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CUENTOS
2
PRÓLOGO: La grandeza de una pequeña

   Había una vez, en un mundo lleno de oposiciones: de
bondad y maldad, de pobreza y riqueza, de amistad y
soledad, de inteligencia e ignorancia, de negligencia y
sabiduría, una joven, una gran joven nacida en el hogar de
una buena familia. Luisa, creció en medio de las
caracterizadas contrariedades de su mundo. Así, de manera
involuntaria, su personalidad fue marcada por una bella y
única mezcla de valores y defectos, de sentimientos, de
bendiciones y maldiciones.

   En ese mundo, más real de lo que podría imaginarse,
Luisa Páez sobresalió ante los demás seres y fue superior a
ellos debido a su gran conocimiento acerca de cualquier
experiencia. Sabía tanto como había vivido porque aprendía
de cada situación por la que se encontraba.

   Cuando apenas era una adolescente se atrevió a gobernar
ese extraño mundo, haciéndolo con increíble y exquisita
experiencia, provocando una envidiada admiración por
parte de cientos de personas.

   La mayor parte de su vida la vivió, con V de valor y
valentía, sin miedo a repetirla, como reina de muchos
hombres cuyas vidas eran lo que Luisa quería. Lo único que
ella quería para esos cientos de habitantes traviesos de ese
taciturno mundo, que vivían conforme a ella, era lo mejor
que no es otra cosa que lo mejor para ella.

   Su belleza era tan sensible que no le fue difícil hallar el
amor. Aunque su niñez fue humilde y su juventud pudiente,
repitió lo aprendido de sus padres: tener una hermosa y
humilde familia; lo hizo con ese gran hombre con quien se
casó a temprana edad.




                               3
Su vida fue corta y murió b sin conocer la adultez. Sin
embargo, fue tan memorable que su recuerdo será llevado
con honor por este inspirado escritor que encontró en la vida
de Luisa un corto cuento y una gran enseñanza que
practicará inherentemente toda su vida: la amistad.

                                   Javier Andrés Daza Narváez
                                                      26-II-07




                               4
EL VIAJE DE LOS COLORES

               Y sé que las historias, que son parte de mí como piel
                  que se deshace en las páginas y como sangre que
                queda en cada personaje, volverán a mí, como debe
                       ser. Las historias van al escritor que ellas
                         escogen para ser contadas. Y justamente
                                ha venido una historia a mí y espero
                                    tener el tiempo para contarla...


   Ese día se levantó muy temprano y llamó a su amigo para
acordar la hora de encontrarse en la tarde y empezar su
viaje. Tomó su baño diario y, como de costumbre, por ser el
tercer día de la semana, lavó su cabello hasta el punto que al
medio día brillaría tanto como los chalecos de los
motociclistas que semanalmente andan de noche en grandes
grupos por las autopistas de la región. No pensó, mientras se
vestía, que su cabello tan largo y brillante no volvería a verse
igual en mucho tiempo y que en un mes, mucho de él se
caería enredado entre el pasto y la tierra de las montañas. Ya
tenía lista su maleta para el viaje desde hacía dos días, pero
eso no le evitó hacer una última revisión pues le gustaba
asegurarse que no lo faltara nada. Pero se iba a dar cuenta
que sí le sobraba mucho en el equipaje pues para estar en
medio de la selva y vivir como sólo se hubiera podido
imaginar su vida hace unos setenta u ochenta años, no
necesitaría más que comida, ropa y una buena compañía.

   Por primera vez, Silvia estaba sola en su casa y, cuando el
miedo la acechó, alcanzó a pensar si era mejor idea quedarse
y aprovechar tal situación para un golpe de inspiración y de
creatividad; alcanzó a pensar si mejor esperaba que alguno
de sus familiares llegara; alcanzó a pensar si sería igual de
oportuno viajar otro día. En fin, pensó tanto que al final no
decidió nada y simplemente se retrasó. Su hermano llegó y
eso le dio un poco de calma.




                                 5
-Me voy ya. –Le dijo mientras desayunaban juntos y no
dijeron nada más. Cuando terminaron, Silvia se equipó con
su pesada maleta y abrazó fuertemente a su hermano.

  -Diviértete mucho... Y piensa. –Le dijo él y ella se fue.

   Santiago, su hermano, la envidió un minuto. Envidió no
poder salir de la ciudad y conocer las montañas, caminar por
carreteras de piedra y entre casas quintas en los pequeños
pueblos de los alrededores de la ciudad; envidió no dormir
en la misma cama todos los días, no levantarse temprano
siempre bajo la misma ventana, no ver la misma niebla
contaminada y no pensar, ahí acostado, pues siempre le
hacía falta tiempo. Mientras tanto, Silvia empezaba a olvidar
sus cotidianos pensamientos y a imaginar con nervios lo que
sería una gran lección aunque ella estuviera algo temerosa
de viajar. La cita con su amigo era al otro lado de la ciudad,
así que tomó el bus en la estación ubicada cuatros cuadras al
norte de su casa y tuvo que esperar más de una hora para
llegar donde su amigo, cuando incluso en bicicleta, hubiera
podido tardar media hora. Llegó a un parque y ahí estaba su
amigo Tomás, esperándola. Discutió un poco con ella por
llegar tarde, mas no tenía sentido tal discusión si todavía
tenían muchas horas antes de salir de la ciudad. Silvia
amaba el café y, presintiendo que sería la última
oportunidad que tendría en muchos días, le pidió a Tomás
que la invitara a tomar uno. Él la llevó a un escondido y
elegante lugar en el centro de la ciudad, donde sólo hay
cuatro o cinco mesas y nunca ocupadas. El café que preparan
ahí es literalmente artístico, delicioso y reconocido en el
mundo. Cada uno tomó una taza y, aunque eran el mismo
café, sentían que tenían diferentes recetas en su pocillo; no
era para más si cada uno tenía un dibujo diferente sobre su
crema. Disfrutaron mucho la música folclórica de fondo y las
artesanías olvidadas en las estanterías del casón mientras
arreglaban mínimos detalles del viaje, que terminarían
siendo inútiles porque la aventura era sorprendente y se


                                6
encontrarían con muchas situaciones inimaginables que
jamás hubieran podido planear o, incluso, aprender en libros
y en sus clases universitarias.

   Se acercaba el atardecer cuando iban caminando por una
popular avenida del sur y el cielo, por causa de la polución y
la inconsciencia ciudadana, se veía como el arcoíris, en una
de esas tardes que sólo en esta ciudad pueden apreciarse: en
el horizonte, donde las montañas no alcanzan a verse, el sol
apenas llegaba a su último punto y su entorno se veía
amarillo, que se iba enredando con el azul del azimut
(donde también estaba la luna llena), mostrando un verde
como el de las auroras boreales de Canadá e Islandia. Pero el
cielo parecía una bandera con franjas azules, rosadas,
violetas y manchas grises nubosas que se unían todas al rojo
intenso que hacía ver las boscosas montañas como
imponentes volcanes en el cercano oriente de la ciudad,
cerca donde Silvia y Tomás se hallaban. Se detuvieron a
tomar algunas fotos con la cámara que ella llevaba. Al seguir
el camino, no mucho tiempo después los recogió el bus que
los llevaría afuera de la ciudad. Allí debían caminar unas
horas más hasta llegar al municipio donde se encontrarían
con Gabriel, quien sería su guía por haber viajado ya una
vez a la sierra, porque en este país se tiene la valentía de
creer que con algo de experiencia ya se es experto. Gabriel
era amigo de Tomás y éste lo presentó a Silvia quien al poco
tiempo se sintió atraída.

   Gabriel era un joven de veintitrés años que trabajaba
como guardaparques para el país. Era calmado, reflexivo,
tolerante y muy sensible. En sus estadías en los bosques,
selvas, ríos y playas donde había trabajado aprendió que
cualquier instante es bueno para expresarse, que la memoria
es un regalo que debe apreciarse haciendo un uso
compartido de ella, que el clima afecta directamente los
sentimientos y que no hay algo que haga llorar más a un
hombre que sentirse solo. Sí, había llorado en el bosque, bajo


                               7
la lluvia, en la selva, en el río y en el mar, pero nunca nadie
lo había visto, hasta que Silvia lo encontró una vez entrando
a un manantial con una lágrima escurriendo de la mano.
Gabriel era muy cauteloso y más que por su trabajo, era su
forma de ser la que siempre lo mantenía preparado para
todo. Estaba en ese pueblo porque recientemente lo habían
invitado a hacer una investigación en la sierra. Era un lugar
en el que había estado una sola vez y, pese a lo mucho que
había aprendido sobre él, a su experiencia y a que tenía un
plan muy organizado, tenía algo de terror por el viaje. No
fue otra la razón por la que invitó a Tomás a la tierra de la
serranía. Le habían advertido de las infecciones o
enfermedades que podrían contraer en medio de ese
ambiente, de las probabilidades de perderse dentro de
alguna selva, de lo difícil que resultaría caminar en algunas
ocasiones, de la gran oscuridad en las noches, de la
presencia de guerreristas en toda la región, y
principalmente, del peligro de no volver. Era un viaje que
requería necesariamente un guía, incluso para Gabriel. Pero
fue necesario tratar a Gabriel como un valioso tesoro pues él
transmitía mayor confianza en el aire para volver seguros. El
guía se quedaría en la sierra: haría su labor acompañado por
Silvia y Tomás y tendría que quedarse trabajando durante
cinco meses.

   Cuando llegaron al pueblo, durmieron en una misma
habitación una sola noche en un hotel. Tomás durmió toda
la noche como si fuera la última vez que iba a hacerlo,
Gabriel apenas descansó y Silvia sufrió un inusual insomnio
y se pasó toda la noche mirando y analizando a Gabriel.
Confiaba en él y sentía ansiedad de ver el viaje y todos los
paisajes en caminatas lideradas por él. En la mañana salieron
a desayunar a un viejo restaurante en la plaza. Comieron
pan recién horneado, caliente y suave, con café molido esa
misma mañana en las fincas de los alrededores. La gente
estaba por montón en las calles, en el mercado y visitando
sus vecinos. Eran personas madrugadoras, laboriosas,


                                8
amables y muy pacíficas. Silvia se sintió extranjera, pues
nunca había visto tanta gente sonriéndose mutuamente al
caminar sobre una calle. La ciudad que había dejado el día
anterior era tan fría y cruel que hacía a sus habitantes
solitarios, desconfiados, temerosos y competidores de los
otros. Había, ciertamente, un mito en la ciudad y era que los
pueblos lejanos, en especial los de la región de la sierra eran
pueblos violentos, cuyos jóvenes eran delincuentes y
acostumbrados al crimen. Al menos para Silvia era al
contrario. En la ciudad asesinan alguien cada noche, roban y
para eso hieren, pelean y usan los gritos y golpes como
mayores argumentos; eso sin hablar de los delitos que se
muestran en la radio o en la televisión, esos sí
acostumbraron a los ciudadanos al crimen, a la injusticia y a
la violencia. En el pueblo, la gente se ayudaba entre sí y
parecían tener hábitos amorosos y religiosos. La violencia en
ese pueblo y en todo el departamento sí existe, pero no viene
de esas calles; proviene de las selvas y de los guerreristas
que se esconden del pueblo en medio de la naturaleza
porque son cobardes y sólo pelean cuando tienen ventaja
mientras destruyen lo que por natura hace bien a los demás.
Esto lo hablaban un par de ancianos en la mesa ubicada
detrás de donde ellos estaban y, casi de manera unánime,
todos en silencio reflexionaron mientras escuchaban. Tomás
pensaba que tenían razón igual que él, mientras Silvia se
asombraba al escuchar que los ancianos estructuraban sus
frases muy bien y respetaban la discusión con pausas
respetuosas y modales sofisticados que ya no se veían en su
ciudad. Gabriel rompió el silencio y les dijo en voz baja:

   -Ellos son un pintor y un artesano. Se llaman Miguel y
Roberto. Miguel ha decorado casi la mitad de las casas de
este pueblo y Roberto trabaja en su finca, sobre esa montaña
–y señalaba por la puerta, al sur, una loma donde se veían
unas pocas casas muy distanciadas sobre ella-. Los hijos de
ambos se fueron a la ciudad a estudiar y ambos son viudos.



                                9
Silvia le preguntó por qué los conocía y Gabriel le
respondió que no los conocía; había visto sus fotos en una
página del periódico en la que hacían un reconocimiento a la
amistad que llevaban por más de setenta años.

    Al terminar su comida, hablaron sobre el viaje y el plan
que tenían. Gabriel les explicó que saldrían al mediodía en
un bus y que al atardecer llegarían a un bosque donde
podrían pasar la noche en carpas. Todos durmieron sentados
en el bus y desperdiciaron la oportunidad de ver las hojas
doradas de los árboles golpear las ventanas de los carros y el
suelo, al ser tumbadas por el viento. Desperdiciaron también
la oportunidad de verse sumergidos en la más espesa niebla
que pudieran atravesar en todo el viaje. A dos mil
novecientos metros de altura irían a sentir mucho frío
estando atrapados en una niebla enorme que cubría toda la
montaña; pero aquélla no era la mitad de pesada de la que
cruzó el bus mientras ellos dormían. En la noche, ya con
insomnio, prendieron una fogata. Tomás tomó algunas fotos
al fuego y a las siluetas negras de las ramas enredadas de las
altísimas montañas que perdían sus cimas con las estrellas.
Clavaron sus carpas alrededor del fuego, lo suficientemente
cerca para no sentir frio, pero debieron tener más precaución
pues un tronco encendido que resbaló casi incendió la carpa
de Tomás. Por suerte se apagó mientras rodaba por la
húmeda tierra sobre la que se encontraban. Era una noche
única. Gabriel estaba concentrado en todos los ruidos que
podían escucharse: las gargantas de los sapos croar y las
hojas moverse por los saltos de los insectos. Pensó escuchar
también algún siseo y ese sonido sí lo reconocía pues una
vez, estando en las costas selváticas y húmedas del pacífico,
vio correr todo un grupo de pequeños niños cuando estaban
jugando fútbol y vieron una serpiente de unos tres metros
arrastrándose velozmente sobre la arena. Sintió algo de
miedo, como aquella vez con los niños, sin embargo sabía
que una serpiente no se acercaría a un lugar con un fuego
tan alto. Apartó ese sonido de su mente y concentrándose


                               10
obsesivamente en la llama de la fogata, escuchaba la madera
tostarse, algunas chispas y el movimiento presumido del
fuego; escuchó a lo lejos un piano pero sabía que estaban
muy lejos del pueblo. Se dio cuenta que ya estaba
empezando a soñar y que no valía la pena seguir luchando
contra el insomnio. Silvia sintió vergüenza debido a que su
guía estaba dando la impresión de no tener mucha energía y
si no era él quien los guiaba con un buen horario, tardarían
el doble en llegar a la serranía. Por otro lado, tuvo lástima de
no discutir esa noche con él sobre astronomía o botánica o de
cómo la mitad del valle se alcanzaba a iluminar un poco
gracias a la luna llena y a la cantidad de luces en el cielo,
incluso a esa gran nube larga y brillante que poco se ve en la
ciudad y que es donde más estrellas hay. Tomás por su
parte, quiso iniciar una conversación con Silvia, pero ella
disimuló estar dormida para no perder su concentración. No
durmió en toda la noche, pero estuvo muy aburrido porque
lo único que quería esa noche era hablar y quién mejor
compañía para eso que Silvia. En adelante hablarían todas
los noches mucho tiempo, antes de dormir, pero aquella
noche no; aquella noche Tomás extrañó la ciudad. Extrañó
jugar billar con sus hermanos cada noche, luego de la cena,
en el salón del segundo piso de la esquina de la calle donde
vivían, desde donde siempre veía a Juana Catalina leer
sentada sobre la cama en la casa del frente, en la ventana que
daba a la calle también. Extrañó lo gracioso de caminar en
los centros comerciales y escuchar las insignificancias que
dicen las personas, cómo todas hablan sólo de colores,
precios y fuerzas que los arrastran como el agua de los ríos.
Extrañó sus papeles y las historias que llevaba escritas en
ellos, los lugares que le dieron origen a esas historias, las
luces de los edificios y la música que siempre oía mientras
dormía. Extrañó, sobre todo, su restaurante favorito por el
fuego y el carbón que quedaron junto a su carpa, que le
recordaron el exquisito y jugoso sabor de la carne que
religiosamente iba a comer una vez al mes, siempre con un
invitado o invitada diferente, y a las botellas de vino


                                11
guardadas en su casa que deseaba tomarse con su vecina,
con sus hermanos o con Silvia; fueron costumbres que tomó
desde los diecinueve. Mirando toda esa oscuridad, no hacía
más que desear quedarse dormido, estar en su casa leyendo
o, al menos que Silvia despertara. No pensó que toda esa
oscuridad iba a darle cientos de hojas de poesías que
escribiría al regresar a la ciudad. Toda esa oscuridad era más
visible de lo que parecía, porque al verla detalladamente,
podían distinguirse, en las sombras, las texturas de cada
especie diferente de plantas y árboles. Las hojas de los
helechos se ondulaban con mayor velocidad que las de los
almendros y las flores podían verse tenuemente más claras.
Al amanecer, Tomás agradeció infinitamente no haber
dormido y poder apreciar todos los colores que tenía el
bosque.

    Silvia disimuló dormir, pero tampoco lo hizo, no de la
manera normal en que lo hacía en la ciudad. Cuando vio a
Gabriel quedarse dormido, recordó un cuento que leyó en su
infancia, en el cual un joven ingería pastillas para dormir y
en sus sueños volaba a todos los lugares que conocía y
cuando despertaba seguía yendo a más lugares nuevos para
tener siempre un lugar al que ir mientras dormía. Cuando
Tomás empezó a hablarle, ella quiso con toda su voluntad
estar nadando en el río ubicado en el pie de la montaña,
donde pudiera divertirse sin tener que abrir la boca. Trató de
imaginarse en el río y se vio allá, de día porque la noche la
asusta si se combina con agua. Por un segundo fue
consciente de que estaba en la montaña y en el río al mismo
tiempo. Sin perder la calma, regresó a la fogata y se vio a ella
misma acostada dentro de su propia carpa, unida a sí por
medio de un delgado hilo dorado. Había cumplido el sueño
que tenía desde niña de volar y salir de su cuerpo. Regresó
al río (volvió a salir el sol), se bañó mucho tiempo ahí, luego
voló otra vez hacia el pueblo donde habían estado en la
mañana, anduvo por todas las calles del pueblo, miró, a
través de las ventanas, cada casa y cada habitante en ellas, se


                                12
sentó sobre la fuente de la plaza, se elevó tanto que vio todo
el pueblo diminuto y volteó la cabeza y vio todas las
estrellas encima suyo, descendió lentamente, mirando las
estrellas alejarse y bajó a su casa, acarició a su madre que
estaba durmiendo, vio a su hermano haciendo música y se
llevó esa melodía de regreso a la fogata. Sintió el peso del
cuerpo otra vez. Cerró los ojos y vio una llama de color
violeta que de inmediato le proporcionó calma y se relajó.
Dispersó toda la llama sobre su cuerpo mientras escuchaba
la música de su hermano. Abrió los ojos y Tomás estaba de
pie, apagando la fogata porque quería tomarle fotos a las
cenizas, al sol, al brillo del río y a todo lo que el alba les
había traído.

   No estaban muy lejos de los llanos así que una vez
recogidas sus carpas y sus maletas, se dispusieron un
descenso de tres horas para llegar a la ciudad cálida. Los
esperaba un piloto de una avioneta quien además tenía bajo
su casa la mitad de la tierra del pueblo serrano. Fue un vuelo
corto pero aterrador pues las hélices del frente quebraban la
lluvia y las dispersas nubes grises, moviendo todos los
pasajeros de lado a lado. Tomás sufrió de sordera por tres
días debido al fuerte sonido de la tormenta y de los motores
girar; según él “ese avión estaba triturándoles los oídos”.
Silvia, en cambio, contó cada nube que pasaba por su
ventana y estimó que con tal lluvia podría desbordarse el río
que visitó esa madrugada en su vuelo. Gabriel, aficionado a
los aviones hacía la labor de copiloto del viaje y era muy
eficaz: supo rápidamente cómo encender las luces para
aterrizar, cómo dar vueltas al timón hasta que el avión
quedará centrado en la pantalla del radar del puerto y lo
condujo a lo largo de toda la calle al lado del pueblo. Esa era
una delgada y larga pista cementada a un kilómetro de
distancia del pueblo. Las demás calles que podían formarse
estaban llenas de arena y huecos marcados por el agua. Las
casas estaban organizadas a lo largo de la arena de modo
que cada una proporcionaba sombra a la casa contigua por


                               13
cada hora que pasaba, con excepción del mediodía donde en
ningún lugar del pueblo podía evitarse el sol. Eran casas
armadas con tablas gruesas y cortadas, puestas encima de
pesados palos que estaban clavados tres metros debajo de la
tierra. Al interior de las casas podía verse una llamativa
decoración de luz y sombras en rayas por causa del sol que
se colaba por los resquicios de las maderas, dando también
una agradable temperatura.

   El señor aviador los invitó a comer en su casa ubicada al
final de la calle de arena. Era, a diferencia de las otras, una
casa de ladrillos y vidrios, con lujosos y geométricos tejados;
altas rejas cercaban un jardín de cuatrocientas hectáreas.
Dentro de ella, el señor vivía con su esposa, sus dos hijas,
dos empleadas domésticas y un obrero que se encargaba de
las labores fuertes. Durante la cena, el señor les aseguró que
cada noche de su recorrido por la serranía tendrían un lugar
para dormir. Esa primera noche durmieron en aquella casa.
La noche siguiente Silvia y Tomás se escaparon porque
querían ver de cerca las personas de las otras casas, lo que
guardaban entre el alto herbaje y el fin de la calle. Al final
del pueblo, después de la casa que daba sombra a las seis de
la tarde, vieron el fantasma de la guerra con fuego en sus
brazos y armas colgadas de todas las extremidades. No
pudieron producir ni una sola palabra y fueron testigos de
un tumulto de cadáveres puestos a lo lejos. Silvia escuchó la
voz del fantasma llamarlos por sus nombres con acento
clamoroso, pero ellos decidieron volver a la calle del pueblo
donde, al menos, se sentían seguros. Tomás, que aún seguía
sordo no entendió el porqué de la prisa de su amiga para
correr del fantasma; él hubiera querido observar más,
incluso haberlo anotado en su papel. Y cuando regresaron a
la casa, después de la media noche, el fantasma de la guerra
los había enfermado y ese día el señor aviador les cobraría la
estadía diciéndoles “Retrasaron un día este recorrido por
salir anoche. Y aquí, de noche, los únicos que pueden salir
son los obreros y los fantasmas, el resto deben pagar”.


                               14
Gabriel tuvo que pagar ayudando a curar a sus amigos y
además tuvo que quedarse una noche en vigilia en la selva.

    Con el nuevo día, Silvia y Tomás estaban de nuevo muy
bien de ánimo y Gabriel recibió un beso de Silvia en forma
de agradecimiento. Ese día estaba planeado caminar seis
horas hasta llegar a la primera casa, a quinientos metros de
altura, por un camino entre pesadas arboledas y de suelo
muy duro, aunque angosto. Tan angosto que tuvieron que
caminar de lado, uno seguido del otro distanciados por sus
brazos estirados. Iban tan concentrados en no sentir los pies
clavados a las piedras, en no sentir asfixia por el enorme
follaje, que todos alucinaron durante la caminata. Gabriel
imaginaba encontrándose grandes animales comiéndose las
ramas o las hojas, saltando de árbol en árbol pasando muy
cerca de su cabeza. Era gracioso ver su cabeza esquivando
obstáculos imaginarios. Silvia seguía pensando en lo injusto
y afortunado que había sido el hecho de que Gabriel hubiera
tenido que ir, acompañado de una de las empleadas, hasta la
lejana huerta para conseguir las plantas que curarían a sus
amigos y que luego de haber sentido el calor de caminar más
de tres horas, tuviera que mantenerse despierto toda la
noche sin más fijación que la oscuridad de la selva y el
viento produciendo místicos sonidos. Estaba conforme con
el beso que le había dado en la mañana y aún seguía bien
concentrada en observarlo mover la cabeza como si peleara
y detallarle cada ritmo en sus pasos y cada parte de su
cuerpo. Realmente estaba sintiendo una fuerte atracción y no
le encontraba alguna razón y sintió nostalgia otra vez por su
ciudad. Allá tiene la sensación de controlar cada acto que
ejecuta, cada pensamiento que aparece en su mente, cada
sentimiento que descubre. En la ciudad, las demás personas
y las frías y altas paredes blancas o rojas de los edificios le
transfieren un enorme deseo de amistad y un fuerte carácter
independiente, ama su cotidiano trabajo, al menos hasta que
encuentre algo para amar más, siempre tiene a alguien a
quien contar sus hechos, a quien compartir sus sentimientos,


                               15
a quien tratar de explicar lo que le ha sucedido. Aquí, Tomás
la entiende armónicamente, no necesita siquiera un gesto
para saber lo que pasa por la mente de Silvia. Esa fue la
razón por la cual invitó a ella y a nadie más a ese viaje:
quería poder contar una historia y describir hasta los
pensamientos en sus personajes y Silvia era su personaje
perfecto. Mientras caminaba al lado de Silvia, sentía como si
ella hablara. Era su mente que estaba clara para Tomás.
Podía leer fácilmente la nostalgia de su amiga, ver las calles
y las casas donde se originaban sus recuerdos, entender las
complejas relaciones que entrañaba cada persona que
recordaba. El señor aviador se asombró al ver dos personas
tan sincronizadas andando ese camino. Incluso no soportó
ver sus miradas enfocadas en un mismo lugar, sus manos en
la misma posición, sus pies crujiendo igual con el piso y el
ruido entre sus oídos, así que enredó sus pies en el pasto
cayendo encima de Tomás, quien cayó por la montaña
dando muchas vueltas hasta que frenó unos cuantos metros
atrás. Los demás lo esperaron y siguieron con Tomás en el
último lugar y con un vacío en sus cabezas.

   Llegaron casi al atardecer a una planicie llena de rocas en
donde había una casa vieja de madera como las del pueblo,
con un angosto y profundo pozo a su lado. El señor aviador
los invitó a seguir. Era una casa inhabitada, con todos los
muebles necesarios para un hospedaje cómodo, acaso había
mucha ropa para climas muy diferentes en sus cuartos:
zapatos deportivos, sandalias, botas y hasta zapatos
elegantes de mujer, camisas negras con el cuello alto,
camisetas de mangas cortas, chaquetas para abrigarse en
una montaña paramera o en una tormenta invernal y
muchos pantalones cortados por las rodillas. Silvia quiso,
antes de entrar, sentarse sobre una piedra con las piernas
recogidas para sentirse segura de cualquier animal y con los
tobillos cruzados para sentirse segura de sí misma y ver el
atardecer y comprobar con sus ojos lo que había escuchado
en su ciudad y visto en algunas fotos: que el cielo en el llano


                               16
es violeta y que el sol se ve tan grande como la persona
quien lo mira. Vio los árboles, el suelo, las nubes y hasta las
flores pintadas de naranja por los rayos del sol. No sabía lo
hermosa que se veía ella también pintada de naranja con sus
ojos negros brillando como el fuego por el reflejo del cielo.
En esa hermosura que la cubría, sintió aquello que buscó
sentir cuando decidió dejar por un mes su ciudad y era esa
visión de un mundo mucho más grande que el que puede
medirse por la cantidad de personas, de un mundo mucho
más vivo que el que puede suponerse con las diversas
actividades urbanas, de un mundo mucho más misterioso
que el visto en las iglesias, de un mundo mucho más natural
que el que unos pocos, en vano, luchan por conseguir, de un
mundo ajeno y extraño que no deja de sentir suyo, que
sembró en lo más hondo de su personalidad el amor por los
animales y por las plantas. Cerró sus ojos e imaginó como
toda su ciudad se desvanecía con un viento verde que venía
desde el oriente, aclarando un suelo dorado y un aire tan
puro que brillaba. Gabriel la observaba desde la ventana del
segundo piso y bajó para sentarse a su lado sin que ella lo
notara. Pasó más de media hora sin que ella abriera los ojos
y él continuaba detallando cada movimiento de sus
párpados y cada vibración en sus manos, hasta que le
acarició el rostro y Silvia reaccionó lentamente poniendo la
imagen verde y brillante de la pureza en la sonrisa de
Gabriel. Bastó sólo un segundo de silencio para que él se
diera cuenta cuánto se asemejaba la calma que le transmitía
Silvia a la que sentía cuando abrazaba a su hija.

   -Sonríes como una niña pequeña -le dijo Gabriel viendo a
su hija en la humanidad de Silvia-. Eres una mujer muy
valiente.

   Le sugirió ir a la casa a comer y que no volviera a salir en
la noche por el peligro que había afuera de las paredes. El
señor aviador los atendió con un fastuoso banquete de
comida inexplicablemente cocinada en el gastado y grasoso


                               17
horno de madera con el que contaba la casa. Luego les
repartió camas a todos los visitantes y luego de esa noche
muy relajante, los despertó en la madrugada.

   -Vean el amanecer, es una maravilla que no voy dejar que
se pierdan –les dijo al despertarlos.

   Los hizo sacar agua de lo más profundo del pequeño
pozo, bañarse y ponerse ropa limpia. Quería que notaran lo
mucho que pueden ensuciarse al estar fuera del control que
acostumbraban tener en sus vidas urbanas.

   Al final de la planicie donde estaba la casa, volvía a
inclinarse una montaña rocosa, de unos veinte metros de
altura. Gabriel les dijo que detrás de esa montaña se
encontraba encerrado por toda esa formación un precioso
lago pequeño que cambiaba de color en las diferentes épocas
del año. Para pasar la erigida montaña fue necesario escalar
sobre ella durante más de una hora. Tomás que es un
hombre delgado aunque fuerte sintió que había subido su
cuerpo y dos cuerpos suyos más. Al llegar a la cima del
abismal lago, los brazos le temblaban y se elevaban
autónomamente mientras pensaba que con el peso que
sentía podría hundir la tierra debajo de sus pies. Silvia, en
cambio, tuvo una de la experiencia más emocionantes y
vertiginosas que jamás haya sentido hasta ese momento.
Empezó con algo de delicadeza poniendo el pie sobre una
firme piedra y con el cabello en el rostro, impidiéndole la
vista, se agarró con ambas manos de una pequeña piedra
ubicada sobre su cabeza. Tuvo que saltar para poder subir
un metro más y quedar bien soportada en los pies. El viento
soplaba con tal fuerza que podía llevarse consigo algunos
pelos de Silvia. Pero ella, angustiada de no ver
completamente debido a su largo y brillante cabello, lo cogió
con una mano, aun sosteniéndose con la otra de la montaña,
y lo arrancó para que no le interfiriera más en su visión. El
cabello se iría con el viento hasta el otro lado de la montaña


                               18
para caer enredado entre el pasto que se bañaba a la orilla
del lago. Todavía sin cabello, Silvia sonreía y su sonrisa
reflejaba la claridad de las nubes al mediodía. Cuando llegó
a la cima, cansada y satisfecha por su esfuerzo, deseó verse
con el cabello ondulando a sus espaldas, pero no lo sintió y
maldijo la prisa con que actuó para arrancarse el cabello.
“Maldito miedo, fue por él” pensó maldiciendo el vértigo
también. Se olvidó de su cabello, sintió el aire tocar su piel
de la cabeza y agradeció poder sentirlo por primera vez. El
señor aviador les dio la cámara que Tomás le había pedido
que guardara antes de empezar ese recorrido y le tomaron
muchas fotos al lago. En ese mes, el lago se veía rosado, con
algas verdes y rojas que flotaban sincronizadas entre la
blanca espuma que se producía al chocar una cascada con el
lago. Las avispas sobrevolaban el lago como enamoradas de
las algas; era imposible tocar el agua sin el movimiento
consentido de alguna de ellas. Alrededor del lago, grandes
piedras alisadas por el correr del agua sobre sus lomos
durante milenios servían de asientos para posar la cámara y
tomar fotos.

   -Este lugar me recuerda la habitación de mi hija –dijo
Gabriel.
   -¿Por qué? –Preguntó Silvia, que era la única que no había
escuchado sobre su hija y sufría por la curiosidad de conocer
la historia.

   Gabriel les contó sobre su hija Abril, quien había nacido
dos años atrás. El cuarto que él había hecho para ella en su
casa era un cuarto con paredes de ladrillos pintados cada
uno de un color diferente resaltando el violeta y el verde.
Abril nunca cambió su sonrisa desde el primer momento que
vio tantos colores para ella sola. Su cama tenía detrás del
cabecero una ventana del tamaño de la mitad de la pared;
todas las mañanas el sol la despertaba con su luz y calor
antes de iluminar el resto de la ciudad. Gabriel le ponía
vestidos amarillos siempre porque pensaba que era como


                               19
ver la primavera caminando. Era una niña con una
misteriosa inteligencia pues antes de hablar ya había
descubierto la hora exacta en que el sol se ocultaba cada día
del año y lo demostraba porque era la única ocasión en que
lloraba. Cuando cumplió dos años, unos meses antes del
viaje, jugó con el fuego que tenían las velitas sobre su torta
de cumpleaños y sus manos quedaron dentro de una gran
llama caliente que ella mismo supo rodar sobre todo su
cuerpo sin resultar herida. Para Gabriel, su hija era
claramente un ángel que había llegado a acompañar su vida
luego que su novia abandonara el país después de amenazar
con dar aborto al embarazo de Abril o darla a luz pero
marcharse para no volver a verlos nunca más ni a ella ni a su
padre. Silvia vio una lágrima escondida entre las manos de
Gabriel mientras él sentía, de la misma manera en que Abril
lo abrazaba, como se sumergía entre los pozos del lago,
cubriendo su cuerpo de tersas algas rosadas y brillantes,
dándole una apariencia rubescente y melancólica.
Permaneció algún tiempo sumergido bajo el agua, llorando y
extrañando a su hija y Silvia quiso abrazarlo pero no era
capaz de entrar al agua. Tomás aprovechó y fotografió el
cuerpo maravilloso de Gabriel aclarado por el agua y Silvia
se empujó a si misma hacia el lago y abrazó a Gabriel. Ver
las lágrimas en su mano le destapó la confianza con que
Silvia lo vio el primer día y no podía pensar que no
regresara con ellos, que tuviera que quedarse sólo en medio
de esas montañas sin ver a Abril. Salieron caminando del
lago, empapados del agua verde y limpia.

   -¿Dónde está tu hija ahora? –le preguntó Silvia.
   -Está en la ciudad, en la casa de mi hermano. Sé que va a
extrañar el sol en su habitación cada mañana y los cuentos
que leíamos juntos cada tarde, pero sé que estará bien con mi
hermano. Al menos estará segura. Cuando yo vuelva, no voy
a separarme de ella nunca más, pero ahora debo hacerlo:
Abril nació antes que yo hiciera esto, pero no puedo olvidar
el gran amor que tengo por esta tierra. Espero poder amar a


                               20
mi hija mucho más de lo que amo esta naturaleza y sé que
luego de sentir que debo mi vida y la de ella a un frío respiro
del viento, podré darle todo lo que quiero. Ya ves que su
vida no es normal y así de extraordinario debo ser también.

   Silvia sintió un fuerte deseo de acompañarle pero sabía
que no era posible y que no haría algo que no fuera
conscientemente planeado. Aunque nada en ese viaje había
sido como lo era en su vida cotidiana, no iba a hacer allí lo
contrario a su más fuerte cualidad que era providenciar cada
acto que realizaba. El señor aviador sacó de su maleta una
gran cantidad de comidas enlatadas y frutas frescas que
había recogido en la casa. Silvia y Tomás tuvieron el mismo
pensamiento y corrieron para agradecerle pues estaban tan
hambrientos como no volverían a estarlo en todo el viaje.
Todos comieron a la sombra de un gran bejuco y cuando
terminaron, bajaron la montaña por el lugar opuesto al que
habían subido. El descenso resultó notablemente más
sencillo. Sólo fue necesario caminar unas tres horas más a
través de un tranquilo y atractivo paisaje de rocas levantadas
una sobre otra y raras hierbas colgadas de éstas, hasta llegar
de nuevo a una planicie forrada en lianas y gruesos maderos
deforestados. Ahí pasaron la noche durmiendo en hamacas
que colgaron casi juntas para luchar contra el frío. Aunque
estaban muy cansados, no quisieron dormir para hablar
sobre todo lo que hasta ahora habían visto y pensado; sólo el
señor aviador quedó dormido apenas se acostó en su
hamaca. Tomás les destacó la gran cantidad de maravillas
que parecerían increíbles cuando él las escribiera al regresar;
Gabriel les afirmó que en ese lugar estarían los mejores
recuerdos que pudieran guardar sobre la especial naturaleza
que rodeaba su ciudad; y Silvia les agradeció nuevamente
por llevarla hasta ese lugar y les dijo que sería buena idea
quedarse unos meses más dentro de esa experiencia. Era
algo imposible y se lo refutaron, mas ella deseaba no volver
a la ciudad donde no había tanto con que asombrarse, tanto
qué sentir, tanto que aprender ni tanto que le ayudara a


                               21
descubrirse a sí misma. Le dijo a Tomás que también había
estado sintiendo, desde que llegaron a la sierra, esa unión
perfecta entre sus pensamientos y le prometió que esos
pensamientos nunca iban a separarse por más distancia que
haya entre sus cuerpos. A Gabriel le deseó una mágica
experiencia durante su estadía en la sierra y le pidió que
volvieran a encontrarse después. Tomás le pidió a Gabriel, a
propósito de su permanencia en el parque, que al día
siguiente le mostrara donde viviría durante los cinco meses
que estaría allí y él respondió que todavía estaban lejos de
ese lugar, que llegarían aproximadamente en dos días y ahí
partiría. Y mientras decía lo último, sintió tanto frió que salió
de la hamaca para hacer una fogata. Silvia le ayudó y
cuando ya estaba lista para mantenerse encendida toda la
noche, se acostaron nuevamente en sus hamacas y se
durmieron. Gabriel soñó esa noche que Silvia no estaba
dormida, que estaba sentada en frente de la fogata
acalorándose y terminó tan caliente que comenzó a
derretirse mientras se acostaba en su misma hamaca,
mojando todo su cuerpo con un agradable y brumoso
líquido que olía a miel tostada y madera humedecida por la
sangre de los insectos. Sintió que Silvia besaba todo su
cuerpo aunque no pudiera verla ni tocarla, sintió que el
humo que bañó su cuerpo era ella que estaba marcándole un
camino sobre su piel para llegar de nuevo a ella. Al
despertar, vio a Silvia y a Tomás durmiendo juntos al lado
del fuego y sonrió mientras descolgaba su hamaca y se fue
caminando para buscar algo de comida.

   Esa mañana comenzarían un largo camino dentro de una
selva con miles de animales diferentes entre los que había
más de cien mariposas de todos los colores, decenas de
especies diferentes de aves, pumas, monos, venados,
serpientes, caimanes, mil ranas diferentes que no dejaron de
ver en todo el día y más de un millón de insectos. Después
del mediodía, empezaron a diferenciar cada árbol diferente
que veían. El señor aviador les describía cada especie de


                                22
planta que veían: fiques endémicos, cacaos, guarumos,
caimarones y enormes palmas que podían verse desde el
llano, a kilómetros de ese lugar. Cuando se acercó la noche,
aún estaban caminando en medio de la selva, así que
buscaron un lugar un poco más alejado de los animales
salvajes y armaron su campamento sobre espeso lodo,
piedras enmugrecidas y muchas cucarachas, gusanos, arañas
y zancudos y avispas de los cuales tuvieron que protegerse
con grandes cortes de seda. El frío durante esa noche le
provocó una fuerte gripa al señor aviador, quien al día
siguiente, como si tuviera previsto cada instante en la selva,
tomó un polvo que llevaba en su maleta y se curó de
inmediato. Esa noche no pudieron dormir debido
principalmente al peligro que se acercara algún animal
salvaje o a que los escarabajos rompieran las telas y las
maletas. Cada uno debía permanecer dos horas despierto
mientras los demás dormían, pero lo práctico fue que todos
permanecieran despiertos, atentos a cada movimiento
extraño en las plantas o en el cielo mientras apenas
descansaban sus músculos. Escucharon muy lejos de la
serranía, el inconfundible y terrible rugido del fantasma de
la guerra que habían visto en las afueras del pueblo. Gabriel
sintió miedo al pensar que escucharía ese sonido cinco meses
más, pero agradeció que Abril estuviera protegida de ese
fantasma y de otros tantos. Tomás y Silvia pensaron que el
tumulto de cadáveres que habían visto aquella noche en la
frontera del pueblo debía estar creciendo injusta y
cruelmente. Por un segundo quisieron volver a la ciudad y
estar junto a sus familias, pero recordaron que era
precisamente imaginar un mundo hace décadas lo que los
había motivado a realizar ese viaje. Imaginaron una ciudad
más plana, poblada sólo por personas iguales en un área
mucho más compacta; imaginaron los pueblos habitados por
campesinos bien laboriosos que sacaban de la tierra
brillantes y enormes frutas que les daban felicidad y
tranquilidad a sus familias; imaginaron la selva habitada
sólo por animales, y ese pueblo serrano donde aterrizó la


                               23
avioneta, un pueblo pacífico y lleno de sabidurías
ancestrales como aquella con que construyeron las casas
para que las sombras fueran un indicador del tiempo. Ese
mundo que imaginaban tampoco era así años atrás, ni
siquiera siglos atrás, pero era un mundo justo que desearían
ver y no lo vieron en el viaje ni en ningún otro lugar. La
ciudad que extrañaban era la ciudad abundante de
diferencias, de pequeños trozos del país puestos sobre su
territorio, de mentiras y de utopías que le habían dado vida
a ese fantasma que gritaba y se reía esa noche; y que
mataban las frutas y las selvas que ellos estaban disfrutando
en la sierra. En el segundo después, Tomás agradeció poder
todavía disfrutar de un mundo distinto a su ciudad y deseó
desde lo más hondo poder describirlo cuando regresara a su
casa. Pensó en Juana Catalina y en lo mucho que le gustaría
hablar con ella una noche y contarle toda esa aventura.

   Al día siguiente, luego de una tranquila y refrescante
caminata durante la mañana a través de un confortable suelo
de piedra, bordeado por un delgado río de cinco colores,
llegaron al nacimiento de sus aguas en lo alto de una meseta
al sur de la montaña. El camino del río que los acompañó
durante toda la caminata era el camino de su cauce que
había disminuido en esos días debido al intenso calor que le
había afectado. Sin embargo, nunca perdió sus coloridas
hierbas y su reflejo en todo el exterior como si estuvieran
dentro de un arcoíris. Era casi divino poder ver las piedras
azules, las plantas rojas junto con el aire y ver frecuentes
caídas de agua de color amarillo o verde y ver el cielo, como
si el brillo del río fuere tan fuerte, pintado por los mismos
colores del río. El señor aviador les invitó a tomar de ese
agua y ellos pudieron sentir el inigualable sabor dulce y
penetrante de un agua que aún cálida refrescaba su sed y les
hacía sentir leves como las hojas de colores que flotaban
sobre el río. Cuando estuvieron encima de la meseta, viendo
el agua escapar de la tierra y cayendo con fuerza pocos
metros después, decidieron quedarse esa noche en ese lugar.


