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C callesde la ciudad. La gente los observa sorprendida. No pueden creer lo que ven, es imposible que aquella chica sea quien piensan que es. Finalmente la
pareja consigue ocultarse en una calle estrecha y con poca luz. Exhaustos, se inclinan sobre sí mismos, apoyándose en lasrodillas, y jadean. —¿Siempre que
vasa tomar un café pasa esto? —pregunta Ángel, tras soltar un largo soplido. —Desde que salgo en la tele, sí. Pero no suelo huir de esta manera. —Puesestás
en muy buena forma. Ibas muy deprisa. —Es mi deber. Estar en forma es parte de mi trabajo. Hago bastante ejercicio para poder aguantar el ritmo en los
conciertos. Tú también eres rápido. —Gracias. Algo me queda de condiciónfísicatodavía. Pero te aseguro que no es por huir de ningunafan.La chica sonríe.
Se endereza y estira. Primero el cuello, luego loshombros y termina con los brazos y las manos. Ángel la contempla atentamente. Es bonita. Mucho. Y tiene un
cuerpo perfectamente proporcionado. Pequeño, estético y sensual. Katia se da cuenta de que el periodista la observa. —¿Qué estásmirando? —Nada. —
¿Nada? Ya. —Simplemente recordaba cómo hemos llegado hasta aquí. —Pueshemosvenido por Gran Vía, luego…—No me refería a eso —la interrumpe Ángel,
que sigue mirándola fijamente. —Ah, ¿no? —No. —Entonces, ¿a qué te referías, si puede saberse? Ángel no dice nada. Se acerca a la esquina y comprueba que
nadie lesha seguido. —Vale. Vía libre. —No creo que sea por mucho tiempo. Vayamosdonde vayamospasará algo parecido. —Joder, qué lata…—Sí. No me
acostumbro, pero la verdades que antes lo llevaba peor. —Puesno debería ser así. ¿Cómo soportáisesto los famosos? Ni tan siquiera puedesir a tomarte un
café tranquila. —Es el precio que hay que pagar. Vendesdiscos, ganasdinero, te invitan a fiestas, te codeascon personajesimportantes, pero luego. El
periodista reflexiona un instante. Tiene la solución, pero no está muy seguro de ella. Jugar con fuego siempre espeligroso pero necesita hablar con la Katia
urgentemente. —¿Vamos a mi casa? La pregunta desconcierta a la chica. Hace un día no le cogía ni el teléfono y ahora le invita a su casa. —Pero. —Es lo
mejor. Allí no nos molestarán. No creo que pudiera aguantar otra carrera así. Ángel sonríe. Tiene unosojospreciosos, azules, muy azules, que resaltan en su
cara aún más cuando sonríe. Brillan. Brillan y enamoran. Muy importante debe ser lo que le tiene que contar para que la invite a su propia casa despuésde
todo lo que ha pasado entre ellos. —Bueno, como tú quieras. —Vamosa mi casa entonces. Si no te importa, cogemosun taxi —indica el chico—. El coche de tu
hermana está lejísimos de aquí y seguro que tus seguidoresnos volverán a asaltar. —Vale. Salen de la calle oscura y caminan juntossin hablar. Una niña de
unosocho años que va con su madre la señala y la nombra, Katia sonríe, pero no se para. Ahora no puede hacerlo, y no se siente bien por ello. Es el otro lado
de la profesión. No esfácil ser un personaje público, que te reconozcan y admiren, y tú no puedas corresponder simplemente porque no tengas tiempo o no te
queden fuerzas para más. La fama es dura y cruel en ocasiones. Tienen suerte. Un taxi libre está parado en un semáforo a unos cincuenta metros de donde
están. Ángel lo ve y de nuevo la coge de la mano y corren hasta él. Llegan a tiempo. Suben y el periodista indica al taxista la dirección de su piso. Mientras
tanto, esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. Losgrandesojos castañosde Álex no miran hacia ninguna parte. Atravi esan uno de los ventanales del
Starbucks, pero sin un punto fijo, sin horizonte. Antes ha leído un e-mail que le han enviado a su correo electrónico y desde entoncesno ha parado de pensar
en ella. En Paula. Ni siquieraha escrito dos frasesde Tras la pared. Imposible Su cabeza no está allí, delante del ordenador. Hace minutos que se evadió de
la realidady vive en un sueño, en un mundo lejano de notas musicalesy sonrisasde adolescente. Recuerda susojos, sus labios, esos que estuvo a punto de
besar. Solo ha decidido una cosa y ha sido antes de entrar en su cuenta de hotmail: llamar Rosa al nuevo personaje de su historia, como la chica que le ha
atendido tan amablemente, un pequeño homenaje de esos que tanto le gusta hacer en sus textos. La tarde cae. La cafetería se v a vaciando de gente. Ya no
están las quinceañeras ni las norteamericanasque han subido a la planta de arriba tras él. Sí que se hace notar en uno de los sillonesdobles de la esquina una
pareja de chicos homosexualesque intercambian algún que otro beso y más de una risa incontrolada, felices, imprudentes, libres. —¿Se encuentra bien? —
pregunta una voz femenina que enseguida reconoce. Rosa tiene un paño mojado en la mano. Lo deja caer sobre la mesa de al lado del escritor y la limpia
afanosamente. —Sí. Gracias, Rosa —contesta Álex, que sonríe al verla. —Si no se encuentra bien, le puedo traer alguna pastilla o algo. —No, no te preocupes.
Estoy bien. No me duele nada. La camarera enrojece. El rojo de su cara es intenso, más que el de cualquier otra persona norma l. Lasmejillas le arden. A pesar
de la vergüenza, no cesa ni un instante de sonreír. —Lo siento. —No me pidasperdón. Quizá me he metido donde no me llaman. —En absoluto. Te agradezco
que te preocupes. Normalmente las personasno se interesan las unaspor las otras. No es habitual que te pregunten cómo estás. —Es cierto. A usted lo que le
preguntarán normalmente es si tiene email o si les da su teléfono móvil. Alex suelta una carcajada. Aquella chicale ha hecho reír. Es muy simpática. —¡Qué
va! Eso no me ha pasado nunca. —No me lo creo. —Puescréetelo. La chica termina de limpiar la mesa. La próxima esla más cercana a la de la pareja gay. Un
grupo de jóvenesla ha dejado hecha un desastre. La camarera resopla ante el panorama, pero duda si debe acudir o no en ese momento. Los dos chicos se
están dando un beso. Mantienen losojoscerrados, sin importarles las palabrasde más ni las miradascuriosas. Rosa prefiere no molestar y no se acerca. —
Qué suerte tienen esos dos… —le comenta a Alex en voz baja, mientras finge que limpia de nuevo la mesa de antes—, Cuánta pasión. Hay que ser muy
afortunado para encontrar a alguien que se entregue así por ti. El chico losmira de reojo. El beso continúa. Comienza a sona r una canción de Tiziano Ferro en
italiano: Il regalo piu grande, "El regalo másgrande". Parece puesta a propósito para ellos. Cada uno está con la persona a la que quiere y no dudan en
demostrar su amor. No prestan atención a nada ni a nadie. El mundo del uno es el otro, y con eso basta. Un sentimiento cargado de melancolíay de soledad
recorre el interior de Álex. Paula, sin duda, sería su regalo más grande. —Sí, son muy afortunados —responde resignado. —El amor estan bonito cuando es
correspondido. Los ojos de Rosa se nublan, se humedecen. El sol empieza a desaparecer. —¿Estásbien? —pregunta Álex, que se ha dado cuenta de que algo
pasa. —Sí, sí. Estoy bien. Pero no es cierto. Rosa se está acordando de su único novio, de la única persona que la quiso, de la únic a persona que le hizo el amor
y luego la abandonó. Un recuerdo amargo. Eterno. Aún así, no tarda en recuperar la sonrisa. Álex percibe su tristeza. Quizá sea la misma que él soporta, la de
no poder estar con la persona a la que quiere. Sabe lo que duele. Perfectamente. Comprende lo que supone querer, pero mi ser querido. Y desearía ayudarla.
Entoncesse le ocurre algo. De una de lasdos mochilas, en la que guarda la otra vacía, saca el cuadernillode Tras la pared que aquella chica lanzó a la paredy
que él rescató al verlo. —Toma, para ti —dice, mientrasentrega el ejemplar a la camarera. Rosa lo coge y lo ojea, tan sorprendida como entusiasmada. Alex
se levanta de la mesa. —¿Lo ha escrito usted? —Si Ya me dirásqué te parece la próxima vez que venga. —Qué honor. Muchasgracias. El próximo caramel
macchiato lo pagara la casa. Ambossonríen. Y los dos se sienten mejor. La pareja de homosexualessigue besándose. Juntosbajan y se despiden en la puerta.
En la escalera, Álex le ha pedido un último favor. —Sí, dígame. —No me trates más de usted, por favor. A hora camina por la ciudad, mientras el atardecer
amanece. Triste, pero alegre. Melancólico, pero esperanzado. Y piensa en ella, en Paula, a la que no sabe que verá antes de q ue el sol vuelva a salir. Capítulo 69
Al mismo tiempo, ese día de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Me voy. Paula guarda el libro de Matemáticasy el cuaderno en la mochila de las Supernenas.
—¿Te vas? ¿Ya? —pregunta Mario, que en ese instante trataba de explicarle un problema a Diana. —Sí, lo siento. He quedado dentro de un rato y, si no me
voy ya, no llegaré. La chica mete el lápiz en el estuche y lo cierra. Mario la observa desilusionado. No ha sido precisamente lo que esperaba. La "cita" de sus
sueños, finalmente, se ha convertido en una tarde de estudio a tres. Además, Diana le ha absorbido la mayor parte del tiempo. —Bueno, puessi te tienesque
ir, seguimosmañana. ¿Puedesquedar? —Vale. Por mí, perfecto. Necesito que me expliquesalgunascosastodavía. —Bien. Mañanaa la misma hora. —A las cinco
estaré puntual aquí. Paulase pone el jersey y se cuelga la mochila a la espalda. Mario resopla y amontona, unossobre otros, unosfolios llenos de todo tipo de
operacionespara ordenarlos. Fin de la clase. EntoncesDiana tose. —Eh… ¿Y yo qué? ¿No cuento? — pregunta, mirando fijamente, primero a Paula y luego a
Mario. Está seria. Enfadada. —Claro que cuentas, tonta —le dice Paula, que se abraza a ella e intenta darle un beso. Diana aparta la cara, pero cede ante la
insistencia de su amiga. —Sé que soy un estorbo, pero me gustaría al menos terminar lo que he empezado. —No eresningún estorbo. Además, puedes
quedarte aquí un rato más. Así adelantarástrabajo. Es temprano todavía. —Pero…Mario no sabe qué decir. Abre los ojos mucho. Muchísimo.No solo no va a
estar a solas con Paula sino que ademástendrá que hacer de profesor particular de Diana. —Vamos, chicos. Que yo me vaya no quiere decir que se acabe la
clase. Podéis seguir sin mí. Tú explícale todo bien y tú no seas tan negativa, ¿eh? —Bueno, yo…—Dianatartamudea. Ambos se quedan sin palabras. En silencio.
Paula sonríe y da una palmadita en la espalda a su amiga. Luego sonríe a Mario, se despide y sale por la puerta canturreando. Ella ya ha hec ho su trabajo.
Ahora le toca a esos dos culminarlo a solas. Está segura de que algo interesante pasará en esa habitación. En ese mi smo momento, esa tarde de marzo, en
otro lugar de la ciudad. Todos observan a Irene cuando se levanta del asiento. ¡Menuda vista! Pero hoy la chica tiene prisa. Recoge rápido sus cosas y sale de
la clase. Sonríe a los que se encuentra a su paso, pero no se detiene con ninguno.Ha quedado, y no con un chico, como todos hubiesen imaginado. Tiene un plan.
Quizá no le salga bien, pero ella siempre acierta con lo que hace. No duda, nunca mira haciaatrás. Y lucha con todas sus armas por el objetivo que se marca.
No va a ser menos esta vez. Quiere a Alex y lo va a conseguir. Paraello necesita quitarse de en medio a esa chica, a esa tal Paula. Y con esa firme decisión,
confiando en sí misma, como en otras muchasocasiones, va a reunirse con el presunto amor de su hermanastro. Sonriente, maliciosa, repleta de odio hacia
una adversaria que ni tan siquiera conoce, sube al coche y repasa en su mente todo lo que va a hacer. Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Alex toca una nota a destiempo. No es habitual. Su saxofón escomo una extensión de sus propiasmanos. Nunca falla. ¿Qué le ocurre? Deja el instrumento
acostado en una silla y da cinco minutosde descanso a sus ancianosalumnos. —Hey, ¿qué te ha pasado? —pregunta el señor Mendizábal, que camina hasta él.
—No me ha pasado nada —miente, intentando restar importancia a su error—. ¿Por qué lo dice? —Esla primera vez, en todo el tiempo que llevas dándonos
clase, que te equivocas. —Bueno, alguna vez tenía que ser la primera. El viejo lo mira detenidamente a los ojos. —A ti te pasa algo —asegura Agustín. —Que
no me pasa nada. Simplemente ha sido un fallo Suele ocurrir. —No a ti. Eresperfecto con ese cacharro en las manos. —No llame cacharro al saxo — protesta
Alex, que no quiere seguir con aquella conversación. —Vale, vale. No me lo quierescontar. —No es eso, Agustín. Esque no me pasa nada. El señor Mendizábal
se encoge de hombros y renuncia a seguir por ese camino. —Bueno, si tú lo dices, te creeré. Pero yo no estoy tan seguro. El hombre vuelve a mirarlo. No le
engaña. Su expresión indica que a aquel muchacho le ocurre algo. Tiene la cabeza en otra parte. Pero no va a insistir. Chasqu ea losdientesy regresa con sus
compañeros. Álex contempla cómo se aleja. Dicen que mássabe el diablo por viejo que por diablo…, y es verdad. Agustín Mendizábal llevarazón en sus
suposiciones. No puede dejar de pensar en Paula. Incluso con el saxofón entre las manos, que es su principal fuente de desahogo no se olvida de ella. Hacía
mucho que no le sucedía algo parecido. Pasanloscinco minutosde descanso. Alex toma aire, intenta concentrarse. Decidido, coge con fuerza el saxo y se
sitúa frente a toda la clase, ante esos señores, la mayoría de ellosjubilados, que le tienen como a un joven ídolo, su maestro. El chico busca una partitura
dentro de la carpeta donde lasguarda. Elige uno de sus temas favoritos: Forever in love, interpretada por Kenny G. Lo ha toc ado tantas y tantas veces…
Trata de evadirse en la música, olvidarse, y sin embargo aquello tampoco da resultado. El recuerdo de Paula sigue estando en cada una de sus notas. Esa
misma tarde de marzo, en otro punto de la ciudad. Regresa. Katia sonríe cuando Ángel aparece con unabandeja en la que lleva dos tazas de café. Para ella con
leche, él lo toma cortado. Mientras esperaba al periodista ha dado vueltaspor el salón. Que ordenado está todo. No es un sitio majestuoso, pero posee
encanto, el mismo que tiene Ángel. Está nerviosa. La última vez que estuvieron a solas, lo besó. El chico no se dio cuenta po rque dormía, pero para Katia
significó mucho. ¿De qué hablarán? Casi le tiemblan laspiernas. Ángel espera a que la cantante se siente. Elige el lado izqu ierdo de un sillón para tres.
Entoncesél ocupa el derecho, dejando un espacio entre losdos. Coge la taza con el café con leche y se la entrega. Luego le pasa el azucarero. Dos
cucharadas. Él se echa otras dos. Cruza laspiernas. Por fin están tranquilos. Esel momento. —Katia, tengo que hablarte de una cosa muy importante. Capítulo
70 Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Y ahora despeja la x. —¿Qué? —Si lo hemoshecho ya mil veces…Despeja la x. —¿Cuál de ellas?
Mario suspira, le arrebata a Diana el lápiz y rodea con un círculo la x a la que se refiere. —Esta. —Ah, vale. No es tan complicado, entonces. —No, no lo es. —
Pueshaberlo dicho antes, hombre. —Uff. El chico resopla ostentosamente. —¿Qué pasa? —dice la chica, muy seria y alejándose un poco de él—. ¿Te agobio,
no? —Esque llevamos toda la tarde con esto. —Ya. Estás harto de mí. —De ti, no. De esta parte, sí. —Ah. Muy bien, muy bien. Comprendido.Diana se pone de
pie y comienza a meter sus cosasen la mochila. —¿Qué haces? —Me voy. ¿No eseso lo que quieres? —Bueno…—Tranquilo, tranquilo. Ya no te molestaré más.
Mario la observa en silencio mientrasrecoge. No para de susurrar cosasque no consigue entender, pero que seguramente serán sobre él y no muy buenas,
precisamente. En el fondo, siente que se vaya. Dianano está tan mal. Si, es una pesada, y a veceslas formasle pierden. Pero también es cierto que se está
esforzando por aprender. Y es… ¿resultona? No tiene la belleza natural de Paula ni su cuerpo y le falta la magia que desprende esta allá donde va. Pero es
mona y tiene un punto de locura muy simpático. — No te pongasasí. La chica se detiene un instante y lo mira fijamente a los ojos. No son demasiado
expresivos, pero poseen cierta ternura y calidez. —Que no me ponga ¿cómo, Mario?Si llevastodo el rato quejándote. —Eso no es cierto. Ah, es verdad.
Cuando le explicabas las cosasa Paula no te quejabas. Es más, hasta sonreías. ¡Puesperdona por no ser Paula! Losojos de Diana brillan, húmedos, llorosos.
Está de pie, con la mochila colgada en la espalda, enfrente del chico del que se ha enamorado perdidamente. Él permanece pasi vo, inmóvil: alguien que hace
tres díassolo era el hermano de Miriamy que ahora se ha transformado en su obsesión. — Verás, Diana…—No quiero explicaciones, Mario. ¿Crees que no sé
qué pasa? —¿Cómo? — Vamos, Mario, a mí no me engañas. Puedo parecer tonta, y quizá lo sea, pero soy la única que se ha dado cuenta de lo que sucede. —No
entiendo de lo que hablas. Diana se deja caer en la cama. El colchón se hunde un poco y gruñe débilmente. Deja de mirarlo, hu ye de sus ojos, y sentencia: —
Tú estás enamorado de Paula. —¡¡Qué dices!! —Para mí está muy claro. Estás loco por ella. El chico no sabe qué contestar. Se sienta en una de las sillas del
dormitorio y escucha lo que su amiga piensa. —Se nota, Mario. Todo lo que te pasa es porque ella te gusta. No duermes, no comes bien, estás más despistado
que de costumbre. Incluso mirashacia nuestro rincón en clase, frecuentemente. Es por Paula. Todo eso es por ella, ¿verdad? P ero Mario no responde. Cuando
Diana vuelve a mirarlo, el aparta sus ojos de los de ella. —Así que estoy en lo cierto. —La chica sonríe amargamente—. Soy gilipollas. Diana se levanta de la
cama de nuevo y mira al chico, que desearía desaparecer en ese momento. Su secreto, desvelado. —Por favor, no digasnada a nadie — murmura, por fin, tras
unossegundos en silencio. —Tranquilo, no diré nada. —Gracias. La chica suspira. Teníarazón en sussospechas. Y le duele, le duele en lo más profundo de su
corazón. De pie, con la mochila a cuestas, no sabe qué hacer. ¿Huye? ¿Pelea? ¿Abandona?¿Se enfrenta a la realidad? —¡Joder! Si esque los tíos sois… —
¿Qué? —¿Por qué Paula?¿Por qué todos os fijáisen ella? ¿Qué tiene! —No lo sé. —Hay más tíasen el mundo, ¿sabes? —Su tono es de reproche, valiente,
sincero—. Tú no has estado con ninguna, ¿verdad? No hasbesado nunca a nadie. ¿Me equivoco?Mario vuelve a quedarse callado. No quiere contestar a eso. —
¿Y qué vasa hacer? ¿Esperarla toda la vida? ¿Esperar que la chica de tus sueñosalgún día descubra que su amigo de la infanc iala quiere? —Déjame, por
favor. —Y, mientras, soportarás que salga con otros, que la besen, que se la lleven a la cama. —¡Joder, Diana! ¡Déjame! —¿Qué te pasa Mario? Es la verdad.
¿Duele? —¡Déjame! —¿Serás virgen hasta que ella se encapriche de ti y pase del resto? —¡Coño, Diana, te he dicho que me dejes! ¡Aunque te joda, la quiero a
ella, no a ti! El grito de Mario retumba en la habitación. También en su cabezas. Y en sus corazones. Son palabrasque hieren y cortan sangre. La de la chica
se derrama a borbotones por dentro, Invisible, fría, punzante. En ese instante, Miriamentra en el cuarto sin llamar. —Mario, ¿hasgri…? Ah, Diana, ¿qué
hacesaquí? —pregunta, extrañada, sin comprender nada de lo que pasa. Pero esta no puede articular palabra. Sale del dormitorio, apartando con el codo a su
amiga y con aquella última frase clavada en el corazón. Capítulo 71 Ese mismo día de marzo, minutos más tarde, en otro lugar de la dudad. Sopla un poco más
de viento. Es frío. La noche termina de caer y la luna no aparece, escondida entre nubes que llegan desde el Norte. La primavera, que parecía tan cercana, ha
huido sin avisar y el invierno ha regresado inesperadamente con fuerza.Irene aparca el coche. Ha tenido suerte. Desde ahí pu ede vigilar el lugar exacto
donde ha quedado con Paula. Esla hora. ¿Habrá llegado ya? Tiene lasdos manosen el volante y observa atenta. No hay ninguna jovenesperando con el perfil
adecuado. Entoncesse pregunta si no habrá sido demasiado osada, si no ha confiado excesivamente en su intuición y en la suerte. Sí. También necesita
suerte: necesita que Álex no se haya puesto en contacto con ella, que no hayan hablado, ni se hayan mandado mensajesen las últimashoras. Si no…En ese
instante se le ocurre algo. ¿Y si no viene? ¿Y si el que se presenta es su hermanastro enfurecido? ¿Qué haría? No ha pensado en un plan B. Sin embargo,
Irene se olvida rápidamente de todo porque una chica acaba de detenerse junto a una farola en el sitio indicado. Mira el reloj, luego a un lado y a otro.
Parece que espera a alguien. Podría ser ella. Tendrá entre dieciséis y dieciocho añosy es realmente guapa. Tiene el pelo recogido en una coleta alta. Su
cuerpo parece perfecto debajo de un jersey que se le ajusta al pecho y unosvaquerosceñidos. Una tentación para cualquier ho mbre. Sí, esa tiene que ser
Paula, comprende perfectamente que Álex se haya se enamorado de ella. Es una rival de entidad y eso la motiva. Mientrassonríe para sí, continúa observando
a la recién llegada. En ese mismo instante, bajo la luz de una farola. Se abraza, abrigándose, cruzando losbrazosbajo el pecho. Qué frío hace. Quizádebería
de haberse puesto algo más de ropa. La temperatura ha bajado muchísimo. "¡Achís, achís!". Estornuda dosvecesy se suena la n ariz con un pañuelo de papel
que saca de su pantalón vaquero. Luego lo guarda y resopla. ¿Y Álex? Paula mira una vez mássu reloj y chasquea losdientes. Aquella situación le esfamiliar.
Hace seis días le ocurrió con Ángel: esperó y esperó hasta que, cansada de hacerlo, se metió en aquel Starbucksdonde conoció a Álex. Y ahora el escenario
es similar, pero con un protagonista distinto. ¿Qué querrá decirle tan importante? Tal vez le ha surgido algo. Podría llamarlo y preguntarle si va a tardar
mucho o si no va a venir. Sí, no esmala idea. Un minuto más tarde, en ese lugar, dentro de un coche. El móvil de Irene suena. Sonríe satisfecha: ahora ya está
confirmado, aquella chica esPaula. Desde su Ford Focus ha visto cómo la jovencita de la farola sacaba el teléfono de su mochila y hacía una llamada. Su plan
está funcionando. Al menos, la primera parte. Ya la tiene allí, ahora le toca actuar a ella. El móvil deja de sonar. Es el momento. Irene se baja del coche
confiada, segura de sí, como habitualmente. Es su ocasión, la oportunidadde eliminar a aquella preciosa chicade la vida de su hermanastro. Ese instante, un
día de marzo cualquiera, con la noche fríacayendo sobre la ciudad. "Joder, no lo coge. ¿Qué le habrá pasado?". Hace frío. Ca da vez más. Tirita un poco y se
abraza a sí misma con más fuerza. Da pequeñossaltossobre laspuntillasde sus zapatos. ¿Y si Álex no viene? Paula no entiende nada. ¿Qué le hace ella a los
tíos para que siempre se demoren cuando queda con ellos? Normalmente, ¿no es al contrario? "Joder, es la novia la que llega tarde al altar, no al revés",
piensa irritada. Vuelve a mirar a un lado y a otro. Derecha, izquierda. Se gira. Nada. Álex no viene. Soloaparece una chica despampanante acercándose hasta
donde está. Pero, ¿no tiene frío con ese vestido tan corto y escotado? Sin embargo, a la muchacha no parece importarle la baja temperatura. Es extraño,
tiene la impresión de que la chica camina hacia ella. ¿Le querrá preguntar por alguna dirección? —Hola, ¿eresPaula? —pregunta Irene, que se ha parado
enfrente. Paula no responde enseguida. Está sorprendida. ¡Sabe su nombre! ¿Qui én es? No recuerda haberla visto nunca. —Sí, me llamo así —termina
contestando cuando consigue reaccionar. —Ya lo imaginaba. Encantada, soy Irene. La desconocida le estrecha la mano. La chica acepta y extiende la suya. El
apretón dura algo más de lo normal y la fuerza que Irene imprime también es mayor que la que habitualmente se emplea en un saludo. —Igualmente. Aunque
yo… —No, no me conoces, si es eso lo que ibasa decir. Yo tampoco te conocía. Bueno, físicamente. Solo te conocíade oídas. —¿De oídas? —Sí, tenemos un
amigo en común. —Ah. ¿Quién? Aquello cada vez esmás raro. Paula no comprende nada, aunque algo le indica que esa chicano va a contarle nada bueno. —
Álex. ¡Álex! Se había olvidado unossegundosde él por completo. ¿Ha venido esa chica porque él no puede ir? —¡Anda! ¿Eresamiga de Álex? —Soy la novia de
Álex. Laspalabras de Irene la descolocan completamente. El frío de la noche penetra en ella. Un inexplicable sentimiento inu nda su Interior. —¿La…la novia?
—Sí. Llevamos cuatro años juntos. Nunca te ha hablado de mí, ¿verdad? —No —murmura, sin demasiada fuerza. —Esun cabrón. Ya imaginaba que no te había
contado nada. —Bueno, la verdad…es que no nosconocemosdesde hace mucho. —Ya. —Irene clava susojosen losde Paula—. Puesresulta que se ha
enamorado de ti. —¿De mí? ¡Qué dices! Eso no es verdad. Es… es imposible. —Me ha puesto los cuernoscontigo, ¿no? —No…, no, de verdad que no. Él y yo
apenasnosconocemos…Está nerviosa. No logra articular bien laspalabras. ¿Qué está pasando? ¿Por qué le dice todo aquello? —Claro, claro. ¿Te has tirado a
mi novio? —¡Por supuesto que no! —No me mientas, niña. ¿Cuántasveceslo habéishecho? —¡Ninguna! —Mentirosa.Te has metido en medio de una relación.¿A
te dedicas? ¿A romper parejas? —¡No sé de qué me hablas! Te prometo que entre él y yo no hay nada. Paula empiezaa sentir una terrible angustia. Le falta
aire, se asfixia.¡Aquella chica la está acusando de acostarse con su novio! —Mira, guapita, Álex y yo éramos la pareja perfecta hasta que apareciste tú. No
sé qué le hiciste, pero cree que está enamorado de ti. Y eso no es lo mejor… —Irene de repente coge la mano de Paula y la sitúa en su vientre— …para
nuestro hijo. La chica enseguida retira su mano. No puede más. Un millón de sentimientos de procedenci a indeterminada la sacuden.Quiere salir corriendo,
huir de allí, pero Irene está atenta y la vuelve a agarrar del brazo, deteniéndola. —Olvídate de nosotros. Borra su número, elimínalo del MSN, no le cojas más
el teléfono. Estás destrozando una familia. No vuelvasa hablar con el padre de mi hijo. Si no, te prometo que te haré la vida imposible y no solo serás la
responsable de todo, sino que puede pasarte algo grave. Te lo digo como mujer, como novia y como madre. Desaparecerás, ¿a que sí? Paula llora en silencio.
No quiere que nadie se entere de lo que le está acusando aquella chica. Mira a Irene con miedo. Va en serio. Cree que quiere apoderarse de algo que es suyo y
lo va a defender a muerte. Con los ojosencharcados, asiente con la cabeza. Desaparecerá para siempre. Irene la suelta y relaja todos los músculos de su
cuerpo. Lo ha conseguido. Paulala mira una última vez. Esincreíblemente hermosa y atractiva. Perfecta para Álex. Seguro que hacenuna gran pareja y que su
hijo será guapísimo.Se da la vuelta y abandona la luz de la farola. El frío esintensísimo. Sushuesosestán helados. Tiembla mientras camina hacia la parada
de metro más cercana. Irene la ve alejarse. Aquella chica sería la pareja ideal para su hermanastro si no estuviera ella, por supuesto. Satisfecha, regresa al
coche con la seguridadde que ahora nadie se interpondrá en el camino hasta Álex. Es cuestión de tiempo. Capítulo 72 Ya es de noche, ese mismo día de
marzo, en la ciudad. Llega al coche que le ha prestado su hermana y se sube. Acaba de bajarse del taxi que le ha llevado al lugar donde antes había aparcado
el Citroen Saxo. Menos mal que no ha aparecido ningún fanalborotador, solo un par de tíos que se han girado para mirarla. No le apetece ni hablar ni
escuchar nada de nadie. Si alguien la hubiera molestado, posiblemente habría reaccionado como en el campo de golf con aquella pareja entrometida. Katia se
siente muy rara. Introduce la llave, pone la radio y arranca. El tráfico de la ciudades denso a esa hora. Milesde cochesva n de aquí para allá y crean
interminables hileras de luces. Loscláxonessuenan ensordecedoresy la emisora que sintoniza reproduce unavez másel éxito del momento, Ilusionas mi
corazón, que esta semana sigue siendo el tema más votado por los oyentesde la cadena. —¡Joder, qué pesadilla! ¿No se cansan? —dice en vozalta. Hace una
mueca de fastidio y cambia la emisora. En KissFM suena What islove, de Haddaway. Le gusta y decide dejarla. ¿Qué esel amor? Resopla. Ella lo sabe muy
bien. O eso cree, pero en su versión máscruel. Y toda la culpa es de… ¡Bah! Quiere olvidarse un rato de todo. Quizá la música le ayude a no pensar en Ángel.
Tararea e intenta sonreír. Incluso mueve un pie y la cabeza al ritmo de la canción, pero la enmienda esimposible. No se quita de la cabeza la conversación que
han tenido hace un rato en su piso. ¿Por qué le ha pedido eso? Semáforo en rojo. Katia deja caer despacio su cuerpo hacia delante y su frente choca
suavemente contra el volante. —Soy completamente estúpida. Minutosantes, en el sofá del salón del piso Ángel. —Katia, tengo que hablarte de una cosa muy
importante. El chico la mira directamente a los ojos. La cantante siente un cosquilleo en el estómago. ¿Será bueno o malo lo que le tiene que decir? —
Cuéntame. —Verás…Ángel duda un momento. Sorbe un poco de café y mira hacia un lado como tratando de ordenar las ideas. Quizá le falte valor para
contárselo y se termine echando atrás. —Venga, Ángel, que me tienes en ascuascon tanto misterio. Suéltalo ya, por favor. El periodista vuelve a centrar sus
ojos azulesen los celestes de Katia. Pero es una mirada diferente a la de antes. La chica entoncesse teme lo peor. Tal vez le va a recriminar lo de las
llamadasde teléfono. ¿Y si no quiere volver a verla? Tanta amabilidadno esnormal después de todas las desavenenciasque han tenido últimamente. —
¿Recuerdasel día que nos conocimos? —Sí, claro. Fue el juevesde la semana pasada —responde Katia, que no alcanza a adivinar por dónde va a ir aquella
charla. —Sí, fue el jueves. —Parece que hace mástiempo, ¿verdad? Tengo la impresión de conocerte desde hace mucho más. —Esverdad, también me lo
parece a mí —comenta Ángel—. Ese juevestú llegaste tarde a la entrevista que había pactado nuestra revista contigo. —Sí. Se nosacumularon varios
retrasos y vosotros, como eraislos últimos de la lista de ese día… —¿Y te acuerdasqué pasó después de la entrevista? —interrumpe Ángel, que ahora habla
con más confianza. —Claro. Te llevé con el coche a una reunión porque se te había hecho muy tarde. —Más o menos. Másque una reunión, era una cita. —Eso.
—Con mi novia.—Sí, esverdad. No me acordaba — miente Katia, que comienza a sentirse algo incómoda. —Se llama Paula. —Ajá. Aunque aún no sabe qué va a
decirle, la cantante del pelo rosa intuye que no le va agradar demasiado. —Puesel sábado es su cumpleaños. Diecisiete añitos. —Esmuy joven. Tú tienes
veintidós, ¿no? —Sí, pero bueno, su edad es lo de menos. —Ángel se acerca a Katia; sus piernasse tocan—. Te quería pedir un favor. —Claro. Dime. —Ellaes
una gran admiradora tuya. Le encanta Ilusionasmi corazón. La canta a todas horas. Entonces, lo que me gustaría, si tú quieres, es que le dedicaras a ella la
canción. La harías muy feliz. Y a mí también. Katia no sabe qué decir. Lasemocionesse disparan en su interior. No puede creerse que Ángel le esté pidiendo
eso. —No entiendo muy bien. ¿Dedicarle la canción? —Sí, te lo explico. Bastaríacon que grabarasIlusionasmi corazónen un CD y, en lugar de Laura y Miguel,
dijeraslos nombres de Paula y Ángel. —¿Quieresque cambie la letra de la canción? —Si pudieras, sí. Si no esdemasiada molestia. Silencio. —Yo…, la verdad
es que… no sé. —Si no quiereshacerlo, no pasa nada. Pensaré en otra cosa —señala el chico, al comprobar su reacción. Ángel vuelve a apartarse un poco de su
lado creando un espacio entre ambos. —Perdona, esque no imaginaba que fuera esto de lo que queríashablarme. —No te preocupes, entiendo que no quieras
hacerlo. —No he dicho eso. —Lo intuyo. —Pueste equivocas…Lo haré encantada —contesta Katia sonriente. La cantante finge susverdaderos sentimientos.
Sonríe aunque tiene ganas de irse de allí, pero, si se va, perderá a Ángel para siempre. En cambio, si le hace este favor, puede que gane puntos y además
podrá verlo más veces. Aunque estan frustrante complacer a la novia del hombre del que estás enamorada… —¿Lo harás? —pregunta sorprendido. —Sí. —¿De
verdad? —¡Que sí! —¡Vaya! ¡Muchísimasgracias!Ángel se echa encima de Katia y le besa en la mejilla, cerca de los labios, quizá demasiado cerca. Los dos
sienten un impulso tentador, pero él se aparta cuando se da cuenta de que está sobre ella. No es Paula. Silencio. Solo se esc uchan susrespiraciones
nerviosamente agitadas. No se miran a los ojos. No pueden. Por fin, el chico se pone de pie, recoge la bandeja con los cafésy sale del salón. Katia también se
levanta y lo sigue. Ambos entran en la cocina. —¿Para cuándo lo necesitas? Katia trata de recuperar la normalidadocultando su malestar, su sufrimiento, sus
deseos. ¡Como le habría gustado que la hubiera besado en la boca! —Si lo pudierastener para el viernespor la mañana…Piensa un instante. Desde el accidente
no se ha ocupado de nada de lo que tenía concertado en su agenda, así que para mañana ni sabe qué tiene programado, ni lo cumplirá, argumentando que sigue
afectada. —Vale, creo que me dará tiempo. Llamaré a mi agente esta noche para que me reserve una cabina en algún estudio de grabación. —¿Un estudio de
grabación?No hace falta que te molestes tanto. —No es molestia. —¿Y encontrarásalguno en tan poco tiempo? —Sí, no te preocupes. Ser conocida también
tiene sus ventajas. Déjalo en mis manos. —Bueno, como veas. —Si quieres, puedesvenir conmigo. —No sé si podré. Estamos cerrando el número de abril y
quizá no pueda escaparme. De todas formas, te llamo mañana para confirmarte lo que sea. —Bien. Pero estaría muy bien que vinieras. —Lo intentaré. Minutos
después, esa noche de marzo, al volante del Saxo de su hermana. —¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Katiase ha saltado un semáforo y un autobús casi se la lleva por
delante. Estaba distraída pensando en la conversación con Ángel y no se ha dado cuenta de que estaba en rojo. Nerviosa, aparc aen doble fila y pone el
intermitente. Suda y tiembla. ¡Dios, ha estado a punto de tener otro accidente! ¡Y con el coche de su hermana! Intenta tranquilizarse. Respirahondo. En Kiss
FM ahora suena A bad dream, de Keane. Y sí, todo aquello se asemeja mucho a "un mal sueño". Capítulo 73 Esa misma noche de ma rzo, en un lugar alejado de
la ciudad. Llega a casa cansado, confuso.La clase de hoy ha sido muy extraña. Alex no entiende qué le ha podido ocurrir. Durante hora y media ha
coleccionado erroresde todo tipo con el saxo. Nunca había cometido tantosfallos, ni siquiera cuando empezó. Y de eso hace… Uff, mucho tiempo. Era un
aspirante a adolescente, pero todavía recuerda perfectamente el día que tuvo que elegir el instrumento que quería tocar. Tení a talento para la música y
debía dar un paso adelante, especializarse en algo en concreto. Susprofesoresinsistieronen que escogiera el piano. También su padre trató de convencerlo.
Todos fracasaron. —¿El saxofón? —Sí, papá. Eslo que quiero tocar. —Yo creo que no lo has pensado bien. —Sí que lo he hecho. —Echarás tu talento a perder.
¿No lo comprendes? —Lo siento. El saxo es lo que más me gusta. —Pero el piano esmás elegante. Y te da prestigio. Por no hablar de que tiene muchísimas más
salidas. Además, podrías convertirte en un pianista extraordinario…Todos lo dicen. —No me importa lo que digan, papá. —¿Que no importa? Sí que importa.
Los pianistasson verdaderos músicos. Lossaxofonistas…Su padre no quiso terminar la frase. Verdaderamente sentía admiración y aprecio por cualquier
persona capaz de tocar un instrumento. Él mismo era un gran aficionado al jazz. Sin embargo, hablaba desde la decepción, desde la frustración. Veía cómo su
talentoso hijo tiraba por la borda ese don que Diosle había otorgado, el mismo don que tenía su esposa fallecida. —¿Qué lespasa a los saxofonistas? —
insistió Alex, que no entendía el motivo por el cual no le dejaban hacer lo que él deseaba. —Que terminan tocando en cualquier esquina pidiendo limosna. —
¡Eso no es cierto! Hay muchos que son genialesy bastante conocidos, que se ganan la vida tocando. Mira a Kenny G., por ejemplo. O a Charlie Parker. —Bah,
tipos que han tenido suerte. Si quieresser alguien en la música, no puedestocar el saxo. —No quiero ser alguien, quiero hacer lo que realmente me gusta. —
Eres un cabezota, Alex. ¿Qué vasa conseguir tocando el saxofón? —No lo sé. Y me da igual. El piano está bien, me gusta, pero no es lo que quiero. Así que,
después de varias discusiones en casa, donde seguían intentando que cambiara de opinión, logró que le compraran un saxo, al q ue en honor de su madre,
Emilia, Alex 11amó "Emily". Y Losresultados no se hicieron esperar. En pocosmesesse convirtió en todo un experto. Un genio. Era capaz de interpretar de
forma maravillosa cualquier partitura. Con el saxofón entre sus manosse sentía especial. Se sumergía en un mundo de fantasía lejos de la realidada la que
cada día se enfrentaba. Por unosinstantes no tenía que preocuparse de su madrastra, de Irene o de los estúpidos comentarios de sus amigos. Y fue
precisamente su saxo el mejor compañero que tuvo cuando su padre murió. Tocaba y tocaba sin parar. De día, de noche, en la soledad de la madrugada. Era
una parte más de su cuerpo, una extensión de susmanos, de sus labios…Y lo único que le proporcionaba tranquilidad. Hasta qu e descubrió que había algo más
que podía llenar su vida, algo que le desahogaba tanto o más que la música del saxofón. Fue entoncescuando Álex averiguó que escribiendo también
experimentaba esas sensacionesque le evadían del mundo que le había tocado vivir. Sin padre, sin madre. Una nueva manera de luchar contra todo y
encontrarse a sí mismo. Escribir y tocar. Tocar y escribir. Ser músico, enseñar su música. Ser escritor, enseñar suslibros. Tenía una meta, doble, y la ilusión
le desbordaba. Y, sin embargo, ahora un tercer elemento impedía que se concentrara en sus otras dos pasiones. Deja lasmochilasal lado del sofá del salón y
se tumba en él. Coge el móvil y lo examina.Quiere hacer esa llamada, quiere oírla, pero no está seguro. Su corazón le dice q ue sí, que adelante. ¿Qué puede
pasar? ¿No se alegrará de escucharlo de nuevo? ¿Y si no responde? Álex pasa la yema de sus dedos por la pequeña pantalla del teléfono. El nombre de Paula
con su número aparece iluminado. Solole queda pulsar el botón que efectúa la llamada. Esa misma noche de marzo, en otro luga r de la ciudad. Sin decir nada a
nadie, sube a su dormitorio. Tiene losojos húmedos, hinchados, y la nariz roja. En el metro se ha intentado tapar la cara con lasmanos el mayor tiempo
posible. No quería que se notara que había llorado. ¿Por qué le ha dicho esa chica todo aquello? Paulano entiende nada. No comprende por qué Álex no le
habló de su novia y de su hijo. "¡Joder, va a ser padre!". Tampoco sabía que sussentimientoseran tan fuertes. ¡Enamorado de ella! ¿Desde cuándo? ¡Si se
conocieron el jueves! Es una locura, todo es una completa y absurda locura. Se sienta en una silla frente a la ventana. Losárbolesse balancean dulcemente
por el viento frío que esculpe la noche. No hay estrellas ni luna. ¿Y ahora, qué? Lo mejor es desaparecer, hacerle caso a su novia y no volver a saber nunca
más de él. Sí, es lo mejor. Aunque sea de cobardes. Pero no quiere entrometerse en medio de una pareja y mucho menos ser la c ausante de una ruptura. Tiene
el ordenador delante. Lo enciende y entra en el MSN como "no conectada". Busca su dirección. Ahí está: alexescritor@hotmail.com. Pulsa sobre ella con el
botón derecho del ratón: "Eliminar contacto". Duda, pero clica. Una nuevapantalla se abre. Es para verificar que realmente q uiere hacerlo.Si lo ratifica, el
contacto quedará eliminado de su Messenger para siempre. Para siempre. Paula está hecha un lío. Lee una y otra vez el nick de Álex. "Tras la pa red.
Engánchate y léelo. Puedo vivir sin aire, pero no sin la música". No dice nada de su novia ni de su hijo. Habla solamente de lo que más le gusta, de su libro, de
ese que ella misma le ayudó a promocionar el día que lo acompañó a esconder loscuadernillos. Fue divertido y romántico. ¿Fue entoncescuando se enamoró de
ella? Ella no hizo nada para que eso pasara, ¿no? Paula suspira. Recuerda el momento de la FNAC, aquel instante en el que sus labioscasi se unen. Pudo
suceder. Un beso. Él habría sido infiel y ella también. Ningunolo buscó, fue cosa del destino. Pero estuvo a punto de ocurri r. Un beso. ¿Qué hace? ¿Qué
demoniosdebe hacer? Una lágrima se derrama caliente por su mejilla. Le habría encantado seguir conociendo a Álex, su sonrisa, susenormesojos castaños,
su romanticismo, esa forma de decirle lascosas, de tratarla. ¡Dios!, ¿cómo ha llegado a esto? El inesperado sonido de su móvil le asusta. Mira la pantallita
para comprobar quién la llama. No puede ser. ¡Es Álex! ¡Uff! Una nueva lágrima que cae y moja el teclado de su ordenador. Qui ere cogerlo, quiere aclararlo
todo, decirle que son amigos, solo amigos. Quiere cogerlo, pero no puede ni debe. El teléfono sigue sonando inmisericorde, como un quejido cruel, insistente.
Lo que en otro instante hubiera provocado una sonrisilla feliz, ahora significa una cosa imposible de soportar. "¡Cógelo, cógelo!", le dice algo en su interior.
No. Lo mejor es desaparecer. Va a ser padre. Va a tener un hijo con esa chica. Y ella…, ella no es nadie. No. No es nadie. La llamada muere. Fin. "Quitar
también de mis contactos de Hotmail". Pulsa en un cuadrito en blanco. Aparece una pequeña señal en verde. Solo falta eliminarlo. Clic.Capítulo 74 Esa noche
de marzo, en otro lugar de la ciudad. Aquellaspalabras…: "¡Aunque te joda, la quiero a ella, no a ti!". Diana no puede apartar esa frase de su cabeza. Es como
un martilleo constante en su mente. Pero al mismo tiempo no alcanza a creerse que lo que pasó en la casa de Mario haya sucedido de verdad. Es irreal, como
un sueño, o más bien como una pesadilla de la que seguro que en cualquier momento se despertará. Mastica la cena con desgana mientras su ordenador
termina de iniciar la sesión. Esa esuna de las ventajasque tiene comer siempre en su habitación: puede hacer muchascosasa la vez. —Tengo que cambiar
este fondo de pantalla —dice en voz alta mientras contempla aburrida el collage que ella mismo hizo con fotos de tíos buenosfamosossin camiseta hace ya
algunassemanas. El ordenador continúa haciendo ruidosextraños. Aún no está disponible. Acumula tanta basura en el disco duro de su PC que cada vez le
cuesta más arrancar. Precisade un formateo, pero no sabe cómo se hace. Mario seguro que no tiene ese problema. Ese estúpido es un genio para todas esas
cosas, pero también es un gilipollastratando con chicas. Un sorbo de agua. No debería de haberle hablado así. Si está enamorado de Paula y Paula pasa de él,
ese es su problema. Ella no tiene por qué aguantar que le griten. Qué capullo. ¿Quiénse ha creído que es? Todo lo que le estaba diciendo era la cruda
realidad. ¿O es que mintió en algo? La típica historia: chico normalito encaprichado de la chica perfecta a la que conoce desde la infancia, pero que no le hace
ni caso; mientras ella sale con todos los tíos habidosy por haber, él espera que ocurra un milagro y la princesa de sus sueñostermine rendida en sus brazos.
¡Puag, qué asco! ¿Por qué su madre ha puesto endibiasen la ensalada? Lasdetesta, casi tanto como a Mario. ¿Estará conectado al MSN? Da igual. Si lo odia.
No quiere saber más de él. Y no lo dice por decir, ¿eh? No. Está decidida a olvidarse de ese gilipollasque se ha atrevido a hablarle de esa manera. ¡Puag!
¿Másendibias? Su madre no está bien de la cabeza. El ordenador por fin da señales de vida. Ha terminado de iniciarse. Diana deja la bandeja con la cena a un
lado y se acomoda frente al PC. El MSN ya se ha activado automáticamente. 697 contactos. Titití. Empiezaa aparecer una lucecita naranja tras otra en la
parte de abajo de la pantalla. Uno que la saluda, aunque no recuerda quién es. Titití. Otro que le pide que le ponga la cara. Titití. ¿Y este?: "¿Quieres
cibersexo?", pregunta. "¡Já! ¡Qué estúpido salido!". No tiene ni idea de quién es, pero lo elimina. Por lo visto no solo va a cambiar el fondo de pa ntalla sino que
su Messenger sufrirá una buena limpieza.Mario no está conectado. Qué más da. Tampoco le iba a hablar. Otra luceci ta naranja. Alguienmás que le escribe. —
Hola, Diana, ¿estás? ¡Anda, es Álex! El tío bueno escritor amigo de Paula. ¡Qué agradable sorpresa! No le vendrá mal charlar un ratito con él para desconectar
un poco. Esa noche de marzo, en otro lugar de la ciudad, delante de su ordenador. Paula se siente mal. Fatal. No ha bajado a cenar. Le ha dicho a su madre
que no se encontraba bien y esta le ha subido un vaso de agua con una aspirina.Luego le ha obligado a tomar un jarabe de eso s que usan las madres para todo.
—Esque sales muy fresca a la calle y la temperatura ha bajado muchísimosgrados. No estamos en verano. Paula no ha discutido el diagnóstico. Sabe
perfectamente que el dolor de cabeza y las nauseasno son por ese motivo. Aún no puede creerse todo lo que ha pasado en las últimashoras. ¡Ha borrado de
su Messenger a Álex! Pero ¿qué podía hacer? ¡Va a ser padre con aquella chica que afirma que su amigo se ha enamorado de ella ! Uff. Sigueconectada al
MSN en modo "invisible". No le apetece hablar con nadie. Además, Ángel no está. Tampoco sus amigas. Ah, sí. Diana sí. Se acaba de conectar. ¿Cómo le habrá
ido con Mario? Esos dos seguro que acaban liados. Se nota que se gustan. Intenta sonreír con la idea, pero no puede. Enseguida vuelve a lo mismo. Es
imposible olvidarse de aquella chica diciéndole todo aquello. Nunca másva a saber de Álex. Nunca más. Ni hoy ni mañana ni…Pero, un momento. No se
acordaba de que…¡su cumpleaños! ¡El sábado! ¡Y Álex está invitado! Mierda.¿Y ahora qué hace? Esa noche de marzo, en u n lugar alejado de la ciudad. Como
suponía, no le ha cogido el móvil. No debería haberla llamado. Ahora, además de las ganasde hablar con ella, le invade una f uerte tristeza por dentro, una
desolación difícil de controlar. Álex se muere por saber algo de Paula. ¿Y si está conectada al MSN? Sube a su habitación con el portátil, entra en el cuarto y
se tumba en la cama. Lo enciende y rápidamente entra en el Messenger. Busca entre sus amigos. Nada, no está, su nick aparece entre los "no conectados". Por
lo que parece, va a ser imposible hablar con Paula. Y la necesita. La que sí aparece conectada esDiana.Quizá sepa algo. —Hola, Diana, ¿estás? —Sí, estoy,
hola. Qué sorpresa — contesta la chica a lospocossegundos. Álex sonríe y escribe. —¿Cómo estás? —Bueno, he estado mejor. —Vaya. ¿Problemas? —Todos
los tenemos, ¿no? Pero ya casi se me ha pasado. —Puesespero que pronto se te pase del todo. —Seguro que sí. Gracias —responde la chica, acompañando sus
palabrasde un icono sonriente. —¿Sabesalgo de Paula? No está conectada. Dianaresopla. Otro que le habla de Paula…¿No hay otro tema de conversación? —
No, no sé nada. Estuve con ella estudiando por la tarde, pero no sé dónde estará. —Ah. Es que la he llamado, pero no me coge el teléfono. La chica piensa un
instante. ¿No había quedado Álex con Paula?Sí, por eso se fue de la casa de Mario —¿No ha estado contigo? —¿Conmigo? —Sí. Estábamos estudiando con un
amigo y nos dijo que se tenía que ir porque había quedado contigo. —Qué raro…Yo no había quedado con ella hoy. —Sí que esraro. Me dijo, además, que
teníasalgo que contarle y que no sabía qué era. Estaba intrigada. Álex se sienta en la cama, cruza las piernasuna sobre otra y se pone el portátil encima. No
comprende nada. Además, empieza a preocuparse. —Yo no le he dicho nada de eso a Paula. No sé de qué me estás hablando. Diana se frota la barbilla. ¿Le ha
mentido su amiga? ¿Por qué motivo? Esmuy extraño. Paula no parecíaque le estuviera ocultando nada cuando le dijo que se ten ía que ir con Álex. Quizásolo
fue una excusa para dejarla a solas con Mario. No, muy rebuscado. ¿Y si le ha pasado algo? —Álex, ¿estásseguro de que no habíasquedado con ella? —Que
no. ¿Cómo me iba a olvidar de algo así? —¿Y dicesque no te coge el móvil? —No, no lo coge. Losdos comienzana alarmarse de verdad. Nervios. Nada encaja
en esta historia. ¿Dónde se ha metido Paula? La respuesta no se hace esperar, porque en esos instantes en e1 MSN de Diana apa rece conectada, pero como
"no disponible" la chicadesaparecida.Esa misma noche de marzo, Paula escribe en su ordenador mientrasDiana lo hace en el suyo. "Diana, no me preguntesel
motivo, pero tienes que decirle a Álex que no vaya a la fiesta que estáis preparando para mi cumpleaños. Esmuy importante. Invéntate algo o no sé. Confíoen
ti para que me hagas este gran favor. Perdona por pedirte esto. Ya te lo explicaré todo con tranquilidad". Paula pulsa el "en ter" de su ordenador y espera la
respuesta de su amiga. Sin embargo, lo que llega es un aviso de error. "Joder". Debe de ser porque está en "no conectado". A vecessucede. Prueba otra vez.
No hay nada que hacer. De nuevo el mismo mensaje indicando que el comentario no ha llegado a su destino. Tendrá que conectarse. Resopla. No le apetece
hablar con nadie, pero es primordial que Diana haga lo posible para que Álex no asista a su cumpleaños. No pueden verse. La chica lleva el cursor hasta el nick
y cambia su estado a "No disponible". Se da prisa por pegar y enviar de nuevo el mensaje, pero Diana se anticipay la saluda al segundo de conectarse. —Hola,
Paula. Mierda. Ahora no quedaría bien mandarle el "copia y pega" de antes y desaparecer… —Hola, Diana. —Menosmal que apareces. Nos estábamos
empezando a preocupar mucho. —¿Y eso? —pregunta extrañada. No entiende el motivo. Además, está hablando en plural. ¿Se refiere al resto de las Sugus?
—Esque estoy hablando con Álex y me ha contado que no has ido a la cita que dijiste que teníascon él. Para ser exactos, me ha dicho que ni siquieraquedó
contigo. Y que no le cogesel teléfono. Uff. Álex se ha enterado. "¡Joder! ¿Y ahora?". No sabe qué decirle a su amiga. ¿Hasta dónde le puede explicar lo que
ocurre? Diana, por su parte, en esos instantes le escribe a Álex. Le dice que Paula ha aparecido y que está hablando con ella . Pero el chico no comprende por
qué le sigue apareciendo como "no conectada". ¿Un error del MSN? —¿Estásbien? —pregunta Diana, al ver que Paula no continúa escribiendo. —Mira, no
puedo contarte ahora lo que pasa. Tienesque confiar en mí. Ya te lo explicaré todo con detalle. Pero no le digasa Álex que estás hablando conmigo. —¿Cómo?
Ya lo he hecho. Dice que no te ve conectada. —¡Joder! Dile que me he ido, por favor, que tenía prisa. Por favor te lo pido, Diana. Diana hace caso a su amiga
ante la alarma y la insistenciade esta. Algo grave está pasando. Le escribe a Álex que Paula está bien, pero que se ha tenido que marchar rápidamente a
cenar porque la llamaba su madre aunque ha quedado en que ya le contaría qué ha pasado. El chico no está muy conforme con la explicación, pero se resigna.
Diana le pide que espere unos minutos, que tiene que llamar por teléfono a su amiga Miriampara unascosasde clase. Miente, pero necesita hablar con Paula.
—Ya se lo he dicho, que has ido a cenar. —Gracias, Diana.Perdona por este marrón. Te debo una. —No pasa nada. Pero ¿qué te ha pasado con él? ¿Lo has
eliminado de tu MSN? —Sí. He tenido que hacerlo. —¿Por qué? —Esmuy largo de contar. Ya te lo explicaré. —Hazloahora. Tengo tiempo. Empieza. No me vas
a dejar así. Paula suspira. Quizá le venga bien soltarlo todo y desahogarse. Así que durante cinco minutosle escribe a Diana todo lo que ha sucedido. Esta lee
atónita y espera a que su amiga termine de contarle una historia increíble. —¡Qué fuerte! No me lo puedo creer. ¡Qué fuerte! —exclama por finla chica.—
¿Entiendesahora por qué lo he eliminado? —Sí, pero esque es todo muy raro. Álex no parece un tío infiel, aunque vete tú a saber. ¿Por qué no hablas con él?
—No puedo. Su novia me ha amenazado. Además, no quiero entrometerme en su relación. ¡Joder, que va a ser padre! —Ya. Escomplicado el asunto. No sé qué
les das a los tíos, que todos se pillan de ti. Eres una acaparadora. Entoncesse acuerda de Mario, de sus sentimientos, del a mor que aquel estúpido siente por
su amiga. Y del amor que ella, más estúpida todavía, sigue profesándole.¿Qué tendrá Paula? ¿Por qué todosse enamoran de ella? —Eso no es verdad. Y no es
lo importante ahora, además —protesta Paula—. Tienesque decirle que no vengaa mi cumpleaños. —¡Coño! ¡Tu cumpleaños! Esverdad, que va a ir… —Sí. Por
eso tienes que inventarte algo para que no lo haga. —Joder, Paula, eso sí que es un compromiso. ¿Y qué le digo? —No sé. Que al final no se va a hacer. O que
solo vaisa ir vosotras. Ni idea. —Bueno, ya lo pensaré. —Graciasde nuevo, Diana. —Pero de todas formashay una cosa que…Álex ya sabe que alguien quedó
contigo en su nombre. Investigará hasta descubrir que fue su novia la que en realidadte citó. Y se montará una buena. —¡Joder, es verdad! —Creo que
deberíashablar con él y aclarar lascosas. Es lo mejor. —¡No! No puedo volver a verlo, Diana. ¿No lo entiendes? ¿Y si por mi culpa rompe con su novia
embarazada. —Pero él no se dará por vencido. Si en realidadestá enamorado de ti, te buscará: te llamará muchasveces, te mandará mensajes. No puedes
desaparecer. —Puesesnecesario que desaparezca. Y necesito que me ayudes. Nunca había visto a Paula así. Siempre parece tan segura de lo q ue hace,
parece que controla todo lo que pasa a su alrededor. Y ahora está en un verdadero apuro. —Se me ocurre una cosa. Puedo decirle que me mentiste, que te
inventaste que habías quedado con él. —Mmm. ¿Y con qué motivo? —Pues…con la excusa de dejarme a solas con Mario. Paularesponde con dos iconos a la
propuesta de su amiga. En uno el muñequito amarillo sonríe de oreja a oreja; el otro es un perrito blanco al que lascejas le suben y bajan muy deprisa,
repetidamente. —No pienseslo que no es —escribe Diana, suspirando. —Ejem, ejem. Ya me contarásqué tal con Mario. Esuna buena idea. ¿Colará? —Puede
ser. De momento lo tendrás alejado. Pero no creo que dure mucho. —Tengo que desaparecer de la vida de ese chico, Diana. —Te comprendo. Pero sigo
pensando que deberías de hablar con él. —No puedo. De verdadque no puedo. —¿Y si lo hago yo? —¡No! ¡Por favor! No le digasnada de esto, por favor. —Vale,
vale. Le contaré solo lo de Mario y me inventaré alguna cosa para que no vaya a tu cumpleaños. —Gracias. Eresuna amiga. Laschicaspermanecen unos
segundossin escribir. Reflexionansobre el asunto, cada una en la parte que le corresponde y en la situación en la que se encuentra. En el MSN de Diana una
lucecita naranja y un "titití" que la acompaña indican que Álex le ha escrito de nuevo. La chica abre la pantalla del Messeng er en la que está conversando con
él. —¿Diana? ¿Siguesahí?No responde inmediatamente. Debe pensar bien qué contarle. —Diana, yo me voy. Estoy agotada — escribe Paula en la otra
pantalla. —Vale, ya te contaré cómo me ha ido. —Gracias. Ya no esque te deba una, te debo cien. —Bueno, no exageres. Paraalgo están las amigas. —No
olvidaré este favor. Buenas noches. —Buenasnoches, Paula.Capítulo 75 Esa misma noche de marzo, en una casa alejada de la ciudad. Es muy raro lo que está
pasando. ¿Cómo no ha visto a Paula conectada? No lo entiende. Aquel asunto a Álex empieza a parecerle una películade ciencia ficción. Recapitulando: Paula le
cuenta a Diana que ha quedado con él. ¿Por qué motivo si no es verdad? Sin saber nada, la llama por teléfono, pero no se lo c oge. ¿Cuál esla razón? Y ahora
esto. Diana primero le indica que su amiga está conectada al MSN, aunque él no la ve, y enseguida dice que ya no está, que se ha tenido que ir rápidamente a
cenar. Demasiadas casualidades. Extraño. Muy extraño. Y lo que es más importante, no ha podido hablar con Paula todavía. Escomo si le estuviese esquivando
No hay que ser demasiado inteligente para saber que algo está sucediendo y debe averiguar qué es. Álex, con el portátil sobre sus piernas, espera a que
Diana regrese. Cuando vuelvava a hacerle algunas preguntas. La puerta de la entrada de la casa se abre. Es Irene que llega tarde, lo que significa que debe
haber hecho algo despuésde clase. Seguramente quedado con alguien, con uno de esoschicosque van con ella al curso y que se morirán de ganas por
llevársela a la cama. Espera no tener que soportar ruidosde muelles y gemidosen su propia casa. El chico oye cómo su hermana stra sube lentamente la
escalera y llega hasta la puerta de su habitación."Toc toc". Al menos esta vez se ha tomado la molestia de llamar. —Pasa. Irene abre y se queda en el umbral.
Está espectacular, como esta mañana. Lleva aquel vestido escotado y corto que deja ver sus magníficaspiernas. Sonríe. —Hola, ya estoy aquí. —Ya te veo —
contesta con seriedad. —Qué borde eres en ocasiones…¿También eres así con tus fans? — pregunta la chica sin perder la sonrisa con la que entró en el
dormitorio de su hermanastro. —No tengo fans. —Ya, seguro —dice Irene, mientrasse echa el pelo hacia un lado y lo peina con lasmanos—. ¿Has cenado? —
No. —Yo tampoco. ¿Cenas conmigo?—No tengo hambre. —¡Ay, chico, qué soso estás! Venga, te preparo algo, que tienes que alimentarte bien para poder
escribir. Álex la observa. Es difícil no hacerlo. Cada gesto que hace transmite una sensualidaddesbordante. Continúa sonriendo. —Bueno, ahora bajo. Pero no
hagasnada para mí. Cena tú. —Vale. Te espero diez minutos y, si no bajas, cenaré sola. —Hazlo que quieras, Irene. —Borde. La chica cierrala puerta un poco
más fuerte de lo que su hermanastro habría deseado. Seguro que lo ha hecho para molestarle. ¡Bah! Han pasado ya más de diez minutos desde que Diana se
fue. —¿Diana, siguesahí? —escribe impaciente. La respuesta no llega inmediatamente. Seguirá hablando por teléfono con su amiga. Álex comienzaa perder
los nervios. Algo inhabitual en él, que es una persona muy tranquila y no se altera por cualquier cosa. Pero este asunto le inquieta. S uspira profundamente.
"Titití" y una lucecita naranja. —Sí, Álex, perdona. Ya estoy aquí. ¡Por fin! Diana ha regresado. —Empezaba a pensar que me habíasabandonado. —¿Bromeas?
¿Cómo voy a abandonar a un chico como tú? ¿Estás loco? Álex sonríe. Aquella chicale cae bien. Tiene desparpajo y un sentido del humor muy particular. —
Creo que estoy empezando a estarlo. ¿No te ha dicho Paula por qué no me coge el móvil? —No. No me ha dado tiempo a preguntárselo. Se ha ido muy rápido.
—¿Y tampoco sabes por qué te dijo que había quedado conmigo? —Bueno, algo ha insinuado. Esque estábamos en casa de un amigo estudiando y ella cree que
él y yo nos gustamos. Entonces, ha dicho que se iba para dejarnosa solas. Tiene sentido. Sin embargo, siguen sin encajar todaslas pieza s. Álex se frota el
mentón y escribe. —¿Y por qué precisamente te dijo que había quedado conmigo y no con otra persona? —Puesni idea. Cosasde Paula. Sería lo primero que se
le pasó por la cabeza. —Ya —responde, sin tenerlo demasiado claro. —Por cierto, Álex, te tengo que decir una cosa. —Cuéntame. —La chica conla que acabo
de hablar por el móvil esMiriam. En su casa es donde íbamosa hacer la fiesta de cumpleañosde Paula. Puesresulta que al final suspadresno se van y la
hemos suspendido. Otra coincidencia. Ahora Álex ya está seguro. Algo le pasa a Paula con él…Pero tiene que tirar más del hilo para asegurarlo. —Vaya, ¡qué
mala suerte! ¿Y no hay otro lugar? Paula no se puede quedar sin fiesta de cumpleaños. —No, no tenemosotro sitio. Seguramente nosquedemos sus tres
mejores amigas por la noche en su casa y lo celebremosnosotras solas. —¿Y si lo hacemosen mi casa? —¿En tu casa? —Claro. Aquí hay mucho espacio. Y
aunque esté retirado de 1a ciudad, podéiscoger un autobúsy venir todas juntas. Incluso podríamosquedar en alguna parte y y o os traigo hasta aquí. Silencio.
Diana no escribe. Álex sabe que la respuesta será negativa. ¿Qué pondrá como excusa? —No esmala idea…Pero somos muchos, no solo Paula, las otras dos
chicasy yo. Habrá mucha más gente y serían demasiadasmolestiaspara ti. —¡Qué va! No es molestia. Cuantosmás, mejor. ¿No? Otro silencio, este más largo.
Un minuto. Dos. Sin respuesta. —Bueno, lo consultaré, pero no creo que sea posible, Álex —termina respondiendo. —¿Conquién lo consultarás? ¿ConPaula? —
Con todas. Con ella también, claro. —Entoncessí que será imposible porque parece que no quiere saber nada de mí. El chico siente un pinchazo en el pecho
cuando escribe esto. Pero es el momento de llegar al fondo de la cuestión. —Claro que no. ¿Por qué diceseso? —Porque esla verdad. Paula no quiere hablar
conmigo. —No lo sé, Álex. Pero no creo que sea así. —Yo creo que sí lo sabes, Diana. —De verdadque no. Álex reflexiona un instante. Quizáescierto y esa
pobre muchacha no está al corriente de lo que ocurre. —¿Cuál esla dirección de Paula? Voy a ir a hablar con ella. —¿Cómo? ¿Qué te diga la calle donde vive?
—Sí. Eso sí lo sabrás, ¿no? No tiene nada de malo que me lo digas. Dianano contesta. Álex sabe el compromiso en el que está po niendo a aquella chica, pero no
le queda más remedio. —No puedo decírtelo. Compréndeme. —¿Por qué no? —Porque son datospersonales. Es ella la que te los tiene que dar. —Así que no me
vasa hacer ese favor —No. Lo siento. Losdos se quedan unossegundossin escribir. Álex piensa. Tiene que encontrar la forma de sacarle información. Ahora
está convencido de que algo le ha pasado a Paula con él y de que su amiga lo sabe. —Diana, sé que algo pasa, que Paula tiene un problema conmigo. Y estoy
convencido de que tú estás al corriente. —Mira, Álex, yo no me puedo meter en medio de vosotros dos. Si hay un problema entre ambos, lo tenéis que
solucionar vosotros. —Así que sucede algo, ¿verdad? Lo hasconfesado. —No. Yo no he confesado nada. Solo que si Paula no te coge el móvil esproblema tuyo
y de ella, no mío. Yo solo te digo que no sé nada. —Mientes, Diana. ¿Estan grave lo que le he hecho para que no quiera hablar conmigo? —Nolo sé. —Vamos,
Diana, cuéntame qué pasa. —Álex, por favor. Esuna de mis mejores amigas. No me hagasesto. —Por eso tienes que decirme lo que pasa, porque quiero
solucionarlo. Si no sé lo que ocurre, ¿cómo voy a arreglarlo? —Álex, por favor. He prometido no decir nada. —Tienesque decírmelo, Diana.No me puedes
seguir mintiendo. Lo estoy pasando muy mal por esto y necesito saber la verdad. Te lo ruego. Tensión. Instantes infinitos. Si tuaciónal límite frente al
ordenador en el cuarto de Diana, sentada en una silla, con la bandeja de la cena sin terminar a su lado. Dudas. Compromiso. Secretos. En la habitación de
Alex, él está en la cama con el portátil entre las piernas. Ansiedad. Incertidumbre. Nervios. Y miedo. No hay palabrasnuevas. Pero en el MSN del chico
aparece que Diana está escribiendo.Un brote de esperanza nace en él. Tal vez se ha decidido a explicarle qué eslo que pasa. Y cerca de las diez de la noche
llega la verdad. La respuesta a la pregunta de Alex en tres párrafosinmensosque Dianacopia y pega en el Messenger después de haberlos escrito primero
en Word: ahí está el motivo por el que Paula no le coge el teléfono, la razón por la que no la ha visto conectada y la soluci ón al enigma de quién había quedado
con ella en su propio nombre. —Irene —susurra—. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —repite en voz baja, apretando losdientes. La ira recorre
todo su cuerpo. Siente rabia por dentro. Intenta contenerse, pero quiere gritar. Se reprime, aunque la furiase apodera de él. Sin decir ni una palabra, golpea
violentamente la almohada con el puño derecho, luego con el izquierdo y de nuevo con el derecho. Ahora lo comprende todo. Aho ra entiende que la única
culpable de que Paula no acepte ni siquiera hablar con él está viviendo en su misma casa. —Álex, ¿estásbien? ¿Te has ido? — pregunta Diana al ver que el
chico no escribe nada. —No. Todo esto es una locura. Nada esverdad. Mira el reloj. Es tarde, pero tiene que ver a Paula y contarle todo en persona, si no le
creerá. —Diana, necesito saber dónde vive Paula.Dame su dirección, por favor. —Ya te he dicho que no puedo. —Diana, por favor. —Álex, no puedo. —Confía
en mí. Ahora no tengo ni un segundo que perder. Te lo contaré todo en cuanto pueda. Pero necesito hablar con Paula en persona. Dame su dirección, por favor.
La chica, abrumada por las palabrasde Álex, escribe el nombre de la calle y el número en el que Paula vive. —Gracias. Eresuna buena amiga. Por favor, no le
digasnada a Paula. Si se entera, igual ni me abre la puerta. Un beso, me tengo que ir. Ya hablaremos. Y, sin esperar a su despedida, apaga y cierra el
ordenador portátil. Le está agradecidísimo a aquella chica. Sinella jamásse habría enterado de los planesde su hermanastra que, sin duda, contaba con que
Paula no le dijera nada, pero no con que había otra persona que sí podía hacerlo. Diana ha sido el gran fallo de Irene. Álex busca a toda velocidadun abrigo
que ponerse. Da con una chaqueta vaquera azul que se abrocha conforme baja la escalera. Mientras, piensa en cómo llegar a la casa de Paula desde donde vive.
En bus y metro tardaría una eternidad. No tendrá más remedio que pedirle el coche a Irene. Uff. Casi cuatro añossin conducir. Se sacó el carné a los
dieciocho y luego nada de nada. ¿Sabrá llevar el Ford Focusde su hermanastra? Entra en la cocina. Irene muerde un sándwichde jamón y mantequilla.
Observa a Álex y sonríe. —Está bueno. ¿Quieres? —No —responde seco. Ahora no tiene tiempo de discutir, aunque le encantaría decirle todo lo que piensa
de ella. Además, necesita su coche y debe moderarse si quiere que se lo preste. —¿Te preparo uno? —No, gracias. Necesito que me dejes el coche. Tengo que
ir a la ciudad. Irene lo mira sorprendida. —¿A la ciudad? ¿Y eso? —Tengo que ir a ver a un amigo que me ha pedido que le deje leer lo que llevo escrito del
libro. Conoce a un editor y le hablará de mí —miente. —¡Ah, qué bien!, ¿no? ¿Te llevo yo? —Esmejor que vaya solo. ¿Me lo dejas o no? —Bueno, no sé. ¿Cuánto
llevassin conducir? —No te preocupespor eso, sé lo que hago. ¿Me lo vasa dejar o me voy en bus? —Vale, vale. Espera. La chica sale de la cocina y sube
hasta el cuarto en el que está instalada. En pocossegundosaparece con lasllavesen la mano. —Toma. Pero ten cuidado, ¿eh? —Lo tendré. Gracias. Álex no
dice nada más, camina hasta la puerta y abre. Irene lo sigue de cerca. Contempla con recelo cómo su hermanastro se sube al Fo rd. Le cuesta arrancarlo, se le
cala dos veces, pero al final lo logra. Sin embargo, su primera maniobra esterriblemente torpe y casi se estrella contra una de las paredesde la casa al
acelerar excesivamente deprisa. La chica se pone lasmanos en la cara. Empieza a arrepentirse de haberle dejado el coche. —¿Seguro que no quieresque te
lleve yo? —grita. —¡No! Ya está todo controlado — responde Álex, sacando la cabeza por la ventanilla.Poco despuésconsigue enderezar el coche y enfilar el
camino de salida correctamente. Acelera de nuevo y desaparece por el sendero que conduce hasta la carretera principal. Irene suspira. "¡Joder! Será un
milagro que no tenga un accidente. No se lo debería haber prestado." Pero lo que realmente no sabe Irene es el verdadero moti vo por el que aquel favor no
tenía que haberse producido. Capítulo 76 Esa misma noche de marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Una cabina para grabar? No me jodas. ¿Para grabar qué,
Katia? Mauricio torresno da crédito a lo que representada le acaba de pedir. —Esun favor. Necesito que me consigasun estudio para mañana en la tarde. —
¿Y quién lo paga? —Vamos Mauricio. Habla con la discográfica. Seguro que no habrá problemasde ningún tipo. —No habría problemassi no llevaras toda la
semana escaqueándote de entrevistas, presentacionesy actospromocionales. Llevo tesdías con el culo al aire. ¿Sabesla cantidadde disculpas que llevo
pedidas? —No será para tanto —¿Que no será para tanto? Mira, Katia, no me toques los… La chica del pelo rosa sonríe al otro lado de la línea telefónica. Le
divierte alterar los nervios de su representante. Se lo imaginade un lado para otro de la habitación con una mano metida en el bolsilla y sudando a
borbotones. Pero es un gran tipo, una de lasmejores personasque ha conocido y de laspocasen lasque puede confiar realmen te. Y eso, en este mundo en el
que ella se mueve, tiene mucho valor. —Perdona. Va, Mauricio, Perdóname. Prometo portarme bien a partir de ahora. —Parecesuna niña pequeña y consentida.
—Aún soy joven. Acabo de llegar a esto. ¿No me perdonas? —pregunta con voz melosa. —Sí, te perdono, joder. —Gracias, eresel mejor. Mauricio escucha un
ruidososbeso en si teléfono. —Katia, tienesveinte años. Ya no eres una cría. Y debes cumplir con una serie de compromisosque además tienesfirmados. No
puedes hacer lo que se te venga en gana y cuando quieras. —Que sí, que sí. Si lo sé. ¿Y no le he hecho bien hasta esta semana? He cumplido ¿no? —Sí, pero en
este negocio hay que estar siempre al pie del cañón. Hoy todos quien darte una palmadita en la espalda y chuparte los pies. P ero, si empiezas a fallar, lo que
te darán será una patada en tu precioso trasero. —Graciaspor lo de precioso. Qué bien quedascuando quieres. Ya debería saber que tu éxito dura lo que
tardea en llegar el éxito a otro. —Vale, captado. Miraré la agenda y me organizaré. —Eso espero. —¿Mañana por la tarde tengo algo? —No. Anulé la firma de
discosen el Corte Inglés con la excusa del accidente. —Ah, bien. Entonces, ¿me puedesconseguir la cabina de grabación?Mauricio Torresresopla. "Estos
artistas son todos iguales. Exigir, pedir, exigir, pedir". Y él pensaba que la fama no había cambiado a Katia…—Veré qué puedo hacer. No te prometo nada. —
Bueno. Sé que lo conseguirás. Eresel mejor representante que una cantante puede tener. —No me hagasla pelota y cumple con tus obligaciones. —Que sí…
No te preocupes. —Puesel viernespor la noche tienes un bolo en una sala del centro. Estaba a punto de anularlo también, pero, como has dicho que vas a
cumplir con tus obligaciones, no lo haré. —¡Joder, qué coñazo! —Esimportante. Van ejecutivospropietariosde una productora de televisión. igual te ofrecen
algún papel para una serie juvenil. —Uff.No soy actriz, no me va para nada eso. —Bueno, tú vete. Nunca está de más rodearse de peces gordos. Y estos son
como ballenas. —Las ballenas no son peces: son ballenas —le corrige Katia riendo. —Mira, Katia, no me toques los… —Ya, ya. —La chica suelta una carcajada.
Le encanta provocar a Mauricio —. Bueno, hacemosuna cosa. —¿El qué?—Tú me prometes que para mañana por la tarde tengo a mi disposición de una cabina
en un estudio y yo te prometo que el viernespor la noche voy a lo de lasballenas. —¿Chantaje? —¿Quieresllamarlo así?Vale: chantaje. —Pero si todo es por
tu bien…En realidad, a mí me da lo mismo. Es tu carrera. —Y tu profesión, Mauricio. Cuanto másgane yo, más ganastú. No seas victimista. El representante
guarda silencio unos instantes. —Está bien. Mañana tienesla cabina. Pero como me fallesel viernes… —No lo haré, no te preocupes. —Vale, eso espero. —
Bueno, cuando sepas lo de la cabina me llamasy me confirmas. —Ok. —Hasta mañana, entonces, Mauricio.Y graciasde nuevo. —Hasta ma…¡Ah!, espera un
momento, hay algo que…Espera. ¿Dónde lo he puesto? —¿El qué? ¿Qué buscas? El hombre murmura alguna cosa que Katia no alcanzaa entender. ¿Qué haces?
—Aquí está. —¿Ya has dado con lo que buscabas? —Sí. Esta tarde he pasado por la discográficay me han entregado decenasde cartas de tus fans. He
abierto algunas. —Joder, Mauricio, ya te vale. —Si son todasiguales…La mayoría diciendo chorradasque te recuperescuanto antes. —Qué monas son. —Y
pesadas. —Alguna otra. —Bueno. El caso esque ha llegado una carta distintasque lasdemás. Te lo leo: Buenosdías, tardes o noches. Para mí buenas n oches,
ya que le escribo cuando la luna y las estrellas me cobijan, en primer lugar, muchasgracias por abrir este sobre y perdón por lasmolestias causadas. Le
habrá sorprendido este envío. Eslógico. A mí también me pasaría. Me explico. Soyun chico que pretende ser escritor. Algo di fícil, lo sé, pero estoy poniendo
todo mi empeño y mi esfuerzo en ello, y no solo escribiendo, sino moviendo todo lo que esté a mi alcance para al menostener la oportunidadde ser leído. Y
quién sabe si algún día alguna editorial se fijará en todo esto. Lo que le mando en esta funda transparente son las catorce primeraspáginas de Tras la pared,
la historia que en estos momentos estoy escribiendo. Solo pretendo divertir, entretener, quizá esdemasiado romántico, tal vez irreal; a lo mejor infantil,
juvenil, adolescente. Da igual: esen lo que ahora mismo estoy metido, y estoy satisfecho con ello. Aunque la verdades que me queda mucho que aprender.
Hace unassemanas comencé a escribir una historia en Internet, en un fotolog. Pero, ¿por qué no seguir intentando crecer? Usa r la imaginaciónpara
posibilitar que personas conozcanlo que hago. Y en ello estoy. Lo que pretendo: en esta historia, la música esuna parte muy importante de la trama. A lo
largo de todo el libro introduzco cancionesque lospersonajesen un momento u otro escuchan. Pero ¿por qué no una dedicada exclusivamente para Tras la
pared? Ya sé que esto es un atrevimiento, una osadía por mi parte. No tendrá tiempo ni para respirar, así que para dedicarlo a componer una canción parami
libro, será casi un imposible. En ese "casi" sostengo mi esperanza. Contra con un tema creado por usted para mi novela sería la guinda definitiva paraesta
aventura. Cuanta más gente consiga que nosconozcaa la historia y a ni, másposibilidadestendré que una editorial. Esu sueño, mi sueño, y usted está
formando parte de él. Y si quiere puede colaborar. La dirección de mi fotolog, por si le interesa, es: http://www.fotolog.com/tras_la_paredY, mi MSN, para
cualquier cosa que necesite: traslapared@hotmail.como alexescritor@hotmail.com. Nada más. Le vuelvo a pedir perdón por el atrevimiento. Gracias por su
atención y disculpas por las molestias. Atentamente, el autor. Mauricio torrescoge aliento. Lo ha leído todo seguido, casi sin respirar. —¡Ah, qué interesante!
¿no? —dice Katia que no ha comprendido demasiado de lo que su representante le acaba de leer. —No está mal. Mañana te pasaré las páginas del libro para
que las leas. Me resultado curiosa esta extraña iniciativa. Y osada. Pedir una canción para su historia esecharle valor al mundo. Merece que al menos lo
tengamos en cuenta. —Puessí. —Además hay un tema de los descartados que se adecúa perfectamente a la historia: el de Quince másquince. —Mañaname lo
enseñasy lo estudio, ¿vale? —Perfecto. —Bueno, Mauricio, te dejo ya. Acuérdate de llamarme con eso. —No te preocupes: cumplo mispromesas. Espero que
tú hagaslo mismo. —No problem. Buenasnoches. —Buenasnoches. Katia esla primera en colgar. Ya tiene la cabina. Le ha costado convencer a su
representante. Y todo para grabar la canción dedicada a la novia de Ángel. ¡Uff! Al menos espera que el periodista pueda acudir a la grabación. Si no ¿qué
sentido tiene todo aquello? Capítulo 77 Ese día de marzo, por la noche, en otro lugar de la ciudad. Se mira al espejo. Tiene ojeras. Demasiadas. Hace días que
sus ojos están acompañados por una permanente sombra morada. Y no, no es producto de una feroz pelea con el matón del instituto, ni tampoco la
consecuenciade una caída de bicicleta, ni tan siquiera se ha golpeado contra el poste de una portería de fútbol. El violeta de los ojos de Mario indica
cansancio, tensión, problemas, falta de sueño. ¿Eso es normal en un chico de quince años? Abre la pasta de dientes y unta un poco en su cepillo. Tiene sabor a
menta, extrafuerte, aunque la intensidadde ese frescor ha ido desapareciendo a medida que el, tubo se ha ido vaciando. Aún así todavía pica. Ha sido un
estúpido. Sí, cada vez tiene más claro que con los añosse está volviendo másgilipollas. Cuando cumplaveinte tendrán que in ventar una palabra que lo defina
solo a él y que sea sinónimo de imbécil, capullo o inútil, entre otras cosas. ¿Por qué antes le ha dicho eso a Diana? Escierto que lo estaba presionando, que
ella no tenía derecho a hablarle así sobre su manera de actuar con respecto a Paula. Se estaba metiendo en donde no la llamaban. Si la quiere desde que era
un niño y todavía no se lo ha confesado, esproblema suyo. Pero también es verdadque lo que le soltó gritando no es una persona medianamente educada y
cabal. Se enjuaga la boca y escupe. La puerta entreabierta del cuarto de baño chirría levemente cuando su hermana entra. —¡Ups, estás tú aquí! —dice
Miriam, fingiendo que no se había dado cuenta de que el baño estaba ocupado. La chica habíamirado primero por el hueco que q uedaba y, al ver a Mario
cepillándose los dientes, decidió entrar. Está preocupada. Cuando Diana se fue de esa manera trató de hablar con su hermano, pero este no quiso. —Puesya
vesque sí —protesta el chico, que se vuelve a meter el cepillo de dientes en la boca. —Bueno, pero no estás haciendo nada que no pueda ver, ¿no? Mariono
responde. Se limita a mover la cabeza de un lado a otro. Miriamavanza hasta el lavabo. Se sitúa al lado de su hermano y coge su cepillo. El chico observa a
través del espejo. No es habitual que se laven losdientes juntos. Para ser exactoses la primera vez que sucede. —¿No me vasa decir qué te pasó esta tarde
con Diana? La chica también unta su cepillo y empieza a lavarse losdientes. Mario vuelve a escupir. —No. No creo que deba decirte nada. —Ha tenido que ser
algo muy gordo para que se fuera de casa de esa manera. El chico no responde. Continúa cepillándose. —¿Te ha preguntado si ella te gusta? Es que…Mario se
detiene al oír a su hermana y la fulmina con la mirada por el espejo. —Porque si eseso… No sé, Mario. Si ha sido así…y estabaissolos… —Miram, ya. Para. —
No sé qué pensaras tú, pero nosotras creíamosque Dianate gustaba y… Quizá ha sido culpa de todas. —Miriam, vale ya, ¿no? —Esque me sabe fatal que mi
hermano y una de mis mejores amigasse hayan enfadado de esa manera. —Vale, te entiendo. Pero es cosa nuestra. Ya se arreglará. —Eso espero. Los dos
siguen lavándose los dientesen silencio. Mario esel primero en terminar. Suelta el cepillo en su estuche y se da el último enjuague. Remueve unos segundos el
agua en la boca y escupe. —Me voy a la cama. Miriamse enjuaga también para poder hablarle. —¿Ya? —Sí. Estoy cansado, aunque no sé si podre dormir algo.
