc6,3 Lc 4,22 In 6,42 ¿No es ése el hijo del ¿No es ése el carpintero,el ¿No es ése ¿No es ése Jesús, carpintero? ¿No se llama hijo de María? el hijo de José? el hijo de José, su madre María? del que conocemos el padre y la madre? Lo que llama la atención no es ante todo el que Jesús haya practicado el oficio de carpintero, sino que se le llame hijo de María, sin mención alguna de su padre. Este hecho se ha interpretado de varias maneras. Para algunos, hijo de María es comparable con nacido de una mujerde Gál4, 4 e intenta rebajar a Jesús. Para otros -y esta interpretación se repite regularmente-, se trata de una insinuación difama- toria. Si llaman a Jesús por el nombre de su madre, en contra de las costumbres genealógicas judías en donde se nombra siempre al hijo en relación con su padre, es que no tiene padre. En otras palabras, que es hijo de un padre desconocido y que Jesús es un hijo ilegítimo. Si bien pueden citarse algunos testimonios extrabíblicos de un uso semejante del nombre de la madre, no se ha encontrado ninguno en la Biblia misma. Es verdad que ciertos pasajes de los evange- lios podrían apoyar la tesis de la ilegitimidad (se 12 piensa en la sospecha posible de José en Mt 1, 18-19 o en la respuesta de los judíos en Jn 8, 41: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución», si el nosotros es enfático y se opone implícitamente a Jesús). Pero la manera de hablar de Marcos seguiría siendo muy sutil y no se ve cómo habrían podido comprender esta alusión sus lectores griegos, a quienes tiene que explicar las costumbres judías más elementales (d. Mc 7, 1-4). En el extremo opuesto se ha reconocido un tenue indicio que atestigua la creencia del redactor del evangelio en la concepción virginal de Jesús. No se menciona al padre porque no hubo padre humano. En efecto, es interesante señalar que Marcos no habla nunca de José, mientras que Mateo y Lucas, a pesar de que conocen la tradición de la concepción virginal, no tienen ningún escrúpulo en hacerlo. Pero
  • 10. LOS HERMANOS YHERMANAS DE JESUS Se habla varias veces en los evangelios de los hermanos de Jesús. Marcos los menciona en dos ocasiones: en Mc 6, 3 da incluso sus nombres: San- tiago, José, Judas y Simón, hablando además de las «hermanas» de Jesús (cf. Mt 13, 55); en Mc 3,21 Y 31 se señala su incomprensión (cf. Jn 7, 3-5). En- contramos a estos «hermanos de Jesús» entre los primeros creyentes (Hch 1, 14; 1 Cor 9, 5). ¿Quié- nes eran? ¿Eran otros hijos de María? Esta cuestión no ha recibido exegéticamente una solución definitiva. Pero hay algunos puntos que pueden darse por adquiridos. De la frase de Mt 1,25: «No la conocía hasta el momento en que dio a luz a un hijo», no se puede deducir nada. Mateo reafirma alli la concepción de Jesús sin la participa- ción de José, pero no dice nada de lo que ocurrió después. Hay que advertir además que los «herma- nos de Jesús» no son llamados nunca «hijos de María» y que María, incluso cuando se encuentra con ellos (Hch 1, 14), sólo es llamada la «madre de Jesús». Por otra parte, es bien sabido que en la Biblia las palabras hermano y hermana cubren un amplio campo semántico. En hebreo y en arameo, la palabra cah puede designar a un hermano de sangre, pero también a un medio-hermano (Gn 42, 15; 43, 5), a un sobrino (Gn 13, 8; 14, 16) o a un simple primo (Lv 10,4; 1 Cr 23, 21-22). Las lenguas semíticas, si es verdad que tienen una palabra para decir tío o tía, no la tienen para decir primo. Con- formándose a la manera oriental, los traductores griegos de la Biblia tuvieron que traducir entonces el hebreo cah por adelphos, hermano, y no por anepsios, primo. Por eso, miradas así las cosas, la palabra hermano del Nuevo Testamento podría muy bien designar a los que nosotros llamamos «primos». Todo esto es posible. Pero para probar que esto es lo que ocurre de verdad y que los hermanos de Jesús no son hijos de María, se necesitarían otras informaciones. Entre las mujeres que se encontra- ban al pie de la cruz en Jn 19,25, se ha identificado a veces a la hermana de la madre de Jesús con María de Cleofás, que habría sido también la madre de Santiago y de José (de Mc 15,40.47), identifica- dos a su vez con los hermanos de Jesús en Mc 6, 3. Pero sería extraño que la hermana de la madre de Jesús se llamase también María. A no ser que fuera su cuñada, siendo entonces Cleofás el hermano de José, esposo de María... A no ser que... Estamos en el terreno de las suposiciones. En realidad, la fe en la virginidad perpetua de María procede de un cuestionamiento y de una profundización posteriores. Los apócrifos, entre ellos el Protoevangelio de Santiago (siglo II), que hacen de los hermanos de Jesús los hijos de un primer matrimonio de José, son testigos de ello y buscaron, a posteriori, conciliar la existencia de los hermanos de Jesús con la virginidad perpetua de María. Una solución apresurada, pero que demues- tra por lo menos la antigüedad de la creencia en la virginidad perpetua de María. Los católicos y los ortodoxos la admiten. Los protestantes, en general, la niegan. Podemos quedarnos con la conclusión tan matizada de Charles Perrot (Los relatos de la infan- cia de Jesús [Cuaderno bíblico 18]. Verbo Divino, Estella 1978, 26): «La exégesis no puede fundamen- tar con certeza la posición tradicional católica y ortodoxa. Tampoco se impone la opinión contraria. En esta zona de sombra e incertidumbres se sitúa necesariamente la riqueza de nuestras respectivas Iglesias». 13
  • 11. esta oplnlon resulta difícil de compaginar con la visión negativa que Marcos nos transmite de la fami- lia de Jesús. Si Marcos conoció el misterio de la concepción virginal, el hecho de que incluya a María en el grupo de los que no comprenden la misión de Jesús resulta entonces voluntariamente despreciati- vo. Ni Mateo ni Lucas, en todo caso, creyeron posi- ble conciliar esta tradición de incomprensión con la de la concepción virginal. A nivel redaccional del evangelio de Marcos, no es plausible esta idea de la concepción virginal. Seguramente basta con decir, más modesta y sencillamente, que Jesús es llamado hijo de María, porque José hacía ya mucho tiempo que había muerto, mientras que las gentes de Naza- ret conocen bien a María, su madre, y a sus herma- nos y hermanas que están presentes. Oficialmente, Jesús debía ser conocido como hijo de José, tal como 14 refieren Mateo, Lucas y Juan. La expresión «hijo de María», que sería inaudita en un contexto de genea- logía, no lo es en labios de la gente de su aldea. Observemos sin embargo que aquel a quien Mar- cos llama hijo de María es también el mismo a quien presenta como Hijo de Dios (cf. 1, 1; 12,6-8; 13, 32; 15, 39), tan cerca de Dios que puede rezarle dicien- do: «jAbba, Padre!» (14, 36). Marcos no desarrolla personalmente las implicaciones de esta identidad. Si es el primero en decirnos el nombre de la madre de Jesús, María, no lleva a cabo una reflexión más profunda sobre el misterio de esa mujer singular y el de su maternidad. Su evangelio pertenece todavía al período de discreción. Atribuirle más sería cargarle con unas preocupaciones que sólo vendrán posterior- mente, en Mateo, Lucas y Juan.
  • 12. MARIA VISTA POR MATEO Respecto al laconismo de Marcos, el evangelio de Mateo atestigua una evolución importante en la percepción del papel de María. Mateo recoge y ma- tiza las tradiciones sobre la familia de Jesús. Sobre todo, introduce su evangelio con dos capítulos sobre la infancia de Jesús. Estos dos capítulos, sin embargo, están organizados en torno a José, el esposo de María. Se trata de una perspectiva a primera vista muy masculina. La genealogía con que se abre el relato es la de José. A él es a quien se le aparece el ángel del Señor para invitarle a recibir en su casa a María, su esposa; luego para avisarle de que ha de huir a Egipto, y finalmente para que regrese a Naza- reto En todo el relato, José no pronuncia ni una palabra, aunque es siempre él quien es interpelado y quien actúa. A María sólo se le menciona indirecta- mente, en tercera persona. Sin embargo, todo el capítulo primero está lleno del misterio de la con- cepción extraña de Jesucristo que se realiza en ella, mientras que en cinco ocasiones el c. 2 detiene insis- tentemente su mirada sobre «el niño y su madre» (2, 11.13.14.20 Y21). Estudiaremos primero estos relatos de la infan- cia. Nos permitirán comprender mejor a continua- ción las diferencias entre el texto de Mateo y el de Marcos. Pero antes hemos de ver cómo estos dos capítulos no son un pórtico artificial añadido poste- riormente, sino que pertenecen de veras al evange- lio de Mateo, aunque la atmósfera que en ellos se respira es muy distinta de la del resto del evangelio y nos obliga a estudiar de cerca el género literario de estos relatos. Los relatos de la infancia en Mateo VINCULaS ENTRE Mt 1-2 Y EL RESTO DEL EVANGELIO Suele emplearse la expresión «evangelios de la infancia» para designar los primeros capítulos de Mateo y de Lucas. No es ésta una expresión afortuna- da. Corre el peligro de desorientar a los espíritus, sugiriendo una separación entre el verdadero evan- gelio y estos primeros relatos, más o menos maravi- llosos, más o menos serios. Pues bien, no hay más que un evangelio y, tanto en Mateo como en Lucas, los relatos de la infancia, por muy particulares que sean, forman un solo cuerpo con el resto del evange- lio. Se puede mostrar, por ejemplo, que Mt 1-2 for- 15
  • 13. ma parte integrante del «prólogo cristológico» que va de 1, 1 a 4, 16, señalando el v. 4, 17 el comienzo de la actividad pública de Jesús '. Mientras que los c. 1-2 revelan a un Jesús mesías e Hijo de Dios (2, 15), los relatos del bautismo y de la tentación dan el sentido de esta filiación divina. La repetición del verbo proskynéó, postrarse, adorar, en 2, 2.8.11, Ysu repetición interesante en el capítulo de la tentación (4,9.10), donde la adoración se reserva estrictamen- te a Dios, es muy elocuente en este sentido. Añada- mos finalmente que la presencia del Espíritu (1, 18.20 Y3, 11.16; 4, 1) unifica todos estos relatos. Pero sobre todo hace ya tiempo que se ha señala- do que los temas de Mt 1-2, orquestados a lo largo del evangelio, vuelven a aparecer al final del evan- gelio, según un procedimiento de escritura, habitual en el mundo judío y en el judea-cristiano, que se llama inclusión. El comienzo y el fin vuelven a juntar- se por medio de unas repeticiones de palabras de- masiado numerosas para que puedan ser casuales. Por una parte y por otra nos encontramos con el «rey de los judíos» (2, 2 Y27, 37), la salvación de los pec.doos {~, 2~ Y 26, 28), Ids únic.as mendones oel «ángel del Señor» (1, 20.24; 2, 13.19 Y 28, 2), la invitación a «no tener miedo» (1, 20 Y 28, 5.10), el motivo de la adoración (2, 11 Y 28, 17), el de «Gali- lea» (1, 22.23 Y 28, 7.16) y, dominándolo todo, el tema del Enmanue', «Dios con nosotros» (1,23), que coincide con el «yo estoy con vosotros» de 28, 20 Y constituye el eje central del gran relato mateano. Estas correspondencias, que se podrían seguir des- plegando, bastan para mostrar que los c. 1-2 perte- necen sin duda a la misma obra literaria y teológica. UNA ATMOSFERA MIDRASICA Pero lo cierto es que estos dos primeros capítulos de Mateo tienen un aire distinto. Hemos dicho que 1 Cf. J. Zumstein, Mateo el teólogo (CS 58). Verbo Divino, Estella 1987, 10. 16 no pertenecen al kerigma propiamente dicho, a la primera predicación pascual. Los elementos que ahí se encuentran se meditaron en una tradición propia de Israel que intentaba explicar su presente por la palabra viva de Dios, que se encuentra en la Escritu- ra. Este intento, que caracteriza a toda la reflexión judía sobre la Biblia, ha tomado el nombre de mi- drás (de la raíz hebrea darash = «buscar»). ¿Puede hablarse de midrás a propósito de los relatos del nacimiento y de la infancia de Jesús? Esto es lo que se hace hoy comúnmente, aunque no sin cierta confusión y sin cierta crítica, ya que este térmi- no ha tomado fácilmente en la opinión el sentido de fábula, de invención legendaria, que parecía dis- minuir la historicidad y el valor de estos relatos. La respuesta depende de la noción que se tenga del midrás. Si se entiende como un género literario estricto, si se le define como «una literatura sobre otra literatura» (A. G. Wright), una literatura estric- tamente al servicio de la Escritura, entonces no: los relatos de la infancia de Jesús no son midrasim. Es verdad que los primeros cristianos siguieron pensan- do y razonando al estilo judío. Pero su punto de referencia radical no es ya la Escritura como tal, sino Cristo. Los relatos de la infancia no son una Escritura a propósito de la Escritura. No están al servicio del texto de la Escritura, sino que «se sirven» más bien de la Escritura para decir el misterio presente de Jesucristo. En este sentido no son midrasim. Pero ¿hay que definir así el midrás? 2. Esta defini- ción no responde a la realidad que la tradición judía expresa por esta palabra. Más que un género /itera- rio, el midrás es una manera de pensar, de experi- mentar, de formular y de comunicar la realidad. Es 2 Cf. sobre este punto el importante artículo de R. Le Déaut, A propos d'une définition du midrash: Biblica 50 (1969) 395- 413. Se confirma allí la presentación hecha por R. Bloch en DBS V, 1957, 1263-1281. C. Perrot defiende la misma posición en su Introduction a las Antiquitésbibliquesdel Pseudo-Filón, " (Sources chrétiennes 230). Cerf, Paris 1976, 25.
  • 14. una hermenéutica de la existencia judía que se expre- sa en diversas formas literarias, sin ligarse estrecha- mente a una. En este sentido, los relatos de la Infan- cia reflejan perfectamente la actitud midrásica. Y está permitido hablar de haggadá cristiana 3. Lo que se pone en evidencia es también aquí la Escritura y su actualización. Pero el punto de partida de estos rela- tos llamados mldrasicos no es ya la Escritura que provocaría la eclosión del relato, sino la realidad histórica que encuentra su sentido en la Escritura. En el acontecimiento Jesucristo, el redactor creyente reconoce el cumplimiento de las promesas. Más que de un género literario bien definido, se trata aquí de una actitud compleja, una manera de releer la Escritura que pone de manifiesto la armonía que existe entre las realidades presentes (tal es el punto de partida) y las palabras de la Escritura. Es más tarde cuando se descubre esta armonía, eso que los Hechos llaman una sinfonía 4. Esto demuestra que no se trata únicamente de exégesIs, sino de lectura en la fe, de hermenéutica. Así es como hay que comprender las citas de cumplimiento hechas por Mateo Algunos prefieren hablar aquí de péser(tér- mino hebreo que significa «aplicación, explicación») más bien que de midrás. SI se quiere, pueden verse así las cosas, pero esta valoración de la armonía entre la realidad presente y la Escritura es cierta- mente una actitud midrásica: la búsqueda del sentido actual de la palabra de Dios. Así, pues, lo que distingue al midrás judío del midrás cristiano no son ni los métodos de lectura ni 3 Sobre la haggada, que deSigna el conjunto de tradiciones narrativas de la literatura rablnlca, cf el glosano de J Des- selller recogido en La Tora oral de los fanseos (Doc en torno a la Biblia 20) Verbo DIVinO, Estella 1991 4 Cf el symphónousm (se ponen de acuerdo con) de Hch 15, 15, donde Santiago, Citando a Am 9, l1s, reconoce que hay acuerdo entre la converslon de los paganos y la palabra de los profetas Pero cita segun el gnego -su argumentación sena Imposible segun el hebreo--, reconoCiendo aSI la practica ml- draslCa de los Setenta los procedimientos empleados. Es el hecho de que en adelante Dios «nos ha hablado en un Hijo» (Heb 1, 2). He aquí la revolución «copernlcana». No se trata Simplemente de adaptar la ESCritura a una si- tuación nueva; es la Escritura entera la que sirve para Interpretar la Vida y las palabras de Jesús de Nazaret (d. Jn 5, 39-47; Lc 24, 27.32.45). En las primeras asambleas cristianas, la atmósfera debió ser midrási- ca. y los «escribas del reino» (Mt 13, 52), lo mismo que los «servidores de la palabra» (Lc 1, 2), que escudriñaban las Escrituras, empleaban en ese traba- jo con toda naturalidad los usos y las técnicas judías para demostrar que «Jesús es el Cristo» (Hch 18,28). Otro punto que hay que señalar: solemos pensar que los primeros cristianos se referían a la Escritura como podemos hacerlo nosotros, abriendo por ejemplo lo que llamamos el Antiguo Testamento. Judíos de origen, los primeros Cristianos leían más bien esta Escritura en continuidad con la tradición oral de Israel. Utilizaban una Biblia interpretada, en la que el mldrás había representado ya un gran pa- pel. Los escribas cristianos que pusieron por escrito los relatos del nadm'lento y de la 'lnfanda de Jesus conocían, por ejemplo, el interés de la tradición oral judía de los alrededores de la era cristiana sobre el naCimiento de algunos personajes como Noé, Abrahán, Isaac, Sansón, Samuel, Elías 5. Podlan inspi- rarse en esta haggadá de la infancia, aunque reali- zando las rectificaCiones que imponía la novedad de Jesucristo, particularmente en el tema inédito de la concepción virginal, fruto del Espíritu Santo. Este recurso a la tradición judía para comprender los rela- tos de la infanCia de Jesús no es por consiguiente una moda de los exégetas. Es una neceSidad de lectura. 5 Conocemos esta tradlclon por los «apocnfos» del Anti- guo Testamento, como Jubileos, Henoe, los documentos de Qumrán, Filon, Josefo, Pseudo-Filon Cf el estudiO que sigue Siendo actual de e Perrot, Les réClts d'enfanee dans la Hagga- da anteneure au W slec/e de notre ere RScR 55 (1967) 481- 518, o, del mismo autor, Los relatos de la mfanCla de Jesus (CB 18) Verbo DIVinO, Estella 1978, 11-17 17
  • 15. LA GENEALOGIA (1, 1-17) Mateo abre su evangelio por una larga genealo- gía: «Libro de los orígenes de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán...» (1, 1). Este primer versícu- lo es una profesión de fe en la mesianidad de Jesús: mesías, según la profecía de Natán en 2 Sm 7, 8.16, que cumple las promesas hechas a Abrahán en Gn 12,2-7; 22, 16-18. Después de esta mirada ascenden- te que se relaciona con la genealogía dada por lucas (3,23-35), la línea descendente de los v. 2-16 funda- menta y justifica esta profesión de fe. Si bien recoge algunas fuentes veterotestamentarias (d. 1 Cr 2, 15 Y Rut), Mateo pone sin embargo su propia huella. En el v. 6 añade a sus fuentes el título de rey (d. 1Cr 2,15 Y Rut 4,22), que pondrá de relieve en su capítulo 2 (d. «el rey de los judíos» de 2, 2) e introduce en esta genealogía masculina 5 nombres de mujeres. Pero es sobre todo el v. 17 el que revela su preocupación teológica: «el número total de generaciones es, por tanto: 14 de Abrahán a David, 14 de David a la deportación de Babilonia, 14 de la deportación de Babilonia a Cristo». Si no es fácil justificar esta cifra en las dos últimas series, la insistencia en la cifra 14 es, por el contrario, evidente. A pesar de ciertas objeciones, parece ser que hay que retener la inter- pretación que ve en ella la cifra de David 6. Está claro que toda la genealogía se centra en torno a David. Pero en relación con esta filiación davídica, hay que retener dos cosas: la ruptura del v. 16 y la mención de María. Tras la larga serie de generaciones (en las que el verbo egennesen, de genna6: engendrar, aparece 6 Se sabe que el hebreo utiliza las letras como Cifras El uso de dar un valor Cifrado a los nombres Importantes, la gema- tria, era conoCido en la exegesls judla y no parece ser ajeno a estos capltulos marcados por la aproxlmaclon judla a la Escritu- ra. Segun la posIción de las letras en el alfabeto, DaVid eqUiva- le a 14 D = 4; V = 6, D = 4 El hecho de que DaVid se eSCriba tamblen DVYD no se opone a esta lectura, ya que la Y solo SIrve de vocal y no se cuenta 18 39 veces seguidas), el v. 16 cambia la fórmula: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que fue engendrado Jesús, que se llama Cristo>/. José no engendra. Se repite el verbo genna6, pero esta vez en pasiva, dejando en la sombra al responsable de este engendramiento, y poniendo más bien de re- lieve a la que hizo nacer a este Jesús llamado Cristo: a María, la madre del mesías. los versículos siguien- tes dirán cómo fue esta «génesis de Jesús en cuanto Cristo» (1, 18). Pero, en sí mismo, este final de la genealogía es ya una lección de teología. Indica la sorpresa de la venida de Dios, del Enmanuel de 1, 23. Jesús, el mesias, es al mismo tiempo largamente esperado y totalmente inesperado. Llegando al fi- nal de la larga historia humana, pero no a la manera humana. Este es, sin duda, el sentido teológico de esta concepción virginal: fruto de la tierra y don del Espíritu. Como el reino, como la Iglesia, como cada historia humana, todo se mueve en el juego de la libertad y de la gracia. Pero aquí, en este final, es la gracia lo que se subraya. Al final de esta genealogía, se menciona a una mujer: María. Pero antes se había mencionado a otras cuatro: Tamar, Rajab, Rut (v. 3.5) -tres antepa- sadas de David- y Betsabé (v. 6), la mujer de Urías que se convirtió en esposa de David. Su mención sigue resultando extraña en una genealogía en don- de de ordinario sólo cuentan los hombres. ¿Y por qué Mateo las prefirió a las grandes mujeres de Israel, a las matriarcas Sara, Rebeca y Raquel (en las que podía pensar muy bien, ya que Raquel aparece en 2, 18)7 Si Mateo las añadió a sus fuentes, si es responsable de su presencia en este texto, debió tener sus razones. Se ha pensado a veces en que se trataba de pecadoras, pero las tradiciones Judías no 7 A pesar de algunas vacilaciones en la tradlClon manuscri- ta, es este el texto que retiene un consenso Interconfeslonal. Véase la dlscuslon en B. M Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament. Unlted Blble Socletles 1985, 2-7
  • 16. TAMAR, RAJAB YRUT EN LA TRADICION JUDIA Tamar (Gn 38), cananea, dio descendencia a Judá, el padre de la tribu real. «La santa Tamar santificó el nombre divino. Ella, que deseaba una santa semilla, engañó (a Judá) e hizo una obra santa. Por eso Dios hizo que se lograra su plan santo. Guardó ella su viu- dez ante el Señor, pero Dios no le negó el deseo de dejar descendencia en el pueblo de Dios, ya que ellos son una semilla que Dios ha bendeci- do». «Rabí Yudan dijo: Cuando Judá dijo: 'Ella es justa', el Espíritu Santo se manifestó y dijo: 'Ta- mar no es una prostituta y Judá no quiso entregar- se a la fornicación con ella; esto pasó por causa de mí, para que se eleve de Judá el rey mesías (Da- vid)'». (Textos citados por R. B10ch en Mélanges A. Robert, 1957, 381ss.). Rajab, cananea, reconoce al verdadero Dios y permite a Israel entrar en Jericó (Jos 2; 6). Se ve en ella a una prosélita. «Algunos dijeron que el Espíritu Santo se ha- bía posado sobre Rajab antes de que los israelitas llegaran a la Tierra prometida». Rut, prosélita venida de Moab, es la abuela de David (Rut 4,22). «"Le midió seis medidas de cebada y le ayudó a cargarlas" (Rut 3, 15). Ella recibió, en nombre del Señor, la fuerza para llevarlas. E inmediata- mente se le dijo en profecía que de ella nacerían seis justos en el mundo, de los que cada uno sería bendito con seis bendiciones: David, Daniel y sus (tres) compañeros, y el rey mesías» (Targum de Rut). las vieron de este modo y crearon en torno a ellas un aura midrásica convirtiéndolas en heroínas mesiáni- cas. ¿Habrá que ver aquí una lección de universalismo. por el hecho de que todas ellas son más o menos extranjeras? Pudiera ser. Pero esta razón no explica- ría la presencia de la quinta mujer. María. Lo que parece más evidente y está ligado a la vocación maternal de estas mujeres es que todas engendraron de una manera irregular, en virtud de una unión o de un matrimonio concluido fuera de los caminos ordi- narios. Entrando como de forma excepcional en la genealogía, preparan en ella otra excepción, la de María. Al presentar así la genealogía davídica, Ma- DE JESUS COMO MESIAS, ASI FUE EL ORIGEN... Esta traducción de Mt 1, 18 coincide con la que propone l. de la Potterie en Marie dans le mystere de I'Alliance, 83. Demuestra allí que, en este único ejemplo de todo el Nuevo Testamento en que las palabras Jesús-Cristo van precedidas del artículo, la palabra Cristo no es en este caso una simple aposición a JBSÚS. Está en posición de atribución, de complemento atributivo, 10 mismo que se le aplicaba la palabra Cristo en 1, 16 como atributo: «Jesús, que se llama Cristo». Así, pues, designa una cualidad, una función. Inmediata- mente después de la genealogía, Mateo pone este giro como cabeza de frase, de manera enfática. Lo que intenta demostrar es precisamente esto: cómo Jesús, sin ser hijo de José, puede de todas formas ser llamado hijo de David. En otras pala- bras, Mateo va a explicar su nacimiento como mesías, en cuanto mesías. 19
  • 17. tea quieresubrayar que Dios, al cumplirsus promesas, sigue siendo dueño de los caminos. Es otra manera de decir: todo esto pasó para que se cumpliera..., poniendo el acento no ya en el texto que cumplir, sino en la realidad sobrevenida y que había que comprender. En el plan mesiánico, estas mujeres representaron un papel importante. Mateo ve en ellas otras tantas figuras de María. Se trata, una vez más, de la continuidad en lo inédito del nacimiento del mesías. EL ANUNCIO A JaSE (1, 18-25) Pero si José no engendra, ¿cómo puede Jesús ser de la estirpe de David? Mateo lo explica en el segun- do cuadro de su primer capítulo: Jesús es acogido e insertado en el linaje de David por medio del justo José (1, 18-25). De hecho, después del prólogo ge- nealógico, es éste el comienzo de la narración de Mateo. Los dos primeros versículos (18-19) describen la situación inicial presupuesta: «Estando prometida María, su madre, a José, antes de que vívieran juntos, se encontró (fue encontrada) encinta por obra del Espíritu Santo: ek pneumatos hagiou». Del Espiritu, al comienzo de todo, como para prevenir cualquier sospecha del lector, y quizá de José. La frase «antes de que vivieran juntos» recuerda la costumbre judía de esta época según la cual el matrimonio se realiza- ba en dos tiempos. Primero, un compromiso mutuo que ligaba jurídicamente a los esposos, pero que no llevaba consigo inmediatamente la vida común, ya que la esposa seguía estando en la casa paterna durante cerca de un año. Durante este año, no se admitían generalmente las relaciones conyugales, y una falta en este sentido era considerada como un adulterio. Durante este período es cuando interviene la concepción por el Espíritu Santo (mencionada dos veces, en 1, 18 Yen 1,20), es decir-según el sentido biblico de esta expresión-, por la fuerza de Dios. La intención del relato no recae en este acontecimien- to, sino en la doble función que se le exige a José en 20 esta ocasión: tomar consigo a María, su esposa, y dar un nombre al niño. Estrechamente ligada a la profecía de Isaías 7, 14, la vocación de José toma entonces una dimensión netamente mesiánica. El v. 19 resulta problemático y sigue dividiendo a los intérpretes. Para explicar la justicia de José, al ANUNCIOS CELESTIALES La aparición a José (Mt 1, 18-25), como la aparición a Zacarías (Lc 1, 8-23) Y la visita a María (Lc 1, 26-38), utiliza un esquema conven- cional de los «anuncios celestiales» hechos a algu- nos personajes del Antiguo Testamento: por ejemplo a Abrahán (Gn 17-18), a Moisés (Ex 3), a Gedeón (Jue 6), a los padres de Sansón (Jue 13). Suelen encontrarse allí, aunque según un orden y con acentos diferentes, los siguientes ele- mentos: la aparición del «ángel del Señor», la turbación del vidente, el mensaje del enviado ce- lestial, una objeción, un signo y, con frecuencia, cuando se trata de un nacimiento, la mención del nombre que han de dar al niño. En efecto, el objeto del anuncio puede ser bien el nacimiento de un hijo (Ismael, Isaac, San- són, el Enmanuel, Juan, Jesús), bien el enunciado de una misión (Moisés y Gedeón). El anuncio a José mezcla en esta ocasión el anuncio de naci- miento y el anuncio de misión. La imposición del nombre al niño y su explicación teológica (1, 21) caracterizan efectivamente al género de los anun- cios de nacimiento. Sin embargo, Mateo -a dife- rencia de Lc 1, 26-38- no insiste en la concepción milagrosa, que aquí se presupone, sino en la mi- sión de José, que ha de acoger a la madre y dar nombre al niño. A pesar de copiar otros modelos, su relato es en realidad un relato de vocación.
