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Trozos
A Guantánamo también fui varias
veces, aunque casi siempre en
funciones de trabajo. La primera vez
que fui a pasear fue a finales de los
70’s, cuando el motivo del viaje era
disfrutar de una subserie de béisbol
entre el equipo local y el de Sancti
Spiritus. Me quedé en un hotel muy
céntrico que se llama “Martí” y
recuerdo con mucho agrado las
parrandas que formábamos allá cuando salíamos del estadio.
Hace unos pocos años estuve por allá de nuevo y la pasé muy bien.
Es muy divertido caminar por la calle Los Maceo en los fines de
semana y comer “macho en púa” en los pequeños restaurantes que
allí se improvisan, aunque, si de comer se trata, es muy agradable ir a
la pizzería de la ciudad por – cosa extraña en la Cuba de hoy – el
buen trato y la variedad de platos que allí se sirven. Se dice que es la
mejor del país. Claro, no hay que exagerar. Las cualidades a que me
refiero las estoy calificando en el entorno cubano.
Me gusta sentarme en su espacioso parque Martí, franqueado por el
bulevar que, curiosamente, no es en una calle solamente, sino en dos
que son paralelas. Allí, con un poco de suerte, se puede disfrutar de la
actuación de una orquesta de
changüí cualquier día de la semana.
En Guantánamo hay todavía,
increíblemente, al menos un bar –
que no recuerdo cómo se llama, pero
está en el bulevar – con aire
acondicionado, a media luz y con
música “decente”, donde uno puede
ir con su pareja o un amigo y tener
una conversación moderada e
inteligente.
La Casa del Chocolate es mucho mejor, más acogedora, con más
variedad y hasta más elegante que la de la Habana Vieja.
Hay un personaje que va a los encuentros de béisbol que se celebran
en el estadio de Guantánamo y que forma parte de los atractivos del
espectáculo. Es una señora – mulata, por más señas – que se
disfraza con tela burda de saco de yute y se autodenomina “La india
del Guaso”.
Recordemos que por la ciudad pasa el río
Guaso, de hecho se le llama “La ciudad del
Guaso” y al equipo provincial de pelota se le
apoda “Los indios del Guaso”
Como elemento casi folclórico y pidiendo
perdón de antemano por la grosería, recuerdo
que hay un puente al que, de la forma más
natural del mundo, los guantanameros (¡y las
guantanameras!) llaman “El puente de los
pajizos”. Para no ofender la sensibilidad de
mis seguramente escasos lectores, no voy a extenderme sobre los
orígenes del nombrecito. Lo que sí puedo decir es que comprobé la
razón de su notoriedad.
Aunque tengo que admitir que no conozco muy bien la ciudad, si
puedo decir que Guantánamo tiene un trazado urbano casi perfecto, a
pesar de sus más de dos siglos de fundada: la he visto desde el aire
varias veces, a poca altura, y siempre me
llama la atención la uniformidad de sus
manzanas. Su nombre es, según mi criterio,
el más sonoro de todas las ciudades de
Cuba y sus habitantes tienen una forma
peculiar de referirse a sus calles. Me
explico: en cualquier otra ciudad en que una
calle se llame, por ejemplo, “Pedro A.
Pérez”, que fue un patriota y general del
Ejército Libertador, las personas le hubieran
cambiado el nombre o la llamarían por el que tenía antes de la
independencia. En Guantánamo no. Aquí la llaman “Perdroapérez”,
así, de un tirón. Hay otra calle con un nombre muy patriótico, explícito,
justo y económico al mismo tiempo: se llama “Los Maceo” (“Lomaceo”
dicen los guantanameros, “comiéndose” las eses como casi todos los
orientales).
En todas las ciudades del país hay una calle
que se llama “Maceo”, pero aunque se deduce
que se refieren al Lugarteniente General del
Ejército Libertador Antonio Maceo, no siempre
se especifica. Digo justo porque no recuerdo
haber visto muchas calles que lleven el nombre
del también general José Maceo, o de alguno
de sus otros hermanos, todos grandes
patriotas. De esta forma, “Los Maceo”, se les
hace honor también a los demás, y lo de económico, porque con una
sola calle resolvieron el problema.
Me impresionó mucho una historia que conocí acerca de una familia
nazi que vivía en esa ciudad. Aunque el relato me lo hizo un familiar
lejano durante una conversación en La Habana, la próxima ocasión en
que visité la ciudad pregunté por la casa donde vivían y me la
enseñaron, y me mostraron también el lugar de la alta fachada donde
se encontraba la swástica.
Este amigo, de quien me despedía casi
clandestinamente – recuérdese que era
muy mal visto por las autoridades
cubanas que se hiciera algún tipo de
despedida a los “gusanos que se iban” –
antes de que se marchara al exilio en los
Estados Unidos, me contó que ese
pariente suyo tenía un hermano en un
submarino alemán que fue hundido al sur
de Guantánamo, relativamente cerca de
donde él vivía.
Quizás lo más novelesco de la historia es que este señor tuvo noticias
de los hechos muchos años después, una vez terminada la Segunda
Guerra Mundial, cuando pudo volver a comunicarse con sus familiares
en Essen, Alemania. Él mismo sufrió una especie de prisión preventiva
en Cuba mientras duró la guerra y,
posteriormente, se dedicó a investigar.
Esto le permitió saber que su hermano
estaba en el U 654 (Ludwig Forster), que
fue hundido por un bombardero de los
Estados Unidos en 1942.
Hace poco – ya viviendo yo en Miami –
hablé por teléfono con mi amigo,
recordamos la anécdota y precisamos
datos. Entonces me contó que todos los
años, el 22 de agosto, su pariente iba a la
costa sur para lanzar una corona de flores
hacia el mar desde un acantilado y me dijo también que tenía el
propósito de ir pronto a Cuba y repetir la ceremonia.

