La reina Isabel de Castilla dispuso que, en caso de que su hija Juana necesitara ayuda en el gobierno, el rey Fernando de Aragón actuara como regente. Fernando fue brevemente regente hasta la llegada de Juana, quien nombró a su esposo Felipe como tal. A la muerte de este, Fernando volvió a ser regente, y tras su fallecimiento el cargo recayó en el Cardenal Cisneros, hasta la llegada de Carlos de Gante para hacerse cargo del reino.