  • 18. mismo tiempo que su decisión de despedir secreta- mente a María, se han imaginado innumerables hi- pótesis. Pero cuando uno se pone a imaginar, aban- dona el texto y las soluciones propuestas resultan inverificables. Entre todas las soluciones, la alterna- tiva sigue siendo actualmente la siguiente: o bien José sospecha un adulterio, o bien José conoce el misterio. El v. 1, 19 favorece la hipótesis de la sospecha: «José, su esposo, que era un hombrejusto y no quería difamarla públicamente, decidió repudiarla en secre- to» (T08). ¿Por qué repudiarla? Porque no ha inter- venido para nada en el acontecimiento relatado en el v. 18. El texto no habla de las angustias psicológi- cas de José. Dice solamente que era justo, es decir, un fiel observante de la ley, según el sentido de la palabra justicia en Mateo (d. 5, 20). La ley parece estar por tanto en el horizonte del texto y se ad- vierte que las palabras clave del versículo pertenecen también al registro jurídico: deigmatisai = «entre- gar a la opinión pública, traducir en el plano jurídi- co», apo/ysai = «repudiar, divorciarse». Este contex- to legal sería entonces el de Dt 22,23-27, relativo al adulterio. Todo esto apoya la hipótesis de la sospe- cha. Pero lo cierto es que el texto no es coherente. ¿Por qué, si no quería entregar su esposa a la opinión pública, José decide despedirla en secreto? ¿Qué significa legalmente un repudio secreto? Puesto que el texto no ha querido responder a estas preguntas, quedémonos al menos con que la decisión d~ des- pedir o de dejar en casa de sus padres a una Joven encinta equivale sin duda, por parte del esposo, a una decisión de no reconocer al niño. Y esta decisión es la que la intervención del ángel intenta eliminar. Al contrario, una lectura rigurosa del v. 1,20, de la palabra del ángel, podría indicar que José conocía ya el misterio. Esta última hipótesis explicaría el te- mor de José, pero también su justicia, que se borra ante la iniciativa misteriosa de Dios. No explica sin embargo la insistencia en los términos jurídicos de difamación y de repudio, que habría que suavizar entonces notablemente. El ángel diría: «José, hijo de David, no temas tomar (en tu casa) a María, tu esposa; seguramente (gar) lo que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo, pero (de) ella dará a luz un hijo y tú le darás el nombre de Jesús...». Entre el gary el de habría una oposición dialéctica del tipo: ciertamente (gar)..., pero o sin embargo (de)... En una construcción semejante, el peso de la argumen- tación recae en la segunda parte de la frase, siendo la primera un paréntesis ya conocido y aceptado. La lengua pone de relieve el elemento introducido por de. Esta lectura, propuesta primero por X. Léon- Dufour, sería gramaticalmente correcta según los es- pecialistas, y A. Pelletier, que ofrece otros ejemplos sacados de Mateo, traduce: «... porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo, por eso dará a luz un hijo al que tienes que poner el nombre de Jesús»8. Entendidas de este modo, las palabras del ángel no le revelan ya a José el origen del niño, que él ya conoce (tal como se insinuaría en 1, 18), sino que le indican su misión, en cuanto hijo de David. Al acoger a María en su casa y al ponerle al niño el nombre que le revela el ángel, es decir, al adoptarlo legalmente, José hace de Jesús un hijo de David. Sean cuales fueren estas dificultades, este texto es ante todo cristológico y está ligado a la filiación davídica. Lo que aquí se pone de manifiesto no es la concepción virginal, ni el papel de María que no interviene de ninguna forma, ni las angustias psico- lógicas de José, sino la legitimidad davídica de Jesús. Los v. 18-25 explicitan lo que estaba expresado de forma resumida en 1, 16 Ynos indican cómo Jesús se hizo hijo de David, aunque José no fuera su padre 8 Cf. X. léon-Dufour, Estudios de Evangelio. Cristiandad, Madrid 1982, 73ss.; A. Pelletier: RScR 54 (1966) 67-68. las objeCiones hechas por B. M. Nolan (The Royal Son of God. Vandenhoek-Ruprecht, Gotinga 1979, 126-128) a los argumen- tos de Pelletier no son concluyentes. 21
  • 19. biológico. Pero esta explicación, como se ve, presu- pone la tradición de la concepción según el Espíritu, que volveremos a encontrar más tarde en Lucas. CONCEPCION VIRGINAL Efectivamente, es en términos de concepción vir- ginal como comprendió Mateo la «génesis» de Je- sús. Recurre a la profecía de Is 7, 14, no para probar esta concepción virginal, elemento q.le recibió sin duda de una tradición común a Lucas, sino para mos- trar su sentido. Este texto de Isaías relaciona de nuevo a Jesús con el linaje de David: al margen de la situación del rey Acaz, el niño anunciado es el mesías davídico que salvará a su pueblo de sus pecados, ya que en él se realizará el misterio del «Dios con noso- tros». A nivel del hebreo, no se habla de concepción virginal, ya que la palabra almah, mujerjoven, desig- na sin duda a la esposa de Acaz. Al traducir los Setenta esta palabra por parthenos, virgen, ¿vislum- bró la tradición judía de Alejandría el nacimiento virginal del mesías, tal como indica la TOB en su nota sobre Is 7, 14? Me parece que no 9. El signo dado a Acaz no se refiere de hecho al cómo de la concepción del príncipe heredero, sino al hecho providencial de este nacimiento, que muestra cómo Dios, en un momento de peligro para Judá, asegura la permanencia del linaje davídico y afirma que él es siempre «Dios con» su pueblo. Pero Mateo, que co- noce por otra parte el misterio de la concepción de Jesús, le da ciertamente a la palabra parthenos su 9 Cf. A. M. Dubarle, La conception virginale et la citation d'ls VII, 14 dans I'Evangile de Matthieu: Revue Biblique 85 (1978) 370, Ytambién C. Perrot, Los relatos de la infancia, 26. Sin embargo, como indica Dubarle, «no se excluye y hasta es probable que la palabra 'virgen' en los Setenta jugara cierto papel en la elección de esta cita, que llamó la atención del evangelista» (p. 372). 22 sentido más riguroso. Esta es la idea que subyace a toda su argumentación. Su problema es precisamen- te el de mostrar que la pertenencia davídica de Jesús no tiene por qué negarse o aminorarse por el hecho de que José lo engendre legalmente, pero no natu- ralmente. Y para eso lee retrospectivamente, en la palabra de Dios, en un texto profético que a la vez se dirige a la casa de David y habla de una virgen que da a luz, el houtós (1, 18), el cómo de este origen de Jesús. Este anuncio a José, lo mismo que el texto de la genealogía, procede de la redacción mateana. ¿Es posible remontarse más allá de él en la historia literaria de este texto? Así lo sugiere la TOB: «Este relato es sin duda el resultado de una larga elabora- ción literaria. Recogiendo probablemente un relato apologético anterior (un sueño: d. 2, 13.19), en don- de Dios evoca, a través de las objeciones de José, las calumnias relativas al nacimiento virginal, Mateo lo orienta teológicamente gracias a la cita de Is 7, 14, que expresa la fe de la Iglesia en la concepción virginal (d. Lc 1, 26-38)>>. Pero creemos que esto es decir demasiado, y el «probablemente» que aquí se utiliza va más lejos de lo que se puede establecer. Las calumnias evocadas (María habría tenido un hijo de un soldado romano) hacen alusión a una polémica judía que no parece remontarse más allá del siglo 11 de nuestra era. Hoy se subraya cada vez más que el evangelio, antes de ser escrito, antes de circular bajo la forma de documento literario, fue anunciado y predicado. El evangelio nació en continuidad con la Torá oral de Israel 10, y ya hemos hablado, a propósi- to de los relatos de la infancia de Mateo, de hagga- dá cristiana. En esta perspectiva, diremos que Mateo recibió sus materiales básicos, la fe en la concepción divina de Jesús y su designación como hijo de David, de las tradiciones orales que circulaban por las pri- 10 Hay que leer en este sentido el estudio estimulante de M. Collin y P. Lenhardt, Evangelio y tradición de Israel (CB 73). Verbo Divino, Estella 1991.
  • 20. meras comunidades. Luego las presentaría, lo mismo que solía hacerse en la tradición judeo-cristiana a la que pertenecía: recogiendo el molde literario de los relatos de anunciación, reactualizando los textos sa- grados, como Is 7, 14; Miq S, 1; Os 11, 1, para transmitir la buena nueva de que las promesas mesiá- nicas se habían finalmente cumplido. LA HISTORIA EN GEOGRAFIA El primer capítulo estaba totalmente ordenado a señalar la identidad de Jesús, mesías, pero con una orientación de trascendencia, de superación, en la prolongación del Enmanuel. del «Dios con noso- tros». En esta trayectoria, que prepara la cristología ¿UNA CONCEPCION ILEGITIMA? Es difícil de admitir el misterio de una concep- ción virginal, mediante el poder creador de Dios solamente. Y el hecho de que se la haya podido comprender como una devaluación de la sexualidad humana no resulta muy del agrado de nuestros con- temporáneos. En un libro reciente, The Illegitimacy of Jesus. Harper and Row, San Francisco 1987, y luego, con algunos cambios de orientación, en un artículo de la revista Concilium n. 226 (1989) 447- 457 (Los antepasados y la madre de Jesús), una teóloga, Jane Schaberg, vuelve a lanzar la hipótesis de la ilegitimidad. En este último texto, escribe: «La virgen prometida en matrimonio y luego sedu- cida o violada es, por tanto, en la gran paradoja de Mateo, la virgen que concibe y da a luz al niño que llamarán Enmanuel. Su origen es ignominioso y trágico, pero la idea de Mateo es que su existencia ha sido querida por Dios; su condición mesiánica no es negada por el modo en que fue concebido» (p. 456). Dios se pone entonces aliado de la mujer y del niño marginados y en peligro. En la lectura tradicional, es la concepción virgi- nal, en cuanto ausencia de padre biológico, la que asegura la coherencia del texto mateano. La ilegiti- midad, al dejar también en silencio al padre huma- no, podría seguramente cumplir la misma función literaria. Pero no por ello esta lectura es aceptable o verosímil. Si las piezas del relato de Mateo parece que pudieran ajustarse a la teoría de la ilegitimidad, aunque con cierta dosis de buena voluntad (en par- ticular para aceptar que el hijo de la virgen violada viene del Espíritu Santo, en el sentido de que el Espíritu Santo autorizaría este nacimiento lo mismo que los demás nacimientos), no ocurre lo mismo con el relato de Lucas. En esta ocasión, los ajustes requeridos -por ejemplo el fiat de María a esta acción del Espíritu Santo-- hacen que esta tesis sea totalmente inaceptable. Por otra parte, no se ve cómo la primerísima tradición, que habla siempre de con- cepción virginal (véase el recuadro «Testimonios del siglo 11», en la página siguiente), habría podido leer a Mateo y a Lucas en contra de su sentido. 23
  • 21. del Hijo de Dios (cf. Mt 3, 17; 11,27; 14,33; 16, 16; 17,5; 27, 54), se colocará también la cita de Os 11, 1: «De Egipto he llamado a mi hijo». El c. 2, por su parte, se detiene en los lugares, en la geografía: Belén, Judea, Jerusalén, Egipto, Ramá, la tierra de Israel, Galilea, Nazaret. Cada uno de estos términos evoca y trae a la memoria ciertos cuadros de la TESTIMONIOS DEL SIGLO 11 Ignacio de Antioquía (+ 110) «Nuestro Señor es de la raza de David según la carne, hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios, nacido verdaderamente de una Virgen» (Ad Smirn., 1). «El príncipe de este mundo ignoró la virgini- dad de María y su alumbramiento, así como la muerte del Señor: tres misterios espléndidos que se realizaron en el silencio de Dios» (Ad Eph., XIX). Justino (+ 165) «Sabemos que fue por la Virgen como (Cris- to) se hizo hombre, para que la desobediencia causada por la serpiente acabara tal como había comenzado. En efecto, Eva, virgen y sin manci- lla, acogió la palabra de la serpiente; por eso dio a luz la desobediencia y la muerte. La Virgen María, aceptando la fe y el gozo cuando el ángel Gabriel le anunció que el Espíritu del Señor vendría sobre ella, respondió: 'Hágase en mí según tu palabra'. Por tanto, fue de ella de quien nació aquel de quien tanto hablan las Escritu- ras» (Diálogo con Trifón, 100). 24 historia sagrada, con la única excepción de Nazaret, a la que no se menciona en el Antiguo Testamento. Pero Mateo, por medio de una cita de cumplimiento, de la que sería inútil buscar la referencia, relaciona la historia presente de Nazaret, que es seguramente sagrada, la del «profeta Jesús de Nazaret» (Mt 21, 11), con la larga historia de Israel. Actividad midrási- ca llevada hasta el extremo. Se trata de un procedi- miento de actualización que, al mismo tiempo proyecta la problemática actual sobre los hechos del pasado y el sentido profundo del pasado sobre los problemas actuales. Para el «escriba instruido del reino de los cielos» (13, 52) que es Mateo, la Escritura sigue estando viva. Para comprender su mensaje, sería una equivocación abordarlo con nuestras preo- cupaciones historicistas. Aquí ocurre lo que ha des- crito admirablemente Paul Beauchamp: «Con los nombres, la geografía hace del país entero un li- bro... En el dispositivo de las figuras, la historia pasa a ser geografía y la reflexión pasa a ser lugar. El hábitat de Israel no es nada sin esa membrana invi- sible que es la del estar-aún-al/í del lugar, esa cúpula de significación que rodea el lugar como su gloria y sin el cual sería irrespirable...»". En este c. 2, Mateo va entonces diseminando los lugares de la historia de Israel con su aureola de gloria. Pero en cada ocasión, lo que presenta a la memoria es el tema de la realeza y la referencia a David. EL MOTIVO REAL Y DAVIDICO Ya en la genealogía (1, 6), el título de rey se le reservaba a David. Al comienzo de este c. 2, Mateo lo repite de forma irónica. Al rey Herodes que acaba de ser mencionado, los magos llegados de oriente oponen el rey de los judíos que acaba de nacer. En '1 P. Beauchamp, La figure dans I'un et I'autre Testament: RScR 59 (1971) 214.
  • 22. otras dos ocasiones, Herodes es llamado rey: cuando se inquieta y se agita con toda Jerusalén (2, 3) e inmediatamente antes de la partida de los magos (2, 9). Mas después del homenaje real que éstos rinden al niño (2, 11), se menciona seis veces a Herodes, pero simplemente como «Herodes» (2, 12.13.15.16.19.22, aunque en este último texto se le aplica a su hijo Arquelao el verbo «reinar»). Herodes en cuanto rey está acabado: ha llegado su fin 12. «El rey no tiene existencia si no es el estar-aún-allí de David», dice también Beauchamp 13. Belén, el humil- de lugar del nacimiento de David, prevalece sobre Jerusalén; la realeza davídica, mesiánica, sobre la falsa realeza de Herodes, como insinúan las Escritu- ras que Mateo hace resonar irónicamente a los oídos de Herodes: «y tú, Belén, tierra de Judá...» (citas de Miq S, 1 Y de 2 Sm S, 2, mezcladas midrásicamente en una perspectiva muy davídica). El empleo por Herodes del verbo proskyneó: rendir homenaje, adorar (2, 8), que toma de los magos (2, 2), preten- diendo someter su realeza a la del nuevo rey, refuer- za la ironía. Hay otros motivos en el texto que prolongan la tonalidad real. La estrella, metáfora del rey-mesías, ligada a la monarquía davídica, evoca la profecía hecha por el extranjero Balaán: «Un astro salido de Jacob se convierte en jefe, un cetro se levanta, salido de Israel» (Nm 24, 17). El singular anatole (en 2, 2 Y 2,9) no designa el oriente (como hacía el plural de 2, 1: apo anatolón), sino el levantarse del astro; este astro es el mesías (d. Lc 1, 78). Por tanto, no se dice que la estrella guiara a los magos a Jerusalén (2, 2). No podía hacerlo. Tan sólo después de que las voces autorizadas (todos los sumos sacerdotes y los escri- bas del pueblo) establecieron su sentido, es cuando pudo revelar el lugar del nacimiento del mesias. 50- 12 ¿Hay que comprender así el final de Herodes (teleute: 2, 15) Y el teleutaó: llegar a su fin de 2, 19, mientras que Mt conoce bien el apothneskó: morir, que utiliza por otra parte poco después en 2, 20? 13 P. Beauchamp, o. e., 214. lamente entonces se puso a guiar a los extranjeros hasta el lugar donde estaba el niño (2, 9). Finalmen- te, los dones que los magos ofrecen al niño son también dones regios. En el relato de Mateo son de nuevo el estar-allí de las figuras de la esperanza mesiánica (ls 60, 6), recordando los dones que ofre- ció ya a Salomón la reina de Sabá (1 Re 10, 2). Una vez más, una significación real y davídica. LA MADRE DEL PRINCIPE HEREDERO Mateo coloca al «niño y a su madre» en este contexto lleno de reminiscencias mesiánicas. Están en el centro del c. 2 y todos los focos de la escena se dirigen hacia ellos. José pasa a la sombra. En el episodio de los magos, José ni siquiera es nombra- do. Los magos entran quizás en su casa (2, 11; a no ser que ésta, en la haggadá cristiana, sea ya la Igle- sia), pero lo que ven es «al niño con María, su ma- dre». Nada más. Es verdad que sigue siendo José el que recibe en sueños las visitas del ángel del Señor (2, 13.19; d. 2, 22). Pero Mateo, el director de esce- na, mantiene los proyectores sobre «el niño y su madre» (2, 13.14.20.21). La repetición, falsamente inoportuna, de las palabras mismas del ángel para describir la obediencia de José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre José se levantó, tomó consigo al niño ya su madre » (2,13-14 Y 2, 20-21) llama la atención. José está presente, pero la expre- sión «el niño y su madre» pone cierta distancia entre éstos y él. Como si fuera una nueva alusión al miste- rio de la concepción de Jesús. Si entre las figuras bíblicas que están en el tras- fondo del relato de Mateo se recuerda la historia de Moisés volviendo a Egipto después de la muerte de Faraón (Ex 4, 19-20), la comparación de los textos permite captar la novedad radical de la historia de Jesús. En Ex 4, 19, YHWH dice a Moisés: «Ve, vuelve a Egipto, porque han muerto todos los que intentaban 25
  • 23. LA MADRE DEL REY-MESIAS 26 En el primer libro de Samuel, los israelitas piden «un rey que nos juzgue como en todas las naciones» (8, 5). Israel se olvida de que no es un pueblo como los demás. Pero, tras escuchar la palabra de YHWH, Samuel accede a su petición. Es una insti- tución extraña la que se introduce entonces en Is- rael con todas las prácticas -el «derecho del rey» (8, 11)- de los reinos cananeos anteriores. Entre las costumbres importadas, hay que subrayar la impor- tancia que se le concede en las monarquías orienta- les al papel de la reina-madre. Los textos oficiales hacen mención de ella en Asiria-Babilonia (Semíra- mis, a quien los asirios llamaban Sammuramat), en Ugarit, en el imperio hitita y sobre todo en Egipto (cf. H. Cazelles, La mere du Roi-Messie dans [,An- cien Testament, en Maria et Ecclesia, V. Roma 1959, 39-56). En la corte de Judá, la madre del rey ocupa un lugar honorífico y goza de ciertas prerrogativas. Se la llamará gebirá (cf. 1 Re 15, 13), la que da origen al héroe (geber) que es el rey (2 Sm 23, 1). Betsabé será la primera Gran dama en Israel. Sin que se pueda precisar exactamente su poder, está claro -si se compara la prostración que hace ante David, su esposo (1 Re 1, 15-16), con la que recibe de Salo- món, su hijo (1 Re 2, 19)-; que después de la muerte de David se transformaron por completo su relación con el poder real y su dignidad. A conti- nuación, al comienzo de cada reinado en Judá, el autor del libro de los Reyes anotará con cuidado, al lado del nombre del rey, el nombre de su ma- dre. En los textos proféticos que vinculan la esperan- za de Israel a la dinastía davídica (según 2 Sm 7, 8-16), la madre del sucesor real se convierte en la depositaria de la esperanza mesiánica. En esta pers- pectiva es donde ha de comprenderse la profecía de la almah de Is 7, 14, así como la de Miq 5 2, que subraya el papel de la madre en el nacimiento del rey pastor y salvador, que traerá la paz a su pueblo. En el contexto tan fuertemente davídico de los dos primeros capítulos de Mateo, la expresión repe- tida «el niño y su madre» recuerda esta imagen de la reina-madre tan estrechamente vinculada a la espe- ranza mesiánica. En 1, 23, Mateo relaciona expre- samente el nacimiento de Jesús, por obra del Espíri- tu Santo, con la profecía de Isaías. Y la cita que hace, en 2, 6, de Miq 5, 1 supone discretamente la presencia de «la que ha de dar a luz» de Miq 5, 2. Pero es Lc 1, 32-33 el que llevará estas insinuacio- nes a su cumplimiento. Después de anunciar a Ma- ría el nacimiento de un hijo en términos que se relacionan también con Is 7, 14, el ángel añade: «Será grande y será llamado hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará para siempre en la familia de Jacob y su reinado no tendrá fin». El trono de David está bien afianzado, y es a la madre del rey a la que se dirige el ángel. Notemos que el cumplimiento mesiánico no cierra el horizonte, que se abre así a la historia evangélica del reino. Y los creyentes no olvidarán que ese reino, en sus comienzos, mezclaba íntima- mente las imágenes del niño príncipe con las de su madre.
  • 24. darte muerte». Mt 2,20 repite exactamente las pala- bras griegas de este pasaje del Exodo, conservando incluso el plural: «han muerto», siendo así que sólo se menciona aquí la muerte de Herodes. Y prosiguiendo la comparación, el contraste se hace más luminoso. Mientras que Ex 4,20 dice: «Moisés tomó a su mujer ya su hijo, los montó en un asno y se volvió al país de Egipto», Mateo dice: «José se levantó, tomó consi- go al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (2,21). No ya a su mujerya su hijo, sino al niño y a su madre: al servicio de un misterio que se desarrolla con él y como a distancia suya... Si Mateo se olvida del asno, la haggadá cristiana, expresada en la ico- nografía, se acordará de él y lo reproducirá en todas las huidas a Egipto. En esta expresión «el niño y su madre» está claro que es el niño (to paidion) el que aquí se destaca. Por otra parte, es él el que mueve invisiblemente todo el relato y se convierte automáticamente en sujeto del verbo, cuando no se nombra este sujeto, como en 2, 23: «él será llamado nazareo». En 2, 8-21, to pai- dion aparece 9 veces, con el artículo definido, repe- tido incluso donde seria de esperar una forma del pronombre autos (por ejemplo en 2, 13b y 2, 20b). Mateo emplea un vocabulario distinto para hablar de los niños de Belén (paidas: 2, 16) o de los hijos de Raquel (tekna: 2, 18). Pues bien, la palabra paidion es la que utilizan los Setenta en Isaías para designar al Enmanuel davídico, el heredero de la esperanza mesiánica (Is 7,16; 9,5; 11,6.8). Con esta configuración real relaciona además Mateo la figura de María. Es conocida la importan- cia de la madre del rey en la corte de Judá y el papel que representó en la dinastía davídica. De hecho, las maternidades reales anuncian el papel de la madre del mesías. En efecto, en relación con la madre del príncipe heredero, la gebirá, es como mejor se com- prende el signo dado por Isaías sobre la almah que está encinta (7, 14), Yel de Miqueas, su contemporá- neo, sobre «la que ha de dar a luz» (5, 2). La esperan- za mesiánica no está ligada al padre, de quien no dicen nada estos textos, sino a la madre. La salva- ción vendrá cuando la madre del mesías lo haya dado a luz. Mateo recoge en función de María estas tradicio- nes davídicas y mesiánicas que tuvieron que circular por las primeras comunidades cristianas. En otro si- tio se encontrará la tradición de la reina-madre, en la corriente joánica, en Ap 12. Vinculando así estre- chamente a la madre y al hijo heredero del trono es como Mateo nos señala el papel de María. No hace de ella el centro de su relato, sino que, a pesar de la importancia que le concede a José, hijo de David, mantiene a María en el centro, con (2,11) su hijo. La iconografía cristiana lo ha comprendido muy bien, cuando no cesa de presentarnos, a lo largo de los siglos y en todas las culturas, a la Virgen con el niño, desplazando quizás un poco el acento mateano que insistía más bien en el niño y su madre... Durante el ministerio público Después de haber vinculado muy teológica y muy bíblicamente a María con esta dimensión davídica de Jesús, Mateo no volverá sobre este punto en su evangelio. Pero esta reflexión primera dará un colo- rido a todo lo que nos dice de ella a continuación. Efectivamente, en la lógica de los relatos de la in- fancia, en donde María concibe del Espíritu Santo y conoce, por el mismo nombre de Jesús, que su hijo salvará al pueblo de sus pecados (1, 21), Mateo no podría prestarle una incomprensión parecida a la 27
  • 25. que se encuentra en Marcos. Así, pues, recogerá las tradiciones relativas a la familia de Jesús, pero corri- giéndolas en parte. En primer lugar, no conserva la indicación de que Jesús «habría perdido la cabeza» (Mc 3, 21). Esto tiene la consecuencia de que suprime, cuando la in- tervención de los familiares de Jesús (Mt 12, 46-50), toda oposición entre la familia física de Jesús y la familia de sus discípulos. la intervención de los pa- rientes que quieren hablar con él 14 se convierte en ocasión de una enseñanza sobre la nueva situación familiar que se deriva del evangelio, del que no parecen estar excluidos estos parientes. El contexto, en efecto, es aquí decisivo: lejos de establecer un paralelismo, como hace Marcos, con la actitud acusa- dora de los adversarios de Jesús, la intervención de sus parientes introduce una contrapartida positiva en el episodio sobre Beelzebul. Y no es posible leer en Mateo, ateniéndose a su texto, una sustitución o un rechazo de la familia de Jesús, ni a fortiori de su madre. Mateo conoce también la tradición del pfO~eta rechazado por los suyos (13, 53-58). Pero también aquí corrige el texto de Marcos suprimiendo la men- ción «entre sus parientes» (Mc 6, 4), que coincidía con la reflexión de Mc 3,21. lo que añade a conti- nuación: «¿No es ése el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus hermanos Santiago, Jo- 14 El v. 12, 47, que falta en buenos testigos, parece sin embargo necesario para lo que sigue. 28 sé, Simón y Judas?», parece a primera vista más difícil de explicar. Ya hemos discutido la cuestión de los hermanos. Pero si Mateo depende de Marcos, ¿por qué razón habría transformado el carpintero de este último en el hijo del carpintero? ¿Y cómo compaginar esto con el hecho de que José no es el padre verdadero de Jesús? Atento a la trascendencia de Jesús, ¿habría vacilado Mateo en presentar a Jesús como un simple obrero? En realidad, los prime- ros capítulos han respondido ya a estas cuestiones. Mateo ha mostrado ampliamente que Jesús podía ser hijo de José, puesto que fue él el que lo recono- ció, le dio su nombre y, por así decirlo, su condición social. No es extraño que lo repita aquí. Al añadir, a diferencia de lc 4, 22, el nombre de María, su ma- dre, inmediatamente después, recordaba al lector el retrato ya hecho en el c. 1: del padre según la ley, de la madre según el Espíritu. Por tanto, fue la reflexión de Mateo sobre el misterio del nacimiento de Jesús la que lo llevó a dar un colorido positivo a las tradi- ciones familiares de las que Marcos había conserva- do el aspecto negativo. En resumen, Mateo ha retenido a propósito de María, que no interviene nunca directamente en su relato, el signo de la Virgen que da a luz. Signo de la gratuidad de la alianza, de la elección imprevisible de Dios, de su dominio soberano sobre la historia de la salvación. Sin embargo, no insiste en María. lo que demuestra en sus relatos de la infancia es la legitimidad davídica de Jesús. Pero, en cuanto madre del príncipe heredero, María pertenece para él a este contexto. Y su presencia, recordada constante- mente aliado del hijo, marcará a la piedad cristiana de todos los tiempos.
