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17. comisionados, que Don Benito Juárez siguiera de presidente y
recogiera las ventajas del triunfo, cuando ellos eran los que lo
habían conseguido á costa de su sangre y con peligro de su vida. El
Gen. Escobedo contestó diciendo que él era soldado, no político; que
se batía por patriotismo, no por ambición; y que bastaba que los
franceses hubieran manifestado que nunca tratarían con el Sr.
Juárez, para que él creyera debido que, á la hora del triunfo, fuese
conservado en el poder el gran patriota que lo había ocupado en las
tristes horas de la derrota y la defección.”[2]
Esta pequeña lección de patriotismo y de lealtad hizo abortar la
conspiración.
Desde 1867 y por espacio de más de nueve años, el General Díaz
conspiró é hizo resistencia á las administraciones legales y
constitucionales del presidente Juárez y del presidente Lerdo de
Tejada.
Este que es hoy Príncipe de la Paz á toda costa, entonces
quebrantó la paz del país con sus proclamas, que hoy se leen como
panfletos políticos contra su propio gobierno.
Con persistencia se ostentó antagonista de la autoridad legal y
promovió rebeliones en el sur, en el este, en el oeste y desde los
Estados Unidos llevó la revolución á México. Cuando el Gen.
Escobedo salió en su persecución, á la cabeza de las tropas del
gobierno, el Gen. Díaz se acobardó, dispersó á sus cómplices en la
rebelión, y huyó á través de la frontera americana, exactamente lo
mismo que lo hicieron en la pequeña revuelta que estalló hace pocos
meses iniciada de este lado de la frontera por los hermanos Flores
Magón. En aquel entonces la razón social era Díaz, Hermano y C.ª
Fracasó repetidas veces, volvía á levantarse de nuevo, frenético,
como picado por la tarántula de la ambición, sembrando por todo el
país el desorden, la inquietud, el disgusto y la anarquía.
18. Llegó á tal punto su descrédito que las personas serias y de recto
juicio lo compararon con el celebérrimo bandido y cacique de Tepic,
Manuel Lozada, un indio notable, salvaje y cruel, cuyo carácter
fuerte es interesante. Lozada organizó una dictadura perfecta; su
policía y su sistema de espionaje estaban admirablemente
organizados, y obtenía sus rentas de la aduana de Tepic, que
manejaba á su antojo. En su ambición también hizo Lozada su Plan,
el llamado “Plan libertador de Lozada”. En breve tiempo organizó
8,000 indios con el objeto de asaltar la ciudad de Guadalajara y la
Presidencia de la República. Pero fué derrotado en la batalla de “La
Mojonera”, por el Gen. Corona.
La impresión general del momento se condensó en una frase
pronunciada por distinguido abogado y periodista, quien desde lo
alto de una torre de Guadalajara telescopiaba la polvareda levantada
por las hordas lozadeñas acercándose á atacar esa plaza: “¡Sólo esto
nos faltaba... Un tercer imperio con Lozada I.!”[3]
“¡Hombre al agua!” tal fué la frase popular con que se ridiculizaba
el fracaso del Gen. Díaz, como caudillo político y jefe revolucionario,
cuando, en su viaje de New-Orleans á Veracruz, (1876) con objeto
de ponerse al frente de los sublevados de Oaxaca, saltó por la borda
del barco que lo conducía, para impedir que lo capturaran las tropas
del gobierno legítimo.
Ese mismísimo Príncipe de la Paz que hoy se exhibe
hipócritamente como el protector de la Constitución y de la
Legalidad, en aquel entonces, á la faz de la derrota popular sufrida
en tres elecciones presidenciales sucesivas, persistió en subvertir el
orden público, comprometiendo la prosperidad de su patria con sus
constantes revueltas, sólo por satisfacer su insaciable codicia y su
ambición de poder.
En 1867 obtuvo Benito Juárez 7,422 votos para la presidencia.
19. En 1867 obtuvo Porfirio Díaz 2,709 votos para la presidencia.
En 1871 Benito Juárez obtuvo 5,837 votos para la presidencia.
En 1871 Porfirio Díaz obtuvo 3,555 votos para la presidencia.[4]
Después de la muerte de Juárez hubo otra elección y Díaz fué
derrotado de nuevo. (1872)
Lerdo de Tejada recibió 9,520 votos para la presidencia.
Porfirio Díaz recibió 604 votos para la presidencia.
El General Díaz aparece como responsable del “Motín”[5] de
México, del Plan de la Noria, del Plan de Tuxtepec, y del Plan de Palo
Blanco en que se reformó al anterior. El último derrocó al Pres.
Lerdo. Bajo el título de “Motín”, El Siglo XIX, periódico de oposición,
publicó estas líneas: “Según se nos informa el Plan consistía en
asesinar al Gen. Alatorre al salir del teatro, proclamar Presidente al
Gen. Porfirio Díaz é imponer á la población un préstamo de
$300,000.00 so pena de saqueo. El jefe del motín era un oficial
Urrutia que había servido al Imperio y se pasó al campamento del
Gen. Alatorre cuando sitió á Jalapa. Este oficial había seducido á la
tropa, pero una hora antes de estallar el complot lo denunció un
cabo.”[6]
Cuando los revolucionarios invitaron ostensiblemente al Gen. Díaz
á acaudillar otra revuelta, él contestó: “Yo me resigno al sacrificio de
mi honor y de mi vida, y, si el éxito corona nuestros esfuerzos, podré
dar pruebas nuevas y evidentes de que no aspiro por ostentación al
poder y que prefiero la obscuridad del hogar doméstico.”
Esta es una de sus acostumbradas é innumerables mentiras
políticas, pues su ambición personal de poder era tan vehemente y
terrible que el Gen. Luis Mier y Terán había sintetizado
admirablemente el estado mental de los prohombres del sable en
una frase de simpática virilidad:
—“¡¡Porfirio Díaz ó la muerte...!!”
20. El “Plan de la Noria”, fué llamado así, porque fué escrito en la
hacienda de la Noria, propiedad del Gen. Díaz, quien lo subscribió en
Nov. 1871. Se consideró este Plan tan absurdo é impracticable, que
“El Siglo XIX” periódico de oposición al gobierno, declaró en su
número de 16 Nov. 1871: “‘El Plan de la Noria’. Este nombre se ha
dado al manifiesto leído recientemente en el Congreso por el
Ministro de Gobernación, como expedido por el Gen. Díaz. A muchas
personas hemos oído decir que es un documento apócrifo y
ciertamente queriéndose dar un fuerte golpe en la opinión pública al
Gen. Díaz y á la revolución que él acaudilla, lo más adecuado era
atribuirle un plan TAN LLENO DE ABSURDOS POLÍTICOS como el que hoy se
llama el Plan de la Noria.”[7]
A la muerte de Juárez ocupó Lerdo de Tejada la presidencia de la
república, en virtud de su carácter de Vicepresidente Constitucional.
Por uno de sus primeros decretos (27 de Julio 1872) concedió
amnistía general á todos los revolucionarios que estuviesen con las
armas en la mano.
