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COSTUMBRISMO PERUANO: LA COMEDIA ÑA CATITA
DE MANUEL ASCENSIO SEGURA.(1856) Manuel Ascensio
Segura (1805-1871) fue, según parece, criollo de segunda
generación1 . Nacido en Lima, luchó por el rey de España
hasta la batalla de Ayacucho; posteriormente se dedicó a la
difícil tarea de «fundar patria» incorporándose al ejército
nacional, a la burocracia, al periodismo: consiguió su propósito
de manera plena a través de la expresión escénica. Autor, a
lo largo de cuarenta años, de catorce piezas todas en verso
(comedias, sainetes, «juguetes»), es considerado
unánimemente el fundador del teatro peruano. Por lo general,
los críticos le han manifestado aprecio o desdén de manera
directamente proporcional al mayor o menor favor de cada uno
de ellos para con una dramaturgia fácil, en la cual lo ameno
se conjuga con lo ético a través de un enfoque festivo, y que
une el costumbrismo con el intento de conciliar, dentro de lo
posible, las tensiones personales, sociales y políticas2 . Voy a
ocuparme aquí de la más conocida de las obras de Segura,
Ña Catita. Apareció en febrero de 1845 como comedia en tres
actos, y fue reestrenada, ampliada con un acto más, en agosto
de 18563 . Desde entonces ha gozado del favor del público,
no siendo impedimento la forma versificada del texto: la
mayoría de los versos son octosílabos; la estrofa más
característica y lograda es la redondilla que, como es sabido,
a lo largo de los siglos XVIII y XIX en Hispanoamérica se dio
más que en la península. La trama, como siempre en las
piezas de Segura, no es de veras importante. La acción, que
ocupa muy pocas horas, se desarrolla en Lima, dentro y
delante de una vivienda de la clase media acomodada. Doña
Rufina quiere casar a su hija Juliana con don Alejo, un
caballero que la ha deslumhrado con sus maneras
extranjerizantes y estrafalarias; sin embargo, la joven está
enamorada de su coetáneo Manuel, y su padre, don Jesús, la
apoya por haberse empeñado tiempo atrás en proteger a
dicho mozo. El conflicto, pues, embiste a los padres de
Juliana, y la armonía familiar, que nunca ha sido buena,
peligra. En la cuestión se entremeten otros, entre los cuales
Ña Catita, una alcahueta que ofrece sus servicios
contemporáneamente a todos, hasta que se descubre que
don Alejo ya tiene esposa en el Cuzco y todo se arregla. Lo
que más interesa en Ña Catita, igual que en las demás obras
de Segura, son la gracia costumbrista, el bonario propósito
satírico y la finalidad moral. Veamos, rápidamente, como se
realizan. Empezamos con la descripción de las costumbres.
Por lo que se refiere, digamos, al mundo físico - esto es, trajes,
ambiente, enseres domésticos, etc. -, de veras hay muy poco.
Sólo encontramos una referencia a la afición del dueño de la
casa a los atuendos antiguos - la capa - y la opuesta debilidad
de don Alejo para con las indumentarias modernas . Los dos
elementos deben ser enlazados más con la presentación de
las costumbres morales y sociales que con el intento de
«pintar» un ambiente. Que Segura tenga esta voluntad es
dudoso, porque también en la vertiente del lenguaje, donde el
autor por el contrario se luce por extenso, la cosa es
problemática. En efecto, ahí se puede descubrir un triple
registro: popular, medio, erudito. Resulta que lo popular -
presentado principalmente a través de los personajes de Ña
Catita y de la sirvienta Mercedes (el otro criado no tiene
relevancia alguna) y, a veces, también a través de los
cónyuges - sólo en parte se encarna, por lo menos en esta
pieza, en castizas expresiones limeñas. Estas últimas, desde
luego, no están ausentes, pero no abundan y, de todos
modos, no consiguen caracterizar de veras la obra5 . El
registro popular se logra más a través de la repetición
constante de refranes, sentencias y frases hechas
pertenecientes al común patrimonio lingüístico del mundo
hispanohablante y gracias a la distorsión de los vocablos
cultos y al efecto cómico que produce la versión macarrónica
de las expresiones latinas o su extravagante explicación6 :
ambos recursos no tienen especial ni exclusiva relación, pues,
con las costumbres de Lima. Por su parte, el registro medio
del lenguaje - el de la mayoría de los diálogos entre los
personajes - no presenta elementos significativos, mientras sí
los tiene el nivel que podríamos llamar erudito. Este se da
tanto a través del abundante empleo que hace don Alejo de
las palabras extranjeras (la gran mayoría francesas, algunas
inglesas y pocas italianas) como, especialmente, con el
recurso masivo a palabras proparoxítonas, la mayoría de las
cuales tiene o aparenta tener un origen culto, como puede
verse por el fragmento siguiente:
ALEJO. - ¡Ave María! ¡Aquí Ña Catita! ¡Cáspita! (Desollando
está algún prójimo.)
