Adonis y Venus
Un día soleado de verano, Cupido besaba con
ternura la frente de su madre y Venus le
correspondió con una dulce caricia. Detrás de los
árboles apareció un muchacho que llevaba un arco
en la mano. Venus miró con ternura a aquel
muchacho, al que había visto a menudo por el
bosque.
Se llamaba Adonis, y
parecía demasiado bello
para ser real. Venus
admiró su belleza y se
sorprendió de que el
tiempo, tan cruel con
otros hombres,
perfeccionase los
encantos de Adonis.
Venus miró tanto hacia Adonis que Cupido acabó
poniéndose celoso y le dijo a su madre:
-¿Qué miras, madre? ¿Por qué has dejado de
abrazarme?
No esperó a que su madre respondiera, le estrechó con
mucha fuerza entre sus brazos y de ese modo sucedió el
accidente.
El efecto fue inmediato: desde
aquel día, Venus sintió auténtica
adoración por Adonis. Lo buscaba
todo el día y le declaraba su amor.
Durante meses, lo siguió como
una novia celosa.
Cupido llevaba su aljaba
colgada al hombro, y al dar
el abrazo, una de sus
flechas de amor rozó el
pecho de Venus.
Venus estaba tan pendiente de
Adonis que ni siquiera se
preocupaba por su propio
aspecto, así que se mostraba
deslucida, parecía humana.
Seguía siendo una diosa, pero
esclavizada por el amor. Al lado
de Adonis su felicidad era
completa, aunque tenía miedo
de que le pudiera pasar algo a su
amor.
Venus le dijo a Adonis:
-Prométeme que nunca intentarás dar caza a un
león. Los leones me odian a muerte, y querrán
hacerte daño para lastimarme a mí.
Adonis quedó tan intrigado que Venus tuvo que
explicarse mejor, y se lo contó.
Y le contó la historia de Atalanta, una joven muy
bella. Todos los hombres que la veían
suspiraban por su amor. Ella deseaba casarse
pero el oráculo le advirtió que no se casara.
Desde aquel día Atalanta rehuyó a los hombres,
pero ellos no la dejaban ni a sol ni a sombra.
Un día Atalanta se cansó y les dijo a sus pretendientes:
-El que quiera casarse conmigo, que corra contra mí. Si
me vence, me convertiré en su esposa, pero si lo derroto,
lo mataré con mis propias manos.
Todos los pretendientes aceptaron el trato. Cada día
decenas de hombres corrían contra Atalanta y todos
acaban del mismo modo: perdían la carrera y luego
Atalanta les quitaba la vida.
Unos días después llegó Hipómenes y al enterarse de
cómo trataba a sus pretendientes se indignó y le dijo a
Atalanta:
-¿Por qué no corres contra mí ? Si te venzo, no te
avergonzarás de ser mi esposa, pues soy hijo de reyes y
desciendo de Neptuno.
-Márchate, forastero-dijo Atalanta-. No arriesgues tu vida
si no quieres perderla.
-Venus, querida, – dijo Hipómenes- tú que
alientas el fuego del amor, no me abandones en
este trance. Ayúdame, por piedad, y mi corazón
te estará agradecido hasta el fin de mis días.
Y yo no le iba a negar mi ayuda. Me hice visible
para él y le entregué tres manzanas de oro y le
expliqué como debía utilizarlas.
La carrera empezó de inmediato. En el primer
tramo, Hipómenes consiguió mantenerse a la par
de Atalanta, pero ella consiguió ponerse a la cabeza
e Hipómenes lanzó al suelo una de las manzanas de
oro y, debido a ello, Atalanta paró y se agachó a
recogerla.
Hipómenes aprovechó la ocasión para ponerse en
cabeza.
Pero Atalanta se dio cuenta y echó a correr más rápido.
Hipómenes, al darse cuenta de ello, lanzó otra
manzana dorada y ella paró para recogerla.
Tenía tanta seguridad en sí misma que creía que aún
parando ganaría. Y fue así, superó a Hipómenes y éste
lanzó la tercera manzana, pero esta vez Atalanta no se
mostraba tan segura.
Atalanta salió corriendo, pero
la codicia pudo con ella y muy
cerca de la meta echó a correr
sobre sus pasos y cogió la
tercera manzana.
Y yo multipliqué el peso de las
manzanas, que se volvieron
muy difíciles de llevar y gracias
a ello Hipómenes se impuso en
la carrera.
Esa misma tarde se casaron. Aunque vencida,
Atalanta no se mostró triste en absoluto. Se
había enamorado de Hipómenes nada más verlo,
y decidió olvidarse de la advertencia del oráculo.
¡Qué felices habrían sido si Hipómenes no me
hubiese defraudado!
Cuando a Hipómenes le preguntaban por la
carrera, decía que había ganado por sus propios
méritos, me había desterrado de su memoria y
había olvidado las manzanas de oro.