                              24
Su belleza justificaba que quisieran sentir su magnificencia
por muchas horas. Durante el atardecer, el cielo morado y
las nubes naranjas les harían recordar, al ver el agua, las
llamativas luces de los edificios más altos de la ciudad y la
música con que bailan las pequeñas luces en las discotecas o
en los árboles de navidad. Silvia prefirió mil veces estas
luces naturales al intento de imitarlas hecho en las ciudades,
que para ella eran un injusto derroche de energía.
Aprovecharon el calor que hacía vibrar el aire y distorsionar
el paisaje, para lavar la ropa que llevaban puesta por más de
cuatro días. Prendieron unos leños bien secos para calentar
algunas verduras y pan. Prepararon sándwiches con esas
verduras y con un queso que el señor aviador sacó de su
maleta como si ésta fuera una nevera. Sacó también una
botella de ron con la que acompañaron su comida y con la
que brindaron en la noche por lo aprendido durante el viaje
y por las imágenes sofisticadas e inolvidables que habían
captado. Tomás pasó el resto de sus días en la sierra
tratando de encontrar las palabras precisas para poder
contar lo vivido durante su viaje y sólo Silvia, que seguía
pensando sus mismos pensamientos, le daría la razón al leer
su historia en la ciudad. Aquella noche fue perfectamente
agradable y completamente tranquila. Hablaron como viejos
amigos, hasta casi la madrugada, sobre sus recuerdos, sus
esperanzas, sus familias. Tomás les hablo de Juana Catalina
y de lo mucho que llamaba su atención cada vez que la veía
llegar a su casa con un libro en sus manos y con su largo y
rubio cabello recogido de manera elegante y sensual. Silvia
recordó su cabello y confesó que se sentía menos atractiva
sin su cabello. Se arrepintió por haber sentido la impotencia
que la llevó a arrancárselo y les dijo, graciosamente, que en
las noches todavía sentía su cabello cubrirle la espalda y los
hombros. Pero Gabriel le dijo con mucha sinceridad que sin
cabello se veía linda aún, que su sonrisa grande y brillante y
sus ojos profundos seguían igual y, para disimular un poco
su atracción, le dijo también que además sin el cabello, su
cabeza podía verse mejor y sus ideas podían salir más


                               25
fácilmente, haciéndole alusión a su valiente y dotada
inteligencia. Silvia quiso besarlo, pero la presencia de Tomás
la apenaba sumamente, además de la del señor aviador.
Deseó que llegara una mejor oportunidad para besarlo y
para confesarle que le gustaría utilizar mucho tiempo de su
vida para conocerlo a él y a su hija y compartir cariñosos
momentos con ellos. Cuando se acabó el ron, todavía
querían seguir hablando pero Gabriel les aconsejó dormir
porque todavía tenían un largo camino por finalizar. Se
perdieron de ver el amanecer y cómo los colores empezaban
a formarse en el río cuando lo cubrían los primeros rayos de
luz; se perdieron, también, de ver las flores posadas en el río
abrirse para acoger el sol y el viento frío que las rociaba. Los
despertó, ya tarde en la mañana, el gran ruido de todos los
animales.

   Aquel día sería el último día del viaje en que Silvia vería a
Gabriel. Éste partió en la mañana caminando hacia el norte,
donde estaba preparado el lugar para su trabajo. Allá arriba,
desde la cima les mostró a Silvia y a Tomás el grupo de
cabañas ubicado tras atravesar dos kilómetros más la
montaña.

  -Tendré que caminar todo el día y llegaré en la noche. -
Les dijo Gabriel.

   Mientras recogían todo su equipaje para empezar el
regreso, Silvia se acercó a Gabriel.

   -Prométeme que nos vemos en la ciudad cuando regreses
–le pidió Silvia confesándole sus sentimientos-. No sé
porque siento una gran emoción al imaginar que todo estará
bien para ti y tu hija. Es algo inexplicable el deseo que siento
de estar a tu lado.
   -Gracias –le dijo Gabriel cautivado-. Será un placer
encantador volverte a ver un día. Siento mucho gusto de
poder hablar contigo y Abril estaría feliz de conocerte-. Le


                                26
pidió, más por su hija que por él, que compartiera muchos
días con ellos.

   Cuando se despidieron, Gabriel abrazó a Silvia con la
misma fuerza con que había decidido dejar a Abril durante
seis meses y con el mismo amor que empezaría su camino y
su trabajo en la sierra. Se despidió de Tomás
desinteresadamente y le pidió que cuidara a Silvia y que le
avisara a su hermano que lo llamaría todas las noches.
Cuando se marchó, se fue pensando en la cita que tendría
con Silvia cuando regresara. Imaginó a Abril aprendiendo
de cada palabra que Silvia le decía, imaginó a Silvia
calentándose con el fuego con el que Abril jugaba, imaginó
despertar un día y ver en el cuarto de colores a sus dos
mujeres más bellas brillar con el sol antes que todos los
demás habitantes, imaginó a su hija crecer con la benévola
compañía de Silvia, imaginó tener alguien con quien hablar
todas las noches y a quien amar igual que a la naturaleza, a
su hija, a la libertad y a la música. Recordó que cualquier
cosa que imaginara podía suceder y, finalmente, imaginó a
su hija, sentada frente al piano, tocando la música que a él
más le gustaba mientras él y Silvia tomaban vino sentados al
lado de ella, disfrutando por igual el licor, la música, los
besos y la alegría de su hija.

    Tomás, Silvia y el señor aviador, con menos carga en sus
espaldas, empezaron el camino de vuelta al pueblo serrano.
Las ropas que llevaban puesta ese día, se quedarían colgadas
en lo alto de los palos, desgarradas por los picos de los
faisanes, en el centro del pueblo. Ya no tenían más comida y
mucha de la madera que habían cargado ya era cenizas en
los diferentes lugares donde nació el fuego. Por eso y porque
el camino de vuelta era el mismo por el que habían llegado
allí, sus mentes estaban más tranquilas para el viaje de
regreso. Sin embargo, en la selva no hay nada igual, y lo que
ayer era, hoy ya no es; así que su retorno pasó por un eterno
y angustioso encierro sin salida dentro de la selva que duró


                              27
más de un día. No durmieron esa noche sólo para encontrar
una salida a su extravío y al día siguiente, en la tarde,
encontraron la casa donde ya habían pasado una noche.
Tomás y Silvia estaban seguros de no estar en el mismo
lugar donde habían encontrado la casa la última vez, pero
estaban seguros, también, de que esa era la misma casa vieja
llena de ropa y muebles. El señor aviador abrió la casa y les
hizo entrar. Comieron la comida que había en la nevera y
durmieron hasta el día siguiente. Tomás y Silvia prepararon
el desayuno.

   -¿Por qué quieres estar con Gabriel? –le preguntó Tomás,
todavía sorprendido por lo visto sobre el yacimiento del río.

   Silvia le explicó que no podía describir cómo tantos
colores en el ambiente ni cómo el dulce sabor del agua ni
cómo todo lo que había estado sintiendo, la habían hecho
hablar con Gabriel de esa manera. Para ella fue inevitable
dejar de mirarlo desde que lo vio en el pueblo cerca de la
ciudad y era misterioso que, sin cruzar muchas palabras,
sintiera que debía estar más tiempo junto a Gabriel y a su
hija.

   “¿Aún sigues…?” iba a preguntarle cuando ella
respondió interrumpiéndolo –Sí, aún tenemos nuestros
pensamientos sincronizados. No hace falta que nos digamos
demasiadas cosas, si ya sabemos lo que tenemos en mente.
No sé porque estamos sintiendo esto.

   -Yo lo empecé a sentir cuando acampamos en el páramo,
el día que viajamos en bus.

   -Tienes razón –dijo Silvia-. No dormí esa noche y en
cambió sentí que volaba despierta por todo el páramo, por
ese pueblo y por la ciudad. Esa noche te vi despierto
queriendo hablarme, tomando fotos, extrañando la ciudad.



                              28
Entonces yo también la extrañé y repentinamente sentí que
estábamos extrañando lo mismo.

   -Y desde entonces pensamos igual. -Concluyó Tomás y
terminó cuestionándose a ella y a él mismo: “¿Será sólo un
capricho de este mágica serranía o nunca dejaremos de sentir
esto?”.

   Cuando llegaran de nuevo a la ciudad, Tomás escribiría
cada pensamiento que pasó por su mente al mismo tiempo
que por la de Silvia. Escribiría los motivos de su viaje y
porqué regresaron. Querían alejarse del aburrimiento y
sentirse únicos, sentirse más importantes, querían conocer
un nuevo mundo y sentir más de lo que ya habían vivido,
querían experimentar sus percepciones más allá de su
cuerpo. Pero básicamente querían cambiar de vida, querían
apartarse del afán, del tiempo, de los compromisos sociales,
de la buena imagen que debían mostrar y de su propia
personalidad, para ser otros. Y, en efecto, cuando
regresaron, sus pensamientos no seguían conectados, pero
por siempre sentirían que habían cambiado igual y al mismo
tiempo, que el viaje les había dado más amor a la naturaleza,
al futuro, a sus familias y ellos mismos. Luego del viaje,
pensarían en que cada acto que realizaran debía estar
fuertemente influenciado por la filantropía que los cobijo en
el pueblo serrano. Sus decisiones no volverían a ser egoístas
y la pasión que entregaran sería más sincera. Silvia fue la
primera en leer la historia y sintió cada palabra como si
fuera suya, consecuencia de los mismos sentimientos que
tuvieron durante el viaje. Pero ella estaba segura que
cualquier persona a la que ella le diera la historia iba a sentir
lo mismo, porque en la ciudad todos se comportan igual, y
esa historia tenía un punta única que picaba siempre al
egoísmo y a las costumbres de las personas.
   Abandonaron al mediodía la casa para regresar, por fin,
al pueblo luego de una caminata de tres días sumergidos en
una vasta lluvia tropical. Caminaron dos días a través del


                                29
tranquilo sendero de la selva por el que habían pasado los
primeros días. La lluvia los empapó de hielo por más de
dieciséis horas en las que no podían ver más de tres metros
adelante. El simpático clima de la serranía les evitó que el
agua helada de la lluvia les abriera la piel o les congelara el
pecho; al reposar en su piel, ésta se calentaba y se evaporaba
en la ropa humeante. El lodo grueso de la selva se tapó por
una delgada capa de hielo que no tardó en derretirse y
suavizar el lodo de modo que Silvia, en un paso equivocado,
enterró su pierna izquierda hasta la altura de la rodilla y
durante el resto de caminata la tierra se adhirió a su piel
como el moho a la harina y la sintió más pesada. Cuando la
lluvia cesó, al día siguiente, llegaron por suerte a la misma
casa vieja donde ya habían estado dos veces.

   -¿Otra vez llegamos al mismo lugar de hace dos días? –Le
preguntó Tomás al señor aviador.
   -¿O es otra casa igual a las demás? –agregó Silvia.

   El señor aviador les aclaró que la casa donde ya habían
pasado dos noches –y tres con la que pasarían esa noche- era
la misma casa. Les contó que la llevaba en su equipaje y que
la ponía, cuando era necesario, en la tierra para que ellos
pudieran descansar. Tras la exclamación de Silvia y Tomás
por no entender cómo podía llevar la casa en su maleta, él
les explicó que era posible guardar cualquier objeto en su
maleta. Había vivido en la sierra cuarenta y tres años, y
luego de su padre, era quien más años tenía en ese lugar.
Tenía el conocimiento de los fantasmas y los muertos que se
escondían entre las hierbas de todas las montañas. Una vez
se perdió en la selva por más de una semana y un grupo de
muertos que vio por el delirio, lo llevaron a esa casa vieja
donde pudo descansar. Luego los muertos le dijeron el
camino de regreso al pueblo. Cuando regresó, poseía las
ideas para sacar al pueblo de la soledad y fue así que
consiguió su calle para los aviones, su restaurante, su hotel y
su casa lujosa con todo su jardín sembrado de cientos de


                               30
frutas diferentes. Había desarmado la casa vieja con ayuda
de los muertos y la empacó, tabla por tabla y mueble por
mueble, en los bolsillos de su pantalón. La selva lo hizo
delirar pero también le dio las maderas para armar la casa
siempre que volviera. Con el tiempo, su delirio y experiencia
aumentaron hasta que ya no tuvo que construir la casa con
maderas que salían de la nada de sus bolsillos; aprendió que
podía guardarla toda en sus bolsillos llenos de nada. Silvia y
Tomás sintieron miedo por la explicación; sin embargo, por
primera vez en el viaje, descubrieron la confianza en la cara
del señor aviador. Se bañaron con agua limpia que sacaron
del pozo, Silvia se desprendió su piel de tierra y Tomás
descubrió que el agua que caía en la tierra regresaba al fondo
del pozo en un círculo infinito. Una vez limpios y
descansados, comieron y durmieron. En la mañana, el señor
aviador les regaló la ropa de sus armarios y una provisión
de comida para todo el día y salieron hacia el pueblo. Esa
misma noche estaban de nuevo en el avión para recoger el
mismo camino por el que habían llegado.

   Cuando en medio de la oscuridad de la noche y de la
selva, Silvia notó el brillo del río de la serranía y los cinco
colores que nacían en lo alto de la montaña y que caminaban
como jugando a mezclarse y a inventar colores a lo largo de
todo el río, lloró. A pesar que por un segundo deseó que el
tiempo se parara y que pudiera quedarse ahí como volando
sobre las montañas, realmente quiso llegar rápido a la
ciudad, abrazar a su hermano y a su madre y escuchar
alguna canción que pudiera hacerle evocar todo el viaje, sus
colores y sus nuevos sentimientos. Después de leer la
historia de Tomás, después incluso de beber vino con
Gabriel, Santiago, su hermano, le daría una canción para
recordar su infancia y todas las imágenes de la serranía.

                                                          FIN
                                                      11-XI-11



                               31
32
¡ÁNIMO!

   Hay algo más allá de la oscuridad y el desaliento, más
allá de la melancolía y los recuerdos; hay una luz. Es una
tenue luz atractiva y brillante, pero lejana. Mas, si se va
acercando, ¿qué hacer? ¿Huir o tomarla?

   Si huyes, te quedarás ahí viendo la soledad, la tristeza
tocará para ti todas las noches lúgubres sonatas con voz
desgarrada y temblorosa. Si huyes, no verás más luz en
mucho tiempo. Quizás, enceguezcas cuando vuelvas a verla,
quizás haya luz y no la veas, quizás no quieras verla. Si
huyes -como la flor marchita- sólo mirarás tu interior,
ignorarás toda la belleza que aún no has visto y olvidarás
todo el mundo que te apasionaba. Pero si huyes, podrás
crearle infinitas historias y podrás recordarla por siempre,
no habrá nada para dejar de amarla.

   Sin embargo, ¡oh! No está aquí y no pasará cerca. No
sabrá tampoco de tu refugio y de lo que haces. ¿Por qué
amar a alguien que no sabe que lo haces?... Sí, lo sabes y yo
sé que es difícil intentarlo.

   Tómala. Tomarás la luz y la guardarás entre tus manos: le
darás forma, o tal vez lo haga sola y se muestre para ti.
Quizás tenga ojos, sabor, piel y alma como aquella poesía
pero ésta es sólo luz para tus ojos, voz para ese silencio. En
este invierno que has creado, en ese abismo descubierto
entre esas paredes, esta luz logrará entrar. Debe ser un
misterio, debe ser una señal, pero te iluminará. Hay algo
más allá de esta pesadilla construida por ti, hay belleza y
magia que aún pueden cubrirte, hay una puerta que puedes
abrir para abrazar un nuevo mundo. Pero si tomas esta luz,
¿la olvidarás o estará siempre en tu mente? Esa oscuridad es
maligna y sé que no quieres permanecer ahí mucho tiempo,
pero tampoco quieres olvidar. ¡Ay! Luz tenue, brillante y



                               33
atractiva luz, por favor, sácalo de allí y guíalo de nuevo a
aquí o a dónde debas llevarlo

                                                       FIN
                                                    6-XI-11




                              34
PINTAR EL DESPERTAR

                                                            S.N,


    La pintura estaba recién terminada. Hace unas horas, el
lienzo estaba totalmente inmaculado y vacío, dispuesto a
cualquier imaginación. Ahora, que ya ha pasado más de
medio día, la noche viene acercándose amenazando con
truenos y una gran niebla que devora los más altos,
brillantes e imponentes edificios del centro de la ciudad. El
mar, en los pies de las montañas, se llena de sombra y frío;
las cimas de las montañas sobresalen de las nubes, muy
altas. El lienzo ya no está blanco. Hay en él un mar
congelado con trozos de hielo gigantes que pueden verse en
el frente, flotando en el agua; en el fondo, sobre el horizonte,
no se ve nada, apenas oscuridad, como si el mar terminara
allí, tras la sombra del sol. En mitad del plano, en un brillo
de sol reluciente, a pesar de la lejana oscuridad, hay un bote
navegando errante entre los témpanos de hielo. Se ve a la
derecha de la pintura el fin de una gran montaña que rodea
el paisaje visto. Es una montaña rocosa, altísima y difícil de
sobrepasar, pero está destrozándose, una gran caída de
piedras ocurre en el borde, rompiendo hielos y
sumergiéndose en el mar. Algunas piedras pueden verse
bajo la superficie y un gris oscuro distorsionado y casi
circular yace debajo de una gruesa capa de hielo ubicada
justo al lado del bote. El mar parece, por lo menos hasta este
plano, tener para el bote una ruta muy peligrosa, con cubos
de hielo y rocas que agitan las olas con cada golpe. El bote es
grande y tiene pintadas muchas siluetas de personas que
disfrutan el viaje. En la popa, hay una pareja con copas en la
mano. Ella la tiene en su mano derecha, mientras, recostada
sobre las varillas, descansa su mano izquierda en su delgada
cintura. Él, con mejor postura, lleva su copa a la boca. En
babor, el único lado que puede verse alrededor de la
superestructura central, se han pintado diminutos y sin
tantos detalles personas saltando, otras bailando, otras


                                35
sentadas en el piso. En una de las ventanas de la estructura
central, se ve un rostro de mujer, se ve uno de sus ojos,
mirando hacia atrás, a las montañas. El andar de la nave deja
en el agua una estela que se abre con mucha espuma,
mezclada con los arcos circulares de las perturbaciones de
las olas. En los últimos planos, en el frente del bote, sólo hay
agua, más tranquila, más azul, sin hielos. Y también aquí, en
el cielo, una niebla muy fuerte se ha apoderado del brillo y
va creciendo hacia el fondo hasta juntarse con la oscuridad
en la nada del final de la pintura.

   La pintora es una artista joven que tiene una exitosa
exposición en el museo de historia del arte de la ciudad. Los
visitantes murmuraban halagos y todos se sorprendían por
la pintura del bote. Es simple, no tiene tanto color, ni
muchos elementos, sin embargo atrae la atención de todo
aquel que pasa en frente. Es como si las olas estuvieran
moviéndose, dicen algunos. Otros aseguran que, aunque las
siluetas no son tan notables, parecieran caminar y hablar,
incluso, ver fuera del cuadro. Había muchas otras obras en la
galería: una pintura de una masacre en una selva, parecía
una fotografía reciente, la sangre y el dolor podían verse por
igual, había también una pintura muy realista de la luna con
prominencias de fuego blanco, otro cuadro, a la izquierda
del salón, mostraba un remolino que se levantaba sobre el
mar, el viento y el agua se mezclaban en el alto ciclón para
arrasar peces, hojas y hasta basura de la superficie. Esta
última era asombrosa. La pintora había desarrollado una
técnica en la cual los objetos, con efecto de movimiento,
crean una ilusión de cercanía hacia el vidente.

   Pero ninguna pintura podía asemejarse a la del bote en
medio del mar. El horizonte de esta pintura atrapaba las
miradas de los visitantes. Cuando la prensa le preguntó a la
artista sobre el cuadro, cómo lo titulaba, cuándo lo había
empezado, cuánto tardó en realizarlo, en qué se inspiró,



                                36
cómo pensaba que sería calificado, entre otras preguntas,
ella respondió:

    -Una noche me desperté con esta imagen en mi mente,
entonces empecé a hacerla realidad. Fue hace cuatro meses.
Esta es la única pintura en la que no he corregido detalles,
luego de terminada, a la semana o al mes. Pinté toda la
noche, todo el día, sin parar un minuto, fue como si mi
cuerpo y mis manos me hubieran pedido seguir con el pincel
sobre el lienzo. No tenía más ideas en mi cabeza que está
imagen. ¿Qué me inspiró? No lo sé, como dije, simplemente
desperté con este paisaje en mi cabeza y era como una
película, veía derrumbarse la montaña sobre el agua, veía la
cordillera que encerraba el mar, pensaba, entonces, cómo
había podido llegar ese barco a ese lugar, quién navegaba
allí, a dónde se dirigía, escuchaba la música en el bote, las
olas golpear las montañas y las rocas chocar entre sí mojadas
en la orilla. Sentía la brisa proveniente del oscuro horizonte.
Quería expresarlo todo, pero los sonidos no pueden pintarse
y la imaginación tiene que volar muy alto para llegar a este
lugar. Entonces la titulé Pintar el despertar.

   Todos los asistentes la ovacionaron con mucho
entusiasmo por sus plausibles palabras. La algarabía era
toda una euforia por tan grande muestra de arte. Y en medio
del ruido, de las voces altas, de los aplausos, la pintora
despertó otra vez.

   En su casa, justo al mediodía, era extraño que todavía
estuviera durmiendo. Siempre madrugaba y aprovechaba
las primeras luces del sol para pintar. Trató de recordar el
sueño y lo consiguió con gran perfección. Recordaba el salón
de la exposición, la ubicación de los cuadros con exactitud.
Estaba de nuevo en ese lugar y se detenía a mirar las
pinturas con gran atención. El remolino en el mar, la
masacre en la selva, la luna moviendo sus prominencias. No
había pintado nada de eso realmente y pensaba cómo podía


                               37
haberlos hecho, si fuera posible, si había algún significado
para ese sueño. Con los ojos aún cerrados, recordando,
caminó en el salón hacía el cuadro donde se encontraba el
barco perdido en el mar y recordó lo que les decía a los
periodistas. -¿Habrá sido esta mismo noche cuando soñé
esto o lo soñé mucho antes? ¿Cómo pueden conectarse
ambos sueños, donde vi el paisaje y donde expuse?-.

   La pintora decidió tomarlo como una señal. Fue a la
cocina y tomó vino, luego fue a la ducha y allí tardó
observando su cuerpo mientras el agua hacía su labor. Salió
del baño con su cuerpo y mente refrescados y como no tenía
planeado salir ese día, simplemente se puso una bata y
pintó.

   Consiguió pintar su gran obra maestra. Tenía en su mano
derecha la paleta con no más de siete colores: azul de Prusia,
gris vegetal, amarillo ámbar, negro, marrón medio, blanco
nieve y un rojo granate. Era increíble como mezclaba azul,
gris y un toque de marrón para pintar el agua. Era como el
sueño, su mano simplemente se dejaba llevar por el pincel y
no se detuvo en todo el día. Para pintar la montaña juntó
cuatro gotitas de pintura roja con una pincelada de marrón y
algo de ámbar. Pintó detalles en azul, que se mezclaba con el
amarillo, para crear una extraña y mágica vegetación.
Cantaba mientras pintaba y escuchaba el lienzo salpicarse de
agua, susurrar con el viento, hablar y gritar. Veía las olas
moverse, cada vez las sentía más fuertes. La pintora parecía
estar creando un nuevo mundo, no pintando. ¿Podría Dios
haber hecho algo similar aquí, pintar esta naturaleza, darle
vida, magia y no haber vivido en ella? Nunca se había visto
alguien que pudiera pintar tan bien estando tan elevado en
sus pensamientos. Sus manos parecían tener vida propia,
tener ojos, oídos y alma. Se movían como bailando sobre el
lienzo la música de los colores y del paisaje. Untó la brocha
de blanco nieve, un poco de azul y gris y pintó trazos de
hielo sobre el mar, sumergiéndose, yendo hacia el horizonte.


                               38
Empezó a ver la oscuridad saliendo del cuadro y prefirió
apresurarse a terminar pues pensaba que era algún síntoma
de cansancio, tal vez. Parpadeó repetidamente y apretó sus
ojos con mucha fuerza. Cambió de pincel y con una mezcla
entre el rojo granate y el marrón pintó el bote, dibujaba
resquicios negros entre las tablas, ponía gotas de agua sobre
sus maderos, pintó una ventana brillante en la cual se
alcanzaba a vislumbrar, a través, una mujer sonriendo, y
sobre la cubierta una pareja riéndose. La pintora los veía, los
sentía moverse y tocarse, los sentía pintarse solos. Pensaba
quiénes podrían ser, si existían, si vivirían un día o si son
muertos y está pintando almas. Escuchaba las
conversaciones, la música, todo lo que emitía la pintura,
pero ella no pensaba nada extraño. Su mano simplemente
pintaba más rápido. Ubicó en el barco unas cuantas personas
más, pintó una fiesta con vestidos y danzas. Sobre el cielo
azul que había pintado al principio, colocó, con el blanco,
algo de brillo en el frente, como si el sol fuera benevolente
con este mundo. Vio como la oscuridad quería tomarse la
pintura y selló con el negro y con el marrón el horizonte.
Mezcló el cielo azul y esta oscuridad, en el fin del mar, en el
fondo de la pintura. Fue como si esa oscuridad le gritara, se
le acercara.

   La sensación del fin despertó a la pintora otra vez. Abrió
los ojos y observó todo a su alrededor, sus manos estaban
sin color, blancas como la luz, ella estaba desnuda y
caminaba en un salón dentro de un barco. El sol brillaba
como nunca e iluminaba su rostro. Se acercó a la ventana y
vio una montaña en frente, encerrando el mar, piedras
chocando en las olas y el barco navegando hacia el fin. La
pintora regresó la mirada y, tras ella, había pasado una
enorme oscuridad. Finalmente sintió que no despertaría otra
vez.

                                                          FIN
                                                       1-VI-11


                               39
40
EL CORAZÓN DE UN HOMBRE

   Se dice que dentro de los corazones hay un mundo, un
mundo de sueños y sentimientos; un planeta, que en el
corazón de un hombre, se estremece cuando siente orbitar
cerca el corazón de una mujer.
   Hubo un planeta de esos, que era pequeño, pero
soportaba muchas fuerzas femeninas en su atmósfera. Ahí
vivían la compasión, la paciencia, el amor, la soberbia y la
inocencia. Y en este lugar, pequeño como una casa, con estos
seres, naturales como animales, existe una gran historia.
   La inocencia fue la primera en salir. Fue al río y allí vio,
sobre el horizonte, como una estrella enorme se escondía
tras la cascada. La joven y tierna inocencia se emocionó tanto
al ver tal maravilla que olvidó su baño y sus juegos en el
agua y se devolvió corriendo a la casa de la paciencia.
   -¿Qué es? ¿Qué es? -le preguntó emocionada.
   La paciencia le acarició el rostro amablemente, con
comprensión.
   -Cálmate. Dime. ¿Qué viste?
   -Una estrella. Era muy grande. Cayó por la cascada. La vi.
La vi. Era roja y volaba muy rápido.
   -No es así -le decía riéndose la señora Paciencia-. En el
fondo del río, allá abajo, seguro que no vas a encontrar nada.
   -Entonces, ¿qué es?, señora Paciencia.
   -Tranquila, niña. Ya lo averiguaremos.
   La inocencia, que confía siempre en los demás, esperó
como le enseñó la paciencia, hasta que ésta le dio una
respuesta.
   Pocos días después, la señora Paciencia llamó a la joven
Inocencia para anunciarle del impresionante descubrimiento
que había hecho. Le dijo que la estrella que había visto
esconderse sobre el río no era más que un corazón de mujer
que se acercaba caliente, como un asteroide, hacia su
planeta.
   La inocencia estaba tan entusiasmada creyéndose un ser
especial e importante, pensaba que ese descubrimiento le


                               41
marcaba una admirable vida. Se sentía increíblemente
satisfecha e imponente. Su alegría no se comparaba con
ninguna hasta entonces en ese mundo. Se fue brincando y
cantando por el bosque y ahí se encontró, en una montaña, a
la belleza, un joven atlético y muy cortés.
   Pues juntos estuvieron siempre y como ya es bien sabido,
la inocencia es la madre del amor. Pero aquí vemos que el
padre es Belleza y que el amor nació por la aparición de una
mujer en el corazón de un hombre aconsejado por la
paciencia.

   El planeta de la mujer seguía orbitando el corazón del
hombre y cada vez que pasaba sobre el río, el amor sonreía;
cuando se escondía detrás de la cascada, éste se lanzaba al
agua a buscar la luz en el fondo. El amor creció siempre
entre la inocencia y la belleza. Sin embargo, nunca nadie
entendió el porqué del sorprendente gusto del niño por esa
estrella roja que volaba sobre el río.
   -Las estrellas no vuelan, hijo mío -le decía Inocencia
recordando lo que Paciencia le dijo en su juventud-. No vas a
encontrar nada en el fondo de la cascada.
   -Entonces, ¿qué es?
   -Esa estrella que vemos, hijo, es otro planeta, como éste.
Sólo que ése es de una mujer. Ahí habitan sentimientos
también, como aquí. Pero creo que no podrás conocerlos.
   El amor se mantenía triste por esas épocas, pues quería
conocer ese lugar; esos seres le causaban gran interés.
Echaba y echaba, como rocío a las flores, pensamientos y
plegarías al cielo. Creía, como su madre, que un ángel las
escucharía y las llevaría a ese corazón. Todas las noches, a la
orilla del río, viendo enamorado la luz roja reflejarse en la
corriente del agua e iluminar las piedras, rogaba que alguien
en ese lugar pudiera escuchar su voz.
   Una noche, muchos años después, llegó al río una mujer
vestida de princesa. El amor se sintió muy atraído por su
aroma.
   -¿Quién eres?


                               42
-Mi nombre es Compasión.
   -¿Qué hace un ser tan elegante a esta hora, en la orilla del
río? Es peligroso.
   La compasión, que sabía lo que sentía él, le dijo que le
gustaba mirar el cielo en la noche. La estrella roja también le
intrigaba.
   -Entonces, ¿por qué nunca te había visto? -le preguntó.
   -Te he visto arrancar la arena de ese lado del río con tus
pies hace ya muchísimas noches. He sido algo discreta, pero
hoy quise acercarme a ti.
   El amor se unió esa noche con la compasión. Se olvidó de
rogar a los ángeles que alguien en la estrella roja pudiera
sentirlo. No volvió a sentir la curiosidad ni la tristeza, al
esconderse la luz detrás de la cascada, de esos tiempos. La
compasión era tan sensual que el amor se dejó llevar por su
apaciguamiento. La compasión engañó al amor haciéndole
creer que otro camino era el correcto. Gracias a ella, el amor
conoció a la soberbia.
   -Ven -le decía la soberbia tentativamente al amor-. Con
nosotras, descubrirás todo este lugar. No tendrás que volver
a mirar el cielo en las noches.
   Desde ese momento, el amor se perdió por la compasión
y la soberbia. La compasión hizo que el amor se
desilusionara de aquel corazón de mujer; la soberbia
escondió el amor.

   La inocencia extrañaba el amor en su hogar. Comenzaba a
angustiarse.
   -Busca a nuestro Amor, por favor -le pidió a Belleza.
   Mientras tanto la inocencia fue a contarle todo a la
paciencia y ésta le calmó prometiéndole que la encontraría y
que volvería a su casa.
   -Nuestro hijo no aparece, Inocencia. Encontré sus huellas
en el río. Iban acompañadas por las de otro ser -se angustió
mientras trató de comprender lo sucedido para dar con
algún lugar.



                               43
-Calma, dulce pareja. La señora Paciencia me ha
prometido que traería a nuestro hijo de nuevo a esta casa.
    El amor se encontraba prisionero en los terrenos de la
soberbia. Parecía que ahí se iba a acabar. La paciencia y su
fiel compañero, Sabiduría, fueron hasta su castillo, más allá
del bosque.
    -Soberbia, sabes muy bien que no puedes acabar con el
amor y sus ilusiones -anunciaba la sabiduría, enfurecido
pero sereno-. Engañaste a este joven y te aprovechaste de su
debilidad. Ahora, déjalo libre.
    -Ahora mismo -le siguió implacable la paciencia-. El amor
debe ser libre.
    La compasión había huido tras haberle entregado el amor
a la soberbia. La soberbia, ahora sola, frente a la fuerza de la
paciencia y la sabiduría, se vio derrotada y escapó del lugar,
perdiéndose en el bosque.
    La pareja cumplió su promesa y el amor regresó al hogar
de la inocencia y la belleza.
    El amor volvió al río y la estrella continuaba surcando el
cielo. Él volvió a rogar por ser escuchado en aquel planeta.
En la tarde, se acercó un ángel y mientras se sentaba a su
lado le dijo que alguien lo había escuchado y que, como él,
había sufrido por encontrarlo. Lo levantó de la mano y lo
abrazó de la cintura para volar con él fuera del mundo. Ahí
le mostró al ser que lo esperaba, un ser femenino, hermoso,
irresistible. Su nombre era Felicidad

   Aún en esta época, fuera de esos dos corazones, pueden
verse juntos al amor y a la felicidad, sonriendo siempre e
iluminando las noches. El ángel se quedó con ellos,
inspirándolos a seguir unidos eternamente. El ángel se
llamaba Frenesí.

                                                           FIN
                                                        31-I-11




                                44
EN MI INTERIOR

   Por alguna razón, cada año, en un día especial, empiezo
el día y siento algo en mi interior: una duda, una imagen,
una sensación que busco describir. Este año, 2008, por fin he
podido escuchar todo claramente:

    “-Cuando pienso en ti, mujer, ¿en qué pienso?
    -No lo sabes. Es tanto, es siempre.
    -Es fuerte y delicado, grande y detallado, rápido y duradero.
    -Piensa. ¿Qué ves?
    -La figura de la belleza, la vida sin su final, la fuerza del
corazón y la energía de amar.
    -¿Cómo?
    -En otra dimensión. Tú, mujer, eres el signo más tangible que
hay de eternidad.
    -¿Tú crees?
    -Cada vez me convenzo más y más de que tú eres un ángel que
ha venido a salvar mi vida de la soledad y la maldad.
    -¿Un ángel?
    -¿Quién, sino tú, o Dios, conoce los secretos que esconde el
corazón de una mujer?
    -No te rindas
    -…El cielo, sus ángeles, incluso Dios, han de ser seres
afeminados para llevar el mundo con tal equilibrio y perfección.
    -¿Sólo eso?
    -Tú, mujer, me enseñas la sencillez del liderazgo, la suavidad
del esfuerzo y del trabajo, el cariño por el amor y la amistad, la
pureza de la inteligencia, la grandeza de la humildad y el poder del
amor.
    -¿Sigues pensando?
    -Pensar en ti es inaudito; vivo por ti, es más sensato.
    -Es más fácil recordar.
    - Te tengo en mi mente siempre, en todo lugar, en todo
momento, en toda acción que hago; eso es más fácil.
    -Apenas entendible.
    -Mi vida gira entorno a ti: incluso la fuerza más inagotable es
fácilmente mansa al verdadero amor de una mujer.


                                  45
-¿Qué harías?
  -Hasta imposibilidades me provocas creer, mujer.
  -¿Eso te enamora?
  -Tu equilibrio y perfección.
  -Son virtudes de los ángeles.
  -Tú, mujer, eres un ángel. Eres la verdadera salvación del
hombre.
  -¿Lo dudas?
  -Lo que ha sido, es y será mi vida es por ti y para ti.
  -De acuerdo Corazón. Tu vida, que es la mía, es igual.
  -Gracias, Razón.”

  Entonces descubrí absorto en quien pensaba mi corazón y
como mi razón lo guiaba correctamente en su dialéctica.

   -Madre, tú eres mujer.

                                                              FIN
                                                          18-V-08




                                 46
APARIENCIAS

   Cuentan los trovadores que en una vieja aldea, más allá
de la historia, en el principio del tiempo, hubo un humilde e
inteligente rey cuya ciudad era la mejor entre las pocas que
había y cuyos ciudadanos le tenían un grato respeto. Tenía
por esposa –aunque no era la reina, porque todavía no se
había inventado esa palabra, mucho menos ese cargo- una
mujer que de belleza estaba lleno su interior porque o han de
mentir los narradores o los dioses crearon a esta mujer con
tanta inspiración que se les agotó en el momento de hacer su
cuerpo. Esta pareja, unida por votos matrimoniales creados
en un extraño género divino ¿o diabólico?, vivía tan cómoda
y feliz: él dando paz y prosperidad a su pueblo, enamorado
de lo que no se veía en ella; ella, admirando en su esposo
una hermosura como nunca se ha visto en algún hombre en
la historia de ese pueblo incluso hasta nuestros días.
Parecería una pareja inseparable, aún por el tiempo.

   Un día, mientras el rey recorría las calles solo como tenía
de costumbre hacer una vez a la semana, fue perseguido por
una mujer que no existía, que nadie veía ni escuchaba, una
mujer que sólo él podía sentir, ¿tal vez con ayuda de otra
dimensión? Ella tenía una lindura envidiable por cualquier
hembra que la viese, parecía ser, simplemente, lo contrario
que la esposa de su objetivo, el rey. En la tarde, luego de
muchas horas de persecución sin intenciones suficientes de
escapatoria, el caballo del rey se detuvo bruscamente como
por alguna fuerza invisible ¿o tal vez un muro transparente
puesto allí por aquélla? El jinete, salió empujado hacia arriba
del animal y cayó algunos metros al lado; luego que lograra
reincorporarse, medio muerto, volvió a caer cuando vio a esa
mujer aparecer frente a su animal con mirada tentativa.

  Despertó sobre nubes negras, brillantes y acogedoras,
como un pacto benevolente con el sol. Caminando perdido,
encontró a la mujer que en sueños deseaba, el complemento


                               47
de su esposa, a la belleza que sólo imaginaba en el alma de
su esposa. << ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué estuvo hace un
tiempo donde caí?>> Ella seguía junto a él, provocándolo.

   -¿Quién es usted? –Preguntó él buscando claridad, por
fin, en tan confortable oscuridad.
   -Bésame –le respondió ella, dejándose caer en sus brazos,
intentando juntar sus labios con los de él.

   Se rehusó y despertó nuevamente. ¿Un sueño? ¿O era en
verdad una experiencia real muy extraña? Se acomodó otra
vez en su caballo y emprendió viaje regreso a casa. A saber,
luego de ese trance, estaba en muy buen estado físico. No le
interesaba como había sucedido, pero esa inusual situación
la volvería a vivir porque tal belleza tangible, comparada
con su mujer, es lo que todo hombre desearía poseer.

   La esposa del rey, nunca se enteró de aquel terrible
acontecimiento y algunos días después volvió a ocurrir la
misma acción.

    -¡Otra vez usted! ¿Qué quiere de mí? –Él había
comprendido, desde la primera ocasión, que se hallaba en
un trance entre la vida y la muerte; que había escapado de
allí gracias a su voluntad, más que al amor. ¡Y otra vez! ¿Qué
haría esta vez? Es muy difícil evitar la tentación por lo
desconocido, por lo atractivo.

   -Bésame –repitió ella, tras el mismo objetivo que la
anterior vez. ¿Sería tan fuerte alguien como para resistirse? –
Ven, bésame y quedémonos juntos por siempre. Mira dónde
estamos, mírame; ¿qué hay mejor que esto?

   Por la mente del rey, pasaron a la rapidez del
pensamiento las imágenes de su caballo, su aldea, su
mundo, su esposa; cortó sus cavilaciones con la mujer que
tenía al frente, ¿o era un ángel? No se sabe qué pudo haber


                               48
pensado el rey, qué aquélla mujer, o qué pasaba mientras en
la casa con su esposa. El rey, dando valor a su humanidad,
fue débil. Se acercó a la mujer y la besó. En ese preciso
instante toda su vida fue borrada de su alma mientras ésta
era arrancada con calor de su cuerpo, olvidó sus recuerdos y
todo lo que había sido hasta entonces. La mujer, cambió de
apariencia y se transformó en un ser horripilante y
temerario. Él visualizó su futuro, no tenía escapatoria. La
verdad, la mujer hermosa e irrechazable era la muerte, que
quería poseer al rey como diera lugar.

   Es ésta (porque en el universo todo se repite en ciclos,
eras; y lo que fue, volverá) una historia, finalizaban los
narradores, muy similar a una aún mas antigua que contaba
sobre un ser que dio origen a las apariencias, un hombre que
reveló la torpeza –desde entonces se dice que el torpe se guía
de apariencias que lo engañan- y de una mujer que tuvo el
privilegio, gracias a su belleza invisible, de vivir
eternamente con nosotros: ella es la inocencia, madre del
amor.

                                                         FIN
                                                     10-VI-08




                               49
50
RETROSPECTIVA

   Yacía frente a los pies de Arturo un hombre muerto. Lo
miró detenida y curiosamente tratando, tal vez, de reconocer
el cadáver de alguien conocido. Sin embargo sentía que esa
muerte tenía alguna relación con él en algún sentido. Se
acercó al cuerpo para comprobar su muerte cuando se
asomó un policía y le dijo:

   -Está muerto. El médico se acaba de marchar; la familia
ya viene. El féretro está listo.

  Profundizó la mirada.

  -¿De qué murió? –Preguntó Arturo.

  -Suicidio, parece… ¿Lo conocía usted?

   Entonces Arturo se dio cuenta que no importaba. Estaba
en el lugar equivocado en un momento inapropiado.

  -En absoluto –aseguró y escapo de ahí.

   Avanzó su camino hacia la izquierda, observando, como
a cada paso, todo alrededor parecía envejecer. Pasó frente a
una iglesia y entró. Había un matrimonio allí.

   -¿Aceptas a este hombre como legítimo esposo para
amarlo siempre y en cualquier situación…? –escuchó decir al
sacerdote.

  -Acepto –pronunció firme esa joven hermosa.

   En aquél momento, Arturo sintió que ese matrimonio
tenía alguna relación con él en algún otro sentido. Él era
casado, así que después de un poco de nostalgia para sí que
le causó tal evento, salió pensando en que ojala el


                              51
casamiento tuviera éxito. Le deseaba felicidad a la pareja de
novios.