El Gen. Díaz consideró esa amnistía degradante para él y para sus
secuaces, como lo declaró en una circular fechada el 13 de Sept. de
1872, en Chihuahua: “Creí á propósito proponer que la revolución
acreditara dos personas de su confianza cerca del Gobierno para
entrar con él en negociaciones francas de que pudiera resultar la paz
y la substitución de la degradante ley á que ha querido llamarse
amnistía por otra que no rebaje nuestra dignidad militar y nos
confunda con los infidentes en la época de la Intervención, como
parece que intencionalmente se hizo.”[8]
En esta ocasión el jefe rebelde fué sobrepujado en astucia por el
Presidente diplomático, quien logró exhibirlo como traidor á la patria.
Natural era, pues, que las personas amantes de la paz
demostrasen su disgusto por la antipatriótica conducta del Gen.
21. Díaz, derrotándolo en los comicios para las elecciones presidenciales,
en 1872.
Pero así como un leopardo no puede cambiar las manchas de su
piel, Porfirio Díaz, á pesar de lo que dicen sus numerosos aduladores
y sus falsos admiradores, es hoy el mismo traidor á la patria que
hemos visto en los nueve años de casi no interrumpidas rebeliones y
sediciones.
Siempre lo vemos aparecer como perjuro contra la Constitución,
contra la República, las Leyes de Reforma y la No-reelección. Ha roto
con los dogmas de su partido, con todos los principios liberales que
profesó en otro tiempo, con todas las aspiraciones de su patria.
Aspiraba á ser un Washington, y ha degenerado en un Sylla
hispano-americano; quiso establecer un paternalismo liberal, y logró
tan sólo crear un rastrero “Diazpotismo”; ambicionó ser émulo de
Napoleón I, y siguió los pasos de César Borgia; esperó gobernar, y
sólo ha aterrorizado; llegó á imaginarse que podía engañar á la
historia, y sólo se ha chasqueado á sí mismo.
En sus conversaciones privadas con amigos y extraños, procura
convencerse á sí mismo y á los demás de que su propósito constante
ha sido el de la honradez y el propio sacrificio, pero que las
circunstancias lo han forzado á seguir por otra senda.
Hace un año, en una audiencia que concedió á E. T. Simondetti,
presidente de el “El Diario”, le dijo:
“En 1879, cuando declaré que me oponía á la reelección para la
presidencia fuí sincero; pero después mis amigos me rogaron que
permaneciese en el poder para bien de la nación”.
De lo expuesto se infiere lógicamente que ahora no es sincero,
pues los mismos amigos le siguen rogando, en cada nueva farsa
electoral, que continúe en el poder para bien de la nación.
22. En las primeras líneas del plan de la Noria (1871) que fué la
proclama contra el gobierno de Juárez, encuentro lo siguiente:
Al Pueblo Mexicano.
“La reelección indefinida, forzosa, y violenta del Ejecutivo
Federal, ha puesto en peligro las instituciones nacionales.”
Este cómico llamamiento al pueblo mexicano, hecho por el
incipiente sátrapa, recuerda el de otro mandarín mexicano, el traidor
Santa Ana, que acostumbraba poner al pie de todas sus bombásticas
proclamas y cartas: “Patria y Libertad!” En el famoso Plan de
Tuxtepec reformado en Palo Blanco, (21 de Marzo 1876) proclama
Porfirio Díaz, bajo su firma: “Art. 20. Tendrán el mismo carácter de
ley suprema la NO-REELECCIÓN del Presidente de la República y
Gobernadores de los Estados, mientras se consigue elevar este
principio al rango de reforma constitucional, por los medios legales
establecidos por la Constitución.”
El 16 de Sept. de 1879 hizo el Presidente Díaz ante el Congreso la
siguiente declaración:
“No es la oportunidad de que el ejecutivo exprese su juicio sobre
esa materia; pero sí debo hacer ante el Congreso la solemne
protesta de que jamás admitiré una candidatura de reelección aun
cuando ésta no fuere prohibida por nuestro código, pues que
siempre acataré el principio de donde emanó la Revolución iniciada
en Tuxtepec.”[9]
Cada cuatro años, poco más ó menos, el viejo zorro Porfirio Díaz
ordena á sus sicofantes que esparzan el rumor de que el Presidente
va á renunciar al poder, de que está cansado y viejo, que desea
retirarse á la vida privada.
Entonces muchedumbres de sus amigos, “los Amigos Amistosos
de la Amistad” de un modo oficial ó extra oficial, comienzan sus
23. peregrinaciones á Chapultepec, ó al Palacio Nacional y le ruegan
rendidamente que permanezca por otro período más, siempre para
bien del país; y el viejo socarrón, con lágrimas de gratitud, se
sacrifica resignadamente, porque así lo quiere la nación. “Cuando un
gobernante dice: quiero dejar el poder, pero si la nación me exige
nuevos sacrificios, continuaré sacrificándome”, debe entenderse: “no
tengo el menor deseo de dejar el poder y los interesados en que no
lo deje deben tomar, aun cuando sea ridículamente, el nombre de la
nación, para que ésta me ruegue que no la abandone. Esta copla ha
sido recitada en todos los siglos, en todos los planetas, en todas las
naciones, por todos los ambiciosos, y ha servido para millones de
chistes en sainetes, zarzuelas, y periódicos bufos.”[10]
Cuando se aproximaba la elección presidencial de 1876, el
siempre listo Porfirio inició otra revolución.
Unos de los puntos de acusación de los revolucionarios contra el
Gobierno, fué: “que el sufragio público se ha convertido en una
farsa, pues el presidente y sus amigos por todos los medios
reprobados hacen llegar á los puestos públicos á los que llaman sus
‘Candidatos Oficiales’, rechazando á todo ciudadano
independiente.”[11]
Los revolucionarios no aguardaron á que concluyese el período de
Lerdo, el que terminaba el 30 de Nov. de 1876.
El Gen. Díaz reunió 5,000 hombres y tuvo un encuentro con el
Gen. Alatorre, que mandaba 3,000 hombres, cerca de la hacienda de
Tecoac. La batalla estaba empatada, porque ambos generales se
tenían un miedo recíproco.
Por fortuna para el Gen. Díaz, se salvó la jornada con la llegada
del Gen. González, quien cayó como un huracán sobre el enemigo,
destrozándolo. El número total de muertos por ambas partes,
ascendió á 95.
24. Después de esa derrota, el Presidente Lerdo, en vez de luchar,
hizo sus maletas y huyó hacia los Estados Unidos.
El único vestigio de autoridad que quedó en México, después de
la fuga del Ejecutivo legal, fué José María Iglesias, uno de los
triunviros del gobierno liberal durante la Intervención francesa.
Iglesias fué un hombre puro, un honrado patriota del tipo de
Catón.
Era Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
cuando Lerdo se fugó, y, por lo tanto, el Presidente interino
constitucional.
Sobre este particular decía el plan de Tuxtepec:
“Art. 60. El Poder Ejecutivo, sin más atribuciones que las
meramente administrativas, se depositará, mientras se hacen las
elecciones, en el Presidente de la Suprema Corte de Justicia actual,
ó en el magistrado que desempeñe sus funciones.”
Iglesias se dirigió á Querétaro con su gobierno, y entró en
arreglos con el Gen. Díaz. Las conferencias se celebraron por medio
del telégrafo, entre Iglesias y Justo Benítez, representante del Gen.
