EL FACTOR COMÚN DE ESTA EMOTIVA
COLECCIÓN DE CUENTOS DEL
ESCRITOR HÉCTOR HIDALGO, RADICA
EN EL RESGUARDO Y PROTECCIÓN
DE LOS ANIMALES.ASf COMO EN LA
INTERACCIÓN DE ESTOS, EN MUCHOS
DE LOS CASOS EXPUESTOS, CON LOS
SERES HUMANOS EN AQUELLA
MUTUA NECESIDAD DE RESPETO,.
AMOR Y LIBERTAD QUE LOS LIGA.
HÉCTOR HIDALGO ESUN PROLÍFICO
AUTOR DE NOVELAS, CUENTOS Y
POESÍA INFANTIL. EN EDICIONES SM
HA PUBLICADO LAS OBRAS LA
MUJER DE GOMA, RECETA PARA
ESPANTAR LA TRISTEZA, EL PINO
EN LA COLINAY OTROS CUENTOS,
LA LAGUNA DE LOS COIPOS Y
CUENTOS MÁGICOS DEL SUR DEL
MUNDO.
A PARTIR DE 9AÑOS
u
Dirección editorial: Rodolfo Hidalgo Caprile
Coordinación editorial: Sergio Tanhnuz Peña
Ilustraciones y cutierta Andrés Jullian
© Héctor Hidalgo
© Ediciones SM Chile S.A.
Pedro de Valdivia 555. piso 11. Providencia, Santiago.
ISBN: 978-956-264-471-6
Depósito legal: N° 163.618
Primera edición: agosto de 2007, 2.000 ejemplares.
Impresión: Imprenta Salesianos S.A.
General Gana 1486, Santiago
IMPRESO EN CHILE / PR/NTED IN CHILE
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por escrito de los titulares del copyright.
índice
Las toninas
Morgan, un perro callejero
Las muías de Nicolás Palermo
Rebelión en el zoológico
El misterioso caso del piso 21:
Notas de un diario de vida
La bruja de los cien gatos
El caballo Manolo
Max y Betsy,
dos ratas de laboratorio
El pavo Jacinto
¡Lhgó el circo!
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15
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51
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101
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Las toninas
Artículo 1:
Todos los animales nacen iguales ante la
vida y tienen los mismos derechos a¡a
existencia.
LAS TONINAS saltaban traviesas sobre
el lomo del mar encrespado del canal
de Chacao y la espuma de las aguas
en movimiento acariciaba su piel lisa y
brillante, creándose así la sensación de
que estaban hechas de una especie de
goma fina y compacta. Seveían muy ele-
gantes con su traje oscuro y con toques
pardos en la parte ventral. Eran cinco
toninas nadando en columna y saltando
al mismo tiempo, como si estuvieran
representando un número acrobático
para una exhibición en un acuario. Las
toninas tomaban todo el aire que les
permitían sus pulmones, ya adaptados
al agua, para íuego zambullirse por una
larga e increíble hora.
¿Cómo lo hacen para no ahogarse
si son mamíferos y no peces? Se podría
decir que son ballenas muy pequeñas,
aunque mucho más estilizadas, jugue-
tonas, livianas e incomparablemente
amistosas: son los delfines chilenos.
A veces, las toninas se acercaban
temerariamente a los grandes transbor-
dadores que cruzaban desde Pargua a
Chacao, en el punto de iniciode lagran
isla de Chiloé.Lomismo hacían los lobos
marinos, que se consumían mostrando
su lomo redondeado hasta perderse en
las profundidades del mar.
Las gaviotas acechaban tras una
buena pesca y no faltaba la bandada de
patos que cruzaba el mar en direccióna
las islas, antes de que el escaso veranose
fuera de la región.Las toninas vigilaban
a los cardúmenes de peces pequeños
que zigzagueaban de un punto a otro.
Cómo les gustaba agitar las sabrosas
manchas de diminutos peces, que más
parecían plumillas balanceadas por el
viento que seres en plena actividad de
supervivencia, para después regresar a
sus saltos hasta la llegada de lanoche en
la inmensidad del mar sureño. Ese mar
incontenible, oscuro, rumoroso y agi-
tado como si fuera una sopa hirviendo
en una olla gigantesca bajo las estrellas,
en un cielo frío y limpio, sólo cubierto
con nubes pasajeras. Qué grata era la
vida en esas llanuras de aguas saladas
y horizonte cortado por la gran isla de
Chiloé.
Una noche, cuando las toninas se
aprestaban para echar una pestañada,
divisaron muy a lo lejos un extraordi-
nario resplandor en el cielo. Era como
los fuegos artificiales que lanzan los
transatlánticos en noches festivas. Ellas
habían visto tantas veces luminarias
parecidas desgranadas en loscielosnoc-
turnos, en medio de la bullade los seres
humanos que bailaban en la cubierta
de las grandes naves. Pero esta vez no
eran esas luces las que creaban formas
coloridas en el espacio, sino una lumi-
nosidad extraña, como un árbol de luz
que desprendía sus ramas encendidas y
provocaba una verdadera conmoción en
quien observaba.Estoocurría una y otra
vez, en intermitencias preocupantes.
Con el agudo chillido que las ca-
racteriza se comunicaron rápidamente
y dos de las cinco amigas toninas par-
tieron a investigar el significado de las
misteriosas luminarias lanzadas al es-
pacio en forma tan regular.Entendieron
que alguien quería entregar una señal,
un mensaje que se comprendiera a la
distancia. ¿Pero, qué sería? Las toninas
exploradoras navegaron rápido, como
solo el?as lo suelen hacer. En el trayec-
to no se entretuvieron en nada, iban
con sus ojillos prácticamente cerrados,
siempre apuntando hacia el torrente
de luces que se diseminaba en el cielo
solitario con explosiones escandalosas,
iluminando grandes paños de mar aún
noconquistado.
En el trayectose toparon conmuchos
peces de apariencia bastante extraña.
Flotaban sobre la superficie y estaban
embadurnados con una sustancia olea-
ginosa y pestilente.¿Acaso estaban ante
un misterioso veneno? ¿De dónde pro-
vendría tal daño, inusual en un océano
siempre en paz? Eran cientos los peces
que, presos de esa sustancia oscura y
siniestra, se debatían entre la vida y la
muerte. Algunos ya no se movían. Las
toninas exploradoras emitieron un so-
nido, mezcla de chillido y silbido, que
se extendió a través de la noche, esa
noche tan tenebrosa. ¿Cuánta distancia
recorrieron esos mensajes? ¿Llegaríanal
resto de las toninas que esperaban noti-
cias de sus amigas? Nadie lo supo.
Las toninas exploradoras ahorraron
la mayor cantidad de oxígeno que pu-
dieron para avanzar bajo los peligros
que avistaron en la superficie. Media
hora o un poco más viajaron bajo el mar
para investigar, siempre dirigiéndose
hacia el punto desde donde surgían las
luminarias, de las que ya no dudaban de
su significado: alguien estaba pidiendo
ayuda. Cuando ya casi no les quedaba
aire en sus pulmones, emergieron para
ver qué pasaba y si ya habían llegado a
destino. Pero lo único que encontraron
en la superficie fue una mancha oscura y
brillante bajo la luz de la luna. También
vieron un enorme barco hundiéndose
irremediablemente y muchos seres hu-
manos enbotes, alejándose rápidamente
del lugar. Del barco se desprendía un
líquido oscuro y pestilente; era el ve-
neno que mataba a los peces. Debían
actuar con la mayorrapidez. Loque más
importaba era avisar a los demás peces
para que no se acercaran al lugar de la
muerte. Pero cuando quisieron tomar
oxígeno para poder nadar en las pro-
fundidades, sintieron que sus pulmones
iban a reventar y que estaban nadando
en aguas peligrosas, Con gran esfuerzo
bajaron a las profundidades y nadaron
en dirección contraria. En el camino
fueron avisando a los peces y lobos ma-
rinos para que retrocedieran, a otros los
trataron de ayudar empujándolos para
que se alejaran; esos peces que apenas
aleteaban estaban embadurnados con
la sustancia oleaginosa que surgía del
barco. Aspiraron aire y sintieron que
tragaban un chorro de agua envenena-
da. Bajaron con dificultad y sintieron
11
que casi no les quedaban fuerzas para
seguir avanzando, pero debían llegar
donde sus amigas toninas y alertarlas
del peligro que les esperaba si seguían
nadando por esos lugares. Avanzaron
con gran dificultad, muy juntas, apo-
yándose mutuamente. Se sintieron
mareadas, con un fuego recorriéndoles
las entrañas, sin fuerzas y, finalmente,
se dejaron llevar por la corriente de las
aguas, lentamente, para emerger sin
mucho control de sus cuerpos.Alsalir a
la superficiequisieron emitirpor última
vez ese chillido agudo, el que se pudo
oír, con gran dificultad, en medio de la
noche. Después se quedaron quietas
sobre la superficie, como tantos peces
muertos que encontraron en elcamino.
Cerraron los ojos en espera de lo peor.
Estaban tan débiles que no sintieron
a tres toninas que lasempujaron de nue-
vo alas profundidades y lasarrastraron
fuera del peligro de las aguas envene-
nadas. Nadaron con ellas toda la noche
rumbo a los canales de las islas del
archipiélago. A la mañana siguiente ya
12
estaban las cincotoninas recuperándose,
dispuestas a regresar a sus saltos yjue-
gos. Esa noche sintieron un gran alivio,
pues en el cielo estrellado no divisaron
ninguna de esas extrañas luces, las que
ya no asociarían a las fiestas que se da-
ban en la cubierta de las grandes naves
donde los seres humanos bailabancon
despreocupada alegría.
Morgan, un perro callejero
Articulo 2:
Todo animal tiene derechoal respeto.
El hombre, en tanto que espede animal,
no puede atribuirse el derecho de
exterminar a otros animales o de
explotarlos violando ese derecho.Tiene la
obligación de poner sus conocimientos al
servicio de los animales. Todos los animales
tienen derechoa la atención, a los cuidados
y a la protección del hombre.
El PERRO MORGAN ladeaba la ca-
beza para observar al gordo zapatero
remendón. Gemía y movía la cola, pero
ante el primer murmullo de José, el
zapatero, salía disparado a ocultarse
en la acera opuesta del taller. Eso sí,
lo hacía tan sólo con tres de sus cuatro
patas, pues la izquierda delantera era
más corta que el resto, por lo que no la
usaba y pretería dejarla colgando. Más
de alguien podría haber pensado que la
15
cojera había sido producto de un atro-
pello, pero no, el perro había nacido así,
contrahecho, cojo.
Morgan había sido criado en el glo-
rioso barrio Franklin, a muy poca dis-
tancia del matadero y de las populares
ferias persas o ferias de las pulgas insta-
ladas en las cercanías de la calleBiobío,
del viejo Santiago centro-sur. Estebarrio
convocaba a mucha gente, que llegaba
por allí especialmente los fines de se-
mana, en busca de objetos usadoscomo
revistas, libros, lámparas de velador a
buen precio, discos de vinilo al rescate
de recuerdos de años mejores,aparatos
de radio a tubos (ideales para adornar
una sala de estar), herramientaspara el
jardín a un valor más que conveniente
y cuanto cachureo existe; claro,también
arribaban allí por las verduras, las car-
nes y el pescado fresco ofrecido en los
puestos típicos del barrio Matadero,,
contiguo a la feria persa.
El nombrecon que se conocía a Mor-
gan se originó una ocasión en que fue
a dar un paseo por la plazuela Placer,
16
que queda en las cercanías del barrio
Franklin. Aquel día, un niño que ju-
gaba por allí empezó a llamarlo de un
modo muy distinto (apropósito, nunca
lo habían llamado de ninguna manera.
Simplemente le decían ¡ándate perro!,
para que se hiciera humo):
—Morgan, Morgan, pata de palo,
pirata de los siete mares, Morgan. Mor-
gan, ven acá —repitió el niño.
Al perro le gustaron esos sonidos,
por lo que se acercó al muchacho, de
quien recibió de inmediato una caricia
sobre ellomo y después un buen pedazo
de pan.
A partir de aquel día, lo empezaron
a llamar Pirata Morgan.Pero élno podía
saber que el apelativo "Pirata Morgan"
había pertenecido a un famoso pirata
aventurero que lucía un vistoso parche
en el ojo.Además del parche, tenía una
pata de palo y siempre cargaba un loro
sobre su hombro. Todo lo propio de
las románticas aventuras de los piratas
dueños de los mares existentes. Sin
embargo, el perro parecía sentirse muy
17
a gusto con tal apelativo, pues era la
primera vez en toda su vida que alguien
lo llamaba de un modo específico, y
nunca estuvo en su conocimiento que
ese nombre tuviera relación con su con-
dición de perro lisiado... ¿Yqué saben
losperros de cuanto selespueda ocurrir
a laspersonas respectode sucondición?
Como fuera, la gente no se llevaba bien
con el perro Morgan, seguramente por-
que lo consideraban un típico animal
callejero.
Una tarde, Morgan emprendió
una de sus usuales correrías por el
barrio. Por supuesto que comenzó por
la carnicería de don Ramiro y, como
siempre, un duro hueso rebotó sobre
su espinazo. En la huida alcanzó a
escuchar la acostumbrada frase: "¡Án-
date, perro sarnoso!". Pero, a pesar
del dolor que el golpe del hueso le
provocó sobreel lomo,Morgan regresó
a recogerlo para degustarlo, sin impor-
tarle el improperio recibido. Después
se fue a la plaza para ver jugar a los
niños. Uno de ellos, quizás el mismo
18
que antes le había dado un trozo de
pan, lo llamó:
—Morgan, Morgan, Piratade losSie-
te Mares, ¿quieres un poco de helado?
A Morgan no le gustaban mucho
los helados, salvo los de chocolate,
pero para no herir los sentimientos del
niño, se acercó y cerrando los ojos, con
resignación, lamió el asqueroso helado
de vainilla.
Después se fue a visitar a su huma-
no preferido, aunque fuera el menos
popular de todos: José, el zapatero.
José era un hombre solitario y famoso
por su malhumor. Todo le molestaba y
cada cliente nuevo que llegaba con sus
zapatos para remendar, juraba que no
volvería a pisar el taller. Sin embargo,
siempre regresaban, pues la pericia de
José para arreglar zapatos sueltos, con
medias lunas en la planta o descosidos
en el empeine, era verdaderamente
incomparable: ¡Silos dejaba como nue-
vos!
Era una tarde curiosamentetranqui-
la, parecía que no volaba una mosca y.
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por la calle ni siquiera pasaban los au-
tomóviles. "Qué extraño que todo esté
tan quieto", se dijo para sí José enco-
giéndose de hombros, ya que sihubiera
pronunciado alguna palabra se le ha-
brían caído las tachuelas que mantenía
apretadas en loslabios, desde donde las
elegía una a una, para después, con un
certero golpe, fijarlas en la suela de los
zapatos mandados a remendar.
—Ponerle Morgan a un perro re-
sulta muy tonto, porque se están bur-
lando de él. Pero como se trata de un
animal callejero, que no posee dueño
reconocido, no merece tener siquiera
nombre—, refunfuñó José muy malhu-
morado, fijando sus ojos cansados en
la calle. Allí en la vereda de enfrente, el
perro Morgan parado en sus tres patas
buenas, con sus ancas descansando en
el suelo y moviendo permanentemente
la cola, esperaba un mínimo gesto del
zapatero.
Pero José no reparó en las señales
amistosas del perro, puesto que ines-
peradamente se sintió tan agotado que
dejó caer su cabeza sobre elpecho, como
si le viniera un gran deseo de dormir.
Pensó que aquello no era mala idea,
que recuperaría fuerzas y así termina-
ría antes de que acabara la tarde con la
compostura del calzado, que lo tenía
tan empeñado. El zapatero sintió tanto
sueño, que no percibió dolor alguno
cuando se le soltó el martillo sobre uno
de sus pies.
El perro comprendió que existía en
el ambiente un peligro inminente. Por
eso decidió cruzar la calle para ver qué
estaba sucediendo. Cuando entró al ta-
ller, vio que en el piso reinaba el desor-
den más espantoso. Observó alanciano,
que estaba tirado en elsuelo yrespiraba
apenas, de un modo muy preocupante,
pues de su pecho surgía un ronquido
sobrecogedor. Elperro presintió que no
se trataba de una de sus típicas siestas.
Morgan sabía que las personas suelen
dormitar en los sillones, pero jamás enel
suelo, salvo que les haya pasado algo.
Lo importante era buscar ayuda y
rápida, por eso Morgan corrió por la
calle. Lo más difícil sería dar a entender
a la gente que el anciano zapatero estaba
en peligro. Esto le preocupaba porque
nadie lo tomaba en serio y lo único que
recibía eran burlas bastante crueles por
su cojera y, lopeor, porque era un perro
sin dueño.
El primer intento de comunicación
tuvo lugar en la tienda de verduras y
frutos del país de don Pablo Acevedo,
pero de inmediato viovolar una cebolla
que casi da en sus costillas. Después,
buscando mejor fortuna, se fue a la pe-
luquería de laseñora Carmen, donde rá-
pidamente un escobazo lo ahuyentósin
siquiera darle la oportunidad de meter
la nariz en el salón de los secadores.
¿Y qué tal si iba donde elcarnicero?
Reconocía que no tenía apetito y sile lan-
zaba un hueso noleharía ninguna gracia.
Igual, lo intentaría todo por el zapatero.
De inmediato sintió un desagradable
ardor en el lomo, porque el carnicero le
había dado de lleno sobre su recurrida
anatomía. Un hueso cortado con sierra
eléctrica, es decir,filudo y dañino, había
caído sobre su cuerpo.
Con tantos esfuerzos frustrados y
sintiéndose visiblementeangustiado,
el perro se fue a la plazuela Placer. Ahí
hallaría a alguien que pudiera auxiliar
al zapatero José. En el lugar se encon-
tró con varios niños que conversaban
animadamente sentados en un escaño
de hierro. Morgan, decidido, agachó
las orejas y esperando la peor de las
pedradas sobre su lomo, se acercó a los
niños con la intención de pedir ayuda.
Cuando el perro pensaba que todo se
le estaba pintando con colores difíciles,
uno de los niños lo reconocióy lo llamó
con simpatía.
—Morgan, ¿qué haces por estos la-
dos? ¿Tegustó el helado de vainilla del
otro día?
El perro hizo un gesto de asco que el
niño no reconocióy después levantósus
patas delanteras y se las restregó para
tratar de que le entendiera su mensaje.
—¿Tienes una espina en la pata?
¿Quieres que te la saque?—dijo el niño,
tratando de adivinar lo que el perro le
24
quería comunicar.
Cuando el perro vio que nada daba
resultado, se puso boca arriba y estiró
una de las patas que tenía buena, imi-
tando con ese gesto a alguien que se está
muriendo...
—¿Quieres que te hagamos cosqui-
llas? —le preguntó otro de los niños,
muy entretenido con lo que sucedía.
Pero eso estaba bastante alejado de lo
que el animal le quería decir.
—No. Esperen. Morgan nos quiere
comunicar algo—insistió el niño del he-
lado de vainilla, que se notaba conocía
bastante bien al perro.
Entonces, Morgan tomó confianza
y le lamió un zapato; después se puso
boca arriba y simuló un ataque, tal vez
pensando en !o tonta que era la gente,
que nunca entendía nada.
—¿Zapatos? —murmuró el mismo
niño con cara de pregunta.
—¿Te pegaron un zapatazo? Tre-
menda novedad —dijo otro de los niños
soltando una carcajada.
El perro volvió a lamer un zapato,
esta vez perteneciente al niño que recién
se estaba burlando de él. Enseguida,
gimió, agitó ¡a cola e incitó a los niños
para que losiguieran.
—Estoy seguro de que Morgan nos
quiere comunicaralgo importante. Sigá-
moslo —volvió a la carga el niño del he-
lado de vainilla y todos partieron detrás
del perro que, corriendo, se volvía para
mirarlos y gemía con teatral agitación.
Los niños cruzaron un par de calles
hasta que llegaron a la esquina donde
estaba el taller del zapatero, siempre
yendo detrás de Morgan. Cuando el
perro se detuvo frente a la puerta del
taller de José y comenzó a aullar como
si fuera un lobo que veía la luna llena,
los niños se animaron a cruzar la calle y
a entrar al taller. Cuál sería su sorpresa
cuando encontraron al anciano remen-
dón de calzado, tirado en el suelo y
emitiendo ronquidos tan extrañoscorno
preocupantes. Los niños corrieron en
busca de ayuda yno pasó mucho tiempo
cuando llegóuna ambulancia y se llevó
al zapatero, mientras el perro Morgan,
26
desde una distancia controlada, movía
la cola y no se perdía detalle de lo que
sucedía.
Pasaron varios días luego de aquel
suceso y Morgan gemía y gemía cerca
de la puerta del taller de calzado de José,
quizás presintiendo lo peor. Hasta que
una mañana, vio que el zapatero José
abría la puerta del tallery como si nada,
reanudaba su trabajo. Feliz, el perro
cruzó la calle y sin resistirlo, se acercóal
viejo José. No le importó el riesgo de su
acción —pues podría ganarse un insulto
o un golpe, como era la costumbre—,
y no se equivocó, porque el zapatero,
sonriendo con amistad, lo llamó para
que se acercara:
—Morgan, Morgan,perdóname por
mi estúpida actitud. Supe que me sal-
vaste la vida y te lo agradeceré siempre.
Ven, no te alejes. ¿Sabrás perdonar a un
viejo que comete errores impulsado por
la soledad? Mira, como sabía que te en-
contraría por acá,rondando como siem-
pre, te traje un hueso con un poco de
carne y piara mí, un rico pan con quesov
27
un termo con café. ¿Desayunemos,Mor-
gan? Hoy trabajaré contento y después
te quiero invitar a mi casa. No es gran
cosa, pero allá tengo una frazada vieja
donde podrás dormir cómodamente y
110 en la calle, como acostumbras.
Morgan pareció entender todo sólo
distinguiendo los movimientosy gestos
del viejo zapatero. Elperro permaneció
en el taller por elresto del día escuchan-
do las historias de José, quien no paraba
de hablar y de saludar con desacostum-
brada simpatía a su cuéntela.Morganlo
esperó pacientemente, porque aquella
noche dormiría por primera vez en una
casa cobijado con una tibia frazada.
Entendió que a partir de ese día había
sido invitado a compartir la vida nada
menos que con su humanopreferido,el
viejo zapatero José.
28
Las muías de Nicolás Palermo
Artículo 3:
Ningún animal será sometido a malos
tratos ni a actos crueles. Si es necesaria
la muerte de un animal, ésta debe ser ins-
tantánea, indolora y nogeneradora
de angustia.
BUENAS MULAS tenía NicolásPa-
lermo. Según él, las mejores de la mon-
taña. Tantolas quería que hasta les puso
nombres y, según contaba el fantasioso
arriero, los animales entendían todo
cuanto él les conversaba/Cada cual con
lo suyo, ya que las muías estaban obli-
gadas a escucharlo y él, como no tenía
con quién hablar,siempre metidoen las
montañas, se las arreglaba para tenerlas
como compañeras de su interminable
parloteo. La verdad es que gracias a las
muías el arriero jamás estaba estricta-
mente solo. Nicolás Palermo conside-
raba que Aurora, Lagartija, Orejandray
29
Chuchoca eran la mejor compañía a la
que alguienpudiera aspirar. Y, atención,
que tales nombres no estaban puestos
al azar. Nada de eso. Todos tenían su
razón de ser. Losarrieros tomabanpalco
cuando escuchabana don Nico explicar
el sentido de los nombres con que bau-
tizó a sus queridas muías.
Recordemos lo que sucedió una
mañana en la cordillera, cuando unos
arrieros amigos le preguntaron sobre
el origen de aquellos nombres tan cu-
riosos:
—Aurora, mi mulita linda —con-
testó Nicolás dirigiéndose a su muía
mientras le acariciaba un mechónnegro
que se le venía a los ojos. Entonces la
muía le regalaba un pequeño rebuzno,
tan chiquitito como si fuera un mugido
de satisfacción—. A ella, la más bella
—continuó NicolásPalermo—, la llamo
así, porque naciódurante la aurora más
limpia y fría de los amaneceres cordi-
lleranos.
—¿Y Lagartija? —preguntaron dos
arrieros amigos hablando a la vez,
30
entretenidos a pesar de que conocían
la respuesta, tantas veces repetida por
Nicolás.
—¿Acaso no le ven las manchas
pardas que tiene sobre el lomo? Son las
mismas de las lagartijas que duermen en
las piedras calientes de los montes.
—¿Y Orejandra?Esesiesun nombre
extraño pues, don Nico.
—¿Cómo que extraño?—y letapaba
teatralmente las orejas a la muía para
que no se ofendiera—. Ustedes saben
que yo tengo un hijo llamado Alejan-
dro, ¿no es así? Y me gusta mucho ese
nombre. Pues en honor a mi hijo y, por
supuesto, a las largas orejas de mi muía,
fue que le puse Orejandra.
Nicolás esperó que los arrieros de-
jaran de reír para soltarle las orejas tan
iargas que poseía la muía, pues de ese
modo ella no se enteraría de las bromas
que los arrieros hacían a su costa; así
era de delicado Nicolás Palermo con su
recua.
—¿Y Chuchoca, don Nico?¿Y Chu-
choca? ¿No me va a decir que ese es un
31
nombre digno para una muía? —recla-
mó entretenido uno de sus amigos de
la montaña.
—Sólo le puse así por chiste.Dígan-
me si no es cómica la palabrachuchoca.
Cada vez que la pronuncio, no sé por
qué me da una tentación de risa. Como
esta muía es tan divertida, tanjuguetona
y risueña, lepuse Chuchoca.Cuando la
llamo así y le digo "Chuchoca, Chucho-
quita", me vuelve la risa y me celebra
todas mis tonteras, pobre inocente.
—¡Vamos niñas que hay que traba-
jar!
Y saludando a sus amigos, quienes
no dejaban de reír, partió el arriero
silbando alegre, seguido de sus muías
regalonas.
En unos pastizales ubicados entre
las montañas estaban los caballos que
él estaba encargado de cuidar.Nicolás
Palermo permanecería con elios unos
cuantos días, para después bajar con la
tropilla. Lindotrabajo e!suyoy para rea-
lizarlo jamás abandonaba a sus muías.
Las cargaba con el alimento, la colcho-
32
neta, la carpa y todos los utensilios para
cocinar, además de los cobertores nece-
sarios para acampar por unos días.
Era un viaje como otros, cuya misión
consistía en cuidar a los caballos para
que se alimentaran a su regalado gusto.