   Continuó caminando entre, igual que antes, el mismo
paisaje avejentado. Vio un gran hospital. Salía una mujer y
un hombre con un bebé entre sus cuerpos. ¡Ah! ¡Qué
criaturita más bella! Su rostro semejaba una suave imagen de
un ángel y sus ojos y su piel eran tan claros como el medio
día en primavera. Arturo sintió que esa nueva familia tenía
alguna relación con él en algún sentido. Estaba por dejar el
lugar cuando el bebé, con gesto amistoso, lo miró con sus
ojos azules y brillantes y le regaló una tierna sonrisa.
Entonces, este hombre, que siempre había sido fiel a la niñez
devolvió la simpatía y se marchó.

   “Caminante, no hay camino al andar” pensaba mientras
seguía y sus encuentros con situaciones tan acogedoras
continuaban. Vio, mas tarde, como un hombre perdía sus
padres en un coche estrellado que estaba por llegar al hogar
luego de una noche cultural. Sentía que esos padres no
debían morir y dejar huérfano un joven que hasta ahora salía
del cajón de la adolescencia. Pero sintió aún más que ese
joven y su desdicha tenían una relación con él en algún
sentido.

   La visión del recién huérfano y el accidente lo puso muy
sensible y quiso correr. No obstante, no cambió de rumbo y
encontró una pareja de jóvenes enamorados que disfrutaban
del placer del primer sexo entre las nubes del amor. Sí,
estaban en una habitación; Arturo los vio en siluetas de
sombras a través de las cortinas. Se excitó también pues,
nuevamente, sintió que esa cita tenía una relación con él en
algún sentido. ¡Qué extraño!… Extraño como creía Arturo
ver la misma mujer en la boda, el hospital, y ahora.

   No cambió de rumbo ni paró de caminar; no estaba
cansado aún, a pesar de lo mucho recorrido.


                              52
Anocheció y en esa oscuridad salvaje percibió que había
llegado a un final. Ya no tenía salida. Estaba en un punto, el
cual parecía no llevar a ningún lado. Sólo una gran casa
enfrente era lo que Arturo alcanzaba a ver y como provenían
de ella gemidos de un recién nacido. Sonaban igual al
pequeño de ojos azules de antes. ¿Por qué creía que ambos
niños podían ser el mismo o muy cercanos? La misma
relación que ha sentido durante todo su viaje, la sintió con
este bebé y la sintió como si debiera entrar a esa casa y verlo
todo.

   Entonces se le ocurrió un pensamiento que, por ilógico y
porque su inteligencia lo desvanecía, desechó de una vez por
no tener argumentos para parecer cierto y casi
irracionalmente y sin voluntad, dio media vuelta y
emprendió marcha atrás.

   Regresó a su casa, su hogar, su refugio. Entró a su cuarto,
se acostó en su cama y acomodó el cojín bajo su cabeza.

   Recordó este día y todo lo visto. Retorno a casa, sus
encuentros no fueron menos sensibles: un grupo de niños se
despedía de su amigo que se marchaba del país y él vio
como se abrazaban y divertían sin saber que jamás se
volverían a ver; una ceremonia de graduación en la
Universidad donde un joven era admirablemente felicitado
por profesores y compañeros; una mujer con mucho estilo
que acompañaba siempre cada evento; un aparente
inteligentísimo y astuto líder que manejaba con mucho
poder y rectitud cierto territorio; un funeral en medio de una
plaza donde cientos de ciudadanos lloraban la partida de un
héroe.

   Arturo tapó con su sábana blanca su cuerpo débil y
pálido hasta el último pelo y recordando aquel pensamiento
que había desechado en su caminar, orgullosamente


                               53
resignado concluyó que no valía la pena volver a vivir. Yo
creí que había notado mi presencia, pero no. Cerró sus ojos y
cuando los abrió nuevamente, estaba en un mundo
diferente, en el mío.

                                                        FIN
                                                    25-XI-09




                              54
ALGUIEN SE CONFIESA

    Una noche alguien ha leído muchas mentes. Lo que letra
tras letra, nacida en sus cerebros y transmitidas a sus manos,
se ha plasmado en hojas de papel o de bytes por mentes de
artistas o pseudoartistas -en todo caso, talentosos- que dejan
la realidad en la ropa de trabajo y llegan a sus hogares y se
sientan o se acuestan y se inspiran mientras cambian de
vestido y hacen de este mundo un lugar donde todo es
posible, donde todo es creado y controlado por ellos, donde
la imaginación reina...

   -... ¿Es este el mundo que yo quiero? -se resigna siempre
alguien en cualquier lugar-.

   Es un mundo fantástico, ideal. Pero somos reales, no debe
negarse y donde vivimos lo que reina es la ambición. No es
muy diferente del mundo de esos artistas: alguien crea,
alguien controla, alguien reina.

   Aquí vive alguien y aunque anhela, como Orfeo no mirar
atrás, esa magia, lo que busca es tal vez algo de ese poco de
ambición que no dé paz y tranquilidad, felicidad y
prosperidad,     satisfacción    y     éxito,   amor,    etc.,
pero proporcionará precisamente eso: un reinado.

                                                          FIN
                                                       04-I-09




                               55
56
HISTORIA DE UN ASESINO

   Esta es la historia de un asesino cuya personalidad tenía
más defectos que valores. Su nombre era Enrique y en sus
prioridades no estaba el comprender acerca de este tema. Él
simplemente era un hombre a quien le gustaba la soledad y
tanta gente le repugnaba así que prefería no mirarlos. Sin
embargo, para llevar una vida normal es imposible vivir
aislado de los hombres; si así fuese, iría en contra de la
normalidad natural de la vida. Enrique mataba siempre a
quien encontraba su mirada.

   Cuando era niño, no tenía amigos y en cambio golpeaba a
compañeros, vecinos y desconocidos (una que otra niña
sufrió por sus agresiones tormentosas). Su padre entonces lo
castigaba muy fuerte.

   -Muérete –le gritaba entonces a su padre luego de cada
golpiza-. ¡Tú mataste a mi mamá!

   -Hijo: no digas tonterías, yo no la maté –decía su padre
con sinceridad y tristeza que salían de lo más profundo de
su corazón lagrimeado.

   Su historia comenzó al mismo tiempo que su
adolescencia. Una tarde salió a caminar por las calles del
pueblo y vio una joven campesina con su cabello negro
trenzado, su falda larga y colorida que sobresaltaba, a pesar
de su frondosidad, sus caderas anchas que sostenían una
cintura que asomaba un ombligo provocativo y sensual; sus
hombros rosados por el sol pronunciaban la decencia y
delicadeza de la señorita, y su rostro, a pesar de la sombra
de su sombrero, dejaba ver la silueta tierna y bella de sus
facciones. Ella también lo vio, pero la mirada que le dirigió a
Enrique –la única que penetraría sus profundas pupilas-,
totalmente contrario a él, llevo consigo otro sentimiento:



                               57
repugnancia. Así, Enrique, comprobó una vez más que su
odio hacia el resto de los hombres era inevitable.

   A partir de ese cruel instante, su visión acerca de la
humanidad cambió y decidió no tenerla cerca. Se acercó
lentamente a la joven mientras admiraba más su hermosura.
Le agarró el cuello y alcanzó a levantarla varios centímetros
del suelo. Para ser tan delgado, Enrique era muy fuerte.
Sosteniéndola en el aire, brevemente la lanzó hacia el suelo
con muchísima energía y le dio tantos golpes a lo largo de
todo su cuerpo que su muerte, según se sabría después, se
debió a estancamiento en las vías circulatorias. Su piel
blanca quedo hinchada y oscura y su perfecto cuerpo fue
deformado con tumores y huecos. Huyó en menos de un
minuto y varias horas más tarde, ya de noche encontraron el
cadáver aunque nadie sabía quién ni por qué habían matado
la hija del juez.

   Pasaron algunos años y asimismo el número de
asesinatos. Habían incrementado en un trescientos por
ciento y cada muerte era diferente a la anterior, desde armas
de fuego, cuchillos (grandes, pequeños, anchos, delgados,
encorvados, rectos, con filo en la punta, doble filo, etc.),
golpes, asfixias, hasta quemados y triturados. ¿Quién era el
autor? Por supuesto, Enrique. Pero nadie, en la investigación
logro señalarlo.

   Sucedía que siempre Enrique caminaba por las calles y no
miraba a nadie… Pero rara vez levantaba su vista y si se
daba cuenta que alguien lo estaba viendo a los ojos (¡qué
destino tan trágico y sangriento el que desafortunadamente
le espera!), entonces él lo mataba con una de sus
innumerables técnicas que parecían ser infinitas. Tal vez si
mientras caminaba no hubiera escondido sus ojos, hubiera
visto a todos los que caminaban también y se hubiera
percatado que lo miraban más de lo que creía, las muertes
serían diez o más veces numerosas y sus formas de muerte,


                              58
quizás, ya no parecerían infinitas. Enrique fue el mayor
asesino que conoció el pueblo en su historia. En sólo tres
años la Muerte recibió quince mil nuevas víctimas.

    Las investigaciones profundizaron en las víctimas,
quiénes eran los muertos, cómo habían muerto, qué hacían
justo en el momento de su muerte, dónde habían caído. Por
encargo del juez hicieron lo mismo con cada una de los
fallecidos y relacionaron todo acerca de ellos, las escenas del
crimen, las semejanzas en los diferentes aspectos analizados,
las familias, todo. Una investigación excelente, sin lugar a
dudas. Pero aún así descubrir el asesino era muy difícil.

   Cuando pudieron descubrir a Enrique, prepararon la
mejor estrategia que pudieron crear para capturarlo. Una
noche, lo encerraron en un callejón más de diez oficiales y
soldados. Se echó en el suelo como resignado, de rodillas en
un charco y el mentón en el pecho mientras todos le
apuntaban y el jefe le ordenaba que se diera por arrestado y
le enunciaba sus derechos como criminal. Enrique no
levantaba su mirada y justo cuando el grupo pensó que se
daría por vencido, los miró a los ojos y dejo rodar un disco
explosivo que devastó a los hombres en segundos. Corrió y
salvó su vida algún tiempo, no más.

   Pero su final estaba muy cerca y, de hecho, fue rápido. El
juez había cambiado las órdenes:
   -¡Mátenlo!

   Quería tener el cuerpo de Enrique para encargarse él,
personalmente, de la venganza por su hija y del castigo por
sus sangrientos actos. Pero, ahora, comprendida la angustia
de los habitantes, optó por la eficacia.

   El cuerpo del ejército, leal como ningún otro, servicial y
entregado al honor y al pueblo igual que a sus familias,
luchadores hasta la muerte, defensores de las leyes y la paz,


                               59
capacitados para cualquier tarea, como un ejército casi
perfecto de humanos que estaban por encima de las
dimensiones normales de cualquier hombre, preparó una
emboscada sin posibilidad alguna de error.

   Con la luna en el cenit, en casa de Enrique, con la ayuda
de su padre (al que le habían mentido afirmando que sólo lo
arrestarían, para lo cual, requerían, por facilidad, el sueño de
Enrique), que había conseguido que durmiera toda la noche,
un pelotón desalojó el lugar sacando al padre del hogar y
obligándolo a dejar a su hijo dormido y encerrado a merced
de los soldados. A unas varias decenas de metros, los
soldados empezaron el fuego. Mientras brotaban de los ojos
del padre lágrimas que hundirían el pueblo si no se secaran
al deslizarse, las armas rugían desgarrando bombas y
cañones sobre los muros incandescentes que habrían de caer
sobre el cuerpo de Enrique quemándolo y aplastándolo.

   En esos últimos instantes, Enrique recordaba, o más bien
recitaba aquél cuento, del mismo autor que esta historia,
que, en su época bohemia, leyó y le causó gran admiración
porque pensaba que esa era la mejor forma en que debería
finalizar su existencia:

   El reloj, segundo a segundo que me arranca de la vida para dar
cuerda a sus engranajes que dictan una hora que no existe, un
invento más del hombre, con su cruel tuc cada sesentava parte de
minuto, me obliga a pensar en sincronía con él:

   -Mal-di-to-re-loj-me-es-tás-ma-tan-do-con-ca-da-se-gun-do-
que-pa-sas...Es-to-nun-ca-a-ca-ba-rá-¿ver-dad?

   Y en mis últimos instantes de agonía, el reloj despiadado que no
se detendrá nunca, con sus agujas como espinas envenenadas con
cicuta, que en cada segundo desgarran de mi ser la vida misma, me
dice al ritmo de su tuc bien medido, como sin sentimientos, con la
misma frialdad del invierno y con la superioridad que le regala la


                                 60
eternidad que podría matar su cuerpo pero jamás el tiempo que lo
gobierna, las últimas sílabas que escucharé en este mundo:

   -Es-el-fin... No-soy-tu-yo-; e-res-mío.

   La descarga duró menos de un minuto, pero los
escombros parecían de una guerra mundial. En la mañana,
la noticia fue confirmada: Enrique había muerto. Sus restos
fueron dados a disposición de su padre quien,
desconcertado, triste, lleno de odio y dolor, deprimido,
rencoroso y arrepentido, lo regaló a la plaza central para que
todos vieran en lo que habían transformado a su hijo.

   Tal vez, merecía morir. Aunque no debo juzgar ¿Pero
merecía hacerlo de esa forma?...Recuerdo el final de su
obituario: “(…) el fuego en su cuerpo fueron las agujas del
reloj que lo mató”.

   Esta es la historia del hijo de Enrique. Él mismo me pidió
el favor de contarla. Enrique, y por tanto su hijo, era un
sobreviviente de la guerra cruel e injusta. Su esposa había
sido fusilada con el rifle en su cabeza mientras él se escondía
con Enriquito para protegerlo y éste enceguecía al ver la
muerte entrarle por los ojos. Cuando creció, no pudo ser
indiferente a su pasado y jamás comprendió que el mundo
está lleno de diferentes actitudes.

                                                           FIN
                                                        23-I-10




                                   61
62
EXILIO

   Han pasado seis años desde que el rey me expulsó. He
sido desterrado por querer cambiar algunas normas en el
reino. Por pretender ayudar a los demás me he quedado
solo, encerrado en una gran isla custodiada por cientos de
hombres que me tienen en claustro sólo con mirarme todo el
día; me siento acosado, prisionero, como un animal.

   El pueblo ya debe haber cambiado de rey pues le
quedaba poco tiempo para morir. Si tan sólo el nuevo rey
supiera de mi situación y mandará por mí para ser vuelto a
la sociedad... Esa ha sido mi esperanza todos estos años.
Parece que el nuevo rey está de acuerdo en dejarme aquí
toda la vida… ¡Ah! Únicamente por luchar por mi libertad y
la de mi gente. No sé cuánto tiempo pueda esperar más.

   ...No sé que voy a hacer: he planeado escaparme, pero es
casi imposible y además arriesgaría mi vida, estos vigilantes
terminarían por matarme. Ya han pasado tres años más, y
aún sigo aquí, no sé nada del mundo civil; he estado
hablando con algunos guardianes pero no logro
entretenerlos ni ganar su confianza para poderme
desbandar, pero persistiré pues porque es mi única solución.

   Ayer, después de dos meses por fin, intenté fugarme,
estaba todo a mi favor: por el clima se ha enfermado más de
la mitad de los guardias, muchos otros estaban al cuidado de
sus compañeros, y otros seguían en su labor, les tocaba
trabajar el triple. Cuando vi que podía huir, pensé 'estoy
muy lejos de tierra, me alcanzarían y me matarían', también
me embargó una sensación de miedo insoportable y sentía
que ya no valdría la pena regresar al pueblo: con mi familia,
amigos, con Fátima… Deben estar muertos y no pude
defenderlos.




                              63
Hoy creo que es mejor idea abandonar este exilio de una
manera sencilla pero fuerte. He pensado en caer en eterna
soledad y libertad. A quién más puedo revolucionar, si no,
por lo menos a mí. Voy a morir con una idea en mi
conciencia: intenté hacer un mundo mejor, pero desde arriba
me lo impidieron.

  Si, sólo esto pudiera llegar a Fátima, a mi madre, a mi
padre, a mis hermanos, a mi padrino, el cónsul…

                                                       FIN
                                                   18-X-09




                             64
EL MEJOR SUEÑO

    -Tiene visitas, señor Suarez.
    -Me llamo Santiago y, entre otras cosas, ¿cómo puede
decirle señor al que es apenas un joven?... ¿Cuánto tiempo?
    -Cinco minutos –respondió el guardia-.
    Santiago se encontraba en ese lugar desde hace unos
cuantos meses y yo era la única persona que lo iba a
acompañar porque aún creía en él, aún lo ayudaba.
    -¿Qué noticias nuevas tienes?
    -Ninguna. Así parece, me quedaré aquí hasta cumplir la
mayoría de edad y luego me trasladaran catorce meses más
a máxima seguridad.
    -Pero, ¿no hay nada que podamos hacer? –Yo me
preocupaba mucho de él; si él estaba bien, yo me sentía bien.
    -Lo dudo mucho. Sabes bien que soy totalmente culpable:
agresión a mi hermano, los traumas en su esposa, ni qué
decir tiene el hijo que va dar a luz. Y mi mamá. Tendría que
demostrar que soy inocente. No hay algo más tonto en el
mundo que mentir hasta el punto de convencerse a uno
mismo de la verdad inexistente.
    -Es cierto –yo le había enseñado esa lección un día en que
me dijo que siempre había sido incapaz de pedir perdón-. Y
si confiesas, ¿qué sucedería?
    -¡Por favor, María Fernanda! ¿Olvidas que eres cómplice?
¿Es que quieres también pasar por este lugar? No haré eso,
tú mereces vivir bien.
    A veces Santiago era tan sensato, pero se le olvidaba
pensar en lo que dirían los demás.
    -¿Y tú crees que yo estoy bien viéndote en este encierro y
saber que mi tristeza te duele?...
    -Entonces, ¿qué es lo que quieres? ¿Pagar por algo que no
has hecho? No, eso es una vil injusticia. No confesaré.
Espero reducir bastante la pena con sólo buen
comportamiento y ayuda social.
    -¿A qué te refieres? ¿Qué has estado haciendo?



                               65
Ya me imaginaba yo que perversos planes estaba
ideando. Nunca ha cambiado; siempre piensa que lo
incorrecto es lo mejor.
       -Hablé con el jefe de seguridad. Me advirtió que
podía hacer un buen servicio social y, tal vez, con suma de
un buen comportamiento como preso, podría salir de aquí
antes de la adultez.
       -¡Grandioso! –exclamé con asombró. No fue como yo
pensaba-.

   Él es muy inteligente, no le gusta perder el tiempo, ni
pasar por la vida sin dejar su marca. Siempre decía que
todos los días alguien aprendería algo de él. Según él, la
inmortalidad se alcanza cuando uno ha dejado su recuerdo
en toda la humanidad, aunque para eso se necesitara una
generación tras otra y otra. A él no le gustaba pasar un día
en su jaula sin escribir una historia, sin resolver algún
problema, sin hablar con Dios. Siempre encontraba algo que
hacer (¡en tremendo tedio!). Yo me preguntaba si algún día
podía confirmar todo esto, si algún día yo me enteraría de lo
que hacia en su soledad. Lo mió eran solamente
especulaciones basándome en lo poco (¿o mucho?) que lo
conozco.
   -¿Te han dicho que hagas algo en especial?
   -Yo lo pedí.
   “¡Un minuto más!”, se oyó salir de la garganta del
guardia que miraba entre las rejas lo que sucedía ahí
adentro. Yo le pedí uno más solamente cuando
agresivamente me respondió “¡quedan cuarenta!”.
   -¿Y que vas a hacer? –Quería sólo saber eso antes de irme.
   -Enseñaré algunas cosas a unos niños pobres que no
tienen acceso a ningún modo de aprendizaje. Cualquier cosa
es muy útil para ellos.
   “¡Adiós, jovencita!” me dijo el policía ese que ya
empezaba a odiar, con tono siniestro. Él le pidió un
momento y el guardia accedió amablemente.



                              66
-Sé que estarás bien –le dije-. Estás hecho para soportar
esto y más. Tienes un buen corazón.
   -Lo único que no puedo soportar es tu ausencia. Vuelve
pronto, por favor.
   Me quebré los sentimientos cuando le escuché decir eso.
En tal soledad, no podía él decir algo más sincero.

   Yo salí de la penitenciaría. Me causaba terror a menos que
lo tuviera al lado a él. Caminé hasta mi casa y, mientras,
pensaba en mi visita. Me acogía una nostalgia enorme el
pensar en su soledad. Le devolví sus palabras cuando le
afirmé que soportaría ese estado, pero estoy casi convencida
que le atormentaba. Nada, ni sus reflexiones ensimismadas,
ni sus mil historias que salían de su cabeza, ni su aversión
por la multitud, podían ayudarlo. Estaba encerrado. Tan
gran corazón y estar limitado por tres paredes y un conjunto
de barrotes de acero. ¡Qué lastima! Yo siempre le reprochaba
su pesimismo. Siempre decía que su corazón ya no era tan
bueno como antes, pero esa confesión significaba que aún
era suficientemente virtuoso como para aceptar sus defectos.
Contrario a lo que él pensaba, yo sentía que su corazón era
tan grande que llegaba hasta mi habitación en una mañana
de abril.

   Él permanecía en su jaula día y noche, totalmente solo.
Aunque en su mente tenía una caterva de personas que
reunía para poder crear sus varios mundos en sus historias,
entre ellos los que alguna vez fueron sus amigos, su familia,
desconocidos. En fin. Algo me dice que yo era siempre la
primera en sus pensamientos y que de ahí surgían todos sus
universos; si él era un “Creador”, yo era su “Musa”, como
todos los dioses.

   Luego me enteré que mientras transcurría el día, él casi
nunca salía de su aposento, salvo cuando era necesario.
Dormía desde la madrugada hasta el medio día. Leía en la
tarde. Algunas horas leía libros; en otras, acerca de cómo


                              67
hacer sus enseñanzas a aquellos funestos chiquillos. A veces
ni siquiera hojeaba un libro, pero es que a veces se ocupaba
tanto en preparar sus lecciones. Pero siempre que llegaba la
noche abandonaba lo que estuviera haciendo y sacaba sus
hojas amarillentas y maltratadas y su bolígrafo que sabía
esconder muy bien de los guardias. Todas las noches escribía
durante horas, sin parar. Ése era el tiempo que más
aprovechaba en prisión, y el que más le gustaba: noche,
soledad, historias, escritura, el mundo, belleza, yo.
Empezaba un nuevo día cuando el decidía descansar y
entonces se disponía, en su cama, ahora a pensar, la segunda
cosa que más le gustaba. Pensaba en el exterior, en su
hermano, su familia, su vida pasada (¿volvería a ser igual?),
la ciudad, la cárcel, las demás celdas, la suya, él, yo.
Entonces volvía a empezar, esta vez al contrario: él, el
guardia, el día, el patio, la ciudad, los habitantes, yo, que
atravesaba todos sus pensamientos al igual que la realidad
para llegar a donde estaba él. Empezaba pensando en él,
daba paseos grandísimos por todo el mundo, pero como me
dijo alguna vez: “A dónde quiera que vaya siempre llego a
ti”. Y eso, a menudo le aburría; tanto pensar y siempre llegar
a lo mismo, todos los días. Mejor se ponía a dormir. Pero
nunca se dormía sin agradecer su vida al Señor y rezar para
tener un nuevo día mejor al anterior, además, siempre oraba
por mí.

   Vivió así tantos meses.
   Otro día también fui a visitarlo. Lo abracé –aunque
parezca extraño-, con las fuerzas acumuladas del tiempo que
permanecí sin verlo.
   -¿Cómo estás?
   -Igual que siempre.
   -Contento –inmediatamente le completé-. Pero ¿hay algo
nuevo?
   -Nada.
   -¿Cómo que nada? –no podía seguir igual, iban a
recompensarle-. ¿No has hecho nada de lo que dijiste? ¿Te


                               68
piensas quedar perentoriamente? Quiero saber cuanto más
debes esperar.
   -¿Esperar yo o esperar tú?
   -Ambos.
   Sin alegría ni tristeza, sin nostalgia ni emoción, sin fuerza
ni cansancio, me gritó: “Salgo en seis semanas. Ya llevo trece
meses y medio.”
   -Perdóname, por favor. No he querido dejarte solo.
   -Nueve meses. Y no has querido dejarme solo…
Perdóname tú a mí, por favor, yo no debo hacer esto; eres
libre. Yo estoy cansado, aburrido; siempre es lo mismo. La
misma rutina casi año y medio. ¡No más! Quiero salir, estoy
ofuscado por eso.
   -Te entiendo, pero sé paciente. Sólo así puedes sacar
ventajas de todo esto. Yo estaré contigo para cuando salgas.

   Cinco semanas después de esa ocasión volví. Su vida
seguía totalmente igual. (Supongo que para él eso era
desastroso, ningún día era mejor al anterior. Por eso sería su
temperamento cruel y frío). Pero yo insisto en que su arte y
sus habilidades crecían cada día más. Cuando lo volví a ver,
estaba muy contento y a simple vista saltaba su emoción al
verme.
   -Me voy en tres días.
   Yo pensé entonces en lo mejor que pude para remediar
un poco lo que había hecho, además no quería acreditarle
más soledad. Entonces decidí invitarlo a mi casa. Le dije que
el primer lugar donde tenía que ir luego de salir tenía que
ser ese. Yo quería darle bienvenida otra vez a su libertad, al
gusto de su vida, a la ciudad, a las personas, al mundo, a la
realidad.
   -Te veo pronto –lo abracé y me fui antes que llegara otra
vez el guardia ese a afanarme-.
    Llegó Santiago a mi casa una tarde de noviembre. Lo
esperaba una muy buena comida y luego una botella de
escocés para celebrar su triunfo. Sí, luego de tanta agonía, él
había triunfado.


                                69
-Gracias.
   Agradecimientos descorteces pensé, ¿por qué querría
agradecer?
   -Dime una cosa antes de empezar. ¿Por qué ese guardia
era tan respetuoso contigo?
   -Porque sabía que yo era culpable, pero además sabía que
no era buena idea provocarme. Tú entiendes…
   Mientras disfrutábamos la comida, le dije dos cosas,
claramente me acuerdo de ellas: “Me alegra mucho que estés
bien. Recuerda siempre que esta gran amiga te extraña si tú
no estás”.
   -Yo más –dijo como peleando en una subasta-.
   Lo segundo fue: “Te dije que eras capaz de conquistar el
cielo; ¡qué buena manera de conquistar la libertad!”. Esa fue
otra de las tantas cosas que siempre me entregaba; yo ya
estaba llena de tanto Santiago.
   -Si crees que soy capaz de conquistar el cielo, ¿no crees
que puedo conquistarte a ti? –Preguntaba luego de acabar la
cena, con su primer vaso de whisky en la mano-
   En ese momento yo sí olvide lo que los demás, en este
caso él, podían decir. No pensé en eso. Así que actúe
rápidamente, serví mi vaso aunque sin voluntad, brindé por
su libertad y mi compañía y fue adentro velozmente el licor.
   Él hizo lo mismo. Pero a esta altura del día yo sentía que
él no quería estar ahí (¿o era otro de sus gestos cuando
esconde algo?). Tal parecía que hasta tenía más emoción el
último día que lo visité allá en la cárcel que este día.
   -¿Qué te pasa?
   Se disponía a decirme lo que nunca se atrevería en la
realidad. Esa experiencia le había demostrado algo inefable:
   -Cuando salí y venía de camino me daba cuenta que si
había soportado todo ese tiempo solo, que si había sido
capaz de crear tan bellas historias que ahora te daré, que si
encontraba todos los días un motivo para despertarme
enérgico y alegre para trabajar, que si había algo por qué
rezar todas las noches; todo eso era porque te quiero. Te
quiero y no quiero que te alejes y extrañarte.


                              70
Antes que yo pudiera responderle cualquier cosa, él
estaba por salir cuando… despertó.
   Sí, despertó y se dio cuenta que esta historia había sido
un sueño. Pero, extraño sueño aquél, el día estaba a medio
sol y Santiago había soñado despierto.

                                                       FIN
                                                   17-XI-07




                              71
72
LA CIEGA QUE PODÍA VER MÁS

   Era una noche lluviosa, con fuertes tormentas y
ventarrones. El camino estaba libre; no había nada que me
impidiera seguir, a excepción de esa espesa niebla causada
por la lluvia y su doloroso choque contra el suelo. Yo estaba
solo en esa calle, ahí, buscando alguna modesta casa,
cualquier morada; estaría dispuesto hasta a una humilde
choza. Después de mucho caminar desde mi pueblo hasta la
ciudad donde engendraría mis sueños y los cuidaría hasta
que murieran, yo estaba muy fatigado y un poco enfermo;
necesitaba, lo antes posible, un lugar dónde pasar la lóbrega
y tediosa noche. Sólo algo era seguro, no pensaba tardarme;
conseguiría mis sueños, a eso había salido. No me sentía
muy dispuesto esa noche, por eso tuve que parar, pero no
descansaría hasta encontrar la meta.

    Al fin, encontré un deprimente tugurio. Se veía una tenue
luz que se escapaba por entre las oquedades que había en las
maderas de la fachada. El techo estaba hecho por algo
parecido a un plástico transparente pero un poco más fuerte,
lo que hacía, imaginé, entrar la luz del sol cada vez que éste
miraba al recinto con benevolencia. Busqué la puerta y toqué
allí. Me abrió una viejecita muy baja. Ella tenía pequeños
ojos y un débil bastón (fue lo primero que noté después de
muchas otras cosas).

   -Disculpe, ¿tiene usted algún lugar donde yo pueda pasar
esta noche? -Me atreví a preguntarle de forma caballerosa y
respetuosa-.
    -¿Por qué?
    -Llevo seis días caminando hacia la ciudad.
    Tal vez, a esta señora le parecí confiable porque sin
mucho problema me invitó a seguir. Entré allí y lo primero
que hice fue observar detenidamente el lugar.
    La casa estaba inundada a causa de la gran lluvia,
además se encontraba muy sucia y atestada de polvo (creo


                               73
que este sitio no se aseaba desde hace, por lo menos, un
año); no juzgo mucho, pero considerando el estado y la
edad de la viejecita, supongo normal el orden de la
habitación. Había apenas un sofá, pequeño y arrugado como
su dueña, rasgado y sin una de sus patas; había además una
mecedora descompuesta y rechinante, al lado se ubicaba una
butaca que hacía la función de mesa, sobre ella tenía unos
cuantos hilos y tres telas de colores. Todo esto se encontraba
en una habitación cubierta de un tapete semejante a una
enredadera. Pasé luego a otro cuarto: era la cocina. Sólo
había un mesón con dos ollas negras y golpeadas, parecían
las únicas existentes en esa casa desde siempre; contiguo,
estaban la estufa y dos baldes enormes, uno lleno de platos y
vasos sucios; el otro lleno de agua jabonosa. Al lado de la
sala se encontraba el único cuarto con puerta. La abrí y ésta
temblaba con mucha fuerza; cuando entramos allí, pensé que
íbamos a caer porque estaban llenas de huecos y se movían
de un lado a otro las tablas que servían de suelo. Dentro de
la habitación había una cama armada con cartón y unos
troncos, sobre ella había solamente una motosa cobija. Me
pregunté dónde pasaría yo la noche. Eso fue lo único que
alcancé a observar antes de que Doña Teresa (fue entonces
cuando me dijo su nombre) me empezara a hablar sobre su
ciega y triste vida.

   -Ésta siempre ha sido mi vida –dijo la viejecita
presentándome su estilo-. He vivido igual desde que era
joven, cuando mi esposo me abandonó al poco tiempo de
quedar ciega. Él sólo dijo: “¡Pobre, Teresa, ya no sirves para
nada; ¿de qué me sirve estar contigo?! ¡Mejor me voy!”
   Luego de esa confesión, sentí bastante confianza y de
repente me puse muy reflexivo; aquella viejecita era muy
humilde y noble.
   -Pero, dígame señora: ¿Cuántos años ha estado aquí?
¿Cómo ha hecho para vivir sola? (Yo, por ejemplo, no había
notado que usted es invidente). –Me embargó una
curiosidad muy grande.


                               74
-Constancia, jovencito... Llevo casi cincuenta años
aprendiendo a vivir sola. Dios está conmigo; no puedo hacer
muchas cosas, pero hay una buena familia en el pueblo que
siempre ha sido muy generosa conmigo. Yo, por mi parte,
cuido de sus hijos.
    Doña Teresa me contó además que los niños aprendían
mucho de ella. Eso sí que me dejo asombrado: “¿Cómo
podía una anciana ciega enseñar tanto?”.
    Me dijo: -ve a acostarte, pareces muy cansado y enfermo.
Descansa y mañana te cuidaré hasta que estés mejor.
    -Buenos días, muchacho. ¿Te encuentras mejor?
    -Sí, señora. Gracias.
    -Por cierto, no me has dicho tu nombre joven. ¿Cómo te
llamas?
    -Carlos.
    -¿Por qué pasa un hombre como tú por este lugar? ¿Qué
quieres?
    -Voy hacia la ciudad. Quiero hacer muchas cosas,
quiero…
    -Está bien, no debes contarme más. Yo veo tus buenas
ilusiones. Además dicen que si cuentas tus deseos, estos no
llegan a cumplirse.
    -Sí, señora.
    -La señora Teresa me cuidó muy bien durante ese día y
mientras trabajaba por mi bienestar, me daba, sin darme
cuenta, unas lecciones que me ayudaron a cumplir mis
deseos.
    -Yo puedo ver el interior claro y luminoso que tienes. Te
felicito. Sólo eso necesita un hombre que tiene sueños.
    -Sí, señora.
    Asombrado de la profunda humildad y sabiduría de la
vieja, asentía siempre frente a cada observación que me
hacía.
    -Yo puedo verte, puedo sentirte.
    -¿Usted me ve, señora?
    -No de ese modo, te veo con el corazón. Te voy a explicar,
pero primero te pediré el favor de que me llames Teresa y no


                               75
señora; no necesito tanto respeto. –Tras un corto suspiro,
continuó-. Cuando yo era una niña, era egoísta, soberbia y
ambiciosa, como tú. Pero luego de mi accidente, algo me
hizo comprender que debía cambiar si quería ser feliz. Desde
entonces, descubrí la fuerza y el poder del corazón: él siente
profundamente lo intocable, escucha lo que las personas
piensan y temen decir, ve lo invisible, huele la bondad que
despojan los hombres y dice las mejores palabras que pueda
expresar un ser humano. Así aprendí que debo trabajar por
los seres de buen corazón, como el tuyo, con solidaridad,
humildad y sencillez.

   -Es increíble. ¿Cómo puede usted decir todo esto?
   -Siéntate en esa silla, relájate, no pienses nada, respira
muy profundo y exhala con muchísima energía.
   Comencé a hacer lo que ella me pedía. Fue difícil
concentrarme, pero lo conseguí, lo estaba haciendo muy
bien.
   -Eso es. Así. –Teresa trabajó también en su concentración.
Pareces ser alto: ¿unos 1.80 más o menos? Pero deberías
comer mejor; te ves muy delgado. Sin embargo, tu rostro
muestra mucha acción y energía. Siento tu cabello, a la altura
de la quijada y los hombros, rodeando tu cara. Tus mejillas
se ven del color de una vida difícil y laboriosa; se desplaza
ese sentimental color a tus labios gruesos y rojos. Tu nariz,
armoniosamente desconfigurada, sobresale de tu rostro con
algún aire de dominante interés; pero ella, a pesar de su
grandeza, se siente pequeña, cuando descubre quién esta
encima. Tus ojos negros, grandísimos guardianes de tu
frente, son tan diáfanos y profundos que revelan la luz de tu
corazón, esa que ilumina mi vista como lo está haciendo
ahora.

   Me asombré tanto de aquél suceso, que no pude seguir,
fue estupendo. Me vio perfectamente.
   -¿Cómo lo hizo, señora Teresa?



                               76
-Fue tu interior, transparente y brillante. Así, cualquier
persona puede sentirte y descubrirte hasta lo más profundo;
no como otros que tienen el corazón tan oscuro y lleno de
malos sentimientos, que ni la luz celestial es capaz de
penetrarlos, ¿verdad?
   -Comprendo.
   -Ya está anocheciendo, ¿por qué no duermes? Necesitas
descansar mucho. Te aseguro            que mañana podrás
continuar, Carlos.
   -No, Teresa, yo quiero seguir escuchando. Quiero más.
   -Carlos, tú debes seguir aprendiendo solo. Yo no tengo
nada más que decirte, excepto que: “cuida mucho tu
corazón, trabaja con él y síguelo siempre. Los sueños sólo
son alcanzables cuando vienen del corazón. Tu
perseverancia los traerá a ti más pronto de lo que crees.”
   -Buenos días, señora Teresa.
   -Buenos días, Carlos. Te he preparado el desayuno.
Después, como veo que estás mucho mejor, podrás seguir tu
camino.
   -Teresa, pero yo quiero quedarme con usted. Usted me
necesita; yo la quiero ayudar.
   -No te preocupes, debes hacer lo mejor. Yo puedo vivir
sola.-Tras un corto momento me advirtió-: No te puedes
quedar.
   -¿Por qué?
   -Tienes un futuro grandioso, aquí lo desperdiciarías.
Come, por favor
   Luego de comer, me despidió.
   -Ha sido un placer conocer un hombre tan bueno como
tú. Veo que tu corazón ilumina un futuro exitoso. Alcánzalo.
Adiós

  No tuve otra opción que aceptar su adiós. Le di un beso y
me marché
  El día era benditamente contrario al que llegué. El sol era
benévolo. Yo no sufría la tormentosa prisa, me sentía mucho
más seguro. El recuerdo de aquella vieja Teresa iría conmigo


                              77
hasta el final de mi viaje. Caminaba y pensaba en las
experiencias que Teresa me dio, eran tan profundas e
inmutables. “Si Teresa es tan feliz, qué puedo hacer yo…
Seguiré sus pasos y estoy seguro que ella irá atrás mío
siempre, cuidando que yo viva con el corazón y haga
realidad mis sueños”.

                                                    FIN
                                              25-VIII-07




                            78
LA JOVEN DE SUS SUEÑOS

                                                      MAFELU,

   Hacia el antiguo teatro fue Ricardo en nombre de su
búsqueda. En ese lugar encontró a una joven hermosa con
ojos negros, infinitos e irisados, quién desaparecía y aparecía
alternamente en algunos momentos. En un instante,
mientras él caminaba con su familia, observó de nuevo a
aquella joven que había desaparecido recientemente. Eso
hizo que se enamorara, entonces se le acercó y, sin palabras,
sin algún sentimiento de por medio, sin pensamientos, se
besaron profundamente. Ella enfermó después, pero Ricardo
logró salvarla y protegerla hasta con su vida. Él le prometió
a la joven que volvería por ella. Cuando lo hizo, ella ya no
estaba; a cambio, su familia había aparecido otra vez.

   Ricardo despertó antes de que en su sueño todos salieran
de ese lugar; él no lo hizo. Inició el día con un inmenso
sentimiento de amor: sintió que estaba enamorado de
aquella joven que no conocía en verdad, que ni siquiera
sabía si existía. Ese día estuvo pensando en todo su sueño;
no le encontró significado alguno a su búsqueda, a la
desaparición de la joven, ni a su familia. Sólo pensaba que si
alguna vez conociera a esa joven, entonces le encontraría
sentido al sueño y comprobaría que los sueños no son
sueños, son una ventana a la realidad desconocida.
   La vida de Ricardo seguía de manera normal, pero
algunos meses después, luego de un día de mucho trabajo y
cansancio, volvió a soñar con ella mientras dormía.

   Alguien tocaba la puerta en la casa de Ricardo. Se
sorprendió al ver que era Fernanda; ella necesitaba un lugar
donde pasar algunas noches. Ricardo, por su parte se ofreció
a cuidarla y hacer lo mejor para que ella pudiera quedarse.
   -Tienes que decirme por qué has venido, ¿qué ha
sucedido en tu casa?
   -No lo sé.

                               79
Ricardo no entendía nada. Él sólo quería que ella se
quedara para siempre. Sentía total amor y buscaba
satisfacerla en lo que ella necesitara. Pero ella sólo necesitaba
algo: lo buscaba a él
   -¿Tú eres Ricardo?
   -Sí.
   -Te necesito.

    ¡¡Riiiing!!. El reloj despertó a Ricardo, pero él intentaba
seguir durmiendo, no quería que su sueño acabara en ese
momento. Le fue imposible, así que afanadamente se levantó
y fue a trabajar como lo tenía que hacer normalmente.
    “¿Para qué me necesitaría ella? ¿Por qué me buscaba?...
¿Cómo que si soy Ricardo? Claro que lo soy… ¡Lo tengo! Así
como yo estoy seguro de que ella se llama Fernanda, ella
debió querer confirmar si soy Ricardo. Pero, ¿por qué no
sabía eso? Si hace parte de mis sueños, debería saber que
vive en mis sueños, los de Ricardo. ¡Oh! Hubiera estado tan
feliz de quedarme con ella infinitas noches en mi casa.”

   Ricardo salió de su trabajo y se dirigía a su casa cuando,
frente a una tienda de libros, observó a la joven de sus
sueños. Se sacudió su cabeza golpeándola suavemente, no lo
podía creer, era real y no estaba soñando.
   -¡¿Fernanda?!
   La joven volteó.
   -¿Usted quién es?
   -Perdón, no quería asustarte. ¿Tú eres Fernanda?
   -Si. ¿Y? ¿Nos conocemos?
   -Lo lamento. Es sólo que… -No sabía qué decir ni qué
hacer, no estaba preparado para ese momento- Quiero
conocerte. He soñado contigo.
   La hermosa joven sintió la sinceridad de ese momento y
también tenía muchas ganas de conocer a este hombre. Sacó
un lapicero y un papel y anotó su teléfono.
   -Toma. Llámame en la noche.