Díaz.
Benítez telegrafió, entre otras cosas:
“La base indeclinable de todo arreglo tiene que ser el plan de
Tuxtepec reformado en Palo Blanco, como la expresión genuina de la
voluntad nacional. ¿La acepta Vd.?”
Iglesias respondió: “No pudiendo haber vacilación de mi parte en
punto tan capital, no acepto, ni puedo, ni debo aceptar la base que
Vd. califica de indeclinable. Todo lo que sea separarse de la
Constitución de 1857, será rechazado por mí que soy el
representante de la legalidad.”[12]
Una de las condiciones impuestas por el Gen. Díaz á Iglesias fué:
“que dicho General sería Ministro de la Guerra en el Gobierno del
25. Presidente Interino”; condición inaceptable, puesto que Iglesias
había declarado en su manifiesto, que ni él ni sus Ministros figurarían
como candidatos en las elecciones á que convocara: circunstancia á
la que no quiso plegarse el Gen. Díaz. De modo que el caudillo
revolucionario, no sólo reconocía al Presidente Interino, sino que
deseaba formar parte de su Gabinete.
El reconocimiento se hacía, conforme al art. 82 de la Constitución,
y conforme á él eran del todo improcedentes las condiciones puestas
por el Gen. Díaz.[13]
Esta controversia sobre un punto de legalidad y de
constitucionalidad estuvo bien manejada por el General Díaz y su
banda revolucionaria. Sin embargo, tenía admirable semejanza al
argumento entre el lobo y el cordero. Como era de suponerse, las
negociaciones no dieron ningún resultado, y el único vestigio que de
legalidad quedaba tuvo que huir hacia los Estados Unidos, para
conservar la vida.
Con este incidente termina la lucha de nueve años emprendida
por Porfirio Díaz con el objeto de capturar la Presidencia de la
República.
El Cuarto Período.
Nunca debe entregarse una nación á un
hombre, quien quiera que sea y cualesquiera que
sean las circunstancias.
Thiers.
Un pronunciamiento, según el talentoso historiador mexicano C.
Pereira, (forma que tomó la desmoralización militar en España y sus
antiguas colonias), es la intervención del ejército armado en los
26. negocios públicos, imponiéndose por la fuerza. Como el papel social
del ejército es la conservación del orden y la defensa de la patria, el
pronunciamiento constituye un crimen.
El pronunciamiento de Tuxtepec fué la escala por la que ascendió
Porfirio Díaz al poder, es decir, por medio de un crimen.
Así como Napoleón Bonaparte sólo pudo conservar su corona por
medio de las armas, Porfirio Díaz mantiene su poder autocrático sólo
en virtud de una serie ó concatenación de felonías políticas. Una
relación detallada de todas las atrocidades cometidas por orden suya
y por medio de sus asalariados asesinos, llenaría las páginas de tres
gruesos volúmenes en folio, por lo que me limitaré á hablar
únicamente de los más cobardes y característicamente torpes, para
dar una idea de su mistificador “gobierno pacífico”.
La metamorfosis de Porfirio Díaz, á partir de su primer período
administrativo hasta el presente, es tan inesperada como la
evolución de cualquier gusano despreciable que llega á convertirse
en una multicolora espléndida mariposa.
Llegó á la presidencia tan pobre como un ratón de iglesia; pero
tan mañoso como Ulises; completamente desacreditado y, á la vez,
con un enorme capital de esperanzas y de recursos maquiavélicos;
sin autoridad alguna, pero listo para forjarla con sus propios
instrumentos; con poca experiencia, pero sabiendo que tenía por
delante toda su existencia para la práctica de la política; sin prestigio
nacional ni internacional, pero preparado para crearlo por medio de
juegos de manos financieros y de artificiosos anuncios dándose
bombo; falto de conocimientos de estadista, pero confiado en que la
sabiduría del país gravitaría al rededor de su silla presidencial.
Inauguró su primer período apareciendo como un hombre tan
sospechoso, que, según se complace él mismo en referirlo á sus
amigos, al principio no encontró un comerciante que se atreviese á
27. honrar su firma y á prestarle un peso para ayudar á los gastos de la
administración.
Con frecuencia sucedía, cuando caminaba por la calle de San
Francisco, en México, que sus amigos y conocidos apresuraban el
paso para tomar una calle atravesada, ó entraban en algún
establecimiento para evitar su saludo.
Por intuición adivinó que para gobernar con buen éxito dentro de
la esfera del despotismo, es necesario seguir al pie de la letra el
aforismo de Maquiavelo que dice: “No es necesario que el príncipe
posea todas las virtudes que he enumerado; pero es indispensable
que parezca que las posee.”[14]
Y consecuente con este principio, el lobo se vistió la piel del
cordero, con lo que engañó tanto á los mentecatos como á los
sabihondos.
El diagrama siguiente demuestra la evolución de los sendos
períodos presidenciales de Porfirio Díaz:
De 1876 á 1880—primer período—Presidente revolucionario.
De 1880 á 1884—interregno del Gral. González.
De 1884 á 1888—segundo período—Protector.
De 1888 á 1892—tercer período—Cónsul.
De 1892 á 1896—cuarto período—Cónsul vitalicio.
De 1896 á 1900—quinto período—Ungido Jefe Supremo.
De 1900 á 1904—sexto período—Emperador.
De 1904 á 1910—séptimo período—Gran Mogol.
La gradación desde presidente revolucionario hasta Gran Mogol
escandalizará á los ignorantes, pero merece que se la considere con
detenimiento.
Para llegar á la cima de la escala ascendente se necesitaban
treinta años de labor infatigable de corrosiva destrucción de todas
28. las libertades del pueblo mexicano, por las cuales había luchado
durante más de doce lustros. Porfirio Díaz sólo necesitó la mitad de
ese tiempo para destruirlas. Fué una operación completamente
secreta, como el trabajo de la polilla que va carcomiendo
interiormente la troza de madera, sin que sea posible notarlo desde
el exterior.
Su primer período fué el cimiento para afianzar su poder imperial.
Utilizó el período del General González para hacer experimentos
sobre los resultados de las iniciativas del arreglo de la famosa deuda
inglesa, del Banco del Gobierno y de la emisión de una nueva
moneda de níquel, de á cinco centavos.
Muy diestramente y con conocimiento perfecto de la codicia de
González, sugirió esas iniciativas cuando fué Ministro de Fomento, en
el gabinete del mismo González.
El gobierno de Porfirio Díaz no dejó en las arcas federales ni un
centavo partido por la mitad, para su sucesor, Manuel González, á
pesar de que los ingresos de la nación en la última parte del año de
1880 revelaron gran aumento, ascendiendo á $22,278,845.[15]
Al terminar su primer período, en 1879, se declaró en contra de la
reelección, no de un modo sincero, sino simplemente porque sus
cómplices revolucionarios, los generales conspiradores y rebeldes
que le habían ayudado, no le hubieran permitido monopolizar el
poder y los productos de cohechos y sobornos y chanchullos.
Entonces decidieron postular para Presidente en el período de
1880, á un hombre leal, que obedeciese ciegamente las órdenes del
partido. El General Mier y Terán fué el designado.