Su actitud me dolió tanto que lo castigué con
severidad. Un día Hipómenes pasaba con
Atalanta junto a un santuario consagrado a la
diosa Cibeles y desperté en su alma un deseo
irrefrenable.
Hipómenes empezó a comportarse como un
animal en celo.
Deseaba tanto a su esposa que la llevó al interior del
santuario y empezó a desnudarla y a besarla. Cibeles,
indignada con la profanación, no dudó en castigar a los
amantes.
Apenas unieron sus cuerpos, Hipómenes y Atalanta
notaron que su piel se endurecía y sus bocas se
convirtieron en fauces.
Ninguno de los dos se veía a sí mismo, pero cada uno
reconoció en el otro lo que había empezado a ser.
Los esposos felices, perdidos por el deseo,
acaban de transformarse en un par de leones.
De ese modo, se cumplió el oráculo: Atalanta,
tras casarse, se vio privada de su forma y su
conciencia.
Desde entonces, dos leones tiran del carro de
marfil en el que viaja Cibeles…
-¿ Y por eso te odian?- preguntó Adonis.
-Por eso, sí -contestó Venus-. Los descendientes
de aquellos leones saben que fui yo quien
despertó en el alma de sus antepasados aquel
intempestivo deseo y buscan venganza.
Por eso te ruego, amor mío, que esquives
siempre a los leones, para que no puedan
hacerte daño.
Cuando Venus se separó de Adonis aquella tarde,
ninguno de los dos podía imaginar lo cerca que
estaba la muerte. Tras despedirse por un rato de su
amada, Adonis comenzó a perseguir un jabalí y logró
acorralarlo en el bosque. El jabalí le clavó los
colmillos en la ingle. Su grito ascendió en el aire y
fue escuchado por Venus, que al instante volvió a
donde estaba Adonis.
El joven yacía en el suelo sobre un charco de sangre.
Venus, rota de dolor, se rasgó la túnica y se golpeó
el pecho. Vivir sin Adonis le parecía un suplicio
insoportable. Pasó varias horas junto a su cuerpo.
Al fin, cuando el sol del atardecer convirtió el cielo
en una llamarada, Venus besó por última vez los
labios de Adonis blanqueados por la muerte.
Y para perpetuar la memoria del amado, roció su
cadáver con oloroso néctar y, al instante, la sangre
de Adonis se hinchó como una burbuja y se
transformó en una flor de intenso color carmesí.
La llaman “anémona”, y es tan delicada y
efímera como la misma vida de Adonis, pues
basta un débil soplo de viento para que eche a
volar por los aires como un ave sin rumbo.

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Adonis y Venus

  • 2. Un día soleado de verano, Cupido besaba con ternura la frente de su madre y Venus le correspondió con una dulce caricia. Detrás de los árboles apareció un muchacho que llevaba un arco en la mano. Venus miró con ternura a aquel muchacho, al que había visto a menudo por el bosque.
  • 3. Se llamaba Adonis, y parecía demasiado bello para ser real. Venus admiró su belleza y se sorprendió de que el tiempo, tan cruel con otros hombres, perfeccionase los encantos de Adonis.
  • 4. Venus miró tanto hacia Adonis que Cupido acabó poniéndose celoso y le dijo a su madre: -¿Qué miras, madre? ¿Por qué has dejado de abrazarme? No esperó a que su madre respondiera, le estrechó con mucha fuerza entre sus brazos y de ese modo sucedió el accidente.
  • 5. El efecto fue inmediato: desde aquel día, Venus sintió auténtica adoración por Adonis. Lo buscaba todo el día y le declaraba su amor. Durante meses, lo siguió como una novia celosa. Cupido llevaba su aljaba colgada al hombro, y al dar el abrazo, una de sus flechas de amor rozó el pecho de Venus.
  • 6. Venus estaba tan pendiente de Adonis que ni siquiera se preocupaba por su propio aspecto, así que se mostraba deslucida, parecía humana. Seguía siendo una diosa, pero esclavizada por el amor. Al lado de Adonis su felicidad era completa, aunque tenía miedo de que le pudiera pasar algo a su amor.
  • 7. Venus le dijo a Adonis: -Prométeme que nunca intentarás dar caza a un león. Los leones me odian a muerte, y querrán hacerte daño para lastimarme a mí. Adonis quedó tan intrigado que Venus tuvo que explicarse mejor, y se lo contó.
  • 8. Y le contó la historia de Atalanta, una joven muy bella. Todos los hombres que la veían suspiraban por su amor. Ella deseaba casarse pero el oráculo le advirtió que no se casara. Desde aquel día Atalanta rehuyó a los hombres, pero ellos no la dejaban ni a sol ni a sombra.
  • 9. Un día Atalanta se cansó y les dijo a sus pretendientes: -El que quiera casarse conmigo, que corra contra mí. Si me vence, me convertiré en su esposa, pero si lo derroto, lo mataré con mis propias manos. Todos los pretendientes aceptaron el trato. Cada día decenas de hombres corrían contra Atalanta y todos acaban del mismo modo: perdían la carrera y luego Atalanta les quitaba la vida.