                                80
No tardó mucho Ricardo en llegar a su casa. Pensó un
momento en Fernanda y en su encuentro durante la tarde.
Eran las siete. Cogió el teléfono y marcó el número del
papel.
    -Aló, ¿Fernanda?
    -Sí.
    -Soy yo Ricardo…
    -El hombre de la librería, ¿verdad?
    -Sí. Quiero hablar contigo. ¿Podemos vernos?
    -Te espero en la plaza central, a las nueve.
    -Ahí estaré.
    Dicho eso, Fernanda ya había cortado la llamada.
    Ricardo esperaba en una silla en el centro de la plaza,
frente a una fuente. Llego Fernanda de manera puntual y sin
decir palabra alguna se sentó al lado de él.
    -¿Tú quieres decirme algo, no es así? –Se excusó rápida,
inocente y casi inconscientemente por haber ido a ese lugar,
por su curiosidad, su cierta indiferencia-. Yo sólo he venido
porque es extraño que un hombre, muy hermoso por cierto,
me ataqué de repente y sabe mi nombre y quiere conocerme
y me deja con ilusiones y expectativas y…
    -¡Fernanda! –Ella guardó silencio y comprendió. Ricardo
parecía concentrarse sólo en la fuente y la miraba siempre al
final de cada oración-. He soñado contigo. Ahora resulta que
eres real.
    -Y ¿qué sueñas?
    -Te he visto solamente dos veces en los últimos meses.
Pero desde la primera vez, desperté enamorado. Soñé que yo
te cuidaba, te protegía, te salvaba la vida. Yo te amaba.
    Reía un poco Fernanda. -¿Cómo puedes en sueños
amarme?
    -No lo sé. Pero despertaba enamorado y deseaba
encontrarte.
    -Esto es ridículo. Mejor me voy.
    -Vas a dejar escapar esta oportunidad… La última vez
soñé que me necesitabas, me buscabas; en tus ojos, con el



                              81
mismo brillo y color que ahora, se expresaba cierto
sentimiento.
   -¿Todo esto es verdad? –Le dijo con no poca esperanza.
   -Absolutamente.
   -No quiero mentirte. En realidad yo también quiero
conocerte, aunque siento que he vivido ya un gran tiempo
contigo. A mí me sucedió algo similar: te veía en mi mente,
trayéndome a la vida; te necesitaba para que no me dejaras
sola. Cuando desperté, lo primero que hice fue preguntar
por ti.
   -¿Soñaste eso alguna vez?
   -Sufrí un accidente hace cinco meses. Permanecí
inconsciente durante dos días. Sucedió en ese tiempo y estoy
segura de que fue ese sueño el que me salvó.
   -Ahora veo. –Comprendía Ricardo dándose cuenta de
todo-. Todo encaja. Fue exactamente hace cinco meses
cuando yo soñé que te enfermabas y yo te salvaba.
Estábamos en un antiguo teatro.
   -Sí. Así fue.
   -Ya comprendo.
   Después de un claro y vislumbrante silencio fugaz,
corearon con desconcierto: “¡Entraste en mis sueños, pero
eres real!”.
   -Sí –dijo Fernanda con una ilusa sonrisa en el rostro-.
   -¿Por qué nosotros? ¿Merecemos todo esto? Me he
enamorado.
   -Yo también.
   -Pero esto no puede acabar así. Quiero saber, encontrar la
razón de esto.
   -Si de buscar se trata, yo te ayudaré con gusto, Ricardo.
Quiero estar contigo.
   En aquel momento, ambos se levantaron del asiento,
cruzaron la fuente y atravesaron el parque enganchados
inseparablemente de la mano.
                                                           FIN
                                                       8-IX-09



                               82
LA LEYENDA DEL HOMBRE CON EL
                 CORAZÓN ROTO

    En el pueblo se está escuchando que nació una leyenda.
Que hace varios días se escucha a un hombre lamentarse y
no parar de gritar en las noches. La gente dice que él lleva la
marca de un corazón roto en el pecho. Dicen los más viejos
que fue por causa de una mujer de la cual estaba enamorado
desde que empezó a soñar, cuando la veía todas las noches
en castillos o en barcos, incluso, la primera vez, la vio en un
templo y, al despertar, muchos meses después la conoció
frente a una librería, donde quedó grabado para siempre el
amor en su piel. De ella, cuentan que inspiraba lujuria y paz,
que en las noches su voz acariciaba las flores y que al
amanecer siempre tenía una sonrisa en su rostro. Muchos
hombres se enamoraron de esa mujer por mucho tiempo,
unos supieron disfrutar su belleza y amabilidad; otros tontos
ciegos jugaron a creerse únicos y perdieron sus recuerdos.
Pero este hombre, según hablan, conquistó a aquella mujer
una noche en que un brillo ingenuo brotó de su pecho y una
mirada infantil y soñadora mostraba cuán profundo
llegaban los besos que él sembraba en todo su cuerpo. No
fue esa la única vez que él hizo sentir tan preciosa a ella,
quien se hacía llamar Mara, pues en la cima de una montaña,
con el sol anaranjado reflejando sus verdes ojos, él le
prometió que no habría un día para no sentirse enamorada.
“Todos los días te conquistaré y te enamoraré” le dijo esa
tarde. Y a partir de ese momento, no hubo un solo día sin
escuchar palabras de amor y ninguna noche durmieron
separados. La gente en el pueblo afirmaba que él era un
ángel y había venido a salvar la vida de Mara. Sin embargo
él, que sólo era un príncipe –azul para Mara–, decía que era
ella quien había salvado su mundo de la terrible soledad,
pues nadie antes había visto en ella lo que él vio: una niña
inocente y tierna, escondida bajo unos sensuales gestos, que
cuando le sonreía, iluminaba el ambiente y lo hacía volar a
un futuro lejano bañado de rosas y de años acariciando la


                               83
vejez. Como todos los enamorados, tuvieron que luchar
contra algunas fuerzas malignas que querían invadirlos, no
sólo a ellos, sino a todo el pueblo también. Pero ellos eran
valientes y mientras sus manos estuvieran entrelazadas no
habría nada que les impidiera luchar. Complementaban sus
capacidades y toda su fuerza era invencible así que nada
pudo separarlos. Sólo ellos mismos podían hacerlo, pues no
había nada más fuerte que la unión de sus manos. Aun así
pudo romperse el corazón del príncipe y quién lo hizo, a
pesar de todo, fue Mara.

   No fueron suficientes las promesas que se hicieron
besándose las manos. “Todos los días te amaré” solían
decirse antes de dormir y soñarse mutuamente. El amor
entre ellos parecía eterno, e infinito. Se escuchaba a los niños
del pueblo decir que en sus calles nunca se había visto un
aire tan brillante y nunca se había sentido un aroma tan
dulce hasta que Mara y el príncipe se encerraron por
primera vez en una habitación llena de pétalos y de versos
sobre los cuales derramaron toda su pasión y todo su gusto,
y permanecieron desnudos juntando sus pieles y sus
sentidos escuchando las canciones románticas que ella
cantaba para él y las poesías más largas y comprometedoras
que él jamás haya escrito para alguien. Todos aseguraban
que ellos seguirían caminando juntos por los jardines del
pueblo, unidos siempre de las manos, hasta que la muerte
llegara a acompañarlos en sus caminatas; muchos pensaban,
incluso, que seguirían amándose en el otro mundo. Pero
todas las promesas, todas las ilusiones, todos los sueños,
todas las visiones que existían en el pueblo, todo desapareció
un día cuando Mara no despertó con el príncipe. Un viejo
loco en las afueras dijo haberla visto salir corriendo esa
mañana y cruzar el puente sobre el río vestida sólo con su
íntimo pijama. De ella nada se volvió a saber con certeza;
sospecharon muchas causas, intentaron adivinar sus
sentimientos y algunos supusieron faltas de buen juicio.
Pero nadie, ni siquiera el príncipe, quien había vivido con


                                84
ella los mejores años de su vida y creía conocerla muy bien,
pudo saber cuál fue la razón de su partida.

    El príncipe seguía encontrándola en sus sueños, más
hermosa que nunca, siempre le seducía y le decía que quería
volver, que extrañaba sus besos, su cuerpo, sus palabras. Él
acariciaba su cintura tiernamente todas las noches mientras
la besaba olvidando todo alrededor. Pero despertaba y se
daba cuenta que Mara seguía lejos. Hubiera preferido no
despertar todas esas noches y volver a vivir lo que en
tiempos anteriores fue real. Mas el príncipe nunca perdió su
esperanza pues escribía cartas y poesías que mandaba al río
esperando que alguna vez llegaran a donde ella estaba. Se
aferraba a pensar que Mara continuaba amándolo, que tan
sólo había ido a buscar algo que no podía encontrar a su
lado, pero regresaría y le daría una gran sorpresa cuando le
mostrara el hallazgo y pudiera seguir queriendo estar con el
hombre de su vida, quien había vivido en sus sueños y ahora
era real, quien era perfecto para ella y a quien amaba todo de
sí, hasta que dejara de soñar. Mientras tanto, él esperaba y
en el pueblo decían que él era capaz de esperar ahí sentado,
frente a su casa, hasta morir de amor, que nunca se pararía
de ahí si no era con Mara a su lado. Y tuvieron razón, pues el
príncipe dejó su alma ahí sentada.

   Nadie volvió a escuchar al príncipe hablar. Los habitantes
dicen que se le acabaron las palabras, que nunca se ha
detenido a saludar a nadie, que nunca levanta la cabeza y
que siempre está llorando. Los chismes se difundieron casa
por casa, pero la verdad es que no se puede ver un cuerpo
sin alma. En el día sólo se ve una sombra caminando por las
paredes, pero nadie es dueño de esa sombra; y se estrella con
la gente pero es como si no existiera nadie, les atraviesa
como si fueran nada, es invisible para todos. Por donde pasa
el cuerpo del príncipe, quedan rastros de sangre en el piso
mientras la sombra escurre lágrimas. Todos en el pueblo
entienden el dolor que pudo sentir y dicen que sin Mara a su


                               85
lado, el pueblo se ahogaría en lágrimas y en tristeza pues
cada vez eran más largas las caminatas que el príncipe hacía
para buscarla. Desde esos días en que simplemente se ve un
cuerpo caminar día y noche como si no tuviera alma,
derramando sangre y buscando a través de las ventanas
encontrar a esa mujer, se dice que el príncipe abrió su pecho,
y vio su corazón roto. Su herida no se ha cerrado en mucho
tiempo y cada día se puede ver un hombre sentado en frente
de su casa, inmóvil, y una sombra caminar por las calles.

   El príncipe está bien actualmente, cada noche sigue
escribiendo las cartas y poesías que llevará al día siguiente al
río para enviarlas a Mara y luego da vueltas por el pueblo
buscando historias que pueda contarle a ella para hacerla
regresar. Esa era la razón por la cual no hablaba con nadie.
Su dolor fue fatal, a tal punto que, como cuando sentía amor
con Mara, el aire cambió y las personas comenzaron a ver
caos entre sí y a alucinar con hechos tristes y agónicos, como
el del hombre con la marca en el pecho, que era él mismo
visto desde la gente. Esa leyenda, que era él mismo, fue la
última carta que le envió a Mara. Continuó esperando
mientras veía las personas vivir, ser felices, besarse,
abrazarse y él quería sentir eso otra vez más, pero esperaba
porque ya había sido feliz, y a diferencia de esa gente, podía
amar una sola vez y morir de amor si fuera necesario. Pero
muy en su interior, sabría que valdría la pena la espera, pues
la mujer de sus sueños, de su vida, su felicidad y su amor,
vendría algún día a hacerlo sonreír nuevamente y a cumplir
los sueños huérfanos que nacieron el día en que ellos dos se
enamoraron y que aún podían ser cumplidos.

                                                           FIN
                                                     05-VIII-11




                                86
POESÍAS




  87
88
SIN PALABRAS

Bajo el oscuro y brillante universo,
Entre una blanca y maculada nube,
Un par de soles negros en el centro
Y una alta montaña suave allí sube;

En su piedemonte dos tersos puentes
Encierran un abismo dulce y rosa.
¡Ah! ¡Qué mundo más bello tengo en frente!
… Y no sé como describirlo ahora.

Este poeta, frágil y deudor de palabras,
Ante tal hermosura tal vez irreal,
Sólo sentir y apreciar puede en verdad;

Mas ese mundo y esos soles y esa montaña
No son más que palabras porque allí no caben
Ni gestos ni ideas… sólo mentes que se abren.

                                             25-X-08




                          89
90
CIELO

Ese cielo maldito e inerte
oye y ve todo en este mundo
y pasa inadvertido entre el pueblo

¡Escúchame a mí, por favor!
-No quiero tener que volar
y alcanzarte y golpearte,
y que abras los ojos y comprendas
que aquí abajo necesitan tu atención-.

Puede llover en cualquier instante,
puede secar la tierra un minuto después
puede derrumbar la naturaleza,
su amiga y compañera,
con su colosal voluntad.

¡Oh!, admirable y envidiable cielo
¡Escúchame a mí, te lo ordeno!
-No me hagas morir y odiarte;
pactar con el infierno una traición.
Puedo bajar al fondo y ascender
con la velocidad del pensamiento
y poseerte; tú, poseerme-.

-¡Mejor!, juntos tu y yo
caprichoso y ciego cielo.
Juntos podemos reinar:
traeremos vientos desde el norte,
desde el oriente y desde arriba
y entraremos en la sangre de todos-.

El cielo gris, a veces negro,

                                91
se ofende por mí y se enfurece.
Entonces, cuando de sus nubes
brota agua sucia y amarga
-como mis sentimientos por él-
es porque llora por mi odio.
Pero él, imperioso y canalla,
descaradamente nos ilumina
con su caluroso azul
a mí y a mi gente
cuando se siente ignorado.

¡Escúchame a mí una última vez!
-Hagamos un acuerdo.
Observa mi pueblo y cuéntame
lo que mis ineptos ojos no alcanzan.
Yo haré plegarias para ti y al final
me sobrecogeré contigo para, con alivio,
controlar entre tu claro poder

                                           30-XII-08




                            92
DESALIENTO

  Llega la noche, se acuesta y no pasa nada,
  piensa. No, no piensa; se duerme sin nada.
  Intenta soñar y no consigue nada.
  Quién lo viera en sus inmedibles noches,
  pensaría que bajo las sábanas no hay nada.

   Pero hasta ahora comienza; aún no termina.
   Se despierta en las mañanas y su letargo aún no
termina.
   ¡Cuánto quisiera seguir descansando!, pero su día
aún no termina
   Hasta ahora comienza, y no sabe si llegue la noche.
   Está pensando, siempre lo hace; aún no termina.

  Y cuando por fin se despierta, está cansado.
  Ayer fue un día duro, como todos. Por eso está
cansado
  y piensa en su trabajo, como todos los días. ¡Está
cansado!
  La misma rutina se repite día tras día, noche tras
noche
  hasta el final de sus días y quizás acabe cansado.

   Llega la noche, se acuesta y está solo,
   desea. Sí, desea; no quiere estar solo.
   Imagina compañía; abre sus ojos y está solo.
   ¿Qué gracia tiene estar en soledad todas las noches?
   No quisiera despertar, pero sabe qué mañana estará
solo

  Se levanta y odia al mundo, lo quiere mandar a la
mierda,

                            93
es tan fácil… ¿pero alguien lo siente? ¡Vaya mierda!
   Piensa que deba estar agradecido, está vivo gracias a
tanta mierda
   que recibe por doquier. Llega de nuevo la noche
   y esa nada que aún no termina lo tiene tan cansado,
tan solo.

  Esta vez no va a dormir, despierto irá soñando
  y soñando pasará la noche. Sigue soñando.
  La soledad y el cansancio desaparecen si está
soñando.
  Por fin, no quisiera que muriera la noche
  pero tendrá que despertar, está soñando.

   Imaginar, soñar, pensar lo hacen tan libre
   que jamás quisiera dejar de hacerlo. Quiere ser libre
   pero no puede… éste es un mundo donde la
resignación es ley, nadie es libre.
   Si naciera un mundo de fantasías… pero es
imposible, como impedir la noche
   Así que se resigna y abandona la idea de ser libre.

  Ha abandonado todo, la nada ahora es eterna;
  por fin ha terminado, descansa en manera eterna.
  Pero es la misma mierda, la soledad es eterna.
  Por lo menos aquí no pasa el tiempo, no hay noche
  y se puede ser libre… aquella pesadilla fue eterna

                                                   3-I-09




                             94
ROCK N’ ROLL

Me gusta esta música,
su ritmo y sus palabras.
Me gusta ser una roca
que rueda con voluntad.

Me gusta pulsar cuerdas
que en su vaivén gritan
de pasión y furia en notas
que penetran mi piel.

Me gusta cada rift sonoro
que repetidamente se inunda
de mi corazón sediento
de poder y rebeldía.

Me gusta como un bajo
afinado con mi corazón
altera mis sentidos, con ganas
de jamás parar este éxtasis.

Como efectos de una hierba,
de un líquido o de cualquier
psicotrópico, este rock me hunde
y me eleva, me hunde y me eleva.

El sonido poderoso de unas cuerdas vocales
que vibran con cientos de armónicos
mueven mis extremidades, mi cabeza...
y mi cuerpo emprende vuelo.

Llega lejos, años atrás,
y, entre flores y notas,
sombras, metal y carne
el mundo se torna agradable.
                                             10-II-09

                                 95
96
ALUCINACIONES


Ya veo, ya veo venir
momentos como aquellos
recuerdos de otra vida,
momentos como aquellos
que viví una sola vez,
pero éstos acaso mejores.

Te pienso y ya imagino
esos paseos en nubes
nocturnas y distantes
volando a través, sin miedo
a caer, pues las alas
me las diste en mi funeral.

Ya te veo, a mi lado
a pesar de la distancia,
el anacronismo, la casualidad,
marcando mi piel con tu pureza
y tus labios y tu vida.
Ya nos veo, nos veo juntos

Veo unidas dos líneas de vida
muy muy lejanas al comienzo
y agarradas fielmente luego
por mucho tiempo
para que sigan paralelas
y acompañadas.
Tu línea y mi línea.




                        97
Ya vienen, ya vienen
esos momentos que extrañaba
que soñaba y que veía
no en este tiempo ni lugar
pero los veía, nos veía.
Ya vienen, los veo cerca...

                              12-X-09




                      98
ONIRIS

¿Por qué, muchas veces, en la noche
planea uno, antes de dormir, el sueño?
Mas, es de imaginación un derroche,
pues del subconsciente nadie es dueño.

-Pero lo soy de mis días y noches
y decido si odiarte o amarte…
Si lo descubres, no me reproches:
tal vez todo el día pueda darte

cuando, alegremente, me sorprenda
que mi cuerpo y sueño has poseído.
Y antes del alba, cuando te has ido

no existe fórmula que se venda
para crear y domar ilusiones,
pues sólo el Destino sabe esas soluciones

                                            10-II-09




                         99
100
LUNA


¡Qué bella luna veo ahora!,
asomado por casualidad,
a mi ventana, su aurora
espesa y amarilla,
mis ojos iluminó.

Sola en el cielo está
como yo aquí en tierra.
A años luz, brillan con ella
cientos de astros que algo se ven;
hasta allá viaja mi mente.

Muy lentamente, transita,
la luna sobre mí y lentamente
voy desencantándome.
Si ¿cuánto ha de pasar para repetirse?,
¡Por qué no sigo asombrándome!

Escribo para recordarlo...
vuelvo a mirar y ¡oh!,
una nube la está eclipsando.
Es tan potente como la luna
se ve frágil ocultándose.

No la veo más (por fortuna
alcancé a observarlo y escribirlo),
pero esperaré que salga de nuevo
y me devuelva parte alguna
de mi asombro: lo necesito para más.




                         101
¡Ah! Volvió a salir,
se ve frágil la nube
cuando potente la luna se descubre.
Continúa coloreada...
éstas imágenes jamás serán borradas.

                                       10-III-09




                        102
MEMORIA, OLVIDO Y DESTINO

¿La Memoria es sólo secretos del pasado
o podría poseer también instrucciones
sobre el futuro?.

Es la jaula del hombre,
y la jaula aunque sea de oro,
sigue siendo prisión.

El Olvido es el asesino de la Memoria.
Si derrotáramos el Olvido,
¿podríamos controlar el Destino?...
¿o la Memoria está destinada al olvido?

                                          21-III-09




                         103
104
DEJO MI CIUDAD

Dejo mi ciudad en una tarde rosa,
los edificios viejos y violetas,
las nubes entre amarillas y rojas,
el cielo que es azul en el horizonte
y oscuro sobre las montañas.
Ah, calentamiento global
¡Qué bien se ve y qué mal hace!

Extrañaré esta grande ciudad,
sus tres cielos y su frío,
la noche opaca e impenetrable
con contadas estrellas,
los vientos que desgarran los árboles
y arrullan, con las hojas, los insectos.
Extrañaré las calles limpias
y los andenes altos.

Cambio el amanecer tardío
por un atardecer a las 7 pm
con leche y estrellas en el cielo,
con las olas bañando la arena
y la marea dándome cafeína;
cambio kilómetros de cotidiano caminar
por el sudor de unos metros cuesta arriba;
cambio la rutina sedentaria
por cortos paseos en fiestas
carnavales, comparsas,
con la compañía de una mujer y el calor
entre la brisa y el agua,
desde el mar hasta las nieves,




                           105
Dejo mi ciudad, pero no tardo.
volveré pues me gusta la frialdad
la congestión, la polución,
la luz artificial, las chaquetas y corbatas.
Son sólo unas vacaciones,
volveré pues me gusta esta ciudad...
que escribe estas poesías
y ha hecho las letras en mi cuerpo.

                                               27-VII-09




                           106
ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

¡El cielo se esta incendiando!
Corran todos.
El azul monótono y de calma
ha sido tragado por la pasión,
la guerra y el pecado;
por el amarillo candente
y el rojo mortal
que se mezclan en humos grises
como un vórtice del otro mundo.

¡La gente continúa tan inocente
allá abajo!
No se detienen a desviar su vista
y darse cuenta que el cielo
se viene abajo, se derrumba,
lo derrumban.
Ángeles, demonios y humanos
parecen comenzar a convivir...
¿O será simplemente que por fin
se ha conseguido unir eso que
nunca fue creado para tal fin?

                                    10-XI-09




                         107
108
RUTINA

Amo madrugar todos los días
y dormir luego de media noche,
amo estudiar y trabajar
y aprender cada día algo,
amo cansarme a diario
y tener que descansar y madrugar....

Amo mis noches de juventud
mis letras nacidas de la luna,
amo que con el brillo del sol
no brilla mi poesía.
Amo que en el día soy cuadrado
y en las noches transdimensional,
amo ser uno en las mañanas
y bajo la oscuridad, otro.
Amo que en ocasiones es así
y en otras, al contario.

Amo pensar todos los días
y crear novedades siempre,
dejar cada día mi huella
en la sangre de otro
y tratar de alcanzar la inmortalidad.
Amo que la gente me juzgue
y que piensen mal de mí.

Amo despertar enamorado
y que el amor sea mi inspiración,
amo no poder decirte NO
y descansar al fin;
amo que mi diario seas tu...
pero agradezco que tú hagas esto.

                         109
Amo mi rutina porque
todos los días son diferentes:
es destruir o crear siempre,
es autenticidad y energía.
Amo que lo único constante
eres tú en mi mente, y
amo aún más, que esa es la razón
por la cual nunca es igual.

Amo no poder ser del resto
-y vivir como un juguete de cuerda
repitiendo actos siempre sin pensar-,
amo tener responsabilidades y no horario
pues pienso mucho, te pienso mucho
y descubro que llegará el final...
Para mí, la muerte es el comienzo,
el comienzo de una aburrida rutina
qué será peor sin tu compañía,
pues por ti cambiaría toda mi vida
por un "estar contigo todos los días"

                                           12-IX-09




                        110
SUEÑO ARTE

Si un sueño existe, también
existe la forma de convertirlo
en realidad. Pues, ¿en qué
lugar hay una vida sin muerte?

Pero si sólo es una imagen
que crean nuestras mentes
entonces podemos técnicamente
hacer del sueño un arte.

Una vez más, obtengo pistas
que somos arte de un perfecto,
sensible y muy dotado artista
que naturalmente escribe un texto

constituyente de las ideas y líneas
donde nos movemos. Los sueños son arte
dentro una obra que cobra vida
y niega el destino que fluye el arte.

                                         14-V-09




                        111
112
UN SUEÑO MUERTO

¡Soñé otrora una fantasía!...
De ello, atestigua mi almohada
que sólo eso fue, pues nada
podría cumplir tal osadía.

Y cuando un sueño, a punto,
estaba de hacerse realidad,
prefiero escapar del mundo
a ser víctima de la Casualidad,

pues el corazón del universo
trajo a mi ventana la llave
con la cual abrí los versos
que iluminaban en la y re

¡Sí! ahí estaba esa ilusión:
justo en frente; me disponía
a arribarla y a ser Dios
para pesar la levedad onírica

cuando otro hizo lo mismo
y me empujo al pesimismo
con el que empecé ese día:
Destino, tú tienes mi alegría.

Soñé, me ilusioné, incluso creí.
Luego, me atreví a quebrar,
por placer, una que otra ley...
y ahora, vigilia debo guardar.

                                   14-V-09



                          113
114
MI POESÍA

Me gusta escribir poesía.
La siento sobre mí:
sus letras en mi piel,
las historias en mi vida
y las imágenes en mi sangre;
el arte en mis sueños.
Mi poesía es música y literatura.

Más tengo un único poema
que me gusta aún más,
uno que se escribe solo,
con un cuerpo absurdo.
Baña sus palabras con vainilla.
Sus perfumes amarillos
y su quintaesencia violeta
penetran mis heridas pupilas,
cuando lo siento cerca.

Soy una historia,
mil más...
las de ella, otras más;
mi poesía y yo somos cientos
y millones de historias.
Aventuras que escucho venir
de una voz cantante y dulce,
aventuras que escucho en silencio
y en sincronía con su respirar.

Mi poesía vive...
ha vivido por mí,
vive para mí,
vive porque yo vivo...

                         115
para ella.
Porque cuando la veo,
un incendio celestial
desaparece todo alrededor
dejándome en el humo
de la inspiración y la sensualidad.
En medio de nada y de oscuridad,
mi poesía y yo, nos encontramos.
Entonces quiero cantarle,
pero ella me enreda y siento música
en mi espalda, en mi pecho,
y sus brazos (con los que la poesía
puede abrazar a todo el mundo),
me levantan sólo a mí,
y cómo son invisibles...
Sí, es como si volara.
Recuerdo a Andrés:
"Era el amor,
esa felicidad de volar en la realidad"

Mi poesía es como yo
y no voy a decirlo.
Tengo versos en mis pensamientos;
tengo a mi poesía junto a ellos,
sentada bajo un árbol,
con tinta en sus ideas
y cuentos en sus manos,
como una hoja de papel
que viene de la Nube Alta.

Si tiene ojos mi poesía,
han de ser como dos planetas
habitados por penas y alegrías,
gobernados por figuras oníricas

                          116
que convierten el mundo en fantasías,
en tranquilidad,
y en una verde playa
que me invita a mojarme en sus arenas.

Si tiene piel mi poesía,
ha de ser un desierto de placer,
un telón de licor y azúcar,
un abismo en los recuerdos
que lograría vislumbrar como propios
cuando, con los ojos cerrados,
pudieran mis dedos caminar
en sus curvas fértiles,
y no culparse por no colonizar
ese bello territorio.

Si tiene olor mi poesía,
ha de ser el de las flores veraniegas
y las sábanas en el crepúsculo;
limón y fuego sobre la hierba
y agua reposada en el vientre.

Si tiene sabor mi poesía
ha de ser como el chocolate
de mi niñez, como la leche
en mis huesos; ha de ser como
una vida que entra en otra,
boca a boca.

Si tiene alma mi poesía,
es como la tuya, amor mío:
tan azul que el mar y el cielo
envidiarían la profundidad y la calma,
que mueve el suelo con pensar;

                          117
que sobrevive al mal,
al olvido y a la soledad.
Es como la tuya... que me vio.

Tú eres mi amor, mis ideas,
mis sueños y mi futuro.
Eres mi poesía hermosa:
me haces escribir, y yo escribo...
te escribo.

                                     13-XII-09




                          118
ODA A LA BELLEZA
Quiero permanecer en tus ojos,
estar alumbrado en el mundo
de tus pupilas eclipsadas,
recorrer los caminos de tu rostro
y escalar con caricias tu nariz,
y caer en el deseo de tus labios
que son como las flores en tu cabello.
Describir con mi lápiz tus mejillas
y tu cuerpo feliz sobre las rosas.

El viento mira tu piel y tiembla,
y el sol, si te escucha hablar,
se enloquece de calor y yace en tu pecho,
que es el hogar de mi tentación.
Mi frágil vista es perturbada
por tu cintura desnuda que corta el tiempo
en cada melódico paso con que pisas mis recuerdos
como bailando con mis ilusiones.

Persiguen, a lo lejos, escondidos,
mis ojos a tus piernas (mientras
pienso en el amor viéndote caminar)
buscando descubrir tu belleza que
se apresura a volar sobre mí
y descansa en las noches en mi cama
para despertar mis sueños
e ignorar la mañana.

Las letras en tus manos
se sientan en mi mente
a cantarle a tu belleza,
y me llevan a escribir
mi poesía desde hace tiempo.

                                               15-XI-11


                           119
120
ODA A LA SENSUALIDAD

Sé que me amas,
disfrutas hacerlo.
Tus besos me encarcelan
entre barrotes de placer,
mojar tu piel de caricias
y miradas desnudas,
provócame
hundirme en tu cuerpo;
que absorbas a gritos mi amor
y yo te entregaré
una tarde de recuerdos
escondidos en la oscuridad,
húmedos en tu mente.
Necesitarás
que mi pecho sea el refugio
donde guardes tus secretos,
que en mi piernas se levante
tu intimidad, y mi confianza
te cobije suavemente.
Deja que mis manos espíen
la ansiedad en tu vientre,
que sientan tus deseos
en cada paso que dan
hacía tu corazón.
Mis ojos iluminarán
la certeza de nuestros brazos
protegiendo la inocencia
con que nos llenamos
de calor y de suspiros.
Moveremos nuestros cuerpos
con tanta locura,
que confundiremos nuestros pensamientos.

                      121
Yo necesitaré que tu voz
se pose en mi almohada,
y en las noches me cuente
tus sueños y tus fantasías.
Acaríciame,
tus manos acompañarán
a mi lengua mientras exalta,
beso a beso, tu belleza.
Tus ojos verán cómo,
tocando sutilmente,
un abismo me tienta
y yo me lanzo ahí,
por tu amor; y
los sueños que te escuché anoche
trataré de cumplirlos.
Con extasiada felicidad,
frenéticamente agotado,
yaceré sobre ti,
rodeando con mis brazos
todo tu ser.
Pues yo necesito, como tú,
creer que somos perfectos.

                                   16-II-10




                        122
ODA AL TIEMPO

En un segundo te veo
y en otro imagino mil mundos;
me pierdo en tus ojos
y todo escapa de mi mente.

En un minuto te beso
y todo mi cuerpo se agita,
me siento en las nubes
y tú entras en mis labios.

En una hora caminamos,
nos acostamos, nos abrazamos
y siento la libertad de vivir
cada segundo y cada minuto.

En un día te amo mil veces
 y el atardecer me cuenta
que nos verá
juntos mañana.

En la noche sueño contigo
y pido a las estrellas
que al vestir el alba
me quieras y pueda verte.

En una semana podemos
estar felices, triste,
soberbios o locos,
pero sentimos el amor.

En un mes, cuento
como el tiempo nos une

                         123
y parece tu esclavo;
tu tiempo me ha conquistado.

Y en este tiempo, no he probado
más sentimientos con ese dulce
sabor de la felicidad que
los que me das cada instante.

Y el tiempo:
el cuerpo,
los ojos,
los besos,
la piel,
las manos,
los sueños,
la compañía,
el caminar,
los pensamientos,
la poesía,
los días,
el sabor,
el alma,
las noches,
la vida,
la voz,
las palabras,
las ideas,
el amor...
todo el tiempo
lo quiero en mi habitación
hasta el fin.

                                  15-IV-10



                        124
ODA A LOS BESOS

Yo escucho tus labios.
Suaves los imagino
diciendo "bésame"
derretidos al mencionarlo,
pidiendo por mí.
Una puerta es tu boca
hacía otro mundo;
por tus labios
vuelo sobre ti.
Como la luna llena,
tus besos iluminan mi rostro,
y nunca quiero que se marchen.
Como el mar,
quisiera recorrer y hundirme
en cada ola de tus labios,
con la infinidad de tal placer.
Por un beso tuyo
podría perder el sentido;
y por no tenerlo,
podría la vida dejar.
Como el viento,
tengo tus labios,
frescura bendita,
llevando mi mente al aire.
Por besarte puedo
darte todas las flores
y hacerte sonreír
todas las noches.
Por disfrutar de tus labios
quiero hacerte feliz
eternamente... Bésame
                                  14-VI-10

                        125
126
NO HAY NADA MÁS MARAVILLOSO

La luna me nombraste,
pero sí es ella tu sonrisa
besándome en las noches.

El campo quieres visitar,
pero sí son las flores
tus pasos al marcharte.

El mar quieres ver,
pero sí sería como ver
tu alma en el espejo.

Al cielo me llevarás,
pero sí son las puertas
en tus manos abriéndose.

Yo todo quiero darte,
pero sí tu eres toda,
en mi vida, felicidad.
Nunca conoceré nada
más maravilloso que tú

                                  25-IV-10




                            127
128
AQUÍ ESTÁS

Ahí va la razón de mi vida,
una parte de ella,
toda mi vida entera asomada.
Has entrado en mi vida tanto...
tanto que me dominas:
tu alegría es mi felicidad,
tu furia es mi tristeza,
tu futuro es mi sueño.
Sueño con tus besos en mis mejillas arrugadas,
con bailes lentos
y susurros en las noches.
Sueño que tú compartes mi destino,
sueño con hacernos grandes
y alimentar esta felicidad.

Ahí van esas señales,
la sonrisa,
la noche que aún no viene;
el tiempo esperando
que no lleguemos al final,
que no caminemos en su camino,
que volemos donde el tiempo es polvo
y la eternidad un segundo;
que estemos juntos mientras él anda

Ahí va la sonrisa más brillante,
con el sol en la boca
y las nubes en el pecho...
No me dejes caer,
quiero enamorarme toda la vida.

                                            21-IX-10

                        129
130
¿DÓNDE?

Me he preguntado dónde va el pasado,
dónde van las palabras aventureras
el fuego de tu lengua al hablar,
las frases que vibraban en tu cuerpo;
dónde va mi voz en tus pensamientos.

¿Dónde están los besos que nos han marcado?
¿Dónde va tu boca cuando la alejas de mí,
tu mirada viajera si me tienes al frente?
¿Dónde llevas mis manos cuando quieren,
tu cuerpo, encender suavemente?

Dime dónde escondes las caricias
que trato de reinventar en cada toque,
dónde tienes mis abrazos que buscan
sin cesar bañarte de amor, de pasión;
dónde escondes los deseos de estallar,
entre mis pulsos, tu sensualidad.

Quiero saber dónde van mis señales,
dónde van mis mensajes, si los ves,
si aterrizarán en tu ser
o flotarán entre nosotros.
Me pregunto dónde has ido,
si tendré que seducir tus escapes
o volverás y gozaremos los dos.

                                         22-IX-10




                        131
132
IMAGINA

Imagina que siempre estoy a tu lado
que levito alrededor tuyo en las noches,
que tomo tus manos cuando despiertas,
que caliento tu rostro con mi cabello,
que ruedan mis ojos por tu silueta,
que es fácil sentirte aún lejos.

Imagina que eres lo único en mi vida,
lo único que veo al abrir mis días,
lo único que veo en mis sueños,
lo único en qué pienso cuando hay retos,
lo único que quiero llevar en mis viajes,
la única con quien quiero compartir todo.

Imagina que eres perfecta,
imagina que puedes salvarme,
que puedo salvarte y ser tu héroe.
Imagina que nos bañamos en los ríos,
que dormimos en las hojas de las palmeras
que caminamos en la nieve
y nos acostamos en el desierto.

Imagina que damos vueltas por el mundo
y sigues enamorada de mí
más que de cualquier otra cosa.
Imagina que no caminas sola,
imagina que estás en paz, que eres feliz
que no necesitas nada, que no falta nada,
sólo yo.
Imagina que estamos juntos toda la vida...
Ahora estás imaginando mis sueños contigo.
                                             24-X-10

                         133
134
DUELO

¿Ahora quién escuchará mis consejos,
ahora quién disfrutará mis historias,
quién me mirará fijamente mientras hablo,
quién me dará toda su atención
y todo su tiempo, todo el silencio
y toda la fuerza para seguir contando?

¿A quién voy a inventarle cuentos
y recordarle mi vida poco a poco,
a quién voy a abrir mis secretos
que tengo sobre mi futuro...
y sobre el pasado?

¿Cómo será mi vos en adelante,
qué haré desde ahora?
¿A quién voy a enamorar con mi voz,
con mis caricias y mi cuerpo,
si ya no puedo hablarte y tocarte?
Porqué no tengo más personas en mi vida
y tú eres la única que seguirá conmigo,
pero estás ciega, sorda y no me sientes.

                                            8-X-10




                        135
136
NO PODRÁS

Puedes no quererme,
puedes desconfiar de mí,
puedes juzgarme,
puedes engañarte,
pensando que lo que digo
es siempre mentira.
Puedes irte y
olvidarte de mí,
puedes enfurecerte,
puedes odiarme y
no querer volver a verme
(aunque tal vez sí quieras).
Puedes evitar tocarme
y besarme, pensarme.
Puedes no buscarme
y no necesitarme;
que los abrazos no te hagan falta.
Puedes querer deshacerlo
o cambiarlo todo,
puedes querer buscar un final,
(aunque tal vez te arrepientas).
Puedes aburrirte,
puedes cansarte,
puedes no escucharme,
puedes engañarme,
puedes mantenerme manso.
Puedes manipular mis sentimientos,
y alejarme del mundo;
puedes encerrarme,
aprisionarme,
castigarme...
Puedes dejar de amarme

                       137
(aunque tal vez no lo hagas)
y puedes negarlo todo.
Pero jamás podré
dejar de amarte.

                               16-II-10




                        138
EL PESO DEL AMOR

No sé qué más puedo inventarme,
ya no sé qué camino seguir, si en éste
cae la lluvia frente al cielo rosado,
las rosas, casi infinitas, están muertas,
la paz es tangible, pero la soledad grande,
es hermoso el arco iris, pero no brilla en tu piel,
el río canta sin parar arrasando piedras;
si aquí, podría vivir, pero sin avanzar.
Sólo caminamos juntos.

No quiero retroceder, aquí lo tengo todo,
todo menos mi destino...
¿Qué otro camino puedo tomar?
¿Qué más puedo hacer contigo
si mirarte es mirar las estrellas,
si besarte es sentir las nubes,
si acariciarte es jugar con la arena,
llorar por ti es como llorar en el mar,
descubrirme ante ti es lanzarme al abismo?

El mundo sigue asombrándome,
aunque no pueda describirlo o fantasearlo
encontrando personajes en el viento y en la música,
en la sonrisa de un niño que me mira,
o en la mirada de un viejo que me sonríe,
en las hojas de los árboles y en las luces
de la luna, el sol y la de tu cuerpo.
El río canta pero no moja tu piel,
las rosas eran todas tuyas, pero están pisadas,
el cielo es tu hogar aunque la lluvia no te deje volar.
Y yo, aunque siga amándote, me he perdido.
                                                16-X-10

                          139
140
TE AMO

Si escucharas lo que escucho a solas,
cuando sólo mi corazón suena,
cuando el silencio trae tu voz en una flor
y tú vienes en la música a mis sueños;
cuando imagino la melodía de tu compañía
sonando a mi alrededor el resto de nuestros días,
cuando baila, en el aire, mi alma
pensando en todo lo que haremos;
cuando, sólo al recordar, todo el ruido
se convierte en ritmo y alegría.

Si pudieras ver mi corazón
cuando prepara un abrazo esperando a que vuelvas,
cuando sale de mí y te ve sonreír
y regresa enamorado,
cuando siento que no estoy en este mundo,
cuando te veo como una princesa o como un ángel,
salvándome,
cuando hasta la ciudad parece pequeña
para sacar mi felicidad.

Si pudieras ver mi alma,
si pudieras saber qué siento,
no podría contarte nada de esto;
pero si pudieras ver mi alma y saber qué siento,
sabrías cuánto te amo

                                               21-VII-10




                           141
142
CONFESIÓN

Hablarte es, para mí, cambiar tu día con mi voz;
guardar el tiempo en lo más íntimo de tu memoria,
clavar la luz de tus ojos día a día en mi corazón,
escuchar de tus labios brotar la poesía.

No tiene precio, pero sería muy feliz mi alma,
si además, consiguiera tener algo más de ti,
si pudiera, la cobardía, ahogar en la mar
y anunciar que no hay nada me haga más feliz.

Pido al cielo que permanezca en tus mejillas,
que la noche cace para ti la luna nueva,
y en el invierno frío pueda yo abrigarte.

Podría con un día de verano compararte,
con la alborada más cálida y más bendita.
Pero eres única, eres un sueño y eres real.

                                                12-I-11




                         143
144
ESTA NOCHE ES PARA BAILAR
                                            Shan,


Mira cómo sus pies te adornan,
acércate, la pista es sólo suya.
Ahí estás, bailando solo,
esperando sentir sus manos en tu espalda.
“Tú, acaba con ese licor
y embriágalo con tus movimientos”:
quiere que caigas sobre él,
que bailen este fuerte ritmo,
que se bañen por la música.
¡Te das cuenta de los que los une!
No son tú y ella bailando,
es el tambor el que los mueve
los conecta;
el humo es donde se proyectan sus pasos.
La música nunca parará,
bailen más lento ahora,
sentirás su corazón descansando
y su mirada pedirte caricias.

-Tú sabes que el baile es como la poesía,
cada paso es un verso,
la rima está en el sincronismo,
la lírica en los movimientos.
Como amo la poesía, amo la danza:
es mi historia llegando al público,
es el arte en silencio,
dibujar letras en la tierra,
es hacer un cuento bajo tus pies.




                         145
¿Sientes el baile?,
¿sientes las palabras?
Escucha y déjate llevar de la sinfonía
que han creado.
Ustedes son la música:
ella el saxofón y tú el timbal
que vibra con cada respiración suya.
¡Y qué bien suenan!

Yo también podría bailar toda la noche,
Pero ya no quiero solo.
“Ven, enséñame tus pasos,
Rompamos la noche bailando.
Vamos a convertir esta pista en un libro:
Tú tienes la historia y
yo la escribo sobre tu cuerpo
con la ayuda de estas notas…
si re fa sol do la mi do mi
do fa la re re sol si si la
sol fa mi re do la do…
Ya sabes,
cada nota es una palabra,
cada danza es un cuento.
No dejemos de bailar”

                                            17-IX-2011




                         146
INCREÍBLE

Increíble no es el mundo más allá,
es el brillo lunático en unos ojos.
Increíble es saborear la miel
donde antes había licor y letras,
increíbles los sonidos en la imaginación,
increíble ver colores en la oscuridad.

Increíble no es el desaparecer de los astros,
ni de la luna ni del índigo o el gris crepuscular,
increíble es descubrir el sol en un rostro,
en el silencio y en otros lenguajes.
Increíble cómo puede una hora convertirse
en un increíble minuto al entrar más allá.

Increíble no sentir miedo, absurdo;
increíble, pero, verlo al frente
y huirle sólo girando la mirada.
Increíble imaginar una noche perfecta
y más increíble tenerla en las manos
y cambiarla por la muerte y las cucarachas
y abrir un hueco en el aire
y guardar las imágenes en ese lugar.

Increíbles no hay personas o voces,
increíble una mano con vida propia
que acaricia y juega y no tiene memoria.
Es increíble el recuerdo pues no se ve,
es increíble por no repetirse.
Increíble tener que una historia inventar
para el olvido morir y nacer el futuro.

