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DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día
Señor mío Jesucristo, que me invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú
delante para darme ejemplo, ilumina mi alma con la luz de tu gracia para que pueda
meditar fructuosamente tus pasos dolorosos y aprenda a seguirte con decisión y coraje.
Madre de los Dolores, inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en
este camino de amargura a tu divino Hijo. Amén.
Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Vía crucis de Juan Pablo II
(Vigilias Pascuales)
«¿Eres tú el Rey de los judíos?», preguntó Pilato a Jesús. «Mi Reino -le respondió
Jesús- no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría
combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí».
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Jesús sentenciado a muerte.
No bastan sudor, desvelo,
cáliz, corona, flagelo,
todo un pueblo a escarnecerte.
Condenan tu cuerpo inerte,
manso Jesús de mi olvido,
a que, abierto y exprimido,
derrame toda su esencia.
Y a tan cobarde sentencia
prestas en silencio oído.
Y soy yo mismo quien dicto
esa sentencia villana.
De mis propios labios mana
ese negro veredicto.
Yo me declaro convicto.
Yo te negué con Simón.
Te vendí y te hice traición
con Pilatos y con Judas.
Y aún mis culpas desanudas
y me brindas el perdón.
Pausa de silencio
Oremos: Cristo, que aceptas una condena injusta, concédenos, a nosotros y a los
hombres de todos los tiempos, la gracia de ser fieles a la verdad y no permitas que caiga
sobre nosotros y sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la
responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes.
A ti, Jesús, juez justo, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
La cruz, instrumento de una muerte infame. No era lícito condenar a la muerte en cruz a
un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de
Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario marcó un cambio en la historia de la
cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se
convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la
puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la
cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que Dios es amor. Amor
inconmensurable: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.
Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.
Pausa de silencio
Oremos: Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un
signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres
de nuestro tiempo, la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al
nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención.
A ti, Jesús, sacerdote y víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Dios cargó sobre Jesús los pecados de todos nosotros. «Todos nosotros como ovejas
erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos
nosotros» (Is 53,6).
A tan bárbara congoja
y pesadumbre declinas,
y tus rodillas divinas
se hincan en la tierra roja.
Y no hay nadie que te acoja.
En vano un auxilio imploras.
Vibra en ráfagas sonoras
el látigo del blasfemo.
Y en un esfuerzo supremo
lentamente te incorporas.
Como el Cordero que viera
Juan, el dulce evangelista,
así estás ante mi vista
tendido con tu bandera.
Tu mansedumbre a una fiera
venciera y humillaría.
Ya el Cordero se ofrecía
por el mundo y sus pecados.
Con mis pies atropellados
como a un estorbo le hería.
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Pausa de silencio
Oremos:
Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación,
te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie
y reanudar el camino. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra
debilidad.
A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los
siglos de los siglos. Amén.
Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y
darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33)
Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
Cómo se rasgan las telas
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de ese doble corazón.
Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas.
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.
Pausa de silencio
Oremos:
Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por
el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el fiat e íntimamente confiada
en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para
nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el
amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que
sea, jamás dudemos de su amor.
A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, a que llevara la cruz de Jesús» (cf. Mc
15,21). Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no
lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia de
la crucifixión.
Ya no es posible que siga
Jesús el arduo sendero.
Le rinde el plúmbeo madero.
Le acongoja la fatiga.
Mas la muchedumbre obliga
a que prosiga el cortejo.
Dure hasta el fin el festejo.
Y la muerte se detiene
ante Simón de Cirene,
que acude tardo y perplejo.
Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.
Pausa de silencio
Oremos:
Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos
también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la
gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están
oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia.
Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la
cruz y testigos tuyos, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se
citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Por tanto, puede ser
que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición,
en el camino del Calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a
Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor.
Fluye sangre de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
el morado rostro tienes.
Y al contemplar cómo vienes
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa.
