La conversión surge como resultado del encuentro con Cristo vivo y supone aceptar una relación personal con Él, conformar la propia vida a la suya y permitir que la voluntad de Dios dirija toda la vida. La conversión implica creer que Jesús se entregó a sí mismo por nosotros, confiarse al poder de su perdón y dejarse guiar por Él para salir del pecado y conocer la riqueza de su amor.