Todo marchaba bien aquella mañana.
Peñascales solitarios, viento refrescante
de la cordillera y cielos limpios, sólo
visitados por los cóndores, que desde
muy lejoshacían círculos parsimoniosos
en medio de ese cielo azul profundo.
Era un día perfecto para elviaje. Nicolás
Palermo, que se sabía todas las rutas
para encaramarse por las montañas,
iba tranquilo. Sin embargo, los montes
siempre revisten peligros que losarrie-
rosjamáspodrán sobrellevar fácilmente
sino permanecen atentos a las sorpresas
que lespueden deparar esas rutas escar-
padas. Tal vez por eso Nicolás previno
a sus muías:
—Eh, muchachas, por aquí hay que
pisar con mucho cuidado.
Los animales iban a paso lento por
el borde de una profunda garganta.El
33
f-oera estrecho y gredoso,atravesa-
do de vez en cuando por pequeños hilos
de agua de vertientes que formaban
peligrosas pozas de barro resbaladizo.
Al fondo, el ronquido persistente de un
riachuelo anunciabala profundidad de
la quebrada, y alrededor, el canto de
los pájaros avivabaesa mañana, que no
debía ser para nada diferente a tantas
otras. Porque, según Nicolás Palermo,
nada sucedería si se tomaban todas las
precauciones del caso. Por lo demás, él
había atravesado tantas veces ese desfi-
ladero por elmismoborde yjamáshabía
pasado algo que pudiera lamentar.De
todas maneras, el arriero le guardabael
mayor de los respetos al lugar.
Pero, en un abrir y cerrar de ojos,la
muía Aurora, que siempre se quedaba
rezagada, pisó mal y resbaló, arras-
trando a las compañeras con las que
iba atada. Las demás muías afirmaron
las patas en el suelo pedregoso para no
irse montaña abajo con Aurora, mas el
cordel se cortó y la muía rodó pesada-
mente por el despeñadero. Susterribles
35
rebuznos se escuchaban a través de to-
das las montañas circundantes, asimis-
mo los gritos destemplados de Nicolás
Palermo, quien horrorizado miró hacia
el desfiladero y distinguió muy lejos,
abajo, a Aurora agitando sus patas y
emitiendo unos terribles rebuznos de
dolor. El arriero se tomó la cabeza con
ambas manos y comprendió que ya
nada sepodía hacer.Jamáspodría sacar
de allí a su regalona, que debía tener
graves fracturas.
Amarró al resto de sus muías a un
espino para que nada les pasara; las
pobres estaban aterrorizadas. Ensegui-
da anudó un largo cordel al tronco de
un robusto roble, se echó la escopeta a
la espalda y se deslizó montaña abajo.
Cuando llegójunto a la muía Aurora, se
percató de que el animal tenía las patas
delanteras quebradas, que lesangraba la
barriga y que sus ojos se habían puesto
vidriosos.
—Aurorita, Aurorita, no quiero ver-
te sufrir. Yano te podré sacar jamás de
este despeñadero, aunque me ayudaran
36
los helicópteros, además, estás toda
quebrada y sufriendo.
El animal, muy malherido, se estre-
mecía de dolor. Entonces, Nicolás Paler-
mo suspiró resignado, tomó la escopeta
y apuntó, mirando, por supuesto, hacia
otro lado, porque le costaba hacerse
cargo de una decisión tari terrible. Dos
disparos rompieron la quietud de las
montañas. Los pájaros salieron despa-
voridos en vuelo desesperado hacia los
cuatro puntos cardinales, y parecía que
hasta el río bajaba el tono de su perma-
nente ronquido para enterarse de qué
estaba sucediendo. Después, el arriero
cubrió a su muía con piedras y se quedó
sentado en el suelo, sin saber cuántorato
estuvo allí, paralizado y triste. Hasta
que decidió subir, afirmándose con el
cordel, para emprender en silencio el
regreso, pues ya no le quedaban ganas
de continuar su camino rumbo a los
pastizales de las montañas.
De su casa no lo sacó nadie durante
un buen tiempo. Los arrieros que lo
fueron a visitar notaron que su amigo
37
languidecía por la pena. Si continuaba
en tal estado, su propia vida se iría por
un despeñadero, tal corno Je ocurrió a
Aurora. Por lo tanto, había que reani-
marlo como fuera.
Y sucedió algo tan oportuno como
necesario. Un día, un arriero amigo de
Nicolás Palermo liego con la noticia de
que una de sus muías había muerto al
dar a luz a un pequeño que tenía una
mancha amarilla en la frente. Cuando
los demás arrieros escucharon lo que
les contaba el amigo, se miraron con
complicidad y tuvieron la misma idea.
Esperaron una semana para que elmuli-
to se afirmara y se lo llevaron, sindecirle
ni media palabra, a Nicolás Palermo.
Aquella vez, el viejo arriero miró al pe-
queño mulito y cuando notó que tenía
una manchaamarillaen la frente, con un
ánimo quelebrotó tan rápidamente que
a todos sorprendió, dijo al animal:
—Te llamarásJilguero,por lo peque-
ño que eres y, quién lo duda, por tu pin-
ta amarilla en la frente. Ya, Orejandra,
Lagartija y Chuchoca, acerqúense, no
38
deben seguir holgazaneando, de ahora
en adelantecuidarán a este mulito que
llevaremos a las montañas.
El pequeño Jilguero, al ver a las
muías corriódonde ellas y permaneció
rnuy quietoa su lado, esperando que le
dieran de comer. Las muías compren-
dieron su gesto, levantaron las orejas
y ío empujaron para que las siguiera.
Era la hora de la merienda y querían
compartirla con el nuevo miembro del
equipo.
39
Rebelión en el zoológico
Artículo 4:
Todo animal perteneciente a una especie
salvaje, tiene derecho a vivir libre en su
propio ambiente natural, terrestre, aéreo o
acuático y a reproducirse. Toda privación
de libertad, incluso aquella que tenga fines
educativos, es contraria a este derecho.
—tH, cara de mono, acércate —le
dijo la jirafa al simio del zoo, inclinando
su largo cuello hacia la jaula vecina.
—¿Por qué no me dejas tranquilo,
larguirucha? ¿De qué te sirve tener el
cuello tan largo si no hay ningún árbol
para ramonear? Tan sólo mira esos mu-
ros de cemento que te rodean.
—Por lo mismo, acércate.
El mono se rascó la nuca como solo
é!solía hacerlo y sintió extrnñeza de que
la jirafa lo tratara con tanta deferencia,
puesto que siempre lo había desprecia-
do. Jamás le dirigía siquiera una mira-
40
da. Ella no se rebajaba a tanto, mucho
menos cuando podía sufrir tortícolis si
bajaba demasiado la cabeza.
—Oye,jirafa, ¿tehas dado cuenta de
que estamos hablando ymás encima nos
entendemos? Bueno, no es que antes no
habláramos, tú hablabas en jirafín y los
tuyos te entendían...
—¡Y tú hablabas en morto-patín,ji,ji,
ji,ji,ji!—exclamó la jirafa estremeciendo
su cuello con una risa incontrolable.
—Qué chistosa. Pero, ¿por qué es-
tamos hablando y nos entendemos con
tanta claridad?
—Porquehoy ha sucedido algomági-
co. Todos los animales amanecimos ha-
blando. Ylo hacemos en un idioma que
nos permite entendernos plenamente.
Haz la prueba. Dirígete a la serpiente y
verás lo que sucede. ¿Te habías imagina-
do antes conversando conuna serpiente?
Vamos, cara de mono, anímate.
—No me digas cara de mono. Está
bien, igual lointentaré y espero riohacer
el ridículo con esto. Buenos días, señora
serpiente.
42
—¿Qué tienen de buenos, mata de
pelos? Me tienen encerrada en esta jaula
de vidrio como si yo fuera un pepinillo
en vinagre. Pregúntalealleón qué opina
sobre lo que nos pasa, que ese se cree el
jefe de todo.
—¿Es que estás enferma de la cabe-
za? ¿Cómo se te ocurre que voy a hablar
con él? ¿Y si se enoja?
—Haz la prueba, yo acabo de con-
versar con el famoso león y no me pasó
nada.
—Don Leo, ¿cómole va? —se animó
a decir e' mono, con timidez.
—Vaya qué pregunta más estúpida.
Aquí no le va a nadie. No sabes cómo
echo de menos dormitar en una prade-
ra. Estoy muerto de calor en este cajón
de cemento acompañado de los peores
olores que se te puedan ocurrir, aunque
sean míos.
El mono no quiso hacerle otras
preguntas, porque el escándalo que
tenían los pájaros casi no le dejaba es-
cuchar. Papagayos, choroyes, un pájaro
del paraíso, cacatúas, zorzales, diucas,
43
canarios de diversas especies y cuanto
animal alado existe, chocaba con deses-
peración contra las rejillas de susjaulas.
Con un coro destemplado gritaban:
—¡Queremos salir! ¡Queremos salir!
—¿No te lo dije, cara de mono? —
aprovechó para punzar lajirafa—. Cosas
mágicas están pasando. Sólo piensa en
lo siguiente: ¿Aquién se le ocurrehacer
un zoológico en un lugar como éste?, y
más encima tenernos encerrados para
que los niños maleducados nos lancen
el maní, ¡agh!, que yo tanto detesto. Sé
que a ti te vuelve loco el famoso maní,
pero, ¿dónde se ha visto a una jirafa
comiendo tanta cochinada? Incluso
caramelos de menta me han lanzado y
hasta un chicleconsabor a sandía. Sobre
mi delicado lomo han llegado las cosas
más increíbles. Y lo que me pegunto
todo el tiempo es cómo se les ocurrió
empinar este famoso zooen un estrecho
e incómodo cerro.
Todo esto sucedía una mañana calu-
rosa de verano, mientras las focas bus-
caban la sombra para no achicharrarse.
El oso polar movía la cabeza e incrédulo
deverse como estaba, optópor cerrar los
44
ojos y sumir su cuerpo en el agua. Las
cebras sentían sus piernas acalambradas
y soñaban con correr, aunque fuera por
unos cuantos metros, y lo peor de todo,
era que lo único que veían eran rejas y
más rejas.
—¡Queremos salir! ¡Queremos salir!
—se agregaron los cocodrilos, además
de un tímido pudú yhasta los cóndores,
con su voz ronca y seca.
Se había desatado una verdadera re-
belión en elzoo. Entonces,muy asustado,
el mono volvió a la jirafa y le consultó:
—¿Qué pasará con los animales?Se
ve que están enojadísimos.
—Muy sencillo, cabeza pequeña
que nada entiendes, y eso que todos
comentan que el hombre desciende de
ti. ¿Sabes?, hoy, antes de que lleguen
los guardias, las visitas y ¡uf!, también
el maní, nos fugaremos, ¿te enteras?
Entonces... ¿vienes?
—¿De verdad huirán?
—Sí. Así es. ¡Nos fugaremos! Rom-
peremos las jaulas y tomaremos la ca-
rretera que conduce al mar y cuando
llegxiemos allínos embarcaremos rumbo
a ]a bella África.
45
—¿Al África? ¿Ese lugar donde hay
árboles muy altos, lianas para trasladar-
se, ríos navegables y mucha fruta para
comer? No es mala idea.
—¡Al África, al África! Aunque tam-
bién me conformaría conlas selvas ama-
zónicas de Brasil —repitió un loro de
hermosas plumas tornasoladas, al que
siguieron con la escandalosa protesta los
choroyes, las cacatúas, los papagayos y
también varias tencas, capaces deimitar
cuanto sonido escuchan.
—¡Al África, al África! —contestaron
todos los animales, casi a coro.
Fue increíble. Los monos, conside-
rados los animales más escurridizos,
ágiles y hábiles, se encaramaron por
las rejas y, de un salto, quedaron libres
en los pasillos. Después empezaron a
abrir todas lasjaulas.Nadie supo cómo
se consiguieron las llaves. Para apurar
la liberación le pidieron a los animales
más fuertes que colaboraran.Poreso los
elefantes, los rinocerontes y hasta un
hipopótamo, empujaron las rejas hasta
que cedieron.
46
Muy temprano, durante aquellame-
morable mañana de verano, se vio una
fila interminable de animales salvajes
caminando por una calle que daba di-
recto a la carretera de la costa. Por su-
puesto que los últimoseran lastortugas,
acompañadas de los hipopótamos, que
se desplazaban pesadamente, como si
padecieran de pies planos. Elmás entu-
siasta de toda esa caravana era el mono,
que corría a campo traviesa adelantán-
dose a toda la comparsa de animales.
Por el camino no faltaron los caballos y
unas gordas vacas que saludaron desde
los potreros; también se vio a una gran
cantidad de gorriones, conejos y codor-
nices de los campos, que acompañaron
a los animales del zoo dándoles ánimo.
El mono, ciego de entusiasmo, no tuvo
ninguna duda de que estaba viviendoel
día más feliz de su existencia y que, de
seguro, tambiénel resto de losanimales
experimentaba el mismo sentimiento.
De pronto, el mono escuchó que al-
guien lo llamaba, y esa voz surgió con
tanta crudeza que pareció que se que-
48
r braban miles de vidrios sobre su cabeza,
produciendo un estruendo enloquece-
dor. Yla voz repetía con molestia:
—¡Eh, carade mono, acércate!¡Cara
de mono, ven, come maní! Cara de
mono, ¿cómo pmedes ser tan remolón?
¡Despierta!
Era un niño, que había interrumpido
el sueño más lindo que jamásun mono
pudo tener. Elsimio se acercóal peque-
ño, le mostró los dientes, se rascó la ca-
beza y tomó los maníes con desgano.
—Hic hic pronunció agradecido y
comió con desinterés el maní que tanto
le gustaba en otras oportunidades.
En una jaula contigua, la jirafa, en
silencio, abría con mucha dificultad
sus patas para poder recoger del sue-
lo una rainita de apio verde y jugoso,
pero por más que estiraba su largo
cuello, no la alcanzaba. Hay que tener
paciencia de hipopótamo para aguantar
todo esto, pareció decir el mono con un
par de hic hic pronunciados conmucha
desesperación.
El misterioso caso del piso21:
Notas de un diario de vida
Artículo 5:
Todo animal perteneciente a una especie
que viva tradicionalmente en el entorno
del hombre, tiene derecho a vivir y crecer
al ritmo y en las condiciones de vida y de
libertad que sean propias de su especie.
Toda modificación de dicho ritmo o dichas
condiciones quefuera impuesta por el
hombre confines mercantiles, es contraria
a dicho derecho.
Lunes 15 de marzo. 7:15AM
Amigo Diario, te cuento que hoy
muy temprano vi alsujetoportando dos
maletas cubiertas con un paño negro.
Es un hombre de piel amarillenta, de
edad mediana y escasa estatura, con ojos
rasgados,, comolos de los orientales.Al-
gunos vecinospiensan que es extranjero,
pero otros dicenque simplemente es un
tipo un poco achinado. Pero para elLeo
51
y para mí, e] misteriosohombredel piso
21 es simplemente el Chino.
El Chino vive un piso más arriba
que yo y, sin lugar a dudas, es un tipo
extraño y bastantesolitario, pues no se
le conocefamilia alguna ni amistad.Sé
que algo teje. Selo he dichotantasveces
a mi papá, pero él me responde que rne
invento historiaspolicialesporquepaso
viendo tele y me dice con malhumor
que, por lo demás, debo dejar tranquila
a la gente, que cada persona tienedere-
cho a vivir su vida. En cambio, mimamá
me escucha con atención; estoy seguro
de que lo hace no porque le preocupe
el Chino, sino por su instinto demamá:
ella escucha y evalúa por si hay algún
peligro para rní. Por eso mi mamá le
reprocha al papá diciéndole que siempre
hay que escuchar lo que los niños dicen.
Hoy en la mañana me topé con el
Chino en el ascensor. Yo iba nervioso
porque sabía que abajo me esperaba,
con la impaciencia de todas las maña-
nas, el furgón escolar de la tía que me
transporta. Además, me acompañaba
52
' en el ascensor el señor del piso 22, que
sale muy temprano porque trabaja en
una comuna apartada. Como es cons-
tructor, siempre anda con planos y un
casco; creo que hace poblaciones o algo
así. Es un hombre muy amistoso y su
hijo es nada menos que Leo, mi amigo
del edificio, de barrio iba a decir. No es
amigo de colegio, porque va a otro que
le queda más lejos,en Nuñoa. Esque su
papá estudió allíy seconoce a todos los
profes. Qué raro que el Leono se metió
al ascensor. Como es más remolón que
yo, va a salir corriendo unos minutos
más tárele. Leo es tan parlanchín que a
veces lo evito. Cree que se las sabe to-
deis y que me la gana en lo imaginativo,
aunquemimamáme consuela yme dice
que no hay tipo más fantasioso que yo
en todo el universo; ella es tan exagera-
da. El Leo tiene una hermana chica. Yo,
para molestarlo, le digo que ella no tiene
boca porque nunca sela he visto; es que
se lo pasa con su chupete. Cuando se
toma la sopa,por cada cucharada sesaca
el chupete, traga y después se lo vuelve
53
a poner; luego otra cucharada y se saca
el chupete, traga la sopa y así sucesiva-
mente; es una pequeña muy divertida.
No dejé de mirarlasmisteriosasmaletas
del Chino. Estaban cubiertas con un
paño negro y habría jurado que algo se
movía en su interior, pero mejor ri me
imagino eso, porque sólo de pensarlo
me aterrorizo.
Martes 16 de marzo. 18:00 horas
Ahora escribo porque el Leo me vi-
sitó durante la tarde y me requetejtiró
que había escuchado ruidos extraños en
la casa del Chino, que eran como mau-
llidos y arañazos.Cuando me lo contó
abrió tamaños ojos y sus mejillas se le
pusieron más rojas de lo acostumbrado.
El Leo es un poco gordito, igual que
su padre; parecen clonados, pero con
tamaños diferentes.
—Esas son ideas tuyas. El Chino
debe haber estado viendo un video de
terror o de animalesdel África —le dije
paratranquilizarlo.
Pero él siguió diciendo que estuvo
un buen rato con la oreja pegada a la
puerta de su departamento. Hasta rne
invitó a que formáramos un Club de
Detectives yque nuestra primera misión
fuera descubrir "El misterioso caso del
piso 21"; cosas de mi amigo.
Miércoles 17 de marzo. 20:00 horas
Estoy escuchando música. Ya hice
mis tareas. Acabo de terminar una con
un tema que me gustó muchísimo:
"Animales en extinción". Vaya, vaya,
como voy en quinto básico tengo que
hacer largos trabajos de investigación.
Cómo será cuando esté en sexto.No me
quedará tiempo para nada.
Ahora escribo en mi diario puras
tonteras. Aesto se le llama ser un ocioso
sin remedio. Por ejemplo, ahoraescribo
que ahora escribo. Si parece que me
faltara un tornillo. Mejor dejo espacio
para más tarde, cuando realmente tenga
algo que valga la pena escribir. Veré un
rato televisión. Hasta pronto, Amigo
Diario...
55
El mismo día, pero a las 22 horas
Debo escribir sobre dos hechos que
me acaban de suceder. Uno es lo de la
tele y el otro tiene que ver con el Leo.
Empecemos por orden. El primero fue
un documental sobre los animales en
peligro de extinción que nos habían re-
comendado en el colegio y que darían en
la tarde.En África cazan a los elefantes y
les sacan el marfil de sus colmillos para
después venderlo a precios elevadísi-
mos. A los loros los traen del trópico, los
mantienen enjaulados en los negocios de
animales y los venden como mascotas.
Unos tipos están capturando lagartijas,
arañas de los montes y ciervosvolantes
para venderlos en el extranjero. En Chile,
el pudú ya casi desapareció del mapa y
eso que es el ciervo más pequeño del
planeta y el más tímido también; por
lo tanto, deberíamos cuidarlo. Todo eso
me sirvió para agregarlo a rni carpeta de
ciencias. En eso estaba cuando tocaron
el timbre y de esto se trata el segundo
hecho. Era el Leo,que liego acompañado
de sus típicos ojos desorbitados.
—¿Viste elprograma de los animales
en extinción?—me dijo atragantado por
sus propias palabras.
—Por supuesto —le contesté—.Esta-
ba obligado a hacerlo, me lo recomenda-
ron en el colegio; igual me gustó mucho.
Y el Leo insistió:
—Estoy seguro de que elChino es un
traficante de animales. De lo contrario,
¿por qué crees que se oyen arañazos y
gemidos extraños en su departamento?
Y yo completé, metido en la locura
de mi amigo:
—Y las maletas cubiertas con un
paño negro que saca, de vez en cuando,
temprano en la mañana; todo es muy
sospechoso.
El Leo hizo un chasquido con los
dedos y agregó:
—Vayamos a investigar, es hora de
que actúe el Club de Detectives.
Y salimos en puntillas hacia el piso
superior.Ambos llevábamos unos vasos
que pusimos con sus bocas apegadas a
la puerta del departamento del Chino
y por el lado opuesto los conectamos
57
a nuestras orejas. Era un truco que me
había enseñado mi papá y que él hacía
cuando fue un chico como yo, hace mu-
chísimo, pero muchísimo tiempo. Con
los famososvasos se escuchabanítido lo
que sucedía alinterior del departamento
del Chino. Depronto, oímos un repetido
y extrañohic, hic, hic, hic.
—¿Qué esese sonido?—le pregunté
a mi amigo, casi con un susurro.
—Así chillan los monos —me con-
testó de inmediato—. ¿Viste que el Chi-
no es un traficante deanimales?
Los chillidos eran numerosos y se
notó que el Chino había comenzado a
impacientarse, porque oímos un tre-
mendo grito con el que casi se nos caen
los vasos y que nos dejó zumbandolos
oídos.
—¡Si no se quedan callados los aga-
rrará a palos,oyeron losmatas de pelos!
—gritó destempladamente el Chino
desde el interior del departamento.
Después dijo algo así:
—Iré a comprarles unos plátanos,
aunque no sé dónde los voy a encontrar
58
a esta hora. ¡Ya,a callarse, granujas!
Después se sintió un tintineo de
llaves y a alguien caminando hacia la
puerta y en lo que dura un suspiro,
arrancamos. El Leo se fue al piso 22 y
yo al 20.Fue como si de pronto nos hu-
biéramos esfumado. Yaresguardadoen
mi casa, me quedé detrás de la puerta,
observando por el pecjueño visor que
nos protegía de los intrusos que a veces
golpeaban. Unpar de minutos después,
vi pasar al Chino con sus tranquitos cor-
tos y nerviosos en dirección al ascensor;
mientras, la respiración se meagolpaba
en la garganta y el corazón me latía
como condenado.
Amigo Diario, trataré de quedar-
me dormido, porque mañana hay que
levantarse temprano. El Leo debe estar
en lo mismo, aunque presiento que esta
noche será muy larga para ambos.
Jueves 18 de marzo, de madrugada
Amigo Diario, acabo de despertar
de una pesadilla descomunal. Estaba so-
ñando con elChino, que teníaencerrado
59
nada menos que al gorila King Kong.
Para que no se escapara, martillaba su
gigantesca jaula yconun punzón de ace-
ro lo empujabapara que se alejara de la
portezuela. De pronto, elgorila daba un
tremendo empellón y la puerta saltaba
como si fuera de cartón. El Chino salía
disparado por el aire y cuando caía per-
día el sentido. Entonces el gorila King
Kong aprovechaba para arrancar. Se
desprendía por las ventanas de la torre
y afirmándose con sus enormes garras
se dejaba caer, piso a piso. Con rapidez
llegaba al departamento N° 20, donde
yo vivo. Inmediatamente, el monstruo-
so gorila se metía por la ventana de mi
dormitorio y cuando iba agarrarme por
un pie, desperté gritando. Lo primero
que vi al abrir los ojos fue a mi mamá
en bata y pantuflas.
—Alex, despierta. Tenías una pesa-
dilla, ¿Qué estabas soñando? —me dijo
mi mamá acariciándome el cabello re-
vuelto y mojado por la transpiración—.
Yo estaba despierta, hijito. Parece que el
vecino del piso superior se volvió loco,
60
se lo ha llevado martillando y poco an-
tes de que viniera a verte se escuchó el
teléfono con insistencia. Después oímos
que salió de su departamento.Tupapá se
levantó para ver qué estaba sucediendo
y se encontró con la puerta del depar-
tamento del vecino entreabierta. No se
quiso meter en el asunto, ni siquiera
tocó. Regresó refunfuñando que no lo
dejaban dormir, pero no hizo nada. Tú
sabes lo cuidadoso que es. Ahora, hijo,
vuelve a dormir, que mañana andare-
mos todos muy mal, concluyómi mamá
con su típica voz tranquilizadora. Ella
es tan serena que contagia a cualquiera;
en cambio, mi papá es todo lo contrario:
alaraco, precipitado y explosivo. Pero
harto entretenido, porque le gusta ju-
gar conmigo. Lo que me extraña es que
no se haya metido en el asunto y que
no quisiera investigar teniendo ante su
vista una puerta entreabierta. Ah, claro,
ésa es otra característica de mi papá:
cada persona tiene el derecho a vivir como
se le ocurra, por lo tanto, hay que respetar la
privacidad de los demás; si parece que lo
estoy escuchando.
61
Jueves 18 de marzo, más tarde
Estaba la grande en el edificio. El
Leo me fue a despertar para que ayu-
dara a capturar monos. Me contó que
uno se metió por una ventana de su
departamento y que se fue directo a
la cama de su hermanita y le quitó el
chupete. El llanto de la niña despertó a
toda su familia; la pobre pequeña estaba
aterrorizada de ver a un mono saltando
sobre su cama y saboreando su querido
chupete. Había titíes brasileños, monos
arañas y un chimpancé parece que de
pocos meses de vida, por lo pequeño.
Los pasillos estaban escandalizados con
tantas carreras y gritos de la gente. Al
poco rato llegaron los bomberos para
rescatar un par de monos que se habían
ocultado en el techo del edificio, mien-
tras unos carabineros tornaban nota en
unas pequeñas croqueras y colocaban
cintas en la puerta del departamen-
to del Chino. El Leo tiene un talento
tan grande, que cuando me contó lo
que había sucedido, me pareció que
estaba leyendo una novela conlas aven-
turas de Sherlock Holmes.
62
Cuando nos fuimos al colegio vimos
que ya habían llegado los camarógrafos
de un canalde televisión; también apare-
cieron los fotógrafos de los diarios y los
periodistas estaban haciendoentrevistas
a la gente todavía en batas. Mi papá no
quiso hablar, yo sabía que estaba arre-
pentido por no haber sido más vivo y
haber investigado la razón por la que la
puerta del departamento del Chinoesta-
ba abierta a las cuatro de la madrugada.