CATITA. - ¡Hola! ¿Cómo va la brújula?
ALEJO. - Si sigue el viento tan próspero, pronto echaremos el
áncora.
CATITA. - ¿De veras?
ALEJO. - De un modo sólido van las cosas a su término.
CATITA. - El ataque ha sido sófero. Según lo ha expuesto la
sílfide...
ALEJO. - Está contra mí hecha un fósforo
El éxito humorístico es indudable pero se consigue, una y otra
vez8 , a costa de la verosimilitud y de la coherencia de los
personajes, porque parece muy improbable que Catita pueda
manejarse a sus anchas con términos como sindéresis,
energúmeno, atónito, estrambótico, verídico, báculo,
vástagos...9 Análogamente, reparos apenas inferiores hay
que oponer al autor por lo que se refiere a don Jesús, cuyo
carácter de «peruano viejo» poco se concilia con la presencia
en su boca de palabras igualmente raras. Hay que hacer
hincapié, además - abordo aquí de pasada el plano de la
comunicación -, en que el efecto cómico se logra por el autor
manejando el lenguaje desde una posición de superioridad y
a costa del público menos culto que asistía al estreno, porque
es imposible que el gallinero limeño, igual que el de México o
el de Madrid o el de Sevilla, supiera el significado de las
expresiones latinas o de los abstractos substantivos
científicos. Veamos ahora qué costumbres morales y sociales
se describen en la pieza. Los argumentos principales son tres:
la lucha de los sexos, la falsa beatería, y la afectación
extranjerizante. Contrariamente a lo que se podría pensar por
el título de la obra, su eje es el primer argumento, el único que
presenta también algunos corolarios. Si las escenas que
describen el amor entre los dos jovenes, y el intento de don
Alejo de gozar de Juliana aprovechando las ambiciones de la
madre de esta última, resultan muy conocidas o están
desarrolladas con aproximación y hasta burdamente, las que
describen la conflictiva relación de los cónyuges presentan
algún que otro rasgo de interés. Desde luego, no es que sea
nueva la presentación que Segura hace de los malos efectos
que, andando el tiempo, produce la debilidad excesiva del
hombre frente a la petulancia, mal genio o excesiva ambición
de la mujer. Sin embargo, ocasionalmente el comediógrafo
llega a representar con acierto la tragedia de la obligada
convivencia de dos personas que ya no se aguantan10 .
Además, al intentar doña Rufina mudarse de casa
separándose del marido, el temporal consentimiento de don
Jesús a aceptar el hecho y devolver a la esposa su dote,
parece proponer el derecho de la mujer a seguir su voluntad y
la posibilidad de disolver de manera pacífica y con mutuo
asentimiento las parejas imposibles11. Lástima que dichos
elementos estén sólo enunciados y que semejante
problemática - anticipación del sucesivo teatro realista
burgués - resulte únicamente rozada: pronto, en efecto, como
si de repente se diera cuenta de haberse metido por una
senda peligrosa, Segura da marcha atrás e, introduciendo los
buenos pero improbables oficios del amigo Juan, consigue
milagrosamente que el matrimonio haga las paces12 . La
descripción de la hipocresía beata está, en conjunto, poco
lograda. La comparación de Ña Catita con sus antecedentes
más famosos, Trotaconventos y Celestina, es un tópico de la
crítica pero no por eso cesa de ser impertinente. La peruana
no es sino una alcahueta cohibida y sin ideas ni artimañas:
según parece, sus móviles intelectuales, materiales y morales
son modestísimos y se contenta de una lismonita, de un
chocolate o de tomar un poco de caldo, así que sólo actúa
para escurrir el bulto y ni siquiera persigue de veras y con
coherencia, por codicia o por maldad, la realización de amores
ilícitos o dificultosos
El postrer motivo que hay que examinar es la afición a las
modas que vienen del exterior. El apartado está bien
desarrollado a pesar de lo fácil que era dar en el blanco, como
hemos visto hace un momento a propósito de las prendas de
vestir. De entre los numerosos elementos que se podrían
señalar, por lo menos merece la pena destacar la gracia con
que se toma el pelo a la imitación limeña de inclinaciones y
posturas románticas. Esto se realiza cuando don Alejo se
refiere a Juliana llamándola Julieta, y es prontamente imitado
en eso por doña Rufina suscitando la ira de su marido13 o
cuando, en un sucesivo paso, se realzan más bien aspectos
prerrománticos: RUFINA. - ¡Qué! ¿Padece usted de esplín?
