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CÓDIGO LYOKO 4EVER
            (http://codigolyoko4ever.blogspot.com/)
                    La Ciudad Sin Nombre
                         Jeremy Belpois
                             PRÓLOGO
   Esta noche se cumplen diez años exactos desde la primera vez que la vi, y he
     decidido que ha llegado el momento de contarlo, de revelar los increíbles
acontecimientos de los que fuímos testigos Yumi Ishiyama, Ulrich Stern, Odd Della
 Robbia y yo, Jeremy Belpois. Y Aelita, naturalmente. No pasa un solo día que no
                                piense en Aelita. Esta
        historia es para todos ellos, mis amigos. Pero sobre todo es para ti.
Quién sabe si aún estás a la escucha...

                                     Jeremy




INTRODUCCIÓN
1985. Francia. Un genio científico llamado Waldo Schaeffer y su mujer,
Anthea, trabajan en un proyecto internacional de alto secreto conocido
               an
como Cartago. Cuando Waldo descubre que el verdadero objetivo de
Cartago no es el de proteger a los países del mundo, sino crear una nueva
arma mortal, decide abandonar el proyecto. Esa decisión tendrá
                                                           tendrá
consecuencias irreversibles.
Unos misteriosos individuos secuestran a Anthea Schaeffer. Waldo, en
cambio, logra ponerse a salvo junto con su hija de tres años, Aelita. Tras
una larga huída, encuentra trabajo como profesor de ciencias en la
academia Kadic, en Francia, y bajo el nombre falso de Franz Hopper
                c,
continúa a escondidas con sus experimentos.
Allí, en los subterráneos de una vieja fábrica, no muy lejos del colegio,
construye un superordenador e inventa un mundo virtual llamado Lyoko,
ideado para servir de antídoto contra Cartago. Pero en tan sólo unos pocos
               rvir
años la organización para la que trabajaba consigue localizarlo.
En 1994, cuando Aelita tiene doce años, Waldo Schaeffer se refugia en el
mundo virtual de Lyoko junto con su hija, que está gravemente herida, y
                                                      gravemente
apaga el superordenador que lo alimenta.
Muchos años después, Jeremy Belpois estudia en la academia Kadic. Tiene
trece años, pocos amigos y un talento innato para la informática. Después
de descubrir la existencia de la vieja fábrica, conectada con la escuela
                                                conectada




                               mediante unos túneles subterráneos, Jeremy
se encuentra el superordenador abandonado, y consigue volver a ponerlo en
marcha.
Así descubre a Aelita, que durante todos esos años ha permanecido
prisionera en Lyoko, sin envejecer. Junto con sus amigos Ulrich, Odd y
Yumi, Jeremy logra rematerializar a Aelita en el mundo real. A partir de
ese momento, los cinco muchachos se enzarzan en una encarnizada lucha
contra X.A.N.A., una despiadada inteligencia artificial que se ha apoderado
de Lyoko.
Con mucho esfuerzo, y después de una larga serie de increíbles aventuras
  on
virtuales, finalmente derrotan a X.A.N.A. gracias al sacrificio de Franz
Hopper, que había sobrevivido durante todos esos años dentro de Lyoko en
forma de esfera de energía.
Ya no hay ningún peligro. O por lo menos eso parece.

El 21 de diciembre, unos cuantos meses después de la derrota de X.A.N.A.
y la muerte de Hopper, Aelita pierde la memoria de improviso. A causa de
ello, sus amigos deciden reunirse nada más terminar las vacaciones de
Navidad en el chalé en el que antaño vivía para ayudarla a recuperar sus
recuerdos perdidos.
Los cinco muchachos empiezan a investigar acerca de los secretos de La
Ermita, y llegan a descubrir una habitación oculta. En su interior hallan un
mensaje grabado por el profesor que cuenta parte de su historia, aunque
             bado
todavía deja sin desentrañar muchos e intrincados misterios.
En su mensaje Hopper le confía a Aelita la tarea de encontrar a su madre, y
le pide que custodie un colgante de oro que forma parte de una pareja, un
regalo que Anthea y él se habían intercambiado como prenda de amor.
Mientras tanto, X.A.N.A, al que los muchachos creen definitivamente
derrotado, recupera poco a poco sus energías, volviendo a la vida y
poseyendo a una chiquilla americana llamada Eva Skinner.
Poco después, Eva hace su aparición en Kadic.
Jeremy, Ulrich, Odd y Yumi deciden ayudad a Aelita a encontrar a su
madre.
Confían plenamente en lograrlo. Están convencidos de que son los únicos
que conocen la historia de Hopper y Lyoko. Están convencidos de que ya
no quedan más amenazas.
Y de que X.A.N.A ya no existe.

Se equivocan.


                   PRÓLOGO
            UNA CIUDAD MISTERIOSA




                                 Las torres de la ciudad se despliegan ante él
como caparazones azulados de mariquitas, moteados por los agujeros algo
                                  mariquitas,
más oscuros de los espaciopuertos. Las calles son franjas de colores que se
entrecruzan y trenzan libremente entre los rascacielos. Tan sólo unas pocas
naves vuelan entre un edificio y otro: es un momento tranquilo, y no hay
casi nadie. En realidad nunca hay mucha gente por la ciudad.
El muchacho brota de la nada. El aire se vuelve denso, se congela en un
punto concreto, y ahí está él.
Dobla dos dedos y empieza a volar. Coge velocidad. Deja que su vuelo se
transforme e una picada. Aterriza sobre una de las autopistas flotantes que
llevan hasta el muro, y la carretera se comba dócilmente para amortiguar el
impacto.
Empieza a correr: no ve la hora de encontrarse con su amiga y enseñarle los
nuevos rincones de la ciudad que ha descubierto. Le encanta volar con ella
                                que
por las solitarias calles, adentrarse en los parques y las pequeñas tiendas
vacías donde pueden coger lo que quieran e inventarse infinitos juegos.
Su amiga dice que la ciudad es estupenda, pero está desierta. El muchacho
no entiende lo que quiere decir: está él, están las inteligencias artificiales, y
además está el profesor. ¿A quién más necesitarían?
Al pensar en el profesor, el muchacho advierte un sutil sentimiento de
culpabilidad: el profesor no quiere que asuma forma humana, porque dice
                                        asuma
que es un desperdicio de energía. Pero su amiga tiene esa forma y él quiere
parecérsele, por lo menos un poco. Aunque luego, a lo mejor, vuelva a
transformarse para ella, puede que en una de esas criaturas pequeñas que
ella llama <<pajaritos>>, y que le hacen reír.
      lama

La calzada se mueve, inclinándose ante el muchacho. La áspera superficie
se vuelve lisa y transparente como el cristal. Empieza a patinar. Llega hasta
el suelo de un salto. Echa a correr de nuevo.
La inteligencia artificial del tráfico peatonal aparece de golpe delante de él.
                  rtificial
Es un larguirucho metálico con tres ojos verticales y luminosos. Unos rojo.
Uno ámbar. Uno verde.
Le bloquea el camino con una mano huesuda, y el ojo que está encendido
es el de más arriba, el rojo oscuro. En cuanto lo reconoce, el que se
enciende es el ojo amarillo.
-Señor, está sobrepasando el límite de velocidad –le recuerda la I.A. ¿Me
 Señor,                                              le            I.A.-.
permite pedirle que aminore la marcha?
El muchacho agita una mano delante de él: <<Autorización denegada> El
                                                               denegada>>.
ojo del controlador se vuelve verde de inmediato, y la criatura se aparta
para dejarle pasar.
-Por supuesto, señor. Prosiga, por favor.
 Por
El muchacho corre hasta que los edificios que lo rodean comienzan a
fundirse en un único borrón de colores. Pega un salto, pasa por encima de
                                                 un




                               un gran puente hecho de cables entrelazados
y aterriza de nuevo en la carretera del otro lado. Ve una I.A. de transporte
de información: parece un gran huevo achatado, y se aleja a toda velocidad.
Debe de ser una I.A. importante. Es probable que esté trabajando para el
                     importante.
profesor. Puede llevarlo durante un trecho.
El muchacho salta sobre ella, y una débil descarga eléctrica recorre sus
dedos. Apoya las manos sobre su superficie para no caerse. Primer cruce.
Segundo cruce. El muchacho la abandona de un salto, y cae sobre una I.A.
                   muchacho
de gestión de residuos. Es un poco más lenta, pero va en la dirección
adecuada.

El muro es tan alto que llega hasta el cielo, y está hecho de ladrillos negros.
Cada vez que el muchacho roza su superficie, entre las yemas de sus dedos
y el muro brotan destellos de una luz clara. El muro lo repele. Rodea la
ciudad, y el muchacho no puede sobrevolarlo ni atravesarlo. No puede
dejarlo atrás.
En el muro hay una única puerta, pero ahora sus grandes hojas están
cerradas. El muchacho apoya en una de ellas la palma de una mano, y en
   rradas.
una pantalla que aparece de la nada brillan durante un segundo cuatro
letras. Es el nombre del muchacho, aunque él no lo sepa.
La puerta se desmorona, desmenuzándose en una lluvia de polv Hace un
                                                             polvo.
segundo estaba ahí, y ahora ya no queda ni rastro de ella.
Al otro lado del umbral, el muchacho contempla el largo puente levadizo
que se pierde en el horizonte. Flota sobre el vacío. Más allá de la ciudad no
hay nada: ni un foso, ni un valle, ni un camino. Tan sólo el puente, tendido
                                   ni
hacia la oscuridad.
A veces el muchacho se ha imaginado cómo será atravesar ese puente, pero
nunca ha pensado realmente en hacerlo. No está incluido entre sus
instrucciones.
Observa el puente, y sabe que su amiga llegará por ahí. Dentro de poco
verá su delgada silueta caminando con pasos amplios por ese arco flotante,
y él echará a volar. Luego verá su pequeña nube de cabello rosa. Su
sonrisa.
Su amiga está tardando un poco, pero eso no importa. Puede esperar. La
ciudad sobrevivirá un rato aunque él no esté. En cualquier caso, otras partes
 iudad
del muchacho están sobrevolando las pagodas, adentrándose por las
alcantarillas, controlando que todo vaya bien. Sin esfuerzo, sin que él tenga
que acordarse siquiera de hacerlo.
Ahora su amiga está tardando mucho, y el muchacho empieza a estar
preocupado. ¿Qué ha pasado? Cuando ella viene a verlo siempre es
puntual.




                              Así que espera, y sigue esperando, ante ese
puente infinito. De vez en cuando le parece estar viéndola, ver cómo
aparece su melenita rosa, apenas un puntito, allá a lo lejos.
  arece
Su amiga ya no vendrá nunca más.
Pero él todavía no lo sabe.


                                     1
EL HOMBRE DE LOS DOS PERROS
Detestaba estar allí. Detestaba las mudanzas. El hecho de que su trabajo lo
                                    mudanzas.
obligase a mudarse más o menos una vez a la semana no cambiaba ni un
ápice la cuestión.
Grigory Nictapolus hundió el pie en el acelerador, y la camioneta pasó de
ciento setenta a ciento ochenta por hora. El motor rugía, pero aquel hombre
                                                      rugía,
sabía que podía exprimirlo hasta llegar a los doscientos veinte. Lo había
trucado con sus propias manos.
-Ya falta poco, chiquitines –susurró a media voz al escuchar una gruñido
 Ya                           susurró
apagado que provenía de detrás de él.
Giró en la siguiente salida de la autopista sin ni siquiera aminorar la
                    e
marcha. Eran las tres de la madrugada. No había ni un alma por la
carretera. Escogió un peaje automático y pagó en metálico, arrojando un
puñado de euros en un recipiente de la máquina. La ciudad le dio la
bienvenida poco a poco: primero algunas casas sueltas y un grupo de naves
industriales, y luego, paulatinamente, más casas, edificios, manzanas,
barrios.
El avión de Grigory había aterrizado aquella tarde tras un vuelo de casi
once horas. En el aeropuerto lo esperaba su contacto, un tipo insignificante
                   aeropuerto
que sujetaba las correas de sus dos perros. Le había entregado un manojo
de llaves. <<Para usted>>, le había dicho aquel hombre.
Grigory no le había respondido, y se había limitado a llevarse las llaves y
los perros.
Había conducido sin descanso, deteniéndose sólo para que los animales se
desentumeciesen las patas, y ahora tenía hambre y sed. Tenía sueño.
<<Luego –se dijo-. Primero hay que acabar el trabajo>>.
                    .
Llegó ante un chalé de principios de siglo, alto y estrecho, rodeado de una
                                             alto
valla de madera. El jardín estaba cubierto de nieve, y tenía un aspecto casi
salvaje. El cartel que había encima de la verja de la entrada le confirmó que
se trataba de La Ermita. Grigory chasqueó los labios, pero siguió
conduciendo. Ya volvería más tarde.
        iendo.
Bordeó la carretera y después atravesó el río. Cuando estaba sobre el
puente se giró con curiosidad, observando un islote que parecía a punto de
hundirse bajo el peso de una fábrica abandonada. Luego volvió atrás,




                              dirigiéndose hacia un gran parque. Bordeó la
                                         e
tapia que lo rodeaba, y la camioneta empezó a moverse a paso de tortuga,
avanzando entre las sombras de la noche como un jaguar al acecho.
Entre los árboles podía distinguir los negros tejados de los edificios,
pegados unos a otros formando una L: las aulas, las oficinas, la residencia
de los muchachos.
Así que ésa era la academia Kadic. Parecía más bien elegante, pensado para
chavalines privilegiados, hijitos de papá. El muro acababa en una gran
verja de hierro forjado que estaba cerrada y anclada en dos columnas en las
que se veía esculpido el escudo del colegío.
Grigory Nictapolus sonrió y bajó de la camioneta con los dos perros. Se
alejaron durante unos minutos. Luego volvieron a subirse.
A su vuelta, uno de los dos perros estaba tan alterado que aferró con los
dientes el asiento del pasajero, arrancándole un buen pedazo del relleno.
-Muy bien. Como reconocimiento del terreno nos puede valer –dijo para sí
el hombre mientras acariciaba el hocico de aquella bestia.
La camioneta salió del centro de la ciudad y se detuvo delante de un
edificio aislado de la periferia, protegido por una valla de alambre de
espino medio oxidada. Era uno de esos sitios que los adultos ni siquiera
ven, y que los niños evitan de puro miedo.
-Desde luego, no es de lujo –comentó Grigory en un murmullo-. El Mago
podía haberme encontrado un alojamiento más conocido.
Abrió la puerta de la alambrada con las llaves que le había pasado su
contacto en el aeropuerto, aparcó sobre la alta hierba e hizo bajar a los
perros.
Eran dos enormes rottweilers, fuertes y agresivos. Adiestrados para el
ataque. Se llamaban Aníbal y Escipión.
Grigory Nictapolus se pasó la mano por su afilada cara para sacudirse de
encima el cansancio. Luego agarró las maletas de la caja de la camioneta y
empezó a descargar el equipo.

El cuarto de la residencia estaba helado, pero sintió las sábanas empapadas
de sudor. Se había despertado oyendo ladridos de perros… igual que en su
sueño. A lo mejor se estaba volviendo loca.
Aelita se levantó, tiritando a causa de lo frío que estaba el suelo bajo sus
pies desnudos. Se puso un jersey. Desde la ventana de su cuarto se veía el
parque de la escuela, y en el cielo oscuro que anunciaba el amanecer,
echándole un poco de imaginación, podía distinguir la silueta de La Ermita.
El chalé en el que había vivido ella y su padre, cuando él aún estaba en este
mundo.
Se peinó frente al espejo la corta melenita pelirroja. Delante de sí veía a
una chiquilla de trece años que parecía más pequeña, con orejeras de sueño
y un rostro flaco y sobresaltado. Por un momento volvió a verse tal y como
aparecía en su sueño, con el pelo rosa, las
puntiagudas orejas de una elfa y dos franjas verticales de maquillaje
dibujadas sobre las mejillas. ¿Cuál era su verdadera identidad? ¿Aelita
                                                     identidad?
Schaeffer, la hija de Waldo y Anthea; Aelita Stones, la falsa prima de Odd
matriculada en la academia Kadic; o Aelita la pequeña elfa, la habitante del
mundo virtual de Lyoko?
<<Para ya de pensar en eso. Ahora Lyoko ya no existe>>.
La muchacha cogió su móvil, que estaba sobre la mesilla de noche, y lo
                ogió
encendió.
-Mmm… ¿Diga? –le respondió una voz pastosa al séptimo toque.
                    le
-Soy yo.
-¿Aelita? ¿Qué…?
La muchacha oyó a tientas cómo Jeremy buscaba a tientas sus gafas por la
mesilla de noche, se sacaba las sábanas de encima y hacía caer algo al
suelo.
-¿Qué hora es?
-¿Puedes venir a verme? Por favor.
 ¿Puedes
Jeremy no le respondió. Cinco minutos más tarde estaba llamando a la
puerta de su amiga.

Chocolate caliente. Con mucho azúcar. Antes de llegar, el muchacho había
pasado por el distribuidor automático que había en la planta baja de la
residencia y había sacado dos. Tan amable y atento como de costumbre.
Jeremy probó su bebida con aire distraído. El muchacho tenía el pelo rubio
y un par de gafas redondas con la montura negra, y llevaba un jersey de
                                 la
lana que se había puesto a toda prisa encima del pijama de franela. Parecía
como si se lo hubiese robado a un hermano mayor. Y aquella expresión…
-¿De qué te ríes? –le preguntó.
                   le
-De la cara que traes –la mirada de Aelita se fue endulzando a medida que
                       la           Aelita
hablaba-. Siempre estás tan serio…
         .
-¡Eso no es verdad! –protestó él . Es que este chocolate tiene poco
                      protestó él-.
azúcar… ¿Sabes? –continuó Jeremy tras unos instantes de silencio he
                    continuó                                silencio-,
estado pensando en ello, y creo que tendrías que hacer que te trasladen a
                                              que
una habitación doble. Así tendrías una compañera, y de noche te sentirías
menos sola.
Aelita tomó sus manos impulsivamente, y sacudió la cabeza.
-No.
-¿Por qué? Desde que hemos vuelto a Kadic no duermes, y cuando lo
 ¿Por
consigues te despiertas en plena noche, aterrorizada.
-Ya se me pasará.
-¿Y las pesadillas? ¿Sigues con el mismo sueño de siempre?
 ¿Y
Aelita hizo un esfuerzo para deglutir la mitad del chocolate de único sorbo.
-Más o menos –murmuró después . ¿Te acuerdas del vídeo de mi padre?
                murmuró después-.
¿Y de la foto aquella con esas montañas que se ven desde la ventana?




                                 Jeremy asintió. Al final de las vacaciones de
Navidad, Aelita, sus amigos y él se habían reunido en La Ermita para pasar
un día juntos y ayudarla a recuperar la memoria de algunos
acontecimientos del pasado.
En el sótano del chalé habían descubierto una habitación oculta y un
misterioso vídeo que había dejado allí el profesor Hopper, el padre Aelita.
El muchacho lo había visto ya por lo menos una cien veces.
-En el sueño –prosiguió Aelita siempre aparece esa casa. Papá está fuera,
                 prosiguió Aelita-
trabajando, y mamá, en su habitación. Sólo que luego…
-Sólo que luego tu madre desaparece –concluyó por ella Jeremy.
 Sólo                                    concluyó
-Sí. Yo corro a su alcoba y me encuentro el armario abierto de par en par,
 Sí.                                        el
el cristal de la ventana roto, su ropa desperdigada por el suelo y
pisoteada… Y siento como si hubiese alguien más conmigo. En casa. Está
cerca, y respira fuerte. Tengo miedo de que me coja y me…
-Tranquilízate, Aelita. El vídeo de tu padre debe de haberte afectado
 Tranquilízate,
bastante. Eso no son más que imaginaciones tuyas.
-Te equivocas –le replicó la muchacha a su amigo mientras lo miraba
                  le
directamente a los ojos-. De eso nada: son recuerdos, Jeremy. Recuerdos
                         -.
que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño ha aparecido un perro
                        después,
enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a
perseguirme. Me he despertado poco antes de que me mordiese… y me ha
parecido oír unos perros que ladraban en el jardín, justo debajo de la
ventana de mi cuarto.
Jeremy le tomó la mano. Estaba fría en comparación de la suya. Aelita se
sonrojó.
-¿Y ahora qué hacemos? –preguntó.
 ¿Y
-Vámonos a desayunar –le respondió él, riendo-. Pero antes tengo que
 Vámonos                                          .
volver un momento a mi cuarto.
-¿Para qué?
-¡Pues para vestirme! No podemos presentarnos delante de los demás así,
         ra
en pijama…

Jeremy y Aelita se arreglaron, fueron a desayunar y luego se dirigieron
juntos al patio de la escuela. Allí estaban sus más íntimos amigos, con
quienes compartía el extraordinario secreto de Lyoko, con quienes
                                       secreto
hablaban por la noche cada vez que no lograban conciliar el sueño. Los
amigos junto a los que crecer parecía menos difícil. Odd Della Robbia, con
el chándal de hacer gimnasia y su absurdo peinado rubio brotando de su
cabeza como una llamarada. Ulrich Stern, delgado y musculoso, apoyado
            o
contra una columna. Y Yumi Ishiyama, con el cabello corvino y totalmente
liso cayéndole sobre la pálida cara y los ojos rasgados, vestida tan de negro
como siempre.
Yumi, la única del grupo que no vivía en la residencia de estudiantes, sino
en una casa no muy lejos de allí, con su hermano y sus padres, estaba




                                metiendo unas monedas en la máquina de
café mientras Odd y Ulrich, que estaban detrás de ella, soltaban unas risitas
divertidas y confabulad
             confabuladoras.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que pasa, que es tan tronchante? –les preguntó Jeremy
 ¿Y                                                      les
al acercarse al trío junto con Aelita.
-¡Pff! -respondió Odd en medio de una carcajada contenida . Nada, nada,
        respondió                                  contenida-.
sólo que Sissi… Ulrich… Ey, pero qué caras de cansancio traéis. ¿Os han
dado las tantas?
-Esta noche también he tenido pesadillas –se apresuró a explicar Aelita.
 Esta                                       se
Yumi trató de tranquilizarla.
-Es por culpa de la habitación secreta de La Ermita. El vídeo de tu padre te
 Es
ha alterado.
La muchacha sacó su capuchino de la máquina expendedora y revolvió el
azúcar con una cucharilla de plástico. Era la más alta del grupo. Le sacaba
un palmo largo a Ulrich. Pero era tan delgada y esbelta que ha un
desconocido le habría resultado imposible imaginársela como una guerrera.
Y sin embargo lo era, y de armas tomar. Fuerte y combativa. Ulrich no
pudo por menos que mirarla disimuladamente.
Yumi jamás dejaba traslucir sus emociones, y era bastante taciturna. Justo
igual que él. Por eso se encontraban tan bien juntos. Por eso, y tal vez por
algo más.
Ulrich apartó la mirada.
-Ha sido una suerte encontrar ese vídeo. Ahora tenemos indicios, y una
 Ha
nueva pista que seguir –
                       –comentó.
-Todos tenemos malos sueños, Aelita –confirmó Odd-. Basta con no darles
 Todos                                                 .
demasiada importancia. Y además, ahora tenemos clase de Historia:
                                          tenemos
¡perfecta para echarse una buena cabezadita!
-No digas chorradas, Odd –lo acalló Ulrich-. Será mejor que nos pongamos
 No                                         .
en marcha, o se nos va a hacer tarde.
-Yo también tengo que salir pitando: control de mates –lo secundó Yumi,
 Yo                                                      lo
que era un año mayor que los otros e iba a otro curso.
  e
-¡Hasta luego, entonces! –se despidió de ella Ulrich con una sonrisa.
 ¡Hasta                   se

Ulrich, Odd, Jeremy y Aelita llegaron al aula con cinco minutos de retraso
y se abalanzaron adentro mientras la profesora estaba cerrando la puerta.
Pero se detuvieron, petrificados ante la corpulenta figura del director
Delmas, que los observaba con una mirada severa desde detrás de los
cristales de sus gafas.
-¿Qué horas son éstas de presentarse?
 ¿Qué
Jeremy trató de explicar algo, y luego se volvió hacia Odd y se dio cuenta
                                 luego
de que su amigo parecía paralizado. Pero no estaba mirando en dirección a
Delmas. Contemplaba a otra persona que se encontraba junto al director.
Una chica. No era muy alta. Llevaba el pelo rubio muy corto, y tenía un
tono de piel dorado y unos enormes ojos de color azul celeste. No era del




                                colegio: Jeremy se habría acordado sin lugar
a dudas de ella. Y parecía ser que Odd había quedado tocado y hundido
desde el primer vistazo.
-Della Robbia, ¿a qué está esperando p sentarse? –lo despabiló el
 Della                                 para            lo
director con su autorizado tono . Venga, todos a vuestros sitios.
                            tono-.
Los muchachos se colocaron en sus pupitres, y la profesora se sentó tras su
escritorio, sobre la cátedra. Delmas se aclaró la garganta, como solía hacer
antes de un anuncio oficial.
-Bueno –arrancó-, lamento que no haya conseguido llegar hace una
                   ,
semana, cuando empezaron las clases, pero más vale tarde que nunca, ¿no
es cierto? De todas formas, chicos, me alegra presentaros a una nueva
compañera que desde hoy asistirá a nuestra escuela: Eva Skinner.
                            asistirá
-Encantada –murmuró la muchacha mientras miraba fijamente a un punto
              murmuró
imaginario en lotananza.
-¡Yo sí que estoy encantado! –gritó al segundo Odd, un pelín demasiado
 ¡Yo                           gritó
fuerte en medio del silencio de la clase.
Todos se echaron a reír, y el muchacho se sonrojó de los pies a la cabeza.
           charon
No pararon hasta que el director hizo un gesto imperativo para que se
callasen.
-Estoy seguro de que estás realmente encantado, Odd. Gracias por
 Estoy
compartirlo con todos. Pues bien, Eva acaba de llegar con sus padres de los
Estados Unidos. ¿De qué ciudad, en concreto?
La muchacha miró fijamente al director, sin responderle.
-Tal vez aún no entiende bien nuestro idioma –dijo Delmas mientras
 Tal                                            dijo
sonreía con indulgencia ¿De dónde vienes, Eva? –le preguntó, recalcando
             indulgencia-.                                  untó,
muy despacio las palabras.
-Estados Unidos –respondió Eva sin mirarlo.
                   respondió
Hablaba en francés con un acento muy extraño. Jeremy observó a Odd, que
estaba mirando sin parpadear a Eva, embobado, con la boca entreabierta y
una expresión de besugo estampada en el rotro. Ulrich, que era su
compañero de pupitre, tuvo que darle un codazo en las costillas para traerlo
de vuelta al mundo real.
-Bueno –prosiguió el director , supongo que ya nos hablarás de tu ciudad
          prosiguió director-,
más adelante –luego volvió a dirigirse a la clase-. Mientras tanto, quiero
                luego                             .
que todos vosotros acojáis a Eva con entusiasmo. No va a dormir en la
residencia, ya que sus padres viven a poca distancia de aquí, pero recordad
que hoy ha llegado una nueva amiga dispuesta a emprender un largo
viaje…
Odd se fijó en que Jeremy lo estaba mirando, y alzó los ojos al cielo,
mimando con los labio <<¡Es preciosísima!>>.
-… en fin, ayudadla a integrarse y dadle una calurosa bienvenida. Señor
 …
Della Robbia… no demasiado calurosa, señor hágame el favor.
Otra carcajada general.




                               Grigory Nictapolus no había limpiado: no le
había dado tiempo. Pero de todas formas el salón ya había cambiado de
aspecto. En el suelo de los obreros habían echado únicamente, muchos años
antes, una capa de cemento crudo en la que ahora se rebozaban sus dos
                                                  se
perros. Aníbal y Escipión se disputaban un enorme pedazo de carne,
arrancándole tiras con los colmillos.
Grigory había montado el equipo, e incluso había conseguido dormir un par
de horas. Ahora de las paredes colgaban manojos de cables eléctricos
sujetos con cinta aislante negra. Apoyados sobre el suelo había dos grandes
monitores de cuarenta y dos pulgadas cada uno fabricados en China. A su
alrededor tenían otras diez o doce pantallas más pequeñas. Además había
instalado dos antenas parabólicas sobre el tejado de tal forma que no fuesen
visibles desde la calle, y otras dos antenas más pequeñas dentro de la casa.
Y luego una CB, una antena de Banda Ciudadana, típica de los
radioaficionados, de baja frecuencia. Y también un escáner de frecuencias
para interceptar las transmisiones de los coches patrulla de la policía, un
ordenador conectado a los monitores, otros dos ordenadores desconectados
de la intranet… y la conexión a internet, por supuesto.
De todo lo que se había traído en la camioneta sólo quedaban tres cajas aún
precintadas. Dos de ellas estaban llenas de cámaras de vídeo y micrófonos
espía telefónicos y ambientales. La tercera tenía estampillada la marca de
un fénix verde, y guardaba en su interior la Máquina, su valioso archivo de
tarjetas de memoria. Grigory acarició con la mirada la caja de cartón y se
sirvió una taza té. Usaría la Máquina sólo a su debido tiempo.
El fusil automático, por su parte, estaba tirado sobre una alfombra, , junto
al teclado del ordenador principal. Fusil de asalto XM8, un prototipo del
ejército estadounidense que nunca entró en producción. Un bicharraco de
arma. Grigory no creía que le fuesen a hacer falta armas para llevar a cabo
la operación, pero lo ayudaban a concentrarse.
Se sentó sobre la alfombra y reactivó el ordenador, que estaba en reposo.
Los altavoces retumbaron con el sonido de la voz de una muchacha: <<…
recuerdos que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño a aparecido
un perro enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a
perseguirme>>.
Grigory no necesitaba consultar el expediente para reconocer aquella voz:
Aelita Stones, alias Aelita Hopper, alias Aelita Schaeffer.
Un perro. Así que la niña había conseguido oír a sus cachorritos. Tenía que
acordarse de poner más ciudado.
La grabación hizo una pausa. Dos o tres segundos.
<<Vámonos a desayunar>>. Otra persona. El programa de reconocimiento
hizo aparecer una imagen en el monitor: Jeremy Belpois.
El micrófono direccional funcionaba bien,
pero su radio de acción era demasiado limitado. En veinticuatro horas la
habitación de la chiquilla estaría cubierta al cien por cien.
El hombre ya había terminado de beberse su té cuando en la pantalla
principal apareció una ventana negra: Llamada confidencial con
encriptación activa. Nivel de seguridad 1. ¿Aceptar?
                   a.
Grigory aceptó, y en las dos pantallas gemelas apareció el busto de un
hombre. Llevaba una chaqueta gris, una camisa blanca con las puntas del
cuello largas, al estilo de los años setenta, y una corbata azul oscuro. En la
solapa de la chaqueta llevaba una insignia que representaba un pájaro. Un
fénix verde, el símbolo de Green Phoenix. Era su jefe: Hannibal el Mago.
El Mago jugueteaba con el ratón de su ordenador, haciendo tintinear contra
él los anillos que le cubrían los dedos. Su rostro estaba a oscuras, y un gran
sombrero de ala ancha escondía sus ojos y la mitad de su cara. Lo único
que se lograba entrever era una mandíbula cuadrada y una boca ancha,
entreabierta en una media sonrisa que dejaba adivinar dos dientes de oro en
lugar de los caninos.
-Buenos días, Grigory.
-Buenos días, señor.
La voz del Mago sonaba profunda, distorsionada y falseada por los
instrumentos electrónicos. Por mucho que trabajase con aquel sonido,
Grigory sabía que jamás obtendría una señal de audio identificable.
                                                   audio
-¿Ha tenido un buen viaje?
 ¿Ha
-La base ya es operativa, señor –le respondió Grigory-. Cuento con colocar
 La                                                       .
todos los aparatos de aquí a mañana, incluidos los del chalé.
El Mago chasqueó los labios.
-Excelente. Pero tenga en mente que la vigilancia es tan sólo uno de sus
 Excelente.                               vigilancia
objetivos. Ahora que la señal procedente de la academia Kadic vuelve a
estar activa, es absolutamente prioritario recopilar nueva información.
-Sí, señor.
Grigory redujo la imagen de su jefe a una pequeña porción de la pantall y
                                                                    pantalla
empezó a rebuscar entre los expedientes digitales.
-¿Tiene alguna preferencia, señor? ¿Por quién quiere que empiece?
 ¿Tiene
-Eso no es un asunto de mi incumbencia, Grigory –pese a su distorsión,
 Eso                                                   pese
ahora la voz del Mago parecía más fría y distante . Únicamente m interesa
                                            distante-.              me
que nuestro proyecto dé pasos adelante. Quiero papeles con la firma del
profesor. Quiero códigos.
-Sí, señor.
-Pero sobre todo quiero tener la confirmación de que ese famoso
 Pero
superordenador existe de verdad. La traición de hace diez años por part
                                                                   parte
del agente en el que más confiábamos fue un duro golpe. Y yo tengo la
intención de tomarme mi revancha. ¿He sido bastante claro?
-Como el agua, señor.




                              En una ventana de la pantalla había
aparecido un chiquillo con el pelo rubio de punta y un perro ridíc
                                                             ridículo en el
regazo. Detrás de él había dos adultos con un aspecto desagradablemente
feliz y satisfecho.
Un nombre parpadeó bajo la foto: Odd…
-Della Robbia. Empezaré por ellos, señor.
 Della
El Mago le respondió con una risa tan rechinante como un graznido.


                      2
       El expediente de Waldo Schaeffer
Odd se metió la cuchara en la boca. Líquido caliente. Tragó. Ulrich le dio
una palmada en el hombro.
-Oye, pero ¿eso no es sopa de verdura?
 Oye,
-Mmm –asintió el muchacho con expresión ausente. Otra cucharada.
         asintió
-Pero ¡¿qué haces?! –se entrometió Yumi, sorprendida.
                      se
Ulrich se encogió de hombros: Odd debía de haberse vuelto loco…
¡siempre había odiado la verdura!
En realidad la mirada de Odd andaba perdida más allá del plato que tenía
delante de él, más allá de la mesa, más allá de sus amigos. Para ser exactos,
andaba perdida por el otro extremo del comedor del Kadic, donde Eva
Skinner acababa de acercarse al mostrador de autoservicio. Tras unos
instantes de incertidumbre, Eva cogió una bandeja, imitando a los demás
                                                     imitando
muchachos, pero se saltó por completo los cubiertos y los vasos. Llegó ante
la cocinera, una mujerona sonriente con un inmenso delantal blanco.
-¿Verdura hervida o patatas fritas?
 ¿Verdura
La muchacha la miró fijamente, sin responder.
-¿Va todo bien? –preguntó la cocinera.
                   preguntó
-Pero, ¿qué está haciendo? –comentó Ulrich, que también estaba siguiendo
 Pero,                        comentó
el desarrollo de la escena . ¿No ha estado en un comedor del colegio en su
                    escena-.
vida, o qué?
-¿Qué más da? –murmuró Odd con aire soñador . Es preciosísima.
                  murmuró                soñador-.
-La chica nueva parece estar en apuros –comentó Sissi al tiempo que
       ica                                comentó
aparecía detrás de ellos.
Según algunos, Elizabeth (alias Sissi) Delmas era la chica más guapa de la
escuela. Según todos, se trataba sin duda alguna de la más antipática,
aunque era intocable, ya que su padre era el director. Como siempre, Sissi
había entrado en el comedor escoltada por sus dos pretendientes, Hervé y
Nicolas. La muchacha se dirigió inmediatamente hacia la recién llegada.
Sissi cogió una bandeja y le puso encima el tenedor y un vaso,
                                                          vaso,
tendiéndoselo a Eva con una sonrisa maliciosa.
-¿Ves? –gritó después para que todos la oyesen . No es tan difícil. Ahora
          gritó                          oyesen-.
puedes pedir lo que quieres, y luego te sientas y comes. Tienes que usar




                               estas cosas. Se llaman cu-bier-tos. Puedo
                                                               tos.
enseñarte cómo funcionan… Pobrecita, a lo mejor no los habías visto
nunca en América.
Hervé y Nicolas se partieron de risa.
-Eres muy amable –dijo Eva, esbozando una sonrisa angelical Eres una…
                      dijo                             angelical-.
ca-ma-re-ra, ¿correcto? ¿Podrías coger mi almuerzo y llevármelo a la
           ra,
mesa? Un poco de esas cosas verdes, y también una rebanada de eso otro.
Gracias.
Sissi se retorció de rabia.
-¿Camarera yo? ¡¿Cómo te atreves?!
 ¿Camarera
Odd, Ulrich y los demás empezaron a reír a carcajada limpia, sin el menor
tacto. Sissi se alejó dando zancadas, furib
                                      furibunda.
-¡Pero todavía tenemos que comer! –protestó Nicolas.
 ¡Pero
-A mí se me ha quitado el hambre –le espetó ella, dejándolo helado.
 A                                   le
Mientras los tres hacían mutis por el foro del refectorio, Ulrich metió un
currusco de pan en la boca de Odd, que estaba abierta de par en par.
-¡Vaya, vaya! –comentó . Menudo carácter que tiene tu nueva amiga, ¿eh?
                 comentó-.

La habitación de Jeremy era una de las pocas individuales que el colegio
reservaba para chicos. Totalmente desnuda a excepción de un enorme
póster de Einstein que colgaba sobre la cama, estaba ocupada en su mayor
                       colgaba
parte por un gran escritorio.
En otra época la mesa había estado ocupada en sus tres cuartas partes por el
ordenador de Jeremy, siempre conectado con el superordenador de la
fábrica abandonada. Pero desde que Lyoko había desaparecido para
                                       Lyoko
siempre, el muchacho había renunciado prácticamente a la informática, y lo
había guardado todo en una caja al fondo de su armario. Había sido su
forma de darle carpetazo de una vez por todas a la desaparición de aquel
mundo virtual, y también de manifestar ese luto de forma visible. Ahora
            ual,
sobre su escritorio había una tele, el portátil para navegar por
internet algunos libros y revistas.
-Estoy preocupado por Aelita, chicos –suspiró Jeremy.
 Estoy
Se habían reunido todos en su cuarto. Yumi y Ulrich, sentados en el suelo
con las piernas cruzadas. Odd jugueteaba con Kiwi, su bull terrier, un
perrillo cascarrabias y pelón que tenía un hocico desproporcionadamente
grande respecto al resto del cuerpo y saltaba una y otra vez sobre la tripa d
                                                                            de
su amo con cara de estar bastante satisfecho.
-Bueh, en el fondo no son más que pesadillas –trató de quitarle hierro Odd.
 Bueh,                                            trató
-Son algo más que pesadillas. Aelita también ha tenido sueños particulares
 Son
en el pasado, ¿os acordáis? Podrían ser una pista para encontrar a su madre.
Sabemos que la raptaron, pero no tenemos ni idea de quién lo hizo. Ni de
dónde se encuentra ahora.




                               -Ha pasado un montón de tiempo, Jeremy –le
                                Ha
hizo notar Yumi-. Aelita era muy pequeña por aquel entonces. Ni si quiera
                 .
se acuerda de su madre. Después de todos estos años, Anthea podría
estar…
-No lo sabremos nunca si no la encontramos –la cortó Jeremy- ¡Y
 No                                                           -.
deberíamos descubrir más sobre el profesor Hopper! Cada vez que tenemos
algo de información nueva acerca de él, las cosas parecen volv
                                                           volverse más y
más complicadas. Por ejemplo, ¿por qué creó Lyoko? ¿Y por qué nos
ayudó a destruirlo después?
-Me parece obvio: X.A.N.A. –objetó Ulrich-. Si no hubiésemos
 Me                                          .
desactivado Lyoko, habría podido conquistar nuestro mundo.
-Pero… -Jeremy extendió los bra
          Jeremy              brazos, exasperado- ¡X.A.N.A. también lo
inventó el profesor Hopper, a fin de cuentas! Y además, pensad un poco:
¿hasta cuándo podremos fingir que Aelita es prima de Odd? Durante las
vacaciones la policía estuvo a punto de descubrir la verdad, y en esa
ocasión nos salvamos por un pelo. Pero antes o después alguien se pondrá a
      n
verificar sus datos, o bien llamará a los Della Robbia, que le contarán que
la primita Aelita Stones no ha existido jamás.
Odd dejó a Kiwi en el suelo y levantó el rostro.
-Jeremy, corta el rollo. Tú ya tienes algo rondándote por la cabeza del estilo
plan infalible o algo así. Se te ve en la cara.
-Más o menos –confirmó el muchacho, sonriente. Luego se colocó las gafas
                 confirmó
sobre la nariz-. Bueno, sabemos que en 1988 Hopper se escondió aquí, en
               .
Kadic, con Aelita, y que durante cierta época fue profesor de Ciencias en
nuestra escuela.
-Así que tu intención es… -dijo Odd mirándolo con malos ojos.
 Así                          dijo
-Hablar con quien ocupó su puesto, por ejemplo. Es decir, la profesora
 Hablar
Hertz. Ella fue quien sustituyó a Hopper, y puede que sepa algo.
Ulrich suspiró.
-La Hertz es una tía demasiado seria y tranquila. ¡¿Qué podría saber una tía
 La
así de secuestros, mundos virtuales y agentes secretos?!
-No tenemos otra opción, chicos –contestó Jeremy mientras negaba con la
 No                                  contestó
cabeza.

La luz de la tarde fue posándose poco a poco sobre el parque que se
extendía frente a la academia Kadic, y las sombras de los árboles se
alargaron, reptando hacia los edificios de la escuela. Hacía frío, y la nieve
todavía se amontonaba cubriendo los pequeños viales y llenando los huecos
entre los arriates.
Aelita se encontraba sola, sentada en un banco, y deslizaba entre sus dedos
el colgante de oro, uno de los pocos objetos que la unía a su padre, Waldo
Schaeffer en los documentos oficiales, y Franz Hopper en el colegio.
                                          Franz
Cuántos nombres poblaban sus recuerdos. Nombres que le hablaban de
muchas vidas en una sola: la suya. El colgante era un disco plano sujeto por




                              una sencilla cadenita de oro. Sobre la
superficie estaban grabadas una W y una A mezcladas con el dibujo de un
                                             mezcladas
nudo marinero.
Aelita había investigado un poco, y había descubierto que aquel nudo se
llamaba <<de pescador doble>>. Solía utilizarse para atar entre sí dos
cuerdas distintas, y cuanto más se tiraba de ambas cuerdas para deshacer el
nudo, más se apretaba éste. Tenía un significado bien concreto:
En realidad aquel colgante no había resultado suficiente para mantenerlos
juntos. Su padre y su madre llevaban ya casi veinte años separados el uno
de la otra. La muchacha sacudió la cabez como para sacarse de encima
                                      cabeza,
un pensamiento que se le había enganchado al cerebro. No, la verdad era
que su madre y su padre seguirían alejados para siempre. Él había muerto,
y mamá…
-¿Por qué lloras?
Eva Skinner tenía una sonrisa particular, que parecía cohibida y distante al
                                                 parecía
mismo tiempo. Aelita se enjugó las lágrimas con la manga de la chaqueta.
Eva acababa de llegar a Kadic, y todo debía de ser nuevo para ella. Aquella
tarde llevaba sólo un ligero jerseicito de algodón, y sin embargo no parecía
notar el frío que hacía.
-No es nada –respondió tímidamente Aelita mientras se escondía su
               respondió
preciada cadenita bajo la camiseta.
-Si lo prefieres, puedo irme –dijo Eva.
 Si
-No, quédate –le pidió Aelita mientras negaba con la cabeza , no me
                le                                       cabeza-,
molestas. Y además, es inútil perder demasiado tiempo llorando… Hoy te
                           inútil
he visto en el comedor, ¿sabes? –añadió poco después, al ver que su nueva
                                    añadió
compañera ya no habla-. Con Sissi. No tienes que preocuparte por ella,
                          -.
siempre va de prepotente.
-No me importa –dijo Eva Sé que es porque soy <<la nueva>>.
                    dijo Eva-.               que
-Sí –sonrió Aelita-, te entiendo muy bien.
                     ,
En realidad ella no era <<la nueva>> para nada: ya había estudiado en
Kadic muchos años atrás. Pero luego pasó lo de Lyoko, y ella ya no había
vuelto a crecer. Y una vez regresó al mundo real, todo le había parecido tan
                                               real,
extraño… <<Extranjero>> era la palabra adecuada.
Aelita se sintió cercana a Eva, y se dio cuenta de pronto de que le francés
de la muchacha era mucho mejor respecto a aquella mañana. Parecía como
si Eva conociese más palabras, y su curioso acento también era menos
pronunciado. Debía de ser una chica avispada. Aprendía muy deprisa.
Aelita le tendió la mano.
-Si te hace falta algo, no te lo pienses dos veces: cuenta conmigo.
 Si
Y quería decir <<¿Amigas?>>
-Lo haré –sonrió Eva, estrechándole la mano.
Y quería decir <<Amigas>>.