                                                26-X-11

                          147
148
MELANCOLÍA

Cuando se extraña el mar,
se escapa el alma; hay soledad.
No se pueden parar las olas,
como no se puede tener lo perdido.
La arena que penetra la piel
son recuerdos de la espuma que otrora
abrazaba tu cuerpo interminablemente,
tal como la felicidad del jardín.

Naufrago en un cayo, de noche;
presiento que el mar es maldito.
Extraño mi hogar, el café,
las flores en la cama, la música.
Este viento frío que me golpea,
las ondas monstruosas en la oscuridad,
las notas tenebrosas del silencio,
agobian mi calma, están matándome.

Extraño el mar, la vista.
El mundo que tenía desapareció
con mis ojos y la melancolía.
Tengo conmigo toda esta tierra,
todo el agua, toda la luz.
Se va mi alma tras de ti,
extraña tu felicidad, tu vida.
Pero te siento aquí en frente.

                                         25-II-11




                        149
150
RECUERDOS

  Todavía tengo su olor aquí mordiendo la madera,
  todavía su silueta en que su niña disfrazada bailaba,
  tengo sus regalos y un vació entre algunas páginas.
  Tengo todavía la primera flor marchita de un
compromiso.

  El tiempo es tan corto en las palabras;
  sin fin en la bruma solitaria de los recuerdos.
  Todavía su cabello me retumba discutiéndome
  si he de olvidar o seguir intentando.

   En la noche, todavía su canto suena en los sueños,
   todavía su sombra se posa bajo la lluvia, bajo la luna.
   Todavía el rencor duerme aquí, aunque siento venir
su frenesí.
   Duermo, y nada tengo; al alba sólo esperanzas veo.

                                                 20-IV-11




                            151
152
SOLEDAD

¡Ay! Soledad, siempre serás mía
El vacío ha vuelto a mi vida,
y mis recuerdos son todos de ti,
Soledad, siempre serás para mí.

Conocí la felicidad, al menos,
pero la tristeza es más larga.
Y pido, todas las noches, al cielo
que me mate o vuelva a verla.

Diré a la gente sobre la alegría,
sobre el amor, la belleza y los sueños.
mas no podré olvidar que un día
todo existió, pero regresó la nada.

Tal vez sea la última noche;
o en maldición, tal vez no lo sea.
pero hoy o cuando sea el fin,
moriré contigo a mi lado, soledad.

                                          16-VIII-11




                          153
154
UN DESEO EN LA SÁBANA

A través de una ventana,
mi cara, el sol acarició
y el brillo de la sabana
tu suave piel me recordó.

El calor de los helechos
me trajo tu primer beso.
No veo la hora de volver a ver
tu cuerpo en mi pecho.

Desde que te vi, un deseo
eres hecho realidad
y en lo grande del valle,
siento que puedo caminar con vos.

                                    21-VIII-11




                        155
156
SENTIDOS

Tengo ganas de verte,
como al sol que me despierta,
como a las luces en la noche.

Tengo ganas de olerte,
como a los jardines de flores,
como al café cuando quiero más.

Tengo ganas de tocarte,
como a la arena del caribe,
como al piano en soledad.

Tengo ganas de escucharte,
como a los vientos del sur,
como a los sonidos oníricos.

Tengo ganas de hablarte,
como cuando se evocan besos,
como a la soledad: ¡libre!

Tengo ganas de recordar,
como ser un pensamiento tuyo,
como ver un arcoíris en tu piel.

Tengo ganas de cerrar los ojos,
como imaginando bruma en el aire,
como sintiendo desde las células.

Tengo ganas de expresarme,
como ante las alturas y
no quedar con nada adentro.
                                    12-XII-11

                         157
158
RIMA A LA IMAGINACIÓN

Cada minuto te veo y cada día te escucho.
Aún lejos, aún tarde, yo siento tu voz
y desde lo más hondo, yo te extraño mucho.
Te pido: ven mi amor, dame hoy tu luz.

No puedo alegrarme sin tus sonrisas
y si la noche no tiene tu nombre,
me aseguró de poder soñar tus carismas
pues te sigo como la sombra al hombre.

Si veo tus ojos brillar como el sol,
veo tu ser intentando florecer alto.
¿Qué criatura en el universo el control
tiene como tú, de volar a grandes saltos?

No hay nada, nada que pueda apreciar más
que sentirte entrando en mi vida, dándome
utensilios especiales para ir más allá
y estar a tu lado, con tu voz iluminándome.