Pero, por desgracia para ellos, Mier y Terán, como Gobernador del
Estado de Veracruz, obedeció demasiado al pie de la letra la orden
de asesinato que le dió el Presidente Díaz en el famoso 25 de Junio.
[16]
29. Ese acto cobarde levantó una tremenda tempestad de indignación
contra la administración de Díaz, y eliminó la candidatura de Mier y
Terán.
Entonces se escogió á Justo Benítez, ex-secretario de Porfirio
Díaz, su consultor y su Mefistófeles durante el período
revolucionario. Pero Díaz sospechó de la lealtad de Benítez, y
entonces se pensó en el General González, quien, además de ser
compadre del Presidente, era soldado y obedecería sus órdenes sin
vacilar.
González fué uno de esos innumerables rebeldes de profesión, de
los que, desde que México se independizó de España, habían
tomado las revoluciones como un modo de vivir.
Sin escrúpulos, desprovistos de patriotismo, faltos hasta de los
más rudimentarios conocimientos militares, el único talento de esos
hombres, con muy pocas excepciones, consistía en el valor en la
pelea. Sus conocimientos tácticos corrían parejos con los del General
Cartaux, quien escribió á la Asamblea Nacional proponiéndole su
plan para la toma de Tolón, el cual consistía en que “el general de
artillería bombardeará á Tolón por espacio de tres días, al cabo de
los cuales lo asaltaré con tres columnas y lo tomaré á viva
fuerza.”[17]
Para esos aventureros la presidencia estaba simbolizada por el
Palacio Nacional, donde reside el Presidente de la República, como
para los mahometanos la Mecca ó Medina sintetiza el mahometismo.
Sus proclamas rezan, por regla general: “Este plan se pondrá en
toda su fuerza y vigor tan luego como el General en jefe del Ejército
Regenerador ocupe el Palacio Nacional.”[18]
Es evidente que consideran la nación, especialmente el tesoro
público, como algo que les pertenece en propiedad.
30. Porfirio Díaz era el asociado y compinche de esos filibusteros,
absorbió sus medios, sus ambiciones y alcanzó buen éxito donde los
otros fracasaron.
La administración de González saqueó el tesoro nacional,
vendiendo concesiones ferrocarrileras, con proyectos de
colonización, con empréstitos, con lo del Banco Nacional, etc. Él y su
pandilla ordeñaron el tesoro hasta extraerle la última gota, hasta el
último día, en el que, como despedida, el Presidente extrajo los
$9,000 que quedaban en las arcas de la nación.[19]
Entre los ministros de González figuraron Ignacio Mariscal,
encargado de la cartera de Relaciones, y Francisco de Landero y
Cos, Secretario de Hacienda. Ambos fueron la honradez
personificada.
El General González, con la ayuda de su genio maléfico, Ramón
Fernández, Gobernador del Distrito Federal, conspiró para
deshacerse de Landero y de Mariscal.
Cuando se puso á discusión en el Congreso la Ley del níquel, el
General González envió orden para que se suprimiese la limitación
de pagos. Esa limitación y la Ley eran obra del ministro Landero,
quien llegó al Congreso demasiado tarde para tomar participación en
el asunto, y como comprendió el espíritu de la orden mencionada,
presentó su renuncia. Pero antes de salir del ministerio, declaró ante
el Congreso que había en las arcas del Gobierno más de un millón
de pesos.[20]
Para aquella manada de lobos famélicos eso fué un llamamiento
al robo y al pillaje.
En el arreglo de lo del Banco Nacional, los banqueros franceses,
que fueron los que proveyeron el capital, tuvieron que gastar
$1,000,000 en acciones, y $1,500,000 en efectivo, para sobornar á
la Administración.[21]
31. El empréstito para el pago de la deuda inglesa les debió
proporcionar una utilidad de $20,000,000, lo que unido á la Ley del
níquel, por la que inundaron todo el país con piezas de á cinco
centavos, provocó casi una revolución, incidente que redujo la
supradicha utilidad á $2,000,000.
Por fortuna el período presidencial tocaba á su término y Porfirio
Díaz apareció como el salvador, mientras que González bajó del
poder en medio de la vergüenza y de la ignominia, considerado
como el “Presidente-Atila”.
Pero en cuanto volvió á tomar Díaz las riendas del gobierno, en su
segundo período, no pensó más que en sí mismo, dictando todas las
providencias necesarias para impedir que algún competidor pudiese
desposeerlo de la Presidencia. Después resolvió eliminar á todos los
competidores, y, para el efecto, se erigió en una especie de
providencia de la nación, legitimada por la necesidad. Como
consecuencia de lo primero, se volvió desconfiado y terrible; como
consecuencia de lo segundo, se volvió exclusivista y celoso.[22]
Para poder eliminar á todos sus rivales, uno por uno, era
necesario poseer en cuerpo y alma toda la administración de justicia,
la policía y el ejército nacional.
Empezó por reemplazar todo el personal de la administración de
justicia con servilones manufacturados por él, desde el Ministro del
ramo hasta al más ínfimo escribiente. En lugar de los Gobernadores
independientes, que antes eran elegidos libremente por el pueblo,
impuso hombres suyos, ex-generales, ex-revolucionarios, que
aspiraban á la presidencia como medio de enriquecerse. Como
gobernadores tenían las mismas oportunidades para el efecto,
siendo menor el peligro y sin llamar tanto la atención.
Tan luego como colocó á sus criaturas en todos los puestos de la
administración, es decir, de gobernadores, ministros de Estado,
32. senadores, diputados, jefes políticos, comenzó á desgarrar la
Constitución, suprimiendo el poder de la prensa, matando la libertad
personal por medio de las prisiones arbitrarias, y eliminando
lentamente á sus enemigos con la ayuda de “accidentes” y de la
famosa “Ley Fuga”.[23]
Pruébase que el gobierno de Díaz era ilegal con el mero hecho de
que el Gabinete de Washington se negó á reconocerlo, á causa de su
origen revolucionario,[24] y sólo en el año de 1879 lo reconoció
formalmente y acreditó un representante en México.[25]
Porfirio Díaz pensó, y no sin razón, que la posesión equivale á las
nueve décimas partes de la ley.
Para poder continuar constitucionalmente en la Presidencia, era
indispensable reformar la Constitución. Así lo hizo Porfirio Díaz, antes
de que terminara su segundo período, y al mandato del señor, sus
parásitos en el Congreso establecieron la Presidencia por dos
períodos consecutivos.[26]
Pero como esto no bastaba, en el tercer período, obedeciendo el
Congreso las órdenes de Díaz, “resolvió el punto definitivamente,
aboliendo toda clase de limitaciones”.[27]
Después de esa confirmación de poder, quedó prácticamente
convertido en Cónsul vitalicio, y en absoluta libertad para obrar á su
antojo.
Capítulos especiales dedicaré á sus asesinatos, así como á la
prensa y á la administración de justicia durante su régimen.
La tan cacareada necesidad de conservar á Porfirio Díaz en el
poder, en beneficio de la paz, es otro cuento fantástico inventado
por el Presidente y su pandilla de cortesanos, tratando de convertir
en virtud una gigantesca espoliación política.
Dos de los escritores é historiadores mejor conocidos de México,
han discutido en términos formidables ese argumento.