  • 26. MARIA EN EL PROYECTO HISTORICO Y TEOLOGICO DE LUCAS El proyecto de Lucas -hablamos de proyecto por- que él mismo nos ha dicho cuál era su intención- es indisociablemente histórico y teológico. En el prólo- go (Lc 1, 1-4), que abre su libro al estilo de los escrito- res griegos de su tiempo, Lucas se define como histo- riador. Pero lo que él escribe es una historia sagrada. Como historiador, tiene sus fuentes y ha recogido los testimonios de unos testigos oculares. Pero esos tes- timonios estaban ya teologizados, interpretados por aquellos que, después de haber sido espectado- res (autoptaí), se habían convertido en servidores (hypérétai) de la palabra. La historia le importa, pero en cuanto que sostie- ne el designio salvífica de Dios. ¿Historiador de la salvación o teólogo de la historia? La teología es siempre la instancia interpretativa, pero no habría nada que interpretar sin el dato histórico. Si bien distingue en esta historia tres grandes periodos: el tiempo de Israel, el de Jesús y el de la Iglesia, Lucas no los opone, sino que subraya su continuidad. Sin embargo, el tiempo de Jesús introduce una diferen- cia cualitativa, la del cumplimiento. Centro de la historia, es ese tiempo el que da sentido al tiempo de la promesa que cumple, así como al tiempo de la Iglesia que lo prolonga. Sobre este fondo histórico y sobre esta compren- sión de la historia de la salvación es donde Lucas traza el retrato de María. Ella pertenece esencial- mente al tiempo de Cristo. De hecho, es ella incluso la que inaugura ese tiempo, que hizo posible con su Fíat. Pero, a partir del acontecimiento realizado, Lucas, que es también servidor de la palabra, encuen- tra las huellas de su misterio en las antiguas prome- sas y relaciona las maravillas que se cumplen en ella con las maravillas que fueron puntuando la historia de Israel por obra de Dios. Luego, volviéndose por así decirlo hacia adelante, se enfrenta con el futuro y anuncia que María estará siempre presente en la historia de la salvación que prosigue: todas las gene- raciones -hasta el final de los tiempos- me llamarán bienaventurada... Hija de Sión, madre de Jesús, Ma- ría para Lucas no se separa tampoco de la Iglesia; él la ve presente en todas las etapas de la historia de la salvación. Detodos los autores del Nuevo Testamento, Lucas es el que habla más abundantemente de María. Muy ampliamente primero en sus relatos de la infancia, que no se presentan ya desde el punto de vista de José, como se hacía en los de Mateo, sino desde el punto de vista de María. Se encuentran además, en su evangelio, cuatro pasajes que tienen una referen- cia a María. Dos de esos pasajes coinciden con las tradiciones conocidas de Marcos y Mateo (Lc 4, 16- 30 Y 8, 19-21), pero los otros dos pertenecen a las 29
  • 27. tradiciones propias de Lucas (3, 23 Y11,27-28). En la segunda parte de su gran obra, los Hechos de los apóstoles, no habla de ella más que una sola vez (1, 14), pero lo hace en un lugar estratégico, al comien- zo de toda la historia de la Iglesia, en los relatos de la infancia de la Iglesia. Los relatos de la infancia en Lucas Los dos primeros capítulos de Lucas han dado origen a innumerables estudios y monografías. No es fácil dominar toda esta enorme masa de informa- ciones, ni dar cuenta, en el marco de este cuaderno, de todos los problemas planteados. Pero al menos, para entender lo mejor posible lo que Lucas nos dice de María, habrá que examinar primero algunos pro- blemas particulares de estos capítulos. PROLOGO CRISTOLOGICO Estos dos capítulos constituyen una especie de prólogo a todo el evangelio. Debido a su fisonomía particular, sería tentador considerarlos como un cuerpo aparte, separándolos del resto del evangelio. El comienzo del c. 3, que multiplica las indicaciones cronológicas para situar la misión de Juan en la his- toria del mundo pagano y del mundo judío, señala un corte profundo, y a primera vista iría en este senti- do. Así, pues, el evangelio de Lucas podría comenzar con Juan Bautista, como en Marcos. Pero mirando las cosas más de cerca, se da uno cuenta de que este c. 3 está unido a los capítulos precedentes y que los pre- supone (Juan, por ejemplo, es llamado «hijo de Zaca- rías» y, en 3, 2, la mención del «desierto» remite a 1, 80). Los relatos del bautismo y de la tentación están más cerca de los relatos de la infancia que de los que siguen; y la genealogía (3, 23-38) nos sigue mante- niendo en los comienzos. De hecho, el ministerio de Jesús no comienza más que con su visita a Nazaret (4, 14). De 1, 1 a 4,13 seguimos estando entonces en los preparativos, que es conveniente mantener juntos. 30 Para mostrar que los dos primeros capítulos for- man realmente cuerpo con el resto del evangelio, sería fácil establecer otros paralelos. Bastará con observar que Lucas comienza y termina su relato, a modo de inclusión, en el templo de Jerusalén (1, 9ss Y24, 53). En el plano del contenido, la confesión de fe de 1, 32-33.35 (filiación divina) se compagina con la palabra del Resucitado sobre el Padre en 24,49. Y es también conocido el paralelismo entre la primera palabra de Jesús evocando a su Padre en 2, 49 Y su última palabra en la cruz: «Padre, en tus manos en- trego mi espíritu» (23, 46). Así, pues, los relatos de la infancia pertenecen de verdad al evangelio de Lu- caso Sin embargo, son de un género particular. Igual- mente, mientras que en el relato del ministerio pú- blico el misterio de Jesús sólo se va revelando pro- gresivamente, los relatos de la infancia nos dan ya desde el principio su comprensión total. Aun reconociendo estas diferencias, no hay que separar por tanto los dos primeros capítulos del res- to del evangelio. Se puede pensar que Lucas los escri- bió, integrándolos hábilmente en su obra y ponién- dolos como cabecera de la misma, después de la redacción global del conjunto, en tiempos de la composición de los Hechos (veremos que tienen múl- tiples relaciones con los Hechos), lo mismo que se escribe un prólogo después de un trabajo, resumien- do de antemano las riquezas de la obra que va a seguir. Es verdad que, en lo referente a María, se dice en estos capítulos mucho más de lo que se dirá después. Pero el evangelio no irá en contra de ellos, sino que confirmará más bien el retrato que los dos primeros capítulos ofrecen de María.
  • 28. LA ESCRITURA LUCANA Se ha destacado con frecuencia el estilo particular de los relatos de la infancia de Lucas. La atmósfera parece en ellos «maravillosa», casi apocalíptica. Los ángeles van y vienen del cielo a la tierra, llevando las propuestas divinas y las respuestas humanas. Para hablar de estas revelaciones celestiales, Lucas utiliza la lengua sagrada de los Setenta y calca su estilo sobre esta Biblia de la diáspora judía. Pero, más aún que el estilo, es el contenido mismo de la Escritura el que le va aservir para decir el misterio de Jesús. Lucas aplica, en su propio texto, el principio que el Resuci- tado había enseñado a los discípulos de Emaús: «Co- menzando por Moisés y por todos los profetas, les interpretó (di-hermeneusen) lo que se refería a él en todas las Escrituras» (24, 27). Las Escrituras se refie- ren a Jesús, y Lucas está convencido de ello. Para hacer comprender quién es Jesús, va a utilizarlas abundantemente. A primera vista, de una manera bastante distinta de la de Mateo, que cita explícita- mente y argumenta en términos de cumplimiento: ~~para Cue se cumpliera...)) {Mt ',2.2; 2, '5.23), «por- que es lo que está escrito...» (2, 25), «entonces se cumplió...» (2, 17). Pero en el fondo con el mismo espíritu. Solamente. una vez (2, 23-24) cita Lucas expresa- mente la Escntura. Pero todo su texto en conjunto e~tá sembrad? de al.usiones bíblicas. Baste, por eJemp.lo,. una simple ojeada a los márgenes de nues- tras Biblias modernas para constatar con una evi- dencia irrefutable que ciertos cánticos que la tradi- ci?n latina ha llamado Magnificat (1, 46-55), Bene- dlctus (1,68-79) YNunc dimittis (2,29-32) son verda- de~as antologías bí~licas. Más aún, Lucas describe y an~ma ~ I~s personajes de ~u relato a partir de perso- naJes blblicos que se convierten en tipos de la alian- za nueva. De este modo, como en filigrana vemos desfilar por el texto de Lucas las figuras de I~aac, de ~ansón, de Gedeón, de Samuel, de Sara, y podemos Incluso reconocer allí algunas personificaciones pro- féticas, como la Hija de 5ión. T~d? esto coincide con lo que ya hemos dicho, a proposlto de Mateo, de la atmósfera midrásica que rod~a a estos r,elatos d~ ~a infancia. Algunos autores v.acllan todavla en utilizar este término, pero es siempre en referencia a una definición estricta del género midrásico que no corresponde ni a la prácti- ca j~día ni a la exégesis cristiana canonizada, por así decirlo, por las palabras del Resucitado en Lc 24 27. Un mayor conocimiento y comprensión de los méto- dos de la exégesis rabínica 1 invitan a otra actitud. La noveda~ cristiana es el descubrimiento de que toda I~ Escntura habla de Cristo y de su Iglesia. Pero, a partir de esta novedad, los escritores cristianos sigu.en escribiendo a la manera judía de la época. DeCIr que Lucas encuentra en la Escritura cristianiza- da «sus ~ala~ras y su gramática», «unas expresiones y personaJ.e~ tipO», u~os moldes literarios dispuestos ya a reCIbIr a su Senor, es decir sencillamente que Lucas «sigue escribiendo la Biblia con la escritura mis'!',a de la Biblia.»2. Cuando se reconoce esta pene- traclon de la Escritura en el texto de Lucas ciertas argumentaciones q~epodían parecer demasiado po- co f~~dadas (por ejemplo la que se refiere a la Hija de SlOn) se hacen perfectamente verosímiles. Para comprender a san Lucas, por consiguiente, hay que tener en cuenta el substrato veterotesta- mentario de su texto, del Antiguo Testamento al que invoca, al que c~nvoca.... Teneren cuenta lo quese ha lIam~do su «estilo alus!v~». Esta lectura puede susci- tar ciertas sospechas. SI bien algunas de las alusiones son claras e irrefutables, otras realmente no lo son tanto. Y se plantea entonces la cuestión de siempre: ¿Pensó Lucas verdaderamente en todo esto? ¿Cómo saberlo? La cuestión, a nuestro juicio, no es la de saber lo que Lucas pudo pensar. Hay que volver al 1 Cf. P. Lenhardt y M. Collin, Evangelio y tradición de Israel (CB 73) y La Torá oral de los fariseos (Doe. en torno a la Biblia 20). Verbo Divino, Estella ~9~1; d. también P. Grelot, Los Targu- mes (Doc. en torno a la Biblia 14). Verbo Divino, Estella 1987. 2 C. Perrot, Los relatos de la infancia de Jesús, 38. El autor desarrolla esta visión de la escritura lucana en las p. 38ss. 31
  • 29. texto... y al lector. Con este texto teológico y bíblico ocurre lo mismo que con un texto poético: los efec- tos de su lectura pueden depender en gran parte de la cualidad del lector, de sus antenas, en el caso presente de su cultura bíblica. Dentro de las posibili- dades del texto, evidentemente, esta reminiscencia puede ser que nazca en un lector mientras que otro no será sensible a ella. Quizá no haya aquí una fron- tera científica absolutamente precisa. No se lee la poesía como se lee un manual científico. No se lee la Biblia desechando los ecos, las huellas que los textos antiguos, constantemente reinterpretados y largo tiempo rezados y meditados, han dejado en las co- munidades que encontraban en ellos su razón de vivir. En los comienzos de la era cristiana, los textos bíblicos tenían su historia de lectura. Ycuando escri- bían, cuando citaban la Escritura, los primeros auto- res cristianos no hacían abstracción de esto. Más aún, para ellos Jesús era el cumplimiento de las Escri- turas. Yesta convicción se convertía en una provoca- ción a recorrer la Biblia en busca de armonías pree- xistentes. En este ambiente es en el que escribe Lucas, dirigiéndose a unos lectores sensibilizados a esta manera de escribir. HISTORIA Y TEOLOGIA Esto no disminuye en nada la historicidad funda- mental de estos relatos. María no se convierte en un puro símbolo por el hecho de que Lucas evoque a propósito de ella la figura de la Hija de Sión. Pero esta preocupación teológica, midrásica si se quiere, así como por otra parte el recurso al vocabulario y a la gramática bíblicas para decir el misterio de Jesús, invitan al lector a no «historicizar» los detalles de la narración lucana. Se plantea aquí la cuestión de las fuentes de Lucas para estos dos primeros capítulos. Al comienzo de su evangelio, Lucas escribe: «Como muchos han em- prendido la tarea de componer un relato de los acontecimientos que han tenido lugar entre noso- 32 tros, según nos los transmitieron aquellos que fueron desde el principio testigos oculares (ap'arches autop- taO y que se hicieron servidores de la palabra, me pareció oportuno también a mí, después de haber- me informado cuidadosamente de todo desde el comienzo (anóthen), escribir para ti un relato orde- nado...» (1, 1-3). «Desde el principio» (ap'arches) designa en Lucas, no ya el comienzo de la vida de Jesús, sino el comienzo de su ministerio (Hch 1, 2.22) Ymás en concreto su bautismo (10, 37). Pero la investigación personal de Lucas, «desde el comienzo» (anóthen), ¿no podría remontarse a los relatos de la infancia? ¿Habrá que poner a María entre los testigos oculares que habría consultado Lu- cas directa (como es lícito pensar) o indirectamente? ¿Concretamente por la tradición de la primera co- munidad de Jerusalén que presidía Santiago, el «her- mano de Jesús» con quien trató quizás Lucas (d. Hch 21, 18)? ¿O por una tradición procedente de la co- munidad de Juan, que parece haber acogido en su casa a María (d. Jn 19, 27)? Al recordar en dos ocasiones (en 2, 19 Yen 2, 51) que María «conserva- ba todos estos acontecimientos (rhemata) y los me- ditaba en su corazón», ¿quiso afirmar discretamente Lucas cuál era la fuente primera de sus informaciones? Volveremos sobre estos textos. De momento, di- gamos que Lucas tuvo acceso probablemente a algu- nas informaciones históricas relativas al nacimiento de Jesús. Desde este punto de vista, vale la pena subrayar las coincidencias sustanciales con Mateo: la descendencia davídica de José, la concepción virgi- nal, el nacimiento en Belén. Para lo demás, convie- ne que seamos modestos. Es seguro que el testimo- nio apostólico, fuente primera de nuestros evange- lios, no se refería a estos comienzos. Exegéticamen- te hablando, no tenemos los medios para poder decir más. Esto invita a la prudencia y a la modestia tanto a los que sentirían la tentación de no ver aquí más que teología, como a los que les gustaría leer estos textos como registros exactos de las palabras de Zacarías, de Isabel, de María, de Jesús... y hasta del ángel Gabriel.
  • 30. ESTRUCTURA Y COMPOSICION DE Le 1-2 A primera vista se observa que el relato de Lucas establece un estrecho paralelismo entre los orígenes de Juan Bautista y los de Jesús. Al anuncio a Zacarías corresponde el anuncio a María; al nacimiento del Bautista, el de Jesús. Se nos cuentan las dos circunci- siones. Y el cántico de Zacarías celebra a Juan el profeta, mientras que Simeón canta en Jesús la salva- ción preparada para todas las naciones. La existen- cia de este paralelismo, que llega hasta la elección de las palabras en las dos anunciaciones, es recono- cida por todos los exégetas. Pero el acuerdo ya no es tan grande en lo que se refiere a su interpretación. Algunos leen aquí una intención polémica o apolo- gética respecto a los movimientos bautistas que se opondrían a Jesús; otros ven aquí la proyección sim- bólica, sobre los orígenes cristianos, de la oposición entre dos épocas, el tiempo de los profetas y de las promesas representado por Juan, el tiempo del cum- plimiento y de la salvación en Jesús. El paralelismo subraya sin duda alguna el contraste entre Juan y Jesús. Si el primero es llamado «grande ante el Se- ñor» (1, 15), Jesús es grande de forma absoluta (1, 31). Si Juan está lleno del espíritu de Elías (1, 17), Jesús lo estará del Espíritu Santo (d. 4, 1). Incluso puede admitirse que Lucas hace de Juan como el símbolo de la antigua alianza -lo cual refleja sin duda la atmósfera cultual del templo que rodea a sus orígenes-, mientras que Jesús constituye la alianza nueva. Pero Lucas no opone las dos alianzas, sino que subraya más bien su continuidad y articula las dos épocas. Para él, el profeta que llama a la conversión (3,8) prepara al mesías que trae la buena nueva de la salvación (4, 18.21). Pero esta única posición en pa- ralelo de las dos anunciaciones atestigua una refle- xión teológica profunda sobre el problema de las dos alianzas, que fue sin duda la más grave en tiem- pos de la primera cristiandad. Todo esto muestra perfectamente en qué hondura teológica hay que leer estos relatos de la infancia, en los que Lucas se detiene en el misterio de María. El anuncio a María (1, 26-38) GENERO LITERARIO El anuncio a María pertenece al gran género de los «anuncios celestiales» de la literatura bíblica. Or- dinariamente, se clasifica el texto de Lucas entre los «anuncios de nacimiento» (d. Jue 13, 3-5.7; Is 7, 14-17). Otros comentaristas subrayan más bien el parentesco de este texto con los relatos de vocación o de envío en misión (como la llamada de Gedeón en Jue 6, 11-24). El anuncio a María es seguramente un anuncio de nacimiento. Por otra parte, aquí, lo mismo que en el anuncio a Zacarías, no se describe la misión de la madre (o del padre), sino la del hijo que va a nacer. Pero nosotros hablaremos más bien de un género literario de anuncio, en sentido amplio, de un esquema convencional que sirve de marco y que podría explicar ciertos elementos del texto, pe- ro siendo bien conscientes de que toda estructura formal, obtenida por comparación con otros textos, sigue siendo hipotética y ambigua y no puede con- vertirse en el principio último de la interpretación de un texto. Es el texto mismo, tal como es y en su lógica interna, el que sigue dominando y el que hay que explicar. En el caso presente, por ejemplo, hay que perci- bir bien que el anuncio a María es «mensaje» más bien que visión. Mientras que el ángel se aparece (se hace ver) a Zacarías (1, 11) Yéste lo ve (1, 12), no se dice nada de esto en el caso de María: ninguna 33
  • 31. HUA DE SION 34 En un artículo importante, que sigue estando en la base de las discusiones, S. Lyonnet proponía en 1939 (<<Chaire kecharitomene»: Biblica 20 [1939] 131-141) traducir el chaire de Lc 1, 28, no por un vulgar ¡salve!, sino por un «alégrate» que vinculaba las palabras del ángel con las profecías mesiánicas de Sof 3, 14; 112, 21 YZac 9,9. Ausencia de temor, gozo, presencia del Señor en medio de la Hija de Sión y de todo su pueblo: éstos son los temas esen- ciales de estos mensajes escatológicos. Esta lectura le conservaba al relato su color judío y le devolvía los acentos de la alegría mesiánica, alegría tan ca- racterística de los dos primeros capítulos de Lucas (cf. 1, 14.44.47; 2, 10). Esta idea ha tenido éxito y ha sido profundizada por un gran número de marió- logos y de exégetas (Laurentin, MacHugh, de la Potterie). Otros autores, por el contrario, se siguen mos- trando reticentes; entre ellos están algunos exégetas influyentes como R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, o J. A. Fitzmyer en su comentario a Lucas (Anchor Bible, 1981), o el equipo ecuménico que, con el mismo R. E. Brown, ha sacado el volumen importante Mary in the New Testament, 1978. Estos últimos, aunque admiten la posibilidad de la tesis de Lyonnet (p. 132), no creen que los lectores de Lu- cas pudieran comprender estas sutilezas (p. 130), sin una clara indicación por parte de Lucas. En un largo artículo en Marianum 45 (1983) 9-54, A. Serra ha mostrado que estos textos proféti- cos sobre la Hija de Sión, y especialmente el de Zac 9, 9, se utilizaban particularmente en el judaísmo antiguo, que celebraba en ellos su esperanza mesiá- nica escatológica, en relación por otra parte con los textos de Isaías sobre la maternidad universal de Jerusalén (Is 60-61; cf. Sal 87, 5-6). Pero también se usaban en el cristianismo de los dos primeros siglos, que descubrían en ellos su realización perfecta en Jesucristo. Si se recuerda el método de trabajo de los targumistas, que no inventan nada, sino que valorizan y actualizan el texto sagrado, parafraseán- dolo con la ayuda de otros pasajes de la Escritura que sugieren ciertas conexiones temáticas o ciertas coincidencias verbales (cf. P. Grelot: Revue Bibli- que 73 [1966] 209), estas sutilezas no tienen por qué extrañarnos. C. Perrot, por otra parte, ha mostrado muy bien cómo «la historia sagrada lucana, con sus discursos y sus cuadros tan vivos, sigue en el fondo un modelo sinagogal de historia de la salvación, de la que LAB [se refiere a las Antigüedades Bíblicas del Pseudo- Filón] sigue siendo el testigo privilegiado» (Pseudo- Filón, Les Antiquités bibliques, n. Cerf, París 1976, 51). El Pseudo-Filón y Lucas son prácticamente contemporáneos. Sin que intentemos establecer de- pendencias literarias entre los dos, sus coincidencias demuestran sin embargo que «las ideas y los temas más vulgarizados del judaísmo corriente del siglo 1 de nuestra era» (p. 31) eran conocidos por Lucas. La pertenencia de LAB al ambiente sinagogal fari- seo anterior a la destrucción del templo nos condu- ce a la atmósfera midrásica ya mencionada, que marca también a los dos primeros capítulos de Lu- caso Por tanto, se puede realmente, sin exagerar, hablar del «estilo alusivo» de Lucas.