Si mi papá la hubiera cerrado o entra-
do, se habría transformado en el héroe
de la jornada.Habría descubierto a los
monos cautivos. Pero no hizo tal cosa.
En cambio, el papá del Leo se llegaba
a atorar hablando, mientras sepeinaba
para salir ordenado en las fotografías y
en las tomas de los camarógrafos de la
tele. Yosabía que mi papá lamentaba su
indecisión, eso le pasa por... "tímido"
(escribí esa palabra para que no saliera
tan perjudicado).
64
Viernes 19 de marzo. 20:00 horas
Me fue muy bien en el trabajo de
ciencias. Lo entregué y, además, me
tocó exponerlo ante mis compañeros.
La profesora me puso la nota máxima,
es decir, un siete; valoró especialmente
mi vivida disertación.Mis compañeros
me aplaudieron cuando se enteraron de
lo del tráfico de animales, de que yo lo
había visto y de que había ayudado a
capturar monitos. Ahora, los animalitos
deben estar en el zoológico, pero nada
se ha sabido. Cuando la policía entró a
su departamento se topó con un lugar
prácticamente sin muebles, lleno de
jaulas y con una fetidez que golpeaba
el rostro.
Amigo Diario, con el Leo, nuestros
padres y mis compañeros de curso,
decidimos preparar cartas que envia-
remos al zoológico, a la prensa y a las
autoridades que corresponda para que
devuelvan a los monos a su lugar de
origen. Haremos una gran campaña y
no descansaremos hasta ver que se los
lleven a la selva brasileña, donde segu-
ramente está su hogar.
65
Oye, Diario, ahora te dejo porque
ya se ha hecho tarde y mañana iré al
zoológico con el Leo a ver a los monos.
¿Te digo un secreto? A los monitos les
contaremos lo que estamos haciendo
por ellos. Sé que comprenderán.
66
La bruja de los ciengatos
Artículo 6:
Todo animal que el hombre ha escogido
como compañero, tiene derecho a que la
duración de su vida sea conforme a su
longevidad natural. El abandono de un
animal es un acto cruel y degradante.
—V-UCHITO, cuchito. Ven, acércate.
Eso es, que nadie te hará daño —dijo
Rosalía afirmando el paraguas con una
mano para que no se lollevara el viento.
Con la otra frotó los dedos para atraer al
gato mojado que, acurrucado en eldin-
tel de una ventana, se protegía de! tem-
poral que arreciaba sobre la ciudad.
Era un gato de pelo largo, de esos
que cuando están mojados se achican
considerablemente, como Silvestre, el
que persigue a Piolín. Tenía los ojillos
asustados y se estremecía de frío; de vez
en cuando gemía con desconsuelo.
67
—¿Por qué te echaron de casa? ¿O
será que nunca has tenido una? ¿Acaso
te lanzaron a la calle por viejo? Si esta
última es tu respuesta, debes saber que
mi especialidad consiste en proteger a
los gatos viejos. Quizás ya no tienes un
hogar, es decir, que eres uno de esos
típicos gatos vagabundos que, escapa-
dos de sus casas, sienten hambre y se
arrepienten de haberlo hecho. Si todo
esto ha sucedido, eres candidato a que
te acoja. No te arranques. No creas que
no me preocupo por ti; para que sepas,
he recogido carnadas completasde gatos
abandonados; cómono voy a repararen
tu desgracia. Agradece que te topaste
conmigo, porque la genteya no tieneco-
razónpara conustedes. Gatito,no sabes
la sorpresa que te tengo si te vienes con-
migo.Vamos, no seas tan tontoyacérca-
te. Para que lo vayas entendiendo, por
de prontoteofrezcoelmejoralbergue de
la ciudad y, por añadidura, lacompañía
de losmás simpáticos amigos. Además,
lo debo reconocer, te necesito más de lo
que te imaginas...Yalo entenderás a su
68
debido tiempo...
El gato la escuchó con teatral aten-
ción para después contestarle con un
tiritón tan fuerte que hizo que el agua
en su cuerpo salpicara, como si fuera
una de esas regaderas que mojan el
pasto. Después emitió un maullido te-
rrible, capaz de partirle el alma a quien
lo escuchara. Claro que tal posibilidad
era bastante improbable en una tarde
negra de lluvias interminables, cuando
las calles están comprensiblemente de-
soladas.
—Pobrecito, site vas conmigo verás
que se te acabarán las miserias en un
abrir y cerrar de ojos. Debes entender
que para mítambién estoes beneficioso.
No creas que no te valoro, mi inayor
dedicación va dirigida austedes. Gatito
mojado, ¿sabes?, eres muy importante,
de verdad, gracias a ti muy pronto suce-
derán cosas inexplicables. No te puedo
adelantar más por ahora, pero te asegu-
ro que serán extraordinarias. Entonces...
¿Nos vamos, querido michino?
Rosalía era una mujer extraña,
69
¡quién lo dudaba! Bastante solitaria,
huidiza, poco se comunicaba con las
demás personas y se notaba más en-
vejecida de lo que correspondía a su
edad: cincuentay cinco años. Según los
vecinos, estaba un poco trastornada.
Así lo creían, porque hablaba sola ocon
los gatos que rescataba del abandono y
echaba en su gran bolso tejido, del que
jamás se desprendía.
Para losniños, ella era laBruja de los
Cien Gatos. ¿Por qué este sobrenombre
tan sugerente? Curiosa la historia de
esta Rosalía: la mujer más fanática de
los felinos de que se tenga memoriayla
mejor costurera del barrio,A propósito
de su laborde costurera, ella no permitía
que nadie entrara a su enorme casona
y hacía los trabajos a domicilio. Por lo
demás, por su fama de mujer extraña,
nadie se atrevía a visitarla en su hogar.
Con los años, pocos se acordaban
de la familia de Rosalía, salvo losabue-
los del barrio, quienes a veces hacían
comentarios acerca del esplendor de la
casa de los Aragón Serrano y Villame-
70
diana. Según los relatos que aparecían
de vez en cuando, en la vieja casona
había vivido RosamelAragón, un famo-
so médico cirujano y su señora esposa,
doña Manuela Serrano y Villamediana,
mujer de sangre española, de antigua
familia proveniente de la calurosa y
andaluza Málaga. Los Aragón Serra-
no y Villamediana siempre estuvieron
acompañados de su única heredera, la
pequeña Rosalía, niña muy mimada, a
la que rodearon de cariño y de cuanto
capricho quisiera.
Volvamos al origen del amor que
Rosalía le prodigaba a los gatos. Se
comentaba que la afición que les tenía
había nacido un día en que su padre,
que tanto la consentía, lehabía regalado
para su cumpleaños un simpático felino..
El gatito de marras era tan felpudo y
suave como elmás fino de los peluches.
Y a partir de aquel momento a la niña
Rosalía le gustaron tanto los gatos que
empezó a inventar los argumentos más
rebuscados para que se los regalaran.
En fin, la mimada Rosalía pedía un
71
gatito en todas las situaciones que se
le ocurrían y que tenían importancia
para su vida. Por ejemplo, lo hizo para
su onomástico, en Navidad, cuando se
le cayó el primer diente, para el Día del
Niño, cuando se sacóuna notaexcelente
en matemática, la vez que estuvo muy
resfriada y, por supuesto, para cada uno
de sus cumpleaños. El papá, que vivía
en permanente chochera con su niñita
adorada, llegaba impostergablemente
con un nuevo gato, siempre muy justi-
ficado.
Rosalía no se casó cuando tuvo la
oportunidad de hacerlo.Nadiesabe por
qué no lo hizo. Algunos opinaban que
fue porque las hijas únicas se quedan
solteronas para cuidar a sus padres.
Otros, que había sido porque jamás se
interesó en los varones del barrio. Los
más venenosos dijeron que no se había
casado porque los famosos varones del
barrio no se interesaron en ella. Opina-
ban que habían desistido por la desme-
sura de la nariz de Rosalía, porque era
tan loquilla por los gatos, porque no
salía jamás del enorme caserón donde
vivía, en fin, por tantas cosas... y ¡qué
chismosa era la gente!
Mientras tanto, Rosalía aprendió
con su madre el arte de la costura y
permaneció en su casa por siempre,
incluso después del fallecimiento de
sus ancianos padres. A partir de aquel
momento se volcó con pasión y entera
dedicación al cuidado y protección de
estos misteriosos felinos.
—Te llamaré Pellejín, lo hago con
mucho cariño, créeme y también pen-
sando en tu apariencia desvalida, al
verte tan empapado —le dijo al gato
mojado que por fin apañó entre sus
manos y echó en el bolso tejido.
Los gatosson muy silenciosos. Nisi-
quiera selesescuchan sus pasos cuando
recorren una casa. Se lopasan durmien-
do y observan las cosas por elrabillodel
ojo. Pero entre ellosquizás qué se dicen.
Era lo que Rosalía anhelaba saber. Por
eso les conversaba permanentemente;
claro, sin resultado concreto, porque
jamás obtuvo de ellos una respuesta
72
racional, cuando mucho un típico y
rutinario miau o un ronroneo que nada
específico explicaba.
Pellejín hizo un viaje muy cómodo
en el interior del gran bolso tejido de
Rosalía. Muchos olores difusos de gatos
vagabundos como él encontró allí den-
tro, pero no protestó, ya que ese lugar,
que sebalanceaba al ritmo de los pasos
de la mujer, era un verdadero paraíso
comparado con las pellejerías por las
que había pasado. Hablando de pelle-
jerías, le hizo gracia el nombre que le
había puesto la mujer. Pellejín, vaya, ¡si
estaba calcado para él!
Rosalía cerró elparaguas y con cier-
ta dificultad abrió la verja que conducía
a un jardín en semiabandono que seveía
mucho más triste en invierno. Porque
cuando regresaba la primavera, la ma-
leza crecía hasta alturas insospechadas
y todo parecía una selva inexpugnable,
salvo por el estremecimiento y lossacu-
dones que losgatos provocaban con sus
carreras alocadas en el pasto hirsuto.
—Pellejín, te debo contar algo que
74
pronto sucederá; lo hago para que no
te asustes. Una vez que entremos a la
casa, y cuando nadie nos esté espiando
desde la calle, sucederá un hecho más
mágico que brujeril. Te lo digo porque
los molestosos niños delbarrio seburlan
de mí, diciéndome "LaBruja de los Cien
Gatos". Y me llaman así desde un día
en que, para que me dejaran tranquila,
les dije, ante su insistencia, que yo tenía
muchos gatos y que cuando llegara alos
cien, estaría en condiciones de conversar
con estos y ya no necesitaría hablar con
niños molestos y mal educados como
ellos. Y capaz que eso suceda, amigo
Pellejín. Ya te estarás imaginando qué
número tienes entre mi flamante familia
gatuna.
Pellejín escuchó con atención lo que
le decía esa mujer tan extravagante.Pero
cuando un gatotiene hambre, frío y más
encima está empapado, sus oídos están
dispuestos a escuchar cualquier cosa,
aunque sea una barbaridad, si eso le
resuelve problemas tan críticos. Aunque
le parecía que su protectora era bastante
75
rara, se dejó llevar por su suerte. Cuan-
do Pellejín entró en el caserón no pudo
creer loque leestaba sucediendo. Nunca
se imaginó ver tantos gatos reunidos y
hasta a algunos conocidos. Al primero
que vio fue a su buen amigo Mostachón,
que bajaba lentamente por una larga
escala de caracol.
—Pero si es mi buen amigo, este...
¿cómo tellamaba? Claro,ahora meacuer-
do. Yo te decía "Gato", porque eras el
mas vagabundo de todos nosotros. Mejor
dicho, el rey de los vagabundos y quien
jamás conoció casa donde descansar sus
escuálidos huesos, pobre amigo Gato
—dijo Mostachón con aire engreído.
—Eso era antes, Mostachón —se
apresuró a contestar Rosalía para bajarle
los humos, mientras, dejaba el paraguas
abierto y colgado cíe la varilla de la cor-
tina del baño para que estilara y se seca-
ra—, porque desde hoy este es el hogar
de Pellejín.
Mostachón dio un tremendo salto
y se asombró al comprender con toda
claridad las palabras de doña Rosalía,
76
la mujer más buena que existía en el
planeta, según la opinión generalizada
del mundo gatuno. ¡Ella estaba hablan-
do y él le entendía absolutamente todo
lo que decía! No hay misterio en que
los gatos se entiendan, pero sí en que
las palabras de Rosalía se desgranaran
claras y precisas en sus oídos.
—Porque a quien llamabas despec-
tivamente "Gato", ahora debes decirle
Pellejín. Esto te lo digo para que nos
vayamos entendiendo —agregó Rosalía
con orgullo y firmeza.
—Juá, juá, juá —rió burlonamente
una elegante gata angora—. Qué nom-
bre más adecuado para un gato tan des-
tartalado —agregó estirando sus orejas
aristocráticas. Después dio uri respingo
de sorpresa al comprobar que hablabay
que lograba comunicarse con Rosalía.
—No seburlen de nuestro bueno de
Pellejín, porque gracias a él podemos
entendernos —comentó Rosalía senten-
ciosa y con más misterio que nunca.
Nadie podría haber adivinado
por qué le brillaban tanto los ojos a la
enigmática Rosalía. Podrían postularse
78
cuatro alternativas para explicar tan
extraño brillo:
1. Locura
2. Magia
3. Brujería
4. Todas las anteriores
Pero lo que sucedía era más fuerte
que cualquier intento de explicación,
simplemente había que asumirlo, es-
pecialmente, porque se precipitaban
hechos increíbles. Por ejemplo, se es-
cuchó desde el descanso de la escala
a cinco gatos pardos con el lomo con
manchas irregulares, quienes cantaron
a coro:
—Michimichimau, qué alegría,
con el gato mojado ya somos cien,
porque en la casa de doña Rosalía
ha llegado el vagabundo de Pellejín!
Pellejín se lamió una patita para
sacarse otropocode agua. Tambiénse
dio un sacudón y ahí sí que saltaron
las gotas por todas partes, salpican-
do a diestra y siniestra a cuanto gato
estaba cerca.
—Epa, ten más cuidado. ¿Es que
nadie te ha enseñado modales? —le
reprochó la gata angora, que había sido
apenas untada por un par de minúscu-
las gotas de agua.
—Losiento, gatita. ¿Cómo tellamas?
—preguntó, amistoso, Pellejín.
—Milena —contestó la gata angora
rápidamente, para quejamásseolvidara
de un nombre tan bello como el suyo.
—Milena, qué lindo nombre tienes.
Vengo de la lluviay tú estásaquí alcalor
de la estufa.Túsabesquehace un par de
días consus noches que llueve y llueve
en la ciudad... toda esa agua ha caído
sobre mi lomo.
Los demás gatos miraron a la gata
angora con notorio enfado,sobre todo al
verla-tan egoísta. Eran tantos los gatos
que se fueron juntandoen el salón, que
no se sabía de dónde aparecían. Había
tres sobre un sillón de felpa, cuatro
instalados sobre una repisa, una veinte-
na dormitando alrededor de la estufa y
otra treintena bajando por la escalapara
investigar a qué se debía tal escándalo.
En un rincón, cerca de la ventana, había
una carnada con cinco gatitos negros
de orejas blancas; dos gatas gordas y
satisfechas de la vida se paseaban cerca
de la otra ventana, tratando de saltar
sobre el dintel para observar desde allí
eljardín mojado, pero no se atrevían de
tan gordas que estaban.
Rosalía se quedó observando con
orgullo a su gran familia gatuna. Traba-
jaba para ella, se lo pasaba comprando
alimentos y leche, cuánta leche, cajas y
más cajas; si había pocilios por todas
partes.
—Ahora, a cenar —anunció con
entusiasmo Rosalía y se fue a la cocina
para regresar muy pronto con un gran
saco con alimentoen forma de pescadi-
tos. Lofue repartiendo a través de una
gran cantidad de tiestos diseminados
por el salón y los gatos corrieron a los
distintos lugares donde la mujer depo-
sitó la comida. Era divertido ver a todos
los gatos cabeza gacha, comiendo con
81
lascolasparadasybalanceándolas como
si fueran matamoscas.
—Pellejín —llamó la gata angora
con su voz aterciopelada y cuidadosa-
mente delicada, casi coqueta.
—Dime, Milena —le contestó Pelle-
jín, que ahora se veía más gordo con su
pelambre seca.
—¿Me perdonas por mis tonteras?
—agregó la gata entornando los ojos.
—Claro que te perdono. Si estoy
feliz con tantos amigos juntos.
Rosalía escuchó a Pellejín y sonrió
con emoción. De pronto, los cinco ga-
tos pardos y de manchas en el lomo
estiraron la cabeza y como si fueran
lobos mirando la luna, comenzaron la
siguiente serenata:
—Michimichimau, qué alegría,
¡Hurra por doña Rosalía, la gentil;
por ella somos una gran familia,
sin olvidarnos de Pellejín!
82
El caballo Manolo
Artículo 7:
Todo animal de trabajo tiene derecho a
una limitación razonable del tiempo
e intensidad del trabajo, a una
alimentación reparadora y al reposo.
EL CABALLO MANOLO llegaba a
la feria muy temprano, arrastrando
el carretón cargado hasta el tope con
cebollas, lechugas, tomates, coliflores,
repollos, acelgas, zapallos, y porotos
verdes y granados. De vez en cuando,
el caballo se resbalaba en el pavimento
mojado, haciendo restallar las herra-
duras. Entonces, para afirmarse y para
que no se le volcara la pesada carga,
abría un poco sus cuatro patas, pero de
inmediato sentía un latigazo sobre el
lomo con el que el conductor parecía
decirleMan o/o, pon más cuidado con loque
haces, que si vuelcas el carretón me dejarás
en la ruina.
83
A esa hora de la mañana, algunosfe-
riantes sehacían bromas y tomaban café,
mientras que otros armaban ordenada-
mente sus puestos de verduras, frutas,
papas y abarrotes. Todavía faltaba para
que llegaran los vecinos con sus bolsas
de género y los carritos recubiertos
con mallas de alambre a comprar los
alimentos para sus hogares. Depronto,
se escucharon los primeros sones del
organillointerpretando un valsecito an-
tiguo. Elvendedor de sandías y melones
se quedó un momento detenido, como
película en pausa, y después suspiró
profundo por no se sabe qué recuerdos
que le trajo lamúsica.
Unos perros ladraron al mono de
chaqueta roja, que rápidamente buscó
refugio en el hombro del organillero.
Cuando eso sucedió, el caballo Manolo
paró sus largasorejas peludas yperma-
neció tenso, puesnolesimpatizaban para
nada esos animales, que cada vez que
recorría las calles salían a suencuentro
ladrándole y tratandodemordisquearle
los tobillos. El caballo Manolo prefirió
84
ignorarlos y concentrarse en los sones
del organillo, que después interpretó
una alegre canción mexicana. Pronto la
melodía fue apagada por losgritos de los
vecinos que ya habían iniciado el reco-
rrido por la feria y por las voces de los
feriantes anunciandosus productos.
El lugar se tornó muy entretenido
con tanta gente comprando, cosa que al
caballo Manolo poco le interesaba. Su
preocupación era otra. Estiró un poco
las patas, que tenía acalambradaspor la
inactividad, intentando capturar unas
hojas de lechuga abandonadas en el sue-
lo. No las podía alcanzar porque estaba
atado al tronco de un árbol. Tampoco
tenía mucha movilidad, porque aparte
de la cuerda en los costados, llevaba
sujetas dos varas que sostenían el ca-
rretón. Entonces bufó molesto, agachó
la cabeza y esperó las largas horas que
faltaban para que concluyera la feria.
Ni siquiera podía alimentarse. Cómo
le habría gustado saborear esa lechuga
situada a pocos centímetros y que no
podía alcanzar.
85
Cuando terminó la feria, volvieron
a cargarlo con las verduras que no se
vendieron. A esa hora de media tarde,
el caballo Manolo sentía sed y hambre,
mucha hambre. Nadie se había acorda-
do de darle un poco de pasto, a nadie
se le había ocurrido pasarle esas jugo-
sas hojas de lechuga que tanto empeño
había hecho por alcanzar, porque nadie
nunca pensaba en él. Salvo cuando
echaban toda la verdura en el carretón,
después de un par de huascazos, con
lo que señalaban que debía emprender
el regreso, que era largo y trabajoso,
siempre igual.
Cuando ya estaban en la casa del
hombre que lo golpeaba con la huasca,
este, después de guardar lasverduras, lo
dejaba amarrado a un poste en un sitio
en semiabandono y le echaba un poco
de pasto para que, como buen caballo
que era, se alimentara. Allí permanecía
hasta que muy temprano, en el siguiente
amanecer, elhombre, sencillo y silencio-
so,extrañamentesilencioso comparado
con los que veía a menudo en la feria, le
86
ajustaba a los costados de su lomo las
varas del carretón, ya cargado hasta el
tope con verduras y partían a otro ba-
rrio, a otra feria.
Elhombre tenía una familia numero-
sa. El caballo Manolo jamás logró saber
cuántos eran los hijos de su amo, sólo
¡osdivisabade lejos. "No se acerquen al
caballo, quelos puede patear", advertía
la mamá a los niños y ellos, desde cierta
distancia, lo observaban conun dejo de
temor.
Una mañana, el caballo escuchó en
la feria que alguien llamaba al hombre
silencioso: "Don Manolo, don Manolo,
qué lindo es su caballo, ¿por qué no le
da un poco de agua? Don Manolo, tome
este lavatorio con agua, que el caballo
debe tener sed". ElcaballoManololadeó
un poco la cabeza y reconoció a la mujer
que vendía papas al lado del puesto del
hombre silencioso. El caballo sabía que
la mujer siempre loobservaba amarrado
al árbol. Elhombre silencioso agradeció
sólo con un gesto. Era tan parco para
todo. Sini siquiera ofrecía a viva voz sus
87
verduras corno lo hacían los demás, los
que llegaban casi al escándalo con sus
gritos. Entonces el hombre se acercó a
Manolo, le acomodó el lavatoriolleno de
agua fresca y lehizo un inesperado cari-
ño en el lomo. Después se alejó sin decir
media palabra, pero enseguida regresó
con un par de deliciosas lechugas y se
las colocómuy cercapara que elcaballo
las alcanzara y se las comiera.
El hombre y el caballo llevaban mu-
chos años juntos, por lo que se esperaba
que tuvieran una buena comunicación,
pero no era así.
Sin embargo,tras el episodio del la-
vatorio con agua y las hojasde lechuga,
todo cambió.
Lo que más le gustó al caballo Ma-
nolo fue que el hombre silencioso le
hubiera acariciadoel lomo por primera
vez en toda su vida, además de que
ambos tenían elmismo nombre. Ahora,
presentía que el hombre silencioso de
una vez por todas lo iba a tratarmejor.
A veces loshombres son más torpes que
crueles y no se dan cuenta de los tratos
89
que le deben dar a los caballos como
él, pensó Manolo; no en vano le había
puesto su mismonombre, algo no dicho
había en este silencioso vendedor de
verduras. Entonces, al caballoManolole
mejoró elhumory seentretuvo mirando
al mono de chaqueta roja, que tomaba
unos papelitos de la suerte mientras el
organillero comenzaba su primer valse-
cito de la mañana.
90
Max y Betsy,
dos ratas de laboratorio
Artículo 8:
La experimentación animal que implique
un sufrimiento físico o psicológico es
incompatible con los derechos del animal,
tanto si se trata de experimentos médicos,
científicos, comerciales, corno toda otra
forma de experimentación. Las técnicas
alternativas deben ser utilizadas
y desarrolladas.
NUNCA COMPRENDIÓ conclaridad
que su hogar fuera una caja de vidrio y
que pequeños reflectoresleiluminaran
el lomo cada vez que se asomaba por
entre los cartones y trozos de género
donde dormía. Tampoco le agradaba
que de vez en cuando le pincharan un
muslo y que por tal causa lesubiera tan-
to la temperatura, para después sentir
ese curioso desgano y mucho sueño.
Reconocía que le daban alimento, pero
91
era tan raro y sabía tan mal. Se moría
por tener la oportunidad de roer un
buen trozo de maderapara asídesgastar
sus dientes. Como sepuede apreciar, su
vida era bastante rutinaria,poco agra-
dable y lo que es peor, parecía no tener
posibilidades de cambiar.
Hasta que un día todo fue distinto,
pues repentinamente llegó a su hogar
—si es que sepodía llamar de esemodo
a la caja rectangular de vidrio donde
vivía— una ratita blanca con pequeñas
manchas pardas en el lomo. Cuando
ella vio a Max,que así se llamaba el ha-
bitante de ese lugar, se asustó mucho,
por lo que se ocultó bajo un montón de
trapos.
—¿Por qué te asustas conmigo?
¿Qué te he hecho? Si tan sólo soy un
ratón blanco comotú,- salvo lasmanchas
que tengo en las orejas y que mi cola es
un poco más gris que la tuya —le dijo
Max para tranquilizarla.
—Es que no sé lo que me puede
pasar aquí. Yo vivía en una colonia de
numerosas ratas blancas.Eramostantas
92
y cómo nos gustaba jugar en el aserrín
de nuestra casa. Nadienos molestó por
mucho tiempo hasta que hoy en la ma-
ñana, un hombre quevestía un delantal
blanco y que ocultaba su rostro tras un
paño del mismo color, me tomó del
lomo consu enorme mano enguantada,
me echó en una pequeña caja y así he
viajado no sé por dónde durante gran
parte del día, hasta que me descargaron
en esta caja de vidrio y me encontré con-
tigo. ¿Cómo no me iba a asustar?
—Tranquila, nada te haré. Sisomos
de los mismos.
—¿Pero, por qué tienes losmuslos tan
pinchados y te falta el pelo del lomo?
—¡Oh, no es nada! Aunque debo
estar enfermo,porque desde hace algún
tiempo me pinchan y me echan algo
que me hace dormir —contestó Max,
bostezando ostensiblemente.
—Me preocupa lo que me dices,
porque si tú vives aquí y te pinchan,
capaz que a mí me hayan traído para lo
mismo—dijo la ratitablanca levantando
las orejas con preocupación.
93
—No lo creo. Ya te conté que hacen
eso porque parece que estoy enfermo.
No es tu caso. A mí me dicen Max, ¿y a
ti, cómo te llaman,ratita?
—A mí me llaman MX-12. Es un
nombre muy extraño, ¿no lo crees?Pero
todos los de mi casa eran MX,aunque
le agregaban a cada uno números dis-
tintos.