Si a imagen y semejanza
tuya, Señor, nos hiciste,
de tu imagen me reviste
firme a olvido y a mudanza.
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Será mayor mi confianza
si en mi alma dejas la huella
de tu boca que nos sella
blancas promesas de paz,
de tu dolorida faz,
de tu mirada de estrella.
Pausa de silencio
Oremos:
Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a
cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz
que nuestras obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan
semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor.
A ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos. Amén.
Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
«Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo»
(Sal 21,7). Vienen a la mente estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús,
que cae por segunda vez bajo la cruz. En el polvo de la tierra está el Condenado.
Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez le fallan más sus fuerzas. Pero, aunque con
gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino.
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Largo es el camino y lento
y el Cireneo se rinde.
Él se ha trazado una linde
en su oscuro pensamiento.
Mientras disputa violento,
deja que la cruz se hunda
total, maciza, profunda,
sobre aquel único hombro.
Y como un humano escombro
cae Jesús por vez segunda.
¿Otra vez, Señor, en tierra,
abrazado a tu estandarte?
Ese insistente postrarte
¿qué oculto sentido encierra?
Mas ya te entiendo. En la guerra
por ti luchando, transido
caeré en tierra y malherido,
¿y no he de alzarme ya más?
Yo sé que Tú me darás
la mano si te la pido.
Pausa de silencio
Oremos:
Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo
sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz
de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que
vendrán el Evangelio de tu poder salvífico.
A ti, Jesús, apoyo de nuestra debilidad, alabanza y gloria por los siglos. Amén.
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Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.
Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no
engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes:
¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen
esto, en el seco, ¿qué se hará?" (Lc 23,28-31). Son las palabras de Jesús a las mujeres de
Jerusalén que lloraban mostrando compasión por el Condenado
Qué vivo dolor aflige
a estas mujeres piadosas,
madres, hermanas, esposas,
sin culpa del «crucifige».
Jesús a ellas se dirige.
Sus palabras, oídlas bien.
-Hijas de Jerusalén.
Llorad vuestro llanto, sí,
por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también.
Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí tibio y por ti yerto.
Riégame este estéril huerto.
Quiébrame esta torva frente.
Ábreme una vena ardiente
de dulce y amargo llanto,
y espanta de mí este espanto
de hallar cegada mi fuente.
Pausa de silencio
Oremos:
Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación,
haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos
de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se
tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso.
A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén
11
Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que
observa está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse.
San Pablo escribe: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).
Ya caíste una, dos veces.
La rota túnica pisas
y aún entre mofas y risas
tendido a mis pies te ofreces.
Yo no sé a quién me pareces,
a quién me aludes así.
No sé qué haces junto a mí,
derribado con tu leño.
Yo no sé si ha sido un sueño
o si es verdad que te vi.
Y yo caigo una, dos, tres,
y otra vez más, y otra, y tantas.
Siempre tus espaldas santas
me sirvieron de pavés.
12
Ahora siento bien cuál es
la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte las convidas.
Pausa de silencio
Oremos:
Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de
su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que
reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de
seguir el mismo camino, que, a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no
tendrá fin.
A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos. Amén.
Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Llegados al Calvario, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero Jesús, después de
probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,33-34). No quiso calmantes, que le habrían nublado
la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz
conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre.
Ya desnudan al que viste
a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
13
Qué sonrojo te reviste,
cómo tu rostro demudas
ante aquellas manos crudas
que te arrancan los vestidos
de sangre y sudor teñidos
sobre tus carnes desnudas.
Bella lección de pudores
la que en este trance dictas,
tus candideces invictas
coloridas de rubores.
Tú, que has teñido las flores
de tintas tan sonrosadas,
que en las castas alboradas
las nubes vistes de oro,
ay, devuélveme el tesoro
de mis flores marchitadas.
Pausa de silencio
Oremos:
Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación,
haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz,
para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y
consciente en tu obra de salvación.
A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos. Amén.
14
Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos» (Sal 21,17-18).
Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución. Los golpes de los soldados
aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado. En las muñecas
los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los
indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran
sensibilidad, Cristo sufre lo indecible.
Por fin en la cruz te acuestas.
Te abren una y otra mano,
un pie y otro soberano,
y a todo, manso, te prestas.
Luego entre Dimas y Gestas,
desencajado por crueles
distensiones de cordeles,
te clavan crucificado
y te punzan el costado
y te refrescan de hieles.
Y que esto llegue es preciso
y así todo se consuma,
y, a la carga que te abruma,
el cuello inclinas sumiso.
-Conmigo en el paraíso
serás hoy- al buen ladrón
prometes. Tierna lección
la de tus palabras ciertas.
Toma mis manos abiertas.
Toma mis pies: tuyos son
Pausa de silencio
Oremos: Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para
que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas,
vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y
por los siglos de los siglos. Amén.
15
Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En el culmen de la
Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su
sufrimiento. Él sabe que el hombre, más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de
amor; tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo
Al pie de la cruz María
llora con la Magdalena,
y aquel a quien en la Cena
sobre todos prefería.
Ya palmo a palmo se enfría
el dócil torso entreabierto.
Ya pende el cadáver yerto
como de la rama el fruto.
Cúbrete, cielo, de luto
porque ya la Vida ha muerto.
Profundo misterio. El Hijo
del Hombre, el que era la Luz
y la Vida muere en cruz,
en una cruz crucifijo.
Ya desde ahora te elijo
mi modelo en el estrecho
tránsito. Baja a mi lecho
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el día que yo me muera,
y que mis manos de cera
te estrechen sobre mi pecho.
Pausa de silencio
Oremos: Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido
indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la
misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus
debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de
amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte.
A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los
siglos. Amén
Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
Han devuelto a las manos de la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no
hablan de lo que ella experimentó en aquel instante. Es como si los evangelistas, con el
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silencio, quisieran respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos. O, simplemente,
como si no se considerasen capaces de expresarlos.
He aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
Pausa de silencio
Oremos:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios
te salve. A ti llamamos..., vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y, después de
este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también
nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz hasta al último suspiro.
A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda
gloria por los siglos de los siglos. Amén.
18
Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Fue crucificado, muerto y sepultado...». El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en
el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La
última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será
pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte. «Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
Fue un José el primer varón
que a Jesús tomó en sus brazos,
y otro José en tiernos lazos
le estrecha de compasión.
Con grave, infinita unción
el sagrado cuerpo baja
y en un lienzo le amortaja.
Luego le da sepultura
y una piedra en la abertura
de la roca viva encaja.
Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.
Señor, ya no queda nada
por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.
Pausa de silencio
Oremos: Señor Jesucristo, que por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, fuiste
llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que
el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se
convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza.
A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo, honor y gloria por
los siglos. Amén.
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Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
Te adoramos cristo y te bendecimos.
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
«Tenéis guardias. Id, aseguradlo como sabéis» (Mt 27,65), dijo Pilato a los judíos. Y la
tumba de Jesús fue cerrada y sellada. Según la petición de los sumos sacerdotes y los
fariseos, se pusieron soldados de guardia para que nadie pudiera robar el cuerpo de
Jesús (Mt 27,62-65).
¿Es de ingrávido sueño,
aire o magia refleja
este resplandor súbito,
esta erguida presencia?
Todo en torno se afirma,
se deslumbra, se ciega.
La piedra es más que nunca
piedra, gozosa piedra;
la humana piel confusa
de oscuros centinelas,
tañida del prodigio,
centellea evidencias,
y el alba, el alba tímida
tan mojada y tan tierna,
confirma de rubores
su inocencia perfecta.
Otra vez sobre el mundo
la Verdad se hace cierta,
cierta con certidumbre
transverberada, céntrica.
No el aire, no, ni el sueño
ni la magia espejean
este cuerpo armonioso
que fulgura y destella.