                                Para llevar a cabo su plan, Jeremy esperó
hasta las seis de la tarde, cuando la profesora Hertz se encerraba
puntualmente en su estudio para corregir los últimos deberes de sus
alumnos.
El despacho de la profesora de Ciencias recordaba un poco el laboratorio
de un alquimista: era pequeño, y estaba abarrotado de objetos curiosos que
ocupaban el escritorio y la librería, pero también el suelo y el alféizar de
una ventana. Había pilas de Volta y alambiques, series ordenadas de
probetas llenas de componentes químicos, sextantes y oscilógrafos.
La profesora era una mujer menuda y delgada, con unas enormes gafas
redondas y una melena de pelo gris y rizado que le caía en desorden hasta
la altura de los hombros. Como siempre, llevaba una bata de laboratorio
encima de la ropa, y cuando Jeremy se presentó a su puerta estaba
consultando una montaña de apuntes.
-¡Jeremy! –exclamó al darse cuenta de su presencia-. ¿Qué haces aquí a
estas horas? ¿Algún problema con el estudio acerca de las céculas?
El muchacho buscó con la mirada un espacio despejado en el que sentarse.
No lo encontró. Al final se sentó sobre los ejemplares de 1998 a 2004 de
Scientific American, que estaban apilados formando un voluminoso cubo
justo delante del escritorio.
Carrapeó, sin saber muy bien por dónde empezar.
-Vreá, profesora… ejem. En realidad estaba buscando información sobre el
profesor de Ciencias que enseñaba en Kadic antes que usted: Franz Hopper.
Herz alzó los ojos de sus papeles, y Jeremy comprendió que ahora tenía
toda su atención. Pero inmediatamente se dio cuenta de que la profesora no
estaba en absoluto entusiasmada con aquella petición.
-¿Por qué te interesa? –le preguntó, fingiendo indiferencia.
-Por nada –trató de quitar hierro él-. En la biblioteca de la escuela me he
topado con un libro del profesor Hopper, una introducción a los principios
cuánticos…
-…aplicados a la informática. Sí, conozco ese texto. Pero me parece
demasiado difícil para un chico de tu edad.
En el interior de Jeremy saltó una señal de alarma: si la Hertz conocía aquel
libro, ¿estaba tal vez interesada en los ordenadores cuánticos? ¿Sabía que
Hopper había construido uno en la vieja fábrica, bien cerca de la escuela?
El muchacho estaba decidido a no dejar que se le escapase esa ocasión.
-La figura del profesor Hopper ha despertado mi curiosidad. Quiero decir,
enseñaba aquí, en nuestra escuela. ¿Usted lo conoció?
-Sí. No… De vista. Empecé a enseñar en Kadic justo después de que él
abandonase su cátedra.
-Pero, si no me equivoco, por aquel entonces usted, aunque no enseñase
aún, era de todas formas ayudante de laboratorio. –insistió Jeremy-.
Trabajó aquí con el profesor durante al menos tres años, ¿no es así?
-Jeremy –lo interrumpió la Hertz, que estaba
                                           lo
perdiendo la paciencia-, ¿estás tratando de hacerme una especie de
                         -,
interrogatorio? Sí, hace unos diez años era la ayudante del laboratorio de
química, pero el profesor Hopper no estaba muy interesado en esa
disciplina. Lo habré visto en un par de ocasiones, nada más. Y eso es todo.
Jeremy se limitó a asentir, poco convencido. Aquella historia olía a mentira
podrida.
-Pero –volvió a la carga ¿usted sabe por qué se fue, profesora? En 1994
         volvió     carga-
abandonó la escuela, y luego parece como si se hubiese esfumado por
completo…
-Lo lamento, pero no tengo ni la menor idea de todo eso –lo interrumpió
       mento,                                                lo
ella-. Y en cuanto a ti, en vez de ponerte a pensar tanto en la física cuántica,
     .
harías bien en concentrarte en la biología: espero que para mañana tengas
listo tu estudio sobre las células. Puedes irte.
El muchacho se levantó, tropezó con un enorme electroimán y a punto
estuvo de tirar por los suelos las revistas sobre las que había estado
sentado. Nunca le había pasado que la profesora lo despachase con cajas
tan destempladas, ni de una for tan expeditiva y evasiva.
                              forma
Al salir entornó la puerta del despacho hasta casi cerrarla. El pasillo estaba
desierto. No había profesores en la costa. Después de todo, era casi la hora
de cenar. Permaneció inmóvil, apoyado contra la pared y con la oreja
apuntando hacia la puerta, que aún estaba abierta.
   untando
Oyó cómo la profesora soltaba un largo suspiro, descolgaba el teléfono y
marcaba un número.
-¿Señor director? Soy Susan Hertz. Acaba de pasar por aquí Jeremy
 ¿Señor
Belpois –una pausa-. Quería información sobre Franz Hopper. Sí, gracias.
                      .
Ahora mismo voy a su despacho.
Jeremy salió corriendo.

Aquella mancha en la pared le recordaba algo familiar. Odd trató de
concentrarse, echado panza arriba en su cuarto. Ah, eso era… Un corazón.
La boca de Eva Skinner.
Buf. Tenía que dejar de pensar en ella y hacer un esfuerzo por estudiar: al
         ía
día siguiente tenía un control de francés, y todavía no había abierto el libro.
Agarró el manual de literatura, que estaba tirado boca abajo en el suelo,
mientras Kiwi le mordisqueaba la cubierta. El perro ladró, protestando por
                                    cubierta.
el robo de su piscolabis.
-Anda, no seas perro –rezongó Odd Luego te saco afuera.
                      rezongó Odd-.
Empezó a leer. Stendhal fue el escritor más importante del período Eva
Skinner. Su obra Eva quiere a Odd fue sin duda alguna la Eva Skiner…
Mmm, no. Eso no iba nada bien.
Kiwi volvió a ladrar.




                                 -¡Aj! ¡¿Quieres estarte callado, por favor?! –
                                  ¡Aj!
cerró el libro de literatura y lo arrojó contra el perro.
Kiwi soltó un gañido y salió disparado por la puerta de la habitación.
-¡Ey! –se sobresaltó Odd . ¿Adónde demonios vas, chiquitín? No puedes…
                    tó Odd-.
Echó a correr hacia el pasillo, descalzo, y vio cómo Kiwi se lanzaba
escaleras abajo para después seguir, al trote cochinero, en dirección al
jardín.
-¡Quieto parao! –gritó el muchacho dirigiéndose al perro. <<¡Menudo
                   gritó                                perro.
desastre, como lo vea alguien!>>, pensó.
En Kadic estaba prohibido tener animales. Él ocultaba a Kiwi desde hacía
casi tres años, pero el peligro se hallaba siempre al acecho.
-¿Qué pasa, Odd, has perdido las zapatillas? –le preguntó Sissi, sacando la
 ¿Qué                                             le
cabeza por la puerta de su cuarto.
-Sí, creo que se han fugado junto con tu cerebro. Mira, si por casualidad los
 Sí,
encuentras por ahí, no dejes de avisarme –le respondió. Y sin perder un
                                              le
segundo más salió escopeteado del edificio. En el parque el sol ya se había
hundido del todo tras los edificios, y empezaba a hacer más bien frío.
Odd corrió en dirección al campo de fútbol. Seguro que Kiwi había atajado
por allí. Sólo que el campo de fútbol estaba cerca del gimnasio. Y el
gimnasio era el reino de…
-¡Jim! ¡Ay, demonios! –   –masculló Odd.
Jim Morales era mucho más joven que el resto de los profesores. Casi todos
los alumnos lo tuteaban, y lo trataban más como a un compañero mayor
que como a un docente. No era antipático. Siempre que uno no lo irritase.
Tenía una complexión achaparrada y robusta, y simpre iba en chándal, lo
que resultaba bastante normal, ya que era el profesor de Educación física.
Llevaba el pelo recogido con una cinta elástica, y en uno de sus pómulos
tenía perennemente una tirita, lo que, en su opinión, le otorgaba cierto
                                    que,
aspecto de luchador. En opinión de Odd, como mucho hacía que pareciese
un lelo que se había cortado al afeitarse. Pero eso jamás se lo habría dicho a
la cara.
Jim estaba inclinado sobre Kiwi, acariciándole la barriga.
-Ey, perrito bonito, ¿qué andas haciendo tú por aquí? ¿Te has perdido?
 Ey,
En el mismo instante en el que vio a Odd, el perro dio un brinco sobre sus
patitas y corrió hacia él. El muchacho lo cogió en brazos.
-Pórtate bien, Kiwi –murmuró En menudo lío me acabas de meter…
                      murmuró-.                         as
-¡Él no ha hecho nada de nada! –replicó Morales, abalanzándose sobre el
 ¡Él                              replicó
muchacho-. De hecho, es un perrito bien simpático. Tú, por el contrario,
            .
sabes muy bien que no está permitido tener animales en el internado.
-Pero… -Odd se encogió de hombros- ¡si no es mío! ¡No tengo ni la menor
          Odd
idea de por qué hace como si me conociera!
Kiwi le lamió la cara.
El profesor sonrió con sarcasmo.




                                 -Lo veo, lo veo. Y sin embargo, ¡quién sabe
                                  Lo
por qué misteriosa razón lo has llamado por su nombre! Ahora nos vamos a
ir juntitos a tu habitación, vamos a dejar allí el perro y te vas a venir
conmigo a hacerle una visitilla al director. ¿Qué te parece? Será él quien
decida el castigo que te mereces.
En el gimnasio, Yumi y Ulrich se estaban entrenando en sus llaves de
Kung-fu, y Aelita los observaba desde una esquina mientras escuchaba algo
        fu,
de música.
Cuando Jeremy entró, Yumi aprovechó el instante de distracción de Ulrich
y lo agarró de la camiseta con un movimiento sorpresa. En un segundo
ambos acabaron en el suelo, metamorfoseados en un ovillo de brazos y
                         suelo,
piernas. Se quedaron mirándose fijamente durante unos instantes, y luego
volvieron a levantarse. Los dos tenían la cara al rojo vivo, y no era sólo por
el esfuerzo del entrenamiento.
-¿Y bien? –le preguntó Ulrich a Jeremy al tiempo que se masajeaba un
             le
hombro entumecido.
Aelita se quitó los auriculares y apagó su lector de mp3. Después observó a
sus dos amigos con una expresión interrogativa.
-Y bien, ¿qué?
-Bueno… -Jeremy empezó a sentir un sudor frío recorriéndole la espalda
             Jeremy                                  recorriéndole espalda-
esto… sé que debería habértelo dicho… pero nos pareció que… en fin…
-Ha ido hablar con la Hertz –intervino rápidamente Yumi para echarle un
 Ha                             intervino
cable- para pedirle información sobre tu padre. Nos pareció que podría ser
una buena manera de descubr alguna pista…
                        descubrir
-¿Y tú, Jeremy –Aelita le lanzó una mirada al muchacho , no me has dicho
                   Aelita                         muchacho-,
nada? Un millón de gracias.
Jeremy tragó saliva. A lo mejor, excavando en el parque de linóleo del
gimnasio, podía conseguir que se lo tragase la tierra, desaparecien para
                                                       desapareciendo
siempre en su ardiente núcleo, que seguro que sería menos incómodo que la
situación en la que ahora se encontraba. Podría intentarlo.
-Ha sido muy, pero que muy… -de repente cambió de tono- majo por tu
 Ha
parte. Gracias –y le estampó un beso en la mej
                 y                         mejilla.
El corazón de Jeremy perdió el ritmo durante un segundo.
-Estoy oyendo algo de ruido ahí fuera –masculló Ulrich.
 Estoy
-Sólo es Jim –suspiró Yumi , que anda dando voces, como de costumbre.
               suspiró Yumi-,
-De todas formas, será mejor que echemos un vistazo: me ha parecido oír
 De
también la voz de Odd. Vosotros seguid sin mí.
El muchacho corrió afuera, pero el profesor ya se había ido.

-¡Ejem! ¿Se puede? –preguntó Jim Morales con un tono
                     preguntó
sorprendentemente sumiso.
El director Delmas lo fulminó con una mirada incendiaria desde el otro
lado de sus gafas.
-Jim, deberías aprender a llamar antes a la puerta –dijo.
 Jim,




                               -Eeh, claro, le pido disculpas.
Odd se asomó desde detrás de la espalda del profesor. En el despacho del
director se encontraba también la profesora Hertz. E incluso más seria que
de costumbre.
-Señor Delmas –concluyó la mujer , será mejor que por el momento vuelva
                 concluyó mujer-,
a mi trabajo. Muchísimas gracias.
-De nada. No deje de mantenerme informado. Hasta luego.
 De
Ambos parecían bastante cortados. La profesora salió sin ni siquieras
dedicarles una sonrisa de cortesía a Jim ni a Odd, y el director cerró
apresuradamente el legajo que tenía abierto sobre su escritorio, una carpeta
amarillenta.
Pero antes de que Delmas tuviese tiempo de meterla en un cajón, Odd logró
leer el nombre que tenía en la cubierta: Waldo Schaeffer. ¡Ése era el
                    enía
auténtico nombre de Franz Hopper, el nombre que tenía el profesor antes
de refugiarse en Kadic!
Odd recordó de repente que Jeremy había prometido que hablaría con la
Hertz aquella misma tarde. Su cerebro se puso en marcha: Jeremy habla
con la Hertz; la Hertz corre a ver al director; el director tiene un expediente
sobre Waldo Schaeffer… Raro, raro, raro.
En el ínterin, Jim le había explicado al director el asunto de Kiwi.
-¿Y dónde habéis dejado el perro? –le había preguntado Delmas.
 ¿Y                                  le
-En el cuarto del chico.
 En
El director se dirigió a Odd en tono grave.
-Tener animales en las habitaciones está terminantemente prohibido. Voy a
 Tener
tener que suspenderte durante unos días. Pero antes vayamos a recoger al
perro.
Cada paso en dirección al cuarto que compartía con Ulrich volvía a Odd
más pequeño e infeliz. Iban a suspenderlo. Había cosas peores en la vida
que una semana de vacaciones imprevistas, pero ahora había aparecido
Eva. ¿Una chica espléndida entraba en su clase, y a él lo suspendían? ¡Eso
no era nada justo!
El director le ordenó que abriese la puerta. La vieja habitación desordenada
de siempre. Los pósters de artes marciales de Ulrich en su lado del cuarto,
y, encima de la cama de Odd, el póster del mítico Harry Metal destrozando
su guitarra eléctrica contra un amplificador. El libro de literatura francesa
en el suelo.
-¿Y bien? ¿Dónde se supone que anda ese dichoso perro? –preguntó el
 ¿Y                                                            preguntó
director mientras miraba a su alrededor.
Jim se rascó la cabeza, perplejo.
Odd sintió cómo la esperanza cecía en su pecho.
-Señor –dijo, echándole valor y algo de cara dura , ya le había dicho a Jim
         dijo,                                 dura-,
que ese perro no era mío.




                                -Seguro que anda por aquí… -masculló el
                                                              masculló
profesor de gimnasia al tiempo que abría el armario y los cajones. Ll
                                                                   Llegó
incluso a levantar las lamparitas de las mesillas de noche.
-Ya está bien, Jim, no seas ridículo. Ponte de pie.
 Ya
-Señor director –protestó Odd , ¡no me puede suspender por culpa de un
                  protestó Odd-,
perro que ni siquiera existe!
-No es que me fíe de tu palabra –replicó Delmas., pero ya que ese perro no
 No                                      ó
está aquí ahora, saldrás de ésta con dos días de confinamiento. Un profesor
vendrá a recogerte al principio del día, y luego volverá a acompañarte a tu
cuarto. Te queda terminantemente prohibido salir de aquí. ¿Está bien claro?
El muchacho agachó la cabeza. Por lo menos iba a poder ver a Eva en
clase.
-Sí –murmuró.
-Y tú, Jim, ven conmigo. Quiero decirte un par de cosas sobre por qué el
 Y
profesor de gimnasio no tiene que molestar al director por perros que no
existen.

La contraseña de los ordenadores de secretaría estaba chupada: sissidelmas.
El nombre de la hija del director. Jeremy la había descubierto durante la
primera semana de su primer año en la escuela.
El muchacho encendió su viejo portátil y entró en la base de d datos de la
secretaría, empezando por revisar los expedientes del personal docente. Al
parecer, la profesora Hertz había sido de verdad ayudante de laboratorio
durante los años en los que Hopper daba clases allí, pero el laboratorio en
el que lo había hecho era el de física, y no el de química. De modo que la
Hertz le había mentido, y era imposible que hubiese visto a Hopper tan sólo
un par de veces.
Jeremy rebuscó entre los archivos digitales hasta que encontró el
expediente sobre Franz Hopper. Tan sólo tenía unos pocos renglones: la
                                            tenía
fecha en la que se había licenciado y los títulos de algunas de sus
publicaciones. Hasta la foto era poco útil: demasiado oscura, prácticamente
irreconocible.
Se fijó en la última línea del expediente: 6 de junio de 1994, presen su
                                                               presenta
dimisión. Véase la carta adjunta. Pero no había ninguna carta adjunta, y
Jeremy estaba seguro de que Hopper jamás la había escrito. Aquél había
sido el período en el que el profesor había creado Lyoko, se había llevado a
Aelita consigo y se había refugiado en el mundo virtual que el mismo había
                            refugiado
inventado. El 6 de junio era la fecha exacta de su desaparición.
Jeremy reflexionó. Hopper se había refugiado en Lyoko porque alguien lo
estaba buscando. Resultaba obvio que no podía haber presentado una carta
de dimisión antes de la fuga: habría sido una señal clarísima de su intención
de escapar.




                             De modo que todo era mentira. Pero ¿por
qué? ¿Quién había corrido un tupido velo sobre la huída del profesor, y
quién lo había ayudado a esconderse en Kadic en primer lugar? Y sobre
                                                 primer
todo, ¿por qué luego Hopper había buscado refugio en Lyoko, cuando sabía
que su enemigo, X.A.N.A., se encontraba precisamente allí?
Demasiadas cosas sin sentido. Demasiadas preguntas sin respuesta.
En ese momento, la bombilla que iluminaba su escritorio estalló con un
chasquido seco que lo sobresaltó. El ordenador portátil se apagó y se
reinició automáticamente.
Jeremy se alejó del teclado con los ojos desorbitados, como si acabase de
ver un monstruo.
Cortes de corriente. Bombillas que estallan. Parecía igualito a uno de los
ataques eléctricos que X.A.N.A. había lanzado en tantas ocasiones en
Kadic. Pero eso no era posible: aquella inteligencia artificial había sido
destruída, y Lyoko estaba apagado. Así que no debía de ser más que una
coincidencia.
Jeremy volvió a apagar el ordenador y se echó sobre la cama.
Jeremy era un científico.
Y no creía en las coincidencias.


                              3
                          Kiwi, herido
La casa de Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez
minutos andando de Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín
tan cuidado como minúsculo que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín
demasiado <<japo>>. Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar
en las plantas.
Tocó el timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de
su chaqueta, y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es
tuviesen en casa.
-Ah, eres tú –lo saludó expeditivamente su amiga.
-Menudo entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me
alegro de verte. ¿Se puede? ¿Estás tus viejos?
-No, estamos solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar.
Ulrich se quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de
la casa. Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia,
per conservaban las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes
tenían prohibido llevar zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos
en los calcetines: tenía la esperanza de que no apestasen después de la
carrera que se había pegado.
El interior de la casa también estaba
amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y una mesa de altura
estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su alrededor sobre
los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino futones, esos
                  rse.
delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre los
espartanos tatamis, esteras de paja trenzada.
En el salón, Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en
el suelo, sobre una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El
            bre
televisor se hallaba a un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de
monstruos lo estaba pasando bastante mal.
-¿Te importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por
 ¿Te                                     le
encima de aquel caos antes de dirigirse a Ulrich . Bueno, y ¿cómo es que te
   cima                                     Ulrich-.
dejas caer por aquí?
-A Kiwi, aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo
 A
entero su presencia. Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar
a los brazos de Hiroki, pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas
                   iroki,
todo el hermoso parqué del salón de los Ishiyama.
Ulrich le echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta
estaban arañados y empapados de barro.
-Oh, diablos…
-¿Qué está haciendo ése aquí?
                        se
Ulrich lanzó un suspiro.
-Cuando he salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una
 Cuando
oreja mientras llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido
que lo pillen. Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro
cuarto y luego se ha llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a
Kiwi de ahí por el canto de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo
habrían suspendido.
-No me has respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras
 No                        dijo                                     jarras-.
¿Qué estás haciendo aquí?
                    do
-¡No sabía dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que
 ¡No
quedarse en la residencia… Así que, como nosotros no podemos
quedárnoslo, por lo menos durante un tiempo… me preguntaba si no
podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días, quiero decir! Hasta que
                                               días,
las aguas vuelvan a su cauce.
-Tú te has vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como
 Tú                                  la
un afilado témpano de hielo . De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me
                       hielo-.
montarían mi padre y mi madre?
Ulrich sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la
                      enfado
boca.
-Vaya, pues nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen
 Vaya,
tus padres, Y además, se trata sólo de echarle un capote a Odd.
-¡Mira quién habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la
 ¡Mira
respuesta sigue siendo no.




                               -¡Ey, ey, ey! Tranquis los dos – entrometió
                                                               –se
el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo. ¡Es mi amigo!
                    .
El perro confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara.
-Ya te he dicho que ni hablar –lo regañó Yumi.
 Ya
Ulrich la ignoró, inclinándose hacia Hiroki.
-Muchísimas gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido –
 Muchísimas
luego se dirigió de nuevo a ambos . Vale, entonces ya está la cosa
                            ambos-.
arreglada. Ahora lo siento, pero tengo que pirarme.
Se dio media vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el
                                          pitando,
sendero del jardín mientras se iba poniendo las zapatillas.
Sus padres. Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un
montón de tiempo que Ulrich no se llevaba bien con los suyos.
Especialmente con su padre, un tipo chapado a la antigua, demasiado
severo. Por supuesto, habría estado muy bien resolver las cosas, volver a
los viejos tiempos, cuando la suya aún era una familia unida y no había una
tensión constante en casa. Pero a esas alturas aquella posibilidad p
                                                                   parecía un
espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda velocidad, tratando de no
pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada.

Una foto de Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del
fuerte sol que le daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario,
estaba enmarcada con dibujos de florecitas.
Yumi suspiró y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con
llave. No quería que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba
florecillas en sus páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los
                                      burlado
siglos.
Pasó página. Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con
su ropa de samurái: una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono
de batalla y su catana, la larga espada de los guerreros japones a un lado
                                                         japoneses,
de la cintura. La primera vez que se había materializado en el mundo
virtual, Yumi había descubiertos que ambos vestía ropa tradicional
japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una geisha, con su maquillaje
de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la espalda con una amplia faja
                        tradicional,
obi.
Fue hasta el principio del diario, donde había unas pocas notas
garabateadas. La descripción de su primer encuentro. Estaba en el
gimnasio, en un entrenamiento de artes marciales, y he peleado contra un
tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad increíble. Podría convertirse
 al
en un experto en pocos años. Al final lo he derrotado. Ha estado bien.
Yumi volvió a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando
en el diario empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban
                             problemas.
William Dunbar.




                                 William tenía la misma edad que Yumi, y se
había enamorado de ella a primera vista, aunque ella… Ella, ¿qué?
La muchacha sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se
puso los cascos. Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se
                              lista
echó con los ojos cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas
se llevasen con ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de
Ulrich, de William en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de
                                                            durante
sus incontables batallas en Lyoko. William con una expresión cruel en el
rostro, aquella vez en que X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el
mucho había tratado de matarla…
¡PUMMM!
La muchacha se puso en pie de un salto, chillando del sussusto.
-Oye, ¿estás bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde
 Oye,                        se
el otro lado de la puerta cerrada.
-S-si. No te preocupes, yo…
   si.
Miró al suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote
de plástico oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo.
-Tú, ¿qué? –insistió su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera
             insistió
de la puerta cerrada.
-Me he tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella.
 Me                                                trató
-¡Pero si he oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro!
 ¡Pero                                                       seguro!
-Que te digo que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete!
 Que
Los auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba
irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques
electrónicos de…
Yumi sacudió la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera
                                 imposible.
coincidencia.

Odd se miró al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se
echó un poco más de gomina en las palmas de las manos y se la extendió
por el pelo, moldeándolo hasta esculpir su peinado de costumbre.
Siguió mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se
había puesto la camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos
vaqueros que le sentaban como un guante.
-Rompecorazones –le dijo complacido a su reflejo mientras probaba s
                    le                                                  su
sonrisa más cautivadora. Ahora si que podía salir: tenía un aspecto
irresistible.
El percance con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había
salvado justo a tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva
Skinner. Aelita le había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el
                         dicho
comedor Kadic, por lo que ahora estaría seguramente en algún lugar de la
escuela.




                                Odd asomó la cabeza fuera del baño y miró
hacia ambos lados del pasillo. La residencia estaba desierta. Perfecto.
Se deslizó afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier
             uera
sonido parecido a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y
atravesó el patio a todo correr.
En el parque no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y
la nieve estaba toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber
preferido buscarse un sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor.
Pobrecita, seguro que tenía ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él!
En resumen, que seguro que lo estaba esperand
                                        esperando.
-¿A quién andas buscando?
 ¿A
A Odd aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también
iba demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba
un top negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida.
Tenía la piel azulada a causa del frío.
-Qué olor más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor
                        comentó                                   alrededor-.
Es como de hierbas…
-¡¿Olor?! ¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a
 ¡¿Olor?!
Ulrich. Y tú, ¿a quién buscas?
-A Eva –respondió Odd sin dars tiempo a reflexionar-. Tengo que
           respondió          darse                       .
pedirle… -añadió después a toda prisa unos apuntes… la clase de…
             añadió                 prisa-
-Sí, sí, claro –sonrió, maliciosa, Sissi . Me parece que alguien quiere
                sonrió,            Sissi-.
hacerse amiguito de cierta yanqui guapa…
Pasos en el sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales?
                                           más
-Instintivamente, Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos
 Instintivamente,
arbustos.
-¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella.
 ¡Oye!
-¡Chitón! –la mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los
             la
labios.
Estaban muy cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de
escarcha. Sissi estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar
ponerse colorada.
-¿Qué pretendes hacer, Odd? –susurró.
 ¿Qué
Los pasos se alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás.
-¿Eeeeeeh? Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero
 ¿Eeeeeeh?
nada de nada! ¡De-na-da!da!
Se sacudió la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible.
Estaba claro que se había escapado de la residencia.
-Alguien se estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó
 Alguien             acercando,
sobre la marcha.
-¿Qué te has creído? –añadió con una sonrisa . ¡Yo tengo una reputación
                        añadió           sonrisa-.
que mantener! Estaba claro que no podía dejarme ver contigo toda
emperifollada en medio de la nieve. ¡Y con ese perfume tremendo, además!
                                                   perfume




                               Sin embargo, en su excusa perfecta debía de
haber algún fallo, porque Sissi se había puesto todavía más roja… pero de
rabia.
-¡Odd Della Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha
 ¡Odd                                               gritó
mientras se alejaba corriendo.
Odd se arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta
              intió.
vez a él se le había ido un poco la mano.

Más tarde, el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en
silencio. Ulrich estaba al otro lado de la habitación, igualmente echado, con
los ojos abiertos y los pies levantados y apoyados contra la pared.
Odd había deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había
estado a punto de correr el peligro de toparse con el director en persona,
Definitivamente, era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo
                                     Había
entre las piernas.
-Ah –masculló-, gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir.
                ,
-Nada –respondió Ulrich con un gruñido.
         respondió
-Un día duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo.
                      Odd
-Mmm.
-¡Ya, yo ando igual! ¿Te apetece hablarlo?
 ¡Ya,
-Pues no.
Odd se quedó en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a
su amigo tan alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero
él lo quería. Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente
cogió del suelo una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su
compañero.
-¡Ey! Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto majara?
 ¡Ey!
-¡Uatááá!
Haciendo gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de
su amigo blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue
más rápido, y lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró
un zapato y se echaron a reír.

¡Guau, guau, guau!
Kiwi estaba completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la
Habitación de Hiroki, y seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus
                                 sacándoles
perseguidores, es decir, a Hiroki. Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre
el escritorio, se deslizaba por debajo del armario, pasaba haciendo una
rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar. Y todo eso sin dejar un
segundo de ladrar, completamente desencadenado.
-¡Kiwii! ¡Estate quieto! –le gritó el niño.
 ¡Kiwii!
-¡Hiroki! –chilló de repente Yumi . ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo?
            chilló            Yumi-.
La muchacha abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que
la carrera había terminado y era el momento de subir al podio. Así que se
                  terminado




                              escabulló por entre las piernas de Yumi sin
bajar de revoluciones y desapareció de su vista.
-¡Oh. No!
El chiquillo se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del
momento, uno de sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo
que ambos acabaron por los suelos.
-¡Ay! ¡Hiroki!
-¡Kiwi se está escapando! –exclamó él.
-Pero ¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta.
La respuesta era bien simple: a la ventana de la cocina.
Los muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos
solos, porque sus padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había
dejado la ventana abierta para airear un poco. Demostrando unas dotes
atléticas insospechables en un cuzco como él, Kiwi saltó sobre el mostrador
de la cocina, pasó haciendo un eslalon entre los fogones que Yumi acababa
de limpiar y despareció al otro lado del alféizar, engullido por la oscuridad
de la noche.
-¡Oh, no! ¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo.
-Ve tú a buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de
hombros-. Fuiste tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí.
Kiroki la miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos
formando dos delgadas ranuras.
-Venga, Yumi, ¡no seas así!
-Ni hablar. Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi
ya.
Hiroki salió a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado
de la noche lo recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una
calzada desierta flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines
que crecían hombro con hombro con otros jardines y coches aparcados uno
detrás de otro junto a las estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces
de las casas estaban casi todas apagadas.
¡Guau, guau!
Kiwi andaba por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado.
Aquella ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A
Hiroki le gustaba mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él
había nacido. Pero hasta aquel momento nuca le había pasado eso de ir
dando vueltas por sus calles de noche, con la oscuridad y el frío, y
completamente solo. Las calles por las que pasaba todos los días con Yumi
para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto, con las sombras
alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos.
A fuerza de perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del
colegio. Al fondo, a la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La
calle estaba invadida por el silen más
                                                              silencio
total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas vacías que rodaban
empujadas por él.
<<Lo he perdió –pensó Hiroki, consternado . He perdido a Kiwi>>.
                   pensó           consternado-.
De pronto, un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La
Ermita. Llevaba una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la
mortecina luz de las farolas, Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos
rasgos de su cara. Trató de no hacerse notar: había algo en aquel hombre
que lo inquietaba y le daba escalofríos.
En aquel mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y
                o
muy pronto a sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos.
Otros perros. Parecían enfadados y nerviosos.
Sin parase a pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al
otro lado. Era pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto
hubo aterrizado, miró a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba,
mientras que los otros perros seguían gruñendo.
El chiquillo se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio
                                                     preocupado
cuenta de que en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los
lados de La Ermita. Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De
todas formas, no era un pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya
se había alejado. Y ahora él tenía otras cosas en las que pensar.
                        ora
El jardín del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad
durante un rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos,
y un silencio inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la
                                                             Caminó
capa de nieve helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje,
una casucha baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una
respiración parecía un puñado de jadeos provenientes de una criatura que
no conseguía meter ni una pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un
                        una
ovillo de carne temblorosa que yacía en el suelo, boca arriba.
Era Kiwi. Y estaba herido.

Grigory Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba
de su camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a
                                          puerta
punto estuvo de romperla.
Había reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que
aquel mocoso le viese la cara.
El entrenamiento y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero
sólo en el último momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin
                  momento.
embargo, ya sabía que aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos.
Tenía que ir con más cuidado.
El Mago le pagaba para prever lo imprevisible.




                                                                 4
                 Un espía entre las sombras
 No había nada interesante en la televisión. Odd dejó caer el mando a distancia
sobre las mantas y bostezó.
-Como la cosa siga así, me va a costar no dormirme. ¡Y sólo es
 Como
medianoche!
En el otro extremo de la habitación, Ulrich alzó la cabeza del libro de
                                       Ulrich
literatura.
-También podrías estudiar. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no?
 También
-¿Mandeeee? –su amigo lo miró con un gesto asqueado . Una mente tan
                 su                             asqueado-.
avanzada como la mía no necesita estud…
La respuesta de Odd se vio interrumpida por los timbrazos del móvil de
Ulrich.
-¡Dime! –respondió el muchacho Ajá. Ajá. Vale. Ya voy.
            respondió muchacho-.
Colgó el teléfono y empezó a calzarse las zapatillas.
-¿Adónde vas? –dijo Odd, poniéndose en pie de un salto . N o se te estará
                  dijo                                salto-.
pasando por la mollera dejarme plant
                                  plantado aquí, ¿no?
-Era Yumi. Está muy preocupada. Me ha pedido que vaya corriendo a su
 Era
casa.
-¿Preocupada? ¿Por qué?
 ¿Preocupada?
Ulrich le dirigió una mirada fugaz antes de responder.
-No me lo ha dicho.
-Espero que no le haya pasado nada a Kiwi –dijo Odd mientras empeza
 Espero                                        dijo               empezaba
también a calzarse.
-Acuérdate de que estás castigado, mente avanzada –lo detuvo Ulrich.
 Acuérdate                                             lo
Odd sopesó su respuesta.
-Lo estoy, es cierto. Pero sólo si alguien me ve. Esta tarde también he
 Lo
salido, y no ha pasado nada.
-¡Tú no vas a asomar ni la nariz fuera de esta habitación, Odd! Me parece
 ¡Tú
que ya has causado bastantes problemas.
-Ah, ya. Por supuesto, papaíto. Como tú quieras.
 Ah,
Ulrich sonrió con resignación, y los dos amigos salieron corriendo juntos
por la puerta.

Kiwi estaba descansando en el regazo de Hiroki, envuelto en una manta.
                                          Hiroki,
Todavía le costaba respirar, y su corazón latía fuerte. Odd se abalanzó
inmediatamente hacia su perro herido.
-Lo siento, Odd… -dijo con la voz rota Hiroki, mirándolo con los ojos
                     dijo
hinchados por el llanto Lo siento muchísimo… Yo no…
                  llanto-.
Odd alzó con la delicadeza la manta. El cuerpo regordete de Kiwi estaba
cubierto de arañazos, dos de los cuales eran bien profundos. Tenía una
oreja mordida, y estaba temblando como un flan. El muchacho lo acarició




                                 con mucho cuidado, poniendo ate
                                                               atención para
no pasarle la mano por las heridas.
-¿Qué ha ocurrido? –preguntó con un hilo de voz.
                       preguntó
Yumi, que les había abierto la puerta y se había quedado dando saltitos
nerviosos de un pio a otro, se lo explicó.
-Felicidades, Yumi, en serio –los ojos de Ulrich era dos rayos laser, de ese
 Felicidades,                                 ich
tipo que quema de puro frío . No sólo no has querido cuidar de Kiwi, sino
                          frío-.
que incluso has dejado que se escapase. Y por si no bastaba con eso, has
mandado a Hiroki a buscarlo él solo. ¡Tu hermano pequeño! ¡De noche!
¡Dando vueltas por la ciudad!
           ueltas
-Yo… -trató de responder ella.
         trató
Pero Ulrich no la dejó hablar. Estaba fuera de quicio.
-Si por lo menos hubieseis salido juntos, a lo mejor habríais encontrado a
 Si
Kiwi cinco minutos antes de que lo atacase el perro ese, y a lo mejor no
estaría herido, y a lo mejor…
Yumi no era de la clase de chica que se iba a quedar tranquila tragándose
una retahíla de reproches, aunque en su fuero interno sintiese que tenía una
base de verdad. Es más, puede que estuviese así de irritada precisamente
por eso.
-¡Eso, tú encima júzgame! –le replicó, totalmente crispada-. Es lo que
 ¡Eso,                                                      .
mejor se te da, ¿no? Don Perfecto, él…
-¡DEJADLO DE UNA VEZ!
 ¡DEJADLO
Odd tenía la cara morada, y había gritado tan fuerte como para hacer que
Kiwi gañese e Hiroki se sobresaltase.
-¡ALGUIEN LE HA HECHO DAÑO A KIWI, Y YO AÚN NO HE
 ¡ALGUIEN
ENTENDIDO QUÉ NARICES HA PASADO!
Después respiró hondo, tratando de calmarse.
-Hiroki –continuó en un tono más dulce , ¿dónde lo has encontrado?
           continuó                dulce-,
-En la… en La Hermita.
 En
De pronto el chiquillo se acordó del hombre que había entrevisto de
                                     hombre
espaldas. No había ninguna calle que diese al otro lado del chalé, y si no
había calle… ¡eso quería decir que el hombre había salido de La Ermita!
Balbuceando, cada vez más alterado, Hiroki les contó a los muchachos lo
que había pasado.
-Un desconocido… -comentó Yumi . Tal vez buscase a Aelita.
                       comentó Yumi-.
-¡Lo mismo tiene algo que ver con Hopper! –exclamó Ulrich- Tenemos
 ¡Lo                                                          -.
que ir allí a echar un vistazo.
La muchacha asintió con la cabeza.
-Yo llamo a Aelita. Tú avisa a Jeremy. Nos vemos todos en La Ermita.
 Yo                                                 todos
Debemos llegar hasta el fondo de este asunto.

Diez minutos antes Jeremy estaba durmiendo tan tranquilo en su pequeña
habitación de Kadic, bajo la protección del poster de Einstein que colgaba




                                de la pared. Diez minutos más tarde, con un
chaquetón bien abrigado que se había puesto directamente encima del
pijama y las gafas redondas torcidas sobre la nariz, se encontraba agachado
sobre el césped de La Ermita, con una linterna en la mano, inspeccionando
la capa de nieve que cubría el suelo.
A su alrededor, como si fuesen luciérnagas, brillaban las linternas de sus
amigos. Tan sólo Hiroki se había quedado en casa de Yumi, para seguir
ciudando del pobre Kiwi.
-¡Aquí! –exclamó de golpe Jeremy Venid a ver esto.
          exclamó            Jeremy-.
La nieve helada no presentaba ningún rastro particular, pero en cierto
                                 ningún
punto, cerca del garaje, el grueso estrato blanco había sido apartado, y el
barro de debajo estaba surcado por una maraña de huellas. Perros.
-¡Su madre! ¡Qué grande era! –comentó Odd mientras apoyaba la mano de
 ¡Su                              comentó
una de las huellas más nítidas . ¡Mirad, las uñas se han clavado bien hondo!
                        nítidas-.
¡Debía de ser una auténtica fiera! ¡Es un milagro que Kiwi aún esté vivo!
-Los rastros resultan confusos –comentó Jeremy mientras examinaba el
 Los                             comentó
suelo con escrupulosa atención pero en mi opinión había por lo menos dos
                        atención-,         i
perros, de la misma raza, aunque uno era algo más ligero que el otro: ¿veis
esta huella, que está menos hundida?
-Chuchos callejeros –sentenció Ulrich.
                       sentenció
Jeremy negó con la cabeza, no muy convencido.
-¿Os habéis fijado en est contra la pared del garaje? –señaló una huella en
 ¿Os                   esto,                            señaló
forma de media luna cerca del muro, que estaba desconchado y cubierto de
moho-. Eso es de un zapato. Y estoy dispuesto a apostaros lo que queráis a
       .
que el que la haya dejado estaba aquí con los perros. Tal y como nos ha
                                                      Tal
dicho Hiroki.
-Perros… -susurró Aelita . Como los que oí ladrar la otra noche. ¡Como el
            susurró Aelita-.
de mi sueño! Jeremy, me estoy asustando.
Jeremy sintió el impulso de estrecharla bien fuerte entre sus brazos, pero en
seguida se contuvo.
-No te preocupes, Aelita. Ya verás como entre todos lograremos resolver
             upes,
este asunto. Y además, nos tienes a nosotros para protegerte.

Odd avanzó sigilosamente por los pasillos iluminados de la residencia.
Hacía ya un rato que Ulrich se había vuelto a Kadic, para evitar tener que
                                                          evitar
seguir hablando con Yumi, mientras que él había insistido en acompañar a
la muchacha a casa: quería comprobar qué tal estaba Kiwi.
Hiroki lo había desinfectado y vendado como era debido. Ahora que
estaban limpias, las heridas no parecían tan tremendas. En cuestión de un
                                               tremendas.
par de días volvería a ser el alegre perrillo de siempre.
-¡Odd! ¡Della! ¡Robbia!
 ¡Odd!
El muchacho pegó un respingo, y un súbito escalofrío reptó a lo largo se su
espalda. Cuando se giró ya estaba temblando.




                                -Ji… Jim. Siempre es un placer verte, amigo.
Jim Morales tenía sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho, y no
parecía ni medio contento.
-¡Y un cuerno <<amigo>>! Se suponía que estabas castigado.
 ¡Y
La mente de Odd se puso a trabajar a toda velocidad.
-He salido sólo, ejem, un momentito. Para ir al baño.
 He
-¿En serio? Es una pena que los baños estén en la otra punta. Tú has salido
 ¿En
de la escuela, listillo. ¡De noche! ¡Y a pesar de estar castigado! Así que el
chivatazo era correcto…
-¿Chivatazo? –dijo Odd de inmediato, aguzando las orejas-. ¿Qué
                dijo                                        .
chivatazo? ¿Y quién te ha hecho de soplón?
-Eh, bueno –tosió Jim mientras se arreglaba el cuello del niqui ¿he dicho
              tosió                                       niqui-,
<<chivatazo>>? Quería decir suposición… mi intuición…
-Jimbo –lo interrumpió Odd. Llamarle Jimbo siempre surtía cierto efec
         lo                                                        efecto,
sobre todo cuando el profe estaba en dificultades , ¿se puede saber quién te
                                      dificultades-,
ha dicho que yo estaba en mi cuarto?
-No, nadie, yo…
La verdad embistió a Odd como un morlaco: Sissi Delmas, con su top y su
minifalda, en medio de los arbustos helados del parque, gritando <<¡Me las
pagarás!>>.
-Ha sido Sissi, ¿verdad?
 Ha
-Mmm, bueh. Eso lo dices tú –respondió, evasivo, el profesor- ¡De todas
 Mmm,                                                         -.
formas, no tiene nada que ver! –Jim reconquistó repentinamente el control
                                 Jim                                control-.
Te has saltado las reglas, primero trayendo un animal a Kadic, y luego
escapándote de la residencia de noche. Por eso, por el poder que me otorga
el… ejem, el director, yo te declaro…
-Esa niñata se las va a ver conmigo –siseó Odd entre dientes.
 Esa
-¡No te me distraigas! ¡Te declaro castigado! ¡Toda una SEMANA! Y
 ¡No                                                 una
ahora tira ya mismo para tu habitación, ¡o en vez de una semana van a ser
dos!
A Odd no le quedó más remedio que obedecer.