—Ten paciencia que ya te pondrán
un nombre más bonito. Cuando yo re-
cién llegué acá me decían MR-4. Recuer-
do que en aquel tiempo yo estaba sano
y jugabatodo el día. Parece que cuando
enfermé se encariñaron conmigo y me
apodaron Max.Discúlpame, no quiero
seguir hablando, me siento muy débil
y lo único que me importa por ahora es
dormir; lo siento.
—Estábien, no te preocupes por mí.
Te cuidarémientrasduermes. Pero mira
cómo tienes la piel, si parece que se te
cayera a pedazos, pobrecito.
MX-12 era una ratita muy activa y
simpática. Después de que Max se dur-
mió se dedicó a recorrer el rectángulo
95
de vidrio.Se metió en el interiorde una
rueda que giraba en la medida que ella
se desplazaba. Era un juego nuevo y le
resultaba muy divertido. De tantojugar,
se cansó y con algún esfuerzo se zafó de
la rueda y se recostó sobre un montón
de virutas. Cuando no pudo ver-cer el
sueño, cerró los ojos concierta dificultad,
porque un foco la localizóy leiluminó el
rostro.A pesar de que teníalos ojos cerra-
dos, percibió una luminosidad molesta.
Quiso saber quéestaba sucediendo ycon
mucho esfuerzo abrió los ojos de nuevo
y encandilándose, apenas pudo distin-
guir la figura gigantesca de un hombre
vestido de blanco, de lentes gruesos con
marconegro y un paño que leembozaba
el rostro desde la nariz hasta el mentón.
Era un hombre muy parecido al que
antes la había atrapadoen la colonia de
re-.tas y la había descargado dentro de la
casa de Max.Pero tenía tanto sueño que
volvió a cerrar los ojos y no le importó
lo que le pudiera suceder. Entonces, se
le mezclaron las cosas y no supo que el
extraño la tomópor el lomo consu mano
96
enguantada y la depositó sobre una ba-
lanza. Después, le revisó los dientes, le
tocó la pancita, le examinó las pupilas y
ella forzó los ojos, abriéndolos paracola-
borar, mientras élanotabaen una tablilla
de apuntes. Enseguida, el hombre tornó
de una mesa de metal una enormejerin-
ga,succionóun líquido azulinodesde un
pequeño frasco y se lo inyectó sin más
a MX-12. La ratita dio un brinco por el
dolor y chilló hasta más no poder. Poco
a poco sintió que le faltaban las fuerzas
y se durmió pesadamente. Antes, en
su estado de somnolencia, escuchó que
un hombre repetía: "Todo va bien con
MX-12. Pulso normal, buena sangre, no
tiene complicacionesde salud, la dosis
proporcionada ha sido la adecuada. De
ahora en adelantese llamará Belsy, ¿qué
les parece?". Después, escuchó un par
de carcajadas que se fueron perdiendo
como si hubieran sido descargadas en
un cordónmontañoso y el ecose hubiera
ido debilitandoentre las quebradas has-
ta desaparecer completamente en una
inmensidaddesconocida.
87
Cuando la ratita despertó, se encon-
tró de nuevo en la caja de vidrio y cerca
de ella había abundante comida.Vioque
Max todavía dormía y notó que su respi-
ración era convulsiva, como si estuviera
obstruida. La ratita no resistió más y lo
despertó, pues presentía que elratoncito
tenía una terrible pesadilla; además, le
interesaba despertarlo porque le quería
contar lo que le había sucedido reciente-
mente. Lo remeció y le dijo:
—Max, despierta, yahas dormidode-
masiado. Mira cuánta comida tenemos.
—Hola, MX-12. No tengo hambre,
discúlpame, quisiera seguir durmiendo,
esque me sientomuy mal—le contestóel
ratón Max y volvió a recostar su cabeza
en el suelo.
—Te sentirás mejor si comes.Vamos,
anímate —insistió la ratitablanca.
—MX-12, hazlo tú, que después yo
ir,e alimentaré, una vez que despierte del
todo. Ah, cuánto sueño tengo.
—Oye, no me llames más con ese
horrible nombre de MX-12, ahora me
puedes decir Betsy, ¿te gusta?
98
Cuando Max escuchó el nuevo nom-
bre de la ratita se sobresaltó y abriendo
los ojos con desmesura le preguntó qué
le había pasado. La ratita le contólo que
pudo y le dijo que no estaba tan segura
de si todo había sido sueño orealidad.
Aunque de lo que realmente estaba se-
gura era de que la habían llamadoconel
beüo nombre de Betsy.
—¿Betsy? Es un nombre muy lindo,
pero... ¿cómo te sientes?
Cuando Max dijo esto se levantócon
dificultad y se acercóa la ratitaBetsypara
escuchar mejor su respuesta:
—Estoy un poco cansada y con algo
de sueño; lo más curioso es que recién
me había despertado y ya quiero volver
a dormir, algo muy parecido a lo que a
ti te pasa,
—¿Qué más, Betsy?,. ¿qué más?
—Me duele un poco una pierna.
Como si me hubieran pinchado.¿Sabes,
amigo Max? Creo que es buena idea
dormir un momento. Yote acompañaré,
después comemos.
99
Los ratoncitos de laboratorio se
quedaron completamente dormidos, uno
junto al otro, casi ovillándose, como si
con aquel gesto seaprestaran adescansar
mejor y dormir y dormir. Por eso no su-
pieron que aipocorato,elmismo hombre
de loslentes grandes y marconegro, que
se embozaba elrostro conun paño blan-
co,loshabía tomado a ambos y los había
vuelto a pinchar. Esta vez fue algo que
lesprovocótodavíamás sueno. Despxiés,
el hombre estuvo largo rato observando
unas muestras en el microscopio, mien-
tras que a los ratoncitos los regresó a la
madriguera de vidrio. Ellos dormían
a pesar de tanto traslado y pinchazos,
inocentes frente a los afanes de los seres
humanos y hasta del transcurso de sus
propias vidas.
100
El pavo Jacinto
Artículo 9:
Cuando un animal es criado para la
alimentación debe ser nutrido,
instalado y transportado, así como
sacrificado, sin que de ello resulte para él
motivo de ansiedad o dolor.
ESTABA CLAROque los animales de
la granja no lo querían y que por eso
permanentemente lo expulsaban del
corral. Larazón era muy misteriosa para
el pavo Jacinto. Tantoera el rechazo que
provocaba, que llegó a pensar que todo
se debía a que los pavos estaban conde-
nados a no ser aceptados por losdemás
animales. Era muy notoria la antipatía
que despertaba en el corral. ¿Y por qué
sucedía todo aquello?
Ojalá Jacinto lo supiera. Eso sí, po-
día hacer una lista de los muchos casos
de persecución que había sufrido. Por
ejemplo, jamás le faltabael picotazo del
101
pato de cuelloblanco sobre el lomo o,lo
peor, el ataque de los gansos, que graz-
naban y abrían las alas con escándalo
para asestarle certeros picotazos. En-
tonces, el gordopavo corría con enorme
dificultad para refugiarse detrás de un
sauce que descolgaba sus ramas hasta
casi topar el suelo. Mientras tanto, las
gallinas abanicabansus cortas alas para
reunir asus polluelos y apartarlos de un
lugar tan agitado.
De tanto pensar en su problema, un
día Jacinto descubrió que los que más
lo castigaban eran los plumíferos simi-
lares a él. Es decir, las aves de corral, ya
que a otros que se jactaban de sentirse
libres, como los zorzales, los gorriones,
las tencas, las diucas y hasta los chin-
eóles y jilgueros que de vez en cuando
asomaban por allí, les era indiferente
lo que sucedía en el corral. Tampoco
demostraban antipatía los caballos, las
vacas ni los burros. Seguramente, ellos
tendrían sus propios problemas, porque
ni siquiera se le acercaban.
—Jacinto, Jacinto, ¿qué te han he-
102
cho, compañero?Que pille a alguno de
ustedes castigando a Jacinto. Lo que
pasa es que son todos unos envidiosos
—amenazó el granjeroblandiendo una
mano al aire en un gesto que demostra-
ba su enojo.
jacinto observaba desde el sauce
todo cuanto estaba sucediendo y le
parecía muy confuso. Descubrió que
las demás aves del corral no perdían
detalle de lo que a él le pasaba y cómo
no, si siempre lo estaban persiguiendo.
También reparó en que el granjero lo
llamaba permanentemente, más que a
los otros animales, con la intención de
alimentarlo. ¿Cómono iba a aceptar los
deliciosos granos que el hombre le lan-
zaba mientras mantenía a raya al resto
de las aves, que se retorcían de rabia
por no poder disfrutar del alimentotan
agradable que recibía el pavo Jacinto?
Durante las tardes de diciembre,
las aves del corral comenzaron a ex-
perimentar mucho calor. Por eso se lo
pasaban con elpico estirado oenterrán-
dolo en las bateas con agua fresca; ya
103
nadie resistía las altas temperaturas de
ese verano. Pero el calor no era lo único
que les preocupaba. La experiencia les
ayudó a recordar que todos los años en
esa misma temporada los seres huma-
nos se comportaban de un modo muy
extraño. Por ejemplo, andaban de muy
buen humor, escuchabancanciones que
hablaban de pinos acicalados con luces
de colores, los niños escribían largas
cartas pidiendo regalos a un anciano
de barba blanca, botas negras y vistoso
traje rojo. Se vivía una tradición que
provenía de países muy lejanos, donde
durante aquella misma temporada, lejos
de hacer calor, la nieve lo cubría todo
con su frío manto blanco. Eso lo sabían
las aves de boca del gato, que como se
pasaba en la casa de los seres humanos,
veía televisión y escuchaba conversa-
ciones permanentemente. A Jacinto le
redoblaron la alimentación, aunque
esto no produjoninguna sorpresa a los
animales del ga!Uñero.
De pronto, el pato de cuello blan-
co, que se lo pasaba chapoteando en el
104
agua de un pequeño estanque, recordó
algo que hizo que se le pusieran las
plumas de punta. Un año antes hubo
otro pavo, que desapareció justo en la
época en que empezó a hacer ese calor
y en que la gente se volvía loca prepa-
rando fiestas y ornamentandopinos con
luces de colores.Elpato, muy asustado,
se fue a los gallineros y con quien pri-
mero habló fue con el señor Gallo, que
comprendió todo rápidamente, por lo
que alertó a sus gallinas, a los pollitos
y especialmente a los gansos para que
corrieran la voz.En el corral se escuchó
un terrible grito de espanto: "¡Seacerca
la Navidad!" Sabían que para esa fecha
cualquiera de ellos podía ser víctima
de una cena de Nochebuena. Claro, los
únicos que podían estar a salvo eran el
señor Gallo, los pollitos, el pavo real,
que se sentía el adorno del corral y las
gallinas ponedoras, que por sus ricos
nuevos no las tocaba nadie. Pero el pri-
mero que caería sería el pavo Jacinto.
El pato de cuello blanco lo vio todo tan
claramente que gritó:
105
—¡El pavo Jacinto, el pavo Jacinto!
Su grito resonó con escándalo en
los oídos de todos los animales, los que,
sin excepción, experimentaron mucha
vergüenza. Ahora se explicaban todos
los privilegios y cuidados brindados al
pobre pavo. ¡Lo estaban engordando
para la cena de Navidad!
—¡Hay que salvar al pavo Jacinto!
¡Hay que salvar al pavo Jacinto! —caca-
reó o quiquiriqueó, si se pudiera decir,
autoritario el señor Galloy de inmediato
todo el corral se puso en guardia y en
acción.
Las gallinas, con santa paciencia
picotearon la base de las rejas que pro-
tegían los corrales. Los gansos se pu-
sieron en guardia y prometieron atacar
a quienquiera que osara acercarse al
corral. El trabajo de las gallinas parecía
inútil, pues sus picotazos no le hacían
mella al suelo duro que rodeaba las
rejas; el granjero había instalado un
pequeño muro de cemento para que
los perros no escarbaran y así evitaba
que se comieran a las gallinas. Por eso
106
decidieron pedir ayuda a los caballos,
que comprendieron rápidamente los
aprietos por los que pasaban las aves y,
especialmente, el pobre pavo Jacinto.
Mientras, el pavo Jacinto observaba
a cierta distancia a las aves del corral,
que parecían enloquecer. Aparte de an-
dar corriendo de un lado para otro, lo
más inexplicable de toda esa locura era
que ahoralo mirabancon una sospecho-
sa simpatía y hasta le brindaban dulces
sonrisas, ¡incluso lo hacían los gansos,
que siempre eran tan agresivos! Sin re-
sistirlo más, el pavo Jacinto se acercó al
pato de cuello blanco y le preguntó por
qué tanto alboroto.
—Es por la Navidad, amigo pavo,
y la Navidad es lo peor que le puede
suceder a un pavo como tú.
Muy inocente, el pavo insistió:
—¿Acaso la Navidad es una peste
para los pavos como yo?
—¡Nada menos que la peor peste
para un pavo! —exclamó el pato de
cuello blanco y se fue aleteando para
apurar al caballo, que se acercaba a las
107
rejas conuna parsimonia que exaspera-
ba a cualquiera.
¿Entonces la Navidad es la peste
para los míos?, pensó con preocupa-
ción el pavo Jacinto. ¿Me contagiaré
con algo? ¿Qué será de mí? Eso se pre-
guntaba cuando escuchó un estrépito
en las rejas. El caballo había dado un
par de coces a la alambrada, dejando
un orificio por donde podía salir sin
grandes dificultades cualquier ave que
así lo quisiera.
Y el pato de cuello blanco aprovechó
para acercarse de nuevo al pavo:
—Pavo Jacinto, debes huir antes de
que sea demasiado tarde. En un par de
ciías llegarála Navidad y para entonces
no tendrás escapatoria.
—¿Me lodicespor la peste del pavo7
—preguntó con inocencia Jacinto.
—Si así le quieres llamar a la Navi-
dad, allá tú. Pero, apresúrate, huye al
campo, que allá encontrarás alimentos.
Tendrás a mano muchas semillas y te
aseguro que allí nadie te hará daño.
Amigo pavo, quién lodiría, por primera
108
vez serás libre. Espera, ¿sabes?, yo te
acompañaré, porque capazque los seres
humanos piensen que "a falta de pavo
buenos son los patos".
—¿Qué quieres decir con eso?¿Qué
tienen que ver los seres humanos con
todo esto?,no los ofendas que ellos son
muy buenos conmigo; de lo contrario,
no me habrían alimentado del modo
como lo han hecho hasta ahora,
—¿Cómo puedes ser tan pavo?
—Pero sisoyun pavo, ¿quéotracosa
quieres que sea?
—Ya, basta, que me exasperas, hu-
yamos de una vez por todas. No hagas
que pierda la paciencia.
—Pero echaré de menos a todo el
corral, aunque se hayan portado tan
mezquinos conmigo; son mi única fa-
milia.
—Olvídalo, pavo. Verás que en el
campo tendremos otros amigos.
El pato de cuello blanco y el pavo
acinto salieron por el orificio y todas
las aves del corral los despidieron con
entusiastas vivas. Sepavoneaba el pavo
jacinto por el camino; nunca pensó
que sería tan popular. Y el pato pata-
leaba con algunos problemas sobre la
superficie dura del suelo, pues estaba
acostumbrado a los charcos, a las aguas
del pequeño estanque donde bracea-
ba a su antojo durante todo el día de
todos los días. Caminaron durante un
considerable tiempo por el campo y el
pavo Jacinto siempre esperó conmucha
paciencia al pato.
Cuando sehizo lanocheacamparon
a la orilla de una vega, lugar ideal para
un pato, aunque incómodo para un
pavo, pero el que dirigía la exploración
era el pato de cuello blancoy eso lo ex-
plicaba todo, Después se recostaron en
la hierba para descansar,contemplando
el cieloestrellado. De pronto, en elcon-
fín del universo se cruzó una estrella
fugaz. El pato de cuello blanco apuntó
al cielo con una de sus alas y le dijo al
pavo Jacinto:
—Mira el cielo pavo Jacinto, qué
bello está. Oh, ¿viste la estrella fugaz?
Es como el lucero de Belén. ¡Yaes No-
110 111
chebuena! Es el momento en que el hijo
de Dios va a nacer y en todo el mundo
reinará la paz y el amor. Amigo pavo,
mañana será Navidad y eso sí es gran
cosa, porque mirada desde la libertad
de este lugar es más simpática, incluso
para nosotros que somos animales, pues
estamos lejos de los seres humanos.
El pavo Jacinto, al escuchar la pala-
bra Navidad cerró los ojos aterrorizado
y no quiso observar la bella luminaria
que surcaba el cielo aquella noche de
verano, tan serena y transparente.
—No temas, amigo, que aquí en la
libertad del campo la Navidad jamás
será un peligro para ti. Yte puedo ase-
gurar que no hay cosa más bella que la
Navidad; lo que pasa es que los seres
humanos la afean con sus tonteras, pero
aquí nada nos pasará.
El pavo Jacinto no entendió nada
de lo que le decía el pato de cuello
blanco. Nunca comprendía nada. Era
más inocente que un sorbo de agua
cristalina proveniente de una fuente
de los montes. Por eso, tal vez, el pavo
112
Jacinto cerró los ojos y se durmió con
mucha rapidez. También reconoció
que se sentía muy bien allí, que todo
le agradaba, que la brisa fresca de la
noche acariciaba sus plumas, que los
grillos cantaban verdaderas canciones
de cuna, que el cielo era un enjambre
de luces titilantes, como esos pinos de
los que hablaban los seres humanos y
que adornabansus casas. Además, sabía
que mientras él descansara, un pato de
cuello blanco velaría su sueño y que la
vida le ofrecería una nueva aventura a
partir del próximodía. Nada menos que
desde un día que era nombrado conesa
palabra tan llena de magia: Navidad.
Una palabra que siempre le resultaría
una mezcla de secretos agrados y de
temores incomprensibles.
113
¡Llegó el circo!
Artículo 10:
Ningún animal debe ser explotado para
esparcimiento del hombre. Las exhibicio-
nes de animales y los espectáculos que se
sirvan de animales son incompatibles con
la dignidad del animal.
LOS NIÑOSsalieron a la calle alertados
por el ruido de los altoparlantes. No era
para menos, pues el Circo de Animales
de los Hermanos Temple había llega-
do al pueblo. Era un circo asombroso,
donde los números más atractivos los
proporcionaban, naturalmente, los
animales. Ellos se lucían mucho más
que los trapecistas, los malabaristas,
los magos, los fakires comefuegos y los
infaltables payasos; por algo era el me-
jor circo de animales del que se tuviera
conocimiento.
Uno de los artistas que más usaba
animales era el Mago Halabí. Memo-
rables eran sus números en los que de
115
su sombrero de copa salían palomas y
de los bolsillos de su elegante frac apa-
recían conejos blancos; también de su
maletín surgían las serpientes, que se
elevaban al compás de una flauta.
Por otra parte, los trapecistas se des-
plazaban de una punta a otra usando
cuerdas tensadas; con sus saltos casi to-
paban la parte superior de la carpa, lan-
zándose de un punto aotro sin perder el
equilibrio. Lomás novedoso delnúmero
era que lanzaban al mono Chispitas,
un tití brasileño que vestía una maya
de color amarillo y que prácticamente
volaba por el aire, y se desplazaba de
un balancín a otro como si estuviera
en plena selva amazónica. Los payasos
disfrazaban a un chimpancé y lecoloca-
ban una nariz de pelota de color rojo y
un traje marinero, además de un gorro
amarrado al cuello.Esoestaba bien para
los payasos, pero para el mono no tan-
to, puesto que recibía la mayoría de los
golpes, que siempre dolían un poco, por
más que fueran de mentira y después
fuera compensado con los aplausos del
respetable público.
Los payasos montaban un caballo
poni al que le ponían bototos;elpúblico
creía que era muy chistoso ver alanimal
dar zancadas dificultosas en la pista del
circo. Mientras, los perros saltaban atra-
vés de aros de fuego, las focas jugaban
fútbol; ios leones se encaramaban sobre
pisos de hierro y brincaban pasando
por rodelas adornadas con banderillas
de distintos colores; varios burros re-
buznaban cada vez que escuchaban el
sonido de una trompeta; ¡unas tortugas
competían en velocidad conindiferentes
caracoles!; los payasos, teatralmente,se
acostaban con pijamas, roncando rui-
dosamente al lado de unos lirones; los
loros cantaban óperas de Verdi, y los
monos bebían café a la vez que leían
el diario usando gruesas gafas y fuma-
ban copiosamente, atosigándose con el
humo, lo que hacía que la gente riera
de buena gana. Así era el Gran Circode
Animales de los Hermanos Temple; en
otras palabras: ¡Uncirco sensacional de
animales artistas!
116 117
Cada vez que el circo llegaba al
pueblo, la gente agotaba las entradas.
Por supuesto que a las funciones jamás
faltaban Daniel ni sus amigos, pues
cuando se hablaba de animales allá es-
taban ellos.
En una ocasión,Daniel entendió que
algo no andaba bien en el circo. Todo
surgió a raíz de su especial cariño por
los caballos. Al niño nunca lesimpatizó
que a los ponis les pusieran bototos.Si
bien todos reían con esa ocurrencia, a
él le parecía una crueldad, pero no se
lo confesó a nadie para no recibir una
burla por causa de sus sentimientos.
En la actuación, un poni caminaba con
bastante dificultad y hacía lo imposible
por zafarse del ridículo calzado; mien-
tras tanto, los payasos le golpeaban las
ancas para que apurara el tranco. Un
payaso que estaba vestido de vaquero
disparaba en todas direcciones con sus
pistolas a fogueo. Después, el caballito
levantaba las orejas y abría los ojos ate-
rrorizado; elpobre animalcaminaba con
tanta dificultad en esos ridículos boto-
118
tos, que provocaba larisadescontrolada
de todo el público.
Al día siguiente, cuando todavíano
empezaba la función, Daniel decidió
investigar y ver cómo se encontraba
el pobre poni. Se metió entremedio
de los camiones que trasladaban a los
animales. Por los ruidos descubrió que
a algunos no sólo los trasladaban en
esos grandes vehículos, sino que per-
manecían allí, en la oscuridad y con
poquísimo aire. La gente del circo no se
daba el trabajo de mantenerlos afuera.
Cuando Danieloyóel relincho del poni,
se arrastró con suma cautela por entre
las ruedas de uno de los camiones. Allí
estaba el animal con el domador que
el día anterior regalaba sonrisas, hacía
reverencias y lucía un impecable traje
dorado, largos mostachos y unas botéis
relucientes que le llegaban casi a la ro-
dilla. Pero ahora vestía jeans gastados
y una polera sucia, a palos obligaba al
poni ahacer reverencias y a levantar sus
patas delanteras, Daniel quiso salir en
defensa del pequeño caballo, pero no
119
se atrevió por temor a que el hombre
también lo castigara a él.
Atardecía cuando regresó a su casa.
Su papá llegó comentando que en el
pueblo esperaban con entusiasmo la
última función del famoso Circo de
Animales de los Hermanos Temple.
Nadie quería perderse el espectáculo.
Tampoco loharía Daniel; sería suúltima
oportunidad para ver actuar al caballo
poní. Pasaría un año hasta que pudiera
reencontrarse con él. El niño le rogó a
su papá que le comprara un boleto y la
verdad es que su petición no resultó tan
trabajosa, porque a Daniel lomimaban
muchísimo.
Era una típica tarde de domingo de
pleno verano. Una de esas tardes dora-
das, de cielo limpio y fresca brisa con
olor a jazmín. El mejor momento para
ir al circo, como pensaron Daniel y sus
amigos.
—Señoras y señores, respetable
público —anunció el animador vestido
con elegante frac y botas de brillante
charol—. ElGran Circo de Animales de
120
los Hermanos Temple tiene el agrado
de presentar ante ustedes a la increíble
Elefanta Micaela, capaz de subirse en
un diminuto taburete y levantar sus
livianos pies de bailarina para realizar
unos pasos de El lago de los cisnes, del
compositor ruso Tchaikovsky.
La elefanta Micaela salió a la pista
muy acicalada con un cintillo color
rosado que terminaba en una coqueta
roseta, luciendoen sus patas delanteras
alegres pulseras de cuentecillas mul-
ticolores. E! público aplaudió a rabiar
y algunos rieron por el detalle del cin-
tillo y la roseta. La verdad es que eran
muchos, pero muchos kilos de elefante
tratando de subir alminúsculotaburete
y a la mayoría esa escena le provocaba
una mezcla de suspenso y diversión.
Todos estaban pendientes de la caída
del animal, para después soltar una
desfachatada carcajada. Más divertido
se puso todo cuandoentraron a la pista
dos payasos vestidos de enfermeros.
Uno afirmaba un enorme botiquín,
notoriamente construido con plumavit
121
y el otro, llevaba una tremenda caja de
pomada que decía en su etiqueta "An-
ticaídas". Era una caja tan grande que
apenas se la podía. El público comenzó
a aguantar la risa y no quiso hacer rui-
do cuando supo que la elefanta debía
saltar desde su estrecho taburetea otro
de base tan mezquina como elanterior.
Se escuchó un redoble de tambores al
mismo tiempo que la elefanta Micaela
pareció temblar al mirar el pequeño
taburete donde debía saltar.
¿Cómo llegar allí sin caerse? ¿Qué
gracia tenía todo eso? ¿Por qué la gente
se divertía mirando situaciones ridicu-
las de los animales?,pensó Daniel. Por
segunda vez vio las cosas de diferente
modo. A los animales los castigan para
adiestrarlos, concluyó en silencio, imagi-
nando cuántohabría sufrido la elefanta
Micaela para poder enfrentar un número
tan difícil como aquel. Mientras sehacía
esas preguntas, recordó al pequeño poni
tratando de sobrellevar sin errores el
ensayo antes de la función.
Pero algoestaba pasando con la ele-
fanta Micaela,pues se negaba a subir al
122
primer taburete, tal vez temiendo que
no podría llegar al segundo. Se quedó
sin que nadie la pudiera sacar de ese es-
tado, por más que retumbaranlos tam-
bores. Como nada de lo anunciado por
el animador resultaba, la gente comenzó
a impacientarsey se escuchó un buuuh
en todo el circo.Las pifiasen contra de la
elefanta fueron tantas, que ei domador
y el maestro de ceremoniasse hicieron
un gesto significativo y alguien fue a
buscar un palo con un punzón de ace-
ro. El domador lo tomó y se acercó a la
elefanta Micaela. Le acarició una pierna
y con mucho disimulo le dio un punta-
zo en las costillas; el dolor provocado
le hizo estirar la trompa y levantar sus
pesadas patas.Deinmediato se reanudó
el teatral redoble de tambores. Cuando
todavía la elefanta tenía sus patas en el
aire, el domador, con mucharapidez, le
puso el taburete justo abajo, para que
las descansara ahí. Pero faltaba lo más
difícil. ¿Cómo hacer que con otro salto
encaramara su pesado cuerpo sobre
la mínima superficie y permaneciera
allí todo el tiempo necesario?La gente
123
no respiraba debido al interés de ver
al animal cumplir con un número tan
difícil. Entonces el domador se puso
detrás de la elefanta y con un certero
golpe le punzó el trasero. La punta del
fierro traspasó la dura piel del animal
y la elefanta Micaela dio un brinco, lo-
grando sostenerse en el taburetecon su
pesado cuerpo estremecido, buscando
equilibrios imposibles. Después, todo
pareció paralizarse. Como si la vida se
hubiera interrumpido. Daniel sufría en
su asiento y no participaba de esa entre-
tención. La elefanta Micaela, instalada
en eltaburete, seestremecía tratando de
no perder elequilibrio.