ALEJO. - ¡Ah! Si parezco un bretón; pero pronto se me pasa.
Tomando un vaso áe poncho, o una copa de coñac, como si
tal cosa estoy14 . La de Segura es, quizá, una de las primeras
representaciones de lo que se llamaría más tarde huachafería,
es decir, la versión muy peruana, con matices especiales, de
la cursilería peninsular. En fin, podemos preguntarnos si en el
costumbrismo de la pieza caben aun aspectos más bien
políticos. Contrariamente a lo que pasa en otras obras de
Segura, sólo he detectado uno, bastante endeble: es la
referencia al ningún control de las autoridades del país sobre
libros y personas que vienen del exterior. Dicha afirmación,
que Segura pone en la boca de doña Catita15, parece tener
un matiz irónico cuyo sentido resulta contrario al mensaje de
los fragmentos en que se satiriza de veras al elemento
extranjerizante, como hemos visto anteriormente y como se
puede apreciar aun en otros momentos: especialmente
cuando don Alejo suelta un pedante elenco de autores que
Juliana/Julieta debería leer para tener una educación cabal e
ilustrada16 . Habiendo examinado los principales elementos
de la pieza, se puede tentar una valoración. Ya he indicado
indirectamente los defectos: título infeliz, porque no señala de
inmediato el verdadero eje argumental de la pieza; enredo
mediocre, y pésimo el final, pues la solución del conflicto
familiar, realizada a través de la intervención del amigo de don
Jesús, don Juan - descarado recurso al Deus ex machina -, es
tan postiza como en la mayoría de las comedias del Siglo de
Oro17. Por su parte, el verso logra animarse casi sólo en las
dos series de esdrújulos, mientras que el mensaje, como la
pieza se inspira al "castigat ridendo mores" y al "utile dulci", es
moralmente bien intencionado pero termina resultando
amanerado más de lo tolerable. Un juicio severo, pues, el que
pronuncia este servidor. Sin embargo, igual juicio o casi
merecerían muchísimas piezas del teatro hispánico, tanto de
la una como de la otra orilla del Océano Atlántico, así que una
valoración negativa fundada en la sensibilidad actual no nos
lleva muy lejos. Además, no faltan pareceres contrarios, pues
un crítico como Luis Alberto Sánchez, a menudo superficial
pero no siempre descaminado en sus observaciones, en la
década de los sesenta observaba que el teatro de Segura
podía verse en la época aún con entretenimiento18 . Resulta
mejor partido, pues, llevar la discusión de la pieza al plano de
la historia literaria, el cual es, además, el que más interesa en
esta reunión. El fin del congreso es reflexionar sobre las
características del costumbrismo, pero el título del coloquio
mismo parece haber dado por sentado, de antemano, que
existe un costumbrismo romántico o, mejor dicho, que a pesar
de anticipaciones, impugnaciones y algún que otro elemento
en contra, el costumbrismo se identifica con el romanticismo.