Mientras Odd volvía a su cuarto, desanimado por el castigo, en Washington
D.C., Estados Unidos, eran más o menos las nueve de la noche.
                                              nueve
Desde aquel despacho no se tenían vistas a ninguno de los grandes
monumentos de la ciudad, como el Obelisco, el Capitolio o la estatua
sedente del presidente Lincon. Era un despacho del montón en uno de los
muchos rascacielos de la periferia, iguales como fotocopias, anónimos,
                          periferia,
grises. Pero eso no quería decir que quien se encontraba en aquella oficina
fuese una persona de poca monta. Muy al contrario.
Cuando sonó el teléfono, la mujer que estaba sentada detrás del escritorio
respondió inmediatamente.
                 iatamente.
-Sí –escupió con voz seca.
     escupió




                             Al otro lado estaba Maggie, su secretaria.
-Señora, perdone que le moleste, pero hay una llamada para usted. Es de
 Señora,
Francia.
La mujer, cuyo nombre en clave era Dido, se sentó mejor en el sillón
giratorio y chequeó por el rabillo del ojo la hilera de relojes que colgaba
sobre la puerta. Uno por cada capital del mundo. En aquel momento. En
aquel momento, en Francia eran más o menos las tres de la madrugada. Si
alguien estaba llamando a esas horas, no cabía duda de que era urgente.
-Pásamela, Maggie –se decidió al final, al tiempo que pulsaba el botón del
teléfono que blindaba esa línea contra las posibles escuchas.
La voz que le llegó del otro extremo de la línea sonaba masculina,
profunda. Y avergonzada.
-Señora…
-Agente Lobo Solitario. Cuánto tiempo.
-Acabo de hablar con los del departamento informático, señora. Ha pasado
algo.
El <<departamento informático>> se componía de un grupito de esclavos
de los ordenadores que se pasaban el día y la noche monitorizando todas las
búsquedas que se realizaban en la Red en países enteros, a la caza de
palabras o frases sospechosas. Una labor ingente, fatigosísima e ilegal. Y
por lo general, inútil.
-Continúe. Estamos en una línea segura.
-Esta tarde se ha hecho una búsqueda en una intranet privada. Alguien ha
intentado obtener información sobre Franz Hopper, y luego sobre Waldo
Schaeffer, que son de hecho la misma persona…
Dido suspiró. Franz Hopper. Otra vez.
Hopper era un caso antiguo, de hacía más de diez años, y no obstante la
mujer no tuvo necesidad de consultar ningún expediente para refrescarse la
memoria. En aquella época ella era una joven y prometedora oficial en los
inicios de su carrera, y el caso Hopper había sido su primer y única fracaso.
-Gracias por avisarme, agente –dijo.
-Disculpe, señora –carraspeó la voz del otro lado del teléfono-, pero eso no
es todo. La búsqueda la han hecho en la red interna del… de la academia
Kadic.
Dido no pudo por menos que soltar un puñetazo sobre el escritorio. Franz
Hopper y Kadic juntos: una mezcla muy peligrosa. Muy peligrosa.
-Muy bien, entonces. Quiero a uno de sus hombres trabajando en las
comunicaciones de Kadic. Llamadas de teléfono, búsquedas internas,
búsquedas en inetrnet. Todo. Desde hace dos meses hasta hoy. Y quiero un
equipo listo para entrar en acción en caso de emergencia.
-Sí, señora.
-Podría tratarse de algo fortuito. Una empleada que estaba ordenando los
archivos, o algo por el estilo. Pero lo mejor será no correr riesgos.
-Sí, señora.
Dido colgó sin añadir nada más, y permaneció inmóvil junto al teléfono.
                                    permaneció
Una parte de ella, después de todo, deseaba que se reabriese el caso. Era
una oportunidad para transformar su único fracaso en un gran éxito.

A la mañana siguiente, Jeremy y los demás se reunieron cerca de la
máquina de café. Sólo faltaba Odd. Había pasado por allí un par de minutos
antes, acompañado por Jim Morales, que iba pisándole los talones, y había
tenido el tiempo justo para dirigirles una mirada desesperada a sus amigos.
<<Ya sabía yo que lo iban a pillar… -había comentado Ulrich al verlo
                                            a
pasar-. Será mejor que nos pongamos en marcha: dentro de nada tenemos
       .
clase>>.
Jeremy estaba de pie, cerca de Aelita. Ambos tenían unas ojeras bien
hinchadas por el cansancio.
-Creo que la única solución es poner bajo vigilancia La Ermita –declaró el
 Creo
muchacho.
-¿Te refieres a que organicemos una especie de guardia nocturna? –le
 ¿Te
preguntó Yumi.
-En realidad estaba pensando más bien en una red de cámaras de circuito
 En
cerrado –precisó Jeremy . Las cámaras de vídeo puedo construirlas y
           precisó Jeremy-.                                          yo.
Ayer por la noche volví a la vieja fábrica y lo he comprobado: ahí tengo
todos los componentes necesarios. Las colocaremos alrededor de la casa, y
desde el ordenador de mi habitación sería capaz de controlarlas en todo
momento. De ese modo obtendremos una imagen de ese fantasmal hombre
                                        una
misterioso, si por casualidad decide volver. Y entonces podremos…
-Entregárselo a la policía –completó Yumi, satisfecha-. ¿Correcto?
 Entregárselo                                          .
Jeremy se quedó meditabundo.
-Más o menos.
-Pero ¿tu ordenador…? –comentó Aelita con una sonrisa-, ¿no estaba
 Pero                                                     ,
guardado en una caja? ¿ No habías dicho que te ibas a quedar solo con el
portátil, para los trabajos de clase?
-¡Sí, yo también me acuerdo! –se rió Ulrich-. <<Después de Lyoko, ¡he
 ¡Sí,                                         .
acabado con la informática! Es mejor así…>> ¡Y con qué tono más
solemne lo dijiste! ¡Je, je!
-¡Pero qué tendrá que ver! –Jeremy se sonrojó-. ¡Esto es una emergencia!
 ¡Pero                                           .
Esta noche lo he vuelto a montar todo. Si alguien está hurgando entre los
secretos de La Ermita a nuestras espaldas, vamos a necesitar toda la
tecnología de la que disponemos para ponerlo al descubierto y tratar de
                                     ponerlo
enterarnos de algo.

Jeremy no era el único estudiante de Kadic que esperaba con ansiedad las
clases de la profesora Hertz. De hecho, Susan Hertz era la profesora
favorita de todos, porque no se limitaba a seguir el programa escolar, sino




                                que abarcaba cualquier argumento científico,
desde el ADN hasta lo ordenadores, pasando por las cosmonaves, y se
servía de ejemplos y experimentos que siempre desencadenaban la
imaginación de todos sus alumnos. Cada clase era un nuevo
descubrimiento.
Sólo que aquel día parecía que todo iba a ser distinto.
Para empezar, la profesora ni siquiera les dio los buenos días a los
muchachos al entrar, sino que se sentó directamente en la cátedra, ceñuda,
sacando el libro de texto de su portafolios.
-Bueno. Abrid el libro por la página cuarenta y ocho. Nicolas, ¿empiezas tú
 Bueno.
a leer?
Nicolas miró con expresión perpleja a su amigo Hervé, que también era su
compañero de pupitre. Juntos formaban el dúo dinámico de
<<guardaespaldas>> de Sissi, pero el experto en ciencias era Hervé. Y por
                                        experto
lo general durante las clases la profesora Hertz se concentraba en él y en
Jeremy, y dejaba que Nicolas durmiese tranquilo.
Hertz se aclaró la garganta y miró fijamente a Nicolas, contrariada.
-Nicolas, ¿hay algún problema?
 Nicolas,
-No, no –se sobresaltó el muchacho claro que no –a continuación se
          se               muchacho-,                 a
levantó, abrió el libro y empezó a leer . <<A principios de los años treinta
                                    leer-.
los científicos podían considerar que estaban en un buen punto en cuanto a
la compresión de la materia. El descubrimiento del neutrón parecía haber
                                  descubrimiento
desvelado ya todos los misterios relacionados con la estructura del
átomo…>>.
-Pero ¿Qué diablos pasa? –le susurró Jeremy a Aelita.
 Pero
-¿Por qué? –replicó la muchacha, levantando una ceja.
              replicó
-Fíjate en la profe. Ni siquiera parece ella misma. ¿Desde cuándo deja que
 Fíjate
un estudiante lea el libro, y punto? La Hertz no lee jamás del manual:
siempre hace su propia introducción a las clases…
-<<… elevaba a cuatro el número de partículas elementales que se
 <<…
conocían…>>.
Jeremy no era el único que se había quedado de una pieza. Todos los
alumnos de la clase se miraban unos a otros, algo desubicados.
Preocupado por si iba a tener que seguir leyendo durante toda la lección,
Nicolas consiguió darle una patada disimulada por debajo del pupi a
                                                               pupitre
Hervé, que carraspeó y se puso de pie.
-Ejem, ¿señorita?
-Sí, Hervé?
-Perdone que se lo pregunte, pero… ¿está usted bien?
 Perdone
La mujer levantó la cabeza del libro sin que en su rostro apareciese ni la
más mínima expresión.
-¿Lo ves? –le insistió Jeremy a Aelita en voz baja-. Está la mar de rara.
            le                                     .
-Estoy estupendamente, Hervé, gracias. Por cierto, Jeremy, te agradecería
 Estoy
mucho que dejases de charlar con tu amiga. A la próxima te echo de clase.




                                 ¿Jeremy castigado con una expulsión de
clase? En toda la historia de Kadic nunca se había oído nada igual.
                   historia
-Por favor, Nicolas –lo exhortó Hertz -, puedes continuar. Gracias.
                       lo                 ,
Nicolas suspiró y siguió leyendo. Al poco, una mano se levantó de entre los
pupitres.
-¿Sí, querida? –le preguntó la profesora Hertz con un tono dulce que nunca
                 le
le había oído utilizar.
Eva Skinner se levantó, atrayendo como un imán la mirada de Odd, y
también de buena parte del público masculino.
-Disculpe, profesora –comenzó la muchacha , yo no he entendido qué son
                         comenzó muchacha-,
exactamente las partículas eleme
                             elementales.
-Por supuesto, querida –  –sonrió la profesora Hertz-. Ahora mismo te lo
                                                     .
explico.
Jeremy aún estaba patidifuso por la amenaza de que lo echasen cuando
Aelita le propinó un codazo.
-¿Has visto? –le susurró . Ella sí que es rara, y no la Hertz. Ayer parecía
               le susurró-.
que no consiguiese decir esta boca es mía, y hoy, sin embargo, ni siquiera
parece extranjera. Su francés es perfecto.
Jeremy asintió y empezó a observar a Eva, lleno de curiosidad.

Una vez acabada la clase, la profesora Hertz se encerró en su estu
                                                              estudio y
apoyó la espalda contra la puerta. Después se quitó las gafas y se pasó una
mano por la frente.
Siempre le había costado enseñar. Exigía dedicación y concentración, pero
resultaba aún más complicado cuando su cabeza se empeñaba en volar de
un lado a otro. Y todo por culpa de Jeremy, aunque en el fondo estaba
contenta de haber regañado al chico durante la clase aquel día. Era culpa
suya y de esas preguntas sobre superordenadores y Franz Hopper. Por
suerte se le había ocurrido confiarle al director Delmas el expediente sobre
                                                  Delmas
Waldo Schaeffer. Conocía bien a Jeremy, y sabía que no se detendría ante
nada con tal de ponerle las manos encima a aquellos papeles. Y de esa
forma se arriesgaba a meterse en un problema realmente serio. Delmas, por
su parte, conocía a grandes rasgos la situación, y custodiaría aquellos
                 a
documentos con discreción.
Sin embargo, a pesar de ello la mujer no conseguía quedarse tranquila. Tal
vez se había equivocado por completo. Y ya hacía demasiado tiempo que
arrastraba aquel asunto.
Toc, toc.
¿Quién es? –estalló Hertz, sobresaltándose.
              estalló
-Soy yo –le respondió una voz femenina. Era Eva. Eva Skiner.
           le
-Ah, claro. Entra, entra, querida. ¿Necesitas hablar conmigo? Adelante.
 Ah,
La puerta se abrió, y la profesora desplegó una amplia sonrisa. El problema
de Hopper iba a tener que esperar un poco más.




                                La señora Marguerite Della Robbia corrió a
casa sosteniendo en un precario equilibrio una pila de paquetes y bolsas de
la compra que le llegaba por encima de la frente.
Era un día tibio y luminoso que animaba a dar un buen paseo. Qué pena
                             que
que ella tuviese solamente media hora antes de salir corriendo al trabajo.
La señora dejó todo apoyado sobre la mesa y luego miró a su alrededor con
cierta perplejidad. Algo había que no andaba bien. Algo distinto r respecto a
una hora antes, cuando había salido a toda prisa para ir al supermercado. Le
hicieron falta unos instantes para entender qué era: los cojines del sofá
estaban movidos. Ella los había puesto en su sitio de siempre la noche
anterior, antes de irse a dormir. Y al salir, cuando había mirado atrás por
última vez para verificar que había apagado todas las luces y cerrado las
ventanas, los cojines aún estaban en orden, con sus alegres fundas de flores
rojas que desdramatizaban un poco aquel sofá de cuero negro que tanto le
gustaba a su marido.
Su marido. ¿A lo mejor Robert había vuelto del trabajo? Qué va. Sin duda,
la habría avisado. Y además, ese día tenía una reunión, así que iba a volver
tarde a casa.
-¿Robert? –preguntó en voz alta, no obstante, Marg
            preguntó                           Marguerite-, ¿eres tú?
                                                            ,
¿Cariño?
No obtuvo respuesta.
-Qué tonta soy –murmuró luego para sí, volviendo a ocuparse de la
                  murmuró
compra.
Acababa de terminar de colocar las espinacas congeladas en su sitio cuando
el teléfono empezó a sonar. Otra cosa bien rara: nadie llamaba nunca a casa
                                                        llamaba
a la hora del almuerzo. Corrió al piso de arriba para responder. Tal vez
fuese Odd, pero habría sido algo insólito. Su hijo no llamaba nunca.
Excepto cuando se metía en algún lío. Cuando llegó junto a la cama estaba
jadeando. Cogió el teléfono, que seguía dando timbrazos.
                        éfono,
-¿Diga? –respondió-. ¿Diga? –preguntó de nuevo.
                      .
La llamada no se había cortado. Marguerite podía oír un crujido eléctrico al
otro lado de la línea.
-¿Se trata de alguna broma? Ja, ja. Muy divertido, si señor.
 ¿Se
Pero en su interior comenzó a no sentirse tan tranquila. Era una mujer poco
            nterior
impresionable. Tenía que serlo, a la fuerza, con un marido chapucero como
Robert y un hijo incontenible como Odd. Pero en aquel crujido, en aquella
respiración contenida había algo que la inqu
                                         inquietaba.
De golpe le volvieron a la cabeza los cojines del sofá. No era ninguna
broma. ¡Había alguien en su casa!
Colgó de golpe, tirando sin querer el teléfono al suelo, y corrió al cuarto de
al lado. Vio una sombra.




                                La sombra reaccionó dando un salto a través
de la venta abierta del salón, y desapareció en el jardín.
El grito de la señora Della Robbia retumbó contra las paredes de la casa. En
la cocina, la compra estaba desparramada por el suelo. Dos huevos rotos
derramaban su baba amarilla sobre los azu
                                        azulejos.



                                 5
DESTORNILLADORES. CÁMARAS DE
VÍDEO Y UN NUEVO SECRETO
—Aelita, ¿me pasas ese destornillador?
Ulrich se había encaramado bajo el alero del garaje de La Ermita, y se
                                               garaje
encontraba en equilibrio inestable encima de una vieja escalera
desvencijada. Recogió la herramienta que su amiga le estaba tendiendo y
apretó los dos últimos tornillos que sostenían la cámara de vídeo. Era gris,
del tamaño aproximado de una pelota de tenis, y tenía un agujero oscuro en
el centro que destacaba como una pupila.
— ¡Vete a saber si estos cachivaches funcionan de verdad! —   —exclamó.
— ¡Pues claro que funcionan! —le respondió Jeremy, desde el interior del
garaje, antes de levantar la puerta basculante para sal
                                                     salir.
El topetazo de la puerta contra la escalera fue leve, pero bastó para que a
                                                leve,
Aelita se le escapasen sus patas de las manos y Ulrich perdiese el equilibrio
y cayese hacia atrás, justo encima de la muchacha.
—jAy! ¿Te has hecho daño?
—Si te levantas, a lo mejor ya no me duele más.
                     o
—Perdonadme, no lo he hecho aposta —se justificó Jeremy.
   Perdonadme,
Para el trabajo de aquella tarde se había vestido con un enorme peto que
había encontrado quién sabe dónde, y que le hacía parecer un payaso.
                         sabe
— ¡Ja, ja, ja! ¡No te preoc
                      preocupes! —respondió Ulrich mientras ayudaba a
                                                  rich
Aelita a levantarse.
— ¿De qué te ríes?
—Pues de tu peto. Te queda... divino de la muer
   Pues                                      muerte.
Aelita sofocó una risita entre sus manos para que Jeremy no se diese cuenta
de que le estaban toman el pelo. El muchacho se quitó las gafas para lim
                   tomando                                                lim-
piárselas frotándolas contra su camiseta, y volvió a colocárselas en su sitio.
—De todas formas —refunfuñó , estas cámaras son unas auténticas
                       refunfuñó—,
joyitas. Están equipadas con visión de infrarrojos y transmiten la señal
                              visión
directamente a mi ordenador, cifrada mediante un protocolo cripcriptográfico
SSL.
—Vale, vale, Einstein, para el carro —lo interrumpió Ulrich— Lo
   Vale,                                                       —.
importante es que hagan su trabajo.




                               — ¡Ey, chicos! —los llamó Yumi En vez
                                                          Yumi—.
de estar ahí de cháchara, ¿por qué no venís a echarme una mano?
La muchacha se encontraba delante de la puerta principal, donde un
pequeño pórtico elevado un par de escalones por encima del suelo daba
bastante sombra como para albergar una mesa y una pequeña mecedora con
unos cojines que tenían las fundas rasgadas. Yumi estaba de pie sobre la
mecedora, tratando de atornillar una cámara al dintel de la puerta.
—Vale, espera que te ayudo —le gritó Ulrich mientras se le acercaba.
Se encaramó junto a ella, prácticamente abrazándola al tiempo que
mantenía firme con los dedos el pequeño aparato de Jeremy.
—Ya casi he acabado —dijo Yumi con un susurro.
—No te preocupes: aquí me tienes.
Vale, quedaba un poco estúpido decir eso, pensó Ulrich, pero Yumi y él
estaban peleándose un pelín demasiado a menudo, últimamente.
— ¿Os hace falta el destornillador? —dijo Jeremy, y se saltó de una
zancada los tres peldaños del pórtico.
—Por el amor del cielo, quédate bien lejos... —le respondió Ulrich,
volviéndose de golpe hacia él.
Pero sus movimientos resultaron demasiado bruscos, y el muchacho
acabó otra vez por los suelos, cayendo boca abajo sobre el cojín. El
segundo porrazo en cosa de dos minutos, y justo cuando podía estar unos
momentos a solas con Yumi.
Ulrich se incorporó hasta quedarse sentado, y miró a Jeremy fijamente a los
ojos.
—Hoy estás de lo más gafe.
Aelita se echó sobre la cama, hojeando un libro que le había dejado Yumi.
Fuera ya se había hecho de noche, y el viento soplaba contra la fachada de
la residencia del Kadic, llenando el edificio de corrientes y gemidos.
Aelita cerró el libro y encendió la pequeña televisión que tenía encima de
su escritorio. Un concurso de lo más tonto, de esos de preguntas y
respuestas. Pero a lo mejor a su padre le habría gustado ese programa. Él
debía de haber sido muy bueno con las adivinanzas y las preguntas. Y tal
vez su madre también... siempre que aún estuviese viva.
Aelita se encogió de hombros y subió el volumen de la tele, con la
esperanza de que bastase para cubrir el barullo de sus pensamientos.
El presentador del concurso era un hombre de unos treinta años con una
barba cuidada y el pelo peinado y engominado de manera ridícula, con un
alto tupé en forma de plátano. Sonreía muy tieso dentro de su chaqueta
verde sembrada de purpurina, y no dejaba de gastarle bromas a la más
mona de las concursantes.
— ¡Bueno, queridos amigos que nos estáis viendo desde casa! —
exclamó en cierto momento—. Como ya sabéis, ésta es una velada muy
especial...
La cámara lo encuadró en un primerísimo
plano que resaltaba sus ojos, de un azul tan claro que traía inmediatamente
a la cabeza los ojos de un husky sisiberiano. Azul hielo.
—... de hecho, hoy tenemos con nosotros...
   ...
Aelita se detuvo por un instante, perdida en aquellos ojos. Y luego, por un
                                               aquellos
instante, le pareció que..
                     que...
La muchacha se sobresaltó. Qué va, era imposible. Los ojos del presentador
habían vibrado, sus pupilas habían oscilado como si hubiese una
interferencia en la señal, y en ellas había aparecido aquel símbolo: los
círculos concéntricos del ojo de X.A.N.A.
— ¿X.A.N.A...? —murmuró.
                     murmuró.
El televisor explotó.
Del susto, Aelita chilló y se cayó de la cama, golpeándose un codo contra
                                                    peándose
el suelo. ¡X.A.N.A. había vuelto! Respiró hondo dos o tres veces, para
tranquilizarse. Evitando pisar los cristales rotos que había por todo el suelo,
        lizarse.                                              por
la muchacha recogió el mando, del que estaba saliendo un hilillo de humo y
que, por supuesto, no funcionaba. Pero las bombillas de la habi
             puesto,                                          habitación
estaban encendidas, así que no había sido un fallo de la instalación
eléctrica.
Si algo por el estilo hubiese sucedido no mucho tiempo antes, Aelita habría
llamado inmediatamente a los demás, y ya estarían todos juntos en el
parque, corriendo a toda velocidad hacia la fábrica abandonada donde se
                                                      abandonada
encontraba el «castillo subterráneo», el laboratorio secreto que albergaba el
                                          laboratorio
superordenador, y habrían entrado en Lyoko para desactivar una de las
torres.
X.A.N.A. siempre actuaba de la misma manera: activaba una torre de
Lyoko, y gracias a ella creaba algún tipo de desastre en el mundo real.
Hasta que ella entraba en la torre y hacía que todo volviese a la normalidad,
aprovechando el don que le había otorotorgado su padre, el «Código Lyoko»,
una clave que sólo ella podía activar dentro de las torres, y que neu
                  lo                                               neutralizaba
los poderes de X.A.N.A.
Pero ahora las cosas habían cambiado. X.A.N.A. ya no existía. El padre de
Aelita había sacrificado su propia vida para detenerlo. De modo que
aquella explosión no podía haber sido provocada por la inteligencia
            plosión                                        inteligencia
artificial. No había pasado nada. Tenía que mantener la calma.
Aelita se puso las pantuflas y salió de puntillas de su cuarto, en dirección a
la máquina de café del bajo. Necesitaba beberse algo caliente.
A veces Jeremy se imaginaba la residencia del Kadic como un inmenso
animal agazapado. Un monstruo tranquilo hecho de armarios y camas,
                                  tranquilo
paredes de cemento y lámparas de neón.
             mento
La residencia tenía sus ritmos. Se despertaba por la mañana temprano, y
enseguida soltaba un rugido de muchachos que corrían hacia los baños y se




                                vestían para ir a clase. Luego se echa una
                                    tían                           echaba
cabezadita durante el horario lectivo, y cobraba nueva vida por la tarde,
cuando los largos pasillos resonaban de risas y gritos. Y ahora, desde su
cuarto, Jeremy oía cómo el monstruo Kadic iba preparándose poco a poco
para el descanso. Las voces eran pocas, y los pasos se transformaban en un
                              eran
rápido repiqueteo para evitar la ronda de Jim Morales.
El muchacho estaba delante del ordenador, el fiel ordenador que había
vuelto a ocupar el noventa por ciento del espacio disponible sobre su
escritorio. El diez por ciento restante albergaba su portátil, que también
estaba encendido. En ambas pantallas iban rotándose rápidamente los
distintos encuadres de las cámaras instaladas en La Ermita, la casa del
padre de Aelita. De momento todo estaba en calma.
— ¿Se puede? —preguntó una voz desde el otro lado de la puerta.
                   preguntó
Sin esperar a su respuesta, Ulrich se coló en la habitación a toda prisa,
                                                     bitación
cerrando la puerta tras de sí.
—Jim se ha convertido en una obsesión. Si me llega a pescar...
   Jim
— ¿Y Odd, qué tal anda?
—Está en nuestro cuarto, viéndose una ful de concierto en DVD. Cinco
minutos más de esa música y me revent
                                    reventaba la cabeza. ¿Tú qué estás
haciendo? ¿Cómo van las cosas por La Ermita?
—No hay problema —contestó Jeremy señalándole las pantallas De
                         contestó                  dole     pantallas—.
momento. Lo único que me preocupa es si conseguiré quedarme despierto
toda la noche. Y si la cosa sigue así, será difícil.
Ulrich se echó sobre la cama de su amigo y cogió una revista que estaba
abierta encima de la almoha La soltó enseguida.
                      almohada.
— ¡Puaj, protones! ¿Cómo consigues leerte estos rollos? Bueno, puedo
                                                     rollos?
quedarme yo a hacerte compañía, si te hace. Odd va a tener para rato con lo
de su castigo.
— ¿Y Yumi?
Era una pregunta un poco rara, viniendo de Jeremy. Ulrich, Odd y él tenían
                                               Jeremy.
una especie de regla no escrita. Estaba permitido tomarse el pelo
mutuamente respecto a las chicas, y estaban permitidos (¡y eran
           te
bienvenidos!) los comentarios sobre las alumnas más guapas del Kadic.
Pero nunca se hablaba en serio de las personas realmente importantes para
ellos. Aelita para Jeremy, Yumi para Ulrich y cualquiera de las chi
                                                                chicas de
turno para Odd.
La cosa era que Ulrich parecía estar destrozado de verdad por aquel asunto,
                       h
y su amigo no había logrado contenerse.
                         grado
—Yumi está bien, o eso creo —masculló Ulrich—. No es que estemos
                                                   .
habiéndonos mucho últimamen
                      últimamente.
—Ya me he dado cuenta —dijo Jeremy—. Pero ¿por qué?
   Ya
Ulrich no era un tipo muy hablador, pero en el fondo la noche iba a ser
            ra
larga, y Jeremy había pillado al vuelo que tenía demasiados pensamientos




                               hormigueándole por la cabeza. A lo mejor le
venía bien abrirse con alguien para desfogarse, y lo mismo popodría hasta oír
algún consejo inteligente.
Y así era. Extrañamente, Ulrich tenía tantas ganas de hablar como las que
Jeremy tenía de escucharlo. Y, palabra tras palabra, se fue poniendo al día
sobre la situación sentimental de su amigo. Lo que le había dicho a Yumi
cuando se había negado a cuidar de Kiwi, lo que ella le había respondido...
y las cosas que no conseguían decirse. Nunca.
—La cosa pinta mal —  —comentó al final—. Pero me parece que podrías
                                            .
resolver la cuestión de una forma bastante sencilla.
Sonrió al ver que Ulrich ponía los ojos en blanco. Él creía que ciertas cosas
no tenían solución, y que, cuando la tenían, casi nunca era sencilla. Jeremy
lo conocía bien.
— ¿Y cuál sería esa forma? Soy todo oídos —refunfuñó Ulrich, escéptico.
—Pues... —Jeremy se encogió de hombros y miró hacia el suelo decirle
             Jeremy                                          suelo—,
la verdad. Por ejemplo.
— ¿O sea? —le respondió su amigo mirándolo fijamente a los ojos.
               le                                  jamente
Jeremy suspiró. Ésa era la amarga ironía de las historias de amor: cuando
era la tuya y estabas meti hasta las orejas en el asunto, no entendías
                      metido
nunca nada de nada, mientras que desde fuera todo se veía más claro que el
agua.
-¿Cuánto tiempo ha pasado ya?
 ¿Cuánto
Ulrich tenía los ojos entrecerrados por el esfuerzo de concentrarse.
— ¿Tiempo desde qué?
—Pues desde que Yumi te dijo que prefería que fueseis sólo amigos.
   Pues                          que
—Ah —dijo Ulrich mientras se rascaba la cabeza, tratando de acordarse
          dijo                                                   acordarse—,
de eso hace ya un siglo, por lo menos.
—Precisamente. Y mientras tanto siempre habéis seguido queriend... —
   Precisamente.
Jeremy se sonrojó—, en fin, habéis seguido. Ahora tú ya no soportas más
                     ,
esta especie de secreto a voces entre vosotros, pero tampoco te atreves a
        pecie                                        tampoco
decírselo.
Ulrich miró de soslayo a su amigo con una media sonrisa.
—Sabelotodo...
—Ya ves, qué difícil — replicó Jeremy, sonriendo él también No es
                       —le                                también—.
más complicado que reparar un superordenador cuántico.
—Así que debería ir a hablar con ella. Por lo menos para disculparme. Para
                                               menos
aclar... ¡Jeremy!
— ¿Qué pasa?
— ¿Qué demonios está sucediendo en esa ventana?
Los dos se giraron hacia las pantallas. Un hombre con un abrigo largo
                             pantallas.
había saltado la verja de La Ermita, y se dirigía hacia el pórtico de la
                             Ermita,
entrada.
— ¿Y ése quién es? —preguntó Ulrich con la voz quebrada.
                        preguntó
—Espera que paso a la cámara dos —le contestó Jeremy.
   Espera




                                La imagen cambió, enfocando al intruso
                                                       ocando
desde el dintel de la puerta. Era la cámara que había montado Yumi.
Parecía muy joven. Tenía una barbita rala que se insinuaba levemente en la
barbilla, una constelación de pecas en la nariz y el pelo de color cobre
oscuro.
—No parece muy peligroso, a decir verdad —comentó Ulrich.
Pero Jeremy ni lo escuchó. Amplió la imagen y apuntó hacia él otras tres
cámaras que cubrían esa zona.
— ¿Has visto? No está llamando al timbre. Y actúa de manera sospechosa.
Sin duda alguna, era cierto. El jov comprobó que no había nadie, y luego
                                joven
se encaminó hacia la par trasera de la casa.
                       parte
— ¡Síguelo, Jeremy, síguelo!
—Eso es lo que estoy tratando de hacer. Debería haber pensado en poner
   Eso
cámaras automotoras.
En el vídeo, el muchacho se detuvo junto a la pared del garaje, muy cerca,
                                                  red
precisamente, del punto en el que habían encontrado las huellas. Apoyó la
espalda contra el muro y se quedó inmóvil durante un rato, con los ojos
  palda
cerrados.
—Pero ¿qué hace? —preguntó Ulrich.
                       preguntó
—No lo sé —respondió Jeremy—. Pero me tiene preocupado.
              respondió
—De todas formas, ya se está yendo. Mira.
  De
El joven se estaba dirigiendo hacia la verja. Le echó una ojeada a la calle
para asegurarse de que no hubiese transeúntes, volvió a saltar las rejas y
luego se fue corriendo por la acera, alej
                                     alejándose de las cámaras de Jeremy.
                                                         maras

Había pasado varias horas en la cama, tratando de dormirse de nuevo y
mirando de cuando en cuando la televisión calcinada que la vigilaba
amenazadora-mente desde su escritorio. Al final había conseguido caer en
              mente
una duermevela oscura y confusa, pero cuando el teléfono la devolvió a la
            vela                        cuando
realidad Aelita tuvo la impresión de no haber dormido en absoluto.
— ¿Diga? —Respondió tras un par de timbrazos . Hola, Jeremy. ¿Ha
              Respondió                timbrazos—.
pasado algo?
—Sí. Ulrich y yo hemos encontrado al intruso. Se trata de un chaval.
  Sí.
—¿¿Quééé?? —Aelita se incorporó de un brinco sobre la cama, presa del
                 Aelita
pánico.
—Tranquilízate —trató de calmarla Jeremy—. Ya se ha ido. Se ha quedado
                   trató                       .
muy poco. Y de todas maneras, no parecía... bueno, peligroso.
                       maneras,
Aelita oyó a Ulrich farfullando algo por detrás.
                     arfullando
—Sí, es verdad —añadió Jeremy—. Parecía incluso un poco patoso. Sea
                   añadió                         so
como sea, no le hemos quitado el ojo de encima en todo el rato. Y ahora
                         quitado
vamos a seguir de guardia.
La idea de alguien que deambulaba en plena no noche por el jardín de La
                                                             rdín
Ermita era lo último que podía dejar tranquila a Aelita. Aunque el hombre




                                 misterioso fuese un torpe a fin de cuentas sus
perros casi se habían comido vivo a Kiwi.
                  bían
—Enseguida me planto en tu cuarto —se decidió finalmente la muchacha.
   Enseguida
Jeremy se lo pensó por un momento.
—No te preocupes —dijo después . Vuélvete a la cama. Pero sí me
                        dijo después—.
gustaría que hicieses algo por mí. Te he mandado un MMS con la foto del
chaval. ¿Puedes mirarla con atención y decirme si lo conoces?
                                                        conoces?
—Mmm —asintió Aelita Ahora mismo vuelvo a llamarte.
                     Aelita—.
El mensaje le había llegado durante la conversación. La muchacha lo abrió,
                                          conversación.
y a punto estuvo de desmayarse. Aquella imagen... aquella nariz, aquellos
                      desmayarse.
ojos, las pecas... ¡Era un rostro que le resultaba familiar! Pero entonces...
                                                   familiar!
Tuvo que recostarse para evitar que la oscuridad se cerniese sobre ella.
Después se levantó de golpe, abrió la puerta de su habitación y se dirigió a
todo correr hacia la de Jeremy.

Tenía hambre. Un hambre profunda y feroz.
Cuando estaba en una misión, Grigory Nictapolus comía sólo lo mínimo
                                Grigory
indispensable para mantenerse con fuerzas, pero nunca lo bastante como
para saciarse. La comida hacía que disminuyese la concentración. Tan sólo
            se.
una vez que la misión había concluido se iba a algún restaurante, uno de
esos sitios donde sirven fi letones de dos dedos de altura sazonados con
    s                    fi-letones
salsa barbacoa, y por fin se llenaba el estómago. Era su forma de celebrar el
                                                         forma
trabajo bien hecho.
El reconocimiento de la casa de los Della Robbia por la mañana había
resultado provechoso, aunque la señora hubiese regresado algo pronto.
                    so,
Nada de lo que preocuparse, de todas formas. Los imprevistos siempre
terminaban por presentarse. Lo importante era saber gestionarlos.
Y ahora, aquel chavalín que se había colado en La Ermita le venía comcomo
agua de mayo. Los mocosos pensarían que se trataba de la misma persona
que había visto Hiroki, y hasta la más mínima sospecha sobre la existencia
de Grigory se esfumaría de sus cabecitas.
Mientras seguía sin quitarles ojo a las cámaras instaladas en el d
                                                                 dormitorio
de Aelita, el hombre abrió el archivo de los vídeos y volvió unos minutos
atrás. Ahí estaba.
La imagen de la pantalla del móvil de la muchacha estaba demasiado
                                           muchacha
desenfocada como para que él consiguiese identificar la cara del intruso,
pero el patio de La Ermita también estaba vigilado por las cámaras de
            io
Grigory, y ésas le habían proporcionado imágenes mucho mejores.
Tenía que andarse con ojo con ese renacuajo de las gafas, Jeremy. En una
sola tarde había consegui montar un sistema de vigilancia de circuito
                 conseguido
cerrado más eficiente que los de muchas empresas especializadas. Pero el
      do                                            especializadas.
equipo de Grigory era de otro nivel, y ni por un instante lo había asaltado la




                              duda de que pudiesen descubrir sus
microcámaras. O su pre
                     presencia en los alrededores de La Ermita.
                                                      a
Amplió la imagen del joven de las pecas en la pantalla y abrió sus
expedientes digitales.
Utilizando uno de los programas preferidos de las policías científicas de
todo el mundo, programó una búsqueda basada en los rasgos somáticos del
muchacho, y sobre la foto apareció una serie de puntitos rojos que se
correspondían con los pómulos, los ojos, la base de la nariz, la boca... En la
otra mitad de la pantalla empezaron a pasar varias fotos, a una velocidad
cada vez mayor.
Tras unos instantes el ordenador parpadeó: NO SE HA ENCONTRADO
NINGUNA CORRESPONDENCIA.
Grigory podría haberse conectado a las bases de datos de la policía francesa
o el FBI, pero habría resultado un trabajo largo. Por eso se limitó a
reprogramar una nueva búsqueda en sus archivos internos, de tal modo que
la edad se convirtiese en una variable. Si en sus expedientes había alguna
foto del muchacho de niño, terminaría por aparecer. Para su ordenador sería
un juego de niños, nunca mejor dicho.
Después de unos diez minutos por fin apareció lo que andaba buscando.
Una solicitud de matriculación en la academia Kadic con fecha de 1992. La
foto tamaño carné que acompañaba la solicitud no tenía mucho en común
con el joven que merodeaba por La Ermita, pero el ordenador declaraba
que la correspondencia era del noventa y ocho por ciento. Prácticamente
una certeza absoluta.
Nombre: Richard Dupuis. Sello al final del expediente: Destinado al grupo
D.
Grupo D... a Grigory eso le recordaba algo. Y le hicieron falta menos de
cinco minutos para darle una forma concreta a aquel recuerdo.
Una foto. Un grupo de niños posando para la foto de clase. De pie, a la
izquierda, un jovencísimo Jim Morales. A la derecha, el profesor Franz
Hopper.
Y luego, de rodillas en la primera fila, Aelita Hopper con una gran sonrisa.
Y a su lado, aquel chiquillo, Richard, con su inconfundible pelo rojo
cobrizo.
Grigory observó en las pantallas que tenía conectadas a las cámaras de
vídeo la imagen de Aelita, que había vuelto a su cuarto y se había sumido
en un profundo sueño.
— ¿En serio no te acuerdas de él, chiquitina? —dijo el hombre, torciendo
la boca en una sonrisa maliciosa—. Pues deberías. Fuisteis compañeros de
clase durante dos años. Y dos años son bastantes como para acordarse.
6
              UNA TRAMPA, O TAL VEZ DOS
En el comedor habían servido frijoles mexicanos, y ahora el estómago de
Ulrich gorgoteaba entre satis
                           satisfecho e inquieto.
— ¡Buuufff! —Resopló Odd mientras se masajea la tripa— Justo lo que
                  Resopló                    masajeaba        —.
necesitaba.
—Habrías podido ahorrarte al menos el tripitir —comentó Ulrich, mirando
   Habrías
de reojo a su alrededor en busca de Yumi.
— ¡Para una vez que la cocinera no se empeña en preparar una de esas
movidas tan sanas y desagradables! Y además, ahora tenemos dos horas de
Arte. Por lo menos las judías estas me conciliarán un poco el sueño.
                 nos
—Perdona, Odd, tengo que irme —abrevió Ulrich, dejando plantado a su
   Perdona,                                       rich,
amigo.
A través de las ventanas había visto a Yumi cruzando el jardín, rodeada de
                                                cruzando
un grupito de compañeras.
      upito
Puede que no fuese el mejor momento para hablar, pero después de lo que
                                               hablar,
le había dicho Jeremy la noche anterior ya no podía esperar.
— ¡Yumi! —La alcanzó casi a la carrera—. Disculpa, ¿tienes un segundo?
               La
Las amigas de la muchacha se empezaron a reír. Les parecía ridículo que
una tía dura como ella anduviese siempre con un chico más pequeño.
                          anduviese
Yumi las fulminó con la mirada.
—Hasta luego —les dijo, y luego, en cuanto Ulrich y ella se quedaron
                    les
solos, explotó—. ¿Se puede saber qué pasa? Yo dentro de un minuto tengo
                                                  o
que irme.
El muchacho se rascó la nuca, abochornado. Le parecía como si el cuello
de la camiseta se le estuviese cerrando en torno a la garganta. Le faltaba el
                       estuviese
aire. A los frijoles de su estómago se les ocurrió infundirle valor mediante
el sistema de empezar a darle pata
                                 patadas en el intestino.
—Oye, ¿se te ha comido la lengua el gato? —continuó Yumi, impaciente.
—Yo, bueno... O sea... En fin...
   Yo,
—Enhorabuena. Menudo discursazo. ¿Lo traías escrito, por casualidad? —
   Enhorabuena.
dijo la muchacha. Pero ahora estaba sonriendo.
                   .
—No... —Volvió a intentarlo Ulrich . No he sido muy majo contigo,
            Volvió               Ulrich—.
Yumi, últimamente.
—Puedes decirlo bien alto.
   Puedes
—Es sólo que... en fin... Sí. Pero de todas formas quería pedirte perdón. He
   Es
estado bastante antipático —prosiguió él.
—Sí.
—Maleducado.
—Eso también.