—Señoras y señores, respetable pú-
blico. Ahora, nuestra querida Micaela
hará la operación más difícil. Esto será
increíble, ya lo verán. Les aseguro que
esta actuación debería figurar como un
récord Guinness. Pongan mucha aten-
ción, que Micaela pasará de este tabure-
te al otro, aún más pequeño. Será como
si una montaña se equilibrara sobre la
punta de una aguja, ¡esto se los digosin.
ninguna exageración!
124
El público aplaudió enfervorizadola
ocurrencia del animador, pero el redoble
de tambores acalló los aplausos. Mien-
tras, la elefanta Micaela, a duras penas,
permanecía sobre elprimer taburete.Lo
que venía para ella era una operación
dificilísima. Senotaba por sus ademanes
que no se atrevía ni quería pasar al otro
taburete.
De pronto, el domador le dio un
feroz puntazo en las nalgas para que se
animara a pasar al segundo taburete. Al
mismo tiempo que se escuchaba elgrito
de Daniel, la elefanta Micaela perdía el
equilibrio y caía pesadamente al suelo.
El público, asombrado, no sabía si mirar
a la elefanta, que se debatía en la pista
sin poder pararse o a Daniel, que lloraba
con desconsuelo. Elniño salió del lugar
y corrió en dirección a su casa, pero en
el camino alcanzó a escuchar por los
altoparlantes muchos aplausos y la voz
del domador, que casi gritaba para ha-
cerse oír:
—¡Para olvidar las penas nada me-
jor que el sano humor de los payasos!
126
¿Han visto alguna vez un caballocon
bototos?
La gente le respondió con una sono-
ra carcajada. Ahora le va a tocar al poní,
pensó Daniel y se le apretó el pecho con
una tristeza muy grande.
Eso sucedió durante una tarde de
verano como lo puede ser cualquiertar-
de de un típico domingo devacaciones,
una de esas tardes soñolientas donde las
plantas de losjardines se ven lustrosas,
recién regadas y se percibe el inconfun-
dible aroma del jazmín.
127

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  • 1. EL FACTOR COMÚN DE ESTA EMOTIVA COLECCIÓN DE CUENTOS DEL ESCRITOR HÉCTOR HIDALGO, RADICA EN EL RESGUARDO Y PROTECCIÓN DE LOS ANIMALES.ASf COMO EN LA INTERACCIÓN DE ESTOS, EN MUCHOS DE LOS CASOS EXPUESTOS, CON LOS SERES HUMANOS EN AQUELLA MUTUA NECESIDAD DE RESPETO,. AMOR Y LIBERTAD QUE LOS LIGA. HÉCTOR HIDALGO ESUN PROLÍFICO AUTOR DE NOVELAS, CUENTOS Y POESÍA INFANTIL. EN EDICIONES SM HA PUBLICADO LAS OBRAS LA MUJER DE GOMA, RECETA PARA ESPANTAR LA TRISTEZA, EL PINO EN LA COLINAY OTROS CUENTOS, LA LAGUNA DE LOS COIPOS Y CUENTOS MÁGICOS DEL SUR DEL MUNDO. A PARTIR DE 9AÑOS u
  • 2. Dirección editorial: Rodolfo Hidalgo Caprile Coordinación editorial: Sergio Tanhnuz Peña Ilustraciones y cutierta Andrés Jullian © Héctor Hidalgo © Ediciones SM Chile S.A. Pedro de Valdivia 555. piso 11. Providencia, Santiago. ISBN: 978-956-264-471-6 Depósito legal: N° 163.618 Primera edición: agosto de 2007, 2.000 ejemplares. Impresión: Imprenta Salesianos S.A. General Gana 1486, Santiago IMPRESO EN CHILE / PR/NTED IN CHILE No está permitida la reproducción tota! o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin eí permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. índice Las toninas Morgan, un perro callejero Las muías de Nicolás Palermo Rebelión en el zoológico El misterioso caso del piso 21: Notas de un diario de vida La bruja de los cien gatos El caballo Manolo Max y Betsy, dos ratas de laboratorio El pavo Jacinto ¡Lhgó el circo! 5 15 29 41 51 67 83 91 101 115
  • 3. Las toninas Artículo 1: Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a¡a existencia. LAS TONINAS saltaban traviesas sobre el lomo del mar encrespado del canal de Chacao y la espuma de las aguas en movimiento acariciaba su piel lisa y brillante, creándose así la sensación de que estaban hechas de una especie de goma fina y compacta. Seveían muy ele- gantes con su traje oscuro y con toques pardos en la parte ventral. Eran cinco toninas nadando en columna y saltando al mismo tiempo, como si estuvieran representando un número acrobático para una exhibición en un acuario. Las toninas tomaban todo el aire que les permitían sus pulmones, ya adaptados al agua, para íuego zambullirse por una larga e increíble hora.
  • 4. ¿Cómo lo hacen para no ahogarse si son mamíferos y no peces? Se podría decir que son ballenas muy pequeñas, aunque mucho más estilizadas, jugue- tonas, livianas e incomparablemente amistosas: son los delfines chilenos. A veces, las toninas se acercaban temerariamente a los grandes transbor- dadores que cruzaban desde Pargua a Chacao, en el punto de iniciode lagran isla de Chiloé.Lomismo hacían los lobos marinos, que se consumían mostrando su lomo redondeado hasta perderse en las profundidades del mar. Las gaviotas acechaban tras una buena pesca y no faltaba la bandada de patos que cruzaba el mar en direccióna las islas, antes de que el escaso veranose fuera de la región.Las toninas vigilaban a los cardúmenes de peces pequeños que zigzagueaban de un punto a otro. Cómo les gustaba agitar las sabrosas manchas de diminutos peces, que más parecían plumillas balanceadas por el viento que seres en plena actividad de supervivencia, para después regresar a sus saltos hasta la llegada de lanoche en la inmensidad del mar sureño. Ese mar incontenible, oscuro, rumoroso y agi- tado como si fuera una sopa hirviendo en una olla gigantesca bajo las estrellas, en un cielo frío y limpio, sólo cubierto con nubes pasajeras. Qué grata era la vida en esas llanuras de aguas saladas y horizonte cortado por la gran isla de Chiloé. Una noche, cuando las toninas se aprestaban para echar una pestañada, divisaron muy a lo lejos un extraordi- nario resplandor en el cielo. Era como los fuegos artificiales que lanzan los transatlánticos en noches festivas. Ellas habían visto tantas veces luminarias parecidas desgranadas en loscielosnoc- turnos, en medio de la bullade los seres humanos que bailaban en la cubierta de las grandes naves. Pero esta vez no eran esas luces las que creaban formas coloridas en el espacio, sino una lumi- nosidad extraña, como un árbol de luz que desprendía sus ramas encendidas y provocaba una verdadera conmoción en
  • 5. quien observaba.Estoocurría una y otra vez, en intermitencias preocupantes. Con el agudo chillido que las ca- racteriza se comunicaron rápidamente y dos de las cinco amigas toninas par- tieron a investigar el significado de las misteriosas luminarias lanzadas al es- pacio en forma tan regular.Entendieron que alguien quería entregar una señal, un mensaje que se comprendiera a la distancia. ¿Pero, qué sería? Las toninas exploradoras navegaron rápido, como solo el?as lo suelen hacer. En el trayec- to no se entretuvieron en nada, iban con sus ojillos prácticamente cerrados, siempre apuntando hacia el torrente de luces que se diseminaba en el cielo solitario con explosiones escandalosas, iluminando grandes paños de mar aún noconquistado. En el trayectose toparon conmuchos peces de apariencia bastante extraña. Flotaban sobre la superficie y estaban embadurnados con una sustancia olea- ginosa y pestilente.¿Acaso estaban ante un misterioso veneno? ¿De dónde pro- vendría tal daño, inusual en un océano siempre en paz? Eran cientos los peces que, presos de esa sustancia oscura y siniestra, se debatían entre la vida y la muerte. Algunos ya no se movían. Las toninas exploradoras emitieron un so- nido, mezcla de chillido y silbido, que se extendió a través de la noche, esa noche tan tenebrosa. ¿Cuánta distancia recorrieron esos mensajes? ¿Llegaríanal resto de las toninas que esperaban noti- cias de sus amigas? Nadie lo supo. Las toninas exploradoras ahorraron la mayor cantidad de oxígeno que pu- dieron para avanzar bajo los peligros que avistaron en la superficie. Media hora o un poco más viajaron bajo el mar para investigar, siempre dirigiéndose hacia el punto desde donde surgían las luminarias, de las que ya no dudaban de su significado: alguien estaba pidiendo ayuda. Cuando ya casi no les quedaba aire en sus pulmones, emergieron para ver qué pasaba y si ya habían llegado a destino. Pero lo único que encontraron en la superficie fue una mancha oscura y
  • 6. brillante bajo la luz de la luna. También vieron un enorme barco hundiéndose irremediablemente y muchos seres hu- manos enbotes, alejándose rápidamente del lugar. Del barco se desprendía un líquido oscuro y pestilente; era el ve- neno que mataba a los peces. Debían actuar con la mayorrapidez. Loque más importaba era avisar a los demás peces para que no se acercaran al lugar de la muerte. Pero cuando quisieron tomar oxígeno para poder nadar en las pro- fundidades, sintieron que sus pulmones iban a reventar y que estaban nadando en aguas peligrosas, Con gran esfuerzo bajaron a las profundidades y nadaron en dirección contraria. En el camino fueron avisando a los peces y lobos ma- rinos para que retrocedieran, a otros los trataron de ayudar empujándolos para que se alejaran; esos peces que apenas aleteaban estaban embadurnados con la sustancia oleaginosa que surgía del barco. Aspiraron aire y sintieron que tragaban un chorro de agua envenena- da. Bajaron con dificultad y sintieron 11
  • 7. que casi no les quedaban fuerzas para seguir avanzando, pero debían llegar donde sus amigas toninas y alertarlas del peligro que les esperaba si seguían nadando por esos lugares. Avanzaron con gran dificultad, muy juntas, apo- yándose mutuamente. Se sintieron mareadas, con un fuego recorriéndoles las entrañas, sin fuerzas y, finalmente, se dejaron llevar por la corriente de las aguas, lentamente, para emerger sin mucho control de sus cuerpos.Alsalir a la superficiequisieron emitirpor última vez ese chillido agudo, el que se pudo oír, con gran dificultad, en medio de la noche. Después se quedaron quietas sobre la superficie, como tantos peces muertos que encontraron en elcamino. Cerraron los ojos en espera de lo peor. Estaban tan débiles que no sintieron a tres toninas que lasempujaron de nue- vo alas profundidades y lasarrastraron fuera del peligro de las aguas envene- nadas. Nadaron con ellas toda la noche rumbo a los canales de las islas del archipiélago. A la mañana siguiente ya 12 estaban las cincotoninas recuperándose, dispuestas a regresar a sus saltos yjue- gos. Esa noche sintieron un gran alivio, pues en el cielo estrellado no divisaron ninguna de esas extrañas luces, las que ya no asociarían a las fiestas que se da- ban en la cubierta de las grandes naves donde los seres humanos bailabancon despreocupada alegría.
  • 8. Morgan, un perro callejero Articulo 2: Todo animal tiene derechoal respeto. El hombre, en tanto que espede animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a otros animales o de explotarlos violando ese derecho.Tiene la obligación de poner sus conocimientos al servicio de los animales. Todos los animales tienen derechoa la atención, a los cuidados y a la protección del hombre. El PERRO MORGAN ladeaba la ca- beza para observar al gordo zapatero remendón. Gemía y movía la cola, pero ante el primer murmullo de José, el zapatero, salía disparado a ocultarse en la acera opuesta del taller. Eso sí, lo hacía tan sólo con tres de sus cuatro patas, pues la izquierda delantera era más corta que el resto, por lo que no la usaba y pretería dejarla colgando. Más de alguien podría haber pensado que la 15
  • 9. cojera había sido producto de un atro- pello, pero no, el perro había nacido así, contrahecho, cojo. Morgan había sido criado en el glo- rioso barrio Franklin, a muy poca dis- tancia del matadero y de las populares ferias persas o ferias de las pulgas insta- ladas en las cercanías de la calleBiobío, del viejo Santiago centro-sur. Estebarrio convocaba a mucha gente, que llegaba por allí especialmente los fines de se- mana, en busca de objetos usadoscomo revistas, libros, lámparas de velador a buen precio, discos de vinilo al rescate de recuerdos de años mejores,aparatos de radio a tubos (ideales para adornar una sala de estar), herramientaspara el jardín a un valor más que conveniente y cuanto cachureo existe; claro,también arribaban allí por las verduras, las car- nes y el pescado fresco ofrecido en los puestos típicos del barrio Matadero,, contiguo a la feria persa. El nombrecon que se conocía a Mor- gan se originó una ocasión en que fue a dar un paseo por la plazuela Placer, 16 que queda en las cercanías del barrio Franklin. Aquel día, un niño que ju- gaba por allí empezó a llamarlo de un modo muy distinto (apropósito, nunca lo habían llamado de ninguna manera. Simplemente le decían ¡ándate perro!, para que se hiciera humo): —Morgan, Morgan, pata de palo, pirata de los siete mares, Morgan. Mor- gan, ven acá —repitió el niño. Al perro le gustaron esos sonidos, por lo que se acercó al muchacho, de quien recibió de inmediato una caricia sobre ellomo y después un buen pedazo de pan. A partir de aquel día, lo empezaron a llamar Pirata Morgan.Pero élno podía saber que el apelativo "Pirata Morgan" había pertenecido a un famoso pirata aventurero que lucía un vistoso parche en el ojo.Además del parche, tenía una pata de palo y siempre cargaba un loro sobre su hombro. Todo lo propio de las románticas aventuras de los piratas dueños de los mares existentes. Sin embargo, el perro parecía sentirse muy 17
  • 10. a gusto con tal apelativo, pues era la primera vez en toda su vida que alguien lo llamaba de un modo específico, y nunca estuvo en su conocimiento que ese nombre tuviera relación con su con- dición de perro lisiado... ¿Yqué saben losperros de cuanto selespueda ocurrir a laspersonas respectode sucondición? Como fuera, la gente no se llevaba bien con el perro Morgan, seguramente por- que lo consideraban un típico animal callejero. Una tarde, Morgan emprendió una de sus usuales correrías por el barrio. Por supuesto que comenzó por la carnicería de don Ramiro y, como siempre, un duro hueso rebotó sobre su espinazo. En la huida alcanzó a escuchar la acostumbrada frase: "¡Án- date, perro sarnoso!". Pero, a pesar del dolor que el golpe del hueso le provocó sobreel lomo,Morgan regresó a recogerlo para degustarlo, sin impor- tarle el improperio recibido. Después se fue a la plaza para ver jugar a los niños. Uno de ellos, quizás el mismo 18 que antes le había dado un trozo de pan, lo llamó: —Morgan, Morgan, Piratade losSie- te Mares, ¿quieres un poco de helado? A Morgan no le gustaban mucho los helados, salvo los de chocolate, pero para no herir los sentimientos del niño, se acercó y cerrando los ojos, con resignación, lamió el asqueroso helado de vainilla. Después se fue a visitar a su huma- no preferido, aunque fuera el menos popular de todos: José, el zapatero. José era un hombre solitario y famoso por su malhumor. Todo le molestaba y cada cliente nuevo que llegaba con sus zapatos para remendar, juraba que no volvería a pisar el taller. Sin embargo, siempre regresaban, pues la pericia de José para arreglar zapatos sueltos, con medias lunas en la planta o descosidos en el empeine, era verdaderamente incomparable: ¡Silos dejaba como nue- vos! Era una tarde curiosamentetranqui- la, parecía que no volaba una mosca y. 19
  • 11. por la calle ni siquiera pasaban los au- tomóviles. "Qué extraño que todo esté tan quieto", se dijo para sí José enco- giéndose de hombros, ya que sihubiera pronunciado alguna palabra se le ha- brían caído las tachuelas que mantenía apretadas en loslabios, desde donde las elegía una a una, para después, con un certero golpe, fijarlas en la suela de los zapatos mandados a remendar. —Ponerle Morgan a un perro re- sulta muy tonto, porque se están bur- lando de él. Pero como se trata de un animal callejero, que no posee dueño reconocido, no merece tener siquiera nombre—, refunfuñó José muy malhu- morado, fijando sus ojos cansados en la calle. Allí en la vereda de enfrente, el perro Morgan parado en sus tres patas buenas, con sus ancas descansando en el suelo y moviendo permanentemente la cola, esperaba un mínimo gesto del zapatero. Pero José no reparó en las señales amistosas del perro, puesto que ines- peradamente se sintió tan agotado que
  • 12. dejó caer su cabeza sobre elpecho, como si le viniera un gran deseo de dormir. Pensó que aquello no era mala idea, que recuperaría fuerzas y así termina- ría antes de que acabara la tarde con la compostura del calzado, que lo tenía tan empeñado. El zapatero sintió tanto sueño, que no percibió dolor alguno cuando se le soltó el martillo sobre uno de sus pies. El perro comprendió que existía en el ambiente un peligro inminente. Por eso decidió cruzar la calle para ver qué estaba sucediendo. Cuando entró al ta- ller, vio que en el piso reinaba el desor- den más espantoso. Observó alanciano, que estaba tirado en elsuelo yrespiraba apenas, de un modo muy preocupante, pues de su pecho surgía un ronquido sobrecogedor. Elperro presintió que no se trataba de una de sus típicas siestas. Morgan sabía que las personas suelen dormitar en los sillones, pero jamás enel suelo, salvo que les haya pasado algo. Lo importante era buscar ayuda y rápida, por eso Morgan corrió por la calle. Lo más difícil sería dar a entender a la gente que el anciano zapatero estaba en peligro. Esto le preocupaba porque nadie lo tomaba en serio y lo único que recibía eran burlas bastante crueles por su cojera y, lopeor, porque era un perro sin dueño. El primer intento de comunicación tuvo lugar en la tienda de verduras y frutos del país de don Pablo Acevedo, pero de inmediato viovolar una cebolla que casi da en sus costillas. Después, buscando mejor fortuna, se fue a la pe- luquería de laseñora Carmen, donde rá- pidamente un escobazo lo ahuyentósin siquiera darle la oportunidad de meter la nariz en el salón de los secadores. ¿Y qué tal si iba donde elcarnicero? Reconocía que no tenía apetito y sile lan- zaba un hueso noleharía ninguna gracia. Igual, lo intentaría todo por el zapatero. De inmediato sintió un desagradable ardor en el lomo, porque el carnicero le había dado de lleno sobre su recurrida anatomía. Un hueso cortado con sierra eléctrica, es decir,filudo y dañino, había
  • 13. caído sobre su cuerpo. Con tantos esfuerzos frustrados y sintiéndose visiblementeangustiado, el perro se fue a la plazuela Placer. Ahí hallaría a alguien que pudiera auxiliar al zapatero José. En el lugar se encon- tró con varios niños que conversaban animadamente sentados en un escaño de hierro. Morgan, decidido, agachó las orejas y esperando la peor de las pedradas sobre su lomo, se acercó a los niños con la intención de pedir ayuda. Cuando el perro pensaba que todo se le estaba pintando con colores difíciles, uno de los niños lo reconocióy lo llamó con simpatía. —Morgan, ¿qué haces por estos la- dos? ¿Tegustó el helado de vainilla del otro día? El perro hizo un gesto de asco que el niño no reconocióy después levantósus patas delanteras y se las restregó para tratar de que le entendiera su mensaje. —¿Tienes una espina en la pata? ¿Quieres que te la saque?—dijo el niño, tratando de adivinar lo que el perro le 24 quería comunicar. Cuando el perro vio que nada daba resultado, se puso boca arriba y estiró una de las patas que tenía buena, imi- tando con ese gesto a alguien que se está muriendo... —¿Quieres que te hagamos cosqui- llas? —le preguntó otro de los niños, muy entretenido con lo que sucedía. Pero eso estaba bastante alejado de lo que el animal le quería decir. —No. Esperen. Morgan nos quiere comunicar algo—insistió el niño del he- lado de vainilla, que se notaba conocía bastante bien al perro. Entonces, Morgan tomó confianza y le lamió un zapato; después se puso boca arriba y simuló un ataque, tal vez pensando en !o tonta que era la gente, que nunca entendía nada. —¿Zapatos? —murmuró el mismo niño con cara de pregunta. —¿Te pegaron un zapatazo? Tre- menda novedad —dijo otro de los niños soltando una carcajada. El perro volvió a lamer un zapato,
  • 14. esta vez perteneciente al niño que recién se estaba burlando de él. Enseguida, gimió, agitó ¡a cola e incitó a los niños para que losiguieran. —Estoy seguro de que Morgan nos quiere comunicaralgo importante. Sigá- moslo —volvió a la carga el niño del he- lado de vainilla y todos partieron detrás del perro que, corriendo, se volvía para mirarlos y gemía con teatral agitación. Los niños cruzaron un par de calles hasta que llegaron a la esquina donde estaba el taller del zapatero, siempre yendo detrás de Morgan. Cuando el perro se detuvo frente a la puerta del taller de José y comenzó a aullar como si fuera un lobo que veía la luna llena, los niños se animaron a cruzar la calle y a entrar al taller. Cuál sería su sorpresa cuando encontraron al anciano remen- dón de calzado, tirado en el suelo y emitiendo ronquidos tan extrañoscorno preocupantes. Los niños corrieron en busca de ayuda yno pasó mucho tiempo cuando llegóuna ambulancia y se llevó al zapatero, mientras el perro Morgan, 26 desde una distancia controlada, movía la cola y no se perdía detalle de lo que sucedía. Pasaron varios días luego de aquel suceso y Morgan gemía y gemía cerca de la puerta del taller de calzado de José, quizás presintiendo lo peor. Hasta que una mañana, vio que el zapatero José abría la puerta del tallery como si nada, reanudaba su trabajo. Feliz, el perro cruzó la calle y sin resistirlo, se acercóal viejo José. No le importó el riesgo de su acción —pues podría ganarse un insulto o un golpe, como era la costumbre—, y no se equivocó, porque el zapatero, sonriendo con amistad, lo llamó para que se acercara: —Morgan, Morgan,perdóname por mi estúpida actitud. Supe que me sal- vaste la vida y te lo agradeceré siempre. Ven, no te alejes. ¿Sabrás perdonar a un viejo que comete errores impulsado por la soledad? Mira, como sabía que te en- contraría por acá,rondando como siem- pre, te traje un hueso con un poco de carne y piara mí, un rico pan con quesov 27
  • 15. un termo con café. ¿Desayunemos,Mor- gan? Hoy trabajaré contento y después te quiero invitar a mi casa. No es gran cosa, pero allá tengo una frazada vieja donde podrás dormir cómodamente y 110 en la calle, como acostumbras. Morgan pareció entender todo sólo distinguiendo los movimientosy gestos del viejo zapatero. Elperro permaneció en el taller por elresto del día escuchan- do las historias de José, quien no paraba de hablar y de saludar con desacostum- brada simpatía a su cuéntela.Morganlo esperó pacientemente, porque aquella noche dormiría por primera vez en una casa cobijado con una tibia frazada. Entendió que a partir de ese día había sido invitado a compartir la vida nada menos que con su humanopreferido,el viejo zapatero José. 28 Las muías de Nicolás Palermo Artículo 3: Ningún animal será sometido a malos tratos ni a actos crueles. Si es necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser ins- tantánea, indolora y nogeneradora de angustia. BUENAS MULAS tenía NicolásPa- lermo. Según él, las mejores de la mon- taña. Tantolas quería que hasta les puso nombres y, según contaba el fantasioso arriero, los animales entendían todo cuanto él les conversaba/Cada cual con lo suyo, ya que las muías estaban obli- gadas a escucharlo y él, como no tenía con quién hablar,siempre metidoen las montañas, se las arreglaba para tenerlas como compañeras de su interminable parloteo. La verdad es que gracias a las muías el arriero jamás estaba estricta- mente solo. Nicolás Palermo conside- raba que Aurora, Lagartija, Orejandray 29
  • 16. Chuchoca eran la mejor compañía a la que alguienpudiera aspirar. Y, atención, que tales nombres no estaban puestos al azar. Nada de eso. Todos tenían su razón de ser. Losarrieros tomabanpalco cuando escuchabana don Nico explicar el sentido de los nombres con que bau- tizó a sus queridas muías. Recordemos lo que sucedió una mañana en la cordillera, cuando unos arrieros amigos le preguntaron sobre el origen de aquellos nombres tan cu- riosos: —Aurora, mi mulita linda —con- testó Nicolás dirigiéndose a su muía mientras le acariciaba un mechónnegro que se le venía a los ojos. Entonces la muía le regalaba un pequeño rebuzno, tan chiquitito como si fuera un mugido de satisfacción—. A ella, la más bella —continuó NicolásPalermo—, la llamo así, porque naciódurante la aurora más limpia y fría de los amaneceres cordi- lleranos. —¿Y Lagartija? —preguntaron dos arrieros amigos hablando a la vez, 30 entretenidos a pesar de que conocían la respuesta, tantas veces repetida por Nicolás. —¿Acaso no le ven las manchas pardas que tiene sobre el lomo? Son las mismas de las lagartijas que duermen en las piedras calientes de los montes. —¿Y Orejandra?Esesiesun nombre extraño pues, don Nico. —¿Cómo que extraño?—y letapaba teatralmente las orejas a la muía para que no se ofendiera—. Ustedes saben que yo tengo un hijo llamado Alejan- dro, ¿no es así? Y me gusta mucho ese nombre. Pues en honor a mi hijo y, por supuesto, a las largas orejas de mi muía, fue que le puse Orejandra. Nicolás esperó que los arrieros de- jaran de reír para soltarle las orejas tan iargas que poseía la muía, pues de ese modo ella no se enteraría de las bromas que los arrieros hacían a su costa; así era de delicado Nicolás Palermo con su recua. —¿Y Chuchoca, don Nico?¿Y Chu- choca? ¿No me va a decir que ese es un 31