Últimamente no pego el ojo. —¿No duermes por las noches? —Casi nada. —Deberíasde hablar con mamá del tema. —Paso. Ya conseguiré dormir un día de
estos. La chica observa os ojos de su hermano. Tienen un color morado muy preocupante. Parece un vampiro que acabade salir de su ataúd. Afortunadamente,
todavía se refleja en el espejo. —¿Y no vasa llamar a Diana para aclarar lascosas? —No. —¿Hablaráscon ella en el insti? El chico camina hasta la puerta. Su
hermana lo sigue por el cristal. ¿Ha crecido? Parece másalto. También más maduro. Lasheridas curten, pero a la vez dejan secuelasque hacen que cumplas
más añosde los que realmente tienes. —Buenasnoches, Mario.Que descanses. —Buenasnoches. Miramse queda sola en el cuarto de baño. Siente tristeza.
Aunque la relación con Mario nuncaha sido muy cercana, no deja de ser su hermano. Y lo aprecia y lo quiere. Estaría encantada de que encontrara una chica
que se convierta en su novia y, si ademásfuera una de sus amigas, una de las Sugus, sería fantástico. Todo indicaba que la c andidata era Diana, parecía obvio,
pero quizá haya forzado demasiado la situación. Quién sabe si en realidadno le gustaba, sí todo ha sido un malentendido y ahora están recogiendo las
consecuencias del error. En tal caso ella también sería culpable. Mario entra en su habitación. La pesada de Miramya no lo deja tranquilo ni lavarse los
dientes. Ella tiene parte de culpa de todo lo que ha pasado, aunque continúa que hay un responsable por encima de todos: él mismo. Es muy incomodo sentirse
así. Sabe que ha hecho algo mal, pero no ve la solución cerca. Al menoshasta mañana, cuando se encuentre cara a cara co n Diana.¿Cuál será su reacción?¿Y
la de él? ¿Cómo podían pensar que le gustaba Diana? Aunque tiene que reconocer que la chica no está mal. Es muy torpe en matemáticas, eso sí, y no
aprobaría el examen del viernesni aunque el profesor le regala tres puntos. Pero hay más en ella de lo que creía. Lospaseosde estos días de vuelta a casa
después de las claseshan sido muy agradables. Y, físicamente, no es Paula, pero está bastante bien. ¡Paula! Vaya, lleva tanto tiempo pensando en Diana que se
ha olvidado incluso de Paula. No tiene dudasacerca de sus sentimientos, ¿verdad? Él, de quién está enamorado esde Paula. sí. Claro que sí. ¿Estará ahora con
aquel trío? Por eso se fue, ¿no? Un fuerte halo de tristeza le sacude con aquella idea. —Joder —dice en voz baja, mientrasse deja caer de espaldas en la
cama. Pero no es momento para derrumbarse. Debe de concluir con el trabajo con el que empezó y que tantas horas le está ocupa ndo en la madrugada. De un
brinco se incorpora, camina hasta su ordenador y lo enciende. Algún día puede que tenga una mínima posibilidadde conquistar el corazón de la chica que ama
desde que era pequeñajo. Entra en Google y escribe; "Camila letra coleccionista de canciones". Abre la pagina de la primera o pción que aparece.Allí
encuentra la canción y lee la letra. Es preciosa. Le recuerda tanto a Paula…Sabe que a ella le encanta este tema. Muchasvecesveíaen el MSN que lo
escuchaba. Suspiray con el cursor marca la opción de "Copiar". Y vuelve a suspirar. No hay dudas, Diana no está mal, pero el amor de su vida esotro. Su
Paula. En esos momentos, Álex, que no se ha estrellado con el Ford Focus de Irene, aparca a duraspenasenfrente de la casa en la que vive la chica que le ha
robado el corazón. Capítulo 78 Esa noche fría de marzo, en un lugar de la ciudad. Toc, toc, toc. ¿Esla puerta de su habitación la que suena? ¿Quiénes? Paula
se sobresalta. Estaba dormida. Por un momento creyó que alguien llamaba en su sueño. Aunque no recuerda casi nada, aquel soni do era demasiado real. Y
tanto, ¡como quien está pasando de verdad…! Mercedesabre la puerta y entra en la habitación. A continuación, enciende la luz. —¿Mamá!¿Qué haces? —
protesta la chica, cegada, encogiendo losojos. —¿Estás dormida? —Estaba, pero me has despertado. ¿Qué pasa? Su madre tiene una expresión extraña en la
cara. —Dímelo tú. —¿Yo? ¿Qué quieresque te diga? — pregunta sorprendida. —Puesme gustaría luego que me aclararasquién esel chico que está hablando
abajo con tu padre y a qué ha venido. —¿Un chico?¿Qué dices? —Pueslo que oyes. Esun chico mayor. No ha dicho su nombre. Se ha presentado diciendo que
es amigo tuyo. ¡No se lo puede creer! ¡Ángel se ha vuelto loco! ¿Cómo se le ha pasado por la cabeza ir a verla a casa? ¡Y de noche! ¡Muy de noche! ¿Qué hora
es? ¿Lasonce, las doce? Paula se incorpora y, mientrasse peina nerviosacon lasmanos, busca en el armario algo decente que ponerse. No pu ede salir en
pijama. —Le has dicho que espere, ¿no? —Sí. Aunque tu padre le ha repetido una vez tras otra que no son horas para hacer una visita, el chico ha insistido
todavía más. Ha dicho que es urgente. Que o habla contigo o duerme en el portal de la casa. La chica suelta una carcajada. ¡Definitivamente su novio ha
perdido los papales! ¿Qué pasará tan importante como para que ángel esté dando ese paso tan decisivo en la relación? —No le veo la gracia. —Perdona, mamá.
No me reía de ti. Mercedes se relaja un poco. Ha sido todo tan repentino que no sabe muy bien cómo reaccionar ante este visitante imprevisto. De la
incredulidadpasó al enfado, pero ahora lo que siente es cierta curiosidad. —¿Estu novio? —Sí, mamá. Esmi novio.Del que oshablé ayer. Paula se quita el
pantalón de la pijama y se pone unosvaquerosazul oscuro. —Puesesmuy guapo. No tienesmal gusto. La chica suelta otra carcajada. Está nerviosa.Pero que
su madre haya dado el visto bueno a Ángel, al menos físicamente, le ayudada rebajar la tensión que conlleva aquelladesconcertante situación. —Gracias. ¿Te
parece guapo, entonces? —Tiene unosojoscastañospreciosos. Son enormes. Paula sonríe. Lanza la parte de arriba del pijama sobre la cama y se pone una
camiseta roja de botones. ¿"Ojoscastañospreciosos"? —Perdonamamá, pero no te has fijado bien: Ángel tiene los ojos azules, muy azules, además. —
¿Azules? ¡Qué va! Me he fijado perfectamente. Son marrones, pero muy llamativos. Pero lo que más me gusta de él es su preciosa sonrisa. —Estás
equivocada, son azules. ¿Cómo no voy a saber yo el color de ojos de mi…? "¿Una sonrisa preciosa? ¡Joder, no! No pude ser. ¿Ojos marronesmuy llamativos?
Joder, joder, joder. ¡Joder!" Paula palidece y se sienta en la cama. —¿Qué te pasa? ¿Te has mareado? —No, mamá. Estoy bien. No te preocupes. —¿Seguro?
—Que sí, que pesada. —Bueno, bueno. Puesbaja rápido, que imagino que tu padre estará sometiendo a ese chico al tercer grado. Pobre muchacho. —Ahora
mismo bajo. —Vale, pero abróchate un poco, que se te ve hasta el ombligo. La chica mira haciaabajo y comprueba como sobresale parte del sujetador negro y
rosa que lleva puesto. Murmura quejosa y se abrocha dos de los botones de la camiseta. —¿Contenta? —Sí, mucho mejor —afirma la madre satisfecha —. No
tardes mucho. Mercedesabandona sonriente el dormitorio. No está nada mal su yerno, el periodista. Además, a pesar de que es bastante mayor que su hija,
no aparenta tener veintidós años. Paula sigue blanca. Si no podíacreerse que Ángel fuera a verla a esas horasde la noche a su propia casa, que el que haya ido
a visitarla sea Álex no hay formasde calificarloni de comprenderlo. Podría saltar por la ventana y huir lejos, muy lejos. O fingir un desmayo. O simplemente
no bajar y esperar que su padre lo eche de casa. ¿Por qué le pasan a ella estas cosas? En el salón de la casa de Paula, esa f ría noche de marzo. —Así, que eres
periodista —inquiere Paco con un tono muy poco amable. —No, señor. Intento ser escritor — responde Álex, que acaba de sentarse, obligado por aquel
hombre que lo mira con ojos asesinos. —Ah. Escritor. Bien. ¡Escritor! ¡Menudo muerto de hambre! Ni siquieraesperiodista como les dijo Paula. Un simple y
vulgar cuanta cuentos. ¡Ah, no! ¡Ni eso! ¡Aspirante a cuenta cuentos! ¿Y quiere mantener de esa forma a su hija? —Aunque también soy músico. —Ah. Músico.
Bien. ¿Y qué tocas? —El saxofón. —Kenny. Kenny G. —¿Y qué ha dicho? KennnyG. Álex no quiere discutir con aquel hombre. Bastante es que se haya
presentado en su casa a esas horasde la noche queriendo hablar con su hija como para llevarle la contraria. Además, esosojos brillantes inyectados en
sangre le infunden mucho respeto. Quizá con unabroma mejore el ambiente. —Y también como Lisa Simpson. El chico ríe tímidamente de lo que ha dicho,
pero Paco no entiende la broma. En su vida ha visto los Simpson. Sin embargo esboza una sonrisilla breve y desganada. —¿Y qué intencionestiene con mi hija?
—¿Intenciones? Hablar. Ya se lo he dicho antes. Tengo que darle una cosa importante. —Ya, ya lo sé. ¡Menudo coñazo de tío! Mira que ha insistido. ¡Qué
pesado! Hay que reconocer que el topo es guapillo.Pero esun plomo. Su hija se merece algo mejor. —Pueseso. Sólo quiero hablar con Paula. —Ya. Y, si fuera
por él, desvirgarla en su propio cuarto. Con suspadresabajo oyendo. ¡Qué cara másdura! —¿Y cómo te llamas? —Álex. —¿Álex? —Sí, Álex. De Alejandro. —
Hasta ahí llego. Pero, ¿no te llamas Ángel? —No, señor. Mi nombre es Álex, no Ángel. Paco no entiende nada. Debió de entender mal a su hija cuando les dijo
el nombre del presunto novio. En ese instante, Mercedesbaja por la escalara y se sienta al lado de su marido. Sonríe al chic o y este le devuelve el gesto. Qué
guapo y qué maravillosa sonrisa…Pero, ¿cómo puede decir Paula que tiene los ojosazulessi son castaña claro? ¿Lentillas? Es muy raro. Algunas personas que
tienen los ojos marronessuelen utilizar lentillasazuleso verdes para resaltar, pero nunca había visto a nadie con losojos clarosque se pusiera lentillas de
otro color. —Ya baja —susurra la mujer. Un nuevo intercambio de sonrisasentre el invitado y Mercedes. Y sin que dé tiempo a más, el ruido de una puerta
que se cierra y el posterior de unospasos en la planta de arriba anunciaque la espera de Álex llega a su fin. Mira haciala escalera y allí aparece ella. El
corazón se le acelera. Está preciosa, como siempre. Como la primera vez que la vio hace solo seisdías. ¿Cómo esposible sentir algo tan grande por una
persona a la que acabas de conocer? Peses posible. Esreal y maravilloso. Paula ve a Álex. Creía que nuca másestarían uno tan cerca del otro… o eso debería
intentar. Cuando se aproxima a él, le viene a la mente aquella chica, aquellaspalabras, su mano en el vientre de Irene… Una pesadilla. Y tiene ganas de llorar,
pero no es el momento. Hay que calmarse sus padres están allí y lo único que puede hacer esdisimular. —Hola, Álex —saluda en voz baja. —Hola, Paula. —
¿Álex? ¿No se llama Ángel? — pregunta Mercedes, que no puede ocultar su extrañeza. —¡Ah, así que no solo es cosa mía! — exclama Paco, contento por
confirmar que no se ha equivocado. —Luegooslo explico —señalala chica, mientrasse pone una chaqueta que lleva en losbrazos —. Hablamos afuera. Si mis
padres me dejan… —Álex y Paula miran a Paco, pero es Mercedesla que se anticipa a la respuesta de su marido. —Vale, pero no te alejesdemasiado y vuelve
pronto, que es muy tarde. Los chicosasienten y salen de la casa, Paula delante y Álex dando las graciasy despidiéndose. Paco está rojo de furia. No
comprende tanta amabilidadde su mujer. Ese individuo no la merece. Pero un dulce beso en los labiosy una frase susurrada al oído le tranquilizan. —Vamos
arriba. Hay que aprovechar que la peque duerme y que la mayor no está. El hombre ahora sonríe. Aquella esla mejor forma de olvidarse de ese aspirante a
cuentacuentos. Capítulo 79 Esa noche de marzo, instantes después, en esa parte de la ciudad. Hace frío, diez gradoso tal vez menos. No se ven las estrellas
ni la luna. No es una noche de enamoradossino una noche para estar en casa, arropado con mantasy alrededor de la chimenea. Una noche de abrazos
calientesque cobijen y protejan. Es una noche sin magia, oscura, de sombras alargadaspersiguiéndose unasa otras, de silencio. Esuna de las últimas noches
invernalesen la antesala de la primavera. Álex y Paula caminan juntos. Él está tenso y no sabe por dónde empezar; ella, nerv iosa con la manos unidas en el
vientre, abrazándose. Tiembla. —¿Nossentamosallí? —pregunta el chico, señalando un banco al lado de una fuente que esta noche no funciona. —Vale.Álex
tiene miedo de que Paula salga corriendo en cualquier momento y se encierre en su casa. Sería lógico. Irene la puso entre la espada y la pared. Ahora le toca
a él ser convincente para solucionarlo todo. Le tiene que creer, no puede dejar dudas. Se sienta en el banco, Álex en el lado izquierdo, Paulaen el centro. La
mira y sonríe, pero ella no le responde. No le apetece sonreír. Piensa que aquellaesun error, que se está entrometiendo en una relación y en cualquier
instante esa chica histérica aparecerá de alguna parte con un cuchillo en lasmanospara asesinarla. —Diana me lo ha explicado todo — dice Álex, rompiendo
el hielo. Directo al grano. Aparta la mirada y fija sus ojosen la fuente que no hecha agua. —Ah. Así que su amiga no ha sido capaz de guardar el secreto. No
la culpa por ello, pero sí la fastidia. A partir de ahora tendrá que tener cuidado con lo que cuenta y a quién se lo cuenta. —Y quiero decirte que es mentira.
Irene se lo ha inventado todo. —Ya. —Tienesque creerme Paula. Todo lo que te dijo es falso. Paula mira entoncesal chico a losojos, esos ojos castaños
embrujadores. No son tan llamativoscomo los de Ángel y sin embargo transmiten lo mismo. Su madre siempre dice que la belleza de unos ojos no reside en el
color, sino en lo que expresan. Y los de Álex son tanto o más expresivosque losde su novio. —¿Y por qué tu novia me soltó todo aquello? —Irene no esmi
novia, esmi hermanastra. La chica se queda con la boca abierta. ¡Su hermanastra! ¿De verdad? De todo lo que podía poner como excusa, nunca pensó que
llegaría a tanto. —¿Tu hermanastra? ¿Me estás tomando el pelo? —No. Te lo juro. Es la hija de la mujer de mi padre. Ha venido tres meses para hacer un
curso. Se queda en mi casa porque no tiene otro sitio adonde ir en la ciudad, —Qué lío. —Y por supuesto no tengo una relación con ella. —¿No está
embarazada? Álex sonríe. —No. Al menosde mí, claro. Nunca me he acostado con ella y nunca podría hacerlo. —Puesespreciosa. —¿Y qué? Es un miembro
más de mi familia. Aunque no tengamosla misma sangre, ella no deja de ser la hijastra de mi difunto padre. —¿Tu padre ha muerto? Lo siento. —No te
preocupes. Hace tiempo ya de eso y he aprendido a vivir sin mispadres. Es doloroso, pero cuando terminasaceptándolo porque ellosya no van a volver y la
vida sigue. Paulasienta admiración por Álex. Le encanta cómo habla y cómo es capaz de expresar sus emociones. —Debió ser duro. —Sí, pero espasado. Y
ahora no me va mal del todo. Aunque este asunto me está afectando mucho. —¿De verdad? —Claro. Sí no, no estaría aquí. Ademásme siento responsable de
que todo esto haya pasado. —Tú no tienes la culpa. —En parte sí. No sé como mi hermanastra averiguó tu teléfono ni cómo consiguió engañarnos a los dos. A
ti para que fueras a verla y a mí para no enterarme de nada. —Si está viviendo contigo, tiene acceso a tu ordenador y a tu móvil. —Sí, pero de todas formas
ha sido muy hábil para que no me diera cuenta de lo que estaba tramando. —Lo que no entiendo es el motivo. ¿Por qué me dijo todo eso? ¿Por qué quería
apartarme de ti? Álex suspira. —Paula, no todo lo que te dijo Irene es falso. —¿Ah, no? —No. No soy su novio ni la he dejado embarazada. Pero si es cierto
que…estoy empezado a sentir algo. Me estoy enamorando de ti Paula. Una sensaciónindescriptible recorre por dentro de Paula, de abajo a arriba. Un
escalofrío lleno de sentimientoscontrapuestos. —Álex, no creo que sea así. —Sí lo es. Estoy seguro de ello. —Pero si apenassabes cómo soy. No hemos
pasado el suficiente tiempo juntos ni… —¡Ya! No me importa. Sé lo que siento Paula. —¡Sí nosconocimosel jueves! ¡No hace ni una semana! —¿Y qué? No me
hacen faltan semanas, meses o añospara darme cuenta que me gustas. ¿Tú no crees en el amor a primera vista? ¿En losflechazos? —Sí, pero…—Pueseso me
ha pasado contigo. Pienso en ti en todo el tiempo, no me concentro cuando escribo ni cuando toco el saxo…Y es por ti. Los ojos de Álex lucen en la oscuridad.
Brillan vidriosos por la emoción, por la confesión de sussentimientos, por estar viviendo losminutosmásimportantes en toda su vida. —Pero Álex…Yo…no
puedo…Estoy con alguien.—Ya, tienesnovio. —Sí, tengo novio.—Me da igual. —¿Cómo que te da igual? —El chicose pone de pie y mira a Paula directamente a
los ojos. —No me da igual, pero no voy a huir de lo que siento. No puedo hacerlo. —Álex, tengo novio. —Ya, pero no puedo renunciar a lo que mi corazón está
sintiendo. Y menos sin pelear. Voy a luchar por ti y, si no te enamorasde mí, si no te consigo, puesprocuraré alejarme. Pero quiero tener otra oportunidad. El
chico vuelve a sentarse en el banco, esta vez en el lado derecho. Los dos permanecen un rato en silencio, mirándose unasvecesy esquivando las miradas,
otras; pensativos. —De verdadque no sé qué decir. Esto me ha cogido totalmente desprevenida. —Perdona, pero tenía que decírtelo. —Uff…No me creo que
esto esté pasando. —¿Tan malo es? ¿Te molesta tanto que este enamorado de ti? —No es eso, Álex. Me siento halagada, pero ponte en mi situación.Es muy
complicado saber que sienteseso por mí. —¿Por qué es tan complicado? Tú no pierdesnada, solo ganas. Tienesa tu chico y a mí. No debes escoger, sólo
dejarte llevar por lo que vas sintiendo. Y si no soy yo con la persona que quieresestar, me retiraré. Pero ahora mismo, por ti y por mí, tengo que buscar mi
oportunidad. —¿Y qué harás? No sé de qué manera actuaremos a partir de ahora. —Puesde la misma forma que hasta hora. Siendo yo mismo y tratando de
conocerte cada día un poco más. —¿Y qué pasa con Ángel? ¿No le digo nada? —Eso escosa tuya, Paula. Pero no tiene por qué saber que hay alguien que siente
por ti lo mismo que él. No es necesario. —¡Uff! Paula agacha la cabeza y se inclina. Tiene lasmanosen la cabeza y repentinamente se echa el pelo hacia atrás.
Está hecho un lío. Por una parte tiene a Ángel, al que quiere, está segura de eso, ama a su novio y sussentimientosirán a más porque su relación acaba de
empezar. Pero por otra parte está Álex: es simpático, muy guapo, romántico como nadie. El chico perfecto. Y dice que la quiere. Y ella…n o puede negar que se
siente atraída por él. No es amor, o eso cree, pero está a gusto a su lado y, cuando lo mira y sonríe, se para el mundo. Álex se acerca a Paula. Sus piernas se
tocan. La chica lo mira confusa. —No tengasmiedo —dice calmado. Cree que no sabe. No quiere estar tan pegada a él, pero se deja llevar. Sus ojos contactan
con la penumbra. —Álex…no puedo. De verdad. —¿Qué no puedes? —Besarte. El chico sonríe. No se aparta. Y extiende los brazos. —Aunque me muero por
besarte, sólo quiero que me des un abrazo. La chica sonríe también. Y lo abraza. Losdos cierran losojos. Sienten sus cuerposjuntos, su calor bajo el frío de
la noche. Un abrazo de sentimientospor definir, aunque inocente sin más. O eso era lo que ellos creían en ese momento. Capítulo 80 A la mañana siguiente, un
juevesde marzo, en un lugar de la ciudad. El sonido del móvil la despierta. Es un SMS. Enciende la luz de su cuarto y lee con los ojos medio cerrados: "Buenos
días, princesa. ¿Cómo has dormido? Tengo ganasde verte. ¿Quieresquedar para comer? ¿Puedes? Me apetece mucho saborear tus labios. Espero tu
respuesta. Te quiero". Paulasonríe sentada en la cama. Da gusto despertarse de esa manera, aunque aún queden cuatro minutospara que suene la alarma del
despertador. Ángel es un encanto. Esafortunada por tener un novio así. Se despereza y resopla. Luego inspira el aroma del ca fé recién hecho que llega hasta
su habitación. Su madre lleva un buen rato levantada. ¿Qué ha soñado? No lo recuerda. ¿Lo de Álex de ayer fue un sueño? No, p asó de verdad, y sus
confesionestambién. Cuando se despidió de ella prometió que lucharía por una oportunidad. No la presionaría consussentimientos, pero tampoco iba a darse
por vencido.¿Qué cosas pasan!Lleva un montón de tiempo sin novio, sin que nadie la llamase la atención, y ahora, a la vez, aparecen dos chicos, sueño de
cualquier chica, que afirman estar enamoradosde ella. ¿Esto no pasa solo en laspelículasy libros? Puesno. En la vida real también surgen historias de este
tipo, y ahora le está sucediendo a ella. ¡Quién se lo iba a decir! Es nada menosque la protagonista de un triángulo amoroso. ¿Triángulo amoroso?Mueve la
cabeza de un lado para el otro. Alocada, alborotando su pelo suelto despeinado. Y se deja caer hacia atrásen la cama. No hay triángulos ni cuadrados ni nada.
Está con Ángel. Su novioesÁngel. Y no hay más discusión. Pero esque Álex…No. Álex es su amigo. Solamente eso. Sin embargo, no puede negar que le gusta.
¿Y si logra enamorarla como dijo anoche? Uff. Mira al techo, pensativa. Realmente, tiene un problema. ¿Ángel o Álex? El despertador le da un gran susto. Ya
han pasado los cuatro minutos. Se gira y lo apaga maldiciendo la hora que es. Debe de ponerse las pilassi no quiere llegar tarde una vez más. Pero antes debe
de responder el mensaje de Ángel. Coge el móvil y escribe: "Buenosdías, cariño. Graciaspor sacarme una sonrisa desde el ama necer. Sí, puedo ir a comer
contigo, aunque a las cinco he quedado para estudiar. ¿Me recogesdespuésde clase? Un beso. Te quiero!. Enviar. Será muy bueno para reafirmar y garantizar
sus sentimientos. Espera no meter la pata. No quiere hacerle daño y que piense que tiene dudas acerca de su relación. No, no hay dudas. Su novio esÁngel:
Ángel. Deja el teléfono en la mesita de noche y, por fin, se pone en pie. Mira por la ventana y se sorprende al comprobar cómo una gran tromba de agua cae
sobre la ciudad. El cielo está oscuro y los cochesvuelan bajo la lluvia, con laslucesencendidas. Loscharcosse amontonan en la calzada y los para guas
desfilan por las aceras. El clima es muy caprichoso. Hace tres díasestaban soportando un calor impropio de marzo y hoy el in vierno ha regresado en toda su
plenitud. Otro SMS. Ángel ha contestado muy deprisa. Sonriente, coge de nuevo el móvil y abre el mensaje recen recibido. "Buenosdías. ¿Estás despierta?
Evidentemente, sí. Si no, no estaríasleyendo el SMS. ¿Sabesuna cosa? Me he despertado pensando en ti. Disfruta el día. No me rindo. Un beso preciosa".
Paula se sienta en la cama, cierra losojos y suspira profundamente. Ha sentido un escalofrío al leer el mensaje que Álex le ha mandado. ¡Qué bonito! Pero su
novio esÁngel. Ángel. Ángel. Ángel. ¿Contesta? Claro. No puede ser maleducada. Debe hacerlo. "Buenosdías. ¿Hasvisto cómo llueve? Igual te si rve para
inspirarte. ¿No preferías la lluvia al sol para escribir? Yo me voy ya a clase, que llego tarde, como siempre. Espero que tú también disfrutes el día. Un beso,
escritor". Lo relee un par de vecesantes de mandarlo. ¡Qué sosa! Pero no es conveniente actuar de otra forma. Tampoco puede darle demasiadas esperanzas.
¡Tiene novio! Así está bien. Enviar. Qué lío. Nuncaimaginó encontrarse en una situación como esta. —Paula, ¿estásdespierta? —pregunta su madre, que entra
de repente en la habitación, sin llamar. La chicaesconde el móvil debajo de la almohada y se dirige hasta el armario. —Sí, ¿no lo ves? Ya bajo. —Vamos, date
prisa, que te lleva tu padre a clase. —¿Ah, sí? ¿Y eso? —¿No has visto lo que está cayendo? Dice que se queda mástranquilo si te lleva él al instituto. —Vale.
Enseguida bajo. Sin prestar atención a su madre, Paula abre el armario y comienza a examinar lospercheros, uno por uno. Está indecisa. —Paula…Mercedes
cierra la puerta, pero no se va de la habitación. Hay un asunto que le preocupa. —Dime, mamá. —Respecto a lo de anoche…, al chico que vinoa verte. —¿Sí, qué
pasa? —¿No nos vas a contar lo que quería? —Ya osdije, mamá. Es una migo que tenía que decirme una cosa. Ya está. Despuésde que Álex se marchara, Paula
entró en su casa bastante desconcertada. Lo que menos le apetecía era tener una conversación con suspadres. Sin embargo, curiosamente, no la estaban
esperando. Pero diez minutos más tarde, cuando se acaba de acostar, Mercedesy Paco entraron en su habitación para preguntarle sobre aquella misteriosa
visita. La chica solo les contó que era un amigo que tenía que hablar con ella de asuntos personales. Sin detalles. A pesar de que sus padresquerían saber
más, era tan tarde que no insistieron. —¿Y no vasa decirnosnada más? No hay más que decir sobre el asunto. La mujer se sienta en la cama y observa a la
chica mientras esta elige que se va a poner. Essorprendente lo mucho que ha cambiado en tan poco tiempo. No le extraña que vuelva loco a los chicos. Se ha
convertido en una chica preciosa. —Pero no estu novio.—No, mamá. Mi lo es. Mi novioesÁngel. Ya lo sabes. —Entonces…Paula se gira y mira a su madre.
Lleva en las manos unos pantalonesvaquerosmarrón y un jersey de cuello alto blanco. —Entonces, se hace tarde. Y todavía me tengo que vestir. Y no quieres
que llegue tarde, ¿a que no? —No. —¿Me dejasentonces que me vista? Por favor — ruega con una sonrisa. Su tono de voz es amable, simpático. No quiere ser
borde con su madre, pero a vecesse pone muy pesada. —Te dejo. Ya me voy. No tardes mucho. —Tranquila, mamá. Mercedesse levanta de la cama, le da un
beso y sale del dormitorio con la sensación de que cada vez conoce menosa Paula. Se está transformando. Ya no es una niña y, por tanto, su vida privada
tampoco es la de una cría. ¡Va a cumplir diecisiete años. Debe de confiar en ella, aunque tiene miedo de que, en esos cambios que está experimentando,
alguien pueda hacerle daño. Pero lo que no imaginaMercedesesque su hija también es capaz de hacer daño a otras personas. Losacontecimientos que se
producirán en las siguientescuarenta y ocho horas van a dar fe de ello. Capítulo 81 Esa mañana de marzo, en un lugar alejado de la ciudad. Lo recuerda todo
perfectamente, como si lo estuviera viviendo en ese instante. Su aroma, ese ligero y dulce olor a vainilla, su tacto, sus ojos… Álex tiene memorizado en su
mente, segundo a segundo, lo que pasó anoche. Su piel, su voz, su abrazo. Un abrazo de significadose intenciones¿inocentes? Sí. No hay por qué pensar otra
cosa. Descorre la cortina y mira por la ventana. Observa cómo la lluvia cae confuerza, arañando el suelo, furiosa. Sonríe.C oge el móvil y escribe a Paula:
"Hola de nuevo. Sí, adoro que llueva. Me inspira. Pero lo que másme inspira en estosmomentos es pensar en ti. Me encantas. Un beso y espero verte cuanto
antes". Enviar. Álex deja la cortina recogida y enciende la luz de su dormitorio. Está contento, más de lo habitual. El encuentro de ayer fue como si le
hubieran inyectado nuevas ilusiones. Sabe que no va a ser fácil: Paulatiene novio y no está enamorada de él, pero hay una esperanza, una oportunidadpor la
que va a pelear. Y a eso se tiene que aferrar. ¿Por qué no va a conseguirlo? Sin embargo, no todo es optimismo. Hay un asunto que debe resolver. Pero ahora
no. Paciencia. El escritor sale de la habitación. No se ha vestido; baja la escalera con un pantalón corto por encima de las rodillasy una camiseta de tirantes
que ha usado para dormir. Entra en la cocina. Allí está Irene, soplándole a una taza de café humeante. No va tan seductora co mo de costumbre, aunque la
camiseta blanca que lleva se ajusta muchísimo al pecho. Cuando la chica lo ve, lo examina de arriba abajo. Contempla con devociónlosmúsculos de los brazos y
de las piernas de su hermanastro, mucho más desarrolladosque en el tiempo en el que vivían juntos. Está bueno. Le vienen muc hascosas a la cabeza, pero
ninguna esposible. De momento. —Buenosdías. —Buenosdías. ¿Aún no te has vestido? Se nos hace tarde —responde Irene, tratando de disimular el deseo
que le provoca Álex. —Hoy no voy contigo. Me quedaré todo el día en casa. Luego llamaré para anular lasclases. —Ah, ¿y eso? ¿Es por la lluvia?—Más o
menos. Además, tengo cosas que hacer aquí. Álex se sirve una taza de café con leche y lo calienta en el microondas. Irene no pierde detalle y se muerde los
labios. Esuna tentación enorme vivir bajo el mismo techo que él y una pena no poder disfrutarlo todo lo que quisiera. Poco a poco. Algún día. —¿Fue todo bien
anoche con tu amigo? El chico tarda en comprender a lo que se refiere su hermanastra, pero reaccionaa tiempo. —Sí, muy bien. Todo perfecto. —¿Y el
coche? ¿Te dio muchos problemas? —Ninguno. Esmuy sencillo de conducir. Graciaspor dejármelo. —No tienespor qué dármelas. Hay confianza. Aunque, si te
soy sincera, temí que te estrellaras por ahí. —Puesya vesque no. Estoy de una pieza. "¡Y qué pieza!", piensa la chica. Está buení simo. Con esa camiseta de
tirantes que se le pega al cuerpo no puede ser más sexy. —Te esperé un rato, pero, al ver que no llegabas, me fui a dormir. Estaba cansada. —No tenías que
esperarme. Pero gracias. El café está listo. Álex lo saca del microondasy da un primer sorbo. Excesivamente caliente. —Bueno, yo me voy ya —comenta la
chica echando una última ojeada a la parte trasera del pantalón corto de su hermanastro. —Vale. Que tengasun buen día. —Seguro que sí. —Seguro.—
Además, hoy no tengo clasespor la tarde, así que vendré a comer. ¿Estarás? —No lo sé. Posiblemente. —¿Comemosjuntos? —No sé a la hora que comeré. —
Vale, vale. No insisto más — protesta, sin perder el buen humor con el que se ha despertado—. Me voy, que llego tarde. —Adiós, Irene. La chica sonríe y sale
de la cocina. Instantesmás tarde, Álex oye cómo arranca el motor del Ford Focus y luego se aleja. Se ha quedado solo en casa . Esa misma mañana de marzo,
en un lugar de la ciudad. Otra noche sin dormir. ¿Cuántasvan? Muchas. Pero al menos, graciasa su insomnio, ha terminado lo que se propuso hace unos días.
Mario caminapor la calle bajo un pequeño paraguasmarrón oscuro; va despacio, reflexivo, solo. Su figura se refleja en los i nnumerables charcos que se han
ido formando a lo largo de la madrugada y con los que se ha encontrado la ciudadal amanecer. Esmuy extraño cómo se han ido desarrollando los
acontecimientos. Esta iba a ser la semana de la verdad, en la que de una vez por todas le confesaríasussentimientosa la chica que lleva tanto tiempo
amando, y ya es juevesy aún nada de nada. Es más: han surgido otros asuntos que no entraban entre sus planes, hechos imprevi stos, desconcertantes. Una
circunstancia tras otra se ha ido interponiendo en su camino. Por ejemplo, el enfrentamiento con aquella metomentodo tozuda y descarada. Dana, en realidad
y a su pesar, ha ocupado su mente casi toda la noche. Másque Paula. No se siente muy bien con lo que le dijo y le ha dado mu chasvueltas a su comportamiento
y al de la chica. ¿Conclusiones? Ninguna fiable. La lluvia arrecia ahora y el chico tiene que encorvarse un poco para que no se le moje la mochila que lleva
colgada en la espalda. Acelera el paso. El instituto está cerca, pero, si no se da prisa, se calará. ¿Y si Diana se ha enamorado de él? Lo que le soltó ayer en su
habitación fue producto de la presión a la que lo estaba sometiendo. Fue un calentón, no pensaba lo que decía, pero, ¿y si fu era verdad? ¿Y si Diana estuviera
decepcionada porque quienle gusta es Paula y no ella? No sabe si quiere averiguarlo. En cualquier caso, tiene que pedirle perdón y arreglar aquel problema
cuanto antes para poder volver a centrarse en Paula y en la manera de mostrarle que es de ella de quien está enamorado. Capítulo 82 Esa misma mañana
lluviosa de marzo, en otro lugar de la ciudad. En la radio del coche comienza a sonar See you again, de Miley Cyrus. Paco la oye, gruñe y cambia la emisora. —
¡Hey, no la quites! Me gusta esa canción —se queja airosamente Erica, que asoma su cabecita entre los asientosdelanteros. El hombre refunfuña, pero le
hace caso a su hija y vuelve a sintonizar la cadena de antes. Cuando esa pequeña quiere algo, esmejor no llevarle la contraria. Bastante tiene con soportar
aquel tremendo tráfico. Cochesentrando y saliendo, apareciendo de todas partes, saltándose lasnormas, con prisas. Eshora punta. Además, la lluvia impide
que la circulación sea más fluida. MientrasErica trata de tararear la canción de Miley Cyrusy agita su cuerpecito al ritmo de la música en la parte de atrás
del coche, Paula permanece en silencio en el asiento del copiloto. No ha dicho ni una palabra en todo el trayecto. De vez en cuando mira el reloj. Está segura
de que una vez más llegará tarde al instituto, pero no le importa demasiado. Tiene otrascosas más importantes por las que preocuparse ahora mismo. Ha
recibido otro SMS de Álex, de nuevo encantador. No le contestará, aunque le apetece muchísimo hacerlo. Esimposible olvidarse de lo que le está pasando:
dos chicos, a cual mejor, enamoradosde ella. Pero uno es su novio y el otro solo un amigo. Eso eslo que cuenta. Su padre la mira de reojo. Apenas han hablado
en los últimos días. Sigue enfadado.¿Por qué? Ni él mismo lo sabe. La realidades que su hija tiene novio, uno demasiado may or, y al que ha conocido por
Internet. ¿Cómo se puede fiar de él? Y encima, lo de anoche. ¿Quién sería aquel tipo que fue a visitarla? Paula no lesha con tado nada, ni parece que vaya a
hacerlo. ¿Le pone los cuernos al novio con el otro? Uff. No es fácil ser padre. Resopla y busca algo en uno de los bolsillosde la chaqueta que ni siquiera se ha
quitado cuando ha subido al coche. Allí está. Paula observa a su padre y se sorprende al ver que se está encendiendo un cigarrillo. —Papá, ¿qué haces? —¿No
lo ves? —El otro día ya te fumaste un cigarro, no habrásempezado a fumar, ¿verdad? El hombre no responde. Abre un poco la ventanilla y expulsael humo
fuera del vehículo.Erica, que se ha alarmado con las palabrasde su hermana, vuelve a asomarse entre los asientosdelanteros. —¿Estás fumando, papá? —
pregunta la niña con expresión de incredulidad. Nunca había visto a su padre hacerlo. —Sí, sí, estoy fumando. ¿Qué pasa? Erica no puede creérselo. No sabe
mucho del tema, pero ha oído que eso es lo peor del mundo. Incluso que la gente se muere. Los ojos enseguida se le humedecen y le entran muchas ganas de
llorar. —Pero si tú no fumas. Lo dejaste — insiste Paula, a la que tantas y tantas vecessuspadres le han advertido que no lo haga. —Puessí, he vuelto. ¿Algún
problema? —¿Y eso? Siempre me estáis diciendo que no fume, que es una tontería. —También te hemos dicho muchasvecesque noscuenteslas cosas
importantes que te pasan. Y no lo haces. —Sí que lo hago. —Ya. Por eso nos hemos tenido que enterar por la televisión de que teníasnovio. Y ese chico de
anoche, ¿quién demonios era? Paula no dice nada. Mira haciadelante y contempla cómo la lluvia cae con fuerzasobre el asfalto. —Papá, yo no quiero que te
mueras. La vocecilla de Erica llega débil y llorosa desde el asiento trasero. Paco frena en el semáforo en rojo y se gira. La pequeña tiene los ojitos rojos y
sorbe por la nariz. —Tranquila, cariño, no me voy a morir —trata de calmarla el hombre, apaciguando el tono de voz que antes había usado con su hija mayor.
—Estás fumando. Y, si fumas, te mueres. Lo he escuchado. Y yo no quiero que te mueras. —No me va a pasar nada. Te lo prometo. —No fumes. El hombre
suspira. Da una última calada al cigarro y lo arroja por la ventanilla. Luego vuelve a mirar a la pequeña y sonríe. —¿Ves? Ya está. Ya no fumo. Erica comprueba
nerviosa que su padre no le miente y que no ha hecho ningún truco para quedarse con el cigarro. Parece que esverdad, que lo ha tirado por la ventanilla. Ya
está más contenta. Se seca las lágrimascon la manga del jersey rosa que su madre le ha obligado a ponerse. Ella quería uno azul. Paula abre la mochila y saca
un pañuelo de papel. Se gira y se lo da a su hermana. La niña lo coge y se suena la nariz. Está más tranquila. Pero ahora tiene una nuevacuriosidad. —Paula, ¿tú
te das besos con tu novio? —suelta de repente. El padre es el primer sorprendido con la pregunta de Erica. Su hermana mayor también se ha quedado
boquiabierta, no sabe qué decir. ¿Qué responde? —Pues…En ese momento, Paco sube el volumen de la radio. Ha empezado a sonar otro tema, también en
inglés. Esmucho más estridente que el anterior y no sabe ni quién lo canta. —Erica, ¿no te gusta esta canción? La cabeza de la pequeña aparece una vez más
en el hueco entre los asientos de delante. Presta atención, pero no reconoce el Somebody told me, de The Killers. —No. No me gusta. —¿Que no te gusta?
Pero si es muy bonita…El hombre sube el sonido ante la mirada atónita de Paula, que cree que su padre se ha vuelto loco. —¡No, no me gusta! ¡Quítala! —grita
Erica disgustada. —Pero si…—¡Cámbiala! ¡Que no me gusta! Paco busca otra emisora en la que pongan música. Parece que la pequeña ya se ha olvidado de la
pregunta que le ha hecho a su hermana mayor. Menosmal. No quería oír la respuesta. —¡Deja! ¡Deja esa! El hombre no se lo puede creer. En otra cadena están
emitiendo See you again, de Miley Cyrus. ¡No! ¡Otra vez! Paula entoncesno puede evitar una carcajada. Su padre la mira y también sonríe. Ella se da cuenta y
le corresponde. Tregua. Con la voz de Miley Cyrusen el coche, más relajados, continúan el camino hacia el instituto, donde una vez más Paula llegará tarde.
Capítulo 83 Esa mañana de marzo, en un lugar cercano de la ciudad. ¡Por fin llega al instituto! Faltan pocosminutos para que comiencen las clases. Mario
cierra el pequeño paraguas marrón y lo agita para tratar de que se seque un poco. Lasgotitas caen al suelo, una tras otra, ante la airada mirada de la
conserje que observa cómo todos los que entran en el edificio repiten lo mismo. El chico se da cuenta de aquellosojos inquisidoresque le están fulminando y
se encoge de hombros. ¿Qué puede hacer si no? En los díasde lluvia todo se magnifica, se hace másgrande. Hasta parece que haya más gente. El alboroto es
mayor y el murmullo constante de vocesque retumba en los pasillosincluso esmás alto que de costumbre. Y, por supuesto, el mal carácter de la conserje
alcanza su nivel máximo. Mario camina hasta su clase. Intercambia algún saludo con alumnosde otros cursos. Otros chicospasa n a su lado sin hacerle caso: o
no le han visto o no lo han querido ver. Tampoco le preocupa. Está acostumbrado, así es el instituto. Además se va acercando el momen to en el que se
encontrará con Diana.Es posible que ya esté en el aula. Nervios. Aunque ha pensado mucho sobre ese momento, no tiene lasideasdemasiado claras.
Exactamente, no sabe lo que le va a decir. Sí, le pedirá perdón, eso está claro. Y espera que ella también lo haga, porque no solo él se pasó, ella también lo
hizo. Y mucho. Así que espera que, entre unascosasy otras, todo se arregle y vuelva a la normalidad. Pero, ¿y si no es así? ¿Y si Diana estan cabezota que
sigue en sus trece e insiste en el tema de Paula? Ella es la única que conoce la verdad, sussentimientos. Y aunque no cree que le diga nada a nadie, no puede
evitar cierta desconfianza.También puede suceder que ayer se enfadara tanto que termine soltándoselo todo a sus amigas. ¡Incluso a su hermana! ¿Y a
Paula? ¿Se lo habrá contado ya al resto de lasSugus? Uff, no quiere ni imaginarlo…—Buenosdías, Mario. ¿Cómo estás? Sin darse cuenta ha llegado a la
puerta de su clase. Es Cris la que le da la bienvenida. ¡Una de ellas! Se sobresalta, aunque trata de disimular y no pensar más en lo de antes. —Buenos días.
Bastante mojado. La chica sonríe. Escurioso, tiene una bonita sonrisa y susojos castañostambién son muy dulces. Nunca se había dado cuenta. Quizá
Cristina esla Sugus menos popular de todas: viste bien, es mona, simpática, pero no tiene el carisma de Paula ni el descaro de Diana ni la personalidadde
Miriam. Por eso pasa más desapercibida al lado del resto del grupo. —¿Y tu hermana? ¿No viene contigo? —¡Qué va! Estaba pintándose todavía. Ahora vendrá.
Si no se da prisa, llegará tarde. ¿Estás tú sola? —Bueno, no ha llegado ninguna de lasSugus, si es a eso a lo que te refieres. Dianano ha llegado aún. Y Paula
ya sabes cómo es, llegará tarde. Crisvuelve a sonreír. El chico le corresponde y a continuaciónentran juntos en el aula. Losdos llegan en silencioal final de la
clase, pero no al rincón donde se sientan las cuatro Sugus, sino al extremo contrario, donde lo hace Mario. Deja el paraguasen el lateral, al lado de la pared,
y se quita el chubasquero. —¿Qué tal ayer? ¿Estudiasteismucho? —Bueno, lo que pudimos. Parece que Crisno sabe nada de lo que ocurrió ayer por la tarde
en su casa. Dianano le habrá contado nada y parece que Miriamtampoco. Mejor así. Y a todo esto, ¿dónde está Diana? No esun a buena estudiante e incluso
se salta clases, pero suele ser puntual a primera hora. De hecho, le gusta estar unos minutosantes de que suene el timbre para cotillear lo que sus amigas
hicieron el día anterior y observar detalladamente lo que se han puesto para vestir. —No es fácil. Creo que suspenderé. —¿No lo llevas bien?—No, me lío
mucho con las derivadas. Marioestá a punto de decirle que, si quiere, se una a ellospara estudiar por la tarde, pero enseguida lo piensa mejor y no lo hace. Si
es difícil estar a solas con Paula y Diana, otra chica mássería el fin. Aunque, a decir verdad, Crises la más tranquila de todas y seguramente no daría
problemas. —Ánimo. Si te ponesen serio, seguro que te terminan saliendo. No estan complicado. —No lo sé. Tampoco le he dedicado tanto tiempo como
debería. Me aburre. —Si no te gustan lasMatemáticas, es lógico. Sonríen. ¿Esla primera conversación que mantiene a solascon Cris? Juraría que sí. Siempre
está rodeada por las otras o, para ser más exacto, ella es la que rodea a las otras. Nunca va sola. Esla cuarta pata de la mesa y, sin las otras tres, se siente
coja. Pero en realidadesuna conversadora muy agradable. —¿Te hasenterado de lo del cumpleañosde Paula? Mario arquea lascejas. No sabe de lo que está
hablando. —¿Lo de la fiesta sorpresa en mi casa? —Sí. ¿Te lo ha dicho ya tu hermana? —Bueno, lo que sé es… En ese instante, Miriamchillael nombre de
Cristina desde la puerta de la clase. La chica se despide rápidamente de Mario y avanzahasta su amiga. Dosbesos y un abrazo . El chico las contempla desde
su asiento. Suspira. Hay cosasque son inevitables. Y llega a dos conclusiones: que una pata de la mesa con quien mejor se siente es con otra pata de la mesa y
que su hermana también grita más fuerte en los díasde lluvia como aquel. Capítulo 84 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. "Cerrada". Esa fue la
primera palabra que Ángel escuchó cuando llegó hace un rato a la redacción de la revista. Luego su jefe le besó en la frente y lo abrazó como si fuera su
propio hijo. Jaime Suárez está muy satisfecho con el número que saldrá en abril y que de madrugada se encargó de finiquitar. Hoy no durmió en casa, ni en
casa ni en ninguna parte, porque ni tan siquiera durmió: era una tradición que cumplía a rajatabla el último día antes de man dar la publicación a imprenta. —
¡Será un éxito sin precedentes! ¡Que tiemblen los de la Rolling y losde los Cuarenta! —gritaba enloquecido, triunfante, caminando nervioso de un lado para
otro. La entrevista y la magnífica portada de Katia garantizaban muchasventas; Jaime calculaba que másdel doble que las que habitualmente tenían. El
esfuerzo y el trabajo de la pequeña redacciónde su revista sin duda tendrían su recompensa. Y quién sabe si con aquel número la pu blicación despegaríay se
haría un sitio importante entre las revistasmusicalesdel mercado. Ángel, sin embargo, no se muestra tan entusiasmado. Sonríe cuando su jefe se le acerca y
le piropea. Hasta ha chocado loscinco con él. Pero algo en su interior no le permite estar todo lo feliz que debiera. Durante la noche le ha dado muchas
vueltasal regalo de Paula. ¿Ha hecho bien pidiéndole a Katia que le dedicara la cancióna su novia? No está seguro. A ratos se arrepiente de haber sido tan
atrevido, pero en otros imaginalo contenta que su chica se pondrá cuando escuche Ilusionasmi corazónexclusivamente para ella. —Ángel, ¿estás haciendo
algo? Jaime Suárez está a su lado con una sonrisa de oreja a oreja. No lo ha visto llegar. —No, don Jaime. Miraba el planillo del mes de mayo —contesta el
chico, intentando aparentar tranquilidad. Eslo que tiene el mundo del periodismo: no se ha termi nado con una cosa cuando ya se está empezando con otra. Y
en una revista mensual se trabaja a contrarreloj. Por eso en el mes de marzo ya se prepara lo que va a salir en el de mayo. —Así me gusta. Llegarás lejos.
Esto te queda muy pequeño ya. —Estoy muy a gusto aquí. —Bueno, bueno, eso es porque también te tratamos muy bien, ¿no? Ángel sonríe y asiente con la
cabeza. —Claro, don Jaime. —Bien, bien —dice el hombre, que prepara el terreno para soltarle una noticia impactante a su joven pupilo—.Entoncesestás
contento aquí con nosotros, ¿no? —Mucho. —Bien, bien. El hombre se frota la barbilla dándose importancia. Ángel se da cuenta y le sigue el juego. —¿Tiene
algo que contarme, don Jaime? —¡Oh! Tienesun gran sexto sentido —reconoce, como si se sorprendiera de que el joven periodista haya descubierto que
tiene algo que decirle—. Eso es muy importante en nuestra profesión. Fundamental. Puessí, quería decirte algo. Hashecho un trabajo excelente en este mes
y, como recompensa, si todo va como esperamos con el número de abril, quiero aumentarte el sueldo. Ángel lo mira incrédulo. No esperaba algo así. —¿Ah, sí?
—Sí. Estáshaciendo una labor extraordinaria, trabajando muchísimo y haciendo horasextrasque ni te corresponden. Te lo merec es. Y además… Jaime
Suárez se inclina y teclea en el ordenador de Ángel una dirección electrónica. Da al enter y luego anota una contraseña en un barrita que está en blanco, y
señala algo con la mano en la pantalla. —¿Ves? Es la página webde la revista. Solo cuenta con un par de meses de existencia y no recibe demasiadas visitas.
Pero el director piensa potenciarlaa partir de abril. —¿El qué, don Jaime? —Esta columna que ahora está llena de publicidad. La borramos y… ¡ya está! En
este espacio libre quiero que escribasuna columna de opinión. —¿Quiere que escriba unacolumnade opinión en la páginaweb? —Sí. Siempre que tú quieras,
claro. Por supuesto que se te remunerará como es debido. Aquí no se hacen las cosasgratis. Y si alguien tiene que llevarse másdinero, ese vas a ser tú.
¿Bueno, qué me dices? Ángel está en blanco. Una subida de sueldo y una columna de opinión en Internet. No esperaba nada de esto. —Vaya. Me siento
halagado. No sé cómo agradecérselo. —Puescon que sigasescribiendo como hasta ahora, me vale. Además, esto te puede abrir puertas y que gente
importante se fije en ti. —Gracias, don Jaime. No le defraudaré. —Claro que no. Sé que lo harásmuy bien. Solo espero que te acuerdesde este viejo director
cuando seasun tipo famoso. —¿Cómo podría olvidarle, jefe? Eso esimposible. El hombre trata de no emocionarse con laspalabrasdel chico. Su imagen de
tipo duro y malhumorado podría quedar en entredicho. —Vale, vale. Menospeloteo. Mira, he pensado que para empezar podríasescribir sobre Katia. —¿Sobre
Katia? La sorpresa de Ángel es mayúscula. Parece que una veztrasotra su camino y el de la cantante del pelo rosa se entrelazan. —Sí, así aprovecharíamos el
tirón y la revista se beneficiaría.—¿Y qué escribo sobre ella que no haya escrito ya? —No lo sé, eso es cosa tuya. Pero creo que la has conocido bastante en
estos días, ¿me equivoco? —Bueno…El periodista se pone un poco nervioso. No cree que su jefe esté refiriendo a nada sexual a pesar de guiñarle un ojo y
emitir una estúpida tosecilla. ¿O tal vezsí? —Podríashablar de cómo es como persona, qué te ha transmitido, alguna anécdota. No sé, algo personal, que
parezca que ella y tú sois íntimos. —¿Íntimos? ¿A qué se refiere? —¡Joder!, no seas malpensado. No estoy hablando de que dé la impresión de que os acostáis
juntos sino de que sois colegas, amigosdesde hace tiempo. —Pero si solo la conozco desde hace una semana. ¡Solo una semana y la de cosas que han pasado en
ella! Si su jefe supiera…—Ángel, una de las misionesdel periodista esque las cosasque sean ciertas, se vean como ciertas, y las que no lo son, lo parezcan.
No hablo de que mientas, sino de que adaptes la realidad. ¿Comprendes? —Máso menos. —Estoy seguro de que te saldrá muy bien. El hombre le da dos
palmaditasen el hombro y se aleja canturreando, feliz por haber dado otra lección periodística. Ángel lo observa. Estodo un personaje. Su jefe es capaz de
dirigir él solo la revista y además sabe cómo enganchar a sustrabajadores e incentivarlos. Esun periodista de la vieja guardia y gracias a él puede aprender
muchossecretos de la profesión. Bien, no ha comenzado mal la mañana: mejora de sueldo y nueva sección.No está mal. Aunque a hora y de improviso tiene una
nueva tarea: escribir una columna de opinión sobre Katia. No será sencillo mezclar información, realidady subjetividad. ¿Por dónde empieza?Pero, como si el
destino estuviera esperando el momento adecuado, su teléfono móvil suena. Evidentemente, no podía ser otra. —Hola, Katia. Buenosdías. —¡Buenos días,
Ángel! Parece feliz. ¿Eso esbueno o malo? Algo le dice al periodista que habrá de todo. —¿Cómo estás? —Muy bien. Tengo buenasnoticias.Acabo de hablar
con Mauricio y me ha conseguido unacabina en un estudio para esta tarde a lasseis. —¿En un estudio? ¿Cómo lo ha hecho? —Una cadena de favores, como la
película. Esmejor no preguntar demasiado. —Muchasgracias, pero no quería ocasionarte tantas molestias. —No sido nada del otro mundo, no te preocupes.
Eso sí…—La chica duda un segundo en cómo continuar, pero enseguida se lanza—, me encantaría que vinierasconmigo. "Uff, la cadena de favoressigue en
funcionamiento", piensa Ángel.—Pero ¿qué pinto yo allí, Katia? —Bueno, el CD espara tu novia. Si no pintastú, ya me dirás… La cantante parece algo
ofendida. Y tiene razón. Es normal que acuda al estudio durante la grabación del tema y no solo a recoger el CD una vez que esté terminado. —Está bien, iré.
—¡Genial! ¿Te recojo en tu casa o en la redacción? El chicosuspira.Mejor en casa. Si vuelven a ver a Katia en la revista los rumores se dispararían hasta
quién sabe dónde. —En casa. —Perfecto. Entre las cinco y cuarto y las cinco y media estaré en tu piso. —Vale. —Será divertido. Silencio. Ángel vuelve a
suspirar. ¿Por qué no se le ocurriría otro regalo? Aquello lo hace por Paula y por ver la cara que se le queda cuando escuche Ilusionasmi corazón con su propio
nombre. Pero hay cierto riesgo. —Katia, perdona.No puedo hablar mucho más. Estoy en la redacción, con un artículo entre manos. Ya nos vemos esta tarde. —
Muy bien. Entre cinco y cuarto y cinco y media me pasaré por ti. Que te sea leve el trabajo. Un beso. —Un beso. Cuelgan. Ángel se levanta de su silla y camina
hasta la ventana. Sigue lloviendo. En su rostro se refleja la preocupación y la incertidumbre. Solo espera no meter la pata y que no sucedan hechos como los
que en díasanterioreshan pasado. ¿Estará haciendo lo correcto? En unashorastendrá la respuesta. Capítulo 85 Esa lluviosa de un juevesde marzo, en un
lugar de la ciudad. Fin de la tercera hora, de la clase de Historia. El profesor se ha pasado la hora entera hablando sobre algunasde las circunstancias que
tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Parecíaentusiasmado, enardecido, como si él hubiera estado allí, viviendo el desembarco de Normandía o
la batalla de El Alamein. Aunque, en realidad, pocoshan sido losque han atendido pues la mayoría de alumnoslo que deseaba era que el recreo llegara cuanto
antes. Son minutos que se hacen eternos: parecen de ciento veinte segundoso de ciento ochenta, una pesadilla…Hasta que, por fin, suena el timbre salvador
y se desata la euforia colectivacon un alboroto ensordecedor y ruido de mesas arrastrándose. Mario se levanta de la silla y se dirige a la esquina del otro
extremo del aula. Allí, tres cuartaspartes de las Suguscelebran la media hora de respiro. Paula esla primera que ve a su amigo. —Ahora la voy a llamar otra
vez —le dice, cuando llega junto a ellas. —Vale. La chica saca el teléfono de la mochila de las Supernenasy marca el último número al que llamó hace menos de
una hora. Mario está inquieto. Diana no ha ido a clase en toda la mañana, así que no se ha podido disculpar. Lo másextraño es que su móvil está apagado. Sus
amigasla llamaron en el descanso entre la primera y la segunda clase y en el de la segunda a la tercera. Pero nada: seguía desconectado. En esos minutos,
Miriamle contó a Paula y a Crisque ayer por la tarde Diana había discutido con su hermano y se había marchado de su casa ca si llorando aunque ella no sabía
el motivo. Preocupadas, antesde la clase de Historia, laschicasfueron hasta la mesa de Mario a preguntarle qué había pasado. Él no les explicó las razones
del enfado, pero sí les dijo que, si la localizaban, lo avisaran. —"El número al que llama está apagado o fuera de cobertura" —repite Paula, imitando la voz
femenina que oye al otro lado de la línea. —Vaya…¿Qué le ha podido pasar? —pregunta Miriammientrascoge el almuerzo que tiene en una pequeña bolsita
blanca: un zumo de piña sin azúcar y una barrita de cereales. —Ni idea. Pero seguro que no esnada importante. Ya aparecerá —añade Paulasonriéndole a
Mario. El chico no las tiene todas consigo. Espera no ser el culpable de la ausenciade Diana. Quizá anoche debió llamarla y disculparse. —Bueno, yo os dejo. Si
sabéisalgo, luego me lo decís. —Vale. Si nosenteramosde algo, te avisaremos. Marioda lasgraciasy sale de la clase caminando serio y pensativo hacia el
patio. Ha parado de llover, aunque el cielo continúa amenazador. Lastres chicastambién abandonan el aula, pero en dirección opuesta. Los primeros escalones
de la escalera que conduce hasta las clasesde segundo de Bachiller están libres. Allí se sientan. —Vaya, parece muy afectado — comenta Cris. —Sí. No sé por
qué se enfadaron ayer. Es muy raro. Tú estabas con ellos, ¿no notaste nada raro? —pregunta Miriama Paula. —No, nada fuera de lo normal. Tu hermano nos
explicó lo de las derivadas y Diana se quejó de que no se enteraba de nada. Se enzarzaron un par de veces, pero no para que se fuera como nos has contado.
—Sigo pensando que todo esto es rarísimo. Y me siento algo culpable. Quizáse pelearon por algo relacionado con lo que le dijimosa Diana —insinúa Miriam,
que es la que más preocupada parece. —¿Que se gustaban? —Sí. Tal vez Diana se lanzó y no salió bien. O algo así. Lastres reflexionan sobre el asunto unos
segundos. —Puede ser. La machacamosmucho con el tema. Pero no me puedo imaginar qué pudo pasar en esa habitación despuésde que yo me marchara para
que la cosa terminara de esa forma. Creía que, al dejarlossolos, se liarían o hablaríande lo que sentían el uno por el otro. —Y es posible que eso fuera lo que
pasará: que Diana le dijera algo a mi hermano y que este le diera calabazas. Aunque yo era la primera convencida de que a Mario le gustaba Diana —Yo
también lo creía —señala Cris. —¿Pero creéisque por eso iba Diana a faltar a clase y a desconectar el móvil? —pregunta la mayor de las Sugus. —Cuando
anoche hablé con ella, no me contó nada y no parecía que estuviera tan mal. Miriamy Crismiran a su amiga sorprendidas. —¿Hablaste con Diana anoche por
teléfono? —No, por el Messenger. ¿No oshabía dicho nada? —¡No! —responden casi al unísono lasdos. Paula entoncesduda si explicarles a sus amigas lo que
sucedió la noche anterior. Álex ha estado rondando en su cabeza toda la mañana, pero no estaba segura si debía contárselo todo a las chicas. Este podría ser
un buen momento para hacerlo. —Puessí, hablé con ella. Es que ayer fue un día muy movidito. Y comienza a relatarlesla historia. Durante varios minutos
Miriamy Cristina escuchan incrédulaslo que Paula lesnarra como si de un cuento de los HermanosGrimmse tratase: los mensajes falsos de Álex, el
encuentro con Irene, la conversación con Dianay, finalmente, la visita de noche del escritor a su casa, en la que le declaró lo que sentía. —Tendrían que
escribir una novela con tu vida —comenta Criscuando Paula termina de hablar. —Tampoco espara tanto. —Yo creo que si alguien leyera esa novela, pensaría
que esas cosas no pasan en la vida real y que el escritor tiene demasiada imaginación —insiste Miriam. —La realidadsiempre supera a la ficción —añade
Cristina, que se ha puesto de pie para dejar pasar a uno de los chicosmayoresque regresa a clase. Falta muy poco para que el timbre vuelva a sonar. —
Dejadlo ya, ¿no? No sé para qué os cuento nada. Miriamsonríe y abraza a su amiga. Luego la besa en la mejilla. —Si esque eres una rompecorazones. Todos
los tíos van detrás de ti. Y no me extraña, con lo buena que estás. Y vuelve a besarla, esta vez con achuchón incluido. —¡Qué dices! ¡Anda, cállate! Otros dos
chicosde segundo pasan por su lado y se quedan mirándolascomo si pensaran: "¡Cómo están las de primero!". Paula y Miriamse dan cuenta y se sonrojan. Cris,
que sigue de pie, ríe y saluda tímida a los chicosque continúan subiendo la escalera. —Bueno, ¿y qué vasa hacer? — pregunta Miriam, que se levanta del suelo.
—¿Con Álex? Paula también se incorpora. Se encoge de hombros y suspira. —Lo mejor va a ser cuando se junten los dos en tu fiesta de cumpleaños y los
presentes. —Uff, calla. —Pero tú quieresa Ángel, ¿no? — interviene Cristina. —Claro. Estoy enamorada de él, es mi novio. Álex essolo un amigo al que ni
siquiera conozco bien. Pero…—¿Pero? —No sé. Esto no es nada fácil para mí. Álex esmuy agradable, guapo, muy romántico, inteligente. Vamos, el chico
perfecto. —¡Joder! ¡Preséntanoslo ya! —grita Miriam. Paula arrugala frente, aunque sonríe. Si Álex saliera con unade sus amigas, sería el fin del problema. O
tal vez este se incrementara todavía más. —En mi cumpleañososlo presentaré. —Bien. Si tú no lo quieres, para una de nosotras. —¡Qué loba eres, Miriam! Te
parecescada vez más a Diana. —Capulla. Miriamintenta golpear con el pie el culo de Paula, pero esta la esquiva. —No, en serio. Esun tema complicado.Y no sé
qué pasará. —Te entendemos —dice Cristina. —Y lo que más me inquieta de todo es que Álex parece convencido de que tendrá su oportunidad. —Y eso te está
haciendo dudar entre ambos. —No lo sé. Si piensa eso es que cree que puede llegar a conquistarme. Y aunque yo quiera a Ángel, y mucho, esta situación me
supera. Estoy hecha un lío. —Pero si tú quieresa Ángel cien por cien, no deberíastener ese lío hecho, ¿no? —No lo sé, Miriam, no lo sé. Sé que lo quiero. Pero
Álex se ha cruzado en el camino y no sé si me gusta. El timbre suena indicando que el recreo se ha acabado. Laschicaslo oyen y guardan silenciohasta que
para. Ha sido como el punto final de la conversación. Lastres entran en clase y comprueban que Diana sigue sin aparecer. Tampoco sabrán de ella en lo que
queda de mañana. Capítulo 86 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Si la mirasde cerca, te cautiva. Si la mirasa los ojos, a sus celestes ojos, ellos
te embrujan, te seducen, te enamoran. Y es que Katia donde más gana es en lasdistanciascortas. Ángel relee unascuantasvecesel primer párrafo que ha
escrito en su nueva columna de opinión en Internet. Se pone de pie; se sienta; se vuelve a levantar…Mira la pantalla del ordenador inclinándose y apoyando
las manosen la mesa. No, no le convence. Fatal. Y lo borra todo. Mierda. No va a resultar sencillo escribir sobre Katia de la forma que su jefe le ha pedido.
Han pasado demasiadas cosas entre ellosdos y eso influye. ¿Cómo dejar a un lado la parte más personal, la que contiene losbesos, las palabras, los
encuentros, las verdadesy las mentiras? Pero en eso consiste su profesión, ¿no? Un buen periodista debe alejarse lo máximo posible de sus propios
sentimientos: escribir sobre todo y por encima de todo. Algo así como ocurre con los abogados, que tienen que defender a personasque saben que son
culpables. A él no le va toda esa porquería partidista y frívola con la que se sustentan hoy en día losmedios de comunicación. Lo suyo esel periodismo puro,
aunque sin dejar de aportar su estilo fresco y renovador. Y si tiene que opinar acerca de algo, como ahora, no va a dejarse llevar por las circunstancias
ocasionales. Por tanto, toca enfriar emociones, congelarlas, para demostrar que es capaz de enfrentarse a ese reto como un verdadero profesional. Esa
misma mañana de marzo, en un lugar apartado de la ciudad. —Entonces, ¿no hay problema? —En absoluto, Álex. ¡Qué cosasdices! ¡Estaré encantado! El chico
sonríe satisfecho: problema resuelto. No esperaba menos del señor Mendizábal, sabía que podía contar con él. —Puesmuchísimasgracias por este gran favor.
Le debo una muy grande. —En este caso creo que soy yo el que te la debe a ti. El viejo suelta una carcajada y luego tose aparatosamente. —¿Se encuentra
bien? —pregunta Álex, preocupado por la incesante tos del hombre. —Sí, sí, cosasde la edad y de la emoción —responde una vez que consigue restablecerse.
—Tiene que cuidarse. —Que sí, no te preocupes, hombre. —Bueno, no le molesto más. Nos vemosmañana. Ah, y pídale disculpasde mi parte a todos por lo de
las clases. —No hace falta. Les diré que se vayan a jugar al póker o a la pocha. Son unosauténticosenfermosde las cartas. —Graciasde nuevo, Agustín. —No
tienes por qué darlas. Hasta mañana, Álex. —Adiós, hasta mañana. El hombre también se despide de su profesor de saxofón y cuelga el teléfono. Tema
zanjado. Dospájaros de un tiro. Álex mira el reloj. Aún le quedan cosaspor hacer y tiene que darse prisa antes de que Irene regrese a casa. Esa mañana de
marzo, en un lugar de la ciudad. Lasclasesle están resultando muy aburridasa Irene esa mañana. Hasta insufriblesen algunosinstantes. Tiene muchas ganas
de terminar e irse a casa, con Álex. Esuna suerte que precisamente hoy no tenga curso por la tarde y que él haya decidido no bajar a la ciudad. Es el destino.
Quizá hasta puedan comer juntos. Y luego…Tal vez sea una buena ocasiónpara intentar acercarse más. Sí. Esel momento: ataca rá. Se estremece sólo de
pensarlo. Piensa cómo será estar entre sus brazos, rodearlo, besarlo una vez tras otra, por todo su cuerpo, hasta devorarlo completamente. Uff. No lo va a
dejar escapar: una vez que lo tenga, será suyo para siempre. Además ya no hay peligro. Esa estúpida niñata seguro que no vuelve a aparecer despuésde lo
ayer. Qué ingenua. Sí, muy guapa, muy mona, muy jovencita, pero tan tonta como inocente. Álex se merece algo muchísimo mejor. A ella. Sin esa Paula de por
medio, ya no existe ningún obstáculo que se interponga entre ambos. Y, sin duda, eso no lo va a desaprovechar. Esa mañana de marzo, al terminar la cuarta
clase. No se levanta. Desde su asiento mira hacia la puerta con la esperanza de que aparezca, pero susdeseos son en vano. Di anano ha ido en toda la mañana
a clase y parece complicado que ya lo haga. A cada minuto que pasa, Mario se arrepiente más de su comportamiento de ayer. No le debió decir aquello. Nunca
se había sentido así de mal. ¿Dónde se habrá metido esa chica? Sólo espera que la causa de su ausenciano tenga que ver con a quella discusión. ¡Qué estúpido
fue y qué gran impotencia supone el no poder arreglarlo! Eso le pasa por no pensar lascosas dos vecesantes de hacerlasy soltar lo primero que se le viene a
la cabeza. ¿Dónde estará Diana? Esa mañanade marzo, justo después de que acabe la quinta clase. —Sigue apagado o fuera de cobertura. Paula aparta el
móvil de la oreja al oír el mensaje que tantas vecesha escuchado a lo largo de la mañana y lo guarda de nuevo en la mochila de las Supernenas. —Que no venga
a clase es raro, aunque tratándose de Diana todo es posible. Pero lo más extraño es que lleve toda la mañana con el móvil desconectado. Es impropiode ella —
señala Miriam. —No tendrá ganasde hablar —indica Cristina. —O estará enferma y no querrá que la molesten —apostilla Paula, que mira hacia el otro
extremo de la clase donde está Mario. Tiene el semblante serio, triste. Su amigo parece realmente desolado. Algo muy fuerte tuvo que ocurrir ayer cuando
se fue de su casa. Y ella que pensaba que esos dos se gustaban…¿Por qué se pelearían? —Ah, Paula, una cosa que no te hemos dicho todavía. —Dime, Miriam.
—Mañana por la noche, ¿puedesquedarte a dormir en mi casa? —¿En tu casa? —Sí. Cris, Diana y yo hemospensado que, como el sábado es la fiesta de tu
cumple y también querrás estar con tu familia durante el día, no vamosa tener tiempo para celebrarlo nosotras solas. Así que podríamos hacer una fiestecilla
las cuatro mañana por la noche en mi casa. Ya le he pedido permiso a mi madre y me deja. No creo que tus padres te digan nada , ¿no? —No lo sé. Últimamente
no les tengo demasiado contentos. Pero no, no creo que haya ningún problema. Aunque pensarán que he quedado con Ángel. Miriamreflexiona un instante y
luego mira de reojo a Cristina. —Hablaré yo con tu madre y así no tendrás problemas. Le diré que te quedasen mi casa a dormir. —No hace falta, Miriam,
pero gracias. —Que sí, que sí. No vaya a ser que no te dejen a última hora y se nos fastidie la cosa. LasSugustenemos que celebrar tus diecisiete por todo lo
alto. —Bueno, como quieras. —Tengo su móvil, luego la llamo. El timbre suena anunciando que la última clase del día comienza. Laschicas dejan de hablar y se
sientan cada una en su respectiva mesa. El profesor de Matemáticases puntual. Entra en el aula a saltitos, como si estuviera bailando una danza tribal y
cierra la puerta. A continuación, coge una tiza y escribe en la pizarra: "Mañana esel principio del fin y el fin de un principio. Sobrevivir". Las Sugus leen la
frase. No la entienden demasiado bien. Paula incluso la susurra: "El principio del fin…". Y mientras las chicasy Mario dan su última clase de Matemáticas
antes del examen, y Ángel escribe su columna de opiniónen Internet sobre Katia, e Irene conduce su Ford para encontrarse con Álex, que a su vez en esos
instantes baja la escalera de su casa cargado con una pesada maleta, Diana por fin cierra losojosdespuésde una noche y una mañana en constante tensión.
Capítulo 87 Esa tarde de marzo, en un apartado lugar de la ciudad. El cielo oscuro anuncia una inminente tormenta. Irene conduce a toda velocidadpara llegar
a casa lo antes posible, y no por miedo a que un fuerte temporal descargue sobre ella sino porque está deseando ver a Alex. ¡Qué ganas! Unas primeras
gotitas empiezan a inundar el cristal delantero de su Ford. Activa el parabrisasy pisa el acelerador. Ya queda poco. Desvío hacia la izquierda y carretera
secundaria hasta el camino que lleva hacia la casa. Piedras, tierra, pero sobre todo barro. La lluvia ha puesto aquel sendero en pésimo estado. A lo lejos, ya
divisa su hogar para los próximosmeses. ¿Meses? Quién sabe si no será para toda la vida. Aunque si ella tuviera que elegir preferiría un piso en el centro. Un
piso grande, espacioso, con una cama de matrimonio enorme en el dormitorio y un jacuzzi para bañarse con Álex y darse intermi nables masajescon chorros
de agua a toda presión. Un sueño que se hará realidad. Seguro. Por fin llega a su destino. Con aquella tormenta y el cielo negro de fondo, la casa tiene un
aspecto misterioso, como de una película de terror. Sí, decididamente cuando viva con su hermanastro se irán a un piso en el centro de la ciudad. Aparca el
coche y baja rápidamente. Está empezando a llover más y las gotas son cada vez más gruesas. Un trueno. Corre hasta el portal donde saca la llave de su bolso
y la mete en la cerradura. No se abre. Lo prueba de nuevo, pero con la misma suerte. La examina bien para comprobar que esla llave correcta. No se ha
equivocado, esa esla que le dio Álex. Qué raro. Tras variosintentos, desiste y llama al timbre. Nadie. ¿No está? Pero si le dijo que hoy no iría a ninguna
parte… Vuelve a llamar. Empieza a impacientarse. De pronto se oye el cerrojo de la puerta. Álex le abre. Sigue vestido con la camiseta de tirantes de esta
mañana. Va descalzo, solo con calcetines. Por eso no lo oyó llegar. —Hola. ¡Uf, la que va a caer! —dice la chica entrando. No pierde ni un solo detalle de su
torso. Qué bueno está. No puede esperar al momento de echarse sobre él y besarle. Quiere ser suya, que la posea y ser poseída . —Sí, eso parece —responde
escueto. El chico cierra la puerta y camina detrásde su hermanastra. Otro trueno. —Oye, no sé qué le pasa a mi llave que no he podido abrir. Por eso he
llamado al timbre. —He cambiado la cerradura. —¿Por qué? Álex no contesta y entra junto a su hermanastra en el salón. Entoncesa Irene se le hi ela la
sangre. En el suelo están todas sus maletas. Parecen llenas. —Son todastus cosas —se anticipa a decir el joven. —¿Por qué hasmetido mis cosas en las
maletas? —Te vas. —¿Que me voy? ¿Adónde? —Pueste vasde mi casa. —No entiendo qué quieresdecir. —Está muy claro, Irene. Ya no vives aquí. —¿Me
echas? —pregunta con los ojos muy abiertos, sin apenaspoder respirar. —Llámalo como quieras. La cuestión esque no quiero que sigas viviendo en esta casa.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué he hecho yo? Álex la mira a los ojos. Irene entonceslo comprende todo. Ha descubierto lo de Paula. Esa niñata ha tenido al final más
ovariosde los que pensaba y le ha contado lo que pasó anoche. Mierda. —¿Y todavíatienesla cara dura de preguntarlo? —No he hecho nada malo. —Mentir y
extorsionar a una amiga mía poniendo en peligro nuestra amistad, ¿no es nada malo? —Bah, no exageres —¿Que no exagere? Álex agarra dos de las maletas,
se calza laszapatillas de estar por casa que tiene en el salón y sale de la habitación. Irene lo sigue. —Venga, Álex. ¡Perdóname! No ha sido para tanto. Solo
quiero lo mejor para ti. El chico suelta lasmaletas junto a la puerta y se gira bruscamente. —¿Lo mejor para mí? Tú estás loca; tienes un problema. —En
serio. Quiero lo mejor para ti y esa niña no lo es. —¿Quiénerestú para decirme qué es y qué no es lo mejor para mí? —Tu hermana. —Hermanastra. Her-ma-
nas-tra — repite Alex, totalmente fuera de sí. —Somosfamilia. Vivimosjuntos. —Provisionalmente. —Yo te quieto. —Tú te quieressolo a ti misma. Y lo que le
has hecho a esa pobre chica y lo que me has hecho a mí no tiene ningún tipo de perdón. Álex abre la puerta. Vuelve a coger la s maletas del suelo y sale de la
casa. Ahora llueve muchísimo. El cielo parece que se va a romper en cualquier momento. El chico caminahasta el Ford y deja las maletas junto al vehículo. —
¿¡Abres esto!? —grita. Irene está en el umbral. Lo mira con el rostro desencajado. Susplaneshan salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve c ómo su
hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo impide, y tampoco que coja lasllavesdel coche. No vale la pena luchar ahora mismo. Álex entra y
sale de la casa cargado con todos los enseres de Irene hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de
baño y regresa con una toalla. Mientrasse seca el pelo y losbrazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdi da. —Bien, ya está todo metido
en el coche. Cuando quieras, puedesirte. —¿Adónde voy a ir? No tengo ningún sitio. —Ya había pensado en eso. Como no quiero que te quedesen la calle, he
hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso. La chica gesti cula con las manos
sorprendida e incrédula. —¿Quién esese? ¿El viejo de la copistería? —No hablesasí de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses. —No me
voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco? —Puesdeberíashacerlo. Don Agustín esun buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no
te faltará de nada. —No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni muerta! —Puestú sabrás lo que haces. Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla. Su
hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene unasganasinmensasde llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más. —Lo hice
por ti, Álex. Paula esuna niña todavía y tú tienes veintidósaños. —Eso no escosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación. Irene está en el umbral.
Lo mira con el rostro desencajado. Susplaneshan salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve cómo su hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo
impide, y tampoco que coja lasllavesdel coche. No vale la pena luchar ahora mismo. Álex entra y sale de la casa cargado con todoslos enseres de Irene
hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de baño y regresa con una toa lla. Mientras se seca el pelo y
los brazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdida. —Bien, ya está todo metido en el coche. Cuando quieras, puedesirte. —¿Adónde voy a
ir? No tengo ningún sitio. —Ya habíapensado en eso. Como no quiero que te quedesen la calle, he hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de
tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso. La chica gesticula con lasmanossorprendida e incrédula. —¿Quién esese? ¿El viejo de la
copistería? —No hables así de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses. —No me voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco? —Puesdeberías
hacerlo. Don Agustín es un buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no te faltará de nada. —No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni
muerta! —Puestú sabrás lo que haces. Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla. Su hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene
unasganasinmensas de llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más. —Lo hice por ti, Álex. Paula esuna niña todavía y tú tienes
veintidósaños. —Eso no escosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación. —Ya te he pedido perdón. —Lo siento, pero no puedo perdonarte ahora
mismo. Las palabras de Álex hieren de verdad a Irene. La chica recupera otra vez su bolso y le sonríe. —No tenéisningún futuro juntos — sentencia. Álex no
responde. Entre el ruido de la lluvia, que golpea con virulencia el suelo y un nuevo trueno que irrumpe imperioso en el cielo oscuro, Irene abandona la casa. Se
sube en el Ford Focus y cierra violentamente la puerta del conductor. Nerviosa, enciende la radio. SuenaMedícate, de Breaking Benjamin. Irene pisa el
acelerador con rabia. Conduce a toda velocidad, adelantando a un coche tras otro. No quiere pensar en nada, solo pisar el acelerador, ir más deprisa. Pero
entoncesde reojo se ve en el espejo retrovisor y, pese a su fuerza de voluntad, no puede impedir que una amarga lágrima resbale por su mejilla. Por primera
vez en su vida ha sido derrotada. Capítulo 88 Ese mediodía de marzo, en un lugar de la ciudad. Bajo un paraguasazul marino, Ángel espera en la puerta del
instituto a que su chica salga de clase. Tiene muchasganasde verla. Ha sido una gran idea la de quedar para comer juntos. Le gustaría que eso pasara con
más frecuencia, pero Paula estudia y vive con suspadresy él trabaja. Y, como dice su jefe, un periodista no tiene horarios. Así que toca resignarse y tratar
de aprovechar cualquier momento que pase con ella. Irán a un restaurante mexicano. No está seguro de cuándo ni por qué salió el tema, pero recuerda que
Paula le contó una vez por el MSN, en una de sus largasconversacionesde todo, que le gustaba mucho la comida picante, pero nunca había ido a un
restaurante mexicano. Él conoce uno muy bueno y que no está demasiado lejos de allí. Menosmal, porque la lluvia arrecia. Incluso se han escuchado algunos
truenos. Además, la temperatura ha bajado muchísimo. ¿Están a menos de diez grados.7 Es increíble que el tiempo cambie tanto en tan pocos días. El clima es
como las relaciones, va por rachasy nunca se sabe lo que va a acontecer en la semana siguiente. Hoy brilla el sol y mañana el cielo se vuelve del color de las
hormigas. Y tal vez es mejor así, porque si no todo se tornaría rutinario y previsible. ¡El timbre! Los alumnosmás impacientessalen a toda velocidadcasi
antes de que termine de sonar. Uno de esos chicosestá a punto de chocar con un hombre que permanece a su lado y que, junto a su hija pequeñ a, también
lleva un rato esperando de pie debajo de un gran paraguasnegro. Ángel sonríe al escuchar lasquejasdel señor. La niña lo mira sorprendida y se pone la mano
en la boca al oír un taco. El hombre entoncesle pide perdón y se agacha para darle un beso. Ella acepta no muy convencida, pero se lo devuelve. Siguen
saliendo chicos, pero aún no aparece Paula. Ya hace algunosañosque todo aquello terminó para Ángel. Añosque quedaron muy atrás, demasiado atrás. Y
siente cierta añoranza al observar a un grupo de quinceañerosdesinhibidos, sin paraguas, dejando que la lluvia losempape. N o tienen preocupaciones; algunos,
ni tan siquiera la de estudiar. Otros lo harán la última noche antes del examen. Lastres chicasdel grupito se le quedan mirando, sonríen y comentan alguna
cosa entre ellas. No lo conocen, pero estarían encantadasde hacerlo. En cambio, los chicosque van acompañándolas, que deben de ser sus novios, no se
alegran precisamente cuando ven a Ángel. Lo examinan de arriba abajo y sus miradasson despectivas. Cuando pasan a su lado abrazan a sus respectivas
parejascon más tuerza. Uno besa a su novia apasionadamente en loslabiosbajo el aguacero. Luego vuelve a mirar a Ángel desafiante y sigue caminando
introduciendo una mano en el bolsillo trasero del pantalón de su chica. —Descarados. Qué juventud — murmura el hombre del paraguas negro, que presencia
la escena. Su hija pequeña también se da cuenta y hasta se le escapa una sonrisilla. Nunca había visto un beso en la boca de cerca y, a decir verda d, le
produce un poco de asco. Ángel, por su parte, no da importancia a lo sucedido y sigue pendiente de la puerta del instituto. P or fin, alguien conocido: Miriam.
También sale Cris y detrás de ellas…¡Paula! Está preciosa. Lleva el pelo másondulado que de costumbre, por la humedad. Aún no se ha dado cuenta de que
está allí. La chica mira a un lado y a otro hasta que visualiza a su novio.Sonríe y saluda con la mano. Pero en un instante su sonrisa desaparece. Su rostro
refleja incredulidad. ¿Qué le pasa? Le comenta algo a sus amigasy abre el paraguas. Laschicasse despiden de ella, pero no se mueven de la puerta. Ángel
decide esperar a que llegue hasta él. No entiende por qué Paula se ha puesto tan seria. De pronto, la niña pequeñaque está con el hombre del paraguas negro
sale corriendo hasta Paula. Esta la abraza y le da un sonoro beso en su carita sonrosada. El chico ahora lo comprende todo, pero no sabe cómo reaccionar.
