kaban.pdf
Por	la	cicatriz	que	lleva	en	la	frente,	sabemos	que	Harry	Potter	no	es	un	niño
como	los	demás,	sino	el	héroe	que	venció	a	lord	Voldemort,	el	mago	más
temible	y	maligno	de	todos	los	tiempos	y	culpable	de	la	muerte	de	los	padres
de	 Harry.	 Desde	 entonces,	 Harry	 no	 tiene	 más	 remedio	 que	 vivir	 con	 sus
pesados	 tíos	 y	 su	 insoportable	 primo	 Dudley,	 todos	 ellos	 muggles,	 o	 sea,
personas	no	magas,	que	desprecian	a	su	sobrino	debido	a	sus	poderes.
Igual	 que	 en	 las	 dos	 primeras	 partes	 de	 la	 serie	 –La	 piedra	 filosofal	 y	 La
cámara	secreta–	Harry	aguarda	con	impaciencia	el	inicio	del	tercer	curso	en
el	Colegio	Hogwarts	de	Magia	y	Hechicería.	Tras	haber	cumplido	los	trece
años,	 solo	 y	 lejos	 de	 sus	 amigos	 de	 Hogwarts,	 Harry	 se	 pelea	 con	 su
bigotuda	tía	Marge,	a	la	que	convierte	en	globo,	y	debe	huir	en	un	autobús
mágico.	Mientras	tanto,	de	la	prisión	de	Azkaban	se	ha	escapado	un	terrible
villano,	 Sirius	 Black,	 un	 asesino	 en	 serie	 con	 poderes	 mágicos	 que	 fue
cómplice	 de	 lord	 Voldemort	 y	 que	 parece	 dispuesto	 a	 eliminar	 a	 Harry	 del
mapa.	 Y	 por	 si	 esto	 fuera	 poco,	 Harry	 deberá	 enfrentarse	 también	 a	 unos
terribles	monstruos,	los	dementores,	seres	abominables	capaces	de	robarles
la	felicidad	a	los	magos	y	de	borrar	todo	recuerdo	hermoso	de	aquellos	que
osan	mirarlos.	Lo	que	ninguno	de	estos	malvados	personajes	sabe	es	que
Harry,	con	la	ayuda	de	sus	fieles	amigos	Ron	y	Hermione,	es	capaz	de	todo	y
mucho	más.
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J.	K.	Rowling
Harry	Potter
y	el	prisionero	de	Azkaban
Harry	Potter	-	3
ePub	r1.4
Titivillus	15.12.17
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Título	original:	Harry	Potter	and	the	Prisoner	of	Azkaban
J.	K.	Rowling,	1999
Traducción:	Adolfo	Muñoz	García	y	Nieves	Martín	Azofra
Ilustraciones:	Mary	GrandPré
Diseño	de	portada:	Tiago	da	Silva
Editor	digital:	Titivillus
ePub	base	r1.2
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A	Jill	Prewett	y	Aine	Kiely,
madrinas	de	Swing.
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H
CAPÍTULO	UNO
Lechuzas	mensajeras
ARRY	Potter	era,	en	muchos	sentidos,	un	muchacho	diferente.	Por	un	lado,	las
vacaciones	de	verano	le	gustaban	menos	que	cualquier	otra	época	del	año;	y	por
otro,	deseaba	de	verdad	hacer	los	deberes,	pero	tenía	que	hacerlos	a	escondidas,	muy
entrada	la	noche.	Y	además,	Harry	Potter	era	un	mago.
Era	casi	medianoche	y	estaba	tumbado	en	la	cama,	boca	abajo,	tapado	con	las
mantas	 hasta	 la	 cabeza,	 como	 en	 una	 tienda	 de	 campaña.	 En	 una	 mano	 tenía	 la
linterna	y,	abierto	sobre	la	almohada,	había	un	libro	grande,	encuadernado	en	piel
(Historia	de	la	Magia,	de	Bathilda	Bagshot).	Harry	recorría	la	página	con	la	punta	de
su	pluma	de	águila,	con	el	entrecejo	fruncido,	buscando	algo	que	le	sirviera	para	su
redacción	sobre	«La	inutilidad	de	la	quema	de	brujas	en	el	siglo	XIV».
La	pluma	se	detuvo	en	la	parte	superior	de	un	párrafo	que	podía	serle	útil.	Harry
se	subió	las	gafas	redondas,	acercó	la	linterna	al	libro	y	leyó:
En	 la	 Edad	 Media,	 los	 no	 magos	 (comúnmente	 denominados	 muggles)
sentían	 hacia	 la	 magia	 un	 especial	 temor,	 pero	 no	 eran	 muy	 duchos	 en
reconocerla.	 En	 las	 raras	 ocasiones	 en	 que	 capturaban	 a	 un	 auténtico
brujo	o	bruja,	la	quema	carecía	en	absoluto	de	efecto.	La	bruja	o	el	brujo
realizaba	un	sencillo	encantamiento	para	enfriar	las	llamas	y	luego	fingía
que	 se	 retorcía	 de	 dolor	 mientras	 disfrutaba	 del	 suave	 cosquilleo.	 A
Wendelin	la	Hechicera	le	gustaba	tanto	ser	quemada	que	se	dejó	capturar
no	menos	de	cuarenta	y	siete	veces	con	distintos	aspectos.
Harry	se	puso	la	pluma	entre	los	dientes	y	buscó	bajo	la	almohada	el	tintero	y	un
rollo	 de	 pergamino.	 Lentamente	 y	 con	 mucho	 cuidado,	 destapó	 el	 tintero,	 mojó	 la
pluma	y	comenzó	a	escribir,	deteniéndose	a	escuchar	de	vez	en	cuando,	porque	si
alguno	 de	 los	 Dursley,	 al	 pasar	 hacia	 el	 baño,	 oía	 el	 rasgar	 de	 la	 pluma,	 lo	 más
probable	era	que	lo	encerraran	bajo	llave	hasta	el	final	del	verano	en	la	alacena	que
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había	debajo	de	las	escaleras.
La	familia	Dursley,	que	vivía	en	el	número	4	de	Privet	Drive,	era	el	motivo	de
que	Harry	no	pudiera	tener	nunca	vacaciones	de	verano.	Tío	Vernon,	tía	Petunia	y	su
hijo	 Dudley	 eran	 los	 únicos	 parientes	 vivos	 que	 tenía	 Harry.	 Eran	 muggles,	 y	 su
actitud	 hacia	 la	 magia	 era	 muy	 medieval.	 En	 casa	 de	 los	 Dursley	 nunca	 se
mencionaba	a	los	difuntos	padres	de	Harry,	que	habían	sido	brujos.	Durante	años,	tía
Petunia	y	tío	Vernon	habían	albergado	la	esperanza	de	extirpar	lo	que	Harry	tenía	de
mago,	teniéndolo	bien	sujeto.	Les	irritaba	no	haberlo	logrado	y	vivían	con	el	temor	de
que	alguien	pudiera	descubrir	que	Harry	había	pasado	la	mayor	parte	de	los	últimos
dos	años	en	el	Colegio	Hogwarts	de	Magia	y	Hechicería.	Lo	único	que	podían	hacer
los	 Dursley	 aquellos	 días	 era	 guardar	 bajo	 llave	 los	 libros	 de	 hechizos,	 la	 varita
mágica,	el	caldero	y	la	escoba	al	inicio	de	las	vacaciones	de	verano,	y	prohibirle	que
hablara	con	los	vecinos.
Para	 Harry	 había	 representado	 un	 grave	 problema	 que	 le	 quitaran	 los	 libros,
porque	los	profesores	de	Hogwarts	le	habían	puesto	muchos	deberes	para	el	verano.
Uno	 de	 los	 trabajos	 menos	 agradables,	 sobre	 pociones	 para	 encoger,	 era	 para	 el
profesor	menos	estimado	por	Harry,	Snape,	que	estaría	encantado	de	tener	una	excusa
para	 castigar	 a	 Harry	 durante	 un	 mes.	 Así	 que,	 durante	 la	 primera	 semana	 de
vacaciones,	 Harry	 aprovechó	 la	 oportunidad:	 mientras	 tío	 Vernon,	 tía	 Petunia	 y
Dudley	estaban	en	el	jardín	admirando	el	nuevo	coche	de	la	empresa	de	tío	Vernon
(en	voz	muy	alta,	para	que	el	vecindario	se	enterara),	Harry	fue	a	la	planta	baja,	forzó
la	 cerradura	 de	 la	 alacena	 de	 debajo	 de	 las	 escaleras,	 cogió	 algunos	 libros	 y	 los
escondió	en	su	habitación.	Mientras	no	dejara	manchas	de	tinta	en	las	sábanas,	los
Dursley	no	tendrían	por	qué	enterarse	de	que	aprovechaba	las	noches	para	estudiar
magia.
Harry	no	quería	problemas	con	sus	tíos	y	menos	en	aquellos	momentos,	porque
estaban	enfadados	con	él,	y	todo	porque	cuando	llevaba	una	semana	de	vacaciones
había	recibido	una	llamada	telefónica	de	un	compañero	mago.
Ron	Weasley,	que	era	uno	de	los	mejores	amigos	que	Harry	tenía	en	Hogwarts,
procedía	de	una	familia	de	magos.	Esto	significaba	que	sabía	muchas	cosas	que	Harry
ignoraba,	pero	nunca	había	utilizado	el	teléfono.
Por	desgracia,	fue	tío	Vernon	quien	respondió:
—¿Diga?
Harry,	que	estaba	en	ese	momento	en	la	habitación,	se	quedó	de	piedra	al	oír	que
era	Ron	quien	respondía.
—¿HOLA?	¿HOLA?	¿ME	OYE?	¡QUISIERA	HABLAR	CON	HARRY	POTTER!
Ron	daba	tales	gritos	que	tío	Vernon	dio	un	salto	y	alejó	el	teléfono	de	su	oído	por
lo	menos	medio	metro,	mirándolo	con	furia	y	sorpresa.
—¿QUIÉN	ES?	—voceó	en	dirección	al	auricular—.	¿QUIÉN	ES?
—¡RON	 WEASLEY!	 —gritó	 Ron	 a	 su	 vez,	 como	 si	 el	 tío	 Vernon	 y	 él	 estuvieran
comunicándose	desde	los	extremos	de	un	campo	de	fútbol—.	SOY	UN	AMIGO	DE	HARRY,
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DEL	COLEGIO.
Los	 minúsculos	 ojos	 de	 tío	 Vernon	 se	 volvieron	 hacia	 Harry,	 que	 estaba
inmovilizado.
—¡AQUÍ	NO	VIVE	NINGÚN	HARRY	POTTER!	—gritó	tío	Vernon,	manteniendo	el	brazo
estirado,	como	si	temiera	que	el	teléfono	pudiera	estallar—.	¡NO	SÉ	DE	QUÉ	COLEGIO	ME
HABLA!	¡NO	VUELVA	A	LLAMAR	AQUÍ!	¡NO	SE	ACERQUE	A	MI	FAMILIA!
Colgó	el	teléfono	como	quien	se	desprende	de	una	araña	venenosa.
La	bronca	que	siguió	fue	una	de	las	peores	que	le	habían	echado.
—¡CÓMO	TE	ATREVES	A	DARLE	ESTE	NÚMERO	A	GENTE	COMO…	COMO	TÚ!	—le	gritó	tío
Vernon,	salpicándolo	de	saliva.
Ron,	obviamente,	comprendió	que	había	puesto	a	Harry	en	un	apuro,	porque	no
volvió	a	llamar.	La	mejor	amiga	de	Harry	en	Hogwarts,	Hermione	Granger,	tampoco
lo	llamó.	Harry	se	imaginaba	que	Ron	le	había	dicho	a	Hermione	que	no	lo	llamara,
lo	cual	era	una	pena,	porque	los	padres	de	Hermione,	la	bruja	más	inteligente	de	la
clase	 de	 Harry,	 eran	 muggles,	 y	 ella	 sabía	 muy	 bien	 cómo	 utilizar	 el	 teléfono,	 y
probablemente	 habría	 tenido	 tacto	 suficiente	 para	 no	 revelar	 que	 estudiaba	 en
Hogwarts.
De	manera	que	Harry	había	permanecido	cinco	largas	semanas	sin	tener	noticia
de	sus	amigos	magos,	y	aquel	verano	estaba	resultando	casi	tan	desagradable	como	el
anterior.	Sólo	había	una	pequeña	mejora:	después	de	jurar	que	no	la	usaría	para	enviar
mensajes	a	ninguno	de	sus	amigos,	a	Harry	le	habían	permitido	sacar	de	la	jaula	por
las	noches	a	su	lechuza	Hedwig.	Tío	Vernon	había	transigido	debido	al	escándalo	que
armaba	Hedwig	cuando	permanecía	todo	el	tiempo	encerrada.
Harry	 terminó	 de	 escribir	 sobre	 Wendelin	 la	 Hechicera	 e	 hizo	 una	 pausa	 para
volver	a	escuchar.	Sólo	los	ronquidos	lejanos	y	ruidosos	de	su	enorme	primo	Dudley
rompían	el	silencio	de	la	casa.	Debía	de	ser	muy	tarde.	A	Harry	le	picaban	los	ojos	de
cansancio.	Sería	mejor	terminar	la	redacción	la	noche	siguiente…
Tapó	el	tintero,	sacó	una	funda	de	almohada	de	debajo	de	la	cama,	metió	dentro	la
linterna,	la	Historia	de	la	Magia,	la	redacción,	la	pluma	y	el	tintero,	se	levantó	y	lo
escondió	todo	debajo	de	la	cama,	bajo	una	tabla	del	entarimado	que	estaba	suelta.	Se
puso	 de	 pie,	 se	 estiró	 y	 miró	 la	 hora	 en	 la	 esfera	 luminosa	 del	 despertador	 de	 la
mesilla	de	noche.
Era	la	una	de	la	mañana.	Harry	se	sobresaltó:	hacía	una	hora	que	había	cumplido
trece	años	y	no	se	había	dado	cuenta.
Harry	aún	era	un	muchacho	diferente	en	otro	aspecto:	en	el	escaso	entusiasmo
con	que	aguardaba	sus	cumpleaños.	Nunca	había	recibido	una	tarjeta	de	felicitación.
Los	Dursley	habían	pasado	por	alto	sus	dos	últimos	cumpleaños	y	no	tenía	ningún
motivo	para	suponer	que	fueran	a	acordarse	del	siguiente.
Harry	 atravesó	 a	 oscuras	 la	 habitación,	 pasando	 junto	 a	 la	 gran	 jaula	 vacía	 de
Hedwig,	y	llegó	hasta	la	ventana,	que	estaba	abierta.	Se	apoyó	en	el	alféizar	y	notó
con	agrado	en	la	cara,	después	del	largo	rato	pasado	bajo	las	mantas,	el	frescor	de	la
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noche.	Hacía	dos	noches	que	Hedwig	se	había	ido.	Harry	no	estaba	preocupado	por
ella	 (en	 otras	 ocasiones	 se	 había	 ausentado	 durante	 períodos	 equivalentes),	 pero
esperaba	que	no	tardara	en	volver.	Era	el	único	ser	vivo	en	aquella	casa	que	no	se
asustaba	al	verlo.
Aunque	Harry	seguía	siendo	demasiado	pequeño	y	esmirriado	para	su	edad,	había
crecido	 varios	 centímetros	 durante	 el	 último	 año.	 Sin	 embargo,	 su	 cabello	 negro
azabache	seguía	como	siempre:	sin	dejarse	peinar.	No	importaba	lo	que	hiciera	con
él,	el	pelo	no	se	sometía.	Tras	las	gafas	tenía	unos	ojos	verdes	brillantes,	y	sobre	la
frente,	claramente	visible	entre	el	pelo,	una	cicatriz	alargada	en	forma	de	rayo.
Aquella	cicatriz	era	la	más	extraordinaria	de	todas	las	características	inusuales	de
Harry.	No	era,	como	le	habían	hecho	creer	los	Dursley	durante	diez	años,	una	huella
del	accidente	de	automóvil	que	había	acabado	con	la	vida	de	los	padres	de	Harry,
porque	 Lily	 y	 James	 Potter	 no	 habían	 muerto	 en	 un	 accidente	 de	 tráfico,	 sino
asesinados.	Asesinados	por	el	mago	tenebroso	más	temido	de	los	últimos	cien	años:
lord	 Voldemort.	 Harry	 había	 sobrevivido	 a	 aquel	 ataque	 sin	 otra	 secuela	 que	 la
cicatriz	 de	 la	 frente	 cuando	 el	 hechizo	 de	 Voldemort,	 en	 vez	 de	 matarlo,	 había
rebotado	contra	su	agresor.	Medio	muerto,	Voldemort	había	huido…
Pero	Harry	había	tenido	que	vérselas	con	él	desde	el	momento	en	que	llegó	a
Hogwarts.	Al	recordar	junto	a	la	ventana	su	último	encuentro,	Harry	pensó	que	si
había	cumplido	los	trece	años	era	porque	tenía	mucha	suerte.
Miró	el	cielo	estrellado,	por	si	veía	a	Hedwig,	que	quizá	regresara	con	un	ratón
muerto	en	el	pico,	esperando	sus	elogios.	Harry	miraba	distraído	por	encima	de	los
tejados	y	pasaron	algunos	segundos	hasta	que	comprendió	lo	que	veía.
Perfilada	contra	la	luna	dorada	y	creciendo	a	cada	instante	se	veía	una	figura	de
forma	extrañamente	irregular	que	se	dirigía	hacia	Harry	batiendo	las	alas.	Se	quedó
quieto	viéndola	descender.	Durante	una	fracción	de	segundo,	Harry	no	supo,	con	la
mano	en	la	falleba,	si	cerrar	la	ventana	de	golpe.	Pero	entonces	la	extraña	criatura
revoloteó	sobre	una	farola	de	Privet	Drive,	y	Harry,	dándose	cuenta	de	lo	que	era,	se
hizo	a	un	lado.
Tres	 lechuzas	 penetraron	 por	 la	 ventana,	 dos	 sosteniendo	 a	 otra	 que	 parecía
inconsciente.	Aterrizaron	suavemente	sobre	la	cama	de	Harry,	y	la	lechuza	que	iba	en
medio,	y	que	era	grande	y	gris,	cayó	y	quedó	allí	inmóvil.	Llevaba	un	paquete	atado	a
las	patas.
Harry	 reconoció	 enseguida	 a	 la	 lechuza	 inconsciente.	 Se	 llamaba	 Errol	 y
pertenecía	a	la	familia	Weasley.	Harry	se	lanzó	inmediatamente	sobre	la	cama,	desató
los	cordeles	de	las	patas	de	Errol,	cogió	el	paquete	y	depositó	a	Errol	en	la	jaula	de
Hedwig.	Errol	abrió	un	ojo	empañado,	ululó	débilmente	en	señal	de	agradecimiento	y
comenzó	a	beber	agua	a	tragos.
Harry	volvió	al	lugar	en	que	descansaban	las	otras	lechuzas.	Una	de	ellas	(una
hembra	grande	y	blanca	como	la	nieve)	era	su	propia	Hedwig.	También	llevaba	un
paquete	 y	 parecía	 muy	 satisfecha	 de	 sí	 misma.	 Dio	 a	 Harry	 un	 picotazo	 cariñoso
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cuando	le	quitó	la	carga,	y	luego	atravesó	la	habitación	volando	para	reunirse	con
Errol.	Harry	no	reconoció	a	la	tercera	lechuza,	que	era	muy	bonita	y	de	color	pardo
rojizo,	 pero	 supo	 enseguida	 de	 dónde	 venía,	 porque	 además	 del	 correspondiente
paquete	portaba	un	mensaje	con	el	emblema	de	Hogwarts.	Cuando	Harry	le	cogió	la
carta	a	esta	lechuza,	ella	erizó	las	plumas	orgullosamente,	estiró	las	alas	y	emprendió
el	vuelo	atravesando	la	ventana	e	internándose	en	la	noche.
Harry	se	sentó	en	la	cama,	cogió	el	paquete	de	Errol,	rasgó	el	papel	marrón	y
descubrió	un	regalo	envuelto	en	papel	dorado	y	la	primera	tarjeta	de	cumpleaños	de
su	vida.	Abrió	el	sobre	con	dedos	ligeramente	temblorosos.	Cayeron	dos	trozos	de
papel:	una	carta	y	un	recorte	de	periódico.
Supo	 que	 el	 recorte	 de	 periódico	 pertenecía	 al	 diario	 del	 mundo	 mágico	 El
Profeta	porque	la	gente	de	la	fotografía	en	blanco	y	negro	se	movía.	Harry	recogió	el
recorte,	lo	alisó	y	leyó:
FUNCIONARIO	DEL	MINISTERIO	DE	MAGIA	RECIBE	EL	GRAN	PREMIO
Arthur	 Weasley,	 director	 de	 la	 Oficina	 Contra	 el	 Uso	 Indebido	 de
Artefactos	Muggles,	ha	ganado	el	gran	premio	anual	Galleon	Draw	que
entrega	el	diario	El	Profeta.
El	 señor	 Weasley,	 radiante	 de	 alegría,	 declaró	 a	 El	 Profeta:
«Gastaremos	 el	 dinero	 en	 unas	 vacaciones	 estivales	 en	 Egipto,	 donde
trabaja	 Bill,	 nuestro	 hijo	 mayor,	 deshaciendo	 hechizos	 para	 el	 banco
mágico	Gringotts.»
La	 familia	 Weasley	 pasará	 un	 mes	 en	 Egipto,	 y	 regresará	 para	 el
comienzo	 del	 nuevo	 curso	 escolar	 de	 Hogwarts,	 donde	 estudian
actualmente	cinco	hijos	del	matrimonio	Weasley.
Observó	la	fotografía	en	movimiento,	y	una	sonrisa	se	le	dibujó	en	la	cara	al	ver	a
los	nueve	Weasley	ante	una	enorme	pirámide,	saludándolo	con	la	mano.	La	pequeña
y	rechoncha	señora	Weasley,	el	alto	y	casi	calvo	señor	Weasley,	y	los	seis	hijos	y	la
hija	tenían	(aunque	la	fotografía	en	blanco	y	negro	no	lo	mostrara)	el	pelo	de	un	rojo
intenso.	Justo	en	el	centro	de	la	foto	aparecía	Ron,	alto	y	larguirucho,	con	su	rata
Scabbers	sobre	el	hombro	y	con	el	brazo	alrededor	de	Ginny,	su	hermana	pequeña.
Harry	no	sabía	de	nadie	que	mereciera	un	premio	más	que	los	Weasley,	que	eran
muy	buenos	y	pobres	de	solemnidad.	Cogió	la	carta	de	Ron	y	la	desdobló.
Querido	Harry:
¡Feliz	cumpleaños!
Siento	mucho	lo	de	la	llamada	de	teléfono.	Espero	que	los	muggles	no
te	dieran	un	mal	rato.	Se	lo	he	dicho	a	mi	padre	y	él	opina	que	no	debería
haber	gritado.
Egipto	es	estupendo.	Bill	nos	ha	llevado	a	ver	todas	las	tumbas,	y	no	te
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creerías	las	maldiciones	que	los	antiguos	brujos	egipcios	ponían	en	ellas.
Mi	 madre	 no	 dejó	 que	 Ginny	 entrara	 en	 la	 última.	 Estaba	 llena	 de
esqueletos	mutantes	de	muggles	que	habían	profanado	la	tumba	y	tenían
varias	cabezas	y	cosas	así.
Cuando	mi	padre	ganó	el	premio	de	El	Profeta	no	me	lo	podía	creer.
¡Setecientos	galeones!	La	mayor	parte	se	nos	ha	ido	en	estas	vacaciones,
pero	me	van	a	comprar	otra	varita	mágica	para	el	próximo	curso.
Harry	recordaba	muy	bien	cómo	se	le	había	roto	a	Ron	su	vieja	varita	mágica.
Fue	cuando	el	coche	en	que	los	dos	habían	ido	volando	a	Hogwarts	chocó	contra	un
árbol	del	parque	del	colegio.
Regresaremos	más	o	menos	una	semana	antes	de	que	comience	el	curso.
Iremos	 a	 Londres	 a	 comprar	 la	 varita	 mágica	 y	 los	 nuevos	 libros.
¿Podríamos	vernos	allí?
¡No	dejes	que	los	muggles	te	depriman!
Intenta	venir	a	Londres.
Posdata:	Percy	es	delegado.	Recibió	la	notificación	la	semana	pasada.
Harry	volvió	a	mirar	la	foto.	Percy,	que	estaba	en	el	séptimo	y	último	curso	de
Hogwarts,	 parecía	 especialmente	 orgulloso.	 Se	 había	 colocado	 la	 insignia	 de
delegado	en	el	fez	que	llevaba	graciosamente	sobre	su	pelo	repeinado.	Las	gafas	de
montura	de	asta	reflejaban	el	sol	egipcio.
Luego	Harry	cogió	el	regalo	y	lo	desenvolvió.	Parecía	una	diminuta	peonza	de
cristal.	Debajo	había	otra	nota	de	Ron:
Harry:
Esto	es	un	chivatoscopio	de	bolsillo.	Si	hay	alguien	cerca	que	no	sea	de
fiar,	en	teoría	tiene	que	dar	vueltas	y	encenderse.	Bill	dice	que	no	es	más
que	una	engañifa	para	turistas	magos,	y	que	no	funciona,	porque	la	noche
pasada	estuvo	toda	la	cena	sin	parar.	Claro	que	él	no	sabía	que	Fred	y
George	le	habían	echado	escarabajos	en	la	sopa.
Hasta	pronto,
Harry	 puso	 el	 chivatoscopio	 de	 bolsillo	 sobre	 la	 mesita	 de	 noche,	 donde
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permaneció	inmóvil,	en	equilibrio	sobre	la	punta,	reflejando	las	manecillas	luminosas
del	reloj.	Lo	contempló	durante	unos	segundos,	satisfecho,	y	luego	cogió	el	paquete
que	había	llevado	Hedwig.
También	contenía	un	regalo	envuelto	en	papel,	una	tarjeta	y	una	carta,	esta	vez	de
Hermione:
Querido	Harry:
Ron	me	escribió	y	me	contó	lo	de	su	conversación	telefónica	con	tu	tío
Vernon.	Espero	que	estés	bien.
En	estos	momentos	estoy	en	Francia	de	vacaciones	y	no	sabía	cómo
enviarte	 esto	 (¿y	 si	 lo	 abrían	 en	 la	 aduana?),	 ¡pero	 entonces	 apareció
Hedwig!	 Creo	 que	 quería	 asegurarse	 de	 que,	 para	 variar,	 recibías	 un
regalo	 de	 cumpleaños.	 El	 regalo	 te	 lo	 he	 comprado	 por	 catálogo	 vía
lechuza.	Había	un	anuncio	en	El	Profeta	(me	he	suscrito,	hay	que	estar	al
tanto	de	lo	que	ocurre	en	el	mundo	mágico).	¿Has	visto	la	foto	que	salió	de
Ron	 y	 su	 familia	 hace	 una	 semana?	 Apuesto	 a	 que	 está	 aprendiendo
montones	de	cosas,	me	muero	de	envidia…	los	brujos	del	antiguo	Egipto
eran	fascinantes.
Aquí	también	tienen	un	interesante	pasado	en	cuestión	de	brujería.	He
tenido	 que	 reescribir	 completa	 la	 redacción	 sobre	 Historia	 de	 la	 Magia
para	poder	incluir	algunas	cosas	que	he	averiguado.	Espero	que	no	resulte
excesivamente	 larga:	 comprende	 dos	 pergaminos	 más	 de	 los	 que	 había
pedido	el	profesor	Binns.
Ron	dice	que	irá	a	Londres	la	última	semana	de	vacaciones.	¿Podrías
ir	tú	también?	¿Te	dejarán	tus	tíos?	Espero	que	sí.	Si	no,	nos	veremos	en	el
expreso	de	Hogwarts	el	1	de	septiembre.
Besos	de
Posdata:	 Ron	 me	 ha	 dicho	 que	 han	 nombrado	 delegado	 a	 Percy.	 Me
imagino	 que	 estará	 en	 una	 nube.	 A	 Ron	 no	 parece	 que	 le	 haga	 mucha
gracia.
Harry	volvió	a	sonreír	mientras	dejaba	a	un	lado	la	carta	de	Hermione	y	cogía	el
regalo.	Pesaba	mucho.	Conociendo	a	Hermione,	estaba	convencido	de	que	sería	un
gran	libro	lleno	de	difíciles	embrujos,	pero	no.	El	corazón	le	dio	un	vuelco	cuando
quitó	el	papel	y	vio	un	estuche	de	cuero	negro	con	unas	palabras	estampadas	en	plata:
EQUIPO	DE	MANTENIMIENTO	DE	ESCOBAS	VOLADORAS.
—¡Ostras,	 Hermione!	 —murmuró	 Harry,	 abriendo	 el	 estuche	 para	 echar	 un
vistazo.
Contenía	un	tarro	grande	de	abrillantador	de	palo	de	escoba	marca	Fleetwood,
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unas	tijeras	especiales	de	plata	para	recortar	las	ramitas,	una	pequeña	brújula	de	latón
para	 los	 viajes	 largos	 en	 escoba	 y	 un	 Manual	 de	 mantenimiento	 de	 la	 escoba
voladora.
Después	de	sus	amigos,	lo	que	Harry	más	apreciaba	de	Hogwarts	era	el	quidditch,
el	deporte	que	contaba	con	más	seguidores	en	el	mundo	mágico.	Era	muy	peligroso,
muy	emocionante,	y	los	jugadores	iban	montados	en	escoba.	Harry	era	muy	bueno
jugando	al	quidditch.	Era	el	jugador	más	joven	de	Hogwarts	de	los	últimos	cien	años.
Uno	de	sus	trofeos	más	estimados	era	la	escoba	de	carreras	Nimbus	2000.
Harry	 dejó	 a	 un	 lado	 el	 estuche	 y	 cogió	 el	 último	 paquete.	 Reconoció	 de
inmediato	los	garabatos	que	había	en	el	papel	marrón:	aquel	paquete	lo	había	enviado
Hagrid,	 el	 guardabosques	 de	 Hogwarts.	 Desprendió	 la	 capa	 superior	 de	 papel	 y
vislumbró	una	cosa	verde	y	como	de	piel,	pero	antes	de	que	pudiera	desenvolverlo
del	todo,	el	paquete	tembló	y	lo	que	estaba	dentro	emitió	un	ruido	fuerte,	como	de
fauces	que	se	cierran.
Harry	 se	 estremeció.	 Sabía	 que	 Hagrid	 no	 le	 enviaría	 nunca	 nada	 peligroso	 a
propósito,	pero	es	que	las	ideas	de	Hagrid	sobre	lo	que	podía	resultar	peligroso	no
eran	muy	normales:	Hagrid	tenía	amistad	con	arañas	gigantes;	había	comprado	en	las
tabernas	feroces	perros	de	tres	cabezas;	y	había	escondido	en	su	cabaña	huevos	de
dragón	(lo	cual	estaba	prohibido).
Harry	tocó	el	paquete	con	el	dedo,	con	temor.	Volvió	a	hacer	el	mismo	ruido	de
cerrar	de	fauces.	Harry	cogió	la	lámpara	de	la	mesita	de	noche,	la	sujetó	firmemente
con	una	mano	y	la	levantó	por	encima	de	su	cabeza,	preparado	para	atizar	un	golpe.
Entonces	cogió	con	la	otra	mano	lo	que	quedaba	del	envoltorio	y	tiró	de	él.
Cayó	un	libro.	Harry	sólo	tuvo	tiempo	de	ver	su	elegante	cubierta	verde,	con	el
título	estampado	en	letras	doradas,	El	monstruoso	libro	de	los	monstruos,	antes	de
que	 el	 libro	 se	 levantara	 sobre	 el	 lomo	 y	 escapara	 por	 la	 cama	 como	 si	 fuera	 un
extraño	cangrejo.
—Oh…	ah	—susurró	Harry.
Cayó	de	la	cama	produciendo	un	golpe	seco	y	recorrió	con	rapidez	la	habitación,
arrastrando	 las	 hojas.	 Harry	 lo	 persiguió	 procurando	 no	 hacer	 ruido.	 Se	 había
escondido	en	el	oscuro	espacio	que	había	debajo	de	su	mesa.	Rezando	para	que	los
Dursley	estuvieran	aún	profundamente	dormidos,	Harry	se	puso	a	cuatro	patas	y	se
acercó	a	él.
—¡Ay!
El	libro	se	cerró	atrapándole	la	mano	y	huyó	batiendo	las	hojas,	apoyándose	aún
en	las	cubiertas.	Harry	gateó,	se	echó	hacia	delante	y	logró	aplastarlo.	Tío	Vernon
emitió	un	sonoro	ronquido	en	el	dormitorio	contiguo.
Hedwig	 y	 Errol	 lo	 observaban	 con	 interés	 mientras	 Harry	 sujetaba	 el	 libro
fuertemente	 entre	 sus	 brazos,	 se	 iba	 a	 toda	 prisa	 hacia	 los	 cajones	 del	 armario	 y
sacaba	un	cinturón	para	atarlo.	El	libro	monstruoso	tembló	de	ira,	pero	ya	no	podía
abrirse	ni	cerrarse,	así	que	Harry	lo	dejó	sobre	la	cama	y	cogió	la	carta	de	Hagrid.
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Querido	Harry:
¡Feliz	cumpleaños!
He	pensado	que	esto	te	podría	resultar	útil	para	el	próximo	curso.	De
momento	no	te	digo	nada	más.	Te	lo	diré	cuando	nos	veamos.
Espero	que	los	muggles	te	estén	tratando	bien.
Con	mis	mejores	deseos,
Hagrid
A	Harry	le	dio	mala	espina	que	Hagrid	pensara	que	podía	serle	útil	un	libro	que
mordía,	pero	dejó	la	tarjeta	de	Hagrid	junto	a	las	de	Ron	y	Hermione,	sonriendo	con
más	ganas	que	nunca.	Ya	sólo	le	quedaba	la	carta	de	Hogwarts.
Percatándose	de	que	era	más	gruesa	de	lo	normal,	Harry	rasgó	el	sobre,	extrajo	la
primera	página	de	pergamino	y	leyó:
Estimado	señor	Potter:
Le	rogamos	que	no	olvide	que	el	próximo	curso	dará	comienzo	el	1	de
septiembre.	 El	 expreso	 de	 Hogwarts	 partirá	 a	 las	 once	 en	 punto	 de	 la
mañana	de	la	estación	de	King’s	Cross,	andén	nueve	y	tres	cuartos.
A	los	alumnos	de	tercer	curso	se	les	permite	visitar	determinados	fines
de	semana	el	pueblo	de	Hogsmeade.	Le	rogamos	que	entregue	a	sus	padres
o	tutores	el	documento	de	autorización	adjunto	para	que	lo	firmen.
También	se	adjunta	la	lista	de	libros	del	próximo	curso.
Atentamente,
Subdirectora
Harry	extrajo	la	autorización	para	visitar	el	pueblo	de	Hogsmeade,	y	la	examinó,
ya	sin	sonreír.	Sería	estupendo	visitar	Hogsmeade	los	fines	de	semana;	sabía	que	era
un	pueblo	enteramente	dedicado	a	la	magia	y	nunca	había	puesto	en	él	los	pies.	Pero
¿cómo	demonios	iba	a	convencer	a	sus	tíos	de	que	le	firmaran	la	autorización?
Miró	el	despertador.	Eran	las	dos	de	la	mañana.
Decidió	pensar	en	ello	al	día	siguiente,	se	metió	en	la	cama	y	se	estiró	para	tachar
otro	 día	 en	 el	 calendario	 que	 se	 había	 hecho	 para	 ir	 descontando	 los	 días	 que	 le
quedaban	para	regresar	a	Hogwarts.	Se	quitó	las	gafas	y	se	acostó	para	contemplar	las
tres	tarjetas	de	cumpleaños.
Aunque	era	un	muchacho	diferente	en	muchos	aspectos,	en	aquel	momento	Harry
Potter	se	sintió	como	cualquier	otro:	contento,	por	primera	vez	en	su	vida,	de	que
fuera	su	cumpleaños.
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C
CAPÍTULO	2
El	error	de	tía	Marge
UANDO	 Harry	 bajó	 a	 desayunar	 a	 la	 mañana	 siguiente,	 se	 encontró	 a	 los	 tres
Dursley	ya	sentados	a	la	mesa	de	la	cocina.	Veían	la	televisión	en	un	aparato
nuevo,	un	regalo	que	le	habían	hecho	a	Dudley	al	volver	a	casa	después	de	terminar
el	curso,	porque	se	había	quejado	a	gritos	del	largo	camino	que	tenía	que	recorrer
desde	el	frigorífico	a	la	tele	de	la	salita.	Dudley	se	había	pasado	la	mayor	parte	del
verano	en	la	cocina,	con	los	ojos	de	cerdito	fijos	en	la	pantalla	y	sus	cinco	papadas
temblando	mientras	engullía	sin	parar.
Harry	se	sentó	entre	Dudley	y	tío	Vernon,	un	hombre	corpulento,	robusto,	que
tenía	 el	 cuello	 corto	 y	 un	 enorme	 bigote.	 Lejos	 de	 desearle	 a	 Harry	 un	 feliz
cumpleaños,	ninguno	de	los	Dursley	dio	muestra	alguna	de	haberse	percatado	de	que
Harry	acababa	de	entrar	en	la	cocina,	pero	él	estaba	demasiado	acostumbrado	para
ofenderse.	Se	sirvió	una	tostada	y	miró	al	presentador	de	televisión,	que	informaba
sobre	un	recluso	fugado.
«Tenemos	que	advertir	a	los	telespectadores	de	que	Black	va	armado	y	es	muy
peligroso.	Se	ha	puesto	a	disposición	del	público	un	teléfono	con	línea	directa	para
que	cualquiera	que	lo	vea	pueda	denunciarlo.»
—No	 hace	 falta	 que	 nos	 digan	 que	 no	 es	 un	 buen	 tipo	 —resopló	 tío	 Vernon
echando	un	vistazo	al	fugitivo	por	encima	del	periódico—.	¡Fijaos	qué	pinta,	vago
asqueroso!	¡Fijaos	qué	pelo!
Lanzó	una	mirada	de	asco	hacia	donde	estaba	Harry,	cuyo	pelo	desordenado	había
sido	 motivo	 de	 muchos	 enfados	 de	 tío	 Vernon.	 Sin	 embargo,	 comparado	 con	 el
hombre	de	la	televisión,	cuya	cara	demacrada	aparecía	circundada	por	una	revuelta
cabellera	que	le	llegaba	hasta	los	codos,	Harry	parecía	muy	bien	arreglado.
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Volvió	a	aparecer	el	presentador.
«El	ministro	de	Agricultura	y	Pesca	anunciará	hoy…»
—¡Un	momento!	—ladró	tío	Vernon,	mirando	furioso	al	presentador—.	¡No	nos
has	dicho	de	dónde	se	ha	escapado	ese	enfermo!	¿Qué	podemos	hacer?	¡Ese	lunático
podría	estar	acercándose	ahora	mismo	por	la	calle!
Tía	Petunia,	que	era	huesuda	y	tenía	cara	de	caballo,	se	dio	la	vuelta	y	escudriñó
atentamente	 por	 la	 ventana	 de	 la	 cocina.	 Harry	 sabía	 que	 a	 tía	 Petunia	 le	 habría
encantado	llamar	a	aquel	teléfono	directo.	Era	la	mujer	más	entrometida	del	mundo,	y
pasaba	la	mayor	parte	del	tiempo	espiando	a	sus	vecinos,	que	eran	aburridísimos	y
muy	respetuosos	con	las	normas.
—¡Cuándo	aprenderán	—dijo	tío	Vernon,	golpeando	la	mesa	con	su	puño	grande
y	amoratado—	que	la	horca	es	la	única	manera	de	tratar	a	esa	gente!
—Muy	cierto	—dijo	tía	Petunia,	que	seguía	espiando	las	judías	verdes	del	vecino.
Tío	Vernon	apuró	la	taza	de	té,	miró	el	reloj	y	añadió:
—Tengo	que	marcharme.	El	tren	de	Marge	llega	a	las	diez.
Harry,	cuya	cabeza	seguía	en	la	habitación	con	el	equipo	de	mantenimiento	de
escobas	voladoras,	volvió	de	golpe	a	la	realidad.
—¿Tía	Marge?	—barbotó—.	No…	no	vendrá	aquí,	¿verdad?
Tía	Marge	era	la	hermana	de	tío	Vernon.	Aunque	no	era	pariente	consanguíneo	de
Harry	(cuya	madre	era	hermana	de	tía	Petunia),	desde	siempre	lo	habían	obligado	a
llamarla	«tía».	Tía	Marge	vivía	en	el	campo,	en	una	casa	con	un	gran	jardín	donde
criaba	bulldogs.	No	iba	con	frecuencia	a	Privet	Drive	porque	no	soportaba	estar	lejos
de	sus	queridos	perros,	pero	sus	visitas	habían	quedado	vívidamente	grabadas	en	la
mente	de	Harry.
En	la	fiesta	que	celebró	Dudley	al	cumplir	cinco	años,	tía	Marge	golpeó	a	Harry
en	las	espinillas	con	el	bastón	para	impedir	que	ganara	a	Dudley	en	el	juego	de	las
estatuas	 musicales.	 Unos	 años	 después,	 por	 Navidad,	 apareció	 con	 un	 robot
automático	 para	 Dudley	 y	 una	 caja	 de	 galletas	 de	 perro	 para	 Harry.	 En	 su	 última
visita,	el	año	anterior	a	su	ingreso	en	Hogwarts,	Harry	le	había	pisado	una	pata	sin
querer	a	su	perro	favorito.	Ripper	persiguió	a	Harry,	obligándole	a	salir	al	jardín	y	a
subirse	 a	 un	 árbol,	 y	 tía	 Marge	 no	 había	 querido	 llamar	 al	 perro	 hasta	 pasada	 la
medianoche.	El	recuerdo	de	aquel	incidente	todavía	hacía	llorar	a	Dudley	de	la	risa.
—Marge	pasará	aquí	una	semana	—gruñó	tío	Vernon—.	Y	ya	que	hablamos	de
esto	—y	señaló	a	Harry	con	un	dedo	amenazador—,	quiero	dejar	claras	algunas	cosas
antes	de	ir	a	recogerla.
Dudley	 sonrió	 y	 apartó	 la	 vista	 de	 la	 tele.	 Su	 entretenimiento	 favorito	 era
contemplar	a	Harry	cuando	tío	Vernon	lo	reprendía.
—Primero	—gruñó	tío	Vernon—,	usarás	un	lenguaje	educado	cuando	te	dirijas	a
tía	Marge.
—De	 acuerdo	 —contestó	 Harry	 con	 resentimiento—,	 si	 ella	 lo	 usa	 también
conmigo.
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—Segundo	—prosiguió	el	tío	Vernon,	como	si	no	hubiera	oído	la	puntualización
de	 Harry—:	 como	 Marge	 no	 sabe	 nada	 de	 tu	 anormalidad,	 no	 quiero	 ninguna
exhibición	extraña	mientras	esté	aquí.	Compórtate,	¿entendido?
—Me	comportaré	si	ella	se	comporta	—contestó	Harry	apretando	los	dientes.
—Y	tercero	—siguió	tío	Vernon,	casi	cerrando	los	ojos	pequeños	y	mezquinos,	en
medio	 de	 su	 rostro	 colorado—:	 le	 hemos	 dicho	 a	 Marge	 que	 acudes	 al	 Centro	 de
Seguridad	San	Bruto	para	Delincuentes	Juveniles	Incurables.
—¿Qué?	—gritó	Harry.
—Y	 eso	 es	 lo	 que	 dirás	 tú	 también,	 si	 no	 quieres	 tener	 problemas	 —soltó	 tío
Vernon.
Harry	permaneció	sentado	en	su	sitio,	con	la	cara	blanca	de	ira,	mirando	a	tío
Vernon,	casi	incapaz	de	creer	lo	que	oía.	Que	tía	Marge	se	presentase	para	pasar	toda
una	semana	era	el	peor	regalo	de	cumpleaños	que	los	Dursley	le	habían	hecho	nunca,
incluido	el	par	de	calcetines	viejos	de	tío	Vernon.
—Bueno,	Petunia	—dijo	tío	Vernon,	levantándose	con	dificultad—,	me	marcho	a
la	estación.	¿Quieres	venir,	Dudders?
—No	 —respondió	 Dudley,	 que	 había	 vuelto	 a	 fijarse	 en	 la	 tele	 en	 cuanto	 tío
Vernon	acabó	de	reprender	a	Harry.
—Duddy	 tiene	 que	 ponerse	 elegante	 para	 recibir	 a	 su	 tía	 —dijo	 tía	 Petunia
alisando	 el	 espeso	 pelo	 rubio	 de	 Dudley—.	 Mamá	 le	 ha	 comprado	 una	 preciosa
pajarita	nueva.
Tío	Vernon	dio	a	Dudley	una	palmadita	en	su	hombro	porcino.
—Vuelvo	enseguida	—dijo,	y	salió	de	la	cocina.
Harry,	que	había	quedado	en	una	especie	de	trance	causado	por	el	terror,	tuvo	de
repente	una	idea.	Dejó	la	tostada,	se	puso	de	pie	rápidamente	y	siguió	a	tío	Vernon
hasta	la	puerta.
Tío	Vernon	se	ponía	la	chaqueta	que	usaba	para	conducir:
—No	te	voy	a	llevar	—gruñó,	volviéndose	hacia	Harry,	que	lo	estaba	mirando.
—Como	si	yo	quisiera	ir	—repuso	Harry—.	Quiero	pedirte	algo.	—Tío	Vernon	lo
miró	con	suspicacia—.	A	los	de	tercero,	en	Hog…	en	mi	colegio,	a	veces	los	dejan	ir
al	pueblo.
—¿Y	 qué?	 —le	 soltó	 tío	 Vernon,	 cogiendo	 las	 llaves	 de	 un	 gancho	 que	 había
junto	a	la	puerta.
—Necesito	que	me	firmes	la	autorización	—dijo	Harry	apresuradamente.
—¿Y	por	qué	habría	de	hacerlo?	—preguntó	tío	Vernon	con	desdén.
—Bueno	 —repuso	 Harry,	 eligiendo	 cuidadosamente	 las	 palabras—,	 será	 difícil
simular	ante	tía	Marge	que	voy	a	ese	Centro…	¿cómo	se	llamaba?
—¡Centro	 de	 Seguridad	 San	 Bruto	 para	 Delincuentes	 Juveniles	 Incurables!	 —
bramó	tío	Vernon.
Y	a	Harry	le	encantó	percibir	una	nota	de	terror	en	la	voz	de	tío	Vernon.
—Ajá	—dijo	Harry,	mirando	a	tío	Vernon	a	la	cara,	tranquilo—.	Es	demasiado
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largo	para	recordarlo.	Tendré	que	decirlo	de	manera	convincente,	¿no?	¿Qué	pasaría
si	me	equivocara?
—Te	lo	haría	recordar	a	golpes	—rugió	tío	Vernon,	abalanzándose	contra	Harry
con	el	puño	en	alto.	Pero	Harry	no	retrocedió.
—Eso	no	le	hará	olvidar	a	tía	Marge	lo	que	yo	le	haya	dicho	—dijo	Harry	en	tono
serio.
Tío	Vernon	se	detuvo	con	el	puño	aún	levantado	y	el	rostro	desagradablemente
amoratado.
—Pero	si	firmas	la	autorización,	te	juro	que	recordaré	el	colegio	al	que	se	supone
que	voy,	y	que	actuaré	como	un	mug…	como	una	persona	normal,	y	todo	eso.
Harry	vio	que	tío	Vernon	meditaba	lo	que	le	acababa	de	decir,	aunque	enseñaba
los	dientes,	y	le	palpitaba	la	vena	de	la	sien.
—De	acuerdo	—atajó	de	manera	brusca—,	te	vigilaré	muy	atentamente	durante	la
estancia	de	Marge.	Si	al	final	te	has	sabido	comportar	y	no	has	desmentido	la	historia,
firmaré	esa	cochina	autorización.
Dio	media	vuelta,	abrió	la	puerta	de	la	casa	y	la	cerró	con	un	golpe	tan	fuerte	que
se	cayó	uno	de	los	cristales	de	arriba.
Harry	no	volvió	a	la	cocina.	Regresó	por	las	escaleras	a	su	habitación.	Si	tenía
que	 obrar	 como	 un	 auténtico	 muggle,	 mejor	 empezar	 en	 aquel	 momento.	 Muy
despacio	y	con	tristeza,	fue	recogiendo	todos	los	regalos	y	tarjetas	de	cumpleaños	y
los	escondió	debajo	de	la	tabla	suelta,	junto	con	sus	deberes.	Se	dirigió	a	la	jaula	de
Hedwig.	Parecía	que	Errol	se	había	recuperado.	Hedwig	y	él	estaban	dormidos,	con	la
cabeza	bajo	el	ala.	Suspiró.	Los	despertó	con	un	golpecito.
—Hedwig	—dijo	un	poco	triste—,	tendrás	que	desaparecer	una	semana.	Vete	con
Errol.	Ron	cuidará	de	ti.	Voy	a	escribirle	una	nota	para	darle	una	explicación.	Y	no
me	mires	así.
Hedwig	lo	miraba	con	sus	grandes	ojos	ambarinos,	con	reproche.
—No	es	culpa	mía.	No	hay	otra	manera	de	que	me	permitan	visitar	Hogsmeade
con	Ron	y	Hermione.
Diez	minutos	más	tarde,	Errol	y	Hedwig	(ésta	con	una	nota	para	Ron	atada	a	la
pata)	 salieron	 por	 la	 ventana	 y	 volaron	 hasta	 perderse	 de	 vista.	 Harry,	 muy	 triste,
cogió	la	jaula	y	la	escondió	en	el	armario.
Pero	no	tuvo	mucho	tiempo	para	entristecerse.	Enseguida	tía	Petunia	le	empezó	a
gritar	para	que	bajara	y	se	preparase	para	recibir	a	la	invitada.
—¡Péinate	 bien!	 —le	 dijo	 imperiosamente	 tía	 Petunia	 en	 cuanto	 llegó	 al
vestíbulo.
Harry	no	entendía	por	qué	tenía	que	aplastarse	el	pelo	contra	el	cuero	cabelludo.
A	tía	Marge	le	encantaba	criticarle,	así	que	cuanto	menos	se	arreglara,	más	contenta
estaría	ella.
Oyó	crujir	la	gravilla	bajo	las	ruedas	del	coche	de	tío	Vernon.	Luego,	los	golpes
de	las	puertas	del	coche	y	pasos	por	el	camino	del	jardín.
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—¡Abre	la	puerta!	—susurró	tía	Petunia	a	Harry.
Harry	abrió	la	puerta	con	un	sentimiento	de	pesadumbre.
En	el	umbral	de	la	puerta	estaba	tía	Marge.	Se	parecía	mucho	a	tío	Vernon:	era
grande,	robusta	y	tenía	la	cara	colorada.	Incluso	tenía	bigote,	aunque	no	tan	poblado
como	el	de	tío	Vernon.	En	una	mano	llevaba	una	maleta	enorme;	y	debajo	de	la	otra
se	hallaba	un	perro	viejo	y	con	malas	pulgas.
—¿Dónde	 está	 mi	 Dudders?	 —rugió	 tía	 Marge—.	 ¿Dónde	 está	 mi	 sobrinito
querido?
Dudley	se	acercó	andando	como	un	pato,	con	el	pelo	rubio	totalmente	pegado	al
gordo	cráneo	y	una	pajarita	que	apenas	se	veía	debajo	de	las	múltiples	papadas.	Tía
Marge	tiró	la	maleta	contra	el	estómago	de	Harry	(y	le	cortó	la	respiración),	estrechó
a	Dudley	fuertemente	con	un	solo	brazo,	y	le	plantó	en	la	mejilla	un	beso	sonoro.
Harry	sabía	bien	que	Dudley	soportaba	los	abrazos	de	tía	Marge	sólo	porque	le
pagaba	 muy	 bien	 por	 ello,	 y	 con	 toda	 seguridad,	 al	 separarse	 después	 del	 abrazo,
Dudley	encontraría	un	billete	de	veinte	libras	en	el	interior	de	su	manaza.
—¡Petunia!	—gritó	tía	Marge	pasando	junto	a	Harry	sin	mirarlo,	como	si	fuera	un
perchero.
Tía	Marge	y	tía	Petunia	se	dieron	un	beso,	o	más	bien	tía	Marge	golpeó	con	su
prominente	mandíbula	el	huesudo	pómulo	de	tía	Petunia.
Entró	tío	Vernon	sonriendo	jovialmente	mientras	cerraba	la	puerta.
—¿Un	té,	Marge?	—preguntó—.	¿Y	qué	tomará	Ripper?
—Ripper	sorberá	el	té	que	se	me	derrame	en	el	plato	—dijo	tía	Marge	mientras
entraban	todos	en	tropel	en	la	cocina,	dejando	a	Harry	solo	en	el	vestíbulo	con	la
maleta.	Pero	Harry	no	lo	lamentó;	cualquier	cosa	era	mejor	que	estar	con	tía	Marge.
Subió	la	maleta	por	las	escaleras	hasta	la	habitación	de	invitados	lo	más	despacio	que
pudo.
Cuando	regresó	a	la	cocina,	a	tía	Marge	le	habían	servido	té	y	pastel	de	frutas,	y
Ripper	lamía	té	en	un	rincón,	haciendo	mucho	ruido.	Harry	notó	que	tía	Petunia	se
estremecía	al	ver	a	Ripper	manchando	el	suelo	de	té	y	babas.	Tía	Petunia	odiaba	a	los
animales.
—¿Has	 dejado	 a	 alguien	 al	 cuidado	 de	 los	 otros	 perros,	 Marge?	 —inquirió	 tío
Vernon.
—El	 coronel	 Fubster	 los	 cuida	 —dijo	 tía	 Marge	 con	 voz	 de	 trueno—.	 Está
jubilado.	Le	viene	bien	tener	algo	que	hacer.	Pero	no	podría	dejar	al	viejo	y	pobre
Ripper.	¡Sufre	tanto	si	no	está	conmigo…!
Ripper	volvió	a	gruñir	cuando	se	sentó	Harry.	Tía	Marge	se	fijó	en	él	por	primera
vez.
—Conque	todavía	estás	por	aquí,	¿eh?	—bramó.
—Sí	—respondió	Harry.
—No	digas	sí	en	ese	tono	maleducado	—gruñó	tía	Marge—.	Demasiado	bien	te
tratan	Vernon	y	Petunia	teniéndote	aquí	con	ellos.	Yo	en	su	lugar	no	lo	hubiera	hecho.
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Si	te	hubieran	abandonado	a	la	puerta	de	mi	casa	te	habría	enviado	directamente	al
orfanato.
Harry	estuvo	a	punto	de	decir	que	hubiera	preferido	un	orfanato	a	vivir	con	los
Dursley,	 pero	 se	 contuvo	 al	 recordar	 la	 autorización	 para	 ir	 a	 Hogsmeade.	 Se	 le
dibujó	en	la	cara	una	triste	sonrisa.
—¡No	pongas	esa	cara!	—rugió	tía	Marge—.	Ya	veo	que	no	has	mejorado	desde
la	 última	 vez	 que	 te	 vi.	 Esperaba	 que	 el	 colegio	 te	 hubiera	 enseñado	 modales.	 —
Tomó	un	largo	sorbo	de	té,	se	limpió	el	bigote	y	preguntó—:	¿Adónde	me	has	dicho
que	lo	enviáis,	Vernon?
—Al	colegio	San	Bruto	—dijo	con	prontitud	tío	Vernon—.	Es	una	institución	de
primera	categoría	para	casos	desesperados.
—Bien	 —dijo	 tía	 Marge—.	 ¿Utilizan	 la	 vara	 en	 San	 Bruto,	 chico?	 —dijo,
orientando	la	boca	hacia	el	otro	lado	de	la	mesa.
—Bueeenooo…
Tío	Vernon	asentía	detrás	de	tía	Marge.
—Sí	—dijo	Harry,	y	luego,	pensando	que	era	mejor	hacer	las	cosas	bien,	añadió
—:	sin	parar.
—Excelente	—dijo	tía	Marge—.	No	comprendo	esas	ñoñerías	de	no	pegar	a	los
que	se	lo	merecen.	Una	buena	paliza	es	lo	que	haría	falta	en	el	noventa	y	nueve	por
ciento	de	los	casos.	¿Te	han	sacudido	con	frecuencia?
—Ya	lo	creo	—respondió	Harry—,	muchísimas	veces.
Tía	Marge	arrugó	el	entrecejo.
—Sigue	sin	gustarme	tu	tono,	muchacho.	Si	puedes	hablar	tan	tranquilamente	de
los	azotes	que	te	dan,	es	que	no	te	sacuden	bastante	fuerte.	Petunia,	yo	en	tu	lugar
escribiría.	 Explica	 con	 claridad	 que	 con	 este	 chico	 admites	 la	 utilización	 de	 los
métodos	más	enérgicos.
Tal	 vez	 a	 tío	 Vernon	 le	 preocupara	 que	 Harry	 pudiera	 olvidar	 el	 trato	 que
acababan	de	hacer;	de	cualquier	forma,	cambió	abruptamente	de	tema:
—¿Has	oído	las	noticias	esta	mañana,	Marge?	¿Qué	te	parece	lo	de	ese	preso	que
ha	escapado?
Con	tía	Marge	en	casa,	Harry	empezaba	a	echar	de	menos	la	vida	en	el	número	4	de
Privet	 Drive	 tal	 como	 era	 antes	 de	 su	 aparición.	 Tío	 Vernon	 y	 tía	 Petunia	 solían
preferir	que	Harry	se	perdiera	de	vista,	cosa	que	ponía	a	Harry	la	mar	de	contento.
Tía	Marge,	por	el	contrario,	quería	tener	a	Harry	continuamente	vigilado,	para	poder
lanzar	 sugerencias	 encaminadas	 a	 mejorar	 su	 comportamiento.	 A	 ella	 le	 encantaba
comparar	 a	 Harry	 con	 Dudley,	 y	 le	 producía	 un	 placer	 especial	 entregarle	 a	 éste
regalos	caros	mientras	fulminaba	a	Harry	con	la	mirada,	como	si	quisiera	que	Harry
se	atreviera	a	preguntar	por	qué	no	le	daba	nada	a	él.	No	dejaba	de	lanzar	indirectas
sobre	los	defectos	de	Harry.
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—No	debes	culparte	por	cómo	ha	salido	el	chico,	Vernon	—dijo	el	tercer	día,	a	la
hora	de	la	comida—.	Si	está	podrido	por	dentro,	no	hay	nada	que	hacer.
Harry	intentaba	pensar	en	la	comida,	pero	le	temblaban	las	manos	y	el	rostro	le
ardía	de	ira.
«Tengo	que	recordar	la	autorización,	tengo	que	pensar	en	Hogsmeade,	no	debo
decir	nada,	no	debo	levantarme.»
Tía	Marge	alargó	el	brazo	para	coger	la	copa	de	vino.
—Es	una	de	las	normas	básicas	de	la	crianza,	se	ve	claramente	en	los	perros:	de
tal	palo,	tal	astilla.
En	aquel	momento	estalló	la	copa	de	vino	que	tía	Marge	tenía	en	la	mano.	En
todas	 direcciones	 salieron	 volando	 fragmentos	 de	 cristal,	 y	 tía	 Marge	 parpadeó	 y
farfulló	algo.	De	su	cara	grande	y	encarnada	caían	gotas	de	vino.
—¡Marge!	—chilló	tía	Petunia—.	¡Marge!,	¿te	encuentras	bien?
—No	te	preocupes	—gruñó	tía	Marge	secándose	la	cara	con	la	servilleta—.	Debo
de	haber	apretado	la	copa	demasiado	fuerte.	Me	pasó	lo	mismo	el	otro	día,	en	casa
del	 coronel	 Fubster.	 No	 tiene	 importancia,	 Petunia,	 es	 que	 cojo	 las	 cosas	 con
demasiada	fuerza…
Pero	tanto	tía	Petunia	como	tío	Vernon	miraban	a	Harry	suspicazmente,	de	forma
que	éste	decidió	quedarse	sin	tomar	el	pudín	y	levantarse	de	la	mesa	lo	antes	posible.
Se	apoyó	en	la	pared	del	vestíbulo,	respirando	hondo.	Hacía	mucho	tiempo	que
no	perdía	el	control	de	aquella	manera,	haciendo	estallar	algo.	No	podía	permitirse
que	aquello	se	repitiera.	La	autorización	para	ir	a	Hogsmeade	no	era	lo	único	que
estaba	en	juego…	Si	continuaba	así,	tendría	problemas	con	el	Ministerio	de	Magia.
Harry	era	todavía	un	brujo	menor	de	edad	y	tenía	prohibido	por	la	legislación	del
mundo	 mágico	 hacer	 magia	 fuera	 del	 colegio.	 Su	 expediente	 no	 estaba
completamente	limpio.	El	verano	anterior	le	habían	enviado	una	amonestación	oficial
en	la	que	se	decía	claramente	que	si	el	Ministerio	volvía	a	tener	constancia	de	que	se
empleaba	la	magia	en	Privet	Drive,	expulsarían	a	Harry	del	colegio.
Oyó	a	los	Dursley	levantarse	de	la	mesa	y	se	apresuró	a	desaparecer	escaleras
arriba.
Harry	 soportó	 los	 tres	 días	 siguientes	 obligándose	 a	 pensar	 en	 el	 Manual	 de
mantenimiento	de	la	escoba	voladora	 cada	 vez	 que	 tía	 Marge	 se	 metía	 con	 él.	 El
truco	funcionó	bastante	bien,	aunque	debía	de	darle	aspecto	de	atontado	y	tía	Marge
había	empezado	a	decir	que	era	subnormal.
Por	fin	llegó	la	última	noche	que	había	de	pasar	tía	Marge	en	la	casa.	Tía	Petunia
preparó	 una	 cena	 por	 todo	 lo	 alto	 y	 tío	 Vernon	 descorchó	 varias	 botellas	 de	 vino.
Tomaron	la	sopa	y	el	salmón	sin	hacer	ninguna	referencia	a	los	defectos	de	Harry;
durante	 el	 pastel	 de	 merengue	 de	 limón,	 tío	 Vernon	 aburrió	 a	 todos	 con	 un	 largo
discurso	 sobre	 Grunnings,	 la	 empresa	 de	 taladros	 para	 la	 que	 trabajaba;	 luego	 tía
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Petunia	preparó	café	y	tío	Vernon	sacó	una	botella	de	brandy.
—¿Puedo	tentarte,	Marge?
Tía	Marge	había	bebido	ya	bastante	vino.	Su	rostro	grande	estaba	muy	colorado.
—Sólo	un	poquito	—dijo	con	una	sonrisita—.	Bueno,	un	poquito	más…	un	poco
más…	ya	vale.
Dudley	se	comía	su	cuarta	ración	de	pastel.	Tía	Petunia	sorbía	el	café	con	el	dedo
meñique	estirado.	Harry	habría	querido	subir	a	su	habitación,	pero	tropezó	con	los
ojos	pequeños	e	iracundos	de	tío	Vernon	y	supo	que	debía	quedarse	allí.
—¡Aaah!	—dijo	tía	Marge	lamiéndose	los	labios	y	dejando	la	copa	vacía	en	la
mesa—.	Una	comilona	estupenda,	Petunia.	Por	las	noches	me	contento	con	cualquier
frito.	Con	doce	perros	que	cuidar…	—Eructó	a	sus	anchas	y	se	dio	una	palmada	en	la
voluminosa	 barriga—.	 Perdón.	 Pero	 me	 gusta	 ver	 a	 un	 buen	 mozo	 —prosiguió
guiñándole	el	ojo	a	Dudley—.	Serás	un	hombre	de	buen	tamaño,	Dudders,	como	tu
padre.	Sí,	tomaré	una	gota	más	de	brandy,	Vernon…	En	cuanto	a	éste…
Señaló	a	Harry	con	la	cabeza.	El	muchacho	sintió	que	se	le	encogía	el	estómago.
«El	manual»,	pensó	con	rapidez.
—Éste	no	tiene	buena	planta,	ha	salido	pequeñajo.	Pasa	también	con	los	perros.
El	año	pasado	tuve	que	pedirle	al	coronel	Fubster	que	asfixiara	a	uno,	porque	era
raquítico.	Débil.	De	mala	raza.
Harry	intentó	recordar	la	página	12	de	su	libro:	«Encantamiento	para	los	que	van
al	revés.»
—Como	 decía	 el	 otro	 día,	 todo	 se	 hereda.	 La	 mala	 sangre	 prevalece.	 No	 digo
nada	contra	tu	familia,	Petunia.	—Con	su	mano	de	pala	dio	una	palmadita	sobre	la
mano	 huesuda	 de	 tía	 Petunia—.	 Pero	 tu	 hermana	 era	 la	 oveja	 negra.	 Siempre	 hay
alguna,	hasta	en	las	mejores	familias.	Y	se	escapó	con	un	gandul.	Aquí	tenemos	el
resultado.
Harry	miraba	su	plato,	sintiendo	un	extraño	zumbido	en	los	oídos.	«Sujétese	la
escoba	por	el	palo.»	No	podía	recordar	cómo	seguía.	La	voz	de	tía	Marge	parecía
perforar	su	cabeza	como	un	taladro	de	tío	Vernon.
—Ese	 Potter	 —dijo	 tía	 Marge	 en	 voz	 alta,	 cogiendo	 la	 botella	 de	 brandy	 y
vertiendo	más	en	su	copa	y	en	el	mantel—,	nunca	me	dijisteis	a	qué	se	dedicaba.
Tío	 Vernon	 y	 tía	 Petunia	 estaban	 completamente	 tensos.	 Incluso	 Dudley	 había
retirado	los	ojos	del	pastel	y	miraba	a	sus	padres	boquiabierto.
—No…	 no	 trabajaba	 —dijo	 tío	 Vernon,	 mirando	 a	 Harry	 de	 reojo—.	 Estaba
parado.
—¡Lo	 que	 me	 imaginaba!	 —comentó	 tía	 Marge	 echándose	 un	 buen	 trago	 de
brandy	 y	 limpiándose	 la	 barbilla	 con	 la	 manga—.	 Un	 inútil,	 un	 vago	 y	 un	 gorrón
que…
—No	era	nada	de	eso	—interrumpió	Harry	de	repente.
Todos	 se	 callaron.	 Harry	 temblaba	 de	 arriba	 abajo.	 Nunca	 había	 estado	 tan
enfadado.
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—¡MÁS	BRANDY!	—gritó	tío	Vernon,	que	se	había	puesto	pálido.	Vació	la	botella
en	la	copa	de	tía	Marge—.	Tú,	chico	—gruñó	a	Harry—,	vete	a	la	cama.
—No,	Vernon	—dijo	entre	hipidos	tía	Marge,	levantando	una	mano.	Fijó	en	los
de	Harry	sus	ojos	pequeños	y	enrojecidos—.	Sigue,	muchacho,	sigue.	Conque	estás
orgulloso	de	tus	padres,	¿eh?	Van	y	se	matan	en	un	accidente	de	coche…	borrachos,
me	imagino…
—No	 murieron	 en	 ningún	 accidente	 de	 coche	 —repuso	 Harry,	 que	 sin	 darse
cuenta	se	había	levantado.
—¡Murieron	en	un	accidente	de	coche,	sucio	embustero,	y	te	dejaron	para	que
fueras	una	carga	para	tus	decentes	y	trabajadores	tíos!	—gritó	tía	Marge,	inflándose
de	ira—.	Eres	un	niño	insolente,	desagradecido	y…
Pero	 tía	 Marge	 se	 cortó	 en	 seco.	 Por	 un	 momento	 fue	 como	 si	 le	 faltasen	 las
palabras.	Se	hinchaba	con	una	ira	indescriptible…	Pero	la	hinchazón	no	se	detenía.
Su	 gran	 cara	 encarnada	 comenzó	 a	 aumentar	 de	 tamaño.	 Se	 le	 agrandaron	 los
pequeños	ojos	y	la	boca	se	le	estiró	tanto	que	no	podía	hablar.	Al	cabo	de	un	instante,
saltaron	varios	botones	de	su	chaqueta	de	mezclilla	y	golpearon	en	las	paredes…	Se
inflaba	como	un	globo	monstruoso.	El	estómago	se	expandió	y	reventó	la	cintura	de
la	falda	de	mezclilla.	Los	dedos	se	le	pusieron	como	morcillas…
—¡MARGE!	—gritaron	a	la	vez	tío	Vernon	y	tía	Petunia,	cuando	el	cuerpo	de	tía
Marge	comenzó	a	elevarse	de	la	silla	hacia	el	techo.	Estaba	completamente	redonda,
como	un	inmenso	globo	con	ojos	de	cerdito.	Ascendía	emitiendo	leves	ruidos	como
de	estallidos.	Ripper	entró	en	la	habitación	ladrando	sin	parar.
—¡NOOOOOOO!
Tío	Vernon	cogió	a	Marge	por	un	pie	y	trató	de	bajarla,	pero	faltó	poco	para	que
se	elevara	también	con	ella.	Un	instante	después,	Ripper	dio	un	salto	y	hundió	los
colmillos	en	la	pierna	de	tío	Vernon.
Harry	salió	corriendo	del	comedor,	antes	de	que	nadie	lo	pudiera	detener,	y	se
dirigió	a	la	alacena	que	había	debajo	de	las	escaleras.	Por	arte	de	magia,	la	puerta	del
armario	se	abrió	de	golpe	cuando	llegó	ante	ella.	En	unos	segundos	arrastró	el	baúl
hasta	 la	 puerta	 de	 la	 casa.	 Subió	 las	 escaleras	 rápidamente,	 se	 echó	 bajo	 la	 cama,
levantó	 la	 tabla	 suelta	 y	 sacó	 la	 funda	 de	 almohada	 llena	 de	 libros	 y	 regalos	 de
cumpleaños.	Salió	de	debajo	de	la	cama,	cogió	la	jaula	vacía	de	Hedwig,	bajó	las
escaleras	corriendo	y	llegó	al	baúl	en	el	instante	en	que	tío	Vernon	salía	del	comedor
con	la	pernera	del	pantalón	hecha	jirones.
—¡VEN	AQUÍ!	—bramó—.	¡REGRESA	Y	ARREGLA	LO	QUE	HAS	HECHO!
Pero	 una	 rabia	 imprudente	 se	 había	 apoderado	 de	 Harry.	 Abrió	 el	 baúl	 de	 una
patada,	sacó	la	varita	y	apuntó	con	ella	a	tío	Vernon.
—Tía	 Marge	 se	 lo	 merecía	 —dijo	 Harry	 jadeando—.	 Se	 merecía	 lo	 que	 le	 ha
pasado.	No	te	acerques.
Tentó	a	sus	espaldas	buscando	el	tirador	de	la	puerta.
—Me	voy	—añadió—.	Ya	he	tenido	bastante.
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Momentos	después	arrastraba	el	pesado	baúl,	con	la	jaula	de	Hedwig	debajo	del
brazo,	por	la	oscura	y	silenciosa	calle.
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D
CAPÍTULO	3
El	autobús	noctámbulo
ESPUÉS	 de	 alejarse	 varias	 calles,	 se	 dejó	 caer	 sobre	 un	 muro	 bajo	 de	 la	 calle
Magnolia,	 jadeando	 a	 causa	 del	 esfuerzo.	 Se	 quedó	 sentado,	 inmóvil,	 todavía
furioso,	 escuchando	 los	 latidos	 acelerados	 del	 corazón.	 Pero	 después	 de	 estar	 diez
minutos	 solo	 en	 la	 oscura	 calle,	 le	 sobrecogió	 una	 nueva	 emoción:	 el	 pánico.	 De
cualquier	 manera	 que	 lo	 mirara,	 nunca	 se	 había	 encontrado	 en	 peor	 apuro.	 Estaba
abandonado	a	su	suerte	y	totalmente	solo	en	el	sombrío	mundo	muggle,	sin	ningún
lugar	al	que	ir.	Y	lo	peor	de	todo	era	que	acababa	de	utilizar	la	magia	de	forma	seria,
lo	 que	 implicaba,	 con	 toda	 seguridad,	 que	 sería	 expulsado	 de	 Hogwarts.	 Había
infringido	tan	gravemente	el	Decreto	para	la	moderada	limitación	de	la	brujería	en
menores	de	edad	que	estaba	sorprendido	de	que	los	representantes	del	Ministerio	de
Magia	no	se	hubieran	presentado	ya	para	llevárselo.
Le	dio	un	escalofrío.	Miró	a	ambos	lados	de	la	calle	Magnolia.	¿Qué	le	sucedería?
¿Lo	detendrían	o	lo	expulsarían	del	mundo	mágico?	Pensó	en	Ron	y	Hermione,	y	aún
se	entristeció	más.	Harry	estaba	seguro	de	que,	delincuente	o	no,	Ron	y	Hermione
querrían	ayudarlo,	pero	ambos	estaban	en	el	extranjero,	y	como	Hedwig	se	había	ido,
no	tenía	forma	de	comunicarse	con	ellos.
Tampoco	tenía	dinero	muggle.	Le	quedaba	algo	de	oro	mágico	en	el	monedero,	en
el	fondo	del	baúl,	pero	el	resto	de	la	fortuna	que	le	habían	dejado	sus	padres	estaba	en
una	cámara	acorazada	del	banco	mágico	Gringotts,	en	Londres.	Nunca	podría	llevar
el	baúl	a	rastras	hasta	Londres.	A	menos	que…
Miró	la	varita	mágica,	que	todavía	tenía	en	la	mano.	Si	ya	lo	habían	expulsado	(el
corazón	 le	 latía	 con	 dolorosa	 rapidez),	 un	 poco	 más	 de	 magia	 no	 empeoraría	 las
cosas.	 Tenía	 la	 capa	 invisible	 que	 había	 heredado	 de	 su	 padre.	 ¿Qué	 pasaría	 si
hechizaba	el	baúl	para	hacerlo	ligero	como	una	pluma,	lo	ataba	a	la	escoba,	se	cubría
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con	la	capa	y	se	iba	a	Londres	volando?	Podría	sacar	el	resto	del	dinero	de	la	cámara
y…	 comenzar	 su	 vida	 de	 marginado.	 Era	 un	 horrible	 panorama,	 pero	 no	 podía
quedarse	allí	sentado	o	tendría	que	explicarle	a	la	policía	muggle	por	qué	se	hallaba
allí	 a	 las	 tantas	 de	 la	 noche	 con	 una	 escoba	 y	 un	 baúl	 lleno	 de	 libros	 de
encantamientos.
Harry	volvió	a	abrir	el	baúl	y	lo	fue	vaciando	en	busca	de	la	capa	para	hacerse
invisible.	Pero	antes	de	que	la	encontrara	se	incorporó	y	volvió	a	mirar	a	su	alrededor.
Un	 extraño	 cosquilleo	 en	 la	 nuca	 le	 provocaba	 la	 sensación	 de	 que	 lo	 estaban
vigilando,	pero	la	calle	parecía	desierta	y	no	brillaba	luz	en	ninguna	casa.
Volvió	a	inclinarse	sobre	el	baúl	y	casi	inmediatamente	se	incorporó	de	nuevo,
todavía	con	la	varita	en	la	mano.	Más	que	oírlo,	lo	intuyó:	había	alguien	detrás	de	él,
en	el	estrecho	hueco	que	se	abría	entre	el	garaje	y	la	valla.	Harry	entornó	los	ojos
mientras	miraba	el	oscuro	callejón.	Si	se	moviera,	sabría	si	se	trataba	de	un	simple
gato	callejero	o	de	otra	cosa.
—¡Lumos!	 —susurró	 Harry.	 Una	 luz	 apareció	 en	 el	 extremo	 de	 la	 varita,	 casi
deslumbrándole.	La	mantuvo	en	alto,	por	encima	de	la	cabeza,	y	las	paredes	del	nº	2,
recubiertas	de	guijarros,	brillaron	de	repente.	La	puerta	del	garaje	se	iluminó	y	Harry
vio	 allí,	 nítidamente,	 la	 silueta	 descomunal	 de	 algo	 que	 tenía	 ojos	 grandes	 y
brillantes.
Se	echó	hacia	atrás.	Tropezó	con	el	baúl.	Alargó	el	brazo	para	impedir	la	caída,	la
varita	salió	despedida	de	la	mano	y	él	aterrizó	junto	al	bordillo	de	la	acera.
Sonó	un	estruendo	y	Harry	se	tapó	los	ojos	con	las	manos,	para	protegerlos	de
una	repentina	luz	cegadora…
Dando	un	grito,	se	apartó	rodando	de	la	calzada	justo	a	tiempo.	Un	segundo	más
tarde,	un	vehículo	de	ruedas	enormes	y	grandes	faros	delanteros	frenó	con	un	chirrido
exactamente	en	el	lugar	en	que	había	caído	Harry.	Era	un	autobús	de	tres	plantas,
pintado	 de	 morado	 vivo,	 que	 había	 salido	 de	 la	 nada.	 En	 el	 parabrisas	 llevaba	 la
siguiente	inscripción	con	letras	doradas:	AUTOBÚS	NOCTÁMBULO.	Durante	una	fracción
de	segundo,	Harry	pensó	si	no	lo	habría	aturdido	la	caída.	El	cobrador,	de	uniforme
morado,	saltó	del	autobús	y	dijo	en	voz	alta	sin	mirar	a	nadie:
—Bienvenido	 al	 autobús	 noctámbulo,	 transporte	 de	 emergencia	 para	 el	 brujo
abandonado	 a	 su	 suerte.	 Alargue	 la	 varita,	 suba	 a	 bordo	 y	 lo	 llevaremos	 a	 donde
quiera.	Me	llamo	Stan	Shunpike.	Estaré	a	su	disposición	esta	no…
El	 cobrador	 se	 interrumpió.	 Acababa	 de	 ver	 a	 Harry,	 que	 seguía	 sentado	 en	 el
suelo.	Harry	cogió	de	nuevo	la	varita	y	se	levantó	de	un	brinco.	Al	verlo	de	cerca,	se
dio	cuenta	de	que	Stan	Shunpike	era	tan	sólo	unos	años	mayor	que	él:	no	tendría	más
de	dieciocho	o	diecinueve.	Tenía	las	orejas	grandes	y	salidas,	y	un	montón	de	granos.
—¿Qué	hacías	ahí?	—dijo	Stan,	abandonando	los	buenos	modales.
—Me	caí	—contestó	Harry.
—¿Para	qué?	—preguntó	Stan	con	risa	burlona.
—No	me	caí	a	propósito	—contestó	Harry	enfadado.
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Se	había	hecho	un	agujero	en	la	rodillera	de	los	vaqueros	y	le	sangraba	la	mano
con	que	había	amortiguado	la	caída.	De	pronto	recordó	por	qué	se	había	caído	y	se
volvió	para	mirar	en	el	callejón,	entre	el	garaje	y	la	valla.	Los	faros	delanteros	del
autobús	noctámbulo	lo	iluminaban	y	era	evidente	que	estaba	vacío.
—¿Qué	miras?	—preguntó	Stan.
—Había	algo	grande	y	negro	—explicó	Harry,	señalando	dubitativo—.	Como	un
perro	enorme…
Se	volvió	hacia	Stan,	que	tenía	la	boca	ligeramente	abierta.	No	le	hizo	gracia	que
se	fijara	en	la	cicatriz	de	su	frente.
—¿Qué	es	lo	que	tienes	en	la	frente?	—preguntó	Stan.
—Nada	—contestó	Harry,	tapándose	la	cicatriz	con	el	pelo.	Si	el	Ministerio	de
Magia	lo	buscaba,	no	quería	ponerles	las	cosas	demasiado	fáciles.
—¿Cómo	te	llamas?	—insistió	Stan.
—Neville	Longbottom	—respondió	Harry,	dando	el	primer	nombre	que	le	vino	a
la	cabeza—.	Así	que…	así	que	este	autobús…	—dijo	con	rapidez,	esperando	desviar
la	atención	de	Stan—.	¿Has	dicho	que	va	a	donde	yo	quiera?
—Sí	 —dijo	 Stan	 con	 orgullo—.	 A	 donde	 quieras,	 siempre	 y	 cuando	 haya	 un
camino	por	tierra.	No	podemos	ir	por	debajo	del	agua.	Nos	has	dado	el	alto,	¿verdad?
—dijo,	volviendo	a	ponerse	suspicaz—.	Sacaste	la	varita	y…	¿verdad?
—Sí	—respondió	Harry	con	prontitud—.	Escucha,	¿cuánto	costaría	ir	a	Londres?
—Once	 sickles	 —dijo	 Stan—.	 Pero	 por	 trece	 te	 damos	 además	 una	 taza	 de
chocolate	y	por	quince	una	bolsa	de	agua	caliente	y	un	cepillo	de	dientes	del	color
que	elijas.
Harry	 rebuscó	 otra	 vez	 en	 el	 baúl,	 sacó	 el	 monedero	 y	 entregó	 a	 Stan	 unas
monedas	de	plata.	Entre	los	dos	cogieron	el	baúl,	con	la	jaula	de	Hedwig	encima,	y	lo
subieron	al	autobús.
No	había	asientos;	en	su	lugar,	al	lado	de	las	ventanas	con	cortinas,	había	media
docena	 de	 camas	 de	 hierro.	 A	 los	 lados	 de	 cada	 una	 había	 velas	 encendidas	 que
iluminaban	las	paredes	revestidas	de	madera.
Un	brujo	pequeño	con	gorro	de	dormir	murmuró	en	la	parte	trasera:
—Ahora	no,	gracias:	estoy	escabechando	babosas.	—Y	se	dio	la	vuelta,	sin	dejar
de	dormir.
—La	tuya	es	ésta	—susurró	Stan,	metiendo	el	baúl	de	Harry	bajo	la	cama	que
había	 detrás	 del	 conductor,	 que	 estaba	 sentado	 ante	 el	 volante—.	 Éste	 es	 nuestro
conductor,	Ernie	Prang.	Éste	es	Neville	Longbottom,	Ernie.
Ernie	Prang,	un	brujo	anciano	que	llevaba	unas	gafas	muy	gruesas,	le	hizo	un
ademán	con	la	cabeza.	Harry	volvió	a	taparse	la	cicatriz	con	el	flequillo	y	se	sentó	en
la	cama.
—Vámonos,	Ernie	—dijo	Stan,	sentándose	en	su	asiento,	al	lado	del	conductor.
Se	 oyó	 otro	 estruendo	 y	 al	 momento	 Harry	 se	 encontró	 estirado	 en	 la	 cama,
impelido	hacia	atrás	por	la	aceleración	del	autobús	noctámbulo.	Al	incorporarse	miró
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por	la	ventana	y	vio,	en	medio	de	la	oscuridad,	que	pasaban	a	velocidad	tremenda	por
una	calle	irreconocible.	Stan	observaba	con	gozo	la	cara	de	sorpresa	de	Harry.
—Aquí	estábamos	antes	de	que	nos	dieras	el	alto	—explicó—.	¿Dónde	estamos,
Ernie?	¿En	Gales?
—Sí	—respondió	Ernie.
—¿Cómo	es	que	los	muggles	no	oyen	el	autobús?	—preguntó	Harry.
—¿Ésos?	 —respondió	 Stan	 con	 desdén—.	 No	 saben	 escuchar,	 ¿a	 que	 no?
Tampoco	saben	mirar.	Nunca	ven	nada.
—Vete	 a	 despertar	 a	 la	 señora	 Marsh	 —ordenó	 Ernie	 a	 Stan—.	 Llegaremos	 a
Abergavenny	en	un	minuto.
Stan	 pasó	 al	 lado	 de	 la	 cama	 de	 Harry	 y	 subió	 por	 una	 escalera	 estrecha	 de
madera.	 Harry	 seguía	 mirando	 por	 la	 ventana,	 cada	 vez	 más	 nervioso.	 Ernie	 no
parecía	dominar	el	volante.	El	autobús	noctámbulo	invadía	continuamente	la	acera,
pero	no	chocaba	contra	nada.	Cuando	se	aproximaba	a	ellos,	los	buzones,	las	farolas
y	las	papeleras	se	apartaban	y	volvían	a	su	sitio	en	cuanto	pasaba.
Stan	reapareció,	seguido	por	una	bruja	ligeramente	verde	arropada	en	una	capa	de
viaje.
—Hemos	llegado,	señora	Marsh	—dijo	Stan	con	alegría,	al	mismo	tiempo	que
Ernie	 pisaba	 a	 fondo	 el	 freno,	 haciendo	 que	 las	 camas	 se	 deslizaran	 medio	 metro
hacia	delante.	La	señora	Marsh	se	tapó	la	boca	con	un	pañuelo	y	se	bajó	del	autobús
tambaleándose.	Stan	le	arrojó	el	equipaje	y	cerró	las	portezuelas	con	fuerza.	Hubo
otro	 estruendo	 y	 volvieron	 a	 encontrarse	 viajando	 a	 la	 velocidad	 del	 rayo,	 por	 un
camino	rural,	entre	árboles	que	se	apartaban.
Harry	 no	 habría	 podido	 dormir	 aunque	 viajara	 en	 un	 autobús	 que	 no	 hiciera
aquellos	ruidos	ni	fuera	a	tal	velocidad.	Se	le	revolvía	el	estómago	al	pensar	en	lo	que
podía	ocurrirle,	y	en	si	los	Dursley	habrían	conseguido	bajar	del	techo	a	tía	Marge.
Stan	 había	 abierto	 un	 ejemplar	 de	 El	Profeta	 y	 lo	 leía	 con	 la	 lengua	 entre	 los
dientes.	En	la	primera	página,	una	gran	fotografía	de	un	hombre	con	rostro	triste	y
pelo	largo	y	enmarañado	le	guiñaba	a	Harry	un	ojo,	lentamente.	A	Harry	le	resultaba
extrañamente	familiar.
—¡Ese	hombre!	—dijo	Harry,	olvidando	por	unos	momentos	sus	problemas—.
¡Salió	en	el	telediario	de	los	muggles!
Stan	volvió	a	la	primera	página	y	rió	entre	dientes.
—Es	 Sirius	 Black	 —asintió—.	 Por	 supuesto	 que	 ha	 salido	 en	 el	 telediario
muggle,	Neville.	¿Dónde	has	estado	este	tiempo?
Volvió	 a	 sonreír	 con	 aire	 de	 superioridad	 al	 ver	 la	 perplejidad	 de	 Harry.
Desprendió	la	primera	página	del	diario	y	se	la	entregó	a	Harry.
—Deberías	leer	más	el	periódico,	Neville.
Harry	acercó	la	página	a	la	vela	y	leyó:
BLACK	SIGUE	SUELTO
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El	 Ministerio	 de	 Magia	 confirmó	 ayer	 que	 Sirius	 Black,	 tal	 vez	 el	 más
malvado	recluso	que	haya	albergado	la	fortaleza	de	Azkaban,	aún	no	ha
sido	capturado.
«Estamos	 haciendo	 todo	 lo	 que	 está	 en	 nuestra	 mano	 para	 volver	 a
apresarlo,	y	rogamos	a	la	comunidad	mágica	que	mantenga	la	calma»,	ha
declarado	 esta	 misma	 mañana	 el	 ministro	 de	 Magia	 Cornelius	 Fudge.
Fudge	ha	sido	criticado	por	miembros	de	la	Federación	Internacional	de
Brujos	por	haber	informado	del	problema	al	Primer	Ministro	muggle.	«No
he	 tenido	 más	 remedio	 que	 hacerlo»,	 ha	 replicado	 Fudge,	 visiblemente
enojado.	«Black	está	loco,	y	supone	un	serio	peligro	para	cualquiera	que
se	tropiece	con	él,	ya	sea	mago	o	muggle.	He	obtenido	del	Primer	Ministro
la	promesa	de	que	no	revelará	a	nadie	la	verdadera	identidad	de	Black.	Y
seamos	realistas,	¿quién	lo	creería	si	lo	hiciera?»
Mientras	que	a	los	muggles	se	les	ha	dicho	que	Black	va	armado	con
un	revólver	(una	especie	de	varita	de	metal	que	los	muggles	utilizan	para
matarse	entre	ellos),	la	comunidad	mágica	vive	con	miedo	de	que	se	repita
la	 matanza	 que	 se	 produjo	 hace	 doce	 años,	 cuando	 Black	 mató	 a	 trece
personas	con	un	solo	hechizo.
Harry	 observó	 los	 ojos	 ensombrecidos	 de	 Black,	 la	 única	 parte	 de	 su	 cara
demacrada	que	parecía	poseer	algo	de	vida.	Harry	no	había	visto	nunca	a	un	vampiro,
pero	había	visto	fotos	en	sus	clases	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras,	y	Black,
con	su	piel	blanca	como	la	cera,	parecía	uno.
—Da	miedo	mirarlo,	¿verdad?	—dijo	Stan,	que	mientras	leía	el	artículo	se	había
estado	fijando	en	Harry.
—¿Mató	 a	 trece	 personas	 —preguntó	 Harry,	 devolviéndole	 a	 Stan	 la	 página—
con	un	hechizo?
—Sí	 —respondió	 Stan—.	 Delante	 de	 testigos	 y	 a	 plena	 luz	 del	 día.	 Causó
conmoción,	¿no	es	verdad,	Ernie?
—Sí	—confirmó	Ernie	sombríamente.
Para	ver	mejor	a	Harry,	Stan	se	volvió	en	el	asiento,	con	las	manos	en	el	respaldo.
—Black	era	un	gran	partidario	de	Quien	Tú	Sabes	—dijo.
—¿Quién?	¿Voldemort?	—dijo	Harry	sin	pensar.
Stan	palideció	hasta	los	granos.	Ernie	dio	un	giro	tan	brusco	con	el	volante	que
tuvo	que	quitarse	del	camino	una	granja	entera	para	esquivar	el	autobús.
—¿Te	has	vuelto	loco?	—gritó	Stan—.	¿Por	qué	has	mencionado	su	nombre?
—Lo	siento	—dijo	Harry	con	prontitud—.	Lo	siento,	se…	se	me	olvidó.
—¡Que	se	te	olvidó!	—exclamó	Stan	con	voz	exánime—.	¡Caramba,	el	corazón
me	late	a	cien	por	hora!
—Entonces…	entonces,	¿Black	era	seguidor	de	Quien	Tú	Sabes?	—soltó	Harry
como	disculpa.
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—Sí	 —confirmó	 Stan,	 frotándose	 todavía	 el	 pecho—.	 Sí,	 exactamente.	 Muy
próximo	a	Quien	Tú	Sabes,	según	dicen…	De	cualquier	manera,	cuando	el	pequeño
Harry	Potter	acabó	con	Quien	Tú	Sabes	(Harry	volvió	a	aplastarse	el	pelo	contra	la
cicatriz),	 todos	 los	 seguidores	 de	 Quien	 Tú	 Sabes	 fueron	 descubiertos,	 ¿verdad,
Ernie?	Casi	todos	sabían	que	la	historia	había	terminado	una	vez	vencido	Quien	Tú
Sabes,	y	se	volvieron	muy	prudentes.	Pero	no	Sirius	Black.	Según	he	oído,	pensaba
ser	 el	 lugarteniente	 de	 Quien	 Tú	 Sabes	 cuando	 llegara	 al	 poder.	 El	 caso	 es	 que
arrinconaron	a	Black	en	una	calle	llena	de	muggles,	Black	sacó	la	varita	y	de	esa
manera	hizo	saltar	por	los	aires	la	mitad	de	la	calle.	Pilló	a	un	mago	y	a	doce	muggles
que	 pasaban	 por	 allí.	 Horrible,	 ¿no?	 ¿Y	 sabes	 lo	 que	 hizo	 Black	 entonces?	 —
prosiguió	Stan	con	un	susurro	teatral.
—¿Qué?	—preguntó	Harry.
—Reírse	 —explicó	 Stan—.	 Se	 quedó	 allí	 riéndose.	 Y	 cuando	 llegaron	 los
refuerzos	del	Ministerio	de	Magia,	dejó	que	se	lo	llevaran	como	si	tal	cosa,	sin	parar
de	 reír	 a	 mandíbula	 batiente.	 Porque	 está	 loco,	 ¿verdad,	 Ernie?	 ¿Verdad	 que	 está
loco?
—Si	no	lo	estaba	cuando	lo	llevaron	a	Azkaban,	lo	estará	ahora	—dijo	Ernie	con
voz	pausada—.	Yo	me	maldeciría	a	mí	mismo	si	tuviera	que	pisar	ese	lugar,	pero
después	de	lo	que	hizo	le	estuvo	bien	empleado.
—Les	dio	mucho	trabajo	encubrirlo	todo,	¿verdad,	Ernie?	—dijo	Stan—.	Toda	la
calle	destruida	y	todos	aquellos	muggles	muertos.	¿Cuál	fue	la	versión	oficial,	Ernie?
—Una	explosión	de	gas	—gruñó	Ernie.
—Y	 ahora	 está	 libre	 —dijo	 Stan	 volviendo	 a	 examinar	 la	 cara	 demacrada	 de
Black,	 en	 la	 fotografía	 del	 periódico—.	 Es	 la	 primera	 vez	 que	 alguien	 se	 fuga	 de
Azkaban,	¿verdad,	Ernie?	No	entiendo	cómo	lo	ha	hecho.	Da	miedo,	¿no?	No	creo
que	los	guardias	de	Azkaban	se	lo	pusieran	fácil,	¿verdad,	Ernie?
Ernie	se	estremeció	de	repente.
—Sé	buen	chico	y	cambia	de	conversación.	Los	guardias	de	Azkaban	me	ponen
los	pelos	de	punta.
Stan	retiró	el	periódico	a	regañadientes,	y	Harry	se	reclinó	contra	la	ventana	del
autobús	noctámbulo,	sintiéndose	peor	que	nunca.	No	podía	dejar	de	imaginarse	lo
que	 Stan	 contaría	 a	 los	 pasajeros	 noches	 más	 tarde:	 «¿Has	 oído	 lo	 de	 ese	 Harry
Potter?	 Hinchó	 a	 su	 tía	 como	 si	 fuera	 un	 globo.	 Lo	 tuvimos	 aquí,	 en	 el	 autobús
noctámbulo,	¿verdad,	Ernie?	Trataba	de	huir…»
Harry	 había	 infringido	 las	 leyes	 mágicas,	 exactamente	 igual	 que	 Sirius	 Black.
¿Inflar	a	tía	Marge	sería	considerado	lo	bastante	grave	para	ir	a	Azkaban?	Harry	no
sabía	 nada	 acerca	 de	 la	 prisión	 de	 los	 magos,	 aunque	 todos	 a	 cuantos	 había	 oído
hablar	sobre	ella	empleaban	el	mismo	tono	aterrador.	Hagrid,	el	guardabosques	de
Hogwarts,	 había	 pasado	 allí	 dos	 meses	 el	 curso	 anterior.	 Tardaría	 en	 olvidar	 la
expresión	de	terror	que	puso	cuando	le	dijeron	adónde	lo	llevaban,	y	Hagrid	era	una
de	las	personas	más	valientes	que	conocía.
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El	autobús	noctámbulo	circulaba	en	la	oscuridad	echando	a	un	lado	los	arbustos,
las	balizas,	las	cabinas	de	teléfono,	los	árboles,	mientras	Harry	permanecía	acostado
en	 el	 colchón	 de	 plumas,	 deprimido.	 Después	 de	 un	 rato,	 Stan	 recordó	 que	 Harry
había	pagado	una	taza	de	chocolate	caliente,	pero	lo	derramó	todo	sobre	la	almohada
de	Harry	con	el	brusco	movimiento	del	autobús	entre	Anglesey	y	Aberdeen.	Brujos	y
brujas	 en	 camisón	 y	 zapatillas	 descendieron	 uno	 por	 uno	 del	 piso	 superior,	 para
abandonar	el	autobús.	Todos	parecían	encantados	de	bajarse.
Al	final	sólo	quedó	Harry.
—Bien,	Neville	—dijo	Stan,	dando	palmadas—,	¿a	qué	parte	de	Londres?
—Al	callejón	Diagon	—respondió	Harry.
—De	acuerdo	—dijo	Stan—,	agárrate	fuerte…
¡PRUMMMMBBB!
Circularon	por	Charing	Cross	como	un	rayo.	Harry	se	incorporó	en	la	cama,	y	vio
edificios	y	bancos	apretujándose	para	evitar	al	autobús.	El	cielo	aclaraba.	Reposaría
un	par	de	horas,	llegaría	a	Gringotts	a	la	hora	de	abrir	y	se	iría,	no	sabía	dónde.
Ernie	pisó	el	freno,	y	el	autobús	noctámbulo	derrapó	hasta	detenerse	delante	de
una	taberna	vieja	y	algo	sucia,	el	Caldero	Chorreante,	tras	la	cual	estaba	la	entrada
mágica	al	callejón	Diagon.
—Gracias	—le	dijo	a	Ernie.	Bajó	de	un	salto	y	con	la	ayuda	de	Stan	dejó	en	la
acera	el	baúl	y	la	jaula	de	Hedwig—.	Bueno	—dijo	Harry—,	entonces,	¡adiós!
Pero	Stan	no	le	prestaba	atención.	Todavía	en	la	puerta	del	autobús,	miraba	con
los	ojos	abiertos	de	par	en	par	la	entrada	enigmática	del	Caldero	Chorreante.
—Conque	estás	aquí,	Harry	—dijo	una	voz.
Antes	de	que	Harry	se	pudiera	dar	la	vuelta,	notó	una	mano	en	el	hombro.	Al
mismo	tiempo,	Stan	gritó:
—¡Caray!	¡Ernie,	ven	aquí!	¡Ven	aquí!
Harry	miró	hacia	arriba	para	ver	quién	le	había	puesto	la	mano	en	el	hombro	y
sintió	como	si	le	echaran	un	caldero	de	agua	helada	en	el	estómago.	Estaba	delante
del	mismísimo	Cornelius	Fudge,	el	ministro	de	Magia.
Stan	saltó	a	la	acera,	tras	ellos.
—¿Cómo	ha	llamado	a	Neville,	señor	ministro?	—dijo	nervioso.
Fudge,	 un	 hombre	 pequeño	 y	 corpulento	 vestido	 con	 una	 capa	 larga	 de	 rayas,
parecía	distante	y	cansado.
—¿Neville?	—repitió	frunciendo	el	entrecejo—.	Es	Harry	Potter.
—¡Lo	 sabía!	 —gritó	 Stan	 con	 alegría—.	 ¡Ernie!	 ¡Ernie!	 ¡Adivina	 quién	 es
Neville!	¡Es	Harry	Potter!	¡Veo	su	cicatriz!
—Sí	 —dijo	 Fudge	 irritado—.	 Bien,	 estoy	 muy	 orgulloso	 de	 que	 el	 autobús
noctámbulo	haya	transportado	a	Harry	Potter,	pero	ahora	él	y	yo	tenemos	que	entrar
en	el	Caldero	Chorreante…
Fudge	apretó	más	fuerte	el	hombro	de	Harry,	y	Harry	se	vio	conducido	al	interior
de	la	taberna.	Una	figura	encorvada,	que	portaba	un	farol,	apareció	por	la	puerta	de
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detrás	de	la	barra.	Era	Tom,	el	dueño	desdentado	y	lleno	de	arrugas.
—¡Lo	 ha	 atrapado,	 señor	 ministro!	 —dijo	 Tom—.	 ¿Querrá	 tomar	 algo?
¿Cerveza?	¿Brandy?
—Tal	vez	un	té	—contestó	Fudge,	que	aún	no	había	soltado	a	Harry.
Detrás	de	ellos	se	oyó	un	ruido	de	arrastre	y	un	jadeo,	y	aparecieron	Stan	y	Ernie
acarreando	 el	 baúl	 de	 Harry	 y	 la	 jaula	 de	 Hedwig,	 y	 mirando	 emocionados	 a	 su
alrededor.
—¿Por	qué	no	nos	has	dicho	quién	eras,	Neville?	—le	preguntó	Stan	sonriendo,
mientras	 Ernie,	 con	 su	 cara	 de	 búho,	 miraba	 por	 encima	 del	 hombro	 de	 Stan	 con
mucho	interés.
—Y	 un	 salón	 privado,	 Tom,	 por	 favor	 —pidió	 Fudge	 lanzándoles	 una	 clara
indirecta.
—Adiós	—dijo	Harry	con	tristeza	a	Stan	y	Ernie,	mientras	Tom	indicaba	a	Fudge
un	pasadizo	que	salía	del	bar.
—¡Adiós,	Neville!	—dijo	Stan.
Fudge	 llevó	 a	 Harry	 por	 el	 estrecho	 pasadizo,	 tras	 el	 farol	 de	 Tom,	 hasta	 que
llegaron	a	una	pequeña	estancia.	Tom	chascó	los	dedos,	y	se	encendió	un	fuego	en	la
chimenea.	Tras	hacer	una	reverencia,	se	fue.
—Siéntate,	Harry	—dijo	Fudge,	señalando	una	silla	que	había	al	lado	del	fuego.
Harry	 se	 sentó.	 Se	 le	 había	 puesto	 carne	 de	 gallina	 en	 los	 brazos,	 a	 pesar	 del
fuego.	Fudge	se	quitó	la	capa	de	rayas	y	la	dejó	a	un	lado.	Luego	se	subió	un	poco	los
pantalones	del	traje	verde	botella	y	se	sentó	enfrente	de	Harry.
—Soy	Cornelius	Fudge,	ministro	de	Magia.
Por	supuesto,	Harry	ya	lo	sabía.	Había	visto	a	Fudge	en	una	ocasión	anterior,	pero
como	entonces	llevaba	la	capa	invisible	que	le	había	dejado	su	padre	en	herencia,
Fudge	no	podía	saberlo.
Tom,	el	propietario,	volvió	con	un	delantal	puesto	sobre	el	camisón	y	llevando
una	bandeja	con	té	y	bollos.	Colocó	la	bandeja	sobre	la	mesa	que	había	entre	Fudge	y
Harry,	y	salió	de	la	estancia	cerrando	la	puerta	tras	de	sí.
—Bueno,	Harry	—dijo	Fudge,	sirviendo	el	té—,	no	me	importa	confesarte	que
nos	 has	 traído	 a	 todos	 de	 cabeza.	 ¡Huir	 de	 esa	 manera	 de	 casa	 de	 tus	 tíos!	 Había
empezado	a	pensar…	Pero	estás	a	salvo	y	eso	es	lo	importante.
Fudge	se	untó	un	bollo	con	mantequilla	y	le	acercó	el	plato	a	Harry.
—Come,	 Harry,	 pareces	 desfallecido.	 Ahora…	 te	 agradará	 oír	 que	 hemos
solucionado	 la	 hinchazón	 de	 la	 señorita	 Marjorie	 Dursley.	 Hace	 unas	 horas	 que
enviamos	a	Privet	Drive	a	dos	miembros	de	la	brigada	encargada	de	deshacer	magia
accidental.	Han	desinflado	a	la	señorita	Dursley	y	le	han	modificado	la	memoria.	No
guarda	 ningún	 recuerdo	 del	 incidente.	 Así	 que	 asunto	 concluido	 y	 no	 hay	 que
lamentar	daños.
Fudge	 sonrió	 a	 Harry	 por	 encima	 del	 borde	 de	 la	 taza.	 Parecía	 un	 tío
contemplando	a	su	sobrino	favorito.	Harry,	que	no	podía	creer	lo	que	oía,	abrió	la
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boca	para	hablar,	pero	no	se	le	ocurrió	nada	que	decir,	así	que	la	volvió	a	cerrar.
—¡Ah!	¿Te	preocupas	por	la	reacción	de	tus	tíos?	—añadió	Fudge—.	Bueno,	no
te	negaré	que	están	muy	enfadados,	Harry,	pero	están	dispuestos	a	volver	a	recibirte
el	próximo	verano,	con	tal	de	que	te	quedes	en	Hogwarts	durante	las	vacaciones	de
Navidad	y	de	Semana	Santa.
Harry	carraspeó.
—Siempre	 me	 quedo	 en	 Hogwarts	 durante	 la	 Navidad	 y	 la	 Semana	 Santa	 —
observó—.	Y	no	quiero	volver	nunca	a	Privet	Drive.
—Vamos,	 vamos.	 Estoy	 seguro	 de	 que	 no	 pensarás	 así	 cuando	 te	 hayas
tranquilizado	 —dijo	 Fudge	 en	 tono	 de	 preocupación—.	 Después	 de	 todo,	 son	 tu
familia,	y	estoy	seguro	de	que	sentís	un	aprecio	mutuo…	eh…	muy	en	el	fondo.
No	se	le	ocurrió	a	Harry	desmentir	a	Fudge.	Quería	oír	cuál	sería	su	destino.
—Así	que	todo	cuanto	queda	por	hacer	—añadió	Fudge	untando	de	mantequilla
otro	 bollo—	 es	 decidir	 dónde	 vas	 a	 pasar	 las	 tres	 últimas	 semanas	 de	 vacaciones.
Sugiero	que	cojas	una	habitación	aquí,	en	el	Caldero	Chorreante,	y…
—Un	momento	—interrumpió	Harry—.	¿Y	mi	castigo?
Fudge	parpadeó.
—¿Castigo?
—¡He	infringido	la	ley!	¡El	Decreto	para	la	moderada	limitación	de	la	brujería	en
menores	de	edad!
—¡No	te	vamos	a	castigar	por	una	tontería	como	ésa!	—gritó	Fudge,	agitando	con
impaciencia	la	mano	que	sostenía	el	bollo—.	¡Fue	un	accidente!	¡No	se	envía	a	nadie
a	Azkaban	sólo	por	inflar	a	su	tía!
Pero	aquello	no	cuadraba	del	todo	con	el	trato	que	el	Ministerio	de	Magia	había
dispensado	a	Harry	anteriormente.
—¡El	 año	 pasado	 me	 enviaron	 una	 amonestación	 oficial	 sólo	 porque	 un	 elfo
doméstico	tiró	un	pastel	en	la	casa	de	mi	tío!	—exclamó	Harry	arrugando	el	entrecejo
—.	¡El	Ministerio	de	Magia	me	comunicó	que	me	expulsarían	de	Hogwarts	si	volvía
a	utilizarse	magia	en	aquella	casa!
Si	a	Harry	no	le	engañaban	los	ojos,	Fudge	parecía	apurado.
—Las	circunstancias	cambian,	Harry…	Tenemos	que	tener	en	cuenta…	Tal	como
están	las	cosas	actualmente…	No	querrás	que	te	expulsemos,	¿verdad?
—Por	supuesto	que	no	—dijo	Harry.
—Bueno,	 entonces,	 ¿por	 qué	 protestas?	 —dijo	 Fudge	 riéndose,	 sin	 darle
importancia—.	Ahora	cómete	un	bollo,	Harry,	mientras	voy	a	ver	si	Tom	tiene	una
habitación	libre	para	ti.
Fudge	salió	de	la	estancia	con	paso	firme,	y	Harry	lo	siguió	con	la	mirada.	Estaba
sucediendo	 algo	 muy	 raro.	 ¿Por	 qué	 lo	 había	 esperado	 Fudge	 en	 el	 Caldero
Chorreante	 si	 no	 era	 para	 castigarlo	 por	 lo	 que	 había	 hecho?	 Y	 pensando	 en	 ello,
seguro	 que	 no	 era	 normal	 que	 el	 mismísimo	 ministro	 de	 Magia	 se	 encargara	 de
problemas	como	la	utilización	de	la	magia	por	menores	de	edad.
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Fudge	regresó	acompañado	por	Tom,	el	tabernero.
—La	 habitación	 11	 está	 libre,	 Harry	 —le	 comunicó	 Fudge—.	 Creo	 que	 te
encontrarás	muy	cómodo.	Sólo	una	petición	(y	estoy	seguro	de	que	lo	entenderás):	no
quiero	que	vayas	a	Londres	muggle,	¿de	acuerdo?	No	salgas	del	callejón	Diagon.	Y
tienes	 que	 estar	 de	 vuelta	 cada	 tarde	 antes	 de	 que	 oscurezca.	 Supongo	 que	 lo
entiendes.	Tom	te	vigilará	en	mi	nombre.
—De	acuerdo	—respondió	Harry—.	Pero	¿por	qué…?
—No	queremos	que	te	vuelvas	a	perder	—explicó	Fudge,	riéndose	con	ganas—.
No,	no…	mejor	saber	dónde	estás…	Lo	que	quiero	decir…
Fudge	se	aclaró	ruidosamente	la	garganta	y	recogió	su	capa.
—Me	voy.	Ya	sabes,	tengo	mucho	que	hacer.
—¿Han	atrapado	a	Black?	—preguntó	Harry.
Los	dedos	de	Fudge	resbalaron	por	los	broches	de	plata	de	la	capa.
—¿Qué?	¿Has	oído	algo?	Bueno,	no.	Aún	no,	pero	es	cuestión	de	tiempo.	Los
guardias	de	Azkaban	no	han	fallado	nunca,	hasta	ahora…	Y	están	más	irritados	que
nunca.	—Fudge	se	estremeció	ligeramente—.	Bueno,	adiós.
Alargó	la	mano	y	Harry,	al	estrecharla,	tuvo	una	idea	repentina.
—¡Señor	ministro!	¿Puedo	pedirle	algo?
—Por	supuesto	—sonrió	Fudge.
—Los	de	tercer	curso,	en	Hogwarts,	tienen	permiso	para	visitar	Hogsmeade,	pero
mis	tíos	no	han	firmado	la	autorización.	¿Podría	hacerlo	usted?
Fudge	parecía	incómodo.
—Ah	 —exclamó—.	 No,	 no,	 lo	 siento	 mucho,	 Harry.	 Pero	 como	 no	 soy	 ni	 tu
padre	ni	tu	tutor…
—Pero	usted	es	el	ministro	de	Magia	—repuso	Harry—.	Si	me	diera	permiso…
—No.	 Lo	 siento,	 Harry,	 pero	 las	 normas	 son	 las	 normas	 —dijo	 Fudge
rotundamente—.	Quizá	puedas	visitar	Hogsmeade	el	próximo	curso.	De	hecho,	creo
que	es	mejor	que	no…	Sí.	Bueno,	me	voy.	Espero	que	tengas	una	estancia	agradable
aquí,	Harry.
Y	con	una	última	sonrisa,	salió	de	la	estancia.	Tom	se	acercó	a	Harry	sonriendo.
—Si	quiere	seguirme,	señor	Potter…	Ya	he	subido	sus	cosas…
Harry	siguió	a	Tom	por	una	escalera	de	madera	muy	elegante	hasta	una	puerta
con	un	número	11	de	metal	colgado	en	ella.	Tom	la	abrió	con	la	llave	para	que	Harry
pasara.
Dentro	había	una	cama	de	aspecto	muy	cómodo,	algunos	muebles	de	roble	con
mucho	barniz,	un	fuego	que	crepitaba	alegremente	y,	encaramada	sobre	el	armario…
—¡Hedwig!	—exclamó	Harry.
La	blanca	lechuza	dio	un	picotazo	al	aire	y	se	fue	volando	hasta	el	brazo	de	Harry.
—Tiene	 una	 lechuza	 muy	 lista	 —dijo	 Tom	 con	 una	 risita—.	 Ha	 llegado	 unos
cinco	minutos	después	de	usted.	Si	necesita	algo,	señor	Potter,	no	dude	en	pedirlo.
Volvió	a	hacer	una	inclinación,	y	abandonó	la	habitación.
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Harry	se	sentó	en	su	cama	durante	un	rato,	acariciando	a	Hedwig	y	pensando	en
otras	cosas.	El	cielo	que	veía	por	la	ventana	cambió	rápidamente	del	azul	intenso	y
aterciopelado	a	un	gris	frío	y	metálico,	y	luego,	lentamente,	a	un	rosa	con	franjas
doradas.	Apenas	podía	creer	que	acabara	de	abandonar	Privet	Drive	hacía	sólo	unas
horas,	que	no	hubiera	sido	expulsado	y	que	tuviera	por	delante	la	perspectiva	de	pasar
tres	semanas	sin	los	Dursley.
—Ha	sido	una	noche	muy	rara,	Hedwig	—dijo	bostezando.
Y	 sin	 siquiera	 quitarse	 las	 gafas,	 se	 desplomó	 sobre	 la	 almohada	 y	 se	 quedó
dormido.
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H
CAPÍTULO	4
El	Caldero	Chorreante
ARRY	 tardó	 varios	 días	 en	 acostumbrarse	 a	 su	 nueva	 libertad.	 Nunca	 se	 había
podido	levantar	a	la	hora	que	quería,	ni	comer	lo	que	le	gustaba.	Podía	ir	donde
le	apeteciera,	siempre	y	cuando	estuviera	en	el	callejón	Diagon,	y	como	esta	calle
larga	y	empedrada	rebosaba	de	las	tiendas	de	brujería	más	fascinantes	del	mundo,
Harry	no	sentía	ningún	deseo	de	incumplir	la	palabra	que	le	había	dado	a	Fudge	ni	de
extraviarse	por	el	mundo	muggle.
Desayunaba	por	las	mañanas	en	el	Caldero	Chorreante,	donde	disfrutaba	viendo	a
los	demás	huéspedes:	brujas	pequeñas	y	graciosas	que	habían	llegado	del	campo	para
pasar	un	día	de	compras;	magos	de	aspecto	venerable	que	discutían	sobre	el	último
artículo	 aparecido	 en	 la	 revista	 La	 transformación	 moderna;	 brujos	 de	 aspecto
primitivo;	 enanitos	 escandalosos;	 y,	 en	 cierta	 ocasión,	 una	 bruja	 malvada	 con	 un
pasamontañas	de	gruesa	lana,	que	pidió	un	plato	de	hígado	crudo.
Después	 del	 desayuno,	 Harry	 salía	 al	 patio	 de	 atrás,	 sacaba	 la	 varita	 mágica,
golpeaba	 el	 tercer	 ladrillo	 de	 la	 izquierda	 por	 encima	 del	 cubo	 de	 la	 basura,	 y	 se
quedaba	esperando	hasta	que	se	abría	en	la	pared	el	arco	que	daba	al	callejón	Diagon.
Harry	pasaba	aquellos	largos	y	soleados	días	explorando	las	tiendas	y	comiendo
bajo	sombrillas	de	brillantes	colores	en	las	terrazas	de	los	cafés,	donde	los	ocupantes
de	las	otras	mesas	se	enseñaban	las	compras	que	habían	hecho	(«es	un	lunascopio,
amigo	mío,	se	acabó	el	andar	con	los	mapas	lunares,	¿te	das	cuenta?»)	o	discutían
sobre	el	caso	de	Sirius	Black	(«yo	no	pienso	dejar	a	ninguno	de	mis	chicos	que	salga
solo	hasta	que	Sirius	vuelva	a	Azkaban»).	Harry	ya	no	tenía	que	hacer	los	deberes
bajo	las	mantas	y	a	la	luz	de	una	vela;	ahora	podía	sentarse,	a	plena	luz	del	día,	en	la
terraza	 de	 la	 Heladería	 Florean	 Fortescue,	 y	 terminar	 todos	 los	 trabajos	 con	 la
ocasional	ayuda	del	mismo	Florean	Fortescue,	quien,	además	de	saber	mucho	sobre
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la	quema	de	brujas	en	los	tiempos	medievales,	daba	gratis	a	Harry,	cada	media	hora,
un	helado	de	crema	y	caramelo.
Después	de	llenar	el	monedero	con	galeones	de	oro,	sickles	de	plata	y	knuts	de
bronce	 de	 su	 cámara	 acorazada	 en	 Gringotts,	 necesitó	 mucho	 dominio	 para	 no
gastárselo	todo	enseguida.	Tenía	que	recordarse	que	aún	le	quedaban	cinco	años	en
Hogwarts,	e	imaginarse	pidiéndoles	dinero	a	los	Dursley	para	libros	de	hechizos,	para
no	caer	en	la	tentación	de	comprarse	un	juego	de	gobstones	de	oro	macizo	(un	juego
mágico	 muy	 parecido	 a	 las	 canicas,	 en	 el	 que	 las	 bolas	 lanzan	 un	 líquido	 de	 olor
repugnante	a	la	cara	del	jugador	que	pierde	un	punto).	También	le	tentaba	una	gran
bola	de	cristal	con	una	galaxia	en	miniatura	dentro,	que	habría	venido	a	significar	que
no	tendría	que	volver	a	recibir	otra	clase	de	astronomía.	Pero	lo	que	más	a	prueba
puso	su	decisión	apareció	en	su	tienda	favorita	(Artículos	de	Calidad	para	el	Juego
del	Quidditch)	a	la	semana	de	llegar	al	Caldero	Chorreante.
Deseoso	de	enterarse	de	qué	era	lo	que	observaba	la	multitud	en	la	tienda,	Harry
se	abrió	paso	para	entrar,	apretujándose	entre	brujos	y	brujas	emocionados,	hasta	que
vio,	en	un	expositor,	la	escoba	más	impresionante	que	había	visto	en	su	vida.
—Acaba	de	salir…	prototipo…	—le	decía	un	brujo	de	mandíbula	cuadrada	a	su
acompañante.
—Es	la	escoba	más	rápida	del	mundo,	¿a	que	sí,	papá?	—gritó	un	muchacho	más
pequeño	que	Harry,	que	iba	colgado	del	brazo	de	su	padre.
El	propietario	de	la	tienda	decía	a	la	gente:
—¡La	selección	de	Irlanda	acaba	de	hacer	un	pedido	de	siete	de	estas	maravillas!
¡Es	la	escoba	favorita	de	los	Mundiales!
Cuando	una	bruja	de	gran	tamaño	se	apartó,	Harry	pudo	leer	el	letrero	que	había
al	lado	de	la	escoba:
SAETA	DE	FUEGO
Este	ultimísimo	modelo	de	escoba	de	carreras	dispone	de	un	palo	de	fresno
ultrafino	y	aerodinámico,	tratado	con	una	cera	durísima,	y	está	numerado
a	mano	con	su	propia	matrícula.	Cada	una	de	las	ramitas	de	abedul	de	la
cola	 ha	 sido	 especialmente	 seleccionada	 y	 afilada	 hasta	 conseguir	 la
perfección	 aerodinámica.	 Todo	 ello	 otorga	 a	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 un
equilibrio	insuperable	y	una	precisión	milimétrica.	La	Saeta	de	Fuego	tiene
una	 aceleración	 de	 0	 a	 240	 km/hora	 en	 diez	 segundos,	 e	 incorpora	 un
sistema	indestructible	de	frenado	por	encantamiento.	Preguntar	precio	en
el	interior.
Preguntar	 el	 precio…	 Harry	 no	 quería	 ni	 imaginar	 cuánto	 costaría	 la	 Saeta	 de
Fuego.	 Nunca	 le	 había	 apetecido	 nada	 tanto	 como	 aquello…	 Pero	 nunca	 había
perdido	un	partido	de	quidditch	en	su	Nimbus	2000,	¿y	de	qué	le	servía	dejar	vacía	su
cámara	de	seguridad	de	Gringotts	para	comprarse	la	Saeta	de	Fuego	teniendo	ya	una
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escoba	muy	buena?	Harry	no	preguntó	el	precio,	pero	regresó	a	la	tienda	casi	todos
los	días	sólo	para	contemplar	la	Saeta	de	Fuego.	Sin	embargo,	había	cosas	que	Harry
tenía	que	comprar.	Fue	a	la	botica	para	aprovisionarse	de	ingredientes	para	pociones,
y	 como	 la	 túnica	 del	 colegio	 le	 quedaba	 ya	 demasiado	 corta	 tanto	 por	 las	 piernas
como	por	los	brazos,	visitó	la	tienda	de	Túnicas	para	Cualquier	Ocasión	de	la	señora
Malkin	y	compró	otra	nueva.	Y	lo	más	importante	de	todo:	tenía	que	comprar	los
libros	 de	 texto	 para	 sus	 dos	 nuevas	 asignaturas:	 Cuidado	 de	 Criaturas	 Mágicas	 y
Adivinación.
Harry	 se	 sorprendió	 al	 mirar	 el	 escaparate	 de	 la	 librería.	 En	 lugar	 de	 la
acostumbrada	 exhibición	 de	 libros	 de	 hechizos,	 repujados	 en	 oro	 y	 del	 tamaño	 de
losas	de	pavimentar,	había	una	gran	jaula	de	hierro	que	contenía	cien	ejemplares	de
El	 monstruoso	 libro	 de	 los	 monstruos.	 Por	 todas	 partes	 caían	 páginas	 de	 los
ejemplares	 que	 se	 peleaban	 entre	 sí,	 mordiéndose	 violentamente,	 enzarzados	 en
furiosos	combates	de	lucha	libre.
Harry	 sacó	 del	 bolsillo	 la	 lista	 de	 libros	 y	 la	 consultó	 por	 primera	 vez.	 El
monstruoso	 libro	 de	 los	 monstruos	 aparecía	 mencionado	 como	 uno	 de	 los	 textos
programados	para	la	asignatura	de	Cuidado	de	Criaturas	Mágicas.	En	ese	momento
Harry	comprendió	por	qué	Hagrid	le	había	dicho	que	podía	serle	útil.	Sintió	alivio.	Se
había	preguntado	si	Hagrid	tendría	problemas	con	algún	nuevo	y	terrorífico	animal	de
compañía.
Cuando	Harry	entró	en	Flourish	y	Blotts,	el	dependiente	se	acercó	a	él.
—¿Hogwarts?	—preguntó	de	golpe—.	¿Vienes	por	los	nuevos	libros?
—Sí	—respondió	Harry—.	Necesito…
—Quítate	de	en	medio	—dijo	el	dependiente	con	impaciencia,	haciendo	a	Harry	a
un	lado.	Se	puso	un	par	de	guantes	muy	gruesos,	cogió	un	bastón	grande,	con	nudos,
y	se	dirigió	a	la	jaula	de	los	libros	monstruosos.
—Espere	—dijo	Harry	con	prontitud—,	ése	ya	lo	tengo.
—¿Sí?	—El	rostro	del	dependiente	brilló	de	alivio—.	¡Cuánto	me	alegro!	Ya	me
han	mordido	cinco	veces	en	lo	que	va	de	día.
Desgarró	el	aire	un	estruendoso	rasguido.	Dos	libros	monstruosos	acababan	de
atrapar	a	un	tercero	y	lo	estaban	desgarrando.
—¡Basta	 ya!	 ¡Basta	 ya!	 —gritó	 el	 dependiente,	 metiendo	 el	 bastón	 entre	 los
barrotes	para	separarlos—.	¡No	pienso	volver	a	pedirlos,	nunca	más!	¡Ha	sido	una
locura!	 Pensé	 que	 no	 podía	 haber	 nada	 peor	 que	 cuando	 trajeron	 los	 doscientos
ejemplares	del	Libro	invisible	de	la	invisibilidad.	Costaron	una	fortuna	y	nunca	los
encontramos…	Bueno,	¿en	qué	puedo	servirte?
—Necesito	Disipar	las	nieblas	del	futuro,	de	Cassandra	Vablatsky	—dijo	Harry,
consultando	la	lista	de	libros.
—Ah,	vas	a	comenzar	Adivinación,	¿verdad?	—dijo	el	dependiente	quitándose
los	guantes	y	conduciendo	a	Harry	a	la	parte	trasera	de	la	tienda,	donde	había	una
sección	dedicada	a	la	predicción	del	futuro.	Había	una	pequeña	mesa	rebosante	de
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volúmenes	 con	 títulos	 como	 Predecir	 lo	 impredecible:	 protégete	 de	 los	 fallos	 y
accidentes	y	Cuando	el	destino	es	adverso.
—Aquí	tienes	—le	dijo	el	dependiente,	que	había	subido	unos	peldaños	para	bajar
un	grueso	libro	de	pasta	negra—:	Disipar	las	nieblas	del	futuro,	una	guía	excelente
de	 métodos	 básicos	 de	 adivinación:	 quiromancia,	 bolas	 de	 cristal,	 entrañas	 de
animales…
Pero	Harry	no	escuchaba.	Su	mirada	había	ido	a	posarse	en	otro	libro	que	estaba
entre	los	que	había	expuestos	en	una	pequeña	mesa:	Augurios	de	muerte:	qué	hacer
cuando	sabes	que	se	acerca	lo	peor.
—Yo	en	tu	lugar	no	leería	eso	—dijo	suavemente	el	dependiente,	al	ver	lo	que
Harry	estaba	mirando—.	Comenzarás	a	ver	augurios	de	muerte	por	todos	lados.	Ese
libro	consigue	asustar	al	lector	hasta	matarlo	de	miedo.
Pero	 Harry	 siguió	 examinando	 la	 portada	 del	 libro.	 Mostraba	 un	 perro	 negro,
grande	como	un	oso,	con	ojos	brillantes.	Le	resultaba	extrañamente	familiar…
El	dependiente	puso	en	las	manos	de	Harry	el	ejemplar	de	Disipar	las	nieblas	del
futuro.
—¿Algo	más?	—preguntó.
—Sí	 —dijo	 Harry,	 algo	 aturdido,	 apartando	 los	 ojos	 de	 los	 del	 perro	 y
consultando	la	lista	de	libros—:	Necesito…	Transformación,	nivel	intermedio	y	Libro
reglamentario	de	hechizos,	tercer	curso.
Diez	minutos	después,	Harry	salió	de	Flourish	y	Blotts	con	sus	nuevos	libros	bajo
el	brazo,	y	volvió	al	Caldero	Chorreante	sin	apenas	darse	cuenta	de	por	dónde	iba,	y
chocando	con	varias	personas.
Subió	las	escaleras	que	llevaban	a	su	habitación,	entró	en	ella	y	arrojó	los	libros
sobre	la	cama.	Alguien	la	había	hecho.	Las	ventanas	estaban	abiertas	y	el	sol	entraba
a	 raudales.	 Harry	 oía	 los	 autobuses	 que	 pasaban	 por	 la	 calle	 muggle	 que	 quedaba
detrás	 de	 él,	 fuera	 de	 la	 vista;	 y	 el	 alboroto	 de	 la	 multitud	 invisible,	 abajo,	 en	 el
callejón	Diagon.	Se	vio	reflejado	en	el	espejo	que	había	en	el	lavabo.
—No	puede	haber	sido	un	presagio	de	muerte	—le	dijo	a	su	reflejo	con	actitud
desafiante—.	 Estaba	 muerto	 de	 terror	 cuando	 vi	 aquello	 en	 la	 calle	 Magnolia.
Probablemente	no	fue	más	que	un	perro	callejero.
Alzó	la	mano	de	forma	automática,	e	intentó	alisarse	el	pelo.
—Es	una	batalla	perdida	—le	respondió	el	espejo	con	voz	silbante.
•	•	•
Al	pasar	los	días,	Harry	empezó	a	buscar	con	más	ahínco	a	Ron	y	a	Hermione.	Por
aquellos	 días	 llegaban	 al	 callejón	 Diagon	 muchos	 alumnos	 de	 Hogwarts,	 ya	 que
faltaba	poco	para	el	comienzo	del	curso.	Harry	se	encontró	a	Seamus	Finnigan	y	a
Dean	Thomas,	compañeros	de	Gryffindor,	en	la	tienda	Artículos	de	Calidad	para	el
Juego	del	Quidditch,	donde	también	ellos	se	comían	con	los	ojos	la	Saeta	de	Fuego;
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se	 tropezó	 también,	 en	 la	 puerta	 de	 Flourish	 y	 Blotts,	 con	 el	 verdadero	 Neville
Longbottom,	 un	 muchacho	 despistado	 de	 cara	 redonda.	 Harry	 no	 se	 detuvo	 para
charlar;	Neville	parecía	haber	perdido	la	lista	de	los	libros,	y	su	abuela,	que	tenía	un
aspecto	temible,	le	estaba	riñendo.	Harry	deseó	que	ella	nunca	se	enterara	de	que	él	se
había	hecho	pasar	por	su	nieto	cuando	intentaba	escapar	del	Ministerio	de	Magia.
Harry	 despertó	 el	 último	 día	 de	 vacaciones	 pensando	 en	 que	 vería	 a	 Ron	 y	 a
Hermione	al	día	siguiente,	en	el	expreso	de	Hogwarts.	Se	levantó,	se	vistió,	fue	a
contemplar	por	última	vez	la	Saeta	de	Fuego,	y	se	estaba	preguntando	dónde	comería
cuando	alguien	gritó	su	nombre.	Se	volvió.
—¡Harry!	¡HARRY!
Allí	estaban	los	dos,	sentados	en	la	terraza	de	la	heladería	Florean	Fortescue.	Ron,
más	pecoso	que	nunca;	Hermione,	muy	morena;	y	los	dos	le	llamaban	la	atención	con
la	mano.
—¡Por	fin!	—dijo	Ron,	sonriendo	a	Harry	de	oreja	a	oreja	cuando	éste	se	sentó—.
Hemos	estado	en	el	Caldero	Chorreante,	pero	nos	dijeron	que	habías	salido,	y	luego
hemos	ido	a	Flourish	y	Blotts,	y	al	establecimiento	de	la	señora	Malkin,	y…
—Compré	la	semana	pasada	todo	el	material	escolar.	¿Y	cómo	os	enterasteis	de
que	me	alojo	en	el	Caldero	Chorreante?
—Mi	padre	—contestó	Ron	escuetamente.
Seguro	que	el	señor	Weasley,	que	trabajaba	en	el	Ministerio	de	Magia,	había	oído
toda	la	historia	de	lo	que	le	había	ocurrido	a	tía	Marge.
—¿Es	verdad	que	inflaste	a	tu	tía,	Harry?	—preguntó	Hermione	muy	seria.
—Fue	sin	querer	—respondió	Harry,	mientras	Ron	se	partía	de	risa—.	Perdí	el
control.
—No	 tiene	 ninguna	 gracia,	 Ron	 —dijo	 Hermione	 con	 severidad—.
Verdaderamente,	me	sorprende	que	no	te	hayan	expulsado.
—A	mí	también	—admitió	Harry—.	No	sólo	expulsado:	lo	que	más	temía	era	ser
arrestado.	—Miró	a	Ron—:	¿No	sabrá	tu	padre	por	qué	me	ha	perdonado	Fudge	el
castigo?
—Probablemente,	porque	eres	tú.	¿No	puede	ser	ése	el	motivo?	—Encogió	los
hombros,	sin	dejar	de	reírse—.	El	famoso	Harry	Potter.	No	me	gustaría	enterarme	de
lo	que	me	haría	a	mí	el	Ministerio	si	se	me	ocurriera	inflar	a	mi	tía.	Pero	primero	me
tendrían	que	desenterrar,	porque	mi	madre	me	habría	matado.	De	cualquier	manera,
tú	 mismo	 le	 puedes	 preguntar	 a	 mi	 padre	 esta	 tarde.	 ¡Esta	 noche	 nos	 alojamos
también	en	el	Caldero	Chorreante!	Mañana	podrás	venir	con	nosotros	a	King’s	Cross.
¡Ah,	y	Hermione	también	se	aloja	allí!
La	muchacha	asintió	con	la	cabeza,	sonriendo.
—Mis	padres	me	han	traído	esta	mañana,	con	todas	mis	cosas	del	colegio.
—¡Estupendo!	 —dijo	 Harry,	 muy	 contento—.	 ¿Habéis	 comprado	 ya	 todos	 los
libros	y	el	material	para	el	próximo	curso?
—Mira	esto	—dijo	Ron,	sacando	de	una	mochila	una	caja	delgada	y	alargada,	y
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abriéndola—:	una	varita	mágica	nueva.	Treinta	y	cinco	centímetros,	madera	de	sauce,
con	un	pelo	de	cola	de	unicornio.	Y	tenemos	todos	los	libros.	—Señaló	una	mochila
grande	que	había	debajo	de	su	silla—.	¿Y	qué	te	parecen	los	libros	monstruosos?	El
librero	casi	se	echó	a	llorar	cuando	le	dijimos	que	queríamos	dos.
—¿Y	qué	es	todo	eso,	Hermione?	—preguntó	Harry,	señalando	no	una	sino	tres
mochilas	repletas	que	había	a	su	lado,	en	una	silla.
—Bueno,	me	he	matriculado	en	más	asignaturas	que	tú,	¿no	te	acuerdas?	—dijo
Hermione—.	 Son	 mis	 libros	 de	 Aritmancia,	 Cuidado	 de	 Criaturas	 Mágicas,
Adivinación,	Runas	Antiguas,	Estudios	Muggles…
—¿Para	 qué	 quieres	 hacer	 Estudios	 Muggles?	 —preguntó	 Ron	 volviéndose	 a
Harry	y	poniendo	los	ojos	en	blanco—.	¡Tú	eres	de	sangre	muggle!	¡Tus	padres	son
muggles!	¡Ya	lo	sabes	todo	sobre	los	muggles!
—Pero	será	fascinante	estudiarlos	desde	el	punto	de	vista	de	los	magos	—repuso
Hermione	con	seriedad.
—¿Tienes	pensado	comer	o	dormir	este	curso	en	algún	momento,	Hermione?	—
preguntó	Harry	mientras	Ron	se	reía.
Hermione	no	les	hizo	caso:
—Todavía	 me	 quedan	 diez	 galeones	 —dijo	 comprobando	 su	 monedero—.	 En
septiembre	es	mi	cumpleaños,	y	mis	padres	me	han	dado	dinero	para	comprarme	el
regalo	de	cumpleaños	por	adelantado.
—¿Por	qué	no	te	compras	un	libro?	—dijo	Ron	poniendo	voz	cándida.
—No,	 creo	 que	 no	 —respondió	 Hermione	 sin	 enfadarse—.	 Lo	 que	 más	 me
apetece	es	una	lechuza.	Harry	tiene	a	Hedwig	y	tú	tienes	a	Errol…
—No,	no	es	mío.	Errol	es	de	la	familia.	Lo	único	que	poseo	es	a	Scabbers.	—Se
sacó	la	rata	del	bolsillo—.	Quiero	que	le	hagan	un	chequeo	—añadió,	poniendo	a
Scabbers	en	la	mesa,	ante	ellos—.	Me	parece	que	Egipto	no	le	ha	sentado	bien.
Scabbers	estaba	más	delgada	de	lo	normal	y	tenía	mustios	los	bigotes.
—Ahí	 hay	 una	 tienda	 de	 animales	 mágicos	 —dijo	 Harry,	 que	 por	 entonces
conocía	ya	bastante	bien	el	callejón	Diagon—.	Puedes	mirar	a	ver	si	tienen	algo	para
Scabbers.	Y	Hermione	se	puede	comprar	una	lechuza.
Así	que	pagaron	los	helados	y	cruzaron	la	calle	para	ir	a	la	tienda	de	animales.
No	había	mucho	espacio	dentro.	Hasta	el	último	centímetro	de	la	pared	estaba
cubierto	 por	 jaulas.	 Olía	 fuerte	 y	 había	 mucho	 ruido,	 porque	 los	 ocupantes	 de	 las
jaulas	 chillaban,	 graznaban,	 silbaban	 o	 parloteaban.	 La	 bruja	 que	 había	 detrás	 del
mostrador	estaba	aconsejando	a	un	cliente	sobre	el	cuidado	de	los	tritones	de	doble
cola,	así	que	Harry,	Ron	y	Hermione	esperaron,	observando	las	jaulas.
Un	par	de	sapos	rojos	y	muy	grandes	estaban	dándose	un	banquete	con	moscardas
muertas;	cerca	del	escaparate	brillaba	una	tortuga	gigante	con	joyas	incrustadas	en	el
caparazón;	caracoles	venenosos	de	color	naranja	trepaban	por	las	paredes	de	su	urna
de	cristal;	un	conejo	gordo	y	blanco	se	transformaba	sin	parar	en	una	chistera	de	seda
y	volvía	a	su	forma	de	conejo	haciendo	«¡plop!».	Había	gatos	de	todos	los	colores,
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una	 escandalosa	 jaula	 de	 cuervos,	 un	 cesto	 con	 pelotitas	 de	 piel	 del	 color	 de	 las
natillas	que	zumbaban	ruidosamente	y,	encima	del	mostrador,	una	enorme	jaula	de
ratas	negras	de	pelo	lacio	y	brillante	que	jugaban	a	dar	saltos	sirviéndose	de	la	cola
larga	y	pelada.
El	cliente	de	los	tritones	de	doble	cola	salió	de	la	tienda	y	Ron	se	aproximó	al
mostrador.
—Se	trata	de	mi	rata	—le	explicó	a	la	bruja—.	Desde	que	hemos	vuelto	de	Egipto
está	descolorida.
—Ponla	en	el	mostrador	—le	dijo	la	bruja,	sacando	unas	gruesas	gafas	negras	del
bolsillo.
Ron	sacó	a	Scabbers	y	la	puso	junto	a	la	jaula	de	las	ratas,	que	dejaron	sus	juegos
y	 corrieron	 a	 la	 tela	 metálica	 para	 ver	 mejor.	 Como	 casi	 todo	 lo	 que	 Ron	 tenía,
Scabbers	era	de	segunda	mano	(antes	había	pertenecido	a	su	hermano	Percy)	y	estaba
un	poco	estropeada.	Comparada	con	las	flamantes	ratas	de	la	jaula,	tenía	un	aspecto
muy	desmejorado.
—Hum	—dijo	la	bruja,	cogiendo	y	levantando	a	Scabbers—,	¿cuántos	años	tiene?
—No	lo	sé	—respondió	Ron—.	Es	muy	vieja.	Era	de	mi	hermano.
—¿Qué	poderes	tiene?	—preguntó	la	bruja	examinando	a	Scabbers	de	cerca.
—Bueenoooo…	—dijo	Ron.
La	verdad	era	que	Scabbers	nunca	había	dado	el	menor	indicio	de	poseer	ningún
poder	que	mereciera	la	pena.	Los	ojos	de	la	bruja	se	desplazaron	desde	la	partida
oreja	izquierda	de	la	rata	a	su	pata	delantera,	a	la	que	le	faltaba	un	dedo,	y	chascó	la
lengua	en	señal	de	reprobación.
—Ha	pasado	lo	suyo	—comentó	la	bruja.
—Ya	estaba	así	cuando	me	la	pasó	Percy	—se	defendió	Ron.
—No	se	puede	esperar	que	una	rata	ordinaria,	común	o	de	jardín	como	ésta	viva
mucho	más	de	tres	años	—dijo	la	bruja—.	Ahora	bien,	si	buscas	algo	un	poco	más
resistente,	quizá	te	guste	una	de	éstas…
Señaló	las	ratas	negras,	que	volvieron	a	dar	saltitos.	Ron	murmuró:
—Presumidas.
—Bueno,	si	no	quieres	reemplazarla,	puedes	probar	a	darle	este	tónico	para	ratas
—dijo	la	bruja,	sacando	una	pequeña	botella	roja	de	debajo	del	mostrador.
—Vale	—dijo	Ron—.	¿Cuánto…?	¡Ay!
Ron	se	agachó	cuando	algo	grande	de	color	canela	saltó	desde	la	jaula	más	alta,
se	le	posó	en	la	cabeza	y	se	lanzó	contra	Scabbers,	bufando	sin	parar.
—¡No,	Crookshanks,	no!	—gritó	la	bruja,	pero	Scabbers	salió	disparada	de	sus
manos	como	una	pastilla	de	jabón,	aterrizó	despatarrada	en	el	suelo	y	huyó	hacia	la
puerta.
—¡Scabbers!	 —gritó	 Ron,	 saliendo	 de	 la	 tienda	 a	 toda	 velocidad,	 detrás	 de	 la
rata;	Harry	lo	siguió.
Tardaron	casi	diez	minutos	en	encontrar	a	Scabbers,	que	se	había	refugiado	bajo
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una	 papelera,	 en	 la	 puerta	 de	 la	 tienda	 de	 Artículos	 de	 Calidad	 para	 el	 Juego	 del
Quidditch.	Ron	volvió	a	guardarse	la	rata,	que	estaba	temblando.	Se	estiró	y	se	rascó
la	cabeza.
—¿Qué	ha	sido?
—O	un	gato	muy	grande	o	un	tigre	muy	pequeño	—respondió	Harry.
—¿Dónde	está	Hermione?
—Supongo	que	comprando	la	lechuza.
Volvieron	por	la	calle	abarrotada	de	gente	hasta	la	tienda	de	animales	mágicos.
Llegaron	 cuando	 salía	 Hermione,	 pero	 no	 llevaba	 ninguna	 lechuza:	 llevaba
firmemente	sujeto	el	enorme	gato	de	color	canela.
—¿Has	comprado	ese	monstruo?	—preguntó	Ron	pasmado.
—Es	precioso,	¿verdad?	—preguntó	Hermione,	rebosante	de	alegría.
«Sobre	gustos	no	hay	nada	escrito»,	pensó	Harry.	El	pelaje	canela	del	gato	era
espeso,	suave	y	esponjoso,	pero	el	animal	tenía	las	piernas	combadas	y	una	cara	de
mal	 genio	 extrañamente	 aplastada,	 como	 si	 hubiera	 chocado	 de	 cara	 contra	 un
tabique.	Sin	embargo,	en	aquel	momento	en	que	Scabbers	no	estaba	a	la	vista,	el	gato
ronroneaba	suavemente,	feliz	en	los	brazos	de	Hermione.
—¡Hermione,	ese	ser	casi	me	deja	sin	pelo!
—No	lo	hizo	a	propósito,	¿verdad,	Crookshanks?	—dijo	Hermione.
—¿Y	qué	pasa	con	Scabbers?	—preguntó	Ron,	señalando	el	bolsillo	que	tenía	a	la
altura	del	pecho—.	¡Necesita	descanso	y	tranquilidad!	¿Cómo	va	a	tenerlos	con	ese
ser	cerca?
—Eso	 me	 recuerda	 que	 te	 olvidaste	 el	 tónico	 para	 ratas	 —dijo	 Hermione,
entregándole	a	Ron	la	botellita	roja—.	Y	deja	de	preocuparte.	Crookshanks	dormirá
en	mi	dormitorio	y	Scabbers	en	el	tuyo,	¿qué	problema	hay?	El	pobre	Crookshanks…
La	bruja	me	dijo	que	llevaba	una	eternidad	en	la	tienda.	Nadie	lo	quería.
—Me	 pregunto	 por	 qué	 —dijo	 Ron	 sarcásticamente,	 mientras	 emprendían	 el
camino	 del	 Caldero	 Chorreante.	 Encontraron	 al	 señor	 Weasley	 sentado	 en	 el	 bar
leyendo	El	Profeta.
—¡Harry!	—dijo	levantando	la	vista	y	sonriendo—,	¿cómo	estás?
—Bien,	gracias	—dijo	Harry	en	el	momento	en	que	él,	Ron	y	Hermione	llegaban
con	todas	sus	compras.
El	señor	Weasley	dejó	el	periódico,	y	Harry	vio	la	fotografía	ya	familiar	de	Sirius
Black,	mirándole.
—¿Todavía	no	lo	han	cogido?	—preguntó.
—No	—dijo	el	señor	Weasley	con	el	semblante	preocupado—.	En	el	Ministerio
nos	han	puesto	a	todos	a	trabajar	en	su	busca,	pero	hasta	ahora	no	se	ha	conseguido
nada.
—¿Tendríamos	 una	 recompensa	 si	 lo	 atrapáramos?	 —preguntó	 Ron—.	 Estaría
bien	conseguir	algo	más	de	dinero…
—No	seas	absurdo,	Ron	—dijo	el	señor	Weasley,	que,	visto	más	de	cerca,	parecía
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muy	 tenso—.	 Un	 brujo	 de	 trece	 años	 no	 va	 a	 atrapar	 a	 Black.	 Lo	 cogerán	 los
guardianes	de	Azkaban.	Ya	lo	verás.
En	ese	momento	entró	en	el	bar	la	señora	Weasley	cargada	con	compras	y	seguida
por	los	gemelos	Fred	y	George,	que	iban	a	empezar	quinto	curso	en	Hogwarts,	Percy,
último	delegado,	y	Ginny,	la	menor	de	los	Weasley.
Ginny,	 que	 siempre	 se	 había	 sentido	 un	 poco	 cohibida	 en	 presencia	 de	 Harry,
parecía	aún	más	tímida	de	lo	normal.	Tal	vez	porque	él	le	había	salvado	la	vida	en
Hogwarts	durante	el	último	curso.	Se	puso	colorada	y	murmuró	«hola»	sin	mirarlo.
Percy,	sin	embargo,	le	tendió	la	mano	de	manera	solemne,	como	si	él	y	Harry	no	se
hubieran	visto	nunca,	y	le	dijo:
—Es	un	placer	verte,	Harry.
—Hola,	Percy	—contestó	Harry,	tratando	de	contener	la	risa.
—Espero	que	estés	bien	—dijo	Percy	ceremoniosamente,	estrechándole	la	mano.
Era	como	ser	presentado	al	alcalde.
—Muy	bien,	gracias…
—¡Harry!	—dijo	Fred,	quitando	a	Percy	de	en	medio	de	un	codazo,	y	haciendo
ante	él	una	profunda	reverencia—.	Es	estupendo	verte,	chico…
—Maravilloso	—dijo	George,	haciendo	a	un	lado	a	Fred	y	cogiéndole	la	mano	a
Harry—.	Sencillamente	increíble.
Percy	frunció	el	entrecejo.
—Ya	vale	—dijo	la	señora	Weasley.
—¡Mamá!	—dijo	Fred,	como	si	acabara	de	verla,	y	también	le	estrechó	la	mano
—.	Esto	es	fabuloso…
—He	dicho	que	ya	vale	—dijo	la	señora	Weasley,	depositando	sus	compras	sobre
una	 silla	 vacía—.	 Hola,	 Harry,	 cariño.	 Supongo	 que	 has	 oído	 ya	 todas	 nuestras
emocionantes	noticias.	—Señaló	la	insignia	de	plata	recién	estrenada	que	brillaba	en
el	pecho	de	Percy—.	El	segundo	delegado	de	la	familia	—dijo	rebosante	de	orgullo.
—Y	último	—dijo	Fred	en	un	susurro.
—De	 eso	 no	 me	 cabe	 ninguna	 duda	 —dijo	 la	 señora	 Weasley,	 frunciendo	 de
repente	el	entrecejo—.	Ya	me	he	dado	cuenta	de	que	no	os	han	hecho	prefectos.
—¿Para	qué	queremos	ser	prefectos?	—dijo	George,	a	quien	la	sola	idea	parecía
repugnarle—.	Le	quitaría	a	la	vida	su	lado	divertido.
Ginny	se	rió.
—¿Quieres	hacer	el	favor	de	darle	a	tu	hermana	mejor	ejemplo?	—dijo	cortante	la
señora	Weasley.
—Ginny	tiene	otros	hermanos	para	que	le	den	buen	ejemplo	—respondió	Percy
con	altivez—.	Voy	a	cambiarme	para	la	cena…
Se	fue	y	George	dio	un	suspiro.
—Intentamos	encerrarlo	en	una	pirámide	—le	dijo	a	Harry—,	pero	mi	madre	nos
descubrió.
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Aquella	noche	la	cena	resultó	muy	agradable.	Tom,	el	tabernero,	juntó	tres	mesas	del
comedor,	y	los	siete	Weasley,	Harry	y	Hermione	tomaron	los	cinco	deliciosos	platos
de	la	cena.
—¿Cómo	iremos	a	King’s	Cross	mañana,	papá?	—preguntó	Fred	en	el	momento
en	que	probaban	un	suculento	pudín	de	chocolate.
—El	Ministerio	pone	a	nuestra	disposición	un	par	de	coches	—respondió	el	señor
Weasley.
Todos	lo	miraron.
—¿Por	qué?	—preguntó	Percy	con	curiosidad.
—Por	ti,	Percy	—dijo	George	muy	serio—.	Y	pondrán	banderitas	en	el	capó,	con
las	iniciales	«P.	A.»	en	ellas…
—Por	«Presumido	del	Año»	—dijo	Fred.
Todos,	salvo	Percy	y	la	señora	Weasley,	soltaron	una	carcajada.
—¿Por	qué	nos	proporciona	coches	el	Ministerio,	padre?	—preguntó	Percy	con
voz	de	circunstancias.
—Bueno,	 como	 ya	 no	 tenemos	 coche,	 me	 hacen	 ese	 favor,	 dado	 que	 soy
funcionario.
Lo	dijo	sin	darle	importancia,	pero	Harry	notó	que	las	orejas	se	le	habían	puesto
coloradas,	como	las	de	Ron	cuando	se	azoraba.
—Menos	mal	—dijo	la	señora	Weasley	con	voz	firme—.	¿Os	dais	cuenta	de	la
cantidad	de	equipaje	que	lleváis	entre	unos	y	otros?	Qué	buena	estampa	haríais	en	el
metro	muggle…	Lo	tenéis	ya	todo	listo,	¿verdad?
—Ron	no	ha	metido	aún	las	cosas	nuevas	en	el	baúl	—dijo	Percy	con	tono	de
resignación—.	Las	ha	dejado	todas	encima	de	mi	cama.
—Lo	 mejor	 es	 que	 vayas	 a	 preparar	 el	 equipaje,	 Ron,	 porque	 mañana	 por	 la
mañana	no	tendremos	mucho	tiempo	—le	reprendió	la	señora	Weasley.
Ron	miró	a	Percy	con	cara	de	pocos	amigos.
Después	de	la	cena	todos	se	sentían	algo	pesados	y	adormilados.	Uno	por	uno
fueron	subiendo	las	escaleras	hacia	las	habitaciones,	para	ultimar	el	equipaje	del	día
siguiente.	La	habitación	de	Ron	y	Percy	era	contigua	a	la	de	Harry.	Acababa	de	cerrar
su	baúl	con	llave	cuando	oyó	voces	de	enfado	a	través	de	la	pared,	y	fue	a	ver	qué
ocurría.
La	puerta	de	la	habitación	12	estaba	entreabierta,	y	Percy	gritaba.
—Estaba	aquí,	en	la	mesita.	Me	la	quité	para	sacarle	brillo.
—No	la	he	tocado,	¿te	enteras?	—gritaba	Ron	a	su	vez.
—¿Qué	ocurre?	—preguntó	Harry.
—Mi	insignia	de	delegado	ha	desaparecido	—dijo	Percy	volviéndose	a	Harry.
—Lo	 mismo	 ha	 ocurrido	 con	 el	 tónico	 para	 ratas	 de	 Scabbers	 —añadió	 Ron,
sacando	las	cosas	de	su	baúl	para	comprobarlas—.	Puede	que	me	lo	haya	olvidado	en
el	bar…
—¡Tú	no	te	mueves	de	aquí	hasta	que	aparezca	mi	insignia!	—gritó	Percy.
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—Yo	iré	por	lo	de	Scabbers,	ya	he	terminado	de	preparar	el	equipaje	—dijo	Harry
a	Ron.
Harry	se	hallaba	en	mitad	de	las	escaleras,	que	estaban	muy	oscuras,	cuando	oyó
dos	voces	airadas	que	procedían	del	comedor.	Tardó	un	segundo	en	reconocer	que
eran	 las	 de	 los	 padres	 de	 Ron.	 Se	 quedó	 dudando,	 porque	 no	 quería	 que	 ellos	 se
dieran	cuenta	de	que	los	había	oído	discutiendo,	y	el	sonido	de	su	propio	nombre	le
hizo	detenerse	y	luego	acercarse	a	la	puerta	del	comedor.
—No	tiene	ningún	sentido	ocultárselo	—decía	acaloradamente	el	señor	Weasley
—.	Harry	tiene	derecho	a	saberlo.	He	intentado	decírselo	a	Fudge,	pero	se	empeña	en
tratar	a	Harry	como	a	un	niño.	Tiene	trece	años	y…
—¡Arthur,	la	verdad	le	aterrorizaría!	—dijo	la	señora	Weasley	en	voz	muy	alta—.
¿Quieres	de	verdad	enviar	a	Harry	al	colegio	con	esa	espada	de	Damocles?	¡Por	Dios,
está	muy	tranquilo	sin	saber	nada!
—No	 quiero	 asustarlo,	 ¡quiero	 prevenirlo!	 —contestó	 el	 señor	 Weasley—.	 Ya
sabes	cómo	son	Harry	y	Ron,	que	se	escapan	por	ahí.	Incluso	se	han	internado	en	el
bosque	prohibido.	¡Pero	Harry	no	debe	hacer	lo	mismo	en	este	curso!	¡Cada	vez	que
pienso	lo	que	podía	haberle	sucedido	la	otra	noche,	cuando	se	escapó	de	casa…!	Si	el
autobús	noctámbulo	no	lo	hubiera	recogido,	me	juego	lo	que	sea	a	que	el	Ministerio
lo	hubiera	encontrado	muerto.
—Pero	no	está	muerto,	está	bien,	así	que	¿de	qué	sirve…?
—Molly:	dicen	que	Sirius	Black	está	loco,	y	quizá	lo	esté,	pero	fue	lo	bastante
inteligente	para	escapar	de	Azkaban,	y	se	supone	que	eso	es	imposible.	Ha	pasado	un
mes	y	no	le	han	visto	el	pelo.	Y	me	da	igual	todo	lo	que	declara	Fudge	a	El	Profeta:
no	 estamos	 más	 cerca	 de	 pillarlo	 que	 de	 inventar	 varitas	 mágicas	 que	 hagan	 los
hechizos	solas.	Lo	único	que	sabemos	con	seguridad	es	que	Black	va	detrás…
—Pero	Harry	estará	a	salvo	en	Hogwarts.
—Pensábamos	que	Azkaban	era	una	prisión	completamente	segura.	Si	Black	es
capaz	de	escapar	de	Azkaban,	será	capaz	de	entrar	en	Hogwarts.
—Pero	nadie	está	realmente	seguro	de	que	Black	vaya	en	pos	de	Harry…
Se	oyó	un	golpe	y	Harry	supuso	que	el	señor	Weasley	había	dado	un	puñetazo	en
la	mesa.
—Molly,	 ¿cuántas	 veces	 te	 tengo	 que	 decir	 que…	 que	 no	 lo	 han	 dicho	 en	 la
prensa	 porque	 Fudge	 quería	 mantenerlo	 en	 secreto?	 Pero	 Fudge	 fue	 a	 Azkaban	 la
noche	que	Black	se	escapó.	Los	guardias	le	dijeron	a	Fudge	que	hacía	tiempo	que
Black	 hablaba	 en	 sueños.	 Siempre	 decía	 las	 mismas	 palabras:	 «Está	 en	 Hogwarts,
está	en	Hogwarts.»	Black	está	loco,	Molly,	y	quiere	matar	a	Harry.	Si	me	preguntas
por	qué,	creo	que	Black	piensa	que	con	su	muerte	Quien	Tú	Sabes	volvería	al	poder.
Black	lo	perdió	todo	la	noche	en	que	Harry	detuvo	a	Quien	Tú	Sabes.	Y	se	ha	pasado
diez	años	solo	en	Azkaban,	rumiando	todo	eso…
Se	hizo	el	silencio.	Harry	pegó	aún	más	el	oído	a	la	puerta.
—Bien,	Arthur.	Debes	hacer	lo	que	te	parezca	mejor.	Pero	te	olvidas	de	Albus
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Dumbledore.	 Creo	 que	 nada	 le	 podría	 hacer	 daño	 en	 Hogwarts	 mientras	 él	 sea	 el
director.	Supongo	que	estará	al	corriente	de	todo	esto.
—Por	 supuesto	 que	 sí.	 Tuvimos	 que	 pedirle	 permiso	 para	 que	 los	 guardias	 de
Azkaban	 se	 apostaran	 en	 los	 accesos	 al	 colegio.	 No	 le	 hizo	 mucha	 gracia,	 pero
accedió.
—¿No	le	hizo	gracia?	¿Por	qué	no,	si	están	ahí	para	atrapar	a	Black?
—Dumbledore	 no	 les	 tiene	 mucha	 simpatía	 a	 los	 guardias	 de	 Azkaban	 —
respondió	el	señor	Weasley	con	disgusto—.	Tampoco	yo	se	la	tengo,	si	nos	ponemos
así…	Pero	cuando	se	trata	con	alguien	como	Black,	hay	que	unir	fuerzas	con	los	que
uno	preferiría	evitar.
—Si	salvan	a	Harry…
—En	ese	caso,	no	volveré	a	decir	nada	contra	ellos	—dijo	el	señor	Weasley	con
cansancio—.	Es	tarde,	Molly.	Será	mejor	que	subamos…
Harry	oyó	mover	las	sillas.	Tan	sigilosamente	como	pudo,	se	alejó	para	no	ser
visto	por	el	pasadizo	que	conducía	al	bar.
La	puerta	del	comedor	se	abrió	y	segundos	después	el	rumor	de	pasos	le	indicó
que	los	padres	de	Ron	subían	las	escaleras.
La	botella	de	tónico	para	las	ratas	estaba	bajo	la	mesa	a	la	que	se	habían	sentado.
Harry	esperó	hasta	oír	cerrarse	la	puerta	del	dormitorio	de	los	padres	de	Ron	y	volvió
a	subir	por	las	escaleras,	con	la	botella.
Fred	 y	 George	 estaban	 agazapados	 en	 la	 sombra	 del	 rellano	 de	 la	 escalera,
partiéndose	de	risa	al	oír	a	Percy	poniendo	patas	arriba	la	habitación	que	compartía
con	Ron,	en	busca	de	la	insignia.
—La	tenemos	nosotros	—le	susurró	Fred	al	oído—.	La	hemos	mejorado.
En	la	insignia	se	leía	ahora:	Premio	Asnal.
Harry	lanzó	una	risa	forzada.	Le	llevó	a	Ron	el	tónico	para	ratas,	se	encerró	en	la
habitación	y	se	echó	en	la	cama.
Así	 que	 Sirius	 Black	 iba	 tras	 él.	 Eso	 lo	 explicaba	 todo.	 Fudge	 había	 sido
indulgente	con	él	porque	estaba	muy	contento	de	haberlo	encontrado	con	vida.	Le
había	hecho	prometer	a	Harry	que	no	saldría	del	callejón	Diagon,	donde	había	un
montón	de	magos	para	vigilarle.	Y	había	mandado	dos	coches	del	Ministerio	para	que
fueran	todos	a	la	estación	al	día	siguiente,	para	que	los	Weasley	pudieran	proteger	a
Harry	hasta	que	hubiera	subido	al	tren.
Harry	estaba	tumbado,	escuchando	los	gritos	amortiguados	que	provenían	de	la
habitación	de	al	lado,	y	se	preguntó	por	qué	no	estaría	más	asustado.	Sirius	Black
había	 matado	 a	 trece	 personas	 con	 un	 hechizo;	 los	 padres	 de	 Ron,	 obviamente,
pensaban	 que	 Harry	 se	 aterrorizaría	 al	 enterarse	 de	 la	 verdad.	 Pero	 Harry	 estaba
completamente	de	acuerdo	con	la	señora	Weasley	en	que	el	lugar	más	seguro	de	la
Tierra	era	aquel	en	que	estuviera	Albus	Dumbledore.	¿No	decía	siempre	la	gente	que
Dumbledore	era	la	única	persona	que	había	inspirado	miedo	a	lord	Voldemort?	¿No	le
daría	a	Black,	siendo	la	mano	derecha	de	Voldemort,	tanto	miedo	como	a	éste?
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Y	además	estaban	los	guardias	de	Azkaban,	de	los	que	hablaba	todo	el	mundo.	La
mayoría	 de	 las	 personas	 les	 tenían	 un	 miedo	 irracional,	 y	 si	 estaban	 apostados
alrededor	 del	 colegio,	 las	 posibilidades	 de	 que	 Black	 pudiera	 entrar	 parecían	 muy
escasas.	No,	en	realidad,	lo	que	más	preocupaba	a	Harry	era	que	ya	no	tenía	ninguna
posibilidad	de	que	le	permitieran	visitar	Hogsmeade.	Nadie	querría	dejarle	abandonar
la	 seguridad	 del	 castillo	 hasta	 que	 hubieran	 atrapado	 a	 Black;	 de	 hecho,	 Harry
sospechaba	que	vigilarían	cada	uno	de	sus	movimientos	hasta	que	hubiera	pasado	el
peligro.
Arrugó	el	ceño	mirando	al	oscuro	techo.	¿Creían	que	no	era	capaz	de	cuidar	de	sí
mismo?	Había	escapado	tres	veces	de	lord	Voldemort.	No	era	un	completo	inútil…
Sin	querer,	le	vino	a	la	mente	la	silueta	animal	que	había	visto	entre	las	sombras
en	la	calle	Magnolia.	Qué	hacer	cuando	sabes	que	se	acerca	lo	peor…
—No	me	van	a	matar	—dijo	Harry	en	voz	alta.
—Así	me	gusta,	amigo	—contestó	el	espejo	con	voz	soñolienta.
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A
CAPÍTULO	5
El	dementor
LA	mañana	siguiente,	Tom	despertó	a	Harry,	sonriendo	como	de	costumbre	con
su	 boca	 desdentada	 y	 llevándole	 una	 taza	 de	 té.	 Harry	 se	 vistió,	 y	 trataba	 de
convencer	a	Hedwig	de	que	volviera	a	la	jaula	cuando	Ron	abrió	de	golpe	la	puerta	y
entró	enfadado,	poniéndose	la	camisa.
—Cuanto	 antes	 subamos	 al	 tren,	 mejor	 —dijo—.	 Por	 lo	 menos	 en	 Hogwarts
puedo	 alejarme	 de	 Percy.	 Ahora	 me	 acusa	 de	 haber	 manchado	 de	 té	 su	 foto	 de
Penelope	Clearwater.	—Ron	hizo	una	mueca—.	Ya	sabes,	su	novia.	Ha	ocultado	la
cara	bajo	el	marco	porque	su	nariz	ha	quedado	manchada…
—Tengo	 algo	 que	 contarte	 —comenzó	 Harry,	 pero	 lo	 interrumpieron	 Fred	 y
George,	 que	 se	 asomaron	 a	 la	 habitación	 para	 felicitar	 a	 Ron	 por	 haber	 vuelto	 a
enfadar	a	Percy.
Bajaron	a	desayunar	y	encontraron	al	señor	Weasley,	que	leía	la	primera	página
de	El	Profeta	con	el	entrecejo	fruncido,	y	a	la	señora	Weasley,	que	hablaba	a	Ginny	y
a	Hermione	de	un	filtro	amoroso	que	había	hecho	de	joven.	Las	tres	se	reían	con	risa
floja.
—¿Qué	me	ibas	a	contar?	—preguntó	Ron	a	Harry	cuando	se	sentaron.
—Más	 tarde	 —murmuró	 Harry,	 al	 mismo	 tiempo	 que	 Percy	 irrumpía	 en	 el
comedor.
Con	el	ajetreo	de	la	partida,	Harry	tampoco	tuvo	tiempo	de	hablar	con	Ron.	Todos
estaban	 muy	 ocupados	 bajando	 los	 baúles	 por	 la	 estrecha	 escalera	 del	 Caldero
Chorreante	y	apilándolos	en	la	puerta,	con	Hedwig	y	Hermes,	la	lechuza	de	Percy,
encaramadas	en	sus	jaulas.	Al	lado	de	los	baúles	había	un	pequeño	cesto	de	mimbre
que	bufaba	ruidosamente.
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—Vale,	Crookshanks	—susurró	Hermione	a	través	del	mimbre—,	te	dejaré	salir
en	el	tren.
—No	lo	harás	—dijo	Ron	terminantemente—.	¿Y	la	pobre	Scabbers?
Se	señaló	el	bolsillo	del	pecho,	donde	un	bulto	revelaba	que	Scabbers	estaba	allí
acurrucada.
El	 señor	 Weasley,	 que	 había	 aguardado	 fuera	 a	 los	 coches	 del	 Ministerio,	 se
asomó	al	interior.
—Aquí	están	—anunció—.	Vamos,	Harry.
El	 señor	 Weasley	 condujo	 a	 Harry	 a	 través	 del	 corto	 trecho	 de	 acera	 hasta	 el
primero	de	los	dos	coches	antiguos	de	color	verde	oscuro,	los	dos	conducidos	por
brujos	de	mirada	furtiva	con	uniforme	de	terciopelo	verde	esmeralda.
—Sube,	Harry	—dijo	el	señor	Weasley,	mirando	a	ambos	lados	de	la	calle	llena
de	gente.	Harry	subió	a	la	parte	trasera	del	coche,	y	enseguida	se	reunieron	con	él
Hermione	y	Ron,	y	para	disgusto	de	Ron,	también	Percy.
El	viaje	hasta	King’s	Cross	fue	muy	tranquilo,	comparado	con	el	que	Harry	había
hecho	 en	 el	 autobús	 noctámbulo.	 Los	 coches	 del	 Ministerio	 de	 Magia	 parecían
bastante	normales,	aunque	Harry	vio	que	podían	deslizarse	por	huecos	que	no	podría
haber	 traspasado	 el	 coche	 nuevo	 de	 la	 empresa	 de	 tío	 Vernon.	 Llegaron	 a	 King’s
Cross	con	veinte	minutos	de	adelanto;	los	conductores	del	Ministerio	les	consiguieron
carritos,	 descargaron	 los	 baúles,	 saludaron	 al	 señor	 Weasley	 y	 se	 alejaron,
poniéndose,	sin	que	se	supiera	cómo,	en	cabeza	de	una	hilera	de	coches	parados	en	el
semáforo.
El	señor	Weasley	se	mantuvo	muy	pegado	a	Harry	durante	todo	el	camino	de	la
estación.
—Bien,	pues	—propuso	mirándolos	a	todos—.	Como	somos	muchos,	vamos	a
entrar	de	dos	en	dos.	Yo	pasaré	primero	con	Harry.
El	señor	Weasley	fue	hacia	la	barrera	que	había	entre	los	andenes	nueve	y	diez,
empujando	el	carrito	de	Harry	y,	según	parecía,	muy	interesado	por	el	Intercity	125
que	acababa	de	entrar	por	la	vía	9.	Dirigiéndole	a	Harry	una	elocuente	mirada,	se
apoyó	contra	la	barrera	como	sin	querer.	Harry	lo	imitó.
Un	instante	después,	cayeron	de	lado	a	través	del	metal	sólido	y	se	encontraron	en
el	andén	nueve	y	tres	cuartos.	Levantaron	la	mirada	y	vieron	el	expreso	de	Hogwarts,
un	tren	de	vapor	de	color	rojo	que	echaba	humo	sobre	un	andén	repleto	de	magos	y
brujas	que	acompañaban	al	tren	a	sus	hijos.	De	repente,	detrás	de	Harry	aparecieron
Percy	y	Ginny.	Jadeaban	y	parecía	que	habían	atravesado	la	barrera	corriendo.
—¡Ah,	ahí	está	Penelope!	—dijo	Percy,	alisándose	el	pelo	y	sonrojándose.