Yo siempre tuve alguna duda respecto a una formulación tan
tajante y hubo también la ocasión de comentársela a nuestro
gran amigo Erman-no Caldera en tiempos cercanos. Desde
luego, no voy a entrar de pleno en la discusión teórica al
respecto, tanto porque no quiero correr con el riesgo de volver
a soliviantar los ánimos de los asistentes, como porque está
aquí la flor y nata de los estudiosos del fenómeno romántico
peninsular y todos los asistentes son mucho más competentes
que yo al respecto. Sin embargo, como aquí soy uno de los
pocos que van a ocuparse de Hispanoamérica, no tengo más
remedio que avanzar algunas observaciones. De inmediato, y
sin con esto meterme en sutiles distinciones de nominalismo
filosófico, declaro que «costumbrismo de la época romántica»
me parece, al fin y al cabo, definición más satisfactoria que
«costumbrismo romántico». Son conocidas las razones con
que otros muchos han defendido semejante carátula: quizá
puedan resumirse en muy pocas palabras observando que
dicha definición es más abarcado-ra y permite convivir
corrientes y matices que sólo con un gran esfuerzo se podrían
abrigar bajo el mismo techo. Si, dicho de pasada, a mi parecer
esto vale también para lo que se refiere a la literatura
española, la oportunidad y validez de la distinción me resulta
todavía más evidente con respecto a las obras literarias
hispanoamericanas y, si es posible, aún mayor en el caso del
Perú. En efecto, es conocido que la penetración de las formas
románticas fue menos fácil en las regiones americanas que se
habían destacado por riqueza cultural y literaria en la época
colonial, es decir, en las zonas céntricas de los antiguos
virreinatos, entre las cuales encontramos a Lima y su
entorno19. Si política y socialmente, tanto antes como
después de la independencia, el Perú fue uno de los reductos
más fuertes de la conservación del status quo, una resistencia
apenas inferior se dio en el campo literario y artístico. Dentro
de la persistencia y recreación de modelos anteriores, pues,
hay que buscar la esencia del teatro de Segura y, por
supuesto, de Ña Catita. Yo diría - pero no es un
descubrimiento epocal sino más bien normal y corriente - que
en la obra confluyen tres modelos teatrales: el de Leandro
Fernández de Moratín, el de Ramón de la Cruz, el de Bretón
de los Herreros. De cada uno de dichos autores Segura coge
algo. No cabe duda de que el esqueleto de Ña Catita es
neoclásico. Se mantienen las tres unidades y el propósito
moralizador, aunque este último no es el exclusivo
fundamento de la obra, puesto que existe, con igual fuerza, el
intento de divertir.

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  • 1. COSTUMBRISMO PERUANO: LA COMEDIA ÑA CATITA DE MANUEL ASCENSIO SEGURA.(1856) Manuel Ascensio Segura (1805-1871) fue, según parece, criollo de segunda generación1 . Nacido en Lima, luchó por el rey de España hasta la batalla de Ayacucho; posteriormente se dedicó a la difícil tarea de «fundar patria» incorporándose al ejército nacional, a la burocracia, al periodismo: consiguió su propósito de manera plena a través de la expresión escénica. Autor, a lo largo de cuarenta años, de catorce piezas todas en verso (comedias, sainetes, «juguetes»), es considerado unánimemente el fundador del teatro peruano. Por lo general, los críticos le han manifestado aprecio o desdén de manera directamente proporcional al mayor o menor favor de cada uno de ellos para con una dramaturgia fácil, en la cual lo ameno se conjuga con lo ético a través de un enfoque festivo, y que une el costumbrismo con el intento de conciliar, dentro de lo posible, las tensiones personales, sociales y políticas2 . Voy a ocuparme aquí de la más conocida de las obras de Segura, Ña Catita. Apareció en febrero de 1845 como comedia en tres actos, y fue reestrenada, ampliada con un acto más, en agosto de 18563 . Desde entonces ha gozado del favor del público, no siendo impedimento la forma versificada del texto: la mayoría de los versos son octosílabos; la estrofa más característica y lograda es la redondilla que, como es sabido, a lo largo de los siglos XVIII y XIX en Hispanoamérica se dio más que en la península. La trama, como siempre en las piezas de Segura, no es de veras importante. La acción, que ocupa muy pocas horas, se desarrolla en Lima, dentro y