Luz de gas, el maltrato emocional sutil que te hace dudar de ti misma

El día que el identificador de llamadas de su teléfono fijo dejó de funcionar, Inmaculada, de 53 años, llamó a su compañía. Al otro lado de la línea, una persona le informó de que alguien había llamado para cancelar ese servicio que había contratado para el teléfono de la casa que compartía con su entonces pareja. “Le pregunté a él y aseguró que no había sido. La primera vez pensé que sería un error pero cuando pasó más veces...”, deja sin terminar la frase. Porque durante los diez años que duró su relación, esa no fue ni la primera ni la única vez que Inmaculada escuchaba a su novio negar lo evidente, atacarla porque lo que ella decía no tenía sentido o no era como ella creía o había vivido.
Como cuando encontró un cargo en la tarjeta de crédito que compartían y que correspondía a una página web de porno: “Decía que ni idea, que yo estaba muy estresada, o que igual él no se había dado cuenta, que estaba muy angustiado, que tenía mucho trabajo...”. O cuando descubrió que los recibos de su comunidad no se estaban pagando –tarea de la que él decía encargarse– y él se negó a aceptar los hechos y darle una respuesta. Hablar, incluso, sobre asuntos en los que ella estaba especializada se convirtió en algo imposible: “Me discutía todo, incluso afirmaciones sobre mi trabajo que luego sí le reconocía a otras personas delante de mí”.
Ella se sentía extremadamente culpable y con una gran inseguridad interna: “Terminé teniendo que ponerme post it en los espejos para recordarme las cosas porque me afectó muchísimo a la memoria. Dudaba tanto de todo...”. Durante años, Inmaculada sufrió violencia psicológica, un cúmulo de maltratos entre los que estaba lo que se ha llamado luz de gas, en inglés gaslighting, una forma de manipulación que puede darse sola o acompañada de otros comportamientos abusivos.
Terminé teniendo que ponerme 'post it' en los espejos para recordarme las cosas porque me afectó muchísimo a la memoria. Dudaba tanto de todo...
“El sujeto te daña psicológicamente para conseguir que tú pienses que algo no es como tú lo has percibido o como tú lo has interpretado o como ha sucedido. Puede que él haga algo mal pero te hace ver que eres tú la que estás fallando”, resume la psicóloga especializada en violencia machista Olga Barroso. La luz de gas es, por tanto, un tipo de violencia psicológica que consigue dañar el estado emocional y la autoestima y eso, a su vez, “permite controlar a esa persona, porque la haces estar peor, sentirse menos valiosa, menos competente, que tú misma prefieras dejar de hacer o decir ciertas cosas”.
Inmaculada lo confirma: “Dudas de lo que has hablado, de los acuerdos a los que has llegado, te obsesionas con buscar una prueba...”. La mujer relata diálogos imposibles en los que él, sistemáticamente, negaba hechos o comportamientos y la acusaba a ella de “estar loca” o bien aseguraba que se trataba de “imaginaciones” suyas. La psicóloga y docente de la UOC Mireia Cabero subraya que la luz de gas no es algo puntual, sino un proceso “que va deteriorando” a quien lo sufre y que supone un beneficio para quien lo ejerce: “Que la otra persona sea cada vez menos en la relación”.
Una estrategia más o menos consciente
Hay grados y maneras de ejercer la luz de gas, explica la psicóloga Olga Barroso: “A lo mejor le pides ayuda o le cuentas a tu pareja algo que es importante para ti o que te gustaría cambiar y te dice es que eres muy intensa o inmadura, o que ya estás aguando la fiesta, generando un problema, o se victimiza diciendo que está aguantando tus neuras... Él no te da el apoyo emocional y además tú empiezas a sentir que estás pidiendo algo desmedido, cuando es él el que no está haciendo algo básico en una relación. A partir de ahí, suma y sigue, consigue que no confíes en tu propio criterio, en tu capacidad para interpretar la realidad”, prosigue Barroso. La psicóloga relata algunas historias de sus pacientes que, en casos extremos, han llegado a vivir cómo su pareja les cambiaba las llaves de sitio o escondían esencias que generaban un olor molesto para ellas, que no entendían de dónde procedía.
Le cuentas a tu pareja algo que te gustaría cambiar y te dice que eres muy inmadura, o que ya estás aguando la fiesta, o se victimiza... Empiezas a sentir que estás pidiendo algo desmedido cuando es él quien no está haciendo algo básico. A partir de ahí, suma y sigue, consigue que no confíes en tu criterio, en tu capacidad para interpretar la realidad
La escritoria y filósofa francesa Hélène Frappat ha publicado este año en España Luz de gas o el arte de enmudecer a las mujeres (Paidós). “La pérdida del yo es el objetivo existencial del gaslighting”, escribe. Este tipo de manipulación psicológica, prosigue, suele pasar por varias etapas: primero se instala la duda, más tarde la mentira; la realidad del pasado se cuestiona, algunas conductas (perder un objeto, olvidar algo) tienen un castigo e, igualmente, las víctimas esperan 'recompensas' sin saber muy bien ante qué o por qué.