Ginny	miró	a	Harry,	y	ambos	se	volvieron	para	ocultar	la	risa	en	el	momento	en
que	Percy	se	acercó	sacando	pecho	(para	que	ella	no	pudiera	dejar	de	notar	la	insignia
reluciente)	a	una	chica	de	pelo	largo	y	rizado.
Después	de	que	Hermione	y	el	resto	de	los	Weasley	se	reunieran	con	ellos,	Harry
y	 el	 señor	 Weasley	 se	 abrieron	 paso	 hasta	 el	 final	 del	 tren,	 pasaron	 ante
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compartimentos	repletos	de	gente	y	llegaron	finalmente	a	un	vagón	que	estaba	casi
vacío.	 Subieron	 los	 baúles,	 pusieron	 a	 Hedwig	 y	 a	 Crookshanks	 en	 la	 rejilla
portaequipajes,	y	volvieron	a	salir	para	despedirse	de	los	padres	de	Ron.
La	señora	Weasley	besó	a	todos	sus	hijos,	luego	a	Hermione	y	por	último	a	Harry.
Éste	se	sintió	avergonzado	pero	muy	agradecido	cuando	ella	le	dio	un	abrazo	de	más.
—Cuídate,	 Harry.	 ¿Lo	 harás?	 —dijo	 separándose	 de	 él,	 con	 los	 ojos
especialmente	 brillantes.	 Luego	 abrió	 su	 enorme	 bolso	 y	 dijo—:	 He	 preparado
bocadillos	 para	 todos.	 Aquí	 los	 tenéis,	 Ron…	 no,	 no	 son	 de	 conserva	 de	 buey…
Fred…	¿dónde	está	Fred?	¡Ah,	estás	ahí,	cariño…!
—Harry	—le	dijo	en	voz	baja	el	señor	Weasley—,	ven	aquí	un	momento.
Señaló	una	columna	con	la	cabeza	y	Harry	lo	siguió	hasta	ella.	Se	pusieron	detrás,
dejando	a	los	otros	con	la	señora	Weasley.
—Tengo	que	decirte	una	cosa	antes	de	que	te	vayas	—dijo	el	señor	Weasley	con
voz	tensa.
—No	es	necesario,	señor	Weasley.	Ya	lo	sé.
—¿Que	lo	sabes?	¿Cómo	has	podido	saberlo?
—Yo…	eh…	les	oí	anoche	a	usted	y	a	su	mujer.	No	pude	evitarlo.	Lo	siento…
—No	quería	que	te	enteraras	de	esa	forma	—dijo	el	señor	Weasley,	nervioso.
—No…	Ha	sido	la	mejor	manera.	Así	me	he	podido	enterar	y	usted	no	ha	faltado
a	la	palabra	que	le	dio	a	Fudge.
—Harry,	debes	de	estar	muy	asustado…
—No	lo	estoy	—contestó	Harry	con	sinceridad—.	De	verdad	—añadió,	porque	el
señor	Weasley	lo	miraba	incrédulo—.	No	trato	de	parecer	un	héroe,	pero	Sirius	Black
no	puede	ser	peor	que	Voldemort,	¿verdad?
El	señor	Weasley	se	estremeció	al	oír	aquel	nombre,	pero	no	comentó	nada.
—Harry,	 sabía	 que	 estabas	 hecho…,	 bueno,	 de	 una	 pasta	 más	 dura	 de	 lo	 que
Fudge	cree.	Me	alegra	que	no	tengas	miedo,	pero…
—¡Arthur!	—gritó	la	señora	Weasley,	que	ya	hacía	subir	a	los	demás	al	tren—.
¡Arthur!,	¿qué	haces?	¡Está	a	punto	de	irse!
—Ya	 vamos,	 Molly	 —dijo	 el	 señor	 Weasley.	 Pero	 se	 volvió	 a	 Harry	 y	 siguió
hablando,	más	bajo	y	más	aprisa—.	Escucha,	quiero	que	me	des	tu	palabra…
—¿De	que	seré	un	buen	chico	y	me	quedaré	en	el	castillo?	—preguntó	Harry	con
tristeza.
—No	exactamente	—respondió	el	señor	Weasley,	más	serio	que	nunca—.	Harry,
prométeme	que	no	irás	en	busca	de	Black.
Harry	lo	miró	fijamente.
—¿Qué?
Se	oyó	un	potente	silbido	y	pasaron	unos	guardias	cerrando	todas	las	puertas	del
tren.
—Prométeme,	 Harry	 —dijo	 el	 señor	 Weasley	 hablando	 aún	 más	 aprisa—,	 que
ocurra	lo	que	ocurra…
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—¿Por	qué	iba	a	ir	yo	detrás	de	alguien	que	sé	que	quiere	matarme?	—preguntó
Harry,	sin	comprender.
—Prométeme	que,	oigas	lo	que	oigas…
—¡Arthur,	aprisa!	—gritó	la	señora	Weasley.
Salía	 vapor	 del	 tren.	 Éste	 había	 comenzado	 a	 moverse.	 Harry	 corrió	 hacia	 la
puerta	del	vagón,	y	Ron	la	abrió	y	se	echó	atrás	para	dejarle	paso.	Se	asomaron	por	la
ventanilla	y	dijeron	adiós	con	la	mano	a	los	padres	de	los	Weasley	hasta	que	el	tren
dobló	una	curva	y	se	perdieron	de	vista.
—Tengo	que	hablaros	a	solas	—dijo	entre	dientes	a	Ron	y	Hermione	en	cuanto	el
tren	cogió	velocidad.
—Vete,	Ginny	—dijo	Ron.
—¡Qué	 agradable	 eres!	 —respondió	 Ginny	 de	 mal	 humor,	 y	 se	 marchó	 muy
ofendida.
Harry,	Ron	y	Hermione	fueron	por	el	pasillo	en	busca	de	un	compartimento	vacío,
pero	todos	estaban	llenos	salvo	uno	que	se	encontraba	justo	al	final.
En	 éste	 sólo	 había	 un	 ocupante:	 un	 hombre	 que	 estaba	 sentado	 al	 lado	 de	 la
ventana	 y	 profundamente	 dormido.	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 se	 detuvieron	 ante	 la
puerta.	 El	 expreso	 de	 Hogwarts	 estaba	 reservado	 para	 estudiantes	 y	 nunca	 habían
visto	a	un	adulto	en	él,	salvo	la	bruja	que	llevaba	el	carrito	de	la	comida.
El	extraño	llevaba	una	túnica	de	mago	muy	raída	y	remendada.	Parecía	enfermo	y
exhausto.	Aunque	joven,	su	pelo	castaño	claro	estaba	veteado	de	gris.
—¿Quién	será?	—susurró	Ron	en	el	momento	en	que	se	sentaban	y	cerraban	la
puerta,	eligiendo	los	asientos	más	alejados	de	la	ventana.
—Es	el	profesor	R.	J.	Lupin	—susurró	Hermione	de	inmediato.
—¿Cómo	lo	sabes?
—Lo	pone	en	su	maleta	—respondió	Hermione	señalando	el	portaequipajes	que
había	encima	del	hombre	dormido,	donde	había	una	maleta	pequeña	y	vieja	atada	con
una	gran	cantidad	de	nudos.	El	nombre,	«Profesor	R.	J.	Lupin»,	aparecía	en	una	de
las	esquinas,	en	letras	medio	desprendidas.
—Me	 pregunto	 qué	 enseñará	 —dijo	 Ron	 frunciendo	 el	 entrecejo	 y	 mirando	 el
pálido	perfil	del	profesor	Lupin.
—Está	claro	—susurró	Hermione—.	Sólo	hay	una	vacante,	¿no	es	así?	Defensa
Contra	las	Artes	Oscuras.
Harry,	Ron	y	Hermione	ya	habían	tenido	dos	profesores	de	Defensa	Contra	las
Artes	Oscuras,	que	habían	durado	sólo	un	año	cada	uno.	Se	decía	que	el	puesto	estaba
gafado.
—Bueno,	espero	que	no	sea	como	los	anteriores	—dijo	Ron	no	muy	convencido
—.	 No	 parece	 capaz	 de	 sobrevivir	 a	 un	 maleficio	 hecho	 como	 Dios	 manda.	 Pero
bueno,	¿qué	nos	ibas	a	contar?
Harry	explicó	la	conversación	entre	los	padres	de	Ron	y	las	advertencias	que	el
señor	Weasley	acababa	de	hacerle.	Cuando	terminó,	Ron	parecía	atónito	y	Hermione
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se	tapaba	la	boca	con	las	manos.	Las	apartó	para	decir:
—¿Sirius	 Black	 escapó	 para	 ir	 detrás	 de	 ti?	 ¡Ah,	 Harry,	 tendrás	 que	 tener
muchísimo	cuidado!	No	vayas	en	busca	de	problemas…
—Yo	 no	 busco	 problemas	 —respondió	 Harry,	 molesto—.	 Los	 problemas
normalmente	me	encuentran	a	mí.
—¡Qué	 tonto	 tendría	 que	 ser	 Harry	 para	 ir	 detrás	 de	 un	 chalado	 que	 quiere
matarlo!	—exclamó	Ron,	temblando.
Se	 tomaban	 la	 noticia	 peor	 de	 lo	 que	 Harry	 había	 esperado.	 Tanto	 Ron	 como
Hermione	parecían	tenerle	a	Black	más	miedo	que	él.
—Nadie	sabe	cómo	se	ha	escapado	de	Azkaban	—dijo	Ron,	incómodo—.	Es	el
primero.	Y	estaba	en	régimen	de	alta	seguridad.
—Pero	 lo	 atraparán,	 ¿a	 que	 sí?	 —dijo	 Hermione	 convencida—.	 Bueno,	 están
buscándolo	también	todos	los	muggles…
—¿Qué	es	ese	ruido?	—preguntó	de	repente	Ron.
De	algún	lugar	llegaba	un	leve	silbido.	Miraron	por	el	compartimento.
—Viene	 de	 tu	 baúl,	 Harry	 —dijo	 Ron	 poniéndose	 en	 pie	 y	 alcanzando	 el
portaequipajes.
Un	momento	después,	había	sacado	el	chivatoscopio	de	bolsillo	de	entre	la	túnica
de	Harry.	Daba	vueltas	muy	aprisa	sobre	la	palma	de	la	mano	de	Ron,	brillando	muy
intensamente.
—¿Eso	es	un	chivatoscopio?	—preguntó	Hermione	con	interés,	levantándose	para
verlo	mejor.
—Sí…	 Pero	 claro,	 es	 de	 los	 más	 baratos	 —dijo	 Ron—.	 Se	 puso	 como	 loco
cuando	lo	até	a	la	pata	de	Errol	para	enviárselo	a	Harry.
—¿No	hacías	nada	malo	en	ese	momento?	—preguntó	Hermione	con	perspicacia.
—¡No!	Bueno…,	no	debía	utilizar	a	Errol.	Ya	sabes	que	no	está	preparado	para
viajes	largos…	Pero	¿de	qué	otra	manera	hubiera	podido	hacerle	llegar	a	Harry	el
regalo?
—Vuélvelo	 a	 meter	 en	 el	 baúl	 —le	 aconsejó	 Harry,	 porque	 su	 silbido	 les
perforaba	los	oídos—	o	le	despertará.
Señaló	al	profesor	Lupin	con	la	cabeza.	Ron	metió	el	chivatoscopio	en	un	calcetín
especialmente	horroroso	de	tío	Vernon,	que	ahogó	el	silbido,	y	luego	cerró	el	baúl.
—Podríamos	llevarlo	a	que	lo	revisen	en	Hogsmeade	—dijo	Ron,	volviendo	a
sentarse—.	 Fred	 y	 George	 me	 han	 dicho	 que	 en	 Dervish	 y	 Banges,	 una	 tienda	 de
instrumentos	mágicos,	venden	cosas	de	este	tipo.
—¿Sabes	 más	 cosas	 de	 Hogsmeade?	 —dijo	 Hermione	 con	 entusiasmo—.	 He
leído	que	es	la	única	población	enteramente	no	muggle	de	Gran	Bretaña…
—Sí,	eso	creo	—respondió	Ron	de	modo	brusco—.	Pero	no	es	por	eso	por	lo	que
quiero	ir.	¡Sólo	quiero	entrar	en	Honeydukes!
—¿Qué	es	eso?	—preguntó	Hermione.
—Es	 una	 tienda	 de	 golosinas	 —respondió	 Ron,	 poniendo	 cara	 de	 felicidad—,
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donde	tienen	de	todo…	Diablillos	de	pimienta	que	te	hacen	echar	humo	por	la	boca…
y	 grandes	 bolas	 de	 chocolate	 rellenas	 de	 mousse	 de	 fresa	 y	 nata	 de	 Cornualles,	 y
plumas	de	azúcar	que	puedes	chupar	en	clase	para	que	parezca	que	estás	pensando	lo
que	vas	a	escribir	a	continuación…
—Pero	 Hogsmeade	 es	 un	 lugar	 muy	 interesante	 —presionó	 Hermione	 con
impaciencia—.	En	Lugares	 históricos	 de	 la	 brujería	 se	 dice	 que	 la	 taberna	 fue	 el
centro	en	que	se	gestó	la	revuelta	de	los	duendes	de	1612.	Y	la	Casa	de	los	Gritos	se
considera	el	edificio	más	embrujado	de	Gran	Bretaña…
—…	 Y	 enormes	 bolas	 de	 helado	 que	 te	 levantan	 unos	 centímetros	 del	 suelo
mientras	 les	 das	 lengüetazos	 —continuó	 Ron,	 que	 no	 oía	 nada	 de	 lo	 que	 decía
Hermione.
Hermione	se	volvió	hacia	Harry.
—¿No	será	estupendo	salir	del	colegio	para	explorar	Hogsmeade?
—Supongo	 que	 sí	 —respondió	 Harry	 apesadumbrado—.	 Ya	 me	 lo	 contaréis
cuando	lo	hayáis	descubierto.
—¿Qué	quieres	decir?	—preguntó	Ron.
—Yo	 no	 puedo	 ir.	 Los	 Dursley	 no	 firmaron	 la	 autorización	 y	 Fudge	 tampoco
quiso	hacerlo.
Ron	se	quedó	horrorizado.
—¿Que	no	puedes	venir?	Pero…	hay	que	buscar	la	forma…	McGonagall	o	algún
otro	te	dará	permiso…
Harry	se	rió	con	sarcasmo.	La	profesora	McGonagall,	jefa	de	la	casa	Gryffindor,
era	muy	estricta.
—Podemos	 preguntar	 a	 Fred	 y	 a	 George.	 Ellos	 conocen	 todos	 los	 pasadizos
secretos	para	salir	del	castillo…
—¡Ron!	—le	interrumpió	Hermione—.	Creo	que	Harry	no	debería	andar	saliendo
del	colegio	a	escondidas	estando	suelto	Black…
—Ya,	supongo	que	eso	es	lo	que	dirá	McGonagall	cuando	le	pida	el	permiso	—
observó	Harry.
—Pero	si	nosotros	estamos	con	él…	Black	no	se	atreverá	a…
—No	 digas	 tonterías,	 Ron	 —interrumpió	 Hermione—.	 Black	 ha	 matado	 a	 un
montón	de	gente	en	mitad	de	una	calle	concurrida.	¿Crees	realmente	que	va	a	dejar	de
atacar	a	Harry	porque	estemos	con	él?
Mientras	hablaba,	Hermione	enredaba	las	manos	en	la	correa	de	la	cesta	en	que
iba	Crookshanks.
—¡No	dejes	suelta	esa	cosa!	—exclamó	Ron.
Pero	 ya	 era	 demasiado	 tarde.	 Crookshanks	 saltó	 con	 ligereza	 de	 la	 cesta,	 se
desperezó,	bostezó	y	se	subió	de	un	brinco	a	las	rodillas	de	Ron;	el	bulto	del	bolsillo
de	 Ron	 estaba	 temblando	 y	 él	 se	 quitó	 al	 gato	 de	 encima,	 dándole	 un	 empujón
irritado.
—¡Apártate	de	aquí!
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—¡No,	Ron!	—exclamó	Hermione	con	enfado.
Ron	estaba	a	punto	de	responder	cuando	el	profesor	Lupin	se	movió.	Lo	miraron
con	aprensión,	pero	él	se	limitó	a	volver	la	cabeza	hacia	el	otro	lado,	con	la	boca
todavía	ligeramente	abierta,	y	siguió	durmiendo.
El	expreso	de	Hogwarts	seguía	hacia	el	norte,	sin	detenerse.	Y	el	paisaje	que	se
veía	por	las	ventanas	se	fue	volviendo	más	agreste	y	oscuro	mientras	aumentaban	las
nubes.
A	través	de	la	puerta	del	compartimento	se	veía	pasar	gente	hacia	uno	y	otro	lado.
Crookshanks	 se	 había	 instalado	 en	 un	 asiento	 vacío,	 con	 su	 cara	 aplastada	 vuelta
hacia	Ron,	y	tenía	los	ojos	amarillentos	fijos	en	su	bolsillo	superior.
A	la	una	en	punto	llegó	la	bruja	regordeta	que	llevaba	el	carrito	de	la	comida.
—¿Crees	que	deberíamos	despertarlo?	—preguntó	Ron,	incómodo,	señalando	al
profesor	Lupin	con	la	cabeza—.	Por	su	aspecto,	creo	que	le	vendría	bien	tomar	algo.
Hermione	se	aproximó	cautelosamente	al	profesor	Lupin.
—Eeh…	¿profesor?	—dijo—.	Disculpe…	¿profesor?
El	dormido	no	se	inmutó.
—No	te	preocupes,	querida	—dijo	la	bruja,	entregándole	a	Harry	unos	pasteles
con	forma	de	caldero—.	Si	se	despierta	con	hambre,	estaré	en	la	parte	delantera,	con
el	maquinista.
—Está	dormido,	¿verdad?	—dijo	Ron	en	voz	baja,	cuando	la	bruja	cerró	la	puerta
del	compartimento—.	Quiero	decir	que…	no	está	muerto,	claro.
—No,	no:	respira	—susurró	Hermione,	cogiendo	el	pastel	en	forma	de	caldero
que	le	alargaba	Harry.
Tal	vez	no	fuera	un	ameno	compañero	de	viaje,	pero	la	presencia	del	profesor
Lupin	 en	 el	 compartimento	 tenía	 su	 lado	 bueno.	 A	 media	 tarde,	 cuando	 empezó	 a
llover	y	la	lluvia	emborronaba	las	colinas,	volvieron	a	oír	a	alguien	por	el	pasillo,	y
las	 tres	 personas	 a	 las	 que	 tenían	 menos	 aprecio	 aparecieron	 en	 la	 puerta:	 Draco
Malfoy	y	sus	dos	amigotes,	Vincent	Crabbe	y	Gregory	Goyle.
Draco	 Malfoy	 y	 Harry	 se	 habían	 convertido	 en	 enemigos	 desde	 que	 se
conocieron,	en	su	primer	viaje	en	tren	a	Hogwarts.	Malfoy,	que	tenía	una	cara	pálida,
puntiaguda	 y	 como	 de	 asco,	 pertenecía	 a	 la	 casa	 de	 Slytherin.	 Era	 buscador	 en	 el
equipo	 de	 quidditch	 de	 Slytherin,	 el	 mismo	 puesto	 que	 tenía	 Harry	 en	 el	 de
Gryffindor.	Crabbe	y	Goyle	parecían	no	tener	otro	objeto	en	la	vida	que	hacer	lo	que
quisiera	Malfoy.	Los	dos	eran	corpulentos	y	musculosos.	Crabbe	era	el	más	alto,	y
llevaba	un	corte	de	pelo	de	tazón	y	tenía	el	cuello	muy	grueso.	Goyle	llevaba	el	pelo
corto	y	erizado,	y	tenía	brazos	de	gorila.
—Bueno,	 mirad	 quiénes	 están	 ahí	 —dijo	 Malfoy	 con	 su	 habitual	 manera	 de
hablar,	arrastrando	las	palabras.	Abrió	la	puerta	del	compartimento—.	El	chalado	y	la
rata.
Crabbe	y	Goyle	se	rieron	como	bobos.
—He	oído	que	tu	padre	por	fin	ha	tocado	oro	este	verano	—dijo	Malfoy—.	¿No
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se	habrá	muerto	tu	madre	del	susto?
Ron	se	levantó	tan	aprisa	que	tiró	al	suelo	el	cesto	de	Crookshanks.	El	profesor
Lupin	roncó.
—¿Quién	es	ése?	—preguntó	Malfoy,	dando	un	paso	atrás	en	cuanto	se	percató	de
la	presencia	de	Lupin.
—Un	 nuevo	 profesor	 —contestó	 Harry,	 que	 se	 había	 levantado	 también	 por	 si
tenía	que	sujetar	a	Ron—.	¿Qué	decías,	Malfoy?
Malfoy	entornó	sus	ojos	claros.	No	era	tan	idiota	como	para	pelearse	delante	de
un	profesor.
—Vámonos	—murmuró	a	Crabbe	y	Goyle,	con	rabia.
Y	desaparecieron.
Harry	y	Ron	volvieron	a	sentarse.	Ron	se	frotaba	los	nudillos.
—No	pienso	aguantarle	nada	a	Malfoy	este	curso	—dijo	enfadado—.	Lo	digo	en
serio.	Si	hace	otro	comentario	así	sobre	mi	familia,	le	cogeré	la	cabeza	y…
Ron	hizo	un	gesto	violento.
—Cuidado,	Ron	—susurró	Hermione,	señalando	al	profesor	Lupin—.	Cuidado…
Pero	el	profesor	Lupin	seguía	profundamente	dormido.
La	lluvia	arreciaba	a	medida	que	el	tren	avanzaba	hacia	el	norte;	las	ventanillas
eran	ahora	de	un	gris	brillante	que	se	oscurecía	poco	a	poco,	hasta	que	encendieron
las	luces	que	había	a	lo	largo	del	pasillo	y	en	el	techo	de	los	compartimentos.	El	tren
traqueteaba,	la	lluvia	golpeaba	contra	las	ventanas,	el	viento	rugía,	pero	el	profesor
Lupin	seguía	durmiendo.
—Debemos	de	estar	llegando	—dijo	Ron,	inclinándose	hacia	delante	para	mirar	a
través	del	reflejo	del	profesor	Lupin	por	la	ventanilla,	ahora	completamente	negra.
Acababa	de	decirlo	cuando	el	tren	empezó	a	reducir	la	velocidad.
—Estupendo	—dijo	Ron,	levantándose	y	yendo	con	cuidado	hacia	el	otro	lado	del
profesor	Lupin,	para	ver	algo	fuera	del	tren—.	Me	muero	de	hambre.	Tengo	unas
ganas	de	que	empiece	el	banquete…
—No	podemos	haber	llegado	aún	—dijo	Hermione	mirando	el	reloj.
—Entonces,	¿por	qué	nos	detenemos?
El	 tren	 iba	 cada	 vez	 más	 despacio.	 A	 medida	 que	 el	 ruido	 de	 los	 pistones	 se
amortiguaba,	el	viento	y	la	lluvia	sonaban	con	más	fuerza	contra	los	cristales.
Harry,	que	era	el	que	estaba	más	cerca	de	la	puerta,	se	levantó	para	mirar	por	el
pasillo.	 Por	 todo	 el	 vagón	 se	 asomaban	 cabezas	 curiosas.	 El	 tren	 se	 paró	 con	 una
sacudida,	y	distintos	golpes	testimoniaron	que	algunos	baúles	se	habían	caído	de	los
portaequipajes.	 A	 continuación,	 sin	 previo	 aviso,	 se	 apagaron	 todas	 las	 luces	 y
quedaron	sumidos	en	una	oscuridad	total.
—¿Qué	sucede?	—dijo	detrás	de	Harry	la	voz	de	Ron.
—¡Ay!	—gritó	Hermione—.	¡Me	has	pisado,	Ron!
Harry	volvió	a	tientas	a	su	asiento.
—¿Habremos	tenido	una	avería?
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—No	sé…
Se	oyó	el	sonido	que	produce	la	mano	frotando	un	cristal	mojado,	y	Harry	vio	la
silueta	negra	y	borrosa	de	Ron,	que	limpiaba	el	cristal	y	miraba	fuera.
—Algo	pasa	ahí	fuera	—dijo	Ron—.	Creo	que	está	subiendo	gente…
La	puerta	del	compartimento	se	abrió	de	repente	y	alguien	cayó	sobre	las	piernas
de	Harry,	haciéndole	daño.
—¡Perdona!	¿Tienes	alguna	idea	de	lo	que	pasa?	¡Ay!	Lo	siento…
—Hola,	Neville	—dijo	Harry,	tanteando	en	la	oscuridad,	y	tirando	hacia	arriba	de
la	capa	de	Neville.
—¿Harry?	¿Eres	tú?	¿Qué	sucede?
—¡No	tengo	ni	idea!	Siéntate…
Se	 oyó	 un	 bufido	 y	 un	 chillido	 de	 dolor.	 Neville	 había	 ido	 a	 sentarse	 sobre
Crookshanks.
—Voy	a	preguntarle	al	maquinista	qué	sucede.	—Harry	notó	que	pasaba	por	su
lado,	oyó	abrirse	de	nuevo	la	puerta,	y	después	un	golpe	y	dos	fuertes	chillidos	de
dolor.
—¿Quién	eres?
—¿Quién	eres?
—¿Ginny?
—¿Hermione?
—¿Qué	haces?
—Buscaba	a	Ron…
—Entra	y	siéntate…
—Aquí	no	—dijo	Harry	apresuradamente—.	¡Estoy	yo!
—¡Ay!	—exclamó	Neville.
—¡Silencio!	—dijo	de	repente	una	voz	ronca.
Por	fin	se	había	despertado	el	profesor	Lupin.	Harry	oyó	que	algo	se	movía	en	el
rincón	que	él	ocupaba.	Nadie	dijo	nada.
Se	 oyó	 un	 chisporroteo	 y	 una	 luz	 parpadeante	 iluminó	 el	 compartimento.	 El
profesor	Lupin	parecía	tener	en	la	mano	un	puñado	de	llamas	que	le	iluminaban	la
cansada	cara	gris.	Pero	sus	ojos	se	mostraban	cautelosos.
—No	os	mováis	—dijo	con	la	misma	voz	ronca,	y	se	puso	de	pie,	despacio,	con	el
puñado	de	llamas	enfrente	de	él.	La	puerta	se	abrió	lentamente	antes	de	que	Lupin
pudiera	alcanzarla.
De	pie,	en	el	umbral,	iluminado	por	las	llamas	que	tenía	Lupin	en	la	mano,	había
una	 figura	 cubierta	 con	 capa	 y	 que	 llegaba	 hasta	 el	 techo.	 Tenía	 la	 cara
completamente	oculta	por	una	capucha.	Harry	miró	hacia	abajo	y	lo	que	vio	le	hizo
contraer	el	estómago.	De	la	capa	surgía	una	mano	gris,	viscosa	y	con	pústulas.	Como
algo	que	estuviera	muerto	y	se	hubiera	corrompido	bajo	el	agua…
Sólo	estuvo	a	la	vista	una	fracción	de	segundo.	Como	si	el	ser	que	se	ocultaba
bajo	la	capa	hubiera	notado	la	mirada	de	Harry,	la	mano	se	metió	entre	los	pliegues
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de	la	tela	negra.
Y	entonces	aspiró	larga,	lenta,	ruidosamente,	como	si	quisiera	succionar	algo	más
que	aire.
Un	frío	intenso	se	extendió	por	encima	de	todos.	Harry	fue	consciente	del	aire	que
retenía	en	el	pecho.	El	frío	penetró	más	allá	de	su	piel,	le	penetró	en	el	pecho,	en	el
corazón…
Los	ojos	de	Harry	se	quedaron	en	blanco.	No	podía	ver	nada.	Se	ahogaba	de	frío.
Oyó	correr	agua.	Algo	lo	arrastraba	hacia	abajo	y	el	rugido	del	agua	se	hacía	más
fuerte…
Y	entonces,	a	lo	lejos,	oyó	unos	aterrorizados	gritos	de	súplica.	Quería	ayudar	a
quien	fuera.	Intentó	mover	los	brazos,	pero	no	pudo.	Una	niebla	espesa	y	blanca	lo
rodeaba,	y	también	estaba	dentro	de	él…
—¡Harry!	¡Harry!	¿Estás	bien?
Alguien	le	daba	palmadas	en	la	cara.
—¿Qué?
Harry	 abrió	 los	 ojos.	 Sobre	 él	 había	 algunas	 luces	 y	 el	 suelo	 temblaba…	 El
expreso	de	Hogwarts	se	ponía	en	marcha	y	la	luz	había	vuelto.	Por	lo	visto	había
resbalado	del	asiento	y	caído	al	suelo.	Ron	y	Hermione	estaban	arrodillados	a	su	lado,
y	 por	 encima	 de	 ellos	 vio	 a	 Neville	 y	 al	 profesor	 Lupin,	 mirándolo.	 Harry	 sentía
ganas	de	vomitar.	Al	levantar	la	mano	para	subirse	las	gafas,	notó	su	cara	cubierta	por
un	sudor	frío.
Ron	y	Hermione	lo	ayudaron	a	levantarse	y	a	sentarse	en	el	asiento.
—¿Te	encuentras	bien?	—preguntó	Ron,	asustado.
—Sí	 —dijo	 Harry,	 mirando	 rápidamente	 hacia	 la	 puerta.	 El	 ser	 encapuchado
había	desaparecido—.	¿Qué	ha	sucedido?	¿Dónde	está	ese…	ese	ser?	¿Quién	gritaba?
—No	gritaba	nadie	—respondió	Ron,	aún	más	asustado.
Harry	 examinó	 el	 compartimento	 iluminado.	 Ginny	 y	 Neville	 lo	 miraron,	 muy
pálidos.
—Pero	he	oído	gritos…
Todos	se	sobresaltaron	al	oír	un	chasquido.	El	profesor	Lupin	partía	en	trozos	una
tableta	de	chocolate.
—Toma	 —le	 dijo	 a	 Harry,	 entregándole	 un	 trozo	 especialmente	 grande—.
Cómetelo.	Te	ayudará.
Harry	cogió	el	chocolate,	pero	no	se	lo	comió.
—¿Qué	era	ese	ser?	—le	preguntó	a	Lupin.
—Un	dementor	—respondió	Lupin,	repartiendo	el	chocolate	entre	los	demás—.
Era	uno	de	los	dementores	de	Azkaban.
Todos	lo	miraron.	El	profesor	Lupin	arrugó	el	envoltorio	vacío	de	la	tableta	de
chocolate	y	se	lo	guardó	en	el	bolsillo.
—Coméoslo	—insistió—.	Os	vendrá	bien.	Disculpadme,	tengo	que	hablar	con	el
maquinista…
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Pasó	por	delante	de	Harry	y	desapareció	por	el	pasillo.
—¿Seguro	 que	 estás	 bien,	 Harry?	 —preguntó	 Hermione	 con	 preocupación,
mirando	a	Harry.
—No	entiendo…	¿Qué	ha	sucedido?	—preguntó	Harry,	secándose	el	sudor	de	la
cara.
—Bueno,	ese	ser…	el	dementor…	se	quedó	ahí	mirándonos	(es	decir,	creo	que
nos	miraba,	porque	no	pude	verle	la	cara),	y	tú,	tú…
—Creí	que	te	estaba	dando	un	ataque	o	algo	así	—dijo	Ron,	que	parecía	todavía
asustado—.	Te	quedaste	como	rígido,	te	caíste	del	asiento	y	empezaste	a	agitarte…
—Y	entonces	el	profesor	Lupin	pasó	por	encima	de	ti,	se	dirigió	al	dementor	y
sacó	su	varita	—explicó	Hermione—.	Y	dijo:	«Ninguno	de	nosotros	esconde	a	Sirius
Black	bajo	la	capa.	Vete.»	Pero	el	dementor	no	se	movió,	así	que	Lupin	murmuró
algo	y	de	la	varita	salió	una	cosa	plateada	hacia	el	dementor.	Y	éste	dio	media	vuelta
y	se	fue…
—Ha	sido	horrible	—dijo	Neville,	en	voz	más	alta	de	lo	normal—.	¿Notasteis	el
frío	cuando	entró?
—Yo	tuve	una	sensación	muy	rara	—respondió	Ron,	moviendo	los	hombros	con
inquietud—,	como	si	no	pudiera	ya	volver	a	sentirme	contento…
Ginny,	 que	 estaba	 encogida	 en	 su	 rincón	 y	 parecía	 sentirse	 casi	 tan	 mal	 como
Harry,	 sollozó.	 Hermione	 se	 le	 acercó	 y	 le	 pasó	 un	 brazo	 por	 detrás,	 para
reconfortarla.
—Pero	¿no	os	habéis	caído	del	asiento?	—preguntó	Harry,	extrañado.
—No	—respondió	Ron,	volviendo	a	mirar	a	Harry	con	preocupación—.	Ginny
temblaba	como	loca,	aunque…
Harry	 no	 conseguía	 entender.	 Estaba	 débil	 y	 tembloroso,	 como	 si	 se	 estuviera
recuperando	de	una	mala	gripe.	También	sentía	un	poco	de	vergüenza.	¿Por	qué	había
perdido	el	control	de	aquella	manera,	cuando	los	otros	no	lo	habían	hecho?
El	 profesor	 Lupin	 regresó.	 Se	 detuvo	 al	 entrar,	 miró	 alrededor	 y	 dijo	 con	 una
breve	sonrisa:
—No	he	envenenado	el	chocolate,	¿sabéis?
Harry	 le	 dio	 un	 mordisquito	 y	 ante	 su	 sorpresa	 sintió	 que	 algo	 le	 calentaba	 el
cuerpo	y	que	el	calor	se	extendía	hasta	los	dedos	de	las	manos	y	de	los	pies.
—Llegaremos	 a	 Hogwarts	 en	 diez	 minutos	 —dijo	 el	 profesor	 Lupin—.	 ¿Te
encuentras	bien,	Harry?
Harry	no	preguntó	cómo	se	había	enterado	el	profesor	Lupin	de	su	nombre.
—Sí	—dijo,	un	poco	confuso.
No	hablaron	apenas	durante	el	resto	del	viaje.	Finalmente	se	detuvo	el	tren	en	la
estación	de	Hogsmeade,	y	se	formó	mucho	barullo	para	salir	del	tren:	las	lechuzas
ululaban,	los	gatos	maullaban	y	el	sapo	de	Neville	croaba	debajo	de	su	sombrero.	En
el	pequeño	andén	hacía	un	frío	que	pelaba;	la	lluvia	era	una	ducha	de	hielo.
—¡Por	 aquí	 los	 de	 primer	 curso!	 —gritaba	 una	 voz	 familiar.	 Harry,	 Ron	 y
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Hermione	se	volvieron	y	vieron	la	silueta	gigante	de	Hagrid	en	el	otro	extremo	del
andén,	indicando	por	señas	a	los	nuevos	estudiantes	(que	estaban	algo	asustados)	que
se	adelantaran	para	iniciar	el	tradicional	recorrido	por	el	lago.
—¿Estáis	bien	los	tres?	—gritó	Hagrid,	por	encima	de	la	multitud.
Lo	 saludaron	 con	 la	 mano,	 pero	 no	 pudieron	 hablarle	 porque	 la	 multitud	 los
empujaba	 a	 lo	 largo	 del	 andén.	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 siguieron	 al	 resto	 de	 los
alumnos	y	salieron	a	un	camino	embarrado	y	desigual,	donde	aguardaban	al	resto	de
los	 alumnos	 al	 menos	 cien	 diligencias,	 todas	 tiradas	 (o	 eso	 suponía	 Harry)	 por
caballos	invisibles,	porque	cuando	subieron	a	una	y	cerraron	la	portezuela,	se	puso	en
marcha	ella	sola,	dando	botes.
La	diligencia	olía	un	poco	a	moho	y	a	paja.	Harry	se	sentía	mejor	después	de
tomar	el	chocolate,	pero	aún	estaba	débil.	Ron	y	Hermione	lo	miraban	todo	el	tiempo
de	reojo,	como	si	tuvieran	miedo	de	que	perdiera	de	nuevo	el	conocimiento.
Mientras	 el	 coche	 avanzaba	 lentamente	 hacia	 unas	 suntuosas	 verjas	 de	 hierro
flanqueadas	por	columnas	de	piedra	coronadas	por	estatuillas	de	cerdos	alados,	Harry
vio	a	otros	dos	dementores	encapuchados	y	descomunales,	que	montaban	guardia	a
cada	lado.	Estuvo	a	punto	de	darle	otro	frío	vahído.	Se	reclinó	en	el	asiento	lleno	de
bultos	 y	 cerró	 los	 ojos	 hasta	 que	 hubieron	 atravesado	 la	 verja.	 El	 carruaje	 cogió
velocidad	 por	 el	 largo	 y	 empinado	 camino	 que	 llevaba	 al	 castillo;	 Hermione	 se
asomaba	 por	 la	 ventanilla	 para	 ver	 acercarse	 las	 pequeñas	 torres.	 Finalmente,	 el
carruaje	se	detuvo	y	Hermione	y	Ron	bajaron.
Al	bajar,	Harry	oyó	una	voz	que	arrastraba	alegremente	las	sílabas:
—¿Te	has	desmayado,	Potter?	¿Es	verdad	lo	que	dice	Longbottom?	¿Realmente
te	desmayaste?
Malfoy	le	dio	con	el	codo	a	Hermione	al	pasar	por	su	lado,	y	salió	al	paso	de
Harry,	que	subía	al	castillo	por	la	escalinata	de	piedra.	Sus	ojos	claros	y	su	cara	alegre
brillaban	de	malicia.
—¡Lárgate,	Malfoy!	—dijo	Ron	con	las	mandíbulas	apretadas.
—¿Tú	también	te	desmayaste,	Weasley?	—preguntó	Malfoy,	levantando	la	voz—.
¿También	te	asustó	a	ti	el	viejo	dementor,	Weasley?
—¿Hay	algún	problema?	—preguntó	una	voz	amable.	El	profesor	Lupin	acababa
de	bajarse	de	la	diligencia	que	iba	detrás	de	la	de	ellos.
Malfoy	dirigió	una	mirada	insolente	al	profesor	Lupin,	y	vio	los	remiendos	de	su
ropa	y	su	maleta	desvencijada.	Con	cierto	sarcasmo	en	la	voz,	dijo:
—Oh,	no,	eh…	profesor…
Entonces	 dirigió	 a	 Crabbe	 y	 Goyle	 una	 sonrisita,	 y	 subieron	 los	 tres	 hacia	 el
castillo.
Hermione	 pinchaba	 a	 Ron	 en	 la	 espalda	 para	 que	 se	 diera	 prisa,	 y	 los	 tres	 se
unieron	a	la	multitud	apiñada	en	la	parte	superior,	a	través	de	las	gigantescas	puertas
de	roble,	y	en	el	interior	del	vestíbulo,	que	estaba	iluminado	con	antorchas	y	acogía
una	magnífica	escalera	de	mármol	que	conducía	a	los	pisos	superiores.
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A	la	derecha,	abierta,	estaba	la	puerta	que	daba	al	Gran	Comedor.	Harry	siguió	a
la	 multitud,	 pero	 apenas	 vislumbró	 el	 techo	 encantado,	 que	 aquella	 noche	 estaba
negro	y	nublado,	cuando	lo	llamó	una	voz:
—¡Potter,	Granger,	quiero	hablar	con	vosotros!
Harry	y	Hermione	dieron	media	vuelta,	sorprendidos.	La	profesora	McGonagall,
que	daba	clase	de	Transformaciones	y	era	la	jefa	de	la	casa	de	Gryffindor,	los	llamaba
por	encima	de	las	cabezas	de	la	multitud.	Tenía	una	expresión	severa	y	un	moño	en	la
nuca;	sus	penetrantes	ojos	se	enmarcaban	en	unas	gafas	cuadradas.	Harry	se	abrió
camino	hasta	ella	con	cierta	dificultad	y	un	poco	de	miedo.	Había	algo	en	la	profesora
McGonagall	que	solía	hacer	que	Harry	sintiera	que	había	hecho	algo	malo.
—No	tenéis	que	poner	esa	cara	de	asustados,	sólo	quiero	hablar	con	vosotros	en
mi	despacho	—les	dijo—.	Ve	con	los	demás,	Weasley.
Ron	se	les	quedó	mirando	mientras	la	profesora	McGonagall	se	alejaba	con	Harry
y	Hermione	de	la	bulliciosa	multitud;	la	acompañaron	a	través	del	vestíbulo,	subieron
la	escalera	de	mármol	y	recorrieron	un	pasillo.
Ya	 en	 el	 despacho	 (una	 pequeña	 habitación	 que	 tenía	 una	 chimenea	 en	 la	 que
ardía	un	fuego	abundante	y	acogedor),	hizo	una	señal	a	Harry	y	a	Hermione	para	que
se	sentaran.	También	ella	se	sentó,	detrás	del	escritorio,	y	dijo	de	pronto:
—El	 profesor	 Lupin	 ha	 enviado	 una	 lechuza	 comunicando	 que	 te	 sentiste
indispuesto	en	el	tren,	Potter.
Antes	de	que	Harry	pudiera	responder,	se	oyó	llamar	suavemente	a	la	puerta,	y	la
señora	Pomfrey,	la	enfermera,	entró	con	paso	raudo.	Harry	se	sonrojó.	Ya	resultaba
bastante	embarazoso	haberse	desmayado	o	lo	que	le	hubiera	pasado,	para	que	encima
armaran	aquel	lío.
—Estoy	bien	—dijo—,	no	necesito	nada…
—Ah,	eres	tú	—dijo	la	señora	Pomfrey,	sin	escuchar	lo	que	decían	e	inclinándose
para	 mirarlo	 de	 cerca—.	 Supongo	 que	 has	 estado	 otra	 vez	 metiéndote	 en	 algo
peligroso.
—Ha	sido	un	dementor,	Poppy	—dijo	la	profesora	McGonagall.
Cambiaron	 una	 mirada	 sombría	 y	 la	 señora	 Pomfrey	 chascó	 la	 lengua	 con
reprobación.
—Poner	 dementores	 en	 un	 colegio	 —murmuró	 echando	 para	 atrás	 la	 silla	 de
Harry	y	apoyando	una	mano	en	su	frente—.	No	será	el	primero	que	se	desmaya.	Sí,
está	empapado	en	sudor.	Son	seres	terribles,	y	el	efecto	que	tienen	en	la	gente	que	ya
de	por	sí	es	delicada…
—¡Yo	no	soy	delicado!	—repuso	Harry,	ofendido.
—Por	supuesto	que	no	—admitió	distraídamente	la	señora	Pomfrey,	tomándole	el
pulso.
—¿Qué	 le	 prescribe?	 —preguntó	 resueltamente	 la	 profesora	 McGonagall—.
¿Guardar	cama?	¿Debería	pasar	esta	noche	en	la	enfermería?
—¡Estoy	bien!	—repuso	Harry,	poniéndose	en	pie	de	un	brinco.	Le	atormentaba
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pensar	en	lo	que	diría	Malfoy	si	lo	enviaban	por	aquello	a	la	enfermería.
—Bueno.	Al	menos	tendría	que	tomar	chocolate	—dijo	la	señora	Pomfrey,	que
intentaba	examinar	los	ojos	de	Harry.
—Ya	he	tomado	un	poco.	El	profesor	Lupin	me	lo	dio.	Nos	dio	a	todos.
—¿Sí?	—dijo	con	aprobación	la	señora	Pomfrey—.	¡Así	que	por	fin	tenemos	un
profesor	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras	que	conoce	los	remedios!
—¿Estás	 seguro	 de	 que	 te	 sientes	 bien,	 Potter?	 —preguntó	 la	 profesora
McGonagall.
—Sí	—dijo	Harry.
—Muy	bien.	Haz	el	favor	de	esperar	fuera	mientras	hablo	un	momento	con	la
señorita	Granger	sobre	su	horario.	Luego	podremos	bajar	al	banquete	todos	juntos.
Harry	salió	al	corredor	con	la	señora	Pomfrey,	que	se	marchó	hacia	la	enfermería
murmurando	algo	para	sí.	Harry	sólo	tuvo	que	esperar	unos	minutos.	A	continuación
salió	Hermione,	radiante	de	felicidad,	seguida	por	la	profesora	McGonagall,	y	los	tres
bajaron	las	escaleras	de	mármol,	hacia	el	Gran	Comedor.
Estaba	 lleno	 de	 capirotes	 negros.	 Las	 cuatro	 mesas	 largas	 estaban	 llenas	 de
estudiantes.	Sus	caras	brillaban	a	la	luz	de	miles	de	velas.	El	profesor	Flitwick,	que
era	un	brujo	bajito	y	con	el	pelo	blanco,	salió	con	un	viejo	sombrero	y	un	taburete	de
tres	patas.
—¡Nos	hemos	perdido	la	selección!	—dijo	Hermione	en	voz	baja.
Los	 nuevos	 alumnos	 de	 Hogwarts	 obtenían	 casa	 por	 medio	 del	 Sombrero
Seleccionador,	que	iba	gritando	el	nombre	de	la	casa	más	adecuada	para	cada	uno
(Gryffindor,	Ravenclaw,	Hufflepuff,	Slytherin).	La	profesora	McGonagall	se	dirigió
con	paso	firme	a	su	asiento	en	la	mesa	de	los	profesores,	y	Harry	y	Hermione	se
encaminaron	en	sentido	contrario,	hacia	la	mesa	de	Gryffindor,	tan	silenciosamente
como	les	fue	posible.	La	gente	se	volvía	para	mirarlos	cuando	pasaban	por	la	parte
trasera	del	Comedor	y	algunos	señalaban	a	Harry.	¿Había	corrido	tan	rápido	la	noticia
de	su	desmayo	delante	del	dementor?
Él	 y	 Hermione	 se	 sentaron	 a	 ambos	 lados	 de	 Ron,	 que	 les	 había	 guardado	 los
asientos.
—¿De	qué	iba	la	cosa?	—le	preguntó	a	Harry.
Comenzó	a	explicarse	en	un	susurro,	pero	entonces	el	director	se	puso	en	pie	para
hablar	y	Harry	se	calló.
El	profesor	Dumbledore,	aunque	viejo,	siempre	daba	la	impresión	de	tener	mucha
energía.	Su	pelo	plateado	y	su	barba	tenían	más	de	medio	metro	de	longitud;	llevaba
gafas	de	media	luna;	y	tenía	una	nariz	extremadamente	curva.	Solían	referirse	a	él
como	al	mayor	mago	de	la	época,	pero	no	era	por	eso	por	lo	que	Harry	le	tenía	tanto
respeto.	No	se	podía	menos	de	confiar	en	Albus	Dumbledore,	y	cuando	Harry	lo	vio
sonreír	 con	 franqueza	 a	 todos	 los	 estudiantes,	 se	 sintió	 tranquilo	 por	 vez	 primera
desde	que	el	dementor	había	entrado	en	el	compartimento	del	tren.
—¡Bienvenidos!	 —dijo	 Dumbledore,	 con	 la	 luz	 de	 la	 vela	 reflejándose	 en	 su
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barba—.	 ¡Bienvenidos	 a	 un	 nuevo	 curso	 en	 Hogwarts!	 Tengo	 algunas	 cosas	 que
deciros	a	todos,	y	como	una	es	muy	seria,	la	explicaré	antes	de	que	nuestro	excelente
banquete	os	deje	aturdidos.	—Dumbledore	se	aclaró	la	garganta	y	continuó—:	Como
todos	 sabéis	 después	 del	 registro	 que	 ha	 tenido	 lugar	 en	 el	 expreso	 de	 Hogwarts,
tenemos	actualmente	en	nuestro	colegio	a	algunos	dementores	de	Azkaban,	que	están
aquí	 por	 asuntos	 relacionados	 con	 el	 Ministerio	 de	 Magia.	 —Se	 hizo	 una	 pausa	 y
Harry	recordó	lo	que	el	señor	Weasley	había	dicho	sobre	que	a	Dumbledore	no	le
agradaba	 que	 los	 dementores	 custodiaran	 el	 colegio—.	 Están	 apostados	 en	 las
entradas	a	los	terrenos	del	colegio	—continuó	Dumbledore—,	y	tengo	que	dejar	muy
claro	que	mientras	estén	aquí	nadie	saldrá	del	colegio	sin	permiso.	A	los	dementores
no	se	les	puede	engañar	con	trucos	o	disfraces,	ni	siquiera	con	capas	invisibles	—
añadió	como	quien	no	quiere	la	cosa,	y	Harry	y	Ron	se	miraron—.	No	está	en	la
naturaleza	de	un	dementor	comprender	ruegos	o	excusas.	Por	lo	tanto,	os	advierto	a
todos	y	cada	uno	de	vosotros	que	no	debéis	darles	ningún	motivo	para	que	os	hagan
daño.	Confío	en	que	los	prefectos	y	los	nuevos	delegados	se	aseguren	de	que	ningún
alumno	intenta	burlarse	de	los	dementores.
Percy,	que	se	sentaba	a	unos	asientos	de	distancia	de	Harry,	volvió	a	sacar	pecho
y	miró	a	su	alrededor	orgullosamente.	Dumbledore	hizo	otra	pausa.	Recorrió	la	sala
con	una	mirada	muy	seria	y	nadie	movió	un	dedo	ni	dijo	nada.
—Por	hablar	de	algo	más	alegre	—continuó—,	este	año	estoy	encantado	de	dar	la
bienvenida	a	nuestro	colegio	a	dos	nuevos	profesores.	En	primer	lugar,	el	profesor
Lupin,	que	amablemente	ha	accedido	a	enseñar	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras.
Hubo	algún	aplauso	aislado	y	carente	de	entusiasmo.	Sólo	los	que	habían	estado
con	él	en	el	tren	aplaudieron	con	ganas,	Harry	entre	ellos.	El	profesor	Lupin	parecía
un	adán	en	medio	de	los	demás	profesores,	que	iban	vestidos	con	sus	mejores	túnicas.
—¡Mira	a	Snape!	—le	susurró	Ron	a	Harry	en	el	oído.
El	profesor	Snape,	el	especialista	en	Pociones,	miraba	al	profesor	Lupin	desde	el
otro	lado	de	la	mesa	de	los	profesores.	Era	sabido	que	Snape	anhelaba	aquel	puesto,
pero	incluso	a	Harry,	que	aborrecía	a	Snape,	le	asombraba	la	expresión	que	tenía	en
aquel	momento,	crispando	su	rostro	delgado	y	cetrino.	Era	más	que	enfado:	era	odio.
Harry	conocía	muy	bien	aquella	expresión:	era	la	que	Snape	adoptaba	cada	vez	que	lo
veía	a	él.
—En	 cuanto	 al	 otro	 último	 nombramiento	 —prosiguió	 Dumbledore	 cuando	 se
apagó	 el	 tibio	 aplauso	 para	 el	 profesor	 Lupin—,	 siento	 deciros	 que	 el	 profesor
Kettleburn,	nuestro	profesor	de	Cuidado	de	Criaturas	Mágicas,	se	retiró	al	final	del
pasado	curso	para	poder	aprovechar	en	la	intimidad	los	miembros	que	le	quedan.	Sin
embargo,	 estoy	 encantado	 de	 anunciar	 que	 su	 lugar	 lo	 ocupará	 nada	 menos	 que
Rubeus	Hagrid,	que	ha	accedido	a	compaginar	estas	clases	con	sus	obligaciones	de
guardabosques.
Harry,	Ron	y	Hermione	se	miraron	atónitos.	Luego	se	unieron	al	aplauso,	que	fue
especialmente	caluroso	en	la	mesa	de	Gryffindor.	Harry	se	inclinó	para	ver	a	Hagrid,
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que	 estaba	 rojo	 como	 un	 tomate	 y	 se	 miraba	 las	 enormes	 manos,	 con	 la	 amplia
sonrisa	oculta	por	la	barba	negra.
—¡Tendríamos	que	haberlo	adivinado!	—dijo	Ron,	dando	un	puñetazo	en	la	mesa
—.	 ¿Qué	 otro	 habría	 sido	 capaz	 de	 mandarnos	 que	 compráramos	 un	 libro	 que
muerde?
Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 fueron	 los	 últimos	 en	 dejar	 de	 aplaudir,	 y	 cuando	 el
profesor	Dumbledore	volvió	a	hablar,	pudieron	ver	que	Hagrid	se	secaba	los	ojos	con
el	mantel.
—Bien,	 creo	 que	 ya	 he	 dicho	 todo	 lo	 importante	 —dijo	 Dumbledore—.	 ¡Que
comience	el	banquete!
Las	 fuentes	 doradas	 y	 las	 copas	 que	 tenían	 delante	 se	 llenaron	 de	 pronto	 de
comida	y	bebida.	Harry,	que	de	repente	se	dio	cuenta	de	que	tenía	un	hambre	atroz,	se
sirvió	de	todo	lo	que	estaba	a	su	alcance,	y	empezó	a	comer.
Fue	un	banquete	delicioso.	El	Gran	Comedor	se	llenó	de	conversaciones,	de	risas
y	 del	 tintineo	 de	 los	 cuchillos	 y	 tenedores.	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione,	 sin	 embargo,
tenían	ganas	de	que	terminara	para	hablar	con	Hagrid.	Sabían	cuánto	significaba	para
él	ser	profesor.	Hagrid	no	era	un	mago	totalmente	cualificado;	había	sido	expulsado
de	Hogwarts	en	tercer	curso	por	un	delito	que	no	había	cometido.	Fueron	Harry,	Ron
y	Hermione	quienes,	durante	el	curso	anterior,	limpiaron	el	nombre	de	Hagrid.
Finalmente,	cuando	los	últimos	bocados	de	tarta	de	calabaza	desaparecieron	de
las	 bandejas	 doradas,	 Dumbledore	 anunció	 que	 era	 hora	 de	 que	 todos	 se	 fueran	 a
dormir	y	ellos	vieron	llegado	su	momento.
—¡Enhorabuena,	 Hagrid!	 —gritó	 Hermione	 muy	 alegre,	 cuando	 llegaron	 a	 la
mesa	de	los	profesores.
—Todo	 ha	 sido	 gracias	 a	 vosotros	 tres	 —dijo	 Hagrid	 mientras	 los	 miraba,
secando	 su	 cara	 brillante	 en	 la	 servilleta—.	 No	 puedo	 creerlo…	 Un	 gran	 tipo,
Dumbledore…	 Vino	 derecho	 a	 mi	 cabaña	 después	 de	 que	 el	 profesor	 Kettleburn
dijera	que	ya	no	podía	más.	Es	lo	que	siempre	había	querido.
Embargado	de	emoción,	ocultó	la	cara	en	la	servilleta	y	la	profesora	McGonagall
les	hizo	irse.
Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 se	 reunieron	 con	 los	 demás	 estudiantes	 de	 la	 casa
Gryffindor	que	subían	en	tropel	la	escalera	de	mármol	y,	ya	muy	cansados,	siguieron
por	más	corredores	y	subieron	más	escaleras,	hasta	que	llegaron	a	la	entrada	secreta
de	la	torre	de	Gryffindor.	Los	interrogó	un	retrato	grande	de	la	Señora	Gorda,	vestida
de	rosa:
—¿Contraseña?
—¡Dejadme	pasar,	dejadme	pasar!	—gritaba	Percy	desde	detrás	de	la	multitud—.
¡La	última	contraseña	es	«Fortuna	Maior»!
—¡Oh,	no!	—dijo	con	tristeza	Neville	Longbottom.	Siempre	tenía	problemas	para
recordar	las	contraseñas.
Después	de	cruzar	el	retrato	y	recorrer	la	sala	común,	chicos	y	chicas	se	separaron
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hacia	 las	 respectivas	 escaleras.	 Harry	 subió	 la	 escalera	 de	 caracol	 sin	 otro
pensamiento	 que	 la	 alegría	 de	 estar	 otra	 vez	 en	 Hogwarts.	 Llegaron	 al	 conocido
dormitorio	de	forma	circular,	con	sus	cinco	camas	con	dosel,	y	Harry,	mirando	a	su
alrededor,	sintió	que	por	fin	estaba	en	casa.
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C
CAPÍTULO	6
Posos	de	té	y	garras	de	hipogrifo
UANDO	Harry,	Ron	y	Hermione	entraron	en	el	Gran	Comedor	para	desayunar	al
día	 siguiente,	 lo	 primero	 que	 vieron	 fue	 a	 Draco	 Malfoy,	 que	 entretenía	 a	 un
grupo	de	gente	de	Slytherin	con	una	historia	muy	divertida.	Al	pasar	por	su	lado,
Malfoy	hizo	una	parodia	de	desmayo,	coreado	por	una	carcajada	general.
—No	 le	 hagas	 caso	 —le	 dijo	 Hermione,	 que	 iba	 detrás	 de	 Harry—.	 Tú,	 ni	 el
menor	caso.	No	merece	la	pena…
—¡Eh,	Potter!	—gritó	Pansy	Parkinson,	una	chica	de	Slytherin	que	tenía	la	cara
como	un	dogo—.	¡Potter!	¡Que	vienen	los	dementores,	Potter!	¡Uuuuuuuuuh!
Harry	 se	 dejó	 caer	 sobre	 un	 asiento	 de	 la	 mesa	 de	 Gryffindor,	 junto	 a	 George
Weasley.
—Los	 nuevos	 horarios	 de	 tercero	 —anunció	 George,	 pasándolos—.	 ¿Qué	 te
ocurre,	Harry?
—Malfoy	 —contestó	 Ron,	 sentándose	 al	 otro	 lado	 de	 George	 y	 echando	 una
mirada	desafiante	a	la	mesa	de	Slytherin.
George	 alzó	 la	 vista	 y	 vio	 que	 en	 aquel	 momento	 Malfoy	 volvía	 a	 repetir	 su
pantomima.
—Ese	 imbécil	 —dijo	 sin	 alterarse—	 no	 estaba	 tan	 gallito	 ayer	 por	 la	 noche,
cuando	 los	 dementores	 se	 acercaron	 a	 la	 parte	 del	 tren	 en	 que	 estábamos.	 Vino
corriendo	a	nuestro	compartimento,	¿verdad,	Fred?
—Casi	se	moja	encima	—dijo	Fred,	mirando	con	desprecio	a	Malfoy.
—Yo	 tampoco	 estaba	 muy	 contento	 —reconoció	 George—.	 Son	 horribles	 esos
dementores…
—Se	le	hiela	a	uno	la	sangre,	¿verdad?	—dijo	Fred.
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—Pero	no	os	desmayasteis,	¿a	que	no?	—dijo	Harry	en	voz	baja.
—No	le	des	más	vueltas,	Harry	—dijo	George—.	Mi	padre	tuvo	que	ir	una	vez	a
Azkaban,	¿verdad,	Ron?,	y	dijo	que	era	el	lugar	más	horrible	en	que	había	estado.
Regresó	débil	y	tembloroso…	Los	dementores	absorben	la	alegría	del	lugar	en	que
están.	La	mayoría	de	los	presos	se	vuelven	locos	allí.
—De	 cualquier	 modo,	 veremos	 lo	 contento	 que	 se	 pone	 Malfoy	 después	 del
primer	 partido	 de	 quidditch	 —dijo	 Fred—.	 Gryffindor	 contra	 Slytherin,	 primer
partido	de	la	temporada,	¿os	acordáis?
La	única	ocasión	en	que	Harry	y	Malfoy	se	habían	enfrentado	en	un	partido	de
quidditch,	Malfoy	había	llevado	las	de	perder.	Un	poco	más	contento,	Harry	se	sirvió
salchichas	y	tomate	frito.
Hermione	se	aprendía	su	nuevo	horario:
—Bien,	hoy	comenzamos	asignaturas	nuevas	—dijo	alegremente.
—Hermione	—dijo	Ron	frunciendo	el	entrecejo	y	mirando	detrás	de	ella—,	se
han	confundido	con	tu	horario.	Mira,	te	han	apuntado	para	unas	diez	asignaturas	al
día.	No	hay	tiempo	suficiente.
—Ya	me	apañaré.	Lo	he	concertado	con	la	profesora	McGonagall.
—Pero	 mira	 —dijo	 Ron	 riendo—,	 ¿ves	 la	 mañana	 de	 hoy?	 A	 las	 nueve
Adivinación	y	Estudios	Muggles	y…	—Ron	se	acercó	más	al	horario,	sin	podérselo
creer—,	 mira,	 Aritmancia,	 todo	 a	 las	 nueve.	 Sé	 que	 eres	 muy	 buena	 estudiante,
Hermione,	pero	no	hay	nadie	capaz	de	tanto.	¿Cómo	vas	a	estar	en	tres	clases	a	la
vez?
—No	 seas	 tonto	 —dijo	 Hermione	 bruscamente—,	 por	 supuesto	 que	 no	 voy	 a
estar	en	tres	clases	a	la	vez.
—Bueno,	entonces…
—Pásame	la	mermelada	—le	pidió	Hermione.
—Pero…
—¿Y	 a	 ti	 qué	 te	 importa	 si	 mi	 horario	 está	 un	 poco	 apretado,	 Ron?	 —dijo
Hermione—.	Ya	te	he	dicho	que	lo	he	arreglado	todo	con	la	profesora	McGonagall.
En	 ese	 momento	 entró	 Hagrid	 en	 el	 Gran	 Comedor.	 Llevaba	 puesto	 su	 abrigo
largo	de	piel	de	topo	y	de	una	de	sus	enormes	manos	colgaba	un	turón	muerto,	que	se
balanceaba.
—¿Va	todo	bien?	—dijo	con	entusiasmo,	deteniéndose	camino	de	la	mesa	de	los
profesores—.	¡Estáis	en	mi	primera	clase!	¡Inmediatamente	después	del	almuerzo!
Me	 he	 levantado	 a	 las	 cinco	 para	 prepararlo	 todo.	 Espero	 que	 esté	 bien…	 Yo,
profesor…,	francamente…
Les	 dirigió	 una	 amplia	 sonrisa	 y	 se	 fue	 hacia	 la	 mesa	 de	 los	 profesores,
balanceando	el	turón.
—Me	pregunto	qué	habrá	preparado	—dijo	Ron	con	curiosidad.
El	 Gran	 Comedor	 se	 vaciaba	 a	 medida	 que	 la	 gente	 se	 marchaba	 a	 la	 primera
clase.	Ron	comprobó	el	horario.
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—Lo	mejor	será	que	vayamos	ya.	Mirad,	el	aula	de	Adivinación	está	en	el	último
piso	de	la	torre	norte.	Tardaremos	unos	diez	minutos	en	llegar…
Terminaron	aprisa	el	desayuno,	se	despidieron	de	Fred	y	de	George,	y	volvieron	a
atravesar	el	Gran	Comedor.	Al	pasar	al	lado	de	la	mesa	de	Slytherin,	Malfoy	volvió	a
repetir	 la	 pantomima.	 Las	 estruendosas	 carcajadas	 acompañaron	 a	 Harry	 hasta	 el
vestíbulo.
El	trayecto	hasta	la	torre	norte	era	largo.	Los	dos	años	que	llevaban	en	Hogwarts
no	habían	bastado	para	conocer	todo	el	castillo,	y	ni	siquiera	habían	estado	nunca	en
el	interior	de	la	torre	norte.
—Tiene…	que…	haber…	un	atajo	—dijo	Ron	jadeando,	mientras	ascendían	la
séptima	larga	escalera	y	salían	a	un	rellano	que	veían	por	primera	vez	y	donde	lo
único	 que	 había	 era	 un	 cuadro	 grande	 que	 representaba	 únicamente	 un	 campo	 de
hierba.
—Me	parece	que	es	por	aquí	—dijo	Hermione,	echando	un	vistazo	al	corredor
desierto	que	había	a	la	derecha.
—Imposible	—dijo	Ron—.	Eso	es	el	sur.	Mira:	por	la	ventana	puedes	ver	una
parte	del	lago…
Harry	observó	el	cuadro.	Un	grueso	caballo	tordo	acababa	de	entrar	en	el	campo	y
pacía	 despreocupadamente.	 Harry	 estaba	 acostumbrado	 a	 que	 los	 cuadros	 de
Hogwarts	tuvieran	movimiento	y	a	que	los	personajes	se	salieran	del	marco	para	ir	a
visitarse	 unos	 a	 otros,	 pero	 siempre	 se	 había	 divertido	 viéndolos.	 Un	 momento
después,	haciendo	un	ruido	metálico,	entró	en	el	cuadro	un	caballero	rechoncho	y
bajito,	vestido	con	armadura,	persiguiendo	al	caballo.	A	juzgar	por	las	manchas	de
hierba	que	había	en	sus	rodilleras	de	hierro,	acababa	de	caerse.
—¡Pardiez!	 —gritó,	 viendo	 a	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione—.	 ¿Quiénes	 son	 estos
villanos	 que	 osan	 internarse	 en	 mis	 dominios?	 ¿Acaso	 os	 mofáis	 de	 mi	 caída?
¡Desenvainad,	bellacos!
Se	asombraron	al	ver	que	el	pequeño	caballero	sacaba	la	espada	de	la	vaina	y	la
blandía	 con	 violencia,	 saltando	 furiosamente	 arriba	 y	 abajo.	 Pero	 la	 espada	 era
demasiado	 larga	 para	 él.	 Un	 movimiento	 demasiado	 violento	 le	 hizo	 perder	 el
equilibrio	y	cayó	de	bruces	en	la	hierba.
—¿Se	encuentra	usted	bien?	—le	preguntó	Harry,	acercándose	al	cuadro.
—¡Atrás,	vil	bellaco!	¡Atrás,	malandrín!
El	caballero	volvió	a	empuñar	la	espada	y	la	utilizó	para	incorporarse,	pero	la
hoja	se	hundió	profundamente	en	el	suelo,	y	aunque	tiró	de	ella	con	todas	sus	fuerzas,
no	pudo	sacarla.	Finalmente,	se	dejó	caer	en	la	hierba	y	se	levantó	la	visera	del	casco
para	limpiarse	la	cara	empapada	en	sudor.
—Disculpe	 —dijo	 Harry,	 aprovechando	 que	 el	 caballero	 estaba	 exhausto—,
estamos	buscando	la	torre	norte.	¿Por	casualidad	conoce	usted	el	camino?
—¡Una	empresa!	—La	ira	del	caballero	desapareció	al	instante.	Se	puso	de	pie
haciendo	 un	 ruido	 metálico	 y	 exclamó—:	 ¡Vamos,	 seguidme,	 queridos	 amigos,	 y
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hallaremos	 lo	 que	 buscamos	 o	 pereceremos	 en	 el	 empeño!	 —Volvió	 a	 tirar	 de	 la
espada	sin	ningún	resultado,	intentó	pero	no	pudo	montar	en	el	caballo,	y	exclamó—:
¡A	pie,	pues,	bravos	caballeros	y	gentil	señora!	¡Vamos!
Y	corrió	por	el	lado	izquierdo	del	marco,	haciendo	un	fuerte	ruido	metálico.
Corrieron	tras	él	por	el	pasillo,	siguiendo	el	sonido	de	su	armadura.	De	vez	en
cuando	lo	localizaban	delante	de	ellos,	cruzando	un	cuadro.
—¡Endureced	 vuestros	 corazones,	 lo	 peor	 está	 aún	 por	 llegar!	 —gritó	 el
caballero,	 y	 lo	 volvieron	 a	 ver	 enfrente	 de	 un	 grupo	 alarmado	 de	 mujeres	 con
miriñaque,	cuyo	cuadro	colgaba	en	el	muro	de	una	estrecha	escalera	de	caracol.
Jadeando,	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 ascendieron	 los	 escalones	 mareándose	 cada
vez	más,	hasta	que	oyeron	un	murmullo	de	voces	por	encima	de	ellos	y	se	dieron
cuenta	de	que	habían	llegado	al	aula.
—¡Adiós!	—gritó	el	caballero	asomando	la	cabeza	por	el	cuadro	de	unos	monjes
de	 aspecto	 siniestro—.	 ¡Adiós,	 compañeros	 de	 armas!	 ¡Si	 en	 alguna	 ocasión
necesitáis	un	corazón	noble	y	un	temple	de	acero,	llamad	a	sir	Cadogan!
—Sí,	lo	haremos	—murmuró	Ron	cuando	desapareció	el	caballero—,	si	alguna
vez	necesitamos	a	un	chiflado.
Subieron	los	escalones	que	quedaban	y	salieron	a	un	rellano	diminuto	en	el	que
ya	 aguardaba	 la	 mayoría	 de	 la	 clase.	 No	 había	 ninguna	 puerta	 en	 el	 rellano;	 Ron
golpeó	a	Harry	con	el	codo	y	señaló	al	techo,	donde	había	una	trampilla	circular	con
una	placa	de	bronce.
—Sybill	Trelawney,	profesora	de	Adivinación	—leyó	Harry—.	¿Cómo	vamos	a
subir	ahí?
Como	en	respuesta	a	su	pregunta,	la	trampilla	se	abrió	de	repente	y	una	escalera
plateada	descendió	hasta	los	pies	de	Harry.	Todos	se	quedaron	en	silencio.
—Tú	primero	—dijo	Ron	con	una	sonrisa,	y	Harry	subió	por	la	escalera	delante
de	los	demás.
Fue	a	dar	al	aula	de	aspecto	más	extraño	que	había	visto	en	su	vida.	No	se	parecía
en	nada	a	un	aula;	era	algo	a	medio	camino	entre	un	ático	y	un	viejo	salón	de	té.	Al
menos	veinte	mesas	circulares,	redondas	y	pequeñas,	se	apretujaban	dentro	del	aula,
todas	 rodeadas	 de	 sillones	 tapizados	 con	 tela	 de	 colores	 y	 de	 cojines	 pequeños	 y
redondos.	Todo	estaba	iluminado	con	una	luz	tenue	y	roja.	Había	cortinas	en	todas	las
ventanas	 y	 las	 numerosas	 lámparas	 estaban	 tapadas	 con	 pañoletas	 rojas.	 Hacía	 un
calor	agobiante,	y	el	fuego	que	ardía	en	la	chimenea,	bajo	una	repisa	abarrotada	de
cosas,	calentaba	una	tetera	grande	de	cobre	y	emanaba	una	especie	de	perfume	denso.
Las	estanterías	de	las	paredes	circulares	estaban	llenas	de	plumas	polvorientas,	cabos
de	vela,	muchas	barajas	viejas,	infinitas	bolas	de	cristal	y	una	gran	cantidad	de	tazas
de	té.
Ron	 fue	 a	 su	 lado	 mientras	 la	 clase	 se	 iba	 congregando	 alrededor,	 entre
murmullos.
—¿Dónde	está	la	profesora?	—preguntó	Ron.
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De	repente	salió	de	las	sombras	una	voz	suave:
—Bienvenidos	—dijo—.	Es	un	placer	veros	por	fin	en	el	mundo	físico.
La	 inmediata	 impresión	 de	 Harry	 fue	 que	 se	 trataba	 de	 un	 insecto	 grande	 y
brillante.	 La	 profesora	 Trelawney	 se	 acercó	 a	 la	 chimenea	 y	 vieron	 que	 era
sumamente	 delgada.	 Sus	 grandes	 gafas	 aumentaban	 varias	 veces	 el	 tamaño	 de	 sus
ojos	y	llevaba	puesto	un	chal	de	gasa	con	lentejuelas.	De	su	cuello	largo	y	delgado
colgaban	innumerables	collares	de	cuentas,	y	tenía	las	manos	llenas	de	anillos	y	los
brazos	de	pulseras.
—Sentaos,	niños	míos,	sentaos	—dijo,	y	todos	se	encaramaron	torpemente	a	los
sillones	o	se	hundieron	en	los	cojines.	Harry,	Ron	y	Hermione	se	sentaron	a	la	misma
mesa	 redonda—.	 Bienvenidos	 a	 la	 clase	 de	 Adivinación	 —dijo	 la	 profesora
Trelawney,	que	se	había	sentado	en	un	sillón	de	orejas,	delante	del	fuego—.	Soy	la
profesora	 Trelawney.	 Seguramente	 es	 la	 primera	 vez	 que	 me	 veis.	 Noto	 que
descender	muy	a	menudo	al	bullicio	del	colegio	principal	nubla	mi	ojo	interior.
Nadie	dijo	nada	ante	esta	extraordinaria	declaración.	Con	movimientos	delicados,
la	profesora	Trelawney	se	puso	bien	el	chal	y	continuó	hablando:
—Así	que	habéis	decidido	estudiar	Adivinación,	la	más	difícil	de	todas	las	artes
mágicas.	Debo	advertiros	desde	el	principio	de	que	si	no	poseéis	la	Vista,	no	podré
enseñaros	 prácticamente	 nada.	 Los	 libros	 tampoco	 os	 ayudarán	 mucho	 en	 este
terreno…	—Al	oír	estas	palabras,	Harry	y	Ron	miraron	con	una	sonrisa	burlona	a
Hermione,	que	parecía	asustada	al	oír	que	los	libros	no	iban	a	ser	de	mucha	utilidad
en	aquella	asignatura—.	Hay	numerosos	magos	y	brujas	que,	aun	teniendo	una	gran
habilidad	en	lo	que	se	refiere	a	transformaciones,	hechizos	y	desapariciones	súbitas,
son	incapaces	de	penetrar	en	los	velados	misterios	del	futuro	—continuó	la	profesora
Trelawney,	recorriendo	las	caras	nerviosas	con	sus	ojos	enormes	y	brillantes—.	Es	un
don	reservado	a	unos	pocos.	Dime,	muchacho	—dijo	de	repente	a	Neville,	que	casi	se
cayó	del	cojín—,	¿se	encuentra	bien	tu	abuela?
—Creo	que	sí	—dijo	Neville	tembloroso.
—Yo	en	tu	lugar	no	estaría	tan	seguro,	querido	—dijo	la	profesora	Trelawney.	El
fuego	 de	 la	 chimenea	 se	 reflejaba	 en	 sus	 largos	 pendientes	 de	 color	 esmeralda.
Neville	tragó	saliva.	La	profesora	Trelawney	prosiguió	plácidamente—.	Durante	este
curso	 estudiaremos	 los	 métodos	 básicos	 de	 adivinación.	 Dedicaremos	 el	 primer
trimestre	a	la	lectura	de	las	hojas	de	té.	El	segundo	nos	ocuparemos	en	quiromancia.
A	propósito,	querida	mía	—le	soltó	de	pronto	a	Parvati	Patil—,	ten	cuidado	con	cierto
pelirrojo.
Parvati	miró	con	un	sobresalto	a	Ron,	que	estaba	inmediatamente	detrás	de	ella,	y
alejó	de	él	su	sillón.
—Durante	el	último	trimestre	—continuó	la	profesora	Trelawney—,	pasaremos	a
la	bola	de	cristal	si	la	interpretación	de	las	llamas	nos	deja	tiempo.	Por	desgracia,	un
desagradable	brote	de	gripe	interrumpirá	las	clases	en	febrero.	Yo	misma	perderé	la
voz.	Y	en	torno	a	Semana	Santa,	uno	de	vosotros	nos	abandonará	para	siempre.	—Un
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silencio	muy	tenso	siguió	a	este	comentario,	pero	la	profesora	Trelawney	no	pareció
notarlo—.	Querida	—añadió	dirigiéndose	a	Lavender	Brown,	que	era	quien	estaba
más	cerca	de	ella	y	que	se	hundió	contra	el	respaldo	del	sillón—,	¿me	podrías	pasar	la
tetera	grande	de	plata?
Lavender	 dio	 un	 suspiro	 de	 alivio,	 se	 levantó,	 cogió	 una	 enorme	 tetera	 de	 la
estantería	y	la	puso	sobre	la	mesa,	ante	la	profesora	Trelawney.
—Gracias,	querida.	A	propósito,	eso	que	temes	sucederá	el	viernes	dieciséis	de
octubre.	—Lavender	tembló—.	Ahora	quiero	que	os	pongáis	por	parejas.	Coged	una
taza	de	la	estantería,	venid	a	mí	y	os	la	llenaré.	Luego	sentaos	y	bebed	hasta	que	sólo
queden	 los	 posos.	 Removed	 entonces	 los	 posos	 agitando	 la	 taza	 tres	 veces	 con	 la
mano	izquierda	y	poned	luego	la	taza	boca	abajo	en	el	plato.	Esperad	a	que	haya
caído	 la	 última	 gota	 de	 té	 y	 pasad	 la	 taza	 a	 vuestro	 compañero,	 para	 que	 la	 lea.
Interpretaréis	 los	 dibujos	 dejados	 por	 los	 posos	 utilizando	 las	 páginas	 5	 y	 6	 de
Disipar	las	nieblas	del	futuro.	Yo	pasaré	a	ayudaros	y	a	daros	instrucciones.	¡Ah!,
querido…	 —asió	 a	 Neville	 por	 el	 brazo	 cuando	 el	 muchacho	 iba	 a	 levantarse—
cuando	rompas	la	primera	taza,	¿serás	tan	amable	de	coger	una	de	las	azules?	Las	de
color	rosa	me	gustan	mucho.
Como	es	natural,	en	cuanto	Neville	hubo	alcanzado	la	balda	de	las	tazas,	se	oyó	el
tintineo	de	la	porcelana	rota.	La	profesora	Trelawney	se	dirigió	a	él	rápidamente	con
una	escoba	y	un	recogedor,	y	le	dijo:
—Una	de	las	azules,	querido,	si	eres	tan	amable.	Gracias…
Cuando	Harry	y	Ron	llenaron	las	tazas	de	té,	volvieron	a	su	mesa	y	se	tomaron
rápidamente	la	ardiente	infusión.	Removieron	los	posos	como	les	había	indicado	la
profesora	Trelawney,	y	después	secaron	las	tazas	y	las	intercambiaron.
—Bien	—dijo	Ron,	después	de	abrir	los	libros	por	las	páginas	5	y	6—.	¿Qué	ves
en	la	mía?
—Una	 masa	 marrón	 y	 empapada	 —respondió	 Harry.	 El	 humo	 fuertemente
perfumado	de	la	habitación	lo	adormecía	y	atontaba.
—¡Ensanchad	 la	 mente,	 queridos,	 y	 que	 vuestros	 ojos	 vean	 más	 allá	 de	 lo
terrenal!	—exclamó	la	profesora	Trelawney	sumida	en	la	penumbra.
Harry	intentó	recobrarse:
—Bueno,	 hay	 una	 especie	 de	 cruz	 torcida…	 —dijo	 consultando	 Disipar	 las
nieblas	del	futuro—.	Eso	significa	que	vas	a	pasar	penalidades	y	sufrimientos…	Lo
siento…	Pero	hay	algo	que	podría	ser	el	sol.	Espera,	eso	significa	mucha	felicidad…
Así	que	vas	a	sufrir,	pero	vas	a	ser	muy	feliz…
—Si	te	interesa	mi	opinión,	tendrían	que	revisarte	el	ojo	interior	—dijo	Ron,	y
tuvieron	que	contener	la	risa	cuando	la	profesora	Trelawney	los	miró.
—Ahora	 me	 toca	 a	 mí…	 —Ron	 miró	 con	 detenimiento	 la	 taza	 de	 Harry,
arrugando	la	frente	a	causa	del	esfuerzo—.	Hay	una	mancha	en	forma	de	sombrero
hongo	—dijo—.	A	lo	mejor	vas	a	trabajar	para	el	Ministerio	de	Magia…	—Volvió	la
taza—.	 Pero	 por	 este	 lado	 parece	 más	 bien	 como	 una	 bellota…	 ¿Qué	 es	 eso?	 —
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Cotejó	su	ejemplar	de	Disipar	las	nieblas	del	futuro—.	Oro	inesperado,	como	caído
del	cielo.	Estupendo,	me	podrás	prestar.	Y	aquí	hay	algo	—volvió	a	girar	la	taza—
que	parece	un	animal.	Sí,	si	esto	es	su	cabeza…	parece	un	hipo…,	no,	una	oveja…
La	profesora	Trelawney	dio	media	vuelta	al	oír	la	carcajada	de	Harry.
—Déjame	ver	eso,	querido	—le	dijo	a	Ron,	en	tono	recriminatorio,	y	le	quitó	la
taza	de	Harry.	Todos	se	quedaron	en	silencio,	expectantes.
La	 profesora	 Trelawney	 miraba	 fijamente	 la	 taza	 de	 té,	 girándola	 en	 sentido
contrario	a	las	agujas	del	reloj.
—El	halcón…	querido,	tienes	un	enemigo	mortal.
—Eso	lo	sabe	todo	el	mundo	—dijo	Hermione	en	un	susurro	alto.	La	profesora
Trelawney	la	miró	fijamente—.	Todo	el	mundo	sabe	lo	de	Harry	y	Quien	Usted	Sabe.
Harry	 y	 Ron	 la	 miraron	 con	 una	 mezcla	 de	 asombro	 y	 admiración.	 Nunca	 la
habían	visto	hablar	así	a	un	profesor.	La	profesora	Trelawney	prefirió	no	contestar.
Volvió	a	bajar	sus	grandes	ojos	hacia	la	taza	de	Harry	y	continuó	girándola.
—La	porra…	un	ataque.	Vaya,	vaya…	no	es	una	taza	muy	alegre…
—Creí	que	era	un	sombrero	hongo	—reconoció	Ron	con	vergüenza.
—La	calavera…	peligro	en	tu	camino…
Toda	la	clase	escuchaba	con	atención,	sin	moverse.	La	profesora	Trelawney	dio
una	última	vuelta	a	la	taza,	se	quedó	boquiabierta	y	gritó.
Oyeron	 romperse	 otra	 taza;	 Neville	 había	 vuelto	 a	 hacer	 añicos	 la	 suya.	 La
profesora	Trelawney	se	dejó	caer	en	un	sillón	vacío,	con	la	mano	en	el	corazón	y	los
ojos	cerrados.
—Mi	querido	chico…	mi	pobre	niño…	no…	es	mejor	no	decir…	no…	no	me
preguntes…
—¿Qué	 es,	 profesora?	 —dijo	 inmediatamente	 Dean	 Thomas.	 Todos	 se	 habían
puesto	de	pie	y	rodearon	la	mesa	de	Ron,	acercándose	mucho	al	sillón	de	la	profesora
Trelawney	para	poder	ver	la	taza	de	Harry.
—Querido	mío	—abrió	completamente	sus	grandes	ojos—,	tienes	el	Grim.
—¿El	qué?	—preguntó	Harry.
Estaba	claro	que	había	otros	que	tampoco	comprendían;	Dean	Thomas	lo	miró
encogiéndose	de	hombros,	y	Lavender	Brown	estaba	anonadada,	pero	casi	todos	se
llevaron	la	mano	a	la	boca,	horrorizados.
—¡El	Grim,	 querido,	 el	 Grim!	 —exclamó	 la	 profesora	 Trelawney,	 que	 parecía
extrañada	de	que	Harry	no	hubiera	comprendido—.	¡El	perro	gigante	y	espectral	que
ronda	por	los	cementerios!	Mi	querido	chico,	se	trata	de	un	augurio,	el	peor	de	los
augurios…	el	augurio	de	la	muerte.
El	 estómago	 le	 dio	 un	 vuelco	 a	 Harry.	 Aquel	 perro	 de	 la	 cubierta	 del	 libro
Augurios	 de	 muerte,	 en	 Flourish	 y	 Blotts,	 el	 perro	 entre	 las	 sombras	 de	 la	 calle
Magnolia…	 Ahora	 también	 Lavender	 Brown	 se	 llevó	 las	 manos	 a	 la	 boca.	 Todos
miraron	a	Harry;	todos	excepto	Hermione,	que	se	había	levantado	y	se	había	acercado
al	respaldo	del	sillón	de	la	profesora	Trelawney.
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—No	creo	que	se	parezca	a	un	Grim	—dijo	Hermione	rotundamente.
La	profesora	Trelawney	examinó	a	Hermione	con	creciente	desagrado.
—Perdona	que	te	lo	diga,	querida,	pero	percibo	muy	poca	aura	a	tu	alrededor.
Muy	poca	receptividad	a	las	resonancias	del	futuro.
Seamus	Finnigan	movía	la	cabeza	de	un	lado	a	otro.
—Parece	 un	 Grim	 si	 miras	 así	 —decía	 con	 los	 ojos	 casi	 cerrados—,	 pero	 así
parece	un	burro	—añadió	inclinándose	a	la	izquierda.
—¡Cuando	 hayáis	 terminado	 de	 decidir	 si	 voy	 a	 morir	 o	 no…!	 —dijo	 Harry,
sorprendiéndose	incluso	a	sí	mismo.	Nadie	quería	mirarlo.
—Creo	que	hemos	concluido	por	hoy	—dijo	la	profesora	Trelawney	con	su	voz
más	leve—.	Sí…	por	favor,	recoged	vuestras	cosas…
Silenciosamente,	los	alumnos	entregaron	las	tazas	de	té	a	la	profesora	Trelawney,
recogieron	los	libros	y	cerraron	las	mochilas.	Incluso	Ron	evitó	los	ojos	de	Harry.
—Hasta	que	nos	veamos	de	nuevo	—dijo	débilmente	la	profesora	Trelawney—,
que	la	buena	suerte	os	acompañe.	Ah,	querido…	—señaló	a	Neville—,	llegarás	tarde
a	la	próxima	clase,	así	que	tendrás	que	trabajar	un	poco	más	para	recuperar	el	tiempo
perdido.
Harry,	Ron	y	Hermione	bajaron	en	silencio	la	escalera	de	mano	del	aula	y	luego
la	 escalera	 de	 caracol,	 y	 luego	 se	 dirigieron	 a	 la	 clase	 de	 Transformaciones	 de	 la
profesora	McGonagall.	Tardaron	tanto	en	encontrar	el	aula	que,	aunque	habían	salido
de	la	clase	de	Adivinación	antes	de	la	hora,	llegaron	con	el	tiempo	justo.
Harry	 eligió	 un	 asiento	 que	 estaba	 al	 final	 del	 aula,	 sintiéndose	 el	 centro	 de
atención:	el	resto	de	la	clase	no	dejaba	de	dirigirle	miradas	furtivas,	como	si	estuviera
a	punto	de	caerse	muerto.	Apenas	oía	lo	que	la	profesora	McGonagall	les	decía	sobre
los	 animagos	 (brujos	 que	 pueden	 transformarse	 a	 voluntad	 en	 animales),	 y	 no
prestaba	la	menor	atención	cuando	ella	se	transformó	ante	los	ojos	de	todos	en	una
gata	atigrada	con	marcas	de	gafas	alrededor	de	los	ojos.
—¿Qué	 os	 pasa	 hoy?	 —preguntó	 la	 profesora	 McGonagall,	 recuperando	 la
normalidad	con	un	pequeño	estallido	y	mirándolos—.	No	es	que	tenga	importancia,
pero	es	la	primera	vez	que	mi	transformación	no	consigue	arrancar	un	aplauso	de	la
clase.
Todos	se	volvieron	hacia	Harry,	pero	nadie	dijo	nada.	Hermione	levantó	la	mano.
—Por	 favor,	 profesora.	 Acabamos	 de	 salir	 de	 nuestra	 primera	 clase	 de
Adivinación	y…	hemos	estado	leyendo	las	hojas	de	té	y…
—¡Ah,	 claro!	 —exclamó	 la	 profesora	 McGonagall,	 frunciendo	 el	 entrecejo	 de
repente—.	 No	 tiene	 que	 decir	 nada	 más,	 señorita	 Granger.	 Decidme,	 ¿quién	 de
vosotros	morirá	este	año?
Todos	la	miraron	fijamente.
—Yo	—respondió	por	fin	Harry.
—Ya	veo	—dijo	la	profesora	McGonagall,	clavando	en	Harry	sus	ojos	brillantes	y
redondos	 como	 canicas—.	 Pues	 tendrías	 que	 saber,	 Potter,	 que	 Sybill	 Trelawney,
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desde	que	llegó	a	este	colegio,	predice	la	muerte	de	un	alumno	cada	año.	Ninguno	ha
muerto	todavía.	Ver	augurios	de	muerte	es	su	forma	favorita	de	dar	la	bienvenida	a
una	 nueva	 promoción	 de	 alumnos.	 Si	 no	 fuera	 porque	 nunca	 hablo	 mal	 de	 mis
colegas…	—La	profesora	McGonagall	se	detuvo	en	mitad	de	la	frase	y	los	alumnos
vieron	 que	 su	 nariz	 se	 había	 puesto	 blanca.	 Prosiguió	 con	 más	 calma—:	 La
adivinación	es	una	de	las	ramas	más	imprecisas	de	la	magia.	No	os	ocultaré	que	la
adivinación	me	hace	perder	la	paciencia.	Los	verdaderos	videntes	son	muy	escasos,	y
la	 profesora	 Trelawney…	 —Volvió	 a	 detenerse	 y	 añadió	 en	 tono	 práctico—:	 Me
parece	 que	 tienes	 una	 salud	 estupenda,	 Potter,	 así	 que	 me	 disculparás	 que	 no	 te
perdone	 hoy	 los	 deberes	 de	 mañana.	 Te	 aseguro	 que	 si	 te	 mueres	 no	 necesitarás
entregarlos.
Hermione	se	echó	a	reír.	Harry	se	sintió	un	poco	mejor.	Lejos	del	aula	tenuemente
iluminada	por	una	luz	roja	y	del	perfume	agobiante,	era	más	difícil	aterrorizarse	por
unas	cuantas	hojas	de	té.	Sin	embargo,	no	todo	el	mundo	estaba	convencido.	Ron
seguía	preocupado	y	Lavender	susurró:
—Pero	¿y	la	taza	de	Neville?
Cuando	 terminó	 la	 clase	 de	 Transformaciones,	 se	 unieron	 a	 la	 multitud	 que	 se
dirigía	bulliciosamente	al	Gran	Comedor,	para	el	almuerzo.
—Ánimo,	Ron	—dijo	Hermione,	empujando	hacia	él	una	bandeja	de	estofado—.
Ya	has	oído	a	la	profesora	McGonagall.
Ron	se	sirvió	estofado	con	una	cuchara	y	cogió	su	tenedor,	pero	no	empezó	a
comer.
—Harry	—dijo	en	voz	baja	y	grave—,	tú	no	has	visto	en	ningún	sitio	un	perro
negro	y	grande,	¿verdad?
—Sí,	 lo	 he	 visto	 —dijo	 Harry—.	 Lo	 vi	 la	 noche	 que	 abandoné	 la	 casa	 de	 los
Dursley.
Ron	dejó	caer	el	tenedor,	que	hizo	mucho	ruido.
—Probablemente,	un	perro	callejero	—dijo	Hermione	muy	tranquila.
Ron	miró	a	Hermione	como	si	se	hubiera	vuelto	loca.
—Hermione,	si	Harry	ha	visto	un	Grim,	eso	es…	eso	es	terrible	—aseguró—.	Mi
tío	Bilius	vio	uno	y…	¡murió	veinticuatro	horas	más	tarde!
—Casualidad	 —arguyó	 Hermione	 sin	 darle	 importancia,	 sirviéndose	 zumo	 de
calabaza.
—¡No	 sabes	 lo	 que	 dices!	 —dijo	 Ron	 empezando	 a	 enfadarse—.	 Los	 Grims
ponen	los	pelos	de	punta	a	la	mayoría	de	los	brujos.
—Ahí	tienes	la	prueba	—dijo	Hermione	en	tono	de	superioridad—.	Ven	al	Grim	y
se	mueren	de	miedo.	El	Grim	no	es	un	augurio,	¡es	la	causa	de	la	muerte!	Y	Harry
todavía	está	con	nosotros	porque	no	es	lo	bastante	tonto	para	ver	uno	y	pensar:	«¡Me
marcho	al	otro	barrio!»
Ron	movió	los	labios	sin	pronunciar	nada,	para	que	Hermione	comprendiera	sin
que	Harry	se	enterase.	Hermione	abrió	la	mochila,	sacó	su	libro	de	Aritmancia	y	lo
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apoyó	abierto	en	la	jarra	de	zumo.
—Creo	que	la	adivinación	es	algo	muy	impreciso	—dijo	buscando	una	página—;
si	quieres	saber	mi	opinión,	creo	que	hay	que	hacer	muchas	conjeturas.
—No	había	nada	de	impreciso	en	el	Grim	que	se	dibujó	en	la	taza	—dijo	Ron
acalorado.
—No	estabas	tan	seguro	de	eso	cuando	le	decías	a	Harry	que	se	trataba	de	una
oveja	—repuso	Hermione	con	serenidad.
—¡La	 profesora	 Trelawney	 dijo	 que	 no	 tenías	 un	 aura	 adecuada	 para	 la
adivinación!	Lo	que	pasa	es	que	no	te	gusta	no	ser	la	primera	de	la	clase.
Acababa	de	poner	el	dedo	en	la	llaga.	Hermione	golpeó	la	mesa	con	el	libro	con
tanta	fuerza	que	salpicó	carne	y	zanahoria	por	todos	lados.
—Si	 ser	 buena	 en	 Adivinación	 significa	 que	 tengo	 que	 hacer	 como	 que	 veo
augurios	 de	 muerte	 en	 los	 posos	 del	 té,	 no	 estoy	 segura	 de	 que	 vaya	 a	 seguir
estudiando	mucho	tiempo	esa	asignatura.	Esa	clase	fue	una	porquería	comparada	con
la	de	Aritmancia.
Cogió	la	mochila	y	se	fue	sin	despedirse.
Ron	la	siguió	con	la	vista,	frunciendo	el	entrecejo.
—Pero	¿de	qué	habla?	¡Todavía	no	ha	asistido	a	ninguna	clase	de	Aritmancia!
A	Harry	le	encantó	salir	del	castillo	después	del	almuerzo.	La	lluvia	del	día	anterior
había	terminado;	el	cielo	era	de	un	gris	pálido,	y	la	hierba	estaba	mullida	y	húmeda
bajo	sus	pies	cuando	se	pusieron	en	camino	hacia	su	primera	clase	de	Cuidado	de
Criaturas	Mágicas.
Ron	y	Hermione	no	se	dirigían	la	palabra.	Harry	caminaba	a	su	lado,	en	silencio,
mientras	descendían	por	el	césped	hacia	la	cabaña	de	Hagrid,	en	el	límite	del	bosque
prohibido.	Sólo	cuando	vio	delante	tres	espaldas	que	le	resultaban	muy	familiares,	se
dio	cuenta	de	que	debían	de	compartir	aquellas	clases	con	los	de	Slytherin.	Malfoy
decía	algo	animadamente	a	Crabbe	y	Goyle,	que	se	reían	a	carcajadas.	Harry	creía
saber	de	qué	hablaban.
Hagrid	aguardaba	a	sus	alumnos	en	la	puerta	de	la	cabaña.	Estaba	impaciente	por
empezar,	cubierto	con	su	abrigo	de	piel	de	topo,	y	con	Fang,	el	perro	jabalinero,	a	sus
pies.
—¡Vamos,	 daos	 prisa!	 —gritó	 a	 medida	 que	 se	 aproximaban	 sus	 alumnos—.
¡Hoy	tengo	algo	especial	para	vosotros!	¡Una	gran	lección!	¿Ya	está	todo	el	mundo?
¡Bien,	seguidme!
Durante	 un	 desagradable	 instante,	 Harry	 temió	 que	 Hagrid	 los	 condujera	 al
bosque;	Harry	había	vivido	en	aquel	lugar	experiencias	tan	desagradables	que	nunca
podría	olvidarlas.	Sin	embargo,	Hagrid	anduvo	por	el	límite	de	los	árboles	y	cinco
minutos	después	se	hallaron	ante	un	prado	donde	no	había	nada.
—¡Acercaos	todos	a	la	cerca!	—gritó—.	Aseguraos	de	que	tenéis	buena	visión.
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Lo	primero	que	tenéis	que	hacer	es	abrir	los	libros…
—¿De	qué	modo?	—dijo	la	voz	fría	y	arrastrada	de	Draco	Malfoy.
—¿Qué?	—dijo	Hagrid.
—¿De	qué	modo	abrimos	los	libros?	—repitió	Malfoy.	Sacó	su	ejemplar	de	El
monstruoso	 libro	 de	 los	 monstruos,	 que	 había	 atado	 con	 una	 cuerda.	 Otros	 lo
imitaron.	Unos,	como	Harry,	habían	atado	el	libro	con	un	cinturón;	otros	lo	habían
metido	muy	apretado	en	la	mochila	o	lo	habían	sujetado	con	pinzas.
—¿Nadie	ha	sido	capaz	de	abrir	el	libro?	—preguntó	Hagrid	decepcionado.
La	clase	entera	negó	con	la	cabeza.
—Tenéis	que	acariciarlo	—dijo	Hagrid,	como	si	fuera	lo	más	obvio	del	mundo—.
Mirad…
Cogió	el	ejemplar	de	Hermione	y	desprendió	el	celo	mágico	que	lo	sujetaba.	El
libro	intentó	morderle,	pero	Hagrid	le	pasó	por	el	lomo	su	enorme	dedo	índice,	y	el
libro	se	estremeció,	se	abrió	y	quedó	tranquilo	en	su	mano.
—¡Qué	tontos	hemos	sido	todos!	—dijo	Malfoy	despectivamente—.	¡Teníamos
que	acariciarlo!	¿Cómo	no	se	nos	ocurrió?
—Yo…	yo	pensé	que	os	haría	gracia	—le	dijo	Hagrid	a	Hermione,	dubitativo.
—¡Ah,	qué	gracia	nos	hace…!	—dijo	Malfoy—.	¡Realmente	ingenioso,	hacernos
comprar	libros	que	quieren	comernos	las	manos!
—Cierra	la	boca,	Malfoy	—le	dijo	Harry	en	voz	baja.	Hagrid	se	había	quedado
algo	triste	y	Harry	quería	que	su	primera	clase	fuera	un	éxito.
—Bien,	pues	—dijo	Hagrid,	que	parecía	haber	perdido	el	hilo—.	Así	que…	ya
tenéis	los	libros	y…	y…	ahora	os	hacen	falta	las	criaturas	mágicas.	Sí,	así	que	iré	a
por	ellas.	Esperad	un	momento…
Se	alejó	de	ellos,	penetró	en	el	bosque	y	se	perdió	de	vista.
—Dios	 mío,	 este	 lugar	 está	 en	 decadencia	 —dijo	 Malfoy	 en	 voz	 alta—.	 Estas
clases	idiotas…	A	mi	padre	le	dará	un	patatús	cuando	se	lo	cuente.
—Cierra	la	boca,	Malfoy	—repitió	Harry.
—Cuidado,	Potter,	hay	un	dementor	detrás	de	ti.
—¡Uuuuuh!	—gritó	Lavender	Brown,	señalando	hacia	la	otra	parte	del	prado.
Trotando	 en	 dirección	 a	 ellos	 se	 acercaba	 una	 docena	 de	 criaturas,	 las	 más
extrañas	que	Harry	había	visto	en	su	vida.	Tenían	el	cuerpo,	las	patas	traseras	y	la
cola	de	caballo,	pero	las	patas	delanteras,	las	alas	y	la	cabeza	de	águila	gigante.	El
pico	era	del	color	del	acero	y	los	ojos	de	un	naranja	brillante.	Las	garras	de	las	patas
delanteras	 eran	 de	 quince	 centímetros	 cada	 una	 y	 parecían	 armas	 mortales.	 Cada
bestia	 llevaba	 un	 collar	 de	 cuero	 grueso	 alrededor	 del	 cuello,	 atado	 a	 una	 larga
cadena.	Hagrid	sostenía	en	sus	grandes	manos	el	extremo	de	todas	las	cadenas.	Se
acercaba	corriendo	por	el	prado,	detrás	de	las	criaturas.
—¡Id	para	allá!	—les	gritaba,	sacudiendo	las	cadenas	y	forzando	a	las	bestias	a	ir
hacia	 la	 cerca,	 donde	 estaban	 los	 alumnos.	 Todos	 se	 echaron	 un	 poco	 hacia	 atrás
cuando	Hagrid	llegó	donde	estaban	ellos	y	ató	los	animales	a	la	cerca—.	¡Hipogrifos!
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—gritó	Hagrid	alegremente,	haciendo	a	sus	alumnos	una	señal	con	la	mano—.	¿A
que	son	hermosos?
Harry	 pudo	 comprender	 que	 Hagrid	 los	 llamara	 hermosos.	 En	 cuanto	 uno	 se
recuperaba	 del	 susto	 que	 producía	 ver	 algo	 que	 era	 mitad	 pájaro	 y	 mitad	 caballo,
podía	empezar	a	apreciar	el	brillo	externo	del	animal,	que	cambiaba	paulatinamente
de	 la	 pluma	 al	 pelo.	 Todos	 tenían	 colores	 diferentes:	 gris	 fuerte,	 bronce,	 ruano
rosáceo,	castaño	brillante	y	negro	tinta.
—Venga	 —dijo	 Hagrid	 frotándose	 las	 manos	 y	 sonriéndoles—,	 si	 queréis
acercaros	un	poco…
Nadie	 parecía	 querer	 acercarse.	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione,	 sin	 embargo,	 se
aproximaron	con	cautela	a	la	cerca.
—Lo	primero	que	tenéis	que	saber	de	los	hipogrifos	es	que	son	orgullosos	—dijo
Hagrid—.	 Se	 molestan	 con	 mucha	 facilidad.	 Nunca	 ofendáis	 a	 ninguno,	 porque
podría	ser	lo	último	que	hicierais.
Malfoy,	Crabbe	y	Goyle	no	escuchaban;	hablaban	en	voz	baja	y	Harry	tuvo	la
desagradable	sensación	de	que	estaban	tramando	la	mejor	manera	de	incordiar.
—Tenéis	que	esperar	siempre	a	que	el	hipogrifo	haga	el	primer	movimiento	—
continuó	Hagrid—.	Es	educado,	¿os	dais	cuenta?	Vais	hacia	él,	os	inclináis	y	esperáis.
Si	él	responde	con	una	inclinación,	querrá	decir	que	os	permite	tocarlo.	Si	no	hace	la
inclinación,	 entonces	 es	 mejor	 que	 os	 alejéis	 de	 él	 enseguida,	 porque	 puede	 hacer
mucho	daño	con	sus	garras.	Bien,	¿quién	quiere	ser	el	primero?
Como	respuesta,	la	mayoría	de	la	clase	se	alejó	aún	más.	Incluso	Harry,	Ron	y
Hermione	recelaban.	Los	hipogrifos	sacudían	sus	feroces	cabezas	y	desplegaban	sus
poderosas	alas;	parecía	que	no	les	gustaba	estar	atados.
—¿Nadie?	—preguntó	Hagrid	con	voz	suplicante.
—Yo	—se	ofreció	Harry.
Detrás	de	él	se	oyó	un	jadeo,	y	Lavender	y	Parvati	susurraron:
—¡No,	Harry,	acuérdate	de	las	hojas	de	té!
Harry	no	hizo	caso	y	saltó	la	cerca.
—¡Buen	chico,	Harry!	—gritó	Hagrid—.	Veamos	cómo	te	llevas	con	Buckbeak.
Soltó	la	cadena,	separó	al	hipogrifo	gris	de	sus	compañeros	y	le	desprendió	el
collar	 de	 cuero.	 Los	 alumnos,	 al	 otro	 lado	 de	 la	 cerca,	 contenían	 la	 respiración.
Malfoy	entornaba	los	ojos	con	malicia.
—Tranquilo	ahora,	Harry	—dijo	Hagrid	en	voz	baja—.	Primero	mírale	a	los	ojos.
Procura	no	parpadear.	Los	hipogrifos	no	confían	en	ti	si	parpadeas	demasiado…
A	Harry	empezaron	a	irritársele	los	ojos,	pero	no	los	cerró.	Buckbeak	había	vuelto
la	cabeza	grande	y	afilada,	y	miraba	a	Harry	fijamente	con	un	ojo	terrible	de	color
naranja.
—Eso	es	—dijo	Hagrid—.	Eso	es,	Harry.	Ahora	inclina	la	cabeza…
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A	 Harry	 no	 le	 hacía	 gracia	 presentarle	 la	 nuca	 a	 Buckbeak,	 pero	 hizo	 lo	 que
Hagrid	le	decía.	Se	inclinó	brevemente	y	levantó	la	mirada.
El	hipogrifo	seguía	mirándolo	fijamente	y	con	altivez.	No	se	movió.
—Ah	—dijo	Hagrid,	preocupado—.	Bien,	vete	hacia	atrás,	tranquilo,	despacio…
Pero	entonces,	ante	la	sorpresa	de	Harry,	el	hipogrifo	dobló	las	arrugadas	rodillas
delanteras	y	se	inclinó	profundamente.
—¡Bien	 hecho,	 Harry!	 —dijo	 Hagrid,	 eufórico—.	 ¡Bien,	 puedes	 tocarlo!	 Dale
unas	palmadas	en	el	pico,	vamos.
Pensando	 que	 habría	 preferido	 como	 premio	 poder	 irse,	 Harry	 se	 acercó	 al
hipogrifo	lentamente	y	alargó	el	brazo.	Le	dio	unas	palmadas	en	el	pico	y	el	hipogrifo
cerró	los	ojos	para	dar	a	entender	que	le	gustaba.
La	 clase	 rompió	 en	 aplausos.	 Todos	 excepto	 Malfoy,	 Crabbe	 y	 Goyle,	 que
parecían	muy	decepcionados.
—Bien,	Harry	—dijo	Hagrid—.	¡Creo	que	el	hipogrifo	dejaría	que	lo	montaras!
Aquello	 era	 más	 de	 lo	 que	 Harry	 había	 esperado.	 Estaba	 acostumbrado	 a	 la
escoba;	pero	no	estaba	seguro	de	que	un	hipogrifo	se	le	pareciera.
—Súbete	 ahí,	 detrás	 del	 nacimiento	 del	 ala	 —dijo	 Hagrid—.	 Y	 procura	 no
arrancarle	ninguna	pluma,	porque	no	le	gustaría…
Harry	puso	el	pie	sobre	el	ala	de	Buckbeak	y	se	subió	en	el	lomo.	Buckbeak	se
levantó.	Harry	no	sabía	dónde	debía	agarrarse:	delante	de	él	todo	estaba	cubierto	de
plumas.
—¡Vamos!	 —gritó	 Hagrid,	 dándole	 una	 palmada	 al	 hipogrifo	 en	 los	 cuartos
traseros.
A	 cada	 lado	 de	 Harry,	 sin	 previo	 aviso,	 se	 abrieron	 unas	 alas	 de	 más	 de	 tres
metros	de	longitud.	Apenas	le	dio	tiempo	a	agarrarse	del	cuello	del	hipogrifo	antes	de
remontar	el	vuelo.	No	tenía	ningún	parecido	con	una	escoba	y	Harry	tuvo	muy	claro
cuál	prefería.	Muy	incómodamente	para	él,	las	alas	del	hipogrifo	batían	debajo	de	sus
piernas.	Sus	dedos	resbalaban	en	las	brillantes	plumas	y	no	se	atrevía	a	asirse	con
más	 fuerza.	 En	 vez	 del	 movimiento	 suave	 de	 su	 Nimbus	 2000,	 sentía	 el	 zarandeo
hacia	atrás	y	hacia	delante,	porque	los	cuartos	traseros	del	hipogrifo	se	movían	con
las	alas.
Buckbeak	sobrevoló	el	prado	y	descendió.	Era	lo	que	Harry	había	temido.	Se	echó
hacia	atrás	conforme	el	hipogrifo	se	inclinaba	hacia	abajo.	Le	dio	la	impresión	de	que
iba	a	resbalar	por	el	pico.	Luego	sintió	un	fuerte	golpe	al	aterrizar	el	animal	con	sus
cuatro	patas	revueltas,	y	se	las	arregló	para	sujetarse	y	volver	a	incorporarse.
—¡Muy	bien,	Harry!	—gritó	Hagrid,	mientras	lo	vitoreaban	todos	menos	Malfoy,
Crabbe	y	Goyle—.	¡Bueno!,	¿quién	más	quiere	probar?
Envalentonados	por	el	éxito	de	Harry,	los	demás	saltaron	al	prado	con	cautela.
Hagrid	desató	uno	por	uno	los	hipogrifos	y,	al	cabo	de	poco	rato,	los	alumnos	hacían
timoratas	 reverencias	 por	 todo	 el	 prado.	 Neville	 retrocedió	 corriendo	 en	 varias
ocasiones	porque	su	hipogrifo	no	parecía	querer	doblar	las	rodillas.	Ron	y	Hermione
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practicaban	con	el	de	color	castaño,	mientras	Harry	observaba.
Malfoy,	Crabbe	y	Goyle	habían	escogido	a	Buckbeak.	Había	inclinado	la	cabeza
ante	Malfoy,	que	le	daba	palmaditas	en	el	pico	con	expresión	desdeñosa.
—Esto	es	muy	fácil	—dijo	Malfoy,	arrastrando	las	sílabas	y	con	voz	lo	bastante
alta	para	que	Harry	lo	oyera—.	Tenía	que	ser	fácil,	si	Potter	fue	capaz…	¿A	que	no
eres	peligroso?	—le	dijo	al	hipogrifo—.	¿Lo	eres,	bestia	asquerosa?
Sucedió	en	un	destello	de	garras	de	acero.	Malfoy	emitió	un	grito	agudísimo	y	un
instante	después	Hagrid	se	esforzaba	por	volver	a	ponerle	el	collar	a	Buckbeak,	que
quería	alcanzar	a	un	Malfoy	que	yacía	encogido	en	la	hierba	y	con	sangre	en	la	ropa.
—¡Me	muero!	—gritó	Malfoy,	mientras	cundía	el	pánico—.	¡Me	muero,	mirad!
¡Me	ha	matado!
—No	te	estás	muriendo	—le	dijo	Hagrid,	que	se	había	puesto	muy	pálido—.	Que
alguien	me	ayude,	tengo	que	sacarlo	de	aquí…
Hermione	se	apresuró	a	abrir	la	puerta	de	la	cerca	mientras	Hagrid	levantaba	con
facilidad	a	Malfoy.	Mientras	desfilaban,	Harry	vio	que	en	el	brazo	de	Malfoy	había
una	herida	larga	y	profunda;	la	sangre	salpicaba	la	hierba	y	Hagrid	corría	con	él	por
la	pendiente,	hacia	el	castillo.
Los	 demás	 alumnos	 los	 seguían	 temblorosos	 y	 más	 despacio.	 Todos	 los	 de
Slytherin	echaban	la	culpa	a	Hagrid.
—¡Deberían	 despedirlo	 inmediatamente!	 —exclamó	 Pansy	 Parkinson,	 con
lágrimas	en	los	ojos.
—¡La	culpa	fue	de	Malfoy!	—lo	defendió	Dean	Thomas.
Crabbe	y	Goyle	flexionaron	los	músculos	amenazadoramente.
Subieron	los	escalones	de	piedra	hasta	el	desierto	vestíbulo.
—¡Voy	a	ver	si	se	encuentra	bien!	—dijo	Pansy.
Y	 la	 vieron	 subir	 corriendo	 por	 la	 escalera	 de	 mármol.	 Los	 de	 Slytherin	 se
alejaron	 hacia	 su	 sala	 común	 subterránea,	 sin	 dejar	 de	 murmurar	 contra	 Hagrid;
Harry,	Ron	y	Hermione	continuaron	subiendo	escaleras	hasta	la	torre	de	Gryffindor.
—¿Creéis	que	se	pondrá	bien?	—dijo	Hermione	asustada.
—Por	supuesto	que	sí.	La	señora	Pomfrey	puede	curar	heridas	en	menos	de	un
segundo	—dijo	Harry,	que	había	sufrido	heridas	mucho	peores	y	la	enfermera	se	las
había	curado	con	magia.
—Es	 lamentable	 que	 esto	 haya	 pasado	 en	 la	 primera	 clase	 de	 Hagrid,	 ¿no	 os
parece?	—comentó	Ron	preocupado—.	Es	muy	típico	de	Malfoy	eso	de	complicar	las
cosas…
Fueron	 de	 los	 primeros	 en	 llegar	 al	 Gran	 Comedor	 para	 la	 cena.	 Esperaban
encontrar	allí	a	Hagrid,	pero	no	estaba.
—No	lo	habrán	despedido,	¿verdad?	—preguntó	Hermione	con	preocupación,	sin
probar	su	pastel	de	filete	y	riñones.
—Más	vale	que	no	—le	respondió	Ron,	que	tampoco	probaba	bocado.
Harry	observaba	la	mesa	de	Slytherin.	Un	grupo	prieto	y	numeroso,	en	el	que
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figuraban	Crabbe	y	Goyle,	estaba	sumido	en	una	conversación	secreta.	Harry	estaba
seguro	de	que	preparaban	su	propia	versión	del	percance	sufrido	por	Malfoy.
—Bueno,	no	puedes	decir	que	el	primer	día	de	clase	no	haya	sido	interesante	—
dijo	Ron	con	tristeza.
Tras	la	cena	subieron	a	la	sala	común	de	Gryffindor,	que	estaba	llena	de	gente,	y
trataron	de	hacer	los	deberes	que	les	había	mandado	la	profesora	McGonagall,	pero
se	interrumpían	cada	tanto	para	mirar	por	la	ventana	de	la	torre.
—Hay	luz	en	la	ventana	de	Hagrid	—dijo	Harry	de	repente.
Ron	miró	el	reloj.
—Si	nos	diéramos	prisa,	podríamos	bajar	a	verlo.	Todavía	es	temprano…
—No	sé	—respondió	Hermione	despacio,	y	Harry	vio	que	lo	miraba	a	él.
—Tengo	 permiso	 para	 pasear	 por	 los	 terrenos	 del	 colegio	 —aclaró—.	 Sirius
Black	no	habrá	podido	burlar	a	los	dementores,	¿verdad?
Recogieron	 sus	 cosas	 y	 salieron	 por	 el	 agujero	 del	 cuadro,	 contentos	 de	 no
encontrar	 a	 nadie	 en	 el	 camino	 hacia	 la	 puerta	 principal,	 porque	 no	 estaban	 muy
seguros	de	que	pudieran	salir.
La	hierba	estaba	todavía	húmeda	y	parecía	casi	negra	en	aquellos	momentos	en
que	el	sol	se	ponía.	Al	llegar	a	la	cabaña	de	Hagrid	llamaron	a	la	puerta	y	una	voz	les
contestó:
—Adelante,	entrad.
Hagrid	 estaba	 sentado	 en	 mangas	 de	 camisa,	 ante	 la	 mesa	 de	 madera	 limpia;
Fang,	su	perro	jabalinero,	tenía	la	cabeza	en	el	regazo	de	Hagrid.	Les	bastó	echar	un
vistazo	para	darse	cuenta	de	que	Hagrid	había	estado	bebiendo.	Delante	de	él	tenía
una	jarra	de	peltre	casi	tan	grande	como	un	caldero	y	parecía	que	le	costaba	trabajo
enfocar	bien	las	cosas.
—Supongo	 que	 es	 un	 récord	 —dijo	 apesadumbrado	 al	 reconocerlos—.	 Me
imagino	que	soy	el	primer	profesor	que	ha	durado	sólo	un	día.
—¡No	te	habrán	despedido,	Hagrid!	—exclamó	Hermione.
—Todavía	 no	 —respondió	 Hagrid	 con	 tristeza,	 tomando	 un	 trago	 largo	 del
contenido	de	la	jarra—.	Pero	es	sólo	cuestión	de	tiempo,	¿verdad?	Después	de	lo	de
Malfoy…
—¿Cómo	se	encuentra	Malfoy?	—preguntó	Ron	cuando	se	sentaron—.	No	habrá
sido	nada	serio,	supongo.
—La	 señora	 Pomfrey	 lo	 ha	 curado	 lo	 mejor	 que	 ha	 podido	 —dijo	 Hagrid	 con
abatimiento—,	pero	él	sigue	diciendo	que	le	hace	un	daño	terrible.	Está	cubierto	de
vendas…	Gime…
—Todo	es	cuento	—dijo	Harry—.	La	señora	Pomfrey	es	capaz	de	curar	cualquier
cosa.	El	año	pasado	hizo	que	me	volviera	a	crecer	la	mitad	del	esqueleto.	Es	propio
de	Malfoy	sacar	todo	el	provecho	posible.
—El	Consejo	Escolar	está	informado,	por	supuesto	—dijo	Hagrid—.	Piensan	que
empecé	muy	fuerte.	Debería	haber	dejado	los	hipogrifos	para	más	tarde…	Tenía	que
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haber	 empezado	 con	 los	 gusarajos	 o	 con	 los	 summat…	 Creía	 que	 sería	 un	 buen
comienzo…	Ha	sido	culpa	mía…
—¡Toda	la	culpa	es	de	Malfoy,	Hagrid!	—dijo	Hermione	con	seriedad.
—Somos	 testigos	 —dijo	 Harry—.	 Dijiste	 que	 los	 hipogrifos	 atacan	 al	 que	 los
ofende.	Si	Malfoy	no	prestó	atención,	el	problema	es	suyo.	Le	diremos	a	Dumbledore
lo	que	de	verdad	sucedió.
—Sí,	Hagrid,	no	te	preocupes,	te	apoyaremos	—confirmó	Ron.
De	 los	 arrugados	 rabillos	 de	 los	 ojos	 de	 Hagrid,	 negros	 como	 cucarachas,	 se
escaparon	unas	lágrimas.	Atrajo	a	Ron	y	a	Harry	hacia	sí	y	los	estrechó	en	un	abrazo
tan	fuerte	que	pudo	haberles	roto	algún	hueso.
—Creo	que	ya	has	bebido	bastante,	Hagrid	—dijo	Hermione	con	firmeza.	Cogió
la	jarra	de	la	mesa	y	salió	a	vaciarla.
—Sí,	puede	que	tengas	razón	—dijo	Hagrid,	soltando	a	Harry	y	a	Ron,	que	se
separaron	 de	 él	 frotándose	 las	 costillas.	 Hagrid	 se	 levantó	 de	 la	 silla	 y	 siguió	 a
Hermione	al	exterior,	con	paso	inseguro.
Oyeron	una	ruidosa	salpicadura.
—¿Qué	ha	hecho?	—dijo	Harry,	asustado,	cuando	Hermione	volvió	a	entrar	con
la	jarra	vacía.
—Meter	la	cabeza	en	el	barril	de	agua	—dijo	Hermione,	guardando	la	jarra.
Hagrid	regresó	con	la	barba	y	los	largos	pelos	chorreando,	y	secándose	los	ojos.
—Mejor	así	—dijo,	sacudiendo	la	cabeza	como	un	perro	y	salpicándolos	a	todos
—.	Habéis	sido	muy	amables	por	venir	a	verme.	Yo,	la	verdad…
Hagrid	se	paró	en	seco	mirando	a	Harry,	como	si	acabara	de	darse	cuenta	de	que
estaba	allí:
—¿QUÉ	CREES	QUE	HACES	AQUÍ?	—bramó,	y	tan	de	repente	que	dieron	un	salto	en	el
aire—.	¡NO	PUEDES	SALIR	DESPUÉS	DE	ANOCHECIDO,	HARRY!	¡Y	VOSOTROS	DOS	LO	DEJÁIS!
Hagrid	se	acercó	a	Harry	con	paso	firme,	lo	cogió	del	brazo	y	lo	llevó	hasta	la
puerta.
—¡Vamos!	—dijo	Hagrid	enfadado—.	Os	voy	a	acompañar	a	los	tres	al	colegio.
¡Y	que	no	os	vuelva	a	pillar	viniendo	a	verme	a	estas	horas!	¡No	valgo	la	pena!
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M
CAPÍTULO	7
El	boggart	del	armario	ropero
ALFOY	no	volvió	a	las	aulas	hasta	última	hora	de	la	mañana	del	jueves,	cuando
los	de	Slytherin	y	los	de	Gryffindor	estaban	en	mitad	de	la	clase	de	Pociones,
que	duraba	dos	horas.	Entró	con	aire	arrogante	en	la	mazmorra,	con	el	brazo	derecho
en	cabestrillo	y	cubierto	de	vendajes,	comportándose,	según	le	pareció	a	Harry,	como
si	fuera	el	heroico	superviviente	de	una	horrible	batalla.
—¿Qué	 tal,	 Draco?	 —dijo	 Pansy	 Parkinson,	 sonriendo	 como	 una	 tonta—.	 ¿Te
duele	mucho?
—Sí	—dijo	Malfoy,	con	gesto	de	hombre	valiente.	Pero	Harry	vio	que	guiñaba	un
ojo	a	Crabbe	y	Goyle	en	el	instante	en	que	Pansy	apartaba	la	vista.
—Siéntate	—le	dijo	el	profesor	Snape	amablemente.
Harry	y	Ron	se	miraron	frunciendo	el	entrecejo.	Si	hubieran	sido	ellos	los	que
hubieran	llegado	tarde,	Snape	no	los	habría	mandado	sentarse,	los	habría	castigado	a
quedarse	después	de	clase.	Pero	Malfoy	siempre	se	había	librado	de	los	castigos	en
las	clases	de	Snape.	Snape	era	el	jefe	de	la	casa	de	Slytherin	y	generalmente	favorecía
a	los	suyos,	en	detrimento	de	los	demás.
Aquel	 día	 elaboraban	 una	 nueva	 pócima:	 una	 solución	 para	 encoger.	 Malfoy
colocó	su	caldero	al	lado	de	Harry	y	Ron,	para	preparar	los	ingredientes	en	la	misma
mesa.
—Profesor	—dijo	Malfoy—,	necesitaré	ayuda	para	cortar	las	raíces	de	margarita,
porque	con	el	brazo	así	no	puedo.
—Weasley,	córtaselas	tú	—ordenó	Snape	sin	levantar	la	vista.
Ron	se	puso	rojo	como	un	tomate.
—No	le	pasa	nada	a	tu	brazo	—le	dijo	a	Malfoy	entre	dientes.
Malfoy	le	dirigió	una	sonrisita	desde	el	otro	lado	de	la	mesa.
—Ya	has	oído	al	profesor	Snape,	Weasley.	Córtame	las	raíces.
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Ron	 cogió	 el	 cuchillo,	 acercó	 las	 raíces	 de	 Malfoy	 y	 empezó	 a	 cortarlas	 mal,
dejándolas	todas	de	distintos	tamaños.
—Profesor	 —dijo	 Malfoy,	 arrastrando	 las	 sílabas—,	 Weasley	 está	 estropeando
mis	raíces,	señor.
Snape	fue	hacia	la	mesa,	aproximó	la	nariz	ganchuda	a	las	raíces	y	dirigió	a	Ron
una	sonrisa	desagradable,	por	debajo	de	su	largo	y	grasiento	pelo	negro.
—Dele	a	Malfoy	sus	raíces	y	quédese	usted	con	las	de	él,	Weasley.
—Pero	señor…
Ron	había	pasado	el	último	cuarto	de	hora	cortando	raíces	en	trozos	exactamente
iguales.
—Ahora	mismo	—ordenó	Snape,	con	su	voz	más	peligrosa.
Ron	cedió	a	Malfoy	sus	propias	raíces	y	volvió	a	empuñar	el	cuchillo.
—Profesor,	 necesitaré	 que	 me	 pelen	 este	 higo	 seco	 —dijo	 Malfoy,	 con	 voz
impregnada	de	risa	maliciosa.
—Potter,	pela	el	higo	seco	de	Malfoy	—dijo	Snape,	echándole	a	Harry	la	mirada
de	odio	que	reservaba	sólo	para	él.
Harry	cogió	el	higo	seco	de	Malfoy	mientras	Ron	trataba	de	arreglar	las	raíces
que	ahora	tenía	que	utilizar	él.	Harry	peló	el	higo	seco	tan	rápido	como	pudo,	y	se	lo
lanzó	a	Malfoy	sin	dirigirle	una	palabra.	La	sonrisa	de	Malfoy	era	más	amplia	que
nunca.
—¿Habéis	visto	últimamente	a	vuestro	amigo	Hagrid?	—les	preguntó	Malfoy	en
voz	baja.
—A	ti	no	te	importa	—dijo	Ron	entrecortadamente,	sin	levantar	la	vista.
—Me	 temo	 que	 no	 durará	 mucho	 como	 profesor	 —comentó	 Malfoy,	 haciendo
como	que	le	daba	pena—.	A	mi	padre	no	le	ha	hecho	mucha	gracia	mi	herida…
—Continúa	hablando,	Malfoy,	y	te	haré	una	herida	de	verdad	—le	gruñó	Ron.
—…	Se	ha	quejado	al	Consejo	Escolar	y	al	ministro	de	Magia.	Mi	padre	tiene
mucha	influencia,	no	sé	si	lo	sabéis.	Y	una	herida	duradera	como	ésta…	—Exhaló	un
suspiro	prolongado	pero	fingido—.	¿Quién	sabe	si	mi	brazo	volverá	algún	día	a	estar
como	antes?
—¿Así	que	por	eso	haces	teatro?	—dijo	Harry,	cortándole	sin	querer	la	cabeza	a
un	ciempiés	muerto,	ya	que	la	mano	le	temblaba	de	furia—.	¿Para	ver	si	consigues
que	echen	a	Hagrid?
—Bueno	 —dijo	 Malfoy,	 bajando	 la	 voz	 hasta	 convertirla	 en	 un	 suspiro—,	 en
parte	sí,	Potter.	Pero	hay	otras	ventajas.	Weasley,	córtame	los	ciempiés.
Unos	 calderos	 más	 allá,	 Neville	 afrontaba	 varios	 problemas.	 Solía	 perder	 el
control	en	las	clases	de	Pociones.	Era	la	asignatura	que	peor	se	le	daba	y	el	miedo	que
le	tenía	al	profesor	Snape	empeoraba	las	cosas.	Su	poción,	que	tenía	que	ser	de	un
verde	amarillo	brillante,	se	había	convertido	en…
—¡Naranja,	Longbottom!	—exclamó	Snape,	levantando	un	poco	con	el	cazo	y
vertiéndolo	 en	 el	 caldero,	 para	 que	 lo	 viera	 todo	 el	 mundo—.	 ¡Naranja!	 Dime,
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muchacho,	¿hay	algo	que	pueda	penetrar	esa	gruesa	calavera	que	tienes	ahí?	¿No	me
has	oído	decir	muy	claro	que	se	necesitaba	sólo	un	bazo	de	rata?	¿No	he	dejado	muy
claro	que	no	había	que	echar	más	que	unas	gotas	de	jugo	de	sanguijuela?	¿Qué	tengo
que	hacer	para	que	comprendas,	Longbottom?
Neville	estaba	colorado	y	temblaba.	Parecía	que	se	iba	a	echar	a	llorar.
—Por	favor,	profesor	—dijo	Hermione—,	puedo	ayudar	a	Neville	a	arreglarlo…
—No	 recuerdo	 haberle	 pedido	 que	 presuma,	 señorita	 Granger	 —dijo	 Snape
fríamente,	y	Hermione	se	puso	tan	colorada	como	Neville—.	Longbottom,	al	final	de
esta	clase	le	daremos	unas	gotas	de	esta	poción	a	tu	sapo	y	veremos	lo	que	ocurre.
Quizá	eso	te	anime	a	hacer	las	cosas	correctamente.
Snape	se	alejó,	dejando	a	Neville	sin	respiración,	a	causa	del	miedo.
—¡Ayúdame!	—rogó	a	Hermione.
—¡Eh,	 Harry!	 —dijo	 Seamus	 Finnigan,	 inclinándose	 para	 cogerle	 prestada	 a
Harry	la	balanza	de	bronce—.	¿Has	oído?	El	Profeta	de	esta	mañana	asegura	que	han
visto	a	Sirius	Black.
—¿Dónde?	 —preguntaron	 con	 rapidez	 Harry	 y	 Ron.	 Al	 otro	 lado	 de	 la	 mesa,
Malfoy	levantó	la	vista	para	escuchar	con	atención.
—No	muy	lejos	de	aquí	—dijo	Seamus,	que	parecía	emocionado—.	Lo	ha	visto
una	muggle.	Por	supuesto,	ella	no	entendía	realmente.	Los	muggles	piensan	que	es
sólo	 un	 criminal	 común	 y	 corriente,	 ¿verdad?	 El	 caso	 es	 que	 telefoneó	 a	 la	 línea
directa.	Pero	cuando	llegaron	los	del	Ministerio	de	Magia,	ya	se	había	ido.
—No	muy	lejos	de	aquí…	—repitió	Ron,	mirando	a	Harry	de	forma	elocuente.
Dio	media	vuelta	y	sorprendió	a	Malfoy	mirando.
—¿Qué,	Malfoy?	¿Necesitas	que	te	pele	algo	más?
Pero	a	Malfoy	le	brillaban	los	ojos	de	forma	malvada	y	estaban	fijos	en	Harry.	Se
inclinó	sobre	la	mesa.
—¿Pensando	en	atrapar	a	Black	tú	solo,	Potter?
—Exactamente	—dijo	Harry.
Los	finos	labios	de	Malfoy	se	curvaron	en	una	sonrisa	mezquina.
—Desde	luego,	yo	ya	habría	hecho	algo.	No	estaría	en	el	cole	como	un	chico
bueno.	Saldría	a	buscarlo.
—¿De	qué	hablas,	Malfoy?	—dijo	Ron	con	brusquedad.
—¿No	sabes,	Potter…?	—musitó	Malfoy,	casi	cerrando	sus	ojos	claros.
—¿Qué	he	de	saber?
Malfoy	soltó	una	risa	despectiva,	apenas	audible.
—Tal	 vez	 prefieres	 no	 arriesgar	 el	 cuello	 —dijo—.	 Se	 lo	 quieres	 dejar	 a	 los
dementores,	¿verdad?	Pero	en	tu	caso,	yo	buscaría	venganza.	Lo	cazaría	yo	mismo.
—¿De	qué	hablas?	—le	preguntó	Harry	de	mal	humor.
En	aquel	momento,	Snape	dijo	en	voz	alta:
—Deberíais	 haber	 terminado	 de	 añadir	 los	 ingredientes.	 Esta	 poción	 tiene	 que
cocerse	antes	de	que	pueda	ser	ingerida.	No	os	acerquéis	mientras	está	hirviendo.	Y
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luego	probaremos	la	de	Longbottom…
Crabbe	y	Goyle	rieron	abiertamente	al	ver	a	Neville	azorado	y	agitando	su	poción
sin	parar.	Hermione	le	murmuraba	instrucciones	por	la	comisura	de	la	boca,	para	que
Snape	no	lo	viera.	Harry	y	Ron	recogieron	los	ingredientes	no	usados,	y	fueron	a
lavarse	las	manos	y	a	lavar	los	cazos	en	la	pila	de	piedra	que	había	en	el	rincón.
—¿Qué	ha	querido	decir	Malfoy?	—susurró	Harry	a	Ron,	colocando	las	manos
bajo	 el	 chorro	 de	 agua	 helada	 que	 salía	 de	 una	 gárgola—.	 ¿Por	 qué	 tendría	 que
vengarme	de	Black?	Todavía	no	me	ha	hecho	nada.
—Cosas	que	inventa	—dijo	Ron—.	Le	gustaría	que	hicieras	una	locura…
Cuando	faltaba	poco	para	que	terminara	la	clase,	Snape	se	dirigió	con	paso	firme
a	Neville,	que	se	encogió	de	miedo	al	lado	de	su	caldero.
—Venid	todos	y	poneos	en	corro	—dijo	Snape.	Los	ojos	negros	le	brillaban—.	Y
ved	lo	que	le	sucede	al	sapo	de	Longbottom.	Si	ha	conseguido	fabricar	una	solución
para	encoger,	el	sapo	se	quedará	como	un	renacuajo.	Si	lo	ha	hecho	mal	(de	lo	que	no
tengo	ninguna	duda),	el	sapo	probablemente	morirá	envenenado.
Los	de	Gryffindor	observaban	con	aprensión	y	los	de	Slytherin	con	entusiasmo.
Snape	 se	 puso	 el	 sapo	 Trevor	 en	 la	 palma	 de	 la	 mano	 izquierda	 e	 introdujo	 una
cucharilla	en	la	poción	de	Neville,	que	había	recuperado	el	color	verde.	Echó	unas
gotas	en	la	garganta	de	Trevor.
Se	 hizo	 un	 silencio	 total,	 mientras	 Trevor	 tragaba.	 Luego	 se	 oyó	 un	 ligero
«¡plop!»	y	el	renacuajo	Trevor	serpenteó	en	la	palma	de	la	mano	de	Snape.	Los	de
Gryffindor	prorrumpieron	en	aplausos.	Snape,	irritado,	sacó	una	pequeña	botella	del
bolsillo	de	su	túnica,	echó	unas	gotas	sobre	Trevor	y	éste	recobró	su	tamaño	normal.
—Cinco	 puntos	 menos	 para	 Gryffindor	 —dijo	 Snape,	 borrando	 la	 sonrisa	 de
todas	las	caras—.	Le	dije	que	no	lo	ayudara,	señorita	Granger.	Podéis	retiraos.
Harry,	Ron	y	Hermione	subieron	las	escaleras	hasta	el	vestíbulo.	Harry	todavía
meditaba	lo	que	le	había	dicho	Malfoy,	en	tanto	que	Ron	estaba	furioso	por	lo	de
Snape.
—¡Cinco	puntos	menos	para	Gryffindor	porque	la	poción	estaba	bien	hecha!	¿Por
qué	no	mentiste,	Hermione?	¡Deberías	haber	dicho	que	lo	hizo	Neville	solo!
Ella	no	contestó.	Ron	miró	a	su	alrededor.
—¿Dónde	está	Hermione?
Harry	 también	 se	 volvió.	 Estaban	 en	 la	 parte	 superior	 de	 las	 escaleras,	 viendo
pasar	al	resto	de	la	clase	que	se	dirigía	al	Gran	Comedor	para	almorzar.
—Venía	detrás	de	nosotros	—dijo	Ron,	frunciendo	el	entrecejo.
Malfoy	los	adelantó,	flanqueado	por	Crabbe	y	Goyle.	Dirigió	a	Harry	una	sonrisa
de	suficiencia	y	desapareció.
—Ahí	está	—dijo	Harry.
Hermione	jadeaba	un	poco	al	subir	las	escaleras	a	toda	velocidad.	Con	una	mano
sujetaba	la	mochila;	con	la	otra	sujetaba	algo	que	llevaba	metido	en	la	túnica.
—¿Cómo	lo	hiciste?	—le	preguntó	Ron.
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—¿El	qué?	—preguntó	a	su	vez	Hermione,	reuniéndose	con	ellos.
—Hace	un	minuto	venías	detrás	de	nosotros	y	un	instante	después	estabas	al	pie
de	las	escaleras.
—¿Qué?	 —Hermione	 parecía	 un	 poco	 confusa—.	 ¡Ah,	 tuve	 que	 regresar	 para
coger	una	cosa!	¡Oh,	no…!
En	 la	 mochila	 de	 Hermione	 se	 había	 abierto	 una	 costura.	 A	 Harry	 no	 le
sorprendía;	contenía	al	menos	una	docena	de	libros	grandes	y	pesados.
—¿Por	qué	llevas	encima	todos	esos	libros?	—le	preguntó	Ron.
—Ya	sabes	cuántas	asignaturas	estudio	—dijo	Hermione	casi	sin	aliento—.	¿No
me	podrías	sujetar	éstos?
—Pero…	—Ron	daba	vueltas	a	los	libros	que	Hermione	le	había	pasado	y	miraba
las	tapas—.	Hoy	no	tienes	estas	asignaturas.	Esta	tarde	sólo	hay	Defensa	Contra	las
Artes	Oscuras.
—Ya	—dijo	Hermione,	pero	volvió	a	meter	todos	los	libros	en	la	mochila,	como
si	no	la	hubieran	comprendido—.	Espero	que	haya	algo	bueno	para	comer.	Me	muero
de	hambre	—añadió,	y	continuó	hacia	el	Gran	Comedor.
—¿No	tienes	la	sensación	de	que	Hermione	nos	oculta	algo?	—preguntó	Ron	a
Harry.
El	profesor	Lupin	no	estaba	en	el	aula	cuando	llegaron	a	su	primera	clase	de	Defensa
Contra	 las	 Artes	 Oscuras.	 Todos	 se	 sentaron,	 sacaron	 los	 libros,	 las	 plumas	 y	 los
pergaminos,	 y	 estaban	 hablando	 cuando	 por	 fin	 llegó	 el	 profesor.	 Lupin	 sonrió
vagamente	y	puso	su	desvencijado	maletín	en	la	mesa.	Estaba	tan	desaliñado	como
siempre,	pero	parecía	más	sano	que	en	el	tren,	como	si	hubiera	tomado	unas	cuantas
comidas	abundantes.
—Buenas	tardes	—dijo—.	¿Podríais,	por	favor,	meter	los	libros	en	la	mochila?	La
lección	de	hoy	será	práctica.	Sólo	necesitaréis	las	varitas	mágicas.
La	clase	cambió	miradas	de	curiosidad	mientras	recogía	los	libros.	Nunca	habían
tenido	 una	 clase	 práctica	 de	 Defensa	 Contra	 las	 Artes	 Oscuras,	 a	 menos	 que	 se
contara	la	memorable	clase	del	año	anterior,	en	que	el	antiguo	profesor	había	llevado
una	jaula	con	duendecillos	y	los	había	soltado	en	clase.
—Bien	—dijo	el	profesor	Lupin	cuando	todo	el	mundo	estuvo	listo—.	Si	tenéis	la
amabilidad	de	seguirme…
Desconcertados	pero	con	interés,	los	alumnos	se	pusieron	en	pie	y	salieron	del
aula	 con	 el	 profesor	 Lupin.	 Éste	 los	 condujo	 a	 lo	 largo	 del	 desierto	 corredor.
Doblaron	una	esquina.	Al	primero	que	vieron	fue	a	Peeves	el	poltergeist,	que	flotaba
boca	abajo	en	medio	del	aire	y	tapaba	con	chicle	el	ojo	de	una	cerradura.	Peeves	no
levantó	 la	 mirada	 hasta	 que	 el	 profesor	 Lupin	 estuvo	 a	 medio	 metro.	 Entonces
sacudió	los	pies	de	dedos	retorcidos	y	se	puso	a	cantar	una	monótona	canción:
—Locatis	lunático	Lupin,	locatis	lunático	Lupin,	locatis	lunático	Lupin…
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Aunque	 casi	 siempre	 era	 desobediente	 y	 maleducado,	 Peeves	 solía	 tener	 algún
respeto	por	los	profesores.	Todos	miraron	de	inmediato	al	profesor	Lupin	para	ver
cómo	se	lo	tomaría.	Ante	su	sorpresa,	el	mencionado	seguía	sonriendo.
—Yo	en	tu	lugar	quitaría	ese	chicle	de	la	cerradura,	Peeves	—dijo	amablemente
—.	El	señor	Filch	no	podrá	entrar	a	por	sus	escobas.
Filch	era	el	conserje	de	Hogwarts,	un	brujo	fracasado	y	de	mal	genio	que	estaba
en	guerra	permanente	con	los	alumnos	y	por	supuesto	con	Peeves.	Pero	Peeves	no
prestó	atención	al	profesor	Lupin,	salvo	para	soltarle	una	sonora	pedorreta.
El	profesor	Lupin	suspiró	y	sacó	la	varita	mágica.
—Es	 un	 hechizo	 útil	 y	 sencillo	 —dijo	 a	 la	 clase,	 volviendo	 la	 cabeza—.	 Por
favor,	estad	atentos.
Alzó	la	varita	a	la	altura	del	hombro,	dijo	¡Waddiwasi!	y	apuntó	a	Peeves.
Con	la	fuerza	de	una	bala,	el	chicle	salió	disparado	del	agujero	de	la	cerradura	y
fue	a	taponar	la	fosa	nasal	izquierda	de	Peeves;	éste	ascendió	dando	vueltas	como	en
un	remolino	y	se	alejó	como	un	bólido,	zumbando	y	echando	maldiciones.
—¡Chachi,	profesor!	—dijo	Dean	Thomas,	asombrado.
—Gracias,	 Dean	 —respondió	 el	 profesor	 Lupin,	 guardando	 la	 varita—.
¿Continuamos?
Se	 pusieron	 otra	 vez	 en	 marcha,	 mirando	 al	 desaliñado	 profesor	 Lupin	 con
creciente	respeto.	Los	condujo	por	otro	corredor	y	se	detuvo	en	la	puerta	de	la	sala	de
profesores.
—Entrad,	 por	 favor	 —dijo	 el	 profesor	 Lupin	 abriendo	 la	 puerta	 y	 cediendo	 el
paso.
En	la	sala	de	profesores,	una	estancia	larga,	con	paneles	de	madera	en	las	paredes
y	 llena	 de	 sillas	 viejas	 y	 dispares,	 no	 había	 nadie	 salvo	 un	 profesor.	 Snape	 estaba
sentado	en	un	sillón	bajo	y	observó	a	la	clase	mientras	ésta	penetraba	en	la	sala.	Los
ojos	 le	 brillaban	 y	 en	 la	 boca	 tenía	 una	 sonrisa	 desagradable.	 Cuando	 el	 profesor
Lupin	entró	y	cerró	la	puerta	tras	él,	dijo	Snape:
—Déjela	abierta,	Lupin.	Prefiero	no	ser	testigo	de	esto.	—Se	puso	de	pie	y	pasó
entre	los	alumnos.	Su	túnica	negra	ondeaba	a	su	espalda.	Ya	en	la	puerta,	giró	sobre
sus	 talones	 y	 dijo—:	 Posiblemente	 no	 le	 haya	 avisado	 nadie,	 Lupin,	 pero	 Neville
Longbottom	está	aquí.	Yo	le	aconsejaría	no	confiarle	nada	difícil.	A	menos	que	la
señorita	Granger	le	esté	susurrando	las	instrucciones	al	oído.
Neville	 se	 puso	 colorado.	 Harry	 echó	 a	 Snape	 una	 mirada	 fulminante;	 ya	 era
desagradable	 que	 se	 metiera	 con	 Neville	 en	 clase,	 y	 no	 digamos	 delante	 de	 otros
profesores.
El	profesor	Lupin	había	alzado	las	cejas.
—Tenía	 la	 intención	 de	 que	 Neville	 me	 ayudara	 en	 la	 primera	 fase	 de	 la
operación,	y	estoy	seguro	de	que	lo	hará	muy	bien.
El	rostro	de	Neville	se	puso	aún	más	colorado.	Snape	torció	el	gesto,	pero	salió	de
la	sala	dando	un	portazo.
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—Ahora	 —dijo	 el	 profesor	 Lupin	 llamando	 la	 atención	 del	 fondo	 de	 la	 clase,
donde	 no	 había	 más	 que	 un	 viejo	 armario	 en	 el	 que	 los	 profesores	 guardaban	 las
túnicas	 de	 repuesto.	 Cuando	 el	 profesor	 Lupin	 se	 acercó,	 el	 armario	 tembló	 de
repente,	golpeando	la	pared.
»No	hay	por	qué	preocuparse	—dijo	con	tranquilidad	el	profesor	Lupin	cuando
algunos	 de	 los	 alumnos	 se	 echaron	 hacia	 atrás,	 alarmados—.	 Hay	 un	 boggart	ahí
dentro.
Casi	 todos	 pensaban	 que	 un	 boggart	 era	 algo	 preocupante.	 Neville	 dirigió	 al
profesor	Lupin	una	mirada	de	terror	y	Seamus	Finnigan	vio	con	aprensión	moverse	el
pomo	de	la	puerta.
—A	los	boggarts	les	gustan	los	lugares	oscuros	y	cerrados	—prosiguió	el	profesor
Lupin—:	 los	 roperos,	 los	 huecos	 debajo	 de	 las	 camas,	 el	 armario	 de	 debajo	 del
fregadero…	En	una	ocasión	vi	a	uno	que	se	había	metido	en	un	reloj	de	pared.	Se
vino	aquí	ayer	por	la	tarde,	y	le	pregunté	al	director	si	se	le	podía	dejar	donde	estaba,
para	 utilizarlo	 hoy	 en	 una	 clase	 de	 prácticas.	 La	 primera	 pregunta	 que	 debemos
contestar	es:	¿qué	es	un	boggart?
Hermione	levantó	la	mano.
—Es	un	ser	que	cambia	de	forma	—dijo—.	Puede	tomar	la	forma	de	aquello	que
más	miedo	nos	da.
—Yo	 no	 lo	 podría	 haber	 explicado	 mejor	 —admitió	 el	 profesor	 Lupin,	 y
Hermione	se	puso	radiante	de	felicidad—.	El	boggart	que	está	ahí	dentro,	sumido	en
la	 oscuridad,	 aún	 no	 ha	 adoptado	 una	 forma.	 Todavía	 no	 sabe	 qué	 es	 lo	 que	 más
miedo	le	da	a	la	persona	del	otro	lado.	Nadie	sabe	qué	forma	tiene	un	boggart	cuando
está	solo,	pero	cuando	lo	dejemos	salir,	se	convertirá	de	inmediato	en	lo	que	más
temamos.	Esto	significa	—prosiguió	el	profesor	Lupin,	optando	por	no	hacer	caso	de
los	balbuceos	de	terror	de	Neville—	que	ya	antes	de	empezar	tenemos	una	enorme
ventaja	sobre	el	boggart.	¿Sabes	por	qué,	Harry?
Era	 difícil	 responder	 a	 una	 pregunta	 con	 Hermione	 al	 lado,	 que	 no	 dejaba	 de
ponerse	de	puntillas,	con	la	mano	levantada.	Pero	Harry	hizo	un	intento:
—¿Porque	somos	muchos	y	no	sabe	por	qué	forma	decidirse?
—Exacto	—dijo	el	profesor	Lupin.	Y	Hermione	bajó	la	mano	algo	decepcionada
—.	Siempre	es	mejor	estar	acompañado	cuando	uno	se	enfrenta	a	un	boggart,	porque
se	despista.	¿En	qué	se	debería	convertir,	en	un	cadáver	decapitado	o	en	una	babosa
carnívora?	En	cierta	ocasión	vi	que	un	boggart	cometía	el	error	de	querer	asustar	a
dos	personas	a	la	vez	y	el	muy	imbécil	se	convirtió	en	media	babosa.	No	daba	ni	gota
de	 miedo.	 El	 hechizo	 para	 vencer	 a	 un	 boggart	 es	 sencillo,	 pero	 requiere	 fuerza
mental.	Lo	que	sirve	para	vencer	a	un	boggart	es	la	risa.	Lo	que	tenéis	que	hacer	es
obligarle	a	que	adopte	una	forma	que	vosotros	encontréis	cómica.	Practicaremos	el
hechizo	primero	sin	la	varita.	Repetid	conmigo:	¡Riddíkulo!
—¡Riddíkulo!	—dijeron	todos	a	la	vez.
—Bien	—dijo	el	profesor	Lupin—.	Muy	bien.	Pero	me	temo	que	esto	es	lo	más
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fácil.	Como	veis,	la	palabra	sola	no	basta.	Y	aquí	es	donde	entras	tú,	Neville.
El	armario	volvió	a	temblar.	Aunque	no	tanto	como	Neville,	que	avanzaba	como
si	se	dirigiera	a	la	horca.
—Bien,	Neville	—prosiguió	el	profesor	Lupin—.	Empecemos	por	el	principio:
¿qué	es	lo	que	más	te	asusta	en	el	mundo?	—Neville	movió	los	labios,	pero	no	dijo
nada—.	Perdona,	Neville,	pero	no	he	entendido	lo	que	has	dicho	—dijo	el	profesor
Lupin,	sin	enfadarse.
Neville	 miró	 a	 su	 alrededor,	 con	 ojos	 despavoridos,	 como	 implorando	 ayuda.
Luego	dijo	en	un	susurro:
—El	profesor	Snape.
Casi	todos	se	rieron.	Incluso	Neville	se	sonrió	a	modo	de	disculpa.	El	profesor
Lupin,	sin	embargo,	parecía	pensativo.
—El	 profesor	 Snape…	 humm…	 Neville,	 creo	 que	 vives	 con	 tu	 abuela,	 ¿es
verdad?
—Sí	—respondió	Neville,	nervioso—.	Pero	no	quisiera	tampoco	que	el	boggart	se
convirtiera	en	ella.
—No,	no.	No	me	has	comprendido	—dijo	el	profesor	Lupin,	sonriendo—.	Lo	que
quiero	saber	es	si	podrías	explicarnos	cómo	va	vestida	tu	abuela	normalmente.
Neville	estaba	asustado,	pero	dijo:
—Bueno,	lleva	siempre	el	mismo	sombrero:	alto,	con	un	buitre	disecado	encima;
y	un	vestido	largo…	normalmente	verde;	y	a	veces,	una	bufanda	de	piel	de	zorro.
—¿Y	bolso?	—le	ayudó	el	profesor	Lupin.
—Sí,	un	bolso	grande	y	rojo	—confirmó	Neville.
—Bueno,	entonces	—dijo	el	profesor	Lupin—,	¿puedes	recordar	claramente	ese
atuendo,	Neville?	¿Eres	capaz	de	verlo	mentalmente?
—Sí	—dijo	Neville,	con	inseguridad,	preguntándose	qué	pasaría	a	continuación.
—Cuando	el	boggart	salga	de	repente	de	este	armario	y	te	vea,	Neville,	adoptará
la	forma	del	profesor	Snape	—dijo	Lupin—.	Entonces	alzarás	la	varita,	así,	y	dirás	en
voz	alta:	¡Riddíkulo!,	concentrándote	en	el	atuendo	de	tu	abuela.	Si	todo	va	bien,	el
boggart-profesor	Snape	tendrá	que	ponerse	el	sombrero,	el	vestido	verde	y	el	bolso
grande	y	rojo.
Hubo	una	carcajada	general.	El	armario	tembló	más	violentamente.
—Si	 a	 Neville	 le	 sale	 bien	 —añadió	 el	 profesor	 Lupin—,	 es	 probable	 que	 el
boggart	vuelva	su	atención	hacia	cada	uno	de	nosotros,	por	turno.	Quiero	que	ahora
todos	dediquéis	un	momento	a	pensar	en	lo	que	más	miedo	os	da	y	en	cómo	podríais
convertirlo	en	algo	cómico…
La	sala	se	quedó	en	silencio.	Harry	meditó…	¿qué	era	lo	que	más	le	aterrorizaba
en	el	mundo?
Lo	primero	que	le	vino	a	la	mente	fue	lord	Voldemort,	un	Voldemort	que	hubiera
recuperado	 su	 antigua	 fuerza.	 Pero	 antes	 de	 haber	 empezado	 a	 planear	 un	 posible
contraataque	contra	un	boggart-Voldemort,	se	le	apareció	una	imagen	horrible:	una
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mano	viscosa,	corrompida,	que	se	escondía	bajo	una	capa	negra…,	una	respiración
prolongada	y	ruidosa	que	salía	de	una	boca	oculta…	luego	un	frío	tan	penetrante	que
le	ahogaba…
Harry	se	estremeció.	Miró	a	su	alrededor,	deseando	que	nadie	lo	hubiera	notado.
La	mayoría	de	sus	compañeros	tenía	los	ojos	fuertemente	cerrados.	Ron	murmuraba
para	sí:
—Arrancarle	las	patas.
Harry	adivinó	de	qué	se	trataba.	Lo	que	más	miedo	le	daba	a	Ron	eran	las	arañas.
—¿Todos	preparados?	—preguntó	el	profesor	Lupin.
Harry	 se	 horrorizó.	 Él	 no	 estaba	 preparado.	 Pero	 no	 quiso	 pedir	 más	 tiempo.
Todos	los	demás	asentían	con	la	cabeza	y	se	arremangaban.
—Nos	vamos	a	echar	todos	hacia	atrás,	Neville	—dijo	el	profesor	Lupin—,	para
dejarte	el	campo	despejado.	¿De	acuerdo?	Después	de	ti	llamaré	al	siguiente,	para
que	pase	hacia	delante…	Ahora	todos	hacia	atrás,	así	Neville	podrá	tener	sitio	para
enfrentarse	a	él.
Todos	se	retiraron,	arrimándose	a	las	paredes,	y	dejaron	a	Neville	solo,	frente	al
armario.	Estaba	pálido	y	asustado,	pero	se	había	remangado	la	túnica	y	tenía	la	varita
preparada.
—A	la	de	tres,	Neville	—dijo	el	profesor	Lupin,	que	apuntaba	con	la	varita	al
pomo	de	la	puerta	del	armario—.	A	la	una…	a	las	dos…	a	las	tres…	¡ya!
Un	haz	de	chispas	salió	de	la	varita	del	profesor	Lupin	y	dio	en	el	pomo	de	la
puerta.	 El	 armario	 se	 abrió	 de	 golpe	 y	 el	 profesor	 Snape	 salió	 de	 él,	 con	 su	 nariz
ganchuda	y	gesto	amenazador.	Fulminó	a	Neville	con	la	mirada.
Neville	se	echó	hacia	atrás,	con	la	varita	en	alto,	moviendo	la	boca	sin	pronunciar
palabra.	Snape	se	le	acercaba,	ya	estaba	a	punto	de	cogerlo	por	la	túnica…
—¡Ri…	Riddíkulo!	—dijo	Neville.
Se	 oyó	 un	 chasquido	 como	 de	 látigo.	 Snape	 tropezó:	 llevaba	 un	 vestido	 largo
ribeteado	de	encaje	y	un	sombrero	alto	rematado	por	un	buitre	apolillado.	De	su	mano
pendía	un	enorme	bolso	rojo.
Hubo	una	carcajada	general.	El	boggart	se	detuvo,	confuso,	y	el	profesor	Lupin
gritó:
—¡Parvati!	¡Adelante!
Parvati	 avanzó,	 con	 el	 rostro	 tenso.	 Snape	 se	 volvió	 hacia	 ella.	 Se	 oyó	 otro
chasquido	y	en	el	lugar	en	que	había	estado	Snape	apareció	una	momia	cubierta	de
vendas	 y	 con	 manchas	 de	 sangre;	 había	 vuelto	 hacia	 Parvati	 su	 rostro	 sin	 ojos,	 y
comenzó	 a	 caminar	 hacia	 ella,	 muy	 despacio,	 arrastrando	 los	 pies	 y	 alzando	 sus
brazos	rígidos…
—¡Riddíkulo!	—gritó	Parvati.
Se	soltó	una	de	las	vendas	y	la	momia	se	enredó	en	ella,	cayó	de	bruces	y	la
cabeza	salió	rodando.
—¡Seamus!	—gritó	el	profesor	Lupin.
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Seamus	pasó	junto	a	Parvati	como	una	flecha.
¡Crac!	Donde	había	estado	la	momia	se	encontraba	ahora	una	mujer	de	pelo	negro
tan	largo	que	le	llegaba	al	suelo,	con	un	rostro	huesudo	de	color	verde:	una	banshee.
Abrió	la	boca	completamente	y	un	sonido	sobrenatural	llenó	la	sala:	un	prolongado
aullido	que	le	puso	a	Harry	los	pelos	de	punta.
—¡Riddíkulo!	—gritó	Seamus.
La	banshee	emitió	un	sonido	ronco	y	se	llevó	la	mano	al	cuello.	Se	había	quedado
afónica.
¡Crac!	La	banshee	se	convirtió	en	una	rata	que	intentaba	morderse	la	cola,	dando
vueltas	en	círculo;	a	continuación…	¡crac!,	se	convirtió	en	una	serpiente	de	cascabel
que	se	deslizaba	retorciéndose,	y	luego…	¡crac!,	en	un	ojo	inyectado	en	sangre.
—¡Está	despistado!	—gritó	Lupin—.	¡Lo	estamos	logrando!	¡Dean!
Dean	se	adelantó.
¡Crac!	El	ojo	se	convirtió	en	una	mano	amputada	que	se	dio	la	vuelta	y	comenzó
a	arrastrarse	por	el	suelo	como	un	cangrejo.
—¡Riddíkulo!	—gritó	Dean.
Se	oyó	un	chasquido	y	la	mano	quedó	atrapada	en	una	ratonera.
—¡Excelente!	¡Ron,	te	toca!
Ron	se	dirigió	hacia	delante.
¡Crac!
Algunos	gritaron.	Una	araña	gigante,	de	dos	metros	de	altura	y	cubierta	de	pelo,
se	 dirigía	 hacia	 Ron	 chascando	 las	 pinzas	 amenazadoramente.	 Por	 un	 momento,
Harry	pensó	que	Ron	se	había	quedado	petrificado.	Pero	entonces…
—¡Riddíkulo!	—gritó	Ron.
Las	patas	de	la	araña	desaparecieron	y	el	cuerpo	empezó	a	rodar.	Lavender	Brown
dio	 un	 grito	 y	 se	 apartó	 de	 su	 camino	 a	 toda	 prisa.	 El	 cuerpo	 de	 la	 araña	 fue	 a
detenerse	a	los	pies	de	Harry.	Alzó	la	varita,	pero…
—¡Aquí!	—gritó	el	profesor	Lupin	de	pronto,	avanzando	rápido	hacia	la	araña.
¡Crac!
La	araña	sin	patas	había	desaparecido.	Durante	un	segundo	todos	miraron	a	su
alrededor	con	los	ojos	bien	abiertos,	buscándola.	Entonces	vieron	una	esfera	de	un
blanco	plateado	que	flotaba	en	el	aire,	delante	de	Lupin,	que	dijo	¡Riddíkulo!	casi	con
desgana.
¡Crac!
—¡Adelante,	Neville,	y	termina	con	él!	—dijo	Lupin	cuando	el	boggart	cayó	al
suelo	en	forma	de	cucaracha.	¡Crac!	Allí	estaba	de	nuevo	Snape.	Esta	vez,	Neville
avanzó	con	decisión.
—¡Riddíkulo!	—gritó,	y	durante	una	fracción	de	segundo	vislumbraron	a	Snape
vestido	de	abuela,	antes	de	que	Neville	emitiera	una	sonora	carcajada	y	el	boggart
estallara	en	mil	volutas	de	humo	y	desapareciera.
—¡Muy	bien!	—gritó	el	profesor	Lupin	mientras	la	clase	prorrumpía	en	aplausos
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—.	Muy	bien,	Neville.	Todos	lo	habéis	hecho	muy	bien.	Veamos…	cinco	puntos	para
Gryffindor	por	cada	uno	de	los	que	se	han	enfrentado	al	boggart…	Diez	por	Neville,
porque	lo	hizo	dos	veces.	Y	cinco	por	Hermione	y	otros	cinco	por	Harry.
—Pero	yo	no	he	intervenido	—dijo	Harry.
—Tú	y	Hermione	contestasteis	correctamente	a	mis	preguntas	al	comienzo	de	la
clase	—dijo	Lupin	sin	darle	importancia—.	Muy	bien	todo	el	mundo.	Ha	sido	una
clase	estupenda.	Como	deberes,	vais	a	tener	que	leer	la	lección	sobre	los	boggart	y
hacerme	un	resumen.	Me	lo	entregaréis	el	lunes.	Eso	es	todo.
Los	 alumnos	 abandonaron	 entusiasmados	 la	 sala	 de	 profesores.	 Harry,	 sin
embargo,	no	estaba	contento.	El	profesor	Lupin	le	había	impedido	deliberadamente
que	se	enfrentara	al	boggart.	¿Por	qué?	¿Era	porque	había	visto	a	Harry	desmayarse
en	 el	 tren	 y	 pensó	 que	 no	 sería	 capaz?	 ¿Había	 pensado	 que	 Harry	 se	 volvería	 a
desmayar?
Pero	nadie	más	se	había	dado	cuenta.
—¿Habéis	visto	cómo	he	podido	con	la	banshee?	—decía	Seamus.
—¿Y	la	mano?	—dijo	Dean,	imitándola	con	la	suya.
—¿Y	Snape	con	el	sombrero?
—¿Y	mi	momia?
—Me	pregunto	por	qué	al	profesor	Lupin	le	dan	miedo	las	bolas	de	cristal	—
preguntó	Lavender.
—Ha	sido	la	mejor	clase	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras	que	hemos	tenido.
¿No	es	verdad?	—dijo	Ron,	emocionado,	mientras	regresaban	al	aula	para	coger	las
mochilas.
—Parece	 un	 profesor	 muy	 bueno	 —dijo	 Hermione—.	 Pero	 me	 habría	 gustado
haberme	enfrentado	al	boggart	yo	también.
—¿En	qué	se	habría	convertido	el	boggart?	—le	preguntó	Ron,	burlándose—,	¿en
un	trabajo	de	clase	en	el	que	sólo	te	pusieran	un	nueve?
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E
CAPÍTULO	8
La	huida	de	la	Señora	Gorda
N	muy	poco	tiempo,	la	clase	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras	se	convirtió	en
la	favorita	de	la	mayoría.	Sólo	Draco	Malfoy	y	su	banda	de	Slytherin	criticaban
al	profesor	Lupin:
—Mira	 cómo	 lleva	 la	 túnica	 —solía	 decir	 Malfoy	 murmurando	 alto	 cuando
pasaba	el	profesor—.	Viste	como	nuestro	antiguo	elfo	doméstico.
Pero	 a	 nadie	 más	 le	 interesaba	 que	 la	 túnica	 del	 profesor	 Lupin	 estuviera
remendada	 y	 raída.	 Sus	 siguientes	 clases	 fueron	 tan	 interesantes	 como	 la	 primera.
Después	 de	 los	 boggarts	 estudiaron	 a	 los	 gorros	rojos,	 unas	 criaturas	 pequeñas	 y
desagradables,	parecidas	a	los	duendes,	que	se	escondían	en	cualquier	sitio	en	el	que
hubiera	habido	derramamiento	de	sangre,	en	las	mazmorras	de	los	castillos	o	en	los
agujeros	de	las	bombas	de	los	campos	de	batalla,	para	dar	una	paliza	a	los	que	se
extraviaban.	De	los	gorros	rojos	pasaron	a	los	kappas,	unos	repugnantes	moradores
del	agua	que	parecían	monos	con	escamas	y	con	dedos	palmeados,	y	que	disfrutaban
estrangulando	a	los	ignorantes	que	cruzaban	sus	estanques.
Harry	habría	querido	que	sus	otras	clases	fueran	igual	de	entretenidas.	La	peor	de
todas	era	Pociones.	Snape	estaba	aquellos	días	especialmente	propenso	a	la	revancha
y	todos	sabían	por	qué.	La	historia	del	boggart	que	había	adoptado	la	forma	de	Snape
y	 el	 modo	 en	 que	 lo	 había	 dejado	 Neville,	 con	 el	 atuendo	 de	 su	 abuela,	 se	 había
extendido	 por	 todo	 el	 colegio.	 Snape	 no	 lo	 encontraba	 divertido.	 A	 la	 primera
mención	 del	 profesor	 Lupin,	 aparecía	 en	 sus	 ojos	 una	 expresión	 amenazadora.	 A
Neville	lo	acosaba	más	que	nunca.
Harry	 también	 aborrecía	 las	 horas	 que	 pasaba	 en	 la	 agobiante	 sala	 de	 la	 torre
norte	de	la	profesora	Trelawney,	descifrando	símbolos	y	formas	confusas,	procurando
olvidar	que	los	ojos	de	la	profesora	Trelawney	se	llenaban	de	lágrimas	cada	vez	que
lo	miraba.	No	le	podía	gustar	la	profesora	Trelawney,	por	más	que	unos	cuantos	de	la
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clase	la	trataran	con	un	respeto	que	rayaba	en	la	reverencia.	Parvati	Patil	y	Lavender
Brown	habían	adoptado	la	costumbre	de	rondar	la	sala	de	la	torre	de	la	profesora
Trelawney	a	la	hora	de	la	comida,	y	siempre	regresaban	con	un	aire	de	superioridad
que	 resultaba	 enojoso,	 como	 si	 supieran	 cosas	 que	 los	 demás	 ignoraban.	 Habían
comenzado	 a	 hablarle	 a	 Harry	 en	 susurros,	 como	 si	 se	 encontrara	 en	 su	 lecho	 de
muerte.
A	nadie	le	gustaba	realmente	la	asignatura	sobre	Cuidado	de	Criaturas	Mágicas,
que	 después	 de	 la	 primera	 clase	 tan	 movida	 se	 había	 convertido	 en	 algo
extremadamente	aburrido.	Hagrid	había	perdido	la	confianza.	Ahora	pasaban	lección
tras	lección	aprendiendo	a	cuidar	a	los	gusarajos,	que	tenían	que	contarse	entre	las
más	aburridas	criaturas	del	universo.
—¿Por	qué	alguien	se	preocuparía	de	cuidarlos?	—preguntó	Ron	tras	pasar	otra
hora	embutiendo	las	viscosas	gargantas	de	los	gusarajos	con	lechuga	cortada	en	tiras.
A	comienzos	de	octubre,	sin	embargo,	hubo	otra	cosa	que	mantuvo	ocupado	a
Harry,	 algo	 tan	 divertido	 que	 compensaba	 la	 insatisfacción	 de	 algunas	 clases.	 Se
aproximaba	 la	 temporada	 de	 quidditch	 y	 Oliver	 Wood,	 capitán	 del	 equipo	 de
Gryffindor,	convocó	una	reunión	un	jueves	por	la	tarde	para	discutir	las	tácticas	de	la
nueva	temporada.
En	un	equipo	de	quidditch	había	siete	personas:	tres	cazadores,	cuya	función	era
marcar	goles	metiendo	la	quaffle	(un	balón	como	el	de	fútbol,	rojo)	por	uno	de	los
aros	 que	 había	 en	 cada	 lado	 del	 campo,	 a	 una	 altura	 de	 quince	 metros;	 dos
golpeadores	 equipados	 con	 fuertes	 bates	 para	 repeler	 las	 bludgers	 (dos	 pesadas
pelotas	negras	que	circulaban	muy	aprisa,	zumbando	de	un	lado	para	otro,	intentando
derribar	a	los	jugadores);	un	guardián	que	defendía	los	postes	sobre	los	que	estaban
los	aros;	y	el	buscador,	que	tenía	el	trabajo	más	difícil	de	todos,	atrapar	la	dorada
snitch,	una	pelota	pequeña	con	alas,	del	tamaño	de	una	nuez,	cuya	captura	daba	por
finalizado	el	juego	y	otorgaba	ciento	cincuenta	puntos	al	equipo	del	buscador	que	la
hubiera	atrapado.
Oliver	Wood	era	un	fornido	muchacho	de	diecisiete	años	que	cursaba	su	séptimo
y	último	curso.	Había	cierto	tono	de	desesperación	en	su	voz	mientras	se	dirigía	a	sus
compañeros	 de	 equipo	 en	 los	 fríos	 vestuarios	 del	 campo	 de	 quidditch	 que	 se	 iba
quedando	a	oscuras.