  • 17. nombre digno para una muía? —recla- mó entretenido uno de sus amigos de la montaña. —Sólo le puse así por chiste.Dígan- me si no es cómica la palabrachuchoca. Cada vez que la pronuncio, no sé por qué me da una tentación de risa. Como esta muía es tan divertida, tanjuguetona y risueña, lepuse Chuchoca.Cuando la llamo así y le digo "Chuchoca, Chucho- quita", me vuelve la risa y me celebra todas mis tonteras, pobre inocente. —¡Vamos niñas que hay que traba- jar! Y saludando a sus amigos, quienes no dejaban de reír, partió el arriero silbando alegre, seguido de sus muías regalonas. En unos pastizales ubicados entre las montañas estaban los caballos que él estaba encargado de cuidar.Nicolás Palermo permanecería con elios unos cuantos días, para después bajar con la tropilla. Lindotrabajo e!suyoy para rea- lizarlo jamás abandonaba a sus muías. Las cargaba con el alimento, la colcho- 32 neta, la carpa y todos los utensilios para cocinar, además de los cobertores nece- sarios para acampar por unos días. Era un viaje como otros, cuya misión consistía en cuidar a los caballos para que se alimentaran a su regalado gusto. Todo marchaba bien aquella mañana. Peñascales solitarios, viento refrescante de la cordillera y cielos limpios, sólo visitados por los cóndores, que desde muy lejoshacían círculos parsimoniosos en medio de ese cielo azul profundo. Era un día perfecto para elviaje. Nicolás Palermo, que se sabía todas las rutas para encaramarse por las montañas, iba tranquilo. Sin embargo, los montes siempre revisten peligros que losarrie- rosjamáspodrán sobrellevar fácilmente sino permanecen atentos a las sorpresas que lespueden deparar esas rutas escar- padas. Tal vez por eso Nicolás previno a sus muías: —Eh, muchachas, por aquí hay que pisar con mucho cuidado. Los animales iban a paso lento por el borde de una profunda garganta.El 33
  • 18. f-oera estrecho y gredoso,atravesa- do de vez en cuando por pequeños hilos de agua de vertientes que formaban peligrosas pozas de barro resbaladizo. Al fondo, el ronquido persistente de un riachuelo anunciabala profundidad de la quebrada, y alrededor, el canto de los pájaros avivabaesa mañana, que no debía ser para nada diferente a tantas otras. Porque, según Nicolás Palermo, nada sucedería si se tomaban todas las precauciones del caso. Por lo demás, él había atravesado tantas veces ese desfi- ladero por elmismoborde yjamáshabía pasado algo que pudiera lamentar.De todas maneras, el arriero le guardabael mayor de los respetos al lugar. Pero, en un abrir y cerrar de ojos,la muía Aurora, que siempre se quedaba rezagada, pisó mal y resbaló, arras- trando a las compañeras con las que iba atada. Las demás muías afirmaron las patas en el suelo pedregoso para no irse montaña abajo con Aurora, mas el cordel se cortó y la muía rodó pesada- mente por el despeñadero. Susterribles 35
  • 19. rebuznos se escuchaban a través de to- das las montañas circundantes, asimis- mo los gritos destemplados de Nicolás Palermo, quien horrorizado miró hacia el desfiladero y distinguió muy lejos, abajo, a Aurora agitando sus patas y emitiendo unos terribles rebuznos de dolor. El arriero se tomó la cabeza con ambas manos y comprendió que ya nada sepodía hacer.Jamáspodría sacar de allí a su regalona, que debía tener graves fracturas. Amarró al resto de sus muías a un espino para que nada les pasara; las pobres estaban aterrorizadas. Ensegui- da anudó un largo cordel al tronco de un robusto roble, se echó la escopeta a la espalda y se deslizó montaña abajo. Cuando llegójunto a la muía Aurora, se percató de que el animal tenía las patas delanteras quebradas, que lesangraba la barriga y que sus ojos se habían puesto vidriosos. —Aurorita, Aurorita, no quiero ver- te sufrir. Yano te podré sacar jamás de este despeñadero, aunque me ayudaran 36 los helicópteros, además, estás toda quebrada y sufriendo. El animal, muy malherido, se estre- mecía de dolor. Entonces, Nicolás Paler- mo suspiró resignado, tomó la escopeta y apuntó, mirando, por supuesto, hacia otro lado, porque le costaba hacerse cargo de una decisión tari terrible. Dos disparos rompieron la quietud de las montañas. Los pájaros salieron despa- voridos en vuelo desesperado hacia los cuatro puntos cardinales, y parecía que hasta el río bajaba el tono de su perma- nente ronquido para enterarse de qué estaba sucediendo. Después, el arriero cubrió a su muía con piedras y se quedó sentado en el suelo, sin saber cuántorato estuvo allí, paralizado y triste. Hasta que decidió subir, afirmándose con el cordel, para emprender en silencio el regreso, pues ya no le quedaban ganas de continuar su camino rumbo a los pastizales de las montañas. De su casa no lo sacó nadie durante un buen tiempo. Los arrieros que lo fueron a visitar notaron que su amigo 37
  • 20. languidecía por la pena. Si continuaba en tal estado, su propia vida se iría por un despeñadero, tal corno Je ocurrió a Aurora. Por lo tanto, había que reani- marlo como fuera. Y sucedió algo tan oportuno como necesario. Un día, un arriero amigo de Nicolás Palermo liego con la noticia de que una de sus muías había muerto al dar a luz a un pequeño que tenía una mancha amarilla en la frente. Cuando los demás arrieros escucharon lo que les contaba el amigo, se miraron con complicidad y tuvieron la misma idea. Esperaron una semana para que elmuli- to se afirmara y se lo llevaron, sindecirle ni media palabra, a Nicolás Palermo. Aquella vez, el viejo arriero miró al pe- queño mulito y cuando notó que tenía una manchaamarillaen la frente, con un ánimo quelebrotó tan rápidamente que a todos sorprendió, dijo al animal: —Te llamarásJilguero,por lo peque- ño que eres y, quién lo duda, por tu pin- ta amarilla en la frente. Ya, Orejandra, Lagartija y Chuchoca, acerqúense, no 38 deben seguir holgazaneando, de ahora en adelantecuidarán a este mulito que llevaremos a las montañas. El pequeño Jilguero, al ver a las muías corriódonde ellas y permaneció rnuy quietoa su lado, esperando que le dieran de comer. Las muías compren- dieron su gesto, levantaron las orejas y ío empujaron para que las siguiera. Era la hora de la merienda y querían compartirla con el nuevo miembro del equipo. 39
  • 21. Rebelión en el zoológico Artículo 4: Todo animal perteneciente a una especie salvaje, tiene derecho a vivir libre en su propio ambiente natural, terrestre, aéreo o acuático y a reproducirse. Toda privación de libertad, incluso aquella que tenga fines educativos, es contraria a este derecho. —tH, cara de mono, acércate —le dijo la jirafa al simio del zoo, inclinando su largo cuello hacia la jaula vecina. —¿Por qué no me dejas tranquilo, larguirucha? ¿De qué te sirve tener el cuello tan largo si no hay ningún árbol para ramonear? Tan sólo mira esos mu- ros de cemento que te rodean. —Por lo mismo, acércate. El mono se rascó la nuca como solo é!solía hacerlo y sintió extrnñeza de que la jirafa lo tratara con tanta deferencia, puesto que siempre lo había desprecia- do. Jamás le dirigía siquiera una mira- 40
  • 22. da. Ella no se rebajaba a tanto, mucho menos cuando podía sufrir tortícolis si bajaba demasiado la cabeza. —Oye,jirafa, ¿tehas dado cuenta de que estamos hablando ymás encima nos entendemos? Bueno, no es que antes no habláramos, tú hablabas en jirafín y los tuyos te entendían... —¡Y tú hablabas en morto-patín,ji,ji, ji,ji,ji!—exclamó la jirafa estremeciendo su cuello con una risa incontrolable. —Qué chistosa. Pero, ¿por qué es- tamos hablando y nos entendemos con tanta claridad? —Porquehoy ha sucedido algomági- co. Todos los animales amanecimos ha- blando. Ylo hacemos en un idioma que nos permite entendernos plenamente. Haz la prueba. Dirígete a la serpiente y verás lo que sucede. ¿Te habías imagina- do antes conversando conuna serpiente? Vamos, cara de mono, anímate. —No me digas cara de mono. Está bien, igual lointentaré y espero riohacer el ridículo con esto. Buenos días, señora serpiente. 42 —¿Qué tienen de buenos, mata de pelos? Me tienen encerrada en esta jaula de vidrio como si yo fuera un pepinillo en vinagre. Pregúntalealleón qué opina sobre lo que nos pasa, que ese se cree el jefe de todo. —¿Es que estás enferma de la cabe- za? ¿Cómo se te ocurre que voy a hablar con él? ¿Y si se enoja? —Haz la prueba, yo acabo de con- versar con el famoso león y no me pasó nada. —Don Leo, ¿cómole va? —se animó a decir e' mono, con timidez. —Vaya qué pregunta más estúpida. Aquí no le va a nadie. No sabes cómo echo de menos dormitar en una prade- ra. Estoy muerto de calor en este cajón de cemento acompañado de los peores olores que se te puedan ocurrir, aunque sean míos. El mono no quiso hacerle otras preguntas, porque el escándalo que tenían los pájaros casi no le dejaba es- cuchar. Papagayos, choroyes, un pájaro del paraíso, cacatúas, zorzales, diucas, 43
  • 23. canarios de diversas especies y cuanto animal alado existe, chocaba con deses- peración contra las rejillas de susjaulas. Con un coro destemplado gritaban: —¡Queremos salir! ¡Queremos salir! —¿No te lo dije, cara de mono? — aprovechó para punzar lajirafa—. Cosas mágicas están pasando. Sólo piensa en lo siguiente: ¿Aquién se le ocurrehacer un zoológico en un lugar como éste?, y más encima tenernos encerrados para que los niños maleducados nos lancen el maní, ¡agh!, que yo tanto detesto. Sé que a ti te vuelve loco el famoso maní, pero, ¿dónde se ha visto a una jirafa comiendo tanta cochinada? Incluso caramelos de menta me han lanzado y hasta un chicleconsabor a sandía. Sobre mi delicado lomo han llegado las cosas más increíbles. Y lo que me pegunto todo el tiempo es cómo se les ocurrió empinar este famoso zooen un estrecho e incómodo cerro. Todo esto sucedía una mañana calu- rosa de verano, mientras las focas bus- caban la sombra para no achicharrarse. El oso polar movía la cabeza e incrédulo deverse como estaba, optópor cerrar los 44 ojos y sumir su cuerpo en el agua. Las cebras sentían sus piernas acalambradas y soñaban con correr, aunque fuera por unos cuantos metros, y lo peor de todo, era que lo único que veían eran rejas y más rejas. —¡Queremos salir! ¡Queremos salir! —se agregaron los cocodrilos, además de un tímido pudú yhasta los cóndores, con su voz ronca y seca. Se había desatado una verdadera re- belión en elzoo. Entonces,muy asustado, el mono volvió a la jirafa y le consultó: —¿Qué pasará con los animales?Se ve que están enojadísimos. —Muy sencillo, cabeza pequeña que nada entiendes, y eso que todos comentan que el hombre desciende de ti. ¿Sabes?, hoy, antes de que lleguen los guardias, las visitas y ¡uf!, también el maní, nos fugaremos, ¿te enteras? Entonces... ¿vienes? —¿De verdad huirán? —Sí. Así es. ¡Nos fugaremos! Rom- peremos las jaulas y tomaremos la ca- rretera que conduce al mar y cuando llegxiemos allínos embarcaremos rumbo a ]a bella África. 45
  • 24. —¿Al África? ¿Ese lugar donde hay árboles muy altos, lianas para trasladar- se, ríos navegables y mucha fruta para comer? No es mala idea. —¡Al África, al África! Aunque tam- bién me conformaría conlas selvas ama- zónicas de Brasil —repitió un loro de hermosas plumas tornasoladas, al que siguieron con la escandalosa protesta los choroyes, las cacatúas, los papagayos y también varias tencas, capaces deimitar cuanto sonido escuchan. —¡Al África, al África! —contestaron todos los animales, casi a coro. Fue increíble. Los monos, conside- rados los animales más escurridizos, ágiles y hábiles, se encaramaron por las rejas y, de un salto, quedaron libres en los pasillos. Después empezaron a abrir todas lasjaulas.Nadie supo cómo se consiguieron las llaves. Para apurar la liberación le pidieron a los animales más fuertes que colaboraran.Poreso los elefantes, los rinocerontes y hasta un hipopótamo, empujaron las rejas hasta que cedieron. 46
  • 25. Muy temprano, durante aquellame- morable mañana de verano, se vio una fila interminable de animales salvajes caminando por una calle que daba di- recto a la carretera de la costa. Por su- puesto que los últimoseran lastortugas, acompañadas de los hipopótamos, que se desplazaban pesadamente, como si padecieran de pies planos. Elmás entu- siasta de toda esa caravana era el mono, que corría a campo traviesa adelantán- dose a toda la comparsa de animales. Por el camino no faltaron los caballos y unas gordas vacas que saludaron desde los potreros; también se vio a una gran cantidad de gorriones, conejos y codor- nices de los campos, que acompañaron a los animales del zoo dándoles ánimo. El mono, ciego de entusiasmo, no tuvo ninguna duda de que estaba viviendoel día más feliz de su existencia y que, de seguro, tambiénel resto de losanimales experimentaba el mismo sentimiento. De pronto, el mono escuchó que al- guien lo llamaba, y esa voz surgió con tanta crudeza que pareció que se que- 48 r braban miles de vidrios sobre su cabeza, produciendo un estruendo enloquece- dor. Yla voz repetía con molestia: —¡Eh, carade mono, acércate!¡Cara de mono, ven, come maní! Cara de mono, ¿cómo pmedes ser tan remolón? ¡Despierta! Era un niño, que había interrumpido el sueño más lindo que jamásun mono pudo tener. Elsimio se acercóal peque- ño, le mostró los dientes, se rascó la ca- beza y tomó los maníes con desgano. —Hic hic pronunció agradecido y comió con desinterés el maní que tanto le gustaba en otras oportunidades. En una jaula contigua, la jirafa, en silencio, abría con mucha dificultad sus patas para poder recoger del sue- lo una rainita de apio verde y jugoso, pero por más que estiraba su largo cuello, no la alcanzaba. Hay que tener paciencia de hipopótamo para aguantar todo esto, pareció decir el mono con un par de hic hic pronunciados conmucha desesperación.
  • 26. El misterioso caso del piso21: Notas de un diario de vida Artículo 5: Todo animal perteneciente a una especie que viva tradicionalmente en el entorno del hombre, tiene derecho a vivir y crecer al ritmo y en las condiciones de vida y de libertad que sean propias de su especie. Toda modificación de dicho ritmo o dichas condiciones quefuera impuesta por el hombre confines mercantiles, es contraria a dicho derecho. Lunes 15 de marzo. 7:15AM Amigo Diario, te cuento que hoy muy temprano vi alsujetoportando dos maletas cubiertas con un paño negro. Es un hombre de piel amarillenta, de edad mediana y escasa estatura, con ojos rasgados,, comolos de los orientales.Al- gunos vecinospiensan que es extranjero, pero otros dicenque simplemente es un tipo un poco achinado. Pero para elLeo 51
  • 27. y para mí, e] misteriosohombredel piso 21 es simplemente el Chino. El Chino vive un piso más arriba que yo y, sin lugar a dudas, es un tipo extraño y bastantesolitario, pues no se le conocefamilia alguna ni amistad.Sé que algo teje. Selo he dichotantasveces a mi papá, pero él me responde que rne invento historiaspolicialesporquepaso viendo tele y me dice con malhumor que, por lo demás, debo dejar tranquila a la gente, que cada persona tienedere- cho a vivir su vida. En cambio, mimamá me escucha con atención; estoy seguro de que lo hace no porque le preocupe el Chino, sino por su instinto demamá: ella escucha y evalúa por si hay algún peligro para rní. Por eso mi mamá le reprocha al papá diciéndole que siempre hay que escuchar lo que los niños dicen. Hoy en la mañana me topé con el Chino en el ascensor. Yo iba nervioso porque sabía que abajo me esperaba, con la impaciencia de todas las maña- nas, el furgón escolar de la tía que me transporta. Además, me acompañaba 52 ' en el ascensor el señor del piso 22, que sale muy temprano porque trabaja en una comuna apartada. Como es cons- tructor, siempre anda con planos y un casco; creo que hace poblaciones o algo así. Es un hombre muy amistoso y su hijo es nada menos que Leo, mi amigo del edificio, de barrio iba a decir. No es amigo de colegio, porque va a otro que le queda más lejos,en Nuñoa. Esque su papá estudió allíy seconoce a todos los profes. Qué raro que el Leono se metió al ascensor. Como es más remolón que yo, va a salir corriendo unos minutos más tárele. Leo es tan parlanchín que a veces lo evito. Cree que se las sabe to- deis y que me la gana en lo imaginativo, aunquemimamáme consuela yme dice que no hay tipo más fantasioso que yo en todo el universo; ella es tan exagera- da. El Leo tiene una hermana chica. Yo, para molestarlo, le digo que ella no tiene boca porque nunca sela he visto; es que se lo pasa con su chupete. Cuando se toma la sopa,por cada cucharada sesaca el chupete, traga y después se lo vuelve 53
  • 28. a poner; luego otra cucharada y se saca el chupete, traga la sopa y así sucesiva- mente; es una pequeña muy divertida. No dejé de mirarlasmisteriosasmaletas del Chino. Estaban cubiertas con un paño negro y habría jurado que algo se movía en su interior, pero mejor ri me imagino eso, porque sólo de pensarlo me aterrorizo. Martes 16 de marzo. 18:00 horas Ahora escribo porque el Leo me vi- sitó durante la tarde y me requetejtiró que había escuchado ruidos extraños en la casa del Chino, que eran como mau- llidos y arañazos.Cuando me lo contó abrió tamaños ojos y sus mejillas se le pusieron más rojas de lo acostumbrado. El Leo es un poco gordito, igual que su padre; parecen clonados, pero con tamaños diferentes. —Esas son ideas tuyas. El Chino debe haber estado viendo un video de terror o de animalesdel África —le dije paratranquilizarlo. Pero él siguió diciendo que estuvo un buen rato con la oreja pegada a la puerta de su departamento. Hasta rne invitó a que formáramos un Club de Detectives yque nuestra primera misión fuera descubrir "El misterioso caso del piso 21"; cosas de mi amigo. Miércoles 17 de marzo. 20:00 horas Estoy escuchando música. Ya hice mis tareas. Acabo de terminar una con un tema que me gustó muchísimo: "Animales en extinción". Vaya, vaya, como voy en quinto básico tengo que hacer largos trabajos de investigación. Cómo será cuando esté en sexto.No me quedará tiempo para nada. Ahora escribo en mi diario puras tonteras. Aesto se le llama ser un ocioso sin remedio. Por ejemplo, ahoraescribo que ahora escribo. Si parece que me faltara un tornillo. Mejor dejo espacio para más tarde, cuando realmente tenga algo que valga la pena escribir. Veré un rato televisión. Hasta pronto, Amigo Diario... 55
  • 29. El mismo día, pero a las 22 horas Debo escribir sobre dos hechos que me acaban de suceder. Uno es lo de la tele y el otro tiene que ver con el Leo. Empecemos por orden. El primero fue un documental sobre los animales en peligro de extinción que nos habían re- comendado en el colegio y que darían en la tarde.En África cazan a los elefantes y les sacan el marfil de sus colmillos para después venderlo a precios elevadísi- mos. A los loros los traen del trópico, los mantienen enjaulados en los negocios de animales y los venden como mascotas. Unos tipos están capturando lagartijas, arañas de los montes y ciervosvolantes para venderlos en el extranjero. En Chile, el pudú ya casi desapareció del mapa y eso que es el ciervo más pequeño del planeta y el más tímido también; por lo tanto, deberíamos cuidarlo. Todo eso me sirvió para agregarlo a rni carpeta de ciencias. En eso estaba cuando tocaron el timbre y de esto se trata el segundo hecho. Era el Leo,que liego acompañado de sus típicos ojos desorbitados. —¿Viste elprograma de los animales en extinción?—me dijo atragantado por sus propias palabras. —Por supuesto —le contesté—.Esta- ba obligado a hacerlo, me lo recomenda- ron en el colegio; igual me gustó mucho. Y el Leo insistió: —Estoy seguro de que elChino es un traficante de animales. De lo contrario, ¿por qué crees que se oyen arañazos y gemidos extraños en su departamento? Y yo completé, metido en la locura de mi amigo: —Y las maletas cubiertas con un paño negro que saca, de vez en cuando, temprano en la mañana; todo es muy sospechoso. El Leo hizo un chasquido con los dedos y agregó: —Vayamos a investigar, es hora de que actúe el Club de Detectives. Y salimos en puntillas hacia el piso superior.Ambos llevábamos unos vasos que pusimos con sus bocas apegadas a la puerta del departamento del Chino y por el lado opuesto los conectamos 57
  • 30. a nuestras orejas. Era un truco que me había enseñado mi papá y que él hacía cuando fue un chico como yo, hace mu- chísimo, pero muchísimo tiempo. Con los famososvasos se escuchabanítido lo que sucedía alinterior del departamento del Chino. Depronto, oímos un repetido y extrañohic, hic, hic, hic. —¿Qué esese sonido?—le pregunté a mi amigo, casi con un susurro. —Así chillan los monos —me con- testó de inmediato—. ¿Viste que el Chi- no es un traficante deanimales? Los chillidos eran numerosos y se notó que el Chino había comenzado a impacientarse, porque oímos un tre- mendo grito con el que casi se nos caen los vasos y que nos dejó zumbandolos oídos. —¡Si no se quedan callados los aga- rrará a palos,oyeron losmatas de pelos! —gritó destempladamente el Chino desde el interior del departamento. Después dijo algo así: —Iré a comprarles unos plátanos, aunque no sé dónde los voy a encontrar 58 a esta hora. ¡Ya,a callarse, granujas! Después se sintió un tintineo de llaves y a alguien caminando hacia la puerta y en lo que dura un suspiro, arrancamos. El Leo se fue al piso 22 y yo al 20.Fue como si de pronto nos hu- biéramos esfumado. Yaresguardadoen mi casa, me quedé detrás de la puerta, observando por el pecjueño visor que nos protegía de los intrusos que a veces golpeaban. Unpar de minutos después, vi pasar al Chino con sus tranquitos cor- tos y nerviosos en dirección al ascensor; mientras, la respiración se meagolpaba en la garganta y el corazón me latía como condenado. Amigo Diario, trataré de quedar- me dormido, porque mañana hay que levantarse temprano. El Leo debe estar en lo mismo, aunque presiento que esta noche será muy larga para ambos. Jueves 18 de marzo, de madrugada Amigo Diario, acabo de despertar de una pesadilla descomunal. Estaba so- ñando con elChino, que teníaencerrado 59
  • 31. nada menos que al gorila King Kong. Para que no se escapara, martillaba su gigantesca jaula yconun punzón de ace- ro lo empujabapara que se alejara de la portezuela. De pronto, elgorila daba un tremendo empellón y la puerta saltaba como si fuera de cartón. El Chino salía disparado por el aire y cuando caía per- día el sentido. Entonces el gorila King Kong aprovechaba para arrancar. Se desprendía por las ventanas de la torre y afirmándose con sus enormes garras se dejaba caer, piso a piso. Con rapidez llegaba al departamento N° 20, donde yo vivo. Inmediatamente, el monstruo- so gorila se metía por la ventana de mi dormitorio y cuando iba agarrarme por un pie, desperté gritando. Lo primero que vi al abrir los ojos fue a mi mamá en bata y pantuflas. —Alex, despierta. Tenías una pesa- dilla, ¿Qué estabas soñando? —me dijo mi mamá acariciándome el cabello re- vuelto y mojado por la transpiración—. Yo estaba despierta, hijito. Parece que el vecino del piso superior se volvió loco, 60 se lo ha llevado martillando y poco an- tes de que viniera a verte se escuchó el teléfono con insistencia. Después oímos que salió de su departamento.Tupapá se levantó para ver qué estaba sucediendo y se encontró con la puerta del depar- tamento del vecino entreabierta. No se quiso meter en el asunto, ni siquiera tocó. Regresó refunfuñando que no lo dejaban dormir, pero no hizo nada. Tú sabes lo cuidadoso que es. Ahora, hijo, vuelve a dormir, que mañana andare- mos todos muy mal, concluyómi mamá con su típica voz tranquilizadora. Ella es tan serena que contagia a cualquiera; en cambio, mi papá es todo lo contrario: alaraco, precipitado y explosivo. Pero harto entretenido, porque le gusta ju- gar conmigo. Lo que me extraña es que no se haya metido en el asunto y que no quisiera investigar teniendo ante su vista una puerta entreabierta. Ah, claro, ésa es otra característica de mi papá: cada persona tiene el derecho a vivir como se le ocurra, por lo tanto, hay que respetar la privacidad de los demás; si parece que lo estoy escuchando. 61
  • 32. Jueves 18 de marzo, más tarde Estaba la grande en el edificio. El Leo me fue a despertar para que ayu- dara a capturar monos. Me contó que uno se metió por una ventana de su departamento y que se fue directo a la cama de su hermanita y le quitó el chupete. El llanto de la niña despertó a toda su familia; la pobre pequeña estaba aterrorizada de ver a un mono saltando sobre su cama y saboreando su querido chupete. Había titíes brasileños, monos arañas y un chimpancé parece que de pocos meses de vida, por lo pequeño. Los pasillos estaban escandalizados con tantas carreras y gritos de la gente. Al poco rato llegaron los bomberos para rescatar un par de monos que se habían ocultado en el techo del edificio, mien- tras unos carabineros tornaban nota en unas pequeñas croqueras y colocaban cintas en la puerta del departamen- to del Chino. El Leo tiene un talento tan grande, que cuando me contó lo que había sucedido, me pareció que estaba leyendo una novela conlas aven- turas de Sherlock Holmes. 62
  • 33. Cuando nos fuimos al colegio vimos que ya habían llegado los camarógrafos de un canalde televisión; también apare- cieron los fotógrafos de los diarios y los periodistas estaban haciendoentrevistas a la gente todavía en batas. Mi papá no quiso hablar, yo sabía que estaba arre- pentido por no haber sido más vivo y haber investigado la razón por la que la puerta del departamento del Chinoesta- ba abierta a las cuatro de la madrugada. Si mi papá la hubiera cerrado o entra- do, se habría transformado en el héroe de la jornada.Habría descubierto a los monos cautivos. Pero no hizo tal cosa. En cambio, el papá del Leo se llegaba a atorar hablando, mientras sepeinaba para salir ordenado en las fotografías y en las tomas de los camarógrafos de la tele. Yosabía que mi papá lamentaba su indecisión, eso le pasa por... "tímido" (escribí esa palabra para que no saliera tan perjudicado). 64 Viernes 19 de marzo. 20:00 horas Me fue muy bien en el trabajo de ciencias. Lo entregué y, además, me tocó exponerlo ante mis compañeros. La profesora me puso la nota máxima, es decir, un siete; valoró especialmente mi vivida disertación.Mis compañeros me aplaudieron cuando se enteraron de lo del tráfico de animales, de que yo lo había visto y de que había ayudado a capturar monitos. Ahora, los animalitos deben estar en el zoológico, pero nada se ha sabido. Cuando la policía entró a su departamento se topó con un lugar prácticamente sin muebles, lleno de jaulas y con una fetidez que golpeaba el rostro. Amigo Diario, con el Leo, nuestros padres y mis compañeros de curso, decidimos preparar cartas que envia- remos al zoológico, a la prensa y a las autoridades que corresponda para que devuelvan a los monos a su lugar de origen. Haremos una gran campaña y no descansaremos hasta ver que se los lleven a la selva brasileña, donde segu- ramente está su hogar. 65