Olga Barroso, también autora de El amor no maltrata, asegura que hay quien aplica la luz de gas de manera “perfectamente consciente”, pero también hay quien lo hace de manera “menos deliberada”. “No podemos decir que no se den cuenta de que dañan a la persona porque ellos ven que eso tiene consecuencias, que ella está mal, triste... pero de alguna manera se sienten con la autoridad de hacer eso porque entienden así la realidad, entienden que a ellos no se les puede molestar con tus cosas emocionales, que no tienen por qué estar para esas 'chorradas'... Las palabras o demandas de la otra las van a experimentar casi como una falta al respeto a su persona o como una invasión. Por eso, no es que siempre estén pensando que van a hacer esto o a decir lo otro para darle la vuelta a la tortilla, sino que su manera de percibir las cosas ya es así, ya están convencidos de que lo que les dice ella no tiene sentido o está mal. La consecuencia de esa concepción errónea es hacer luz de gas”, explica.
Una duda interna constante
Fue una película la que sirvió para acuñar el término luz de gas: en 1944, el director de cine George Cukor filmaba Gaslight, la historia de una mujer, encarnada por la actriz Ingrid Bergman, que se siente enloquecer, pero cuyo profundo malestar tiene origen en la manipulación de su marido. Él rechaza lo que ella percibe y llega a bajar la intensidad de las lámparas de la casa en la que viven aunque, ante ella, niega hacerlo y le hace dudar de sus sentidos. Mientras ejerce estos comportamientos, le hace creer a su mujer que la víctima es él por sufrir los trastornos mentales de ella.
“No pasa en un día”, insiste la psicóloga Mireia Cabero, que habla de muchos momentos en los que la persona que ejerce la luz de gas “se coloca en un plano superior”. “Te va haciendo pequeña, hace que vayas dudando de ti, pierdes fortaleza, confianza, seguridad... Incluso cuando quien lo ejerce lo hace de manera más o menos inconsciente lo hace porque obtiene un beneficio”, asevera.
No pasa en un día. Te va haciendo pequeña, hace que vayas dudando de ti, pierdes fortaleza, confianza, seguridad... Incluso cuando quien lo ejerce lo hace de manera más o menos inconsciente lo hace porque obtiene un beneficio
Poco después de que su exnovio empezara a trabajar en su misma empresa, Paula, de 29 años, comenzó a sospechar: los comentarios de algunas compañeras, la actitud de él... Decidió tener una conversación con su pareja para explicarle que se sentía incómoda y para preguntarle si estaba sucediendo algo entre él y alguna de sus compañeras: “Me dijo que estaba loca, que veía cosas que no eran, que él solo era sociable”. Ella se sintió mal, y calló. Tiempo después supo que, efectivamente, su novio había tenido algo con una de aquellas mujeres. Esa no fue ni la primera ni la única vez que Paula escuchó ese tipo de comentarios, en distintos contextos, por parte de quien era su novio: del “estás loca” al “siempre estás con esas cosas”, pasando por invalidar sus emociones o las preocupaciones y peticiones que ella trataba de transmitirle a veces; o no tenían sentido, le decía, o las cosas no eran como ella decía que eran. En muchas ocasiones, era ella quien terminaba pidiendo perdón.
Con un año y medio de terapia a sus espaldas, el tiempo que hace que salió de esa relación, Paula es capaz de nombrar lo que vivió, un abuso emocional en el que, entre otras cosas, él ejerció luz de gas. Ella recuerda otras situaciones similares: “Me decía que estaba cien por cien conmigo pero tenía comportamientos incoherentes y cuando yo se los mostraba él se enfadaba, o decía que nunca estaba satisfecha con nada. Aunque se supone que éramos una pareja, no lo habíamos formalizado y cuando yo me sentaba con él para hablar sobre eso, él me decía que yo estaba obsesionada, que solo buscaba validación por su parte, pero nunca conseguía que tuviéramos esa conversación”. El resultado de cuatro años de relación plagada de este tipo de comportamientos por parte de él fueron 19 kilos menos, inseguridad y duda constante sobre sí misma, entre otras consecuencias.
Durante los cuatro años que duró su relación, Paula escuchó de su novio comentarios que iban del "estás loca" al "siempre estás con esas cosas", pasando por invalidar sus emociones. Le decía que las cosas no eran como ella decía que eran. En muchas ocasiones, era ella quien terminaba pidiendo perdón
Otro 'gaslighting'
La pareja no es el único espacio en el que puede darse la luz de gas. La psicóloga Mireia Cabero afirma que puede suceder allí donde hay vínculos, como el entorno laboral o en una amistad: “Puede darse en entornos relaciones en los que de alguna manera hay afecto y/o relación de poder, entornos en los que hay depositados aprecio, confianza...”. Puesto que el efecto principal es la duda interna, prosigue, suele ser necesaria la intervención de una tercera persona para ayudar a detectarlo a través de preguntas y validación.
En Luz de gas o el arte de enmudecer a las mujeres, Hélène Frappat habla de otra dimensión del gaslighting: la que juega en la política internacional. La escritora pone el ejemplo del primer mandato de Donald Trump y su manera de hacer luz de gas a todo un país negando lo que la gente podía comprobar o leer por sí misma, o de Vladimir Putin acusando de nazismo a Ucrania como manera de justificar su invasión. La era de la posverdad puede, en cierta manera, tener mucho que ver con una luz de gas colectiva.
Paradójicamente o no, la película de Cukor que popularizó el término era un remake de una película británica del mismo nombre de 1940 y dirigida por Thorold Dickinson que, a su vez, estaba basada en una obra de teatro. La Metro-Goldwyn-Mayer compró los derechos de esa primera película británica y destruyó todas las copias existentes, de manera que quien creía haber visto o sabido de un filme anterior similar al de Cukor no tenía manera de demostrarlo y sí muchas probabilidades de dudar de su propio criterio.
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