Inmóvil, contempla cómo su novia se acerca hasta donde está. —Hola, papá —saluda Paula y besa al hombre del paraguas—. Hola, Ángel. Paco contempla
confuso al chico que lleva junto a él más de diez minutos y cómo su hija le proporciona un suave beso en 1os labios. —Ho…hola —tartamudea Ángel, después
del beso. —Pero…El hombre no se puede creer lo que acaba de presenciar. Erica también está boquiabierta. ¡Su hermana le ha dado un beso en los labios a
ese chico! —¿Qué hacesaquí? —le pregunta Paula a su padre, tratando de mostrarse lo más natural y tranquila posible, aunque, en realidad, le tiemblan las
piernas. —He…venido a recogerte. Como…llovía tanto… —Gracias, pero no hacía falta. Había quedado con Ángel para comer. Ahora os iba a llamar para
avisaros. Por cierto, ¿os conocéis? Losdosse miran asombrados. —De…, de vista. Desde hace diez minutosmás o menos. Aunque no sabía que era tu padre —
responde el periodista, intentando tranquilizarse. —Ah, puesospresento. Ángel, este es Paco, mi padre. Papá, este es Ángel, mi novio.Padre y noviose
estrechan la mano con la que no sujetan el paraguas. —Encantado —se apresura a decir Ángel. —Igualmente —responde, todo lo sereno que puede, Paco.
Sonrisasforzadas. No esuna situacióncómoda para ninguno. — ¡Eh! ¿Y yo qué? La pequeña Erica refunfuña bajo el paraguasde su hermana. Ángel se agacha y
le sonríe. —Hola, soy Ángel. ¿Me dasun beso? —le pregunta. —Yo me llamo Erica García — responde la niña, extendiendo su mano derecha. "Es alto y guapo,
pero lo de los besos es para los mayores", piensa Erica. Ángel suelta una pequeña carcajada y estrecha la mano de Erica, a la que, aunque le ha caído bien
aquel chico, le cuesta entender de qué se ríe. Despuésde las presentaciones, loscuatro caminan hasta el coche de Paco bajo sus respectivos paraguas. —¿No
vienesa casa entonces? —No. Había quedado con Ángel. Comeré fuera. El hombre no está muy de acuerdo, pero no quiere discutir delante de aquel chico. Lo
que le tenga que decir a Paula, lo hará a solas. ¡Y son muchascosaslas que le tiene que decir! Llegan al coche. —¿Y por qué no viene Ángel a comer a casa? —
pregunta Erica, que se ha metido ahora en el paraguasdel periodista. Todosmiran a la niña. —No, princesa. Nosotros, hoy, comemos fuera. —Yo quiero que
Ángel venga a comer a casa —insiste la pequeña. Le encantan losinvitados. Siempre que va gente a comer a casa, su madre hace unospostres riquísimos. —
Otro día, cariño. —Hoy. ¡Quiero que sea hoy! Paula y Ángel se miran. Paco, a su vez, piensa deprisa. Si comen en su casa, no se atreverán a hacer nada,
tendrán las manos quietas. Y, además, así podrá conocer más a ese tipo que dice que es el novio de su hija. —Puesno es mala idea la de Erica. Podría venir a
casa a comer —suelta por fin el hombre. —¿Qué? —Seguro que le encantará cómo cocinatu madre y así también lo conoce. Además, con este tiempo, ¿dónde
vaisa estar mejor? Ángel y Paula se vuelven a mirar. El chico se encoge de hombros y asiente con la cabeza. Le gustaría pasa r la tarde con su chica a solas,
pero no es plan de llevarle la contraria a su padre. —Por mí, vale. —¿Qué?¡Pero si íbamosa comer fuera! —Ya iremosotro día. No te preocupes. —¡Bien, bien!
—grita la pequeña, agarrándose a la pierna de Ángel. —Puesno se hable más —comenta Paco mientrasentra en el coche. Erica abre una de las puertas de
atrás y también se mete dentro del vehículo. Paula cierra su paraguasy le habla al oído a Ángel. —¿Estás seguro? —Sí, no te preocupes. Será divertido. —
¿Divertido? —Claro, ya verás cómo lo pasamosbien. No te preocupespor mí. Y, sin decir nada más, besa a su chica en loslabiosy se mete en la parte de atrás
del coche. Erica, cuando lo ve, esboza una gran sonrisa: está encantada de compartir asiento con su nuevo amigo y se arrima mucho a él. Paula suspira y
también entra en el coche. —¿Estamostodos? —pregunta Paco, echando un vistazo por el retrovisor. —¡Sí! —grita la niña. Y, de esa forma, el coche arranca
bajo la intensa lluvia que sigue cayendo en la ciudadrumbo a una comida inesperada para todos. Capítulo 89 Ese mediodía de marzo, en el hogar de los García.
Primer y único plato: lentejas. Ángel rezaba para que la amabilísima madre de Paula no hubiera hecho lentejas para comer, pero solo hay que desear algo con
mucha fuerza para…que no se cumpla. —Mamá, a Ángel no le gustan laslentejas —indica Paulacon una sonrisa antesde sentarse a comer. —Pero si están
riquísimas. —Pero a él no le gustan —repite la chica. Su novio la mira avergonzado. Luego la mirada se desplaza hasta Mercedes. Se sonroja. ¡Vaya comienzo!
—Lo siento, es que no las soporto desde pequeño. —No te preocupes, ahora te preparo otra cosa. Sentaosvosotrosen la mesa. Ahora iré yo. —¿No quiere que
la ayudemos? —No hace falta, pero muchasgracias. Paula agarra de la mano a su chico y se lo lleva de la cocina. —Empezamosbien —le susurra al oído. —No
pasa nada, hombre. Mi madre seguro que tiene un plan B. —Qué desastre. Juntos entran en el comedor. Allí ya ocupan susasientosPaco y la pequeña Erica,
que examina con curiosidadal invitado. Esmuy alto y, aunque no entiende mucho del tema, parece guapo. Casi tanto como aquel amiguito suyo que le quita la
plastilina en clase y que también se llama Ángel y tiene losojos azules. Paula se sienta en su silla habitual y a su lado Ángel, que se coloca en medio de las dos
hermanasy enfrente del padre. Ninguno dice nada. Lo único que se escucha de fondo es el telediario. Concretamente están dando la previsión meteorológica
para mañana y el fin de semana: más lluvia. —¿Cuántosañostienes? —pregunta por fin Erica, que no ha dejado ni un segundo de observar al invitado. —
Veintidós —responde con tranquilidadÁngel. —¿Veintidós? ¡Eresmuy mayor! El chico sonríe tímidamente. También Paula. El único que no parece demasiado
contento es Paco, que resopla. ¡Veintidósaños! ¡Y ella aún no tiene ni diecisiete! Le apetece fumarse un cigarro, pero no puede hacerlo delante de sus hijas. A
partir de ahora, sólo fumará en secreto. —¿Y tú, cuántostienes? —Estos. Erica saca la mano derecha de debajo de la mesa y le enseña los cinco dedos. —Ah,
puestambién eres muy mayor. La niña se ruboriza y sonríe picara. Ella ya sabía que era muy mayor, pero sus padres y su herma na están empeñados en no
creerla. Por fin una persona inteligente que se da cuenta. En esos momentos, Mercedesaparece con un plato de lentejas que coloca delante de Paco y otro de
melón con jamón. —Esto si te gusta, ¿verdad? Ángel asiente sonriente con la cabeza cuando ve el suculento plato. Tiene muy buena pinta. Erica p rotesta
porque ella también quiere lo mismo y Paco se muerde los labiosal comprobar que su mujer ha abierto el jamón que le regalaron solo para que coma el novio
de su hija. —Muchas gracias, aunque no debería haberse molestado. —No es ningunamolestia. Espero que esté bueno. Mercedesse va de nuevo y enseguida
regresa con dos platos más de lentejas para Paula y Erica. La pequeñase enfada. No esjusto que al nuevo le den melón y a ella, que lleva viviendo allí cinco
años, lentejas. —Si te portas bien y te lo comes todo, tendrás una sorpresa de postre. Eso la tranquiliza un poco y le da esperanzasde que, al final, haber
invitado a comer a aquel chico tenga su recompensa. La comida transcurre con tranquilidad, másde la que Ángel y Paula espera ban. Paco apenas habla y
Mercedesno para de entrar y salir del comedor. Ella comerá después. Es la pequeña Erica la que somete a un pequeño interroga torio al periodista. Ángel se
desenvuelve bien con la niña. Sin embargo, hay una pregunta que provoca que se atragante. —Oye, ¿tieneshijos? —¿Qué? ¿Hijos? —dice Ángel, mientras
tose. —Claro, si los tienes podríastraerlos alguna vez para que jueguen conmigo. Paulano puede evitar una carcajadaal escuchar a su hermana. Pero de nuevo
es Paco el que pone mala cara. —Soy muy joven para tener hijos — señala el periodista, que acaba de morder el último cubito de melón. —Y yo más —añade
Paula. Erica mira a su hermana. No entiende por qué ha contestado también si no se lo había preguntado a ella. Paco, que también ha terminado con su plato
de lentejas, se levanta de la mesa. No aguanta más. —Ahora vengo. El hombre, sin decir nada, sube las escaleras. Necesita un cigarro. Mercedes, que ha
regresado al comedor, se pregunta adónde ha ido su marido, pero le resta importancia a su ausencia. —¿Habéisterminado de comer? —¡Sí! —grita la niña. —
Estaba muy bueno, Mercedes — dice amablemente Ángel, mientrasse levanta y coge su plato vacío para llevarlo a la cocina.Pero la mujer se lo arrebata de
las manosy le pide que se quede sentado. —Ya lo hago yo. Tú eres el invitado. —Qué cara —murmura Erica, que no está muy de acuerdo con que Ángel no
tenga que recoger su plato. Ella lo hace siempre desde que tiene cuatro añosy medio. —Como seguro que el melón con jamón no te ha llenado mucho, he
preparado de postre unos banana split. —¡Bien! ¡Bien! —grita triunfadorala pequeña. —No sé si podré con todo. —Ya verásque sí. Erica, coge tu plato y ven a
ayudarme, anda. La niña abandona su silla con el plato de lentejas casi vacío entre lasmanos y acompaña a su madre a la cocina. Paulay Ángel, por primera vez
desde hace un rato, se quedan solos. —¿Qué? No ha ido tan mal, ¿no? — susurra la chica. —No. Tu madre es un encanto y tu hermana tiene unas cosas… —
Esperaba un fuerte interrogatorio de mi padre, pero se ha pasado la comida callado. —Bueno, no creo que le caiga muy bien. —¿Por? —Soy el novio de su hija.
Es normal. —Puesa mí me caesgenial. —Máste vale…Y la besa en la boca con un beso dulce con sabor a melón. Paula sonríe mientrassiente los labios de
Ángel, pero los aparta rápidamente cuando ve a su padre que regresa de la planta de arriba. ¿Losha pillado? Parece que no. Pa co termina de bajar la escalera
y se sienta de nuevo en la mesa. Se ha fumado medio cigarro que le ha tranquilizado bastante. Erica entra entoncesen el comedor junto a su madre con un
enorme plato en las manos: el postre, dos plátanosenteros cubiertosde nata, helado, guindasy caramelo. Mercedeslleva dos platosmás. Uno para su marido,
el otro para el invitado. —¡Diosmío! ¡Esenorme! —exclama Ángel cuando la mujer le pone el postre delante—. No creo que pueda con todo esto. —Lo
compartimos —dice Paula, que coge una cucharilla y corta un trocito de plátano. —Hay uno para ti. Déjale ese al chico, que ha comido muy poco. —No, de
verdadque es demasiado para mí solo. Mejor lo compartimos. Gracias, Mercedes. —Sí, mamá, este para los dos. —Como queráis, pero hay otro preparado —
comenta la mujer, que regresa una vez más a la cocina.Loscuatro continúan con el postre sin decir nada. Paco de vez en cuando observa cómo su hija y su
novio tontean con las cucharasy el helado y protesta en voz baja. ¡Qué descarados! No lo soporta. Aprieta los dientes y sigu e comiendo. De todos, la que más
está disfrutando el postre es Erica, que tiene toda la cara manchada de vainilla y caramelo. Cuando Ángel la ve, casi se atraganta. —¿Está bueno? —le
pregunta muy serio, intentando no reírse para no molestar a la niña. —Mucho —responde, con la boca llena de helado y plátano y sonriente. —Princesa, ¿y
ahora? ¿Le das un beso a Ángel? —sugiere Paula cuando se da cuenta del aspecto de su hermana. El periodista abre los ojos como platos. —¡No! —exclama la
niña. —¿No?—¿No me quieresdar un beso? — pregunta aliviado. La pequeñamueve la cabeza muy rápido de un lado para el otro. Sus mofletes están inflados
y sonrosados. Pero, ¿otra vez? ¿Por qué les ha dado a todos por eso? Ella besando a un chico…¡Qué asco! Además, ¿no se dan c uenta de que el nuevo tiene los
labiosmanchados de helado de fresa? ¡Ni loca! Paco esel primero en terminar. Se ha comido el postre deprisa, nervioso. Se levanta y lleva su plato a la cocina
mientras piensa que, al final, no ha sido tan buena idea invitar a aquel chico a comer en casa. La tensión no le ha dejado ni hablar. No parece mala persona,
incluso essimpático, pero continúa creyendo que esmayor para su hija. Ella es muy joven para comprometerse con alguien en u na relación seriay menos si ese
alguien hasta ha acabado la universidad. Ángel y Paula también terminan. La chicase pone de pie y abraza a su novio por detrás de la silla. —Es temprano.
¿Quieresque te enseñe mi cuarto, que todavía no lo has visto? —Vale. Tengo curiosidad. La pareja deja sola a Erica en la mesa, que contempla intrigada cómo
su hermana y el invitado suben lasescaleras. ¿Por qué irán de la mano? ¿Es por eso de ser novios? No lo sabe. Y además, tiene cosasmás importantes de las
que ocuparse en esos momentos. Ya arriba, Paula abre la puerta de su habitación e invita a Ángel a pasar delante. Los dos entran y, lentamente, la puerta se
cierra. Ese mediodía de marzo, al mismo tiempo, en la cocina de losGarcía. —No lo aguanto. Essuperior a mí. —Pero si el chico esmuy agradable. A mí me
gusta para Paula. —Es muy mayor. Demasiado mayor. —Bueno, puede ser, pero parece que se llevan bien. —¡Por Dios, Merche! ¡Que tiene veintidós años! La
mujer se gira y mira directamente a los ojos a su marido. —¿Merche? Hacía mucho tiempo que no me llamabasasí. —Ya. Mercedessonríe y se acerca a Paco.
Cariñosamente, lo besa en la mejilla y lo abraza. —Tienesque calmarte. El chaval esun encanto. Y muy guapo, por cierto. Tu hija tiene muy buen gusto. —Tú sí
que tuviste buen gusto. La mujer suelta una carcajada. Luego, dulcemente, apoya la cabeza en el hombro de su marido. —Es verdad. Pero este chico esmás
guapo que tú a su edad. ¿Has visto qué ojos? —¡Bah! No es para tanto. —Que sí, que es guapísimo. Y ademástiene un cuerpo muy… —¡Que es el novio de tu
hija! ¡No te emociones! —exclama Pacomientrasse aparta de los brazos de su esposa. Mercedesvuelve a reír con fuerza y le da otro beso a su marido. En
esta ocasión en los labios. Erica, en ese instante, entra en la cocinacon su plato vacío entre lasmanos y ve a sus padres. —¿Qué hacéis? —Nada —responde la
mujer, agachándose y cogiendo el plato que lleva su hija pequeña. —¿Era un beso? —Sí, era un beso. —¿En la boca? —En loslabios. —¡Puag! La niña se tapa con
una mano la boca y se da cuenta de que está manchada de helado. Su madre vuelve a inclinarse y la limpia con una servilleta. —¿Han terminado Paulay Ángel
ya con el postre? —le pregunta Mercedes, que trata de quitar todas las manchasde la cara de su hija pequeña. —Sí, y se han ido. —¿Que se han ido?
¿Adónde? —Arriba. Paco y Mercedesse miran desconcertados. El hombre se muerde los labiosy la mujer suspira. No cree que…, pero y si…Ese día de marzo,
en ese instante, en la habitación de Paula. Fuera ha dejado de llover. Ángel mira por la ventana y ve un tímido rayo de sol q ue se abre paso entre las nubes
negras. No tardará en desaparecer. Paula está sentada en la cama. No entiende el motivo, pero, de buenasa primeras, tiene mucho calor. Observa a su novio
y cuando él se gira ambos sonríen. Susojosle piden que se siente junto a ella. Ángel obedece y se miran, pupila con pupila. —Te quiero. —Te quiero. El chico
también siente el mismo calor que Paula, un calor como hacía mucho que no experimentaba. Se besan despacio, temblorosos. Ning uno entiende qué está
pasando, pero en un día frío y griscomo aquel, los dos tienen mucho calor. Es extraño. Para ella es una sensación desconocida.Sin darse cuenta, su mano se
pierde bajo el suéter de Ángel y le acariciael torso, fuerte, duro, perfecto. El calor aumenta. Paula sigue sin comprender qué sucede, pero no puede frenar.
Susbesos son más intensos. Su lengua roza la suya y nota cómo la mano de Ángel se introduce en su camiseta, le acaricia la espalda y baja hasta sus
vaqueros. En una frontera peligrosa, la que separa el mundo de la inocencia de la tierra del placer. La chica comienza a pensar deprisa, con mil cosas en la
cabeza: está en su casa, sus padres abajo; nunca ha llegado a tanto con nadie, pero le da lo mismo, no quiere que Ángel pare y no se lo pide; guía con su mano a
la mano del chico hasta el interior de la parte de atrás de su pantalón, muy, muy cerca de su ropa más íntima; cierra losojos y suspira cuando Ángel le besa
en el cuello. No se lo cree. ¿Su primera vez va a llegar? ¿En su casa? ¿En su habitación? No se lo cree. Quizá no esel sitio , ni tampoco el momento. Pero no
puede parar. La camiseta se levanta y percibe los labiosde Ángel en uno de sus senos. ¡Dios! ¿Va a pasar? Ella quiere. ¿Y él? ¿Querrá también? ¿Llevará
preservativos? El rayito de sol se muere. ¡Y la puerta del dormitorio de Paula se abre de golpe! —¡Paula! ¡Te llama papá! —grita Erica, entrando en la
habitación sin llamar. La niña, que no llega a ver nada de lo que está pasando en la cama, se da cuenta de su error y vuelve a cerrar para hacerlo bien. Siempre
le dicen que no se puede entrar en los sitios sin antes llamar a la puerta. Paula y Ángel se levantan rápidamente, cada uno por un lado de la cama, y aprovechan
para colocarse bien la ropa. —"Toc, toc". —Pasa, anda —le indica Paula a la pequeña mientrasse peina con lasmanosy jadea. Erica entra satisfecha de haber
rectificado su fallo sin que nadie le diga nada. De lo que la pequeña no se ha enterado es que también ha conseguido que otro error mucho más grande
estuviera a punto de producirse. Capítulo 90 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad. Cabecea. Vuelve a cabecear y también una tercera vez. Sentado en
una de las sillas de su habitación, a Mario le cuesta mantenerse despierto. Pero no falta mucho para que Paula llegue, así qu e prohibido dormir. La tarde es
muy desapacible. Lluvia, viento, frío…Ha estado temiendo que su amiga lo telefoneara para decirle que finalmente hoy no iba a ir a su casa, pero eso no ha
pasado hasta el momento. Mañana esel examen final de Matemáticasy tienen todavía bastantes cosas que estudiar. La semana no ha transcurrido como él
había planeado y sus sentimientosaún permanecen ocultosen su interior. La tormenta está sobre esa zona de la ciudad. El cielo negro se iluminay pocos
segundosmás tarde estalla un trueno. Poco despuésescucha el sonido del timbre de la puerta. Está solo en casa, por lo que le toca ir a abrir. Mario mira el
reloj. Si esPaula, llega antes de lo esperado, algo muy extraño en ella. El chico se apresura. Baja la escalera a toda veloc idad, aunque antesde llegar a la
puerta de la entrada se mira en un espejo del recibidor. Bueno, no está mal. Donde no hay, no hay. Toma aire, suspira y abre. Pero al otro lado no está Paula.
Una chica bajo la capucha de un impermeable amarillo, con un piercing en la nariz, le dedica media sonrisa: —Hola, Mario. El tono de voz de Diana esdistinto
al habitual; es serio, controlado, firme. —Ho…hola —responde el chico, sorprendido—. Pasa. —No ha llegado Paula todavía, ¿verdad? —No. La chica se quita la
capucha cuando entra en la casa y se arregla un poco el pelo con lasmanos. Mario la observa. Su aspecto no es el de siempre. A pesar de que se ha pintado los
ojos, no ha logrado disimular unastremendas ojeras. Parece otra, cansada, con menosvitalidad, sin la energía que la caracteriza.—¡Cómo llueve! —comenta
mientras se quita el impermeable—. ¿Dónde pongo esto? —Dame. El chico coge el chubasquero y lo cuelga en un perchero. Debajo coloca un paragüero para
que todas las gotitas no caigan al suelo. La casa se ilumina una vez másy, un instante más tarde, un nuevo trueno sacu de el cielo. —¿Estás solo en casa? —Sí.
Mispadres están en no sé dónde y Miriamcreo que ha ido a recoger a Cristina. Me parece que luego iban a ir a tu casa, para ver sí te pasaba algo. —Ah. —
Como no has ido al instituto en todo el día y tenías el móvil desconectado, estaban algo preocupadas. —No será para tanto —comenta Diana con frialdad,
mientras se dirige a la escalera que lleva hasta la habitación de Mario—. ¿Subimos? —Sí.Losdos avanzan peldaño a peldaño, sin hablar. Por la cabeza del
chico pasan muchas cosas, innumerablespreguntas. ¿Para que habrá venido?¿A arreglar lascosas? ¿A seguir estudiando? No está seguro. Ha pensado en ella
durante todo el día, más que en Paula, y no ha dejado de sentirse culpable ni un minuto por lo que sucedió ayer. Ma rio y Diana entran en el dormitorio, aunque
no cierran la puerta. Cada uno se sienta en el mismo lugar en el que lo hizo la tarde anterior. —¿Sabes? Me he pasado toda la noche y parte de la mañana
estudiando esta mierda —comenta la chica mientrassaca el libro de Matemáticasy una libreta de la mochila. —¿Qué? —Eso. Ayer me di cuenta de que soy
medio gilipollas y de que, si quiero aprobar el puto examen de mañana, tenía que hacer horasextras. Y va ves: sin dormir que estoy. Mario no puede creer lo
que oye. ¿De eso son las ojeras? —¿Te has pasado la noche estudiando y has faltado a clase por eso? —Puessí, por eso ha sido. Además tuve que desconectar
el móvil para no desconcentrarme. Lo metí en un cajón y cerré con llave para no tener la tentación de ponerme a juguetear con él. —Joder, parece increíble
que hayashecho todo eso. —¿No me crees? Pregúntame algo. Lo que quieras. —No, no. Te creo, te creo. —De todas formas, hay cosasque no entiendo y que
me tienes que explicar — indica la chica mientraspasa a toda velocidadlaspáginasdel libro de Matemáticas—. Pero eso, luego. Ahora quería pedirte
disculpaspor mi comportamiento de ayer. Me pasé un poco. Bastante. Y es justo que te pida perdón. No te tenía que haber presionado de esa manera. Lo
siento. Las palabras de la chica son sinceras. Hasta tiembla al decirlas. Mario se da cuenta y se le hace un nudo en la garganta. Pero no toda la culpa esde
ella. —También yo te tengo que pedir perdón. Se me fue la cabeza y te grité. No estuvo nada bien. Y también quería disculparme por darte tanta caña ayer.
Me faltó pacienciay me puse muy borde. Perdona. A Diana se le iluminan losojoscon un brillo húmedo que logra controlar antes de que salga a relucir su lado
más sensible. —Bueno, soy muy torpe para esto. Es normal que perdieraslos nervios. —Si hasconseguido aprenderte todo en menosde un día, con la base tan
mala que tienes de Matemáticas, no creo que seas tan torpe. —Vamos, Mario. Soy una negada para lasMatemáticasy para el resto de asignaturas. Lo sé. No
sirvo. Esto es más una cuestión de orgullo que otra cosa. Y además, no quiero hacerosperder el tiempo como ayer. —No fue para tanto. Estoy seguro de que
Paula no se molestó por nada. El final de la frase llega con el estampido de otro trueno, tal vez el más ruidoso de todos los que hasta el momento han sonado.
—Mario, también te quería proponer una cosa. Diana desvía entoncesla mirada de los ojos del chico hacia el suelo. —¿Me quieresproponer algo? —Bueno, no
es exactamente eso. Es más bien un consejo o no sé… Escúchame y luego llámalo como quieras. —Vale. Cuéntame. La chica traga salivay reúne el valor
necesario para hablar. Y lo hace de manera dulce, ocultando su tristeza. —Deberíasdecirle a Paula lo que sientes. Pero no mañana, ni pasado.Ya. Hoy. —
¿Cómo? —Eso, Mario. No puedesseguir así mástiempo. Es el momento para revelarle a Paula lo que sientes por ella. —Pero…—Yo me iré antes y te dejaré a
solas con ella. Es tu oportunidad. —Diana…, yo… —Esque, Mario, te voy a ser lo más sincera posible. No sé si sabrás que Paula tiene novio.Y cuanto más
tiempo pase, ella se colgará másde él y será peor para ti. No sé si tendrás alguna oportunidad. Eresun gran chico y su amigo. Quizáella descubra que
también siente algo hacia ti diferente a lo que ve ahora. Pero, si no le confiesastus sentimientos, jamás lo sabrás. Tienesque dar un paso adelante y poner
las cartas sobre la mesa. Lánzate de una vez por todas. Un relámpago más. Otro trueno. Las cinco de la tarde. Silencio. Nerviosy miedo. Una mirada a
ninguna parte. Y, finalmente, la decisión: —Está bien, lo haré. Le diré a Paula que la quiero. —¡Así me gusta! —exclama Diana poniéndose de pie y acercándose
a su amigo. Mario sonríe.Diana sonríe. Sonríe y lo besa, en la mejilla. Amigos. Y, aunque por dentro se esté muriendo al saber que ese chico del que se ha
enamorado como una tonta quiere a su mejor amiga y está a punto de confesarlo, está segura de que ha hecho lo correcto. Capítulo 91 Esa tarde de marzo, en
un lugar de la ciudad. Salen del coche y cruzan la calle corriendo haciael edificio de enfrente. No llevan paraguas. El semáforo está a punto de ponerse en
rojo. Katia va delante. Se mueve ágil, rápida, bajo la lluvia y Ángel la sigue de cerca. Todavía no sabe muy bien qué está ha ciendo allí.Echa de menos a Paula.
No puede olvidarse ni un instante de lo que ha ocurrido hace un par de horas. ¿Qué habría pasado si Erica no hubiera entrado en la habitación?Quién sabe.
Perdió el control en un momento de pasión, de una fuerte carga sexual. Quizáque apareciera la niña fue lo mejor. No llevaba protección y tampoco era la
situación más adecuada para la primera vez de su chica. Además, suspadres abajo. Uff. Habría sido un error de dimensionesma yúsculas. Cuando llegan al
otro lado de la calle se cobijan en el portal de aquel edificio. Están jadeantes, mojados, intentando recuperar el aliento perdido por la carrera. Katia lo mira y
sonríe. —Cada vez que nos vemos, acabamoscorriendo —le dice ella, resoplando.—Eso parece. Contigo me voy a poner otra vezen forma. —Ya estás en forma.
Eres casi tan rápido como yo. Y eso es un gran logro. Ángel ríe. Escierto. Aquella chica corre realmente deprisa. —Espor los zapatos. La próxima vez ganaré
yo —responde el chico. —¿Loszapatos? ¿No teníasuna excusa mejor? El chico hace que piensay finalmente niega con la cabeza, acompañando su gesto de
una mueca con la boca. —Pueses una excusa muy mala. —Lo sé. Katia sonríe. Esadorable. Cada vez que lo mira, se derrite. Es el hombre perfecto. Sin
embargo, no es su hombre sino el de otra, otra a la que tiene que dedicarle una canción.La vida tiene esascosas. Esinjusta. Bueno, al menos él está allí con
ella. Lo disfrutará durante unashoras. —¿ Entramos ? —Vale. La cantante de pelo rosa busca en el portero automático el bajo B y pulsa el botón. —¿Sí?
¿Quién es? —pregunta una voz femenina. —Hola, buenastardes. Soy Katia. Venía para…—¡Ah, hola! La estábamos esperando. Le abro. Enseguida suena un
ruido metálico bastante desagradable. Katia empuja la puerta y esta se abre. —Ya está. Muchasgracias. La pareja entra en el edificio. Las lucesdel
recibidor están encendidas aunque la luminosidadesescasa, muy tenue, y el lugar no resulta demasiado acogedor. Un hombre vestido con una chaqueta gris
de pana y una corbata roja que estaba leyendo el periódico se levanta de su silla al verlos. —¿A qué piso van? —pregunta con desgana. —Al bajo B —responde
Katia. —Ah, van al estudio. Es por allí — dice muy serio, indicando un largo pasillo a su derecha—. Esla última puerta. —Gracias. La cantante y el escritor se
despiden amablemente del portero y se dirigen hacia la puerta del fondo. A mitad de camino, alguien sale del bajo B y los espera apoyado en la paredjunto a
la puerta. —Hola, chicos. ¿Sigue lloviendo? —Sí, mucho —contesta Katia y le da un beso en la mejilla a Mauricio Torres, su representante. El hombre, a
continuación, estrecha la mano de Ángel. —Me alegro de volver a verte. —Yo también. Los tres entran en el piso. Una chica rubia en un mostrador, la que les
ha abierto antes, les saluda sonriente cuando pasan a su lado. —Katia me ha contado cuando la he llamado esta mañana lo que vaisa hacer. Me parece un
bonito detalle para tu novia. —Gracias, aunque el mejor detalle es el de Katia por querer hacer esto y tomarse la molestia de dedicarle la canción. —No es
molestia, lo hago encantada. Todo por mis fans —dice, sobreactuando. —Bueno, espero que a cambio hayashecho un buen reportaje en tu revista. —No te
preocupes, Mauricio: Ángel esel mejor. Ya lo verás —se anticipa Katia.El periodista se sonroja. —También te quiero dar las graciasa ti por conseguir que
nos dejen grabar aquí. —De nada, hombre. El negocio de la música es así. Hoy por ti y mañana por mí. Ya me dedicarásalgún día un artículo en la revi sta —dice
Mauricio dando un golpecito en la espalda a Ángel, que no sabe si está hablando en serio o en broma. Un hombre muy delgado y con la cabeza completamente
rapada acude hasta ellos. —Este es Moisés. Será quien se encargue de la grabación —apunta Mauricio, presentándolo—. A Katia imagino que la conocesya y
este es Ángel, un periodista del gremio. —Encantado —Moisésle da la mano a Ángel y dos besos a Katia—. Misniñastienen tu disco y están todo el día
cantando tus temas. —¿Ah, sí? Me debes de odiar entonces. —No te lo voy a negar. —El próximo se lo regalaré yo. —Se pondrán muy contentas —señala,
forzando una divertida sonrisa—. Cuando queráisempezamos. —Puescuando tú quieras —comenta la cantante. —Empezamosya, entonces. Acompañadme. Los
tres caminan detrás de Moisés, que cojea ligeramente al andar. —He traído lo que te dije ayer, luego le echasun vistazo —le susurra Mauricioa Katia, que se
muerde los labios desorientada. —Perdona, Mauricio, no recuerdo lo que es. —Eres un desastre. ¿No te acuerdasde que te hablé de un sobre que llegó a tu
nombre, de un chico que quiere ser escritor? —¡Ah, eso! Sí, esverdad. Lo de la canciónpara su historia o algo así, ¿no? —Eso. Puesluego lo miras, ¿vale? —
Bien. Loscuatro entran en una sala pintada de rojo, que contiene una cabinacon dospequeñas habitaciones. En la exterior hay un ordenador y una mesa llena
de botones y reglajes. A Ángel le recuerda a aquellasmesasde sonido que utilizaba en la Facultadde periodismo en las clasesde radio. La habitación interior
está casi vacía.Solo ve un micrófono de pie y unoscascoscolgadosen la pared. Un enorme ventanal separa lasdos habitaciones. —Sentaos por aquí —les
indica Moisésa Ángel y a Mauricio, que se acomodan en dossillascon ruedecitas—. Tú ven conmigo. Katia acompaña al hombre a la habitación del micro y él le
explica algunas cosas. Ángel losobserva a travésdel cristal. Es la primera vez que está en un estudio de grabación y presencia cómo se graba una canción.
Moisésregresa y se sienta delante de la mesa de sonido. Toca un par de botones y sube y baja algunosreglajes. —Katia, ¿me oyesbien? —Sí, perfecto. —
¿Algún problema? —Ninguno. —¿Empezamosentonces? —Sí, cuando quieras. El hombre de la cabeza rapada se gira y levanta el pulgar en señal de OK a sus
acompañantes. Luego vuelve a mirar a Katia. —Uno, dos, tres… ¿Prevenidos? Capítulo 92 Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. La tarde se va, la
lluvia continúa y el sonido de las gotas es prácticamente lo único que se escucha en la habitación de Mario. En silencio, y c ada uno en un extremo del
dormitorio, los tres amigos dan un último repaso al examen de mañana. Ninguno ha estado concentrado al cien por cien, pero ha n estudiado lo suficiente como
para ir con ciertas garantías a la prueba final del trimestre. Incluso Diana, que impresionó a Paula cuando le contó el motivo de su ausenciaen el instituto, se
ve con posibilidades. Pero en susmentes hay cosasmás importantes en las que pensar. El examen de Matemáticasse ha quedado en un plano secundario. Paula
no se puede quitar de la cabeza a Ángel. Si no es por su hermana, hoy habría hecho el amor con él. ¡Su primera vez! No era el sitio ni la ocasión, pero no era
capaz de frenar. Afortunadamente, la puerta la abrió Erica y no su madre o, peor, su padre. Diana observa a Mario cuando este no se da cuenta. Le da un
vuelco el corazón cada vez que se acerca a Paula y ríen juntos. Sufre hasta un límite que ni ella misma imaginaba que podíallegar a experimentar. Pero sus
cartas están jugadas y solo le queda esperar acontecimientos. Si su amiga se da cuenta de que ella siente algo por él… Y Mario está nervioso, torpe. Se ha
acercado varias vecesa uno de los cajonesde su escritorio, como para asegurarse de que eso sigue ahí. Mira el relojque ava nza deprisa, pero al mismo
tiempo los minutos se hacen eternos. Está próximo el momento más importante en su vida. O eso cree. —Mario, ¿puedesvenir? —pregunta Paula—. Esto no
me sale. El chico se levanta de su silla y se acerca a su amiga, que está de rodillasen el suelo usando la cama como mesa. S e inclinaa su lado y sonríe. —¿Qué
te pasa? ¿Qué eslo que no te sale? Diana losobserva atenta. Suspira y contempla cómo ella se toca el pelo cuando está junto a él. Uff. Ha leído que las
chicasinstintivamente se tocan el pelo si hablan o miran al chico del que están enamoradas. Esposible que a Paula le guste Mario. Claro que sí. No sería la
primera que descubre que quiere al chico invisible. Escasi guapo, inteligente y su amigo de toda la vida. Uff, no soporta esa idea. Le empiezan a arder los
ojos con ese quemazón anterior al llanto, con esa angustia en el pecho que no te deja respirar bien y que te hace soplar y resoplar un a y mil veces. Sus caras
están demasiado cerca, casi no cabría un folio entre ambas. Uff, no puede más. —¡Qué tarde es! ¡Chicos, me tengo que ir! —grita Diana de repente. Paula y
Mario se giran y comprueban cómo la chica está metiendo sus cosasen la mochila a toda prisa. —Esverdad, se ha hecho muy tarde. Me voy contigo —comenta
Paula, que observa sorprendida la hora en un reloj que hay en la pared de la habitación. Tiene muchasganasde llegar a casa y llamar a Ángel. Diana y Mario se
miran. Y a pesar de lo que siente, de que laslágrimasestán al borde del precipicioque ahora son susojos, la chica le hace un gesto a su amigo para que impida
que Paula se vaya. —¡No! ¡Espera! —exclamaMario. Paula lo mira sorprendida. —¿Que espere? —Sí, espera ¡Me tienesque explicar una cosa! —¿Qué? La chica
no sale de su asombro. ¿Ella explicarle algo de Matemáticasa Mario? —Ehhh…Ehhhh… ¡Quédate! Espera…Mario tartamudea. Es incapaz de encontrar algo
que decirle. Paula mira a uno y a otro sin saber qué hacer. ¿Qué sucede? Es Diana la que por fin interviene y abre la puerta de la habitación. —Bueno, chicos,
yo me voy. Mañana nos vemos. Mucha suerte. La última frase se la dice a Mario mirándole a losojos. Y, entre tanta confusión, Diana sale del cuarto justo
antes de derramar una cálida lágrima por la única personaque ha sido capaz de hacerle llorar. —No entiendo nada de nada —dice Paula, que empieza a
recoger sus cosas. —Espera, no te vayas. La mano del chico alcanza la de ella. —Pero…—Espera, por favor. Mario se pone de pie, reúne todo el valor posible,
suelta la mano de Paula y se acerca al cajón del escritorio. Lo abre y saca algo de él. —Espara ti —murmura en voz baja, poniendo en sus manos un CD—. Te lo
iba a dar en tu cumpleaños, pero creo que este es un buen momento. Lo siento, no me ha dado tiempo a envolverlo.La chica observa ensimismada la portada.
Es un collage hecho con fotos suyas, mezcladascon imágenesde sus discospreferidos. Está perfecto. Suspira y abre el CD. Dentro encuentra una libretita
con más imágenesy las letras de todas las canciones. Lo ojea entusiasmada. ¡Menudo trabajo tiene que haber sido hacer todo a quello! Mira a Mario y luego de
nuevo el CD que él ha titulado Cancionespara Paula. —Muchasgracias, en serio. Me hasdejado sin palabras. Es impresionante. — La chica tiene los ojos
vidriosos—.Voy a ponerlo en el ordenador. ¿Puedo? Marioasiente sin decir nada. Paula introduce el disco en el PC y espera a que se cargue. Abre el archivo
donde están las veintiunacancionesdel CD y clica en la primera. Emocionada, escucha cómo empiezaa sonar When you know, de Shawn Colvin. Los dos vuelven
a mirarse. Sonríen. A Mariole encanta verla tan feliz, pero siente que su corazón se desborda al latir cada vez más deprisa. Lentamente se acerca hasta ella.
Es preciosa. Su pelo ondulado, ahora suelto, le cae por los hombros. La tiene enfrente. Sus ojos se fijan en suslabios. Está n cerca, muy cerca, y desea
besarla, lo desea con toda su alma. Esta vez nada ni nadie impedirá que el destino siga su curso: inclina levemente su cabeza y, ante la sorpresa de Paula,
junta sus labios con los de ella. Es un beso robado, cautivo, un beso que permite que, de una vez por todas, fluya todo lo que lleva dentro y que durante tanto
tiempo ha permanecido oculto. Capítulo 93 Por la noche, un juevesde marzo, en un lugar alejado de la ciudad. Hola, me llamo Ester. Así, sin hache. Seguro que
hay muchas personas que ya te lo han dicho, pero no he podido resistirme a escribirte después de encontrar y leer uno de los cuadernillos de Tras la pared.
Eres genial. Nunca había visto nada así. Estan increíblemente romántico…Yo también quiero ser escritora, tengo una página en Internetdonde escribo
pequeñostextos a partir de una palabra que alguien me dice. Pero, sinceramente, jamáshabría pensado en darme a conocer con una idea como la tuya. A mis
dieciocho años he empezado con variashistoriaslargas, pero nunca lashe terminado. Espero que a ti no te pase lo mismo. Me encanta tu estilo, tu forma de
expresarte y la vida que le das a cada uno de los personajes. Julián, Larry, Nadia, Verónica, César, Marta…, todos son perfec tos. Estoy deseando continuar
leyendo y saber cómo termina la novela. Te deseo muchísima suerte en la vida y que este proyecto culmine en papel. Seré la primera en comprarlo. Un beso
muy fuerte de una admiradora más. Álex lee dos vecesel e-mail y cierra el portátil. Es la cuarta persona que, tras encontrar el cuadernillo de Tras la pared,
le escribe. Este correo, por la forma en que la chica dice lascosas, le ha hecho especial ilusión. "Ester sin hache" tiene que ser alguien muy interesante. El
teléfono suena de pronto y se asusta. Solo es la alarma programada para lasnueve. Coge el móvil y la detiene. Silencio absoluto. Ni siquierallueve y el viento
también ha parado. Y se da cuenta de que se siente solo. Hacía mucho que no le sucedía algo así, quizádesde que murió su padre. El teléfono sigue en su mano.
Entra en el archivo de mensajesrecibidosy busca los últimos, los que le ha enviado Paula.¡Paula…! Uno a uno, los lee detenidamente. Se los sabe de memoria.
La echa muchísimo de menos. ¿Algún día compartirán algo másque unossimplesmensajes? Es noche cerrada y está solo. Se estremece, necesita algo de
calor. Lentamente, se levanta de la silla y se dirige hacia la esquinadonde guarda su saxofón. Lo saca de la funda y se colo ca la boquilla en los labios. Sopla.
Su pecho se alza y encoge. Toca sin partitura, no la necesita. Álex se sabe aquel tema de memoria porque lo ha compuesto él mismo. Suena bien, quizáalgo
melancólico, porque el saxo esun instrumento deliciosamente triste, pero romántico. Muy romántico.Susdedosse deslizan por el metal. Piensa en Paula
mientras toca, en sus ojos color miel y en sus labiostan deseables, inmejorablespara besar. Un beso: cómo ansia un beso de aquella chica.El móvil suena de
nuevo, pero ahora no es la alarma sino alguienque está llamándole. Álex deja el saxofón encima de la cama y alcanza el aparato. Esel señor Mendizábal. —
¿Qué tal, don Agustín? —¡Hola, Álex! ¡Puesgenial! ¡He rejuvenecido unostreinta años! El chico tiene que apartarse el teléfono de la oreja ante los gritos del
hombre, que se muestra entusiasmado. —¿Ah, sí? Y eso, ¿a qué se debe? —¿Que a qué se debe? Pues a tu querida hermana: graciasa ella me siento más
joven. —¿Irene está ahí? —pregunta extrañado. ¡Menuda sorpresa! No esperaba que al final su hermanastra terminara aceptando i rse a vivir con Agustín
Mendizábal. —Sí. Llegó hace un rato. La tengo aquí al lado…Espera, que te quiere decir una cosa. —Vale. —Te la paso. —¿Álex? —murmuraIrene, al otro lado
de la línea. —Hola, ¿cómo estás? ¿Al final hasdecidido quedarte con…? —Eres un cabrón —susurra la chica, interrumpiéndole. Todavíano me puedo creer que
me hayasechado de tu casa. Y silencio. El chico no puede evitar una sonrisilla. —¿Álex? ¿Siguesahí? —pregunta el señor Mendizábal, que esquien habla de
nuevo. —Sí, sigo aquí. —Nohe oído lo que te ha dicho Irene, pero muchasgraciaspor todo. Solo con verla rejuvenezco veinte años. —Gracias a usted por
hacerme este favor, a mí y a ella. —¡El único favorecido soy yo! — exclama, soltando una fuerte carcajada a continuación. —Me alegra verletan contento.
Ahora tengo que dejarle, don Agustín. Mañana nosvemos. —Perfecto. Adiós, Álex. —Adiós, Agustín. El chico cuelgacon una gran sonrisa dibujada en la cara.
Pobre Irene. Pero le está bien empleado. Quien se comporta como lo ha hecho su hermanastra en los últimos díasmerece una penitencia. Aunque quizávivir
los tres meses que dura el curso en la casa de Agustín Mendizábal esmucho más que eso. Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. La grabaciónde
Ilusionasmi corazón dedicada a Paula ha terminado. El CD ya está hecho. Tres horas, casi cuatro, se ha pasado Ángel observando cómo Katia cantaba,
probaba vocesy repetía el estribillo. Pero ha merecido la pena: ya tiene el regalo perfecto para su chica. Terminado el trabajo, periodista y cantante
regresan en el Citroen Saxo de Alexia. —Hemosllegado —comenta Katia mientrasaparca en doble fila. —Ya veo.—Espero que a Paula le guste tu regalo. —
Seguro que sí. Muchas graciaspor todo lo que has hecho. Eres una amiga. La chica del pelo rosa sonríe. "Una amiga". Sí, se ha comportado como eso, como una
amiga que hace favores, que se calla y oculta lo que realmente piensa…Una amiga que ha participado en el regalo de cumpleaño sde la novia del chico del que
está enamorada. ¿Amiga? Se le ocurre otra palabra que suena peor para definirse a sí misma. Pero es lo que le toca. Es su papel, el que ha asumido. Amiga de
Ángel. —¿Volveremos a vernos? —pregunta Katia. —Yo a ti, seguro. Estás por todas partes. Hay rumores incluso de que vasa protagonizar una serie para
jóvenes. —¿Y yo a ti? ¿Te volveré a ver? Ángel la mira a los ojos, esos ojos celestes, felinos, pero dulces. —Claro, nosveremos. Pertenecemos al mismo
mundo, ¿no? —Sí. Y estoy segura de que serás un periodista famoso. —Prefiero ser un buen periodista. —Eso ya lo eres. Tienesque buscar nuevos retos. —
Me queda mucho que aprender, estoy empezando todavía. —Lograráslo que te propongas, Ángel. Todo lo que te propongas. —Cómo tú, ¿no? También has
conseguido todo lo que te has propuesto. La chica vuelve a sonreír: amarga e irónica sonrisa. —Sí. Todo. Pequeñasgotasde lluvia comienzan a caer sobre el
cristal del Saxo. —Está empezando a llover. Me voy antesde que empeore. —Vale. —Adiós, nosveremospronto. —Adiós. Ángel abre la puerta del copiloto,
pero no sale inmediatamente del coche. Se inclina haciala izquierda y besa a Katia en la mejilla. —Muchasgraciasde nuevo. Te llamaré. Y, sin volver a
mirarla, corre bajo la lluvia hasta el portal de su edificio. Capítulo 94 Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. En veinticuatro horas tendrá diecisiete
años, pero su cumpleaños eslo que menos le importa ahora. La noche aprisiona el corazón de Paula. Está sola en su cama, tumbada boca abajo, con la almohada
mojada de lágrimas. Hace dos horas. —Hola, cariño. —Hola, Ángel. —¿Cómo estás? Te echo de menos. —Yo también te echo de menos. Suspiro. Suspiro.
Silencio. —¿Qué te pasa? ¿Te encuentrasbien? —Sí, no te preocupes. Solo estoy un poco cansada. —¿Quieresque te cuelgue y hablamos mañana? —Vale. —
¿Seguro que estás bien? —Sí, perdóname. Mañanadespuésde clase te llamo, ¿vale? —Bueno, como tú quieras. —Buenasnoches, Ángel. —Buenas noches, te
quiero. Son las doce de la noche. En su habitación, completamente oscura, se oye la canción número cuatro de Cancionespara Paula. Es de Vega: Una vida
contigo. ¿Por qué le está pasando todo aquello? Hace una hora. —¿Sí…? —Hola, Paula. —Hola, Álex. ¿Cómo estás? —Bien. Escribiendo y…pensando en ti.
Silencio. —¿Paula?—Perdona, Álex; estoy un poco cansada. Llevo todo el día estudiando. —No lo sabía. Perdóname. No te debería haber llamado tan tarde,
pero quería oír tu voz y no he podido contener las ganas. —No te preocupes. —Bueno, pueslo siento. —No pasa nada, de verdad. Gracias por llamarme. —Ya
hablamos mañana, ¿te parece? —Vale. Buenasnoches, Álex. —Buenasnoches. Comienza el viernes. La lluviaha cesado, pero es solo una tregua porque las
previsionesanuncianque el tiempo incluso podría empeorar durante el día. Paula se pone de pie y apaga el ordenador. La música cesa. La chica se agacha y se
baja la pernera de los pantalonesdel pijama, que se le han subido. Luego se mete otra vez en la cama. Le costará dormir. Soñ ará con Ángel, con Álex y con
Mario. Pero nada de lo que sucede en sus sueñospuede compararse a lo que está viviendo en la vida real. Hace unashoras, por la tarde, casi noche, en la
habitación de Mario. Su mejilla está roja. Mario se la frota despacio. No puede creerse que Paula le haya pegado al besarle. No le duele tanto la cara como el
corazón. —Perdona, yo…no he debido…Pero ¿por qué has hecho eso? —pregunta la chica, que continúaen estado de shock. Mario sigue tocándose el rostro.
No sabe qué decir. Sus ojos se pierden por lasparedes de la habitación. No puede mirar a su amiga a la cara. —Yo…—No…, no lo entiendo. ¿Qué te ha
pasado? ¿Por qué me has besado? Paula está muy nerviosa. Le tiemblan laspiernas. ¿Se marcha corriendo? ¿Se queda? No compren de cómo Mario se ha
atrevido a besarla. —Lo siento. —Mario…¡Me has besado en los labios! —exclama, poniéndose lasmanosen la cabeza—. No comprendo nada. —De verdadque
lo siento. La voz del chico llega apagada, casi imperceptible. Su amigase da cuenta de que está verdaderamente afectado. Suspira e intenta serenarse. —
¿Por qué me has besado? —repite, más tranquila, sentándose en la cama. —No…, no lo sé. Mario siente vergüenzade sí mismo. Las palabras salen quebradas
de su boca. Mira a un lado y a otro, asustado, amedrentado por la situación.Ahora no solo perderá las remotas posibilidades que tenía con Paula sino también
su amistad. Nunca imaginó que su primer beso a una chica terminaría de esa manera. —¿Ha sido un impulso repentino? — insiste Paula. El chico no dice nada.
Se sienta en la silla frente al escritorio y detiene la canción de Shawn Colvin que todavíacontinuaba sonando. Mira hacia abajo. Piensa en todo el tiempo que
empleó en hacer aquel CD para ella: horasy horas; madrugadassin dormir. Todo, para nada. No se ha sabido contener ni hacer las cosas bien. No debió
besarla, ese no era el plan. No debió hacerlo sin su consentimiento: un beso es cosa de dos y eso, hasta ese preciso instante, no lo había tenido en cuenta. El
silencio en la habitaciónesabsoluto. Paula observa a su amigo y resopla. No reacciona. —¿Mario? ¿No me dicesnada? No puede ser que haya pasado esto y
ahora ni siquiera seas capaz de mirarme. Nada: escomo si se hubiera transformado en una estatua de sal. Inmóvil, con la cabeza agachada y la vista en el
suelo, Mario solo piensa en el error que ha cometido y en sus posiblesconsecuencias. Paulano lo soporta más. Se levanta de la cama y se cuelga la mochila en
la espalda. —Me voy. Ya hablaremos. La chica se dirige haciala puerta. Camina deprisa, enfadada, confusa y también defraudada. No esperaba que Mario
fuera así. ¿Qué pretendía? ¿Liarse con ella en su propia casa? —Te quiero, Paula. Esa noche no hay luna, ni estrellas. Unosniñosgritan en la calle mientras
corren hacia alguna parte chapoteando en cada uno de los charcosque se han ido formando durante el día. La lluvi a cae sin prisas, constante. Es un día
cualquiera de marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Qué? —Que te quiero. Estoy enamorado de ti. Susojos por fin se encuentran. Se miran intensamente. Entre
ambos amontonan un millón de sensacionesdiferentes. —Pero, Mario…No creo que me quieras. Habrásconfundido tussentimientos… —No, estoy seguro de lo
que siento. Te quiero. —Vaya. ¿Y desde cuándo sienteseso por mí? —No lo sé. No recuerdo. Desde siempre, creo. —Ah. Debo ser muy tonta porque nunca me
di cuenta. —Tenías otros en losque fijarte. Otros mejores que yo. Paula vuelve sobre suspasos y se sienta otra vez en la cama. Las palabras de su amigo le
hacen sentirse culpable. Y entoncesempieza a unir piezas. Todo va encajando: su estado de ánimo, el nick del MSN, el no dormir, que mirara tanto hacia la
esquina de las Sugus…No era por Diana, era por ella. ¡Qué estúpida! —Lo siento. Siento no haberme dado cuenta de tus sentimientos. —No pasa nada. Es
normal que una chica como tú no quiera nada con alguien como yo. —Eso no escierto, Mario. Somosamigosy…—Amigos. Sí, lo sé. Amigos…Pero ya sabes que
no me refería a amistad. —Ya. Losdos permanecen en silencio unosminutos. Ahora ya no se miran. Paula no se atreve y Mario huye de la realidad, quiere que
aquella conversación termine cuanto antes. No puede más. Sin embargo, esella la que cree que irse es la mejor solución. —Me tengo que marchar. Es tarde y
en casa estarán preocupados. —Vale. —Siento haberte pegado —dice Paula mientrasabre la puerta de la habitación. —Y yo siento haberte besado sin
permiso. La chica hace un gesto con la cabeza, suspira y sonríe tímida. —Nosvemosmañana, Mario. —Espera un segundo. El chicose levanta de la silla y saca
el CD del ordenador. Lo guarda y se lo da. —Gracias. —Estuyo. Tu regalo de cumpleaños. Losojos de Paula brillan bajo la luz del dormitorio de aquel chico que
conoce desde hace tantos años: un gran amigo que le acaba de confesar su amor. Apenaspuede aguantar laslágrimas. Esuno de los momentos más difíciles
que recuerda en su vida. Pero tiene novio. Está Álex y ahora…, ahora también sabe que Mario la quiere. Su cabeza va a explotar. Tiene que salir de allí. Da las
graciasde nuevo y, tras besarle en la mejilla que antes golpeó con la palma de su mano, abandona la habitaci ón abrazando con fuerza el CD de Cancionespara
Paula. Capítulo 95 Un día de marzo por la tarde, en un lugar de la ciudad, hace aproximadamente diez años. Luce el sol y el parque está lleno de niños. Algunos
han hecho porterías con las mochilasdel colegio y juegan al fútbol con un balón desinflado. Otroscorretean de aquí para allá, intentando pillar a los más
lentos. Un grupo de amigas salta a la comba. Aquella, a la que le toca estar en el centro ahora, lo hace muy bien. Uno, dos, tres, cuatro saltos seguidos, con
gran agilidad, sin que apenas toquen lospiesen el suelo y al ritmo de una cancioncilla que se sabe de memoria. Y eso que solo tiene seis años, ya casi siete,
porque Paula cumple años en pocosdías, en ese mes de marzo. Es una de las chicasmás guapasde su pandilla. Tiene unosenormesojosmarrones, aunque ella
siempre dice que son de color miel, y una preciosa melena ondulada, la máslarga de lasmelenas entre todas las niñas. Enfrente, ensimismado, Mario la mira
atentamente, sentado en la parte de arriba de un tobogán. Está solo, como suele ser habitual. No tiene demasiadosamigos. A él no le gusta el fútbol ni
correr. Prefiere jugar al ajedrez o hacer sopasde letras para niños. Eso a los seis añosno te hace demasiado popular ni en el colegio ni en el barrio. Tampoco
su timidez le deja ir más allá. Sobre todo con laschicasy, en especial, con Paula. Cuando la ve siente algo por dentro. Una svecesen el lado izquierdo del
pecho, otras en la tripa. No sabe lo que es. Incluso un día pensó que le había sentado mal la comida. A él le encantaría hablar con ella, pero nunca se ha
atrevido y eso que van a la misma clase este año. No cree que Paula sepa ni siquieraque existe. La tarde va cayendo. Esun día primaveral. Poco a poco los
niñosse van marchando a sus casas. Las chicasde la comba ya no están, tampoco los del pilla-pilla, y los equiposde fútbol cada vez tienen menos jugadores.
Mario sigue allí, subido en uno de los columpios. Mira al cielo mientrasque se balancea suavemente. Hace tiempo que no sabe nada de la chica de los ojos
marronestan grandes. Se había marchado con la de lascoletas, esa que dice tantas palabrotasy que se llama Diana. —Hola. La voz que oye a su espalda es de
una chica. Mario se gira y ve a Paula. Está sonriendo. El chico se pone nervioso y casi se cae al suelo. —Hola —consigue decir por fin, arrastrando los piespara
estabilizar de nuevo el columpio. Esla primera vez en su vida que le habla. ¡Cómo no va a estar nervioso! A susseis añosapenasha conversado con niñas. Paula
se sube en el otro columpio y comienza a balancearse con fuerza. Suspequeñaspiernasse alzan muy arriba. Mario la observa i ntrigado. ¿Qué ha ido a hacer
allí? —¿Por qué estás siempre solo? —le pregunta ella sin parar de impulsarse. El chico duda en responder. ¿Esa él? Sí, debe ser a él, es la única persona que
hay por allí. —No sé —contesta en voz baja. —¿Te gusta estar solo? —A vecessí, pero otras me aburro mucho. —Te comprendo. Yo, cuando estoy sola, me
aburro muchísimo. Mario no entiende muy bien a qué se refiere la niña. ¿Sola? Nunca ha visto a Paula sola, siempre va rodeada de chicos y chicas, incluso con
alguno mayor que ella. La niña detiene el columpio de golpe y lo mira con curiosidad, como quien observa a un insecto que no ha visto nunca. —No tienesnovia,
¿verdad? ¿Y eso a qué viene? Tiene solo seisaños, ¡cómo va a tener novia! Siempre ha oído que losnoviosse besan en la boca y besarse en la boca es cosa de
mayores. Y aunque él se considera un chico muy maduro para su edad, no tiene los suficientesañospara ser mayor. —¡Claro que no! —¿Y no te gusta ninguna
niña? —Puesno. —¿Nunca te ha gustado nadie? ¿Ni de nuestra clase? —Qué va…—Eres muy raro. Paula sonríe y vuelve a balancearse en el columpio. ¿Raro?
¡Qué sabrá ella! Aunque, pensándolo bien, un poco raro sí que es. Al menos no hace las cosasque suelen hacer otros niñosde su edad. —¿Y a ti te gusta
alguno? —se aventura a preguntarle, pero con mucha timidez y enrojeciendo después. —Julio, Diegoy CarlosFernández. Pero solo estoy con Julio. Julio Casas
es el guapo de la clase. O eso es lo que ha escuchado de algunasde sus compañeras. El resto de chicossiempre le están haciendo la pelota y quieren ir con él
en el recreo. —¿Y él lo sabe? Paula vuelve a parar el columpio. —¿Qué si sabe el qué? —Puesque te gustan otros dos. —Claro, se lo dije desde el principio.
Pero no le importa. —Ah. —Además, creo que me está empezando a gustar otro. —¿Otro? —Sí. Esde la clase. —¿De la clase? —Sí. Su nombre empieza por
"M". Mario reflexionadurante unossegundos. En la clase solo hay tres chicoscuya inicial sea la "M": Manuel Espigosa, Martín Varela y él. ¿Él? No, él no
puede gustarle a aquella chica.Pero su nombre empieza por "M". ¿Y si es él? —No sé quién puede ser. —Es Martín. Pero no se lo digasa nadie, ¿vale? Mario
siente una punzada dentro de su pecho. Qué extraño. ¿Habrá cogido frío? Su padre le suele decir que, cuando te duele el pecho , es porque entra aire en las
costillas. Será eso. —Tranquila.No diré nada. Paula lo mira a losojos y sonríe. Esfeo, pero más simpático de lo que parecía. Losdosniños se balancean
tranquilos, despacio, en el atardecer de aquel mes de marzo: Mario sin saber que aquellosinstantesserán el inicio de un largo camino en silencio; Paula
desconociendo que, diez años mástarde, su amigo le confesará todo lo que siente por ella. Capítulo 96 Mañanade un día de marzo, en un lugar de la ciudad.
Se ha puesto la camiseta al revés. Menosmal que su madre se ha dado cuenta y la ha avisado a tiempo. Y no solo eso: desayunando, deprisa y corriendo
porque llegaba tarde al instituto, ha tirado con el brazo medio vaso de Cola Cao sobre la mesa. Paula está muy tensa y también cansada. No ha dormido en
toda la noche. Su cabeza es un hervidero: Mario, Álex y Ángel son los protagonistasde sus pensamientos, tres chicosque están enamorados de ella, dos
pasándolo mal y uno al que le está ocultando demasiadascosas. Por eso es imposible centrarse en otras cosas, aunque sean tan importantes como el examen
de Matemáticas que tiene a primera hora. Si es que le dejan hacerlo porque en esos momentos suena el timbre del instituto y ella corre por el pasillo con la
mochila dando tumbos en su espalda. Es una situación frecuente, pero esta vez tiene más relevancia porque, si no logra entrar en clase, no hace la prueba y
entoncessuspenderá el trimestre. El profesor de Matemáticasse asoma por el umbral de la puerta para comprobar que nadie está fuera y la ve. —Buenos
días, señorita García. Ya la echaba de menos. El hombre se mete en la clase, pero no cierra la puerta. Paula hace el último esfuerzo y entra en el aula
trastabillándose. —Buenos días…profesor…Perdone el retraso —dice jadeando, tratando de recuperar el aliento perdido. —Siéntese. Es la última como
siempre. Espero que eso no sea un indicativode su nota en el examen. Paula no está en condicionesde responder al comentario irónico del profesor y no le
contesta. Al menos, le deja hacer el examen. Essuficiente. Mientrasse quita la chaqueta, ante la mirada atenta de los chicosde la clase, se dirige a su sitio.
El resto está ya sentado, también lasotras Sugus, que la saludan con la mano desde sus asientos. Crisy Miriamsonríen. Diana, sin embargo, está más seria.
Paula se da cuenta de que las ojerasde ayer permanecen en sus ojos. No tiene buen aspecto: seguro que esta noche también se la ha pasado estudiando. —
Buenosdías, dormilona —le susurra Miriam—. Suerte. —Suerte para ti también —responde en voz baja. De la mochila de las Supernenas saca un bolígrafo, un
lápiz y una goma. El paraguas, que no ha tenido que usar todavía hoy, lo deja a un lado de la mesa y la chaqueta la cuelga en el respaldo de la silla.
Instintivamente, mira hacia el rincón opuesto del aula donde se sienta Mario. Pero ¿dónde está? En su lugar habitual no hay nadie. Paula lo busca con la
mirada por toda la clase. A veceslos profesorestienen la costumbre, o el capricho, de cambiar antesde un examen a algunos alumnosde sitio. Pero en esta
ocasión no esasí. La chica no ve a Mario porque no ha ido. El profesor de Matemáticassaca de su carpeta los foliosdel examen y comienzaa repartirlos. Al
mismo tiempo, advierte a sus alumnosque no pueden hablar desde ese mismo instante. —¿Y tu hermano?—le pregunta Paula a Miriam. —No viene. Se ha
puesto malo. —¿Que se ha puesto malo? ¿Qué le pasa? A Miriamno le da tiempo a responder porque se da cuenta de que el profesor las está observando. C on
un gesto con la mano le indica a su amiga que se lo cuenta más tarde. Paula no puede creer que Mario no haya ido al examen. Despuésde tanto esfuerzo va a
suspender el trimestre, él, que precisamente es el más preparado de toda la clase y que la ha ayudado tanto estos dos días. Suspira. Solo espera que su
ausencia no tenga nada que ver con lo que sucedió ayer. Si ella está afectada, imagina cómo debe de estar su amigo. No entiende cómo no se dio cuenta antes
de sus sentimientos. Durante la noche ha recordado anécdotascon él en los díasen los que solo eran unosniños. Por aquel entonceseran inseparables
compañerosde juegos, de bromas, de experienciasHasta que empezaron a ir al instituto y, en ese momento, comenzaron a distanciarse. Quizáfue culpa de
ella, que no le prestó la atención adecuada al chicoque había vivido a su lado gran parte de su infancia. ¡Qué tonta ha sido ! —Espero no verlas hablar más
hasta que salgan al patio y se fumen el cigarrillo —señala el profesor de Matemáticas, que le entrega el examen boca abajo. Paula ni siquiera le responde que
no fuma, ni tiene intenciónde hacerlo nunca. Está preocupada por Mario. El examen se halla sobre la mesa, pero ella solo piensa en su amigo. Quiere verlo,
pedirle perdón por todo el tiempo que le ha dejado de lado, por esos últimos añosperdidosen los que se alejaron el uno del otro. —El folio en blanco que les
he entregado es para que lo usen de borrador, aunque también lo recogeré. Tienen cincuenta y cinco minutospara disfrutar de la magia y el poder de las
Matemáticas. Luego, el que disfrutará corrigiendo seré yo. Pueden darle la vuelta a la hoja. Como si de un equipo sinc ronizado se tratase, todos giran el folio
al mismo tiempo; todos menos una chica, que en su asiento sigue preguntándose si no es ella la responsable de que su amigo no esté haciendo ahora el examen
con ellos. Esa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Ya te vale, ponerte malo precisamente hoy. La madre de Mario mira el reloj. En un par de horas
ella y su marido deben coger un avión. Se van hasta el domingo, pero no contaban con este imprevisto. —¿Y qué quieresque haga? — responde el chico,
tapándose la cabeza con una manta. —¿Te sigue doliendo la cabeza? — pregunta resignada. —Sí.Me duele. —Y tose. La mujer resopla. No parece que sea
demasiado grave, pero si Mario ha dicho que no se encuentra bien para ir a clase, seguro que tiene motivospara ello. Nunca miente con esas cosas. No es
como Miriam. Su marido también entra en la habitación. Se está haciendo el nudo de la corbata. Tiene un congreso fuera de la ciudad, un viaje de trabajo,
pero con mucho tiempo libre, y por eso su mujer lo acompaña. Ni recuerda el tiempo que hace que no disfrutan de un fin de semana para ellos solos. —¿Cómo
estás? —le pregunta a su hijo, que sigue escondido bajo la manta. —Dice que le duele la cabeza y tiene un poco de tos —se anticipa la mujer. —Vaya, qué mala
pata. —Me tendré que quedar aquí. —¿Qué?¿Tan mal está? Mario aparta la manta. —No estoy tan mal. Podéisiroslos dos tranquilos. —No te voy a dejar aquí
solo si estás enfermo. El chico empieza a sentirse culpable. A su madre le hacía mucha ilusión ese viaje. Cuando ha decidido esta noche que no iría al instituto
hoy, no recordaba que sus padres se iban por mañana. —Mamá, que no estoy tan mal. De verdad, no te preocupes, os podéisir. —Mario, no voy a dejarte solo
en casa estando enfermo. Pero mira la mala cara que tienes —Esde no dormir, pero no estoy enfermo. —¿No? ¿Y entoncespor qué toses y te duele la
cabeza? El chico suspira. Uff. —Hoy tenía un examen y no me lo sabía. —¿¡Qué!?—exclamanal unísono el hombre y la mujer. —Eso, que como no me lo sabía y
no quería suspender, pueshe fingido que estaba enfermo. Perdón. —Pero…¿tú crees que esto…? Su madre indignada no sabe qué decir. Su padre, sin
embargo, sale del dormitorio terminando de anudarse la corbata con una sonrisilla. No está bien lo que ha hecho su hijo, pero al final su mujer podrá irse de
viaje con él. —Lo siento, mamá. —Cuando regrese del viaje, hablaremosde esto. —Vale. Asumo las consecuencias. No lo volveré a hacer. La mujer agita la
cabeza de un lado a otro y se marcha de la habitación. Mario se vuelve a meter bajo la manta. Se siente mal por mentirle a su madre, pero no puede contarle
la verdad. Ella jamás imaginaría que su hijo se ha pasado toda la noche llorando por amor y jamás creería que le han faltado fuerzasesa mañana para
enfrentarse a la realidad. Y es que el dolor del desamor es más fuerte que suspender un estúpido examen de Matemáticas. Capítulo 97 Esa misma mañana de
marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Qué te dio el segundo? —pregunta Miriam, que ha sido de las primerasen salir del examen. —Tres —responde un chico
bajito que está a su lado. —¿Tres? A mí me dio siete —indica, desilusionada. Aquel pequeñajo suele sacar buenasnotas. —Y a mí cinco con cinco —se lamenta
Cris. Diana esla siguiente en aparecer. Está muy seria. Miriamse acerca a ella y trata de consolarla. —Menuda cara. ¿No te ha salido bien, verdad? No te
preocupes, era muy difícil. —Bueno, no sé. Suspenderé como siempre —dice, sin demasiado interés. —¿Qué te dio el resultado del segundo? —Tres. —¿Tres?
Como a… este —Miriam, señala al chico bajito del que ni siquiera recuerda el nombre. —Casualidad. —¿Y el tercero? —insiste la mayor de las Sugus. —Mmm.
Creo que dos con cinco — responde Diana. —¡A mí me dio eso! —exclama Cris. —Sí, da eso —certificael chico. —¡Joder! ¡A mí ocho! —grita Miriam,
desesperada, segura ya de que va a suspender. La puerta del primero B se abre de nuevo. Paulasale resoplando. —¿Cómo te ha salido? —le pregunta Cris. —Ni
idea. Era complicado. —¿A que sí? —interviene Miriam—. ¿El primero osdio doce? —No, veintiuno—comenta Cristina. El resto asiente. Sí, el primer problema
da veintiuno. —Uff. Puesun cero voy a sacar. —No será para tanto. Algún puntillo tendrás por haber puesto el nombre bien —bromea Cris, un poco más
aliviada despuésde comprobar que dos de los ejercicioslosha hecho bien. Miriamla atraviesa con la mirada y levanta el dedo corazón de la mano derecha. El
timbre suena anunciando el final de la clase. —Oye, Miriam, ¿qué le ha pasado a Mario? —pregunta Paula, que no se ha olvidado de su amigo en todo el examen.
—Se ha levantado enfermo. Decíaque le dolía mucho la cabeza y además tosía bastante. —Ah. Diana escucha la conversación en silencio. —Pero, si quieres
que te diga la verdad, me parece que se lo ha inventado. Y como esél, mis padres se lo han tragado. —¿Y por qué tu hermano iba a hacer algo así? —pregunta
Cristina, que no se cree la versión de su amiga. —No lo sé. Tal vez no había estudiado demasiado y no quería suspender. Quizá, si habla con el profesor de
Matemáticas, se lo haga otro día. Mispadresle harán un justificante. —No me creo que Mario haga eso — insiste Cris. —Puescréetelo. Soy una experta en
hacerme la enferma. Y la tos sonaba muy falsa. Paula no dice nada. Prefiere no hacerlo. Si escierto que Mario miente y no está realmente enfermo, cree
saber la causa por la que no ha ido a hacer el examen: ella. El timbre vuelve a sonar. La siguiente clase comienza enseguida. —Voy al baño —dice Diana—.
¿Vienesconmigo, Paula?—Pero si ya ha sonado… —Anda, acompáñame, que no aguanto. No tardamosnada. —Está bien, voy contigo. Las dos chicas se despiden
de sus amigas y se dirigen al pasillo en el que está el cuarto de baño. —Paula, ¿te puedo preguntar una cosa? —Sí, claro. —Ayer…¿Mario te dijo algo cuando
yo me fui? —¿Algo sobre qué? Diana y Paula entran en el baño. Una junto a la otra se sitúan delante del espejo y se arreglan el pelo. —Sobre…sus
sentimientos. Paula se gira hacia Diana y la mira a los ojos sorprendida. —¿Hasta dónde sabes tú? ¿Qué te ha contado Mario? —Bueno, no sé mucho. Solo
que…—Diana, ¿tú sabías que yo le gustaba a Mario? —Sí —responde en voz baja, tras pensarlo un instante. —¿Y por qué no me habíasdicho nada? Somos
amigas. —Porque era un secreto. Y no era yo la indicada para contarte eso. Tenía que ser él quien te lo dijera. Paula resopla, abre el grifo del agua fría y se
echa un poco en la cara. Diana lo sabía y debería habérselo contado todo. —De todas formas, no entiendo por qué dejaste que creyéramos que eras tú la que
le gustabas. —Porque yo me enteré ayer. Antes no sabía nada. —¿El miércoles? Pero el miércolesfue cuando te fuiste de la casa de Mario llorando. ¿No? ¿No
tendrá esto relación con lo que te pasó? Diana no responde y se encierra en uno de los bañosindividuales. Paulala sigue y la espera fuera, apoyada contra la
pared. —¿Te gusta Mario, verdad, Diana? Pero no hay ningunarespuesta desde el otro lado de la puerta. Aquel momento no es sencillo para ningunapor el
sufrimiento de ambas. Paula, ante el silencio de su amiga, no insiste. Un par de minutos después, Diana sale del baño. Está sonriendo, pero tiene los ojos
completamente rojos. —Di…Diana. Y aquella chica, que tan fuerte se había mostrado siempre delante de todos, se derrumba completamente ante su mejor
amiga. Lágrimas que ya no ocultan un sentimiento que ha terminado por explotar. Capítulo 98 Esa misma mañana, en otro lugar de la ciudad. La columna sobre
Katia para la página webya está terminada. No está mal. Ángel la lee variasveces, cambiaun par de palabrasy corrige algun a que otra coma mal puesta. Hace
entoncesuna nueva lectura, la última, porque lo que ha escrito sobre la cantante le gusta bastante. Satisfecho, llama a su jefe para que la lea antes de pulsar
el enter y que salga ya publicada en Internet. Jaime Suárez acude rápidamente y lee con detenimiento. —¡Muy bien! Está muy bien. —Gracias, me alegro de
que le guste. —Es personal, diferente, también informativay se nota que estáis enamoradosel uno del otro. El periodista cree que ha oído mal las últimas
palabrasde don Jaime. —¿Perdone? ¿Ha dicho "enamorados"? —Sí, hombre. Es una columna preciosa y se siente el amor que hay entre los dos. Al menos, yo
lo siento. —No estamos enamorados. ¿Por qué dice eso? ¿En qué frase lo percibe? Jaime Suárez mira a un lado y a otro para cerciorarse de que están solos.
Luego se sienta en una silla con ruedecitasy se pone las manosen la nuca. —Ángel, por si no lo recuerdas, sigo siendo periodista. —Claroque lo recuerdo.
Pero, ¿qué tiene que ver eso? El hombre está a gusto consigo mismo. Se siente triunfador, como el que acaba de encontrar una exclusiva: ¡la exclusiva! —
Verás: un periodista tiene que ser intuitivo…—Lo sé, lo sé. Pero… —Y perseguir una corazonada hasta descubrir si se trata de una realidado de algo
producto de su imaginación. Y reunir pruebas. —Ya, pero no sé qué tiene que ver eso conmigo y con lo que ha dicho. —Y ademáscontar con dos factores
fundamentales: la suerte y la lógica.Pueden parecer opuestos, pero ambos, en un momento dado, se complementan y juntos consi guen que se llegue a la
noticia, al núcleo de la información. —No entiendo nada de lo que me está diciendo. Jaime Suárezsonríe. —Yo te lo explico con hechos. Te voy a contar una
historia. Hace una semana, cuando Katia vino a hacer la entrevista, ya noté cierto flirteo por su parte. Le gustaste desde el primer minuto. —¿Cómo sabe
eso? —pregunta el chico sorprendido. —Soyun zorro viejo, Ángel. Conozco a la personas, su naturaleza. Además, te miraba de una manera especial. ¿No te
diste cuenta? —No, y no creo que eso fuera así. —No intentesesconder la verdadconmigo, amigo mío. Pero continúo. —El hombre echa la silla hacia atrás y
coloca un pie sobre una de las mesas de redacción—: en ese instante tuve una corazonada, una intuición, el presentimiento de que tú y ella comenzaríais una
relación. Ángel se queda con la boca abierta y sigue escuchando lasreflexionesde su jefe. —Entoncesempiezan a darse circunstancias que reafirman mi
presentimiento. Ella te lleva en coche a no sé dónde el primer día, pide tu móvil y luego te reclama para que asistas a su sesión de fotos. Además, creo que
luego os fuisteis juntos, ¿no? Eso al menos me contó Héctor. —Sí, así fue —responde Ángel. —No sé qué pasaría esa noche ni quiero saberlo, claro. Es asunto
vuestro. Pero, y aquí entra en juego la lógica, sería normal que entre una chica joven y preciosacomo ella y un tío también joven y guapo como tú pudiera
pasar algo. Si se van solos, de noche y en el coche de ella, las posibilidadesaumentan. —Puesno pasó nada —miente. El hombre sonríe pícaro. No lo cree, pero
no va a contradecirle. —Vale, no pasó nada. Pero esnormal que dos chicosguapos, jóvenesy sin compromiso conocido se gusten y comiencen una histori a
entre ellos. ¿Es lógico o no es lógico? —Simplemente, esuna posibilidad. —Da igual, llámalo como quieras — protesta don Jaime—. Sigo atando cabos. El día
que Katia tiene el accidente, da la casualidadde que tú estás en el lugar de los hechos sin que te avise nadie para que cubrasla noticia. —Había muchos
periodistasallí. —Sí, escierto, pero ningunodispuso de lasinformacionesque tú obtuviste. Es más, diría que hasta llegaste a ver a Katia en su habitac ión,
¿me equivoco? El chico no responde. Se limita a seguir escuchando lo que Jaime Suárez sigue diciendo. —No, no me equivoco.Y, por si fuera poco, el
miércolesKatia aparece en la redacción de la revista porque habíasquedado con ella para tomar café. —Noshemos hecho amigos. Esverdad. —¿Amigos?
¡Amigosíntimos! Jaime Suárez se pone de pie y suelta una carcajada. Ángel lo observa. Camina de un lado para otro con lasmanos en la espalda. —Ayer —
continúa relatando el director de la revista— alguien vio a Katia entrando en un edificio. Iba acompañada de un chico guapo, alto, bien vestido, que se parecía
mucho a ti. ¿Eras tú? Ángel duda en responder la verdad. Pero si aquel hombre está diciendo todo aquello es porque tiene pruebasconvincentes. Así que
mentir no es una buena solución. —Sí, era yo. —Menosmal que lo reconoces, porque ese alguien que osvio era mi mujer. —¡Joder! ¿Su mujer nos vio? —¡Sí!Por
eso te he dicho antes que también en la noticia intervienenla suerte, el destino, las casualidades. Mi mujer confirmó mi corazonada y aportó la prueba
definitiva: la que demuestra que tú y esa chica tenéisuna relación. Ángel se manti ene en silencio un instante. Mientrassu jefe continúa hablando, él busca
algo entre sus cosas. —Pero no te preocupes, yo no diré nada. Y la revista no publicará nada sobre vuestra relación. Eso sí, si la prensa del corazón se hace
eco de que… ¿Ángel, qué haces? El periodista abre la carátula del CD que estaba buscando y mete el disco en su ordenador. —Escuche —le indica a Jaime
Suárez. Esel tema de Katia, cantado por ella misma. Suena algo diferente a la canciónoriginal, pero Jaime no entiende por q ué Ángel quiere que oiga
Ilusionasmi corazón.Sin embargo, en unossegundos, lo descubre. La letra no es la misma: los protagonistasde la canción se llaman Ángel y Paula. —Pero,
¿qué significa esto? —Veo que lo ha notado. —¿Ese Ángel eres tú? —Sí. Y Paula es mi novia. Mañana essu cumpleañosy le pedí a Katia que me hiciera este
favor. Esuna gran fan suya y que le dedique esta canción significará mucho para ella. En el edificio donde su mujer nosvio entrar hay un estudio de
grabación, donde ayer nos pasamos toda la tarde grabando esta versión especial de Ilusionasmi corazón. Jaime Suárez no recuerda ninguna ocasión en la que
errara de esa manera. ¡Menos mal que ha sido con uno de sus chicos! —Lo siento, Ángel. Estoy avergonzado. —No se preocupe. Entiendo quetodas las pruebas
conducían a deducir que Katia y yo tenemos una historia, lo que demuestra que ni aunque la intuición, la lógicay la suerte se junten, eso garantice que el
periodismo sea una cienciaexacta. Despuésde esa última frase, el periodista vuelve a guardar el CD en su carátula. Sonríe a su jefe y pulsa el enter para que
la columna de opinión sobre Katia aparezca en la página webde 1a revista. Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Álex no va esa mañana a la ciudad.
En casa, prepara la clase de esta tarde con Agustín Mendizábal y susamigos. Menosmal que hoy es viernesy la tiene una hora antes. También intenta
escribir un nuevo capítulo de Tras la pareda pesar de no encontrarse muy inspirado. De vez en cuando se atasca y, al repasar cada párrafo, todos le parecen
iguales. Y entoncesse culpa de su torpeza y de su falta de talento. Constantemente mira el móvil y siente la tentación de llamar a Paula. La última
conversaciónde anoche le hizo pensar. Tal vez la esté agobiando demasiado. No quiere que eso pase, pero le cuesta controlarse. A vecessus sentimientos le
desbordan y la necesita. Necesita saber de ella, oír cómo se ríe. A pesar de que se conocen desde hace poco tiempo, y no se han visto demasiado, se ha
enamorado como nunca antes lo había hecho. Pero ella tiene novio, y ese es un gran inconveniente o, más bien, una tortura, y lo que hace que en ocasiones
entristezca y lo dé todo por perdido. Imaginar que la chicaa la que quieresestá en los brazos de otro y que la besa y la abraza resulta desolador. Quizá en
estos momentos esté con él, haciendo quién sabe qué. Álex suspira. Sí, realmente vivir así esuna tortura. Le apetece subir a la azotea de su casa y tocar el
saxofón para desahogarse, pero llueve otra vez. Así que se debe conformar con mirar por la ventana de su habitación y tocar sentado en la cama. La música
del saxo invade toda la casa recorriendo cada rincón con su triste melodía. Capítulo 99 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Un nuevo viernesque
se termina, al menos para los alumnosdel instituto. Se acaban lasclaseshasta el lunes, ocasión de festejos y celebraciones, aunque no muc hos. La semana que
viene esla última del segundo trimestre y está llena de exámenesque determinarán las notas finales. Lascuatro Suguscaminan juntas por los pasillos del
edificio hacia la salida. Miriamy Crisllevan discutiendo todo el día sobre los motivosde Mario para no ir al examen. ¿Fingió que estaba enfermo o no? Su
hermana se reafirma una y otra vez en que sí, pero Cristina opinaque Mario no escapaz de algo así porque, además, es el mejor de la clase en Matemáticas y,
si se hubiera presentado al examen, lo habría aprobado sin dificultad. No necesita mentir y decir que se ha puesto malo. Paula y Diana se mantienen al
margen. Prefieren no expresar su opinión, aunque ambascreen comprender lasrazonespor lasque el chico no ha aparecido.Desde que terminó el examen de
Matemáticas, Paula y Diana están más unidasque nunca: son másamigas, se conocen un poco más. Por primera vez, Diana se ha abierto. Ha sacado sus
sentimientos al exterior y Paula estaba allí para tenderle su mano. Aunque ella es la tercera implicada de ese extraño triángulo amoroso, siente la necesidad
de estar al lado de su amiga. En el cuarto de baño hablaron. Diana se desahogó y soltó todo lo que su corazón escondía. Paula la escuchó durante esa hora en
la que faltaron a clase de Tutoría. Nunca había visto a su amiga llorar de esa manera. Desconsolada, repetía que no sabía qué le estaba pasando, no entendía
cómo había podido llegar a eso por amor, o lo que ella creía que era amor. Su primer amor. Un beso en la frente de Paula a Di ana selló su apoyo incondicional
hacia su amiga, fueran cuales fueran lospróximosacontecimientos. —Bueno, entoncesquedamosa lasocho en mi casa —apunta Miriam, que ya se ha olvidado
por completo del examen de Matemáticas—. LasSugustenemos que celebrar tu cumpleañosa lo grande. —Vale. Vale. Llevaré helado y comeremos pizza —
comenta Paula. Aunque sea en casa de Miriamy con Mario cerca, en otra habitación, le vendrá bien olvidarse de todo al lado de sus amigas. Y a Diana también.
—Lo pasaremos bien. Mis padresno están y podremos desmadrarnosun poco. ¿Contratamosun boy? —Estás loca, Miriam —comenta Cris, negando con la
cabeza, aunque con una amplia sonrisa. —Hey, ¿qué pasa?¿A ti no te gustaría ver a un tío de esos bailando para nosotrassolas? —¡No! ¡Qué vergüenza! —Ya,
ya, vergüenza…Tú eres tímida y vergonzosa hasta que dejas de serlo. ¿O ya no recuerdasqué pasó hace un mes cuando te pillaste aquel ciego de Malibú? —
Puesno, no me acuerdo, lista. —¿Te refresco la memoria? —Déjalo, anda. Diana y Paula observanen silencio la divertida discusión de sus amigas. Sonríen.