                                 Desde luego, ella no le estaba poniendo las
cosas fáciles. Y ahora venía la parte más complicada del discurso: «Yumi,
   sas
tú y yo no somos sólo amigos. Tú también lo sabes. ¿Quieres...
quieres qué? Quieres. Y punto. Yumi...».
—Lo siento, Yumi. Perdona. Eso.
   Lo
Ella extendió los dedos y le acarició la mejilla, que se incendió ante aquel
ligero contacto.
—Déjalo estar. Yo también he estado un poco nerviosa. Hagamos como si
   Déjalo
no hubiese pasado nada, ¿vale?
Después empezó a alejarse, pero Ulrich la retuvo.
—Espera, todavía no he terminado.
   Espera,
«Yumi, tú y yo no somos sólo amigos». Ánimo, era solamente una
frase, ¿cuánto podía costarle decirla?
Justo en aquel momento, Sissi Delmas se acercó a ellos, acompañada por
los inevitables Hervé y Nicolás. Haciendo gala de una dosis industrial de
                         Nicolás.
desparpajo, le echó el brazo alrededor del cuello a Ulrich, apretujándose
contra él. Luego observó a Yumi con un barrido de arriba abajo.
— ¡Uy, pero mira qué cara más larga! No deberías tratar mal a nuestro
                                                       tratar
Ulrich. Es muuuy sensible, ¿sabes? Le hace falta una chica que lo entienda
                                 bes?
y cuide de él...
— ¡Sissi! —se quejó Ulrich mientras se apartaba de ella, molesto ¡Yumi
                                                              molesto—.
y yo estábamos hablando!do!
—Bueno, ahora sí que tengo que irme a clase —lo finiquitó Yumi.
Ulrich trató de protestar y añadir algo más, pero Sissi lo tomó de la mano.
—Hervé, Nicolás, vosotros también podéis iros. Yo os alcanzo en un
   Hervé,
momento. Ulrich, ¿qué te parece si estudiamos juntos esta tarde? Tenemos
que repasar ciencias, ¡y a ti se te dan tan bien!
—Yo en ciencias no he sacado jamás ni un sufi —gruñó él—. Si te hace
   Yo                                                            .
falta ayuda, pídesela a Jeremy.
Yumi se encogió de hombros y se despidió de Ulrich con un gesto de la
                                                    rich
mano y media sonrisa. Él se quedó mirando cómo su largo cabello negro
ondeaba mientras se alejaba.
       ba
— ¡Mira tú por dónde! —Dijo Sissi, pellizcándole un carrillo— ¡Nos
                                                                —.
hemos quedado solitos tú y yo!
Tal vez la culpa fuese de los frijoles, pero el mu
                                                muchacho sintió cómo su
estómago se encogía con un retortijón.
El señor Chardin paseaba entre los pupitres con las manos unidas detrás de
la espalda, y despotricaba a voz en cuello sobre cine, encuadres y una cosa
misteriosa llamada decoupage técnico.
Aelita resopló. Aquella tarde los demás iban a ir a la fábrica par prepararle
                                                               para
una trampa al intruso de La Ermita, pero ella le había prometido a Tamiya
que la ayudaría con el audio de una grabación. Tamiya y Milly eran las
pequeñas redactoras del periódico de la escuela, y grababan los vídeos que
                                          escuela,
luego se publicaban en el sitio web del diario. Las dos chiquillas llevaban




                                 un siglo dándole la tabarra a Aelita, y nadie
tenía estómago para tratarlas mal. De eso ya se ocupaba Sissi.
              go
Cuando sonó la campana, la muchacha se acercó aOdd.
— ¿Tú qué haces, te vas a juntar con los otros?
—Él se viene conmigo —gruñó Jim Morales mientras se presentaba ante la
                                                      tras
puerta del aula—. Ya que está castigado, el director ha decidido encargarle
                   .
algunos trabajitos socialmente útiles. Me va a echar una mano para ordenar
  gunos
el gimnasio.
Odd alzó los ojos al cielo, apesadumbrado.
— ¡Que se te dé bien el curro, camarada! —Dijo Ulrich, haciendo una
                                                Dijo
mueca irónica, mientras pasaba junto a él—. ¡Nos vemos para cenar!
Jeremy y Ulrich se despidieron de Aelita mientras Tamiya se la llevaba a
rastras. La chiquilla reía, la mar de contenta bajo su coleta de rastas, y
             hiquilla
Aelita trató de devolverle la sonrisa... por no llorar.
— ¡Pásatelo bien! —gritó Ulrich, agitando la mano.
                       gritó
—No tienes corazón — rió socarronamente Jeremy.
                       —se
Se encaminaron juntos hacia el parque del Kadic, para luego dirigirse a la
fábrica abandonada.
La construcción llenaba completamente un islote que no distaba mucho del
colegio y tenía un viejo puente que la conectaba con tierra firme. Tras el
cierre de la fábrica, la calle que llevaba al puente había sido bloqueada, de
                                              puente
modo que ahora sólo había tres formas de llegar, y las tres pasaban bajo
tierra: desde La Ermita, a través de un largo túnel proyectado y construido
por Franz Hopper; entrando en las cloacas desde la sala de calderas; o bien
a través de una alcantarilla que había en el parque.
   ravés
Los dos muchachos escogieron, como siempre, la alcantarilla. Aunque el
olor era terrible, aquél era el acceso más seguro para no ser vistos.
Excavaron juntos en la nieve y, cuando fue visible, levantaron el pesado
disco de hierro y se metieron por el conducto, volviendo a cerrar la boca de
   co
alcantarilla sobre sus cabezas. Bajaron por una estrecha escalerilla vertical,
agarrándose a los amplios asideros que estaban anclados en el cemento, y
respiraron una última vez a pleno pulmón antes de verse embestidos por el
                    ima
hedor de las cloacas.
Tanto sobre la tapa de la alcantarilla como a los pies de la escalera había un
extraño símbolo y un texto cuyo significado Jeremy nunca había llegado a
                        texto
comprender: Green Phoenix
                      Phoenix.
Cuando llegaron al conducto horizontal, Jeremy cogió su patinete, y Ulrich,
uno de los monopatines que había alineados contra la pared. La peste
resultaba tan fuerte que casi paralizaba sus movimientos. Por eso los
       ba
muchachos habían decidido tiempo atrás llevar allí aquellos medios de
transporte, a fin de agilizar el trayecto. Corrieron hasta alcanzar una
                         lizar
escalerilla que subía hacia la superficie. Treparon por ella, y finalmente
        lla
aparecieron en el puente.




                               —Ufff —bufó Ulrich cuando volvieron a
encontrarse al aire libre . Tienes que inventar un superambientador para
           se       libre—.
ese sitio. Cada vez es peor.
— ¿Unas cloacas perfumadas? Resultaría un pelín sospechoso, ¿no te
parece?
El puente se sostenía sobre el río gracias a dos altas columnas de hierro
oxidado de las que salían arcadas de gruesos cables. A Jeremy le recordaba
                          arcadas
un poco al puente de Brooklyn, sólo que mucho más pequeño y
                                                        pequeño
desvencijado. Entraron en la fábrica y descendieron al bajo deslizándose
                                        descendieron
por unas viejas sogas que colgaban del techo. Aquel espacio era enorme, un
entramado de cemento, vigas y ventanas cuadradas con los cristales rotos.
                                           cuadradas
Los muchachos llegaron al ascensor, una especie de contenedor industrial
que descendía bajo tierra gracias a un gran mando que colgaba de un cable.
—Qué de recuerdos, ¿eh? —murmuró Ulrich.
Jeremy no respondió. Desde que había descubierto que desde el Kadic se
                                         descubierto
podía entrar en aquella vieja fábrica abandonada, habían recorrido aquel
largo trayecto en muchas ocasiones, siempre con prisas, siempre con la
   go
angustia de que había que detener a algún monstruo o salvar a algún amigo.
Había sido peligroso. A veces, incluso demasiado. Pero también era su gran
                                          demasiado.
aventura. Ahora que todo había acabado, con el superordenador desconec
                         do                                          desconec-
tado, a Jeremy le parecía que había algo que faltaba en sus vidas.
                                                faltaba
La sala del superordenador, que estaba en la primera de las plantas
                                                primera
subterráneas, era un inmenso espació iluminado por una tenue luz verde. El
centro de la habitación estaba ocupado por una especie de círculo metálico
                                                               círculo
que sobresalía del suelo unos treinta centímetros: era el proyector
                   l
holográfico que le permitía a Jeremy supervisar lo que el resto de los mu
                        mitía                                             mu-
chachos hacía dentro del mundo virtual, analizando sus posiciones y las de
los monstruos. Junto al pro
                          proyector estaba el sillón giratorio del puesto de
                                                        atorio
mando, con sus pantallas y su teclado suspendidos de un enorme brazo
mecánico.
El muchacho ignoró completamente el superordenador, que ahora estaba
apagado y triste, y abrió la puerta de un trastero en el que había un poco de
todo. Enseguida empezó a seleccionar redes metálicas, trozos de robots,
                                                      cas,
tarjetas y cables.
Ulrich se acuclilló a su lado y empezó a escarbar entre todos aquellos
cachivaches tecnológicos.
— ¿No te da pena? —le preguntó a su amigo.
                        le
Jeremy lo miró con aire interr
                           interrogativo.
— ¿El qué?
—Pues haber apagado el superordenador.
   Pues
Jeremy suspiró, y por un instante sintió que le picaban los ojos, escudados
                                                    caban
tras los gruesos cristales de las gafas.
— ¿Sabes?, en realidad intento no pensar en ello. Todas las noches que
pasé aquí abajo, solo, cuando trataba de ayudar a Aelita para




                               rematerializarla en nuestro mundo. Y todas
las veces que intenté echaros una mano cuando estabais dentro de Lyoko...
                      echaros
—Ya. ¡Tú eras la mente, y nosotros el brazo ar armado!
Ulrich se levantó e hizo un par de movimientos de kung-fu con una espada
                                                          fu
imaginaria. Jeremy se acordaba como si hubiese sido ayer: Ulrich el
                       acordaba
guerrero, sus llaves especiales, los desafíos con Odd y Yumi pa ver quién
                                                             para
de ellos acabaría con más monstruos...
—Apagar el superordenador fue como matar una parte de mí —
   Apagar                                                     —concluyó—
. Pero no podíamos hacer otra cosa. Era demasiado peligroso.
—Y además, ya no sirve para nada...
   Y
Por un momento, a Jeremy le volvió a la cabeza una tarde, algunos días
antes, en que las bombillas de su habitación habían explotado.
                                               habían
—Es cierto —se esforzó igualmente por continuar—. Ahora que X.A.N.A.
                se                                     .
está... muerto. Ya.
Pero, por alguna razón, su voz había sonado quequebrada.
Aquella noche Odd se encontró solo en su dormitorio, con la espalda hecha
                                                     rio,
pedazos por culpa de Jim. El profe de gimnasia lo había obligado a mover
                     e
las pesas del gimnasio de un lado a otro del armario, cambiando de idea
cada treinta segundos sobre el mejor modo de ordenarlas.
Odd había estado esperando la hora de la cena como el maná del cielo, para
poder hablar un rato con sus amigos, pero poco antes de llegar al come
                                                                    comedor
había recibido un SMS de Ulrich: La trampa se pone en marcha esta
noche. Nosotros cenamos en La Ermita. Hasta luego.
En fin, que Odd estaba solo, cansado y deprimi
                                          deprimido. Si tan sólo hubiese
                                                             ólo
tenido algo de fuerzas, se ha
                            habría escapado él también al chalé abandonado
con los demás, o por lo menos habría ido a casa de Yumi para saludar a su
querido Kiwi. Pero le costaba hasta levantar el dedo para cambiar la tele de
canal.
«Y ahora, ¿qué hago yo toda la noche?», se pre preguntó.
Hasta aquel momento no se había dado cuenta del puñado de DVD que
había desparramados sobre la cama de Ulrich, medio escondidos debajo de
una manta. ¿Algo interesante?
Se levantó, haciendo caso omiso del dolor de piernas, y cogió los DVD.
Jeremy había escrito en ca disco con un rotulador Vigilancia Ermita 1, 2,
                         cada
3...
Eran los vídeos que habían grabado las cámaras del chalé la noche anterior.
No se trataba exactamente de una película de acción, pero Odd habría pod podi-
do por lo menos verle la cara a ese fantasmal chico misterioso. Y a lo mejor
a Ulrich y Jeremy se les había pasado algo por alto, y él podría descubrirlo.
Se imaginó por un instante vestido con un traje oscuro a lo James Bond,
con su rosa roja en el oja de la americana y una sonrisa deslumbrante.
                       ojal               na
Delante de él, tirados por el suelo, tenía a sus amigos, salvados en el último




                                momento gracias a su intrépida intervención.
Eva lo estaba abrazando, irremediablemente seducida por su atractivo...
Metió el disco 1 en el lector y lo puso en funcionamiento. Después se
            co                             funcionamiento.
echó en la cama. No eran más que imágenes del jardín de la casa. ¡Menuda
diversión! Empezó a pasar las imágenes a toda velocidad, y luego metió el
disco 2. Y el 3. Y se quedó traspuesto.
Olor a fruta fresca, tan dulce como el azúcar glas. Un leve aroma de rosas.
—Amor mío... —susurró Odd en su sueño.
Una risa dulce, límpida y muy femenina le hizo abrir los ojos.
Odd creyó que aún estaba durmiendo.
Inclinada sobre él, a pocos centímetros de su cara, estaba Eva. Llevaba una
blusa blanca y una falda de vivos colores, y tenía el pelo echado hacia atrás
con una pequeña diadema roja. Guapísima. ¿Guapísima? ¡Qué va! Mucho
más: divina, angelical, tan de rechupete que Odd tenía ya un nudo en la
garganta y se había puesto a sudar.
—Perdona si te he molestado —dijo la muchacha con aquel
acento estupendo que tenía—. He llamado a la puerta, pero no me
respondía nadie, y como oía la tele, he pensado que había alguien en la
habitación.
¿Y había llamado a la puerta de su habitación? ¿Eva estaba
buscándolo? ¡Oh, pero si eso era un sueño hecho realidad!
— ¡Qué va! ¡Has hecho requetebién!—gritó Odd, sentándose de un salto
para luego frotarse los ojos con los dedos—. Ven. Siéntate donde te
apetezca.
La muchacha empezó a caminar por el cuarto. Abrió el armario y volvió a
cerrarlo. Examinó el escritorio. Miró los libros y los CD. Odd la observaba,
impresionado. Una tía desenvuelta, sin duda.
—Es que me aburro tanto en mi casa... —dijo Eva—. Mis padres ya
estaban en la cama.
— ¡Ya, cómo te entiendo! —aprobó Odd.
Entre la modorra, la confusión y el tener a Eva Skinner a pocos centímetros
de él, la cabeza ya le estaba dando vueltas. Y además, ¿se le estaba yendo
la olla, o esa chávala estaba curioseando incluso debajo de la cama de
Ulrich?
—Ejem. Pero... sabes que no deberías andar por aquí, ¿verdad? —Murmuró
tímidamente Odd—. Las chicas no pueden entrar en el ala de los chicos
después de la cena...
Eva resopló.
—Mientras no me pillen, no veo el problema.
Esa chica no tenía desperdicio. Por lo menos, eso creía Odd.
Hasta una emboscada nocturna podía resultar
engorrosa. Jeremy había trabajado toda la tarde para preparar su trampa, y
  gorrosa.
ahora estaba hecho polvo. En el fondo, la noche anterior tampoco había
dormido casi nada, para no quitarles ojo a las cámaras de La Ermita.
                ada,
Aelita y Yumi habían pedido unas pizzas, y se las habían comido todos
juntos en el salón, con un ojo puesto en el portátil de Jeremy y el otro en
una película que ponían en la tele.
        cula
—Jeremy, ¿estás seguro de que ese chico va a volver esta noche?
                     guro                                   noche?—
preguntó Ulrich.
—Es bastante probable —dijo su amigo mientras asentía con la cabeza
                           dijo                                   cabeza—.
Hace dos noches, Hiroki lo vio saliendo de La Ermita. Y ayer volvió. No
sé qué pretendía hacer, pero seguro que no lo ha hehecho, teniendo en cuenta
                                                            niendo
que estuvo mirando por todas par y luego se piró. Así que esta noche
                               partes
volverá a dejarse caer por aquí.
             jarse
Todos pararon de masticar.
—No me siento tranquila... —susurró Aelita.
   No
— ¡Pues deberías estarlo! —le contestó Jeremy, esforzándose por emplear
un tono alegre—. ¡Ahora en el césped que rodea el chalé hay nada menos
que tres redes robóticas! He instalado sensores láser de activación, y
podemos hacer saltar las trampas sin movernos de aquí, siempre que lo
estemos encuadrando con alguna de las cámaras. No tiene escapa
                     o                                       escapatoria.
—Podría entrar por atrás
   Podría            atrás—sugirió Ulrich.
— ¿Saltando por encima del muro y la alambrada? Demasiado complicado.
Ayer pasó por la cerca de
                        delantera, y hoy hará lo mismo. Y de todas formas,
por ahí también hemos puesto cámaras. No tiene forma alguna de escapar.
                    mos
Hay sólo una cosa que tenéis que hacer.
Los demás lo miraron fijamente, con cara de estar poco convencidos.
—Pasadme otro trozo de pizza. Me muero de hambre —concluyó.
   Pasadme                                                 concluyó.

Odd no tenía ni idea de qué pensar. Eva no sólo era la chica más guapa a la
                                  r.
que le había echado el ojo encima, sino que además era simpática e
inteligente. Habían estado hablando... ¿cuánto, una hora? Y sin darse ni
cuenta. Sin un solo momento de incomodi
                                 incomodidad o timidez.
Eva le había preguntado si le gustaba la fotografía, y él había asentido. Le
                   ntado
encantaban las fotos de los cantantes que había en sus revistas de música,
                            cantantes
así que no le parecía que estuviese mintiendo. Ella, por su parte, era una
auténtica experta. Le había enseñado algunas instantáneas de los Estados
                                              instantáneas
Unidos que quitaban el hipo. Le había contado un montón de cosas sobre
                         hipo.
los distintos programas de retoque digital y cómo calibrar los objetivos. Y
todo eso sentada a su lado, cruzando y descruzando sus espléndidas
piernas. Y algunas veces, mientras hablaba, hasta le había rozado la mano.
               unas
— ¿No puedes quedarte aquí a dormir? —le preguntó con audacia Odd
cuando Eva empezó a levan
                       levantarse.




                                Debía de haberse vuelto loco. Si el director
lo pillaba, tenía la expulsión garantizada.
     llaba,
—Sería poco adecuado, Odd —sonrió la muchacha, maliciosa Pero me
       ía                                        cha, maliciosa—.
encantaría. A lo mejor una de estas noches podrías quedarte en mi casa.
Mis padres se van muchas veces de viaje por trabajo. ¿Te sabes mi
        dres
dirección? Te dejo también mi número.
Odd estaba tan emocionado que lo único que consiguió hacer fue asentir
con la cabeza.
Eva volvió a reír, y se sacó un rotulador del bolsillo. Le agarró una mano, y
                                                   llo.
escribió en ella con la lige
                        ligereza de una mariposa.
—Ahí tienes. Mi dirección y mi número de móvil. Gracias por la velada,
Odd. Me lo he pasado muy bien contigo.
—Yo también —las mejillas de Odd empezaron a arder . Jamás me
                   las                               arder—.
volveré a lavar la mano. Te lo juro.
Eva soltó una risita. Luego, inesperadamente, mientras Odd la miraba con
ojos de adoración, ella se le acercó y lo besó. Lo besó en la boca. En la
cabeza del muchacho saltó un fusible. Cuando se dio cuenta de lo que había
     za
pasado, Eva ya había cerrado la puerta tras de sí.
—Menuda tía... —murmuró, embelesado.
                     murmuró,
Mientras tanto, por la televisión de su cuarto no habían dejado de pasar ni
un segundo las imágenes de La Ermita que Jeremy y Ulrich habían grabado
la noche anterior. Sólo que ahora Odd se dio cuenta de que en aquellas
imágenes había algo muy, muy raro. Algo que nadie debía de haber notado
todavía.


                              7
                       EL INTERROGATORIO

La pantalla del ordenador empezó a parpadear.
ALARMA. SE HA DETECTADO UN INTRUSO.
— ¡Callaos todos! —gritó Jeremy mientras sus dedos empezaban a correr
                       gritó
sobre el teclado del por
                     portátil—. ¡Puede que lo hayamos conseguido!
Aelita apagó la tele, y Ulrich apartó de una patada las cajas de pizza vacías.
Los muchachos se apelotonaron alrededor del ordenador, que mostraba una
                    apelotonaron
enjuta silueta envuelta en un impermeable largo y gris, de esos que llevan
                                              largo
los espías y los criminales de las películas.
— ¡Ajajá! —exclamó Jeremy, triunfante ¡Ha entrado saltando la verja
                                triunfante—.         trado
principal, tal y como yo decía!
—Pero no hay ningún perro. Y fueron unos perros los que hirieron
   Pero
a Kiwi—le recordó Yumi, perpleja.




                                —Los habrá dejado en casa —dijo Jeremy,
                                                                dijo
encogiéndose de hombros Tampoco iban con él ayer por la noche. Y de
      giéndose hombros—.
todas formas, pronto podremos preguntárselo en persona.
Aumentó el zoom de la cámara, y el rostro del intruso ocupó toda la
pantalla. Era el muchacho del pelo de cobre. Sus ojos estaban entrecerrados
y marcados con dos profundas ojeras. En medio de la oscuridad del jardín,
tenía todo el aspecto de una persona enferma.
Al volver a ver aquella cara, Aelita se sintió presa del vértigo. Ella a ese
chico ya lo había visto en algún lado. Mucho tiempo atrás. Aunque no
consiguiese recordar quién era.
—¿Y ahora qué hacemos, Jeremy? —preguntó Ulrich, interrumpiendo los
   ¿Y                                   preguntó
pensamientos de la muchacha.
—Preparad las cosas. Yo activo la trampa tan pronto como esté en
   Preparad                         trampa
posición.
Ulrich salió disparado hacia la cocina, donde habían dejado la caja de
cartón con todo el material para el interrogatorio. La levantó sin esfuerzo y
la llevó al salón. Después empezó a distribuir su contenido entre sus
amigos.
— ¡Aún no lo tenemos! —Resopló Jeremy—. ¿Por qué se está quieto? ¿Por
                                                .
qué no va hasta el pórtico o el garaje?
—Podría salir yo —propuso Ulrich , para atraerlo hasta nuestra trampa.
                     propuso Ulrich—,
— ¡Es demasiado peligroso! —lo detuvo Yumi—. Por lo que sabemos,
                                                    .
podría hasta ir armado.
—No hace falta —los calmó Jeremy—. Por fin se está moviendo.
                    los
Un paso. Otro. El joven que había en la pantalla parecía indeciso.
                                                   parecía
Avanzó hacia el pórtico como si quisiese tocar el timbre, y luego
volvió atrás y se desplazó hacia la izquierda, en dirección al garaje,
caminando con pasos titubeantes sobre la capa de nieve congelada.
                    sos
Jeremy pasó a las imágenes de otra de las cámaras, la que estaba montada
                                            cámaras,
justo encima de su trampa. Cuando el muchacho pasase bajo
ella... ¡zasca! La había preparado a propósito de forma que fuese capaz de
                     bía
moverse siguiendo los movimientos de la cámara.
Un par de pasos más...
En la pantalla, superpuesta a la imagen del joven, apareció la de una
retícula. Una mira. Los ojos del in
                                  intruso brillaban, abiertos de par en par en
la oscuridad.
Todos contuvieron la respiración. El dedo de Jeremy se desplazó hasta la
                                                Jeremy
tecla Enter del ordenador. Pareció como si el tiempo se hubiese congelado.
Incluso las hojas de los árboles dejaron de moverse mientras en la pantall
                                                                      pantalla
el muchacho caminaba con cautela hacia la pared del garaje.
Jeremy se mordió el labio inferior, y su dedo pulsó la tecla.
La trampa se activó.




                                En su habitación, Odd congeló la imagen que
mostraba la pantalla y volvió unos cuantos fotogramas atrás. Sí ahí había
     traba                                                      Sí,
algo. Jeremy y Ulrich se habían quedado toda la noche de cháchara. A lo
mejor se habían distraído y no lo habían notado.
Cogió su móvil y trató de llamar a Jeremy. El teléfono al que llama
                                                    fono
está apagado o fuera de cobertura en este momento. Inténtelo más
                                                        Inténtelo
tarde. Probó con Ulrich. El mismo resultado. Sintió cómo una sutil angus
                     rich.                                             angus-
tia se le colaba por el cuello de la camiseta y bajaba por su espalda.
Se levantó de un salto y sacó de debajo de su cama una gran caja de cartón
                                                  ma
que contenía un ordena or portátil. Se lo habían regalado sus padres, y
                  ordenador
Jeremy había estado enredando con él un par de horas para instalarle todos
     my
los programas del mundo mundial, aunque Odd sólo lo había usado en un
                            mundial,
par de ocasiones para oír algunas canciones en mp3. No era un gran
                                                               un
aficionado a la tecnología.
Esperó con impaciencia a que aquel cacharro se encendiese (pero ¿por
qué estaba tardando una eter
                           eternidad?), y luego insertó el DVD y abrió un
programa de edición de vídeo.
¿Qué era lo que le había contado Eva de las imágenes? Ah, sí. Contraste.
                                               imágenes?
Luminosidad. Y las curvas. Trasteó un rato con el programa hasta encontrar
la función de la que le había hablado la muchacha. Era una especie de
gráfico que representaba un cuarto de círculo. Odd se dio cuenta de que con
el ratón podía arrastrar aquella curva, deformándola y cambiando... no
                                                        cambiando...
sabía muy bien el qué. A veces la imagen se aclaraba, y otras se oscurecía,
o los colores se volvían locos. Pero era la función adecuada.
                    vían
Empezó a trabajar con una concentración febril y los ojos clavados en
                                                       ojos
aquel único fotograma del DVD. En cierto punto, entre los árboles, los
píxeles de la imagen resultaban confusos, como si alguien hubiese borrado
algo.
— ¡Narices! —siseó en voz baja. Se había pasado con la curva, y la imagen
se había transformado en un batiburrillo incomprensible de colores raros.
               ormado
Control Z y vuelta a empezar.
Ya lo tenía. La silueta de un hombre de espalda ancha, cintura delgada y
una musculatura que debía de ser imponente. A sus pies había algo que no
lograba distinguir bien.
                    ien.
Odd guardó una copia de la imagen. Después hizo avanzar el DVD unos
pocos fotogramas y repitió la operación desde el principio. Esta vez el
                                   ración
hombre estaba de lado, y en los hombros se entreveía el perfil de una mo
                                                                      mo-
chila bien grande. Y a la altura de s cintura había...
                                    su
—Pero ¿qué demonios son? —gritó Odd, impresionado—. ¿Caballos en
miniatura? ¿Becerros?




                                Ni lo uno ni lo otro, por supuesto. Eran
perros. Dos perros enormes de aspecto agresivo, sin correa, que olfateaban
el suelo a los pies de aquel hom
                             hombre.
En la cabeza de Odd relampaguearon dos rápidos pensamientos. Primero,
                                            rápidos
que aquel tipo tenía dos perros y Kiwi había sido herido por dos perros. Por
lo tanto, el chico al que Jeremy y los demás estaban a punto de atrapar en
La Ermita era inocente. Le estaban dando caza a la persona equivocada. Y
                                 ban
segundo, que el hombre de los perros había conseguido borrar de los DVD
las imágenes en las que aparecía. Puede que tuviese aparatos tan
sofisticados como para confundir a las cámaras de Jeremy. Así que era un
                         confundir
hombre muy peligroso. Y sobre todo, sus amigos no tenían ni idea de su
     bre
existencia.
Sin ni siquiera preocuparse de apagar el ordenador, Odd se puso en pie de
                                          ordenador,
un brinco, agarró su cha
                       chaqueta y su móvil y salió disparado de su
dormitorio.
Más que un jardín, aquello parecía un bosque hundido en la nieve.
                  ín,                          hundido
«El profesor Hopper podría espalar un poco los senderos», protestó para
sí Richard Dupuis. Se apoyó contra un árbol y se sostuvo sobre un solo pie
para rescatar el calcetín de lana empapado que se había colado hasta el
         catar                                               do
fondo de la bota y lo estaba fastidiando.
El joven se enderezó, y miró a su alrededor con preocupación. Lo había
vuelto a hacer. Por segunda vez en dos noches se había colado a escondidas
en el jardín de La Ermita. Estaba comportándose como un auténtico
                                                  como
chiflado. En el fondo, le habría bastado con tocar el timbre — lo mejor no
                                                             —a
en medio de la noche, como en aquel momento y decir «Muy buenas,
                                       momento—
profesor. Soy Richard Dupuis».
Se imaginaba la cara del profe, serio bajo su oscura barba, con las gafas de
                                              oscura
cristales lustrosos escon
                    escondiéndole los ojos.
«¿Se acuerda de mí? He venido porque...».
No, no podía funcionar. No podía encarar al profesor así, a pelo. Y
                                              profesor
además, ¿seguro que Hopper todavía vivía ahí? Richard recordaba los
                               todavía
titulares de los periódicos de hacía ya muchos años: Profesor del Kadic
                      ódicos
desaparece junto con su hija.
Pues claro que sí, era obvio que había vuelto. De lo contrario, ¿por qué...?
Mientras se concentraba en sus reflexiones, Richard se acercó al garaje.
                                             Richard
Tenía intención de rodea la casa y ver si había alguna luz encendida. Y,
                      rodear
además, esta vez iba a coger el toro por los cuernos y llamar a la puerta.
    más,
Pero de pronto oyó un silbido, una especie de corriente de aire concentrado
                                               corriente
y fuerte que lo despeinó. Y después, un chasquido. O mejor, un disparo.
Lo que pasó luego fue muy confuso. Algo lo golgolpeó en la espalda, haciendo
que se cayese sobre la nieve. Asustado, el muchacho intentó volver a




                              ponerse de pie, pero se dio cuenta de que
                                    se
estaba envuelto en una especie de red metálica.
Consiguió hacer fuerza con las piernas para enderezarse, pero la red se
                                            enderezarse,
movió como una serpiente de hierro y lo derribó de nuevo. Richard se vio
sacudido por una descarga eléctrica, y perdió el sentido.

Cuando volvió a abrir los ojos, por un momento pens que lo habían
                                                   pensó
drogado. O que había perdido la chaveta. O las dos cosas.
Todavía se encontraba aprisionado en la red metálica, pero en esta ocasión
                                               metálica,
ya no estaba en el jardín, sino sobre el suelo de cemento de una habitación
a oscuras. Un hilo de luz se colaba por debajo de una puerta que había al
                               colaba
fondo. Entrevió algunas cajas de cartón amontonadas sin orden ni concierto
contra la pared que parecían los restos de una mudanza que nunca se había
llegado a terminar.
A medida que los ojos de Richard se acostum ron a la oscuridad
                                        acostumbraron
empezaron a distinguir cuatro siluetas sentadas en semicírculo a unos pocos
                                 siluetas
pasos de él. Parecían de baja estatura, tal vez unos enanos, y estaban
envueltas en sombras. Sus caras resultaban totalmente invisibles. Richard
sacudió la cabeza. ¿Qué era aquello, un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Una de
esas películas en las que no se entiende nada?
— ¿Cómo te llamas? — preguntó la primera silueta de su izquierda.
                        —le                        lueta
Tenía una voz profunda y retumbante, más bien amenazadora.
                             retumbante,
—R-Richard. Richard Dupuis —balbuceó él.
— ¿Por qué estabas en el jardín? —continuó la voz.
Richard permaneció en silencio durante unos momentos. Podría ponerse a
                                                momentos.
mentir, pero, a fin de cuen
                        cuentas, ¿por qué hacerlo? Era mejor contarlo todo.
Total, no tenía nada que ocultar...
—Estaba buscando al profesor Hopper
   Estaba                         Hopper—respondió.
—Es una manera algo rara de buscar a alguien.
   Es
—Sé que el profesor lleva desaparecido más de diez años.
— ¿Conocías a Hopper? —le preguntó otra voz. Parecía la de un actor de la
tele cuyo nombre Richard no conseguía recordar.
—Sí—asintió el joven, entrecerrando los ojos para darles una forma más
                                                 para
nítida a las siluetas que esta
                          estaban sentadas en torno a él—. Hace muchos
                                                           .
años. Antes de que desapareciese, yo era alumno suyo en la academia
          tes
Kadic. Y estaba en la m misma clase que su hija, Aelita.
Una de las oscuras siluetas se sobresaltó.
Richard se rascó la barbilla. Aquella situación resultaba absurda, y
                                                 resultaba
empezaba a estar hasta un poquito asustado. Pero aquellos extraños
                             poquito
enanitos no parecían especialmente amenaza
                recían                 amenazadores.
—Tenía la esperanza de encontrar a Aelita —prosiguió—. A lo mejor ella
   Tenía                                                     .
habría podido explicarme por qué... ¡uf! ¡No puedo contarlo bien así, atado!




                              El extraño personaje que tenía delante de él
manipuló algo. Las mallas de la red en la que se hallaba prisionero se
aflojaron, permitiéndole moverse.
A tientas, Richard hurgó en su impermeable y sacó de uno de los bolsillos
una PDA que tenía una pantalla algo mayor que una postal. La encendió, y
de inmediato empezó a mostrar una serie de letras y números de todo tipo,
que llenaron poco a poco todo el espacio disponible.
Unos segundos después, la pantalla se vació completamente, y luego las
letras y los números volvieron a empezar a llenarla.
—Todo comenzó hace cosa de diez días —explicó Richard—. Al principio
pensé que era un virus, pero luego entendí que detrás de esta cosa estaba el
profesor Hopper. O eso espero, por lo menos.
— ¿Por qué precisamente Hopper? —replicó la voz.
Richard les mostró la minipantalla de la PDA.
La serie de dígitos y letras parecía componer un código incomprensible...
aparte de las primeras seis letras de cada renglón, que estaban en
mayúsculas: AELITA.


El pasillo resplandecía bajo los inmaculados círculos de las luces de neón.
Odd lo recorrió a toda velocidad mientras seguía intentando llamar a sus
amigos. Todos sus móviles estaban apagados. Tenía que llegar hasta ellos
lo antes posible.
— ¿Adonde te crees que vas? —dijo Jim mientras salía de detrás de una
columna.
— ¡Perdona, Jimbo, pero ahora no tengo tiempo! —respondió el
muchacho, que trató de acelerar aún más en dirección a la puerta.
Se dio cuenta de que, aunque sus piernas seguían moviéndose, había dejado
de desplazarse hacia delante. El profe lo había levantado en el aire,
agarrándolo de los hombros.
— ¿No tienes tiempo para qué? ¿Tengo que recordarte que estás
castigado?
Mientras aún lo mantenía en volandas, Jim le dio la vuelta entre sus manos
como a un títere, para poder mirarlo a la cara.
— ¿Y bien?
En medio de la agitación de aquel momento, Odd consiguió pensar. No
podía decirle a Jim que sus amigos estaban en La Ermita. Se arriesgaban a
ser expulsados por haberse escapado de la residencia en plena noche. Pero
de todas formas él debía hacer algo.
—Vale. Bájame.
En el preciso instante en que sus pies volvieron a tocar el suelo, el
muchacho echó a correr de nuevo. Durante su carrera cogió el móvil y
marcó el número que aún destacaba, con la caligrafía redonda de Eva
Skinner, sobre su mano.
—Hola, Eva, soy yo, Odd. Sí, perdona,
                                   Hola,
necesito que me hagas un favor. ¿Te acuerdas de La Ermita? Detrás del
                       s
Kadic. Un chalé en ruinas de la Rué de... genial.
Odd se giró. Tenía a Jim casi encima. Se precipitó por las escaleras, en
dirección al ala de las chicas.
—Vale. No tengo tiempo de explicártelo. Llama a la puerta. Tres timbrazos
   Vale.
cortos y uno largo. Tres cortos. Uno largo. Tienes que avisarlos de que el
chico pelirrojo no es el que estamos buscando. Hay otro hombre. Delgado,
pero musculoso. Con dos perros. Si miran con atención los vídeos, lo
encuentran.
La muchacha le repitió rápidamente al oído sus instrucciones. A pesar de la
hora que era, no tenía para nada voz de dormida.
—Perfecto —confirmó Odd—. Por favor. Es importante. Gracias.
                                                  portante.
Luego giró a la izquierda y se metió en la primera habitación con la que se
topó. Era la de Sissi Delmas.
El chillido de la muchacha cuando se encontró a Odd y a Jim a los pies de
su cama despertó a todo el Kadic.
Habían dejado a Richard en el garaje y se habían ido a la cocina para
discutir juntos lo que había que ha
                                  hacer. Una breve búsqueda en Internet con
el ordenador de Jeremy había dejado meridianamente claro que sí, en
          dor
efecto, existía un Richard Dupuis que había sido estudiante del Kadic y
compañero de clase de Aelita Hopper.
—Y sin embargo, no te acuerdas de él, ¿verdad?
   Y
—No, aunque de hecho su cara me resultaba familiar. Y de todas formas...
   No,                                         familiar.
lo vamos a soltar, ¿no? En el fondo no ha hecho nada malo.
Jeremy no parecía convencido del todo.
—Yo recordaba haberlo visto ya —continuó ella—, y ahí tienes el porqué:
   Yo
era uno de mis compañeros de clase. Sólo que él ahora tiene diez años más
que yo.
—Ya. Es bastante raro —admitió Ulrich—. Lo de que dentro de Lyoko
                                            .
tú no hayas crecido ha liado bastante las cosas.
Jeremy cogió de la mesa el transmutador de voz que había construido co con
sus propias manos. Tenía el aspecto de una bolita de plástico oscura atada a
una cinta.
—No. Esto no me convence —exclamó, después de habérselo colocado
   No.                           exclamó,
bajo la garganta, con una voz profunda . Sigamos con el interrogatorio.
                                profunda—.
—Vale —accedió Aelita, que te su transmutador de voz en la mano.
                                tenía             dor
— ¡Ey! —Protestó Ulrich ¡yo no quiero volver a ponerme ese trasto!
           Protestó Ulrich—,
—Deja de quejarte —lo silenció Yumi.
                      lo
Le tendió su aparato con una sonrisa.




                                 Jeremy se acuclilló a toda prisa junto a
Richard, que aún estaba sumido en la oscuridad, y le quitó la PDA. Richard
pegó un respingo, asustado, pero el mucha
                                      muchacho se limitó a ignorarlo.
En el diminuto ordenador seguían pasando una y otra vez diez pantallas de
datos distintas entre sí, y cada una de ellas iba precedida por el
                                                             por
texto AELITA.
Jeremy empezó a estudiar los códigos con atención, hasta que los
                                              atención,
reconoció: era Hoppix, el lenguaje de programación que Franz Hopper
había inventado. La «gramática» que le permitía a Lyoko existir y tomar
forma.
—Chicos —concluyó al fin   final—, no sé qué demonios es esto, pero estoy
                                                    nios
seguro de que fue creado por el profesor Hopper.
En aquel momento, el sonido del timbre resonó en el garaje, ahogado entre
aquellas paredes toscamente construidas. Ring. Ring. Ring. Rrniiiiing.
                        mente
—Tres cortos y uno largo. Es la señal —susurró Yumi.
                   no
—¡AELITAAAA! —Gritó por su parte una voz femenina desde el otro
                        Gritó                       femenina
lado de la puerta del garaje ¡Soy Eva, Eva Skinner! Me manda Odd, y
                       garaje—.
dice que es importante. ¿Me abres? ¿Estás ahí dentro?
Richard se debatió hasta lograr sacarse la red de encima, y luego alargó un
                            lograr
brazo hacia la oscuridad.
— ¿Aelita? ¿Aelita está aquí? —Dijo, girando la cabeza en dirección a
                                                       beza
Jeremy—. ¿Eres tú, por casualidad?
El muchacho se volvió hacia sus amigos, sin tener muy claro qué debían
hacer. Detrás de él, Aelita fue hasta la puerta del garaje y pulsó el
interruptor de la luz. La bombilla que colgaba del techo los deslumbre por
un instante.
Cuando Richard enfocó la melenita roja de la muchacha, se puso más
                                                     chacha,
blanco que la cal.
—Oh, eres tú... Pero eres...
                    ro
Los ojos le giraron en sus cuencas, y se desplomó en el suelo.
—Pero ¿se ha desmayado? —preguntó Ulrich, quitándose el transmutador
de voz.
—Tú me dirás —respondió, sarcástico, Jeremy . Aelita era su compañera
                   respondió,            Jeremy—.
de clase, así que ahora de
                        debería tener veintitrés años, como él, y sin embargo
todavía tiene trece...


                           8
                   UN HOMBRE EN LA PUERTA

— ¿Cómo sabías que estábamos aquí?




                                El tono de Jeremy era frío y amenazador,
pero Eva no parecía preocupada. Sonrió.
—Ya os lo he dicho: me ha llamado Odd. Sostiene que el chico pelirrojo,
   Ya                                       Sostiene
que supongo que será él —señaló a Richard—, no es el que estáis
                                                ,
buscando. En el vídeo también había otra persona, sólo que al alguien la
borró.
— ¿Qué vídeo? —preguntó el muchacho con tono inquisitivo.
                   preguntó
—El vídeo de vigilancia de La Ermita —le explicó Eva con una sonrisa
   El                                                             sonrisa—.
Si me dejáis verlo, estoy segura de que consigo encontrar el punto exacto
                          segura
en un pispas.
Jeremy se encogió de hombros. La informática era su reino indiscutible, y
                                                     su
no admitía intromisiones.
Volvió un momento más tarde con el ordenador ya encendido, y se puso
manos a la obra. En media hora ya había encontrado el punto sospechoso y
                             hora
había conseguido una imagen grande y nítida.
—Un hombre. Dos perros. Alucinante.
                       rros.
— ¿Cómo puede ser que no te fijaras antes? —le reprochó Ulrich.
El muchacho bajó la vista, resentido.
—Porque estas imágenes han sido manipuladas.
   Porque
— ¿Quieres decir que alguien las ha trucado para borrar a ese segundo tío
de la mochila?
—O bien ha usado aparatos capaces de borrar su imagen. Chismes de
altísima tecnología.
Todos se quedaron en silencio durante un momento, perplejos. Ahora los
                                            momento,
individuos misteriosos eran por lo menos dos. Richard, que mientras tanto
se había recuperado, era seguramente inocuo: estaba en una esquina,
mirando a Aelita con los ojos como platos. El hombre de los dos perros,
                                     platos.
por el contrario, era peligroso.
Eva sonrió de nuevo. Yumi la observó con expresión ceñuda. Parecía como
                                                  sión
si esa chica no supiese hacer otra cosa que sonreír, y siempre de la misma
manera.
— ¿Me queréis contar qué hacéis todos aquí en plena noche? —Preguntó
Eva—. Y con todo este equipo, además: ordenadores, redes
       .
electrificadas... ¿Dónde lo habéis encontrado?
Ulrich estaba a punto de empezar, pero Jeremy lo detuvo de un codazo.
                           empezar,
—Lo he... —respondió en su lugar—... comprado... yo. En una tienda de
                                                do...
materiales de vigilancia.
— ¿Y para qué? —preguntó la muchacha.
                     preguntó
Estaba claro que no podían hablarle de Lyoko ni del superordenador.
—He venido aquí—se adelantó Richard antes de que consiguiesen
                      se
inventarse alguna trola— porque antes yo estaba en clase con Aelita. Hace
                         —
más de diez años, quiero decir. Y luego han empezado a aparecer unos
códigos en mi ordenador que decían Aelita, y me he acordado de mí




                               antigua compañera, que ahora tiene veintitrés
                                                            ra
años, aunque aparenta trece, y en
                               entonces...
Todos se echaron a reír. La explicación de Richard era tan incoherente que
resultaba increíble. Hasta Eva soltó una carcajada, comentando luego con
ironía que los chicos querían guardar el secreto.
—Resultaría peligroso contarte más cosas —explicó Jeremy— La
   Resultaría                                                 —.
situación ya es bastante complica tal y como está.
                         complicada
— ¡Pero yo tampoco he entendido ni papa! —Replicó Richard Aelita
                                                   plicó Richard—.
es... está...
—Estoy enferma —se inventó sobre la marcha la muchacha— Tengo una
                                                              —.
enfermedad muy rara que no me ha dejado crecer.
—Y ahora viene al colegio con nosotros, y nadie se acuerda de ella —
   Y
añadió Yumi—. Así que es un secreto, no sé si me entiendes.
Richard no entendía nada de nad y seguía sacudiendo la cabeza.
                              nada,               diendo
Declaró que no iba a regresar a su ciudad hasta que alguien le explicase
                                    ciudad
qué estaba pasando.
—En otra ocasión —atajó Jeremy—. Ahora es muy tarde, y nosotros
                      atajó           .
tenemos que volver corriendo al Kadic, si no queremos que nos d  descubran.
—Yo estoy en el hotel de la Gare, cerca de la estación de trenes. Os dejo
   Yo                                            estación
mi número de móvil. Y si no me llamáis, vendré a buscaros —
concluyó con un tono serio.
                    no
Los muchachos asintieron.
Eva y Yumi se fueron por el sendero del jardín, cami de sus respectivas
                                                   camino e
casas. El resto de los muchachos, por su lado, pasaron por la parte de atrás
                       muchachos,
del chalé, entrando directamente en el parque del Kadic. Un breve paseo, y
estarían ya en la residencia.
Reinaba el silencio, y la luz de la luna se derrama sobre las copas de los
                                            derramaba
pinos, cubiertas de nieve.
De las bocas de los tres muchachos, que caminaban en fila india, salían
nubecillas de vapor.
—Vaya nochecita, ¿eh?¿eh?—murmuró Ulrich al poco.
—Y que lo digas. Richard, uno de mis compañeros de clase de hace
   Y                                     compañeros
muchos años... Para él debe de haber sido un duro golpe el verme así.
—Y no os olvidéis del hombre misterioso y la visita sorpresa de Eva
   Y                                              visita
Skinner —añadió Jeremy Tengo la sospecha de que las cosas se están
                   Jeremy—.        go
complicando cada vez más.
           do
La verdad era que Hopper había dejado tras de sí una intrincada red de
                        per
misterios. Por ejemplo, todo lo que tenía que ver con el mundo virtual de
Lyoko y X.A.N.A. ¿Quién lo estaba persiguiendo cuando huyó al interior
de Lyoko llevándose consigo a Aelita? ¿Y dónde había ido a pa la madre
                                                              parar
de Aelita?
La muchacha deslizó furtivamente una mano bajo su jersey para aferrarse
al colgante de su padre. Waldo y Anthea.