—Es	nuestra	última	oportunidad…,	mi	última	oportunidad…	de	ganar	la	copa	de
quidditch	—les	dijo,	paseándose	con	paso	firme	delante	de	ellos—.	Me	marcharé	al
final	de	este	curso,	no	volveré	a	tener	otra	oportunidad.	Gryffindor	no	ha	ganado	ni
una	 vez	 en	 los	 últimos	 siete	 años.	 De	 acuerdo,	 hemos	 tenido	 una	 suerte	 horrible:
heridos…,	cancelación	del	torneo	el	curso	pasado…	—Wood	tragó	saliva,	como	si	el
recuerdo	 aún	 le	 pusiera	 un	 nudo	 en	 la	 garganta—.	 Pero	 también	 sabemos	 que
contamos	con	el	mejor…	equipo…	de	este…	colegio	—añadió,	golpeándose	la	palma
de	una	mano	con	el	puño	de	la	otra	y	con	el	conocido	brillo	frenético	en	los	ojos—.
Contamos	con	tres	cazadoras	estupendas.	—Wood	señaló	a	Alicia	Spinnet,	Angelina
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Johnson	y	Katie	Bell—.	Tenemos	dos	golpeadores	invencibles.
—Déjalo	ya,	Oliver,	nos	estás	sacando	los	colores	—dijeron	Fred	y	George	a	la
vez,	haciendo	como	que	se	sonrojaban.
—¡Y	 tenemos	 un	 buscador	 que	 nos	 ha	 hecho	 ganar	 todos	 los	 partidos!	 —dijo
Wood,	con	voz	retumbante	y	mirando	a	Harry	con	orgullo	incontenible—.	Y	estoy	yo
—añadió.
—Nosotros	creemos	que	tú	también	eres	muy	bueno	—dijo	George.
—Un	guardián	muy	chachi	—confirmó	Fred.
—La	 cuestión	 es	 —continuó	 Wood,	 reanudando	 los	 paseos—	 que	 la	 copa	 de
quidditch	debiera	de	haber	llevado	nuestro	nombre	estos	dos	últimos	años.	Desde	que
Harry	se	unió	al	equipo,	he	pensado	que	la	cosa	estaba	chupada.	Pero	no	lo	hemos
conseguido	 y	 este	 curso	 es	 la	 última	 oportunidad	 que	 tendremos	 para	 ver	 nuestro
nombre	grabado	en	ella…
Wood	hablaba	con	tal	desaliento	que	incluso	a	Fred	y	a	George	les	dio	pena.
—Oliver,	éste	será	nuestro	año	—aseguró	Fred.
—Lo	conseguiremos,	Oliver	—dijo	Angelina.
—Por	supuesto	—corroboró	Harry.
Con	la	moral	alta,	el	equipo	comenzó	las	sesiones	de	entrenamiento,	tres	tardes	a
la	semana.	El	tiempo	se	enfriaba	y	se	hacía	más	húmedo,	las	noches	más	oscuras,
pero	no	había	barro,	viento	ni	lluvia	que	pudieran	empañar	la	ilusión	de	ganar	por	fin
la	enorme	copa	de	plata.
Una	 tarde,	 después	 del	 entrenamiento,	 Harry	 regresó	 a	 la	 sala	 común	 de
Gryffindor	 con	 frío	 y	 entumecido,	 pero	 contento	 por	 la	 manera	 en	 que	 se	 había
desarrollado	el	entrenamiento,	y	encontró	la	sala	muy	animada.
—¿Qué	ha	pasado?	—preguntó	a	Ron	y	Hermione,	que	estaban	sentados	al	lado
del	fuego,	en	dos	de	las	mejores	sillas,	terminando	unos	mapas	del	cielo	para	la	clase
de	Astronomía.
—Primer	fin	de	semana	en	Hogsmeade	—le	dijo	Ron,	señalando	una	nota	que
había	aparecido	en	el	viejo	tablón	de	anuncios—.	Finales	de	octubre.	Halloween.
—Estupendo	—dijo	Fred,	que	había	seguido	a	Harry	por	el	agujero	del	retrato—.
Tengo	que	ir	a	la	tienda	de	Zonko:	casi	no	me	quedan	bombas	fétidas.
Harry	 se	 dejó	 caer	 en	 una	 silla,	 al	 lado	 de	 Ron,	 y	 la	 alegría	 lo	 abandonó.
Hermione	comprendió	lo	que	le	pasaba.
—Harry,	 estoy	 segura	 de	 que	 podrás	 ir	 la	 próxima	 vez	 —le	 consoló—.	 Van	 a
atrapar	a	Black	enseguida.	Ya	lo	han	visto	una	vez.
—Black	no	está	tan	loco	como	para	intentar	nada	en	Hogsmeade.	Pregúntale	a
McGonagall	si	puedes	ir	ahora,	Harry.	Pueden	pasar	años	hasta	la	próxima	ocasión.
—¡Ron!	—dijo	Hermione—.	Harry	tiene	que	permanecer	en	el	colegio…
—No	 puede	 ser	 el	 único	 de	 tercero	 que	 no	 vaya.	 Vamos,	 Harry,	 pregúntale	 a
McGonagall…
—Sí,	lo	haré	—dijo	Harry,	decidiéndose.
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Hermione	abrió	la	boca	para	sostener	la	opinión	contraria,	pero	en	ese	momento
Crookshanks	saltó	con	presteza	a	su	regazo.
Una	araña	muerta	y	grande	le	colgaba	de	la	boca.
—¿Tiene	que	comerse	eso	aquí	delante?	—preguntó	Ron	frunciendo	el	entrecejo.
—Bravo,	Crookshanks,	¿la	has	atrapado	tú	solito?	—dijo	Hermione.
Crookshanks	masticó	y	tragó	despacio	la	araña,	con	los	ojos	insolentemente	fijos
en	Ron.
—No	lo	sueltes	—pidió	Ron	irritado,	volviendo	a	su	mapa	del	cielo—.	Scabbers
está	durmiendo	en	mi	mochila.
Harry	 bostezó.	 Le	 apetecía	 acostarse,	 pero	 antes	 tenía	 que	 terminar	 su	 mapa.
Cogió	la	mochila,	sacó	pergamino,	pluma	y	tinta,	y	empezó	a	trabajar.
—Si	quieres,	puedes	copiar	el	mío	—le	dijo	Ron,	poniendo	nombre	a	su	última
estrella	con	un	ringorrango	y	acercándole	el	mapa	a	Harry.
Hermione,	que	no	veía	con	buenos	ojos	que	se	copiara,	apretó	los	labios,	pero	no
dijo	nada.	Crookshanks	seguía	mirando	a	Ron	sin	pestañear,	sacudiendo	el	extremo
de	su	peluda	cola.	Luego,	sin	previo	aviso,	dio	un	salto.
—¡EH!	 —gritó	 Ron,	 apoderándose	 de	 la	 mochila,	 al	 mismo	 tiempo	 que
Crookshanks	clavaba	profundamente	en	ella	sus	garras	y	comenzaba	a	rasgarla	con
fiereza—.	¡SUELTA,	ESTÚPIDO	ANIMAL!
Ron	intentó	arrebatar	la	mochila	a	Crookshanks,	pero	el	gato	siguió	aferrándola
con	sus	garras,	bufando	y	rasgándola.
—¡No	le	hagas	daño,	Ron!	—gritó	Hermione.	Todos	los	miraban.	Ron	dio	vueltas
a	la	mochila,	con	Crookshanks	agarrado	todavía	a	ella,	y	Scabbers	salió	dando	un
salto…
—¡SUJETAD	A	ESE	GATO!	—gritó	Ron	en	el	momento	en	que	Crookshanks	soltaba
los	restos	de	la	mochila,	saltaba	sobre	la	mesa	y	perseguía	a	la	aterrorizada	Scabbers.
George	Weasley	se	lanzó	sobre	Crookshanks,	pero	no	lo	atrapó;	Scabbers	pasó
como	un	rayo	entre	veinte	pares	de	piernas	y	se	fue	a	ocultar	bajo	una	vieja	cómoda.
Crookshanks	 patinó	 y	 frenó,	 se	 agachó	 y	 se	 puso	 a	 dar	 zarpazos	 con	 una	 pata
delantera.
Ron	 y	 Hermione	 se	 apresuraron	 a	 echarse	 sobre	 él.	 Hermione	 cogió	 a
Crookshanks	por	el	lomo	y	lo	levantó.	Ron	se	tendió	en	el	suelo	y	sacó	a	Scabbers
con	alguna	dificultad,	tirando	de	la	cola.
—¡Mírala!	—le	dijo	a	Hermione	hecho	una	furia,	poniéndole	a	Scabbers	delante
de	los	ojos—.	¡Está	en	los	huesos!	Mantén	a	ese	gato	lejos	de	ella.
—¡Crookshanks	 no	 sabe	 lo	 que	 hace!	 —dijo	 la	 joven	 con	 voz	 temblorosa—.
¡Todos	los	gatos	persiguen	a	las	ratas,	Ron!
—¡Hay	 algo	 extraño	 en	 ese	 animal!	 —dijo	 Ron,	 que	 intentaba	 persuadir	 a	 la
frenética	Scabbers	 de	 que	 volviera	 a	 meterse	 en	 su	 bolsillo—.	 Me	 oyó	 decir	 que
Scabbers	estaba	en	la	mochila.
—Vaya,	 qué	 tontería	 —dijo	 Hermione,	 hartándose—.	 Lo	 que	 pasa	 es	 que
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Crookshanks	la	olió.	¿Cómo	si	no	crees	que…?
—¡Ese	gato	la	ha	tomado	con	Scabbers!	—dijo	Ron,	sin	reparar	en	cuantos	había
a	su	alrededor,	que	empezaban	a	reírse—.	Y	Scabbers	estaba	aquí	primero.	Y	está
enferma.
Ron	se	marchó	enfadado,	subiendo	por	las	escaleras	hacia	los	dormitorios	de	los
chicos.
Al	día	siguiente,	Ron	seguía	enfadado	con	Hermione.	Apenas	habló	con	ella	durante
la	clase	de	Herbología,	aunque	Harry,	Hermione	y	él	trabajaban	juntos	con	la	misma
vainilla	de	viento.
—¿Cómo	 está	 Scabbers?	 —le	 preguntó	 Hermione	 acobardada,	 mientras
arrancaban	a	la	planta	unas	vainas	gruesas	y	rosáceas,	y	vaciaban	las	brillantes	habas
en	un	balde	de	madera.
—Está	 escondida	 debajo	 de	 mi	 cama,	 sin	 dejar	 de	 temblar	 —dijo	 Ron
malhumorado,	 errando	 la	 puntería	 y	 derramando	 las	 habas	 por	 el	 suelo	 del
invernadero.
—¡Cuidado,	Weasley,	cuidado!	—gritó	la	profesora	Sprout,	al	ver	que	las	habas
retoñaban	ante	sus	ojos.
Luego	tuvieron	Transformaciones.	Harry,	que	estaba	resuelto	a	pedirle	después	de
clase	a	la	profesora	McGonagall	que	le	dejara	ir	a	Hogsmeade	con	los	demás,	se	puso
en	 la	 cola	 que	 había	 en	 la	 puerta,	 pensando	 en	 cómo	 convencerla.	 Lo	 distrajo	 un
alboroto	producido	al	principio	de	la	hilera.	Lavender	Brown	estaba	llorando.	Parvati
la	rodeaba	con	el	brazo	y	explicaba	algo	a	Seamus	Finnigan	y	a	Dean	Thomas,	que
escuchaban	muy	serios.
—¿Qué	ocurre,	Lavender?	—preguntó	preocupada	Hermione,	cuando	ella,	Harry
y	Ron	se	acercaron	al	grupo.
—Esta	mañana	ha	recibido	una	carta	de	casa	—susurró	Parvati—.	Se	trata	de	su
conejo	Binky.	Un	zorro	lo	ha	matado.
—¡Vaya!	—dijo	Hermione—.	Lo	siento,	Lavender.
—¡Tendría	 que	 habérmelo	 imaginado!	 —dijo	 Lavender	 en	 tono	 trágico—.
¿Sabéis	qué	día	es	hoy?
—Eh…
—¡Dieciséis	 de	 octubre!	 ¡«Eso	 que	 temes	 ocurrirá	 el	 viernes	 dieciséis	 de
octubre»!	¿Os	acordáis?	¡Tenía	razón!
Toda	la	clase	se	acababa	de	reunir	alrededor	de	Lavender.	Seamus	cabeceó	con
pesadumbre.	Hermione	titubeó.	Luego	dijo:
—Tú,	tú…	¿temías	que	un	zorro	matara	a	Binky?
—Bueno,	no	necesariamente	un	zorro	—dijo	Lavender,	alzando	la	mirada	hacia
Hermione	y	con	los	ojos	llenos	de	lágrimas—.	Pero	tenía	miedo	de	que	muriera.
—Vaya	 —dijo	 Hermione.	 Volvió	 a	 guardar	 silencio.	 Luego	 preguntó—:	 ¿Era
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viejo?
—No…	—dijo	Lavender	sollozando—.	¡So…	sólo	era	una	cría!
Parvati	le	estrechó	los	hombros	con	más	fuerza.
—Pero	entonces,	¿por	qué	temías	que	muriera?	—preguntó	Hermione.	Parvati	la
fulminó	con	la	mirada—.	Bueno,	miradlo	lógicamente	—añadió	Hermione	hacia	el
resto	del	grupo—.	Lo	que	quiero	decir	es	que…,	bueno,	Binky	ni	siquiera	ha	muerto
hoy.	Hoy	es	cuando	Lavender	ha	recibido	la	noticia…	—Lavender	gimió—.	Y	no
puede	haberlo	temido,	porque	la	ha	pillado	completamente	por	sorpresa.
—No	le	hagas	caso,	Lavender	—dijo	Ron—.	Las	mascotas	de	los	demás	no	le
importan	en	absoluto.
La	profesora	McGonagall	abrió	en	ese	momento	la	puerta	del	aula,	lo	que	tal	vez
fue	una	suerte.	Hermione	y	Ron	se	lanzaban	ya	miradas	asesinas,	y	al	entrar	en	el
aula	se	sentaron	uno	a	cada	lado	de	Harry	y	no	se	dirigieron	la	palabra	en	toda	la
hora.
Harry	no	había	pensado	aún	qué	le	iba	a	decir	a	la	profesora	McGonagall	cuando
sonara	 el	 timbre	 al	 final	 de	 la	 clase,	 pero	 fue	 ella	 la	 primera	 en	 sacar	 el	 tema	 de
Hogsmeade.
—¡Un	momento,	por	favor!	—dijo	en	voz	alta,	cuando	los	alumnos	empezaban	a
salir—.	Dado	que	sois	todos	de	Gryffindor,	como	yo,	deberíais	entregarme	vuestras
autorizaciones	antes	de	Halloween.	Sin	autorización	no	hay	visita	al	pueblo,	así	que
no	se	os	olvide.
Neville	levantó	la	mano.
—Perdone,	profesora.	Yo…	creo	que	he	perdido…
—Tu	 abuela	 me	 la	 envió	 directamente,	 Longbottom	 —dijo	 la	 profesora
McGonagall—.	Pensó	que	era	más	seguro.	Bueno,	eso	es	todo,	podéis	salir.
—Pregúntaselo	ahora	—susurró	Ron	a	Harry.
—Ah,	pero…	—fue	a	decir	Hermione.
—Adelante,	Harry	—le	incitó	Ron	con	testarudez.
Harry	aguardó	a	que	saliera	el	resto	de	la	clase	y	se	acercó	nervioso	a	la	mesa	de
la	profesora	McGonagall.
—¿Sí,	Potter?
Harry	tomó	aire.
—Profesora,	mis	tíos…	olvidaron…	firmarme	la	autorización	—dijo.
La	profesora	McGonagall	lo	miró	por	encima	de	sus	gafas	cuadradas,	pero	no	dijo
nada.
—Y	por	eso…	eh…	¿piensa	que	podría…	esto…	ir	a	Hogsmeade?
La	profesora	McGonagall	bajó	la	vista	y	comenzó	a	revolver	los	papeles	de	su
escritorio.
—Me	temo	que	no,	Potter.	Ya	has	oído	lo	que	dije.	Sin	autorización	no	hay	visita
al	pueblo.	Es	la	norma.
—Pero…	mis	tíos…	¿sabe?,	son	muggles.	No	entienden	nada	de…	de	las	cosas
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de	Hogwarts	—explicó	Harry,	mientras	Ron	le	hacía	señas	de	ánimo—.	Si	usted	me
diera	permiso…
—Pero	 no	 te	 lo	 doy	 —dijo	 la	 profesora	 McGonagall	 poniéndose	 en	 pie	 y
guardando	ordenadamente	sus	papeles	en	un	cajón—.	El	impreso	de	autorización	dice
claramente	que	el	padre	o	tutor	debe	dar	permiso.	—Se	volvió	para	mirarlo,	con	una
extraña	expresión	en	el	rostro.	¿Era	de	pena?—.	Lo	siento,	Potter,	pero	es	mi	última
palabra.	Lo	mejor	será	que	te	des	prisa	o	llegarás	tarde	a	la	próxima	clase.
No	 había	 nada	 que	 hacer.	 Ron	 llamó	 de	 todo	 a	 la	 profesora	 McGonagall	 y	 eso	 le
pareció	muy	mal	a	Hermione.	Hermione	puso	cara	de	«mejor	así»,	lo	cual	consiguió
enfadar	a	Ron	aún	más,	y	Harry	tuvo	que	aguantar	que	todos	sus	compañeros	de	clase
comentaran	en	voz	alta	y	muy	contentos	lo	que	harían	al	llegar	a	Hogsmeade.
—Por	 lo	 menos	 te	 queda	 el	 banquete.	 Ya	 sabes,	 el	 banquete	 de	 la	 noche	 de
Halloween.
—Sí	—aceptó	Harry	con	tristeza—.	Genial.
El	banquete	de	Halloween	era	siempre	bueno,	pero	sabría	mucho	mejor	si	acudía
a	él	después	de	haber	pasado	el	día	en	Hogsmeade	con	todos	los	demás.	Nada	de	lo
que	 le	 dijeran	 le	 hacía	 resignarse.	 Dean	 Thomas,	 que	 era	 bueno	 con	 la	 pluma,	 se
había	ofrecido	a	falsificar	la	firma	de	tío	Vernon,	pero	como	Harry	ya	le	había	dicho	a
la	profesora	McGonagall	que	no	se	la	habían	firmado,	no	era	posible	probar	aquello.
Ron	sugirió	no	muy	convencido	la	capa	invisible,	pero	Hermione	rechazó	de	plano	la
posibilidad	 recordándole	 a	 Ron	 lo	 que	 les	 había	 dicho	 Dumbledore	 sobre	 que	 los
dementores	podían	ver	a	través	de	ellas.
Percy	pronunció	las	palabras	que	probablemente	le	ayudaron	menos	a	resignarse:
—Arman	mucho	revuelo	con	Hogsmeade,	pero	te	puedo	asegurar	que	no	es	para
tanto	—le	dijo	muy	serio—.	Bueno,	es	verdad	que	la	tienda	de	golosinas	es	bastante
buena,	pero	la	tienda	de	artículos	de	broma	de	Zonko	es	francamente	peligrosa.	Y	la
Casa	de	los	Gritos	merece	la	visita,	pero	aparte	de	eso	no	te	pierdes	nada.
La	mañana	del	día	de	Halloween,	Harry	se	despertó	al	mismo	tiempo	que	los	demás	y
bajó	a	desayunar	muy	triste,	pero	tratando	de	disimularlo.
—Te	 traeremos	 un	 montón	 de	 golosinas	 de	 Honeydukes	 —le	 dijo	 Hermione,
compadeciéndose	de	él.
—Sí,	montones	—dijo	Ron.	Por	fin	habían	hecho	las	paces	él	y	Hermione.
—No	os	preocupéis	por	mí	—dijo	Harry	con	una	voz	que	procuró	que	le	saliera
despreocupada—.	Ya	nos	veremos	en	el	banquete.	Divertíos.
Los	 acompañó	 hasta	 el	 vestíbulo,	 donde	 Filch,	 el	 conserje,	 de	 pie	 en	 el	 lado
interior	 de	 la	 puerta,	 señalaba	 los	 nombres	 en	 una	 lista,	 examinando	 detenida	 y
recelosamente	cada	rostro	y	asegurándose	de	que	nadie	salía	sin	permiso.
—¿Te	quedas	aquí,	Potter?	—gritó	Malfoy,	que	estaba	en	la	cola,	junto	a	Crabbe
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y	a	Goyle—.	¿No	te	atreves	a	cruzarte	con	los	dementores?
Harry	no	le	hizo	caso	y	volvió	solo	por	las	escaleras	de	mármol	y	los	pasillos
vacíos,	y	llegó	a	la	torre	de	Gryffindor.
—¿Contraseña?	—dijo	la	Señora	Gorda	despertándose	sobresaltada.
—«Fortuna	maior»	—contestó	Harry	con	desgana.
El	retrato	le	dejó	paso	y	entró	en	la	sala	común.	Estaba	repleta	de	chavales	de
primero	 y	 de	 segundo,	 todos	 hablando,	 y	 de	 unos	 cuantos	 alumnos	 mayores	 que
obviamente	habían	visitado	Hogsmeade	tantas	veces	que	ya	no	les	interesaba.
—¡Harry!	¡Harry!	¡Hola,	Harry!	—Era	Colin	Creevey,	un	estudiante	de	segundo
que	sentía	veneración	por	Harry	y	nunca	perdía	la	oportunidad	de	hablar	con	él—.
¿No	vas	a	Hogsmeade,	Harry?	¿Por	qué	no?	¡Eh!	—Colin	miró	a	sus	amigos	con
interés—,	¡si	quieres	puedes	venir	a	sentarte	con	nosotros!
—No,	gracias,	Colin	—dijo	Harry,	que	no	estaba	de	humor	para	ponerse	delante
de	 gente	 deseosa	 de	 contemplarle	 la	 cicatriz	 de	 la	 frente—.	 Yo…	 he	 de	 ir	 a	 la
biblioteca.	Tengo	trabajo.
Después	 de	 aquello	 no	 tenía	 más	 remedio	 que	 dar	 media	 vuelta	 y	 salir	 por	 el
agujero	del	retrato.
—¿Con	 qué	 motivo	 me	 has	 despertado?	 —refunfuñó	 la	 Señora	 Gorda	 cuando
pasó	por	allí.
Harry	anduvo	sin	entusiasmo	hacia	la	biblioteca,	pero	a	mitad	de	camino	cambió
de	idea;	no	le	apetecía	trabajar.	Dio	media	vuelta	y	se	topó	de	cara	con	Filch,	que
acababa	de	despedir	al	último	de	los	visitantes	de	Hogsmeade.
—¿Qué	haces?	—le	gruñó	Filch,	suspicaz.
—Nada	—respondió	Harry	con	franqueza.
—¿Nada?	 —le	 soltó	 Filch,	 con	 las	 mandíbulas	 temblando—.	 ¡No	 me	 digas!
Husmeando	por	ahí	tú	solo.	¿Por	qué	no	estás	en	Hogsmeade,	comprando	bombas
fétidas,	polvos	para	eructar	y	gusanos	silbantes,	como	el	resto	de	tus	desagradables
amiguitos?
Harry	se	encogió	de	hombros.
—Bueno,	 regresa	 a	 la	 sala	 común	 de	 tu	 colegio	 —dijo	 Filch,	 que	 siguió
mirándolo	fijamente	hasta	que	Harry	se	perdió	de	vista.
Pero	Harry	no	regresó	a	la	sala	común;	subió	una	escalera,	pensando	en	que	tal
vez	podía	ir	a	la	lechucería,	e	iba	por	otro	pasillo	cuando	dijo	una	voz	que	salía	del
interior	de	un	aula:
—¿Harry?	—Harry	retrocedió	para	ver	quién	lo	llamaba	y	se	encontró	al	profesor
Lupin,	que	lo	miraba	desde	la	puerta	de	su	despacho—.	¿Qué	haces?	—le	preguntó
Lupin	en	un	tono	muy	diferente	al	de	Filch—.	¿Dónde	están	Ron	y	Hermione?
—En	Hogsmeade	—respondió	Harry,	con	voz	que	fingía	no	dar	importancia	a	lo
que	decía.
—Ah	—dijo	Lupin.	Observó	a	Harry	un	momento—.	¿Por	qué	no	pasas?	Acabo
de	recibir	un	grindylow	para	nuestra	próxima	clase.
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—¿Un	qué?	—preguntó	Harry.
Entró	en	el	despacho	siguiendo	a	Lupin.	En	un	rincón	había	un	enorme	depósito
de	agua.	Una	criatura	de	un	color	verde	asqueroso,	con	pequeños	cuernos	afilados,
pegaba	 la	 cara	 contra	 el	 cristal,	 haciendo	 muecas	 y	 doblando	 sus	 dedos	 largos	 y
delgados.
—Es	un	demonio	de	agua	—dijo	Lupin,	observando	el	grindylow	ensimismado
—.	 No	 debería	 darnos	 muchas	 dificultades,	 sobre	 todo	 después	 de	 los	 kappas.	 El
truco	es	deshacerse	de	su	tenaza.	¿Te	das	cuenta	de	la	extraordinaria	longitud	de	sus
dedos?	Son	fuertes,	pero	muy	quebradizos.
El	grindylow	enseñó	sus	dientes	verdes	y	se	metió	en	una	espesura	de	algas	que
había	en	un	rincón.
—¿Una	taza	de	té?	—le	preguntó	Lupin,	buscando	la	tetera—.	Iba	a	prepararlo.
—Bueno	—dijo	Harry,	algo	incómodo.
Lupin	dio	a	la	tetera	un	golpecito	con	la	varita	y	por	el	pitorro	salió	un	chorro	de
vapor.
—Siéntate	 —dijo	 Lupin,	 destapando	 una	 caja	 polvorienta—.	 Lo	 lamento,	 pero
sólo	tengo	té	en	bolsitas.	Aunque	me	imagino	que	estarás	harto	del	té	suelto.
Harry	lo	miró.	A	Lupin	le	brillaban	los	ojos.
—¿Cómo	lo	sabe?	—preguntó	Harry.
—Me	lo	ha	dicho	la	profesora	McGonagall	—explicó	Lupin,	pasándole	a	Harry
una	taza	descascarillada—.	No	te	preocupa,	¿verdad?
—No	—respondió	Harry.
Pensó	por	un	momento	en	contarle	a	Lupin	lo	del	perro	que	había	visto	en	la	calle
Magnolia,	pero	se	contuvo.	No	quería	que	Lupin	creyera	que	era	un	cobarde	y	menos
desde	que	el	profesor	parecía	suponer	que	no	podía	enfrentarse	a	un	boggart.
Algo	de	los	pensamientos	de	Harry	debió	de	reflejarse	en	su	cara,	porque	Lupin
dijo:
—¿Estás	preocupado	por	algo,	Harry?
—No	—mintió	Harry.	Sorbió	un	poco	de	té	y	vio	que	el	grindylow	lo	amenazaba
con	 el	 puño—.	 Sí	 —dijo	 de	 repente,	 dejando	 el	 té	 en	 el	 escritorio	 de	 Lupin—.
¿Recuerda	el	día	que	nos	enfrentamos	al	boggart?
—Sí	—respondió	Lupin.
—¿Por	qué	no	me	dejó	enfrentarme	a	él?	—le	preguntó.
Lupin	alzó	las	cejas.
—Creí	que	estaba	claro	—dijo	sorprendido.
Harry,	que	había	imaginado	que	Lupin	lo	negaría,	se	quedó	atónito.
—¿Por	qué?	—volvió	a	preguntar.
—Bueno	—respondió	Lupin	frunciendo	un	poco	el	entrecejo—,	pensé	que	si	el
boggart	se	enfrentaba	contigo	adoptaría	la	forma	de	lord	Voldemort.
Harry	se	le	quedó	mirando,	impresionado.	No	sólo	era	aquélla	la	respuesta	que
menos	esperaba,	sino	que	además	Lupin	había	pronunciado	el	nombre	de	Voldemort.
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La	única	persona	a	la	que	había	oído	pronunciar	ese	nombre	(aparte	de	él	mismo)	era
el	profesor	Dumbledore.
—Es	evidente	que	estaba	en	un	error	—añadió	Lupin,	frunciendo	el	entrecejo—.
Pero	 no	 creí	 que	 fuera	 buena	 idea	 que	 Voldemort	 se	 materializase	 en	 la	 sala	 de
profesores.	Pensé	que	se	aterrorizarían.
—El	primero	en	quien	pensé	fue	Voldemort	—dijo	Harry	con	sinceridad—.	Pero
luego	recordé	a	los	dementores.
—Ya	veo	—dijo	Lupin	pensativamente—.	Bien,	bien…,	estoy	impresionado.	—
Sonrió	ligeramente	ante	la	cara	de	sorpresa	que	ponía	Harry—.	Eso	sugiere	que	lo
que	más	miedo	te	da	es…	el	miedo.	Muy	sensato,	Harry.
Harry	no	supo	qué	contestar,	de	forma	que	dio	otro	sorbo	al	té.
—¿Así	que	pensabas	que	no	te	creía	capaz	de	enfrentarte	a	un	boggart?	—dijo
Lupin	astutamente.
—Bueno…,	 sí	 —dijo	 Harry.	 Estaba	 mucho	 más	 contento—.	 Profesor	 Lupin,
usted	conoce	a	los	dementores…
Le	interrumpieron	unos	golpes	en	la	puerta.
—Adelante	—dijo	Lupin.
Se	abrió	la	puerta	y	entró	Snape.	Llevaba	una	copa	de	la	que	salía	un	poco	de
humo	y	se	detuvo	al	ver	a	Harry.	Entornó	sus	ojos	negros.
—¡Ah,	 Severus!	 —dijo	 Lupin	 sonriendo—.	 Muchas	 gracias.	 ¿Podrías	 dejarlo
aquí,	en	el	escritorio?	—Snape	posó	la	copa	humeante.	Sus	ojos	pasaban	de	Harry	a
Lupin—.	 Estaba	 enseñando	 a	 Harry	 mi	 grindylow	 —dijo	 Lupin	 con	 cordialidad,
señalando	el	depósito.
—Fascinante	—comentó	Snape,	sin	mirar	a	la	criatura—.	Deberías	tomártelo	ya,
Lupin.
—Sí,	sí,	enseguida	—dijo	Lupin.
—He	hecho	un	caldero	entero.	Si	necesitas	más…
—Seguramente	mañana	tomaré	otro	poco.	Muchas	gracias,	Severus.
—De	nada	—respondió	Snape.	Pero	había	en	sus	ojos	una	expresión	que	a	Harry
no	le	gustó.	Salió	del	despacho	retrocediendo,	sin	sonreír	y	receloso.
Harry	miró	la	copa	con	curiosidad.	Lupin	sonrió.
—El	profesor	Snape,	muy	amablemente,	me	ha	preparado	esta	poción	—dijo—.
Nunca	 se	 me	 ha	 dado	 muy	 bien	 lo	 de	 preparar	 pociones	 y	 ésta	 es	 especialmente
difícil.	 —Cogió	 la	 copa	 y	 la	 olió—.	 Es	 una	 pena	 que	 no	 admita	 azúcar	 —añadió,
tomando	un	sorbito	y	torciendo	la	boca.
—¿Por	qué…?	—comenzó	Harry.
Lupin	lo	miró	y	respondió	a	la	pregunta	que	Harry	no	había	acabado	de	formular:
—No	me	he	encontrado	muy	bien	—dijo—.	Esta	poción	es	lo	único	que	me	sana.
Es	una	suerte	tener	de	compañero	al	profesor	Snape;	no	hay	muchos	magos	capaces
de	prepararla.
El	profesor	Lupin	bebió	otro	sorbo	y	Harry	tuvo	el	impulso	de	quitarle	la	copa	de
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las	manos.
—El	profesor	Snape	está	muy	interesado	por	las	Artes	Oscuras	—barbotó.
—¿De	verdad?	—preguntó	Lupin,	sin	mucho	interés,	bebiendo	otro	trago	de	la
poción.
—Hay	quien	piensa…	—Harry	dudó,	pero	se	atrevió	a	seguir	hablando—,	hay
quien	piensa	que	sería	capaz	de	cualquier	cosa	para	conseguir	el	puesto	de	profesor
de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras.
Lupin	vació	la	copa	e	hizo	un	gesto	de	desagrado.
—Asqueroso	—dijo—.	Bien,	Harry.	Tengo	que	seguir	trabajando.	Nos	veremos
en	el	banquete.
—De	acuerdo	—dijo	Harry,	dejando	su	taza	de	té.
La	copa,	ya	vacía,	seguía	echando	humo.
—Aquí	tienes	—dijo	Ron—.	Hemos	traído	todos	los	que	pudimos.
Un	chaparrón	de	caramelos	de	brillantes	colores	cayó	sobre	las	piernas	de	Harry.
Ya	había	anochecido,	y	Ron	y	Hermione	acababan	de	hacer	su	aparición	en	la	sala
común,	 con	 la	 cara	 enrojecida	 por	 el	 frío	 viento	 y	 con	 pinta	 de	 habérselo	 pasado
mejor	que	en	toda	su	vida.
—Gracias	—dijo	Harry,	cogiendo	un	paquete	de	pequeños	y	negros	diablillos	de
pimienta—.	¿Cómo	es	Hogsmeade?	¿Dónde	habéis	ido?
A	juzgar	por	las	apariencias,	a	todos	los	sitios.	A	Dervish	y	Banges,	la	tienda	de
artículos	de	brujería,	a	la	tienda	de	artículos	de	broma	de	Zonko,	a	Las	Tres	Escobas,
para	tomarse	unas	cervezas	de	mantequilla	caliente	con	espuma,	y	a	otros	muchos
sitios…
—¡La	oficina	de	correos,	Harry!	¡Unas	doscientas	lechuzas,	todas	descansando	en
anaqueles,	todas	con	claves	de	colores	que	indican	la	velocidad	de	cada	una!
—Honeydukes	tiene	un	nuevo	caramelo:	daban	muestras	gratis.	Aquí	tienes	un
poco,	mira.
—Nos	ha	parecido	ver	un	ogro.	En	Las	Tres	Escobas	hay	todo	tipo	de	gente…
—Ojalá	te	hubiéramos	traído	cerveza	de	mantequilla.	Realmente	te	reconforta.
—¿Y	tú	que	has	hecho?	—le	preguntó	Hermione—.	¿Has	trabajado?
—No	 —respondió	 Harry—.	 Lupin	 me	 invitó	 a	 un	 té	 en	 su	 despacho.	 Y	 entró
Snape…
Les	contó	lo	de	la	copa.	Ron	se	quedó	con	la	boca	abierta.
—¿Y	Lupin	se	la	bebió?	—exclamó—.	¿Está	loco?
Hermione	miró	la	hora.
—Será	 mejor	 que	 vayamos	 bajando.	 El	 banquete	 empezará	 dentro	 de	 cinco
minutos…
Pasaron	por	el	retrato	entre	la	multitud,	todavía	hablando	de	Snape.
—Pero	si	él…,	ya	sabéis…	—Hermione	bajó	la	voz,	mirando	a	su	alrededor	con
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cautela—.	Si	intentara	envenenar	a	Lupin,	no	lo	haría	delante	de	Harry.
—Sí,	 quizá	 tengas	 razón	 —dijo	 Harry	 mientras	 llegaban	 al	 vestíbulo	 y	 lo
cruzaban	 para	 entrar	 en	 el	 Gran	 Comedor.	 Lo	 habían	 decorado	 con	 cientos	 de
calabazas	con	velas	dentro,	una	bandada	de	murciélagos	vivos	que	revoloteaban	y
muchas	serpentinas	de	color	naranja	brillante	que	caían	del	techo	como	culebras	de
río.
La	comida	fue	deliciosa.	Incluso	Hermione	y	Ron,	que	estaban	que	reventaban	de
los	dulces	que	habían	comido	en	Honeydukes,	repitieron.	Harry	no	paraba	de	mirar	a
la	mesa	de	los	profesores.	El	profesor	Lupin	parecía	alegre	y	más	sano	que	nunca.
Hablaba	 animadamente	 con	 el	 pequeñísimo	 profesor	 Flitwick,	 que	 impartía
Encantamientos.	Harry	recorrió	la	mesa	con	la	mirada	hasta	el	lugar	en	que	se	sentaba
Snape.	¿Se	lo	estaba	imaginando	o	Snape	miraba	a	Lupin	y	parpadeaba	más	de	lo
normal?
El	banquete	terminó	con	una	actuación	de	los	fantasmas	de	Hogwarts.	Saltaron	de
los	muros	y	de	las	mesas	para	llevar	a	cabo	un	pequeño	vuelo	en	formación.	Nick
Casi	 Decapitado,	 el	 fantasma	 de	 Gryffindor,	 cosechó	 un	 gran	 éxito	 con	 una
representación	de	su	propia	desastrosa	decapitación.
Fue	una	noche	tan	estupenda	que	Malfoy	no	pudo	enturbiar	el	buen	humor	de
Harry	al	gritarle	por	entre	la	multitud,	cuando	salían	del	Gran	Comedor:
—¡Los	dementores	te	envían	recuerdos,	Potter!
Harry,	Ron	y	Hermione	siguieron	al	resto	de	los	de	su	casa	por	el	camino	de	la
torre	de	Gryffindor,	pero	cuando	llegaron	al	corredor	al	final	del	cual	estaba	el	retrato
de	la	Señora	Gorda,	lo	encontraron	atestado	de	alumnos.
—¿Por	qué	no	entran?	—preguntó	Ron	intrigado.
Harry	miró	delante	de	él,	por	encima	de	las	cabezas.	El	retrato	estaba	cerrado.
—Dejadme	pasar,	por	favor	—dijo	la	voz	de	Percy.	Se	esforzaba	por	abrirse	paso
a	través	de	la	multitud,	dándose	importancia—.	¿Qué	es	lo	que	ocurre?	No	es	posible
que	nadie	se	acuerde	de	la	contraseña.	Dejadme	pasar,	soy	delegado.
La	multitud	guardó	silencio	entonces,	empezando	por	los	de	delante.	Fue	como	si
un	 aire	 frío	 se	 extendiera	 por	 el	 corredor.	 Oyeron	 que	 Percy	 decía	 con	 una	 voz
repentinamente	aguda:
—Que	alguien	vaya	a	buscar	al	profesor	Dumbledore,	rápido.
Las	cabezas	se	volvieron.	Los	de	atrás	se	ponían	de	puntillas.
—¿Qué	sucede?	—preguntó	Ginny,	que	acababa	de	llegar.
Al	cabo	de	un	instante	hizo	su	aparición	el	profesor	Dumbledore,	dirigiéndose
velozmente	hacia	el	retrato.	Los	alumnos	de	Gryffindor	se	apretujaban	para	dejarle
paso,	y	Harry,	Ron	y	Hermione	se	acercaron	un	poco	para	ver	qué	sucedía.
—¡Anda,	mi	madr…!	—exclamó	Hermione,	cogiéndose	al	brazo	de	Harry.
La	 Señora	 Gorda	 había	 desaparecido	 del	 retrato,	 que	 había	 sido	 rajado	 tan
ferozmente	que	algunas	tiras	del	lienzo	habían	caído	al	suelo.	Faltaban	varios	trozos
grandes.
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Dumbledore	dirigió	una	rápida	mirada	al	retrato	estropeado	y	se	volvió.	Con	ojos
entristecidos	vio	a	los	profesores	McGonagall,	Lupin	y	Snape,	que	se	acercaban	a
toda	prisa.
—Hay	que	encontrarla	—dijo	Dumbledore—.	Por	favor,	profesora	McGonagall,
dígale	enseguida	al	señor	Filch	que	busque	a	la	Señora	Gorda	por	todos	los	cuadros
del	castillo.
—¡Apañados	vais!	—dijo	una	voz	socarrona.
Era	Peeves,	que	revoloteaba	por	encima	de	la	multitud	y	estaba	encantado,	como
cada	vez	que	veía	a	los	demás	preocupados	por	algún	problema.
—¿Qué	 quieres	 decir,	 Peeves?	 —le	 preguntó	 Dumbledore	 tranquilamente.	 La
sonrisa	de	Peeves	desapareció.	No	se	atrevía	a	burlarse	de	Dumbledore.	Adoptó	una
voz	empalagosa	que	no	era	mejor	que	su	risa.
—Le	 da	 vergüenza,	 señor	 director.	 No	 quiere	 que	 la	 vean.	 Es	 un	 desastre	 de
mujer.	La	vi	correr	por	el	paisaje,	hacia	el	cuarto	piso,	señor,	esquivando	los	árboles	y
gritando	algo	terrible	—dijo	con	alegría—.	Pobrecita	—añadió	sin	convicción.
—¿Dijo	quién	lo	ha	hecho?	—preguntó	Dumbledore	en	voz	baja.
—Sí,	señor	director	—dijo	Peeves,	con	pinta	de	estar	meciendo	una	bomba	en	sus
brazos—.	Se	enfadó	con	ella	porque	no	le	permitió	entrar,	¿sabe?	—Peeves	dio	una
vuelta	de	campana	y	dirigió	a	Dumbledore	una	sonrisa	por	entre	sus	propias	piernas
—.	Ese	Sirius	Black	tiene	un	genio	insoportable.
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E
CAPÍTULO	9
La	derrota
L	 profesor	 Dumbledore	 mandó	 que	 los	 estudiantes	 de	 Gryffindor	 volvieran	 al
Gran	Comedor,	donde	se	les	unieron,	diez	minutos	después,	los	de	Ravenclaw,
Hufflepuff	y	Slytherin.	Todos	parecían	confusos.
—Los	demás	profesores	y	yo	tenemos	que	llevar	a	cabo	un	rastreo	por	todo	el
castillo	—explicó	el	profesor	Dumbledore,	mientras	McGonagall	y	Flitwick	cerraban
todas	las	puertas	del	Gran	Comedor—.	Me	temo	que,	por	vuestra	propia	seguridad,
tendréis	 que	 pasar	 aquí	 la	 noche.	 Quiero	 que	 los	 prefectos	 monten	 guardia	 en	 las
puertas	del	Gran	Comedor	y	dejo	de	encargados	a	los	dos	delegados.	Comunicadme
cualquier	 novedad	 —añadió,	 dirigiéndose	 a	 Percy,	 que	 se	 sentía	 inmensamente
orgulloso—.	Avisadme	por	medio	de	algún	fantasma.	—El	profesor	Dumbledore	se
detuvo	antes	de	salir	del	Gran	Comedor	y	añadió—:	Bueno,	necesitaréis…
Con	un	movimiento	de	la	varita,	envió	volando	las	largas	mesas	hacia	las	paredes
del	 Gran	 Comedor.	 Con	 otro	 movimiento,	 el	 suelo	 quedó	 cubierto	 con	 cientos	 de
mullidos	sacos	de	dormir	rojos.
—Felices	sueños	—dijo	el	profesor	Dumbledore,	cerrando	la	puerta.
El	Gran	Comedor	empezó	a	bullir	de	excitación.	Los	de	Gryffindor	contaban	al
resto	del	colegio	lo	que	acababa	de	suceder.
—¡Todos	 a	 los	 sacos!	 —gritó	 Percy—.	 ¡Ahora	 mismo,	 se	 acabó	 la	 charla!
¡Apagaré	las	luces	dentro	de	diez	minutos!
—Vamos	—dijo	Ron	a	Hermione	y	a	Harry.	Cogieron	tres	sacos	de	dormir	y	se
los	llevaron	a	un	rincón.
—¿Creéis	que	Black	sigue	en	el	castillo?	—susurró	Hermione	con	preocupación.
—Evidentemente,	Dumbledore	piensa	que	es	posible	—dijo	Ron.
—Es	una	suerte	que	haya	elegido	esta	noche,	¿os	dais	cuenta?	—dijo	Hermione,
mientras	se	metían	vestidos	en	los	sacos	de	dormir	y	se	apoyaban	en	el	codo	para
hablar—.	La	única	noche	que	no	estábamos	en	la	torre…
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—Supongo	que	con	la	huida	no	sabrá	en	qué	día	vive	—dijo	Ron—.	No	se	ha
dado	cuenta	de	que	es	Halloween.	De	lo	contrario,	habría	entrado	aquí	a	saco.
Hermione	se	estremeció.
A	su	alrededor	todos	se	hacían	la	misma	pregunta:
—¿Cómo	ha	podido	entrar?
—A	lo	mejor	sabe	cómo	aparecerse	—dijo	un	alumno	de	Ravenclaw	que	estaba
cerca	de	ellos—.	Cómo	salir	de	la	nada.
—A	lo	mejor	se	ha	disfrazado	—dijo	uno	de	Hufflepuff,	de	quinto	curso.
—Podría	haber	entrado	volando	—sugirió	Dean	Thomas.
—Hay	que	ver,	¿es	que	soy	la	única	persona	que	ha	leído	Historia	de	Hogwarts?
—preguntó	Hermione	a	Harry	y	a	Ron,	perdiendo	la	paciencia.
—Casi	seguro	—dijo	Ron—.	¿Por	qué	lo	dices?
—Porque	el	castillo	no	está	protegido	sólo	por	muros	—indicó	Hermione—,	sino
también	por	todo	tipo	de	encantamientos	para	evitar	que	nadie	entre	furtivamente.	No
es	 tan	 fácil	 aparecerse	 aquí.	 Y	 quisiera	 ver	 el	 disfraz	 capaz	 de	 engañar	 a	 los
dementores.	Vigilan	cada	una	de	las	entradas	a	los	terrenos	del	colegio.	Si	hubiera
entrado	volando,	también	lo	habrían	visto.	Y	en	cuanto	a	los	pasadizos	secretos,	Filch
los	conoce	todos	y	estarán	vigilados.
—¡Voy	a	apagar	las	luces	ya!	—gritó	Percy—.	Quiero	que	todo	el	mundo	esté
metido	en	el	saco	y	callado.
Todas	las	velas	se	apagaron	a	la	vez.	La	única	luz	venía	de	los	fantasmas	de	color
de	plata,	que	se	movían	por	todas	partes,	hablando	con	gravedad	con	los	prefectos,	y
del	 techo	 encantado,	 tan	 cuajado	 de	 estrellas	 como	 el	 mismo	 cielo	 exterior.	 Entre
aquello	 y	 el	 cuchicheo	 ininterrumpido	 de	 sus	 compañeros,	 Harry	 se	 sintió	 como
durmiendo	a	la	intemperie,	arrullado	por	la	brisa.
Cada	hora	aparecía	por	el	salón	un	profesor	para	comprobar	que	todo	se	hallaba
en	orden.	Hacia	las	tres	de	la	mañana,	cuando	por	fin	se	habían	quedado	dormidos
muchos	alumnos,	entró	el	profesor	Dumbledore.	Harry	vio	que	iba	buscando	a	Percy,
que	rondaba	por	entre	los	sacos	de	dormir	amonestando	a	los	que	hablaban.	Percy
estaba	 a	 corta	 distancia	 de	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione,	 que	 fingieron	 estar	 dormidos
cuando	se	acercaron	los	pasos	de	Dumbledore.
—¿Han	 encontrado	 algún	 rastro	 de	 él,	 profesor?	 —le	 preguntó	 Percy	 en	 un
susurro.
—No.	¿Por	aquí	todo	bien?
—Todo	bajo	control,	señor.
—Bien.	 No	 vale	 la	 pena	 moverlos	 a	 todos	 ahora.	 He	 encontrado	 a	 un	 guarda
provisional	 para	 el	 agujero	 del	 retrato	 de	 Gryffindor.	 Mañana	 podrás	 llevarlos	 a
todos.
—¿Y	la	Señora	Gorda,	señor?
—Se	había	escondido	en	un	mapa	de	Argyllshire	del	segundo	piso.	Parece	que	se
negó	 a	 dejar	 entrar	 a	 Black	 sin	 la	 contraseña,	 y	 por	 eso	 la	 atacó.	 Sigue	 muy
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consternada,	pero	en	cuanto	se	tranquilice	le	diré	al	señor	Filch	que	restaure	el	lienzo.
Harry	oyó	crujir	la	puerta	del	salón	cuando	volvió	a	abrirse,	y	más	pasos.
—¿Señor	 director?	 —Era	 Snape.	 Harry	 se	 quedó	 completamente	 inmóvil,
aguzando	el	oído—.	Hemos	registrado	todo	el	primer	piso.	No	estaba	allí.	Y	Filch	ha
examinado	las	mazmorras.	Tampoco	ha	encontrado	rastro	de	él.
—¿Y	la	torre	de	astronomía?	¿Y	el	aula	de	la	profesora	Trelawney?	¿Y	la	pajarera
de	las	lechuzas?
—Lo	hemos	registrado	todo…
—Muy	bien,	Severus.	La	verdad	es	que	no	creía	que	Black	prolongara	su	estancia
aquí.
—¿Tiene	alguna	idea	de	cómo	pudo	entrar,	profesor?	—preguntó	Snape.
Harry	alzó	la	cabeza	ligeramente,	para	desobstruirse	el	otro	oído.
—Muchas,	Severus,	pero	todas	igual	de	improbables.
Harry	 abrió	 un	 poco	 los	 ojos	 y	 miró	 hacia	 donde	 se	 encontraban	 ellos.
Dumbledore	estaba	de	espaldas	a	él,	pero	pudo	ver	el	rostro	de	Percy,	muy	atento,	y
el	perfil	de	Snape,	que	parecía	enfadado.
—¿Se	acuerda,	señor	director,	de	la	conversación	que	tuvimos	poco	antes	de…
comenzar	 el	 curso?	 —preguntó	 Snape,	 abriendo	 apenas	 los	 labios,	 como	 para	 que
Percy	no	se	enterara.
—Me	acuerdo,	Severus	—dijo	Dumbledore.	En	su	voz	había	como	un	dejo	de
reconvención.
—Parece…	 casi	 imposible…	 que	 Black	 haya	 podido	 entrar	 en	 el	 colegio	 sin
ayuda	del	interior.	Expresé	mi	preocupación	cuando	usted	señaló…
—No	creo	que	nadie	de	este	castillo	ayudara	a	Black	a	entrar	—dijo	Dumbledore
en	un	tono	que	dejaba	bien	claro	que	daba	el	asunto	por	zanjado.	Snape	no	contestó
—.	 Tengo	 que	 bajar	 a	 ver	 a	 los	 dementores.	 Les	 dije	 que	 les	 informaría	 cuando
hubiéramos	terminado	el	registro.
—¿No	quisieron	ayudarnos,	señor?	—preguntó	Percy.
—Sí,	 desde	 luego	 —respondió	 Dumbledore	 fríamente—.	 Pero	 me	 temo	 que
mientras	yo	sea	director,	ningún	dementor	cruzará	el	umbral	de	este	castillo.
Percy	se	quedó	un	poco	avergonzado.	Dumbledore	salió	del	salón	con	rapidez	y
silenciosamente.	 Snape	 aguardó	 allí	 un	 momento,	 mirando	 al	 director	 con	 una
expresión	de	profundo	resentimiento.	Luego	también	él	se	marchó.
Harry	miró	a	ambos	lados,	a	Ron	y	a	Hermione.	Tanto	uno	como	otro	tenían	los
ojos	abiertos,	reflejando	el	techo	estrellado.
—¿De	qué	hablaban?	—preguntó	Ron.
Durante	los	días	que	siguieron,	en	el	colegio	no	se	habló	de	otra	cosa	que	de	Sirius
Black.	Las	especulaciones	acerca	de	cómo	había	logrado	penetrar	en	el	castillo	fueron
cada	vez	más	fantásticas;	Hannah	Abbott,	de	Hufflepuff,	se	pasó	la	mayor	parte	de	la
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clase	de	Herbología	contando	que	Black	podía	transformarse	en	un	arbusto	florido.
Habían	 quitado	 de	 la	 pared	 el	 lienzo	 rasgado	 de	 la	 Señora	 Gorda	 y	 lo	 habían
reemplazado	con	el	retrato	de	sir	Cadogan	y	su	pequeño	y	robusto	caballo	gris.	Esto
no	le	hacía	a	nadie	mucha	gracia.	Sir	Cadogan	se	pasaba	la	mitad	del	tiempo	retando
a	 duelo	 a	 todo	 el	 mundo,	 y	 la	 otra	 mitad	 inventando	 contraseñas	 ridículamente
complicadas	que	cambiaba	al	menos	dos	veces	al	día.
—Está	loco	de	remate	—le	dijo	Seamus	Finnigan	a	Percy,	enfadado—.	¿No	hay
otro	disponible?
—Ninguno	 de	 los	 demás	 retratos	 quería	 el	 trabajo	 —dijo	 Percy—.	 Estaban
asustados	por	lo	que	le	ha	ocurrido	a	la	Señora	Gorda.	Sir	Cadogan	fue	el	único	lo
bastante	valiente	para	ofrecerse	voluntario.
Lo	que	menos	preocupaba	a	Harry	era	sir	Cadogan.	Lo	vigilaban	muy	de	cerca.
Los	 profesores	 buscaban	 disculpas	 para	 acompañarlo	 por	 los	 corredores,	 y	 Percy
Weasley	(obrando,	según	sospechaba	Harry,	por	instigación	de	su	madre)	le	seguía
los	pasos	por	todas	partes,	como	un	perro	guardián	extremadamente	pomposo.	Para
colmo,	 la	 profesora	 McGonagall	 lo	 llamó	 a	 su	 despacho	 y	 lo	 recibió	 con	 una
expresión	tan	sombría	que	Harry	pensó	que	se	había	muerto	alguien.
—No	 hay	 razón	 para	 que	 te	 lo	 ocultemos	 por	 más	 tiempo,	 Potter	 —dijo	 muy
seriamente—.	Sé	que	esto	te	va	a	afectar,	pero	Sirius	Black…
—Ya	sé	que	va	detrás	de	mí	—dijo	Harry,	un	poco	cansado—.	Oí	al	padre	de	Ron
cuando	 se	 lo	 contaba	 a	 su	 mujer.	 El	 señor	 Weasley	 trabaja	 para	 el	 Ministerio	 de
Magia.
La	profesora	McGonagall	se	sorprendió	mucho.	Miró	a	Harry	durante	un	instante
y	dijo:
—Ya	veo.	Bien,	en	ese	caso	comprenderás	por	qué	creo	que	no	debes	ir	por	las
tardes	 a	 los	 entrenamientos	 de	 quidditch.	 Es	 muy	 arriesgado	 estar	 ahí	 fuera,	 en	 el
campo,	sin	más	compañía	que	los	miembros	del	equipo…
—¡El	sábado	tenemos	nuestro	primer	partido!	—dijo	Harry,	indignado—.	¡Tengo
que	entrenar,	profesora!
La	profesora	McGonagall	meditó	un	instante.	Harry	sabía	que	ella	deseaba	que
ganara	el	equipo	de	Gryffindor;	al	fin	y	al	cabo,	había	sido	ella	la	primera	que	había
propuesto	a	Harry	como	buscador.	Harry	aguardó	conteniendo	el	aliento.
—Mm…	—la	profesora	McGonagall	se	puso	en	pie	y	observó	desde	la	ventana	el
campo	 de	 quidditch,	 muy	 poco	 visible	 entre	 la	 lluvia—.	 Bien,	 te	 aseguro	 que	 me
gustaría	 que	 por	 fin	 ganáramos	 la	 copa…	 De	 todas	 formas,	 Potter,	 estaría	 más
tranquila	si	un	profesor	estuviera	presente.	Pediré	a	la	señora	Hooch	que	supervise	tus
sesiones	de	entrenamiento.
•	•	•
El	tiempo	empeoró	conforme	se	acercaba	el	primer	partido	de	quidditch.	Impertérrito,
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el	equipo	de	Gryffindor	entrenaba	cada	vez	más,	bajo	la	mirada	de	la	señora	Hooch.
Luego,	en	la	sesión	final	de	entrenamiento	que	precedió	al	partido	del	sábado,	Oliver
Wood	comunicó	a	su	equipo	una	noticia	no	muy	buena:
—¡No	vamos	a	jugar	contra	Slytherin!	—les	dijo	muy	enfadado—.	Flint	acaba	de
venir	a	verme.	Vamos	a	jugar	contra	Hufflepuff.
—¿Por	qué?	—preguntaron	todos.
—La	 excusa	 de	 Flint	 es	 que	 su	 buscador	 aún	 tiene	 el	 brazo	 lesionado	 —dijo
Wood,	rechinando	con	furia	los	dientes—.	Pero	está	claro	el	verdadero	motivo:	no
quieren	jugar	con	este	tiempo,	porque	piensan	que	tendrán	menos	posibilidades…
Durante	todo	el	día	había	soplado	un	ventarrón	y	caído	un	aguacero,	y	mientras
hablaba	Wood	se	oía	retumbar	a	los	truenos.
—¡No	le	pasa	nada	al	brazo	de	Malfoy!	—dijo	Harry	furioso—.	Está	fingiendo.
—Lo	 sé,	 pero	 no	 lo	 podemos	 demostrar	 —dijo	 Wood	 con	 acritud—.	 Y	 hemos
practicado	todos	estos	movimientos	suponiendo	que	íbamos	a	jugar	contra	Slytherin,
y	en	su	lugar	tenemos	a	Hufflepuff,	y	su	estilo	de	juego	es	muy	diferente.	Tienen	un
nuevo	capitán	buscador,	Cedric	Diggory…
De	repente,	Angelina,	Alicia	y	Katie	soltaron	una	carcajada.
—¿Qué?	—preguntó	Wood,	frunciendo	la	frente	ante	aquella	actitud.
—Es	ese	chico	alto	y	guapo,	¿verdad?	—preguntó	Angelina.
—¡Y	tan	fuerte	y	callado!	—añadió	Katie,	y	volvieron	a	reírse.
—Es	callado	porque	no	es	lo	bastante	inteligente	para	juntar	dos	palabras	—dijo
Fred—.	No	sé	qué	te	preocupa,	Oliver.	Los	de	Hufflepuff	son	pan	comido.	La	última
vez	que	jugamos	con	ellos,	Harry	cogió	la	snitch	al	cabo	de	unos	cinco	minutos,	¿no
os	acordáis?
—¡Jugábamos	 en	 condiciones	 muy	 distintas!	 —gritó	 Wood,	 con	 los	 ojos	 muy
abiertos—.	Diggory	ha	mejorado	mucho	el	equipo.	¡Es	un	buscador	excelente!	¡Ya
sospechaba	que	os	lo	tomaríais	así!	¡No	debemos	confiarnos!	¡Hay	que	tener	bien
claro	el	objetivo!	¡Slytherin	intenta	pillarnos	desprevenidos!	¡Hay	que	ganar!
—Tranquilízate,	 Oliver	 —dijo	 Fred	 alarmado—.	 Nos	 tomamos	 muy	 en	 serio	 a
Hufflepuff.	Muy	en	serio.
El	día	anterior	al	partido,	el	viento	se	convirtió	en	un	huracán	y	la	lluvia	cayó	con
más	fuerza	que	nunca.	Estaba	tan	oscuro	dentro	de	los	corredores	y	las	aulas	que	se
encendieron	 más	 antorchas	 y	 faroles.	 El	 equipo	 de	 Slytherin	 se	 daba	 aires,
especialmente	Malfoy.
—¡Ah,	si	mi	brazo	estuviera	mejor!	—suspiraba	mientras	el	viento	golpeaba	las
ventanas.
Harry	no	tenía	sitio	en	la	cabeza	para	preocuparse	por	otra	cosa	que	el	partido	del
día	siguiente.	Entre	clase	y	clase,	Oliver	Wood	se	le	acercaba	a	toda	prisa	para	darle
consejos.	La	tercera	vez	que	sucedió,	Wood	habló	tanto	que	Harry	se	dio	cuenta	de
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pronto	 de	 que	 llegaba	 diez	 minutos	 tarde	 a	 la	 clase	 de	 Defensa	 Contra	 las	 Artes
Oscuras,	y	echó	a	correr	mientras	Wood	le	gritaba:
—¡Diggory	 tiene	 un	 regate	 muy	 rápido,	 Harry!	 Tendrás	 que	 hacerle	 una
vaselina…
Harry	frenó	al	llegar	a	la	puerta	del	aula	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras,	la
abrió	y	entró	apresuradamente.
—Lamento	llegar	tarde,	profesor	Lupin.	Yo…
Pero	no	era	Lupin	quien	lo	miraba	desde	la	mesa	del	profesor;	era	Snape.
—La	 clase	 ha	 comenzado	 hace	 diez	 minutos,	 Potter.	 Así	 que	 creo	 que
descontaremos	a	Gryffindor	diez	puntos.	Siéntate.
Pero	Harry	no	se	movió.
—¿Dónde	está	el	profesor	Lupin?	—preguntó.
—No	 se	 encuentra	 bien	 para	 dar	 clase	 hoy	 —dijo	 Snape	 con	 una	 sonrisa
contrahecha—.	Creo	que	te	he	dicho	que	te	sientes.
Pero	Harry	permaneció	donde	estaba.
—¿Qué	le	ocurre?
A	Snape	le	brillaron	sus	ojos	negros.
—Nada	 que	 ponga	 en	 peligro	 su	 vida	 —dijo	 como	 si	 deseara	 lo	 contrario—.
Cinco	puntos	menos	para	Gryffindor	y	si	te	tengo	que	volver	a	decir	que	te	sientes
serán	cincuenta.
Harry	se	fue	despacio	hacia	su	sitio	y	se	sentó.	Snape	miró	a	la	clase.
—Como	 decía	 antes	 de	 que	 nos	 interrumpiera	 Potter,	 el	 profesor	 Lupin	 no	 ha
dejado	ninguna	información	acerca	de	los	temas	que	habéis	estudiado	hasta	ahora…
—Hemos	estudiado	los	boggarts,	los	gorros	rojos,	los	kappas	y	los	grindylows	—
informó	Hermione	rápidamente—,	y	estábamos	a	punto	de	comenzar…
—Cállate	 —dijo	 Snape	 fríamente—.	 No	 te	 he	 preguntado.	 Sólo	 comentaba	 la
falta	de	organización	del	profesor	Lupin.
—Es	el	mejor	profesor	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras	que	hemos	tenido	—
dijo	 Dean	 Thomas	 con	 atrevimiento,	 y	 la	 clase	 expresó	 su	 conformidad	 con
murmullos.	Snape	puso	el	gesto	más	amenazador	que	le	habían	visto.
—Sois	 fáciles	 de	 complacer.	 Lupin	 apenas	 os	 exige	 esfuerzo…	 Yo	 daría	 por
hecho	que	los	de	primer	curso	son	ya	capaces	de	manejarse	con	los	gorros	rojos	y	los
grindylows.	Hoy	veremos…
Harry	lo	vio	hojear	el	libro	de	texto	hasta	llegar	al	último	capítulo,	que	debía	de
imaginarse	que	no	habían	visto.
—…	los	hombres	lobo	—concluyó	Snape.
—Pero	profesor	—dijo	Hermione,	que	parecía	incapaz	de	contenerse—,	todavía
no	podemos	llegar	a	los	hombres	lobo.	Está	previsto	comenzar	con	los	hinkypunks…
—Señorita	Granger	—dijo	Snape	con	voz	calmada—,	creía	que	era	yo	y	no	usted
quien	daba	la	clase.	Ahora,	abrid	todos	el	libro	por	la	página	394.	—Miró	a	la	clase
—:	Todos.	Ya.
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Con	miradas	de	soslayo	y	un	murmullo	de	descontento,	abrieron	los	libros.
—¿Quién	de	vosotros	puede	decirme	cómo	podemos	distinguir	entre	el	hombre
lobo	y	el	lobo	auténtico?
Todos	se	quedaron	en	completo	silencio.	Todos	excepto	Hermione,	cuya	mano,
como	de	costumbre,	estaba	levantada.
—¿Nadie?	 —preguntó	 Snape,	 sin	 prestar	 atención	 a	 Hermione.	 La	 sonrisa
contrahecha	había	vuelto	a	su	rostro—.	¿Es	que	el	profesor	Lupin	no	os	ha	enseñado
ni	siquiera	la	distinción	básica	entre…?
—Ya	 se	 lo	 hemos	 dicho	 —dijo	 de	 repente	 Parvati—.	 No	 hemos	 llegado	 a	 los
hombres	lobo.	Estamos	todavía	por…
—¡Silencio!	 —gruñó	 Snape—.	 Bueno,	 bueno,	 bueno…	 Nunca	 creí	 que
encontraría	una	clase	de	tercero	que	ni	siquiera	fuera	capaz	de	reconocer	a	un	hombre
lobo.	Me	encargaré	de	informar	al	profesor	Dumbledore	de	lo	atrasados	que	estáis
todos…
—Por	favor,	profesor	—dijo	Hermione,	que	seguía	con	la	mano	levantada—.	El
hombre	 lobo	 difiere	 del	 verdadero	 lobo	 en	 varios	 detalles:	 el	 hocico	 del	 hombre
lobo…
—Es	la	segunda	vez	que	habla	sin	que	le	corresponda,	señorita	Granger	—dijo
Snape	con	frialdad—.	Cinco	puntos	menos	para	Gryffindor	por	ser	una	sabelotodo
insufrible.
Hermione	se	puso	muy	colorada,	bajó	la	mano	y	miró	al	suelo,	con	los	ojos	llenos
de	lágrimas.	Un	indicio	de	hasta	qué	punto	odiaban	todos	a	Snape	era	que	lo	estaban
fulminando	con	la	mirada.	Todos,	en	alguna	ocasión,	habían	llamado	sabelotodo	a
Hermione,	y	Ron,	que	lo	hacía	por	lo	menos	dos	veces	a	la	semana,	dijo	en	voz	alta:
—Usted	nos	ha	hecho	una	pregunta	y	ella	le	ha	respondido.	¿Por	qué	pregunta	si
no	quiere	que	se	le	responda?
Sus	compañeros	comprendieron	al	instante	que	había	ido	demasiado	lejos.
—Te	 quedarás	 castigado,	 Weasley	 —dijo	 Snape	 con	 voz	 suave	 y	 acercando	 el
rostro	al	de	Ron—.	Y	si	vuelvo	a	oírte	criticar	mi	manera	de	dar	clase,	te	arrepentirás.
Nadie	se	movió	durante	el	resto	de	la	clase.	Siguió	cada	uno	en	su	sitio,	tomando
notas	sobre	los	hombres	lobo	del	libro	de	texto,	mientras	Snape	rondaba	entre	las	filas
de	pupitres	examinando	el	trabajo	que	habían	estado	haciendo	con	el	profesor	Lupin.
—Muy	pobremente	explicado…	Esto	es	incorrecto…	El	kappa	se	encuentra	sobre
todo	en	Mongolia…	¿El	profesor	Lupin	te	puso	un	ocho?	Yo	no	te	habría	puesto	más
de	un	tres.
Cuando	el	timbre	sonó	por	fin,	Snape	los	retuvo:
—Escribiréis	una	redacción	de	dos	pergaminos	sobre	las	maneras	de	reconocer	y
matar	a	un	hombre	lobo.	Para	el	lunes	por	la	mañana.	Ya	es	hora	de	que	alguien	meta
en	cintura	a	esta	clase.	Weasley,	quédate,	tenemos	que	hablar	sobre	tu	castigo.
Harry	y	Hermione	abandonaron	el	aula	con	los	demás	alumnos,	que	esperaron	a
encontrarse	fuera	del	alcance	de	los	oídos	de	Snape	para	estallar	en	críticas	contra	él.
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—Snape	nunca	ha	actuado	así	con	ninguno	de	los	otros	profesores	de	Defensa
Contra	las	Artes	Oscuras,	aunque	quisiera	el	puesto	—comentó	Harry	a	Hermione—.
¿Por	qué	la	tiene	tomada	con	Lupin?	¿Será	por	lo	del	boggart?
—No	sé	—dijo	Hermione	pensativamente—.	Pero	espero	que	el	profesor	Lupin
se	recupere	pronto.
Ron	los	alcanzó	cinco	minutos	más	tarde,	muy	enfadado.
—¿Sabéis	lo	que	ese…	(llamó	a	Snape	algo	que	escandalizó	a	Hermione)	me	ha
mandado?	Tengo	que	lavar	los	orinales	de	la	enfermería.	¡Sin	magia!	—dijo	con	la
respiración	 alterada.	 Tenía	 los	 puños	 fuertemente	 cerrados—.	 ¿Por	 qué	 no	 podía
haberse	ocultado	Black	en	el	despacho	de	Snape,	eh?	¡Podía	haber	acabado	con	él!
Al	día	siguiente,	Harry	se	despertó	muy	temprano.	Tan	temprano	que	todavía	estaba
oscuro.	 Por	 un	 instante	 creyó	 que	 lo	 había	 despertado	 el	 ruido	 del	 viento.	 Luego
sintió	una	brisa	fría	en	la	nuca	y	se	incorporó	en	la	cama.	Peeves	flotaba	a	su	lado,
soplándole	en	la	oreja.
—¿Por	qué	has	hecho	eso?	—le	preguntó	Harry	enfadado.
Peeves	hinchó	los	carrillos,	sopló	muy	fuerte	y	salió	del	dormitorio	hacia	atrás,	a
toda	prisa,	riéndose.
Harry	 tanteó	 en	 busca	 de	 su	 despertador	 y	 lo	 miró:	 eran	 las	 cuatro	 y	 media.
Echando	pestes	de	Peeves,	se	dio	la	vuelta	y	procuró	volver	a	dormirse.	Pero	una	vez
despierto	fue	difícil	olvidar	el	ruido	de	los	truenos	que	retumbaban	por	encima	de	su
cabeza,	los	embates	del	viento	contra	los	muros	del	castillo	y	el	lejano	crujir	de	los
árboles	en	el	bosque	prohibido.	Unas	horas	después	se	hallaría	allí	fuera,	en	el	campo
de	quidditch,	batallando	en	medio	del	temporal.	Finalmente,	renunció	a	su	propósito
de	 volver	 a	 dormirse,	 se	 levantó,	 se	 vistió,	 cogió	 su	 Nimbus	 2000	 y	 salió
silenciosamente	del	dormitorio.
Cuando	Harry	abrió	la	puerta,	algo	le	rozó	la	pierna.	Se	agachó	con	el	tiempo
justo	de	coger	a	Crookshanks	por	el	extremo	de	la	cola	peluda	y	sacarlo	a	rastras.
—¿Sabes?	 Creo	 que	 Ron	 tiene	 razón	 sobre	 ti	 —le	 dijo	 Harry	 receloso—.	 Hay
muchos	ratones	por	aquí.	Ve	a	cazarlos.	Vamos	—añadió,	echando	a	Crookshanks	con
el	pie,	para	que	bajara	por	la	escalera	de	caracol—.	Deja	en	paz	a	Scabbers.
El	ruido	de	la	tormenta	era	más	fuerte	en	la	sala	común.	Harry	tenía	demasiada
experiencia	para	creer	que	se	cancelaría	el	partido.	Los	partidos	de	quidditch	no	se
cancelaban	 por	 nimiedades	 como	 una	 tormenta.	 Sin	 embargo,	 empezaba	 a
preocuparse.	 Wood	 le	 había	 indicado	 quién	 era	 Cedric	 Diggory	 en	 el	 corredor;
Diggory	estaba	en	quinto	y	era	mucho	mayor	que	Harry.	Los	buscadores	solían	ser
ligeros	y	veloces,	pero	el	peso	de	Diggory	sería	una	ventaja	con	aquel	tiempo,	porque
tendría	muchas	menos	posibilidades	de	que	el	viento	le	desviara	el	rumbo.
Harry	pasó	ante	la	chimenea	las	horas	que	quedaban	hasta	el	amanecer.	De	vez	en
cuando	 se	 levantaba	 para	 evitar	 que	 Crookshanks	 volviera	 a	 escabullirse	 por	 la
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escalera	que	llevaba	al	dormitorio	de	los	chicos.	Al	cabo	de	un	tiempo	le	pareció	a
Harry	que	ya	era	la	hora	del	desayuno	y	se	dirigió	él	solo	hacia	el	retrato.
—¡En	guardia,	malandrín!	—lo	retó	sir	Cadogan.
—«Cállate	ya»	—contestó	Harry,	bostezando.
Se	reanimó	algo	tomando	un	plato	grande	de	gachas	de	avena	y	cuando	ya	había
empezado	con	las	tostadas,	apareció	el	resto	del	equipo.
—Va	a	ser	difícil	—dijo	Wood,	sin	probar	bocado.
—Deja	de	preocuparte,	Oliver	—lo	tranquilizó	Alicia—.	No	nos	asustamos	por
un	poquito	de	lluvia.
Pero	era	bastante	más	que	un	poquito	de	lluvia.	El	quidditch	era	tan	popular	que
todo	el	colegio	salió	a	ver	el	partido,	como	de	costumbre.	Corrían	por	el	césped	hasta
el	campo	de	quidditch,	con	la	cabeza	agachada	contra	el	feroz	viento	que	arrancaba
los	paraguas	de	las	manos.	Poco	antes	de	entrar	en	el	vestuario,	Harry	vio	a	Malfoy,	a
Crabbe	y	a	Goyle	camino	del	campo	de	quidditch;	cubiertos	por	un	enorme	paraguas,
lo	señalaban	y	se	reían.
Los	miembros	del	equipo	se	pusieron	la	túnica	escarlata	y	aguardaron	la	habitual
arenga	de	Wood,	pero	ésta	no	se	produjo.	Wood	intentó	varias	veces	hablarles,	tragó
saliva	con	un	ruido	extraño,	cabeceó	desesperanzado	y	les	indicó	por	señas	que	lo
siguieran.
El	viento	era	tan	fuerte	que	se	tambalearon	al	entrar	en	el	campo.	A	causa	del
retumbar	 de	 los	 truenos,	 no	 podían	 saber	 si	 la	 multitud	 los	 aclamaba.	 La	 lluvia
rociaba	los	cristales	de	las	gafas	de	Harry.	¿Cómo	demonios	iba	a	ver	la	snitch	en
aquellas	condiciones?
Los	de	Hufflepuff	se	aproximaron	desde	el	otro	extremo	del	campo,	con	la	túnica
amarillo	canario.	Los	capitanes	de	ambos	equipos	se	acercaron	y	se	estrecharon	la
mano.	Diggory	sonrió	a	Wood,	pero	Wood	parecía	tener	ahora	la	mandíbula	encajada
y	se	limitó	a	hacer	un	gesto	con	la	cabeza.	Harry	vio	que	la	boca	de	la	señora	Hooch
articulaba:
—Montad	en	las	escobas.
Harry	sacó	del	barro	el	pie	derecho	y	pasó	la	pierna	por	encima	de	la	Nimbus
2000.	 La	 señora	 Hooch	 se	 llevó	 el	 silbato	 a	 los	 labios	 y	 dio	 un	 pitido	 que	 sonó
distante	y	estridente…	Dio	comienzo	el	partido.
Harry	se	elevó	rápidamente,	pero	la	Nimbus	2000	oscilaba	a	causa	del	viento.	La
sostuvo	tan	firmemente	como	pudo	y	dio	media	vuelta	de	cara	a	la	lluvia,	con	los	ojos
entornados.
Al	cabo	de	cinco	minutos,	Harry	estaba	calado	hasta	los	huesos	y	helado	de	frío.
Apenas	 podía	 ver	 a	 sus	 compañeros	 de	 equipo	 y	 menos	 aún	 la	 pequeña	 snitch.
Atravesó	el	campo	de	un	lado	a	otro,	adelantando	bultos	rojos	y	amarillos,	sin	idea	de
lo	que	sucedía.	El	viento	no	le	permitía	oír	los	comentarios.	La	multitud	estaba	oculta
bajo	un	mar	de	capas	y	de	paraguas	maltrechos.	En	dos	ocasiones	estuvo	a	punto	de
ser	derribado	por	una	bludger.	Su	visión	estaba	tan	limitada	por	el	agua	de	las	gafas
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que	no	las	vio	acercarse.
Perdió	 la	 noción	 del	 tiempo.	 Era	 cada	 vez	 más	 difícil	 sujetar	 la	 escoba	 con
firmeza.	El	cielo	se	oscureció,	como	si	hubiera	llegado	la	noche	en	plena	mañana.
Dos	veces	estuvo	a	punto	de	chocar	contra	otro	jugador,	que	no	sabía	si	era	de	su
equipo	o	del	oponente.	Todos	estaban	ahora	tan	calados,	y	la	lluvia	era	tan	densa,	que
apenas	podía	distinguirlos…
Con	el	primer	relámpago	llegó	el	pitido	del	silbato	de	la	señora	Hooch.	Harry	sólo
pudo	ver	a	través	de	la	densa	lluvia	la	silueta	de	Wood,	que	le	indicaba	por	señas	que
descendiera.	Todo	el	equipo	aterrizó	en	el	barro,	salpicando.
—¡He	pedido	tiempo	muerto!	—gritó	a	sus	jugadores—.	Venid	aquí	debajo.
Se	apiñaron	en	el	borde	del	campo,	debajo	de	un	enorme	paraguas.	Harry	se	quitó
las	gafas	y	se	las	limpió	con	la	túnica.
—¿Cuál	es	la	puntuación?
—Cincuenta	puntos	a	nuestro	favor.	Pero	si	no	atrapamos	la	snitch,	seguiremos
jugando	hasta	la	noche.
—Con	esto	me	resulta	imposible	—respondió	Harry,	blandiendo	las	gafas.
En	ese	instante	apareció	Hermione	a	su	lado.	Se	tapaba	la	cabeza	con	la	capa	e,
inexplicablemente,	estaba	sonriendo.
—¡Tengo	una	idea,	Harry!	¡Dame	tus	gafas,	rápido!
Se	las	entregó,	y	ante	la	mirada	de	sorpresa	del	equipo,	golpeó	las	gafas	con	su
varita	y	dijo:
—Impervius.	—Y	se	las	devolvió	a	Harry	diciendo—:	Ahí	las	tienes:	¡repelerán	el
agua!
Wood	la	hubiera	besado:
—¡Magnífico!	—exclamó	emocionado,	mientras	ella	se	alejaba—.	¡De	acuerdo,
vamos	a	ello!
El	 hechizo	 de	 Hermione	 funcionó.	 Harry	 seguía	 entumecido	 por	 el	 frío	 y	 más
empapado	 que	 nunca	 en	 su	 vida,	 pero	 podía	 ver.	 Lleno	 de	 una	 renovada	 energía,
aceleró	la	escoba	a	través	del	aire	turbulento	buscando	en	todas	direcciones	la	snitch,
esquivando	 una	 bludger,	 pasando	 por	 debajo	 de	 Diggory,	 que	 volaba	 en	 dirección
contraria…
Brilló	otro	rayo,	seguido	por	el	retumbar	de	un	trueno.	La	cosa	se	ponía	cada	vez
más	peligrosa.	Harry	tenía	que	atrapar	la	snitch	cuanto	antes…
Se	volvió,	intentando	regresar	hacia	la	mitad	del	campo,	pero	en	ese	momento
otro	relámpago	iluminó	las	gradas	y	Harry	vio	algo	que	lo	distrajo	completamente:	la
silueta	 de	 un	 enorme	 y	 lanudo	 perro	 negro,	 claramente	 perfilada	 contra	 el	 cielo,
inmóvil	en	la	parte	superior	y	más	vacía	de	las	gradas.
Las	 manos	 entumecidas	 le	 resbalaron	 por	 el	 palo	 de	 la	 escoba	 y	 la	 Nimbus
descendió	 varios	 metros.	 Retirándose	 de	 los	 ojos	 el	 flequillo	 empapado,	 volvió	 a
mirar	hacia	las	gradas:	el	perro	había	desaparecido.
—¡Harry!	 —gritó	 Wood	 angustiado,	 desde	 los	 postes	 de	 Gryffindor—.	 ¡Harry,
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detrás	de	ti!
Harry	 miró	 hacia	 atrás	 con	 los	 ojos	 abiertos	 de	 par	 en	 par.	 Cedric	 Diggory
atravesaba	 el	 campo	 a	 toda	 velocidad,	 y	 entre	 ellos,	 en	 el	 aire	 cuajado	 de	 lluvia,
brillaba	una	diminuta	bola	dorada…
Con	un	sobresalto,	Harry	pegó	el	cuerpo	al	palo	de	la	escoba	y	se	lanzó	hacia	la
snitch	como	una	bala.
—¡Vamos!	—gritó	a	la	Nimbus,	al	mismo	tiempo	que	la	lluvia	le	azotaba	la	cara
—.	¡Más	rápido!
Pero	algo	extraño	pasaba.	Un	inquietante	silencio	caía	sobre	el	estadio.	Ya	no	se
oía	 el	 viento,	 aunque	 soplaba	 tan	 fuerte	 como	 antes.	 Era	 como	 si	 alguien	 hubiera
quitado	el	sonido,	o	como	si	Harry	se	hubiera	vuelto	sordo	de	repente.	¿Qué	sucedía?
Y	 entonces	 le	 penetró	 en	 el	 cuerpo	 una	 ola	 de	 frío	 horrible	 y	 ya	 conocida,
exactamente	en	el	momento	en	que	veía	algo	que	se	movía	por	el	campo,	debajo	de
él.	Antes	de	que	pudiera	pensar,	Harry	había	apartado	la	vista	de	la	snitch	y	había
mirado	hacia	abajo.	Abajo	había	al	menos	cien	dementores,	con	el	rostro	tapado,	y
todos	señalándole.	Fue	como	si	le	subiera	agua	helada	por	el	pecho	y	le	cortara	por
dentro.	 Y	 entonces	 volvió	 a	 oírlo…	 Alguien	 gritaba	 dentro	 de	 su	 cabeza…,	 una
mujer…
—A	Harry	no.	A	Harry	no.	A	Harry	no,	por	favor.
—Apártate,	estúpida…	apártate…
—A	Harry	no.	Te	lo	ruego,	no.	Cógeme	a	mí.	Mátame	a	mí	en	su	lugar…
A	Harry	se	le	había	enturbiado	el	cerebro	con	una	especie	de	niebla	blanca.	¿Qué
hacía?	¿Por	qué	montaba	una	escoba	voladora?	Tenía	que	ayudarla.	La	mujer	iba	a
morir,	la	iban	a	matar…
Harry	caía,	caía	entre	la	niebla	helada.
—A	Harry	no,	por	favor.	Ten	piedad,	te	lo	ruego,	ten	piedad…
Alguien	de	voz	estridente	estalló	en	carcajadas.	La	mujer	gritaba	y	Harry	no	se
enteró	de	nada	más.
—Ha	tenido	suerte	de	que	el	terreno	estuviera	blando.
—Creí	que	se	había	matado.
—¡Pero	si	ni	siquiera	se	ha	roto	las	gafas!
Harry	oía	las	voces,	pero	no	encontraba	sentido	a	lo	que	decían.	No	tenía	ni	idea
de	dónde	se	hallaba,	ni	de	por	qué	se	encontraba	en	aquel	lugar,	ni	de	qué	hacía	antes
de	aquel	momento.	Lo	único	que	sabía	era	que	le	dolía	cada	centímetro	del	cuerpo
como	si	le	hubieran	dado	una	paliza.
—Es	lo	más	pavoroso	que	he	visto	en	mi	vida.
Horrible…	Lo	más	pavoroso…	Figuras	negras	con	capucha…	Frío…	Gritos…
Harry	abrió	los	ojos	de	repente.	Estaba	en	la	enfermería.	El	equipo	de	quidditch
de	Gryffindor,	lleno	de	barro,	rodeaba	la	cama.	Ron	y	Hermione	estaban	allí	también
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y	parecían	haber	salido	de	la	ducha.
—¡Harry!	—exclamó	Fred,	que	parecía	exageradamente	pálido	bajo	el	barro—.
¿Cómo	te	encuentras?
La	 memoria	 de	 Harry	 fue	 recuperando	 los	 acontecimientos	 por	 orden:	 el
relámpago…,	el	Grim…,	la	snitch…,	y	los	dementores.
—¿Qué	sucedió?	—dijo	incorporándose	en	la	cama,	tan	de	repente	que	los	demás
ahogaron	un	grito.
—Te	caíste	—explicó	Fred—.	Debieron	de	ser…	¿cuántos?	¿Veinte	metros?
—Creímos	que	te	habías	matado	—dijo	Alicia,	temblando.
Hermione	dio	un	gritito.	Tenía	los	ojos	rojos.
—Pero	el	partido	—preguntó	Harry—,	¿cómo	acabó?	¿Se	repetirá?
Nadie	respondió.	La	horrible	verdad	cayó	sobre	Harry	como	una	losa.
—¿No	habremos…	perdido?
—Diggory	 atrapó	 la	 snitch	 —respondió	 George—	 poco	 después	 de	 que	 te
cayeras.	No	se	dio	cuenta	de	lo	que	pasaba.	Cuando	miró	hacia	atrás	y	te	vio	en	el
suelo,	 quiso	 que	 se	 anulara.	 Quería	 que	 se	 repitiera	 el	 partido.	 Pero	 ganaron
limpiamente.	Incluso	Wood	lo	ha	admitido.
—¿Dónde	está	Wood?	—preguntó	Harry	de	repente,	notando	que	no	estaba	allí.
—Sigue	en	las	duchas	—dijo	Fred—.	Parece	que	quiere	ahogarse.
Harry	acercó	la	cara	a	las	rodillas	y	se	cogió	el	pelo	con	las	manos.	Fred	le	puso
la	mano	en	el	hombro	y	lo	zarandeó	bruscamente.
—Vamos,	Harry,	es	la	primera	vez	que	no	atrapas	la	snitch.
—Tenía	que	ocurrir	alguna	vez	—dijo	George.
—Todavía	no	ha	terminado	—dijo	Fred—.	Hemos	perdido	por	cien	puntos,	¿no?
Si	Hufflepuff	pierde	ante	Ravenclaw	y	nosotros	ganamos	a	Ravenclaw,	y	Slytherin…
—Hufflepuff	tendrá	que	perder	al	menos	por	doscientos	puntos	—dijo	George.
—Pero	si	ganan	a	Ravenclaw…
—Eso	no	puede	ser.	Los	de	Ravenclaw	son	muy	buenos.
—Pero	si	Slytherin	pierde	frente	a	Hufflepuff…
—Todo	depende	de	los	puntos…	Un	margen	de	cien,	en	cualquier	caso…
Harry	 guardaba	 silencio.	 Habían	 perdido.	 Por	 primera	 vez	 en	 su	 vida,	 había
perdido	un	partido	de	quidditch.
Después	de	unos	diez	minutos,	la	señora	Pomfrey	llegó	para	mandarles	que	lo
dejaran	descansar.
—Luego	vendremos	a	verte	—le	dijo	Fred—.	No	te	tortures,	Harry.	Sigues	siendo
el	mejor	buscador	que	hemos	tenido.
El	equipo	salió	en	tropel,	dejando	el	suelo	manchado	de	barro.	La	señora	Pomfrey
cerró	 la	 puerta	 detrás	 del	 último,	 con	 cara	 de	 mal	 humor.	 Ron	 y	 Hermione	 se
acercaron	un	poco	más	a	la	cama	de	Harry.
—Dumbledore	 estaba	 muy	 enfadado	 —dijo	 Hermione	 con	 voz	 temblorosa—.
Nunca	lo	había	visto	así.	Corrió	al	campo	mientras	tú	caías,	agitó	la	varita	mágica	y
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entonces	se	redujo	la	velocidad	de	tu	caída.	Luego	apuntó	a	los	dementores	con	la
varita	y	les	arrojó	algo	plateado.	Abandonaron	inmediatamente	el	estadio…	Le	puso
furioso	que	hubieran	entrado	en	el	campo…	lo	oímos…
—Entonces	te	puso	en	una	camilla	por	arte	de	magia	—explicó	Ron—.	Y	te	llevó
al	colegio	flotando	en	la	camilla.	Todos	pensaron	que	estabas…
Su	voz	se	apagó,	pero	Harry	apenas	se	dio	cuenta.	Pensaba	en	lo	que	le	habían
hecho	los	dementores,	en	la	voz	que	suplicaba.	Alzó	los	ojos	y	vio	a	Hermione	y	a
Ron	tan	preocupados	que	rápidamente	buscó	algo	que	decir.
—¿Recogió	alguien	la	Nimbus?
Ron	y	Hermione	se	miraron.
—Eh…
—¿Qué	pasa?	—preguntó	Harry.
—Bueno,	 cuando	 te	 caíste…	 se	 la	 llevó	 el	 viento	 —dijo	 Hermione	 con	 voz
vacilante.
—¿Y?
—Y	chocó…	chocó…	contra	el	sauce	boxeador.
Harry	sintió	un	pinchazo	en	el	estómago.	El	sauce	boxeador	era	un	sauce	muy
violento	que	estaba	solo	en	mitad	del	terreno	del	colegio.
—¿Y?	—preguntó,	temiendo	la	respuesta.
—Bueno,	 ya	 sabes	 que	 al	 sauce	 boxeador	 —dijo	 Ron—	 no	 le	 gusta	 que	 lo
golpeen.
—El	profesor	Flitwick	la	trajo	poco	antes	de	que	recuperaras	el	conocimiento	—
explicó	Hermione	en	voz	muy	baja.
Se	 agachó	 muy	 despacio	 para	 coger	 una	 bolsa	 que	 había	 a	 sus	 pies,	 le	 dio	 la
vuelta	 y	 puso	 sobre	 la	 cama	 una	 docena	 de	 astillas	 de	 madera	 y	 ramitas,	 lo	 que
quedaba	de	la	fiel	y	finalmente	abatida	escoba	de	Harry.
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L
CAPÍTULO	10
El	mapa	del	merodeador
A	señora	Pomfrey	insistió	en	que	Harry	se	quedara	en	la	enfermería	el	fin	de
semana.	El	muchacho	no	se	quejó,	pero	no	le	permitió	que	tirara	los	restos	de	la
Nimbus	2000.	Sabía	que	era	una	tontería	y	que	la	Nimbus	no	podía	repararse,	pero
Harry	no	podía	evitarlo.	Era	como	perder	a	uno	de	sus	mejores	amigos.
Lo	visitó	gente	sin	parar,	todos	con	la	intención	de	infundirle	ánimos.	Hagrid	le
envió	unas	flores	llenas	de	tijeretas	y	que	parecían	coles	amarillas,	y	Ginny	Weasley,
sonrojada,	 apareció	 con	 una	 tarjeta	 de	 saludo	 que	 ella	 misma	 había	 hecho	 y	 que
cantaba	con	voz	estridente	salvo	cuando	se	cerraba	y	se	metía	debajo	del	frutero.
El	equipo	de	Gryffindor	volvió	a	visitarlo	el	domingo	por	la	mañana,	esta	vez	con
Wood,	que	aseguró	a	Harry	con	voz	de	ultratumba	que	no	lo	culpaba	en	absoluto.
Ron	y	Hermione	no	se	iban	hasta	que	llegaba	la	noche.	Pero	nada	de	cuanto	dijera	o
hiciese	nadie	podía	aliviar	a	Harry,	porque	los	demás	sólo	conocían	la	mitad	de	lo	que
le	preocupaba.
No	había	dicho	nada	a	nadie	acerca	del	Grim,	ni	siquiera	a	Ron	y	a	Hermione,
porque	sabía	que	Ron	se	asustaría	y	Hermione	se	burlaría.	El	hecho	era,	sin	embargo,
que	 el	 Grim	 se	 le	 había	 aparecido	 dos	 veces	 y	 en	 las	 dos	 ocasiones	 había	 habido
accidentes	casi	fatales.	La	primera	casi	lo	había	atropellado	el	autobús	noctámbulo.
La	segunda	había	caído	de	veinte	metros	de	altura.	¿Iba	a	acosarlo	el	Grim	hasta	la
muerte?	¿Iba	a	pasar	él	el	resto	de	su	vida	esperando	las	apariciones	del	animal?
Y	 luego	 estaban	 los	 dementores.	 Harry	 se	 sentía	 muy	 humillado	 cada	 vez	 que
pensaba	 en	 ellos.	 Todo	 el	 mundo	 decía	 que	 los	 dementores	 eran	 espantosos,	 pero
nadie	se	desmayaba	al	verlos…	Nadie	más	oía	en	su	cabeza	el	eco	de	los	gritos	de	sus
padres	antes	de	morir.
Porque	Harry	sabía	ya	de	quién	era	aquella	voz	que	gritaba.	En	la	enfermería,
desvelado	durante	la	noche,	contemplando	las	rayas	que	la	luz	de	la	luna	dibujaba	en
el	techo,	oía	sus	palabras	una	y	otra	vez.	Cuando	se	le	acercaban	los	dementores,	oía
los	 últimos	 gritos	 de	 su	 madre,	 su	 afán	 por	 protegerlo	 de	 lord	 Voldemort,	 y	 las
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carcajadas	 de	 lord	 Voldemort	 antes	 de	 matarla…	 Harry	 dormía	 irregularmente,
sumergiéndose	 en	 sueños	 plagados	 de	 manos	 corruptas	 y	 viscosas	 y	 de	 gritos	 de
terror,	y	se	despertaba	sobresaltado	para	volver	a	oír	los	gritos	de	su	madre.
Fue	un	alivio	regresar	el	lunes	al	bullicio	del	colegio,	donde	estaba	obligado	a	pensar
en	otras	cosas,	aunque	tuviera	que	soportar	las	burlas	de	Draco	Malfoy.	Malfoy	no
cabía	en	sí	de	gozo	por	la	derrota	de	Gryffindor.	Por	fin	se	había	quitado	las	vendas	y
lo	había	celebrado	parodiando	la	caída	de	Harry.	La	mayor	parte	de	la	siguiente	clase
de	Pociones	la	pasó	Malfoy	imitando	por	toda	la	mazmorra	a	los	dementores.	Llegó
un	momento	en	que	Ron	no	pudo	soportarlo	más	y	le	arrojó	un	corazón	de	cocodrilo
grande	y	viscoso.	Le	dio	en	la	cara	y	consiguió	que	Snape	le	quitara	cincuenta	puntos
a	Gryffindor.
—Si	Snape	vuelve	a	dar	la	clase	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras,	me	pondré
enfermo	—explicó	Ron,	mientras	se	dirigían	al	aula	de	Lupin,	tras	el	almuerzo—.
Mira	a	ver	quién	está,	Hermione.
Hermione	se	asomó	al	aula.
—¡Estupendo!
El	 profesor	 Lupin	 había	 vuelto	 al	 aula.	 Ciertamente,	 tenía	 aspecto	 de
convaleciente.	 Las	 túnicas	 de	 siempre	 le	 quedaban	 grandes	 y	 tenía	 ojeras.	 Sin
embargo,	 sonrió	 a	 los	 alumnos	 mientras	 se	 sentaban,	 y	 ellos	 prorrumpieron
inmediatamente	en	quejas	sobre	el	comportamiento	de	Snape	durante	la	enfermedad
de	Lupin.
—No	 es	 justo.	 Sólo	 estaba	 haciendo	 una	 sustitución.	 ¿Por	 qué	 tenía	 que
mandarnos	trabajo?
—No	sabemos	nada	sobre	los	hombres	lobo…
—¡…	dos	pergaminos!
—¿Le	 dijisteis	 al	 profesor	 Snape	 que	 todavía	 no	 habíamos	 llegado	 ahí?	 —
preguntó	el	profesor	Lupin,	frunciendo	un	poco	el	entrecejo.
Volvió	a	producirse	un	barullo.
—Sí,	pero	dijo	que	íbamos	muy	atrasados…
—…	no	nos	escuchó…
—¡…	dos	pergaminos!
El	profesor	Lupin	sonrió	ante	la	indignación	que	se	dibujaba	en	todas	las	caras.
—No	 os	 preocupéis.	 Hablaré	 con	 el	 profesor	 Snape.	 No	 tendréis	 que	 hacer	 el
trabajo.
—¡Oh,	no!	—exclamó	Hermione,	decepcionada—.	¡Yo	ya	lo	he	terminado!
Tuvieron	una	clase	muy	agradable.	El	profesor	Lupin	había	llevado	una	caja	de
cristal	que	contenía	un	hinkypunk,	una	criatura	pequeña	de	una	sola	pata	que	parecía
hecha	de	humo,	enclenque	y	aparentemente	inofensiva.
—Atrae	 a	 los	 viajeros	 a	 las	 ciénagas	 —dijo	 el	 profesor	 Lupin	 mientras	 los
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alumnos	tomaban	apuntes—.	¿Veis	el	farol	que	le	cuelga	de	la	mano?	Le	sale	al	paso,
el	viajero	sigue	la	luz	y	entonces…
El	hinkypunk	produjo	un	chirrido	horrible	contra	el	cristal.
Al	sonar	el	timbre,	todos,	Harry	entre	ellos,	recogieron	sus	cosas	y	se	dirigieron	a
la	puerta,	pero…
—Espera	un	momento,	Harry	—le	dijo	Lupin—,	me	gustaría	hablar	un	momento
contigo.
Harry	volvió	sobre	sus	pasos	y	vio	al	profesor	cubrir	la	caja	del	hinkypunk.
—Me	han	contado	lo	del	partido	—dijo	Lupin,	volviendo	a	su	mesa	y	metiendo
los	 libros	 en	 su	 maletín—.	 Y	 lamento	 mucho	 lo	 de	 tu	 escoba.	 ¿Será	 posible
arreglarla?
—No	—contestó	Harry—,	el	árbol	la	hizo	trizas.
Lupin	suspiró.
—Plantaron	el	sauce	boxeador	el	mismo	año	que	llegué	a	Hogwarts.	La	gente
jugaba	a	un	juego	que	consistía	en	aproximarse	lo	suficiente	para	tocar	el	tronco.	Un
chico	 llamado	 Davey	 Gudgeon	 casi	 perdió	 un	 ojo	 y	 se	 nos	 prohibió	 acercarnos.
Ninguna	escoba	habría	salido	airosa.
—¿Ha	oído	también	lo	de	los	dementores?	—dijo	Harry,	haciendo	un	esfuerzo.
Lupin	le	dirigió	una	mirada	rápida.
—Sí,	lo	oí.	Creo	que	nadie	ha	visto	nunca	tan	enfadado	al	profesor	Dumbledore.
Están	cada	vez	más	rabiosos	porque	Dumbledore	se	niega	a	dejarlos	entrar	en	los
terrenos	del	colegio…	Fue	la	razón	por	la	que	te	caíste,	¿no?
—Sí	 —respondió	 Harry.	 Dudó	 un	 momento	 y	 se	 le	 escapó	 la	 pregunta	 que	 le
rondaba	por	la	cabeza—.	¿Por	qué?	¿Por	qué	me	afectan	de	esta	manera?	¿Acaso
soy…?
—No	tiene	nada	que	ver	con	la	cobardía	—dijo	el	profesor	Lupin	tajantemente,
como	si	le	hubiera	leído	el	pensamiento—.	Los	dementores	te	afectan	más	que	a	los
demás	porque	en	tu	pasado	hay	cosas	horribles	que	los	demás	no	tienen.	—Un	rayo
de	sol	invernal	cruzó	el	aula,	iluminando	el	cabello	gris	de	Lupin	y	las	líneas	de	su
joven	 rostro—.	 Los	 dementores	 están	 entre	 las	 criaturas	 más	 nauseabundas	 del
mundo.	Infestan	los	lugares	más	oscuros	y	más	sucios.	Disfrutan	con	la	desesperación
y	la	destrucción	ajenas,	se	llevan	la	paz,	la	esperanza	y	la	alegría	de	cuanto	les	rodea.
Incluso	los	muggles	perciben	su	presencia,	aunque	no	pueden	verlos.	Si	alguien	se
acerca	mucho	a	un	dementor,	éste	le	quitará	hasta	el	último	sentimiento	positivo	y
hasta	 el	 último	 recuerdo	 dichoso.	 Si	 puede,	 el	 dementor	 se	 alimentará	 de	 él	 hasta
convertirlo	en	su	semejante:	en	un	ser	desalmado	y	maligno.	Le	dejará	sin	otra	cosa
que	 las	 peores	 experiencias	 de	 su	 vida.	 Y	 el	 peor	 de	 tus	 recuerdos,	 Harry,	 es	 tan
horrible	que	derribaría	a	cualquiera	de	su	escoba.	No	tienes	de	qué	avergonzarte.
—Cuando	 hay	 alguno	 cerca	 de	 mí…	 —Harry	 miró	 la	 mesa	 de	 Lupin,	 con	 los
músculos	del	cuello	tensos—	oigo	el	momento	en	que	Voldemort	mató	a	mi	madre.
Lupin	hizo	con	el	brazo	un	movimiento	repentino,	como	si	fuera	a	coger	a	Harry
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por	el	hombro,	pero	lo	pensó	mejor.	Hubo	un	momento	de	silencio	y	luego…
—¿Por	qué	acudieron	al	partido?	—preguntó	Harry	con	tristeza.
—Están	 hambrientos	 —explicó	 Lupin	 tranquilamente,	 cerrando	 el	 maletín,	 que
dio	un	chasquido—.	Dumbledore	no	los	deja	entrar	en	el	colegio,	de	forma	que	su
suministro	de	presas	humanas	se	ha	agotado…	Supongo	que	no	pudieron	resistirse	a
la	 gran	 multitud	 que	 había	 en	 el	 estadio.	 Toda	 aquella	 emoción…	 El	 ambiente
caldeado…	Para	ellos,	tenía	que	ser	como	un	banquete.
—Azkaban	debe	de	ser	horrible	—masculló	Harry.
Lupin	asintió	con	melancolía.
—La	fortaleza	está	en	una	pequeña	isla,	perdida	en	el	mar.	Pero	no	hacen	falta
muros	ni	agua	para	tener	a	los	presos	encerrados,	porque	todos	están	atrapados	dentro
de	su	propia	cabeza,	incapaces	de	tener	un	pensamiento	alegre.	La	mayoría	enloquece
al	cabo	de	unas	semanas.
—Pero	Sirius	Black	escapó	—dijo	Harry	despacio—.	Escapó…
El	maletín	de	Lupin	cayó	de	la	mesa.	Tuvo	que	inclinarse	para	recogerlo:
—Sí	 —dijo	 incorporándose—.	 Black	 debe	 de	 haber	 descubierto	 la	 manera	 de
hacerles	frente.	Yo	no	lo	habría	creído	posible…	En	teoría,	los	dementores	quitan	al
brujo	todos	sus	poderes	si	están	con	él	el	tiempo	suficiente.
—Usted	ahuyentó	en	el	tren	a	aquel	dementor	—dijo	Harry	de	repente.
—Hay	 algunas	 defensas	 que	 uno	 puede	 utilizar	 —explicó	 Lupin—.	 Pero	 en	 el
tren	sólo	había	un	dementor.	Cuantos	más	hay,	más	difícil	resulta	defenderse.
—¿Qué	defensas?	—preguntó	Harry	inmediatamente—.	¿Puede	enseñarme?
—No	soy	ningún	experto	en	la	lucha	contra	los	dementores,	Harry.	Más	bien	lo
contrario…
—Pero	 si	 los	 dementores	 acuden	 a	 otro	 partido	 de	 quidditch,	 tengo	 que	 tener
algún	arma	contra	ellos.
Lupin	vio	a	Harry	tan	decidido	que	dudó	un	momento	y	luego	dijo:
—Bueno,	de	acuerdo.	Intentaré	ayudarte.	Pero	me	temo	que	no	podrá	ser	hasta	el
próximo	 trimestre.	 Tengo	 mucho	 que	 hacer	 antes	 de	 las	 vacaciones.	 Elegí	 un
momento	muy	inoportuno	para	caer	enfermo.
Con	la	promesa	de	que	Lupin	le	daría	clases	antidementores,	la	esperanza	de	que	tal
vez	no	tuviera	que	volver	a	oír	la	muerte	de	su	madre,	y	la	derrota	que	Ravenclaw
infligió	a	Hufflepuff	en	el	partido	de	quidditch	de	finales	de	noviembre,	el	estado	de
ánimo	de	Harry	mejoró	mucho.	Gryffindor	no	había	perdido	todas	las	posibilidades
de	ganar	la	copa,	aunque	tampoco	podían	permitirse	otra	derrota.	Wood	recuperó	su
energía	obsesiva	y	entrenó	al	equipo	con	la	dureza	de	costumbre	bajo	la	fría	llovizna
que	persistió	durante	todo	el	mes	de	diciembre.	Harry	no	vio	la	menor	señal	de	los
dementores	dentro	del	recinto	del	colegio.	La	ira	de	Dumbledore	parecía	mantenerlos
en	sus	puestos,	en	las	entradas.
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Dos	semanas	antes	de	que	terminara	el	trimestre,	el	cielo	se	aclaró	de	repente,
volviéndose	 de	 un	 deslumbrante	 blanco	 opalino,	 y	 los	 terrenos	 embarrados
aparecieron	 una	 mañana	 cubiertos	 de	 escarcha.	 Dentro	 del	 castillo	 había	 ambiente
navideño.	El	profesor	Flitwick,	que	daba	Encantamientos,	ya	había	decorado	su	aula
con	 luces	 brillantes	 que	 resultaron	 ser	 hadas	 de	 verdad,	 que	 revoloteaban.	 Los
alumnos	comentaban	entusiasmados	sus	planes	para	las	vacaciones.	Ron	y	Hermione
habían	decidido	quedarse	en	Hogwarts,	y	aunque	Ron	dijo	que	era	porque	no	podía
aguantar	a	Percy	durante	dos	semanas,	y	Hermione	alegó	que	necesitaba	utilizar	la
biblioteca,	no	consiguieron	engañar	a	Harry:	se	quedaban	para	hacerle	compañía	y	él
se	sintió	muy	agradecido.
Para	 satisfacción	 de	 todos	 menos	 de	 Harry,	 estaba	 programada	 otra	 salida	 a
Hogsmeade	para	el	último	fin	de	semana	del	trimestre.
—¡Podemos	hacer	allí	todas	las	compras	de	Navidad!	—dijo	Hermione—.	¡A	mis
padres	les	encantaría	el	hilo	dental	mentolado	de	Honeydukes!
Resignado	a	ser	el	único	de	tercero	que	no	iría,	Harry	le	pidió	prestado	a	Wood	su
ejemplar	de	El	mundo	de	la	escoba,	y	decidió	pasar	el	día	informándose	sobre	los
diferentes	modelos.	En	los	entrenamientos	había	montado	en	una	de	las	escobas	del
colegio,	una	antigua	Estrella	Fugaz	muy	lenta	que	volaba	a	trompicones;	estaba	claro
que	necesitaba	una	escoba	propia.
La	 mañana	 del	 sábado	 de	 la	 excursión,	 se	 despidió	 de	 Ron	 y	 de	 Hermione,
envueltos	en	capas	y	bufandas,	y	subió	solo	la	escalera	de	mármol	que	conducía	a	la
torre	 de	 Gryffindor.	 Había	 empezado	 a	 nevar	 y	 el	 castillo	 estaba	 muy	 tranquilo	 y
silencioso.
—¡Pss,	Harry!
Se	dio	la	vuelta	a	mitad	del	corredor	del	tercer	piso	y	vio	a	Fred	y	a	George	que	lo
miraban	desde	detrás	de	la	estatua	de	una	bruja	tuerta	y	jorobada.
—¿Qué	 hacéis?	 —preguntó	 Harry	 con	 curiosidad—.	 ¿Cómo	 es	 que	 no	 estáis
camino	de	Hogsmeade?
—Hemos	 venido	 a	 darte	 un	 poco	 de	 alegría	 antes	 de	 irnos	 —le	 dijo	 Fred
guiñándole	el	ojo	misteriosamente—.	Entra	aquí…
Le	señaló	con	la	cabeza	un	aula	vacía	que	estaba	a	la	izquierda	de	la	estatua	de	la
bruja.	Harry	entró	detrás	de	Fred	y	George.	George	cerró	la	puerta	sigilosamente	y	se
volvió,	mirando	a	Harry	con	una	amplia	sonrisa.
—Un	regalo	navideño	por	adelantado,	Harry	—dijo.
Fred	sacó	algo	de	debajo	de	la	capa	y	lo	puso	en	una	mesa,	haciendo	con	el	brazo
un	ademán	rimbombante.	Era	un	pergamino	grande,	cuadrado,	muy	desgastado.	No
tenía	nada	escrito.	Harry,	sospechando	que	fuera	una	de	las	bromas	de	Fred	y	George,
lo	miró	con	detenimiento.
—¿Qué	es?
—Esto,	 Harry,	 es	 el	 secreto	 de	 nuestro	 éxito	 —dijo	 George,	 acariciando	 el
pergamino.
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—Nos	 cuesta	 desprendernos	 de	 él	 —dijo	 Fred—.	 Pero	 anoche	 llegamos	 a	 la
conclusión	de	que	tú	lo	necesitas	más	que	nosotros.
—De	todas	formas,	nos	lo	sabemos	de	memoria.	Tuyo	es.	A	nosotros	ya	no	nos
hace	falta.
—¿Y	para	qué	necesito	un	pergamino	viejo?	—preguntó	Harry.
—¡Un	pergamino	viejo!	—exclamó	Fred,	cerrando	los	ojos	y	haciendo	una	mueca
de	dolor,	como	si	Harry	lo	hubiera	ofendido	gravemente—.	Explícaselo,	George.
—Bueno,	 Harry…	 cuando	 estábamos	 en	 primero…	 y	 éramos	 jóvenes,
despreocupados	e	inocentes…	—Harry	se	rió.	Dudaba	que	Fred	y	George	hubieran
sido	inocentes	alguna	vez—.	Bueno,	más	inocentes	de	lo	que	somos	ahora…	tuvimos
un	pequeño	problema	con	Filch.
—Tiramos	una	bomba	fétida	en	el	pasillo	y	se	molestó.
—Así	que	nos	llevó	a	su	despacho	y	empezó	a	amenazarnos	con	el	habitual…
—…	castigo…
—…	de	descuartizamiento…
—…	y	fue	inevitable	que	viéramos	en	uno	de	sus	archivadores	un	cajón	en	que
ponía	«Confiscado	y	altamente	peligroso».
—No	me	digáis…	—dijo	Harry	sonriendo.
—Bueno,	 ¿qué	 habrías	 hecho	 tú?	 —preguntó	 Fred—.	 George	 se	 encargó	 de
distraerlo	lanzando	otra	bomba	fétida,	yo	abrí	a	toda	prisa	el	cajón	y	cogí…	esto.
—No	fue	tan	malo	como	parece	—dijo	George—.	Creemos	que	Filch	no	sabía
utilizarlo.	 Probablemente	 sospechaba	 lo	 que	 era,	 porque	 si	 no,	 no	 lo	 habría
confiscado.
—¿Y	sabéis	utilizarlo?
—Sí	—dijo	Fred,	sonriendo	con	complicidad—.	Esta	pequeña	maravilla	nos	ha
enseñado	más	que	todos	los	profesores	del	colegio.
—Me	estáis	tomando	el	pelo	—dijo	Harry,	mirando	el	pergamino.
—Ah,	¿sí?	¿Te	estamos	tomando	el	pelo?	—dijo	George.
Sacó	la	varita,	tocó	con	ella	el	pergamino	y	pronunció:
—Juro	solemnemente	que	mis	intenciones	no	son	buenas.
E	inmediatamente,	a	partir	del	punto	en	que	había	tocado	la	varita	de	George,
empezaron	 a	 aparecer	 unas	 finas	 líneas	 de	 tinta,	 como	 filamentos	 de	 telaraña.	 Se
unieron	 unas	 con	 otras,	 se	 cruzaron	 y	 se	 abrieron	 en	 abanico	 en	 cada	 una	 de	 las
esquinas	del	pergamino.	Luego	empezaron	a	aparecer	palabras	en	la	parte	superior.
Palabras	en	caracteres	grandes,	verdes	y	floreados	que	proclamaban:
Los	señores	Lunático,	Colagusano,	Canuto	y	Cornamenta	proveedores	de	artículos
para	magos	traviesos	están	orgullosos	de	presentar
EL	MAPA	DEL	MERODEADOR
Era	un	mapa	que	mostraba	cada	detalle	del	castillo	de	Hogwarts	y	de	sus	terrenos.
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Pero	lo	más	extraordinario	eran	las	pequeñas	motas	de	tinta	que	se	movían	por	él,
cada	una	etiquetada	con	un	nombre	escrito	con	letra	diminuta.	Estupefacto,	Harry	se
inclinó	sobre	el	mapa.	Una	mota	de	la	esquina	superior	izquierda,	etiquetada	con	el
nombre	del	profesor	Dumbledore,	lo	mostraba	caminando	por	su	estudio.	La	gata	del
portero,	la	Señora	Norris,	patrullaba	por	la	segunda	planta,	y	Peeves	se	hallaba	en
aquel	momento	en	la	sala	de	los	trofeos,	dando	tumbos.	Y	mientras	los	ojos	de	Harry
recorrían	los	pasillos	que	conocía,	se	percató	de	otra	cosa:	aquel	mapa	mostraba	una
serie	de	pasadizos	en	los	que	él	no	había	entrado	nunca.	Muchos	parecían	conducir…
—Exactamente	 a	 Hogsmeade	 —dijo	 Fred,	 recorriéndolos	 con	 el	 dedo—.	 Hay
siete	en	total.	Ahora	bien,	Filch	conoce	estos	cuatro.	—Los	señaló—.	Pero	nosotros
estamos	seguros	de	que	nadie	más	conoce	estos	otros.	Olvídate	de	éste	de	detrás	del
espejo	de	la	cuarta	planta.	Lo	hemos	utilizado	hasta	el	invierno	pasado,	pero	ahora
está	completamente	bloqueado.	Y	en	cuanto	a	éste,	no	creemos	que	nadie	lo	haya
utilizado	nunca,	porque	el	sauce	boxeador	está	plantado	justo	en	la	entrada.	Pero	éste
de	aquí	lleva	directamente	al	sótano	de	Honeydukes.	Lo	hemos	atravesado	montones
de	veces.	Y	la	entrada	está	al	lado	mismo	de	esta	aula,	como	quizás	hayas	notado,	en
la	joroba	de	la	bruja	tuerta.
—Lunático,	Colagusano,	Canuto	y	Cornamenta	—suspiró	George,	señalando	la
cabecera	del	mapa—.	Les	debemos	tanto…
—Hombres	 nobles	 que	 trabajaron	 sin	 descanso	 para	 ayudar	 a	 una	 nueva
generación	de	quebrantadores	de	la	ley	—dijo	Fred	solemnemente.
—Bien	—añadió	George—.	No	olvides	borrarlo	después	de	haberlo	utilizado.
—De	lo	contrario,	cualquiera	podría	leerlo	—dijo	Fred	en	tono	de	advertencia.
—No	tienes	más	que	tocarlo	con	la	varita	y	decir:	«¡Travesura	realizada!»,	y	se
quedará	en	blanco.
—Así	que,	joven	Harry	—dijo	Fred,	imitando	a	Percy	admirablemente—,	pórtate
bien.
—Nos	veremos	en	Honeydukes	—le	dijo	George,	guiñándole	un	ojo.
Salieron	del	aula	sonriendo	con	satisfacción.
Harry	se	quedó	allí,	mirando	el	mapa	milagroso.	Vio	que	la	mota	de	tinta	que
correspondía	a	la	Señora	Norris	se	volvía	a	la	izquierda	y	se	paraba	a	olfatear	algo	en
el	suelo.	Si	realmente	Filch	no	lo	conocía,	él	no	tendría	que	pasar	por	el	lado	de	los
dementores.	Pero	incluso	mientras	permanecía	allí,	emocionado,	recordó	algo	que	en
una	ocasión	había	oído	al	señor	Weasley:	«No	confíes	en	nada	que	piense	si	no	sabes
dónde	tiene	el	cerebro.»
Aquel	mapa	parecía	uno	de	aquellos	peligrosos	objetos	mágicos	contra	los	que	el
señor	Weasley	les	advertía.	«Artículos	para	magos	traviesos…»	Ahora	bien,	meditó
Harry,	él	sólo	quería	utilizarlo	para	ir	a	Hogsmeade.	No	era	lo	mismo	que	robar	o
atacar	a	alguien…	Y	Fred	y	George	lo	habían	utilizado	durante	años	sin	que	ocurriera
nada	horrible.
Harry	recorrió	con	el	dedo	el	pasadizo	secreto	que	llevaba	a	Honeydukes.
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Entonces,	muy	rápidamente,	como	si	obedeciera	una	orden,	enrolló	el	mapa,	se	lo
escondió	en	la	túnica	y	se	fue	a	toda	prisa	hacia	la	puerta	del	aula.	La	abrió	cinco
centímetros.	No	había	nadie	allí	fuera.	Con	mucho	cuidado,	salió	del	aula	y	se	colocó
detrás	de	la	estatua	de	la	bruja	tuerta.
¿Qué	tenía	que	hacer?	Sacó	de	nuevo	el	mapa	y	vio	con	asombro	que	en	él	había
aparecido	una	mota	de	tinta	con	el	rótulo	«Harry	Potter».	Esta	mota	se	encontraba
exactamente	 donde	 estaba	 el	 verdadero	 Harry,	 hacia	 la	 mitad	 del	 corredor	 de	 la
tercera	planta.	Harry	lo	miró	con	atención.	Su	otro	yo	de	tinta	parecía	golpear	a	la
bruja	con	la	varita.	Rápidamente,	Harry	extrajo	su	varita	y	le	dio	a	la	estatua	unos
golpecitos.	 Nada	 ocurrió.	 Volvió	 a	 mirar	 el	 mapa.	 Al	 lado	 de	 la	 mota	 había	 un
diminuto	letrero,	como	un	bocadillo	de	tebeo.	Decía:	«Dissendio.»
—¡Dissendio!	—susurró	Harry,	volviendo	a	golpear	con	la	varita	la	estatua	de	la
bruja.
Inmediatamente,	la	joroba	de	la	estatua	se	abrió	lo	suficiente	para	que	pudiera
pasar	por	ella	una	persona	delgada.	Harry	miró	a	ambos	lados	del	corredor,	guardó	el
mapa,	metió	la	cabeza	por	el	agujero	y	se	impulsó	hacia	delante.	Se	deslizó	por	un
largo	trecho	de	lo	que	parecía	un	tobogán	de	piedra	y	aterrizó	en	una	tierra	fría	y
húmeda.	Se	puso	en	pie,	mirando	a	su	alrededor.	Estaba	totalmente	oscuro.	Levantó	la
varita,	murmuró	¡Lumos!,	y	vio	que	se	encontraba	en	un	pasadizo	muy	estrecho,	bajo
y	 cubierto	 de	 barro.	 Levantó	 el	 mapa,	 lo	 golpeó	 con	 la	 punta	 de	 la	 varita	 y	 dijo:
«¡Travesura	realizada!»	El	mapa	se	quedó	inmediatamente	en	blanco.	Lo	dobló	con
cuidado,	se	lo	guardó	en	la	túnica,	y	con	el	corazón	latiéndole	con	fuerza,	sintiéndose
al	mismo	tiempo	emocionado	y	temeroso,	se	puso	en	camino.
El	 pasadizo	 se	 doblaba	 y	 retorcía,	 más	 parecido	 a	 la	 madriguera	 de	 un	 conejo
gigante	 que	 a	 ninguna	 otra	 cosa.	 Harry	 corrió	 por	 él,	 con	 la	 varita	 por	 delante,
tropezando	de	vez	en	cuando	en	el	suelo	irregular.
Tardó	mucho,	pero	a	Harry	le	animaba	la	idea	de	llegar	a	Honeydukes.	Después
de	una	hora	más	o	menos,	el	camino	comenzó	a	ascender.	Jadeando,	aceleró	el	paso.
Tenía	la	cara	caliente	y	los	pies	muy	fríos.
Diez	minutos	después,	llegó	al	pie	de	una	escalera	de	piedra	que	se	perdía	en	las
alturas.	Procurando	no	hacer	ruido,	comenzó	a	subir.	Cien	escalones,	doscientos…
perdió	la	cuenta	mientras	subía	mirándose	los	pies…	Luego,	de	improviso,	su	cabeza
dio	en	algo	duro.	Parecía	una	trampilla.	Aguzó	el	oído	mientras	se	frotaba	la	cabeza.
No	oía	nada.	Muy	despacio,	levantó	ligeramente	la	trampilla	y	miró	por	la	rendija.
Se	encontraba	en	un	sótano	lleno	de	cajas	y	cajones	de	madera.	Salió	y	volvió	a
bajar	 la	 trampilla.	 Se	 disimulaba	 tan	 bien	 en	 el	 suelo	 cubierto	 de	 polvo	 que	 era
imposible	que	nadie	se	diera	cuenta	de	que	estaba	allí.	Harry	anduvo	sigilosamente
hacia	la	escalera	de	madera.	Ahora	oía	voces,	además	del	tañido	de	una	campana	y	el
chirriar	de	una	puerta	al	abrirse	y	cerrarse.
Mientras	se	preguntaba	qué	haría,	oyó	abrirse	otra	puerta	mucho	más	cerca	de	él.
Alguien	se	dirigía	hacia	allí.
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—Y	coge	otra	caja	de	babosas	de	gelatina,	querido.	Casi	se	han	acabado	—dijo
una	voz	femenina.
Un	 par	 de	 pies	 bajaba	 por	 la	 escalera.	 Harry	 se	 ocultó	 tras	 un	 cajón	 grande	 y
aguardó	a	que	pasaran.	Oyó	que	el	hombre	movía	unas	cajas	y	las	ponía	contra	la
pared	de	enfrente.	Tal	vez	no	se	presentara	otra	oportunidad…
Rápida	y	sigilosamente,	salió	del	escondite	y	subió	por	la	escalera.	Al	mirar	hacia
atrás	 vio	 un	 trasero	 gigantesco	 y	 una	 cabeza	 calva	 y	 brillante	 metida	 en	 una	 caja.
Harry	llegó	a	la	puerta	que	estaba	al	final	de	la	escalera,	la	atravesó	y	se	encontró	tras
el	mostrador	de	Honeydukes.	Agachó	la	cabeza,	salió	a	gatas	y	se	volvió	a	incorporar.
Honeydukes	estaba	tan	abarrotada	de	alumnos	de	Hogwarts	que	nadie	se	fijó	en
Harry.	Pasó	por	detrás	de	ellos,	mirando	a	su	alrededor,	y	tuvo	que	contener	la	risa	al
imaginarse	la	cara	que	pondría	Dudley	si	pudiera	ver	dónde	se	encontraba.	La	tienda
estaba	llena	de	estantes	repletos	de	los	dulces	más	apetitosos	que	se	puedan	imaginar.
Cremosos	trozos	de	turrón,	cubitos	de	helado	de	coco	de	color	rosa	brillante,	gruesos
caramelos	de	café	con	leche,	cientos	de	chocolates	diferentes	puestos	en	filas.	Había
un	barril	enorme	lleno	de	grageas	de	todos	los	sabores	y	otro	de	meigas	fritas,	las
bolas	de	helado	levitador	de	las	que	le	había	hablado	Ron.	En	otra	pared	había	dulces
de	efectos	especiales:	Droobles,	el	mejor	chicle	para	hacer	globos	(podía	llenar	una
habitación	 de	 globos	 de	 color	 jacinto	 que	 tardaban	 días	 en	 explotar),	 la	 rara	 seda
dental	con	sabor	a	menta,	diablillos	negros	de	pimienta	(«¡quema	a	tus	amigos	con	el
aliento!»);	ratones	de	helado	(«¡oye	a	tus	dientes	rechinar	y	castañetear!»);	crema	de
menta	en	forma	de	sapo	(«¡realmente	saltan	en	el	estómago!»);	frágiles	plumas	de
azúcar	hilado	y	caramelos	que	estallaban.
Harry	se	apretujó	entre	una	multitud	de	chicos	de	sexto,	y	vio	un	letrero	colgado
en	el	rincón	más	apartado	de	la	tienda	(«Sabores	insólitos»).	Ron	y	Hermione	estaban
debajo,	observando	una	bandeja	de	pirulíes	con	sabor	a	sangre.	Harry	se	les	acercó	a
hurtadillas	por	detrás.
—Uf,	 no,	 Harry	 no	 querrá	 de	 éstos.	 Creo	 que	 son	 para	 vampiros	 —decía
Hermione.
—¿Y	qué	te	parece	esto?	—dijo	Ron	acercando	un	tarro	de	cucarachas	a	la	nariz
de	Hermione.
—Aún	peor	—dijo	Harry.
A	Ron	casi	se	le	cayó	el	bote.
—¡Harry!	 —gritó	 Hermione—.	 ¿Qué	 haces	 aquí?	 ¿Cómo…	 cómo	 lo	 has
hecho…?
—¡Ahí	va!	—dijo	Ron	muy	impresionado—.	¡Has	aprendido	a	aparecerte!
—Por	supuesto	que	no	—dijo	Harry.	Bajó	la	voz	para	que	ninguno	de	los	de	sexto
pudiera	oírle	y	les	contó	lo	del	mapa	del	merodeador.
—¿Por	qué	Fred	y	George	no	me	lo	han	dejado	nunca?	¡Son	mis	hermanos!
—¡Pero	 Harry	 no	 se	 quedará	 con	 él!	 —dijo	 Hermione,	 como	 si	 la	 idea	 fuera
absurda—.	Se	lo	entregará	a	la	profesora	McGonagall.	¿A	que	sí,	Harry?
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—¡No!	—contestó	Harry.
—¿Estás	 loca?	 —dijo	 Ron,	 mirando	 a	 Hermione	 con	 ojos	 muy	 abiertos—.
¿Entregar	algo	tan	estupendo?
—¡Si	lo	entrego	tendré	que	explicar	dónde	lo	conseguí!	Filch	se	enteraría	de	que
Fred	y	George	se	lo	cogieron.
—Pero	¿y	Sirius	Black?	—susurró	Hermione—.	¡Podría	estar	utilizando	alguno
de	 los	 pasadizos	 del	 mapa	 para	 entrar	 en	 el	 castillo!	 ¡Los	 profesores	 tienen	 que
saberlo!
—No	 puede	 entrar	 por	 un	 pasadizo	 —dijo	 enseguida	 Harry—.	 Hay	 siete
pasadizos	 secretos	 en	 el	 mapa,	 ¿verdad?	 Fred	 y	 George	 saben	 que	 Filch	 conoce
cuatro.	Y	en	cuanto	a	los	otros	tres…	uno	está	bloqueado	y	nadie	lo	puede	atravesar;
otro	tiene	plantado	en	la	entrada	el	sauce	boxeador,	de	forma	que	no	se	puede	salir;	y
el	que	acabo	de	atravesar	yo…,	bien…,	es	realmente	difícil	distinguir	la	entrada,	ahí
abajo,	en	el	sótano…	Así	que	a	menos	que	supiera	que	se	encontraba	allí…
Harry	dudó.	¿Y	si	Black	sabía	que	la	entrada	del	pasadizo	estaba	allí?	Ron,	sin
embargo,	 se	 aclaró	 la	 garganta	 y	 señaló	 un	 rótulo	 que	 estaba	 pegado	 en	 la	 parte
interior	de	la	puerta	de	la	tienda:
POR	ORDEN	DEL	MINISTERIO	DE	MAGIA
Se	 recuerda	 a	 los	 clientes	 que	 hasta	 nuevo	 aviso	 los	 dementores
patrullarán	 las	 calles	 cada	 noche	 después	 de	 la	 puesta	 de	 sol.	 Se	 ha
tomado	 esta	 medida	 pensando	 en	 la	 seguridad	 de	 los	 habitantes	 de
Hogsmeade	y	se	levantará	tras	la	captura	de	Sirius	Black.	Es	aconsejable,
por	lo	tanto,	que	los	ciudadanos	finalicen	las	compras	mucho	antes	de	que
se	haga	de	noche.
¡Felices	Pascuas!
—¿Lo	veis?	—dijo	Ron	en	voz	baja—.	Me	gustaría	ver	a	Black	tratando	de	entrar
en	 Honeydukes	 con	 los	 dementores	 por	 todo	 el	 pueblo.	 De	 cualquier	 forma,	 los
propietarios	de	Honeydukes	lo	oirían	entrar,	¿no?	Viven	encima	de	la	tienda.
—Sí,	pero…	—Parecía	que	Hermione	se	esforzaba	por	hallar	nuevas	objeciones
—.	Mira,	a	pesar	de	lo	que	digas,	Harry	no	debería	venir	a	Hogsmeade	porque	no
tiene	autorización.	¡Si	alguien	lo	descubre	se	verá	en	un	grave	aprieto!	Y	todavía	no
ha	anochecido:	¿qué	ocurriría	si	Sirius	Black	apareciera	hoy?	¿Si	apareciera	ahora?
—Pues	que	las	pasaría	moradas	para	localizar	aquí	a	Harry	—dijo	Ron,	señalando
con	la	cabeza	la	nieve	densa	que	formaba	remolinos	al	otro	lado	de	las	ventanas	con
parteluz—.	Vamos,	Hermione,	es	Navidad.	Harry	se	merece	un	descanso.
Hermione	se	mordió	el	labio.	Parecía	muy	preocupada.
—¿Me	vas	a	delatar?	—le	preguntó	Harry	con	una	sonrisa.
—Claro	que	no,	pero,	la	verdad…
—¿Has	visto	las	meigas	fritas,	Harry?	—preguntó	Ron,	cogiéndolo	del	brazo	y
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llevándoselo	 hasta	 el	 tonel	 en	 que	 estaban—.	 ¿Y	 las	 babosas	 de	 gelatina?	 ¿Y	 las
píldoras	ácidas?	Fred	me	dio	una	cuando	tenía	siete	años.	Me	hizo	un	agujero	en	la
lengua.	 Recuerdo	 que	 mi	 madre	 le	 dio	 una	 buena	 tunda	 con	 la	 escoba.	 —Ron	 se
quedó	pensativo,	mirando	la	caja	de	píldoras—.	¿Creéis	que	Fred	picaría	y	cogería
una	cucaracha	si	le	dijera	que	son	cacahuetes?
Después	de	pagar	los	dulces	que	habían	cogido,	salieron	los	tres	a	la	ventisca	de
la	calle.
Hogsmeade	era	como	una	postal	de	Navidad.	Las	tiendas	y	casitas	con	techumbre
de	 paja	 estaban	 cubiertas	 por	 una	 capa	 de	 nieve	 crujiente.	 En	 las	 puertas	 había
adornos	navideños	y	filas	de	velas	embrujadas	que	colgaban	de	los	árboles.
A	Harry	le	dio	un	escalofrío.	A	diferencia	de	Ron	y	Hermione,	no	había	cogido	su
capa.	Subieron	por	la	calle,	inclinando	la	cabeza	contra	el	viento.	Ron	y	Hermione
gritaban	con	la	boca	tapada	por	la	bufanda.
—Ahí	está	correos.
—Zonko	está	allí.
—Podríamos	ir	a	la	Casa	de	los	Gritos.
—Os	 propongo	 otra	 cosa	 —dijo	 Ron,	 castañeteando	 los	 dientes—.	 ¿Qué	 tal	 si
tomamos	una	cerveza	de	mantequilla	en	Las	Tres	Escobas?
A	Harry	le	apetecía	muchísimo,	porque	el	viento	era	horrible	y	tenía	las	manos
congeladas.	Así	que	cruzaron	la	calle	y	a	los	pocos	minutos	entraron	en	el	bar.
Estaba	calentito	y	lleno	de	gente,	de	bullicio	y	de	humo.	Una	mujer	guapa	y	de
buena	figura	servía	a	un	grupo	de	pendencieros	en	la	barra.
—Ésa	es	la	señora	Rosmerta	—dijo	Ron—.	Voy	por	las	bebidas,	¿eh?	—añadió
sonrojándose	un	poco.
Harry	y	Hermione	se	dirigieron	a	la	parte	trasera	del	bar,	donde	quedaba	libre	una
mesa	pequeña,	entre	la	ventana	y	un	bonito	árbol	navideño,	al	lado	de	la	chimenea.
Ron	regresó	cinco	minutos	más	tarde	con	tres	jarras	de	caliente	y	espumosa	cerveza
de	mantequilla.
—¡Felices	Pascuas!	—dijo	levantando	la	jarra,	muy	contento.
Harry	bebió	hasta	el	fondo.	Era	lo	más	delicioso	que	había	probado	en	la	vida,	y
reconfortaba	cada	célula	del	cuerpo.
Una	repentina	corriente	de	aire	lo	despeinó.	Se	había	vuelto	a	abrir	la	puerta	de
Las	Tres	Escobas.	Harry	echó	un	vistazo	por	encima	de	la	jarra	y	casi	se	atragantó.
El	profesor	Flitwick	y	la	profesora	McGonagall	acababan	de	entrar	en	el	bar	con
una	 ráfaga	 de	 copos	 de	 nieve.	 Los	 seguía	 Hagrid	 muy	 de	 cerca,	 inmerso	 en	 una
conversación	 con	 un	 hombre	 corpulento	 que	 llevaba	 un	 sombrero	 hongo	 de	 color
verde	lima	y	una	capa	de	rayas	finas:	era	Cornelius	Fudge,	el	ministro	de	Magia.	En
menos	de	un	segundo,	Ron	y	Hermione	obligaron	a	Harry	a	agacharse	y	esconderse
debajo	de	la	mesa,	empujándolo	con	las	manos.	Chorreando	cerveza	de	mantequilla	y
en	cuclillas,	empuñando	con	fuerza	la	jarra	vacía,	Harry	observó	los	pies	de	los	tres
adultos,	que	se	acercaban	a	la	barra,	se	detenían,	se	daban	la	vuelta	y	avanzaban	hacia
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donde	él	estaba.
Hermione	susurró:
—¡Mobiliarbo!
El	árbol	de	Navidad	que	había	al	lado	de	la	mesa	se	elevó	unos	centímetros,	se
corrió	hacia	un	lado	y,	suavemente,	se	volvió	a	posar	delante	de	ellos,	ocultándolos.
Mirando	a	través	de	las	ramas	más	bajas	y	densas,	Harry	vio	las	patas	de	cuatro	sillas
que	se	separaban	de	la	mesa	de	al	lado,	y	oyó	a	los	profesores	y	al	ministro	resoplar	y
suspirar	mientras	se	sentaban.
Luego	vio	otro	par	de	pies	con	zapatos	de	tacón	alto	y	de	color	turquesa	brillante,
y	oyó	una	voz	femenina:
—Una	tacita	de	alhelí…
—Para	mí	—indicó	la	voz	de	la	profesora	McGonagall.
—Dos	litros	de	hidromiel	caliente	con	especias…
—Gracias,	Rosmerta	—dijo	Hagrid.
—Un	jarabe	de	cereza	y	gaseosa	con	hielo	y	sombrilla.
—¡Mmm!	—dijo	el	profesor	Flitwick,	relamiéndose.
—El	ron	de	grosella	tiene	que	ser	para	usted,	señor	ministro.
—Gracias,	 Rosmerta,	 querida	 —dijo	 la	 voz	 de	 Fudge—.	 Estoy	 encantado	 de
volver	a	verte.	Tómate	tú	otro,	¿quieres?	Ven	y	únete	a	nosotros…
—Muchas	gracias,	señor	ministro.
Harry	vio	alejarse	y	regresar	los	llamativos	tacones.	Sentía	los	latidos	del	corazón
en	la	garganta.	¿Cómo	no	se	le	había	ocurrido	que	también	para	los	profesores	era	el
último	 fin	 de	 semana	 del	 trimestre?	 ¿Cuánto	 tiempo	 se	 quedarían	 allí	 sentados?
Necesitaba	tiempo	para	volver	a	entrar	en	Honeydukes	a	hurtadillas	si	quería	volver
al	colegio	aquella	noche…	A	la	pierna	de	Hermione	le	dio	un	tic.
—¿Qué	 le	 trae	 por	 estos	 pagos,	 señor	 ministro?	 —dijo	 la	 voz	 de	 la	 señora
Rosmerta.
Harry	vio	girarse	la	parte	inferior	del	grueso	cuerpo	de	Fudge,	como	si	estuviera
comprobando	que	no	había	nadie	cerca.	Luego	dijo	en	voz	baja:
—¿Qué	va	a	ser,	querida?	Sirius	Black.	Me	imagino	que	sabes	lo	que	ocurrió	en
el	colegio	en	Halloween.
—Sí,	oí	un	rumor	—admitió	la	señora	Rosmerta.
—¿Se	 lo	 contaste	 a	 todo	 el	 bar,	 Hagrid?	 —dijo	 la	 profesora	 McGonagall
enfadada.
—¿Cree	 que	 Black	 sigue	 por	 la	 zona,	 señor	 ministro?	 —susurró	 la	 señora
Rosmerta.
—Estoy	seguro	—dijo	Fudge	escuetamente.
—¿Sabe	 que	 los	 dementores	 han	 registrado	 ya	 dos	 veces	 este	 local?	 —dijo	 la
señora	Rosmerta—.	Me	espantaron	a	toda	la	clientela.	Es	fatal	para	el	negocio,	señor
ministro.
—Rosmerta	 querida,	 a	 mí	 no	 me	 gustan	 más	 que	 a	 ti	 —dijo	 Fudge	 con
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incomodidad—.	Pero	son	precauciones	necesarias…	Son	un	mal	necesario.	Acabo	de
tropezarme	con	algunos:	están	furiosos	con	Dumbledore	porque	no	los	deja	entrar	en
los	terrenos	del	castillo.
—Menos	mal	—dijo	la	profesora	McGonagall	tajantemente—.	¿Cómo	íbamos	a
dar	clase	con	esos	monstruos	rondando	por	allí?
—Bien	 dicho,	 bien	 dicho	 —dijo	 el	 pequeño	 profesor	 Flitwick,	 cuyos	 pies
colgaban	a	treinta	centímetros	del	suelo.
—De	todas	formas	—objetó	Fudge—,	están	aquí	para	defendernos	de	algo	mucho
peor.	Todos	sabemos	de	lo	que	Black	es	capaz…
—¿Sabéis?	Todavía	me	cuesta	creerlo	—dijo	pensativa	la	señora	Rosmerta—.	De
toda	 la	 gente	 que	 se	 pasó	 al	 lado	 Tenebroso,	 Sirius	 Black	 era	 el	 último	 del	 que
hubiera	pensado…	Quiero	decir,	lo	recuerdo	cuando	era	un	niño	en	Hogwarts.	Si	me
hubierais	dicho	entonces	en	qué	se	iba	a	convertir,	habría	creído	que	habíais	tomado
demasiado	hidromiel.
—No	sabes	la	mitad	de	la	historia,	Rosmerta	—dijo	Fudge	con	aspereza—.	La
gente	desconoce	lo	peor.
—¿Lo	peor?	—dijo	la	señora	Rosmerta	con	la	voz	impregnada	de	curiosidad—.
¿Peor	que	matar	a	toda	esa	gente?
—Desde	luego,	eso	quiero	decir	—dijo	Fudge.
—No	puedo	creerlo.	¿Qué	podría	ser	peor?
—Dices	que	te	acuerdas	de	cuando	estaba	en	Hogwarts,	Rosmerta	—susurró	la
profesora	McGonagall—.	¿Sabes	quién	era	su	mejor	amigo?
—Pues	claro	—dijo	la	señora	Rosmerta	riendo	ligeramente—.	Nunca	se	veía	al
uno	sin	el	otro.	¡La	de	veces	que	estuvieron	aquí!	Siempre	me	hacían	reír.	¡Un	par	de
cómicos,	Sirius	Black	y	James	Potter!
A	Harry	se	le	cayó	la	jarra	de	la	mano,	produciendo	un	fuerte	ruido	de	metal.	Ron
le	dio	con	el	pie.
—Exactamente	—dijo	la	profesora	McGonagall—.	Black	y	Potter.	Cabecillas	de
su	pandilla.	Los	dos	eran	muy	inteligentes.	Excepcionalmente	inteligentes.	Creo	que
nunca	hemos	tenido	dos	alborotadores	como	ellos.
—No	sé	—dijo	Hagrid,	riendo	entre	dientes—.	Fred	y	George	Weasley	podrían
dejarlos	atrás.
—¡Cualquiera	 habría	 dicho	 que	 Black	 y	 Potter	 eran	 hermanos!	 —terció	 el
profesor	Flitwick—.	¡Eran	inseparables!
—¡Por	supuesto	que	lo	eran!	—dijo	Fudge—.	Potter	confiaba	en	Black	más	que
en	ningún	otro	amigo.	Nada	cambió	cuando	dejaron	el	colegio.	Black	fue	el	padrino
de	boda	cuando	James	se	casó	con	Lily.	Luego	fue	el	padrino	de	Harry.	Éste	no	sabe
nada,	claro.	Ya	te	puedes	imaginar	cuánto	se	impresionaría	si	lo	supiera.
—¿Porque	 Black	 se	 alió	 con	 Quien	 Ustedes	 Saben?	 —susurró	 la	 señora
Rosmerta.
—Aún	 peor,	 querida…	 —Fudge	 bajó	 la	 voz	 y	 continuó	 en	 un	 susurro	 casi
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inaudible—.	Los	Potter	no	ignoraban	que	Quien	Tú	Sabes	iba	tras	ellos.	Dumbledore,
que	luchaba	incansablemente	contra	Quien	Tú	Sabes,	tenía	cierto	número	de	espías.
Uno	 le	 dio	 el	 soplo	 y	 Dumbledore	 alertó	 inmediatamente	 a	 James	 y	 a	 Lily.	 Les
aconsejó	ocultarse.	Bien,	por	supuesto	que	Quien	Tú	Sabes	no	era	alguien	de	quien
uno	se	pudiera	ocultar	fácilmente.	Dumbledore	les	dijo	que	su	mejor	defensa	era	el
encantamiento	Fidelio.
—¿Cómo	funciona	eso?	—preguntó	la	señora	Rosmerta,	muerta	de	curiosidad.
El	profesor	Flitwick	carraspeó.
—Es	un	encantamiento	tremendamente	complicado	—dijo	con	voz	de	pito—	que
supone	el	ocultamiento	mágico	de	algo	dentro	de	una	sola	mente.	La	información	se
oculta	dentro	de	la	persona	elegida,	que	es	el	guardián	secreto.	Y	en	lo	sucesivo	es
imposible	 encontrar	 lo	 que	 guarda,	 a	 menos	 que	 el	 guardián	 secreto	 opte	 por
divulgarlo.	Mientras	el	guardián	secreto	se	negara	a	hablar,	Quien	Tú	Sabes	podía
registrar	 el	 pueblo	 en	 que	 estaban	 James	 y	 Lily	 sin	 encontrarlos	 nunca,	 aunque
tuviera	la	nariz	pegada	a	la	ventana	de	la	salita	de	estar	de	la	pareja.
—¿Así	 que	 Black	 era	 el	 guardián	 secreto	 de	 los	 Potter?	 —susurró	 la	 señora
Rosmerta.
—Naturalmente	 —dijo	 la	 profesora	 McGonagall—.	 James	 Potter	 le	 dijo	 a
Dumbledore	que	Black	daría	su	vida	antes	de	revelar	dónde	se	ocultaban,	y	que	Black
estaba	 pensando	 en	 ocultarse	 él	 también…	 Y	 aun	 así,	 Dumbledore	 seguía
preocupado.	Él	mismo	se	ofreció	como	guardián	secreto	de	los	Potter.
—¿Sospechaba	de	Black?	—exclamó	la	señora	Rosmerta.
—Dumbledore	 estaba	 convencido	 de	 que	 alguien	 cercano	 a	 los	 Potter	 había
informado	a	Quien	Tú	Sabes	de	sus	movimientos	—dijo	la	profesora	McGonagall
con	voz	misteriosa—.	De	hecho,	llevaba	algún	tiempo	sospechando	que	en	nuestro
bando	teníamos	un	traidor	que	pasaba	información	a	Quien	Tú	Sabes.
—¿Y	a	pesar	de	todo	James	Potter	insistió	en	que	el	guardián	secreto	fuera	Black?
—Así	es	—confirmó	Fudge—.	Y	apenas	una	semana	después	de	que	se	hubiera
llevado	a	cabo	el	encantamiento	Fidelio…
—¿Black	los	traicionó?	—musitó	la	señora	Rosmerta.
—Desde	luego.	Black	estaba	cansado	de	su	papel	de	espía.	Estaba	dispuesto	a
declarar	abiertamente	su	apoyo	a	Quien	Tú	Sabes.	Y	parece	que	tenía	la	intención	de
hacerlo	en	el	momento	en	que	murieran	los	Potter.	Pero	como	sabemos	todos,	Quien
Tú	 Sabes	 sucumbió	 ante	 el	 pequeño	 Harry	 Potter.	 Con	 sus	 poderes	 destruidos,
completamente	debilitado,	huyó.	Y	esto	dejó	a	Black	en	una	situación	incómoda.	Su
amo	había	caído	en	el	mismo	momento	en	que	Black	había	descubierto	su	juego.	No
tenía	otra	elección	que	escapar…
—Sucio	y	asqueroso	traidor	—dijo	Hagrid,	tan	alto	que	la	mitad	del	bar	se	quedó
en	silencio.
—Chist	—dijo	la	profesora	McGonagall.
—¡Me	lo	encontré	—bramó	Hagrid—,	seguramente	fui	yo	el	último	que	lo	vio
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antes	de	que	matara	a	toda	aquella	gente!	¡Fui	yo	quien	rescató	a	Harry	de	la	casa	de
Lily	y	James,	después	de	su	asesinato!	Lo	saqué	de	entre	las	ruinas,	pobrecito.	Tenía
una	herida	grande	en	la	frente	y	sus	padres	habían	muerto…	Y	Sirius	Black	apareció
en	aquella	moto	voladora	que	solía	llevar.	No	se	me	ocurrió	preguntarme	lo	que	había
ido	a	hacer	allí.	No	sabía	que	él	había	sido	el	guardián	secreto	de	Lily	y	James.	Pensé
que	se	había	enterado	del	ataque	de	Quien	Vosotros	Sabéis	y	había	acudido	para	ver
en	qué	podía	ayudar.	Estaba	pálido	y	tembloroso.	¿Y	sabéis	lo	que	hice?	¡ME	PUSE	A
CONSOLAR	A	AQUEL	TRAIDOR	ASESINO!	—exclamó	Hagrid.
—Hagrid,	por	favor	—dijo	la	profesora	McGonagall—,	baja	la	voz.
—¿Cómo	iba	a	saber	yo	que	su	turbación	no	se	debía	a	lo	que	les	había	pasado	a
Lily	 y	 a	 James?	 ¡Lo	 que	 le	 turbaba	 era	 la	 suerte	 de	 Quien	 Vosotros	 Sabéis!	 Y
entonces	me	dijo:	«Dame	a	Harry,	Hagrid.	Soy	su	padrino.	Yo	cuidaré	de	él…»	¡Ja!
¡Pero	 yo	 tenía	 órdenes	 de	 Dumbledore	 y	 le	 dije	 a	 Black	 que	 no!	 Dumbledore	 me
había	dicho	que	Harry	tenía	que	ir	a	casa	de	sus	tíos.	Black	discutió,	pero	al	final	tuvo
que	 ceder.	 Me	 dijo	 que	 cogiera	 su	 moto	 para	 llevar	 a	 Harry	 hasta	 la	 casa	 de	 los
Dursley.	«No	la	necesito	ya»,	me	dijo.	Tendría	que	haberme	dado	cuenta	de	que	había
algo	raro	en	todo	aquello.	Adoraba	su	moto.	¿Por	qué	me	la	daba?	¿Por	qué	decía	que
ya	no	la	necesitaba?	La	verdad	es	que	una	moto	deja	demasiadas	huellas,	es	muy	fácil
de	seguir.	Dumbledore	sabía	que	él	era	el	guardián	de	los	Potter.	Black	tenía	que	huir
aquella	 noche.	 Sabía	 que	 el	 Ministerio	 no	 tardaría	 en	 perseguirlo.	 Pero	 ¿y	 si	 le
hubiera	entregado	a	Harry,	eh?	Apuesto	a	que	lo	habría	arrojado	de	la	moto	en	alta
mar.	¡Al	hijo	de	su	mejor	amigo!	Y	es	que	cuando	un	mago	se	pasa	al	lado	tenebroso,
no	hay	nada	ni	nadie	que	le	importe…
Tras	la	perorata	de	Hagrid	hubo	un	largo	silencio.	Luego,	la	señora	Rosmerta	dijo
con	cierta	satisfacción:
—Pero	 no	 consiguió	 huir,	 ¿verdad?	 El	 Ministerio	 de	 Magia	 lo	 atrapó	 al	 día
siguiente.
—¡Ah,	si	lo	hubiéramos	encontrado	nosotros…!	—dijo	Fudge	con	amargura—.
No	fuimos	nosotros,	fue	el	pequeño	Peter	Pettigrew:	otro	de	los	amigos	de	Potter.
Enloquecido	de	dolor,	sin	duda,	y	sabiendo	que	Black	era	el	guardián	secreto	de	los
Potter,	él	mismo	lo	persiguió.
—¿Pettigrew…?	 ¿Aquel	 gordito	 que	 lo	 seguía	 a	 todas	 partes?	 —preguntó	 la
señora	Rosmerta.
—Adoraba	a	Black	y	a	Potter.	Eran	sus	héroes	—dijo	la	profesora	McGonagall—.
No	era	tan	inteligente	como	ellos	y	a	menudo	yo	era	brusca	con	él.	Podéis	imaginaros
cómo	me	pesa	ahora…	—Su	voz	sonaba	como	si	tuviera	un	resfriado	repentino.
—Venga,	venga,	Minerva	—le	dijo	Fudge	amablemente—.	Pettigrew	murió	como
un	 héroe.	 Los	 testigos	 oculares	 (muggles,	 por	 supuesto,	 tuvimos	 que	 borrarles	 la
memoria…)	 nos	 contaron	 que	 Pettigrew	 había	 arrinconado	 a	 Black.	 Dicen	 que
sollozaba:	«¡A	Lily	y	a	James,	Sirius!	¿Cómo	pudiste…?»	Y	entonces	sacó	la	varita.
Aunque,	claro,	Black	fue	más	rápido.	Hizo	polvo	a	Pettigrew.
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La	profesora	McGonagall	se	sonó	la	nariz	y	dijo	con	voz	llorosa:
—¡Qué	chico	más	alocado,	qué	bobo!	Siempre	fue	muy	malo	en	los	duelos.	Tenía
que	habérselo	dejado	al	Ministerio…
—Os	digo	que	si	yo	hubiera	encontrado	a	Black	antes	que	Pettigrew,	no	habría
perdido	el	tiempo	con	varitas…	Lo	habría	descuartizado,	miembro	por	miembro	—
gruñó	Hagrid.
—No	sabes	lo	que	dices,	Hagrid	—dijo	Fudge	con	brusquedad—.	Nadie	salvo	los
muy	 preparados	 Magos	 de	 Choque	 del	 Grupo	 de	 Operaciones	 Mágicas	 Especiales
habría	tenido	una	oportunidad	contra	Black,	después	de	haberlo	acorralado.	En	aquel
entonces	yo	era	el	subsecretario	del	Departamento	de	Catástrofes	en	el	Mundo	de	la
Magia,	 y	 fui	 uno	 de	 los	 primeros	 en	 personarse	 en	 el	 lugar	 de	 los	 hechos	 cuando
Black	mató	a	toda	aquella	gente.	Nunca,	nunca	lo	olvidaré.	Todavía	a	veces	sueño
con	 ello.	 Un	 cráter	 en	 el	 centro	 de	 la	 calle,	 tan	 profundo	 que	 había	 reventado	 las
alcantarillas.	 Había	 cadáveres	 por	 todas	 partes.	 Muggles	 gritando.	 Y	 Black	 allí,
riéndose,	 con	 los	 restos	 de	 Pettigrew	 delante…	 Una	 túnica	 manchada	 de	 sangre	 y
unos…	unos	trozos	de	su	cuerpo.
La	voz	de	Fudge	se	detuvo	de	repente.	Cinco	narices	se	sonaron.
—Bueno,	ahí	lo	tienes,	Rosmerta	—dijo	Fudge	con	la	voz	tomada—.	A	Black	se
lo	 llevaron	 veinte	 miembros	 del	 Grupo	 de	 Operaciones	 Mágicas	 Especiales,	 y
Pettigrew	fue	investido	Caballero	de	primera	clase	de	la	Orden	de	Merlín,	que	creo
que	fue	de	algún	consuelo	para	su	pobre	madre.	Black	ha	estado	desde	entonces	en
Azkaban.
La	señora	Rosmerta	dio	un	largo	suspiro.
—¿Es	cierto	que	está	loco,	señor	ministro?
—Me	 gustaría	 poder	 asegurar	 que	 lo	 estaba	 —dijo	 Fudge—.	 Ciertamente	 creo
que	la	derrota	de	su	amo	lo	trastornó	durante	algún	tiempo.	El	asesinato	de	Pettigrew
y	de	todos	aquellos	muggles	fue	la	acción	de	un	hombre	acorralado	y	desesperado:
cruel,	inútil,	sin	sentido.	Sin	embargo,	en	mi	última	inspección	de	Azkaban	pude	ver
a	 Black.	 La	 mayoría	 de	 los	 presos	 que	 hay	 allí	 hablan	 en	 la	 oscuridad	 consigo
mismos.	 Han	 perdido	 el	 juicio…	 Pero	 me	 quedé	 sorprendido	 de	 lo	 normal	 que
parecía	Black.	Estuvo	hablando	conmigo	con	total	sensatez.	Fue	desconcertante.	Me
dio	la	impresión	de	que	se	aburría.	Me	preguntó	si	había	acabado	de	leer	el	periódico.
Tan	sereno	como	os	podáis	imaginar,	me	dijo	que	echaba	de	menos	los	crucigramas.
Sí,	me	quedé	estupefacto	al	comprobar	el	escaso	efecto	que	los	dementores	parecían
tener	sobre	él.	Y	él	era	uno	de	los	que	estaban	más	vigilados	en	Azkaban,	¿sabéis?
Tenía	dementores	ante	la	puerta	día	y	noche.
—Pero	¿qué	pretende	al	fugarse?	—preguntó	la	señora	Rosmerta—.	¡Dios	mío,
señor	ministro!	No	intentará	reunirse	con	Quien	Usted	Sabe,	¿verdad?
—Me	 atrevería	 a	 afirmar	 que	 es	 su…	 su…	 objetivo	 final	 —respondió	 Fudge
evasivamente—.	 Pero	 esperamos	 atraparlo	 antes.	 Tengo	 que	 decir	 que	 Quien	 Tú
Sabes,	 solo	 y	 sin	 amigos,	 es	 una	 cosa…	 pero	 con	 su	 más	 devoto	 seguidor,	 me
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estremezco	al	pensar	lo	poco	que	tardará	en	volver	a	alzarse…
Hubo	un	sonido	hueco,	como	cuando	el	vidrio	golpea	la	madera.	Alguien	había
dejado	su	vaso.
—Si	tiene	que	cenar	con	el	director,	Cornelius,	lo	mejor	será	que	nos	vayamos
acercando	al	castillo.
Todos	 los	 pies	 que	 había	 ante	 Harry	 volvieron	 a	 soportar	 el	 cuerpo	 de	 sus
propietarios.	La	parte	inferior	de	las	capas	se	balanceó	y	los	llamativos	tacones	de	la
señora	Rosmerta	desaparecieron	tras	el	mostrador.	Volvió	a	abrirse	la	puerta	de	Las
Tres	Escobas,	entró	otra	ráfaga	de	nieve	y	los	profesores	desaparecieron.
—¿Harry?
Las	 caras	 de	 Ron	 y	 Hermione	 se	 asomaron	 bajo	 la	 mesa.	 Los	 dos	 lo	 miraron
fijamente,	sin	saber	qué	decir.
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H
CAPÍTULO	11
La	Saeta	de	Fuego
ARRY	no	sabía	muy	bien	cómo	se	las	había	apañado	para	regresar	al	sótano	de
Honeydukes,	atravesar	el	pasadizo	y	entrar	en	el	castillo.	Lo	único	que	sabía	era
que	el	viaje	de	vuelta	parecía	no	haberle	costado	apenas	tiempo	y	que	no	se	daba	muy
clara	 cuenta	 de	 lo	 que	 hacía,	 porque	 en	 su	 cabeza	 aún	 resonaban	 las	 frases	 de	 la
conversación	que	acababa	de	oír.
¿Por	qué	nadie	le	había	explicado	nada	de	aquello?	Dumbledore,	Hagrid,	el	señor
Weasley,	Cornelius	Fudge…	¿Por	qué	nadie	le	había	explicado	nunca	que	sus	padres
habían	muerto	porque	les	había	traicionado	su	mejor	amigo?
Ron	 y	 Hermione	 observaron	 intranquilos	 a	 Harry	 durante	 toda	 la	 cena,	 sin
atreverse	a	decir	nada	sobre	lo	que	habían	oído,	porque	Percy	estaba	sentado	cerca.
Cuando	subieron	a	la	sala	común	atestada	de	gente,	descubrieron	que	Fred	y	George,
en	un	arrebato	de	alegría	motivado	por	las	inminentes	vacaciones	de	Navidad,	habían
lanzado	media	docena	de	bombas	fétidas.	Harry,	que	no	quería	que	Fred	y	George	le
preguntaran	si	había	ido	o	no	a	Hogsmeade,	se	fue	a	hurtadillas	hasta	el	dormitorio
vacío	y	abrió	el	armario.	Echó	todos	los	libros	a	un	lado	y	rápidamente	encontró	lo
que	buscaba:	el	álbum	de	fotos	encuadernado	en	piel	que	Hagrid	le	había	regalado
hacía	dos	años,	que	estaba	lleno	de	fotos	mágicas	de	sus	padres.	Se	sentó	en	su	cama,
corrió	las	cortinas	y	comenzó	a	pasar	las	páginas	hasta	que…
Se	detuvo	en	una	foto	de	la	boda	de	sus	padres.	Su	padre	saludaba	con	la	mano,
con	 una	 amplia	 sonrisa.	 El	 pelo	 negro	 y	 alborotado	 que	 Harry	 había	 heredado	 se
levantaba	 en	 todas	 direcciones.	 Su	 madre,	 radiante	 de	 felicidad,	 estaba	 cogida	 del
brazo	 de	 su	 padre.	 Y	 allí…	 aquél	 debía	 de	 ser.	 El	 padrino.	 Harry	 nunca	 le	 había
prestado	atención.
Si	no	hubiera	sabido	que	era	la	misma	persona,	no	habría	reconocido	a	Black	en
aquella	vieja	fotografía.	Su	rostro	no	estaba	hundido	y	amarillento	como	la	cera,	sino
que	 era	 hermoso	 y	 estaba	 lleno	 de	 alegría.	 ¿Trabajaría	 ya	 para	 Voldemort	 cuando
sacaron	aquella	foto?	¿Planeaba	ya	la	muerte	de	las	dos	personas	que	había	a	su	lado?
¿Se	daba	cuenta	de	que	tendría	que	pasar	doce	años	en	Azkaban,	doce	años	que	lo
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dejarían	irreconocible?
«Pero	 los	 dementores	 no	 le	 afectan	 —pensó	 Harry,	 fijándose	 en	 aquel	 rostro
agradable	y	risueño—.	No	tiene	que	oír	los	gritos	de	mi	madre	cuando	se	aproximan
demasiado…»
Harry	cerró	de	golpe	el	álbum	y	volvió	a	guardarlo	en	el	armario.	Se	quitó	la
túnica	 y	 las	 gafas	 y	 se	 metió	 en	 la	 cama,	 asegurándose	 de	 que	 las	 cortinas	 lo
ocultaban	de	la	vista.
Se	abrió	la	puerta	del	dormitorio.
—¿Harry?	—preguntó	la	dubitativa	voz	de	Ron.
Pero	Harry	se	quedó	quieto,	simulando	que	dormía.	Oyó	a	Ron	que	salía	de	nuevo
y	se	dio	la	vuelta	para	ponerse	boca	arriba,	con	los	ojos	muy	abiertos.	Sintió	correr	a
través	de	sus	venas,	como	veneno,	un	odio	que	nunca	había	conocido.	Podía	ver	a
Black	riéndose	de	él	en	la	oscuridad,	como	si	tuviera	pegada	a	los	ojos	la	foto	del
álbum.	Veía,	como	en	una	película,	a	Sirius	Black	haciendo	que	Peter	Pettigrew	(que
se	parecía	a	Neville	Longbottom)	volara	en	mil	pedazos.	Oía	(aunque	no	sabía	cómo
sería	la	voz	de	Black)	un	murmullo	bajo	y	vehemente:	«Ya	está,	Señor,	los	Potter	me
han	hecho	su	guardián	secreto…»	Y	entonces	aparecía	otra	voz	que	se	reía	con	un
timbre	muy	agudo,	la	misma	risa	que	Harry	oía	dentro	de	su	cabeza	cada	vez	que	los
dementores	se	le	acercaban.
—Harry…,	tienes	un	aspecto	horrible.
Harry	 no	 había	 podido	 pegar	 el	 ojo	 hasta	 el	 amanecer.	 Al	 despertarse,	 había
hallado	el	dormitorio	desierto,	se	había	vestido	y	bajado	la	escalera	de	caracol	hasta
la	sala	común,	donde	no	había	nadie	más	que	Ron,	que	se	comía	un	sapo	de	menta	y
se	frotaba	el	estómago,	y	Hermione,	que	había	extendido	sus	deberes	por	tres	mesas.
—¿Dónde	está	todo	el	mundo?	—preguntó	Harry.
—¡Se	han	ido!	Hoy	empiezan	las	vacaciones,	¿no	te	acuerdas?	—preguntó	Ron,
mirando	 a	 Harry	 detenidamente—.	 Es	 ya	 casi	 la	 hora	 de	 comer.	 Pensaba	 ir	 a
despertarte	dentro	de	un	minuto.
Harry	se	sentó	en	una	silla	al	lado	del	fuego.	Al	otro	lado	de	las	ventanas,	la	nieve
seguía	cayendo.	Crookshanks	estaba	extendido	delante	del	fuego,	como	un	felpudo	de
pelo	canela.
—Es	verdad	que	no	tienes	buen	aspecto,	¿sabes?	—dijo	Hermione,	mirándole	la
cara	con	preocupación.
—Estoy	bien	—dijo	Harry.
—Escucha,	Harry	—dijo	Hermione,	cambiando	con	Ron	una	mirada—.	Debes	de
estar	 realmente	 disgustado	 por	 lo	 que	 oímos	 ayer.	 Pero	 no	 debes	 hacer	 ninguna
tontería.
—¿Como	qué?	—dijo	Harry.
—Como	ir	detrás	de	Black	—dijo	Ron,	tajante.
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Harry	 se	 dio	 cuenta	 de	 que	 habían	 ensayado	 aquella	 conversación	 mientras	 él
estaba	dormido.	No	dijo	nada.
—No	lo	harás.	¿Verdad	que	no,	Harry?	—dijo	Hermione.
—Porque	no	vale	la	pena	morir	por	Black	—dijo	Ron.
Harry	los	miró.	No	entendían	nada.
—¿Sabéis	 qué	 veo	 y	 oigo	 cada	 vez	 que	 se	 me	 acerca	 un	 dementor?	 —Ron	 y
Hermione	negaron	con	la	cabeza,	con	temor—.	Oigo	a	mi	madre	que	grita	e	implora	a
Voldemort.	Y	si	vosotros	escucharais	a	vuestra	madre	gritando	de	ese	modo,	a	punto
de	ser	asesinada,	no	lo	olvidaríais	fácilmente.	Y	si	descubrierais	que	alguien	que	en
principio	era	amigo	suyo	la	había	traicionado	y	le	había	enviado	a	Voldemort…
—No	 puedes	 hacer	 nada	 —dijo	 Hermione	 con	 aspecto	 afligido—.	 Los
dementores	atraparán	a	Black,	lo	mandarán	otra	vez	a	Azkaban…	¡y	se	llevará	su
merecido!
—Ya	oísteis	lo	que	dijo	Fudge.	A	Black	no	le	afecta	Azkaban	como	a	la	gente
normal.	No	es	un	castigo	para	él	como	lo	es	para	los	demás.
—Entonces,	¿qué	pretendes?	—dijo	Ron	muy	tenso—.	¿Acaso	quieres…	matar	a
Black?
—No	seas	tonto	—dijo	Hermione,	con	miedo—.	Harry	no	quiere	matar	a	nadie,
¿verdad	que	no,	Harry?
Harry	volvió	a	quedarse	callado.	No	sabía	qué	pretendía.	Lo	único	que	sabía	es
que	la	idea	de	no	hacer	nada	mientras	Black	estaba	libre	era	insoportable.
—Malfoy	sabe	algo	—dijo	de	pronto—.	¿Os	acordáis	de	lo	que	me	dijo	en	la
clase	de	Pociones?	«Pero	en	tu	caso,	yo	buscaría	venganza.	Lo	cazaría	yo	mismo.»
—¿Vas	 a	 seguir	 el	 consejo	 de	 Malfoy	 y	 no	 el	 nuestro?	 —dijo	 Ron	 furioso—.
Escucha…	 ¿sabes	 lo	 que	 recibió	 a	 cambio	 la	 madre	 de	 Pettigrew	 después	 de	 que
Black	lo	matara?	Mi	padre	me	lo	dijo:	la	Orden	de	Merlín,	primera	clase,	y	el	dedo	de
Pettigrew	dentro	de	una	caja.	Fue	el	trozo	mayor	de	él	que	pudieron	encontrar.	Black
está	loco,	Harry,	y	es	muy	peligroso.
—El	padre	de	Malfoy	debe	de	haberle	contado	algo	—dijo	Harry,	sin	hacer	caso
de	las	explicaciones	de	Ron—.	Pertenecía	al	círculo	de	allegados	de	Voldemort.
—Llámalo	Quien	Tú	Sabes,	¿quieres	hacer	el	favor?	—repuso	Ron	enfadado.
—Entonces	 está	 claro	 que	 los	 Malfoy	 sabían	 que	 Black	 trabajaba	 para
Voldemort…
—¡Y	 a	 Malfoy	 le	 encantaría	 verte	 volar	 en	 mil	 pedazos,	 como	 Pettigrew!
Contrólate.	Lo	único	que	quiere	Malfoy	es	que	te	maten	antes	de	que	tengáis	que
enfrentaros	en	el	partido	de	quidditch.
—Harry,	 por	 favor	 —dijo	 Hermione,	 con	 los	 ojos	 brillantes	 de	 lágrimas—,	 sé
sensato.	Black	hizo	algo	terrible,	terrible.	Pero	no…	no	te	pongas	en	peligro.	Eso	es
lo	que	Black	quiere…	Estarías	metiéndote	en	la	boca	del	lobo	si	fueras	a	buscarlo.
Tus	 padres	 no	 querrían	 que	 te	 hiciera	 daño,	 ¿verdad?	 ¡No	 querrían	 que	 fueras	 a
buscar	a	Black!
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—No	sabré	nunca	lo	que	querrían,	porque	por	culpa	de	Black	no	he	hablado	con
ellos	nunca	—dijo	Harry	con	brusquedad.
Hubo	un	silencio	en	el	que	Crookshanks	se	estiró	voluptuosamente,	sacando	las
garras.	El	bolsillo	de	Ron	se	estremeció.