Las brisas le acarician,
la tierra le sustenta
y la luz que de él mana
le ciñe y le modela.
Pudiendo ser más leve
que plumas o humaredas,
humana, humildemente
pisa la hierba, y pesa,
20
y al goce del suavísimo
tacto, contacto, prenda,
invita -ábranse flores-
a las yemas incrédulas.
Resurrección. Oh gloria
taladrada y tan nuestra,
tan de hueso y de carne
firme, caliente, fresca.
Por Ti, Jesús, tan nuevo
hoy con tus cinco estrellas
que en cifra dibujada
tu caridad constelan,
por Ti, Señor, devuelto
a la luz que te estrecha,
al amor que te ciñe,
al aura que te besa,
por ti, todo nos canta,
oh divina certeza
para después del tiempo,
quieta ya primavera.
Pausa de silencio
Oremos: Señor Jesús, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido
vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la resurrección. ¡Asidos a tu
Cruz, quedamos en la espera confiada de tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro!
«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». Amén.
21
Vía cursis recopilación realizada por:
Patricia Eclecia
Fuentes:
Vía crucis de Juan Pablo II
(Vigilias Pascuales)
Vía crucis de Gerardo Diego
http://www.franciscanos.org/oracion/viacruz02.htm
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Viacrusis

  • 1. DIRECTORIO FRANCISCANO La Oración de cada día Señor mío Jesucristo, que me invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú delante para darme ejemplo, ilumina mi alma con la luz de tu gracia para que pueda meditar fructuosamente tus pasos dolorosos y aprenda a seguirte con decisión y coraje. Madre de los Dolores, inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en este camino de amargura a tu divino Hijo. Amén. Primera Estación JESÚS ES CONDENADO A MUERTE Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Vía crucis de Juan Pablo II (Vigilias Pascuales) «¿Eres tú el Rey de los judíos?», preguntó Pilato a Jesús. «Mi Reino -le respondió Jesús- no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí». 1
  • 2. Jesús sentenciado a muerte. No bastan sudor, desvelo, cáliz, corona, flagelo, todo un pueblo a escarnecerte. Condenan tu cuerpo inerte, manso Jesús de mi olvido, a que, abierto y exprimido, derrame toda su esencia. Y a tan cobarde sentencia prestas en silencio oído. Y soy yo mismo quien dicto esa sentencia villana. De mis propios labios mana ese negro veredicto. Yo me declaro convicto. Yo te negué con Simón. Te vendí y te hice traición con Pilatos y con Judas. Y aún mis culpas desanudas y me brindas el perdón. Pausa de silencio Oremos: Cristo, que aceptas una condena injusta, concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos, la gracia de ser fieles a la verdad y no permitas que caiga sobre nosotros y sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes. A ti, Jesús, juez justo, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. 2
  • 3. Segunda Estación JESÚS CARGA CON LA CRUZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. La cruz, instrumento de una muerte infame. No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario marcó un cambio en la historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que Dios es amor. Amor inconmensurable: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Jerusalén arde en fiestas. Qué tremenda diversión ver al justo de Sión cargar con la cruz a cuestas. Sus espaldas curva, prestas a tan sobrehumano exceso, y, olvidándose del peso que sobre su hombro gravita, con caridad infinita imprime en la cruz un beso. Tú el suplicio y yo el regalo. Yo la gloria y Tú la afrenta abrazado a la violenta carga de una cruz de palo. Y así, sin un intervalo, sin una pausa siquiera, tal vivo mi vida entera que por mí te has alistado voluntario abanderado de esa maciza bandera. Pausa de silencio Oremos: Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo, la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención. A ti, Jesús, sacerdote y víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos. Amén. 3
  • 4. Tercera Estación JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Dios cargó sobre Jesús los pecados de todos nosotros. «Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53,6). A tan bárbara congoja y pesadumbre declinas, y tus rodillas divinas se hincan en la tierra roja. Y no hay nadie que te acoja. En vano un auxilio imploras. Vibra en ráfagas sonoras el látigo del blasfemo. Y en un esfuerzo supremo lentamente te incorporas. Como el Cordero que viera Juan, el dulce evangelista, así estás ante mi vista tendido con tu bandera. Tu mansedumbre a una fiera venciera y humillaría. Ya el Cordero se ofrecía por el mundo y sus pecados. Con mis pies atropellados como a un estorbo le hería. 4