  • 34. Oye, Diario, ahora te dejo porque ya se ha hecho tarde y mañana iré al zoológico con el Leo a ver a los monos. ¿Te digo un secreto? A los monitos les contaremos lo que estamos haciendo por ellos. Sé que comprenderán. 66 La bruja de los ciengatos Artículo 6: Todo animal que el hombre ha escogido como compañero, tiene derecho a que la duración de su vida sea conforme a su longevidad natural. El abandono de un animal es un acto cruel y degradante. —V-UCHITO, cuchito. Ven, acércate. Eso es, que nadie te hará daño —dijo Rosalía afirmando el paraguas con una mano para que no se lollevara el viento. Con la otra frotó los dedos para atraer al gato mojado que, acurrucado en eldin- tel de una ventana, se protegía de! tem- poral que arreciaba sobre la ciudad. Era un gato de pelo largo, de esos que cuando están mojados se achican considerablemente, como Silvestre, el que persigue a Piolín. Tenía los ojillos asustados y se estremecía de frío; de vez en cuando gemía con desconsuelo. 67
  • 35. —¿Por qué te echaron de casa? ¿O será que nunca has tenido una? ¿Acaso te lanzaron a la calle por viejo? Si esta última es tu respuesta, debes saber que mi especialidad consiste en proteger a los gatos viejos. Quizás ya no tienes un hogar, es decir, que eres uno de esos típicos gatos vagabundos que, escapa- dos de sus casas, sienten hambre y se arrepienten de haberlo hecho. Si todo esto ha sucedido, eres candidato a que te acoja. No te arranques. No creas que no me preocupo por ti; para que sepas, he recogido carnadas completasde gatos abandonados; cómono voy a repararen tu desgracia. Agradece que te topaste conmigo, porque la genteya no tieneco- razónpara conustedes. Gatito,no sabes la sorpresa que te tengo si te vienes con- migo.Vamos, no seas tan tontoyacérca- te. Para que lo vayas entendiendo, por de prontoteofrezcoelmejoralbergue de la ciudad y, por añadidura, lacompañía de losmás simpáticos amigos. Además, lo debo reconocer, te necesito más de lo que te imaginas...Yalo entenderás a su 68 debido tiempo... El gato la escuchó con teatral aten- ción para después contestarle con un tiritón tan fuerte que hizo que el agua en su cuerpo salpicara, como si fuera una de esas regaderas que mojan el pasto. Después emitió un maullido te- rrible, capaz de partirle el alma a quien lo escuchara. Claro que tal posibilidad era bastante improbable en una tarde negra de lluvias interminables, cuando las calles están comprensiblemente de- soladas. —Pobrecito, site vas conmigo verás que se te acabarán las miserias en un abrir y cerrar de ojos. Debes entender que para mítambién estoes beneficioso. No creas que no te valoro, mi inayor dedicación va dirigida austedes. Gatito mojado, ¿sabes?, eres muy importante, de verdad, gracias a ti muy pronto suce- derán cosas inexplicables. No te puedo adelantar más por ahora, pero te asegu- ro que serán extraordinarias. Entonces... ¿Nos vamos, querido michino? Rosalía era una mujer extraña, 69
  • 36. ¡quién lo dudaba! Bastante solitaria, huidiza, poco se comunicaba con las demás personas y se notaba más en- vejecida de lo que correspondía a su edad: cincuentay cinco años. Según los vecinos, estaba un poco trastornada. Así lo creían, porque hablaba sola ocon los gatos que rescataba del abandono y echaba en su gran bolso tejido, del que jamás se desprendía. Para losniños, ella era laBruja de los Cien Gatos. ¿Por qué este sobrenombre tan sugerente? Curiosa la historia de esta Rosalía: la mujer más fanática de los felinos de que se tenga memoriayla mejor costurera del barrio,A propósito de su laborde costurera, ella no permitía que nadie entrara a su enorme casona y hacía los trabajos a domicilio. Por lo demás, por su fama de mujer extraña, nadie se atrevía a visitarla en su hogar. Con los años, pocos se acordaban de la familia de Rosalía, salvo losabue- los del barrio, quienes a veces hacían comentarios acerca del esplendor de la casa de los Aragón Serrano y Villame- 70 diana. Según los relatos que aparecían de vez en cuando, en la vieja casona había vivido RosamelAragón, un famo- so médico cirujano y su señora esposa, doña Manuela Serrano y Villamediana, mujer de sangre española, de antigua familia proveniente de la calurosa y andaluza Málaga. Los Aragón Serra- no y Villamediana siempre estuvieron acompañados de su única heredera, la pequeña Rosalía, niña muy mimada, a la que rodearon de cariño y de cuanto capricho quisiera. Volvamos al origen del amor que Rosalía le prodigaba a los gatos. Se comentaba que la afición que les tenía había nacido un día en que su padre, que tanto la consentía, lehabía regalado para su cumpleaños un simpático felino.. El gatito de marras era tan felpudo y suave como elmás fino de los peluches. Y a partir de aquel momento a la niña Rosalía le gustaron tanto los gatos que empezó a inventar los argumentos más rebuscados para que se los regalaran. En fin, la mimada Rosalía pedía un 71
  • 37. gatito en todas las situaciones que se le ocurrían y que tenían importancia para su vida. Por ejemplo, lo hizo para su onomástico, en Navidad, cuando se le cayó el primer diente, para el Día del Niño, cuando se sacóuna notaexcelente en matemática, la vez que estuvo muy resfriada y, por supuesto, para cada uno de sus cumpleaños. El papá, que vivía en permanente chochera con su niñita adorada, llegaba impostergablemente con un nuevo gato, siempre muy justi- ficado. Rosalía no se casó cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.Nadiesabe por qué no lo hizo. Algunos opinaban que fue porque las hijas únicas se quedan solteronas para cuidar a sus padres. Otros, que había sido porque jamás se interesó en los varones del barrio. Los más venenosos dijeron que no se había casado porque los famosos varones del barrio no se interesaron en ella. Opina- ban que habían desistido por la desme- sura de la nariz de Rosalía, porque era tan loquilla por los gatos, porque no salía jamás del enorme caserón donde vivía, en fin, por tantas cosas... y ¡qué chismosa era la gente! Mientras tanto, Rosalía aprendió con su madre el arte de la costura y permaneció en su casa por siempre, incluso después del fallecimiento de sus ancianos padres. A partir de aquel momento se volcó con pasión y entera dedicación al cuidado y protección de estos misteriosos felinos. —Te llamaré Pellejín, lo hago con mucho cariño, créeme y también pen- sando en tu apariencia desvalida, al verte tan empapado —le dijo al gato mojado que por fin apañó entre sus manos y echó en el bolso tejido. Los gatosson muy silenciosos. Nisi- quiera selesescuchan sus pasos cuando recorren una casa. Se lopasan durmien- do y observan las cosas por elrabillodel ojo. Pero entre ellosquizás qué se dicen. Era lo que Rosalía anhelaba saber. Por eso les conversaba permanentemente; claro, sin resultado concreto, porque jamás obtuvo de ellos una respuesta 72
  • 38. racional, cuando mucho un típico y rutinario miau o un ronroneo que nada específico explicaba. Pellejín hizo un viaje muy cómodo en el interior del gran bolso tejido de Rosalía. Muchos olores difusos de gatos vagabundos como él encontró allí den- tro, pero no protestó, ya que ese lugar, que sebalanceaba al ritmo de los pasos de la mujer, era un verdadero paraíso comparado con las pellejerías por las que había pasado. Hablando de pelle- jerías, le hizo gracia el nombre que le había puesto la mujer. Pellejín, vaya, ¡si estaba calcado para él! Rosalía cerró elparaguas y con cier- ta dificultad abrió la verja que conducía a un jardín en semiabandono que seveía mucho más triste en invierno. Porque cuando regresaba la primavera, la ma- leza crecía hasta alturas insospechadas y todo parecía una selva inexpugnable, salvo por el estremecimiento y lossacu- dones que losgatos provocaban con sus carreras alocadas en el pasto hirsuto. —Pellejín, te debo contar algo que 74 pronto sucederá; lo hago para que no te asustes. Una vez que entremos a la casa, y cuando nadie nos esté espiando desde la calle, sucederá un hecho más mágico que brujeril. Te lo digo porque los molestosos niños delbarrio seburlan de mí, diciéndome "LaBruja de los Cien Gatos". Y me llaman así desde un día en que, para que me dejaran tranquila, les dije, ante su insistencia, que yo tenía muchos gatos y que cuando llegara alos cien, estaría en condiciones de conversar con estos y ya no necesitaría hablar con niños molestos y mal educados como ellos. Y capaz que eso suceda, amigo Pellejín. Ya te estarás imaginando qué número tienes entre mi flamante familia gatuna. Pellejín escuchó con atención lo que le decía esa mujer tan extravagante.Pero cuando un gatotiene hambre, frío y más encima está empapado, sus oídos están dispuestos a escuchar cualquier cosa, aunque sea una barbaridad, si eso le resuelve problemas tan críticos. Aunque le parecía que su protectora era bastante 75
  • 39. rara, se dejó llevar por su suerte. Cuan- do Pellejín entró en el caserón no pudo creer loque leestaba sucediendo. Nunca se imaginó ver tantos gatos reunidos y hasta a algunos conocidos. Al primero que vio fue a su buen amigo Mostachón, que bajaba lentamente por una larga escala de caracol. —Pero si es mi buen amigo, este... ¿cómo tellamaba? Claro,ahora meacuer- do. Yo te decía "Gato", porque eras el mas vagabundo de todos nosotros. Mejor dicho, el rey de los vagabundos y quien jamás conoció casa donde descansar sus escuálidos huesos, pobre amigo Gato —dijo Mostachón con aire engreído. —Eso era antes, Mostachón —se apresuró a contestar Rosalía para bajarle los humos, mientras, dejaba el paraguas abierto y colgado cíe la varilla de la cor- tina del baño para que estilara y se seca- ra—, porque desde hoy este es el hogar de Pellejín. Mostachón dio un tremendo salto y se asombró al comprender con toda claridad las palabras de doña Rosalía, 76
  • 40. la mujer más buena que existía en el planeta, según la opinión generalizada del mundo gatuno. ¡Ella estaba hablan- do y él le entendía absolutamente todo lo que decía! No hay misterio en que los gatos se entiendan, pero sí en que las palabras de Rosalía se desgranaran claras y precisas en sus oídos. —Porque a quien llamabas despec- tivamente "Gato", ahora debes decirle Pellejín. Esto te lo digo para que nos vayamos entendiendo —agregó Rosalía con orgullo y firmeza. —Juá, juá, juá —rió burlonamente una elegante gata angora—. Qué nom- bre más adecuado para un gato tan des- tartalado —agregó estirando sus orejas aristocráticas. Después dio uri respingo de sorpresa al comprobar que hablabay que lograba comunicarse con Rosalía. —No seburlen de nuestro bueno de Pellejín, porque gracias a él podemos entendernos —comentó Rosalía senten- ciosa y con más misterio que nunca. Nadie podría haber adivinado por qué le brillaban tanto los ojos a la enigmática Rosalía. Podrían postularse 78 cuatro alternativas para explicar tan extraño brillo: 1. Locura 2. Magia 3. Brujería 4. Todas las anteriores Pero lo que sucedía era más fuerte que cualquier intento de explicación, simplemente había que asumirlo, es- pecialmente, porque se precipitaban hechos increíbles. Por ejemplo, se es- cuchó desde el descanso de la escala a cinco gatos pardos con el lomo con manchas irregulares, quienes cantaron a coro: —Michimichimau, qué alegría, con el gato mojado ya somos cien, porque en la casa de doña Rosalía ha llegado el vagabundo de Pellejín! Pellejín se lamió una patita para sacarse otropocode agua. Tambiénse dio un sacudón y ahí sí que saltaron las gotas por todas partes, salpican-
  • 41. do a diestra y siniestra a cuanto gato estaba cerca. —Epa, ten más cuidado. ¿Es que nadie te ha enseñado modales? —le reprochó la gata angora, que había sido apenas untada por un par de minúscu- las gotas de agua. —Losiento, gatita. ¿Cómo tellamas? —preguntó, amistoso, Pellejín. —Milena —contestó la gata angora rápidamente, para quejamásseolvidara de un nombre tan bello como el suyo. —Milena, qué lindo nombre tienes. Vengo de la lluviay tú estásaquí alcalor de la estufa.Túsabesquehace un par de días consus noches que llueve y llueve en la ciudad... toda esa agua ha caído sobre mi lomo. Los demás gatos miraron a la gata angora con notorio enfado,sobre todo al verla-tan egoísta. Eran tantos los gatos que se fueron juntandoen el salón, que no se sabía de dónde aparecían. Había tres sobre un sillón de felpa, cuatro instalados sobre una repisa, una veinte- na dormitando alrededor de la estufa y otra treintena bajando por la escalapara investigar a qué se debía tal escándalo. En un rincón, cerca de la ventana, había una carnada con cinco gatitos negros de orejas blancas; dos gatas gordas y satisfechas de la vida se paseaban cerca de la otra ventana, tratando de saltar sobre el dintel para observar desde allí eljardín mojado, pero no se atrevían de tan gordas que estaban. Rosalía se quedó observando con orgullo a su gran familia gatuna. Traba- jaba para ella, se lo pasaba comprando alimentos y leche, cuánta leche, cajas y más cajas; si había pocilios por todas partes. —Ahora, a cenar —anunció con entusiasmo Rosalía y se fue a la cocina para regresar muy pronto con un gran saco con alimentoen forma de pescadi- tos. Lofue repartiendo a través de una gran cantidad de tiestos diseminados por el salón y los gatos corrieron a los distintos lugares donde la mujer depo- sitó la comida. Era divertido ver a todos los gatos cabeza gacha, comiendo con 81
  • 42. lascolasparadasybalanceándolas como si fueran matamoscas. —Pellejín —llamó la gata angora con su voz aterciopelada y cuidadosa- mente delicada, casi coqueta. —Dime, Milena —le contestó Pelle- jín, que ahora se veía más gordo con su pelambre seca. —¿Me perdonas por mis tonteras? —agregó la gata entornando los ojos. —Claro que te perdono. Si estoy feliz con tantos amigos juntos. Rosalía escuchó a Pellejín y sonrió con emoción. De pronto, los cinco ga- tos pardos y de manchas en el lomo estiraron la cabeza y como si fueran lobos mirando la luna, comenzaron la siguiente serenata: —Michimichimau, qué alegría, ¡Hurra por doña Rosalía, la gentil; por ella somos una gran familia, sin olvidarnos de Pellejín! 82 El caballo Manolo Artículo 7: Todo animal de trabajo tiene derecho a una limitación razonable del tiempo e intensidad del trabajo, a una alimentación reparadora y al reposo. EL CABALLO MANOLO llegaba a la feria muy temprano, arrastrando el carretón cargado hasta el tope con cebollas, lechugas, tomates, coliflores, repollos, acelgas, zapallos, y porotos verdes y granados. De vez en cuando, el caballo se resbalaba en el pavimento mojado, haciendo restallar las herra- duras. Entonces, para afirmarse y para que no se le volcara la pesada carga, abría un poco sus cuatro patas, pero de inmediato sentía un latigazo sobre el lomo con el que el conductor parecía decirleMan o/o, pon más cuidado con loque haces, que si vuelcas el carretón me dejarás en la ruina. 83
  • 43. A esa hora de la mañana, algunosfe- riantes sehacían bromas y tomaban café, mientras que otros armaban ordenada- mente sus puestos de verduras, frutas, papas y abarrotes. Todavía faltaba para que llegaran los vecinos con sus bolsas de género y los carritos recubiertos con mallas de alambre a comprar los alimentos para sus hogares. Depronto, se escucharon los primeros sones del organillointerpretando un valsecito an- tiguo. Elvendedor de sandías y melones se quedó un momento detenido, como película en pausa, y después suspiró profundo por no se sabe qué recuerdos que le trajo lamúsica. Unos perros ladraron al mono de chaqueta roja, que rápidamente buscó refugio en el hombro del organillero. Cuando eso sucedió, el caballo Manolo paró sus largasorejas peludas yperma- neció tenso, puesnolesimpatizaban para nada esos animales, que cada vez que recorría las calles salían a suencuentro ladrándole y tratandodemordisquearle los tobillos. El caballo Manolo prefirió 84 ignorarlos y concentrarse en los sones del organillo, que después interpretó una alegre canción mexicana. Pronto la melodía fue apagada por losgritos de los vecinos que ya habían iniciado el reco- rrido por la feria y por las voces de los feriantes anunciandosus productos. El lugar se tornó muy entretenido con tanta gente comprando, cosa que al caballo Manolo poco le interesaba. Su preocupación era otra. Estiró un poco las patas, que tenía acalambradaspor la inactividad, intentando capturar unas hojas de lechuga abandonadas en el sue- lo. No las podía alcanzar porque estaba atado al tronco de un árbol. Tampoco tenía mucha movilidad, porque aparte de la cuerda en los costados, llevaba sujetas dos varas que sostenían el ca- rretón. Entonces bufó molesto, agachó la cabeza y esperó las largas horas que faltaban para que concluyera la feria. Ni siquiera podía alimentarse. Cómo le habría gustado saborear esa lechuga situada a pocos centímetros y que no podía alcanzar. 85
  • 44. Cuando terminó la feria, volvieron a cargarlo con las verduras que no se vendieron. A esa hora de media tarde, el caballo Manolo sentía sed y hambre, mucha hambre. Nadie se había acorda- do de darle un poco de pasto, a nadie se le había ocurrido pasarle esas jugo- sas hojas de lechuga que tanto empeño había hecho por alcanzar, porque nadie nunca pensaba en él. Salvo cuando echaban toda la verdura en el carretón, después de un par de huascazos, con lo que señalaban que debía emprender el regreso, que era largo y trabajoso, siempre igual. Cuando ya estaban en la casa del hombre que lo golpeaba con la huasca, este, después de guardar lasverduras, lo dejaba amarrado a un poste en un sitio en semiabandono y le echaba un poco de pasto para que, como buen caballo que era, se alimentara. Allí permanecía hasta que muy temprano, en el siguiente amanecer, elhombre, sencillo y silencio- so,extrañamentesilencioso comparado con los que veía a menudo en la feria, le 86 ajustaba a los costados de su lomo las varas del carretón, ya cargado hasta el tope con verduras y partían a otro ba- rrio, a otra feria. Elhombre tenía una familia numero- sa. El caballo Manolo jamás logró saber cuántos eran los hijos de su amo, sólo ¡osdivisabade lejos. "No se acerquen al caballo, quelos puede patear", advertía la mamá a los niños y ellos, desde cierta distancia, lo observaban conun dejo de temor. Una mañana, el caballo escuchó en la feria que alguien llamaba al hombre silencioso: "Don Manolo, don Manolo, qué lindo es su caballo, ¿por qué no le da un poco de agua? Don Manolo, tome este lavatorio con agua, que el caballo debe tener sed". ElcaballoManololadeó un poco la cabeza y reconoció a la mujer que vendía papas al lado del puesto del hombre silencioso. El caballo sabía que la mujer siempre loobservaba amarrado al árbol. Elhombre silencioso agradeció sólo con un gesto. Era tan parco para todo. Sini siquiera ofrecía a viva voz sus 87
  • 45. verduras corno lo hacían los demás, los que llegaban casi al escándalo con sus gritos. Entonces el hombre se acercó a Manolo, le acomodó el lavatoriolleno de agua fresca y lehizo un inesperado cari- ño en el lomo. Después se alejó sin decir media palabra, pero enseguida regresó con un par de deliciosas lechugas y se las colocómuy cercapara que elcaballo las alcanzara y se las comiera. El hombre y el caballo llevaban mu- chos años juntos, por lo que se esperaba que tuvieran una buena comunicación, pero no era así. Sin embargo,tras el episodio del la- vatorio con agua y las hojasde lechuga, todo cambió. Lo que más le gustó al caballo Ma- nolo fue que el hombre silencioso le hubiera acariciadoel lomo por primera vez en toda su vida, además de que ambos tenían elmismo nombre. Ahora, presentía que el hombre silencioso de una vez por todas lo iba a tratarmejor. A veces loshombres son más torpes que crueles y no se dan cuenta de los tratos 89
  • 46. que le deben dar a los caballos como él, pensó Manolo; no en vano le había puesto su mismonombre, algo no dicho había en este silencioso vendedor de verduras. Entonces, al caballoManolole mejoró elhumory seentretuvo mirando al mono de chaqueta roja, que tomaba unos papelitos de la suerte mientras el organillero comenzaba su primer valse- cito de la mañana. 90 Max y Betsy, dos ratas de laboratorio Artículo 8: La experimentación animal que implique un sufrimiento físico o psicológico es incompatible con los derechos del animal, tanto si se trata de experimentos médicos, científicos, comerciales, corno toda otra forma de experimentación. Las técnicas alternativas deben ser utilizadas y desarrolladas. NUNCA COMPRENDIÓ conclaridad que su hogar fuera una caja de vidrio y que pequeños reflectoresleiluminaran el lomo cada vez que se asomaba por entre los cartones y trozos de género donde dormía. Tampoco le agradaba que de vez en cuando le pincharan un muslo y que por tal causa lesubiera tan- to la temperatura, para después sentir ese curioso desgano y mucho sueño. Reconocía que le daban alimento, pero 91
  • 47. era tan raro y sabía tan mal. Se moría por tener la oportunidad de roer un buen trozo de maderapara asídesgastar sus dientes. Como sepuede apreciar, su vida era bastante rutinaria,poco agra- dable y lo que es peor, parecía no tener posibilidades de cambiar. Hasta que un día todo fue distinto, pues repentinamente llegó a su hogar —si es que sepodía llamar de esemodo a la caja rectangular de vidrio donde vivía— una ratita blanca con pequeñas manchas pardas en el lomo. Cuando ella vio a Max,que así se llamaba el ha- bitante de ese lugar, se asustó mucho, por lo que se ocultó bajo un montón de trapos. —¿Por qué te asustas conmigo? ¿Qué te he hecho? Si tan sólo soy un ratón blanco comotú,- salvo lasmanchas que tengo en las orejas y que mi cola es un poco más gris que la tuya —le dijo Max para tranquilizarla. —Es que no sé lo que me puede pasar aquí. Yo vivía en una colonia de numerosas ratas blancas.Eramostantas 92 y cómo nos gustaba jugar en el aserrín de nuestra casa. Nadienos molestó por mucho tiempo hasta que hoy en la ma- ñana, un hombre quevestía un delantal blanco y que ocultaba su rostro tras un paño del mismo color, me tomó del lomo consu enorme mano enguantada, me echó en una pequeña caja y así he viajado no sé por dónde durante gran parte del día, hasta que me descargaron en esta caja de vidrio y me encontré con- tigo. ¿Cómo no me iba a asustar? —Tranquila, nada te haré. Sisomos de los mismos. —¿Pero, por qué tienes losmuslos tan pinchados y te falta el pelo del lomo? —¡Oh, no es nada! Aunque debo estar enfermo,porque desde hace algún tiempo me pinchan y me echan algo que me hace dormir —contestó Max, bostezando ostensiblemente. —Me preocupa lo que me dices, porque si tú vives aquí y te pinchan, capaz que a mí me hayan traído para lo mismo—dijo la ratitablanca levantando las orejas con preocupación. 93
  • 48. —No lo creo. Ya te conté que hacen eso porque parece que estoy enfermo. No es tu caso. A mí me dicen Max, ¿y a ti, cómo te llaman,ratita? —A mí me llaman MX-12. Es un nombre muy extraño, ¿no lo crees?Pero todos los de mi casa eran MX,aunque le agregaban a cada uno números dis- tintos. —Ten paciencia que ya te pondrán un nombre más bonito. Cuando yo re- cién llegué acá me decían MR-4. Recuer- do que en aquel tiempo yo estaba sano y jugabatodo el día. Parece que cuando enfermé se encariñaron conmigo y me apodaron Max.Discúlpame, no quiero seguir hablando, me siento muy débil y lo único que me importa por ahora es dormir; lo siento. —Estábien, no te preocupes por mí. Te cuidarémientrasduermes. Pero mira cómo tienes la piel, si parece que se te cayera a pedazos, pobrecito. MX-12 era una ratita muy activa y simpática. Después de que Max se dur- mió se dedicó a recorrer el rectángulo 95
  • 49. de vidrio.Se metió en el interiorde una rueda que giraba en la medida que ella se desplazaba. Era un juego nuevo y le resultaba muy divertido. De tantojugar, se cansó y con algún esfuerzo se zafó de la rueda y se recostó sobre un montón de virutas. Cuando no pudo ver-cer el sueño, cerró los ojos concierta dificultad, porque un foco la localizóy leiluminó el rostro.A pesar de que teníalos ojos cerra- dos, percibió una luminosidad molesta. Quiso saber quéestaba sucediendo ycon mucho esfuerzo abrió los ojos de nuevo y encandilándose, apenas pudo distin- guir la figura gigantesca de un hombre vestido de blanco, de lentes gruesos con marconegro y un paño que leembozaba el rostro desde la nariz hasta el mentón. Era un hombre muy parecido al que antes la había atrapadoen la colonia de re-.tas y la había descargado dentro de la casa de Max.Pero tenía tanto sueño que volvió a cerrar los ojos y no le importó lo que le pudiera suceder. Entonces, se le mezclaron las cosas y no supo que el extraño la tomópor el lomo consu mano 96 enguantada y la depositó sobre una ba- lanza. Después, le revisó los dientes, le tocó la pancita, le examinó las pupilas y ella forzó los ojos, abriéndolos paracola- borar, mientras élanotabaen una tablilla de apuntes. Enseguida, el hombre tornó de una mesa de metal una enormejerin- ga,succionóun líquido azulinodesde un pequeño frasco y se lo inyectó sin más a MX-12. La ratita dio un brinco por el dolor y chilló hasta más no poder. Poco a poco sintió que le faltaban las fuerzas y se durmió pesadamente. Antes, en su estado de somnolencia, escuchó que un hombre repetía: "Todo va bien con MX-12. Pulso normal, buena sangre, no tiene complicacionesde salud, la dosis proporcionada ha sido la adecuada. De ahora en adelantese llamará Belsy, ¿qué les parece?". Después, escuchó un par de carcajadas que se fueron perdiendo como si hubieran sido descargadas en un cordónmontañoso y el ecose hubiera ido debilitandoentre las quebradas has- ta desaparecer completamente en una inmensidaddesconocida. 87