33. Francisco Bulnes dice “la paz no es causa del progreso de México,
todo lo contrario, la paz es la consecuencia del progreso de México y
es fácil convencerse de ello”.[28]
Fernando Iglesias Calderón, dice: “Dos personajes políticos, cuya
adhesión, sumisión y admiración al Gral. Díaz es manifiesta y
proverbial, han declarado honradamente que los bienes que se
atribuyen al gobierno de hoy, se deben, en su origen, á los
anteriores gobiernos liberales. Esto equivale á trocar el mérito en
fortuna, ya que el simple transcurso del tiempo ha desarrollado los
bienes fundados por el Gobierno liberal de Don Benito Juárez.”[29]
Los partidarios y admiradores de Porfirio Díaz citan como buena
prueba de sus afirmaciones la presente prosperidad de México.
Esto se puede refutar muy fácilmente.
La inversión y desarrollo del capital extranjero significan para
México adelanto y prosperidad, porque México carece de capital
doméstico. El progreso agrícola, la irrigación y la inmigración
significan la prosperidad de México. La actual administración no
tiene parte alguna en la inversión inicial de capital en México; jamás
ha hecho algo en pro del desarrollo agrícola, ó de la inmigración; y
sólo después de treinta años de la pretendida prosperidad, ha
comenzado á pensar en la irrigación.
Inútil es decir que ni la inversión de capitales ni la prosperidad
eran cosas posibles en México, mientras el poder político y cuatro
quintas partes del suelo estuviesen en manos del clero. Así, pues,
era esencial poner término al poder de la Iglesia. Benito Juárez fué
quien llevó á cabo esa hercúlea labor, con un valor y una
persistencia admirables, logrando realizar, á mediados del siglo
pasado, lo que Italia sólo se atrevió á hacer por los años setenta, y
Francia últimamente.
34. Necesitó México de algún tiempo para reponerse de los efectos de
esa terrible guerra, así como de los de la Intervención.
Precisamente ese mismo Porfirio Díaz, que hoy es considerado
indispensable para la prosperidad del México moderno, entonces, y
por espacio de nueve años consecutivos, quebrantó la paz del país é
interrumpió el progreso de la nación con sus absurdos planes de
regeneración y sus revoluciones criminales.
La primera vía férrea, que fué la de México á Veracruz, se terminó
durante la administración de Lerdo de Tejada. En la época de
González fué cuando se encauzó hacia México la corriente de
capitales americanos. Aquí me limitaré á copiar lo que escribió un
autor en 1884:—“Un despertamiento inusitado en la vida del país
resultó como primera consecuencia de la construcción de vías
férreas.—A la irrupción del dinero americano, siguió la irrupción del
hierro.”[30]
“Se están construyendo 20,000 casas en México—y la verdad es
que jamás, desde el primer año de vida independiente en México,
hasta la fecha, ni cuando llegaron á Santa Ana los millones Yankees
en pago de la desmembración del territorio, ni cuando le vino á
Maximiliano el dinero de Napoleón III para sostenimiento del ejército
francés, se había visto en México tanta prosperidad ni tan
halagadora perspectiva de riqueza y bienestar.”[31]
Si Porfirio Díaz es tan indispensable hoy para el bienestar de
México, por su probidad y su imparcialidad, ¿por qué no dió pruebas
de su honradez en 1880, cuando, en vez de dejar dinero en las arcas
nacionales, las dejó completamente exhaustas, siendo un hecho
innegable que “Los ingresos nacionales en el año fiscal de 1879-
1880 pasaron de $21,000,000?”[32]
Año y medio de honrada administración financiera de parte de
Landero y Cos, bastó para proporcionar al tesoro federal un
35. superávit de más de un millón de pesos. El General González no tuvo
jamás la pretensión de que su gobierno apareciese ni honorable ni
filantrópico, y tan luego como el honrado Ministro de Hacienda dejó
la cartera, comenzó la razzia, el saqueo de la tesorería, de la manera
más desvergonzada.
Por otro lado, Porfirio Díaz siempre ha conservado la apariencia
de un gobierno patriótico y recto, á pesar de lo cual, en su primer
período, se colocó en la misma categoría que el General González y
su cuadrilla. Sólo después de su tercer período, cuando estuvo
seguro de que conservaría la presidencia durante toda su vida, dió
cierto aspecto de orden á la Secretaría de Hacienda, con la evidente
esperanza de repletar su bolsillo y los de aquellos que formaban su
cuadrilla, con toda comodidad.
Los ingresos así como los egresos de la nación aumentaban cada
año: “durante el mismo año (1891) la administración del General
Díaz gastó íntegro el producto de las rentas federales, que
ascendieron á $37,000,000, y $5,000,000 más” según la declaración
que hizo Matías Romero ante el Congreso, en 1892.[33] Matías
Romero, quien había sido Ministro de México cerca del Gobierno de
Washington, durante la Intervención francesa, no puede ser acusado
de connivencia con la administración. Lo que hay es que no era un
financiero y no sabía hacer juegos de manos con los números, como
los hace José Ives Limantour.
Los que resultaron más perjudicados á la postre, fueron el pueblo
mexicano y los empleados del gobierno. Estos desdichados no
recibieron sus sueldos en dinero contante, hasta que Limantour se
encargó del Ministerio de Hacienda. En vez de dinero recibían los
empleados certificados de alcances, especie de vales pagaderos á la
vista en la Tesorería.
36. Con uno ú otro pretexto, esos vales no se hacían efectivos hasta
que eran vendidos á una casa de judíos alemanes, la de los
Scherers, que los compraba al 40 ó 50 %, y los cobraba por su valor
íntegro cuando los presentaba al Ministro de Hacienda.
Pero desde el principio el General Díaz fué muy cauto, muy
escrupuloso en el pago del haber á la tropa, como lo expuso en un
brindis que pronunció en el Colegio Militar de Chapultepec: “los
soldados que militaban conmigo me amaban; y estaban dispuestos á
perder su vida por mi vida.—¿Qué había yo hecho para obtener
aquel sacrificio generoso, abnegado, aquel sacrificio voluptuoso de
derramar su sangre por mí? Era solamente esto: todos abrigaban la
convicción de que yo no les había estafado su haber.”[34]
En este brindis confiesa paladinamente el General Díaz que debe
la lealtad de sus tropas, no á la legitimidad de su causa, sino al
hecho de haberlas pagado con regularidad.
En el sexto período, cansado el General Díaz de tener que repetir
cada cuatro años la farsa de la reelección, hizo que se reformara de
nuevo la Constitución, ampliando el período presidencial á seis años,
en vez de cuatro.
Este “Augusto mexicano”, como llamó Francisco Bulnes al General
Díaz, inició otra ley, el 24 de Abril de 1896, por la que se autorizó al
Presidente á delegar su poder en la persona que quisiese, mediante
la aprobación del Congreso.[35]
Cuando concluyó el Gran Anciano de echar remiendos á la
Constitución de 1857, quedó ésta convertida en el traje abigarrado
de un arlequín.
Ahogó la libertad de la prensa; se apoderó del Congreso; manejó
á su antojo el ejército y la marina (?); los gobernadores y jefes
políticos fueron sus esclavos, y la justicia su servidora. De ese modo
37. construyó una máquina política que es la más perfecta que existe en
el mundo.