  • 10. Unos días después llegó Hipómenes y al enterarse de cómo trataba a sus pretendientes se indignó y le dijo a Atalanta: -¿Por qué no corres contra mí ? Si te venzo, no te avergonzarás de ser mi esposa, pues soy hijo de reyes y desciendo de Neptuno. -Márchate, forastero-dijo Atalanta-. No arriesgues tu vida si no quieres perderla.
  • 11. -Venus, querida, – dijo Hipómenes- tú que alientas el fuego del amor, no me abandones en este trance. Ayúdame, por piedad, y mi corazón te estará agradecido hasta el fin de mis días. Y yo no le iba a negar mi ayuda. Me hice visible para él y le entregué tres manzanas de oro y le expliqué como debía utilizarlas.
  • 12. La carrera empezó de inmediato. En el primer tramo, Hipómenes consiguió mantenerse a la par de Atalanta, pero ella consiguió ponerse a la cabeza e Hipómenes lanzó al suelo una de las manzanas de oro y, debido a ello, Atalanta paró y se agachó a recogerla. Hipómenes aprovechó la ocasión para ponerse en cabeza.
  • 13. Pero Atalanta se dio cuenta y echó a correr más rápido. Hipómenes, al darse cuenta de ello, lanzó otra manzana dorada y ella paró para recogerla. Tenía tanta seguridad en sí misma que creía que aún parando ganaría. Y fue así, superó a Hipómenes y éste lanzó la tercera manzana, pero esta vez Atalanta no se mostraba tan segura.
  • 14. Atalanta salió corriendo, pero la codicia pudo con ella y muy cerca de la meta echó a correr sobre sus pasos y cogió la tercera manzana. Y yo multipliqué el peso de las manzanas, que se volvieron muy difíciles de llevar y gracias a ello Hipómenes se impuso en la carrera.
  • 15. Esa misma tarde se casaron. Aunque vencida, Atalanta no se mostró triste en absoluto. Se había enamorado de Hipómenes nada más verlo, y decidió olvidarse de la advertencia del oráculo.
  • 16. ¡Qué felices habrían sido si Hipómenes no me hubiese defraudado! Cuando a Hipómenes le preguntaban por la carrera, decía que había ganado por sus propios méritos, me había desterrado de su memoria y había olvidado las manzanas de oro.
  • 17. Su actitud me dolió tanto que lo castigué con severidad. Un día Hipómenes pasaba con Atalanta junto a un santuario consagrado a la diosa Cibeles y desperté en su alma un deseo irrefrenable. Hipómenes empezó a comportarse como un animal en celo.
  • 18. Deseaba tanto a su esposa que la llevó al interior del santuario y empezó a desnudarla y a besarla. Cibeles, indignada con la profanación, no dudó en castigar a los amantes. Apenas unieron sus cuerpos, Hipómenes y Atalanta notaron que su piel se endurecía y sus bocas se convirtieron en fauces. Ninguno de los dos se veía a sí mismo, pero cada uno reconoció en el otro lo que había empezado a ser.
  • 19. Los esposos felices, perdidos por el deseo, acaban de transformarse en un par de leones. De ese modo, se cumplió el oráculo: Atalanta, tras casarse, se vio privada de su forma y su conciencia. Desde entonces, dos leones tiran del carro de marfil en el que viaja Cibeles…
  • 20. -¿ Y por eso te odian?- preguntó Adonis. -Por eso, sí -contestó Venus-. Los descendientes de aquellos leones saben que fui yo quien despertó en el alma de sus antepasados aquel intempestivo deseo y buscan venganza. Por eso te ruego, amor mío, que esquives siempre a los leones, para que no puedan hacerte daño.
  • 21. Cuando Venus se separó de Adonis aquella tarde, ninguno de los dos podía imaginar lo cerca que estaba la muerte. Tras despedirse por un rato de su amada, Adonis comenzó a perseguir un jabalí y logró acorralarlo en el bosque. El jabalí le clavó los colmillos en la ingle. Su grito ascendió en el aire y fue escuchado por Venus, que al instante volvió a donde estaba Adonis. El joven yacía en el suelo sobre un charco de sangre.
  • 22. Venus, rota de dolor, se rasgó la túnica y se golpeó el pecho. Vivir sin Adonis le parecía un suplicio insoportable. Pasó varias horas junto a su cuerpo. Al fin, cuando el sol del atardecer convirtió el cielo en una llamarada, Venus besó por última vez los labios de Adonis blanqueados por la muerte. Y para perpetuar la memoria del amado, roció su cadáver con oloroso néctar y, al instante, la sangre de Adonis se hinchó como una burbuja y se transformó en una flor de intenso color carmesí.
  • 23. La llaman “anémona”, y es tan delicada y efímera como la misma vida de Adonis, pues basta un débil soplo de viento para que eche a volar por los aires como un ave sin rumbo.