Están más relajadas. Aunque saben que las cosaspueden cambiar pronto, ellas permanecerán unidas. Lascuatro comparten una forma parecida de vivir la
vida. Son diferentes, pero su espíritu es muy similar, un espíritu libre, una misma esencia. Se divierten juntas, se entienden bien y, envidias de esas que
llaman sanasaparte, se respetan. Pero sobre todo se quieren, ese es el gran secreto de lasSugus: se quieren mucho. —Vale, puessin boy. Ya inventaremos
algo. —Podemos jugar un trivial —comenta Cristina. —Sí, o un parchís, ¡no te jode! Para un día que me dejan sola en casa, nosvamosa poner a jugar al trivial.
—Eso lo dicesporque siempre pierdes. —Eso lo digo porque…¡Bah, paso de ti! Las Sugusllegan a la puerta del instituto entre gritos y risas. Llueve desde
hace un rato con mayor intensidad. —A lasocho en mi casa. ¡Sed puntuales! —exclama Miriam, que sale a la calle abriendo su paraguas—.¿Vienes, Diana? —Sí,
espérame. Se despide primero de Cristina, a la que guiña un ojo, y luego de Paula, a quien da un beso en la mejilla. —Esta noche nos vemos. Y gracias por todo.
Paula sonríe y contempla cómo su amiga corre hasta Miriamy se refugia bajo su paraguas. Esuna gran chica y le da mucha pena que lo esté pasando tan mal.
Solo espera que todo se arregle y que las cosasvuelvan a la normalidad. Ya lejos, Miriamy Diana dialogan. —¿Creesque se ha enterado de algo? —No, no
sospecha nada. —Lo del boy ha estado bien, ¿verdad? —No te habríasatrevido a contratar uno. —¿Que no? —No.—Puestienesrazón. Pero seguro que no
necesitamosun boy para que el cumpleañosde Paula sea un éxito. —Seguro. —¿Tienesya loscondones? —No. Esta tarde iré a por ellos. —Bien. Yo ya tengo
reservada la habitación del hotel. Diana sonríe. Recuerda su primera vez. No fue como había imaginado: lo hizo mal, deprisa y con quien no debía, pero aún así
fue especial. Y seguro que para Paula también lo será. Se lo merece. Capítulo 100 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciuda d. Han pasado la mañana juntas.
Mástarde han dado un paseo por la montaña, sin nadie que lasmoleste, sin horarios, sin móvilesy sin fans. Ni la lluviaha podido con ellas. Finalmente, han
regresado a casa cansadas y empapadas, pero con sensacionesrenovadasy muy positivas. Son másde lasseis y media de la tarde y acaban de terminar de
comer. Katia sirve una copa a Alexia, un ron con Coca Cola, y se sienta en el sillón de al lado. La cantante ha invitado a su hermana a comer para agradecerle
el gran día que han compartido y que le haya prestado el coche durante toda la semana. El mecánico llamó por la mañana para c onfirmarle que, a partir del
lunes, ya tendrá de nuevo a su disposición el Audi rosa. —Hacía tiempo que no pasábamosun día tan bueno juntas. ¿Desde cuándo tú y yo no comíamos así? Las
dos solas y tranquilas. Por cierto, ha sido un detalle que me hayasinvitado, aunque hayasencargado losplatosal restaurante chino —dice la hermana mayor
bromeando, mientras echa el refresco en el vaso. —Esque hacer la comida no es lo mío, ya lo sabes. —Lo sé. De todas maneras, los tallarinescon bambú
estaban muy buenos. —Y el pato a la naranja, también. —Tenemosque repetir más a menudo díascomo el de hoy. Pero, con tu agenda tan apretada… —Lo
siento —se disculpa Katia con sinceridad. —No te preocupes, lo entiendo. Sé que es difícil que encuentrestiempo libre para otras cosas. —Sí. He estado tan
ocupada durante estos meses que apenasme ha quedado tiempo para hacer lo que siempre he hecho. Katia se da cuenta de lo olvi dado que ha tenido todo lo
que hacía antesde convertirse en una celebridad. —No debe resultar sencillo ser una cantante tan famosa y pararte a mirar dónde estás. —Ya. Pero esta
semana de descanso me ha venido muy bien para pensar. —¿Sí?¿Y qué haspensado? La chica del pelo rosa cruza laspiernasy se pone una mano en la barbilla.
—Algunascosas. —¿Como qué?—Por ejemplo, que uno no dirige su propia vida, sino que esella la que te dirige a ti. —Qué profunda. ¿Y por qué diceseso? —
Por variasrazones. Por ejemplo, el accidente de coche. Podría haber muerto sin previo aviso. —No te pongasdramática. Afortunadamente, solo fue un susto.
—Sí, pero es una circunstancia que se te escapa. Tú no puedesprevenir que algo así te vaya a suceder, son cosasque la vida te tiene preparadas y que es
imposible descifrar. En un segundo todo puede variar. —Puede ser. —Otro ejemplo: un día cualquiera conocesa alguien que piensasque espara ti, pero él no
cree lo mismo. Tú intentas dirigir tu vida, que esa persona forme parte de ella de una manera y, sin embargo, resulta que forma parte de otra vida: no es lo
que tú quieras que sea. Alexia arquea lascejasy se frota el mentón. —Pero, en ese caso, no es la vida quien te dirige y toma decisiones. Es otra persona,
como tú y como yo, la que lo hace. No es un ejemplo válido. —Sí que lo es. Es el destino, la vida misma, la que guía a la otra persona. Porque su vida actual ya
está condicionada por lo que le ha pasado antes o por lo que él está viviendo ahora. La vida lo dirige a él y, de rebote, me dirige a mí. La hermana mayor bebe
y reflexiona unos segundos. —Resumiendo, que Ángel sigue sin hacerte caso —comenta mientrasdeja el ron con Coca Cola en la mesita. —Me quiere solo como
amiga — responde Katia, sincerándose. —Tanta Filosofía para llegar a una conclusión tan simple y sencilla. Ya te vale, hermanita. —Soy así de tonta. —Tú no
eres tonta, eres muy lista. Mira hasta dónde has llegado. —Cosasde la vida. —¿Otra vez con eso? Katia, te voy a ser sincera: tieneslas armas y la
inteligencia suficientespara conseguir a quienquieras, pero te pasa una cosa. Eresmuy legal, demasiado legal, y el amor es como una batalla. Hay un objetivo
por el que debes luchar y rivalesa los que tienesque derrotar. Y, para eso, vale todo. —Estás exagerando, Alexia. No esuna guerra, no es una cuestión de
vida o muerte. —¿No? ¿Estás segura? Katia suspira y descruza laspiernas, echándose haciaatrásen el sillón en el que está sentada. —Yo no estoy segura ya
de nada, hermana. Alexia saca de su bolso un paquete de Malboro y se enciende un cigarro. —Tienesuna rival, ¿no? La noviade Ángel, una cría que tal vez ni
siquiera sabe lo que quiere y que se ha encaprichado del periodista. ¿Creesque espara toda la vida? —No lo sé. —Puesya te lo digo yo: no. Esa relación
durará semanas o meses. Con un poco de suerte igual llegan al año. Y después, ¿qué? También te lo digo yo: él querrá o dirá que quiere a otra; y ella, lo mismo.
—Eso lo sé. Es normal que si lo de Paula y Ángel no funciona, losdos rehagan su vida con otras personas. —¿Y entonces? —pregunta Alexiasacudiendo las
cenizasdel cigarro en un cenicerode cristal. —Entonces, ¿qué? —¿Tú creesque no se puede pelear por un chico de veintidósañosque acaba de empezar a
salir con una niña de instituto? ¡Por Dios, Katia! Millonesde rolloscomo ese comienzan y acaban todoslosdías. Son histori asinconcretas, historias que viven
del momento y en las que, por mucho futuro que crean que tienen juntos, nunca se aspira a más que a seguir soportándose la semana siguiente. —Pero están
enamorados. —¿Enamorados? ¡Venga ya! Katia, desmoralizada, se tumba en el sillón. —Estoy desesperada. No me lo quito de la cabeza. Ayer pasé la tarde con
él y fue genial. Pero él no pensaba en mí sino todo el tiempo en ella. Intentaba olvidarme de eso, de que hay otra, y quería disfrutar de mi momento. Pero fue
imposible. Alexiaapagael cigarro.Se levanta y se sienta en el sillón en el que está tumbada su hermana. Dulcemente, le acariciael pelo y le da un beso. —
Debes pelear por ese chico, Katia. —No tengo nada que hacer con Ángel. No me quiere a mí. —¿Le has dicho lo que sientes por él? —No, pero se lo debe de
imaginar. Tonto no es, precisamente. —¿Nuncale hasconfesado que lo quieres? —No. —Puesdebes hacerlo. Y ya. —¿Cómo voy a hacer eso, Alexia? —Muy
fácil: vasy se lo dices. —Que vaya, ¿adónde? —Donde sea, hermana: a su casa, a la revista, al fin del mundo…Tú misma eres la prueba de que quien quiere
algo debe luchar por conseguirlo. Saliste de la nada y saltaste al mundo de la música abriéndote paso tú sola. Hoy eres la ca ntante que vende más discos en
este país. Katia resopla. Su hermana le coge una mano y se la aprieta. —Alexia, no eslo mismo. —No. Conseguir a Ángel es más sencillo, porque esconvencer a
una persona; vender discos es convencer a muchas. La chica suelta la mano de Alexia y se sienta otra vezen el sillón. —Lo vesmuy fácil. Y seguramente sea lo
más difícil con lo que me haya encontrado hasta ahora. —No he dicho que sea fácil, he dicho que esmás fácil que Ángel se enamore de ti que conseguir todo
lo que has conseguido. —Tú, entonces, ¿qué sugieres? ¿Que vaya a su casa y le diga que estoy enamorada, que no puedo vivir sin él y que deje a su novia por
mí? Alexia sonríe. —Con otras palabras, pero sí. Te sugiero exactamente eso. —No puedo hacer eso. —Sí puedes. El no ya lo tienes. Solo puedesganar. —
Puedo perder su amistad. —Hermana, no se puede ser amiga de la persona de quien estás perdidamente enamorada. Esuna ley no escrita y que muchos
intentan disfrazar, pero eso no es una amistad sincera. La chica comprende lo que su hermana le está diciendo. Tiene razón: si quieresa alguien e intentas
ser su amigo, tarde o temprano explotará lo que llevasdentro. Buscarásmás, porque no estás a su lado simplemente porque te cae simpático o compagináis
bien sino por el amor que sientes hacia él o ella y por la esperanza de que algún día se dé cuenta de que eres el chico o la chica de su vida. —Katia, ve a por él
ahora mismo y dile que lo quieres. —Pero…—Hazlo. O algún día te arrepentirásde no haberlo hecho. La cantante suspira y cierra losojos. Luego los abre de
nuevo y mira a su hermana con emoción. —Tienesrazón, Gracias. Se levanta del sillón y, con las llavesdel coche de Alexia en la mano, sale de su piso decidida
a intentarlo por última vez. Capítulo 101 Esa tarde de un día de marzo, en un lugar de la ciudad. Le resulta increíble pon erse nerviosa en momentos como ese,
pero le sucede. A Diana le da vergüenza comprar la caja de preservativospara Paula y Ángel. Pese a su experiencia sexual, solo esla segunda vez que lo hace,
y la primera fue en una gasolinera fuera de la ciudaddonde la llevó un motorista mayor de edad. Siempre había convencido al chico de turno con el que
mantenía relacionespara que fuera él quien se encargara de ese tema. Por si fuera poco, la farmacia está llena de gente. Solo espera que no la vea ningún
conocido.Hay dos personas detrás del mostrador: una farmacéutica muy joven, que seguramente esuna becaria en prácticas, y un chico de unos treinta años,
bastante atractivo. Uff. ¿Qué pensará de ella cuando la vea aparecer con la caja de condones? Posiblemente, nada . Estará acostumbrado a que todos los días
adolescentes, incluso más jóvenes, compren anticonceptivos. Pero aún así, preferiría que la que le atendiese fuera ella. Da u na vuelta más por el
establecimiento. Coge una caja de aspirinasy un paquete de caramelosde menta. A continuación, se acerca a la zona donde están los preservativos. ¿Cuál
elige? ¿De sabores? No, para la primera vez es mejor algo clásico. Paquete de doce de Durex. La farmacia se va vaciando de gente. Quedan solo dos
ancianitasque conversan amigablemente con el farmacéutico, al que cuentan una por una todas sus dolencias. La otra chica no atiende a nadie en esos
instantes. Es el momento de ir a pagar. Diana se da prisa para terminar con aquello cuanto antes. Pone lasaspirinas, loscaramelos y los condonessobre el
mostrador y saluda con una sonrisa forzada a la becaria. La chica le responde con otra sonrisa y comienza a pasar loscódigos de barras por la máquina.
Primero las aspirinas, luego loscaramelosy finalmente lospreservativos. Sin embargo, hay un problema con estos últimos. La máquina no los reconoce. Lo
intenta varias vecessin éxito. —Perdona que te interrumpa, Juan — le dice finalmente a su compañero—. ¿Puedesvenir un segundo? La máquina no me
reconoce lospreservativos que esta chica ha comprado. El farmacéutico se acerca hasta ellasy revisa la caja. —Con estossuele pasar a menudo — dice
mientras teclea a mano el código de barras de loscondones—. Ya está. Juan, el farmacéutico, mira sonriente a Diana, aunque no esel único. Las dos ancianas
observan a la chica y murmuran algo. Por la expresión de su cara, no parece que sea nada bueno. Diana, roja como un tomate, da las gracias a Juan, el
farmacéutico, y paga. Con unabolsita llena con lo que ha comprado en la mano, se despide de los dos y sale lo más rápido posible de la farmacia. Y esque, por
mucha experiencia que se tenga, hay cosasque siempre imponen. Sobre todo si hay un chico guapo implicado. Esa tarde de marzo , en otro lugar de la ciudad.
Se ha pasado toda la tarde durmiendo y tiene que reconocer que le ha sentado de maravilla. Le ha servido para recuperar fuerzasy para dejar descansar su
agotada mente. Tantos líos y emocionesen losúltimos díasle han provocado un cansancio físico y mental más propio de un corredor de bolsa que de una
estudiante de bachiller. Paula se mira en el espejo. Son sus últimashoras con dieciséisaños, pero se sigue viendo muy niña. —Toc, toc. Ericahace con la boca
el ruido de llamar a la puerta, que su hermana tiene abierta. Pero ella es muy educada. —Pasa, princesa.La pequeña entra corriendo en el dormitorio de Paula
y se lanza sobre ella. Su hermana la coge en brazos y recibe muchos besos pequeñitospor toda la cara. —¿Y este entusiasmo a qué se debe? —¿Qué? —Erica
no entiende lo que le dice. —Que por qué me das tantos besos… —Porque estu cumpleaños. Paula baja a su hermana al suelo. Pesa. Ya casi no puede con ella. —
Pero todavía no es mi cumple, cariño. Quedan unashoras. Mira, cuando el relojtenga las dos agujasen el doce será mi cumpleaños. ¿Sabescuál esel doce? —
El que tiene el uno y el dos juntos. —Muy bien. Ese es. Qué lista eres. —Pero mamá me ha dicho que te vasa dormir fuera. Y no me gusta. ¿Por qué no te
quedasconmigo? La niñase pone triste. En realidad, lo que verdaderamente le preocupa esque no vaya a haber tarta. Si su hermana no celebra el cumpleaños
en casa, no habrá pastel. Paula no sospecha las razonespor las que a Erica le afecta tanto que vaya a pasar la noche en casa de Miriam. Vuelve a coger a su
hermana en brazos y la besa en la mejilla. —Pero si vuelvo mañana. Y entonceslo celebraremoslos cuatro: papá, mamá, tú y yo. ¿Vale? —¿Pero habrá tarta? —
No lo sé, princesa. Eso escosa de mamá. —Ah. Erica entoncesdescubre que se ha equivocado de persona. Salta al suelo de nuevo y le da un último beso a su
hermana antes de salir corriendo haciala cocina, donde está su madre. Paula sonríe. Vuelve a mirarse en el espejo. No, ya no es una niña. Se termina de
arreglar, coge la mochila de lasSupernenasen la que lleva el pijama y baja para despedirse de sus padres. Está feliz, segura de que va a ser una noche muy
entretenida. Entra en la cocina donde su madre y su padre conversan. También está allí la pequeña Erica, que casi no puede respirar de la emoción. ¿Qué le
pasa? —¡Nosvamos a ver a Mickey! — exclama la pequeña, fuera de sí. La chica no comprende nada. ¿Qué se ha perdido? —Paula, como no sabemos a qué hora
llegarásmañana y a qué hora te volverása ir después —empieza a decir Mercedes —, hemos decidido tu padre y yo darte ya tu regalo de cumpleaños. —
Aunque últimamente no te lo has merecido demasiado —añade Paco, que saca un sobre que tenía escondido detrás de la espalda y se lo entrega a su hija.
Paula lo coge y lo abre nerviosa. Por losgritosde Erica, intuye lo que es. —Esmás bien un regalo para todos. Pero sé que a ti te hacía mucha ilusión desde
hace mucho tiempo —comenta su madre, mientras la chica trata de abrir el sobre sin romperlo demasiado. Por fin, Paula lo consigue. Del interior del sobre
saca cuatro billetes para Disneyland-París. Sonríe tímidamente. Era su sueño de pequeña. Ahora con casi diecisiete añosno eslo mismo, pero le sigue
haciendo ilusión. —Bueno, ¿te gusta? ¿No dicesnada? —pregunta Mercedes, expectante. —Gracias. Me encanta. Abraza y besa a su madre y luego hace lo
propio con su padre. —¡Voy a ver a Mickey! ¡Voy a ver a Mickey! —continúa gritando Erica, dando saltosde alegría. Essu personaje de Disney favorito. Lo que
nadie sospecha en ese momento es la importancia que MickeyMouse va a tener en la vida de Paula a medio y largo plazo. Capítulo 102 Esa tarde de marzo, en
un lugar de la ciudad. Final de la clase. Álex recoge todo rápido para poder irse cuanto antes. Tiene mucha prisa. Losancian osse van despidiendo uno a uno de
él. Sin embargo, una voz conociday distinta sobresale de entre lasdemás. Es una vozfemenina. —Hola, Álex. ¿Cómo estás? Irene está tan impresionante
como siempre, guapísima, con losojosperfectamente pintadosy los labiosincreíblemente carnosos. Va mástapada que de costumbre, con un jersey azul
marino de cuello alto y un pantalón negro ceñido, pero su silueta sigue siendo imponente. —Hola, Irene. —He venido a recoger a Agustín. ¿Lo has visto? —Sí.
Ha ido al baño, enseguida vuelve. La chica se queda en silenciomientrasÁlex continúa ordenando la sala. —Oye, he estado pensando y creo que te debo una
disculpa —dice la chica, cuyo tono al hablar es diferente al habitual, más serio y sobrio. Álex deja de recoger las cosasy escucha atentamente lo que su
hermanastra tiene que contarle. —Dime. —Verás, no soy muy buena en esto porque no estoy acostumbrada a pedirle perdón a nadie. Pero, despuésde estar
toda la noche pensando en lo que hice y en cómo me comporté, me siento obligada a disculparme contigo. —Te pasaste bastante esta vez. —Lo sé. Y entiendo
que me odies. —Bueno, no te odio. Eresmi hermanastra al fin y al cabo. No tenemos la misma sangre, pero continuamossiendo familia. —Ya.¿Entoncesme
perdonas? —Me costará un tiempo olvidarme de lo que has hecho, pero te perdono. La chica sonríe débilmente y da un abrazo a su hermanastro, que se
ruboriza al sentir el voluminoso pecho de Irene pegado al suyo. —Me alegro de haberlo arreglado un poco. —Y yo. No me gusta estar enfrentado con nadie. El
señor Mendizábal aparece por fin.Se está subiendo la bragueta del pantalón y tose ostensiblemente. —¡Ah! ¡Has venido por mí! ¡Es que eres la mejor! —
exclama cuando ve a la chica. A Irene le cambia el rostro. Sigue sin soportar a aquel hombre, pero no le queda más remedio qu e vivir con él estos tres meses
que dura el curso de Liderazgo. Mejor rodearse de comodidadescomo las que aquel tipo le ofrece que estar sin ningún sitio adonde ir, aunque sea aguantando
las gilipollecesde aquel viejo verde. —Espero que me readmitaspronto en tu casa o asesinaré a este viejo —le susurra al oído a Álex, mientras abre la puerta
de salida. —Si veo progresos en ti, podrás volver en unassemanas. Irene resopla y, tras despedirse de su hermanastro con dos besos, acompaña a Agustín
Mendizábal hasta su coche. Álex sonríe. Parece otra. Y aunque no cree que Irene haya cambiado de un día para otro, no está mal que le haya pedido p erdón
por todo lo que ha hecho. Esa tarde de marzo, en ese mismo instante, en otro lugar de la ciudad. Hay bastante tráfico, másdel que esperaba. Además, la
lluvia lo complica todo. Pero eso ahora no importa. A Katia lo único que le preocupa esencontrar a Ángel y decirle todo lo q ue siente por él. Conduce hacia su
casa. En la radio del coche de Alexia suena Bring me to life, de Evanescense. Pasaun semáforo en naranja, pisa el acelerador, cambiade carril y adelanta a un
Seat Ibiza blanco que ya estaba deteniéndose. Está nerviosa. ¿Qué le va a decir exactamente? Nunca se ha declarado a nadie, siempre le han entrado a ella.
Y, por cierto, ningunade esas ocasionesla recuerda como un modelo a seguir. ¿Debe sonar desesperada? No, esa no es una buena forma de decirle a alguien
que le quieres. ¿Triste? No, eso es ser victimista y quizá lo único que lograríasería dar pena. ¿Tal vez lanzada? ¿Y si se tira a sus brazos? Tampoco esuna
buena idea. Ya pasó en una oportunidad, cuando Ángel se emborrachó, y todo terminó mal. ¿Entonces? Quizá lo mejor sea comportarse tal y como ella es:
hacer y decir lo que le venga en ese momento a la cabeza, lo que le pida el cuerpo, con naturalidad, improvisando.Sí, ese esel mejor plan. Katia llega a la calle
en la que vive Ángel. No sabe si estará en casa o en otra parte. A lo mejor sigue en la redacción de la revista. Aparca y, cuando se va a bajar, su móvil
personal suena. Es Mauricio Torres. —Dime —contesta —Katia, ¿dónde estás? —pregunta el hombre, al que nota por la voz que está preocupado. —Enel
coche. ¿Por? —¿Vienesya hacia aquí? —¿Cómo? —¿Que si ya estásviniendo para la sala donde tienes el bolo esta noche? "¡Joder! ¡Es verdad!…". Se le había
olvidado por completo. —No. Aún no. Estoy haciendo…unosrecados. ¿A qué hora tengo que estar ahí? —A las diez en punto te quiero aquí.Recuerda que
hicimosun trato. La cantante mira el reloj del coche. Son lassiete y media. Hay tiempo. —No te preocupes, ahí estaré. Es muy pronto todavía. Mientras
responde, Ángel sale de su edificio y se mete en un taxi. —Bueno, te llamaba para recordártelo. Máste vale estar, porque si no… —Mauricio, luego hablamos,
ahora te tengo que dejar. Un beso. —Katia, ¿pero qué…? La chica apaga el teléfono y pone en marcha el motor del coche. ¡Es Ángel! Pero, ¿adónde irá? No va
a tener más remedio que seguirlo. Aunque, con el tráfico que hay y la lluvia que está cayendo, no será nada sencillo. Ya esde noche, ese día de marzo, en un
lugar de la ciudad. Marioescucha cómo la puerta de su casa se abre y se cierra constantemente. El timbre ha sonado unasdiez o quince veces. No comprende
nada. Se oye como si hubiera un grupo de gente abajo. Sin embargo, no tiene ningún interésen averiguarlo. Esposible que en ese ruido tenga que ver Paula y,
ahora mismo, no le apetece verla. Prefiere seguir en su cama acostado. Van a ser unosdíasdifíciles. Tiene que olvidarse de ella de una vez por todas. —
¡Mario, sal! —grita su hermana desde el pasillo—. ¿O esque te vasa quedar ahí dentro toda la noche? —Déjame. Estoy durmiendo. —¡Venga ya! Paulaestá a
punto de venir. Confirmado. Ella no está, pero estará. Seguro que han montando una de esasfiestas de pijamasen las que las chicashablan de sus cosas,
especialmente de tíos. —Luego salgo —miente. Se pone los cascosdel MP4 a todo volumen y se tapa la cabeza con la almohada. Sabe que esa actitud no es la
más adecuada, que se está comportando como un crío, pero no tiene la intención de seguir pasándolo mal. Al menos, no por hoy. —Mario, sal de tu cuarto, que
estamos todos abajo ya. Ahora no es Miriamla que habla sino Diana. Todavía no se ha cruzado con él ni se han visto en ese dí a. Cuando ha llegado, el chico
estaba ya encerrado en su habitación y no quiso molestarle. Ahora Mario no la puede oír. Solo escucha la música de U2 con el sonido al máximo en su
reproductor. Capítulo 103 Ocho de la tarde de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad. Espera que el helado de macadamia no se haya derretido. Paula ya
está en la urbanización en la que vivenMiriamy Mario. Antesella también tenía su casa allí. Luego, su familia se mudó a otra zona de la ciudad, pero ella
siguió conservando a muchos de los amigosde siempre y luchó por permanecer en el mismo colegio y, después, ir al mismo instituto que ellos. Sus mejores
recuerdosson de allí y le encanta volver de vez en cuando y echar la vista atrás. Nada parece que haya cambiado en todos eso s años. Sí, hay un supermercado
nuevo, mástiendas y hasta van a abrir un centro comercial, pero la apariencia continúa siendo la misma. La chica camina deprisabajo la lluvia.En el trayecto
en autobús ha pensado mucho en su situación actual, en la última semana de su vida. Hace ocho díastodo era distinto: a Ángel solo lo conocía por Internet,
Álex no existía y Mario era un amigo de la infancia. Ahora tiene a tres chicosenamoradosde ella, está a punto de perder la virginidady en una semana se irá
a Disneyland-París. ¡Increíble! ¿Llegará un momento en el que las novedadesse detengan y logre una mínima estabilidad? Eso espera, porque su resistencia
física y mental se encuentra al borde del abismo. Ya está frente a la puerta de los Parra. Lasluces de la casa están encendi das. Llama al timbre y espera.
Nadie abre. Estarán en la cocina. Llama una segunda vez y escucha unospasosque se acercan y que luego se alejan. Paula no c omprende qué pasa. Insiste
llamando en una tercera ocasión. Pasanunossegundosy, por fin, Miriamle abre la puerta. —¡Hola! —grita y se adelanta a darle dos besos. —Hola. Ya
empezaba a pensar que no queríaisque entrara. —Qué cosastienes…Diana y Crisaparecen también para recibir a su amiga. Esta las observa con curiosidad.
¿No van demasiado arregladas? ¡Si hasta se han pintado como si fueran a salir de fiesta! —Ah, ya estáis todas aquí. ¡Qué guapas! Si lo llego a saber, me
habría arreglado un poco más. Las chicasbesan a su amiga. Cristina coge el helado y lo lleva a la cocina mientrasPaula se q uita el abrigo y busca un sitio
donde dejar el paraguas. —Estásperfecta, muy guapa, como siempre —dice Diana, que parece que se encuentra mejor que esta mañana. —¡Qué va! Vosotras
sí que estáisbien. Pero me podáishaber avisado de que os ibaisa vestir así para no desentonar tanto. —Qué tonta estás. Si parecesuna modelo —comenta
Miriam, que está además pendiente de otras cosas. Aunque Paula no se ha pintado tanto como sus amigasni se ha vestido para la ocasión, luce como si lo
hubiera hecho. Lleva un jersey rosa oscuro, con pequeñosfilitosrojosy un pantalón vaquero blanco muy ajustado. Se ha puesto, además, unos pendientesde
aros y se ha planchado el pelo. —Ya, "una modelo", dice. ¿Y vosotras, qué? —Nosotrasnada. Por mucho que queramos, nunca seremoscomo tú — responde la
mayor de lasSugus, que con la mirada le indica algo a Diana. —Qué exagerada eres. Entre piroposy sonrisaslaschicascaminan hasta la puerta del salón.
Cristina sale de la cocina y se reúne con ellas. Abren la puerta. Todo está oscuro. No se ve nada en aquella habitación. Paula nota cómo una de sus amigas la
empuja ligeramente por detrás. Entoncesse encienden laslucesy… —¡Sorpresa! ¡Felicidades! Un gran grupo de chicoscomienzaa cantar el cumpleaños feliz
ante la sorpresa de Paula, que se ha quedado boquiabierta. Uno a uno se van acercando y besando a la protagonista. Allí están antiguosamigos de la
urbanización, compañeros de clase e incluso algunosde los de segundo de bachiller que solo conoce de vista. Todos se acercan y la felicitan cariñosamente.
Las tres últimas en hacerlo son las Sugus. —Pero si esto era mañana, ¿no? — pregunta Paula, que aún está recuperándose de la impresión de ver a todos
aquelloschicos allí. —Sí, pero mispadres, al final, se iban hoy y queríamosdarte una sorpresa de verdad. Y creo que lo hemos conseguido, ¿no?La música
comienza a sonar y los invitadoshambrientoscomienzan a dar buena cuenta de los bocadillos, bebidasy canapésque lasSugus han preparado durante toda la
tarde. —¡Sí! ¡No me lo esperaba para nada! Gracias, chicas: soislasmejores. Las cuatro se abrazan y hasta se les escapa alguna lagrimilla. Luego Miriamsaca
algo de su bolsillo envuelto en papel de regalo. —Toma, es para ti. De parte de las tres. Paula lo abre. Es una tarjeta, una de esas llavespor infrarrojos que
tienen algunos hoteles. —Es del hotel Atrium. Habitación 322. Espero que tu primera vez sea tan bonita como te mereces. ¡Es verdad! Si la fiesta es hoy,
significa que hoy también…¡Dios, no había pensado en eso todavía! —Gracias, chicas. De verdad, soislasmejores. —Paula vuelve a abrazar a sus amigas,
nerviosa. —Espera. Falta esto —dice Diana, que le entrega una cajita envuelta también en papel de regalo—. No hace falta que la abras ahora. Son para que
no tengamos Paulitas y Angelitosantes de tiempo. Paula la coge y sale del salón, para guardar la cajita en el abrigo. Cuando regresa junto a sus amigas se da
cuenta de que falta alguien. —Oye, ¿y Ángel? ¿Lo habéisinvitado, verdad? —Sí, no te preocupes. Estará al llegar. Le enviamosun e-mail explicándole el
cambio de planes — comenta Miriam. —También invitamosa Álex, como nosdijiste —añade Cristina. ¡Ups! ¡Álex y Ángel juntos en el mismo espacio! Paula
palidece. Cuando les pidió a susamigasque invitaran al escritor no imaginaba todo lo que vendría después. Uff. Será, sin duda, una situación incómoda y muy
tensa. Aunque pensándolo bien, quizáÁlex no vaya, previendo un encuentro con su novio que pudierahacerle daño. De momento, no está allí. Sin embargo, las
dudas de Paula tardan poco en resolverse. El timbre de la puerta suena y uno de los chicosde segundo de Bachillerato que pasaba por allí abre. Un joven
guapísimo que llama la atenciónde todas entra en la casa llevando consigo un saxofón en lasmanos. Capítulo 104 Noche de ese día de marzo, en un lugar de la
ciudad. Le duelen los oídos. One, de U2, suena a todo volumen en su MP4. Se ha debido de quedar dormido. Mario se quita losa uriculares. No oye casi nada,
solo un fuerte y desagradable pitido. Se levanta de la cama, con los ojos achinadosy la cabeza a punto de explotar. Se sienta sobre las mantas y se frota los
ojos. ¡Qué mal se encuentra! Poco a poco va recuperando sensibilidaden susoídos. ¿Hay música puesta abajo? Eso parece. Se escuchan, además, muchas risas
y algún que otro grito. Sí que han montado su hermana y las demás una buena fiesta de pijamas. No quiere salir de la habitación, pero tiene unas ganas
enormes de ir al baño, así que no le queda otro remedio. Mario abre la puerta despacio y sale de puntillasdel dormitorio. Mira haciaabajo para comprobar
que no hay nadie que le pueda ver, pero se equivoca. Doschicasde su clase observan embobadasa un tipo que acaba de entrar en su casa con un saxofón.
¿Quién es? ¿No será un boy?. Sacude la cabeza negativamente y enseguida se da cuenta de que hay algo que su hermana y el resto se han olvidado de
contarle. Al mismo tiempo, esa noche de marzo, en el mismo lugar de la ciudad. Dosinvitadasa la fiesta, compañerasde clase de Paula, comentan entre ellas
la última jugada. —¿Quién esese? —Ni idea. Pero está muy bueno. —Ya te digo. —¿Esmayor que nosotras, no? —Mejor. Seguro que tiene mucha experiencia.
—¿Eso que lleva es un saxofón? —Sí. Igual han contratado a una banda y este es uno del grupo. —Puessi todos los del grupo están así…, ¡uff! Álex acaba de
llegar y ya se siente observado. Desde una esquina, dosamigasde Paula lo miran y cuchichean. El escritor lassaluda amablemente y continúa caminando.
¡Menuda sonrisa tiene el desconocido!Lasdoschicasse apresuran a presentarse, pero es demasiado tarde. El joven entra en el salón con su saxofón en las
manosy se pierde entre la multitud. No hay demasiada luz en la habitación. Aquel sitio estan grande como la pista de baile de una discoteca. La música que
suena es muy estridente, tecno dance. ¿Dónde está Paula? No la ve. Hay mucha gente, todos chicosjóvenes, estudiantesde instituto la mayo ría. Quizá él es
el mayor de todos. Por fin divisa a Paula.Está hablando con tres amigas. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Ella todavía no lo ha visto. El chico se acerca
sigilosamente hasta el aparato de música y pulsa el stop. Un segundo de silencio, al que sigue un murmullo de protesta. ¿Quién ha quitado la música? Álex se
sube encima de una mesa y mira a Paula. La chica, sorprendida, se pone una mano en la boca. ¿Qué hace ahí arriba? Todoslos invitados observan expectantes
al chico del saxofón. —Felicidades, Paula. Este es mi regalo de cumpleaños. El tema se llama Simplemente, Paula y lo he compuesto exclusivamente para ti.
Álex se moja los labios con saliva, prepara el saxo y comienzaa tocar esa melodía que se sabe de memoria y que tantas veces ha interpretado. La ha escrito
para ella, solo para ella. Cierra losojos y se deja atrapar por la música una vez más. Pero ahora no está en su casa, en su azotea, en la libertad de la soledad,
ahora todos le escuchan, ella especialmente, y con emoción, atendiendo a cada nota y a cada segundo de Simplemente, Paula. En la chica se despierta un
sentimiento distinto, como si la música del saxofón la transportara a un lugar en el que solo existieran él y ella, Álex y Paula. No comprende por qué su
corazón se ha acelerado de repente. Es parecido a lo que siente cuando está con Ángel. Pero no puede ser, eso no puede ser. Ella no quiere a Álex. Ama a su
novio. ¿O también quiere a Álex? Su cabeza está hecha un lío. ¿Se puede querer a dos personasal mismo tiempo y de la misma f orma? Nadie dice nada en
tres minutos. Solo habla el saxo. Losacordesfinalesestán llenosde melancolía, de preciosa tristeza, de amor no recibido, pero esperanzado de que algún día
cambie de lado. El tema termina. Álex respira profundamente para recuperar el aire perdido. Baja de la mesa y va a buscar a la chica del cumpleaños, que lo
mira con ojos llorosos. Algunos aplauden, otrosse preguntan quién esese chico y todos le felicitan cuando pasa a su lado. El chico llega hasta Paula y se
abrazan. Muchos observan. Esperan un beso en los labios, que no llega. —Felicidades —le dice en el oído. —Muchasgracias, Álex. Ha sido precioso. Los dos
sonríen y se separan. Se miran indecisos. Son el centro de atención hasta que la música vuelve a sonar y cada invitado regresa a lo que estaba haciendo. —
¿Podemosir a un sitio más tranquilo un momento? Tengo que decirte algo. Paula asiente con la cabeza, aunque está nerviosa por lo que Álex pueda decirle. La
pareja se aleja de la multitud cogida de la mano. Entran en la cocina. Allí solo está Miriampreparando una bandeja de medias lunasrellenas de jamón y queso.
—Hola, tú eres Álex, ¿verdad? Yo soy Miriam, la dueña de la casa —se presenta la chica, dándole dosbesos. —Encantado, Miriam. —Ha sido precioso lo que
has tocado. —Muchas gracias. —¿Tocarásmás? —Pues…Paula le hace un gesto a su amiga, que enseguida entiende que se quieren quedar a solas. —Bueno, me
voy a llevar esto al salón —dice, refiriéndose a la bandeja de medias lunas—. Algunosparece que no han comido en su vida. Luego osveo. —Adiós, Miriam. La
anfitrionasale de la cocina con unasonrisa y preguntándose qué se proponen esosdos. No hay sillas, todas están en el salón, así que Paula y Álex se sientan
encima de una mesa que a vecesla familia Parra usa para comer. Uno al lado del otro. —De verdad, me ha encantado tu regalo. —Me alegro de que te haya
gustado. Lo he hecho con mucho cariño. —Lo sé. Gracias. Entoncesél le coge una mano y la mira a los ojos. Paula se sorprende, pero no se aparta. —Verás…, no
quiero agobiarte. Sé que quieresa tu novio, y puede que yo te esté dando demasiadosproblemas, pero estoy muy enamorado de ti, Paula. Cada momento que
pasa crece lo que siento. Y no puedo detenerlo. —Álex, yo… —Cada minuto miro el móvil por si me has mandado un mensaje. Pienso en ti a todas horas. No sé
qué hacer ya. El chico suspira y baja la mirada. Paula le imita. —No te voy a negar que algo hasdespertado en mí —reconoce la chica—. No sé si es posible
querer a dos personas al mismo tiempo. Estoy muy confusa. Sé que amo a Ángel. Lo sé. Él me hace sentir especial y me tiembla el cuerpo cuando estoy a su
lado. Pero tú… lo has conseguido también. Álex vuelve a mirarla a losojos. No esperaba que le dijese algo así. Ella siente algo, aunque no sabe hasta qué punto.
Debe actuar. —Paula, bésame y comprueba realmente lo que tu corazón te dice. —¿Qué? —Bésame y sal de dudas. —No puedo besarte. Le estaría siendo…
infiel a Ángel. —¿No has dicho que he conseguido despertar algo en ti? —Sí, pero…—Pueses el momento de saber si realmente me quiereso no. Álex cierra
los ojos y se inclina sobre ella. Paula suspira, está confusa. Tiene que decidir en un segundo. ¿Qué hace? ¿Lo besa? La puerta de la cocinachirría y se abre.
Paula y Álex se separan y bajan rápidamente de la mesa. A la chica le viene a la cabeza lo que ocurrió ayer cuando Erica entró en su habitación de repente. —
¡Ah, estás aquí! —exclama Cris, que viene acompañada—. Mira a quién me he encontrado. Un chico alto con los ojos azulesy sonriente va de la mano de
Cristina. —¡Cariño! —grita Paula, que reacciona deprisa y corre hacia su novio. Ángel la envuelve entre sus brazos y se besan en los labios. Despuésmira al
chico con el que Paula estaba a solas en la cocina.Esguapo, demasiado guapo; no le gusta. Álex cruza la mirada con el recién llegado. Así que ese es Ángel… Es
un tipo muy atractivo, no esperaba menos. No puede evitar sentir cierto odio hacia él. —Perdona por llegar tan tarde. Había mucho tráfico por la lluvia. —¡No
te preocupes! La fiesta acaba de empezar… Muchasgraciaspor venir. Me habéisdado todos una gran sorpresa —comenta la chica, hablando muy deprisa.
Está nerviosa.¿Ha visto Ángel algo de lo que ha pasado con Álex? El periodista vuelve a besar en la boca a Paula y la abraza más fuerte. —Oye, ¿no nos
presentas? —pregunta Cris, que continúa allí observándolotodo. —Ah, claro. Qué tonta estoy. Paula se acerca de nuevo a Álex con su amiga y su novio a cada
lado. Está muy tensa, aunque trata de disimularlo todo lo que puede. Que Cristina esté allí es de gran ayuda. —Pueseste es mi amigo Álex. Es músico y
escritor. La chica esla primera que se aproxima y lo saluda con dos besos. —Yo soy Cristina, encantada. Tocasgenial. —Muchasgracias —responde con
timidez. Crissonríe y da un paso atrás, momento que aprovecha Ángel para avanzar. —Y yo soy Ángel, el novio de Paula. Me alegro de conocerte. —
Igualmente. Los chicos estrechan con fuerza susmanosy se miran a los ojos. Paula losobserva inquieta. Parece un pulso, un duelo entre ambos. Es extraño
que dos personas como Ángel y Álex, tan serenas, mantengan esa actitud desafiante. —Bueeeeno, ¿nosunimosa la fiesta? —pregunta Paula, deseando salir de
allí cuanto antes. —¡Sí! —grita Cristina, que ya se ha tomado un par de Malibú con piña—. Baila conmigo, saxofonista. La chica agarra del brazo a Álex y, sin
que este pueda evitarlo, lo empuja hasta al salón donde suena Take me out, de Franz Ferdinand. Paula lossigue, pero Ángel la coge suavemente del brazo y la
frena antes de cambiar de habitación. —Te quiero. —Susojosazulesbrillan. —Y yo —responde ella. Y se vuelven a dar un nuevo beso. Pero es un beso
diferente. Lo quiere, pero dentro, en su corazón, se está desatando una tormenta de sentimientosy sensaciones. En el corazón de Paula llueve. Ama a Ángel,
pero ya no tiene tan claro que él sea el único. Capítulo 105 Minutosantes, esa noche de marzo, en ese lugar de la ciudad. ¿Pero el cumpleaños de Paula no es
mañana? Mariono entiende absolutamente nada. Desde arriba ve cómo chicosmáso menos conocidosentran y salen continuamente del salón. Aquello ya no
parece una simple fiesta de pijamas. Ahora investigará. Antes tiene que ir al baño. Rápidamente recorre todo el pasillo del primer piso y llega al aseo, pero no
puede abrir. Está cerrado. Lo que faltaba. Lo intenta de nuevo, pero es imposible. Llama a la puerta y no contestan. "Esto es el colmo", piensa. Nadie le ha
avisado de la fiesta que hay montada abajo y encima no puede entrar ni en su propio cuarto de baño. Insiste en llamar y al fi nal una voz femenina responde al
otro lado. —Ya voy, impaciente. La chica quita el cerrojo y abre la puerta. Los dos se sorprenden al encontrarse con quien tienen en frente. —Mario, eras tú
—dice Diana, azorada. Está muy guapa. Va con un vestido de noche negro que le llega hasta las rodillas, con piedrecitasque brillan. Se ha puesto taconesy el
pelo no lo lleva ni recogido ni con coleta, como suele ir al instituto. Se lo ha planchado y le cae liso por los hombros. —Sí, claro que soy yo. Vivo en esta casa. Y
tú, ¿qué hacesaquí? —Le he pedido permiso a tu hermana para subir a este baño. En el de abajo había dos chicashaciendo cola. —Esperaun segundo y ahora
me cuentas qué está pasando. El chico entra en el cuarto de baño a toda prisa y cierra la puerta. Diana sonríe y le espera co n la espalda apoyada en la pared
del pasillo. Es la primera vez que ve a Mario desde ayer por la tarde. Esta mañana, cuando no fue a clase lo echó mucho de menos. Durante el examen de
Matemáticasmiró varias veceshaciasu esquinay se le hacía un nudo en el estómago al no encontrarlo allí. Quizá ella tiene bastante culpa de todo lo que ha
pasado, ya que fue la que le insistió para que se declarase a Paula. Su amiga, en el cuarto de baño, le contó todo lo que pasó. Eso confirmaba su teoría de que
Mario fingió estar enfermo para no ir al instituto y no encontrarse con Paula. Esa era la verdadera razón de su ausencia y no el examen de Mates, como
pensaba Miriam. Mario sale del baño y vuelve a asomarse a la barandilla. Sigue entrando gente en su casa. A algunosno los ha visto nunca y otros le suenan
del instituto. —Habéis organizado una fiesta en mi casa y no me habéisdicho nada. —¿Nadie te avisó de que el cumpleañosde Paula se celebraba en tu casa?
—Sí, eso sí. Pero creía que era mañana. —Y era mañana. Pero tu hermana, cuando se enteró de que tus padresse iban hoy, decidió adelantarlo un día para
darle una sorpresa a Paula. —Ah, puesno me dijo nada nadie. —Qué raro. Imagino que todosdarían por hecho que lo sabías. —Ya. El chico se echa contra la
pared y resopla. Diana está a su lado en la misma postura. —Se te ha echado de menos esta mañana. ¿Cómo te encuentras? —Bien. Cuando me desperté tosía
y el dolor de cabeza era bastante fuerte. Ahora me duele un poco, pero mucho menos. Y esta vez no miente. La música de U2 con el volumen al máximo en los
auricularestiene la culpa. —¿Por eso faltaste a clase? —Sí, no me encontraba nada bien esta mañana. —Tienesque haber estado muy enfermo para perderte
un examen, y más de Matemáticas. —Bueno, un mal día. —Algunosde la clase dicen que te lo has inventado para no hacer el examen porque no te lo sabías.
Mario se ríe irónico.—Que digan lo que quieran. Me da exactamente igual. —¿No te importa lo que piensen losdemás? —No. —¿Ni lo que piense yo? Mario se
gira y mira a Diana a los ojos. Hoy la ve más guapa que nunca. —Nosé qué es lo que piensastú — responde con tranquilidad. La chica se sorprende. No parece
la misma persona insegura y tímida de siempre. Escomo si el palo que se llevó ayer le haya servido para madurar de golpe. —Pienso que, si hubieras hecho el
examen, habrías sacado la mejor nota de toda la clase. —No lo sé. No era fácil. —Tampoco ha sido tan complicado. Quizá hasta yo apruebe. —Me alegro. Te
esforzaste mucho. Diana sonríe. Escierto, es el examen en el que más ha estudiado en su vida. Y posiblemente lo apruebe con buena nota. La chica se estira y
bosteza. —No tengo ningunagana de fiesta. —Yo tampoco. Aunque no sé ni si estoy invitado. —Claro que lo estás hombre, no seas malpensado. —Paulaquizá
no quiere ni verme. —Has sido tú el que no ha querido ir al instituto hoy para no verla a ella — contesta Diana con frialdad. Mario no se sorprende de las
palabrasde su amiga. Ya sospechaba que ella lo sabía. Pero tampoco quiere regresar al pasado, al menosno de momento. Ahora es el chico quien se estira y
bosteza. —¿Quieresque veamosuna película en mi habitación? —sugiere de improviso. Diana no sabe cómo tomarse aquella propuesta, pero parece que no lo
está diciendo con doble intención. Simplemente se trata de ver una peli juntos, como amigos. Aunque cree que Mario está trata ndo de alejarse de Paula y de
sus sentimientos hacia ella, esimposible que se le haya olvidado todo tan deprisa. Un amor de diez añosno se pasa en diez horas ni en diez días. Si de verdad
decide pasar página, debe darle tiempo y después contarle lo que siente. —Vale. Esuna buena idea. Los dos entran en la habitación. Dianaestá un poco
nerviosa, y eso que ha pasado allí mucho tiempo en los dos últimos días. Piensa en sentarse en la cama, pero finalmente opta por la silla del escritorio. —
¿Alguna preferencia? —pregunta Mario. —No sé. Sorpréndeme. El chico busca en una carpeta de su ordenador y finalmente se decide por La vida esbella. —
¿La has visto? Si quieres, pongo otra. —Sí, sí la he visto, pero déjala. Me encanta. —Bien. Mario coge otra silla y se sienta junto a Diana. Los dos están a
gusto con la compañía. Hace una semana ni siquiera eran amigosde verdady ahora, después de unosdíasmuy difícilespara ambo s, son capacesde sentarse
juntos a ver una película. —Espera un momento. Dale al pause —dice la chica, levantándose de la silla —. Ahora vengo. Diana sale de la habitación corriendo.
Mario obedece y para la película. No sabe qué le puede haber pasado. ¿Ha dicho o hecho algo malo? Pocosminutosdespués su amiga regresa con una botella
de Coca Cola, dos vasos y un paquete de Laysal punto de sal. Entra en el dormitorio y cierra la puerta. —Con esto, ya tenemos nuestra minifiesta montada. El
chico coge el vaso que su amiga le ofrece y sonríe. Por fin, sonríe. Y esque a pesar de que Paula sigue estando en su mente, porque no se puede dejar de
querer a alguien en un día, Dianaestá empezando a ganar muchospuntos. Capítulo 106 Esa noche de marzo, tras el último beso entre Ángel y Paula. La pareja
entra de nuevo en el salón. La música suena altísima. Hay muchoschicosbailando, pero dosllaman especialmente la atención. Paulaobserva cómo Cristina pone
las manosen los hombros de Álex y se mueve al ritmo de la canción. Él hace lo que puede y trata de seguirla. Lo suyo está claro que no es bailar, pero lo
intenta y hasta resulta simpático. Una sonrisillase le escapa a Paula bajo la mano con la que se tapa la boca. Ángel se da cuenta. No le gusta nada esa
complicidadque hay entre su chica y aquel tipo. Pero él no se va a quedar quieto mirando. Agarra a su novia de la cintura y la guía al centro de la habitación.
Paula, sorprendida, se deja llevar. No conocía esa faceta de Ángel. Baila bastante bien. Se mueve con mucha soltura y pone lo s piesdonde tiene que ponerlos.
Álex, sin embargo, no tiene la misma habilidady pisa a la pobre Cris. La chi ca se queja un instante, pero enseguida vuelve a sonreír. El escritor le pide
disculpas, avergonzado. Se ha despistado cuando ha visto a Paula y a Ángel juntos. Él la tomaba por la cintura y ella se sujetaba a su cuello con ambas manos,
luego se besaban. Empieza a pensar que asistir al cumpleañosno ha sido una buena idea. No puede soportar verlostan acaramelados. Se siente débil y como si
todo lo que ha hablado con Paula no hubiese servido para nada. Ella nuncaserá para él, a pesar de lo que le ha confesado hace un momento. La fiesta continúa.
Otro tema comienza a sonar, pero la mayor parte de chicos, sorprendentemente y al mismo tiempo, abandona el salón. Al lado se oye un murmullo que va
aumentando. Algo pasa en la entrada de la casa. Paula siente curiosidad. Coge a su noviode la mano y juntos salen de la habitación. Álex vadetrás y Cristina
le acompaña. Parece que alguien ha llegado y está causando mucha expectación. Todosle rodean. —¿Qué pasa? ¿Quién ha venido? —le pregunta Paula a Ángel.
—No lo sé. Espera. El chico se pone de puntillasy por fin logra ver quién ha levantado tanto revuelo. No puede ser. ¿Qué está haciendo ella allí?Katia
consigue por fin librarse de buena parte de los chicosque la abordaban y camina hasta Ángel, al que acaba de div isar entre la multitud. Paula la ve llegar y
suelta un grito: —¡Dios, es Katia! ¡Y está en mi fiesta de cumpleaños! La cantante del pelo rosa saluda primero a Ángel con dos besos y luego se dirige a la
chica que está a su lado. —Hola, tú eres Paula, ¿verdad? —Hola…, hola. Sí, sí. Soy yo — responde muy nerviosa. Ángel no dice nada. No entiende ni para qué ha
ido ni cómo le ha encontrado, pero sonríe y trata de disimular su enfado. Si ya tiene el CD dedicado que pensaba darle a Paula a las doce de la noche, que es
cuando esrealmente su cumpleaños, ¿por qué Katia está allí? —Me han dicho que eresuna gran fan mía. —¡Sí! Me encanta tu disco. En serio, es genial. —
Gracias. Ángel me ha hablado mucho de ti y me pidió que viniera a dedicarte un tema como regalo de cumpleaños. —¿De verdad? ¿Hashecho eso por mí?
Ángel le sigue la corriente a la cantante y se encoge de hombros. La chica, emocionada, besa a su novio. Katiasiente un pinc hazoen su pecho, pero aguanta
con entereza el momento de pasión de la pareja. Los tres entran en el salón, con una fila de chicasy chicosdetrás. —Bueno. Esta versión especial de
Ilusionasmi corazón espara ti. Katia aclara la voz y muy suave comienza a cantar a capella el tema que la ha hecho famosa, cambiando el nombre de los
protagonistas. Ángel ve en ella el camino, La luz que invita a soñar, Un truco que hizo el destino, Como se unen la copa y el vino. El juego que quiso el azar.
Ángel la acoge en su nido, Siente en su boca el manjar, Cariciasde un fruto prohibido, Le cuenta en susurro al oído Lo que ella desea escuchar. Ilusionas mi
corazón. Nuncapensé que pudiera amar Como te amo a ti, mi amor, Como te quiero a ti, jamás. Y en esta historia de dos Que no tiene escrito el final Tú eres
mi cielo, mi sol, Tú eres mi luna, mi mar. Paula ve en él un amigo, Un amante que le hace volar, Un confidente que es el testigo De besos, de roces furtivos
Abriéndose paso en la oscuridad. Paula se enreda en su abrigo, Se acerca cada vez más. Unidosen cada latido Le cuenta en susurro al oído Lo que él desea
escuchar. Ilusionas mi corazón. Nuncapensé que pudiera amar Como te amo a ti, mi amor, Como te quiero a ti, jamás. Y en esta historia de dos Que no tiene
escrito el final Tú eres mi cielo, mi sol, Tú eres mi luna, mi mar. La cancióntermina y un gran silencio invade la sala. Paula tiene losojos llorosos. Está muy
emocionada.Mira a Katia y a Ángel una y otra vez. ¡Es increíble que la cantante máspopular del momento esté allí y le haya cantado a ella expresamente! —
¿Te puedo dar un abrazo? — pregunta a Katia con las lágrimassaltadas. —Claro. Lasdos chicasse abrazan ante la mirada de todos, que aún no pueden
creerse lo que están viendo. Capítulo 107 Esa noche de marzo, en la fiesta de cumpleañosde Paula. Katia mira el relojconsta ntemente. Hace media hora que
tenía la actuación a la que Mauricio le había pedido que no faltara. Su representante la ha llamado unasveinte veces, pero ella no ha cogido el móvil y, al final,
ha terminado por desconectarlo. Le duele muchísimo lo que está haciendo, pero no puede irse de allí sin que Ángel sepa lo que siente. Hasta el momento no ha
habido ocasión para expresárselo. A cada minuto se le acerca alguno de aquelloschicosy le comenta algo, pues todos quieren hablar con ella. Y cuando logra
librarse y quedarse sola, Ángel es el que está ocupado, besando a su novia y bailando con ella. Ahora esuno de esos momentos en los que no tiene a nadie
alrededor. Muchos de los invitadosestán jugando a un típico juego de adolescentes en el que hay que decir la verdad sobre si has hecho algo o no. Quien
responda afirmativamente debe beber un vasito pequeño de alcohol, en este caso un chupito de ron. —Hola. Eres Katia, ¿verdad? Se acabó la soledad. Alguien
vuelve a hablarle. En esta ocasión no se trata de uno de esos estudiantes de Bachillerato sino de un chico guapísimo, algo másmayor, con una sonrisa
increíble. Ya se había fijado en él antes, pero no había tenido la oportunidadde conocerlo aún. —Sí. Y tú te llamas… —Álex. El chico se inclina y le da dos
besos. —¿Eres amigo de Paula? —Sí. Nosconocimoshace poco tiempo. —Ah. Parece buena chica. —Lo es. Losdos guardan silencio y observan al grupito que
está jugando a "Yo nunca he…". —¿Me dejashacerte una pregunta? —Sí, claro. Que no sea muy difícil, por favor —bromea la chica. —¿Has recibido mi carta?
—¿Tu carta? —pregunta extrañada Katia, que no sabe de qué le está hablando. —Sí. Te he mandado una carta con una petición y el principiode un libro
titulado Tras la pared. La cantante piensa un instante y entonces recuerda aquel sobre del que Mauricio le habló. —¡Ah! ¡Sí, por supuesto! ¿Tú eres ese Álex?
—Sí, soy yo. —Qué casualidadentoncesencontrarnosaquí. —Sí. Ha sido una felizcoincidencia.—Mi representante me insistió mucho para que leyera lo que
me mandaste y tengo que reconocer que es muy bueno — miente Katia, que no leyó ni una línea del cuadernillo que le envióÁlex. —Gracias, me alegro de que
te guste. Poco a poco la chica va recordando algunascosasque Mauricio le contó sobre aquella historia. —Y, si no me equivoco, quieresque escriba una
canciónpara promocionarte y que así puedasllegar a más gente, ¿no? —Algo así —reconoce Álex. —Mmmm…Es una idea interesante. Y si te hacesfamoso,
también me podría beneficiar a mí. —No creo que me haga famoso escribiendo. —Nunca se sabe. Yo tampoco creía que me haría famosa cantando y mira. —Es
distinto. Hay más cantantes famososque escritores famosos. —Quizá porque la músicallega a másgente que los libros. —Porque para oír música no necesitas
hacer nada y, para leer un libro, tienes que prestar atención y esforzarte. —Eso es verdad —responde ella esbozando una sonrisa. Katia encuentra al chico
muy interesante. No está nada mal y, ahora que le conoce, no le importaría prestarle una de sus cancioneso escribir una nuev a parasu libro. Mauricio le
comentó que Quince más quince, que no se llegó a grabar en el disco, se ajusta perfectamente a la historia: es un tema que ha bla de la diferenciade edad y
de que los años no tienen que ser un problema en una relación.Mientrascontinúanhablando, Ángel y Paula aparecen de nuevo. Ella le besa a él y se sirve un
vaso de Fanta de naranja. —No voy a tardar en irme —indicaÁlex, que ve la escena. —Yo tampoco, hace casi una hora que debería haberme ido a un
concierto. —Vaya. ¿Y por qué siguesaquí? —Tengo que hablar con Ángel de algo muy urgente, pero entre que a mí no me dejan y que Paula siempre está a su
lado, no he tenido la ocasión de hacerlo. Álex piensa un instante. —Quizá pueda ayudarte —comenta—. Ahora mismo todos los chicosestán entretenidos. Si
logro llevarme a Paula, tú podrás hablar con Ángel. —Vale. —Tú llévatelo a la cocina y yo me llevo a Paula arriba. ¿OK? —Perfecto. Sin más palabras, los dos se
acercan a la pareja para intentar llevar a cabo sus objetivos personales. Capítulo 108 Esa noche, instantesmás tarde, en la casa de los Parra. De la mano,
Katia lleva a Ángel hasta la cocina.Mientras, en otra parte de la casa, Álex le ha arrebatado a Paula por unosminutos. La pareja apenas si ha podido
resistirse ante la insistencia de suspretendientes. —Perdona, Ángel. No quería ser tan brusca, pero tenía que hablar contigo. El periodista sigue todavía
molesto con ella por su presencia allí sin invitación. —Habla. Te escucho. —Primero me quería disculpar por haberme presentado aquí sin decirte nada. —
¿Cómo sabías dónde estaba? Ni siquiera lo había dicho en la redacción. —Fui a tu casa y vi cómo te montabas en un taxi. Seguirte no fue fácil, por la lluviay
el tráfico que había, pero tuve suerte. —¿Me seguiste desde mi casa? — pregunta asombrado. —Sí. Tuve que hacerlo porque quería hablar contigo. Ángel
suspira. Aquello cada vez esmás surrealista. —Cuéntame. —No essencillo para mí todo esto. Así que te pido por favor que no me interrumpas. Cuando
termine de hablar, me dicesqué piensas. Katia está temblorosa. Le falla la voz y le cuesta muchísimo mirarle a losojos. —Bien. La chicarespira hondo y
comienza con su historia. —Hace poco másde una semana que te conozco. Pero para mí escomo si te conociera desde siempre. Desde el primer momento me
pareciste una persona increíble…Yo últimamente estoy rodeada de mucha gente, pero no consigo saber quién viene por mí y quién por la cantante. Contigo no
tuve dudas. Te fijaste en cómo era yo como persona y estuviste ahí en momentos importantes como el del accidente. Sé que hemos tenido nuestros
problemas, que me equivoqué besándote el día de lasfotos, que no te debí llevar a mi casa y meterte en mi cama, aunque no pa só nada, como ya sabes, el día
que te emborrachaste, porque ni tan siquiera te debí pedir que vinierasconmigo a tomarte una copa. Luego lasllamadas. Para ti tuve que ser un verdadero
incordio, una pesadilla. Pero aún así me volviste a llamar y a integrar en tu vida. También sé, y no soy tonta, que desde ese día te aprovechaste un poco de la
situación. Lo que realmente queríasera que le dedicara una canción a Paulapara su cumpleaños. Quizá me utilizaste, pero no me importó. Lo poco que
compartíamos juntos lo intenté disfrutar, aunque fue difícil, sabiendo que en quien pensabasno era en mí, sino en ella. "Hoy hablé con mi hermana. Y
realmente es por ella por lo que estoy aquí. Pensaba que misposibilidadescontigo eran cero. Pero Alexiame convenció de que al menos debía luchar y gastar
la última bala de mi revólver, y decirte lo que siento. Yo te quiero, Ángel. Te quiero hasta donde tú no puedes ni imaginar. Y te voy a ser sincera: no quiero
explicaciones, solo pretendo que me des un sí o un no sobre si tengo posibilidadescontigo. Nada más. Si me contestas que sí, trataré de que te enamoresde
mí, haré las cosas bien y te prometo que jamás encontrarása alguien que pueda darte más de lo que te daré yo. Si me dicesqu e no, me olvidaré de ti para
siempre. Y tampoco puedo tener tu amistad, porque sería engañarme a mí misma y seguir sufriendo, porque, si te sigo viendo, sé que volveré a llorar — toma
aire. Suspira. Y temblando realiza la pregunta decisiva—. Ángel, ¿tengo alguna posibilidadde que algún día seasmi chico? Silencio. Para Ángel, aquello supera
cualquier momento comprometido que haya tenido hasta ahora. Nunca se ha visto en una situación tan al límite y que le provoque tanto dolor. Pero sabe la
respuesta a la pregunta de Katia: —No. Lo siento, Katia. Estoy enamorado de Paula. La cantante sonríe. Se acerca a él y, sin que se lo espere, le da un beso en
los labios. —Hasta siempre, Ángel. Abre la puerta de la cocina y desaparece. Al mismo tiempo, esa noche de marzo, en la planta de arriba de la casa de los
Parra. —No entiendo nada, Álex. ¿Para qué me has hecho subir aquí? —Antesnoshan interrumpido. Nosquedamoscon la conversación a medias. Paula resopla.
Durante toda la noche ha intentado estar lo más cerca posible de Ángel para tratar de olvidar lo que había pasado con Álex. S e siente mal, como si le
estuviera traicionando, y tiene miedo de que eso que está sintiendo continúe creciendo. —Lo siento, Álex. Creo que antes… —Antes casi me besas. —No. No
te quería besar. —¿De verdadque no me queríasbesar, Paula? La chica aparta la mirada de los ojos inmensosde aquel chico que por momentos le confunde
más. —No, Álex. Quiero a mi novio…Él es todo para mí. —¿Y por qué no me mirascuando me lo dices? Paula clavasusojos color miel en los ojos marronesde
Álex. Pero no logra aguantar su mirada ni un segundo. —Álex, por favor. No me hagasesto. —Bésame, Paula. —No, por favor. —Dime que no me quieresy me
iré. —Álex, por favor. —Dímelo. Dime que no me quieresy abandonaré definitivamente. —Álex, yo…La chica entoncesve en la planta de abajo a Ángel. Está
buscándola. El periodista mira a un lado y a otro, desorientado, desesperado. —No te quiero —termina diciendo—.Lo siento. No te quiero. Aquellas palabras
hieren de muerte el corazón del joven escritor. Los ojos de Paula están en los suyos. No hay más que decir. La mira por última vez, con dolor, con muchísimo
dolor dentro. Tranquilamente, Álex baja lasescaleras. Se despide de Ángel y sale por la puerta de la casa de los Parra. Capí tulo 109 Esa noche de marzo, en
otra habitación de aquella casa. El final de Serendipity le encanta. La películarelata cómo el destino puede jugar con las personashasta un punto en que dos
desconocidos se enamoren y tras añosseparadosse vuelvan a encontrar y sigan enamorados. Esla segunda películaque Marioy Dianaven juntos esa noche.
No han salido de la habitación a pesar de todo lo que parece que ha sucedido. Elloshan tenido su fiesta particular y lo han pasado mejor que la mayoría de
invitadosque ahora regresan a suscasasvomitando la comida del cumpleañospor losefectos del alcohol. Losdos están en la cama, tumbados. Estar tantas
horas sentados en las sillas era un castigo, así que, cuando La vida esbella terminó, los dos acordaron echarse en el colchón y ver la película desde allí. —Qué
bonita —comenta Diana, que no la había visto aún. —Sí.Esuna de laspelisde este tipo que más me gustan. —Ay. La chica sorbe por la nariz y su amigo se le
queda mirando. —¿Estás llorando? —¡Qué va! He cogido frío.—Seguro. No me puedo creer que la fría y dura Diana llore viendo Serendipity. —Oye, que no
estoy llorando. Y cuidado con lo que dicespor ahí, no vayasa arruinar mi reputación. El chico sonríe. Pocoa poco va encontrando a la verdadera Diana. Y, sin
duda, le gusta muchísimo más que la que aparenta ser. —No te preocupes, no diré nada. Son más de las doce de la noche. No llueve. Abajo ya no se oye ningún
ruido. No debe quedar demasiada gente y la que queda o está borracha o liándose con alguien. —Mario, ¿puedo quedarme a dormir en tu habitación? —¿Qué?
—Hey, no te piensesmal, salido. Solo a dormir, no quiero desvirgarte. —¡Gilipollas! —grita, y se lanza sobre ella. Diana comienza a reírse escandalosamente.
Le está haciendo cosquillas. —¡Para, para! ¡Por favor! El chicole hace caso y se detiene. Los dos jadean por el esfuerzo y se vuelven a tumbar uno al lado del
otro. —Está bien. Puedesquedarte a dormir aquí. Seremoscomo Dawson y Joey. —¿Quiénes? —Dawson Leery y Joey Potter, los protagonistas de Dawson
crece. —No tengo ni idea de quiénesson esos. —Uff, tú no has tenido infancia. La chicase pone de rodillassobre la cama y amenaza a su amigo con la
almohada. —Claro que he tenido. Pero no veía la tele, sino que me dedicaba a jugar con otros niños. —O a maltratarlos. —¡Qué capullo! Dianagolpea
repetidamente a Mario con la almohada hasta que este logra arrebatársela. —Bueno, paz —dice la chica, tapándose con una manta. —Claro, ahora que te he
quitado la almohada quierespaz. —Shhhh. —¿Por qué me mandas callar? —Tengo sueño. Diana cierra losojosy apoya la cabeza en el hombro de Mario. —¿Me
vasa usar de almohada? —Shhhh. —Vale. Me callo. El chico no dice nada más. Se tapa con la parte de la manta que Diana no está utilizando y también cierra
los ojos. Es la primera noche que Mario pasa con una chica. Y aunque siempre pensó que Paula sería su Joey pa rticular, desde ese instante la protagonista
pasó a ser una actrizsecundaria de la historia. Capítulo 110 Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. Hotel Atrium. Habi tación 322. Ángel abre la puerta
con la tarjeta de infrarrojos, luego la introduce en el aparatito que hay en la pared para la luz y pulsa el interruptor. Él entra primero, Paula pasa despuésy
cierra la puerta. Aquella habitación espreciosa.Todoslosmuebles son blancos, negroso grisesy transmiten muchísima tranquilidad, algo que a ambos les
hace falta en esos momentos. La cama es de matrimonio: grande, espaciosa y con lassábanasblancasrecién puestas. Ambosse q uitan los abrigos y los dejan
en el armario. También Paula guarda allí dentro la mochila de las Supernenascon el pijama. La chica, nerviosa, se acerca al ventanal que hace de cuarta pared
y observa los millonesde luces que de noche colorean la ciudad. Su novio se aproxima por detrás y le besa en el cuello. En su cuerpo nota la tensión a la que
Paula está sometida. —¿Estás bien? —Sí. Muy bien —responde, no demasiado convincente. Ángel no le da demasiada importancia. Escomprensible que esté
así. Es su primera vez. Él también está nervioso y con todos los músculosen tensión, pero debe sobreponerse: tiene que transmitir seguridady
proporcionarle a ella toda la tranquilidadposible. —El hotel está genial. Tusamigasse han pasado. —Sí. Estodo muy bonito. El chico lleva sus manos a la
cintura de Paula y las introduce por debajo del jersey. Ella se estremece y con suavidadlasaparta. —Despacio. Por favor —le pide, con una sonrisa. —
Perdona, yo no… —Tranquilo. No pasa nada. Soy yo, que estoy un poco nerviosa. —Lo entiendo. No te preocupes. Paula se aleja de su novio y camina hasta el
cuarto de baño. También es muy espacioso y está diseñado con losmismos coloresque la habitación. —Ángel, ¿te importa que me dé una ducha antes? Quizá
así se me pasen los nervios. —Vale, como tú quieras. Tómate el tiempo que necesites. —Gracias, cariño. Se encierra en el baño y comienza a desnudarse. El
móvil, que guarda en el pantalón, lo coloca encima del lavabo. Losvaqueroscaen al suelo lentamente. Los recoge y los cuelga en una de las perchitas de la
pared. Al lado, pone el jersey. Paula se mira al espejo. Lleva ropa interior rosa. Si hubiera sabi do que hoy era el gran día se habría puesto otro conjunto más
sexy. Aquel no está mal, pero no es especial. Le tiemblan lasmanos tanto que le cuesta desabrocharse el sujetador. Lo último en desaparecer de su cuerpo es
el tanga rosa. Paula se mete en la bañera y examina losgrifosdetenidamente. No son grifoscomunes, sino que tienen un lado en el que se gradúa la
temperatura del agua y otro lado en el que se mide la fuerza del chorro. Pero su funcionamiento esmás fácil de lo que espera ba y enseguida encuentra el
punto de calor perfecto. El agua le cae por todo el cuerpo con fuerza, intensamente, relajando susmúsculos. Y sin saber por qué comienza a preguntarse qué
está haciendo ahí. La respuesta no es difícil: está ahí para acostarse por primera vez con un chico, con el chico al que quiere, como siempre lo había
imaginado. Sinembargo, no está tan segura de todo como hace un par de días. La culpa es de Álex. Y de Mario. ¡Mario! Ni se ha acordado de él en toda la
noche. Pero ¡si ni le ha visto! ¿Dónde se habrá metido? Despuésde todo lo que ocurrió ayer, no le extraña que no la quiera ver en un tiempo. Su regalo fue
precioso: Cancionespara Paula. Escurioso, pero con ese título podría denominarse y resumirse su cumpleaños. Mario le regaló cancionesen un CD; Ángel, la
canciónde Katia; y Álex… aquel tema con el saxo, compuesto para ella. Tres chicosencantadorescon losque cree que no se ha portado bien. Especialmente,
con Álex. Uff, le ha roto el corazón. Y de una manera bastante cruel. Mirándole a losojos. Negando cosasque sentía. Porque realmente hay algo nuevo en su
corazón. Un sentimiento diferente. Pero no puede reconocer algo así. Complicaríasu vida, la de Álex y también la de Ángel. P obre Ángel. Si se enterase de
que ahora mismo su chica no sabe si está enamorada de él o de otro, seguro que se marcharía de esa habitación. Esculpable y no hay excusas. Pero ¿qué podía
hacer? La chica cierra los grifosy comienzaa secarse aún dentro de la bañera. El móvil suena. Esun SMS. Paula se seca las manosy alcanza su teléfono. Es
un mensaje de Álex: "Aunque me hayasdicho que no me quieres, yo sí te quiero. Felicidades: ya tienesdiecisiete". El corazón le da un brinco y el estómago se
le mueve como una centrifugadora. Suspira. Escierto, ya tiene diecisiete años. Susideasestán cada vez menosclaras. Sale de la bañera envuelta en la toalla,
se termina de secar y se pone la ropa interior. Respira hondo. Esel momento. Abre la puerta y camina por la alfombra grisha sta el centro de la habitación.
Ángel ya está en la cama. No lleva camiseta. Su atlético pecho está completamente desnudo. La parte de abajo aún continúa tapada. El chic o la observa con
admiración, luego con deseo y la invita a que se tumbe junto a él. Paula obedece. Y llegan losbesos. Los primeros besos: en los labios, el cuello, las orejas. Y se
escapa algún gemido. Ángel acaricia susbrazos, su espalda. Desabrocha el sujetador que cae y se pierde entre las sábanas. Ella se deja hacer. Siente su boca
en sus senos, con pasión, saboreando lo que nadie antesconsiguió probar. La chicaabre y cierra losojos. Los abre para saber hacia dónde viajan sus manos y
los cierra cuando estas han llegado. Ángel se desliza, despacio. Juega con el elástico del tanga hasta que por fin se decide a explorar más allá. Paula suspira.
Se ahoga y gime. El placer llega a su cuerpo, pero su cabeza y su corazón le están diciendo que no siga. No. ¡NO! Abre losojos y mira a Ángel. Él se sorprende
cuando loscontempla. Paula está llorando. El móvil vuelve a sonar. Un pitido que indica un nuevo mensaje. La chica mira hacia el cuarto de baño. No quiere
seguir con aquello porque no sabe si ama a Ángel o si quiere a Álex o a los dos. Y así no puede vivir. Necesita tiempo. Necesita espacio. Paracomprenderse,
para saber si de verdad está enamorada de alguien. Ahora recuerda bien lo que un día le dijo su madre. "Si quieresa doschicosal mismo tiempo, es q ue
realmente no amas a ninguno de losdos". —Lo siento. De verdad que lo siento. Tengo que pensar. A Ángel no le salen las palabras. La está perdiendo. Solo
contempla con estupor cómo se levanta, cómo va hacia el baño y cómo a los dos minutosregresa vestida con el móvil en la mano . "Felicidadescariño, espero
que estés pasándolo bien con tus amigas. Tu padre, Erica y yo te queremos muchísimo. Un beso de los tres". —¿Adónde vasa ir? —le pregunta. —No lo sé.
Necesito pensar. Se viste, abre el armario, coge el abrigo y, con la mochila de las Supernenascolgadaen la espalda, sale de la habitación 322.Capítulo 111
Hace dos meses y pico, un día de enero, en dos lugaresde la ciudad. "Soy Lennon. Mi MSNesJohnforever@hotmail.com. Te espero. Solo te pido una cosa, si
te parece bien, claro. Si tienesuna foto tuya en la ventana del MSN, ¿puedesquitarla, por favor? Muchasgracias. Ahora n osvemos". Este era el mensaje
privado que Minnie16 habíarecibido de Lennon en el foro musiqueros.es. Se conocían desde hacía dosdías. Su primer contacto fue una acaloradadiscusión
sobre la música comercial. Cada uno defendía con ímpetu una idea distinta, hasta tal punto que a las tres de la mañana se quedaron ellos solos. La disputa
terminó en sonrisas y en un "espero volver a verte". Al día siguiente se repitió el encuentro. Ironía, jugueteo, complicidad. Y al tercer día, ella recibió de él
ese mensaje privado. Paula releyó aquellasfrasesvariasveces. No entendía lo de la foto. Pero, sin saber por qué, lo hizo: agregó a Lennon y en la ventana de
su MSN colocó un osito de peluche con un corazón. Cinco minutoseternos. Infinitos. Hasta que apareció. —¿Minnie?—Sí, soy yo. Mi nombre esPaula, Lennon.
Encantada. —Ídem. Yo soy Ángel. Muchasgraciaspor quitar tu foto. —De nada. Pero ¿por qué no quieresverme? —Una costumbre. —¿Me la explicas? —Yo no
te voy a poner mi foto y quiero que estemos en igualdadde condiciones. Paula no entiende a qué viene tanto misterio. Aquel chico le agrada, incluso puede
decir que la atrae, pero no esperaba encontrarse con esa rareza. —¿Y por qué no ponesuna foto tuya? ¿Te da vergüenza? ¿O esque eres alguien importante
y no quieresque te reconozcan? —No quiero que me juzguen por mi físico. —¿Tan feo eres? Ángel tarda en contestar esta vez. Paula teme haberle ofendido
con esa pregunta, pero, justo cuando iba a escribirle para pedirle perdón, el chico continúala conversación. —Puede ser. Eso no soy yo el que debe decirlo. De
pequeño tuve aparato dental, era gordito y siempre andaba despeinado. Losniñosse metían conmigo. Sé lo que se siente al ser juzgado simplemente por tu
físico. A vecesesinevitable ver a una persona y pensar: "Este tiene que ser así". Por eso en este mundo de Internet intento conocer y que me conozcan solo
por como soy por dentro. La chica lee aquel párrafo y suspira. Tiene razón, pero le gustaría verlo. —Así que nuncasabré cómo eres. —Cuando nos conozcamos
en persona. —Jajaja. No creo que eso pase nunca. Otro silencio. Son lastres y media de la mañana. ¿Esposible que esté hablando con algui enmás? Por fin,
Ángel contesta: —Nunca digasnunca. —No he quedado jamáscon alguien que haya conocido por Internet. ¿Por qué ibasa ser tú el primero? —Yo tampoco he
hecho algo así y no creo que lo haga. Pero siempre hay una primera vez para todo. ¿Primera vez para todo? ¿Aquello era una in directa para hablar de sexo?
No. No era ese tipo de tío. O no lo parecía. —Eresmuy raro. —Tú también eres rara. —¿Yo? Soy una chica de dieciséisañosnormal y corriente. —¿Dieciséis?
Claro, por eso ese 16 junto a tu nick. —Guau, me asombras. ¿Por qué pensabasque era? —Por tu edad. Pero podía ser por cualquier cosa. Igual eresfan de
Pau. —¿Qué Pau? —Gasol.Lleva el dieciséisen su camiseta. Paula se da una palmotada en la frente. No era un tío que hablara de sexo, pero sí de deportes.
Está perdida. —Ah. —No te preocupes, no voy a hablar de deportes. ¿Le lee el pensamiento? No tiene foto, apenaslo conoce, le resulta raro y sin embargo…
¿le gusta? No. Eso es imposible. —¿Y tú, cuántostienes? —107. —¡Venga ya! ¿Tampoco me vasa decir tu edad? —No. —Me voy. Miente. Pero ¿de qué va? ¿No
le va a contar nada de él? —¡No, espera! ¡Paula, espera! —Solo si me dicescuántosañostienes. —Chantajista. —Llámalo como quieras. ¿Edad? Se teme lo peor.
Está hablando con un señor mayor. Ahora es cuando le presenta a loshijos. O peor, a los nietos. —Tengo veintidósaños. Pero soy como Peter Pan. No quiero
cumplir más. Ella dieciséis, él veintidós. Bueno, podríaser peor. —Eso de Peter Pan es porque cuando cumpliste veintidós, ¿no contaste más o porque
realmente tienes esos? —Tengo veintidós. —Viejo. —Ahorael que se va soy yo. —¡No! Perdona, perdona. Si eresun chaval. Qué digo un chaval: un bebé. —¿Te
ríesde mí, Paula? La chica no sabe ocultar una sonrisa de oreja a oreja en la soledad de su habitación. Le gusta más en cada frase que escribe. —Por supuesto
que no me río de ti. Me río contigo. —Eso está muy visto. —¡Oh! Perdone usted, señor originalidad. Una nuevapausa. Un minuto. Dos. Tres. ¿Pero dónde se ha
metido? Regresa. —Intento serlo. En mi profesión me lo exigen. —¿Sí? ¿A qué te dedicas? —Soy periodista. ¡Dios, un periodista! ¡Qué interesante! —¿Eres
uno de esos paparazzi?—¿Por qué todo el mundo cuando se entera de que soy periodista me pregunta eso? Mierda, otra vez ha sido poco original. —Quizá
porque tropiezas solo con chicastontas como yo. —Tú no eres tonta. De hecho, creo que eres bastante inteligente. —Ahora el que se ríe de mí eres tú. —No
me río de ti. Me río contigo. ¡Qué capullo!El tío que va de original y ahora hasta usa sus topicazos. —Copión. —Y tú, ¿a qué te dedicas? ¿Bromea? ¿Qué quiere
que haga con solo dieciséis años? —Pues imagino que a lo que casi todos con mi edad: estudio en el instituto. —¿Qué curso? —Primero de Bachiller. —Es fácil.
—¡Qué sobradito!, ¿no? No es nada sencillo. Hay que estudiar mucho. —¿Y tú lo haces? Paula enrojece. Este no juzga por el aspecto físico, pero el tío no se
corta con lo demás. —Sí. El último día. No me concentro antes. Apruebo como puedo, pero hasta ahora no he repetido curso. —Algo esalgo. —¡Hey! Te repito
que no es fácil. Muchos han repetido alguna vez con mi edad. —Tranquila. —¿Tranquila por qué? —No me importa si has repetido. Todos tenemos épocas
malas, se nosatraviesa alguna asignatura, algún profesor…No te voy a juzgar tampoco por tu expediente académico. —¿Tú repetiste algún curso? —No. Pero
tuve un segundo de Bachiller complicado. Al final, un profesor me ayudó. Me aprobó una asignatura que tenía suspensa para poder hacer selectividaden junio.
—¡Qué cara! —Llamémosle ser buen relacionespúblicas. Paula vuelve a reír, en el MSN y en su dormitorio. Estardísimo, pero se siente tan a gusto con aquel
chico misterioso…—Eres un caso, Ángel. Pero el periodista no escribe. En esta ocasión pasa mástiempo que lasvecesanterioresen las que se au sentó. Sin
embargo, ella no dice nada. Teme ser una pesada. Diez minutosmás tarde por fin da señalesde vida. —Perdona. —Note preocupes. Si estás hablando con más
gente, lo entiendo. —No hablo con más gente, solo salí a la terraza. —¡Con el frío que hace! ¡Estás loco! —Esque…mira por la ventana. Paula descorre las
cortinas. Detrás del cristal, pequeñoscoposde nieve aterrizan despacio en el suelo de la ciudad. —¡Está nevando! —Sí. Me encanta la nieve. Me hipnotiza. Es
precioso. Nieva. Aquello sensibiliza a Paula. Tiene ganasde reír, de cantar, de saltar… Pero sobre todo de seguir conociendo a aquel chicotan extraño. Y sí,
nunca hay que decir nunca. Porque quién sabe si alguna vez quedan para verse en persona y descubre todos los secretos de aquel periodista enigmático.