—Mira	 —dijo	 Ron,	 tratando	 de	 cambiar	 de	 tema—,	 ¡estamos	 en	 vacaciones!
¡Casi	es	Navidad!	Vamos	a	ver	a	Hagrid.	No	le	hemos	visitado	desde	hace	un	montón
de	tiempo.
—¡No!	 —dijo	 Hermione	 rápidamente—.	 Harry	 no	 debe	 abandonar	 el	 castillo,
Ron.
—Sí,	 vamos	 —dijo	 Harry	 incorporándose—.	 ¡Y	 le	 preguntaré	 por	 qué	 no
mencionó	nunca	a	Black	al	hablarme	de	mis	padres!
Seguir	discutiendo	sobre	Sirius	Black	no	era	lo	que	Ron	había	pretendido.
—Podríamos	 echar	 una	 partida	 de	 ajedrez	 —dijo	 apresuradamente—.	 O	 de
gobstones.	Percy	dejó	un	juego.
—No.	Vamos	a	ver	a	Hagrid	—dijo	Harry	con	firmeza.
Así	 que	 recogieron	 las	 capas	 de	 los	 dormitorios	 y	 se	 pusieron	 en	 camino,
cruzando	el	agujero	del	retrato	(«¡En	guardia,	felones,	malandrines!»).	Recorrieron	el
castillo	vacío	y	salieron	por	las	puertas	principales	de	roble.
Caminaron	lentamente	por	el	césped,	dejando	sus	huellas	en	la	nieve	blanda	y
brillante,	mojando	y	congelando	los	calcetines	y	el	borde	inferior	de	las	capas.	El
bosque	 prohibido	 parecía	 ahora	 encantado.	 Cada	 árbol	 brillaba	 como	 plata	 y	 la
cabaña	de	Hagrid	parecía	una	tarta	helada.
Ron	llamó	a	la	puerta,	pero	no	obtuvo	respuesta.
—No	habrá	salido,	¿verdad?	—preguntó	Hermione,	temblando	bajo	la	capa.
Ron	pegó	la	oreja	a	la	puerta.
—Hay	un	ruido	extraño	—dijo—.	Escuchad.	¿Es	Fang?
Harry	y	Hermione	también	pegaron	el	oído	a	la	puerta.	Dentro	de	la	cabaña	se
oían	unos	suspiros	de	dolor.
—¿Pensáis	que	deberíamos	ir	a	buscar	a	alguien?	—dijo	Ron,	nervioso.
—¡Hagrid!	—gritó	Harry,	golpeando	la	puerta—.	Hagrid,	¿estás	ahí?
Hubo	un	rumor	de	pasos	y	la	puerta	se	abrió	con	un	chirrido.	Hagrid	estaba	allí,
con	los	ojos	rojos	e	hinchados,	con	lágrimas	que	le	salpicaban	la	parte	delantera	del
chaleco	de	cuero.
—¡Lo	habéis	oído!	—gritó,	y	se	arrojó	al	cuello	de	Harry.
Como	 Hagrid	 tenía	 un	 tamaño	 que	 era	 por	 lo	 menos	 el	 doble	 de	 lo	 normal,
aquello	no	era	cuestión	de	risa.	Harry	estuvo	a	punto	de	caer	bajo	el	peso	del	otro,
pero	Ron	y	Hermione	lo	rescataron,	cogieron	a	Hagrid	cada	uno	de	un	brazo	y	lo
metieron	en	la	cabaña,	con	la	ayuda	de	Harry.	Hagrid	se	dejó	llevar	hasta	una	silla	y
se	derrumbó	sobre	la	mesa,	sollozando	de	forma	incontrolada.	Tenía	el	rostro	lleno	de
lágrimas	que	le	goteaban	sobre	la	barba	revuelta.
—¿Qué	pasa,	Hagrid?	—le	preguntó	Hermione	aterrada.
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Harry	vio	sobre	la	mesa	una	carta	que	parecía	oficial.
—¿Qué	es,	Hagrid?
Hagrid	redobló	los	sollozos,	entregándole	la	carta	a	Harry,	que	la	leyó	en	voz	alta:
Estimado	Señor	Hagrid:
En	relación	con	nuestra	indagación	sobre	el	ataque	de	un	hipogrifo	a
un	alumno	que	tuvo	lugar	en	una	de	sus	clases,	hemos	aceptado	la	garantía
del	 profesor	 Dumbledore	 de	 que	 usted	 no	 tiene	 responsabilidad	 en	 tan
lamentable	incidente.
—Estupendo,	Hagrid	—dijo	Ron,	dándole	una	palmadita	en	el	hombro.
Pero	 Hagrid	 continuó	 sollozando	 y	 movió	 una	 de	 sus	 manos	 gigantescas,
invitando	a	Harry	a	que	siguiera	leyendo.
Sin	 embargo,	 debemos	 hacer	 constar	 nuestra	 preocupación	 en	 lo	 que
concierne	al	mencionado	hipogrifo.	Hemos	decidido	dar	curso	a	la	queja
oficial	presentada	por	el	señor	Lucius	Malfoy,	y	este	asunto	será,	por	lo
tanto,	 llevado	 ante	 la	 Comisión	 para	 las	 Criaturas	 Peligrosas.	 La	 vista
tendrá	lugar	el	día	20	de	abril.	Le	rogamos	que	se	presente	con	el	hipogrifo
en	las	oficinas	londinenses	de	la	Comisión,	en	el	día	indicado.	Mientras
tanto,	el	hipogrifo	deberá	permanecer	atado	y	aislado.
Atentamente…
Seguía	la	relación	de	los	miembros	del	Consejo	Escolar.
—¡Vaya!	—dijo	Ron—.	Pero,	según	nos	has	dicho,	Hagrid,	Buckbeak	no	es	malo.
Seguro	que	lo	consideran	inocente.
—No	 conoces	 a	 los	 monstruos	 que	 hay	 en	 la	 Comisión	 para	 las	 Criaturas
Peligrosas…	—dijo	Hagrid	con	voz	ahogada,	secándose	los	ojos	con	la	manga—.	La
han	tomado	con	los	animales	interesantes.
Un	ruido	repentino,	procedente	de	un	rincón	de	la	cabaña	de	Hagrid,	hizo	que
Harry,	Ron	y	Hermione	se	volvieran.	Buckbeak,	el	hipogrifo,	estaba	acostado	en	el
rincón,	masticando	algo	que	llenaba	de	sangre	el	suelo.
—¡No	 podía	 dejarlo	 atado	 fuera,	 en	 la	 nieve!	 —dijo	 con	 la	 voz	 anegada	 en
lágrimas—.	¡Completamente	solo!	¡En	Navidad!
Harry,	Ron	y	Hermione	se	miraron.	Nunca	habían	coincidido	con	Hagrid	en	lo
que	 él	 llamaba	 «animales	 interesantes»	 y	 otras	 personas	 llamaban	 «monstruos
terroríficos».	Pero	Buckbeak	no	parecía	malo	en	absoluto.	De	hecho,	a	juzgar	por	los
habituales	parámetros	de	Hagrid,	era	una	verdadera	ricura.
—Tendrás	que	presentar	una	buena	defensa,	Hagrid	—dijo	Hermione	sentándose
y	 posando	 una	 mano	 en	 el	 enorme	 antebrazo	 de	 Hagrid—.	 Estoy	 segura	 de	 que
puedes	demostrar	que	Buckbeak	no	es	peligroso.
—¡Dará	igual!	—sollozó	Hagrid—.	Lucius	Malfoy	tiene	metidos	en	el	bolsillo	a
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todos	esos	diablos	de	la	Comisión.	¡Le	tienen	miedo!	Y	si	pierdo	el	caso,	Buckbeak…
Se	pasó	el	dedo	por	el	cuello,	en	sentido	horizontal.	Luego	gimió	y	se	echó	hacia
delante,	hundiendo	el	rostro	en	los	brazos.
—¿Y	Dumbledore?	—preguntó	Harry.
—Ya	ha	hecho	por	mí	más	que	suficiente	—gimió	Hagrid—.	Con	mantener	a	los
dementores	fuera	del	castillo	y	con	Sirius	Black	acechando,	ya	tiene	bastante.
Ron	 y	 Hermione	 miraron	 rápidamente	 a	 Harry,	 temiendo	 que	 comenzara	 a
reprender	 a	 Hagrid	 por	 no	 contarle	 toda	 la	 verdad	 sobre	 Black.	 Pero	 Harry	 no	 se
atrevía	a	hacerlo.	Por	lo	menos	en	aquel	momento	en	que	veía	a	Hagrid	tan	triste	y
asustado.
—Escucha,	 Hagrid	 —dijo—,	 no	 puedes	 abandonar.	 Hermione	 tiene	 razón.	 Lo
único	que	necesitas	es	una	buena	defensa.	Nos	puedes	llamar	como	testigos…
—Estoy	segura	de	que	he	leído	algo	sobre	un	caso	de	agresión	con	hipogrifo	—
dijo	 Hermione	 pensativa—	 donde	 el	 hipogrifo	 quedaba	 libre.	 Lo	 consultaré	 y	 te
informaré	de	qué	sucedió	exactamente.
Hagrid	 lanzó	 un	 gemido	 aún	 más	 fuerte.	 Harry	 y	 Hermione	 miraron	 a	 Ron
implorándole	ayuda.
—Eh…	¿preparo	un	té?	—preguntó	Ron.	Harry	lo	miró	sorprendido—.	Es	lo	que
hace	 mi	 madre	 cuando	 alguien	 está	 preocupado	 —musitó	 Ron	 encogiéndose	 de
hombros.
Por	fin,	después	de	que	le	prometieran	ayuda	más	veces	y	con	una	humeante	taza
de	té	delante,	Hagrid	se	sonó	la	nariz	con	un	pañuelo	del	tamaño	de	un	mantel,	y	dijo:
—Tenéis	razón.	No	puedo	dejarme	abatir.	Tengo	que	recobrarme…
Fang,	el	jabalinero,	salió	tímidamente	de	debajo	de	la	mesa	y	apoyó	la	cabeza	en
una	rodilla	de	Hagrid.
—Estos	días	he	estado	muy	raro	—dijo	Hagrid,	acariciando	a	Fang	con	una	mano
y	limpiándose	las	lágrimas	con	la	otra—.	He	estado	muy	preocupado	por	Buckbeak	y
porque	a	nadie	le	gustan	mis	clases.
—De	verdad	que	nos	gustan	—se	apresuró	a	mentir	Hermione.
—¡Sí,	son	estupendas!	—dijo	Ron,	cruzando	los	dedos	bajo	la	mesa—.	¿Cómo
están	los	gusarajos?
—Muertos	—dijo	Hagrid	con	tristeza—.	Demasiada	lechuga.
—¡Oh,	no!	—exclamó	Ron.	El	labio	le	temblaba.
—Y	 los	 dementores	 me	 hacen	 sentir	 muy	 mal	 —añadió	 Hagrid,	 con	 un
estremecimiento	repentino—.	Cada	vez	que	quiero	tomar	algo	en	Las	Tres	Escobas,
tengo	que	pasar	junto	a	ellos.	Es	como	estar	otra	vez	en	Azkaban.
Se	quedó	callado,	bebiéndose	el	té.	Harry,	Ron	y	Hermione	lo	miraban	sin	aliento.
No	le	habían	oído	nunca	mencionar	su	estancia	en	Azkaban.	Después	de	una	breve
pausa,	Hermione	le	preguntó	con	timidez:
—¿Tan	horrible	es	Azkaban,	Hagrid?
—No	te	puedes	hacer	ni	idea	—respondió	Hagrid,	en	voz	baja—.	Nunca	me	había
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encontrado	 en	 un	 lugar	 parecido.	 Pensé	 que	 me	 iba	 a	 volver	 loco.	 No	 paraba	 de
recordar	cosas	horribles:	el	día	que	me	echaron	de	Hogwarts,	el	día	que	murió	mi
padre,	el	día	que	tuve	que	desprenderme	de	Norberto…	—Se	le	llenaron	los	ojos	de
lágrimas.	Norberto	era	la	cría	de	dragón	que	Hagrid	había	ganado	cierta	vez	en	una
partida	de	cartas—.	Al	cabo	de	un	tiempo	uno	no	recuerda	quién	es.	Y	pierde	el	deseo
de	seguir	viviendo.	Yo	hubiera	querido	morir	mientras	dormía.	Cuando	me	soltaron,
fue	como	volver	a	nacer,	todas	las	cosas	volvían	a	aparecer	ante	mí.	Fue	maravilloso.
Sin	embargo,	los	dementores	no	querían	dejarme	marchar.
—¡Pero	si	eras	inocente!	—exclamó	Hermione.
Hagrid	resopló.
—¿Y	 crees	 que	 eso	 les	 importa?	 Les	 da	 igual.	 Mientras	 tengan	 doscientas
personas	a	quienes	extraer	la	alegría,	les	importa	un	comino	que	sean	culpables	o
inocentes.	—Hagrid	se	quedó	callado	durante	un	rato,	con	la	vista	fija	en	su	taza	de
té.	 Luego	 añadió	 en	 voz	 baja—:	 Había	 pensado	 liberar	 a	 Buckbeak,	 para	 que	 se
alejara	volando…	Pero	¿cómo	se	le	explica	a	un	hipogrifo	que	tiene	que	esconderse?
Y…	me	da	miedo	transgredir	la	ley…	—Los	miró,	con	lágrimas	cayendo	de	nuevo
por	su	rostro—.	No	quisiera	volver	a	Azkaban.
La	visita	a	la	cabaña	de	Hagrid,	aunque	no	había	resultado	divertida,	había	tenido	el
efecto	 que	 Ron	 y	 Hermione	 deseaban.	 Harry	 no	 se	 había	 olvidado	 de	 Black,	 pero
tampoco	podía	estar	rumiando	continuamente	su	venganza	y	al	mismo	tiempo	ayudar
a	Hagrid	a	ganar	su	caso.	Él,	Ron	y	Hermione	fueron	al	día	siguiente	a	la	biblioteca	y
volvieron	a	la	sala	común	cargados	con	libros	que	podían	ser	de	ayuda	para	preparar
la	defensa	de	Buckbeak.	Los	tres	se	sentaron	delante	del	abundante	fuego,	pasando
lentamente	las	páginas	de	los	volúmenes	polvorientos	que	trataban	de	casos	famosos
de	animales	merodeadores.	Cuando	alguno	encontraba	algo	relevante,	lo	comentaba	a
los	otros.
—Aquí	hay	algo.	Hubo	un	caso,	en	mil	setecientos	veintidós…	pero	el	hipogrifo
fue	declarado	culpable.	¡Uf!	Mirad	lo	que	le	hicieron.	Es	repugnante.
—Esto	podría	sernos	útil.	Mirad.	Una	mantícora	atacó	a	alguien	salvajemente	en
mil	 doscientos	 noventa	 y	 seis	 y	 fue	 absuelta…	 ¡Oh,	 no!	 Lo	 fue	 porque	 a	 todo	 el
mundo	le	daba	demasiado	miedo	acercarse…
Entretanto,	 en	 el	 resto	 del	 castillo	 habían	 colgado	 los	 acostumbrados	 adornos
navideños,	 que	 eran	 magníficos,	 a	 pesar	 de	 que	 apenas	 quedaban	 estudiantes	 para
apreciarlos.	En	los	corredores	colgaban	guirnaldas	de	acebo	y	muérdago;	dentro	de
cada	 armadura	 brillaban	 luces	 misteriosas;	 y	 en	 el	 vestíbulo	 los	 doce	 habituales
árboles	de	Navidad	brillaban	con	estrellas	doradas.	En	los	pasillos	había	un	fuerte	y
delicioso	olor	a	comida	que,	antes	de	Nochebuena,	se	había	hecho	tan	potente	que
incluso	Scabbers	sacó	la	nariz	del	bolsillo	de	Ron	para	olfatear.
La	mañana	de	Navidad,	Ron	despertó	a	Harry	tirándole	la	almohada.
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—¡Despierta,	los	regalos!
Harry	 cogió	 las	 gafas	 y	 se	 las	 puso.	 Entornando	 los	 ojos	 para	 ver	 en	 la
semioscuridad,	miró	a	los	pies	de	la	cama,	donde	se	alzaba	una	pequeña	montaña	de
paquetes.	Ron	rasgaba	ya	el	papel	de	sus	regalos.
—Otro	jersey	de	mamá.	Marrón	otra	vez.	Mira	a	ver	si	tú	tienes	otro.
Harry	tenía	otro.	La	señora	Weasley	le	había	enviado	un	jersey	rojo	con	el	león	de
Gryffindor	en	la	parte	de	delante,	una	docena	de	pastas	caseras,	un	trozo	de	pastel	y
una	caja	de	turrón.	Al	retirar	las	cosas,	vio	un	paquete	largo	y	estrecho	que	había
debajo.
—¿Qué	es	eso?	—preguntó	Ron	mirando	el	paquete	y	sosteniendo	en	la	mano	los
calcetines	marrones	que	acababa	de	desenvolver.
—No	sé…
Harry	abrió	el	paquete	y	ahogó	un	grito	al	ver	rodar	sobre	la	colcha	una	escoba
magnífica	y	brillante.	Ron	dejó	caer	los	calcetines	y	saltó	de	la	cama	para	verla	de
cerca.
—No	puedo	creerlo	—dijo	con	la	voz	quebrada	por	la	emoción.	Era	una	Saeta	de
Fuego,	idéntica	a	la	escoba	de	ensueño	que	Harry	había	ido	a	ver	diariamente	a	la
tienda	del	callejón	Diagon.	El	palo	brilló	en	cuanto	Harry	le	puso	la	mano	encima.	La
sentía	 vibrar.	 La	 soltó	 y	 quedó	 suspendida	 en	 el	 aire,	 a	 la	 altura	 justa	 para	 que	 él
montara.	Sus	ojos	pasaban	del	número	dorado	de	la	matrícula	a	las	ramitas	de	abedul
aerodinámicas	y	perfectamente	lisas	que	formaban	la	cola.
—¿Quién	te	la	ha	enviado?	—preguntó	Ron	en	voz	baja.
—Mira	a	ver	si	hay	tarjeta	—dijo	Harry.
Ron	rasgó	el	papel	en	que	iba	envuelta	la	escoba.
—¡Nada!	Caramba,	¿quién	se	gastaría	tanto	dinero	en	hacerte	un	regalo?
—Bueno	—dijo	Harry,	atónito—.	Estoy	seguro	de	que	no	fueron	los	Dursley.
—Estoy	seguro	de	que	fue	Dumbledore	—dijo	Ron,	dando	vueltas	alrededor	de	la
Saeta	 de	 Fuego,	 admirando	 cada	 centímetro—.	 Te	 envió	 anónimamente	 la	 capa
invisible…
—Había	sido	de	mi	padre	—dijo	Harry—.	Dumbledore	se	limitó	a	remitírmela.
No	se	gastaría	en	mí	cientos	de	galeones.	No	puede	ir	regalando	a	los	alumnos	cosas
así.
—Ése	es	el	motivo	por	el	que	no	podría	admitir	que	fue	él	—dijo	Ron—.	Por	si
algún	 imbécil	 como	 Malfoy	 lo	 acusaba	 de	 favoritismo.	 ¡Malfoy!	 —Ron	 se	 rió
estruendosamente—.	¡Ya	verás	cuando	te	vea	montado	en	ella!	¡Se	pondrá	enfermo!
¡Ésta	es	una	escoba	de	profesional!
—No	me	lo	puedo	creer	—musitó	Harry,	pasando	la	mano	por	la	Saeta	de	Fuego
mientras	Ron	se	retorcía	de	la	risa	en	la	cama	de	Harry,	pensando	en	Malfoy.
—¿Quién…?
—Ya	sé…	quién	ha	podido	ser…	¡Lupin!
—¿Qué?	—dijo	Harry,	riéndose	también—.	¿Lupin?	Mira,	si	tuviera	tanto	dinero,
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podría	comprarse	una	túnica	nueva.
—Sí,	pero	le	caes	bien	—dijo	Ron—.	Cuando	tu	Nimbus	se	hizo	añicos,	él	estaba
fuera,	 pero	 tal	 vez	 se	 enterase	 y	 decidiera	 acercarse	 al	 callejón	 Diagon	 para
comprártela.
—¿Que	estaba	fuera?	—preguntó	Harry—.	Durante	el	partido	estaba	enfermo.
—Bueno,	 no	 se	 encontraba	 en	 la	 enfermería	 —dijo	 Ron—.	 Yo	 estaba	 allí
limpiando	los	orinales,	por	el	castigo	de	Snape,	¿te	acuerdas?
Harry	miró	a	Ron	frunciendo	el	entrecejo.
—No	me	imagino	a	Lupin	haciendo	un	regalo	como	éste.
—¿De	qué	os	reís	los	dos?
Hermione	acababa	de	entrar	con	el	camisón	puesto	y	llevando	a	Crookshanks,	que
no	parecía	contento	con	el	cordón	de	oropel	que	llevaba	al	cuello.
—¡No	 lo	 metas	 aquí!	 —dijo	 Ron,	 sacando	 rápidamente	 a	 Scabbers	 de	 las
profundidades	de	la	cama	y	metiéndosela	en	el	bolsillo	del	pijama.	Pero	Hermione	no
le	hizo	caso.	Dejó	a	Crookshanks	en	la	cama	vacía	de	Seamus	y	contempló	la	Saeta
de	Fuego	con	la	boca	abierta.
—¡Vaya,	Harry!	¿Quién	te	la	ha	enviado?
—No	tengo	ni	idea.	No	traía	tarjeta.
Ante	su	sorpresa,	Hermione	no	estaba	emocionada	ni	intrigada.	Antes	bien,	se
ensombreció	su	rostro	y	se	mordió	el	labio.
—¿Qué	te	ocurre?	—le	preguntó	Ron.
—No	sé	—dijo	Hermione—.	Pero	es	raro,	¿no	os	parece?	Lo	que	quiero	decir	es
que	es	una	escoba	magnífica,	¿verdad?
Ron	suspiró	exasperado:
—Es	la	mejor	escoba	que	existe,	Hermione	—aseguró.
—Así	que	debe	de	ser	carísima…
—Probablemente	costó	más	que	todas	las	escobas	de	Slytherin	juntas	—dijo	Ron
con	cara	radiante.
—Bueno,	¿quién	enviaría	a	Harry	algo	tan	caro	sin	siquiera	decir	quién	es?
—¿Y	qué	más	da?	—preguntó	Ron	con	impaciencia—.	Escucha,	Harry,	¿puedo
dar	una	vuelta	en	ella?	¿Puedo?
—Creo	que	por	el	momento	nadie	debería	montar	en	esa	escoba	—dijo	Hermione.
Harry	y	Ron	la	miraron.
—¿Qué	crees	que	va	a	hacer	Harry	con	ella?	¿Barrer	el	suelo?	—preguntó	Ron.
Pero	antes	de	que	Hermione	pudiera	responder,	Crookshanks	saltó	desde	la	cama
de	Seamus	al	pecho	de	Ron.
—¡LLÉVATELO	DE	AQUÍ!	—bramó	Ron,	notando	que	las	garras	de	Crookshanks	le
rasgaban	el	pijama	y	que	Scabbers	intentaba	una	huida	desesperada	por	encima	de	su
hombro.	Cogió	a	Scabbers	por	la	cola	y	fue	a	propinar	un	puntapié	a	Crookshanks,
pero	 calculó	 mal	 y	 le	 dio	 al	 baúl	 de	 Harry,	 volcándolo.	 Ron	 se	 puso	 a	 dar	 saltos,
aullando	de	dolor.
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A	 Crookshanks	 se	 le	 erizó	 el	 pelo.	 Un	 silbido	 agudo	 y	 metálico	 llenó	 el
dormitorio.	El	chivatoscopio	de	bolsillo	se	había	salido	de	los	viejos	calcetines	de	tío
Vernon	y	daba	vueltas	encendido	en	medio	del	dormitorio.
—¡Se	me	había	olvidado!	—dijo	Harry,	agachándose	y	cogiendo	el	chivatoscopio
—.	Nunca	me	pongo	esos	calcetines	si	puedo	evitarlo…
En	la	palma	de	la	mano,	el	chivatoscopio	silbaba	y	giraba.	Crookshanks	le	bufaba
y	enseñaba	los	colmillos.
—Sería	mejor	que	sacaras	de	aquí	a	ese	gato	—dijo	Ron	furioso.	Estaba	sentado
en	la	cama	de	Harry,	frotándose	el	dedo	gordo	del	pie—.	¿No	puedes	hacer	que	pare
ese	chisme?	—preguntó	a	Harry	mientras	Hermione	salía	a	zancadas	del	dormitorio,
los	ojos	amarillos	de	Crookshanks	todavía	maliciosamente	fijos	en	Ron.
Harry	 volvió	 a	 meter	 el	 chivatoscopio	 en	 los	 calcetines	 y	 éstos	 en	 el	 baúl.	 Lo
único	que	se	oyó	entonces	fueron	los	gemidos	contenidos	de	dolor	y	rabia	de	Ron.
Scabbers	estaba	acurrucada	en	sus	manos.	Hacía	tiempo	que	Harry	no	la	veía,	porque
siempre	estaba	metida	en	el	bolsillo	de	Ron,	y	le	sorprendió	desagradablemente	ver
que	 Scabbers,	 antaño	 gorda,	 ahora	 estaba	 esmirriada;	 además,	 se	 le	 habían	 caído
partes	del	pelo.
—No	tiene	buen	aspecto,	¿verdad?	—observó	Harry.
—¡Es	el	estrés!	—dijo	Ron—.	¡Si	esa	estúpida	bola	de	pelo	la	dejara	en	paz,	se
encontraría	perfectamente!
Pero	Harry,	acordándose	de	que	la	mujer	de	la	tienda	de	animales	mágicos	había
dicho	que	las	ratas	sólo	vivían	tres	años,	no	pudo	dejar	de	pensar	que,	a	menos	que
Scabbers	tuviera	poderes	que	nunca	había	revelado,	estaba	llegando	al	final	de	su
vida.	Y	a	pesar	de	las	frecuentes	quejas	de	Ron	de	que	Scabbers	era	aburrida	e	inútil,
estaba	seguro	de	que	Ron	lamentaría	su	muerte.
Aquella	 mañana,	 en	 la	 sala	 común	 de	 Gryffindor,	 el	 espíritu	 navideño	 estuvo
ausente.	 Hermione	 había	 encerrado	 a	 Crookshanks	 en	 su	 dormitorio,	 pero	 estaba
enfadada	con	Ron	porque	había	querido	darle	una	patada.	Ron	seguía	enfadado	por	el
nuevo	 intento	 de	 Crookshanks	 de	 comerse	 a	 Scabbers.	 Harry	 desistió	 de
reconciliarlos	y	se	dedicó	a	examinar	la	Saeta	de	Fuego	que	había	bajado	con	él	a	la
sala	 común.	 No	 se	 sabía	 por	 qué,	 esto	 también	 parecía	 poner	 a	 Hermione	 de
malhumor.	No	decía	nada,	pero	no	dejaba	de	mirar	con	malos	ojos	la	escoba,	como	si
ella	también	hubiera	criticado	a	su	gato.
A	 la	 hora	 del	 almuerzo	 bajaron	 al	 Gran	 Comedor	 y	 descubrieron	 que	 habían
vuelto	a	arrimar	las	mesas	a	los	muros,	y	que	ahora	sólo	había,	en	mitad	del	salón,
una	mesa	con	doce	cubiertos.
Se	 encontraban	 allí	 los	 profesores	 Dumbledore,	 McGonagall,	 Snape,	 Sprout	 y
Flitwick,	 junto	 con	 Filch,	 el	 conserje,	 que	 se	 había	 quitado	 la	 habitual	 chaqueta
marrón	y	llevaba	puesto	un	frac	viejo	y	mohoso.	Sólo	había	otros	tres	alumnos:	dos
del	primer	curso,	muy	nerviosos,	y	uno	de	quinto	de	Slytherin,	de	rostro	huraño.
—¡Felices	 Pascuas!	 —dijo	 Dumbledore	 cuando	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 se
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acercaron	a	la	mesa—.	Como	somos	tan	pocos,	me	pareció	absurdo	utilizar	las	mesas
de	las	casas.	¡Sentaos,	sentaos!
Harry,	Ron	y	Hermione	se	sentaron	juntos	al	final	de	la	mesa.
—¡Cohetes	 sorpresa!	 —dijo	 Dumbledore	 entusiasmado,	 alargando	 a	 Snape	 el
extremo	de	uno	grande	de	color	de	plata.	Snape	lo	cogió	a	regañadientes	y	tiró.	Sonó
un	estampido,	el	cohete	salió	disparado	y	dejó	tras	de	sí	un	sombrero	de	bruja	grande
y	puntiagudo,	con	un	buitre	disecado	en	la	punta.
Harry,	acordándose	del	boggart,	miró	a	Ron	y	los	dos	se	rieron.	Snape	apretó	los
labios	y	empujó	el	sombrero	hacia	Dumbledore,	que	enseguida	cambió	el	suyo	por
aquél.
—¡A	comer!	—aconsejó	a	todo	el	mundo,	sonriendo.
Mientras	Harry	se	servía	patatas	asadas,	las	puertas	del	Gran	Comedor	volvieron
a	abrirse.	Era	la	profesora	Trelawney,	que	se	deslizaba	hacia	ellos	como	si	fuera	sobre
ruedas.	 Dada	 la	 ocasión,	 se	 había	 puesto	 un	 vestido	 verde	 de	 lentejuelas	 que
acentuaba	su	aspecto	de	libélula	gigante.
—¡Sybill,	qué	sorpresa	tan	agradable!	—dijo	Dumbledore,	poniéndose	en	pie.
—He	 estado	 consultando	 la	 bola	 de	 cristal,	 señor	 director	 —dijo	 la	 profesora
Trelawney	con	su	voz	más	lejana—.	Y	ante	mi	sorpresa,	me	he	visto	abandonando	mi
almuerzo	 solitario	 y	 reuniéndome	 con	 vosotros.	 ¿Quién	 soy	 yo	 para	 negar	 los
designios	 del	 destino?	 Dejé	 la	 torre	 y	 vine	 a	 toda	 prisa,	 pero	 os	 ruego	 que	 me
perdonéis	por	la	tardanza…
—Por	 supuesto	 —dijo	 Dumbledore,	 parpadeando—.	 Permíteme	 que	 te	 acerque
una	silla…
E	hizo,	con	la	varita,	que	por	el	aire	se	acercara	una	silla	que	dio	unas	vueltas
antes	de	caer	ruidosamente	entre	los	profesores	Snape	y	McGonagall.	La	profesora
Trelawney,	sin	embargo,	no	se	sentó.	Sus	enormes	ojos	habían	vagado	por	toda	la
mesa	y	de	pronto	dio	un	leve	grito.
—¡No	 me	 atrevo,	 señor	 director!	 ¡Si	 me	 siento,	 seremos	 trece!	 ¡Nada	 da	 peor
suerte!	¡No	olvidéis	nunca	que	cuando	trece	comen	juntos,	el	primero	en	levantarse
es	el	primero	en	morir!
—Nos	arriesgaremos,	Sybill	—dijo	impaciente	la	profesora	McGonagall—.	Por
favor,	siéntate.	El	pavo	se	enfría.
La	 profesora	 Trelawney	 dudó.	 Luego	 se	 sentó	 en	 la	 silla	 vacía	 con	 los	 ojos
cerrados	y	la	boca	muy	apretada,	como	esperando	que	un	rayo	cayera	en	la	mesa.	La
profesora	McGonagall	introdujo	un	cucharón	en	la	fuente	más	próxima.
—¿Quieres	callos,	Sybill?
La	profesora	Trelawney	no	le	hizo	caso.	Volvió	a	abrir	los	ojos,	echó	un	vistazo	a
su	alrededor	y	dijo:
—Pero	¿dónde	está	mi	querido	profesor	Lupin?
—Me	temo	que	ha	sufrido	una	recaída	—dijo	Dumbledore,	animando	a	todos	a
que	se	sirvieran—.	Es	una	pena	que	haya	ocurrido	el	día	de	Navidad.
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—Pero	seguro	que	ya	lo	sabías,	Sybill.
La	profesora	Trelawney	dirigió	una	mirada	gélida	a	la	profesora	McGonagall.
—Por	 supuesto	 que	 lo	 sabía,	 Minerva	 —dijo	 en	 voz	 baja—.	 Pero	 no	 quiero
alardear	de	saberlo	todo.	A	menudo	obro	como	si	no	estuviera	en	posesión	del	ojo
interior,	para	no	poner	nerviosos	a	los	demás.
—Eso	explica	muchas	cosas	—respondió	la	profesora	McGonagall.
La	profesora	Trelawney	elevó	la	voz:
—Si	 te	 interesa	 saberlo,	 he	 visto	 que	 el	 profesor	 Lupin	 nos	 dejará	 pronto.	 Él
mismo	 parece	 comprender	 que	 le	 queda	 poco	 tiempo.	 Cuando	 me	 ofrecí	 a	 ver	 su
destino	en	la	bola	de	cristal,	huyó.
—Me	lo	imagino.
—Dudo	—observó	Dumbledore,	con	una	voz	alegre	pero	fuerte	que	puso	fin	a	la
conversación	entre	las	profesoras	McGonagall	y	Trelawney—	que	el	profesor	Lupin
esté	en	peligro	inminente.	Severus,	¿has	vuelto	a	hacerle	la	poción?
—Sí,	señor	director	—dijo	Snape.
—Bien	—dijo	Dumbledore—.	Entonces	se	levantará	y	dará	una	vuelta	por	ahí	en
cualquier	momento.	Derek,	¿has	probado	las	salchichas?	Son	estupendas.
El	 muchacho	 de	 primer	 curso	 enrojeció	 intensamente	 porque	 Dumbledore	 se
había	 dirigido	 directamente	 a	 él,	 y	 cogió	 la	 fuente	 de	 salchichas	 con	 manos
temblorosas.
La	profesora	Trelawney	se	comportó	casi	con	normalidad	hasta	que,	dos	horas
después,	terminó	la	comida.	Atiborrados	con	el	banquete	y	tocados	con	los	gorros	que
habían	salido	de	los	cohetes	sorpresa,	Harry	y	Ron	fueron	los	primeros	en	levantarse
de	la	mesa,	y	la	profesora	dio	un	grito.
—¡Queridos	míos!	¿Quién	de	los	dos	se	ha	levantado	primero?	¿Quién?
—No	sé	—dijo	Ron,	mirando	a	Harry	con	inquietud.
—Dudo	que	haya	mucha	diferencia	—dijo	la	profesora	McGonagall	fríamente—.
A	menos	que	un	loco	con	un	hacha	esté	esperando	en	la	puerta	para	matar	al	primero
que	salga	al	vestíbulo.
Incluso	Ron	se	rió.	La	profesora	Trelawney	se	molestó.
—¿Vienes?	—dijo	Harry	a	Hermione.
—No	—contestó	Hermione—.	Tengo	que	hablar	con	la	profesora	McGonagall.
—Probablemente	para	saber	si	puede	darnos	más	clases	—bostezó	Ron	yendo	al
vestíbulo,	donde	no	había	ningún	loco	con	un	hacha.
Cuando	llegaron	al	agujero	del	cuadro,	se	encontraron	a	sir	Cadogan	celebrando
la	Navidad	con	un	par	de	monjes,	antiguos	directores	de	Hogwarts,	y	con	su	robusto
caballo.	Se	levantó	la	visera	de	la	celada	y	les	ofreció	un	brindis	con	una	jarra	de
hidromiel.
—¡Felices,	hip,	Pascuas!	¿La	contraseña?
—«Vil	bellaco»	—dijo	Ron.
—¡Lo	mismo	que	vos,	señor!	—exclamó	sir	Cadogan,	al	mismo	tiempo	que	el
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cuadro	se	abría	hacia	delante	para	dejarles	paso.
Harry	 fue	 directamente	 al	 dormitorio,	 cogió	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 y	 el	 equipo	 de
mantenimiento	 de	 escobas	 mágicas	 que	 Hermione	 le	 había	 regalado	 para	 su
cumpleaños,	bajó	con	todo	y	se	puso	a	mirar	si	podía	hacerle	algo	a	la	escoba;	pero
no	había	ramitas	torcidas	que	cortar	y	el	palo	estaba	ya	tan	brillante	que	resultaba
inútil	querer	sacarle	más	brillo.	Él	y	Ron	se	limitaron	a	sentarse	y	a	admirarla	desde
cada	 ángulo	 hasta	 que	 el	 agujero	 del	 retrato	 se	 abrió	 y	 Hermione	 apareció
acompañada	por	la	profesora	McGonagall.
Aunque	la	profesora	McGonagall	era	la	jefa	de	la	casa	de	Gryffindor,	Harry	sólo
la	había	visto	en	la	sala	común	en	una	ocasión	y	para	anunciar	algo	muy	grave.	Él	y
Ron	la	miraron	mientras	sostenían	la	Saeta	de	Fuego.	Hermione	pasó	por	su	lado,	se
sentó,	cogió	el	primer	libro	que	encontró	y	ocultó	la	cara	tras	él.
—Conque	 es	 eso	 —dijo	 la	 profesora	 McGonagall	 con	 los	 ojos	 muy	 abiertos,
acercándose	a	la	chimenea	y	examinando	la	Saeta	de	Fuego—.	La	señorita	Granger
me	acaba	de	decir	que	te	han	enviado	una	escoba,	Potter.
Harry	y	Ron	se	volvieron	hacia	Hermione.	Podían	verle	la	frente	colorada	por
encima	del	libro,	que	estaba	del	revés.
—¿Puedo?	—pidió	la	profesora	McGonagall.	Pero	no	aguardó	a	la	respuesta	y	les
quitó	de	las	manos	la	Saeta	de	Fuego.	La	examinó	detenidamente,	de	un	extremo	a
otro—.	Humm…	¿y	no	venía	con	ninguna	nota,	Potter?	¿Ninguna	tarjeta?	¿Ningún
mensaje	de	ningún	tipo?
—Nada	—respondió	Harry,	como	si	no	comprendiera.
—Ya	veo…	—dijo	la	profesora	McGonagall—.	Me	temo	que	me	la	tendré	que
llevar,	Potter.
—¿Qué?,	¿qué?	—dijo	Harry,	poniéndose	de	pie	de	pronto—.	¿Por	qué?
—Tendremos	 que	 examinarla	 para	 comprobar	 que	 no	 tiene	 ningún	 hechizo	 —
explicó	la	profesora	McGonagall—.	Por	supuesto,	no	soy	una	experta,	pero	seguro
que	la	señora	Hooch	y	el	profesor	Flitwick	la	desmontarán.
—¿Desmontarla?	—repitió	Ron,	como	si	la	profesora	McGonagall	estuviera	loca.
—Tardaremos	 sólo	 unas	 semanas	 —aclaró	 la	 profesora	 McGonagall—.	 Te	 la
devolveremos	cuando	estemos	seguros	de	que	no	está	embrujada.
—No	 tiene	 nada	 malo	 —dijo	 Harry.	 La	 voz	 le	 temblaba—.	 Francamente,
profesora…
—Eso	no	lo	sabes	—observó	la	profesora	McGonagall	con	total	amabilidad—,	no
lo	podrás	saber	hasta	que	hayas	volado	en	ella,	por	lo	menos.	Y	me	temo	que	eso	será
imposible	 hasta	 que	 estemos	 seguros	 de	 que	 no	 se	 ha	 manipulado.	 Te	 tendré
informado.
La	profesora	McGonagall	dio	media	vuelta	y	salió	con	la	Saeta	de	Fuego	por	el
retrato,	que	se	cerró	tras	ella.
Harry	se	quedó	mirándola,	con	la	lata	de	pulimento	aún	en	la	mano.	Ron	se	volvió
hacia	Hermione.
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—¿Por	qué	has	ido	corriendo	a	la	profesora	McGonagall?
Hermione	dejó	el	libro	a	un	lado.	Seguía	con	la	cara	colorada.	Pero	se	levantó	y
se	enfrentó	a	Ron	con	actitud	desafiante:
—Porque	 pensé	 (y	 la	 profesora	 McGonagall	 está	 de	 acuerdo	 conmigo)	 que	 la
escoba	podía	habérsela	enviado	Sirius	Black.
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H
CAPÍTULO	12
El	patronus
ARRY	 sabía	 que	 la	 intención	 de	 Hermione	 había	 sido	 buena,	 pero	 eso	 no	 le
impidió	enfadarse	con	ella.	Había	sido	propietario	de	la	mejor	escoba	del	mundo
durante	unas	horas	y,	por	culpa	de	Hermione,	ya	no	sabía	si	la	volvería	a	ver.	Estaba
seguro	 de	 que	 no	 le	 ocurría	 nada	 a	 la	 Saeta	 de	 Fuego,	 pero	 ¿en	 qué	 estado	 se
encontraría	después	de	pasar	todas	las	pruebas	antihechizos?
Ron	también	estaba	enfadado	con	Hermione.	En	su	opinión,	desmontar	una	Saeta
de	Fuego	completamente	nueva	era	un	crimen.	Hermione,	que	seguía	convencida	de
que	 había	 hecho	 lo	 que	 debía,	 comenzó	 a	 evitar	 la	 sala	 común.	 Harry	 y	 Ron
supusieron	que	se	había	refugiado	en	la	biblioteca	y	no	intentaron	persuadirla	de	que
saliera	de	allí.	Se	alegraron	de	que	el	resto	del	colegio	regresara	poco	después	de	Año
Nuevo	y	la	torre	de	Gryffindor	volviera	a	estar	abarrotada	de	gente	y	de	bullicio.
Wood	buscó	a	Harry	la	noche	anterior	al	comienzo	de	las	clases.
—¿Qué	tal	las	Navidades?	—preguntó.	Y	luego,	sin	esperar	respuesta,	se	sentó,
bajó	la	voz	y	dijo—:	He	estado	meditando	durante	las	vacaciones,	Harry.	Después	del
partido,	¿sabes?	Si	los	dementores	acuden	al	siguiente…	no	nos	podemos	permitir
que	tú…	bueno…
Wood	se	quedó	callado,	con	cara	de	sentirse	incómodo.
—Estoy	 trabajando	 en	 ello	 —dijo	 Harry	 rápidamente—.	 El	 profesor	 Lupin	 me
dijo	que	me	daría	unas	clases	para	ahuyentar	a	los	dementores.	Comenzaremos	esta
semana.	Dijo	que	después	de	Navidades	estaría	menos	atareado.
—Ya	—dijo	Wood.	Su	rostro	se	animó—.	Bueno,	en	ese	caso…	Realmente	no
quería	perderte	como	buscador,	Harry.	¿Has	comprado	ya	otra	escoba?
—No	—contestó	Harry.
—¿Cómo?	Pues	será	mejor	que	te	des	prisa.	No	puedes	montar	en	esa	Estrella
Fugaz	en	el	partido	contra	Ravenclaw.
—Le	regalaron	una	Saeta	de	Fuego	en	Navidad	—dijo	Ron.
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—¿Una	Saeta	de	Fuego?	¡No!	¿En	serio?	¿Una	Saeta	de	Fuego	de	verdad?
—No	te	emociones,	Oliver	—dijo	Harry	con	tristeza—.	Ya	no	la	tengo.	Me	la
confiscaron.	 —Y	 explicó	 que	 estaban	 revisando	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 en	 aquellos
instantes.
—¿Hechizada?	¿Por	qué	podría	estar	hechizada?
—Sirius	Black	—explicó	Harry	sin	entusiasmo—.	Parece	que	va	detrás	de	mí.
Así	que	McGonagall	piensa	que	él	me	la	podría	haber	enviado.
Desechando	la	idea	de	que	un	famoso	asesino	estuviera	interesado	por	la	vida	de
su	buscador,	Wood	dijo:
—¡Pero	Black	no	podría	haber	comprado	una	Saeta	de	Fuego!	Es	un	fugitivo.
Todo	 el	 país	 lo	 está	 buscando.	 ¿Cómo	 podría	 entrar	 en	 la	 tienda	 de	 Artículos	 de
Calidad	para	el	Juego	del	Quidditch	y	comprar	una	escoba?
—Ya	lo	sé.	Pero	aun	así,	McGonagall	quiere	desmontarla.
Wood	se	puso	pálido.
—Iré	a	hablar	con	ella,	Harry	—le	prometió—.	La	haré	entrar	en	razón…	Una
Saeta	de	Fuego…	¡una	auténtica	Saeta	de	Fuego	en	nuestro	equipo!	Ella	tiene	tantos
deseos	 como	 nosotros	 de	 que	 gane	 Gryffindor…	 La	 haré	 entrar	 en	 razón…	 ¡Una
Saeta	de	Fuego…!
Las	clases	comenzaron	al	día	siguiente.	Lo	último	que	deseaba	nadie	una	mañana	de
enero	era	pasar	dos	horas	en	una	fila	en	el	patio,	pero	Hagrid	había	encendido	una
hoguera	de	salamandras,	para	su	propio	disfrute,	y	pasaron	una	clase	inusualmente
agradable	recogiendo	leña	seca	y	hojarasca	para	mantener	vivo	el	fuego,	mientras	las
salamandras,	a	las	que	les	gustaban	las	llamas,	correteaban	de	un	lado	para	otro	de	los
troncos	incandescentes	que	se	iban	desmoronando.	La	primera	clase	de	Adivinación
del	nuevo	trimestre	fue	mucho	menos	divertida.	La	profesora	Trelawney	les	enseñaba
ahora	quiromancia	y	se	apresuró	a	informar	a	Harry	de	que	tenía	la	línea	de	la	vida
más	corta	que	había	visto	nunca.
A	la	que	Harry	tenía	más	ganas	de	acudir	era	a	la	clase	de	Defensa	Contra	las
Artes	 Oscuras.	 Después	 de	 la	 conversación	 con	 Wood,	 quería	 comenzar	 las	 clases
contra	los	dementores	tan	pronto	como	fuera	posible.
—Ah,	sí	—dijo	Lupin,	cuando	Harry	le	recordó	su	promesa	al	final	de	la	clase—.
Veamos…	¿qué	te	parece	el	jueves	a	las	ocho	de	la	tarde?	El	aula	de	Historia	de	la
Magia	 será	 bastante	 grande…	 Tendré	 que	 pensar	 detenidamente	 en	 esto…	 No
podemos	traer	a	un	dementor	de	verdad	al	castillo	para	practicar…
—Aún	 parece	 enfermo,	 ¿verdad?	 —dijo	 Ron	 por	 el	 pasillo,	 camino	 del	 Gran
Comedor—.	¿Qué	crees	que	le	pasa?
Oyeron	 un	 «chist»	 de	 impaciencia	 detrás	 de	 ellos.	 Era	 Hermione,	 que	 había
estado	sentada	a	los	pies	de	una	armadura,	ordenando	la	mochila,	tan	llena	de	libros
que	no	se	cerraba.
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—¿Por	qué	nos	chistas?	—le	preguntó	Ron	irritado.
—Por	nada	—dijo	Hermione	con	altivez,	echándose	la	mochila	al	hombro.
—Por	algo	será	—dijo	Ron—.	Dije	que	no	sabía	qué	le	ocurría	a	Lupin	y	tú…
—Bueno,	 ¿no	 es	 evidente?	 —dijo	 Hermione	 con	 una	 mirada	 de	 superioridad
exasperante.
—Si	no	nos	lo	quieres	decir,	no	lo	hagas	—dijo	Ron	con	brusquedad.
—Vale	—respondió	Hermione,	y	se	marchó	altivamente.
—No	lo	sabe	—dijo	Ron,	siguiéndola	con	los	ojos	y	resentido—.	Sólo	quiere	que
le	volvamos	a	hablar.
A	las	ocho	de	la	tarde	del	jueves,	Harry	salió	de	la	torre	de	Gryffindor	para	acudir	al
aula	de	Historia	de	la	Magia.	Cuando	llegó	estaba	a	oscuras	y	vacía,	pero	encendió
las	luces	con	la	varita	mágica	y	al	cabo	de	cinco	minutos	apareció	el	profesor	Lupin,
llevando	una	gran	caja	de	embalar	que	puso	encima	de	la	mesa	del	profesor	Binns.
—¿Qué	es?	—preguntó	Harry.
—Otro	boggart	—dijo	Lupin,	quitándose	la	capa—.	He	estado	buscando	por	el
castillo	desde	el	martes	y	he	tenido	la	suerte	de	encontrar	éste	escondido	dentro	del
archivador	del	señor	Filch.	Es	lo	más	parecido	que	podemos	encontrar	a	un	auténtico
dementor.	El	boggart	se	convertirá	en	dementor	cuando	te	vea,	de	forma	que	podrás
practicar	con	él.	Puedo	guardarlo	en	mi	despacho	cuando	no	lo	utilicemos,	bajo	mi
mesa	hay	un	armario	que	le	gustará.
—De	acuerdo	—dijo	Harry,	haciendo	como	que	no	era	aprensivo	y	satisfecho	de
que	Lupin	hubiera	encontrado	un	sustituto	de	un	dementor	de	verdad.
—Así	 pues…	 —el	 profesor	 Lupin	 sacó	 su	 varita	 mágica	 e	 indicó	 a	 Harry	 que
hiciera	lo	mismo—.	El	hechizo	que	trataré	de	enseñarte	es	magia	muy	avanzada…
Bueno,	muy	por	encima	del	Nivel	Corriente	de	Embrujo.	Se	llama	«encantamiento
patronus».
—¿Cómo	es?	—preguntó	Harry,	nervioso.
—Bueno,	cuando	sale	bien	invoca	a	un	patronus	para	que	se	aparezca	—explicó
Lupin—	y	que	es	una	especie	de	antidementor,	un	guardián	que	hace	de	escudo	entre
el	dementor	y	tú.
Harry	 se	 imaginó	 de	 pronto	 agachado	 tras	 alguien	 del	 tamaño	 de	 Hagrid	 que
empuñaba	una	porra	gigantesca.	El	profesor	Lupin	continuó:
—El	patronus	es	una	especie	de	fuerza	positiva,	una	proyección	de	las	mismas
cosas	de	las	que	el	dementor	se	alimenta:	esperanza,	alegría,	deseo	de	vivir…	y	no
puede	sentir	desesperación	como	los	seres	humanos,	de	forma	que	los	dementores	no
lo	pueden	herir.	Pero	tengo	que	advertirte,	Harry,	de	que	el	hechizo	podría	resultarte
excesivamente	avanzado.	Muchos	magos	cualificados	tienen	dificultades	con	él.
—¿Qué	aspecto	tiene	un	patronus?	—dijo	Harry	con	curiosidad.
—Es	según	el	mago	que	lo	invoca.
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—¿Y	cómo	se	invoca?
—Con	 un	 encantamiento	 que	 sólo	 funcionará	 si	 te	 concentras	 con	 todas	 tus
fuerzas	en	un	solo	recuerdo	de	mucha	alegría.
Harry	intentó	recordar	algo	alegre.	Desde	luego,	nada	de	lo	que	le	había	ocurrido
en	casa	de	los	Dursley	le	serviría.	Al	final	recordó	el	instante	en	que	por	primera	vez
montó	en	una	escoba.
—Ya	 —dijo,	 intentando	 recordar	 lo	 más	 exactamente	 posible	 la	 maravillosa
sensación	de	vértigo	que	había	notado	en	el	estómago.
—El	encantamiento	es	así	—Lupin	se	aclaró	la	garganta—:	¡Expecto	patronum!
—¡Expecto	patronum!	—repitió	Harry	entre	dientes—.	¡Expecto	patronum!
—¿Te	estás	concentrando	con	fuerza	en	el	recuerdo	feliz?
—Sí…	 —contestó	 Harry,	 obligando	 a	 su	 mente	 a	 que	 retrocediese	 hasta	 aquel
primer	 viaje	 en	 escoba—.	 Expecto	 patrono,	 no,	 patronum…	 perdón…	 ¡Expecto
patronum!	¡Expecto	patronum!
De	repente,	como	un	chorro,	surgió	algo	del	extremo	de	su	varita.	Era	como	un
gas	plateado.
—¿Lo	ha	visto?	—preguntó	Harry	entusiasmado—.	¡Algo	ha	ocurrido!
—Muy	bien	—dijo	Lupin	sonriendo—.	Bien,	entonces…	¿estás	preparado	para
probarlo	en	un	dementor?
—Sí	—dijo	Harry,	empuñando	la	varita	con	fuerza	y	yendo	hasta	el	centro	del
aula	vacía.	Intentó	mantener	su	pensamiento	en	el	vuelo	con	la	escoba,	pero	en	su
mente	 había	 otra	 cosa	 que	 trataba	 de	 introducirse…	 Tal	 vez	 en	 cualquier	 instante
volviera	a	oír	a	su	madre…	Pero	no	debía	pensar	en	ello	o	volvería	a	oírla	realmente,
y	no	quería…	¿o	sí	quería?
Lupin	cogió	la	tapa	de	la	caja	de	embalaje	y	tiró	de	ella.	Un	dementor	se	elevó
despacio	de	la	caja,	volviendo	hacia	Harry	su	rostro	encapuchado.	Una	mano	viscosa
y	llena	de	pústulas	sujetaba	la	capa.
Las	luces	que	había	en	el	aula	parpadearon	hasta	apagarse.	El	dementor	salió	de	la
caja	 y	 se	 dirigió	 silenciosamente	 hacia	 Harry,	 exhalando	 un	 aliento	 profundo	 y
vibrante.	Una	ola	de	intenso	frío	se	extendió	sobre	él.
—¡Expecto	patronum!	—gritó	Harry—.	¡Expecto	patronum!	¡Expecto…!
Pero	el	aula	y	el	dementor	desaparecían.	Harry	cayó	de	nuevo	a	través	de	una
niebla	blanca	y	espesa,	y	la	voz	de	su	madre	resonó	en	su	cabeza,	más	fuerte	que
nunca…
—¡A	Harry	no!	¡A	Harry	no!	Por	favor…	haré	cualquier	cosa…
—A	un	lado…	hazte	a	un	lado,	muchacha…
—¡Harry!
Harry	volvió	de	pronto	a	la	realidad.	Estaba	boca	arriba,	tendido	en	el	suelo.	Las
luces	del	aula	habían	vuelto	a	encenderse.	No	necesitó	preguntar	qué	era	lo	que	había
ocurrido.
—Lo	siento	—musitó,	incorporándose	y	notando	un	sudor	frío	que	le	corría	por
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detrás	de	las	gafas.
—¿Te	encuentras	bien?	—le	preguntó	Lupin.
—Sí…
Para	levantarse,	Harry	se	apoyó	primero	en	un	pupitre	y	luego	en	Lupin.
—Toma.	 —Lupin	 le	 ofreció	 una	 rana	 de	 chocolate—.	 Cómetela	 antes	 de	 que
volvamos	a	intentarlo.	No	esperaba	que	lo	consiguieras	la	primera	vez.	Me	habría
impresionado	mucho	que	lo	hubieras	hecho.
—Cada	vez	es	peor	—musitó	Harry,	mordiendo	la	cabeza	de	la	rana—.	Esta	vez
la	he	oído	más	alto	aún.	Y	a	él…	a	Voldemort…
Lupin	estaba	más	pálido	de	lo	habitual.
—Harry,	si	no	quieres	continuar,	lo	comprenderé	perfectamente…
—¡Sí	quiero!	—dijo	Harry	con	energía,	metiéndose	en	la	boca	el	resto	de	la	rana
—.	 ¡Tengo	 que	 hacerlo!	 ¿Y	 si	 los	 dementores	 vuelven	 a	 presentarse	 en	 el	 partido
contra	 Ravenclaw?	 No	 puedo	 caer	 de	 nuevo.	 ¡Si	 perdemos	 este	 partido,	 habremos
perdido	la	copa	de	quidditch!
—De	 acuerdo,	 entonces…	 —dijo	 Lupin—.	 Tal	 vez	 quieras	 seleccionar	 otro
recuerdo	 feliz.	 Quiero	 decir,	 para	 concentrarte.	 Ése	 no	 parece	 haber	 sido	 bastante
poderoso…
Harry	pensó	intensamente	y	recordó	que	se	había	sentido	muy	contento	cuando,	el
año	 anterior,	 Gryffindor	 había	 ganado	 la	 Copa	 de	 las	 Casas.	 Empuñó	 otra	 vez	 la
varita	mágica	y	volvió	a	su	puesto	en	mitad	del	aula.
—¿Preparado?	—preguntó	Lupin,	cogiendo	la	tapa	de	la	caja.
—Preparado	—dijo	Harry,	haciendo	un	gran	esfuerzo	por	llenarse	la	cabeza	de
pensamientos	alegres	sobre	la	victoria	de	Gryffindor,	y	no	con	pensamientos	oscuros
sobre	lo	que	iba	a	ocurrir	cuando	la	caja	se	abriera.
—¡Ya!	—dijo	Lupin,	levantando	la	tapa.
El	 aula	 volvió	 a	 enfriarse	 y	 a	 quedarse	 a	 oscuras.	 El	 dementor	 avanzó	 con	 su
violenta	respiración,	abriendo	una	mano	putrefacta	en	dirección	a	Harry.
—¡Expecto	patronum!	—gritó	Harry—.	¡Expecto	patronum!	¡Expecto	pat…!
Una	niebla	blanca	le	oscureció	el	sentido.	En	torno	a	él	se	movieron	unas	formas
grandes	y	borrosas…	Luego	oyó	una	voz	nueva,	de	hombre,	que	gritaba	aterrorizado:
—¡Lily,	coge	a	Harry	y	vete!	¡Es	él!	¡Vete!	¡Corre!	Yo	lo	detendré.
El	ruido	de	alguien	dentro	de	una	habitación,	una	puerta	que	se	abría	de	golpe,
una	carcajada	estridente.
—¡Harry!	Harry,	despierta…
Lupin	le	abofeteaba	las	mejillas.	Esta	vez	le	costó	un	minuto	comprender	por	qué
estaba	tendido	en	el	suelo	polvoriento	del	aula.
—He	oído	a	mi	padre	—balbuceó	Harry—.	Es	la	primera	vez	que	lo	oigo.	Quería
enfrentarse	a	Voldemort	para	que	a	mi	madre	le	diera	tiempo	de	escapar.
Harry	notó	que	en	su	rostro	había	lágrimas	mezcladas	con	el	sudor.	Bajó	la	cabeza
todo	lo	que	pudo	para	limpiarse	las	lágrimas	con	la	túnica,	haciendo	como	que	se
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ataba	el	cordón	del	zapato,	para	que	Lupin	no	se	diera	cuenta	de	que	había	llorado.
—¿Has	oído	a	James?	—preguntó	Lupin	con	voz	extraña.
—Sí…	—Con	la	cara	ya	seca,	volvió	a	levantar	la	vista—.	¿Por	qué?	Usted	no
conocía	a	mi	padre,	¿o	sí?
—Lo…	lo	conocí,	sí	—contestó	Lupin—.	Fuimos	amigos	en	Hogwarts.	Escucha,
Harry.	 Tal	 vez	 deberíamos	 dejarlo	 por	 hoy.	 Este	 encantamiento	 es	 demasiado
avanzado…	No	debería	haberte	puesto	en	este	trance…
—No	—repuso	Harry.	Se	volvió	a	levantar—.	¡Lo	volveré	a	intentar!	No	pienso
en	cosas	bastante	alegres,	por	eso…	¡espere!
Hizo	un	gran	esfuerzo	para	pensar.	Un	recuerdo	muy	feliz…,	un	recuerdo	que
pudiera	transformarse	en	un	patronus	bueno	y	fuerte…
¡El	momento	en	que	se	enteró	de	que	era	un	mago	y	de	que	tenía	que	dejar	la	casa
de	los	Dursley	para	ir	a	Hogwarts!	Si	eso	no	era	un	recuerdo	feliz,	entonces	no	sabía
qué	 podía	 serlo.	 Concentrado	 en	 los	 sentimientos	 que	 lo	 habían	 embargado	 al
enterarse	de	que	se	iría	de	Privet	Drive,	Harry	se	levantó	y	se	puso	de	nuevo	frente	a
la	caja	de	embalaje.
—¿Preparado?	—dijo	Lupin,	como	si	fuera	a	obrar	en	contra	de	su	criterio—.	¿Te
estás	concentrando	bien?	De	acuerdo.	¡Ya!
Levantó	la	tapa	de	la	caja	por	tercera	vez	y	el	dementor	volvió	a	salir	de	ella.	El
aula	volvió	a	enfriarse	y	a	oscurecerse.
—¡EXPECTO	PATRONUM!	—gritó	Harry—.	¡EXPECTO	PATRONUM!	¡EXPECTO	PATRONUM!
De	nuevo	comenzaron	los	gritos	en	la	mente	de	Harry,	salvo	que	esta	vez	sonaban
como	si	procedieran	de	una	radio	mal	sintonizada.	El	sonido	bajó,	subió	y	volvió	a
bajar…	Todavía	seguía	viendo	al	dementor.	Se	había	detenido…	Y	luego,	una	enorme
sombra	plateada	salió	con	fuerza	del	extremo	de	la	varita	de	Harry	y	se	mantuvo	entre
él	y	el	dementor,	y	aunque	Harry	sentía	sus	piernas	como	de	mantequilla,	seguía	de
pie,	sin	saber	cuánto	tiempo	podría	aguantar.
—¡Riddíkulo!	—gritó	Lupin,	saltando	hacia	delante.
Se	 oyó	 un	 fuerte	 crujido	 y	 el	 nebuloso	 patronus	 se	 desvaneció	 junto	 con	 el
dementor.	Harry	se	derrumbó	en	una	silla,	con	las	piernas	temblando,	tan	cansado
como	si	acabara	de	correr	varios	kilómetros.	Por	el	rabillo	del	ojo	vio	al	profesor
Lupin	 obligando	 con	 la	 varita	 al	 boggart	 a	 volver	 a	 la	 caja	 de	 embalaje.	 Se	 había
vuelto	a	convertir	en	una	esfera	plateada.
—¡Estupendo!	 —dijo	 Lupin,	 yendo	 hacia	 donde	 estaba	 Harry	 sentado—.
¡Estupendo,	Harry!	Ha	sido	un	buen	principio.
—¿Podemos	volver	a	probar?	Sólo	una	vez	más.
—Ahora	no	—dijo	Lupin	con	firmeza—.	Ya	has	tenido	bastante	por	una	noche.
Ten…
Ofreció	a	Harry	una	tableta	del	mejor	chocolate	de	Honeydukes.
—Cómetelo	 todo	 o	 la	 señora	 Pomfrey	 me	 matará.	 ¿El	 jueves	 que	 viene	 a	 la
misma	hora?
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—Vale	—dijo	Harry.	Dio	un	mordisco	al	chocolate	y	vio	que	Lupin	apagaba	las
luces	que	se	habían	encendido	con	la	desaparición	del	dementor.	Se	le	acababa	de
ocurrir	 algo—:	 ¿Profesor	 Lupin?	 —preguntó—.	 Si	 conoció	 a	 mi	 padre,	 también
conocería	a	Sirius	Black.
Lupin	se	volvió	con	rapidez:
—¿Qué	te	hace	pensar	eso?	—dijo	severamente.
—Nada.	Quiero	decir…	me	he	enterado	de	que	eran	amigos	en	Hogwarts.
El	rostro	de	Lupin	se	calmó.
—Sí,	lo	conocí	—dijo	lacónicamente—.	O	creía	que	lo	conocía.	Será	mejor	que	te
vayas,	Harry.	Se	hace	tarde.
Harry	salió	del	aula,	atravesó	el	corredor,	dobló	una	esquina,	dio	un	rodeo	por
detrás	de	una	armadura	y	se	sentó	en	la	peana	para	terminar	el	chocolate,	lamentando
haber	mencionado	a	Black,	dado	que	a	Lupin,	obviamente,	no	le	había	hecho	gracia.
Luego	volvió	a	pensar	en	sus	padres.
Se	sentía	extrañamente	vacío,	a	pesar	de	haber	comido	tanto	chocolate.	Aunque
era	terrible	oír	dentro	de	su	cabeza	los	últimos	instantes	de	vida	de	sus	padres,	eran
las	únicas	ocasiones	en	que	había	oído	sus	voces,	desde	que	era	muy	pequeño.	Nunca
sería	capaz	de	crear	un	patronus	de	verdad	si	en	parte	deseaba	volver	a	oír	la	voz	de
sus	padres…
—Están	muertos	—se	dijo	con	firmeza—.	Están	muertos	y	volver	a	oír	el	eco	de
su	 voz	 no	 los	 traerá	 a	 la	 vida.	 Será	 mejor	 que	 me	 controle	 si	 quiero	 la	 copa	 de
quidditch.
Se	puso	en	pie,	se	metió	en	la	boca	el	último	pedazo	de	chocolate	y	volvió	hacia
la	torre	de	Gryffindor.
Ravenclaw	 jugó	 contra	 Slytherin	 una	 semana	 después	 del	 comienzo	 del	 trimestre.
Slytherin	 ganó,	 aunque	 por	 muy	 poco.	 Según	 Wood,	 eran	 buenas	 noticias	 para
Gryffindor,	que	se	colocaría	en	segundo	puesto	si	ganaba	también	a	Ravenclaw.	Por
lo	tanto,	aumentó	los	entrenamientos	a	cinco	por	semana.	Esto	significaba	que,	junto
con	 las	 clases	 antidementores	 de	 Lupin,	 que	 resultaban	 más	 agotadoras	 que	 seis
sesiones	de	entrenamiento	de	quidditch,	a	Harry	le	quedaba	tan	sólo	una	noche	a	la
semana	 para	 hacer	 todos	 los	 deberes.	 Aun	 así,	 no	 parecía	 tan	 agobiado	 como
Hermione,	 a	 la	 que	 le	 afectaba	 la	 inmensa	 cantidad	 de	 trabajo.	 Cada	 noche,	 sin
excepción,	veían	a	Hermione	en	un	rincón	de	la	sala	común,	con	varias	mesas	llenas
de	libros,	tablas	de	Aritmancia,	diccionarios	de	runas,	dibujos	de	muggles	levantando
objetos	pesados	y	carpetas	amontonadas	con	apuntes	extensísimos.	Apenas	hablaba
con	nadie	y	respondía	de	malos	modos	cuando	alguien	la	interrumpía.
—¿Cómo	 lo	 hará?	 —le	 preguntó	 Ron	 a	 Harry	 una	 tarde,	 mientras	 el	 segundo
terminaba	un	insoportable	trabajo	para	Snape	sobre	Venenos	indetectables.	Harry	alzó
la	vista.	A	Hermione	casi	no	se	la	veía	detrás	de	la	torre	de	libros.
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—¿Cómo	hará	qué?
—Ir	a	todas	las	clases	—dijo	Ron—.	Esta	mañana	la	oí	hablar	con	la	profesora
Vector,	la	bruja	que	da	Aritmancia.	Hablaban	de	la	clase	de	ayer.	Pero	Hermione	no
pudo	 ir,	 porque	 estaba	 con	 nosotros	 en	 Cuidado	 de	 Criaturas	 Mágicas.	 Y	 Ernie
McMillan	me	dijo	que	no	ha	faltado	nunca	a	una	clase	de	Estudios	Muggles.	Pero	la
mitad	de	esas	clases	coinciden	con	Adivinación	y	tampoco	ha	faltado	nunca	a	éstas.
Harry	 no	 tenía	 tiempo	 en	 aquel	 momento	 para	 indagar	 el	 misterio	 del	 horario
imposible	de	Hermione.	Tenía	que	seguir	con	el	trabajo	para	Snape.	Dos	segundos
más	tarde	volvió	a	ser	interrumpido,	esta	vez	por	Wood.
—Malas	noticias,	Harry.	Acabo	de	ver	a	la	profesora	McGonagall	por	lo	de	la
Saeta	de	Fuego.	Ella…	se	ha	puesto	algo	antipática	conmigo.	Me	ha	dicho	que	mis
prioridades	están	mal.	Piensa	que	me	preocupa	más	ganar	la	copa	que	tu	vida.	Sólo
porque	 le	 dije	 que	 no	 me	 importaba	 que	 la	 escoba	 te	 tirase	 al	 suelo,	 siempre	 que
cogieras	la	snitch.	—Wood	sacudió	la	cabeza	con	incredulidad—.	Realmente,	por	su
forma	 de	 gritarme…	 cualquiera	 habría	 pensado	 que	 le	 había	 dicho	 algo	 terrible.
Luego	le	pregunté	cuánto	tiempo	la	tendría	todavía.	—Hizo	una	mueca	e	imitó	la	voz
de	la	profesora	McGonagall—:	«El	tiempo	que	haga	falta,	Wood.»	Me	parece	que
tendrás	que	pedir	otra	escoba,	Harry.	Hay	un	cupón	de	pedido	en	la	última	página	de
El	mundo	de	la	escoba.	Podrías	comprar	una	Nimbus	2001	como	la	que	tiene	Malfoy.
—No	voy	a	comprar	nada	que	le	guste	a	Malfoy	—dijo	taxativamente.
Enero	dio	paso	a	febrero	sin	que	se	notara,	persistiendo	en	el	mismo	frío	glaciar.	El
partido	contra	Ravenclaw	se	aproximaba,	pero	Harry	seguía	sin	solicitar	otra	escoba.
Al	final	de	cada	clase	de	Transformaciones,	le	preguntaba	a	la	profesora	McGonagall
por	la	Saeta	de	Fuego,	mientras	Ron	esperaba	junto	a	él	y	Hermione	pasaba	a	toda
velocidad	por	su	lado,	con	la	cara	vuelta.
—No,	 Potter,	 todavía	 no	 te	 la	 podemos	 devolver	 —le	 dijo	 la	 profesora
McGonagall	el	duodécimo	día	de	interrogatorio,	antes	de	que	el	muchacho	hubiera
abierto	la	boca—.	Hemos	comprobado	la	mayoría	de	los	hechizos	más	habituales,
pero	el	profesor	Flitwick	cree	que	la	escoba	podría	tener	un	maleficio	para	derribar	al
que	la	monta.	En	cuanto	hayamos	terminado	las	comprobaciones,	te	lo	diré.	Ahora	te
ruego	que	dejes	de	darme	la	lata.
Para	empeorar	aún	más	las	cosas,	las	clases	antidementores	de	Harry	no	iban	tan
bien	como	esperaba,	ni	mucho	menos.	Después	de	varias	sesiones,	era	capaz	de	crear
una	sombra	poco	precisa	cada	vez	que	el	dementor	se	le	acercaba,	pero	su	patronus
era	demasiado	débil	para	ahuyentar	al	dementor.	Lo	único	que	hacía	era	mantenerse
en	el	aire	como	una	nube	semitransparente,	vaciando	de	energía	a	Harry	mientras	éste
se	 esforzaba	 por	 mantenerlo.	 Harry	 estaba	 enfadado	 consigo	 mismo.	 Se	 sentía
culpable	por	su	secreto	deseo	de	volver	a	oír	las	voces	de	sus	padres.
—Esperas	demasiado	de	ti	mismo	—le	dijo	severamente	el	profesor	Lupin	en	la
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cuarta	semana	de	prácticas—.	Para	un	brujo	de	trece	años,	incluso	un	patronus	como
éste	es	una	hazaña	enorme.	Ya	no	te	desmayas,	¿a	que	no?
—Creí	que	el	patronus	embestiría	contra	los	dementores	—dijo	Harry	desalentado
—,	que	los	haría	desaparecer…
—El	verdadero	patronus	los	hace	desaparecer	—contestó	Lupin—.	Pero	tú	has
logrado	 mucho	 en	 poco	 tiempo.	 Si	 los	 dementores	 hacen	 aparición	 en	 tu	 próximo
partido	de	quidditch,	serás	capaz	de	tenerlos	a	raya	el	tiempo	necesario	para	volver	al
juego.
—Usted	dijo	que	es	más	difícil	cuando	hay	muchos	—repuso	Harry.
—Tengo	total	confianza	en	ti	—aseguró	Lupin	sonriendo—.	Toma,	te	has	ganado
una	bebida.	Esto	es	de	Las	Tres	Escobas	y	supongo	que	no	lo	habrás	probado	antes…
Sacó	dos	botellas	de	su	maletín.
—¡Cerveza	de	mantequilla!	—exclamó	Harry	irreflexivamente—.	Sí,	me	encanta.
—Lupin	alzó	una	ceja—.	Bueno…	Ron	y	Hermione	me	trajeron	algunas	cosas	de
Hogsmeade	—mintió	Harry	a	toda	prisa.
—Ya	veo	—dijo	Lupin,	aunque	parecía	algo	suspicaz—.	Bien,	bebamos	por	la
victoria	de	Gryffindor	contra	Ravenclaw.	Aunque	en	teoría,	como	profesor	no	debo
tomar	partido	—añadió	inmediatamente.
Bebieron	en	silencio	la	cerveza	de	mantequilla,	hasta	que	Harry	mencionó	algo	en
lo	que	llevaba	algún	tiempo	meditando.
—¿Qué	hay	debajo	de	la	capucha	de	un	dementor?
El	profesor	Lupin,	pensativo,	dejó	la	botella.
—Humm…,	 bueno,	 los	 únicos	 que	 lo	 saben	 no	 pueden	 decirnos	 nada.	 El
dementor	sólo	se	baja	la	capucha	para	utilizar	su	última	arma.
—¿Cuál	es?
—Lo	llaman	«Beso	del	dementor»	—dijo	Lupin	con	una	amarga	sonrisa—.	Es	lo
que	 hacen	 los	 dementores	 a	 aquellos	 a	 los	 que	 quieren	 destruir	 completamente.
Supongo	que	tendrán	algo	parecido	a	una	boca,	porque	pegan	las	mandíbulas	a	la
boca	de	la	víctima	y…	le	sorben	el	alma.
Harry	escupió,	sin	querer,	un	poco	de	cerveza	de	mantequilla.
—¿Las	matan?
—No	—dijo	Lupin—.	Mucho	peor	que	eso.	Se	puede	vivir	sin	alma,	mientras
sigan	funcionando	el	cerebro	y	el	corazón.	Pero	no	se	puede	tener	conciencia	de	uno
mismo,	 ni	 memoria,	 ni	 nada.	 No	 hay	 ninguna	 posibilidad	 de	 recuperarse.	 Uno	 se
limita	a	existir.	Como	una	concha	vacía.	Sin	alma,	perdido	para	siempre.	—Lupin
bebió	otro	trago	de	cerveza	de	mantequilla	y	siguió	diciendo—:	Es	el	destino	que	le
espera	 a	 Sirius	 Black.	 Lo	 decía	 El	 Profeta	 esta	 mañana.	 El	 Ministerio	 ha	 dado
permiso	a	los	dementores	para	besarlo	cuando	lo	encuentren.
Harry	se	quedó	abstraído	unos	instantes,	pensando	en	la	posibilidad	de	sorber	el
alma	por	la	boca	de	una	persona.	Pero	luego	pensó	en	Black.
—Se	lo	merece	—dijo	de	pronto.
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—¿Eso	 piensas?	 —dijo,	 como	 sin	 darle	 importancia—.	 ¿De	 verdad	 crees	 que
alguien	se	merece	eso?
—Sí	—dijo	Harry	con	altivez—.	Por	varios	motivos.
Le	habría	gustado	hablar	con	Lupin	sobre	la	conversación	que	había	oído	en	Las
Tres	Escobas,	sobre	Black	traicionando	a	sus	padres,	aunque	aquello	habría	supuesto
revelar	 que	 había	 ido	 a	 Hogsmeade	 sin	 permiso.	 Y	 sabía	 que	 a	 Lupin	 no	 le	 haría
gracia.	De	forma	que	terminó	su	cerveza	de	mantequilla,	dio	a	Lupin	las	gracias	y
salió	del	aula	de	Historia	de	la	Magia.
Harry	casi	se	arrepentía	de	haberle	preguntado	qué	había	debajo	de	la	capucha	de
un	dementor.	La	respuesta	había	sido	tan	horrible	y	lo	había	sumido	hasta	tal	punto	en
horribles	pensamientos	sobre	almas	sorbidas	que	se	dio	de	bruces	con	la	profesora
McGonagall	mientras	subía	por	las	escaleras.
—Mira	por	dónde	vas,	Potter.
—Lo	siento,	profesora.
—Fui	a	buscarte	a	la	sala	común	de	Gryffindor.	Bueno,	aquí	la	tienes.	Hemos
hecho	todas	las	comprobaciones	y	parece	que	está	bien.	En	algún	lugar	tienes	un	buen
amigo,	Potter.
Harry	se	quedó	con	la	boca	abierta.	La	profesora	McGonagall	sostenía	su	Saeta
de	Fuego,	que	tenía	un	aspecto	tan	magnífico	como	siempre.
—¿Puedo	quedármela?	—dijo	Harry	con	voz	desmayada—.	¿De	verdad?
—De	 verdad	 —dijo	 sonriendo	 la	 profesora	 McGonagall—.	 Tendrás	 que
familiarizarte	 con	 ella	 antes	 del	 partido	 del	 sábado,	 ¿no?	 Haz	 todo	 lo	 posible	 por
ganar,	porque	si	no	quedaremos	eliminados	por	octavo	año	consecutivo,	como	me
acaba	de	recordar	muy	amablemente	el	profesor	Snape.
Harry	subió	por	las	escaleras	hacia	la	torre	de	Gryffindor,	sin	habla,	llevando	la
Saeta	de	Fuego.	Al	doblar	una	esquina,	vio	a	Ron,	que	se	precipitaba	hacia	él	con	una
sonrisa	de	oreja	a	oreja.
—¿Te	la	ha	dado?	¡Estupendo!	¿Me	dejarás	que	monte	en	ella?	¿Mañana?
—Sí,	 por	 supuesto	 —respondió	 Harry	 con	 un	 entusiasmo	 que	 no	 había
experimentado	desde	hacía	un	mes—.	Tendríamos	que	hacer	las	paces	con	Hermione.
Sólo	quería	ayudar…
—Sí,	de	acuerdo.	Está	en	la	sala	común,	trabajando,	para	variar.
Llegaron	 al	 corredor	 que	 llevaba	 a	 la	 torre	 de	 Gryffindor,	 y	 vieron	 a	 Neville
Longbottom	que	suplicaba	a	sir	Cadogan	que	lo	dejara	entrar.
—Las	escribí,	pero	se	me	deben	de	haber	caído	en	alguna	parte.
—¡Id	a	otro	con	ese	cuento!	—vociferaba	sir	Cadogan.	Luego,	viendo	a	Ron	y
Harry—:	¡Voto	a	bríos,	mis	valientes	y	jóvenes	vasallos!	¡Venid	a	atar	a	este	demente
que	trata	de	forzar	la	entrada!
—Cierra	la	boca	—dijo	Ron	al	llegar	junto	a	Neville.
—He	perdido	las	contraseñas	—les	confesó	Neville	abatido—.	Le	pedí	que	me
dijera	las	contraseñas	de	esta	semana,	porque	las	está	cambiando	continuamente,	y
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ahora	no	sé	dónde	las	tengo.
—«Rompetechos»	—dijo	Harry	a	sir	Cadogan,	que	parecía	muy	decepcionado	y
reacio	a	dejarlos	pasar.	Hubo	murmullos	repentinos	y	emocionados	cuando	todos	se
dieron	la	vuelta	y	rodearon	a	Harry	para	admirar	su	Saeta	de	Fuego.
—¿Cómo	la	has	conseguido,	Harry?
—¿Me	dejarás	dar	una	vuelta?
—¿Ya	la	has	probado,	Harry?
—Ravenclaw	no	tiene	nada	que	hacer.	Todos	van	montados	en	Barredoras	7.
—¿Puedo	cogerla,	Harry?
Después	de	unos	diez	minutos	en	que	la	Saeta	de	Fuego	fue	pasando	de	mano	en
mano	y	admirada	desde	cada	ángulo,	la	multitud	se	dispersó	y	Harry	y	Ron	pudieron
ver	a	Hermione,	la	única	que	no	había	corrido	hacia	ellos	y	había	seguido	estudiando.
Harry	y	Ron	se	acercaron	a	su	mesa	y	la	muchacha	levantó	la	vista.
—Me	la	han	devuelto	—le	dijo	Harry	sonriendo	y	levantando	la	Saeta	de	Fuego.
—¿Lo	ves,	Hermione?	¡No	había	nada	malo	en	ella!
—Bueno…	 Podía	 haberlo	 habido	 —repuso	 Hermione—.	 Por	 lo	 menos	 ahora
sabes	que	es	segura.
—Sí,	supongo	que	sí	—dijo	Harry—.	Será	mejor	que	la	deje	arriba.
—¡Yo	la	llevaré!	—se	ofreció	Ron	con	entusiasmo—.	Tengo	que	darle	a	Scabbers
el	tónico	para	ratas.
Cogió	la	Saeta	de	Fuego	y,	sujetándola	como	si	fuera	de	cristal,	la	subió	hasta	el
dormitorio	de	los	chicos.
—¿Me	puedo	sentar?	—preguntó	Harry	a	Hermione.
—Supongo	que	sí	—contestó	Hermione,	retirando	un	montón	de	pergaminos	que
había	sobre	la	silla.
Harry	echó	un	vistazo	a	la	mesa	abarrotada,	al	largo	trabajo	de	Aritmancia,	cuya
tinta	todavía	estaba	fresca,	al	todavía	más	largo	trabajo	para	la	asignatura	de	Estudios
Muggles	(«Explicad	por	qué	los	muggles	necesitan	la	electricidad»),	y	a	la	traducción
rúnica	en	que	Hermione	se	hallaba	enfrascada.
—¿Qué	tal	lo	llevas?	—preguntó	Harry.
—Bien.	Ya	sabes,	trabajando	duro	—respondió	Hermione.	Harry	vio	que	de	cerca
parecía	casi	tan	agotada	como	Lupin.
—¿Por	qué	no	dejas	un	par	de	asignaturas?	—preguntó	Harry,	viéndola	revolver
entre	libros	en	busca	del	diccionario	de	runas.
—¡No	podría!	—respondió	Hermione	escandalizada.
—La	 Aritmancia	 parece	 horrible	 —observó	 Harry,	 cogiendo	 una	 tabla	 de
números	particularmente	abstrusa.
—No,	 es	 maravillosa	 —dijo	 Hermione	 con	 sinceridad—.	 Es	 mi	 asignatura
favorita.	Es…
Pero	Harry	no	llegó	a	enterarse	de	qué	tenía	de	maravilloso	la	Aritmancia.	En
aquel	preciso	instante	resonó	un	grito	ahogado	en	la	escalera	de	los	chicos.	Todos	los
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de	la	sala	común	se	quedaron	en	silencio,	petrificados,	mirando	hacia	la	entrada.	Se
acercaban	 unos	 pasos	 apresurados	 que	 se	 oían	 cada	 vez	 más	 fuerte.	 Y	 entonces
apareció	Ron	arrastrando	una	sábana.
—¡MIRA!	 —gritó,	 acercándose	 a	 zancadas	 a	 la	 mesa	 de	 Hermione—.	 ¡MIRA!	 —
repitió,	sacudiendo	la	sábana	delante	de	su	cara.
—¿Qué	pasa,	Ron?
—¡SCABBERS!	¡MIRA!	¡SCABBERS!
Hermione	 se	 apartó	 de	 Ron,	 echándose	 hacia	 atrás,	 muy	 asombrada.	 Harry
observó	 la	 sábana	 que	 sostenía	 Ron.	 Había	 algo	 rojo	 en	 ella.	 Algo	 que	 se	 parecía
mucho	a…
—¡SANGRE!	—exclamó	Ron	en	medio	del	silencio—.	¡NO	 ESTÁ!	 ¿Y	 SABES	 LO	 QUE
HABÍA	EN	EL	SUELO?
—No,	no	—dijo	Hermione	con	voz	temblorosa.
Ron	 tiró	 algo	 encima	 de	 la	 traducción	 rúnica	 de	 Hermione.	 Ella	 y	 Harry	 se
inclinaron	 hacia	 delante.	 Sobre	 las	 inscripciones	 extrañas	 y	 espigadas	 había	 unos
pelos	de	gato,	largos	y	de	color	canela.
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P
CAPÍTULO	13
Gryffindor	contra	Ravenclaw
ARECÍA	el	fin	de	la	amistad	entre	Ron	y	Hermione.	Estaban	tan	enfadados	que
Harry	no	veía	ninguna	posibilidad	de	reconciliarlos.
A	Ron	le	enfurecía	que	Hermione	no	se	hubiera	tomado	en	ningún	momento	en
serio	 los	 esfuerzos	 de	 Crookshanks	 por	 comerse	 a	 Scabbers,	 que	 no	 se	 hubiera
preocupado	por	vigilarlo,	y	que	todavía	insistiera	en	la	inocencia	de	Crookshanks	y
en	que	Ron	tenía	que	buscar	a	Scabbers	debajo	de	las	camas.
Hermione,	en	tanto,	sostenía	con	encono	que	Ron	no	tenía	ninguna	prueba	de	que
Crookshanks	se	hubiera	comido	a	Scabbers,	que	los	pelos	canela	podían	encontrarse
allí	desde	Navidad	y	que	Ron	había	cogido	ojeriza	a	su	gato	desde	el	momento	en	que
éste	se	le	había	echado	a	la	cabeza	en	la	tienda	de	animales	mágicos.
En	cuanto	a	él,	Harry	estaba	convencido	de	que	Crookshanks	se	había	comido	a
Scabbers,	 y	 cuando	 intentó	 que	 Hermione	 comprendiera	 que	 todos	 los	 indicios
parecían	demostrarlo,	la	muchacha	se	enfadó	con	Harry	también.
—¡Ya	sabía	que	te	pondrías	de	parte	de	Ron!	—chilló	Hermione—.	Primero	la
Saeta	de	Fuego,	ahora	Scabbers,	todo	es	culpa	mía,	¿verdad?	Lo	único	que	te	pido,
Harry,	es	que	me	dejes	en	paz.	Tengo	mucho	que	hacer.
Ron	estaba	muy	afectado	por	la	pérdida	de	su	rata.
—Vamos,	Ron.	Siempre	te	quejabas	de	lo	aburrida	que	era	Scabbers	—dijo	Fred,
con	intención	de	animarlo—.	Y	además	llevaba	mucho	tiempo	descolorida.	Se	estaba
consumiendo.	Sin	duda	ha	sido	mejor	para	ella	morir	rápidamente.	Un	bocado…	y	no
se	dio	ni	cuenta.
—¡Fred!	—exclamó	Ginny	indignada.
—Lo	único	que	hacía	era	comer	y	dormir,	Ron.	Tú	también	lo	decías	—intervino
George.
—¡En	 una	 ocasión	 mordió	 a	 Goyle!	 —dijo	 Ron	 con	 tristeza—.	 ¿Te	 acuerdas,
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Harry?
—Sí,	es	verdad	—respondió	Harry.
—Fue	su	momento	grandioso	—comentó	Fred,	incapaz	de	contener	una	sonrisa
—.	 La	 cicatriz	 que	 tiene	 Goyle	 en	 el	 dedo	 quedará	 como	 un	 último	 tributo	 a	 su
memoria.	Venga,	Ron.	Vete	a	Hogsmeade	y	cómprate	otra	rata.	¿Para	qué	lamentarse
tanto?
En	un	desesperado	intento	de	animar	a	Ron,	Harry	lo	persuadió	de	que	acudiera	al
último	entrenamiento	del	equipo	de	Gryffindor	antes	del	partido	contra	Ravenclaw,	y
podría	dar	una	vuelta	en	la	Saeta	de	Fuego	cuando	hubieran	terminado.	Esto	alegró	a
Ron	durante	un	rato	(«¡Estupendo!,	¿podré	marcar	goles	montado	en	ella?»).	Así	que
se	encaminaron	juntos	hacia	el	campo	de	quidditch.
La	señora	Hooch,	que	seguía	supervisando	los	entrenamientos	de	Gryffindor	para
cuidar	 de	 Harry,	 estaba	 tan	 impresionada	 por	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 como	 todos	 los
demás.	La	tomó	en	sus	manos	antes	del	comienzo	y	les	dio	su	opinión	profesional.
—¡Mirad	qué	equilibrio!	Si	la	serie	Nimbus	tiene	un	defecto,	es	esa	tendencia	a
escorar	 hacia	 la	 cola.	 Cuando	 tienen	 ya	 unos	 años,	 desarrollan	 una	 resistencia	 al
avance.	 También	 han	 actualizado	 el	 palo,	 que	 es	 algo	 más	 delgado	 que	 el	 de	 las
Barredoras.	Me	recuerda	el	de	la	vieja	Flecha	Plateada.	Es	una	pena	que	dejaran	de
fabricarlas.	Yo	aprendí	a	volar	en	una	y	también	era	una	escoba	excelente…
Siguió	hablando	de	esta	manera	durante	un	rato,	hasta	que	Wood	dijo:
—Señora	Hooch,	¿le	puede	devolver	a	Harry	la	Saeta	de	Fuego?	Tenemos	que
entrenar.
—Sí,	 claro.	 Toma,	 Potter	 —dijo	 la	 señora	 Hooch—.	 Me	 sentaré	 aquí	 con
Weasley…
Ella	 y	 Ron	 abandonaron	 el	 campo	 y	 se	 sentaron	 en	 las	 gradas,	 y	 el	 equipo	 de
Gryffindor	rodeó	a	Wood	para	recibir	las	últimas	instrucciones	para	el	partido	del	día
siguiente.
—Harry,	acabo	de	enterarme	de	quién	será	el	buscador	de	Ravenclaw.	Es	Cho
Chang.	 Es	 una	 alumna	 de	 cuarto	 y	 es	 bastante	 buena.	 Yo	 esperaba	 que	 no	 se
encontrara	en	forma,	porque	ha	tenido	algunas	lesiones.	—Wood	frunció	el	entrecejo
para	expresar	su	disgusto	ante	la	total	recuperación	de	Cho	Chang,	y	luego	dijo—:
Por	otra	parte,	monta	una	Cometa	260,	que	al	lado	de	la	Saeta	de	Fuego	parece	un
juguete.	—Echó	a	la	escoba	una	mirada	de	ferviente	admiración	y	dijo—:	¡Vamos!
Y	por	fin	Harry	montó	en	la	Saeta	de	Fuego	y	se	elevó	del	suelo.
Era	mejor	de	lo	que	había	soñado.	La	Saeta	giraba	al	más	ligero	roce.	Parecía
obedecer	más	a	sus	pensamientos	que	a	sus	manos.	Corrió	por	el	terreno	de	juego	a
tal	velocidad	que	el	estadio	se	convirtió	en	una	mancha	verde	y	gris.	Harry	le	dio	un
viraje	tan	brusco	que	Alicia	Spinnet	profirió	un	grito.	A	continuación	descendió	en
picado	con	perfecto	control	y	rozó	el	césped	con	los	pies	antes	de	volver	a	elevarse
diez,	quince,	veinte	metros.
—¡Harry,	suelto	la	snitch!	—gritó	Wood.
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Harry	se	volvió	y	corrió	junto	a	una	bludger	hacia	la	portería.	La	adelantó	con
facilidad,	 vio	 la	 snitch	 que	 salía	 disparada	 por	 detrás	 de	 Wood	 y	 al	 cabo	 de	 diez
segundos	la	tenía	en	la	mano.
El	 equipo	 lo	 vitoreó	 entusiasmado.	 Harry	 soltó	 la	 snitch,	 le	 dio	 un	 minuto	 de
ventaja	y	se	lanzó	tras	ella	esquivando	al	resto	del	equipo.	La	localizó	cerca	de	una
rodilla	de	Katie	Bell,	dio	un	rodeo	y	volvió	a	atraparla.
Fue	 la	 mejor	 sesión	 de	 entrenamiento	 que	 habían	 tenido	 nunca.	 El	 equipo,
animado	por	la	presencia	de	la	Saeta	de	Fuego,	realizó	los	mejores	movimientos	de
forma	impecable,	y	cuando	descendieron,	Wood	no	tenía	una	sola	crítica	que	hacer,	lo
cual,	como	señaló	George	Weasley,	era	una	absoluta	novedad.
—No	 sé	 qué	 problema	 podríamos	 tener	 mañana	 —dijo	 Wood—.	 Tan	 sólo…
Harry,	has	resuelto	tu	problema	con	los	dementores,	¿verdad?
—Sí	—dijo	Harry,	pensando	en	su	débil	patronus	y	lamentando	que	no	fuera	más
fuerte.
—Los	dementores	no	volverán	a	aparecer,	Oliver.	Dumbledore	se	irritaría	—dijo
Fred	con	total	seguridad.
—Esperemos	que	no	—dijo	Wood—.	En	cualquier	caso,	todo	el	mundo	ha	hecho
un	buen	trabajo.	Ahora	volvamos	a	la	torre.	Hay	que	acostarse	temprano…
—Me	 voy	 a	 quedar	 un	 ratito.	 Ron	 quiere	 probar	 la	 Saeta	 —comentó	 Harry	 a
Wood.
Y	mientras	el	resto	del	equipo	se	encaminaba	a	los	vestuarios,	Harry	fue	hacia
Ron,	que	saltó	la	barrera	de	las	tribunas	y	se	dirigió	hacia	él.
La	señora	Hooch	se	había	quedado	dormida	en	el	asiento.
—Ten	—le	dijo	Harry	entregándole	la	Saeta	de	Fuego.
Ron	montó	en	la	escoba	con	cara	de	emoción	y	salió	zumbando	en	la	noche,	que
empezaba	a	caer,	mientras	Harry	paseaba	por	el	extremo	del	campo,	observándolo.
Cuando	la	señora	Hooch	despertó	sobresaltada	ya	era	completamente	de	noche.	Riñó
a	Harry	y	a	Ron	por	no	despertarla	y	los	obligó	a	volver	al	castillo.
Harry	 se	 echó	 al	 hombro	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 y	 los	 dos	 salieron	 del	 estadio	 a
oscuras,	comentando	el	suave	movimiento	de	la	Saeta,	su	formidable	aceleración	y	su
viraje	 milimétrico.	 Estaban	 a	 mitad	 de	 camino	 cuando	 Harry,	 al	 mirar	 hacia	 la
izquierda,	vio	algo	que	le	hizo	dar	un	brinco:	dos	ojos	que	brillaban	en	la	oscuridad.
Se	detuvo	en	seco.	El	corazón	le	latía	con	fuerza.
—¿Qué	ocurre?	—dijo	Ron.
Harry	señaló	hacia	los	ojos.	Ron	sacó	la	varita	y	musitó:
—¡Lumos!
Un	 rayo	 de	 luz	 se	 extendió	 sobre	 la	 hierba,	 llegó	 hasta	 la	 base	 de	 un	 árbol	 e
iluminó	sus	ramas.	Allí,	oculto	en	el	follaje,	estaba	Crookshanks.
—¡Sal	de	ahí!	—gritó	Ron,	agachándose	y	cogiendo	una	piedra	del	suelo.	Pero
antes	de	que	pudiera	hacer	nada,	Crookshanks	se	había	desvanecido	con	un	susurro
de	su	larga	cola	canela.
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—¿Lo	ves?	—dijo	Ron	furioso,	tirando	la	piedra	al	suelo—.	Aún	le	permite	andar
a	sus	anchas.	Seguramente	piensa	acompañar	los	restos	de	Scabbers	con	un	par	de
pájaros.
Harry	no	respondió.	Respiró	aliviado.	Durante	unos	segundos	había	creído	que
aquellos	 ojos	 eran	 los	 del	 Grim.	 Siguieron	 hacia	 el	 castillo.	 Avergonzado	 por	 su
instante	de	terror,	Harry	no	explicó	nada	a	su	amigo.	Tampoco	miró	a	derecha	ni	a
izquierda	hasta	que	llegaron	al	iluminado	vestíbulo.
•	•	•
Al	día	siguiente,	Harry	bajó	a	desayunar	con	los	demás	chicos	de	su	dormitorio,	que
por	 lo	 visto	 pensaban	 que	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 era	 merecedora	 de	 una	 especie	 de
guardia	de	honor.	Al	entrar	Harry	en	el	Gran	Comedor,	todos	se	volvieron	a	mirar	la
Saeta	de	Fuego,	murmurando	emocionados.	Harry	vio	con	satisfacción	que	los	del
equipo	de	Slytherin	estaban	atónitos.
—¿Le	has	visto	la	cara?	—le	preguntó	Ron	con	alegría,	volviéndose	para	mirar	a
Malfoy—.	¡No	se	lo	puede	creer!	¡Es	estupendo!
Wood	también	estaba	orgulloso	de	la	Saeta	de	Fuego.
—Déjala	 aquí,	 Harry	 —dijo,	 poniendo	 la	 escoba	 en	 el	 centro	 de	 la	 mesa	 y
dándole	la	vuelta	con	cuidado,	para	que	el	nombre	quedara	visible.	Los	de	Ravenclaw
y	Hufflepuff	se	acercaron	para	verla.	Cedric	Diggory	fue	a	felicitar	a	Harry	por	haber
conseguido	un	sustituto	tan	soberbio	para	su	Nimbus.	Y	la	novia	de	Percy,	Penelope
Clearwater,	de	Ravenclaw,	pidió	permiso	para	cogerla.
—Sin	sabotajes,	¿eh,	Penelope?	—le	dijo	efusivamente	Percy	mientras	la	joven
examinaba	 detenidamente	 la	 Saeta	 de	 Fuego—.	 Penelope	 y	 yo	 hemos	 hecho	 una
apuesta	—dijo	al	equipo—.	Diez	galeones	a	ver	quién	gana.
Penelope	dejó	la	Saeta	de	Fuego,	le	dio	las	gracias	a	Harry	y	volvió	a	la	mesa.
—Harry,	procura	ganar	—le	dijo	Percy	en	un	susurro	apremiante—,	porque	no
tengo	diez	galeones.	¡Ya	voy,	Penelope!	—Y	fue	con	ella	al	terminarse	la	tostada.
—¿Estás	 seguro	 de	 que	 puedes	 manejarla,	 Potter?	 —dijo	 una	 voz	 fría	 y
arrastrada.
Draco	Malfoy	se	había	acercado	para	ver	mejor,	y	Crabbe	y	Goyle	estaban	detrás
de	él.
—Sí,	creo	que	sí	—contestó	Harry.
—Muchas	 prestaciones	 especiales,	 ¿verdad?	 —dijo	 Malfoy,	 con	 un	 brillo	 de
malicia	en	los	ojos—.	Es	una	pena	que	no	incluya	paracaídas,	por	si	aparece	algún
dementor.
Crabbe	y	Goyle	se	rieron.
—Y	es	una	pena	que	no	tengas	tres	brazos	—le	contestó	Harry—.	De	esa	forma
podrías	coger	la	snitch.
El	equipo	de	Gryffindor	se	rió	con	ganas.	Malfoy	entornó	sus	ojos	claros	y	se
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marchó	 ofendido.	 Lo	 vieron	 reunirse	 con	 los	 demás	 jugadores	 de	 Slytherin,	 que
juntaron	las	cabezas,	seguramente	para	preguntarle	a	Malfoy	si	la	escoba	de	Harry	era
de	verdad	una	Saeta	de	Fuego.
A	las	once	menos	cuarto	el	equipo	de	Gryffindor	se	dirigió	a	los	vestuarios.	El
tiempo	 no	 podía	 ser	 más	 distinto	 del	 que	 había	 imperado	 en	 el	 partido	 contra
Hufflepuff.	Hacía	un	día	fresco	y	despejado,	con	una	brisa	muy	ligera.	Esta	vez	no
habría	problemas	de	visibilidad,	y	Harry,	aunque	estaba	nervioso,	empezaba	a	sentir
la	emoción	que	sólo	podía	producir	un	partido	de	quidditch.	Oían	al	resto	del	colegio
que	se	dirigía	al	estadio.	Harry	se	quitó	las	ropas	negras	del	colegio,	sacó	del	bolsillo
la	 varita	 y	 se	 la	 metió	 dentro	 de	 la	 camiseta	 que	 iba	 a	 llevar	 bajo	 la	 túnica	 de
quidditch.	Esperaba	no	necesitarla.	Se	preguntó	de	repente	si	el	profesor	Lupin	estaría
entre	el	público	viendo	el	partido.
—Ya	sabéis	lo	que	tenéis	que	hacer	—dijo	Wood	cuando	se	disponían	a	salir	del
vestuario—.	Si	perdemos	este	partido,	estamos	eliminados.	Sólo…	sólo	tenéis	que
hacerlo	como	en	el	entrenamiento	de	ayer	y	todo	irá	de	perlas.
Salieron	al	campo	y	fueron	recibidos	con	un	aplauso	tumultuoso.	El	equipo	de
Ravenclaw,	de	color	azul,	aguardaba	ya	en	el	campo.	La	buscadora,	Cho	Chang,	era
la	única	chica	del	equipo.	Harry	le	sacaba	más	o	menos	una	cabeza	de	altura,	y	a
pesar	de	los	nervios,	no	pudo	dejar	de	notar	que	era	muy	guapa.	Ella	le	sonrió	cuando
los	equipos	se	alinearon	uno	frente	al	otro,	detrás	de	sus	capitanes,	y	Harry	sintió	una
ligera	sacudida	en	el	estómago	que	no	creyó	que	tuviera	nada	que	ver	con	los	nervios.
—Wood,	Davies,	daos	la	mano	—ordenó	la	señora	Hooch.
Y	Wood	le	estrechó	la	mano	al	capitán	de	Ravenclaw.
—Montad	en	las	escobas…	Cuando	suene	el	silbato…	¡Tres,	dos,	uno!
Harry	despegó	del	suelo	y	la	Saeta	de	Fuego	se	levantó	más	rápido	que	ninguna
otra	escoba.	Planeó	por	el	estadio	y	empezó	a	buscar	la	snitch,	escuchando	todo	el
tiempo	los	comentarios	de	Lee	Jordan,	el	amigo	de	los	gemelos	Fred	y	George:
—Han	empezado	a	jugar	y	el	objeto	de	expectación	en	este	partido	es	la	Saeta	de
Fuego	que	monta	Harry	Potter,	del	equipo	de	Gryffindor.	Según	la	revista	El	mundo
de	 la	 escoba,	 la	 Saeta	 es	 la	 escoba	 elegida	 por	 los	 equipos	 nacionales	 para	 el
campeonato	mundial	de	este	año.
—Jordan,	¿te	importaría	explicar	lo	que	ocurre	en	el	partido?	—interrumpió	la
voz	de	la	profesora	McGonagall.
—Tiene	 razón,	 profesora.	 Sólo	 daba	 algo	 de	 información	 complementaria.	 La
Saeta	de	Fuego,	por	cierto,	está	dotada	de	frenos	automáticos	y…
—¡Jordan!
—Vale,	vale.	Gryffindor	tiene	la	pelota.	Katie	Bell	se	dirige	a	la	meta…
Harry	pasó	como	un	rayo	al	lado	de	Katie	y	en	dirección	contraria,	buscando	a	su
alrededor	un	resplandor	dorado	y	notando	que	Cho	Chang	le	pisaba	los	talones.	La
jugadora	volaba	muy	bien.	Continuamente	se	le	cruzaba,	obligándolo	a	cambiar	de
dirección.
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—Enséñale	cómo	se	acelera,	Harry	—le	gritó	Fred	al	pasar	velozmente	por	su
lado	en	persecución	de	una	bludger	que	se	dirigía	hacia	Alicia.
Harry	aceleró	la	Saeta	al	rodear	los	postes	de	la	meta	de	Ravenclaw,	seguido	de
Cho.	La	vio	en	el	momento	en	que	Katie	conseguía	el	primer	tanto	del	partido	y	las
gradas	 ocupadas	 por	 los	 de	 Gryffindor	 enloquecían	 de	 entusiasmo:	 la	 snitch,	 muy
próxima	al	suelo,	cerca	de	una	de	las	barreras.
Harry	descendió	en	picado;	Cho	lo	vio	y	salió	rápidamente	tras	él.	Harry	aumentó
la	velocidad.	Estaba	embargado	de	emoción.	Su	especialidad	eran	los	descensos	en
picado.	Estaba	a	tres	metros	de	distancia…
Entonces,	 una	 bludger	 impulsada	 por	 uno	 de	 los	 golpeadores	 de	 Ravenclaw
surgió	ante	Harry	veloz	como	un	rayo.	Harry	viró.	La	esquivó	por	un	centímetro.	Tras
esos	escasos	y	cruciales	segundos,	la	snitch	desapareció.
Los	seguidores	de	Gryffindor	dieron	un	grito	de	decepción	y	los	de	Ravenclaw
aplaudieron	a	rabiar	a	su	golpeador.	George	Weasley	desfogó	su	rabia	enviando	la
segunda	bludger	directamente	contra	el	golpeador	que	había	lanzado	contra	Harry.	El
golpeador	tuvo	que	dar	en	el	aire	una	vuelta	de	campana	para	esquivarla.
—¡Gryffindor	gana	por	ochenta	a	cero!	¡Y	miren	esa	Saeta	de	Fuego!	Potter	le
está	sacando	partido.	Vean	cómo	gira.	La	Cometa	de	Chang	no	está	a	su	altura.	La
precisión	y	equilibrio	de	la	Saeta	es	realmente	evidente	en	estos	largos…
—¡JORDAN!	¿TE	PAGAN	PARA	QUE	HAGAS	PUBLICIDAD	DE	LAS	SAETAS	DE	FUEGO?	¡SIGUE
COMENTANDO	EL	PARTIDO!
Ravenclaw	 jugaba	 a	 la	 defensiva.	 Ya	 habían	 marcado	 tres	 goles,	 lo	 cual	 había
reducido	la	distancia	con	Gryffindor	a	cincuenta	puntos.	Si	Cho	atrapaba	la	snitch
antes	 que	 él,	 Ravenclaw	 ganaría.	 Harry	 descendió	 evitando	 por	 muy	 poco	 a	 un
cazador	de	Ravenclaw	y	buscó	la	snitch	por	todo	el	campo,	desesperadamente.	Vio	un
destello	dorado	y	un	aleteo	de	pequeñas	alas:	la	snitch	rodeaba	la	meta	de	Gryffindor.
Harry	 aceleró	 con	 los	 ojos	 fijos	 en	 la	 mota	 de	 oro	 que	 tenía	 delante.	 Pero	 un
segundo	después	surgió	Cho,	bloqueándole.
—¡HARRY,	 NO	 ES	 MOMENTO	 PARA	 PORTARSE	 COMO	 UN	 CABALLERO!	 —gritó	 Wood
cuando	Harry	viró	para	evitar	una	colisión—.	¡SI	ES	NECESARIO,	TÍRALA	DE	LA	ESCOBA!
Harry	 volvió	 la	 cabeza	 y	 vio	 a	 Cho.	 La	 muchacha	 sonreía.	 La	 snitch	 había
desaparecido	de	nuevo.	Harry	ascendió	con	la	Saeta	y	enseguida	se	encontró	a	siete
metros	por	encima	del	nivel	de	juego.	Por	el	rabillo	del	ojo	vio	que	Cho	lo	seguía…
Prefería	marcarlo	a	buscar	la	snitch.	Bien,	pues…	si	quería	perseguirlo,	tendría	que
atenerse	a	las	consecuencias…
Volvió	a	bajar	en	picado;	Cho,	creyendo	que	había	vuelto	a	ver	la	snitch,	quiso
seguirle.	Harry	frenó	muy	bruscamente.	Cho	se	precipitó	hacia	abajo.	Harry,	una	vez
más,	ascendió	veloz	como	un	rayo	y	entonces	la	vio	por	tercera	vez:	la	snitch	brillaba
por	encima	del	medio	campo	de	Ravenclaw.	Aceleró;	también	lo	hizo	Cho,	muchos
metros	 por	 debajo.	 Harry	 iba	 delante,	 acercándose	 cada	 vez	 más	 a	 la	 snitch.
Entonces…
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—¡Ah!	—gritó	Cho,	señalando	hacia	abajo.
Harry	se	distrajo	y	bajó	la	vista.	Tres	dementores	altos,	encapuchados	y	vestidos
de	negro	lo	miraban.
No	se	detuvo	a	pensar.	Metió	la	mano	por	el	cuello	de	la	ropa,	sacó	la	varita	y
gritó:
—¡Expecto	patronum!
Algo	blanco	y	plateado,	enorme,	salió	de	la	punta	de	la	varita.	Sabía	que	había
disparado	hacia	los	dementores,	pero	no	se	entretuvo	en	comprobarlo.	Con	la	mente
aún	despejada,	miró	delante	de	él.	Ya	casi	estaba.	Alargó	la	mano,	con	la	que	aún
empuñaba	la	varita,	y	pudo	hacerse	con	la	pequeña	y	rebelde	snitch.
Se	oyó	el	silbato	de	la	señora	Hooch.	Harry	dio	media	vuelta	en	el	aire	y	vio	seis
borrones	 rojos	 que	 se	 le	 venían	 encima.	 Al	 momento	 siguiente,	 todo	 el	 equipo	 lo
abrazaba	tan	fuerte	que	casi	lo	derribaron	de	la	escoba.	De	abajo	llegaba	el	griterío	de
la	afición	de	Gryffindor.
—¡Éste	es	mi	valiente!	—exclamaba	Wood	una	y	otra	vez.
Alicia,	Angelina	y	Katie	besaron	a	Harry,	y	Fred	le	dio	un	abrazo	tan	fuerte	que
Harry	creyó	que	se	le	iba	a	salir	la	cabeza.	En	completo	desorden,	el	equipo	se	las
ingenió	 para	 abrirse	 camino	 y	 volver	 al	 terreno	 de	 juego.	 Harry	 descendió	 de	 la
escoba	y	vio	a	un	montón	de	seguidores	de	Gryffindor	saltando	al	campo,	con	Ron	en
cabeza.	 Antes	 de	 que	 se	 diera	 cuenta,	 lo	 rodeaba	 una	 multitud	 alegre	 que	 le
ovacionaba.
—¡Sí!	—gritó	Ron,	subiéndole	a	Harry	el	brazo—.	¡Sí!
—Bien	 hecho,	 Harry	 —le	 dijo	 Percy	 muy	 contento—.	 Acabo	 de	 ganar	 diez
galeones.	Tengo	que	encontrar	a	Penelope.	Disculpa.
—¡Estupendo,	Harry!	—gritó	Seamus	Finnigan.
—¡Muy	bien!	—dijo	Hagrid	con	voz	de	trueno,	por	encima	de	las	cabezas	de	los
de	Gryffindor.
—Fue	un	patronus	bastante	bueno	—susurró	una	voz	al	oído	de	Harry.
Harry	se	volvió	y	vio	al	profesor	Lupin,	que	estaba	encantado	y	sorprendido.
—Los	dementores	no	me	afectaron	en	absoluto	—dijo	Harry	emocionado—.	No
sentí	nada.
—Eso	sería	porque…	porque	no	eran	dementores	—dijo	el	profesor	Lupin—.	Ven
y	lo	verás.
Sacó	a	Harry	de	la	multitud	para	enseñarle	el	borde	del	terreno	de	juego.
—Le	has	dado	un	buen	susto	al	señor	Malfoy	—dijo	Lupin.
Harry	se	quedó	mirando.	Tendidos	en	confuso	montón	estaban	Malfoy,	Crabbe,
Goyle	 y	 Marcus	 Flint,	 el	 capitán	 del	 equipo	 de	 Slytherin,	 todos	 forcejeando	 por
quitarse	unas	túnicas	largas,	negras	y	con	capucha.	Parecía	como	si	Malfoy	se	hubiera
puesto	de	pie	sobre	los	hombros	de	Goyle.	Delante	de	ellos,	muy	enfadada,	estaba	la
profesora	McGonagall.
—¡Un	truco	indigno!	—gritaba—.	¡Un	intento	cobarde	e	innoble	de	sabotear	al
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buscador	 de	 Gryffindor!	 ¡Castigo	 para	 todos	 y	 cincuenta	 puntos	 menos	 para
Slytherin!	 Pondré	 esto	 en	 conocimiento	 del	 profesor	 Dumbledore,	 no	 os	 quepa	 la
menor	duda.	¡Ah,	aquí	llega!
Si	algo	podía	ponerle	la	guinda	a	la	victoria	de	Gryffindor	era	aquello.	Ron,	que
se	había	abierto	camino	para	llegar	junto	a	Harry,	se	partía	de	la	risa	mientras	veían	a
Malfoy	forcejeando	para	quitarse	la	túnica,	con	la	cabeza	de	Goyle	todavía	dentro.
—¡Vamos,	 Harry!	 —dijo	 George,	 abriéndose	 camino—.	 ¡Vamos	 a	 celebrarlo
ahora	en	la	sala	común	de	Gryffindor!
—Bien	—contestó	Harry.
Y	más	contento	de	lo	que	se	había	sentido	en	mucho	tiempo,	acompañó	al	resto
del	equipo	hacia	la	salida	del	estadio	y	otra	vez	al	castillo,	vestidos	aún	con	túnica
escarlata.
Era	como	si	hubieran	ganado	ya	la	copa	de	quidditch;	la	fiesta	se	prolongó	todo	el	día
y	hasta	bien	entrada	la	noche.	Fred	y	George	Weasley	desaparecieron	un	par	de	horas
y	volvieron	con	los	brazos	cargados	con	botellas	de	cerveza	de	mantequilla,	refresco
de	calabaza	y	bolsas	de	dulces	de	Honeydukes.
—¿Cómo	 lo	 habéis	 hecho?	 —preguntó	 Angelina	 Johnson,	 mientras	 George
arrojaba	sapos	de	menta	a	todos.
—Con	la	ayuda	de	Lunático,	Colagusano,	Canuto	y	Cornamenta	—susurró	Fred
al	oído	de	Harry.
Sólo	 había	 una	 persona	 que	 no	 participaba	 en	 la	 fiesta.	 Hermione,
inverosímilmente	sentada	en	un	rincón,	se	esforzaba	por	leer	un	libro	enorme	que	se
titulaba	Vida	doméstica	y	costumbres	sociales	de	los	muggles	británicos.	Harry	dejó
la	 mesa	 en	 que	 Fred	 y	 George	 habían	 empezado	 a	 hacer	 juegos	 malabares	 con
botellas	de	cerveza	de	mantequilla,	y	se	acercó	a	ella.
—¿No	has	venido	al	partido?	—le	preguntó.
—Claro	que	sí	—respondió	Hermione,	con	voz	curiosamente	aguda,	sin	levantar
la	vista—.	Y	me	alegro	mucho	de	que	ganáramos,	y	creo	que	tú	lo	hiciste	muy	bien,
pero	tengo	que	terminar	esto	para	el	lunes.
—Vamos,	 Hermione,	 ven	 a	 tomar	 algo	 —dijo	 Harry,	 mirando	 hacia	 Ron	 y
preguntándose	 si	 estaría	 de	 un	 humor	 lo	 bastante	 bueno	 para	 enterrar	 el	 hacha	 de
guerra.
—No	puedo,	Harry,	aún	tengo	que	leer	cuatrocientas	veintidós	páginas	—contestó
Hermione,	que	parecía	un	poco	histérica—.	Además…	—también	miró	a	Ron—,	él
no	quiere	que	vaya.
No	pudo	negarlo,	porque	Ron	escogió	aquel	preciso	momento	para	decir	en	voz
alta:
—Si	Scabbers	no	hubiera	muerto,	podría	comerse	ahora	unas	cuantas	moscas	de
café	con	leche,	le	gustaban	tanto…
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Hermione	se	echó	a	llorar.	Antes	de	que	Harry	pudiera	hacer	o	decir	nada,	se	puso
el	mamotreto	en	la	axila	y,	sin	dejar	de	sollozar,	salió	corriendo	hacia	la	escalera	que
conducía	al	dormitorio	de	las	chicas,	y	se	perdió	de	vista.
—¿No	puedes	darle	una	oportunidad?	—preguntó	Harry	a	Ron	en	voz	baja.
—No	 —respondió	 Ron	 rotundamente—.	 Si	 al	 menos	 lo	 lamentara,	 pero
Hermione	 nunca	 admitirá	 que	 obró	 mal.	 Es	 como	 si	 Scabbers	 se	 hubiera	 ido	 de
vacaciones	o	algo	parecido.
La	fiesta	de	Gryffindor	sólo	terminó	cuando	la	profesora	McGonagall	se	presentó
a	la	una	de	la	madrugada,	con	su	bata	de	tela	escocesa	y	la	redecilla	en	el	pelo,	para
mandarles	 que	 se	 fueran	 a	 dormir.	 Harry	 y	 Ron	 subieron	 al	 dormitorio,	 todavía
comentando	el	partido.	Al	final,	exhausto,	Harry	se	metió	en	la	cama	de	dosel,	corrió
las	cortinas	para	tapar	un	rayo	de	luna,	se	acostó	y	se	durmió	inmediatamente.
Tuvo	 un	 sueño	 muy	 raro.	 Caminaba	 por	 un	 bosque,	 con	 la	 Saeta	 de	 Fuego	 al
hombro,	persiguiendo	algo	de	color	blanco	plateado.	El	ser	serpenteaba	por	entre	los
árboles	y	Harry	apenas	podía	vislumbrarlo	entre	las	hojas.	Con	ganas	de	alcanzarlo,
apretó	el	paso,	pero	al	ir	más	aprisa,	su	presa	lo	imitó.	Harry	echó	a	correr	y	oyó	un
ruido	 de	 cascos	 que	 adquirían	 velocidad.	 Harry	 corría	 con	 desesperación	 y	 oía	 un
galope	delante	de	él.	Entró	en	un	claro	del	bosque	y…
—¡A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​G​H!	¡N​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O!
Harry	 despertó	 tan	 de	 repente	 como	 si	 le	 hubieran	 golpeado	 en	 la	 cara.
Desorientado	en	medio	de	la	total	oscuridad,	buscó	a	tientas	las	cortinas	de	la	cama.
Oía	ruidos	a	su	alrededor,	y	la	voz	de	Seamus	Finnigan	desde	el	otro	extremo	del
dormitorio:
—¿Qué	ocurre?
A	 Harry	 le	 pareció	 que	 se	 cerraba	 la	 puerta	 del	 dormitorio.	 Tras	 encontrar	 la
separación	de	las	cortinas,	las	abrió	al	mismo	tiempo	que	Dean	Thomas	encendía	su
lámpara.
Ron	 estaba	 incorporado	 en	 la	 cama,	 con	 las	 cortinas	 echadas	 a	 un	 lado	 y	 una
expresión	de	pánico	en	el	rostro.
—¡Black!	¡Sirius	Black!	¡Con	un	cuchillo!
—¿Qué?
—¡Aquí!	¡Ahora	mismo!	¡Rasgó	las	cortinas!	¡Me	despertó!
—¿No	estarías	soñando,	Ron?	—preguntó	Dean.
—¡Mirad	las	cortinas!	¡Os	digo	que	estaba	aquí!
Todos	se	levantaron	de	la	cama;	Harry	fue	el	primero	en	llegar	a	la	puerta	del
dormitorio.	 Se	 lanzaron	 por	 la	 escalera.	 Las	 puertas	 se	 abrían	 tras	 ellos	 y	 los
interpelaban	voces	soñolientas:
—¿Quién	ha	gritado?
—¿Qué	hacéis?
La	sala	común	estaba	iluminada	por	los	últimos	rescoldos	del	fuego	y	llena	de
restos	de	la	fiesta.	No	había	nadie	allí.
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—¿Estás	seguro	de	que	no	soñabas,	Ron?
—¡Os	digo	que	lo	vi!
—¿Por	qué	armáis	tanto	jaleo?
—¡La	profesora	McGonagall	nos	ha	mandado	acostarnos!
Algunas	chicas	habían	bajado	poniéndose	la	bata	y	bostezando.
—Estupendo,	¿continuamos?	—preguntó	Fred	Weasley	con	animación.
—¡Todo	el	mundo	a	la	cama!	—ordenó	Percy,	entrando	aprisa	en	la	sala	común	y
poniéndose,	mientras	hablaba,	su	insignia	de	delegado	en	el	pijama.
—Percy…	¡Sirius	Black!	—dijo	Ron,	con	voz	débil—.	¡En	nuestro	dormitorio!
¡Con	un	cuchillo!	¡Me	despertó!
Todos	contuvieron	la	respiración.
—¡Absurdo!	—dijo	Percy	con	cara	de	susto—.	Has	comido	demasiado,	Ron.	Has
tenido	una	pesadilla.
—Te	digo	que…
—¡Venga,	ya	basta!
Llegó	la	profesora	McGonagall.	Cerró	la	puerta	de	la	sala	común	y	miró	furiosa	a
su	alrededor.
—¡Me	 encanta	 que	 Gryffindor	 haya	 ganado	 el	 partido,	 pero	 esto	 es	 ridículo!
¡Percy,	no	esperaba	esto	de	ti!
—¡Le	 aseguro	 que	 no	 he	 dado	 permiso,	 profesora!	 —dijo	 Percy,	 indignado—.
¡Precisamente	 les	 estaba	 diciendo	 a	 todos	 que	 regresaran	 a	 la	 cama!	 ¡Mi	 hermano
Ron	tuvo	una	pesadilla…!
—¡NO	FUE	UNA	PESADILLA!	—gritó	Ron—.	¡PROFESORA,	ME	DESPERTÉ	Y	SIRIUS	BLACK
ESTABA	DELANTE	DE	MÍ,	CON	UN	CUCHILLO	EN	LA	MANO!
La	profesora	McGonagall	lo	miró	fijamente.
—No	digas	tonterías,	Weasley.	¿Cómo	iba	a	pasar	por	el	retrato?
—¡Hay	que	preguntarle!	—dijo	Ron,	señalando	con	el	dedo	la	parte	trasera	del
cuadro	de	sir	Cadogan—.	Hay	que	preguntarle	si	ha	visto…
Mirando	a	Ron	con	recelo,	la	profesora	McGonagall	abrió	el	retrato	y	salió.	Todos
los	de	la	sala	común	escucharon	conteniendo	la	respiración.
—Sir	Cadogan,	¿ha	dejado	entrar	a	un	hombre	en	la	torre	de	Gryffindor?
—¡Sí,	gentil	señora!	—gritó	sir	Cadogan.
Todos,	dentro	y	fuera	de	la	sala	común,	se	quedaron	callados,	anonadados.
—¿De…	de	verdad?	—dijo	la	profesora	McGonagall—.	Pero	¿y	la	contraseña?
—¡Me	 la	 dijo!	 —respondió	 altanero	 sir	 Cadogan—.	 Se	 sabía	 las	 de	 toda	 la
semana,	señora.	¡Las	traía	escritas	en	un	papel!
La	profesora	McGonagall	volvió	a	pasar	por	el	retrato	para	encontrarse	con	la
multitud,	que	estaba	estupefacta.	Se	había	quedado	blanca	como	la	tiza.
—¿Quién	ha	sido?	—preguntó	con	voz	temblorosa—.	¿Quién	ha	sido	el	tonto	que
ha	escrito	las	contraseñas	de	la	semana	y	las	ha	perdido?
Hubo	 un	 silencio	 total,	 roto	 por	 un	 leve	 grito	 de	 terror.	 Neville	 Longbottom,
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temblando	desde	los	pies	calzados	con	zapatillas	de	tela	hasta	la	cabeza,	levantó	la
mano	muy	lentamente.
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E
CAPÍTULO	14
El	rencor	de	Snape
N	la	torre	de	Gryffindor	nadie	pudo	dormir	aquella	noche.	Sabían	que	el	castillo
estaba	volviendo	a	ser	rastreado	y	todo	el	colegio	permaneció	despierto	en	la	sala
común,	esperando	a	saber	si	habían	atrapado	a	Black	o	no.	La	profesora	McGonagall
volvió	al	amanecer	para	decir	que	se	había	vuelto	a	escapar.
Por	cualquier	sitio	por	el	que	pasaran	al	día	siguiente	encontraban	medidas	de
seguridad	más	rigurosas.	El	profesor	Flitwick	instruía	a	las	puertas	principales	para
que	reconocieran	una	foto	de	Sirius	Black.	Filch	iba	por	los	pasillos,	tapándolo	todo
con	tablas,	desde	las	pequeñas	grietas	de	las	paredes	hasta	las	ratoneras.	Sir	Cadogan
fue	despedido.	Lo	devolvieron	al	solitario	descansillo	del	piso	séptimo	y	lo	reemplazó
la	 Señora	 Gorda.	 Había	 sido	 restaurada	 magistralmente,	 pero	 continuaba	 muy
nerviosa,	y	accedió	a	regresar	a	su	trabajo	sólo	si	contaba	con	protección.	Contrataron
a	 un	 grupo	 de	 hoscos	 troles	 de	 seguridad	 para	 protegerla.	 Recorrían	 el	 pasillo
formando	un	grupo	amenazador,	hablando	entre	gruñidos	y	comparando	el	tamaño	de
sus	porras.
Harry	 no	 pudo	 dejar	 de	 notar	 que	 la	 estatua	 de	 la	 bruja	 tuerta	 del	 tercer	 piso
seguía	sin	protección	y	despejada.	Parecía	que	Fred	y	George	estaban	en	lo	cierto	al
pensar	que	ellos,	y	ahora	Harry,	Ron	y	Hermione,	eran	los	únicos	que	sabían	que	allí
estaba	la	entrada	de	un	pasadizo	secreto.
—¿Crees	que	deberíamos	decírselo	a	alguien?	—preguntó	Harry	a	Ron.
—Sabemos	que	no	entra	por	Honeydukes	—dijo	Ron—.	Si	hubieran	forzado	la
entrada	de	la	tienda,	lo	habríamos	oído.
Harry	se	alegró	de	que	Ron	lo	viera	así.	Si	la	bruja	tuerta	se	tapara	también	con
tablas,	él	ya	no	podría	volver	a	Hogsmeade.
Ron	 se	 convirtió	 de	 repente	 en	 una	 celebridad.	 Por	 primera	 vez,	 la	 gente	 le
prestaba	 más	 atención	 a	 él	 que	 a	 Harry,	 y	 era	 evidente	 que	 a	 Ron	 le	 complacía.
Aunque	 seguía	 asustado	 por	 lo	 de	 aquella	 noche,	 le	 encantaba	 contarle	 a	 todo	 el
mundo	los	pormenores	de	lo	ocurrido.
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—Estaba	 dormido	 y	 oí	 rasgar	 las	 cortinas,	 pero	 creí	 que	 ocurría	 en	 un	 sueño.
Entonces	sentí	una	corriente…	Me	desperté	y	vi	que	una	de	las	cortinas	de	mi	cama
estaba	caída…	Me	di	la	vuelta	y	lo	vi	ante	mí,	como	un	esqueleto,	con	toneladas	de
pelo	muy	sucio…	empuñando	un	cuchillo	largo	y	tremendo,	debía	de	medir	treinta
centímetros,	me	miraba,	lo	miré,	entonces	grité	y	salió	huyendo.
—Pero	¿por	qué	se	fue?	—preguntó	Ron	a	Harry	cuando	se	marcharon	las	chicas
de	segundo	que	lo	habían	estado	escuchando.
Harry	se	preguntaba	lo	mismo.	¿Por	qué	Black,	que	se	había	equivocado	de	cama,
no	había	decidido	silenciar	a	Ron	y	luego	dirigirse	hacia	la	de	Harry?	Black	había
demostrado	doce	años	antes	que	no	le	importaba	matar	a	personas	inocentes,	y	en
aquella	 ocasión	 se	 enfrentaba	 a	 cinco	 chavales	 indefensos,	 cuatro	 de	 los	 cuales
estaban	dormidos.
—Quizá	se	diera	cuenta	de	que	le	iba	a	costar	salir	del	castillo	cuando	gritaste	y
despertaste	a	los	demás	—dijo	Harry	pensativamente—.	Habría	tenido	que	matar	a
todo	el	colegio	para	salir	a	través	del	retrato…	Y	entonces	se	habría	encontrado	con
los	profesores…
Neville	había	caído	en	desgracia.	La	profesora	McGonagall	estaba	tan	furiosa	con
él	 que	 le	 había	 suprimido	 las	 futuras	 visitas	 a	 Hogsmeade,	 le	 había	 impuesto	 un
castigo	y	había	prohibido	a	los	demás	que	le	dieran	la	contraseña	para	entrar	en	la
torre.	El	pobre	Neville	se	veía	obligado	a	esperar	cada	noche	la	llegada	de	alguien
con	 quien	 entrar,	 mientras	 los	 troles	 de	 seguridad	 lo	 miraban	 burlona	 y
desagradablemente.	 Ninguno	 de	 aquellos	 castigos,	 sin	 embargo,	 era	 ni	 sombra	 del
que	su	abuela	le	reservaba;	dos	días	después	de	la	intrusión	de	Black,	envió	a	Neville
lo	 peor	 que	 un	 alumno	 de	 Hogwarts	 podía	 recibir	 durante	 el	 desayuno:	 un
vociferador.
Las	lechuzas	del	colegio	entraron	como	flechas	en	el	Gran	Comedor,	llevando	el
correo	 como	 de	 costumbre,	 y	 Neville	 se	 atragantó	 cuando	 una	 enorme	 lechuza
aterrizó	ante	él,	con	un	sobre	rojo	en	el	pico.	Harry	y	Ron,	que	estaban	sentados	al
otro	lado	de	la	mesa,	reconocieron	enseguida	la	carta.	También	Ron	había	recibido	el
año	anterior	un	vociferador	de	su	madre.
—¡Cógelo	y	vete,	Neville!	—le	aconsejó	Ron.
Neville	 no	 necesitó	 oírlo	 dos	 veces.	 Cogió	 el	 sobre	 y,	 sujetándolo	 como	 si	 se
tratara	 de	 una	 bomba,	 salió	 del	 Gran	 Comedor	 corriendo,	 mientras	 la	 mesa	 de
Slytherin,	al	verlo,	estallaba	en	carcajadas.	Oyeron	el	vociferador	en	el	vestíbulo.	La
voz	de	la	abuela	de	Neville,	amplificada	cien	veces	por	medio	de	la	magia,	gritaba	a
Neville	que	había	llevado	la	vergüenza	a	la	familia.
Harry	estaba	demasiado	absorto	apiadándose	de	Neville	para	darse	cuenta	de	que
también	él	tenía	carta.	Hedwig	llamó	su	atención	dándole	un	picotazo	en	la	muñeca.
—¡Ay!	Ah,	Hedwig,	gracias.
Harry	 rasgó	 el	 sobre	 mientras	 Hedwig	 picoteaba	 entre	 los	 copos	 de	 maíz	 de
Neville.	La	nota	que	había	dentro	decía:
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Queridos	Harry	y	Ron:
¿Os	apetece	tomar	el	té	conmigo	esta	tarde,	a	eso	de	las	seis?	Iré	a
recogeros	 al	 castillo.	 ESPERADME	 EN	 EL	 VESTÍBULO.	 NO	 TENÉIS	 PERMISO	 PARA
SALIR	SOLOS.
Un	saludo,
Hagrid
—Probablemente	quiere	saber	los	detalles	de	lo	de	Black	—dijo	Ron.
Así	que	aquella	tarde,	a	las	seis,	Harry	y	Ron	salieron	de	la	torre	de	Gryffindor,
pasaron	 corriendo	 por	 entre	 los	 troles	 de	 seguridad	 y	 se	 dirigieron	 al	 vestíbulo.
Hagrid	los	aguardaba	ya.
—Bien,	 Hagrid	 —dijo	 Ron—.	 Me	 imagino	 que	 quieres	 que	 te	 cuente	 lo	 de	 la
noche	del	sábado,	¿no?
—Ya	me	lo	han	contado	—dijo	Hagrid,	abriendo	la	puerta	principal	y	saliendo
con	ellos.
—Vaya	—dijo	Ron,	un	poco	ofendido.
Lo	 primero	 que	 vieron	 al	 entrar	 en	 la	 cabaña	 de	 Hagrid	 fue	 a	 Buckbeak,	 que
estaba	estirado	sobre	el	edredón	de	retales	de	Hagrid,	con	las	enormes	alas	plegadas	y
comiéndose	 un	 abundante	 plato	 de	 hurones	 muertos.	 Al	 apartar	 los	 ojos	 de	 la
desagradable	visión,	Harry	vio	un	traje	gigantesco	de	una	tela	marrón	peluda	y	una
espantosa	corbata	amarilla	y	naranja,	colgados	de	la	puerta	del	armario.
—¿Para	qué	son,	Hagrid?	—preguntó	Harry.
—Buckbeak	tiene	que	presentarse	ante	la	Comisión	para	las	Criaturas	Peligrosas
—dijo	Hagrid—.	Será	este	viernes.	Iremos	juntos	a	Londres.	He	reservado	dos	camas
en	el	autobús	noctámbulo…
Harry	se	avergonzó.	Se	había	olvidado	por	completo	de	que	el	juicio	de	Buckbeak
estaba	próximo,	y	a	juzgar	por	la	incomodidad	evidente	de	Ron,	él	también	lo	había
olvidado.	 Habían	 olvidado	 igualmente	 que	 habían	 prometido	 que	 lo	 ayudarían	 a
preparar	la	defensa	de	Buckbeak.	La	llegada	de	la	Saeta	de	Fuego	lo	había	borrado	de
la	cabeza	de	ambos.
Hagrid	les	sirvió	té	y	les	ofreció	un	plato	de	bollos	de	Bath.	Pero	los	conocían
demasiado	bien	para	aceptarlos.	Ya	tenían	experiencia	con	la	cocina	de	Hagrid.
—Tengo	 algo	 que	 comentaros	 —dijo	 Hagrid,	 sentándose	 entre	 ellos,	 con	 una
seriedad	que	resultaba	rara	en	él.
—¿Qué?	—preguntó	Harry.
—Hermione	—dijo	Hagrid.
—¿Qué	le	pasa?	—preguntó	Ron.
—Está	 muy	 mal,	 eso	 es	 lo	 que	 le	 pasa.	 Me	 ha	 venido	 a	 visitar	 con	 mucha
frecuencia	desde	las	Navidades.	Se	encuentra	sola.	Primero	no	le	hablabais	por	lo	de
la	Saeta	de	Fuego.	Ahora	no	le	habláis	por	culpa	del	gato.
—¡Se	comió	a	Scabbers!	—exclamó	Ron	de	malhumor.
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—¡Porque	su	gato	hizo	lo	que	todos	los	gatos!	—prosiguió	Hagrid—.	Ha	llorado,
¿sabéis?	Está	pasando	momentos	muy	difíciles.	Creo	que	trata	de	abarcar	más	de	lo
que	 puede.	 Demasiado	 trabajo.	 Aún	 encontró	 tiempo	 para	 ayudarme	 con	 el	 caso
Buckbeak.	Por	supuesto,	me	ha	encontrado	algo	muy	útil…	Creo	que	ahora	va	a	tener
bastantes	posibilidades…
—Nosotros	 también	 tendríamos	 que	 haberte	 ayudado,	 Hagrid,	 lo	 siento	 —
balbuceó	Harry.
—¡No	 os	 culpo!	 —dijo	 Hagrid,	 con	 un	 movimiento	 de	 la	 mano—.	 Ya	 sé	 que
habéis	estado	muy	ocupados.	A	ti	te	he	visto	entrenar	día	y	noche.	Pero	tengo	que
deciros	que	creía	que	valorabais	más	a	vuestra	amiga	que	a	las	escobas	o	las	ratas.
Nada	más.	—Harry	y	Ron	se	miraron	azorados—.	Sufrió	mucho	cuando	se	enteró	de
que	Black	había	estado	a	punto	de	matarte,	Ron.	Hermione	tiene	buen	corazón.	Y
vosotros	dos	sin	dirigirle	la	palabra…
—Si	se	deshiciera	de	ese	gato,	le	volvería	a	hablar	—dijo	Ron	enfadado—.	Pero
todavía	lo	defiende.	Está	loco,	y	ella	no	admite	una	palabra	en	su	contra.
—Ah,	bueno,	la	gente	suele	ponerse	un	poco	tonta	con	sus	animales	de	compañía
—dijo	Hagrid	prudentemente.
Buckbeak	escupió	unos	huesos	de	hurón	sobre	la	almohada	de	Hagrid.
Pasaron	el	resto	del	tiempo	hablando	de	las	crecientes	posibilidades	de	Gryffindor
de	ganar	la	copa	de	quidditch.	A	las	nueve	en	punto,	Hagrid	los	acompañó	al	castillo.
Cuando	volvieron	a	la	sala	común,	un	grupo	numeroso	de	gente	se	amontonaba
delante	del	tablón	de	anuncios.
—¡Hogsmeade	el	próximo	fin	de	semana!	—dijo	Ron,	estirando	el	cuello	para
leer	la	nueva	nota	por	encima	de	las	cabezas	ajenas—.	¿Qué	vas	a	hacer?	—preguntó
a	Harry	en	voz	baja,	al	sentarse.
—Bueno,	Filch	no	ha	tapado	la	entrada	del	pasadizo	que	lleva	a	Honeydukes	—
dijo	Harry	aún	más	bajo.
—Harry	—dijo	una	voz	en	su	oído	derecho.	Harry	se	sobresaltó.	Se	volvió	y	vio	a
Hermione,	sentada	a	la	mesa	que	tenían	detrás,	por	un	hueco	que	había	en	el	muro	de
libros	que	la	ocultaba—,	Harry,	si	vuelves	otra	vez	a	Hogsmeade…	le	contaré	a	la
profesora	McGonagall	lo	del	mapa.
—¿Oyes	a	alguien,	Harry?	—masculló	Ron,	sin	mirar	a	Hermione.
—Ron,	¿cómo	puedes	dejarle	que	vaya?	¡Después	de	lo	que	estuvo	a	punto	de
hacerte	Sirius	Black!	Hablo	en	serio.	Le	contaré…
—¡Así	que	ahora	quieres	que	expulsen	a	Harry!	—dijo	Ron,	furioso—.	¿Es	que
no	has	hecho	ya	bastante	daño	este	curso?
Hermione	abrió	la	boca	para	responder,	pero	Crookshanks	saltó	sobre	su	regazo
con	un	leve	bufido.	Hermione	se	asustó	de	la	expresión	de	Ron,	cogió	al	gato	y	se	fue
corriendo	hacia	los	dormitorios	de	las	chicas.
—Entonces	¿qué	te	parece?	—preguntó	Ron	a	Harry,	como	si	no	hubiera	habido
ninguna	interrupción—.	Venga,	la	última	vez	no	viste	nada.	¡Ni	siquiera	has	estado
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todavía	en	Zonko!
Harry	 miró	 a	 su	 alrededor	 para	 asegurarse	 de	 que	 Hermione	 no	 podía	 oír	 sus
palabras:
—De	acuerdo	—dijo—.	Pero	esta	vez	cogeré	la	capa	invisible.
El	sábado	por	la	mañana,	Harry	metió	en	la	mochila	la	capa	invisible,	guardó	en	el
bolsillo	 el	 mapa	 del	 merodeador	 y	 bajó	 a	 desayunar	 con	 los	 otros.	 Hermione	 no
dejaba	de	mirarlo	con	suspicacia,	pero	él	evitaba	su	mirada	y	se	aseguró	de	que	ella	lo
viera	subir	la	escalera	de	mármol	del	vestíbulo	mientras	todos	los	demás	se	dirigían	a
las	puertas	principales.
—¡Adiós,	 Harry!	 —le	 dijo	 Ron	 en	 voz	 alta,	 sonriendo	 y	 guiñando	 un	 ojo—.
¡Hasta	la	vuelta!
Harry	subió	al	tercer	piso	a	toda	prisa,	sacando	el	mapa	del	merodeador	mientras
corría.	Se	puso	en	cuclillas	detrás	de	la	bruja	tuerta	y	extendió	el	mapa.	Un	puntito
diminuto	 se	 movía	 hacia	 él.	 Harry	 lo	 examinó	 entornando	 los	 ojos.	 La	 minúscula
inscripción	que	acompañaba	al	puntito	decía:	«NEVILLE	LONGBOTTOM.»
Harry	sacó	la	varita	rápidamente,	musitó	«Dissendio»	y	metió	la	mochila	en	la
estatua,	pero	antes	de	que	pudiera	entrar	por	ella	Neville	apareció	por	la	esquina:
—¡Harry!	Había	olvidado	que	tú	tampoco	ibas	a	Hogsmeade.
—Hola,	Neville	—dijo	Harry,	separándose	rápidamente	de	la	estatua	y	volviendo
a	meterse	el	mapa	en	el	bolsillo—.	¿Qué	haces?
—Nada	—dijo	Neville,	encogiéndose	de	hombros—.	¿Te	apetece	una	partida	de
naipes	explosivos?
—Ahora	 no…	 Iba	 a	 la	 biblioteca	 a	 hacer	 el	 trabajo	 sobre	 los	 vampiros,	 para
Lupin.
—¡Voy	contigo!	—dijo	Neville	con	entusiasmo—.	¡Yo	tampoco	lo	he	hecho!
—Eh…	¡Pero	si	lo	terminé	anoche!	¡Se	me	había	olvidado!
—¡Estupendo,	 entonces	 podrás	 ayudarme!	 —dijo	 Neville—.	 No	 me	 entra	 todo
eso	del	ajo.	¿Se	lo	tienen	que	comer	o…?
Neville	se	detuvo	con	un	estremecimiento,	mirando	por	encima	del	hombro	de
Harry.
Era	Snape.	Neville	se	puso	rápidamente	detrás	de	Harry.
—¿Qué	hacéis	aquí	los	dos?	—dijo	Snape,	deteniéndose	y	mirando	primero	a	uno
y	después	al	otro—.	Un	extraño	lugar	para	reunirse…
Ante	el	desasosiego	de	Harry,	los	ojos	negros	de	Snape	miraron	hacia	las	puertas
que	había	a	cada	lado	y	luego	a	la	bruja	tuerta.
—No	nos	hemos	reunido	aquí	—explicó	Harry—.	Sólo	nos	hemos	encontrado	por
casualidad.
—¿De	 veras?	 —dijo	 Snape—.	 Tienes	 la	 costumbre	 de	 aparecer	 en	 lugares
inesperados,	Potter,	y	raramente	te	encuentras	en	ellos	sin	motivo.	Os	sugiero	que
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volváis	a	la	torre	de	Gryffindor,	que	es	donde	debéis	estar.
Harry	y	Neville	se	pusieron	en	camino	sin	decir	nada.	Al	doblar	la	esquina,	Harry
miró	atrás.	Snape	pasaba	una	mano	por	la	cabeza	de	la	bruja	tuerta,	examinándola
detenidamente.	 Harry	 se	 las	 arregló	 para	 deshacerse	 de	 Neville	 en	 el	 retrato	 de	 la
Señora	 Gorda,	 diciendo	 la	 contraseña	 y	 simulando	 que	 se	 había	 dejado	 el	 trabajo
sobre	los	vampiros	en	la	biblioteca	y	que	volvía	por	él.	Después	de	perder	de	vista	a
los	troles	de	seguridad,	volvió	a	sacar	el	mapa.
El	 corredor	 del	 tercer	 piso	 parecía	 desierto.	 Harry	 examinó	 el	 mapa	 con
detenimiento	 y	 vio	 con	 alivio	 que	 la	 minúscula	 mota	 con	 la	 inscripción	 «SEVERUS
SNAPE»	estaba	otra	vez	en	el	despacho.
Echó	una	carrera	hasta	la	estatua	de	la	bruja,	abrió	la	entrada	de	la	joroba	y	se
deslizó	hasta	encontrar	la	mochila	al	final	de	aquella	especie	de	tobogán	de	piedra.
Borró	el	mapa	del	merodeador	y	echó	a	correr.
Completamente	oculto	por	la	capa	invisible,	Harry	salió	a	la	luz	del	sol	por	la	puerta
de	Honeydukes	y	dio	un	codazo	a	Ron	en	la	espalda.
—Soy	yo	—susurró.
—¿Por	qué	has	tardado	tanto?	—dijo	Ron	entre	dientes.
—Snape	rondaba	por	allí.
Echaron	a	andar	por	la	calle	principal.
—¿Dónde	estás?	—le	preguntaba	Ron	de	vez	en	cuando,	por	la	comisura	de	la
boca—.	¿Sigues	ahí?	Qué	raro	resulta	esto…
Fueron	 a	 la	 oficina	 de	 correos.	 Ron	 hizo	 como	 que	 miraba	 el	 precio	 de	 una
lechuza	que	iba	hasta	Egipto,	donde	estaba	Bill,	y	de	esa	manera	Harry	pudo	hartarse
de	curiosear.	Por	lo	menos	trescientas	lechuzas	ululaban	suavemente,	desde	las	grises
grandes	 hasta	 las	 pequeñísimas	 scops	 («Sólo	 entregas	 locales»),	 que	 cabían	 en	 la
palma	de	la	mano	de	Harry.
Luego	 visitaron	 la	 tienda	 de	 Zonko,	 que	 estaba	 tan	 llena	 de	 estudiantes	 de
Hogwarts	 que	 Harry	 tuvo	 que	 tener	 mucho	 cuidado	 para	 no	 pisar	 a	 nadie	 y	 no
provocar	el	pánico.	Había	artículos	de	broma	para	satisfacer	hasta	los	sueños	más
descabellados	de	Fred	y	George.	Harry	susurró	a	Ron	lo	que	quería	que	le	comprara	y
le	pasó	un	poco	de	oro	por	debajo	de	la	capa.	Salieron	de	Zonko	con	los	monederos
bastante	 más	 vacíos	 que	 cuando	 entraron,	 pero	 con	 los	 bolsillos	 abarrotados	 de
bombas	fétidas,	dulces	del	hipo,	jabón	de	huevos	de	rana	y	una	taza	que	mordía	la
nariz.
El	día	era	agradable,	con	un	poco	de	brisa,	y	a	ninguno	de	los	dos	le	apetecía
meterse	dentro	de	ningún	sitio,	así	que	siguieron	caminando,	dejaron	atrás	Las	Tres
Escobas	y	subieron	una	cuesta	para	ir	a	visitar	la	Casa	de	los	Gritos,	el	edificio	más
embrujado	de	Gran	Bretaña.	Estaba	un	poco	separada	y	más	elevada	que	el	resto	del
pueblo,	e	incluso	a	la	luz	del	día	resultaba	escalofriante	con	sus	ventanas	cegadas	y	su
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jardín	húmedo,	sombrío	y	cuajado	de	maleza.
—Hasta	 los	 fantasmas	 de	 Hogwarts	 la	 evitan	 —explicó	 Ron,	 apoyado	 como
Harry	 en	 la	 valla,	 levantando	 la	 vista	 hacia	 ella—.	 Le	 he	 preguntado	 a	 Nick	 Casi
Decapitado…	Dice	que	ha	oído	que	aquí	residen	unos	fantasmas	muy	bestias.	Nadie
puede	entrar.	Fred	y	George	lo	intentaron,	claro,	pero	todas	las	entradas	están	tapadas.
Harry,	agotado	por	la	subida,	estaba	pensando	en	quitarse	la	capa	durante	unos
minutos	cuando	oyó	voces	cercanas.	Alguien	subía	hacia	la	casa	por	el	otro	lado	de	la
colina.	Un	momento	después	apareció	Malfoy,	seguido	de	cerca	por	Crabbe	y	Goyle.
Malfoy	decía:
—…	en	cualquier	momento	recibiré	una	lechuza	de	mi	padre.	Tengo	que	ir	al
juicio	para	declarar	por	lo	de	mi	brazo.	Tengo	que	explicar	que	lo	tuve	inutilizado
durante	tres	meses…
Crabbe	y	Goyle	se	rieron.
—Ojalá	 pudiera	 oír	 a	 ese	 gigante	 imbécil	 y	 peludo	 defendiéndose:	 «Es
inofensivo,	de	verdad.	Ese	hipogrifo	es	tan	bueno	como	un…»	—Malfoy	vio	a	Ron
de	repente.	Hizo	una	mueca	malévola—.	¿Qué	haces,	Weasley?	—Levantó	la	vista
hacia	la	casa	en	ruinas	que	había	detrás	de	Ron—:	Supongo	que	te	encantaría	vivir
ahí,	¿verdad,	Ron?	¿Sueñas	con	tener	un	dormitorio	para	ti	solo?	He	oído	decir	que
en	tu	casa	dormís	todos	en	una	habitación,	¿es	cierto?
Harry	sujetó	a	Ron	por	la	túnica	para	impedirle	que	saltara	sobre	Malfoy.
—Déjamelo	a	mí	—le	susurró	al	oído.
La	 oportunidad	 era	 demasiado	 buena	 para	 no	 aprovecharla.	 Harry	 se	 acercó
sigilosamente	a	Malfoy,	Crabbe	y	Goyle,	por	detrás;	se	agachó	y	cogió	un	puñado	de
barro	del	camino.
—Ahora	mismo	estábamos	hablando	de	tu	amigo	Hagrid	—dijo	Malfoy	a	Ron—.
Estábamos	imaginando	lo	que	dirá	ante	la	Comisión	para	las	Criaturas	Peligrosas.
¿Crees	que	llorará	cuando	al	hipogrifo	le	corten…?
¡PLAF!
Al	golpearle	la	bola	de	barro	en	la	cabeza,	Malfoy	se	inclinó	hacia	delante.	Su
pelo	rubio	platino	chorreaba	barro	de	repente.
—¿Qué	demo…?
Ron	se	sujetó	a	la	valla	para	no	revolcarse	en	el	suelo	de	la	risa.	Malfoy,	Crabbe	y
Goyle	se	dieron	la	vuelta,	mirando	a	todas	partes.	Malfoy	se	limpiaba	el	pelo.
—¿Qué	ha	sido?	¿Quién	lo	ha	hecho?
—Esto	está	lleno	de	fantasmas,	¿verdad?	—observó	Ron,	como	quien	comenta	el
tiempo	que	hace.
Crabbe	 y	 Goyle	 parecían	 asustados.	 Sus	 abultados	 músculos	 no	 les	 servían	 de
mucho	 contra	 los	 fantasmas.	 Malfoy	 daba	 vueltas	 y	 miraba	 como	 loco	 el	 desierto
paraje.
Harry	se	acercó	a	hurtadillas	a	un	charco	especialmente	sucio	sobre	el	que	había
una	capa	de	fango	verdoso	de	olor	nauseabundo.
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¡PATAPLAF!
Crabbe	 y	 Goyle	 recibieron	 algo	 esta	 vez.	 Goyle	 saltaba	 sin	 moverse	 del	 sitio,
intentando	quitarse	el	barro	de	sus	ojos	pequeños	y	apagados.
—¡Ha	venido	de	allá!	—dijo	Malfoy,	limpiándose	la	cara	y	señalando	un	punto
que	estaba	unos	dos	metros	a	la	izquierda	de	Harry.
Crabbe	 fue	 hacia	 delante	 dando	 traspiés,	 estirando	 como	 un	 zombi	 sus	 largos
brazos.	Harry	lo	esquivó,	cogió	un	palo	y	se	lo	tiró.	Le	acertó	en	la	espalda.	Harry
retrocedió	 riendo	 en	 silencio	 mientras	 Crabbe	 ejecutaba	 en	 el	 aire	 una	 especie	 de
pirueta	para	ver	quién	lo	había	arrojado.	Como	Ron	era	la	única	persona	a	la	que
Crabbe	 podía	 ver,	 fue	 a	 él	 a	 quien	 se	 dirigió.	 Pero	 Harry	 estiró	 la	 pierna.	 Crabbe
tropezó,	trastabilló	y	su	pie	grande	y	plano	pisó	la	capa	de	Harry,	que	sintió	un	tirón	y
notó	que	la	capa	le	resbalaba	por	la	cara.
Durante	una	fracción	de	segundo,	Malfoy	lo	miró	fijamente.
—¡AAAH!	—gritó,	señalando	la	cabeza	de	Harry.
Dio	 media	 vuelta	 y	 corrió	 colina	 abajo	 como	 alma	 que	 llevara	 el	 diablo,	 con
Crabbe	y	Goyle	detrás.
Harry	se	puso	bien	la	capa,	pero	ya	era	demasiado	tarde.
—Harry	—dijo	Ron,	avanzando	a	trompicones	y	mirando	hacia	el	lugar	en	que
había	aparecido	la	cabeza	de	su	amigo—.	Más	vale	que	huyas.	Si	Malfoy	se	lo	cuenta
a	alguien…	lo	mejor	será	que	regreses	rápidamente	al	castillo…
—¡Nos	vemos	más	tarde!	—le	dijo	Harry,	y	volvió	hacia	el	pueblo	a	todo	correr.
¿Creería	Malfoy	lo	que	había	visto?	¿Creería	alguien	a	Malfoy?	Nadie	sabía	lo	de
la	 capa	 invisible.	 Nadie	 excepto	 Dumbledore.	 Harry	 sintió	 un	 retortijón	 en	 el
estómago.	 Si	 Malfoy	 contaba	 algo,	 Dumbledore	 comprendería	 perfectamente	 lo
ocurrido.
Volvió	a	Honeydukes,	volvió	a	bajar	a	la	bodega,	por	el	suelo	de	piedra,	volvió	a
meterse	por	la	trampilla,	se	quitó	la	capa,	se	la	puso	debajo	del	brazo	y	corrió	todo	lo
que	 pudo	 por	 el	 pasadizo…	 Malfoy	 llegaría	 antes.	 ¿Cuánto	 tiempo	 le	 costaría
encontrar	a	un	profesor?	Jadeando,	notando	un	pinchazo	en	el	costado,	Harry	no	dejó
de	correr	hasta	que	alcanzó	el	tobogán	de	piedra.	Tendría	que	dejar	la	capa	donde
antes.	 Era	 demasiado	 comprometida,	 en	 caso	 de	 que	 Malfoy	 se	 hubiera	 chivado	 a
algún	profesor.	La	ocultó	en	un	rincón	oscuro	y	empezó	a	escalar	con	rapidez.	Sus
manos	sudorosas	resbalaban	en	los	flancos	del	tobogán.	Llegó	a	la	parte	interior	de	la
joroba	de	la	bruja,	le	dio	unos	golpecitos	con	la	varita,	asomó	la	cabeza	y	salió.	La
joroba	 se	 cerró	 y	 precisamente	 cuando	 Harry	 salía	 por	 la	 estatua,	 oyó	 unos	 pasos
ligeros	que	se	aproximaban.
Era	 Snape.	 Se	 acercó	 a	 Harry	 con	 paso	 rápido,	 produciendo	 un	 frufrú	 con	 la
túnica	negra,	y	se	detuvo	ante	él.
—¿Y…?	—preguntó.
Había	 en	 el	 profesor	 un	 aire	 contenido	 de	 triunfo.	 Harry	 trató	 de	 disimular,
demasiado	 consciente	 de	 que	 tenía	 el	 rostro	 sudoroso	 y	 las	 manos	 manchadas	 de
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barro,	que	se	apresuró	a	esconder	en	los	bolsillos.
—Ven	conmigo,	Potter	—dijo	Snape.
Harry	lo	siguió	escaleras	abajo,	limpiándose	las	manos	en	el	interior	de	la	túnica
sin	que	Snape	se	diera	cuenta.	Bajaron	hasta	las	mazmorras	y	entraron	en	el	despacho
de	Snape.	Harry	sólo	había	entrado	en	aquel	lugar	en	una	ocasión	y	también	entonces
se	 había	 visto	 en	 un	 serio	 aprieto.	 Desde	 aquella	 vez,	 Snape	 había	 comprado	 más
seres	 viscosos	 y	 repugnantes,	 y	 los	 había	 metido	 en	 tarros.	 Estaban	 todos	 en
estanterías,	 detrás	 de	 la	 mesa,	 brillando	 a	 la	 luz	 del	 fuego	 de	 la	 chimenea	 y
acentuando	el	aire	amenazador	de	la	situación.
—Siéntate	—dijo	Snape.
Harry	se	sentó.	Snape,	sin	embargo,	permaneció	de	pie.
—El	señor	Malfoy	acaba	de	contarme	algo	muy	extraño,	Potter	—dijo	Snape.
Harry	no	abrió	la	boca.
—Me	ha	contado	que	se	encontró	con	Weasley	junto	a	la	Casa	de	los	Gritos.	Al
parecer,	Weasley	estaba	solo.
Harry	siguió	sin	decir	nada.
—El	señor	Malfoy	asegura	que	estaba	hablando	con	Weasley	cuando	una	gran
cantidad	de	barro	le	golpeó	en	la	parte	posterior	de	la	cabeza.	¿Cómo	crees	que	pudo
ocurrir?
Harry	trató	de	parecer	sorprendido:
—No	lo	sé,	profesor.
Snape	 taladraba	 a	 Harry	 con	 los	 ojos.	 Era	 igual	 que	 mirar	 a	 los	 ojos	 a	 un
hipogrifo:	Harry	hizo	un	gran	esfuerzo	para	no	parpadear.
—Entonces,	el	señor	Malfoy	presenció	una	extraordinaria	aparición.	¿Se	te	ocurre
qué	pudo	ser,	Potter?
—No	—contestó	Harry,	intentando	aparentar	una	curiosidad	inocente.
—Tu	cabeza,	Potter.	Flotando	en	el	aire.
Hubo	un	silencio	prolongado.
—Tal	vez	debería	acudir	a	la	señora	Pomfrey.	Si	ve	cosas	como…
—¿Qué	estaría	haciendo	tu	cabeza	en	Hogsmeade,	Potter?	—dijo	Snape	con	voz
suave—.	 Tu	 cabeza	 no	 tiene	 permiso	 para	 ir	 a	 Hogsmeade.	 Ninguna	 parte	 de	 tu
cuerpo,	en	realidad.
—Lo	sé	—dijo	Harry,	haciendo	un	esfuerzo	para	que	ni	la	culpa	ni	el	miedo	se
reflejaran	en	su	rostro—.	Parece	que	Malfoy	tiene	alucina…
—Malfoy	 no	 tiene	 alucinaciones	 —gruñó	 Snape,	 y	 se	 inclinó	 hacia	 delante,
apoyando	las	manos	en	los	brazos	del	asiento	de	Harry,	para	que	sus	caras	quedasen	a
un	palmo	de	distancia—.	Si	tu	cabeza	estaba	en	Hogsmeade,	también	estaba	el	resto.
—He	 estado	 arriba,	 en	 la	 torre	 de	 Gryffindor	 —dijo	 Harry—.	 Como	 usted	 me
mandó.
—¿Hay	alguien	que	pueda	testificarlo?
Harry	no	dijo	nada.	Los	finos	labios	de	Snape	se	torcieron	en	una	horrible	sonrisa.
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—Bien	 —dijo,	 incorporándose—.	 Todo	 el	 mundo,	 desde	 el	 ministro	 de	 Magia
para	abajo,	trata	de	proteger	de	Sirius	Black	al	famoso	Harry	Potter.	Pero	el	famoso
Harry	 Potter	 hace	 lo	 que	 le	 da	 la	 gana.	 ¡Que	 la	 gente	 vulgar	 se	 preocupe	 de	 su
seguridad!	 El	 famoso	 Harry	 Potter	 va	 donde	 le	 apetece	 sin	 pensar	 en	 las
consecuencias.
Harry	guardó	silencio.	Snape	le	provocaba	para	que	revelara	la	verdad.	Pero	no
iba	a	hacerlo.	Snape	aún	no	tenía	pruebas.
—¡Cómo	 te	 pareces	 a	 tu	 padre!	 —dijo	 de	 repente	 Snape,	 con	 los	 ojos
relampagueantes—.	También	él	era	muy	arrogante.	No	era	malo	jugando	al	quidditch
y	eso	le	hacía	creerse	superior	a	los	demás.	Se	pavoneaba	por	todas	partes	con	sus
amigos	y	admiradores.	El	parecido	es	asombroso.
—Mi	 padre	 no	 se	 pavoneaba	 —dijo	 Harry,	 sin	 poderse	 contener—.	 Y	 yo
tampoco.
—Tu	 padre	 tampoco	 respetaba	 mucho	 las	 normas	 —prosiguió	 Snape,	 en	 sus
trece,	con	el	delgado	rostro	lleno	de	malicia—.	Las	normas	eran	para	la	gente	que
estaba	por	debajo,	no	para	los	ganadores	de	la	copa	de	quidditch.	Era	tan	engreído…
—¡CÁLLESE!
Harry	se	puso	en	pie.	Lo	invadía	una	rabia	que	no	había	sentido	desde	su	última
noche	en	Privet	Drive.	No	le	importaba	que	Snape	se	hubiera	puesto	rígido	ni	que	sus
ojos	negros	lo	miraran	con	un	fulgor	amenazante:
—¿Qué	has	dicho,	Potter?
—¡Le	he	dicho	que	deje	de	hablar	de	mi	padre!	Conozco	la	verdad.	Él	le	salvó	a
usted	la	vida.	¡Dumbledore	me	lo	contó!	¡Si	no	hubiera	sido	por	mi	padre,	usted	ni
siquiera	estaría	aquí!
La	piel	cetrina	de	Snape	se	puso	del	color	de	la	leche	agria.
—¿Y	el	director	te	contó	las	circunstancias	en	que	tu	padre	me	salvó	la	vida?	—
susurró—.	 ¿O	 consideró	 que	 esos	 detalles	 eran	 demasiado	 desagradables	 para	 los
delicados	oídos	de	su	estimadísimo	Potter?
Harry	se	mordió	el	labio.	No	sabía	cómo	había	ocurrido	y	no	quería	admitir	que
no	lo	sabía.	Pero	parecía	que	Snape	había	adivinado	la	verdad.
—Lamentaría	que	salieras	de	aquí	con	una	falsa	idea	de	tu	padre	—añadió	con
una	 horrible	 mueca—.	 ¿Imaginabas	 algún	 acto	 glorioso	 de	 heroísmo?	 Pues
permíteme	que	te	desengañe.	Tu	santo	padre	y	sus	amigos	me	gastaron	una	broma
muy	divertida,	que	habría	acabado	con	mi	vida	si	tu	padre	no	hubiera	tenido	miedo	en
el	último	momento	y	no	se	hubiera	echado	atrás.	No	hubo	nada	heroico	en	lo	que
hizo.	Estaba	salvando	su	propia	piel	tanto	como	la	mía.	Si	su	broma	hubiera	tenido
éxito,	lo	habrían	echado	de	Hogwarts.
Snape	enseñó	los	dientes,	irregulares	y	amarillos.
—¡Da	la	vuelta	a	tus	bolsillos,	Potter!	—le	ordenó	de	repente.
Harry	no	se	movió.	Oía	los	latidos	que	le	retumbaban	en	los	oídos.
—¡Da	la	vuelta	a	tus	bolsillos	o	vamos	directamente	al	director!	¡Dales	la	vuelta,
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Potter!
Temblando	de	miedo,	Harry	sacó	muy	lentamente	la	bolsa	de	artículos	de	broma
de	Zonko	y	el	mapa	del	merodeador.
Snape	cogió	la	bolsa	de	Zonko.
—Todo	me	lo	ha	dado	Ron	—dijo	Harry,	esperando	tener	la	posibilidad	de	poner
a	Ron	al	corriente	antes	de	que	Snape	lo	viera—.	Me	lo	trajo	de	Hogsmeade	la	última
vez…
—¿De	 verdad?	 ¿Y	 lo	 llevas	 encima	 desde	 entonces?	 ¡Qué	 enternecedor…!	 ¿Y
esto	qué	es?
Snape	acababa	de	coger	el	mapa.	Harry	hizo	un	enorme	esfuerzo	por	mantenerse
impasible.
—Un	trozo	de	pergamino	que	me	sobró	—dijo	encogiéndose	de	hombros.
Snape	le	dio	la	vuelta,	con	los	ojos	puestos	en	Harry.
—Supongo	que	no	necesitarás	un	trozo	de	pergamino	tan	viejo	—dijo—.	¿Puedo
tirarlo?
Acercó	la	mano	al	fuego.
—¡No!	—exclamó	Harry	rápidamente.
—¿Cómo?	—dijo	Snape.	Las	aletas	de	la	nariz	le	vibraban—.	¿Es	otro	precioso
regalo	 del	 señor	 Weasley?	 ¿O	 es…	 otra	 cosa?	 ¿Quizá	 una	 carta	 escrita	 con	 tinta
invisible?	 ¿O	 tal	 vez…	 instrucciones	 para	 llegar	 a	 Hogsmeade	 evitando	 a	 los
dementores?
Harry	parpadeó.	Los	ojos	de	Snape	brillaban.
—Veamos,	veamos…	—susurró,	sacando	la	varita	y	desplegando	el	mapa	sobre	la
mesa—.	¡Revela	tu	secreto!	—dijo,	tocando	el	pergamino	con	la	punta	de	la	varita.
No	ocurrió	nada.	Harry	enlazó	las	manos	para	evitar	que	temblaran.
—¡Muéstrate!	—dijo	Snape,	golpeando	el	mapa	con	energía.
Siguió	en	blanco.	Harry	respiró	aliviado.
—¡Severus	Snape,	profesor	de	este	colegio,	te	ordena	enseñar	la	información	que
ocultas!	—dijo	Snape,	volviendo	a	golpear	el	mapa	con	la	varita.
Como	 si	 una	 mano	 invisible	 escribiera	 sobre	 él,	 en	 la	 lisa	 superficie	 del	 mapa
fueron	 apareciendo	 algunas	 palabras:	 «El	 señor	 Lunático	 presenta	 sus	 respetos	 al
profesor	Snape	y	le	ruega	que	aparte	la	narizota	de	los	asuntos	que	no	le	atañen.»
Snape	se	quedó	helado.	Harry	contempló	el	mensaje	estupefacto.	Pero	el	mapa	no
se	 detuvo	 allí.	 Aparecieron	 más	 cosas	 escritas	 debajo	 de	 las	 primeras	 líneas:	 «El
señor	Cornamenta	está	de	acuerdo	con	el	señor	Lunático	y	sólo	quisiera	añadir	que	el
profesor	Snape	es	feo	e	imbécil.»
Habría	resultado	muy	gracioso	en	otra	situación	menos	grave.	Y	había	más:	«El
señor	Canuto	quisiera	hacer	constar	su	estupefacción	ante	el	hecho	de	que	un	idiota
semejante	haya	llegado	a	profesor.»
Harry	cerró	los	ojos	horrorizado.	Al	abrirlos,	el	mapa	había	añadido	las	últimas
palabras:	«El	señor	Colagusano	saluda	al	profesor	Snape	y	le	aconseja	que	se	lave	el
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pelo,	el	muy	guarro.»
Harry	aguardó	el	golpe.
—Bueno…	—dijo	Snape	con	voz	suave—.	Ya	veremos.
Se	 dirigió	 al	 fuego	 con	 paso	 decidido,	 cogió	 de	 un	 tarro	 un	 puñado	 de	 polvo
brillante	y	lo	arrojó	a	las	llamas.
—¡Lupin!	—gritó	Snape	dirigiéndose	al	fuego—.	¡Quiero	hablar	contigo!
Totalmente	 asombrado,	 Harry	 se	 quedó	 mirando	 el	 fuego.	 Una	 gran	 forma
apareció	en	él,	revolviéndose	muy	rápido.