  • 5. Pausa de silencio Oremos: Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación, te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie y reanudar el camino. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad. A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos. Amén. Cuarta Estación JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33) Se ha abierto paso en las filas una doliente Mujer. Tu Madre te quiere ver retratado en sus pupilas. Lento, tu mirar destilas y le hablas y la consuelas. Cómo se rasgan las telas 5
  • 6. de ese doble corazón. Quién medirá la pasión de esas dos almas gemelas. ¿Cuándo en el mundo se ha visto tal escena de agonía? Cristo llora por María. María llora por Cristo. ¿Y yo, firme, lo resisto? ¿Mi alma ha de quedar ajena? Nazareno, Nazarena, dadme siquiera una poca de esa doble pena loca, que quiero penar mi pena. Pausa de silencio Oremos: Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el fiat e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor. A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén. 6
  • 7. Quinta Estación JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. «Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, a que llevara la cruz de Jesús» (cf. Mc 15,21). Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia de la crucifixión. Ya no es posible que siga Jesús el arduo sendero. Le rinde el plúmbeo madero. Le acongoja la fatiga. Mas la muchedumbre obliga a que prosiga el cortejo. Dure hasta el fin el festejo. Y la muerte se detiene ante Simón de Cirene, que acude tardo y perplejo. Pudiendo, Jesús, morir, ¿por qué apoyo solicitas? Sin duda es que necesitas vivir aún para sufrir. Yo también quise vivir, vivir siempre, vivir fuerte. Y grité: -Aléjate, muerte. Ven Tú, Jesús cireneo. Ayúdame, que en ti creo y aún es tiempo de ofenderte. Pausa de silencio Oremos: Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia. Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos tuyos, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. 7
  • 8. Sexta Estación LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Por tanto, puede ser que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del Calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Fluye sangre de tus sienes hasta cegarte los ojos. Cubierto de hilillos rojos el morado rostro tienes. Y al contemplar cómo vienes una mujer se atraviesa, te enjuga el rostro y te besa. La llamaban la Verónica. Y exacta tu faz agónica en el lienzo queda impresa. Si a imagen y semejanza tuya, Señor, nos hiciste, de tu imagen me reviste firme a olvido y a mudanza. 8
  • 9. Será mayor mi confianza si en mi alma dejas la huella de tu boca que nos sella blancas promesas de paz, de tu dolorida faz, de tu mirada de estrella. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que nuestras obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor. A ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos. Amén. Séptima Estación JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21,7). Vienen a la mente estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús, que cae por segunda vez bajo la cruz. En el polvo de la tierra está el Condenado. Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez le fallan más sus fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino. 9
  • 10. Largo es el camino y lento y el Cireneo se rinde. Él se ha trazado una linde en su oscuro pensamiento. Mientras disputa violento, deja que la cruz se hunda total, maciza, profunda, sobre aquel único hombro. Y como un humano escombro cae Jesús por vez segunda. ¿Otra vez, Señor, en tierra, abrazado a tu estandarte? Ese insistente postrarte ¿qué oculto sentido encierra? Mas ya te entiendo. En la guerra por ti luchando, transido caeré en tierra y malherido, ¿y no he de alzarme ya más? Yo sé que Tú me darás la mano si te la pido. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que vendrán el Evangelio de tu poder salvífico. A ti, Jesús, apoyo de nuestra debilidad, alabanza y gloria por los siglos. Amén. 10