  • 32. indicación visual, ni siquiera la palabra «aparecerse». Son las palabras oídas las que la llenan de turbación, no la visión de un personaje misterioso. Todo se centra aquí en el mensaje, en la revelación que viene de Dios para incorporarse a la historia de una joven de Nazaret. Se ha hablado de apocalipsis en la histo- ria, en donde lo divino alcanza a lo humano. Es un lenguaje legítimo, pero dejando bien sentado que, fuera de la presencia de los ángeles, no se encuentra aquí ninguno de los procedimientos del género lite- rario apocalíptico. El texto de Lucas anuncia un naci- miento, un engendramiento maravilloso que implica íntimamente, en su cómo, a la persona de María. Pero el texto va más allá de este punto de vista personal y se detiene en la revelación inaudita del misterio contenido en Jesús. Desprendiéndose de la rigidez de las estructuras formales, el relato de Lucas mezcla entonces el anuncio de nacimiento con el apocalipsis, el papel de la madre y el del hijo miste- rioso de la palabra. Lucas lo señala muy bien en la respuesta de 1,38 que somete el yo de María: «que se haga para mí (genoito moi)>>, a la palabra venida de Dios: «según tu palabra (rhema sou)>>. El aspecto mariano se somete a la dimensión cristológica. LA VENIDA DE LA PALABRA (1,26-27) El anuncio a Zacarías iba precedido, en 1, 5-10, por una descripción de los personajes, de sus virtudes y sus problemas, esbozando una historia, narrativa- mente, horizontalmente, cuyas consecuencias se na- rran tras la partida del ángel (1, 21-25). El anuncio a María, por el contrario, viene directamente del cie- lo, sin pasos previos. Irrupción divina sobre la tierra. El ángel, símbolo de la comunicación con el mundo de arriba, es el actor principal, el que entra (eisel- thón: 1,28), Y el que sale al final (apelthen: 1,38). Se puede decir que él es, por esencia, portador de una revelación de parte de Dios. Con frecuencia en la Biblia, el ángel de YHWH pronuncia las palabras del mismo YHWH. Los ángeles son enviados para que escuchemos la palabra de Dios. Aquí se trata de un ángel conocido, Gabriel, el ángel apocalíptico de Daniel (8, 16-17; 9,21-27: la profecía de las setenta semanas), el especialista del fin de los tiempos, el anunciador del tiempo de la salvación. El lector que- da advertido: lo que va a pasar afecta a la era mesiánica. La dimensión narrativa es reducida, pero suficiente: la joven es de Nazaret, está prometida en matrimonio (mnesteuó: es la misma palabra que en Mt 1, 18) a un hombre llamado José, de la casa de David. Históricamente se puede advertir que la tradi- ción de Lucas coincide con la de Mateo. Pero esta mención es ante todo teológica, y la casa de David esboza el tema del mesianismo davídico. Finalmen- te, la palabra parthenos, que puede traducirse segu- ramente por muchacha joven, introduce sin embar- go el tema de la virginidad, que confirmará la clara respuesta de María: «No conozco varón...» (1, 34). Alégrate (1, 28) El ángel saluda a María. No había saludado a Zacarías. Aquí el saludo es ya el mensaje: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo: chaire kecha- ritómene, ho kyrios meta sou». La palabra chaire (pronunciar jaire) es la forma normal del saludo en griego, como puede verse en Mt 26, 49; 28,9. Pero Lucas no tiene estos pasajes. La expresión se encuen- tra también en los Setenta. A veces, en los libros escritos o transmitidos en griego, tiene el sentido del saludo griego; pero otras veces, en los libros traducidos del hebreo, tiene el sentido de alegrarse, en referencia al gozo que manifiesta el pueblo ante una intervención de Dios. En particular, encontra- mos cuatro empleos idénticos de chaire en los Se- tenta y, de estos cuatro, en tres ocasiones se dirigen a la Hija de Sión (JI 2, 21-23; Sof 3, 14; Zac 9, 9) 3, para invitarla a la alegría mesiánica. 3 El cuarto empleo, Lam 4, 21, que se dinge a la hija de Edom, es irónico. Pero indica bien que chaire significa real- mente «alegrarse». 35
  • 33. Es la misma invitación que se oye en el anuncio a María: el ángel recoge la fórmula empleada por los profetas para invitar a la Sión escatológica a ale- grarse por la salvación que Dios le va a conceder. Sofonías exclamaba: «iLanza gritos de júbilo (chai- re), hija de Sión!... ¡Alégrate..., hija de Jerusalén! YHWH es rey de Israel en medio de ti. No temas, Sión, YHWH (Kyrios) tu Dios está en tu seno (literal- mente: en ti) como héroe (dynatos) que te salva» (3, 14-17). En un texto muy conocido del Nuevo Testa- mento (cf. Jn 12, 15 YMt 21, 5, cuya introducción, sin embargo, está sacada de Is 62, 11), el profeta Zaca- rías escribía igualmente: «iAlégrate..., hija de Sión! ¡Grita de gozo, hija de Jerusalén! ¡He aquí que tu rey viene a ti...!» (9, 9). En otras palabras, las promesas se cumplen. María personifica a la Hija de Sión, acoge la buena nueva en nombre de Israel. La pre- sencia de YHWH en la Hija de Sión se actualiza de una manera imprevista en el misterio de la concep- ción virginal. El Enmanuel de Is 7, 14, a quien aluden quizás las palabras del ángel: «El Señor está conti- go», se hace realidad. Llena de gracia (1,28) El ángel saluda a María como a la que «ha recibi- do la gracia». Kecharit6mene es el participio pasivo de un verbo bastante raro, charit06, que sólo se encuentra, en el Nuevo Testamento, en Ef 1, 6. Es un verbo causativo, que realiza algo en el objeto. Aquí, el tiempo del verbo remite a una acción pasada cuyos efectos permanecen: María ha sido agraciada, ha sido hecha graciosa. ¿Corresponde esta gracia a la hyiothesía, la filiación adoptiva de Ef 1, 5, con la que Dios nos ha «colmado»: echarit6sen (1, 6), Yque se explicita en 1, 7: la liberación, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia (en donde se repite de nuevo charis)? Aunque no hay que enten- der esta palabra gracia en el sentido que le dará luego la teología escolástica, el término abre una perspectiva indefinida sobre la acción del amor de Dios en María. María está tan colmada de ella que no tiene otro nombre que la defina: es la I/ena-de- 36 gracia. Pero este obrar de Dios en ella tiene una orientación, tal como explica a continuación el án- gel en 1, 30, un versículo que podría ponerse en paralelismo con 1,28: «No temas (cf. alégrate), Ma- ría, porque has encontrado gracia (charin) ante Dios y he aquí que vas a estar encinta...», Kecharit6mene es su nombre de vocación, orientado totalmente a la maternidad mesiánica, divina, del Hijo de Dios. EL MENSAJE CRISTOLOGICO (1, 31-35) y el ángel pasa entonces a la revelación fantásti- ca. En la casa de Nazaret, la historia milenaria de Israel llega a su cumplimiento, al mismo tiempo que la promesa se abre a las naciones (cf. 2, 32). En la continuidad, pero también en la novedad más abso- luta, puesto que el mismo Hijo de Dios nace como hombre. Aunque no utiliza ninguna fórmula de cita en esta ocasión, Lucas introduce la revelación con las palabras de Is 7, 14, citadas ya por Mateo (1, 23), pero dirigiéndolas expresamente a María. No se e'llota ya a la parthenos en tertera persona, sino que está presente. Es María a la que se invita a dar al niño el nombre de Jesús 4. Es el mismo nombre que un ángel le había revelado igualmente a José en Mateo, aunque explicando su significado (<<Dios sal- va»: Mt 1,21) Yreservando su designación a José, hijo de David. En Lucas, sin embargo, está muy presente la idea de la salvación: un ángel del Señor anuncia a los pastores de Belén que les ha nacido un salvador (2, 11) y la misma palabra salvación va puntuando los cánticos de Zacarías (1, 69.71.77) Yde Simeón (2, 30). Mesías davídico (1, 32-33) El niño que va a nacer es el heredero de las promesas davídicas. El texto de Lucas está muy cerca de la profecía de Natán en 2 Sm 7, 9-16: 4 En 2, 21, Lucas se mantendrá también en la indefinición del giro pasivo: «fue llamado, se le llamó».., ¿Para no compro- meter la referencia davídlca vinculada a José?
  • 34. le 1, 32-33 Será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su padre David. Reinará sobre la casa de Jaeob para siempre y su reinado no tendrá fin. Hijo delAltísimo es aquí un título mesiánico; es el epíteto clásico del rey, hijo de David (2 Sm 7,14; Sal 2, 7; 89,27). Esta cristología davídica se desplegará particularmente en el cántico de Zacarías, que es un himno al triunfo del mesías davídico. En 1,69, Zaca- rías bendice al Señor que «nos ha suscitado una fuer- za (cuerno) de salvación en la familia de David» (1, ~9). Y la Anatolé venida de lo alto de 1, 78 designa Sin duda al germen que surge del tronco de David (Jr 23,5; palabra que se convierte en un nombre propio en Zac 3, 8; 6, 12), pero sobre todo designa al astro mesiánico que trae la luz (Nm 24,17; d. Is 60,1, Yel sol de justicia de Mal 3, 20), que Mateo conocía bien. Lleno de expresiones del Antiguo Testamento, este h.i~no canta «cristianamente» sin embargo, en rela- clan con el precursor, la salvación ya adquirida. Al añadir: «su reinado no tendrá fin», Gabriel amplía el horizonte y remite discretamente al reinado eter- no del Hijo del hombre de Dn 7, 14. El mismo nom- bre de Gabriel y su papel en lc 1 no tienen, por otra parte, más antecedente en el Antiguo Testamento que este libro de Daniel (8, 16; 9,21). Rom 1,4 según el Espíritu de santidad con poder (en dynamei), establecido hijo de Dios por la resurrección de entre los muertos. 5 La ha hecho muy bien L. Legrand, primero en dos artícu- los: Féeondité virgina/e se/on I'Esprit: NRT 84 (1962) 785-805, 2 Sm 7, 9.14.16 Yo te daré un gran nombre. El será para mí un hijo... Yo afianzaré para siempre su trono real... Tu casa ytu reinado se afianzarán para siempre. Hijo de Dios (1, 35) Yel ángel de lucas pasa a continuación al anuncio in~udito del.n~cimiento del Hijo de Dios. Mientras que HIJo del AltJSJmo en el v. 32 no superaba el sentido mesiánico de 2 Sm 7, 14, el título de Hijo de Dios coincide con la confesión cristiana. lucas señala dos e~~pas en la historia de la salvación, según una gradua- clan muy al gusto de su teología de la historia de la salvación (d. la misma perspectiva en 22, 67 Yen 22, 70). La fe en Cristo anunciada por la comunidad de Lucas (1, 35) cumple las promesas del Antiguo Testa- mento (1, 32-33). Se trata de un montaje teológico por el estilo de otros que encontramos en el Nuevo Test~mento, especialmente en la confesión de fe pre- paulina de Rom 1, 3-4. También allí se presenta la cristología en dos niveles. En el nivel terreno Jesús es hijo de David. En el nivel de su exaltación, ~r medio de la resurrección, es hijo de Dios. Es la perspectiva que recoge Lucas. Lc 1, 32-33 es paralelo de Rom 1 3 mientras que Lc 1, 35 está en el mismo nivel que Ro~ 1, 4. La comparación entre estos dos textos resulta fascinante s. En efecto, cada uno de los términos de Rom 1, 4 encuentra su equivalente en Lc 1, 35: lc 1, 35 El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder (kai dynamis)... será llamado hijo de Dios el que va a nacer. y L'arriere-p/an néo-testamentaire de Le 1,35: RB 70 (1963) 161-172, Y luego en su obra L'annonee aMarie (Lectio divina 106). Cerf, Paris 1981, 147-151. 37
  • 35. ¿PROPOSITO DE VIRGINIDAD? 38 La pregunta de María en Lc 1, 34 sigue preocu- pando a los comentaristas. María afirma, en lengua- je bíblico, que es virgen. El texto está en presente. De suyo no dice nada sobre el futuro. Pero ¿cuál es entonces el sentido de esta pregunta? Hay que decir ante todo que el v. 34 no es un simple motivo literario, exigido por la estructura formal de los relatos de anuncio. Este pasaje intro- duce una novedad muy importante: el detalle de la concepción virginal. Pero este detalle no debe inter- pretarse a nivel histórico-psicológico, como si Lucas hubiera recibido un registro de las palabras del án- gel y de la pregunta de María. La lógica de esta pregunta no debe buscarse a nivel del estado aními- co de María, sino a nivel de la escritura teológica de Lucas. Es Lucas, escritor inspirado, el que nos ofrece su retrato teológico de María. Mediante la pregunta de María, Lucas introduce en su texto el dato que ha recibido de la tradición, que él conoce y acepta, de la concepción virginal de Jesús. Pero la fuente de este dato no es -a nivel del relato de Lucas- la psicología de María, sino la fe de la comunidad cristiana portadora de esta tradición. Esto no ex- cluye la realidad histórica de la Virgen de Nazaret; excluye que tengamos aquí sus ipsissima verba, in- troduciéndonos en los sentimientos profundos de su alma. En un largo artículo, 1. de la Potterie ha tocado recientemente esta cuestión «<Kecharitómené» en Lc 1, 28: Biblica 68 [1987] 357-382; 480-508). A propósito de kecharitómené, demuestra el sentido causativo de charitoun y que el tiempo perfecto implica una transformación ya realizada en María, anteriormente y con vistas a la maternidad que se le va a anunciar. Convencido sin embargo por los argumentos estrictamente gramaticales de E. Dele- becque (Biblica 65 [1984] 353-355), cree que el án- gel invita a María a regocijarse, no por el gran gozo mesiánico anunciado por los profetas, que marca sin embargo tan evidentemente estos capítulos de Lucas, sino por lo que la gracia de Dios ha hecho en ella, y traduce: «Alégrate de ser (de haber sido) transformada por la gracia» (p. 382). Más aún, 1. de la Potterie supone que esta trans- formación, significada por el kecharitómené, desig- na en María un secreto deseo de virginidad, una propensión espiritual profunda a la vida virginal, que expresaría precisamente en su pregunta de Lc 1,34. Así, pues, Gabriel invitaría a María a alegrar- se por ese deseo secreto de virginidad que alberga en su ánimo. Parece ser, sin embargo, que la pers- pectiva ha de ensancharse. Va mucho más allá de las preocupaciones personales, y el gozo recae aquí en la obra prodigiosa e inaudita que se anuncia: el nacimiento humano del propio Hijo de Dios.
  • 36. Los tres temas fundamentales del Espíritu, del poder y de la filiación divina se encuentran en Pablo y en Lucas. Este no inventa nada. Su originalidad, ciertamente grande, consiste en referir a los oríge- nes mismos de Jesús la sintesis cristológica que vincu- laba a la resurrección la investidura de Jesús como Hijo de Dios con poder. Jesús es Hijo de Dios desde su concepción, ya que, desde ese momento, está for- jado de Espíritu y de poder. Recogiendo la fórmula prepaulina, Lucas refiere a la concepción de Jesús lo que la primera tradición, y Pablo con ella, habían referido a la resurrección. Para Lucas, ya desde la concepción, ejerce su obra el Espíritu vivificante, el Espíritu creador, produciendo en Jesús la transforma- ción escatológica de la humanidad. Pero, por eso mismo, Lucas nos invita a prolongar el paralelismo. Lo que ocurre en el seno de la Virgen en la anunciación es por consiguiente el misterio que iba a «manifestarse» gloriosamente en la mañana de pascua. En la resurrección de Jesús y en su concep- ción es el mismo Espíritu el que realiza la misma obra. En el sepulcro, como en el seno virginal, el Espíritu vivificante lleva a cabo la creación nueva. Pero esta perspectiva da entonces el sentido lucano de la virginidad de María. En el relato de Lucas, la virginidad de María no es una virtud que tuviera su valor propio, una forma heroica de la virtud de la castidad. Es una pobreza, el equivalente a la muerte en el sepulcro. Este es el sentido que María da a su virginidad en el Magníficat cuando canta su debili- dad y el poder del Altísimo. Su bajeza, tapeinósis de 1,48, coincide con el oneidos, la vergüenza de Isabel en 1,25. Esta era exactamente la miseria de Ana, la madre de Samuel, cuyas palabras recoge literalmen- te el Magnificat de María, cuando decía: «Si quisie- ras mirar la miseria de tu sierva: ean... epiblepses epi ten tapeínósin tes doules sou...» (1 Sm 1, 11). Como se ha escrito, «la virginidad invierte el sentido de la historia de Israel... En un pueblo en el que la historia se percibe y se quiere como preñada de un porvenir que hay que concebir en cada momento presente, la virginidad no tiene sentido más que al final... No puede ser... más que un objeto de lástima»6. La virgi- nidad es aquí pobreza. No manifiesta un esfuerzo de purificación, sino que es una actitud ante Dios, una actitud teologal. Es la actitud de los pobres, de los anawim, la de los clientes de Dios que se entregan a él por completo. NO CONOZCO VARON (1, 34) y esto nos lleva a la pregunta de María en el v. 34: «¿Cómo se hará esto, si no conozco varón?». Es un texto difícil, como demuestra el gran número de explicaciones que se han propuesto sobre él 7. María pregunta qué es lo que ha de hacer. Su pregunta no expresa una duda, una negativa ni una falta defe. En la construcción paralela de las anunciaciones, Zaca- rías y María se oponen como la duda y la fe (d. 1,20 Y 1, 45). Sobre todo desde san Agustín, se ha creído muchas veces que María oponía a la propuesta del ángel un voto de virginidad que habría hecho. Ha- blar de un voto como tal resulta evidentemente ana- crónico. Por otro lado, la virginidad no era ni mucho menos exaltada especialmente en Israel. El celibato de las gentes de Qumrán es una excepción tan sólo aparente, ya que procedía de una preocupación por la pureza ritual, que nada tiene que ver con el caso de María. Sin embargo, para explicar este v. 34, se sigue hablando hoy, si no de un propósito de virginidad (¿cómo explicar en ese caso su matrimonio?), sí al menos «de una orientación, de un atractivo profun- do por la vida virginal, de un secreto deseo de virgi- nidad, experimentado y existencialmente vivido en María, pero que no pudo todavía tomar la forma de una resolución, ya que era imposible en el ambiente social en que vivía»8. Esto es situarse demasiado, al 6 Jean Audusseau: Cahlers marials 72 (1970) 85. 7 L. Legrand ha hecho una presentación y una evaluación interesante de ellas en L'annonee aMarie, 236-243. 8 1. de la Potterie, Marie dans le mystere de /'A/lianee. Desclée, París 1988,61. 39
  • 37. parecer, en el nivel de la psicología de los persc;>na- jes. Pero no hemos de leer a Lucas en este nivel Según J. Gewiess. «No hay qu.e comprend~r esta pregunta a partir del acontecimiento, ~omo SI fuera expresión del estado de ánimo de Maria [...j. Para el evangelista, la pregunta es un medio literario para hacer comprender debidamente al lector que la con- cepción porel Espíritu postula un nacimien~ovirginal y que María engendró al mesías permane~l~ndo vlr- gen»9 Esta posición es razonable. Nos sltua en el nivel de la teología profunda del relato, en donde no se trata en primer lugar de lo que le ocurre a una joven de Nazaret, SinO de la filiación divina de Jesús por medio de la concepción del Espíritu. Se trata de la fe en el Hijo de Dios. BAJO LA SOMBRA DEL PODER Pero hemos de volver a 1, 35, que parece inago- table. Lucas utiliza el verbo episkiazó: «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». Volverá a usar este verbo en la transfiguración, en donde la nube, slmbolo de la presencia de Dios, cubre a los dis~ípu­ los: «sobrevino una nube que los tomaba baJo su sombra: egeneto nephele kai epeskia~e,!autous» (9, 34). Se ve aquí comúnmente (TOS, BIblIa de Jerusa- lén) una alusión a la toma de posesión del santuario por parte de YHWH, que se n~rra en Ex 40, 35. Moisés no puede entrar en la tienda, «porque la nube reposaba sobre ella: hoti epeskiazen ep'auten he nephele» (d. también skiazó en N.~ 9, 18.~2). La palabra evoca a la Sekiná, la habltaClon de DIos en su templo. Aplicada a M.aría, harí? de ~lIa el nuevo santuario en donde habita la gloria divina encarna- da en Jesús. El estilo bíblico de Lucas permite, autorl- 9 J Gewless, DIe Manenfrage Lk " 34 Blblische Zeltschnft 5 (1961) 253 La traduCClon es de L Legrand, o e, 240 40 za, esta lectura. Y lo CIerto es que, al ser madre del Hijo de Dios, María sera sin duda, y de manera singu- lar, el nuevo lugar de la presenCIa divina. CONCEPCION VIRGINAL Y FILlACION DIVINA La última parte del v. 35 es introducida por un «por eso: dio kai», que hemos de explicar. Exegéti- camente, se mantendrá que esta expresión estable- ce un vínculo causal entre la concepción virginal y la filiación divina o, más exactamente, el reconoCI- miento de la filiaCIón divina. Esto aparece con mayor claridad todavía cuando se da un sentido al kai y se traduce: «es precisamente por eso.. por lo que será llamado HIJO de Dios». En efecto, para Lucas la concepción virginal sólo se debe a la intervención del poder del Altísimo. Es una creación del Esplritu. Y esto es lo que permite (dio kai: precisamente esto) el reconoCImiento de la filiaCIón diVina de Jesús. El punto de partida de la fe en la divinidad de Jesús no es la concepción virginal, SinO el misterio de la resu- rrección. La concepción virginal no lleva consigo la divinidad de Jesus: esto es de otro orden. Pero Lucas la presenta aquí como un signo que permite recono- cer esta trascendencia, de la que discutirá intensa- mente la teología en las épocas posteriores... Por otra parte, la concepción virginal no es, como se ha dicho, «un signo dado con vistas a la fe...; es un signo dado en la fe»lO. Es un signo que no se puede recono- cer más que luego, en la fe, bajo la luz pascual. 10 Cf B Sesboue, Jesus-Chnst dans la tradltlOn de I'Egllse Desclee, Pans 1982,86. El subrayado es nuestro, cf tamblen p 89 «No podemos reconocer estos signos mas que en la fe, ya que cualquier otro contexto los hana partICularmente sospe- chosos»
  • 38. ¿NACIMIENTO VIRGINAL? El final de Lc 1, 35 es difícil de traducir. Muy literalmente y siguiendo el orden de las palabras, tenemos: «por eso lo que va a nacer santo (hagion) será llamado Hijo de Dios». La dificultad estriba en la palabra hagion. O bien se hace de ella un sujeto y se traduce: «el (niño) santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (L. Legrand), o bien se hace de ella un atributo del verbo ser sobreentendi- do: «el que va a nacer será santo» (TOB, Biblia de Jerusalén), o bien se la convierte en un atributo del verbo llamar: «será llamado santo, Hijo de Dios» (Laurentin). 1. de la Potterie (cí. Marie dans le mystere de (,Alliance, 64-66, 142-144) sugiere leer- lo, sin desplazarlo, muy literalmente, como atribu- to de nacer, como cuando se dice: nacer ciego, nacer pobre... , o como un cuasi-adverbio que mo- difica el verbo «nacen> (Maldonado): «lo que va a nacer santamente será llamado Hijo de Dios». Esta lectura lleva consigo algunas consecuencias. Tras la concepción virginal bajo la acción del Espíritu San- to (1, 35a), la segunda parte del versículo haría alusión al nacimiento virginal, a la virginidad in partu, de la que se decía ordinariamente que no se mencionaba (o no recibía apoyo) en el Nuevo Tes- tamento. La santidad de la que aquí se habla sería la santidad ritual, en el sentido de la tradición levíti- ca. Esta considera que todo nacimiento, por la efusión de sangre que lleva consigo, hace a la ma- dre impura, en el sentido ritual de la palabra. De ahí las exigencias de purificación para la madre (cí. Lv 12, 1-8), que tiene que seguir purificando su sangre (sus sangres, en hebreo) durante 40 u 80 días, según se trate de un hijo o de una hija. Leyen- do, en Jn 1, 13, el verbo «nacer» en singular y entendiéndolo así del nacimiento de Jesús, 1. de la Potterie relaciona también el «no de sangres: ouk ex haimatón» del mismo pasaje de Jn a las leyes rituales de purificación de Lv 12, 4-7, que emplean precisamente la palabra sangre en plural. Jesús, al nacer, no habría causado efusión de sangre en su madre. ¿Qué pensar de todo esto? Esta lectura es gra- maticalmente aceptable. La interpretación de esta santidad a partir de Lv 12 es ingeniosa e interesan- te, pero Lucas no parece haber comprendido así su texto, ya que hace venir a María al templo para purificarse (2, 22-24). Aunque en Lc 2,22 el autón: «su purificación (de ellos)>> sigue siendo difícil de explicar (porque la ley no prescribía la purificación del marido ni la del hijo), esta purificación concier- ne al menos a la madre. Y éste es precisamente el contexto del Levítico (cí. 2, 24, que cita Lv 12, 8). Así, pues, esta referencia al nacimiento virginal sigue siendo hipotética. Recordando el hagion del Magnificat: «Santo es su nombre: hagion to onoma autou», se aceptará más bien la tercera traducción: «será llamado santo, Hijo de Dios». Esta atribu- ción del nombre de santo aparece de nuevo en 2, 23, donde Lucas, modificando a Ex 13, 1, repite deliberadamente las dos palabras: «llamado san- to». Pero santo es también el nombre específico de Dios y, aclarando a Lc 1, 35, santo de Dios e Hijo de Dios se dirán equivalentemente de Jesús en Lc 4,34y4,41. 41
  • 39. ¿«TEOLOGUMENO» o REALIDAD HISTORICA? Mateo y Lucas mencionan expresamente la con- cepción virginal de Jesús. Pero sus relatos ¿serán solamente teología sin que, por detrás de ellos, po- damos alcanzar una realidad? Se ha hablado a este propósito de teologúmeno, es decir, de «escenifica- ción de una teología», de «representación imagina- da de una afirmación de fe», de «historicización» de lo que era, en su origen, una declaración teológica. Desde hace unos veinte años, muchos autores católi- cos han entendido así la concepción virginal de Je- sús, sin considerar por ello que se tratase de una interpretación «reductiva». Lo mismo que no parece «reductor» decir que la bajada y la predicación de Jesús a los infiernos (d. 1 Pe 3, 19-20) no es un hecho histórico, sino una afirmación doctrinal que, con la ayuda de unas imágenes, quiere afirmar la dimensión redentora universal de la muerte de Cristo, de la que no hay por qué buscar huellas en la historia. Chocamos aquí con el difícil problema de la veri- ficación histórica. Como sabemos, los textos evan- gélicos no son documentos de historia en el sentido técnico de la palabra. Son testimonios de fe. Por medio de ellos, lo que el exégeta (el lector) alcanza directamente es una interpretación de los gestos y de las palabras de Jesús, una interpretación hecha a la luz de la pascua. Los evangelios nos transmiten lo que Jesús dijo e hizo, más el sentido que tenían esos acontecimientos y esas palabras, pero que no fue reconocido hasta después de la resurrección (d. Jn 2, 22; 12, 16; 14,26). Esto tiene como consecuencia la relativización, históricamente hablando, de los de- talles de los relatos evangélicos. Pero esto tiene también la consecuencia, que no suele observarse tanto, de mantener la historicidad de base de los elementos evangélicos. El vínculo entre lo pre-pascual y lo post-pascual es constitutivo 42 de la noción misma de evangelio. No se puede ates- tiguar de la resurrección más que cuando se ha acom- pañado a Jesús después del bautismo de Juan (Hch 2, 22). Porque es ese Jesús, que vivió y murió de tal manera, el que Dios resucitó. Es una vida real, real- mente humana, la que Dios confirmó, a la que él dijo sí, resucitando a Jesús. La luz de la pascua no suprime la vida terrena de Jesús. Al contrario, la confirma. Es verdad que los relatos de la infancia, como hemos visto, no pertenecían al kerigma primitivo, pero no dejan de ser evangelio. ¿No es posible creer que las tradiciones relativas a la infancia de Jesús, puestas por el mismo Lucas inmediatamente después de su prólogo histórico (1, 1-4), hayan recibido algu- nos retoques? Estos relatos, sin duda, están más teo- logizados, son más midrásicos, pero las coinciden- cias entre las tradiciones independientes de Mateo y de Lucas invitan a no rechazar toda historicidad. En todo caso, estas coincidencias nos remiten a una tradición anterior, que es la fuente de su información común. ¿Es posible remontarse más lejos? ¿De dónde era posible sacar, en particular, esta idea de la concep- ción virginal? Algunas investigaciones rigurosas han mostrado que no se encuentra esta idea ni en el mundo pagano ni en el judaísmo. Ni en el mundo pagano, donde los «paralelos» (Buda, Krisna, Egip- to...) suponen siempre una hierogamia, en la que un ser masculino divino impregna de alguna forma a una mujer. Ni tampoco en el judaísmo: el texto de Is 7, 14, incluso en la traducción de los Setenta que traducen almah por parthenos, no hablaba de con- cepción virginal. Por tanto, no es a partir de la tradición judía, sino de otro conocimiento, como Mateo y Lucas habla- ron de la concepción virginal de Jesús. La referencia al relato extraño del nacimiento de Melquisedec (concepción milagrosa, no estrictamente virginal, y sin referencia al Espíritu Santo) según el Henoc esla- vo (c. 23) no tiene aquí aplicación alguna, como
  • 40. tampoco las alegonas de Fllon sobre la generaclon de las virtudes en el alma humana 11 (No sera posible entonces remontarse a una fuente hlstonca y apelar al testimoniO de la misma Mana? (No ya directamente, SinO una vez mas a traves de tradiciones conservadas en la comunidad de Jerusalen o en la comunidad joanlca? Los vlnculos entre la obra lucana y la tradlclon joánlca en particu- lar se han subrayado con frecuencia Se venan refor- zados SI, leyendo Jn 1, 13 en singular, se reconociera en el una aluslon a la concepclon virginal de Jesus Pero no es posible superar aqul el nivel de las hlpote- SIS Entre ellas, Sin embargo, mencionaremos la de R E Brown, autor eXigente y presentado a veces como un adversano de la hlstonCldad de la tradlclon de la concepclon virginal, que termina Sin embar- go su InvestlgaclOn hlstónca declarando que «es mas facll explicar los datos del Nuevo Testamento (relativos a la concepclon virginal) suponiendo una base hlstonca en lugar de una creaclon teologl- ca»12 Recordaremos ademas que «la IgleSia anti- gua tomo sumamente en seno esta aflrmaclon CrJS- tologlca y defendlo a la vez el hecho y su sentl- 11 Cf P Grelot, La nalssanee d'lsaae et eelle de Jesus Sur une mterpretatlOn «mythologlque» de la coneeptlOn Vlrgma- le NRT 94 (1972) 462-487 Sobre los problemas de dataclOn de los fragmentos del Henoe eslavo y la leyenda de Mel qUlsedec, cf J H Charlesworth, The Old Testament Pseudepl- grapha Doubleday, Nueva York 1983, 1, 94-97 12 R E Brown, El naCImIento del Meslas Cristiandad, Ma- drid 1982, 552 do»13 La exegesls mas ngurosa no nos inVita tam- poco a rechazar el hecho en aras del sentido ASI, pues, plenamente de acuerdo con lo que hemos llamado el proyecto hlstonco y te%glco de Lucas, mantendremos que, para el tercer evangelio, la concepclOn virginal de Mana es tamblen hlstona y teologla SIGNO Y RESPUESTA (1. 36-38) Es la concluslon del mensaje del angel, que le da un signo a Mana, Sin que ella se lo hubiera pedido Las ultimas palabras son Importantes, se las suele tradUCIr aSI «porque no hay nada Imposible para DIos» Intentando atenerse mejor al texto, E Oele- becque propone esta otra traduCClon «porque, VI- niendo de DIos (para tou theou), ninguna palabra quedara Sin efecto (ouk adynatesel)) Las palabras ouk adynatesel son una aluslon Importante al tema de la dynamls divina de 1, 35, tema que celebrara la misma Mana en su cantlco «El Poderoso (ho dyna- tos) ha hecho en mi cosas grandes» (1, 49) Toda la escena de la anunClaClon queda como condensada y resumida en esta palabra (rhema) que el poder de DIos puede convertir en aconteCImIento Y es a esta palabra a la que Mana presta su fe y su consenti- miento «que me suceda segun tu palabra genolto mOl kata to rhema sOUJ) No se trata de un flat reSignado, SinO de un alegre deseo (señalado por el optatiVO), una respuesta al A/egrate del prinCipiO 13 B Sesboue, o e, 82 43
  • 41. María, creyente y servidora (1, 39-56) EL DIALOGO DE LA ALIANZA A diferencia del esquema ordinario de los relatos de anuncio, la escena aquí termina con una respues- ta. María dice sí al mensaje que se le propone, a la palabra que resuena en su corazón más aún queen sus oídos. Hasta ahora, Lucas se había centrado en su maternidad inaudita. Inaudita en cuanto a su forma de realizarse: una concepción virginal; inaudita en cuanto a su fruto: el mismo Hijo de Dios. Traza ahora el retrato de la creyente. La revelación cristológica de los v. 32-33 Y 35 es ya, en cierto sentido, la proclamación de la fe cristiana después de la pascua. Lucas hace oír a María esta proclamación del evan- gelio. Y María la acepta, haciéndose así, en la pre- sentación de Lucas, la primera creyente cristiana. Pero lo que ahora ocurre supera su historia perso- nal. Lo que se inaugura en este diálogo es, para Lucas, la misma nueva alianza (cf. Lc 22,20). La histo- ria del pueblo de Israel, y la historia a través de él de todas las naciones de la tierra, había comenzado por el acto de fe absoluto de Abrahán, que parte hacia un país desconocido, con su mujer estéril. La historia de esta alianza, de la que Dios se acuerda, tal como canta Zacarías (1,72), se renueva en el acto de fe absoluto de esta virgen que lleva en su seno la salvación, gloria de Israel y luz de las naciones (d. 2, 30-32). A las propuestas de alianza que antes se le habían hecho, en el Sinaí o en los rituales de renova- ción, el pueblo de Israel respondía: «Todo lo que YHWH ha dicho, lo haremos» (Ex 19,8); «serviremos a YHWH nuestro Dios, obedeceremos su voz» (Jos 24, 24). Lucas coloca hoy la respuesta de fe del pueblo de Israel en labios de la servidora, María. Ella es real- mente, también aquí, la Hija de Sión. Se recordará por eso la naturaleza esencialmente dialogal de la alianza, que sigue siendo la noción fundamental de la teología bíblica. «La alianza enseña que la histo- 44 ria se hace por la asociación simultánea e irrompible de dos seres comprometidos en ella: el creador y la criatura, Dios y el hombre... Cooperación -y es éste el aspecto más importante y el más desconocido de la alianza- que limita simultáneamente el poder del hombre y el poder de Oios»14. Al crear libertades, Dios acepta limitar su poder. En este contexto de la alianza, el mismo autor hablará también del «asi- miento del hombre por un Dios que tiene necesidad de él, tanto y más aún que el hombre tiene necesi- dad de Dios»15. En estas perspectivas fundamentales es donde hay que comprender el diálogo entre el ángel, es decir, Dios y María. En este texto lucano, que exalta tan fuertemente el poder de Dios, la virgen de Nazaret es el límite del poder de Dios. Dios tiene necesidad de ella. No hará nada sin su consentimiento. El consentimiento de María es un consentimiento en la alianza. LA VISITACION (1, 39-45) Después del obrar de Dios, después de la revela- ción o, si se quiere, del apocalipsis, la respuesta hu- mana nos devuelve a la historia. El texto pasa de «la creyente que recibe la palabra a la 'servidora' que actúa o, mejor dicho, a través de la cual actúa la palabra»16. En la construcción literaria de Lucas, la visitación sirve de puente entre las dos anunciacio- nes del capítulo primero. La visitación, «a toda pri- sa» (meta spoudes), es la respuesta que se da al signo del ángel, lo mismo que la prisa (speusantes) de los 14 A. Neher. Regards sur une tradition. Ed. Bibliophane 1989,37-38. 15 Ibid., 182. 16 L. Legrand. o. c., 222.