delante de una vivienda de la clase media acomodada. Doña Rufina quiere casar a su hija Juliana con don Alejo, un caballero que la ha deslumhrado con sus maneras extranjerizantes y estrafalarias; sin embargo, la joven está enamorada de su coetáneo Manuel, y su padre, don Jesús, la apoya por haberse empeñado tiempo atrás en proteger a dicho mozo. El conflicto, pues, embiste a los padres de Juliana, y la armonía familiar, que nunca ha sido buena, peligra. En la cuestión se entremeten otros, entre los cuales Ña Catita, una alcahueta que ofrece sus servicios contemporáneamente a todos, hasta que se descubre que don Alejo ya tiene esposa en el Cuzco y todo se arregla. Lo que más interesa en Ña Catita, igual que en las demás obras de Segura, son la gracia costumbrista, el bonario propósito satírico y la finalidad moral. Veamos, rápidamente, como se realizan. Empezamos con la descripción de las costumbres. Por lo que se refiere, digamos, al mundo físico - esto es, trajes, ambiente, enseres domésticos, etc. -, de veras hay muy poco. Sólo encontramos una referencia a la afición del dueño de la casa a los atuendos antiguos - la capa - y la opuesta debilidad de don Alejo para con las indumentarias modernas . Los dos elementos deben ser enlazados más con la presentación de las costumbres morales y sociales que con el intento de «pintar» un ambiente. Que Segura tenga esta voluntad es dudoso, porque también en la vertiente del lenguaje, donde el autor por el contrario se luce por extenso, la cosa es problemática. En efecto, ahí se puede descubrir un triple registro: popular, medio, erudito. Resulta que lo popular - presentado principalmente a través de los personajes de Ña Catita y de la sirvienta Mercedes (el otro criado no tiene relevancia alguna) y, a veces, también a través de los cónyuges - sólo en parte se encarna, por lo menos en esta pieza, en castizas expresiones limeñas. Estas últimas, desde luego, no están ausentes, pero no abundan y, de todos modos, no consiguen caracterizar de veras la obra5 . El registro popular se logra más a través de la repetición constante de refranes, sentencias y frases hechas pertenecientes al común patrimonio lingüístico del mundo hispanohablante y gracias a la distorsión de los vocablos cultos y al efecto cómico que produce la versión macarrónica de las expresiones latinas o su extravagante explicación6 : ambos recursos no tienen especial ni exclusiva relación, pues, con las costumbres de Lima. Por su parte, el registro medio del lenguaje - el de la mayoría de los diálogos entre los personajes - no presenta elementos significativos, mientras sí los tiene el nivel que podríamos llamar erudito. Este se da tanto a través del abundante empleo que hace don Alejo de las palabras extranjeras (la gran mayoría francesas, algunas inglesas y pocas italianas) como, especialmente, con el recurso masivo a palabras proparoxítonas, la mayoría de las cuales tiene o aparenta tener un origen culto, como puede verse por el fragmento siguiente: ALEJO. - ¡Ave María! ¡Aquí Ña Catita! ¡Cáspita! (Desollando está algún prójimo.) CATITA. - ¡Hola! ¿Cómo va la brújula? ALEJO. - Si sigue el viento tan próspero, pronto echaremos el áncora. CATITA. - ¿De veras? ALEJO. - De un modo sólido van las cosas a su término. CATITA. - El ataque ha sido sófero. Según lo ha expuesto la sílfide... ALEJO. - Está contra mí hecha un fósforo El éxito humorístico es indudable pero se consigue, una y otra vez8 , a costa de la verosimilitud y de la coherencia de los personajes, porque parece muy improbable que Catita pueda manejarse a sus anchas con términos como sindéresis, energúmeno, atónito, estrambótico, verídico, báculo, vástagos...9 Análogamente, reparos apenas inferiores hay que oponer al autor por lo que se refiere a don Jesús, cuyo carácter de «peruano viejo» poco se concilia con la presencia en su boca de palabras igualmente raras. Hay que hacer hincapié, además - abordo aquí de pasada el plano de la comunicación -, en que el efecto cómico se logra por el autor manejando el lenguaje desde una posición de superioridad y a costa del público menos culto que asistía al estreno, porque es imposible que el gallinero limeño, igual que el de México o el de Madrid o el de Sevilla, supiera el significado de las expresiones latinas o de los abstractos substantivos