Tamany Hall, comparado con esa máquina, es tortas y pan
pintado; la autocracia de la Rusia pisoteando á la Duma, parece
bondadosa.
Abdul Hamid ha jugado ya su último triunfo contra la Joven
Turquía; los fatalistas persas han hecho que el hado se vuelva contra
el omnipotente Shah; hasta la joven China ha llevado á cabo el acto
inconcebible de inyectar reformas en el Celeste Dragón.
Todas las naciones pisoteadas de nuestro planeta, han dado un
mentís á la historia, á los principios eminentes, á los privilegios
hereditarios, y, lentamente, pero con alegría, empiezan á respirar el
aire de la libertad.—Sólo México permanece esclavizado por la tiranía
de un hipócrita genial, árbitro y verdugo de su suerte; y se
encuentra atado de pies y manos á la ambiciosa voluntad de ese ex-
bandido, pues está hipnotizado hasta la inmovilidad por el más hábil
de los caballeros de industria de la política.
Después de haber erigido su poder sobre un estuario de sangre,
de haber adquirido una enorme fortuna por medio de su influencia
política, de haber impuesto la adulación á sus conciudadanos, y
capturado furtivamente la admiración de las naciones extranjeras,
pretende Porfirio Díaz, como término del clímax, decretarse el
homenaje de la historia.
Si llegase á soltar el poder, ó si muriese como cualquier mortal
común y corriente, la historia se lanzaría sobre él, animada por la
venganza, para vomitar la verdad, como de una “cloaca maxima”, á
fin de enterrar en la fosa común la ridícula fama de patriota, de
estadista y de general del Presidente Díaz.
38. Ahora bien, cuando de un poder depende escoger
únicamente diez hombres inocentes cada año para matarlos,
entre un millón de hombres; todo el millón vive aterrado aun
cuando se demuestre al fin del año que cien mil individuos
contra uno han gozado de sus derechos.
F. Bulnes.
39. La Morgue de Porfirio Díaz.
Sus Asesinatos. Sus Víctimas.
Hace cerca de treinta años que perpetró Porfirio Díaz la infame
carnicería de Veracruz, en la madrugada del 25 de Junio de 1879.—
Ni los veracruzanos, ni los mexicanos en lo general, han podido
olvidar esa fecha luctuosa, y ni con sus pretensiones de
paternalismo, sus mentiras é hipocresías, ha logrado Porfirio Díaz,
cual otro Macbeth, borrar de su mano la sangre y la responsabilidad
de ese crimen proditorio, que lo coloca en la historia al lado de
Caracalla.
El tan ponderado “gobierno de la paz” de ese paternal verdugo,
ha atraído sobre su cabeza el odio y el desdén de los veracruzanos,
que lo desprecian con todas las energías de su alma.
Hace dos años publicaron los periódicos noticias de la ejecución
de varios presos políticos, perpetrada por Estrada Cabrera, el
Presidente de Guatemala. Los periódicos mexicanos se expresaron
muy duramente contra Estrada Cabrera, y parecía que gozaban al
publicar largos artículos sobre el asunto. Entonces oí de boca de
varios mexicanos esta aseveración:—“Los periódicos están acusando
hoy á Estrada Cabrera exactamente de los mismos crímenes que ha
cometido Porfirio Díaz en mayor escala, no una sola vez, sino
continuamente y hasta el momento actual. Esa indignación contra
Estrada Cabrera es una denuncia indirecta de la política del General
40. Díaz; pues, como no tenemos libertad de prensa, nos vemos
obligados á expresar nuestras opiniones por medio de rodeos.”
Voy á reproducir parte de una carta escrita por una distinguida
dama mexicana, en la que se reflejan los sentimientos de sus
compatriotas más inteligentes. Hablando de las ejecuciones de
Guatemala, dice:
“Ahora, por estar los ánimos tan indignados contra el Presidente
de Guatemala y que se compadece tan hondamente á los cuatro
valientes que murieron asesinados de una manera tan vil, viene á mi
mente, por la analogía que encuentro en ello, el famoso 25 de Junio,
de Veracruz, y me pregunto si en México, en aquel entonces, el
ejecutor de esa infamia no inspiró la repulsión que ahora inspira
Estrada Cabrera; y también me digo, que para este último podría
caber la disculpa de la influencia poderosa del ejemplo, que al tratar
de tomar de modelo á nuestro cínico autócrata, se deslumbró por el
éxito asombroso de los crímenes de éste y pensaría que, al cabo de
algunos años, como ha pasado aquí, tendría todos los honores, todo
el incienso de una divinidad terrestre, y que imponiéndose por el
terror, llegaría, como su vecino, á la apoteosis en vida. Yo insisto que
en los males que afligen á Guatemala, tiene su parte de culpa el
déspota nuestro.”
En el primer período de Porfirio Díaz, (1876-1880) reinaban en
México la intranquilidad y el desafecto. Díaz no había cumplido sus
tan pregonadas promesas del plan de Tuxtepec, y, en el fondo, las
cosas estaban poniéndose peor de lo que se encontraban antaño. El
caso equivalía á saltar de la sartén para caer en el fuego.
El resultado fué una conspiración para derrocar á Díaz y traer la
“Restauración” del poder lerdista. Los principales caudillos de esa
conspiración fueron el General Escobedo, el General Bonifacio
41. Topete, los Coroneles Lorenzo Fernández, Carlos Fuero, José B.
Cueto, y algunos otros jefes.[36]
Esos caudillos conspiraron con poca habilidad y mal éxito.
En los comienzos el gobierno usó de cierta lenidad para con los
conspiradores; pero llegó un momento en que creyó necesario
castigar y aterrorizar á sus enemigos.
La policía, en virtud de la denuncia que hizo uno de los
conspiradores, cateó la casa de Don Felipe Robleda, y encontró, bajo
una alfombra, los documentos relativos á la conspiración y la lista de
los comprometidos en ella. El General Díaz envió la lista de los
conspiradores al Gobernador de Veracruz, Luis Mier y Terán,
ordenándole que aprehendiese á los comprendidos en ella. Terán
aprehendió á los que estaban á mano, y telegrafió al Presidente
anunciándoselo. Porfirio Díaz le contestó de un modo lacónico:
“FUSÍLALOS EN CALIENTE”.
En ese telegrama no se ordenaba un juicio previo, ni siquiera una
investigación para establecer la culpabilidad; sino que se daba
sencillamente la orden de matar en el acto.
Nueve individuos fueron fusilados, á saber: Jaime Rodríguez, el
Dr. Ramón Albert Hernández, Antonio P. Ituarte, Francisco Cueto,
Luis Alva, Lorenzo Portilla, Vicente Capmany, J. A. Rubalcaba, y Juan
Caro.
En el “Juan Panadero”, periódico de Guadalajara, de fecha 13 de
Julio de 1879, encuentro un artículo que, á semejanza de nuestros
periódicos amarillos, trae los siguientes títulos:
LA BACANAL DE SANGRE. — ASESINATOS COMETIDOS POR TERÁN. — NUEVE
ASESINADOS. — OCHO VIUDAS. — TREINTA Y SIETE HUÉRFANOS. — DETALLES
HORROROSOS.