Unos	segundos	más	tarde,	el	profesor	Lupin	salía	de	la	chimenea	sacudiéndose	las
cenizas	de	la	raída	túnica.
—¿Llamabas,	Severus?	—preguntó	Lupin,	amablemente.
—Sí	 —respondió	 Snape,	 con	 el	 rostro	 crispado	 por	 la	 furia	 y	 regresando	 a	 su
mesa	con	amplias	zancadas—.	Le	he	dicho	a	Potter	que	vaciara	los	bolsillos	y	llevaba
esto.
Snape	señaló	el	pergamino	en	el	que	todavía	brillaban	las	palabras	de	los	señores
Lunático,	 Colagusano,	 Canuto	 y	 Cornamenta.	 En	 el	 rostro	 de	 Lupin	 apareció	 una
expresión	extraña	y	hermética.
—¿Qué	te	parece?	—dijo	Snape.	Lupin	siguió	mirando	el	mapa.	Harry	tenía	la
impresión	de	que	Lupin	estaba	muy	concentrado—.	¿Qué	te	parece?	—repitió	Snape
—.	Este	pergamino	está	claramente	encantado	con	Artes	Oscuras.	Entra	dentro	de	tu
especialidad,	Lupin.	¿Dónde	crees	que	lo	pudo	conseguir	Potter?
Lupin	levantó	la	vista	y	con	una	mirada	de	soslayo	a	Harry,	le	advirtió	que	no	lo
interrumpiera.
—¿Con	 Artes	 Oscuras?	 —repitió	 con	 voz	 amable—.	 ¿De	 verdad	 lo	 crees,
Severus?	A	mí	me	parece	simplemente	un	pergamino	que	ofende	al	que	intenta	leerlo.
Infantil,	pero	seguramente	no	peligroso.	Supongo	que	Harry	lo	ha	comprado	en	una
tienda	de	artículos	de	broma.
—¿De	verdad?	—preguntó	Snape.	Tenía	la	quijada	rígida	a	causa	del	enfado—.
¿Crees	que	una	tienda	de	artículos	de	broma	le	vendería	algo	como	esto?	¿No	crees
que	es	más	probable	que	lo	consiguiera	directamente	de	los	fabricantes?
Harry	 no	 entendía	 qué	 quería	 decir	 Snape.	 Y	 daba	 la	 impresión	 de	 que	 Lupin
tampoco.
—¿Quieres	 decir	 del	 señor	 Colagusano	 o	 cualquiera	 de	 esas	 personas?	 —
preguntó—.	Harry,	¿conoces	a	alguno	de	estos	señores?
—No	—respondió	rápidamente	Harry.
—¿Lo	ves,	Severus?	—dijo	Lupin,	volviéndose	hacia	Snape—.	Creo	que	es	de
Zonko.
En	ese	momento	entró	Ron	en	el	despacho.	Llegaba	sin	aliento.	Se	paró	de	pronto
delante	de	la	mesa	de	Snape,	con	una	mano	en	el	pecho	e	intentando	hablar.
—Yo…	le	di…	a	Harry…	ese	objeto	—dijo	con	la	voz	ahogada—.	Lo	compré	en
Zonko	hace	mucho	tiempo…
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—Bien	—dijo	Lupin,	dando	una	palmada	y	mirando	contento	a	su	alrededor—.
¡Parece	 que	 eso	 lo	 aclara	 todo!	 Me	 lo	 llevo,	 Severus,	 si	 no	 te	 importa	 —Plegó	 el
mapa	y	se	lo	metió	en	la	túnica—.	Harry,	Ron,	venid	conmigo.	Tengo	que	deciros
algo	relacionado	con	el	trabajo	sobre	los	vampiros.	Discúlpanos,	Severus.
Harry	 no	 se	 atrevió	 a	 mirar	 a	 Snape	 al	 salir	 del	 despacho.	 Él,	 Ron	 y	 Lupin
hicieron	todo	el	camino	hasta	el	vestíbulo	sin	hablar.	Luego	Harry	se	volvió	a	Lupin.
—Señor	profesor,	yo…
—No	quiero	disculpas	—dijo	Lupin.	Echó	una	mirada	al	vestíbulo	vacío	y	bajó	la
voz—.	Da	la	casualidad	de	que	sé	que	este	mapa	fue	confiscado	por	el	señor	Filch
hace	muchos	años.	Sí,	sé	que	es	un	mapa	—dijo	ante	los	asombrados	Harry	y	Ron—.
No	quiero	saber	cómo	ha	caído	en	vuestras	manos.	Me	asombra,	sin	embargo,	que	no
lo	entregarais,	especialmente	después	de	lo	sucedido	en	la	última	ocasión	en	que	un
alumno	dejó	por	ahí	información	relativa	al	castillo.	No	te	lo	puedo	devolver,	Harry.
Harry	ya	lo	suponía,	y	quería	explicarse.
—¿Por	qué	pensó	Snape	que	me	lo	habían	dado	los	fabricantes?
—Porque…	 porque	 los	 fabricantes	 de	 estos	 mapas	 habrían	 querido	 sacarte	 del
colegio.	Habrían	pensado	que	era	muy	divertido.
—¿Los	conoce?	—dijo	Harry	impresionado.
—Nos	hemos	visto	—dijo	Lupin	lacónicamente.	Miraba	a	Harry	más	serio	que
nunca—.	 No	 esperes	 que	 te	 vuelva	 a	 encubrir,	 Harry.	 No	 puedo	 conseguir	 que	 te
tomes	 en	 serio	 a	 Sirius	 Black,	 pero	 creía	 que	 los	 gritos	 que	 oyes	 cuando	 se	 te
aproximan	los	dementores	te	habían	hecho	algún	efecto.	Tus	padres	dieron	su	vida
para	que	tú	siguieras	vivo,	Harry.	Y	tú	les	correspondes	muy	mal…	cambiando	su
sacrificio	por	una	bolsa	de	artículos	de	broma.
Se	marchó	y	Harry	se	sintió	mucho	peor	que	en	el	despacho	de	Snape.	Despacio,
subieron	la	escalera	de	mármol.	Al	pasar	al	lado	de	la	estatua	de	la	bruja	tuerta,	Harry
se	acordó	de	la	capa	invisible.	Seguía	allí	abajo,	pero	no	se	atrevió	a	ir	por	ella.
—Es	culpa	mía	—dijo	Ron	de	pronto—.	Yo	te	persuadí	de	que	fueras.	Lupin	tiene
razón.	Fue	una	idiotez.	No	debimos	hacerlo.
Dejó	de	hablar.	Habían	llegado	al	corredor	en	que	los	troles	de	seguridad	estaban
haciendo	la	ronda	y	por	el	que	Hermione	avanzaba	hacia	ellos.	Al	verle	la	cara,	a
Harry	 no	 le	 cupo	 ninguna	 duda	 de	 que	 estaba	 enterada	 de	 lo	 ocurrido.	 Sintió	 una
enorme	desazón.	¿Se	lo	habría	contado	a	la	profesora	McGonagall?
—¿Has	venido	a	darte	el	gusto?	—le	preguntó	Ron	cuando	se	detuvo	la	muchacha
—.	¿O	acabas	de	delatarnos?
—No	—respondió	Hermione.	Tenía	en	las	manos	una	carta	y	el	labio	le	temblaba
—.	 Sólo	 creí	 que	 debíais	 saberlo.	 Hagrid	 ha	 perdido	 el	 caso.	 Van	 a	 ejecutar	 a
Buckbeak.
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—M
CAPÍTULO	15
La	final	de	quidditch
E	ha	enviado	esto	—dijo	Hermione,	tendiéndoles	la	carta.
Harry	 la	 cogió.	 El	 pergamino	 estaba	 húmedo;	 las	 gruesas	 lágrimas
habían	emborronado	tanto	la	tinta	que	la	lectura	se	hacía	difícil	en	muchos	lugares.
Querida	Hermione:
Hemos	perdido.	Me	permitirán	traerlo	a	Hogwarts,	pero	van	a	fijar	la
fecha	del	sacrificio.
A	Buckbeak	le	ha	gustado	Londres.
Nunca	olvidaré	toda	la	ayuda	que	nos	has	proporcionado.
Hagrid
—No	pueden	hacerlo	—dijo	Harry—.	No	pueden.	Buckbeak	no	es	peligroso.
—El	padre	de	Malfoy	consiguió	atemorizar	a	la	Comisión	para	que	tomaran	esta
determinación	—dijo	Hermione	secándose	los	ojos—.	Ya	sabéis	cómo	es.	Son	unos
viejos	imbéciles	y	los	asustó.	Pero	podremos	recurrir.	Siempre	se	puede.	Aunque	no
veo	ninguna	esperanza…	Nada	cambiará.
—Sí,	algo	cambiará	—dijo	Ron,	decidido—.	En	esta	ocasión	no	tendrás	que	hacer
tú	sola	todo	el	trabajo.	Yo	te	ayudaré.
—¡Ron!
Hermione	le	echó	los	brazos	al	cuello	y	rompió	a	llorar.	Ron,	totalmente	aterrado,
le	dio	unas	palmadas	torpes	en	la	cabeza.	Hermione	se	apartó	por	fin.
—Ron,	de	verdad,	siento	muchísimo	lo	de	Scabbers	—sollozó.
—Bueno,	ya	era	muy	vieja	—dijo	Ron,	aliviado	de	que	ella	se	hubiera	soltado—.
Y	era	algo	inútil.	Quién	sabe,	a	lo	mejor	ahora	mis	padres	me	compran	una	lechuza.
Las	medidas	de	seguridad	impuestas	a	los	alumnos	después	de	la	segunda	intrusión
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de	Black	impedían	que	Harry,	Ron	y	Hermione	visitaran	a	Hagrid	por	las	tardes.	La
única	posibilidad	que	tenían	de	hablar	con	él	eran	las	clases	de	Cuidado	de	Criaturas
Mágicas.
Hagrid	parecía	conmocionado	por	el	veredicto.
—Todo	fue	culpa	mía.	Me	quedé	petrificado.	Estaban	todos	allí	con	sus	túnicas
negras,	y	a	mí	se	me	caían	continuamente	las	notas	y	se	me	olvidaron	todas	las	fechas
que	me	habías	buscado,	Hermione.	Y	entonces	se	levantó	Lucius	Malfoy,	soltó	su
discurso	y	la	Comisión	hizo	exactamente	lo	que	él	dijo…
—¡Todavía	podemos	apelar!	—dijo	Ron	con	entusiasmo—.	¡No	tires	la	toalla!
¡Estamos	trabajando	en	ello!
Volvían	al	castillo	con	el	resto	de	la	clase.	Delante	podían	ver	a	Malfoy,	que	iba
con	Crabbe	y	Goyle,	y	miraba	hacia	atrás	de	vez	en	cuando,	riéndose.
—No	servirá	de	mucho,	Ron	—le	dijo	Hagrid	con	tristeza,	al	llegar	a	las	escaleras
del	castillo—.	Lucius	Malfoy	tiene	a	la	Comisión	en	el	bolsillo.	Sólo	me	aseguraré	de
que	el	tiempo	que	le	queda	a	Buckbeak	sea	el	más	feliz	de	su	vida.	Se	lo	debo…
Hagrid	 dio	 media	 vuelta	 y	 volvió	 a	 la	 cabaña,	 cubriéndose	 el	 rostro	 con	 el
pañuelo.
—¡Miradlo	cómo	llora!
Malfoy,	Crabbe	y	Goyle	habían	estado	escuchando	en	la	puerta.
—¿Habíais	visto	alguna	vez	algo	tan	patético?	—dijo	Malfoy—.	¡Y	pensar	que	es
profesor	nuestro!
Harry	y	Ron	fueron	hacia	ellos,	pero	Hermione	llegó	antes:
¡PLAF!
Dio	 a	 Malfoy	 una	 bofetada	 con	 todas	 sus	 fuerzas.	 Malfoy	 se	 tambaleó.	 Harry,
Ron,	Crabbe	y	Goyle	se	quedaron	atónitos	en	el	momento	en	que	Hermione	volvió	a
levantar	la	mano.
—¡No	te	atrevas	a	llamar	«patético»	a	Hagrid,	so	puerco…	so	malvado…!
—¡Hermione!	—dijo	Ron	con	voz	débil,	intentando	sujetarle	la	mano.
—Suéltame,	Ron.
Hermione	sacó	la	varita.	Malfoy	se	echó	hacia	atrás.	Crabbe	y	Goyle	lo	miraron
atónitos,	sin	saber	qué	hacer.
—Vámonos	 —musitó	 Malfoy.	 Y	 en	 un	 instante,	 los	 tres	 desaparecieron	 por	 el
pasadizo	que	conducía	a	las	mazmorras.
—¡Hermione!	—dijo	Ron	de	nuevo,	atónito	por	la	sorpresa.
—¡Harry,	espero	que	le	ganes	en	la	final	de	quidditch!	—dijo	Hermione	chillando
—.	¡Espero	que	ganes,	porque	si	gana	Slytherin	no	podré	soportarlo!
—Hay	que	ir	a	Encantamientos	—dijo	Ron,	mirando	todavía	a	Hermione	con	los
ojos	como	platos.
Subieron	aprisa	hacia	la	clase	del	profesor	Flitwick.
—¡Llegáis	 tarde,	 muchachos!	 —dijo	 en	 tono	 de	 censura	 el	 profesor	 Flitwick,
cuando	Harry	abrió	la	puerta	del	aula—.	¡Vamos,	rápido,	sacad	las	varitas!	Vamos	a
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trabajar	con	encantamientos	regocijantes.	Ya	se	han	colocado	todos	por	parejas.
Harry	 y	 Ron	 fueron	 aprisa	 hasta	 un	 pupitre	 que	 había	 al	 fondo	 y	 abrieron	 las
mochilas.	Ron	miró	a	su	alrededor.
—¿Dónde	se	ha	puesto	Hermione?
Harry	también	echó	un	vistazo.	Hermione	no	había	entrado	en	el	aula,	pero	Harry
sabía	que	estaba	a	su	lado	cuando	había	abierto	la	puerta.
—Es	 extraño	 —dijo	 Harry	 mirando	 a	 Ron—.	 Quizás…	 quizás	 haya	 ido	 a	 los
lavabos…
Pero	Hermione	no	apareció	durante	la	clase.
—Pues	 tampoco	 le	 habría	 venido	 mal	 a	 ella	 un	 encantamiento	 regocijante	 —
comentó	Ron	cuando	salían	del	aula	para	ir	a	comer,	todos	con	una	dilatada	sonrisa.
La	clase	de	encantamientos	regocijantes	los	había	dejado	muy	contentos.
Hermione	tampoco	apareció	por	el	Gran	Comedor	durante	el	almuerzo.	Cuando
terminaron	 el	 pastel	 de	 manzana,	 el	 efecto	 de	 los	 encantamientos	 regocijantes	 se
estaba	perdiendo,	y	Harry	y	Ron	empezaban	a	preocuparse.
—¿No	le	habrá	hecho	nada	Malfoy?	—comentó	Ron	mientras	subían	aprisa	las
escaleras	hacia	la	torre	de	Gryffindor.
Pasaron	entre	los	troles	de	seguridad,	le	dieron	la	contraseña	(«Pitapatafrita»)	a	la
Señora	Gorda	y	entraron	por	el	agujero	del	retrato	para	acceder	a	la	sala	común.
Hermione	 estaba	 sentada	 a	 una	 mesa,	 profundamente	 dormida,	 con	 la	 cabeza
apoyada	en	un	libro	abierto	de	Aritmancia.	Fueron	a	sentarse	uno	a	cada	lado	de	ella.
Harry	le	dio	con	el	codo	para	que	despertara.
—¿Qué…	 qué?	 —preguntó	 Hermione,	 despertando	 sobresaltada	 y	 mirando
alrededor	con	los	ojos	muy	abiertos—.	¿Es	hora	de	marcharse?	¿Qué	clase	tenemos
ahora?
—Adivinación,	 pero	 no	 es	 hasta	 dentro	 de	 veinte	 minutos	 —dijo	 Harry—.
Hermione,	¿por	qué	no	has	estado	en	Encantamientos?
—¿Qué?	¡Oh,	no!	—chilló	Hermione—.	¡Se	me	olvidó!
—Pero	¿cómo	se	te	pudo	olvidar?	—le	preguntó	Harry—.	¡Llegaste	con	nosotros
a	la	puerta	del	aula!
—¡Imposible!	—aulló	Hermione—.	¿Se	enfadó	el	profesor	Flitwick?	Fue	Malfoy.
Estaba	pensando	en	él	y	perdí	la	noción	de	las	cosas.
—¿Sabes	una	cosa,	Hermione?	—le	dijo	Ron,	mirando	el	libro	de	Aritmancia	que
Hermione	 había	 empleado	 como	 almohada—.	 Creo	 que	 estás	 a	 punto	 de	 estallar.
Tratas	de	abarcar	demasiado.
—No,	no	es	verdad	—dijo	Hermione,	apartándose	el	pelo	de	los	ojos	y	mirando
alrededor,	buscando	la	mochila	infructuosamente—.	Me	he	despistado,	eso	es	todo.
Lo	 mejor	 será	 que	 vaya	 a	 ver	 al	 profesor	 Flitwick	 y	 me	 disculpe.	 ¡Os	 veré	 en
Adivinación!
Se	reunió	con	ellos	veinte	minutos	más	tarde,	todavía	confusa,	a	los	pies	de	la
escalera	que	llevaba	a	la	clase	de	la	profesora	Trelawney.
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—¡Aún	 no	 me	 puedo	 creer	 que	 me	 perdiera	 la	 clase	 de	 encantamientos
regocijantes!	¡Y	apuesto	a	que	nos	sale	en	el	examen!	¡El	profesor	Flitwick	me	ha
insinuado	que	puede	salir!
Subieron	juntos	y	entraron	en	la	oscura	y	sofocante	sala	de	la	torre.	En	cada	mesa
había	una	brillante	bola	de	cristal	llena	de	neblina	nacarada.	Harry,	Ron	y	Hermione
se	sentaron	juntos	a	la	misma	mesa	destartalada.
—Creía	que	no	veríamos	las	bolas	de	cristal	hasta	el	próximo	trimestre	—susurró
Ron,	echando	a	su	alrededor	una	mirada,	por	si	la	profesora	Trelawney	estaba	cerca.
—No	te	quejes,	esto	quiere	decir	que	ya	hemos	terminado	con	la	quiromancia.	Me
ponía	enfermo	verla	dar	respingos	cada	vez	que	me	miraba	la	mano.
—¡Buenos	 días	 a	 todos!	 —dijo	 una	 voz	 conocida	 y	 a	 la	 vez	 indistinta,	 y	 la
profesora	 Trelawney	 hizo	 su	 habitual	 entrada	 teatral,	 surgiendo	 de	 las	 sombras.
Parvati	y	Lavender	temblaban	de	emoción,	con	el	rostro	encendido	por	el	resplandor
lechoso	de	su	bola	de	cristal—.	He	decidido	que	empecemos	con	la	bola	de	cristal
algo	antes	de	lo	planeado	—dijo	la	profesora	Trelawney,	sentándose	de	espaldas	al
fuego	 y	 mirando	 alrededor—.	 Los	 hados	 me	 han	 informado	 de	 que	 en	 vuestro
examen	de	junio	saldrá	la	bola,	y	quiero	que	recibáis	suficientes	clases	prácticas.
Hermione	dio	un	bufido.
—Bueno,	de	verdad…	los	hados	le	han	informado…	¿Quién	pone	el	examen?
¡Ella!	¡Qué	predicción	tan	asombrosa!	—dijo,	sin	preocuparse	de	bajar	la	voz.
Era	difícil	saber	si	la	profesora	Trelawney	los	había	oído,	ya	que	su	rostro	estaba
oculto	 en	 las	 sombras.	 Sin	 embargo,	 prosiguió	 como	 si	 no	 se	 hubiera	 enterado	 de
nada.
—Mirar	la	bola	de	cristal	es	un	arte	muy	sutil	—explicó	en	tono	soñador—.	No
espero	 que	 ninguno	 vea	 nada	 en	 la	 bola	 la	 primera	 vez	 que	 mire	 en	 sus	 infinitas
profundidades.	 Comenzaremos	 practicando	 la	 relajación	 de	 la	 conciencia	 y	 de	 los
ojos	externos	—Ron	empezó	a	reírse	de	forma	incontrolada	y	tuvo	que	meterse	el
puño	 en	 la	 boca	 para	 ahogar	 el	 ruido—,	 con	 el	 fin	 de	 liberar	 el	 ojo	 interior	 y	 la
superconciencia.	Tal	vez,	si	tenéis	suerte,	algunos	lleguéis	a	ver	algo	antes	de	que
acabe	la	clase.
Y	entonces	comenzaron.	Harry,	por	lo	menos,	se	sentía	muy	tonto	mirando	la	bola
de	 cristal	 sin	 comprender,	 intentando	 vaciar	 la	 mente	 de	 pensamientos	 que
continuamente	pasaban	por	ella,	por	ejemplo	«qué	idiotez».	No	facilitaba	las	cosas	el
que	Ron	prorrumpiera	continuamente	en	risitas	mudas	ni	que	Hermione	chascara	la
lengua	sin	parar,	en	señal	de	censura.
—¿Habéis	 visto	 ya	 algo?	 —les	 preguntó	 Harry	 después	 de	 mirar	 la	 bola	 en
silencio	durante	un	cuarto	de	hora.
—Sí,	aquí	hay	una	quemadura	—dijo	Ron,	señalando	la	mesa	con	el	dedo—.	A
alguien	se	le	ha	caído	la	cera	de	la	vela.
—Esto	es	una	horrible	pérdida	de	tiempo	—dijo	Hermione	entre	dientes—.	En
estos	 momentos	 podría	 estar	 practicando	 algo	 útil.	 Podría	 ponerme	 al	 día	 en
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encantamientos	regocijantes.
Acompañada	por	el	susurro	de	la	falda,	la	profesora	Trelawney	pasó	por	su	lado.
—¿Alguien	 quiere	 que	 le	 ayude	 a	 interpretar	 los	 oscuros	 augurios	 de	 la	 bola
mágica?	 —susurró	 con	 una	 voz	 que	 se	 elevaba	 por	 encima	 del	 tintineo	 de	 sus
pulseras.
—Yo	no	necesito	ayuda	—susurró	Ron—.	Es	obvio	lo	que	esto	quiere	decir:	que
esta	noche	habrá	mucha	niebla.
Harry	y	Hermione	estallaron	en	una	carcajada.
—¡Venga!	—les	llamó	la	atención	la	profesora	Trelawney,	al	mismo	tiempo	que
todo	el	mundo	se	volvía	hacia	ellos.	Parvati	y	Lavender	los	miraban	escandalizadas
—.	Estáis	perjudicando	nuestras	vibraciones	clarividentes.	—Se	aproximó	a	la	mesa
de	los	tres	amigos	y	observó	su	bola	de	cristal.	A	Harry	se	le	vino	el	mundo	encima.
Imaginaba	lo	que	pasaría	a	continuación—:	¡Aquí	hay	algo!	—susurró	la	profesora
Trelawney,	 acercando	 el	 rostro	 a	 la	 bola,	 que	 quedó	 doblemente	 reflejada	 en	 sus
grandes	gafas—.	Algo	que	se	mueve…	pero	¿qué	es?
Harry	 habría	 apostado	 todo	 cuanto	 poseía	 a	 que,	 fuera	 lo	 que	 fuese,	 no	 serían
buenas	noticias.	En	efecto:
—Muchacho…	—La	profesora	Trelawney	suspiró	mirando	a	Harry—.	Está	aquí,
más	 claro	 que	 el	 agua.	 Sí,	 querido	 muchacho…	 está	 aquí	 acechándote,
aproximándose…	el	Gr…
—¡Por	Dios	santo!	—exclamó	Hermione—.	¿Otra	vez	ese	ridículo	Grim?
La	 profesora	 Trelawney	 levantó	 sus	 grandes	 ojos	 hasta	 la	 cara	 de	 Hermione.
Parvati	 susurró	 algo	 a	 Lavender	 y	 ambas	 miraron	 a	 la	 muchacha.	 La	 profesora
Trelawney	se	incorporó	y	la	contempló	con	ira.
—Siento	decirte	que	desde	el	momento	en	que	llegaste	a	esta	clase	ha	resultado
evidente	que	careces	de	lo	que	requiere	el	noble	arte	de	la	adivinación.	En	realidad,
no	recuerdo	haber	tenido	nunca	un	alumno	cuya	mente	fuera	tan	incorregiblemente
vulgar.
Hubo	un	momento	de	silencio.
—Bien	—dijo	de	repente	Hermione,	levantándose	y	metiendo	en	la	mochila	su
ejemplar	de	Disipar	las	nieblas	del	futuro—.	Bien	—repitió,	echándose	la	mochila	al
hombro	y	casi	derribando	a	Ron	de	la	silla—,	abandono.	¡Me	voy!
Y	ante	el	asombro	de	toda	la	clase,	Hermione	se	dirigió	con	paso	firme	hacia	la
trampilla,	la	abrió	de	un	golpe	y	se	perdió	escaleras	abajo.
La	 clase	 tardó	 unos	 minutos	 en	 volver	 a	 apaciguarse.	 Parecía	 que	 la	 profesora
Trelawney	se	había	olvidado	por	completo	del	Grim.	Se	volvió	de	repente	desde	la
mesa	de	Harry	y	Ron,	respirando	hondo	a	la	vez	que	se	subía	el	chal	transparente.
—¡Aaaaah!	—exclamó	de	repente	Lavender,	sobresaltando	a	todo	el	mundo—.
¡Aaaah,	profesora	Trelawney,	acabo	de	acordarme!	Usted	la	ha	visto	salir,	¿no	es	así,
profesora?	«En	torno	a	Semana	Santa,	uno	de	vosotros	nos	dejará	para	siempre.»	Lo
dijo	usted	hace	milenios,	profesora.
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La	profesora	Trelawney	le	dirigió	una	amable	sonrisa.
—Sí,	querida.	Ya	sabía	que	nos	dejaría	la	señorita	Granger.	Una	siempre	tiene	la
esperanza,	sin	embargo,	de	haber	confundido	los	signos…	El	ojo	interior	puede	ser
una	cruz,	¿sabéis?
Lavender	 y	 Parvati	 parecían	 muy	 impresionadas	 y	 se	 apartaron	 para	 que	 la
profesora	Trelawney	pudiera	ponerse	en	su	mesa.
—Hermione	se	la	está	buscando,	¿verdad?	—susurró	Ron	a	Harry,	con	expresión
sobrecogida.
—Sí…
Harry	miró	en	la	bola	de	cristal,	pero	no	vio	nada	salvo	niebla	blanca	formando
remolinos.	¿De	verdad	había	vuelto	a	ver	al	Grim	la	profesora	Trelawney?	¿Lo	vería
él?	 Lo	 que	 menos	 falta	 le	 hacía	 era	 otro	 accidente	 casi	 mortal	 con	 la	 final	 de
quidditch	cada	vez	más	cerca.
Las	 vacaciones	 de	 Semana	 Santa	 no	 resultaron	 lo	 que	 se	 dice	 relajantes.	 Los	 de
tercero	nunca	habían	tenido	tantos	deberes.	Neville	Longbottom	parecía	encontrarse
al	borde	del	colapso	nervioso	y	no	era	el	único.
—¿A	esto	lo	llaman	vacaciones?	—gritó	Seamus	Finnigan	una	tarde,	en	la	sala
común—.	Los	exámenes	están	a	mil	años	de	distancia,	¿qué	es	lo	que	pretenden?
Pero	nadie	tenía	tanto	trabajo	como	Hermione.	Aun	sin	Adivinación,	cursaba	más
asignaturas	que	ningún	otro.	Normalmente	era	la	última	en	abandonar	por	la	noche	la
sala	común	y	la	primera	en	llegar	al	día	siguiente	a	la	biblioteca.	Tenía	ojeras	como
Lupin	y	parecía	en	todo	momento	estar	a	punto	de	echarse	a	llorar.
Ron	se	estaba	encargando	de	la	apelación	en	el	caso	de	Buckbeak.	Cuando	no
hacía	sus	propios	deberes	estaba	enfrascado	en	enormes	volúmenes	que	tenían	títulos
como	 Manual	 de	 psicología	 hipogrífica	 o	 ¿Ave	 o	 monstruo?	 Un	 estudio	 de	 la
brutalidad	del	hipogrifo.	Estaba	tan	absorto	en	el	trabajo	que	incluso	se	olvidó	de
tratar	mal	a	Crookshanks.
Harry,	mientras	tanto,	tenía	que	combinar	sus	deberes	con	el	diario	entrenamiento
de	quidditch,	por	no	mencionar	las	interminables	discusiones	de	tácticas	con	Wood.
El	partido	entre	Gryffindor	y	Slytherin	tendría	lugar	el	primer	sábado	después	de	las
vacaciones	 de	 Semana	 Santa.	 Slytherin	 iba	 en	 cabeza	 y	 sacaba	 a	 Gryffindor
doscientos	puntos	exactos.
Esto	 significaba,	 como	 Wood	 recordaba	 a	 su	 equipo	 constantemente,	 que
necesitaban	 ganar	 el	 partido	 con	 una	 ventaja	 mayor,	 si	 querían	 ganar	 la	 copa.
También	 significaba	 que	 la	 responsabilidad	 de	 ganar	 caía	 sobre	 Harry	 en	 gran
medida,	porque	capturar	la	snitch	se	recompensaba	con	ciento	cincuenta	puntos.
—Así,	si	les	sacamos	una	ventaja	de	cincuenta	puntos,	no	tienes	más	que	cogerla
—decía	 Wood	 a	 Harry	 todo	 el	 tiempo—.	 Sólo	 si	 les	 llevamos	 más	 de	 cincuenta
puntos,	Harry,	porque	de	lo	contrario	ganaremos	el	partido	pero	perderemos	la	copa.
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Lo	has	comprendido,	¿verdad?	Tienes	que	atrapar	la	snitch	sólo	si	estamos…
—¡YA	LO	SÉ,	OLIVER!	—gritó	Harry.
Toda	la	casa	de	Gryffindor	estaba	obsesionada	por	el	partido.	Gryffindor	no	había
ganado	la	copa	de	quidditch	desde	que	el	legendario	Charlie	Weasley	(el	segundo	de
los	 hermanos	 de	 Ron)	 había	 sido	 buscador.	 Pero	 Harry	 dudaba	 de	 que	 alguien	 de
Gryffindor,	incluido	Wood,	tuviera	tantas	ganas	de	ganar	como	él.	Harry	y	Malfoy	se
odiaban	 más	 que	 nunca.	 A	 Malfoy	 aún	 le	 dolía	 el	 barro	 que	 había	 recibido	 en
Hogsmeade,	y	le	había	puesto	furioso	que	Harry	se	hubiera	librado	del	castigo.	Harry
no	había	olvidado	el	intento	de	Malfoy	de	sabotearle	en	el	partido	contra	Ravenclaw,
pero	era	el	asunto	de	Buckbeak	lo	que	le	daba	más	ganas	de	vencer	a	Malfoy	delante
de	todo	el	colegio.
Nadie	recordaba	un	partido	precedido	de	una	atmósfera	tan	cargada.	Cuando	las
vacaciones	 terminaron,	 la	 tensión	 entre	 los	 equipos	 y	 entre	 sus	 respectivas	 casas
estaba	al	rojo.	En	los	corredores	estallaban	pequeñas	peleas	que	culminaron	en	un
desagradable	incidente	en	el	que	un	alumno	de	cuarto	de	Gryffindor	y	otro	de	sexto
de	Slytherin	terminaron	en	la	enfermería	con	puerros	brotándoles	de	las	orejas.
Harry	lo	pasaba	especialmente	mal.	No	podía	ir	a	las	aulas	sin	que	algún	Slytherin
sacara	la	pierna	y	le	pusiera	la	zancadilla.	Crabbe	y	Goyle	aparecían	continuamente
donde	estaba	él,	y	se	alejaban	arrastrando	los	pies,	decepcionados,	al	verlo	rodeado
de	gente.	Wood	había	dado	instrucciones	para	que	Harry	fuera	acompañado	a	todas
partes,	 por	 si	 los	 de	 Slytherin	 trataban	 de	 quitarlo	 de	 en	 medio.	 Toda	 la	 casa	 de
Gryffindor	 aceptó	 la	 misión	 con	 entusiasmo,	 de	 forma	 que	 a	 Harry	 le	 resultaba
imposible	llegar	a	tiempo	a	las	clases	porque	estaba	rodeado	de	una	inmensa	y	locuaz
multitud.	Estaba	más	preocupado	por	la	seguridad	de	su	Saeta	de	Fuego	que	por	la
suya	propia.	Cuando	no	volaba	en	ella,	la	tenía	guardada	con	llave	en	su	baúl,	y	a
menudo	volvía	corriendo	a	la	torre	de	Gryffindor	para	comprobar	que	seguía	allí.
La	víspera	del	partido	por	la	noche,	en	la	sala	común	de	Gryffindor,	se	abandonaron
todas	las	actividades	habituales.	Incluso	Hermione	dejó	sus	libros.
—No	puedo	trabajar,	no	me	puedo	concentrar	—dijo	nerviosa.
Había	 mucho	 ruido.	 Fred	 y	 George	 Weasley	 habían	 reaccionado	 a	 la	 presión
alborotando	y	gritando	más	que	nunca.	Oliver	Wood	estaba	encogido	en	un	rincón,
encima	 de	 una	 maqueta	 del	 campo	 de	 quidditch,	 y	 con	 su	 varita	 mágica	 movía
figurillas	mientras	hablaba	consigo	mismo.	Angelina,	Alicia	y	Katie	se	reían	de	las
gracias	de	Fred	y	George.	Harry	estaba	sentado	con	Ron	y	Hermione,	algo	alejado	del
barullo,	tratando	de	no	pensar	en	el	día	siguiente,	porque	cada	vez	que	lo	hacía	le
acometía	 la	 horrible	 sensación	 de	 que	 algo	 grande	 se	 esforzaba	 por	 salir	 de	 su
estómago.
—Vas	 a	 hacer	 un	 buen	 partido	 —le	 dijo	 Hermione,	 aunque	 en	 realidad	 estaba
aterrorizada.
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—¡Tienes	una	Saeta	de	Fuego!	—dijo	Ron.
—Sí	—admitió	Harry.
Fue	un	alivio	cuando	Wood,	de	repente,	se	puso	en	pie	y	gritó:
—¡Jugadores!	¡A	la	cama!
Harry	 no	 durmió	 bien.	 Primero	 soñó	 que	 se	 había	 quedado	 dormido	 y	 que	 Wood
gritaba:	 «¿Dónde	 te	 habías	 metido?	 ¡Tuvimos	 que	 poner	 a	 Neville	 en	 tu	 puesto!»
Luego	soñó	que	Malfoy	y	el	resto	del	equipo	de	Slytherin	llegaban	al	terreno	de	juego
montados	 en	 dragones.	 Volaba	 a	 una	 velocidad	 de	 vértigo,	 tratando	 de	 evitar	 las
llamaradas	de	fuego	que	salían	de	la	boca	de	la	cabalgadura	de	Malfoy,	cuando	se	dio
cuenta	de	que	había	olvidado	la	Saeta	de	Fuego.	Se	cayó	en	el	aire	y	se	despertó	con
un	sobresalto.
Tardó	unos	segundos	en	comprender	que	el	partido	aún	no	había	empezado,	que
él	 estaba	 metido	 en	 la	 cama,	 y	 que	 al	 equipo	 de	 Slytherin	 no	 lo	 dejarían	 jugar
montado	en	dragones.	Tenía	mucha	sed.	Lo	más	en	silencio	que	pudo,	se	levantó	y
fue	a	servirse	un	poco	de	agua	de	la	jarra	de	plata	que	había	al	pie	de	la	ventana.
Los	terrenos	del	colegio	estaban	tranquilos	y	silenciosos.	Ni	un	soplo	de	viento
azotaba	la	copa	de	los	árboles	del	bosque	prohibido.	El	sauce	boxeador	estaba	quieto
y	tenía	un	aspecto	inocente.	Las	condiciones	para	el	partido	parecían	perfectas.
Harry	dejó	el	vaso	y	estaba	a	punto	de	volverse	a	la	cama	cuando	algo	le	llamó	la
atención.	Un	animal	que	no	podía	distinguir	bien	rondaba	por	el	plateado	césped.
Harry	corrió	hasta	su	mesilla,	cogió	las	gafas,	se	las	puso	y	volvió	a	la	ventana	a
toda	prisa.	Esperaba	que	no	se	tratara	del	Grim.	No	en	aquel	momento,	horas	antes
del	partido.
Miró	los	terrenos	con	detenimiento	y	tras	un	minuto	de	ansiosa	búsqueda	volvió	a
verlo.	Rodeaba	el	bosque…	no	era	el	Grim	ni	mucho	menos:	era	un	gato.	Harry	se
apoyó	aliviado	en	el	alféizar	de	la	ventana	al	reconocer	aquella	cola	de	brocha.	Sólo
era	Crookshanks.
Pero…	¿sólo	era	Crookshanks?	Harry	aguzó	la	vista	y	pegó	la	nariz	al	cristal	de	la
ventana.	Crookshanks	 estaba	 inmóvil.	 Harry	 estaba	 seguro	 de	 que	 había	 algo	 más
moviéndose	en	la	sombra	de	los	árboles.
Un	instante	después	apareció:	un	perro	negro,	peludo	y	gigante	que	caminaba	con
sigilo	por	el	césped.	Crookshanks	corría	a	su	lado.	Harry	observó	con	atención.	¿Qué
significaba	 aquello?	 Si	 Crookshanks	 también	 veía	 al	 perro,	 ¿cómo	 podía	 ser	 un
augurio	de	la	muerte	de	Harry?
—¡Ron!	—susurró	Harry—.	¡Ron,	despierta!
—¿Mmm?
—¡Necesito	que	me	digas	si	puedes	ver	una	cosa!
—Está	todo	muy	oscuro,	Harry	—dijo	Ron	con	esfuerzo—.	¿A	qué	te	refieres?
—Ahí	abajo…
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Harry	volvió	a	mirar	por	la	ventana.
Crookshanks	y	el	perro	habían	desaparecido.	Harry	se	subió	al	alféizar	para	ver	si
estaban	debajo,	junto	al	muro	del	castillo.	Pero	no	estaban	allí.	¿Dónde	se	habrían
metido?
Un	fuerte	ronquido	le	indicó	que	Ron	había	vuelto	a	dormirse.
Harry	y	el	resto	del	equipo	de	Gryffindor	fueron	recibidos	con	una	ovación	al	entrar
por	la	mañana	en	el	Gran	Comedor.	Harry	no	pudo	dejar	de	sonreír	cuando	vio	que
los	de	las	mesas	de	Ravenclaw	y	Hufflepuff	también	les	aplaudían.	Los	de	Slytherin
les	silbaron	al	pasar.	Malfoy	estaba	incluso	más	pálido	de	lo	habitual.
Wood	se	pasó	el	desayuno	animando	a	sus	jugadores	a	que	comieran,	pero	él	no
probó	 nada.	 Luego	 les	 metió	 prisa	 para	 ir	 al	 campo	 antes	 de	 que	 los	 demás
terminaran.	 Así	 podrían	 hacerse	 una	 idea	 de	 las	 condiciones.	 Cuando	 salieron	 del
Gran	Comedor,	volvieron	a	oír	aplausos.
—¡Buena	suerte,	Harry!	—le	gritó	Cho	Chang.	Harry	se	puso	colorado.
—Muy	 bien…,	 el	 viento	 es	 insignificante.	 El	 sol	 pega	 algo	 fuerte	 y	 puede
perjudicarnos	la	visión.	Tened	cuidado.	El	suelo	está	duro,	nos	permitirá	un	rápido
despegue.
Wood	recorrió	el	terreno	de	juego,	mirando	a	su	alrededor	y	con	el	equipo	detrás.
Vieron	abrirse	las	puertas	del	castillo	a	lo	lejos	y	al	resto	del	colegio	aproximándose
al	campo.
—¡A	los	vestuarios!	—dijo	Wood	escuetamente.
Nadie	 habló	 mientras	 se	 cambiaban	 y	 se	 ponían	 la	 túnica	 escarlata.	 Harry	 se
preguntó	si	se	sentirían	como	él:	como	si	hubiera	desayunado	algo	vivo.	Antes	de	que
se	dieran	cuenta,	Wood	les	dijo:
—¡Ha	llegado	el	momento!	¡Adelante…!
Salieron	 al	 campo	 entre	 el	 rugido	 de	 la	 multitud.	 Tres	 cuartas	 partes	 de	 los
espectadores	 llevaban	 escarapelas	 rojas,	 agitaban	 banderas	 rojas	 con	 el	 león	 de
Gryffindor	o	enarbolaban	pancartas	con	consignas	como	«ÁNIMO,	GRYFFINDOR»	y	«LA
COPA	 PARA	 LOS	 LEONES».	 Detrás	 de	 los	 postes	 de	 Slytherin,	 sin	 embargo,	 unas
doscientas	personas	llevaban	el	verde;	la	serpiente	plateada	de	Slytherin	brillaba	en
sus	banderas.	El	profesor	Snape	se	sentaba	en	la	primera	fila,	de	verde	como	todos	los
demás	y	con	una	sonrisa	macabra.
—¡Y	 aquí	 llegan	 los	 de	 Gryffindor!	 —comentó	 Lee	 Jordan,	 que	 hacía	 de
comentarista,	 como	 de	 costumbre—.	 ¡Potter,	 Bell,	 Johnson,	 Spinnet,	 los	 hermanos
Weasley	 y	 Wood!	 Ampliamente	 reconocido	 como	 el	 mejor	 equipo	 que	 ha	 visto
Hogwarts	 desde	 hace	 años.	 —Los	 comentarios	 de	 Lee	 fueron	 ahogados	 por	 los
abucheos	de	la	casa	de	Slytherin—.	¡Y	ahora	entra	en	el	terreno	de	juego	el	equipo	de
Slytherin,	 encabezado	 por	 su	 capitán	 Flint!	 Ha	 hecho	 algunos	 cambios	 en	 la
alineación	 y	 parece	 inclinarse	 más	 por	 el	 tamaño	 que	 por	 la	 destreza.	 —Más
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abucheos	de	los	hinchas	de	Slytherin.	Harry,	sin	embargo,	pensó	que	Lee	tenía	razón.
Malfoy	era	el	más	pequeño	del	equipo	de	Slytherin.	Los	demás	eran	enormes.
—¡Capitanes,	daos	la	mano!	—ordenó	la	señora	Hooch.
Flint	y	Wood	se	aproximaron	y	se	estrecharon	la	mano	con	mucha	fuerza,	como	si
intentaran	quebrarle	al	otro	los	dedos.
—¡Montad	en	las	escobas!	—dijo	la	señora	Hooch—.	Tres…	dos…	uno…
El	silbato	quedó	ahogado	por	el	bramido	de	la	multitud,	al	mismo	tiempo	que	se
levantaban	en	el	aire	catorce	escobas.	Harry	sintió	que	el	pelo	se	le	disparaba	hacia
atrás.	 Con	 la	 emoción	 del	 vuelo	 se	 le	 pasaron	 los	 nervios.	 Miró	 a	 su	 alrededor.
Malfoy	estaba	exactamente	detrás.	Harry	se	lanzó	en	busca	de	la	snitch.
—Y	Gryffindor	tiene	la	quaffle.	Alicia	Spinnet,	de	Gryffindor,	con	la	quaffle,	se
dirige	 hacia	 la	 meta	 de	 Slytherin.	 Alicia	 va	 bien	 encaminada.	 Ah,	 no.	 Warrington
intercepta	la	quaffle.	Warrington,	de	Slytherin,	rasgando	el	aire.	¡ZAS!	Buen	trabajo
con	la	bludger	por	parte	de	George	Weasley.	Warrington	deja	caer	la	quaffle.	La	coge
Johnson.	 Gryffindor	 vuelve	 a	 tenerla.	 Vamos,	 Angelina.	 Un	 bonito	 quiebro	 a
Montague.	¡Agáchate,	Angelina,	eso	es	una	bludger!	¡HA	MARCADO!	¡DIEZ	A	CERO	PARA
GRYFFINDOR!
Angelina	golpeó	el	aire	con	el	puño,	mientras	sobrevolaba	el	extremo	del	campo.
El	mar	escarlata	que	se	extendía	debajo	de	ella	vociferaba	de	entusiasmo.
—¡AY!
Angelina	casi	se	cayó	de	la	escoba	cuando	Marcus	Flint	chocó	contra	ella.
—¡Perdón!	—se	disculpó	Flint,	mientras	la	multitud	lo	abucheaba—.	¡Perdona,
no	te	vi!
Un	momento	después,	Fred	Weasley	lanzó	el	bate	hacia	la	nuca	de	Flint.	La	nariz
de	Flint	dio	en	el	palo	de	su	propia	escoba	y	comenzó	a	sangrar.
—¡Basta!	 —gritó	 la	 señora	 Hooch,	 metiéndose	 en	 medio	 a	 toda	 velocidad—.
¡Penalti	para	Gryffindor	por	un	ataque	no	provocado	sobre	su	cazadora!	¡Penalti	para
Slytherin	por	agresión	deliberada	contra	su	cazador!
—¡No	diga	tonterías,	señora!	—gritó	Fred.	Pero	la	señora	Hooch	pitó	y	Alicia
retrocedió	para	lanzar	el	penalti.
—¡Vamos,	 Alicia!	 —gritó	 Lee	 en	 medio	 del	 silencio	 que	 de	 repente	 se	 había
hecho	 entre	 el	 público—.	 ¡SÍ,	 HA	 BATIDO	 AL	 GUARDIÁN!	 ¡VEINTE	 A	 CERO	 PARA
GRYFFINDOR!
Harry	se	dio	la	vuelta	y	vio	que	Flint,	que	seguía	sangrando,	volaba	hacia	delante
para	 ejecutar	 el	 penalti.	 Wood	 estaba	 delante	 de	 la	 portería	 de	 Gryffindor,	 con	 las
mandíbulas	apretadas.
—¡Wood	es	un	soberbio	guardián!	—dijo	Lee	Jordan	a	la	multitud,	mientras	Flint
aguardaba	 el	 silbato	 de	 la	 señora	 Hooch—.	 ¡Soberbio!	 Será	 muy	 difícil	 parar	 este
golpe,	realmente	muy	difícil…	¡SÍ!	¡NO	PUEDO	CREERLO!	¡LO	HA	PARADO!
Aliviado,	Harry	se	alejó	como	una	bala,	buscando	la	snitch,	pero	asegurándose	al
mismo	tiempo	de	que	no	se	perdía	ni	una	palabra	de	lo	que	decía	Lee.	Era	esencial
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mantener	a	Malfoy	apartado	de	la	snitch	hasta	que	Gryffindor	sacara	a	Slytherin	más
de	cincuenta	puntos.
—Gryffindor	tiene	la	quaffle,	no,	la	tiene	Slytherin.	¡No!	¡Gryffindor	vuelve	a
tenerla,	y	es	Katie	Bell,	Katie	Bell	lleva	la	quaffle!	Va	rápida	como	un	rayo…	¡ESO	HA
SIDO	INTENCIONADO!
Montague,	un	cazador	de	Slytherin,	había	hecho	un	quiebro	delante	de	Katie	y	en
vez	de	coger	la	quaffle,	le	había	cogido	a	ella	la	cabeza.	Katie	dio	una	voltereta	en	el
aire	y	consiguió	mantenerse	en	la	escoba,	pero	dejó	caer	la	quaffle.
El	 silbato	 de	 la	 señora	 Hooch	 volvió	 a	 sonar,	 mientras	 se	 dirigía	 a	 Montague
gritándole.	 Un	 minuto	 después,	 Katie	 metía	 otro	 gol	 de	 penalti	 al	 guardián	 de
Slytherin.
—¡TREINTA	A	CERO!	¡CHÚPATE	ÉSA,	TRAMPOSO!
—¡Jordan,	si	no	puedes	comentar	de	manera	neutral…!
—¡Lo	cuento	como	es,	profesora!
Harry	sintió	un	vuelco	de	emoción.	Acababa	de	ver	la	snitch.	Brillaba	a	los	pies
de	uno	de	los	postes	de	la	meta	de	Gryffindor.	Pero	aún	no	debía	cogerla.	Y	si	Malfoy
la	veía…
Simulando	una	expresión	de	concentración	repentina,	dio	la	vuelta	con	la	Saeta	de
Fuego	y	se	dirigió	a	toda	velocidad	hacia	el	extremo	de	Slytherin.	Funcionó.	Malfoy
fue	tras	él	como	un	bólido,	creyendo	que	Harry	había	visto	la	snitch	en	aquel	punto.
¡ZUUUM!
Una	de	las	bludgers,	desviada	por	Derrick,	el	gigantesco	golpeador	de	Slytherin,
se	aproximó	y	le	pasó	a	Harry	rozando	el	oído	derecho.	Al	momento	siguiente…
¡ZUUUM!
La	 segunda	 bludger	 le	 había	 arañado	 el	 codo.	 El	 otro	 golpeador,	 Bole,	 se
aproximaba.
Harry	vio	fugazmente	a	Bole	y	a	Derrick,	que	se	acercaban	muy	aprisa	con	los
bates	en	alto.
En	el	último	segundo	viró	con	la	Saeta,	y	Bole	y	Derrick	se	dieron	un	batacazo.
—¡Ja,	 ja,	 ja!	 —rió	 Lee	 Jordan	 mientras	 los	 dos	 golpeadores	 de	 Slytherin	 se
separaban	 y	 alejaban,	 tambaleándose	 y	 agarrándose	 la	 cabeza—.	 Es	 una	 lástima,
chicos.	 ¡Tendréis	 que	 espabilar	 mucho	 para	 vencer	 a	 una	 Saeta	 de	 Fuego!	 Y
Gryffindor	vuelve	a	tener	la	quaffle,	porque	Johnson	la	ha	recogido.	Flint	va	a	su
lado.	¡Métele	el	dedo	en	el	ojo,	Angelina!	¡Era	una	broma,	profesora,	era	una	broma!
¡Oh,	 no!	 ¡Flint	 lleva	 la	 quaffle,	 va	 volando	 hacia	 la	 meta	 de	 Gryffindor!	 ¡Ahora,
Wood,	párala!
Pero	 Flint	 ya	 había	 marcado.	 Hubo	 un	 ovación	 en	 la	 parte	 de	 Slytherin	 y	 Lee
lanzó	una	expresión	tan	malsonante	que	la	profesora	McGonagall	quiso	quitarle	el
megáfono	mágico.
—¡Perdón,	 profesora,	 perdón!	 ¡No	 volverá	 a	 ocurrir!	 Veamos,	 Gryffindor	 va
ganando	por	treinta	a	diez	y	ahora	Gryffindor	está	en	posesión	de	la	quaffle.
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Se	 estaba	 convirtiendo	 en	 el	 partido	 más	 sucio	 que	 Harry	 había	 jugado.
Indignados	porque	Gryffindor	se	hubiera	adelantado	tan	pronto	en	el	marcador,	los	de
Slytherin	estaban	recurriendo	a	cualquier	medio	para	apoderarse	de	la	quaffle.	Bole
golpeó	a	Alicia	con	el	bate	y	arguyó	que	la	había	confundido	con	una	bludger.	George
Weasley,	para	vengarse,	dio	a	Bole	un	codazo	en	la	cara.	La	señora	Hooch	castigó	a
los	 dos	 equipos	 con	 sendos	 penaltis,	 y	 Wood	 logró	 evitar	 otro	 tanto	 espectacular,
consiguiendo	que	la	puntuación	quedara	en	40	a	10	a	favor	de	Gryffindor.
La	snitch	había	vuelto	a	desaparecer.	Malfoy	seguía	de	cerca	a	Harry,	mientras
éste	 sobrevolaba	 el	 campo	 de	 juego	 buscándola.	 En	 cuanto	 Gryffindor	 le	 sacara	 a
Slytherin	cincuenta	puntos…
Katie	marcó:	50	a	10.	Fred	y	George	Weasley	bajaron	en	picado	para	situarse	a	su
lado,	con	los	bates	en	alto	por	si	a	alguno	de	Slytherin	se	le	ocurría	tomar	represalias.
Bole	y	Derrick	aprovecharon	la	ausencia	de	Fred	y	George	para	lanzar	a	Wood	las
dos	bludgers.	Le	dieron	en	el	estómago,	primero	una	y	después	la	otra.	Wood	dio	una
vuelta	en	el	aire,	sujetándose	a	la	escoba,	sin	resuello.
La	señora	Hooch	estaba	fuera	de	sí.
—¡Sólo	se	puede	atacar	al	guardián	cuando	la	quaffle	está	dentro	del	área!	—gritó
a	Boyle	y	a	Derrick—.	¡Penalti	para	Gryffindor!
Y	 Angelina	 marcó:	 60	 a	 10.	 Momentos	 después,	 Fred	 Weasley	 lanzaba	 a
Warrington	una	bludger,	quitándole	la	quaffle	de	las	manos.	Alicia	la	cogió	y	volvió	a
marcar:	70	a	10.
La	afición	de	Gryffindor	estaba	ronca	de	tanto	gritar.	Gryffindor	sacaba	sesenta
puntos	 de	 ventaja.	 Y	 si	 Harry	 cogía	 la	 snitch,	 la	 copa	 era	 suya.	 Harry	 notaba	 que
cientos	de	ojos	seguían	sus	movimientos	mientras	sobrevolaba	el	campo	por	encima
del	nivel	de	juego,	con	Malfoy	siguiéndolo	a	toda	velocidad.
Y	entonces	la	vio:	la	snitch	brillaba	a	siete	metros	por	encima	de	él.
Harry	 aceleró	 con	 el	 viento	 rugiendo	 en	 sus	 orejas.	 Estiró	 la	 mano,	 pero	 de
repente	la	Saeta	de	Fuego	redujo	la	velocidad.
Horrorizado,	miró	alrededor.	Malfoy	se	había	lanzado	hacia	delante,	había	cogido
la	cola	de	la	Saeta	y	tiraba	de	ella.
—¡Serás…!
Harry	 estaba	 lo	 bastante	 enfadado	 para	 golpear	 a	 Malfoy,	 pero	 no	 lo	 podía
alcanzar.	Malfoy	jadeaba	por	el	esfuerzo	de	sujetar	la	Saeta	de	Fuego,	pero	tenía	un
brillo	de	malicia	en	los	ojos.	Había	logrado	lo	que	quería:	la	snitch	había	vuelto	a
desaparecer.
—¡Penalti!	¡Penalti	a	favor	de	Gryffindor!	¡Nunca	he	visto	tácticas	semejantes!
—chilló	 la	 señora	 Hooch,	 saliendo	 disparada	 hacia	 el	 punto	 donde	 Malfoy	 volvía
montar	en	su	Nimbus	2001.
—¡SO	CERDO,	SO	TRAMPOSO!	—gritaba	Lee	Jordan	por	el	megáfono,	alejándose	de
la	profesora	McGonagall—.	¡ASQUEROSO	HIJ…!
La	 profesora	 McGonagall	 ni	 siquiera	 se	 molestó	 en	 decirle	 que	 se	 callara.	 La
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verdad	es	que	levantaba	el	puño	en	dirección	a	Malfoy.	Se	le	había	caído	el	sombrero
y	también	ella	gritaba	furiosa.
Alicia	lanzó	el	penalti	de	Gryffindor,	pero	estaba	tan	enfadada	que	lo	envió	fuera.
El	equipo	de	Gryffindor	perdía	concentración,	y	los	de	Slytherin,	entusiasmados	por
la	falta	de	Malfoy	contra	Harry,	cada	vez	se	atrevían	a	más.
—Slytherin	en	posesión	de	la	quaffle,	Slytherin	se	dirige	a	la	meta…	Montague
marca	—gruñó	Lee—:	70	a	20	a	favor	de	Gryffindor…
Harry	 marcaba	 en	 ese	 momento	 a	 Malfoy	 desde	 tan	 cerca	 que	 sus	 rodillas
chocaban.	Harry	no	iba	a	dejar	que	Malfoy	se	acercara	a	la	snitch…
—¡Quítate	de	en	medio,	Potter!	—gritó	Malfoy	con	enojo,	e	intentó	dar	la	vuelta,
pero	encontró	a	Harry	bloqueándole	el	paso.
—Angelina	Johnson	coge	la	quaffle.	¡Vamos,	Angelina!	¡VAMOS!
Harry	 miró	 a	 su	 alrededor.	 Excepto	 Malfoy,	 todos	 los	 jugadores	 de	 Slytherin,
incluido	el	guardián,	habían	salido	disparados	contra	Angelina.	Iban	a	bloquearla.
Harry	dio	la	vuelta	a	la	Saeta	de	Fuego,	se	agachó	hasta	quedar	paralelo	al	palo	de
la	escoba	y	se	lanzó	hacia	delante.	Como	una	bala,	se	dirigió	en	dirección	a	los	de
Slytherin.
—¡VOOOOOY!
Se	dispersaron	cuando	la	Saeta	de	Fuego	se	lanzó	contra	ellos	como	un	torpedo.
El	camino	de	Angelina	quedó	despejado.
—¡HA	MARCADO!,	¡HA	MARCADO!	¡Gryffindor	en	cabeza	por	80	a	20!
Harry,	que	casi	salió	despedido	hacia	las	gradas,	frenó	en	el	aire	bruscamente,	dio
la	vuelta	y	regresó	veloz	al	centro	del	campo.
Y	entonces	vio	algo	como	para	pararle	el	corazón.	Malfoy	bajaba	a	toda	velocidad
con	 una	 expresión	 de	 triunfo	 en	 la	 cara.	 Allí,	 a	 unos	 metros	 del	 suelo,	 había	 un
resplandor	dorado.
Harry	orientó	hacia	abajo	el	rumbo	de	su	saeta,	pero	Malfoy	le	llevaba	muchísima
ventaja.
—¡Vamos!,	 ¡vamos!,	 ¡vamos!	 —dijo	 para	 espolear	 a	 la	 escoba.	 Ya	 reducía	 la
distancia…
Harry	se	pegó	al	palo	de	la	escoba	cuando	Bole	le	lanzó	una	bludger…	estaba	ya
ante	los	tobillos	de	Malfoy…	a	su	misma	altura…
Harry	se	echó	hacia	delante,	soltando	las	dos	manos	de	la	escoba.	Desvió	de	un
golpe	el	brazo	de	Malfoy	y…
—¡SÍ!
Recuperó	la	horizontal,	con	la	mano	en	el	aire,	y	el	estadio	se	vino	abajo.	Harry
sobrevoló	 a	 la	 multitud	 con	 un	 extraño	 zumbido	 en	 los	 oídos.	 La	 pequeña	 pelota
dorada	 estaba	 fuertemente	 sujeta	 en	 su	 puño,	 batiendo	 las	 alas	 desesperadamente
contra	sus	dedos.
Wood	se	acercó	a	él	a	toda	velocidad,	casi	cegado	por	las	lágrimas;	cogió	por	el
cuello	a	Harry	y	sollozó	en	su	hombro	irrefrenablemente.	Harry	sintió	dos	golpes	en
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la	 espalda	 cuando	 Fred	 y	 George	 se	 acercaron.	 Luego	 oyó	 las	 voces	 de	 Angelina,
Alicia	y	Katie:
—¡Hemos	ganado	la	copa!	¡Hemos	ganado	la	copa!
Atrapado	 en	 un	 abrazo	 colectivo,	 el	 equipo	 de	 Gryffindor	 bajó	 a	 tierra	 dando
gritos	con	la	voz	quebrada.
Los	grupos	de	hinchas	del	equipo	escarlata	saltaban	ya	las	barreras	y	entraban	en
el	 terreno	 de	 juego.	 Multitud	 de	 manos	 palmeaban	 las	 espaldas	 de	 los	 jugadores.
Harry	 estaba	 aturdido	 por	 el	 ruido	 y	 la	 multitud	 de	 cuerpos	 que	 lo	 apretaban.	 La
afición	los	subió	en	hombros	a	él	y	al	resto	del	equipo.	Cuando	pudo	ver	algo,	vio	a
Hagrid	cubierto	de	escarapelas	rojas:
—¡Los	 has	 vencido,	 Harry!	 ¡Los	 has	 vencido!	 ¡Cuando	 se	 lo	 cuente	 a
Buckbeak…!
Allí	 estaba	 Percy,	 dando	 saltos	 como	 un	 loco,	 olvidado	 de	 su	 dignidad.	 La
profesora	McGonagall	sollozaba	incluso	más	sonoramente	que	Wood,	y	se	secaba	los
ojos	con	una	enorme	bandera	de	Gryffindor.	Y	allí,	abriéndose	camino	hacia	Harry,	se
encontraban	 Ron	 y	 Hermione.	 No	 podían	 articular	 palabra.	 Se	 limitaron	 a	 sonreír
mientras	Harry	era	conducido	a	las	gradas,	donde	Dumbledore	esperaba	de	pie,	con	la
enorme	copa	de	quidditch.
Si	 hubiera	 habido	 un	 dementor	 por	 allí…	 Mientras	 Wood	 le	 pasaba	 la	 copa	 a
Harry,	sin	dejar	de	sollozar,	mientras	la	elevaba	en	el	aire,	Harry	pensó	que	podía
materializar	al	patronus	más	robusto	del	mundo.
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L
CAPÍTULO	16
La	predicción	de	la	profesora
Trelawney
A	euforia	por	haber	ganado	la	copa	de	quidditch	le	duró	a	Harry	al	menos	una
semana.	Incluso	el	clima	pareció	celebrarlo.	A	medida	que	se	aproximaba	junio,
los	días	se	volvieron	menos	nublados	y	más	calurosos,	y	lo	que	a	todo	el	mundo	le
apetecía	 era	 pasear	 por	 los	 terrenos	 del	 colegio	 y	 dejarse	 caer	 en	 la	 hierba,	 con
grandes	 cantidades	 de	 zumo	 de	 calabaza	 bien	 frío,	 o	 tal	 vez	 jugando	 una	 partida
improvisada	de	gobstones,	o	viendo	los	fantásticos	movimientos	del	calamar	gigante
por	la	superficie	del	lago.
Pero	 no	 podían	 hacerlo.	 Los	 exámenes	 se	 echaban	 encima	 y,	 en	 lugar	 de
holgazanear,	 los	 estudiantes	 tenían	 que	 permanecer	 dentro	 del	 castillo	 haciendo
enormes	 esfuerzos	 por	 concentrarse	 mientras	 por	 las	 ventanas	 entraban	 tentadoras
ráfagas	de	aire	estival.	Incluso	se	había	visto	trabajar	a	Fred	y	a	George	Weasley;
estaban	a	punto	de	obtener	el	TIMO	(Título	Indispensable	de	Magia	Ordinaria).	Percy
se	 preparaba	 para	 el	 ÉXTASIS	 (EXámenes	 Terribles	 de	 Alta	 Sabiduría	 e
Invocaciones	 Secretas),	 la	 titulación	 más	 alta	 que	 ofrecía	 Hogwarts.	 Como	 Percy
quería	 entrar	 en	 el	 Ministerio	 de	 Magia,	 necesitaba	 las	 máximas	 puntuaciones.	 Se
ponía	 cada	 vez	 más	 nervioso	 y	 castigaba	 muy	 severamente	 a	 cualquiera	 que
interrumpiera	por	las	tardes	el	silencio	de	la	sala	común.	De	hecho,	la	única	persona
que	parecía	estar	más	nerviosa	que	Percy	era	Hermione.
Harry	y	Ron	habían	dejado	de	preguntarle	cómo	se	las	apañaba	para	acudir	a	la
vez	 a	 varias	 clases,	 pero	 no	 pudieron	 contenerse	 cuando	 vieron	 el	 calendario	 de
exámenes	que	tenía.	La	primera	columna	indicaba:
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LUNES
9	en	punto:	Aritmancia
9	en	punto:	Transformaciones
Comida
1	en	punto:	Encantamientos
1	en	punto:	Runas	Antiguas
—¿Hermione?	—dijo	Ron	con	cautela,	porque	aquellos	días	saltaba	fácilmente
cuando	 la	 interrumpían—.	 Eeeh…	 ¿estás	 segura	 de	 que	 has	 copiado	 bien	 el
calendario	de	exámenes?
—¿Qué?	—dijo	Hermione	bruscamente,	cogiendo	el	calendario	y	observándolo
—.	Claro	que	lo	he	copiado	bien.
—¿Serviría	de	algo	preguntarte	cómo	vas	a	hacer	dos	exámenes	a	la	vez?	—le
dijo	Harry.
—No	 —respondió	 Hermione	 lacónicamente—.	 ¿Habéis	 visto	 mi	 ejemplar	 de
Numerología	y	gramática?
—Sí,	lo	cogí	para	leer	en	la	cama	—dijo	Ron	en	voz	muy	baja.
Hermione	empezó	a	revolver	entre	montañas	de	pergaminos	en	busca	del	libro.
Entonces	se	oyó	un	leve	roce	en	la	ventana.	Hedwig	entró	aleteando,	con	un	sobre
fuertemente	atenazado	en	el	pico.
—Es	de	Hagrid	—dijo	Harry,	abriendo	el	sobre—.	La	apelación	de	Buckbeak	se
ha	fijado	para	el	día	6.
—Es	 el	 día	 que	 terminamos	 los	 exámenes	 —observó	 Hermione,	 que	 seguía
buscando	el	libro	de	Aritmancia.
—Y	tendrá	lugar	aquí.	Vendrá	alguien	del	Ministerio	de	Magia	y	un	verdugo.
Hermione	levantó	la	vista,	sobresaltada.
—¡Traen	a	un	verdugo	a	la	sesión	de	apelación!	Es	como	si	ya	estuviera	decidido.
—Sí,	eso	parece	—dijo	Harry	pensativo.
—¡No	pueden	hacerlo!	—gritó	Ron—.	¡He	pasado	años	leyendo	cosas	para	su
defensa!	¡No	pueden	pasarlo	todo	por	alto!
Pero	 Harry	 tenía	 la	 horrible	 sensación	 de	 que	 la	 Comisión	 para	 las	 Criaturas
Peligrosas	había	tomado	ya	su	decisión,	presionada	por	el	señor	Malfoy.	Draco,	que
había	 estado	 notablemente	 apagado	 desde	 el	 triunfo	 de	 Gryffindor	 en	 la	 final	 de
quidditch,	 había	 recuperado	 parte	 de	 su	 anterior	 petulancia.	 Por	 los	 comentarios
socarrones	que	entreoía	Harry,	Malfoy	estaba	seguro	de	que	matarían	a	Buckbeak,	y
parecía	encantado	de	ser	el	causante.	Lo	único	que	podía	hacer	Harry	era	contenerse
para	no	imitar	a	Hermione	cuando	abofeteó	a	Malfoy.	Y	lo	peor	de	todo	era	que	no
tenían	tiempo	ni	ocasión	de	visitar	a	Hagrid,	porque	las	nuevas	y	estrictas	medidas	de
seguridad	no	se	habían	levantado,	y	Harry	no	se	atrevía	a	recoger	la	capa	invisible	del
interior	de	la	estatua	de	la	bruja.
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Comenzó	la	semana	de	exámenes	y	el	castillo	se	sumió	en	un	inusitado	silencio.	Los
alumnos	de	tercero	salieron	del	examen	de	Transformaciones	el	lunes	a	la	hora	de	la
comida,	 agotados	 y	 lívidos,	 comparando	 lo	 que	 habían	 hecho	 y	 quejándose	 de	 la
dificultad	 de	 los	 ejercicios,	 consistentes	 en	 transformar	 una	 tetera	 en	 tortuga.
Hermione	irritó	a	todos	porque	juraba	que	su	tortuga	era	mucho	más	galápago,	cosa
que	a	los	demás	les	traía	sin	cuidado.
—La	mía	tenía	un	pitorro	en	vez	de	cola.	¡Qué	pesadilla…!
—¿Las	tortugas	echan	vapor	por	la	boca?
—La	 mía	 seguía	 teniendo	 un	 sauce	 dibujado	 en	 el	 caparazón.	 ¿Creéis	 que	 me
quitarán	puntos?
Después	 de	 una	 comida	 apresurada,	 la	 clase	 volvió	 a	 subir	 para	 el	 examen	 de
Encantamientos.	 Hermione	 había	 tenido	 razón:	 el	 profesor	 Flitwick	 puso	 en	 el
examen	los	encantamientos	regocijantes.	Harry,	por	los	nervios,	exageró	un	poco	el
suyo,	 y	 Ron,	 que	 era	 su	 pareja	 en	 el	 ejercicio,	 se	 echó	 a	 reír	 como	 un	 histérico.
Tuvieron	que	llevárselo	a	un	aula	vacía	y	dejarlo	allí	una	hora,	hasta	que	estuvo	en
condiciones	 de	 llevar	 a	 cabo	 el	 encantamiento.	 Después	 de	 cenar,	 los	 alumnos	 se
fueron	inmediatamente	a	sus	respectivas	salas	comunes,	pero	no	a	relajarse,	sino	a
repasar	Cuidado	de	Criaturas	Mágicas,	Pociones	y	Astronomía.
Hagrid	presidió	el	examen	de	Cuidado	de	Criaturas	Mágicas,	que	se	celebró	la
mañana	siguiente,	con	un	aire	ciertamente	preocupado.	Parecía	tener	la	cabeza	en	otra
parte.	Había	llevado	un	gran	cubo	de	gusarajos	al	aula,	y	les	dijo	que	para	aprobar
tenían	que	conservar	el	gusarajo	vivo	durante	una	hora.	Como	los	gusarajos	vivían
mejor	 si	 se	 los	 dejaba	 en	 paz,	 resultó	 el	 examen	 más	 sencillo	 que	 habían	 tenido
nunca,	y	además	concedió	a	Harry,	a	Ron	y	a	Hermione	muchas	oportunidades	de
hablar	con	Hagrid.
—Buckbeak	 está	 algo	 deprimido	 —les	 dijo	 Hagrid,	 inclinándose	 un	 poco,
haciendo	como	que	comprobaba	que	el	gusarajo	de	Harry	seguía	vivo—.	Ha	estado
encerrado	demasiado	tiempo.	Pero…	en	cualquier	caso,	pasado	mañana	lo	sabremos.
Aquella	tarde	tuvieron	el	examen	de	Pociones:	un	absoluto	desastre.	Por	más	que
lo	 intentó,	 Harry	 no	 consiguió	 que	 espesara	 su	 «receta	 para	 confundir»,	 y	 Snape,
vigilándolo	con	aire	de	vengativo	placer,	garabateó	en	el	espacio	de	la	nota,	antes	de
alejarse,	algo	que	parecía	un	cero.
A	 media	 noche,	 arriba,	 en	 la	 torre	 más	 alta,	 tuvieron	 el	 de	 Astronomía;	 el
miércoles	por	la	mañana	el	de	Historia	de	la	Magia,	en	el	que	Harry	escribió	todo	lo
que	Florean	Fortescue	le	había	contado	acerca	de	la	persecución	de	las	brujas	en	la
Edad	Media,	y	hubiera	dado	cualquier	cosa	por	poderse	tomar	además	en	aquella	aula
sofocante	 uno	 de	 sus	 helados	 de	 nueces	 y	 chocolate.	 El	 miércoles	 por	 la	 tarde
tuvieron	el	examen	de	Herbología,	en	los	invernaderos,	bajo	un	sol	abrasador.	Luego
volvieron	a	la	sala	común,	con	la	nuca	quemada	por	el	sol	y	deseosos	de	encontrarse
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al	día	siguiente	a	aquella	misma	hora,	cuando	todo	hubiera	finalizado.
El	penúltimo	examen,	la	mañana	del	jueves,	fue	el	de	Defensa	Contra	las	Artes
Oscuras.	El	profesor	Lupin	había	preparado	el	examen	más	raro	que	habían	tenido
hasta	la	fecha.	Una	especie	de	carrera	de	obstáculos	fuera,	al	sol,	en	la	que	tenían	que
vadear	 un	 profundo	 estanque	 de	 juegos	 que	 contenía	 un	 grindylow;	 atravesar	 una
serie	de	agujeros	llenos	de	gorros	rojos;	chapotear	por	entre	ciénagas	sin	prestar	oídos
a	 las	 engañosas	 indicaciones	 de	 un	 hinkypunk;	 y	 meterse	 dentro	 del	 tronco	 de	 un
árbol	para	enfrentarse	con	otro	boggart.
—Estupendo,	Harry	—susurró	Lupin,	cuando	el	joven	bajó	sonriente	del	tronco
—.	Nota	máxima.
Sonrojado	por	el	éxito,	Harry	se	quedó	para	ver	a	Ron	y	a	Hermione.	Ron	lo	hizo
muy	bien	hasta	llegar	al	hinkypunk,	que	logró	confundirlo	y	que	se	hundiese	en	la
ciénaga	 hasta	 la	 cintura.	 Hermione	 lo	 hizo	 perfectamente	 hasta	 llegar	 al	 árbol	 del
boggart.	Después	de	pasar	un	minuto	dentro	del	tronco,	salió	gritando.
—¡Hermione!	—dijo	Lupin	sobresaltado—.	¿Qué	ocurre?
—La	 pro…	 profesora	 McGonagall	 —dijo	 Hermione	 con	 voz	 entrecortada,
señalando	al	interior	del	tronco—.	Me…	¡me	ha	dicho	que	me	han	suspendido	en
todo!
Costó	un	rato	tranquilizar	a	Hermione.	Cuando	por	fin	se	recuperó,	ella,	Harry	y
Ron	volvieron	al	castillo.	Ron	seguía	riéndose	del	boggart	de	Hermione,	pero	cuando
estaban	a	punto	de	reñir,	vieron	algo	al	final	de	las	escaleras.
Cornelius	Fudge,	sudando	bajo	su	capa	de	rayas,	contemplaba	desde	arriba	los
terrenos	del	colegio.	Se	sobresaltó	al	ver	a	Harry.
—¡Hola,	Harry!	—dijo—.	¿Vienes	de	un	examen?	¿Te	falta	poco	para	acabar?
—Sí	 —dijo	 Harry.	 Hermione	 y	 Ron,	 como	 no	 tenían	 trato	 con	 el	 ministro	 de
Magia,	se	quedaron	un	poco	apartados.
—Estupendo	día	—dijo	Fudge,	contemplando	el	lago—.	Es	una	pena…,	es	una
pena…	—Suspiró	ampliamente	y	miró	a	Harry—.	Me	trae	un	asunto	desagradable,
Harry.	La	Comisión	para	las	Criaturas	Peligrosas	solicitó	que	un	testigo	presenciase
la	 ejecución	 de	 un	 hipogrifo	 furioso.	 Como	 tenía	 que	 visitar	 Hogwarts	 por	 lo	 de
Black,	me	pidieron	que	entrara.
—¿Significa	eso	que	la	revisión	del	caso	ya	ha	tenido	lugar?	—interrumpió	Ron,
dando	un	paso	adelante.
—No,	no.	Está	fijada	para	la	tarde	—dijo	Fudge,	mirando	a	Ron	con	curiosidad.
—¡Entonces	 quizá	 no	 tenga	 que	 presenciar	 ninguna	 ejecución!	 —dijo	 Ron
resueltamente—.	¡El	hipogrifo	podría	ser	absuelto!
Antes	de	que	Fudge	pudiera	responder,	dos	magos	entraron	por	las	puertas	del
castillo	que	había	a	su	espalda.	Uno	era	tan	anciano	que	parecía	descomponerse	ante
sus	 ojos;	 el	 otro	 era	 alto	 y	 fornido,	 y	 tenía	 un	 fino	 bigote	 de	 color	 negro.	 Harry
entendió	que	eran	representantes	de	la	Comisión	para	las	Criaturas	Peligrosas,	porque
el	anciano	miró	de	soslayo	hacia	la	cabaña	de	Hagrid	y	dijo	con	voz	débil:
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—Santo	Dios,	me	estoy	haciendo	viejo	para	esto.	A	las	dos	en	punto,	¿no,	Fudge?
El	hombre	del	bigote	negro	toqueteaba	algo	que	llevaba	al	cinto;	Harry	advirtió
que	pasaba	el	ancho	pulgar	por	el	filo	de	un	hacha.	Ron	abrió	la	boca	para	decir	algo,
pero	Hermione	le	dio	con	el	codo	en	las	costillas	y	señaló	el	vestíbulo	con	la	cabeza.
—¿Por	 qué	 no	 me	 has	 dejado?	 —dijo	 enfadado	 Ron,	 entrando	 en	 el	 Gran
Comedor	 para	 almorzar—.	 ¿Los	 has	 visto?	 ¡Hasta	 llevan	 un	 hacha!	 ¡Eso	 no	 es
justicia!
—Ron,	tu	padre	trabaja	en	el	Ministerio.	No	puedes	ir	diciéndole	esas	cosas	a	su
jefe	—respondió	Hermione,	aunque	también	ella	parecía	muy	molesta—.	Si	Hagrid
conserva	esta	vez	la	cabeza	y	argumenta	adecuadamente	su	defensa,	es	posible	que
no	ejecuten	a	Buckbeak…
Pero	a	Harry	le	parecía	que	Hermione	no	creía	en	realidad	lo	que	decía.	A	su
alrededor,	 todos	 hablaban	 animados,	 saboreando	 por	 adelantado	 el	 final	 de	 los
exámenes,	que	tendría	lugar	aquella	tarde,	pero	Harry,	Ron	y	Hermione,	preocupados
por	Hagrid	y	Buckbeak,	permanecieron	al	margen.
El	último	examen	de	Harry	y	Ron	era	de	Adivinación.	El	último	de	Hermione,
Estudios	Muggles.	Subieron	juntos	la	escalera	de	mármol.	Hermione	los	dejó	en	el
primer	piso,	y	Harry	y	Ron	continuaron	hasta	el	séptimo,	donde	muchos	de	su	clase
estaban	 sentados	 en	 la	 escalera	 de	 caracol	 que	 conducía	 al	 aula	 de	 la	 profesora
Trelawney,	repasando	en	el	último	minuto.
—Nos	va	a	examinar	por	separado	—les	informó	Neville,	cuando	se	sentaron	a	su
lado.	Tenía	Disipar	las	nieblas	del	futuro	abierto	sobre	los	muslos,	por	las	páginas
dedicadas	 a	 la	 bola	 de	 cristal—.	 ¿Alguno	 ha	 visto	 algo	 alguna	 vez	 en	 la	 bola	 de
cristal?	—preguntó	desanimado.
—Nanay	—dijo	Ron.
Miraba	el	reloj	de	vez	en	cuando.	Harry	se	dio	cuenta	de	que	calculaba	lo	que
faltaba	para	el	comienzo	de	la	revisión	del	caso	de	Buckbeak.
La	cola	de	personas	que	había	fuera	del	aula	se	reducía	muy	despacio.	Cada	vez
que	bajaba	alguien	por	la	plateada	escalera	de	mano,	los	demás	le	preguntaban	entre
susurros:
—¿Qué	te	ha	preguntado?	¿Qué	tal	te	ha	ido?
Pero	nadie	aclaraba	nada.
—¡Me	 ha	 dicho	 que,	 según	 la	 bola	 de	 cristal,	 sufriré	 un	 accidente	 horrible	 si
revelo	algo!	—chilló	Neville,	bajando	la	escalera	hacia	Harry	y	Ron,	que	acababa	de
llegar	al	rellano	en	ese	momento.
—Es	muy	lista	—refunfuñó	Ron—.	Empiezo	a	pensar	que	Hermione	tenía	razón
—dijo	señalando	la	trampilla	con	el	dedo—:	es	una	impostora.
—Sí	—dijo	Harry,	mirando	su	reloj.	Eran	las	dos—.	Ojalá	se	dé	prisa.
Parvati	bajó	la	escalera	rebosante	de	orgullo.
—Me	ha	dicho	que	tengo	todas	las	características	de	una	verdadera	vidente	—dijo
a	Ron	y	a	Harry—.	He	visto	muchísimas	cosas…	Bueno,	que	os	vaya	bien.
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Bajó	aprisa	por	la	escalera	de	caracol,	hasta	llegar	junto	a	Lavender.
—Ronald	Weasley	—anunció	desde	arriba	la	voz	conocida	y	susurrante.	Ron	hizo
un	guiño	a	Harry	y	subió	por	la	escalera	de	plata.
Harry	 era	 el	 único	 que	 quedaba	 por	 examinarse.	 Se	 sentó	 en	 el	 suelo,	 con	 la
espalda	contra	la	pared,	escuchando	una	mosca	que	zumbaba	en	la	ventana	soleada.
Su	mente	estaba	con	Hagrid,	al	otro	lado	de	los	terrenos	del	colegio.
Por	 fin,	 después	 de	 unos	 veinte	 minutos,	 los	 pies	 grandes	 de	 Ron	 volvieron	 a
aparecer	en	la	escalera.
—¿Qué	tal?	—le	preguntó	Harry,	levantándose.
—Una	 porquería	 —dijo	 Ron—.	 No	 conseguía	 ver	 nada,	 así	 que	 me	 inventé
algunas	cosas.	Pero	no	creo	que	la	haya	convencido…
—Nos	veremos	en	la	sala	común	—musitó	Harry	cuando	la	voz	de	la	profesora
Trelawney	anunció:
—¡Harry	Potter!
En	la	sala	de	la	torre	hacía	más	calor	que	nunca.	Las	cortinas	estaban	echadas,	el
fuego	encendido,	y	el	habitual	olor	mareante	hizo	toser	a	Harry	mientras	avanzaba
entre	las	sillas	y	las	mesas	hasta	el	lugar	en	que	la	profesora	Trelawney	lo	aguardaba
sentada	ante	una	bola	grande	de	cristal.
—Buenos	días,	Harry	—dijo	suavemente—.	Si	tuvieras	la	amabilidad	de	mirar	la
bola…	Tómate	tu	tiempo,	y	luego	dime	lo	que	ves	dentro	de	ella…
Harry	 se	 inclinó	 sobre	 la	 bola	 de	 cristal	 y	 miró	 concentrándose	 con	 todas	 sus
fuerzas,	buscando	algo	más	que	la	niebla	blanca	que	se	arremolinaba	dentro,	pero	sin
encontrarlo.
—¿Y	bien?	—le	preguntó	la	profesora	Trelawney	con	delicadeza—.	¿Qué	ves?
El	calor	y	el	humo	aromático	que	salía	del	fuego	que	había	a	su	lado	resultaban
asfixiantes.	Pensó	en	lo	que	Ron	le	había	dicho	y	decidió	fingir.
—Eeh…	—dijo	Harry—.	Una	forma	oscura…
—¿A	qué	se	parece?	—susurró	la	profesora	Trelawney—.	Piensa…
La	mente	de	Harry	echó	a	volar	y	aterrizó	en	Buckbeak.
—Un	hipogrifo	—dijo	con	firmeza.
—¿De	 verdad?	 —susurró	 la	 profesora	 Trelawney,	 escribiendo	 deprisa	 y	 con
entusiasmo	en	el	pergamino	que	tenía	en	las	rodillas—.	Muchacho,	bien	podrías	estar
contemplando	la	solución	del	problema	de	Hagrid	con	el	Ministerio	de	Magia.	Mira
más	detenidamente…	El	hipogrifo	¿tiene	cabeza?
—Sí	—dijo	Harry	con	seguridad.
—¿Estás	 seguro?	 —insistió	 la	 profesora	 Trelawney—.	 ¿Totalmente	 seguro,
Harry?	¿No	lo	ves	tal	vez	retorciéndose	en	el	suelo	y	con	la	oscura	imagen	de	un
hombre	con	un	hacha	detrás?
—No	—dijo	Harry,	comenzando	a	sentir	náuseas.
—¿No	hay	sangre?	¿No	está	Hagrid	llorando?
—¡No!	—contestó	Harry,	con	crecientes	deseos	de	abandonar	la	sala	y	aquel	calor
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—.	Parece	que	está	bien.	Está	volando…
La	profesora	Trelawney	suspiró.
—Bien,	 querido.	 Me	 parece	 que	 lo	 dejaremos	 aquí…	 Un	 poco	 decepcionante,
pero	estoy	segura	de	que	has	hecho	todo	lo	que	has	podido.
Aliviado,	Harry	se	levantó,	cogió	la	mochila	y	se	dio	la	vuelta	para	salir.	Pero
entonces	oyó	detrás	de	él	una	voz	potente	y	áspera:
—Sucederá	esta	noche.
Harry	dio	media	vuelta.	La	profesora	Trelawney	estaba	rígida	en	su	sillón.	Tenía
la	vista	perdida	y	la	boca	abierta.
—¿Cómo	dice?	—preguntó	Harry.
Pero	la	profesora	Trelawney	no	parecía	oírle.	Sus	pupilas	comenzaron	a	moverse.
Harry	estaba	asustado.	La	profesora	parecía	a	punto	de	sufrir	un	ataque.	El	muchacho
no	sabía	si	salir	corriendo	hacia	la	enfermería.	Y	entonces	la	profesora	Trelawney
volvió	a	hablar	con	la	misma	voz	áspera,	muy	diferente	a	la	suya:
—El	Señor	Tenebroso	está	solo	y	sin	amigos,	abandonado	por	sus	seguidores.	Su
vasallo	ha	estado	encadenado	doce	años.	Hoy,	antes	de	la	medianoche,	el	vasallo	se
liberará	e	irá	a	reunirse	con	su	amo.	El	Señor	Tenebroso	se	alzará	de	nuevo,	con	la
ayuda	 de	 su	 vasallo,	 más	 grande	 y	 más	 terrible	 que	 nunca.	 Hoy…	 antes	 de	 la
medianoche…	el	vasallo…	irá…	a	reunirse…	con	su	amo…
Su	cabeza	cayó	hacia	delante,	sobre	el	pecho.	La	profesora	Trelawney	emitió	un
gruñido.	Luego,	repentinamente,	volvió	a	levantar	la	cabeza.
—Lo	 siento	 mucho,	 chico	 —añadió	 con	 voz	 soñolienta—.	 El	 calor	 del	 día,
¿sabes…?	Me	he	quedado	traspuesta.
Harry	se	quedó	allí	un	momento,	mirándola.
—¿Pasa	algo,	Harry?
—Usted…	acaba	de	decirme	que…	el	Señor	Tenebroso	volverá	a	alzarse,	que	su
vasallo	va	a	regresar	con	él…
La	profesora	Trelawney	se	sobresaltó.
—¿El	Señor	Tenebroso?	¿El	que	no	debe	nombrarse?	Querido	muchacho,	no	se
puede	bromear	con	ese	tema…	Alzarse	de	nuevo,	Dios	mío…
—¡Pero	usted	acaba	de	decirlo!	Usted	ha	dicho	que	el	Señor	Tenebroso…
—Creo	que	tú	también	te	has	quedado	dormido	—repuso	la	profesora	Trelawney
—.	Desde	luego,	nunca	predeciría	algo	así.
Harry	bajó	la	escalera	de	mano	y	la	de	caracol,	haciéndose	preguntas…	¿Acababa
de	oír	a	la	profesora	Trelawney	haciendo	una	verdadera	predicción?	¿O	había	querido
acabar	el	examen	con	un	final	impresionante?
Cinco	 minutos	 más	 tarde	 pasaba	 aprisa	 por	 entre	 los	 troles	 de	 seguridad	 que
estaban	a	la	puerta	de	la	torre	de	Gryffindor.	Las	palabras	de	la	profesora	Trelawney
resonaban	aún	en	su	cabeza.	Se	cruzó	con	muchos	que	caminaban	a	zancadas,	riendo
y	 bromeando,	 dirigiéndose	 hacia	 los	 terrenos	 del	 colegio	 y	 hacia	 una	 libertad
largamente	 deseada.	 Cuando	 llegó	 al	 retrato	 y	 entró	 en	 la	 sala	 común,	 estaba	 casi
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desierta.	En	un	rincón,	sin	embargo,	estaban	sentados	Ron	y	Hermione.
—La	profesora	Trelawney	me	acaba	de	decir…
Pero	se	detuvo	al	fijarse	en	sus	caras.
—Buckbeak	ha	perdido	—dijo	Ron	con	voz	débil—.	Hagrid	acaba	de	enviar	esto.
La	nota	de	Hagrid	estaba	seca	esta	vez:	no	había	lágrimas	en	ella.	Pero	su	mano
parecía	haber	temblado	tanto	al	escribirla	que	apenas	resultaba	legible.
Apelación	 perdida.	 La	 ejecución	 será	 a	 la	 puesta	 del	 sol.	 No	 se	 puede
hacer	nada.	No	vengáis.	No	quiero	que	lo	veáis.
Hagrid
—Tenemos	 que	 ir	 —dijo	 Harry	 de	 inmediato—.	 ¡No	 puede	 estar	 allí	 solo,
esperando	al	verdugo!
—Pero	es	a	la	puesta	del	sol	—dijo	Ron,	mirando	por	la	ventana	con	los	ojos
empañados—.	No	nos	dejarán	salir,	y	menos	a	ti,	Harry…
Harry	se	tapó	la	cabeza	con	las	manos,	pensando.
—Si	al	menos	tuviéramos	la	capa	invisible…
—¿Dónde	está?	—dijo	Hermione.
Harry	le	explicó	que	la	había	dejado	en	el	pasadizo,	debajo	de	la	estatua	de	la
bruja	tuerta.
—…	Si	Snape	me	vuelve	a	ver	por	allí,	me	veré	en	un	serio	aprieto	—concluyó.
—Eso	 es	 verdad	 —dijo	 Hermione,	 poniéndose	 en	 pie—.	 Si	 te	 ve…	 ¿Cómo	 se
abre	la	joroba	de	la	bruja?
—Se	le	dan	unos	golpecitos	y	se	dice	«¡Dissendio!»	—explicó	Harry—.	Pero…
Hermione	no	aguardó	a	que	terminara	la	frase;	atravesó	la	sala	con	decisión,	abrió
el	retrato	y	se	perdió	de	vista.
—¿Habrá	 ido	 a	 cogerla?	 —dijo	 Ron,	 mirando	 el	 punto	 por	 donde	 había
desaparecido	la	muchacha.
A	 eso	 había	 ido.	 Hermione	 regresó	 al	 cuarto	 de	 hora,	 con	 la	 capa	 plateada
cuidadosamente	doblada	y	escondida	bajo	la	túnica.
—¡Hermione,	no	sé	qué	te	pasa	últimamente!	—dijo	Ron,	sorprendido—.	Primero
le	pegas	a	Malfoy,	luego	te	vas	de	la	clase	de	la	profesora	Trelawney…
Hermione	se	sintió	halagada.
•	•	•
Bajaron	a	cenar	con	los	demás,	pero	no	regresaron	luego	a	la	torre	de	Gryffindor.
Harry	llevaba	escondida	la	capa	en	la	parte	delantera	de	la	túnica.	Tenía	que	llevar	los
brazos	cruzados	para	que	no	se	viera	el	bulto.	Esperaron	en	una	habitación	contigua
al	vestíbulo	hasta	asegurarse	de	que	éste	estuviese	completamente	vacío.	Oyeron	a	los
dos	 últimos	 que	 pasaban	 aprisa	 y	 cerraban	 dando	 un	 portazo.	 Hermione	 asomó	 la
cabeza	por	la	puerta.
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—Vale	—susurró—.	No	hay	nadie.	Podemos	taparnos	con	la	capa.
Caminando	 muy	 juntos,	 de	 puntillas	 y	 bajo	 la	 capa,	 para	 que	 nadie	 los	 viera,
bajaron	la	escalera	y	salieron.	El	sol	se	hundía	ya	en	el	bosque	prohibido,	dorando	las
ramas	más	altas	de	los	árboles.
Llegaron	a	la	cabaña	y	llamaron	a	la	puerta.	Hagrid	tardó	en	contestar;	cuando	por
fin	 lo	 hizo,	 miró	 a	 su	 alrededor,	 pálido	 y	 tembloroso,	 en	 busca	 de	 la	 persona	 que
había	llamado.
—Somos	nosotros	—susurró	Harry—.	Llevamos	la	capa	invisible.	Si	nos	dejas
pasar,	nos	la	quitaremos.
—No	deberíais	haber	venido	—dijo	Hagrid,	también	susurrando.
Pero	se	hizo	a	un	lado,	y	ellos	entraron.	Hagrid	cerró	la	puerta	rápidamente	y
Harry	se	desprendió	de	la	capa.	Hagrid	no	lloró	ni	se	arrojó	al	cuello	de	sus	amigos.
No	parecía	saber	dónde	se	encontraba	ni	qué	hacer.	Resultaba	más	trágico	verlo	así
que	llorando.
—¿Queréis	un	té?	—invitó.
Sus	manos	enormes	temblaban	al	coger	la	tetera.
—¿Dónde	está	Buckbeak,	Hagrid?	—preguntó	Ron,	vacilante.
—Lo…	lo	tengo	en	el	exterior	—dijo	Hagrid,	derramando	la	leche	por	la	mesa	al
llenar	la	jarra—.	Está	atado	en	el	huerto,	junto	a	las	calabazas.	Pensé	que	debía	ver
los	árboles	y	oler	el	aire	fresco	antes	de…
A	Hagrid	le	temblaba	tanto	la	mano	que	la	jarra	se	le	cayó	y	se	hizo	añicos.
—Yo	lo	haré,	Hagrid	—dijo	Hermione	inmediatamente,	apresurándose	a	limpiar
el	suelo.
—Hay	otra	en	el	aparador	—dijo	Hagrid	sentándose	y	limpiándose	la	frente	con
la	manga.	Harry	miró	a	Ron,	que	le	devolvió	una	mirada	de	desesperanza.
—¿No	hay	nada	que	hacer,	Hagrid?	—preguntó	Harry	sentándose	a	su	lado—.
Dumbledore…
—Lo	 ha	 intentado	 —respondió	 Hagrid—.	 No	 puede	 hacer	 nada	 contra	 una
sentencia	 de	 la	 Comisión.	 Les	 ha	 dicho	 que	 Buckbeak	 es	 inofensivo,	 pero	 tienen
miedo.	Ya	sabéis	cómo	es	Lucius	Malfoy…	Me	imagino	que	los	ha	amenazado…	Y
el	verdugo,	Macnair,	es	un	viejo	amigo	suyo.	Pero	será	rápido	y	limpio,	y	yo	estaré	a
su	lado.
Hagrid	 tragó	 saliva.	 Sus	 ojos	 recorrían	 la	 cabaña	 buscando	 algún	 retazo	 de
esperanza.
—Dumbledore	estará	presente.	Me	ha	escrito	esta	mañana.	Dice	que	quiere	estar
conmigo.	Un	gran	hombre,	Dumbledore…
Hermione,	que	había	estado	rebuscando	en	el	aparador	de	Hagrid,	dejó	escapar	un
leve	 sollozo,	 que	 reprimió	 rápidamente.	 Se	 incorporó	 con	 la	 jarra	 en	 las	 manos	 y
esforzándose	por	contener	las	lágrimas.
—Nosotros	también	estaremos	contigo,	Hagrid	—comenzó,	pero	Hagrid	negó	con
la	despeinada	cabeza.
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—Tenéis	 que	 volver	 al	 castillo.	 Os	 he	 dicho	 que	 no	 quería	 que	 lo	 vierais.	 Y
tampoco	 deberíais	 estar	 aquí.	 Si	 Fudge	 y	 Dumbledore	 te	 pillan	 fuera	 sin	 permiso,
Harry,	te	verás	en	un	aprieto.
Por	el	rostro	de	Hermione	corrían	lágrimas	silenciosas,	pero	disimuló	ante	Hagrid
preparando	el	té.	Al	coger	la	botella	de	leche	para	verter	parte	de	ella	en	la	jarra,	dio
un	grito.
—¡Ron!	No…	no	puedo	creerlo.	¡Es	Scabbers!
Ron	la	miró	boquiabierto.
—¿Qué	dices?
Hermione	 acercó	 la	 jarra	 a	 la	 mesa	 y	 la	 volcó.	 Con	 un	 gritito	 asustado	 y
desesperado	por	volver	a	meterse	en	el	recipiente,	Scabbers	apareció	correteando	por
la	mesa.
—¡Scabbers!	—exclamó	Ron	desconcertado—.	Scabbers,	¿qué	haces	aquí?
Cogió	a	la	rata,	que	forcejeaba	por	escapar,	y	la	levantó	para	verla	a	la	luz.	Tenía
un	aspecto	horrible.	Estaba	más	delgada	que	nunca.	Se	le	había	caído	mucho	pelo,
dejándole	 amplias	 lagunas,	 y	 se	 retorcía	 en	 las	 manos	 de	 Ron,	 desesperada	 por
escapar.
—No	 te	 preocupes,	 Scabbers	 —dijo	 Ron—.	 No	 hay	 gatos.	 No	 hay	 nada	 que
temer.
De	 pronto,	 Hagrid	 se	 puso	 en	 pie,	 mirando	 la	 ventana	 fijamente.	 Su	 cara,
habitualmente	rubicunda,	se	había	puesto	del	color	del	pergamino.
—Ya	vienen…
Harry,	Ron	y	Hermione	se	dieron	rápidamente	la	vuelta.	Un	grupo	de	hombres
bajaba	por	los	lejanos	escalones	de	la	puerta	principal	del	castillo.	Delante	iba	Albus
Dumbledore.	 Su	 barba	 plateada	 brillaba	 al	 sol	 del	 ocaso.	 A	 su	 lado	 iba	 Cornelius
Fudge.	Tras	ellos	marchaban	el	viejo	y	débil	miembro	de	la	Comisión	y	el	verdugo
Macnair.
—Tenéis	que	iros	—dijo	Hagrid.	Le	temblaba	todo	el	cuerpo—.	No	deben	veros
aquí…	Marchaos	ya.
Ron	se	metió	a	Scabbers	en	el	bolsillo	y	Hermione	cogió	la	capa.
—Salid	por	detrás.
Lo	siguieron	hacia	la	puerta	trasera	que	daba	al	huerto.	Harry	se	sentía	muy	raro	y
aún	más	al	ver	a	Buckbeak	a	pocos	metros,	atado	a	un	árbol,	detrás	de	las	calabazas.
Buckbeak	parecía	presentir	algo.	Volvió	la	cara	afilada	de	un	lado	a	otro	y	golpeó	el
suelo	con	la	zarpa,	nervioso.
—No	temas,	Buckbeak	—dijo	Hagrid	con	voz	suave—.	No	temas.	—Se	volvió
hacia	los	tres	amigos—.	Venga,	marchaos.
Pero	no	se	movieron.
—Hagrid,	no	podemos…	Les	diremos	lo	que	de	verdad	sucedió.
—No	pueden	matarlo…
—¡Marchaos!	 —ordenó	 Hagrid	 con	 firmeza—.	 Ya	 es	 bastante	 horrible	 y	 sólo
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faltaría	que	además	os	metierais	en	un	lío.
No	tenían	opción.	Mientras	Hermione	echaba	la	capa	sobre	los	otros	dos,	oyeron
hablar	al	otro	lado	de	la	cabaña.	Hagrid	miró	hacia	el	punto	por	el	que	acababan	de
desaparecer.
—Marchaos,	rápido	—dijo	con	acritud—.	No	escuchéis.
Y	volvió	a	entrar	en	la	cabaña	al	mismo	tiempo	que	alguien	llamaba	a	la	puerta	de
delante.
Lentamente,	como	en	trance,	Harry,	Ron	y	Hermione	rodearon	silenciosamente	la
casa.	Al	llegar	al	otro	lado,	la	puerta	se	cerró	con	un	golpe	seco.
—Vámonos	aprisa,	por	favor	—susurró	Hermione—.	No	puedo	seguir	aquí,	no	lo
puedo	soportar…
Empezaron	a	subir	hacia	el	castillo.	El	sol	se	apresuraba	a	ocultarse;	el	cielo	se
había	vuelto	de	un	gris	claro	teñido	de	púrpura,	pero	en	el	oeste	había	destellos	de
rojo	rubí.
Ron	se	detuvo	en	seco.
—Por	favor,	Ron	—comenzó	Hermione.
—Se	trata	de	Scabbers…,	quiere	salir.
Ron	se	inclinaba	intentando	impedir	que	Scabbers	se	escapara,	pero	la	rata	estaba
fuera	de	sí;	chillando	como	loca,	se	debatía	y	trataba	de	morder	a	Ron	en	la	mano.
—Scabbers,	tonta,	soy	yo	—susurró	Ron.
Oyeron	abrirse	una	puerta	detrás	de	ellos	y	luego	voces	masculinas.
—¡Por	favor,	Ron,	vámonos,	están	a	punto	de	hacerlo!	—insistió	Hermione.
—Vale,	¡quédate	quieta,	Scabbers!
Siguieron	 caminando;	 al	 igual	 que	 Hermione,	 Harry	 procuraba	 no	 oír	 el	 sordo
rumor	de	las	voces	que	sonaban	detrás	de	ellos.	Ron	volvió	a	detenerse.
—No	la	puedo	sujetar…	Calla,	Scabbers,	o	nos	oirá	todo	el	mundo.
La	rata	chillaba	como	loca,	pero	no	lo	bastante	fuerte	para	eclipsar	los	sonidos
que	 llegaban	 del	 jardín	 de	 Hagrid.	 Las	 voces	 de	 hombre	 se	 mezclaban	 y	 se
confundían.	Hubo	un	silencio	y	luego,	sin	previo	aviso,	el	inconfundible	silbido	del
hacha	rasgando	el	aire.	Hermione	se	tambaleó.
—¡Ya	está!	—susurró	a	Harry—.	¡No	me	lo	puedo	creer,	lo	han	hecho!
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A
CAPÍTULO	17
El	perro,	el	gato	y	la	rata
Harry	se	le	quedó	la	mente	en	blanco	a	causa	de	la	impresión.	Los	tres	se	habían
quedado	paralizados	bajo	la	capa	invisible.	Los	últimos	rayos	del	sol	arrojaron
una	luz	sanguinolenta	sobre	los	terrenos,	en	los	que	las	sombras	se	dibujaban	muy
alargadas.	Detrás	de	ellos	oyeron	un	aullido	salvaje.
—¡Hagrid!	—susurró	Harry.	Sin	pensar	en	lo	que	hacía,	fue	a	darse	la	vuelta,	pero
Ron	y	Hermione	lo	cogieron	por	los	brazos.
—No	podemos	—dijo	Ron,	blanco	como	una	pared—.	Se	verá	en	un	problema
más	serio	si	se	descubre	que	lo	hemos	ido	a	visitar…
Hermione	respiraba	floja	e	irregularmente.
—¿Cómo…	han	podido…?	—preguntó	jadeando,	como	si	se	ahogase—.	¿Cómo
han	podido?
—Vamos	—dijo	Ron,	tiritando.
Reemprendieron	 el	 camino	 hacia	 el	 castillo,	 andando	 muy	 despacio	 para	 no
descubrirse.	 La	 luz	 se	 apagaba.	 Cuando	 llegaron	 a	 campo	 abierto,	 la	 oscuridad	 se
cernía	sobre	ellos	como	un	embrujo.
—Scabbers,	estate	quieta	—susurró	Ron,	llevándose	la	mano	al	pecho.	La	rata	se
retorcía	como	loca.	Ron	se	detuvo,	obligando	a	Scabbers	a	que	se	metiera	del	todo	en
el	bolsillo—.	¿Qué	te	ocurre,	tonta?	Quédate	quieta…	¡AY!	¡Me	ha	mordido!
—¡Ron,	cállate!	—susurró	Hermione—.	Fudge	se	presentará	aquí	dentro	de	un
minuto…
—No	hay	manera.
Scabbers	 estaba	 aterrorizada.	 Se	 retorcía	 con	 todas	 sus	 fuerzas,	 intentando
soltarse	de	Ron.
—¿Qué	le	ocurre?
Pero	 Harry	 acababa	 de	 ver	 a	 Crookshanks	 acercándose	 a	 ellos	 sigilosamente,
arrastrándose	 y	 con	 los	 grandes	 ojos	 amarillos	 destellando	 pavorosamente	 en	 la
oscuridad.	 Harry	 no	 sabía	 si	 el	 gato	 los	 veía	 o	 se	 orientaba	 por	 los	 chillidos	 de
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Scabbers.
—¡Crookshanks!	—gimió	Hermione—.	¡No,	vete,	Crookshanks!	¡Vete!
Pero	el	gato	se	acercaba	más…
—Scabbers…	¡NO!
Demasiado	tarde…	La	rata	escapó	por	entre	los	dedos	de	Ron,	se	echó	al	suelo	y
huyó	a	toda	prisa.	De	un	salto,	Crookshanks	se	lanzó	tras	el	roedor,	y	antes	de	que
Harry	 y	 Hermione	 pudieran	 detenerlo,	 Ron	 se	 salió	 de	 la	 capa	 y	 se	 internó	 en	 la
oscuridad.
—¡Ron!	—gimió	Hermione.
Ella	y	Harry	se	miraron	y	lo	siguieron	a	la	carrera.	Era	imposible	correr	a	toda
velocidad	debajo	de	la	capa,	así	que	se	la	quitaron	y	la	llevaron	al	vuelo,	ondeando
como	un	estandarte	mientras	seguían	a	Ron.	Oían	delante	de	ellos	el	ruido	de	sus
pasos	y	los	gritos	que	dirigía	a	Crookshanks.
—Aléjate	de	él…,	aléjate…	Scabbers,	ven	aquí…
Oyeron	un	golpe	seco.
—¡Te	he	atrapado!	Vete,	gato	asqueroso.
Harry	y	Hermione	casi	chocaron	contra	Ron.	Estaba	tendido	en	el	suelo.	Scabbers
había	vuelto	a	su	bolsillo	y	Ron	sujetaba	con	ambas	manos	el	tembloroso	bulto.
—Vamos,	Ron,	volvamos	a	cubrirnos	—dijo	Hermione	jadeando—.	Dumbledore
y	el	ministro	saldrán	dentro	de	un	minuto.
Pero	 antes	 de	 que	 pudieran	 volver	 a	 taparse,	 antes	 incluso	 de	 que	 pudieran
recuperar	el	aliento,	oyeron	los	pasos	de	unas	patas	gigantes.	Algo	se	acercaba	a	ellos
en	la	oscuridad:	un	enorme	perro	negro	de	ojos	claros.
Harry	quiso	coger	la	varita,	pero	era	ya	demasiado	tarde.	El	perro	había	dado	un
gran	salto	y	sus	patas	delanteras	le	golpearon	el	pecho.	Harry	cayó	de	espaldas,	con
un	fardo	de	pelo.	Sintió	el	cálido	aliento	del	fardo,	sus	dientes	de	tres	centímetros	de
longitud…
Pero	el	empujón	lo	había	llevado	demasiado	lejos.	Se	apartó	rodando.	Aturdido,
sintiendo	como	si	le	hubieran	roto	las	costillas,	trató	de	ponerse	en	pie;	oyó	rugir	al
animal,	preparándose	para	un	nuevo	ataque.
Ron	se	levantó.	Cuando	el	perro	volvió	a	saltar	contra	ellos,	Ron	empujó	a	Harry
hacia	un	lado	y	el	perro	mordió	el	brazo	estirado	de	Ron.	Harry	embistió	y	agarró	al
animal	por	el	pelo,	pero	éste	arrastraba	a	Ron	con	tanta	facilidad	como	si	fuera	un
muñeco	de	trapo.
Entonces,	algo	surgido	de	no	se	sabía	dónde	golpeó	a	Harry	tan	fuerte	en	la	cara
que	 volvió	 a	 derribarlo.	 Oyó	 a	 Hermione	 chillar	 de	 dolor	 y	 caer	 también.	 Harry
manoteó	en	busca	de	la	varita,	parpadeando	para	quitarse	la	sangre	de	los	ojos.
—¡Lumos!	—susurró.
La	luz	de	la	varita	iluminó	un	grueso	árbol.	Habían	perseguido	a	Scabbers	hasta
el	 sauce	 boxeador,	 y	 sus	 ramas	 crujían	 como	 azotadas	 por	 un	 fortísimo	 viento	 y
oscilaban	de	atrás	adelante	para	impedir	que	se	aproximaran.
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Al	pie	del	árbol	estaba	el	perro,	arrastrando	a	Ron	y	metiéndolo	por	un	hueco	que
había	en	las	raíces.	Ron	luchaba	denodadamente,	pero	su	cabeza	y	su	torso	se	estaban
perdiendo	de	vista.
—¡Ron!	—gritó	Harry,	intentando	seguirlo,	pero	una	gruesa	rama	le	propinó	un
restallante	y	terrible	trallazo	que	lo	obligó	a	retroceder.
Lo	único	que	podían	ver	ya	de	Ron	era	la	pierna	con	la	que	el	muchacho	se	había
enganchado	en	una	rama	para	impedir	que	el	perro	lo	arrastrase.	Un	horrible	crujido
cortó	el	aire	como	un	pistoletazo.	La	pierna	de	Ron	se	había	roto	y	el	pie	desapareció
en	aquel	momento.
—Harry,	tenemos	que	pedir	ayuda	—gritó	Hermione.	Ella	también	sangraba.	El
sauce	le	había	hecho	un	corte	en	el	hombro.
—¡No!	¡Este	ser	es	lo	bastante	grande	para	comérselo!	¡No	tenemos	tiempo!
—No	conseguiremos	pasar	sin	ayuda.
Otra	rama	les	lanzó	otro	latigazo,	con	las	ramitas	enroscadas	como	puños.
—Si	 ese	 perro	 ha	 podido	 entrar,	 nosotros	 también	 —jadeó	 Harry,	 corriendo	 y
zigzagueando,	 tratando	 de	 encontrar	 un	 camino	 a	 través	 de	 las	 ramas	 que	 daban
trallazos	al	aire,	pero	era	imposible	acercarse	un	centímetro	más	sin	ser	golpeados	por
el	árbol.
—¡Socorro,	 socorro!	 —gritó	 Hermione,	 como	 una	 histérica,	 dando	 brincos	 sin
moverse	del	sitio—.	¡Por	favor…!
Crookshanks	dio	un	salto	al	frente.	Se	deslizó	como	una	serpiente	por	entre	las
ramas	que	azotaban	el	aire	y	se	agarró	con	las	zarpas	a	un	nudo	del	tronco.
De	repente,	como	si	el	árbol	se	hubiera	vuelto	de	piedra,	dejó	de	moverse.
—¡Crookshanks!	—gritó	Hermione,	dubitativa.	Cogió	a	Harry	por	el	brazo	tan
fuerte	que	le	hizo	daño—.	¿Cómo	sabía…?
—Es	amigo	del	perro	—dijo	Harry	con	tristeza—.	Los	he	visto	juntos…	Vamos.
Ten	la	varita	a	punto.
En	unos	segundos	recorrieron	la	distancia	que	les	separaba	del	tronco,	pero	antes
de	 que	 llegaran	 al	 hueco	 que	 había	 entre	 las	 raíces,	 Crookshanks	 se	 metió	 por	 él
agitando	 la	 cola	 de	 brocha.	 Harry	 lo	 siguió.	 Entró	 a	 gatas,	 metiendo	 primero	 la
cabeza,	y	se	deslizó	por	una	rampa	de	tierra	hasta	la	boca	de	un	túnel	de	techo	muy
bajo.	Crookshanks	estaba	ya	lejos	de	él	y	sus	ojos	brillaban	a	la	luz	de	la	varita	de
Harry.	Un	segundo	después,	entró	Hermione.
—¿Dónde	está	Ron?	—le	preguntó	con	voz	aterrorizada.
—Por	 aquí	 —indicó	 Harry,	 poniéndose	 en	 camino	 con	 la	 espalda	 arqueada,
siguiendo	a	Crookshanks.
—¿Adónde	irá	este	túnel?	—le	preguntó	Hermione,	sin	aliento.
—No	sé…	Está	señalado	en	el	mapa	del	merodeador,	pero	Fred	y	George	creían
que	 nadie	 lo	 había	 utilizado	 nunca.	 Se	 sale	 del	 límite	 del	 mapa,	 pero	 daba	 la
impresión	de	que	iba	a	Hogsmeade…
Avanzaban	tan	aprisa	como	podían,	casi	doblados	por	la	cintura.	Por	momentos
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podían	ver	la	cola	de	Crookshanks.	El	pasadizo	no	se	acababa.	Parecía	tan	largo	como
el	que	iba	a	Honeydukes.	Lo	único	en	que	podía	pensar	Harry	era	en	Ron	y	en	lo	que
le	podía	estar	haciendo	el	perrazo…	Al	correr	agachado,	le	costaba	trabajo	respirar	y
le	dolía…
Y	entonces	el	túnel	empezó	a	elevarse,	y	luego	a	serpentear,	y	Crookshanks	había
desaparecido.	En	vez	de	ver	al	gato,	Harry	veía	una	tenue	luz	que	penetraba	por	una
pequeña	abertura.
Se	detuvieron	jadeando,	para	coger	aire.	Avanzaron	con	cautela	hasta	la	abertura.
Levantaron	las	varitas	para	ver	lo	que	había	al	otro	lado.
Había	una	habitación,	muy	desordenada	y	llena	de	polvo.	El	papel	se	despegaba
de	las	paredes.	El	suelo	estaba	lleno	de	manchas.	Todos	los	muebles	estaban	rotos,
como	 si	 alguien	 los	 hubiera	 destrozado.	 Las	 ventanas	 estaban	 todas	 cegadas	 con
maderas.
Harry	miró	a	Hermione,	que	parecía	muy	asustada,	pero	asintió	con	la	cabeza.
Harry	salió	por	la	abertura	mirando	a	su	alrededor.	La	habitación	estaba	desierta,
pero	 a	 la	 derecha	 había	 una	 puerta	 abierta	 que	 daba	 a	 un	 vestíbulo	 en	 sombras.
Hermione	volvió	a	cogerse	del	brazo	de	Harry.	Miraba	de	un	lado	a	otro	con	los	ojos
muy	abiertos,	observando	las	ventanas	tapadas.
—Harry	—susurró—.	Creo	que	estamos	en	la	Casa	de	los	Gritos.
Harry	miró	a	su	alrededor.	Posó	la	mirada	en	una	silla	de	madera	que	estaba	cerca
de	ellos.	Le	habían	arrancado	varios	trozos	y	una	pata.
—Eso	no	lo	han	hecho	los	fantasmas	—observó.
En	ese	momento	oyeron	un	crujido	en	lo	alto.	Algo	se	había	movido	en	la	parte	de
arriba.	 Miraron	 al	 techo.	 Hermione	 le	 cogía	 el	 brazo	 con	 tal	 fuerza	 que	 perdía
sensibilidad	 en	 los	 dedos.	 La	 miró.	 Hermione	 volvió	 a	 asentir	 con	 la	 cabeza	 y	 lo
soltó.
Tan	 en	 silencio	 como	 pudieron,	 entraron	 en	 el	 vestíbulo	 y	 subieron	 por	 la
escalera,	que	se	estaba	desmoronando.	Todo	estaba	cubierto	por	una	gruesa	capa	de
polvo,	salvo	el	suelo,	donde	algo	arrastrado	escaleras	arriba	había	dejado	una	estela
ancha	y	brillante.
Llegaron	hasta	el	oscuro	descansillo.
—Nox	—susurraron	a	un	tiempo,	y	se	apagaron	las	luces	de	las	varitas.
Solamente	había	una	puerta	abierta.	Al	dirigirse	despacio	hacia	ella,	oyeron	un
movimiento	al	otro	lado.	Un	suave	gemido,	y	luego	un	ronroneo	profundo	y	sonoro.
Cambiaron	una	última	mirada	y	un	último	asentimiento	con	la	cabeza.
Sosteniendo	la	varita	ante	sí,	Harry	abrió	la	puerta	de	una	patada.
Crookshanks	 estaba	 acostado	 en	 una	 magnífica	 cama	 con	 dosel	 y	 colgaduras
polvorientas.	Ronroneó	al	verlos.	En	el	suelo,	a	su	lado,	sujetándose	la	pierna	que
sobresalía	 en	 un	 ángulo	 anormal,	 estaba	 Ron.	 Harry	 y	 Hermione	 se	 le	 acercaron
rápidamente.
—¡Ron!,	¿te	encuentras	bien?
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—¿Dónde	está	el	perro?
—No	hay	perro	—gimió	Ron.	El	dolor	le	hacía	apretar	los	dientes—.	Harry,	esto
es	una	trampa…
—¿Qué…?
—Él	es	el	perro.	Es	un	animago…
Ron	miraba	por	encima	del	hombro	de	Harry.	Harry	se	dio	la	vuelta.	El	hombre
oculto	en	las	sombras	cerró	la	puerta	tras	ellos.
Una	 masa	 de	 pelo	 sucio	 y	 revuelto	 le	 caía	 hasta	 los	 codos.	 Si	 no	 le	 hubieran
brillado	los	ojos	en	las	cuencas	profundas	y	oscuras,	habría	creído	que	se	trataba	de
un	cadáver.	La	piel	de	cera	estaba	tan	estirada	sobre	los	huesos	de	la	cara	que	parecía
una	 calavera.	 Una	 mueca	 dejaba	 al	 descubierto	 sus	 dientes	 amarillos.	 Era	 Sirius
Black.
—¡Expelliarmus!	—exclamó,	dirigiendo	hacia	ellos	la	varita	de	Ron.
Las	varitas	que	empuñaban	Harry	y	Hermione	saltaron	de	sus	manos,	y	Black	las
recogió.	Dio	un	paso	hacia	ellos,	con	los	ojos	fijos	en	Harry.
—Pensé	que	vendrías	a	ayudar	a	tu	amigo	—dijo	con	voz	ronca.	Su	voz	sonaba
como	si	no	la	hubiera	empleado	en	mucho	tiempo—.	Tu	padre	habría	hecho	lo	mismo
por	mí.	Habéis	sido	muy	valientes	por	no	salir	corriendo	en	busca	de	un	profesor.
Muchas	gracias.	Esto	lo	hará	todo	mucho	más	fácil…
Harry	oyó	la	burla	sobre	su	padre	como	si	Black	la	hubiera	proferido	a	voces.
Notó	la	quemazón	del	odio,	que	no	dejaba	lugar	al	miedo.	Por	primera	vez	en	su	vida
habría	 querido	 volver	 a	 tener	 en	 su	 mano	 la	 varita,	 no	 para	 defenderse,	 sino	 para
atacar…	para	matar.	Sin	saber	lo	que	hacía,	se	adelantó,	pero	algo	se	movió	a	sus
costados,	y	dos	pares	de	manos	lo	sujetaron	y	lo	hicieron	retroceder.
—¡No,	Harry!	—exclamó	Hermione,	petrificada.
Ron,	sin	embargo,	se	dirigió	a	Black:
—Si	quiere	matar	a	Harry,	tendrá	que	matarnos	también	a	nosotros	—dijo	con
fiereza,	aunque	el	esfuerzo	que	había	hecho	para	levantarse	lo	había	dejado	aún	más
pálido,	y	oscilaba	al	hablar.
Algo	titiló	en	los	ojos	sombríos	de	Black.
—Échate	—le	dijo	a	Ron	en	voz	baja—	o	será	peor	para	tu	pierna.
—¿Me	ha	oído?	—dijo	Ron	débilmente,	apoyándose	en	Harry	para	mantenerse	en
pie—.	Tendrá	que	matarnos	a	los	tres.
—Sólo	habrá	un	asesinato	esta	noche	—respondió	Black,	acentuando	la	mueca.
—¿Por	qué?	—preguntó	Harry,	tratando	de	soltarse	de	Ron	y	de	Hermione—.	No
le	importó	la	última	vez,	¿a	que	no?	No	le	importó	matar	a	todos	aquellos	muggles	al
mismo	tiempo	que	a	Pettigrew…	¿Qué	ocurre,	se	ha	ablandado	usted	en	Azkaban?
—¡Harry!	—sollozó	Hermione—.	¡Cállate!
—¡ÉL	MATÓ	A	MIS	PADRES!	—gritó	Harry.
Y	haciendo	un	último	esfuerzo	se	liberó	de	Ron	y	de	Hermione,	y	se	lanzó.
Había	olvidado	la	magia.	Había	olvidado	que	era	bajito	y	poca	cosa	y	que	tenía
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trece	años,	mientras	que	Black	era	un	hombre	adulto	y	alto.	Lo	único	que	sabía	Harry
era	que	quería	hacerle	a	Black	todo	el	daño	posible,	y	que	no	le	importaba	el	que
recibiera	a	cambio.
Tal	 vez	 fuera	 por	 la	 impresión	 que	 le	 produjo	 ver	 a	 Harry	 cometiendo	 aquella
necedad,	pero	Black	no	levantó	a	tiempo	las	varitas.	Harry	sujetó	por	la	muñeca	la
mano	 libre	 de	 Black,	 desviando	 la	 orientación	 de	 las	 varitas.	 Tras	 propinarle	 un
puñetazo	en	el	pómulo,	los	dos	cayeron	hacia	atrás,	contra	la	pared.
Hermione	y	Ron	gritaron.	Vieron	un	resplandor	cegador	cuando	las	varitas	que
Black	tenía	en	la	mano	lanzaron	un	chorro	de	chispas	que	por	unos	centímetros	no
dieron	a	Harry	en	la	cara.	Harry	sintió	retorcerse	bajo	sus	dedos	el	brazo	de	Black,
pero	no	lo	soltó	y	golpeó	con	la	otra	mano.
Pero	Black	aferró	con	su	mano	libre	el	cuello	de	Harry.
—No	—susurró—.	He	esperado	demasiado	tiempo.
Apretó	los	dedos.	Harry	se	ahogaba.	Las	gafas	se	le	habían	caído	hacia	un	lado.
Entonces	vio	el	pie	de	Hermione,	salido	de	no	se	sabía	dónde.	Black	soltó	a	Harry
profiriendo	un	alarido	de	dolor.	Ron	se	arrojó	sobre	la	mano	con	que	Black	sujetaba
la	varita	y	Harry	oyó	un	débil	tintineo.
Se	soltó	del	nudo	de	cuerpos	y	vio	su	propia	varita	en	el	suelo.	Se	tiró	hacia	ella,
pero…
—¡Ah!
Crookshanks	 se	 había	 unido	 a	 la	 lucha,	 clavándole	 las	 zarpas	 delanteras	 en	 el
brazo.	Harry	se	lo	sacudió	de	encima,	pero	Crookshanks	se	dirigió	como	una	flecha
hacia	la	varita	de	Harry.
—¡NO!	—exclamó	Harry,	y	propinó	a	Crookshanks	un	puntapié	que	lo	tiró	a	un
lado	bufando.	Harry	recogió	la	varita	y	se	dio	la	vuelta.
—¡Apartaos!	—gritó	a	Ron	y	a	Hermione.
No	necesitaron	oírlo	dos	veces.	Hermione,	sin	aliento	y	con	sangre	en	el	labio,	se
hizo	a	un	lado,	recogiendo	su	varita	y	la	de	Ron.	Ron	se	arrastró	hasta	la	cama	y	se
derrumbó	sobre	ella,	jadeando	y	con	la	cara	ya	casi	verde,	asiéndose	la	pierna	rota
con	las	manos.
Black	yacía	de	cualquier	manera	junto	a	la	pared.	Su	estrecho	tórax	subía	y	bajaba
con	 rapidez	 mientras	 veía	 a	 Harry	 aproximarse	 muy	 despacio,	 apuntándole
directamente	al	corazón	con	la	varita.
—¿Vas	a	matarme,	Harry?	—preguntó.
Harry	se	paró	delante	de	él,	sin	dejar	de	apuntarle	con	la	varita,	y	bajando	la	vista
para	observarle	la	cara.	El	ojo	izquierdo	se	le	estaba	hinchando	y	le	sangraba	la	nariz.
—Usted	mató	a	mis	padres	—dijo	Harry	con	voz	algo	temblorosa,	pero	con	la
mano	firme.
Black	lo	miró	fijamente	con	aquellos	ojos	hundidos.
—No	lo	niego	—dijo	en	voz	baja—.	Pero	si	supieras	toda	la	historia…
—¿Toda	la	historia?	—repitió	Harry,	con	un	furioso	martilleo	en	los	oídos—.	Los
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entregó	a	Voldemort,	eso	es	todo	lo	que	necesito	saber.
—Tienes	que	escucharme	—dijo	Black	con	un	dejo	de	apremio	en	la	voz—.	Lo
lamentarás	si	no…	si	no	comprendes…
—Comprendo	 más	 de	 lo	 que	 cree	 —dijo	 Harry	 con	 la	 voz	 cada	 vez	 más
temblorosa—.	 Usted	 no	 la	 ha	 oído	 nunca,	 ¿verdad?	 A	 mi	 madre,	 impidiendo	 que
Voldemort	me	matara…	Y	usted	lo	hizo.	Lo	hizo…
Antes	de	que	nadie	pudiera	decir	nada	más,	algo	canela	pasó	por	delante	de	Harry
como	un	rayo.	Crookshanks	saltó	sobre	el	pecho	de	Black	y	se	quedó	allí,	sobre	su
corazón.	Black	cerró	los	ojos	y	los	volvió	a	abrir	mirando	al	gato.
—Vete	 —ordenó	 Black,	 tratando	 de	 quitarse	 de	 encima	 al	 animal.	 Pero
Crookshanks	le	hundió	las	garras	en	la	túnica.	Volvió	a	Harry	su	cara	fea	y	aplastada,
y	lo	miró	con	sus	grandes	ojos	amarillos.	Hermione,	que	estaba	a	su	derecha,	lanzó
un	sollozo.
Harry	miró	a	Black	y	a	Crookshanks,	sujetando	la	varita	aún	con	más	fuerza.	¿Y
qué	si	tenía	que	matar	también	al	gato?	Era	un	aliado	de	Black…	Si	estaba	dispuesto
a	 morir	 defendiéndolo,	 no	 era	 asunto	 suyo.	 Si	 Black	 quería	 salvarlo,	 eso	 sólo
demostraría	que	le	importaba	más	Crookshanks	que	los	padres	de	Harry…
Harry	levantó	la	varita.	Había	llegado	el	momento	de	vengar	a	sus	padres.	Iba	a
matar	a	Black.	Tenía	que	matarlo.	Era	su	oportunidad…
Pasaron	unos	segundos	y	Harry	seguía	inmóvil,	con	la	varita	en	alto.	Black	lo
miraba	 fijamente,	 con	 Crookshanks	 sobre	 el	 pecho.	 En	 la	 cama	 en	 la	 que	 estaba
tendido	Ron	se	oía	una	respiración	jadeante.	Hermione	permanecía	en	silencio.
Y	entonces	oyeron	algo	que	no	habían	oído	hasta	entonces.
Unos	pasos	amortiguados.	Alguien	caminaba	por	el	piso	inferior.
—¡ESTAMOS	AQUÍ	ARRIBA!	—gritó	Hermione	de	pronto—.	¡ESTAMOS	AQUÍ	ARRIBA!
¡SIRIUS	BLACK!	¡DENSE	PRISA!
Black	 sufrió	 tal	 sobresalto	 que	 Crookshanks	 estuvo	 a	 punto	 de	 caerse.	 Harry
apretó	la	varita	con	una	fuerza	irracional.	¡Mátalo	ya!,	dijo	una	voz	en	su	cabeza.
Pero	los	pasos	que	subían	las	escaleras	se	oían	cada	vez	más	fuertes,	y	Harry	seguía
sin	moverse.
La	puerta	de	la	habitación	se	abrió	de	golpe	entre	una	lluvia	de	chispas	rojas	y
Harry	se	volvió	cuando	el	profesor	Lupin	entró	en	la	habitación	como	un	rayo.	El
profesor	Lupin	tenía	la	cara	exangüe,	y	la	varita	levantada	y	dispuesta.	Miró	a	Ron,
que	yacía	en	la	cama;	a	Hermione,	encogida	de	miedo	junto	a	la	puerta;	a	Harry,	que
no	dejaba	de	apuntar	a	Black	con	la	varita;	y	al	mismo	Black,	desplomado	a	los	pies
de	Harry	y	sangrando.
—¡Expelliarmus!	—gritó	Lupin.
La	varita	de	Harry	salió	volando	de	su	mano.	También	lo	hicieron	las	dos	que
sujetaba	 Hermione.	 Lupin	 las	 cogió	 todas	 hábilmente	 y	 luego	 penetró	 en	 la
habitación,	 mirando	 a	 Black,	 que	 todavía	 tenía	 a	 Crookshanks	 protectoramente
encaramado	en	el	pecho.
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Harry	se	sintió	de	pronto	como	vacío.	No	lo	había	matado.	Le	había	faltado	valor.
Black	volvería	a	manos	de	los	dementores.
Entonces	habló	Lupin,	con	una	voz	extraña	que	temblaba	de	emoción	contenida:
—¿Dónde	está,	Sirius?
Harry	 miró	 a	 Lupin.	 No	 comprendía	 qué	 quería	 decir.	 ¿De	 quién	 hablaba?	 Se
volvió	para	mirar	de	nuevo	a	Black,	cuyo	rostro	carecía	completamente	de	expresión.
Durante	unos	segundos	no	se	movió.	Luego,	muy	despacio,	levantó	la	mano	y	señaló
a	Ron.	Desconcertado,	Harry	se	volvió	hacia	el	sorprendido	Ron.
—Pero	 entonces…	 —murmuró	 Lupin,	 mirando	 tan	 intensamente	 a	 Black	 que
parecía	 leer	 sus	 pensamientos—,	 ¿por	 qué	 no	 se	 ha	 manifestado	 antes?	 A	 menos
que…	—De	repente,	los	ojos	de	Lupin	se	dilataron	como	si	viera	algo	más	allá	de
Black,	 algo	 que	 no	 podía	 ver	 ninguno	 de	 los	 presentes—	 …a	 menos	 que	 fuera	 él
quien…	a	menos	que	te	transmutaras…	sin	decírmelo…
Muy	 despacio,	 sin	 apartar	 los	 hundidos	 ojos	 de	 Lupin,	 Black	 asintió	 con	 la
cabeza.
—Profesor	Lupin,	¿qué	pasa?	—interrumpió	Harry	en	voz	alta—.	¿Qué…?
Pero	no	terminó	la	pregunta,	porque	lo	que	vio	lo	dejó	mudo.	Lupin	bajaba	la
varita.	 Un	 instante	 después,	 se	 acercó	 a	 Black,	 le	 cogió	 la	 mano,	 tiró	 de	 él	 para
incorporarlo	y	para	que	Crookshanks	cayese	al	suelo,	y	abrazó	a	Black	como	a	un
hermano.
Harry	se	sintió	como	si	le	hubieran	agujereado	el	fondo	del	estómago.
—¡NO	LO	PUEDO	CREER!	—gritó	Hermione.
Lupin	soltó	a	Black	y	se	volvió	hacia	ella.	Hermione	se	había	levantado	del	suelo
y	señalaba	a	Lupin	con	ojos	espantados.
—Usted…	usted…
—Hermione…
—¡…	usted	y	él!
—Tranquilízate,	Hermione.
—¡No	se	lo	dije	a	nadie!	—gritó	Hermione—.	¡Lo	he	estado	encubriendo!
—¡Hermione,	escúchame,	por	favor!	—exclamó	Lupin—.	Puedo	explicarlo…
Harry	temblaba,	no	de	miedo,	sino	de	una	ira	renovada.
—Yo	confié	en	usted	—gritó	a	Lupin,	flaqueándole	la	voz—	y	en	realidad	era
amigo	de	él.
—Estáis	en	un	error	—explicó	Lupin—.	No	he	sido	amigo	suyo	durante	estos
doce	años,	pero	ahora	sí…	Dejadme	que	os	lo	explique…
—¡NO!	—gritó	Hermione—.	Harry,	no	te	fíes	de	él.	Ha	ayudado	a	Black	a	entrar
en	el	castillo.	También	él	quiere	matarte.	¡Es	un	hombre	lobo!
Se	 hizo	 un	 vibrante	 silencio.	 Todos	 miraban	 a	 Lupin,	 que	 parecía	 tranquilo,
aunque	estaba	muy	pálido.
—Estás	acertando	mucho	menos	que	de	costumbre,	Hermione	—dijo—.	Me	temo
que	sólo	una	de	tres.	No	es	verdad	que	haya	ayudado	a	Sirius	a	entrar	en	el	castillo,	y
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te	aseguro	que	no	quiero	matar	a	Harry…	—Se	estremeció	visiblemente—.	Pero	no
negaré	que	soy	un	hombre	lobo.
Ron	hizo	un	esfuerzo	por	volver	a	levantarse,	pero	se	cayó	con	un	gemido	de
dolor.	Lupin	se	le	acercó	preocupado,	pero	Ron	exclamó:
—¡Aléjate	de	mí,	licántropo!
Lupin	 se	 paró	 en	 seco.	 Y	 entonces,	 con	 un	 esfuerzo	 evidente,	 se	 volvió	 a
Hermione	y	le	dijo:
—¿Cuánto	hace	que	lo	sabes?
—Siglos	 —contestó	 Hermione—.	 Desde	 que	 hice	 el	 trabajo	 para	 el	 profesor
Snape.
—Estará	 encantado	 —dijo	 Lupin	 con	 poco	 entusiasmo—.	 Os	 puso	 ese	 trabajo
para	que	alguno	de	vosotros	se	percatara	de	mis	síntomas.	¿Comprobaste	el	mapa
lunar	y	te	diste	cuenta	de	que	yo	siempre	estaba	enfermo	en	luna	llena?	¿Te	diste
cuenta	de	que	el	boggart	se	transformaba	en	luna	al	verme?
—Las	dos	cosas	—respondió	Hermione	en	voz	baja.
Lupin	lanzó	una	risa	forzada.
—Nunca	he	conocido	una	bruja	de	tu	edad	tan	inteligente,	Hermione.
—No	soy	tan	inteligente	—susurró	Hermione—.	¡Si	lo	fuera,	le	habría	dicho	a
todo	el	mundo	lo	que	es	usted!
—Ya	lo	saben	—dijo	Lupin—.	Al	menos,	el	personal	docente	lo	sabe.
—¿Dumbledore	 lo	 contrató	 sabiendo	 que	 era	 usted	 un	 licántropo?	 —preguntó
Ron	con	voz	ahogada—.	¿Está	loco?
—Hay	profesores	que	opinan	que	sí	—admitió	Lupin—.	Le	costó	convencer	a
ciertos	profesores	de	que	yo	era	de	fiar.
—¡Y	 ESTABA	 EN	 UN	 ERROR!	—gritó	Harry—.	¡HA	 ESTADO	 AYUDÁNDOLO	 TODO	 ESTE
TIEMPO!
Señalaba	 a	 Black,	 que	 se	 había	 dirigido	 hacia	 la	 cama	 adoselada	 y	 se	 había
echado	 encima,	 ocultando	 el	 rostro	 con	 mano	 temblorosa.	 Crookshanks	 saltó	 a	 su
lado	y	se	subió	en	sus	rodillas	ronroneando.	Ron	se	alejó,	arrastrando	la	pierna.
—No	he	ayudado	a	Sirius	—dijo	Lupin—.	Si	me	dejáis,	os	lo	explicaré.	Mirad…
—Separó	 las	 varitas	 de	 Harry,	 Ron	 y	 Hermione	 y	 las	 lanzó	 hacia	 sus	 respectivos
dueños.	Harry	cogió	la	suya	asombrado—.	Ya	veis	—prosiguió	Lupin,	guardándose
su	propia	varita	en	el	cinto—.	Ahora	vosotros	estáis	armados	y	nosotros	no.	¿Queréis
escucharme?
Harry	no	sabía	qué	pensar.	¿Sería	un	truco?
—Si	no	lo	ha	estado	ayudando	—dijo	mirando	furiosamente	a	Black—,	¿cómo
sabía	que	se	encontraba	aquí?
—Por	 el	 mapa	 —explicó	 Lupin—.	 Por	 el	 mapa	 del	 merodeador.	 Estaba	 en	 mi
despacho	examinándolo…
—¿Sabe	utilizarlo?	—le	preguntó	Harry	con	suspicacia.
—Por	 supuesto	 —contestó	 Lupin,	 haciendo	 con	 la	 mano	 un	 ademán	 de
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impaciencia—.	Yo	colaboré	en	su	elaboración.	Yo	soy	Lunático…	Es	el	apodo	que
me	pusieron	mis	amigos	en	el	colegio.
—¿Usted	hizo…?
—Lo	importante	es	que	esta	tarde	lo	estaba	examinando	porque	tenía	la	idea	de
que	 tú,	 Ron	 y	 Hermione	 intentaríais	 salir	 furtivamente	 del	 castillo	 para	 visitar	 a
Hagrid	antes	de	que	su	hipogrifo	fuera	ejecutado.	Y	estaba	en	lo	cierto,	¿a	que	sí?	—
Comenzó	a	pasear	sin	dejar	de	mirarlos,	levantando	el	polvo	con	los	pies—.	Supuse
que	os	cubriríais	con	la	vieja	capa	de	tu	padre,	Harry.
—¿Cómo	sabe	lo	de	la	capa?
—¡La	de	veces	que	vi	a	James	desaparecer	bajo	ella!	—dijo	Lupin,	repitiendo	el
ademán	de	impaciencia—.	Que	llevéis	una	capa	invisible	no	os	impide	aparecer	en	el
mapa	del	merodeador.	Os	vi	cruzar	los	terrenos	del	colegio	y	entrar	en	la	cabaña	de
Hagrid.	 Veinte	 minutos	 más	 tarde	 dejasteis	 a	 Hagrid	 y	 volvisteis	 hacia	 el	 castillo.
Pero	en	aquella	ocasión	os	acompañaba	alguien.
—¿Qué	dice?	—interrumpió	Harry—.	Nada	de	eso.	No	nos	acompañaba	nadie.
—No	podía	creer	lo	que	veía	—prosiguió	Lupin,	todavía	paseando,	sin	escuchar	a
Harry—.	Creía	que	el	mapa	estaría	estropeado.	¿Cómo	podía	estar	con	vosotros?
—¡No	había	nadie	con	nosotros!
—Y	entonces	vi	otro	punto	que	se	os	acercaba	rápidamente,	con	la	inscripción
«Sirius	 Black».	 Vi	 que	 chocaba	 con	 vosotros,	 vi	 que	 arrastraba	 a	 dos	 de	 vosotros
hasta	el	interior	del	sauce	boxeador.
—¡A	uno	de	nosotros!	—dijo	Ron	enfadado.
—No,	Ron	—dijo	Lupin—.	A	dos.
Dejó	de	pasearse	y	miró	a	Ron.
—¿Me	dejas	echarle	un	vistazo	a	la	rata?	—dijo	con	amabilidad.
—¿Qué?	—preguntó	Ron—.	¿Qué	tiene	que	ver	Scabbers	en	todo	esto?
—Todo	—respondió	Lupin—.	¿Podría	echarle	un	vistazo,	por	favor?
Ron	dudó.	Metió	la	mano	en	la	túnica.	Scabbers	salió	agitándose	como	loca.	Ron
tuvo	 que	 agarrarla	 por	 la	 larga	 cola	 sin	 pelo	 para	 impedirle	 escapar.	 Crookshanks,
todavía	en	las	rodillas	de	Black,	se	levantó	y	dio	un	suave	bufido.
Lupin	 se	 acercó	 más	 a	 Ron.	 Contuvo	 el	 aliento	 mientras	 examinaba
detenidamente	a	Scabbers.
—¿Qué?	 —volvió	 a	 preguntar	 Ron,	 con	 cara	 de	 asustado	 y	 manteniendo	 a
Scabbers	junto	a	él—.	¿Qué	tiene	que	ver	la	rata	en	todo	esto?
—No	es	una	rata	—graznó	de	repente	Sirius	Black.
—¿Qué	quiere	decir?	¡Claro	que	es	una	rata!
—No	lo	es	—dijo	Lupin	en	voz	baja—.	Es	un	mago.
—Un	animago	—aclaró	Black—	llamado	Peter	Pettigrew.
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E
CAPÍTULO	18
Lunático,	Colagusano,	Canuto	y
Cornamenta
RA	tan	absurdo	que	les	costó	un	rato	comprender	lo	que	había	dicho.	Luego,	Ron
dijo	lo	mismo	que	Harry	pensaba:
—Están	ustedes	locos.
—¡Absurdo!	—dijo	Hermione	con	voz	débil.
—¡Peter	Pettigrew	está	muerto!	¡Lo	mató	él	hace	doce	años!
Señaló	a	Black,	cuya	cara	sufría	en	ese	momento	un	movimiento	espasmódico.
—Tal	 fue	 mi	 intención	 —explicó,	 enseñando	 los	 dientes	 amarillos—,	 pero	 el
pequeño	Peter	me	venció.	¡Pero	esta	vez	me	vengaré!
Y	dejó	en	el	suelo	a	Crookshanks	antes	de	abalanzarse	sobre	Scabbers;	Ron	gritó
de	dolor	cuando	Black	cayó	sobre	su	pierna	rota.
—¡Sirius,	NO!	—gritó	Lupin,	corriendo	hacia	ellos	y	separando	a	Black	de	Ron—.
¡ESPERA!	 ¡No	 puedes	 hacerlo	 así!	 ¡Tienen	 que	 comprender!	 ¡Tenemos	 que
explicárselo!
—Podemos	explicarlo	después	—gruñó	Black,	intentando	desprenderse	de	Lupin
y	dando	un	zarpazo	al	aire	para	atrapar	a	Scabbers,	que	gritaba	como	un	cochinillo	y
arañaba	a	Ron	en	la	cara	y	en	el	cuello,	tratando	de	escapar.
—¡Tienen	derecho…	a	saberlo…	todo!	—jadeó	Lupin,	sujetando	a	Black—.	¡Es
la	mascota	de	Ron!	¡Hay	cosas	que	ni	siquiera	yo	comprendo!	¡Y	Harry…!	¡Tienes
que	explicarle	la	verdad	a	Harry,	Sirius!
Black	dejó	de	forcejear,	aunque	mantuvo	los	hundidos	ojos	fijos	en	Scabbers,	a	la
que	Ron	protegía	con	sus	manos	arañadas,	mordidas	y	manchadas	de	sangre.
—De	acuerdo,	pues	—dijo	Black,	sin	apartar	la	mirada	de	la	rata—.	Explícales	lo
que	 quieras,	 pero	 date	 prisa,	 Remus.	 Quiero	 cometer	 el	 asesinato	 por	 el	 que	 fui
encarcelado…
—Están	 locos	 los	 dos	 —dijo	 Ron	 con	 voz	 trémula,	 mirando	 a	 Harry	 y	 a
Hermione,	en	busca	de	apoyo—.	Ya	he	tenido	bastante.	Me	marcho.
Intentó	incorporarse	sobre	su	pierna	sana,	pero	Lupin	volvió	a	levantar	la	varita
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apuntando	a	Scabbers.
—Me	vas	a	escuchar	hasta	el	final,	Ron	—dijo	en	voz	baja—.	Pero	sujeta	bien	a
Peter	mientras	escuchas.
—¡NO	 ES	 PETER,	 ES	 SCABBERS!	 —gritó	 Ron,	 obligando	 a	 la	 rata	 a	 meterse	 en	 su
bolsillo	delantero,	aunque	se	resistía	demasiado.	Ron	perdió	el	equilibrio.	Harry	lo
cogió	y	lo	tendió	en	la	cama.	Sin	hacer	caso	de	Black,	Harry	se	volvió	hacia	Lupin.
—Hubo	testigos	que	vieron	morir	a	Pettigrew	—dijo—.	Toda	una	calle	llena	de
testigos.
—¡No	vieron,	creyeron	ver!	—respondió	Black	con	furia,	vigilando	a	Scabbers,
que	se	debatía	en	las	manos	de	Ron.
—Todo	el	mundo	creyó	que	Sirius	mató	a	Peter	—confirmó	Lupin—.	Yo	mismo
lo	creía	hasta	que	he	visto	el	mapa	esta	noche.	Porque	el	mapa	del	merodeador	nunca
miente…	Peter	está	vivo.	Ron	lo	tiene	entre	las	manos,	Harry.
Harry	 bajó	 la	 mirada	 hacia	 Ron,	 y	 al	 encontrarse	 sus	 ojos,	 se	 entendieron	 sin
palabras:	indudablemente,	Black	y	Lupin	estaban	locos.	Nada	de	lo	que	decían	tenía
sentido.	 ¿Cómo	 iba	 Scabbers	 a	 ser	 Peter	 Pettigrew?	 Azkaban	 debía	 de	 haber
trastornado	a	Black,	después	de	todo.	Pero	¿por	qué	Lupin	le	seguía	la	corriente?
Entonces	 habló	 Hermione,	 con	 una	 voz	 temblorosa	 que	 pretendía	 parecer
calmada,	como	si	quisiera	que	el	profesor	Lupin	recobrara	la	sensatez.
—Pero	 profesor	 Lupin:	 Scabbers	 no	 puede	 ser	 Pettigrew…	 Sencillamente	 es
imposible,	usted	lo	sabe.
—¿Por	qué	no	puede	serlo?	—preguntó	Lupin	tranquilamente,	como	si	estuvieran
en	 clase	 y	 Hermione	 se	 limitara	 a	 plantear	 un	 problema	 en	 un	 experimento	 con
grindylows.
—Porque	si	Peter	Pettigrew	hubiera	sido	un	animago,	la	gente	lo	habría	sabido.
Estudiamos	 a	 los	 animagos	 con	 la	 profesora	 McGonagall.	 Y	 yo	 los	 estudié	 en	 la
enciclopedia	 cuando	 preparaba	 el	 trabajo.	 El	 Ministerio	 vigila	 a	 los	 magos	 que
pueden	 convertirse	 en	 animales.	 Hay	 un	 registro	 que	 indica	 en	 qué	 animal	 se
convierten	 y	 las	 señales	 que	 tienen.	 Yo	 busqué	 «Profesora	 McGonagall»	 en	 el
registro,	y	vi	que	en	este	siglo	sólo	ha	habido	siete	animagos.	El	nombre	de	Peter
Pettigrew	no	figuraba	en	la	lista.
Iba	a	asombrarse	Harry	de	la	escrupulosidad	con	que	Hermione	hacía	los	deberes
cuando	Lupin	se	echó	a	reír.
—¡Bien	otra	vez,	Hermione!	—dijo—.	Pero	el	Ministerio	ignora	la	existencia	de
otros	tres	animagos	en	Hogwarts.
—Si	se	lo	vas	a	contar,	date	prisa,	Remus	—gruñó	Black,	que	seguía	vigilando
cada	uno	de	los	frenéticos	movimientos	de	Scabbers—.	He	esperado	doce	años.	No
voy	a	esperar	más.
—De	 acuerdo,	 pero	 tendrás	 que	 ayudarme,	 Sirius	 —dijo	 Lupin—.	 Yo	 sólo	 sé
cómo	comenzó…
Lupin	se	detuvo	en	seco.	Había	oído	un	crujido	tras	él.	La	puerta	de	la	habitación
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acababa	de	abrirse.	Los	cinco	se	volvieron	hacia	ella.	Lupin	se	acercó	y	observó	el
rellano.
—No	hay	nadie.
—¡Este	lugar	está	encantado!	—dijo	Ron.
—No	lo	está	—dijo	Lupin,	que	seguía	mirando	a	la	puerta,	intrigado—.	La	Casa
de	 los	 Gritos	 nunca	 ha	 estado	 embrujada.	 Los	 gritos	 y	 aullidos	 que	 oían	 los	 del
pueblo	los	producía	yo.	—Se	apartó	el	ceniciento	pelo	de	los	ojos.	Meditó	un	instante
y	añadió—:	Con	eso	empezó	todo…	cuando	me	convertí	en	hombre	lobo.	Nada	de
esto	 habría	 sucedido	 si	 no	 me	 hubieran	 mordido…	 y	 si	 no	 hubiera	 sido	 yo	 tan
temerario.
Estaba	 tranquilo	 pero	 fatigado.	 Iba	 Ron	 a	 interrumpirle	 cuando	 Hermione,	 que
observaba	a	Lupin	muy	atentamente,	se	llevó	el	dedo	a	la	boca.
—¡Chitón!
—Era	muy	pequeño	cuando	me	mordieron	—prosiguió	Lupin—.	Mis	padres	lo
intentaron	todo,	pero	en	aquellos	días	no	había	cura.	La	poción	que	me	ha	estado
dando	el	profesor	Snape	es	un	descubrimiento	muy	reciente.	Me	vuelve	inofensivo,
¿os	 dais	 cuenta?	 Si	 la	 tomo	 la	 semana	 anterior	 a	 la	 luna	 llena,	 conservo	 mi
personalidad	al	transformarme…	Me	encojo	en	mi	despacho,	convertido	en	un	lobo
inofensivo,	y	aguardo	a	que	la	luna	vuelva	a	menguar.	Sin	embargo,	antes	de	que	se
descubriera	la	poción	de	matalobos,	me	convertía	una	vez	al	mes	en	un	peligroso	lobo
adulto.	 Parecía	 imposible	 que	 pudiera	 venir	 a	 Hogwarts.	 No	 era	 probable	 que	 los
padres	quisieran	que	sus	hijos	estuvieran	a	mi	merced.	Pero	entonces	Dumbledore
llegó	a	director	y	se	hizo	cargo	de	mi	problema.	Dijo	que	mientras	tomáramos	ciertas
precauciones,	no	había	motivo	para	que	yo	no	acudiera	a	clase.	—Lupin	suspiró	y
miró	a	Harry—.	Te	dije	hace	meses	que	el	sauce	boxeador	lo	plantaron	el	año	que
llegué	a	Hogwarts.	La	verdad	es	que	lo	plantaron	porque	vine	a	Hogwarts.	Esta	casa
—Lupin	miró	a	su	alrededor	melancólicamente—,	el	túnel	que	conduce	a	ella…	se
construyeron	 para	 que	 los	 usara	 yo.	 Una	 vez	 al	 mes	 me	 sacaban	 del	 castillo
furtivamente	y	me	traían	a	este	lugar	para	que	me	transformara.	El	árbol	se	puso	en	la
boca	del	túnel	para	que	nadie	se	encontrara	conmigo	mientras	yo	fuera	peligroso.
Harry	no	sabía	en	qué	pararía	la	historia,	pero	aun	así	escuchaba	con	gran	interés.
Lo	 único	 que	 se	 oía,	 aparte	 de	 la	 voz	 de	 Lupin,	 eran	 los	 chillidos	 asustados	 de
Scabbers.
—En	aquella	época	mis	transformaciones	eran…	eran	terribles.	Es	muy	doloroso
convertirse	en	licántropo.	Se	me	aislaba	de	los	humanos	para	que	no	los	mordiera,	de
forma	que	me	arañaba	y	mordía	a	mí	mismo.	En	el	pueblo	oían	los	ruidos	y	los	gritos,
y	creían	que	se	trataba	de	espíritus	especialmente	violentos.	Dumbledore	alentó	los
rumores…	 Ni	 siquiera	 ahora	 que	 la	 casa	 lleva	 años	 en	 silencio	 se	 atreven	 los	 del
pueblo	a	acercarse.	Pero	aparte	de	eso,	yo	era	más	feliz	que	nunca.	Por	primera	vez
tenía	amigos,	tres	estupendos	amigos:	Sirius	Black,	Peter	Pettigrew	y	tu	padre,	Harry,
James	Potter.	Mis	tres	amigos	no	podían	dejar	de	darse	cuenta	de	mis	desapariciones
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mensuales.	Yo	inventaba	historias	de	todo	tipo.	Les	dije	que	mi	madre	estaba	enferma
y	que	tenía	que	ir	a	casa	a	verla…	Me	aterrorizaba	que	pudieran	abandonarme	cuando
descubrieran	lo	que	yo	era.	Pero	al	igual	que	tú,	Hermione,	averiguaron	la	verdad.	Y
no	 me	 abandonaron.	 Por	 el	 contrario,	 convirtieron	 mis	 metamorfosis	 no	 sólo	 en
soportables,	sino	en	los	mejores	momentos	de	mi	vida.	Se	hicieron	animagos.
—¿Mi	padre	también?	—preguntó	Harry	atónito.
—Sí,	claro	—respondió	Lupin—.	Les	costó	tres	años	averiguar	cómo	hacerlo.	Tu
padre	y	Sirius	eran	los	alumnos	más	inteligentes	del	colegio	y	tuvieron	suerte	porque
la	transformación	en	animago	puede	salir	fatal.	Es	la	razón	por	la	que	el	Ministerio
vigila	estrechamente	a	los	que	lo	intentan.	Peter	necesitaba	toda	la	ayuda	que	pudiera
obtener	 de	 James	 y	 Sirius.	 Finalmente,	 en	 quinto,	 lo	 lograron.	 Cada	 cual	 tuvo	 la
posibilidad	de	convertirse	a	voluntad	en	un	animal	diferente.
—Pero	¿en	qué	le	benefició	a	usted	eso?	—preguntó	Hermione	con	perplejidad.
—No	podían	hacerme	compañía	como	seres	humanos,	así	que	me	la	hacían	como
animales	—explicó	Lupin—.	Un	licántropo	sólo	es	peligroso	para	las	personas.	Cada
mes	 abandonaban	 a	 hurtadillas	 el	 castillo,	 bajo	 la	 capa	 invisible	 de	 James.	 Peter,
como	era	el	más	pequeño,	podía	deslizarse	bajo	las	ramas	del	sauce	y	tocar	el	nudo
que	las	deja	inmóviles.	Entonces	pasaban	por	el	túnel	y	se	reunían	conmigo.	Bajo	su
influencia	yo	me	volvía	menos	peligroso.	Mi	cuerpo	seguía	siendo	de	lobo,	pero	mi
mente	parecía	más	humana	mientras	estaba	con	ellos.
—Date	 prisa,	 Remus	 —gritó	 Black,	 que	 seguía	 mirando	 a	 Scabbers	 con	 una
horrible	expresión	de	avidez.
—Ya	 llego,	 Sirius,	 ya	 llego…	 Al	 transformarnos	 se	 nos	 abrían	 posibilidades
emocionantes.	Abandonábamos	la	Casa	de	los	Gritos	y	vagábamos	de	noche	por	los
terrenos	del	colegio	y	por	el	pueblo.	Sirius	y	James	se	transformaban	en	animales	tan
grandes	que	eran	capaces	de	tener	a	raya	a	un	licántropo.	Dudo	que	ningún	alumno	de
Hogwarts	haya	descubierto	nunca	tantas	cosas	sobre	el	colegio	como	nosotros.	Y	de
esa	manera	llegamos	a	trazar	el	mapa	del	merodeador	y	lo	firmamos	con	nuestros
apodos:	Sirius	era	Canuto,	Peter	Colagusano	y	James	Cornamenta.
—¿Qué	animal…?	—comenzó	Harry,	pero	Hermione	lo	interrumpió:
—¡Aun	 así,	 era	 peligroso!	 ¡Andar	 por	 ahí,	 en	 la	 oscuridad,	 con	 un	 licántropo!
¿Qué	habría	ocurrido	si	les	hubiera	dado	esquinazo	a	los	otros	y	mordido	a	alguien?
—Ése	es	un	pensamiento	que	aún	me	reconcome	—respondió	Lupin	en	tono	de
lamentación—.	Estuve	a	punto	de	hacerlo	muchas	veces.	Luego	nos	reíamos.	Éramos
jóvenes	e	irreflexivos.	Nos	dejábamos	llevar	por	nuestras	ocurrencias.	A	menudo	me
sentía	culpable	por	haber	traicionado	la	confianza	de	Dumbledore.	Me	había	admitido
en	Hogwarts	cuando	ningún	otro	director	lo	habría	hecho,	y	no	se	imaginaba	que	yo
estuviera	rompiendo	las	normas	que	había	establecido	para	mi	propia	seguridad	y	la
de	 otros.	 Nunca	 supo	 que	 por	 mi	 culpa	 tres	 de	 mis	 compañeros	 se	 convirtieron
ilegalmente	 en	 animagos.	 Pero	 olvidaba	 mis	 remordimientos	 cada	 vez	 que	 nos
sentábamos	 a	 planear	 la	 aventura	 del	 mes	 siguiente.	 Y	 no	 he	 cambiado…	 —Las
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facciones	de	Lupin	se	habían	tensado	y	se	le	notaba	en	la	voz	que	estaba	disgustado
consigo	 mismo—.	 Todo	 este	 curso	 he	 estado	 pensando	 si	 debería	 decirle	 a
Dumbledore	que	Sirius	es	un	animago.	Pero	no	lo	he	hecho.	¿Por	qué?	Porque	soy
demasiado	 cobarde.	 Decírselo	 habría	 supuesto	 confesar	 que	 yo	 traicionaba	 su
confianza	mientras	estaba	en	el	colegio,	habría	supuesto	admitir	que	arrastraba	a	otros
conmigo…	y	la	confianza	de	Dumbledore	ha	sido	muy	importante	para	mí.	Me	dejó
entrar	en	Hogwarts	de	niño	y	me	ha	dado	un	trabajo	cuando	durante	toda	mi	vida
adulta	me	han	rehuido	y	he	sido	incapaz	de	encontrar	un	empleo	remunerado	debido
a	 mi	 condición.	 Y	 por	 eso	 supe	 que	 Sirius	 entraba	 en	 el	 colegio	 utilizando	 artes
oscuras	aprendidas	de	Voldemort	y	que	su	condición	de	animago	no	tenía	nada	que
ver…	Así	que,	de	alguna	manera,	Snape	tenía	razón	en	lo	que	decía	de	mí.
—¿Snape?	—dijo	Black	bruscamente,	apartando	los	ojos	de	Scabbers	por	primera
vez	desde	hacía	varios	minutos,	y	mirando	a	Lupin—.	¿Qué	pinta	Snape?
—Está	aquí,	Sirius	—dijo	Lupin	con	disgusto—.	También	da	clases	en	Hogwarts.
—Miró	a	Harry,	a	Ron	y	a	Hermione—.	El	profesor	Snape	era	compañero	nuestro.	—
Se	volvió	otra	vez	hacia	Black—:	Ha	intentado	por	todos	los	medios	impedir	que	me
dieran	 el	 puesto	 de	 profesor	 de	 Defensa	 Contra	 las	 Artes	 Oscuras.	 Le	 ha	 estado
diciendo	a	Dumbledore	durante	todo	el	curso	que	no	soy	de	fiar.	Tiene	motivos…
Sirius	le	gastó	una	broma	que	casi	lo	mató,	una	broma	en	la	que	me	vi	envuelto.
—Le	 estuvo	 bien	 empleado.	 —Black	 se	 rió	 con	 una	 mueca—.	 Siempre
husmeando,	 siempre	 queriendo	 saber	 lo	 que	 tramábamos…	 para	 ver	 si	 nos
expulsaban.
—Severus	estaba	muy	interesado	por	averiguar	adónde	iba	yo	cada	mes	—explicó
Lupin	a	los	tres	jóvenes—.	Estábamos	en	el	mismo	curso,	¿sabéis?	Y	no	nos	caíamos
bien.	En	especial,	le	tenía	inquina	a	James.	Creo	que	era	envidia	por	lo	bien	que	se	le
daba	el	quidditch…	De	todas	formas,	Snape	me	había	visto	atravesar	los	terrenos	del
colegio	con	la	señora	Pomfrey	cierta	tarde	que	me	llevaba	hacia	el	sauce	boxeador
para	mi	transformación.	Sirius	pensó	que	sería	divertido	contarle	a	Snape	que	para
entrar	detrás	de	mí	bastaba	con	apretar	el	nudo	del	árbol	con	un	palo	largo.	Bueno,
Snape,	como	es	lógico,	lo	hizo.	Si	hubiera	llegado	hasta	aquí,	se	habría	encontrado
con	 un	 licántropo	 completamente	 transformado.	 Pero	 tu	 padre,	 que	 había	 oído	 a
Sirius,	fue	tras	Snape	y	lo	obligó	a	volver,	arriesgando	su	propia	vida,	aunque	Snape
me	entrevió	al	final	del	túnel.	Dumbledore	le	prohibió	contárselo	a	nadie,	pero	desde
aquel	momento	supo	lo	que	yo	era…
—Entonces,	 por	 eso	 lo	 odia	 Snape	 —dijo	 Harry—.	 ¿Pensó	 que	 estaba	 usted
metido	en	la	broma?
—Exactamente	 —admitió	 una	 voz	 fría	 y	 burlona	 que	 provenía	 de	 la	 pared,	 a
espaldas	de	Lupin.
Severus	Snape	se	desprendió	de	la	capa	invisible	y	apuntó	a	Lupin	con	la	varita.
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H
CAPÍTULO	19
El	vasallo	de	lord	Voldemort
ERMIONE	 dio	 un	 grito.	 Black	 se	 puso	 en	 pie	 de	 un	 salto.	 Harry	 saltó	 también
como	si	hubiera	recibido	una	descarga	eléctrica.
—He	encontrado	esto	al	pie	del	sauce	boxeador	—dijo	Snape,	arrojando	la	capa	a
un	lado	y	sin	dejar	de	apuntar	al	pecho	de	Lupin	con	la	varita—.	Muchas	gracias,
Potter,	me	ha	sido	muy	útil.
Snape	estaba	casi	sin	aliento,	pero	su	cara	rebosaba	sensación	de	triunfo.
—Tal	 vez	 os	 preguntéis	 cómo	 he	 sabido	 que	 estabais	 aquí	 —dijo	 con	 los	 ojos
relampagueantes—.	 Acabo	 de	 ir	 a	 tu	 despacho,	 Lupin.	 Te	 olvidaste	 de	 tomar	 la
poción	esta	noche,	así	que	te	llevé	una	copa	llena.	Fue	una	suerte.	En	tu	mesa	había
cierto	mapa.	Me	bastó	un	vistazo	para	saber	todo	lo	que	necesitaba.	Te	vi	correr	por
el	pasadizo.
—Severus…	—comenzó	Lupin,	pero	Snape	no	lo	oyó.
—Le	he	dicho	una	y	otra	vez	al	director	que	ayudabas	a	tu	viejo	amigo	Black	a
entrar	 en	 el	 castillo,	 Lupin.	 Y	 aquí	 está	 la	 prueba.	 Ni	 siquiera	 se	 me	 ocurrió	 que
tuvierais	el	valor	de	utilizar	este	lugar	como	escondrijo.
—Te	equivocas,	Severus	—dijo	Lupin,	hablando	aprisa—.	No	lo	has	oído	todo.
Puedo	explicarlo.	Sirius	no	ha	venido	a	matar	a	Harry.
—Dos	más	para	Azkaban	esta	noche	—dijo	Snape,	con	los	ojos	llenos	de	odio—.
Me	encantará	saber	cómo	se	lo	toma	Dumbledore.	Estaba	convencido	de	que	eras
inofensivo,	¿sabes,	Lupin?	Un	licántropo	domesticado…
—Idiota	—dijo	Lupin	en	voz	baja—.	¿Vale	la	pena	volver	a	meter	en	Azkaban	a
un	hombre	inocente	por	una	pelea	de	colegiales?
¡PUM!
Del	 final	 de	 la	 varita	 de	 Snape	 surgieron	 unas	 cuerdas	 delgadas,	 semejantes	 a
serpientes,	 que	 se	 enroscaron	 alrededor	 de	 la	 boca,	 las	 muñecas	 y	 los	 tobillos	 de
Lupin.	Éste	perdió	el	equilibrio	y	cayó	al	suelo,	incapaz	de	moverse.	Con	un	rugido
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de	rabia,	Black	se	abalanzó	sobre	Snape,	pero	Snape	apuntó	directamente	a	sus	ojos
con	la	varita.
—Dame	un	motivo	—susurró—.	Dame	un	motivo	para	hacerlo	y	te	juro	que	lo
haré.
Black	se	detuvo	en	seco.	Era	imposible	decir	qué	rostro	irradiaba	más	odio.	Harry
se	quedó	paralizado,	sin	saber	qué	hacer	ni	a	quién	creer.	Dirigió	una	mirada	a	Ron	y
a	 Hermione.	 Ron	 parecía	 tan	 confundido	 como	 él,	 intentando	 todavía	 retener	 a
Scabbers.	Hermione,	sin	embargo,	dio	hacia	Snape	un	paso	vacilante	y	dijo	casi	sin
aliento:
—Profesor	 Snape,	 no…	 no	 perdería	 nada	 oyendo	 lo	 que	 tienen	 que	 decir,	 ¿no
cree?
—Señorita	Granger,	me	temo	que	vas	a	ser	expulsada	del	colegio	—dijo	Snape—.
Tú,	Potter	y	Weasley	os	encontráis	en	un	lugar	prohibido,	en	compañía	de	un	asesino
escapado	y	de	un	licántropo.	Y	ahora	te	ruego	que,	por	una	vez	en	tu	vida,	cierres	la
boca.
—Pero	si…	si	fuera	todo	una	confusión…
—¡CÁLLATE,	IMBÉCIL!	—gritó	de	repente	Snape,	descompuesto—.	¡NO	 HABLES	 DE
LO	QUE	NO	COMPRENDES!	—Del	final	de	su	varita,	que	seguía	apuntando	a	la	cara	de
Black,	salieron	algunas	chispas.	Hermione	guardó	silencio,	mientras	Snape	proseguía
—.	 La	 venganza	 es	 muy	 dulce	 —le	 dijo	 a	 Black	 en	 voz	 baja—.	 ¡Habría	 dado	 un
brazo	por	ser	yo	quien	te	capturara!
—Eres	 tú	 quien	 no	 comprende,	 Severus	 —gruñó	 Black—.	 Mientras	 este
muchacho	meta	su	rata	en	el	castillo	—señaló	a	Ron	con	la	cabeza—,	entraré	en	él
sigilosamente.
—¿En	el	castillo?	—preguntó	Snape	con	voz	melosa—.	No	creo	que	tengamos
que	ir	tan	lejos.	Lo	único	que	tengo	que	hacer	es	llamar	a	los	dementores	en	cuanto
salgamos	 del	 sauce.	 Estarán	 encantados	 de	 verte,	 Black…	 Tanto	 que	 te	 darán	 un
besito,	me	atrevería	a	decir…
El	rostro	de	Black	perdió	el	escaso	color	que	tenía.
—Tienes	que	escucharme	—volvió	a	decir—.	La	rata,	mira	la	rata…
Pero	había	un	destello	de	locura	en	la	expresión	de	Snape	que	Harry	no	había
visto	nunca.	Parecía	fuera	de	sí.
—Vamos	todos	—ordenó.	Chascó	los	dedos	y	las	puntas	de	las	cuerdas	con	que
había	atado	a	Lupin	volvieron	a	sus	manos—.	Arrastraré	al	licántropo.	Puede	que	los
dementores	lo	besen	también	a	él.
Sin	saber	lo	que	hacía,	Harry	cruzó	la	habitación	con	tres	zancadas	y	bloqueó	la
puerta.