científicos. Veamos ahora qué costumbres morales y sociales se describen en la pieza. Los argumentos principales son tres: la lucha de los sexos, la falsa beatería, y la afectación extranjerizante. Contrariamente a lo que se podría pensar por el título de la obra, su eje es el primer argumento, el único que presenta también algunos corolarios. Si las escenas que describen el amor entre los dos jovenes, y el intento de don Alejo de gozar de Juliana aprovechando las ambiciones de la madre de esta última, resultan muy conocidas o están desarrolladas con aproximación y hasta burdamente, las que describen la conflictiva relación de los cónyuges presentan algún que otro rasgo de interés. Desde luego, no es que sea nueva la presentación que Segura hace de los malos efectos que, andando el tiempo, produce la debilidad excesiva del hombre frente a la petulancia, mal genio o excesiva ambición de la mujer. Sin embargo, ocasionalmente el comediógrafo llega a representar con acierto la tragedia de la obligada convivencia de dos personas que ya no se aguantan10 . Además, al intentar doña Rufina mudarse de casa
  • 2. separándose del marido, el temporal consentimiento de don Jesús a aceptar el hecho y devolver a la esposa su dote, parece proponer el derecho de la mujer a seguir su voluntad y la posibilidad de disolver de manera pacífica y con mutuo asentimiento las parejas imposibles11. Lástima que dichos elementos estén sólo enunciados y que semejante problemática - anticipación del sucesivo teatro realista burgués - resulte únicamente rozada: pronto, en efecto, como si de repente se diera cuenta de haberse metido por una senda peligrosa, Segura da marcha atrás e, introduciendo los buenos pero improbables oficios del amigo Juan, consigue milagrosamente que el matrimonio haga las paces12 . La descripción de la hipocresía beata está, en conjunto, poco lograda. La comparación de Ña Catita con sus antecedentes más famosos, Trotaconventos y Celestina, es un tópico de la crítica pero no por eso cesa de ser impertinente. La peruana no es sino una alcahueta cohibida y sin ideas ni artimañas: según parece, sus móviles intelectuales, materiales y morales son modestísimos y se contenta de una lismonita, de un chocolate o de tomar un poco de caldo, así que sólo actúa para escurrir el bulto y ni siquiera persigue de veras y con coherencia, por codicia o por maldad, la realización de amores ilícitos o dificultosos El postrer motivo que hay que examinar es la afición a las modas que vienen del exterior. El apartado está bien desarrollado a pesar de lo fácil que era dar en el blanco, como hemos visto hace un momento a propósito de las prendas de vestir. De entre los numerosos elementos que se podrían señalar, por lo menos merece la pena destacar la gracia con que se toma el pelo a la imitación limeña de inclinaciones y posturas románticas. Esto se realiza cuando don Alejo se refiere a Juliana llamándola Julieta, y es prontamente imitado en eso por doña Rufina suscitando la ira de su marido13 o cuando, en un sucesivo paso, se realzan más bien aspectos prerrománticos: RUFINA. - ¡Qué! ¿Padece usted de esplín? ALEJO. - ¡Ah! Si parezco un bretón; pero pronto se me pasa. Tomando un vaso áe poncho, o una copa de coñac, como si tal cosa estoy14 . La de Segura es, quizá, una de las primeras representaciones de lo que se llamaría más tarde huachafería, es decir, la versión muy peruana, con matices especiales, de la cursilería peninsular. En fin, podemos preguntarnos si en el costumbrismo de la pieza caben aun aspectos más bien políticos. Contrariamente a lo que pasa en otras obras de Segura, sólo he detectado uno, bastante endeble: es la referencia al ningún control de las autoridades del país sobre libros y personas que vienen del exterior. Dicha afirmación, que Segura pone en la boca de doña Catita15, parece tener un matiz irónico cuyo sentido resulta contrario al mensaje de los fragmentos en que se satiriza de veras al elemento extranjerizante, como hemos visto anteriormente y como se puede apreciar aun en otros momentos: especialmente cuando don Alejo suelta un pedante elenco de autores que Juliana/Julieta debería leer para tener una educación cabal e ilustrada16 . Habiendo examinado los principales elementos de la pieza, se puede tentar una valoración. Ya he indicado