En una nota dicen los editores:
42. “En ella (correspondencia de Veracruz) verán hasta dónde puede
llegar el salvajismo de los actuales usurpadores del poder y el odio
profundo, el desprecio sin igual con que ven la vida del hombre y las
garantías individuales en tratándose de los constitucionalistas. De
hoy en adelante Tuxtepecano y asesino serán una misma cosa si
Don Porfirio cobija bajo su manto á los verdugos de Veracruz y deja
impunes sus atentados.”
Voy á limitarme á extractar del mismo periódico algunos párrafos,
para dar idea de cómo fué ejecutada la orden del Presidente Díaz:
Llegados al cuartel, Terán—identificó la persona de Capmany,—y
le dijo:
—¿Es Vd. Don Vicente Capmany?
—Sí, contestó el marino con entereza.
—Pues voy á fusilarlo á Vd. de orden del Presidente.
—Se va á cometer un asesinato, contestó Capmany, porque no
hay razón para ello, pues no me acusa mi conciencia de ningún
delito.
—¡Cállese Vd.! ¡A ver, fusilen á ese hombre! profirió Terán.
—Señor, ¿podré escribir algunas cartas antes de morir? Pido sólo
diez minutos.
—¡Fusílenlo en el acto!, rujió Terán, sediento de sangre.
Salió Terán del cuartel del 23 y fué al del 25. Llamó á Rubalcaba y
á Caro, oficiales que estaban de guardia, y á Loredo y á Rosello,
oficiales del mismo cuerpo, y los llevó al cuartel del 23. Una vez allí,
dió orden de fusilar á los cuatro, sin más trámite ni forma de
proceso...
El último, mal amarrado, se desató y echó á correr, y la escolta
hizo fuego sobre él, matando á un soldado que estaba de
imaginaria, é hiriendo á dos más.
La hiena llamó á don Antonio Ituarte, joven de 28 á 30 años.
43. —¿Es Vd. Don Antonio Ituarte?
—Bien me conoce Vd., respondió impasible la víctima.
—Ya le he dicho á Vd. dos veces que se ausentara de la
población, y que á la tercera vez que lo llamara lo fusilaría.
—Es cierto.
—Pues voy á fusilarlo en el acto.
—Está bien.
Marchó Ituarte al suplicio; pero antes se volvió á Terán y le dijo:
—¡Asesino!
Llegó su vez á Cueto.
—¿Es Vd. Don Francisco Cueto?
—Lo sabe Vd. tan bien como yo.
—¡Fusílenlo! prorrumpió Terán.
—Creo, dijo Cueto, que si soy culpable de algún delito, se me
debe juzgar antes. ¿De qué se me acusa?
—Está Vd. conspirando.
—En ese caso que se me consigne á un juez, que debe ser el
Juez de Distrito.
—Aquí no hay más juez que yo, ni más ley que lo que mando.
Fusílenlo.
Llegó su vez á Don Luis Alva.
—¿Me va Vd. á fusilar también, cristiano?—preguntó á Terán, con
quien llevaba amistad íntima.
—Y en el acto lo voy á hacer.
—Pero ¿está Vd. loco? ¿No cree Vd. que ha corrido demasiada
sangre? ¿Qué culpa tengo yo? ¿Cuál es mi delito?
—¡Silencio!—vociferó Terán.—Vd. conspira y es preciso que
muera.
—Supongo que tendrá Vd. las pruebas de lo que dice.
—No necesito más pruebas que mi conciencia.
44. —Entonces no tiene Vd. prueba alguna, cristiano, porque no tiene
conciencia.
Al oir esto, Terán le dió un empellón:
—¡Fusilen á este hombre!—exclamó...
Dijo Terán:
—Es Vd. un lerdista y á éstos nada se les otorga.
—Acuérdese Vd. señor, que los lerdistas le han perdonado la vida
cuando lo han aprehendido con las armas en la mano.
—Póngase una mordaza á ese hombre y fusílenlo.
En ese momento llegó al cuartel el Juez de Distrito, Lic. Rafael de
Zayas Enríquez, á quien fueron algunos vecinos á despertar, y á
rogarle que fuera á ver cómo impedía semejantes asesinatos. El
señor Zayas Enríquez corrió al cuartel, medio desnudo, y tuvo un
fuerte altercado con Terán, quien le dijo:
—¡Usted tiene la culpa de todo esto!
—¡Yo!—exclamó Zayas estupefacto.
—Sí, Vd., porque en otra vez que le consigné á Capmany y á
Portilla no los condenó á presidio.
—Porque yo soy un hombre honrado, señor Terán, que no
condeno sin tener pruebas legales; no soy asesino ni esbirro, sino
Juez de Distrito; porque yo estoy para cumplir y hacer cumplir las
leyes, no para barrenarlas.
—Pues lo hecho se queda hecho.
—Espero que aquí concluya esta bacanal de sangre.
Según sabemos, el señor Zayas impidió que siguiera la matanza,
pues parece que Suárez y Galinié debían seguir á los anteriores.
Amaneció el día 25. Un rumor sordo circulaba en la población.
Varias señoras, acompañadas de parvadas de niñitos, andaban por
las calles, deteniendo á los transeúntes y preguntándoles por sus
deudos.
45. —¿Qué sabe Vd. de Lorenzo?—preguntaba la esposa de Portilla,
medio loca, á todo el que hallaba á su paso, sin que nadie se
atreviese á darle la triste nueva.
La esposa de Cueto perdió el juicio, y se teme por su vida; la
madre de la víctima se hallaba en Orizaba, en agonía.
La población está de duelo; Terán no se atrevía á salir del cuartel.
La población entera se hallaba en las calles adyacentes del cuartel, y
fué preciso traer un destacamento de la policía, armado con rifles,
para contener á la muchedumbre.
Se nos dice que el Lic. Zayas Enríquez, en nombre de la
Masonería, pidió el cadáver de Cueto y el de Capmany, ambos
hermanos; pero la fiera sanguinaria, no contento con haberles
arrancado la vida, se quería cebar en los muertos, y negó los
cadáveres, que fueron enterrados en la fosa común, en un lugar
ignorado, conducidos en un carretón, acompañados de la policía.
En la actualidad reside en la ciudad de New York un caballero
mexicano, Don Rafael de Zayas Enríquez, que se expatrió
voluntariamente de México, á causa de las condiciones políticas del
país y de las persecuciones de parte de José Ives Limantour, á quien
había combatido en discursos públicos y en la prensa. Este caballero,
que es abogado, historiógrafo y escritor de gran talento, vino á New
York para poder escribir con libertad sobre las condiciones actuales
de México.
Después de un año de labor, concluyó un libro intitulado: “Porfirio
Díaz”, que es una revista psicológica y filosófica de la vida del
Presidente. Es una crítica hábil y sutil, pero no sincera, pues no dice
la verdad. Sólo aquí y allá hace una finta hacia ella, como con un
florete, pero solamente juega con el arma, como si tuviese temor.
Quizás tiene la aprehensión del peligro, y teme que el largo brazo de
Porfirio Díaz le alcance traidoramente, aun en esta tierra de libertad.