Epílogo Lossiguientesdías transcurrieron muylentospara Paula. Pasó casi todo el tiempo estudiando los exámenesdel segundo trimestre. Sin embargo, todo
lo que le sucedió le afectó demasiado y suspendió dos asignaturas: Filosofía e Historia. Ángel la llamó tres veces. El sábado para preguntarle qué tal estaba y
si había pensado ya en lo que tuviera que pensar. Paula le respondió que era pronto y que le dejase un tiempo para reflexionar. El martes, para lo mismo, con
idéntica respuesta. Y el viernestambién, cuando estuvieron muy fríos. Ángel entoncessacó el tema de que si estaban rompiendo y Paula le respondió que no
lo sabía. De Álex no sabe absolutamente nada. Ni siquiera le respondió al mensaje del hotel. Estuvo variasvecestentada de llamarlo, pero finalmente decidió
no hacerlo. Con Mario no fue fácil. El lunesen clase ella lo miró, pero él no quiso saber nada. Así hasta el jueves, cuando Diana intercedió entre ambos y
hablaron un poco de temas intranscendentes. El viernesfue mejor e incluso hubo alguna broma entre los dos. Diana aprobó Matemáticas con un 8.25 y Miriam
suspendió con un 0.5. Cris también salió indemne del segundo trimestre en la asignatura. Un día de abril, en DisneylandParís. —¡Mira!¡Allí está Mickey! —grita
Erica, nerviosa. —¿Dónde? No lo veo —pregunta Paula, que lleva buscando todo el día al ratón de Disney para hacerle una foto con él a la pequeña. —¡Allí! La
niña se suelta de la mano de su hermana y sale corriendo. —¡Erica! ¡Espera, que te vasa perder! La hermana mayor se ve obligada a correr detrás de la niña
hasta que por fin se para. Y sí, allí está Mickey. —Hola, guapa, ¿cómo te llamas? — pregunta el ratón, que habla un curioso español con acento francés. —
Erica. —Qué bonito nombre. ¿Y la chica que viene contigo? —Esmi hermana, se llama Paula. —Esmuy guapa. —¿Te gusta? Podríascasarte con ella. Paula no
oye nada de lo que hablan Mickey y su hermana. —Oye, Mickey, ¿podríasagacharte un poco? Esque no te consigo enfocar la cabeza —comenta Paula mientras
prueba con la cámara en vertical. Mickey obedece. Se inclina y abraza a la niña. Clic. Clic. Clic. —Claro que me gusta. Dile a tu hermana que si le gustaría cenar
conmigo esta noche. Erica corre hasta Paula. —Dice Mickey que si cenascon él esta noche. —¿Qué? —Eso. Que si quierescenar con él esta noche. La chica
sonríe, coge a su hermana de la mano y se alejan de allí. Pero si hay alguien que tiene capacidadpara conseguir lo que quiere, ese esel ratón más famoso del
planeta. ¿Sabesque te quiero? puede sonar a melodía si la escuchamosde la persona a la que amamos; pero también puede a llegar a romperte los esquemas y
desbaratar toda tu vida si no es algo esperado o somos nosotros quien lo pronunciamos. Blue JeansBlue Jeans; pseudónimo con el que se conoce a Francisco
de Paula Fernández, nació en Sevillaaunque reside en Madriddonde se licenció en Periodismo en la UniversidadEuropea de Madrid. Escribir fue siempre su
gran pasión, utilizando un lenguaje actual, fresco y dinámico, con un estilo muy personal. Cancionespara Paula essu primera novela publicada, una historia que
cientosde seguidorescomenzaron a leer en diferentes redes socialesde Internet.

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Capitulo 86

  • 1. C callesde la ciudad. La gente los observa sorprendida. No pueden creer lo que ven, es imposible que aquella chica sea quien piensan que es. Finalmente la pareja consigue ocultarse en una calle estrecha y con poca luz. Exhaustos, se inclinan sobre sí mismos, apoyándose en lasrodillas, y jadean. —¿Siempre que vasa tomar un café pasa esto? —pregunta Ángel, tras soltar un largo soplido. —Desde que salgo en la tele, sí. Pero no suelo huir de esta manera. —Puesestás en muy buena forma. Ibas muy deprisa. —Es mi deber. Estar en forma es parte de mi trabajo. Hago bastante ejercicio para poder aguantar el ritmo en los conciertos. Tú también eres rápido. —Gracias. Algo me queda de condiciónfísicatodavía. Pero te aseguro que no es por huir de ningunafan.La chica sonríe. Se endereza y estira. Primero el cuello, luego loshombros y termina con los brazos y las manos. Ángel la contempla atentamente. Es bonita. Mucho. Y tiene un cuerpo perfectamente proporcionado. Pequeño, estético y sensual. Katia se da cuenta de que el periodista la observa. —¿Qué estásmirando? —Nada. — ¿Nada? Ya. —Simplemente recordaba cómo hemos llegado hasta aquí. —Pueshemosvenido por Gran Vía, luego…—No me refería a eso —la interrumpe Ángel, que sigue mirándola fijamente. —Ah, ¿no? —No. —Entonces, ¿a qué te referías, si puede saberse? Ángel no dice nada. Se acerca a la esquina y comprueba que nadie lesha seguido. —Vale. Vía libre. —No creo que sea por mucho tiempo. Vayamosdonde vayamospasará algo parecido. —Joder, qué lata…—Sí. No me acostumbro, pero la verdades que antes lo llevaba peor. —Puesno debería ser así. ¿Cómo soportáisesto los famosos? Ni tan siquiera puedesir a tomarte un café tranquila. —Es el precio que hay que pagar. Vendesdiscos, ganasdinero, te invitan a fiestas, te codeascon personajesimportantes, pero luego. El periodista reflexiona un instante. Tiene la solución, pero no está muy seguro de ella. Jugar con fuego siempre espeligroso pero necesita hablar con la Katia urgentemente. —¿Vamos a mi casa? La pregunta desconcierta a la chica. Hace un día no le cogía ni el teléfono y ahora le invita a su casa. —Pero. —Es lo mejor. Allí no nos molestarán. No creo que pudiera aguantar otra carrera así. Ángel sonríe. Tiene unosojospreciosos, azules, muy azules, que resaltan en su cara aún más cuando sonríe. Brillan. Brillan y enamoran. Muy importante debe ser lo que le tiene que contar para que la invite a su propia casa despuésde todo lo que ha pasado entre ellos. —Bueno, como tú quieras. —Vamosa mi casa entonces. Si no te importa, cogemosun taxi —indica el chico—. El coche de tu hermana está lejísimos de aquí y seguro que tus seguidoresnos volverán a asaltar. —Vale. Salen de la calle oscura y caminan juntossin hablar. Una niña de unosocho años que va con su madre la señala y la nombra, Katia sonríe, pero no se para. Ahora no puede hacerlo, y no se siente bien por ello. Es el otro lado de la profesión. No esfácil ser un personaje público, que te reconozcan y admiren, y tú no puedas corresponder simplemente porque no tengas tiempo o no te queden fuerzas para más. La fama es dura y cruel en ocasiones. Tienen suerte. Un taxi libre está parado en un semáforo a unos cincuenta metros de donde están. Ángel lo ve y de nuevo la coge de la mano y corren hasta él. Llegan a tiempo. Suben y el periodista indica al taxista la dirección de su piso. Mientras tanto, esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. Losgrandesojos castañosde Álex no miran hacia ninguna parte. Atravi esan uno de los ventanales del Starbucks, pero sin un punto fijo, sin horizonte. Antes ha leído un e-mail que le han enviado a su correo electrónico y desde entoncesno ha parado de pensar en ella. En Paula. Ni siquieraha escrito dos frasesde Tras la pared. Imposible Su cabeza no está allí, delante del ordenador. Hace minutos que se evadió de la realidady vive en un sueño, en un mundo lejano de notas musicalesy sonrisasde adolescente. Recuerda susojos, sus labios, esos que estuvo a punto de besar. Solo ha decidido una cosa y ha sido antes de entrar en su cuenta de hotmail: llamar Rosa al nuevo personaje de su historia, como la chica que le ha atendido tan amablemente, un pequeño homenaje de esos que tanto le gusta hacer en sus textos. La tarde cae. La cafetería se v a vaciando de gente. Ya no están las quinceañeras ni las norteamericanasque han subido a la planta de arriba tras él. Sí que se hace notar en uno de los sillonesdobles de la esquina una pareja de chicos homosexualesque intercambian algún que otro beso y más de una risa incontrolada, felices, imprudentes, libres. —¿Se encuentra bien? — pregunta una voz femenina que enseguida reconoce. Rosa tiene un paño mojado en la mano. Lo deja caer sobre la mesa de al lado del escritor y la limpia afanosamente. —Sí. Gracias, Rosa —contesta Álex, que sonríe al verla. —Si no se encuentra bien, le puedo traer alguna pastilla o algo. —No, no te preocupes. Estoy bien. No me duele nada. La camarera enrojece. El rojo de su cara es intenso, más que el de cualquier otra persona norma l. Lasmejillas le arden. A pesar de la vergüenza, no cesa ni un instante de sonreír. —Lo siento. —No me pidasperdón. Quizá me he metido donde no me llaman. —En absoluto. Te agradezco que te preocupes. Normalmente las personasno se interesan las unaspor las otras. No es habitual que te pregunten cómo estás. —Es cierto. A usted lo que le preguntarán normalmente es si tiene email o si les da su teléfono móvil. Alex suelta una carcajada. Aquella chicale ha hecho reír. Es muy simpática. —¡Qué va! Eso no me ha pasado nunca. —No me lo creo. —Puescréetelo. La chica termina de limpiar la mesa. La próxima esla más cercana a la de la pareja gay. Un grupo de jóvenesla ha dejado hecha un desastre. La camarera resopla ante el panorama, pero duda si debe acudir o no en ese momento. Los dos chicos se están dando un beso. Mantienen losojoscerrados, sin importarles las palabrasde más ni las miradascuriosas. Rosa prefiere no molestar y no se acerca. — Qué suerte tienen esos dos… —le comenta a Alex en voz baja, mientras finge que limpia de nuevo la mesa de antes—, Cuánta pasión. Hay que ser muy afortunado para encontrar a alguien que se entregue así por ti. El chico losmira de reojo. El beso continúa. Comienza a sona r una canción de Tiziano Ferro en italiano: Il regalo piu grande, "El regalo másgrande". Parece puesta a propósito para ellos. Cada uno está con la persona a la que quiere y no dudan en demostrar su amor. No prestan atención a nada ni a nadie. El mundo del uno es el otro, y con eso basta. Un sentimiento cargado de melancolíay de soledad recorre el interior de Álex. Paula, sin duda, sería su regalo más grande. —Sí, son muy afortunados —responde resignado. —El amor estan bonito cuando es correspondido. Los ojos de Rosa se nublan, se humedecen. El sol empieza a desaparecer. —¿Estásbien? —pregunta Álex, que se ha dado cuenta de que algo pasa. —Sí, sí. Estoy bien. Pero no es cierto. Rosa se está acordando de su único novio, de la única persona que la quiso, de la únic a persona que le hizo el amor y luego la abandonó. Un recuerdo amargo. Eterno. Aún así, no tarda en recuperar la sonrisa. Álex percibe su tristeza. Quizá sea la misma que él soporta, la de no poder estar con la persona a la que quiere. Sabe lo que duele. Perfectamente. Comprende lo que supone querer, pero mi ser querido. Y desearía ayudarla. Entoncesse le ocurre algo. De una de lasdos mochilas, en la que guarda la otra vacía, saca el cuadernillode Tras la pared que aquella chica lanzó a la paredy que él rescató al verlo. —Toma, para ti —dice, mientrasentrega el ejemplar a la camarera. Rosa lo coge y lo ojea, tan sorprendida como entusiasmada. Alex se levanta de la mesa. —¿Lo ha escrito usted? —Si Ya me dirásqué te parece la próxima vez que venga. —Qué honor. Muchasgracias. El próximo caramel macchiato lo pagara la casa. Ambossonríen. Y los dos se sienten mejor. La pareja de homosexualessigue besándose. Juntosbajan y se despiden en la puerta. En la escalera, Álex le ha pedido un último favor. —Sí, dígame. —No me trates más de usted, por favor. A hora camina por la ciudad, mientras el atardecer amanece. Triste, pero alegre. Melancólico, pero esperanzado. Y piensa en ella, en Paula, a la que no sabe que verá antes de q ue el sol vuelva a salir. Capítulo 69 Al mismo tiempo, ese día de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Me voy. Paula guarda el libro de Matemáticasy el cuaderno en la mochila de las Supernenas. —¿Te vas? ¿Ya? —pregunta Mario, que en ese instante trataba de explicarle un problema a Diana. —Sí, lo siento. He quedado dentro de un rato y, si no me voy ya, no llegaré. La chica mete el lápiz en el estuche y lo cierra. Mario la observa desilusionado. No ha sido precisamente lo que esperaba. La "cita" de sus sueños, finalmente, se ha convertido en una tarde de estudio a tres. Además, Diana le ha absorbido la mayor parte del tiempo. —Bueno, puessi te tienesque ir, seguimosmañana. ¿Puedesquedar? —Vale. Por mí, perfecto. Necesito que me expliquesalgunascosastodavía. —Bien. Mañanaa la misma hora. —A las cinco
  • 2. estaré puntual aquí. Paulase pone el jersey y se cuelga la mochila a la espalda. Mario resopla y amontona, unossobre otros, unosfolios llenos de todo tipo de operacionespara ordenarlos. Fin de la clase. EntoncesDiana tose. —Eh… ¿Y yo qué? ¿No cuento? — pregunta, mirando fijamente, primero a Paula y luego a Mario. Está seria. Enfadada. —Claro que cuentas, tonta —le dice Paula, que se abraza a ella e intenta darle un beso. Diana aparta la cara, pero cede ante la insistencia de su amiga. —Sé que soy un estorbo, pero me gustaría al menos terminar lo que he empezado. —No eresningún estorbo. Además, puedes quedarte aquí un rato más. Así adelantarástrabajo. Es temprano todavía. —Pero…Mario no sabe qué decir. Abre los ojos mucho. Muchísimo.No solo no va a estar a solas con Paula sino que ademástendrá que hacer de profesor particular de Diana. —Vamos, chicos. Que yo me vaya no quiere decir que se acabe la clase. Podéis seguir sin mí. Tú explícale todo bien y tú no seas tan negativa, ¿eh? —Bueno, yo…—Dianatartamudea. Ambos se quedan sin palabras. En silencio. Paula sonríe y da una palmadita en la espalda a su amiga. Luego sonríe a Mario, se despide y sale por la puerta canturreando. Ella ya ha hec ho su trabajo. Ahora le toca a esos dos culminarlo a solas. Está segura de que algo interesante pasará en esa habitación. En ese mi smo momento, esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. Todos observan a Irene cuando se levanta del asiento. ¡Menuda vista! Pero hoy la chica tiene prisa. Recoge rápido sus cosas y sale de la clase. Sonríe a los que se encuentra a su paso, pero no se detiene con ninguno.Ha quedado, y no con un chico, como todos hubiesen imaginado. Tiene un plan. Quizá no le salga bien, pero ella siempre acierta con lo que hace. No duda, nunca mira haciaatrás. Y lucha con todas sus armas por el objetivo que se marca. No va a ser menos esta vez. Quiere a Alex y lo va a conseguir. Paraello necesita quitarse de en medio a esa chica, a esa tal Paula. Y con esa firme decisión, confiando en sí misma, como en otras muchasocasiones, va a reunirse con el presunto amor de su hermanastro. Sonriente, maliciosa, repleta de odio hacia una adversaria que ni tan siquiera conoce, sube al coche y repasa en su mente todo lo que va a hacer. Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. Alex toca una nota a destiempo. No es habitual. Su saxofón escomo una extensión de sus propiasmanos. Nunca falla. ¿Qué le ocurre? Deja el instrumento acostado en una silla y da cinco minutosde descanso a sus ancianosalumnos. —Hey, ¿qué te ha pasado? —pregunta el señor Mendizábal, que camina hasta él. —No me ha pasado nada —miente, intentando restar importancia a su error—. ¿Por qué lo dice? —Esla primera vez, en todo el tiempo que llevas dándonos clase, que te equivocas. —Bueno, alguna vez tenía que ser la primera. El viejo lo mira detenidamente a los ojos. —A ti te pasa algo —asegura Agustín. —Que no me pasa nada. Simplemente ha sido un fallo Suele ocurrir. —No a ti. Eresperfecto con ese cacharro en las manos. —No llame cacharro al saxo — protesta Alex, que no quiere seguir con aquella conversación. —Vale, vale. No me lo quierescontar. —No es eso, Agustín. Esque no me pasa nada. El señor Mendizábal se encoge de hombros y renuncia a seguir por ese camino. —Bueno, si tú lo dices, te creeré. Pero yo no estoy tan seguro. El hombre vuelve a mirarlo. No le engaña. Su expresión indica que a aquel muchacho le ocurre algo. Tiene la cabeza en otra parte. Pero no va a insistir. Chasqu ea losdientesy regresa con sus compañeros. Álex contempla cómo se aleja. Dicen que mássabe el diablo por viejo que por diablo…, y es verdad. Agustín Mendizábal llevarazón en sus suposiciones. No puede dejar de pensar en Paula. Incluso con el saxofón entre las manos, que es su principal fuente de desahogo no se olvida de ella. Hacía mucho que no le sucedía algo parecido. Pasanloscinco minutosde descanso. Alex toma aire, intenta concentrarse. Decidido, coge con fuerza el saxo y se sitúa frente a toda la clase, ante esos señores, la mayoría de ellosjubilados, que le tienen como a un joven ídolo, su maestro. El chico busca una partitura dentro de la carpeta donde lasguarda. Elige uno de sus temas favoritos: Forever in love, interpretada por Kenny G. Lo ha toc ado tantas y tantas veces… Trata de evadirse en la música, olvidarse, y sin embargo aquello tampoco da resultado. El recuerdo de Paula sigue estando en cada una de sus notas. Esa misma tarde de marzo, en otro punto de la ciudad. Regresa. Katia sonríe cuando Ángel aparece con unabandeja en la que lleva dos tazas de café. Para ella con leche, él lo toma cortado. Mientras esperaba al periodista ha dado vueltaspor el salón. Que ordenado está todo. No es un sitio majestuoso, pero posee encanto, el mismo que tiene Ángel. Está nerviosa. La última vez que estuvieron a solas, lo besó. El chico no se dio cuenta po rque dormía, pero para Katia significó mucho. ¿De qué hablarán? Casi le tiemblan laspiernas. Ángel espera a que la cantante se siente. Elige el lado izqu ierdo de un sillón para tres. Entoncesél ocupa el derecho, dejando un espacio entre losdos. Coge la taza con el café con leche y se la entrega. Luego le pasa el azucarero. Dos cucharadas. Él se echa otras dos. Cruza laspiernas. Por fin están tranquilos. Esel momento. —Katia, tengo que hablarte de una cosa muy importante. Capítulo 70 Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Y ahora despeja la x. —¿Qué? —Si lo hemoshecho ya mil veces…Despeja la x. —¿Cuál de ellas? Mario suspira, le arrebata a Diana el lápiz y rodea con un círculo la x a la que se refiere. —Esta. —Ah, vale. No es tan complicado, entonces. —No, no lo es. — Pueshaberlo dicho antes, hombre. —Uff. El chico resopla ostentosamente. —¿Qué pasa? —dice la chica, muy seria y alejándose un poco de él—. ¿Te agobio, no? —Esque llevamos toda la tarde con esto. —Ya. Estás harto de mí. —De ti, no. De esta parte, sí. —Ah. Muy bien, muy bien. Comprendido.Diana se pone de pie y comienza a meter sus cosasen la mochila. —¿Qué haces? —Me voy. ¿No eseso lo que quieres? —Bueno…—Tranquilo, tranquilo. Ya no te molestaré más. Mario la observa en silencio mientrasrecoge. No para de susurrar cosasque no consigue entender, pero que seguramente serán sobre él y no muy buenas, precisamente. En el fondo, siente que se vaya. Dianano está tan mal. Si, es una pesada, y a veceslas formasle pierden. Pero también es cierto que se está esforzando por aprender. Y es… ¿resultona? No tiene la belleza natural de Paula ni su cuerpo y le falta la magia que desprende esta allá donde va. Pero es mona y tiene un punto de locura muy simpático. — No te pongasasí. La chica se detiene un instante y lo mira fijamente a los ojos. No son demasiado expresivos, pero poseen cierta ternura y calidez. —Que no me ponga ¿cómo, Mario?Si llevastodo el rato quejándote. —Eso no es cierto. Ah, es verdad. Cuando le explicabas las cosasa Paula no te quejabas. Es más, hasta sonreías. ¡Puesperdona por no ser Paula! Losojos de Diana brillan, húmedos, llorosos. Está de pie, con la mochila colgada en la espalda, enfrente del chico del que se ha enamorado perdidamente. Él permanece pasi vo, inmóvil: alguien que hace tres díassolo era el hermano de Miriamy que ahora se ha transformado en su obsesión. — Verás, Diana…—No quiero explicaciones, Mario. ¿Crees que no sé qué pasa? —¿Cómo? — Vamos, Mario, a mí no me engañas. Puedo parecer tonta, y quizá lo sea, pero soy la única que se ha dado cuenta de lo que sucede. —No entiendo de lo que hablas. Diana se deja caer en la cama. El colchón se hunde un poco y gruñe débilmente. Deja de mirarlo, hu ye de sus ojos, y sentencia: — Tú estás enamorado de Paula. —¡¡Qué dices!! —Para mí está muy claro. Estás loco por ella. El chico no sabe qué contestar. Se sienta en una de las sillas del dormitorio y escucha lo que su amiga piensa. —Se nota, Mario. Todo lo que te pasa es porque ella te gusta. No duermes, no comes bien, estás más despistado que de costumbre. Incluso mirashacia nuestro rincón en clase, frecuentemente. Es por Paula. Todo eso es por ella, ¿verdad? P ero Mario no responde. Cuando Diana vuelve a mirarlo, el aparta sus ojos de los de ella. —Así que estoy en lo cierto. —La chica sonríe amargamente—. Soy gilipollas. Diana se levanta de la cama de nuevo y mira al chico, que desearía desaparecer en ese momento. Su secreto, desvelado. —Por favor, no digasnada a nadie — murmura, por fin, tras unossegundos en silencio. —Tranquilo, no diré nada. —Gracias. La chica suspira. Teníarazón en sussospechas. Y le duele, le duele en lo más profundo de su corazón. De pie, con la mochila a cuestas, no sabe qué hacer. ¿Huye? ¿Pelea? ¿Abandona?¿Se enfrenta a la realidad? —¡Joder! Si esque los tíos sois… — ¿Qué? —¿Por qué Paula?¿Por qué todos os fijáisen ella? ¿Qué tiene! —No lo sé. —Hay más tíasen el mundo, ¿sabes? —Su tono es de reproche, valiente, sincero—. Tú no has estado con ninguna, ¿verdad? No hasbesado nunca a nadie. ¿Me equivoco?Mario vuelve a quedarse callado. No quiere contestar a eso. —
  • 3. ¿Y qué vasa hacer? ¿Esperarla toda la vida? ¿Esperar que la chica de tus sueñosalgún día descubra que su amigo de la infanc iala quiere? —Déjame, por favor. —Y, mientras, soportarás que salga con otros, que la besen, que se la lleven a la cama. —¡Joder, Diana! ¡Déjame! —¿Qué te pasa Mario? Es la verdad. ¿Duele? —¡Déjame! —¿Serás virgen hasta que ella se encapriche de ti y pase del resto? —¡Coño, Diana, te he dicho que me dejes! ¡Aunque te joda, la quiero a ella, no a ti! El grito de Mario retumba en la habitación. También en su cabezas. Y en sus corazones. Son palabrasque hieren y cortan sangre. La de la chica se derrama a borbotones por dentro, Invisible, fría, punzante. En ese instante, Miriamentra en el cuarto sin llamar. —Mario, ¿hasgri…? Ah, Diana, ¿qué hacesaquí? —pregunta, extrañada, sin comprender nada de lo que pasa. Pero esta no puede articular palabra. Sale del dormitorio, apartando con el codo a su amiga y con aquella última frase clavada en el corazón. Capítulo 71 Ese mismo día de marzo, minutos más tarde, en otro lugar de la dudad. Sopla un poco más de viento. Es frío. La noche termina de caer y la luna no aparece, escondida entre nubes que llegan desde el Norte. La primavera, que parecía tan cercana, ha huido sin avisar y el invierno ha regresado inesperadamente con fuerza.Irene aparca el coche. Ha tenido suerte. Desde ahí pu ede vigilar el lugar exacto donde ha quedado con Paula. Esla hora. ¿Habrá llegado ya? Tiene lasdos manosen el volante y observa atenta. No hay ninguna jovenesperando con el perfil adecuado. Entoncesse pregunta si no habrá sido demasiado osada, si no ha confiado excesivamente en su intuición y en la suerte. Sí. También necesita suerte: necesita que Álex no se haya puesto en contacto con ella, que no hayan hablado, ni se hayan mandado mensajesen las últimashoras. Si no…En ese instante se le ocurre algo. ¿Y si no viene? ¿Y si el que se presenta es su hermanastro enfurecido? ¿Qué haría? No ha pensado en un plan B. Sin embargo, Irene se olvida rápidamente de todo porque una chica acaba de detenerse junto a una farola en el sitio indicado. Mira el reloj, luego a un lado y a otro. Parece que espera a alguien. Podría ser ella. Tendrá entre dieciséis y dieciocho añosy es realmente guapa. Tiene el pelo recogido en una coleta alta. Su cuerpo parece perfecto debajo de un jersey que se le ajusta al pecho y unosvaquerosceñidos. Una tentación para cualquier ho mbre. Sí, esa tiene que ser Paula, comprende perfectamente que Álex se haya se enamorado de ella. Es una rival de entidad y eso la motiva. Mientrassonríe para sí, continúa observando a la recién llegada. En ese mismo instante, bajo la luz de una farola. Se abraza, abrigándose, cruzando losbrazosbajo el pecho. Qué frío hace. Quizádebería de haberse puesto algo más de ropa. La temperatura ha bajado muchísimo. "¡Achís, achís!". Estornuda dosvecesy se suena la n ariz con un pañuelo de papel que saca de su pantalón vaquero. Luego lo guarda y resopla. ¿Y Álex? Paula mira una vez mássu reloj y chasquea losdientes. Aquella situación le esfamiliar. Hace seis días le ocurrió con Ángel: esperó y esperó hasta que, cansada de hacerlo, se metió en aquel Starbucksdonde conoció a Álex. Y ahora el escenario es similar, pero con un protagonista distinto. ¿Qué querrá decirle tan importante? Tal vez le ha surgido algo. Podría llamarlo y preguntarle si va a tardar mucho o si no va a venir. Sí, no esmala idea. Un minuto más tarde, en ese lugar, dentro de un coche. El móvil de Irene suena. Sonríe satisfecha: ahora ya está confirmado, aquella chica esPaula. Desde su Ford Focus ha visto cómo la jovencita de la farola sacaba el teléfono de su mochila y hacía una llamada. Su plan está funcionando. Al menos, la primera parte. Ya la tiene allí, ahora le toca actuar a ella. El móvil deja de sonar. Es el momento. Irene se baja del coche confiada, segura de sí, como habitualmente. Es su ocasión, la oportunidadde eliminar a aquella preciosa chicade la vida de su hermanastro. Ese instante, un día de marzo cualquiera, con la noche fríacayendo sobre la ciudad. "Joder, no lo coge. ¿Qué le habrá pasado?". Hace frío. Ca da vez más. Tirita un poco y se abraza a sí misma con más fuerza. Da pequeñossaltossobre laspuntillasde sus zapatos. ¿Y si Álex no viene? Paula no entiende nada. ¿Qué le hace ella a los tíos para que siempre se demoren cuando queda con ellos? Normalmente, ¿no es al contrario? "Joder, es la novia la que llega tarde al altar, no al revés", piensa irritada. Vuelve a mirar a un lado y a otro. Derecha, izquierda. Se gira. Nada. Álex no viene. Soloaparece una chica despampanante acercándose hasta donde está. Pero, ¿no tiene frío con ese vestido tan corto y escotado? Sin embargo, a la muchacha no parece importarle la baja temperatura. Es extraño, tiene la impresión de que la chica camina hacia ella. ¿Le querrá preguntar por alguna dirección? —Hola, ¿eresPaula? —pregunta Irene, que se ha parado enfrente. Paula no responde enseguida. Está sorprendida. ¡Sabe su nombre! ¿Qui én es? No recuerda haberla visto nunca. —Sí, me llamo así —termina contestando cuando consigue reaccionar. —Ya lo imaginaba. Encantada, soy Irene. La desconocida le estrecha la mano. La chica acepta y extiende la suya. El apretón dura algo más de lo normal y la fuerza que Irene imprime también es mayor que la que habitualmente se emplea en un saludo. —Igualmente. Aunque yo… —No, no me conoces, si es eso lo que ibasa decir. Yo tampoco te conocía. Bueno, físicamente. Solo te conocíade oídas. —¿De oídas? —Sí, tenemos un amigo en común. —Ah. ¿Quién? Aquello cada vez esmás raro. Paula no comprende nada, aunque algo le indica que esa chicano va a contarle nada bueno. — Álex. ¡Álex! Se había olvidado unossegundosde él por completo. ¿Ha venido esa chica porque él no puede ir? —¡Anda! ¿Eresamiga de Álex? —Soy la novia de Álex. Laspalabras de Irene la descolocan completamente. El frío de la noche penetra en ella. Un inexplicable sentimiento inu nda su Interior. —¿La…la novia? —Sí. Llevamos cuatro años juntos. Nunca te ha hablado de mí, ¿verdad? —No —murmura, sin demasiada fuerza. —Esun cabrón. Ya imaginaba que no te había contado nada. —Bueno, la verdad…es que no nosconocemosdesde hace mucho. —Ya. —Irene clava susojosen losde Paula—. Puesresulta que se ha enamorado de ti. —¿De mí? ¡Qué dices! Eso no es verdad. Es… es imposible. —Me ha puesto los cuernoscontigo, ¿no? —No…, no, de verdad que no. Él y yo apenasnosconocemos…Está nerviosa. No logra articular bien laspalabras. ¿Qué está pasando? ¿Por qué le dice todo aquello? —Claro, claro. ¿Te has tirado a mi novio? —¡Por supuesto que no! —No me mientas, niña. ¿Cuántasveceslo habéishecho? —¡Ninguna! —Mentirosa.Te has metido en medio de una relación.¿A te dedicas? ¿A romper parejas? —¡No sé de qué me hablas! Te prometo que entre él y yo no hay nada. Paula empiezaa sentir una terrible angustia. Le falta aire, se asfixia.¡Aquella chica la está acusando de acostarse con su novio! —Mira, guapita, Álex y yo éramos la pareja perfecta hasta que apareciste tú. No sé qué le hiciste, pero cree que está enamorado de ti. Y eso no es lo mejor… —Irene de repente coge la mano de Paula y la sitúa en su vientre— …para nuestro hijo. La chica enseguida retira su mano. No puede más. Un millón de sentimientos de procedenci a indeterminada la sacuden.Quiere salir corriendo, huir de allí, pero Irene está atenta y la vuelve a agarrar del brazo, deteniéndola. —Olvídate de nosotros. Borra su número, elimínalo del MSN, no le cojas más el teléfono. Estás destrozando una familia. No vuelvasa hablar con el padre de mi hijo. Si no, te prometo que te haré la vida imposible y no solo serás la responsable de todo, sino que puede pasarte algo grave. Te lo digo como mujer, como novia y como madre. Desaparecerás, ¿a que sí? Paula llora en silencio. No quiere que nadie se entere de lo que le está acusando aquella chica. Mira a Irene con miedo. Va en serio. Cree que quiere apoderarse de algo que es suyo y lo va a defender a muerte. Con los ojosencharcados, asiente con la cabeza. Desaparecerá para siempre. Irene la suelta y relaja todos los músculos de su cuerpo. Lo ha conseguido. Paulala mira una última vez. Esincreíblemente hermosa y atractiva. Perfecta para Álex. Seguro que hacenuna gran pareja y que su hijo será guapísimo.Se da la vuelta y abandona la luz de la farola. El frío esintensísimo. Sushuesosestán helados. Tiembla mientras camina hacia la parada de metro más cercana. Irene la ve alejarse. Aquella chica sería la pareja ideal para su hermanastro si no estuviera ella, por supuesto. Satisfecha, regresa al coche con la seguridadde que ahora nadie se interpondrá en el camino hasta Álex. Es cuestión de tiempo. Capítulo 72 Ya es de noche, ese mismo día de marzo, en la ciudad. Llega al coche que le ha prestado su hermana y se sube. Acaba de bajarse del taxi que le ha llevado al lugar donde antes había aparcado el Citroen Saxo. Menos mal que no ha aparecido ningún fanalborotador, solo un par de tíos que se han girado para mirarla. No le apetece ni hablar ni
  • 4. escuchar nada de nadie. Si alguien la hubiera molestado, posiblemente habría reaccionado como en el campo de golf con aquella pareja entrometida. Katia se siente muy rara. Introduce la llave, pone la radio y arranca. El tráfico de la ciudades denso a esa hora. Milesde cochesva n de aquí para allá y crean interminables hileras de luces. Loscláxonessuenan ensordecedoresy la emisora que sintoniza reproduce unavez másel éxito del momento, Ilusionas mi corazón, que esta semana sigue siendo el tema más votado por los oyentesde la cadena. —¡Joder, qué pesadilla! ¿No se cansan? —dice en vozalta. Hace una mueca de fastidio y cambia la emisora. En KissFM suena What islove, de Haddaway. Le gusta y decide dejarla. ¿Qué esel amor? Resopla. Ella lo sabe muy bien. O eso cree, pero en su versión máscruel. Y toda la culpa es de… ¡Bah! Quiere olvidarse un rato de todo. Quizá la música le ayude a no pensar en Ángel. Tararea e intenta sonreír. Incluso mueve un pie y la cabeza al ritmo de la canción, pero la enmienda esimposible. No se quita de la cabeza la conversación que han tenido hace un rato en su piso. ¿Por qué le ha pedido eso? Semáforo en rojo. Katia deja caer despacio su cuerpo hacia delante y su frente choca suavemente contra el volante. —Soy completamente estúpida. Minutosantes, en el sofá del salón del piso Ángel. —Katia, tengo que hablarte de una cosa muy importante. El chico la mira directamente a los ojos. La cantante siente un cosquilleo en el estómago. ¿Será bueno o malo lo que le tiene que decir? — Cuéntame. —Verás…Ángel duda un momento. Sorbe un poco de café y mira hacia un lado como tratando de ordenar las ideas. Quizá le falte valor para contárselo y se termine echando atrás. —Venga, Ángel, que me tienes en ascuascon tanto misterio. Suéltalo ya, por favor. El periodista vuelve a centrar sus ojos azulesen los celestes de Katia. Pero es una mirada diferente a la de antes. La chica entoncesse teme lo peor. Tal vez le va a recriminar lo de las llamadasde teléfono. ¿Y si no quiere volver a verla? Tanta amabilidadno esnormal después de todas las desavenenciasque han tenido últimamente. — ¿Recuerdasel día que nos conocimos? —Sí, claro. Fue el juevesde la semana pasada —responde Katia, que no alcanza a adivinar por dónde va a ir aquella charla. —Sí, fue el jueves. —Parece que hace mástiempo, ¿verdad? Tengo la impresión de conocerte desde hace mucho más. —Esverdad, también me lo parece a mí —comenta Ángel—. Ese juevestú llegaste tarde a la entrevista que había pactado nuestra revista contigo. —Sí. Se nosacumularon varios retrasos y vosotros, como eraislos últimos de la lista de ese día… —¿Y te acuerdasqué pasó después de la entrevista? —interrumpe Ángel, que ahora habla con más confianza. —Claro. Te llevé con el coche a una reunión porque se te había hecho muy tarde. —Más o menos. Másque una reunión, era una cita. —Eso. —Con mi novia.—Sí, esverdad. No me acordaba — miente Katia, que comienza a sentirse algo incómoda. —Se llama Paula. —Ajá. Aunque aún no sabe qué va a decirle, la cantante del pelo rosa intuye que no le va agradar demasiado. —Puesel sábado es su cumpleaños. Diecisiete añitos. —Esmuy joven. Tú tienes veintidós, ¿no? —Sí, pero bueno, su edad es lo de menos. —Ángel se acerca a Katia; sus piernasse tocan—. Te quería pedir un favor. —Claro. Dime. —Ellaes una gran admiradora tuya. Le encanta Ilusionasmi corazón. La canta a todas horas. Entonces, lo que me gustaría, si tú quieres, es que le dedicaras a ella la canción. La harías muy feliz. Y a mí también. Katia no sabe qué decir. Lasemocionesse disparan en su interior. No puede creerse que Ángel le esté pidiendo eso. —No entiendo muy bien. ¿Dedicarle la canción? —Sí, te lo explico. Bastaríacon que grabarasIlusionasmi corazónen un CD y, en lugar de Laura y Miguel, dijeraslos nombres de Paula y Ángel. —¿Quieresque cambie la letra de la canción? —Si pudieras, sí. Si no esdemasiada molestia. Silencio. —Yo…, la verdad es que… no sé. —Si no quiereshacerlo, no pasa nada. Pensaré en otra cosa —señala el chico, al comprobar su reacción. Ángel vuelve a apartarse un poco de su lado creando un espacio entre ambos. —Perdona, esque no imaginaba que fuera esto de lo que queríashablarme. —No te preocupes, entiendo que no quieras hacerlo. —No he dicho eso. —Lo intuyo. —Pueste equivocas…Lo haré encantada —contesta Katia sonriente. La cantante finge susverdaderos sentimientos. Sonríe aunque tiene ganas de irse de allí, pero, si se va, perderá a Ángel para siempre. En cambio, si le hace este favor, puede que gane puntos y además podrá verlo más veces. Aunque estan frustrante complacer a la novia del hombre del que estás enamorada… —¿Lo harás? —pregunta sorprendido. —Sí. —¿De verdad? —¡Que sí! —¡Vaya! ¡Muchísimasgracias!Ángel se echa encima de Katia y le besa en la mejilla, cerca de los labios, quizá demasiado cerca. Los dos sienten un impulso tentador, pero él se aparta cuando se da cuenta de que está sobre ella. No es Paula. Silencio. Solo se esc uchan susrespiraciones nerviosamente agitadas. No se miran a los ojos. No pueden. Por fin, el chico se pone de pie, recoge la bandeja con los cafésy sale del salón. Katia también se levanta y lo sigue. Ambos entran en la cocina. —¿Para cuándo lo necesitas? Katia trata de recuperar la normalidadocultando su malestar, su sufrimiento, sus deseos. ¡Como le habría gustado que la hubiera besado en la boca! —Si lo pudierastener para el viernespor la mañana…Piensa un instante. Desde el accidente no se ha ocupado de nada de lo que tenía concertado en su agenda, así que para mañana ni sabe qué tiene programado, ni lo cumplirá, argumentando que sigue afectada. —Vale, creo que me dará tiempo. Llamaré a mi agente esta noche para que me reserve una cabina en algún estudio de grabación. —¿Un estudio de grabación?No hace falta que te molestes tanto. —No es molestia. —¿Y encontrarásalguno en tan poco tiempo? —Sí, no te preocupes. Ser conocida también tiene sus ventajas. Déjalo en mis manos. —Bueno, como veas. —Si quieres, puedesvenir conmigo. —No sé si podré. Estamos cerrando el número de abril y quizá no pueda escaparme. De todas formas, te llamo mañana para confirmarte lo que sea. —Bien. Pero estaría muy bien que vinieras. —Lo intentaré. Minutos después, esa noche de marzo, al volante del Saxo de su hermana. —¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Katiase ha saltado un semáforo y un autobús casi se la lleva por delante. Estaba distraída pensando en la conversación con Ángel y no se ha dado cuenta de que estaba en rojo. Nerviosa, aparc aen doble fila y pone el intermitente. Suda y tiembla. ¡Dios, ha estado a punto de tener otro accidente! ¡Y con el coche de su hermana! Intenta tranquilizarse. Respirahondo. En Kiss FM ahora suena A bad dream, de Keane. Y sí, todo aquello se asemeja mucho a "un mal sueño". Capítulo 73 Esa misma noche de ma rzo, en un lugar alejado de la ciudad. Llega a casa cansado, confuso.La clase de hoy ha sido muy extraña. Alex no entiende qué le ha podido ocurrir. Durante hora y media ha coleccionado erroresde todo tipo con el saxo. Nunca había cometido tantosfallos, ni siquiera cuando empezó. Y de eso hace… Uff, mucho tiempo. Era un aspirante a adolescente, pero todavía recuerda perfectamente el día que tuvo que elegir el instrumento que quería tocar. Tení a talento para la música y debía dar un paso adelante, especializarse en algo en concreto. Susprofesoresinsistieronen que escogiera el piano. También su padre trató de convencerlo. Todos fracasaron. —¿El saxofón? —Sí, papá. Eslo que quiero tocar. —Yo creo que no lo has pensado bien. —Sí que lo he hecho. —Echarás tu talento a perder. ¿No lo comprendes? —Lo siento. El saxo es lo que más me gusta. —Pero el piano esmás elegante. Y te da prestigio. Por no hablar de que tiene muchísimas más salidas. Además, podrías convertirte en un pianista extraordinario…Todos lo dicen. —No me importa lo que digan, papá. —¿Que no importa? Sí que importa. Los pianistasson verdaderos músicos. Lossaxofonistas…Su padre no quiso terminar la frase. Verdaderamente sentía admiración y aprecio por cualquier persona capaz de tocar un instrumento. Él mismo era un gran aficionado al jazz. Sin embargo, hablaba desde la decepción, desde la frustración. Veía cómo su talentoso hijo tiraba por la borda ese don que Diosle había otorgado, el mismo don que tenía su esposa fallecida. —¿Qué lespasa a los saxofonistas? — insistió Alex, que no entendía el motivo por el cual no le dejaban hacer lo que él deseaba. —Que terminan tocando en cualquier esquina pidiendo limosna. — ¡Eso no es cierto! Hay muchos que son genialesy bastante conocidos, que se ganan la vida tocando. Mira a Kenny G., por ejemplo. O a Charlie Parker. —Bah, tipos que han tenido suerte. Si quieresser alguien en la música, no puedestocar el saxo. —No quiero ser alguien, quiero hacer lo que realmente me gusta. — Eres un cabezota, Alex. ¿Qué vasa conseguir tocando el saxofón? —No lo sé. Y me da igual. El piano está bien, me gusta, pero no es lo que quiero. Así que,
  • 5. después de varias discusiones en casa, donde seguían intentando que cambiara de opinión, logró que le compraran un saxo, al q ue en honor de su madre, Emilia, Alex 11amó "Emily". Y Losresultados no se hicieron esperar. En pocosmesesse convirtió en todo un experto. Un genio. Era capaz de interpretar de forma maravillosa cualquier partitura. Con el saxofón entre sus manosse sentía especial. Se sumergía en un mundo de fantasía lejos de la realidada la que cada día se enfrentaba. Por unosinstantes no tenía que preocuparse de su madrastra, de Irene o de los estúpidos comentarios de sus amigos. Y fue precisamente su saxo el mejor compañero que tuvo cuando su padre murió. Tocaba y tocaba sin parar. De día, de noche, en la soledad de la madrugada. Era una parte más de su cuerpo, una extensión de susmanos, de sus labios…Y lo único que le proporcionaba tranquilidad. Hasta qu e descubrió que había algo más que podía llenar su vida, algo que le desahogaba tanto o más que la música del saxofón. Fue entoncescuando Álex averiguó que escribiendo también experimentaba esas sensacionesque le evadían del mundo que le había tocado vivir. Sin padre, sin madre. Una nueva manera de luchar contra todo y encontrarse a sí mismo. Escribir y tocar. Tocar y escribir. Ser músico, enseñar su música. Ser escritor, enseñar suslibros. Tenía una meta, doble, y la ilusión le desbordaba. Y, sin embargo, ahora un tercer elemento impedía que se concentrara en sus otras dos pasiones. Deja lasmochilasal lado del sofá del salón y se tumba en él. Coge el móvil y lo examina.Quiere hacer esa llamada, quiere oírla, pero no está seguro. Su corazón le dice q ue sí, que adelante. ¿Qué puede pasar? ¿No se alegrará de escucharlo de nuevo? ¿Y si no responde? Álex pasa la yema de sus dedos por la pequeña pantalla del teléfono. El nombre de Paula con su número aparece iluminado. Solole queda pulsar el botón que efectúa la llamada. Esa misma noche de marzo, en otro luga r de la ciudad. Sin decir nada a nadie, sube a su dormitorio. Tiene losojos húmedos, hinchados, y la nariz roja. En el metro se ha intentado tapar la cara con lasmanos el mayor tiempo posible. No quería que se notara que había llorado. ¿Por qué le ha dicho esa chica todo aquello? Paulano entiende nada. No comprende por qué Álex no le habló de su novia y de su hijo. "¡Joder, va a ser padre!". Tampoco sabía que sussentimientoseran tan fuertes. ¡Enamorado de ella! ¿Desde cuándo? ¡Si se conocieron el jueves! Es una locura, todo es una completa y absurda locura. Se sienta en una silla frente a la ventana. Losárbolesse balancean dulcemente por el viento frío que esculpe la noche. No hay estrellas ni luna. ¿Y ahora, qué? Lo mejor es desaparecer, hacerle caso a su novia y no volver a saber nunca más de él. Sí, es lo mejor. Aunque sea de cobardes. Pero no quiere entrometerse en medio de una pareja y mucho menos ser la c ausante de una ruptura. Tiene el ordenador delante. Lo enciende y entra en el MSN como "no conectada". Busca su dirección. Ahí está: alexescritor@hotmail.com. Pulsa sobre ella con el botón derecho del ratón: "Eliminar contacto". Duda, pero clica. Una nuevapantalla se abre. Es para verificar que realmente q uiere hacerlo.Si lo ratifica, el contacto quedará eliminado de su Messenger para siempre. Para siempre. Paula está hecha un lío. Lee una y otra vez el nick de Álex. "Tras la pa red. Engánchate y léelo. Puedo vivir sin aire, pero no sin la música". No dice nada de su novia ni de su hijo. Habla solamente de lo que más le gusta, de su libro, de ese que ella misma le ayudó a promocionar el día que lo acompañó a esconder loscuadernillos. Fue divertido y romántico. ¿Fue entoncescuando se enamoró de ella? Ella no hizo nada para que eso pasara, ¿no? Paula suspira. Recuerda el momento de la FNAC, aquel instante en el que sus labioscasi se unen. Pudo suceder. Un beso. Él habría sido infiel y ella también. Ningunolo buscó, fue cosa del destino. Pero estuvo a punto de ocurri r. Un beso. ¿Qué hace? ¿Qué demoniosdebe hacer? Una lágrima se derrama caliente por su mejilla. Le habría encantado seguir conociendo a Álex, su sonrisa, susenormesojos castaños, su romanticismo, esa forma de decirle lascosas, de tratarla. ¡Dios!, ¿cómo ha llegado a esto? El inesperado sonido de su móvil le asusta. Mira la pantallita para comprobar quién la llama. No puede ser. ¡Es Álex! ¡Uff! Una nueva lágrima que cae y moja el teclado de su ordenador. Qui ere cogerlo, quiere aclararlo todo, decirle que son amigos, solo amigos. Quiere cogerlo, pero no puede ni debe. El teléfono sigue sonando inmisericorde, como un quejido cruel, insistente. Lo que en otro instante hubiera provocado una sonrisilla feliz, ahora significa una cosa imposible de soportar. "¡Cógelo, cógelo!", le dice algo en su interior. No. Lo mejor es desaparecer. Va a ser padre. Va a tener un hijo con esa chica. Y ella…, ella no es nadie. No. No es nadie. La llamada muere. Fin. "Quitar también de mis contactos de Hotmail". Pulsa en un cuadrito en blanco. Aparece una pequeña señal en verde. Solo falta eliminarlo. Clic.Capítulo 74 Esa noche de marzo, en otro lugar de la ciudad. Aquellaspalabras…: "¡Aunque te joda, la quiero a ella, no a ti!". Diana no puede apartar esa frase de su cabeza. Es como un martilleo constante en su mente. Pero al mismo tiempo no alcanza a creerse que lo que pasó en la casa de Mario haya sucedido de verdad. Es irreal, como un sueño, o más bien como una pesadilla de la que seguro que en cualquier momento se despertará. Mastica la cena con desgana mientras su ordenador termina de iniciar la sesión. Esa esuna de las ventajasque tiene comer siempre en su habitación: puede hacer muchascosasa la vez. —Tengo que cambiar este fondo de pantalla —dice en voz alta mientras contempla aburrida el collage que ella mismo hizo con fotos de tíos buenosfamosossin camiseta hace ya algunassemanas. El ordenador continúa haciendo ruidosextraños. Aún no está disponible. Acumula tanta basura en el disco duro de su PC que cada vez le cuesta más arrancar. Precisade un formateo, pero no sabe cómo se hace. Mario seguro que no tiene ese problema. Ese estúpido es un genio para todas esas cosas, pero también es un gilipollastratando con chicas. Un sorbo de agua. No debería de haberle hablado así. Si está enamorado de Paula y Paula pasa de él, ese es su problema. Ella no tiene por qué aguantar que le griten. Qué capullo. ¿Quiénse ha creído que es? Todo lo que le estaba diciendo era la cruda realidad. ¿O es que mintió en algo? La típica historia: chico normalito encaprichado de la chica perfecta a la que conoce desde la infancia, pero que no le hace ni caso; mientras ella sale con todos los tíos habidosy por haber, él espera que ocurra un milagro y la princesa de sus sueñostermine rendida en sus brazos. ¡Puag, qué asco! ¿Por qué su madre ha puesto endibiasen la ensalada? Lasdetesta, casi tanto como a Mario. ¿Estará conectado al MSN? Da igual. Si lo odia. No quiere saber más de él. Y no lo dice por decir, ¿eh? No. Está decidida a olvidarse de ese gilipollasque se ha atrevido a hablarle de esa manera. ¡Puag! ¿Másendibias? Su madre no está bien de la cabeza. El ordenador por fin da señales de vida. Ha terminado de iniciarse. Diana deja la bandeja con la cena a un lado y se acomoda frente al PC. El MSN ya se ha activado automáticamente. 697 contactos. Titití. Empiezaa aparecer una lucecita naranja tras otra en la parte de abajo de la pantalla. Uno que la saluda, aunque no recuerda quién es. Titití. Otro que le pide que le ponga la cara. Titití. ¿Y este?: "¿Quieres cibersexo?", pregunta. "¡Já! ¡Qué estúpido salido!". No tiene ni idea de quién es, pero lo elimina. Por lo visto no solo va a cambiar el fondo de pa ntalla sino que su Messenger sufrirá una buena limpieza.Mario no está conectado. Qué más da. Tampoco le iba a hablar. Otra luceci ta naranja. Alguienmás que le escribe. — Hola, Diana, ¿estás? ¡Anda, es Álex! El tío bueno escritor amigo de Paula. ¡Qué agradable sorpresa! No le vendrá mal charlar un ratito con él para desconectar un poco. Esa noche de marzo, en otro lugar de la ciudad, delante de su ordenador. Paula se siente mal. Fatal. No ha bajado a cenar. Le ha dicho a su madre que no se encontraba bien y esta le ha subido un vaso de agua con una aspirina.Luego le ha obligado a tomar un jarabe de eso s que usan las madres para todo. —Esque sales muy fresca a la calle y la temperatura ha bajado muchísimosgrados. No estamos en verano. Paula no ha discutido el diagnóstico. Sabe perfectamente que el dolor de cabeza y las nauseasno son por ese motivo. Aún no puede creerse todo lo que ha pasado en las últimashoras. ¡Ha borrado de su Messenger a Álex! Pero ¿qué podía hacer? ¡Va a ser padre con aquella chica que afirma que su amigo se ha enamorado de ella ! Uff. Sigueconectada al MSN en modo "invisible". No le apetece hablar con nadie. Además, Ángel no está. Tampoco sus amigas. Ah, sí. Diana sí. Se acaba de conectar. ¿Cómo le habrá ido con Mario? Esos dos seguro que acaban liados. Se nota que se gustan. Intenta sonreír con la idea, pero no puede. Enseguida vuelve a lo mismo. Es
  • 6. imposible olvidarse de aquella chica diciéndole todo aquello. Nunca másva a saber de Álex. Nunca más. Ni hoy ni mañana ni…Pero, un momento. No se acordaba de que…¡su cumpleaños! ¡El sábado! ¡Y Álex está invitado! Mierda.¿Y ahora qué hace? Esa noche de marzo, en u n lugar alejado de la ciudad. Como suponía, no le ha cogido el móvil. No debería haberla llamado. Ahora, además de las ganasde hablar con ella, le invade una f uerte tristeza por dentro, una desolación difícil de controlar. Álex se muere por saber algo de Paula. ¿Y si está conectada al MSN? Sube a su habitación con el portátil, entra en el cuarto y se tumba en la cama. Lo enciende y rápidamente entra en el Messenger. Busca entre sus amigos. Nada, no está, su nick aparece entre los "no conectados". Por lo que parece, va a ser imposible hablar con Paula. Y la necesita. La que sí aparece conectada esDiana.Quizá sepa algo. —Hola, Diana, ¿estás? —Sí, estoy, hola. Qué sorpresa — contesta la chica a lospocossegundos. Álex sonríe y escribe. —¿Cómo estás? —Bueno, he estado mejor. —Vaya. ¿Problemas? —Todos los tenemos, ¿no? Pero ya casi se me ha pasado. —Puesespero que pronto se te pase del todo. —Seguro que sí. Gracias —responde la chica, acompañando sus palabrasde un icono sonriente. —¿Sabesalgo de Paula? No está conectada. Dianaresopla. Otro que le habla de Paula…¿No hay otro tema de conversación? — No, no sé nada. Estuve con ella estudiando por la tarde, pero no sé dónde estará. —Ah. Es que la he llamado, pero no me coge el teléfono. La chica piensa un instante. ¿No había quedado Álex con Paula?Sí, por eso se fue de la casa de Mario —¿No ha estado contigo? —¿Conmigo? —Sí. Estábamos estudiando con un amigo y nos dijo que se tenía que ir porque había quedado contigo. —Qué raro…Yo no había quedado con ella hoy. —Sí que esraro. Me dijo, además, que teníasalgo que contarle y que no sabía qué era. Estaba intrigada. Álex se sienta en la cama, cruza las piernasuna sobre otra y se pone el portátil encima. No comprende nada. Además, empieza a preocuparse. —Yo no le he dicho nada de eso a Paula. No sé de qué me estás hablando. Diana se frota la barbilla. ¿Le ha mentido su amiga? ¿Por qué motivo? Esmuy extraño. Paula no parecíaque le estuviera ocultando nada cuando le dijo que se ten ía que ir con Álex. Quizásolo fue una excusa para dejarla a solas con Mario. No, muy rebuscado. ¿Y si le ha pasado algo? —Álex, ¿estásseguro de que no habíasquedado con ella? —Que no. ¿Cómo me iba a olvidar de algo así? —¿Y dicesque no te coge el móvil? —No, no lo coge. Losdos comienzana alarmarse de verdad. Nervios. Nada encaja en esta historia. ¿Dónde se ha metido Paula? La respuesta no se hace esperar, porque en esos instantes en e1 MSN de Diana apa rece conectada, pero como "no disponible" la chicadesaparecida.Esa misma noche de marzo, Paula escribe en su ordenador mientrasDiana lo hace en el suyo. "Diana, no me preguntesel motivo, pero tienes que decirle a Álex que no vaya a la fiesta que estáis preparando para mi cumpleaños. Esmuy importante. Invéntate algo o no sé. Confíoen ti para que me hagas este gran favor. Perdona por pedirte esto. Ya te lo explicaré todo con tranquilidad". Paula pulsa el "en ter" de su ordenador y espera la respuesta de su amiga. Sin embargo, lo que llega es un aviso de error. "Joder". Debe de ser porque está en "no conectado". A vecessucede. Prueba otra vez. No hay nada que hacer. De nuevo el mismo mensaje indicando que el comentario no ha llegado a su destino. Tendrá que conectarse. Resopla. No le apetece hablar con nadie, pero es primordial que Diana haga lo posible para que Álex no asista a su cumpleaños. No pueden verse. La chica lleva el cursor hasta el nick y cambia su estado a "No disponible". Se da prisa por pegar y enviar de nuevo el mensaje, pero Diana se anticipay la saluda al segundo de conectarse. —Hola, Paula. Mierda. Ahora no quedaría bien mandarle el "copia y pega" de antes y desaparecer… —Hola, Diana. —Menosmal que apareces. Nos estábamos empezando a preocupar mucho. —¿Y eso? —pregunta extrañada. No entiende el motivo. Además, está hablando en plural. ¿Se refiere al resto de las Sugus? —Esque estoy hablando con Álex y me ha contado que no has ido a la cita que dijiste que teníascon él. Para ser exactos, me ha dicho que ni siquieraquedó contigo. Y que no le cogesel teléfono. Uff. Álex se ha enterado. "¡Joder! ¿Y ahora?". No sabe qué decirle a su amiga. ¿Hasta dónde le puede explicar lo que ocurre? Diana, por su parte, en esos instantes le escribe a Álex. Le dice que Paula ha aparecido y que está hablando con ella . Pero el chico no comprende por qué le sigue apareciendo como "no conectada". ¿Un error del MSN? —¿Estásbien? —pregunta Diana, al ver que Paula no continúa escribiendo. —Mira, no puedo contarte ahora lo que pasa. Tienesque confiar en mí. Ya te lo explicaré todo con detalle. Pero no le digasa Álex que estás hablando conmigo. —¿Cómo? Ya lo he hecho. Dice que no te ve conectada. —¡Joder! Dile que me he ido, por favor, que tenía prisa. Por favor te lo pido, Diana. Diana hace caso a su amiga ante la alarma y la insistenciade esta. Algo grave está pasando. Le escribe a Álex que Paula está bien, pero que se ha tenido que marchar rápidamente a cenar porque la llamaba su madre aunque ha quedado en que ya le contaría qué ha pasado. El chico no está muy conforme con la explicación, pero se resigna. Diana le pide que espere unos minutos, que tiene que llamar por teléfono a su amiga Miriampara unascosasde clase. Miente, pero necesita hablar con Paula. —Ya se lo he dicho, que has ido a cenar. —Gracias, Diana.Perdona por este marrón. Te debo una. —No pasa nada. Pero ¿qué te ha pasado con él? ¿Lo has eliminado de tu MSN? —Sí. He tenido que hacerlo. —¿Por qué? —Esmuy largo de contar. Ya te lo explicaré. —Hazloahora. Tengo tiempo. Empieza. No me vas a dejar así. Paula suspira. Quizá le venga bien soltarlo todo y desahogarse. Así que durante cinco minutosle escribe a Diana todo lo que ha sucedido. Esta lee atónita y espera a que su amiga termine de contarle una historia increíble. —¡Qué fuerte! No me lo puedo creer. ¡Qué fuerte! —exclama por finla chica.— ¿Entiendesahora por qué lo he eliminado? —Sí, pero esque es todo muy raro. Álex no parece un tío infiel, aunque vete tú a saber. ¿Por qué no hablas con él? —No puedo. Su novia me ha amenazado. Además, no quiero entrometerme en su relación. ¡Joder, que va a ser padre! —Ya. Escomplicado el asunto. No sé qué les das a los tíos, que todos se pillan de ti. Eres una acaparadora. Entoncesse acuerda de Mario, de sus sentimientos, del a mor que aquel estúpido siente por su amiga. Y del amor que ella, más estúpida todavía, sigue profesándole.¿Qué tendrá Paula? ¿Por qué todosse enamoran de ella? —Eso no es verdad. Y no es lo importante ahora, además —protesta Paula—. Tienesque decirle que no vengaa mi cumpleaños. —¡Coño! ¡Tu cumpleaños! Esverdad, que va a ir… —Sí. Por eso tienes que inventarte algo para que no lo haga. —Joder, Paula, eso sí que es un compromiso. ¿Y qué le digo? —No sé. Que al final no se va a hacer. O que solo vaisa ir vosotras. Ni idea. —Bueno, ya lo pensaré. —Graciasde nuevo, Diana. —Pero de todas formashay una cosa que…Álex ya sabe que alguien quedó contigo en su nombre. Investigará hasta descubrir que fue su novia la que en realidadte citó. Y se montará una buena. —¡Joder, es verdad! —Creo que deberíashablar con él y aclarar lascosas. Es lo mejor. —¡No! No puedo volver a verlo, Diana. ¿No lo entiendes? ¿Y si por mi culpa rompe con su novia embarazada. —Pero él no se dará por vencido. Si en realidadestá enamorado de ti, te buscará: te llamará muchasveces, te mandará mensajes. No puedes desaparecer. —Puesesnecesario que desaparezca. Y necesito que me ayudes. Nunca había visto a Paula así. Siempre parece tan segura de lo q ue hace, parece que controla todo lo que pasa a su alrededor. Y ahora está en un verdadero apuro. —Se me ocurre una cosa. Puedo decirle que me mentiste, que te inventaste que habías quedado con él. —Mmm. ¿Y con qué motivo? —Pues…con la excusa de dejarme a solas con Mario. Paularesponde con dos iconos a la propuesta de su amiga. En uno el muñequito amarillo sonríe de oreja a oreja; el otro es un perrito blanco al que lascejas le suben y bajan muy deprisa, repetidamente. —No pienseslo que no es —escribe Diana, suspirando. —Ejem, ejem. Ya me contarásqué tal con Mario. Esuna buena idea. ¿Colará? —Puede ser. De momento lo tendrás alejado. Pero no creo que dure mucho. —Tengo que desaparecer de la vida de ese chico, Diana. —Te comprendo. Pero sigo pensando que deberías de hablar con él. —No puedo. De verdadque no puedo. —¿Y si lo hago yo? —¡No! ¡Por favor! No le digasnada de esto, por favor. —Vale, vale. Le contaré solo lo de Mario y me inventaré alguna cosa para que no vaya a tu cumpleaños. —Gracias. Eresuna amiga. Laschicaspermanecen unos segundossin escribir. Reflexionansobre el asunto, cada una en la parte que le corresponde y en la situación en la que se encuentra. En el MSN de Diana una
  • 7. lucecita naranja y un "titití" que la acompaña indican que Álex le ha escrito de nuevo. La chica abre la pantalla del Messeng er en la que está conversando con él. —¿Diana? ¿Siguesahí?No responde inmediatamente. Debe pensar bien qué contarle. —Diana, yo me voy. Estoy agotada — escribe Paula en la otra pantalla. —Vale, ya te contaré cómo me ha ido. —Gracias. Ya no esque te deba una, te debo cien. —Bueno, no exageres. Paraalgo están las amigas. —No olvidaré este favor. Buenas noches. —Buenasnoches, Paula.Capítulo 75 Esa misma noche de marzo, en una casa alejada de la ciudad. Es muy raro lo que está pasando. ¿Cómo no ha visto a Paula conectada? No lo entiende. Aquel asunto a Álex empieza a parecerle una películade ciencia ficción. Recapitulando: Paula le cuenta a Diana que ha quedado con él. ¿Por qué motivo si no es verdad? Sin saber nada, la llama por teléfono, pero no se lo c oge. ¿Cuál esla razón? Y ahora esto. Diana primero le indica que su amiga está conectada al MSN, aunque él no la ve, y enseguida dice que ya no está, que se ha tenido que ir rápidamente a cenar. Demasiadas casualidades. Extraño. Muy extraño. Y lo que es más importante, no ha podido hablar con Paula todavía. Escomo si le estuviese esquivando No hay que ser demasiado inteligente para saber que algo está sucediendo y debe averiguar qué es. Álex, con el portátil sobre sus piernas, espera a que Diana regrese. Cuando vuelvava a hacerle algunas preguntas. La puerta de la entrada de la casa se abre. Es Irene que llega tarde, lo que significa que debe haber hecho algo despuésde clase. Seguramente quedado con alguien, con uno de esoschicosque van con ella al curso y que se morirán de ganas por llevársela a la cama. Espera no tener que soportar ruidosde muelles y gemidosen su propia casa. El chico oye cómo su hermana stra sube lentamente la escalera y llega hasta la puerta de su habitación."Toc toc". Al menos esta vez se ha tomado la molestia de llamar. —Pasa. Irene abre y se queda en el umbral. Está espectacular, como esta mañana. Lleva aquel vestido escotado y corto que deja ver sus magníficaspiernas. Sonríe. —Hola, ya estoy aquí. —Ya te veo — contesta con seriedad. —Qué borde eres en ocasiones…¿También eres así con tus fans? — pregunta la chica sin perder la sonrisa con la que entró en el dormitorio de su hermanastro. —No tengo fans. —Ya, seguro —dice Irene, mientrasse echa el pelo hacia un lado y lo peina con lasmanos—. ¿Has cenado? — No. —Yo tampoco. ¿Cenas conmigo?—No tengo hambre. —¡Ay, chico, qué soso estás! Venga, te preparo algo, que tienes que alimentarte bien para poder escribir. Álex la observa. Es difícil no hacerlo. Cada gesto que hace transmite una sensualidaddesbordante. Continúa sonriendo. —Bueno, ahora bajo. Pero no hagasnada para mí. Cena tú. —Vale. Te espero diez minutos y, si no bajas, cenaré sola. —Hazlo que quieras, Irene. —Borde. La chica cierrala puerta un poco más fuerte de lo que su hermanastro habría deseado. Seguro que lo ha hecho para molestarle. ¡Bah! Han pasado ya más de diez minutos desde que Diana se fue. —¿Diana, siguesahí? —escribe impaciente. La respuesta no llega inmediatamente. Seguirá hablando por teléfono con su amiga. Álex comienzaa perder los nervios. Algo inhabitual en él, que es una persona muy tranquila y no se altera por cualquier cosa. Pero este asunto le inquieta. S uspira profundamente. "Titití" y una lucecita naranja. —Sí, Álex, perdona. Ya estoy aquí. ¡Por fin! Diana ha regresado. —Empezaba a pensar que me habíasabandonado. —¿Bromeas? ¿Cómo voy a abandonar a un chico como tú? ¿Estás loco? Álex sonríe. Aquella chicale cae bien. Tiene desparpajo y un sentido del humor muy particular. — Creo que estoy empezando a estarlo. ¿No te ha dicho Paula por qué no me coge el móvil? —No. No me ha dado tiempo a preguntárselo. Se ha ido muy rápido. —¿Y tampoco sabes por qué te dijo que había quedado conmigo? —Bueno, algo ha insinuado. Esque estábamos en casa de un amigo estudiando y ella cree que él y yo nos gustamos. Entonces, ha dicho que se iba para dejarnosa solas. Tiene sentido. Sin embargo, siguen sin encajar todaslas pieza s. Álex se frota el mentón y escribe. —¿Y por qué precisamente te dijo que había quedado conmigo y no con otra persona? —Puesni idea. Cosasde Paula. Sería lo primero que se le pasó por la cabeza. —Ya —responde, sin tenerlo demasiado claro. —Por cierto, Álex, te tengo que decir una cosa. —Cuéntame. —La chica conla que acabo de hablar por el móvil esMiriam. En su casa es donde íbamosa hacer la fiesta de cumpleañosde Paula. Puesresulta que al final suspadresno se van y la hemos suspendido. Otra coincidencia. Ahora Álex ya está seguro. Algo le pasa a Paula con él…Pero tiene que tirar más del hilo para asegurarlo. —Vaya, ¡qué mala suerte! ¿Y no hay otro lugar? Paula no se puede quedar sin fiesta de cumpleaños. —No, no tenemosotro sitio. Seguramente nosquedemos sus tres mejores amigas por la noche en su casa y lo celebremosnosotras solas. —¿Y si lo hacemosen mi casa? —¿En tu casa? —Claro. Aquí hay mucho espacio. Y aunque esté retirado de 1a ciudad, podéiscoger un autobúsy venir todas juntas. Incluso podríamosquedar en alguna parte y y o os traigo hasta aquí. Silencio. Diana no escribe. Álex sabe que la respuesta será negativa. ¿Qué pondrá como excusa? —No esmala idea…Pero somos muchos, no solo Paula, las otras dos chicasy yo. Habrá mucha más gente y serían demasiadasmolestiaspara ti. —¡Qué va! No es molestia. Cuantosmás, mejor. ¿No? Otro silencio, este más largo. Un minuto. Dos. Sin respuesta. —Bueno, lo consultaré, pero no creo que sea posible, Álex —termina respondiendo. —¿Conquién lo consultarás? ¿ConPaula? — Con todas. Con ella también, claro. —Entoncessí que será imposible porque parece que no quiere saber nada de mí. El chico siente un pinchazo en el pecho cuando escribe esto. Pero es el momento de llegar al fondo de la cuestión. —Claro que no. ¿Por qué diceseso? —Porque esla verdad. Paula no quiere hablar conmigo. —No lo sé, Álex. Pero no creo que sea así. —Yo creo que sí lo sabes, Diana. —De verdadque no. Álex reflexiona un instante. Quizáescierto y esa pobre muchacha no está al corriente de lo que ocurre. —¿Cuál esla dirección de Paula? Voy a ir a hablar con ella. —¿Cómo? ¿Qué te diga la calle donde vive? —Sí. Eso sí lo sabrás, ¿no? No tiene nada de malo que me lo digas. Dianano contesta. Álex sabe el compromiso en el que está po niendo a aquella chica, pero no le queda más remedio. —No puedo decírtelo. Compréndeme. —¿Por qué no? —Porque son datospersonales. Es ella la que te los tiene que dar. —Así que no me vasa hacer ese favor —No. Lo siento. Losdos se quedan unossegundossin escribir. Álex piensa. Tiene que encontrar la forma de sacarle información. Ahora está convencido de que algo le ha pasado a Paula con él y de que su amiga lo sabe. —Diana, sé que algo pasa, que Paula tiene un problema conmigo. Y estoy convencido de que tú estás al corriente. —Mira, Álex, yo no me puedo meter en medio de vosotros dos. Si hay un problema entre ambos, lo tenéis que solucionar vosotros. —Así que sucede algo, ¿verdad? Lo hasconfesado. —No. Yo no he confesado nada. Solo que si Paula no te coge el móvil esproblema tuyo y de ella, no mío. Yo solo te digo que no sé nada. —Mientes, Diana. ¿Estan grave lo que le he hecho para que no quiera hablar conmigo? —Nolo sé. —Vamos, Diana, cuéntame qué pasa. —Álex, por favor. Esuna de mis mejores amigas. No me hagasesto. —Por eso tienes que decirme lo que pasa, porque quiero solucionarlo. Si no sé lo que ocurre, ¿cómo voy a arreglarlo? —Álex, por favor. He prometido no decir nada. —Tienesque decírmelo, Diana.No me puedes seguir mintiendo. Lo estoy pasando muy mal por esto y necesito saber la verdad. Te lo ruego. Tensión. Instantes infinitos. Si tuaciónal límite frente al ordenador en el cuarto de Diana, sentada en una silla, con la bandeja de la cena sin terminar a su lado. Dudas. Compromiso. Secretos. En la habitación de Alex, él está en la cama con el portátil entre las piernas. Ansiedad. Incertidumbre. Nervios. Y miedo. No hay palabrasnuevas. Pero en el MSN del chico aparece que Diana está escribiendo.Un brote de esperanza nace en él. Tal vez se ha decidido a explicarle qué eslo que pasa. Y cerca de las diez de la noche llega la verdad. La respuesta a la pregunta de Alex en tres párrafosinmensosque Dianacopia y pega en el Messenger después de haberlos escrito primero en Word: ahí está el motivo por el que Paula no le coge el teléfono, la razón por la que no la ha visto conectada y la soluci ón al enigma de quién había quedado con ella en su propio nombre. —Irene —susurra—. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —repite en voz baja, apretando losdientes. La ira recorre todo su cuerpo. Siente rabia por dentro. Intenta contenerse, pero quiere gritar. Se reprime, aunque la furiase apodera de él. Sin decir ni una palabra, golpea violentamente la almohada con el puño derecho, luego con el izquierdo y de nuevo con el derecho. Ahora lo comprende todo. Aho ra entiende que la única
  • 8. culpable de que Paula no acepte ni siquiera hablar con él está viviendo en su misma casa. —Álex, ¿estásbien? ¿Te has ido? — pregunta Diana al ver que el chico no escribe nada. —No. Todo esto es una locura. Nada esverdad. Mira el reloj. Es tarde, pero tiene que ver a Paula y contarle todo en persona, si no le creerá. —Diana, necesito saber dónde vive Paula.Dame su dirección, por favor. —Ya te he dicho que no puedo. —Diana, por favor. —Álex, no puedo. —Confía en mí. Ahora no tengo ni un segundo que perder. Te lo contaré todo en cuanto pueda. Pero necesito hablar con Paula en persona. Dame su dirección, por favor. La chica, abrumada por las palabrasde Álex, escribe el nombre de la calle y el número en el que Paula vive. —Gracias. Eresuna buena amiga. Por favor, no le digasnada a Paula. Si se entera, igual ni me abre la puerta. Un beso, me tengo que ir. Ya hablaremos. Y, sin esperar a su despedida, apaga y cierra el ordenador portátil. Le está agradecidísimo a aquella chica. Sinella jamásse habría enterado de los planesde su hermanastra que, sin duda, contaba con que Paula no le dijera nada, pero no con que había otra persona que sí podía hacerlo. Diana ha sido el gran fallo de Irene. Álex busca a toda velocidadun abrigo que ponerse. Da con una chaqueta vaquera azul que se abrocha conforme baja la escalera. Mientras, piensa en cómo llegar a la casa de Paula desde donde vive. En bus y metro tardaría una eternidad. No tendrá más remedio que pedirle el coche a Irene. Uff. Casi cuatro añossin conducir. Se sacó el carné a los dieciocho y luego nada de nada. ¿Sabrá llevar el Ford Focusde su hermanastra? Entra en la cocina. Irene muerde un sándwichde jamón y mantequilla. Observa a Álex y sonríe. —Está bueno. ¿Quieres? —No —responde seco. Ahora no tiene tiempo de discutir, aunque le encantaría decirle todo lo que piensa de ella. Además, necesita su coche y debe moderarse si quiere que se lo preste. —¿Te preparo uno? —No, gracias. Necesito que me dejes el coche. Tengo que ir a la ciudad. Irene lo mira sorprendida. —¿A la ciudad? ¿Y eso? —Tengo que ir a ver a un amigo que me ha pedido que le deje leer lo que llevo escrito del libro. Conoce a un editor y le hablará de mí —miente. —¡Ah, qué bien!, ¿no? ¿Te llevo yo? —Esmejor que vaya solo. ¿Me lo dejas o no? —Bueno, no sé. ¿Cuánto llevassin conducir? —No te preocupespor eso, sé lo que hago. ¿Me lo vasa dejar o me voy en bus? —Vale, vale. Espera. La chica sale de la cocina y sube hasta el cuarto en el que está instalada. En pocossegundosaparece con lasllavesen la mano. —Toma. Pero ten cuidado, ¿eh? —Lo tendré. Gracias. Álex no dice nada más, camina hasta la puerta y abre. Irene lo sigue de cerca. Contempla con recelo cómo su hermanastro se sube al Fo rd. Le cuesta arrancarlo, se le cala dos veces, pero al final lo logra. Sin embargo, su primera maniobra esterriblemente torpe y casi se estrella contra una de las paredesde la casa al acelerar excesivamente deprisa. La chica se pone lasmanos en la cara. Empieza a arrepentirse de haberle dejado el coche. —¿Seguro que no quieresque te lleve yo? —grita. —¡No! Ya está todo controlado — responde Álex, sacando la cabeza por la ventanilla.Poco despuésconsigue enderezar el coche y enfilar el camino de salida correctamente. Acelera de nuevo y desaparece por el sendero que conduce hasta la carretera principal. Irene suspira. "¡Joder! Será un milagro que no tenga un accidente. No se lo debería haber prestado." Pero lo que realmente no sabe Irene es el verdadero moti vo por el que aquel favor no tenía que haberse producido. Capítulo 76 Esa misma noche de marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Una cabina para grabar? No me jodas. ¿Para grabar qué, Katia? Mauricio torresno da crédito a lo que representada le acaba de pedir. —Esun favor. Necesito que me consigasun estudio para mañana en la tarde. — ¿Y quién lo paga? —Vamos Mauricio. Habla con la discográfica. Seguro que no habrá problemasde ningún tipo. —No habría problemassi no llevaras toda la semana escaqueándote de entrevistas, presentacionesy actospromocionales. Llevo tesdías con el culo al aire. ¿Sabesla cantidadde disculpas que llevo pedidas? —No será para tanto —¿Que no será para tanto? Mira, Katia, no me toques los… La chica del pelo rosa sonríe al otro lado de la línea telefónica. Le divierte alterar los nervios de su representante. Se lo imaginade un lado para otro de la habitación con una mano metida en el bolsilla y sudando a borbotones. Pero es un gran tipo, una de lasmejores personasque ha conocido y de laspocasen lasque puede confiar realmen te. Y eso, en este mundo en el que ella se mueve, tiene mucho valor. —Perdona. Va, Mauricio, Perdóname. Prometo portarme bien a partir de ahora. —Parecesuna niña pequeña y consentida. —Aún soy joven. Acabo de llegar a esto. ¿No me perdonas? —pregunta con voz melosa. —Sí, te perdono, joder. —Gracias, eresel mejor. Mauricio escucha un ruidososbeso en si teléfono. —Katia, tienesveinte años. Ya no eres una cría. Y debes cumplir con una serie de compromisosque además tienesfirmados. No puedes hacer lo que se te venga en gana y cuando quieras. —Que sí, que sí. Si lo sé. ¿Y no le he hecho bien hasta esta semana? He cumplido ¿no? —Sí, pero en este negocio hay que estar siempre al pie del cañón. Hoy todos quien darte una palmadita en la espalda y chuparte los pies. P ero, si empiezas a fallar, lo que te darán será una patada en tu precioso trasero. —Graciaspor lo de precioso. Qué bien quedascuando quieres. Ya debería saber que tu éxito dura lo que tardea en llegar el éxito a otro. —Vale, captado. Miraré la agenda y me organizaré. —Eso espero. —¿Mañana por la tarde tengo algo? —No. Anulé la firma de discosen el Corte Inglés con la excusa del accidente. —Ah, bien. Entonces, ¿me puedesconseguir la cabina de grabación?Mauricio Torresresopla. "Estos artistas son todos iguales. Exigir, pedir, exigir, pedir". Y él pensaba que la fama no había cambiado a Katia…—Veré qué puedo hacer. No te prometo nada. — Bueno. Sé que lo conseguirás. Eresel mejor representante que una cantante puede tener. —No me hagasla pelota y cumple con tus obligaciones. —Que sí… No te preocupes. —Puesel viernespor la noche tienes un bolo en una sala del centro. Estaba a punto de anularlo también, pero, como has dicho que vas a cumplir con tus obligaciones, no lo haré. —¡Joder, qué coñazo! —Esimportante. Van ejecutivospropietariosde una productora de televisión. igual te ofrecen algún papel para una serie juvenil. —Uff.No soy actriz, no me va para nada eso. —Bueno, tú vete. Nunca está de más rodearse de peces gordos. Y estos son como ballenas. —Las ballenas no son peces: son ballenas —le corrige Katia riendo. —Mira, Katia, no me toques los… —Ya, ya. —La chica suelta una carcajada. Le encanta provocar a Mauricio —. Bueno, hacemosuna cosa. —¿El qué?—Tú me prometes que para mañana por la tarde tengo a mi disposición de una cabina en un estudio y yo te prometo que el viernespor la noche voy a lo de lasballenas. —¿Chantaje? —¿Quieresllamarlo así?Vale: chantaje. —Pero si todo es por tu bien…En realidad, a mí me da lo mismo. Es tu carrera. —Y tu profesión, Mauricio. Cuanto másgane yo, más ganastú. No seas victimista. El representante guarda silencio unos instantes. —Está bien. Mañana tienesla cabina. Pero como me fallesel viernes… —No lo haré, no te preocupes. —Vale, eso espero. — Bueno, cuando sepas lo de la cabina me llamasy me confirmas. —Ok. —Hasta mañana, entonces, Mauricio.Y graciasde nuevo. —Hasta ma…¡Ah!, espera un momento, hay algo que…Espera. ¿Dónde lo he puesto? —¿El qué? ¿Qué buscas? El hombre murmura alguna cosa que Katia no alcanzaa entender. ¿Qué haces? —Aquí está. —¿Ya has dado con lo que buscabas? —Sí. Esta tarde he pasado por la discográficay me han entregado decenasde cartas de tus fans. He abierto algunas. —Joder, Mauricio, ya te vale. —Si son todasiguales…La mayoría diciendo chorradasque te recuperescuanto antes. —Qué monas son. —Y pesadas. —Alguna otra. —Bueno. El caso esque ha llegado una carta distintasque lasdemás. Te lo leo: Buenosdías, tardes o noches. Para mí buenas n oches, ya que le escribo cuando la luna y las estrellas me cobijan, en primer lugar, muchasgracias por abrir este sobre y perdón por lasmolestias causadas. Le habrá sorprendido este envío. Eslógico. A mí también me pasaría. Me explico. Soyun chico que pretende ser escritor. Algo di fícil, lo sé, pero estoy poniendo todo mi empeño y mi esfuerzo en ello, y no solo escribiendo, sino moviendo todo lo que esté a mi alcance para al menostener la oportunidadde ser leído. Y quién sabe si algún día alguna editorial se fijará en todo esto. Lo que le mando en esta funda transparente son las catorce primeraspáginas de Tras la pared, la historia que en estos momentos estoy escribiendo. Solo pretendo divertir, entretener, quizá esdemasiado romántico, tal vez irreal; a lo mejor infantil, juvenil, adolescente. Da igual: esen lo que ahora mismo estoy metido, y estoy satisfecho con ello. Aunque la verdades que me queda mucho que aprender.