                                              17-I-2012




                         159

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Compilación

  • 2. 2
  • 3. PRÓLOGO: La grandeza de una pequeña Había una vez, en un mundo lleno de oposiciones: de bondad y maldad, de pobreza y riqueza, de amistad y soledad, de inteligencia e ignorancia, de negligencia y sabiduría, una joven, una gran joven nacida en el hogar de una buena familia. Luisa, creció en medio de las caracterizadas contrariedades de su mundo. Así, de manera involuntaria, su personalidad fue marcada por una bella y única mezcla de valores y defectos, de sentimientos, de bendiciones y maldiciones. En ese mundo, más real de lo que podría imaginarse, Luisa Páez sobresalió ante los demás seres y fue superior a ellos debido a su gran conocimiento acerca de cualquier experiencia. Sabía tanto como había vivido porque aprendía de cada situación por la que se encontraba. Cuando apenas era una adolescente se atrevió a gobernar ese extraño mundo, haciéndolo con increíble y exquisita experiencia, provocando una envidiada admiración por parte de cientos de personas. La mayor parte de su vida la vivió, con V de valor y valentía, sin miedo a repetirla, como reina de muchos hombres cuyas vidas eran lo que Luisa quería. Lo único que ella quería para esos cientos de habitantes traviesos de ese taciturno mundo, que vivían conforme a ella, era lo mejor que no es otra cosa que lo mejor para ella. Su belleza era tan sensible que no le fue difícil hallar el amor. Aunque su niñez fue humilde y su juventud pudiente, repitió lo aprendido de sus padres: tener una hermosa y humilde familia; lo hizo con ese gran hombre con quien se casó a temprana edad. 3
  • 4. Su vida fue corta y murió b sin conocer la adultez. Sin embargo, fue tan memorable que su recuerdo será llevado con honor por este inspirado escritor que encontró en la vida de Luisa un corto cuento y una gran enseñanza que practicará inherentemente toda su vida: la amistad. Javier Andrés Daza Narváez 26-II-07 4
  • 5. EL VIAJE DE LOS COLORES Y sé que las historias, que son parte de mí como piel que se deshace en las páginas y como sangre que queda en cada personaje, volverán a mí, como debe ser. Las historias van al escritor que ellas escogen para ser contadas. Y justamente ha venido una historia a mí y espero tener el tiempo para contarla... Ese día se levantó muy temprano y llamó a su amigo para acordar la hora de encontrarse en la tarde y empezar su viaje. Tomó su baño diario y, como de costumbre, por ser el tercer día de la semana, lavó su cabello hasta el punto que al medio día brillaría tanto como los chalecos de los motociclistas que semanalmente andan de noche en grandes grupos por las autopistas de la región. No pensó, mientras se vestía, que su cabello tan largo y brillante no volvería a verse igual en mucho tiempo y que en un mes, mucho de él se caería enredado entre el pasto y la tierra de las montañas. Ya tenía lista su maleta para el viaje desde hacía dos días, pero eso no le evitó hacer una última revisión pues le gustaba asegurarse que no lo faltara nada. Pero se iba a dar cuenta que sí le sobraba mucho en el equipaje pues para estar en medio de la selva y vivir como sólo se hubiera podido imaginar su vida hace unos setenta u ochenta años, no necesitaría más que comida, ropa y una buena compañía. Por primera vez, Silvia estaba sola en su casa y, cuando el miedo la acechó, alcanzó a pensar si era mejor idea quedarse y aprovechar tal situación para un golpe de inspiración y de creatividad; alcanzó a pensar si mejor esperaba que alguno de sus familiares llegara; alcanzó a pensar si sería igual de oportuno viajar otro día. En fin, pensó tanto que al final no decidió nada y simplemente se retrasó. Su hermano llegó y eso le dio un poco de calma. 5
  • 6. -Me voy ya. –Le dijo mientras desayunaban juntos y no dijeron nada más. Cuando terminaron, Silvia se equipó con su pesada maleta y abrazó fuertemente a su hermano. -Diviértete mucho... Y piensa. –Le dijo él y ella se fue. Santiago, su hermano, la envidió un minuto. Envidió no poder salir de la ciudad y conocer las montañas, caminar por carreteras de piedra y entre casas quintas en los pequeños pueblos de los alrededores de la ciudad; envidió no dormir en la misma cama todos los días, no levantarse temprano siempre bajo la misma ventana, no ver la misma niebla contaminada y no pensar, ahí acostado, pues siempre le hacía falta tiempo. Mientras tanto, Silvia empezaba a olvidar sus cotidianos pensamientos y a imaginar con nervios lo que sería una gran lección aunque ella estuviera algo temerosa de viajar. La cita con su amigo era al otro lado de la ciudad, así que tomó el bus en la estación ubicada cuatros cuadras al norte de su casa y tuvo que esperar más de una hora para llegar donde su amigo, cuando incluso en bicicleta, hubiera podido tardar media hora. Llegó a un parque y ahí estaba su amigo Tomás, esperándola. Discutió un poco con ella por llegar tarde, mas no tenía sentido tal discusión si todavía tenían muchas horas antes de salir de la ciudad. Silvia amaba el café y, presintiendo que sería la última oportunidad que tendría en muchos días, le pidió a Tomás que la invitara a tomar uno. Él la llevó a un escondido y elegante lugar en el centro de la ciudad, donde sólo hay cuatro o cinco mesas y nunca ocupadas. El café que preparan ahí es literalmente artístico, delicioso y reconocido en el mundo. Cada uno tomó una taza y, aunque eran el mismo café, sentían que tenían diferentes recetas en su pocillo; no era para más si cada uno tenía un dibujo diferente sobre su crema. Disfrutaron mucho la música folclórica de fondo y las artesanías olvidadas en las estanterías del casón mientras arreglaban mínimos detalles del viaje, que terminarían siendo inútiles porque la aventura era sorprendente y se 6
  • 7. encontrarían con muchas situaciones inimaginables que jamás hubieran podido planear o, incluso, aprender en libros y en sus clases universitarias. Se acercaba el atardecer cuando iban caminando por una popular avenida del sur y el cielo, por causa de la polución y la inconsciencia ciudadana, se veía como el arcoíris, en una de esas tardes que sólo en esta ciudad pueden apreciarse: en el horizonte, donde las montañas no alcanzan a verse, el sol apenas llegaba a su último punto y su entorno se veía amarillo, que se iba enredando con el azul del azimut (donde también estaba la luna llena), mostrando un verde como el de las auroras boreales de Canadá e Islandia. Pero el cielo parecía una bandera con franjas azules, rosadas, violetas y manchas grises nubosas que se unían todas al rojo intenso que hacía ver las boscosas montañas como imponentes volcanes en el cercano oriente de la ciudad, cerca donde Silvia y Tomás se hallaban. Se detuvieron a tomar algunas fotos con la cámara que ella llevaba. Al seguir el camino, no mucho tiempo después los recogió el bus que los llevaría afuera de la ciudad. Allí debían caminar unas horas más hasta llegar al municipio donde se encontrarían con Gabriel, quien sería su guía por haber viajado ya una vez a la sierra, porque en este país se tiene la valentía de creer que con algo de experiencia ya se es experto. Gabriel era amigo de Tomás y éste lo presentó a Silvia quien al poco tiempo se sintió atraída. Gabriel era un joven de veintitrés años que trabajaba como guardaparques para el país. Era calmado, reflexivo, tolerante y muy sensible. En sus estadías en los bosques, selvas, ríos y playas donde había trabajado aprendió que cualquier instante es bueno para expresarse, que la memoria es un regalo que debe apreciarse haciendo un uso compartido de ella, que el clima afecta directamente los sentimientos y que no hay algo que haga llorar más a un hombre que sentirse solo. Sí, había llorado en el bosque, bajo 7
  • 8. la lluvia, en la selva, en el río y en el mar, pero nunca nadie lo había visto, hasta que Silvia lo encontró una vez entrando a un manantial con una lágrima escurriendo de la mano. Gabriel era muy cauteloso y más que por su trabajo, era su forma de ser la que siempre lo mantenía preparado para todo. Estaba en ese pueblo porque recientemente lo habían invitado a hacer una investigación en la sierra. Era un lugar en el que había estado una sola vez y, pese a lo mucho que había aprendido sobre él, a su experiencia y a que tenía un plan muy organizado, tenía algo de terror por el viaje. No fue otra la razón por la que invitó a Tomás a la tierra de la serranía. Le habían advertido de las infecciones o enfermedades que podrían contraer en medio de ese ambiente, de las probabilidades de perderse dentro de alguna selva, de lo difícil que resultaría caminar en algunas ocasiones, de la gran oscuridad en las noches, de la presencia de guerreristas en toda la región, y principalmente, del peligro de no volver. Era un viaje que requería necesariamente un guía, incluso para Gabriel. Pero fue necesario tratar a Gabriel como un valioso tesoro pues él transmitía mayor confianza en el aire para volver seguros. El guía se quedaría en la sierra: haría su labor acompañado por Silvia y Tomás y tendría que quedarse trabajando durante cinco meses. Cuando llegaron al pueblo, durmieron en una misma habitación una sola noche en un hotel. Tomás durmió toda la noche como si fuera la última vez que iba a hacerlo, Gabriel apenas descansó y Silvia sufrió un inusual insomnio y se pasó toda la noche mirando y analizando a Gabriel. Confiaba en él y sentía ansiedad de ver el viaje y todos los paisajes en caminatas lideradas por él. En la mañana salieron a desayunar a un viejo restaurante en la plaza. Comieron pan recién horneado, caliente y suave, con café molido esa misma mañana en las fincas de los alrededores. La gente estaba por montón en las calles, en el mercado y visitando sus vecinos. Eran personas madrugadoras, laboriosas, 8
  • 9. amables y muy pacíficas. Silvia se sintió extranjera, pues nunca había visto tanta gente sonriéndose mutuamente al caminar sobre una calle. La ciudad que había dejado el día anterior era tan fría y cruel que hacía a sus habitantes solitarios, desconfiados, temerosos y competidores de los otros. Había, ciertamente, un mito en la ciudad y era que los pueblos lejanos, en especial los de la región de la sierra eran pueblos violentos, cuyos jóvenes eran delincuentes y acostumbrados al crimen. Al menos para Silvia era al contrario. En la ciudad asesinan alguien cada noche, roban y para eso hieren, pelean y usan los gritos y golpes como mayores argumentos; eso sin hablar de los delitos que se muestran en la radio o en la televisión, esos sí acostumbraron a los ciudadanos al crimen, a la injusticia y a la violencia. En el pueblo, la gente se ayudaba entre sí y parecían tener hábitos amorosos y religiosos. La violencia en ese pueblo y en todo el departamento sí existe, pero no viene de esas calles; proviene de las selvas y de los guerreristas que se esconden del pueblo en medio de la naturaleza porque son cobardes y sólo pelean cuando tienen ventaja mientras destruyen lo que por natura hace bien a los demás. Esto lo hablaban un par de ancianos en la mesa ubicada detrás de donde ellos estaban y, casi de manera unánime, todos en silencio reflexionaron mientras escuchaban. Tomás pensaba que tenían razón igual que él, mientras Silvia se asombraba al escuchar que los ancianos estructuraban sus frases muy bien y respetaban la discusión con pausas respetuosas y modales sofisticados que ya no se veían en su ciudad. Gabriel rompió el silencio y les dijo en voz baja: -Ellos son un pintor y un artesano. Se llaman Miguel y Roberto. Miguel ha decorado casi la mitad de las casas de este pueblo y Roberto trabaja en su finca, sobre esa montaña –y señalaba por la puerta, al sur, una loma donde se veían unas pocas casas muy distanciadas sobre ella-. Los hijos de ambos se fueron a la ciudad a estudiar y ambos son viudos. 9
  • 10. Silvia le preguntó por qué los conocía y Gabriel le respondió que no los conocía; había visto sus fotos en una página del periódico en la que hacían un reconocimiento a la amistad que llevaban por más de setenta años. Al terminar su comida, hablaron sobre el viaje y el plan que tenían. Gabriel les explicó que saldrían al mediodía en un bus y que al atardecer llegarían a un bosque donde podrían pasar la noche en carpas. Todos durmieron sentados en el bus y desperdiciaron la oportunidad de ver las hojas doradas de los árboles golpear las ventanas de los carros y el suelo, al ser tumbadas por el viento. Desperdiciaron también la oportunidad de verse sumergidos en la más espesa niebla que pudieran atravesar en todo el viaje. A dos mil novecientos metros de altura irían a sentir mucho frío estando atrapados en una niebla enorme que cubría toda la montaña; pero aquélla no era la mitad de pesada de la que cruzó el bus mientras ellos dormían. En la noche, ya con insomnio, prendieron una fogata. Tomás tomó algunas fotos al fuego y a las siluetas negras de las ramas enredadas de las altísimas montañas que perdían sus cimas con las estrellas. Clavaron sus carpas alrededor del fuego, lo suficientemente cerca para no sentir frio, pero debieron tener más precaución pues un tronco encendido que resbaló casi incendió la carpa de Tomás. Por suerte se apagó mientras rodaba por la húmeda tierra sobre la que se encontraban. Era una noche única. Gabriel estaba concentrado en todos los ruidos que podían escucharse: las gargantas de los sapos croar y las hojas moverse por los saltos de los insectos. Pensó escuchar también algún siseo y ese sonido sí lo reconocía pues una vez, estando en las costas selváticas y húmedas del pacífico, vio correr todo un grupo de pequeños niños cuando estaban jugando fútbol y vieron una serpiente de unos tres metros arrastrándose velozmente sobre la arena. Sintió algo de miedo, como aquella vez con los niños, sin embargo sabía que una serpiente no se acercaría a un lugar con un fuego tan alto. Apartó ese sonido de su mente y concentrándose 10
  • 11. obsesivamente en la llama de la fogata, escuchaba la madera tostarse, algunas chispas y el movimiento presumido del fuego; escuchó a lo lejos un piano pero sabía que estaban muy lejos del pueblo. Se dio cuenta que ya estaba empezando a soñar y que no valía la pena seguir luchando contra el insomnio. Silvia sintió vergüenza debido a que su guía estaba dando la impresión de no tener mucha energía y si no era él quien los guiaba con un buen horario, tardarían el doble en llegar a la serranía. Por otro lado, tuvo lástima de no discutir esa noche con él sobre astronomía o botánica o de cómo la mitad del valle se alcanzaba a iluminar un poco gracias a la luna llena y a la cantidad de luces en el cielo, incluso a esa gran nube larga y brillante que poco se ve en la ciudad y que es donde más estrellas hay. Tomás por su parte, quiso iniciar una conversación con Silvia, pero ella disimuló estar dormida para no perder su concentración. No durmió en toda la noche, pero estuvo muy aburrido porque lo único que quería esa noche era hablar y quién mejor compañía para eso que Silvia. En adelante hablarían todas los noches mucho tiempo, antes de dormir, pero aquella noche no; aquella noche Tomás extrañó la ciudad. Extrañó jugar billar con sus hermanos cada noche, luego de la cena, en el salón del segundo piso de la esquina de la calle donde vivían, desde donde siempre veía a Juana Catalina leer sentada sobre la cama en la casa del frente, en la ventana que daba a la calle también. Extrañó lo gracioso de caminar en los centros comerciales y escuchar las insignificancias que dicen las personas, cómo todas hablan sólo de colores, precios y fuerzas que los arrastran como el agua de los ríos. Extrañó sus papeles y las historias que llevaba escritas en ellos, los lugares que le dieron origen a esas historias, las luces de los edificios y la música que siempre oía mientras dormía. Extrañó, sobre todo, su restaurante favorito por el fuego y el carbón que quedaron junto a su carpa, que le recordaron el exquisito y jugoso sabor de la carne que religiosamente iba a comer una vez al mes, siempre con un invitado o invitada diferente, y a las botellas de vino 11
  • 12. guardadas en su casa que deseaba tomarse con su vecina, con sus hermanos o con Silvia; fueron costumbres que tomó desde los diecinueve. Mirando toda esa oscuridad, no hacía más que desear quedarse dormido, estar en su casa leyendo o, al menos que Silvia despertara. No pensó que toda esa oscuridad iba a darle cientos de hojas de poesías que escribiría al regresar a la ciudad. Toda esa oscuridad era más visible de lo que parecía, porque al verla detalladamente, podían distinguirse, en las sombras, las texturas de cada especie diferente de plantas y árboles. Las hojas de los helechos se ondulaban con mayor velocidad que las de los almendros y las flores podían verse tenuemente más claras. Al amanecer, Tomás agradeció infinitamente no haber dormido y poder apreciar todos los colores que tenía el bosque. Silvia disimuló dormir, pero tampoco lo hizo, no de la manera normal en que lo hacía en la ciudad. Cuando vio a Gabriel quedarse dormido, recordó un cuento que leyó en su infancia, en el cual un joven ingería pastillas para dormir y en sus sueños volaba a todos los lugares que conocía y cuando despertaba seguía yendo a más lugares nuevos para tener siempre un lugar al que ir mientras dormía. Cuando Tomás empezó a hablarle, ella quiso con toda su voluntad estar nadando en el río ubicado en el pie de la montaña, donde pudiera divertirse sin tener que abrir la boca. Trató de imaginarse en el río y se vio allá, de día porque la noche la asusta si se combina con agua. Por un segundo fue consciente de que estaba en la montaña y en el río al mismo tiempo. Sin perder la calma, regresó a la fogata y se vio a ella misma acostada dentro de su propia carpa, unida a sí por medio de un delgado hilo dorado. Había cumplido el sueño que tenía desde niña de volar y salir de su cuerpo. Regresó al río (volvió a salir el sol), se bañó mucho tiempo ahí, luego voló otra vez hacia el pueblo donde habían estado en la mañana, anduvo por todas las calles del pueblo, miró, a través de las ventanas, cada casa y cada habitante en ellas, se 12
  • 13. sentó sobre la fuente de la plaza, se elevó tanto que vio todo el pueblo diminuto y volteó la cabeza y vio todas las estrellas encima suyo, descendió lentamente, mirando las estrellas alejarse y bajó a su casa, acarició a su madre que estaba durmiendo, vio a su hermano haciendo música y se llevó esa melodía de regreso a la fogata. Sintió el peso del cuerpo otra vez. Cerró los ojos y vio una llama de color violeta que de inmediato le proporcionó calma y se relajó. Dispersó toda la llama sobre su cuerpo mientras escuchaba la música de su hermano. Abrió los ojos y Tomás estaba de pie, apagando la fogata porque quería tomarle fotos a las cenizas, al sol, al brillo del río y a todo lo que el alba les había traído. No estaban muy lejos de los llanos así que una vez recogidas sus carpas y sus maletas, se dispusieron un descenso de tres horas para llegar a la ciudad cálida. Los esperaba un piloto de una avioneta quien además tenía bajo su casa la mitad de la tierra del pueblo serrano. Fue un vuelo corto pero aterrador pues las hélices del frente quebraban la lluvia y las dispersas nubes grises, moviendo todos los pasajeros de lado a lado. Tomás sufrió de sordera por tres días debido al fuerte sonido de la tormenta y de los motores girar; según él “ese avión estaba triturándoles los oídos”. Silvia, en cambio, contó cada nube que pasaba por su ventana y estimó que con tal lluvia podría desbordarse el río que visitó esa madrugada en su vuelo. Gabriel, aficionado a los aviones hacía la labor de copiloto del viaje y era muy eficaz: supo rápidamente cómo encender las luces para aterrizar, cómo dar vueltas al timón hasta que el avión quedará centrado en la pantalla del radar del puerto y lo condujo a lo largo de toda la calle al lado del pueblo. Esa era una delgada y larga pista cementada a un kilómetro de distancia del pueblo. Las demás calles que podían formarse estaban llenas de arena y huecos marcados por el agua. Las casas estaban organizadas a lo largo de la arena de modo que cada una proporcionaba sombra a la casa contigua por 13
  • 14. cada hora que pasaba, con excepción del mediodía donde en ningún lugar del pueblo podía evitarse el sol. Eran casas armadas con tablas gruesas y cortadas, puestas encima de pesados palos que estaban clavados tres metros debajo de la tierra. Al interior de las casas podía verse una llamativa decoración de luz y sombras en rayas por causa del sol que se colaba por los resquicios de las maderas, dando también una agradable temperatura. El señor aviador los invitó a comer en su casa ubicada al final de la calle de arena. Era, a diferencia de las otras, una casa de ladrillos y vidrios, con lujosos y geométricos tejados; altas rejas cercaban un jardín de cuatrocientas hectáreas. Dentro de ella, el señor vivía con su esposa, sus dos hijas, dos empleadas domésticas y un obrero que se encargaba de las labores fuertes. Durante la cena, el señor les aseguró que cada noche de su recorrido por la serranía tendrían un lugar para dormir. Esa primera noche durmieron en aquella casa. La noche siguiente Silvia y Tomás se escaparon porque querían ver de cerca las personas de las otras casas, lo que guardaban entre el alto herbaje y el fin de la calle. Al final del pueblo, después de la casa que daba sombra a las seis de la tarde, vieron el fantasma de la guerra con fuego en sus brazos y armas colgadas de todas las extremidades. No pudieron producir ni una sola palabra y fueron testigos de un tumulto de cadáveres puestos a lo lejos. Silvia escuchó la voz del fantasma llamarlos por sus nombres con acento clamoroso, pero ellos decidieron volver a la calle del pueblo donde, al menos, se sentían seguros. Tomás, que aún seguía sordo no entendió el porqué de la prisa de su amiga para correr del fantasma; él hubiera querido observar más, incluso haberlo anotado en su papel. Y cuando regresaron a la casa, después de la media noche, el fantasma de la guerra los había enfermado y ese día el señor aviador les cobraría la estadía diciéndoles “Retrasaron un día este recorrido por salir anoche. Y aquí, de noche, los únicos que pueden salir son los obreros y los fantasmas, el resto deben pagar”. 14
  • 15. Gabriel tuvo que pagar ayudando a curar a sus amigos y además tuvo que quedarse una noche en vigilia en la selva. Con el nuevo día, Silvia y Tomás estaban de nuevo muy bien de ánimo y Gabriel recibió un beso de Silvia en forma de agradecimiento. Ese día estaba planeado caminar seis horas hasta llegar a la primera casa, a quinientos metros de altura, por un camino entre pesadas arboledas y de suelo muy duro, aunque angosto. Tan angosto que tuvieron que caminar de lado, uno seguido del otro distanciados por sus brazos estirados. Iban tan concentrados en no sentir los pies clavados a las piedras, en no sentir asfixia por el enorme follaje, que todos alucinaron durante la caminata. Gabriel imaginaba encontrándose grandes animales comiéndose las ramas o las hojas, saltando de árbol en árbol pasando muy cerca de su cabeza. Era gracioso ver su cabeza esquivando obstáculos imaginarios. Silvia seguía pensando en lo injusto y afortunado que había sido el hecho de que Gabriel hubiera tenido que ir, acompañado de una de las empleadas, hasta la lejana huerta para conseguir las plantas que curarían a sus amigos y que luego de haber sentido el calor de caminar más de tres horas, tuviera que mantenerse despierto toda la noche sin más fijación que la oscuridad de la selva y el viento produciendo místicos sonidos. Estaba conforme con el beso que le había dado en la mañana y aún seguía bien concentrada en observarlo mover la cabeza como si peleara y detallarle cada ritmo en sus pasos y cada parte de su cuerpo. Realmente estaba sintiendo una fuerte atracción y no le encontraba alguna razón y sintió nostalgia otra vez por su ciudad. Allá tiene la sensación de controlar cada acto que ejecuta, cada pensamiento que aparece en su mente, cada sentimiento que descubre. En la ciudad, las demás personas y las frías y altas paredes blancas o rojas de los edificios le transfieren un enorme deseo de amistad y un fuerte carácter independiente, ama su cotidiano trabajo, al menos hasta que encuentre algo para amar más, siempre tiene a alguien a quien contar sus hechos, a quien compartir sus sentimientos, 15
  • 16. a quien tratar de explicar lo que le ha sucedido. Aquí, Tomás la entiende armónicamente, no necesita siquiera un gesto para saber lo que pasa por la mente de Silvia. Esa fue la razón por la cual invitó a ella y a nadie más a ese viaje: quería poder contar una historia y describir hasta los pensamientos en sus personajes y Silvia era su personaje perfecto. Mientras caminaba al lado de Silvia, sentía como si ella hablara. Era su mente que estaba clara para Tomás. Podía leer fácilmente la nostalgia de su amiga, ver las calles y las casas donde se originaban sus recuerdos, entender las complejas relaciones que entrañaba cada persona que recordaba. El señor aviador se asombró al ver dos personas tan sincronizadas andando ese camino. Incluso no soportó ver sus miradas enfocadas en un mismo lugar, sus manos en la misma posición, sus pies crujiendo igual con el piso y el ruido entre sus oídos, así que enredó sus pies en el pasto cayendo encima de Tomás, quien cayó por la montaña dando muchas vueltas hasta que frenó unos cuantos metros atrás. Los demás lo esperaron y siguieron con Tomás en el último lugar y con un vacío en sus cabezas. Llegaron casi al atardecer a una planicie llena de rocas en donde había una casa vieja de madera como las del pueblo, con un angosto y profundo pozo a su lado. El señor aviador los invitó a seguir. Era una casa inhabitada, con todos los muebles necesarios para un hospedaje cómodo, acaso había mucha ropa para climas muy diferentes en sus cuartos: zapatos deportivos, sandalias, botas y hasta zapatos elegantes de mujer, camisas negras con el cuello alto, camisetas de mangas cortas, chaquetas para abrigarse en una montaña paramera o en una tormenta invernal y muchos pantalones cortados por las rodillas. Silvia quiso, antes de entrar, sentarse sobre una piedra con las piernas recogidas para sentirse segura de cualquier animal y con los tobillos cruzados para sentirse segura de sí misma y ver el atardecer y comprobar con sus ojos lo que había escuchado en su ciudad y visto en algunas fotos: que el cielo en el llano 16
  • 17. es violeta y que el sol se ve tan grande como la persona quien lo mira. Vio los árboles, el suelo, las nubes y hasta las flores pintadas de naranja por los rayos del sol. No sabía lo hermosa que se veía ella también pintada de naranja con sus ojos negros brillando como el fuego por el reflejo del cielo. En esa hermosura que la cubría, sintió aquello que buscó sentir cuando decidió dejar por un mes su ciudad y era esa visión de un mundo mucho más grande que el que puede medirse por la cantidad de personas, de un mundo mucho más vivo que el que puede suponerse con las diversas actividades urbanas, de un mundo mucho más misterioso que el visto en las iglesias, de un mundo mucho más natural que el que unos pocos, en vano, luchan por conseguir, de un mundo ajeno y extraño que no deja de sentir suyo, que sembró en lo más hondo de su personalidad el amor por los animales y por las plantas. Cerró sus ojos e imaginó como toda su ciudad se desvanecía con un viento verde que venía desde el oriente, aclarando un suelo dorado y un aire tan puro que brillaba. Gabriel la observaba desde la ventana del segundo piso y bajó para sentarse a su lado sin que ella lo notara. Pasó más de media hora sin que ella abriera los ojos y él continuaba detallando cada movimiento de sus párpados y cada vibración en sus manos, hasta que le acarició el rostro y Silvia reaccionó lentamente poniendo la imagen verde y brillante de la pureza en la sonrisa de Gabriel. Bastó sólo un segundo de silencio para que él se diera cuenta cuánto se asemejaba la calma que le transmitía Silvia a la que sentía cuando abrazaba a su hija. -Sonríes como una niña pequeña -le dijo Gabriel viendo a su hija en la humanidad de Silvia-. Eres una mujer muy valiente. Le sugirió ir a la casa a comer y que no volviera a salir en la noche por el peligro que había afuera de las paredes. El señor aviador los atendió con un fastuoso banquete de comida inexplicablemente cocinada en el gastado y grasoso 17
  • 18. horno de madera con el que contaba la casa. Luego les repartió camas a todos los visitantes y luego de esa noche muy relajante, los despertó en la madrugada. -Vean el amanecer, es una maravilla que no voy dejar que se pierdan –les dijo al despertarlos. Los hizo sacar agua de lo más profundo del pequeño pozo, bañarse y ponerse ropa limpia. Quería que notaran lo mucho que pueden ensuciarse al estar fuera del control que acostumbraban tener en sus vidas urbanas. Al final de la planicie donde estaba la casa, volvía a inclinarse una montaña rocosa, de unos veinte metros de altura. Gabriel les dijo que detrás de esa montaña se encontraba encerrado por toda esa formación un precioso lago pequeño que cambiaba de color en las diferentes épocas del año. Para pasar la erigida montaña fue necesario escalar sobre ella durante más de una hora. Tomás que es un hombre delgado aunque fuerte sintió que había subido su cuerpo y dos cuerpos suyos más. Al llegar a la cima del abismal lago, los brazos le temblaban y se elevaban autónomamente mientras pensaba que con el peso que sentía podría hundir la tierra debajo de sus pies. Silvia, en cambio, tuvo una de la experiencia más emocionantes y vertiginosas que jamás haya sentido hasta ese momento. Empezó con algo de delicadeza poniendo el pie sobre una firme piedra y con el cabello en el rostro, impidiéndole la vista, se agarró con ambas manos de una pequeña piedra ubicada sobre su cabeza. Tuvo que saltar para poder subir un metro más y quedar bien soportada en los pies. El viento soplaba con tal fuerza que podía llevarse consigo algunos pelos de Silvia. Pero ella, angustiada de no ver completamente debido a su largo y brillante cabello, lo cogió con una mano, aun sosteniéndose con la otra de la montaña, y lo arrancó para que no le interfiriera más en su visión. El cabello se iría con el viento hasta el otro lado de la montaña 18
  • 19. para caer enredado entre el pasto que se bañaba a la orilla del lago. Todavía sin cabello, Silvia sonreía y su sonrisa reflejaba la claridad de las nubes al mediodía. Cuando llegó a la cima, cansada y satisfecha por su esfuerzo, deseó verse con el cabello ondulando a sus espaldas, pero no lo sintió y maldijo la prisa con que actuó para arrancarse el cabello. “Maldito miedo, fue por él” pensó maldiciendo el vértigo también. Se olvidó de su cabello, sintió el aire tocar su piel de la cabeza y agradeció poder sentirlo por primera vez. El señor aviador les dio la cámara que Tomás le había pedido que guardara antes de empezar ese recorrido y le tomaron muchas fotos al lago. En ese mes, el lago se veía rosado, con algas verdes y rojas que flotaban sincronizadas entre la blanca espuma que se producía al chocar una cascada con el lago. Las avispas sobrevolaban el lago como enamoradas de las algas; era imposible tocar el agua sin el movimiento consentido de alguna de ellas. Alrededor del lago, grandes piedras alisadas por el correr del agua sobre sus lomos durante milenios servían de asientos para posar la cámara y tomar fotos. -Este lugar me recuerda la habitación de mi hija –dijo Gabriel. -¿Por qué? –Preguntó Silvia, que era la única que no había escuchado sobre su hija y sufría por la curiosidad de conocer la historia. Gabriel les contó sobre su hija Abril, quien había nacido dos años atrás. El cuarto que él había hecho para ella en su casa era un cuarto con paredes de ladrillos pintados cada uno de un color diferente resaltando el violeta y el verde. Abril nunca cambió su sonrisa desde el primer momento que vio tantos colores para ella sola. Su cama tenía detrás del cabecero una ventana del tamaño de la mitad de la pared; todas las mañanas el sol la despertaba con su luz y calor antes de iluminar el resto de la ciudad. Gabriel le ponía vestidos amarillos siempre porque pensaba que era como 19
  • 20. ver la primavera caminando. Era una niña con una misteriosa inteligencia pues antes de hablar ya había descubierto la hora exacta en que el sol se ocultaba cada día del año y lo demostraba porque era la única ocasión en que lloraba. Cuando cumplió dos años, unos meses antes del viaje, jugó con el fuego que tenían las velitas sobre su torta de cumpleaños y sus manos quedaron dentro de una gran llama caliente que ella mismo supo rodar sobre todo su cuerpo sin resultar herida. Para Gabriel, su hija era claramente un ángel que había llegado a acompañar su vida luego que su novia abandonara el país después de amenazar con dar aborto al embarazo de Abril o darla a luz pero marcharse para no volver a verlos nunca más ni a ella ni a su padre. Silvia vio una lágrima escondida entre las manos de Gabriel mientras él sentía, de la misma manera en que Abril lo abrazaba, como se sumergía entre los pozos del lago, cubriendo su cuerpo de tersas algas rosadas y brillantes, dándole una apariencia rubescente y melancólica. Permaneció algún tiempo sumergido bajo el agua, llorando y extrañando a su hija y Silvia quiso abrazarlo pero no era capaz de entrar al agua. Tomás aprovechó y fotografió el cuerpo maravilloso de Gabriel aclarado por el agua y Silvia se empujó a si misma hacia el lago y abrazó a Gabriel. Ver las lágrimas en su mano le destapó la confianza con que Silvia lo vio el primer día y no podía pensar que no regresara con ellos, que tuviera que quedarse sólo en medio de esas montañas sin ver a Abril. Salieron caminando del lago, empapados del agua verde y limpia. -¿Dónde está tu hija ahora? –le preguntó Silvia. -Está en la ciudad, en la casa de mi hermano. Sé que va a extrañar el sol en su habitación cada mañana y los cuentos que leíamos juntos cada tarde, pero sé que estará bien con mi hermano. Al menos estará segura. Cuando yo vuelva, no voy a separarme de ella nunca más, pero ahora debo hacerlo: Abril nació antes que yo hiciera esto, pero no puedo olvidar el gran amor que tengo por esta tierra. Espero poder amar a 20
  • 21. mi hija mucho más de lo que amo esta naturaleza y sé que luego de sentir que debo mi vida y la de ella a un frío respiro del viento, podré darle todo lo que quiero. Ya ves que su vida no es normal y así de extraordinario debo ser también. Silvia sintió un fuerte deseo de acompañarle pero sabía que no era posible y que no haría algo que no fuera conscientemente planeado. Aunque nada en ese viaje había sido como lo era en su vida cotidiana, no iba a hacer allí lo contrario a su más fuerte cualidad que era providenciar cada acto que realizaba. El señor aviador sacó de su maleta una gran cantidad de comidas enlatadas y frutas frescas que había recogido en la casa. Silvia y Tomás tuvieron el mismo pensamiento y corrieron para agradecerle pues estaban tan hambrientos como no volverían a estarlo en todo el viaje. Todos comieron a la sombra de un gran bejuco y cuando terminaron, bajaron la montaña por el lugar opuesto al que habían subido. El descenso resultó notablemente más sencillo. Sólo fue necesario caminar unas tres horas más a través de un tranquilo y atractivo paisaje de rocas levantadas una sobre otra y raras hierbas colgadas de éstas, hasta llegar de nuevo a una planicie forrada en lianas y gruesos maderos deforestados. Ahí pasaron la noche durmiendo en hamacas que colgaron casi juntas para luchar contra el frío. Aunque estaban muy cansados, no quisieron dormir para hablar sobre todo lo que hasta ahora habían visto y pensado; sólo el señor aviador quedó dormido apenas se acostó en su hamaca. Tomás les destacó la gran cantidad de maravillas que parecerían increíbles cuando él las escribiera al regresar; Gabriel les afirmó que en ese lugar estarían los mejores recuerdos que pudieran guardar sobre la especial naturaleza que rodeaba su ciudad; y Silvia les agradeció nuevamente por llevarla hasta ese lugar y les dijo que sería buena idea quedarse unos meses más dentro de esa experiencia. Era algo imposible y se lo refutaron, mas ella deseaba no volver a la ciudad donde no había tanto con que asombrarse, tanto qué sentir, tanto que aprender ni tanto que le ayudara a 21
  • 22. descubrirse a sí misma. Le dijo a Tomás que también había estado sintiendo, desde que llegaron a la sierra, esa unión perfecta entre sus pensamientos y le prometió que esos pensamientos nunca iban a separarse por más distancia que haya entre sus cuerpos. A Gabriel le deseó una mágica experiencia durante su estadía en la sierra y le pidió que volvieran a encontrarse después. Tomás le pidió a Gabriel, a propósito de su permanencia en el parque, que al día siguiente le mostrara donde viviría durante los cinco meses que estaría allí y él respondió que todavía estaban lejos de ese lugar, que llegarían aproximadamente en dos días y ahí partiría. Y mientras decía lo último, sintió tanto frió que salió de la hamaca para hacer una fogata. Silvia le ayudó y cuando ya estaba lista para mantenerse encendida toda la noche, se acostaron nuevamente en sus hamacas y se durmieron. Gabriel soñó esa noche que Silvia no estaba dormida, que estaba sentada en frente de la fogata acalorándose y terminó tan caliente que comenzó a derretirse mientras se acostaba en su misma hamaca, mojando todo su cuerpo con un agradable y brumoso líquido que olía a miel tostada y madera humedecida por la sangre de los insectos. Sintió que Silvia besaba todo su cuerpo aunque no pudiera verla ni tocarla, sintió que el humo que bañó su cuerpo era ella que estaba marcándole un camino sobre su piel para llegar de nuevo a ella. Al despertar, vio a Silvia y a Tomás durmiendo juntos al lado del fuego y sonrió mientras descolgaba su hamaca y se fue caminando para buscar algo de comida. Esa mañana comenzarían un largo camino dentro de una selva con miles de animales diferentes entre los que había más de cien mariposas de todos los colores, decenas de especies diferentes de aves, pumas, monos, venados, serpientes, caimanes, mil ranas diferentes que no dejaron de ver en todo el día y más de un millón de insectos. Después del mediodía, empezaron a diferenciar cada árbol diferente que veían. El señor aviador les describía cada especie de 22
  • 23. planta que veían: fiques endémicos, cacaos, guarumos, caimarones y enormes palmas que podían verse desde el llano, a kilómetros de ese lugar. Cuando se acercó la noche, aún estaban caminando en medio de la selva, así que buscaron un lugar un poco más alejado de los animales salvajes y armaron su campamento sobre espeso lodo, piedras enmugrecidas y muchas cucarachas, gusanos, arañas y zancudos y avispas de los cuales tuvieron que protegerse con grandes cortes de seda. El frío durante esa noche le provocó una fuerte gripa al señor aviador, quien al día siguiente, como si tuviera previsto cada instante en la selva, tomó un polvo que llevaba en su maleta y se curó de inmediato. Esa noche no pudieron dormir debido principalmente al peligro que se acercara algún animal salvaje o a que los escarabajos rompieran las telas y las maletas. Cada uno debía permanecer dos horas despierto mientras los demás dormían, pero lo práctico fue que todos permanecieran despiertos, atentos a cada movimiento extraño en las plantas o en el cielo mientras apenas descansaban sus músculos. Escucharon muy lejos de la serranía, el inconfundible y terrible rugido del fantasma de la guerra que habían visto en las afueras del pueblo. Gabriel sintió miedo al pensar que escucharía ese sonido cinco meses más, pero agradeció que Abril estuviera protegida de ese fantasma y de otros tantos. Tomás y Silvia pensaron que el tumulto de cadáveres que habían visto aquella noche en la frontera del pueblo debía estar creciendo injusta y cruelmente. Por un segundo quisieron volver a la ciudad y estar junto a sus familias, pero recordaron que era precisamente imaginar un mundo hace décadas lo que los había motivado a realizar ese viaje. Imaginaron una ciudad más plana, poblada sólo por personas iguales en un área mucho más compacta; imaginaron los pueblos habitados por campesinos bien laboriosos que sacaban de la tierra brillantes y enormes frutas que les daban felicidad y tranquilidad a sus familias; imaginaron la selva habitada sólo por animales, y ese pueblo serrano donde aterrizó la 23
  • 24. avioneta, un pueblo pacífico y lleno de sabidurías ancestrales como aquella con que construyeron las casas para que las sombras fueran un indicador del tiempo. Ese mundo que imaginaban tampoco era así años atrás, ni siquiera siglos atrás, pero era un mundo justo que desearían ver y no lo vieron en el viaje ni en ningún otro lugar. La ciudad que extrañaban era la ciudad abundante de diferencias, de pequeños trozos del país puestos sobre su territorio, de mentiras y de utopías que le habían dado vida a ese fantasma que gritaba y se reía esa noche; y que mataban las frutas y las selvas que ellos estaban disfrutando en la sierra. En el segundo después, Tomás agradeció poder todavía disfrutar de un mundo distinto a su ciudad y deseó desde lo más hondo poder describirlo cuando regresara a su casa. Pensó en Juana Catalina y en lo mucho que le gustaría hablar con ella una noche y contarle toda esa aventura. Al día siguiente, luego de una tranquila y refrescante caminata durante la mañana a través de un confortable suelo de piedra, bordeado por un delgado río de cinco colores, llegaron al nacimiento de sus aguas en lo alto de una meseta al sur de la montaña. El camino del río que los acompañó durante toda la caminata era el camino de su cauce que había disminuido en esos días debido al intenso calor que le había afectado. Sin embargo, nunca perdió sus coloridas hierbas y su reflejo en todo el exterior como si estuvieran dentro de un arcoíris. Era casi divino poder ver las piedras azules, las plantas rojas junto con el aire y ver frecuentes caídas de agua de color amarillo o verde y ver el cielo, como si el brillo del río fuere tan fuerte, pintado por los mismos colores del río. El señor aviador les invitó a tomar de ese agua y ellos pudieron sentir el inigualable sabor dulce y penetrante de un agua que aún cálida refrescaba su sed y les hacía sentir leves como las hojas de colores que flotaban sobre el río. Cuando estuvieron encima de la meseta, viendo el agua escapar de la tierra y cayendo con fuerza pocos metros después, decidieron quedarse esa noche en ese lugar. 24
  • 25. Su belleza justificaba que quisieran sentir su magnificencia por muchas horas. Durante el atardecer, el cielo morado y las nubes naranjas les harían recordar, al ver el agua, las llamativas luces de los edificios más altos de la ciudad y la música con que bailan las pequeñas luces en las discotecas o en los árboles de navidad. Silvia prefirió mil veces estas luces naturales al intento de imitarlas hecho en las ciudades, que para ella eran un injusto derroche de energía. Aprovecharon el calor que hacía vibrar el aire y distorsionar el paisaje, para lavar la ropa que llevaban puesta por más de cuatro días. Prendieron unos leños bien secos para calentar algunas verduras y pan. Prepararon sándwiches con esas verduras y con un queso que el señor aviador sacó de su maleta como si ésta fuera una nevera. Sacó también una botella de ron con la que acompañaron su comida y con la que brindaron en la noche por lo aprendido durante el viaje y por las imágenes sofisticadas e inolvidables que habían captado. Tomás pasó el resto de sus días en la sierra tratando de encontrar las palabras precisas para poder contar lo vivido durante su viaje y sólo Silvia, que seguía pensando sus mismos pensamientos, le daría la razón al leer su historia en la ciudad. Aquella noche fue perfectamente agradable y completamente tranquila. Hablaron como viejos amigos, hasta casi la madrugada, sobre sus recuerdos, sus esperanzas, sus familias. Tomás les hablo de Juana Catalina y de lo mucho que llamaba su atención cada vez que la veía llegar a su casa con un libro en sus manos y con su largo y rubio cabello recogido de manera elegante y sensual. Silvia recordó su cabello y confesó que se sentía menos atractiva sin su cabello. Se arrepintió por haber sentido la impotencia que la llevó a arrancárselo y les dijo, graciosamente, que en las noches todavía sentía su cabello cubrirle la espalda y los hombros. Pero Gabriel le dijo con mucha sinceridad que sin cabello se veía linda aún, que su sonrisa grande y brillante y sus ojos profundos seguían igual y, para disimular un poco su atracción, le dijo también que además sin el cabello, su cabeza podía verse mejor y sus ideas podían salir más 25
  • 26. fácilmente, haciéndole alusión a su valiente y dotada inteligencia. Silvia quiso besarlo, pero la presencia de Tomás la apenaba sumamente, además de la del señor aviador. Deseó que llegara una mejor oportunidad para besarlo y para confesarle que le gustaría utilizar mucho tiempo de su vida para conocerlo a él y a su hija y compartir cariñosos momentos con ellos. Cuando se acabó el ron, todavía querían seguir hablando pero Gabriel les aconsejó dormir porque todavía tenían un largo camino por finalizar. Se perdieron de ver el amanecer y cómo los colores empezaban a formarse en el río cuando lo cubrían los primeros rayos de luz; se perdieron, también, de ver las flores posadas en el río abrirse para acoger el sol y el viento frío que las rociaba. Los despertó, ya tarde en la mañana, el gran ruido de todos los animales. Aquel día sería el último día del viaje en que Silvia vería a Gabriel. Éste partió en la mañana caminando hacia el norte, donde estaba preparado el lugar para su trabajo. Allá arriba, desde la cima les mostró a Silvia y a Tomás el grupo de cabañas ubicado tras atravesar dos kilómetros más la montaña. -Tendré que caminar todo el día y llegaré en la noche. - Les dijo Gabriel. Mientras recogían todo su equipaje para empezar el regreso, Silvia se acercó a Gabriel. -Prométeme que nos vemos en la ciudad cuando regreses –le pidió Silvia confesándole sus sentimientos-. No sé porque siento una gran emoción al imaginar que todo estará bien para ti y tu hija. Es algo inexplicable el deseo que siento de estar a tu lado. -Gracias –le dijo Gabriel cautivado-. Será un placer encantador volverte a ver un día. Siento mucho gusto de poder hablar contigo y Abril estaría feliz de conocerte-. Le 26
  • 27. pidió, más por su hija que por él, que compartiera muchos días con ellos. Cuando se despidieron, Gabriel abrazó a Silvia con la misma fuerza con que había decidido dejar a Abril durante seis meses y con el mismo amor que empezaría su camino y su trabajo en la sierra. Se despidió de Tomás desinteresadamente y le pidió que cuidara a Silvia y que le avisara a su hermano que lo llamaría todas las noches. Cuando se marchó, se fue pensando en la cita que tendría con Silvia cuando regresara. Imaginó a Abril aprendiendo de cada palabra que Silvia le decía, imaginó a Silvia calentándose con el fuego con el que Abril jugaba, imaginó despertar un día y ver en el cuarto de colores a sus dos mujeres más bellas brillar con el sol antes que todos los demás habitantes, imaginó a su hija crecer con la benévola compañía de Silvia, imaginó tener alguien con quien hablar todas las noches y a quien amar igual que a la naturaleza, a su hija, a la libertad y a la música. Recordó que cualquier cosa que imaginara podía suceder y, finalmente, imaginó a su hija, sentada frente al piano, tocando la música que a él más le gustaba mientras él y Silvia tomaban vino sentados al lado de ella, disfrutando por igual el licor, la música, los besos y la alegría de su hija. Tomás, Silvia y el señor aviador, con menos carga en sus espaldas, empezaron el camino de vuelta al pueblo serrano. Las ropas que llevaban puesta ese día, se quedarían colgadas en lo alto de los palos, desgarradas por los picos de los faisanes, en el centro del pueblo. Ya no tenían más comida y mucha de la madera que habían cargado ya era cenizas en los diferentes lugares donde nació el fuego. Por eso y porque el camino de vuelta era el mismo por el que habían llegado allí, sus mentes estaban más tranquilas para el viaje de regreso. Sin embargo, en la selva no hay nada igual, y lo que ayer era, hoy ya no es; así que su retorno pasó por un eterno y angustioso encierro sin salida dentro de la selva que duró 27
  • 28. más de un día. No durmieron esa noche sólo para encontrar una salida a su extravío y al día siguiente, en la tarde, encontraron la casa donde ya habían pasado una noche. Tomás y Silvia estaban seguros de no estar en el mismo lugar donde habían encontrado la casa la última vez, pero estaban seguros, también, de que esa era la misma casa vieja llena de ropa y muebles. El señor aviador abrió la casa y les hizo entrar. Comieron la comida que había en la nevera y durmieron hasta el día siguiente. Tomás y Silvia prepararon el desayuno. -¿Por qué quieres estar con Gabriel? –le preguntó Tomás, todavía sorprendido por lo visto sobre el yacimiento del río. Silvia le explicó que no podía describir cómo tantos colores en el ambiente ni cómo el dulce sabor del agua ni cómo todo lo que había estado sintiendo, la habían hecho hablar con Gabriel de esa manera. Para ella fue inevitable dejar de mirarlo desde que lo vio en el pueblo cerca de la ciudad y era misterioso que, sin cruzar muchas palabras, sintiera que debía estar más tiempo junto a Gabriel y a su hija. “¿Aún sigues…?” iba a preguntarle cuando ella respondió interrumpiéndolo –Sí, aún tenemos nuestros pensamientos sincronizados. No hace falta que nos digamos demasiadas cosas, si ya sabemos lo que tenemos en mente. No sé porque estamos sintiendo esto. -Yo lo empecé a sentir cuando acampamos en el páramo, el día que viajamos en bus. -Tienes razón –dijo Silvia-. No dormí esa noche y en cambió sentí que volaba despierta por todo el páramo, por ese pueblo y por la ciudad. Esa noche te vi despierto queriendo hablarme, tomando fotos, extrañando la ciudad. 28
  • 29. Entonces yo también la extrañé y repentinamente sentí que estábamos extrañando lo mismo. -Y desde entonces pensamos igual. -Concluyó Tomás y terminó cuestionándose a ella y a él mismo: “¿Será sólo un capricho de este mágica serranía o nunca dejaremos de sentir esto?”. Cuando llegaran de nuevo a la ciudad, Tomás escribiría cada pensamiento que pasó por su mente al mismo tiempo que por la de Silvia. Escribiría los motivos de su viaje y porqué regresaron. Querían alejarse del aburrimiento y sentirse únicos, sentirse más importantes, querían conocer un nuevo mundo y sentir más de lo que ya habían vivido, querían experimentar sus percepciones más allá de su cuerpo. Pero básicamente querían cambiar de vida, querían apartarse del afán, del tiempo, de los compromisos sociales, de la buena imagen que debían mostrar y de su propia personalidad, para ser otros. Y, en efecto, cuando regresaron, sus pensamientos no seguían conectados, pero por siempre sentirían que habían cambiado igual y al mismo tiempo, que el viaje les había dado más amor a la naturaleza, al futuro, a sus familias y ellos mismos. Luego del viaje, pensarían en que cada acto que realizaran debía estar fuertemente influenciado por la filantropía que los cobijo en el pueblo serrano. Sus decisiones no volverían a ser egoístas y la pasión que entregaran sería más sincera. Silvia fue la primera en leer la historia y sintió cada palabra como si fuera suya, consecuencia de los mismos sentimientos que tuvieron durante el viaje. Pero ella estaba segura que cualquier persona a la que ella le diera la historia iba a sentir lo mismo, porque en la ciudad todos se comportan igual, y esa historia tenía un punta única que picaba siempre al egoísmo y a las costumbres de las personas. Abandonaron al mediodía la casa para regresar, por fin, al pueblo luego de una caminata de tres días sumergidos en una vasta lluvia tropical. Caminaron dos días a través del 29
  • 30. tranquilo sendero de la selva por el que habían pasado los primeros días. La lluvia los empapó de hielo por más de dieciséis horas en las que no podían ver más de tres metros adelante. El simpático clima de la serranía les evitó que el agua helada de la lluvia les abriera la piel o les congelara el pecho; al reposar en su piel, ésta se calentaba y se evaporaba en la ropa humeante. El lodo grueso de la selva se tapó por una delgada capa de hielo que no tardó en derretirse y suavizar el lodo de modo que Silvia, en un paso equivocado, enterró su pierna izquierda hasta la altura de la rodilla y durante el resto de caminata la tierra se adhirió a su piel como el moho a la harina y la sintió más pesada. Cuando la lluvia cesó, al día siguiente, llegaron por suerte a la misma casa vieja donde ya habían estado dos veces. -¿Otra vez llegamos al mismo lugar de hace dos días? –Le preguntó Tomás al señor aviador. -¿O es otra casa igual a las demás? –agregó Silvia. El señor aviador les aclaró que la casa donde ya habían pasado dos noches –y tres con la que pasarían esa noche- era la misma casa. Les contó que la llevaba en su equipaje y que la ponía, cuando era necesario, en la tierra para que ellos pudieran descansar. Tras la exclamación de Silvia y Tomás por no entender cómo podía llevar la casa en su maleta, él les explicó que era posible guardar cualquier objeto en su maleta. Había vivido en la sierra cuarenta y tres años, y luego de su padre, era quien más años tenía en ese lugar. Tenía el conocimiento de los fantasmas y los muertos que se escondían entre las hierbas de todas las montañas. Una vez se perdió en la selva por más de una semana y un grupo de muertos que vio por el delirio, lo llevaron a esa casa vieja donde pudo descansar. Luego los muertos le dijeron el camino de regreso al pueblo. Cuando regresó, poseía las ideas para sacar al pueblo de la soledad y fue así que consiguió su calle para los aviones, su restaurante, su hotel y su casa lujosa con todo su jardín sembrado de cientos de 30