  • 42. pastores respondera al signo dado por el angel (2, 16) ¿Para un servicIo de candad, que evocanan los tres meses de estancia que pasó Mana en casa de su panente? 17 QUlza Pero en el nivel de la escntura teologlCa de Lucas, el encuentro de las dos madres es ante todo el encuentro del profeta del Altlslmo (1, 17 76) con su Señor (1, 43 45) Al realizar la profeCla angellca de 1, 15, el niño salta en el seno de Isabel Incluso antes de que esta abra la boca No hay nln- gun saludo humano, el texto se Interesa por la acclon del Esplntu, y el gnto de Isabel es una confeslon de fe «la madre de mi Señor» (1, 43) Es de nuevo una escena de revelaClon Pero esta vez los proyectores se detienen en la madre de Jesus «Bendita tu entre las mUjeres y bendito el fruto de tus entrañas» Estas palabras despiertan el recuerdo de las mUjeres del Antiguo Testamento que ayudaron a librar del peli- gro al pueblo de DIOS (cf Jdt 13,18) Nos mantienen en el registro de la hlstona de la salvaClon Despues de celebrar a la madre, es a la creyente a la que Isabel proclama bienaventurada «Dichosa tu que has creldo »18 Pnmera bienaventuranza evangell- ca, que Lucas relaciona con aquel que es, para el, como el otro nombre de Mana «la que creyo,>, No hemos de pensar que fueran estas las palabras mis- mas de Isabel Este himno a Mana es Sin duda de construcClon lucana Se trata, en la Escntura misma y vinculado a la InsplraClon del Esplntu (1, 41), del comienzo de los himnos cnstlanos a Mana, que re- petlran sin fin todas las generaciones (1, 48) 17 No tenemos en cuenta la aluslon a los tres meses de la estancia del arca en Obed-Edom (2 Sm 6, 11), vinculada a la Identlflcaclon tlpologlca de Mana y del arca de la alianza (cf R Laurentln, Structure et the%gle de Luc /-/1 Gabalda, Pans 1964, 7981) Esta semejanza y otras Invocadas sobre este punto siguen siendo demaSiado superficiales 18 El verbo creer parece estar tomado absolutamente En- tonces, hay que dar un sentido causal a lo quesigue «porque se cumpllra lo que se le ha dicho por parte del SenoTl>, que es un eco de 1, 37 «porque, al venlT de DIOS, ninguna palabra se quedara Sin efecto» EL MAGNIFICAT (1, 46-56) A nivel del texto actual, la respuesta de Mana a Isabel se expresa en un cantlCo que recuerda los grandes hechos de la hlstona de la salvaClon Es tamblen una medltaclon Ilnca sobre todo lo que acaba de realizarse en ella Narratlvamente, es una rnterrupClon que detiene por unos momentos la ac- Clon, como el ana de una opera o la IntervenClon del coro en la tragedia c1aslCa, para destacar el signifi- cado de lo que esta aconteciendo Se ha observado ya hace tiempo que el encadenamiento sena mejor SI se pasara del v 45 al v 56 Es probable que este cantlCo tuviera un ongen rndependlente del relato y que se añadiera postenormente al mismo Al poner- lo en labiOS de Mana, Lucas nos revela la Imagen que la pnmera IgleSIa se haCIa de ella El cántiCO es muy parecido al de Ana, la madre de Samuel (1 Sm 2, 1-10) CántICO de vlctona, evoca tamblen Irresistiblemente el de Mana, la hermana de MOIses y Aaron, que arrastro en su seguimIento a todo un gru?o de mUIeres, danz.ando 'J tocando el tambonl para celebrar la anlqullaClon del ejérCito egipCIo baJO las olas del mar «Cantad a YHWH, se ha cubierto de glona, arroJo al agua caballo y caba- llero» (Ex 15, 21) Heredera de esta tradlClon, ¿ha- bna compuesto este canto la misma Mana? Vinien- do de esta Joven que no ha dado todavla a luz al meSlas, los acentos guerreros y violentos de los v 51-53, en particular, parecen poco veroslmlles Se vera mas bien aqul un himno Judeo-cnstlano, que cantana la venida del meslas y que Lucas habna retocado para adaptarlo a la sltuaClon de Mana y deCir las repercusIOnes Inmensas del poder de la palabra en ella El Magntflcat y el Bened,ctus no parecen haber Sido cantos Judlos recogidos por los cnstlanos El tiempo pasado de los verbos, reflnendose al cumpli- miento de la salvaClon ya realizada en «la casa de David su siervo» (1, 69), esta en favor de un ongen cnstlano Ha llegado el meslas davldlco 45
  • 43. Los dos primeros versículos (46-47) sirven de orientación a todo el poema. El resto, vinculado a las dos conjunciones causales «porque» (48 y 49), indica los motivos de la acción de gracias de María. El cántico puede dividirse en dos estrofas principa- les: la primera habla de María y la segunda de Israel; cada una termina con la mención de la misericordia de Dios para con las generaciones que le temen (v. ¿CANTICO DE MARIA ODE ISABEL? 46 El Magnificat no parece estar muy bien vincula- do, textualmente, al relato de Lucas. En 1, 56 se lee: «María se quedó con ella unos tres meses...». Si Isabel no es la que habla y no se la menciona desde el v. 45, normalmente habría sido necesario repetir su nombre después del cántico de María y no utili- zar un simple pronombre. Esta anomalía indica que el cántico fue probablemente añadido más tarde. Se afirma también a veces que, después de la interven- ción de Isabel en 1,42-45, un cambio de interlocu- tor habría exigido en el v. 46, no ya kai eipen, sino más bien eipen de, y por tanto que el cántico en su origen debió ser pronunciado por Isabel. Este argu- mento no es decisivo, ya que también en 1, 18 Yen 1,30 se cambia de interlocutor sin el de adversativo. Sin embargo, tres manuscritos latinos (de los siglos IV, V Y VII) Y posiblemente tres citas patrísticas atribuyen también el cántico a Isabel. Loisy defen- dió hace ya tiempo, con algún ruido, esta atribu- ción. Aunque la variante Elisabeth, por otra parte poco atestiguada, sigue siendo difícil de explicar, no puede derribar la unanimidad de todos los manus- critos griegos y la de casi todas las versiones y citas patrísticas, que atribuyen este cántico a María. Es verdad que, desde el punto de vista interno, el argumento de este salmo, yen particular el v. 48, se aplicaría también perfectamente a Isabel, cuya esterilidad recuerda la de la madre de Samuel. En un análisis semiótico de Lc 1-2, A. Gueuret, L'en- gendrement d'un récit. Cerf, París 1983, cree «pro- bable desde el punto de vista de la lógica narrativa que se pueda leer bajo 'ella' [posiblemente lectura primitiva de 1, 46] a Isabel más bien que a María» (p. 76, n. 36). Añade, sin embargo, un poco des- pués, que «la una y la otra son... semióticamente aptas para proclamar el cántico» (p. 294). A nivel del análisis narrativo, no es extraño que los dos personajes sean intercambiables. Pero esto no auto- riza automáticamente a atribuir el Magnificat a Isa- bel. A nivel del análisis figurativo, la diferencia que separa a una esterilidad que engendra de una virgi- nidad fecunda sería sin duda equivalente a la que separa al profeta del Altísimo del Hijo del Altísimo y, más globalmente, el anuncio de Zacarías del anuncio a María. Puede pensarse que, para Lucas, en la cima de estos anuncios, el cántico de las «ma- ravillas» de Dios no celebra el nacimiento del profe- ta-precursor, sino el del mesías señor. No ya Isabel, sino María. Por otra parte, desde el punto de vista interno, las referencias a María parecen igualmente evidentes: el makariousin de 1,48 remite al makaría de Lc 1, 45, que se dirige a María (cf. también 11, 27); el doule de 1, 48 remite al doule de 1, 38, lo mismo que el dynatos de 1, 49 recuerda el ouk adynatesei de 1, 37.
  • 44. 50) o para con la descendencia de Abrahán (v. 54b-55). La primera estrofa juega con la oposición entre el rebajamiento. la pobreza (tapein6sis) de la esclava. y «el Poderoso que ha hecho en mí grandes cosas: epoiesen moi megala ha dynatos». Estas pa- labras se refieren a la intervención divina que ha hecho de María «la madre del Señor» (1, 43). Esta es la «gran cosa» que Dios ha hecho en ella. Pero no se trata sólo de ella. La tapein6sis de 1, 48 se refería sin duda a la pobreza personal de María. esa virginidad que permite establecer un pa- ralelismo con la miseria de Ana, la madre de Samuel (1 Sm 1. 11: ten tapein6sin tes doules sou, que son las palabras mismas de María) y la vergüenza de Isabel (Le 1, 25). Pobreza. pero pobreza puesta en las ma- nos de Dios. la de los pobres de YHWH. los anawim que. rehusando toda suficiencia humana, se abando- nan a la misericordia. a la hesed del Dios de la alianza. Desde el profeta Sofonías. es en este pueblo de pobres donde se concentraba la esperanza me- siánica. Encontramos a sus representantes en Lucas 1-2: Zacarías. Isabel. Simeón. Ana la profetisa. que esperaban todos ellos la consolación de Israel (cf. 1, 68; 2. 25-38). María pertenece también a este gru- po; ella encarna «toda esta esperanza que consti- tuye la dimensión espiritual de Israel que, por fin. va a engendrar a Cristo»19. Es para este pueblo de los pobres para el que Dios ha hecho sus «maravillas», sus megala. Lucas utiliza una palabra casi técnica. En la tradición bíblica. las maravillas realizadas por YHWH conciernen siempre al pueblo de Israel en cuanto tal. Las maravíllas antiguas eran la creación. el milagro del éxodo sobre todo. el don de la ley. Pero el nacimiento del Hijo de Dios. la maravílla realizada en María. es para todo el pueblo de Israel el colmo de las maravíllas. 19 A. Gelin, Los pobres de Yavé. Nova Terra, Barcelona 1953,111. La estructura misma del Magnificat pone de ma- nifiesto esta dimensión comunitaria de la figura de María. En efecto. el cántico pasa insensiblemente de lo individual (María) a lo colectivo (Israel): de la pobreza de María (1,48) al pueblo de los pobres (1, 52); de la esclava (doule: 1,48) a Israel siervo (pais: 1, 54; la palabra es diferente, pero la corresponden- cia es evidente). pero sin olvidarse nunca del aconte- cimiento único de la maternidad mesiánica. En el v. 49. el verbo epoiesen (<<él hizo») se aplica a la inter- vención divina en María. Repetido en el v. 51. al comienzo de la segunda estrofa que va a hablar de Israel, conserva el mismo sentido. Pero entonces todos los verbos en pasado que siguen: intervino.... desbarató..., derribó.... exaltó.... colmó.... despi- dió.... auxilió.... deben interpretarse en función del nacimiento de Jesús. No hacen más que desplegar. comentar. deducir el significado del nacimiento del mesías. Hijo de Dios. y de la maternidad de María. Todas estas afirmaciones que expresaban la espe- ranza escatológica de Israel se consideran como cumplidas ya. puesto que el acontecimiento celebra- do es cristológico. Pero el grito inspirado de Isabel y el canto igualmente inspirado de María. en quien actúa el Espíritu creador. subrayan su consecuencia marial: «Bendita tú entre las mujeres... Todas las generaciones me llamarán bienaventurada». ((Cántico de la revolución de Dios)} Pero ¿por qué se anuncia la paz mesiánica en estos términos de violencia? Es que la venida del mesías se pone en paralelismo. en gran parte. con la salida de Egipto que Dios realizó «con mano fuerte y brazo tendido» (d. Dt 4, 34; 5, 15. etc...). El verbo desbaratar en el v. 51 b evoca una victoria militar. con la desbandada de las tropas enemigas. Con una magnífica economía de palabras. los v. 52-53 reco- gen igualmente las antítesis del cántico de Ana (1 Sm 2. 5-8). Pero no son solamente los recuerdos literarios los que explican este lenguaje. tan molesto para ciertos oídos cristianos. Estas imágenes dibujan 47
  • 45. al Dios que el Nuevo Testamento recibe del Antiguo. Ya no se dirá más de la fuerza de Dios que se ejerce en favor de los pobres y que se despliega contra los ricos. Como si a Dios le agradara la venganza. Se trata simplemente de que la violencia amorosa de aquel que quiere salvar a los oprimidos no puede menos de caer sobre quienes les oprimen. Jacques Dupont, de quien sacamos estas ideas, lo ha expresa- do muy bien: «La salvación que Dios quiere asegurar a todos los hombres no prescinde de las situaciones concretas de su existencia; para ella es esencial que se lleve a cabo una inversión de las situaciones injus- tas que la sociedad hace padecer a los débiles ya los desamparados. El Dios del Magnificat no vuela muy por encima de la realidad socio-política: se coloca decididamente al lado de los pobres y de los impo- tentes. Es el honor de su nombre santísimo el que está en juego; es su misericordia la que ha de mani- festar la fuerza que habrá de usar contra los podero- sos y satisfechos»20. ¿Interpretación espiritual o interpretación políti- ca? La primera, si es verdadera, tiene que compren- der a (a segunda. lo saben muy bien (os pobres y (os que sufren y trabajan con ellos. Si no hay que confun- dir las cosas, está claro que la concepción misma de la salvación, en toda la tradición bíblica asumida por Jesús, impone trabajar por la liberación socio-políti- ca. La liberación escatológica tiene que inscribirse en la historia. Las palabras del Magnificat «dicen que el mundo querido por Dios no puede ser un mundo en el que unos, poco numerosos, acumulen en sus manos bienes excesivos, mientras que otros -en número claramente superior- sufren de indigencia, de miseria, y mueren de hambre»21. Entre los cam- 20 J. Dupont, Le Magnificat comme discours sur Dieu, en Études sur les évangiles synoptiques, 11. Univ. Press, Lovaina 1985,974. 21 Estas palabras son de Juan Pablo 11, en su viaje a Francia (31 mayo 1980): d. La documentación catholique 77 (1980) 573. 48 pos semánticos del Magnificat está el campo religio- so (v. 50: «los que temen a Dios»), el campo étnico (v. 54-55: Israel, semilla de Abrahán), pero también el campo socio-político (v. 52: los «potentados»: dynastai, que hay que distinguir de los «poderosos»: dynatoi, y v. 53: los «enriquecidos»: ploutountes, diferentes de los «ricos»: plousioi), que no es posible soslayar. En el fondo, lo que Lucas describe aquí son las consecuencias mismas de la fe cristiana. Por otra parte, volverá con frecuencia sobre esta cuestión de la pobreza en su evangelio y en el libro de los He- chos. Al poner en labios de María este «cántico de la revolución de Dios» (R. Coste), impregnado de la fe en el Dios liberador, Lucas hace de esta creyente la portavoz de la inversión de situaciones, que consti- tuye una parte vital de la buena nueva. CONClUSION Como conclusión de este primer capítulo de Lu- cas, si tenemos ante la vista el conjunto de los 31 versículos (Lc 1, 26-56) que hablan explícitamente de María, hay dos rasgos que vale la pena subrayar: la maternidad paradójica de María y su relación perso- nal con la palabra. Se comprende a la primera en la perspectiva mesiánica, pero más que una materni- dad mesiánica, se reconoce allí, a la luz de la plena revelación pascual, una verdadera maternidad divi- na. María es madre del Hijo de Dios, en el sentido trascendente de la palabra. La concepción virginal es el signo de lo inaudito del misterio cristiano. Este primer aspecto concierne al obrar de Dios, a lo que Dios hace en María. El otro aspecto que Lucas pone de manifiesto es la respuesta de María a la palabra de Dios. En el contexto de la alianza, María es la que dialoga con Dios. Es el consentimiento libre de Ma- ría el que hace que la palabra sea eficaz. El que permite a Dios ser Dios. Pero esto supone también
  • 46. un misterio para María. El c. 2 nos va a revelar otras dimensiones de este misterio de la palabra. Com- prende tres episodios: el nacimiento y la circuncisión de Jesús que rodean el anuncio a los pastores (2, 1-21), la presentación de Jesús (2, 22-40) Ysu hallaz- go en el templo (2, 41-50). Los misterios de la palabra (2, 1-52) EL NACIMIENTO DE JESUS (2, 1-7) El primer relato sitúa el nacimiento de Jesús en el contexto de la historia mundial (2, 1-5). José entra en escena por primera vez y, aunque sólo representa un papel de personaje mudo, es sin embargo el com- pañero verdadero de María (2, 4.16.22.27.33.39.41- 51). Se le llama padre de Jesús (2, 33.48). El Y María, su prometida-esposa que está encinta, son llamados los padres del niño Jesús (2,27), Yno se hace ninguna alusión a la concepción virginal. Como si comenzase aquí un relato independiente del c. 1... El nacimiento se describe con la mayor simplici- dad posible: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un establo, por- que no había sitio para ellos en la 'sala de huéspe- des'» (2, 7) 22. Sencillez del nacimiento de un pobre. Es María la que actúa y sólo ella. Pero no se dice nada del modo del nacimiento: ¿nacimiento virginal?, ¿nacimiento sin dolores? El hecho es que María lo hace todo ella misma, pero esto no es un signo suficiente para hablar aquí de nacimiento virginal. En las tradiciones judías se decía que las santas muje- res de Israel daban a luz sin dolores, como lo hizo por ejemplo la madre de Moisés. El Protoevangelio 22 La palabra griega katalyma parece ser que no debe tra- ducirse por «posada». Lucas emplea para ello otra palabra en 10,34. A no ser que se comprenda como E. Delebecque: «ellos no tenían su sitio en la posada», es decir: !'lo había sitio para ellos, que traduciría bien el autois de 2, 7 (Evangile de Luc. Les Belles Lettres, París 1976, 12-13). de Santiago se interesará con complacencia en esta cuestión. Pero no es éste el estilo de Lucas. La men- ción del «hijo primogénito» prepara la presenta- ción en el templo según la ley, que habla de hecho de «primogénito» (Lc 2, 23; d. Ex 13, 2). La expre- sión no dice nada más ni implica tampoco que María tuviera luego otros hijos. Una inscripción judía, muy conocida, que data del año 5 a. C. y que habla de una joven que murió al nacer su hijo «primogénito», de- muestra muy bien que la expresión no tenía este sentido en el mundo judío de entonces 23. EL ANUNCIO A LOS PASTORES (2,8-21) Mayor importancia tiene la larga secuencia del anuncio a los pastores (2, 8-21). En contraste con el silencio y la soledad del nacimiento, hay aquí todo un revuelo apocalíptico: la gloria del Señor que ro- dea a los pastores, el ángel revelador y todo el ejército celestial. Pero lo que baja del cielo de este modo es el evangelio: el ángel evangeliza (euange- Iizomai: 2, 10) Y proclama de hecho, no sólo el nacimiento del mesias (mención de la ciudad de David) y la venida de la paz mesiánica (2, 14; d. 1, 79), sino ya el kerigma pascual: «Os ha nacido un salvador, que es Cristo Señor» (2,11). El ángel habla 23 (f. J.-B. Frey, La signification du terme prototokos d'a- pres une inscription juive: Biblica 11 (1930) 373-390. 49
  • 47. el lenguaje de la misión «evangélica» después de pascua 24. Una vez más, Lucas anticipa el señorío pascual a los orígenes mismos de Jesús 25. Con toda prisa, los pastores van a ver aquella palabra que ha llegado (ídomen to rhéma touto to gegonos), una palabra-acontecimiento. No acuden a adorar al niño, como hacen los magos en Mateo. Vienen a ver la palabra. Y encuentran a María (en primer lugar, a diferencia de Mt 2, 11) Y a José y al niño... Y después de haber visto (idontes de), se van a dar a conocer (Lucas repite el verbo que en 2, 15 designaba la evangelización por parte de los ánge- les) la palabra-acontecimiento, el rhéma que consti- tuye este niño, a unos oyentes que salen no sabemos de dónde: un auditorio teológico En otras palabras, los pastores toman el relevo del ángel (o de los ángeles) para proclamar el evangelio. El rhéma- acontecimiento se convierte en rhéma-mensaje. Es- ta será la estructura misma de la misión apostólica: haber visto y hacerse testigos. Entre los oyentes está María (que guarda en su corazón estas palabras- acontecimientos (ta rhémata tauta). Volveremos so- bre ello, pero vemos ya que Lucas la mantíene Iígada a la palabra. Y pone en su corazón esta palabra que antiCipa el lenguaje misionero de la primera Iglesia. Es éste un primer esbozo de la presencIa de María en los relatos de la infancia de la Iglesia (Hch 1, 14). 24 Cf l legrand, L'Evanglle aux bergers Revue blbllque 75 (1968) 161-187 25 Y SI se acepta la traduCClon que da E Oelebecque de 2, 14, no como un deseo, SinO como una aflrmaclon, el glofla de los angeles se convierte tamblen en una confeslon de fe «La glofla de DIOS (que esta) en las alturas, (esta) tambIén en la tierra, la salvaclOn (la paz) esta entre los hombres de la elec- Clan (de DIOS») (cf Id, Evanglle de Luc, 12) 50 El SEGUNDO ANUNCIO A MARIA (2,22-40) .La ley conduce a los padres al templo. Lucas dice cUriosamente: «en los días de su (de ellos) pUrifICa- Ción» (2, 22). ¿Por qué «de ellos» cuando, según la ley, ni el padre ni el hijo, sino sólo la madre tenía que ser purificada'> Sin duda, hemos de leer como lo hacía ya el padre Lagrange: «En el momento de su purificación (la de María y Jesús), ellos (María y José) lo (a Jesús) condujeron...». La frase quizás está «mal hecha» (Lagrange), pero es perfectamente clara. En realidad, Lucas se preocupa ante todo de Jesús; es él el que es presentado en el templo, pero le asocia a María hablando del sacrificio de las palomas (2, 24). Es como si no hubiera más que un solo rito, al agru- parlo todo Lucas en una sola frase: el v. 23 (que habla del niño) y el v. 24 (que habla de la madre), Sin' separaCión, de un solo aliento... «La palabra ka- tharismos fue escogida por causa de María, pero de manera que conViniera a Jesús mejor que la ka- tharsls, que era en los Setenta el término técnico para la parturienta}} (Lagrange, d. Lv 12, 6). Repita- mos que se trata al menos de la purificaClon de la madre y que es a ella a la que alude claramente la cita de Lv 12,8 (Lc 2,24). Si Lucas hubiese querido, en 1, 35, evocar un nacimiento sin derramamiento de sangre y por tanto sin «mancha» para María, difícil- mente se ve que pudiera hablar aquí de purificación. . El,relato es ante todo fuertemente cristológico. Slmeon pertenece al grupo de los justos y de los piadosos, esos anawim en los que se concentra la esperanza meSiánica. En un cántiCO muy hermoso que recoge el lenguaJe del Segundo Isaías (d. 49,1-6 Y52,10), describe la misión de Jesús. Esta va más allá del pueblo de Israel y alcanza a todos los paganos. El acento es universahsta: «MIS ojos han ViStO tu salva- ción, que has preparado a la vista de todos los pue- blos» (2, 31). El padre, pero también la madre se sienten extrañados, o maravillados quizá (thaum~zo tiene los dos sentidos), de lo que se decía de él. A pesar de todo lo anterior, las cuestiones siguen en
  • 48. LOS TRES ANUNCIOS YLOS TRES TIEMPOS DE LA HISTORIA DE LA SALV ACION «Las dos anunciaciones a María y a los pasto- res presentan... una estrecha relación: se com- pensan y se corresponden mutuamente como las dos partes del corpus de Lucas. La anunciación a María es una introducción al evangelio, al tiempo y al misterio de Cristo. La proclamación a los pastores es una introducción a los Hechos, al tiempo de la Iglesia y a su misterio. Si añadimos a esto el anuncio a Zacarías, situado en el templo y en el que se anuncia el nacimiento del profeta del Altísimo, se obtiene en los dos primeros capítulos de Lucas el esbozo de tres anunciaciones y, en este esbozo, una síntesis de los tres tiempos de la historia según Lucas. El anuncio a Zacarías representa el tiem- po de la promesa y de los profetas; el anuncio a María sintetiza el misterio de Cristo; el evange- lio a los pastores indica ya a la Iglesia y su misión». (L. Legrand, L'annonce aMarie [Lectio divi- na 106]. Cerf, París 1981, 312) pie. María vive bajo el régimen de la fe, en el am- biente desconcertante del misterio. y de pronto el texto pasa de la alabanza a la profecía, de la luz y de la gloria al signo discutido y a la espada. Se vuelve a Israel. Y Simeón anuncia el drama de la salvación, el drama de la fe que va a dividir a Israel: «El está ahí para la caída y para el resurgir de muchos en Israel y para ser un signo discutido». Un signo no se impone. Tiene que ser aceptado libremente por la fe. Con razón, A. Geor- ge traducía de este modo: no ya signo de contradic- ción, sino «signo al que se podrá contradecir», un «signo discutible» (Los milagros del evangelio [CS 8]. Verbo Divino, Estella 1985,39). Toda la obra de Lucas estará atravesada por este drama de la fe que hará pasar finalmente el evangelio de los judíos a las naciones, que por fin escucharán (d. Hch 28, 25b-27). La gran obra de Lucas termina con esta división entre judíos y paganos. Pero ya desde el prólogo, el cántico de Simeón anuncia de antemano lo que de- tallarán los Hechos de los apóstoles. La palabra ex- traña para indicar salvación: sóterion (2, 30), inspi- rada en Is 40, S, a quien Lucas cita por otra parte en 3, 5, Yque sólo vuelve a aparecer en Hch 28, 28, como conclusión de la epopeya misionera de los Hechos, permite establecer con certeza esta relación. En un pasaje profético que pone en juego la his- toria religiosa del mundo y el juicio escatológico de la humanidad, Lucas asocia estrechamente a María con su hijo, el mesías. El objeto principal de esta profecía es sin duda el destino del mesías. Frente a él es como se pondrán al descubierto las intenciones de muchos corazones. Escoger a favor o en contra de él es escoger entre la caída y el levantamiento, entre la muerte y la vida. Se piensa irresistiblemente en el tema joánico del juicio: «El que cree en él no es juzgado; pero el que no cree está ya juzgado porque no ha creído...» (Jn 3, 18-21; d. 9, 39; 12,31). Pero lo extraordinario es que Lucas relaciona di- rectamente esta apertura de los corazones y este juicio con los sufrimientos de María. Efectivamente, el v. 35 le concierne personalmente. También el padre ha sido bendecido (v. 34), pero queda pronto al margen. Simeón se dirige exclusivamente a Ma- ría: «y también tu propia alma (kai sou de autes ten psychen) será traspasada por una espada». ¿Qué sentido tiene esta espada? Las múltiples interpreta- ciones que se han dado se reducen a dos grandes opciones: o bien se comprende que María está aso- ciada a su hijo, que la madre está de parte del hijo y que participa del drama de su existencia de mesías; o bien se ve sometida ella misma al juicio mesiánico, 51