  • 9. Hace unassemanas comencé a escribir una historia en Internet, en un fotolog. Pero, ¿por qué no seguir intentando crecer? Usa r la imaginaciónpara posibilitar que personas conozcanlo que hago. Y en ello estoy. Lo que pretendo: en esta historia, la música esuna parte muy importante de la trama. A lo largo de todo el libro introduzco cancionesque lospersonajesen un momento u otro escuchan. Pero ¿por qué no una dedicada exclusivamente para Tras la pared? Ya sé que esto es un atrevimiento, una osadía por mi parte. No tendrá tiempo ni para respirar, así que para dedicarlo a componer una canción parami libro, será casi un imposible. En ese "casi" sostengo mi esperanza. Contra con un tema creado por usted para mi novela sería la guinda definitiva paraesta aventura. Cuanta más gente consiga que nosconozcaa la historia y a ni, másposibilidadestendré que una editorial. Esu sueño, mi sueño, y usted está formando parte de él. Y si quiere puede colaborar. La dirección de mi fotolog, por si le interesa, es: http://www.fotolog.com/tras_la_paredY, mi MSN, para cualquier cosa que necesite: traslapared@hotmail.como alexescritor@hotmail.com. Nada más. Le vuelvo a pedir perdón por el atrevimiento. Gracias por su atención y disculpas por las molestias. Atentamente, el autor. Mauricio torrescoge aliento. Lo ha leído todo seguido, casi sin respirar. —¡Ah, qué interesante! ¿no? —dice Katia que no ha comprendido demasiado de lo que su representante le acaba de leer. —No está mal. Mañana te pasaré las páginas del libro para que las leas. Me resultado curiosa esta extraña iniciativa. Y osada. Pedir una canción para su historia esecharle valor al mundo. Merece que al menos lo tengamos en cuenta. —Puessí. —Además hay un tema de los descartados que se adecúa perfectamente a la historia: el de Quince másquince. —Mañaname lo enseñasy lo estudio, ¿vale? —Perfecto. —Bueno, Mauricio, te dejo ya. Acuérdate de llamarme con eso. —No te preocupes: cumplo mispromesas. Espero que tú hagaslo mismo. —No problem. Buenasnoches. —Buenasnoches. Katia esla primera en colgar. Ya tiene la cabina. Le ha costado convencer a su representante. Y todo para grabar la canción dedicada a la novia de Ángel. ¡Uff! Al menos espera que el periodista pueda acudir a la grabación. Si no ¿qué sentido tiene todo aquello? Capítulo 77 Ese día de marzo, por la noche, en otro lugar de la ciudad. Se mira al espejo. Tiene ojeras. Demasiadas. Hace días que sus ojos están acompañados por una permanente sombra morada. Y no, no es producto de una feroz pelea con el matón del instituto, ni tampoco la consecuenciade una caída de bicicleta, ni tan siquiera se ha golpeado contra el poste de una portería de fútbol. El violeta de los ojos de Mario indica cansancio, tensión, problemas, falta de sueño. ¿Eso es normal en un chico de quince años? Abre la pasta de dientes y unta un poco en su cepillo. Tiene sabor a menta, extrafuerte, aunque la intensidadde ese frescor ha ido desapareciendo a medida que el, tubo se ha ido vaciando. Aún así todavía pica. Ha sido un estúpido. Sí, cada vez tiene más claro que con los añosse está volviendo másgilipollas. Cuando cumplaveinte tendrán que in ventar una palabra que lo defina solo a él y que sea sinónimo de imbécil, capullo o inútil, entre otras cosas. ¿Por qué antes le ha dicho eso a Diana? Escierto que lo estaba presionando, que ella no tenía derecho a hablarle así sobre su manera de actuar con respecto a Paula. Se estaba metiendo en donde no la llamaban. Si la quiere desde que era un niño y todavía no se lo ha confesado, esproblema suyo. Pero también es verdadque lo que le soltó gritando no es una persona medianamente educada y cabal. Se enjuaga la boca y escupe. La puerta entreabierta del cuarto de baño chirría levemente cuando su hermana entra. —¡Ups, estás tú aquí! —dice Miriam, fingiendo que no se había dado cuenta de que el baño estaba ocupado. La chica habíamirado primero por el hueco que q uedaba y, al ver a Mario cepillándose los dientes, decidió entrar. Está preocupada. Cuando Diana se fue de esa manera trató de hablar con su hermano, pero este no quiso. —Puesya vesque sí —protesta el chico, que se vuelve a meter el cepillo de dientes en la boca. —Bueno, pero no estás haciendo nada que no pueda ver, ¿no? Mariono responde. Se limita a mover la cabeza de un lado a otro. Miriamavanza hasta el lavabo. Se sitúa al lado de su hermano y coge su cepillo. El chico observa a través del espejo. No es habitual que se laven losdientes juntos. Para ser exactoses la primera vez que sucede. —¿No me vasa decir qué te pasó esta tarde con Diana? La chica también unta su cepillo y empieza a lavarse losdientes. Mario vuelve a escupir. —No. No creo que deba decirte nada. —Ha tenido que ser algo muy gordo para que se fuera de casa de esa manera. El chico no responde. Continúa cepillándose. —¿Te ha preguntado si ella te gusta? Es que…Mario se detiene al oír a su hermana y la fulmina con la mirada por el espejo. —Porque si eseso… No sé, Mario. Si ha sido así…y estabaissolos… —Miram, ya. Para. — No sé qué pensaras tú, pero nosotras creíamosque Dianate gustaba y… Quizá ha sido culpa de todas. —Miriam, vale ya, ¿no? —Esque me sabe fatal que mi hermano y una de mis mejores amigasse hayan enfadado de esa manera. —Vale, te entiendo. Pero es cosa nuestra. Ya se arreglará. —Eso espero. Los dos siguen lavándose los dientesen silencio. Mario esel primero en terminar. Suelta el cepillo en su estuche y se da el último enjuague. Remueve unos segundos el agua en la boca y escupe. —Me voy a la cama. Miriamse enjuaga también para poder hablarle. —¿Ya? —Sí. Estoy cansado, aunque no sé si podre dormir algo. Últimamente no pego el ojo. —¿No duermes por las noches? —Casi nada. —Deberíasde hablar con mamá del tema. —Paso. Ya conseguiré dormir un día de estos. La chica observa os ojos de su hermano. Tienen un color morado muy preocupante. Parece un vampiro que acabade salir de su ataúd. Afortunadamente, todavía se refleja en el espejo. —¿Y no vasa llamar a Diana para aclarar lascosas? —No. —¿Hablaráscon ella en el insti? El chico camina hasta la puerta. Su hermana lo sigue por el cristal. ¿Ha crecido? Parece másalto. También más maduro. Lasheridas curten, pero a la vez dejan secuelasque hacen que cumplas más añosde los que realmente tienes. —Buenasnoches, Mario.Que descanses. —Buenasnoches. Miramse queda sola en el cuarto de baño. Siente tristeza. Aunque la relación con Mario nuncaha sido muy cercana, no deja de ser su hermano. Y lo aprecia y lo quiere. Estaría encantada de que encontrara una chica que se convierta en su novia y, si ademásfuera una de sus amigas, una de las Sugus, sería fantástico. Todo indicaba que la c andidata era Diana, parecía obvio, pero quizá haya forzado demasiado la situación. Quién sabe si en realidadno le gustaba, sí todo ha sido un malentendido y ahora están recogiendo las consecuencias del error. En tal caso ella también sería culpable. Mario entra en su habitación. La pesada de Miramya no lo deja tranquilo ni lavarse los dientes. Ella tiene parte de culpa de todo lo que ha pasado, aunque continúa que hay un responsable por encima de todos: él mismo. Es muy incomodo sentirse así. Sabe que ha hecho algo mal, pero no ve la solución cerca. Al menoshasta mañana, cuando se encuentre cara a cara co n Diana.¿Cuál será su reacción?¿Y la de él? ¿Cómo podían pensar que le gustaba Diana? Aunque tiene que reconocer que la chica no está mal. Es muy torpe en matemáticas, eso sí, y no aprobaría el examen del viernesni aunque el profesor le regala tres puntos. Pero hay más en ella de lo que creía. Lospaseosde estos días de vuelta a casa después de las claseshan sido muy agradables. Y, físicamente, no es Paula, pero está bastante bien. ¡Paula! Vaya, lleva tanto tiempo pensando en Diana que se ha olvidado incluso de Paula. No tiene dudasacerca de sus sentimientos, ¿verdad? Él, de quién está enamorado esde Paula. sí. Claro que sí. ¿Estará ahora con aquel trío? Por eso se fue, ¿no? Un fuerte halo de tristeza le sacude con aquella idea. —Joder —dice en voz baja, mientrasse deja caer de espaldas en la cama. Pero no es momento para derrumbarse. Debe de concluir con el trabajo con el que empezó y que tantas horas le está ocupa ndo en la madrugada. De un brinco se incorpora, camina hasta su ordenador y lo enciende. Algún día puede que tenga una mínima posibilidadde conquistar el corazón de la chica que ama desde que era pequeñajo. Entra en Google y escribe; "Camila letra coleccionista de canciones". Abre la pagina de la primera o pción que aparece.Allí encuentra la canción y lee la letra. Es preciosa. Le recuerda tanto a Paula…Sabe que a ella le encanta este tema. Muchasvecesveíaen el MSN que lo escuchaba. Suspiray con el cursor marca la opción de "Copiar". Y vuelve a suspirar. No hay dudas, Diana no está mal, pero el amor de su vida esotro. Su Paula. En esos momentos, Álex, que no se ha estrellado con el Ford Focus de Irene, aparca a duraspenasenfrente de la casa en la que vive la chica que le ha
  • 10. robado el corazón. Capítulo 78 Esa noche fría de marzo, en un lugar de la ciudad. Toc, toc, toc. ¿Esla puerta de su habitación la que suena? ¿Quiénes? Paula se sobresalta. Estaba dormida. Por un momento creyó que alguien llamaba en su sueño. Aunque no recuerda casi nada, aquel soni do era demasiado real. Y tanto, ¡como quien está pasando de verdad…! Mercedesabre la puerta y entra en la habitación. A continuación, enciende la luz. —¿Mamá!¿Qué haces? — protesta la chica, cegada, encogiendo losojos. —¿Estás dormida? —Estaba, pero me has despertado. ¿Qué pasa? Su madre tiene una expresión extraña en la cara. —Dímelo tú. —¿Yo? ¿Qué quieresque te diga? — pregunta sorprendida. —Puesme gustaría luego que me aclararasquién esel chico que está hablando abajo con tu padre y a qué ha venido. —¿Un chico?¿Qué dices? —Pueslo que oyes. Esun chico mayor. No ha dicho su nombre. Se ha presentado diciendo que es amigo tuyo. ¡No se lo puede creer! ¡Ángel se ha vuelto loco! ¿Cómo se le ha pasado por la cabeza ir a verla a casa? ¡Y de noche! ¡Muy de noche! ¿Qué hora es? ¿Lasonce, las doce? Paula se incorpora y, mientrasse peina nerviosacon lasmanos, busca en el armario algo decente que ponerse. No pu ede salir en pijama. —Le has dicho que espere, ¿no? —Sí. Aunque tu padre le ha repetido una vez tras otra que no son horas para hacer una visita, el chico ha insistido todavía más. Ha dicho que es urgente. Que o habla contigo o duerme en el portal de la casa. La chica suelta una carcajada. ¡Definitivamente su novio ha perdido los papales! ¿Qué pasará tan importante como para que ángel esté dando ese paso tan decisivo en la relación? —No le veo la gracia. —Perdona, mamá. No me reía de ti. Mercedes se relaja un poco. Ha sido todo tan repentino que no sabe muy bien cómo reaccionar ante este visitante imprevisto. De la incredulidadpasó al enfado, pero ahora lo que siente es cierta curiosidad. —¿Estu novio? —Sí, mamá. Esmi novio.Del que oshablé ayer. Paula se quita el pantalón de la pijama y se pone unosvaquerosazul oscuro. —Puesesmuy guapo. No tienesmal gusto. La chica suelta otra carcajada. Está nerviosa.Pero que su madre haya dado el visto bueno a Ángel, al menos físicamente, le ayudada rebajar la tensión que conlleva aquelladesconcertante situación. —Gracias. ¿Te parece guapo, entonces? —Tiene unosojoscastañospreciosos. Son enormes. Paula sonríe. Lanza la parte de arriba del pijama sobre la cama y se pone una camiseta roja de botones. ¿"Ojoscastañospreciosos"? —Perdonamamá, pero no te has fijado bien: Ángel tiene los ojos azules, muy azules, además. — ¿Azules? ¡Qué va! Me he fijado perfectamente. Son marrones, pero muy llamativos. Pero lo que más me gusta de él es su preciosa sonrisa. —Estás equivocada, son azules. ¿Cómo no voy a saber yo el color de ojos de mi…? "¿Una sonrisa preciosa? ¡Joder, no! No pude ser. ¿Ojos marronesmuy llamativos? Joder, joder, joder. ¡Joder!" Paula palidece y se sienta en la cama. —¿Qué te pasa? ¿Te has mareado? —No, mamá. Estoy bien. No te preocupes. —¿Seguro? —Que sí, que pesada. —Bueno, bueno. Puesbaja rápido, que imagino que tu padre estará sometiendo a ese chico al tercer grado. Pobre muchacho. —Ahora mismo bajo. —Vale, pero abróchate un poco, que se te ve hasta el ombligo. La chica mira haciaabajo y comprueba como sobresale parte del sujetador negro y rosa que lleva puesto. Murmura quejosa y se abrocha dos de los botones de la camiseta. —¿Contenta? —Sí, mucho mejor —afirma la madre satisfecha —. No tardes mucho. Mercedesabandona sonriente el dormitorio. No está nada mal su yerno, el periodista. Además, a pesar de que es bastante mayor que su hija, no aparenta tener veintidós años. Paula sigue blanca. Si no podíacreerse que Ángel fuera a verla a esas horasde la noche a su propia casa, que el que haya ido a visitarla sea Álex no hay formasde calificarloni de comprenderlo. Podría saltar por la ventana y huir lejos, muy lejos. O fingir un desmayo. O simplemente no bajar y esperar que su padre lo eche de casa. ¿Por qué le pasan a ella estas cosas? En el salón de la casa de Paula, esa f ría noche de marzo. —Así, que eres periodista —inquiere Paco con un tono muy poco amable. —No, señor. Intento ser escritor — responde Álex, que acaba de sentarse, obligado por aquel hombre que lo mira con ojos asesinos. —Ah. Escritor. Bien. ¡Escritor! ¡Menudo muerto de hambre! Ni siquieraesperiodista como les dijo Paula. Un simple y vulgar cuanta cuentos. ¡Ah, no! ¡Ni eso! ¡Aspirante a cuenta cuentos! ¿Y quiere mantener de esa forma a su hija? —Aunque también soy músico. —Ah. Músico. Bien. ¿Y qué tocas? —El saxofón. —Kenny. Kenny G. —¿Y qué ha dicho? KennnyG. Álex no quiere discutir con aquel hombre. Bastante es que se haya presentado en su casa a esas horasde la noche queriendo hablar con su hija como para llevarle la contraria. Además, esosojos brillantes inyectados en sangre le infunden mucho respeto. Quizá con unabroma mejore el ambiente. —Y también como Lisa Simpson. El chico ríe tímidamente de lo que ha dicho, pero Paco no entiende la broma. En su vida ha visto los Simpson. Sin embargo esboza una sonrisilla breve y desganada. —¿Y qué intencionestiene con mi hija? —¿Intenciones? Hablar. Ya se lo he dicho antes. Tengo que darle una cosa importante. —Ya, ya lo sé. ¡Menudo coñazo de tío! Mira que ha insistido. ¡Qué pesado! Hay que reconocer que el topo es guapillo.Pero esun plomo. Su hija se merece algo mejor. —Pueseso. Sólo quiero hablar con Paula. —Ya. Y, si fuera por él, desvirgarla en su propio cuarto. Con suspadresabajo oyendo. ¡Qué cara másdura! —¿Y cómo te llamas? —Álex. —¿Álex? —Sí, Álex. De Alejandro. — Hasta ahí llego. Pero, ¿no te llamas Ángel? —No, señor. Mi nombre es Álex, no Ángel. Paco no entiende nada. Debió de entender mal a su hija cuando les dijo el nombre del presunto novio. En ese instante, Mercedesbaja por la escalara y se sienta al lado de su marido. Sonríe al chic o y este le devuelve el gesto. Qué guapo y qué maravillosa sonrisa…Pero, ¿cómo puede decir Paula que tiene los ojosazulessi son castaña claro? ¿Lentillas? Es muy raro. Algunas personas que tienen los ojos marronessuelen utilizar lentillasazuleso verdes para resaltar, pero nunca había visto a nadie con losojos clarosque se pusiera lentillas de otro color. —Ya baja —susurra la mujer. Un nuevo intercambio de sonrisasentre el invitado y Mercedes. Y sin que dé tiempo a más, el ruido de una puerta que se cierra y el posterior de unospasos en la planta de arriba anunciaque la espera de Álex llega a su fin. Mira haciala escalera y allí aparece ella. El corazón se le acelera. Está preciosa, como siempre. Como la primera vez que la vio hace solo seisdías. ¿Cómo esposible sentir algo tan grande por una persona a la que acabas de conocer? Peses posible. Esreal y maravilloso. Paula ve a Álex. Creía que nuca másestarían uno tan cerca del otro… o eso debería intentar. Cuando se aproxima a él, le viene a la mente aquella chica, aquellaspalabras, su mano en el vientre de Irene… Una pesadilla. Y tiene ganas de llorar, pero no es el momento. Hay que calmarse sus padres están allí y lo único que puede hacer esdisimular. —Hola, Álex —saluda en voz baja. —Hola, Paula. — ¿Álex? ¿No se llama Ángel? — pregunta Mercedes, que no puede ocultar su extrañeza. —¡Ah, así que no solo es cosa mía! — exclama Paco, contento por confirmar que no se ha equivocado. —Luegooslo explico —señalala chica, mientrasse pone una chaqueta que lleva en losbrazos —. Hablamos afuera. Si mis padres me dejan… —Álex y Paula miran a Paco, pero es Mercedesla que se anticipa a la respuesta de su marido. —Vale, pero no te alejesdemasiado y vuelve pronto, que es muy tarde. Los chicosasienten y salen de la casa, Paula delante y Álex dando las graciasy despidiéndose. Paco está rojo de furia. No comprende tanta amabilidadde su mujer. Ese individuo no la merece. Pero un dulce beso en los labiosy una frase susurrada al oído le tranquilizan. —Vamos arriba. Hay que aprovechar que la peque duerme y que la mayor no está. El hombre ahora sonríe. Aquella esla mejor forma de olvidarse de ese aspirante a cuentacuentos. Capítulo 79 Esa noche de marzo, instantes después, en esa parte de la ciudad. Hace frío, diez gradoso tal vez menos. No se ven las estrellas ni la luna. No es una noche de enamoradossino una noche para estar en casa, arropado con mantasy alrededor de la chimenea. Una noche de abrazos calientesque cobijen y protejan. Es una noche sin magia, oscura, de sombras alargadaspersiguiéndose unasa otras, de silencio. Esuna de las últimas noches invernalesen la antesala de la primavera. Álex y Paula caminan juntos. Él está tenso y no sabe por dónde empezar; ella, nerv iosa con la manos unidas en el vientre, abrazándose. Tiembla. —¿Nossentamosallí? —pregunta el chico, señalando un banco al lado de una fuente que esta noche no funciona. —Vale.Álex tiene miedo de que Paula salga corriendo en cualquier momento y se encierre en su casa. Sería lógico. Irene la puso entre la espada y la pared. Ahora le toca
  • 11. a él ser convincente para solucionarlo todo. Le tiene que creer, no puede dejar dudas. Se sienta en el banco, Álex en el lado izquierdo, Paulaen el centro. La mira y sonríe, pero ella no le responde. No le apetece sonreír. Piensa que aquellaesun error, que se está entrometiendo en una relación y en cualquier instante esa chica histérica aparecerá de alguna parte con un cuchillo en lasmanospara asesinarla. —Diana me lo ha explicado todo — dice Álex, rompiendo el hielo. Directo al grano. Aparta la mirada y fija sus ojosen la fuente que no hecha agua. —Ah. Así que su amiga no ha sido capaz de guardar el secreto. No la culpa por ello, pero sí la fastidia. A partir de ahora tendrá que tener cuidado con lo que cuenta y a quién se lo cuenta. —Y quiero decirte que es mentira. Irene se lo ha inventado todo. —Ya. —Tienesque creerme Paula. Todo lo que te dijo es falso. Paula mira entoncesal chico a losojos, esos ojos castaños embrujadores. No son tan llamativoscomo los de Ángel y sin embargo transmiten lo mismo. Su madre siempre dice que la belleza de unos ojos no reside en el color, sino en lo que expresan. Y los de Álex son tanto o más expresivosque losde su novio. —¿Y por qué tu novia me soltó todo aquello? —Irene no esmi novia, esmi hermanastra. La chica se queda con la boca abierta. ¡Su hermanastra! ¿De verdad? De todo lo que podía poner como excusa, nunca pensó que llegaría a tanto. —¿Tu hermanastra? ¿Me estás tomando el pelo? —No. Te lo juro. Es la hija de la mujer de mi padre. Ha venido tres meses para hacer un curso. Se queda en mi casa porque no tiene otro sitio adonde ir en la ciudad, —Qué lío. —Y por supuesto no tengo una relación con ella. —¿No está embarazada? Álex sonríe. —No. Al menosde mí, claro. Nunca me he acostado con ella y nunca podría hacerlo. —Puesespreciosa. —¿Y qué? Es un miembro más de mi familia. Aunque no tengamosla misma sangre, ella no deja de ser la hijastra de mi difunto padre. —¿Tu padre ha muerto? Lo siento. —No te preocupes. Hace tiempo ya de eso y he aprendido a vivir sin mispadres. Es doloroso, pero cuando terminasaceptándolo porque ellosya no van a volver y la vida sigue. Paulasienta admiración por Álex. Le encanta cómo habla y cómo es capaz de expresar sus emociones. —Debió ser duro. —Sí, pero espasado. Y ahora no me va mal del todo. Aunque este asunto me está afectando mucho. —¿De verdad? —Claro. Sí no, no estaría aquí. Ademásme siento responsable de que todo esto haya pasado. —Tú no tienes la culpa. —En parte sí. No sé como mi hermanastra averiguó tu teléfono ni cómo consiguió engañarnos a los dos. A ti para que fueras a verla y a mí para no enterarme de nada. —Si está viviendo contigo, tiene acceso a tu ordenador y a tu móvil. —Sí, pero de todas formas ha sido muy hábil para que no me diera cuenta de lo que estaba tramando. —Lo que no entiendo es el motivo. ¿Por qué me dijo todo eso? ¿Por qué quería apartarme de ti? Álex suspira. —Paula, no todo lo que te dijo Irene es falso. —¿Ah, no? —No. No soy su novio ni la he dejado embarazada. Pero si es cierto que…estoy empezado a sentir algo. Me estoy enamorando de ti Paula. Una sensaciónindescriptible recorre por dentro de Paula, de abajo a arriba. Un escalofrío lleno de sentimientoscontrapuestos. —Álex, no creo que sea así. —Sí lo es. Estoy seguro de ello. —Pero si apenassabes cómo soy. No hemos pasado el suficiente tiempo juntos ni… —¡Ya! No me importa. Sé lo que siento Paula. —¡Sí nosconocimosel jueves! ¡No hace ni una semana! —¿Y qué? No me hacen faltan semanas, meses o añospara darme cuenta que me gustas. ¿Tú no crees en el amor a primera vista? ¿En losflechazos? —Sí, pero…—Pueseso me ha pasado contigo. Pienso en ti en todo el tiempo, no me concentro cuando escribo ni cuando toco el saxo…Y es por ti. Los ojos de Álex lucen en la oscuridad. Brillan vidriosos por la emoción, por la confesión de sussentimientos, por estar viviendo losminutosmásimportantes en toda su vida. —Pero Álex…Yo…no puedo…Estoy con alguien.—Ya, tienesnovio. —Sí, tengo novio.—Me da igual. —¿Cómo que te da igual? —El chicose pone de pie y mira a Paula directamente a los ojos. —No me da igual, pero no voy a huir de lo que siento. No puedo hacerlo. —Álex, tengo novio. —Ya, pero no puedo renunciar a lo que mi corazón está sintiendo. Y menos sin pelear. Voy a luchar por ti y, si no te enamorasde mí, si no te consigo, puesprocuraré alejarme. Pero quiero tener otra oportunidad. El chico vuelve a sentarse en el banco, esta vez en el lado derecho. Los dos permanecen un rato en silencio, mirándose unasvecesy esquivando las miradas, otras; pensativos. —De verdadque no sé qué decir. Esto me ha cogido totalmente desprevenida. —Perdona, pero tenía que decírtelo. —Uff…No me creo que esto esté pasando. —¿Tan malo es? ¿Te molesta tanto que este enamorado de ti? —No es eso, Álex. Me siento halagada, pero ponte en mi situación.Es muy complicado saber que sienteseso por mí. —¿Por qué es tan complicado? Tú no pierdesnada, solo ganas. Tienesa tu chico y a mí. No debes escoger, sólo dejarte llevar por lo que vas sintiendo. Y si no soy yo con la persona que quieresestar, me retiraré. Pero ahora mismo, por ti y por mí, tengo que buscar mi oportunidad. —¿Y qué harás? No sé de qué manera actuaremos a partir de ahora. —Puesde la misma forma que hasta hora. Siendo yo mismo y tratando de conocerte cada día un poco más. —¿Y qué pasa con Ángel? ¿No le digo nada? —Eso escosa tuya, Paula. Pero no tiene por qué saber que hay alguien que siente por ti lo mismo que él. No es necesario. —¡Uff! Paula agacha la cabeza y se inclina. Tiene lasmanosen la cabeza y repentinamente se echa el pelo hacia atrás. Está hecho un lío. Por una parte tiene a Ángel, al que quiere, está segura de eso, ama a su novio y sussentimientosirán a más porque su relación acaba de empezar. Pero por otra parte está Álex: es simpático, muy guapo, romántico como nadie. El chico perfecto. Y dice que la quiere. Y ella…n o puede negar que se siente atraída por él. No es amor, o eso cree, pero está a gusto a su lado y, cuando lo mira y sonríe, se para el mundo. Álex se acerca a Paula. Sus piernas se tocan. La chica lo mira confusa. —No tengasmiedo —dice calmado. Cree que no sabe. No quiere estar tan pegada a él, pero se deja llevar. Sus ojos contactan con la penumbra. —Álex…no puedo. De verdad. —¿Qué no puedes? —Besarte. El chico sonríe. No se aparta. Y extiende los brazos. —Aunque me muero por besarte, sólo quiero que me des un abrazo. La chica sonríe también. Y lo abraza. Losdos cierran losojos. Sienten sus cuerposjuntos, su calor bajo el frío de la noche. Un abrazo de sentimientospor definir, aunque inocente sin más. O eso era lo que ellos creían en ese momento. Capítulo 80 A la mañana siguiente, un juevesde marzo, en un lugar de la ciudad. El sonido del móvil la despierta. Es un SMS. Enciende la luz de su cuarto y lee con los ojos medio cerrados: "Buenos días, princesa. ¿Cómo has dormido? Tengo ganasde verte. ¿Quieresquedar para comer? ¿Puedes? Me apetece mucho saborear tus labios. Espero tu respuesta. Te quiero". Paulasonríe sentada en la cama. Da gusto despertarse de esa manera, aunque aún queden cuatro minutospara que suene la alarma del despertador. Ángel es un encanto. Esafortunada por tener un novio así. Se despereza y resopla. Luego inspira el aroma del ca fé recién hecho que llega hasta su habitación. Su madre lleva un buen rato levantada. ¿Qué ha soñado? No lo recuerda. ¿Lo de Álex de ayer fue un sueño? No, p asó de verdad, y sus confesionestambién. Cuando se despidió de ella prometió que lucharía por una oportunidad. No la presionaría consussentimientos, pero tampoco iba a darse por vencido.¿Qué cosas pasan!Lleva un montón de tiempo sin novio, sin que nadie la llamase la atención, y ahora, a la vez, aparecen dos chicos, sueño de cualquier chica, que afirman estar enamoradosde ella. ¿Esto no pasa solo en laspelículasy libros? Puesno. En la vida real también surgen historias de este tipo, y ahora le está sucediendo a ella. ¡Quién se lo iba a decir! Es nada menosque la protagonista de un triángulo amoroso. ¿Triángulo amoroso?Mueve la cabeza de un lado para el otro. Alocada, alborotando su pelo suelto despeinado. Y se deja caer hacia atrásen la cama. No hay triángulos ni cuadrados ni nada. Está con Ángel. Su novioesÁngel. Y no hay más discusión. Pero esque Álex…No. Álex es su amigo. Solamente eso. Sin embargo, no puede negar que le gusta. ¿Y si logra enamorarla como dijo anoche? Uff. Mira al techo, pensativa. Realmente, tiene un problema. ¿Ángel o Álex? El despertador le da un gran susto. Ya han pasado los cuatro minutos. Se gira y lo apaga maldiciendo la hora que es. Debe de ponerse las pilassi no quiere llegar tarde una vez más. Pero antes debe de responder el mensaje de Ángel. Coge el móvil y escribe: "Buenosdías, cariño. Graciaspor sacarme una sonrisa desde el ama necer. Sí, puedo ir a comer contigo, aunque a las cinco he quedado para estudiar. ¿Me recogesdespuésde clase? Un beso. Te quiero!. Enviar. Será muy bueno para reafirmar y garantizar
  • 12. sus sentimientos. Espera no meter la pata. No quiere hacerle daño y que piense que tiene dudas acerca de su relación. No, no hay dudas. Su novio esÁngel: Ángel. Deja el teléfono en la mesita de noche y, por fin, se pone en pie. Mira por la ventana y se sorprende al comprobar cómo una gran tromba de agua cae sobre la ciudad. El cielo está oscuro y los cochesvuelan bajo la lluvia, con laslucesencendidas. Loscharcosse amontonan en la calzada y los para guas desfilan por las aceras. El clima es muy caprichoso. Hace tres díasestaban soportando un calor impropio de marzo y hoy el in vierno ha regresado en toda su plenitud. Otro SMS. Ángel ha contestado muy deprisa. Sonriente, coge de nuevo el móvil y abre el mensaje recen recibido. "Buenosdías. ¿Estás despierta? Evidentemente, sí. Si no, no estaríasleyendo el SMS. ¿Sabesuna cosa? Me he despertado pensando en ti. Disfruta el día. No me rindo. Un beso preciosa". Paula se sienta en la cama, cierra losojos y suspira profundamente. Ha sentido un escalofrío al leer el mensaje que Álex le ha mandado. ¡Qué bonito! Pero su novio esÁngel. Ángel. Ángel. Ángel. ¿Contesta? Claro. No puede ser maleducada. Debe hacerlo. "Buenosdías. ¿Hasvisto cómo llueve? Igual te si rve para inspirarte. ¿No preferías la lluvia al sol para escribir? Yo me voy ya a clase, que llego tarde, como siempre. Espero que tú también disfrutes el día. Un beso, escritor". Lo relee un par de vecesantes de mandarlo. ¡Qué sosa! Pero no es conveniente actuar de otra forma. Tampoco puede darle demasiadas esperanzas. ¡Tiene novio! Así está bien. Enviar. Qué lío. Nuncaimaginó encontrarse en una situación como esta. —Paula, ¿estásdespierta? —pregunta su madre, que entra de repente en la habitación, sin llamar. La chicaesconde el móvil debajo de la almohada y se dirige hasta el armario. —Sí, ¿no lo ves? Ya bajo. —Vamos, date prisa, que te lleva tu padre a clase. —¿Ah, sí? ¿Y eso? —¿No has visto lo que está cayendo? Dice que se queda mástranquilo si te lleva él al instituto. —Vale. Enseguida bajo. Sin prestar atención a su madre, Paula abre el armario y comienza a examinar lospercheros, uno por uno. Está indecisa. —Paula…Mercedes cierra la puerta, pero no se va de la habitación. Hay un asunto que le preocupa. —Dime, mamá. —Respecto a lo de anoche…, al chico que vinoa verte. —¿Sí, qué pasa? —¿No nos vas a contar lo que quería? —Ya osdije, mamá. Es una migo que tenía que decirme una cosa. Ya está. Despuésde que Álex se marchara, Paula entró en su casa bastante desconcertada. Lo que menos le apetecía era tener una conversación con suspadres. Sin embargo, curiosamente, no la estaban esperando. Pero diez minutos más tarde, cuando se acaba de acostar, Mercedesy Paco entraron en su habitación para preguntarle sobre aquella misteriosa visita. La chica solo les contó que era un amigo que tenía que hablar con ella de asuntos personales. Sin detalles. A pesar de que sus padresquerían saber más, era tan tarde que no insistieron. —¿Y no vasa decirnosnada más? No hay más que decir sobre el asunto. La mujer se sienta en la cama y observa a la chica mientras esta elige que se va a poner. Essorprendente lo mucho que ha cambiado en tan poco tiempo. No le extraña que vuelva loco a los chicos. Se ha convertido en una chica preciosa. —Pero no estu novio.—No, mamá. Mi lo es. Mi novioesÁngel. Ya lo sabes. —Entonces…Paula se gira y mira a su madre. Lleva en las manos unos pantalonesvaquerosmarrón y un jersey de cuello alto blanco. —Entonces, se hace tarde. Y todavía me tengo que vestir. Y no quieres que llegue tarde, ¿a que no? —No. —¿Me dejasentonces que me vista? Por favor — ruega con una sonrisa. Su tono de voz es amable, simpático. No quiere ser borde con su madre, pero a vecesse pone muy pesada. —Te dejo. Ya me voy. No tardes mucho. —Tranquila, mamá. Mercedesse levanta de la cama, le da un beso y sale del dormitorio con la sensación de que cada vez conoce menosa Paula. Se está transformando. Ya no es una niña y, por tanto, su vida privada tampoco es la de una cría. ¡Va a cumplir diecisiete años. Debe de confiar en ella, aunque tiene miedo de que, en esos cambios que está experimentando, alguien pueda hacerle daño. Pero lo que no imaginaMercedesesque su hija también es capaz de hacer daño a otras personas. Losacontecimientos que se producirán en las siguientescuarenta y ocho horas van a dar fe de ello. Capítulo 81 Esa mañana de marzo, en un lugar alejado de la ciudad. Lo recuerda todo perfectamente, como si lo estuviera viviendo en ese instante. Su aroma, ese ligero y dulce olor a vainilla, su tacto, sus ojos… Álex tiene memorizado en su mente, segundo a segundo, lo que pasó anoche. Su piel, su voz, su abrazo. Un abrazo de significadose intenciones¿inocentes? Sí. No hay por qué pensar otra cosa. Descorre la cortina y mira por la ventana. Observa cómo la lluvia cae confuerza, arañando el suelo, furiosa. Sonríe.C oge el móvil y escribe a Paula: "Hola de nuevo. Sí, adoro que llueva. Me inspira. Pero lo que másme inspira en estosmomentos es pensar en ti. Me encantas. Un beso y espero verte cuanto antes". Enviar. Álex deja la cortina recogida y enciende la luz de su dormitorio. Está contento, más de lo habitual. El encuentro de ayer fue como si le hubieran inyectado nuevas ilusiones. Sabe que no va a ser fácil: Paulatiene novio y no está enamorada de él, pero hay una esperanza, una oportunidadpor la que va a pelear. Y a eso se tiene que aferrar. ¿Por qué no va a conseguirlo? Sin embargo, no todo es optimismo. Hay un asunto que debe resolver. Pero ahora no. Paciencia. El escritor sale de la habitación. No se ha vestido; baja la escalera con un pantalón corto por encima de las rodillasy una camiseta de tirantes que ha usado para dormir. Entra en la cocina. Allí está Irene, soplándole a una taza de café humeante. No va tan seductora co mo de costumbre, aunque la camiseta blanca que lleva se ajusta muchísimo al pecho. Cuando la chica lo ve, lo examina de arriba abajo. Contempla con devociónlosmúsculos de los brazos y de las piernas de su hermanastro, mucho más desarrolladosque en el tiempo en el que vivían juntos. Está bueno. Le vienen muc hascosas a la cabeza, pero ninguna esposible. De momento. —Buenosdías. —Buenosdías. ¿Aún no te has vestido? Se nos hace tarde —responde Irene, tratando de disimular el deseo que le provoca Álex. —Hoy no voy contigo. Me quedaré todo el día en casa. Luego llamaré para anular lasclases. —Ah, ¿y eso? ¿Es por la lluvia?—Más o menos. Además, tengo cosas que hacer aquí. Álex se sirve una taza de café con leche y lo calienta en el microondas. Irene no pierde detalle y se muerde los labios. Esuna tentación enorme vivir bajo el mismo techo que él y una pena no poder disfrutarlo todo lo que quisiera. Poco a poco. Algún día. —¿Fue todo bien anoche con tu amigo? El chico tarda en comprender a lo que se refiere su hermanastra, pero reaccionaa tiempo. —Sí, muy bien. Todo perfecto. —¿Y el coche? ¿Te dio muchos problemas? —Ninguno. Esmuy sencillo de conducir. Graciaspor dejármelo. —No tienespor qué dármelas. Hay confianza. Aunque, si te soy sincera, temí que te estrellaras por ahí. —Puesya vesque no. Estoy de una pieza. "¡Y qué pieza!", piensa la chica. Está buení simo. Con esa camiseta de tirantes que se le pega al cuerpo no puede ser más sexy. —Te esperé un rato, pero, al ver que no llegabas, me fui a dormir. Estaba cansada. —No tenías que esperarme. Pero gracias. El café está listo. Álex lo saca del microondasy da un primer sorbo. Excesivamente caliente. —Bueno, yo me voy ya —comenta la chica echando una última ojeada a la parte trasera del pantalón corto de su hermanastro. —Vale. Que tengasun buen día. —Seguro que sí. —Seguro.— Además, hoy no tengo clasespor la tarde, así que vendré a comer. ¿Estarás? —No lo sé. Posiblemente. —¿Comemosjuntos? —No sé a la hora que comeré. — Vale, vale. No insisto más — protesta, sin perder el buen humor con el que se ha despertado—. Me voy, que llego tarde. —Adiós, Irene. La chica sonríe y sale de la cocina. Instantesmás tarde, Álex oye cómo arranca el motor del Ford Focus y luego se aleja. Se ha quedado solo en casa . Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Otra noche sin dormir. ¿Cuántasvan? Muchas. Pero al menos, graciasa su insomnio, ha terminado lo que se propuso hace unos días. Mario caminapor la calle bajo un pequeño paraguasmarrón oscuro; va despacio, reflexivo, solo. Su figura se refleja en los i nnumerables charcos que se han ido formando a lo largo de la madrugada y con los que se ha encontrado la ciudadal amanecer. Esmuy extraño cómo se han ido desarrollando los acontecimientos. Esta iba a ser la semana de la verdad, en la que de una vez por todas le confesaríasussentimientosa la chica que lleva tanto tiempo amando, y ya es juevesy aún nada de nada. Es más: han surgido otros asuntos que no entraban entre sus planes, hechos imprevi stos, desconcertantes. Una circunstancia tras otra se ha ido interponiendo en su camino. Por ejemplo, el enfrentamiento con aquella metomentodo tozuda y descarada. Dana, en realidad
  • 13. y a su pesar, ha ocupado su mente casi toda la noche. Másque Paula. No se siente muy bien con lo que le dijo y le ha dado mu chasvueltas a su comportamiento y al de la chica. ¿Conclusiones? Ninguna fiable. La lluvia arrecia ahora y el chico tiene que encorvarse un poco para que no se le moje la mochila que lleva colgada en la espalda. Acelera el paso. El instituto está cerca, pero, si no se da prisa, se calará. ¿Y si Diana se ha enamorado de él? Lo que le soltó ayer en su habitación fue producto de la presión a la que lo estaba sometiendo. Fue un calentón, no pensaba lo que decía, pero, ¿y si fu era verdad? ¿Y si Diana estuviera decepcionada porque quienle gusta es Paula y no ella? No sabe si quiere averiguarlo. En cualquier caso, tiene que pedirle perdón y arreglar aquel problema cuanto antes para poder volver a centrarse en Paula y en la manera de mostrarle que es de ella de quien está enamorado. Capítulo 82 Esa misma mañana lluviosa de marzo, en otro lugar de la ciudad. En la radio del coche comienza a sonar See you again, de Miley Cyrus. Paco la oye, gruñe y cambia la emisora. — ¡Hey, no la quites! Me gusta esa canción —se queja airosamente Erica, que asoma su cabecita entre los asientosdelanteros. El hombre refunfuña, pero le hace caso a su hija y vuelve a sintonizar la cadena de antes. Cuando esa pequeña quiere algo, esmejor no llevarle la contraria. Bastante tiene con soportar aquel tremendo tráfico. Cochesentrando y saliendo, apareciendo de todas partes, saltándose lasnormas, con prisas. Eshora punta. Además, la lluvia impide que la circulación sea más fluida. MientrasErica trata de tararear la canción de Miley Cyrusy agita su cuerpecito al ritmo de la música en la parte de atrás del coche, Paula permanece en silencio en el asiento del copiloto. No ha dicho ni una palabra en todo el trayecto. De vez en cuando mira el reloj. Está segura de que una vez más llegará tarde al instituto, pero no le importa demasiado. Tiene otrascosas más importantes por las que preocuparse ahora mismo. Ha recibido otro SMS de Álex, de nuevo encantador. No le contestará, aunque le apetece muchísimo hacerlo. Esimposible olvidarse de lo que le está pasando: dos chicos, a cual mejor, enamoradosde ella. Pero uno es su novio y el otro solo un amigo. Eso eslo que cuenta. Su padre la mira de reojo. Apenas han hablado en los últimos días. Sigue enfadado.¿Por qué? Ni él mismo lo sabe. La realidades que su hija tiene novio, uno demasiado may or, y al que ha conocido por Internet. ¿Cómo se puede fiar de él? Y encima, lo de anoche. ¿Quién sería aquel tipo que fue a visitarla? Paula no lesha con tado nada, ni parece que vaya a hacerlo. ¿Le pone los cuernos al novio con el otro? Uff. No es fácil ser padre. Resopla y busca algo en uno de los bolsillosde la chaqueta que ni siquiera se ha quitado cuando ha subido al coche. Allí está. Paula observa a su padre y se sorprende al ver que se está encendiendo un cigarrillo. —Papá, ¿qué haces? —¿No lo ves? —El otro día ya te fumaste un cigarro, no habrásempezado a fumar, ¿verdad? El hombre no responde. Abre un poco la ventanilla y expulsael humo fuera del vehículo.Erica, que se ha alarmado con las palabrasde su hermana, vuelve a asomarse entre los asientosdelanteros. —¿Estás fumando, papá? — pregunta la niña con expresión de incredulidad. Nunca había visto a su padre hacerlo. —Sí, sí, estoy fumando. ¿Qué pasa? Erica no puede creérselo. No sabe mucho del tema, pero ha oído que eso es lo peor del mundo. Incluso que la gente se muere. Los ojos enseguida se le humedecen y le entran muchas ganas de llorar. —Pero si tú no fumas. Lo dejaste — insiste Paula, a la que tantas y tantas vecessuspadres le han advertido que no lo haga. —Puessí, he vuelto. ¿Algún problema? —¿Y eso? Siempre me estáis diciendo que no fume, que es una tontería. —También te hemos dicho muchasvecesque noscuenteslas cosas importantes que te pasan. Y no lo haces. —Sí que lo hago. —Ya. Por eso nos hemos tenido que enterar por la televisión de que teníasnovio. Y ese chico de anoche, ¿quién demonios era? Paula no dice nada. Mira haciadelante y contempla cómo la lluvia cae con fuerzasobre el asfalto. —Papá, yo no quiero que te mueras. La vocecilla de Erica llega débil y llorosa desde el asiento trasero. Paco frena en el semáforo en rojo y se gira. La pequeña tiene los ojitos rojos y sorbe por la nariz. —Tranquila, cariño, no me voy a morir —trata de calmarla el hombre, apaciguando el tono de voz que antes había usado con su hija mayor. —Estás fumando. Y, si fumas, te mueres. Lo he escuchado. Y yo no quiero que te mueras. —No me va a pasar nada. Te lo prometo. —No fumes. El hombre suspira. Da una última calada al cigarro y lo arroja por la ventanilla. Luego vuelve a mirar a la pequeña y sonríe. —¿Ves? Ya está. Ya no fumo. Erica comprueba nerviosa que su padre no le miente y que no ha hecho ningún truco para quedarse con el cigarro. Parece que esverdad, que lo ha tirado por la ventanilla. Ya está más contenta. Se seca las lágrimascon la manga del jersey rosa que su madre le ha obligado a ponerse. Ella quería uno azul. Paula abre la mochila y saca un pañuelo de papel. Se gira y se lo da a su hermana. La niña lo coge y se suena la nariz. Está más tranquila. Pero ahora tiene una nuevacuriosidad. —Paula, ¿tú te das besos con tu novio? —suelta de repente. El padre es el primer sorprendido con la pregunta de Erica. Su hermana mayor también se ha quedado boquiabierta, no sabe qué decir. ¿Qué responde? —Pues…En ese momento, Paco sube el volumen de la radio. Ha empezado a sonar otro tema, también en inglés. Esmucho más estridente que el anterior y no sabe ni quién lo canta. —Erica, ¿no te gusta esta canción? La cabeza de la pequeña aparece una vez más en el hueco entre los asientos de delante. Presta atención, pero no reconoce el Somebody told me, de The Killers. —No. No me gusta. —¿Que no te gusta? Pero si es muy bonita…El hombre sube el sonido ante la mirada atónita de Paula, que cree que su padre se ha vuelto loco. —¡No, no me gusta! ¡Quítala! —grita Erica disgustada. —Pero si…—¡Cámbiala! ¡Que no me gusta! Paco busca otra emisora en la que pongan música. Parece que la pequeña ya se ha olvidado de la pregunta que le ha hecho a su hermana mayor. Menosmal. No quería oír la respuesta. —¡Deja! ¡Deja esa! El hombre no se lo puede creer. En otra cadena están emitiendo See you again, de Miley Cyrus. ¡No! ¡Otra vez! Paula entoncesno puede evitar una carcajada. Su padre la mira y también sonríe. Ella se da cuenta y le corresponde. Tregua. Con la voz de Miley Cyrusen el coche, más relajados, continúan el camino hacia el instituto, donde una vez más Paula llegará tarde. Capítulo 83 Esa mañana de marzo, en un lugar cercano de la ciudad. ¡Por fin llega al instituto! Faltan pocosminutos para que comiencen las clases. Mario cierra el pequeño paraguas marrón y lo agita para tratar de que se seque un poco. Lasgotitas caen al suelo, una tras otra, ante la airada mirada de la conserje que observa cómo todos los que entran en el edificio repiten lo mismo. El chico se da cuenta de aquellosojos inquisidoresque le están fulminando y se encoge de hombros. ¿Qué puede hacer si no? En los díasde lluvia todo se magnifica, se hace másgrande. Hasta parece que haya más gente. El alboroto es mayor y el murmullo constante de vocesque retumba en los pasillosincluso esmás alto que de costumbre. Y, por supuesto, el mal carácter de la conserje alcanza su nivel máximo. Mario camina hasta su clase. Intercambia algún saludo con alumnosde otros cursos. Otros chicospasa n a su lado sin hacerle caso: o no le han visto o no lo han querido ver. Tampoco le preocupa. Está acostumbrado, así es el instituto. Además se va acercando el momen to en el que se encontrará con Diana.Es posible que ya esté en el aula. Nervios. Aunque ha pensado mucho sobre ese momento, no tiene lasideasdemasiado claras. Exactamente, no sabe lo que le va a decir. Sí, le pedirá perdón, eso está claro. Y espera que ella también lo haga, porque no solo él se pasó, ella también lo hizo. Y mucho. Así que espera que, entre unascosasy otras, todo se arregle y vuelva a la normalidad. Pero, ¿y si no es así? ¿Y si Diana estan cabezota que sigue en sus trece e insiste en el tema de Paula? Ella es la única que conoce la verdad, sussentimientos. Y aunque no cree que le diga nada a nadie, no puede evitar cierta desconfianza.También puede suceder que ayer se enfadara tanto que termine soltándoselo todo a sus amigas. ¡Incluso a su hermana! ¿Y a Paula? ¿Se lo habrá contado ya al resto de lasSugus? Uff, no quiere ni imaginarlo…—Buenosdías, Mario. ¿Cómo estás? Sin darse cuenta ha llegado a la puerta de su clase. Es Cris la que le da la bienvenida. ¡Una de ellas! Se sobresalta, aunque trata de disimular y no pensar más en lo de antes. —Buenos días. Bastante mojado. La chica sonríe. Escurioso, tiene una bonita sonrisa y susojos castañostambién son muy dulces. Nunca se había dado cuenta. Quizá Cristina esla Sugus menos popular de todas: viste bien, es mona, simpática, pero no tiene el carisma de Paula ni el descaro de Diana ni la personalidadde
  • 14. Miriam. Por eso pasa más desapercibida al lado del resto del grupo. —¿Y tu hermana? ¿No viene contigo? —¡Qué va! Estaba pintándose todavía. Ahora vendrá. Si no se da prisa, llegará tarde. ¿Estás tú sola? —Bueno, no ha llegado ninguna de lasSugus, si es a eso a lo que te refieres. Dianano ha llegado aún. Y Paula ya sabes cómo es, llegará tarde. Crisvuelve a sonreír. El chico le corresponde y a continuaciónentran juntos en el aula. Losdos llegan en silencioal final de la clase, pero no al rincón donde se sientan las cuatro Sugus, sino al extremo contrario, donde lo hace Mario. Deja el paraguasen el lateral, al lado de la pared, y se quita el chubasquero. —¿Qué tal ayer? ¿Estudiasteismucho? —Bueno, lo que pudimos. Parece que Crisno sabe nada de lo que ocurrió ayer por la tarde en su casa. Dianano le habrá contado nada y parece que Miriamtampoco. Mejor así. Y a todo esto, ¿dónde está Diana? No esun a buena estudiante e incluso se salta clases, pero suele ser puntual a primera hora. De hecho, le gusta estar unos minutosantes de que suene el timbre para cotillear lo que sus amigas hicieron el día anterior y observar detalladamente lo que se han puesto para vestir. —No es fácil. Creo que suspenderé. —¿No lo llevas bien?—No, me lío mucho con las derivadas. Marioestá a punto de decirle que, si quiere, se una a ellospara estudiar por la tarde, pero enseguida lo piensa mejor y no lo hace. Si es difícil estar a solas con Paula y Diana, otra chica mássería el fin. Aunque, a decir verdad, Crises la más tranquila de todas y seguramente no daría problemas. —Ánimo. Si te ponesen serio, seguro que te terminan saliendo. No estan complicado. —No lo sé. Tampoco le he dedicado tanto tiempo como debería. Me aburre. —Si no te gustan lasMatemáticas, es lógico. Sonríen. ¿Esla primera conversación que mantiene a solascon Cris? Juraría que sí. Siempre está rodeada por las otras o, para ser más exacto, ella es la que rodea a las otras. Nunca va sola. Esla cuarta pata de la mesa y, sin las otras tres, se siente coja. Pero en realidadesuna conversadora muy agradable. —¿Te hasenterado de lo del cumpleañosde Paula? Mario arquea lascejas. No sabe de lo que está hablando. —¿Lo de la fiesta sorpresa en mi casa? —Sí. ¿Te lo ha dicho ya tu hermana? —Bueno, lo que sé es… En ese instante, Miriamchillael nombre de Cristina desde la puerta de la clase. La chica se despide rápidamente de Mario y avanzahasta su amiga. Dosbesos y un abrazo . El chico las contempla desde su asiento. Suspira. Hay cosasque son inevitables. Y llega a dos conclusiones: que una pata de la mesa con quien mejor se siente es con otra pata de la mesa y que su hermana también grita más fuerte en los díasde lluvia como aquel. Capítulo 84 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. "Cerrada". Esa fue la primera palabra que Ángel escuchó cuando llegó hace un rato a la redacción de la revista. Luego su jefe le besó en la frente y lo abrazó como si fuera su propio hijo. Jaime Suárez está muy satisfecho con el número que saldrá en abril y que de madrugada se encargó de finiquitar. Hoy no durmió en casa, ni en casa ni en ninguna parte, porque ni tan siquiera durmió: era una tradición que cumplía a rajatabla el último día antes de man dar la publicación a imprenta. — ¡Será un éxito sin precedentes! ¡Que tiemblen los de la Rolling y losde los Cuarenta! —gritaba enloquecido, triunfante, caminando nervioso de un lado para otro. La entrevista y la magnífica portada de Katia garantizaban muchasventas; Jaime calculaba que másdel doble que las que habitualmente tenían. El esfuerzo y el trabajo de la pequeña redacciónde su revista sin duda tendrían su recompensa. Y quién sabe si con aquel número la pu blicación despegaríay se haría un sitio importante entre las revistasmusicalesdel mercado. Ángel, sin embargo, no se muestra tan entusiasmado. Sonríe cuando su jefe se le acerca y le piropea. Hasta ha chocado loscinco con él. Pero algo en su interior no le permite estar todo lo feliz que debiera. Durante la noche le ha dado muchas vueltasal regalo de Paula. ¿Ha hecho bien pidiéndole a Katia que le dedicara la cancióna su novia? No está seguro. A ratos se arrepiente de haber sido tan atrevido, pero en otros imaginalo contenta que su chica se pondrá cuando escuche Ilusionasmi corazónexclusivamente para ella. —Ángel, ¿estás haciendo algo? Jaime Suárez está a su lado con una sonrisa de oreja a oreja. No lo ha visto llegar. —No, don Jaime. Miraba el planillo del mes de mayo —contesta el chico, intentando aparentar tranquilidad. Eslo que tiene el mundo del periodismo: no se ha termi nado con una cosa cuando ya se está empezando con otra. Y en una revista mensual se trabaja a contrarreloj. Por eso en el mes de marzo ya se prepara lo que va a salir en el de mayo. —Así me gusta. Llegarás lejos. Esto te queda muy pequeño ya. —Estoy muy a gusto aquí. —Bueno, bueno, eso es porque también te tratamos muy bien, ¿no? Ángel sonríe y asiente con la cabeza. —Claro, don Jaime. —Bien, bien —dice el hombre, que prepara el terreno para soltarle una noticia impactante a su joven pupilo—.Entoncesestás contento aquí con nosotros, ¿no? —Mucho. —Bien, bien. El hombre se frota la barbilla dándose importancia. Ángel se da cuenta y le sigue el juego. —¿Tiene algo que contarme, don Jaime? —¡Oh! Tienesun gran sexto sentido —reconoce, como si se sorprendiera de que el joven periodista haya descubierto que tiene algo que decirle—. Eso es muy importante en nuestra profesión. Fundamental. Puessí, quería decirte algo. Hashecho un trabajo excelente en este mes y, como recompensa, si todo va como esperamos con el número de abril, quiero aumentarte el sueldo. Ángel lo mira incrédulo. No esperaba algo así. —¿Ah, sí? —Sí. Estáshaciendo una labor extraordinaria, trabajando muchísimo y haciendo horasextrasque ni te corresponden. Te lo merec es. Y además… Jaime Suárez se inclina y teclea en el ordenador de Ángel una dirección electrónica. Da al enter y luego anota una contraseña en un barrita que está en blanco, y señala algo con la mano en la pantalla. —¿Ves? Es la página webde la revista. Solo cuenta con un par de meses de existencia y no recibe demasiadas visitas. Pero el director piensa potenciarlaa partir de abril. —¿El qué, don Jaime? —Esta columna que ahora está llena de publicidad. La borramos y… ¡ya está! En este espacio libre quiero que escribasuna columna de opinión. —¿Quiere que escriba unacolumnade opinión en la páginaweb? —Sí. Siempre que tú quieras, claro. Por supuesto que se te remunerará como es debido. Aquí no se hacen las cosasgratis. Y si alguien tiene que llevarse másdinero, ese vas a ser tú. ¿Bueno, qué me dices? Ángel está en blanco. Una subida de sueldo y una columna de opinión en Internet. No esperaba nada de esto. —Vaya. Me siento halagado. No sé cómo agradecérselo. —Puescon que sigasescribiendo como hasta ahora, me vale. Además, esto te puede abrir puertas y que gente importante se fije en ti. —Gracias, don Jaime. No le defraudaré. —Claro que no. Sé que lo harásmuy bien. Solo espero que te acuerdesde este viejo director cuando seasun tipo famoso. —¿Cómo podría olvidarle, jefe? Eso esimposible. El hombre trata de no emocionarse con laspalabrasdel chico. Su imagen de tipo duro y malhumorado podría quedar en entredicho. —Vale, vale. Menospeloteo. Mira, he pensado que para empezar podríasescribir sobre Katia. —¿Sobre Katia? La sorpresa de Ángel es mayúscula. Parece que una veztrasotra su camino y el de la cantante del pelo rosa se entrelazan. —Sí, así aprovecharíamos el tirón y la revista se beneficiaría.—¿Y qué escribo sobre ella que no haya escrito ya? —No lo sé, eso es cosa tuya. Pero creo que la has conocido bastante en estos días, ¿me equivoco? —Bueno…El periodista se pone un poco nervioso. No cree que su jefe esté refiriendo a nada sexual a pesar de guiñarle un ojo y emitir una estúpida tosecilla. ¿O tal vezsí? —Podríashablar de cómo es como persona, qué te ha transmitido, alguna anécdota. No sé, algo personal, que parezca que ella y tú sois íntimos. —¿Íntimos? ¿A qué se refiere? —¡Joder!, no seas malpensado. No estoy hablando de que dé la impresión de que os acostáis juntos sino de que sois colegas, amigosdesde hace tiempo. —Pero si solo la conozco desde hace una semana. ¡Solo una semana y la de cosas que han pasado en ella! Si su jefe supiera…—Ángel, una de las misionesdel periodista esque las cosasque sean ciertas, se vean como ciertas, y las que no lo son, lo parezcan. No hablo de que mientas, sino de que adaptes la realidad. ¿Comprendes? —Máso menos. —Estoy seguro de que te saldrá muy bien. El hombre le da dos palmaditasen el hombro y se aleja canturreando, feliz por haber dado otra lección periodística. Ángel lo observa. Estodo un personaje. Su jefe es capaz de dirigir él solo la revista y además sabe cómo enganchar a sustrabajadores e incentivarlos. Esun periodista de la vieja guardia y gracias a él puede aprender muchossecretos de la profesión. Bien, no ha comenzado mal la mañana: mejora de sueldo y nueva sección.No está mal. Aunque a hora y de improviso tiene una
  • 15. nueva tarea: escribir una columna de opinión sobre Katia. No será sencillo mezclar información, realidady subjetividad. ¿Por dónde empieza?Pero, como si el destino estuviera esperando el momento adecuado, su teléfono móvil suena. Evidentemente, no podía ser otra. —Hola, Katia. Buenosdías. —¡Buenos días, Ángel! Parece feliz. ¿Eso esbueno o malo? Algo le dice al periodista que habrá de todo. —¿Cómo estás? —Muy bien. Tengo buenasnoticias.Acabo de hablar con Mauricio y me ha conseguido unacabina en un estudio para esta tarde a lasseis. —¿En un estudio? ¿Cómo lo ha hecho? —Una cadena de favores, como la película. Esmejor no preguntar demasiado. —Muchasgracias, pero no quería ocasionarte tantas molestias. —No sido nada del otro mundo, no te preocupes. Eso sí…—La chica duda un segundo en cómo continuar, pero enseguida se lanza—, me encantaría que vinierasconmigo. "Uff, la cadena de favoressigue en funcionamiento", piensa Ángel.—Pero ¿qué pinto yo allí, Katia? —Bueno, el CD espara tu novia. Si no pintastú, ya me dirás… La cantante parece algo ofendida. Y tiene razón. Es normal que acuda al estudio durante la grabación del tema y no solo a recoger el CD una vez que esté terminado. —Está bien, iré. —¡Genial! ¿Te recojo en tu casa o en la redacción? El chicosuspira.Mejor en casa. Si vuelven a ver a Katia en la revista los rumores se dispararían hasta quién sabe dónde. —En casa. —Perfecto. Entre las cinco y cuarto y las cinco y media estaré en tu piso. —Vale. —Será divertido. Silencio. Ángel vuelve a suspirar. ¿Por qué no se le ocurriría otro regalo? Aquello lo hace por Paula y por ver la cara que se le queda cuando escuche Ilusionasmi corazón con su propio nombre. Pero hay cierto riesgo. —Katia, perdona.No puedo hablar mucho más. Estoy en la redacción, con un artículo entre manos. Ya nos vemos esta tarde. — Muy bien. Entre cinco y cuarto y cinco y media me pasaré por ti. Que te sea leve el trabajo. Un beso. —Un beso. Cuelgan. Ángel se levanta de su silla y camina hasta la ventana. Sigue lloviendo. En su rostro se refleja la preocupación y la incertidumbre. Solo espera no meter la pata y que no sucedan hechos como los que en díasanterioreshan pasado. ¿Estará haciendo lo correcto? En unashorastendrá la respuesta. Capítulo 85 Esa lluviosa de un juevesde marzo, en un lugar de la ciudad. Fin de la tercera hora, de la clase de Historia. El profesor se ha pasado la hora entera hablando sobre algunasde las circunstancias que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Parecíaentusiasmado, enardecido, como si él hubiera estado allí, viviendo el desembarco de Normandía o la batalla de El Alamein. Aunque, en realidad, pocoshan sido losque han atendido pues la mayoría de alumnoslo que deseaba era que el recreo llegara cuanto antes. Son minutos que se hacen eternos: parecen de ciento veinte segundoso de ciento ochenta, una pesadilla…Hasta que, por fin, suena el timbre salvador y se desata la euforia colectivacon un alboroto ensordecedor y ruido de mesas arrastrándose. Mario se levanta de la silla y se dirige a la esquina del otro extremo del aula. Allí, tres cuartaspartes de las Suguscelebran la media hora de respiro. Paula esla primera que ve a su amigo. —Ahora la voy a llamar otra vez —le dice, cuando llega junto a ellas. —Vale. La chica saca el teléfono de la mochila de las Supernenasy marca el último número al que llamó hace menos de una hora. Mario está inquieto. Diana no ha ido a clase en toda la mañana, así que no se ha podido disculpar. Lo másextraño es que su móvil está apagado. Sus amigasla llamaron en el descanso entre la primera y la segunda clase y en el de la segunda a la tercera. Pero nada: seguía desconectado. En esos minutos, Miriamle contó a Paula y a Crisque ayer por la tarde Diana había discutido con su hermano y se había marchado de su casa ca si llorando aunque ella no sabía el motivo. Preocupadas, antesde la clase de Historia, laschicasfueron hasta la mesa de Mario a preguntarle qué había pasado. Él no les explicó las razones del enfado, pero sí les dijo que, si la localizaban, lo avisaran. —"El número al que llama está apagado o fuera de cobertura" —repite Paula, imitando la voz femenina que oye al otro lado de la línea. —Vaya…¿Qué le ha podido pasar? —pregunta Miriammientrascoge el almuerzo que tiene en una pequeña bolsita blanca: un zumo de piña sin azúcar y una barrita de cereales. —Ni idea. Pero seguro que no esnada importante. Ya aparecerá —añade Paulasonriéndole a Mario. El chico no las tiene todas consigo. Espera no ser el culpable de la ausenciade Diana. Quizá anoche debió llamarla y disculparse. —Bueno, yo os dejo. Si sabéisalgo, luego me lo decís. —Vale. Si nosenteramosde algo, te avisaremos. Marioda lasgraciasy sale de la clase caminando serio y pensativo hacia el patio. Ha parado de llover, aunque el cielo continúa amenazador. Lastres chicastambién abandonan el aula, pero en dirección opuesta. Los primeros escalones de la escalera que conduce hasta las clasesde segundo de Bachiller están libres. Allí se sientan. —Vaya, parece muy afectado — comenta Cris. —Sí. No sé por qué se enfadaron ayer. Es muy raro. Tú estabas con ellos, ¿no notaste nada raro? —pregunta Miriama Paula. —No, nada fuera de lo normal. Tu hermano nos explicó lo de las derivadas y Diana se quejó de que no se enteraba de nada. Se enzarzaron un par de veces, pero no para que se fuera como nos has contado. —Sigo pensando que todo esto es rarísimo. Y me siento algo culpable. Quizáse pelearon por algo relacionado con lo que le dijimosa Diana —insinúa Miriam, que es la que más preocupada parece. —¿Que se gustaban? —Sí. Tal vez Diana se lanzó y no salió bien. O algo así. Lastres reflexionan sobre el asunto unos segundos. —Puede ser. La machacamosmucho con el tema. Pero no me puedo imaginar qué pudo pasar en esa habitación despuésde que yo me marchara para que la cosa terminara de esa forma. Creía que, al dejarlossolos, se liarían o hablaríande lo que sentían el uno por el otro. —Y es posible que eso fuera lo que pasará: que Diana le dijera algo a mi hermano y que este le diera calabazas. Aunque yo era la primera convencida de que a Mario le gustaba Diana —Yo también lo creía —señala Cris. —¿Pero creéisque por eso iba Diana a faltar a clase y a desconectar el móvil? —pregunta la mayor de las Sugus. —Cuando anoche hablé con ella, no me contó nada y no parecía que estuviera tan mal. Miriamy Crismiran a su amiga sorprendidas. —¿Hablaste con Diana anoche por teléfono? —No, por el Messenger. ¿No oshabía dicho nada? —¡No! —responden casi al unísono lasdos. Paula entoncesduda si explicarles a sus amigas lo que sucedió la noche anterior. Álex ha estado rondando en su cabeza toda la mañana, pero no estaba segura si debía contárselo todo a las chicas. Este podría ser un buen momento para hacerlo. —Puessí, hablé con ella. Es que ayer fue un día muy movidito. Y comienza a relatarlesla historia. Durante varios minutos Miriamy Cristina escuchan incrédulaslo que Paula lesnarra como si de un cuento de los HermanosGrimmse tratase: los mensajes falsos de Álex, el encuentro con Irene, la conversación con Dianay, finalmente, la visita de noche del escritor a su casa, en la que le declaró lo que sentía. —Tendrían que escribir una novela con tu vida —comenta Criscuando Paula termina de hablar. —Tampoco espara tanto. —Yo creo que si alguien leyera esa novela, pensaría que esas cosas no pasan en la vida real y que el escritor tiene demasiada imaginación —insiste Miriam. —La realidadsiempre supera a la ficción —añade Cristina, que se ha puesto de pie para dejar pasar a uno de los chicosmayoresque regresa a clase. Falta muy poco para que el timbre vuelva a sonar. — Dejadlo ya, ¿no? No sé para qué os cuento nada. Miriamsonríe y abraza a su amiga. Luego la besa en la mejilla. —Si esque eres una rompecorazones. Todos los tíos van detrás de ti. Y no me extraña, con lo buena que estás. Y vuelve a besarla, esta vez con achuchón incluido. —¡Qué dices! ¡Anda, cállate! Otros dos chicosde segundo pasan por su lado y se quedan mirándolascomo si pensaran: "¡Cómo están las de primero!". Paula y Miriamse dan cuenta y se sonrojan. Cris, que sigue de pie, ríe y saluda tímida a los chicosque continúan subiendo la escalera. —Bueno, ¿y qué vasa hacer? — pregunta Miriam, que se levanta del suelo. —¿Con Álex? Paula también se incorpora. Se encoge de hombros y suspira. —Lo mejor va a ser cuando se junten los dos en tu fiesta de cumpleaños y los presentes. —Uff, calla. —Pero tú quieresa Ángel, ¿no? — interviene Cristina. —Claro. Estoy enamorada de él, es mi novio. Álex essolo un amigo al que ni siquiera conozco bien. Pero…—¿Pero? —No sé. Esto no es nada fácil para mí. Álex esmuy agradable, guapo, muy romántico, inteligente. Vamos, el chico perfecto. —¡Joder! ¡Preséntanoslo ya! —grita Miriam. Paula arrugala frente, aunque sonríe. Si Álex saliera con unade sus amigas, sería el fin del problema. O tal vez este se incrementara todavía más. —En mi cumpleañososlo presentaré. —Bien. Si tú no lo quieres, para una de nosotras. —¡Qué loba eres, Miriam! Te
  • 16. parecescada vez más a Diana. —Capulla. Miriamintenta golpear con el pie el culo de Paula, pero esta la esquiva. —No, en serio. Esun tema complicado.Y no sé qué pasará. —Te entendemos —dice Cristina. —Y lo que más me inquieta de todo es que Álex parece convencido de que tendrá su oportunidad. —Y eso te está haciendo dudar entre ambos. —No lo sé. Si piensa eso es que cree que puede llegar a conquistarme. Y aunque yo quiera a Ángel, y mucho, esta situación me supera. Estoy hecha un lío. —Pero si tú quieresa Ángel cien por cien, no deberíastener ese lío hecho, ¿no? —No lo sé, Miriam, no lo sé. Sé que lo quiero. Pero Álex se ha cruzado en el camino y no sé si me gusta. El timbre suena indicando que el recreo se ha acabado. Laschicaslo oyen y guardan silenciohasta que para. Ha sido como el punto final de la conversación. Lastres entran en clase y comprueban que Diana sigue sin aparecer. Tampoco sabrán de ella en lo que queda de mañana. Capítulo 86 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Si la mirasde cerca, te cautiva. Si la mirasa los ojos, a sus celestes ojos, ellos te embrujan, te seducen, te enamoran. Y es que Katia donde más gana es en lasdistanciascortas. Ángel relee unascuantasvecesel primer párrafo que ha escrito en su nueva columna de opinión en Internet. Se pone de pie; se sienta; se vuelve a levantar…Mira la pantalla del ordenador inclinándose y apoyando las manosen la mesa. No, no le convence. Fatal. Y lo borra todo. Mierda. No va a resultar sencillo escribir sobre Katia de la forma que su jefe le ha pedido. Han pasado demasiadas cosas entre ellosdos y eso influye. ¿Cómo dejar a un lado la parte más personal, la que contiene losbesos, las palabras, los encuentros, las verdadesy las mentiras? Pero en eso consiste su profesión, ¿no? Un buen periodista debe alejarse lo máximo posible de sus propios sentimientos: escribir sobre todo y por encima de todo. Algo así como ocurre con los abogados, que tienen que defender a personasque saben que son culpables. A él no le va toda esa porquería partidista y frívola con la que se sustentan hoy en día losmedios de comunicación. Lo suyo esel periodismo puro, aunque sin dejar de aportar su estilo fresco y renovador. Y si tiene que opinar acerca de algo, como ahora, no va a dejarse llevar por las circunstancias ocasionales. Por tanto, toca enfriar emociones, congelarlas, para demostrar que es capaz de enfrentarse a ese reto como un verdadero profesional. Esa misma mañana de marzo, en un lugar apartado de la ciudad. —Entonces, ¿no hay problema? —En absoluto, Álex. ¡Qué cosasdices! ¡Estaré encantado! El chico sonríe satisfecho: problema resuelto. No esperaba menos del señor Mendizábal, sabía que podía contar con él. —Puesmuchísimasgracias por este gran favor. Le debo una muy grande. —En este caso creo que soy yo el que te la debe a ti. El viejo suelta una carcajada y luego tose aparatosamente. —¿Se encuentra bien? —pregunta Álex, preocupado por la incesante tos del hombre. —Sí, sí, cosasde la edad y de la emoción —responde una vez que consigue restablecerse. —Tiene que cuidarse. —Que sí, no te preocupes, hombre. —Bueno, no le molesto más. Nos vemosmañana. Ah, y pídale disculpasde mi parte a todos por lo de las clases. —No hace falta. Les diré que se vayan a jugar al póker o a la pocha. Son unosauténticosenfermosde las cartas. —Graciasde nuevo, Agustín. —No tienes por qué darlas. Hasta mañana, Álex. —Adiós, hasta mañana. El hombre también se despide de su profesor de saxofón y cuelga el teléfono. Tema zanjado. Dospájaros de un tiro. Álex mira el reloj. Aún le quedan cosaspor hacer y tiene que darse prisa antes de que Irene regrese a casa. Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Lasclasesle están resultando muy aburridasa Irene esa mañana. Hasta insufriblesen algunosinstantes. Tiene muchas ganas de terminar e irse a casa, con Álex. Esuna suerte que precisamente hoy no tenga curso por la tarde y que él haya decidido no bajar a la ciudad. Es el destino. Quizá hasta puedan comer juntos. Y luego…Tal vez sea una buena ocasiónpara intentar acercarse más. Sí. Esel momento: ataca rá. Se estremece sólo de pensarlo. Piensa cómo será estar entre sus brazos, rodearlo, besarlo una vez tras otra, por todo su cuerpo, hasta devorarlo completamente. Uff. No lo va a dejar escapar: una vez que lo tenga, será suyo para siempre. Además ya no hay peligro. Esa estúpida niñata seguro que no vuelve a aparecer despuésde lo ayer. Qué ingenua. Sí, muy guapa, muy mona, muy jovencita, pero tan tonta como inocente. Álex se merece algo muchísimo mejor. A ella. Sin esa Paula de por medio, ya no existe ningún obstáculo que se interponga entre ambos. Y, sin duda, eso no lo va a desaprovechar. Esa mañana de marzo, al terminar la cuarta clase. No se levanta. Desde su asiento mira hacia la puerta con la esperanza de que aparezca, pero susdeseos son en vano. Di anano ha ido en toda la mañana a clase y parece complicado que ya lo haga. A cada minuto que pasa, Mario se arrepiente más de su comportamiento de ayer. No le debió decir aquello. Nunca se había sentido así de mal. ¿Dónde se habrá metido esa chica? Sólo espera que la causa de su ausenciano tenga que ver con a quella discusión. ¡Qué estúpido fue y qué gran impotencia supone el no poder arreglarlo! Eso le pasa por no pensar lascosas dos vecesantes de hacerlasy soltar lo primero que se le viene a la cabeza. ¿Dónde estará Diana? Esa mañanade marzo, justo después de que acabe la quinta clase. —Sigue apagado o fuera de cobertura. Paula aparta el móvil de la oreja al oír el mensaje que tantas vecesha escuchado a lo largo de la mañana y lo guarda de nuevo en la mochila de las Supernenas. —Que no venga a clase es raro, aunque tratándose de Diana todo es posible. Pero lo más extraño es que lleve toda la mañana con el móvil desconectado. Es impropiode ella — señala Miriam. —No tendrá ganasde hablar —indica Cristina. —O estará enferma y no querrá que la molesten —apostilla Paula, que mira hacia el otro extremo de la clase donde está Mario. Tiene el semblante serio, triste. Su amigo parece realmente desolado. Algo muy fuerte tuvo que ocurrir ayer cuando se fue de su casa. Y ella que pensaba que esos dos se gustaban…¿Por qué se pelearían? —Ah, Paula, una cosa que no te hemos dicho todavía. —Dime, Miriam. —Mañana por la noche, ¿puedesquedarte a dormir en mi casa? —¿En tu casa? —Sí. Cris, Diana y yo hemospensado que, como el sábado es la fiesta de tu cumple y también querrás estar con tu familia durante el día, no vamosa tener tiempo para celebrarlo nosotras solas. Así que podríamos hacer una fiestecilla las cuatro mañana por la noche en mi casa. Ya le he pedido permiso a mi madre y me deja. No creo que tus padres te digan nada , ¿no? —No lo sé. Últimamente no les tengo demasiado contentos. Pero no, no creo que haya ningún problema. Aunque pensarán que he quedado con Ángel. Miriamreflexiona un instante y luego mira de reojo a Cristina. —Hablaré yo con tu madre y así no tendrás problemas. Le diré que te quedasen mi casa a dormir. —No hace falta, Miriam, pero gracias. —Que sí, que sí. No vaya a ser que no te dejen a última hora y se nos fastidie la cosa. LasSugustenemos que celebrar tus diecisiete por todo lo alto. —Bueno, como quieras. —Tengo su móvil, luego la llamo. El timbre suena anunciando que la última clase del día comienza. Laschicas dejan de hablar y se sientan cada una en su respectiva mesa. El profesor de Matemáticases puntual. Entra en el aula a saltitos, como si estuviera bailando una danza tribal y cierra la puerta. A continuación, coge una tiza y escribe en la pizarra: "Mañana esel principio del fin y el fin de un principio. Sobrevivir". Las Sugus leen la frase. No la entienden demasiado bien. Paula incluso la susurra: "El principio del fin…". Y mientras las chicasy Mario dan su última clase de Matemáticas antes del examen, y Ángel escribe su columna de opiniónen Internet sobre Katia, e Irene conduce su Ford para encontrarse con Álex, que a su vez en esos instantes baja la escalera de su casa cargado con una pesada maleta, Diana por fin cierra losojosdespuésde una noche y una mañana en constante tensión. Capítulo 87 Esa tarde de marzo, en un apartado lugar de la ciudad. El cielo oscuro anuncia una inminente tormenta. Irene conduce a toda velocidadpara llegar a casa lo antes posible, y no por miedo a que un fuerte temporal descargue sobre ella sino porque está deseando ver a Alex. ¡Qué ganas! Unas primeras gotitas empiezan a inundar el cristal delantero de su Ford. Activa el parabrisasy pisa el acelerador. Ya queda poco. Desvío hacia la izquierda y carretera secundaria hasta el camino que lleva hacia la casa. Piedras, tierra, pero sobre todo barro. La lluvia ha puesto aquel sendero en pésimo estado. A lo lejos, ya divisa su hogar para los próximosmeses. ¿Meses? Quién sabe si no será para toda la vida. Aunque si ella tuviera que elegir preferiría un piso en el centro. Un piso grande, espacioso, con una cama de matrimonio enorme en el dormitorio y un jacuzzi para bañarse con Álex y darse intermi nables masajescon chorros
  • 17. de agua a toda presión. Un sueño que se hará realidad. Seguro. Por fin llega a su destino. Con aquella tormenta y el cielo negro de fondo, la casa tiene un aspecto misterioso, como de una película de terror. Sí, decididamente cuando viva con su hermanastro se irán a un piso en el centro de la ciudad. Aparca el coche y baja rápidamente. Está empezando a llover más y las gotas son cada vez más gruesas. Un trueno. Corre hasta el portal donde saca la llave de su bolso y la mete en la cerradura. No se abre. Lo prueba de nuevo, pero con la misma suerte. La examina bien para comprobar que esla llave correcta. No se ha equivocado, esa esla que le dio Álex. Qué raro. Tras variosintentos, desiste y llama al timbre. Nadie. ¿No está? Pero si le dijo que hoy no iría a ninguna parte… Vuelve a llamar. Empieza a impacientarse. De pronto se oye el cerrojo de la puerta. Álex le abre. Sigue vestido con la camiseta de tirantes de esta mañana. Va descalzo, solo con calcetines. Por eso no lo oyó llegar. —Hola. ¡Uf, la que va a caer! —dice la chica entrando. No pierde ni un solo detalle de su torso. Qué bueno está. No puede esperar al momento de echarse sobre él y besarle. Quiere ser suya, que la posea y ser poseída . —Sí, eso parece —responde escueto. El chico cierra la puerta y camina detrásde su hermanastra. Otro trueno. —Oye, no sé qué le pasa a mi llave que no he podido abrir. Por eso he llamado al timbre. —He cambiado la cerradura. —¿Por qué? Álex no contesta y entra junto a su hermanastra en el salón. Entoncesa Irene se le hi ela la sangre. En el suelo están todas sus maletas. Parecen llenas. —Son todastus cosas —se anticipa a decir el joven. —¿Por qué hasmetido mis cosas en las maletas? —Te vas. —¿Que me voy? ¿Adónde? —Pueste vasde mi casa. —No entiendo qué quieresdecir. —Está muy claro, Irene. Ya no vives aquí. —¿Me echas? —pregunta con los ojos muy abiertos, sin apenaspoder respirar. —Llámalo como quieras. La cuestión esque no quiero que sigas viviendo en esta casa. —Pero, ¿por qué? ¿Qué he hecho yo? Álex la mira a los ojos. Irene entonceslo comprende todo. Ha descubierto lo de Paula. Esa niñata ha tenido al final más ovariosde los que pensaba y le ha contado lo que pasó anoche. Mierda. —¿Y todavíatienesla cara dura de preguntarlo? —No he hecho nada malo. —Mentir y extorsionar a una amiga mía poniendo en peligro nuestra amistad, ¿no es nada malo? —Bah, no exageres —¿Que no exagere? Álex agarra dos de las maletas, se calza laszapatillas de estar por casa que tiene en el salón y sale de la habitación. Irene lo sigue. —Venga, Álex. ¡Perdóname! No ha sido para tanto. Solo quiero lo mejor para ti. El chico suelta lasmaletas junto a la puerta y se gira bruscamente. —¿Lo mejor para mí? Tú estás loca; tienes un problema. —En serio. Quiero lo mejor para ti y esa niña no lo es. —¿Quiénerestú para decirme qué es y qué no es lo mejor para mí? —Tu hermana. —Hermanastra. Her-ma- nas-tra — repite Alex, totalmente fuera de sí. —Somosfamilia. Vivimosjuntos. —Provisionalmente. —Yo te quieto. —Tú te quieressolo a ti misma. Y lo que le has hecho a esa pobre chica y lo que me has hecho a mí no tiene ningún tipo de perdón. Álex abre la puerta. Vuelve a coger la s maletas del suelo y sale de la casa. Ahora llueve muchísimo. El cielo parece que se va a romper en cualquier momento. El chico caminahasta el Ford y deja las maletas junto al vehículo. — ¿¡Abres esto!? —grita. Irene está en el umbral. Lo mira con el rostro desencajado. Susplaneshan salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve c ómo su hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo impide, y tampoco que coja lasllavesdel coche. No vale la pena luchar ahora mismo. Álex entra y sale de la casa cargado con todos los enseres de Irene hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de baño y regresa con una toalla. Mientrasse seca el pelo y losbrazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdi da. —Bien, ya está todo metido en el coche. Cuando quieras, puedesirte. —¿Adónde voy a ir? No tengo ningún sitio. —Ya había pensado en eso. Como no quiero que te quedesen la calle, he hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso. La chica gesti cula con las manos sorprendida e incrédula. —¿Quién esese? ¿El viejo de la copistería? —No hablesasí de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses. —No me voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco? —Puesdeberíashacerlo. Don Agustín esun buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no te faltará de nada. —No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni muerta! —Puestú sabrás lo que haces. Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla. Su hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene unasganasinmensasde llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más. —Lo hice por ti, Álex. Paula esuna niña todavía y tú tienes veintidósaños. —Eso no escosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación. Irene está en el umbral. Lo mira con el rostro desencajado. Susplaneshan salido mal. Inmóvil, no responde. Solo ve cómo su hermanastro anda hasta ella y le arrebata el bolso. No lo impide, y tampoco que coja lasllavesdel coche. No vale la pena luchar ahora mismo. Álex entra y sale de la casa cargado con todoslos enseres de Irene hasta que guarda todo el equipaje de su hermanastra en el coche. Cuando termina, sube al cuarto de baño y regresa con una toa lla. Mientras se seca el pelo y los brazos, Irene lo contempla sin hablar. Está completamente perdida. —Bien, ya está todo metido en el coche. Cuando quieras, puedesirte. —¿Adónde voy a ir? No tengo ningún sitio. —Ya habíapensado en eso. Como no quiero que te quedesen la calle, he hablado con Agustín Mendizábal y estará encantado de tenerte en su casa durante estos meses que dura el curso. La chica gesticula con lasmanossorprendida e incrédula. —¿Quién esese? ¿El viejo de la copistería? —No hables así de él. Me dio trabajo y me ha ayudado mucho en estos meses. —No me voy a ir con ese viejo verde. ¿Estás loco? —Puesdeberías hacerlo. Don Agustín es un buen hombre. Y te tendrá como a una princesa. Tiene mucho dinero y no te faltará de nada. —No me voy a ir a vivir con él. ¡Ni muerta! —Puestú sabrás lo que haces. Álex se quita la camiseta y se empieza a secar con la toalla. Su hermanastra lo observa y se muerde los labios. Tiene unasganasinmensas de llorar. Pero ella no llora: es fuerte y lo va a demostrar una vez más. —Lo hice por ti, Álex. Paula esuna niña todavía y tú tienes veintidósaños. —Eso no escosa tuya. Y tu comportamiento no tiene justificación. —Ya te he pedido perdón. —Lo siento, pero no puedo perdonarte ahora mismo. Las palabras de Álex hieren de verdad a Irene. La chica recupera otra vez su bolso y le sonríe. —No tenéisningún futuro juntos — sentencia. Álex no responde. Entre el ruido de la lluvia, que golpea con virulencia el suelo y un nuevo trueno que irrumpe imperioso en el cielo oscuro, Irene abandona la casa. Se sube en el Ford Focus y cierra violentamente la puerta del conductor. Nerviosa, enciende la radio. SuenaMedícate, de Breaking Benjamin. Irene pisa el acelerador con rabia. Conduce a toda velocidad, adelantando a un coche tras otro. No quiere pensar en nada, solo pisar el acelerador, ir más deprisa. Pero entoncesde reojo se ve en el espejo retrovisor y, pese a su fuerza de voluntad, no puede impedir que una amarga lágrima resbale por su mejilla. Por primera vez en su vida ha sido derrotada. Capítulo 88 Ese mediodía de marzo, en un lugar de la ciudad. Bajo un paraguasazul marino, Ángel espera en la puerta del instituto a que su chica salga de clase. Tiene muchasganasde verla. Ha sido una gran idea la de quedar para comer juntos. Le gustaría que eso pasara con más frecuencia, pero Paula estudia y vive con suspadresy él trabaja. Y, como dice su jefe, un periodista no tiene horarios. Así que toca resignarse y tratar de aprovechar cualquier momento que pase con ella. Irán a un restaurante mexicano. No está seguro de cuándo ni por qué salió el tema, pero recuerda que Paula le contó una vez por el MSN, en una de sus largasconversacionesde todo, que le gustaba mucho la comida picante, pero nunca había ido a un restaurante mexicano. Él conoce uno muy bueno y que no está demasiado lejos de allí. Menosmal, porque la lluvia arrecia. Incluso se han escuchado algunos truenos. Además, la temperatura ha bajado muchísimo. ¿Están a menos de diez grados.7 Es increíble que el tiempo cambie tanto en tan pocos días. El clima es como las relaciones, va por rachasy nunca se sabe lo que va a acontecer en la semana siguiente. Hoy brilla el sol y mañana el cielo se vuelve del color de las hormigas. Y tal vez es mejor así, porque si no todo se tornaría rutinario y previsible. ¡El timbre! Los alumnosmás impacientessalen a toda velocidadcasi antes de que termine de sonar. Uno de esos chicosestá a punto de chocar con un hombre que permanece a su lado y que, junto a su hija pequeñ a, también