—Quítate	de	en	medio,	Potter.	Ya	estás	metido	en	bastantes	problemas	—gruñó
Snape—.	Si	no	hubiera	venido	para	salvarte…
—El	profesor	Lupin	ha	tenido	cientos	de	oportunidades	de	matarme	este	curso	—
explicó	 Harry—.	 He	 estado	 solo	 con	 él	 un	 montón	 de	 veces,	 recibiendo	 clases	 de
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defensa	 contra	 los	 dementores.	 Si	 es	 un	 compinche	 de	 Black,	 ¿por	 qué	 no	 acabó
conmigo?
—No	 me	 pidas	 que	 desentrañe	 la	 mente	 de	 un	 licántropo	 —susurró	 Snape—.
Quítate	de	en	medio,	Potter.
—¡DA	 USTED	 PENA!	 —gritó	 Harry—.	 ¡SE	 NIEGA	 A	 ESCUCHAR	 SÓLO	 PORQUE	 SE
BURLARON	DE	USTED	EN	EL	COLEGIO!
—¡SILENCIO!	 ¡NO	 PERMITIRÉ	 QUE	 ME	 HABLES	 ASÍ!	—chilló	Snape,	más	furioso	que
nunca—.	¡De	tal	palo	tal	astilla,	Potter!	¡Acabo	de	salvarte	el	pellejo,	tendrías	que
agradecérmelo	de	rodillas!	¡Te	estaría	bien	empleado	si	te	hubiera	matado!	Habrías
muerto	como	tu	padre,	demasiado	arrogante	para	desconfiar	de	Black.	Ahora	quítate
de	en	medio	o	te	quitaré	yo.	¡APÁRTATE,	POTTER!
Harry	se	decidió	en	una	fracción	de	segundo.	Antes	de	que	Snape	pudiera	dar	un
paso	hacia	él	había	alzado	la	varita.
—¡Expelliarmus!	—gritó.
Pero	la	suya	no	fue	la	única	voz	que	gritó.	Una	ráfaga	de	aire	movió	la	puerta
sobre	 sus	 goznes.	 Snape	 fue	 alzado	 en	 el	 aire	 y	 lanzado	 contra	 la	 pared.	 Luego
resbaló	hasta	el	suelo,	con	un	hilo	de	sangre	que	le	brotaba	de	la	cabeza.	Estaba	sin
conocimiento.
Harry	miró	a	su	alrededor.	Ron	y	Hermione	habían	intentado	desarmar	a	Snape	en
el	 mismo	 momento	 que	 él.	 La	 varita	 de	 Snape	 planeó	 trazando	 un	 arco	 y	 aterrizó
sobre	la	cama,	al	lado	de	Crookshanks.
—No	 deberías	 haberlo	 hecho	 —dijo	 Black	 mirando	 a	 Harry—.	 Tendrías	 que
habérmelo	dejado	a	mí…
Harry	rehuyó	los	ojos	de	Black.	No	estaba	seguro,	ni	siquiera	en	aquel	momento,
de	haber	hecho	lo	que	debía.
—¡Hemos	 agredido	 a	 un	 profesor…!	 ¡Hemos	 agredido	 a	 un	 profesor…!	 —
gimoteaba	 Hermione,	 mirando	 asustada	 a	 Snape,	 que	 parecía	 muerto—.	 ¡Vamos	 a
tener	muchos	problemas!
Lupin	forcejeaba	para	librarse	de	las	ligaduras.	Black	se	inclinó	para	desatarlo.
Lupin	se	incorporó,	frotándose	los	lugares	entumecidos	por	las	cuerdas.
—Gracias,	Harry	—dijo.
—Aún	no	creo	en	usted	—repuso	Harry.
—Entonces	 es	 hora	 de	 que	 te	 ofrezcamos	 alguna	 prueba	 —dijo	 Black—.
Muchacho,	entrégame	a	Peter.	Ya.
Ron	apretó	a	Scabbers	aún	más	fuertemente	contra	el	pecho.
—Venga	 —respondió	 débilmente—,	 ¿quiere	 que	 me	 crea	 que	 escapó	 usted	 de
Azkaban	sólo	para	atrapar	a	Scabbers?	Quiero	decir…	—Miró	a	Harry	y	a	Hermione
en	busca	de	apoyo—.	De	acuerdo,	supongamos	que	Pettigrew	pueda	transformarse	en
rata…	 Hay	 millones	 de	 ratas.	 ¿Cómo	 sabía,	 estando	 en	 Azkaban,	 cuál	 era	 la	 que
buscaba?
—¿Sabes,	Sirius?	Ésa	es	una	buena	pregunta	—observó	Lupin,	volviéndose	hacia
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Black	y	frunciendo	ligeramente	el	entrecejo—.	¿Cómo	supiste	dónde	estaba?
Black	metió	dentro	de	la	túnica	una	mano	que	parecía	una	garra	y	sacó	una	página
arrugada	de	periódico,	la	alisó	y	se	la	enseñó	a	todos.	Era	la	foto	de	Ron	y	su	familia
que	había	aparecido	en	el	diario	El	Profeta	el	verano	anterior.	Sobre	el	hombro	de
Ron	se	encontraba	Scabbers.
—¿Cómo	lo	conseguiste?	—preguntó	Lupin	a	Black,	estupefacto.
—Fudge	—explicó	Black—.	Cuando	fue	a	inspeccionar	Azkaban	el	año	pasado,
me	dio	el	periódico.	Y	ahí	estaba	Peter,	en	primera	plana…	en	el	hombro	de	este
chico.	 Lo	 reconocí	 enseguida.	 Cuántas	 veces	 lo	 vi	 transformarse.	 Y	 el	 pie	 de	 foto
decía	que	el	muchacho	volvería	a	Hogwarts,	donde	estaba	Harry…
—¡Dios	mío!	—dijo	Lupin	en	voz	baja,	mirando	a	Scabbers,	luego	la	foto	y	otra
vez	a	Scabbers—.	Su	pata	delantera…
—¿Qué	le	ocurre?	—preguntó	Ron,	poniéndose	chulito.
—Le	falta	un	dedo	—explicó	Black.
—Claro	—dijo	Lupin—.	Sencillo…	e	ingenioso.	¿Se	lo	cortó	él?
—Poco	antes	de	transformarse	—dijo	Black—.	Cuando	lo	arrinconé,	gritó	para
que	toda	la	calle	oyera	que	yo	había	traicionado	a	Lily	y	a	James.	Luego,	para	que	no
pudiera	echarle	ninguna	maldición,	abrió	la	calle	con	la	varita	en	su	espalda,	mató	a
todos	los	que	se	encontraban	a	siete	metros	a	la	redonda	y	se	metió	a	toda	velocidad
por	la	alcantarilla,	con	las	demás	ratas…
—¿Nunca	 lo	 has	 oído,	 Ron?	 —le	 preguntó	 Lupin—.	 El	 mayor	 trozo	 que
encontraron	de	Peter	fue	el	dedo.
—Mire,	seguramente	Scabbers	tuvo	una	pelea	con	otra	rata,	o	algo	así.	Ha	estado
con	mi	familia	desde	siempre.
—Doce	años	exactamente	¿No	te	has	preguntado	nunca	por	qué	vive	tanto?
—Bueno,	la	hemos	cuidado	muy	bien	—dijo	Ron.
—Pero	ahora	no	tiene	muy	buen	aspecto,	¿verdad?	—observó	Lupin—.	Apostaría
a	que	su	salud	empeoró	cuando	supo	que	Sirius	se	había	escapado.
—¡La	 ha	 asustado	 ese	 gato	 loco!	 —repuso	 Ron,	 señalando	 con	 la	 cabeza	 a
Crookshanks,	que	seguía	ronroneando	en	la	cama.
Pero	 no	 había	 sido	 así,	 pensó	 Harry	 inmediatamente.	 Scabbers	 ya	 tenía	 mal
aspecto	antes	de	encontrar	a	Crookshanks.	Desde	que	Ron	volvió	de	Egipto.	Desde
que	Black	escapó…
—Este	gato	no	está	loco	—dijo	Black	con	voz	ronca.	Alargó	una	mano	huesuda	y
acarició	la	cabeza	mullida	de	Crookshanks—.	Es	el	más	inteligente	que	he	visto	en
mi	vida.	Reconoció	a	Peter	inmediatamente.	Y	cuando	me	encontró	supo	que	yo	no
era	un	perro	de	verdad.	Pasó	un	tiempo	antes	de	que	confiara	en	mí.	Finalmente,	me
las	arreglé	para	hacerle	entender	qué	era	lo	que	pretendía,	y	me	ha	estado	ayudando…
—¿Qué	quiere	decir?	—preguntó	Hermione	en	voz	baja.
—Intentó	que	Peter	se	me	acercara,	pero	no	pudo…	Así	que	se	apoderó	de	las
contraseñas	para	entrar	en	la	torre	de	Gryffindor.	Según	creo,	las	cogió	de	la	mesilla
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de	un	muchacho…
El	cerebro	de	Harry	empezaba	a	hundirse	por	el	peso	de	las	muchas	cosas	que	oía.
Era	absurdo…	y	sin	embargo…
—Sin	embargo,	Peter	se	olió	lo	que	ocurría	y	huyó.	Este	gato,	¿decís	que	se	llama
Crookshanks?,	me	dijo	que	Peter	había	dejado	sangre	en	las	sábanas.	Supongo	que	se
mordió…	Simular	su	propia	muerte	ya	había	resultado	en	otra	ocasión.
Estas	palabras	impresionaron	a	Harry	y	lo	sacaron	de	su	ensimismamiento.
—¿Y	por	qué	fingió	su	muerte?	—preguntó	furioso—.	Porque	sabía	que	usted	lo
quería	matar,	como	mató	a	mis	padres.
—No,	Harry	—dijo	Lupin.
—Y	ahora	ha	venido	para	acabar	con	él.
—Sí,	es	verdad	—dijo	Black,	dirigiendo	a	Scabbers	una	mirada	diabólica.
—Entonces	yo	tendría	que	haber	permitido	que	Snape	lo	entregara	—gritó	Harry.
—Harry	—dijo	Lupin	apresuradamente—,	¿no	te	das	cuenta?	Durante	todo	este
tiempo	hemos	pensado	que	Sirius	había	traicionado	a	tus	padres	y	que	Peter	lo	había
perseguido.	 Pero	 fue	 al	 revés,	 ¿no	 te	 das	 cuenta?	 Peter	 fue	 quien	 traicionó	 a	 tus
padres.	Sirius	le	siguió	la	pista	y…
—¡ESO	NO	ES	CIERTO!	—gritó	Harry—.	¡ERA	SU	GUARDIÁN	SECRETO!	¡LO	RECONOCIÓ
ANTES	DE	QUE	USTED	APARECIESE!	¡ADMITIÓ	QUE	LOS	MATÓ!
Señalaba	 a	 Black,	 que	 negaba	 lentamente	 con	 la	 cabeza.	 Sus	 ojos	 hundidos
brillaron	de	repente.
—Harry…,	 la	 verdad	 es	 que	 fue	 como	 si	 los	 hubiera	 matado	 yo	 —gruñó—.
Persuadí	 a	 Lily	 y	 a	 James	 en	 el	 último	 momento	 de	 que	 utilizaran	 a	 Peter.	 Los
persuadí	de	que	lo	utilizaran	a	él	como	guardián	secreto	y	no	a	mí.	Yo	tengo	la	culpa,
lo	 sé.	 La	 noche	 que	 murieron	 había	 decidido	 vigilar	 a	 Peter,	 asegurarme	 de	 que
todavía	era	de	fiar.	Pero	cuando	llegué	a	su	guarida,	ya	se	había	ido.	No	había	señal
de	pelea	alguna.	No	me	dio	buena	espina.	Me	asusté.	Me	puse	inmediatamente	en
camino	hacia	la	casa	de	tus	padres.	Y	cuando	la	vi	destruida	y	sus	cuerpos…	me	di
cuenta	de	lo	que	Peter	había	hecho.	Y	de	lo	que	había	hecho	yo.
Su	voz	se	quebró.	Se	dio	la	vuelta.
—Es	suficiente	—dijo	Lupin,	con	una	nota	de	acero	en	la	voz	que	Harry	no	le
había	 oído	 nunca—.	 Hay	 un	 medio	 infalible	 de	 demostrar	 lo	 que	 verdaderamente
sucedió.	Ron,	entrégame	la	rata.
—¿Qué	va	a	hacer	con	ella	si	se	la	doy?	—preguntó	Ron	con	nerviosismo.
—Obligarla	a	transformarse	—respondió	Lupin—.	Si	de	verdad	es	sólo	una	rata,
no	sufrirá	ningún	daño.
Ron	dudó.	Finalmente	puso	a	Scabbers	en	las	manos	de	Lupin.	Scabbers	se	puso
a	chillar	sin	parar,	retorciéndose	y	agitándose.	Sus	ojos	diminutos	y	negros	parecían
salirse	de	las	órbitas.
—¿Preparado,	Sirius?	—preguntó	Lupin.
Black	ya	había	recuperado	la	varita	de	Snape,	que	había	caído	en	la	cama.	Se
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aproximó	a	Lupin	y	a	la	rata.	Sus	ojos	húmedos	parecían	arder.
—¿A	la	vez?	—preguntó	en	voz	baja.
—Venga	—respondió	Lupin,	sujetando	a	Scabbers	con	una	mano	y	la	varita	con
la	otra—.	A	la	de	tres.	¡Una,	dos	y…	TRES!
Un	destello	de	luz	azul	y	blanca	salió	de	las	dos	varitas.	Durante	un	momento
Scabbers	se	quedó	petrificada	en	el	aire,	torcida,	en	posición	extraña.	Ron	gritó.	La
rata	golpeó	el	suelo	al	caer.	Hubo	otro	destello	cegador	y	entonces…
Fue	como	ver	la	película	acelerada	del	crecimiento	de	un	árbol.	Una	cabeza	brotó
del	suelo.	Surgieron	las	piernas	y	los	brazos.	Al	cabo	de	un	instante,	en	el	lugar	de
Scabbers	se	hallaba	un	hombre,	encogido	y	retorciéndose	las	manos.	Crookshanks
bufaba	y	gruñía	en	la	cama,	con	el	pelo	erizado.
Era	un	hombre	muy	bajito,	apenas	un	poco	más	alto	que	Harry	y	Hermione.	Tenía
el	pelo	ralo	y	descolorido,	con	calva	en	la	coronilla.	Parecía	encogido,	como	un	gordo
que	 hubiera	 adelgazado	 rápidamente.	 Su	 piel	 parecía	 roñosa,	 casi	 como	 la	 de
Scabbers,	y	le	quedaba	algo	de	su	anterior	condición	roedora	en	lo	puntiagudo	de	la
nariz	 y	 en	 los	 ojos	 pequeños	 y	 húmedos.	 Los	 miró	 a	 todos,	 respirando	 rápida	 y
superficialmente.	Harry	vio	que	sus	ojos	iban	rápidamente	hacia	la	puerta.
—Hola,	Peter	—dijo	Lupin	con	voz	amable,	como	si	fuera	normal	que	las	ratas	se
convirtieran	en	antiguos	compañeros	de	estudios—.	Cuánto	tiempo	sin	verte.
—Si…	 Sirius.	 Re…	 Remus	 —incluso	 la	 voz	 de	 Pettigrew	 era	 como	 de	 rata.
Volvió	a	mirar	a	la	puerta—.	Amigos,	queridos	amigos…
Black	levantó	el	brazo	de	la	varita,	pero	Lupin	lo	sujetó	por	la	muñeca	y	le	echó
una	 mirada	 de	 advertencia.	 Entonces	 se	 volvió	 a	 Pettigrew	 con	 voz	 ligera	 y
despreocupada.
—Acabamos	de	tener	una	pequeña	charla,	Peter,	sobre	lo	que	sucedió	la	noche	en
que	 murieron	 Lily	 y	 James.	 Quizás	 te	 hayas	 perdido	 alguno	 de	 los	 detalles	 más
interesantes	mientras	chillabas	en	la	cama.
—Remus	—dijo	Pettigrew	con	voz	entrecortada,	y	Harry	vio	gotas	de	sudor	en	su
pálido	rostro—,	no	lo	creerás,	¿verdad?	Intentó	matarme	a	mí…
—Eso	es	lo	que	hemos	oído	—dijo	Lupin	más	fríamente—.	Me	gustaría	aclarar
contigo	un	par	de	puntos,	Peter,	si	fueras	tan…
—¡Ha	 venido	 porque	 otra	 vez	 quiere	 matarme!	 —chilló	 Pettigrew	 señalando	 a
Black,	y	Harry	vio	que	utilizaba	el	dedo	corazón	porque	le	faltaba	el	índice—.	¡Mató
a	Lily	y	a	James,	y	ahora	quiere	matarme	a	mí…!	¡Tienes	que	protegerme,	Remus!
El	rostro	de	Black	semejaba	más	que	nunca	una	calavera,	mientras	miraba	a	Peter
Pettigrew	con	sus	ojos	insondables.
—Nadie	intentará	matarte	antes	de	que	aclaremos	algunos	puntos	—dijo	Lupin.
—¿Aclarar	puntos?	—chilló	Pettigrew,	mirando	una	vez	más	a	su	alrededor,	hacia
las	ventanas	cegadas	y	hacia	la	única	puerta—.	¡Sabía	que	me	perseguiría!	¡Sabía	que
volvería	a	buscarme!	¡He	temido	este	momento	durante	doce	años!
—¿Sabías	que	Sirius	se	escaparía	de	Azkaban	cuando	nadie	lo	había	conseguido
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hasta	ahora?	—preguntó	Lupin,	frunciendo	el	entrecejo.
—¡Tiene	poderes	oscuros	con	los	que	los	demás	sólo	podemos	soñar!	—chilló
Pettigrew	con	voz	aguda—.	¿Cómo,	si	no,	iba	a	salir	de	allí?	Supongo	que	El	Que	No
Debe	Nombrarse	le	enseñó	algunos	trucos.
Black	comenzó	a	sacudirse	con	una	risa	triste	y	horrible	que	llenó	la	habitación.
—¿Que	Voldemort	me	enseñó	trucos?	—dijo	y	Peter	Pettigrew	retrocedió	como	si
Black	acabara	de	blandir	un	látigo	en	su	dirección—.	¿Qué	te	ocurre?	¿Te	asustas	al
oír	 el	 nombre	 de	 tu	 antiguo	 amo?	 —preguntó	 Black—.	 No	 te	 culpo,	 Peter.	 Sus
secuaces	no	están	muy	contentos	de	ti,	¿verdad?
—No	sé…	qué	quieres	decir,	Sirius	—murmuró	Pettigrew,	respirando	más	aprisa
aún.	Todo	su	rostro	brillaba	de	sudor.
—No	te	has	estado	ocultando	durante	doce	años	de	mí	—dijo	Black—.	Te	has
estado	ocultando	de	los	viejos	seguidores	de	Voldemort.	En	Azkaban	oí	cosas.	Todos
piensan	que	si	no	estás	muerto,	deberías	aclararles	algunas	dudas.	Les	he	oído	gritar
en	 sueños	 todo	 tipo	 de	 cosas.	 Cosas	 como	 que	 el	 traidor	 les	 había	 traicionado.
Voldemort	acudió	a	la	casa	de	los	Potter	por	indicación	tuya	y	allí	conoció	la	derrota.
Y	no	todos	los	seguidores	de	Voldemort	han	terminado	en	Azkaban,	¿verdad?	Aún
quedan	 muchos	 libres,	 esperando	 su	 oportunidad,	 fingiendo	 arrepentimiento…	 Si
supieran	que	sigues	vivo…
—No	entiendo	de	qué	hablas…	—dijo	de	nuevo	Pettigrew,	con	voz	más	chillona
que	nunca.	Se	secó	la	cara	con	la	manga	y	miró	a	Lupin—.	No	creerás	nada	de	eso,
de	esa	locura…
—Tengo	 que	 admitir,	 Peter,	 que	 me	 cuesta	 comprender	 por	 qué	 un	 hombre
inocente	se	pasa	doce	años	convertido	en	rata	—dijo	Lupin	impasible.
—¡Inocente,	pero	asustado!	—chilló	Pettigrew—.	Si	los	seguidores	de	Voldemort
me	persiguen	es	porque	yo	metí	en	Azkaban	a	uno	de	sus	mejores	hombres:	el	espía
Sirius	Black.
El	rostro	de	Black	se	contorsionó.
—¿Cómo	 te	 atreves?	 —gruñó,	 y	 su	 voz	 se	 asemejó	 de	 repente	 a	 la	 del	 perro
enorme	que	había	sido—.	¿Yo,	espía	de	Voldemort?	¿Cuándo	he	husmeado	yo	a	los
que	eran	más	fuertes	y	poderosos?	Pero	tú,	Peter…	no	entiendo	cómo	no	comprendí
desde	 el	 primer	 momento	 que	 eras	 tú	 el	 espía.	 Siempre	 te	 gustó	 tener	 amigos
corpulentos	para	que	te	protegieran,	¿verdad?	Ese	papel	lo	hicimos	nosotros:	Remus
y	yo…	y	James…
Pettigrew	volvió	a	secarse	el	rostro;	le	faltaba	el	aire.
—¿Yo,	espía…?	Estás	loco.	No	sé	cómo	puedes	decir…
—Lily	y	James	te	nombraron	guardián	secreto	sólo	porque	yo	se	lo	recomendé	—
susurró	 Black	 con	 tanto	 odio	 que	 Pettigrew	 retrocedió—.	 Pensé	 que	 era	 una	 idea
perfecta…	 una	 trampa.	 Voldemort	 iría	 tras	 de	 mí,	 nunca	 pensaría	 que	 los	 Potter
utilizarían	a	alguien	débil	y	mediocre	como	tú…	Sin	duda	fue	el	mejor	momento	de
tu	miserable	vida,	cuando	le	dijiste	a	Voldemort	que	podías	entregarle	a	los	Potter.
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Pettigrew	murmuraba	cosas,	aturdido.	Harry	captó	palabras	como	«inverosímil»	y
«locura»,	pero	no	podía	dejar	de	fijarse	sobre	todo	en	el	color	ceniciento	de	la	cara	de
Pettigrew	y	en	la	forma	en	que	seguía	mirando	las	ventanas	y	la	puerta.
—¿Profesor	Lupin?	—dijo	Hermione,	tímidamente—.	¿Puedo	decir	algo?
—Por	supuesto,	Hermione	—dijo	Lupin	cortésmente.
—Pues	bien,	Scabbers…,	quiero	decir	este…	este	hombre…	ha	estado	durmiendo
en	el	dormitorio	de	Harry	durante	tres	años.	Si	trabaja	para	Quien	Usted	Sabe,	¿cómo
es	que	nunca	ha	intentado	hacerle	daño?
—Eso	es	—dijo	Pettigrew	con	voz	aguda,	señalando	a	Hermione	con	la	mano
lisiada—.	Gracias.	¿Lo	ves,	Remus?	¡Nunca	le	he	hecho	a	Harry	el	más	leve	daño!
¿Por	qué	no	se	lo	he	hecho?
—Yo	te	diré	por	qué	—dijo	Black—.	Porque	no	harías	nada	por	nadie	si	no	te
reporta	 un	 beneficio.	 Voldemort	 lleva	 doce	 años	 escondido,	 dicen	 que	 está	 medio
muerto.	Tú	no	cometerías	un	asesinato	delante	de	Albus	Dumbledore	por	servir	a	una
piltrafa	de	brujo	que	ha	perdido	todo	su	poder,	¿a	que	no?	Tendrías	que	estar	seguro
de	que	es	el	más	fuerte	en	el	juego	antes	de	volver	a	ponerte	de	su	parte.	¿Para	qué,	si
no,	te	alojaste	en	una	familia	de	magos?	Para	poder	estar	informado,	¿verdad,	Peter?
Sólo	por	si	tu	viejo	protector	recuperaba	las	fuerzas	y	volvía	a	ser	conveniente	estar
con	él.
Pettigrew	abrió	y	cerró	la	boca	varias	veces.	Se	había	quedado	sin	habla.
—Eh…	¿Señor	Black…	Sirius?	—preguntó	tímidamente	Hermione.	A	Black	le
sorprendió	que	lo	interpelaran	de	esta	manera,	y	miró	a	Hermione	fijamente,	como	si
nadie	se	hubiera	dirigido	a	él	con	tal	respeto	en	los	últimos	años—.	Si	no	le	importa
que	le	pregunte,	¿cómo	escapó	usted	de	Azkaban?	Si	no	empleó	magia	negra…
—¡Gracias!	 —dijo	 Pettigrew,	 asintiendo	 con	 la	 cabeza—.	 ¡Exacto!	 ¡Eso	 es
precisamente	lo	que	yo…!
Pero	Lupin	lo	silenció	con	una	mirada.	Black	fruncía	ligeramente	el	entrecejo	con
los	ojos	puestos	en	Hermione,	pero	no	como	si	estuviera	enfadado	con	ella:	más	bien
parecía	meditar	la	respuesta.
—No	sé	cómo	lo	hice	—respondió—.	Creo	que	la	única	razón	por	la	que	nunca
perdí	la	cabeza	es	que	sabía	que	era	inocente.	No	era	un	pensamiento	agradable,	así
que	los	dementores	no	me	lo	podían	absorber…	Gracias	a	eso	conservé	la	cordura	y
no	olvidé	quién	era…	Gracias	a	eso	conservé	mis	poderes…	así	que	cuando	ya	no
pude	aguantar	más	me	convertí	en	perro.	Los	dementores	son	ciegos,	como	sabéis.	—
Tragó	 saliva—.	 Se	 dirigen	 hacia	 la	 gente	 porque	 perciben	 sus	 emociones…	 Al
convertirme	 en	 perro,	 notaron	 que	 mis	 sentimientos	 eran	 menos	 humanos,	 menos
complejos,	 pero	 pensaron,	 claro,	 que	 estaba	 perdiendo	 la	 cabeza,	 como	 todo	 el
mundo,	así	que	no	se	preocuparon.	Pero	yo	me	encontraba	débil,	muy	débil,	y	no
tenía	 esperanza	 de	 alejarlos	 sin	 una	 varita.	 Entonces	 vi	 a	 Peter	 en	 aquella	 foto…
comprendí	 que	 estaba	 en	 Hogwarts,	 con	 Harry…	 en	 una	 situación	 perfecta	 para
actuar	si	oía	decir	que	el	Señor	Tenebroso	recuperaba	fuerzas…	—Pettigrew	negó
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con	 la	 cabeza	 y	 movió	 la	 boca	 sin	 emitir	 sonido	 alguno,	 mirando	 a	 Black	 como
hipnotizado—	 …Estaba	 dispuesto	 a	 hacerlo	 en	 cuanto	 estuviera	 seguro	 de	 sus
aliados…,	estaba	dispuesto	a	entregarles	al	último	de	los	Potter.	Si	les	entregaba	a
Harry,	 ¿quién	 se	 atrevería	 a	 pensar	 que	 había	 traicionado	 a	 lord	 Voldemort?	 Lo
recibirían	con	honores…
»Así	que	ya	veis,	tenía	que	hacer	algo.	Yo	era	el	único	que	sabía	que	Peter	estaba
vivo…
Harry	recordó	lo	que	el	padre	de	Ron	le	había	dicho	a	su	esposa:	«Los	guardianes
dicen	 que	 hacía	 tiempo	 que	 Black	 hablaba	 en	 sueños.	 Siempre	 decía	 las	 mismas
palabras:	“Está	en	Hogwarts.”»
—Era	 como	 si	 alguien	 hubiera	 prendido	 una	 llama	 en	 mi	 cabeza,	 y	 los
dementores	 no	 podían	 apagarla.	 No	 era	 un	 pensamiento	 agradable…,	 era	 una
obsesión…	pero	me	daba	fuerzas,	me	aclaraba	la	mente.	Por	eso,	una	noche,	cuando
abrieron	la	puerta	para	dejarme	la	comida,	salí	entre	ellos,	en	forma	de	perro.	Les
resulta	 tan	 difícil	 percibir	 las	 emociones	 animales	 que	 se	 confundieron.	 Estaba
delgado,	 muy	 delgado…	 Lo	 bastante	 delgado	 para	 pasar	 a	 través	 de	 los	 barrotes.
Nadé	como	un	perro.	Viajé	hacia	el	norte	y	me	metí	en	Hogwarts	con	la	forma	de
perro…	He	vivido	en	el	bosque	desde	entonces…	menos	cuando	iba	a	ver	el	partido
de	quidditch,	claro…	Vuelas	tan	bien	como	tu	padre,	Harry…	—Miró	al	muchacho,
que	 esta	 vez	 no	 apartó	 la	 vista—.	 Créeme	 —añadió	 Black—.	 Créeme.	 Nunca
traicioné	a	James	y	a	Lily.	Antes	habría	muerto.
Y	Harry	lo	creyó.	Asintió	con	la	cabeza,	con	un	nudo	en	la	garganta.
—¡No!
Pettigrew	se	había	arrodillado,	como	si	el	gesto	de	asentimiento	de	Harry	hubiera
sido	su	propia	sentencia	de	muerte.	Fue	arrastrándose	de	rodillas,	humillándose,	con
las	manos	unidas	en	actitud	de	rezo.
—Sirius,	soy	yo,	soy	Peter…	tu	amigo.	No…,	tú	no…
Black	amagó	un	puntapié	y	Pettigrew	retrocedió.
—Ya	hay	bastante	suciedad	en	mi	túnica	sin	que	tú	la	toques.
—¡Remus!	 —chilló	 Pettigrew	 volviéndose	 hacia	 Lupin,	 retorciéndose	 ante	 él,
implorante—.	Tú	no	lo	crees.	¿No	te	habría	contado	Sirius	que	habían	cambiado	el
plan?
—No	si	creía	que	el	espía	era	yo,	Peter	—dijo	Lupin—.	Supongo	que	por	eso	no
me	lo	contaste,	Sirius	—dijo	Lupin	despreocupadamente,	mirándolo	por	encima	de
Pettigrew.
—Perdóname,	Remus	—dijo	Black.
—No	 hay	 por	 qué,	 Canuto,	 viejo	 amigo	 —respondió	 Lupin,	 subiéndose	 las
mangas—.	Y	a	cambio,	¿querrás	perdonar	que	yo	te	creyera	culpable?
—Por	 supuesto	 —respondió	 Black,	 y	 un	 asomo	 de	 sonrisa	 apareció	 en	 su
demacrado	rostro.	También	empezó	a	remangarse—.	¿Lo	matamos	juntos?
—Creo	que	será	lo	mejor	—dijo	Lupin	con	tristeza.
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—No	 lo	 haréis,	 no	 seréis	 capaces…	 —dijo	 Pettigrew.	 Y	 se	 volvió	 hacia	 Ron,
arrastrándose—.	Ron,	¿no	he	sido	un	buen	amigo?,	¿una	buena	mascota?	No	dejes
que	me	maten,	Ron.	Estás	de	mi	lado,	¿a	que	sí?
Pero	Ron	miraba	a	Pettigrew	con	repugnancia.
—¡Te	dejé	dormir	en	mi	cama!	—dijo.
—Buen	muchacho…	buen	amo…	—Pettigrew	siguió	arrastrándose	hacia	Ron—.
No	lo	consentirás…	yo	era	tu	rata…	fui	una	buena	mascota…
—Si	eras	mejor	como	rata	que	como	hombre,	no	tienes	mucho	de	lo	que	alardear
—dijo	Black	con	voz	ronca.
Ron,	palideciendo	aún	más	a	causa	del	dolor,	alejó	su	pierna	rota	de	Pettigrew.
Pettigrew	giró	sobre	sus	rodillas,	se	echó	hacia	delante	y	asió	el	borde	de	la	túnica	de
Hermione.
—Dulce	criatura…	inteligente	muchacha…	no	lo	consentirás…	ayúdame…
Hermione	 tiró	 de	 la	 túnica	 para	 soltarla	 de	 la	 presa	 de	 Pettigrew	 y	 retrocedió
horrorizada.
Pettigrew	temblaba	sin	control	y	volvió	lentamente	la	cabeza	hacia	Harry.
—Harry,	Harry…	qué	parecido	eres	a	tu	padre…	igual	que	él…
—¿CÓMO	TE	ATREVES	A	HABLAR	A	HARRY?	—bramó	Black—.	¿CÓMO	TE	ATREVES	A
MIRARLO	A	LA	CARA?	¿CÓMO	TE	ATREVES	A	MENCIONAR	A	JAMES	DELANTE	DE	ÉL?
—Harry	—susurró	Pettigrew,	arrastrándose	hacia	él	con	las	manos	extendidas—,
Harry,	 James	 no	 habría	 consentido	 que	 me	 mataran…	 James	 habría	 comprendido,
Harry…	Habría	sido	clemente	conmigo…
Tanto	Black	como	Lupin	se	dirigieron	hacia	él	con	paso	firme,	lo	cogieron	por	los
hombros	 y	 lo	 tiraron	 de	 espaldas	 al	 suelo.	 Allí	 quedó,	 temblando	 de	 terror,
mirándolos	fijamente.
—Vendiste	 a	 Lily	 y	 a	 James	 a	 lord	 Voldemort	 —dijo	 Black,	 que	 también
temblaba—.	¿Lo	niegas?
Pettigrew	rompió	a	llorar.	Era	lamentable	verlo:	parecía	un	niño	grande	y	calvo
que	se	encogía	de	miedo	en	el	suelo.
—Sirius,	Sirius,	¿qué	otra	cosa	podía	hacer?	El	Señor	Tenebroso…	no	tienes	ni
idea…	Tiene	armas	que	no	podéis	imaginar…	Estaba	aterrado,	Sirius.	Yo	nunca	fui
valiente	como	tú,	como	Remus	y	como	James.	Nunca	quise	que	sucediera…	El	Que
No	Debe	Nombrarse	me	obligó.
—¡NO	 MIENTAS!	 —bramó	 Black—.	 ¡LE	 HABÍAS	 ESTADO	 PASANDO	 INFORMACIÓN
DURANTE	UN	AÑO	ANTES	DE	LA	MUERTE	DE	LILY	Y	DE	JAMES!	¡ERAS	SU	ESPÍA!
—¡Estaba	tomando	el	poder	en	todas	partes!	—dijo	Pettigrew	entrecortadamente
—.	¿Qué	se	ganaba	enfrentándose	a	él?
—¿Qué	se	ganaba	enfrentándose	al	brujo	más	malvado	de	la	Historia?	—preguntó
Black,	furioso—.	¡Sólo	vidas	inocentes,	Peter!
—¡No	lo	comprendes!	—gimió	Pettigrew—.	Me	habría	matado,	Sirius.
—¡ENTONCES	 DEBERÍAS	 HABER	 MUERTO!	 —bramó	 Black—.	 ¡MEJOR	 MORIR	 QUE
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TRAICIONAR	A	TUS	AMIGOS!	¡TODOS	HABRÍAMOS	PREFERIDO	LA	MUERTE	A	TRAICIONARTE	A
TI!
Black	y	Lupin	se	mantenían	uno	al	lado	del	otro,	con	las	varitas	levantadas.
—Tendrías	 que	 haberte	 dado	 cuenta	 —dijo	 Lupin	 en	 voz	 baja—	 de	 que	 si
Voldemort	no	te	mataba	lo	haríamos	nosotros.	Adiós,	Peter.
Hermione	se	cubrió	el	rostro	con	las	manos	y	se	volvió	hacia	la	pared.
—¡No!	 —gritó	 Harry.	 Se	 adelantó	 corriendo	 y	 se	 puso	 entre	 Pettigrew	 y	 las
varitas—.	¡No	podéis	matarlo!	—dijo	sin	aliento—.	No	podéis.
Tanto	Black	como	Lupin	se	quedaron	de	piedra.
—Harry,	esta	alimaña	es	la	causa	de	que	no	tengas	padres	—gruñó	Black—.	Este
ser	repugnante	te	habría	visto	morir	a	ti	también	sin	mover	ni	un	dedo.	Ya	lo	has	oído.
Su	propia	piel	maloliente	significaba	más	para	él	que	toda	tu	familia.
—Lo	 sé	 —jadeó	 Harry—.	 Lo	 llevaremos	 al	 castillo.	 Lo	 entregaremos	 a	 los
dementores.	Puede	ir	a	Azkaban.	Pero	no	lo	matéis.
—¡Harry!	—exclamó	Pettigrew	entrecortadamente,	y	rodeó	las	rodillas	de	Harry
con	los	brazos—.	Tú…	gracias.	Es	más	de	lo	que	merezco.	Gracias.
—Suéltame	—dijo	Harry,	apartando	las	manos	de	Pettigrew	con	asco—.	No	lo
hago	por	ti.	Lo	hago	porque	creo	que	mi	padre	no	habría	deseado	que	sus	mejores
amigos	se	convirtieran	en	asesinos	por	culpa	tuya.
Nadie	se	movió	ni	dijo	nada,	salvo	Pettigrew,	que	jadeaba	con	la	mano	crispada
en	el	pecho.	Black	y	Lupin	se	miraron.	Y	bajaron	las	varitas	a	la	vez.
—Tú	eres	la	única	persona	que	tiene	derecho	a	decidir,	Harry	—dijo	Black—.
Pero	piensa,	piensa	en	lo	que	hizo.
—Que	vaya	a	Azkaban	—repitió	Harry—.	Si	alguien	merece	ese	lugar,	es	él.
Pettigrew	seguía	jadeante	detrás	de	él.
—De	acuerdo	—dijo	Lupin—.	Hazte	a	un	lado,	Harry.	—Harry	dudó—.	Voy	a
atarlo	—añadió	Lupin—.	Nada	más,	te	lo	juro.
Harry	se	quitó	de	en	medio.	Esta	vez	fue	de	la	varita	de	Lupin	de	la	que	salieron
disparadas	 las	 cuerdas,	 y	 al	 cabo	 de	 un	 instante	 Pettigrew	 se	 retorcía	 en	 el	 suelo,
atado	y	amordazado.
—Pero	 si	 te	 transformas,	 Peter	 —gruñó	 Black,	 apuntando	 a	 Pettigrew	 con	 su
varita—,	te	mataremos.	¿Estás	de	acuerdo,	Harry?
Harry	bajó	la	vista	para	observar	la	lastimosa	figura,	y	asintió	de	forma	que	lo
viera	Pettigrew.
—De	 acuerdo	 —dijo	 de	 repente	 Lupin,	 como	 cerrando	 un	 trato—.	 Ron,	 no	 sé
arreglar	 huesos	 como	 la	 señora	 Pomfrey,	 pero	 creo	 que	 lo	 mejor	 será	 que	 te
entablillemos	la	pierna	hasta	que	te	podamos	dejar	en	la	enfermería.
Se	acercó	a	Ron	aprisa,	se	inclinó,	le	golpeó	en	la	pierna	con	la	varita	y	murmuró:
—¡Férula!
Unas	 vendas	 rodearon	 la	 pierna	 de	 Ron	 y	 se	 la	 ataron	 a	 una	 tablilla.	 Lupin	 lo
ayudó	a	ponerse	en	pie.	Ron	se	apoyó	con	cuidado	en	la	pierna	y	no	hizo	ni	un	gesto
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de	dolor.
—Mejor	—dijo—.	Gracias.
—¿Y	qué	hacemos	con	el	profesor	Snape?	—preguntó	Hermione,	en	voz	baja,
mirando	a	Snape	postrado	en	el	suelo.
—No	le	pasa	nada	grave	—explicó	Lupin,	inclinándose	y	tomándole	el	pulso—.
Sólo	os	pasasteis	un	poco.	Sigue	sin	conocimiento.	Eh…	tal	vez	sea	mejor	dejarlo	así
hasta	 que	 hayamos	 vuelto	 al	 castillo.	 Podemos	 llevarlo	 tal	 como	 está.	 —Luego
murmuró—:	¡Mobilicorpus!
El	cuerpo	inconsciente	de	Snape	se	incorporó	como	si	tiraran	de	él	unas	cuerdas
invisibles	atadas	a	las	muñecas,	el	cuello	y	las	rodillas.	La	cabeza	le	colgaba	como	a
una	 marioneta	 grotesca.	 Estaba	 levantado	 unos	 centímetros	 del	 suelo	 y	 los	 pies	 le
colgaban.	Lupin	cogió	la	capa	invisible	y	se	la	guardó	en	el	bolsillo.
—Dos	de	nosotros	deberían	encadenarse	a	esto	—dijo	Black,	dándole	a	Pettigrew
un	puntapié—,	sólo	para	estar	seguros.
—Yo	lo	haré	—se	ofreció	Lupin.
—Y	yo	—dijo	Ron,	con	furia	y	cojeando.
Black	hizo	aparecer	unas	esposas	macizas.	Pettigrew	volvió	a	encontrarse	de	pie,
con	el	brazo	izquierdo	encadenado	al	derecho	de	Lupin	y	el	derecho	al	izquierdo	de
Ron.	El	rostro	de	Ron	expresaba	decisión.	Se	había	tomado	la	verdadera	identidad	de
Scabbers	 como	 un	 insulto.	 Crookshanks	 saltó	 ágilmente	 de	 la	 cama	 y	 se	 puso	 el
primero,	con	la	cola	alegremente	levantada.
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H
CAPÍTULO	20
El	Beso	del	dementor
ARRY	 no	 había	 formado	 nunca	 parte	 de	 un	 grupo	 tan	 extraño.	 Crookshanks
bajaba	las	escaleras	en	cabeza	de	la	comitiva.	Lupin,	Pettigrew	y	Ron	lo	seguían,
como	si	participaran	en	una	carrera.	Detrás	iba	el	profesor	Snape,	flotando	de	manera
fantasmal,	tocando	cada	peldaño	con	los	dedos	de	los	pies	y	sostenido	en	el	aire	por
su	propia	varita,	con	la	que	Sirius	le	apuntaba.	Harry	y	Hermione	cerraban	la	marcha.
Fue	 difícil	 volver	 a	 entrar	 en	 el	 túnel.	 Lupin,	 Pettigrew	 y	 Ron	 tuvieron	 que
ladearse	para	conseguirlo.
Lupin	seguía	apuntando	a	Pettigrew	con	su	varita.	Harry	los	veía	avanzar	de	lado,
poco	 a	 poco,	 en	 hilera.	 Crookshanks	 seguía	 en	 cabeza.	 Harry	 iba	 inmediatamente
detrás	 de	 Sirius,	 que	 continuaba	 dirigiendo	 a	 Snape	 con	 la	 varita.	 Éste,	 de	 vez	 en
cuando,	se	golpeaba	la	cabeza	en	el	techo,	y	Harry	tuvo	la	impresión	de	que	Sirius	no
hacía	nada	por	evitarlo.
—¿Sabes	 lo	 que	 significa	 entregar	 a	 Pettigrew?	 —le	 dijo	 Sirius	 a	 Harry
bruscamente,	mientras	avanzaban	por	el	túnel.
—Que	tú	quedarás	libre	—respondió	Harry.
—Sí…	—dijo	Sirius—.	No	sé	si	te	lo	ha	dicho	alguien,	pero	yo	también	soy	tu
padrino.
—Sí,	ya	lo	sabía	—respondió	Harry.
—Bueno,	tus	padres	me	nombraron	tutor	tuyo	—dijo	Sirius	solemnemente—,	por
si	 les	 sucedía	 algo	 a	 ellos…	 —Harry	 esperó.	 ¿Quería	 decir	 Sirius	 lo	 que	 él	 se
imaginaba?—.	 Por	 supuesto	 —prosiguió	 Black—,	 comprendo	 que	 prefieras	 seguir
con	 tus	 tíos.	 Pero…	 medítalo.	 Cuando	 mi	 nombre	 quede	 limpio…	 si	 quisieras
cambiar	de	casa…
A	Harry	se	le	encogió	el	estómago.
—¿Qué?	 ¿Vivir	 contigo?	 —preguntó,	 golpeándose	 accidentalmente	 la	 cabeza
contra	una	piedra	que	sobresalía	del	techo—.	¿Abandonar	a	los	Dursley?
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—Claro,	ya	me	imaginaba	que	no	querrías	—dijo	inmediatamente	Sirius—.	Lo
comprendo.	Sólo	pensaba	que…
—Pero	¿qué	dices?	—exclamó	Harry,	con	voz	tan	chirriante	como	la	de	Sirius—.
¡Por	supuesto	que	quiero	abandonar	a	los	Dursley!	¿Tienes	casa?	¿Cuándo	me	puedo
mudar?
Sirius	se	volvió	hacia	él.	La	cabeza	de	Snape	rascó	el	techo,	pero	a	Sirius	no	le
importó.
—¿Quieres?	¿Lo	dices	en	serio?
—¡Sí,	muy	en	serio!
En	el	rostro	demacrado	de	Sirius	se	dibujó	la	primera	sonrisa	auténtica	que	Harry
había	visto	en	él.	La	diferencia	era	asombrosa,	como	si	una	persona	diez	años	más
joven	 se	 perfilase	 bajo	 la	 máscara	 del	 consumido.	 Durante	 un	 momento	 se	 pudo
reconocer	en	él	al	hombre	que	sonreía	en	la	boda	de	los	padres	de	Harry.
No	volvieron	a	hablar	hasta	que	llegaron	al	final	del	túnel.	Crookshanks	salió	el
primero,	disparado.	Evidentemente	había	apretado	con	la	zarpa	el	nudo	del	tronco,
porque	Lupin,	Pettigrew	y	Ron	salieron	sin	que	se	produjera	ningún	rumor	de	ramas
enfurecidas.
Sirius	hizo	salir	a	Snape	por	el	agujero	y	luego	se	detuvo	para	ceder	el	paso	a
Harry	y	a	Hermione.	No	quedó	nadie	dentro.	Los	terrenos	estaban	muy	oscuros.	La
única	 luz	 venía	 de	 las	 ventanas	 distantes	 del	 castillo.	 Sin	 decir	 una	 palabra,
emprendieron	el	camino.	Pettigrew	seguía	jadeando	y	gimiendo	de	vez	en	cuando.	A
Harry	le	zumbaba	la	cabeza.	Iba	a	dejar	a	los	Dursley,	iría	a	vivir	con	Sirius	Black,	el
mejor	 amigo	 de	 sus	 padres…	 Estaba	 aturdido.	 ¿Qué	 pasaría	 cuando	 dijera	 a	 los
Dursley	que	se	iba	a	vivir	con	el	presidiario	que	habían	visto	en	la	tele…?
—Un	 paso	 en	 falso,	 Peter,	 y…	 —dijo	 Lupin	 delante	 de	 ellos,	 amenazador,
apuntando	con	la	varita	al	pecho	de	Pettigrew.
Atravesaron	 los	 terrenos	 del	 colegio	 en	 silencio,	 con	 pesadez.	 Las	 luces	 del
castillo	 se	 dilataban	 poco	 a	 poco.	 Snape	 seguía	 inconsciente,	 fantasmalmente
transportado	por	Sirius,	la	barbilla	rebotándole	en	el	pecho.	Y	entonces…
Una	nube	se	desplazó.	De	repente,	aparecieron	en	el	suelo	unas	sombras	oscuras.
La	luz	de	la	luna	caía	sobre	el	grupo.
Snape	tropezó	con	Lupin,	Pettigrew	y	Ron,	que	se	habían	detenido	de	repente.
Sirius	 se	 quedó	 inmóvil.	 Con	 un	 brazo	 indicó	 a	 Harry	 y	 a	 Hermione	 que	 no
avanzaran.
Harry	vio	la	silueta	de	Lupin.	Se	puso	rígido	y	empezó	a	temblar.
—¡Dios	 mío!	 —dijo	 Hermione	 con	 voz	 entrecortada—.	 ¡No	 se	 ha	 tomado	 la
poción	esta	noche!	¡Es	peligroso!
—Corred	—gritó	Sirius—.	¡Corred!	¡Ya!
Pero	Harry	no	podía	correr.	Ron	estaba	encadenado	a	Pettigrew	y	a	Lupin.	Saltó
hacia	delante,	pero	Sirius	lo	agarró	por	el	pecho	y	lo	echó	hacia	atrás.
—Dejádmelo	a	mí.	¡CORRED!
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Oyeron	un	terrible	gruñido.	La	cabeza	de	Lupin	se	alargaba,	igual	que	su	cuerpo.
Los	 hombros	 le	 sobresalían.	 El	 pelo	 le	 brotaba	 en	 el	 rostro	 y	 las	 manos,	 que	 se
retorcían	 hasta	 convertirse	 en	 garras.	 A	 Crookshanks	 se	 le	 volvió	 a	 erizar	 el	 pelo.
Retrocedió.
Mientras	 el	 licántropo	 retrocedía,	 abriendo	 y	 cerrando	 las	 fauces,	 Sirius
desapareció	del	lado	de	Harry.	Se	había	transformado.	El	perro,	grande	como	un	oso,
saltó	hacia	delante.	Cuando	el	licántropo	se	liberó	de	las	esposas	que	lo	sujetaban,	el
perro	 lo	 atrapó	 por	 el	 cuello	 y	 lo	 arrastró	 hacia	 atrás,	 alejándolo	 de	 Ron	 y	 de
Pettigrew.	Estaban	enzarzados,	mandíbula	con	mandíbula,	rasgándose	el	uno	al	otro
con	las	zarpas.
Harry	se	quedó	como	hipnotizado.	Estaba	demasiado	atento	a	la	batalla	para	darse
cuenta	de	nada	más.	Fue	el	grito	de	Hermione	lo	que	lo	alertó.
Pettigrew	había	saltado	para	coger	la	varita	caída	de	Lupin.	Ron,	inestable	a	causa
de	 la	 pierna	 vendada,	 se	 desplomó	 en	 el	 suelo.	 Se	 oyó	 un	 estallido,	 se	 vio	 un
relámpago	y	Ron	quedó	inmóvil	en	tierra.	Otro	estallido:	Crookshanks	saltó	por	el
aire	y	volvió	a	caer	al	suelo.
—¡Expelliarmus!	 —exclamó	 Harry,	 apuntando	 a	 Pettigrew	 con	 su	 varita.	 La
varita	de	Lupin	salió	volando	y	se	perdió	de	vista—.	¡Quédate	donde	estás!	—gritó
Harry	mientras	corría.
Demasiado	 tarde.	 Pettigrew	 también	 se	 había	 transformado.	 Harry	 vio	 su	 cola
pelona	azotar	el	antebrazo	de	Ron	a	través	de	las	esposas,	y	lo	oyó	huir	a	toda	prisa
por	 la	 hierba.	 Oyeron	 un	 aullido	 y	 un	 gruñido	 sordo.	 Al	 volverse,	 Harry	 vio	 al
hombre	lobo	adentrándose	en	el	bosque	a	la	carrera.
—Sirius,	ha	escapado.	¡Pettigrew	se	ha	transformado!	—gritó	Harry.
Sirius	sangraba.	Tenía	heridas	en	el	hocico	y	en	la	espalda,	pero	al	oír	las	palabras
de	Harry	volvió	a	salir	velozmente	y	al	cabo	de	un	instante	el	rumor	de	sus	patas	se
perdió.
Harry	y	Hermione	se	acercaron	aprisa	a	Ron.
—¿Qué	le	ha	hecho?	—preguntó	Hermione.
Ron	tenía	los	ojos	entornados,	la	boca	abierta.	Estaba	vivo.	Oían	su	respiración.
Pero	no	parecía	reconocerlos.
—No	sé.
Harry	miró	desesperado	a	su	alrededor.	Black	y	Lupin	habían	desaparecido…	No
había	nadie	cerca	salvo	Snape,	que	seguía	flotando	en	el	aire,	inconsciente.
—Será	mejor	que	los	llevemos	al	castillo	y	se	lo	digamos	a	alguien	—dijo	Harry,
apartándose	el	pelo	de	los	ojos	y	tratando	de	pensar—.	Vamos…
Oyeron	un	aullido	que	venía	de	la	oscuridad:	un	perro	dolorido.
—Sirius	—murmuró	Harry,	mirando	hacia	la	negrura.
Tuvo	un	momento	de	indecisión,	pero	no	podían	hacer	nada	por	Ron	en	aquel
momento,	y	a	juzgar	por	sus	gemidos,	Black	se	hallaba	en	apuros.
Harry	echó	a	correr,	seguido	por	Hermione.	El	aullido	parecía	proceder	de	los
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alrededores	del	lago.	Corrieron	en	aquella	dirección	y	Harry	notó	un	frío	intenso	sin
darse	cuenta	de	lo	que	podía	suponer.
El	 aullido	 se	 detuvo.	 Al	 llegar	 al	 lago	 vieron	 por	 qué:	 Sirius	 había	 vuelto	 a
transformarse	en	hombre.	Estaba	en	cuclillas,	con	las	manos	en	la	cabeza.
—¡Noooo!	—gemía—.	¡Noooooo,	por	favor!
Y	entonces	los	vio	Harry.	Eran	los	dementores.	Al	menos	cien,	y	se	acercaban	a
ellos	como	una	masa	negra.	Se	dio	la	vuelta.	Aquel	frío	ya	conocido	penetró	en	su
interior	 y	 la	 niebla	 empezó	 a	 oscurecerle	 la	 visión.	 Por	 cada	 lado	 surgían	 de	 la
oscuridad	más	y	más	dementores.	Los	estaban	rodeando…
—¡Hermione,	 piensa	 en	 algo	 alegre!	 —gritó	 Harry,	 levantando	 la	 varita	 y
parpadeando	con	rapidez	para	aclararse	la	visión,	sacudiendo	la	cabeza	para	alejar	el
débil	grito	que	había	empezado	a	oír	por	dentro…
«Voy	a	vivir	con	mi	padrino.	Voy	a	dejar	a	los	Dursley.»
Se	obligó	a	no	pensar	más	que	en	Sirius	y	comenzó	a	repetir	a	gritos:
—¡Expecto	patronum!	¡Expecto	patronum!
Black	 se	 estremeció.	 Rodó	 por	 el	 suelo	 y	 se	 quedó	 inmóvil,	 pálido	 como	 la
muerte.
«Todo	saldrá	bien.	Me	iré	a	vivir	con	él.»
—¡Expecto	patronum!	¡Ayúdame,	Hermione!	¡Expecto	patronum!
—¡Expecto…!	—susurró	Hermione—.	¡Expecto…	expecto!
Pero	no	era	capaz.	Los	dementores	se	aproximaban	y	ya	estaban	a	tres	metros
escasos	 de	 ellos.	 Formaban	 una	 sólida	 barrera	 en	 torno	 a	 Harry	 y	 Hermione,	 y
seguían	acercándose…
—¡EXPECTO	PATRONUM!	—gritó	Harry,	intentando	rechazar	los	gritos	de	sus	oídos
—.	¡EXPECTO	PATRONUM!
Un	delgado	hilo	de	plata	salió	de	su	varita	y	bailoteó	delante	de	él,	como	si	fuera
niebla.	En	ese	instante,	Harry	notó	que	Hermione	se	desmayaba	a	su	lado.	Estaba
solo,	completamente	solo…
—¡Expecto…!	¡Expecto	patronum!
Harry	sintió	que	sus	rodillas	golpeaban	la	hierba	fría.	La	niebla	le	nublaba	los
ojos.	Haciendo	un	enorme	esfuerzo,	intentó	recordar.	Sirius	era	inocente,	inocente…
«Todo	saldrá	bien.	Voy	a	vivir	con	él.»
—¡Expecto	patronum!	—dijo	entrecortadamente.
A	la	débil	luz	de	su	informe	patronus,	vio	detenerse	un	dementor	muy	cerca	de	él.
No	podía	atravesar	la	niebla	plateada	que	Harry	había	hecho	aparecer,	pero	sacaba
por	debajo	de	la	capa	una	mano	viscosa	y	pútrida.	Hizo	un	ademán	como	para	apartar
al	patronus.
—¡No…	 no!	 —exclamó	 Harry	 entrecortadamente—.	 Es	 inocente.	 ¡Expecto
patronum!
Sentía	sus	miradas	y	oía	su	ruidosa	respiración	como	un	viento	demoníaco.	El
dementor	 más	 cercano	 parecía	 haberse	 fijado	 en	 él.	 Levantó	 sus	 dos	 manos
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putrefactas	y	se	bajó	la	capucha.
En	el	lugar	de	los	ojos	había	una	membrana	escamosa	y	gris	que	se	extendía	por
las	cuencas.	Pero	tenía	boca:	un	agujero	informe	que	aspiraba	el	aire	con	un	estertor
de	muerte.
Un	 terror	 de	 muerte	 se	 apoderó	 de	 Harry,	 impidiéndole	 moverse	 y	 hablar.	 Su
patronus	 tembló	 y	 desapareció.	 La	 niebla	 blanca	 lo	 cegaba.	 Tenía	 que	 luchar…
Expecto	patronum…	 No	 podía	 ver…,	 a	 lo	 lejos	 oyó	 un	 grito	 conocido…,	 expecto
patronum…	 Palpó	 en	 la	 niebla	 en	 busca	 de	 Sirius	 y	 encontró	 su	 brazo.	 No	 se	 lo
llevarían…
Pero,	de	repente,	un	par	de	manos	fuertes	y	frías	rodearon	el	cuello	de	Harry.	Lo
obligaron	a	levantar	el	rostro.	Sintió	su	aliento…,	iban	a	eliminarlo	primero	a	él…
Sintió	su	aliento	corrupto…,	su	madre	le	gritaba	en	los	oídos…,	sería	lo	último	que
oyera	en	la	vida.
Y	entonces,	a	través	de	la	niebla	que	lo	ahogaba,	le	pareció	ver	una	luz	plateada
que	adquiría	brillo.	Se	sintió	caer	de	bruces	en	la	hierba.
Boca	abajo,	demasiado	débil	para	moverse,	sintiéndose	mal	y	temblando,	Harry
abrió	los	ojos.	Una	luz	cegadora	iluminaba	la	hierba…	Habían	cesado	los	gritos,	el
frío	se	iba…
Algo	hacía	retroceder	a	los	dementores…	algo	que	daba	vueltas	en	torno	a	él,	a
Sirius	y	a	Hermione.	Los	estertores	dejaban	de	oírse.	Se	iban.	Volvía	a	hacer	calor.
Haciendo	acopio	de	todas	sus	fuerzas,	Harry	levantó	la	cabeza	unos	centímetros	y
vio	entre	la	luz	a	un	animal	que	galopaba	por	el	lago.	Con	la	visión	empañada	por	el
sudor,	Harry	trató	de	distinguir	de	qué	se	trataba.	Era	brillante	como	un	unicornio.
Haciendo	un	esfuerzo	por	conservar	el	sentido,	Harry	lo	vio	detenerse	al	llegar	a	la
otra	 orilla.	 Durante	 un	 instante	 vio	 también,	 junto	 al	 brillo,	 a	 alguien	 que	 daba	 la
bienvenida	al	animal	y	levantaba	la	mano	para	acariciarlo.	Alguien	que	le	resultaba
familiar.	Pero	no	podía	ser…
Harry	 no	 lo	 entendía.	 No	 podía	 pensar	 en	 nada.	 Sus	 últimas	 fuerzas	 lo
abandonaron	y	al	desmayarse	dio	con	la	cabeza	en	el	suelo.
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—A
CAPÍTULO	21
El	secreto	de	Hermione
SOMBROSO.	Verdaderamente	asombroso.	Fue	un	milagro	que	quedaran	todos
con	 vida.	 No	 he	 oído	 nunca	 nada	 parecido.	 Menos	 mal	 que	 se	 encontraba
usted	allí,	Snape…
—Gracias,	señor	ministro.
—Orden	de	Merlín,	de	segunda	clase,	diría	yo.	¡Primera,	si	estuviese	en	mi	mano!
—Muchísimas	gracias,	señor	ministro.
—Tiene	ahí	una	herida	bastante	fea.	Supongo	que	fue	Black.
—En	realidad	fueron	Potter,	Weasley	y	Granger,	señor	ministro.
—¡No!
—Black	 los	 había	 encantado.	 Me	 di	 cuenta	 enseguida.	 A	 juzgar	 por	 su
comportamiento,	debió	de	ser	un	hechizo	para	confundir.	Me	parece	que	creían	que
existía	una	posibilidad	de	que	fuera	inocente.	No	eran	responsables	de	lo	que	hacían.
Por	 otro	 lado,	 su	 intromisión	 pudo	 haber	 permitido	 que	 Black	 escapara…
Obviamente,	creyeron	que	podían	atrapar	a	Black	ellos	solos.	Han	salido	impunes	en
tantas	 ocasiones	 anteriores	 que	 me	 temo	 que	 se	 les	 ha	 subido	 a	 la	 cabeza…	 Y
naturalmente,	 el	 director	 ha	 consentido	 siempre	 que	 Potter	 goce	 de	 una	 libertad
excesiva.
—Bien,	Snape.	¿Sabe?	Todos	hacemos	un	poco	la	vista	gorda	en	lo	que	se	refiere
a	Potter.
—Ya.	 Pero	 ¿es	 bueno	 para	 él	 que	 se	 le	 conceda	 un	 trato	 tan	 especial?
Personalmente,	 intento	 tratarlo	 como	 a	 cualquier	 otro.	 Y	 cualquier	 otro	 sería
expulsado,	 al	 menos	 temporalmente,	 por	 exponer	 a	 sus	 amigos	 a	 un	 peligro
semejante.	Fíjese,	señor	ministro:	contra	todas	las	normas	del	colegio…	después	de
todas	 las	 precauciones	 que	 se	 han	 tomado	 para	 protegerlo…	 Fuera	 de	 los	 límites
permitidos,	en	plena	noche,	en	compañía	de	un	licántropo	y	un	asesino…	y	tengo
indicios	de	que	también	ha	visitado	Hogsmeade,	pese	a	la	prohibición.
—Bien,	bien…,	ya	veremos,	Snape.	El	muchacho	ha	sido	travieso,	sin	duda.
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Harry	escuchaba	acostado,	con	los	ojos	cerrados.	Estaba	completamente	aturdido.
Las	palabras	que	oía	parecían	viajar	muy	despacio	hasta	su	cerebro,	de	forma	que	le
costaba	un	gran	esfuerzo	entenderlas.	Sentía	los	miembros	como	si	fueran	de	plomo.
Sus	párpados	eran	demasiado	pesados	para	levantarlos.	Quería	quedarse	allí	acostado,
en	aquella	cómoda	cama,	para	siempre…
—Lo	 que	 más	 me	 sorprende	 es	 el	 comportamiento	 de	 los	 dementores…
¿Realmente	no	sospecha	qué	pudo	ser	lo	que	los	hizo	retroceder,	Snape?
—No,	señor	ministro.	Cuando	llegué,	volvían	a	sus	posiciones,	en	las	entradas.
—Extraordinario.	Y	sin	embargo,	Black,	Harry	y	la	chica…
—Todos	estaban	inconscientes	cuando	llegué	allí.	Até	y	amordacé	a	Black,	hice
aparecer	por	arte	de	magia	unas	camillas	y	los	traje	a	todos	al	castillo.
Hubo	una	pausa.	El	cerebro	de	Harry	parecía	funcionar	un	poco	más	aprisa,	y	al
hacerlo,	una	sensación	punzante	se	acentuaba	en	su	estómago.
Abrió	los	ojos.
Todo	estaba	borroso.	Alguien	le	había	quitado	las	gafas.	Se	hallaba	en	la	oscura
enfermería.	Al	final	de	la	sala	podía	vislumbrar	a	la	señora	Pomfrey	inclinada	sobre
una	cama	y	dándole	la	espalda.	Bajo	el	brazo	de	la	señora	Pomfrey,	distinguió	el	pelo
rojo	de	Ron.
Harry	volvió	la	cabeza	hacia	el	otro	lado.	En	la	cama	de	la	derecha	se	hallaba
Hermione.	 La	 luz	 de	 la	 luna	 caía	 sobre	 su	 cama.	 También	 tenía	 los	 ojos	 abiertos.
Parecía	petrificada,	y	al	ver	que	Harry	estaba	despierto,	se	llevó	un	dedo	a	los	labios.
Luego	señaló	la	puerta	de	la	enfermería.	Estaba	entreabierta	y	las	voces	de	Cornelius
Fudge	y	de	Snape	entraban	por	ella	desde	el	corredor.
La	señora	Pomfrey	llegó	entonces	caminando	enérgicamente	por	la	oscura	sala
hasta	la	cama	de	Harry.	Se	volvió	para	mirarla.	Llevaba	el	trozo	de	chocolate	más
grande	que	había	visto	en	su	vida.	Parecía	un	pedrusco.
—¡Ah,	estás	despierto!	—dijo	con	voz	animada.	Dejó	el	chocolate	en	la	mesilla
de	Harry	y	empezó	a	trocearlo	con	un	pequeño	martillo.
—¿Cómo	está	Ron?	—preguntaron	al	mismo	tiempo	Hermione	y	Harry.
—Sobrevivirá	 —dijo	 la	 señora	 Pomfrey	 con	 seriedad—.	 En	 cuanto	 a	 vosotros
dos,	permaneceréis	aquí	hasta	que	yo	esté	bien	segura	de	que	estáis…	¿Qué	haces,
Potter?
Harry	se	había	incorporado,	se	ponía	las	gafas	y	cogió	su	varita.
—Tengo	que	ver	al	director	—explicó.
—Potter	—dijo	con	dulzura	la	señora	Pomfrey—,	todo	se	ha	solucionado.	Han
cogido	 a	 Black.	 Lo	 han	 encerrado	 arriba.	 Los	 dementores	 le	 darán	 el	 Beso	 en
cualquier	momento.
—¿QUÉ?
Harry	saltó	de	la	cama.	Hermione	hizo	lo	mismo.	Pero	su	grito	se	había	oído	en	el
pasillo	de	fuera.	Un	segundo	después,	entraron	en	la	enfermería	Cornelius	Fudge	y
Snape.
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—¿Qué	es	esto,	Harry?	—preguntó	Fudge,	con	aspecto	agitado—.	Tendrías	que
estar	 en	 la	 cama…	 ¿Ha	 tomado	 chocolate?	 —le	 preguntó	 nervioso	 a	 la	 señora
Pomfrey.
—Escuche,	 señor	 ministro	 —dijo	 Harry—.	 ¡Sirius	 Black	 es	 inocente!	 ¡Peter
Pettigrew	fingió	su	propia	muerte!	¡Lo	hemos	visto	esta	noche!	No	puede	permitir
que	los	dementores	le	hagan	eso	a	Sirius,	es…
Pero	Fudge	movía	la	cabeza	en	sentido	negativo,	sonriendo	ligeramente.
—Harry,	 Harry,	 estás	 confuso.	 Has	 vivido	 una	 terrible	 experiencia.	 Vuelve	 a
acostarte.	Está	todo	bajo	control.
—¡NADA	DE	ESO!	—gritó	Harry—.	¡HAN	ATRAPADO	AL	QUE	NO	ES!
—Señor	 ministro,	 por	 favor,	 escuche	 —rogó	 Hermione.	 Se	 había	 acercado	 a
Harry	y	miraba	a	Fudge	implorante—.	Yo	también	lo	vi.	Era	la	rata	de	Ron.	Es	un
animago.	Pettigrew,	quiero	decir.	Y…
—¿Lo	ve,	señor	ministro?	—preguntó	Snape—.	Los	dos	tienen	confundidas	las
ideas.	Black	ha	hecho	un	buen	trabajo	con	ellos…
—¡NO	ESTAMOS	CONFUNDIDOS!	—gritó	Harry.
—¡Señor	ministro!	¡Profesor!	—dijo	enfadada	la	señora	Pomfrey—.	He	de	insistir
en	que	se	vayan.	¡Potter	es	un	paciente	y	no	hay	que	fatigarlo!
—¡No	 estoy	 fatigado,	 estoy	 intentando	 explicarles	 lo	 ocurrido!	 —dijo	 Harry
furioso—.	Si	me	escuchan…
Pero	la	señora	Pomfrey	le	introdujo	de	repente	un	trozo	grande	de	chocolate	en	la
boca.	Harry	se	atragantó	y	la	mujer	aprovechó	la	oportunidad	para	obligarle	a	volver
a	la	cama.
—Ahora,	por	favor,	señor	ministro…	Estos	niños	necesitan	cuidados.	Les	ruego
que	salgan.
Volvió	a	abrirse	la	puerta.	Era	Dumbledore.	Harry	tragó	con	dificultad	el	trozo	de
chocolate	y	volvió	a	levantarse.
—Profesor	Dumbledore,	Sirius	Black…
—¡Por	Dios	santo!	¿Es	esto	una	enfermería	o	qué?	Señor	director,	he	de	insistir
en	que…
—Te	pido	mil	perdones,	Poppy,	pero	necesito	cambiar	unas	palabras	con	el	señor
Potter	y	la	señorita	Granger.	He	estado	hablando	con	Sirius	Black.
—Supongo	que	le	ha	contado	el	mismo	cuento	de	hadas	que	metió	en	la	cabeza
de	Potter	—espetó	Snape—.	¿Algo	sobre	una	rata	y	sobre	que	Pettigrew	está	vivo?
—Eso	 es	 efectivamente	 lo	 que	 dice	 Black	 —dijo	 Dumbledore,	 examinando
detenidamente	a	Snape	por	sus	gafas	de	media	luna.
—¿Y	 acaso	 mi	 testimonio	 no	 cuenta	 para	 nada?	 —gruñó	 Snape—.	 Peter
Pettigrew	no	estaba	en	la	Casa	de	los	Gritos	ni	vi	señal	alguna	de	él	por	allí.
—¡Eso	 es	 porque	 usted	 estaba	 inconsciente,	 profesor!	 —dijo	 con	 seriedad
Hermione—.	No	llegó	con	tiempo	para	oír…
—¡Señorita	Granger!	¡CIERRE	LA	BOCA!
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—Vamos,	 Snape	 —dijo	 Fudge—.	 La	 muchacha	 está	 trastornada,	 hay	 que	 ser
comprensivos.
—Me	 gustaría	 hablar	 con	 Harry	 y	 con	 Hermione	 a	 solas	 —dijo	 Dumbledore
bruscamente—.	Cornelius,	Severus,	Poppy,	os	lo	ruego,	dejadnos.
—Señor	 director	 —farfulló	 la	 señora	 Pomfrey—.	 Necesitan	 tratamiento,
necesitan	descanso.
—Esto	no	puede	esperar	—dijo	Dumbledore—.	Insisto.
La	 señora	 Pomfrey	 frunció	 la	 boca,	 se	 fue	 con	 paso	 firme	 a	 su	 despacho,	 que
estaba	al	final	de	la	sala,	y	dio	un	portazo	al	cerrar.	Fudge	consultó	la	gran	saboneta
de	oro	que	le	colgaba	del	chaleco.
—Los	dementores	deberían	de	haber	llegado	ya.	Iré	a	recibirlos.	Dumbledore,	nos
veremos	arriba.
Fue	hacia	la	puerta	y	la	mantuvo	abierta	para	que	pasara	Snape.	Pero	Snape	no	se
movió.
—No	creerá	una	palabra	de	lo	que	dice	Black,	¿verdad?	—susurró	con	los	ojos
fijos	en	Dumbledore.
—Quiero	hablar	a	solas	con	Harry	y	con	Hermione	—repitió	Dumbledore.
Snape	avanzó	un	paso	hacia	Dumbledore.
—Sirius	Black	demostró	ser	capaz	de	matar	cuando	tenía	dieciséis	años	—dijo
Snape	en	voz	baja—.	No	lo	habrá	olvidado.	No	habrá	olvidado	que	intentó	matarme.
—Mi	 memoria	 sigue	 siendo	 tan	 buena	 como	 siempre,	 Severus	 —respondió
Dumbledore	con	tranquilidad.
Snape	 giró	 sobre	 los	 talones	 y	 salió	 con	 paso	 militar	 por	 la	 puerta	 que	 Fudge
mantenía	abierta.	La	puerta	se	cerró	tras	ellos	y	Dumbledore	se	volvió	hacia	Harry	y
Hermione.	Los	dos	empezaron	a	hablar	al	mismo	tiempo.
—Señor	profesor,	Black	dice	la	verdad:	nosotros	vimos	a	Pettigrew.
—Escapó	cuando	el	profesor	Lupin	se	convirtió	en	hombre	lobo.
—Es	una	rata.
—La	pata	delantera	de	Pettigrew…	quiero	decir,	el	dedo:	él	mismo	se	lo	cortó.
—Pettigrew	atacó	a	Ron.	No	fue	Sirius.
Pero	Dumbledore	levantó	una	mano	para	detener	la	avalancha	de	explicaciones.
—Ahora	tenéis	que	escuchar	vosotros	y	os	ruego	que	no	me	interrumpáis,	porque
tenemos	muy	poco	tiempo	—dijo	con	tranquilidad—.	Black	no	tiene	ninguna	prueba
de	lo	que	dice,	salvo	vuestra	palabra.	Y	la	palabra	de	dos	brujos	de	trece	años	no
convencerá	a	nadie.	Una	calle	llena	de	testigos	juró	haber	visto	a	Sirius	matando	a
Pettigrew.	Yo	mismo	di	testimonio	al	Ministerio	de	que	Sirius	era	el	guardián	secreto
de	los	Potter.
—El	 profesor	 Lupin	 también	 puede	 testificarlo	 —dijo	 Harry,	 incapaz	 de
mantenerse	callado.
—El	profesor	Lupin	se	encuentra	en	estos	momentos	en	la	espesura	del	bosque,
incapaz	de	contarle	nada	a	nadie.	Cuando	vuelva	a	ser	humano,	ya	será	demasiado
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tarde.	 Sirius	 estará	 más	 que	 muerto.	 Y	 además,	 la	 gente	 confía	 tan	 poco	 en	 los
licántropos	que	su	declaración	tendrá	muy	poco	peso.	Y	el	hecho	de	que	él	y	Sirius
sean	viejos	amigos…
—Pero…
—Escúchame,	Harry.	Es	demasiado	tarde,	¿lo	entiendes?	Tienes	que	comprender
que	la	versión	del	profesor	Snape	es	mucho	más	convincente	que	la	vuestra.
—Él	odia	a	Sirius	—dijo	Hermione	con	desesperación—.	Por	una	broma	tonta
que	le	gastó.
—Sirius	no	ha	obrado	como	un	inocente.	La	agresión	contra	la	Señora	Gorda…,
entrar	con	un	cuchillo	en	la	torre	de	Gryffindor…	Si	no	encontramos	a	Pettigrew,
vivo	o	muerto,	no	tendremos	ninguna	posibilidad	de	cambiar	la	sentencia.
—Pero	usted	nos	cree.
—Sí,	yo	sí	—respondió	en	voz	baja—.	Pero	no	puedo	convencer	a	los	demás	ni
desautorizar	al	ministro	de	Magia.
Harry	miró	fijamente	el	rostro	serio	de	Dumbledore	y	sintió	como	si	se	hundiera
el	 suelo	 bajo	 sus	 pies.	 Siempre	 había	 tenido	 la	 idea	 de	 que	 Dumbledore	 lo	 podía
arreglar	todo.	Creía	que	podía	sacar	del	sombrero	una	solución	asombrosa.	Pero	no:
su	última	esperanza	se	había	esfumado.
—Lo	 que	 necesitamos	 es	 ganar	 tiempo	 —dijo	 Dumbledore	 despacio.	 Sus	 ojos
azul	claro	pasaban	de	Harry	a	Hermione.
—Pero…	—empezó	Hermione,	poniendo	los	ojos	muy	redondos—.	¡AH!
—Ahora	prestadme	atención	—dijo	Dumbledore,	hablando	muy	bajo	y	muy	claro
—.	Sirius	está	encerrado	en	el	despacho	del	profesor	Flitwick,	en	el	séptimo	piso.
Torre	oeste,	ventana	número	trece	por	la	derecha.	Si	todo	va	bien,	esta	noche	podréis
salvar	más	de	una	vida	inocente.	Pero	recordadlo	los	dos:	no	os	pueden	ver.	Señorita
Granger,	ya	conoces	las	normas.	Sabes	lo	que	está	en	juego.	No	deben	veros.
Harry	no	entendía	nada.	Dumbledore	se	alejó	y	al	llegar	a	la	puerta	se	volvió.
—Os	voy	a	encerrar.	Son	—consultó	su	reloj—	las	doce	menos	cinco.	Señorita
Granger,	tres	vueltas	deberían	bastar.	Buena	suerte.
—¿Buena	 suerte?	 —repitió	 Harry,	 cuando	 la	 puerta	 se	 hubo	 cerrado	 tras
Dumbledore—.	¿Tres	vueltas?	¿Qué	quiere	decir?	¿Qué	es	lo	que	tenemos	que	hacer?
Pero	Hermione	rebuscaba	en	el	cuello	de	su	túnica	y	sacó	una	cadena	de	oro	muy
larga	y	fina.
—Ven	 aquí,	 Harry	 —dijo	 perentoriamente—.	 ¡Rápido!	 —Harry,	 perplejo,	 se
acercó	a	ella.	Hermione	estiró	la	cadena	por	fuera	de	la	túnica	y	Harry	pudo	ver	un
pequeño	reloj	de	arena	que	pendía	de	ella—.	Así.	—Puso	la	cadena	también	alrededor
del	cuello	de	Harry—.	¿Preparado?	—dijo	jadeante.
—¿Qué	hacemos?	—preguntó	Harry	sin	comprender.
Hermione	dio	tres	vueltas	al	reloj	de	arena.
La	 sala	 oscura	 desapareció.	 Harry	 tuvo	 la	 sensación	 de	 que	 volaba	 muy
rápidamente	 hacia	 atrás.	 A	 su	 alrededor	 veía	 pasar	 manchas	 de	 formas	 y	 colores
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borrosos.	Notaba	palpitaciones	en	los	oídos.	Quiso	gritar,	pero	no	podía	oír	su	propia
voz.
Sintió	el	suelo	firme	bajo	sus	pies	y	todo	volvió	a	aclararse.
Se	hallaba	de	pie,	al	lado	de	Hermione,	en	el	vacío	vestíbulo,	y	un	chorro	de	luz
dorada	 bañaba	 el	 suelo	 pavimentado	 penetrando	 por	 las	 puertas	 principales,	 que
estaban	abiertas.	Miró	a	Hermione	con	la	cadena	clavándosele	en	el	cuello.
—Hermione,	¿qué…?
—¡Ahí	dentro!	—Hermione	cogió	a	Harry	del	brazo	y	lo	arrastró	por	el	vestíbulo
hasta	la	puerta	del	armario	de	la	limpieza.	Lo	abrió,	empujó	a	Harry	entre	los	cubos	y
las	fregonas,	entró	ella	tras	él	y	cerró	la	puerta.
—¿Qué…,	cómo…?	Hermione,	¿qué	ha	pasado?
—Hemos	 retrocedido	 en	 el	 tiempo	 —susurró	 Hermione,	 quitándole	 a	 Harry,	 a
oscuras,	la	cadena	del	cuello—.	Tres	horas.
Harry	se	palpó	la	pierna	y	se	dio	un	fuerte	pellizco.	Le	dolió	mucho,	lo	que	en
principio	descartaba	la	posibilidad	de	que	estuviera	soñando.
—Pero…
—¡Chist!	 ¡Escucha!	 ¡Alguien	 viene!	 ¡Creo	 que	 somos	 nosotros!	 —Hermione
había	pegado	el	oído	a	la	puerta	del	armario—.	Pasos	por	el	vestíbulo…	Sí,	creo	que
somos	nosotros	yendo	hacia	la	cabaña	de	Hagrid.
—¿Quieres	decir	que	estamos	aquí	en	este	armario	y	que	también	estamos	ahí
fuera?
—Sí	—respondió	Hermione,	con	el	oído	aún	pegado	a	la	puerta	del	armario—.
Estoy	segura	de	que	somos	nosotros.	No	parecen	más	de	tres	personas.	Y…	vamos
despacio	porque	vamos	ocultos	por	la	capa	invisible.	—Dejó	de	hablar,	pero	siguió
escuchando—.	Acabamos	de	bajar	la	escalera	principal…
Hermione	 se	 sentó	 en	 un	 cubo	 puesto	 boca	 abajo.	 Harry	 estaba	 impaciente	 y
quería	que	Hermione	le	respondiera	a	algunas	preguntas.
—¿De	dónde	has	sacado	ese	reloj	de	arena?
—Se	 llama	 giratiempo	 —explicó	 Hermione—.	 Me	 lo	 dio	 la	 profesora
McGonagall	el	día	que	volvimos	de	vacaciones.	Lo	he	utilizado	durante	el	curso	para
poder	asistir	a	todas	las	clases.	La	profesora	McGonagall	me	hizo	jurar	que	no	se	lo
contaría	a	nadie.	Tuvo	que	escribir	un	montón	de	cartas	al	Ministerio	de	Magia	para
que	 me	 dejaran	 tener	 uno.	 Les	 dijo	 que	 era	 una	 estudiante	 modelo	 y	 que	 no	 lo
utilizaría	 nunca	 para	 otro	 fin.	 Le	 doy	 vuelta	 para	 volver	 a	 disponer	 de	 la	 hora	 de
clase.	Gracias	a	él	he	podido	asistir	a	varias	clases	que	tenían	lugar	al	mismo	tiempo,
¿te	 das	 cuenta?	 Pero,	 Harry,	 me	 temo	 que	 no	 entiendo	 qué	 es	 lo	 que	 quiere
Dumbledore	que	hagamos.	¿Por	qué	nos	ha	dicho	que	retrocedamos	tres	horas?	¿En
qué	va	a	ayudar	eso	a	Sirius?
Harry	la	miró	en	la	oscuridad.
—Quizás	ocurriera	algo	que	podemos	cambiar	ahora	—dijo	pensativo—.	¿Qué
puede	ser?	Hace	tres	horas	nos	dirigíamos	a	la	cabaña	de	Hagrid…
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—Ya	estamos	tres	horas	antes,	nos	dirigimos	a	la	cabaña	—explicó	Hermione—.
Acabamos	de	oírnos	salir.
Harry	frunció	el	entrecejo.	Estaba	estrujándose	el	cerebro.
—Dumbledore	dijo	simplemente…	dijo	simplemente	que	podíamos	salvar	más	de
una	 vida	 inocente…	 —Y	 entonces	 se	 le	 ocurrió—:	 ¡Hermione,	 vamos	 a	 salvar	 a
Buckbeak!
—Pero…	¿en	qué	ayudará	eso	a	Sirius?
—Dumbledore	nos	dijo	dónde	está	la	ventana	del	despacho	de	Flitwick,	donde
tienen	encerrado	a	Sirius	con	llave.	Tenemos	que	volar	con	Buckbeak	hasta	la	ventana
y	 rescatar	 a	 Sirius.	 Sirius	 puede	 escapar	 montado	 en	 Buckbeak.	 ¡Pueden	 escapar
juntos!
Hermione	parecía	aterrorizada.
—¡Si	conseguimos	hacerlo	sin	que	nos	vean	será	un	milagro!
—Bueno,	tenemos	que	intentarlo,	¿no	crees?	—dijo	Harry.	Se	levantó	y	pegó	el
oído	a	la	puerta—.	No	parece	que	haya	nadie.	Vamos…
Harry	empujó	y	abrió	la	puerta	del	armario.	El	vestíbulo	estaba	desierto.	Tan	en
silencio	 y	 tan	 rápido	 como	 pudieron,	 salieron	 del	 armario	 y	 bajaron	 corriendo	 los
escalones.	Las	sombras	se	alargaban.	Las	copas	de	los	árboles	del	bosque	prohibido
volvían	a	brillar	con	un	fulgor	dorado.
—¡Si	alguien	se	asomara	a	la	ventana…!	—chilló	Hermione,	mirando	hacia	atrás,
hacia	el	castillo.
—Huiremos	—dijo	Harry	con	determinación—.	Nos	internaremos	en	el	bosque.
Tendremos	que	ocultarnos	detrás	de	un	árbol	o	algo	así,	y	estar	atentos.
—¡De	acuerdo,	pero	iremos	por	detrás	de	los	invernaderos!	—dijo	Hermione,	sin
aliento—.	¡Tenemos	que	apartarnos	de	la	puerta	principal	de	la	cabaña	de	Hagrid	o	de
lo	 contrario	 nos	 veremos	 a	 nosotros	 mismos!	 Ya	 debemos	 de	 estar	 llegando	 a	 la
cabaña.
Pensando	todavía	en	las	intenciones	de	Hermione,	Harry	echó	a	correr	delante	de
ella.	Atravesaron	los	huertos	hasta	los	invernaderos,	se	detuvieron	un	momento	detrás
de	 éstos	 y	 reanudaron	 el	 camino	 a	 toda	 velocidad,	 rodeando	 el	 sauce	 boxeador	 y
yendo	a	ocultarse	en	el	bosque…
A	salvo	en	la	oscuridad	de	los	árboles,	Harry	se	dio	la	vuelta.	Unos	segundos	más
tarde,	llegó	Hermione	jadeando.
—Bueno	—dijo	con	voz	entrecortada—,	tenemos	que	ir	a	la	cabaña	sin	que	se
note.	Que	no	nos	vean,	Harry.
Anduvieron	en	silencio	entre	los	árboles,	por	la	orilla	del	bosque.	Al	vislumbrar	la
fachada	 de	 la	 cabaña	 de	 Hagrid,	 oyeron	 que	 alguien	 llamaba	 a	 la	 puerta.	 Se
escondieron	tras	un	grueso	roble	y	miraron	por	ambos	lados.	Hagrid	apareció	en	la
puerta	tembloroso	y	pálido,	mirando	a	todas	partes	para	ver	quién	había	llamado.	Y
Harry	oyó	su	propia	voz	que	decía:
—Somos	 nosotros.	 Llevamos	 la	 capa	 invisible.	 Si	 nos	 dejas	 pasar,	 nos	 la
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quitaremos.
—No	deberíais	haber	venido	—susurró	Hagrid.
Se	hizo	a	un	lado	y	cerró	rápidamente	la	puerta.
—Esto	 es	 lo	 más	 raro	 en	 que	 me	 he	 metido	 en	 mi	 vida	 —dijo	 Harry	 con
entusiasmo.
—Vamos	 a	 adelantarnos	 un	 poco	 —susurró	 Hermione—.	 ¡Tenemos	 que
acercarnos	más	a	Buckbeak!
Avanzaron	sigilosamente	hasta	que	vieron	al	nervioso	hipogrifo	atado	a	la	valla
que	circundaba	la	plantación	de	calabazas	de	Hagrid.
—¿Ahora?	—susurró	Harry.
—¡No!	—dijo	Hermione—.	Si	nos	lo	llevamos	ahora,	los	hombres	de	la	comisión
creerán	que	Hagrid	lo	ha	liberado.	¡Tenemos	que	esperar	hasta	que	lo	vean	atado!
—Eso	 supone	 unos	 sesenta	 segundos	 —dijo	 Harry.	 Les	 empezaba	 a	 parecer
irrealizable.
En	ese	momento	oyeron	romperse	una	pieza	de	porcelana.
—Ya	se	le	ha	caído	a	Hagrid	la	jarra	de	leche	—dijo	Hermione—.	Dentro	de	un
momento	encontraré	a	Scabbers.
Efectivamente,	minutos	después	oyeron	el	chillido	de	sorpresa	de	Hermione.
—Hermione	 —dijo	 Harry	 de	 repente—,	 ¿y	 si	 entráramos	 en	 la	 cabaña	 y	 nos
apoderásemos	de	Pettigrew?
—¡No!	 —exclamó	 Hermione	 con	 temor—.	 ¿No	 lo	 entiendes?	 ¡Estamos
rompiendo	una	de	las	leyes	más	importantes	de	la	brujería!	¡Nadie	puede	cambiar	lo
ocurrido,	nadie!	Ya	has	oído	a	Dumbledore…	Si	nos	ven…
—Sólo	nos	verían	Hagrid	y	nosotros	mismos.
—Harry,	¿qué	crees	que	pasaría	si	te	vieras	a	ti	mismo	entrando	en	la	cabaña	de
Hagrid?	—dijo	Hermione.
—Creería…	creería	que	me	había	vuelto	loco	—dijo	Harry—.	O	que	había	magia
oscura	por	medio.
—Exactamente.	No	lo	comprenderías.	Incluso	puede	que	te	atacaras	a	ti	mismo.
La	profesora	McGonagall	me	dijo	que	han	sucedido	cosas	terribles	cuando	los	brujos
se	han	inmiscuido	con	el	tiempo.	¡Muchos	terminaron	matando	por	error	su	propio
yo,	pasado	o	futuro!
—Vale	—dijo	Harry—,	sólo	era	una	idea.	Yo	pensaba	nada	más	que…
Pero	Hermione	le	dio	un	codazo	y	señaló	hacia	el	castillo.	Harry	movió	la	cabeza
unos	centímetros	para	tener	una	visión	más	clara	de	la	puerta	central.	Dumbledore,
Fudge,	el	anciano	de	la	comisión	y	Macnair,	el	verdugo,	bajaban	los	escalones.
—¡Estamos	a	punto	de	salir!	—dijo	Hermione	en	voz	baja.
Efectivamente,	un	momento	después	se	abrió	la	puerta	trasera	de	la	cabaña	de
Hagrid	y	Harry	se	vio	a	sí	mismo	con	Ron	y	con	Hermione	saliendo	por	ella	con
Hagrid.	Sin	duda	era	la	situación	más	rara	en	que	se	había	visto,	permanecer	detrás
del	árbol	y	verse	a	sí	mismo	en	el	huerto	de	las	calabazas.
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—No	temas,	Buckbeak	 —dijo	 Hagrid—.	 No	 temas.	 —Se	 volvió	 hacia	 los	 tres
amigos—.	Venga,	marchaos.
—Hagrid,	no	podemos…	Les	diremos	lo	que	de	verdad	sucedió.
—No	pueden	matarlo…
—¡Marchaos!	Ya	es	bastante	horrible	y	sólo	faltaría	que	además	os	metierais	en
un	lío.
Harry	vio	a	Hermione	echando	la	capa	invisible	sobre	los	tres	en	el	huerto	de
calabazas.
—Marchaos,	rápido.	No	escuchéis.
Llamaron	a	la	puerta	principal	de	la	cabaña	de	Hagrid.	El	grupo	de	la	ejecución
había	llegado.	Hagrid	dio	media	vuelta	y	se	metió	en	la	cabaña,	dejando	entreabierta
la	 puerta	 de	 atrás.	 Harry	 vio	 que	 la	 hierba	 se	 aplastaba	 a	 trechos	 alrededor	 de	 la
cabaña	y	oyó	alejarse	tres	pares	de	pies.	Él,	Ron	y	Hermione	se	habían	marchado,
pero	el	Harry	y	la	Hermione	que	se	ocultaban	entre	los	árboles	podían	ahora	escuchar
por	la	puerta	trasera	lo	que	sucedía	dentro	de	la	cabaña.
—¿Dónde	está	la	bestia?	—preguntó	la	voz	fría	de	Macnair.
—Fu…	fuera	—contestó	Hagrid.
Harry	escondió	la	cabeza	cuando	Macnair	apareció	en	la	ventana	de	Hagrid	para
mirar	a	Buckbeak.	Luego	oyó	a	Fudge.
—Tenemos	que	leer	la	sentencia,	Hagrid.	Lo	haré	rápido.	Y	luego	tú	y	Macnair
tendréis	que	firmar.	Macnair,	tú	también	debes	escuchar.	Es	el	procedimiento.
El	rostro	de	Macnair	desapareció	de	la	ventana.	Tendría	que	ser	en	ese	momento	o
nunca.
—Espera	aquí	—susurró	Harry	a	Hermione—.	Yo	lo	haré.
Mientras	Fudge	volvía	a	hablar,	Harry	salió	disparado	de	detrás	del	árbol,	saltó	la
valla	del	huerto	de	calabazas	y	se	acercó	a	Buckbeak.
—«La	 Comisión	 para	 las	 Criaturas	 Peligrosas	 ha	 decidido	 que	 el	 hipogrifo
Buckbeak,	en	adelante	el	condenado,	sea	ejecutado	el	día	seis	de	junio	a	la	puesta	del
sol…»
Evitando	parpadear,	Harry	volvió	a	mirar	fijamente	los	feroces	ojos	naranja	de
Buckbeak	 e	 inclinó	 la	 cabeza.	 Buckbeak	 dobló	 las	 escamosas	 rodillas	 y	 volvió	 a
enderezarse.	Harry	soltó	la	cuerda	que	ataba	a	Buckbeak	a	la	valla.
—«…	 sentenciado	 a	 muerte	 por	 decapitación,	 que	 será	 llevada	 a	 cabo	 por	 el
verdugo	nombrado	por	la	Comisión,	Walden	Macnair…»
—Vamos,	Buckbeak	—murmuró	Harry—,	ven,	vamos	a	salvarte.	Sin	hacer	ruido,
sin	hacer	ruido…
—«…	por	los	abajo	firmantes.»	Firma	aquí,	Hagrid.
Harry	tiró	de	la	cuerda	con	todas	sus	fuerzas,	pero	Buckbeak	había	clavado	en	el
suelo	las	patas	delanteras.
—Bueno,	acabemos	ya	—dijo	la	voz	atiplada	del	anciano	de	la	Comisión	en	el
interior	de	la	cabaña	de	Hagrid—.	Hagrid,	tal	vez	fuera	mejor	que	te	quedaras	aquí
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dentro.
—No,	quiero	estar	con	él…	No	quiero	que	esté	solo.
Se	oyeron	pasos	dentro	de	la	cabaña.
—Muévete,	Buckbeak	—susurró	Harry.
Harry	tiró	de	la	cuerda	con	más	fuerza.	El	hipogrifo	echó	a	andar	agitando	un
poco	las	alas	con	talante	irritado.	Aún	se	hallaban	a	tres	metros	del	bosque	y	se	les
podía	ver	perfectamente	desde	la	puerta	trasera	de	la	cabaña	de	Hagrid.
—Un	 momento,	 Macnair,	 por	 favor	 —dijo	 la	 voz	 de	 Dumbledore—.	 Usted
también	tiene	que	firmar.	—Los	pasos	se	detuvieron.	Buckbeak	dio	un	picotazo	al	aire
y	anduvo	algo	más	aprisa.
La	cara	pálida	de	Hermione	asomaba	por	detrás	de	un	árbol.
—¡Harry,	date	prisa!	—dijo.
Harry	aún	oía	la	voz	de	Dumbledore	en	la	cabaña.	Dio	otro	tirón	a	la	cuerda.
Buckbeak	se	puso	a	trotar	a	regañadientes.	Llegaron	a	los	árboles…
—¡Rápido,	 rápido!	 —gritó	 Hermione,	 saliendo	 como	 una	 flecha	 de	 detrás	 del
árbol,	asiendo	también	la	cuerda	y	tirando	con	Harry	para	que	Buckbeak	avanzara
más	aprisa.	Harry	miró	por	encima	del	hombro.	Ya	estaban	fuera	del	alcance	de	las
miradas.	Desde	allí	no	veían	el	huerto	de	Hagrid.
—¡Para!	—le	dijo	a	Hermione—.	Podrían	oírnos.
La	 puerta	 trasera	 de	 la	 cabaña	 de	 Hagrid	 se	 había	 abierto	 de	 golpe.	 Harry,
Hermione	y	Buckbeak	se	quedaron	inmóviles.	Incluso	el	hipogrifo	parecía	escuchar
con	atención.
Silencio.	Luego…
—¿Dónde	está?	—dijo	la	voz	atiplada	del	anciano	de	la	comisión—.	¿Dónde	está
la	bestia?
—¡Estaba	atada	aquí!	—dijo	con	furia	el	verdugo—.	Yo	la	vi.	¡Exactamente	aquí!
—¡Qué	 extraordinario!	 —dijo	 Dumbledore.	 Había	 en	 su	 voz	 un	 dejo	 de
desenfado.
—¡Buckbeak!	—exclamó	Hagrid	con	voz	ronca.
Se	oyó	un	sonido	silbante	y	a	continuación	el	golpe	de	un	hacha.	El	verdugo,
furioso,	la	había	lanzado	contra	la	valla.	Luego	se	oyó	el	aullido	y	en	esta	ocasión
pudieron	oír	también	las	palabras	de	Hagrid	entre	sollozos:
—¡Se	ha	ido!,	¡se	ha	ido!	Alabado	sea,	¡ha	escapado!	Debe	de	haberse	soltado
solo.	Buckbeak,	qué	listo	eres.
Buckbeak	 empezó	 a	 tirar	 de	 la	 cuerda,	 deseoso	 de	 volver	 con	 Hagrid.	 Harry	 y
Hermione	la	sujetaron	con	más	fuerza,	hundiendo	los	talones	en	tierra.
—¡Lo	han	soltado!	—gruñía	el	verdugo—.	Deberíamos	rastrear	los	terrenos	y	el
bosque.
—Macnair,	si	alguien	ha	cogido	realmente	a	Buckbeak,	¿crees	que	se	lo	habrá
llevado	 a	 pie?	 —le	 preguntó	 Dumbledore,	 que	 seguía	 hablando	 con	 desenfado—.
Rastrea	 el	 cielo,	 si	 quieres…	 Hagrid,	 no	 me	 iría	 mal	 un	 té.	 O	 una	 buena	 copa	 de
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brandy.
—Por…	 por	 supuesto,	 profesor	 —dijo	 Hagrid,	 al	 que	 la	 alegría	 parecía	 haber
dejado	flojo—.	Entre,	entre…
Harry	y	Hermione	escuchaban	con	atención:	oyeron	pasos,	la	leve	maldición	del
verdugo,	el	golpe	de	la	puerta	y	de	nuevo	el	silencio.
—¿Y	ahora	qué?	—susurró	Harry,	mirando	a	su	alrededor.
—Tendremos	 que	 quedarnos	 aquí	 escondidos	 —dijo	 Hermione	 con	 miedo—.
Tenemos	que	esperar	a	que	vuelvan	al	castillo.	Luego	aguardaremos	a	que	pase	el
peligro	y	nos	acercaremos	a	la	ventana	de	Sirius	volando	con	Buckbeak.	No	volverá
por	allí	hasta	dentro	de	dos	horas…	Esto	va	a	resultar	difícil…
Miró	por	encima	del	hombro,	a	la	espesura	del	bosque.	El	sol	se	ponía	en	aquel
momento.
—Habrá	que	moverse	—dijo	Harry,	pensando—.	Tenemos	que	ir	donde	podamos
ver	el	sauce	boxeador	o	no	nos	enteraremos	de	lo	que	ocurre.
—De	acuerdo	—dijo	Hermione,	sujetando	la	cuerda	de	Buckbeak	aún	más	firme
—.	Pero	hemos	de	seguir	ocultos,	Harry,	recuérdalo.
Se	movieron	por	el	borde	del	bosque,	mientras	caía	la	noche,	hasta	ocultarse	tras
un	grupo	de	árboles	entre	los	cuales	podían	distinguir	el	sauce.
—¡Ahí	está	Ron!	—dijo	Harry	de	repente.
Una	 figura	 oscura	 corría	 por	 el	 césped	 y	 el	 aire	 silencioso	 de	 la	 noche	 les
transmitió	el	eco	de	su	grito.
—Aléjate	de	él…,	aléjate…	Scabbers,	ven	aquí…
Y	 entonces	 vieron	 a	 otras	 dos	 figuras	 que	 salían	 de	 la	 nada.	 Harry	 se	 vio	 a	 sí
mismo	y	a	Hermione	siguiendo	a	Ron.	Luego	vio	a	Ron	lanzándose	en	picado.
—¡Te	he	atrapado!	Vete,	gato	asqueroso.
—¡Ahí	está	Sirius!	—dijo	Harry.	El	perrazo	había	surgido	de	las	raíces	del	sauce.
Lo	vieron	derribar	a	Harry	y	sujetar	a	Ron—.	Desde	aquí	parece	incluso	más	horrible,
¿verdad?	—añadió	mientras	el	perro	arrastraba	a	Ron	hasta	meterlo	entre	las	raíces—.
¡Eh,	mira!	El	árbol	acaba	de	pegarme.	Y	también	a	ti.	¡Qué	situación	más	rara!
El	sauce	boxeador	crujía	y	largaba	puñetazos	con	sus	ramas	más	bajas.	Podían
verse	a	sí	mismos	corriendo	de	un	lado	para	otro	en	su	intento	de	alcanzar	el	tronco.
Y	de	repente	el	árbol	se	quedó	quieto.
—Crookshanks	ya	ha	apretado	el	nudo	—explicó	Hermione.
—Allá	vamos…	—murmuró	Harry—.	Ya	hemos	entrado.
En	 cuanto	 desaparecieron,	 el	 árbol	 volvió	 a	 agitarse.	 Unos	 segundos	 después,
oyeron	pasos	cercanos.	Dumbledore,	Macnair,	Fudge	y	el	anciano	de	la	Comisión	se
dirigían	al	castillo.
—¡En	cuanto	bajamos	por	el	pasadizo!	—dijo	Hermione—.	¡Ojalá	Dumbledore
hubiera	venido	con	nosotros…!
—Macnair	 y	 Fudge	 habrían	 venido	 también	 —dijo	 Harry	 con	 tristeza—.	 Te
apuesto	lo	que	quieras	a	que	Fudge	habría	ordenado	a	Macnair	que	matara	a	Sirius
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allí	mismo.
Vieron	 a	 los	 cuatro	 hombres	 subir	 por	 la	 escalera	 de	 entrada	 del	 castillo	 y
perderse	de	vista.	Durante	unos	minutos	el	lugar	quedó	vacío.	Luego…
—¡Aquí	viene	Lupin!	—dijo	Harry	al	ver	a	otra	persona	que	bajaba	la	escalera	y
se	dirigía	corriendo	hacia	el	sauce.	Harry	miró	al	cielo.	Las	nubes	ocultaban	la	luna.
Vieron	que	Lupin	cogía	del	suelo	una	rama	rota	y	apretaba	con	ella	el	nudo	del
tronco.	El	árbol	dejó	de	dar	golpes	y	también	Lupin	desapareció	por	el	hueco	que
había	entre	las	raíces.
—¡Ojalá	 hubiera	 cogido	 la	 capa!	 —dijo	 Harry—.	 Está	 ahí…	 —Se	 volvió	 a
Hermione—.	Si	saliera	ahora	corriendo	y	me	la	llevara,	no	la	podría	coger	Snape.
—¡Harry,	no	nos	deben	ver!
—¿Cómo	puedes	soportarlo?	—le	preguntó	a	Hermione	con	irritación—.	¿Estar
aquí	y	ver	lo	que	sucede	sin	hacer	nada?	—Dudó—.	¡Voy	a	coger	la	capa!
—¡Harry,	no!
Hermione	 sujetó	 a	 Harry	 a	 tiempo	 por	 la	 parte	 trasera	 de	 la	 túnica.	 En	 ese
momento	 oyeron	 cantar	 a	 alguien.	 Era	 Hagrid,	 que	 se	 dirigía	 hacia	 el	 castillo,
cantando	 a	 voz	 en	 grito	 y	 oscilando	 ligeramente	 al	 caminar.	 Llevaba	 una	 botella
grande	en	la	mano.
—¿Lo	ves?	—susurró	Hermione—.	¿Ves	lo	que	habría	ocurrido?	¡Tenemos	que
estar	donde	nadie	nos	pueda	ver!	¡No,	Buckbeak!
El	 hipogrifo	 hacía	 intentos	 desesperados	 por	 ir	 hacia	 Hagrid.	 Harry	 aferró
también	la	cuerda	para	sujetar	a	Buckbeak.	Observaron	a	Hagrid,	que	iba	haciendo
eses	hacia	el	castillo.	Desapareció.	Buckbeak	cejó	en	sus	intentos	de	escapar.	Abatió
la	cabeza	con	tristeza.
Apenas	dos	minutos	después	las	puertas	del	castillo	volvieron	a	abrirse	y	Snape
apareció	corriendo	hacia	el	sauce,	en	pos	de	ellos.
Harry	cerró	fuertemente	los	puños	al	ver	que	Snape	se	detenía	cerca	del	árbol,
mirando	a	su	alrededor.	Cogió	la	capa	y	la	sostuvo	en	alto.
—Aparta	de	ella	tus	asquerosas	manos	—murmuró	Harry	entre	dientes.
—¡Chist!
Snape	cogió	la	rama	que	había	usado	Lupin	para	inmovilizar	el	árbol,	apretó	el
nudo	con	ella	y,	cubriéndose	con	la	capa,	se	perdió	de	vista.
—Ya	 está	 —dijo	 Hermione	 en	 voz	 baja—.	 Ahora	 ya	 estamos	 todos	 dentro.	 Y
ahora	sólo	tenemos	que	esperar	a	que	volvamos	a	salir…
Cogió	el	extremo	de	la	cuerda	de	Buckbeak	y	lo	amarró	firmemente	al	árbol	más
cercano.	Luego	se	sentó	en	el	suelo	seco,	rodeándose	las	rodillas	con	los	brazos.
—Harry,	 hay	 algo	 que	 no	 comprendo…	 ¿Por	 qué	 no	 atraparon	 a	 Sirius	 los
dementores?	Recuerdo	que	se	aproximaban	a	él	antes	de	que	yo	me	desmayara.
Harry	se	sentó	también.	Explicó	lo	que	había	visto.	Cómo,	en	el	momento	en	que
el	 dementor	 más	 cercano	 acercaba	 la	 boca	 a	 Sirius,	 algo	 grande	 y	 plateado	 llegó
galopando	por	el	lago	y	ahuyentó	a	los	dementores.
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Cuando	terminó	Harry	de	explicarlo,	Hermione	tenía	la	boca	abierta.
—Pero	¿qué	era?
—Sólo	hay	una	cosa	que	puede	hacer	retroceder	a	los	dementores	—dijo	Harry—.
Un	verdadero	patronus,	un	patronus	poderoso.
—Pero	¿quién	lo	hizo	aparecer?
Harry	no	dijo	nada.	Volvió	a	pensar	en	la	persona	que	había	visto	en	la	otra	orilla
del	lago.	Imaginaba	quién	podía	ser…	Pero	¿cómo	era	posible?
—¿No	viste	qué	aspecto	tenía?	—preguntó	Hermione	con	impaciencia—.	¿Era
uno	de	los	profesores?
—No.
—Pero	tuvo	que	ser	un	brujo	muy	poderoso	para	alejar	a	todos	los	dementores…
Si	el	patronus	brillaba	tanto,	¿no	lo	iluminó?	¿No	pudiste	ver…?
—Sí	 que	 lo	 vi	 —dijo	 Harry	 pensativo—.	 Aunque	 tal	 vez	 lo	 imaginase.	 No
pensaba	con	claridad.	Me	desmayé	inmediatamente	después…
—¿Quién	te	pareció	que	era?
—Me	pareció	—Harry	tragó	saliva,	consciente	de	lo	raro	que	iba	a	sonar	aquello
—,	me	pareció	mi	padre.
Miró	a	Hermione	y	vio	que	estaba	con	la	boca	abierta.	La	muchacha	lo	miraba
con	una	mezcla	de	inquietud	y	pena.
—Harry,	tu	padre	está…,	bueno…,	está	muerto	—dijo	en	voz	baja.
—Lo	sé	—dijo	Harry	rápidamente.
—¿Crees	que	era	su	fantasma?
—No	lo	sé.	No…	Parecía	sólido.
—Pero	entonces…
—Quizá	 tuviera	 alucinaciones	 —dijo	 Harry—.	 Pero	 a	 juzgar	 por	 lo	 que	 vi,	 se
parecía	a	él.	Tengo	fotos	suyas…	—Hermione	seguía	mirándolo	como	preocupada
por	su	salud	mental—.	Sé	que	parece	una	locura	—añadió	Harry	con	determinación.
Se	volvió	para	echar	un	vistazo	a	Buckbeak,	que	metía	el	pico	en	la	tierra,	buscando
lombrices.	Pero	no	miraba	realmente	al	hipogrifo.
Pensaba	en	su	padre	y	en	sus	tres	amigos	de	toda	la	vida.	Lunático,	Colagusano,
Canuto	y	Cornamenta…	¿No	habrían	estado	aquella	noche	los	cuatro	en	los	terrenos
del	 castillo?	 Colagusano	 había	 vuelto	 a	 aparecer	 aquella	 noche,	 cuando	 todo	 el
mundo	 pensaba	 que	 estaba	 muerto.	 ¿Era	 imposible	 que	 su	 padre	 hubiera	 hecho	 lo
mismo?	¿Había	visto	visiones	en	el	lago?	La	figura	había	estado	demasiado	lejos	para
distinguirla	bien,	y	sin	embargo,	antes	de	perder	el	sentido,	había	estado	seguro	de	lo
que	veía.
Las	 hojas	 de	 los	 árboles	 susurraban	 movidas	 por	 la	 brisa.	 La	 luna	 aparecía	 y
desaparecía	tras	las	nubes.	Hermione	se	sentó	de	cara	al	sauce,	esperando.
Y	entonces,	después	de	una	hora…
—¡Ya	 salen!	 —exclamó	 Hermione.	 Se	 pusieron	 en	 pie.	 Buckbeak	 levantó	 la
cabeza.	Vieron	a	Lupin,	Ron	y	Pettigrew	saliendo	con	dificultad	del	agujero	de	las
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raíces,	 seguidos	 de	 Snape,	 inconsciente,	 flotando.	 A	 continuación	 iban	 Harry,
Hermione	 y	 Black.	 Todos	 echaron	 a	 andar	 hacia	 el	 castillo.	 El	 corazón	 de	 Harry
comenzaba	a	latir	muy	fuerte.	Levantó	la	vista	al	cielo.	De	un	momento	a	otro	pasaría
la	nube	y	la	luna	quedaría	al	descubierto…
—Harry	—musitó	Hermione,	como	si	adivinara	lo	que	pensaba	él—,	tenemos	que
quedarnos	aquí.	No	nos	deben	ver.	No	podemos	hacer	nada.
—¿Y	vamos	a	consentir	que	Pettigrew	vuelva	a	escaparse?	—dijo	Harry	en	voz
baja.
—¿Y	cómo	esperas	encontrar	una	rata	en	la	oscuridad?	—le	atajó	Hermione—.
No	podemos	hacer	nada.	Si	hemos	regresado	es	sólo	para	ayudar	a	Sirius.	¡No	debes
hacer	nada	más!
—Está	bien.
La	 luna	 salió	 de	 detrás	 de	 la	 nube.	 Vieron	 las	 pequeñas	 siluetas	 detenerse	 en
medio	del	césped.	Luego	las	vieron	moverse.
—¡Mira	a	Lupin!	—susurró	Hermione—.	Se	está	transformando.
—¡Hermione!	—dijo	Harry	de	repente—.	¡Tenemos	que	hacer	algo!
—No	podemos.	Te	lo	estoy	diciendo	todo	el	tiempo.
—¡No	hablo	de	intervenir!	¡Es	que	Lupin	se	va	a	adentrar	en	el	bosque	y	vendrá
hacia	aquí!
Hermione	ahogó	un	grito.
—¡Rápido!	 —gimió,	 apresurándose	 a	 desatar	 a	 Buckbeak—.	 ¡Rápido!	 ¿Dónde
vamos?	¿Dónde	nos	ocultamos?	¡Los	dementores	llegarán	de	un	momento	a	otro!
—¡Volvamos	a	la	cabaña	de	Hagrid!	—dijo	Harry—.	Ahora	está	vacía.	¡Vamos!
Corrieron	 todo	 lo	 aprisa	 que	 pudieron.	 Buckbeak	 iba	 detrás	 de	 ellos	 a	 medio
galope.	Oyeron	aullar	al	hombre	lobo	a	sus	espaldas.
Vieron	la	cabaña.	Harry	derrapó	al	llegar	a	la	puerta.	La	abrió	de	un	tirón	y	dejó
pasar	a	Hermione	y	a	Buckbeak,	que	entraron	como	un	rayo.	Harry	entró	detrás	de
ellos	y	echó	el	cerrojo.	Fang,	el	perro	jabalinero,	ladró	muy	fuerte.
—¡Silencio,	 Fang,	 somos	 nosotros!	 —dijo	 Hermione,	 avanzando	 rápidamente
hacia	él	y	acariciándole	las	orejas	para	que	callara—.	¡Nos	hemos	salvado	por	poco!
—dijo	a	Harry.
—Sí…
Harry	miró	por	la	ventana.	Desde	allí	era	mucho	más	difícil	ver	lo	que	ocurría.
Buckbeak	 parecía	 muy	 contento	 de	 volver	 a	 casa	 de	 Hagrid.	 Se	 echó	 delante	 del
fuego,	plegó	las	alas	con	satisfacción	y	se	dispuso	a	echar	un	buen	sueñecito.
—Será	 mejor	 que	 salga	 —dijo	 Harry	 pensativo—.	 Desde	 aquí	 no	 veo	 lo	 que
ocurre.	 No	 sabremos	 cuándo	 llega	 el	 momento.	 —Hermione	 levantó	 los	 ojos	 para
mirarlo.	 Tenía	 expresión	 de	 recelo—.	 No	 voy	 a	 intervenir	 —añadió	 Harry	 de
inmediato—.	Pero	si	no	vemos	lo	que	ocurre,	¿cómo	sabremos	cuál	es	el	momento	de
rescatar	a	Sirius?
—Bueno,	de	acuerdo.	Aguardaré	aquí	con	Buckbeak…	Pero	ten	cuidado,	Harry.
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Ahí	fuera	hay	un	licántropo	y	multitud	de	dementores.
Harry	salió	y	bordeó	la	cabaña.	Oyó	gritos	distantes.	Aquello	quería	decir	que	los
dementores	se	acercaban	a	Sirius…	El	otro	Harry	y	la	otra	Hermione	irían	hacia	él	en
cualquier	momento…
Miró	hacia	el	lago,	con	el	corazón	redoblando	como	un	tambor.	Quienquiera	que
hubiese	enviado	al	patronus,	haría	aparición	enseguida.
Durante	una	fracción	de	segundo	se	quedó	ante	la	puerta	de	la	cabaña	de	Hagrid
sin	saber	qué	hacer.	«No	deben	verte.»	Pero	no	quería	que	lo	vieran,	quería	ver	él.
Tenía	que	enterarse…
Ya	estaban	allí	los	dementores.	Surgían	de	la	oscuridad,	llegaban	de	todas	partes.
Se	deslizaban	por	las	orillas	del	lago.	Se	alejaban	de	Harry	hacia	la	orilla	opuesta…
No	tendría	que	acercarse	a	ellos.
Echó	a	correr.	No	pensaba	más	que	en	su	padre…	Si	era	él,	si	era	él	realmente,
tenía	que	saberlo,	tenía	que	averiguarlo.
Cada	vez	estaba	más	cerca	del	lago,	pero	no	se	veía	a	nadie.	En	la	orilla	opuesta
veía	leves	destellos	de	plata:	eran	sus	propios	intentos	de	conseguir	un	patronus.
Había	un	arbusto	en	la	misma	orilla	del	agua.	Harry	se	agachó	detrás	de	él	y	miró
por	entre	las	hojas.	En	la	otra	orilla	los	destellos	de	plata	se	extinguieron	de	repente.
Sintió	emoción	y	terror:	faltaba	muy	poco.
—¡Vamos!	—murmuró,	mirando	a	su	alrededor—.	¿Dónde	estás?	Vamos,	papá.
Pero	 nadie	 acudió.	 Harry	 levantó	 la	 cabeza	 para	 mirar	 el	 círculo	 de	 los
dementores	del	otro	lado	del	lago.	Uno	de	ellos	se	bajaba	la	capucha.	Era	el	momento
de	que	apareciera	el	salvador.	Pero	no	veía	a	nadie.
Y	entonces	lo	comprendió.	No	había	visto	a	su	padre,	se	había	visto	a	sí	mismo.
Harry	salió	de	detrás	del	arbusto	y	sacó	la	varita.
—¡EXPECTO	PATRONUM!	—exclamó.
Y	de	la	punta	de	su	varita	surgió,	no	una	nube	informe,	sino	un	animal	plateado,
deslumbrante	 y	 cegador.	 Frunció	 el	 entrecejo	 tratando	 de	 distinguir	 lo	 que	 era.
Parecía	un	caballo.	Galopaba	en	silencio,	alejándose	de	él	por	la	superficie	negra	del
lago.	 Lo	 vio	 bajar	 la	 cabeza	 y	 cargar	 contra	 los	 dementores…	 En	 ese	 momento
galopaba	 en	 torno	 a	 las	 formas	 negras	 que	 estaban	 tendidas	 en	 el	 suelo,	 y	 los
dementores	retrocedían,	se	dispersaban	y	huían	en	la	oscuridad.	Y	se	fueron.
El	 patronus	 dio	 media	 vuelta.	 Volvía	 hacia	 Harry	 a	 medio	 galope,	 cruzando	 la
calma	superficie	del	agua.	No	era	un	caballo.	Tampoco	un	unicornio.	Era	un	ciervo.
Brillaba	tanto	como	la	luna…	Regresaba	hacia	él.
Se	detuvo	en	la	orilla.	Sus	pezuñas	no	dejaban	huellas	en	la	orilla.	Miraba	a	Harry
con	 sus	 ojos	 grandes	 y	 plateados.	 Lentamente	 reclinó	 la	 cornamenta.	 Y	 Harry
comprendió:
—Cornamenta	—susurró.
Pero	se	desvaneció	cuando	alargó	hacia	él	las	temblorosas	yemas	de	sus	dedos.
Harry	se	quedó	así,	con	la	mano	extendida.	Luego,	con	un	vuelco	del	corazón,
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oyó	tras	él	un	ruido	de	cascos.	Se	dio	la	vuelta	y	vio	a	Hermione,	que	se	acercaba	a
toda	prisa,	tirando	de	Buckbeak.
—¿Qué	has	hecho?	—dijo	enfadada—.	Dijiste	que	no	intervendrías.
—Sólo	he	salvado	nuestra	vida…	Ven	aquí,	detrás	de	este	arbusto:	te	lo	explicaré.
Hermione	escuchó	con	la	boca	abierta	el	relato	de	lo	ocurrido.
—¿Te	ha	visto	alguien?
—Sí.	¿No	me	has	oído?	¡Me	vi	a	mí	mismo,	pero	creí	que	era	mi	padre!
—No	puedo	creerlo…	¡Hiciste	aparecer	un	patronus	capaz	de	ahuyentar	a	todos
los	dementores!	¡Eso	es	magia	avanzadísima!
—Sabía	que	lo	podía	hacer	—dijo	Harry—,	porque	ya	lo	había	hecho…	¿No	es
absurdo?
—No	lo	sé…	¡Harry,	mira	a	Snape!
Observaron	la	otra	orilla	desde	ambos	lados	del	arbusto.	Snape	había	recuperado
el	conocimiento.	Estaba	haciendo	aparecer	por	arte	de	magia	unas	camillas	y	subía	a
ellas	los	cuerpos	inconscientes	de	Harry,	Hermione	y	Black.	Una	cuarta	camilla,	que
sin	duda	llevaba	a	Ron,	flotaba	ya	a	su	lado.	Luego,	apuntándolos	con	la	varita,	los
llevó	hacia	el	castillo.
—Bueno,	ya	es	casi	el	momento	—dijo	Hermione,	nerviosa,	mirando	el	reloj—.
Disponemos	de	unos	45	minutos	antes	de	que	Dumbledore	cierre	con	llave	la	puerta
de	la	enfermería.	Tenemos	que	rescatar	a	Sirius	y	volver	a	la	enfermería	antes	de	que
nadie	note	nuestra	ausencia.
Aguardaron.	 Veían	 reflejarse	 en	 el	 lago	 el	 movimiento	 de	 las	 nubes.	 La	 brisa
susurraba	entre	las	hojas	del	arbusto	que	tenían	al	lado.	Aburrido,	Buckbeak	había
vuelto	a	buscar	lombrices	en	la	tierra.
—¿Crees	 que	 ya	 estará	 allí	 arriba?	 —preguntó	 Harry,	 consultando	 la	 hora.
Levantó	la	mirada	hacia	el	castillo	y	empezó	a	contar	las	ventanas	de	la	derecha	de	la
torre	oeste.
—¡Mira!	—susurró	Hermione—.	¿Quién	es?	¡Alguien	vuelve	a	salir	del	castillo!
Harry	miró	en	la	oscuridad.	El	hombre	se	apresuraba	por	los	terrenos	del	colegio
hacia	una	de	las	entradas.	Algo	brillaba	en	su	cinturón.
—¡Macnair!	—dijo	Harry—.	¡El	verdugo!	¡Va	a	buscar	a	los	dementores!
Hermione	puso	las	manos	en	el	lomo	de	Buckbeak	y	Harry	la	ayudó	a	montar.
Luego	apoyó	el	pie	en	una	rama	baja	del	arbusto	y	montó	delante	de	ella.	Pasó	la
cuerda	por	el	cuello	de	Buckbeak	y	la	ató	también	al	otro	lado,	como	unas	riendas.
—¿Preparada?	—susurró	a	Hermione—.	Será	mejor	que	te	sujetes	a	mí.
Espoleó	a	Buckbeak	con	los	talones.
Buckbeak	emprendió	el	vuelo	hacia	el	oscuro	cielo.	Harry	le	presionó	los	costados
con	las	rodillas	y	notó	que	levantaba	las	alas.	Hermione	se	sujetaba	con	fuerza	a	la
cintura	de	Harry,	que	la	oía	murmurar:
—Ay,	ay,	qué	poco	me	gusta	esto,	ay,	ay,	qué	poco	me	gusta.
Planeaban	silenciosamente	hacia	los	pisos	más	altos	del	castillo.	Harry	tiró	de	la
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rienda	 de	 la	 izquierda	 y	 Buckbeak	 viró.	 Harry	 trataba	 de	 contar	 las	 ventanas	 que
pasaban	como	relámpagos.
—¡Sooo!	—dijo,	tirando	de	las	riendas	todo	lo	que	pudo.
Buckbeak	redujo	la	velocidad	y	se	detuvieron.	Pasando	por	alto	el	hecho	de	que
subían	y	bajaban	casi	un	metro	cada	vez	que	Buckbeak	batía	las	alas,	podía	decirse
que	estaban	inmóviles.
—¡Ahí	 está!	 —dijo	 Harry,	 localizando	 a	 Sirius	 mientras	 ascendían	 junto	 a	 la
ventana.	Sacó	la	mano	y	en	el	momento	en	que	Buckbeak	bajaba	las	alas,	golpeó	en	el
cristal.
Black	levantó	la	mirada.	Harry	vio	que	se	quedaba	boquiabierto.	Saltó	de	la	silla,
fue	aprisa	hacia	la	ventana	y	trató	de	abrirla,	pero	estaba	cerrada	con	llave.
—¡Échate	hacia	atrás!	—le	gritó	Hermione,	y	sacó	su	varita,	sin	dejar	de	sujetarse
con	la	mano	izquierda	a	la	túnica	de	Harry.
—¡Alohomora!
La	ventana	se	abrió	de	golpe.
—¿Cómo…	cómo…?	—preguntó	Black	casi	sin	voz,	mirando	al	hipogrifo.
—Monta,	 no	 hay	 mucho	 tiempo	 —dijo	 Harry,	 abrazándose	 al	 cuello	 liso	 y
brillante	 de	 Buckbeak,	 para	 impedir	 que	 se	 moviera—.	 Tienes	 que	 huir,	 los
dementores	están	a	punto	de	llegar.	Macnair	ha	ido	a	buscarlos.
Black	se	sujetó	al	marco	de	la	ventana	y	asomó	la	cabeza	y	los	hombros.	Fue	una
suerte	que	estuviera	tan	delgado.	En	unos	segundos	pasó	una	pierna	por	el	lomo	de
Buckbeak	y	montó	detrás	de	Hermione.
—¡Arriba,	Buckbeak!	—dijo	Harry,	sacudiendo	las	riendas—.	Arriba,	a	la	torre.
¡Vamos!
El	hipogrifo	batió	las	alas	y	volvió	a	emprender	el	vuelo.	Navegaron	a	la	altura
del	techo	de	la	torre	oeste.	Buckbeak	aterrizó	tras	las	almenas	con	mucho	alboroto,	y
Harry	y	Hermione	se	bajaron	inmediatamente.
—Será	mejor	que	escapes	rápido,	Sirius	—dijo	Harry	jadeando—.	No	tardarán	en
llegar	al	despacho	de	Flitwick.	Descubrirán	tu	huida.
Buckbeak	dio	una	coz	en	el	suelo,	sacudiendo	la	afilada	cabeza.
—¿Qué	le	ocurrió	al	otro	chico?	A	Ron	—preguntó	Sirius.
—Se	pondrá	bien.	Está	todavía	inconsciente,	pero	la	señora	Pomfrey	dice	que	se
curará.	¡Rápido,	vete!
Pero	Black	seguía	mirando	a	Harry.
—¿Cómo	te	lo	puedo	agradecer?
—¡VETE!	—gritaron	a	un	tiempo	Harry	y	Hermione.
Black	dio	la	vuelta	a	Buckbeak,	orientándolo	hacia	el	cielo	abierto.
—¡Nos	 volveremos	 a	 ver!	 —dijo—.	 ¡Verdaderamente,	 Harry,	 te	 pareces	 a	 tu
padre!
Presionó	los	flancos	de	Buckbeak	con	los	talones.	Harry	y	Hermione	se	echaron
atrás	cuando	las	enormes	alas	volvieron	a	batir.	El	hipogrifo	emprendió	el	vuelo…
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Animal	 y	 jinete	 empequeñecieron	 conforme	 Harry	 los	 miraba…	 Luego,	 una	 nube
pasó	ante	la	luna…	y	se	perdieron	de	vista.
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—¡H
CAPÍTULO	22
Más	lechuzas	mensajeras
ARRY!	—Hermione	le	tiraba	de	la	manga,	mirando	el	reloj—.	Tenemos	diez
minutos	 para	 regresar	 a	 la	 enfermería	 sin	 ser	 vistos.	 Antes	 de	 que
Dumbledore	cierre	la	puerta	con	llave.
—De	acuerdo	—dijo	Harry,	apartando	los	ojos	del	cielo—,	¡vamos!
Entraron	 por	 la	 puerta	 que	 tenían	 detrás	 y	 bajaron	 una	 estrecha	 escalera	 de
caracol.	Al	llegar	abajo	oyeron	voces.	Se	arrimaron	a	la	pared	y	escucharon.	Parecían
Fudge	 y	 Snape.	 Caminaban	 aprisa	 por	 el	 corredor	 que	 comenzaba	 al	 pie	 de	 la
escalera.
—…	Sólo	espero	que	Dumbledore	no	ponga	impedimentos	—decía	Snape—.	¿Le
darán	el	Beso	inmediatamente?
—En	cuanto	llegue	Macnair	con	los	dementores.	Todo	este	asunto	de	Black	ha
resultado	muy	desagradable.	No	tiene	ni	idea	de	las	ganas	que	tengo	de	decir	a	El
Profeta	que	por	fin	lo	hemos	atrapado.	Supongo	que	querrán	entrevistarle,	Snape…	Y
en	cuanto	el	joven	Harry	vuelva	a	estar	en	sus	cabales,	también	querrá	contarle	al
periódico	cómo	usted	lo	salvó.
Harry	apretó	los	dientes.	Entrevió	la	sonrisa	hipócrita	de	Snape	cuando	él	y	Fudge
pasaron	 ante	 el	 lugar	 en	 que	 estaban	 escondidos.	 Sus	 pasos	 se	 perdieron.	 Harry	 y
Hermione	aguardaron	unos	instantes	para	asegurarse	de	que	estaban	lejos	y	echaron	a
correr	en	dirección	opuesta.	Bajaron	una	escalera,	luego	otra,	continuaron	por	otro
corredor	y	oyeron	una	carcajada	delante	de	ellos.
—¡Peeves!	 —susurró	 Harry,	 asiendo	 a	 Hermione	 por	 la	 muñeca—.	 ¡Entremos
aquí!
Corrieron	 a	 toda	 velocidad	 y	 entraron	 en	 un	 aula	 vacía	 que	 encontraron	 a	 la
izquierda.	Peeves	iba	por	el	pasillo	dando	saltos	de	contento,	riéndose	a	mandíbula
batiente.
—¡Es	 horrible!	 —susurró	 Hermione,	 con	 el	 oído	 pegado	 a	 la	 puerta—.	 Estoy
segura	 de	 que	 se	 ha	 puesto	 así	 de	 alegre	 porque	 los	 dementores	 van	 a	 ejecutar	 a
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Sirius…	—Miró	el	reloj—.	Tres	minutos,	Harry.
Aguardaron	a	que	la	risa	malvada	de	Peeves	se	perdiera	en	la	distancia.	Entonces
salieron	del	aula	y	volvieron	a	correr.
—Hermione,	¿qué	ocurrirá	si	no	regresamos	antes	de	que	Dumbledore	cierre	la
puerta?	—jadeó	Harry.
—No	 quiero	 ni	 pensarlo	 —dijo	 Hermione,	 volviendo	 a	 mirar	 el	 reloj—.	 ¡Un
minuto!	—Llegaron	al	pasillo	en	que	se	hallaba	la	enfermería—.	Bueno,	ya	se	oye	a
Dumbledore	—dijo	nerviosa	Hermione—.	¡Vamos,	Harry!
Siguieron	por	el	corredor	cautelosamente.	La	puerta	se	abrió.	Vieron	la	espalda	de
Dumbledore.
—Os	 voy	 a	 encerrar	 —le	 oyeron	 decir—.	 Son	 las	 doce	 menos	 cinco.	 Señorita
Granger,	tres	vueltas	deberían	bastar.	Buena	suerte.
Dumbledore	salió	de	espaldas	de	la	enfermería,	cerró	la	puerta	y	sacó	la	varita
para	 cerrarla	 mágicamente.	 Asustados,	 Harry	 y	 Hermione	 se	 apresuraron.
Dumbledore	alzó	la	vista	y	una	sonrisa	apareció	bajo	el	bigote	largo	y	plateado.
—¿Bien?	—preguntó	en	voz	baja.
—¡Lo	 hemos	 logrado!	 —dijo	 Harry	 jadeante—.	 Sirius	 se	 ha	 ido	 montado	 en
Buckbeak…
Dumbledore	les	dirigió	una	amplia	sonrisa.
—Bien	 hecho.	 Creo…	 —Escuchó	 atentamente	 por	 si	 se	 oía	 algo	 dentro	 de	 la
enfermería—.	Sí,	creo	que	ya	no	estáis	ahí	dentro.	Entrad.	Os	cerraré.
Entraron	en	la	enfermería.	Estaba	vacía,	salvo	por	lo	que	se	refería	a	Ron,	que
permanecía	 en	 la	 cama.	 Después	 de	 oír	 la	 cerradura,	 se	 metieron	 en	 sus	 camas.
Hermione	volvió	a	esconder	el	giratiempo	debajo	de	la	túnica.	Un	instante	después,	la
señora	Pomfrey	volvió	de	su	oficina	con	paso	enérgico.
—¿Ya	se	ha	ido	el	director?	¿Se	me	permitirá	ahora	ocuparme	de	mis	pacientes?
Estaba	de	muy	mal	humor.	Harry	y	Hermione	pensaron	que	era	mejor	aceptar	el
chocolate	en	silencio.	La	señora	Pomfrey	se	quedó	allí	delante	para	asegurarse	de	que
se	lo	comían.	Pero	Harry	apenas	se	lo	podía	tragar.	Hermione	y	él	aguzaban	el	oído,
con	los	nervios	alterados.	Y	entonces,	mientras	tomaban	el	cuarto	trozo	del	chocolate
de	la	señora	Pomfrey,	oyeron	un	rugido	furioso,	procedente	de	algún	distante	lugar
por	encima	de	la	enfermería.
—¿Qué	ha	sido	eso?	—dijo	alarmada	la	señora	Pomfrey.
Oyeron	voces	de	enfado,	cada	vez	más	fuertes.	La	señora	Pomfrey	no	perdía	de
vista	la	puerta.
—¡Hay	que	ver!	¡Despertarán	a	todo	el	mundo!	¿Qué	creen	que	hacen?
Harry	intentaba	oír	lo	que	decían.	Se	aproximaban.
—Debe	de	haber	desaparecido,	Severus.	Tendríamos	que	haber	dejado	a	alguien
con	él	en	el	despacho.	Cuando	esto	se	sepa…
—¡NO	 HA	 DESAPARECIDO!	—bramó	Snape,	muy	cerca	de	ellos—.	¡UNO	 NO	 PUEDE
APARECER	NI	DESAPARECER	EN	ESTE	CASTILLO!	¡POTTER	TIENE	ALGO	QUE	VER	CON	ESTO!
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—Sé	razonable,	Severus.	Harry	está	encerrado.
¡PLAM!
La	 puerta	 de	 la	 enfermería	 se	 abrió	 de	 golpe.	 Fudge,	 Snape	 y	 Dumbledore
entraron	en	la	sala	con	paso	enérgico.	Sólo	Dumbledore	parecía	tranquilo,	incluso
contento.	Fudge	estaba	enfadado,	pero	Snape	se	hallaba	fuera	de	sí.
—¡CONFIESA,	POTTER!	—vociferó—.	¿QUÉ	ES	LO	QUE	HAS	HECHO?
—¡Profesor	Snape!	—chilló	la	señora	Pomfrey—,	¡contrólese!
—Por	favor,	Snape,	sé	razonable	—dijo	Fudge—.	Esta	puerta	estaba	cerrada	con
llave.	Acabamos	de	comprobarlo.
—¡LE	 AYUDARON	 A	 ESCAPAR,	 LO	 SÉ!	 —gritó	 Snape,	 señalando	 a	 Harry	 y	 a
Hermione.	Tenía	la	cara	contorsionada.	Escupía	saliva.
—¡Tranquilícese,	hombre!	—gritó	Fudge—.	¡Está	diciendo	tonterías!
—¡NO	CONOCE	A	POTTER!	—gritó	Snape—.	¡LO	HIZO	ÉL,	SÉ	QUE	LO	HIZO	ÉL!
—Ya	vale,	Severus	—dijo	Dumbledore	con	voz	tranquila—.	Piensa	lo	que	dices.
Esta	puerta	ha	permanecido	cerrada	con	llave	desde	que	abandoné	la	enfermería,	hace
diez	minutos.	Señora	Pomfrey,	¿han	abandonado	estos	alumnos	sus	camas?
—¡Por	supuesto	que	no!	—dijo	ofendida	la	señora	Pomfrey—.	¡He	estado	con
ellos	desde	que	usted	salió!
—Ahí	 lo	 tienes,	 Severus	 —dijo	 Dumbledore	 con	 tranquilidad—.	 A	 menos	 que
crea	 que	 Harry	 y	 Hermione	 son	 capaces	 de	 encontrarse	 en	 dos	 lugares	 al	 mismo
tiempo,	me	temo	que	no	encuentro	motivo	para	seguir	molestándolos.
Snape	 se	 quedó	 allí,	 enfadado,	 apartando	 la	 vista	 de	 Fudge,	 que	 parecía
totalmente	sorprendido	por	su	comportamiento,	y	dirigiéndola	a	Dumbledore,	cuyos
ojos	brillaban	tras	las	gafas.	Snape	dio	media	vuelta	(la	tela	de	su	túnica	produjo	un
frufrú)	y	salió	de	la	sala	de	la	enfermería	como	un	vendaval.
—Su	colega	parece	perturbado	—dijo	Fudge,	siguiéndolo	con	la	vista—.	Yo	en	su
lugar,	Dumbledore,	tendría	cuidado	con	él.
—No	es	nada	serio	—dijo	Dumbledore	con	calma—,	sólo	que	acaba	de	sufrir	una
gran	decepción.
—¡No	es	el	único!	—repuso	Fudge	resoplando—.	¡El	Profeta	va	a	encontrarlo
muy	divertido!	¡Ya	lo	teníamos	arrinconado	y	se	nos	ha	escapado	entre	los	dedos!
Sólo	faltaría	que	se	enterasen	también	de	la	huida	del	hipogrifo,	y	seré	el	hazmerreír.
Bueno,	tendré	que	irme	y	dar	cuenta	de	todo	al	Ministerio…
—¿Y	 los	 dementores?	 —le	 preguntó	 Dumbledore—.	 Espero	 que	 se	 vayan	 del
colegio.
—Sí,	tendrán	que	irse	—dijo	Fudge,	pasándose	una	mano	por	el	cabello—.	Nunca
creí	que	intentaran	darle	el	Beso	a	un	niño	inocente…,	estaban	totalmente	fuera	de
control.	 Esta	 noche	 volverán	 a	 Azkaban.	 Tal	 vez	 deberíamos	 pensar	 en	 poner
dragones	en	las	entradas	del	colegio…
—Eso	 le	 encantaría	 a	 Hagrid	 —dijo	 Dumbledore,	 dirigiendo	 a	 Harry	 y	 a
Hermione	 una	 rápida	 sonrisa.	 Cuando	 él	 y	 Fudge	 dejaron	 la	 enfermería,	 la	 señora
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Pomfrey	 corrió	 hacia	 la	 puerta	 y	 la	 volvió	 a	 cerrar	 con	 llave.	 Murmurando	 entre
dientes,	enfadada,	volvió	a	su	despacho.
Se	oyó	un	leve	gemido	al	otro	lado	de	la	enfermería.	Ron	se	acababa	de	despertar.
Lo	vieron	sentarse,	rascarse	la	cabeza	y	mirar	a	su	alrededor.
—¿Qué	 ha	 pasado?	 —preguntó—.	 ¿Harry?	 ¿Qué	 hacemos	 aquí?	 ¿Dónde	 está
Sirius?	¿Dónde	está	Lupin?	¿Qué	ocurre?
Harry	y	Hermione	se	miraron.
—Explícaselo	tú	—dijo	Harry,	cogiendo	un	poco	más	de	chocolate.
Cuando	Harry,	Ron	y	Hermione	dejaron	la	enfermería	al	día	siguiente	a	mediodía,
encontraron	el	castillo	casi	desierto.	El	calor	abrasador	y	el	final	de	los	exámenes
invitaban	a	todo	el	mundo	a	aprovechar	al	máximo	la	última	visita	a	Hogsmeade.	Sin
embargo,	ni	a	Ron	ni	a	Hermione	les	apetecía	ir,	así	que	pasearon	con	Harry	por	los
terrenos	del	colegio,	sin	parar	de	hablar	de	los	extraordinarios	acontecimientos	de	la
noche	anterior	y	preguntándose	dónde	estarían	en	aquel	momento	Sirius	y	Buckbeak.
Cuando	se	sentaron	cerca	del	lago,	viendo	cómo	sacaba	los	tentáculos	del	agua	el
calamar	 gigante,	 Harry	 perdió	 el	 hilo	 de	 la	 conversación	 mirando	 hacia	 la	 orilla
opuesta.	La	noche	anterior,	el	ciervo	había	galopado	hacia	él	desde	allí.
Una	sombra	los	cubrió.	Al	levantar	la	vista	vieron	a	Hagrid,	medio	dormido,	que
se	secaba	la	cara	sudorosa	con	uno	de	sus	enormes	pañuelos	y	les	sonreía.
—Ya	sé	que	no	debería	alegrarme	después	de	lo	sucedido	la	pasada	noche	—dijo
—.	 Me	 refiero	 a	 que	 Black	 se	 volviera	 a	 escapar	 y	 todo	 eso…	 Pero	 ¿a	 que	 no
adivináis…?
—¿Qué?	—dijeron,	fingiendo	curiosidad.
—Buckbeak.	¡Se	escapó!	¡Está	libre!	¡Lo	estuve	celebrando	toda	la	noche!
—¡Eso	 es	 estupendo!	 —dijo	 Hermione,	 dirigiéndole	 una	 mirada	 severa	 a	 Ron,
que	parecía	a	punto	de	reírse.
—Sí,	no	lo	atamos	bien	—explicó	Hagrid,	contemplando	el	campo	satisfecho—.
Esta	mañana	estaba	preocupado,	pensé	que	podía	tropezarse	por	ahí	con	el	profesor
Lupin.	Pero	Lupin	dice	que	anoche	no	comió	nada.
—¿Cómo?	—preguntó	Harry.
—Caramba,	¿no	lo	has	oído?	—le	preguntó	Hagrid,	borrando	la	sonrisa.	Bajó	la
voz,	aunque	no	había	nadie	cerca—.	Snape	se	lo	ha	revelado	esta	mañana	a	todos	los
de	Slytherin.	Creía	que	a	estas	alturas	ya	lo	sabría	todo	el	mundo:	el	profesor	Lupin
es	un	hombre	lobo.	Y	la	noche	pasada	anduvo	suelto	por	los	terrenos	del	colegio.	En
estos	momentos	está	haciendo	las	maletas,	por	supuesto.
—¿Que	está	haciendo	las	maletas?	—preguntó	Harry	alarmado—.	¿Por	qué?
—Porque	se	marcha	—dijo	Hagrid,	sorprendido	de	que	Harry	lo	preguntara—.	Lo
primero	 que	 hizo	 esta	 mañana	 fue	 presentar	 la	 dimisión.	 Dice	 que	 no	 puede
arriesgarse	a	que	vuelva	a	suceder.
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Harry	se	levantó	de	un	salto.
—Voy	a	verlo	—dijo	a	Ron	y	a	Hermione.
—Pero	si	ha	dimitido…
—No	creo	que	podamos	hacer	nada.
—No	 importa.	 De	 todas	 maneras,	 quiero	 verlo.	 Nos	 veremos	 aquí	 mismo	 más
tarde.
La	puerta	del	despacho	de	Lupin	estaba	abierta.	Ya	había	empaquetado	la	mayor	parte
de	sus	cosas.	Junto	al	depósito	vacío	del	grindylow,	la	maleta	vieja	y	desvencijada	se
hallaba	abierta	y	casi	llena.	Lupin	se	inclinaba	sobre	algo	que	había	en	la	mesa	y	sólo
levantó	la	vista	cuando	Harry	llamó	a	la	puerta.
—Te	he	visto	venir	—dijo	Lupin	sonriendo.	Señaló	el	pergamino	sobre	el	que
estaba	inclinado.	Era	el	mapa	del	merodeador.
—Acabo	 de	 estar	 con	 Hagrid	 —dijo	 Harry—.	 Me	 ha	 dicho	 que	 ha	 presentado
usted	la	dimisión.	No	es	cierto,	¿verdad?
—Me	temo	que	sí	—contestó	Lupin.	Comenzó	a	abrir	los	cajones	de	la	mesa	y	a
vaciar	el	contenido.
—¿Por	 qué?	 —preguntó	 Harry—.	 El	 Ministerio	 de	 Magia	 no	 lo	 creerá
confabulado	con	Sirius,	¿verdad?
Lupin	fue	hacia	la	puerta	y	la	cerró.
—No.	El	profesor	Dumbledore	se	las	ha	arreglado	para	convencer	a	Fudge	de	que
intenté	salvaros	la	vida	—suspiró—.	Ha	sido	el	colmo	para	Severus.	Creo	que	ha	sido
muy	duro	para	él	perder	la	Orden	de	Merlín.	Así	que	él…	por	casualidad…	reveló
esta	mañana	en	el	desayuno	que	soy	un	licántropo.
—¿Y	se	va	sólo	por	eso?	—preguntó	Harry.
Lupin	sonrió	con	ironía.
—Mañana	a	esta	hora	empezarán	a	llegar	las	lechuzas	enviadas	por	los	padres.
No	consentirán	que	un	hombre	lobo	dé	clase	a	sus	hijos,	Harry.	Y	después	de	lo	de	la
última	noche,	creo	que	tienen	razón.	Pude	haber	mordido	a	cualquiera	de	vosotros…
No	debe	repetirse.
—¡Es	usted	el	mejor	profesor	de	Defensa	Contra	las	Artes	Oscuras	que	hemos
tenido	nunca!	—dijo	Harry—.	¡No	se	vaya!
Lupin	negó	con	la	cabeza,	pero	no	dijo	nada.	Siguió	vaciando	los	cajones.	Luego,
mientras	Harry	buscaba	un	argumento	para	convencerlo,	Lupin	añadió:
—Por	lo	que	el	director	me	ha	contado	esta	mañana,	la	noche	pasada	salvaste
muchas	 vidas,	 Harry.	 Si	 estoy	 orgulloso	 de	 algo	 es	 de	 todo	 lo	 que	 has	 aprendido.
Háblame	de	tu	patronus.
—¿Cómo	lo	sabe?	—preguntó	Harry	anonadado.
—¿Qué	otra	cosa	podía	haber	puesto	en	fuga	a	los	dementores?
Harry	contó	a	Lupin	lo	que	había	ocurrido.	Al	terminar,	Lupin	volvía	a	sonreír:
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—Sí,	tu	padre	se	transformaba	siempre	en	ciervo	—confirmó—.	Lo	adivinaste.
Por	eso	lo	llamábamos	Cornamenta.	—Lupin	puso	los	últimos	libros	en	la	maleta,
cerró	los	cajones	y	se	volvió	para	mirar	a	Harry—.	Toma,	la	traje	la	otra	noche	de	la
Casa	de	los	Gritos	—dijo,	entregándole	a	Harry	la	capa	invisible—:	Y…	—titubeó	y
a	 continuación	 le	 entregó	 también	 el	 mapa	 del	 merodeador—.	 Ya	 no	 soy	 profesor
tuyo,	así	que	no	me	siento	culpable	por	devolverte	esto.	A	mí	ya	no	me	sirve.	Y	me
atrevo	a	creer	que	tú,	Ron	y	Hermione	le	encontraréis	utilidad.
Harry	cogió	el	mapa	y	sonrió.
—Usted	 me	 dijo	 que	 Lunático,	 Colagusano,	 Canuto	 y	 Cornamenta	 me	 habrían
tentado	para	que	saliera	del	colegio…,	que	lo	habrían	encontrado	divertido.
—Sí,	lo	habríamos	hecho	—confirmó	Lupin,	cerrando	la	maleta—.	No	dudo	que
a	James	le	habría	decepcionado	que	su	hijo	no	hubiera	encontrado	ninguno	de	los
pasadizos	secretos	para	salir	del	castillo.
Alguien	llamó	a	la	puerta.	Harry	se	guardó	rápidamente	en	el	bolsillo	el	mapa	del
merodeador	y	la	capa	invisible.
Era	el	profesor	Dumbledore.	No	se	sorprendió	al	ver	a	Harry.
—Tu	coche	está	en	la	puerta,	Remus	—anunció.
—Gracias,	director.
Lupin	cogió	su	vieja	maleta	y	el	depósito	vacío	del	grindylow.
—Bien.	 Adiós,	 Harry	 —dijo	 sonriendo—.	 Ha	 sido	 un	 verdadero	 placer	 ser
profesor	tuyo.	Estoy	seguro	de	que	nos	volveremos	a	encontrar	en	otra	ocasión.	Señor
director,	no	hay	necesidad	de	que	me	acompañe	hasta	la	puerta.	Puedo	ir	solo.
Harry	 tuvo	 la	 impresión	 de	 que	 Lupin	 quería	 marcharse	 lo	 más	 rápidamente
posible.
—Adiós	 entonces,	 Remus	 —dijo	 Dumbledore	 escuetamente.	 Lupin	 apartó
ligeramente	el	depósito	del	grindylow	para	estrecharle	la	mano	a	Dumbledore.	Luego,
con	un	último	movimiento	de	cabeza	dirigido	a	Harry	y	una	rápida	sonrisa,	salió	del
despacho.
Harry	se	sentó	en	su	silla	vacía,	mirando	al	suelo	con	tristeza.	Oyó	cerrarse	la
puerta	y	levantó	la	vista.	Dumbledore	seguía	allí.
—¿Por	 qué	 estás	 tan	 triste,	 Harry?	 —le	 preguntó	 en	 voz	 baja—.	 Tendrías	 que
sentirte	muy	orgulloso	de	ti	mismo	después	de	lo	ocurrido	anoche.
—No	sirvió	de	nada	—repuso	Harry	con	amargura—.	Pettigrew	se	escapó.
—¿Que	no	sirvió	de	nada?	—dijo	Dumbledore	en	voz	baja—.	Sirvió	de	mucho,
Harry.	Ayudaste	a	descubrir	la	verdad.	Salvaste	a	un	hombre	inocente	de	un	destino
terrible.
«Terrible.»	 Harry	 recordó	 algo.	 «Más	 grande	 y	 más	 terrible	 que	 nunca.»	 ¡La
predicción	de	la	profesora	Trelawney!
—Profesor	 Dumbledore:	 ayer,	 en	 mi	 examen	 de	 Adivinación,	 la	 profesora
Trelawney	se	puso	muy	rara.
—¿De	 verdad?	 —preguntó	 Dumbledore—.	 ¿Quieres	 decir	 más	 rara	 de	 lo
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habitual?
—Sí…	Habló	con	una	voz	profunda,	poniendo	los	ojos	en	blanco.	Y	dijo	que	el
vasallo	de	Voldemort	partiría	para	reunirse	con	su	amo	antes	de	la	medianoche.	Dijo
que	el	vasallo	lo	ayudaría	a	recuperar	el	poder.	—Harry	miró	a	Dumbledore—.	Y
luego	volvió	a	la	normalidad	y	no	recordaba	nada	de	lo	que	había	dicho.	¿Sería	una
auténtica	profecía?
Dumbledore	parecía	impresionado.
—Pienso	que	podría	serlo	—dijo	pensativo—.	¿Quién	lo	habría	pensado?	Esto
eleva	a	dos	el	total	de	sus	profecías	auténticas.	Tendría	que	subirle	el	sueldo…
—Pero…	—Harry	lo	miró	aterrorizado:	¿cómo	podía	tomárselo	Dumbledore	con
tanta	calma?—,	¡pero	yo	impedí	que	Sirius	y	Lupin	mataran	a	Pettigrew!	Esto	me
convierte	en	culpable	de	un	posible	regreso	de	Voldemort.
—En	absoluto	—respondió	Dumbledore	tranquilamente—.	¿No	te	ha	enseñado
nada	tu	experiencia	con	el	giratiempo,	Harry?	Las	consecuencias	de	nuestras	acciones
son	siempre	tan	complicadas,	tan	diversas,	que	predecir	el	futuro	es	realmente	muy
difícil.	La	profesora	Trelawney,	Dios	la	bendiga,	es	una	prueba	de	ello.	Hiciste	algo
muy	noble	al	salvarle	la	vida	a	Pettigrew.
—¡Pero	si	ayuda	a	Voldemort	a	recuperar	su	poder…!
—Pettigrew	te	debe	la	vida.	Has	enviado	a	Voldemort	un	lugarteniente	que	está
en	deuda	contigo.	Cuando	un	mago	le	salva	la	vida	a	otro,	se	crea	un	vínculo	entre
ellos.	 Y	 si	 no	 me	 equivoco,	 no	 creo	 que	 Voldemort	 quiera	 que	 su	 vasallo	 esté	 en
deuda	con	Harry	Potter.
—No	quiero	tener	ningún	vínculo	con	Pettigrew	—dijo	Harry—.	Traicionó	a	mis
padres.
—Esto	es	lo	más	profundo	e	insondable	de	la	magia,	Harry.	Pero	confía	en	mí.
Llegará	el	momento	en	que	te	alegres	de	haberle	salvado	la	vida	a	Pettigrew.
Harry	no	podía	imaginar	cuándo	sería.	Dumbledore	parecía	saber	lo	que	pensaba
Harry.
—Traté	 mucho	 a	 tu	 padre,	 Harry,	 tanto	 en	 Hogwarts	 como	 más	 tarde	 —dijo
dulcemente—.	Él	también	habría	salvado	a	Pettigrew,	estoy	seguro.
Harry	lo	miró.	Dumbledore	no	se	reiría.	Se	lo	podía	decir.
—Anoche…	pensé	que	era	mi	padre	el	que	había	hecho	aparecer	mi	patronus.
Quiero	decir…	cuando	me	vi	a	mí	mismo	al	otro	lado	del	lago,	pensé	que	lo	veía	a	él.
—Un	error	fácil	de	cometer	—dijo	Dumbledore—.	Supongo	que	estarás	harto	de
oírlo,	pero	te	pareces	extraordinariamente	a	James.	Menos	en	los	ojos:	tienes	los	de	tu
madre.
Harry	sacudió	la	cabeza.
—Fue	una	idiotez	pensar	que	era	él	—murmuró—.	Quiero	decir…	ya	sé	que	está
muerto.
—¿Piensas	que	los	muertos	a	los	que	hemos	querido	nos	abandonan	del	todo?
¿No	crees	que	los	recordamos	especialmente	en	los	mayores	apuros?	Tu	padre	vive
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en	ti,	Harry,	y	se	manifiesta	más	claramente	cuando	lo	necesitas.	¿De	qué	otra	forma
podrías	haber	creado	ese	patronus	tan	especial?	Cornamenta	volvió	a	galopar	anoche.
—Harry	tardó	un	rato	en	comprender	lo	que	Dumbledore	acababa	de	decirle—.	Sirius
me	contó	anoche	cómo	se	convertían	en	animagos	—añadió	Dumbledore	sonriendo
—.	Una	hazaña	extraordinaria…	y	aún	más	extraordinario	fue	que	yo	no	me	enterara.
Y	entonces	recordé	la	muy	insólita	forma	que	adoptó	tu	patronus	cuando	embistió	al
señor	Malfoy	en	el	partido	contra	Ravenclaw.	Así	que	anoche	viste	realmente	a	tu
padre…	Lo	encontraste	dentro	de	ti	mismo.
Y	 Dumbledore	 abandonó	 el	 despacho	 dejando	 a	 Harry	 con	 sus	 confusos
pensamientos.
Nadie	en	Hogwarts	conocía	la	verdad	de	lo	ocurrido	la	noche	en	que	desaparecieron
Buckbeak,	Sirius	y	Pettigrew,	salvo	Harry,	Ron,	Hermione	y	el	profesor	Dumbledore.
Al	final	del	curso,	Harry	oyó	muchas	teorías	acerca	de	lo	que	había	sucedido,	pero
ninguna	se	acercaba	a	la	verdad.
Malfoy	 estaba	 furioso	 por	 lo	 de	 Buckbeak.	 Estaba	 convencido	 de	 que	 Hagrid
había	 hallado	 la	 manera	 de	 esconder	 el	 hipogrifo,	 y	 parecía	 ofendido	 porque	 el
guardabosques	 hubiera	 sido	 más	 listo	 que	 su	 padre	 y	 él.	 Percy	 Weasley,	 mientras
tanto,	tenía	mucho	que	decir	sobre	la	huida	de	Sirius.
—¡Si	logro	entrar	en	el	Ministerio,	tendré	muchas	propuestas	para	hacer	cumplir
la	ley	mágica!	—dijo	a	la	única	persona	que	lo	escuchaba,	su	novia	Penelope.
Aunque	el	tiempo	era	perfecto,	aunque	el	ambiente	era	tan	alegre,	aunque	sabía
que	había	logrado	casi	lo	imposible	al	liberar	a	Sirius,	Harry	nunca	había	estado	tan
triste	al	final	de	un	curso.
Ciertamente,	no	era	el	único	al	que	le	apenaba	la	partida	del	profesor	Lupin.	Todo
el	 grupo	 que	 acudía	 con	 Harry	 a	 la	 clase	 de	 Defensa	 Contra	 las	 Artes	 Oscuras
lamentaba	su	dimisión.
—Me	pregunto	a	quién	nos	pondrán	el	próximo	curso	—dijo	Seamus	Finnigan
con	melancolía.
—Tal	vez	a	un	vampiro	—sugirió	Dean	Thomas	con	ilusión.
Lo	 que	 le	 pesaba	 a	 Harry	 no	 era	 sólo	 la	 partida	 de	 Lupin.	 No	 podía	 dejar	 de
pensar	 en	 la	 predicción	 de	 la	 profesora	 Trelawney.	 Se	 preguntaba	 continuamente
dónde	estaría	Pettigrew,	si	estaría	escondido	o	si	habría	llegado	ya	junto	a	Voldemort.
Pero	lo	que	más	lo	deprimía	era	la	perspectiva	de	volver	con	los	Dursley.	Durante
media	hora,	una	gloriosa	media	hora,	había	creído	que	viviría	en	adelante	con	Sirius,
el	 mejor	 amigo	 de	 sus	 padres.	 Era	 lo	 mejor	 que	 podía	 imaginar,	 exceptuando	 la
posibilidad	de	tener	allí	otra	vez	a	su	padre.	Y	aunque	era	una	buena	noticia	no	tener
noticias	de	Sirius,	porque	significaba	que	no	lo	habían	encontrado,	Harry	no	podía
dejar	de	entristecerse	al	pensar	en	el	hogar	que	habría	podido	tener	y	en	el	hecho	de
que	lo	había	perdido.
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Los	 resultados	 de	 los	 exámenes	 salieron	 el	 último	 día	 del	 curso.	 Harry,	 Ron	 y
Hermione	habían	aprobado	todas	las	asignaturas.	Harry	estaba	asombrado	de	que	le
hubieran	 aprobado	 Pociones.	 Sospechaba	 que	 Dumbledore	 había	 intervenido	 para
impedir	 que	 Snape	 lo	 suspendiera	 injustamente.	 El	 comportamiento	 de	 Snape	 con
Harry	durante	toda	la	última	semana	había	sido	alarmante.	Harry	nunca	habría	creído
que	la	manía	que	le	tenía	Snape	pudiera	aumentar,	pero	así	fue.	A	Snape	se	le	movía
un	músculo	en	la	comisura	de	la	boca	cada	vez	que	veía	a	Harry,	y	se	le	crispaban	los
dedos	como	si	deseara	cerrarlos	alrededor	del	cuello	de	Harry.
Percy	obtuvo	las	más	altas	calificaciones	en	ÉXTASIS.	Fred	y	George	consiguieron
varios	TIMOS	cada	uno.	Mientras	tanto,	la	casa	de	Gryffindor,	en	gran	medida	gracias
a	 su	 espectacular	 actuación	 en	 la	 copa	 de	 quidditch,	 había	 ganado	 la	 Copa	 de	 las
Casas	por	tercer	año	consecutivo.	Por	eso	la	fiesta	de	final	de	curso	tuvo	lugar	en
medio	de	ornamentos	rojos	y	dorados,	y	la	mesa	de	Gryffindor	fue	la	más	ruidosa	de
todas,	 ya	 que	 todo	 el	 mundo	 lo	 estaba	 celebrando.	 Incluso	 Harry,	 comiendo,
bebiendo,	 hablando	 y	 riendo	 con	 sus	 compañeros,	 consiguió	 olvidar	 que	 al	 día
siguiente	volvería	a	casa	de	los	Dursley.
•	•	•
Cuando	a	la	mañana	siguiente	el	expreso	de	Hogwarts	salió	de	la	estación,	Hermione
dio	a	Ron	y	a	Harry	una	sorprendente	noticia:
—Esta	mañana,	antes	del	desayuno,	he	ido	a	ver	a	la	profesora	McGonagall.	He
decidido	dejar	los	Estudios	Muggles.
—¡Pero	aprobaste	el	examen	con	un	treinta	y	dos	sobre	diez!
—Lo	sé	—suspiró	Hermione—.	Pero	no	puedo	soportar	otro	año	como	éste.	El
giratiempo	me	estaba	volviendo	loca.	Lo	he	devuelto.	Sin	los	Estudios	Muggles	y	sin
Adivinación,	volveré	a	tener	un	horario	normal.
—Todavía	no	puedo	creer	que	no	nos	dijeras	nada	—dijo	Ron	resentido—.	Se
supone	que	somos	tus	amigos.
—Prometí	 que	 no	 se	 lo	 contaría	 a	 nadie	 —dijo	 gravemente.	 Se	 volvió	 para
observar	 a	 Harry,	 que	 veía	 cómo	 desaparecía	 Hogwarts	 detrás	 de	 una	 montaña.
Pasarían	 dos	 meses	 enteros	 antes	 de	 volver	 a	 verlo—.	 Alégrate,	 Harry	 —dijo
Hermione	con	tristeza.
—Estoy	bien	—repuso	Harry	de	inmediato—.	Pensaba	en	las	vacaciones.
—Sí,	yo	también	he	estado	pensando	en	ellas	—dijo	Ron—.	Harry,	tienes	que
venir	a	pasar	unos	días	con	nosotros.	Lo	comentaré	con	mis	padres	y	te	llamaré.	Ya	sé
cómo	utilizar	el	felétono.
—El	teléfono,	Ron	—le	corrigió	Hermione—.	La	verdad,	deberías	coger	Estudios
Muggles	el	próximo	curso…
Ron	no	le	hizo	caso.
—¡Este	verano	son	los	Mundiales	de	quidditch!	¿Qué	dices	a	eso,	Harry?	Ven	y
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quédate	con	nosotros.	Iremos	a	verlos.	Mi	padre	normalmente	consigue	entradas	en	el
trabajo.
La	proposición	alegró	mucho	a	Harry.
—Sí…	 Apuesto	 a	 que	 los	 Dursley	 estarán	 encantados	 de	 dejarme	 ir…
Especialmente	después	de	lo	que	le	hice	a	tía	Marge…
Mucho	más	contento,	Harry	jugó	con	Ron	y	Hermione	varias	manos	de	naipes
explosivos,	y	cuando	llegó	la	bruja	con	el	carrito	del	té,	compró	un	montón	de	cosas
de	comer,	aunque	nada	que	contuviera	chocolate.
Pero	fue	a	media	tarde	cuando	apareció	lo	que	lo	puso	de	verdad	contento…
—Harry	—dijo	Hermione	de	repente,	mirando	por	encima	del	hombro	de	él—,
¿qué	es	eso	de	ahí	fuera?
Harry	se	volvió	a	mirar.	Algo	muy	pequeño	y	gris	aparecía	y	desaparecía	al	otro
lado	 del	 cristal.	 Se	 levantó	 para	 ver	 mejor	 y	 distinguió	 una	 pequeña	 lechuza	 que
llevaba	una	carta	demasiado	grande	para	ella.	La	lechuza	era	tan	pequeña	que	iba	por
el	aire	dando	tumbos	a	causa	del	viento	que	levantaba	el	tren.	Harry	bajó	la	ventanilla
rápidamente,	alargó	el	brazo	y	la	cogió.	Parecía	una	snitch	cubierta	de	plumas.	La
introdujo	 en	 el	 vagón	 con	 mucho	 cuidado.	 La	 lechuza	 dejó	 caer	 la	 carta	 sobre	 el
asiento	 de	 Harry	 y	 comenzó	 a	 zumbar	 por	 el	 compartimento,	 contenta	 de	 haber
cumplido	su	misión.	Hedwig	dio	un	picotazo	al	aire	con	digna	actitud	de	censura.
Crookshanks	se	incorporó	en	el	asiento,	persiguiendo	con	sus	grandes	ojos	amarillos
a	la	lechuza.	Al	notarlo,	Ron	la	cogió	para	protegerla.
Harry	recogió	la	carta.	Iba	dirigida	a	él.	La	abrió	y	gritó:
—¡Es	de	Sirius!
—¿Qué?	—exclamaron	Ron	y	Hermione,	emocionados—.	¡Léela	en	voz	alta!
Querido	Harry:
Espero	que	recibas	esta	carta	antes	de	llegar	a	casa	de	tus	tíos.	No	sé	si
ellos	están	habituados	al	correo	por	lechuza.
Buckbeak	y	yo	estamos	escondidos.	No	te	diré	dónde	por	si	ésta	cae	en
malas	manos.	Tengo	dudas	acerca	de	la	fiabilidad	de	la	lechuza,	pero	es	la
mejor	que	pude	hallar,	y	parecía	deseosa	de	acometer	esta	misión.
Creo	 que	 los	 dementores	 siguen	 buscándome,	 pero	 no	 podrán
encontrarme.	Estoy	pensando	en	dejarme	ver	por	algún	muggle	a	mucha
distancia	de	Hogwarts,	para	que	relajen	la	vigilancia	en	el	castillo.
Hay	algo	que	no	llegué	a	contarte	durante	nuestro	breve	encuentro:	fui
yo	quien	te	envió	la	Saeta	de	Fuego.
—¡Ja!	—exclamó	Hermione,	triunfante—.	¿Lo	veis?	¡Os	dije	que	era	de	él!
—Sí,	pero	él	no	la	había	gafado,	¿verdad?	—observó	Ron—.	¡Ay!
La	pequeña	lechuza,	que	daba	grititos	de	alegría	en	su	mano,	le	había	picado	en
un	dedo	de	manera	al	parecer	afectuosa.
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Crookshanks	llevó	el	envío	a	la	oficina	de	correos.	Utilicé	tu	nombre,	pero
les	dije	que	cogieran	el	oro	de	la	cámara	de	Gringotts	número	711,	la	mía.
Por	favor,	considéralo	como	el	regalo	que	mereces	que	te	haga	tu	padrino
por	cumplir	trece	años.
También	 me	 gustaría	 disculparme	 por	 el	 susto	 que	 creo	 que	 te	 di
aquella	noche	del	año	pasado	cuando	abandonaste	la	casa	de	tu	tío.	Sólo
quería	verte	antes	de	comenzar	mi	viaje	hacia	el	norte.	Pero	creo	que	te
alarmaste	al	verme.
Te	 envío	 en	 la	 carta	 algo	 que	 espero	 que	 te	 haga	 disfrutar	 más	 el
próximo	curso	en	Hogwarts.
Si	alguna	vez	me	necesitas,	comunícamelo.	Tu	lechuza	me	encontrará.
Volveré	a	escribirte	pronto.
Sirius
Harry	 miró	 impaciente	 dentro	 del	 sobre.	 Había	 otro	 pergamino.	 Lo	 leyó
rápidamente,	y	se	sintió	tan	contento	y	reconfortado	como	si	se	hubiera	tomado	de	un
trago	una	botella	de	cerveza	de	mantequilla.
Yo,	Sirius	Black,	padrino	de	Harry	Potter,	autorizo	por	la	presente	a	mi
ahijado	a	visitar	Hogsmeade	los	fines	de	semana.
—Esto	le	bastará	a	Dumbledore	—dijo	Harry	contento.	Volvió	a	mirar	la	carta	de
Sirius—.	¡Un	momento!	¡Hay	una	posdata…!
He	pensado	que	a	tu	amigo	Ron	tal	vez	le	guste	esta	lechuza,	ya	que	por	mi
culpa	se	ha	quedado	sin	rata.
Ron	 abrió	 los	 ojos	 de	 par	 en	 par.	 La	 pequeña	 lechuza	 seguía	 gimiendo	 de
emoción.
—¿Quedármela?	 —preguntó	 dubitativo.	 La	 miró	 muy	 de	 cerca	 durante	 un
momento,	y	luego,	para	sorpresa	de	Harry	y	Hermione,	se	la	acercó	a	Crookshanks
para	que	la	olfatease.
—¿Qué	te	parece?	—preguntó	Ron	al	gato—.	¿Es	una	lechuza	de	verdad?
Crookshanks	ronroneó.
—Es	suficiente	—dijo	Ron	contento—.	Me	la	quedo.
Harry	leyó	y	releyó	la	carta	de	Sirius	durante	todo	el	trayecto	hasta	la	estación	de
King’s	Cross.	Todavía	la	apretaba	en	la	mano	cuando	él,	Ron	y	Hermione	atravesaron
la	 barrera	 del	 andén	 nueve	 y	 tres	 cuartos.	 Harry	 localizó	 enseguida	 a	 tío	 Vernon.