  • 49. escatológico. Entonces la espada que la va a des- garrar es, como decía Orígenes, la de la duda y la infidelidad. Parece ser que todo lo que Lucas nos ha dicho hasta ahora de María no permite esta última interpretación. La espada no es la de la duda y la infidelidad, como suponía Orígenes y algunos otros autores después de él. María participa del destino de su hijo. Esa espada está asociada al signo discutido, es decir, al drama de Israel, que repercute en toda la existencia de Jesús, ocasionando finalmente su con- denación y su muerte. Y María está implicada miste- riosamente en él. El v. 35a no es un paréntesis sin importancia, que pudiera pasarse por alto. María no es solamente víctima, sino que está vinculada, de una manera que no explica Lucas, a la ejecución del juicio mesiánico. El dolor que se anuncia no es solamente el dolor comprensible de una madre ante las pruebas o ante la muerte de su hijo. Simeón, que habla aquí como profeta, se dirige a la madre del mesías. Su sufri- miento pertenece a la historia de la salvación. ¿Por qué título? Lucas no nos lo dice. Estamos en un con- texto de fe, en el contexto de las decisiones a favor o en contra de Jesús. Lucas, por medio de la profecía de simeón, proyecta en el horizonte la imagen del Hijo que sufre y de la Madre dolorosa. Durante unos momentos, la imagen se detiene en la pantalla. Por ahí pasa también la silueta de una profetisa que habla del rescate de Jerusalén (2, 36-39). No se ve ni se oye ninguna reacción por parte de María. Y la imagen se va difuminando lentamente... ¿Cómo no acordarse de ella cuando, un día, veamos a la madre de Jesús en pie junto a la cruz de Jesús (Jn 19,25)7 LOS SECRETOS DE LA PALABRA (2, 41-52) Abordaremos esta última escena desde el punto de vista de María. Nos detendremos en primer lugar en 2, 51, un versículo de conclusión, que recoge por otra parte -como si se tratara de una inclusión- el v. 2, 19, con que se cerraba también, desde el punto de 52 vista de María, el primer episodio de este segundo capítulo. Efectivamente, los dos versículos dibujan la imagen que Lucas quiere que guardemos de la Virgen de Nazaret. Hay que mirarlos de cerca, ya que el vocabulario de Lucas es muy escogido y unas fórmulas que al principio parecían idénticas se revelan luego llenas de matices. En 2, 19, Lucas escribe: «María, por su parte (para traducir el de), guardaba (syn-tereó: guardar, con el prefijo syn: juntamente) estas pala- bras (ta rhemata) y las confrontaba (sym-balló) en su corazón». En 2, 51 no se menciona la «confrontación» y se dice: «y su madre guardaba (dia-tereó) todas estas palabras (panta ta rhemata) en su corazón» (el día que se añade a la preposición en sugiere que María hace penetrar estas palabras en su corazón). La palabra rhema -distinta de /ogos: palabra-, que Lucas utiliza de forma privilegiada en estos pri- meros relatos, no designa únicamente palabras. Unas veces se dice de la palabra de Dios, o de Jesús, o de un ángel que refiere una palabra divina (2, 29.50; 1, 37-38), subrayando así su poder soberano. Pero otras veces, como se percibe con claridad, se trata de la realización misteriosa de esa palabra (2, 15.17): la palabra se hace acontecimiento, con lo que se subraya la eficacia de esa palabra divina. Y finalmente, en plural (ta rhemata), esta palabra se amplía a los hechos narrados que se convierten en historia, como en 1,65 Ycomo aquí en 2,19 Y2,51. Así, pues, el rhema contiene, por así decirlo, dos elementos: la palabra y la cosa. Por eso María puede confrontar (como indica la palabra sym-ballein, po- ner juntos, de donde viene símbolo) varios rhémata, «es decir, poner uno junto a otro, para sopesarlos debidamente y descubrir su armonía fundamental, los hechos ante los hechos, las palabras ante las palabras y las palabras ante los hechos»26. En 2, 19, 26 E. Delebecque, en sus Études grecques sur I'évangile de Luc. Les Belles Lettres, París 1976, 59-60. Nos inspiramos aquí en su capítulo Marie et Luc, 53-69.
  • 50. mientras que los pastores prolongan su estancia -no se marcharán hasta el v. 20- y dejan admirados a los vecinos con sus relatos, Lucas abre un paréntesis so- bre la permanencia (d. el imperfecto, que indica duración) del largo diálogo de María con la palabra. Hemos visto que las palabras dichas a los pastores y repetidas por ellos tenían ya los acentos kerigmáti- cos de la primera predicación cristiana. Lucas indica- ba de este modo que la realidad profunda percibida en Jesús a la luz de la resurrección impregnaba ya al niño de Belén. En su presentación, en su teología, es esta predicación evangélica la que María recibe y sopesa en su corazón. Una vez más, Lucas la presenta como la primera creyente después de pascua. Ella inaugura esa comunidad de fe, nacida también del Espíritu, que se llamará la Iglesia. Es algo que Lucas no dejará de recordar al comienzo de los Hechos de la Iglesia (1, 14). En 2, 51 vuelve a repetirse la palabra rhémata inmediatamente después del rhema de Jesús (2, 50), que no entienden sus padres. En este texto se equili- bran los por qués. El de María (ti epoiésen) y el de Jesús (tí hotí ezéteíte) n. La pregunta de María no recibe por respuesta más que otra pregunta, que menciona ciertamente al Padre, pero que por eso mismo hace todavía más profundo el misterio de Jesús. Lucas, una vez más -y es quizás ésta la única alusión a la concepción virginal en este segundo capítulo-, vuelve a los orígenes de Jesús. María aca- baba de decir: «Hijo mío , mira: tu padre y yo te buscábamos angustiados ». Como en todo este ca- pítulo, como en el siguiente relato del evangelio, 27 E. Delebecque subraya aquí el empleo de un modo bas- tante raro de interrogación: ti hoti, y traduce su connotación de extrañeza diciendo: «Me buscabais: ¿es posible esto? ¿No sabíais...?» (Etudes grecques, 42). 28 la traducción de en tois tou patros mou es muy discutida. A pesar del estudio impresionante de R. laurentin en su Jésus au Temple. Gabalda, París 1966, 38-72, en favor del sentido local «en casa de mi Padre», un helenista como E. Delebecque mantiene que, en buen griego, en tois seguido de genitivo no José es llamado padre de Jesús. Pero Jesús, ya desde el principio, evoca otro origen, otro Padre, en cuya casa mora y en cuyos asuntos ha de ocuparse 28. En el momento de pasar a los comienzos (Lc 1, 2 Y Hch 1, 22) de los asuntos públicos de Jesús, los propiamente evangélicos, Lucas termina sus relatos sobre su infan- cia con esta palabra enigmática. Una transición a los asuntos que en adelante van a preocupar a Jesús: su ministerio y su ascensión hacia la muerte. El clima pascual de este último relato es muy interesante. Es posible vacilar en algunos puntos, por ejemplo en si los tres días de búsqueda evocan o no los tres días en el sepulcro. Pero lo cierto es que todo se desarrolla aquí durante la fiesta de pascua y se recordará que esta primera palabra de Jesús en Lucas hace eco al último grito en la cruz: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» (Lc 23, 46). ¿Podemos escandalizarnos de que no lo com- prendan sus padres? Para ellos, concretamente para María, porque Lucas no hablará ya de José, el miste- rio de la concepción y del nacimiento de Jesús no se aclaró sin duda con el paso de los acontecimientos y de los años. A ello se había añadido, desde el princi- pio, un segundo anuncio, el de Simeón (2, 35), que había quedado en suspenso como una oscura amena- za. Se pueden comprender los tres días de búsqueda angustiosa como una primera realización de esta profecía dolorosa. Pero, en el caso de que la vida humana de cada día hubiera podido hacer que caye- ra en el olvido, la distancia que el joven (país: 2, 43) toma ante ellos, oponiendo su propio Padre frente a su padre terreno, los sumerge en pleno misterio. Y Lucas nos repite, para terminar, que María «guarda- ba todas estas palabras en su corazón». La última palabra misteriosa de Jesús (2, 50), pero también todas las demás que habían precedido y todos los significa «en casa de», y que einai en significa «estar ocupado en», tratándose de ocupaciones absorbentes; por eso traduce: «¿No sabíais que yo debo estar absorto en los asuntos de mi Padre?» (Études grecques, 40-41). Conviene sin duda respetar la riqueza de la ambigüedad. 53
  • 51. MARIA DE LOS APOCRIFOS 54 A pesar, o más bien debido a su riqueza teológi- ca, los evangelios canónicos se muestran muy dis- cretos sobre los detalles de la vida de Jesús, sobre su infancia y su adolescencia, muy discretos sobre todo sobre la vida de María. Estos escritos son cristológi- cos, llenos de alusiones bíblicas, pero que sólo pue- den captar los eruditos, los letrados, podríamos de- cir, las gentes de la Escritura y de escritura... El pueblo no tiene ni ocasión ni preparación para en- trar en los misterios de esta palabra escrita. Necesi- ta algo más vivo, más concreto. La piedad judía había inventado ya no pocas leyendas en torno a los personajes sagrados del Antiguo Testamento. Esta haggadá permitía al pue- blo comprender y memorizar la Escritura, apropiar- se de ella. La piedad cristiana creó del mismo modo una haggadá en torno a los personajes sagrados del Nuevo Testamento, de Jesús, de los que le trataron, y particularmente de María. De aquellas leyendas salió una literatura parale- la que se dedicó a escribir, en las zonas oscuras de los evangelios, relatos maravillosos. Es la literatura apócrifa. Esta palabra, que quería decir, en Oríge- nes, «oculto» o «secreto» (críptico), acabó desig- nando, a partir de san Jerónimo, a todos los libros que la Igesia no había recibido en el canon de las Escrituras, en la lista oficial de los libros bíblicos reconocidos como inspirados por Dios. Entre ellos hay que poner aparte un escrito que data del siglo n, el Protoevangelio de Santiago. Es un texto importante, el primer testigo de la piedad mariana popular. En este libro se cuenta la infancia de María, la vida de sus padres Joaquín y Ana, la presentación de María en el templo a la edad de 3 años, su estancia en el templo en donde todos los días la alimentaba un ángel hasta la edad de 12 años (el Corán ha mantenido esta tradición: azora In, 37), su matrimonio con el anciano José, encargado por el sumo sacerdote de velar por su virginidad. La obra está marcada por el deseo de exaltar la virgini- dad de María: en la concepción de Jesús, pero tam- bién en el nacimiento (virginitas in partu) y después del nacimiento (los «hermanos de Jesús» son hijos del primer matrimonio de José). No se le reconoce ningún valor histórico, ni siquiera para los nombres de Joaquín y Ana. Ana se llamaba también la madre de Samuel, que también fue presentado de muy niño en el templo; Joaquín se llamaba el rico marido de Susana en Dn 13, 1. Sin embargo, en el terreno de la piedad popular y en la liturgia cristiana, este libro ejerció una enorme in- fluencia tanto en oriente como en occidente. En oriente, las lecturas de la fiesta de la Natividad de María estaban sacadas del Protoevangelio. Y con él hay que relacionar las celebraciones de santa Ana y san Joaquín, así como las fiestas de la Concepción de María, de su Natividad y de su Presentación en el templo. En occidente marcó profundamente al arte cristiano. También en él, entre otros, pensaba Emi- le Male, al afirmar en su obra maestra, L'art reli- gieux du XIII' siecle en France, que sin los apócrifos la mitad de las obras de arte de la Edad Media serían para nosotros letra muerta» (Colin, París 1968, n, 233). France Quéré ha reunido y presenta- do una selección excelente de estos textos en Evan- giles aprocryphes. Seuil, París 1983; en castellano tenemos la edición preparada por A. de Santos Otero, Los evangelios apócrifos (BAC). Madrid 1956.
  • 52. acontecimientos que habían surgido de ella. En el momento en que María va a desaparecer de la esce- na, recapitula el conjunto de los rhemata, la historia entera de las palabras divinas y de sus consecuencias, guardándolas preciosamente en su corazón. La creyente va a seguir caminando. Lo que Lucas escribe de la semilla-palabra de Dios, en 8, 15: «Lo que cae en tierra buena, son aquellos que oyen la palabra con un corazón leal y bueno, la retienen y dan fruto con perseverancia», se aplica perfectamente a Ma- ría. Lucas la convierte en el verdadero modelo del discípulo. CONCLUSION SOBRE LOS RELATOS DE LA INFANCIA Estos relatos son cristológicos y hablan sobre to- do de Jesús. Es algo que no se discute. Pero Lucas relaciona a María con el misterio de Jesús de una manera extraña. Y, por primera vez en el Nuevo Testamento, se interesa personalmente por ella, por lo que le sucede, por su reacción fundamental de creyente. La pone en escena. María ya no es pasiva, como en Mateo. Cuestiona, responde, dialoga y fi- nalmente consiente. Corre con prisa, canta, se ex- traña o se maravilla, sufre angustiosamente. Pero lo que no deja de ocupar sU corazón es la palabra, toda la historia, en ella y en torno a ella, de la palabra. Modelo de la vida creyente, para la comunidad de fe, para la Iglesia entera. También aquí la historia se mezcla con la teología de una forma armoniosa. En la teología lucana de la historia de la salva- ción, estos relatos de la infancia son como una placa giratoria. Volvemos a encontrarnos aquí con todo el mundo del Antiguo Testamento. Empiezan con las nubes de incienso del templo de Jerusalén, y el Espí- ritu profético, característico de la primera alianza, habla aquí día tras día, inspirando a Zacarías y a Simeón, pero también a Isabel y a Ana, que no se apartaba del templo. Pero al mismo tiempo se anun- cia algo nuevo y llega lo definitivo. El Espíritu crea- dor vuelve a hacer maravillas (1, 49). El salvador, Cristo Señor (2, 11), nace de una virgen. La salvación ha llegado a la casa de David (1,69), pero se ofrece además a todos los pueblos (2, 30). Este paso de la alianza del Sinaí a la alianza que es el mismo Jesús se lleva a cabo en María. En ella es donde se acaba la primera alianza y donde se inaugura la segunda. María en tiempos de Jesús y de la Iglesia Con los relatos de la infancia, podemos decir que Lucas termina su retrato de María. En el evangelio no volverá ya a llamarla con su nombre. Tan sólo la mencionará una vez. en los Hechos, en el corazón de la primera Iglesia. Sin embargo, en algunos rápidos pasajes añadirá todavía algunas pinceladas, aunque sólo sea para centuar los rasgos de la creyente (en 8, 19-21 Y 11, 27-28), o bien para reafirmar su vincula- ción a la Iglesia (Hch 1, 14). Pero ante todo hemos de detenernos en dos textos que tienen una impor- tancia mariana: la genealogía de Jesús (3, 23-38) Yel rechazo de Jesús en Nazaret (4, 16-30). GENEALOGIA y RECHAZO EN NAZARET No se intentará ya armonizar la genealogía de Jesús que nos ofrece Lucas en 3, 23-30 con la de Mt 1, 1-16. Son diferentes y obedecen sin duda más bien a unos intereses teológicos que a una verdadera preo- cupación por los archivos. Algunos han creído y si- guen creyendo todavía que Lucas presentaría la ge- nealogía de María, hacíéndola también a ella una hija de David. Las tentativas ingeniosas para probar- 55
  • 53. lo no son, sin embargo, suficientes. El texto señala con claridad el nombre de José y es de él de quien se trata. Pero para nuestro propósito es muy importan- te la apertura de 3, 23. Se lee de la siguiente manera: «Jesús, en sus comienzos (archomenostodavía: d. Lc 1,2 YHch 1,'22), tenía unos treinta años, siendo hijo, según se creía (has enomizeto), de José...». Se trata de una clara alasión a la concepción virginal. Algunas veces se ha querido ver aquí una interpretación pos- terior, pero no hay ninguna razón textual que autori- ce este juicio. Es ciertamente el mismo redactor el que establece así la unión entre los relatos de la infancia y el resto de su obra. Ya hemos visto en Mc 6, 1-6 Y Mt 13, 54-58 que Jesús había sido rechazado por sus paisanos de Naza- reto Lucas desarrolla ampliamente una escena para- lela en 4, 16-30. Esta vez, los que le oyen se pregun- tan: «¿No es éste el hijo de José?» (coincidiendo con la opinión común ya conocida en 3, 23), pero sin mencionar para nada a María ni a los hermanos o hermanas de Jesús. En la hipótesis recibida de que Lucas conocía a Marcos, esta omisión podría señalar cierta repugnancia de Lucas en mencionar a María o a los otros míembros de la familia de Jesús en una cuestíón que manifestaba una falta de fe. Al contra- rio, «hijo de José» tenía que ser la manera habitual de llamar a Jesús y no insinuaba ningún menosprecio particular para José. Otra omisión lucana, esta vez en la sentencia de Jesús, cuando dice simplemente: «~ingún profeta encuentra buena acogida en su pa- tria» (4, 24). Marcos le hacía decir, de una forma más brutal y con palabras que se referían directamente a la parentela: «Un profeta no es despreciado más que ~n su patria, entre sus parientes yen su casa» (6, 4). SI Mateo suavizaba esta expresión olvidándose de los parientes, mantenía sin embargo el «des- preciado» y la «casa» (13, 57). Lucas evita cuidadosa- mente lo que pudiera arrojar una sombra cualquiera sobre María o sobre los parientes de Jesús. 56 LA FAMILIA DE LOS DISCIPULOS (8,19-21; 11,27-28) Lucas conoce también la triple tradición que ata- ñe a la familia de Jesús. En Marcos, el contexto de incomprensión por parte de los cercanos a Jesús hacía el pasaje muy negativo, incluso respecto a la madre de Jesús (d. Mc 3,20-21 Y 31-35). En Mt 12, 46-50, la escena perdía toda su connotación negati- va. ~n Lucas se co.nvierte en un verdadero elogio de Maria. Lucas suprime la pregunta de Jesús y su gesto, que dejaba todavía en pie cierto contraste entre los discipulos y la familia de Jesús. En 8, 21, Jesús dice las cosas positivamente: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cum- plem> (d. Jn 3, 21). Después de los relatos de la infancia, que han mostrado a María escuchando la palabra y entregada totalmente a su servicio, estas palabras resuenan implícitamente, para el lector, como un verdadero elogio de la madre de Jesús. Y el contexto refuerza más aún esta celebración. En Mar- cos y en Mateo, la perícopa sobre la verdadera fami- lia precede a la parábola de la semilla. En Lucas sucede lo contrario. La parábola precede y su final anticipa la afirmación de 8,21: «Lo que cae en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón leal y bueno, la retienen y dan fruto con perseveran- cia». Es prácticamente una manera de evocar a la que, ya en dos ocasiones, Lucas ha presentado con- • servandoy meditando en su corazón todas las pala- bras de DIOS (2,19.51). A unos versículos de distancia 8, 15 Y8, 21 se completan para alabar a la servidor~ de la palabra. Y esta primera y única mención de los hermanos de Jesús en Lucas, y su asociación a María en este pasaje que define la condición del discípulo, preparan también a Hch 1, 14. En un pasaje propio de Lucas (11,27-28), aunque muy parecido al anterior, Jesús recoge la alabanza que una mujer entre el gentío hacía de la materni- dad de María: «Dichosa la que te llevó y te amaman- tó», elevándola al nivel de la fe: «Mucho más (La- grange) dichosos los que escuchan la palabra de Dios
  • 54. y la cumplen». Volvemos a encontrar aquí la jerar- quía que caracterizaba ya a las palabras de Isabel. Primero, una eulogía, una bendición: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tus entrañas» (1,42). Luego, una bienaventuranza: «Dichosa la que ha creído» (1,45). Esta segunda bienaventuranza no anula a la primera. Dice más bien lo que constituye realmente su grandeza: la atención a la palabra y su cumplimiento. EN LA PRIMERA COMUNIDAD DE JERUSALEN (Hch 1, 14) Los comentaristas hacen observar que hay aquí todo un conjunto de rasgos de vocabulario, de gra- mática y de teología que relacionan curiosamente, Le 1, 35 el poder... descenderá (epeleusaí) el Espíritu Santo... sobre ti. Estos dos versículos ocupan una posición análoga al comienzo de cada una de las dos grandes obras de Lucas. Sirven, por así decirlo, de introducción al tema principal del libro: Jesús en Lc, la Iglesia en Hch. Es para Lucas una manera de subrayar la continuidad entre el misterio de Jesús y el de la Iglesia: es el mismo poder del Espíritu de Dios que anima a Jesús y a la Iglesia. La promesa hecha a María y la promesa hecha a la Iglesia, representada por los apóstoles, se refieren al mismo misterio: la filiación divina por el Espíritu. Nacimiento de Jesús. Nacimiento de la Igle- sia. Asociando expresamente a María, la madre de Jesús (es ésta la única vez que Lucasempleaestetítulo completo), con esta espera ferviente del Espíritu, Lucas hace coincidir una vez más los c. 1-2 del evan- gelio con los Hechos. Lo mismo que se presentó a María en el primer anuncio de la buena nueva, tam- por encima del resto del evangelio, a los dos prime- ros capitulas de Lucas con el libro de los Hechos. La atmósfera de piedad judía, la de los anawim, que rodea a Lc 1-2 vuelve a aparecer en la primera comu- nidad de los Hechos: pobreza, compartir los bienes, oración diaria en el templo... (d. 2, 42-47). Hasta algunos temas que podrían parecer secundarios, pe- ro que aparecen con insistencia, como el del creci- miento, tanto en Lc 1-2 (crecimiento del niño en 1, 80 Y2, 40.52) como en los Hechos (crecimiento de la Iglesia en 6, 7; 12,24; 19,20), parecen indicar que Lc 1-2 y los Hechos pertenecen al mismo período de composición 29. Entre todas estas correspondencias hay que fijar- se especialmente en la que se da entre Lc 1,35 YHch 1,8: Heh 1,8 el poder que descenderá (epelthontos) del Espíritu Santo sobre vosotros. bién se la presenta en esta venida del Espíritu que va a lanzar el evangelio desde Jerusalén hasta los últi- mos confines de la tierra, que va a lanzar a la Igle- sia... hasta el final de los tiempos. Lucas no comenta. No dice si la madre de Jesús tiene que jugar un papel en este nuevo nacimiento. Pero al situarla en medio de los primeros creyentes, la coloca con toda la aureola teológica que le había prestado en los rela- tos de la infancia. Cuando comienza la epopeya de la palabra, que proclamará por todas partes tan sólo «lo que se refiere al Señor Jesucristo: ta peri tou kyriou lesou Christou» (Hch 28, 31), Lucas pone como cabecera de toda la aventura la imagen de aquella a la que ha definido como la servidora de la palabra. Se trata de un recuerdo simbólico, que hace pensar... 29 Cf. L. Legrand, L'annonce aMarie, 312-319. 57
  • 55. LA MADRE DE JESUS EN LA TEOLOGIA DE JUAN Cuando se franquea el umbral del evangelio de Juan por el grandioso pórtico del Prólogo, se tiene la impresión de entrar en un mundo distinto, el mun- do -literalmente hablando- de la tea-logia, de la palabra sobre Dios: «A Dios nadie lo ha visto nunca; un Dios hijo único, que está en (o tiende hacia...) el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (nos lo ha explicado}»'. Pero es partir de una vida humana, de los caminos de la carne (1, 14), como se ha dicho esta palabra. E inmediatamente después del himno, en t 19, comienza la historia: «y éste es el testimo- nio...». Es la gran paradoja del evangelio de Juan, el evangelio más espiritual y al mismo tiempo el más encarnado, que no separa nunca lo divino de lo humano. En este contexto de revelación es como Juan habla de la «madre de Jesús». Habla de ella en un libro minuciosamente com- puesto: un libro escrito. «Jesús realizó otros muchos signos ante sus discípulos, que no están escritos en este libro. Estos se han escrito para que creáis que , El sentido podría ser: «El que es (ho ón: alusión a Ex 3,14) nos ha conducido (exegeomai) al seno del Padre»: cf. R. Ro- bert; Revue Thomiste 85 (1985) 457-463; 87 (1987) 435-441; 89 (1989) 279-288, Y L. Devillers: Revue Thomiste 89 (1989) 181-217. Es precIso sin duda conservar los dos sentidos, ya que la ambigüedad expresa dos ideas-fuerza del evangelio: Jesús revela al Padre (14,9; 17,6), pero es también el camino que conduce a él (14, 6). 58 Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis la vida en su nombre» (20, 30-31). Esta con- clusión afirma expresamente que el libro y la escritu- ra se dirigen a la fe de los lectores. Bajo esta luz es como hay que leer cada relato y cada discurso de Juan. En el conjunto de materiales o de signos que le brindaba la tradición evangélica, Juan hizo una se- lección de los que le parecían más adecuados a su objetivo teológico. Entre ellos, estos dos relatos que hablaban de la madre de Jesús. Se puede pensar, a priori, que estaban de acuerdo con su perspectiva teológica. No habrá que olvidarlo. Juan, a pesar de que conoce a varias Marias (utili- za el nombre 15 veces: para María, la hermana de Marta, María Magdalena y María, esposa de Cleo- fás), no utiliza nunca este nombre para designar a María de Nazaret. La llama la «madre de Jesús». Sólo así. Es su nombre joánico. La evoca en varias ocasiones en unos pasajes más o menos paralelos a la tradición sinóptica. Igualmente, una variante de algunas versiones, apoyada en citas patrísticas, per- mitiría leer en Jn 1, 13 una alusión a la concepción virginal. Pero la visión propiamente joánica de la madre de Jesús está ligada a dos pasajes clave: el relato del signo de Caná (2, 1-12) Y la escena del calvario en 19,25-27. Un último texto de la tradición joánica, el de Ap 12, que describe el «gran signo» de la mujer «adornada de atributos celestiales» (TOB), podría relacionarse con Jn 19,25-27. Son los textos que vamos a examinar.