  • 18. lleva un rato esperando de pie debajo de un gran paraguasnegro. Ángel sonríe al escuchar lasquejasdel señor. La niña lo mira sorprendida y se pone la mano en la boca al oír un taco. El hombre entoncesle pide perdón y se agacha para darle un beso. Ella acepta no muy convencida, pero se lo devuelve. Siguen saliendo chicos, pero aún no aparece Paula. Ya hace algunosañosque todo aquello terminó para Ángel. Añosque quedaron muy atrás, demasiado atrás. Y siente cierta añoranza al observar a un grupo de quinceañerosdesinhibidos, sin paraguas, dejando que la lluvia losempape. N o tienen preocupaciones; algunos, ni tan siquiera la de estudiar. Otros lo harán la última noche antes del examen. Lastres chicasdel grupito se le quedan mirando, sonríen y comentan alguna cosa entre ellas. No lo conocen, pero estarían encantadasde hacerlo. En cambio, los chicosque van acompañándolas, que deben de ser sus novios, no se alegran precisamente cuando ven a Ángel. Lo examinan de arriba abajo y sus miradasson despectivas. Cuando pasan a su lado abrazan a sus respectivas parejascon más tuerza. Uno besa a su novia apasionadamente en loslabiosbajo el aguacero. Luego vuelve a mirar a Ángel desafiante y sigue caminando introduciendo una mano en el bolsillo trasero del pantalón de su chica. —Descarados. Qué juventud — murmura el hombre del paraguas negro, que presencia la escena. Su hija pequeña también se da cuenta y hasta se le escapa una sonrisilla. Nunca había visto un beso en la boca de cerca y, a decir verda d, le produce un poco de asco. Ángel, por su parte, no da importancia a lo sucedido y sigue pendiente de la puerta del instituto. P or fin, alguien conocido: Miriam. También sale Cris y detrás de ellas…¡Paula! Está preciosa. Lleva el pelo másondulado que de costumbre, por la humedad. Aún no se ha dado cuenta de que está allí. La chica mira a un lado y a otro hasta que visualiza a su novio.Sonríe y saluda con la mano. Pero en un instante su sonrisa desaparece. Su rostro refleja incredulidad. ¿Qué le pasa? Le comenta algo a sus amigasy abre el paraguas. Laschicasse despiden de ella, pero no se mueven de la puerta. Ángel decide esperar a que llegue hasta él. No entiende por qué Paula se ha puesto tan seria. De pronto, la niña pequeñaque está con el hombre del paraguas negro sale corriendo hasta Paula. Esta la abraza y le da un sonoro beso en su carita sonrosada. El chico ahora lo comprende todo, pero no sabe cómo reaccionar. Inmóvil, contempla cómo su novia se acerca hasta donde está. —Hola, papá —saluda Paula y besa al hombre del paraguas—. Hola, Ángel. Paco contempla confuso al chico que lleva junto a él más de diez minutos y cómo su hija le proporciona un suave beso en 1os labios. —Ho…hola —tartamudea Ángel, después del beso. —Pero…El hombre no se puede creer lo que acaba de presenciar. Erica también está boquiabierta. ¡Su hermana le ha dado un beso en los labios a ese chico! —¿Qué hacesaquí? —le pregunta Paula a su padre, tratando de mostrarse lo más natural y tranquila posible, aunque, en realidad, le tiemblan las piernas. —He…venido a recogerte. Como…llovía tanto… —Gracias, pero no hacía falta. Había quedado con Ángel para comer. Ahora os iba a llamar para avisaros. Por cierto, ¿os conocéis? Losdosse miran asombrados. —De…, de vista. Desde hace diez minutosmás o menos. Aunque no sabía que era tu padre — responde el periodista, intentando tranquilizarse. —Ah, puesospresento. Ángel, este es Paco, mi padre. Papá, este es Ángel, mi novio.Padre y noviose estrechan la mano con la que no sujetan el paraguas. —Encantado —se apresura a decir Ángel. —Igualmente —responde, todo lo sereno que puede, Paco. Sonrisasforzadas. No esuna situacióncómoda para ninguno. — ¡Eh! ¿Y yo qué? La pequeña Erica refunfuña bajo el paraguasde su hermana. Ángel se agacha y le sonríe. —Hola, soy Ángel. ¿Me dasun beso? —le pregunta. —Yo me llamo Erica García — responde la niña, extendiendo su mano derecha. "Es alto y guapo, pero lo de los besos es para los mayores", piensa Erica. Ángel suelta una pequeña carcajada y estrecha la mano de Erica, a la que, aunque le ha caído bien aquel chico, le cuesta entender de qué se ríe. Despuésde las presentaciones, loscuatro caminan hasta el coche de Paco bajo sus respectivos paraguas. —¿No vienesa casa entonces? —No. Había quedado con Ángel. Comeré fuera. El hombre no está muy de acuerdo, pero no quiere discutir delante de aquel chico. Lo que le tenga que decir a Paula, lo hará a solas. ¡Y son muchascosaslas que le tiene que decir! Llegan al coche. —¿Y por qué no viene Ángel a comer a casa? — pregunta Erica, que se ha metido ahora en el paraguasdel periodista. Todosmiran a la niña. —No, princesa. Nosotros, hoy, comemos fuera. —Yo quiero que Ángel venga a comer a casa —insiste la pequeña. Le encantan losinvitados. Siempre que va gente a comer a casa, su madre hace unospostres riquísimos. — Otro día, cariño. —Hoy. ¡Quiero que sea hoy! Paula y Ángel se miran. Paco, a su vez, piensa deprisa. Si comen en su casa, no se atreverán a hacer nada, tendrán las manos quietas. Y, además, así podrá conocer más a ese tipo que dice que es el novio de su hija. —Puesno es mala idea la de Erica. Podría venir a casa a comer —suelta por fin el hombre. —¿Qué? —Seguro que le encantará cómo cocinatu madre y así también lo conoce. Además, con este tiempo, ¿dónde vaisa estar mejor? Ángel y Paula se vuelven a mirar. El chico se encoge de hombros y asiente con la cabeza. Le gustaría pasa r la tarde con su chica a solas, pero no es plan de llevarle la contraria a su padre. —Por mí, vale. —¿Qué?¡Pero si íbamosa comer fuera! —Ya iremosotro día. No te preocupes. —¡Bien, bien! —grita la pequeña, agarrándose a la pierna de Ángel. —Puesno se hable más —comenta Paco mientrasentra en el coche. Erica abre una de las puertas de atrás y también se mete dentro del vehículo. Paula cierra su paraguasy le habla al oído a Ángel. —¿Estás seguro? —Sí, no te preocupes. Será divertido. — ¿Divertido? —Claro, ya verás cómo lo pasamosbien. No te preocupespor mí. Y, sin decir nada más, besa a su chica en loslabiosy se mete en la parte de atrás del coche. Erica, cuando lo ve, esboza una gran sonrisa: está encantada de compartir asiento con su nuevo amigo y se arrima mucho a él. Paula suspira y también entra en el coche. —¿Estamostodos? —pregunta Paco, echando un vistazo por el retrovisor. —¡Sí! —grita la niña. Y, de esa forma, el coche arranca bajo la intensa lluvia que sigue cayendo en la ciudadrumbo a una comida inesperada para todos. Capítulo 89 Ese mediodía de marzo, en el hogar de los García. Primer y único plato: lentejas. Ángel rezaba para que la amabilísima madre de Paula no hubiera hecho lentejas para comer, pero solo hay que desear algo con mucha fuerza para…que no se cumpla. —Mamá, a Ángel no le gustan laslentejas —indica Paulacon una sonrisa antesde sentarse a comer. —Pero si están riquísimas. —Pero a él no le gustan —repite la chica. Su novio la mira avergonzado. Luego la mirada se desplaza hasta Mercedes. Se sonroja. ¡Vaya comienzo! —Lo siento, es que no las soporto desde pequeño. —No te preocupes, ahora te preparo otra cosa. Sentaosvosotrosen la mesa. Ahora iré yo. —¿No quiere que la ayudemos? —No hace falta, pero muchasgracias. Paula agarra de la mano a su chico y se lo lleva de la cocina. —Empezamosbien —le susurra al oído. —No pasa nada, hombre. Mi madre seguro que tiene un plan B. —Qué desastre. Juntos entran en el comedor. Allí ya ocupan susasientosPaco y la pequeña Erica, que examina con curiosidadal invitado. Esmuy alto y, aunque no entiende mucho del tema, parece guapo. Casi tanto como aquel amiguito suyo que le quita la plastilina en clase y que también se llama Ángel y tiene losojos azules. Paula se sienta en su silla habitual y a su lado Ángel, que se coloca en medio de las dos hermanasy enfrente del padre. Ninguno dice nada. Lo único que se escucha de fondo es el telediario. Concretamente están dando la previsión meteorológica para mañana y el fin de semana: más lluvia. —¿Cuántosañostienes? —pregunta por fin Erica, que no ha dejado ni un segundo de observar al invitado. — Veintidós —responde con tranquilidadÁngel. —¿Veintidós? ¡Eresmuy mayor! El chico sonríe tímidamente. También Paula. El único que no parece demasiado contento es Paco, que resopla. ¡Veintidósaños! ¡Y ella aún no tiene ni diecisiete! Le apetece fumarse un cigarro, pero no puede hacerlo delante de sus hijas. A partir de ahora, sólo fumará en secreto. —¿Y tú, cuántostienes? —Estos. Erica saca la mano derecha de debajo de la mesa y le enseña los cinco dedos. —Ah, puestambién eres muy mayor. La niña se ruboriza y sonríe picara. Ella ya sabía que era muy mayor, pero sus padres y su herma na están empeñados en no creerla. Por fin una persona inteligente que se da cuenta. En esos momentos, Mercedesaparece con un plato de lentejas que coloca delante de Paco y otro de melón con jamón. —Esto si te gusta, ¿verdad? Ángel asiente sonriente con la cabeza cuando ve el suculento plato. Tiene muy buena pinta. Erica p rotesta
  • 19. porque ella también quiere lo mismo y Paco se muerde los labiosal comprobar que su mujer ha abierto el jamón que le regalaron solo para que coma el novio de su hija. —Muchas gracias, aunque no debería haberse molestado. —No es ningunamolestia. Espero que esté bueno. Mercedesse va de nuevo y enseguida regresa con dos platos más de lentejas para Paula y Erica. La pequeñase enfada. No esjusto que al nuevo le den melón y a ella, que lleva viviendo allí cinco años, lentejas. —Si te portas bien y te lo comes todo, tendrás una sorpresa de postre. Eso la tranquiliza un poco y le da esperanzasde que, al final, haber invitado a comer a aquel chico tenga su recompensa. La comida transcurre con tranquilidad, másde la que Ángel y Paula espera ban. Paco apenas habla y Mercedesno para de entrar y salir del comedor. Ella comerá después. Es la pequeña Erica la que somete a un pequeño interroga torio al periodista. Ángel se desenvuelve bien con la niña. Sin embargo, hay una pregunta que provoca que se atragante. —Oye, ¿tieneshijos? —¿Qué? ¿Hijos? —dice Ángel, mientras tose. —Claro, si los tienes podríastraerlos alguna vez para que jueguen conmigo. Paulano puede evitar una carcajadaal escuchar a su hermana. Pero de nuevo es Paco el que pone mala cara. —Soy muy joven para tener hijos — señala el periodista, que acaba de morder el último cubito de melón. —Y yo más —añade Paula. Erica mira a su hermana. No entiende por qué ha contestado también si no se lo había preguntado a ella. Paco, que también ha terminado con su plato de lentejas, se levanta de la mesa. No aguanta más. —Ahora vengo. El hombre, sin decir nada, sube las escaleras. Necesita un cigarro. Mercedes, que ha regresado al comedor, se pregunta adónde ha ido su marido, pero le resta importancia a su ausencia. —¿Habéisterminado de comer? —¡Sí! —grita la niña. — Estaba muy bueno, Mercedes — dice amablemente Ángel, mientrasse levanta y coge su plato vacío para llevarlo a la cocina.Pero la mujer se lo arrebata de las manosy le pide que se quede sentado. —Ya lo hago yo. Tú eres el invitado. —Qué cara —murmura Erica, que no está muy de acuerdo con que Ángel no tenga que recoger su plato. Ella lo hace siempre desde que tiene cuatro añosy medio. —Como seguro que el melón con jamón no te ha llenado mucho, he preparado de postre unos banana split. —¡Bien! ¡Bien! —grita triunfadorala pequeña. —No sé si podré con todo. —Ya verásque sí. Erica, coge tu plato y ven a ayudarme, anda. La niña abandona su silla con el plato de lentejas casi vacío entre lasmanos y acompaña a su madre a la cocina. Paulay Ángel, por primera vez desde hace un rato, se quedan solos. —¿Qué? No ha ido tan mal, ¿no? — susurra la chica. —No. Tu madre es un encanto y tu hermana tiene unas cosas… — Esperaba un fuerte interrogatorio de mi padre, pero se ha pasado la comida callado. —Bueno, no creo que le caiga muy bien. —¿Por? —Soy el novio de su hija. Es normal. —Puesa mí me caesgenial. —Máste vale…Y la besa en la boca con un beso dulce con sabor a melón. Paula sonríe mientrassiente los labios de Ángel, pero los aparta rápidamente cuando ve a su padre que regresa de la planta de arriba. ¿Losha pillado? Parece que no. Pa co termina de bajar la escalera y se sienta de nuevo en la mesa. Se ha fumado medio cigarro que le ha tranquilizado bastante. Erica entra entoncesen el comedor junto a su madre con un enorme plato en las manos: el postre, dos plátanosenteros cubiertosde nata, helado, guindasy caramelo. Mercedeslleva dos platosmás. Uno para su marido, el otro para el invitado. —¡Diosmío! ¡Esenorme! —exclama Ángel cuando la mujer le pone el postre delante—. No creo que pueda con todo esto. —Lo compartimos —dice Paula, que coge una cucharilla y corta un trocito de plátano. —Hay uno para ti. Déjale ese al chico, que ha comido muy poco. —No, de verdadque es demasiado para mí solo. Mejor lo compartimos. Gracias, Mercedes. —Sí, mamá, este para los dos. —Como queráis, pero hay otro preparado — comenta la mujer, que regresa una vez más a la cocina.Loscuatro continúan con el postre sin decir nada. Paco de vez en cuando observa cómo su hija y su novio tontean con las cucharasy el helado y protesta en voz baja. ¡Qué descarados! No lo soporta. Aprieta los dientes y sigu e comiendo. De todos, la que más está disfrutando el postre es Erica, que tiene toda la cara manchada de vainilla y caramelo. Cuando Ángel la ve, casi se atraganta. —¿Está bueno? —le pregunta muy serio, intentando no reírse para no molestar a la niña. —Mucho —responde, con la boca llena de helado y plátano y sonriente. —Princesa, ¿y ahora? ¿Le das un beso a Ángel? —sugiere Paula cuando se da cuenta del aspecto de su hermana. El periodista abre los ojos como platos. —¡No! —exclama la niña. —¿No?—¿No me quieresdar un beso? — pregunta aliviado. La pequeñamueve la cabeza muy rápido de un lado para el otro. Sus mofletes están inflados y sonrosados. Pero, ¿otra vez? ¿Por qué les ha dado a todos por eso? Ella besando a un chico…¡Qué asco! Además, ¿no se dan c uenta de que el nuevo tiene los labiosmanchados de helado de fresa? ¡Ni loca! Paco esel primero en terminar. Se ha comido el postre deprisa, nervioso. Se levanta y lleva su plato a la cocina mientras piensa que, al final, no ha sido tan buena idea invitar a aquel chico a comer en casa. La tensión no le ha dejado ni hablar. No parece mala persona, incluso essimpático, pero continúa creyendo que esmayor para su hija. Ella es muy joven para comprometerse con alguien en u na relación seriay menos si ese alguien hasta ha acabado la universidad. Ángel y Paula también terminan. La chicase pone de pie y abraza a su novio por detrás de la silla. —Es temprano. ¿Quieresque te enseñe mi cuarto, que todavía no lo has visto? —Vale. Tengo curiosidad. La pareja deja sola a Erica en la mesa, que contempla intrigada cómo su hermana y el invitado suben lasescaleras. ¿Por qué irán de la mano? ¿Es por eso de ser novios? No lo sabe. Y además, tiene cosasmás importantes de las que ocuparse en esos momentos. Ya arriba, Paula abre la puerta de su habitación e invita a Ángel a pasar delante. Los dos entran y, lentamente, la puerta se cierra. Ese mediodía de marzo, al mismo tiempo, en la cocina de losGarcía. —No lo aguanto. Essuperior a mí. —Pero si el chico esmuy agradable. A mí me gusta para Paula. —Es muy mayor. Demasiado mayor. —Bueno, puede ser, pero parece que se llevan bien. —¡Por Dios, Merche! ¡Que tiene veintidós años! La mujer se gira y mira directamente a los ojos a su marido. —¿Merche? Hacía mucho tiempo que no me llamabasasí. —Ya. Mercedessonríe y se acerca a Paco. Cariñosamente, lo besa en la mejilla y lo abraza. —Tienesque calmarte. El chaval esun encanto. Y muy guapo, por cierto. Tu hija tiene muy buen gusto. —Tú sí que tuviste buen gusto. La mujer suelta una carcajada. Luego, dulcemente, apoya la cabeza en el hombro de su marido. —Es verdad. Pero este chico esmás guapo que tú a su edad. ¿Has visto qué ojos? —¡Bah! No es para tanto. —Que sí, que es guapísimo. Y ademástiene un cuerpo muy… —¡Que es el novio de tu hija! ¡No te emociones! —exclama Pacomientrasse aparta de los brazos de su esposa. Mercedesvuelve a reír con fuerza y le da otro beso a su marido. En esta ocasión en los labios. Erica, en ese instante, entra en la cocinacon su plato vacío entre lasmanos y ve a sus padres. —¿Qué hacéis? —Nada —responde la mujer, agachándose y cogiendo el plato que lleva su hija pequeña. —¿Era un beso? —Sí, era un beso. —¿En la boca? —En loslabios. —¡Puag! La niña se tapa con una mano la boca y se da cuenta de que está manchada de helado. Su madre vuelve a inclinarse y la limpia con una servilleta. —¿Han terminado Paulay Ángel ya con el postre? —le pregunta Mercedes, que trata de quitar todas las manchasde la cara de su hija pequeña. —Sí, y se han ido. —¿Que se han ido? ¿Adónde? —Arriba. Paco y Mercedesse miran desconcertados. El hombre se muerde los labiosy la mujer suspira. No cree que…, pero y si…Ese día de marzo, en ese instante, en la habitación de Paula. Fuera ha dejado de llover. Ángel mira por la ventana y ve un tímido rayo de sol q ue se abre paso entre las nubes negras. No tardará en desaparecer. Paula está sentada en la cama. No entiende el motivo, pero, de buenasa primeras, tiene mucho calor. Observa a su novio y cuando él se gira ambos sonríen. Susojosle piden que se siente junto a ella. Ángel obedece y se miran, pupila con pupila. —Te quiero. —Te quiero. El chico también siente el mismo calor que Paula, un calor como hacía mucho que no experimentaba. Se besan despacio, temblorosos. Ning uno entiende qué está pasando, pero en un día frío y griscomo aquel, los dos tienen mucho calor. Es extraño. Para ella es una sensación desconocida.Sin darse cuenta, su mano se pierde bajo el suéter de Ángel y le acariciael torso, fuerte, duro, perfecto. El calor aumenta. Paula sigue sin comprender qué sucede, pero no puede frenar. Susbesos son más intensos. Su lengua roza la suya y nota cómo la mano de Ángel se introduce en su camiseta, le acaricia la espalda y baja hasta sus
  • 20. vaqueros. En una frontera peligrosa, la que separa el mundo de la inocencia de la tierra del placer. La chica comienza a pensar deprisa, con mil cosas en la cabeza: está en su casa, sus padres abajo; nunca ha llegado a tanto con nadie, pero le da lo mismo, no quiere que Ángel pare y no se lo pide; guía con su mano a la mano del chico hasta el interior de la parte de atrás de su pantalón, muy, muy cerca de su ropa más íntima; cierra losojos y suspira cuando Ángel le besa en el cuello. No se lo cree. ¿Su primera vez va a llegar? ¿En su casa? ¿En su habitación? No se lo cree. Quizá no esel sitio , ni tampoco el momento. Pero no puede parar. La camiseta se levanta y percibe los labiosde Ángel en uno de sus senos. ¡Dios! ¿Va a pasar? Ella quiere. ¿Y él? ¿Querrá también? ¿Llevará preservativos? El rayito de sol se muere. ¡Y la puerta del dormitorio de Paula se abre de golpe! —¡Paula! ¡Te llama papá! —grita Erica, entrando en la habitación sin llamar. La niña, que no llega a ver nada de lo que está pasando en la cama, se da cuenta de su error y vuelve a cerrar para hacerlo bien. Siempre le dicen que no se puede entrar en los sitios sin antes llamar a la puerta. Paula y Ángel se levantan rápidamente, cada uno por un lado de la cama, y aprovechan para colocarse bien la ropa. —"Toc, toc". —Pasa, anda —le indica Paula a la pequeña mientrasse peina con lasmanosy jadea. Erica entra satisfecha de haber rectificado su fallo sin que nadie le diga nada. De lo que la pequeña no se ha enterado es que también ha conseguido que otro error mucho más grande estuviera a punto de producirse. Capítulo 90 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad. Cabecea. Vuelve a cabecear y también una tercera vez. Sentado en una de las sillas de su habitación, a Mario le cuesta mantenerse despierto. Pero no falta mucho para que Paula llegue, así qu e prohibido dormir. La tarde es muy desapacible. Lluvia, viento, frío…Ha estado temiendo que su amiga lo telefoneara para decirle que finalmente hoy no iba a ir a su casa, pero eso no ha pasado hasta el momento. Mañana esel examen final de Matemáticasy tienen todavía bastantes cosas que estudiar. La semana no ha transcurrido como él había planeado y sus sentimientosaún permanecen ocultosen su interior. La tormenta está sobre esa zona de la ciudad. El cielo negro se iluminay pocos segundosmás tarde estalla un trueno. Poco despuésescucha el sonido del timbre de la puerta. Está solo en casa, por lo que le toca ir a abrir. Mario mira el reloj. Si esPaula, llega antes de lo esperado, algo muy extraño en ella. El chico se apresura. Baja la escalera a toda veloc idad, aunque antesde llegar a la puerta de la entrada se mira en un espejo del recibidor. Bueno, no está mal. Donde no hay, no hay. Toma aire, suspira y abre. Pero al otro lado no está Paula. Una chica bajo la capucha de un impermeable amarillo, con un piercing en la nariz, le dedica media sonrisa: —Hola, Mario. El tono de voz de Diana esdistinto al habitual; es serio, controlado, firme. —Ho…hola —responde el chico, sorprendido—. Pasa. —No ha llegado Paula todavía, ¿verdad? —No. La chica se quita la capucha cuando entra en la casa y se arregla un poco el pelo con lasmanos. Mario la observa. Su aspecto no es el de siempre. A pesar de que se ha pintado los ojos, no ha logrado disimular unastremendas ojeras. Parece otra, cansada, con menosvitalidad, sin la energía que la caracteriza.—¡Cómo llueve! —comenta mientras se quita el impermeable—. ¿Dónde pongo esto? —Dame. El chico coge el chubasquero y lo cuelga en un perchero. Debajo coloca un paragüero para que todas las gotitas no caigan al suelo. La casa se ilumina una vez másy, un instante más tarde, un nuevo trueno sacu de el cielo. —¿Estás solo en casa? —Sí. Mispadres están en no sé dónde y Miriamcreo que ha ido a recoger a Cristina. Me parece que luego iban a ir a tu casa, para ver sí te pasaba algo. —Ah. — Como no has ido al instituto en todo el día y tenías el móvil desconectado, estaban algo preocupadas. —No será para tanto —comenta Diana con frialdad, mientras se dirige a la escalera que lleva hasta la habitación de Mario—. ¿Subimos? —Sí.Losdos avanzan peldaño a peldaño, sin hablar. Por la cabeza del chico pasan muchas cosas, innumerablespreguntas. ¿Para que habrá venido?¿A arreglar lascosas? ¿A seguir estudiando? No está seguro. Ha pensado en ella durante todo el día, más que en Paula, y no ha dejado de sentirse culpable ni un minuto por lo que sucedió ayer. Ma rio y Diana entran en el dormitorio, aunque no cierran la puerta. Cada uno se sienta en el mismo lugar en el que lo hizo la tarde anterior. —¿Sabes? Me he pasado toda la noche y parte de la mañana estudiando esta mierda —comenta la chica mientrassaca el libro de Matemáticasy una libreta de la mochila. —¿Qué? —Eso. Ayer me di cuenta de que soy medio gilipollas y de que, si quiero aprobar el puto examen de mañana, tenía que hacer horasextras. Y va ves: sin dormir que estoy. Mario no puede creer lo que oye. ¿De eso son las ojeras? —¿Te has pasado la noche estudiando y has faltado a clase por eso? —Puessí, por eso ha sido. Además tuve que desconectar el móvil para no desconcentrarme. Lo metí en un cajón y cerré con llave para no tener la tentación de ponerme a juguetear con él. —Joder, parece increíble que hayashecho todo eso. —¿No me crees? Pregúntame algo. Lo que quieras. —No, no. Te creo, te creo. —De todas formas, hay cosasque no entiendo y que me tienes que explicar — indica la chica mientraspasa a toda velocidadlaspáginasdel libro de Matemáticas—. Pero eso, luego. Ahora quería pedirte disculpaspor mi comportamiento de ayer. Me pasé un poco. Bastante. Y es justo que te pida perdón. No te tenía que haber presionado de esa manera. Lo siento. Las palabras de la chica son sinceras. Hasta tiembla al decirlas. Mario se da cuenta y se le hace un nudo en la garganta. Pero no toda la culpa esde ella. —También yo te tengo que pedir perdón. Se me fue la cabeza y te grité. No estuvo nada bien. Y también quería disculparme por darte tanta caña ayer. Me faltó pacienciay me puse muy borde. Perdona. A Diana se le iluminan losojoscon un brillo húmedo que logra controlar antes de que salga a relucir su lado más sensible. —Bueno, soy muy torpe para esto. Es normal que perdieraslos nervios. —Si hasconseguido aprenderte todo en menosde un día, con la base tan mala que tienes de Matemáticas, no creo que seas tan torpe. —Vamos, Mario. Soy una negada para lasMatemáticasy para el resto de asignaturas. Lo sé. No sirvo. Esto es más una cuestión de orgullo que otra cosa. Y además, no quiero hacerosperder el tiempo como ayer. —No fue para tanto. Estoy seguro de que Paula no se molestó por nada. El final de la frase llega con el estampido de otro trueno, tal vez el más ruidoso de todos los que hasta el momento han sonado. —Mario, también te quería proponer una cosa. Diana desvía entoncesla mirada de los ojos del chico hacia el suelo. —¿Me quieresproponer algo? —Bueno, no es exactamente eso. Es más bien un consejo o no sé… Escúchame y luego llámalo como quieras. —Vale. Cuéntame. La chica traga salivay reúne el valor necesario para hablar. Y lo hace de manera dulce, ocultando su tristeza. —Deberíasdecirle a Paula lo que sientes. Pero no mañana, ni pasado.Ya. Hoy. — ¿Cómo? —Eso, Mario. No puedesseguir así mástiempo. Es el momento para revelarle a Paula lo que sientes por ella. —Pero…—Yo me iré antes y te dejaré a solas con ella. Es tu oportunidad. —Diana…, yo… —Esque, Mario, te voy a ser lo más sincera posible. No sé si sabrás que Paula tiene novio.Y cuanto más tiempo pase, ella se colgará másde él y será peor para ti. No sé si tendrás alguna oportunidad. Eresun gran chico y su amigo. Quizáella descubra que también siente algo hacia ti diferente a lo que ve ahora. Pero, si no le confiesastus sentimientos, jamás lo sabrás. Tienesque dar un paso adelante y poner las cartas sobre la mesa. Lánzate de una vez por todas. Un relámpago más. Otro trueno. Las cinco de la tarde. Silencio. Nerviosy miedo. Una mirada a ninguna parte. Y, finalmente, la decisión: —Está bien, lo haré. Le diré a Paula que la quiero. —¡Así me gusta! —exclama Diana poniéndose de pie y acercándose a su amigo. Mario sonríe.Diana sonríe. Sonríe y lo besa, en la mejilla. Amigos. Y, aunque por dentro se esté muriendo al saber que ese chico del que se ha enamorado como una tonta quiere a su mejor amiga y está a punto de confesarlo, está segura de que ha hecho lo correcto. Capítulo 91 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad. Salen del coche y cruzan la calle corriendo haciael edificio de enfrente. No llevan paraguas. El semáforo está a punto de ponerse en rojo. Katia va delante. Se mueve ágil, rápida, bajo la lluvia y Ángel la sigue de cerca. Todavía no sabe muy bien qué está ha ciendo allí.Echa de menos a Paula. No puede olvidarse ni un instante de lo que ha ocurrido hace un par de horas. ¿Qué habría pasado si Erica no hubiera entrado en la habitación?Quién sabe. Perdió el control en un momento de pasión, de una fuerte carga sexual. Quizáque apareciera la niña fue lo mejor. No llevaba protección y tampoco era la
  • 21. situación más adecuada para la primera vez de su chica. Además, suspadres abajo. Uff. Habría sido un error de dimensionesma yúsculas. Cuando llegan al otro lado de la calle se cobijan en el portal de aquel edificio. Están jadeantes, mojados, intentando recuperar el aliento perdido por la carrera. Katia lo mira y sonríe. —Cada vez que nos vemos, acabamoscorriendo —le dice ella, resoplando.—Eso parece. Contigo me voy a poner otra vezen forma. —Ya estás en forma. Eres casi tan rápido como yo. Y eso es un gran logro. Ángel ríe. Escierto. Aquella chica corre realmente deprisa. —Espor los zapatos. La próxima vez ganaré yo —responde el chico. —¿Loszapatos? ¿No teníasuna excusa mejor? El chico hace que piensay finalmente niega con la cabeza, acompañando su gesto de una mueca con la boca. —Pueses una excusa muy mala. —Lo sé. Katia sonríe. Esadorable. Cada vez que lo mira, se derrite. Es el hombre perfecto. Sin embargo, no es su hombre sino el de otra, otra a la que tiene que dedicarle una canción.La vida tiene esascosas. Esinjusta. Bueno, al menos él está allí con ella. Lo disfrutará durante unashoras. —¿ Entramos ? —Vale. La cantante de pelo rosa busca en el portero automático el bajo B y pulsa el botón. —¿Sí? ¿Quién es? —pregunta una voz femenina. —Hola, buenastardes. Soy Katia. Venía para…—¡Ah, hola! La estábamos esperando. Le abro. Enseguida suena un ruido metálico bastante desagradable. Katia empuja la puerta y esta se abre. —Ya está. Muchasgracias. La pareja entra en el edificio. Las lucesdel recibidor están encendidas aunque la luminosidadesescasa, muy tenue, y el lugar no resulta demasiado acogedor. Un hombre vestido con una chaqueta gris de pana y una corbata roja que estaba leyendo el periódico se levanta de su silla al verlos. —¿A qué piso van? —pregunta con desgana. —Al bajo B —responde Katia. —Ah, van al estudio. Es por allí — dice muy serio, indicando un largo pasillo a su derecha—. Esla última puerta. —Gracias. La cantante y el escritor se despiden amablemente del portero y se dirigen hacia la puerta del fondo. A mitad de camino, alguien sale del bajo B y los espera apoyado en la paredjunto a la puerta. —Hola, chicos. ¿Sigue lloviendo? —Sí, mucho —contesta Katia y le da un beso en la mejilla a Mauricio Torres, su representante. El hombre, a continuación, estrecha la mano de Ángel. —Me alegro de volver a verte. —Yo también. Los tres entran en el piso. Una chica rubia en un mostrador, la que les ha abierto antes, les saluda sonriente cuando pasan a su lado. —Katia me ha contado cuando la he llamado esta mañana lo que vaisa hacer. Me parece un bonito detalle para tu novia. —Gracias, aunque el mejor detalle es el de Katia por querer hacer esto y tomarse la molestia de dedicarle la canción. —No es molestia, lo hago encantada. Todo por mis fans —dice, sobreactuando. —Bueno, espero que a cambio hayashecho un buen reportaje en tu revista. —No te preocupes, Mauricio: Ángel esel mejor. Ya lo verás —se anticipa Katia.El periodista se sonroja. —También te quiero dar las graciasa ti por conseguir que nos dejen grabar aquí. —De nada, hombre. El negocio de la música es así. Hoy por ti y mañana por mí. Ya me dedicarásalgún día un artículo en la revi sta —dice Mauricio dando un golpecito en la espalda a Ángel, que no sabe si está hablando en serio o en broma. Un hombre muy delgado y con la cabeza completamente rapada acude hasta ellos. —Este es Moisés. Será quien se encargue de la grabación —apunta Mauricio, presentándolo—. A Katia imagino que la conocesya y este es Ángel, un periodista del gremio. —Encantado —Moisésle da la mano a Ángel y dos besos a Katia—. Misniñastienen tu disco y están todo el día cantando tus temas. —¿Ah, sí? Me debes de odiar entonces. —No te lo voy a negar. —El próximo se lo regalaré yo. —Se pondrán muy contentas —señala, forzando una divertida sonrisa—. Cuando queráisempezamos. —Puescuando tú quieras —comenta la cantante. —Empezamosya, entonces. Acompañadme. Los tres caminan detrás de Moisés, que cojea ligeramente al andar. —He traído lo que te dije ayer, luego le echasun vistazo —le susurra Mauricioa Katia, que se muerde los labios desorientada. —Perdona, Mauricio, no recuerdo lo que es. —Eres un desastre. ¿No te acuerdasde que te hablé de un sobre que llegó a tu nombre, de un chico que quiere ser escritor? —¡Ah, eso! Sí, esverdad. Lo de la canciónpara su historia o algo así, ¿no? —Eso. Puesluego lo miras, ¿vale? — Bien. Loscuatro entran en una sala pintada de rojo, que contiene una cabinacon dospequeñas habitaciones. En la exterior hay un ordenador y una mesa llena de botones y reglajes. A Ángel le recuerda a aquellasmesasde sonido que utilizaba en la Facultadde periodismo en las clasesde radio. La habitación interior está casi vacía.Solo ve un micrófono de pie y unoscascoscolgadosen la pared. Un enorme ventanal separa lasdos habitaciones. —Sentaos por aquí —les indica Moisésa Ángel y a Mauricio, que se acomodan en dossillascon ruedecitas—. Tú ven conmigo. Katia acompaña al hombre a la habitación del micro y él le explica algunas cosas. Ángel losobserva a travésdel cristal. Es la primera vez que está en un estudio de grabación y presencia cómo se graba una canción. Moisésregresa y se sienta delante de la mesa de sonido. Toca un par de botones y sube y baja algunosreglajes. —Katia, ¿me oyesbien? —Sí, perfecto. — ¿Algún problema? —Ninguno. —¿Empezamosentonces? —Sí, cuando quieras. El hombre de la cabeza rapada se gira y levanta el pulgar en señal de OK a sus acompañantes. Luego vuelve a mirar a Katia. —Uno, dos, tres… ¿Prevenidos? Capítulo 92 Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad. La tarde se va, la lluvia continúa y el sonido de las gotas es prácticamente lo único que se escucha en la habitación de Mario. En silencio, y c ada uno en un extremo del dormitorio, los tres amigos dan un último repaso al examen de mañana. Ninguno ha estado concentrado al cien por cien, pero ha n estudiado lo suficiente como para ir con ciertas garantías a la prueba final del trimestre. Incluso Diana, que impresionó a Paula cuando le contó el motivo de su ausenciaen el instituto, se ve con posibilidades. Pero en susmentes hay cosasmás importantes en las que pensar. El examen de Matemáticasse ha quedado en un plano secundario. Paula no se puede quitar de la cabeza a Ángel. Si no es por su hermana, hoy habría hecho el amor con él. ¡Su primera vez! No era el sitio ni la ocasión, pero no era capaz de frenar. Afortunadamente, la puerta la abrió Erica y no su madre o, peor, su padre. Diana observa a Mario cuando este no se da cuenta. Le da un vuelco el corazón cada vez que se acerca a Paula y ríen juntos. Sufre hasta un límite que ni ella misma imaginaba que podíallegar a experimentar. Pero sus cartas están jugadas y solo le queda esperar acontecimientos. Si su amiga se da cuenta de que ella siente algo por él… Y Mario está nervioso, torpe. Se ha acercado varias vecesa uno de los cajonesde su escritorio, como para asegurarse de que eso sigue ahí. Mira el relojque ava nza deprisa, pero al mismo tiempo los minutos se hacen eternos. Está próximo el momento más importante en su vida. O eso cree. —Mario, ¿puedesvenir? —pregunta Paula—. Esto no me sale. El chico se levanta de su silla y se acerca a su amiga, que está de rodillasen el suelo usando la cama como mesa. S e inclinaa su lado y sonríe. —¿Qué te pasa? ¿Qué eslo que no te sale? Diana losobserva atenta. Suspira y contempla cómo ella se toca el pelo cuando está junto a él. Uff. Ha leído que las chicasinstintivamente se tocan el pelo si hablan o miran al chico del que están enamoradas. Esposible que a Paula le guste Mario. Claro que sí. No sería la primera que descubre que quiere al chico invisible. Escasi guapo, inteligente y su amigo de toda la vida. Uff, no soporta esa idea. Le empiezan a arder los ojos con ese quemazón anterior al llanto, con esa angustia en el pecho que no te deja respirar bien y que te hace soplar y resoplar un a y mil veces. Sus caras están demasiado cerca, casi no cabría un folio entre ambas. Uff, no puede más. —¡Qué tarde es! ¡Chicos, me tengo que ir! —grita Diana de repente. Paula y Mario se giran y comprueban cómo la chica está metiendo sus cosasen la mochila a toda prisa. —Esverdad, se ha hecho muy tarde. Me voy contigo —comenta Paula, que observa sorprendida la hora en un reloj que hay en la pared de la habitación. Tiene muchasganasde llegar a casa y llamar a Ángel. Diana y Mario se miran. Y a pesar de lo que siente, de que laslágrimasestán al borde del precipicioque ahora son susojos, la chica le hace un gesto a su amigo para que impida que Paula se vaya. —¡No! ¡Espera! —exclamaMario. Paula lo mira sorprendida. —¿Que espere? —Sí, espera ¡Me tienesque explicar una cosa! —¿Qué? La chica no sale de su asombro. ¿Ella explicarle algo de Matemáticasa Mario? —Ehhh…Ehhhh… ¡Quédate! Espera…Mario tartamudea. Es incapaz de encontrar algo que decirle. Paula mira a uno y a otro sin saber qué hacer. ¿Qué sucede? Es Diana la que por fin interviene y abre la puerta de la habitación. —Bueno, chicos,
  • 22. yo me voy. Mañana nos vemos. Mucha suerte. La última frase se la dice a Mario mirándole a losojos. Y, entre tanta confusión, Diana sale del cuarto justo antes de derramar una cálida lágrima por la única personaque ha sido capaz de hacerle llorar. —No entiendo nada de nada —dice Paula, que empieza a recoger sus cosas. —Espera, no te vayas. La mano del chico alcanza la de ella. —Pero…—Espera, por favor. Mario se pone de pie, reúne todo el valor posible, suelta la mano de Paula y se acerca al cajón del escritorio. Lo abre y saca algo de él. —Espara ti —murmura en voz baja, poniendo en sus manos un CD—. Te lo iba a dar en tu cumpleaños, pero creo que este es un buen momento. Lo siento, no me ha dado tiempo a envolverlo.La chica observa ensimismada la portada. Es un collage hecho con fotos suyas, mezcladascon imágenesde sus discospreferidos. Está perfecto. Suspira y abre el CD. Dentro encuentra una libretita con más imágenesy las letras de todas las canciones. Lo ojea entusiasmada. ¡Menudo trabajo tiene que haber sido hacer todo a quello! Mira a Mario y luego de nuevo el CD que él ha titulado Cancionespara Paula. —Muchasgracias, en serio. Me hasdejado sin palabras. Es impresionante. — La chica tiene los ojos vidriosos—.Voy a ponerlo en el ordenador. ¿Puedo? Marioasiente sin decir nada. Paula introduce el disco en el PC y espera a que se cargue. Abre el archivo donde están las veintiunacancionesdel CD y clica en la primera. Emocionada, escucha cómo empiezaa sonar When you know, de Shawn Colvin. Los dos vuelven a mirarse. Sonríen. A Mariole encanta verla tan feliz, pero siente que su corazón se desborda al latir cada vez más deprisa. Lentamente se acerca hasta ella. Es preciosa. Su pelo ondulado, ahora suelto, le cae por los hombros. La tiene enfrente. Sus ojos se fijan en suslabios. Está n cerca, muy cerca, y desea besarla, lo desea con toda su alma. Esta vez nada ni nadie impedirá que el destino siga su curso: inclina levemente su cabeza y, ante la sorpresa de Paula, junta sus labios con los de ella. Es un beso robado, cautivo, un beso que permite que, de una vez por todas, fluya todo lo que lleva dentro y que durante tanto tiempo ha permanecido oculto. Capítulo 93 Por la noche, un juevesde marzo, en un lugar alejado de la ciudad. Hola, me llamo Ester. Así, sin hache. Seguro que hay muchas personas que ya te lo han dicho, pero no he podido resistirme a escribirte después de encontrar y leer uno de los cuadernillos de Tras la pared. Eres genial. Nunca había visto nada así. Estan increíblemente romántico…Yo también quiero ser escritora, tengo una página en Internetdonde escribo pequeñostextos a partir de una palabra que alguien me dice. Pero, sinceramente, jamáshabría pensado en darme a conocer con una idea como la tuya. A mis dieciocho años he empezado con variashistoriaslargas, pero nunca lashe terminado. Espero que a ti no te pase lo mismo. Me encanta tu estilo, tu forma de expresarte y la vida que le das a cada uno de los personajes. Julián, Larry, Nadia, Verónica, César, Marta…, todos son perfec tos. Estoy deseando continuar leyendo y saber cómo termina la novela. Te deseo muchísima suerte en la vida y que este proyecto culmine en papel. Seré la primera en comprarlo. Un beso muy fuerte de una admiradora más. Álex lee dos vecesel e-mail y cierra el portátil. Es la cuarta persona que, tras encontrar el cuadernillo de Tras la pared, le escribe. Este correo, por la forma en que la chica dice lascosas, le ha hecho especial ilusión. "Ester sin hache" tiene que ser alguien muy interesante. El teléfono suena de pronto y se asusta. Solo es la alarma programada para lasnueve. Coge el móvil y la detiene. Silencio absoluto. Ni siquierallueve y el viento también ha parado. Y se da cuenta de que se siente solo. Hacía mucho que no le sucedía algo así, quizádesde que murió su padre. El teléfono sigue en su mano. Entra en el archivo de mensajesrecibidosy busca los últimos, los que le ha enviado Paula.¡Paula…! Uno a uno, los lee detenidamente. Se los sabe de memoria. La echa muchísimo de menos. ¿Algún día compartirán algo másque unossimplesmensajes? Es noche cerrada y está solo. Se estremece, necesita algo de calor. Lentamente, se levanta de la silla y se dirige hacia la esquinadonde guarda su saxofón. Lo saca de la funda y se colo ca la boquilla en los labios. Sopla. Su pecho se alza y encoge. Toca sin partitura, no la necesita. Álex se sabe aquel tema de memoria porque lo ha compuesto él mismo. Suena bien, quizáalgo melancólico, porque el saxo esun instrumento deliciosamente triste, pero romántico. Muy romántico.Susdedosse deslizan por el metal. Piensa en Paula mientras toca, en sus ojos color miel y en sus labiostan deseables, inmejorablespara besar. Un beso: cómo ansia un beso de aquella chica.El móvil suena de nuevo, pero ahora no es la alarma sino alguienque está llamándole. Álex deja el saxofón encima de la cama y alcanza el aparato. Esel señor Mendizábal. — ¿Qué tal, don Agustín? —¡Hola, Álex! ¡Puesgenial! ¡He rejuvenecido unostreinta años! El chico tiene que apartarse el teléfono de la oreja ante los gritos del hombre, que se muestra entusiasmado. —¿Ah, sí? Y eso, ¿a qué se debe? —¿Que a qué se debe? Pues a tu querida hermana: graciasa ella me siento más joven. —¿Irene está ahí? —pregunta extrañado. ¡Menuda sorpresa! No esperaba que al final su hermanastra terminara aceptando i rse a vivir con Agustín Mendizábal. —Sí. Llegó hace un rato. La tengo aquí al lado…Espera, que te quiere decir una cosa. —Vale. —Te la paso. —¿Álex? —murmuraIrene, al otro lado de la línea. —Hola, ¿cómo estás? ¿Al final hasdecidido quedarte con…? —Eres un cabrón —susurra la chica, interrumpiéndole. Todavíano me puedo creer que me hayasechado de tu casa. Y silencio. El chico no puede evitar una sonrisilla. —¿Álex? ¿Siguesahí? —pregunta el señor Mendizábal, que esquien habla de nuevo. —Sí, sigo aquí. —Nohe oído lo que te ha dicho Irene, pero muchasgraciaspor todo. Solo con verla rejuvenezco veinte años. —Gracias a usted por hacerme este favor, a mí y a ella. —¡El único favorecido soy yo! — exclama, soltando una fuerte carcajada a continuación. —Me alegra verletan contento. Ahora tengo que dejarle, don Agustín. Mañana nosvemos. —Perfecto. Adiós, Álex. —Adiós, Agustín. El chico cuelgacon una gran sonrisa dibujada en la cara. Pobre Irene. Pero le está bien empleado. Quien se comporta como lo ha hecho su hermanastra en los últimos díasmerece una penitencia. Aunque quizávivir los tres meses que dura el curso en la casa de Agustín Mendizábal esmucho más que eso. Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. La grabaciónde Ilusionasmi corazón dedicada a Paula ha terminado. El CD ya está hecho. Tres horas, casi cuatro, se ha pasado Ángel observando cómo Katia cantaba, probaba vocesy repetía el estribillo. Pero ha merecido la pena: ya tiene el regalo perfecto para su chica. Terminado el trabajo, periodista y cantante regresan en el Citroen Saxo de Alexia. —Hemosllegado —comenta Katia mientrasaparca en doble fila. —Ya veo.—Espero que a Paula le guste tu regalo. — Seguro que sí. Muchas graciaspor todo lo que has hecho. Eres una amiga. La chica del pelo rosa sonríe. "Una amiga". Sí, se ha comportado como eso, como una amiga que hace favores, que se calla y oculta lo que realmente piensa…Una amiga que ha participado en el regalo de cumpleaño sde la novia del chico del que está enamorada. ¿Amiga? Se le ocurre otra palabra que suena peor para definirse a sí misma. Pero es lo que le toca. Es su papel, el que ha asumido. Amiga de Ángel. —¿Volveremos a vernos? —pregunta Katia. —Yo a ti, seguro. Estás por todas partes. Hay rumores incluso de que vasa protagonizar una serie para jóvenes. —¿Y yo a ti? ¿Te volveré a ver? Ángel la mira a los ojos, esos ojos celestes, felinos, pero dulces. —Claro, nosveremos. Pertenecemos al mismo mundo, ¿no? —Sí. Y estoy segura de que serás un periodista famoso. —Prefiero ser un buen periodista. —Eso ya lo eres. Tienesque buscar nuevos retos. — Me queda mucho que aprender, estoy empezando todavía. —Lograráslo que te propongas, Ángel. Todo lo que te propongas. —Cómo tú, ¿no? También has conseguido todo lo que te has propuesto. La chica vuelve a sonreír: amarga e irónica sonrisa. —Sí. Todo. Pequeñasgotasde lluvia comienzan a caer sobre el cristal del Saxo. —Está empezando a llover. Me voy antesde que empeore. —Vale. —Adiós, nosveremospronto. —Adiós. Ángel abre la puerta del copiloto, pero no sale inmediatamente del coche. Se inclina haciala izquierda y besa a Katia en la mejilla. —Muchasgraciasde nuevo. Te llamaré. Y, sin volver a mirarla, corre bajo la lluvia hasta el portal de su edificio. Capítulo 94 Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. En veinticuatro horas tendrá diecisiete años, pero su cumpleaños eslo que menos le importa ahora. La noche aprisiona el corazón de Paula. Está sola en su cama, tumbada boca abajo, con la almohada mojada de lágrimas. Hace dos horas. —Hola, cariño. —Hola, Ángel. —¿Cómo estás? Te echo de menos. —Yo también te echo de menos. Suspiro. Suspiro.
  • 23. Silencio. —¿Qué te pasa? ¿Te encuentrasbien? —Sí, no te preocupes. Solo estoy un poco cansada. —¿Quieresque te cuelgue y hablamos mañana? —Vale. — ¿Seguro que estás bien? —Sí, perdóname. Mañanadespuésde clase te llamo, ¿vale? —Bueno, como tú quieras. —Buenasnoches, Ángel. —Buenas noches, te quiero. Son las doce de la noche. En su habitación, completamente oscura, se oye la canción número cuatro de Cancionespara Paula. Es de Vega: Una vida contigo. ¿Por qué le está pasando todo aquello? Hace una hora. —¿Sí…? —Hola, Paula. —Hola, Álex. ¿Cómo estás? —Bien. Escribiendo y…pensando en ti. Silencio. —¿Paula?—Perdona, Álex; estoy un poco cansada. Llevo todo el día estudiando. —No lo sabía. Perdóname. No te debería haber llamado tan tarde, pero quería oír tu voz y no he podido contener las ganas. —No te preocupes. —Bueno, pueslo siento. —No pasa nada, de verdad. Gracias por llamarme. —Ya hablamos mañana, ¿te parece? —Vale. Buenasnoches, Álex. —Buenasnoches. Comienza el viernes. La lluviaha cesado, pero es solo una tregua porque las previsionesanuncianque el tiempo incluso podría empeorar durante el día. Paula se pone de pie y apaga el ordenador. La música cesa. La chica se agacha y se baja la pernera de los pantalonesdel pijama, que se le han subido. Luego se mete otra vez en la cama. Le costará dormir. Soñ ará con Ángel, con Álex y con Mario. Pero nada de lo que sucede en sus sueñospuede compararse a lo que está viviendo en la vida real. Hace unashoras, por la tarde, casi noche, en la habitación de Mario. Su mejilla está roja. Mario se la frota despacio. No puede creerse que Paula le haya pegado al besarle. No le duele tanto la cara como el corazón. —Perdona, yo…no he debido…Pero ¿por qué has hecho eso? —pregunta la chica, que continúaen estado de shock. Mario sigue tocándose el rostro. No sabe qué decir. Sus ojos se pierden por lasparedes de la habitación. No puede mirar a su amiga a la cara. —Yo…—No…, no lo entiendo. ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué me has besado? Paula está muy nerviosa. Le tiemblan laspiernas. ¿Se marcha corriendo? ¿Se queda? No compren de cómo Mario se ha atrevido a besarla. —Lo siento. —Mario…¡Me has besado en los labios! —exclama, poniéndose lasmanosen la cabeza—. No comprendo nada. —De verdadque lo siento. La voz del chico llega apagada, casi imperceptible. Su amigase da cuenta de que está verdaderamente afectado. Suspira e intenta serenarse. — ¿Por qué me has besado? —repite, más tranquila, sentándose en la cama. —No…, no lo sé. Mario siente vergüenzade sí mismo. Las palabras salen quebradas de su boca. Mira a un lado y a otro, asustado, amedrentado por la situación.Ahora no solo perderá las remotas posibilidades que tenía con Paula sino también su amistad. Nunca imaginó que su primer beso a una chica terminaría de esa manera. —¿Ha sido un impulso repentino? — insiste Paula. El chico no dice nada. Se sienta en la silla frente al escritorio y detiene la canción de Shawn Colvin que todavíacontinuaba sonando. Mira hacia abajo. Piensa en todo el tiempo que empleó en hacer aquel CD para ella: horasy horas; madrugadassin dormir. Todo, para nada. No se ha sabido contener ni hacer las cosas bien. No debió besarla, ese no era el plan. No debió hacerlo sin su consentimiento: un beso es cosa de dos y eso, hasta ese preciso instante, no lo había tenido en cuenta. El silencio en la habitaciónesabsoluto. Paula observa a su amigo y resopla. No reacciona. —¿Mario? ¿No me dicesnada? No puede ser que haya pasado esto y ahora ni siquiera seas capaz de mirarme. Nada: escomo si se hubiera transformado en una estatua de sal. Inmóvil, con la cabeza agachada y la vista en el suelo, Mario solo piensa en el error que ha cometido y en sus posiblesconsecuencias. Paulano lo soporta más. Se levanta de la cama y se cuelga la mochila en la espalda. —Me voy. Ya hablaremos. La chica se dirige haciala puerta. Camina deprisa, enfadada, confusa y también defraudada. No esperaba que Mario fuera así. ¿Qué pretendía? ¿Liarse con ella en su propia casa? —Te quiero, Paula. Esa noche no hay luna, ni estrellas. Unosniñosgritan en la calle mientras corren hacia alguna parte chapoteando en cada uno de los charcosque se han ido formando durante el día. La lluvi a cae sin prisas, constante. Es un día cualquiera de marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Qué? —Que te quiero. Estoy enamorado de ti. Susojos por fin se encuentran. Se miran intensamente. Entre ambos amontonan un millón de sensacionesdiferentes. —Pero, Mario…No creo que me quieras. Habrásconfundido tussentimientos… —No, estoy seguro de lo que siento. Te quiero. —Vaya. ¿Y desde cuándo sienteseso por mí? —No lo sé. No recuerdo. Desde siempre, creo. —Ah. Debo ser muy tonta porque nunca me di cuenta. —Tenías otros en losque fijarte. Otros mejores que yo. Paula vuelve sobre suspasos y se sienta otra vez en la cama. Las palabras de su amigo le hacen sentirse culpable. Y entoncesempieza a unir piezas. Todo va encajando: su estado de ánimo, el nick del MSN, el no dormir, que mirara tanto hacia la esquina de las Sugus…No era por Diana, era por ella. ¡Qué estúpida! —Lo siento. Siento no haberme dado cuenta de tus sentimientos. —No pasa nada. Es normal que una chica como tú no quiera nada con alguien como yo. —Eso no escierto, Mario. Somosamigosy…—Amigos. Sí, lo sé. Amigos…Pero ya sabes que no me refería a amistad. —Ya. Losdos permanecen en silencio unosminutos. Ahora ya no se miran. Paula no se atreve y Mario huye de la realidad, quiere que aquella conversación termine cuanto antes. No puede más. Sin embargo, esella la que cree que irse es la mejor solución. —Me tengo que marchar. Es tarde y en casa estarán preocupados. —Vale. —Siento haberte pegado —dice Paula mientrasabre la puerta de la habitación. —Y yo siento haberte besado sin permiso. La chica hace un gesto con la cabeza, suspira y sonríe tímida. —Nosvemosmañana, Mario. —Espera un segundo. El chicose levanta de la silla y saca el CD del ordenador. Lo guarda y se lo da. —Gracias. —Estuyo. Tu regalo de cumpleaños. Losojos de Paula brillan bajo la luz del dormitorio de aquel chico que conoce desde hace tantos años: un gran amigo que le acaba de confesar su amor. Apenaspuede aguantar laslágrimas. Esuno de los momentos más difíciles que recuerda en su vida. Pero tiene novio. Está Álex y ahora…, ahora también sabe que Mario la quiere. Su cabeza va a explotar. Tiene que salir de allí. Da las graciasde nuevo y, tras besarle en la mejilla que antes golpeó con la palma de su mano, abandona la habitaci ón abrazando con fuerza el CD de Cancionespara Paula. Capítulo 95 Un día de marzo por la tarde, en un lugar de la ciudad, hace aproximadamente diez años. Luce el sol y el parque está lleno de niños. Algunos han hecho porterías con las mochilasdel colegio y juegan al fútbol con un balón desinflado. Otroscorretean de aquí para allá, intentando pillar a los más lentos. Un grupo de amigas salta a la comba. Aquella, a la que le toca estar en el centro ahora, lo hace muy bien. Uno, dos, tres, cuatro saltos seguidos, con gran agilidad, sin que apenas toquen lospiesen el suelo y al ritmo de una cancioncilla que se sabe de memoria. Y eso que solo tiene seis años, ya casi siete, porque Paula cumple años en pocosdías, en ese mes de marzo. Es una de las chicasmás guapasde su pandilla. Tiene unosenormesojosmarrones, aunque ella siempre dice que son de color miel, y una preciosa melena ondulada, la máslarga de lasmelenas entre todas las niñas. Enfrente, ensimismado, Mario la mira atentamente, sentado en la parte de arriba de un tobogán. Está solo, como suele ser habitual. No tiene demasiadosamigos. A él no le gusta el fútbol ni correr. Prefiere jugar al ajedrez o hacer sopasde letras para niños. Eso a los seis añosno te hace demasiado popular ni en el colegio ni en el barrio. Tampoco su timidez le deja ir más allá. Sobre todo con laschicasy, en especial, con Paula. Cuando la ve siente algo por dentro. Una svecesen el lado izquierdo del pecho, otras en la tripa. No sabe lo que es. Incluso un día pensó que le había sentado mal la comida. A él le encantaría hablar con ella, pero nunca se ha atrevido y eso que van a la misma clase este año. No cree que Paula sepa ni siquieraque existe. La tarde va cayendo. Esun día primaveral. Poco a poco los niñosse van marchando a sus casas. Las chicasde la comba ya no están, tampoco los del pilla-pilla, y los equiposde fútbol cada vez tienen menos jugadores. Mario sigue allí, subido en uno de los columpios. Mira al cielo mientrasque se balancea suavemente. Hace tiempo que no sabe nada de la chica de los ojos marronestan grandes. Se había marchado con la de lascoletas, esa que dice tantas palabrotasy que se llama Diana. —Hola. La voz que oye a su espalda es de una chica. Mario se gira y ve a Paula. Está sonriendo. El chico se pone nervioso y casi se cae al suelo. —Hola —consigue decir por fin, arrastrando los piespara estabilizar de nuevo el columpio. Esla primera vez en su vida que le habla. ¡Cómo no va a estar nervioso! A susseis añosapenasha conversado con niñas. Paula
  • 24. se sube en el otro columpio y comienza a balancearse con fuerza. Suspequeñaspiernasse alzan muy arriba. Mario la observa i ntrigado. ¿Qué ha ido a hacer allí? —¿Por qué estás siempre solo? —le pregunta ella sin parar de impulsarse. El chico duda en responder. ¿Esa él? Sí, debe ser a él, es la única persona que hay por allí. —No sé —contesta en voz baja. —¿Te gusta estar solo? —A vecessí, pero otras me aburro mucho. —Te comprendo. Yo, cuando estoy sola, me aburro muchísimo. Mario no entiende muy bien a qué se refiere la niña. ¿Sola? Nunca ha visto a Paula sola, siempre va rodeada de chicos y chicas, incluso con alguno mayor que ella. La niña detiene el columpio de golpe y lo mira con curiosidad, como quien observa a un insecto que no ha visto nunca. —No tienesnovia, ¿verdad? ¿Y eso a qué viene? Tiene solo seisaños, ¡cómo va a tener novia! Siempre ha oído que losnoviosse besan en la boca y besarse en la boca es cosa de mayores. Y aunque él se considera un chico muy maduro para su edad, no tiene los suficientesañospara ser mayor. —¡Claro que no! —¿Y no te gusta ninguna niña? —Puesno. —¿Nunca te ha gustado nadie? ¿Ni de nuestra clase? —Qué va…—Eres muy raro. Paula sonríe y vuelve a balancearse en el columpio. ¿Raro? ¡Qué sabrá ella! Aunque, pensándolo bien, un poco raro sí que es. Al menos no hace las cosasque suelen hacer otros niñosde su edad. —¿Y a ti te gusta alguno? —se aventura a preguntarle, pero con mucha timidez y enrojeciendo después. —Julio, Diegoy CarlosFernández. Pero solo estoy con Julio. Julio Casas es el guapo de la clase. O eso es lo que ha escuchado de algunasde sus compañeras. El resto de chicossiempre le están haciendo la pelota y quieren ir con él en el recreo. —¿Y él lo sabe? Paula vuelve a parar el columpio. —¿Qué si sabe el qué? —Puesque te gustan otros dos. —Claro, se lo dije desde el principio. Pero no le importa. —Ah. —Además, creo que me está empezando a gustar otro. —¿Otro? —Sí. Esde la clase. —¿De la clase? —Sí. Su nombre empieza por "M". Mario reflexionadurante unossegundos. En la clase solo hay tres chicoscuya inicial sea la "M": Manuel Espigosa, Martín Varela y él. ¿Él? No, él no puede gustarle a aquella chica.Pero su nombre empieza por "M". ¿Y si es él? —No sé quién puede ser. —Es Martín. Pero no se lo digasa nadie, ¿vale? Mario siente una punzada dentro de su pecho. Qué extraño. ¿Habrá cogido frío? Su padre le suele decir que, cuando te duele el pecho , es porque entra aire en las costillas. Será eso. —Tranquila.No diré nada. Paula lo mira a losojos y sonríe. Esfeo, pero más simpático de lo que parecía. Losdosniños se balancean tranquilos, despacio, en el atardecer de aquel mes de marzo: Mario sin saber que aquellosinstantesserán el inicio de un largo camino en silencio; Paula desconociendo que, diez años mástarde, su amigo le confesará todo lo que siente por ella. Capítulo 96 Mañanade un día de marzo, en un lugar de la ciudad. Se ha puesto la camiseta al revés. Menosmal que su madre se ha dado cuenta y la ha avisado a tiempo. Y no solo eso: desayunando, deprisa y corriendo porque llegaba tarde al instituto, ha tirado con el brazo medio vaso de Cola Cao sobre la mesa. Paula está muy tensa y también cansada. No ha dormido en toda la noche. Su cabeza es un hervidero: Mario, Álex y Ángel son los protagonistasde sus pensamientos, tres chicosque están enamorados de ella, dos pasándolo mal y uno al que le está ocultando demasiadascosas. Por eso es imposible centrarse en otras cosas, aunque sean tan importantes como el examen de Matemáticas que tiene a primera hora. Si es que le dejan hacerlo porque en esos momentos suena el timbre del instituto y ella corre por el pasillo con la mochila dando tumbos en su espalda. Es una situación frecuente, pero esta vez tiene más relevancia porque, si no logra entrar en clase, no hace la prueba y entoncessuspenderá el trimestre. El profesor de Matemáticasse asoma por el umbral de la puerta para comprobar que nadie está fuera y la ve. —Buenos días, señorita García. Ya la echaba de menos. El hombre se mete en la clase, pero no cierra la puerta. Paula hace el último esfuerzo y entra en el aula trastabillándose. —Buenos días…profesor…Perdone el retraso —dice jadeando, tratando de recuperar el aliento perdido. —Siéntese. Es la última como siempre. Espero que eso no sea un indicativode su nota en el examen. Paula no está en condicionesde responder al comentario irónico del profesor y no le contesta. Al menos, le deja hacer el examen. Essuficiente. Mientrasse quita la chaqueta, ante la mirada atenta de los chicosde la clase, se dirige a su sitio. El resto está ya sentado, también lasotras Sugus, que la saludan con la mano desde sus asientos. Crisy Miriamsonríen. Diana, sin embargo, está más seria. Paula se da cuenta de que las ojerasde ayer permanecen en sus ojos. No tiene buen aspecto: seguro que esta noche también se la ha pasado estudiando. — Buenosdías, dormilona —le susurra Miriam—. Suerte. —Suerte para ti también —responde en voz baja. De la mochila de las Supernenas saca un bolígrafo, un lápiz y una goma. El paraguas, que no ha tenido que usar todavía hoy, lo deja a un lado de la mesa y la chaqueta la cuelga en el respaldo de la silla. Instintivamente, mira hacia el rincón opuesto del aula donde se sienta Mario. Pero ¿dónde está? En su lugar habitual no hay nadie. Paula lo busca con la mirada por toda la clase. A veceslos profesorestienen la costumbre, o el capricho, de cambiar antesde un examen a algunos alumnosde sitio. Pero en esta ocasión no esasí. La chica no ve a Mario porque no ha ido. El profesor de Matemáticassaca de su carpeta los foliosdel examen y comienzaa repartirlos. Al mismo tiempo, advierte a sus alumnosque no pueden hablar desde ese mismo instante. —¿Y tu hermano?—le pregunta Paula a Miriam. —No viene. Se ha puesto malo. —¿Que se ha puesto malo? ¿Qué le pasa? A Miriamno le da tiempo a responder porque se da cuenta de que el profesor las está observando. C on un gesto con la mano le indica a su amiga que se lo cuenta más tarde. Paula no puede creer que Mario no haya ido al examen. Despuésde tanto esfuerzo va a suspender el trimestre, él, que precisamente es el más preparado de toda la clase y que la ha ayudado tanto estos dos días. Suspira. Solo espera que su ausencia no tenga nada que ver con lo que sucedió ayer. Si ella está afectada, imagina cómo debe de estar su amigo. No entiende cómo no se dio cuenta antes de sus sentimientos. Durante la noche ha recordado anécdotascon él en los díasen los que solo eran unosniños. Por aquel entonceseran inseparables compañerosde juegos, de bromas, de experienciasHasta que empezaron a ir al instituto y, en ese momento, comenzaron a distanciarse. Quizáfue culpa de ella, que no le prestó la atención adecuada al chicoque había vivido a su lado gran parte de su infancia. ¡Qué tonta ha sido ! —Espero no verlas hablar más hasta que salgan al patio y se fumen el cigarrillo —señala el profesor de Matemáticas, que le entrega el examen boca abajo. Paula ni siquiera le responde que no fuma, ni tiene intenciónde hacerlo nunca. Está preocupada por Mario. El examen se halla sobre la mesa, pero ella solo piensa en su amigo. Quiere verlo, pedirle perdón por todo el tiempo que le ha dejado de lado, por esos últimos añosperdidosen los que se alejaron el uno del otro. —El folio en blanco que les he entregado es para que lo usen de borrador, aunque también lo recogeré. Tienen cincuenta y cinco minutospara disfrutar de la magia y el poder de las Matemáticas. Luego, el que disfrutará corrigiendo seré yo. Pueden darle la vuelta a la hoja. Como si de un equipo sinc ronizado se tratase, todos giran el folio al mismo tiempo; todos menos una chica, que en su asiento sigue preguntándose si no es ella la responsable de que su amigo no esté haciendo ahora el examen con ellos. Esa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad. —Ya te vale, ponerte malo precisamente hoy. La madre de Mario mira el reloj. En un par de horas ella y su marido deben coger un avión. Se van hasta el domingo, pero no contaban con este imprevisto. —¿Y qué quieresque haga? — responde el chico, tapándose la cabeza con una manta. —¿Te sigue doliendo la cabeza? — pregunta resignada. —Sí.Me duele. —Y tose. La mujer resopla. No parece que sea demasiado grave, pero si Mario ha dicho que no se encuentra bien para ir a clase, seguro que tiene motivospara ello. Nunca miente con esas cosas. No es como Miriam. Su marido también entra en la habitación. Se está haciendo el nudo de la corbata. Tiene un congreso fuera de la ciudad, un viaje de trabajo, pero con mucho tiempo libre, y por eso su mujer lo acompaña. Ni recuerda el tiempo que hace que no disfrutan de un fin de semana para ellos solos. —¿Cómo estás? —le pregunta a su hijo, que sigue escondido bajo la manta. —Dice que le duele la cabeza y tiene un poco de tos —se anticipa la mujer. —Vaya, qué mala pata. —Me tendré que quedar aquí. —¿Qué?¿Tan mal está? Mario aparta la manta. —No estoy tan mal. Podéisiroslos dos tranquilos. —No te voy a dejar aquí
  • 25. solo si estás enfermo. El chico empieza a sentirse culpable. A su madre le hacía mucha ilusión ese viaje. Cuando ha decidido esta noche que no iría al instituto hoy, no recordaba que sus padres se iban por mañana. —Mamá, que no estoy tan mal. De verdad, no te preocupes, os podéisir. —Mario, no voy a dejarte solo en casa estando enfermo. Pero mira la mala cara que tienes —Esde no dormir, pero no estoy enfermo. —¿No? ¿Y entoncespor qué toses y te duele la cabeza? El chico suspira. Uff. —Hoy tenía un examen y no me lo sabía. —¿¡Qué!?—exclamanal unísono el hombre y la mujer. —Eso, que como no me lo sabía y no quería suspender, pueshe fingido que estaba enfermo. Perdón. —Pero…¿tú crees que esto…? Su madre indignada no sabe qué decir. Su padre, sin embargo, sale del dormitorio terminando de anudarse la corbata con una sonrisilla. No está bien lo que ha hecho su hijo, pero al final su mujer podrá irse de viaje con él. —Lo siento, mamá. —Cuando regrese del viaje, hablaremosde esto. —Vale. Asumo las consecuencias. No lo volveré a hacer. La mujer agita la cabeza de un lado a otro y se marcha de la habitación. Mario se vuelve a meter bajo la manta. Se siente mal por mentirle a su madre, pero no puede contarle la verdad. Ella jamás imaginaría que su hijo se ha pasado toda la noche llorando por amor y jamás creería que le han faltado fuerzasesa mañana para enfrentarse a la realidad. Y es que el dolor del desamor es más fuerte que suspender un estúpido examen de Matemáticas. Capítulo 97 Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. —¿Qué te dio el segundo? —pregunta Miriam, que ha sido de las primerasen salir del examen. —Tres —responde un chico bajito que está a su lado. —¿Tres? A mí me dio siete —indica, desilusionada. Aquel pequeñajo suele sacar buenasnotas. —Y a mí cinco con cinco —se lamenta Cris. Diana esla siguiente en aparecer. Está muy seria. Miriamse acerca a ella y trata de consolarla. —Menuda cara. ¿No te ha salido bien, verdad? No te preocupes, era muy difícil. —Bueno, no sé. Suspenderé como siempre —dice, sin demasiado interés. —¿Qué te dio el resultado del segundo? —Tres. —¿Tres? Como a… este —Miriam, señala al chico bajito del que ni siquiera recuerda el nombre. —Casualidad. —¿Y el tercero? —insiste la mayor de las Sugus. —Mmm. Creo que dos con cinco — responde Diana. —¡A mí me dio eso! —exclama Cris. —Sí, da eso —certificael chico. —¡Joder! ¡A mí ocho! —grita Miriam, desesperada, segura ya de que va a suspender. La puerta del primero B se abre de nuevo. Paulasale resoplando. —¿Cómo te ha salido? —le pregunta Cris. —Ni idea. Era complicado. —¿A que sí? —interviene Miriam—. ¿El primero osdio doce? —No, veintiuno—comenta Cristina. El resto asiente. Sí, el primer problema da veintiuno. —Uff. Puesun cero voy a sacar. —No será para tanto. Algún puntillo tendrás por haber puesto el nombre bien —bromea Cris, un poco más aliviada despuésde comprobar que dos de los ejercicioslosha hecho bien. Miriamla atraviesa con la mirada y levanta el dedo corazón de la mano derecha. El timbre suena anunciando el final de la clase. —Oye, Miriam, ¿qué le ha pasado a Mario? —pregunta Paula, que no se ha olvidado de su amigo en todo el examen. —Se ha levantado enfermo. Decíaque le dolía mucho la cabeza y además tosía bastante. —Ah. Diana escucha la conversación en silencio. —Pero, si quieres que te diga la verdad, me parece que se lo ha inventado. Y como esél, mis padres se lo han tragado. —¿Y por qué tu hermano iba a hacer algo así? —pregunta Cristina, que no se cree la versión de su amiga. —No lo sé. Tal vez no había estudiado demasiado y no quería suspender. Quizá, si habla con el profesor de Matemáticas, se lo haga otro día. Mispadresle harán un justificante. —No me creo que Mario haga eso — insiste Cris. —Puescréetelo. Soy una experta en hacerme la enferma. Y la tos sonaba muy falsa. Paula no dice nada. Prefiere no hacerlo. Si escierto que Mario miente y no está realmente enfermo, cree saber la causa por la que no ha ido a hacer el examen: ella. El timbre vuelve a sonar. La siguiente clase comienza enseguida. —Voy al baño —dice Diana—. ¿Vienesconmigo, Paula?—Pero si ya ha sonado… —Anda, acompáñame, que no aguanto. No tardamosnada. —Está bien, voy contigo. Las dos chicas se despiden de sus amigas y se dirigen al pasillo en el que está el cuarto de baño. —Paula, ¿te puedo preguntar una cosa? —Sí, claro. —Ayer…¿Mario te dijo algo cuando yo me fui? —¿Algo sobre qué? Diana y Paula entran en el baño. Una junto a la otra se sitúan delante del espejo y se arreglan el pelo. —Sobre…sus sentimientos. Paula se gira hacia Diana y la mira a los ojos sorprendida. —¿Hasta dónde sabes tú? ¿Qué te ha contado Mario? —Bueno, no sé mucho. Solo que…—Diana, ¿tú sabías que yo le gustaba a Mario? —Sí —responde en voz baja, tras pensarlo un instante. —¿Y por qué no me habíasdicho nada? Somos amigas. —Porque era un secreto. Y no era yo la indicada para contarte eso. Tenía que ser él quien te lo dijera. Paula resopla, abre el grifo del agua fría y se echa un poco en la cara. Diana lo sabía y debería habérselo contado todo. —De todas formas, no entiendo por qué dejaste que creyéramos que eras tú la que le gustabas. —Porque yo me enteré ayer. Antes no sabía nada. —¿El miércoles? Pero el miércolesfue cuando te fuiste de la casa de Mario llorando. ¿No? ¿No tendrá esto relación con lo que te pasó? Diana no responde y se encierra en uno de los bañosindividuales. Paulala sigue y la espera fuera, apoyada contra la pared. —¿Te gusta Mario, verdad, Diana? Pero no hay ningunarespuesta desde el otro lado de la puerta. Aquel momento no es sencillo para ningunapor el sufrimiento de ambas. Paula, ante el silencio de su amiga, no insiste. Un par de minutos después, Diana sale del baño. Está sonriendo, pero tiene los ojos completamente rojos. —Di…Diana. Y aquella chica, que tan fuerte se había mostrado siempre delante de todos, se derrumba completamente ante su mejor amiga. Lágrimas que ya no ocultan un sentimiento que ha terminado por explotar. Capítulo 98 Esa misma mañana, en otro lugar de la ciudad. La columna sobre Katia para la página webya está terminada. No está mal. Ángel la lee variasveces, cambiaun par de palabrasy corrige algun a que otra coma mal puesta. Hace entoncesuna nueva lectura, la última, porque lo que ha escrito sobre la cantante le gusta bastante. Satisfecho, llama a su jefe para que la lea antes de pulsar el enter y que salga ya publicada en Internet. Jaime Suárez acude rápidamente y lee con detenimiento. —¡Muy bien! Está muy bien. —Gracias, me alegro de que le guste. —Es personal, diferente, también informativay se nota que estáis enamoradosel uno del otro. El periodista cree que ha oído mal las últimas palabrasde don Jaime. —¿Perdone? ¿Ha dicho "enamorados"? —Sí, hombre. Es una columna preciosa y se siente el amor que hay entre los dos. Al menos, yo lo siento. —No estamos enamorados. ¿Por qué dice eso? ¿En qué frase lo percibe? Jaime Suárez mira a un lado y a otro para cerciorarse de que están solos. Luego se sienta en una silla con ruedecitasy se pone las manosen la nuca. —Ángel, por si no lo recuerdas, sigo siendo periodista. —Claroque lo recuerdo. Pero, ¿qué tiene que ver eso? El hombre está a gusto consigo mismo. Se siente triunfador, como el que acaba de encontrar una exclusiva: ¡la exclusiva! — Verás: un periodista tiene que ser intuitivo…—Lo sé, lo sé. Pero… —Y perseguir una corazonada hasta descubrir si se trata de una realidado de algo producto de su imaginación. Y reunir pruebas. —Ya, pero no sé qué tiene que ver eso conmigo y con lo que ha dicho. —Y ademáscontar con dos factores fundamentales: la suerte y la lógica.Pueden parecer opuestos, pero ambos, en un momento dado, se complementan y juntos consi guen que se llegue a la noticia, al núcleo de la información. —No entiendo nada de lo que me está diciendo. Jaime Suárezsonríe. —Yo te lo explico con hechos. Te voy a contar una historia. Hace una semana, cuando Katia vino a hacer la entrevista, ya noté cierto flirteo por su parte. Le gustaste desde el primer minuto. —¿Cómo sabe eso? —pregunta el chico sorprendido. —Soyun zorro viejo, Ángel. Conozco a la personas, su naturaleza. Además, te miraba de una manera especial. ¿No te diste cuenta? —No, y no creo que eso fuera así. —No intentesesconder la verdadconmigo, amigo mío. Pero continúo. —El hombre echa la silla hacia atrás y coloca un pie sobre una de las mesas de redacción—: en ese instante tuve una corazonada, una intuición, el presentimiento de que tú y ella comenzaríais una relación. Ángel se queda con la boca abierta y sigue escuchando lasreflexionesde su jefe. —Entoncesempiezan a darse circunstancias que reafirman mi presentimiento. Ella te lleva en coche a no sé dónde el primer día, pide tu móvil y luego te reclama para que asistas a su sesión de fotos. Además, creo que luego os fuisteis juntos, ¿no? Eso al menos me contó Héctor. —Sí, así fue —responde Ángel. —No sé qué pasaría esa noche ni quiero saberlo, claro. Es asunto
  • 26. vuestro. Pero, y aquí entra en juego la lógica, sería normal que entre una chica joven y preciosacomo ella y un tío también joven y guapo como tú pudiera pasar algo. Si se van solos, de noche y en el coche de ella, las posibilidadesaumentan. —Puesno pasó nada —miente. El hombre sonríe pícaro. No lo cree, pero no va a contradecirle. —Vale, no pasó nada. Pero esnormal que dos chicosguapos, jóvenesy sin compromiso conocido se gusten y comiencen una histori a entre ellos. ¿Es lógico o no es lógico? —Simplemente, esuna posibilidad. —Da igual, llámalo como quieras — protesta don Jaime—. Sigo atando cabos. El día que Katia tiene el accidente, da la casualidadde que tú estás en el lugar de los hechos sin que te avise nadie para que cubrasla noticia. —Había muchos periodistasallí. —Sí, escierto, pero ningunodispuso de lasinformacionesque tú obtuviste. Es más, diría que hasta llegaste a ver a Katia en su habitac ión, ¿me equivoco? El chico no responde. Se limita a seguir escuchando lo que Jaime Suárez sigue diciendo. —No, no me equivoco.Y, por si fuera poco, el miércolesKatia aparece en la redacción de la revista porque habíasquedado con ella para tomar café. —Noshemos hecho amigos. Esverdad. —¿Amigos? ¡Amigosíntimos! Jaime Suárez se pone de pie y suelta una carcajada. Ángel lo observa. Camina de un lado para otro con lasmanos en la espalda. —Ayer — continúa relatando el director de la revista— alguien vio a Katia entrando en un edificio. Iba acompañada de un chico guapo, alto, bien vestido, que se parecía mucho a ti. ¿Eras tú? Ángel duda en responder la verdad. Pero si aquel hombre está diciendo todo aquello es porque tiene pruebasconvincentes. Así que mentir no es una buena solución. —Sí, era yo. —Menosmal que lo reconoces, porque ese alguien que osvio era mi mujer. —¡Joder! ¿Su mujer nos vio? —¡Sí!Por eso te he dicho antes que también en la noticia intervienenla suerte, el destino, las casualidades. Mi mujer confirmó mi corazonada y aportó la prueba definitiva: la que demuestra que tú y esa chica tenéisuna relación. Ángel se manti ene en silencio un instante. Mientrassu jefe continúa hablando, él busca algo entre sus cosas. —Pero no te preocupes, yo no diré nada. Y la revista no publicará nada sobre vuestra relación. Eso sí, si la prensa del corazón se hace eco de que… ¿Ángel, qué haces? El periodista abre la carátula del CD que estaba buscando y mete el disco en su ordenador. —Escuche —le indica a Jaime Suárez. Esel tema de Katia, cantado por ella misma. Suena algo diferente a la canciónoriginal, pero Jaime no entiende por q ué Ángel quiere que oiga Ilusionasmi corazón.Sin embargo, en unossegundos, lo descubre. La letra no es la misma: los protagonistasde la canción se llaman Ángel y Paula. —Pero, ¿qué significa esto? —Veo que lo ha notado. —¿Ese Ángel eres tú? —Sí. Y Paula es mi novia. Mañana essu cumpleañosy le pedí a Katia que me hiciera este favor. Esuna gran fan suya y que le dedique esta canción significará mucho para ella. En el edificio donde su mujer nosvio entrar hay un estudio de grabación, donde ayer nos pasamos toda la tarde grabando esta versión especial de Ilusionasmi corazón. Jaime Suárez no recuerda ninguna ocasión en la que errara de esa manera. ¡Menos mal que ha sido con uno de sus chicos! —Lo siento, Ángel. Estoy avergonzado. —No se preocupe. Entiendo quetodas las pruebas conducían a deducir que Katia y yo tenemos una historia, lo que demuestra que ni aunque la intuición, la lógicay la suerte se junten, eso garantice que el periodismo sea una cienciaexacta. Despuésde esa última frase, el periodista vuelve a guardar el CD en su carátula. Sonríe a su jefe y pulsa el enter para que la columna de opinión sobre Katia aparezca en la página webde 1a revista. Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Álex no va esa mañana a la ciudad. En casa, prepara la clase de esta tarde con Agustín Mendizábal y susamigos. Menosmal que hoy es viernesy la tiene una hora antes. También intenta escribir un nuevo capítulo de Tras la pareda pesar de no encontrarse muy inspirado. De vez en cuando se atasca y, al repasar cada párrafo, todos le parecen iguales. Y entoncesse culpa de su torpeza y de su falta de talento. Constantemente mira el móvil y siente la tentación de llamar a Paula. La última conversaciónde anoche le hizo pensar. Tal vez la esté agobiando demasiado. No quiere que eso pase, pero le cuesta controlarse. A vecessus sentimientos le desbordan y la necesita. Necesita saber de ella, oír cómo se ríe. A pesar de que se conocen desde hace poco tiempo, y no se han visto demasiado, se ha enamorado como nunca antes lo había hecho. Pero ella tiene novio, y ese es un gran inconveniente o, más bien, una tortura, y lo que hace que en ocasiones entristezca y lo dé todo por perdido. Imaginar que la chicaa la que quieresestá en los brazos de otro y que la besa y la abraza resulta desolador. Quizá en estos momentos esté con él, haciendo quién sabe qué. Álex suspira. Sí, realmente vivir así esuna tortura. Le apetece subir a la azotea de su casa y tocar el saxofón para desahogarse, pero llueve otra vez. Así que se debe conformar con mirar por la ventana de su habitación y tocar sentado en la cama. La música del saxo invade toda la casa recorriendo cada rincón con su triste melodía. Capítulo 99 Esa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad. Un nuevo viernesque se termina, al menos para los alumnosdel instituto. Se acaban lasclaseshasta el lunes, ocasión de festejos y celebraciones, aunque no muc hos. La semana que viene esla última del segundo trimestre y está llena de exámenesque determinarán las notas finales. Lascuatro Suguscaminan juntas por los pasillos del edificio hacia la salida. Miriamy Crisllevan discutiendo todo el día sobre los motivosde Mario para no ir al examen. ¿Fingió que estaba enfermo o no? Su hermana se reafirma una y otra vez en que sí, pero Cristina opinaque Mario no escapaz de algo así porque, además, es el mejor de la clase en Matemáticas y, si se hubiera presentado al examen, lo habría aprobado sin dificultad. No necesita mentir y decir que se ha puesto malo. Paula y Diana se mantienen al margen. Prefieren no expresar su opinión, aunque ambascreen comprender lasrazonespor lasque el chico no ha aparecido.Desde que terminó el examen de Matemáticas, Paula y Diana están más unidasque nunca: son másamigas, se conocen un poco más. Por primera vez, Diana se ha abierto. Ha sacado sus sentimientos al exterior y Paula estaba allí para tenderle su mano. Aunque ella es la tercera implicada de ese extraño triángulo amoroso, siente la necesidad de estar al lado de su amiga. En el cuarto de baño hablaron. Diana se desahogó y soltó todo lo que su corazón escondía. Paula la escuchó durante esa hora en la que faltaron a clase de Tutoría. Nunca había visto a su amiga llorar de esa manera. Desconsolada, repetía que no sabía qué le estaba pasando, no entendía cómo había podido llegar a eso por amor, o lo que ella creía que era amor. Su primer amor. Un beso en la frente de Paula a Di ana selló su apoyo incondicional hacia su amiga, fueran cuales fueran lospróximosacontecimientos. —Bueno, entoncesquedamosa lasocho en mi casa —apunta Miriam, que ya se ha olvidado por completo del examen de Matemáticas—. LasSugustenemos que celebrar tu cumpleañosa lo grande. —Vale. Vale. Llevaré helado y comeremos pizza — comenta Paula. Aunque sea en casa de Miriamy con Mario cerca, en otra habitación, le vendrá bien olvidarse de todo al lado de sus amigas. Y a Diana también. —Lo pasaremos bien. Mis padresno están y podremos desmadrarnosun poco. ¿Contratamosun boy? —Estás loca, Miriam —comenta Cris, negando con la cabeza, aunque con una amplia sonrisa. —Hey, ¿qué pasa?¿A ti no te gustaría ver a un tío de esos bailando para nosotrassolas? —¡No! ¡Qué vergüenza! —Ya, ya, vergüenza…Tú eres tímida y vergonzosa hasta que dejas de serlo. ¿O ya no recuerdasqué pasó hace un mes cuando te pillaste aquel ciego de Malibú? — Puesno, no me acuerdo, lista. —¿Te refresco la memoria? —Déjalo, anda. Diana y Paula observanen silencio la divertida discusión de sus amigas. Sonríen. Están más relajadas. Aunque saben que las cosaspueden cambiar pronto, ellas permanecerán unidas. Lascuatro comparten una forma parecida de vivir la vida. Son diferentes, pero su espíritu es muy similar, un espíritu libre, una misma esencia. Se divierten juntas, se entienden bien y, envidias de esas que llaman sanasaparte, se respetan. Pero sobre todo se quieren, ese es el gran secreto de lasSugus: se quieren mucho. —Vale, puessin boy. Ya inventaremos algo. —Podemos jugar un trivial —comenta Cristina. —Sí, o un parchís, ¡no te jode! Para un día que me dejan sola en casa, nosvamosa poner a jugar al trivial. —Eso lo dicesporque siempre pierdes. —Eso lo digo porque…¡Bah, paso de ti! Las Sugusllegan a la puerta del instituto entre gritos y risas. Llueve desde hace un rato con mayor intensidad. —A lasocho en mi casa. ¡Sed puntuales! —exclama Miriam, que sale a la calle abriendo su paraguas—.¿Vienes, Diana? —Sí,