  • 11. Octava Estación JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿qué se hará?" (Lc 23,28-31). Son las palabras de Jesús a las mujeres de Jerusalén que lloraban mostrando compasión por el Condenado Qué vivo dolor aflige a estas mujeres piadosas, madres, hermanas, esposas, sin culpa del «crucifige». Jesús a ellas se dirige. Sus palabras, oídlas bien. -Hijas de Jerusalén. Llorad vuestro llanto, sí, por vosotras, no por mí. Por vuestros hijos también. Por nosotros mismos, cierto. Pero ¿quién por ti no llora? Haz que llore hora tras hora por mí tibio y por ti yerto. Riégame este estéril huerto. Quiébrame esta torva frente. Ábreme una vena ardiente de dulce y amargo llanto, y espanta de mí este espanto de hallar cegada mi fuente. Pausa de silencio Oremos: Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso. A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén 11
  • 12. Novena Estación JESÚS CAE POR TERCERA VEZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo. Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que observa está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse. San Pablo escribe: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Ya caíste una, dos veces. La rota túnica pisas y aún entre mofas y risas tendido a mis pies te ofreces. Yo no sé a quién me pareces, a quién me aludes así. No sé qué haces junto a mí, derribado con tu leño. Yo no sé si ha sido un sueño o si es verdad que te vi. Y yo caigo una, dos, tres, y otra vez más, y otra, y tantas. Siempre tus espaldas santas me sirvieron de pavés. 12
  • 13. Ahora siento bien cuál es la razón de tus caídas. Sí. Porque nuestras vencidas almas no te tengan miedo caes, oh humilde remedo, y a abrazarte las convidas. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que, a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin. A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos. Amén. Décima Estación JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Llegados al Calvario, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero Jesús, después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,33-34). No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre. Ya desnudan al que viste a las rosas y a los lirios. Martirio entre los martirios y entre las tristezas triste. 13
  • 14. Qué sonrojo te reviste, cómo tu rostro demudas ante aquellas manos crudas que te arrancan los vestidos de sangre y sudor teñidos sobre tus carnes desnudas. Bella lección de pudores la que en este trance dictas, tus candideces invictas coloridas de rubores. Tú, que has teñido las flores de tintas tan sonrosadas, que en las castas alboradas las nubes vistes de oro, ay, devuélveme el tesoro de mis flores marchitadas. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación, haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación. A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos. Amén. 14
  • 15. Undécima Estación JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos» (Sal 21,17-18). Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución. Los golpes de los soldados aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado. En las muñecas los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran sensibilidad, Cristo sufre lo indecible. Por fin en la cruz te acuestas. Te abren una y otra mano, un pie y otro soberano, y a todo, manso, te prestas. Luego entre Dimas y Gestas, desencajado por crueles distensiones de cordeles, te clavan crucificado y te punzan el costado y te refrescan de hieles. Y que esto llegue es preciso y así todo se consuma, y, a la carga que te abruma, el cuello inclinas sumiso. -Conmigo en el paraíso serás hoy- al buen ladrón prometes. Tierna lección la de tus palabras ciertas. Toma mis manos abiertas. Toma mis pies: tuyos son Pausa de silencio Oremos: Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. 15
  • 16. Duodécima Estación JESÚS MUERE EN LA CRUZ Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento. Él sabe que el hombre, más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor; tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo Al pie de la cruz María llora con la Magdalena, y aquel a quien en la Cena sobre todos prefería. Ya palmo a palmo se enfría el dócil torso entreabierto. Ya pende el cadáver yerto como de la rama el fruto. Cúbrete, cielo, de luto porque ya la Vida ha muerto. Profundo misterio. El Hijo del Hombre, el que era la Luz y la Vida muere en cruz, en una cruz crucifijo. Ya desde ahora te elijo mi modelo en el estrecho tránsito. Baja a mi lecho 16