                               —En el vídeo de la habitación secreta —
                                  En
comenzó a reflexionar en voz alta Jeremy Hopper hablaba del proyecto
                                   Jeremy—
secreto Cartago. Ahora bien, es probable que estuviesen implicados los del
                                 probable
gobierno, pero por lo general ésos no van por ahí con perrazos se
                                                               sedientos de
sangre.
— ¿Y entonces?
—Pues entonces, o se trata de una agencia gubernamental que no respeta
   Pues                                    gubernamental
mucho las reglas... o bien hay otro que también está jugando esta partida —
                 ...
respondió el muchacho con un suspiro.
— ¿Como quién? —preguntó Aelita.
                     preguntó
Jeremy miró a su alrededor.
—Alguien que tiene dinero y tecnología —susurró después— y
   Alguien                                                    —,
está dispuesto a todo. Debemos mantener los ojos bien abiertos.
                                  mantener
—La verdad —dijo Ulrich con un bostezo es que a mí los ojos se me
                 dijo                bostezo—
están cayendo de sueño. Son las dos y pico.
— ¿Qué sugieres que hagamos, Jeremy? —dijo Aelita, ignorando el
                                              dijo
comentario de su amigo.
El muchacho quería esperar hasta haber estudiado cuidadosamente los
                                                  do
vídeos de La Ermita, por si tal vez descubría algo más. Y después tenían
que quedar y elaborar un plan. Empezaban a estar todos muy preocupados.
        dar
—Bueno, ahora podemos relajarnos un poco —dijo Ulrich mientras hacía
   Bueno,                                          dijo
un esfuerzo por sonreír— Ya hemos llegado. Ahí está la puerta de la
                        —.
residencia, y deberíamos dividirnos para evitar a Jim.
—Exacto —convino Jeremy . Aelita, por favor, nada de pesadillas esta
              convino Jeremy—.
noche.
—Lo intentaré, te lo aseguro.
   Lo
Se encontraba dentro de Lyoko. El paisaje que había ante ella era plano,
                          Lyoko.
una extensión de arena en la que aquí y allá destacaban algunas rocas
oblongas que no proyectaban sombra alguna. El cielo era un lienzo
uniforme de un azul oscuro sin ningún matiz. Aelita sentía vértigo. Era
como si sus ojos no consiguiesen enfocar realmente aquellas imágenes. Se
trataba de la misma sensación que tenía siempre cuando Jeremy hacía que
                                                           Jeremy
entrase en Lyoko a toda prisa para detener un ataque de X.A.N.A.
                                     detener
«Pero él fue derrotado. Mi padre se sacrific para matarlo. Y el
                                      sacrificó
superordenador está apagado. Esto no es más que un sueño, Aelita».
La muchacha había adoptado el aspecto de una elfa, con las orejas
puntiagudas, el pelo fucsia y un vestido ligero que terminaba en una faldita
rosa bajo la que llevaba unos leotardos y un par de botas blandas. Aunque
                                                               das.
no tuviese un espejo, sabía que en su cara habían aparecido dos franjas de
maquillaje rojo que le atravesaban las mejillas perpendicularmente,
empezando debajo de los ojos para terminar en las comisuras de los labios.
«No es más que un sueño...»
Los ladridos de los perros a sus espaldas la sobresaltaron. No estaban lejos,
                                              sobresaltaron.
y se acercaban a ella a la carrera. La muchacha empezó a huir, volando




                               sobre la superficie de arena. Como a menudo
sucedía en Lyoko, las cosas eran distintas de lo que parecían, y la arena era
en realidad un estrato duro y compacto en el que nada se hundía. Los perros
gruñían. La estaban alcanzando.
Con el corazón en la garganta, Aelita siguió huyendo, mientras que a los
feroces ladridos se les habían sumado silbidos de rayos láser. Le hacía falta
un refugio, pero aquella nada absoluta no ofrecía ningún cobijo.
—Por aquí.
La esfera había aparecido de improviso. Era una bola de luz algo mayor
que su cabeza suspendida en el aire. En su interior se movían corrientes de
luz líquida blancas, azules y rosas. Y aquella voz... jamás habría podido
confundirla con ninguna otra: era su padre.
—Ánimo, mi pequeña, sígueme. No tenemos mucho tiempo.
La esfera empezó a desplazarse, y Aelita la siguió, al tiempo que sus
invisibles adversarios se iban acercando más y más (no los veía, y en
ningún momento se había dado la vuelta para mirarlos, pero eso no im-
portaba: sabía que así era).
La esfera bajó hasta rozar el suelo, que se abrió creando un despeñadero.
—Salta adentro, Aelita. Ya casi hemos llegado.
El paso del desierto a la llanura de hielo fue tan inmediato como para
dejarla sin aliento. Ahora, en lugar de la falsa arena había una inmaculada
planicie sin reflejos bajo un cielo desnudo y oscuro. Ningún punto de
referencia. Nada de nada desde donde ella estaba hasta el horizonte.
— ¡Tenemos que encontrar un escondrijo! —gritó Aelita.
—No te preocupes. No pueden venir aquí. Durante un rato, por lo menos.
Hija mía, hay una cosa importante que tengo que decirte. La habitación se-
creta en la que encontraste mi vídeo para ti...
Aelita dejó de escucharlo. El gruñido quedo provenía de algún punto
demasiado cercano a su nuca. Los perros la habían localizado de todas
formas. Gritó.
Se despertó de golpe, empapada de sudor. Miró a su alrededor y volvió a
gritar. Ya no se hallaba en su cuarto, sino en las cloacas. Estaba echada en
medio de un regatillo de aguas negras de las que brotaba un olor
insoportable, y su camisón estaba todo mojado con aquel líquido pútrido.
— ¡Qué asco! —chilló, asqueada, mientras se ponía en pie.

Pero ¿qué había pasado? Se había despedido de Jeremy y Ulrich y se había
ido a dormir a su cama, como siempre. Debía de haberse levantado
mientras soñaba, y se había alejado de la residencia. Un ataque de
sonambulismo.
Aelita permaneció inmóvil durante unos instantes, con el camisón sucio y
los ojos clavados en la oscuridad densa y aplastante de las alcantarillas.
Ella conocía ese sitio. Lo recordaba. Era el
pasadizo secreto que llevaba desde la academia Kadic hasta el sótano de La
                      llevaba
Ermita, el chalé de su padre.


Marguerite entró en el estudio, y el señor Robert Della Robbia alzó la
cabeza de su ordenador portátil.
— ¿Hay algo que no anda bien, querida?
Los ojos de su esposa parecían cansados, y en sus delgados labios había
aparecido una tensa sonrisa que Robert conocía demasiado bien.
— ¿Qué es lo que te preocupa?
Ella se acercó y sacudió distraídamente unas migas que se habían quedado
                                                 gas
enganchadas al jersey de su marido. Por la noche, si tenía que trabajar, a
                                            noche,
Robert le encantaba picotear algunas galletas.
    bert
—Lo que pasó ayer por la mañana...
— ¿La compra desparramada por el suelo? Pero, querida, ¡debió de ser
algún gato que se coló por la ventana!
— ¡La ventana estaba cerrada! ¡Vi cómo una sombra salía huyendo! —
                                                   bra
protestó la mujer.
—A lo mejor el gato entró contigo por la puerta, descolocó los cojines y
   A
tiró tus compras por el suelo, y luego escapó, y su sombra te pareció más
grande de lo que era en realidad. Y a lo mejor la ventana no estaba cerrada,
sino sólo entornada.
Marguerite negó con la cabeza.
— ¿Desde cuándo hay gatos dando vueltas por el barrio? El perro del señor
Wankowiz los asusta a todos, ya lo sabes. Te digo que algo no anda bien.
Estoy segura —afirmó antes de cambiar inesperadamente de tema ¿Has
                                            esperadamente tema—.
llamado a Odd?—le preguntó.
                    le
—No. Hoy he estado muy ocupado. Tengo esa fecha de entrega, ya lo
   No.
sabes. Y además, Odd no es muy amigo del teléfono. Ya llamará él cuando
le haga falta algo.
—Yo lo he intentado dos veces, pero no me ha respondido ninguna de las
   Yo
dos.
—Andaría por ahí con el monopatín, y lo mismo llevaba los cascos
puestos. O estaría cortejando a alguna chica guapa. Ya sabes cómo es tu
                                 alguna
hijo.
Esta vez la sonrisa de Marguerite se volvió más cálida.
— ¡Oiga, señor Della Robbia, que Odd también es hijo suyo!
— ¡Je, je! Ya lo sé, cariño, ya lo sé. Ahora vete a dormir, que yo te alcanzo
en cuanto termine con es Buenas noches.
                        esto.
Una vez solo, Robert volvió a concentrarse en el ordenador. Tenía un
tedioso balance de ventas que comprobar para el día siguiente. Iba a
                           que
tardar horas en terminarlo.




                                Unos minutos más tarde sonó el timbre de la
entrada. Robert Della Robbia resopló, molesto. Esa noche no había forma
  trada.                                              noche
humana de trabajar.
Del dormitorio, que estaba cerca de su estudio, le llegaba ya la respiración
pesada y tranquila de Marguerite. El susto de ese día debía de haberla
dejado exhausta. El timbre sonó otra vez.
—Ya voy, ya voy —rezongó. ¿Quién podía ser, a esas horas?
                       rezongó.
Bajó las escaleras a oscuras, en pantuflas, y llegó hasta la puerta de la
                                                       ta
entrada.
— ¿Sí? —preguntó.
—Perdone que lo moleste tan tarde —le respondió una voz masculina
  Perdone
desde el otro lado—, pero es que se me ha averiado la camioneta, y tengo el
                     ,
móvil sin batería. Necesito hacer una llamada.
Robert abrió la puerta. Se encontró frente a él a un hombre alto con una
                     ta.
cara chupada de mejillas hundidas, el pelo bien corto y unos ojos
penetrantes.
Llevaba un impermeable, y tenía los hombros anchos de quien, aun siendo
delgado, puede contar con una cantidad de fuerza nada desdeñable.
— ¿Qué le ha pasado, amigo? —preguntó amablemente el señor Della
                                                 blemente
Robbia.
El hombre suspiró, aunque en su rostro no apare una expresión de
                                            apareció
auténtico alivio.
—El maldito cacharro se me ha parado de repente, soltando un montón de
  El                                        repente,
humo negro. Y no ha querido ni oír hablar de volver a ponerse en marcha.
        egro.           querido
Y yo no soy muy buen mecánico, sabe usted.
— ¿De verdad? —Le preguntó mientras le echaba un buen vistazo de la
                    Le
cabeza a los pies, con bastante desconfianza . Pues nadie lo diría.
                                desconfianza—.
— ¿O sea?
—No sé. Usted tiene cara de poder construirse sólito un coche en el garaje
  No
de su casa.
—Bueno —respondió el hombre con una sonrisa tensa , por desgracia no
                                                     tensa—,
es así. El bar de la esquina está cerrado, y la gasolinera también, y a mí no
me funciona el móvil, así que...
—Ya —confirmó Robert con un tono más cor      cordial—. Éste es un barrio más
bien tranquilo de noche.
                      che.
Por la mirada del desconocido pareció pasar un relámpago inesperado.
— ¿Qué le parece si se viene hasta mi camioneta, a echarle un vistazo? Lo
mismo usted sabe más que yo, y conseguimos que vuelva a funcionar.
—Pues claro, con mucho gusto —sonrió Robert—. No soy ningún experto,
   Pues                                               .
pero dos cabezas piensan mejor que una, como se suele decir.
El desconocido había aparcado justo al principio de la vereda de acceso de
los Della Robbia. Se trataba de una camioneta que tenía pinta de llevar mu
                       trataba                                             mu-
chos kilómetros encima, y sus ruedas estaban manchadas de barro.
                                                 manchadas




                                Robert percibió un movimiento procedente
de la cabina, y se quedó inmóvil.
Tras la ventanilla apareció el hocico de un perro. Sus dientes, cubiertos de
sangre, se apretaban contra el cristal en un gruñido sordo.
¿Perros? Pero ¿cómo podía ser que el del señor Wankowiz no hubiese
ladrado? Por lo general los olía a un kilómetro de distancia.
Robert empezó a darse la vuelta para pedir explicaciones, pero algo lo
                    arse                     explicaciones,
golpeó en la cabeza con fuer El padre de Odd perdió el sentido.
                          fuerza.
Grigory se echó a la espalda el cuerpo exánime del señor Della Robbia y lo
dejó sobre el suelo de la caja de la camioneta. Abrió una puerta para
tranquilizar a Aníbal y Escipión.
—Estaos quietecitos, vosotros dos... Ya habéis tenido una buena juerga con
   Estaos                                        tenido
el perro de aquí al lado.
Aquellas dos enormes bestias lo obedecieron de inmediato, ovillándose
sobre los asientos con el mo entre las patas delanteras.
                          morro
El hombre recogió el maletín que llevaba en el asiento trasero, y sacó de él
un estuche blando lleno de tarjetas de memoria y un par de guantes. Eran
bastante sencillos, de cuero, pero alrededor de los dedos se entrelazaban
unos cables de plástico de diversos colores que estaban conectados a los
          es                diversos
electrodos colocados en las yemas. En el dorso de la mano derecha había
       dos
instalados una pequeña pantalla a co y un interruptor.
                                    color
El estuche, por su parte, guardaba una copia de todo el material que había
                                                         material
obtenido con la Máquina. Era muy valioso, y Grigory jamás se separaba
                        na.
de él. Nadie conocía la existencia de aquel archivo. Ni siquiera el Mago.
Aquel estuche era su lotería de Navidad personal, su oportunidad de
obtener una pensión digna.
Grigory escogió una tarjeta de memoria todavía virgen y la sacó de su
                                                   virgen
funda transparente. Después la ininsertó en la ranura que había bajo la
pantalla del guante.
En aquel preciso instante, Aníbal y Esciplón bajaron de un brinco de la
                                                    ron
camioneta y se abalanzaron sobre él, ladrando y meneando el rabo. Ya
                      nzaron
habían aprendido que cuando Grigory sacaba aquellos guantes estaba a
                                                          guantes
punto de pasar algo importante. El estu
                                     estuche cayó al asfalto con un golpe
sordo.
— ¡Quietos! ¡Sentados! —siseó Grigory con la voz ronca.
Haciendo aspavientos para que los perros lo obedeciesen, se apresuró a
  aciendo                                       obedeciesen,
volver a poner en su sitio el estuche y algunas tarjetas que se habían
desperdigado por el suelo. Después respiró hondo para recupe el control
            do                                            recuperar
y la calma. Contratiempos. Se veía ob gado a pelearse con los
                                     obligado
contratiempos cada instante de su vida. Y esos barrios residenciales eran
sitios peligrosos: parecía que todos estaban durmiendo como angelitos, y
         ligrosos:
luego bastaba un detallito, como una vieja que miraba por la ventana antes
                                       vieja




                                 de irse a la cama, y de pronto todos estaban
                                     rse
despiertos y listos para saltarle encima al intruso.
Grigory Nictapolus se colocó por fin los guantes, y los puso en marcha,
apretando el interruptor con el mentón. Se acercó al cuerpo sin sentido de
Robert y le rozó las sienes con las puntas de los dedos. El menmensaje INICIO
TRANSFERENCIA RECUERDOS parpadeó en la pequeña pantalla del
guante.
En aquel mismo instante, en el chalé fantasma que Grigory había ocupado
en la periferia de la ciudad del Kadic, sus sofisticadísimos aparatos se
                                              sofisticadísimos
pusieron en funcionamiento. Los ordenadores mostraron las imágenes de
un niño de cabello rubio y cortísimo que corría por un prado con una
mirada despreocupada. El mismo niño se encontraba después en el colegio.
Llevaba un babi negro con un lazo azul, y en sus ojos se leía claramente
una expresión de infelicidad. Más tarde aparecía un jovencito con chaqueta
y corbata, y a su lado estaba su mujer, Marguerite, vestida de no novia. Ambos
parecían muy jóvenes y emocionados. Luego, Robert en su primer día de
trabajo, con la barba recién afeitada. Robert esperando impaciente en una
                    ba
sala con aspecto aséptico dentro de la que también estaba su mujer, a punto
                                               también
de dar a luz a su hijo.
Las imágenes fueron acelerando mientras el ordenador continuab con la
                                           ordenador continuaba
grabación.


                             9
                     UN MENSAJE EN CLAVE

Odd entró en el despacho del director escoltado por Jim Morales. En cuanto
el señor Delmas alzó la cabeza de los documentos que llenaban su
escritorio, el muchacho se zafó de la presa del profesor de gimnasia.
                 chacho
— ¡Lo de anoche no fue culpa mía! —estalló—. Yo sólo había ido al
                                                   .
baño, ¡y entré en el cuarto de su hija por error! ¡Me equivoqué de
puerta! ¡Soy inocente!
El director asintió, con ca seria.
                         cara
—Lo sé, Odd.
— ¿Cómo? ¿Lo sabe?
—No te he llamado para hablar de tu castigo.
   No
Odd sonrió, se repanchingó en una de las butacas de cuero del despacho y
                                                cas
cruzó las piernas. Si era inocente, entonces podía hablar con el director.
Con mucho gusto.
—Cuéntemelo todo. ¿Necesita mi ayuda? ¿Le hace falta un consejo, tal
                                                     ce
vez?
El señor Delmas y Jim lo miraron fijamente, estu
                                               estupefactos.




                               — ¿Sabe usted? A lo mejor no lo parece,
pero sé escuchar bastante bien... ¡Si tiene algún problema, puede hablarlo
tranquilamente con el menda!
         mente
El director sacudió la cabeza, y en su rostro apa
                                              apareció de nuevo la expresión
seria de poco antes.
—No, Odd. Me temo que se trata de algo más grave. Tu madre me ha
   No,
llamado hace un momento.
El muchacho se puso en pie, saltando como un resorte y olvidándose de
                                                 resorte
todas sus bromas.
— ¿Ha pasado algo?
—Al parecer, esta noche han entrado unos ladrones en tu casa. Y han
   Al
agredido a tu padre. No quiero que te preocupes, pero en este instante se
encuentra en el hospital —Odd empezó a balbucear frases inconexas, y Jim
                    pital
le apoyó una mano en el hombro para calmarlo. El director asintió Tu
                                                      director asintió—.
padre no está herido, sino sólo un poco desorientado. Lo han ingresado
para mantenerlo en observación, pero nada más. Puedes ir a verlo, si
                        servación,
quieres.
— ¡Claro que quiero! —  —exclamó de inmediato el muchacho.
—Ya me lo imaginaba. Por eso he llamado a un taxi. Llegará de un
   Ya
momento a otro. Jim te llevará a la estación. Irá contigo en el tren. Cuando
llegues allí, tu madre irá a recogerte.
Odd sentía que la cabeza le daba vueltas. No era posible que alguien le
                  a                                posible
hubiese hecho daño a su padre, el hombre más bueno y tranquilo del
mundo. Era absurdo.
Jim se sentó en el asiento del TGV, el tren de alta velocidad francés, y le
                                                    velocidad
hizo un gesto desgarbado a Odd para que se sentase a su lado. Poco
                                   para
acostumbrado a ser amable con los estudiantes, parecía bastante azorado.
—No te preocupes... ejem. ¡Jimbo está aquí contigo!
   No
El muchacho lo miró, perplejo.
—Tengo que llamar a mi madre.
   Tengo
Jim Morales le dio permiso. Odd sali al pasillo. El tren se alejó lentamente
                                    salió
de la ciudad, tomando impulso poco a poco. Tardarían una media hora en
llegar a casa. Iba a ser una media hora muy larga. Sacó el móvil y llamó a
su madre, que sonaba inquieta pero se esforzaba por aparentar tranqu
                                                                   tranquilidad.
Odd tuvo que insistirle mucho antes de conseguir que le contase lo que
había sucedido. Algunas veces hablar con ella resultaba tan difícil...
              do.
—Me había ido a dormir
   Me               dormir—le relató la señora Della Robbia—. Luego me
                                                                 .
desperté y oí unos extraños rui
                              ruidos. Alguien había llamado al timbre, y tu
                                        lguien
padre bajó a abrir. Esperé un poco, pero no volvió a subir, así que
me asusté. Bajé y me encontré la puerta abierta. Había una camioneta
aparcada delante de casa. Cuando salí, un hombre tiró a tu padre del cajón
de atrás, se metió en la camioneta y se fue a toda prisa. Y yo
corrí hacia él...




                             — ¿Qué tal está papá? —preguntó Odd,
                                                     preguntó
sintiendo un hormigueo en el pecho.
       do
—Sólo tiene algunos arañazos. Nada serio. Estaba desmayado. Ese
   Sólo                                   Estaba
desgraciado debe de haberle da un golpe en la cabeza o... Cuando se
                            dado    olpe
despertó no se acordaba de nada.
La voz de su madre se detuvo un momento.
—Oh, Odd —continuó luego, temblorosa—, ¡yo sabía que algo estaba
pasando! El otro día también me sentía como si me estuviesen espiando en
casa, y luego pasó lo de la ventana abierta... la compra por el suelo...
El muchacho estaba empezando a impacientarse de verdad. Pero ¡¿de
qué estaba hablando?! Por suerte, su padre se encontraba bien. ¿Quién lo
había agredido?
—Mamá —dijo—, trata de acordarte bien. Descríbeme la camioneta esa.
—Era roja, creo. Vieja. Estaba demasiado nerviosa para fijarme. Sólo
sé que delante iban dos perros. Tenían el morro apretujado contra la
ventanilla. Y no paraban de ladrar.
— ¡Perros! —Gritó Odd—. ¿Estás segura? ¿Has llamado a la policía?
—Claro, claro. Harán una inspección en casa esta misma tarde.
—Estupendo. Yo ya estoy en camino —dijo, y luego se quedó un momento
pensando—. Te quiero mucho.
Después colgó el teléfono.
En el recreo, Jeremy a menudo prefería quedarse en clase, en lugar de salir
con los demás a darle a la lengua. Cuando estaba vacía, el aula era un sitio
tan relajante... y necesitaba un momento para pensar en todos los acon-
tecimientos de la noche anterior. Richard, Eva y además...
Su teléfono empezó a sonar. Era Odd. Jeremy se quedó por un momento
mirando embobado la pantalla, que brillaba mostrando la foto de su amigo.
Aquel día no había ido a ninguna clase.
— ¡Dime! —exclamó.
Permaneció en silencio durante unos minutos mientras escuchaba aquella
historia increíble. ¡El padre de Odd, víctima de un intento de secuestro!
Cuando su amigo acabó de hablar, las alarmas de la cabeza de Jeremy se
pusieron a soltar alaridos.
—Odd, escúchame bien. Sabes que no creo en las coincidencias. El hombre
de los perros es la misma persona que se ha borrado de los DVD. Ve al
hospital y hazles a tus padres todas las preguntas que puedas.
Averigua si han encontrado algo, si han notado huellas o rastros... Podría
ser importante. Nosotros seguiremos aquí con la investigación sobre
Richard. Y sobre Hopper, evidentemente...
Aunque Jeremy no podía ver a Odd, oyó con claridad el restallido de la
palma de su mano contra la frente.
— ¡Se me había olvidado! —le dijo el muchacho con la voz entrecortada
por cargas electrostáticas.
—Se te había olvidado, ¿el qué?
—El otro día, cuando estuve en el despacho del director, vi que sobre su
   El
escritorio había un expedien sobre Waldo Schaeffer. ¡Puede ser que
                    expediente
Delmas sepa algo!
Jeremy suspiró, más bien escéptico.
—Pero si yo he estado investigando en las bases de datos de la escuela y la
   Pero                investigando
información era...
— ¡Era un expedientazo bien gordo, Jeremy! Con el nombre escrito en la
carpeta. ¡No estoy equivocado! Tenéis que encontrar algún modo de leerlo.
Yo, si me entero de algo interesante, te aviso. Cambio y corto.
                                         aviso.
Jeremy se levantó, se metió el móvil en el bolsillo y corrió afuera de la
clase.


El hospital era un moderno policlínico, un cúmulo de edificios cúbicos de
varias alturas pintados de un color blanco que centelleaba bajo la luz del
mediodía. El complejo estaba rodeado por un gran parque por cuyos
    diodía.
ordenados bulevares pasaban zumbando las ambulancias. Jim Morales y
Odd bajaron del coche de Marguerite, que había ido a recogerlos a la esta
                                                                       esta-
ción, y se encaminaron juntos hacia el edificio de cirugía general, donde
                                                     rugía
estaba ingresado el padre de Odd. Los doctores lo habían trasladado
allí porque en urgencias ya no quedaban más camas libres.
Mientras caminaba, el muchacho seguía mirando de reojo a su madre. Su
frente estaba surcada por va
                           varias arrugas profundas, y tenía la mirada
                                   rrugas
perdida. Parecía verdaderamente preocupada.
            recía
Obedeciendo a un impulso repentino, se acercó a ella y la tomó de la mano.
— ¿Estás segura de que papá está bien?
—Sí, sí, claro... Está sólo un poco confuso. Pero se le pasar enseguida.
                                                        pasará
Estoy segura.
Una vez dentro, los recibió el habitual olor a desinfectante de los
                                                    fectante
hospitales, mezclado con el leve aroma a café de los expendedores
automáticos. Marguerite se detuvo un momento en la recepción, y luego
acompañó a Jim y Odd hasta la habitación de Robert. Era pequeña, y en
                         hasta
ella reinaba un calor sofocante. Las otras dos camas estaban ocupadas por
unos ancianos en pijama que roncaban, profundamente dormidos.
Odd se acercó a la puerta y asomó la cabeza por ella. Su padre estaba
despierto, con la vista clavada en el techo. Tenía un ojo amoratado, la
    pierto,
cabeza vendada y un corte muy feo en el brazo que mostraba fuera de las
           dada
sábanas blancas. Los efectos de la caída desde la caja de la camioneta.
El muchacho entró tímidamente y se acercó a su cama, tratando de dibujar
una sonrisa en el rostro.
— ¿Qué tal? —preguntó.
                preguntó.




                                 — ¡Qué suerte que estés bien! ——hablaba en
voz muy alta, con una nota estridente que el muchacho desconocía.
—Claro que estoy bien, papá. A mí no me ha pasado nada.
   Claro
—Estoy muy contento —     —dijo Robert con una sonrisa—. Walter me ha
                                                          .
despedido, y... ¿Qué tal te va?
Odd se inclinó adelante, con los ojos abiertos co
                                                como platos.
— ¿Walter? ¿De quién hablas, papá?
—Por aquí todo irá de perlas. Estoy seguro. Y además, tengo ganas de unas
galletitas, Walter... es una pena, pero hay que rellenar el balance de ventas,
o si no...
El hombre siguió farfullando una serie de frases sin mucho sentido, y
después volvió a dejar caer su cabeza sobre la almohada, extenuado.
—Tengo la impresión de que ya te conozco, jovencito —dijo, girándose
   Tengo                                                    dijo,
hacia Odd—. ¿Cómo te lla   llamas?
—Odd, papá, soy Odd.
—Un buen nombre. En inglés significa «extraño», ¿lo sabías? Si tuviese un
   Un
hijo, me gustaría llamarlo así. Tú también eres un poco extraño, después de
todo. ¡Llevas unos pelos...!
Odd asintió con la cabeza, lo besó en la mejilla y se reunió con su madre y
Jim, que se habían queda esperándolo en el pasillo.
                     quedado
—Está bastante mal —comentó, serio.
                          comentó,
Jim carraspeó, cohibido, y su madre cogió a Odd por un hombro y lo
abrazó, nerviosa.
—Qué va, ya te lo he dicho, sólo está algo desorientado. Los médicos dicen
                                                orientado.
que es por culpa del trauma, pero que enseguida volverá a ser el de siem
                                                                      siem-
pre. No tienes de qué preocuparte.
Odd permaneció un instante en silencio. En ese momento lo único que
                                                  momento,
podía hacer para ayudar realmente a su padre era descubrir quién era el
                            realmente
hombre que lo había agredido. Debía hacer lo que Jeremy le había
sugerido, e interrogar a fondo a su madre.
—Jim, ¿podrías ir al bar a pillarnos un té, por fa
                                                favor? —preguntó
                                                              guntó—. Estoy
seguro de que a mi madre le vendría bien.
El profesor cazó al vuelo la oportunidad para escabullirse. Parecía como si
                                                escabullirse.
los hospitales le hicieran sentir realmente incómodo.
Odd sonrió mientras miraba cómo se iba alejando, y luego le señaló a su
madre un par de sillas libres que había en una sala de espera. En un rincón,
colgando del techo, había una pequeña televisión que retransmitía un
                                                        retransmitía
programa de cocina con el volumen quitado. Marguerite y él se sentaron
justo debajo de la tele.
—Cuéntame con pelos y señales lo que pasó ayer —le pidió Odd   Odd—
. ¿Tú viste algo? ¿Encontraste algo raro?
Su madre comenzó a hablar, pero no recordaba mucho más de lo que ya le
había contado por teléfono. Una camioneta, puede que roja, con dos perros
                    teléfono.




                                dentro. Se había ido quemando rueda en
cuanto ella había asomado la cabeza fuera de casa.
—Ah, también había esto, de hecho —añadió al final Marguerite. Hurgó en
   Ah,
su bolsito y sacó un rectángulo de plástico gris y sucio. Parecía como si un
                      rectángulo
coche, o tal vez la propia camio
                           camioneta, le hubiese pasado por encima.
                                                       do
Odd lo cogió y lo observó, dándole una y otra vuelta entre sus manos.
— ¿Qué será? Me recuerda una de esas tarjetas de memoria de las cámaras
de fotos.
—Me la encontré cerca de papá cuando corrí a su lado. ¿Crees que debería
llevársela a la policía? A lo mejor se la dejó el hombre que lo atacó.
Una tarjeta de memoria... Qué raro. Odd se metió el rectángulo de plástico
en el bolsillo. Puede que contuviese alguna pista. Ya lo examinaría con más
tranquilidad.
—Qué va —mintió—, ya verás como al final esta tarjeta es de papá.
                        ,
Tendrá dentro los archivos del curro, o algo así. Me has dicho que ayer por
                                 curro,
la noche estaba trabajando, ¿no?
En aquel momento Jim vino hacia ellos, sosteniendo en equilibrio dos
                                           sosteniendo
vasos de papel llenos de té hirviendo. Sonrió al verlos. No se percató de
una enfermera que iba andando a paso ligero por el pasillo.
       fermera
Acabó tropezándose con ella y tirándolo todo por el suelo.
Odd, desesperado, se dio una sonora palmada en la frente.
— ¡No hay problema! —     —gritó Jim en dirección a ellos—. Yo me ocupo de
                                                           .
esto. Jimbo lo arregla todo. ¡Enseguida voy a buscaros más té!
Ulrich suspiró. Siempre le tocaban a él los trabajos más desagradables.
El comedor del Kadic era un hormiguero de chiquillos charlando y
                                               chiquillos
buscando un sitio libre en el que sentarse. Sissi estaba comiendo junto a sus
amigos Hervé y Nicolás, pero en cuanto vio que se acercaba tiró a Hervé de
su silla de un empujón y le sonrió.
— ¡Qué agradable sorpresa, Ulrich! ¿Me buscabas?
—Mmm, sí—masculló él.
—Siéntate. ¿Por qué no comes aquí, conmigo? Precisamente Hervé y
Nicolás se estaban yendo aho mismito.
                           ahora
—Pero si nosotros...
—A-HO-RA-MIS-MI-TO —concluyó Sissi con un tono que no admitía
                        TO
réplica. Los dos muchachos se vieron obligados a obedecer, cogiendo sus
bandejas, aún llenas, y yéndose a otro lado.
Ulrich se sentó junto a la muchacha, que le pasó un brazo alrededor del
cuello, estrechando su mejilla contra la de él.
—Bueno, cuéntame.
—Yo... verás... en fin... Necesito...
  Yo...
—Un favor. Pues claro que sí —completó la muchacha—. Así que me
                                                         .
necesitas...




                                 Ulrich volvió a pensar en lo que Jeremy le
había sugerido esa mañana, inmediatamente después de su con
         gerido                                               conversación
con Odd. Cuando él lo decía, parecía fácil: un par de carantoñas, una buena
trola, y ya estaba. Sí, claro.
                      ,
Los muchachos tenían que meterse en el despacho del director Delmas para
                                           despacho
tomar prestado el expediente sobre Waldo Schaeffer, pero era necesario
                      pediente
que alguien lo distrajese durante el tiempo suficiente. Y Sissi era la persona
                                             suficiente.
adecuada. Sólo necesitaban una excusa para convencer a la muchacha, y
                        taban
entre los dos la habían encontrado. Unos días antes, la profesora Hertz le
                                                          profesora
había puesto a Ulrich un insuficiente en Ciencias. De modo que él podía
decirle a Sissi que había decidido gastarle una broma, pero que para poder
conseguirlo le hacía falta la llave de su despacho... llave que, mira tú por
                                          despacho...
dónde, estaba bien guardada junto con todas las demás en la plaza fuerte
                     guardada
del director Delmas. Según Jeremy, se trataba de una historia a prueba de
bombas.
Cuando Ulrich terminó de hablar, Sissi hizo una mueca socarrona.
—Ya sabía yo que bajo esa pinta de chico bueno escondías algo más, pero
   Ya
no sé si puedo...
—Venga, si es por hacerme un favor. Luego podremos irnos a celebrarlo
   Venga,                                       podremos
juntos —a medida que ha
          a               hablaba, el muchacho iba envalentonándose y recor
                                                                         recor-
dando todas las sugerencias de Jeremy Seremos cómplices en este
                                 Jeremy—
perfecto plan criminal. Como Bonnie y Clyde. Como Lupin y Margot.
-¿Eh?
—Como Robín Hood y la princesa Marian —probó esta vez Ulrich.
   Como
En el rostro de la muchacha la mueca se transfor
                                          transformó en una enorme sonrisa.
— ¡Princesa!
—Sí, sí, lo que tú digas. Entonces, ¿crees que podrás ayudarme?
                                                  drás
—Veámonos a las cuatro en mi habitación. Así, antes de irnos,
   Veámonos
podré enseñarte mi ropa nueva.
Ulrich asintió con la cabeza tratando de enmascarar su
                      cabeza,
infelicidad. ¡Trapitos! Pero en el fondo era un precio honrado que debía
pagar por ayudar a Aelita a encontrar a su madre.
Entró en el cuarto de Síssi y la encontró sonriente, maquillada, con un top
                                                        quillada,
verde ácido lleno de purpurina y una minifalda de color rosa fosforito.
                      purpurina
Ulrich se estremeció. ¡¿Pero cómo podía emperifollarse así de mal?!
— ¿Te gusta?—preguntó la muchacha con una sonrisita maliciosa He
                 preguntó                                  maliciosa—.
escogido esta falda aposta para ti.
Ulrich dudaba que eso fuese un cumplido Consiguió aguantar como un
                                  cumplido.
valiente casi media hora de ropa recién comprada y consejos sobre moda,
pero luego se rindió y le recordó que se les estaba haciendo tarde.
                                                           do
El muchacho aceptó llevar del brazo a Síssi, que iba regodeándose.
Atravesaron la residencia y salieron al parque para luego meterse en el
                             salieron
edificio de administración, donde se encontraba el despacho del director.
Los pasillos de la escuela estaban casi de
                                        desiertos a esa hora.




                               — ¿Has entendido lo que tienes que
hacer? —susurró Ulrich para romper aquel silencio, que le estaba haciendo
                          para
polvo.
—Que sí, que sí. Yo distraigo a mi papi y tú entras y coges las llaves del
  Que
despacho de la Hertz. Y luego nos escapamos juntos.
—Eso, exacto...
Se detuvieron ante la pesada puerta de madera, y Ulrich llamó tímidamente
con los nudillos. Ningún ruido. Síssi abrió la puerta de par en par y
asomó la cabeza.
—Papi no está —bisbiseó con aire de conspiradora—. Venga, entremos a
                   bisbiseó                            .
buscar las llaves.
—No, espera —la paró Ulrich—. ¿Y si vuelve? Mejor entro yo solo.
Tú quédate aquí fuera, montando guardia. Si viene tu padre, distráelo de
algún modo y llévatelo lejos de aquí, para que yo pueda escapar. ¿De
                          lejos
acuerdo?
Era un buen plan.
Ulrich entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí. El despacho de
Delmas estaba tan ordenado como de costumbre. El escritorio que había al
        s
lado de la ventana no tenía encima nada más que el portaplumas. A la
                                                       portaplumas.
izquierda, en la pared, estaba colgado el manojo de llaves que abría todas
las puertas del Ka-dic. A la derecha, junto a dos oscuras butacas de cue
                     dic.                                              cuero,
había un archivador alto de metal.
—Caramba —susurró Ulrich entre dientes , va a ser un montón de curro.
                                      dientes—,
El archivador, por supuesto, estaba cerrado, y las llaves del manojo que
colgaba de la pared no tenían ni una sola etetiqueta que las
identificase. ¡Vaya estupi
                      estupidez! ¿Cómo podía encontrar el director la que le
hacía falta en cada ocasión?
   cía
El muchacho necesitó sus buenos diez minutos para probar con cada una de
ellas en los cajones del archivador. Como siempre pasa, la llave adecuada
resultó ser la última de todas. El archivador contenía todos los documentos
                                                         todos
sobre los alumnos y los profeso del Kadic. Abrió el cajón que tenía la
                           profesores
etiqueta P-Z y empezó a buscar. Y claro, se topó con su expedien que
                                                            expediente,
también estaba ahí: Ulrich Stern. Tenía muy poco tiempo, pero no pudo
contener las ganas de echarle una ojeada. En la primera página destacaba
un post-it con la caligrafía de la profesora Hertz que decía: el chico es
inteligente, pero no se aplica. Ulrich sacudió la cabeza y volvió a hojear el
                                                        za
cajón de atrás hacia delante: Stern, Stainer, Skinner, Salper... Schaeffer no
                   cia
estaba. A lo mejor estaba en la W de Waldo. Ahí tampoco. « ¿Dónde lo
habrá metido el director?», se preguntó mientras cerraba el cajón.
Sissi llamó a la puerta y asomó la cabeza.
—Date prisa, que me estoy poniendo nerviosa... ¡Ey, pero qué narices estás
   Date
haciendo?
—Nada, que no consigo encontrar la llave.
   Nada,
—Venga, aligera.




                                Una vez solo, Ulrich volvió a dar vueltas por
la habitación. Tenía que andar por algún lado... ¡El escritorio! Bajo el
     bitación.                                              torio!
tablero había tres cajones, que también estaban cerrados. Sólo resultaban
visibles si uno se sentaba en el sillón del director. Por eso Ulrich no los
había notado de inmediato. Frenético, probó las llaves una por una pero los
                                                      ves          una,
cajones no se abrían. La cerradura era demasiado pequeña. ¿Dónde habría
escondido Delmas la llave?
Sissi volvió a tocar a la puerta. La muchacha estaba empezando a
impacientarse. Desesperado, Ulrich se agachó para comprobar si había una
llave pegada con celo a la cara inferior del tablero. Nada. Sobre el
escritorio sólo había aquel portaplumas... ¡Ahí estaba, escondida debajo de
las gomas de borrar!
El primer cajón contenía una carpeta amarilla con el nombre Waldo
Schaeffer escrito con rotulador. Misión cumplida.
Se metió el expediente dentro de los pantalones, lo tapó con la camiseta,
volvió a colocarlo todo en su sitio y abrió la puerta.
—Hecho —le dijo a Sissi—. Muchísimas gracias.
En aquel momento el director Delmas apareció al fondo del pasillo.
— ¡Ey!, vosotros dos, ¿qué estáis haciendo aquí?
Ulrich sintió cómo su corazón dejaba de latir por un instante.
—Habíamos venido a verlo a usted, señor director —dijo a toda prisa—.
Ejem. Sissi quería hablar con usted, y yo la he acompañado. Pero ahora
tengo que irme, que es tardísimo y aún no he terminado mis deberes, ¡'ta
lueguito!
Se largó por el pasillo a todo gas.


Jeremy y Yumi llamaron a la puerta del cuarto de Aelita. Fue Odd quien
vino a abrirles.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —Le preguntaron ambos a la vez—. Y tu
padre, ¿qué tal está?
El muchacho les hizo pasar. Ulrich estaba sentado en la cama, al lado de
Aelita, con las manos cruzadas detrás de la cabeza.
—No está mal —contestó Odd encogiéndose de hombros—, pero va a la
deriva en un mar de confusión total. Ni siquiera se acordaba de que yo soy
su hijo... De todas formas, mi madre ha estado hablando con los médicos, y
le han dicho que es completamente normal después de un leñazo de ese
calibre en la cabeza. Y yo les he dado la brasa para que me dejasen volver
aquí enseguida. En cierto modo, lo que le ha pasado es culpa nuestra...
—Oye —dijo Aelita—, que no ha sido por tu culpa. ¡En serio!
—Sí, vale, pero nosotros somos los únicos que a lo mejor podemos resolver
este asunto.
Jeremy se percató de la gruesa carpeta que
había encima del escritorio, y se giró hacia Ulrich.
— ¿Lo has conseguido? ¿Has encontrado el expediente?
—Sí, y también le he dado esquinazo a Sissi. Pero quería esperaros para
   Sí,
abrirlo.
Jeremy cogió la carpeta con un temo reverencial, y se sentaron todos en el
                                  temor          cial,
suelo, con la espalda apoyada contra la cama. El muchacho quitó la goma
que mantenía cerrado el expediente y lo abrió. Dentro del pliego de
cartulina amarilla había un sobre grande y voluminoso en el que estaba
                             sobre
escrito: Sr. Director, gracias por haber aceptado guardarlo por mí.
— ¡Es la letra de la Hertz! —gritó Ulrich.
—Pero ¿qué tiene que ver ella con este asunto? —lo secundó Yumi.
—Cada cosa a su tiempo —los acalló Jeremy—. De momento, abrámoslo y
   Cada                                            .
veamos qué contiene.
Usó un cúter para quitar el trozo de cinta adhesiva que sellaba el sobre, y
                                             adhesiva
sacó de él un grueso fajo de folios que colocó en el suelo.
—Pero ¿qué significa todo eso? —Preguntó Odd, observando los diminutos
                                      Preguntó
textos que llenaban las ho
                         hojas—. ¡No se entiende ni jota!
—Debe de ser un mensaje en clave —propuso Yumi.
   Debe
Jeremy negó con la cabeza, hojeando las páginas. Caracteres y caracteres
                                             páginas.
totalmente incomprensibles, letras que parecían escritas al azar. ¡Debían de
             incomprensibles,
ser por lo menos unos trescientos fo folios!
—No se trata de un mensaje —sentenció al final—. Pero desde luego que
   No                                                  .
es un código. Hoppix. El lenguaje de programación que inventó el profesor
para crear Lyoko.
Los muchachos se pusieron a hablar todos a la vez.
— ¿Quieres decir que la Hertz sabe l de Lyoko?
                                       lo
— ¿Cómo es que tiene este código?
— ¿Y es el mismo que nos enseñó Richard en su PDA?
—Ey, ey, ey—los interrumpió Jeremy—. ¡No lo sé! Sí, es como el del
                 los
ordenador de Richard... pero no tengo ni idea de lo que puede hacer este
                                   tengo
programa.
— ¡Pero si entenderlo es de lo más fácil! —Dijo Odd con una sonrisa
                                               Dijo              sonrisa—.
Basta con ir a la vieja fábrica, encender el superordenador y copiar dentro
esta movida, ¿no? Así vemos qué pasa.
—No podemos encender el superordenador —le espetó Jeremy.
   No
—En el vídeo mi padre nos ordenó destruirlo —recordó Aelita.
   En
—Pero no podemos seguir así. Este asunto se es poniendo cada vez más
   Pero                                      está
misterioso —intervino Yu
             intervino Yumi—. La verdad es que el superordenador parece
                               .
la única manera de resolverlo.
—Y además —añadió Ulrich ¿es que os estáis olvidando de X.A.N.A.?
                      Ulrich—,                áis
Lo derrotamos, pero no sa
                        sabemos lo que podría pasar si...