  • 31. frutas diferentes. Había desarmado la casa vieja con ayuda de los muertos y la empacó, tabla por tabla y mueble por mueble, en los bolsillos de su pantalón. La selva lo hizo delirar pero también le dio las maderas para armar la casa siempre que volviera. Con el tiempo, su delirio y experiencia aumentaron hasta que ya no tuvo que construir la casa con maderas que salían de la nada de sus bolsillos; aprendió que podía guardarla toda en sus bolsillos llenos de nada. Silvia y Tomás sintieron miedo por la explicación; sin embargo, por primera vez en el viaje, descubrieron la confianza en la cara del señor aviador. Se bañaron con agua limpia que sacaron del pozo, Silvia se desprendió su piel de tierra y Tomás descubrió que el agua que caía en la tierra regresaba al fondo del pozo en un círculo infinito. Una vez limpios y descansados, comieron y durmieron. En la mañana, el señor aviador les regaló la ropa de sus armarios y una provisión de comida para todo el día y salieron hacia el pueblo. Esa misma noche estaban de nuevo en el avión para recoger el mismo camino por el que habían llegado. Cuando en medio de la oscuridad de la noche y de la selva, Silvia notó el brillo del río de la serranía y los cinco colores que nacían en lo alto de la montaña y que caminaban como jugando a mezclarse y a inventar colores a lo largo de todo el río, lloró. A pesar que por un segundo deseó que el tiempo se parara y que pudiera quedarse ahí como volando sobre las montañas, realmente quiso llegar rápido a la ciudad, abrazar a su hermano y a su madre y escuchar alguna canción que pudiera hacerle evocar todo el viaje, sus colores y sus nuevos sentimientos. Después de leer la historia de Tomás, después incluso de beber vino con Gabriel, Santiago, su hermano, le daría una canción para recordar su infancia y todas las imágenes de la serranía. FIN 11-XI-11 31
  • 32. 32
  • 33. ¡ÁNIMO! Hay algo más allá de la oscuridad y el desaliento, más allá de la melancolía y los recuerdos; hay una luz. Es una tenue luz atractiva y brillante, pero lejana. Mas, si se va acercando, ¿qué hacer? ¿Huir o tomarla? Si huyes, te quedarás ahí viendo la soledad, la tristeza tocará para ti todas las noches lúgubres sonatas con voz desgarrada y temblorosa. Si huyes, no verás más luz en mucho tiempo. Quizás, enceguezcas cuando vuelvas a verla, quizás haya luz y no la veas, quizás no quieras verla. Si huyes -como la flor marchita- sólo mirarás tu interior, ignorarás toda la belleza que aún no has visto y olvidarás todo el mundo que te apasionaba. Pero si huyes, podrás crearle infinitas historias y podrás recordarla por siempre, no habrá nada para dejar de amarla. Sin embargo, ¡oh! No está aquí y no pasará cerca. No sabrá tampoco de tu refugio y de lo que haces. ¿Por qué amar a alguien que no sabe que lo haces?... Sí, lo sabes y yo sé que es difícil intentarlo. Tómala. Tomarás la luz y la guardarás entre tus manos: le darás forma, o tal vez lo haga sola y se muestre para ti. Quizás tenga ojos, sabor, piel y alma como aquella poesía pero ésta es sólo luz para tus ojos, voz para ese silencio. En este invierno que has creado, en ese abismo descubierto entre esas paredes, esta luz logrará entrar. Debe ser un misterio, debe ser una señal, pero te iluminará. Hay algo más allá de esta pesadilla construida por ti, hay belleza y magia que aún pueden cubrirte, hay una puerta que puedes abrir para abrazar un nuevo mundo. Pero si tomas esta luz, ¿la olvidarás o estará siempre en tu mente? Esa oscuridad es maligna y sé que no quieres permanecer ahí mucho tiempo, pero tampoco quieres olvidar. ¡Ay! Luz tenue, brillante y 33
  • 34. atractiva luz, por favor, sácalo de allí y guíalo de nuevo a aquí o a dónde debas llevarlo FIN 6-XI-11 34
  • 35. PINTAR EL DESPERTAR S.N, La pintura estaba recién terminada. Hace unas horas, el lienzo estaba totalmente inmaculado y vacío, dispuesto a cualquier imaginación. Ahora, que ya ha pasado más de medio día, la noche viene acercándose amenazando con truenos y una gran niebla que devora los más altos, brillantes e imponentes edificios del centro de la ciudad. El mar, en los pies de las montañas, se llena de sombra y frío; las cimas de las montañas sobresalen de las nubes, muy altas. El lienzo ya no está blanco. Hay en él un mar congelado con trozos de hielo gigantes que pueden verse en el frente, flotando en el agua; en el fondo, sobre el horizonte, no se ve nada, apenas oscuridad, como si el mar terminara allí, tras la sombra del sol. En mitad del plano, en un brillo de sol reluciente, a pesar de la lejana oscuridad, hay un bote navegando errante entre los témpanos de hielo. Se ve a la derecha de la pintura el fin de una gran montaña que rodea el paisaje visto. Es una montaña rocosa, altísima y difícil de sobrepasar, pero está destrozándose, una gran caída de piedras ocurre en el borde, rompiendo hielos y sumergiéndose en el mar. Algunas piedras pueden verse bajo la superficie y un gris oscuro distorsionado y casi circular yace debajo de una gruesa capa de hielo ubicada justo al lado del bote. El mar parece, por lo menos hasta este plano, tener para el bote una ruta muy peligrosa, con cubos de hielo y rocas que agitan las olas con cada golpe. El bote es grande y tiene pintadas muchas siluetas de personas que disfrutan el viaje. En la popa, hay una pareja con copas en la mano. Ella la tiene en su mano derecha, mientras, recostada sobre las varillas, descansa su mano izquierda en su delgada cintura. Él, con mejor postura, lleva su copa a la boca. En babor, el único lado que puede verse alrededor de la superestructura central, se han pintado diminutos y sin tantos detalles personas saltando, otras bailando, otras 35
  • 36. sentadas en el piso. En una de las ventanas de la estructura central, se ve un rostro de mujer, se ve uno de sus ojos, mirando hacia atrás, a las montañas. El andar de la nave deja en el agua una estela que se abre con mucha espuma, mezclada con los arcos circulares de las perturbaciones de las olas. En los últimos planos, en el frente del bote, sólo hay agua, más tranquila, más azul, sin hielos. Y también aquí, en el cielo, una niebla muy fuerte se ha apoderado del brillo y va creciendo hacia el fondo hasta juntarse con la oscuridad en la nada del final de la pintura. La pintora es una artista joven que tiene una exitosa exposición en el museo de historia del arte de la ciudad. Los visitantes murmuraban halagos y todos se sorprendían por la pintura del bote. Es simple, no tiene tanto color, ni muchos elementos, sin embargo atrae la atención de todo aquel que pasa en frente. Es como si las olas estuvieran moviéndose, dicen algunos. Otros aseguran que, aunque las siluetas no son tan notables, parecieran caminar y hablar, incluso, ver fuera del cuadro. Había muchas otras obras en la galería: una pintura de una masacre en una selva, parecía una fotografía reciente, la sangre y el dolor podían verse por igual, había también una pintura muy realista de la luna con prominencias de fuego blanco, otro cuadro, a la izquierda del salón, mostraba un remolino que se levantaba sobre el mar, el viento y el agua se mezclaban en el alto ciclón para arrasar peces, hojas y hasta basura de la superficie. Esta última era asombrosa. La pintora había desarrollado una técnica en la cual los objetos, con efecto de movimiento, crean una ilusión de cercanía hacia el vidente. Pero ninguna pintura podía asemejarse a la del bote en medio del mar. El horizonte de esta pintura atrapaba las miradas de los visitantes. Cuando la prensa le preguntó a la artista sobre el cuadro, cómo lo titulaba, cuándo lo había empezado, cuánto tardó en realizarlo, en qué se inspiró, 36
  • 37. cómo pensaba que sería calificado, entre otras preguntas, ella respondió: -Una noche me desperté con esta imagen en mi mente, entonces empecé a hacerla realidad. Fue hace cuatro meses. Esta es la única pintura en la que no he corregido detalles, luego de terminada, a la semana o al mes. Pinté toda la noche, todo el día, sin parar un minuto, fue como si mi cuerpo y mis manos me hubieran pedido seguir con el pincel sobre el lienzo. No tenía más ideas en mi cabeza que está imagen. ¿Qué me inspiró? No lo sé, como dije, simplemente desperté con este paisaje en mi cabeza y era como una película, veía derrumbarse la montaña sobre el agua, veía la cordillera que encerraba el mar, pensaba, entonces, cómo había podido llegar ese barco a ese lugar, quién navegaba allí, a dónde se dirigía, escuchaba la música en el bote, las olas golpear las montañas y las rocas chocar entre sí mojadas en la orilla. Sentía la brisa proveniente del oscuro horizonte. Quería expresarlo todo, pero los sonidos no pueden pintarse y la imaginación tiene que volar muy alto para llegar a este lugar. Entonces la titulé Pintar el despertar. Todos los asistentes la ovacionaron con mucho entusiasmo por sus plausibles palabras. La algarabía era toda una euforia por tan grande muestra de arte. Y en medio del ruido, de las voces altas, de los aplausos, la pintora despertó otra vez. En su casa, justo al mediodía, era extraño que todavía estuviera durmiendo. Siempre madrugaba y aprovechaba las primeras luces del sol para pintar. Trató de recordar el sueño y lo consiguió con gran perfección. Recordaba el salón de la exposición, la ubicación de los cuadros con exactitud. Estaba de nuevo en ese lugar y se detenía a mirar las pinturas con gran atención. El remolino en el mar, la masacre en la selva, la luna moviendo sus prominencias. No había pintado nada de eso realmente y pensaba cómo podía 37
  • 38. haberlos hecho, si fuera posible, si había algún significado para ese sueño. Con los ojos aún cerrados, recordando, caminó en el salón hacía el cuadro donde se encontraba el barco perdido en el mar y recordó lo que les decía a los periodistas. -¿Habrá sido esta mismo noche cuando soñé esto o lo soñé mucho antes? ¿Cómo pueden conectarse ambos sueños, donde vi el paisaje y donde expuse?-. La pintora decidió tomarlo como una señal. Fue a la cocina y tomó vino, luego fue a la ducha y allí tardó observando su cuerpo mientras el agua hacía su labor. Salió del baño con su cuerpo y mente refrescados y como no tenía planeado salir ese día, simplemente se puso una bata y pintó. Consiguió pintar su gran obra maestra. Tenía en su mano derecha la paleta con no más de siete colores: azul de Prusia, gris vegetal, amarillo ámbar, negro, marrón medio, blanco nieve y un rojo granate. Era increíble como mezclaba azul, gris y un toque de marrón para pintar el agua. Era como el sueño, su mano simplemente se dejaba llevar por el pincel y no se detuvo en todo el día. Para pintar la montaña juntó cuatro gotitas de pintura roja con una pincelada de marrón y algo de ámbar. Pintó detalles en azul, que se mezclaba con el amarillo, para crear una extraña y mágica vegetación. Cantaba mientras pintaba y escuchaba el lienzo salpicarse de agua, susurrar con el viento, hablar y gritar. Veía las olas moverse, cada vez las sentía más fuertes. La pintora parecía estar creando un nuevo mundo, no pintando. ¿Podría Dios haber hecho algo similar aquí, pintar esta naturaleza, darle vida, magia y no haber vivido en ella? Nunca se había visto alguien que pudiera pintar tan bien estando tan elevado en sus pensamientos. Sus manos parecían tener vida propia, tener ojos, oídos y alma. Se movían como bailando sobre el lienzo la música de los colores y del paisaje. Untó la brocha de blanco nieve, un poco de azul y gris y pintó trazos de hielo sobre el mar, sumergiéndose, yendo hacia el horizonte. 38
  • 39. Empezó a ver la oscuridad saliendo del cuadro y prefirió apresurarse a terminar pues pensaba que era algún síntoma de cansancio, tal vez. Parpadeó repetidamente y apretó sus ojos con mucha fuerza. Cambió de pincel y con una mezcla entre el rojo granate y el marrón pintó el bote, dibujaba resquicios negros entre las tablas, ponía gotas de agua sobre sus maderos, pintó una ventana brillante en la cual se alcanzaba a vislumbrar, a través, una mujer sonriendo, y sobre la cubierta una pareja riéndose. La pintora los veía, los sentía moverse y tocarse, los sentía pintarse solos. Pensaba quiénes podrían ser, si existían, si vivirían un día o si son muertos y está pintando almas. Escuchaba las conversaciones, la música, todo lo que emitía la pintura, pero ella no pensaba nada extraño. Su mano simplemente pintaba más rápido. Ubicó en el barco unas cuantas personas más, pintó una fiesta con vestidos y danzas. Sobre el cielo azul que había pintado al principio, colocó, con el blanco, algo de brillo en el frente, como si el sol fuera benevolente con este mundo. Vio como la oscuridad quería tomarse la pintura y selló con el negro y con el marrón el horizonte. Mezcló el cielo azul y esta oscuridad, en el fin del mar, en el fondo de la pintura. Fue como si esa oscuridad le gritara, se le acercara. La sensación del fin despertó a la pintora otra vez. Abrió los ojos y observó todo a su alrededor, sus manos estaban sin color, blancas como la luz, ella estaba desnuda y caminaba en un salón dentro de un barco. El sol brillaba como nunca e iluminaba su rostro. Se acercó a la ventana y vio una montaña en frente, encerrando el mar, piedras chocando en las olas y el barco navegando hacia el fin. La pintora regresó la mirada y, tras ella, había pasado una enorme oscuridad. Finalmente sintió que no despertaría otra vez. FIN 1-VI-11 39
  • 40. 40
  • 41. EL CORAZÓN DE UN HOMBRE Se dice que dentro de los corazones hay un mundo, un mundo de sueños y sentimientos; un planeta, que en el corazón de un hombre, se estremece cuando siente orbitar cerca el corazón de una mujer. Hubo un planeta de esos, que era pequeño, pero soportaba muchas fuerzas femeninas en su atmósfera. Ahí vivían la compasión, la paciencia, el amor, la soberbia y la inocencia. Y en este lugar, pequeño como una casa, con estos seres, naturales como animales, existe una gran historia. La inocencia fue la primera en salir. Fue al río y allí vio, sobre el horizonte, como una estrella enorme se escondía tras la cascada. La joven y tierna inocencia se emocionó tanto al ver tal maravilla que olvidó su baño y sus juegos en el agua y se devolvió corriendo a la casa de la paciencia. -¿Qué es? ¿Qué es? -le preguntó emocionada. La paciencia le acarició el rostro amablemente, con comprensión. -Cálmate. Dime. ¿Qué viste? -Una estrella. Era muy grande. Cayó por la cascada. La vi. La vi. Era roja y volaba muy rápido. -No es así -le decía riéndose la señora Paciencia-. En el fondo del río, allá abajo, seguro que no vas a encontrar nada. -Entonces, ¿qué es?, señora Paciencia. -Tranquila, niña. Ya lo averiguaremos. La inocencia, que confía siempre en los demás, esperó como le enseñó la paciencia, hasta que ésta le dio una respuesta. Pocos días después, la señora Paciencia llamó a la joven Inocencia para anunciarle del impresionante descubrimiento que había hecho. Le dijo que la estrella que había visto esconderse sobre el río no era más que un corazón de mujer que se acercaba caliente, como un asteroide, hacia su planeta. La inocencia estaba tan entusiasmada creyéndose un ser especial e importante, pensaba que ese descubrimiento le 41
  • 42. marcaba una admirable vida. Se sentía increíblemente satisfecha e imponente. Su alegría no se comparaba con ninguna hasta entonces en ese mundo. Se fue brincando y cantando por el bosque y ahí se encontró, en una montaña, a la belleza, un joven atlético y muy cortés. Pues juntos estuvieron siempre y como ya es bien sabido, la inocencia es la madre del amor. Pero aquí vemos que el padre es Belleza y que el amor nació por la aparición de una mujer en el corazón de un hombre aconsejado por la paciencia. El planeta de la mujer seguía orbitando el corazón del hombre y cada vez que pasaba sobre el río, el amor sonreía; cuando se escondía detrás de la cascada, éste se lanzaba al agua a buscar la luz en el fondo. El amor creció siempre entre la inocencia y la belleza. Sin embargo, nunca nadie entendió el porqué del sorprendente gusto del niño por esa estrella roja que volaba sobre el río. -Las estrellas no vuelan, hijo mío -le decía Inocencia recordando lo que Paciencia le dijo en su juventud-. No vas a encontrar nada en el fondo de la cascada. -Entonces, ¿qué es? -Esa estrella que vemos, hijo, es otro planeta, como éste. Sólo que ése es de una mujer. Ahí habitan sentimientos también, como aquí. Pero creo que no podrás conocerlos. El amor se mantenía triste por esas épocas, pues quería conocer ese lugar; esos seres le causaban gran interés. Echaba y echaba, como rocío a las flores, pensamientos y plegarías al cielo. Creía, como su madre, que un ángel las escucharía y las llevaría a ese corazón. Todas las noches, a la orilla del río, viendo enamorado la luz roja reflejarse en la corriente del agua e iluminar las piedras, rogaba que alguien en ese lugar pudiera escuchar su voz. Una noche, muchos años después, llegó al río una mujer vestida de princesa. El amor se sintió muy atraído por su aroma. -¿Quién eres? 42
  • 43. -Mi nombre es Compasión. -¿Qué hace un ser tan elegante a esta hora, en la orilla del río? Es peligroso. La compasión, que sabía lo que sentía él, le dijo que le gustaba mirar el cielo en la noche. La estrella roja también le intrigaba. -Entonces, ¿por qué nunca te había visto? -le preguntó. -Te he visto arrancar la arena de ese lado del río con tus pies hace ya muchísimas noches. He sido algo discreta, pero hoy quise acercarme a ti. El amor se unió esa noche con la compasión. Se olvidó de rogar a los ángeles que alguien en la estrella roja pudiera sentirlo. No volvió a sentir la curiosidad ni la tristeza, al esconderse la luz detrás de la cascada, de esos tiempos. La compasión era tan sensual que el amor se dejó llevar por su apaciguamiento. La compasión engañó al amor haciéndole creer que otro camino era el correcto. Gracias a ella, el amor conoció a la soberbia. -Ven -le decía la soberbia tentativamente al amor-. Con nosotras, descubrirás todo este lugar. No tendrás que volver a mirar el cielo en las noches. Desde ese momento, el amor se perdió por la compasión y la soberbia. La compasión hizo que el amor se desilusionara de aquel corazón de mujer; la soberbia escondió el amor. La inocencia extrañaba el amor en su hogar. Comenzaba a angustiarse. -Busca a nuestro Amor, por favor -le pidió a Belleza. Mientras tanto la inocencia fue a contarle todo a la paciencia y ésta le calmó prometiéndole que la encontraría y que volvería a su casa. -Nuestro hijo no aparece, Inocencia. Encontré sus huellas en el río. Iban acompañadas por las de otro ser -se angustió mientras trató de comprender lo sucedido para dar con algún lugar. 43
  • 44. -Calma, dulce pareja. La señora Paciencia me ha prometido que traería a nuestro hijo de nuevo a esta casa. El amor se encontraba prisionero en los terrenos de la soberbia. Parecía que ahí se iba a acabar. La paciencia y su fiel compañero, Sabiduría, fueron hasta su castillo, más allá del bosque. -Soberbia, sabes muy bien que no puedes acabar con el amor y sus ilusiones -anunciaba la sabiduría, enfurecido pero sereno-. Engañaste a este joven y te aprovechaste de su debilidad. Ahora, déjalo libre. -Ahora mismo -le siguió implacable la paciencia-. El amor debe ser libre. La compasión había huido tras haberle entregado el amor a la soberbia. La soberbia, ahora sola, frente a la fuerza de la paciencia y la sabiduría, se vio derrotada y escapó del lugar, perdiéndose en el bosque. La pareja cumplió su promesa y el amor regresó al hogar de la inocencia y la belleza. El amor volvió al río y la estrella continuaba surcando el cielo. Él volvió a rogar por ser escuchado en aquel planeta. En la tarde, se acercó un ángel y mientras se sentaba a su lado le dijo que alguien lo había escuchado y que, como él, había sufrido por encontrarlo. Lo levantó de la mano y lo abrazó de la cintura para volar con él fuera del mundo. Ahí le mostró al ser que lo esperaba, un ser femenino, hermoso, irresistible. Su nombre era Felicidad Aún en esta época, fuera de esos dos corazones, pueden verse juntos al amor y a la felicidad, sonriendo siempre e iluminando las noches. El ángel se quedó con ellos, inspirándolos a seguir unidos eternamente. El ángel se llamaba Frenesí. FIN 31-I-11 44
  • 45. EN MI INTERIOR Por alguna razón, cada año, en un día especial, empiezo el día y siento algo en mi interior: una duda, una imagen, una sensación que busco describir. Este año, 2008, por fin he podido escuchar todo claramente: “-Cuando pienso en ti, mujer, ¿en qué pienso? -No lo sabes. Es tanto, es siempre. -Es fuerte y delicado, grande y detallado, rápido y duradero. -Piensa. ¿Qué ves? -La figura de la belleza, la vida sin su final, la fuerza del corazón y la energía de amar. -¿Cómo? -En otra dimensión. Tú, mujer, eres el signo más tangible que hay de eternidad. -¿Tú crees? -Cada vez me convenzo más y más de que tú eres un ángel que ha venido a salvar mi vida de la soledad y la maldad. -¿Un ángel? -¿Quién, sino tú, o Dios, conoce los secretos que esconde el corazón de una mujer? -No te rindas -…El cielo, sus ángeles, incluso Dios, han de ser seres afeminados para llevar el mundo con tal equilibrio y perfección. -¿Sólo eso? -Tú, mujer, me enseñas la sencillez del liderazgo, la suavidad del esfuerzo y del trabajo, el cariño por el amor y la amistad, la pureza de la inteligencia, la grandeza de la humildad y el poder del amor. -¿Sigues pensando? -Pensar en ti es inaudito; vivo por ti, es más sensato. -Es más fácil recordar. - Te tengo en mi mente siempre, en todo lugar, en todo momento, en toda acción que hago; eso es más fácil. -Apenas entendible. -Mi vida gira entorno a ti: incluso la fuerza más inagotable es fácilmente mansa al verdadero amor de una mujer. 45
  • 46. -¿Qué harías? -Hasta imposibilidades me provocas creer, mujer. -¿Eso te enamora? -Tu equilibrio y perfección. -Son virtudes de los ángeles. -Tú, mujer, eres un ángel. Eres la verdadera salvación del hombre. -¿Lo dudas? -Lo que ha sido, es y será mi vida es por ti y para ti. -De acuerdo Corazón. Tu vida, que es la mía, es igual. -Gracias, Razón.” Entonces descubrí absorto en quien pensaba mi corazón y como mi razón lo guiaba correctamente en su dialéctica. -Madre, tú eres mujer. FIN 18-V-08 46
  • 47. APARIENCIAS Cuentan los trovadores que en una vieja aldea, más allá de la historia, en el principio del tiempo, hubo un humilde e inteligente rey cuya ciudad era la mejor entre las pocas que había y cuyos ciudadanos le tenían un grato respeto. Tenía por esposa –aunque no era la reina, porque todavía no se había inventado esa palabra, mucho menos ese cargo- una mujer que de belleza estaba lleno su interior porque o han de mentir los narradores o los dioses crearon a esta mujer con tanta inspiración que se les agotó en el momento de hacer su cuerpo. Esta pareja, unida por votos matrimoniales creados en un extraño género divino ¿o diabólico?, vivía tan cómoda y feliz: él dando paz y prosperidad a su pueblo, enamorado de lo que no se veía en ella; ella, admirando en su esposo una hermosura como nunca se ha visto en algún hombre en la historia de ese pueblo incluso hasta nuestros días. Parecería una pareja inseparable, aún por el tiempo. Un día, mientras el rey recorría las calles solo como tenía de costumbre hacer una vez a la semana, fue perseguido por una mujer que no existía, que nadie veía ni escuchaba, una mujer que sólo él podía sentir, ¿tal vez con ayuda de otra dimensión? Ella tenía una lindura envidiable por cualquier hembra que la viese, parecía ser, simplemente, lo contrario que la esposa de su objetivo, el rey. En la tarde, luego de muchas horas de persecución sin intenciones suficientes de escapatoria, el caballo del rey se detuvo bruscamente como por alguna fuerza invisible ¿o tal vez un muro transparente puesto allí por aquélla? El jinete, salió empujado hacia arriba del animal y cayó algunos metros al lado; luego que lograra reincorporarse, medio muerto, volvió a caer cuando vio a esa mujer aparecer frente a su animal con mirada tentativa. Despertó sobre nubes negras, brillantes y acogedoras, como un pacto benevolente con el sol. Caminando perdido, encontró a la mujer que en sueños deseaba, el complemento 47
  • 48. de su esposa, a la belleza que sólo imaginaba en el alma de su esposa. << ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué estuvo hace un tiempo donde caí?>> Ella seguía junto a él, provocándolo. -¿Quién es usted? –Preguntó él buscando claridad, por fin, en tan confortable oscuridad. -Bésame –le respondió ella, dejándose caer en sus brazos, intentando juntar sus labios con los de él. Se rehusó y despertó nuevamente. ¿Un sueño? ¿O era en verdad una experiencia real muy extraña? Se acomodó otra vez en su caballo y emprendió viaje regreso a casa. A saber, luego de ese trance, estaba en muy buen estado físico. No le interesaba como había sucedido, pero esa inusual situación la volvería a vivir porque tal belleza tangible, comparada con su mujer, es lo que todo hombre desearía poseer. La esposa del rey, nunca se enteró de aquel terrible acontecimiento y algunos días después volvió a ocurrir la misma acción. -¡Otra vez usted! ¿Qué quiere de mí? –Él había comprendido, desde la primera ocasión, que se hallaba en un trance entre la vida y la muerte; que había escapado de allí gracias a su voluntad, más que al amor. ¡Y otra vez! ¿Qué haría esta vez? Es muy difícil evitar la tentación por lo desconocido, por lo atractivo. -Bésame –repitió ella, tras el mismo objetivo que la anterior vez. ¿Sería tan fuerte alguien como para resistirse? – Ven, bésame y quedémonos juntos por siempre. Mira dónde estamos, mírame; ¿qué hay mejor que esto? Por la mente del rey, pasaron a la rapidez del pensamiento las imágenes de su caballo, su aldea, su mundo, su esposa; cortó sus cavilaciones con la mujer que tenía al frente, ¿o era un ángel? No se sabe qué pudo haber 48
  • 49. pensado el rey, qué aquélla mujer, o qué pasaba mientras en la casa con su esposa. El rey, dando valor a su humanidad, fue débil. Se acercó a la mujer y la besó. En ese preciso instante toda su vida fue borrada de su alma mientras ésta era arrancada con calor de su cuerpo, olvidó sus recuerdos y todo lo que había sido hasta entonces. La mujer, cambió de apariencia y se transformó en un ser horripilante y temerario. Él visualizó su futuro, no tenía escapatoria. La verdad, la mujer hermosa e irrechazable era la muerte, que quería poseer al rey como diera lugar. Es ésta (porque en el universo todo se repite en ciclos, eras; y lo que fue, volverá) una historia, finalizaban los narradores, muy similar a una aún mas antigua que contaba sobre un ser que dio origen a las apariencias, un hombre que reveló la torpeza –desde entonces se dice que el torpe se guía de apariencias que lo engañan- y de una mujer que tuvo el privilegio, gracias a su belleza invisible, de vivir eternamente con nosotros: ella es la inocencia, madre del amor. FIN 10-VI-08 49
  • 50. 50
  • 51. RETROSPECTIVA Yacía frente a los pies de Arturo un hombre muerto. Lo miró detenida y curiosamente tratando, tal vez, de reconocer el cadáver de alguien conocido. Sin embargo sentía que esa muerte tenía alguna relación con él en algún sentido. Se acercó al cuerpo para comprobar su muerte cuando se asomó un policía y le dijo: -Está muerto. El médico se acaba de marchar; la familia ya viene. El féretro está listo. Profundizó la mirada. -¿De qué murió? –Preguntó Arturo. -Suicidio, parece… ¿Lo conocía usted? Entonces Arturo se dio cuenta que no importaba. Estaba en el lugar equivocado en un momento inapropiado. -En absoluto –aseguró y escapo de ahí. Avanzó su camino hacia la izquierda, observando, como a cada paso, todo alrededor parecía envejecer. Pasó frente a una iglesia y entró. Había un matrimonio allí. -¿Aceptas a este hombre como legítimo esposo para amarlo siempre y en cualquier situación…? –escuchó decir al sacerdote. -Acepto –pronunció firme esa joven hermosa. En aquél momento, Arturo sintió que ese matrimonio tenía alguna relación con él en algún otro sentido. Él era casado, así que después de un poco de nostalgia para sí que le causó tal evento, salió pensando en que ojala el 51
  • 52. casamiento tuviera éxito. Le deseaba felicidad a la pareja de novios. Continuó caminando entre, igual que antes, el mismo paisaje avejentado. Vio un gran hospital. Salía una mujer y un hombre con un bebé entre sus cuerpos. ¡Ah! ¡Qué criaturita más bella! Su rostro semejaba una suave imagen de un ángel y sus ojos y su piel eran tan claros como el medio día en primavera. Arturo sintió que esa nueva familia tenía alguna relación con él en algún sentido. Estaba por dejar el lugar cuando el bebé, con gesto amistoso, lo miró con sus ojos azules y brillantes y le regaló una tierna sonrisa. Entonces, este hombre, que siempre había sido fiel a la niñez devolvió la simpatía y se marchó. “Caminante, no hay camino al andar” pensaba mientras seguía y sus encuentros con situaciones tan acogedoras continuaban. Vio, mas tarde, como un hombre perdía sus padres en un coche estrellado que estaba por llegar al hogar luego de una noche cultural. Sentía que esos padres no debían morir y dejar huérfano un joven que hasta ahora salía del cajón de la adolescencia. Pero sintió aún más que ese joven y su desdicha tenían una relación con él en algún sentido. La visión del recién huérfano y el accidente lo puso muy sensible y quiso correr. No obstante, no cambió de rumbo y encontró una pareja de jóvenes enamorados que disfrutaban del placer del primer sexo entre las nubes del amor. Sí, estaban en una habitación; Arturo los vio en siluetas de sombras a través de las cortinas. Se excitó también pues, nuevamente, sintió que esa cita tenía una relación con él en algún sentido. ¡Qué extraño!… Extraño como creía Arturo ver la misma mujer en la boda, el hospital, y ahora. No cambió de rumbo ni paró de caminar; no estaba cansado aún, a pesar de lo mucho recorrido. 52
  • 53. Anocheció y en esa oscuridad salvaje percibió que había llegado a un final. Ya no tenía salida. Estaba en un punto, el cual parecía no llevar a ningún lado. Sólo una gran casa enfrente era lo que Arturo alcanzaba a ver y como provenían de ella gemidos de un recién nacido. Sonaban igual al pequeño de ojos azules de antes. ¿Por qué creía que ambos niños podían ser el mismo o muy cercanos? La misma relación que ha sentido durante todo su viaje, la sintió con este bebé y la sintió como si debiera entrar a esa casa y verlo todo. Entonces se le ocurrió un pensamiento que, por ilógico y porque su inteligencia lo desvanecía, desechó de una vez por no tener argumentos para parecer cierto y casi irracionalmente y sin voluntad, dio media vuelta y emprendió marcha atrás. Regresó a su casa, su hogar, su refugio. Entró a su cuarto, se acostó en su cama y acomodó el cojín bajo su cabeza. Recordó este día y todo lo visto. Retorno a casa, sus encuentros no fueron menos sensibles: un grupo de niños se despedía de su amigo que se marchaba del país y él vio como se abrazaban y divertían sin saber que jamás se volverían a ver; una ceremonia de graduación en la Universidad donde un joven era admirablemente felicitado por profesores y compañeros; una mujer con mucho estilo que acompañaba siempre cada evento; un aparente inteligentísimo y astuto líder que manejaba con mucho poder y rectitud cierto territorio; un funeral en medio de una plaza donde cientos de ciudadanos lloraban la partida de un héroe. Arturo tapó con su sábana blanca su cuerpo débil y pálido hasta el último pelo y recordando aquel pensamiento que había desechado en su caminar, orgullosamente 53
  • 54. resignado concluyó que no valía la pena volver a vivir. Yo creí que había notado mi presencia, pero no. Cerró sus ojos y cuando los abrió nuevamente, estaba en un mundo diferente, en el mío. FIN 25-XI-09 54
  • 55. ALGUIEN SE CONFIESA Una noche alguien ha leído muchas mentes. Lo que letra tras letra, nacida en sus cerebros y transmitidas a sus manos, se ha plasmado en hojas de papel o de bytes por mentes de artistas o pseudoartistas -en todo caso, talentosos- que dejan la realidad en la ropa de trabajo y llegan a sus hogares y se sientan o se acuestan y se inspiran mientras cambian de vestido y hacen de este mundo un lugar donde todo es posible, donde todo es creado y controlado por ellos, donde la imaginación reina... -... ¿Es este el mundo que yo quiero? -se resigna siempre alguien en cualquier lugar-. Es un mundo fantástico, ideal. Pero somos reales, no debe negarse y donde vivimos lo que reina es la ambición. No es muy diferente del mundo de esos artistas: alguien crea, alguien controla, alguien reina. Aquí vive alguien y aunque anhela, como Orfeo no mirar atrás, esa magia, lo que busca es tal vez algo de ese poco de ambición que no dé paz y tranquilidad, felicidad y prosperidad, satisfacción y éxito, amor, etc., pero proporcionará precisamente eso: un reinado. FIN 04-I-09 55
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  • 57. HISTORIA DE UN ASESINO Esta es la historia de un asesino cuya personalidad tenía más defectos que valores. Su nombre era Enrique y en sus prioridades no estaba el comprender acerca de este tema. Él simplemente era un hombre a quien le gustaba la soledad y tanta gente le repugnaba así que prefería no mirarlos. Sin embargo, para llevar una vida normal es imposible vivir aislado de los hombres; si así fuese, iría en contra de la normalidad natural de la vida. Enrique mataba siempre a quien encontraba su mirada. Cuando era niño, no tenía amigos y en cambio golpeaba a compañeros, vecinos y desconocidos (una que otra niña sufrió por sus agresiones tormentosas). Su padre entonces lo castigaba muy fuerte. -Muérete –le gritaba entonces a su padre luego de cada golpiza-. ¡Tú mataste a mi mamá! -Hijo: no digas tonterías, yo no la maté –decía su padre con sinceridad y tristeza que salían de lo más profundo de su corazón lagrimeado. Su historia comenzó al mismo tiempo que su adolescencia. Una tarde salió a caminar por las calles del pueblo y vio una joven campesina con su cabello negro trenzado, su falda larga y colorida que sobresaltaba, a pesar de su frondosidad, sus caderas anchas que sostenían una cintura que asomaba un ombligo provocativo y sensual; sus hombros rosados por el sol pronunciaban la decencia y delicadeza de la señorita, y su rostro, a pesar de la sombra de su sombrero, dejaba ver la silueta tierna y bella de sus facciones. Ella también lo vio, pero la mirada que le dirigió a Enrique –la única que penetraría sus profundas pupilas-, totalmente contrario a él, llevo consigo otro sentimiento: 57
  • 58. repugnancia. Así, Enrique, comprobó una vez más que su odio hacia el resto de los hombres era inevitable. A partir de ese cruel instante, su visión acerca de la humanidad cambió y decidió no tenerla cerca. Se acercó lentamente a la joven mientras admiraba más su hermosura. Le agarró el cuello y alcanzó a levantarla varios centímetros del suelo. Para ser tan delgado, Enrique era muy fuerte. Sosteniéndola en el aire, brevemente la lanzó hacia el suelo con muchísima energía y le dio tantos golpes a lo largo de todo su cuerpo que su muerte, según se sabría después, se debió a estancamiento en las vías circulatorias. Su piel blanca quedo hinchada y oscura y su perfecto cuerpo fue deformado con tumores y huecos. Huyó en menos de un minuto y varias horas más tarde, ya de noche encontraron el cadáver aunque nadie sabía quién ni por qué habían matado la hija del juez. Pasaron algunos años y asimismo el número de asesinatos. Habían incrementado en un trescientos por ciento y cada muerte era diferente a la anterior, desde armas de fuego, cuchillos (grandes, pequeños, anchos, delgados, encorvados, rectos, con filo en la punta, doble filo, etc.), golpes, asfixias, hasta quemados y triturados. ¿Quién era el autor? Por supuesto, Enrique. Pero nadie, en la investigación logro señalarlo. Sucedía que siempre Enrique caminaba por las calles y no miraba a nadie… Pero rara vez levantaba su vista y si se daba cuenta que alguien lo estaba viendo a los ojos (¡qué destino tan trágico y sangriento el que desafortunadamente le espera!), entonces él lo mataba con una de sus innumerables técnicas que parecían ser infinitas. Tal vez si mientras caminaba no hubiera escondido sus ojos, hubiera visto a todos los que caminaban también y se hubiera percatado que lo miraban más de lo que creía, las muertes serían diez o más veces numerosas y sus formas de muerte, 58
  • 59. quizás, ya no parecerían infinitas. Enrique fue el mayor asesino que conoció el pueblo en su historia. En sólo tres años la Muerte recibió quince mil nuevas víctimas. Las investigaciones profundizaron en las víctimas, quiénes eran los muertos, cómo habían muerto, qué hacían justo en el momento de su muerte, dónde habían caído. Por encargo del juez hicieron lo mismo con cada una de los fallecidos y relacionaron todo acerca de ellos, las escenas del crimen, las semejanzas en los diferentes aspectos analizados, las familias, todo. Una investigación excelente, sin lugar a dudas. Pero aún así descubrir el asesino era muy difícil. Cuando pudieron descubrir a Enrique, prepararon la mejor estrategia que pudieron crear para capturarlo. Una noche, lo encerraron en un callejón más de diez oficiales y soldados. Se echó en el suelo como resignado, de rodillas en un charco y el mentón en el pecho mientras todos le apuntaban y el jefe le ordenaba que se diera por arrestado y le enunciaba sus derechos como criminal. Enrique no levantaba su mirada y justo cuando el grupo pensó que se daría por vencido, los miró a los ojos y dejo rodar un disco explosivo que devastó a los hombres en segundos. Corrió y salvó su vida algún tiempo, no más. Pero su final estaba muy cerca y, de hecho, fue rápido. El juez había cambiado las órdenes: -¡Mátenlo! Quería tener el cuerpo de Enrique para encargarse él, personalmente, de la venganza por su hija y del castigo por sus sangrientos actos. Pero, ahora, comprendida la angustia de los habitantes, optó por la eficacia. El cuerpo del ejército, leal como ningún otro, servicial y entregado al honor y al pueblo igual que a sus familias, luchadores hasta la muerte, defensores de las leyes y la paz, 59
  • 60. capacitados para cualquier tarea, como un ejército casi perfecto de humanos que estaban por encima de las dimensiones normales de cualquier hombre, preparó una emboscada sin posibilidad alguna de error. Con la luna en el cenit, en casa de Enrique, con la ayuda de su padre (al que le habían mentido afirmando que sólo lo arrestarían, para lo cual, requerían, por facilidad, el sueño de Enrique), que había conseguido que durmiera toda la noche, un pelotón desalojó el lugar sacando al padre del hogar y obligándolo a dejar a su hijo dormido y encerrado a merced de los soldados. A unas varias decenas de metros, los soldados empezaron el fuego. Mientras brotaban de los ojos del padre lágrimas que hundirían el pueblo si no se secaran al deslizarse, las armas rugían desgarrando bombas y cañones sobre los muros incandescentes que habrían de caer sobre el cuerpo de Enrique quemándolo y aplastándolo. En esos últimos instantes, Enrique recordaba, o más bien recitaba aquél cuento, del mismo autor que esta historia, que, en su época bohemia, leyó y le causó gran admiración porque pensaba que esa era la mejor forma en que debería finalizar su existencia: El reloj, segundo a segundo que me arranca de la vida para dar cuerda a sus engranajes que dictan una hora que no existe, un invento más del hombre, con su cruel tuc cada sesentava parte de minuto, me obliga a pensar en sincronía con él: -Mal-di-to-re-loj-me-es-tás-ma-tan-do-con-ca-da-se-gun-do- que-pa-sas...Es-to-nun-ca-a-ca-ba-rá-¿ver-dad? Y en mis últimos instantes de agonía, el reloj despiadado que no se detendrá nunca, con sus agujas como espinas envenenadas con cicuta, que en cada segundo desgarran de mi ser la vida misma, me dice al ritmo de su tuc bien medido, como sin sentimientos, con la misma frialdad del invierno y con la superioridad que le regala la 60
  • 61. eternidad que podría matar su cuerpo pero jamás el tiempo que lo gobierna, las últimas sílabas que escucharé en este mundo: -Es-el-fin... No-soy-tu-yo-; e-res-mío. La descarga duró menos de un minuto, pero los escombros parecían de una guerra mundial. En la mañana, la noticia fue confirmada: Enrique había muerto. Sus restos fueron dados a disposición de su padre quien, desconcertado, triste, lleno de odio y dolor, deprimido, rencoroso y arrepentido, lo regaló a la plaza central para que todos vieran en lo que habían transformado a su hijo. Tal vez, merecía morir. Aunque no debo juzgar ¿Pero merecía hacerlo de esa forma?...Recuerdo el final de su obituario: “(…) el fuego en su cuerpo fueron las agujas del reloj que lo mató”. Esta es la historia del hijo de Enrique. Él mismo me pidió el favor de contarla. Enrique, y por tanto su hijo, era un sobreviviente de la guerra cruel e injusta. Su esposa había sido fusilada con el rifle en su cabeza mientras él se escondía con Enriquito para protegerlo y éste enceguecía al ver la muerte entrarle por los ojos. Cuando creció, no pudo ser indiferente a su pasado y jamás comprendió que el mundo está lleno de diferentes actitudes. FIN 23-I-10 61
  • 62. 62
  • 63. EXILIO Han pasado seis años desde que el rey me expulsó. He sido desterrado por querer cambiar algunas normas en el reino. Por pretender ayudar a los demás me he quedado solo, encerrado en una gran isla custodiada por cientos de hombres que me tienen en claustro sólo con mirarme todo el día; me siento acosado, prisionero, como un animal. El pueblo ya debe haber cambiado de rey pues le quedaba poco tiempo para morir. Si tan sólo el nuevo rey supiera de mi situación y mandará por mí para ser vuelto a la sociedad... Esa ha sido mi esperanza todos estos años. Parece que el nuevo rey está de acuerdo en dejarme aquí toda la vida… ¡Ah! Únicamente por luchar por mi libertad y la de mi gente. No sé cuánto tiempo pueda esperar más. ...No sé que voy a hacer: he planeado escaparme, pero es casi imposible y además arriesgaría mi vida, estos vigilantes terminarían por matarme. Ya han pasado tres años más, y aún sigo aquí, no sé nada del mundo civil; he estado hablando con algunos guardianes pero no logro entretenerlos ni ganar su confianza para poderme desbandar, pero persistiré pues porque es mi única solución. Ayer, después de dos meses por fin, intenté fugarme, estaba todo a mi favor: por el clima se ha enfermado más de la mitad de los guardias, muchos otros estaban al cuidado de sus compañeros, y otros seguían en su labor, les tocaba trabajar el triple. Cuando vi que podía huir, pensé 'estoy muy lejos de tierra, me alcanzarían y me matarían', también me embargó una sensación de miedo insoportable y sentía que ya no valdría la pena regresar al pueblo: con mi familia, amigos, con Fátima… Deben estar muertos y no pude defenderlos. 63
  • 64. Hoy creo que es mejor idea abandonar este exilio de una manera sencilla pero fuerte. He pensado en caer en eterna soledad y libertad. A quién más puedo revolucionar, si no, por lo menos a mí. Voy a morir con una idea en mi conciencia: intenté hacer un mundo mejor, pero desde arriba me lo impidieron. Si, sólo esto pudiera llegar a Fátima, a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, a mi padrino, el cónsul… FIN 18-X-09 64
  • 65. EL MEJOR SUEÑO -Tiene visitas, señor Suarez. -Me llamo Santiago y, entre otras cosas, ¿cómo puede decirle señor al que es apenas un joven?... ¿Cuánto tiempo? -Cinco minutos –respondió el guardia-. Santiago se encontraba en ese lugar desde hace unos cuantos meses y yo era la única persona que lo iba a acompañar porque aún creía en él, aún lo ayudaba. -¿Qué noticias nuevas tienes? -Ninguna. Así parece, me quedaré aquí hasta cumplir la mayoría de edad y luego me trasladaran catorce meses más a máxima seguridad. -Pero, ¿no hay nada que podamos hacer? –Yo me preocupaba mucho de él; si él estaba bien, yo me sentía bien. -Lo dudo mucho. Sabes bien que soy totalmente culpable: agresión a mi hermano, los traumas en su esposa, ni qué decir tiene el hijo que va dar a luz. Y mi mamá. Tendría que demostrar que soy inocente. No hay algo más tonto en el mundo que mentir hasta el punto de convencerse a uno mismo de la verdad inexistente. -Es cierto –yo le había enseñado esa lección un día en que me dijo que siempre había sido incapaz de pedir perdón-. Y si confiesas, ¿qué sucedería? -¡Por favor, María Fernanda! ¿Olvidas que eres cómplice? ¿Es que quieres también pasar por este lugar? No haré eso, tú mereces vivir bien. A veces Santiago era tan sensato, pero se le olvidaba pensar en lo que dirían los demás. -¿Y tú crees que yo estoy bien viéndote en este encierro y saber que mi tristeza te duele?... -Entonces, ¿qué es lo que quieres? ¿Pagar por algo que no has hecho? No, eso es una vil injusticia. No confesaré. Espero reducir bastante la pena con sólo buen comportamiento y ayuda social. -¿A qué te refieres? ¿Qué has estado haciendo? 65
  • 66. Ya me imaginaba yo que perversos planes estaba ideando. Nunca ha cambiado; siempre piensa que lo incorrecto es lo mejor. -Hablé con el jefe de seguridad. Me advirtió que podía hacer un buen servicio social y, tal vez, con suma de un buen comportamiento como preso, podría salir de aquí antes de la adultez. -¡Grandioso! –exclamé con asombró. No fue como yo pensaba-. Él es muy inteligente, no le gusta perder el tiempo, ni pasar por la vida sin dejar su marca. Siempre decía que todos los días alguien aprendería algo de él. Según él, la inmortalidad se alcanza cuando uno ha dejado su recuerdo en toda la humanidad, aunque para eso se necesitara una generación tras otra y otra. A él no le gustaba pasar un día en su jaula sin escribir una historia, sin resolver algún problema, sin hablar con Dios. Siempre encontraba algo que hacer (¡en tremendo tedio!). Yo me preguntaba si algún día podía confirmar todo esto, si algún día yo me enteraría de lo que hacia en su soledad. Lo mió eran solamente especulaciones basándome en lo poco (¿o mucho?) que lo conozco. -¿Te han dicho que hagas algo en especial? -Yo lo pedí. “¡Un minuto más!”, se oyó salir de la garganta del guardia que miraba entre las rejas lo que sucedía ahí adentro. Yo le pedí uno más solamente cuando agresivamente me respondió “¡quedan cuarenta!”. -¿Y que vas a hacer? –Quería sólo saber eso antes de irme. -Enseñaré algunas cosas a unos niños pobres que no tienen acceso a ningún modo de aprendizaje. Cualquier cosa es muy útil para ellos. “¡Adiós, jovencita!” me dijo el policía ese que ya empezaba a odiar, con tono siniestro. Él le pidió un momento y el guardia accedió amablemente. 66
  • 67. -Sé que estarás bien –le dije-. Estás hecho para soportar esto y más. Tienes un buen corazón. -Lo único que no puedo soportar es tu ausencia. Vuelve pronto, por favor. Me quebré los sentimientos cuando le escuché decir eso. En tal soledad, no podía él decir algo más sincero. Yo salí de la penitenciaría. Me causaba terror a menos que lo tuviera al lado a él. Caminé hasta mi casa y, mientras, pensaba en mi visita. Me acogía una nostalgia enorme el pensar en su soledad. Le devolví sus palabras cuando le afirmé que soportaría ese estado, pero estoy casi convencida que le atormentaba. Nada, ni sus reflexiones ensimismadas, ni sus mil historias que salían de su cabeza, ni su aversión por la multitud, podían ayudarlo. Estaba encerrado. Tan gran corazón y estar limitado por tres paredes y un conjunto de barrotes de acero. ¡Qué lastima! Yo siempre le reprochaba su pesimismo. Siempre decía que su corazón ya no era tan bueno como antes, pero esa confesión significaba que aún era suficientemente virtuoso como para aceptar sus defectos. Contrario a lo que él pensaba, yo sentía que su corazón era tan grande que llegaba hasta mi habitación en una mañana de abril. Él permanecía en su jaula día y noche, totalmente solo. Aunque en su mente tenía una caterva de personas que reunía para poder crear sus varios mundos en sus historias, entre ellos los que alguna vez fueron sus amigos, su familia, desconocidos. En fin. Algo me dice que yo era siempre la primera en sus pensamientos y que de ahí surgían todos sus universos; si él era un “Creador”, yo era su “Musa”, como todos los dioses. Luego me enteré que mientras transcurría el día, él casi nunca salía de su aposento, salvo cuando era necesario. Dormía desde la madrugada hasta el medio día. Leía en la tarde. Algunas horas leía libros; en otras, acerca de cómo 67
  • 68. hacer sus enseñanzas a aquellos funestos chiquillos. A veces ni siquiera hojeaba un libro, pero es que a veces se ocupaba tanto en preparar sus lecciones. Pero siempre que llegaba la noche abandonaba lo que estuviera haciendo y sacaba sus hojas amarillentas y maltratadas y su bolígrafo que sabía esconder muy bien de los guardias. Todas las noches escribía durante horas, sin parar. Ése era el tiempo que más aprovechaba en prisión, y el que más le gustaba: noche, soledad, historias, escritura, el mundo, belleza, yo. Empezaba un nuevo día cuando el decidía descansar y entonces se disponía, en su cama, ahora a pensar, la segunda cosa que más le gustaba. Pensaba en el exterior, en su hermano, su familia, su vida pasada (¿volvería a ser igual?), la ciudad, la cárcel, las demás celdas, la suya, él, yo. Entonces volvía a empezar, esta vez al contrario: él, el guardia, el día, el patio, la ciudad, los habitantes, yo, que atravesaba todos sus pensamientos al igual que la realidad para llegar a donde estaba él. Empezaba pensando en él, daba paseos grandísimos por todo el mundo, pero como me dijo alguna vez: “A dónde quiera que vaya siempre llego a ti”. Y eso, a menudo le aburría; tanto pensar y siempre llegar a lo mismo, todos los días. Mejor se ponía a dormir. Pero nunca se dormía sin agradecer su vida al Señor y rezar para tener un nuevo día mejor al anterior, además, siempre oraba por mí. Vivió así tantos meses. Otro día también fui a visitarlo. Lo abracé –aunque parezca extraño-, con las fuerzas acumuladas del tiempo que permanecí sin verlo. -¿Cómo estás? -Igual que siempre. -Contento –inmediatamente le completé-. Pero ¿hay algo nuevo? -Nada. -¿Cómo que nada? –no podía seguir igual, iban a recompensarle-. ¿No has hecho nada de lo que dijiste? ¿Te 68
  • 69. piensas quedar perentoriamente? Quiero saber cuanto más debes esperar. -¿Esperar yo o esperar tú? -Ambos. Sin alegría ni tristeza, sin nostalgia ni emoción, sin fuerza ni cansancio, me gritó: “Salgo en seis semanas. Ya llevo trece meses y medio.” -Perdóname, por favor. No he querido dejarte solo. -Nueve meses. Y no has querido dejarme solo… Perdóname tú a mí, por favor, yo no debo hacer esto; eres libre. Yo estoy cansado, aburrido; siempre es lo mismo. La misma rutina casi año y medio. ¡No más! Quiero salir, estoy ofuscado por eso. -Te entiendo, pero sé paciente. Sólo así puedes sacar ventajas de todo esto. Yo estaré contigo para cuando salgas. Cinco semanas después de esa ocasión volví. Su vida seguía totalmente igual. (Supongo que para él eso era desastroso, ningún día era mejor al anterior. Por eso sería su temperamento cruel y frío). Pero yo insisto en que su arte y sus habilidades crecían cada día más. Cuando lo volví a ver, estaba muy contento y a simple vista saltaba su emoción al verme. -Me voy en tres días. Yo pensé entonces en lo mejor que pude para remediar un poco lo que había hecho, además no quería acreditarle más soledad. Entonces decidí invitarlo a mi casa. Le dije que el primer lugar donde tenía que ir luego de salir tenía que ser ese. Yo quería darle bienvenida otra vez a su libertad, al gusto de su vida, a la ciudad, a las personas, al mundo, a la realidad. -Te veo pronto –lo abracé y me fui antes que llegara otra vez el guardia ese a afanarme-. Llegó Santiago a mi casa una tarde de noviembre. Lo esperaba una muy buena comida y luego una botella de escocés para celebrar su triunfo. Sí, luego de tanta agonía, él había triunfado. 69
  • 70. -Gracias. Agradecimientos descorteces pensé, ¿por qué querría agradecer? -Dime una cosa antes de empezar. ¿Por qué ese guardia era tan respetuoso contigo? -Porque sabía que yo era culpable, pero además sabía que no era buena idea provocarme. Tú entiendes… Mientras disfrutábamos la comida, le dije dos cosas, claramente me acuerdo de ellas: “Me alegra mucho que estés bien. Recuerda siempre que esta gran amiga te extraña si tú no estás”. -Yo más –dijo como peleando en una subasta-. Lo segundo fue: “Te dije que eras capaz de conquistar el cielo; ¡qué buena manera de conquistar la libertad!”. Esa fue otra de las tantas cosas que siempre me entregaba; yo ya estaba llena de tanto Santiago. -Si crees que soy capaz de conquistar el cielo, ¿no crees que puedo conquistarte a ti? –Preguntaba luego de acabar la cena, con su primer vaso de whisky en la mano- En ese momento yo sí olvide lo que los demás, en este caso él, podían decir. No pensé en eso. Así que actúe rápidamente, serví mi vaso aunque sin voluntad, brindé por su libertad y mi compañía y fue adentro velozmente el licor. Él hizo lo mismo. Pero a esta altura del día yo sentía que él no quería estar ahí (¿o era otro de sus gestos cuando esconde algo?). Tal parecía que hasta tenía más emoción el último día que lo visité allá en la cárcel que este día. -¿Qué te pasa? Se disponía a decirme lo que nunca se atrevería en la realidad. Esa experiencia le había demostrado algo inefable: -Cuando salí y venía de camino me daba cuenta que si había soportado todo ese tiempo solo, que si había sido capaz de crear tan bellas historias que ahora te daré, que si encontraba todos los días un motivo para despertarme enérgico y alegre para trabajar, que si había algo por qué rezar todas las noches; todo eso era porque te quiero. Te quiero y no quiero que te alejes y extrañarte. 70
  • 71. Antes que yo pudiera responderle cualquier cosa, él estaba por salir cuando… despertó. Sí, despertó y se dio cuenta que esta historia había sido un sueño. Pero, extraño sueño aquél, el día estaba a medio sol y Santiago había soñado despierto. FIN 17-XI-07 71
  • 72. 72
  • 73. LA CIEGA QUE PODÍA VER MÁS Era una noche lluviosa, con fuertes tormentas y ventarrones. El camino estaba libre; no había nada que me impidiera seguir, a excepción de esa espesa niebla causada por la lluvia y su doloroso choque contra el suelo. Yo estaba solo en esa calle, ahí, buscando alguna modesta casa, cualquier morada; estaría dispuesto hasta a una humilde choza. Después de mucho caminar desde mi pueblo hasta la ciudad donde engendraría mis sueños y los cuidaría hasta que murieran, yo estaba muy fatigado y un poco enfermo; necesitaba, lo antes posible, un lugar dónde pasar la lóbrega y tediosa noche. Sólo algo era seguro, no pensaba tardarme; conseguiría mis sueños, a eso había salido. No me sentía muy dispuesto esa noche, por eso tuve que parar, pero no descansaría hasta encontrar la meta. Al fin, encontré un deprimente tugurio. Se veía una tenue luz que se escapaba por entre las oquedades que había en las maderas de la fachada. El techo estaba hecho por algo parecido a un plástico transparente pero un poco más fuerte, lo que hacía, imaginé, entrar la luz del sol cada vez que éste miraba al recinto con benevolencia. Busqué la puerta y toqué allí. Me abrió una viejecita muy baja. Ella tenía pequeños ojos y un débil bastón (fue lo primero que noté después de muchas otras cosas). -Disculpe, ¿tiene usted algún lugar donde yo pueda pasar esta noche? -Me atreví a preguntarle de forma caballerosa y respetuosa-. -¿Por qué? -Llevo seis días caminando hacia la ciudad. Tal vez, a esta señora le parecí confiable porque sin mucho problema me invitó a seguir. Entré allí y lo primero que hice fue observar detenidamente el lugar. La casa estaba inundada a causa de la gran lluvia, además se encontraba muy sucia y atestada de polvo (creo 73