  • 50. Cuando la ratita despertó, se encon- tró de nuevo en la caja de vidrio y cerca de ella había abundante comida.Vioque Max todavía dormía y notó que su respi- ración era convulsiva, como si estuviera obstruida. La ratita no resistió más y lo despertó, pues presentía que elratoncito tenía una terrible pesadilla; además, le interesaba despertarlo porque le quería contar lo que le había sucedido reciente- mente. Lo remeció y le dijo: —Max, despierta, yahas dormidode- masiado. Mira cuánta comida tenemos. —Hola, MX-12. No tengo hambre, discúlpame, quisiera seguir durmiendo, esque me sientomuy mal—le contestóel ratón Max y volvió a recostar su cabeza en el suelo. —Te sentirás mejor si comes.Vamos, anímate —insistió la ratitablanca. —MX-12, hazlo tú, que después yo ir,e alimentaré, una vez que despierte del todo. Ah, cuánto sueño tengo. —Oye, no me llames más con ese horrible nombre de MX-12, ahora me puedes decir Betsy, ¿te gusta? 98 Cuando Max escuchó el nuevo nom- bre de la ratita se sobresaltó y abriendo los ojos con desmesura le preguntó qué le había pasado. La ratita le contólo que pudo y le dijo que no estaba tan segura de si todo había sido sueño orealidad. Aunque de lo que realmente estaba se- gura era de que la habían llamadoconel beüo nombre de Betsy. —¿Betsy? Es un nombre muy lindo, pero... ¿cómo te sientes? Cuando Max dijo esto se levantócon dificultad y se acercóa la ratitaBetsypara escuchar mejor su respuesta: —Estoy un poco cansada y con algo de sueño; lo más curioso es que recién me había despertado y ya quiero volver a dormir, algo muy parecido a lo que a ti te pasa, —¿Qué más, Betsy?,. ¿qué más? —Me duele un poco una pierna. Como si me hubieran pinchado.¿Sabes, amigo Max? Creo que es buena idea dormir un momento. Yote acompañaré, después comemos. 99
  • 51. Los ratoncitos de laboratorio se quedaron completamente dormidos, uno junto al otro, casi ovillándose, como si con aquel gesto seaprestaran adescansar mejor y dormir y dormir. Por eso no su- pieron que aipocorato,elmismo hombre de loslentes grandes y marconegro, que se embozaba elrostro conun paño blan- co,loshabía tomado a ambos y los había vuelto a pinchar. Esta vez fue algo que lesprovocótodavíamás sueno. Despxiés, el hombre estuvo largo rato observando unas muestras en el microscopio, mien- tras que a los ratoncitos los regresó a la madriguera de vidrio. Ellos dormían a pesar de tanto traslado y pinchazos, inocentes frente a los afanes de los seres humanos y hasta del transcurso de sus propias vidas. 100 El pavo Jacinto Artículo 9: Cuando un animal es criado para la alimentación debe ser nutrido, instalado y transportado, así como sacrificado, sin que de ello resulte para él motivo de ansiedad o dolor. ESTABA CLAROque los animales de la granja no lo querían y que por eso permanentemente lo expulsaban del corral. Larazón era muy misteriosa para el pavo Jacinto. Tantoera el rechazo que provocaba, que llegó a pensar que todo se debía a que los pavos estaban conde- nados a no ser aceptados por losdemás animales. Era muy notoria la antipatía que despertaba en el corral. ¿Y por qué sucedía todo aquello? Ojalá Jacinto lo supiera. Eso sí, po- día hacer una lista de los muchos casos de persecución que había sufrido. Por ejemplo, jamás le faltabael picotazo del 101
  • 52. pato de cuelloblanco sobre el lomo o,lo peor, el ataque de los gansos, que graz- naban y abrían las alas con escándalo para asestarle certeros picotazos. En- tonces, el gordopavo corría con enorme dificultad para refugiarse detrás de un sauce que descolgaba sus ramas hasta casi topar el suelo. Mientras tanto, las gallinas abanicabansus cortas alas para reunir asus polluelos y apartarlos de un lugar tan agitado. De tanto pensar en su problema, un día Jacinto descubrió que los que más lo castigaban eran los plumíferos simi- lares a él. Es decir, las aves de corral, ya que a otros que se jactaban de sentirse libres, como los zorzales, los gorriones, las tencas, las diucas y hasta los chin- eóles y jilgueros que de vez en cuando asomaban por allí, les era indiferente lo que sucedía en el corral. Tampoco demostraban antipatía los caballos, las vacas ni los burros. Seguramente, ellos tendrían sus propios problemas, porque ni siquiera se le acercaban. —Jacinto, Jacinto, ¿qué te han he- 102 cho, compañero?Que pille a alguno de ustedes castigando a Jacinto. Lo que pasa es que son todos unos envidiosos —amenazó el granjeroblandiendo una mano al aire en un gesto que demostra- ba su enojo. jacinto observaba desde el sauce todo cuanto estaba sucediendo y le parecía muy confuso. Descubrió que las demás aves del corral no perdían detalle de lo que a él le pasaba y cómo no, si siempre lo estaban persiguiendo. También reparó en que el granjero lo llamaba permanentemente, más que a los otros animales, con la intención de alimentarlo. ¿Cómono iba a aceptar los deliciosos granos que el hombre le lan- zaba mientras mantenía a raya al resto de las aves, que se retorcían de rabia por no poder disfrutar del alimentotan agradable que recibía el pavo Jacinto? Durante las tardes de diciembre, las aves del corral comenzaron a ex- perimentar mucho calor. Por eso se lo pasaban con elpico estirado oenterrán- dolo en las bateas con agua fresca; ya 103
  • 53. nadie resistía las altas temperaturas de ese verano. Pero el calor no era lo único que les preocupaba. La experiencia les ayudó a recordar que todos los años en esa misma temporada los seres huma- nos se comportaban de un modo muy extraño. Por ejemplo, andaban de muy buen humor, escuchabancanciones que hablaban de pinos acicalados con luces de colores, los niños escribían largas cartas pidiendo regalos a un anciano de barba blanca, botas negras y vistoso traje rojo. Se vivía una tradición que provenía de países muy lejanos, donde durante aquella misma temporada, lejos de hacer calor, la nieve lo cubría todo con su frío manto blanco. Eso lo sabían las aves de boca del gato, que como se pasaba en la casa de los seres humanos, veía televisión y escuchaba conversa- ciones permanentemente. A Jacinto le redoblaron la alimentación, aunque esto no produjoninguna sorpresa a los animales del ga!Uñero. De pronto, el pato de cuello blan- co, que se lo pasaba chapoteando en el 104 agua de un pequeño estanque, recordó algo que hizo que se le pusieran las plumas de punta. Un año antes hubo otro pavo, que desapareció justo en la época en que empezó a hacer ese calor y en que la gente se volvía loca prepa- rando fiestas y ornamentandopinos con luces de colores.Elpato, muy asustado, se fue a los gallineros y con quien pri- mero habló fue con el señor Gallo, que comprendió todo rápidamente, por lo que alertó a sus gallinas, a los pollitos y especialmente a los gansos para que corrieran la voz.En el corral se escuchó un terrible grito de espanto: "¡Seacerca la Navidad!" Sabían que para esa fecha cualquiera de ellos podía ser víctima de una cena de Nochebuena. Claro, los únicos que podían estar a salvo eran el señor Gallo, los pollitos, el pavo real, que se sentía el adorno del corral y las gallinas ponedoras, que por sus ricos nuevos no las tocaba nadie. Pero el pri- mero que caería sería el pavo Jacinto. El pato de cuello blanco lo vio todo tan claramente que gritó: 105
  • 54. —¡El pavo Jacinto, el pavo Jacinto! Su grito resonó con escándalo en los oídos de todos los animales, los que, sin excepción, experimentaron mucha vergüenza. Ahora se explicaban todos los privilegios y cuidados brindados al pobre pavo. ¡Lo estaban engordando para la cena de Navidad! —¡Hay que salvar al pavo Jacinto! ¡Hay que salvar al pavo Jacinto! —caca- reó o quiquiriqueó, si se pudiera decir, autoritario el señor Galloy de inmediato todo el corral se puso en guardia y en acción. Las gallinas, con santa paciencia picotearon la base de las rejas que pro- tegían los corrales. Los gansos se pu- sieron en guardia y prometieron atacar a quienquiera que osara acercarse al corral. El trabajo de las gallinas parecía inútil, pues sus picotazos no le hacían mella al suelo duro que rodeaba las rejas; el granjero había instalado un pequeño muro de cemento para que los perros no escarbaran y así evitaba que se comieran a las gallinas. Por eso 106 decidieron pedir ayuda a los caballos, que comprendieron rápidamente los aprietos por los que pasaban las aves y, especialmente, el pobre pavo Jacinto. Mientras, el pavo Jacinto observaba a cierta distancia a las aves del corral, que parecían enloquecer. Aparte de an- dar corriendo de un lado para otro, lo más inexplicable de toda esa locura era que ahoralo mirabancon una sospecho- sa simpatía y hasta le brindaban dulces sonrisas, ¡incluso lo hacían los gansos, que siempre eran tan agresivos! Sin re- sistirlo más, el pavo Jacinto se acercó al pato de cuello blanco y le preguntó por qué tanto alboroto. —Es por la Navidad, amigo pavo, y la Navidad es lo peor que le puede suceder a un pavo como tú. Muy inocente, el pavo insistió: —¿Acaso la Navidad es una peste para los pavos como yo? —¡Nada menos que la peor peste para un pavo! —exclamó el pato de cuello blanco y se fue aleteando para apurar al caballo, que se acercaba a las 107
  • 55. rejas conuna parsimonia que exaspera- ba a cualquiera. ¿Entonces la Navidad es la peste para los míos?, pensó con preocupa- ción el pavo Jacinto. ¿Me contagiaré con algo? ¿Qué será de mí? Eso se pre- guntaba cuando escuchó un estrépito en las rejas. El caballo había dado un par de coces a la alambrada, dejando un orificio por donde podía salir sin grandes dificultades cualquier ave que así lo quisiera. Y el pato de cuello blanco aprovechó para acercarse de nuevo al pavo: —Pavo Jacinto, debes huir antes de que sea demasiado tarde. En un par de ciías llegarála Navidad y para entonces no tendrás escapatoria. —¿Me lodicespor la peste del pavo7 —preguntó con inocencia Jacinto. —Si así le quieres llamar a la Navi- dad, allá tú. Pero, apresúrate, huye al campo, que allá encontrarás alimentos. Tendrás a mano muchas semillas y te aseguro que allí nadie te hará daño. Amigo pavo, quién lodiría, por primera 108
  • 56. vez serás libre. Espera, ¿sabes?, yo te acompañaré, porque capazque los seres humanos piensen que "a falta de pavo buenos son los patos". —¿Qué quieres decir con eso?¿Qué tienen que ver los seres humanos con todo esto?,no los ofendas que ellos son muy buenos conmigo; de lo contrario, no me habrían alimentado del modo como lo han hecho hasta ahora, —¿Cómo puedes ser tan pavo? —Pero sisoyun pavo, ¿quéotracosa quieres que sea? —Ya, basta, que me exasperas, hu- yamos de una vez por todas. No hagas que pierda la paciencia. —Pero echaré de menos a todo el corral, aunque se hayan portado tan mezquinos conmigo; son mi única fa- milia. —Olvídalo, pavo. Verás que en el campo tendremos otros amigos. El pato de cuello blanco y el pavo acinto salieron por el orificio y todas las aves del corral los despidieron con entusiastas vivas. Sepavoneaba el pavo jacinto por el camino; nunca pensó que sería tan popular. Y el pato pata- leaba con algunos problemas sobre la superficie dura del suelo, pues estaba acostumbrado a los charcos, a las aguas del pequeño estanque donde bracea- ba a su antojo durante todo el día de todos los días. Caminaron durante un considerable tiempo por el campo y el pavo Jacinto siempre esperó conmucha paciencia al pato. Cuando sehizo lanocheacamparon a la orilla de una vega, lugar ideal para un pato, aunque incómodo para un pavo, pero el que dirigía la exploración era el pato de cuello blancoy eso lo ex- plicaba todo, Después se recostaron en la hierba para descansar,contemplando el cieloestrellado. De pronto, en elcon- fín del universo se cruzó una estrella fugaz. El pato de cuello blanco apuntó al cielo con una de sus alas y le dijo al pavo Jacinto: —Mira el cielo pavo Jacinto, qué bello está. Oh, ¿viste la estrella fugaz? Es como el lucero de Belén. ¡Yaes No- 110 111
  • 57. chebuena! Es el momento en que el hijo de Dios va a nacer y en todo el mundo reinará la paz y el amor. Amigo pavo, mañana será Navidad y eso sí es gran cosa, porque mirada desde la libertad de este lugar es más simpática, incluso para nosotros que somos animales, pues estamos lejos de los seres humanos. El pavo Jacinto, al escuchar la pala- bra Navidad cerró los ojos aterrorizado y no quiso observar la bella luminaria que surcaba el cielo aquella noche de verano, tan serena y transparente. —No temas, amigo, que aquí en la libertad del campo la Navidad jamás será un peligro para ti. Yte puedo ase- gurar que no hay cosa más bella que la Navidad; lo que pasa es que los seres humanos la afean con sus tonteras, pero aquí nada nos pasará. El pavo Jacinto no entendió nada de lo que le decía el pato de cuello blanco. Nunca comprendía nada. Era más inocente que un sorbo de agua cristalina proveniente de una fuente de los montes. Por eso, tal vez, el pavo 112 Jacinto cerró los ojos y se durmió con mucha rapidez. También reconoció que se sentía muy bien allí, que todo le agradaba, que la brisa fresca de la noche acariciaba sus plumas, que los grillos cantaban verdaderas canciones de cuna, que el cielo era un enjambre de luces titilantes, como esos pinos de los que hablaban los seres humanos y que adornabansus casas. Además, sabía que mientras él descansara, un pato de cuello blanco velaría su sueño y que la vida le ofrecería una nueva aventura a partir del próximodía. Nada menos que desde un día que era nombrado conesa palabra tan llena de magia: Navidad. Una palabra que siempre le resultaría una mezcla de secretos agrados y de temores incomprensibles. 113
  • 58. ¡Llegó el circo! Artículo 10: Ningún animal debe ser explotado para esparcimiento del hombre. Las exhibicio- nes de animales y los espectáculos que se sirvan de animales son incompatibles con la dignidad del animal. LOS NIÑOSsalieron a la calle alertados por el ruido de los altoparlantes. No era para menos, pues el Circo de Animales de los Hermanos Temple había llega- do al pueblo. Era un circo asombroso, donde los números más atractivos los proporcionaban, naturalmente, los animales. Ellos se lucían mucho más que los trapecistas, los malabaristas, los magos, los fakires comefuegos y los infaltables payasos; por algo era el me- jor circo de animales del que se tuviera conocimiento. Uno de los artistas que más usaba animales era el Mago Halabí. Memo- rables eran sus números en los que de 115
  • 59. su sombrero de copa salían palomas y de los bolsillos de su elegante frac apa- recían conejos blancos; también de su maletín surgían las serpientes, que se elevaban al compás de una flauta. Por otra parte, los trapecistas se des- plazaban de una punta a otra usando cuerdas tensadas; con sus saltos casi to- paban la parte superior de la carpa, lan- zándose de un punto aotro sin perder el equilibrio. Lomás novedoso delnúmero era que lanzaban al mono Chispitas, un tití brasileño que vestía una maya de color amarillo y que prácticamente volaba por el aire, y se desplazaba de un balancín a otro como si estuviera en plena selva amazónica. Los payasos disfrazaban a un chimpancé y lecoloca- ban una nariz de pelota de color rojo y un traje marinero, además de un gorro amarrado al cuello.Esoestaba bien para los payasos, pero para el mono no tan- to, puesto que recibía la mayoría de los golpes, que siempre dolían un poco, por más que fueran de mentira y después fuera compensado con los aplausos del respetable público. Los payasos montaban un caballo poni al que le ponían bototos;elpúblico creía que era muy chistoso ver alanimal dar zancadas dificultosas en la pista del circo. Mientras, los perros saltaban atra- vés de aros de fuego, las focas jugaban fútbol; ios leones se encaramaban sobre pisos de hierro y brincaban pasando por rodelas adornadas con banderillas de distintos colores; varios burros re- buznaban cada vez que escuchaban el sonido de una trompeta; ¡unas tortugas competían en velocidad conindiferentes caracoles!; los payasos, teatralmente,se acostaban con pijamas, roncando rui- dosamente al lado de unos lirones; los loros cantaban óperas de Verdi, y los monos bebían café a la vez que leían el diario usando gruesas gafas y fuma- ban copiosamente, atosigándose con el humo, lo que hacía que la gente riera de buena gana. Así era el Gran Circode Animales de los Hermanos Temple; en otras palabras: ¡Uncirco sensacional de animales artistas! 116 117
  • 60. Cada vez que el circo llegaba al pueblo, la gente agotaba las entradas. Por supuesto que a las funciones jamás faltaban Daniel ni sus amigos, pues cuando se hablaba de animales allá es- taban ellos. En una ocasión,Daniel entendió que algo no andaba bien en el circo. Todo surgió a raíz de su especial cariño por los caballos. Al niño nunca lesimpatizó que a los ponis les pusieran bototos.Si bien todos reían con esa ocurrencia, a él le parecía una crueldad, pero no se lo confesó a nadie para no recibir una burla por causa de sus sentimientos. En la actuación, un poni caminaba con bastante dificultad y hacía lo imposible por zafarse del ridículo calzado; mien- tras tanto, los payasos le golpeaban las ancas para que apurara el tranco. Un payaso que estaba vestido de vaquero disparaba en todas direcciones con sus pistolas a fogueo. Después, el caballito levantaba las orejas y abría los ojos ate- rrorizado; elpobre animalcaminaba con tanta dificultad en esos ridículos boto- 118 tos, que provocaba larisadescontrolada de todo el público. Al día siguiente, cuando todavíano empezaba la función, Daniel decidió investigar y ver cómo se encontraba el pobre poni. Se metió entremedio de los camiones que trasladaban a los animales. Por los ruidos descubrió que a algunos no sólo los trasladaban en esos grandes vehículos, sino que per- manecían allí, en la oscuridad y con poquísimo aire. La gente del circo no se daba el trabajo de mantenerlos afuera. Cuando Danieloyóel relincho del poni, se arrastró con suma cautela por entre las ruedas de uno de los camiones. Allí estaba el animal con el domador que el día anterior regalaba sonrisas, hacía reverencias y lucía un impecable traje dorado, largos mostachos y unas botéis relucientes que le llegaban casi a la ro- dilla. Pero ahora vestía jeans gastados y una polera sucia, a palos obligaba al poni ahacer reverencias y a levantar sus patas delanteras, Daniel quiso salir en defensa del pequeño caballo, pero no 119
  • 61. se atrevió por temor a que el hombre también lo castigara a él. Atardecía cuando regresó a su casa. Su papá llegó comentando que en el pueblo esperaban con entusiasmo la última función del famoso Circo de Animales de los Hermanos Temple. Nadie quería perderse el espectáculo. Tampoco loharía Daniel; sería suúltima oportunidad para ver actuar al caballo poní. Pasaría un año hasta que pudiera reencontrarse con él. El niño le rogó a su papá que le comprara un boleto y la verdad es que su petición no resultó tan trabajosa, porque a Daniel lomimaban muchísimo. Era una típica tarde de domingo de pleno verano. Una de esas tardes dora- das, de cielo limpio y fresca brisa con olor a jazmín. El mejor momento para ir al circo, como pensaron Daniel y sus amigos. —Señoras y señores, respetable público —anunció el animador vestido con elegante frac y botas de brillante charol—. ElGran Circo de Animales de 120 los Hermanos Temple tiene el agrado de presentar ante ustedes a la increíble Elefanta Micaela, capaz de subirse en un diminuto taburete y levantar sus livianos pies de bailarina para realizar unos pasos de El lago de los cisnes, del compositor ruso Tchaikovsky. La elefanta Micaela salió a la pista muy acicalada con un cintillo color rosado que terminaba en una coqueta roseta, luciendoen sus patas delanteras alegres pulseras de cuentecillas mul- ticolores. E! público aplaudió a rabiar y algunos rieron por el detalle del cin- tillo y la roseta. La verdad es que eran muchos, pero muchos kilos de elefante tratando de subir alminúsculotaburete y a la mayoría esa escena le provocaba una mezcla de suspenso y diversión. Todos estaban pendientes de la caída del animal, para después soltar una desfachatada carcajada. Más divertido se puso todo cuandoentraron a la pista dos payasos vestidos de enfermeros. Uno afirmaba un enorme botiquín, notoriamente construido con plumavit 121
  • 62. y el otro, llevaba una tremenda caja de pomada que decía en su etiqueta "An- ticaídas". Era una caja tan grande que apenas se la podía. El público comenzó a aguantar la risa y no quiso hacer rui- do cuando supo que la elefanta debía saltar desde su estrecho taburetea otro de base tan mezquina como elanterior. Se escuchó un redoble de tambores al mismo tiempo que la elefanta Micaela pareció temblar al mirar el pequeño taburete donde debía saltar. ¿Cómo llegar allí sin caerse? ¿Qué gracia tenía todo eso? ¿Por qué la gente se divertía mirando situaciones ridicu- las de los animales?,pensó Daniel. Por segunda vez vio las cosas de diferente modo. A los animales los castigan para adiestrarlos, concluyó en silencio, imagi- nando cuántohabría sufrido la elefanta Micaela para poder enfrentar un número tan difícil como aquel. Mientras sehacía esas preguntas, recordó al pequeño poni tratando de sobrellevar sin errores el ensayo antes de la función. Pero algoestaba pasando con la ele- fanta Micaela,pues se negaba a subir al 122 primer taburete, tal vez temiendo que no podría llegar al segundo. Se quedó sin que nadie la pudiera sacar de ese es- tado, por más que retumbaranlos tam- bores. Como nada de lo anunciado por el animador resultaba, la gente comenzó a impacientarsey se escuchó un buuuh en todo el circo.Las pifiasen contra de la elefanta fueron tantas, que ei domador y el maestro de ceremoniasse hicieron un gesto significativo y alguien fue a buscar un palo con un punzón de ace- ro. El domador lo tomó y se acercó a la elefanta Micaela. Le acarició una pierna y con mucho disimulo le dio un punta- zo en las costillas; el dolor provocado le hizo estirar la trompa y levantar sus pesadas patas.Deinmediato se reanudó el teatral redoble de tambores. Cuando todavía la elefanta tenía sus patas en el aire, el domador, con mucharapidez, le puso el taburete justo abajo, para que las descansara ahí. Pero faltaba lo más difícil. ¿Cómo hacer que con otro salto encaramara su pesado cuerpo sobre la mínima superficie y permaneciera allí todo el tiempo necesario?La gente 123
  • 63. no respiraba debido al interés de ver al animal cumplir con un número tan difícil. Entonces el domador se puso detrás de la elefanta y con un certero golpe le punzó el trasero. La punta del fierro traspasó la dura piel del animal y la elefanta Micaela dio un brinco, lo- grando sostenerse en el taburetecon su pesado cuerpo estremecido, buscando equilibrios imposibles. Después, todo pareció paralizarse. Como si la vida se hubiera interrumpido. Daniel sufría en su asiento y no participaba de esa entre- tención. La elefanta Micaela, instalada en eltaburete, seestremecía tratando de no perder elequilibrio. —Señoras y señores, respetable pú- blico. Ahora, nuestra querida Micaela hará la operación más difícil. Esto será increíble, ya lo verán. Les aseguro que esta actuación debería figurar como un récord Guinness. Pongan mucha aten- ción, que Micaela pasará de este tabure- te al otro, aún más pequeño. Será como si una montaña se equilibrara sobre la punta de una aguja, ¡esto se los digosin. ninguna exageración! 124
  • 64. El público aplaudió enfervorizadola ocurrencia del animador, pero el redoble de tambores acalló los aplausos. Mien- tras, la elefanta Micaela, a duras penas, permanecía sobre elprimer taburete.Lo que venía para ella era una operación dificilísima. Senotaba por sus ademanes que no se atrevía ni quería pasar al otro taburete. De pronto, el domador le dio un feroz puntazo en las nalgas para que se animara a pasar al segundo taburete. Al mismo tiempo que se escuchaba elgrito de Daniel, la elefanta Micaela perdía el equilibrio y caía pesadamente al suelo. El público, asombrado, no sabía si mirar a la elefanta, que se debatía en la pista sin poder pararse o a Daniel, que lloraba con desconsuelo. Elniño salió del lugar y corrió en dirección a su casa, pero en el camino alcanzó a escuchar por los altoparlantes muchos aplausos y la voz del domador, que casi gritaba para ha- cerse oír: —¡Para olvidar las penas nada me- jor que el sano humor de los payasos! 126 ¿Han visto alguna vez un caballocon bototos? La gente le respondió con una sono- ra carcajada. Ahora le va a tocar al poní, pensó Daniel y se le apretó el pecho con una tristeza muy grande. Eso sucedió durante una tarde de verano como lo puede ser cualquiertar- de de un típico domingo devacaciones, una de esas tardes soñolientas donde las plantas de losjardines se ven lustrosas, recién regadas y se percibe el inconfun- dible aroma del jazmín. 127