  • 56. Coincidencias con la tradición sinóptica Antes de abordar los dos pasajes originales de Juan que ponen expresamente en escena a la madre de Jesús, conviene examinar algunos textos que coin- ciden con la tradición sinóptica y que se refieren más o menos a la concepción virginal. En 6, 42, los judíos murmuran contra Jesús que acaba de presentarse como «el pan que baja del cielo»: «¿No es ése Jesús, el hijo de José? ¿No cono- cemos a su padre y a su madre?». En la historia de la exégesis, este texto ha sido utilizado, curiosamente, a veces para negar la concepción virginal, a veces por el contrario para probar que Juan creía en este misterio. No hay que darle esta importancia. Hemos visto que «hijo de José» era el título que se le daba normalmente a Jesús (d. también aquí en 1, 45) Y que reflejaba la opinión común del entorno. Lucas, a pesar de que conoce el misterio de la concepción virginal, la utiliza sin escrúpulos en 4, 22. Por otro lado, la incomprensión de los judíos no recae en el hecho de que Jesús sea hijo de José o no. Tenemos aquí un ejemplo de lo que se suele llamar el malen- tendido joánico. Jesús habla en un nivel teológico, el de su origen divino; sus oyentes lo entienden en otro sentido, el de sus preocupaciones terrenas. La pers- pectiva de Juan es la de la filiación divina de Jesús; no se coloca en el punto de vista del modo de su generación temporal, como lo hacían Mateo y Lu- caso En dos pasajes menciona también Juan a los «hermanos» de Jesús. Pero no aporta nada nuevo sobre su relación con la persona de María. Después de haberlos presentado de una forma neutra en 2, 12 (aunque dentro del grupo de simpatizantes que forman, con la madre de Jesús, los discípulos que acaban de creer), subraya fuertemente su falta de fe en 7, 5. La palabra «hermano» se repite además después de la resurrección (20, 17 Y 21, 23), para designar respectivamente a los discípulos y a los creyentes. Se vuelve a definir entonces en función de la fe, y Juan coincide en esto con la tradición sinópti- ca sobre la verdadera familia de Jesús. En 7, 42, Juan muestra que conoce igualmente la tradición que hace nacer al mesías en Belén. En el resto del Nuevo Testamento, esta tradición se reco- ge únicamente en los evangelios de la infancia, en Mateo y en Lucas. Pero esto no prueba que Juan conociera también por eso la tradición sobre la con- cepción virginal. En cuanto a Jn 8, 41 : «Nosotros no hemos nacido de la prostitución», no hay motivos para ver aquí una alusión sarcástica al nacimiento ilegítimo de Jesús. Estas imágenes de adulterio y de fornicación, fre- cuentes en los profetas, pertenecen al lenguaje reli- gioso de la alianza y se refieren a las infidelidades del pueblo de Dios. Los judíos las vuelven contra Jesús, que acaba de acusarles de tener un padre dis- tinto de Abrahán, de ser infieles a la alianza. Si exceptuamos la mención de los «hermanos», que afecta a la virginidad perpetua de María, todas estas referencias indirectas se invocan en función de la concepción virginal. Pero, dejando aparte la alu- sión a este misterio en Jn 1, 13 (véase el recuadro de la página siguiente), está claro que Juan no habla nunca de esta cuestión. Su enseñanza específica se refiere a otra cosa. La encontramos en dos relatos que están ligados a la estructura misma de su evange- lio y al conjunto de su teología: el signo de Caná y la muerte de Jesús en la cruz. 59
  • 57. Jn 1, 13: ¿CONCEPCION VIRGINAL? 60 La cuestión se plantea en virtud de un problema de crítica textual. Se puede entender JnI, 12-13 de dos maneras: o bien se lee el verbo nacer del v. 13 Plural Pero a quienes la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de hacerse hijos de Dios. Esos no nacieron (egennéthesan) ni de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios. (Trad. de la TüB). En plural, el v. 13 habla naturalmente del naci- miento espiritual de los cristianos. Esto es muy propio de Juan y correspondería bien al nacimiento de arriba (o de nuevo: anóthen) de Jn 3, 3. En singular, el v. 13 desarrolla el contenido de una profesión de fe cristológica: se trata de creer en el nombre de aquel que es el Hijo, el engendrado de Dios. Y también esto es muy propio de Juan. ¿Con qué lección nos quedamos? Todos los ma- nuscritos griegos del cuarto evangelio mantienen aquí el plural, y esto parece ser suficiente, a primera vista, para decidir la cuestión. Sin embargo, se sabe en plural, según la lectura corriente; o bien se lee en singular, según algunos testimonios antiguos: Singular Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual (palabra) no nació (egennéthé) ni de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios (Trad. de la Biblia de Jerusalén). muy bien que los manuscritos griegos no son la única fuente de información disponible para el esta- blecimiento del texto primitivo. Hace ya bastante tiempo que M.-E. Boismard constató que había «como una doble tradición textual: la de los padres y la de los manuscritos» (Revue Biblique 57 [1950] 388). Pues bien, éste parece ser el caso de Jn 1, 13. Si bien todos los manuscritos mantienen la lección en plural, la investigación patrística ha mostrado, por el contrario, la unanimidad de los primeros testigos (Justino, Hipólito, Ireneo, Tertuliano) en favor del singular (cf. J. Galot, Etre né de Dieu. lean 1,13 [Analecta bíblica 37]. Roma 1969). Otros
  • 58. estudios han confirmado recientemente estas inves- tigaciones (cf. R. Robert, La lefon christologique en lean 1, 13: Revue Thomiste 87 (1987] 5-22; 1. de la Potterie, en Marie dans le mystere de I'Alliance, 125-135). A pesar del silencio de la tradición ma- nuscrita, sería necesario admitir la existencia de un texto en singular. ¿Por qué se habría impuesto en- tonces la lección en plural, que se encuentra por primera vez en los ambientes de Alejandría? La respuesta debe buscarse sin duda en las primeras disputas cristológicas, en donde la gran Iglesia tenía que moverse dificultosamente entre la herejía doce- ta y las extravagancias de la gnosis. La lección en plural, que causa menos problemas que la del singu- lar, que parece favorecer a los docetas, habría sido aceptada entonces sin tantos problemas. Quedémo- nos por lo menos con la posibilidad de esta lectura. Tiene en su favor al menos tantas garantías como otras muchas hipótesis en exégesis. Pero quedarse con la lección cristológica es tam- bjén sacar todas Jas conseclJendas de Ja mjsma. Las tres negaciones enérgicas del v. 13 no se refieren evidentemente a la generación eterna, sino a la generación temporal del Hijo de Dios. Por consi- guiente, hay que reconocer que la tradición joánica conoció posiblemente la concepción virginal. Al menos a nivel del prólogo, ya que el evangelio de Juan no hace ninguna otra alusión a este misterio, ni siquiera en 6, 42, a nuestro juicio. Observamos sin embargo que la madre de Jesús no es menciona- da expresamente en este v. 13, como tampoco en el v. 14 en donde se dice que la Palabra se hizo carne. Seguramente está permitido reflexionar en las im- plicaciones mariales de estos pasajes e interpretar «lo que no se dice» en estos textos. Tal es la posibili- dad y el privilegio de la teología. La exégesis, sin embargo, tiene que atenerse a las indicaciones del texto de Juan. El signo de Caná (2, 1-12) EL COMIENZO DE LOS SIGNOS Juan abre la primera parte de su evangelio, el libro de los signos, con un relato a primera vista desconcertante. Después de la conclusión apocalípti- ca de la llamada de los primeros discípulos: «Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando por encima del Hijo del hombre» (1, 51). el paso a las bodas en una aldea es bastante inespera- do. Pero la fuerte densidad, en este texto, del voca- bulario teológico del cuarto evangelio y su conclu- sión, casi desmesurada, demuestran que Juan no se distrae en la narración de un hecho diverso. En efec- to, el relato termina con una reflexión de gran im- portancia: «Este 2 es el comienzo que hizo Jesús de los signos (tauten epoiesen archen tón semeión) en Caná de Galilea y manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (2, 11). El tauten está en posición enfática e insiste en este signo muy concreto. Decir que Caná es el comienzo de los signos es decir que con Caná se abre una historia, una historia que ha de encontrar su desenlace en la cruz, com- prendida por Juan como el paso de este mundo a la gloria del Padre (13, 1). De hecho, es todo el evan- gelio el que, según la conclusión, puede ser conside- rado como un libro de los signos. E incluso cuando, siguiendo a C. H. Dodd (La interpretación del cuarto evangelio. Cristiandad, Madrid 1979; ed. original inglesa de 1953), se divide en dos grandes partes: el libro de los signos (c. 2-12) y el libro de la hora (la de la pasión y la gloria: c. 13-20 Ó 21), estas dos partes están estrechamente ligadas entre sí. En efecto, la pasión es el desenlace trágico de la historia de los signos (d. 11,47-53). Pero, además de este vínculo histórico, hay entre los dos un vínculo teológico: los 2 Bajo el demostrativo femenino está el neutro touto: «es- to». 61
  • 59. signos revelan ya de una forma parcial lo que revela- rá la pasión como una verdad plena: «Cuando hayáis elevado al Hijo del hombre, sabréis que yo soy» (8, 28). La gloria de Jesús se manifestará plenamente en el gran signo de la cruz: «Yo, cuando haya sido elevado de la tierra, atraeré a mí a todos los hom- bres. Con estas palabras significaba (semainón) con qué muerte iba a morir» (12, 33). Juan decía, como conclusión, que entre los signos hechos por Jesús se había quedado con los que juz- gaba indicados para suscitar la fe en Jesús, Cristo e Hijo de Dios. Pues bien, lo que Jn 20, 30-31 afirmaba de todo el evangelio, Jn 2, 11 lo afirma, en términos equivalentes, del signo de Caná. Porque ¿qué es, para Jesús, «manifestar su gloria», sino revelarse co- mo el mesías revestido de la gloria del Hijo de Dios? La gloria de Jesús, en el cuarto evangelio, es la que él posee desde toda la eternidad como Hijo único del Padre (1, 14). Una gloria demasiado pesada (d. la kabód: gloria y peso de YHWH) de sentido, para que un simple signo pueda llevar todo su peso. La conclu- sión-reflexión de Jn 2, 11, de la que ningún otro relato de signo tiene un equivalente, revela la inten- ción de hacer del signo de Caná un signo-tipo. Un signo ejemplar que, de algún modo, encierra en su simbolismo la significación de todos los demás sig- nos. NIDO DE ENIGMAS A pesar de su aparente simplicidad, el relato es en realidad un nido de enigmas. Casi cada una de sus expresiones plantea cuestiones que han recibido in- terpretaciones muy diversas. Se nos cuenta una boda sin hablar de la esposa y sin decirnos casi nada del esposo (en el v. 9). Sobre todo, resulta misteriosa la respuesta de Jesús a su madre. ¿Por qué ese des- concertante: ¿A mí y a ti, qué? ¿Por qué le llama mujer? ¿Y cuál es esa hora que indica? Finalmente, en este relato, a primera vista trivial, encontramos 62 una gran parte del vocabulario teológico del cuarto evangelio (ho;a, esposo, signo, gloria, creer en Je- sús), así como dos temas bíblicos muy ligados a la perspectiva mesiánica: el vino y las bodas. El estudio de estos problemas, que parece detenernos dema- siado tiempo en Caná, nos orienta de hecho hacia la comprensión plena de la escena del calvario. Por otra parte, es ésta la única manera de descubrir el papel que Juan concede a María en su construcción teológica. UNA BODA EN CANA Los tres primeros versículos nos sitúan en el nivel de una boda terrena. Como apertura, el texto dice que «estaba allí la madre de Jesús». Presencia impor- tante. Está allí, como un dato previo. El hecho nuevo es la invitación de Jesús y la de los discípulos. Se ha interpretado el «tercer día» de muchas maneras 3. Quizás sea preferible atenerse a las indicaciones cro- nológkas del texto, sin intentar teologizarJas dema- siado. El tercer día supone una referencia anterior: ¿tres días después de qué? La última mención crono- lógica es la de 1, 43, en donde Jesús decide dejar Betania, en la orilla izquierda del Jordán, para pasar a Galilea. Pero es también el día del encuentro con 3 Se habla corrientemente de una semana inaugural que desembocaría el día séptimo en la manifestación de la gloria de Jesús (2, 11). Esta semana correspondería a la semana primordial de la creación. Este tema paulino está poco presen- te en Jn (excepto quizás en 20, 22); si este día es el 7.0 , ~or qué se le llama expresamente el 3.0 ? Por otra parte, el 3.0 día evoca seguramente la resurrección, pero esta orientación con- viene más al signo del templo que viene después (2, 13-22) Y que habla por otra parte de los «tres días» (en 2, 19). También se ha comparado (A. Serra) el 3.0 día de Caná con el 3.0 día del Sinaí, en que YHWH dio la Torá y manifestó su gloria (Ex 19, 10-11). Estas lecturas, bíblicamente interesantes, no son ple- namente satisfactorias.
  • 60. Natanael y el de la gran revelación: «Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por encima del Hijo del hombre» (1, 51). Así, pues, el signo habría tenido lugar el tercer día después del viaje de Betania a Caná de Galilea, y en relación con la revelación de 1, 51. NO TIENEN VINO (2, 3) «La madre de Jesús le dijo: 'No tienen vino'». Evidentemente, se trata ante todo de una constata- ción, la constatación de un hecho desagradable, en el nivel de la boda terrena. Pero es también sin duda una petición discreta, como la que puede leerse en la frase de María y de Marta cuando mandaron a decir a Jesús: «El que tú amas está enfermo» (11, 3). Pero no pasemos más allá de este nivel. No hay nada en el texto que sugiera una petición de un milagro. Esta observación de la madre de Jesús es evidentemente necesaria para la continuación del relato. Pero no conviene detenerse en ella. Las cuestiones que en- tonces se plantean: ¿cómo es que falta vino?, ¿esta- rá esto motivado por la llegada de Jesús con sus discípulos?, o los comentarios que se pueden hacer sobre la perspicacia de María, su previsión, su cari- dad: todo esto, que nos lleva constantemente a la historia sucedida, nos aleja del texto de Juan. La petición de la madre de Jesús es necesaria, narrati- vamente, pero como una pista de despegue, para la respuesta joánica de Jesús. RESPUESTA DE JESUS (2, 4) «Mujer, a mí y a ti, ¿qué? Todavía no ha llegado mi hora». Antes de proponer una interpretación de conjunto, hemos de examinar cada uno de los ele- mentos de esta respuesta. A mí ya ti, ¿qué? Sobre el «A mí y a ti, ¿qué?: ti emoi kai soi», puede decirse que se ha logrado el consenso entre los exégetas. Se trata de una expresión que se en- cuentra varias veces en la Biblia (Jue 11, 12; 2 Sm 16, 10; 19,23; 1 Re 17, 18; 2 Re 3, 13; 2 Cr 35, 21). Es una fórmula adversativa. Marca una sorpresa, una diver- gencia de puntos de vista; tiene una carga negativa. En el caso de una petición, anuncia de ordinario un rechazo. En el texto de Juan, María habla en el nivel de las bodas terrenas. Y Jesús va a responder en otro nivel. El ti emoi kai soi, elemento de choque y que marca de suyo una oposición, se encarga de llevar a cabo la transición. Tiene la finalidad de agudizar el pensamiento, no digamos ya de María -eso sería caer una vez más en el nivel del suceso-, sino del lector de Juan por el camino del misterio. Mujer Otro término que causa extrañeza. ¿Por qué ha- blar así a su madre? ¿Qué sentido podía tener esta palabra en labios de Jesús? No hay ya nadie que vea aquí un término de desprecio o de falta de respeto. Pero es evidente que el término se sitúa en un nivel distinto del de la madre. Se evoca por tanto una relación distinta de la del hijo con la madre. Se ha hablado de separación. Jesús, que comienza sus obras mesiánicas, tomaría distancias de María. Se- ñalaría a su madre que sus deseos no tienen ya más peso que los de una mujer ordinaria. Todavía con más fuerza que en Marcos, y más brutalmente, Jesús cortaría todos los lazos familiares. Pero esto es atri- buir a Jn una visión de las cosas que no es la suya. En todo caso, el v. 12 contradice toda teoría de separa- ción: «Luego, (Jesús) bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos». En todos los evange- lios, es ésta incluso la única vez en donde se nos dice que María pudo seguir a Jesús, aunque sólo sea en aquel momento. Sería extraño que el texto lo señala- se precisamente en el momento en que intentaba subrayar la separación. 63
  • 61. También aquí sería un error buscar la solución en el nivel histórico. Este término, a primera vista insó- lito, debe interpretarse en el mundo de Juan. Es un término joánico. Dirigido a la madre de Jesús, apa- rece en dos ocasiones en el cuarto evangelio: al comienzo, en Caná, y al final, en el calvario. Todo indica que estamos aquí en presencia de una inclu- sión, un procedimiento literario que consiste en limi- tar una porción en sus dos extremidades mediante una semejanza de términos o de ideas. Juan nos presenta a la mujer al comienzo y al final de la vida pública, en el momento en que el mesías comienza sus obras y en la hora de la muerte cuando consuma su obra (d. Jn 17,4; 19,30). Al situar a la madre de Jesús, pero en su papel de mujer, al comienza del libro de los signos y al final del libro de la hora, Juan la sitúa en las articulaciones capitales de su evange- lio. El procedimiento literario nos autoriza a percibir en la palabra mujer de 2, 4 la misma resonancia que en la de 19, 26. Pero aquí estamos tan sólo en el comienzo de las cosas... En otras palabras, no se puede determinar toda la importancia de la palabra mujer ateniéndose solamente al signo de Caná. El lector que la encuentra por primera vez no puede comprenderla aún en su plenitud. Pero hay que decir lo mismo de todos los temas joánicos: la gloria, la hora y los signos... A lo largo de la lectura, todas estas palabras se cargarán de sentido, y al final -en el calvario para la palabra mujer- el lector compren- derá que ya, en Jn 2, 4 la escritura del evangelista estaba llena de sentido. Todavía no ha llegado mi hora Varios comentaristas leen hoy esta frase como una pregunta: «¿No ha llegado aún mi hora?». Esta lectura, que hacían ya algunos padres de la Iglesia (Gregorio de Nisa, Teodoro de Mopsuestia), fue de- fendida hace ya algunos años por M.-E. Boismard (Du bapteme aCana. Cerf, París 1956). La recogió luego A. Vanhoye (Biblica 55 [1974] 157-167) Ypare- 64 ce haber convencido a varios exégetas, sobre todo francófonos (P. Grelot, 1. de la Potterie, M. de Goedt, X. Léon-Dufour). Si bien es verdad que algu- nas frases que comienzan por oupó: todavía no, cuando van precedidas por una interrogación, son también ellas interrogativas (d. Mt 16,9; Mc 4,40; 8, 17), este empleo es raro y no puede convertirse en un principio absoluto. En todos los ejemplos citados se entiende muy bien el todavía no: «¿Todavía no comprendéis?» (Mc 8, 17; Mt 16, 9); «¿todavía no tenéis fe?» (Mc 4, 40). Pero en cada ocasión, el todavía no de estos pasajes implica un severo repro- che. Y aquí no hay nada que haga suponer un repro- che por el estilo. Además, los otros 12 empleos de oupó en Juan están siempre en frases negativas, pero nunca en una interrogación. Finalmente, la afirmación «todavía no ha llegado la hora de Jesús» se encuentra otras dos veces, en 7, 30 Y 8, 20, opo- niéndose a «ha llegado la hora» de 12, 23 Y 17, 1, que anuncian la muerte gloriosa de Jesús. Es verdad que esta interrogación que transforma la respuesta de Jesús en respuesta positiva haría de- saparecer lo que parece ser la dificultad principal de este texto. ¿Cómo es que Jesús, después de rechazar la petición de su madre, puede hacer el milagro? ¿Y cómo la madre de Jesús, después de oír una negativa, sigue preparando a los sirvientes para la acción de Jesús? Para resolver esta dificultad, se han propuesto todos los expedientes: una sonrisa de complicidad por parte de Jesús, el conocimiento que tenía María de la bondad de su hijo, etc. Pero todas estas solucio- nes tienen el error de situarse en un nivel de aconte- cimiento que no es el del evangelista. La interroga- ción que transforma la respuesta negativa de Jesús en respuesta afirmativa parece también demasiado ligada a este nivel de acontecimiento. La lógica del texto no debe buscarse en el nivel de la historia sucedida. Su lógica es la de la teología joánica. Este es el comienzo de los signos. Por primera vez, Jesús manifiesta su gloria (d. 1, 14); por primera vez, se diría que los discípulos ven «el cielo abierto» (1,51) Y «a los ángeles del cielo subir y bajar por encima del
  • 62. Hijo del hombre». Y ante este comienzo de las cosas «más grandes todavía» (1, 50), ellos creen. Siempre es posible plantear preguntas en el nivel histórico, pero entonces se sale uno del texto de Juan. Fuera del texto. Juan no se preocupa por la lógica en ese nivel. Y su v. 4 está escrito precisamente para guiar y animar al lector a que se ponga en un buen nivel de lectura. Es una frase-shock. Es inesperada, ilógica en el plano humano. Tiene la función de elevar al lector al nivel joánico. Porque existe el tema joánico de la hora. El tér- mino es técnico en Juan. Designa el tiempo de la pasión y de la glorificación de Jesús, el momento hacia el cual tiende todo el drama de la vida de Jesús. ¿No es por causa de esa hora por lo que Jesús ha venido al mundo (12, 27)? Todos los sucesos na- rrados por Juan, todos los signos (semeia), todas las obras (erga) de la vida pública tienden hacia esa hora única. La vida de Jesús, tal como la presenta Juan, adquiere un tinte dramático. A la revelación progresiva que el Verbo hace de su gloria (doxa) de Hijo único (1,14), corresponde igualmente la progre- sión de las reacciones: de la fe y sobre todo de la incredulidad. Surge y se hace cada vez más inminen- te una amenaza de muerte (7, 30.32.44; 8,20.59; 10, 31.39; 11,47.53.57; 12,10.11.19), Yhe aquí que la hora está relacionada con esta perspectiva de muer- te: «Quisieron detenerlo, pero nadie le echó mano, porque no había llegado todavía su hora» (7, 30; 8, 20). Pero la hora llegará; el oupó es una garantía de ello. En 12, 23 Y27, se hace inminente: «He aquí la hora en que el Hijo del hombre tiene que ser glorifi- cado. Padre, sálvame de esa hora...». Y 12, 24 nos confirma que se trata ciertamente de la muerte: el grano de trigo tiene que morir para dar fruto. Pero es el c. 13 el que señala el giro decisivo en la existencia de Jesús. Porque la hora ya ha llegado: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre...» (13, 1). Es la hora de la muerte, del gran paso, pero también el de la vuelta al Padre, el de la glorificación final: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu hijo» (17, 1). Si bien el significado de esta hora se da sobre todo en la segunda parte del evangelio (13-17), aparece ya en la primera parte, totalmente orientada hacia ella. Es toda la vida pública la que capta Juan a través del prisma de la hora. Cuando el Jesús de Juan dice en 2, 4: «Todavía no ha llegado mi hora», es inverosímil, impensable, que esta hora no sea, por anticipación y por alusión, la de la hora final. Y esto es aún más claro si se pone la hora del relato de Caná en rela- ción con los temas joánicos de la misma perícopa. En Caná es donde Juan nos habla por primera vez no solamente de la hora, sino de la mujer, de la gloria, del signo y de la fe que resulta de ella. Todos estos temas se entrelazan a través del evangelio para unirse en una misma cima que es a la vez la hora suprema de Jesús, el instante de su glorificación su- prema, el signo supremo que decide en último recur- so sobre la fe. Y este punto es el que dirige todo el evangelio: la muerte en la cruz. No es una casualidad el que todos estos temas: la hora, la gloria, la fe, añadiendo el de la mujer, se encuentren reunidos en el comienzo de todos los signos, el que anuncia la significación de todos los demás. En estas alturas joánicas, algunos, al costarles en- contrar la situación concreta de la boda en que había llegado a faltar el vino, sienten una especie de vérti- go. Sin embargo, parece evidente que a Juan no le interesa esta boda aldeana. Se aprovecha de ella para llevarnos, teológicamente, mucho más allá. En este nivel teológico es donde hay que buscar la cohe- rencia de su texto y no a nivel histórico-psicológico de lo que tuvo que pasar en aquella fiesta. Las pala- bras de la madre de Jesús, en el v. 3, seguían estando en el nivel de la boda terrena. Pero la respuesta del Jesús de Juan ha trastornado las cosas: no se trata de madre, sino de mujer, y no se habla del vino de la boda terrena, sino de la hora, que va a ofrecer otro tipo de vino. 65
  • 63. HACED LO QUE EL OS DIGA (2, 5) Pero, ¿qué pasa entonces con la reacción de Ma- ría? Hay que entenderla en el nivel teológico en el que se desarrolla ahora el relato. Cuando se com- prende el v. 4 como una respuesta a la petición de vino para la boda terrena, la actitud de María en el v. 5 resulta inexplicable, a no ser que se suponga una especie de omisión, la omisión de algún consenti- miento por parte de Jesús... Suposición. Pero como se entiende el v. 4 en un nivel teológico, la interven- ción de la madre de Jesús entre los sirvientes tiene que leerse también, joánicamente, en ese nivel. Se ha visto en ella de ordinario una referencia a la recomendación del faraón a los egipcios: «Id a José y haced lo que él os diga» (Gn 41, 55). La frase de la madre de Jesús recuerda más bien la respuesta del pueblo de Dios a las propuestas de la alianza: «Todo lo que nos ha dicho YHWH, lo haremos» (d. Ex 19, 8). Por medio de una reflexión midrásica, de una forma alusiva, Juan pondría en labios de María la profesión de fe del pueblo elegido. Identificación indirecta entre María y el pueblo de Israel, que Juan iluminará más aún en la escena del calvario (19, 25-27). Narrativamente, Juan vincula aesta respuesta el relanzamiento de su relato, pero este relato se desarrolla ahora muy lejos de la boda aldeana: más allá de las tinajas rituales, en la abundancia del vino mesiánico venido no sé sabe de dónde, a la sombra del esposo mesiánico... SIMBOLISMOS MESIANICOS Así, pues, hay que señalar el simbolismo mesiáni- co de estas bodas. Las bodas se mencionan aquí tres veces en tres frases (si se adopta la lección larga del v. 3: «No tenían vino, porque el vino de bodas se había agotado»). Es sabido el lugar que ocupa la imagen nupcial en la Biblia. Por medio de ella, los profetas habían descrito la alianza de YHWH con su 66 pueblo, utilizando con atrevimiento el vocabulario amoroso para describir esta increíble realidad (d. Os 2,16-25; Is 54,4-5; 62,4-5; Jr 2,2; Ez 16,8.60). En esta misma sección inaugural de Juan, el precursor hace alusión a este tema mesiánico: «Quien tiene a la esposa es el esposo» (3, 29). Es el mismo tema que volverá a la superficie en el v. 9 del relato de Caná en donde se menciona expresamente al esposo. Je- sús aparece allí como el verdadero esposo, ya que es él el que cumple de hecho las funciones de esposo y da a los invitados el vino bueno guardado hasta el final. Pero el simbolismo fundamental de toda la esce- na es más concreto. Todo el contexto habla del paso de la economía antigua a la economía nueva. Las primeras escenas del evangelio llevan a cabo la transición entre el movimiento bautista y Jesús. El precursor presenta a Jesús como el mesías predicho por los profetas y anuncia el bautismo en el Espíritu (1, 33). El signo del templo evoca el cuerpo del Resucitado, que se convertirá en el templo de un culto nuevo en espíritu y en verdad (d. 4, 21). La conversación con Nicodemo habla de nacimiento nuevo. Finalmente, en el relato de la samaritana la oposición entre el agua del pozo de Jacob y la que da Jesús sugiere la oposición entre el régimen de la ley mosaica (comparada ya con un pozo de agua viva en los documentos de Qumrán y en las tradiciones rabínicas) y la economía cristiana, fuente de un culto en espíritu y en verdad. Todo el contexto habla así bajo un aspecto o bajo otro, del cambio de la econo~ mía antigua en economía nueva. Es éste el simbolis- mo fundamental de Caná. El agua que sirve para las purificaciones rituales, el agua de las tinajas del ju- daísmo, se cambia en el vino mejor. El vino es sím- bolo del orden nuevo. En la Biblia, el vino hablaba de las esperanzas mesiánicas (d. Am 9, 13; JI 4, 18; Os 14,8...). En Caná, la abundancia misma del vino y su calidad superior cumplen este simbolismo. Esta calidad y esta abundancia no son para las bodas terrenas. Evocan el vino mesiánico, que sustituye al agua de la primera alianza.