                                —Lo de X.A.N.A. es agua pasada —
                                   Lo
prorrumpió Odd—. Sólo nos faltaba ponernos ahora a desente
                    .                                   desenterrar
problemas ya superados, hombre.
— ¡Pero aquí no se enciende el superordena
                                  superordenador, y punto! —gritó Jeremy.
                                                             gritó
La palabra «X.A.N.A.» siempre lograba darle escalofríos. El programa que
                                                  calofríos.
Hopper y él habían puesto en marcha en Cartago, y que el propio Hopper
                      puesto
había alimentado, renunciando a su energía vital, ¿habría bastado para
exterminar hasta el último fragmento de aquella pérfida inteligencia
artificial?
Odd se puso en pie de golpe y abrió de par en par la puerta de la habitación.
Eva Skinner se cayó de bruces adentro.
— ¿Y tú qué haces aquí? —preguntó, patidifuso.
La muchacha lo iluminó con una cálida sonrisa.
                         ó
—Nada. Venía a buscar a Aelita, y estaba a punto de llamar a la puerta
   Nada.
cuando os he oído gritar que si superordenador por aquí, superordenador
por allá... ¿De qué estabais hablando?
—De... nada —se apresuró a decir Jeremy.
                 se
Odd le lanzó una mirada de reproche.
—Venga, hombre, ya vale. Ayer por la noche nos echó una mano, así que
   Venga,
me parece que podemos fiarnos de ella, ¿no? A lo mejor ya es hora de que
le expliquemos uno o dos misterios.
—Pero, Eva —dijo Yumi, levantándose tienes que prometer que no le
                dijo         levantándose—,           e
contarás nada a nadie.
—Lo prometo.

En un chalé de la periferia, Grigory Nictapolus le echó un hueso
a Aníbal, que se revolcaba sobre la alfombra, hambriento. Luego volvió a
                                    alfombra,
concentrarse en las pantallas, con una sonrisa sardónica.
—Pues claro, chicos. Podéis hasta volver al superordenador. Yo tampoco le
   Pues                                      superordenador.
diré nada a nadie. Palabra de boy scout.
IMÁGENES
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto: Maletín del agente Grigory Nictapolus.
Contiene armas, expedientes e instrumentos de expionaje. Revestimiento
interior de Kevlar reforzado (antibalas)
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Tarjeta de datos legible para los ordenadores comunes y las
cámaras fotográficas digitales.
Contiene los recuerdos de Robert Della Robbia
relacionados con Franz Hopper.
Texto 2º imagen: Adiestrados para el ataque. Grigory Nictapolus los alimenta
exclusivamente con carne cruda, y no se separa nunca de ellos.
Robustos y feroces, poseen un fino olfato aguzado por años de colaboraci
                                                               colaboración
en las actividades de espionaje de su amo.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Formulario de inscripción
del alumno Richard Dupuis, que al parecer está relacionado con el pasado de
Aelita Hopper. Verificar la fecha escrita en el documento.
Texto 2º imagen: Similar a otros ejemplares encontrados en la caja de la
camioneta del agente Nictapolus.
Herramienta empleada para cortar cables y redes metálicas, tronchar cadenas
y forzar algunos tipos de cerraduras.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Los dos polos eléctricos situados en ambos salientes
permiten golpear e inmovilizar al objetivo con una descarga eléctrica de
intensidad variable. Causa desvanecimiento, pérdida del sentido y. sí se utiliza
de forma inadecuada, la muerte.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Modelo con tan solo 8 mm de longitud y un motor
omnidireccional que permite girarla y grabar imágenes a 360 grados.
Empleados por el agente Nctapolus para
controlar los movimientos de Jeremy, Aelita y los demás en Kadic y La
Ermita.
Texto 2º imagen: Permite localizar y grabar todas las frecuencias de radio,
                                                   las
incluidas las empleadas por la policía.
Si se conecta a un micrófono ambiental, el escáner puede eliminar el ruido de
fondo para obtener pistas de audio limpias y libres de interferencias.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Grabador de Vídeo Digital (Digital Video Recorder). Se
utiliza para operar por control remoto las cámaras de vigilancia, grabando las
imágenes sólo cuando resulta necesario.
Texto 2º imagen: Modelo de 7 tiros.
Ligera y manejable, puede esconderse bajo la
ropa sin que se noten bultos sospechosos.
                 oten
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Prototipo ideado para el ejército estadounidense que nunca
entró en producción en serie.
No se sabe de qué forma se ha hecho con él Green Phoenix.
Modelo dotado de una mira infrarroja de gran precisión.
Texto 2º imagen: Cinta adhesiva,
                                  exto
destornilladores, tuercas y llaves inglesas presumiblemente utilizados por
Grigory Nictapolus para montar ordenadores, instalar micrófonos y cámaras
ocultas y preparar una base de operaciones tecnológicas, dotada de
sofisticados aparatos.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto 1º imagen: Única fotografía existente del agente Grigory Nictapolus,
realizada por un turista japonés en el aeropuerto de San Francisco. No está
claro cómo se apoderó de ella el propio Grigory.
Texto 2º imagen: La cerradura del maletín de Grigory. Si no se abre de la
forma correcta, libera en el interior del propio maletín un potente ácido capaz
de corroer documentos, materiales y aparatos.
Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre
Texto volcado: El potenciómetro también permite recolectar recuerdos de
personas que han sufrido un lavado de cerebro.
              an




                                       10
          UNA DIRECCIÓN Y UNA PESADILLA

Los muchachos marcharon por el parque del Kadic. Eran las cinco de la tarde
pasadas, y el sol estaba a punto de ponerse, escondiéndose entre las copas de
los árboles.
—¿No tienes frío, Eva? —le preguntó Odd—. Llevas la cazadora abierta.
                                                     vas
—Estoy acostumbrada —    —sonrió la muchacha.
—Si yo creía que eras de California, que es un sitio bastante caluroso.
   Si                                            sitio
Jeremy les hizo un gesto para que se estuviesen callados. A esas horas el
parque del Kadic estaba desierto, pero nunca se podía estar seguro. Y nadie
                           desierto,
podía enterarse de la existencia del pasadizo secreto. Se desplazaron en
   día
dirección a La Ermita hasta que empezaron a vislumbrar la parte de atrás del
                                                            la
chalé abandonado entre los pinos cubiertos de nieve. Después, Jeremy les
señaló un punto del terreno en el que el manto blanco era más delgado.
—Ya hemos llegado —dijo ¿Me ayudáis a escarbar?
                          dijo—.
Odd dio un paso al frente, gallardo. Est
                                     Estaba realmente dispuesto a lo que fuese
                                                 mente
con tal de impresionar a Eva. Se colocó sobre la nieve con las piernas abiertas
y empezó a apartarla a toda velocidad con los dedos.
— ¡Pon más cuidado! — gritó Ulrich cuando la cascada de cristales helados
                        —le
le dio de lleno.
Yumi y Aelita no pudieron contener una risilla.
Al final Odd señaló la placa metálica de la boca de alcantarilla que acababa de
dejar bien despejada.
— ¿Bajamos? —Dijo Jeremy mientras miraba a su amigo con una expresión
                  Dijo
crítica—. Odd, ¿tú no tendrías que volverte a tu cuarto? Todavía estás
                        tendrías
castigado.
—Jim está roto del viaje que nos hemos hecho, y nada más llegar se ha pirado
a dormir a su habitación, ¡así que no hace falta que te preocupes por mí!
                     ción,
Yumi y Ulrich echaron a un lado la tapa de la alalcantarilla.
—De acuerdo. Entonces, vamos.
   De
Los muchachos se metieron en el conducto y guiaron a Eva a través de un
pestilente recorrido por los cana
                             cana-
les de desagüe. De cuando en cuando, una rata salía corriendo justo delante de
ellos, agitando entre las s
                          sombras su horrenda cola rosácea.
Odd observaba por el rabillo del ojo a Eva, que no parecía en absoluto
impresionada por aquel espectáculo. Estados Unidos debía de ser un país bien
                          espectáculo.
raro, si una chica ni se inmutaba al entrar en las cloacas, con aquel hed
                                                   cloacas,           hedor
terrible y bichos saliendo de todas partes. Hasta Yumi se había estremecido la
                              todas
primera vez que entró.
En cuanto volvieron a la superficie, en el puente de hierro, Odd le puso a Eva
una mano sobre el hombro.
—Alucinante, ¿eh? Mira la de nieve que hay en el tejado de esa fábrica.
                                                en




                                 —Esperemos que no se desmorone —le
                                   Esperemos
respondió Yumi al tiempo que señalaba los carteles de peligro que colgaban
                                                         peligro
de la alambrada que tenían detrás e impedían el paso al puente desde la
carretera—. ¿Os habéis preguntado alguna ve si esos avisos dicen la verdad?
                                            vez                  cen
—Son sólo para ahuyentar a los posibles intrusos —la tranquilizó Jeremy—.
   Son                                                la
Será mejor que entremos, que aquí fuera ya está empezando a hacer frío de
verdad.
Llevaron a Eva a hacer la visita guiada de las tres plantas subterráneas. La
muchacha miraba a su airededor totalmente tranquila, y se movía con una
curiosa soltura, como si ya hubiese estado allí mil veces. Cuando llegaron a la
      sa
consola de mando del superor
                       superor-denador, Jeremy se sentó en el sillón y señaló el
círculo metálico que había en el suelo.
   culo
—Eso es un proyector holográfico —explicó luego—. La estructura de
   Eso                                                 .
ahí arriba crea una imagen tridimensional con un mapa completo de Lyoko.
                            tridimensional
De esa forma, yo podía ver la posición exacta de mis amigos y de los
monstruos de X.A.N.A.
—¿XANA?—preguntó de inmediato la muchacha.
—Sí, bueno, verás, es una larga historia... Yo me topé con este sitio por
   Sí,
casualidad, me picó la curiosi
                        curiosidad y encendí el superordenador. Descubrí que
contenía un mundo virtual, Lyoko, y que dentro de ese mundo se encontraba
    tenía
una espléndida elfa...
Aelita se sonrojó y le pegó un pellizco.
—Era yo —le susurró después a Eva.
—Sólo que Aelita no era la única habitante de Lyoko —prosiguió Jeremy—.
   Sólo                                                   prosiguió
Estaba también X.A.N.A., un ser pérfido capaz de controlar
unos monstruos. Pero, más que nada, X.A.N.A. era tan poderoso que podía
                                                        poderoso
utilizar ciertos puntos concretos de Lyoko, una especie de torres, para acceder
a nuestro mundo a través de los aparatos electrónicos y poner en peligro a la
gente.
—Así que Ulrich, Odd y yo —intervino Yumi— empezamos a utilizar las
columnas-escáner para entrar en Lyoko, transformándonos en guerreros ciber
            escáner      entrar                                           ciber-
néticos, y combatir contra X.A.N.A.
—Y consiguieron liberarme de Lyoko, haciendo que volviese a ser una chica
   Y
normal... —prosiguió Aelita.
—Y después seguimos con nuestra lucha, hasta que logramos derrotar a
   Y
X.A.N.A. para siempre —  —concluyó Odd—. Y entonces apagamos el ordena
                                           .                          ordena-
dor, y colorín colorado.
—Pero, entonces —sonrió Eva—, ese tal X.A.N.A. tampoco era tan poderoso,
                      sonrió       ,
si unos chavalines como vosotros han conseguido vencerlo.
—Eeeexacto —asintió Odd . En el fondo no era más que un estúpido
                         Odd—.
programa de ordenador.
Jeremy lo fulminó con la mirada.
—En realidad no resultó fácil —le explicó a Eva—. Sin el profesor Hopper,
   En                                              .
padre de Aelita e inventor de Lyoko, no lo habríamos conseguido jamás. Y
              lita
X.A.N.A. nos causó un montón de problemas. Una vez incluso se apoderó de




                               la mente de uno de nuestros compa
                                                            compañeros,
William Dunbar, transformándolo en un monstruo sediento de sangre.
                                         monstruo
— ¿Quieres decir—le preguntó Eva con un destello en los ojos— que puede
                     le                                         —
tomar el control de seres humanos?
—Podía hacerlo —asintió Yumi— gracias a las torres. Pero por suerte
                    asintió                        rres.
siempre nos ciábamos cuenta.
Esta vez la sonrisa de Eva proyectó en su rostro una extraña sombra.
Yumi se estiró sobre la cama de Aelita, y se volvió hacia Jeremy y la
                                                       cia
muchacha, que estaban sentados a su lado.
—Pero ¿habéis visto qué cara que ha puesto? —les preguntó, refiriéndose a
                                                 les
Eva.
—Bueno, también hay que entenderla —la justificó Jeremy—. Después de
   Bueno,                                                     .
todo, en cosa de una hora le hemos enseñado la fábrica y le hemos hecho un
superresumen megaconcentrado de todas nuestras aventuras. Es normal que
estuviese flipada.
—Puede ser... —concluyó Yumi, mirándolo con expresión pensativa.
                  concluyó
—Por cierto —Aelita había decidido cambiar de tema ¿qué hacemos con el
                Aelita                             tema—,
paquete que hemos encontrado en el despacho del diré? Jeremy, tiene que
haber alguna forma de descubrir lo que signifi
                                         significan esos códigos, ¿no crees?
El muchacho asintió con la cabeza, fue hasta el escritorio y volvió a coger una
                                        hasta
vez más el envoltorio de papel. Empezó a ojear las páginas una por una.
—Bueno, no es tan sencillo. Veréis, el Hoppix es un código de programación
   Bueno,
de bajísimo nivel... prácticamente usa instrucciones en lenguaje de máquina, y
                          ticamente
de esa forma... —observó las caras de sus amigas y sonrió—. En fin, que no es
                  observó                                     .
fácil entender qué hará el programa una vez puesto en marcha. Y el único mo-
do de ponerlo en marcha es encendiendo el superordenador, cosa que
está fuera de toda discusión... —se detuvo de golpe mientras pasaba una
                         sión... se
página. Dejó caer el folio y, con las manos temblorosas, les enseñó a las
muchachas la nota ajada por el tiempo que había encontrado.
Yumi y Aelita se acercaron para leerla.
—Es una dirección.
—De Bruselas —prosiguió Aelita.
                  prosiguió
—La letra es la de la profesora Hertz, y la nota estaba escondida en el
   La                                            estaba
expediente. Es tan pequeña que antes no me había dado ni cuenta —dijo
Jeremy.
Yumi lo miró fijamente.
— ¿Qué creéis que puede significar?
Se miraron unos a otros, perplejos.
—Ni la menor idea —admitió Jeremy al final.
                       admitió
—Bueno —dijo Yumi— si la nota estaba aquí dentro, no creo que sea por
                       —,                            tro,
casualidad. Algo tendrá que ver con estos folios y el profesor Hopper, ¿no os
parece?
—Deberíamos ir a comprobarlo.
   Deberíamos




                                —Hoy es viernes —recordó Yumi Ulrich y
                                                             Yumi—.
yo podríamos salir mañana por la mañana, bien pronto, y volver por la noche.
Puedo decirles a mis padres que este finde me quedo aquí en el Kadic, con una
compañera...
Jeremy la miró por encima de sus gafas.
— ¿Y haceros un viaje hasta Bruselas vosotros so
                     je                         solos? ¿A otro país? ¡Yumi,
acuérdate de cómo acabó la otra vez!
La última tarde antes de que se acabasen las vacaciones de Navidad, los
                                             vacaciones
muchachos habían atravesado media Francia en busca de un misterioso indivi
                   atravesado                                           indivi-
duo, Philippe Broulet, que luego les había revelado la existencia de la
habitación secreta de La Ermita. El único problema había sido el viaje de
vuelta, cuando un revisor de lo más quisquilloso había llamado a la policía,
puesto que eran «menores sin acompañan
                                acompañante». Más que una aventura, había
sido toda una desventura.
                   ventura.
—Tendremos mucho cuidado... —bufó Yumi—, y además, son sólo un par de
   Tendremos                                     ,
horas de tren. Todo va a ir a pedir de boca, ya verás.
—Pero ¿qué crees que vais a encontrar?
—La primera vez descubrimos una habitaci secreta. Y ahora, quién sabe,
   La                                 habitación creta.
pero podría ser realmente importante.
Aquella noche, en el comedor, Ulrich terminó de escuchar a Yumi en silencio.
                                                      cuchar
— ¿Un viaje tú y yo solos? —añadió después.
—Sí.
— ¿A Bruselas?
—Sí.
Ulrich sonrió, recordando el famoso argumento «no somos sólo amigos» que
había tratado de exponerle a la muchacha tan sólo unos pocos días antes.
                        nerle
— ¡Por mí, estupendo!
— ¡Eso no es justo! —Murmuró Odd, que estaba terminando de comerse su
                         Murmuró
segundo filete de pollo, con la boca llena ¡Yo también quiero ir!
                                      llena—.           ién
—Claaaro, pero te recuerdo que tú estás castigado —le soltó Ulrich Lo
   Claaaro,                                                    Ulrich—.
lamento, pero tenemos que ir Yumi y yo. Solos. De hecho, somos los únicos
que aparentamos unos cuantos años más.
Su sonrisa se ensanchó de oreja a oreja. Era una espe ie de sueño que se hacía
                                                  especie
realidad. Ellos dos, por fin con algo de tiempo para hablar. Yumi también
                                 algo
estaba sonriendo.
Ulrich se levantó.
—Dejadme sólo que llame a casa. Llevo unos cuantos días sin hablar con mis
   Dejadme                                      cuantos
padres, y no me gustaría que llamasen al colegio justo mañana, cuando no voy
a estar. Si ficho esta noche, luego se quedarán servidos para tres o cuatro días.
Salió del comedor, saludó a Jim Morales, que estaba esperando a Odd en el
                                                  taba
pasillo para acompañarlo de vuelta a su cuarto, y luego se encaminó hacia el
                         lo                                  encaminó
parque desierto. El muchacho iba sin chaqueta, y hacía un frío que cortaba
                                                    hacía
hasta el alma, pero de todas formas él tenía mucho calor. ¡Un viaje con
Yumi! ¡Una aventura con ella! ¿Qué más podía pedir?
Cogió el móvil y marcó el número de casa.
—Hola, papá, soy yo, Ulrich.
   Hola,




                               La voz al otro lado de la línea sonaba molesta.
Hacía una semana que no hablaban, y su padre parecía mosqueado. Al
                                                parecía
parecer, las cosas estaban yendo peor que de costumbre en su casa.
—Ulrich. ¿Qué tal te va con el colegio? ¿Has sacado malas notas?
El muchacho sintió cómo la rabia le calentaba las mejillas. Su padre siempre
estaba con ésas: el colé y las notas. No le interesaba nada más.
—Lo normal —respondió.
— ¿Qué significa «normal»? ¿Has sacado malas notas, o no?
—Notas normales, papá...
— ¿Quieres decir tus suspensos normales? ¿Tu normal incapacidad para sacar
una nota decente, de modo que te acaban suspendiendo? ¿Tu...?
Ulrich oyó cómo su madre empezaba a gritar.
— ¡DÉJALO TRANQUILO! ¿No te das cuenta de que siempre estás encima
de él?
— ¡YO NO ESTOY ENCIMA DE NADIE! —gritó su padre, haciéndole daño
en el tímpano—. ESTOY EN MI DERECHO DE SABER SI...
—Papá, déjalo —susurró el muchacho—. Todo va bien. Y punto —pero sus
padres ya habían dejado de hacerle caso.
— ¡POR TU CULPA ES POR LO QUE NO LLAMA NUNCA! —acusaba su
madre.
— ¡Y POR TU CULPA NUESTRO HIJO NO DA UNA A DERECHAS!
Ulrich escuchó en silencio la pelea, que se fue volviendo cada vez más fuerte.
Ruidos de sillas arrastradas, de un puño que golpeaba la mesa. Suspiró y col-
gó sin despedirse siquiera. Tras aquella alegre charla en familia, sus padres se
borrarían del mapa durante un buen tiempo.
Por lo menos podía irse tranquilo.
Lyoko. Esta vez Aelita se encontraba en el sector del bosque, rodeada de
altos árboles idénticos entre sí, con la copa verde recortándose contra el cielo
amarillento. No había ningún ruido de hojas, ni un soplo de viento. Ella había
adoptado nuevamente el aspecto de una elfa, y notaba la desorientación que
sentía siempre cuando pasaba de la realidad al mundo virtual.
Se dio la vuelta. La Scyphozoa. El monstruo de X.A.N.A. parecía un
gigantesco cucurucho de helado transparente, de una sustancia a medio
camino entre el cristal y el metal. El cerebro rosa y asqueroso del monstruo
flotaba dentro de él, oculto en parte tras el símbolo de X.A.N.A. Y luego
estaban los tentáculos, que salían del cuerpo del monstruo y ondulaban en el
aire en dirección a ella.
Aelita echó a correr. La Scyphozoa era la criatura más peligrosa de todas las
que controlaba su enemigo. Absorbía los recuerdos. Y ella no quería volver a
perder la memoria. Ah, no, otra vez no.
Cogió velocidad, lanzándose entre los árboles, y el murmullo de la Scyphozoa
se transformó en un gruñido ahogado. Sin parar de correr, Aelita echó una
mirada por encima de su hombro. El monstruo se había transformado ahora en
un perro, un enorme mastín con las fauces abiertas de par en par y los dientes
manchados de sangre.
Ya estaba casi a punto de alcanzarla. Era
cuestión de segundos.
Aelita no se dio cuenta de que de repente el suelo empezaba a desaparecer
                                              suelo
ante ella, transformándose en un mar digital del mismo color ocre del cielo.
Terminó por caer en él, gritando.
La muchacha abrió los ojos de golpe. Otra pesadilla. Estaba vestida con su
                                             pesadilla.
pijama de siempre, embarrado e impregnado por el apestoso olor de las
                        barrado
cloacas. Pero no se encontraba en las cloacas.
Estaba echada en un charco de luz, sobre un suelo de cemento. Las bombillas
                                               suelo
que colgaban del techo estaban encendidas sólo donde se hallaba ella, y de-
jaban a oscuras el resto del túnel.
Se levantó, temblando, y avanzó un par de pasos. Unas luces se encendieron
delante de ella, y otras se apagaron detrás de su espalda. Siguió caminando.
¿Se trataba de nuevo de un sueño, o esta vez se encontraba en la
realidad? ¿Había tenido otro ataque de sonambulismo? El túnel se fue
estrechando lentamente, sus paredes se volvieron rectilíneas y la mu
                   mente,                                          muchacha
empezó a reconocer aquel sitio. La Ermita.
Mientras dormía se había metido en el pasadizo secreto que llevaba desde el
Kadic hasta las cloacas, y luego hasta la casa que había sido de su padre. Pe
                                                                           Pe-
ro ¿por qué lo había hecho? ¿Y por qué los perros que habían atacado
a Kiwi se metían en sus sueños junto con los monstruos de X.A.N.A.?
Aelita tenía la impresión de que había una razón secreta que todavía se le
                              que
escapaba. Suspirando, decidió detenerse. Llegar hasta La Ermita de noche,
sola, no era un plan muy atractivo. Especialmente si andaba por ahí el hombre
                                                        andaba
misterioso que ya había agredi al padre de Odd. Sonaba mucho mejor
                          agredido                             ucho
volverse a un lugar seguro, como por ejemplo su cama.
Mientras desandaba sus propios pasos, reflexionó: antes que nada, tenía que
                                         reflexionó:
hablar con Richard.



                     11
           UN MOSNTRUO EN CASA DE YUMI

Ulrich y Yumi se bajaron del tren y se vieron inmediatamente engullidos por
                                                 inmediatamente
un mar de gente en movimiento. La estación era gigantesca, toda de mármol y
cristal, y aun así parecía a reventar. Por todas partes se aglomeraban hombres
                                                           aglomeraban
de negocios, bien trajeados y encorbatados, armados con móviles de última
                  n
generación y maletines de cuero. Bruselas daba la impresión de ser una ciudad
muy seria y muy ocupada.
— ¿Tú has estado aquí alguna vez?
—Sí. Varias.
—Estupendo, porque yo nunca he estado ni cer ¿Qué hacemos?
  Estupendo,                                  cerca.
—Yo diría que desayunar —propuso Yumi—. Y luego vamos a coger el
  Yo                                           .
metro y tratamos de llegar a la... ¿cómo se llama?




                                 —Rué Camille Lemonnier.
—Perfecto.
Se infiltraron entre la muchedumbre que rodeaba uno de los puestos de la
estación y lucharon salvajemente por hacerse con dos fragantes cruasanes,
                      salvajemente
después de lo cual siguieron las indicaciones hasta llegar al metro y estudiaron
    pués
con atención el trayecto: un transbordo, la línea amarilla y luego la verde.
Mientras trataba de orientarse con el mapa, Ulrich estuvo a punto de perder a
      tras                      con
Yumi, que se vio arrollada a empujones por un río de abogados en su
                               empujones
uniforme de guerra. La rescató estirando un brazo.
—Pero ¿será posible que haya toda esta gente?
—Bueno, aquí se encuentra la sede de la Comi
                                           Comisión Europea, así que es normal
que haya un poco de jaleo —respondió la muchacha, que acababa de con    con-
seguir agarrarse a su brazo.
Después de hacer el viaje subterráneo más apretados que una loncha de jamón
                                             apretados
en un bocadillo, los dos muchachos empezaron a recorrer las amplias calles de
                                                    recorrer
la ciudad cogidos de la mano. La multitud parecía haberse desvanecido en la
nada, y se respiraba un aire tranquilo y sereno, hasta el punto de que por un
momento Ulrich dejó de pensar en que estaba haciendo un viaje para ayuda a
                                                                        ayudar
Aelita. Aquéllas eran sus vacaciones, suyas y de Yumi. Estaban juntos en una
ciudad espléndida, completamente solos. ¿Qué más podía pedir?
                          pletamente
La Rué Lemonnier era una calle normal de anchas aceras arboladas y
condominios residenciales. Algu
                              Algunos de ellos eran modernos, y otros debían de
remontarse a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. La dirección que
       tarse
buscaban correspondía a un edificio de este último tipo, con la fachada de un
blanco sucio y ventanas altas. El portal tenía una pesada puerta de meta
                                                                     metal,
blindada y del color del hierro, y junto a ella había un portero automático con
                                                había
tres hileras de timbres.
— ¿Qué nombre hay escrito en la nota? —preguntó Yumi.
—Madame Lassalle. Podría ser una amiga de la profesora Hertz.
   Madame
—Lassalle. Aquí está —  —dijo Yumi mientras señalaba un nombre del
                                                      ba
telefonillo—. Yo llamo, a ver qué pasa.
              .
No pasó nada. Ninguna respuesta. Lo intentó de nuevo, con el mismo
resultado.
—Prueba con otro timbre —propuso el muchacho, y terminaron llamando a
   Prueba                                      cho,
todos ellos, uno tras otro, esperando. Nada.
—Me parece que no tenemos suerte —susurró
   Me
Yumi.
-¡Ey, chicos! —los llamó una voz.
                los
Ambos se dieron media vuelta como accionados por el mismo resorte. Un
anciano con una ridícula boina marrón sobre la cabeza estaba avanzando ha
                                                                        hacia
ellos, empujando una bicicleta de aspecto anticuado, pero que resplandecía
                                           anticuado,
con un llamativo color rojo, como si acabasen de pintarla.
—Perdone, ¿está hablando con nosotros? —le preguntó Yumi.




                                 —Sí —dijo el señor. Siguió caminando
tranquilamente, un paso tras ot hasta que llegó junto a ellos, al pie del
          mente,              otro,
portero automático. Después sonsonrió—. Es inútil que llamen. No les va a
                                        .
responder nadie.
— ¿Cómo puede ser? —   —Ulrich clavó la mirada en el telefonillo repleto de
nombres, sintiéndose algo confuso ¡Mire cuánta gente vive aquí! Estamos
                            confuso—.
buscando a esta señora, Madame Lassalle...
—Jovencito —se rió el vejete , yo vivo en esta calle desde 1936. He visto la
                         vejete—,
Rué Lemonnier bombardeada y reducida a escombros durante la guerra. Y le
                         deada
puedo asegurar, con absoluta certeza, que en este edificio nunca ha vivido
                               certeza,
nadie. Hace tiempo era del gobierno. Luego, después de la guerra, lo
compró una empresa yanqui. Pero nadie ha venido aquí jamás a vivir ni a
                                                            más
trabajar, salvo por algunos períodos de pocas semanas.
—Pero... —Yumi estaba descorazonada un edificio así debe de valer un
                         a descorazonada—,
montón de dinero.
—Puede decirlo bien alto, señorita, pero... —el anciano bajó la voz, con los
   Puede
ojos brillándole como cuando se confía un secreto . En mi humilde opi
                                            secreto—.                  opinión,
no fue ninguna empresa la que lo compró de verdad. Servicio secreto. Ejem.
No sé si me explico.
— ¡¿El servicio secreto?! —Ulrich detestaba repetir las cosas, pero no daba
                                                   tir
crédito a sus oídos.
—Lo sé, lo sé. A vosotros os viene a la cabeza James Bond y toda esa gente.
   Lo                                           James
Pero debéis saber, chicos, que los servicios secretos existen de verdad. Y
                       cos,
durante la guerra funcionaban a pleno rendimiento.
Yumi sonrió.
—Muchas gracias, señor. Ha sido usted muy amable.
   Muchas
— ¡No hay de qué, mujer! Es un placer poder pegar la hebra de vez en
                                                pegar
cuando —dijo el vejete antes de alejarse agitando la mano en señal de
                 l
despedida.
Ulrich soltó una risita socarrona.
—Para mí que está algo tocado del ala.
—Puede que sí, pero tiene razón: no nos ha respondido nadie. Y
   Puede                                     respondido
ahora, ¿qué hacemos?
El Café au Lait era un bar mod
                            moderno, con una barra negra, brillante y
                                                       gra,
de ángulos rectos, y unas pocas mesitas demasiado estrechas como para
resultar cómodas. Aelita llegó un poco tarde, y encontró a Richard ya sentado,
con la PDA sobre la mesa y una humeante taza de té a su lado. Tenía cara de
estar hecho polvo.
— ¿Hace mucho que me estás esperando? —Preguntó la muchacha He
                                                  guntó muchacha—.
tenido algunos problemillas para salir del Kadic.
—Qué va —respondió él con una sonrisa torcitorcida—. Anda, pídete algo de
                                                    .
beber.
Aelita le pidió a la camarera un ch
                                 chocolate y se sentó junto a Richard para
poder echarle un vistazo a la pantalla de su diminuto ordenador. Ahí estaban
todavía aquellos códigos en Hoppix. ¿Serían los mismos que habían
  davía                                               mos
encontrado en el sobre de la profe
                              profesora Hertz? ¿O a lo mejor eran otra pieza del




                                mismo programa? Tenía que acordarse de
pedirle a Jeremy que lo comprobase.
Mientras ella se concentraba en la pantalla, Richard la miraba fijamente.
Después le rozó una mano.
— ¿Puedo preguntarte por qué querías verme?
—Me parecía que era lo mínimo —se justificó ella—. Después de todo, para ti
   Me                                                   .
la otra noche debió de haber resultado un auténtico choque. ¡En fin, es
                                                                     estabas
convencido de que te ibas a encontrar a una chica de tu edad! Y en vez de
eso...
—Todavía no consigo creerme que tú seas... ella. La Aelita que yo conocía,
   Todavía
quiero decir. Por supuesto, eres idéntica, pero... —Richard bajó la voz—.
Es imposible. ¡Todo el mundo crece! A lo mejor soy yo, que me estoy
volviendo loco.
—Existe una buena razón, Richard —dijo Aelita mientras estrechaba con
   Existe                              dijo
fuerza los delgados dedos del muchacho . Yo soy la auténtica Aelita, y no
                               muchacho—.
me he hecho mayor. Me gustaría tanto contártelo todo... pero todavía no sé si
                                                           pero
me puedo fiar al cien por cien, así que, por favor, trata de comprenderlo.
Tengo miedo.
Era el momento de empezar a explicarle de ver
              nto                             verdad por qué le había pedido
aquella cita. Durante las vacaciones de Navidad, por motivos que todavía no
había conseguido comprender, Aelita había sufrido una extraña amnesia, y
todos sus recuerdos de Lyoko se habían esfumado. Jeremy y los demás la
                                          esfumado.
habían ayudado, grabando con más paciencia que un santo un videodiario en
el que le contaban todo lo que había pasado desde el momento en que Jeremy
                                 había
había encontrado por casualidad la antigua fábrica.
Pero ¿y antes de eso? Aelit no tenía ningún recuerdo de cuando vivía con su
                       Aelita                    cuerdo
padre en La Ermita e iba a la misma clase que Richard. Ni siquiera recorda
                                                                     recordaba
la cara de su madre, Anthea. Pero Richard podía echarle una mano.
El muchacho parecía contento de poder contarle todo, y empezó a hablar de su
clase, sus profesores... Aelita y Richard habían sido amigos del alma, tal y
como creía serlo ahora de Jeremy, y él recordaba montones de detalles: largas
                                                        tones
tardes en las que Hopper los ayudaba a hacer los deberes en el enorme salón
de La Ermita, excursiones del colegio, alegría.
          mita,
—De todas formas, ya por aquel entonces eras una chica rarita —
   De                                                            —comentó a
cierta altura Richard—. A veces desaparecías durante tardes enteras, sin
                         . veces
explicarme nunca nada. Me decías que te ibas a trabajar con tu padre pero que
         me                                                      padre,
era un proyecto secreto y no podías contármelo ni siquiera a mí. Y luego,
                               podías
el último curso que pasaste conmigo, empezaste a frecuentar a un nuevo
              so
amigo. Lo llamabas Señor X, y me decías que era muy simpático y estaba
muy solo, y que tú tenías que ayudarlo a descubrir cómo funcionaba el
mundo. Cuando hablabas de él te brillaban los ojos.
»Y yo... —Richard se sonrojó . Estaba coladito por ti en aquella época, ¡y
            Richard sonrojó—.
me ponía tan celoso! Me imaginaba a ese Señor X como un chaval extranjero
del que te habías enamorado locamente... y tú tenías mucho menos tiempo
para jugar conmigo... ——hizo una breve pausa, y luego siguió hablando Y
                                                               hablando—.




                                 después tus visitas al Señor X se fueron
haciendo cada vez más frecuentes, y durante una época tu padre de de venir
                                                                   dejó
a darnos clase, y tú tampoco venías. Hasta que un buen día desapareciste. Yo
te estaba esperando, porque teníamos un examen que nos habíamos estudiado
               rando,
juntos, pero tú no viniste. Esa tarde, cuando fui corriendo hasta La Ermita, me
encontré con las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto. Y ya no volví a
verte jamás. Hasta la otra noche.
Era el 6 de junio de 1994, el día en que Hopper había terminado de trabajar en
el proyecto Lyoko y había huido al mundo virtual, llevándose a su hija
consigo. Y apagando el superordenador, que iba a permanecer así, inactivo,
                    do
hasta la llegada de Jeremy.
Aelita miró a Richard, y el muchacho le devolvió la mirada. Por la pantalla de
la PDA seguían pasando aquellos códigos en Hoppix. Alguien había activado
esa alarma (porque la muchacha sentía que aquellos códigos eran
                  e
una alarma), de forma que él fuese a La Ermita a ayudarlos.
De alguna manera, su padre había pensado que Richard era la persona
adecuada para estar cerca de ella en un momento difícil, y Aelita sentía que se
encontraba frente un muchacho especial, que podía entender todo aquello.
   contraba                                        entender
Empezó a hablarle de Lyoko.

Uf.
Hiroki Ishiyama llevaba un par de horas despierto, y estaba echado en su
dormitorio, con el pequeño televisor que tenía sobre el escritorio encendid
                                                                   encendido,
retransmitiendo el millonésimo episodio de unos dibujos animados que ya
  transmitiendo                                    dibujos
había visto demasiadas veces.
Entre semana, su hermana se pasaba todo el día en el colegio, pero el sábado y
el domingo, por lo general, estaban juntos y ella jugaba un poco con él. Pero
ahora, en cambio, el chiquillo se encontraba solo. Sus padres todavía estaban
                                              solo.
en la cama, porque el fin de semana les encantaba levantarse algo tarde, y
desde que lo habían herido, Kiwi dormía durante todo el día. Así que Hiroki
                                                     do
no tenía nada que hacer.
Pero en aquel momento oyó ladrar al perrito en el piso de abajo. Eran ladridos
rápidos, enfadados. Hiroki levantó la cabeza: los gruñidos de Kiwi habían al-
                       roki
canzado una tonalidad agudísima, aterrorizada.
Los ladridos del perro fueron enloqueciéndose cada vez más, hasta que
                              enloqueciéndose
cesaron de golpe. Hiroki se puso en pie de un salto y se acercó a la puerta de
su habitación. La casa estaba en silencio. Tal vez incluso demasiado. Bajó la
manija de forma que no hiciese ningún ruido (era una técnica que había
aprendido cuando le gastaba bromas a Yumi), y se quedó agazapado detrás de
   rendido                                                     zapado
la puerta, esperando.
Oyó unos pasos, el ruido de unas pesadas botas que subían por las escaleras.
No eran sus padres, ni ningún amigo suyo: se habrían quitado los zapatos.
Nadie podía entrar en una casa japonesa con un objeto impuro y sucio... salvo
           ía                                    objeto
un ladrón.




                                Hiroki dejó de respirar, totalmente inmóvil, sin
atreverse a asomar ni siquiera un pelo al otro lado de la delgada hoja de la
puerta. Los pasos terminaron de recorrer las escaleras y cruzaron el pasillo,
pasando por delante del cuarto de Yumi, y luego del suyo. Después
      do
prosiguieron hasta el dormitorio de sus pa
                                        padres.
El chiquillo oyó una voz que decía: «No me digáis que no os acordáis de
mí... », y luego un gritito asustado de su madre. Después, simplemente, nada.
Alteradísimo, Hiroki salió de su cuarto, y vio al fondo del pasillo un ser alto
con un impermeable ajustado y unas manos enormes, llenas de pantallas y de
lucecitas. Las mantenía apoyadas sobre las cabezas de sus padres, que aún
estaban en pijama y parecían haberse desmayado.
Hiroki no sabía si aquello era un hombre o un monstruo, pero estaba seguro de
que era demasiado grande como para enfrentarse a él por su cuenta. Ne-
cesitaba ayuda.
Se escabulló escaleras abajo, doblado por la mitad y callado como un muerto.
En el salón, Kiwi estaba inmóvil dentro de su cesta, pero respiraba. El hombre
misterioso debía de haberlo drogado. Se puso los zapatos y cogió al perrillo en
brazos. Luego abrió la puerta de la entrada y salió disparado. ¿A quién podía
avisar? ¿Quién podía ayudarlo?
Odd acababa de colgar el teléfono. Su madre lo había llamado para decirle que
su padre se encontraba mejor, que los del hospital le habían dado el alta y ya
estaba de vuelta en casa. Por suerte. El muchacho consideró por un momento
la posibilidad de volver a dormirse, pero luego oyó que llamaban a su puerta.
Se acercó a abrir y se topó con el hermanito de Yumi, que llevaba a Kiwi en
brazos y tenía una mirada aterrorizada.
—jHiroki! Pero ¿qué haces aquí?—exclamó Odd al tiempo que el perro le
saltaba al cuello para lamerle la cara—. Oye, oye, estate quieto. No deberías
haberlo traído aquí... ¿y Jim? —dijo antes de asomar la cabeza para
comprobar si había alguien por el pasillo. Nadie, por suerte.
Hiroki estaba dando saltitos de un pie a otro.
— ¡ODD! —Explotó— ¡NECESITO
AYUDA! ¡UNMONSTRUOHACOGIDOAMISPAPÁS!
—Más despacio, Hiroki. Cuéntame qué ha pasado.
El chiquillo logró balbucear una explicación más bien confusa, y Odd se
rascó la barbilla. El hermano de
Yumi no era uno de esos niños que se inventan historias fantasiosas... y lo que
le contaba se parecía mucho a lo que le había pasado a su padre el día
anterior...
—Vamos a avisar a Jeremy, y luego corremos a tu casa.
— ¡Pero yo quiero a Yumi! —Protestó el chiquillo—. ¿Dónde está mi
hermana?
—Es una larga historia. Tú confía en mí, y sígueme.
El niño prodigio se encontraba en su cuarto, totalmente concentrado en el
expediente de Waldo Schaeffer. Los muchachos entraron en la habitación
como dos ciclones, y Odd le explicó en dos patadas la situación. Mientras los
tres salían de nuevo al pasillo, el móvil de
                                                             llo,
Jeremy empezó a sonar. Era Ulrich, que lo llamaba desde Bruselas.
— ¿Qué te ha dicho Jeremy? —preguntó Yumi.
El muchacho se encogió de hombros.
                      ogió
—Sugiere que hagamos unas cuantas fotos de la cerradura y se las mandemos.
   Sugiere
Esta tarde o esta noche nos explicará qué herramientas comprar, y cómo des    des-
cerrajarla.
— ¿Vamos a forzarla? ¡Pero eso es delito! —Protestó Yumi—. Esta vez nos
                                                                  .
arriesgamos a terminar en la cárcel de verdad. Además, si resulta ser un
edificio de algún servicio secreto, ¿te imaginas la cantidad de cámaras y
micrófonos que podría haber ahí dentro? Y...
—Y, sobre todo —la interrumpió Ulrich con una sonrisa—, eso sign
                     la                                       ,      significa que
pasaremos la noche aquí. No creo que dos menores puedan pillarse una habi    habi-
tación en un hotel.
—Mmm —le respondió Yumi—, en realidad eso no es un problema. ¿Te
                                   ,
acuerdas de que te he dicho que yo he venido a menudo a Bruselas? Pues eso
es porque aquí vive una amiga de mi madre. Es una tía legal. Estoy segura de
que nos hospedará, y, desde luego, no va a irles con el cuento a mis padres.
—Entonces, perfecto —   —concluyó Ulrich—. Al parecer sólo necesitamos
                                                    recer
sacarle un par de fotos a esta dichosa cerradura, y luego podremos estar de
                                        cerradura,
vacaciones el resto del día.
     ciones
Así era. Y la idea no le parecía nada mal a ningu de los dos.
                                              ninguno
Hiroki metió la llave en la puerta de su casa, abrió y se puso un dedo delante
de los labios para ordenar a Odd y Jeremy que no hiciesen ruido. Ambos
                    ordenarles
muchachos entraron detrás de él, quitándose los zapatos. El niño dejó a Kiwi
                                                     patos.
sobre el sofá del salón.
— ¿Puedo hacer algo por vosotros? —preguntó la madre de Hiroki mientras
salía de la cocina.
Estaba vestida de punta en blanco, con un elegante traje de chaqueta de los
                                                gante
que se ponía para ir al trabajo. A través de la puerta entreabierta de la coci
                                                                           cocina
se veía al padre de Hiroki, que también llevaba traje y corbata.
Jeremy se retorció las manos, en busca de algo inteligente que decir.
— ¿Puedo hacer algo por vosotros? —repitió la señora, desplegando una
amplia sonrisa, y entonces Hiroki le saltó al cuello.
—Mamá, mamá, ¿estás bien?
—Claro. ¿Puedo hacer algo por vosotros?
Jeremy y Odd saludaron tímidamente a la señora Ishiyama, que les
respondió con una sonrisa silenciosa y los ojos perdidos en la inmensidad.
                            silenciosa
—Si no os hace falta nada, me vuelvo a cocinar —concluyó la madre de Yumi
  Si
con un tono de voz carente de expresión.
                     rente
Los muchachos se encontraron en el salón solos y perplejos.
— ¡Yo no os he mentido! —Anunció Hiroki—. Había un monstruo, en serio.
     o                                            bía
—Oh —le respondió Jeremy no tengo la menor duda. Contadme, ¿no
                     Jeremy—,                 nor
habéis notado nada raro?
Los otros dos negaron con la cabeza.