  • 27. espérame. Se despide primero de Cristina, a la que guiña un ojo, y luego de Paula, a quien da un beso en la mejilla. —Esta noche nos vemos. Y gracias por todo. Paula sonríe y contempla cómo su amiga corre hasta Miriamy se refugia bajo su paraguas. Esuna gran chica y le da mucha pena que lo esté pasando tan mal. Solo espera que todo se arregle y que las cosasvuelvan a la normalidad. Ya lejos, Miriamy Diana dialogan. —¿Creesque se ha enterado de algo? —No, no sospecha nada. —Lo del boy ha estado bien, ¿verdad? —No te habríasatrevido a contratar uno. —¿Que no? —No.—Puestienesrazón. Pero seguro que no necesitamosun boy para que el cumpleañosde Paula sea un éxito. —Seguro. —¿Tienesya loscondones? —No. Esta tarde iré a por ellos. —Bien. Yo ya tengo reservada la habitación del hotel. Diana sonríe. Recuerda su primera vez. No fue como había imaginado: lo hizo mal, deprisa y con quien no debía, pero aún así fue especial. Y seguro que para Paula también lo será. Se lo merece. Capítulo 100 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciuda d. Han pasado la mañana juntas. Mástarde han dado un paseo por la montaña, sin nadie que lasmoleste, sin horarios, sin móvilesy sin fans. Ni la lluviaha podido con ellas. Finalmente, han regresado a casa cansadas y empapadas, pero con sensacionesrenovadasy muy positivas. Son másde lasseis y media de la tarde y acaban de terminar de comer. Katia sirve una copa a Alexia, un ron con Coca Cola, y se sienta en el sillón de al lado. La cantante ha invitado a su hermana a comer para agradecerle el gran día que han compartido y que le haya prestado el coche durante toda la semana. El mecánico llamó por la mañana para c onfirmarle que, a partir del lunes, ya tendrá de nuevo a su disposición el Audi rosa. —Hacía tiempo que no pasábamosun día tan bueno juntas. ¿Desde cuándo tú y yo no comíamos así? Las dos solas y tranquilas. Por cierto, ha sido un detalle que me hayasinvitado, aunque hayasencargado losplatosal restaurante chino —dice la hermana mayor bromeando, mientras echa el refresco en el vaso. —Esque hacer la comida no es lo mío, ya lo sabes. —Lo sé. De todas maneras, los tallarinescon bambú estaban muy buenos. —Y el pato a la naranja, también. —Tenemosque repetir más a menudo díascomo el de hoy. Pero, con tu agenda tan apretada… —Lo siento —se disculpa Katia con sinceridad. —No te preocupes, lo entiendo. Sé que es difícil que encuentrestiempo libre para otras cosas. —Sí. He estado tan ocupada durante estos meses que apenasme ha quedado tiempo para hacer lo que siempre he hecho. Katia se da cuenta de lo olvi dado que ha tenido todo lo que hacía antesde convertirse en una celebridad. —No debe resultar sencillo ser una cantante tan famosa y pararte a mirar dónde estás. —Ya. Pero esta semana de descanso me ha venido muy bien para pensar. —¿Sí?¿Y qué haspensado? La chica del pelo rosa cruza laspiernasy se pone una mano en la barbilla. —Algunascosas. —¿Como qué?—Por ejemplo, que uno no dirige su propia vida, sino que esella la que te dirige a ti. —Qué profunda. ¿Y por qué diceseso? — Por variasrazones. Por ejemplo, el accidente de coche. Podría haber muerto sin previo aviso. —No te pongasdramática. Afortunadamente, solo fue un susto. —Sí, pero es una circunstancia que se te escapa. Tú no puedesprevenir que algo así te vaya a suceder, son cosasque la vida te tiene preparadas y que es imposible descifrar. En un segundo todo puede variar. —Puede ser. —Otro ejemplo: un día cualquiera conocesa alguien que piensasque espara ti, pero él no cree lo mismo. Tú intentas dirigir tu vida, que esa persona forme parte de ella de una manera y, sin embargo, resulta que forma parte de otra vida: no es lo que tú quieras que sea. Alexia arquea lascejasy se frota el mentón. —Pero, en ese caso, no es la vida quien te dirige y toma decisiones. Es otra persona, como tú y como yo, la que lo hace. No es un ejemplo válido. —Sí que lo es. Es el destino, la vida misma, la que guía a la otra persona. Porque su vida actual ya está condicionada por lo que le ha pasado antes o por lo que él está viviendo ahora. La vida lo dirige a él y, de rebote, me dirige a mí. La hermana mayor bebe y reflexiona unos segundos. —Resumiendo, que Ángel sigue sin hacerte caso —comenta mientrasdeja el ron con Coca Cola en la mesita. —Me quiere solo como amiga — responde Katia, sincerándose. —Tanta Filosofía para llegar a una conclusión tan simple y sencilla. Ya te vale, hermanita. —Soy así de tonta. —Tú no eres tonta, eres muy lista. Mira hasta dónde has llegado. —Cosasde la vida. —¿Otra vez con eso? Katia, te voy a ser sincera: tieneslas armas y la inteligencia suficientespara conseguir a quienquieras, pero te pasa una cosa. Eresmuy legal, demasiado legal, y el amor es como una batalla. Hay un objetivo por el que debes luchar y rivalesa los que tienesque derrotar. Y, para eso, vale todo. —Estás exagerando, Alexia. No esuna guerra, no es una cuestión de vida o muerte. —¿No? ¿Estás segura? Katia suspira y descruza laspiernas, echándose haciaatrásen el sillón en el que está sentada. —Yo no estoy segura ya de nada, hermana. Alexia saca de su bolso un paquete de Malboro y se enciende un cigarro. —Tienesuna rival, ¿no? La noviade Ángel, una cría que tal vez ni siquiera sabe lo que quiere y que se ha encaprichado del periodista. ¿Creesque espara toda la vida? —No lo sé. —Puesya te lo digo yo: no. Esa relación durará semanas o meses. Con un poco de suerte igual llegan al año. Y después, ¿qué? También te lo digo yo: él querrá o dirá que quiere a otra; y ella, lo mismo. —Eso lo sé. Es normal que si lo de Paula y Ángel no funciona, losdos rehagan su vida con otras personas. —¿Y entonces? —pregunta Alexiasacudiendo las cenizasdel cigarro en un cenicerode cristal. —Entonces, ¿qué? —¿Tú creesque no se puede pelear por un chico de veintidósañosque acaba de empezar a salir con una niña de instituto? ¡Por Dios, Katia! Millonesde rolloscomo ese comienzan y acaban todoslosdías. Son histori asinconcretas, historias que viven del momento y en las que, por mucho futuro que crean que tienen juntos, nunca se aspira a más que a seguir soportándose la semana siguiente. —Pero están enamorados. —¿Enamorados? ¡Venga ya! Katia, desmoralizada, se tumba en el sillón. —Estoy desesperada. No me lo quito de la cabeza. Ayer pasé la tarde con él y fue genial. Pero él no pensaba en mí sino todo el tiempo en ella. Intentaba olvidarme de eso, de que hay otra, y quería disfrutar de mi momento. Pero fue imposible. Alexiaapagael cigarro.Se levanta y se sienta en el sillón en el que está tumbada su hermana. Dulcemente, le acariciael pelo y le da un beso. — Debes pelear por ese chico, Katia. —No tengo nada que hacer con Ángel. No me quiere a mí. —¿Le has dicho lo que sientes por él? —No, pero se lo debe de imaginar. Tonto no es, precisamente. —¿Nuncale hasconfesado que lo quieres? —No. —Puesdebes hacerlo. Y ya. —¿Cómo voy a hacer eso, Alexia? —Muy fácil: vasy se lo dices. —Que vaya, ¿adónde? —Donde sea, hermana: a su casa, a la revista, al fin del mundo…Tú misma eres la prueba de que quien quiere algo debe luchar por conseguirlo. Saliste de la nada y saltaste al mundo de la música abriéndote paso tú sola. Hoy eres la ca ntante que vende más discos en este país. Katia resopla. Su hermana le coge una mano y se la aprieta. —Alexia, no eslo mismo. —No. Conseguir a Ángel es más sencillo, porque esconvencer a una persona; vender discos es convencer a muchas. La chica suelta la mano de Alexia y se sienta otra vezen el sillón. —Lo vesmuy fácil. Y seguramente sea lo más difícil con lo que me haya encontrado hasta ahora. —No he dicho que sea fácil, he dicho que esmás fácil que Ángel se enamore de ti que conseguir todo lo que has conseguido. —Tú, entonces, ¿qué sugieres? ¿Que vaya a su casa y le diga que estoy enamorada, que no puedo vivir sin él y que deje a su novia por mí? Alexia sonríe. —Con otras palabras, pero sí. Te sugiero exactamente eso. —No puedo hacer eso. —Sí puedes. El no ya lo tienes. Solo puedesganar. — Puedo perder su amistad. —Hermana, no se puede ser amiga de la persona de quien estás perdidamente enamorada. Esuna ley no escrita y que muchos intentan disfrazar, pero eso no es una amistad sincera. La chica comprende lo que su hermana le está diciendo. Tiene razón: si quieresa alguien e intentas ser su amigo, tarde o temprano explotará lo que llevasdentro. Buscarásmás, porque no estás a su lado simplemente porque te cae simpático o compagináis bien sino por el amor que sientes hacia él o ella y por la esperanza de que algún día se dé cuenta de que eres el chico o la chica de su vida. —Katia, ve a por él ahora mismo y dile que lo quieres. —Pero…—Hazlo. O algún día te arrepentirásde no haberlo hecho. La cantante suspira y cierra losojos. Luego los abre de nuevo y mira a su hermana con emoción. —Tienesrazón, Gracias. Se levanta del sillón y, con las llavesdel coche de Alexia en la mano, sale de su piso decidida a intentarlo por última vez. Capítulo 101 Esa tarde de un día de marzo, en un lugar de la ciudad. Le resulta increíble pon erse nerviosa en momentos como ese,
  • 28. pero le sucede. A Diana le da vergüenza comprar la caja de preservativospara Paula y Ángel. Pese a su experiencia sexual, solo esla segunda vez que lo hace, y la primera fue en una gasolinera fuera de la ciudaddonde la llevó un motorista mayor de edad. Siempre había convencido al chico de turno con el que mantenía relacionespara que fuera él quien se encargara de ese tema. Por si fuera poco, la farmacia está llena de gente. Solo espera que no la vea ningún conocido.Hay dos personas detrás del mostrador: una farmacéutica muy joven, que seguramente esuna becaria en prácticas, y un chico de unos treinta años, bastante atractivo. Uff. ¿Qué pensará de ella cuando la vea aparecer con la caja de condones? Posiblemente, nada . Estará acostumbrado a que todos los días adolescentes, incluso más jóvenes, compren anticonceptivos. Pero aún así, preferiría que la que le atendiese fuera ella. Da u na vuelta más por el establecimiento. Coge una caja de aspirinasy un paquete de caramelosde menta. A continuación, se acerca a la zona donde están los preservativos. ¿Cuál elige? ¿De sabores? No, para la primera vez es mejor algo clásico. Paquete de doce de Durex. La farmacia se va vaciando de gente. Quedan solo dos ancianitasque conversan amigablemente con el farmacéutico, al que cuentan una por una todas sus dolencias. La otra chica no atiende a nadie en esos instantes. Es el momento de ir a pagar. Diana se da prisa para terminar con aquello cuanto antes. Pone lasaspirinas, loscaramelos y los condonessobre el mostrador y saluda con una sonrisa forzada a la becaria. La chica le responde con otra sonrisa y comienza a pasar loscódigos de barras por la máquina. Primero las aspirinas, luego loscaramelosy finalmente lospreservativos. Sin embargo, hay un problema con estos últimos. La máquina no los reconoce. Lo intenta varias vecessin éxito. —Perdona que te interrumpa, Juan — le dice finalmente a su compañero—. ¿Puedesvenir un segundo? La máquina no me reconoce lospreservativos que esta chica ha comprado. El farmacéutico se acerca hasta ellasy revisa la caja. —Con estossuele pasar a menudo — dice mientras teclea a mano el código de barras de loscondones—. Ya está. Juan, el farmacéutico, mira sonriente a Diana, aunque no esel único. Las dos ancianas observan a la chica y murmuran algo. Por la expresión de su cara, no parece que sea nada bueno. Diana, roja como un tomate, da las gracias a Juan, el farmacéutico, y paga. Con unabolsita llena con lo que ha comprado en la mano, se despide de los dos y sale lo más rápido posible de la farmacia. Y esque, por mucha experiencia que se tenga, hay cosasque siempre imponen. Sobre todo si hay un chico guapo implicado. Esa tarde de marzo , en otro lugar de la ciudad. Se ha pasado toda la tarde durmiendo y tiene que reconocer que le ha sentado de maravilla. Le ha servido para recuperar fuerzasy para dejar descansar su agotada mente. Tantos líos y emocionesen losúltimos díasle han provocado un cansancio físico y mental más propio de un corredor de bolsa que de una estudiante de bachiller. Paula se mira en el espejo. Son sus últimashoras con dieciséisaños, pero se sigue viendo muy niña. —Toc, toc. Ericahace con la boca el ruido de llamar a la puerta, que su hermana tiene abierta. Pero ella es muy educada. —Pasa, princesa.La pequeña entra corriendo en el dormitorio de Paula y se lanza sobre ella. Su hermana la coge en brazos y recibe muchos besos pequeñitospor toda la cara. —¿Y este entusiasmo a qué se debe? —¿Qué? —Erica no entiende lo que le dice. —Que por qué me das tantos besos… —Porque estu cumpleaños. Paula baja a su hermana al suelo. Pesa. Ya casi no puede con ella. — Pero todavía no es mi cumple, cariño. Quedan unashoras. Mira, cuando el relojtenga las dos agujasen el doce será mi cumpleaños. ¿Sabescuál esel doce? — El que tiene el uno y el dos juntos. —Muy bien. Ese es. Qué lista eres. —Pero mamá me ha dicho que te vasa dormir fuera. Y no me gusta. ¿Por qué no te quedasconmigo? La niñase pone triste. En realidad, lo que verdaderamente le preocupa esque no vaya a haber tarta. Si su hermana no celebra el cumpleaños en casa, no habrá pastel. Paula no sospecha las razonespor las que a Erica le afecta tanto que vaya a pasar la noche en casa de Miriam. Vuelve a coger a su hermana en brazos y la besa en la mejilla. —Pero si vuelvo mañana. Y entonceslo celebraremoslos cuatro: papá, mamá, tú y yo. ¿Vale? —¿Pero habrá tarta? — No lo sé, princesa. Eso escosa de mamá. —Ah. Erica entoncesdescubre que se ha equivocado de persona. Salta al suelo de nuevo y le da un último beso a su hermana antes de salir corriendo haciala cocina, donde está su madre. Paula sonríe. Vuelve a mirarse en el espejo. No, ya no es una niña. Se termina de arreglar, coge la mochila de lasSupernenasen la que lleva el pijama y baja para despedirse de sus padres. Está feliz, segura de que va a ser una noche muy entretenida. Entra en la cocina donde su madre y su padre conversan. También está allí la pequeña Erica, que casi no puede respirar de la emoción. ¿Qué le pasa? —¡Nosvamos a ver a Mickey! — exclama la pequeña, fuera de sí. La chica no comprende nada. ¿Qué se ha perdido? —Paula, como no sabemos a qué hora llegarásmañana y a qué hora te volverása ir después —empieza a decir Mercedes —, hemos decidido tu padre y yo darte ya tu regalo de cumpleaños. — Aunque últimamente no te lo has merecido demasiado —añade Paco, que saca un sobre que tenía escondido detrás de la espalda y se lo entrega a su hija. Paula lo coge y lo abre nerviosa. Por losgritosde Erica, intuye lo que es. —Esmás bien un regalo para todos. Pero sé que a ti te hacía mucha ilusión desde hace mucho tiempo —comenta su madre, mientras la chica trata de abrir el sobre sin romperlo demasiado. Por fin, Paula lo consigue. Del interior del sobre saca cuatro billetes para Disneyland-París. Sonríe tímidamente. Era su sueño de pequeña. Ahora con casi diecisiete añosno eslo mismo, pero le sigue haciendo ilusión. —Bueno, ¿te gusta? ¿No dicesnada? —pregunta Mercedes, expectante. —Gracias. Me encanta. Abraza y besa a su madre y luego hace lo propio con su padre. —¡Voy a ver a Mickey! ¡Voy a ver a Mickey! —continúa gritando Erica, dando saltosde alegría. Essu personaje de Disney favorito. Lo que nadie sospecha en ese momento es la importancia que MickeyMouse va a tener en la vida de Paula a medio y largo plazo. Capítulo 102 Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad. Final de la clase. Álex recoge todo rápido para poder irse cuanto antes. Tiene mucha prisa. Losancian osse van despidiendo uno a uno de él. Sin embargo, una voz conociday distinta sobresale de entre lasdemás. Es una vozfemenina. —Hola, Álex. ¿Cómo estás? Irene está tan impresionante como siempre, guapísima, con losojosperfectamente pintadosy los labiosincreíblemente carnosos. Va mástapada que de costumbre, con un jersey azul marino de cuello alto y un pantalón negro ceñido, pero su silueta sigue siendo imponente. —Hola, Irene. —He venido a recoger a Agustín. ¿Lo has visto? —Sí. Ha ido al baño, enseguida vuelve. La chica se queda en silenciomientrasÁlex continúa ordenando la sala. —Oye, he estado pensando y creo que te debo una disculpa —dice la chica, cuyo tono al hablar es diferente al habitual, más serio y sobrio. Álex deja de recoger las cosasy escucha atentamente lo que su hermanastra tiene que contarle. —Dime. —Verás, no soy muy buena en esto porque no estoy acostumbrada a pedirle perdón a nadie. Pero, despuésde estar toda la noche pensando en lo que hice y en cómo me comporté, me siento obligada a disculparme contigo. —Te pasaste bastante esta vez. —Lo sé. Y entiendo que me odies. —Bueno, no te odio. Eresmi hermanastra al fin y al cabo. No tenemos la misma sangre, pero continuamossiendo familia. —Ya.¿Entoncesme perdonas? —Me costará un tiempo olvidarme de lo que has hecho, pero te perdono. La chica sonríe débilmente y da un abrazo a su hermanastro, que se ruboriza al sentir el voluminoso pecho de Irene pegado al suyo. —Me alegro de haberlo arreglado un poco. —Y yo. No me gusta estar enfrentado con nadie. El señor Mendizábal aparece por fin.Se está subiendo la bragueta del pantalón y tose ostensiblemente. —¡Ah! ¡Has venido por mí! ¡Es que eres la mejor! — exclama cuando ve a la chica. A Irene le cambia el rostro. Sigue sin soportar a aquel hombre, pero no le queda más remedio qu e vivir con él estos tres meses que dura el curso de Liderazgo. Mejor rodearse de comodidadescomo las que aquel tipo le ofrece que estar sin ningún sitio adonde ir, aunque sea aguantando las gilipollecesde aquel viejo verde. —Espero que me readmitaspronto en tu casa o asesinaré a este viejo —le susurra al oído a Álex, mientras abre la puerta de salida. —Si veo progresos en ti, podrás volver en unassemanas. Irene resopla y, tras despedirse de su hermanastro con dos besos, acompaña a Agustín Mendizábal hasta su coche. Álex sonríe. Parece otra. Y aunque no cree que Irene haya cambiado de un día para otro, no está mal que le haya pedido p erdón
  • 29. por todo lo que ha hecho. Esa tarde de marzo, en ese mismo instante, en otro lugar de la ciudad. Hay bastante tráfico, másdel que esperaba. Además, la lluvia lo complica todo. Pero eso ahora no importa. A Katia lo único que le preocupa esencontrar a Ángel y decirle todo lo q ue siente por él. Conduce hacia su casa. En la radio del coche de Alexia suena Bring me to life, de Evanescense. Pasaun semáforo en naranja, pisa el acelerador, cambiade carril y adelanta a un Seat Ibiza blanco que ya estaba deteniéndose. Está nerviosa. ¿Qué le va a decir exactamente? Nunca se ha declarado a nadie, siempre le han entrado a ella. Y, por cierto, ningunade esas ocasionesla recuerda como un modelo a seguir. ¿Debe sonar desesperada? No, esa no es una buena forma de decirle a alguien que le quieres. ¿Triste? No, eso es ser victimista y quizá lo único que lograríasería dar pena. ¿Tal vez lanzada? ¿Y si se tira a sus brazos? Tampoco esuna buena idea. Ya pasó en una oportunidad, cuando Ángel se emborrachó, y todo terminó mal. ¿Entonces? Quizá lo mejor sea comportarse tal y como ella es: hacer y decir lo que le venga en ese momento a la cabeza, lo que le pida el cuerpo, con naturalidad, improvisando.Sí, ese esel mejor plan. Katia llega a la calle en la que vive Ángel. No sabe si estará en casa o en otra parte. A lo mejor sigue en la redacción de la revista. Aparca y, cuando se va a bajar, su móvil personal suena. Es Mauricio Torres. —Dime —contesta —Katia, ¿dónde estás? —pregunta el hombre, al que nota por la voz que está preocupado. —Enel coche. ¿Por? —¿Vienesya hacia aquí? —¿Cómo? —¿Que si ya estásviniendo para la sala donde tienes el bolo esta noche? "¡Joder! ¡Es verdad!…". Se le había olvidado por completo. —No. Aún no. Estoy haciendo…unosrecados. ¿A qué hora tengo que estar ahí? —A las diez en punto te quiero aquí.Recuerda que hicimosun trato. La cantante mira el reloj del coche. Son lassiete y media. Hay tiempo. —No te preocupes, ahí estaré. Es muy pronto todavía. Mientras responde, Ángel sale de su edificio y se mete en un taxi. —Bueno, te llamaba para recordártelo. Máste vale estar, porque si no… —Mauricio, luego hablamos, ahora te tengo que dejar. Un beso. —Katia, ¿pero qué…? La chica apaga el teléfono y pone en marcha el motor del coche. ¡Es Ángel! Pero, ¿adónde irá? No va a tener más remedio que seguirlo. Aunque, con el tráfico que hay y la lluvia que está cayendo, no será nada sencillo. Ya esde noche, ese día de marzo, en un lugar de la ciudad. Marioescucha cómo la puerta de su casa se abre y se cierra constantemente. El timbre ha sonado unasdiez o quince veces. No comprende nada. Se oye como si hubiera un grupo de gente abajo. Sin embargo, no tiene ningún interésen averiguarlo. Esposible que en ese ruido tenga que ver Paula y, ahora mismo, no le apetece verla. Prefiere seguir en su cama acostado. Van a ser unosdíasdifíciles. Tiene que olvidarse de ella de una vez por todas. — ¡Mario, sal! —grita su hermana desde el pasillo—. ¿O esque te vasa quedar ahí dentro toda la noche? —Déjame. Estoy durmiendo. —¡Venga ya! Paulaestá a punto de venir. Confirmado. Ella no está, pero estará. Seguro que han montando una de esasfiestas de pijamasen las que las chicashablan de sus cosas, especialmente de tíos. —Luego salgo —miente. Se pone los cascosdel MP4 a todo volumen y se tapa la cabeza con la almohada. Sabe que esa actitud no es la más adecuada, que se está comportando como un crío, pero no tiene la intención de seguir pasándolo mal. Al menos, no por hoy. —Mario, sal de tu cuarto, que estamos todos abajo ya. Ahora no es Miriamla que habla sino Diana. Todavía no se ha cruzado con él ni se han visto en ese dí a. Cuando ha llegado, el chico estaba ya encerrado en su habitación y no quiso molestarle. Ahora Mario no la puede oír. Solo escucha la música de U2 con el sonido al máximo en su reproductor. Capítulo 103 Ocho de la tarde de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad. Espera que el helado de macadamia no se haya derretido. Paula ya está en la urbanización en la que vivenMiriamy Mario. Antesella también tenía su casa allí. Luego, su familia se mudó a otra zona de la ciudad, pero ella siguió conservando a muchos de los amigosde siempre y luchó por permanecer en el mismo colegio y, después, ir al mismo instituto que ellos. Sus mejores recuerdosson de allí y le encanta volver de vez en cuando y echar la vista atrás. Nada parece que haya cambiado en todos eso s años. Sí, hay un supermercado nuevo, mástiendas y hasta van a abrir un centro comercial, pero la apariencia continúa siendo la misma. La chica camina deprisabajo la lluvia.En el trayecto en autobús ha pensado mucho en su situación actual, en la última semana de su vida. Hace ocho díastodo era distinto: a Ángel solo lo conocía por Internet, Álex no existía y Mario era un amigo de la infancia. Ahora tiene a tres chicosenamoradosde ella, está a punto de perder la virginidady en una semana se irá a Disneyland-París. ¡Increíble! ¿Llegará un momento en el que las novedadesse detengan y logre una mínima estabilidad? Eso espera, porque su resistencia física y mental se encuentra al borde del abismo. Ya está frente a la puerta de los Parra. Lasluces de la casa están encendi das. Llama al timbre y espera. Nadie abre. Estarán en la cocina. Llama una segunda vez y escucha unospasosque se acercan y que luego se alejan. Paula no c omprende qué pasa. Insiste llamando en una tercera ocasión. Pasanunossegundosy, por fin, Miriamle abre la puerta. —¡Hola! —grita y se adelanta a darle dos besos. —Hola. Ya empezaba a pensar que no queríaisque entrara. —Qué cosastienes…Diana y Crisaparecen también para recibir a su amiga. Esta las observa con curiosidad. ¿No van demasiado arregladas? ¡Si hasta se han pintado como si fueran a salir de fiesta! —Ah, ya estáis todas aquí. ¡Qué guapas! Si lo llego a saber, me habría arreglado un poco más. Las chicasbesan a su amiga. Cristina coge el helado y lo lleva a la cocina mientrasPaula se q uita el abrigo y busca un sitio donde dejar el paraguas. —Estásperfecta, muy guapa, como siempre —dice Diana, que parece que se encuentra mejor que esta mañana. —¡Qué va! Vosotras sí que estáisbien. Pero me podáishaber avisado de que os ibaisa vestir así para no desentonar tanto. —Qué tonta estás. Si parecesuna modelo —comenta Miriam, que está además pendiente de otras cosas. Aunque Paula no se ha pintado tanto como sus amigasni se ha vestido para la ocasión, luce como si lo hubiera hecho. Lleva un jersey rosa oscuro, con pequeñosfilitosrojosy un pantalón vaquero blanco muy ajustado. Se ha puesto, además, unos pendientesde aros y se ha planchado el pelo. —Ya, "una modelo", dice. ¿Y vosotras, qué? —Nosotrasnada. Por mucho que queramos, nunca seremoscomo tú — responde la mayor de lasSugus, que con la mirada le indica algo a Diana. —Qué exagerada eres. Entre piroposy sonrisaslaschicascaminan hasta la puerta del salón. Cristina sale de la cocina y se reúne con ellas. Abren la puerta. Todo está oscuro. No se ve nada en aquella habitación. Paula nota cómo una de sus amigas la empuja ligeramente por detrás. Entoncesse encienden laslucesy… —¡Sorpresa! ¡Felicidades! Un gran grupo de chicoscomienzaa cantar el cumpleaños feliz ante la sorpresa de Paula, que se ha quedado boquiabierta. Uno a uno se van acercando y besando a la protagonista. Allí están antiguosamigos de la urbanización, compañeros de clase e incluso algunosde los de segundo de bachiller que solo conoce de vista. Todos se acercan y la felicitan cariñosamente. Las tres últimas en hacerlo son las Sugus. —Pero si esto era mañana, ¿no? — pregunta Paula, que aún está recuperándose de la impresión de ver a todos aquelloschicos allí. —Sí, pero mispadres, al final, se iban hoy y queríamosdarte una sorpresa de verdad. Y creo que lo hemos conseguido, ¿no?La música comienza a sonar y los invitadoshambrientoscomienzan a dar buena cuenta de los bocadillos, bebidasy canapésque lasSugus han preparado durante toda la tarde. —¡Sí! ¡No me lo esperaba para nada! Gracias, chicas: soislasmejores. Las cuatro se abrazan y hasta se les escapa alguna lagrimilla. Luego Miriamsaca algo de su bolsillo envuelto en papel de regalo. —Toma, es para ti. De parte de las tres. Paula lo abre. Es una tarjeta, una de esas llavespor infrarrojos que tienen algunos hoteles. —Es del hotel Atrium. Habitación 322. Espero que tu primera vez sea tan bonita como te mereces. ¡Es verdad! Si la fiesta es hoy, significa que hoy también…¡Dios, no había pensado en eso todavía! —Gracias, chicas. De verdad, soislasmejores. —Paula vuelve a abrazar a sus amigas, nerviosa. —Espera. Falta esto —dice Diana, que le entrega una cajita envuelta también en papel de regalo—. No hace falta que la abras ahora. Son para que no tengamos Paulitas y Angelitosantes de tiempo. Paula la coge y sale del salón, para guardar la cajita en el abrigo. Cuando regresa junto a sus amigas se da cuenta de que falta alguien. —Oye, ¿y Ángel? ¿Lo habéisinvitado, verdad? —Sí, no te preocupes. Estará al llegar. Le enviamosun e-mail explicándole el
  • 30. cambio de planes — comenta Miriam. —También invitamosa Álex, como nosdijiste —añade Cristina. ¡Ups! ¡Álex y Ángel juntos en el mismo espacio! Paula palidece. Cuando les pidió a susamigasque invitaran al escritor no imaginaba todo lo que vendría después. Uff. Será, sin duda, una situación incómoda y muy tensa. Aunque pensándolo bien, quizáÁlex no vaya, previendo un encuentro con su novio que pudierahacerle daño. De momento, no está allí. Sin embargo, las dudas de Paula tardan poco en resolverse. El timbre de la puerta suena y uno de los chicosde segundo de Bachillerato que pasaba por allí abre. Un joven guapísimo que llama la atenciónde todas entra en la casa llevando consigo un saxofón en lasmanos. Capítulo 104 Noche de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad. Le duelen los oídos. One, de U2, suena a todo volumen en su MP4. Se ha debido de quedar dormido. Mario se quita losa uriculares. No oye casi nada, solo un fuerte y desagradable pitido. Se levanta de la cama, con los ojos achinadosy la cabeza a punto de explotar. Se sienta sobre las mantas y se frota los ojos. ¡Qué mal se encuentra! Poco a poco va recuperando sensibilidaden susoídos. ¿Hay música puesta abajo? Eso parece. Se escuchan, además, muchas risas y algún que otro grito. Sí que han montado su hermana y las demás una buena fiesta de pijamas. No quiere salir de la habitación, pero tiene unas ganas enormes de ir al baño, así que no le queda otro remedio. Mario abre la puerta despacio y sale de puntillasdel dormitorio. Mira haciaabajo para comprobar que no hay nadie que le pueda ver, pero se equivoca. Doschicasde su clase observan embobadasa un tipo que acaba de entrar en su casa con un saxofón. ¿Quién es? ¿No será un boy?. Sacude la cabeza negativamente y enseguida se da cuenta de que hay algo que su hermana y el resto se han olvidado de contarle. Al mismo tiempo, esa noche de marzo, en el mismo lugar de la ciudad. Dosinvitadasa la fiesta, compañerasde clase de Paula, comentan entre ellas la última jugada. —¿Quién esese? —Ni idea. Pero está muy bueno. —Ya te digo. —¿Esmayor que nosotras, no? —Mejor. Seguro que tiene mucha experiencia. —¿Eso que lleva es un saxofón? —Sí. Igual han contratado a una banda y este es uno del grupo. —Puessi todos los del grupo están así…, ¡uff! Álex acaba de llegar y ya se siente observado. Desde una esquina, dosamigasde Paula lo miran y cuchichean. El escritor lassaluda amablemente y continúa caminando. ¡Menuda sonrisa tiene el desconocido!Lasdoschicasse apresuran a presentarse, pero es demasiado tarde. El joven entra en el salón con su saxofón en las manosy se pierde entre la multitud. No hay demasiada luz en la habitación. Aquel sitio estan grande como la pista de baile de una discoteca. La música que suena es muy estridente, tecno dance. ¿Dónde está Paula? No la ve. Hay mucha gente, todos chicosjóvenes, estudiantesde instituto la mayo ría. Quizá él es el mayor de todos. Por fin divisa a Paula.Está hablando con tres amigas. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Ella todavía no lo ha visto. El chico se acerca sigilosamente hasta el aparato de música y pulsa el stop. Un segundo de silencio, al que sigue un murmullo de protesta. ¿Quién ha quitado la música? Álex se sube encima de una mesa y mira a Paula. La chica, sorprendida, se pone una mano en la boca. ¿Qué hace ahí arriba? Todoslos invitados observan expectantes al chico del saxofón. —Felicidades, Paula. Este es mi regalo de cumpleaños. El tema se llama Simplemente, Paula y lo he compuesto exclusivamente para ti. Álex se moja los labios con saliva, prepara el saxo y comienzaa tocar esa melodía que se sabe de memoria y que tantas veces ha interpretado. La ha escrito para ella, solo para ella. Cierra losojos y se deja atrapar por la música una vez más. Pero ahora no está en su casa, en su azotea, en la libertad de la soledad, ahora todos le escuchan, ella especialmente, y con emoción, atendiendo a cada nota y a cada segundo de Simplemente, Paula. En la chica se despierta un sentimiento distinto, como si la música del saxofón la transportara a un lugar en el que solo existieran él y ella, Álex y Paula. No comprende por qué su corazón se ha acelerado de repente. Es parecido a lo que siente cuando está con Ángel. Pero no puede ser, eso no puede ser. Ella no quiere a Álex. Ama a su novio. ¿O también quiere a Álex? Su cabeza está hecha un lío. ¿Se puede querer a dos personasal mismo tiempo y de la misma f orma? Nadie dice nada en tres minutos. Solo habla el saxo. Losacordesfinalesestán llenosde melancolía, de preciosa tristeza, de amor no recibido, pero esperanzado de que algún día cambie de lado. El tema termina. Álex respira profundamente para recuperar el aire perdido. Baja de la mesa y va a buscar a la chica del cumpleaños, que lo mira con ojos llorosos. Algunos aplauden, otrosse preguntan quién esese chico y todos le felicitan cuando pasa a su lado. El chico llega hasta Paula y se abrazan. Muchos observan. Esperan un beso en los labios, que no llega. —Felicidades —le dice en el oído. —Muchasgracias, Álex. Ha sido precioso. Los dos sonríen y se separan. Se miran indecisos. Son el centro de atención hasta que la música vuelve a sonar y cada invitado regresa a lo que estaba haciendo. — ¿Podemosir a un sitio más tranquilo un momento? Tengo que decirte algo. Paula asiente con la cabeza, aunque está nerviosa por lo que Álex pueda decirle. La pareja se aleja de la multitud cogida de la mano. Entran en la cocina. Allí solo está Miriampreparando una bandeja de medias lunasrellenas de jamón y queso. —Hola, tú eres Álex, ¿verdad? Yo soy Miriam, la dueña de la casa —se presenta la chica, dándole dosbesos. —Encantado, Miriam. —Ha sido precioso lo que has tocado. —Muchas gracias. —¿Tocarásmás? —Pues…Paula le hace un gesto a su amiga, que enseguida entiende que se quieren quedar a solas. —Bueno, me voy a llevar esto al salón —dice, refiriéndose a la bandeja de medias lunas—. Algunosparece que no han comido en su vida. Luego osveo. —Adiós, Miriam. La anfitrionasale de la cocina con unasonrisa y preguntándose qué se proponen esosdos. No hay sillas, todas están en el salón, así que Paula y Álex se sientan encima de una mesa que a vecesla familia Parra usa para comer. Uno al lado del otro. —De verdad, me ha encantado tu regalo. —Me alegro de que te haya gustado. Lo he hecho con mucho cariño. —Lo sé. Gracias. Entoncesél le coge una mano y la mira a los ojos. Paula se sorprende, pero no se aparta. —Verás…, no quiero agobiarte. Sé que quieresa tu novio, y puede que yo te esté dando demasiadosproblemas, pero estoy muy enamorado de ti, Paula. Cada momento que pasa crece lo que siento. Y no puedo detenerlo. —Álex, yo… —Cada minuto miro el móvil por si me has mandado un mensaje. Pienso en ti a todas horas. No sé qué hacer ya. El chico suspira y baja la mirada. Paula le imita. —No te voy a negar que algo hasdespertado en mí —reconoce la chica—. No sé si es posible querer a dos personas al mismo tiempo. Estoy muy confusa. Sé que amo a Ángel. Lo sé. Él me hace sentir especial y me tiembla el cuerpo cuando estoy a su lado. Pero tú… lo has conseguido también. Álex vuelve a mirarla a losojos. No esperaba que le dijese algo así. Ella siente algo, aunque no sabe hasta qué punto. Debe actuar. —Paula, bésame y comprueba realmente lo que tu corazón te dice. —¿Qué? —Bésame y sal de dudas. —No puedo besarte. Le estaría siendo… infiel a Ángel. —¿No has dicho que he conseguido despertar algo en ti? —Sí, pero…—Pueses el momento de saber si realmente me quiereso no. Álex cierra los ojos y se inclina sobre ella. Paula suspira, está confusa. Tiene que decidir en un segundo. ¿Qué hace? ¿Lo besa? La puerta de la cocinachirría y se abre. Paula y Álex se separan y bajan rápidamente de la mesa. A la chica le viene a la cabeza lo que ocurrió ayer cuando Erica entró en su habitación de repente. — ¡Ah, estás aquí! —exclama Cris, que viene acompañada—. Mira a quién me he encontrado. Un chico alto con los ojos azulesy sonriente va de la mano de Cristina. —¡Cariño! —grita Paula, que reacciona deprisa y corre hacia su novio. Ángel la envuelve entre sus brazos y se besan en los labios. Despuésmira al chico con el que Paula estaba a solas en la cocina.Esguapo, demasiado guapo; no le gusta. Álex cruza la mirada con el recién llegado. Así que ese es Ángel… Es un tipo muy atractivo, no esperaba menos. No puede evitar sentir cierto odio hacia él. —Perdona por llegar tan tarde. Había mucho tráfico por la lluvia. —¡No te preocupes! La fiesta acaba de empezar… Muchasgraciaspor venir. Me habéisdado todos una gran sorpresa —comenta la chica, hablando muy deprisa. Está nerviosa.¿Ha visto Ángel algo de lo que ha pasado con Álex? El periodista vuelve a besar en la boca a Paula y la abraza más fuerte. —Oye, ¿no nos presentas? —pregunta Cris, que continúa allí observándolotodo. —Ah, claro. Qué tonta estoy. Paula se acerca de nuevo a Álex con su amiga y su novio a cada lado. Está muy tensa, aunque trata de disimularlo todo lo que puede. Que Cristina esté allí es de gran ayuda. —Pueseste es mi amigo Álex. Es músico y
  • 31. escritor. La chica esla primera que se aproxima y lo saluda con dos besos. —Yo soy Cristina, encantada. Tocasgenial. —Muchasgracias —responde con timidez. Crissonríe y da un paso atrás, momento que aprovecha Ángel para avanzar. —Y yo soy Ángel, el novio de Paula. Me alegro de conocerte. — Igualmente. Los chicos estrechan con fuerza susmanosy se miran a los ojos. Paula losobserva inquieta. Parece un pulso, un duelo entre ambos. Es extraño que dos personas como Ángel y Álex, tan serenas, mantengan esa actitud desafiante. —Bueeeeno, ¿nosunimosa la fiesta? —pregunta Paula, deseando salir de allí cuanto antes. —¡Sí! —grita Cristina, que ya se ha tomado un par de Malibú con piña—. Baila conmigo, saxofonista. La chica agarra del brazo a Álex y, sin que este pueda evitarlo, lo empuja hasta al salón donde suena Take me out, de Franz Ferdinand. Paula lossigue, pero Ángel la coge suavemente del brazo y la frena antes de cambiar de habitación. —Te quiero. —Susojosazulesbrillan. —Y yo —responde ella. Y se vuelven a dar un nuevo beso. Pero es un beso diferente. Lo quiere, pero dentro, en su corazón, se está desatando una tormenta de sentimientosy sensaciones. En el corazón de Paula llueve. Ama a Ángel, pero ya no tiene tan claro que él sea el único. Capítulo 105 Minutosantes, esa noche de marzo, en ese lugar de la ciudad. ¿Pero el cumpleaños de Paula no es mañana? Mariono entiende absolutamente nada. Desde arriba ve cómo chicosmáso menos conocidosentran y salen continuamente del salón. Aquello ya no parece una simple fiesta de pijamas. Ahora investigará. Antes tiene que ir al baño. Rápidamente recorre todo el pasillo del primer piso y llega al aseo, pero no puede abrir. Está cerrado. Lo que faltaba. Lo intenta de nuevo, pero es imposible. Llama a la puerta y no contestan. "Esto es el colmo", piensa. Nadie le ha avisado de la fiesta que hay montada abajo y encima no puede entrar ni en su propio cuarto de baño. Insiste en llamar y al fi nal una voz femenina responde al otro lado. —Ya voy, impaciente. La chica quita el cerrojo y abre la puerta. Los dos se sorprenden al encontrarse con quien tienen en frente. —Mario, eras tú —dice Diana, azorada. Está muy guapa. Va con un vestido de noche negro que le llega hasta las rodillas, con piedrecitasque brillan. Se ha puesto taconesy el pelo no lo lleva ni recogido ni con coleta, como suele ir al instituto. Se lo ha planchado y le cae liso por los hombros. —Sí, claro que soy yo. Vivo en esta casa. Y tú, ¿qué hacesaquí? —Le he pedido permiso a tu hermana para subir a este baño. En el de abajo había dos chicashaciendo cola. —Esperaun segundo y ahora me cuentas qué está pasando. El chico entra en el cuarto de baño a toda prisa y cierra la puerta. Diana sonríe y le espera co n la espalda apoyada en la pared del pasillo. Es la primera vez que ve a Mario desde ayer por la tarde. Esta mañana, cuando no fue a clase lo echó mucho de menos. Durante el examen de Matemáticasmiró varias veceshaciasu esquinay se le hacía un nudo en el estómago al no encontrarlo allí. Quizá ella tiene bastante culpa de todo lo que ha pasado, ya que fue la que le insistió para que se declarase a Paula. Su amiga, en el cuarto de baño, le contó todo lo que pasó. Eso confirmaba su teoría de que Mario fingió estar enfermo para no ir al instituto y no encontrarse con Paula. Esa era la verdadera razón de su ausencia y no el examen de Mates, como pensaba Miriam. Mario sale del baño y vuelve a asomarse a la barandilla. Sigue entrando gente en su casa. A algunosno los ha visto nunca y otros le suenan del instituto. —Habéis organizado una fiesta en mi casa y no me habéisdicho nada. —¿Nadie te avisó de que el cumpleañosde Paula se celebraba en tu casa? —Sí, eso sí. Pero creía que era mañana. —Y era mañana. Pero tu hermana, cuando se enteró de que tus padresse iban hoy, decidió adelantarlo un día para darle una sorpresa a Paula. —Ah, puesno me dijo nada nadie. —Qué raro. Imagino que todosdarían por hecho que lo sabías. —Ya. El chico se echa contra la pared y resopla. Diana está a su lado en la misma postura. —Se te ha echado de menos esta mañana. ¿Cómo te encuentras? —Bien. Cuando me desperté tosía y el dolor de cabeza era bastante fuerte. Ahora me duele un poco, pero mucho menos. Y esta vez no miente. La música de U2 con el volumen al máximo en los auricularestiene la culpa. —¿Por eso faltaste a clase? —Sí, no me encontraba nada bien esta mañana. —Tienesque haber estado muy enfermo para perderte un examen, y más de Matemáticas. —Bueno, un mal día. —Algunosde la clase dicen que te lo has inventado para no hacer el examen porque no te lo sabías. Mario se ríe irónico.—Que digan lo que quieran. Me da exactamente igual. —¿No te importa lo que piensen losdemás? —No. —¿Ni lo que piense yo? Mario se gira y mira a Diana a los ojos. Hoy la ve más guapa que nunca. —Nosé qué es lo que piensastú — responde con tranquilidad. La chica se sorprende. No parece la misma persona insegura y tímida de siempre. Escomo si el palo que se llevó ayer le haya servido para madurar de golpe. —Pienso que, si hubieras hecho el examen, habrías sacado la mejor nota de toda la clase. —No lo sé. No era fácil. —Tampoco ha sido tan complicado. Quizá hasta yo apruebe. —Me alegro. Te esforzaste mucho. Diana sonríe. Escierto, es el examen en el que más ha estudiado en su vida. Y posiblemente lo apruebe con buena nota. La chica se estira y bosteza. —No tengo ningunagana de fiesta. —Yo tampoco. Aunque no sé ni si estoy invitado. —Claro que lo estás hombre, no seas malpensado. —Paulaquizá no quiere ni verme. —Has sido tú el que no ha querido ir al instituto hoy para no verla a ella — contesta Diana con frialdad. Mario no se sorprende de las palabrasde su amiga. Ya sospechaba que ella lo sabía. Pero tampoco quiere regresar al pasado, al menosno de momento. Ahora es el chico quien se estira y bosteza. —¿Quieresque veamosuna película en mi habitación? —sugiere de improviso. Diana no sabe cómo tomarse aquella propuesta, pero parece que no lo está diciendo con doble intención. Simplemente se trata de ver una peli juntos, como amigos. Aunque cree que Mario está trata ndo de alejarse de Paula y de sus sentimientos hacia ella, esimposible que se le haya olvidado todo tan deprisa. Un amor de diez añosno se pasa en diez horas ni en diez días. Si de verdad decide pasar página, debe darle tiempo y después contarle lo que siente. —Vale. Esuna buena idea. Los dos entran en la habitación. Dianaestá un poco nerviosa, y eso que ha pasado allí mucho tiempo en los dos últimos días. Piensa en sentarse en la cama, pero finalmente opta por la silla del escritorio. — ¿Alguna preferencia? —pregunta Mario. —No sé. Sorpréndeme. El chico busca en una carpeta de su ordenador y finalmente se decide por La vida esbella. — ¿La has visto? Si quieres, pongo otra. —Sí, sí la he visto, pero déjala. Me encanta. —Bien. Mario coge otra silla y se sienta junto a Diana. Los dos están a gusto con la compañía. Hace una semana ni siquiera eran amigosde verdady ahora, después de unosdíasmuy difícilespara ambo s, son capacesde sentarse juntos a ver una película. —Espera un momento. Dale al pause —dice la chica, levantándose de la silla —. Ahora vengo. Diana sale de la habitación corriendo. Mario obedece y para la película. No sabe qué le puede haber pasado. ¿Ha dicho o hecho algo malo? Pocosminutosdespués su amiga regresa con una botella de Coca Cola, dos vasos y un paquete de Laysal punto de sal. Entra en el dormitorio y cierra la puerta. —Con esto, ya tenemos nuestra minifiesta montada. El chico coge el vaso que su amiga le ofrece y sonríe. Por fin, sonríe. Y esque a pesar de que Paula sigue estando en su mente, porque no se puede dejar de querer a alguien en un día, Dianaestá empezando a ganar muchospuntos. Capítulo 106 Esa noche de marzo, tras el último beso entre Ángel y Paula. La pareja entra de nuevo en el salón. La música suena altísima. Hay muchoschicosbailando, pero dosllaman especialmente la atención. Paulaobserva cómo Cristina pone las manosen los hombros de Álex y se mueve al ritmo de la canción. Él hace lo que puede y trata de seguirla. Lo suyo está claro que no es bailar, pero lo intenta y hasta resulta simpático. Una sonrisillase le escapa a Paula bajo la mano con la que se tapa la boca. Ángel se da cuenta. No le gusta nada esa complicidadque hay entre su chica y aquel tipo. Pero él no se va a quedar quieto mirando. Agarra a su novia de la cintura y la guía al centro de la habitación. Paula, sorprendida, se deja llevar. No conocía esa faceta de Ángel. Baila bastante bien. Se mueve con mucha soltura y pone lo s piesdonde tiene que ponerlos. Álex, sin embargo, no tiene la misma habilidady pisa a la pobre Cris. La chi ca se queja un instante, pero enseguida vuelve a sonreír. El escritor le pide disculpas, avergonzado. Se ha despistado cuando ha visto a Paula y a Ángel juntos. Él la tomaba por la cintura y ella se sujetaba a su cuello con ambas manos, luego se besaban. Empieza a pensar que asistir al cumpleañosno ha sido una buena idea. No puede soportar verlostan acaramelados. Se siente débil y como si
  • 32. todo lo que ha hablado con Paula no hubiese servido para nada. Ella nuncaserá para él, a pesar de lo que le ha confesado hace un momento. La fiesta continúa. Otro tema comienza a sonar, pero la mayor parte de chicos, sorprendentemente y al mismo tiempo, abandona el salón. Al lado se oye un murmullo que va aumentando. Algo pasa en la entrada de la casa. Paula siente curiosidad. Coge a su noviode la mano y juntos salen de la habitación. Álex vadetrás y Cristina le acompaña. Parece que alguien ha llegado y está causando mucha expectación. Todosle rodean. —¿Qué pasa? ¿Quién ha venido? —le pregunta Paula a Ángel. —No lo sé. Espera. El chico se pone de puntillasy por fin logra ver quién ha levantado tanto revuelo. No puede ser. ¿Qué está haciendo ella allí?Katia consigue por fin librarse de buena parte de los chicosque la abordaban y camina hasta Ángel, al que acaba de div isar entre la multitud. Paula la ve llegar y suelta un grito: —¡Dios, es Katia! ¡Y está en mi fiesta de cumpleaños! La cantante del pelo rosa saluda primero a Ángel con dos besos y luego se dirige a la chica que está a su lado. —Hola, tú eres Paula, ¿verdad? —Hola…, hola. Sí, sí. Soy yo — responde muy nerviosa. Ángel no dice nada. No entiende ni para qué ha ido ni cómo le ha encontrado, pero sonríe y trata de disimular su enfado. Si ya tiene el CD dedicado que pensaba darle a Paula a las doce de la noche, que es cuando esrealmente su cumpleaños, ¿por qué Katia está allí? —Me han dicho que eresuna gran fan mía. —¡Sí! Me encanta tu disco. En serio, es genial. — Gracias. Ángel me ha hablado mucho de ti y me pidió que viniera a dedicarte un tema como regalo de cumpleaños. —¿De verdad? ¿Hashecho eso por mí? Ángel le sigue la corriente a la cantante y se encoge de hombros. La chica, emocionada, besa a su novio. Katiasiente un pinc hazoen su pecho, pero aguanta con entereza el momento de pasión de la pareja. Los tres entran en el salón, con una fila de chicasy chicosdetrás. —Bueno. Esta versión especial de Ilusionasmi corazón espara ti. Katia aclara la voz y muy suave comienza a cantar a capella el tema que la ha hecho famosa, cambiando el nombre de los protagonistas. Ángel ve en ella el camino, La luz que invita a soñar, Un truco que hizo el destino, Como se unen la copa y el vino. El juego que quiso el azar. Ángel la acoge en su nido, Siente en su boca el manjar, Cariciasde un fruto prohibido, Le cuenta en susurro al oído Lo que ella desea escuchar. Ilusionas mi corazón. Nuncapensé que pudiera amar Como te amo a ti, mi amor, Como te quiero a ti, jamás. Y en esta historia de dos Que no tiene escrito el final Tú eres mi cielo, mi sol, Tú eres mi luna, mi mar. Paula ve en él un amigo, Un amante que le hace volar, Un confidente que es el testigo De besos, de roces furtivos Abriéndose paso en la oscuridad. Paula se enreda en su abrigo, Se acerca cada vez más. Unidosen cada latido Le cuenta en susurro al oído Lo que él desea escuchar. Ilusionas mi corazón. Nuncapensé que pudiera amar Como te amo a ti, mi amor, Como te quiero a ti, jamás. Y en esta historia de dos Que no tiene escrito el final Tú eres mi cielo, mi sol, Tú eres mi luna, mi mar. La cancióntermina y un gran silencio invade la sala. Paula tiene losojos llorosos. Está muy emocionada.Mira a Katia y a Ángel una y otra vez. ¡Es increíble que la cantante máspopular del momento esté allí y le haya cantado a ella expresamente! — ¿Te puedo dar un abrazo? — pregunta a Katia con las lágrimassaltadas. —Claro. Lasdos chicasse abrazan ante la mirada de todos, que aún no pueden creerse lo que están viendo. Capítulo 107 Esa noche de marzo, en la fiesta de cumpleañosde Paula. Katia mira el relojconsta ntemente. Hace media hora que tenía la actuación a la que Mauricio le había pedido que no faltara. Su representante la ha llamado unasveinte veces, pero ella no ha cogido el móvil y, al final, ha terminado por desconectarlo. Le duele muchísimo lo que está haciendo, pero no puede irse de allí sin que Ángel sepa lo que siente. Hasta el momento no ha habido ocasión para expresárselo. A cada minuto se le acerca alguno de aquelloschicosy le comenta algo, pues todos quieren hablar con ella. Y cuando logra librarse y quedarse sola, Ángel es el que está ocupado, besando a su novia y bailando con ella. Ahora esuno de esos momentos en los que no tiene a nadie alrededor. Muchos de los invitadosestán jugando a un típico juego de adolescentes en el que hay que decir la verdad sobre si has hecho algo o no. Quien responda afirmativamente debe beber un vasito pequeño de alcohol, en este caso un chupito de ron. —Hola. Eres Katia, ¿verdad? Se acabó la soledad. Alguien vuelve a hablarle. En esta ocasión no se trata de uno de esos estudiantes de Bachillerato sino de un chico guapísimo, algo másmayor, con una sonrisa increíble. Ya se había fijado en él antes, pero no había tenido la oportunidadde conocerlo aún. —Sí. Y tú te llamas… —Álex. El chico se inclina y le da dos besos. —¿Eres amigo de Paula? —Sí. Nosconocimoshace poco tiempo. —Ah. Parece buena chica. —Lo es. Losdos guardan silencio y observan al grupito que está jugando a "Yo nunca he…". —¿Me dejashacerte una pregunta? —Sí, claro. Que no sea muy difícil, por favor —bromea la chica. —¿Has recibido mi carta? —¿Tu carta? —pregunta extrañada Katia, que no sabe de qué le está hablando. —Sí. Te he mandado una carta con una petición y el principiode un libro titulado Tras la pared. La cantante piensa un instante y entonces recuerda aquel sobre del que Mauricio le habló. —¡Ah! ¡Sí, por supuesto! ¿Tú eres ese Álex? —Sí, soy yo. —Qué casualidadentoncesencontrarnosaquí. —Sí. Ha sido una felizcoincidencia.—Mi representante me insistió mucho para que leyera lo que me mandaste y tengo que reconocer que es muy bueno — miente Katia, que no leyó ni una línea del cuadernillo que le envióÁlex. —Gracias, me alegro de que te guste. Poco a poco la chica va recordando algunascosasque Mauricio le contó sobre aquella historia. —Y, si no me equivoco, quieresque escriba una canciónpara promocionarte y que así puedasllegar a más gente, ¿no? —Algo así —reconoce Álex. —Mmmm…Es una idea interesante. Y si te hacesfamoso, también me podría beneficiar a mí. —No creo que me haga famoso escribiendo. —Nunca se sabe. Yo tampoco creía que me haría famosa cantando y mira. —Es distinto. Hay más cantantes famososque escritores famosos. —Quizá porque la músicallega a másgente que los libros. —Porque para oír música no necesitas hacer nada y, para leer un libro, tienes que prestar atención y esforzarte. —Eso es verdad —responde ella esbozando una sonrisa. Katia encuentra al chico muy interesante. No está nada mal y, ahora que le conoce, no le importaría prestarle una de sus cancioneso escribir una nuev a parasu libro. Mauricio le comentó que Quince más quince, que no se llegó a grabar en el disco, se ajusta perfectamente a la historia: es un tema que ha bla de la diferenciade edad y de que los años no tienen que ser un problema en una relación.Mientrascontinúanhablando, Ángel y Paula aparecen de nuevo. Ella le besa a él y se sirve un vaso de Fanta de naranja. —No voy a tardar en irme —indicaÁlex, que ve la escena. —Yo tampoco, hace casi una hora que debería haberme ido a un concierto. —Vaya. ¿Y por qué siguesaquí? —Tengo que hablar con Ángel de algo muy urgente, pero entre que a mí no me dejan y que Paula siempre está a su lado, no he tenido la ocasión de hacerlo. Álex piensa un instante. —Quizá pueda ayudarte —comenta—. Ahora mismo todos los chicosestán entretenidos. Si logro llevarme a Paula, tú podrás hablar con Ángel. —Vale. —Tú llévatelo a la cocina y yo me llevo a Paula arriba. ¿OK? —Perfecto. Sin más palabras, los dos se acercan a la pareja para intentar llevar a cabo sus objetivos personales. Capítulo 108 Esa noche, instantesmás tarde, en la casa de los Parra. De la mano, Katia lleva a Ángel hasta la cocina.Mientras, en otra parte de la casa, Álex le ha arrebatado a Paula por unosminutos. La pareja apenas si ha podido resistirse ante la insistencia de suspretendientes. —Perdona, Ángel. No quería ser tan brusca, pero tenía que hablar contigo. El periodista sigue todavía molesto con ella por su presencia allí sin invitación. —Habla. Te escucho. —Primero me quería disculpar por haberme presentado aquí sin decirte nada. — ¿Cómo sabías dónde estaba? Ni siquiera lo había dicho en la redacción. —Fui a tu casa y vi cómo te montabas en un taxi. Seguirte no fue fácil, por la lluviay el tráfico que había, pero tuve suerte. —¿Me seguiste desde mi casa? — pregunta asombrado. —Sí. Tuve que hacerlo porque quería hablar contigo. Ángel suspira. Aquello cada vez esmás surrealista. —Cuéntame. —No essencillo para mí todo esto. Así que te pido por favor que no me interrumpas. Cuando termine de hablar, me dicesqué piensas. Katia está temblorosa. Le falla la voz y le cuesta muchísimo mirarle a losojos. —Bien. La chicarespira hondo y comienza con su historia. —Hace poco másde una semana que te conozco. Pero para mí escomo si te conociera desde siempre. Desde el primer momento me
  • 33. pareciste una persona increíble…Yo últimamente estoy rodeada de mucha gente, pero no consigo saber quién viene por mí y quién por la cantante. Contigo no tuve dudas. Te fijaste en cómo era yo como persona y estuviste ahí en momentos importantes como el del accidente. Sé que hemos tenido nuestros problemas, que me equivoqué besándote el día de lasfotos, que no te debí llevar a mi casa y meterte en mi cama, aunque no pa só nada, como ya sabes, el día que te emborrachaste, porque ni tan siquiera te debí pedir que vinierasconmigo a tomarte una copa. Luego lasllamadas. Para ti tuve que ser un verdadero incordio, una pesadilla. Pero aún así me volviste a llamar y a integrar en tu vida. También sé, y no soy tonta, que desde ese día te aprovechaste un poco de la situación. Lo que realmente queríasera que le dedicara una canción a Paulapara su cumpleaños. Quizá me utilizaste, pero no me importó. Lo poco que compartíamos juntos lo intenté disfrutar, aunque fue difícil, sabiendo que en quien pensabasno era en mí, sino en ella. "Hoy hablé con mi hermana. Y realmente es por ella por lo que estoy aquí. Pensaba que misposibilidadescontigo eran cero. Pero Alexiame convenció de que al menos debía luchar y gastar la última bala de mi revólver, y decirte lo que siento. Yo te quiero, Ángel. Te quiero hasta donde tú no puedes ni imaginar. Y te voy a ser sincera: no quiero explicaciones, solo pretendo que me des un sí o un no sobre si tengo posibilidadescontigo. Nada más. Si me contestas que sí, trataré de que te enamoresde mí, haré las cosas bien y te prometo que jamás encontrarása alguien que pueda darte más de lo que te daré yo. Si me dicesqu e no, me olvidaré de ti para siempre. Y tampoco puedo tener tu amistad, porque sería engañarme a mí misma y seguir sufriendo, porque, si te sigo viendo, sé que volveré a llorar — toma aire. Suspira. Y temblando realiza la pregunta decisiva—. Ángel, ¿tengo alguna posibilidadde que algún día seasmi chico? Silencio. Para Ángel, aquello supera cualquier momento comprometido que haya tenido hasta ahora. Nunca se ha visto en una situación tan al límite y que le provoque tanto dolor. Pero sabe la respuesta a la pregunta de Katia: —No. Lo siento, Katia. Estoy enamorado de Paula. La cantante sonríe. Se acerca a él y, sin que se lo espere, le da un beso en los labios. —Hasta siempre, Ángel. Abre la puerta de la cocina y desaparece. Al mismo tiempo, esa noche de marzo, en la planta de arriba de la casa de los Parra. —No entiendo nada, Álex. ¿Para qué me has hecho subir aquí? —Antesnoshan interrumpido. Nosquedamoscon la conversación a medias. Paula resopla. Durante toda la noche ha intentado estar lo más cerca posible de Ángel para tratar de olvidar lo que había pasado con Álex. S e siente mal, como si le estuviera traicionando, y tiene miedo de que eso que está sintiendo continúe creciendo. —Lo siento, Álex. Creo que antes… —Antes casi me besas. —No. No te quería besar. —¿De verdadque no me queríasbesar, Paula? La chica aparta la mirada de los ojos inmensosde aquel chico que por momentos le confunde más. —No, Álex. Quiero a mi novio…Él es todo para mí. —¿Y por qué no me mirascuando me lo dices? Paula clavasusojos color miel en los ojos marronesde Álex. Pero no logra aguantar su mirada ni un segundo. —Álex, por favor. No me hagasesto. —Bésame, Paula. —No, por favor. —Dime que no me quieresy me iré. —Álex, por favor. —Dímelo. Dime que no me quieresy abandonaré definitivamente. —Álex, yo…La chica entoncesve en la planta de abajo a Ángel. Está buscándola. El periodista mira a un lado y a otro, desorientado, desesperado. —No te quiero —termina diciendo—.Lo siento. No te quiero. Aquellas palabras hieren de muerte el corazón del joven escritor. Los ojos de Paula están en los suyos. No hay más que decir. La mira por última vez, con dolor, con muchísimo dolor dentro. Tranquilamente, Álex baja lasescaleras. Se despide de Ángel y sale por la puerta de la casa de los Parra. Capí tulo 109 Esa noche de marzo, en otra habitación de aquella casa. El final de Serendipity le encanta. La películarelata cómo el destino puede jugar con las personashasta un punto en que dos desconocidos se enamoren y tras añosseparadosse vuelvan a encontrar y sigan enamorados. Esla segunda películaque Marioy Dianaven juntos esa noche. No han salido de la habitación a pesar de todo lo que parece que ha sucedido. Elloshan tenido su fiesta particular y lo han pasado mejor que la mayoría de invitadosque ahora regresan a suscasasvomitando la comida del cumpleañospor losefectos del alcohol. Losdos están en la cama, tumbados. Estar tantas horas sentados en las sillas era un castigo, así que, cuando La vida esbella terminó, los dos acordaron echarse en el colchón y ver la película desde allí. —Qué bonita —comenta Diana, que no la había visto aún. —Sí.Esuna de laspelisde este tipo que más me gustan. —Ay. La chica sorbe por la nariz y su amigo se le queda mirando. —¿Estás llorando? —¡Qué va! He cogido frío.—Seguro. No me puedo creer que la fría y dura Diana llore viendo Serendipity. —Oye, que no estoy llorando. Y cuidado con lo que dicespor ahí, no vayasa arruinar mi reputación. El chico sonríe. Pocoa poco va encontrando a la verdadera Diana. Y, sin duda, le gusta muchísimo más que la que aparenta ser. —No te preocupes, no diré nada. Son más de las doce de la noche. No llueve. Abajo ya no se oye ningún ruido. No debe quedar demasiada gente y la que queda o está borracha o liándose con alguien. —Mario, ¿puedo quedarme a dormir en tu habitación? —¿Qué? —Hey, no te piensesmal, salido. Solo a dormir, no quiero desvirgarte. —¡Gilipollas! —grita, y se lanza sobre ella. Diana comienza a reírse escandalosamente. Le está haciendo cosquillas. —¡Para, para! ¡Por favor! El chicole hace caso y se detiene. Los dos jadean por el esfuerzo y se vuelven a tumbar uno al lado del otro. —Está bien. Puedesquedarte a dormir aquí. Seremoscomo Dawson y Joey. —¿Quiénes? —Dawson Leery y Joey Potter, los protagonistas de Dawson crece. —No tengo ni idea de quiénesson esos. —Uff, tú no has tenido infancia. La chicase pone de rodillassobre la cama y amenaza a su amigo con la almohada. —Claro que he tenido. Pero no veía la tele, sino que me dedicaba a jugar con otros niños. —O a maltratarlos. —¡Qué capullo! Dianagolpea repetidamente a Mario con la almohada hasta que este logra arrebatársela. —Bueno, paz —dice la chica, tapándose con una manta. —Claro, ahora que te he quitado la almohada quierespaz. —Shhhh. —¿Por qué me mandas callar? —Tengo sueño. Diana cierra losojosy apoya la cabeza en el hombro de Mario. —¿Me vasa usar de almohada? —Shhhh. —Vale. Me callo. El chico no dice nada más. Se tapa con la parte de la manta que Diana no está utilizando y también cierra los ojos. Es la primera noche que Mario pasa con una chica. Y aunque siempre pensó que Paula sería su Joey pa rticular, desde ese instante la protagonista pasó a ser una actrizsecundaria de la historia. Capítulo 110 Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad. Hotel Atrium. Habi tación 322. Ángel abre la puerta con la tarjeta de infrarrojos, luego la introduce en el aparatito que hay en la pared para la luz y pulsa el interruptor. Él entra primero, Paula pasa despuésy cierra la puerta. Aquella habitación espreciosa.Todoslosmuebles son blancos, negroso grisesy transmiten muchísima tranquilidad, algo que a ambos les hace falta en esos momentos. La cama es de matrimonio: grande, espaciosa y con lassábanasblancasrecién puestas. Ambosse q uitan los abrigos y los dejan en el armario. También Paula guarda allí dentro la mochila de las Supernenascon el pijama. La chica, nerviosa, se acerca al ventanal que hace de cuarta pared y observa los millonesde luces que de noche colorean la ciudad. Su novio se aproxima por detrás y le besa en el cuello. En su cuerpo nota la tensión a la que Paula está sometida. —¿Estás bien? —Sí. Muy bien —responde, no demasiado convincente. Ángel no le da demasiada importancia. Escomprensible que esté así. Es su primera vez. Él también está nervioso y con todos los músculosen tensión, pero debe sobreponerse: tiene que transmitir seguridady proporcionarle a ella toda la tranquilidadposible. —El hotel está genial. Tusamigasse han pasado. —Sí. Estodo muy bonito. El chico lleva sus manos a la cintura de Paula y las introduce por debajo del jersey. Ella se estremece y con suavidadlasaparta. —Despacio. Por favor —le pide, con una sonrisa. — Perdona, yo no… —Tranquilo. No pasa nada. Soy yo, que estoy un poco nerviosa. —Lo entiendo. No te preocupes. Paula se aleja de su novio y camina hasta el cuarto de baño. También es muy espacioso y está diseñado con losmismos coloresque la habitación. —Ángel, ¿te importa que me dé una ducha antes? Quizá así se me pasen los nervios. —Vale, como tú quieras. Tómate el tiempo que necesites. —Gracias, cariño. Se encierra en el baño y comienza a desnudarse. El móvil, que guarda en el pantalón, lo coloca encima del lavabo. Losvaqueroscaen al suelo lentamente. Los recoge y los cuelga en una de las perchitas de la
  • 34. pared. Al lado, pone el jersey. Paula se mira al espejo. Lleva ropa interior rosa. Si hubiera sabi do que hoy era el gran día se habría puesto otro conjunto más sexy. Aquel no está mal, pero no es especial. Le tiemblan lasmanos tanto que le cuesta desabrocharse el sujetador. Lo último en desaparecer de su cuerpo es el tanga rosa. Paula se mete en la bañera y examina losgrifosdetenidamente. No son grifoscomunes, sino que tienen un lado en el que se gradúa la temperatura del agua y otro lado en el que se mide la fuerza del chorro. Pero su funcionamiento esmás fácil de lo que espera ba y enseguida encuentra el punto de calor perfecto. El agua le cae por todo el cuerpo con fuerza, intensamente, relajando susmúsculos. Y sin saber por qué comienza a preguntarse qué está haciendo ahí. La respuesta no es difícil: está ahí para acostarse por primera vez con un chico, con el chico al que quiere, como siempre lo había imaginado. Sinembargo, no está tan segura de todo como hace un par de días. La culpa es de Álex. Y de Mario. ¡Mario! Ni se ha acordado de él en toda la noche. Pero ¡si ni le ha visto! ¿Dónde se habrá metido? Despuésde todo lo que ocurrió ayer, no le extraña que no la quiera ver en un tiempo. Su regalo fue precioso: Cancionespara Paula. Escurioso, pero con ese título podría denominarse y resumirse su cumpleaños. Mario le regaló cancionesen un CD; Ángel, la canciónde Katia; y Álex… aquel tema con el saxo, compuesto para ella. Tres chicosencantadorescon losque cree que no se ha portado bien. Especialmente, con Álex. Uff, le ha roto el corazón. Y de una manera bastante cruel. Mirándole a losojos. Negando cosasque sentía. Porque realmente hay algo nuevo en su corazón. Un sentimiento diferente. Pero no puede reconocer algo así. Complicaríasu vida, la de Álex y también la de Ángel. P obre Ángel. Si se enterase de que ahora mismo su chica no sabe si está enamorada de él o de otro, seguro que se marcharía de esa habitación. Esculpable y no hay excusas. Pero ¿qué podía hacer? La chica cierra los grifosy comienzaa secarse aún dentro de la bañera. El móvil suena. Esun SMS. Paula se seca las manosy alcanza su teléfono. Es un mensaje de Álex: "Aunque me hayasdicho que no me quieres, yo sí te quiero. Felicidades: ya tienesdiecisiete". El corazón le da un brinco y el estómago se le mueve como una centrifugadora. Suspira. Escierto, ya tiene diecisiete años. Susideasestán cada vez menosclaras. Sale de la bañera envuelta en la toalla, se termina de secar y se pone la ropa interior. Respira hondo. Esel momento. Abre la puerta y camina por la alfombra grisha sta el centro de la habitación. Ángel ya está en la cama. No lleva camiseta. Su atlético pecho está completamente desnudo. La parte de abajo aún continúa tapada. El chic o la observa con admiración, luego con deseo y la invita a que se tumbe junto a él. Paula obedece. Y llegan losbesos. Los primeros besos: en los labios, el cuello, las orejas. Y se escapa algún gemido. Ángel acaricia susbrazos, su espalda. Desabrocha el sujetador que cae y se pierde entre las sábanas. Ella se deja hacer. Siente su boca en sus senos, con pasión, saboreando lo que nadie antesconsiguió probar. La chicaabre y cierra losojos. Los abre para saber hacia dónde viajan sus manos y los cierra cuando estas han llegado. Ángel se desliza, despacio. Juega con el elástico del tanga hasta que por fin se decide a explorar más allá. Paula suspira. Se ahoga y gime. El placer llega a su cuerpo, pero su cabeza y su corazón le están diciendo que no siga. No. ¡NO! Abre losojos y mira a Ángel. Él se sorprende cuando loscontempla. Paula está llorando. El móvil vuelve a sonar. Un pitido que indica un nuevo mensaje. La chica mira hacia el cuarto de baño. No quiere seguir con aquello porque no sabe si ama a Ángel o si quiere a Álex o a los dos. Y así no puede vivir. Necesita tiempo. Necesita espacio. Paracomprenderse, para saber si de verdad está enamorada de alguien. Ahora recuerda bien lo que un día le dijo su madre. "Si quieresa doschicosal mismo tiempo, es q ue realmente no amas a ninguno de losdos". —Lo siento. De verdad que lo siento. Tengo que pensar. A Ángel no le salen las palabras. La está perdiendo. Solo contempla con estupor cómo se levanta, cómo va hacia el baño y cómo a los dos minutosregresa vestida con el móvil en la mano . "Felicidadescariño, espero que estés pasándolo bien con tus amigas. Tu padre, Erica y yo te queremos muchísimo. Un beso de los tres". —¿Adónde vasa ir? —le pregunta. —No lo sé. Necesito pensar. Se viste, abre el armario, coge el abrigo y, con la mochila de las Supernenascolgadaen la espalda, sale de la habitación 322.Capítulo 111 Hace dos meses y pico, un día de enero, en dos lugaresde la ciudad. "Soy Lennon. Mi MSNesJohnforever@hotmail.com. Te espero. Solo te pido una cosa, si te parece bien, claro. Si tienesuna foto tuya en la ventana del MSN, ¿puedesquitarla, por favor? Muchasgracias. Ahora n osvemos". Este era el mensaje privado que Minnie16 habíarecibido de Lennon en el foro musiqueros.es. Se conocían desde hacía dosdías. Su primer contacto fue una acaloradadiscusión sobre la música comercial. Cada uno defendía con ímpetu una idea distinta, hasta tal punto que a las tres de la mañana se quedaron ellos solos. La disputa terminó en sonrisas y en un "espero volver a verte". Al día siguiente se repitió el encuentro. Ironía, jugueteo, complicidad. Y al tercer día, ella recibió de él ese mensaje privado. Paula releyó aquellasfrasesvariasveces. No entendía lo de la foto. Pero, sin saber por qué, lo hizo: agregó a Lennon y en la ventana de su MSN colocó un osito de peluche con un corazón. Cinco minutoseternos. Infinitos. Hasta que apareció. —¿Minnie?—Sí, soy yo. Mi nombre esPaula, Lennon. Encantada. —Ídem. Yo soy Ángel. Muchasgraciaspor quitar tu foto. —De nada. Pero ¿por qué no quieresverme? —Una costumbre. —¿Me la explicas? —Yo no te voy a poner mi foto y quiero que estemos en igualdadde condiciones. Paula no entiende a qué viene tanto misterio. Aquel chico le agrada, incluso puede decir que la atrae, pero no esperaba encontrarse con esa rareza. —¿Y por qué no ponesuna foto tuya? ¿Te da vergüenza? ¿O esque eres alguien importante y no quieresque te reconozcan? —No quiero que me juzguen por mi físico. —¿Tan feo eres? Ángel tarda en contestar esta vez. Paula teme haberle ofendido con esa pregunta, pero, justo cuando iba a escribirle para pedirle perdón, el chico continúala conversación. —Puede ser. Eso no soy yo el que debe decirlo. De pequeño tuve aparato dental, era gordito y siempre andaba despeinado. Losniñosse metían conmigo. Sé lo que se siente al ser juzgado simplemente por tu físico. A vecesesinevitable ver a una persona y pensar: "Este tiene que ser así". Por eso en este mundo de Internet intento conocer y que me conozcan solo por como soy por dentro. La chica lee aquel párrafo y suspira. Tiene razón, pero le gustaría verlo. —Así que nuncasabré cómo eres. —Cuando nos conozcamos en persona. —Jajaja. No creo que eso pase nunca. Otro silencio. Son lastres y media de la mañana. ¿Esposible que esté hablando con algui enmás? Por fin, Ángel contesta: —Nunca digasnunca. —No he quedado jamáscon alguien que haya conocido por Internet. ¿Por qué ibasa ser tú el primero? —Yo tampoco he hecho algo así y no creo que lo haga. Pero siempre hay una primera vez para todo. ¿Primera vez para todo? ¿Aquello era una in directa para hablar de sexo? No. No era ese tipo de tío. O no lo parecía. —Eresmuy raro. —Tú también eres rara. —¿Yo? Soy una chica de dieciséisañosnormal y corriente. —¿Dieciséis? Claro, por eso ese 16 junto a tu nick. —Guau, me asombras. ¿Por qué pensabasque era? —Por tu edad. Pero podía ser por cualquier cosa. Igual eresfan de Pau. —¿Qué Pau? —Gasol.Lleva el dieciséisen su camiseta. Paula se da una palmotada en la frente. No era un tío que hablara de sexo, pero sí de deportes. Está perdida. —Ah. —No te preocupes, no voy a hablar de deportes. ¿Le lee el pensamiento? No tiene foto, apenaslo conoce, le resulta raro y sin embargo… ¿le gusta? No. Eso es imposible. —¿Y tú, cuántostienes? —107. —¡Venga ya! ¿Tampoco me vasa decir tu edad? —No. —Me voy. Miente. Pero ¿de qué va? ¿No le va a contar nada de él? —¡No, espera! ¡Paula, espera! —Solo si me dicescuántosañostienes. —Chantajista. —Llámalo como quieras. ¿Edad? Se teme lo peor. Está hablando con un señor mayor. Ahora es cuando le presenta a loshijos. O peor, a los nietos. —Tengo veintidósaños. Pero soy como Peter Pan. No quiero cumplir más. Ella dieciséis, él veintidós. Bueno, podríaser peor. —Eso de Peter Pan es porque cuando cumpliste veintidós, ¿no contaste más o porque realmente tienes esos? —Tengo veintidós. —Viejo. —Ahorael que se va soy yo. —¡No! Perdona, perdona. Si eresun chaval. Qué digo un chaval: un bebé. —¿Te ríesde mí, Paula? La chica no sabe ocultar una sonrisa de oreja a oreja en la soledad de su habitación. Le gusta más en cada frase que escribe. —Por supuesto que no me río de ti. Me río contigo. —Eso está muy visto. —¡Oh! Perdone usted, señor originalidad. Una nuevapausa. Un minuto. Dos. Tres. ¿Pero dónde se ha
  • 35. metido? Regresa. —Intento serlo. En mi profesión me lo exigen. —¿Sí? ¿A qué te dedicas? —Soy periodista. ¡Dios, un periodista! ¡Qué interesante! —¿Eres uno de esos paparazzi?—¿Por qué todo el mundo cuando se entera de que soy periodista me pregunta eso? Mierda, otra vez ha sido poco original. —Quizá porque tropiezas solo con chicastontas como yo. —Tú no eres tonta. De hecho, creo que eres bastante inteligente. —Ahora el que se ríe de mí eres tú. —No me río de ti. Me río contigo. ¡Qué capullo!El tío que va de original y ahora hasta usa sus topicazos. —Copión. —Y tú, ¿a qué te dedicas? ¿Bromea? ¿Qué quiere que haga con solo dieciséis años? —Pues imagino que a lo que casi todos con mi edad: estudio en el instituto. —¿Qué curso? —Primero de Bachiller. —Es fácil. —¡Qué sobradito!, ¿no? No es nada sencillo. Hay que estudiar mucho. —¿Y tú lo haces? Paula enrojece. Este no juzga por el aspecto físico, pero el tío no se corta con lo demás. —Sí. El último día. No me concentro antes. Apruebo como puedo, pero hasta ahora no he repetido curso. —Algo esalgo. —¡Hey! Te repito que no es fácil. Muchos han repetido alguna vez con mi edad. —Tranquila. —¿Tranquila por qué? —No me importa si has repetido. Todos tenemos épocas malas, se nosatraviesa alguna asignatura, algún profesor…No te voy a juzgar tampoco por tu expediente académico. —¿Tú repetiste algún curso? —No. Pero tuve un segundo de Bachiller complicado. Al final, un profesor me ayudó. Me aprobó una asignatura que tenía suspensa para poder hacer selectividaden junio. —¡Qué cara! —Llamémosle ser buen relacionespúblicas. Paula vuelve a reír, en el MSN y en su dormitorio. Estardísimo, pero se siente tan a gusto con aquel chico misterioso…—Eres un caso, Ángel. Pero el periodista no escribe. En esta ocasión pasa mástiempo que lasvecesanterioresen las que se au sentó. Sin embargo, ella no dice nada. Teme ser una pesada. Diez minutosmás tarde por fin da señalesde vida. —Perdona. —Note preocupes. Si estás hablando con más gente, lo entiendo. —No hablo con más gente, solo salí a la terraza. —¡Con el frío que hace! ¡Estás loco! —Esque…mira por la ventana. Paula descorre las cortinas. Detrás del cristal, pequeñoscoposde nieve aterrizan despacio en el suelo de la ciudad. —¡Está nevando! —Sí. Me encanta la nieve. Me hipnotiza. Es precioso. Nieva. Aquello sensibiliza a Paula. Tiene ganasde reír, de cantar, de saltar… Pero sobre todo de seguir conociendo a aquel chicotan extraño. Y sí, nunca hay que decir nunca. Porque quién sabe si alguna vez quedan para verse en persona y descubre todos los secretos de aquel periodista enigmático. Epílogo Lossiguientesdías transcurrieron muylentospara Paula. Pasó casi todo el tiempo estudiando los exámenesdel segundo trimestre. Sin embargo, todo lo que le sucedió le afectó demasiado y suspendió dos asignaturas: Filosofía e Historia. Ángel la llamó tres veces. El sábado para preguntarle qué tal estaba y si había pensado ya en lo que tuviera que pensar. Paula le respondió que era pronto y que le dejase un tiempo para reflexionar. El martes, para lo mismo, con idéntica respuesta. Y el viernestambién, cuando estuvieron muy fríos. Ángel entoncessacó el tema de que si estaban rompiendo y Paula le respondió que no lo sabía. De Álex no sabe absolutamente nada. Ni siquiera le respondió al mensaje del hotel. Estuvo variasvecestentada de llamarlo, pero finalmente decidió no hacerlo. Con Mario no fue fácil. El lunesen clase ella lo miró, pero él no quiso saber nada. Así hasta el jueves, cuando Diana intercedió entre ambos y hablaron un poco de temas intranscendentes. El viernesfue mejor e incluso hubo alguna broma entre los dos. Diana aprobó Matemáticas con un 8.25 y Miriam suspendió con un 0.5. Cris también salió indemne del segundo trimestre en la asignatura. Un día de abril, en DisneylandParís. —¡Mira!¡Allí está Mickey! —grita Erica, nerviosa. —¿Dónde? No lo veo —pregunta Paula, que lleva buscando todo el día al ratón de Disney para hacerle una foto con él a la pequeña. —¡Allí! La niña se suelta de la mano de su hermana y sale corriendo. —¡Erica! ¡Espera, que te vasa perder! La hermana mayor se ve obligada a correr detrás de la niña hasta que por fin se para. Y sí, allí está Mickey. —Hola, guapa, ¿cómo te llamas? — pregunta el ratón, que habla un curioso español con acento francés. — Erica. —Qué bonito nombre. ¿Y la chica que viene contigo? —Esmi hermana, se llama Paula. —Esmuy guapa. —¿Te gusta? Podríascasarte con ella. Paula no oye nada de lo que hablan Mickey y su hermana. —Oye, Mickey, ¿podríasagacharte un poco? Esque no te consigo enfocar la cabeza —comenta Paula mientras prueba con la cámara en vertical. Mickey obedece. Se inclina y abraza a la niña. Clic. Clic. Clic. —Claro que me gusta. Dile a tu hermana que si le gustaría cenar conmigo esta noche. Erica corre hasta Paula. —Dice Mickey que si cenascon él esta noche. —¿Qué? —Eso. Que si quierescenar con él esta noche. La chica sonríe, coge a su hermana de la mano y se alejan de allí. Pero si hay alguien que tiene capacidadpara conseguir lo que quiere, ese esel ratón más famoso del planeta. ¿Sabesque te quiero? puede sonar a melodía si la escuchamosde la persona a la que amamos; pero también puede a llegar a romperte los esquemas y desbaratar toda tu vida si no es algo esperado o somos nosotros quien lo pronunciamos. Blue JeansBlue Jeans; pseudónimo con el que se conoce a Francisco de Paula Fernández, nació en Sevillaaunque reside en Madriddonde se licenció en Periodismo en la UniversidadEuropea de Madrid. Escribir fue siempre su gran pasión, utilizando un lenguaje actual, fresco y dinámico, con un estilo muy personal. Cancionespara Paula essu primera novela publicada, una historia que cientosde seguidorescomenzaron a leer en diferentes redes socialesde Internet.