Estaba	 de	 pie,	 a	 buena	 distancia	 de	 los	 padres	 de	 Ron,	 mirándolos	 con	 recelo.	 Y
cuando	la	señora	Weasley	abrazó	a	Harry,	confirmó	sus	peores	suposiciones	sobre
ellos.
—¡Te	 llamaré	 por	 los	 Mundiales!	 —gritó	 Ron	 a	 Harry,	 al	 despedirse	 de	 ellos.
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Luego	 él	 volvió	 hacia	 tío	 Vernon	 el	 carrito	 en	 que	 llevaba	 el	 baúl	 y	 la	 jaula	 de
Hedwig.	Su	tío	lo	saludó	de	la	manera	habitual.
—¿Qué	es	eso?	—gruñó,	mirando	el	sobre	que	Harry	apretaba	en	la	mano—.	Si
es	otro	impreso	para	que	lo	firme,	ya	tienes	otra…
—No	lo	es	—dijo	Harry	con	alegría—.	Es	una	carta	de	mi	padrino.
—¿Padrino?	—farfulló	tío	Vernon—.	Tú	no	tienes	padrino.
—Sí	lo	tengo	—dijo	Harry	de	inmediato—.	Era	el	mejor	amigo	de	mis	padres.
Está	condenado	por	asesinato,	pero	se	ha	escapado	de	la	prisión	de	los	brujos	y	ahora
se	halla	escondido.	Sin	embargo,	le	gusta	mantener	el	contacto	conmigo…	Estar	al
corriente	de	mis	cosas…	Comprobar	que	soy	feliz…
Y	sonriendo	ampliamente	al	ver	la	expresión	de	terror	que	se	había	dibujado	en	el
rostro	de	tío	Vernon,	Harry	se	dirigió	a	la	salida	de	la	estación,	con	Hedwig	dando
picotazos	delante	de	él,	para	pasar	un	verano	que	probablemente	sería	mucho	mejor
que	el	anterior.
ebookelo.com	-	Página	273
ebookelo.com	-	Página	274
ebookelo.com	-	Página	275
JOANNE	KATHLEEN	ROWLING.	Escritora	escocesa,	conocida	principalmente	por
su	 serie	 de	 libros	 juveniles	 protagonizados	 por	 Harry	 Potter,	 verdadero	 fenómeno
literario	 a	 nivel	 mundial	 que	 ha	 conseguido	 vender	 más	 de	 400	 millones	 de
ejemplares,	siendo	traducida	a	más	de	20	idiomas.
Rowling	 estudió	 filología	 clásica	 y	 francés,	 trabajando	 como	 investigadora	 y
secretaria	para	Amnistía	Internacional	antes	de	trabajar	en	Portugal	como	profesora
de	 inglés	 en	 1992.	 Tras	 un	 corto	 matrimonio	 volvió	 a	 Edimburgo	 con	 su	 hija,	 sin
empleo	y	en	una	situación	ciertamente	preocupante.
Durante	este	periodo,	Rowling	terminó	su	primer	libro	de	la	serie,	Harry	Potter	y	la
piedra	 filosofal,	 manuscrito	 que	 fue	 presentado	 sin	 éxito	 a	 numerosas	 editoriales
hasta	que	Bloomsbury	decidió	publicarlo.	Tras	el	éxito,	basado	en	el	boca	a	boca,	del
libro,	Rowling	recibió	una	beca	y	un	año	después	el	libro	comenzó	a	venderse	en
EEUU.
A	partir	del	segundo	libro,	Harry	Potter	y	la	cámara	secreta,	el	éxito	de	sus	historias
creció	de	manera	exponencial,	alcanzando	con	sus	obras	los	puestos	más	altos	de	las
listas	de	ventas	en	prácticamente	todo	el	mundo.
Pocos	años	después,	las	novelas	de	Harry	Potter	comenzaron	a	ser	adaptadas	al	cine
con	gran	éxito	gracias	a	directores	como	Chris	Columbus,	Mike	Newell	o	Alfonso
Cuarón.	Mientras	tanto,	Rowling	recibió	numerosos	galardones	como	el	Andersen,
varios	Honoris	Causa,	el	Príncipe	de	Asturias	de	la	Concordia	e	incluso	la	Legión	de
Honor	francesa.
ebookelo.com	-	Página	276
Tras	la	publicación	del	último	libro	de	la	serie,	Harry	Potter	y	las	reliquias	de	la
muerte,	Rowling	ha	publicado	varios	libros	en	el	mismo	universo,	siempre	a	título
benéfico,	como	el	caso	de	Los	cuentos	de	Beedle	el	Bardo.
En	 la	 actualidad	 Rowling	 no	 ha	 aclarado	 sus	 intenciones	 literarias	 en	 el	 futuro	 y
disfruta	 de	 su	 éxito	 realizando	 numerosos	 actos	 benéficos,	 conferencias	 e
intervenciones	a	favor	de	la	lectura.
ebookelo.com	-	Página	277
De	J.K.	Rowling
Una	experiencia	en	Internet	única	inspirada	en	los	libros	de	Harry	Potter.	Comparte
las	historias	y	participa	en	ellas,	demuestra	tu	creatividad	en	el	mundo	Potter	y
descubre	más	información	sobre	el	mundo	de	Harry	Potter	proporcionada	por	la
propia	autora.
Visita	pottermore.com
ebookelo.com	-	Página	278

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  • 2. Por la cicatriz que lleva en la frente, sabemos que Harry Potter no es un niño como los demás, sino el héroe que venció a lord Voldemort, el mago más temible y maligno de todos los tiempos y culpable de la muerte de los padres de Harry. Desde entonces, Harry no tiene más remedio que vivir con sus pesados tíos y su insoportable primo Dudley, todos ellos muggles, o sea, personas no magas, que desprecian a su sobrino debido a sus poderes. Igual que en las dos primeras partes de la serie –La piedra filosofal y La cámara secreta– Harry aguarda con impaciencia el inicio del tercer curso en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Tras haber cumplido los trece años, solo y lejos de sus amigos de Hogwarts, Harry se pelea con su bigotuda tía Marge, a la que convierte en globo, y debe huir en un autobús mágico. Mientras tanto, de la prisión de Azkaban se ha escapado un terrible villano, Sirius Black, un asesino en serie con poderes mágicos que fue cómplice de lord Voldemort y que parece dispuesto a eliminar a Harry del mapa. Y por si esto fuera poco, Harry deberá enfrentarse también a unos terribles monstruos, los dementores, seres abominables capaces de robarles la felicidad a los magos y de borrar todo recuerdo hermoso de aquellos que osan mirarlos. Lo que ninguno de estos malvados personajes sabe es que Harry, con la ayuda de sus fieles amigos Ron y Hermione, es capaz de todo y mucho más. ebookelo.com - Página 2
  • 7. H CAPÍTULO UNO Lechuzas mensajeras ARRY Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferente. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche. Y además, Harry Potter era un mago. Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Bathilda Bagshot). Harry recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV». La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó: En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos. Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del verano en la alacena que ebookelo.com - Página 7
  • 8. había debajo de las escaleras. La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry. Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry, que habían sido brujos. Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos. Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano. Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger, era para el profesor menos estimado por Harry, Snape, que estaría encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes. Así que, durante la primera semana de vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura de la alacena de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia. Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con él, y todo porque cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago. Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono. Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió: —¿Diga? Harry, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía. —¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HARRY POTTER! Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa. —¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES? —¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HARRY, ebookelo.com - Página 8
  • 9. DEL COLEGIO. Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Harry, que estaba inmovilizado. —¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER! —gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA! Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa. La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado. —¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO… COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva. Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Harry en un apuro, porque no volvió a llamar. La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco lo llamó. Harry se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no lo llamara, lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Harry, eran muggles, y ella sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no revelar que estudiaba en Hogwarts. De manera que Harry había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: después de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig. Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig cuando permanecía todo el tiempo encerrada. Harry terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el silencio de la casa. Debía de ser muy tarde. A Harry le picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente… Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado que estaba suelta. Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera luminosa del despertador de la mesilla de noche. Era la una de la mañana. Harry se sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado cuenta. Harry aún era un muchacho diferente en otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una tarjeta de felicitación. Los Dursley habían pasado por alto sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del siguiente. Harry atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía de Hedwig, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el frescor de la ebookelo.com - Página 9
  • 10. noche. Hacía dos noches que Hedwig se había ido. Harry no estaba preocupado por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero esperaba que no tardara en volver. Era el único ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verlo. Aunque Harry seguía siendo demasiado pequeño y esmirriado para su edad, había crecido varios centímetros durante el último año. Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía. Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes, y sobre la frente, claramente visible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de rayo. Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características inusuales de Harry. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante diez años, una huella del accidente de automóvil que había acabado con la vida de los padres de Harry, porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino asesinados. Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien años: lord Voldemort. Harry había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de Voldemort, en vez de matarlo, había rebotado contra su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido… Pero Harry había tenido que vérselas con él desde el momento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana su último encuentro, Harry pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte. Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedwig, que quizá regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Harry miraba distraído por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendió lo que veía. Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Harry batiendo las alas. Se quedó quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo, Harry no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry, dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado. Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sosteniendo a otra que parecía inconsciente. Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba un paquete atado a las patas. Harry reconoció enseguida a la lechuza inconsciente. Se llamaba Errol y pertenecía a la familia Weasley. Harry se lanzó inmediatamente sobre la cama, desató los cordeles de las patas de Errol, cogió el paquete y depositó a Errol en la jaula de Hedwig. Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos. Harry volvió al lugar en que descansaban las otras lechuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como la nieve) era su propia Hedwig. También llevaba un paquete y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry un picotazo cariñoso ebookelo.com - Página 10
  • 11. cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habitación volando para reunirse con Errol. Harry no reconoció a la tercera lechuza, que era muy bonita y de color pardo rojizo, pero supo enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emblema de Hogwarts. Cuando Harry le cogió la carta a esta lechuza, ella erizó las plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la ventana e internándose en la noche. Harry se sentó en la cama, cogió el paquete de Errol, rasgó el papel marrón y descubrió un regalo envuelto en papel dorado y la primera tarjeta de cumpleaños de su vida. Abrió el sobre con dedos ligeramente temblorosos. Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico. Supo que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Harry recogió el recorte, lo alisó y leyó: FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA RECIBE EL GRAN PREMIO Arthur Weasley, director de la Oficina Contra el Uso Indebido de Artefactos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw que entrega el diario El Profeta. El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta: «Gastaremos el dinero en unas vacaciones estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.» La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente cinco hijos del matrimonio Weasley. Observó la fotografía en movimiento, y una sonrisa se le dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la mano. La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y casi calvo señor Weasley, y los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara) el pelo de un rojo intenso. Justo en el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers sobre el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su hermana pequeña. Harry no sabía de nadie que mereciera un premio más que los Weasley, que eran muy buenos y pobres de solemnidad. Cogió la carta de Ron y la desdobló. Querido Harry: ¡Feliz cumpleaños! Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado. Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y no te ebookelo.com - Página 11
  • 12. creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi madre no dejó que Ginny entrara en la última. Estaba llena de esqueletos mutantes de muggles que habían profanado la tumba y tenían varias cabezas y cosas así. Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso. Harry recordaba muy bien cómo se le había roto a Ron su vieja varita mágica. Fue cuando el coche en que los dos habían ido volando a Hogwarts chocó contra un árbol del parque del colegio. Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos vernos allí? ¡No dejes que los muggles te depriman! Intenta venir a Londres. Posdata: Percy es delegado. Recibió la notificación la semana pasada. Harry volvió a mirar la foto. Percy, que estaba en el séptimo y último curso de Hogwarts, parecía especialmente orgulloso. Se había colocado la insignia de delegado en el fez que llevaba graciosamente sobre su pelo repeinado. Las gafas de montura de asta reflejaban el sol egipcio. Luego Harry cogió el regalo y lo desenvolvió. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de Ron: Harry: Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay alguien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse. Bill dice que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, porque la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa. Hasta pronto, Harry puso el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde ebookelo.com - Página 12
  • 13. permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj. Lo contempló durante unos segundos, satisfecho, y luego cogió el paquete que había llevado Hedwig. También contenía un regalo envuelto en papel, una tarjeta y una carta, esta vez de Hermione: Querido Harry: Ron me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con tu tío Vernon. Espero que estés bien. En estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de cumpleaños. El regalo te lo he comprado por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito, hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico). ¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia… los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes. Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería. He tenido que reescribir completa la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espero que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos más de los que había pedido el profesor Binns. Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre. Besos de Posdata: Ron me ha dicho que han nombrado delegado a Percy. Me imagino que estará en una nube. A Ron no parece que le haga mucha gracia. Harry volvió a sonreír mientras dejaba a un lado la carta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho. Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un vuelco cuando quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en plata: EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS. —¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry, abriendo el estuche para echar un vistazo. Contenía un tarro grande de abrillantador de palo de escoba marca Fleetwood, ebookelo.com - Página 13
  • 14. unas tijeras especiales de plata para recortar las ramitas, una pequeña brújula de latón para los viajes largos en escoba y un Manual de mantenimiento de la escoba voladora. Después de sus amigos, lo que Harry más apreciaba de Hogwarts era el quidditch, el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era muy peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba. Harry era muy bueno jugando al quidditch. Era el jugador más joven de Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus trofeos más estimados era la escoba de carreras Nimbus 2000. Harry dejó a un lado el estuche y cogió el último paquete. Reconoció de inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid, el guardabosques de Hogwarts. Desprendió la capa superior de papel y vislumbró una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un ruido fuerte, como de fauces que se cierran. Harry se estremeció. Sabía que Hagrid no le enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales: Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual estaba prohibido). Harry tocó el paquete con el dedo, con temor. Volvió a hacer el mismo ruido de cerrar de fauces. Harry cogió la lámpara de la mesita de noche, la sujetó firmemente con una mano y la levantó por encima de su cabeza, preparado para atizar un golpe. Entonces cogió con la otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiró de él. Cayó un libro. Harry sólo tuvo tiempo de ver su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un extraño cangrejo. —Oh… ah —susurró Harry. Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Harry lo persiguió procurando no hacer ruido. Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de su mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aún profundamente dormidos, Harry se puso a cuatro patas y se acercó a él. —¡Ay! El libro se cerró atrapándole la mano y huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó hacia delante y logró aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo. Hedwig y Errol lo observaban con interés mientras Harry sujetaba el libro fuertemente entre sus brazos, se iba a toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cinturón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta de Hagrid. ebookelo.com - Página 14
  • 15. Querido Harry: ¡Feliz cumpleaños! He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos. Espero que los muggles te estén tratando bien. Con mis mejores deseos, Hagrid A Harry le dio mala espina que Hagrid pensara que podía serle útil un libro que mordía, pero dejó la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ganas que nunca. Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts. Percatándose de que era más gruesa de lo normal, Harry rasgó el sobre, extrajo la primera página de pergamino y leyó: Estimado señor Potter: Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King’s Cross, andén nueve y tres cuartos. A los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados fines de semana el pueblo de Hogsmeade. Le rogamos que entregue a sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo firmen. También se adjunta la lista de libros del próximo curso. Atentamente, Subdirectora Harry extrajo la autorización para visitar el pueblo de Hogsmeade, y la examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo visitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pueblo enteramente dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a sus tíos de que le firmaran la autorización? Miró el despertador. Eran las dos de la mañana. Decidió pensar en ello al día siguiente, se metió en la cama y se estiró para tachar otro día en el calendario que se había hecho para ir descontando los días que le quedaban para regresar a Hogwarts. Se quitó las gafas y se acostó para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños. Aunque era un muchacho diferente en muchos aspectos, en aquel momento Harry Potter se sintió como cualquier otro: contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cumpleaños. ebookelo.com - Página 15
  • 16. C CAPÍTULO 2 El error de tía Marge UANDO Harry bajó a desayunar a la mañana siguiente, se encontró a los tres Dursley ya sentados a la mesa de la cocina. Veían la televisión en un aparato nuevo, un regalo que le habían hecho a Dudley al volver a casa después de terminar el curso, porque se había quejado a gritos del largo camino que tenía que recorrer desde el frigorífico a la tele de la salita. Dudley se había pasado la mayor parte del verano en la cocina, con los ojos de cerdito fijos en la pantalla y sus cinco papadas temblando mientras engullía sin parar. Harry se sentó entre Dudley y tío Vernon, un hombre corpulento, robusto, que tenía el cuello corto y un enorme bigote. Lejos de desearle a Harry un feliz cumpleaños, ninguno de los Dursley dio muestra alguna de haberse percatado de que Harry acababa de entrar en la cocina, pero él estaba demasiado acostumbrado para ofenderse. Se sirvió una tostada y miró al presentador de televisión, que informaba sobre un recluso fugado. «Tenemos que advertir a los telespectadores de que Black va armado y es muy peligroso. Se ha puesto a disposición del público un teléfono con línea directa para que cualquiera que lo vea pueda denunciarlo.» —No hace falta que nos digan que no es un buen tipo —resopló tío Vernon echando un vistazo al fugitivo por encima del periódico—. ¡Fijaos qué pinta, vago asqueroso! ¡Fijaos qué pelo! Lanzó una mirada de asco hacia donde estaba Harry, cuyo pelo desordenado había sido motivo de muchos enfados de tío Vernon. Sin embargo, comparado con el hombre de la televisión, cuya cara demacrada aparecía circundada por una revuelta cabellera que le llegaba hasta los codos, Harry parecía muy bien arreglado. ebookelo.com - Página 16
  • 17. Volvió a aparecer el presentador. «El ministro de Agricultura y Pesca anunciará hoy…» —¡Un momento! —ladró tío Vernon, mirando furioso al presentador—. ¡No nos has dicho de dónde se ha escapado ese enfermo! ¿Qué podemos hacer? ¡Ese lunático podría estar acercándose ahora mismo por la calle! Tía Petunia, que era huesuda y tenía cara de caballo, se dio la vuelta y escudriñó atentamente por la ventana de la cocina. Harry sabía que a tía Petunia le habría encantado llamar a aquel teléfono directo. Era la mujer más entrometida del mundo, y pasaba la mayor parte del tiempo espiando a sus vecinos, que eran aburridísimos y muy respetuosos con las normas. —¡Cuándo aprenderán —dijo tío Vernon, golpeando la mesa con su puño grande y amoratado— que la horca es la única manera de tratar a esa gente! —Muy cierto —dijo tía Petunia, que seguía espiando las judías verdes del vecino. Tío Vernon apuró la taza de té, miró el reloj y añadió: —Tengo que marcharme. El tren de Marge llega a las diez. Harry, cuya cabeza seguía en la habitación con el equipo de mantenimiento de escobas voladoras, volvió de golpe a la realidad. —¿Tía Marge? —barbotó—. No… no vendrá aquí, ¿verdad? Tía Marge era la hermana de tío Vernon. Aunque no era pariente consanguíneo de Harry (cuya madre era hermana de tía Petunia), desde siempre lo habían obligado a llamarla «tía». Tía Marge vivía en el campo, en una casa con un gran jardín donde criaba bulldogs. No iba con frecuencia a Privet Drive porque no soportaba estar lejos de sus queridos perros, pero sus visitas habían quedado vívidamente grabadas en la mente de Harry. En la fiesta que celebró Dudley al cumplir cinco años, tía Marge golpeó a Harry en las espinillas con el bastón para impedir que ganara a Dudley en el juego de las estatuas musicales. Unos años después, por Navidad, apareció con un robot automático para Dudley y una caja de galletas de perro para Harry. En su última visita, el año anterior a su ingreso en Hogwarts, Harry le había pisado una pata sin querer a su perro favorito. Ripper persiguió a Harry, obligándole a salir al jardín y a subirse a un árbol, y tía Marge no había querido llamar al perro hasta pasada la medianoche. El recuerdo de aquel incidente todavía hacía llorar a Dudley de la risa. —Marge pasará aquí una semana —gruñó tío Vernon—. Y ya que hablamos de esto —y señaló a Harry con un dedo amenazador—, quiero dejar claras algunas cosas antes de ir a recogerla. Dudley sonrió y apartó la vista de la tele. Su entretenimiento favorito era contemplar a Harry cuando tío Vernon lo reprendía. —Primero —gruñó tío Vernon—, usarás un lenguaje educado cuando te dirijas a tía Marge. —De acuerdo —contestó Harry con resentimiento—, si ella lo usa también conmigo. ebookelo.com - Página 17
  • 18. —Segundo —prosiguió el tío Vernon, como si no hubiera oído la puntualización de Harry—: como Marge no sabe nada de tu anormalidad, no quiero ninguna exhibición extraña mientras esté aquí. Compórtate, ¿entendido? —Me comportaré si ella se comporta —contestó Harry apretando los dientes. —Y tercero —siguió tío Vernon, casi cerrando los ojos pequeños y mezquinos, en medio de su rostro colorado—: le hemos dicho a Marge que acudes al Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables. —¿Qué? —gritó Harry. —Y eso es lo que dirás tú también, si no quieres tener problemas —soltó tío Vernon. Harry permaneció sentado en su sitio, con la cara blanca de ira, mirando a tío Vernon, casi incapaz de creer lo que oía. Que tía Marge se presentase para pasar toda una semana era el peor regalo de cumpleaños que los Dursley le habían hecho nunca, incluido el par de calcetines viejos de tío Vernon. —Bueno, Petunia —dijo tío Vernon, levantándose con dificultad—, me marcho a la estación. ¿Quieres venir, Dudders? —No —respondió Dudley, que había vuelto a fijarse en la tele en cuanto tío Vernon acabó de reprender a Harry. —Duddy tiene que ponerse elegante para recibir a su tía —dijo tía Petunia alisando el espeso pelo rubio de Dudley—. Mamá le ha comprado una preciosa pajarita nueva. Tío Vernon dio a Dudley una palmadita en su hombro porcino. —Vuelvo enseguida —dijo, y salió de la cocina. Harry, que había quedado en una especie de trance causado por el terror, tuvo de repente una idea. Dejó la tostada, se puso de pie rápidamente y siguió a tío Vernon hasta la puerta. Tío Vernon se ponía la chaqueta que usaba para conducir: —No te voy a llevar —gruñó, volviéndose hacia Harry, que lo estaba mirando. —Como si yo quisiera ir —repuso Harry—. Quiero pedirte algo. —Tío Vernon lo miró con suspicacia—. A los de tercero, en Hog… en mi colegio, a veces los dejan ir al pueblo. —¿Y qué? —le soltó tío Vernon, cogiendo las llaves de un gancho que había junto a la puerta. —Necesito que me firmes la autorización —dijo Harry apresuradamente. —¿Y por qué habría de hacerlo? —preguntó tío Vernon con desdén. —Bueno —repuso Harry, eligiendo cuidadosamente las palabras—, será difícil simular ante tía Marge que voy a ese Centro… ¿cómo se llamaba? —¡Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables! — bramó tío Vernon. Y a Harry le encantó percibir una nota de terror en la voz de tío Vernon. —Ajá —dijo Harry, mirando a tío Vernon a la cara, tranquilo—. Es demasiado ebookelo.com - Página 18
  • 19. largo para recordarlo. Tendré que decirlo de manera convincente, ¿no? ¿Qué pasaría si me equivocara? —Te lo haría recordar a golpes —rugió tío Vernon, abalanzándose contra Harry con el puño en alto. Pero Harry no retrocedió. —Eso no le hará olvidar a tía Marge lo que yo le haya dicho —dijo Harry en tono serio. Tío Vernon se detuvo con el puño aún levantado y el rostro desagradablemente amoratado. —Pero si firmas la autorización, te juro que recordaré el colegio al que se supone que voy, y que actuaré como un mug… como una persona normal, y todo eso. Harry vio que tío Vernon meditaba lo que le acababa de decir, aunque enseñaba los dientes, y le palpitaba la vena de la sien. —De acuerdo —atajó de manera brusca—, te vigilaré muy atentamente durante la estancia de Marge. Si al final te has sabido comportar y no has desmentido la historia, firmaré esa cochina autorización. Dio media vuelta, abrió la puerta de la casa y la cerró con un golpe tan fuerte que se cayó uno de los cristales de arriba. Harry no volvió a la cocina. Regresó por las escaleras a su habitación. Si tenía que obrar como un auténtico muggle, mejor empezar en aquel momento. Muy despacio y con tristeza, fue recogiendo todos los regalos y tarjetas de cumpleaños y los escondió debajo de la tabla suelta, junto con sus deberes. Se dirigió a la jaula de Hedwig. Parecía que Errol se había recuperado. Hedwig y él estaban dormidos, con la cabeza bajo el ala. Suspiró. Los despertó con un golpecito. —Hedwig —dijo un poco triste—, tendrás que desaparecer una semana. Vete con Errol. Ron cuidará de ti. Voy a escribirle una nota para darle una explicación. Y no me mires así. Hedwig lo miraba con sus grandes ojos ambarinos, con reproche. —No es culpa mía. No hay otra manera de que me permitan visitar Hogsmeade con Ron y Hermione. Diez minutos más tarde, Errol y Hedwig (ésta con una nota para Ron atada a la pata) salieron por la ventana y volaron hasta perderse de vista. Harry, muy triste, cogió la jaula y la escondió en el armario. Pero no tuvo mucho tiempo para entristecerse. Enseguida tía Petunia le empezó a gritar para que bajara y se preparase para recibir a la invitada. —¡Péinate bien! —le dijo imperiosamente tía Petunia en cuanto llegó al vestíbulo. Harry no entendía por qué tenía que aplastarse el pelo contra el cuero cabelludo. A tía Marge le encantaba criticarle, así que cuanto menos se arreglara, más contenta estaría ella. Oyó crujir la gravilla bajo las ruedas del coche de tío Vernon. Luego, los golpes de las puertas del coche y pasos por el camino del jardín. ebookelo.com - Página 19
  • 20. —¡Abre la puerta! —susurró tía Petunia a Harry. Harry abrió la puerta con un sentimiento de pesadumbre. En el umbral de la puerta estaba tía Marge. Se parecía mucho a tío Vernon: era grande, robusta y tenía la cara colorada. Incluso tenía bigote, aunque no tan poblado como el de tío Vernon. En una mano llevaba una maleta enorme; y debajo de la otra se hallaba un perro viejo y con malas pulgas. —¿Dónde está mi Dudders? —rugió tía Marge—. ¿Dónde está mi sobrinito querido? Dudley se acercó andando como un pato, con el pelo rubio totalmente pegado al gordo cráneo y una pajarita que apenas se veía debajo de las múltiples papadas. Tía Marge tiró la maleta contra el estómago de Harry (y le cortó la respiración), estrechó a Dudley fuertemente con un solo brazo, y le plantó en la mejilla un beso sonoro. Harry sabía bien que Dudley soportaba los abrazos de tía Marge sólo porque le pagaba muy bien por ello, y con toda seguridad, al separarse después del abrazo, Dudley encontraría un billete de veinte libras en el interior de su manaza. —¡Petunia! —gritó tía Marge pasando junto a Harry sin mirarlo, como si fuera un perchero. Tía Marge y tía Petunia se dieron un beso, o más bien tía Marge golpeó con su prominente mandíbula el huesudo pómulo de tía Petunia. Entró tío Vernon sonriendo jovialmente mientras cerraba la puerta. —¿Un té, Marge? —preguntó—. ¿Y qué tomará Ripper? —Ripper sorberá el té que se me derrame en el plato —dijo tía Marge mientras entraban todos en tropel en la cocina, dejando a Harry solo en el vestíbulo con la maleta. Pero Harry no lo lamentó; cualquier cosa era mejor que estar con tía Marge. Subió la maleta por las escaleras hasta la habitación de invitados lo más despacio que pudo. Cuando regresó a la cocina, a tía Marge le habían servido té y pastel de frutas, y Ripper lamía té en un rincón, haciendo mucho ruido. Harry notó que tía Petunia se estremecía al ver a Ripper manchando el suelo de té y babas. Tía Petunia odiaba a los animales. —¿Has dejado a alguien al cuidado de los otros perros, Marge? —inquirió tío Vernon. —El coronel Fubster los cuida —dijo tía Marge con voz de trueno—. Está jubilado. Le viene bien tener algo que hacer. Pero no podría dejar al viejo y pobre Ripper. ¡Sufre tanto si no está conmigo…! Ripper volvió a gruñir cuando se sentó Harry. Tía Marge se fijó en él por primera vez. —Conque todavía estás por aquí, ¿eh? —bramó. —Sí —respondió Harry. —No digas sí en ese tono maleducado —gruñó tía Marge—. Demasiado bien te tratan Vernon y Petunia teniéndote aquí con ellos. Yo en su lugar no lo hubiera hecho. ebookelo.com - Página 20
  • 21. Si te hubieran abandonado a la puerta de mi casa te habría enviado directamente al orfanato. Harry estuvo a punto de decir que hubiera preferido un orfanato a vivir con los Dursley, pero se contuvo al recordar la autorización para ir a Hogsmeade. Se le dibujó en la cara una triste sonrisa. —¡No pongas esa cara! —rugió tía Marge—. Ya veo que no has mejorado desde la última vez que te vi. Esperaba que el colegio te hubiera enseñado modales. — Tomó un largo sorbo de té, se limpió el bigote y preguntó—: ¿Adónde me has dicho que lo enviáis, Vernon? —Al colegio San Bruto —dijo con prontitud tío Vernon—. Es una institución de primera categoría para casos desesperados. —Bien —dijo tía Marge—. ¿Utilizan la vara en San Bruto, chico? —dijo, orientando la boca hacia el otro lado de la mesa. —Bueeenooo… Tío Vernon asentía detrás de tía Marge. —Sí —dijo Harry, y luego, pensando que era mejor hacer las cosas bien, añadió —: sin parar. —Excelente —dijo tía Marge—. No comprendo esas ñoñerías de no pegar a los que se lo merecen. Una buena paliza es lo que haría falta en el noventa y nueve por ciento de los casos. ¿Te han sacudido con frecuencia? —Ya lo creo —respondió Harry—, muchísimas veces. Tía Marge arrugó el entrecejo. —Sigue sin gustarme tu tono, muchacho. Si puedes hablar tan tranquilamente de los azotes que te dan, es que no te sacuden bastante fuerte. Petunia, yo en tu lugar escribiría. Explica con claridad que con este chico admites la utilización de los métodos más enérgicos. Tal vez a tío Vernon le preocupara que Harry pudiera olvidar el trato que acababan de hacer; de cualquier forma, cambió abruptamente de tema: —¿Has oído las noticias esta mañana, Marge? ¿Qué te parece lo de ese preso que ha escapado? Con tía Marge en casa, Harry empezaba a echar de menos la vida en el número 4 de Privet Drive tal como era antes de su aparición. Tío Vernon y tía Petunia solían preferir que Harry se perdiera de vista, cosa que ponía a Harry la mar de contento. Tía Marge, por el contrario, quería tener a Harry continuamente vigilado, para poder lanzar sugerencias encaminadas a mejorar su comportamiento. A ella le encantaba comparar a Harry con Dudley, y le producía un placer especial entregarle a éste regalos caros mientras fulminaba a Harry con la mirada, como si quisiera que Harry se atreviera a preguntar por qué no le daba nada a él. No dejaba de lanzar indirectas sobre los defectos de Harry. ebookelo.com - Página 21
  • 22. —No debes culparte por cómo ha salido el chico, Vernon —dijo el tercer día, a la hora de la comida—. Si está podrido por dentro, no hay nada que hacer. Harry intentaba pensar en la comida, pero le temblaban las manos y el rostro le ardía de ira. «Tengo que recordar la autorización, tengo que pensar en Hogsmeade, no debo decir nada, no debo levantarme.» Tía Marge alargó el brazo para coger la copa de vino. —Es una de las normas básicas de la crianza, se ve claramente en los perros: de tal palo, tal astilla. En aquel momento estalló la copa de vino que tía Marge tenía en la mano. En todas direcciones salieron volando fragmentos de cristal, y tía Marge parpadeó y farfulló algo. De su cara grande y encarnada caían gotas de vino. —¡Marge! —chilló tía Petunia—. ¡Marge!, ¿te encuentras bien? —No te preocupes —gruñó tía Marge secándose la cara con la servilleta—. Debo de haber apretado la copa demasiado fuerte. Me pasó lo mismo el otro día, en casa del coronel Fubster. No tiene importancia, Petunia, es que cojo las cosas con demasiada fuerza… Pero tanto tía Petunia como tío Vernon miraban a Harry suspicazmente, de forma que éste decidió quedarse sin tomar el pudín y levantarse de la mesa lo antes posible. Se apoyó en la pared del vestíbulo, respirando hondo. Hacía mucho tiempo que no perdía el control de aquella manera, haciendo estallar algo. No podía permitirse que aquello se repitiera. La autorización para ir a Hogsmeade no era lo único que estaba en juego… Si continuaba así, tendría problemas con el Ministerio de Magia. Harry era todavía un brujo menor de edad y tenía prohibido por la legislación del mundo mágico hacer magia fuera del colegio. Su expediente no estaba completamente limpio. El verano anterior le habían enviado una amonestación oficial en la que se decía claramente que si el Ministerio volvía a tener constancia de que se empleaba la magia en Privet Drive, expulsarían a Harry del colegio. Oyó a los Dursley levantarse de la mesa y se apresuró a desaparecer escaleras arriba. Harry soportó los tres días siguientes obligándose a pensar en el Manual de mantenimiento de la escoba voladora cada vez que tía Marge se metía con él. El truco funcionó bastante bien, aunque debía de darle aspecto de atontado y tía Marge había empezado a decir que era subnormal. Por fin llegó la última noche que había de pasar tía Marge en la casa. Tía Petunia preparó una cena por todo lo alto y tío Vernon descorchó varias botellas de vino. Tomaron la sopa y el salmón sin hacer ninguna referencia a los defectos de Harry; durante el pastel de merengue de limón, tío Vernon aburrió a todos con un largo discurso sobre Grunnings, la empresa de taladros para la que trabajaba; luego tía ebookelo.com - Página 22
  • 23. Petunia preparó café y tío Vernon sacó una botella de brandy. —¿Puedo tentarte, Marge? Tía Marge había bebido ya bastante vino. Su rostro grande estaba muy colorado. —Sólo un poquito —dijo con una sonrisita—. Bueno, un poquito más… un poco más… ya vale. Dudley se comía su cuarta ración de pastel. Tía Petunia sorbía el café con el dedo meñique estirado. Harry habría querido subir a su habitación, pero tropezó con los ojos pequeños e iracundos de tío Vernon y supo que debía quedarse allí. —¡Aaah! —dijo tía Marge lamiéndose los labios y dejando la copa vacía en la mesa—. Una comilona estupenda, Petunia. Por las noches me contento con cualquier frito. Con doce perros que cuidar… —Eructó a sus anchas y se dio una palmada en la voluminosa barriga—. Perdón. Pero me gusta ver a un buen mozo —prosiguió guiñándole el ojo a Dudley—. Serás un hombre de buen tamaño, Dudders, como tu padre. Sí, tomaré una gota más de brandy, Vernon… En cuanto a éste… Señaló a Harry con la cabeza. El muchacho sintió que se le encogía el estómago. «El manual», pensó con rapidez. —Éste no tiene buena planta, ha salido pequeñajo. Pasa también con los perros. El año pasado tuve que pedirle al coronel Fubster que asfixiara a uno, porque era raquítico. Débil. De mala raza. Harry intentó recordar la página 12 de su libro: «Encantamiento para los que van al revés.» —Como decía el otro día, todo se hereda. La mala sangre prevalece. No digo nada contra tu familia, Petunia. —Con su mano de pala dio una palmadita sobre la mano huesuda de tía Petunia—. Pero tu hermana era la oveja negra. Siempre hay alguna, hasta en las mejores familias. Y se escapó con un gandul. Aquí tenemos el resultado. Harry miraba su plato, sintiendo un extraño zumbido en los oídos. «Sujétese la escoba por el palo.» No podía recordar cómo seguía. La voz de tía Marge parecía perforar su cabeza como un taladro de tío Vernon. —Ese Potter —dijo tía Marge en voz alta, cogiendo la botella de brandy y vertiendo más en su copa y en el mantel—, nunca me dijisteis a qué se dedicaba. Tío Vernon y tía Petunia estaban completamente tensos. Incluso Dudley había retirado los ojos del pastel y miraba a sus padres boquiabierto. —No… no trabajaba —dijo tío Vernon, mirando a Harry de reojo—. Estaba parado. —¡Lo que me imaginaba! —comentó tía Marge echándose un buen trago de brandy y limpiándose la barbilla con la manga—. Un inútil, un vago y un gorrón que… —No era nada de eso —interrumpió Harry de repente. Todos se callaron. Harry temblaba de arriba abajo. Nunca había estado tan enfadado. ebookelo.com - Página 23
  • 24. —¡MÁS BRANDY! —gritó tío Vernon, que se había puesto pálido. Vació la botella en la copa de tía Marge—. Tú, chico —gruñó a Harry—, vete a la cama. —No, Vernon —dijo entre hipidos tía Marge, levantando una mano. Fijó en los de Harry sus ojos pequeños y enrojecidos—. Sigue, muchacho, sigue. Conque estás orgulloso de tus padres, ¿eh? Van y se matan en un accidente de coche… borrachos, me imagino… —No murieron en ningún accidente de coche —repuso Harry, que sin darse cuenta se había levantado. —¡Murieron en un accidente de coche, sucio embustero, y te dejaron para que fueras una carga para tus decentes y trabajadores tíos! —gritó tía Marge, inflándose de ira—. Eres un niño insolente, desagradecido y… Pero tía Marge se cortó en seco. Por un momento fue como si le faltasen las palabras. Se hinchaba con una ira indescriptible… Pero la hinchazón no se detenía. Su gran cara encarnada comenzó a aumentar de tamaño. Se le agrandaron los pequeños ojos y la boca se le estiró tanto que no podía hablar. Al cabo de un instante, saltaron varios botones de su chaqueta de mezclilla y golpearon en las paredes… Se inflaba como un globo monstruoso. El estómago se expandió y reventó la cintura de la falda de mezclilla. Los dedos se le pusieron como morcillas… —¡MARGE! —gritaron a la vez tío Vernon y tía Petunia, cuando el cuerpo de tía Marge comenzó a elevarse de la silla hacia el techo. Estaba completamente redonda, como un inmenso globo con ojos de cerdito. Ascendía emitiendo leves ruidos como de estallidos. Ripper entró en la habitación ladrando sin parar. —¡NOOOOOOO! Tío Vernon cogió a Marge por un pie y trató de bajarla, pero faltó poco para que se elevara también con ella. Un instante después, Ripper dio un salto y hundió los colmillos en la pierna de tío Vernon. Harry salió corriendo del comedor, antes de que nadie lo pudiera detener, y se dirigió a la alacena que había debajo de las escaleras. Por arte de magia, la puerta del armario se abrió de golpe cuando llegó ante ella. En unos segundos arrastró el baúl hasta la puerta de la casa. Subió las escaleras rápidamente, se echó bajo la cama, levantó la tabla suelta y sacó la funda de almohada llena de libros y regalos de cumpleaños. Salió de debajo de la cama, cogió la jaula vacía de Hedwig, bajó las escaleras corriendo y llegó al baúl en el instante en que tío Vernon salía del comedor con la pernera del pantalón hecha jirones. —¡VEN AQUÍ! —bramó—. ¡REGRESA Y ARREGLA LO QUE HAS HECHO! Pero una rabia imprudente se había apoderado de Harry. Abrió el baúl de una patada, sacó la varita y apuntó con ella a tío Vernon. —Tía Marge se lo merecía —dijo Harry jadeando—. Se merecía lo que le ha pasado. No te acerques. Tentó a sus espaldas buscando el tirador de la puerta. —Me voy —añadió—. Ya he tenido bastante. ebookelo.com - Página 24
  • 26. D CAPÍTULO 3 El autobús noctámbulo ESPUÉS de alejarse varias calles, se dejó caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados del corazón. Pero después de estar diez minutos solo en la oscura calle, le sobrecogió una nueva emoción: el pánico. De cualquier manera que lo mirara, nunca se había encontrado en peor apuro. Estaba abandonado a su suerte y totalmente solo en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar al que ir. Y lo peor de todo era que acababa de utilizar la magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería expulsado de Hogwarts. Había infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaba sorprendido de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevárselo. Le dio un escalofrío. Miró a ambos lados de la calle Magnolia. ¿Qué le sucedería? ¿Lo detendrían o lo expulsarían del mundo mágico? Pensó en Ron y Hermione, y aún se entristeció más. Harry estaba seguro de que, delincuente o no, Ron y Hermione querrían ayudarlo, pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido, no tenía forma de comunicarse con ellos. Tampoco tenía dinero muggle. Le quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo del baúl, pero el resto de la fortuna que le habían dejado sus padres estaba en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts, en Londres. Nunca podría llevar el baúl a rastras hasta Londres. A menos que… Miró la varita mágica, que todavía tenía en la mano. Si ya lo habían expulsado (el corazón le latía con dolorosa rapidez), un poco más de magia no empeoraría las cosas. Tenía la capa invisible que había heredado de su padre. ¿Qué pasaría si hechizaba el baúl para hacerlo ligero como una pluma, lo ataba a la escoba, se cubría ebookelo.com - Página 26
  • 27. con la capa y se iba a Londres volando? Podría sacar el resto del dinero de la cámara y… comenzar su vida de marginado. Era un horrible panorama, pero no podía quedarse allí sentado o tendría que explicarle a la policía muggle por qué se hallaba allí a las tantas de la noche con una escoba y un baúl lleno de libros de encantamientos. Harry volvió a abrir el baúl y lo fue vaciando en busca de la capa para hacerse invisible. Pero antes de que la encontrara se incorporó y volvió a mirar a su alrededor. Un extraño cosquilleo en la nuca le provocaba la sensación de que lo estaban vigilando, pero la calle parecía desierta y no brillaba luz en ninguna casa. Volvió a inclinarse sobre el baúl y casi inmediatamente se incorporó de nuevo, todavía con la varita en la mano. Más que oírlo, lo intuyó: había alguien detrás de él, en el estrecho hueco que se abría entre el garaje y la valla. Harry entornó los ojos mientras miraba el oscuro callejón. Si se moviera, sabría si se trataba de un simple gato callejero o de otra cosa. —¡Lumos! —susurró Harry. Una luz apareció en el extremo de la varita, casi deslumbrándole. La mantuvo en alto, por encima de la cabeza, y las paredes del nº 2, recubiertas de guijarros, brillaron de repente. La puerta del garaje se iluminó y Harry vio allí, nítidamente, la silueta descomunal de algo que tenía ojos grandes y brillantes. Se echó hacia atrás. Tropezó con el baúl. Alargó el brazo para impedir la caída, la varita salió despedida de la mano y él aterrizó junto al bordillo de la acera. Sonó un estruendo y Harry se tapó los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora… Dando un grito, se apartó rodando de la calzada justo a tiempo. Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido exactamente en el lugar en que había caído Harry. Era un autobús de tres plantas, pintado de morado vivo, que había salido de la nada. En el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO. Durante una fracción de segundo, Harry pensó si no lo habría aturdido la caída. El cobrador, de uniforme morado, saltó del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie: —Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte. Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta no… El cobrador se interrumpió. Acababa de ver a Harry, que seguía sentado en el suelo. Harry cogió de nuevo la varita y se levantó de un brinco. Al verlo de cerca, se dio cuenta de que Stan Shunpike era tan sólo unos años mayor que él: no tendría más de dieciocho o diecinueve. Tenía las orejas grandes y salidas, y un montón de granos. —¿Qué hacías ahí? —dijo Stan, abandonando los buenos modales. —Me caí —contestó Harry. —¿Para qué? —preguntó Stan con risa burlona. —No me caí a propósito —contestó Harry enfadado. ebookelo.com - Página 27
  • 28. Se había hecho un agujero en la rodillera de los vaqueros y le sangraba la mano con que había amortiguado la caída. De pronto recordó por qué se había caído y se volvió para mirar en el callejón, entre el garaje y la valla. Los faros delanteros del autobús noctámbulo lo iluminaban y era evidente que estaba vacío. —¿Qué miras? —preguntó Stan. —Había algo grande y negro —explicó Harry, señalando dubitativo—. Como un perro enorme… Se volvió hacia Stan, que tenía la boca ligeramente abierta. No le hizo gracia que se fijara en la cicatriz de su frente. —¿Qué es lo que tienes en la frente? —preguntó Stan. —Nada —contestó Harry, tapándose la cicatriz con el pelo. Si el Ministerio de Magia lo buscaba, no quería ponerles las cosas demasiado fáciles. —¿Cómo te llamas? —insistió Stan. —Neville Longbottom —respondió Harry, dando el primer nombre que le vino a la cabeza—. Así que… así que este autobús… —dijo con rapidez, esperando desviar la atención de Stan—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera? —Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y… ¿verdad? —Sí —respondió Harry con prontitud—. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres? —Once sickles —dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas. Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl, con la jaula de Hedwig encima, y lo subieron al autobús. No había asientos; en su lugar, al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera. Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera: —Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir. —La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor, que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor, Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie. Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry volvió a taparse la cicatriz con el flequillo y se sentó en la cama. —Vámonos, Ernie —dijo Stan, sentándose en su asiento, al lado del conductor. Se oyó otro estruendo y al momento Harry se encontró estirado en la cama, impelido hacia atrás por la aceleración del autobús noctámbulo. Al incorporarse miró ebookelo.com - Página 28
  • 29. por la ventana y vio, en medio de la oscuridad, que pasaban a velocidad tremenda por una calle irreconocible. Stan observaba con gozo la cara de sorpresa de Harry. —Aquí estábamos antes de que nos dieras el alto —explicó—. ¿Dónde estamos, Ernie? ¿En Gales? —Sí —respondió Ernie. —¿Cómo es que los muggles no oyen el autobús? —preguntó Harry. —¿Ésos? —respondió Stan con desdén—. No saben escuchar, ¿a que no? Tampoco saben mirar. Nunca ven nada. —Vete a despertar a la señora Marsh —ordenó Ernie a Stan—. Llegaremos a Abergavenny en un minuto. Stan pasó al lado de la cama de Harry y subió por una escalera estrecha de madera. Harry seguía mirando por la ventana, cada vez más nervioso. Ernie no parecía dominar el volante. El autobús noctámbulo invadía continuamente la acera, pero no chocaba contra nada. Cuando se aproximaba a ellos, los buzones, las farolas y las papeleras se apartaban y volvían a su sitio en cuanto pasaba. Stan reapareció, seguido por una bruja ligeramente verde arropada en una capa de viaje. —Hemos llegado, señora Marsh —dijo Stan con alegría, al mismo tiempo que Ernie pisaba a fondo el freno, haciendo que las camas se deslizaran medio metro hacia delante. La señora Marsh se tapó la boca con un pañuelo y se bajó del autobús tambaleándose. Stan le arrojó el equipaje y cerró las portezuelas con fuerza. Hubo otro estruendo y volvieron a encontrarse viajando a la velocidad del rayo, por un camino rural, entre árboles que se apartaban. Harry no habría podido dormir aunque viajara en un autobús que no hiciera aquellos ruidos ni fuera a tal velocidad. Se le revolvía el estómago al pensar en lo que podía ocurrirle, y en si los Dursley habrían conseguido bajar del techo a tía Marge. Stan había abierto un ejemplar de El Profeta y lo leía con la lengua entre los dientes. En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Harry un ojo, lentamente. A Harry le resultaba extrañamente familiar. —¡Ese hombre! —dijo Harry, olvidando por unos momentos sus problemas—. ¡Salió en el telediario de los muggles! Stan volvió a la primera página y rió entre dientes. —Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario muggle, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo? Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry. —Deberías leer más el periódico, Neville. Harry acercó la página a la vela y leyó: BLACK SIGUE SUELTO ebookelo.com - Página 29
  • 30. El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado. «Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?» Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo. Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno. —Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry. —¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo? —Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie? —Sí —confirmó Ernie sombríamente. Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo. —Black era un gran partidario de Quien Tú Sabes —dijo. —¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar. Stan palideció hasta los granos. Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús. —¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre? —Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se… se me olvidó. —¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora! —Entonces… entonces, ¿Black era seguidor de Quien Tú Sabes? —soltó Harry como disculpa. ebookelo.com - Página 30
  • 31. —Sí —confirmó Stan, frotándose todavía el pecho—. Sí, exactamente. Muy próximo a Quien Tú Sabes, según dicen… De cualquier manera, cuando el pequeño Harry Potter acabó con Quien Tú Sabes (Harry volvió a aplastarse el pelo contra la cicatriz), todos los seguidores de Quien Tú Sabes fueron descubiertos, ¿verdad, Ernie? Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido Quien Tú Sabes, y se volvieron muy prudentes. Pero no Sirius Black. Según he oído, pensaba ser el lugarteniente de Quien Tú Sabes cuando llegara al poder. El caso es que arrinconaron a Black en una calle llena de muggles, Black sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce muggles que pasaban por allí. Horrible, ¿no? ¿Y sabes lo que hizo Black entonces? — prosiguió Stan con un susurro teatral. —¿Qué? —preguntó Harry. —Reírse —explicó Stan—. Se quedó allí riéndose. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco, ¿verdad, Ernie? ¿Verdad que está loco? —Si no lo estaba cuando lo llevaron a Azkaban, lo estará ahora —dijo Ernie con voz pausada—. Yo me maldeciría a mí mismo si tuviera que pisar ese lugar, pero después de lo que hizo le estuvo bien empleado. —Les dio mucho trabajo encubrirlo todo, ¿verdad, Ernie? —dijo Stan—. Toda la calle destruida y todos aquellos muggles muertos. ¿Cuál fue la versión oficial, Ernie? —Una explosión de gas —gruñó Ernie. —Y ahora está libre —dijo Stan volviendo a examinar la cara demacrada de Black, en la fotografía del periódico—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban, ¿verdad, Ernie? No entiendo cómo lo ha hecho. Da miedo, ¿no? No creo que los guardias de Azkaban se lo pusieran fácil, ¿verdad, Ernie? Ernie se estremeció de repente. —Sé buen chico y cambia de conversación. Los guardias de Azkaban me ponen los pelos de punta. Stan retiró el periódico a regañadientes, y Harry se reclinó contra la ventana del autobús noctámbulo, sintiéndose peor que nunca. No podía dejar de imaginarse lo que Stan contaría a los pasajeros noches más tarde: «¿Has oído lo de ese Harry Potter? Hinchó a su tía como si fuera un globo. Lo tuvimos aquí, en el autobús noctámbulo, ¿verdad, Ernie? Trataba de huir…» Harry había infringido las leyes mágicas, exactamente igual que Sirius Black. ¿Inflar a tía Marge sería considerado lo bastante grave para ir a Azkaban? Harry no sabía nada acerca de la prisión de los magos, aunque todos a cuantos había oído hablar sobre ella empleaban el mismo tono aterrador. Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, había pasado allí dos meses el curso anterior. Tardaría en olvidar la expresión de terror que puso cuando le dijeron adónde lo llevaban, y Hagrid era una de las personas más valientes que conocía. ebookelo.com - Página 31
  • 32. El autobús noctámbulo circulaba en la oscuridad echando a un lado los arbustos, las balizas, las cabinas de teléfono, los árboles, mientras Harry permanecía acostado en el colchón de plumas, deprimido. Después de un rato, Stan recordó que Harry había pagado una taza de chocolate caliente, pero lo derramó todo sobre la almohada de Harry con el brusco movimiento del autobús entre Anglesey y Aberdeen. Brujos y brujas en camisón y zapatillas descendieron uno por uno del piso superior, para abandonar el autobús. Todos parecían encantados de bajarse. Al final sólo quedó Harry. —Bien, Neville —dijo Stan, dando palmadas—, ¿a qué parte de Londres? —Al callejón Diagon —respondió Harry. —De acuerdo —dijo Stan—, agárrate fuerte… ¡PRUMMMMBBB! Circularon por Charing Cross como un rayo. Harry se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba. Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y se iría, no sabía dónde. Ernie pisó el freno, y el autobús noctámbulo derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon. —Gracias —le dijo a Ernie. Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de Hedwig—. Bueno —dijo Harry—, entonces, ¡adiós! Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante. —Conque estás aquí, Harry —dijo una voz. Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó: —¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí! Harry miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago. Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia. Stan saltó a la acera, tras ellos. —¿Cómo ha llamado a Neville, señor ministro? —dijo nervioso. Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado. —¿Neville? —repitió frunciendo el entrecejo—. Es Harry Potter. —¡Lo sabía! —gritó Stan con alegría—. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville! ¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz! —Sí —dijo Fudge irritado—. Bien, estoy muy orgulloso de que el autobús noctámbulo haya transportado a Harry Potter, pero ahora él y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante… Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry, y Harry se vio conducido al interior de la taberna. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de ebookelo.com - Página 32
  • 33. detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas. —¡Lo ha atrapado, señor ministro! —dijo Tom—. ¿Querrá tomar algo? ¿Cerveza? ¿Brandy? —Tal vez un té —contestó Fudge, que aún no había soltado a Harry. Detrás de ellos se oyó un ruido de arrastre y un jadeo, y aparecieron Stan y Ernie acarreando el baúl de Harry y la jaula de Hedwig, y mirando emocionados a su alrededor. —¿Por qué no nos has dicho quién eras, Neville? —le preguntó Stan sonriendo, mientras Ernie, con su cara de búho, miraba por encima del hombro de Stan con mucho interés. —Y un salón privado, Tom, por favor —pidió Fudge lanzándoles una clara indirecta. —Adiós —dijo Harry con tristeza a Stan y Ernie, mientras Tom indicaba a Fudge un pasadizo que salía del bar. —¡Adiós, Neville! —dijo Stan. Fudge llevó a Harry por el estrecho pasadizo, tras el farol de Tom, hasta que llegaron a una pequeña estancia. Tom chascó los dedos, y se encendió un fuego en la chimenea. Tras hacer una reverencia, se fue. —Siéntate, Harry —dijo Fudge, señalando una silla que había al lado del fuego. Harry se sentó. Se le había puesto carne de gallina en los brazos, a pesar del fuego. Fudge se quitó la capa de rayas y la dejó a un lado. Luego se subió un poco los pantalones del traje verde botella y se sentó enfrente de Harry. —Soy Cornelius Fudge, ministro de Magia. Por supuesto, Harry ya lo sabía. Había visto a Fudge en una ocasión anterior, pero como entonces llevaba la capa invisible que le había dejado su padre en herencia, Fudge no podía saberlo. Tom, el propietario, volvió con un delantal puesto sobre el camisón y llevando una bandeja con té y bollos. Colocó la bandeja sobre la mesa que había entre Fudge y Harry, y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí. —Bueno, Harry —dijo Fudge, sirviendo el té—, no me importa confesarte que nos has traído a todos de cabeza. ¡Huir de esa manera de casa de tus tíos! Había empezado a pensar… Pero estás a salvo y eso es lo importante. Fudge se untó un bollo con mantequilla y le acercó el plato a Harry. —Come, Harry, pareces desfallecido. Ahora… te agradará oír que hemos solucionado la hinchazón de la señorita Marjorie Dursley. Hace unas horas que enviamos a Privet Drive a dos miembros de la brigada encargada de deshacer magia accidental. Han desinflado a la señorita Dursley y le han modificado la memoria. No guarda ningún recuerdo del incidente. Así que asunto concluido y no hay que lamentar daños. Fudge sonrió a Harry por encima del borde de la taza. Parecía un tío contemplando a su sobrino favorito. Harry, que no podía creer lo que oía, abrió la ebookelo.com - Página 33
  • 34. boca para hablar, pero no se le ocurrió nada que decir, así que la volvió a cerrar. —¡Ah! ¿Te preocupas por la reacción de tus tíos? —añadió Fudge—. Bueno, no te negaré que están muy enfadados, Harry, pero están dispuestos a volver a recibirte el próximo verano, con tal de que te quedes en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa. Harry carraspeó. —Siempre me quedo en Hogwarts durante la Navidad y la Semana Santa — observó—. Y no quiero volver nunca a Privet Drive. —Vamos, vamos. Estoy seguro de que no pensarás así cuando te hayas tranquilizado —dijo Fudge en tono de preocupación—. Después de todo, son tu familia, y estoy seguro de que sentís un aprecio mutuo… eh… muy en el fondo. No se le ocurrió a Harry desmentir a Fudge. Quería oír cuál sería su destino. —Así que todo cuanto queda por hacer —añadió Fudge untando de mantequilla otro bollo— es decidir dónde vas a pasar las tres últimas semanas de vacaciones. Sugiero que cojas una habitación aquí, en el Caldero Chorreante, y… —Un momento —interrumpió Harry—. ¿Y mi castigo? Fudge parpadeó. —¿Castigo? —¡He infringido la ley! ¡El Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad! —¡No te vamos a castigar por una tontería como ésa! —gritó Fudge, agitando con impaciencia la mano que sostenía el bollo—. ¡Fue un accidente! ¡No se envía a nadie a Azkaban sólo por inflar a su tía! Pero aquello no cuadraba del todo con el trato que el Ministerio de Magia había dispensado a Harry anteriormente. —¡El año pasado me enviaron una amonestación oficial sólo porque un elfo doméstico tiró un pastel en la casa de mi tío! —exclamó Harry arrugando el entrecejo —. ¡El Ministerio de Magia me comunicó que me expulsarían de Hogwarts si volvía a utilizarse magia en aquella casa! Si a Harry no le engañaban los ojos, Fudge parecía apurado. —Las circunstancias cambian, Harry… Tenemos que tener en cuenta… Tal como están las cosas actualmente… No querrás que te expulsemos, ¿verdad? —Por supuesto que no —dijo Harry. —Bueno, entonces, ¿por qué protestas? —dijo Fudge riéndose, sin darle importancia—. Ahora cómete un bollo, Harry, mientras voy a ver si Tom tiene una habitación libre para ti. Fudge salió de la estancia con paso firme, y Harry lo siguió con la mirada. Estaba sucediendo algo muy raro. ¿Por qué lo había esperado Fudge en el Caldero Chorreante si no era para castigarlo por lo que había hecho? Y pensando en ello, seguro que no era normal que el mismísimo ministro de Magia se encargara de problemas como la utilización de la magia por menores de edad. ebookelo.com - Página 34
  • 35. Fudge regresó acompañado por Tom, el tabernero. —La habitación 11 está libre, Harry —le comunicó Fudge—. Creo que te encontrarás muy cómodo. Sólo una petición (y estoy seguro de que lo entenderás): no quiero que vayas a Londres muggle, ¿de acuerdo? No salgas del callejón Diagon. Y tienes que estar de vuelta cada tarde antes de que oscurezca. Supongo que lo entiendes. Tom te vigilará en mi nombre. —De acuerdo —respondió Harry—. Pero ¿por qué…? —No queremos que te vuelvas a perder —explicó Fudge, riéndose con ganas—. No, no… mejor saber dónde estás… Lo que quiero decir… Fudge se aclaró ruidosamente la garganta y recogió su capa. —Me voy. Ya sabes, tengo mucho que hacer. —¿Han atrapado a Black? —preguntó Harry. Los dedos de Fudge resbalaron por los broches de plata de la capa. —¿Qué? ¿Has oído algo? Bueno, no. Aún no, pero es cuestión de tiempo. Los guardias de Azkaban no han fallado nunca, hasta ahora… Y están más irritados que nunca. —Fudge se estremeció ligeramente—. Bueno, adiós. Alargó la mano y Harry, al estrecharla, tuvo una idea repentina. —¡Señor ministro! ¿Puedo pedirle algo? —Por supuesto —sonrió Fudge. —Los de tercer curso, en Hogwarts, tienen permiso para visitar Hogsmeade, pero mis tíos no han firmado la autorización. ¿Podría hacerlo usted? Fudge parecía incómodo. —Ah —exclamó—. No, no, lo siento mucho, Harry. Pero como no soy ni tu padre ni tu tutor… —Pero usted es el ministro de Magia —repuso Harry—. Si me diera permiso… —No. Lo siento, Harry, pero las normas son las normas —dijo Fudge rotundamente—. Quizá puedas visitar Hogsmeade el próximo curso. De hecho, creo que es mejor que no… Sí. Bueno, me voy. Espero que tengas una estancia agradable aquí, Harry. Y con una última sonrisa, salió de la estancia. Tom se acercó a Harry sonriendo. —Si quiere seguirme, señor Potter… Ya he subido sus cosas… Harry siguió a Tom por una escalera de madera muy elegante hasta una puerta con un número 11 de metal colgado en ella. Tom la abrió con la llave para que Harry pasara. Dentro había una cama de aspecto muy cómodo, algunos muebles de roble con mucho barniz, un fuego que crepitaba alegremente y, encaramada sobre el armario… —¡Hedwig! —exclamó Harry. La blanca lechuza dio un picotazo al aire y se fue volando hasta el brazo de Harry. —Tiene una lechuza muy lista —dijo Tom con una risita—. Ha llegado unos cinco minutos después de usted. Si necesita algo, señor Potter, no dude en pedirlo. Volvió a hacer una inclinación, y abandonó la habitación. ebookelo.com - Página 35
  • 37. H CAPÍTULO 4 El Caldero Chorreante ARRY tardó varios días en acostumbrarse a su nueva libertad. Nunca se había podido levantar a la hora que quería, ni comer lo que le gustaba. Podía ir donde le apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esta calle larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo, Harry no sentía ningún deseo de incumplir la palabra que le había dado a Fudge ni de extraviarse por el mundo muggle. Desayunaba por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo. Después del desayuno, Harry salía al patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaba esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon. Harry pasaba aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban»). Harry ya no tenía que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; ahora podía sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre ebookelo.com - Página 37
  • 38. la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Harry, cada media hora, un helado de crema y caramelo. Después de llenar el monedero con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de su cámara acorazada en Gringotts, necesitó mucho dominio para no gastárselo todo enseguida. Tenía que recordarse que aún le quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarse pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos, para no caer en la tentación de comprarse un juego de gobstones de oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto). También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía. Pero lo que más a prueba puso su decisión apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana de llegar al Caldero Chorreante. Deseoso de enterarse de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, Harry se abrió paso para entrar, apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vio, en un expositor, la escoba más impresionante que había visto en su vida. —Acaba de salir… prototipo… —le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante. —Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que Harry, que iba colgado del brazo de su padre. El propietario de la tienda decía a la gente: —¡La selección de Irlanda acaba de hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los Mundiales! Cuando una bruja de gran tamaño se apartó, Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba: SAETA DE FUEGO Este ultimísimo modelo de escoba de carreras dispone de un palo de fresno ultrafino y aerodinámico, tratado con una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada hasta conseguir la perfección aerodinámica. Todo ello otorga a la Saeta de Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un sistema indestructible de frenado por encantamiento. Preguntar precio en el interior. Preguntar el precio… Harry no quería ni imaginar cuánto costaría la Saeta de Fuego. Nunca le había apetecido nada tanto como aquello… Pero nunca había perdido un partido de quidditch en su Nimbus 2000, ¿y de qué le servía dejar vacía su cámara de seguridad de Gringotts para comprarse la Saeta de Fuego teniendo ya una ebookelo.com - Página 38
  • 39. escoba muy buena? Harry no preguntó el precio, pero regresó a la tienda casi todos los días sólo para contemplar la Saeta de Fuego. Sin embargo, había cosas que Harry tenía que comprar. Fue a la botica para aprovisionarse de ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio le quedaba ya demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos, visitó la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compró otra nueva. Y lo más importante de todo: tenía que comprar los libros de texto para sus dos nuevas asignaturas: Cuidado de Criaturas Mágicas y Adivinación. Harry se sorprendió al mirar el escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar, había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El monstruoso libro de los monstruos. Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre. Harry sacó del bolsillo la lista de libros y la consultó por primera vez. El monstruoso libro de los monstruos aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. En ese momento Harry comprendió por qué Hagrid le había dicho que podía serle útil. Sintió alivio. Se había preguntado si Hagrid tendría problemas con algún nuevo y terrorífico animal de compañía. Cuando Harry entró en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a él. —¿Hogwarts? —preguntó de golpe—. ¿Vienes por los nuevos libros? —Sí —respondió Harry—. Necesito… —Quítate de en medio —dijo el dependiente con impaciencia, haciendo a Harry a un lado. Se puso un par de guantes muy gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los libros monstruosos. —Espere —dijo Harry con prontitud—, ése ya lo tengo. —¿Sí? —El rostro del dependiente brilló de alivio—. ¡Cuánto me alegro! Ya me han mordido cinco veces en lo que va de día. Desgarró el aire un estruendoso rasguido. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban desgarrando. —¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente, metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor que cuando trajeron los doscientos ejemplares del Libro invisible de la invisibilidad. Costaron una fortuna y nunca los encontramos… Bueno, ¿en qué puedo servirte? —Necesito Disipar las nieblas del futuro, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry, consultando la lista de libros. —Ah, vas a comenzar Adivinación, ¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciendo a Harry a la parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción del futuro. Había una pequeña mesa rebosante de ebookelo.com - Página 39
  • 40. volúmenes con títulos como Predecir lo impredecible: protégete de los fallos y accidentes y Cuando el destino es adverso. —Aquí tienes —le dijo el dependiente, que había subido unos peldaños para bajar un grueso libro de pasta negra—: Disipar las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales… Pero Harry no escuchaba. Su mirada había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en una pequeña mesa: Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor. —Yo en tu lugar no leería eso —dijo suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector hasta matarlo de miedo. Pero Harry siguió examinando la portada del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Le resultaba extrañamente familiar… El dependiente puso en las manos de Harry el ejemplar de Disipar las nieblas del futuro. —¿Algo más? —preguntó. —Sí —dijo Harry, algo aturdido, apartando los ojos de los del perro y consultando la lista de libros—: Necesito… Transformación, nivel intermedio y Libro reglamentario de hechizos, tercer curso. Diez minutos después, Harry salió de Flourish y Blotts con sus nuevos libros bajo el brazo, y volvió al Caldero Chorreante sin apenas darse cuenta de por dónde iba, y chocando con varias personas. Subió las escaleras que llevaban a su habitación, entró en ella y arrojó los libros sobre la cama. Alguien la había hecho. Las ventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales. Harry oía los autobuses que pasaban por la calle muggle que quedaba detrás de él, fuera de la vista; y el alboroto de la multitud invisible, abajo, en el callejón Diagon. Se vio reflejado en el espejo que había en el lavabo. —No puede haber sido un presagio de muerte —le dijo a su reflejo con actitud desafiante—. Estaba muerto de terror cuando vi aquello en la calle Magnolia. Probablemente no fue más que un perro callejero. Alzó la mano de forma automática, e intentó alisarse el pelo. —Es una batalla perdida —le respondió el espejo con voz silbante. • • • Al pasar los días, Harry empezó a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry se encontró a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor, en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego; ebookelo.com - Página 40
  • 41. se tropezó también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Harry no se detuvo para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo. Harry deseó que ella nunca se enterara de que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del Ministerio de Magia. Harry despertó el último día de vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el expreso de Hogwarts. Se levantó, se vistió, fue a contemplar por última vez la Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde comería cuando alguien gritó su nombre. Se volvió. —¡Harry! ¡HARRY! Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano. —¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y… —Compré la semana pasada todo el material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero Chorreante? —Mi padre —contestó Ron escuetamente. Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a tía Marge. —¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria. —Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control. —No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado. —A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo? —Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar, porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King’s Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí! La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo. —Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio. —¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso? —Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y ebookelo.com - Página 41
  • 42. abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos. —¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla. —Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Runas Antiguas, Estudios Muggles… —¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los muggles! —Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad. —¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione? — preguntó Harry mientras Ron se reía. Hermione no les hizo caso: —Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado. —¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida. —No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig y tú tienes a Errol… —No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers. —Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien. Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes. —Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers. Y Hermione se puede comprar una lechuza. Así que pagaron los helados y cruzaron la calle para ir a la tienda de animales. No había mucho espacio dentro. Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y Hermione esperaron, observando las jaulas. Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; caracoles venenosos de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los colores, ebookelo.com - Página 42
  • 43. una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador, una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada. El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador. —Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida. —Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo. Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado. —Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene? —No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano. —¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca. —Bueenoooo… —dijo Ron. La verdad era que Scabbers nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación. —Ha pasado lo suyo —comentó la bruja. —Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron. —No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas… Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró: —Presumidas. —Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador. —Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto…? ¡Ay! Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra Scabbers, bufando sin parar. —¡No, Crookshanks, no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta. —¡Scabbers! —gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás de la rata; Harry lo siguió. Tardaron casi diez minutos en encontrar a Scabbers, que se había refugiado bajo ebookelo.com - Página 43
  • 44. una papelera, en la puerta de la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch. Ron volvió a guardarse la rata, que estaba temblando. Se estiró y se rascó la cabeza. —¿Qué ha sido? —O un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió Harry. —¿Dónde está Hermione? —Supongo que comprando la lechuza. Volvieron por la calle abarrotada de gente hasta la tienda de animales mágicos. Llegaron cuando salía Hermione, pero no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color canela. —¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado. —Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría. «Sobre gustos no hay nada escrito», pensó Harry. El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique. Sin embargo, en aquel momento en que Scabbers no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz en los brazos de Hermione. —¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo! —No lo hizo a propósito, ¿verdad, Crookshanks? —dijo Hermione. —¿Y qué pasa con Scabbers? —preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca? —Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte. Crookshanks dormirá en mi dormitorio y Scabbers en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Crookshanks… La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería. —Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta. —¡Harry! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿cómo estás? —Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras. El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole. —¿Todavía no lo han cogido? —preguntó. —No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada. —¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero… —No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía ebookelo.com - Página 44
  • 45. muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás. En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último delegado, y Ginny, la menor de los Weasley. Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo. Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo: —Es un placer verte, Harry. —Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa. —Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano. Era como ser presentado al alcalde. —Muy bien, gracias… —¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico… —Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble. Percy frunció el entrecejo. —Ya vale —dijo la señora Weasley. —¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano —. Esto es fabuloso… —He dicho que ya vale —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, Harry, cariño. Supongo que has oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo delegado de la familia —dijo rebosante de orgullo. —Y último —dijo Fred en un susurro. —De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no os han hecho prefectos. —¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle—. Le quitaría a la vida su lado divertido. Ginny se rió. —¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley. —Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena… Se fue y George dio un suspiro. —Intentamos encerrarlo en una pirámide —le dijo a Harry—, pero mi madre nos descubrió. ebookelo.com - Página 45
  • 46. Aquella noche la cena resultó muy agradable. Tom, el tabernero, juntó tres mesas del comedor, y los siete Weasley, Harry y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena. —¿Cómo iremos a King’s Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate. —El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley. Todos lo miraron. —¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad. —Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas… —Por «Presumido del Año» —dijo Fred. Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltaron una carcajada. —¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias. —Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor, dado que soy funcionario. Lo dijo sin darle importancia, pero Harry notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando se azoraba. —Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Os dais cuenta de la cantidad de equipaje que lleváis entre unos y otros? Qué buena estampa haríais en el metro muggle… Lo tenéis ya todo listo, ¿verdad? —Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama. —Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley. Ron miró a Percy con cara de pocos amigos. Después de la cena todos se sentían algo pesados y adormilados. Uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. La habitación de Ron y Percy era contigua a la de Harry. Acababa de cerrar su baúl con llave cuando oyó voces de enfado a través de la pared, y fue a ver qué ocurría. La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y Percy gritaba. —Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo. —No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba Ron a su vez. —¿Qué ocurre? —preguntó Harry. —Mi insignia de delegado ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry. —Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de Scabbers —añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar… —¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy. ebookelo.com - Página 46
  • 47. —Yo iré por lo de Scabbers, ya he terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron. Harry se hallaba en mitad de las escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyó dos voces airadas que procedían del comedor. Tardó un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron. Se quedó dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de que los había oído discutiendo, y el sonido de su propio nombre le hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor. —No tiene ningún sentido ocultárselo —decía acaloradamente el señor Weasley —. Harry tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años y… —¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! —dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada! —No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo! —contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Incluso se han internado en el bosque prohibido. ¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa…! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto. —Pero no está muerto, está bien, así que ¿de qué sirve…? —Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible. Ha pasado un mes y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El Profeta: no estamos más cerca de pillarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás… —Pero Harry estará a salvo en Hogwarts. —Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts. —Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de Harry… Se oyó un golpe y Harry supuso que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa. —Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que… que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien Tú Sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien Tú Sabes. Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso… Se hizo el silencio. Harry pegó aún más el oído a la puerta. —Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus ebookelo.com - Página 47
  • 48. Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director. Supongo que estará al corriente de todo esto. —Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió. —¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black? —Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban — respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así… Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar. —Si salvan a Harry… —En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos… Harry oyó mover las sillas. Tan sigilosamente como pudo, se alejó para no ser visto por el pasadizo que conducía al bar. La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos le indicó que los padres de Ron subían las escaleras. La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry esperó hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvió a subir por las escaleras, con la botella. Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia. —La tenemos nosotros —le susurró Fred al oído—. La hemos mejorado. En la insignia se leía ahora: Premio Asnal. Harry lanzó una risa forzada. Le llevó a Ron el tónico para ratas, se encerró en la habitación y se echó en la cama. Así que Sirius Black iba tras él. Eso lo explicaba todo. Fudge había sido indulgente con él porque estaba muy contento de haberlo encontrado con vida. Le había hecho prometer a Harry que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarle. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry hasta que hubiera subido al tren. Harry estaba tumbado, escuchando los gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó por qué no estaría más asustado. Sirius Black había matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que Harry se aterrorizaría al enterarse de la verdad. Pero Harry estaba completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que estuviera Albus Dumbledore. ¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste? ebookelo.com - Página 48
  • 49. Y además estaban los guardias de Azkaban, de los que hablaba todo el mundo. La mayoría de las personas les tenían un miedo irracional, y si estaban apostados alrededor del colegio, las posibilidades de que Black pudiera entrar parecían muy escasas. No, en realidad, lo que más preocupaba a Harry era que ya no tenía ninguna posibilidad de que le permitieran visitar Hogsmeade. Nadie querría dejarle abandonar la seguridad del castillo hasta que hubieran atrapado a Black; de hecho, Harry sospechaba que vigilarían cada uno de sus movimientos hasta que hubiera pasado el peligro. Arrugó el ceño mirando al oscuro techo. ¿Creían que no era capaz de cuidar de sí mismo? Había escapado tres veces de lord Voldemort. No era un completo inútil… Sin querer, le vino a la mente la silueta animal que había visto entre las sombras en la calle Magnolia. Qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor… —No me van a matar —dijo Harry en voz alta. —Así me gusta, amigo —contestó el espejo con voz soñolienta. ebookelo.com - Página 49
  • 50. A CAPÍTULO 5 El dementor LA mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té. Harry se vistió, y trataba de convencer a Hedwig de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puerta y entró enfadado, poniéndose la camisa. —Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acusa de haber manchado de té su foto de Penelope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada… —Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo interrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habitación para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy. Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermione de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja. —¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuando se sentaron. —Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor. Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiempo de hablar con Ron. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente. ebookelo.com - Página 50
  • 51. —Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren. —No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers? Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada. El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior. —Aquí están —anunció—. Vamos, Harry. El señor Weasley condujo a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda. —Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy. El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo, comparado con el que Harry había hecho en el autobús noctámbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon. Llegaron a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo. El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación. —Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry. El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó. Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo. —¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose. Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado. Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante ebookelo.com - Página 51
  • 52. compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron. La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione y por último a Harry. Éste se sintió avergonzado pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más. —Cuídate, Harry. ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron… no, no son de conserva de buey… Fred… ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño…! —Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento. Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió hasta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley. —Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa. —No es necesario, señor Weasley. Ya lo sé. —¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo? —Yo… eh… les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento… —No quería que te enteraras de esa forma —dijo el señor Weasley, nervioso. —No… Ha sido la mejor manera. Así me he podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge. —Harry, debes de estar muy asustado… —No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad? El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada. —Harry, sabía que estabas hecho…, bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas miedo, pero… —¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse! —Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley. Pero se volvió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra… —¿De que seré un buen chico y me quedaré en el castillo? —preguntó Harry con tristeza. —No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black. Harry lo miró fijamente. —¿Qué? Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren. —Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra… ebookelo.com - Página 52
  • 53. —¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quiere matarme? —preguntó Harry, sin comprender. —Prométeme que, oigas lo que oigas… —¡Arthur, aprisa! —gritó la señora Weasley. Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista. —Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad. —Vete, Ginny —dijo Ron. —¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal humor, y se marchó muy ofendida. Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final. En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida. El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris. —¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana. —Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato. —¿Cómo lo sabes? —Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas. —Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin. —Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado. —Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido —. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar? Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione ebookelo.com - Página 53
  • 54. se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir: —¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti? ¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas… —Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí. —¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando. Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él. —Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad. —Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles… —¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron. De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento. —Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes. Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente. —¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor. —Sí… Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry. —¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia. —¡No! Bueno…, no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos… Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo? —Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos— o le despertará. Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl. —Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse—. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo. —¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña… —Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes! —¿Qué es eso? —preguntó Hermione. —Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, ebookelo.com - Página 54
  • 55. donde tienen de todo… Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca… y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase para que parezca que estás pensando lo que vas a escribir a continuación… —Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña… —… Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lengüetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione. Hermione se volvió hacia Harry. —¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade? —Supongo que sí —respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto. —¿Qué quieres decir? —preguntó Ron. —Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo. Ron se quedó horrorizado. —¿Que no puedes venir? Pero… hay que buscar la forma… McGonagall o algún otro te dará permiso… Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta. —Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo… —¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black… —Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso — observó Harry. —Pero si nosotros estamos con él… Black no se atreverá a… —No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él? Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks. —¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron. Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con ligereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón irritado. —¡Apártate de aquí! ebookelo.com - Página 55
  • 56. —¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado. Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo. El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes. A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior. A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida. —¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo. Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin. —Eeh… ¿profesor? —dijo—. Disculpe… ¿profesor? El dormido no se inmutó. —No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista. —Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que… no está muerto, claro. —No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry. Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle. Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila. —Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar, arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata. Crabbe y Goyle se rieron como bobos. —He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No ebookelo.com - Página 56
  • 57. se habrá muerto tu madre del susto? Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó. —¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin. —Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy? Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor. —Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia. Y desaparecieron. Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos. —No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le cogeré la cabeza y… Ron hizo un gesto violento. —Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado… Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido. La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo. —Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra. Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad. —Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete… —No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj. —Entonces, ¿por qué nos detenemos? El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales. Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total. —¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron. —¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron! Harry volvió a tientas a su asiento. —¿Habremos tenido una avería? ebookelo.com - Página 57
  • 58. —No sé… Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera. —Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente… La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño. —¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento… —Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville. —¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede? —¡No tengo ni idea! Siéntate… Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks. —Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor. —¿Quién eres? —¿Quién eres? —¿Ginny? —¿Hermione? —¿Qué haces? —Buscaba a Ron… —Entra y siéntate… —Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo! —¡Ay! —exclamó Neville. —¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca. Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada. Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos. —No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla. De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua… Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues ebookelo.com - Página 58
  • 59. de la tela negra. Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire. Un frío intenso se extendió por encima de todos. Harry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón… Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte… Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él… —¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien? Alguien le daba palmadas en la cara. —¿Qué? Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba… El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío. Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento. —¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado. —Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese… ese ser? ¿Quién gritaba? —No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado. Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos. —Pero he oído gritos… Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate. —Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará. Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió. —¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin. —Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban. Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo. —Coméoslo —insistió—. Os vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista… ebookelo.com - Página 59
  • 60. Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo. —¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry. —No entiendo… ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara. —Bueno, ese ser… el dementor… se quedó ahí mirándonos (es decir, creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú… —Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarte… —Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue… —Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando entró? —Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento… Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sentirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortarla. —Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado. —No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque… Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el control de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho? El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar, miró alrededor y dijo con una breve sonrisa: —No he envenenado el chocolate, ¿sabéis? Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies. —Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry? Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre. —Sí —dijo, un poco confuso. No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo. —¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Ron y ebookelo.com - Página 60
  • 61. Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago. —¿Estáis bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud. Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Harry) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes. La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento. Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron. Al bajar, Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas: —¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste? Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia. —¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas. —¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor, Weasley? —¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos. Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo: —Oh, no, eh… profesor… Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo. Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los tres se unieron a la multitud apiñada en la parte superior, a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores. ebookelo.com - Página 61
  • 62. A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando lo llamó una voz: —¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros! Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor, los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo. —No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley. Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud; la acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo. Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto: —El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que te sentiste indispuesto en el tren, Potter. Antes de que Harry pudiera responder, se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastante embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío. —Estoy bien —dijo—, no necesito nada… —Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso. —Ha sido un dementor, Poppy —dijo la profesora McGonagall. Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación. —Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada… —¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido. —Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándole el pulso. —¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería? —¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba ebookelo.com - Página 62
  • 63. pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería. —Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry. —Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos. —¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios! —¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —preguntó la profesora McGonagall. —Sí —dijo Harry. —Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos. Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor. Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas largas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas. —¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja. Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por medio del Sombrero Seleccionador, que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin). La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor? Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos. —¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry. Comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló. El profesor Dumbledore, aunque viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. Solían referirse a él como al mayor mago de la época, pero no era por eso por lo que Harry le tenía tanto respeto. No se podía menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Harry lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquilo por vez primera desde que el dementor había entrado en el compartimento del tren. —¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su ebookelo.com - Página 63
  • 64. barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó lo que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles — añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en que los prefectos y los nuevos delegados se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores. Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada. —Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras. Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos. El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores túnicas. —¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído. El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él. —En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques. Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, ebookelo.com - Página 64
  • 65. que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra. —¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa —. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde? Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir, y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel. —Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete! Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer. Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior, limpiaron el nombre de Hagrid. Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento. —¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores. —Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo… Un gran tipo, Dumbledore… Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido. Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse. Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de la Señora Gorda, vestida de rosa: —¿Contraseña? —¡Dejadme pasar, dejadme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»! —¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas. Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron ebookelo.com - Página 65
  • 66. hacia las respectivas escaleras. Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular, con sus cinco camas con dosel, y Harry, mirando a su alrededor, sintió que por fin estaba en casa. ebookelo.com - Página 66
  • 67. C CAPÍTULO 6 Posos de té y garras de hipogrifo UANDO Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general. —No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena… —¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh! Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor, junto a George Weasley. —Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry? —Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin. George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima. —Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred? —Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy. —Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores… —Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred. ebookelo.com - Página 67
  • 68. —Pero no os desmayasteis, ¿a que no? —dijo Harry en voz baja. —No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso… Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí. —De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿os acordáis? La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito. Hermione se aprendía su nuevo horario: —Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente. —Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente. —Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall. —Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y… —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez? —No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez. —Bueno, entonces… —Pásame la mermelada —le pidió Hermione. —Pero… —¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall. En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de piel de topo y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba. —¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien… Yo, profesor…, francamente… Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón. —Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad. El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario. ebookelo.com - Página 68
  • 69. —Lo mejor será que vayamos ya. Mirad, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar… Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo. El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte. —Tiene… que… haber… un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba. —Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha. —Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago… Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Harry estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts tuvieran movimiento y a que los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero siempre se había divertido viéndolos. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse. —¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos! Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba. —¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro. —¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín! El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor. —Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino? —¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y ebookelo.com - Página 69
  • 70. hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentil señora! ¡Vamos! Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico. Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un cuadro. —¡Endureced vuestros corazones, lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol. Jadeando, Harry, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula. —¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan! —Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado. Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce. —Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí? Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio. —Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás. Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té. Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor, entre murmullos. —¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron. ebookelo.com - Página 70
  • 71. De repente salió de las sombras una voz suave: —Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico. La inmediata impresión de Harry fue que se trataba de un insecto grande y brillante. La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras. —Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior. Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando: —Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno… —Al oír estas palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, hechizos y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela? —Creo que sí —dijo Neville tembloroso. —Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo. Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón. —Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre. —Un ebookelo.com - Página 71
  • 72. silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata? Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney. —Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes dieciséis de octubre. —Lavender tembló—. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido… —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho. Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor, y le dijo: —Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias… Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión. Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron. —Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía? —Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba. —¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra. Harry intentó recobrarse: —Bueno, hay una especie de cruz torcida… —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos… Lo siento… Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad… Así que vas a sufrir, pero vas a ser muy feliz… —Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró. —Ahora me toca a mí… —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo—. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia… —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota… ¿Qué es eso? — ebookelo.com - Página 72
  • 73. Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar. Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza… parece un hipo…, no, una oveja… La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry. —Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry. Todos se quedaron en silencio, expectantes. La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj. —El halcón… querido, tienes un enemigo mortal. —Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe. Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración. Nunca la habían visto hablar así a un profesor. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola. —La porra… un ataque. Vaya, vaya… no es una taza muy alegre… —Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza. —La calavera… peligro en tu camino… Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó. Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados. —Mi querido chico… mi pobre niño… no… es mejor no decir… no… no me preguntes… —¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la taza de Harry. —Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim. —¿El qué? —preguntó Harry. Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados. —¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios… el augurio de la muerte. El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia… Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney. ebookelo.com - Página 73
  • 74. —No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente. La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado. —Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro. Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro. —Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda. —¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no…! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo. —Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí… por favor, recoged vuestras cosas… Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry. —Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido… —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido. Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo. Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto. Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos. —¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase. Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano. —Por favor, profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y… hemos estado leyendo las hojas de té y… —¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año? Todos la miraron fijamente. —Yo —respondió por fin Harry. —Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, ebookelo.com - Página 74
  • 75. desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas… —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney… —Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter, así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos. Hermione se echó a reír. Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender susurró: —Pero ¿y la taza de Neville? Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor, para el almuerzo. —Ánimo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall. Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tenedor, pero no empezó a comer. —Harry —dijo en voz baja y grave—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad? —Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley. Ron dejó caer el tenedor, que hizo mucho ruido. —Probablemente, un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila. Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca. —Hermione, si Harry ha visto un Grim, eso es… eso es terrible —aseguró—. Mi tío Bilius vio uno y… ¡murió veinticuatro horas más tarde! —Casualidad —arguyó Hermione sin darle importancia, sirviéndose zumo de calabaza. —¡No sabes lo que dices! —dijo Ron empezando a enfadarse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos. —Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de superioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry todavía está con nosotros porque no es lo bastante tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro barrio!» Ron movió los labios sin pronunciar nada, para que Hermione comprendiera sin que Harry se enterase. Hermione abrió la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo ebookelo.com - Página 75
  • 76. apoyó abierto en la jarra de zumo. —Creo que la adivinación es algo muy impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay que hacer muchas conjeturas. —No había nada de impreciso en el Grim que se dibujó en la taza —dijo Ron acalorado. —No estabas tan seguro de eso cuando le decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con serenidad. —¡La profesora Trelawney dijo que no tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gusta no ser la primera de la clase. Acababa de poner el dedo en la llaga. Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y zanahoria por todos lados. —Si ser buena en Adivinación significa que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiempo esa asignatura. Esa clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia. Cogió la mochila y se fue sin despedirse. Ron la siguió con la vista, frunciendo el entrecejo. —Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha asistido a ninguna clase de Aritmancia! A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban. Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar, cubierto con su abrigo de piel de topo, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies. —¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme! Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada. —¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. ebookelo.com - Página 76
  • 77. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros… —¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy. —¿Qué? —dijo Hagrid. —¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas. —¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado. La clase entera negó con la cabeza. —Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad… Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano. —¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió? —Yo… yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo. —¡Ah, qué gracia nos hace…! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos! —Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito. —Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que… ya tenéis los libros y… y… ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento… Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista. —Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas… A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente. —Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry. —Cuidado, Potter, hay un dementor detrás de ti. —¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado. Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas. —¡Id para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca—. ¡Hipogrifos! ebookelo.com - Página 77
  • 78. —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos? Harry pudo comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta. —Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si queréis acercaros un poco… Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca. —Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que hicierais. Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar. —Tenéis que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento — continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él responde con una inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os alejéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero? Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados. —¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante. —Yo —se ofreció Harry. Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron: —¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té! Harry no hizo caso y saltó la cerca. —¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak. Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia. —Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado… A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja. —Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza… ebookelo.com - Página 78
  • 79. A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada. El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió. —Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio… Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente. —¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos. Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba. La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados. —Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras! Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera. —Súbete ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Hagrid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría… Harry puso el pie sobre el ala de Buckbeak y se subió en el lomo. Buckbeak se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de él todo estaba cubierto de plumas. —¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al hipogrifo en los cuartos traseros. A cada lado de Harry, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud. Apenas le dio tiempo a agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas. Sus dedos resbalaban en las brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del movimiento suave de su Nimbus 2000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia delante, porque los cuartos traseros del hipogrifo se movían con las alas. Buckbeak sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás conforme el hipogrifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterrizar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse. —¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid, mientras lo vitoreaban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar? Envalentonados por el éxito de Harry, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado. Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione ebookelo.com - Página 79
  • 80. practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba. Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa. —Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz… ¿A que no eres peligroso? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa? Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa. —¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado! —No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de aquí… Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y profunda; la sangre salpicaba la hierba y Hagrid corría con él por la pendiente, hacia el castillo. Los demás alumnos los seguían temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid. —¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó Pansy Parkinson, con lágrimas en los ojos. —¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas. Crabbe y Goyle flexionaron los músculos amenazadoramente. Subieron los escalones de piedra hasta el desierto vestíbulo. —¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy. Y la vieron subir corriendo por la escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común subterránea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor. —¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione asustada. —Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había sufrido heridas mucho peores y la enfermera se las había curado con magia. —Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupado—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas… Fueron de los primeros en llegar al Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba. —No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó Hermione con preocupación, sin probar su pastel de filete y riñones. —Más vale que no —le respondió Ron, que tampoco probaba bocado. Harry observaba la mesa de Slytherin. Un grupo prieto y numeroso, en el que ebookelo.com - Página 80
  • 81. figuraban Crabbe y Goyle, estaba sumido en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia versión del percance sufrido por Malfoy. —Bueno, no puedes decir que el primer día de clase no haya sido interesante — dijo Ron con tristeza. Tras la cena subieron a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrumpían cada tanto para mirar por la ventana de la torre. —Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo Harry de repente. Ron miró el reloj. —Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano… —No sé —respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él. —Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los dementores, ¿verdad? Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir. La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó: —Adelante, entrad. Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang, su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas. —Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día. —¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione. —Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy… —¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo. —La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podido —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas… Gime… —Todo es cuento —dijo Harry—. La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible. —El Consejo Escolar está informado, por supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los hipogrifos para más tarde… Tenía que ebookelo.com - Página 81
  • 82. haber empezado con los gusarajos o con los summat… Creía que sería un buen comienzo… Ha sido culpa mía… —¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid! —dijo Hermione con seriedad. —Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste que los hipogrifos atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de verdad sucedió. —Sí, Hagrid, no te preocupes, te apoyaremos —confirmó Ron. De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lágrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso. —Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dijo Hermione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a vaciarla. —Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costillas. Hagrid se levantó de la silla y siguió a Hermione al exterior, con paso inseguro. Oyeron una ruidosa salpicadura. —¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado, cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía. —Meter la cabeza en el barril de agua —dijo Hermione, guardando la jarra. Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos. —Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos —. Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad… Hagrid se paró en seco mirando a Harry, como si acabara de darse cuenta de que estaba allí: —¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS! Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta. —¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy a acompañar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena! ebookelo.com - Página 82
  • 83. M CAPÍTULO 7 El boggart del armario ropero ALFOY no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla. —¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho? —Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista. —Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente. Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás. Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa. —Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo. —Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista. Ron se puso rojo como un tomate. —No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes. Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa. —Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces. ebookelo.com - Página 83
  • 84. Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños. —Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor. Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro. —Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley. —Pero señor… Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales. —Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa. Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo. —Profesor, necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa. —Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él. Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca. —¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja. —A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista. —Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida… —Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron. —… Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta… —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes? —¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid? —Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés. Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en… —¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, ebookelo.com - Página 84
  • 85. muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom? Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar. —Por favor, profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo… —No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente. Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo. —¡Ayúdame! —rogó a Hermione. —¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a Sirius Black. —¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con atención. —No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido. —No muy lejos de aquí… —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando. —¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más? Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se inclinó sobre la mesa. —¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter? —Exactamente —dijo Harry. Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina. —Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico bueno. Saldría a buscarlo. —¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad. —¿No sabes, Potter…? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros. —¿Qué he de saber? Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible. —Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los dementores, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo. —¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor. En aquel momento, Snape dijo en voz alta: —Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y ebookelo.com - Página 85
  • 86. luego probaremos la de Longbottom… Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón. —¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada. —Cosas que inventa —dijo Ron—. Le gustaría que hicieras una locura… Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero. —Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado. Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas en la garganta de Trevor. Se hizo un silencio total, mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su túnica, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal. —Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Le dije que no lo ayudara, señorita Granger. Podéis retiraos. Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape. —¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo! Ella no contestó. Ron miró a su alrededor. —¿Dónde está Hermione? Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar. —Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo. Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa de suficiencia y desapareció. —Ahí está —dijo Harry. Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica. —¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron. ebookelo.com - Página 86
  • 87. —¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos. —Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras. —¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no…! En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de libros grandes y pesados. —¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron. —Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos? —Pero… —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras. —Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor. —¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Harry. El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes. —Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor, meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas. La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y los había soltado en clase. —Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme… Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Éste los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una monótona canción: —Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin… ebookelo.com - Página 87
  • 88. Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo. —Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente —. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas. Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta. El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica. —Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor, estad atentos. Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves. Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones. —¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado. —Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos? Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores. —Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso. En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable. Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta tras él, dijo Snape: —Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su túnica negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído. Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante; ya era desagradable que se metiera con Neville en clase, y no digamos delante de otros profesores. El profesor Lupin había alzado las cejas. —Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy bien. El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo. ebookelo.com - Página 88
  • 89. —Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared. »No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro. Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el pomo de la puerta. —A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero… En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart? Hermione levantó la mano. —Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da. —Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir, se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry? Era difícil responder a una pregunta con Hermione al lado, que no dejaba de ponerse de puntillas, con la mano levantada. Pero Harry hizo un intento: —¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse? —Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo decepcionada —. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir, en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulo! —¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez. —Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más ebookelo.com - Página 89
  • 90. fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville. El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca. —Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse. Neville miró a su alrededor, con ojos despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro: —El profesor Snape. Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. El profesor Lupin, sin embargo, parecía pensativo. —El profesor Snape… humm… Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad? —Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella. —No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente. Neville estaba asustado, pero dijo: —Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo… normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro. —¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin. —Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville. —Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente? —Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación. —Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart-profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo. Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente. —Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico… La sala se quedó en silencio. Harry meditó… ¿qué era lo que más le aterrorizaba en el mundo? Lo primero que le vino a la mente fue lord Voldemort, un Voldemort que hubiera recuperado su antigua fuerza. Pero antes de haber empezado a planear un posible contraataque contra un boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una ebookelo.com - Página 90
  • 91. mano viscosa, corrompida, que se escondía bajo una capa negra…, una respiración prolongada y ruidosa que salía de una boca oculta… luego un frío tan penetrante que le ahogaba… Harry se estremeció. Miró a su alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La mayoría de sus compañeros tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para sí: —Arrancarle las patas. Harry adivinó de qué se trataba. Lo que más miedo le daba a Ron eran las arañas. —¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin. Harry se horrorizó. Él no estaba preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos los demás asentían con la cabeza y se arremangaban. —Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante… Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él. Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había remangado la túnica y tenía la varita preparada. —A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una… a las dos… a las tres… ¡ya! Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada. Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica… —¡Ri… Riddíkulo! —dijo Neville. Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo. Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó: —¡Parvati! ¡Adelante! Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos… —¡Riddíkulo! —gritó Parvati. Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando. —¡Seamus! —gritó el profesor Lupin. ebookelo.com - Página 91
  • 92. Seamus pasó junto a Parvati como una flecha. ¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee. Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado aullido que le puso a Harry los pelos de punta. —¡Riddíkulo! —gritó Seamus. La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado afónica. ¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando vueltas en círculo; a continuación… ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que se deslizaba retorciéndose, y luego… ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre. —¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean! Dean se adelantó. ¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un cangrejo. —¡Riddíkulo! —gritó Dean. Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera. —¡Excelente! ¡Ron, te toca! Ron se dirigió hacia delante. ¡Crac! Algunos gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Harry pensó que Ron se había quedado petrificado. Pero entonces… —¡Riddíkulo! —gritó Ron. Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Harry. Alzó la varita, pero… —¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña. ¡Crac! La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi con desgana. ¡Crac! —¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión. —¡Riddíkulo! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en mil volutas de humo y desapareciera. —¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos ebookelo.com - Página 92
  • 93. —. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos… cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart… Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry. —Pero yo no he intervenido —dijo Harry. —Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo. Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo, no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se enfrentara al boggart. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar? Pero nadie más se había dado cuenta. —¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus. —¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya. —¿Y Snape con el sombrero? —¿Y mi momia? —Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal — preguntó Lavender. —Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas. —Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al boggart yo también. —¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve? ebookelo.com - Página 93
  • 94. E CAPÍTULO 8 La huida de la Señora Gorda N muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin: —Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico. Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera. Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos o en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los ignorantes que cruzaban sus estanques. Harry habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca. Harry también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba. No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la ebookelo.com - Página 94
  • 95. clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban. Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte. A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo. —¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras. A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada. En un equipo de quidditch había siete personas: tres cazadores, cuya función era marcar goles metiendo la quaffle (un balón como el de fútbol, rojo) por uno de los aros que había en cada lado del campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores equipados con fuertes bates para repeler las bludgers (dos pesadas pelotas negras que circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para otro, intentando derribar a los jugadores); un guardián que defendía los postes sobre los que estaban los aros; y el buscador, que tenía el trabajo más difícil de todos, atrapar la dorada snitch, una pelota pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por finalizado el juego y otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador que la hubiera atrapado. Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras. —Es nuestra última oportunidad…, mi última oportunidad… de ganar la copa de quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos…, cancelación del torneo el curso pasado… —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor… equipo… de este… colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina ebookelo.com - Página 95
  • 96. Johnson y Katie Bell—. Tenemos dos golpeadores invencibles. —Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban. —¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible—. Y estoy yo —añadió. —Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George. —Un guardián muy chachi —confirmó Fred. —La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harry se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella… Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena. —Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred. —Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina. —Por supuesto —corroboró Harry. Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata. Una tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontró la sala muy animada. —¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía. —Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween. —Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas. Harry se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione comprendió lo que le pasaba. —Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez. —Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión. —¡Ron! —dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio… —No puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a McGonagall… —Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose. ebookelo.com - Página 96
  • 97. Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento Crookshanks saltó con presteza a su regazo. Una araña muerta y grande le colgaba de la boca. —¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo. —Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione. Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron. —No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers está durmiendo en mi mochila. Harry bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar. —Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry. Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada. Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear, sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto. —¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL! Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola. —¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto… —¡SUJETAD A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers. George Weasley se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda. Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera. Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna dificultad, tirando de la cola. —¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella. —¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron! —¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers estaba en la mochila. —Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que ebookelo.com - Página 97
  • 98. Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que…? —¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor, que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma. Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos. Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la misma vainilla de viento. —¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera. —Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero. —¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos. Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla. Lo distrajo un alboroto producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando. Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios. —¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y Ron se acercaron al grupo. —Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky. Un zorro lo ha matado. —¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender. —¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es hoy? —Eh… —¡Dieciséis de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes dieciséis de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón! Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo: —Tú, tú… ¿temías que un zorro matara a Binky? —Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender, alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera. —Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era ebookelo.com - Página 98
  • 99. viejo? —No… —dijo Lavender sollozando—. ¡So… sólo era una cría! Parvati le estrechó los hombros con más fuerza. —Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que…, bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha recibido la noticia… —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa. —No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto. La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora. Harry no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de Hogsmeade. —¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que sois todos de Gryffindor, como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se os olvide. Neville levantó la mano. —Perdone, profesora. Yo… creo que he perdido… —Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro. Bueno, eso es todo, podéis salir. —Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry. —Ah, pero… —fue a decir Hermione. —Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez. Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall. —¿Sí, Potter? Harry tomó aire. —Profesora, mis tíos… olvidaron… firmarme la autorización —dijo. La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada. —Y por eso… eh… ¿piensa que podría… esto… ir a Hogsmeade? La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio. —Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma. —Pero… mis tíos… ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de… de las cosas ebookelo.com - Página 99
  • 100. de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso… —Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter, pero es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la próxima clase. No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade. —Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween. —Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial. El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon, pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas. Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse: —Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada. La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo. —Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de él. —Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione. —No os preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertíos. Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso. —¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe ebookelo.com - Página 100
  • 101. y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores? Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor. —¿Contraseña? —dijo la Señora Gorda despertándose sobresaltada. —«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana. El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba. —¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No vas a Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros! —No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—. Yo… he de ir a la biblioteca. Tengo trabajo. Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato. —¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la Señora Gorda cuando pasó por allí. Harry anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de idea; no le apetecía trabajar. Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade. —¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz. —Nada —respondió Harry con franqueza. —¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos? Harry se encogió de hombros. —Bueno, regresa a la sala común de tu colegio —dijo Filch, que siguió mirándolo fijamente hasta que Harry se perdió de vista. Pero Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez podía ir a la lechucería, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula: —¿Harry? —Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione? —En Hogsmeade —respondió Harry, con voz que fingía no dar importancia a lo que decía. —Ah —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase. ebookelo.com - Página 101
  • 102. —¿Un qué? —preguntó Harry. Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados. —Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado —. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Son fuertes, pero muy quebradizos. El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón. —¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo. —Bueno —dijo Harry, algo incómodo. Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor. —Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto. Harry lo miró. A Lupin le brillaban los ojos. —¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry. —Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad? —No —respondió Harry. Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart. Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo: —¿Estás preocupado por algo, Harry? —No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart? —Sí —respondió Lupin. —¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó. Lupin alzó las cejas. —Creí que estaba claro —dijo sorprendido. Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito. —¿Por qué? —volvió a preguntar. —Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort. Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. ebookelo.com - Página 102
  • 103. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo) era el profesor Dumbledore. —Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían. —El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego recordé a los dementores. —Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien…, estoy impresionado. — Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es… el miedo. Muy sensato, Harry. Harry no supo qué contestar, de forma que dio otro sorbo al té. —¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin astutamente. —Bueno…, sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted conoce a los dementores… Le interrumpieron unos golpes en la puerta. —Adelante —dijo Lupin. Se abrió la puerta y entró Snape. Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harry. Entornó sus ojos negros. —¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Lupin—. Estaba enseñando a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito. —Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin. —Sí, sí, enseguida —dijo Lupin. —He hecho un caldero entero. Si necesitas más… —Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus. —De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso. Harry miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió. —El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca. —¿Por qué…? —comenzó Harry. Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular: —No me he encontrado muy bien —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla. El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de ebookelo.com - Página 103
  • 104. las manos. —El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó. —¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción. —Hay quien piensa… —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado. —Asqueroso —dijo—. Bien, Harry. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete. —De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. La copa, ya vacía, seguía echando humo. —Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos. Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida. —Gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde habéis ido? A juzgar por las apariencias, a todos los sitios. A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios… —¡La oficina de correos, Harry! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una! —Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco, mira. —Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente… —Ojalá te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta. —¿Y tú que has hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Has trabajado? —No —respondió Harry—. Lupin me invitó a un té en su despacho. Y entró Snape… Les contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta. —¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco? Hermione miró la hora. —Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos… Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape. —Pero si él…, ya sabéis… —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con ebookelo.com - Página 104
  • 105. cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry. —Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río. La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a la mesa de los profesores. El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos. Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape. ¿Se lo estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal? El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación. Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Harry al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor: —¡Los dementores te envían recuerdos, Potter! Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la Señora Gorda, lo encontraron atestado de alumnos. —¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado. Harry miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado. —Dejadme pasar, por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy delegado. La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda: —Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido. Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas. —¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry, Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía. —¡Anda, mi madr…! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry. La Señora Gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes. ebookelo.com - Página 105
  • 106. Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa. —Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la Señora Gorda por todos los cuadros del castillo. —¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona. Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema. —¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa. —Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor, esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción. —¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja. —Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas —. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable. ebookelo.com - Página 106
  • 107. E CAPÍTULO 9 La derrota L profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor, donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos. —Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad, tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos delegados. Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitaréis… Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos. —Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta. El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder. —¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos! —Vamos —dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los llevaron a un rincón. —¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación. —Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron. —Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre… ebookelo.com - Página 107
  • 108. —Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco. Hermione se estremeció. A su alrededor todos se hacían la misma pregunta: —¿Cómo ha podido entrar? —A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada. —A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso. —Podría haber entrado volando —sugirió Dean Thomas. —Hay que ver, ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia. —Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices? —Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Y en cuanto a los pasadizos secretos, Filch los conoce todos y estarán vigilados. —¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado. Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la intemperie, arrullado por la brisa. Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore. —¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro. —No. ¿Por aquí todo bien? —Todo bajo control, señor. —Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos. —¿Y la Señora Gorda, señor? —Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy ebookelo.com - Página 108
  • 109. consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo. Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos. —¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil, aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él. —¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas? —Lo hemos registrado todo… —Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí. —¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar, profesor? —preguntó Snape. Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído. —Muchas, Severus, pero todas igual de improbables. Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de Snape, que parecía enfadado. —¿Se acuerda, señor director, de la conversación que tuvimos poco antes de… comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara. —Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención. —Parece… casi imposible… que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló… —No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó —. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro. —¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy. —Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea director, ningún dementor cruzará el umbral de este castillo. Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó. Harry miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los ojos abiertos, reflejando el techo estrellado. —¿De qué hablaban? —preguntó Ron. Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la ebookelo.com - Página 109
  • 110. clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido. Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la Señora Gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día. —Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible? —Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la Señora Gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario. Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy Weasley (obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo. Para colmo, la profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan sombría que Harry pensó que se había muerto alguien. —No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy seriamente—. Sé que esto te va a afectar, pero Sirius Black… —Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia. La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y dijo: —Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo… —¡El sábado tenemos nuestro primer partido! —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo que entrenar, profesora! La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el aliento. —Mm… —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa… De todas formas, Potter, estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de entrenamiento. • • • El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, ebookelo.com - Página 110
  • 111. el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch. Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena: —¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff. —¿Por qué? —preguntaron todos. —La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood, rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades… Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba Wood se oía retumbar a los truenos. —¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo. —Lo sé, pero no lo podemos demostrar —dijo Wood con acritud—. Y hemos practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un nuevo capitán buscador, Cedric Diggory… De repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada. —¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente ante aquella actitud. —Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina. —¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse. —Es callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo Fred—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os acordáis? —¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar! —Tranquilízate, Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a Hufflepuff. Muy en serio. El día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires, especialmente Malfoy. —¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las ventanas. Harry no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa para darle consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se dio cuenta de ebookelo.com - Página 111
  • 112. pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, y echó a correr mientras Wood le gritaba: —¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina… Harry frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la abrió y entró apresuradamente. —Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo… Pero no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape. —La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate. Pero Harry no se movió. —¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó. —No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa contrahecha—. Creo que te he dicho que te sientes. Pero Harry permaneció donde estaba. —¿Qué le ocurre? A Snape le brillaron sus ojos negros. —Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco puntos menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán cincuenta. Harry se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase. —Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora… —Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows — informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar… —Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor Lupin. —Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido — dijo Dean Thomas con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto. —Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo… Yo daría por hecho que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows. Hoy veremos… Harry lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de imaginarse que no habían visto. —… los hombres lobo —concluyó Snape. —Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks… —Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no usted quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394. —Miró a la clase —: Todos. Ya. ebookelo.com - Página 112
  • 113. Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros. —¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el lobo auténtico? Todos se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano, como de costumbre, estaba levantada. —¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni siquiera la distinción básica entre…? —Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los hombres lobo. Estamos todavía por… —¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno… Nunca creí que encontraría una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos… —Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo… —Es la segunda vez que habla sin que le corresponda, señorita Granger —dijo Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible. Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacía por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta: —Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no quiere que se le responda? Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos. —Te quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás. Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entre las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin. —Muy pobremente explicado… Esto es incorrecto… El kappa se encuentra sobre todo en Mongolia… ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres. Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo: —Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un hombre lobo. Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en cintura a esta clase. Weasley, quédate, tenemos que hablar sobre tu castigo. Harry y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas contra él. ebookelo.com - Página 113
  • 114. —Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—. ¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart? —No sé —dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se recupere pronto. Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado. —¿Sabéis lo que ese… (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha mandado? Tengo que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la respiración alterada. Tenía los puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él! Al día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento. Luego sintió una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves flotaba a su lado, soplándole en la oreja. —¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado. Peeves hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a toda prisa, riéndose. Harry tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media. Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez despierto fue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano crujir de los árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría allí fuera, en el campo de quidditch, batallando en medio del temporal. Finalmente, renunció a su propósito de volver a dormirse, se levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2000 y salió silenciosamente del dormitorio. Cuando Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con el tiempo justo de coger a Crookshanks por el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras. —¿Sabes? Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay muchos ratones por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks con el pie, para que bajara por la escalera de caracol—. Deja en paz a Scabbers. El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse. Wood le había indicado quién era Cedric Diggory en el corredor; Diggory estaba en quinto y era mucho mayor que Harry. Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero el peso de Diggory sería una ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos posibilidades de que el viento le desviara el rumbo. Harry pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en cuando se levantaba para evitar que Crookshanks volviera a escabullirse por la ebookelo.com - Página 114
  • 115. escalera que llevaba al dormitorio de los chicos. Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya era la hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato. —¡En guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan. —«Cállate ya» —contestó Harry, bostezando. Se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo. —Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado. —Deja de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un poquito de lluvia. Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo señalaban y se reían. Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo siguieran. El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba los cristales de las gafas de Harry. ¿Cómo demonios iba a ver la snitch en aquellas condiciones? Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Harry vio que la boca de la señora Hooch articulaba: —Montad en las escobas. Harry sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus 2000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente… Dio comienzo el partido. Harry se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2000 oscilaba a causa del viento. La sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos entornados. Al cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío. Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos ocasiones estuvo a punto de ser derribado por una bludger. Su visión estaba tan limitada por el agua de las gafas ebookelo.com - Página 115
  • 116. que no las vio acercarse. Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos veces estuvo a punto de chocar contra otro jugador, que no sabía si era de su equipo o del oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía distinguirlos… Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando. —¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo. Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó las gafas y se las limpió con la túnica. —¿Cuál es la puntuación? —Cincuenta puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos jugando hasta la noche. —Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas. En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e, inexplicablemente, estaba sonriendo. —¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido! Se las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su varita y dijo: —Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el agua! Wood la hubiera besado: —¡Magnífico! —exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo, vamos a ello! El hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía, aceleró la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la snitch, esquivando una bludger, pasando por debajo de Diggory, que volaba en dirección contraria… Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez más peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes… Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la silueta de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el cielo, inmóvil en la parte superior y más vacía de las gradas. Las manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus descendió varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar hacia las gradas: el perro había desaparecido. —¡Harry! —gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry, ebookelo.com - Página 116
  • 117. detrás de ti! Harry miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory atravesaba el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia, brillaba una diminuta bola dorada… Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la snitch como una bala. —¡Vamos! —gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara —. ¡Más rápido! Pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente. ¿Qué sucedía? Y entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida, exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de él. Antes de que pudiera pensar, Harry había apartado la vista de la snitch y había mirado hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos señalándole. Fue como si le subiera agua helada por el pecho y le cortara por dentro. Y entonces volvió a oírlo… Alguien gritaba dentro de su cabeza…, una mujer… —A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor. —Apártate, estúpida… apártate… —A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar… A Harry se le había enturbiado el cerebro con una especie de niebla blanca. ¿Qué hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a morir, la iban a matar… Harry caía, caía entre la niebla helada. —A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad… Alguien de voz estridente estalló en carcajadas. La mujer gritaba y Harry no se enteró de nada más. —Ha tenido suerte de que el terreno estuviera blando. —Creí que se había matado. —¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas! Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar, ni de qué hacía antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si le hubieran dado una paliza. —Es lo más pavoroso que he visto en mi vida. Horrible… Lo más pavoroso… Figuras negras con capucha… Frío… Gritos… Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí también ebookelo.com - Página 117
  • 118. y parecían haber salido de la ducha. —¡Harry! —exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—. ¿Cómo te encuentras? La memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el relámpago…, el Grim…, la snitch…, y los dementores. —¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron un grito. —Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser… ¿cuántos? ¿Veinte metros? —Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando. Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos. —Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá? Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa. —¿No habremos… perdido? —Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras. No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido. —¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí. —Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse. Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente. —Vamos, Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch. —Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George. —Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin… —Hufflepuff tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George. —Pero si ganan a Ravenclaw… —Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos. —Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff… —Todo depende de los puntos… Un margen de cien, en cualquier caso… Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido un partido de quidditch. Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo dejaran descansar. —Luego vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor buscador que hemos tenido. El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se acercaron un poco más a la cama de Harry. —Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y ebookelo.com - Página 118
  • 119. entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio… Le puso furioso que hubieran entrado en el campo… lo oímos… —Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas… Su voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y a Ron tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir. —¿Recogió alguien la Nimbus? Ron y Hermione se miraron. —Eh… —¿Qué pasa? —preguntó Harry. —Bueno, cuando te caíste… se la llevó el viento —dijo Hermione con voz vacilante. —¿Y? —Y chocó… chocó… contra el sauce boxeador. Harry sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio. —¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta. —Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen. —El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento — explicó Hermione en voz muy baja. Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la fiel y finalmente abatida escoba de Harry. ebookelo.com - Página 119
  • 120. L CAPÍTULO 10 El mapa del merodeador A señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos. Lo visitó gente sin parar, todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía debajo del frutero. El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto. Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche. Pero nada de cuanto dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los demás sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba. No había dicho nada a nadie acerca del Grim, ni siquiera a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría. El hecho era, sin embargo, que el Grim se le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo había atropellado el autobús noctámbulo. La segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida esperando las apariciones del animal? Y luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero nadie se desmayaba al verlos… Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos de sus padres antes de morir. Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería, desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de lord Voldemort, y las ebookelo.com - Página 120
  • 121. carcajadas de lord Voldemort antes de matarla… Harry dormía irregularmente, sumergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre. Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy. Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry. La mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los dementores. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso. Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor. —Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo—. Mira a ver quién está, Hermione. Hermione se asomó al aula. —¡Estupendo! El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las túnicas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras. Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin. —No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución. ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo? —No sabemos nada sobre los hombres lobo… —¡… dos pergaminos! —¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? — preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo. Volvió a producirse un barullo. —Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados… —… no nos escuchó… —¡… dos pergaminos! El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las caras. —No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo. —¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado! Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva. —Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los ebookelo.com - Página 121
  • 122. alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces… El hinkypunk produjo un chirrido horrible contra el cristal. Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron a la puerta, pero… —Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento contigo. Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk. —Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible arreglarla? —No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas. Lupin suspiró. —Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts. La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa. —¿Ha oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo. Lupin le dirigió una mirada rápida. —Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los terrenos del colegio… Fue la razón por la que te caíste, ¿no? —Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy…? —No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Los dementores te afectan más que a los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen. —Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven rostro—. Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea. Incluso los muggles perciben su presencia, aunque no pueden verlos. Si alguien se acerca mucho a un dementor, éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte. —Cuando hay alguno cerca de mí… —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre. Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry ebookelo.com - Página 122
  • 123. por el hombro, pero lo pensó mejor. Hubo un momento de silencio y luego… —¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza. —Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su suministro de presas humanas se ha agotado… Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción… El ambiente caldeado… Para ellos, tenía que ser como un banquete. —Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry. Lupin asintió con melancolía. —La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría enloquece al cabo de unas semanas. —Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó… El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo: —Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles frente. Yo no lo habría creído posible… En teoría, los dementores quitan al brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente. —Usted ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente. —Hay algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse. —¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme? —No soy ningún experto en la lucha contra los dementores, Harry. Más bien lo contrario… —Pero si los dementores acuden a otro partido de quidditch, tengo que tener algún arma contra ellos. Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo: —Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo. Con la promesa de que Lupin le daría clases antidementores, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviembre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho. Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre. Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas. ebookelo.com - Página 123
  • 124. Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban. Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas, y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy agradecido. Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre. —¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes! Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia. La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Había empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso. —¡Pss, Harry! Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada. —¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de Hogsmeade? —Hemos venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí… Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa. —Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo. Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miró con detenimiento. —¿Qué es? —Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino. ebookelo.com - Página 124
  • 125. —Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros. —De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace falta. —¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry. —¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor, como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George. —Bueno, Harry… cuando estábamos en primero… y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes… —Harry se rió. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—. Bueno, más inocentes de lo que somos ahora… tuvimos un pequeño problema con Filch. —Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó. —Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual… —… castigo… —… de descuartizamiento… —… y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peligroso». —No me digáis… —dijo Harry sonriendo. —Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred—. George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí… esto. —No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado. —¿Y sabéis utilizarlo? —Sí —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio. —Me estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino. —Ah, ¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George. Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció: —Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. E inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George, empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña. Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban: Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta proveedores de artículos para magos traviesos están orgullosos de presentar EL MAPA DEL MERODEADOR Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos. ebookelo.com - Página 125
  • 126. Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta. Estupefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de la esquina superior izquierda, etiquetada con el nombre del profesor Dumbledore, lo mostraba caminando por su estudio. La gata del portero, la Señora Norris, patrullaba por la segunda planta, y Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los trofeos, dando tumbos. Y mientras los ojos de Harry recorrían los pasillos que conocía, se percató de otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él no había entrado nunca. Muchos parecían conducir… —Exactamente a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros. Olvídate de éste de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado. Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada. Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta. —Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando la cabecera del mapa—. Les debemos tanto… —Hombres nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente. —Bien —añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado. —De lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia. —No tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Travesura realizada!», y se quedará en blanco. —Así que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy admirablemente—, pórtate bien. —Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo. Salieron del aula sonriendo con satisfacción. Harry se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que correspondía a la Señora Norris se volvía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo. Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí, emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No confíes en nada que piense si no sabes dónde tiene el cerebro.» Aquel mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el señor Weasley les advertía. «Artículos para magos traviesos…» Ahora bien, meditó Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo que robar o atacar a alguien… Y Fred y George lo habían utilizado durante años sin que ocurriera nada horrible. Harry recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes. ebookelo.com - Página 126
  • 127. Entonces, muy rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se lo escondió en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La abrió cinco centímetros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió del aula y se colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta. ¿Qué tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se encontraba exactamente donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del corredor de la tercera planta. Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta parecía golpear a la bruja con la varita. Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.» —¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja. Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella una persona delgada. Harry miró a ambos lados del corredor, guardó el mapa, metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro. Levantó el mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura realizada!» El mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se lo guardó en la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo emocionado y temeroso, se puso en camino. El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por delante, tropezando de vez en cuando en el suelo irregular. Tardó mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso. Tenía la cara caliente y los pies muy fríos. Diez minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer ruido, comenzó a subir. Cien escalones, doscientos… perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies… Luego, de improviso, su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla. Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija. Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Harry anduvo sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse. Mientras se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de él. Alguien se dirigía hacia allí. ebookelo.com - Página 127
  • 128. —Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina. Un par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y aguardó a que pasaran. Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente. Tal vez no se presentara otra oportunidad… Rápida y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar hacia atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una caja. Harry llegó a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesó y se encontró tras el mostrador de Honeydukes. Agachó la cabeza, salió a gatas y se volvió a incorporar. Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se fijó en Harry. Pasó por detrás de ellos, mirando a su alrededor, y tuvo que contener la risa al imaginarse la cara que pondría Dudley si pudiera ver dónde se encontraba. La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar. Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa brillante, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de grageas de todos los sabores y otro de meigas fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales: Droobles, el mejor chicle para hacer globos (podía llenar una habitación de globos de color jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban. Harry se apretujó entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero colgado en el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y Hermione estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre. Harry se les acercó a hurtadillas por detrás. —Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione. —¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de Hermione. —Aún peor —dijo Harry. A Ron casi se le cayó el bote. —¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo… cómo lo has hecho…? —¡Ahí va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has aprendido a aparecerte! —Por supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador. —¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos! —¡Pero Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se lo entregará a la profesora McGonagall. ¿A que sí, Harry? ebookelo.com - Página 128
  • 129. —¡No! —contestó Harry. —¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan estupendo? —¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de que Fred y George se lo cogieron. —Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de los pasadizos del mapa para entrar en el castillo! ¡Los profesores tienen que saberlo! —No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en cuanto a los otros tres… uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro tiene plantado en la entrada el sauce boxeador, de forma que no se puede salir; y el que acabo de atravesar yo…, bien…, es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el sótano… Así que a menos que supiera que se encontraba allí… Harry dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadizo estaba allí? Ron, sin embargo, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba pegado en la parte interior de la puerta de la tienda: POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche. ¡Felices Pascuas! —¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda. —Sí, pero… —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones —. Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora? —Pues que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con parteluz—. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso. Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada. —¿Me vas a delatar? —le preguntó Harry con una sonrisa. —Claro que no, pero, la verdad… —¿Has visto las meigas fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y ebookelo.com - Página 129
  • 130. llevándoselo hasta el tonel en que estaban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la lengua. Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes? Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la calle. Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles. A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había cogido su capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda. —Ahí está correos. —Zonko está allí. —Podríamos ir a la Casa de los Gritos. —Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas? A Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenía las manos congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar. Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra. —Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió sonrojándose un poco. Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar, donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla. —¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento. Harry bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo. Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se atragantó. El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve. Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia. En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y esconderse debajo de la mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cerveza de mantequilla y en cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, se daban la vuelta y avanzaban hacia ebookelo.com - Página 130
  • 131. donde él estaba. Hermione susurró: —¡Mobiliarbo! El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos. Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban. Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina: —Una tacita de alhelí… —Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall. —Dos litros de hidromiel caliente con especias… —Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid. —Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla. —¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose. —El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro. —Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros… —Muchas gracias, señor ministro. Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella noche… A la pierna de Hermione le dio un tic. —¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta. Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja: —¿Qué va a ser, querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween. —Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta. —¿Se lo contaste a todo el bar, Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada. —¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta. —Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente. —¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro. —Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con ebookelo.com - Página 131
  • 132. incomodidad—. Pero son precauciones necesarias… Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo. —Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente—. ¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí? —Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo. —De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz… —¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado… Quiero decir, lo recuerdo cuando era un niño en Hogwarts. Si me hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir, habría creído que habíais tomado demasiado hidromiel. —No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente desconoce lo peor. —¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—. ¿Peor que matar a toda esa gente? —Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge. —No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor? —Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo? —Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter! A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie. —Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos. —No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás. —¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Eran inseparables! —¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Éste no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera. —¿Porque Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta. —Aún peor, querida… —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi ebookelo.com - Página 132
  • 133. inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio. —¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad. El profesor Flitwick carraspeó. —Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja. —¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta. —Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también… Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter. —¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta. —Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien Tú Sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes. —¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black? —Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio… —¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta. —Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar… —Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio. —Chist —dijo la profesora McGonagall. —¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio ebookelo.com - Página 133
  • 134. antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto… Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de Quien Vosotros Sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid. —Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz. —¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Vosotros Sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él…» ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe… Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción: —Pero no consiguió huir, ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente. —¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros…! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter. Enloquecido de dolor, sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Potter, él mismo lo persiguió. —¿Pettigrew…? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta. —Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora… —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino. —Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria…) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste…?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew. ebookelo.com - Página 134
  • 135. La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa: —¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio… —Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas… Lo habría descuartizado, miembro por miembro — gruñó Hagrid. —No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante… Una túnica manchada de sangre y unos… unos trozos de su cuerpo. La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron. —Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban. La señora Rosmerta dio un largo suspiro. —¿Es cierto que está loco, señor ministro? —Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio… Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar, me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta día y noche. —Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien Usted Sabe, ¿verdad? —Me atrevería a afirmar que es su… su… objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes, solo y sin amigos, es una cosa… pero con su más devoto seguidor, me ebookelo.com - Página 135
  • 136. estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse… Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso. —Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo. Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron. —¿Harry? Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir. ebookelo.com - Página 136
  • 137. H CAPÍTULO 11 La Saeta de Fuego ARRY no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír. ¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge… ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo? Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas. Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que… Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre. Y allí… aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención. Si no hubiera sabido que era la misma persona, no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo ebookelo.com - Página 137
  • 138. dejarían irreconocible? «Pero los dementores no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado…» Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista. Se abrió la puerta del dormitorio. —¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron. Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto…» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban. —Harry…, tienes un aspecto horrible. Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas. —¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry. —¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto. Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela. —Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación. —Estoy bien —dijo Harry. —Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería. —¿Como qué? —dijo Harry. —Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante. ebookelo.com - Página 138
  • 139. Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada. —No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione. —Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron. Harry los miró. No entendían nada. —¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort… —No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban… ¡y se llevará su merecido! —Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás. —Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres… matar a Black? —No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry? Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué pretendía. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mientras Black estaba libre era insoportable. —Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.» —¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha… ¿sabes lo que recibió a cambio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso. —El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort. —Llámalo Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado. —Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort… —¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de quidditch. —Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terrible. Pero no… no te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere… Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black! ebookelo.com - Página 139
  • 140. —No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brusquedad. Hubo un silencio en el que Crookshanks se estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció. —Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo. —¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron. —Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres! Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido. —Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego. —No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza. Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble. Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada. Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta. —No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa. Ron pegó la oreja a la puerta. —Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang? Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor. —¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso. —¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí? Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero. —¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry. Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry. Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta. —¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada. ebookelo.com - Página 140
  • 141. Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial. —¿Qué es, Hagrid? Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta: Estimado Señor Hagrid: En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente. —Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro. Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo. Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado. Atentamente… Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar. —¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente. —No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas… —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes. Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo. —¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad! Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buckbeak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura. —Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso. —¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a ebookelo.com - Página 141
  • 142. todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak… Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos. —¿Y Dumbledore? —preguntó Harry. —Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante. Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado. —Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa. Nos puedes llamar como testigos… —Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo — dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente. Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ron implorándole ayuda. —Eh… ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros. Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo: —Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme… Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid. —Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases. —De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione. —¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos? —Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada lechuga. —¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba. —Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar junto a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban. Se quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban. Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez: —¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid? —No te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había ebookelo.com - Página 142
  • 143. encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norberto… —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norberto era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo. Yo hubiera querido morir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer, todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso. Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar. —¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione. Hagrid resopló. —¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes. —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando… Pero ¿cómo se le explica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y… me da miedo transgredir la ley… —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban. La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione deseaban. Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso. Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los tres se sentaron delante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros. —Aquí hay algo. Hubo un caso, en mil setecientos veintidós… pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante. —Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en mil doscientos noventa y seis y fue absuelta… ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acercarse… Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y delicioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear. La mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada. ebookelo.com - Página 143
  • 144. —¡Despierta, los regalos! Harry cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos. —Otro jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro. Harry tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón. Al retirar las cosas, vio un paquete largo y estrecho que había debajo. —¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de desenvolver. —No sé… Harry abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar sobre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca. —No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon. El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendida en el aire, a la altura justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las ramitas de abedul aerodinámicas y perfectamente lisas que formaban la cola. —¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja. —Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry. Ron rasgó el papel en que iba envuelta la escoba. —¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo? —Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley. —Estoy seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible… —Había sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de galeones. No puede ir regalando a los alumnos cosas así. —Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfermo! ¡Ésta es una escoba de profesional! —No me lo puedo creer —musitó Harry, pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry, pensando en Malfoy. —¿Quién…? —Ya sé… quién ha podido ser… ¡Lupin! —¿Qué? —dijo Harry, riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, ebookelo.com - Página 144
  • 145. podría comprarse una túnica nueva. —Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y decidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela. —¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo. —Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas? Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo. —No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste. —¿De qué os reís los dos? Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y llevando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello. —¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta. —¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado? —No tengo ni idea. No traía tarjeta. Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio. —¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron. —No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad? Ron suspiró exasperado: —Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró. —Así que debe de ser carísima… —Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante. —Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin siquiera decir quién es? —¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo? —Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione. Harry y Ron la miraron. —¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron. Pero antes de que Hermione pudiera responder, Crookshanks saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron. —¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry, volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor. ebookelo.com - Página 145
  • 146. A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio. —¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio —. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo… En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos. —Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron. Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo. —No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry. —¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente! Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte. Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor, el espíritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scabbers. Harry desistió de reconciliarlos y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor. No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella también hubiera criticado a su gato. A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos. Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño. —¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se ebookelo.com - Página 146
  • 147. acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de las casas. ¡Sentaos, sentaos! Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa. —¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta. Harry, acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron. Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél. —¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo. Mientras Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante. —¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie. —He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza… —Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla… E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito. —¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir! —Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría. La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima. —¿Quieres callos, Sybill? La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo: —Pero ¿dónde está mi querido profesor Lupin? —Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledore, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad. ebookelo.com - Página 147
  • 148. —Pero seguro que ya lo sabías, Sybill. La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall. —Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás. —Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall. La profesora Trelawney elevó la voz: —Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó. —Me lo imagino. —Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en peligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción? —Sí, señor director —dijo Snape. —Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas. El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y cogió la fuente de salchichas con manos temblorosas. La profesora Trelawney se comportó casi con normalidad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Atiborrados con el banquete y tocados con los gorros que habían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito. —¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado primero? ¿Quién? —No sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud. —Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo. Incluso Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó. —¿Vienes? —dijo Harry a Hermione. —No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall. —Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha. Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts, y con su robusto caballo. Se levantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel. —¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña? —«Vil bellaco» —dijo Ron. —¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el ebookelo.com - Página 148
  • 149. cuadro se abría hacia delante para dejarles paso. Harry fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall. Aunque la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor, Harry sólo la había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él. —Conque es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una escoba, Potter. Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés. —¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Humm… ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo? —Nada —respondió Harry, como si no comprendiera. —Ya veo… —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar, Potter. —¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pronto—. ¿Por qué? —Tendremos que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo — explicó la profesora McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor Flitwick la desmontarán. —¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca. —Tardaremos sólo unas semanas —aclaró la profesora McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos seguros de que no está embrujada. —No tiene nada malo —dijo Harry. La voz le temblaba—. Francamente, profesora… —Eso no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposible hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré informado. La profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella. Harry se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione. ebookelo.com - Página 149
  • 151. H CAPÍTULO 12 El patronus ARRY sabía que la intención de Hermione había sido buena, pero eso no le impidió enfadarse con ella. Había sido propietario de la mejor escoba del mundo durante unas horas y, por culpa de Hermione, ya no sabía si la volvería a ver. Estaba seguro de que no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en qué estado se encontraría después de pasar todas las pruebas antihechizos? Ron también estaba enfadado con Hermione. En su opinión, desmontar una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen. Hermione, que seguía convencida de que había hecho lo que debía, comenzó a evitar la sala común. Harry y Ron supusieron que se había refugiado en la biblioteca y no intentaron persuadirla de que saliera de allí. Se alegraron de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera a estar abarrotada de gente y de bullicio. Wood buscó a Harry la noche anterior al comienzo de las clases. —¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin esperar respuesta, se sentó, bajó la voz y dijo—: He estado meditando durante las vacaciones, Harry. Después del partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente… no nos podemos permitir que tú… bueno… Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo. —Estoy trabajando en ello —dijo Harry rápidamente—. El profesor Lupin me dijo que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores. Comenzaremos esta semana. Dijo que después de Navidades estaría menos atareado. —Ya —dijo Wood. Su rostro se animó—. Bueno, en ese caso… Realmente no quería perderte como buscador, Harry. ¿Has comprado ya otra escoba? —No —contestó Harry. —¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa Estrella Fugaz en el partido contra Ravenclaw. —Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Ron. ebookelo.com - Página 151
  • 152. —¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio? ¿Una Saeta de Fuego de verdad? —No te emociones, Oliver —dijo Harry con tristeza—. Ya no la tengo. Me la confiscaron. —Y explicó que estaban revisando la Saeta de Fuego en aquellos instantes. —¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada? —Sirius Black —explicó Harry sin entusiasmo—. Parece que va detrás de mí. Así que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado. Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por la vida de su buscador, Wood dijo: —¡Pero Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un fugitivo. Todo el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch y comprar una escoba? —Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla. Wood se puso pálido. —Iré a hablar con ella, Harry —le prometió—. La haré entrar en razón… Una Saeta de Fuego… ¡una auténtica Saeta de Fuego en nuestro equipo! Ella tiene tantos deseos como nosotros de que gane Gryffindor… La haré entrar en razón… ¡Una Saeta de Fuego…! Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban desmoronando. La primera clase de Adivinación del nuevo trimestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora quiromancia y se apresuró a informar a Harry de que tenía la línea de la vida más corta que había visto nunca. A la que Harry tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Después de la conversación con Wood, quería comenzar las clases contra los dementores tan pronto como fuera posible. —Ah, sí —dijo Lupin, cuando Harry le recordó su promesa al final de la clase—. Veamos… ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de Historia de la Magia será bastante grande… Tendré que pensar detenidamente en esto… No podemos traer a un dementor de verdad al castillo para practicar… —Aún parece enfermo, ¿verdad? —dijo Ron por el pasillo, camino del Gran Comedor—. ¿Qué crees que le pasa? Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, que había estado sentada a los pies de una armadura, ordenando la mochila, tan llena de libros que no se cerraba. ebookelo.com - Página 152
  • 153. —¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado. —Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro. —Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú… —Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de superioridad exasperante. —Si no nos lo quieres decir, no lo hagas —dijo Ron con brusquedad. —Vale —respondió Hermione, y se marchó altivamente. —No lo sabe —dijo Ron, siguiéndola con los ojos y resentido—. Sólo quiere que le volvamos a hablar. A las ocho de la tarde del jueves, Harry salió de la torre de Gryffindor para acudir al aula de Historia de la Magia. Cuando llegó estaba a oscuras y vacía, pero encendió las luces con la varita mágica y al cabo de cinco minutos apareció el profesor Lupin, llevando una gran caja de embalar que puso encima de la mesa del profesor Binns. —¿Qué es? —preguntó Harry. —Otro boggart —dijo Lupin, quitándose la capa—. He estado buscando por el castillo desde el martes y he tenido la suerte de encontrar éste escondido dentro del archivador del señor Filch. Es lo más parecido que podemos encontrar a un auténtico dementor. El boggart se convertirá en dementor cuando te vea, de forma que podrás practicar con él. Puedo guardarlo en mi despacho cuando no lo utilicemos, bajo mi mesa hay un armario que le gustará. —De acuerdo —dijo Harry, haciendo como que no era aprensivo y satisfecho de que Lupin hubiera encontrado un sustituto de un dementor de verdad. —Así pues… —el profesor Lupin sacó su varita mágica e indicó a Harry que hiciera lo mismo—. El hechizo que trataré de enseñarte es magia muy avanzada… Bueno, muy por encima del Nivel Corriente de Embrujo. Se llama «encantamiento patronus». —¿Cómo es? —preguntó Harry, nervioso. —Bueno, cuando sale bien invoca a un patronus para que se aparezca —explicó Lupin— y que es una especie de antidementor, un guardián que hace de escudo entre el dementor y tú. Harry se imaginó de pronto agachado tras alguien del tamaño de Hagrid que empuñaba una porra gigantesca. El profesor Lupin continuó: —El patronus es una especie de fuerza positiva, una proyección de las mismas cosas de las que el dementor se alimenta: esperanza, alegría, deseo de vivir… y no puede sentir desesperación como los seres humanos, de forma que los dementores no lo pueden herir. Pero tengo que advertirte, Harry, de que el hechizo podría resultarte excesivamente avanzado. Muchos magos cualificados tienen dificultades con él. —¿Qué aspecto tiene un patronus? —dijo Harry con curiosidad. —Es según el mago que lo invoca. ebookelo.com - Página 153
  • 154. —¿Y cómo se invoca? —Con un encantamiento que sólo funcionará si te concentras con todas tus fuerzas en un solo recuerdo de mucha alegría. Harry intentó recordar algo alegre. Desde luego, nada de lo que le había ocurrido en casa de los Dursley le serviría. Al final recordó el instante en que por primera vez montó en una escoba. —Ya —dijo, intentando recordar lo más exactamente posible la maravillosa sensación de vértigo que había notado en el estómago. —El encantamiento es así —Lupin se aclaró la garganta—: ¡Expecto patronum! —¡Expecto patronum! —repitió Harry entre dientes—. ¡Expecto patronum! —¿Te estás concentrando con fuerza en el recuerdo feliz? —Sí… —contestó Harry, obligando a su mente a que retrocediese hasta aquel primer viaje en escoba—. Expecto patrono, no, patronum… perdón… ¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum! De repente, como un chorro, surgió algo del extremo de su varita. Era como un gas plateado. —¿Lo ha visto? —preguntó Harry entusiasmado—. ¡Algo ha ocurrido! —Muy bien —dijo Lupin sonriendo—. Bien, entonces… ¿estás preparado para probarlo en un dementor? —Sí —dijo Harry, empuñando la varita con fuerza y yendo hasta el centro del aula vacía. Intentó mantener su pensamiento en el vuelo con la escoba, pero en su mente había otra cosa que trataba de introducirse… Tal vez en cualquier instante volviera a oír a su madre… Pero no debía pensar en ello o volvería a oírla realmente, y no quería… ¿o sí quería? Lupin cogió la tapa de la caja de embalaje y tiró de ella. Un dementor se elevó despacio de la caja, volviendo hacia Harry su rostro encapuchado. Una mano viscosa y llena de pústulas sujetaba la capa. Las luces que había en el aula parpadearon hasta apagarse. El dementor salió de la caja y se dirigió silenciosamente hacia Harry, exhalando un aliento profundo y vibrante. Una ola de intenso frío se extendió sobre él. —¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto…! Pero el aula y el dementor desaparecían. Harry cayó de nuevo a través de una niebla blanca y espesa, y la voz de su madre resonó en su cabeza, más fuerte que nunca… —¡A Harry no! ¡A Harry no! Por favor… haré cualquier cosa… —A un lado… hazte a un lado, muchacha… —¡Harry! Harry volvió de pronto a la realidad. Estaba boca arriba, tendido en el suelo. Las luces del aula habían vuelto a encenderse. No necesitó preguntar qué era lo que había ocurrido. —Lo siento —musitó, incorporándose y notando un sudor frío que le corría por ebookelo.com - Página 154
  • 155. detrás de las gafas. —¿Te encuentras bien? —le preguntó Lupin. —Sí… Para levantarse, Harry se apoyó primero en un pupitre y luego en Lupin. —Toma. —Lupin le ofreció una rana de chocolate—. Cómetela antes de que volvamos a intentarlo. No esperaba que lo consiguieras la primera vez. Me habría impresionado mucho que lo hubieras hecho. —Cada vez es peor —musitó Harry, mordiendo la cabeza de la rana—. Esta vez la he oído más alto aún. Y a él… a Voldemort… Lupin estaba más pálido de lo habitual. —Harry, si no quieres continuar, lo comprenderé perfectamente… —¡Sí quiero! —dijo Harry con energía, metiéndose en la boca el resto de la rana —. ¡Tengo que hacerlo! ¿Y si los dementores vuelven a presentarse en el partido contra Ravenclaw? No puedo caer de nuevo. ¡Si perdemos este partido, habremos perdido la copa de quidditch! —De acuerdo, entonces… —dijo Lupin—. Tal vez quieras seleccionar otro recuerdo feliz. Quiero decir, para concentrarte. Ése no parece haber sido bastante poderoso… Harry pensó intensamente y recordó que se había sentido muy contento cuando, el año anterior, Gryffindor había ganado la Copa de las Casas. Empuñó otra vez la varita mágica y volvió a su puesto en mitad del aula. —¿Preparado? —preguntó Lupin, cogiendo la tapa de la caja. —Preparado —dijo Harry, haciendo un gran esfuerzo por llenarse la cabeza de pensamientos alegres sobre la victoria de Gryffindor, y no con pensamientos oscuros sobre lo que iba a ocurrir cuando la caja se abriera. —¡Ya! —dijo Lupin, levantando la tapa. El aula volvió a enfriarse y a quedarse a oscuras. El dementor avanzó con su violenta respiración, abriendo una mano putrefacta en dirección a Harry. —¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto pat…! Una niebla blanca le oscureció el sentido. En torno a él se movieron unas formas grandes y borrosas… Luego oyó una voz nueva, de hombre, que gritaba aterrorizado: —¡Lily, coge a Harry y vete! ¡Es él! ¡Vete! ¡Corre! Yo lo detendré. El ruido de alguien dentro de una habitación, una puerta que se abría de golpe, una carcajada estridente. —¡Harry! Harry, despierta… Lupin le abofeteaba las mejillas. Esta vez le costó un minuto comprender por qué estaba tendido en el suelo polvoriento del aula. —He oído a mi padre —balbuceó Harry—. Es la primera vez que lo oigo. Quería enfrentarse a Voldemort para que a mi madre le diera tiempo de escapar. Harry notó que en su rostro había lágrimas mezcladas con el sudor. Bajó la cabeza todo lo que pudo para limpiarse las lágrimas con la túnica, haciendo como que se ebookelo.com - Página 155