                                —Parece como si no hubiese reconocido a
                                    Parece
Hiroki —les explicó el muchacho Y ni siquiera nos ha preguntado por
                         muchacho—.                            guntado
Yumi.
—Es como si estuviesen confusos —dijo Hiroki.
   Es
—Los mismos síntomas de mi padre —asintió Odd—. Han perdido la
   Los                                                  .
memoria, y dicen cosas rarísi
                         rarísimas.
—Echemos un vistazo por la casa —propuso Jeremy—. Tal y como están, no
   Echemos
creo que se den ni cuenta.
Subieron las escaleras y entraron en la habitación de los padres de Yumi. La
cama estaba hecha, y el parqué, limpio y reluciente. Miraron por todas partes,
hasta debajo de la cama, pero no había ni una simple mota de polvo o una
                                                       mota
huella embarrada.
También les echaron un rápido vistazo a las habitaciones de Yumi y de
                                              habitaciones
Hiroki, pero todo estaba en orden.
—Bajemos al jardín —propuso Odd.
                        propuso
Se despidieron de los señores Ishiyama y salieron al aire libre. Kiwi los siguió,
tambaleándose.
—Trata de describirnos bien a ese hombre miste
   Trata                                    misterioso —dijo Jeremy.
                                                          dijo
— ¡Os digo que era un monstruo, no un hombre! —empezó Hiroki.
—No creo —lo interrumpió Jeremy— que lo que ha entrado en tu casa fuese
              lo
un monstruo. Probablemente sería un hom
                        mente           hombre que parecía un monstruo.
El niño cerró los ojos para concentrarse bien, y luego les habló de la silueta
alta con el impermeable oscuro y los guantes luminosos.
—Kiwi se puso a ladrar, y luego se durmió de golpe. Debe de haber utilizado
                                                   pe.
un spray soporífero —concluyó.
                        concluyó.
—Estaba preparado para entrar aquí
   Estaba                        aquí—sentenció Odd.
En aquel momento un ladrido de Kiwi los distrajo. El perrillo estaba
olfateando el césped del jardín, y gañía, asustado. Los muchachos se
acercaron y vieron la huella de un zapato profundamente hundida en la tierra.
                ron                        profundamente
Pertenecía a algún tipo de bota militar con la suela bien gruesa. Junto a ella
había confusas pisadas de perros.
12
                  DEMASIADOS MISTERIOS
El gran reloj que destacaba sobre el edificio principal ce la academia Kadic
dio las doce campanadas que indicaban la medianoche. En su habitación de la
residencia, Jeremy oyó aquel sonido lúgubre y se resig a encender la luz.
                                                   resignó
Aquella noche le resultaba imposible co
                                      conciliar el sueño.
Se levantó de la cama y llegó hasta su escritorio. Cogió un bolígrafo y una
hoja de papel y empezó a nacer una lista de todos los problemas que habían
surgido y la información que habían conseguido hasta ese momento.




                                1. Profesora Hertz. ¿Qué sabe de
Hopper? ¿Por qué tenía guardado un expediente sobre él? ¿Qué significan
los códigos?¿Y la dirección de Bruselas?
Suspiró. Una ristra de preguntas... y acababa de empezar.
2. El hombre de los perros. ¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Por qué parece que la
tiene tomada con los padres de Odd y Yumi? ¿Les tocará ahora también a los
                          dres
demás?
Aquel pensamiento lo dejó helado. Cuando Jeremy era pequeño, sus padres
habían vivido en la ciudad, pero se habían mudado poco antes de que él
                             pero
empezase a ir al colegio. El hecho de que viviesen lejos podía man
                        io.                                    mantenerlos a
salvo... ¿o tal vez no? Pensándolo mejor, los padres de Odd también vivían en
otra ciudad...
Trató de no pensar en eso, y prosiguió con la lista.
3. Richard. ¿Por qué han aparecido todos esos código en su
                                                   códigos
ordenador? ¿Ha sido Hopper el que se los ha enviado? ¿Por qué Aelita lo
mira como si fuese un dios?
Jeremy resopló, y borró la última frase. No resultaba pertinente. La muchacha
                                                  taba
le había contado que por la mañana había visto a Richard en un café, y él
había sentido cómo le hervía la sangre... pero eso no tenía importancia. De
momento.
4. Hopper. ¿Qué significaba el vídeo que nos hizo encontrar? ¿Qué debemos
hacer para ayudar a Aelita a localizar a su madre?
5. X.A.N.A.
Y en aquel punto Jeremy se q quedó bloqueado, con el bolígrafo suspendido
sobre el blanco del papel. X.A.N.A. había sido derrotado. De eso, por lo
menos, estaban seguros. ¿O no?

Odd tampoco conseguía pegar ojo. En su cabeza, los ojos apagados del señor
Ishiyama se superponían a los de su padre, dulces y entrecerrados.
Él era un muchacho alegre, y siempre estaba de buen humor, pero aquel
asunto lo estaba afectando bastante. Alguien había llamado a su puerta y había
atraído con engaños a su padre hasta el jardín para hacerle algo. A esas alturas
el muchacho ya estaba seguro de que no se trataba de un secuestro. De ser así,
los padres de Yumi habrían corrido la misma suerte. Por lo tanto, la pregunta
realmente importante era distinta: ¿qué quería el hombre de los perros? Tenía
algo que ver con aquellos guantes luminosos, eso estaba tan claro como el
agua, aunque no fuese más que un clavo ardiendo. Y tal vez tuviese que ver
también con la capacidad de desaparecer de los vídeos que Jeremy había
                                                   vídeos
grabado en La Ermita.
De golpe y porrazo le vol
                        volvió a la cabeza la extraña tarjeta fotográfica que le
había dado su madre en el hospital. Se levantó de la cama y se puso a hurgar
en los bolsillos de su chaquetón. Sacó el cuadradito de plástico gris y lo
observó. No tenía nada escrito, tan sólo tres o cuatro marcas doradas en un
                                                 cuatro
lado.




                                Odd resopló. Él no entendía nada de estas
cosas, pero Eva parecía bastante ducha en el tema. En el fondo, gracias a ella
había descubierto la imagen del hombre de los perros en los vídeos de La
Ermita. Seguramente podría a
           guramente         ayudarlo a descubrir también qué se escondía en
aquel par de centímetros cuadrados de plástico. Y además, al día siguiente era
domingo, la ocasión perfecta para ir a verla a su casa. Iba a poder conocer a
                                                              poder
sus padres y pasar un rato con ella... ¡Estupendo!
Rebuscó en medio del caos absoluto de su escritorio hasta que encontró el
                                             escritorio
trocito de papel en el que había copiado la dirección y el número de la mucha
                                                                        mucha-
cha cuando finalmente había tenido que lavarse la mano.
Ahí estaba: Rué André Rene. Ya eran las dos, pero decidió intentarlo de todas
formas. Cogió el móvil y marcó el número de Jeremy, que respondió al primer
toque.
—Ah, así que tú tampoco estabas durmiendo.
—No —le respondió su amigo estaba estudiando cómo forzar la cerradura
                         amigo—,               diando
del portal para explicárs a Ulrich y Yumi.
                     cárselo
— ¡Nuestro bucanero informático! —Rió Odd—. Sólo quería decirte que
                                                    .
mañana por la mañana no nos vamos a ver. Tengo intención de hacerle una
visita a Eva.
— ¿Qué estás tramando? —la voz de Jeremy se había vuelto seria de
                             la
inmediato.
—Nada, nada, no te preocupes —respondió, evasivo, el muchacho.
      da,                                          sivo,
—Odd, no estarás dejando que esa chica te coma la cabeza, ¿no?
   Odd,
— ¿Y qué si lo hago? ¡Es una buena chica! —no le dijo nada de la tarjeta
                                                 no
fotográfica. Si Jeremy le echa el ojo encima, seguramente habría sabido
                          echaba                            e
decirles qué hacer con ella, y él ya no habría tenido una excusa para ir a ver a
                                                              sa
Eva.
Su amigo suspiró.
—De modo que tienes intención de escaquearte otra vez de tu castigo.
   De
—Puedes apostar por ello, majete —dijo Odd, y colgó el teléfono.
   Puedes

El domingo por la mañana el cielo estaba cubierto de grandes nubarrones
negros que presagiaban lluvia, pero eso, por supuesto, no bastó para detener
a Odd.
La Rué André Rene era una calle amplia y larga, con dos hileras de altos
plátanos que, sacudidos de un lado a otro por el fuerte viento, parecía que
estuviesen a punto de descuajarse y salir volando. Además de los árboles,
     viesen
había dos filas de casitas pequeñas pero ordenadas, con los tejados negros y
                           pequeñas
las paredes de madera pintadas de blanco.
«Vaya día de perros», pensó Odd, y se estremeció. Un rayo destelló en el
                                                 ció.
cielo, rasgándolo por la mitad. Y después llegó el trueno. Una gran gota de
lluvia se estampó contra la nariz del muchacho. Y luego, otra más.
                                                     luego,
Echó a correr a lo largo de la calle, en un rápido eslalon entre los árboles
desnudos, poniendo mucho cuidado para no resbalar sobre la acera, que aún
estaba llena de la nieve que había caído durante los días anteriores. Iba
   taba




                                buscando con la mirada los números de los
                                                                meros
buzones de las casas. Treinta. Veint
                               Veintiocho. La lluvia empezó a arreciar más y
más, y en cosa de veinte segundos el muchacho estaba ya empapa con los
                                                            empapado,
cabellos rubios pegándosele a la cara y la ropa pesándole como si fuese de
plomo, dificultando sus movimientos. Volvió a acelerar su carrer Le fasti-
                                                             carrera.
diaba que Eva fuese a verlo así, pero a esas alturas ya no tenía elección. Era
imposible volver al Kadic bajo aquel aguacero torrencial.
Dieciocho. El uno y el ocho estaban dibujados con pintura roja sobre el buzón.
Odd saltó por encima de la valla, que era bastante baja, derrapó en el sendero
                  ma
del jardín, alcanzó la puerta, resguardada por un tejadillo, y llamó al timbre.
No pasó nada. Volvió a intentarlo y luego, para no quedarse con la du lo
                                                                      duda,
pulsó una vez más: jRmiüiiiüüiüüimgl
Por fin, la puerta se abrió. Eva estaba embutida en un chándal de gimnasia
ajustadísimo, y llevaba el pelo peinado en pequeños rizos que le enmarcaban
el rostro.
—Odd —dijo con una sonrisa.
           dijo
—Hola —le respondió el muchacho . Pasaba por el barrio y, verás, se ha
                            muchacho—.
puesto a jarrear... —en aquel mismo instante se dio cuenta de que eran las
                      en
ocho y media de la mañana del domingo ¿No os habré despertado a ti y a
                                  domingo—.
tus padres, verdad? —murmurmuró, alarmado.
—Estoy sola en casa. Mis padres están fuera... por trabajo.
   Estoy

¿Trabajando un domingo? El muchacho prefirió no hacer ningún comentario.
— ¿Te importa si entro un momento para secar
                                        secarme?
—Pasa —asintió ella, apartándose de la puerta . Estás empapado. Quítate la
                                       puerta—.
ropa.

Odd se quedó de una pieza, sin saber qué decir, puede que por primera vez en
toda su vida. ¿Quitarse la ropa? ¡¿De verdad ella le había pedido que
                     se
se... desnudase?!
—Ejem, ¿no tendrás por casualidad algo de ropa de tu padre para prestarme?
—No.
El muchacho miró a su alrededor. De hecho, parecía que en casa de Eva
                                              parecía
Skinner faltaban bastantes cosas, además de la ropa. Apenas había mobiliario.
Desde la puerta se entraba en un pequeño recibidor que daba al salón, un
espacio totalmente desnudo, aparte de un ordenador portátil que había en el
suelo. La cocina, ídem de lo mismo: nada de fregadero, nada de armarios y
nada de fogones. Cuatro paredes y, entre ellas, la nada. Sólo las cañerías del
gas y el agua, que sobresalían de la pared a cierta altura del suelo, y el
calentador.
— ¿Dónde está el baño? —preguntó Odd, estupefacto.
—Por ahí —le señaló Eva , al fondo del pasillo. El pasillo daba a dos
                      Eva—,
dormitorios completamente vacíos. No había ni siquiera una cama. En una
había una maleta rosa con ruedas abierta en medio del suelo que rebosaba de
                                                         suelo




                                ropa, pero nada más. En el baño por lo menos
                                                             año
había un lavabo, un retrete y una toalla que Odd utilizó para arreglarse el pelo.
La chaqueta, la sudadera, los pantalones, los zapatos y los calcetines estaban
calados y totalmente inutilizables, pero la camiseta se había salvado, así que
podía dejársela puesta. Odd se desnudó, sacó la tarjeta fotográfica de la
chaqueta, se anudó la toalla alrededor de la cintura para esconder los
calzoncillos y volvió al salón, donde Eva estaba sentada en el suelo, con el
portátil sobre el regazo.
La muchacha lo estudió con una mirada crítica.
—Estás casi desnudo —murmuró—. No creo que sea muy adecuado.
—Yo tampoco, la verdad—murmuró—. ¡Pero con toda esa ropa empapada
encima me iba a pillar una pulmonía!
—Espera.
Eva se levantó, desapareció en una de las habitaciones y volvió un minuto
después con un chándal de felpa rosa fosforito. Odd se lo puso entre suspiros.
La sudadera le quedaba ajustadísima, y los pantalones eran demasiado cortos.
Nada que ver con el estilazo de James Bond. Viéndolo así de mal vestido, Eva
se iba a reír de él por toda la eternidad.
—La decoración de tu casa es muy... —dijo, tratando de desviar la atención
hacia otro asunto—, ejem, minimalista, diría yo.
Pero enseguida se mordió la lengua. En el fondo, ¿qué sabía él de su familia?
—Por otro lado, os habéis mudado hace poco. Es normal —trató de
arreglarlo—. Aunque es una pena que tengas que vivir en estas condiciones.
Podrías venir a quedarte en la residencia durante una temporada, hasta que
lleguen los muebles, la cocina, las camas y todo lo demás...
—Yo estoy estupendamente —respondió Eva con frialdad.
—Pues claro, estupendamente, ¡yo también estoy de fábula aquí!
Odd se sentó en el suelo junto a la muchacha, con las piernas cruzadas, y le
enseñó la tarjeta de memoria.
—En realidad, Eva, ya que estoy aquí me gustaría aprovechar para pedirte
ayuda con esta cosita. Me la he encontrado, y no consigo entender cómo se
utiliza.
Eva cogió en la palma de su mano la pequeña tarjeta, y la observó durante un
instante, con los ojos brillantes, como si pudiese ver dentro de ella. La
insertó en el ordenador y estuvo tecleando durante unos momentos.
—Sólo hay un vídeo —dijo después—. Ahora lo pongo.
Odd se sorprendió conteniendo la respiración mientras la imagen cobraba
forma, llenando toda la pantalla.
Había una mujer hermosísima vestida con una bata blanca. Tenía las manos y
los pies atados a una silla de madera, y una cascada de pelo rojo y despeinado
le caía sobre el cuello. Una mano masculina metida en un guante negro
superpuso a su imagen la primera plana de un periódico, el Indagateur. La
fecha estaba subrayada en amarillo." 2 de mayo de 1994.
Odd se llevó la mano a la boca, abierta de par en par.
— ¡Este vídeo es de hace un montón de
años! ¡Poco tiempo antes de que Aelita entrase en Lyoko con su padre! Y esa
mujer debe de ser...
La melena pelirroja, la forma de la nariz y de los ojos... estaba seguro: ¡ésa era
Anthea, la madre de Aelita! ¡Secuestrada!
El diario desapareció de la pantalla, devolviéndole el protagonismo a la mujer,
                                       devolviéndole
que empezó a hablar.
—Waldo, estoy bien. No te preocupes por mí: me tienen prisionera, pero todo
   Waldo,
va... —su rostro estaba inundado de una tristeza infinita, y en aquel momen
        su                                                             momento
se dobló por la mitad y empezó a llorar—.
-¿Cómo está Aelita? Oh, cielo, hace tantos años que no la veo... Ahora ya
                                       tantos
irá al colegio. ¿Ha crecido mucho? Me gustaría tanto abrazarla...
La mujer empezó a sollozar.
—Acabemos con esto — ordenó una voz masculina fuera de campo Di lo
                        —le                       culina          campo—.
que tú sabes, y punto.
Anthea alzó la cabeza. En su mirada brillaba el odio más puro contra el
                               mirada
hombre que había hablado, escondido tras la cámara.
—Waldo —dijo—, estos hombres quieren que te diga que tienes que seguir
                    ,
trabajando, ponerle el punto final al proyecto Cartago. Si lo haces, ellos me
liberarán, y podremos estar juntos Aelita, tú y yo, otra vez como una familia.
                 remos
La mujer miró al objetivo, asustada.
— ¡Pero no los escuches! —Añadió después a toda prisa—. No me soltarán
                                                              .
jamás, y tratarán de matarte. ¡Olvídate de Cartago y huye, huye muy lejos...!
La silueta de un hombre entró en el encuadre, de espaldas, y cubrió a Anthea.
Se oyó el ruido de una bofetada. Después, la imagen se disolvió en una ex-
plosión de chispitas blancas y negras, y el vídeo se acabó.
Odd casi tiró al suelo el portátil de Eva al po
                                             ponerse en pie de un salto.
— ¡Tenemos que irnos! ¡Avisar a Aelita y a Jeremy, enseñarles este vídeo!
—No —dijo simplemente Eva.
          dijo
—Pero ¡¿es que no lo entiendes?! —Protestó Odd—. Ésa era Anthea, la madre
de Aelita, y ahora sabemos que está... que estaba viva hace diez años, por lo
menos, y está secuestrada. ¡Jeremy podría analizar el vídeo y descubrir algo!
—No —repitió Eva antes de ponerse de pie.
— ¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —le preguntó Odd, mirándola
fijamente con los ojos co
                        como platos.
La muchacha se metió una mano en el bolsillo. Cuando la sacó, Odd tardó un
par de segundos en comprender qué era aquel objeto que sostenía en su puño.
¡Aquello no tenía ningún sentido! ¿Por qué demonios iba Eva a empuñar una
                                               monios
navaja, con la hoja brillando de forma siniestra, a escasos centímetros de su
                       llando
nariz?
—Tú no vas a ningún lado, estúpido humano —los labios de Eva se movieron,
                                                  los
pero aquella voz no era la de la muchacha: estaba distorsionada, como si
saliese directamente de los altavoces de un ordena
                                            ordenador. Y era masculina.
Profunda.
Odd conocía aquella voz demasiado bien. Era la voz de su enemigo de
siempre. La voz de X.A.N.A.




                                                                   13
                           LA RÉPLICA
Ulrich y Yumi se despertaron pronto y le dejaron una nota a la amiga de los
                                pronto
Ishiyama, una simpática mujer de unos treinta años que se vestía con amplias
faldas de flores un tanto hippies y los había acogido sin hacerles ni una
                                                             cerles
pregunta.
Su casa estaba en pleno centro. Aquella noche hacía llegado el mal tiempo,
                                                 hacía
con unas nubes oscuras y cenicientas que cubrían el cielo y amenazaban con
desencadenar un violento aguacero de un momento a otro. Los muchachos
fueron corriendo de una ferretera a otra, en busca de las piezas que Jeremy les
                          ferretera
había descrito en su correo electrónico, y luego se refugia ron en el Bois de la
    ía                                               refugia-
Chambre, un parque a poca distancia de la Rué Lemonnier, para proceder al
montaje.
— ¡Ciento veinte euros! —protestó Ulrich según empezaba a sacar las
herramientas de la mochila Casi nos habría costado menos volvernos al
                    mochila-.
Kadic y hacer que Jeremy nos construyese el cachivache este.
—En vez de quejarte tanto, intenta echarme una mano —sugirió Yumi—. Las
   En                                                       sugirió
instrucciones parecen bastante complicadillas.
Habían comprado un destornillador eléctrico, una serie de agujas y finos
                       destornillador
clavos de hierro, un taladro percutor, unas cuantas pilas y un montón de cosas
más. Ahora el tema era juntarlo todo para darle vida a lo que Jeremy
llamaba «ganzúa eléctrica».
—Pero ¿dónde ha aprendido el colega a hacer esta movida? —preguntó Ulrich
                                                                  preguntó
mientras empezaba a sacarle los tornillos al cuerpo de la taladradora para
desmontarlo.
—Jeremy dice que lo ha encontrado todo en Internet con bastante facilidad —
   Jeremy                                      Internet
explicó Yumi—. Mira lo que ha puesto aquí: a las agujas ubicadas sobre los
                 .
pernos de cierre del cilindro de la cerradura se les aplican fuertes
percusiones, en un intento de poner en marcha un mecanismo de rebote
trigonométrico tipo billar que...
—Vale, vale, vale. Un batiburrillo incomprensible al cien por cie Pero ¿por
   Vale,                                                        cien.
casualidad dice dónde tengo que meter exactamente esta movida en el chis chisme
electrónico?
—No creo que Jeremy escribiese jamás «chisme electrónico» —
   No                                                           —dijo Yumi
entre risas.
Siguieron trabajando hasta casi el mediodía, sentados en un banco, con un frío
                                               sentados
cortante que les ponía la piel de gallina. De cuando en cuando, Ulrich se
quedaba observando a Yumi, toda concentrada ahí, a su lado. El día anterior
había sido tan bonito que no había encontrado el momento adecuado para
hablar en serio con ella. No había querido romper aquella atmósfera mágica
                          No
arriesgándose a discutir. Si ella le hubiese dicho que no, que debían seguir
siendo sólo amigos para toda la vida, él se habría quedado destrozado. Así que
                                                                trozado.
había esperado. Y todavía seguía es esperando.




                                  Durante un instante pensó en parar, tomarla de
las manos y mirarla bien a los ojos. No, todavía no. No mientras estaban
ajetreados con tuercas y torni
                          tornillos. Más adelante.
—Creo que este cacharro ya está listo —sentenció al final Yumi mientras se
   Creo
apartaba el pelo de la frente . Ahora saca la cerradura que hemos compra
                       frente—.                                       comprado,
y hagamos un par de pruebas.
Eso también estaba escrito en las instrucciones de Jeremy: usar la ganzúa
eléctrica no es nada senci
                      sencillo, así que practicad con ella cuando no os vea na
                                                                             na-
die.
—Veinte euros de cerradura tirados a la basura —gruñó Ulrich, sacando una
   Veinte
nuevecita de la mochila y tratando de usar la herramienta eléctrica para
abrirla.
Tal y como su amigo había previsto, no era en absoluto una operación simple.
                                                 absoluto
El muchacho renunció tr media hora de intentos infructuosos.
                        tras
—Ya no siento las manos, hace un frío tremendo y, en mi opinión, nos hemos
   Ya
debido de equivocar en algo durante el montaje. ¡Este cacharro no se abrirá ni
en un millón de años!
—Espera, que yo también quiero intentarlo.
   Espera,
Yumi cogió la cerradura y la ganzúa, pulsó el interruptor y un segundo
                                                    rruptor
después giró la muñeca. ¡Clac! Los diminutos émbolos se replegaron. La
cerradura estaba abierta.
—La potra del principiante —murmuró Ulrich.
   La
—El truco está en la torsión —dijo la muchacha entre risas—. Y ahora ya
                                                                .
sé que tendría futuro como ladrona de casas. Venga, pongámonos en marcha,
                             ladrona
que tenemos que volvernos al Kadic esta noche, a más tardar.
         mos
La Rué Camille Lemonnier se hallaba casi desierta. Hasta el bar de la esqui
                                                                          esquina
estaba cerrado. Mientras llegaban al número catorce, Ulrich soltó un suspiro
de alivio: por lo menos, así corrían menos riesgos.
—Démonos prisa —le dijo a Yumi mientras le tendía la ganzúa eléctrica Si
                      le                          tendía            eléctrica—.
alguien nos ve y llama a la policía, esta vez nos vamos a meter en un lío de
                                              nos
verdad.
—No te preocupes —le respondió ella. Encendió el aparato, y un instante
                       le
después se oyó el ruidito metálico de la cerradura al abrirse. Entraron.
El vestíbulo del edificio era un estrecho rellano con el techo altísimo, oocupado
casi en su totalidad por una escalera de mármol con una delgada baranbarandilla de
hierro forjado.
A un lado vieron una puerta de madera que estaba cerrada. Había un fuerte
                                              estaba
olor de aire viciado.
—Aquí hace un montón de tiempo que no entra nadie —observó Ulrich. ó
Yumi asintió con la cabeza.
— ¿Lo has notado? Nada de cámaras de seguridad. Al final lo mismo resulta
                                           seguridad.
que los propietarios de esto no son agentes secretos.
La puerta cerrada no tenía ninguna placa con el nombre, y tampoco tenía ni
siquiera un timbre. Después de reflexionar un momento, los muchachos deci
                         pués                                                deci-




                                  dieron empezar su exploración con un
reconocimiento general, y se aventuraron a subir las escaleras.
El edificio estaba compuesto por ocho pisos, con dos tramos de escaleras que
conectaban cada uno de ellos con el siguiente. Todos los pisos se abrían a un
pasillo sin ventanas al que daban cuatro puertas idénticas, sin ninguna señal
que las diferenciase. Casi todas ellas estaban cerradas, y las pocas que había
abiertas dejaban ver apartamentos comcompletamente vacíos.
A la altura del tercer piso, Ulrich y Yumi empezaron a preocuparse. Cuando
                                            empezaron
llegaron al sexto, ya estaban desesperados. Subieron a la carrera hasta el oc
                      estaban                                              oc-
tavo, dejando atrás a toda prisa las últimas escaleras, dispuestos a volverse al
Kadic con el rabo entre las piernas.
  adic
—Aquí tampoco hay nada —jadeó Ulrich al final, tratando de recobrar el
aliento—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Intentamos descerrajarlas todas, una por
una?
—Espera. ¿Esa de ahí no te parece diferente de las demás? —dijo Yumi
                                                                dijo
mientras señalaba una que había un poco más adelante.
Ulrich se acercó. Aunque estaba cubierta por una plancha de madera oscura,
igual que las demás, tenía un aspecto más sólido y robusto, y su cerradura
parecía como reforzada.
Los muchachos la estudiaron juntos durante unos instantes, y luego decidieron
intentarlo. A lo mejor la intuición de Yumi había dado en el blanco. Tuvieron
que hacer tres intentos con la ganzúa, pero al final la cerradura saltó, y Ulrich
abrió la puerta de par en par. Y entonces ambos se quedaron sin palabras.
                                          ambos
El apartamento estaba compuesto de una sola sala, enorme, que parecía una
oficina aunque muy antigua. Cubría el suelo una gruesa moqueta beis; y las
paredes, un horroroso papel pintado del mismo color. En su interior destacaba
una enorme mesa de acero sobre la que había decenas de monitores anti  antiguos y
aparatos electrónicos, y unos gigantescos ordenadores se erguían alrededor de
                                           ordenadores
ella, imponentes como armarios, tapando parcialmente la única venta
                                                                  ventana.
Cuando Ulrich dio el primer paso, una densa nube de polvo brotó de la
                                                  be
moqueta, haciendo que es estornudase.
El muchacho se acercó a la mesa. Sobre ella había unos cascos integrales de
motorista con unos extraños aparatos instalados en lugar de las viseras y
                    extraños
varios guantes conectados a unos cables enchufados al ordenador
                                                            denador-armario más
cercano. Junto a ellos vio unos cuantos teclados amarillentos, que debían de
tener por lo menos veinte años, y unos enormes monitores de tubo catódico
que pesarían como una tonelada cada uno.
—Me parece que esto... —dijo Yumi.
-¿Sí?
—Esto es un prototipo del superordenador. Como el de la antigua fábrica. Y
   Esto                                      Como
estos cascos y guantes podrían ser los antepasados de los escáneres...
Ulrich no pudo contener una risilla histérica.
— ¿Estás de guasa? ¿Quieres decir que según tú este sitio es un... acceso a
Lyoko?




                                 —No exactamente. A lo mejor no es más que
                                    No
una copia de Lyoko. Me parece que el término más correcto técnicamente
                                                    correcto
es «réplica».
Yumi apartó de la mesa una gruesa carpeta llena de folios, dejando al
descubierto una cajita negra que tenía una gruesa lente delante.
         rto
—Esto se parece mucho al proyector holográfico que usa Jeremy para seguir
   Esto
nuestros movimientos cuando estamos en el mundo virtual. Y este otro
                         cuando
cacharro... —señaló un aparato hecho con espejos y cables conec
                                                     cables conectados a los
cascos de motorista—. Esto parece el chisme electrónico, como lo llamarías
                        .
tú, que está instalado sobre las columnas
                                 columnas-escáner de la fábrica.
Ulrich se sentó en el suelo, con las manos en la cabeza.
—Me parece una locura. ¿Qué propones que hagamos?
  Me
—Hombre, yo creo que es evidente —Yumi le guiñó un ojo—. Lo
  Hombre,                                                     .
encendemos todo y vemos si ten razón o no.
                                tengo
—Pero... —titubeó el muchacho si de verdad esto es una réplica, como
                       muchacho—
dices tú... dentro podría es también X.A.N.A.
                          estar
—No creo que eso sea posible —replicó Yumi—. Cuando Hopper se
                                                  .
sacrificó en su forma de esfera, debería haber eliminado a X.A.N.A. en todas
                                   debería
sus encarnaciones, ¿no? Y además, de todas maneras podemos salir del
mundo virtual y destruir estos aparatos.
Parecía un plan convincente. Ulrich asintió.
                       ncente.


En el comedor del Kadic, Aelita terminó de tragar a toda prisa un vaso de
leche y se levantó mientras Jeremy estaba aún cortando su filete.
                             Jeremy
— ¿Adónde vas tan corriendo?
La muchacha enrojeció ligeramente.
—Bueno... Richard me está esperando en el café donde nos vimos ayer.
   Bueno...
Tenemos que seguir con nues charla.
                          nuestra
Jeremy sintió una repentina presión en el pecho que le encogió el corazón y
luego la emprendió a patadas con él.
                         tadas
—No comprendo por qué encuentras tan interesante a ese tipo.
   No
—Pero, Jeremy, ¿no lo entiendes? —insistió ella—. ¡Era uno de mis
compañeros de clase! Me conocía ya de antes de que empezase todo este
asunto, ¡antes de Lyoko y el superordenador! Se venía siempre a mi casa, ¡y lo
sabe todo sobre un período del que yo no recuerdo absolutamente nada!
—Sí, vale, pero... —intentó objetar el muchacho.
                     intentó
Aelita esbozó una media sonrisa, con la cabeza inclinada hacia un lado y los
brazos en jarras.
—A ver, cuéntame, ¿no será que estás un poquitín... casi, casi... celoso?
— ¿Quién, yo?—se escudó Jeremy—. ¿Bromeas? ¿Celoso de ese torpe que a
                  se
duras penas sabe cómo se enciende un ordenador, y qué...?
—Tampoco exageres — mirada de Aelita se volvió más seria— Perdona,
                      —la                                       —.
pero tengo que salir pitando. ¡No quiero llegar tarde!
                       tando.
Jeremy se quedó mirando cómo aquella melenita roja y despeinada se
deslizaba fuera del comedor. Le tocaba terminar de comer solo.




                              Hasta ese momento no había caído en la cuenta
de que Odd no se había pasado por ahí para almorzar, lo que en realidad era
                                                zar,
muy extraño, por no decir increíble. Él jamás se saltaba una comida. ¿Dónde
se habría metido? Con la tormenta que se había desencadenado sobre la
ciudad, parecía poco probable que hubiese salido, aunque, después de todo,
Odd estaba un pelín chiflado.
Jeremy decidió que no tenía ninguna gana de quedarse ahí, en el comedor, a
solas con sus pensamientos, así que se metió en el bolsillo la manzana que
había cogido de postre y se volvió a su cuarto. Tenía intención de seguir
estudiando aquellos extraños códigos escritos en Hoppix. Con algo de esfuer-
zo, lo mismo podría llegar a entender para qué servían.
El muchacho entró en su habitación y se quedó inmóvil, petrificado.
¡El expediente! ¡El expediente ya no estaba sobre su escritorio! Y él ni
siquiera se había hecho una copia.
Comprobó la cerradura de la puerta. Ningún indicio de que la hubiesen
forzado. El escritorio estaba cubierto de la capa de polvo de costumbre, a
excepción del rectángulo sobre el que había dejado el expediente antes de
salir. ¿Quién podría haber entrado en su habitación?


Por lo general, la profesora Hertz pasaba los fines de semana en la escuela,
encerrada en su despacho. Durante el fin de semana el edificio de los
profesores estaba vacío y silencioso, y eso le permitía estudiar un poco en
paz. Qué lástima que aquel día no consiguiese concentrarse para nada. Las
imágenes de Franz Hopper y su pasado seguían rebotando de un lado a otro de
su cabeza. ¿Había hecho bien entregándole al director el legajo de Hopper, es
decir, Waldo Schaeffer? En aquel momento le había parecido lo mejor que
podía hacer. Delmas sabía a grandes rasgos lo que había sucedido, y la
profesora tenía una fe en él a prueba de bombas. Y conocía bien a Jeremy.
Sabía que si realmente estaba interesado en descubrir un misterio, aquel chico
no se detenía ante nada.
Aquellos papeles eran demasiado peligrosos... Volvió a pensar en el
apartamento secreto de Bélgica. La perspectiva de que unos chiquillos lo
encontrasen la aterrorizaba hasta el punto de que prefería no imaginárselo
siquiera.
«Deja ya de darle vueltas, tonta —se reprendió—. ¿Adónde ha ido a parar tu
sangre fría? Cuando tenías veinte años te llamaban la Implacable, ¿y ahora
tienes miedo de enfrentarte a unos chavalines de trece años?».
Era inútil torturarse de aquella manera. Lo único que podía hacer era actuar.
La profesora Hertz se levantó de su silla, volvió a cerrar el libro de física que
había estado intentando consultar en vano, cogió la copia de las llaves del
despacho del director que guardaba celosamente en uno de los cajones de su
escritorio y salió de la habitación.
Sólo iba a echarle un vistazo, a comprobar que el expediente aún estaba en su
sitio. Dudar siempre, y dudar de todo. Cuando era más joven, aquella sencilla
regla le había salvado la vida infinidad de
                                                          o
veces, y aunque ya había perdido un poco la costumbre...
Giró por el pasillo que llevaba al despacho del director, y se dio de bruces con
                                                   director,
Eva Skinner, esa chiquilla nueva que acababa de llegar de los Estados Unidos.
                              nueva
Puede que se equivocase, pero le dio la impresión de que había salido
                  uivocase,
precisamente del despacho de Delmas.
La muchacha le dedicó una amplia sonrisa, y em    empezó a hablar. Su acento
yanqui había desaparecido casi por completo.
—Estaba buscando al director. He llamado a su puerta, pero no me ha
   Estaba                                            puerta,
respondido.
—Me parece que está dando una vuelta con su hija. Y tú, ¿no deberías estar en
casa con tus padres? —preguntó la mujer.
                          preguntó
—Me he venido a estudiar aquí, con mis nuevos amigos, para su examen del
   Me
próximo miércoles, profesora —dijo la muchacha mientras se encogía de
                          fesora dijo
hombros.
Hertz observó cómo Eva se alejaba por el pasillo, esperó a que desapareciese
de la vista y luego probó a girar la manija de la puerta. Estaba
abierta. ¿Delmas se había olvidado de cerrar?
Allí dentro todo parecía estar en orden. Ella sabía dónde guardaba el
expediente el director: en el cajón del escritorio. La llave que lo abría estaba
                                cajón
escondida en el portaplumas, bajo las gomas de borrar. El corazón le dio un
       dida
vuelco cuando vio que dentro del cajón no ha nada.
                                               había
—Pero ¿cómo...?
Sin descorazonarse, abrió el gran archivador metálico que había contra la
                                                     tálico
pared. Fue pasando las carcarpetas con un frenesí cada vez más exacerbado...
hasta que lo encontró. Ahí estaba, intacto, el expediente Waldo Schaeffer. De
    ta
modo que el director simplemente había decidido cambiarlo de sitio.
  odo                  simplemente
La profesora Hertz soltó un suspiro de alivio.
Agujas azules y tejados curvos como los de las pagodas chinas, calles que
                                                    pagodas
flotaban en el aire como delicadas cintas de colores, enroscándos en torno a
                            delicadas                      enroscándose
torres tan altas que sus últimos pisos se perdían de vista.
—Me da que esto no es Lyoko —observó Ulrich mientras sacudía la cabeza,
   Me
contrariado—. Y tampoco estamos en Kansas, Dorothy sonrió.
               .                                   Dorothy—sonrió.
—Ya. Pero míranos a nosotros.
   Ya.
Yumi, de pie junto a él, iba vestida con el traje de geisha que llevaba siempre
                        l,
en Lyoko, y tenía la cara pintada de blanco y el cabello sujeto sobre la nuca
con unos palillos. Su elegante quimono estaba ceñido a la cintura con una
                                                   ceñido
faja ob¡. También Ulrich tenía su habitual aspecto de samurai, con un
                                               aspecto
quimono corto y los pies calzados con los tradicionales geta, un cruce entre
              to
zuecos y sandalias, con sus correspondientes calcetines separando los pulgares
                             correspondientes
del resto de los dedos. El único detalle que le faltaba al muchacho era su
                                                              chacho
inseparable catana.
—Me da que estamos desarmados —concluyó.
   Me
—Pues no me gusta ni lo más mínimo, si te soy sincera —le respondió Yumi.
   Pues                                                      le




                                  La voz de la muchacha le llegaba con un eco
metálico y distorsionada a través de los auriculares instalados en el casco. Los
       co
rudimentarios aparatos del apartamento no permitían entrar de verdad en el
                              apartamento
mundo de la réplica, y sus cuerpos se habían quedado en la realidad, en medio
                plica,
de una habitación repleta de ordenadores.
—Bueno, si las cosas se ponen chungas, siempre podemos quitarnos estos
   Bueno,                                  siempre
chismes y volver atrás, ¿no? —se consoló Ulrich.
—Inténtalo —lo desafió la muchacha.
               lo
Ulrich se llevó los dedos bajo la garganta, donde se encontraba la correa del
casco de motorista. Nada. Las yemas de sus dedos, cubiertas por los guantes,
le transmitían la sensación de estar tocando piel desnuda, y seguían el
contorno de su rostro como si no llevase ningún casco puesto. Se frotó las
manos para tratar de quitarse los guantes, pero no había manera. Para el Ulrich
de dentro de la réplica aquellos objetos no existían. No tenía modo alguno de
              a         aquellos
tocarlos.
—Entonces, esperemos que las cosas no se pon
   Entonces,                                  pongan difíciles. ¿Has entendido
cómo podemos movernos aquí dentro?
                        nos
—Junta el pulgar y el índice derechos, y luego mueve la mano en la dir dirección
en que quieres desplazarte —le explicó Yumi antes de salir disparada hacia el
                    plazarte
cielo en un vuelo rapidísimo.
Ulrich trató de imitarla, inclinó la mano y se golpeó la cara con fuerza contra
el suelo.
— ¡Ay, qué daño! —gritó.
                       gritó.
Yumi planeó elegantement hasta llegar a su lado.
              elegantemente
— ¿Cómo puede ser? Esto no es como Lyoko. No      Nosotros no estamos aquí de
verdad. Nuestros cuerpos están a salvo en el apartamento.
—Será lo que tú digas, pero yo me siento la nariz hinchada. A lo mejor el
casco tiene instalados dispositivos para el dolor, u otra cosa rara. Nos vendría
                        dispositivos
bien Jeremy.
Por un instante, el muchacho se arrepintió de no haber llamado a su amigo
informático antes de tratar de usar la réplica, pero ya era demasiado tarde para
pensar en ello. Al segundo inintento consiguió alzar el vuelo sin partirse la
crisma, y Yumi lo siguió por encima de la ciudad.
Aquel sitio de ciencia ficción a la oriental estaba en ruinas. Muchas calles
estaban rotas, y sus centelleantes escombros caían al suelo dibujando cascadas
                     centelleantes
de colores. Las grietas recorrían los muros de las pagodas, y el suelo estaba
  e                                                 pagodas,
lleno de agujeros, como si acabase de terminar un intenso bombardeo.
Además, parecía que no había ni un alma.
Dejaron atrás parques en los que extraños arbustos de cristal lo ha
                                             arbustos              habían
cubierto todo, engullendo cenadores, senderos y puentes transparentes que
                            cenadores,
cruzaban los cauces secos de antiguos riachuelos. Al final se toparon con un
    zaban
gigantesco muro.
Era la única cosa de allí dentro que parecía novísima y en perfecto estado.
                                                    ma
Estaba hecho por completo de ladrillos de color negro mate, y era tan alto que
     ba
llegaba hasta el cielo y se perdía de vista en todas direcciones. Yumi y Ulrich




                                  ascendieron en línea recta, volando con la tripa
a escasos centímetros de aquella descomunal construcción, pero después de
                                                construcción,
diez minutos todavía no se veía el final.
        nutos
El muchacho se detuvo en pleno aire. Rozó con los dedos la superficie de la
pared, y unas pequeñas descargas eléctricas recorrieron sus yemas.
—De aquí no se pasa —   —gruñó—. Esta muralla tiene menos pinta de acabarse
que un culebrón venezolano.
— ¿Una pared infinita? ¡Pero eso es imposible!
—Puede que en la realidad lo sea, pero aquí no. Toda la ciudad está protegida
   Puede
por esta barrera, y nosotros no podemos atravesarla.
                       sotros
—A menos que haya una pu
   A                        puerta por algún lado.
Descendieron de vuelta a la ciudad hasta llegar al nivel del suelo, y empezaron
a buscar. Después de un rato encontraron, en efecto, una abertura de dos me me-
tros de alto, cerrada por dos anchos batientes negros completamente sellados.
No había ni cerraduras ni tiradores a la vista con los que poder abrirlos, y a
  o                         tiradores
pesar de que Ulrich y Yumi se pusieron a empujar ambas hojas del portón con
todas sus fuerzas, no se movie
                          movieron ni un solo milímetro.
Al final se dieron por vencidos, y se apoyaron contra la muralla para recuperar
el aliento.
—Puede que sea un mundo virtual —jadeó Ulrich—, pero uno se cansa
   Puede                                               ,
igualito que en el de verdad.
—Tienes...—«razón», estaba a punto de decir Yumi, pero se vio interrumpida
               «razón»,                          Yumi,
por un rayo de luz azul que la alcanzó en todo el pecho.
La muchacha rodó hacia un lado mientras Ulrich se ponía en pie de un salto.
Miró a su alrededor, con todos los sentidos alerta, hasta que la vio: una raya,
uno de los monstruos de X.A.N.A. con los que se habían enfrentado durant
                                                   habían              durante
sus aventuras en Lyoko. A diferencia del pez que le daba nombre, la raya
usaba su enorme aleta para volar, y disparaba rayos láser por el aguijón de su
delgada cola.
— ¡Rápido, larguémonos de aquí! —gritó Ulrich.
Alzaron el vuelo a toda velocidad con el monstruo en los talones. Nuevos
rayos láser pasaron a poca distancia de ellos, haciendo chisporrotear el aire.
                           distancia
— ¡Cuando me ha dado, no he perdido puntos de vida! —notó Yumi.
— ¿Querrá decir eso que somos inmortales?
— ¡Ojalá! Sin embargo, me da que sin Jeremy y su superordenador no
                                        Jeremy
tenemos armas ni otros medios para defendernos. Y si morimos...
                        medios
Parecía absurdo, y en cualquier caso no podía pasarles nada malo. Cuando
                                                pasarles
morían en Lyoko volvían inmediatamente a la realidad, rematerializándose en
las columnas-escáner de la antigua fábrica. ¿Por qué iba a ser distinto ahora?
               escáner
Aunque Ulrich se había golpeado en la nariz antes, y le había dolido. No
                        golpeado
sabían cómo funcionaba la réplica. No tenían ni la menor idea.
El muchacho vio otras dos rayas que venían hacia ellos, surcando el terso
                                                    ellos,
cielo de la ciudad.
— ¡Ven conmigo, Yumi! —chilló, y empezó a descender con un vuelo en
                                                    cender
picado.