  • 17. el día que yo me muera, y que mis manos de cera te estrechen sobre mi pecho. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén Decimotercera Estación JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo Han devuelto a las manos de la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que ella experimentó en aquel instante. Es como si los evangelistas, con el 17
  • 18. silencio, quisieran respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos. O, simplemente, como si no se considerasen capaces de expresarlos. He aquí helados, cristalinos, sobre el virginal regazo, muertos ya para el abrazo, aquellos miembros divinos. Huyeron los asesinos. Qué soledad sin colores. Oh, Madre mía, no llores. Cómo lloraba María. La llaman desde aquel día la Virgen de los Dolores. ¿Quién fue el escultor que pudo dar morbidez al marfil? ¿Quién apuró su buril en el prodigio desnudo? Yo, Madre mía, fui el rudo artífice, fui el profano que modelé con mi mano ese triunfo de la muerte sobre el cual tu piedad vierte cálidas perlas en vano. Pausa de silencio Oremos: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos..., vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz hasta al último suspiro. A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén. 18
  • 19. Decimocuarta Estación JESÚS ES SEPULTADO Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Fue crucificado, muerto y sepultado...». El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Fue un José el primer varón que a Jesús tomó en sus brazos, y otro José en tiernos lazos le estrecha de compasión. Con grave, infinita unción el sagrado cuerpo baja y en un lienzo le amortaja. Luego le da sepultura y una piedra en la abertura de la roca viva encaja. Como póstuma jornada de tu vía de amargura, admiro en la sepultura tu heroica carne sellada. Señor, ya no queda nada por hacer. Señor, permite que humildemente te imite, que contigo viva y muera, y en luz no perecedera, que como Tú resucite. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesucristo, que por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza. A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo, honor y gloria por los siglos. Amén. 19
  • 20. Decimoquinta Estación JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS Te adoramos cristo y te bendecimos. Que por tu santa cruz redimiste al mundo «Tenéis guardias. Id, aseguradlo como sabéis» (Mt 27,65), dijo Pilato a los judíos. Y la tumba de Jesús fue cerrada y sellada. Según la petición de los sumos sacerdotes y los fariseos, se pusieron soldados de guardia para que nadie pudiera robar el cuerpo de Jesús (Mt 27,62-65). ¿Es de ingrávido sueño, aire o magia refleja este resplandor súbito, esta erguida presencia? Todo en torno se afirma, se deslumbra, se ciega. La piedra es más que nunca piedra, gozosa piedra; la humana piel confusa de oscuros centinelas, tañida del prodigio, centellea evidencias, y el alba, el alba tímida tan mojada y tan tierna, confirma de rubores su inocencia perfecta. Otra vez sobre el mundo la Verdad se hace cierta, cierta con certidumbre transverberada, céntrica. No el aire, no, ni el sueño ni la magia espejean este cuerpo armonioso que fulgura y destella. Las brisas le acarician, la tierra le sustenta y la luz que de él mana le ciñe y le modela. Pudiendo ser más leve que plumas o humaredas, humana, humildemente pisa la hierba, y pesa, 20
  • 21. y al goce del suavísimo tacto, contacto, prenda, invita -ábranse flores- a las yemas incrédulas. Resurrección. Oh gloria taladrada y tan nuestra, tan de hueso y de carne firme, caliente, fresca. Por Ti, Jesús, tan nuevo hoy con tus cinco estrellas que en cifra dibujada tu caridad constelan, por Ti, Señor, devuelto a la luz que te estrecha, al amor que te ciñe, al aura que te besa, por ti, todo nos canta, oh divina certeza para después del tiempo, quieta ya primavera. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesús, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la resurrección. ¡Asidos a tu Cruz, quedamos en la espera confiada de tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». Amén. 21
  • 22. Vía cursis recopilación realizada por: Patricia Eclecia Fuentes: Vía crucis de Juan Pablo II (Vigilias Pascuales) Vía crucis de Gerardo Diego http://www.franciscanos.org/oracion/viacruz02.htm 22