El herrero explica a su amigo que aunque su vida haya empeorado después de dedicarse a Dios, esto se debe a que Dios lo está templando como el acero, sometiéndolo al calor de las aflicciones y los martillazos de la vida para transformarlo, así como él calienta y golpea el acero para forjar espadas. El herrero acepta este proceso con la esperanza de que Dios no desista hasta darle la forma deseada, y no lo deseche como acero defectuoso.