  • 64. LA MADRE DE JESUS AL COMIENZO DE LOS SIGNOS El signo de Caná es pues ante todo un relato cristológico. Es la persona de Jesús, no la de su ma- dre, la que ocupa el centro de todo el relato. En él se manifiesta Jesús como el fundador de una economía nueva. Es el comienzo de los signos de Jesús. Es su hora que no ha llegado todavía. Es su gloria la que se descubre allí y es él en quien creen los discípulos. La conclusión-reflexión del v. 11 lo reduce todo a la persona de Jesús. Sin embargo, la madre de Jesús no representa aquí un papel meramente decorativo. La mención que Juan hace de ella en primer lugar: ella estaba allí, en un relato ordenado a la manifestación de la gloria del mesías; la repetición insistente de su título de madre de Jesús; el paso al de mujer; su iniciativa en la preparación y en la ejecución del signo: son otros tantos rasgos que no pueden limitarse al rango de detalles accesorios. Todo el relato está ordenado a la fe de los discí- pulos. Pero en el origen de este signo ordenado a la fe de los discípulos está la madre de Jesús. El signo es preparado y obtenido por ella. Se la presenta en la fuente de la fe de los discípulos. Pues bien, en Juan, se vive por la fe (d. 20, 31). La madre de Jesús está en el origen de los vivientes. Y si se piensa que este signo no es solamente el primero de los signos, sino que preludia, por así decirlo. todo el evangelio consi- derado en su conjunto como un relato de signos, la figura de la madre de Jesús ocupa entonces, en el evangelio de Juan, un lugar excepcional. Jesús no la llama ya madre, sino mujer, anticipando así. en el comienzo de los signos, lo que manifestará plena- mente al final de todos los signos, en tiempos del cumplimiento, cuando haya llegado definitivamente la hora. La madre del discípulo (19, 25-27) Se ha considerado a menudo la escena en que Jesús moribundo parece confiarsu madre al discípulo amado como una escena de piedad filial, como un simple acto privado. Y algunos autores la leen toda- vía así. Pero la visión de Juan exige que se vaya mucho más lejos. Notemos en primer lugar que el pasaje se inserta en un contexto (Jn 19, 17-37) en el que todo nos habla del plan de salvación anunciado por la Escritu- ra. Los acontecimientos que enmarcan este episodio tienen todos ellos un alcance mesiánico y cumplen las Escrituras. El sorteo de la túnica de Jesús. que precede inmediatamente, termina con un «Así se cumplió la Escritura: Se repartieron mis vestidos y echaron a suerte mi túnica» (Sal 22, 19). En las esce- nas que siguen se subraya también fuertemente el cumplimiento de las Escrituras: primero en el v. 28, donde Juan escribe: «Luego, sabiendo Jesús que se había acabadotodo. para que se cumpliera la Escritu- ra, dijo: Tengo sed»; finalmente, en los v. 36-37, donde se citan otros dos textos de la Escritura. Es inconcebible, por tanto, que en los v. 25-27 el Jesús de Juan pierda de pronto de vista estas perspectivas de la salvación para ponernos al corriente de sus asuntos familiares. 67
  • 65. El procedimiento que se ha llamado «esquema de revelación»4 nos orienta en esta misma línea. Con- siste en lo siguiente: un enviado divino ve a un perso- naje cuyo nombre se indica y, para presentarlo, dice una frase de carácter oracular; en otras palabras, hace una proclamación que supera claramente el ob- jeto de la visión material, ya que revela el misterio de una misión o de un destino (d. Jn 1, 29-34.35- 39.47-51). Pues bien, esto es precisamente lo que tenemos en 19,25-27' (!Viendo Jesús a su madre y al discípulo que amaba en pie a su lado, dijo a su ma- dre: he aquí a tu hijo...». Esta frase de revelación excluye que se pueda tratar aquí de una Simple reco- mendación, y la maternidad que constituye el objeto de este oráculo de presentación no puede ser más que una maternidad misteriosa. Concierne al discípulo misterioso «que amaba Je- sús». Los especialistas no están de acuerdo en la identidad de este personaje que aparece en Juan a partir del c. 13. Esta expresión pone de manifiesto dos grandes temas joanicos: el del amor primero de Jesús por el discípulo (15, 16) Y el de la condición misma del discípulo, que se convierte en tal al obser- var los mandamientos de Jesús, permaneciendo en su amor (15, 10). La expresión que amaba Jesús no es tanto la indicación de un amor de predilección por un discípulo en particular como una explicación que intenta situar al discípulo en cuanto tal en la esfera de la agape, del amor. La expresión tiene pues un valor simbólico y designa a todos los creyentes. El creyente es el que es confiado a María y el que la reCibe como madre. En esta perspectiva es como hay que entender las últimas palabras de Jn 19,27: «A partir de esa hora, 4 Cf M de Goedt, Un scheme de revelatlon dans le qua- tneme évanglle' New Testament Studles 8 (1961-62) 142-150 El autor propone llamarlo ahora «esquema de preparaclon oraculan> o «esquema de manlfestaclon profetlca de voca- clon» (cf Kechantómene Melanges Rene Laurentm Desclee, Pans 1990,208) 68 el dIscípulo la tomó consigo». Este ((consigo», que traduce el griego eís ta idia (literalmente' ((en las cosas que le son propias») no designa solamente la casa del disClpulo. Los bienes propiOS del diScípulo, lo que le pertenece en cuanto que es discípulo: el víncu- lo de fe que lo une a Cristo y se expresa en la práctica del mandamiento del amor. En este espacio espiri- tual, según Juan, es donde el discípulo recibe a María como madre 5. Esto parece confirmarse por el v. 28. Este versícu- lo es importante. Por medIO del meta touto «((des- pués de esto»), remite a lo que narró inmediatamen- te antes (a diferencia de meta tauta. «después de estas cosas», que es mucho más vago), es decir, a la escena de la despedida. Ademas, los dos empleos de los verbos telea y teleioa del v. 28 (todo estaba acabado..., para que se acabase...) y el se acabó del 'CJ. 30 remiten al telas de 13, 1 (<<los amó hasta el fm»), sugiriendo de este modo que la escena de despedida de Cristo a su madre constituye la cima, el ((telas de las obras que Jesús había realizado por agape a los suyoS»6. Todo esto podna parecer exorbitante. Y lo sería efectivamente si el evangelista no hablase aquí más que de la persona de María Pero habla de hecho de la madre de Jesús, y la maternidad de aquella a la que llama mujer no se separa ni de la maternidad mesiánica de Israel ni de la maternidad de la Iglesia. El grupo de creyentes que Juan presenta al pie de la cruz es ya la primera Iglesia, tal como confirma la interpretación eclesial y sacramental de los símbolos de la sangre y del agua que brotan del costado traspasado del crucificado. En otras palabras, la ma- 5 Esta pOSIción, propuesta por I de la Pottene, ha sido muy discutida, especialmente por F Neynnck Pueden verse las referencias en I de la Pottene, Mane dans le mystere de I'AI/lance Desclee, Pans 1988, 248-251. 6 Cf M de Goedt, a c, 149, que analiza muy bien (p 147-149) el empleo de meta touto en el evangelio de Juan
  • 66. ternidad misteriosa de Jn 19,25-27 se proclama en pleno contexto eclesial. En el calvario, Juan no narra una simple escena familiar. En el contexto solemne de la muerte de Jesús, en donde se trata continua- mente del cumplimiento de las Escrituras, el título de mujerpuesto en labios de Jesús posee una dimensión mesiánica. Designa una figura de la historia de la salvación, que coincide con otra figura joánica de mujer, la del Ap 12. La mujer vestida del sol (Ap 12, 1-17) Sea lo que fuere de la cuestión del autor, el libro del Apocalipsis se relaciona comúnmente con la tra- dición joánica, y esto es suficiente para nuestro pro- pósito. En el c. 12, el autor describe un signo ex- traño: «Apareció en el cielo una magnífica señal: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta, gritaba por los dolores de parto y el mo- mento de dar a luz... Dio a luz un hijo varón, des- tinado a regir todas las naciones con cetro de hie- rro» (12, 1-2.5). ¿Quién es esa mujer vestida del sol? ¿Se trata de Sión? ¿Del pueblo santo de los tiempos mesiánicos? ¿De la Iglesia? ¿O de la virgen María engendrando al mesías? El análisis puede mostrar que esta mujer, en algunos versículos, se presenta como una personi- ficación del pueblo de Dios, la Sión ideal de los profetas; que, en otros versículos, no puede designar más que a la madre individual del mesías; y que, también en otros, representa a la Iglesia después de Cristo. Es una figura compleja, y voluntariamente compleja, ya que tiene teológicamente la función de evocar a la vez la maternidad mesiánica de Israel (d. Is 66, 7-8), la figura de María en la que se consuma esta maternidad mesiánica, y finalmente la Iglesia. Por tanto, no se puede excluir a María de la poliva- lencia del símbolo representado por la mujer. Incluso hay que decir que es ella la que permite unificar los diferentes papeles. Porque si bien María resume al antiguo pueblo de Dios, es también la perfecta reali- zación de la Iglesia de Cristo. En ella es donde se realiza, en definitiva, el cambio de la economía an- tigua a la economía nueva que prefiguraba el signo de Caná. Pues bien, esta mujer de Ap 12 está muy empa- rentada con la de Jn 19,25-27. En este último texto hay tres rasgos que caracterizan a la madre de Jesús, que no se encuentran en los otros evangelios: 1) se la llama mujercon insistencia; 2) tiene otros hijos, ade- más de Jesús, puesto que se convierte en la madre del discípulo, que simboliza a los creyentes; 3) esta nue- va maternidad está relacionada con los dolores de la cruz. Este último punto, no explicitado en Jn 19, 25-27, resulta claro si se lee la escena del calvario a la luz de Jn 16, 21, donde Jesús compara su muerte próxima con la hora de la mujer que da a luz doloro- samente. Se trata de tres rasgos que caracterizan igualmente a la madre del mesías del Apocalipsis. También ella es llamada mujer, tiene otros hijos distintos del mesías (d. Ap 12, 17) y, finalmente, se subrayan con fuerza los dolores de su parto metafóri- co, que coincide con la pasión y la resurrección de Cristo 7. 7 A. Feuillet ha tratado varias veces esta cuestión, reciente- mente en Nova et Vetera 59 (1984) 37-49. 69
  • 67. Pero hay que ir más lejos todavía y advertir que, en Ap 12, el tema joánico coincide indiscutiblemen- te con la mujer del Génesis (3, 15). El punto de partida de esta identificación es sin duda alguna la identidad del dragón y de la «antigua serpiente» en Ap 12,9. Sin embargo, el paralelismo es más profun- do y basta con comparar Gn 3, 14-15 con Ap 12, 9.13.17 para darse cuenta de ello. Tanto en un texto como en el otro, la serpiente está en guerra contra la mujer y su descendencia (cf. la reaparición en Ap 12, 17 de la expresión insólita: tou spermatos autes). Podrían añadirse además los dolores de parto de Gn 3, 16 Ylos de Ap 12,2. De hecho, es todo el capítulo 12 del Apocalipsis el que constituye un comentario, un verdadero midrás cristiano, de Gn 3, 15. CONCLUSION Todo esto es más que suficiente para mostrar que el tema joánico de la mujer está relacionado con la historia de la salvación. Según Juan, la madre de Jesús tiene, por tanto, un papel que jugar en esta economía. Elevándose por encima de la estricta di- mensión histórica, el título de mujer que le da Juan en 2, 4 yen 19, 261a relaciona con la mujer de Ap 12 y, por medio de ella, con la mujer original de Gn 3, 70 15. Esta lectura mesiánica no supera los métodos de lectura de la comunidad judía del siglo I ni los de los primeros escritores cristianos. De esta manera, Ma- ría es vista por Juan -tal como indicaban ya las referencias lucanas a la Hija de Sión- dentro de una gran corriente mesiánica femenina. Al lado de la corriente mesiánica masculina (cf. las figuras de Moi- sés, del profeta, del mesías, del siervo, del Hijo del hombre) que desemboca en Jesús, hay una corriente mesiánica inferior, pero paralela, que prepara la comunidad mesiánica (corriente ligada a los temas de la ciudad, de Sión, de Jerusalén). Juan nos hace pensar que esta corriente secundaria desemboca en María. Según el pensamiento joánico, el papel de María en la economía de la salvación parece ligado al pensamiento del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, y a la Iglesia, que es su prolongación. Esto no convíerte a María en un puro símbolo. La teología de Juan está siempre anclada en la historia. María fue ciertamente la madre histórica de Jesús. Aunque no se tengan los medios para verificar estric- tamente su historicidad, no hay motivos para hacer del relato de Caná y de la escena del calvario unas simples creaciones literarias. Sin embargo, es evi- dente que Juan pensó teológicamente el papel de la madre de Jesús y que la presenta ante todo en su evangelio como la madre del discípulo, la madre de todos los creyentes.
  • 68. CONCLUSION Las lecturas que hemos propuesto han intentado respetar la perspectiva de cada evangelio. En efec- to, cada uno de ellos tiene su propia estructura, su propio mundo, su propia manera oe comprenoer 'i de expresar el único misterio de Cristo. Y en sus diferencias es como estos evangelios han sido reco- nocidos y aceptados por la comunidad creyente. En efecto, era preciso decir la inagotable com- plejidad del misterio de Cristo. Y cada uno de los evangelistas se ha esforzado a su manera, pero sin resolver nunca la paradoja, en compaginar el lado humano de Jesús con su lado trascendente. En todos los evangelios, Jesús sigue siendo paradójico: unas veces lo más cerca posible de la humanidad, otras veces lo más cerca posible de lo que nos parece que es la divinidad, pero sin que un aspecto se imponga definitivamente sobre el otro. Porque esta paradoja es necesaria: nos dice el ser mismo de Jesús y es el que abre el espacio de la fe. Además, cuando se comparan los evangelios en- tre sí, parece descubrirse una paradoja semejante. En su conjunto, por ejemplo, el Jesús de Marcos parece ser mucho más humano que el Jesús de Juan. Pero los dos son necesarios para el equilibrio del misterio. Por otro lado, desde otro punto de vista, esta «plura- lidad creyente» es «sana, en cuanto que mantiene los textos en su condición de testimonios terrenos, sin hacer posible su acceso a una condición de dicta- do celestial» (André y Francine Dumas, Marie de Nazareth. Labor et Fides, Ginebra-París 1989, 12). Un dictado celestial lo hubiera hecho todo uniforme. Los evangelios nacieron desde abajo, del camino de fe de las comunidades, de las percepciones humanas del misterio de Cristo. El Espíritu, que guiaba a los autores y que guió a la Iglesia en la aceptación de sus escritos, respetó a los asistentes humanos. Esta es, como hemos visto, la ley misma de la alianza. PROGRESION y DIFERENCIA Todo esto, que parecería alejarnos de María, nos invita por el contrario a mirarla con los ojos mismos del evangelio. El estudio de la tradición evangélica, desde Pablo hasta Juan, muestra con evidencia una progresión en la percepción del misterio de María. Desde la mujer anónima de Gál 4, 4 Yaquella de la que Marcos conoce ya el nombre, aunque la distinga mal de un grupo familiar antipático, hasta la Virgen que da a luz al príncipe heredero en el evangelio de Mateo. Desde la servidora de la palabra, que con- siente en Lucas en ser la madre del «Hijo de Dios», hasta aquélla a la que el Jesús de Juan llama mujery a la que proclama madre de todos los creyentes. Progresión pues dentro del corpus evangélico. Pero cada evangelio conserva su diferencia legítima. La Iglesia no ha querido nunca que se armonizasen los evangelios y, a pesar de ciertas tentativas, no quiso que se redujeran los cuatro evangelios a uno solo. Desde la primera tradición, el evangelio es «cuadriforme» (san Ireneo). Así, pues, hay evangéli- camente una imagen cuadriforme de María. Senti- ríamos la tentación de atenernos a la última etapa de esta progresión, pero quizá sea más sano mante- ner, claramente expuesto, el itinerario del descubri- miento. Si bien no se puede ignorar la última etapa de la comprensión joánica, la mirada de Marcos y de su comunidad le conserva a María sus raíces humanas. 71
  • 69. La paradoja de las dos visiones nos guarda de la tentación de querer dominar el misterio. Marcos nos dice que no hay que identificar a María con su hijo. Juan nos dice que Dios ha hecho a la carne -y la madre de Jesús pertenece a este orden- capaz de revelar a Dios y de conducir a él. De hecho, la histo- ria de la salvación se realiza por la asociación simul- 72 tánea de dos colaboradores: Dios y la humanidad. María pertenece a esta economía de la alianza, a las leyes de la casa de Dios (oikos-nomos). Por medio de ella, María de los evangelios, es como nos ha llega- do y nos llega aquel que es la buena nueva de fa salvación.
  • 70. Para proseguir el estudio R. E. Brown, El nacimiento del mesias. Cristiandad, Madrid 1982 (Obra de un exégeta católico sobre Mt 1-2 Y Lc 1-2, que ha tenido una gran influen- cia). A. y F. Dumas, Marie de Nazareth. Labor et Fides, Ginebra 1989, 106 p. (Presentación clara y viva de las posiciones protestantes). A. Feuiliet, Jésus et sa mere d'apres les récits luca- niens de I'enfance et d'apres saint Jean. Gabal- da, París 1974, 307 p. (La última parte sobre el lugar de la mujer y de la Virgen María en la economía cristiana ha suscitado algunas discusio- nes). 1. de la Potterie, Marie dans le mystere de I'Allíance. Desclée, París 1988, 293 p. Id., María, en Nuevo diccionario de teología bíblica. Ed. Paulinas, Madrid 1990, 1121-1149. R. Laurentin, Structure et théologie de Luc, 1-//. Ga- balda 1964, 232 p. (Estudio importante que ha contribuido a renovar la exégesis católica sobre este tema). L. Legrand, L'annonce a Marie (Luc 1, 26-38). Une apocalypse aux origines de I'Évangile. Cerf, París 1981,403 p. (Buen estudio sobre la cristología y el papel de María en Lucas). J. Mac Hugh, La madre de Jesús en el Nuevo Testa- mento. DDB, Bilbao 1978. S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia (BAC). Madrid 1986-1991,4 vols. X. Pikaza, María yel Espíritu Santo (Hch 1, 14). Apun- tes para una mariología pneumatológica: Estu- dios Trinitarios 15 (1981) 3-82. A. Serra, Biblia, en Nuevo diccionario de mariología. Ed. Paulinas, Madrid 1988,300-385 (Buena expo- sición de los diversos textos bíblico-mariológi- cos y muy copiosa bibliografía). M. Thurian, María, madre del Señor, figura de la Iglesia. Hechos y Dichos, Zaragoza, s.a. (Exégesis y teología protestante). AA.VV., Mary in the New Testament. Fortress Press, Filadelfia 1978, 323 p. (Obra importante, fruto de las discusiones entre exégetas católicos y pro- testantes; entre otros: R. E. Brown, K. P. Don- fried, J. A. Fitzmyer, J. Reumann). María en la Sagrada Escritura: Estudios Marianos 23 (1962) 444 p. (número monográfico). María en la Escritura y en la Tradición: Estudios Ma- rianos 24 (1963) 317 p. (número monográfico). 73
  • 71. 74 Recuadros Los hermanos y hermanas de Jesús Tamar, Rajab y Rut De Jesús como mesías, éste fue el origen Anuncios celestiales ¿Una concepción ilegítima? Testimonios del siglo 11 La madre del rey-mesías Hija de Sión ¿Propósito de virginidad? ¿Nacimiento virginal? ¿Cántico de María o de Isabel? Los tres anuncios María de los apócrifos Jn 1, 13: ¿concepción virginal? p.13 19 19 20 23 24 26 34 38 41 46 51 54 60
  • 72. CONTENIDO El lugar que ocupa María en la fe de los cristianos es todavía muy variable. Los excesivos entusiasmos de algunos, herencia de las generaciones precedentes, expli- can en parte el silencio embarazoso de otros. Desde que el Concilio Vaticano 11 reequilibró la teología mariana, es posible leer conJTlayor serenidad los textos del Nuevo Testamento que hablan de María. Jean-Paul MICHAUD, exégeta en Ottawa, nos ayuda a leer atentamente estos . textos -poco numerosos, pero densos-- sobre María. Nos invita a descubrir el retrato de María en cada uno de los cuatro evangelios, pero sin alejarnos nunca del centro de nuestra fe: Jesús, hijo de Dios e hijo de María. Preliminar 6 La discreción de los primeros textos: Pablo y Marcos 8 ¿El silencio de Pablo? 8 El evangelio según Marcos..... 11 María vista por Mateo 15 Los relatos de la infancia (Mt 1-2) . 15 Durante el ministerio público 27 María en el proyecto histórico y teológico de Lucas 29 Los relatos de la infancia en Lucas 30 El anuncio a María (1, 26-38) f................................. 33 María, creyente y servidora (1, 39-56) 44 Los misterios de la palabra (2, 1-52) 49 María en tiempos de Jesús y de la Iglesia 55 La madre de Jesús en la teología de Juan 58 Coincidencias con la tradición sinóptica 59 El signo de Caná (2, 1-12) 61 La madre del discípulo (19, 25-27) 67 La mujer vestida del sol (Ap 12, 1-17) 69 Conclusión 71 Para proseguir el estudio 73 Recuadros 74