46. Es muy probable que sepa lo que pasó hace unos dos años.
Entonces apareció en el “World” de New York, un artículo criticando
á Porfirio Díaz y á José Ives Limantour, subscribiéndolo “Un
Mexicano”. Pocos días después, dos caballeros mexicanos indagaron
el nombre del autor de ese artículo anónimo, ofreciendo dinero por
el informe, lo que fué rehusado por la administración del “World”,
por ser contrario á las prácticas periodísticas americanas. Los
referidos caballeros se despidieron disgustados, pero no sin proferir
amenazas contra el incógnito autor.
El mismo Señor de Zayas Enríquez era Juez de Distrito de
Veracruz cuando la famosa noche del 24 al 25 de Junio. Conoce
como nadie todos los detalles del asunto. ¿Por qué no publicó la
verdad, en vez de procurar paliar la responsabilidad del Presidente
Díaz, cuando sabe que el único responsable fué el mismo Díaz, y no
Terán, quien sólo representa el papel de un vil instrumento?
Cuando estos acontecimientos, el gobierno de Díaz se alarmó
profundamente ante el horror y la indignación que había provocado
ese acto salvaje, y tuvo la impudencia de asegurar oficialmente que
los presos habían atacado á los soldados dentro del cuartel, y que
éstos, en cumplimiento de sus deberes militares, hicieron fuego
sobre sus agresores, matándolos.
En ese período Porfirio Díaz miraba con cierto respeto la opinión
pública, y por eso encubrió el crimen con el manto de la calumnia, á
fin de salvar á Terán de todo castigo, y para librar su propia frente
del estigma de ASESINO.
Para probar lo absurdo de la calumnia, fueron exhumados por el
mismo Señor de Zayas Enríquez, los cadáveres de los asesinados, y
se evidenció que cada uno de ellos tenía, además de varias heridas
en el cuerpo, un agujero en el cráneo, el tiro de gracia, que sólo se
da á los ajusticiados. Unicamente en uno faltaba esa herida, y eso
47. fué porque, á causa de otra herida en el corazón, sucumbió
instantáneamente la víctima.
Todos los detalles de la exhumación fueron publicados en un libro
impreso por los abogados defensores de Mier y Terán, en 1879. El
gobierno recogió todos los ejemplares, y probablemente sólo queda
uno, el que por fortuna tuve en mis manos.
Los Asesinatos del General Ramón Corona, del General
García De la Cadena y del General Ángel Martínez.
Sabía Porfirio Díaz que mientras existiese en México uno ó más
generales que ambicionasen la presidencia de la República, su
dorado ensueño de un poder continuo, con él como arcángel, no
podía ser practicable, sino más bien un asunto de los más azarosos.
Como su popularidad había recibido un rudo golpe, con motivo de
los asesinatos de Veracruz, y carecía aún del poder suficiente para
imponer todas las elecciones en todos los Estados, por medio de las
bayonetas de sus soldados, recurrió al método de los cobardes; el de
asesinar á sus rivales por medio de “accidentes”, ó valiéndose de
algún loco ó fanático que alimentase odios contra la víctima
designada, ó simplemente utilizando á un asesino asalariado.
El General Corona era una de las personalidades más populares y
atrayentes entre los generales de la guerra de Intervención. Era
bravo, inteligente, franco y leal. Durante el primer período del
Presidente Díaz fué enviado á España como Ministro de México, y
allí, como en todas partes, donde se presentó, llegó á ser el favorito
de los españoles. Sin embargo, como ambicionaba la presidencia,
encontró un buen pretexto para solicitar su regreso á México en la
actitud que respecto á él asumió la Reina de España. El General
48. Corona fué uno de los jefes que contribuyó á la toma de Querétaro,
y con tal motivo aparecía indirectamente responsable del
fusilamiento del Emperador Maximiliano. La Reina de España era
austriaca y pertenecía á la familia de los Habsburgos, y, en una
recepción oficial, corrió un desaire al General Corona.
Cuando éste regresó á México, fué nombrado Gobernador del
Estado de Jalisco, el más importante de la República por lo que
respecta á riqueza y á población.
Resultó Corona un excelente gobernante, y fué el primero que
abolió en su Estado el sistema de las “alcabalas” ó de aduanas
interiores, que á la sazón existía en el país, de Estado á Estado, y
aun de ciudad á ciudad, complicando la administración fiscal y
fomentando el contrabando.
Su prestigio, como gobernador y como candidato á la presidencia,
crecía de modo tan alarmante que Porfirio Díaz temió por su propia
supremacía, y, á fin de conjurar peligro inminente y de aplacar la
ambición de Corona, le prometió la presidencia para el próximo
período, previendo algún “accidente” que eliminase al rival.
Una noche, cuando el General Corona entraba en el Teatro,
acompañado de su esposa y de sus hijos, fué asaltado y muerto á
puñaladas por un indio de la clase baja. Huyó rápidamente el
asesino, dando vuelta á la primera esquina de la calle, y allí, por una
extraña “coincidencia”, le partió el corazón á puñaladas un agente de
la policía montada, y recibió también lesiones de parte de un agente
de la policía de á pie. Intensifica la peculiaridad de esta
“coincidencia” el hecho de que el policía que apuñaleó al asesino,
estaba acompañado por un piquete de policías que no pudo haber
presenciado el asesinato del General Corona y que, sin embargo
obró exactamente como si lo hubiese visto. No trataron de cogerlo
vivo, sino de matarlo prontamente, por aquello de que hombre
49. muerto no habla. De propósito se hizo circular el rumor de que el
asesino se había suicidado.
Como tan juiciosamente dijo Ignacio Mariscal, refiriéndose al
asesinato del General Barillas, ex-presidente de Guatemala, á quien
mataron dos muchachos guatemaltecos, en la ciudad de México, el
17 de Abril de 1907, por orden del General Lima, Ministro de la
Guerra de Guatemala, “en esta clase de crímenes, por lo difícil que
es su comprobación, basta con el fallo de la opinión pública que
declara al presidente Cabrera asesino del General Barillas.”
Pues bien, la opinión pública en México señala al General Díaz
como el asesino del General Corona, del General García de la
Cadena, y del General Martínez.
García de la Cadena fué otro de los generales ambiciosos. Fué
bastante temerario para decir la verdad al Presidente Díaz.
Comprendió su error cuando era ya demasiado tarde. Estaba vigilado
día y noche, pero fingió estar enfermo y no recibía á nadie, y su
misma esposa cocinaba y le llevaba los alimentos. Pero, á pesar de
todas esas precauciones, no percibieron que la criada que tenían era
una espía puesta por Porfirio Díaz. El General García de la Cadena
burló al jefe de la policía hasta el punto de que, cuando este digno
caballero fué á dar el parte diario al General Díaz, diciéndole que
García de la Cadena continuaba enfermo, el Presidente le informó de
cuándo y cómo se había escapado, y dónde se le podría encontrar.
En efecto, se había fugado de México, pero había sido
aprehendido cerca de Zacatecas, cuando se trasbordaba de un tren
á otro, y fué asesinado por una cuadrilla de verdugos asalariados.
Esta eliminación fué cargada á la cuenta de los bandidos.
La destrucción del General Martínez se llevó á cabo de un modo
idéntico al del caso del General Barillas, ó, para hablar con más