  • 156. ataba el cordón del zapato, para que Lupin no se diera cuenta de que había llorado. —¿Has oído a James? —preguntó Lupin con voz extraña. —Sí… —Con la cara ya seca, volvió a levantar la vista—. ¿Por qué? Usted no conocía a mi padre, ¿o sí? —Lo… lo conocí, sí —contestó Lupin—. Fuimos amigos en Hogwarts. Escucha, Harry. Tal vez deberíamos dejarlo por hoy. Este encantamiento es demasiado avanzado… No debería haberte puesto en este trance… —No —repuso Harry. Se volvió a levantar—. ¡Lo volveré a intentar! No pienso en cosas bastante alegres, por eso… ¡espere! Hizo un gran esfuerzo para pensar. Un recuerdo muy feliz…, un recuerdo que pudiera transformarse en un patronus bueno y fuerte… ¡El momento en que se enteró de que era un mago y de que tenía que dejar la casa de los Dursley para ir a Hogwarts! Si eso no era un recuerdo feliz, entonces no sabía qué podía serlo. Concentrado en los sentimientos que lo habían embargado al enterarse de que se iría de Privet Drive, Harry se levantó y se puso de nuevo frente a la caja de embalaje. —¿Preparado? —dijo Lupin, como si fuera a obrar en contra de su criterio—. ¿Te estás concentrando bien? De acuerdo. ¡Ya! Levantó la tapa de la caja por tercera vez y el dementor volvió a salir de ella. El aula volvió a enfriarse y a oscurecerse. —¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry—. ¡EXPECTO PATRONUM! ¡EXPECTO PATRONUM! De nuevo comenzaron los gritos en la mente de Harry, salvo que esta vez sonaban como si procedieran de una radio mal sintonizada. El sonido bajó, subió y volvió a bajar… Todavía seguía viendo al dementor. Se había detenido… Y luego, una enorme sombra plateada salió con fuerza del extremo de la varita de Harry y se mantuvo entre él y el dementor, y aunque Harry sentía sus piernas como de mantequilla, seguía de pie, sin saber cuánto tiempo podría aguantar. —¡Riddíkulo! —gritó Lupin, saltando hacia delante. Se oyó un fuerte crujido y el nebuloso patronus se desvaneció junto con el dementor. Harry se derrumbó en una silla, con las piernas temblando, tan cansado como si acabara de correr varios kilómetros. Por el rabillo del ojo vio al profesor Lupin obligando con la varita al boggart a volver a la caja de embalaje. Se había vuelto a convertir en una esfera plateada. —¡Estupendo! —dijo Lupin, yendo hacia donde estaba Harry sentado—. ¡Estupendo, Harry! Ha sido un buen principio. —¿Podemos volver a probar? Sólo una vez más. —Ahora no —dijo Lupin con firmeza—. Ya has tenido bastante por una noche. Ten… Ofreció a Harry una tableta del mejor chocolate de Honeydukes. —Cómetelo todo o la señora Pomfrey me matará. ¿El jueves que viene a la misma hora? ebookelo.com - Página 156
  • 157. —Vale —dijo Harry. Dio un mordisco al chocolate y vio que Lupin apagaba las luces que se habían encendido con la desaparición del dementor. Se le acababa de ocurrir algo—: ¿Profesor Lupin? —preguntó—. Si conoció a mi padre, también conocería a Sirius Black. Lupin se volvió con rapidez: —¿Qué te hace pensar eso? —dijo severamente. —Nada. Quiero decir… me he enterado de que eran amigos en Hogwarts. El rostro de Lupin se calmó. —Sí, lo conocí —dijo lacónicamente—. O creía que lo conocía. Será mejor que te vayas, Harry. Se hace tarde. Harry salió del aula, atravesó el corredor, dobló una esquina, dio un rodeo por detrás de una armadura y se sentó en la peana para terminar el chocolate, lamentando haber mencionado a Black, dado que a Lupin, obviamente, no le había hecho gracia. Luego volvió a pensar en sus padres. Se sentía extrañamente vacío, a pesar de haber comido tanto chocolate. Aunque era terrible oír dentro de su cabeza los últimos instantes de vida de sus padres, eran las únicas ocasiones en que había oído sus voces, desde que era muy pequeño. Nunca sería capaz de crear un patronus de verdad si en parte deseaba volver a oír la voz de sus padres… —Están muertos —se dijo con firmeza—. Están muertos y volver a oír el eco de su voz no los traerá a la vida. Será mejor que me controle si quiero la copa de quidditch. Se puso en pie, se metió en la boca el último pedazo de chocolate y volvió hacia la torre de Gryffindor. Ravenclaw jugó contra Slytherin una semana después del comienzo del trimestre. Slytherin ganó, aunque por muy poco. Según Wood, eran buenas noticias para Gryffindor, que se colocaría en segundo puesto si ganaba también a Ravenclaw. Por lo tanto, aumentó los entrenamientos a cinco por semana. Esto significaba que, junto con las clases antidementores de Lupin, que resultaban más agotadoras que seis sesiones de entrenamiento de quidditch, a Harry le quedaba tan sólo una noche a la semana para hacer todos los deberes. Aun así, no parecía tan agobiado como Hermione, a la que le afectaba la inmensa cantidad de trabajo. Cada noche, sin excepción, veían a Hermione en un rincón de la sala común, con varias mesas llenas de libros, tablas de Aritmancia, diccionarios de runas, dibujos de muggles levantando objetos pesados y carpetas amontonadas con apuntes extensísimos. Apenas hablaba con nadie y respondía de malos modos cuando alguien la interrumpía. —¿Cómo lo hará? —le preguntó Ron a Harry una tarde, mientras el segundo terminaba un insoportable trabajo para Snape sobre Venenos indetectables. Harry alzó la vista. A Hermione casi no se la veía detrás de la torre de libros. ebookelo.com - Página 157
  • 158. —¿Cómo hará qué? —Ir a todas las clases —dijo Ron—. Esta mañana la oí hablar con la profesora Vector, la bruja que da Aritmancia. Hablaban de la clase de ayer. Pero Hermione no pudo ir, porque estaba con nosotros en Cuidado de Criaturas Mágicas. Y Ernie McMillan me dijo que no ha faltado nunca a una clase de Estudios Muggles. Pero la mitad de esas clases coinciden con Adivinación y tampoco ha faltado nunca a éstas. Harry no tenía tiempo en aquel momento para indagar el misterio del horario imposible de Hermione. Tenía que seguir con el trabajo para Snape. Dos segundos más tarde volvió a ser interrumpido, esta vez por Wood. —Malas noticias, Harry. Acabo de ver a la profesora McGonagall por lo de la Saeta de Fuego. Ella… se ha puesto algo antipática conmigo. Me ha dicho que mis prioridades están mal. Piensa que me preocupa más ganar la copa que tu vida. Sólo porque le dije que no me importaba que la escoba te tirase al suelo, siempre que cogieras la snitch. —Wood sacudió la cabeza con incredulidad—. Realmente, por su forma de gritarme… cualquiera habría pensado que le había dicho algo terrible. Luego le pregunté cuánto tiempo la tendría todavía. —Hizo una mueca e imitó la voz de la profesora McGonagall—: «El tiempo que haga falta, Wood.» Me parece que tendrás que pedir otra escoba, Harry. Hay un cupón de pedido en la última página de El mundo de la escoba. Podrías comprar una Nimbus 2001 como la que tiene Malfoy. —No voy a comprar nada que le guste a Malfoy —dijo taxativamente. Enero dio paso a febrero sin que se notara, persistiendo en el mismo frío glaciar. El partido contra Ravenclaw se aproximaba, pero Harry seguía sin solicitar otra escoba. Al final de cada clase de Transformaciones, le preguntaba a la profesora McGonagall por la Saeta de Fuego, mientras Ron esperaba junto a él y Hermione pasaba a toda velocidad por su lado, con la cara vuelta. —No, Potter, todavía no te la podemos devolver —le dijo la profesora McGonagall el duodécimo día de interrogatorio, antes de que el muchacho hubiera abierto la boca—. Hemos comprobado la mayoría de los hechizos más habituales, pero el profesor Flitwick cree que la escoba podría tener un maleficio para derribar al que la monta. En cuanto hayamos terminado las comprobaciones, te lo diré. Ahora te ruego que dejes de darme la lata. Para empeorar aún más las cosas, las clases antidementores de Harry no iban tan bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones, era capaz de crear una sombra poco precisa cada vez que el dementor se le acercaba, pero su patronus era demasiado débil para ahuyentar al dementor. Lo único que hacía era mantenerse en el aire como una nube semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se esforzaba por mantenerlo. Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por su secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres. —Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin en la ebookelo.com - Página 158
  • 159. cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un patronus como éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no? —Creí que el patronus embestiría contra los dementores —dijo Harry desalentado —, que los haría desaparecer… —El verdadero patronus los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú has logrado mucho en poco tiempo. Si los dementores hacen aparición en tu próximo partido de quidditch, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo necesario para volver al juego. —Usted dijo que es más difícil cuando hay muchos —repuso Harry. —Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—. Toma, te has ganado una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás probado antes… Sacó dos botellas de su maletín. —¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me encanta. —Lupin alzó una ceja—. Bueno… Ron y Hermione me trajeron algunas cosas de Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa. —Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por la victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no debo tomar partido —añadió inmediatamente. Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó algo en lo que llevaba algún tiempo meditando. —¿Qué hay debajo de la capucha de un dementor? El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella. —Humm…, bueno, los únicos que lo saben no pueden decirnos nada. El dementor sólo se baja la capucha para utilizar su última arma. —¿Cuál es? —Lo llaman «Beso del dementor» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—. Es lo que hacen los dementores a aquellos a los que quieren destruir completamente. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la víctima y… le sorben el alma. Harry escupió, sin querer, un poco de cerveza de mantequilla. —¿Las matan? —No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma, mientras sigan funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener conciencia de uno mismo, ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de recuperarse. Uno se limita a existir. Como una concha vacía. Sin alma, perdido para siempre. —Lupin bebió otro trago de cerveza de mantequilla y siguió diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black. Lo decía El Profeta esta mañana. El Ministerio ha dado permiso a los dementores para besarlo cuando lo encuentren. Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de sorber el alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black. —Se lo merece —dijo de pronto. ebookelo.com - Página 159
  • 160. —¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees que alguien se merece eso? —Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos. Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído en Las Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello habría supuesto revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que a Lupin no le haría gracia. De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio a Lupin las gracias y salió del aula de Historia de la Magia. Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la capucha de un dementor. La respuesta había sido tan horrible y lo había sumido hasta tal punto en horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se dio de bruces con la profesora McGonagall mientras subía por las escaleras. —Mira por dónde vas, Potter. —Lo siento, profesora. —Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes. Hemos hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún lugar tienes un buen amigo, Potter. Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su Saeta de Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre. —¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad? —De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible por ganar, porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo, como me acaba de recordar muy amablemente el profesor Snape. Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor, sin habla, llevando la Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se precipitaba hacia él con una sonrisa de oreja a oreja. —¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella? ¿Mañana? —Sí, por supuesto —respondió Harry con un entusiasmo que no había experimentado desde hacía un mes—. Tendríamos que hacer las paces con Hermione. Sólo quería ayudar… —Sí, de acuerdo. Está en la sala común, trabajando, para variar. Llegaron al corredor que llevaba a la torre de Gryffindor, y vieron a Neville Longbottom que suplicaba a sir Cadogan que lo dejara entrar. —Las escribí, pero se me deben de haber caído en alguna parte. —¡Id a otro con ese cuento! —vociferaba sir Cadogan. Luego, viendo a Ron y Harry—: ¡Voto a bríos, mis valientes y jóvenes vasallos! ¡Venid a atar a este demente que trata de forzar la entrada! —Cierra la boca —dijo Ron al llegar junto a Neville. —He perdido las contraseñas —les confesó Neville abatido—. Le pedí que me dijera las contraseñas de esta semana, porque las está cambiando continuamente, y ebookelo.com - Página 160
  • 161. ahora no sé dónde las tengo. —«Rompetechos» —dijo Harry a sir Cadogan, que parecía muy decepcionado y reacio a dejarlos pasar. Hubo murmullos repentinos y emocionados cuando todos se dieron la vuelta y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego. —¿Cómo la has conseguido, Harry? —¿Me dejarás dar una vuelta? —¿Ya la has probado, Harry? —Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras 7. —¿Puedo cogerla, Harry? Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de mano en mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y Ron pudieron ver a Hermione, la única que no había corrido hacia ellos y había seguido estudiando. Harry y Ron se acercaron a su mesa y la muchacha levantó la vista. —Me la han devuelto —le dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de Fuego. —¿Lo ves, Hermione? ¡No había nada malo en ella! —Bueno… Podía haberlo habido —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes que es segura. —Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba. —¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a Scabbers el tónico para ratas. Cogió la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió hasta el dormitorio de los chicos. —¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione. —Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de pergaminos que había sobre la silla. Harry echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia, cuya tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura de Estudios Muggles («Explicad por qué los muggles necesitan la electricidad»), y a la traducción rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada. —¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry. —Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de cerca parecía casi tan agotada como Lupin. —¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola revolver entre libros en busca del diccionario de runas. —¡No podría! —respondió Hermione escandalizada. —La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de números particularmente abstrusa. —No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita. Es… Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos. Todos los ebookelo.com - Página 161
  • 162. de la sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció Ron arrastrando una sábana. —¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—. ¡MIRA! — repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara. —¿Qué pasa, Ron? —¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS! Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Harry observó la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se parecía mucho a… —¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—. ¡NO ESTÁ! ¿Y SABES LO QUE HABÍA EN EL SUELO? —No, no —dijo Hermione con voz temblorosa. Ron tiró algo encima de la traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de color canela. ebookelo.com - Página 162
  • 163. P CAPÍTULO 13 Gryffindor contra Ravenclaw ARECÍA el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no veía ninguna posibilidad de reconciliarlos. A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en serio los esfuerzos de Crookshanks por comerse a Scabbers, que no se hubiera preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de Crookshanks y en que Ron tenía que buscar a Scabbers debajo de las camas. Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no tenía ninguna prueba de que Crookshanks se hubiera comido a Scabbers, que los pelos canela podían encontrarse allí desde Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos. En cuanto a él, Harry estaba convencido de que Crookshanks se había comido a Scabbers, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían demostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también. —¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron! —chilló Hermione—. Primero la Saeta de Fuego, ahora Scabbers, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer. Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata. —Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era Scabbers —dijo Fred, con intención de animarlo—. Y además llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba consumiendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamente. Un bocado… y no se dio ni cuenta. —¡Fred! —exclamó Ginny indignada. —Lo único que hacía era comer y dormir, Ron. Tú también lo decías —intervino George. —¡En una ocasión mordió a Goyle! —dijo Ron con tristeza—. ¿Te acuerdas, ebookelo.com - Página 163
  • 164. Harry? —Sí, es verdad —respondió Harry. —Fue su momento grandioso —comentó Fred, incapaz de contener una sonrisa —. La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria. Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto? En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al último entrenamiento del equipo de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y podría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a Ron durante un rato («¡Estupendo!, ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se encaminaron juntos hacia el campo de quidditch. La señora Hooch, que seguía supervisando los entrenamientos de Gryffindor para cuidar de Harry, estaba tan impresionada por la Saeta de Fuego como todos los demás. La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional. —¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un defecto, es esa tendencia a escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance. También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo aprendí a volar en una y también era una escoba excelente… Siguió hablando de esta manera durante un rato, hasta que Wood dijo: —Señora Hooch, ¿le puede devolver a Harry la Saeta de Fuego? Tenemos que entrenar. —Sí, claro. Toma, Potter —dijo la señora Hooch—. Me sentaré aquí con Weasley… Ella y Ron abandonaron el campo y se sentaron en las gradas, y el equipo de Gryffindor rodeó a Wood para recibir las últimas instrucciones para el partido del día siguiente. —Harry, acabo de enterarme de quién será el buscador de Ravenclaw. Es Cho Chang. Es una alumna de cuarto y es bastante buena. Yo esperaba que no se encontrara en forma, porque ha tenido algunas lesiones. —Wood frunció el entrecejo para expresar su disgusto ante la total recuperación de Cho Chang, y luego dijo—: Por otra parte, monta una Cometa 260, que al lado de la Saeta de Fuego parece un juguete. —Echó a la escoba una mirada de ferviente admiración y dijo—: ¡Vamos! Y por fin Harry montó en la Saeta de Fuego y se elevó del suelo. Era mejor de lo que había soñado. La Saeta giraba al más ligero roce. Parecía obedecer más a sus pensamientos que a sus manos. Corrió por el terreno de juego a tal velocidad que el estadio se convirtió en una mancha verde y gris. Harry le dio un viraje tan brusco que Alicia Spinnet profirió un grito. A continuación descendió en picado con perfecto control y rozó el césped con los pies antes de volver a elevarse diez, quince, veinte metros. —¡Harry, suelto la snitch! —gritó Wood. ebookelo.com - Página 164
  • 165. Harry se volvió y corrió junto a una bludger hacia la portería. La adelantó con facilidad, vio la snitch que salía disparada por detrás de Wood y al cabo de diez segundos la tenía en la mano. El equipo lo vitoreó entusiasmado. Harry soltó la snitch, le dio un minuto de ventaja y se lanzó tras ella esquivando al resto del equipo. La localizó cerca de una rodilla de Katie Bell, dio un rodeo y volvió a atraparla. Fue la mejor sesión de entrenamiento que habían tenido nunca. El equipo, animado por la presencia de la Saeta de Fuego, realizó los mejores movimientos de forma impecable, y cuando descendieron, Wood no tenía una sola crítica que hacer, lo cual, como señaló George Weasley, era una absoluta novedad. —No sé qué problema podríamos tener mañana —dijo Wood—. Tan sólo… Harry, has resuelto tu problema con los dementores, ¿verdad? —Sí —dijo Harry, pensando en su débil patronus y lamentando que no fuera más fuerte. —Los dementores no volverán a aparecer, Oliver. Dumbledore se irritaría —dijo Fred con total seguridad. —Esperemos que no —dijo Wood—. En cualquier caso, todo el mundo ha hecho un buen trabajo. Ahora volvamos a la torre. Hay que acostarse temprano… —Me voy a quedar un ratito. Ron quiere probar la Saeta —comentó Harry a Wood. Y mientras el resto del equipo se encaminaba a los vestuarios, Harry fue hacia Ron, que saltó la barrera de las tribunas y se dirigió hacia él. La señora Hooch se había quedado dormida en el asiento. —Ten —le dijo Harry entregándole la Saeta de Fuego. Ron montó en la escoba con cara de emoción y salió zumbando en la noche, que empezaba a caer, mientras Harry paseaba por el extremo del campo, observándolo. Cuando la señora Hooch despertó sobresaltada ya era completamente de noche. Riñó a Harry y a Ron por no despertarla y los obligó a volver al castillo. Harry se echó al hombro la Saeta de Fuego y los dos salieron del estadio a oscuras, comentando el suave movimiento de la Saeta, su formidable aceleración y su viraje milimétrico. Estaban a mitad de camino cuando Harry, al mirar hacia la izquierda, vio algo que le hizo dar un brinco: dos ojos que brillaban en la oscuridad. Se detuvo en seco. El corazón le latía con fuerza. —¿Qué ocurre? —dijo Ron. Harry señaló hacia los ojos. Ron sacó la varita y musitó: —¡Lumos! Un rayo de luz se extendió sobre la hierba, llegó hasta la base de un árbol e iluminó sus ramas. Allí, oculto en el follaje, estaba Crookshanks. —¡Sal de ahí! —gritó Ron, agachándose y cogiendo una piedra del suelo. Pero antes de que pudiera hacer nada, Crookshanks se había desvanecido con un susurro de su larga cola canela. ebookelo.com - Página 165
  • 166. —¿Lo ves? —dijo Ron furioso, tirando la piedra al suelo—. Aún le permite andar a sus anchas. Seguramente piensa acompañar los restos de Scabbers con un par de pájaros. Harry no respondió. Respiró aliviado. Durante unos segundos había creído que aquellos ojos eran los del Grim. Siguieron hacia el castillo. Avergonzado por su instante de terror, Harry no explicó nada a su amigo. Tampoco miró a derecha ni a izquierda hasta que llegaron al iluminado vestíbulo. • • • Al día siguiente, Harry bajó a desayunar con los demás chicos de su dormitorio, que por lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de honor. Al entrar Harry en el Gran Comedor, todos se volvieron a mirar la Saeta de Fuego, murmurando emocionados. Harry vio con satisfacción que los del equipo de Slytherin estaban atónitos. —¿Le has visto la cara? —le preguntó Ron con alegría, volviéndose para mirar a Malfoy—. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo! Wood también estaba orgulloso de la Saeta de Fuego. —Déjala aquí, Harry —dijo, poniendo la escoba en el centro de la mesa y dándole la vuelta con cuidado, para que el nombre quedara visible. Los de Ravenclaw y Hufflepuff se acercaron para verla. Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber conseguido un sustituto tan soberbio para su Nimbus. Y la novia de Percy, Penelope Clearwater, de Ravenclaw, pidió permiso para cogerla. —Sin sabotajes, ¿eh, Penelope? —le dijo efusivamente Percy mientras la joven examinaba detenidamente la Saeta de Fuego—. Penelope y yo hemos hecho una apuesta —dijo al equipo—. Diez galeones a ver quién gana. Penelope dejó la Saeta de Fuego, le dio las gracias a Harry y volvió a la mesa. —Harry, procura ganar —le dijo Percy en un susurro apremiante—, porque no tengo diez galeones. ¡Ya voy, Penelope! —Y fue con ella al terminarse la tostada. —¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? —dijo una voz fría y arrastrada. Draco Malfoy se había acercado para ver mejor, y Crabbe y Goyle estaban detrás de él. —Sí, creo que sí —contestó Harry. —Muchas prestaciones especiales, ¿verdad? —dijo Malfoy, con un brillo de malicia en los ojos—. Es una pena que no incluya paracaídas, por si aparece algún dementor. Crabbe y Goyle se rieron. —Y es una pena que no tengas tres brazos —le contestó Harry—. De esa forma podrías coger la snitch. El equipo de Gryffindor se rió con ganas. Malfoy entornó sus ojos claros y se ebookelo.com - Página 166
  • 167. marchó ofendido. Lo vieron reunirse con los demás jugadores de Slytherin, que juntaron las cabezas, seguramente para preguntarle a Malfoy si la escoba de Harry era de verdad una Saeta de Fuego. A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas de visibilidad, y Harry, aunque estaba nervioso, empezaba a sentir la emoción que sólo podía producir un partido de quidditch. Oían al resto del colegio que se dirigía al estadio. Harry se quitó las ropas negras del colegio, sacó del bolsillo la varita y se la metió dentro de la camiseta que iba a llevar bajo la túnica de quidditch. Esperaba no necesitarla. Se preguntó de repente si el profesor Lupin estaría entre el público viendo el partido. —Ya sabéis lo que tenéis que hacer —dijo Wood cuando se disponían a salir del vestuario—. Si perdemos este partido, estamos eliminados. Sólo… sólo tenéis que hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas. Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tumultuoso. El equipo de Ravenclaw, de color azul, aguardaba ya en el campo. La buscadora, Cho Chang, era la única chica del equipo. Harry le sacaba más o menos una cabeza de altura, y a pesar de los nervios, no pudo dejar de notar que era muy guapa. Ella le sonrió cuando los equipos se alinearon uno frente al otro, detrás de sus capitanes, y Harry sintió una ligera sacudida en el estómago que no creyó que tuviera nada que ver con los nervios. —Wood, Davies, daos la mano —ordenó la señora Hooch. Y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw. —Montad en las escobas… Cuando suene el silbato… ¡Tres, dos, uno! Harry despegó del suelo y la Saeta de Fuego se levantó más rápido que ninguna otra escoba. Planeó por el estadio y empezó a buscar la snitch, escuchando todo el tiempo los comentarios de Lee Jordan, el amigo de los gemelos Fred y George: —Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista El mundo de la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año. —Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? —interrumpió la voz de la profesora McGonagall. —Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y… —¡Jordan! —Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se dirige a la meta… Harry pasó como un rayo al lado de Katie y en dirección contraria, buscando a su alrededor un resplandor dorado y notando que Cho Chang le pisaba los talones. La jugadora volaba muy bien. Continuamente se le cruzaba, obligándolo a cambiar de dirección. ebookelo.com - Página 167
  • 168. —Enséñale cómo se acelera, Harry —le gritó Fred al pasar velozmente por su lado en persecución de una bludger que se dirigía hacia Alicia. Harry aceleró la Saeta al rodear los postes de la meta de Ravenclaw, seguido de Cho. La vio en el momento en que Katie conseguía el primer tanto del partido y las gradas ocupadas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo: la snitch, muy próxima al suelo, cerca de una de las barreras. Harry descendió en picado; Cho lo vio y salió rápidamente tras él. Harry aumentó la velocidad. Estaba embargado de emoción. Su especialidad eran los descensos en picado. Estaba a tres metros de distancia… Entonces, una bludger impulsada por uno de los golpeadores de Ravenclaw surgió ante Harry veloz como un rayo. Harry viró. La esquivó por un centímetro. Tras esos escasos y cruciales segundos, la snitch desapareció. Los seguidores de Gryffindor dieron un grito de decepción y los de Ravenclaw aplaudieron a rabiar a su golpeador. George Weasley desfogó su rabia enviando la segunda bludger directamente contra el golpeador que había lanzado contra Harry. El golpeador tuvo que dar en el aire una vuelta de campana para esquivarla. —¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión y equilibrio de la Saeta es realmente evidente en estos largos… —¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO! Ravenclaw jugaba a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si Cho atrapaba la snitch antes que él, Ravenclaw ganaría. Harry descendió evitando por muy poco a un cazador de Ravenclaw y buscó la snitch por todo el campo, desesperadamente. Vio un destello dorado y un aleteo de pequeñas alas: la snitch rodeaba la meta de Gryffindor. Harry aceleró con los ojos fijos en la mota de oro que tenía delante. Pero un segundo después surgió Cho, bloqueándole. —¡HARRY, NO ES MOMENTO PARA PORTARSE COMO UN CABALLERO! —gritó Wood cuando Harry viró para evitar una colisión—. ¡SI ES NECESARIO, TÍRALA DE LA ESCOBA! Harry volvió la cabeza y vio a Cho. La muchacha sonreía. La snitch había desaparecido de nuevo. Harry ascendió con la Saeta y enseguida se encontró a siete metros por encima del nivel de juego. Por el rabillo del ojo vio que Cho lo seguía… Prefería marcarlo a buscar la snitch. Bien, pues… si quería perseguirlo, tendría que atenerse a las consecuencias… Volvió a bajar en picado; Cho, creyendo que había vuelto a ver la snitch, quiso seguirle. Harry frenó muy bruscamente. Cho se precipitó hacia abajo. Harry, una vez más, ascendió veloz como un rayo y entonces la vio por tercera vez: la snitch brillaba por encima del medio campo de Ravenclaw. Aceleró; también lo hizo Cho, muchos metros por debajo. Harry iba delante, acercándose cada vez más a la snitch. Entonces… ebookelo.com - Página 168
  • 169. —¡Ah! —gritó Cho, señalando hacia abajo. Harry se distrajo y bajó la vista. Tres dementores altos, encapuchados y vestidos de negro lo miraban. No se detuvo a pensar. Metió la mano por el cuello de la ropa, sacó la varita y gritó: —¡Expecto patronum! Algo blanco y plateado, enorme, salió de la punta de la varita. Sabía que había disparado hacia los dementores, pero no se entretuvo en comprobarlo. Con la mente aún despejada, miró delante de él. Ya casi estaba. Alargó la mano, con la que aún empuñaba la varita, y pudo hacerse con la pequeña y rebelde snitch. Se oyó el silbato de la señora Hooch. Harry dio media vuelta en el aire y vio seis borrones rojos que se le venían encima. Al momento siguiente, todo el equipo lo abrazaba tan fuerte que casi lo derribaron de la escoba. De abajo llegaba el griterío de la afición de Gryffindor. —¡Éste es mi valiente! —exclamaba Wood una y otra vez. Alicia, Angelina y Katie besaron a Harry, y Fred le dio un abrazo tan fuerte que Harry creyó que se le iba a salir la cabeza. En completo desorden, el equipo se las ingenió para abrirse camino y volver al terreno de juego. Harry descendió de la escoba y vio a un montón de seguidores de Gryffindor saltando al campo, con Ron en cabeza. Antes de que se diera cuenta, lo rodeaba una multitud alegre que le ovacionaba. —¡Sí! —gritó Ron, subiéndole a Harry el brazo—. ¡Sí! —Bien hecho, Harry —le dijo Percy muy contento—. Acabo de ganar diez galeones. Tengo que encontrar a Penelope. Disculpa. —¡Estupendo, Harry! —gritó Seamus Finnigan. —¡Muy bien! —dijo Hagrid con voz de trueno, por encima de las cabezas de los de Gryffindor. —Fue un patronus bastante bueno —susurró una voz al oído de Harry. Harry se volvió y vio al profesor Lupin, que estaba encantado y sorprendido. —Los dementores no me afectaron en absoluto —dijo Harry emocionado—. No sentí nada. —Eso sería porque… porque no eran dementores —dijo el profesor Lupin—. Ven y lo verás. Sacó a Harry de la multitud para enseñarle el borde del terreno de juego. —Le has dado un buen susto al señor Malfoy —dijo Lupin. Harry se quedó mirando. Tendidos en confuso montón estaban Malfoy, Crabbe, Goyle y Marcus Flint, el capitán del equipo de Slytherin, todos forcejeando por quitarse unas túnicas largas, negras y con capucha. Parecía como si Malfoy se hubiera puesto de pie sobre los hombros de Goyle. Delante de ellos, muy enfadada, estaba la profesora McGonagall. —¡Un truco indigno! —gritaba—. ¡Un intento cobarde e innoble de sabotear al ebookelo.com - Página 169
  • 170. buscador de Gryffindor! ¡Castigo para todos y cincuenta puntos menos para Slytherin! Pondré esto en conocimiento del profesor Dumbledore, no os quepa la menor duda. ¡Ah, aquí llega! Si algo podía ponerle la guinda a la victoria de Gryffindor era aquello. Ron, que se había abierto camino para llegar junto a Harry, se partía de la risa mientras veían a Malfoy forcejeando para quitarse la túnica, con la cabeza de Goyle todavía dentro. —¡Vamos, Harry! —dijo George, abriéndose camino—. ¡Vamos a celebrarlo ahora en la sala común de Gryffindor! —Bien —contestó Harry. Y más contento de lo que se había sentido en mucho tiempo, acompañó al resto del equipo hacia la salida del estadio y otra vez al castillo, vestidos aún con túnica escarlata. Era como si hubieran ganado ya la copa de quidditch; la fiesta se prolongó todo el día y hasta bien entrada la noche. Fred y George Weasley desaparecieron un par de horas y volvieron con los brazos cargados con botellas de cerveza de mantequilla, refresco de calabaza y bolsas de dulces de Honeydukes. —¿Cómo lo habéis hecho? —preguntó Angelina Johnson, mientras George arrojaba sapos de menta a todos. —Con la ayuda de Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —susurró Fred al oído de Harry. Sólo había una persona que no participaba en la fiesta. Hermione, inverosímilmente sentada en un rincón, se esforzaba por leer un libro enorme que se titulaba Vida doméstica y costumbres sociales de los muggles británicos. Harry dejó la mesa en que Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de mantequilla, y se acercó a ella. —¿No has venido al partido? —le preguntó. —Claro que sí —respondió Hermione, con voz curiosamente aguda, sin levantar la vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes. —Vamos, Hermione, ven a tomar algo —dijo Harry, mirando hacia Ron y preguntándose si estaría de un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra. —No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione, que parecía un poco histérica—. Además… —también miró a Ron—, él no quiere que vaya. No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso momento para decir en voz alta: —Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto… ebookelo.com - Página 170
  • 171. Hermione se echó a llorar. Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso el mamotreto en la axila y, sin dejar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista. —¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja. —No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione nunca admitirá que obró mal. Es como si Scabbers se hubiera ido de vacaciones o algo parecido. La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo, para mandarles que se fueran a dormir. Harry y Ron subieron al dormitorio, todavía comentando el partido. Al final, exhausto, Harry se metió en la cama de dosel, corrió las cortinas para tapar un rayo de luna, se acostó y se durmió inmediatamente. Tuvo un sueño muy raro. Caminaba por un bosque, con la Saeta de Fuego al hombro, persiguiendo algo de color blanco plateado. El ser serpenteaba por entre los árboles y Harry apenas podía vislumbrarlo entre las hojas. Con ganas de alcanzarlo, apretó el paso, pero al ir más aprisa, su presa lo imitó. Harry echó a correr y oyó un ruido de cascos que adquirían velocidad. Harry corría con desesperación y oía un galope delante de él. Entró en un claro del bosque y… —¡A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​A​G​H! ¡N​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O​O! Harry despertó tan de repente como si le hubieran golpeado en la cara. Desorientado en medio de la total oscuridad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía ruidos a su alrededor, y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extremo del dormitorio: —¿Qué ocurre? A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormitorio. Tras encontrar la separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su lámpara. Ron estaba incorporado en la cama, con las cortinas echadas a un lado y una expresión de pánico en el rostro. —¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo! —¿Qué? —¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó! —¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean. —¡Mirad las cortinas! ¡Os digo que estaba aquí! Todos se levantaron de la cama; Harry fue el primero en llegar a la puerta del dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los interpelaban voces soñolientas: —¿Quién ha gritado? —¿Qué hacéis? La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí. ebookelo.com - Página 171
  • 172. —¿Estás seguro de que no soñabas, Ron? —¡Os digo que lo vi! —¿Por qué armáis tanto jaleo? —¡La profesora McGonagall nos ha mandado acostarnos! Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bostezando. —Estupendo, ¿continuamos? —preguntó Fred Weasley con animación. —¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de delegado en el pijama. —Percy… ¡Sirius Black! —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó! Todos contuvieron la respiración. —¡Absurdo! —dijo Percy con cara de susto—. Has comido demasiado, Ron. Has tenido una pesadilla. —Te digo que… —¡Venga, ya basta! Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor. —¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti! —¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla…! —¡NO FUE UNA PESADILLA! —gritó Ron—. ¡PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN CUCHILLO EN LA MANO! La profesora McGonagall lo miró fijamente. —No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato? —¡Hay que preguntarle! —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto… Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración. —Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor? —¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan. Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados. —¿De… de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña? —¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel! La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza. —¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido? Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, ebookelo.com - Página 172
  • 174. E CAPÍTULO 14 El rencor de Snape N la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar. Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la Señora Gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador, hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras. Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Harry, Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto. —¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron. —Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído. Harry se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con tablas, él ya no podría volver a Hogsmeade. Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido. ebookelo.com - Página 174
  • 175. —Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente… Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída… Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio… empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo. —Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando. Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos. —Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry pensativamente—. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato… Y entonces se habría encontrado con los profesores… Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador. Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor, llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre. —¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron. Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia. Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca. —¡Ay! Ah, Hedwig, gracias. Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz de Neville. La nota que había dentro decía: ebookelo.com - Página 175
  • 176. Queridos Harry y Ron: ¿Os apetece tomar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogeros al castillo. ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS PERMISO PARA SALIR SOLOS. Un saludo, Hagrid —Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron. Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya. —Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no? —Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos. —Vaya —dijo Ron, un poco ofendido. Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario. —¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry. —Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo… Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de Buckbeak estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos. Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid. —Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él. —¿Qué? —preguntó Harry. —Hermione —dijo Hagrid. —¿Qué le pasa? —preguntó Ron. —Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato. —¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor. ebookelo.com - Página 176
  • 177. —¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil… Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades… —Nosotros también tendríamos que haberte ayudado, Hagrid, lo siento — balbuceó Harry. —¡No os culpo! —dijo Hagrid, con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis estado muy ocupados. A ti te he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más. —Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra… —Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra. —Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente. Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid. Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo. Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios. —¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse. —Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes — dijo Harry aún más bajo. —Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade… le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa. —¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione. —Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré… —¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso? Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió al gato y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas. —Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado ebookelo.com - Página 177
  • 178. todavía en Zonko! Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras: —De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible. El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales. —¡Adiós, Harry! —le dijo Ron en voz alta, sonriendo y guiñando un ojo—. ¡Hasta la vuelta! Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía: «NEVILLE LONGBOTTOM.» Harry sacó la varita rápidamente, musitó «Dissendio» y metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina: —¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade. —Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces? —Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de naipes explosivos? —Ahora no… Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin. —¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho! —Eh… ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado! —¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o…? Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Harry. Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry. —¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse… Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta. —No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad. —¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter, y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que ebookelo.com - Página 178
  • 179. volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar. Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la Señora Gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él. Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa. El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho. Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr. Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda. —Soy yo —susurró. —¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes. —Snape rondaba por allí. Echaron a andar por la calle principal. —¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto… Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry. Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George. Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces del hipo, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz. El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su ebookelo.com - Página 179
  • 180. jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza. —Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado… Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas. Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía: —… en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses… Crabbe y Goyle se rieron. —Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un…» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto? Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy. —Déjamelo a mí —le susurró al oído. La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino. —Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten…? ¡PLAF! Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente. —¿Qué demo…? Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo. —¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho? —Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace. Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje. Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo. ebookelo.com - Página 180
  • 181. ¡PATAPLAF! Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados. —¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry. Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró. Le acertó en la espalda. Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado. Como Ron era la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara. Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente. —¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry. Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás. Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde. —Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien… lo mejor será que regreses rápidamente al castillo… —¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr. ¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido. Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo que pudo por el pasadizo… Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor? Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se aproximaban. Era Snape. Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la túnica negra, y se detuvo ante él. —¿Y…? —preguntó. Había en el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular, demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de ebookelo.com - Página 181
  • 182. barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos. —Ven conmigo, Potter —dijo Snape. Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación. —Siéntate —dijo Snape. Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie. —El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape. Harry no abrió la boca. —Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer, Weasley estaba solo. Harry siguió sin decir nada. —El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo ocurrir? Harry trató de parecer sorprendido: —No lo sé, profesor. Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un hipogrifo: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear. —Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué pudo ser, Potter? —No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente. —Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire. Hubo un silencio prolongado. —Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como… —¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad. —Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina… —Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto. —He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó. —¿Hay alguien que pueda testificarlo? Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa. ebookelo.com - Página 182
  • 183. —Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias. Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas. —¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al quidditch y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso. —Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo tampoco. —Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, en sus trece, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. Era tan engreído… —¡CÁLLESE! Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante: —¿Qué has dicho, Potter? —¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni siquiera estaría aquí! La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria. —¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida? — susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter? Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir que no lo sabía. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad. —Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts. Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos. —¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente. Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos. —¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la vuelta, ebookelo.com - Página 183
  • 184. Potter! Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de Zonko y el mapa del merodeador. Snape cogió la bolsa de Zonko. —Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última vez… —¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor…! ¿Y esto qué es? Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un enorme esfuerzo por mantenerse impasible. —Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros. Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry. —Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. ¿Puedo tirarlo? Acercó la mano al fuego. —¡No! —exclamó Harry rápidamente. —¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso regalo del señor Weasley? ¿O es… otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta invisible? ¿O tal vez… instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los dementores? Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban. —Veamos, veamos… —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita. No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran. —¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía. Siguió en blanco. Harry respiró aliviado. —¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita. Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.» Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas: «El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.» Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había más: «El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota semejante haya llegado a profesor.» Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el ebookelo.com - Página 184
  • 185. pelo, el muy guarro.» Harry aguardó el golpe. —Bueno… —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos. Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo brillante y lo arrojó a las llamas. —¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo! Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma apareció en él, revolviéndose muy rápido. Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las cenizas de la raída túnica. —¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente. —Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a su mesa con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos y llevaba esto. Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una expresión extraña y hermética. —¿Qué te parece? —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry tenía la impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece? —repitió Snape —. Este pergamino está claramente encantado con Artes Oscuras. Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo conseguir Potter? Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que no lo interrumpiera. —¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad lo crees, Severus? A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha comprado en una tienda de artículos de broma. —¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguiera directamente de los fabricantes? Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin tampoco. —¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? — preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores? —No —respondió rápidamente Harry. —¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de Zonko. En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar. —Yo… le di… a Harry… ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en Zonko hace mucho tiempo… ebookelo.com - Página 185
  • 186. —Bien —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y se lo metió en la túnica—. Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus. Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a Lupin. —Señor profesor, yo… —No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los asombrados Harry y Ron—. No quiero saber cómo ha caído en vuestras manos. Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí información relativa al castillo. No te lo puedo devolver, Harry. Harry ya lo suponía, y quería explicarse. —¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes? —Porque… porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del colegio. Habrían pensado que era muy divertido. —¿Los conoce? —dijo Harry impresionado. —Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente. Miraba a Harry más serio que nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir, Harry. No puedo conseguir que te tomes en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando se te aproximan los dementores te habían hecho algún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry. Y tú les correspondes muy mal… cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma. Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape. Despacio, subieron la escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la bruja tuerta, Harry se acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se atrevió a ir por ella. —Es culpa mía —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. Lupin tiene razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo. Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad estaban haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle la cara, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de lo ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora McGonagall? —¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvo la muchacha —. ¿O acabas de delatarnos? —No —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le temblaba —. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a Buckbeak. ebookelo.com - Página 186
  • 187. —M CAPÍTULO 15 La final de quidditch E ha enviado esto —dijo Hermione, tendiéndoles la carta. Harry la cogió. El pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares. Querida Hermione: Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la fecha del sacrificio. A Buckbeak le ha gustado Londres. Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has proporcionado. Hagrid —No pueden hacerlo —dijo Harry—. No pueden. Buckbeak no es peligroso. —El padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta determinación —dijo Hermione secándose los ojos—. Ya sabéis cómo es. Son unos viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo ninguna esperanza… Nada cambiará. —Sí, algo cambiará —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrás que hacer tú sola todo el trabajo. Yo te ayudaré. —¡Ron! Hermione le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. Ron, totalmente aterrado, le dio unas palmadas torpes en la cabeza. Hermione se apartó por fin. —Ron, de verdad, siento muchísimo lo de Scabbers —sollozó. —Bueno, ya era muy vieja —dijo Ron, aliviado de que ella se hubiera soltado—. Y era algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza. Las medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión ebookelo.com - Página 187
  • 188. de Black impedían que Harry, Ron y Hermione visitaran a Hagrid por las tardes. La única posibilidad que tenían de hablar con él eran las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas. Hagrid parecía conmocionado por el veredicto. —Todo fue culpa mía. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus túnicas negras, y a mí se me caían continuamente las notas y se me olvidaron todas las fechas que me habías buscado, Hermione. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo… —¡Todavía podemos apelar! —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla! ¡Estamos trabajando en ello! Volvían al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose. —No servirá de mucho, Ron —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me aseguraré de que el tiempo que le queda a Buckbeak sea el más feliz de su vida. Se lo debo… Hagrid dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo. —¡Miradlo cómo llora! Malfoy, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta. —¿Habíais visto alguna vez algo tan patético? —dijo Malfoy—. ¡Y pensar que es profesor nuestro! Harry y Ron fueron hacia ellos, pero Hermione llegó antes: ¡PLAF! Dio a Malfoy una bofetada con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó. Harry, Ron, Crabbe y Goyle se quedaron atónitos en el momento en que Hermione volvió a levantar la mano. —¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, so puerco… so malvado…! —¡Hermione! —dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano. —Suéltame, Ron. Hermione sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos, sin saber qué hacer. —Vámonos —musitó Malfoy. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras. —¡Hermione! —dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa. —¡Harry, espero que le ganes en la final de quidditch! —dijo Hermione chillando —. ¡Espero que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo! —Hay que ir a Encantamientos —dijo Ron, mirando todavía a Hermione con los ojos como platos. Subieron aprisa hacia la clase del profesor Flitwick. —¡Llegáis tarde, muchachos! —dijo en tono de censura el profesor Flitwick, cuando Harry abrió la puerta del aula—. ¡Vamos, rápido, sacad las varitas! Vamos a ebookelo.com - Página 188
  • 189. trabajar con encantamientos regocijantes. Ya se han colocado todos por parejas. Harry y Ron fueron aprisa hasta un pupitre que había al fondo y abrieron las mochilas. Ron miró a su alrededor. —¿Dónde se ha puesto Hermione? Harry también echó un vistazo. Hermione no había entrado en el aula, pero Harry sabía que estaba a su lado cuando había abierto la puerta. —Es extraño —dijo Harry mirando a Ron—. Quizás… quizás haya ido a los lavabos… Pero Hermione no apareció durante la clase. —Pues tampoco le habría venido mal a ella un encantamiento regocijante — comentó Ron cuando salían del aula para ir a comer, todos con una dilatada sonrisa. La clase de encantamientos regocijantes los había dejado muy contentos. Hermione tampoco apareció por el Gran Comedor durante el almuerzo. Cuando terminaron el pastel de manzana, el efecto de los encantamientos regocijantes se estaba perdiendo, y Harry y Ron empezaban a preocuparse. —¿No le habrá hecho nada Malfoy? —comentó Ron mientras subían aprisa las escaleras hacia la torre de Gryffindor. Pasaron entre los troles de seguridad, le dieron la contraseña («Pitapatafrita») a la Señora Gorda y entraron por el agujero del retrato para acceder a la sala común. Hermione estaba sentada a una mesa, profundamente dormida, con la cabeza apoyada en un libro abierto de Aritmancia. Fueron a sentarse uno a cada lado de ella. Harry le dio con el codo para que despertara. —¿Qué… qué? —preguntó Hermione, despertando sobresaltada y mirando alrededor con los ojos muy abiertos—. ¿Es hora de marcharse? ¿Qué clase tenemos ahora? —Adivinación, pero no es hasta dentro de veinte minutos —dijo Harry—. Hermione, ¿por qué no has estado en Encantamientos? —¿Qué? ¡Oh, no! —chilló Hermione—. ¡Se me olvidó! —Pero ¿cómo se te pudo olvidar? —le preguntó Harry—. ¡Llegaste con nosotros a la puerta del aula! —¡Imposible! —aulló Hermione—. ¿Se enfadó el profesor Flitwick? Fue Malfoy. Estaba pensando en él y perdí la noción de las cosas. —¿Sabes una cosa, Hermione? —le dijo Ron, mirando el libro de Aritmancia que Hermione había empleado como almohada—. Creo que estás a punto de estallar. Tratas de abarcar demasiado. —No, no es verdad —dijo Hermione, apartándose el pelo de los ojos y mirando alrededor, buscando la mochila infructuosamente—. Me he despistado, eso es todo. Lo mejor será que vaya a ver al profesor Flitwick y me disculpe. ¡Os veré en Adivinación! Se reunió con ellos veinte minutos más tarde, todavía confusa, a los pies de la escalera que llevaba a la clase de la profesora Trelawney. ebookelo.com - Página 189
  • 190. —¡Aún no me puedo creer que me perdiera la clase de encantamientos regocijantes! ¡Y apuesto a que nos sale en el examen! ¡El profesor Flitwick me ha insinuado que puede salir! Subieron juntos y entraron en la oscura y sofocante sala de la torre. En cada mesa había una brillante bola de cristal llena de neblina nacarada. Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos a la misma mesa destartalada. —Creía que no veríamos las bolas de cristal hasta el próximo trimestre —susurró Ron, echando a su alrededor una mirada, por si la profesora Trelawney estaba cerca. —No te quejes, esto quiere decir que ya hemos terminado con la quiromancia. Me ponía enfermo verla dar respingos cada vez que me miraba la mano. —¡Buenos días a todos! —dijo una voz conocida y a la vez indistinta, y la profesora Trelawney hizo su habitual entrada teatral, surgiendo de las sombras. Parvati y Lavender temblaban de emoción, con el rostro encendido por el resplandor lechoso de su bola de cristal—. He decidido que empecemos con la bola de cristal algo antes de lo planeado —dijo la profesora Trelawney, sentándose de espaldas al fuego y mirando alrededor—. Los hados me han informado de que en vuestro examen de junio saldrá la bola, y quiero que recibáis suficientes clases prácticas. Hermione dio un bufido. —Bueno, de verdad… los hados le han informado… ¿Quién pone el examen? ¡Ella! ¡Qué predicción tan asombrosa! —dijo, sin preocuparse de bajar la voz. Era difícil saber si la profesora Trelawney los había oído, ya que su rostro estaba oculto en las sombras. Sin embargo, prosiguió como si no se hubiera enterado de nada. —Mirar la bola de cristal es un arte muy sutil —explicó en tono soñador—. No espero que ninguno vea nada en la bola la primera vez que mire en sus infinitas profundidades. Comenzaremos practicando la relajación de la conciencia y de los ojos externos —Ron empezó a reírse de forma incontrolada y tuvo que meterse el puño en la boca para ahogar el ruido—, con el fin de liberar el ojo interior y la superconciencia. Tal vez, si tenéis suerte, algunos lleguéis a ver algo antes de que acabe la clase. Y entonces comenzaron. Harry, por lo menos, se sentía muy tonto mirando la bola de cristal sin comprender, intentando vaciar la mente de pensamientos que continuamente pasaban por ella, por ejemplo «qué idiotez». No facilitaba las cosas el que Ron prorrumpiera continuamente en risitas mudas ni que Hermione chascara la lengua sin parar, en señal de censura. —¿Habéis visto ya algo? —les preguntó Harry después de mirar la bola en silencio durante un cuarto de hora. —Sí, aquí hay una quemadura —dijo Ron, señalando la mesa con el dedo—. A alguien se le ha caído la cera de la vela. —Esto es una horrible pérdida de tiempo —dijo Hermione entre dientes—. En estos momentos podría estar practicando algo útil. Podría ponerme al día en ebookelo.com - Página 190
  • 191. encantamientos regocijantes. Acompañada por el susurro de la falda, la profesora Trelawney pasó por su lado. —¿Alguien quiere que le ayude a interpretar los oscuros augurios de la bola mágica? —susurró con una voz que se elevaba por encima del tintineo de sus pulseras. —Yo no necesito ayuda —susurró Ron—. Es obvio lo que esto quiere decir: que esta noche habrá mucha niebla. Harry y Hermione estallaron en una carcajada. —¡Venga! —les llamó la atención la profesora Trelawney, al mismo tiempo que todo el mundo se volvía hacia ellos. Parvati y Lavender los miraban escandalizadas —. Estáis perjudicando nuestras vibraciones clarividentes. —Se aproximó a la mesa de los tres amigos y observó su bola de cristal. A Harry se le vino el mundo encima. Imaginaba lo que pasaría a continuación—: ¡Aquí hay algo! —susurró la profesora Trelawney, acercando el rostro a la bola, que quedó doblemente reflejada en sus grandes gafas—. Algo que se mueve… pero ¿qué es? Harry habría apostado todo cuanto poseía a que, fuera lo que fuese, no serían buenas noticias. En efecto: —Muchacho… —La profesora Trelawney suspiró mirando a Harry—. Está aquí, más claro que el agua. Sí, querido muchacho… está aquí acechándote, aproximándose… el Gr… —¡Por Dios santo! —exclamó Hermione—. ¿Otra vez ese ridículo Grim? La profesora Trelawney levantó sus grandes ojos hasta la cara de Hermione. Parvati susurró algo a Lavender y ambas miraron a la muchacha. La profesora Trelawney se incorporó y la contempló con ira. —Siento decirte que desde el momento en que llegaste a esta clase ha resultado evidente que careces de lo que requiere el noble arte de la adivinación. En realidad, no recuerdo haber tenido nunca un alumno cuya mente fuera tan incorregiblemente vulgar. Hubo un momento de silencio. —Bien —dijo de repente Hermione, levantándose y metiendo en la mochila su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Bien —repitió, echándose la mochila al hombro y casi derribando a Ron de la silla—, abandono. ¡Me voy! Y ante el asombro de toda la clase, Hermione se dirigió con paso firme hacia la trampilla, la abrió de un golpe y se perdió escaleras abajo. La clase tardó unos minutos en volver a apaciguarse. Parecía que la profesora Trelawney se había olvidado por completo del Grim. Se volvió de repente desde la mesa de Harry y Ron, respirando hondo a la vez que se subía el chal transparente. —¡Aaaaah! —exclamó de repente Lavender, sobresaltando a todo el mundo—. ¡Aaaah, profesora Trelawney, acabo de acordarme! Usted la ha visto salir, ¿no es así, profesora? «En torno a Semana Santa, uno de vosotros nos dejará para siempre.» Lo dijo usted hace milenios, profesora. ebookelo.com - Página 191
  • 192. La profesora Trelawney le dirigió una amable sonrisa. —Sí, querida. Ya sabía que nos dejaría la señorita Granger. Una siempre tiene la esperanza, sin embargo, de haber confundido los signos… El ojo interior puede ser una cruz, ¿sabéis? Lavender y Parvati parecían muy impresionadas y se apartaron para que la profesora Trelawney pudiera ponerse en su mesa. —Hermione se la está buscando, ¿verdad? —susurró Ron a Harry, con expresión sobrecogida. —Sí… Harry miró en la bola de cristal, pero no vio nada salvo niebla blanca formando remolinos. ¿De verdad había vuelto a ver al Grim la profesora Trelawney? ¿Lo vería él? Lo que menos falta le hacía era otro accidente casi mortal con la final de quidditch cada vez más cerca. Las vacaciones de Semana Santa no resultaron lo que se dice relajantes. Los de tercero nunca habían tenido tantos deberes. Neville Longbottom parecía encontrarse al borde del colapso nervioso y no era el único. —¿A esto lo llaman vacaciones? —gritó Seamus Finnigan una tarde, en la sala común—. Los exámenes están a mil años de distancia, ¿qué es lo que pretenden? Pero nadie tenía tanto trabajo como Hermione. Aun sin Adivinación, cursaba más asignaturas que ningún otro. Normalmente era la última en abandonar por la noche la sala común y la primera en llegar al día siguiente a la biblioteca. Tenía ojeras como Lupin y parecía en todo momento estar a punto de echarse a llorar. Ron se estaba encargando de la apelación en el caso de Buckbeak. Cuando no hacía sus propios deberes estaba enfrascado en enormes volúmenes que tenían títulos como Manual de psicología hipogrífica o ¿Ave o monstruo? Un estudio de la brutalidad del hipogrifo. Estaba tan absorto en el trabajo que incluso se olvidó de tratar mal a Crookshanks. Harry, mientras tanto, tenía que combinar sus deberes con el diario entrenamiento de quidditch, por no mencionar las interminables discusiones de tácticas con Wood. El partido entre Gryffindor y Slytherin tendría lugar el primer sábado después de las vacaciones de Semana Santa. Slytherin iba en cabeza y sacaba a Gryffindor doscientos puntos exactos. Esto significaba, como Wood recordaba a su equipo constantemente, que necesitaban ganar el partido con una ventaja mayor, si querían ganar la copa. También significaba que la responsabilidad de ganar caía sobre Harry en gran medida, porque capturar la snitch se recompensaba con ciento cincuenta puntos. —Así, si les sacamos una ventaja de cincuenta puntos, no tienes más que cogerla —decía Wood a Harry todo el tiempo—. Sólo si les llevamos más de cincuenta puntos, Harry, porque de lo contrario ganaremos el partido pero perderemos la copa. ebookelo.com - Página 192
  • 193. Lo has comprendido, ¿verdad? Tienes que atrapar la snitch sólo si estamos… —¡YA LO SÉ, OLIVER! —gritó Harry. Toda la casa de Gryffindor estaba obsesionada por el partido. Gryffindor no había ganado la copa de quidditch desde que el legendario Charlie Weasley (el segundo de los hermanos de Ron) había sido buscador. Pero Harry dudaba de que alguien de Gryffindor, incluido Wood, tuviera tantas ganas de ganar como él. Harry y Malfoy se odiaban más que nunca. A Malfoy aún le dolía el barro que había recibido en Hogsmeade, y le había puesto furioso que Harry se hubiera librado del castigo. Harry no había olvidado el intento de Malfoy de sabotearle en el partido contra Ravenclaw, pero era el asunto de Buckbeak lo que le daba más ganas de vencer a Malfoy delante de todo el colegio. Nadie recordaba un partido precedido de una atmósfera tan cargada. Cuando las vacaciones terminaron, la tensión entre los equipos y entre sus respectivas casas estaba al rojo. En los corredores estallaban pequeñas peleas que culminaron en un desagradable incidente en el que un alumno de cuarto de Gryffindor y otro de sexto de Slytherin terminaron en la enfermería con puerros brotándoles de las orejas. Harry lo pasaba especialmente mal. No podía ir a las aulas sin que algún Slytherin sacara la pierna y le pusiera la zancadilla. Crabbe y Goyle aparecían continuamente donde estaba él, y se alejaban arrastrando los pies, decepcionados, al verlo rodeado de gente. Wood había dado instrucciones para que Harry fuera acompañado a todas partes, por si los de Slytherin trataban de quitarlo de en medio. Toda la casa de Gryffindor aceptó la misión con entusiasmo, de forma que a Harry le resultaba imposible llegar a tiempo a las clases porque estaba rodeado de una inmensa y locuaz multitud. Estaba más preocupado por la seguridad de su Saeta de Fuego que por la suya propia. Cuando no volaba en ella, la tenía guardada con llave en su baúl, y a menudo volvía corriendo a la torre de Gryffindor para comprobar que seguía allí. La víspera del partido por la noche, en la sala común de Gryffindor, se abandonaron todas las actividades habituales. Incluso Hermione dejó sus libros. —No puedo trabajar, no me puedo concentrar —dijo nerviosa. Había mucho ruido. Fred y George Weasley habían reaccionado a la presión alborotando y gritando más que nunca. Oliver Wood estaba encogido en un rincón, encima de una maqueta del campo de quidditch, y con su varita mágica movía figurillas mientras hablaba consigo mismo. Angelina, Alicia y Katie se reían de las gracias de Fred y George. Harry estaba sentado con Ron y Hermione, algo alejado del barullo, tratando de no pensar en el día siguiente, porque cada vez que lo hacía le acometía la horrible sensación de que algo grande se esforzaba por salir de su estómago. —Vas a hacer un buen partido —le dijo Hermione, aunque en realidad estaba aterrorizada. ebookelo.com - Página 193
  • 194. —¡Tienes una Saeta de Fuego! —dijo Ron. —Sí —admitió Harry. Fue un alivio cuando Wood, de repente, se puso en pie y gritó: —¡Jugadores! ¡A la cama! Harry no durmió bien. Primero soñó que se había quedado dormido y que Wood gritaba: «¿Dónde te habías metido? ¡Tuvimos que poner a Neville en tu puesto!» Luego soñó que Malfoy y el resto del equipo de Slytherin llegaban al terreno de juego montados en dragones. Volaba a una velocidad de vértigo, tratando de evitar las llamaradas de fuego que salían de la boca de la cabalgadura de Malfoy, cuando se dio cuenta de que había olvidado la Saeta de Fuego. Se cayó en el aire y se despertó con un sobresalto. Tardó unos segundos en comprender que el partido aún no había empezado, que él estaba metido en la cama, y que al equipo de Slytherin no lo dejarían jugar montado en dragones. Tenía mucha sed. Lo más en silencio que pudo, se levantó y fue a servirse un poco de agua de la jarra de plata que había al pie de la ventana. Los terrenos del colegio estaban tranquilos y silenciosos. Ni un soplo de viento azotaba la copa de los árboles del bosque prohibido. El sauce boxeador estaba quieto y tenía un aspecto inocente. Las condiciones para el partido parecían perfectas. Harry dejó el vaso y estaba a punto de volverse a la cama cuando algo le llamó la atención. Un animal que no podía distinguir bien rondaba por el plateado césped. Harry corrió hasta su mesilla, cogió las gafas, se las puso y volvió a la ventana a toda prisa. Esperaba que no se tratara del Grim. No en aquel momento, horas antes del partido. Miró los terrenos con detenimiento y tras un minuto de ansiosa búsqueda volvió a verlo. Rodeaba el bosque… no era el Grim ni mucho menos: era un gato. Harry se apoyó aliviado en el alféizar de la ventana al reconocer aquella cola de brocha. Sólo era Crookshanks. Pero… ¿sólo era Crookshanks? Harry aguzó la vista y pegó la nariz al cristal de la ventana. Crookshanks estaba inmóvil. Harry estaba seguro de que había algo más moviéndose en la sombra de los árboles. Un instante después apareció: un perro negro, peludo y gigante que caminaba con sigilo por el césped. Crookshanks corría a su lado. Harry observó con atención. ¿Qué significaba aquello? Si Crookshanks también veía al perro, ¿cómo podía ser un augurio de la muerte de Harry? —¡Ron! —susurró Harry—. ¡Ron, despierta! —¿Mmm? —¡Necesito que me digas si puedes ver una cosa! —Está todo muy oscuro, Harry —dijo Ron con esfuerzo—. ¿A qué te refieres? —Ahí abajo… ebookelo.com - Página 194
  • 195. Harry volvió a mirar por la ventana. Crookshanks y el perro habían desaparecido. Harry se subió al alféizar para ver si estaban debajo, junto al muro del castillo. Pero no estaban allí. ¿Dónde se habrían metido? Un fuerte ronquido le indicó que Ron había vuelto a dormirse. Harry y el resto del equipo de Gryffindor fueron recibidos con una ovación al entrar por la mañana en el Gran Comedor. Harry no pudo dejar de sonreír cuando vio que los de las mesas de Ravenclaw y Hufflepuff también les aplaudían. Los de Slytherin les silbaron al pasar. Malfoy estaba incluso más pálido de lo habitual. Wood se pasó el desayuno animando a sus jugadores a que comieran, pero él no probó nada. Luego les metió prisa para ir al campo antes de que los demás terminaran. Así podrían hacerse una idea de las condiciones. Cuando salieron del Gran Comedor, volvieron a oír aplausos. —¡Buena suerte, Harry! —le gritó Cho Chang. Harry se puso colorado. —Muy bien…, el viento es insignificante. El sol pega algo fuerte y puede perjudicarnos la visión. Tened cuidado. El suelo está duro, nos permitirá un rápido despegue. Wood recorrió el terreno de juego, mirando a su alrededor y con el equipo detrás. Vieron abrirse las puertas del castillo a lo lejos y al resto del colegio aproximándose al campo. —¡A los vestuarios! —dijo Wood escuetamente. Nadie habló mientras se cambiaban y se ponían la túnica escarlata. Harry se preguntó si se sentirían como él: como si hubiera desayunado algo vivo. Antes de que se dieran cuenta, Wood les dijo: —¡Ha llegado el momento! ¡Adelante…! Salieron al campo entre el rugido de la multitud. Tres cuartas partes de los espectadores llevaban escarapelas rojas, agitaban banderas rojas con el león de Gryffindor o enarbolaban pancartas con consignas como «ÁNIMO, GRYFFINDOR» y «LA COPA PARA LOS LEONES». Detrás de los postes de Slytherin, sin embargo, unas doscientas personas llevaban el verde; la serpiente plateada de Slytherin brillaba en sus banderas. El profesor Snape se sentaba en la primera fila, de verde como todos los demás y con una sonrisa macabra. —¡Y aquí llegan los de Gryffindor! —comentó Lee Jordan, que hacía de comentarista, como de costumbre—. ¡Potter, Bell, Johnson, Spinnet, los hermanos Weasley y Wood! Ampliamente reconocido como el mejor equipo que ha visto Hogwarts desde hace años. —Los comentarios de Lee fueron ahogados por los abucheos de la casa de Slytherin—. ¡Y ahora entra en el terreno de juego el equipo de Slytherin, encabezado por su capitán Flint! Ha hecho algunos cambios en la alineación y parece inclinarse más por el tamaño que por la destreza. —Más ebookelo.com - Página 195
  • 196. abucheos de los hinchas de Slytherin. Harry, sin embargo, pensó que Lee tenía razón. Malfoy era el más pequeño del equipo de Slytherin. Los demás eran enormes. —¡Capitanes, daos la mano! —ordenó la señora Hooch. Flint y Wood se aproximaron y se estrecharon la mano con mucha fuerza, como si intentaran quebrarle al otro los dedos. —¡Montad en las escobas! —dijo la señora Hooch—. Tres… dos… uno… El silbato quedó ahogado por el bramido de la multitud, al mismo tiempo que se levantaban en el aire catorce escobas. Harry sintió que el pelo se le disparaba hacia atrás. Con la emoción del vuelo se le pasaron los nervios. Miró a su alrededor. Malfoy estaba exactamente detrás. Harry se lanzó en busca de la snitch. —Y Gryffindor tiene la quaffle. Alicia Spinnet, de Gryffindor, con la quaffle, se dirige hacia la meta de Slytherin. Alicia va bien encaminada. Ah, no. Warrington intercepta la quaffle. Warrington, de Slytherin, rasgando el aire. ¡ZAS! Buen trabajo con la bludger por parte de George Weasley. Warrington deja caer la quaffle. La coge Johnson. Gryffindor vuelve a tenerla. Vamos, Angelina. Un bonito quiebro a Montague. ¡Agáchate, Angelina, eso es una bludger! ¡HA MARCADO! ¡DIEZ A CERO PARA GRYFFINDOR! Angelina golpeó el aire con el puño, mientras sobrevolaba el extremo del campo. El mar escarlata que se extendía debajo de ella vociferaba de entusiasmo. —¡AY! Angelina casi se cayó de la escoba cuando Marcus Flint chocó contra ella. —¡Perdón! —se disculpó Flint, mientras la multitud lo abucheaba—. ¡Perdona, no te vi! Un momento después, Fred Weasley lanzó el bate hacia la nuca de Flint. La nariz de Flint dio en el palo de su propia escoba y comenzó a sangrar. —¡Basta! —gritó la señora Hooch, metiéndose en medio a toda velocidad—. ¡Penalti para Gryffindor por un ataque no provocado sobre su cazadora! ¡Penalti para Slytherin por agresión deliberada contra su cazador! —¡No diga tonterías, señora! —gritó Fred. Pero la señora Hooch pitó y Alicia retrocedió para lanzar el penalti. —¡Vamos, Alicia! —gritó Lee en medio del silencio que de repente se había hecho entre el público—. ¡SÍ, HA BATIDO AL GUARDIÁN! ¡VEINTE A CERO PARA GRYFFINDOR! Harry se dio la vuelta y vio que Flint, que seguía sangrando, volaba hacia delante para ejecutar el penalti. Wood estaba delante de la portería de Gryffindor, con las mandíbulas apretadas. —¡Wood es un soberbio guardián! —dijo Lee Jordan a la multitud, mientras Flint aguardaba el silbato de la señora Hooch—. ¡Soberbio! Será muy difícil parar este golpe, realmente muy difícil… ¡SÍ! ¡NO PUEDO CREERLO! ¡LO HA PARADO! Aliviado, Harry se alejó como una bala, buscando la snitch, pero asegurándose al mismo tiempo de que no se perdía ni una palabra de lo que decía Lee. Era esencial ebookelo.com - Página 196
  • 197. mantener a Malfoy apartado de la snitch hasta que Gryffindor sacara a Slytherin más de cincuenta puntos. —Gryffindor tiene la quaffle, no, la tiene Slytherin. ¡No! ¡Gryffindor vuelve a tenerla, y es Katie Bell, Katie Bell lleva la quaffle! Va rápida como un rayo… ¡ESO HA SIDO INTENCIONADO! Montague, un cazador de Slytherin, había hecho un quiebro delante de Katie y en vez de coger la quaffle, le había cogido a ella la cabeza. Katie dio una voltereta en el aire y consiguió mantenerse en la escoba, pero dejó caer la quaffle. El silbato de la señora Hooch volvió a sonar, mientras se dirigía a Montague gritándole. Un minuto después, Katie metía otro gol de penalti al guardián de Slytherin. —¡TREINTA A CERO! ¡CHÚPATE ÉSA, TRAMPOSO! —¡Jordan, si no puedes comentar de manera neutral…! —¡Lo cuento como es, profesora! Harry sintió un vuelco de emoción. Acababa de ver la snitch. Brillaba a los pies de uno de los postes de la meta de Gryffindor. Pero aún no debía cogerla. Y si Malfoy la veía… Simulando una expresión de concentración repentina, dio la vuelta con la Saeta de Fuego y se dirigió a toda velocidad hacia el extremo de Slytherin. Funcionó. Malfoy fue tras él como un bólido, creyendo que Harry había visto la snitch en aquel punto. ¡ZUUUM! Una de las bludgers, desviada por Derrick, el gigantesco golpeador de Slytherin, se aproximó y le pasó a Harry rozando el oído derecho. Al momento siguiente… ¡ZUUUM! La segunda bludger le había arañado el codo. El otro golpeador, Bole, se aproximaba. Harry vio fugazmente a Bole y a Derrick, que se acercaban muy aprisa con los bates en alto. En el último segundo viró con la Saeta, y Bole y Derrick se dieron un batacazo. —¡Ja, ja, ja! —rió Lee Jordan mientras los dos golpeadores de Slytherin se separaban y alejaban, tambaleándose y agarrándose la cabeza—. Es una lástima, chicos. ¡Tendréis que espabilar mucho para vencer a una Saeta de Fuego! Y Gryffindor vuelve a tener la quaffle, porque Johnson la ha recogido. Flint va a su lado. ¡Métele el dedo en el ojo, Angelina! ¡Era una broma, profesora, era una broma! ¡Oh, no! ¡Flint lleva la quaffle, va volando hacia la meta de Gryffindor! ¡Ahora, Wood, párala! Pero Flint ya había marcado. Hubo un ovación en la parte de Slytherin y Lee lanzó una expresión tan malsonante que la profesora McGonagall quiso quitarle el megáfono mágico. —¡Perdón, profesora, perdón! ¡No volverá a ocurrir! Veamos, Gryffindor va ganando por treinta a diez y ahora Gryffindor está en posesión de la quaffle. ebookelo.com - Página 197
  • 198. Se estaba convirtiendo en el partido más sucio que Harry había jugado. Indignados porque Gryffindor se hubiera adelantado tan pronto en el marcador, los de Slytherin estaban recurriendo a cualquier medio para apoderarse de la quaffle. Bole golpeó a Alicia con el bate y arguyó que la había confundido con una bludger. George Weasley, para vengarse, dio a Bole un codazo en la cara. La señora Hooch castigó a los dos equipos con sendos penaltis, y Wood logró evitar otro tanto espectacular, consiguiendo que la puntuación quedara en 40 a 10 a favor de Gryffindor. La snitch había vuelto a desaparecer. Malfoy seguía de cerca a Harry, mientras éste sobrevolaba el campo de juego buscándola. En cuanto Gryffindor le sacara a Slytherin cincuenta puntos… Katie marcó: 50 a 10. Fred y George Weasley bajaron en picado para situarse a su lado, con los bates en alto por si a alguno de Slytherin se le ocurría tomar represalias. Bole y Derrick aprovecharon la ausencia de Fred y George para lanzar a Wood las dos bludgers. Le dieron en el estómago, primero una y después la otra. Wood dio una vuelta en el aire, sujetándose a la escoba, sin resuello. La señora Hooch estaba fuera de sí. —¡Sólo se puede atacar al guardián cuando la quaffle está dentro del área! —gritó a Boyle y a Derrick—. ¡Penalti para Gryffindor! Y Angelina marcó: 60 a 10. Momentos después, Fred Weasley lanzaba a Warrington una bludger, quitándole la quaffle de las manos. Alicia la cogió y volvió a marcar: 70 a 10. La afición de Gryffindor estaba ronca de tanto gritar. Gryffindor sacaba sesenta puntos de ventaja. Y si Harry cogía la snitch, la copa era suya. Harry notaba que cientos de ojos seguían sus movimientos mientras sobrevolaba el campo por encima del nivel de juego, con Malfoy siguiéndolo a toda velocidad. Y entonces la vio: la snitch brillaba a siete metros por encima de él. Harry aceleró con el viento rugiendo en sus orejas. Estiró la mano, pero de repente la Saeta de Fuego redujo la velocidad. Horrorizado, miró alrededor. Malfoy se había lanzado hacia delante, había cogido la cola de la Saeta y tiraba de ella. —¡Serás…! Harry estaba lo bastante enfadado para golpear a Malfoy, pero no lo podía alcanzar. Malfoy jadeaba por el esfuerzo de sujetar la Saeta de Fuego, pero tenía un brillo de malicia en los ojos. Había logrado lo que quería: la snitch había vuelto a desaparecer. —¡Penalti! ¡Penalti a favor de Gryffindor! ¡Nunca he visto tácticas semejantes! —chilló la señora Hooch, saliendo disparada hacia el punto donde Malfoy volvía montar en su Nimbus 2001. —¡SO CERDO, SO TRAMPOSO! —gritaba Lee Jordan por el megáfono, alejándose de la profesora McGonagall—. ¡ASQUEROSO HIJ…! La profesora McGonagall ni siquiera se molestó en decirle que se callara. La ebookelo.com - Página 198
  • 199. verdad es que levantaba el puño en dirección a Malfoy. Se le había caído el sombrero y también ella gritaba furiosa. Alicia lanzó el penalti de Gryffindor, pero estaba tan enfadada que lo envió fuera. El equipo de Gryffindor perdía concentración, y los de Slytherin, entusiasmados por la falta de Malfoy contra Harry, cada vez se atrevían a más. —Slytherin en posesión de la quaffle, Slytherin se dirige a la meta… Montague marca —gruñó Lee—: 70 a 20 a favor de Gryffindor… Harry marcaba en ese momento a Malfoy desde tan cerca que sus rodillas chocaban. Harry no iba a dejar que Malfoy se acercara a la snitch… —¡Quítate de en medio, Potter! —gritó Malfoy con enojo, e intentó dar la vuelta, pero encontró a Harry bloqueándole el paso. —Angelina Johnson coge la quaffle. ¡Vamos, Angelina! ¡VAMOS! Harry miró a su alrededor. Excepto Malfoy, todos los jugadores de Slytherin, incluido el guardián, habían salido disparados contra Angelina. Iban a bloquearla. Harry dio la vuelta a la Saeta de Fuego, se agachó hasta quedar paralelo al palo de la escoba y se lanzó hacia delante. Como una bala, se dirigió en dirección a los de Slytherin. —¡VOOOOOY! Se dispersaron cuando la Saeta de Fuego se lanzó contra ellos como un torpedo. El camino de Angelina quedó despejado. —¡HA MARCADO!, ¡HA MARCADO! ¡Gryffindor en cabeza por 80 a 20! Harry, que casi salió despedido hacia las gradas, frenó en el aire bruscamente, dio la vuelta y regresó veloz al centro del campo. Y entonces vio algo como para pararle el corazón. Malfoy bajaba a toda velocidad con una expresión de triunfo en la cara. Allí, a unos metros del suelo, había un resplandor dorado. Harry orientó hacia abajo el rumbo de su saeta, pero Malfoy le llevaba muchísima ventaja. —¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos! —dijo para espolear a la escoba. Ya reducía la distancia… Harry se pegó al palo de la escoba cuando Bole le lanzó una bludger… estaba ya ante los tobillos de Malfoy… a su misma altura… Harry se echó hacia delante, soltando las dos manos de la escoba. Desvió de un golpe el brazo de Malfoy y… —¡SÍ! Recuperó la horizontal, con la mano en el aire, y el estadio se vino abajo. Harry sobrevoló a la multitud con un extraño zumbido en los oídos. La pequeña pelota dorada estaba fuertemente sujeta en su puño, batiendo las alas desesperadamente contra sus dedos. Wood se acercó a él a toda velocidad, casi cegado por las lágrimas; cogió por el cuello a Harry y sollozó en su hombro irrefrenablemente. Harry sintió dos golpes en ebookelo.com - Página 199
  • 200. la espalda cuando Fred y George se acercaron. Luego oyó las voces de Angelina, Alicia y Katie: —¡Hemos ganado la copa! ¡Hemos ganado la copa! Atrapado en un abrazo colectivo, el equipo de Gryffindor bajó a tierra dando gritos con la voz quebrada. Los grupos de hinchas del equipo escarlata saltaban ya las barreras y entraban en el terreno de juego. Multitud de manos palmeaban las espaldas de los jugadores. Harry estaba aturdido por el ruido y la multitud de cuerpos que lo apretaban. La afición los subió en hombros a él y al resto del equipo. Cuando pudo ver algo, vio a Hagrid cubierto de escarapelas rojas: —¡Los has vencido, Harry! ¡Los has vencido! ¡Cuando se lo cuente a Buckbeak…! Allí estaba Percy, dando saltos como un loco, olvidado de su dignidad. La profesora McGonagall sollozaba incluso más sonoramente que Wood, y se secaba los ojos con una enorme bandera de Gryffindor. Y allí, abriéndose camino hacia Harry, se encontraban Ron y Hermione. No podían articular palabra. Se limitaron a sonreír mientras Harry era conducido a las gradas, donde Dumbledore esperaba de pie, con la enorme copa de quidditch. Si hubiera habido un dementor por allí… Mientras Wood le pasaba la copa a Harry, sin dejar de sollozar, mientras la elevaba en el aire, Harry pensó que podía materializar al patronus más robusto del mundo. ebookelo.com - Página 200
  • 201. L CAPÍTULO 16 La predicción de la profesora Trelawney A euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago. Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). Percy se preparaba para el ÉXTASIS (EXámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones. Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione. Harry y Ron habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba: ebookelo.com - Página 201
  • 202. LUNES 9 en punto: Aritmancia 9 en punto: Transformaciones Comida 1 en punto: Encantamientos 1 en punto: Runas Antiguas —¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh… ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exámenes? —¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el calendario y observándolo —. Claro que lo he copiado bien. —¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry. —No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática? —Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja. Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico. —Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6. —Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia. —Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo. Hermione levantó la vista, sobresaltada. —¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido. —Sí, eso parece —dijo Harry pensativo. —¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto! Pero Harry tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy. Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante. Lo único que podía hacer Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no tenían tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del interior de la estatua de la bruja. ebookelo.com - Página 202
  • 203. Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga. Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado. —La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla…! —¿Las tortugas echan vapor por la boca? —La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos? Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos regocijantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar, los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía. Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid. —Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid, inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero… en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos. Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero. A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tuvieron el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse ebookelo.com - Página 203
  • 204. al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado. El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart. —Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco —. Nota máxima. Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando. —¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre? —La pro… profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me… ¡me ha dicho que me han suspendido en todo! Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras. Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry. —¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar? —Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados. —Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena…, es una pena… —Suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry. La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara. —¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante. —No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad. —¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto! Antes de que Fudge pudiera responder, dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil: ebookelo.com - Página 204
  • 205. —Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge? El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza. —¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia! —Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak… Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry, Ron y Hermione, preocupados por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen. El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto. —Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado. —Nanay —dijo Ron. Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak. La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros: —¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido? Pero nadie aclaraba nada. —¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento. —Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora. —Sí —dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa. Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo. —Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas… Bueno, que os vaya bien. ebookelo.com - Página 205
  • 206. Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender. —Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera de plata. Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio. Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera. —¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose. —Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido… —Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció: —¡Harry Potter! En la sala de la torre hacía más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal. —Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola… Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella… Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo. —¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves? El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir. —Eeh… —dijo Harry—. Una forma oscura… —¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa… La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak. —Un hipogrifo —dijo con firmeza. —¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente… El hipogrifo ¿tiene cabeza? —Sí —dijo Harry con seguridad. —¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás? —No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas. —¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando? —¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor ebookelo.com - Página 206
  • 207. —. Parece que está bien. Está volando… La profesora Trelawney suspiró. —Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí… Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido. Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera: —Sucederá esta noche. Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta. —¿Cómo dice? —preguntó Harry. Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque. El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya: —El Señor Tenebroso está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores. Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor Tenebroso se alzará de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy… antes de la medianoche… el vasallo… irá… a reunirse… con su amo… Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza. —Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes…? Me he quedado traspuesta. Harry se quedó allí un momento, mirándola. —¿Pasa algo, Harry? —Usted… acaba de decirme que… el Señor Tenebroso volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él… La profesora Trelawney se sobresaltó. —¿El Señor Tenebroso? ¿El que no debe nombrarse? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema… Alzarse de nuevo, Dios mío… —¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor Tenebroso… —Creo que tú también te has quedado dormido —repuso la profesora Trelawney —. Desde luego, nunca predeciría algo así. Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas… ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido acabar el examen con un final impresionante? Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resonaban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi ebookelo.com - Página 207
  • 208. desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione. —La profesora Trelawney me acaba de decir… Pero se detuvo al fijarse en sus caras. —Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto. La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible. Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis. Hagrid —Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo! —Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry… Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando. —Si al menos tuviéramos la capa invisible… —¿Dónde está? —dijo Hermione. Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta. —… Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un serio aprieto —concluyó. —Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve… ¿Cómo se abre la joroba de la bruja? —Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —explicó Harry—. Pero… Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista. —¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha. A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica. —¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney… Hermione se sintió halagada. • • • Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la puerta. ebookelo.com - Página 208
  • 209. —Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa. Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles. Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor, pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado. —Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la quitaremos. —No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también susurrando. Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando. —¿Queréis un té? —invitó. Sus manos enormes temblaban al coger la tetera. —¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante. —Lo… lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de… A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos. —Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo. —Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza. —¿No hay nada que hacer, Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore… —Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy… Me imagino que los ha amenazado… Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo. Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado. Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza. —Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore… Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas. —Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza. ebookelo.com - Página 209
  • 210. —Tenéis que volver al castillo. Os he dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fuera sin permiso, Harry, te verás en un aprieto. Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito. —¡Ron! No… no puedo creerlo. ¡Es Scabbers! Ron la miró boquiabierto. —¿Qué dices? Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa. —¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí? Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar, y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar. —No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer. De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino. —Ya vienen… Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair. —Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí… Marchaos ya. Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa. —Salid por detrás. Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso. —No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos. Pero no se movieron. —Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió. —No pueden matarlo… —¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo ebookelo.com - Página 210
  • 211. faltaría que además os metierais en un lío. No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer. —Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escuchéis. Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante. Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione rodearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco. —Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar… Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí. Ron se detuvo en seco. —Por favor, Ron —comenzó Hermione. —Se trata de Scabbers…, quiere salir. Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano. —Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron. Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas. —¡Por favor, Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione. —Vale, ¡quédate quieta, Scabbers! Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban detrás de ellos. Ron volvió a detenerse. —No la puedo sujetar… Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo. La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Hermione se tambaleó. —¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer, lo han hecho! ebookelo.com - Página 211
  • 212. A CAPÍTULO 17 El perro, el gato y la rata Harry se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los tres se habían quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas. Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje. —¡Hagrid! —susurró Harry. Sin pensar en lo que hacía, fue a darse la vuelta, pero Ron y Hermione lo cogieron por los brazos. —No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Se verá en un problema más serio si se descubre que lo hemos ido a visitar… Hermione respiraba floja e irregularmente. —¿Cómo… han podido…? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido? —Vamos —dijo Ron, tiritando. Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo. —Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta… ¡AY! ¡Me ha mordido! —¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto… —No hay manera. Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse de Ron. —¿Qué le ocurre? Pero Harry acababa de ver a Crookshanks acercándose a ellos sigilosamente, arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la oscuridad. Harry no sabía si el gato los veía o se orientaba por los chillidos de ebookelo.com - Página 212
  • 213. Scabbers. —¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete! Pero el gato se acercaba más… —Scabbers… ¡NO! Demasiado tarde… La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor, y antes de que Harry y Hermione pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la oscuridad. —¡Ron! —gimió Hermione. Ella y Harry se miraron y lo siguieron a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando como un estandarte mientras seguían a Ron. Oían delante de ellos el ruido de sus pasos y los gritos que dirigía a Crookshanks. —Aléjate de él…, aléjate… Scabbers, ven aquí… Oyeron un golpe seco. —¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso. Harry y Hermione casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto. —Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y el ministro saldrán dentro de un minuto. Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Algo se acercaba a ellos en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros. Harry quiso coger la varita, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho. Harry cayó de espaldas, con un fardo de pelo. Sintió el cálido aliento del fardo, sus dientes de tres centímetros de longitud… Pero el empujón lo había llevado demasiado lejos. Se apartó rodando. Aturdido, sintiendo como si le hubieran roto las costillas, trató de ponerse en pie; oyó rugir al animal, preparándose para un nuevo ataque. Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra ellos, Ron empujó a Harry hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron. Harry embistió y agarró al animal por el pelo, pero éste arrastraba a Ron con tanta facilidad como si fuera un muñeco de trapo. Entonces, algo surgido de no se sabía dónde golpeó a Harry tan fuerte en la cara que volvió a derribarlo. Oyó a Hermione chillar de dolor y caer también. Harry manoteó en busca de la varita, parpadeando para quitarse la sangre de los ojos. —¡Lumos! —susurró. La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador, y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás adelante para impedir que se aproximaran. ebookelo.com - Página 213
  • 214. Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista. —¡Ron! —gritó Harry, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder. Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en aquel momento. —Harry, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce le había hecho un corte en el hombro. —¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo! —No conseguiremos pasar sin ayuda. Otra rama les lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños. —Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol. —¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio—. ¡Por favor…! Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco. De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse. —¡Crookshanks! —gritó Hermione, dubitativa. Cogió a Harry por el brazo tan fuerte que le hizo daño—. ¿Cómo sabía…? —Es amigo del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos… Vamos. Ten la varita a punto. En unos segundos recorrieron la distancia que les separaba del tronco, pero antes de que llegaran al hueco que había entre las raíces, Crookshanks se metió por él agitando la cola de brocha. Harry lo siguió. Entró a gatas, metiendo primero la cabeza, y se deslizó por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo muy bajo. Crookshanks estaba ya lejos de él y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Harry. Un segundo después, entró Hermione. —¿Dónde está Ron? —le preguntó con voz aterrorizada. —Por aquí —indicó Harry, poniéndose en camino con la espalda arqueada, siguiendo a Crookshanks. —¿Adónde irá este túnel? —le preguntó Hermione, sin aliento. —No sé… Está señalado en el mapa del merodeador, pero Fred y George creían que nadie lo había utilizado nunca. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión de que iba a Hogsmeade… Avanzaban tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura. Por momentos ebookelo.com - Página 214
  • 215. podían ver la cola de Crookshanks. El pasadizo no se acababa. Parecía tan largo como el que iba a Honeydukes. Lo único en que podía pensar Harry era en Ron y en lo que le podía estar haciendo el perrazo… Al correr agachado, le costaba trabajo respirar y le dolía… Y entonces el túnel empezó a elevarse, y luego a serpentear, y Crookshanks había desaparecido. En vez de ver al gato, Harry veía una tenue luz que penetraba por una pequeña abertura. Se detuvieron jadeando, para coger aire. Avanzaron con cautela hasta la abertura. Levantaron las varitas para ver lo que había al otro lado. Había una habitación, muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de las paredes. El suelo estaba lleno de manchas. Todos los muebles estaban rotos, como si alguien los hubiera destrozado. Las ventanas estaban todas cegadas con maderas. Harry miró a Hermione, que parecía muy asustada, pero asintió con la cabeza. Harry salió por la abertura mirando a su alrededor. La habitación estaba desierta, pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras. Hermione volvió a cogerse del brazo de Harry. Miraba de un lado a otro con los ojos muy abiertos, observando las ventanas tapadas. —Harry —susurró—. Creo que estamos en la Casa de los Gritos. Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata. —Eso no lo han hecho los fantasmas —observó. En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo con tal fuerza que perdía sensibilidad en los dedos. La miró. Hermione volvió a asentir con la cabeza y lo soltó. Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera, que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante. Llegaron hasta el oscuro descansillo. —Nox —susurraron a un tiempo, y se apagaron las luces de las varitas. Solamente había una puerta abierta. Al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un movimiento al otro lado. Un suave gemido, y luego un ronroneo profundo y sonoro. Cambiaron una última mirada y un último asentimiento con la cabeza. Sosteniendo la varita ante sí, Harry abrió la puerta de una patada. Crookshanks estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron. Harry y Hermione se le acercaron rápidamente. —¡Ron!, ¿te encuentras bien? ebookelo.com - Página 215
  • 216. —¿Dónde está el perro? —No hay perro —gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes—. Harry, esto es una trampa… —¿Qué…? —Él es el perro. Es un animago… Ron miraba por encima del hombro de Harry. Harry se dio la vuelta. El hombre oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos. Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubieran brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black. —¡Expelliarmus! —exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron. Las varitas que empuñaban Harry y Hermione saltaron de sus manos, y Black las recogió. Dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry. —Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo —dijo con voz ronca. Su voz sonaba como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Tu padre habría hecho lo mismo por mí. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor. Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil… Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar… para matar. Sin saber lo que hacía, se adelantó, pero algo se movió a sus costados, y dos pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder. —¡No, Harry! —exclamó Hermione, petrificada. Ron, sin embargo, se dirigió a Black: —Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros —dijo con fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más pálido, y oscilaba al hablar. Algo titiló en los ojos sombríos de Black. —Échate —le dijo a Ron en voz baja— o será peor para tu pierna. —¿Me ha oído? —dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en pie—. Tendrá que matarnos a los tres. —Sólo habrá un asesinato esta noche —respondió Black, acentuando la mueca. —¿Por qué? —preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Hermione—. No le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar a todos aquellos muggles al mismo tiempo que a Pettigrew… ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban? —¡Harry! —sollozó Hermione—. ¡Cállate! —¡ÉL MATÓ A MIS PADRES! —gritó Harry. Y haciendo un último esfuerzo se liberó de Ron y de Hermione, y se lanzó. Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía ebookelo.com - Página 216
  • 217. trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry era que quería hacerle a Black todo el daño posible, y que no le importaba el que recibiera a cambio. Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas. Harry sujetó por la muñeca la mano libre de Black, desviando la orientación de las varitas. Tras propinarle un puñetazo en el pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared. Hermione y Ron gritaron. Vieron un resplandor cegador cuando las varitas que Black tenía en la mano lanzaron un chorro de chispas que por unos centímetros no dieron a Harry en la cara. Harry sintió retorcerse bajo sus dedos el brazo de Black, pero no lo soltó y golpeó con la otra mano. Pero Black aferró con su mano libre el cuello de Harry. —No —susurró—. He esperado demasiado tiempo. Apretó los dedos. Harry se ahogaba. Las gafas se le habían caído hacia un lado. Entonces vio el pie de Hermione, salido de no se sabía dónde. Black soltó a Harry profiriendo un alarido de dolor. Ron se arrojó sobre la mano con que Black sujetaba la varita y Harry oyó un débil tintineo. Se soltó del nudo de cuerpos y vio su propia varita en el suelo. Se tiró hacia ella, pero… —¡Ah! Crookshanks se había unido a la lucha, clavándole las zarpas delanteras en el brazo. Harry se lo sacudió de encima, pero Crookshanks se dirigió como una flecha hacia la varita de Harry. —¡NO! —exclamó Harry, y propinó a Crookshanks un puntapié que lo tiró a un lado bufando. Harry recogió la varita y se dio la vuelta. —¡Apartaos! —gritó a Ron y a Hermione. No necesitaron oírlo dos veces. Hermione, sin aliento y con sangre en el labio, se hizo a un lado, recogiendo su varita y la de Ron. Ron se arrastró hasta la cama y se derrumbó sobre ella, jadeando y con la cara ya casi verde, asiéndose la pierna rota con las manos. Black yacía de cualquier manera junto a la pared. Su estrecho tórax subía y bajaba con rapidez mientras veía a Harry aproximarse muy despacio, apuntándole directamente al corazón con la varita. —¿Vas a matarme, Harry? —preguntó. Harry se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajando la vista para observarle la cara. El ojo izquierdo se le estaba hinchando y le sangraba la nariz. —Usted mató a mis padres —dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la mano firme. Black lo miró fijamente con aquellos ojos hundidos. —No lo niego —dijo en voz baja—. Pero si supieras toda la historia… —¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos—. Los ebookelo.com - Página 217
  • 218. entregó a Voldemort, eso es todo lo que necesito saber. —Tienes que escucharme —dijo Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo lamentarás si no… si no comprendes… —Comprendo más de lo que cree —dijo Harry con la voz cada vez más temblorosa—. Usted no la ha oído nunca, ¿verdad? A mi madre, impidiendo que Voldemort me matara… Y usted lo hizo. Lo hizo… Antes de que nadie pudiera decir nada más, algo canela pasó por delante de Harry como un rayo. Crookshanks saltó sobre el pecho de Black y se quedó allí, sobre su corazón. Black cerró los ojos y los volvió a abrir mirando al gato. —Vete —ordenó Black, tratando de quitarse de encima al animal. Pero Crookshanks le hundió las garras en la túnica. Volvió a Harry su cara fea y aplastada, y lo miró con sus grandes ojos amarillos. Hermione, que estaba a su derecha, lanzó un sollozo. Harry miró a Black y a Crookshanks, sujetando la varita aún con más fuerza. ¿Y qué si tenía que matar también al gato? Era un aliado de Black… Si estaba dispuesto a morir defendiéndolo, no era asunto suyo. Si Black quería salvarlo, eso sólo demostraría que le importaba más Crookshanks que los padres de Harry… Harry levantó la varita. Había llegado el momento de vengar a sus padres. Iba a matar a Black. Tenía que matarlo. Era su oportunidad… Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto. Black lo miraba fijamente, con Crookshanks sobre el pecho. En la cama en la que estaba tendido Ron se oía una respiración jadeante. Hermione permanecía en silencio. Y entonces oyeron algo que no habían oído hasta entonces. Unos pasos amortiguados. Alguien caminaba por el piso inferior. —¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! —gritó Hermione de pronto—. ¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA! Black sufrió tal sobresalto que Crookshanks estuvo a punto de caerse. Harry apretó la varita con una fuerza irracional. ¡Mátalo ya!, dijo una voz en su cabeza. Pero los pasos que subían las escaleras se oían cada vez más fuertes, y Harry seguía sin moverse. La puerta de la habitación se abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas y Harry se volvió cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo. El profesor Lupin tenía la cara exangüe, y la varita levantada y dispuesta. Miró a Ron, que yacía en la cama; a Hermione, encogida de miedo junto a la puerta; a Harry, que no dejaba de apuntar a Black con la varita; y al mismo Black, desplomado a los pies de Harry y sangrando. —¡Expelliarmus! —gritó Lupin. La varita de Harry salió volando de su mano. También lo hicieron las dos que sujetaba Hermione. Lupin las cogió todas hábilmente y luego penetró en la habitación, mirando a Black, que todavía tenía a Crookshanks protectoramente encaramado en el pecho. ebookelo.com - Página 218
  • 219. Harry se sintió de pronto como vacío. No lo había matado. Le había faltado valor. Black volvería a manos de los dementores. Entonces habló Lupin, con una voz extraña que temblaba de emoción contenida: —¿Dónde está, Sirius? Harry miró a Lupin. No comprendía qué quería decir. ¿De quién hablaba? Se volvió para mirar de nuevo a Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión. Durante unos segundos no se movió. Luego, muy despacio, levantó la mano y señaló a Ron. Desconcertado, Harry se volvió hacia el sorprendido Ron. —Pero entonces… —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que parecía leer sus pensamientos—, ¿por qué no se ha manifestado antes? A menos que… —De repente, los ojos de Lupin se dilataron como si viera algo más allá de Black, algo que no podía ver ninguno de los presentes— …a menos que fuera él quien… a menos que te transmutaras… sin decírmelo… Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza. —Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Harry en voz alta—. ¿Qué…? Pero no terminó la pregunta, porque lo que vio lo dejó mudo. Lupin bajaba la varita. Un instante después, se acercó a Black, le cogió la mano, tiró de él para incorporarlo y para que Crookshanks cayese al suelo, y abrazó a Black como a un hermano. Harry se sintió como si le hubieran agujereado el fondo del estómago. —¡NO LO PUEDO CREER! —gritó Hermione. Lupin soltó a Black y se volvió hacia ella. Hermione se había levantado del suelo y señalaba a Lupin con ojos espantados. —Usted… usted… —Hermione… —¡… usted y él! —Tranquilízate, Hermione. —¡No se lo dije a nadie! —gritó Hermione—. ¡Lo he estado encubriendo! —¡Hermione, escúchame, por favor! —exclamó Lupin—. Puedo explicarlo… Harry temblaba, no de miedo, sino de una ira renovada. —Yo confié en usted —gritó a Lupin, flaqueándole la voz— y en realidad era amigo de él. —Estáis en un error —explicó Lupin—. No he sido amigo suyo durante estos doce años, pero ahora sí… Dejadme que os lo explique… —¡NO! —gritó Hermione—. Harry, no te fíes de él. Ha ayudado a Black a entrar en el castillo. También él quiere matarte. ¡Es un hombre lobo! Se hizo un vibrante silencio. Todos miraban a Lupin, que parecía tranquilo, aunque estaba muy pálido. —Estás acertando mucho menos que de costumbre, Hermione —dijo—. Me temo que sólo una de tres. No es verdad que haya ayudado a Sirius a entrar en el castillo, y ebookelo.com - Página 219
  • 220. te aseguro que no quiero matar a Harry… —Se estremeció visiblemente—. Pero no negaré que soy un hombre lobo. Ron hizo un esfuerzo por volver a levantarse, pero se cayó con un gemido de dolor. Lupin se le acercó preocupado, pero Ron exclamó: —¡Aléjate de mí, licántropo! Lupin se paró en seco. Y entonces, con un esfuerzo evidente, se volvió a Hermione y le dijo: —¿Cuánto hace que lo sabes? —Siglos —contestó Hermione—. Desde que hice el trabajo para el profesor Snape. —Estará encantado —dijo Lupin con poco entusiasmo—. Os puso ese trabajo para que alguno de vosotros se percatara de mis síntomas. ¿Comprobaste el mapa lunar y te diste cuenta de que yo siempre estaba enfermo en luna llena? ¿Te diste cuenta de que el boggart se transformaba en luna al verme? —Las dos cosas —respondió Hermione en voz baja. Lupin lanzó una risa forzada. —Nunca he conocido una bruja de tu edad tan inteligente, Hermione. —No soy tan inteligente —susurró Hermione—. ¡Si lo fuera, le habría dicho a todo el mundo lo que es usted! —Ya lo saben —dijo Lupin—. Al menos, el personal docente lo sabe. —¿Dumbledore lo contrató sabiendo que era usted un licántropo? —preguntó Ron con voz ahogada—. ¿Está loco? —Hay profesores que opinan que sí —admitió Lupin—. Le costó convencer a ciertos profesores de que yo era de fiar. —¡Y ESTABA EN UN ERROR! —gritó Harry—. ¡HA ESTADO AYUDÁNDOLO TODO ESTE TIEMPO! Señalaba a Black, que se había dirigido hacia la cama adoselada y se había echado encima, ocultando el rostro con mano temblorosa. Crookshanks saltó a su lado y se subió en sus rodillas ronroneando. Ron se alejó, arrastrando la pierna. —No he ayudado a Sirius —dijo Lupin—. Si me dejáis, os lo explicaré. Mirad… —Separó las varitas de Harry, Ron y Hermione y las lanzó hacia sus respectivos dueños. Harry cogió la suya asombrado—. Ya veis —prosiguió Lupin, guardándose su propia varita en el cinto—. Ahora vosotros estáis armados y nosotros no. ¿Queréis escucharme? Harry no sabía qué pensar. ¿Sería un truco? —Si no lo ha estado ayudando —dijo mirando furiosamente a Black—, ¿cómo sabía que se encontraba aquí? —Por el mapa —explicó Lupin—. Por el mapa del merodeador. Estaba en mi despacho examinándolo… —¿Sabe utilizarlo? —le preguntó Harry con suspicacia. —Por supuesto —contestó Lupin, haciendo con la mano un ademán de ebookelo.com - Página 220
  • 221. impaciencia—. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático… Es el apodo que me pusieron mis amigos en el colegio. —¿Usted hizo…? —Lo importante es que esta tarde lo estaba examinando porque tenía la idea de que tú, Ron y Hermione intentaríais salir furtivamente del castillo para visitar a Hagrid antes de que su hipogrifo fuera ejecutado. Y estaba en lo cierto, ¿a que sí? — Comenzó a pasear sin dejar de mirarlos, levantando el polvo con los pies—. Supuse que os cubriríais con la vieja capa de tu padre, Harry. —¿Cómo sabe lo de la capa? —¡La de veces que vi a James desaparecer bajo ella! —dijo Lupin, repitiendo el ademán de impaciencia—. Que llevéis una capa invisible no os impide aparecer en el mapa del merodeador. Os vi cruzar los terrenos del colegio y entrar en la cabaña de Hagrid. Veinte minutos más tarde dejasteis a Hagrid y volvisteis hacia el castillo. Pero en aquella ocasión os acompañaba alguien. —¿Qué dice? —interrumpió Harry—. Nada de eso. No nos acompañaba nadie. —No podía creer lo que veía —prosiguió Lupin, todavía paseando, sin escuchar a Harry—. Creía que el mapa estaría estropeado. ¿Cómo podía estar con vosotros? —¡No había nadie con nosotros! —Y entonces vi otro punto que se os acercaba rápidamente, con la inscripción «Sirius Black». Vi que chocaba con vosotros, vi que arrastraba a dos de vosotros hasta el interior del sauce boxeador. —¡A uno de nosotros! —dijo Ron enfadado. —No, Ron —dijo Lupin—. A dos. Dejó de pasearse y miró a Ron. —¿Me dejas echarle un vistazo a la rata? —dijo con amabilidad. —¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Qué tiene que ver Scabbers en todo esto? —Todo —respondió Lupin—. ¿Podría echarle un vistazo, por favor? Ron dudó. Metió la mano en la túnica. Scabbers salió agitándose como loca. Ron tuvo que agarrarla por la larga cola sin pelo para impedirle escapar. Crookshanks, todavía en las rodillas de Black, se levantó y dio un suave bufido. Lupin se acercó más a Ron. Contuvo el aliento mientras examinaba detenidamente a Scabbers. —¿Qué? —volvió a preguntar Ron, con cara de asustado y manteniendo a Scabbers junto a él—. ¿Qué tiene que ver la rata en todo esto? —No es una rata —graznó de repente Sirius Black. —¿Qué quiere decir? ¡Claro que es una rata! —No lo es —dijo Lupin en voz baja—. Es un mago. —Un animago —aclaró Black— llamado Peter Pettigrew. ebookelo.com - Página 221
  • 222. E CAPÍTULO 18 Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta RA tan absurdo que les costó un rato comprender lo que había dicho. Luego, Ron dijo lo mismo que Harry pensaba: —Están ustedes locos. —¡Absurdo! —dijo Hermione con voz débil. —¡Peter Pettigrew está muerto! ¡Lo mató él hace doce años! Señaló a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento espasmódico. —Tal fue mi intención —explicó, enseñando los dientes amarillos—, pero el pequeño Peter me venció. ¡Pero esta vez me vengaré! Y dejó en el suelo a Crookshanks antes de abalanzarse sobre Scabbers; Ron gritó de dolor cuando Black cayó sobre su pierna rota. —¡Sirius, NO! —gritó Lupin, corriendo hacia ellos y separando a Black de Ron—. ¡ESPERA! ¡No puedes hacerlo así! ¡Tienen que comprender! ¡Tenemos que explicárselo! —Podemos explicarlo después —gruñó Black, intentando desprenderse de Lupin y dando un zarpazo al aire para atrapar a Scabbers, que gritaba como un cochinillo y arañaba a Ron en la cara y en el cuello, tratando de escapar. —¡Tienen derecho… a saberlo… todo! —jadeó Lupin, sujetando a Black—. ¡Es la mascota de Ron! ¡Hay cosas que ni siquiera yo comprendo! ¡Y Harry…! ¡Tienes que explicarle la verdad a Harry, Sirius! Black dejó de forcejear, aunque mantuvo los hundidos ojos fijos en Scabbers, a la que Ron protegía con sus manos arañadas, mordidas y manchadas de sangre. —De acuerdo, pues —dijo Black, sin apartar la mirada de la rata—. Explícales lo que quieras, pero date prisa, Remus. Quiero cometer el asesinato por el que fui encarcelado… —Están locos los dos —dijo Ron con voz trémula, mirando a Harry y a Hermione, en busca de apoyo—. Ya he tenido bastante. Me marcho. Intentó incorporarse sobre su pierna sana, pero Lupin volvió a levantar la varita ebookelo.com - Página 222
  • 223. apuntando a Scabbers. —Me vas a escuchar hasta el final, Ron —dijo en voz baja—. Pero sujeta bien a Peter mientras escuchas. —¡NO ES PETER, ES SCABBERS! —gritó Ron, obligando a la rata a meterse en su bolsillo delantero, aunque se resistía demasiado. Ron perdió el equilibrio. Harry lo cogió y lo tendió en la cama. Sin hacer caso de Black, Harry se volvió hacia Lupin. —Hubo testigos que vieron morir a Pettigrew —dijo—. Toda una calle llena de testigos. —¡No vieron, creyeron ver! —respondió Black con furia, vigilando a Scabbers, que se debatía en las manos de Ron. —Todo el mundo creyó que Sirius mató a Peter —confirmó Lupin—. Yo mismo lo creía hasta que he visto el mapa esta noche. Porque el mapa del merodeador nunca miente… Peter está vivo. Ron lo tiene entre las manos, Harry. Harry bajó la mirada hacia Ron, y al encontrarse sus ojos, se entendieron sin palabras: indudablemente, Black y Lupin estaban locos. Nada de lo que decían tenía sentido. ¿Cómo iba Scabbers a ser Peter Pettigrew? Azkaban debía de haber trastornado a Black, después de todo. Pero ¿por qué Lupin le seguía la corriente? Entonces habló Hermione, con una voz temblorosa que pretendía parecer calmada, como si quisiera que el profesor Lupin recobrara la sensatez. —Pero profesor Lupin: Scabbers no puede ser Pettigrew… Sencillamente es imposible, usted lo sabe. —¿Por qué no puede serlo? —preguntó Lupin tranquilamente, como si estuvieran en clase y Hermione se limitara a plantear un problema en un experimento con grindylows. —Porque si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, la gente lo habría sabido. Estudiamos a los animagos con la profesora McGonagall. Y yo los estudié en la enciclopedia cuando preparaba el trabajo. El Ministerio vigila a los magos que pueden convertirse en animales. Hay un registro que indica en qué animal se convierten y las señales que tienen. Yo busqué «Profesora McGonagall» en el registro, y vi que en este siglo sólo ha habido siete animagos. El nombre de Peter Pettigrew no figuraba en la lista. Iba a asombrarse Harry de la escrupulosidad con que Hermione hacía los deberes cuando Lupin se echó a reír. —¡Bien otra vez, Hermione! —dijo—. Pero el Ministerio ignora la existencia de otros tres animagos en Hogwarts. —Si se lo vas a contar, date prisa, Remus —gruñó Black, que seguía vigilando cada uno de los frenéticos movimientos de Scabbers—. He esperado doce años. No voy a esperar más. —De acuerdo, pero tendrás que ayudarme, Sirius —dijo Lupin—. Yo sólo sé cómo comenzó… Lupin se detuvo en seco. Había oído un crujido tras él. La puerta de la habitación ebookelo.com - Página 223
  • 224. acababa de abrirse. Los cinco se volvieron hacia ella. Lupin se acercó y observó el rellano. —No hay nadie. —¡Este lugar está encantado! —dijo Ron. —No lo está —dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La Casa de los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían los del pueblo los producía yo. —Se apartó el ceniciento pelo de los ojos. Meditó un instante y añadió—: Con eso empezó todo… cuando me convertí en hombre lobo. Nada de esto habría sucedido si no me hubieran mordido… y si no hubiera sido yo tan temerario. Estaba tranquilo pero fatigado. Iba Ron a interrumpirle cuando Hermione, que observaba a Lupin muy atentamente, se llevó el dedo a la boca. —¡Chitón! —Era muy pequeño cuando me mordieron —prosiguió Lupin—. Mis padres lo intentaron todo, pero en aquellos días no había cura. La poción que me ha estado dando el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve inofensivo, ¿os dais cuenta? Si la tomo la semana anterior a la luna llena, conservo mi personalidad al transformarme… Me encojo en mi despacho, convertido en un lobo inofensivo, y aguardo a que la luna vuelva a menguar. Sin embargo, antes de que se descubriera la poción de matalobos, me convertía una vez al mes en un peligroso lobo adulto. Parecía imposible que pudiera venir a Hogwarts. No era probable que los padres quisieran que sus hijos estuvieran a mi merced. Pero entonces Dumbledore llegó a director y se hizo cargo de mi problema. Dijo que mientras tomáramos ciertas precauciones, no había motivo para que yo no acudiera a clase. —Lupin suspiró y miró a Harry—. Te dije hace meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que llegué a Hogwarts. La verdad es que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta casa —Lupin miró a su alrededor melancólicamente—, el túnel que conduce a ella… se construyeron para que los usara yo. Una vez al mes me sacaban del castillo furtivamente y me traían a este lugar para que me transformara. El árbol se puso en la boca del túnel para que nadie se encontrara conmigo mientras yo fuera peligroso. Harry no sabía en qué pararía la historia, pero aun así escuchaba con gran interés. Lo único que se oía, aparte de la voz de Lupin, eran los chillidos asustados de Scabbers. —En aquella época mis transformaciones eran… eran terribles. Es muy doloroso convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no los mordiera, de forma que me arañaba y mordía a mí mismo. En el pueblo oían los ruidos y los gritos, y creían que se trataba de espíritus especialmente violentos. Dumbledore alentó los rumores… Ni siquiera ahora que la casa lleva años en silencio se atreven los del pueblo a acercarse. Pero aparte de eso, yo era más feliz que nunca. Por primera vez tenía amigos, tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James Potter. Mis tres amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones ebookelo.com - Página 224
  • 225. mensuales. Yo inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y que tenía que ir a casa a verla… Me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando descubrieran lo que yo era. Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron la verdad. Y no me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos. —¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito. —Sí, claro —respondió Lupin—. Les costó tres años averiguar cómo hacerlo. Tu padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y tuvieron suerte porque la transformación en animago puede salir fatal. Es la razón por la que el Ministerio vigila estrechamente a los que lo intentan. Peter necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener de James y Sirius. Finalmente, en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de convertirse a voluntad en un animal diferente. —Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con perplejidad. —No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para las personas. Cada mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa invisible de James. Peter, como era el más pequeño, podía deslizarse bajo las ramas del sauce y tocar el nudo que las deja inmóviles. Entonces pasaban por el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia yo me volvía menos peligroso. Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía más humana mientras estaba con ellos. —Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una horrible expresión de avidez. —Ya llego, Sirius, ya llego… Al transformarnos se nos abrían posibilidades emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius y James se transformaban en animales tan grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo que ningún alumno de Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el colegio como nosotros. Y de esa manera llegamos a trazar el mapa del merodeador y lo firmamos con nuestros apodos: Sirius era Canuto, Peter Colagusano y James Cornamenta. —¿Qué animal…? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió: —¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien? —Ése es un pensamiento que aún me reconcome —respondió Lupin en tono de lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias. A menudo me sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Me había admitido en Hogwarts cuando ningún otro director lo habría hecho, y no se imaginaba que yo estuviera rompiendo las normas que había establecido para mi propia seguridad y la de otros. Nunca supo que por mi culpa tres de mis compañeros se convirtieron ilegalmente en animagos. Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear la aventura del mes siguiente. Y no he cambiado… —Las ebookelo.com - Página 225
  • 226. facciones de Lupin se habían tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo—. Todo este curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago. Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiado cobarde. Decírselo habría supuesto confesar que yo traicionaba su confianza mientras estaba en el colegio, habría supuesto admitir que arrastraba a otros conmigo… y la confianza de Dumbledore ha sido muy importante para mí. Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un trabajo cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz de encontrar un empleo remunerado debido a mi condición. Y por eso supe que Sirius entraba en el colegio utilizando artes oscuras aprendidas de Voldemort y que su condición de animago no tenía nada que ver… Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que decía de mí. —¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape? —Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts. —Miró a Harry, a Ron y a Hermione—. El profesor Snape era compañero nuestro. — Se volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos… Sirius le gastó una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto. —Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre husmeando, siempre queriendo saber lo que tramábamos… para ver si nos expulsaban. —Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes —explicó Lupin a los tres jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿sabéis? Y no nos caíamos bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le daba el quidditch… De todas formas, Snape me había visto atravesar los terrenos del colegio con la señora Pomfrey cierta tarde que me llevaba hacia el sauce boxeador para mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape, como es lógico, lo hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un licántropo completamente transformado. Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento supo lo que yo era… —Entonces, por eso lo odia Snape —dijo Harry—. ¿Pensó que estaba usted metido en la broma? —Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a espaldas de Lupin. Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita. ebookelo.com - Página 226
  • 227. H CAPÍTULO 19 El vasallo de lord Voldemort ERMIONE dio un grito. Black se puso en pie de un salto. Harry saltó también como si hubiera recibido una descarga eléctrica. —He encontrado esto al pie del sauce boxeador —dijo Snape, arrojando la capa a un lado y sin dejar de apuntar al pecho de Lupin con la varita—. Muchas gracias, Potter, me ha sido muy útil. Snape estaba casi sin aliento, pero su cara rebosaba sensación de triunfo. —Tal vez os preguntéis cómo he sabido que estabais aquí —dijo con los ojos relampagueantes—. Acabo de ir a tu despacho, Lupin. Te olvidaste de tomar la poción esta noche, así que te llevé una copa llena. Fue una suerte. En tu mesa había cierto mapa. Me bastó un vistazo para saber todo lo que necesitaba. Te vi correr por el pasadizo. —Severus… —comenzó Lupin, pero Snape no lo oyó. —Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin. Y aquí está la prueba. Ni siquiera se me ocurrió que tuvierais el valor de utilizar este lugar como escondrijo. —Te equivocas, Severus —dijo Lupin, hablando aprisa—. No lo has oído todo. Puedo explicarlo. Sirius no ha venido a matar a Harry. —Dos más para Azkaban esta noche —dijo Snape, con los ojos llenos de odio—. Me encantará saber cómo se lo toma Dumbledore. Estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Un licántropo domesticado… —Idiota —dijo Lupin en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de colegiales? ¡PUM! Del final de la varita de Snape surgieron unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Lupin. Éste perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse. Con un rugido ebookelo.com - Página 227
  • 228. de rabia, Black se abalanzó sobre Snape, pero Snape apuntó directamente a sus ojos con la varita. —Dame un motivo —susurró—. Dame un motivo para hacerlo y te juro que lo haré. Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Harry se quedó paralizado, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió una mirada a Ron y a Hermione. Ron parecía tan confundido como él, intentando todavía retener a Scabbers. Hermione, sin embargo, dio hacia Snape un paso vacilante y dijo casi sin aliento: —Profesor Snape, no… no perdería nada oyendo lo que tienen que decir, ¿no cree? —Señorita Granger, me temo que vas a ser expulsada del colegio —dijo Snape—. Tú, Potter y Weasley os encontráis en un lugar prohibido, en compañía de un asesino escapado y de un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca. —Pero si… si fuera todo una confusión… —¡CÁLLATE, IMBÉCIL! —gritó de repente Snape, descompuesto—. ¡NO HABLES DE LO QUE NO COMPRENDES! —Del final de su varita, que seguía apuntando a la cara de Black, salieron algunas chispas. Hermione guardó silencio, mientras Snape proseguía —. La venganza es muy dulce —le dijo a Black en voz baja—. ¡Habría dado un brazo por ser yo quien te capturara! —Eres tú quien no comprende, Severus —gruñó Black—. Mientras este muchacho meta su rata en el castillo —señaló a Ron con la cabeza—, entraré en él sigilosamente. —¿En el castillo? —preguntó Snape con voz melosa—. No creo que tengamos que ir tan lejos. Lo único que tengo que hacer es llamar a los dementores en cuanto salgamos del sauce. Estarán encantados de verte, Black… Tanto que te darán un besito, me atrevería a decir… El rostro de Black perdió el escaso color que tenía. —Tienes que escucharme —volvió a decir—. La rata, mira la rata… Pero había un destello de locura en la expresión de Snape que Harry no había visto nunca. Parecía fuera de sí. —Vamos todos —ordenó. Chascó los dedos y las puntas de las cuerdas con que había atado a Lupin volvieron a sus manos—. Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él. Sin saber lo que hacía, Harry cruzó la habitación con tres zancadas y bloqueó la puerta. —Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —gruñó Snape—. Si no hubiera venido para salvarte… —El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme este curso — explicó Harry—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de ebookelo.com - Página 228
  • 229. defensa contra los dementores. Si es un compinche de Black, ¿por qué no acabó conmigo? —No me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró Snape—. Quítate de en medio, Potter. —¡DA USTED PENA! —gritó Harry—. ¡SE NIEGA A ESCUCHAR SÓLO PORQUE SE BURLARON DE USTED EN EL COLEGIO! —¡SILENCIO! ¡NO PERMITIRÉ QUE ME HABLES ASÍ! —chilló Snape, más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Te estaría bien empleado si te hubiera matado! Habrías muerto como tu padre, demasiado arrogante para desconfiar de Black. Ahora quítate de en medio o te quitaré yo. ¡APÁRTATE, POTTER! Harry se decidió en una fracción de segundo. Antes de que Snape pudiera dar un paso hacia él había alzado la varita. —¡Expelliarmus! —gritó. Pero la suya no fue la única voz que gritó. Una ráfaga de aire movió la puerta sobre sus goznes. Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared. Luego resbaló hasta el suelo, con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento. Harry miró a su alrededor. Ron y Hermione habían intentado desarmar a Snape en el mismo momento que él. La varita de Snape planeó trazando un arco y aterrizó sobre la cama, al lado de Crookshanks. —No deberías haberlo hecho —dijo Black mirando a Harry—. Tendrías que habérmelo dejado a mí… Harry rehuyó los ojos de Black. No estaba seguro, ni siquiera en aquel momento, de haber hecho lo que debía. —¡Hemos agredido a un profesor…! ¡Hemos agredido a un profesor…! — gimoteaba Hermione, mirando asustada a Snape, que parecía muerto—. ¡Vamos a tener muchos problemas! Lupin forcejeaba para librarse de las ligaduras. Black se inclinó para desatarlo. Lupin se incorporó, frotándose los lugares entumecidos por las cuerdas. —Gracias, Harry —dijo. —Aún no creo en usted —repuso Harry. —Entonces es hora de que te ofrezcamos alguna prueba —dijo Black—. Muchacho, entrégame a Peter. Ya. Ron apretó a Scabbers aún más fuertemente contra el pecho. —Venga —respondió débilmente—, ¿quiere que me crea que escapó usted de Azkaban sólo para atrapar a Scabbers? Quiero decir… —Miró a Harry y a Hermione en busca de apoyo—. De acuerdo, supongamos que Pettigrew pueda transformarse en rata… Hay millones de ratas. ¿Cómo sabía, estando en Azkaban, cuál era la que buscaba? —¿Sabes, Sirius? Ésa es una buena pregunta —observó Lupin, volviéndose hacia ebookelo.com - Página 229
  • 230. Black y frunciendo ligeramente el entrecejo—. ¿Cómo supiste dónde estaba? Black metió dentro de la túnica una mano que parecía una garra y sacó una página arrugada de periódico, la alisó y se la enseñó a todos. Era la foto de Ron y su familia que había aparecido en el diario El Profeta el verano anterior. Sobre el hombro de Ron se encontraba Scabbers. —¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Lupin a Black, estupefacto. —Fudge —explicó Black—. Cuando fue a inspeccionar Azkaban el año pasado, me dio el periódico. Y ahí estaba Peter, en primera plana… en el hombro de este chico. Lo reconocí enseguida. Cuántas veces lo vi transformarse. Y el pie de foto decía que el muchacho volvería a Hogwarts, donde estaba Harry… —¡Dios mío! —dijo Lupin en voz baja, mirando a Scabbers, luego la foto y otra vez a Scabbers—. Su pata delantera… —¿Qué le ocurre? —preguntó Ron, poniéndose chulito. —Le falta un dedo —explicó Black. —Claro —dijo Lupin—. Sencillo… e ingenioso. ¿Se lo cortó él? —Poco antes de transformarse —dijo Black—. Cuando lo arrinconé, gritó para que toda la calle oyera que yo había traicionado a Lily y a James. Luego, para que no pudiera echarle ninguna maldición, abrió la calle con la varita en su espalda, mató a todos los que se encontraban a siete metros a la redonda y se metió a toda velocidad por la alcantarilla, con las demás ratas… —¿Nunca lo has oído, Ron? —le preguntó Lupin—. El mayor trozo que encontraron de Peter fue el dedo. —Mire, seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así. Ha estado con mi familia desde siempre. —Doce años exactamente ¿No te has preguntado nunca por qué vive tanto? —Bueno, la hemos cuidado muy bien —dijo Ron. —Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? —observó Lupin—. Apostaría a que su salud empeoró cuando supo que Sirius se había escapado. —¡La ha asustado ese gato loco! —repuso Ron, señalando con la cabeza a Crookshanks, que seguía ronroneando en la cama. Pero no había sido así, pensó Harry inmediatamente. Scabbers ya tenía mal aspecto antes de encontrar a Crookshanks. Desde que Ron volvió de Egipto. Desde que Black escapó… —Este gato no está loco —dijo Black con voz ronca. Alargó una mano huesuda y acarició la cabeza mullida de Crookshanks—. Es el más inteligente que he visto en mi vida. Reconoció a Peter inmediatamente. Y cuando me encontró supo que yo no era un perro de verdad. Pasó un tiempo antes de que confiara en mí. Finalmente, me las arreglé para hacerle entender qué era lo que pretendía, y me ha estado ayudando… —¿Qué quiere decir? —preguntó Hermione en voz baja. —Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo… Así que se apoderó de las contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las cogió de la mesilla ebookelo.com - Página 230
  • 231. de un muchacho… El cerebro de Harry empezaba a hundirse por el peso de las muchas cosas que oía. Era absurdo… y sin embargo… —Sin embargo, Peter se olió lo que ocurría y huyó. Este gato, ¿decís que se llama Crookshanks?, me dijo que Peter había dejado sangre en las sábanas. Supongo que se mordió… Simular su propia muerte ya había resultado en otra ocasión. Estas palabras impresionaron a Harry y lo sacaron de su ensimismamiento. —¿Y por qué fingió su muerte? —preguntó furioso—. Porque sabía que usted lo quería matar, como mató a mis padres. —No, Harry —dijo Lupin. —Y ahora ha venido para acabar con él. —Sí, es verdad —dijo Black, dirigiendo a Scabbers una mirada diabólica. —Entonces yo tendría que haber permitido que Snape lo entregara —gritó Harry. —Harry —dijo Lupin apresuradamente—, ¿no te das cuenta? Durante todo este tiempo hemos pensado que Sirius había traicionado a tus padres y que Peter lo había perseguido. Pero fue al revés, ¿no te das cuenta? Peter fue quien traicionó a tus padres. Sirius le siguió la pista y… —¡ESO NO ES CIERTO! —gritó Harry—. ¡ERA SU GUARDIÁN SECRETO! ¡LO RECONOCIÓ ANTES DE QUE USTED APARECIESE! ¡ADMITIÓ QUE LOS MATÓ! Señalaba a Black, que negaba lentamente con la cabeza. Sus ojos hundidos brillaron de repente. —Harry…, la verdad es que fue como si los hubiera matado yo —gruñó—. Persuadí a Lily y a James en el último momento de que utilizaran a Peter. Los persuadí de que lo utilizaran a él como guardián secreto y no a mí. Yo tengo la culpa, lo sé. La noche que murieron había decidido vigilar a Peter, asegurarme de que todavía era de fiar. Pero cuando llegué a su guarida, ya se había ido. No había señal de pelea alguna. No me dio buena espina. Me asusté. Me puse inmediatamente en camino hacia la casa de tus padres. Y cuando la vi destruida y sus cuerpos… me di cuenta de lo que Peter había hecho. Y de lo que había hecho yo. Su voz se quebró. Se dio la vuelta. —Es suficiente —dijo Lupin, con una nota de acero en la voz que Harry no le había oído nunca—. Hay un medio infalible de demostrar lo que verdaderamente sucedió. Ron, entrégame la rata. —¿Qué va a hacer con ella si se la doy? —preguntó Ron con nerviosismo. —Obligarla a transformarse —respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una rata, no sufrirá ningún daño. Ron dudó. Finalmente puso a Scabbers en las manos de Lupin. Scabbers se puso a chillar sin parar, retorciéndose y agitándose. Sus ojos diminutos y negros parecían salirse de las órbitas. —¿Preparado, Sirius? —preguntó Lupin. Black ya había recuperado la varita de Snape, que había caído en la cama. Se ebookelo.com - Página 231
  • 232. aproximó a Lupin y a la rata. Sus ojos húmedos parecían arder. —¿A la vez? —preguntó en voz baja. —Venga —respondió Lupin, sujetando a Scabbers con una mano y la varita con la otra—. A la de tres. ¡Una, dos y… TRES! Un destello de luz azul y blanca salió de las dos varitas. Durante un momento Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña. Ron gritó. La rata golpeó el suelo al caer. Hubo otro destello cegador y entonces… Fue como ver la película acelerada del crecimiento de un árbol. Una cabeza brotó del suelo. Surgieron las piernas y los brazos. Al cabo de un instante, en el lugar de Scabbers se hallaba un hombre, encogido y retorciéndose las manos. Crookshanks bufaba y gruñía en la cama, con el pelo erizado. Era un hombre muy bajito, apenas un poco más alto que Harry y Hermione. Tenía el pelo ralo y descolorido, con calva en la coronilla. Parecía encogido, como un gordo que hubiera adelgazado rápidamente. Su piel parecía roñosa, casi como la de Scabbers, y le quedaba algo de su anterior condición roedora en lo puntiagudo de la nariz y en los ojos pequeños y húmedos. Los miró a todos, respirando rápida y superficialmente. Harry vio que sus ojos iban rápidamente hacia la puerta. —Hola, Peter —dijo Lupin con voz amable, como si fuera normal que las ratas se convirtieran en antiguos compañeros de estudios—. Cuánto tiempo sin verte. —Si… Sirius. Re… Remus —incluso la voz de Pettigrew era como de rata. Volvió a mirar a la puerta—. Amigos, queridos amigos… Black levantó el brazo de la varita, pero Lupin lo sujetó por la muñeca y le echó una mirada de advertencia. Entonces se volvió a Pettigrew con voz ligera y despreocupada. —Acabamos de tener una pequeña charla, Peter, sobre lo que sucedió la noche en que murieron Lily y James. Quizás te hayas perdido alguno de los detalles más interesantes mientras chillabas en la cama. —Remus —dijo Pettigrew con voz entrecortada, y Harry vio gotas de sudor en su pálido rostro—, no lo creerás, ¿verdad? Intentó matarme a mí… —Eso es lo que hemos oído —dijo Lupin más fríamente—. Me gustaría aclarar contigo un par de puntos, Peter, si fueras tan… —¡Ha venido porque otra vez quiere matarme! —chilló Pettigrew señalando a Black, y Harry vio que utilizaba el dedo corazón porque le faltaba el índice—. ¡Mató a Lily y a James, y ahora quiere matarme a mí…! ¡Tienes que protegerme, Remus! El rostro de Black semejaba más que nunca una calavera, mientras miraba a Peter Pettigrew con sus ojos insondables. —Nadie intentará matarte antes de que aclaremos algunos puntos —dijo Lupin. —¿Aclarar puntos? —chilló Pettigrew, mirando una vez más a su alrededor, hacia las ventanas cegadas y hacia la única puerta—. ¡Sabía que me perseguiría! ¡Sabía que volvería a buscarme! ¡He temido este momento durante doce años! —¿Sabías que Sirius se escaparía de Azkaban cuando nadie lo había conseguido ebookelo.com - Página 232
  • 233. hasta ahora? —preguntó Lupin, frunciendo el entrecejo. —¡Tiene poderes oscuros con los que los demás sólo podemos soñar! —chilló Pettigrew con voz aguda—. ¿Cómo, si no, iba a salir de allí? Supongo que El Que No Debe Nombrarse le enseñó algunos trucos. Black comenzó a sacudirse con una risa triste y horrible que llenó la habitación. —¿Que Voldemort me enseñó trucos? —dijo y Peter Pettigrew retrocedió como si Black acabara de blandir un látigo en su dirección—. ¿Qué te ocurre? ¿Te asustas al oír el nombre de tu antiguo amo? —preguntó Black—. No te culpo, Peter. Sus secuaces no están muy contentos de ti, ¿verdad? —No sé… qué quieres decir, Sirius —murmuró Pettigrew, respirando más aprisa aún. Todo su rostro brillaba de sudor. —No te has estado ocultando durante doce años de mí —dijo Black—. Te has estado ocultando de los viejos seguidores de Voldemort. En Azkaban oí cosas. Todos piensan que si no estás muerto, deberías aclararles algunas dudas. Les he oído gritar en sueños todo tipo de cosas. Cosas como que el traidor les había traicionado. Voldemort acudió a la casa de los Potter por indicación tuya y allí conoció la derrota. Y no todos los seguidores de Voldemort han terminado en Azkaban, ¿verdad? Aún quedan muchos libres, esperando su oportunidad, fingiendo arrepentimiento… Si supieran que sigues vivo… —No entiendo de qué hablas… —dijo de nuevo Pettigrew, con voz más chillona que nunca. Se secó la cara con la manga y miró a Lupin—. No creerás nada de eso, de esa locura… —Tengo que admitir, Peter, que me cuesta comprender por qué un hombre inocente se pasa doce años convertido en rata —dijo Lupin impasible. —¡Inocente, pero asustado! —chilló Pettigrew—. Si los seguidores de Voldemort me persiguen es porque yo metí en Azkaban a uno de sus mejores hombres: el espía Sirius Black. El rostro de Black se contorsionó. —¿Cómo te atreves? —gruñó, y su voz se asemejó de repente a la del perro enorme que había sido—. ¿Yo, espía de Voldemort? ¿Cuándo he husmeado yo a los que eran más fuertes y poderosos? Pero tú, Peter… no entiendo cómo no comprendí desde el primer momento que eras tú el espía. Siempre te gustó tener amigos corpulentos para que te protegieran, ¿verdad? Ese papel lo hicimos nosotros: Remus y yo… y James… Pettigrew volvió a secarse el rostro; le faltaba el aire. —¿Yo, espía…? Estás loco. No sé cómo puedes decir… —Lily y James te nombraron guardián secreto sólo porque yo se lo recomendé — susurró Black con tanto odio que Pettigrew retrocedió—. Pensé que era una idea perfecta… una trampa. Voldemort iría tras de mí, nunca pensaría que los Potter utilizarían a alguien débil y mediocre como tú… Sin duda fue el mejor momento de tu miserable vida, cuando le dijiste a Voldemort que podías entregarle a los Potter. ebookelo.com - Página 233
  • 234. Pettigrew murmuraba cosas, aturdido. Harry captó palabras como «inverosímil» y «locura», pero no podía dejar de fijarse sobre todo en el color ceniciento de la cara de Pettigrew y en la forma en que seguía mirando las ventanas y la puerta. —¿Profesor Lupin? —dijo Hermione, tímidamente—. ¿Puedo decir algo? —Por supuesto, Hermione —dijo Lupin cortésmente. —Pues bien, Scabbers…, quiero decir este… este hombre… ha estado durmiendo en el dormitorio de Harry durante tres años. Si trabaja para Quien Usted Sabe, ¿cómo es que nunca ha intentado hacerle daño? —Eso es —dijo Pettigrew con voz aguda, señalando a Hermione con la mano lisiada—. Gracias. ¿Lo ves, Remus? ¡Nunca le he hecho a Harry el más leve daño! ¿Por qué no se lo he hecho? —Yo te diré por qué —dijo Black—. Porque no harías nada por nadie si no te reporta un beneficio. Voldemort lleva doce años escondido, dicen que está medio muerto. Tú no cometerías un asesinato delante de Albus Dumbledore por servir a una piltrafa de brujo que ha perdido todo su poder, ¿a que no? Tendrías que estar seguro de que es el más fuerte en el juego antes de volver a ponerte de su parte. ¿Para qué, si no, te alojaste en una familia de magos? Para poder estar informado, ¿verdad, Peter? Sólo por si tu viejo protector recuperaba las fuerzas y volvía a ser conveniente estar con él. Pettigrew abrió y cerró la boca varias veces. Se había quedado sin habla. —Eh… ¿Señor Black… Sirius? —preguntó tímidamente Hermione. A Black le sorprendió que lo interpelaran de esta manera, y miró a Hermione fijamente, como si nadie se hubiera dirigido a él con tal respeto en los últimos años—. Si no le importa que le pregunte, ¿cómo escapó usted de Azkaban? Si no empleó magia negra… —¡Gracias! —dijo Pettigrew, asintiendo con la cabeza—. ¡Exacto! ¡Eso es precisamente lo que yo…! Pero Lupin lo silenció con una mirada. Black fruncía ligeramente el entrecejo con los ojos puestos en Hermione, pero no como si estuviera enfadado con ella: más bien parecía meditar la respuesta. —No sé cómo lo hice —respondió—. Creo que la única razón por la que nunca perdí la cabeza es que sabía que era inocente. No era un pensamiento agradable, así que los dementores no me lo podían absorber… Gracias a eso conservé la cordura y no olvidé quién era… Gracias a eso conservé mis poderes… así que cuando ya no pude aguantar más me convertí en perro. Los dementores son ciegos, como sabéis. — Tragó saliva—. Se dirigen hacia la gente porque perciben sus emociones… Al convertirme en perro, notaron que mis sentimientos eran menos humanos, menos complejos, pero pensaron, claro, que estaba perdiendo la cabeza, como todo el mundo, así que no se preocuparon. Pero yo me encontraba débil, muy débil, y no tenía esperanza de alejarlos sin una varita. Entonces vi a Peter en aquella foto… comprendí que estaba en Hogwarts, con Harry… en una situación perfecta para actuar si oía decir que el Señor Tenebroso recuperaba fuerzas… —Pettigrew negó ebookelo.com - Página 234
  • 235. con la cabeza y movió la boca sin emitir sonido alguno, mirando a Black como hipnotizado— …Estaba dispuesto a hacerlo en cuanto estuviera seguro de sus aliados…, estaba dispuesto a entregarles al último de los Potter. Si les entregaba a Harry, ¿quién se atrevería a pensar que había traicionado a lord Voldemort? Lo recibirían con honores… »Así que ya veis, tenía que hacer algo. Yo era el único que sabía que Peter estaba vivo… Harry recordó lo que el padre de Ron le había dicho a su esposa: «Los guardianes dicen que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: “Está en Hogwarts.”» —Era como si alguien hubiera prendido una llama en mi cabeza, y los dementores no podían apagarla. No era un pensamiento agradable…, era una obsesión… pero me daba fuerzas, me aclaraba la mente. Por eso, una noche, cuando abrieron la puerta para dejarme la comida, salí entre ellos, en forma de perro. Les resulta tan difícil percibir las emociones animales que se confundieron. Estaba delgado, muy delgado… Lo bastante delgado para pasar a través de los barrotes. Nadé como un perro. Viajé hacia el norte y me metí en Hogwarts con la forma de perro… He vivido en el bosque desde entonces… menos cuando iba a ver el partido de quidditch, claro… Vuelas tan bien como tu padre, Harry… —Miró al muchacho, que esta vez no apartó la vista—. Créeme —añadió Black—. Créeme. Nunca traicioné a James y a Lily. Antes habría muerto. Y Harry lo creyó. Asintió con la cabeza, con un nudo en la garganta. —¡No! Pettigrew se había arrodillado, como si el gesto de asentimiento de Harry hubiera sido su propia sentencia de muerte. Fue arrastrándose de rodillas, humillándose, con las manos unidas en actitud de rezo. —Sirius, soy yo, soy Peter… tu amigo. No…, tú no… Black amagó un puntapié y Pettigrew retrocedió. —Ya hay bastante suciedad en mi túnica sin que tú la toques. —¡Remus! —chilló Pettigrew volviéndose hacia Lupin, retorciéndose ante él, implorante—. Tú no lo crees. ¿No te habría contado Sirius que habían cambiado el plan? —No si creía que el espía era yo, Peter —dijo Lupin—. Supongo que por eso no me lo contaste, Sirius —dijo Lupin despreocupadamente, mirándolo por encima de Pettigrew. —Perdóname, Remus —dijo Black. —No hay por qué, Canuto, viejo amigo —respondió Lupin, subiéndose las mangas—. Y a cambio, ¿querrás perdonar que yo te creyera culpable? —Por supuesto —respondió Black, y un asomo de sonrisa apareció en su demacrado rostro. También empezó a remangarse—. ¿Lo matamos juntos? —Creo que será lo mejor —dijo Lupin con tristeza. ebookelo.com - Página 235
  • 236. —No lo haréis, no seréis capaces… —dijo Pettigrew. Y se volvió hacia Ron, arrastrándose—. Ron, ¿no he sido un buen amigo?, ¿una buena mascota? No dejes que me maten, Ron. Estás de mi lado, ¿a que sí? Pero Ron miraba a Pettigrew con repugnancia. —¡Te dejé dormir en mi cama! —dijo. —Buen muchacho… buen amo… —Pettigrew siguió arrastrándose hacia Ron—. No lo consentirás… yo era tu rata… fui una buena mascota… —Si eras mejor como rata que como hombre, no tienes mucho de lo que alardear —dijo Black con voz ronca. Ron, palideciendo aún más a causa del dolor, alejó su pierna rota de Pettigrew. Pettigrew giró sobre sus rodillas, se echó hacia delante y asió el borde de la túnica de Hermione. —Dulce criatura… inteligente muchacha… no lo consentirás… ayúdame… Hermione tiró de la túnica para soltarla de la presa de Pettigrew y retrocedió horrorizada. Pettigrew temblaba sin control y volvió lentamente la cabeza hacia Harry. —Harry, Harry… qué parecido eres a tu padre… igual que él… —¿CÓMO TE ATREVES A HABLAR A HARRY? —bramó Black—. ¿CÓMO TE ATREVES A MIRARLO A LA CARA? ¿CÓMO TE ATREVES A MENCIONAR A JAMES DELANTE DE ÉL? —Harry —susurró Pettigrew, arrastrándose hacia él con las manos extendidas—, Harry, James no habría consentido que me mataran… James habría comprendido, Harry… Habría sido clemente conmigo… Tanto Black como Lupin se dirigieron hacia él con paso firme, lo cogieron por los hombros y lo tiraron de espaldas al suelo. Allí quedó, temblando de terror, mirándolos fijamente. —Vendiste a Lily y a James a lord Voldemort —dijo Black, que también temblaba—. ¿Lo niegas? Pettigrew rompió a llorar. Era lamentable verlo: parecía un niño grande y calvo que se encogía de miedo en el suelo. —Sirius, Sirius, ¿qué otra cosa podía hacer? El Señor Tenebroso… no tienes ni idea… Tiene armas que no podéis imaginar… Estaba aterrado, Sirius. Yo nunca fui valiente como tú, como Remus y como James. Nunca quise que sucediera… El Que No Debe Nombrarse me obligó. —¡NO MIENTAS! —bramó Black—. ¡LE HABÍAS ESTADO PASANDO INFORMACIÓN DURANTE UN AÑO ANTES DE LA MUERTE DE LILY Y DE JAMES! ¡ERAS SU ESPÍA! —¡Estaba tomando el poder en todas partes! —dijo Pettigrew entrecortadamente —. ¿Qué se ganaba enfrentándose a él? —¿Qué se ganaba enfrentándose al brujo más malvado de la Historia? —preguntó Black, furioso—. ¡Sólo vidas inocentes, Peter! —¡No lo comprendes! —gimió Pettigrew—. Me habría matado, Sirius. —¡ENTONCES DEBERÍAS HABER MUERTO! —bramó Black—. ¡MEJOR MORIR QUE ebookelo.com - Página 236
  • 237. TRAICIONAR A TUS AMIGOS! ¡TODOS HABRÍAMOS PREFERIDO LA MUERTE A TRAICIONARTE A TI! Black y Lupin se mantenían uno al lado del otro, con las varitas levantadas. —Tendrías que haberte dado cuenta —dijo Lupin en voz baja— de que si Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros. Adiós, Peter. Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared. —¡No! —gritó Harry. Se adelantó corriendo y se puso entre Pettigrew y las varitas—. ¡No podéis matarlo! —dijo sin aliento—. No podéis. Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra. —Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas padres —gruñó Black—. Este ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un dedo. Ya lo has oído. Su propia piel maloliente significaba más para él que toda tu familia. —Lo sé —jadeó Harry—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los dementores. Puede ir a Azkaban. Pero no lo matéis. —¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y rodeó las rodillas de Harry con los brazos—. Tú… gracias. Es más de lo que merezco. Gracias. —Suéltame —dijo Harry, apartando las manos de Pettigrew con asco—. No lo hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que sus mejores amigos se convirtieran en asesinos por culpa tuya. Nadie se movió ni dijo nada, salvo Pettigrew, que jadeaba con la mano crispada en el pecho. Black y Lupin se miraron. Y bajaron las varitas a la vez. —Tú eres la única persona que tiene derecho a decidir, Harry —dijo Black—. Pero piensa, piensa en lo que hizo. —Que vaya a Azkaban —repitió Harry—. Si alguien merece ese lugar, es él. Pettigrew seguía jadeante detrás de él. —De acuerdo —dijo Lupin—. Hazte a un lado, Harry. —Harry dudó—. Voy a atarlo —añadió Lupin—. Nada más, te lo juro. Harry se quitó de en medio. Esta vez fue de la varita de Lupin de la que salieron disparadas las cuerdas, y al cabo de un instante Pettigrew se retorcía en el suelo, atado y amordazado. —Pero si te transformas, Peter —gruñó Black, apuntando a Pettigrew con su varita—, te mataremos. ¿Estás de acuerdo, Harry? Harry bajó la vista para observar la lastimosa figura, y asintió de forma que lo viera Pettigrew. —De acuerdo —dijo de repente Lupin, como cerrando un trato—. Ron, no sé arreglar huesos como la señora Pomfrey, pero creo que lo mejor será que te entablillemos la pierna hasta que te podamos dejar en la enfermería. Se acercó a Ron aprisa, se inclinó, le golpeó en la pierna con la varita y murmuró: —¡Férula! Unas vendas rodearon la pierna de Ron y se la ataron a una tablilla. Lupin lo ayudó a ponerse en pie. Ron se apoyó con cuidado en la pierna y no hizo ni un gesto ebookelo.com - Página 237
  • 238. de dolor. —Mejor —dijo—. Gracias. —¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione, en voz baja, mirando a Snape postrado en el suelo. —No le pasa nada grave —explicó Lupin, inclinándose y tomándole el pulso—. Sólo os pasasteis un poco. Sigue sin conocimiento. Eh… tal vez sea mejor dejarlo así hasta que hayamos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal como está. —Luego murmuró—: ¡Mobilicorpus! El cuerpo inconsciente de Snape se incorporó como si tiraran de él unas cuerdas invisibles atadas a las muñecas, el cuello y las rodillas. La cabeza le colgaba como a una marioneta grotesca. Estaba levantado unos centímetros del suelo y los pies le colgaban. Lupin cogió la capa invisible y se la guardó en el bolsillo. —Dos de nosotros deberían encadenarse a esto —dijo Black, dándole a Pettigrew un puntapié—, sólo para estar seguros. —Yo lo haré —se ofreció Lupin. —Y yo —dijo Ron, con furia y cojeando. Black hizo aparecer unas esposas macizas. Pettigrew volvió a encontrarse de pie, con el brazo izquierdo encadenado al derecho de Lupin y el derecho al izquierdo de Ron. El rostro de Ron expresaba decisión. Se había tomado la verdadera identidad de Scabbers como un insulto. Crookshanks saltó ágilmente de la cama y se puso el primero, con la cola alegremente levantada. ebookelo.com - Página 238
  • 239. H CAPÍTULO 20 El Beso del dementor ARRY no había formado nunca parte de un grupo tan extraño. Crookshanks bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo seguían, como si participaran en una carrera. Detrás iba el profesor Snape, flotando de manera fantasmal, tocando cada peldaño con los dedos de los pies y sostenido en el aire por su propia varita, con la que Sirius le apuntaba. Harry y Hermione cerraban la marcha. Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Ron tuvieron que ladearse para conseguirlo. Lupin seguía apuntando a Pettigrew con su varita. Harry los veía avanzar de lado, poco a poco, en hilera. Crookshanks seguía en cabeza. Harry iba inmediatamente detrás de Sirius, que continuaba dirigiendo a Snape con la varita. Éste, de vez en cuando, se golpeaba la cabeza en el techo, y Harry tuvo la impresión de que Sirius no hacía nada por evitarlo. —¿Sabes lo que significa entregar a Pettigrew? —le dijo Sirius a Harry bruscamente, mientras avanzaban por el túnel. —Que tú quedarás libre —respondió Harry. —Sí… —dijo Sirius—. No sé si te lo ha dicho alguien, pero yo también soy tu padrino. —Sí, ya lo sabía —respondió Harry. —Bueno, tus padres me nombraron tutor tuyo —dijo Sirius solemnemente—, por si les sucedía algo a ellos… —Harry esperó. ¿Quería decir Sirius lo que él se imaginaba?—. Por supuesto —prosiguió Black—, comprendo que prefieras seguir con tus tíos. Pero… medítalo. Cuando mi nombre quede limpio… si quisieras cambiar de casa… A Harry se le encogió el estómago. —¿Qué? ¿Vivir contigo? —preguntó, golpeándose accidentalmente la cabeza contra una piedra que sobresalía del techo—. ¿Abandonar a los Dursley? ebookelo.com - Página 239
  • 240. —Claro, ya me imaginaba que no querrías —dijo inmediatamente Sirius—. Lo comprendo. Sólo pensaba que… —Pero ¿qué dices? —exclamó Harry, con voz tan chirriante como la de Sirius—. ¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¿Tienes casa? ¿Cuándo me puedo mudar? Sirius se volvió hacia él. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius no le importó. —¿Quieres? ¿Lo dices en serio? —¡Sí, muy en serio! En el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que Harry había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez años más joven se perfilase bajo la máscara del consumido. Durante un momento se pudo reconocer en él al hombre que sonreía en la boda de los padres de Harry. No volvieron a hablar hasta que llegaron al final del túnel. Crookshanks salió el primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo del tronco, porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron sin que se produjera ningún rumor de ramas enfurecidas. Sirius hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para ceder el paso a Harry y a Hermione. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo. Sin decir una palabra, emprendieron el camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez en cuando. A Harry le zumbaba la cabeza. Iba a dejar a los Dursley, iría a vivir con Sirius Black, el mejor amigo de sus padres… Estaba aturdido. ¿Qué pasaría cuando dijera a los Dursley que se iba a vivir con el presidiario que habían visto en la tele…? —Un paso en falso, Peter, y… —dijo Lupin delante de ellos, amenazador, apuntando con la varita al pecho de Pettigrew. Atravesaron los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces del castillo se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente, fantasmalmente transportado por Sirius, la barbilla rebotándole en el pecho. Y entonces… Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras oscuras. La luz de la luna caía sobre el grupo. Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de repente. Sirius se quedó inmóvil. Con un brazo indicó a Harry y a Hermione que no avanzaran. Harry vio la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar. —¡Dios mío! —dijo Hermione con voz entrecortada—. ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso! —Corred —gritó Sirius—. ¡Corred! ¡Ya! Pero Harry no podía correr. Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin. Saltó hacia delante, pero Sirius lo agarró por el pecho y lo echó hacia atrás. —Dejádmelo a mí. ¡CORRED! ebookelo.com - Página 240
  • 241. Oyeron un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo. Retrocedió. Mientras el licántropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius desapareció del lado de Harry. Se había transformado. El perro, grande como un oso, saltó hacia delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo sujetaban, el perro lo atrapó por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de Ron y de Pettigrew. Estaban enzarzados, mandíbula con mandíbula, rasgándose el uno al otro con las zarpas. Harry se quedó como hipnotizado. Estaba demasiado atento a la batalla para darse cuenta de nada más. Fue el grito de Hermione lo que lo alertó. Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin. Ron, inestable a causa de la pierna vendada, se desplomó en el suelo. Se oyó un estallido, se vio un relámpago y Ron quedó inmóvil en tierra. Otro estallido: Crookshanks saltó por el aire y volvió a caer al suelo. —¡Expelliarmus! —exclamó Harry, apuntando a Pettigrew con su varita. La varita de Lupin salió volando y se perdió de vista—. ¡Quédate donde estás! —gritó Harry mientras corría. Demasiado tarde. Pettigrew también se había transformado. Harry vio su cola pelona azotar el antebrazo de Ron a través de las esposas, y lo oyó huir a toda prisa por la hierba. Oyeron un aullido y un gruñido sordo. Al volverse, Harry vio al hombre lobo adentrándose en el bosque a la carrera. —Sirius, ha escapado. ¡Pettigrew se ha transformado! —gritó Harry. Sirius sangraba. Tenía heridas en el hocico y en la espalda, pero al oír las palabras de Harry volvió a salir velozmente y al cabo de un instante el rumor de sus patas se perdió. Harry y Hermione se acercaron aprisa a Ron. —¿Qué le ha hecho? —preguntó Hermione. Ron tenía los ojos entornados, la boca abierta. Estaba vivo. Oían su respiración. Pero no parecía reconocerlos. —No sé. Harry miró desesperado a su alrededor. Black y Lupin habían desaparecido… No había nadie cerca salvo Snape, que seguía flotando en el aire, inconsciente. —Será mejor que los llevemos al castillo y se lo digamos a alguien —dijo Harry, apartándose el pelo de los ojos y tratando de pensar—. Vamos… Oyeron un aullido que venía de la oscuridad: un perro dolorido. —Sirius —murmuró Harry, mirando hacia la negrura. Tuvo un momento de indecisión, pero no podían hacer nada por Ron en aquel momento, y a juzgar por sus gemidos, Black se hallaba en apuros. Harry echó a correr, seguido por Hermione. El aullido parecía proceder de los ebookelo.com - Página 241
  • 242. alrededores del lago. Corrieron en aquella dirección y Harry notó un frío intenso sin darse cuenta de lo que podía suponer. El aullido se detuvo. Al llegar al lago vieron por qué: Sirius había vuelto a transformarse en hombre. Estaba en cuclillas, con las manos en la cabeza. —¡Noooo! —gemía—. ¡Noooooo, por favor! Y entonces los vio Harry. Eran los dementores. Al menos cien, y se acercaban a ellos como una masa negra. Se dio la vuelta. Aquel frío ya conocido penetró en su interior y la niebla empezó a oscurecerle la visión. Por cada lado surgían de la oscuridad más y más dementores. Los estaban rodeando… —¡Hermione, piensa en algo alegre! —gritó Harry, levantando la varita y parpadeando con rapidez para aclararse la visión, sacudiendo la cabeza para alejar el débil grito que había empezado a oír por dentro… «Voy a vivir con mi padrino. Voy a dejar a los Dursley.» Se obligó a no pensar más que en Sirius y comenzó a repetir a gritos: —¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum! Black se estremeció. Rodó por el suelo y se quedó inmóvil, pálido como la muerte. «Todo saldrá bien. Me iré a vivir con él.» —¡Expecto patronum! ¡Ayúdame, Hermione! ¡Expecto patronum! —¡Expecto…! —susurró Hermione—. ¡Expecto… expecto! Pero no era capaz. Los dementores se aproximaban y ya estaban a tres metros escasos de ellos. Formaban una sólida barrera en torno a Harry y Hermione, y seguían acercándose… —¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry, intentando rechazar los gritos de sus oídos —. ¡EXPECTO PATRONUM! Un delgado hilo de plata salió de su varita y bailoteó delante de él, como si fuera niebla. En ese instante, Harry notó que Hermione se desmayaba a su lado. Estaba solo, completamente solo… —¡Expecto…! ¡Expecto patronum! Harry sintió que sus rodillas golpeaban la hierba fría. La niebla le nublaba los ojos. Haciendo un enorme esfuerzo, intentó recordar. Sirius era inocente, inocente… «Todo saldrá bien. Voy a vivir con él.» —¡Expecto patronum! —dijo entrecortadamente. A la débil luz de su informe patronus, vio detenerse un dementor muy cerca de él. No podía atravesar la niebla plateada que Harry había hecho aparecer, pero sacaba por debajo de la capa una mano viscosa y pútrida. Hizo un ademán como para apartar al patronus. —¡No… no! —exclamó Harry entrecortadamente—. Es inocente. ¡Expecto patronum! Sentía sus miradas y oía su ruidosa respiración como un viento demoníaco. El dementor más cercano parecía haberse fijado en él. Levantó sus dos manos ebookelo.com - Página 242
  • 243. putrefactas y se bajó la capucha. En el lugar de los ojos había una membrana escamosa y gris que se extendía por las cuencas. Pero tenía boca: un agujero informe que aspiraba el aire con un estertor de muerte. Un terror de muerte se apoderó de Harry, impidiéndole moverse y hablar. Su patronus tembló y desapareció. La niebla blanca lo cegaba. Tenía que luchar… Expecto patronum… No podía ver…, a lo lejos oyó un grito conocido…, expecto patronum… Palpó en la niebla en busca de Sirius y encontró su brazo. No se lo llevarían… Pero, de repente, un par de manos fuertes y frías rodearon el cuello de Harry. Lo obligaron a levantar el rostro. Sintió su aliento…, iban a eliminarlo primero a él… Sintió su aliento corrupto…, su madre le gritaba en los oídos…, sería lo último que oyera en la vida. Y entonces, a través de la niebla que lo ahogaba, le pareció ver una luz plateada que adquiría brillo. Se sintió caer de bruces en la hierba. Boca abajo, demasiado débil para moverse, sintiéndose mal y temblando, Harry abrió los ojos. Una luz cegadora iluminaba la hierba… Habían cesado los gritos, el frío se iba… Algo hacía retroceder a los dementores… algo que daba vueltas en torno a él, a Sirius y a Hermione. Los estertores dejaban de oírse. Se iban. Volvía a hacer calor. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Harry levantó la cabeza unos centímetros y vio entre la luz a un animal que galopaba por el lago. Con la visión empañada por el sudor, Harry trató de distinguir de qué se trataba. Era brillante como un unicornio. Haciendo un esfuerzo por conservar el sentido, Harry lo vio detenerse al llegar a la otra orilla. Durante un instante vio también, junto al brillo, a alguien que daba la bienvenida al animal y levantaba la mano para acariciarlo. Alguien que le resultaba familiar. Pero no podía ser… Harry no lo entendía. No podía pensar en nada. Sus últimas fuerzas lo abandonaron y al desmayarse dio con la cabeza en el suelo. ebookelo.com - Página 243
  • 244. —A CAPÍTULO 21 El secreto de Hermione SOMBROSO. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape… —Gracias, señor ministro. —Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano! —Muchísimas gracias, señor ministro. —Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black. —En realidad fueron Potter, Weasley y Granger, señor ministro. —¡No! —Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara… Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza… Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva. —Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter. —Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio… después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo… Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino… y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición. —Bien, bien…, ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda. ebookelo.com - Página 244
  • 245. Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostado, en aquella cómoda cama, para siempre… —Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores… ¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder, Snape? —No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas. —Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica… —Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo. Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago. Abrió los ojos. Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo de Ron. Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor. La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Harry. Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco. —¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo. —¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry. —Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros dos, permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis… ¿Qué haces, Potter? Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita. —Tengo que ver al director —explicó. —Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento. —¿QUÉ? Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape. ebookelo.com - Página 245
  • 246. —¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que estar en la cama… ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey. —Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es… Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente. —Harry, Harry, estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control. —¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES! —Señor ministro, por favor, escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Harry y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir. Y… —¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos… —¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry. —¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo! —¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si me escuchan… Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama. —Ahora, por favor, señor ministro… Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan. Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de chocolate y volvió a levantarse. —Profesor Dumbledore, Sirius Black… —¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director, he de insistir en que… —Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black. —Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo? —Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna. —¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí. —¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Hermione—. No llegó con tiempo para oír… —¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA! ebookelo.com - Página 246
  • 247. —Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos. —Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy, os lo ruego, dejadnos. —Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso. —Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto. La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco. —Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba. Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió. —No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore. —Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore. Snape avanzó un paso hacia Dumbledore. —Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme. —Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad. Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo. —Señor profesor, Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew. —Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo. —Es una rata. —La pata delantera de Pettigrew… quiero decir, el dedo: él mismo se lo cortó. —Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius. Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones. —Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter. —El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de mantenerse callado. —El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado ebookelo.com - Página 247
  • 248. tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos… —Pero… —Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra. —Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que le gastó. —Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la Señora Gorda…, entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor… Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia. —Pero usted nos cree. —Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia. Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado. —Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry a Hermione. —Pero… —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH! —Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro —. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros. Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió. —Os voy a encerrar. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte. —¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina. —Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido! —Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante. —¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender. Hermione dio tres vueltas al reloj de arena. La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores ebookelo.com - Página 248
  • 249. borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar, pero no podía oír su propia voz. Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello. —Hermione, ¿qué…? —¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta. —¿Qué…, cómo…? Hermione, ¿qué ha pasado? —Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas. Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando. —Pero… —¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo… Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid. —¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera? —Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—. Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y… vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar, pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal… Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas. —¿De dónde has sacado ese reloj de arena? —Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin. Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius? Harry la miró en la oscuridad. —Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid… ebookelo.com - Página 249
  • 250. —Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—. Acabamos de oírnos salir. Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro. —Dumbledore dijo simplemente… dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente… —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a Buckbeak! —Pero… ¿en qué ayudará eso a Sirius? —Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos! Hermione parecía aterrorizada. —¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro! —Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos… Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado. —¡Si alguien se asomara a la ventana…! —chilló Hermione, mirando hacia atrás, hacia el castillo. —Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos. —¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña. Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque… A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más tarde, llegó Hermione jadeando. —Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note. Que no nos vean, Harry. Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía: —Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la ebookelo.com - Página 250
  • 251. quitaremos. —No deberíais haber venido —susurró Hagrid. Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta. —Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo. —Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak! Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid. —¿Ahora? —susurró Harry. —¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado! —Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer irrealizable. En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana. —Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un momento encontraré a Scabbers. Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione. —Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew? —¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore… Si nos ven… —Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos. —Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Hermione. —Creería… creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio. —Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro! —Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que… Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones. —¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja. Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo por ella con Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del árbol y verse a sí mismo en el huerto de las calabazas. ebookelo.com - Página 251
  • 252. —No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos. —Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió. —No pueden matarlo… —¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío. Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de calabazas. —Marchaos, rápido. No escuchéis. Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña. —¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair. —Fu… fuera —contestó Hagrid. Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge. —Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento. El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o nunca. —Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré. Mientras Fudge volvía a hablar, Harry salió disparado de detrás del árbol, saltó la valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak. —«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del sol…» Evitando parpadear, Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos naranja de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la valla. —«… sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair…» —Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer ruido, sin hacer ruido… —«… por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid. Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el suelo las patas delanteras. —Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí ebookelo.com - Página 252
  • 253. dentro. —No, quiero estar con él… No quiero que esté solo. Se oyeron pasos dentro de la cabaña. —Muévete, Buckbeak —susurró Harry. Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid. —Un momento, Macnair, por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más aprisa. La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol. —¡Harry, date prisa! —dijo. Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la cuerda. Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles… —¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás del árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas. Desde allí no veían el huerto de Hagrid. —¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos. La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry, Hermione y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención. Silencio. Luego… —¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está la bestia? —¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí! —¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado. —¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca. Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos: —¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo. Buckbeak, qué listo eres. Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra. —¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque. —Macnair, si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres… Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de ebookelo.com - Página 253
  • 254. brandy. —Por… por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre… Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio. —¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor. —Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por allí hasta dentro de dos horas… Esto va a resultar difícil… Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel momento. —Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre. —De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme —. Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo. Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce. —¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente. Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió el eco de su grito. —Aléjate de él…, aléjate… Scabbers, ven aquí… Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a sí mismo y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado. —¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso. —¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del sauce. Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—. ¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara! El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto. —Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione. —Allá vamos… —murmuró Harry—. Ya hemos entrado. En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo. —¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá Dumbledore hubiera venido con nosotros…! —Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Sirius ebookelo.com - Página 254
  • 255. allí mismo. Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego… —¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna. Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había entre las raíces. —¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí… —Se volvió a Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger Snape. —¡Harry, no nos deben ver! —¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—. ¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la capa! —¡Harry, no! Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano. —¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak! El hipogrifo hacía intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró también la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con tristeza. Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos. Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol, mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto. —Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes. —¡Chist! Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista. —Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir… Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos. —Harry, hay algo que no comprendo… ¿Por qué no atraparon a Sirius los dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me desmayara. Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento en que el dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y plateado llegó galopando por el lago y ahuyentó a los dementores. ebookelo.com - Página 255
  • 256. Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta. —Pero ¿qué era? —Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—. Un verdadero patronus, un patronus poderoso. —Pero ¿quién lo hizo aparecer? Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra orilla del lago. Imaginaba quién podía ser… Pero ¿cómo era posible? —¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—. ¿Era uno de los profesores? —No. —Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores… Si el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver…? —Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No pensaba con claridad. Me desmayé inmediatamente después… —¿Quién te pareció que era? —Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello —, me pareció mi padre. Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con una mezcla de inquietud y pena. —Harry, tu padre está…, bueno…, está muerto —dijo en voz baja. —Lo sé —dijo Harry rápidamente. —¿Crees que era su fantasma? —No lo sé. No… Parecía sólido. —Pero entonces… —Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se parecía a él. Tengo fotos suyas… —Hermione seguía mirándolo como preocupada por su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación. Se volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el pico en la tierra, buscando lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo. Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta… ¿No habrían estado aquella noche los cuatro en los terrenos del castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella noche, cuando todo el mundo pensaba que estaba muerto. ¿Era imposible que su padre hubiera hecho lo mismo? ¿Había visto visiones en el lago? La figura había estado demasiado lejos para distinguirla bien, y sin embargo, antes de perder el sentido, había estado seguro de lo que veía. Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando. Y entonces, después de una hora… —¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las ebookelo.com - Página 256
  • 257. raíces, seguidos de Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry, Hermione y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El corazón de Harry comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la nube y la luna quedaría al descubierto… —Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—, tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada. —¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz baja. —¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Hermione—. No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer nada más! —Está bien. La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse. —¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando. —¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo! —No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo. —¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí! Hermione ahogó un grito. —¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro! —¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos! Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas. Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte. —¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco! —dijo a Harry. —Sí… Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría. Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito. —Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo. Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius? —Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak… Pero ten cuidado, Harry. ebookelo.com - Página 257
  • 258. Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores. Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius… El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en cualquier momento… Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida. Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía que enterarse… Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes. Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta… No tendría que acercarse a ellos. Echó a correr. No pensaba más que en su padre… Si era él, si era él realmente, tenía que saberlo, tenía que averiguarlo. Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus. Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente. Sintió emoción y terror: faltaba muy poco. —¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá. Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que apareciera el salvador. Pero no veía a nadie. Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo. Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita. —¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó. Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores… En ese momento galopaba en torno a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron. El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo. Brillaba tanto como la luna… Regresaba hacia él. Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry comprendió: —Cornamenta —susurró. Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos. Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, ebookelo.com - Página 258
  • 259. oyó tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda prisa, tirando de Buckbeak. —¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías. —Sólo he salvado nuestra vida… Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré. Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido. —¿Te ha visto alguien? —Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre! —No puedo creerlo… ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima! —Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho… ¿No es absurdo? —No lo sé… ¡Harry, mira a Snape! Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo. —Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia. Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra. —¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste. —¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo! Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón. —¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores! Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar. Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas. —¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí. Espoleó a Buckbeak con los talones. Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la cintura de Harry, que la oía murmurar: —Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta. Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la ebookelo.com - Página 259
  • 260. rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban como relámpagos. —¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo. Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles. —¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal. Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave. —¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Harry. —¡Alohomora! La ventana se abrió de golpe. —¿Cómo… cómo…? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo. —Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos. Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Hermione. —¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos! El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry y Hermione se bajaron inmediatamente. —Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida. Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza. —¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius. —Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se curará. ¡Rápido, vete! Pero Black seguía mirando a Harry. —¿Cómo te lo puedo agradecer? —¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione. Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto. —¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre! Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo… ebookelo.com - Página 260
  • 261. Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba… Luego, una nube pasó ante la luna… y se perdieron de vista. ebookelo.com - Página 261
  • 262. —¡H CAPÍTULO 22 Más lechuzas mensajeras ARRY! —Hermione le tiraba de la manga, mirando el reloj—. Tenemos diez minutos para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave. —De acuerdo —dijo Harry, apartando los ojos del cielo—, ¡vamos! Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon. Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera. —… Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente? —En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape… Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus cabales, también querrá contarle al periódico cómo usted lo salvó. Harry apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se perdieron. Harry y Hermione aguardaron unos instantes para asegurarse de que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y oyeron una carcajada delante de ellos. —¡Peeves! —susurró Harry, asiendo a Hermione por la muñeca—. ¡Entremos aquí! Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a la izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a mandíbula batiente. —¡Es horrible! —susurró Hermione, con el oído pegado a la puerta—. Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a ejecutar a ebookelo.com - Página 262
  • 263. Sirius… —Miró el reloj—. Tres minutos, Harry. Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces salieron del aula y volvieron a correr. —Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la puerta? —jadeó Harry. —No quiero ni pensarlo —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un minuto! —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se oye a Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos, Harry! Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la espalda de Dumbledore. —Os voy a encerrar —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte. Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Hermione se apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado. —¿Bien? —preguntó en voz baja. —¡Lo hemos logrado! —dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en Buckbeak… Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa. —Bien hecho. Creo… —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la enfermería—. Sí, creo que ya no estáis ahí dentro. Entrad. Os cerraré. Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron, que permanecía en la cama. Después de oír la cerradura, se metieron en sus camas. Hermione volvió a esconder el giratiempo debajo de la túnica. Un instante después, la señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico. —¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis pacientes? Estaba de muy mal humor. Harry y Hermione pensaron que era mejor aceptar el chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para asegurarse de que se lo comían. Pero Harry apenas se lo podía tragar. Hermione y él aguzaban el oído, con los nervios alterados. Y entonces, mientras tomaban el cuarto trozo del chocolate de la señora Pomfrey, oyeron un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por encima de la enfermería. —¿Qué ha sido eso? —dijo alarmada la señora Pomfrey. Oyeron voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no perdía de vista la puerta. —¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen? Harry intentaba oír lo que decían. Se aproximaban. —Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a alguien con él en el despacho. Cuando esto se sepa… —¡NO HA DESAPARECIDO! —bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER TIENE ALGO QUE VER CON ESTO! ebookelo.com - Página 263
  • 264. —Sé razonable, Severus. Harry está encerrado. ¡PLAM! La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore entraron en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo, incluso contento. Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí. —¡CONFIESA, POTTER! —vociferó—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO? —¡Profesor Snape! —chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese! —Por favor, Snape, sé razonable —dijo Fudge—. Esta puerta estaba cerrada con llave. Acabamos de comprobarlo. —¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ! —gritó Snape, señalando a Harry y a Hermione. Tenía la cara contorsionada. Escupía saliva. —¡Tranquilícese, hombre! —gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías! —¡NO CONOCE A POTTER! —gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO HIZO ÉL! —Ya vale, Severus —dijo Dumbledore con voz tranquila—. Piensa lo que dices. Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la enfermería, hace diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos alumnos sus camas? —¡Por supuesto que no! —dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado con ellos desde que usted salió! —Ahí lo tienes, Severus —dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos que crea que Harry y Hermione son capaces de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo, me temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos. Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía totalmente sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore, cuyos ojos brillaban tras las gafas. Snape dio media vuelta (la tela de su túnica produjo un frufrú) y salió de la sala de la enfermería como un vendaval. —Su colega parece perturbado —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo en su lugar, Dumbledore, tendría cuidado con él. —No es nada serio —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de sufrir una gran decepción. —¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va a encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado entre los dedos! Sólo faltaría que se enterasen también de la huida del hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al Ministerio… —¿Y los dementores? —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan del colegio. —Sí, tendrán que irse —dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—. Nunca creí que intentaran darle el Beso a un niño inocente…, estaban totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio… —Eso le encantaría a Hagrid —dijo Dumbledore, dirigiendo a Harry y a Hermione una rápida sonrisa. Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la señora ebookelo.com - Página 264
  • 265. Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave. Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho. Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de despertar. Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor. —¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Harry? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre? Harry y Hermione se miraron. —Explícaselo tú —dijo Harry, cogiendo un poco más de chocolate. Cuando Harry, Ron y Hermione dejaron la enfermería al día siguiente a mediodía, encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita a Hogsmeade. Sin embargo, ni a Ron ni a Hermione les apetecía ir, así que pasearon con Harry por los terrenos del colegio, sin parar de hablar de los extraordinarios acontecimientos de la noche anterior y preguntándose dónde estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak. Cuando se sentaron cerca del lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el calamar gigante, Harry perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla opuesta. La noche anterior, el ciervo había galopado hacia él desde allí. Una sombra los cubrió. Al levantar la vista vieron a Hagrid, medio dormido, que se secaba la cara sudorosa con uno de sus enormes pañuelos y les sonreía. —Ya sé que no debería alegrarme después de lo sucedido la pasada noche —dijo —. Me refiero a que Black se volviera a escapar y todo eso… Pero ¿a que no adivináis…? —¿Qué? —dijeron, fingiendo curiosidad. —Buckbeak. ¡Se escapó! ¡Está libre! ¡Lo estuve celebrando toda la noche! —¡Eso es estupendo! —dijo Hermione, dirigiéndole una mirada severa a Ron, que parecía a punto de reírse. —Sí, no lo atamos bien —explicó Hagrid, contemplando el campo satisfecho—. Esta mañana estaba preocupado, pensé que podía tropezarse por ahí con el profesor Lupin. Pero Lupin dice que anoche no comió nada. —¿Cómo? —preguntó Harry. —Caramba, ¿no lo has oído? —le preguntó Hagrid, borrando la sonrisa. Bajó la voz, aunque no había nadie cerca—. Snape se lo ha revelado esta mañana a todos los de Slytherin. Creía que a estas alturas ya lo sabría todo el mundo: el profesor Lupin es un hombre lobo. Y la noche pasada anduvo suelto por los terrenos del colegio. En estos momentos está haciendo las maletas, por supuesto. —¿Que está haciendo las maletas? —preguntó Harry alarmado—. ¿Por qué? —Porque se marcha —dijo Hagrid, sorprendido de que Harry lo preguntara—. Lo primero que hizo esta mañana fue presentar la dimisión. Dice que no puede arriesgarse a que vuelva a suceder. ebookelo.com - Página 265
  • 266. Harry se levantó de un salto. —Voy a verlo —dijo a Ron y a Hermione. —Pero si ha dimitido… —No creo que podamos hacer nada. —No importa. De todas maneras, quiero verlo. Nos veremos aquí mismo más tarde. La puerta del despacho de Lupin estaba abierta. Ya había empaquetado la mayor parte de sus cosas. Junto al depósito vacío del grindylow, la maleta vieja y desvencijada se hallaba abierta y casi llena. Lupin se inclinaba sobre algo que había en la mesa y sólo levantó la vista cuando Harry llamó a la puerta. —Te he visto venir —dijo Lupin sonriendo. Señaló el pergamino sobre el que estaba inclinado. Era el mapa del merodeador. —Acabo de estar con Hagrid —dijo Harry—. Me ha dicho que ha presentado usted la dimisión. No es cierto, ¿verdad? —Me temo que sí —contestó Lupin. Comenzó a abrir los cajones de la mesa y a vaciar el contenido. —¿Por qué? —preguntó Harry—. El Ministerio de Magia no lo creerá confabulado con Sirius, ¿verdad? Lupin fue hacia la puerta y la cerró. —No. El profesor Dumbledore se las ha arreglado para convencer a Fudge de que intenté salvaros la vida —suspiró—. Ha sido el colmo para Severus. Creo que ha sido muy duro para él perder la Orden de Merlín. Así que él… por casualidad… reveló esta mañana en el desayuno que soy un licántropo. —¿Y se va sólo por eso? —preguntó Harry. Lupin sonrió con ironía. —Mañana a esta hora empezarán a llegar las lechuzas enviadas por los padres. No consentirán que un hombre lobo dé clase a sus hijos, Harry. Y después de lo de la última noche, creo que tienen razón. Pude haber mordido a cualquiera de vosotros… No debe repetirse. —¡Es usted el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido nunca! —dijo Harry—. ¡No se vaya! Lupin negó con la cabeza, pero no dijo nada. Siguió vaciando los cajones. Luego, mientras Harry buscaba un argumento para convencerlo, Lupin añadió: —Por lo que el director me ha contado esta mañana, la noche pasada salvaste muchas vidas, Harry. Si estoy orgulloso de algo es de todo lo que has aprendido. Háblame de tu patronus. —¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry anonadado. —¿Qué otra cosa podía haber puesto en fuga a los dementores? Harry contó a Lupin lo que había ocurrido. Al terminar, Lupin volvía a sonreír: ebookelo.com - Página 266
  • 267. —Sí, tu padre se transformaba siempre en ciervo —confirmó—. Lo adivinaste. Por eso lo llamábamos Cornamenta. —Lupin puso los últimos libros en la maleta, cerró los cajones y se volvió para mirar a Harry—. Toma, la traje la otra noche de la Casa de los Gritos —dijo, entregándole a Harry la capa invisible—: Y… —titubeó y a continuación le entregó también el mapa del merodeador—. Ya no soy profesor tuyo, así que no me siento culpable por devolverte esto. A mí ya no me sirve. Y me atrevo a creer que tú, Ron y Hermione le encontraréis utilidad. Harry cogió el mapa y sonrió. —Usted me dijo que Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta me habrían tentado para que saliera del colegio…, que lo habrían encontrado divertido. —Sí, lo habríamos hecho —confirmó Lupin, cerrando la maleta—. No dudo que a James le habría decepcionado que su hijo no hubiera encontrado ninguno de los pasadizos secretos para salir del castillo. Alguien llamó a la puerta. Harry se guardó rápidamente en el bolsillo el mapa del merodeador y la capa invisible. Era el profesor Dumbledore. No se sorprendió al ver a Harry. —Tu coche está en la puerta, Remus —anunció. —Gracias, director. Lupin cogió su vieja maleta y el depósito vacío del grindylow. —Bien. Adiós, Harry —dijo sonriendo—. Ha sido un verdadero placer ser profesor tuyo. Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en otra ocasión. Señor director, no hay necesidad de que me acompañe hasta la puerta. Puedo ir solo. Harry tuvo la impresión de que Lupin quería marcharse lo más rápidamente posible. —Adiós entonces, Remus —dijo Dumbledore escuetamente. Lupin apartó ligeramente el depósito del grindylow para estrecharle la mano a Dumbledore. Luego, con un último movimiento de cabeza dirigido a Harry y una rápida sonrisa, salió del despacho. Harry se sentó en su silla vacía, mirando al suelo con tristeza. Oyó cerrarse la puerta y levantó la vista. Dumbledore seguía allí. —¿Por qué estás tan triste, Harry? —le preguntó en voz baja—. Tendrías que sentirte muy orgulloso de ti mismo después de lo ocurrido anoche. —No sirvió de nada —repuso Harry con amargura—. Pettigrew se escapó. —¿Que no sirvió de nada? —dijo Dumbledore en voz baja—. Sirvió de mucho, Harry. Ayudaste a descubrir la verdad. Salvaste a un hombre inocente de un destino terrible. «Terrible.» Harry recordó algo. «Más grande y más terrible que nunca.» ¡La predicción de la profesora Trelawney! —Profesor Dumbledore: ayer, en mi examen de Adivinación, la profesora Trelawney se puso muy rara. —¿De verdad? —preguntó Dumbledore—. ¿Quieres decir más rara de lo ebookelo.com - Página 267
  • 268. habitual? —Sí… Habló con una voz profunda, poniendo los ojos en blanco. Y dijo que el vasallo de Voldemort partiría para reunirse con su amo antes de la medianoche. Dijo que el vasallo lo ayudaría a recuperar el poder. —Harry miró a Dumbledore—. Y luego volvió a la normalidad y no recordaba nada de lo que había dicho. ¿Sería una auténtica profecía? Dumbledore parecía impresionado. —Pienso que podría serlo —dijo pensativo—. ¿Quién lo habría pensado? Esto eleva a dos el total de sus profecías auténticas. Tendría que subirle el sueldo… —Pero… —Harry lo miró aterrorizado: ¿cómo podía tomárselo Dumbledore con tanta calma?—, ¡pero yo impedí que Sirius y Lupin mataran a Pettigrew! Esto me convierte en culpable de un posible regreso de Voldemort. —En absoluto —respondió Dumbledore tranquilamente—. ¿No te ha enseñado nada tu experiencia con el giratiempo, Harry? Las consecuencias de nuestras acciones son siempre tan complicadas, tan diversas, que predecir el futuro es realmente muy difícil. La profesora Trelawney, Dios la bendiga, es una prueba de ello. Hiciste algo muy noble al salvarle la vida a Pettigrew. —¡Pero si ayuda a Voldemort a recuperar su poder…! —Pettigrew te debe la vida. Has enviado a Voldemort un lugarteniente que está en deuda contigo. Cuando un mago le salva la vida a otro, se crea un vínculo entre ellos. Y si no me equivoco, no creo que Voldemort quiera que su vasallo esté en deuda con Harry Potter. —No quiero tener ningún vínculo con Pettigrew —dijo Harry—. Traicionó a mis padres. —Esto es lo más profundo e insondable de la magia, Harry. Pero confía en mí. Llegará el momento en que te alegres de haberle salvado la vida a Pettigrew. Harry no podía imaginar cuándo sería. Dumbledore parecía saber lo que pensaba Harry. —Traté mucho a tu padre, Harry, tanto en Hogwarts como más tarde —dijo dulcemente—. Él también habría salvado a Pettigrew, estoy seguro. Harry lo miró. Dumbledore no se reiría. Se lo podía decir. —Anoche… pensé que era mi padre el que había hecho aparecer mi patronus. Quiero decir… cuando me vi a mí mismo al otro lado del lago, pensé que lo veía a él. —Un error fácil de cometer —dijo Dumbledore—. Supongo que estarás harto de oírlo, pero te pareces extraordinariamente a James. Menos en los ojos: tienes los de tu madre. Harry sacudió la cabeza. —Fue una idiotez pensar que era él —murmuró—. Quiero decir… ya sé que está muerto. —¿Piensas que los muertos a los que hemos querido nos abandonan del todo? ¿No crees que los recordamos especialmente en los mayores apuros? Tu padre vive ebookelo.com - Página 268
  • 269. en ti, Harry, y se manifiesta más claramente cuando lo necesitas. ¿De qué otra forma podrías haber creado ese patronus tan especial? Cornamenta volvió a galopar anoche. —Harry tardó un rato en comprender lo que Dumbledore acababa de decirle—. Sirius me contó anoche cómo se convertían en animagos —añadió Dumbledore sonriendo —. Una hazaña extraordinaria… y aún más extraordinario fue que yo no me enterara. Y entonces recordé la muy insólita forma que adoptó tu patronus cuando embistió al señor Malfoy en el partido contra Ravenclaw. Así que anoche viste realmente a tu padre… Lo encontraste dentro de ti mismo. Y Dumbledore abandonó el despacho dejando a Harry con sus confusos pensamientos. Nadie en Hogwarts conocía la verdad de lo ocurrido la noche en que desaparecieron Buckbeak, Sirius y Pettigrew, salvo Harry, Ron, Hermione y el profesor Dumbledore. Al final del curso, Harry oyó muchas teorías acerca de lo que había sucedido, pero ninguna se acercaba a la verdad. Malfoy estaba furioso por lo de Buckbeak. Estaba convencido de que Hagrid había hallado la manera de esconder el hipogrifo, y parecía ofendido porque el guardabosques hubiera sido más listo que su padre y él. Percy Weasley, mientras tanto, tenía mucho que decir sobre la huida de Sirius. —¡Si logro entrar en el Ministerio, tendré muchas propuestas para hacer cumplir la ley mágica! —dijo a la única persona que lo escuchaba, su novia Penelope. Aunque el tiempo era perfecto, aunque el ambiente era tan alegre, aunque sabía que había logrado casi lo imposible al liberar a Sirius, Harry nunca había estado tan triste al final de un curso. Ciertamente, no era el único al que le apenaba la partida del profesor Lupin. Todo el grupo que acudía con Harry a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras lamentaba su dimisión. —Me pregunto a quién nos pondrán el próximo curso —dijo Seamus Finnigan con melancolía. —Tal vez a un vampiro —sugirió Dean Thomas con ilusión. Lo que le pesaba a Harry no era sólo la partida de Lupin. No podía dejar de pensar en la predicción de la profesora Trelawney. Se preguntaba continuamente dónde estaría Pettigrew, si estaría escondido o si habría llegado ya junto a Voldemort. Pero lo que más lo deprimía era la perspectiva de volver con los Dursley. Durante media hora, una gloriosa media hora, había creído que viviría en adelante con Sirius, el mejor amigo de sus padres. Era lo mejor que podía imaginar, exceptuando la posibilidad de tener allí otra vez a su padre. Y aunque era una buena noticia no tener noticias de Sirius, porque significaba que no lo habían encontrado, Harry no podía dejar de entristecerse al pensar en el hogar que habría podido tener y en el hecho de que lo había perdido. ebookelo.com - Página 269
  • 270. Los resultados de los exámenes salieron el último día del curso. Harry, Ron y Hermione habían aprobado todas las asignaturas. Harry estaba asombrado de que le hubieran aprobado Pociones. Sospechaba que Dumbledore había intervenido para impedir que Snape lo suspendiera injustamente. El comportamiento de Snape con Harry durante toda la última semana había sido alarmante. Harry nunca habría creído que la manía que le tenía Snape pudiera aumentar, pero así fue. A Snape se le movía un músculo en la comisura de la boca cada vez que veía a Harry, y se le crispaban los dedos como si deseara cerrarlos alrededor del cuello de Harry. Percy obtuvo las más altas calificaciones en ÉXTASIS. Fred y George consiguieron varios TIMOS cada uno. Mientras tanto, la casa de Gryffindor, en gran medida gracias a su espectacular actuación en la copa de quidditch, había ganado la Copa de las Casas por tercer año consecutivo. Por eso la fiesta de final de curso tuvo lugar en medio de ornamentos rojos y dorados, y la mesa de Gryffindor fue la más ruidosa de todas, ya que todo el mundo lo estaba celebrando. Incluso Harry, comiendo, bebiendo, hablando y riendo con sus compañeros, consiguió olvidar que al día siguiente volvería a casa de los Dursley. • • • Cuando a la mañana siguiente el expreso de Hogwarts salió de la estación, Hermione dio a Ron y a Harry una sorprendente noticia: —Esta mañana, antes del desayuno, he ido a ver a la profesora McGonagall. He decidido dejar los Estudios Muggles. —¡Pero aprobaste el examen con un treinta y dos sobre diez! —Lo sé —suspiró Hermione—. Pero no puedo soportar otro año como éste. El giratiempo me estaba volviendo loca. Lo he devuelto. Sin los Estudios Muggles y sin Adivinación, volveré a tener un horario normal. —Todavía no puedo creer que no nos dijeras nada —dijo Ron resentido—. Se supone que somos tus amigos. —Prometí que no se lo contaría a nadie —dijo gravemente. Se volvió para observar a Harry, que veía cómo desaparecía Hogwarts detrás de una montaña. Pasarían dos meses enteros antes de volver a verlo—. Alégrate, Harry —dijo Hermione con tristeza. —Estoy bien —repuso Harry de inmediato—. Pensaba en las vacaciones. —Sí, yo también he estado pensando en ellas —dijo Ron—. Harry, tienes que venir a pasar unos días con nosotros. Lo comentaré con mis padres y te llamaré. Ya sé cómo utilizar el felétono. —El teléfono, Ron —le corrigió Hermione—. La verdad, deberías coger Estudios Muggles el próximo curso… Ron no le hizo caso. —¡Este verano son los Mundiales de quidditch! ¿Qué dices a eso, Harry? Ven y ebookelo.com - Página 270
  • 271. quédate con nosotros. Iremos a verlos. Mi padre normalmente consigue entradas en el trabajo. La proposición alegró mucho a Harry. —Sí… Apuesto a que los Dursley estarán encantados de dejarme ir… Especialmente después de lo que le hice a tía Marge… Mucho más contento, Harry jugó con Ron y Hermione varias manos de naipes explosivos, y cuando llegó la bruja con el carrito del té, compró un montón de cosas de comer, aunque nada que contuviera chocolate. Pero fue a media tarde cuando apareció lo que lo puso de verdad contento… —Harry —dijo Hermione de repente, mirando por encima del hombro de él—, ¿qué es eso de ahí fuera? Harry se volvió a mirar. Algo muy pequeño y gris aparecía y desaparecía al otro lado del cristal. Se levantó para ver mejor y distinguió una pequeña lechuza que llevaba una carta demasiado grande para ella. La lechuza era tan pequeña que iba por el aire dando tumbos a causa del viento que levantaba el tren. Harry bajó la ventanilla rápidamente, alargó el brazo y la cogió. Parecía una snitch cubierta de plumas. La introdujo en el vagón con mucho cuidado. La lechuza dejó caer la carta sobre el asiento de Harry y comenzó a zumbar por el compartimento, contenta de haber cumplido su misión. Hedwig dio un picotazo al aire con digna actitud de censura. Crookshanks se incorporó en el asiento, persiguiendo con sus grandes ojos amarillos a la lechuza. Al notarlo, Ron la cogió para protegerla. Harry recogió la carta. Iba dirigida a él. La abrió y gritó: —¡Es de Sirius! —¿Qué? —exclamaron Ron y Hermione, emocionados—. ¡Léela en voz alta! Querido Harry: Espero que recibas esta carta antes de llegar a casa de tus tíos. No sé si ellos están habituados al correo por lechuza. Buckbeak y yo estamos escondidos. No te diré dónde por si ésta cae en malas manos. Tengo dudas acerca de la fiabilidad de la lechuza, pero es la mejor que pude hallar, y parecía deseosa de acometer esta misión. Creo que los dementores siguen buscándome, pero no podrán encontrarme. Estoy pensando en dejarme ver por algún muggle a mucha distancia de Hogwarts, para que relajen la vigilancia en el castillo. Hay algo que no llegué a contarte durante nuestro breve encuentro: fui yo quien te envió la Saeta de Fuego. —¡Ja! —exclamó Hermione, triunfante—. ¿Lo veis? ¡Os dije que era de él! —Sí, pero él no la había gafado, ¿verdad? —observó Ron—. ¡Ay! La pequeña lechuza, que daba grititos de alegría en su mano, le había picado en un dedo de manera al parecer afectuosa. ebookelo.com - Página 271
  • 272. Crookshanks llevó el envío a la oficina de correos. Utilicé tu nombre, pero les dije que cogieran el oro de la cámara de Gringotts número 711, la mía. Por favor, considéralo como el regalo que mereces que te haga tu padrino por cumplir trece años. También me gustaría disculparme por el susto que creo que te di aquella noche del año pasado cuando abandonaste la casa de tu tío. Sólo quería verte antes de comenzar mi viaje hacia el norte. Pero creo que te alarmaste al verme. Te envío en la carta algo que espero que te haga disfrutar más el próximo curso en Hogwarts. Si alguna vez me necesitas, comunícamelo. Tu lechuza me encontrará. Volveré a escribirte pronto. Sirius Harry miró impaciente dentro del sobre. Había otro pergamino. Lo leyó rápidamente, y se sintió tan contento y reconfortado como si se hubiera tomado de un trago una botella de cerveza de mantequilla. Yo, Sirius Black, padrino de Harry Potter, autorizo por la presente a mi ahijado a visitar Hogsmeade los fines de semana. —Esto le bastará a Dumbledore —dijo Harry contento. Volvió a mirar la carta de Sirius—. ¡Un momento! ¡Hay una posdata…! He pensado que a tu amigo Ron tal vez le guste esta lechuza, ya que por mi culpa se ha quedado sin rata. Ron abrió los ojos de par en par. La pequeña lechuza seguía gimiendo de emoción. —¿Quedármela? —preguntó dubitativo. La miró muy de cerca durante un momento, y luego, para sorpresa de Harry y Hermione, se la acercó a Crookshanks para que la olfatease. —¿Qué te parece? —preguntó Ron al gato—. ¿Es una lechuza de verdad? Crookshanks ronroneó. —Es suficiente —dijo Ron contento—. Me la quedo. Harry leyó y releyó la carta de Sirius durante todo el trayecto hasta la estación de King’s Cross. Todavía la apretaba en la mano cuando él, Ron y Hermione atravesaron la barrera del andén nueve y tres cuartos. Harry localizó enseguida a tío Vernon. Estaba de pie, a buena distancia de los padres de Ron, mirándolos con recelo. Y cuando la señora Weasley abrazó a Harry, confirmó sus peores suposiciones sobre ellos. —¡Te llamaré por los Mundiales! —gritó Ron a Harry, al despedirse de ellos. ebookelo.com - Página 272
  • 273. Luego él volvió hacia tío Vernon el carrito en que llevaba el baúl y la jaula de Hedwig. Su tío lo saludó de la manera habitual. —¿Qué es eso? —gruñó, mirando el sobre que Harry apretaba en la mano—. Si es otro impreso para que lo firme, ya tienes otra… —No lo es —dijo Harry con alegría—. Es una carta de mi padrino. —¿Padrino? —farfulló tío Vernon—. Tú no tienes padrino. —Sí lo tengo —dijo Harry de inmediato—. Era el mejor amigo de mis padres. Está condenado por asesinato, pero se ha escapado de la prisión de los brujos y ahora se halla escondido. Sin embargo, le gusta mantener el contacto conmigo… Estar al corriente de mis cosas… Comprobar que soy feliz… Y sonriendo ampliamente al ver la expresión de terror que se había dibujado en el rostro de tío Vernon, Harry se dirigió a la salida de la estación, con Hedwig dando picotazos delante de él, para pasar un verano que probablemente sería mucho mejor que el anterior. ebookelo.com - Página 273
  • 276. JOANNE KATHLEEN ROWLING. Escritora escocesa, conocida principalmente por su serie de libros juveniles protagonizados por Harry Potter, verdadero fenómeno literario a nivel mundial que ha conseguido vender más de 400 millones de ejemplares, siendo traducida a más de 20 idiomas. Rowling estudió filología clásica y francés, trabajando como investigadora y secretaria para Amnistía Internacional antes de trabajar en Portugal como profesora de inglés en 1992. Tras un corto matrimonio volvió a Edimburgo con su hija, sin empleo y en una situación ciertamente preocupante. Durante este periodo, Rowling terminó su primer libro de la serie, Harry Potter y la piedra filosofal, manuscrito que fue presentado sin éxito a numerosas editoriales hasta que Bloomsbury decidió publicarlo. Tras el éxito, basado en el boca a boca, del libro, Rowling recibió una beca y un año después el libro comenzó a venderse en EEUU. A partir del segundo libro, Harry Potter y la cámara secreta, el éxito de sus historias creció de manera exponencial, alcanzando con sus obras los puestos más altos de las listas de ventas en prácticamente todo el mundo. Pocos años después, las novelas de Harry Potter comenzaron a ser adaptadas al cine con gran éxito gracias a directores como Chris Columbus, Mike Newell o Alfonso Cuarón. Mientras tanto, Rowling recibió numerosos galardones como el Andersen, varios Honoris Causa, el Príncipe de Asturias de la Concordia e incluso la Legión de Honor francesa. ebookelo.com - Página 276
  • 277. Tras la publicación del último libro de la serie, Harry Potter y las reliquias de la muerte, Rowling ha publicado varios libros en el mismo universo, siempre a título benéfico, como el caso de Los cuentos de Beedle el Bardo. En la actualidad Rowling no ha aclarado sus intenciones literarias en el futuro y disfruta de su éxito realizando numerosos actos benéficos, conferencias e intervenciones a favor de la lectura. ebookelo.com - Página 277