  • 74. que este sitio no se aseaba desde hace, por lo menos, un año); no juzgo mucho, pero considerando el estado y la edad de la viejecita, supongo normal el orden de la habitación. Había apenas un sofá, pequeño y arrugado como su dueña, rasgado y sin una de sus patas; había además una mecedora descompuesta y rechinante, al lado se ubicaba una butaca que hacía la función de mesa, sobre ella tenía unos cuantos hilos y tres telas de colores. Todo esto se encontraba en una habitación cubierta de un tapete semejante a una enredadera. Pasé luego a otro cuarto: era la cocina. Sólo había un mesón con dos ollas negras y golpeadas, parecían las únicas existentes en esa casa desde siempre; contiguo, estaban la estufa y dos baldes enormes, uno lleno de platos y vasos sucios; el otro lleno de agua jabonosa. Al lado de la sala se encontraba el único cuarto con puerta. La abrí y ésta temblaba con mucha fuerza; cuando entramos allí, pensé que íbamos a caer porque estaban llenas de huecos y se movían de un lado a otro las tablas que servían de suelo. Dentro de la habitación había una cama armada con cartón y unos troncos, sobre ella había solamente una motosa cobija. Me pregunté dónde pasaría yo la noche. Eso fue lo único que alcancé a observar antes de que Doña Teresa (fue entonces cuando me dijo su nombre) me empezara a hablar sobre su ciega y triste vida. -Ésta siempre ha sido mi vida –dijo la viejecita presentándome su estilo-. He vivido igual desde que era joven, cuando mi esposo me abandonó al poco tiempo de quedar ciega. Él sólo dijo: “¡Pobre, Teresa, ya no sirves para nada; ¿de qué me sirve estar contigo?! ¡Mejor me voy!” Luego de esa confesión, sentí bastante confianza y de repente me puse muy reflexivo; aquella viejecita era muy humilde y noble. -Pero, dígame señora: ¿Cuántos años ha estado aquí? ¿Cómo ha hecho para vivir sola? (Yo, por ejemplo, no había notado que usted es invidente). –Me embargó una curiosidad muy grande. 74
  • 75. -Constancia, jovencito... Llevo casi cincuenta años aprendiendo a vivir sola. Dios está conmigo; no puedo hacer muchas cosas, pero hay una buena familia en el pueblo que siempre ha sido muy generosa conmigo. Yo, por mi parte, cuido de sus hijos. Doña Teresa me contó además que los niños aprendían mucho de ella. Eso sí que me dejo asombrado: “¿Cómo podía una anciana ciega enseñar tanto?”. Me dijo: -ve a acostarte, pareces muy cansado y enfermo. Descansa y mañana te cuidaré hasta que estés mejor. -Buenos días, muchacho. ¿Te encuentras mejor? -Sí, señora. Gracias. -Por cierto, no me has dicho tu nombre joven. ¿Cómo te llamas? -Carlos. -¿Por qué pasa un hombre como tú por este lugar? ¿Qué quieres? -Voy hacia la ciudad. Quiero hacer muchas cosas, quiero… -Está bien, no debes contarme más. Yo veo tus buenas ilusiones. Además dicen que si cuentas tus deseos, estos no llegan a cumplirse. -Sí, señora. -La señora Teresa me cuidó muy bien durante ese día y mientras trabajaba por mi bienestar, me daba, sin darme cuenta, unas lecciones que me ayudaron a cumplir mis deseos. -Yo puedo ver el interior claro y luminoso que tienes. Te felicito. Sólo eso necesita un hombre que tiene sueños. -Sí, señora. Asombrado de la profunda humildad y sabiduría de la vieja, asentía siempre frente a cada observación que me hacía. -Yo puedo verte, puedo sentirte. -¿Usted me ve, señora? -No de ese modo, te veo con el corazón. Te voy a explicar, pero primero te pediré el favor de que me llames Teresa y no 75
  • 76. señora; no necesito tanto respeto. –Tras un corto suspiro, continuó-. Cuando yo era una niña, era egoísta, soberbia y ambiciosa, como tú. Pero luego de mi accidente, algo me hizo comprender que debía cambiar si quería ser feliz. Desde entonces, descubrí la fuerza y el poder del corazón: él siente profundamente lo intocable, escucha lo que las personas piensan y temen decir, ve lo invisible, huele la bondad que despojan los hombres y dice las mejores palabras que pueda expresar un ser humano. Así aprendí que debo trabajar por los seres de buen corazón, como el tuyo, con solidaridad, humildad y sencillez. -Es increíble. ¿Cómo puede usted decir todo esto? -Siéntate en esa silla, relájate, no pienses nada, respira muy profundo y exhala con muchísima energía. Comencé a hacer lo que ella me pedía. Fue difícil concentrarme, pero lo conseguí, lo estaba haciendo muy bien. -Eso es. Así. –Teresa trabajó también en su concentración. Pareces ser alto: ¿unos 1.80 más o menos? Pero deberías comer mejor; te ves muy delgado. Sin embargo, tu rostro muestra mucha acción y energía. Siento tu cabello, a la altura de la quijada y los hombros, rodeando tu cara. Tus mejillas se ven del color de una vida difícil y laboriosa; se desplaza ese sentimental color a tus labios gruesos y rojos. Tu nariz, armoniosamente desconfigurada, sobresale de tu rostro con algún aire de dominante interés; pero ella, a pesar de su grandeza, se siente pequeña, cuando descubre quién esta encima. Tus ojos negros, grandísimos guardianes de tu frente, son tan diáfanos y profundos que revelan la luz de tu corazón, esa que ilumina mi vista como lo está haciendo ahora. Me asombré tanto de aquél suceso, que no pude seguir, fue estupendo. Me vio perfectamente. -¿Cómo lo hizo, señora Teresa? 76
  • 77. -Fue tu interior, transparente y brillante. Así, cualquier persona puede sentirte y descubrirte hasta lo más profundo; no como otros que tienen el corazón tan oscuro y lleno de malos sentimientos, que ni la luz celestial es capaz de penetrarlos, ¿verdad? -Comprendo. -Ya está anocheciendo, ¿por qué no duermes? Necesitas descansar mucho. Te aseguro que mañana podrás continuar, Carlos. -No, Teresa, yo quiero seguir escuchando. Quiero más. -Carlos, tú debes seguir aprendiendo solo. Yo no tengo nada más que decirte, excepto que: “cuida mucho tu corazón, trabaja con él y síguelo siempre. Los sueños sólo son alcanzables cuando vienen del corazón. Tu perseverancia los traerá a ti más pronto de lo que crees.” -Buenos días, señora Teresa. -Buenos días, Carlos. Te he preparado el desayuno. Después, como veo que estás mucho mejor, podrás seguir tu camino. -Teresa, pero yo quiero quedarme con usted. Usted me necesita; yo la quiero ayudar. -No te preocupes, debes hacer lo mejor. Yo puedo vivir sola.-Tras un corto momento me advirtió-: No te puedes quedar. -¿Por qué? -Tienes un futuro grandioso, aquí lo desperdiciarías. Come, por favor Luego de comer, me despidió. -Ha sido un placer conocer un hombre tan bueno como tú. Veo que tu corazón ilumina un futuro exitoso. Alcánzalo. Adiós No tuve otra opción que aceptar su adiós. Le di un beso y me marché El día era benditamente contrario al que llegué. El sol era benévolo. Yo no sufría la tormentosa prisa, me sentía mucho más seguro. El recuerdo de aquella vieja Teresa iría conmigo 77
  • 78. hasta el final de mi viaje. Caminaba y pensaba en las experiencias que Teresa me dio, eran tan profundas e inmutables. “Si Teresa es tan feliz, qué puedo hacer yo… Seguiré sus pasos y estoy seguro que ella irá atrás mío siempre, cuidando que yo viva con el corazón y haga realidad mis sueños”. FIN 25-VIII-07 78
  • 79. LA JOVEN DE SUS SUEÑOS MAFELU, Hacia el antiguo teatro fue Ricardo en nombre de su búsqueda. En ese lugar encontró a una joven hermosa con ojos negros, infinitos e irisados, quién desaparecía y aparecía alternamente en algunos momentos. En un instante, mientras él caminaba con su familia, observó de nuevo a aquella joven que había desaparecido recientemente. Eso hizo que se enamorara, entonces se le acercó y, sin palabras, sin algún sentimiento de por medio, sin pensamientos, se besaron profundamente. Ella enfermó después, pero Ricardo logró salvarla y protegerla hasta con su vida. Él le prometió a la joven que volvería por ella. Cuando lo hizo, ella ya no estaba; a cambio, su familia había aparecido otra vez. Ricardo despertó antes de que en su sueño todos salieran de ese lugar; él no lo hizo. Inició el día con un inmenso sentimiento de amor: sintió que estaba enamorado de aquella joven que no conocía en verdad, que ni siquiera sabía si existía. Ese día estuvo pensando en todo su sueño; no le encontró significado alguno a su búsqueda, a la desaparición de la joven, ni a su familia. Sólo pensaba que si alguna vez conociera a esa joven, entonces le encontraría sentido al sueño y comprobaría que los sueños no son sueños, son una ventana a la realidad desconocida. La vida de Ricardo seguía de manera normal, pero algunos meses después, luego de un día de mucho trabajo y cansancio, volvió a soñar con ella mientras dormía. Alguien tocaba la puerta en la casa de Ricardo. Se sorprendió al ver que era Fernanda; ella necesitaba un lugar donde pasar algunas noches. Ricardo, por su parte se ofreció a cuidarla y hacer lo mejor para que ella pudiera quedarse. -Tienes que decirme por qué has venido, ¿qué ha sucedido en tu casa? -No lo sé. 79
  • 80. Ricardo no entendía nada. Él sólo quería que ella se quedara para siempre. Sentía total amor y buscaba satisfacerla en lo que ella necesitara. Pero ella sólo necesitaba algo: lo buscaba a él -¿Tú eres Ricardo? -Sí. -Te necesito. ¡¡Riiiing!!. El reloj despertó a Ricardo, pero él intentaba seguir durmiendo, no quería que su sueño acabara en ese momento. Le fue imposible, así que afanadamente se levantó y fue a trabajar como lo tenía que hacer normalmente. “¿Para qué me necesitaría ella? ¿Por qué me buscaba?... ¿Cómo que si soy Ricardo? Claro que lo soy… ¡Lo tengo! Así como yo estoy seguro de que ella se llama Fernanda, ella debió querer confirmar si soy Ricardo. Pero, ¿por qué no sabía eso? Si hace parte de mis sueños, debería saber que vive en mis sueños, los de Ricardo. ¡Oh! Hubiera estado tan feliz de quedarme con ella infinitas noches en mi casa.” Ricardo salió de su trabajo y se dirigía a su casa cuando, frente a una tienda de libros, observó a la joven de sus sueños. Se sacudió su cabeza golpeándola suavemente, no lo podía creer, era real y no estaba soñando. -¡¿Fernanda?! La joven volteó. -¿Usted quién es? -Perdón, no quería asustarte. ¿Tú eres Fernanda? -Si. ¿Y? ¿Nos conocemos? -Lo lamento. Es sólo que… -No sabía qué decir ni qué hacer, no estaba preparado para ese momento- Quiero conocerte. He soñado contigo. La hermosa joven sintió la sinceridad de ese momento y también tenía muchas ganas de conocer a este hombre. Sacó un lapicero y un papel y anotó su teléfono. -Toma. Llámame en la noche. 80
  • 81. No tardó mucho Ricardo en llegar a su casa. Pensó un momento en Fernanda y en su encuentro durante la tarde. Eran las siete. Cogió el teléfono y marcó el número del papel. -Aló, ¿Fernanda? -Sí. -Soy yo Ricardo… -El hombre de la librería, ¿verdad? -Sí. Quiero hablar contigo. ¿Podemos vernos? -Te espero en la plaza central, a las nueve. -Ahí estaré. Dicho eso, Fernanda ya había cortado la llamada. Ricardo esperaba en una silla en el centro de la plaza, frente a una fuente. Llego Fernanda de manera puntual y sin decir palabra alguna se sentó al lado de él. -¿Tú quieres decirme algo, no es así? –Se excusó rápida, inocente y casi inconscientemente por haber ido a ese lugar, por su curiosidad, su cierta indiferencia-. Yo sólo he venido porque es extraño que un hombre, muy hermoso por cierto, me ataqué de repente y sabe mi nombre y quiere conocerme y me deja con ilusiones y expectativas y… -¡Fernanda! –Ella guardó silencio y comprendió. Ricardo parecía concentrarse sólo en la fuente y la miraba siempre al final de cada oración-. He soñado contigo. Ahora resulta que eres real. -Y ¿qué sueñas? -Te he visto solamente dos veces en los últimos meses. Pero desde la primera vez, desperté enamorado. Soñé que yo te cuidaba, te protegía, te salvaba la vida. Yo te amaba. Reía un poco Fernanda. -¿Cómo puedes en sueños amarme? -No lo sé. Pero despertaba enamorado y deseaba encontrarte. -Esto es ridículo. Mejor me voy. -Vas a dejar escapar esta oportunidad… La última vez soñé que me necesitabas, me buscabas; en tus ojos, con el 81
  • 82. mismo brillo y color que ahora, se expresaba cierto sentimiento. -¿Todo esto es verdad? –Le dijo con no poca esperanza. -Absolutamente. -No quiero mentirte. En realidad yo también quiero conocerte, aunque siento que he vivido ya un gran tiempo contigo. A mí me sucedió algo similar: te veía en mi mente, trayéndome a la vida; te necesitaba para que no me dejaras sola. Cuando desperté, lo primero que hice fue preguntar por ti. -¿Soñaste eso alguna vez? -Sufrí un accidente hace cinco meses. Permanecí inconsciente durante dos días. Sucedió en ese tiempo y estoy segura de que fue ese sueño el que me salvó. -Ahora veo. –Comprendía Ricardo dándose cuenta de todo-. Todo encaja. Fue exactamente hace cinco meses cuando yo soñé que te enfermabas y yo te salvaba. Estábamos en un antiguo teatro. -Sí. Así fue. -Ya comprendo. Después de un claro y vislumbrante silencio fugaz, corearon con desconcierto: “¡Entraste en mis sueños, pero eres real!”. -Sí –dijo Fernanda con una ilusa sonrisa en el rostro-. -¿Por qué nosotros? ¿Merecemos todo esto? Me he enamorado. -Yo también. -Pero esto no puede acabar así. Quiero saber, encontrar la razón de esto. -Si de buscar se trata, yo te ayudaré con gusto, Ricardo. Quiero estar contigo. En aquel momento, ambos se levantaron del asiento, cruzaron la fuente y atravesaron el parque enganchados inseparablemente de la mano. FIN 8-IX-09 82
  • 83. LA LEYENDA DEL HOMBRE CON EL CORAZÓN ROTO En el pueblo se está escuchando que nació una leyenda. Que hace varios días se escucha a un hombre lamentarse y no parar de gritar en las noches. La gente dice que él lleva la marca de un corazón roto en el pecho. Dicen los más viejos que fue por causa de una mujer de la cual estaba enamorado desde que empezó a soñar, cuando la veía todas las noches en castillos o en barcos, incluso, la primera vez, la vio en un templo y, al despertar, muchos meses después la conoció frente a una librería, donde quedó grabado para siempre el amor en su piel. De ella, cuentan que inspiraba lujuria y paz, que en las noches su voz acariciaba las flores y que al amanecer siempre tenía una sonrisa en su rostro. Muchos hombres se enamoraron de esa mujer por mucho tiempo, unos supieron disfrutar su belleza y amabilidad; otros tontos ciegos jugaron a creerse únicos y perdieron sus recuerdos. Pero este hombre, según hablan, conquistó a aquella mujer una noche en que un brillo ingenuo brotó de su pecho y una mirada infantil y soñadora mostraba cuán profundo llegaban los besos que él sembraba en todo su cuerpo. No fue esa la única vez que él hizo sentir tan preciosa a ella, quien se hacía llamar Mara, pues en la cima de una montaña, con el sol anaranjado reflejando sus verdes ojos, él le prometió que no habría un día para no sentirse enamorada. “Todos los días te conquistaré y te enamoraré” le dijo esa tarde. Y a partir de ese momento, no hubo un solo día sin escuchar palabras de amor y ninguna noche durmieron separados. La gente en el pueblo afirmaba que él era un ángel y había venido a salvar la vida de Mara. Sin embargo él, que sólo era un príncipe –azul para Mara–, decía que era ella quien había salvado su mundo de la terrible soledad, pues nadie antes había visto en ella lo que él vio: una niña inocente y tierna, escondida bajo unos sensuales gestos, que cuando le sonreía, iluminaba el ambiente y lo hacía volar a un futuro lejano bañado de rosas y de años acariciando la 83
  • 84. vejez. Como todos los enamorados, tuvieron que luchar contra algunas fuerzas malignas que querían invadirlos, no sólo a ellos, sino a todo el pueblo también. Pero ellos eran valientes y mientras sus manos estuvieran entrelazadas no habría nada que les impidiera luchar. Complementaban sus capacidades y toda su fuerza era invencible así que nada pudo separarlos. Sólo ellos mismos podían hacerlo, pues no había nada más fuerte que la unión de sus manos. Aun así pudo romperse el corazón del príncipe y quién lo hizo, a pesar de todo, fue Mara. No fueron suficientes las promesas que se hicieron besándose las manos. “Todos los días te amaré” solían decirse antes de dormir y soñarse mutuamente. El amor entre ellos parecía eterno, e infinito. Se escuchaba a los niños del pueblo decir que en sus calles nunca se había visto un aire tan brillante y nunca se había sentido un aroma tan dulce hasta que Mara y el príncipe se encerraron por primera vez en una habitación llena de pétalos y de versos sobre los cuales derramaron toda su pasión y todo su gusto, y permanecieron desnudos juntando sus pieles y sus sentidos escuchando las canciones románticas que ella cantaba para él y las poesías más largas y comprometedoras que él jamás haya escrito para alguien. Todos aseguraban que ellos seguirían caminando juntos por los jardines del pueblo, unidos siempre de las manos, hasta que la muerte llegara a acompañarlos en sus caminatas; muchos pensaban, incluso, que seguirían amándose en el otro mundo. Pero todas las promesas, todas las ilusiones, todos los sueños, todas las visiones que existían en el pueblo, todo desapareció un día cuando Mara no despertó con el príncipe. Un viejo loco en las afueras dijo haberla visto salir corriendo esa mañana y cruzar el puente sobre el río vestida sólo con su íntimo pijama. De ella nada se volvió a saber con certeza; sospecharon muchas causas, intentaron adivinar sus sentimientos y algunos supusieron faltas de buen juicio. Pero nadie, ni siquiera el príncipe, quien había vivido con 84
  • 85. ella los mejores años de su vida y creía conocerla muy bien, pudo saber cuál fue la razón de su partida. El príncipe seguía encontrándola en sus sueños, más hermosa que nunca, siempre le seducía y le decía que quería volver, que extrañaba sus besos, su cuerpo, sus palabras. Él acariciaba su cintura tiernamente todas las noches mientras la besaba olvidando todo alrededor. Pero despertaba y se daba cuenta que Mara seguía lejos. Hubiera preferido no despertar todas esas noches y volver a vivir lo que en tiempos anteriores fue real. Mas el príncipe nunca perdió su esperanza pues escribía cartas y poesías que mandaba al río esperando que alguna vez llegaran a donde ella estaba. Se aferraba a pensar que Mara continuaba amándolo, que tan sólo había ido a buscar algo que no podía encontrar a su lado, pero regresaría y le daría una gran sorpresa cuando le mostrara el hallazgo y pudiera seguir queriendo estar con el hombre de su vida, quien había vivido en sus sueños y ahora era real, quien era perfecto para ella y a quien amaba todo de sí, hasta que dejara de soñar. Mientras tanto, él esperaba y en el pueblo decían que él era capaz de esperar ahí sentado, frente a su casa, hasta morir de amor, que nunca se pararía de ahí si no era con Mara a su lado. Y tuvieron razón, pues el príncipe dejó su alma ahí sentada. Nadie volvió a escuchar al príncipe hablar. Los habitantes dicen que se le acabaron las palabras, que nunca se ha detenido a saludar a nadie, que nunca levanta la cabeza y que siempre está llorando. Los chismes se difundieron casa por casa, pero la verdad es que no se puede ver un cuerpo sin alma. En el día sólo se ve una sombra caminando por las paredes, pero nadie es dueño de esa sombra; y se estrella con la gente pero es como si no existiera nadie, les atraviesa como si fueran nada, es invisible para todos. Por donde pasa el cuerpo del príncipe, quedan rastros de sangre en el piso mientras la sombra escurre lágrimas. Todos en el pueblo entienden el dolor que pudo sentir y dicen que sin Mara a su 85
  • 86. lado, el pueblo se ahogaría en lágrimas y en tristeza pues cada vez eran más largas las caminatas que el príncipe hacía para buscarla. Desde esos días en que simplemente se ve un cuerpo caminar día y noche como si no tuviera alma, derramando sangre y buscando a través de las ventanas encontrar a esa mujer, se dice que el príncipe abrió su pecho, y vio su corazón roto. Su herida no se ha cerrado en mucho tiempo y cada día se puede ver un hombre sentado en frente de su casa, inmóvil, y una sombra caminar por las calles. El príncipe está bien actualmente, cada noche sigue escribiendo las cartas y poesías que llevará al día siguiente al río para enviarlas a Mara y luego da vueltas por el pueblo buscando historias que pueda contarle a ella para hacerla regresar. Esa era la razón por la cual no hablaba con nadie. Su dolor fue fatal, a tal punto que, como cuando sentía amor con Mara, el aire cambió y las personas comenzaron a ver caos entre sí y a alucinar con hechos tristes y agónicos, como el del hombre con la marca en el pecho, que era él mismo visto desde la gente. Esa leyenda, que era él mismo, fue la última carta que le envió a Mara. Continuó esperando mientras veía las personas vivir, ser felices, besarse, abrazarse y él quería sentir eso otra vez más, pero esperaba porque ya había sido feliz, y a diferencia de esa gente, podía amar una sola vez y morir de amor si fuera necesario. Pero muy en su interior, sabría que valdría la pena la espera, pues la mujer de sus sueños, de su vida, su felicidad y su amor, vendría algún día a hacerlo sonreír nuevamente y a cumplir los sueños huérfanos que nacieron el día en que ellos dos se enamoraron y que aún podían ser cumplidos. FIN 05-VIII-11 86
  • 88. 88
  • 89. SIN PALABRAS Bajo el oscuro y brillante universo, Entre una blanca y maculada nube, Un par de soles negros en el centro Y una alta montaña suave allí sube; En su piedemonte dos tersos puentes Encierran un abismo dulce y rosa. ¡Ah! ¡Qué mundo más bello tengo en frente! … Y no sé como describirlo ahora. Este poeta, frágil y deudor de palabras, Ante tal hermosura tal vez irreal, Sólo sentir y apreciar puede en verdad; Mas ese mundo y esos soles y esa montaña No son más que palabras porque allí no caben Ni gestos ni ideas… sólo mentes que se abren. 25-X-08 89
  • 90. 90
  • 91. CIELO Ese cielo maldito e inerte oye y ve todo en este mundo y pasa inadvertido entre el pueblo ¡Escúchame a mí, por favor! -No quiero tener que volar y alcanzarte y golpearte, y que abras los ojos y comprendas que aquí abajo necesitan tu atención-. Puede llover en cualquier instante, puede secar la tierra un minuto después puede derrumbar la naturaleza, su amiga y compañera, con su colosal voluntad. ¡Oh!, admirable y envidiable cielo ¡Escúchame a mí, te lo ordeno! -No me hagas morir y odiarte; pactar con el infierno una traición. Puedo bajar al fondo y ascender con la velocidad del pensamiento y poseerte; tú, poseerme-. -¡Mejor!, juntos tu y yo caprichoso y ciego cielo. Juntos podemos reinar: traeremos vientos desde el norte, desde el oriente y desde arriba y entraremos en la sangre de todos-. El cielo gris, a veces negro, 91
  • 92. se ofende por mí y se enfurece. Entonces, cuando de sus nubes brota agua sucia y amarga -como mis sentimientos por él- es porque llora por mi odio. Pero él, imperioso y canalla, descaradamente nos ilumina con su caluroso azul a mí y a mi gente cuando se siente ignorado. ¡Escúchame a mí una última vez! -Hagamos un acuerdo. Observa mi pueblo y cuéntame lo que mis ineptos ojos no alcanzan. Yo haré plegarias para ti y al final me sobrecogeré contigo para, con alivio, controlar entre tu claro poder 30-XII-08 92
  • 93. DESALIENTO Llega la noche, se acuesta y no pasa nada, piensa. No, no piensa; se duerme sin nada. Intenta soñar y no consigue nada. Quién lo viera en sus inmedibles noches, pensaría que bajo las sábanas no hay nada. Pero hasta ahora comienza; aún no termina. Se despierta en las mañanas y su letargo aún no termina. ¡Cuánto quisiera seguir descansando!, pero su día aún no termina Hasta ahora comienza, y no sabe si llegue la noche. Está pensando, siempre lo hace; aún no termina. Y cuando por fin se despierta, está cansado. Ayer fue un día duro, como todos. Por eso está cansado y piensa en su trabajo, como todos los días. ¡Está cansado! La misma rutina se repite día tras día, noche tras noche hasta el final de sus días y quizás acabe cansado. Llega la noche, se acuesta y está solo, desea. Sí, desea; no quiere estar solo. Imagina compañía; abre sus ojos y está solo. ¿Qué gracia tiene estar en soledad todas las noches? No quisiera despertar, pero sabe qué mañana estará solo Se levanta y odia al mundo, lo quiere mandar a la mierda, 93
  • 94. es tan fácil… ¿pero alguien lo siente? ¡Vaya mierda! Piensa que deba estar agradecido, está vivo gracias a tanta mierda que recibe por doquier. Llega de nuevo la noche y esa nada que aún no termina lo tiene tan cansado, tan solo. Esta vez no va a dormir, despierto irá soñando y soñando pasará la noche. Sigue soñando. La soledad y el cansancio desaparecen si está soñando. Por fin, no quisiera que muriera la noche pero tendrá que despertar, está soñando. Imaginar, soñar, pensar lo hacen tan libre que jamás quisiera dejar de hacerlo. Quiere ser libre pero no puede… éste es un mundo donde la resignación es ley, nadie es libre. Si naciera un mundo de fantasías… pero es imposible, como impedir la noche Así que se resigna y abandona la idea de ser libre. Ha abandonado todo, la nada ahora es eterna; por fin ha terminado, descansa en manera eterna. Pero es la misma mierda, la soledad es eterna. Por lo menos aquí no pasa el tiempo, no hay noche y se puede ser libre… aquella pesadilla fue eterna 3-I-09 94
  • 95. ROCK N’ ROLL Me gusta esta música, su ritmo y sus palabras. Me gusta ser una roca que rueda con voluntad. Me gusta pulsar cuerdas que en su vaivén gritan de pasión y furia en notas que penetran mi piel. Me gusta cada rift sonoro que repetidamente se inunda de mi corazón sediento de poder y rebeldía. Me gusta como un bajo afinado con mi corazón altera mis sentidos, con ganas de jamás parar este éxtasis. Como efectos de una hierba, de un líquido o de cualquier psicotrópico, este rock me hunde y me eleva, me hunde y me eleva. El sonido poderoso de unas cuerdas vocales que vibran con cientos de armónicos mueven mis extremidades, mi cabeza... y mi cuerpo emprende vuelo. Llega lejos, años atrás, y, entre flores y notas, sombras, metal y carne el mundo se torna agradable. 10-II-09 95
  • 96. 96
  • 97. ALUCINACIONES Ya veo, ya veo venir momentos como aquellos recuerdos de otra vida, momentos como aquellos que viví una sola vez, pero éstos acaso mejores. Te pienso y ya imagino esos paseos en nubes nocturnas y distantes volando a través, sin miedo a caer, pues las alas me las diste en mi funeral. Ya te veo, a mi lado a pesar de la distancia, el anacronismo, la casualidad, marcando mi piel con tu pureza y tus labios y tu vida. Ya nos veo, nos veo juntos Veo unidas dos líneas de vida muy muy lejanas al comienzo y agarradas fielmente luego por mucho tiempo para que sigan paralelas y acompañadas. Tu línea y mi línea. 97
  • 98. Ya vienen, ya vienen esos momentos que extrañaba que soñaba y que veía no en este tiempo ni lugar pero los veía, nos veía. Ya vienen, los veo cerca... 12-X-09 98
  • 99. ONIRIS ¿Por qué, muchas veces, en la noche planea uno, antes de dormir, el sueño? Mas, es de imaginación un derroche, pues del subconsciente nadie es dueño. -Pero lo soy de mis días y noches y decido si odiarte o amarte… Si lo descubres, no me reproches: tal vez todo el día pueda darte cuando, alegremente, me sorprenda que mi cuerpo y sueño has poseído. Y antes del alba, cuando te has ido no existe fórmula que se venda para crear y domar ilusiones, pues sólo el Destino sabe esas soluciones 10-II-09 99
  • 100. 100
  • 101. LUNA ¡Qué bella luna veo ahora!, asomado por casualidad, a mi ventana, su aurora espesa y amarilla, mis ojos iluminó. Sola en el cielo está como yo aquí en tierra. A años luz, brillan con ella cientos de astros que algo se ven; hasta allá viaja mi mente. Muy lentamente, transita, la luna sobre mí y lentamente voy desencantándome. Si ¿cuánto ha de pasar para repetirse?, ¡Por qué no sigo asombrándome! Escribo para recordarlo... vuelvo a mirar y ¡oh!, una nube la está eclipsando. Es tan potente como la luna se ve frágil ocultándose. No la veo más (por fortuna alcancé a observarlo y escribirlo), pero esperaré que salga de nuevo y me devuelva parte alguna de mi asombro: lo necesito para más. 101
  • 102. ¡Ah! Volvió a salir, se ve frágil la nube cuando potente la luna se descubre. Continúa coloreada... éstas imágenes jamás serán borradas. 10-III-09 102
  • 103. MEMORIA, OLVIDO Y DESTINO ¿La Memoria es sólo secretos del pasado o podría poseer también instrucciones sobre el futuro?. Es la jaula del hombre, y la jaula aunque sea de oro, sigue siendo prisión. El Olvido es el asesino de la Memoria. Si derrotáramos el Olvido, ¿podríamos controlar el Destino?... ¿o la Memoria está destinada al olvido? 21-III-09 103
  • 104. 104
  • 105. DEJO MI CIUDAD Dejo mi ciudad en una tarde rosa, los edificios viejos y violetas, las nubes entre amarillas y rojas, el cielo que es azul en el horizonte y oscuro sobre las montañas. Ah, calentamiento global ¡Qué bien se ve y qué mal hace! Extrañaré esta grande ciudad, sus tres cielos y su frío, la noche opaca e impenetrable con contadas estrellas, los vientos que desgarran los árboles y arrullan, con las hojas, los insectos. Extrañaré las calles limpias y los andenes altos. Cambio el amanecer tardío por un atardecer a las 7 pm con leche y estrellas en el cielo, con las olas bañando la arena y la marea dándome cafeína; cambio kilómetros de cotidiano caminar por el sudor de unos metros cuesta arriba; cambio la rutina sedentaria por cortos paseos en fiestas carnavales, comparsas, con la compañía de una mujer y el calor entre la brisa y el agua, desde el mar hasta las nieves, 105
  • 106. Dejo mi ciudad, pero no tardo. volveré pues me gusta la frialdad la congestión, la polución, la luz artificial, las chaquetas y corbatas. Son sólo unas vacaciones, volveré pues me gusta esta ciudad... que escribe estas poesías y ha hecho las letras en mi cuerpo. 27-VII-09 106
  • 107. ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA ¡El cielo se esta incendiando! Corran todos. El azul monótono y de calma ha sido tragado por la pasión, la guerra y el pecado; por el amarillo candente y el rojo mortal que se mezclan en humos grises como un vórtice del otro mundo. ¡La gente continúa tan inocente allá abajo! No se detienen a desviar su vista y darse cuenta que el cielo se viene abajo, se derrumba, lo derrumban. Ángeles, demonios y humanos parecen comenzar a convivir... ¿O será simplemente que por fin se ha conseguido unir eso que nunca fue creado para tal fin? 10-XI-09 107
  • 108. 108
  • 109. RUTINA Amo madrugar todos los días y dormir luego de media noche, amo estudiar y trabajar y aprender cada día algo, amo cansarme a diario y tener que descansar y madrugar.... Amo mis noches de juventud mis letras nacidas de la luna, amo que con el brillo del sol no brilla mi poesía. Amo que en el día soy cuadrado y en las noches transdimensional, amo ser uno en las mañanas y bajo la oscuridad, otro. Amo que en ocasiones es así y en otras, al contario. Amo pensar todos los días y crear novedades siempre, dejar cada día mi huella en la sangre de otro y tratar de alcanzar la inmortalidad. Amo que la gente me juzgue y que piensen mal de mí. Amo despertar enamorado y que el amor sea mi inspiración, amo no poder decirte NO y descansar al fin; amo que mi diario seas tu... pero agradezco que tú hagas esto. 109
  • 110. Amo mi rutina porque todos los días son diferentes: es destruir o crear siempre, es autenticidad y energía. Amo que lo único constante eres tú en mi mente, y amo aún más, que esa es la razón por la cual nunca es igual. Amo no poder ser del resto -y vivir como un juguete de cuerda repitiendo actos siempre sin pensar-, amo tener responsabilidades y no horario pues pienso mucho, te pienso mucho y descubro que llegará el final... Para mí, la muerte es el comienzo, el comienzo de una aburrida rutina qué será peor sin tu compañía, pues por ti cambiaría toda mi vida por un "estar contigo todos los días" 12-IX-09 110
  • 111. SUEÑO ARTE Si un sueño existe, también existe la forma de convertirlo en realidad. Pues, ¿en qué lugar hay una vida sin muerte? Pero si sólo es una imagen que crean nuestras mentes entonces podemos técnicamente hacer del sueño un arte. Una vez más, obtengo pistas que somos arte de un perfecto, sensible y muy dotado artista que naturalmente escribe un texto constituyente de las ideas y líneas donde nos movemos. Los sueños son arte dentro una obra que cobra vida y niega el destino que fluye el arte. 14-V-09 111
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  • 113. UN SUEÑO MUERTO ¡Soñé otrora una fantasía!... De ello, atestigua mi almohada que sólo eso fue, pues nada podría cumplir tal osadía. Y cuando un sueño, a punto, estaba de hacerse realidad, prefiero escapar del mundo a ser víctima de la Casualidad, pues el corazón del universo trajo a mi ventana la llave con la cual abrí los versos que iluminaban en la y re ¡Sí! ahí estaba esa ilusión: justo en frente; me disponía a arribarla y a ser Dios para pesar la levedad onírica cuando otro hizo lo mismo y me empujo al pesimismo con el que empecé ese día: Destino, tú tienes mi alegría. Soñé, me ilusioné, incluso creí. Luego, me atreví a quebrar, por placer, una que otra ley... y ahora, vigilia debo guardar. 14-V-09 113
  • 114. 114
  • 115. MI POESÍA Me gusta escribir poesía. La siento sobre mí: sus letras en mi piel, las historias en mi vida y las imágenes en mi sangre; el arte en mis sueños. Mi poesía es música y literatura. Más tengo un único poema que me gusta aún más, uno que se escribe solo, con un cuerpo absurdo. Baña sus palabras con vainilla. Sus perfumes amarillos y su quintaesencia violeta penetran mis heridas pupilas, cuando lo siento cerca. Soy una historia, mil más... las de ella, otras más; mi poesía y yo somos cientos y millones de historias. Aventuras que escucho venir de una voz cantante y dulce, aventuras que escucho en silencio y en sincronía con su respirar. Mi poesía vive... ha vivido por mí, vive para mí, vive porque yo vivo... 115
  • 116. para ella. Porque cuando la veo, un incendio celestial desaparece todo alrededor dejándome en el humo de la inspiración y la sensualidad. En medio de nada y de oscuridad, mi poesía y yo, nos encontramos. Entonces quiero cantarle, pero ella me enreda y siento música en mi espalda, en mi pecho, y sus brazos (con los que la poesía puede abrazar a todo el mundo), me levantan sólo a mí, y cómo son invisibles... Sí, es como si volara. Recuerdo a Andrés: "Era el amor, esa felicidad de volar en la realidad" Mi poesía es como yo y no voy a decirlo. Tengo versos en mis pensamientos; tengo a mi poesía junto a ellos, sentada bajo un árbol, con tinta en sus ideas y cuentos en sus manos, como una hoja de papel que viene de la Nube Alta. Si tiene ojos mi poesía, han de ser como dos planetas habitados por penas y alegrías, gobernados por figuras oníricas 116
  • 117. que convierten el mundo en fantasías, en tranquilidad, y en una verde playa que me invita a mojarme en sus arenas. Si tiene piel mi poesía, ha de ser un desierto de placer, un telón de licor y azúcar, un abismo en los recuerdos que lograría vislumbrar como propios cuando, con los ojos cerrados, pudieran mis dedos caminar en sus curvas fértiles, y no culparse por no colonizar ese bello territorio. Si tiene olor mi poesía, ha de ser el de las flores veraniegas y las sábanas en el crepúsculo; limón y fuego sobre la hierba y agua reposada en el vientre. Si tiene sabor mi poesía ha de ser como el chocolate de mi niñez, como la leche en mis huesos; ha de ser como una vida que entra en otra, boca a boca. Si tiene alma mi poesía, es como la tuya, amor mío: tan azul que el mar y el cielo envidiarían la profundidad y la calma, que mueve el suelo con pensar; 117
  • 118. que sobrevive al mal, al olvido y a la soledad. Es como la tuya... que me vio. Tú eres mi amor, mis ideas, mis sueños y mi futuro. Eres mi poesía hermosa: me haces escribir, y yo escribo... te escribo. 13-XII-09 118
  • 119. ODA A LA BELLEZA Quiero permanecer en tus ojos, estar alumbrado en el mundo de tus pupilas eclipsadas, recorrer los caminos de tu rostro y escalar con caricias tu nariz, y caer en el deseo de tus labios que son como las flores en tu cabello. Describir con mi lápiz tus mejillas y tu cuerpo feliz sobre las rosas. El viento mira tu piel y tiembla, y el sol, si te escucha hablar, se enloquece de calor y yace en tu pecho, que es el hogar de mi tentación. Mi frágil vista es perturbada por tu cintura desnuda que corta el tiempo en cada melódico paso con que pisas mis recuerdos como bailando con mis ilusiones. Persiguen, a lo lejos, escondidos, mis ojos a tus piernas (mientras pienso en el amor viéndote caminar) buscando descubrir tu belleza que se apresura a volar sobre mí y descansa en las noches en mi cama para despertar mis sueños e ignorar la mañana. Las letras en tus manos se sientan en mi mente a cantarle a tu belleza, y me llevan a escribir mi poesía desde hace tiempo. 15-XI-11 119
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  • 121. ODA A LA SENSUALIDAD Sé que me amas, disfrutas hacerlo. Tus besos me encarcelan entre barrotes de placer, mojar tu piel de caricias y miradas desnudas, provócame hundirme en tu cuerpo; que absorbas a gritos mi amor y yo te entregaré una tarde de recuerdos escondidos en la oscuridad, húmedos en tu mente. Necesitarás que mi pecho sea el refugio donde guardes tus secretos, que en mi piernas se levante tu intimidad, y mi confianza te cobije suavemente. Deja que mis manos espíen la ansiedad en tu vientre, que sientan tus deseos en cada paso que dan hacía tu corazón. Mis ojos iluminarán la certeza de nuestros brazos protegiendo la inocencia con que nos llenamos de calor y de suspiros. Moveremos nuestros cuerpos con tanta locura, que confundiremos nuestros pensamientos. 121
  • 122. Yo necesitaré que tu voz se pose en mi almohada, y en las noches me cuente tus sueños y tus fantasías. Acaríciame, tus manos acompañarán a mi lengua mientras exalta, beso a beso, tu belleza. Tus ojos verán cómo, tocando sutilmente, un abismo me tienta y yo me lanzo ahí, por tu amor; y los sueños que te escuché anoche trataré de cumplirlos. Con extasiada felicidad, frenéticamente agotado, yaceré sobre ti, rodeando con mis brazos todo tu ser. Pues yo necesito, como tú, creer que somos perfectos. 16-II-10 122
  • 123. ODA AL TIEMPO En un segundo te veo y en otro imagino mil mundos; me pierdo en tus ojos y todo escapa de mi mente. En un minuto te beso y todo mi cuerpo se agita, me siento en las nubes y tú entras en mis labios. En una hora caminamos, nos acostamos, nos abrazamos y siento la libertad de vivir cada segundo y cada minuto. En un día te amo mil veces y el atardecer me cuenta que nos verá juntos mañana. En la noche sueño contigo y pido a las estrellas que al vestir el alba me quieras y pueda verte. En una semana podemos estar felices, triste, soberbios o locos, pero sentimos el amor. En un mes, cuento como el tiempo nos une 123
  • 124. y parece tu esclavo; tu tiempo me ha conquistado. Y en este tiempo, no he probado más sentimientos con ese dulce sabor de la felicidad que los que me das cada instante. Y el tiempo: el cuerpo, los ojos, los besos, la piel, las manos, los sueños, la compañía, el caminar, los pensamientos, la poesía, los días, el sabor, el alma, las noches, la vida, la voz, las palabras, las ideas, el amor... todo el tiempo lo quiero en mi habitación hasta el fin. 15-IV-10 124
  • 125. ODA A LOS BESOS Yo escucho tus labios. Suaves los imagino diciendo "bésame" derretidos al mencionarlo, pidiendo por mí. Una puerta es tu boca hacía otro mundo; por tus labios vuelo sobre ti. Como la luna llena, tus besos iluminan mi rostro, y nunca quiero que se marchen. Como el mar, quisiera recorrer y hundirme en cada ola de tus labios, con la infinidad de tal placer. Por un beso tuyo podría perder el sentido; y por no tenerlo, podría la vida dejar. Como el viento, tengo tus labios, frescura bendita, llevando mi mente al aire. Por besarte puedo darte todas las flores y hacerte sonreír todas las noches. Por disfrutar de tus labios quiero hacerte feliz eternamente... Bésame 14-VI-10 125
  • 126. 126
  • 127. NO HAY NADA MÁS MARAVILLOSO La luna me nombraste, pero sí es ella tu sonrisa besándome en las noches. El campo quieres visitar, pero sí son las flores tus pasos al marcharte. El mar quieres ver, pero sí sería como ver tu alma en el espejo. Al cielo me llevarás, pero sí son las puertas en tus manos abriéndose. Yo todo quiero darte, pero sí tu eres toda, en mi vida, felicidad. Nunca conoceré nada más maravilloso que tú 25-IV-10 127
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  • 129. AQUÍ ESTÁS Ahí va la razón de mi vida, una parte de ella, toda mi vida entera asomada. Has entrado en mi vida tanto... tanto que me dominas: tu alegría es mi felicidad, tu furia es mi tristeza, tu futuro es mi sueño. Sueño con tus besos en mis mejillas arrugadas, con bailes lentos y susurros en las noches. Sueño que tú compartes mi destino, sueño con hacernos grandes y alimentar esta felicidad. Ahí van esas señales, la sonrisa, la noche que aún no viene; el tiempo esperando que no lleguemos al final, que no caminemos en su camino, que volemos donde el tiempo es polvo y la eternidad un segundo; que estemos juntos mientras él anda Ahí va la sonrisa más brillante, con el sol en la boca y las nubes en el pecho... No me dejes caer, quiero enamorarme toda la vida. 21-IX-10 129
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  • 131. ¿DÓNDE? Me he preguntado dónde va el pasado, dónde van las palabras aventureras el fuego de tu lengua al hablar, las frases que vibraban en tu cuerpo; dónde va mi voz en tus pensamientos. ¿Dónde están los besos que nos han marcado? ¿Dónde va tu boca cuando la alejas de mí, tu mirada viajera si me tienes al frente? ¿Dónde llevas mis manos cuando quieren, tu cuerpo, encender suavemente? Dime dónde escondes las caricias que trato de reinventar en cada toque, dónde tienes mis abrazos que buscan sin cesar bañarte de amor, de pasión; dónde escondes los deseos de estallar, entre mis pulsos, tu sensualidad. Quiero saber dónde van mis señales, dónde van mis mensajes, si los ves, si aterrizarán en tu ser o flotarán entre nosotros. Me pregunto dónde has ido, si tendré que seducir tus escapes o volverás y gozaremos los dos. 22-IX-10 131
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  • 133. IMAGINA Imagina que siempre estoy a tu lado que levito alrededor tuyo en las noches, que tomo tus manos cuando despiertas, que caliento tu rostro con mi cabello, que ruedan mis ojos por tu silueta, que es fácil sentirte aún lejos. Imagina que eres lo único en mi vida, lo único que veo al abrir mis días, lo único que veo en mis sueños, lo único en qué pienso cuando hay retos, lo único que quiero llevar en mis viajes, la única con quien quiero compartir todo. Imagina que eres perfecta, imagina que puedes salvarme, que puedo salvarte y ser tu héroe. Imagina que nos bañamos en los ríos, que dormimos en las hojas de las palmeras que caminamos en la nieve y nos acostamos en el desierto. Imagina que damos vueltas por el mundo y sigues enamorada de mí más que de cualquier otra cosa. Imagina que no caminas sola, imagina que estás en paz, que eres feliz que no necesitas nada, que no falta nada, sólo yo. Imagina que estamos juntos toda la vida... Ahora estás imaginando mis sueños contigo. 24-X-10 133
  • 134. 134
  • 135. DUELO ¿Ahora quién escuchará mis consejos, ahora quién disfrutará mis historias, quién me mirará fijamente mientras hablo, quién me dará toda su atención y todo su tiempo, todo el silencio y toda la fuerza para seguir contando? ¿A quién voy a inventarle cuentos y recordarle mi vida poco a poco, a quién voy a abrir mis secretos que tengo sobre mi futuro... y sobre el pasado? ¿Cómo será mi vos en adelante, qué haré desde ahora? ¿A quién voy a enamorar con mi voz, con mis caricias y mi cuerpo, si ya no puedo hablarte y tocarte? Porqué no tengo más personas en mi vida y tú eres la única que seguirá conmigo, pero estás ciega, sorda y no me sientes. 8-X-10 135
  • 136. 136
  • 137. NO PODRÁS Puedes no quererme, puedes desconfiar de mí, puedes juzgarme, puedes engañarte, pensando que lo que digo es siempre mentira. Puedes irte y olvidarte de mí, puedes enfurecerte, puedes odiarme y no querer volver a verme (aunque tal vez sí quieras). Puedes evitar tocarme y besarme, pensarme. Puedes no buscarme y no necesitarme; que los abrazos no te hagan falta. Puedes querer deshacerlo o cambiarlo todo, puedes querer buscar un final, (aunque tal vez te arrepientas). Puedes aburrirte, puedes cansarte, puedes no escucharme, puedes engañarme, puedes mantenerme manso. Puedes manipular mis sentimientos, y alejarme del mundo; puedes encerrarme, aprisionarme, castigarme... Puedes dejar de amarme 137
  • 138. (aunque tal vez no lo hagas) y puedes negarlo todo. Pero jamás podré dejar de amarte. 16-II-10 138
  • 139. EL PESO DEL AMOR No sé qué más puedo inventarme, ya no sé qué camino seguir, si en éste cae la lluvia frente al cielo rosado, las rosas, casi infinitas, están muertas, la paz es tangible, pero la soledad grande, es hermoso el arco iris, pero no brilla en tu piel, el río canta sin parar arrasando piedras; si aquí, podría vivir, pero sin avanzar. Sólo caminamos juntos. No quiero retroceder, aquí lo tengo todo, todo menos mi destino... ¿Qué otro camino puedo tomar? ¿Qué más puedo hacer contigo si mirarte es mirar las estrellas, si besarte es sentir las nubes, si acariciarte es jugar con la arena, llorar por ti es como llorar en el mar, descubrirme ante ti es lanzarme al abismo? El mundo sigue asombrándome, aunque no pueda describirlo o fantasearlo encontrando personajes en el viento y en la música, en la sonrisa de un niño que me mira, o en la mirada de un viejo que me sonríe, en las hojas de los árboles y en las luces de la luna, el sol y la de tu cuerpo. El río canta pero no moja tu piel, las rosas eran todas tuyas, pero están pisadas, el cielo es tu hogar aunque la lluvia no te deje volar. Y yo, aunque siga amándote, me he perdido. 16-X-10 139
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  • 141. TE AMO Si escucharas lo que escucho a solas, cuando sólo mi corazón suena, cuando el silencio trae tu voz en una flor y tú vienes en la música a mis sueños; cuando imagino la melodía de tu compañía sonando a mi alrededor el resto de nuestros días, cuando baila, en el aire, mi alma pensando en todo lo que haremos; cuando, sólo al recordar, todo el ruido se convierte en ritmo y alegría. Si pudieras ver mi corazón cuando prepara un abrazo esperando a que vuelvas, cuando sale de mí y te ve sonreír y regresa enamorado, cuando siento que no estoy en este mundo, cuando te veo como una princesa o como un ángel, salvándome, cuando hasta la ciudad parece pequeña para sacar mi felicidad. Si pudieras ver mi alma, si pudieras saber qué siento, no podría contarte nada de esto; pero si pudieras ver mi alma y saber qué siento, sabrías cuánto te amo 21-VII-10 141
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  • 143. CONFESIÓN Hablarte es, para mí, cambiar tu día con mi voz; guardar el tiempo en lo más íntimo de tu memoria, clavar la luz de tus ojos día a día en mi corazón, escuchar de tus labios brotar la poesía. No tiene precio, pero sería muy feliz mi alma, si además, consiguiera tener algo más de ti, si pudiera, la cobardía, ahogar en la mar y anunciar que no hay nada me haga más feliz. Pido al cielo que permanezca en tus mejillas, que la noche cace para ti la luna nueva, y en el invierno frío pueda yo abrigarte. Podría con un día de verano compararte, con la alborada más cálida y más bendita. Pero eres única, eres un sueño y eres real. 12-I-11 143
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  • 145. ESTA NOCHE ES PARA BAILAR Shan, Mira cómo sus pies te adornan, acércate, la pista es sólo suya. Ahí estás, bailando solo, esperando sentir sus manos en tu espalda. “Tú, acaba con ese licor y embriágalo con tus movimientos”: quiere que caigas sobre él, que bailen este fuerte ritmo, que se bañen por la música. ¡Te das cuenta de los que los une! No son tú y ella bailando, es el tambor el que los mueve los conecta; el humo es donde se proyectan sus pasos. La música nunca parará, bailen más lento ahora, sentirás su corazón descansando y su mirada pedirte caricias. -Tú sabes que el baile es como la poesía, cada paso es un verso, la rima está en el sincronismo, la lírica en los movimientos. Como amo la poesía, amo la danza: es mi historia llegando al público, es el arte en silencio, dibujar letras en la tierra, es hacer un cuento bajo tus pies. 145
  • 146. ¿Sientes el baile?, ¿sientes las palabras? Escucha y déjate llevar de la sinfonía que han creado. Ustedes son la música: ella el saxofón y tú el timbal que vibra con cada respiración suya. ¡Y qué bien suenan! Yo también podría bailar toda la noche, Pero ya no quiero solo. “Ven, enséñame tus pasos, Rompamos la noche bailando. Vamos a convertir esta pista en un libro: Tú tienes la historia y yo la escribo sobre tu cuerpo con la ayuda de estas notas… si re fa sol do la mi do mi do fa la re re sol si si la sol fa mi re do la do… Ya sabes, cada nota es una palabra, cada danza es un cuento. No dejemos de bailar” 17-IX-2011 146
  • 147. INCREÍBLE Increíble no es el mundo más allá, es el brillo lunático en unos ojos. Increíble es saborear la miel donde antes había licor y letras, increíbles los sonidos en la imaginación, increíble ver colores en la oscuridad. Increíble no es el desaparecer de los astros, ni de la luna ni del índigo o el gris crepuscular, increíble es descubrir el sol en un rostro, en el silencio y en otros lenguajes. Increíble cómo puede una hora convertirse en un increíble minuto al entrar más allá. Increíble no sentir miedo, absurdo; increíble, pero, verlo al frente y huirle sólo girando la mirada. Increíble imaginar una noche perfecta y más increíble tenerla en las manos y cambiarla por la muerte y las cucarachas y abrir un hueco en el aire y guardar las imágenes en ese lugar. Increíbles no hay personas o voces, increíble una mano con vida propia que acaricia y juega y no tiene memoria. Es increíble el recuerdo pues no se ve, es increíble por no repetirse. Increíble tener que una historia inventar para el olvido morir y nacer el futuro. 26-X-11 147
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  • 149. MELANCOLÍA Cuando se extraña el mar, se escapa el alma; hay soledad. No se pueden parar las olas, como no se puede tener lo perdido. La arena que penetra la piel son recuerdos de la espuma que otrora abrazaba tu cuerpo interminablemente, tal como la felicidad del jardín. Naufrago en un cayo, de noche; presiento que el mar es maldito. Extraño mi hogar, el café, las flores en la cama, la música. Este viento frío que me golpea, las ondas monstruosas en la oscuridad, las notas tenebrosas del silencio, agobian mi calma, están matándome. Extraño el mar, la vista. El mundo que tenía desapareció con mis ojos y la melancolía. Tengo conmigo toda esta tierra, todo el agua, toda la luz. Se va mi alma tras de ti, extraña tu felicidad, tu vida. Pero te siento aquí en frente. 25-II-11 149
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  • 151. RECUERDOS Todavía tengo su olor aquí mordiendo la madera, todavía su silueta en que su niña disfrazada bailaba, tengo sus regalos y un vació entre algunas páginas. Tengo todavía la primera flor marchita de un compromiso. El tiempo es tan corto en las palabras; sin fin en la bruma solitaria de los recuerdos. Todavía su cabello me retumba discutiéndome si he de olvidar o seguir intentando. En la noche, todavía su canto suena en los sueños, todavía su sombra se posa bajo la lluvia, bajo la luna. Todavía el rencor duerme aquí, aunque siento venir su frenesí. Duermo, y nada tengo; al alba sólo esperanzas veo. 20-IV-11 151
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  • 153. SOLEDAD ¡Ay! Soledad, siempre serás mía El vacío ha vuelto a mi vida, y mis recuerdos son todos de ti, Soledad, siempre serás para mí. Conocí la felicidad, al menos, pero la tristeza es más larga. Y pido, todas las noches, al cielo que me mate o vuelva a verla. Diré a la gente sobre la alegría, sobre el amor, la belleza y los sueños. mas no podré olvidar que un día todo existió, pero regresó la nada. Tal vez sea la última noche; o en maldición, tal vez no lo sea. pero hoy o cuando sea el fin, moriré contigo a mi lado, soledad. 16-VIII-11 153
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  • 155. UN DESEO EN LA SÁBANA A través de una ventana, mi cara, el sol acarició y el brillo de la sabana tu suave piel me recordó. El calor de los helechos me trajo tu primer beso. No veo la hora de volver a ver tu cuerpo en mi pecho. Desde que te vi, un deseo eres hecho realidad y en lo grande del valle, siento que puedo caminar con vos. 21-VIII-11 155
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  • 157. SENTIDOS Tengo ganas de verte, como al sol que me despierta, como a las luces en la noche. Tengo ganas de olerte, como a los jardines de flores, como al café cuando quiero más. Tengo ganas de tocarte, como a la arena del caribe, como al piano en soledad. Tengo ganas de escucharte, como a los vientos del sur, como a los sonidos oníricos. Tengo ganas de hablarte, como cuando se evocan besos, como a la soledad: ¡libre! Tengo ganas de recordar, como ser un pensamiento tuyo, como ver un arcoíris en tu piel. Tengo ganas de cerrar los ojos, como imaginando bruma en el aire, como sintiendo desde las células. Tengo ganas de expresarme, como ante las alturas y no quedar con nada adentro. 12-XII-11 157
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  • 159. RIMA A LA IMAGINACIÓN Cada minuto te veo y cada día te escucho. Aún lejos, aún tarde, yo siento tu voz y desde lo más hondo, yo te extraño mucho. Te pido: ven mi amor, dame hoy tu luz. No puedo alegrarme sin tus sonrisas y si la noche no tiene tu nombre, me aseguró de poder soñar tus carismas pues te sigo como la sombra al hombre. Si veo tus ojos brillar como el sol, veo tu ser intentando florecer alto. ¿Qué criatura en el universo el control tiene como tú, de volar a grandes saltos? No hay nada, nada que pueda apreciar más que sentirte entrando en mi vida, dándome utensilios especiales para ir más allá y estar a tu lado, con tu voz iluminándome. 17-I-2012 159