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Trozos

  • 2. A Guantánamo también fui varias veces, aunque casi siempre en funciones de trabajo. La primera vez que fui a pasear fue a finales de los 70’s, cuando el motivo del viaje era disfrutar de una subserie de béisbol entre el equipo local y el de Sancti Spiritus. Me quedé en un hotel muy céntrico que se llama “Martí” y recuerdo con mucho agrado las parrandas que formábamos allá cuando salíamos del estadio. Hace unos pocos años estuve por allá de nuevo y la pasé muy bien. Es muy divertido caminar por la calle Los Maceo en los fines de semana y comer “macho en púa” en los pequeños restaurantes que allí se improvisan, aunque, si de comer se trata, es muy agradable ir a la pizzería de la ciudad por – cosa extraña en la Cuba de hoy – el buen trato y la variedad de platos que allí se sirven. Se dice que es la mejor del país. Claro, no hay que exagerar. Las cualidades a que me refiero las estoy calificando en el entorno cubano. Me gusta sentarme en su espacioso parque Martí, franqueado por el bulevar que, curiosamente, no es en una calle solamente, sino en dos que son paralelas. Allí, con un poco de suerte, se puede disfrutar de la actuación de una orquesta de changüí cualquier día de la semana. En Guantánamo hay todavía, increíblemente, al menos un bar – que no recuerdo cómo se llama, pero está en el bulevar – con aire acondicionado, a media luz y con música “decente”, donde uno puede ir con su pareja o un amigo y tener una conversación moderada e inteligente. La Casa del Chocolate es mucho mejor, más acogedora, con más variedad y hasta más elegante que la de la Habana Vieja. Hay un personaje que va a los encuentros de béisbol que se celebran en el estadio de Guantánamo y que forma parte de los atractivos del espectáculo. Es una señora – mulata, por más señas – que se disfraza con tela burda de saco de yute y se autodenomina “La india del Guaso”.
  • 3. Recordemos que por la ciudad pasa el río Guaso, de hecho se le llama “La ciudad del Guaso” y al equipo provincial de pelota se le apoda “Los indios del Guaso” Como elemento casi folclórico y pidiendo perdón de antemano por la grosería, recuerdo que hay un puente al que, de la forma más natural del mundo, los guantanameros (¡y las guantanameras!) llaman “El puente de los pajizos”. Para no ofender la sensibilidad de mis seguramente escasos lectores, no voy a extenderme sobre los orígenes del nombrecito. Lo que sí puedo decir es que comprobé la razón de su notoriedad. Aunque tengo que admitir que no conozco muy bien la ciudad, si puedo decir que Guantánamo tiene un trazado urbano casi perfecto, a pesar de sus más de dos siglos de fundada: la he visto desde el aire varias veces, a poca altura, y siempre me llama la atención la uniformidad de sus manzanas. Su nombre es, según mi criterio, el más sonoro de todas las ciudades de Cuba y sus habitantes tienen una forma peculiar de referirse a sus calles. Me explico: en cualquier otra ciudad en que una calle se llame, por ejemplo, “Pedro A. Pérez”, que fue un patriota y general del Ejército Libertador, las personas le hubieran cambiado el nombre o la llamarían por el que tenía antes de la independencia. En Guantánamo no. Aquí la llaman “Perdroapérez”, así, de un tirón. Hay otra calle con un nombre muy patriótico, explícito, justo y económico al mismo tiempo: se llama “Los Maceo” (“Lomaceo” dicen los guantanameros, “comiéndose” las eses como casi todos los orientales). En todas las ciudades del país hay una calle que se llama “Maceo”, pero aunque se deduce que se refieren al Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo, no siempre se especifica. Digo justo porque no recuerdo haber visto muchas calles que lleven el nombre del también general José Maceo, o de alguno de sus otros hermanos, todos grandes patriotas. De esta forma, “Los Maceo”, se les hace honor también a los demás, y lo de económico, porque con una sola calle resolvieron el problema.
  • 4. Me impresionó mucho una historia que conocí acerca de una familia nazi que vivía en esa ciudad. Aunque el relato me lo hizo un familiar lejano durante una conversación en La Habana, la próxima ocasión en que visité la ciudad pregunté por la casa donde vivían y me la enseñaron, y me mostraron también el lugar de la alta fachada donde se encontraba la swástica. Este amigo, de quien me despedía casi clandestinamente – recuérdese que era muy mal visto por las autoridades cubanas que se hiciera algún tipo de despedida a los “gusanos que se iban” – antes de que se marchara al exilio en los Estados Unidos, me contó que ese pariente suyo tenía un hermano en un submarino alemán que fue hundido al sur de Guantánamo, relativamente cerca de donde él vivía. Quizás lo más novelesco de la historia es que este señor tuvo noticias de los hechos muchos años después, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando pudo volver a comunicarse con sus familiares en Essen, Alemania. Él mismo sufrió una especie de prisión preventiva en Cuba mientras duró la guerra y, posteriormente, se dedicó a investigar. Esto le permitió saber que su hermano estaba en el U 654 (Ludwig Forster), que fue hundido por un bombardero de los Estados Unidos en 1942. Hace poco – ya viviendo yo en Miami – hablé por teléfono con mi amigo, recordamos la anécdota y precisamos datos. Entonces me contó que todos los años, el 22 de agosto, su pariente iba a la costa sur para lanzar una corona de flores hacia el mar desde un acantilado y me dijo también que tenía el propósito de ir pronto a Cuba y repetir la ceremonia.