indirectamente los defectos: título infeliz, porque no señala de inmediato el verdadero eje argumental de la pieza; enredo mediocre, y pésimo el final, pues la solución del conflicto familiar, realizada a través de la intervención del amigo de don Jesús, don Juan - descarado recurso al Deus ex machina -, es tan postiza como en la mayoría de las comedias del Siglo de Oro17. Por su parte, el verso logra animarse casi sólo en las dos series de esdrújulos, mientras que el mensaje, como la pieza se inspira al "castigat ridendo mores" y al "utile dulci", es moralmente bien intencionado pero termina resultando amanerado más de lo tolerable. Un juicio severo, pues, el que pronuncia este servidor. Sin embargo, igual juicio o casi merecerían muchísimas piezas del teatro hispánico, tanto de la una como de la otra orilla del Océano Atlántico, así que una valoración negativa fundada en la sensibilidad actual no nos lleva muy lejos. Además, no faltan pareceres contrarios, pues un crítico como Luis Alberto Sánchez, a menudo superficial pero no siempre descaminado en sus observaciones, en la década de los sesenta observaba que el teatro de Segura podía verse en la época aún con entretenimiento18 . Resulta mejor partido, pues, llevar la discusión de la pieza al plano de la historia literaria, el cual es, además, el que más interesa en esta reunión. El fin del congreso es reflexionar sobre las características del costumbrismo, pero el título del coloquio mismo parece haber dado por sentado, de antemano, que existe un costumbrismo romántico o, mejor dicho, que a pesar de anticipaciones, impugnaciones y algún que otro elemento en contra, el costumbrismo se identifica con el romanticismo. Yo siempre tuve alguna duda respecto a una formulación tan tajante y hubo también la ocasión de comentársela a nuestro gran amigo Erman-no Caldera en tiempos cercanos. Desde luego, no voy a entrar de pleno en la discusión teórica al respecto, tanto porque no quiero correr con el riesgo de volver a soliviantar los ánimos de los asistentes, como porque está aquí la flor y nata de los estudiosos del fenómeno romántico peninsular y todos los asistentes son mucho más competentes que yo al respecto. Sin embargo, como aquí soy uno de los pocos que van a ocuparse de Hispanoamérica, no tengo más remedio que avanzar algunas observaciones. De inmediato, y sin con esto meterme en sutiles distinciones de nominalismo filosófico, declaro que «costumbrismo de la época romántica» me parece, al fin y al cabo, definición más satisfactoria que «costumbrismo romántico». Son conocidas las razones con que otros muchos han defendido semejante carátula: quizá puedan resumirse en muy pocas palabras observando que dicha definición es más abarcado-ra y permite convivir corrientes y matices que sólo con un gran esfuerzo se podrían abrigar bajo el mismo techo. Si, dicho de pasada, a mi parecer esto vale también para lo que se refiere a la literatura española, la oportunidad y validez de la distinción me resulta todavía más evidente con respecto a las obras literarias hispanoamericanas y, si es posible, aún mayor en el caso del Perú. En efecto, es conocido que la penetración de las formas románticas fue menos fácil en las regiones americanas que se habían destacado por riqueza cultural y literaria en la época colonial, es decir, en las zonas céntricas de los antiguos virreinatos, entre las cuales encontramos a Lima y su entorno19. Si política y socialmente, tanto antes como después de la independencia, el Perú fue uno de los reductos más fuertes de la conservación del status quo, una resistencia apenas inferior se dio en el campo literario y artístico. Dentro de la persistencia y recreación de modelos anteriores, pues, hay que buscar la esencia del teatro de Segura y, por supuesto, de Ña Catita. Yo diría - pero no es un descubrimiento epocal sino más bien normal y corriente - que en la obra confluyen tres modelos teatrales: el de Leandro Fernández de Moratín, el de Ramón de la Cruz, el de Bretón de los Herreros. De cada uno de dichos autores Segura coge algo. No cabe duda de que el esqueleto de Ña Catita es neoclásico. Se mantienen las tres unidades y el propósito moralizador, aunque este último no es el exclusivo fundamento de la obra, puesto que existe, con igual fuerza, el intento de divertir.