                                 Aterrizaron sobre las tejas lisas de un edificio,
se dejaron caer, patinando, hasta una de las calles que iban hacia el suelo
formando una amplia espiral y luego echaron a correr a toda velocidad.
            na                   luego
Ulrich se lanzó hacia la verja de un parque abandonado e invadido por
                                             abandonado
altos árboles de cristal.
—Si aquí hay monstruos... ¡también podría estar XANA I—gritó.   gritó.
Yumi negó con la cabeza.
— ¿No te has fijado? Las rayas no llevan su símbo ¡No tienen el ojo de
                                              símbolo.
XANA, como pasaba en Lyoko!
— ¡A lo mejor son distintas de ellas, pero nos disparan con la misma mala uva
                                                disparan
que las rayas de Lyoko!
Ambos muchachos atravesaron la verja de hierro y empezaron a volar a ras
del suelo por entre los arbustos, que eran espinosos y retorcidos, y tenían un
                         arbustos,
extraño color verde azulado y resplandeciente.
De pronto Yumi se detuvo, helada, y Ulrich se chocó contra ella, tirándola al
suelo. Volvieron a levantarse de un salto.
                      vantarse
— ¿Qué te pasa? ¿Has visto un fantasma?
Yumi no le respondió, sino que alzó un dedo, señalando un punto justo
                                                    ñalando
delante de ella. Ulrich se que con la boca abierta.
                            quedó
— ¡El profesor Hopper! —dijo el muchacho cuando consiguió volver a
cerrarla.
—No —susurró la muchacha No puede ser realmente él. Seguro que es una
                     muchacha—.
copia. Una réplica de Hopper.
El profesor estaba de pie delante de ellos, con el rostro cubierto por su oscura
barba y un par de gruesas gafas. El padre de Aelita parecía translúcido, de
                         sas                                               de-
jando ver lo que tenía a sus espaldas, igual que un fantasma. Llevaba una bata
 ando
de laboratorio y tenía las manos en los bolsillos. Al verlos, desplegó una am-
plia sonrisa.
—Niños. ¡Por fin! Cuánto tiempo he esperado que viniese algún niño por
aquí... —les hizo una señal con la cabeza, y luego se metió detrás de un
                zo
matorral petrificado.
Los dos muchachos lo siguieron, pero cuando volaron por encima del
                                                  volaron
matorral, el fantasma ya había desaparecido.
En aquel instante un láser quebró una rama justo por encima de sus cabezas, y
las hojas de cristal se estrellaron contra el suelo, partiéndose en mil peda
                                                                        pedazos
entre ruidos de rotura y tintineos. Los muchachos se miraron entre sí y
reemprendieron el vuelo, ele elevándose por encima del parque.
Ahora las rayas eran por lo menos una veintena, y volaban trazando amplios
círculos sobre la ciudad. En cuanto los vieron, se lanzaron en picado hacia
ellos.
— ¿Qué podemos hacer? —dijo Ulrich, mirando a Yumi con cara de
                                dijo
preocupación.
—Mucho me temo que...
   Mucho
Las rayas abrieron fuego, y la muchacha no llegó a terminar la frase.




                                                                  14
                 LOS HOMBRES DE NEGRO

Ulrich cayó al suelo, exhausto. Sentía náuseas, y le dolían los músculos como
si le hubiesen pegado. A su alrededor todo estaba oscuro y en sordina.
                            alrededor
— ¡Ulrich!
—Yumi, te oigo muy lejos...
   Yumi,
—Eso es porque llevas el casco. Hemos vuelto a la realidad. Quítatelo. Ahora
tendrías que poder hacerlo.
Ulrich obedeció, con los dedos entumecidos. ahora podía sentir de nuevo la
tela que envolvía sus dedos y el peso del casco sobre su cuello. Forcejeó con
la correa y se sacó aquel chisme.
Yumi estaba sentada a su lado, sobre el suelo del apartamento, y jadeaba.
— ¿Qué tal estás? —le preguntó.
—Mal. Es como si esos rayos láser me hubiesen dado de verdad.
—Ya. A mí me pasa lo mismo —comentó el muchacho mientras se ponía de
pie y empezaba a hacer unos cuantos estiramientos para desentumecer sus
doloridos músculos—. Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó al terminar—
. ¿Crees que deberíamos volver adentro de ese cacharro?
— ¿Para ir a la caza del fantasma de Hopper? Dudo mucho que sea una buena
idea —respondió la muchacha.
—Pues entonces... —estaba diciendo Ulrich cuando fue bruscamente
interrumpido por Yumi.
—Chssssst. Espera. Escucha.
Ulrich se concentró. Mezclado con el habitual tráfico dominical había otro
sonido que les llegaba a través de las ventanas, rítmico y regular, algo así co-
mo un chop, chop, chop, chop.
Las aspas de un helicóptero. El muchacho señaló una ventana, pero Yumi
sacudió la cabeza: el ruido al que ella se refería provenía de la puerta. De las
escaleras. Pasos.
Alguien se había dado cuenta de la activación de la réplica, y estaba viniendo
a controlar. A todo correr.
Abrieron la puerta de golpe y se precipitaron por el pasillo, a oscuras. Oyeron
una voz masculina: —Jefe, están por este lado.
¡Estaban subiendo las escaleras!
Ulrich estuvo a punto de bajar por aquel tramo de escaleras a toda mecha,
lanzándose así entre los brazos de sus asaltantes, pero Yumi le hizo una señal
para que se quedase quieto. Se acurrucaron cerca de la barandilla de forma
que no los pudiesen ver, conteniendo la respiración. Dos hombres altos con el
pelo corto, gafas de sol y largos abrigos negros subieron las escaleras y
pasaron por delante de ellos.
Ulrich y Yumi se precipitaron escaleras abajo. El primero de los hombres de
negro rozó con un brazo a la muchacha, tratando de retenerla.
— ¡Ey, vosotros! ¡Quietos! —gritó—. No sabéis en qué lío...
— ¡Tigaos al suelo! ¡Estáis aguestados! —lo
secundó el otro hombre, que tenía una curiosa erre con frenillo.
Los muchachos ni siquiera los escucharon, y empezaron a bajar los escalones
                                                 empezaron
a saltos, de tres en tres, con los pies resbalándoles de vez en cuando en su loca
carrera. Bastaba con que perdieran el equilibrio un milisegundo para que
acabasen rodando en una estrepitosa caída. Y para que los atrapasen.
—Vamos agmados, chavales, ¡no empeoguéis vuestga situación! —gritó de
   Vamos
nuevo el hombre de la erre gangosa.
El otro, por su parte, iba chillá
                             chillándole a un walkie-talkie.
—Aquí Comadreja y Hugón, o sea, quiero decir, Hurón, a Lobo
Solitario. ¡Están llegando! ¡Van por el cuarto piso!
—Hay un tercer hombre —le siseó Ulrich a Yumi, pero la muchacha le hizo
   Hay
un gesto indicándole que lo había oído.
Habían llegado al primer piso cuando vieron a Lobo Solitario subiendo las
       n
escaleras. Él también iba vestido todo de negro, y su mano izquierda empuña
                                                                         empuña-
ba una pistola gigantesca, de un brillante acero cromado, y la estaba
                                                    cromado,
apuntando hacia ellos.
—Bueno, bueno, chicos, ¡la carrera se acaba aquí! Ulrich y Yumi no le
                       icos,
hicieron ni caso, torcieron por el pasillo y se abalanzaron contra la última
puerta del fondo con tal ímpetu que la abrieron de par en par. Se encontraron
en un apartamento idéntico a aquel del que acababan de salir, pero éste estaba
vacío. Lo único que había dentro de él era la moqueta, aquel horrendo papel
pintado y algunas viejas sillas que yacían abandonadas en una esquina.
                                       yacían
Ulrich cerró la puerta detrás de ellos, agarró una silla y la encajó bajo la
manija.
— ¿Y ahora qué quieres hacer? ¡Estamos acorralados! —exclamó Yumi.
                                                              exclamó
—Cuando estábamos entrando me he fijado bien en la fachada del edificio —
   Cuando
Ulrich le señaló la venta
                     ventana—. Hay una cornisa. Y también canalones.
                                  .
— ¡Pero no vamos a poder! ¡Que esto no es un dibujo animado! —
                                        to
protestó Yumi.
— ¿Tienes alguna ¡dea mejor? Porque la puerta no va a aguantar mucho más
tiempo.
Ulrich llegó en cuatro saltos a la ventana, forcejeó un poco hasta que
consiguió abrirla y se asomó sobre la cornisa.
— ¡Ánimo! ¡Lo conseguiremos!
En efecto, no se trataba de unos dibujos animados, donde las cornisas son
                                             animados,
siempre lo bastante anchas como para poder pasearse tranquilamente ade
                         chas                                            adelante
y atrás. Aquélla era una simple protuberancia de unos diez centímetros de
anchura en la que se podían apoyar tan sólo las puntas de los pies. El canalón
más cercano estaba a un par de metros de distancia, pero en aquel momento
parecía lejísimos. Miraron hacia la calle, con sus árboles y sus aceras, y vieron
una gigantesca berlina negra con las puertas abiertas aparcada de través justo
          tesca
delante de la puerta del edificio. A poca distancia, un chaval acababa de
                                     poca
bajarse de un scooter con una extravagante decoración en naranja y ver y
                                                                      verde,




                                 estaba sacando una pizza del enorme cajón
rígido que llevaba montado en el trasportín.
Detrás de Ulrich, la puerta que había bloqueado con la silla cedió de sopetón,
y Lobo Solitario entró a galope tendido en el apartamento. No tenían tiempo
para pensárselo.
Los dos muchachos se aventuraron a salir sobre la cornisa, con el cuerpo
pegado a la pared, la cara aplastada contra la áspera piedra y los dedos de los
pies contraídos en un intento por agarrarse mejor.
Ulrich se estiró cuanto pudo, y consiguió agarrarse con los dedos al canalón
                                                   se
de hierro, para luego collgarse de él desesperadamente y tenderle a Yumi la
otra mano, en una oferta de ayuda.
Mientras tanto, Comadreja y Hurón habían salido del edificio, y habían
llegado a su coche. Ahora los observaban con las caras vueltas hacia arriba.
—Tened cuidado de no hacegos daño, chicos. ¡Vuestga escapada tegmina
aquí!
—Qué más quisieras tú —   —susurró Ulrich. Descendió lentamente a lo largo del
delgado tubo de hierro, con Yumi a la zaga. Cuando iban más o menos por la
           bo
mitad del recorrido y les faltaban un par de metros para llegar al suelo, los dos
hombres de negro se acercaron a la boca del canalón con una sonrisa irónica
esbozada en el rostro.
—Yumi, tenemos que saltar —le murmuró Ulrich.
   Yumi,
—¿Y luego? ¿Qué tienes pensado hacer?
Ulrich hizo con la vista un frenético barr
                                       barrido de toda la calle, en busca de
                                                    da
alguna idea. Y la encontró.
—El scooter del pizzero. Se lo pillamos prestado.
—Pero ¿te has vuelto majara? —exclamó ella.
—Creo que no nos queda otra. A la de tres. Uno, dos... ¡tres!
   Creo
Saltaron y terminaron aterrizando de forma muy poco digna justo encima de
Comadreja y Hurón. De un brinco volvieron a ponerse de pie, sin preocuparse
demasiado de no pisar a sus dos perseguidores.
-¡Ay!
—¡Venga, vamos! —gritó Ulrich, y salió zumbando en dirección a la moto.
                 gritó                       do
El ciclomotor tenía las llaves todavía en el bom
                  ía                         bombín, y les bastó con apretar el
interruptor de encendido para que arrancase con un borboteo.
                       do
Yumi se subió detrás de él de un salto, y Ulrich se puso en marcha quemando
rueda mientras Lobo Solitario salía corriendo del edificio y se apresuraba a
                         litario                   edificio
entrar junto con los otros en la berlina.
No llevaban casco, acababan de robar un scooter y encima ni siquiera tenían
carné de conducir. Aunque, por otra parte, también habían allanado un aparta
                                                                        aparta-
mento y estaban siendo perseguidos po un enorme automóvil oscuro con tres
                                       por
tipos armados a bordo. Peor imposible, pensaba Ulrich al mismo tiempo que
trataba de seguir bien atento a la calzada.
— ¿Menudo diíta, eh?—  —gritó con una risa histérica.




                                  Al final de la Rué Lemonnier, el muchacho
entró en una rotonda que daba a la Avenue Moliere, tumbándose en la curva
                                                         tumbándose
hasta hacer que la pata de cabra del scooter soltase una cascada de chispas
sobre el asfalto.
Yumi pegó un chillido y se le agarró con fuerza a la cintura.
— ¡A ver si vas a hacer que nos matemos! —siguió gritándole a la oreja.
—Tú, mejor preocúpate de echar un ojo ahí atrás y decirme si están ganando
   Tú,
terreno.
La berlina, en efecto, se hallaba cada vez más cerca. En la ancha avenida que
                                                  cerca.
estaban recorriendo, aquel cochazo le sacaba demasiada ventaja a un
                                                 demasiada
ciclomotor con dos personas encima, sobre todo con aquel tráfico
prácticamente nulo.
—Entendido. Nos toca ir por los callejones —concluyó Ulrich, y giró a la
   Entendido.
derecha por una calle más estrecha, y luego inmediatamente a la izquierda.
                             estrecha,
Iban por prohibido en una calle de un solo sentido, y una vieja furgoneta que
                                              sentido,
llegaba en la otra dirección los evitó por un pelo, atronándolos con un sinfín
                        ción
de golpes de claxon.
— ¡Por aquí no pueden seguirnos! —gritó el muchacho con tono triunfal.
                                                    chacho
—Me da en la nariz que sí que pueden.
Yumi señaló hacia arriba, en dirección al helicóptero que, como un moscardón
                                             helicóptero
negro y zumbador, no los había perdido de vista ni un solo instante desde que
habían salido de la Rué Lemonnier.
—Se me había olvidado que también te
   Se                                   tenían apoyo aéreo. Vamos al parque de
                                                    yo
esta mañana. Ahí deberíamos poder darles esquinazo.
                      beríamos
Ulrich tomó un par de curvas más a toda velocidad, dibujando con el
                                            velocidad,
neumático trasero largas franjas negras en el asfalto. Luego se metió por la
                           franjas
ancha Avenue de Diane, que rodeaba el parque. La berlina negra apareció a la
                      ane,
vuelta de una esquina, y a punto estuvo de atropellar a un anciano señor que
llevaba el periódico bajo el brazo. ¡Otra vez los tenían encima!
El muchacho se subió de un salto a la amplia ace que estaba bordeada por
                                                acera, ue
un largo enrejado de hierro, y empezó a tocar frenéticamente el claxon papara
avisar a los escasos peatones de que se quitasen de en medio.
— ¡Por allí hay una entrada! —gritó Yumi, señalando un punto en el que la
verja se dividía para permitir el acceso a los senderos del parque.
                    a
El scooter pasó sin problemas, pero el coche, por el contrario, tuvo que
acelerar y llevarse por delante una parte de la cerca, levantando dos grandes
                                                       levantando
chorros de gravilla con las ruedas traseras, que habían perdido agarre al dejar
el asfalto.
— ¡Cuidado con ese señor! —Gritó Yumi—. ¡Y con la madre del carrito!
El helicóptero seguía encima de ellos, y la berlina estaba ganando terreno.
Era todo igualito que en las películas de acción, y habría resultado divert
                                                                     divertido...
si no hubiese sido tan in
                       increíblemente aterrador.
— ¡Necesitamos algo para despistarlos! —gritó Ulrich.
— ¿El qué? ¡Lo único que tenemos son pizzas!
—Pues entonces, hoy les toca comer pizza.
   Pues
— ¿Qué quieres decir?




                                 Ulrich esquivó a un niño que jugaba a la
pelota, trató de sonreírle para que no se asustase y volvió a abrir gas sobre el
sendero de gravilla.
— ¡Pues que se las lances!
Yumi se giró en el sillín trasero de la moto, force con la cerradura del cajón
                                              forcejeó
de las pizzas y sacó la primera carga de munición.
—Una caprichosa, a juzgar por el olor. Qué hambre.
   Una
— ¿Te parece un buen momento para eso? Prepárate. En cuanto estén a
tiro... ¡Fuego!
Ulrich bajó un poco de revoluciones para dejar que la berlina se acercase.
Hurón abrió la ventanilla del cop
                               copiloto y asomó afuera la mitad del tronco, em
                                                                             em-
puñando la pistola. Cuando el coche estuvo a pocos metros, Yumi lanzó la
primera pizza, acertándole al hombre en pleno rostro. Las gafas de sol se le
escurrieron de la cara mientras la mozzarella y el tomate le embadurnaban el
      rrieron
pelo y la ropa.
— ¡Malditos mocosos! —   —gritó el hombre.
— ¡Bombas dos y tres, cuatro quesos y diávola! —canturreó Yumi mientras
lanzaba una pizza tras otra directamente contra el parabrisas. La berlina dio un
par de volantazos y puso en marcha los limpiaparabrisas, aunque fue
demasiado tarde.
El conductor no se dio cuenta del banco desierto que había a su derecha, y el
coche acabó empotrado en él, deteniéndose con un golpe seco y un bufido de
humo blanco del radiador. Uno tras otro, los tres hombres de negro se bajaron.
                                               tres
— ¡Oye, pero si tienes una puntería de campeonato!
— ¡Venga, vámonos de aquí ya mismo!
Bajo la insistente mirada del helicóptero negro, Yumi y Ulrich aparcaron
el scooter cerca de la parada de metro de Albert. Dejaron las llaves dentro del
                                                              llaves
cofre de debajo del asiento y les añadieron cincuenta euros. Todo el dinero
que les quedaba.
En realidad, Ulrich habría prescindido de aquel enésimo desembolso, pero
Yumi lo había taladrado con una mirada glacial.
—Tratemos de hacer por lo menos una cosa como es debido hoy. Me he
   Tratemos                                      mo
apuntado el número de la pizzería a la que le hemos robado la moto. En
cuanto lleguemos a la estación, los llamo para decirles que vayan a recogerla...
Se metieron en el paso subterráneo, y por fin emempezaron a recuperar el aliento.
                                                              cuperar
—Lo hemos conseguido —continuó la muchacha—. El helicóptero no puede
   Lo                                                 .
seguirnos aquí abajo, y la red de metro es demasiado grande. Me juego lo que
quieras a que no adivinan por dónde saldremos.
Ulrich asintió y la miró. Las mejillas de Yumi tenían un vivo color rojo, y su
pelo estaba totalmente despeinado por el efecto del viento y la velocidad de su
                         despeinado
escapada. Tenía una media sonrisa, algo cansada y cargada de adrenalina,
dibujada en la cara, y a él ja
                            jamás le había parecido tan hermosa como en aquel
momento.
Su discurso de «no somos sólo amigos». ¿Qué otra ocasión podía resultarían
adecuada como aquélla?lla?




                                —Yumi, no sé si te acuerdas... — —farfulló—,
de hace unos días, en el Kadic. Cuando yo quería hablar contigo y luego
      ce
llegó Sissi y nos interrumpió.
Yumi sonrió y le posó un dedo sobre los labios, con dulzura.
—Me acuerdo perfectamente. Pero ahora tenemos que irnos. Ya podremos
   Me                                     tenemos
hablar de eso en otro momento, ¿no te parece? Tenemos todo el tiempo del
mundo.
La muchacha se le acercó, y le dio un ligero beso en la mejilla. Su boca era
suave y tenía el aroma del viento, y durante un momento Ulrich sintió que la
cabeza le daba vueltas como una noria llena de luces de colores. Era verdad,
   beza
ya tendrían tiempo.
La tomó de la mano y empezaron a correr por el oscuro túnel del metro.
Tenían que volver al Kadic a la velocidad de la luz para contarles a Jeremy y
los demás lo que habían descubierto.

En Washington D. C. eran las ocho de la mañana, pero en la oficina reinaba ya
una actividad febril. Cuando se trabajaba en ciertos ambientes no existían ni
                       uando
sábados ni domingos. Dido había llegado a las siete, tan puntual como de
                                                           puntual
costumbre, y se había tomado un café mientras hojeaba los periódicos y los
cotejaba con la información reservada que le había ¡do llegando du
                                                      do           durante la
noche. Era increíble cómo los periodistas conseguían escribirlo todo... sin
                                           conseguían
dejar nunca que el lector entendiese lo que en realidad había pasado.
La mujer encendió el ordenador, y estaba empezando a estudiar algunos
                                           empezando
informes cuando sonó el teteléfono.
—Una llamada de Bélgica —le comunicó Maggie, su secretaria.
   Una
—Pásamela.
Sobre la frente de la mujer se dibujó una profunda arruga. Eso no estaba
                                                 da
previsto, y los imprevistos jamás de los jamases eran buenas noticias. Se
oyó un clic mientras Maggie transfería la llamada.
—Aquí Lobo Solitario —  —dijo después una voz masculina—. ¿Dido?
—Sí, soy yo.
El hombre la estaba llamando desde un lugar público: se oían voces de niños y
                                               público:
ancianos enfadados.
— ¡Pog lo menos este choguizo es de pguimega calidad! —estaba diciendo
                                                              estaba
alguien.
— ¡Sois unos delincuentes y unos canallas, y ahora mismo voy a llamar a la
policía! -gritó después una mujer.
Dido empezó a impacientarse, y tamborileó con los dedos llenos de sortijas
sobre su escritorio.
—Lobo Solitario, espero que sea consciente de que esta llamada supone una
violación de todos los protocolos de seguridad.
—Por supuesto, Dido... señora. Pero se trata de una emergencia. Los
   Por
muchachos han encontrado el apartamento de la Rué Lemonnier.
Ahí estaba. La noticia que podía tirar por la borda el día entero.
— ¿Han encontrado la réplica?
                        réplica?—preguntó.




                               —Sí, señora. Y la han activado. Nosotros
                                 Sí,
hemos llegado allí diez minutos después de que se activase la señal. No
estábamos preparados para una alerta roja aquí en Bruselas.
                                          aquí,
—Imbécil. ¡Había ordenado a propósito que tuviésemos un equipo
preparado! ¡Y ustedes han dejado que los pillasen en calzoncillos! —
explotó la mujer.
—Bueno, ejem —tosió Lobo Solitario al otro lado de la' línea—, sí, pero
probablemente ellos tampoco habrán conseguido entrar en la réplica... tal y
como nos pasó a nosotros.
— ¡Ellos son niños! —Sin darse ni cuenta, Dido había empezado a berrearle
al teléfono—. No sabemos qué sucede si lo intentan unos niños. Deme un
informe detallado de lo que ha pasado. Inmediatamente.
—Bueno, pues hemos recibido la señal de alarma y hemos salido disparados
hacia allá el agente Comadreja, el agente Hugón... disculpe: Hurón... y yo.
Con el apoyo aéreo del helicóptero de los agentes Zorro y Garduña. Los niños
han logrado escapársenos. Iban armados, señora...
— ¿Armados? —dijo ella con un tono receloso.
—Clago, hombgue —añadió una voz al fondo—, cuéntale que esas pizzas
egan agmas mogtales...
—Ya está bien —el tono de la mujer se fue helando—. No quiero oír ni una
palabra más. ¿Dónde están ahora esos niños?
—El helicóptero de apoyo ha podido seguirlos hasta que les han dado
esquinazo metiéndose en el metro, pero no creo que haya mayor problema:
estarán corriendo a la estación para volver a casa. Podemos seguirlos hasta la
ciudad del Kadic e interceptarlos.
Dido suspiró. No soportaba trabajar con inútiles.
—Déjenlo estar. Ya han metido la pata bastante por hoy. Eviten que los
civiles avisen a la policía. Sólo nos faltaría que nuestro gobierno tuviera que
disculparse con las fuerzas del orden locales. Y luego vuelvan al apartamento
de la Rué Lemonniery precíntenlo. Quiero a tres hombres de guardia delante
de la entrada, día y noche, hasta nueva orden. Y olvídense de esos niños. Me
comunicaré con nuestro contacto en el Kadic para que se encargue de resolver
la situación.
— ¿El contacto del Kadic? Pero, señora, si lleva fuera de servicio...
—Nuestros agentes nunca se jubilan, y jamás están fuera de servicio, Lobo
Solitario. De nosotros no se escapa nadie. Recuérdelo.
Dido colgó el teléfono con un violento golpetazo. Suspiró. Volvió a levantar
el auricular.
—Maggie —dijo.
— ¿Sí? —respondió la secretaria.
—Localízame el número de teléfono de la Ciudad de la Torre de Hierro,
Francia. Tenemos una pequeña emergencia.
15
                EL BESO DE EVA SKINNER
Jererny había insistido en que, con el hombre de los perros merodeando por
 ererny
La Ermita y las casas de sus pa padres, lo mejor era esconderse lo más posible, y
el mejor modo de esconderse era manteniéndose bien a la vista. Por eso, en
lugar de en La Ermita o alguna de sus habitaciones del Kadic, se encontraron
                                          habitaciones
todos alrededor de las cinco en el Café au Lait. Estaban Jeremy, Aelita y Ri Ri-
chard, además de Yumi y Ulrich, que acababan de volver de su viaje a
              ás                                        volver
Bruselas. Sólo faltaban Eva y Odd.
— ¿Los ha visto alguien? —preguntó Ulrich.
—Se suponía que iban a verse esta mañana —dijo Jeremy, encogiéndose de
   Se                                              dijo
hombros—, pero luego no he vuelto a saber nada de ellos. Todos sabemos
            ,
cómo es Odd. Estará por ahí, haciéndole ojitos dulces...
— ¿Has intentado llamarlos?
—Sí. No responden.
Aelita sacudió la cabeza, incrédula. Ulrich y Yumi, que hasta aquel momento
habían estado conteniéndose, explotaron a la vez.
                           dose,
—Pero ¿no tenéis ganas de saber lo que ha pasa pasado? ¡Hemos encontrado una
réplica!
—Y había un fantasma...
   Y
—Y los hombres de negro...
   Y
—Y la pizza...
—Calma, calma —los detuvo Jeremy Estamos aquí precisamente para
                      los         Jeremy—.
escucharos. Pero id por parpartes. ¿Conseguisteis construir la ganzúa eléctrica?
                                              teis
Alternándose y peleándose un poco cuando ambos trataban de hablar a la vez,
los muchachos les contaron lo que había pasado en Bélgica, hasta la increíble
persecución final. Después, Jeremy los puso al día sobre lo que h
         ción                                                      había ocurrido
en su ausencia, lo del hombre misterioso en casa de Yumi y todo lo demás. Al
final, la muchacha estaba restregándose la cara con las manos; Richard
                        taba
miraba, cortado, su PDA, y Jeremy se paseaba de un lado a otro del local con
las manos entrelazadas detrás de la espalda.
                  azadas
—Ya está —dijo finalmente . Estamos a punto de descubrir algo realmente
               dijo finalmente—.
importante sobre Hopper y el superordenador.
— ¿Qué quieres decir?—    —preguntó Ulrich.
—Si en la réplica que habéis encontrado u os ha parecido ver a Franz
   Si                                                 parecido
Hopper... —empezó a explicar Jeremy.
—No nos ha parecido — interrumpió Ulrich—. Estaba ahí de verdad.
                          —lo
—... entonces eso significa que la réplica fue construida por el propio Hopper.
   ...                                         construida
Y que el profesor introdujo en ella una copia de sí mismo, para proporcionaros
algún indicio.
—Querrás decir —sonrió Yumi— para proporcionarles algún indicio a los
                   sonrió                         narles
hombres de negro. A saber cuántas veces habrán podido observar con toda co  co-
modidad esa ciudad misteriosa y charlar con él.




                                 —Ya. Y me encantaría entender
                                    Ya.
qué tendrá que ver la profesora Hertz en todo este asunto. Pero me da que los
misterios empiezan a dejar ver un hilo conductor: en primer lugar, tenemos los
                                         conductor:
códigos de la PDA de Richard; luego, los del sobre; y, para terminar, esa
réplica. Es como si Hopper hubiese dejado un rastro de miguitas, y a nosotros
                     Hopper
nos toca seguirlas.
—A lo mejor se trata de pistas sobre cómo encontrar a mi madre... —
   A                                         encontrar
comentó Aelita, concluyendo con un suspiro.
—Exacto —dijo Jeremy Es probable que Hopper quisiese resolver el
             dijo Jeremy—.                        pper
problema que más le impor
   oblema              importaba: encontrar a Anthea. La única dificultad es
que el sobre con los códigos ha desaparecido, y no tengo ni idea de quién
puede habérselo llevado, ni de por qué.
—A lo mejor fue la Hertz la que se lo llevó... —intervino Richard.
   A                                                tervino
—La profe no entra en las habitaciones de los estudiantes. No, ha sido otra
   La                                           estudiantes.
persona.
Esa vez fue Ulrich el que intervino.
—Os estáis olvidando —   —murmuró en cuanto acabó de beberse su chocolate
                                                                     chocolate—
 de otro pequeño detalle. En esta caza del tesoro no estamos solos. Nos
                     talle.                                    solos.
enfrentamos a dos enemigos que en este momento casi no conocemos. Por un
lado, tenemos a los hombres de negro, que van armados y tienen coches, he
                     hombres                                                he-
licópteros y sabe Dios qué otros chismes diabólicos. Y luego está el tío de los
chuchos, que va por la ciudad intentando raptar a nuestros padres.
                    r ciudad
— ¿Y si el hombre de los perros fuese uno de los hombres de negro? —
sugirió Yumi.
Jeremy negó con la cabeza.
—Eso queda excluido: trabajan de maneras demasiado distintas. El hombre de
   Eso                                        demasiado
los perros actúa en solitario, usa tecnologías que rozan la ciencia ficción y
                    solitario,
pasa olímpicamente de las leyes y todo eso. Los hombres de negro, por el
contrario, parecen agentes gubernamen
                            gubernamentales o algo por el estilo. ¿Tenéis la
menor idea de cuántos permisos hacen falta para volar con un helicóptero en
                    tos                       para
pleno centro de una ciudad? La policía los conoce, y les deja hacer, está claro.
Por eso tiene razón Ulrich:
aparte de nosotros hay otras dos fuerzas sobre el terreno de juego —antes de
                                                  terreno
seguir hablando, Jeremy hizo una pausa y volvió a sentarse. Parecía realmente
exhausto—. Chicos, debemos movernos pensándonos muy bien cada paso que
            .
demos, o no llegaremos a ningún lado. Es una cuestión demasiado
complicada. Y, en mi opinión, lo primero es que vayáis a buscar a Odd. Ayer
me dijo que tenía ganas de ver a Eva, pero no quiso contarme nada más. Antes
      jo
de decidir qué hacemos, necesitamos el mayor número posible de piezas de
                         necesitamos
este rompecabezas, y tenemos que estar todos juntos.
—Has dicho «vayáis», no «vayamos». ¿Tú no vienes? —le preguntó Richard
                                                               eguntó
a Jeremy.
—No. Me gustaría pedirte que me prestases tu PDA, a ser posible. Para
   No.
ponerme a estudiar esos códigos. En mi cuarto tengo una serie de apuntes
                         códigos.
sobre este asunto, y quiero reflexionar yo solo, con calma. Vosotros encontrad




                                  a Odd, y nos vemos mañana después de las
                                                                   pués
clases y hacemos una reunión todos jun juntos. ¿Qué os parece?
—Moción aprobada, capo —asintió Ulrich—. Vamos a buscar a ese inutilazo
   Moción                                           mos
de Odd.
Jeremy se quedó mirando cómo sus amigos corrían afuera del café. Después le
pagó la cuenta a la camarera y salió al aire helado de enero. En realidad el mu
                                                                             mu-
chacho no tenía la menor intención de encerrarse en su cuarto... al menos, no
de inmediato.
Paseó a la deriva por las calles de la ciudad hasta que se encontró delante de
La Ermita y comprendió a qué sitio quería ir en realidad.
Atravesó la verja del chalé, la bordeó, pasó por un agujero en la alambrada del
fondo del jardín y llegó directamente al parque del Kadic.
La violentísima lluvia de aquella mañana había hecho que se derritiese la
nieve, y ahora el sotobosque era un pantano de barro y hierba reseca.
El muchacho llegó hasta la alcantarilla escondida en el suelo y la deslizó hacia
un lado. Luego empezó a descender hacia las cloacas.
Recorrió a pie el trayecto de siempre a través de los túneles, y luego
subió hasta llegar al puente de hierro del interior de la vieja fábrica
abandonada. Cogió el ascensor y bajó las tres plantas ocultas en el subsuelo,
hasta llegar a la sala que era el corazón de todo aquel complejo.
El sitio estaba a oscuras y en silencio. Se agachó para pasar por la misma
      io
puerta diminuta que tantos quebraderos de cabeza le había dado cuando
encontró aquel lugar secreto y misterioso. Todavía se acordaba de la
                                                         acordaba
adivinanza que había tenido que resolver para abrir aquella puertecita
blindada. Delenda era la pregunta, y la respuesta había sido Carthago. Aquel
juego de palabras provenía de una frase latina, Carthago delenda est, es decir,
                                                     thago
que Cartago debe ser destruida. No había sido hasta mucho después cuan cuando
Hopper, mediante el vídeo que habían encontrado en la habitación secreta de
                                         encontrado
La Ermita, les había explicado qué era en realidad su Cartago, qué monstruo
contenía y por qué debía ser destruida.
Jeremy se acercó al único objeto que había en la sala, un enorme cilindro
                                                           enorme
metálico que llegaba casi hasta el techo, perfectamente liso y frío, aparte de
por la palanca del interruptor, que sobresalía de uno de los lados.
Si bajaba aquella palanca, la habitación se vería inmediatamente inundada de
luz, aparecerían sobre el cilindro los cientos de nervaduras de colores de los
                    bre
circuitos poniéndose en funcionamiento y toda la antigua fábrica cobraría vida
                                                    antigua
de nuevo: las columnas de los escáneres del segundo piso subterráneo se reacreac-
tivarían, y la consola de mando se ence
                                    encendería.
El regreso de Lyoko... pero ¿sólo de Lyoko? ¿O también de X.A.N.A., la
criatura que estaban convencidos de haber destruido para siempre?
                      convencidos
Sin darse cuenta siquiera, Jeremy había apoyado la mano sobre la palanca de
encendido, y sus dedos se habían contraído como para hacer fuerza, bajar el
dispositivo y encender de nuevo el superordenador.
El muchacho se apartó de golpe, sintiendo un estre
                                                estremecimiento. ¿Había
alguien más allí con él? Empezó a respirar fuerte. No se trataba más que de




                              mera sugestión. Se estaba dejando impresionar
                                              .
demasiado. Jeremy estaba solo en la fábrica. Nadie podía haberlo seguido.
—¿XANA? —murmuró.
              murmuró.
No obtuvo respuesta.

Odd estaba atado y amordazado en el salón de quien antes había llegado a
                                                      antes
considerar como una amiga especial.
Eva había conseguido dejarlo indefenso con una rapidez impresionante. Antes
incluso de abrir la boca, el muchacho se había encontrado en el suelo, con los
tobillos y las muñecas atados con una gruesa cuerda que le cortaba la piel.
Odd tenía que mantener la espalda arqueada hacia atrás para reducir la presión
                               palda
de la soga sobre la carne, y la mordaza, bien apretada contra la boca, le
dificultaba la respiración. Pero ¿dónde había aprendido a hacer nudos aquella
                                     de
chica?
No. No era una chica. Tenía que metérselo en la cabeza. Eva era... el enemigo.
Era X.A.N.A.
En aquel momento estaba sentada en el suelo, cerca de Odd, con el portátil
sobre el regazo, y estaba analizando una serie de imágenes e informes: el
vídeo de la madre de Aelita, algunas fotos de la profesora Hertz, artí
                                                   profesora         artículos
científicos... De cuando en cuando se distraía del trabajo y abría una carpeta
de imágenes que parecían capturas de pantalla de algún videojuego.
Mostraban una ciudad de ciencia ficción con un ligero toque orien de
                                                                oriental,
tejados azules en forma de pagodas y calles translúcidas de colores que se
                                               translúcidas
enroscaban en torno a altas torres. Eva las miraba y suspiraba, pero cuando
                              torres.
Odd trató de hacerle una pregunta a base de gruñidos a través de la mordaza,
ella simplemente se limitó a ignorarlo.
En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Eva dejó el ordenador en el
  n
suelo y se puso en pie.
—Tú, trata de no hacer ruido —le ordenó a Odd—. Si no, luego tendré que
   Tú,                                                .
hacerle daño a la persona que ha venido a molestarnos. Y estoy segura de que
eso no te gustaría nada... ¿Sí? ¿Quién es? —al responder al telefoneo, la voz
                                                                 lefoneo,
de la muchacha cambió de repente, transformándose en la de un hombre de
cierta edad y un poco arisco.
—Ejem. Buenos días —    —graznó el altavoz—. Soy Ulrich, un compañero de
                                               .
clase de Eva. He venido con unos amigos. ¿Está Eva en casa, por favor?
Al oír la voz de su amigo, Odd empezó a retorcerse. ¡Tenía que arrastrarse por
el suelo, llegar hasta la puerta, avisarlos, ponerlos en guardia!
—No —respondió Eva con su voz de hombre lo siento, pero mi hija ha
                                         hombre—,                 o
salido con un amigo suyo. Odd, me parece que se llamaba.
—Ah, claro. Sólo que...
—Perdonad, chicos, pero me habéis pillado muy ocupado —lo
   Perdonad,
interrumpió ella. Colgó el telefonillo y caminó en dirección a Odd, sonriente.
Volvió a hablar con su vo habitual—. ¿Has visto? Nadie ha salido he
                          voz                                           herido.
Has sido un buen chico.




                                Eva se asomó a la ventana para asegurarse de
que los muchachos se estaban alejando del chalé. Después se acercó a Odd. Su
sonriente seguridad resultaba terrorífica. Con unos pocos y hábiles ges de
                                                                    gestos
sus dedos desató la mordaza que le impedía hablar.
—Cof, coi... mis amigos...
— ¿No estás contento? —  —dijo ella, mirándolo fijamente—. He dejado que se
                                                           .
fueran sin hacerles ningún daño. Aunque me ha dado la impresión de que
tenías mucha prisa por decir algo. ¿Qué era?
               risa
— ¿Puedes... darme... un poco de agua? La movida esta me estaba ahogando.
                                             movida
Eva rió, y en esa carcajada su voz de muchacha se mezcló con el sonido
profundo y distorsionado de otro ser que moraba dentro de ella.
—Consíguete tú sólito el agua si puedes, moco ¿No erais vosotros los que
                                            mocoso.
decíais que X.A.N.A. había sido derrotado?
Aquello era una pesadilla. Odd conocía a X.A.N.A. Había luchado contra él
un sinfín de veces, y ya había visto a una persona poseída por aquella
inteligencia artificial que vivía dentro de Lyoko. Pero lo de ahora era bien
               tificial
distinto. Eva le había parecido una chica normal, tanto por su voz como por
sus expresiones. Cuando William Dunbar estaba poseído por X.A.N.A., en sus
pupilas aparecía intermitentemente su símbolo, el ojo de X.A.N.A., mientras
                   intermitentemente
que ella no había dado señal alguna. Por otro lado, aquel monstruo ya no vivía
                               alguna.
en Lyoko. Lyoko estaba apagado. Así que, ¿qué podía haber sucedido? ¿Su
                                                            ber
enemigo había cambiado, había evolucionado? ¿Cómo era posibl que
                                                              posible
ninguno de ellos, ni uno solo, se hubiese dado cuenta de nada?
— ¿Qué es lo que pretendes hacer? —le preguntó Odd.
—Me parece obvio: destruiros. Y luego, destruir a todos y cada uno de los
   Me
humanos que se interpongan en mi camino —respondió la gélida voz de
X.A.N.A.
—Pero... ¿por qué?
Y entonces Eva dejó de parecer Eva.
—Porque los humanos os habéis equivocado —contestó con una voz
   Porque
computarizada y el rostro carente de expresión , y ahora debéis pagar por
                                       expresión—,
vuestros errores. Os sentís superiores, los amos del mundo, pero bien pronto
     tros                                                  do,
descubriréis que no es así. Ya tengo preparado un plan excelente.
Eva volvió al ordenador portátil que estaba en el suelo y pulsó algunas teclas,
hasta que en la pantalla apareció una fotografía. Un hombre con la cara med
                        lla                                               medio
oculta bajo un sombrero y la boca entreabierta, dejando a la vista unos
                                     entreabierta,
horribles colmillos de oro.
—Me serviré de este hombre, que probablemen tú no conoces todavía.
                                     probablemente
Después me serviré de esta niñata inútil, Eva... —miró a Odd, que por primera
vez se sintió verdadera y profundamente asustado. Y luego me serviré de ti,
                                                        luego
Odd Della Robbia. Tú me serás de inestimable ayuda.
Sin que el muchacho pudiese hacer nada por impedirlo, Eva se inclinó y le
                                                impedirlo,
agarró la cara con ambas manos. Sus dedos estaban helados, como los de un
muerto. El rostro de Eva se fue acercando cada vez más al suyo, con los labios
entreabiertos.




                              —Te lo suplico... —susurró él.
Sus bocas se fundieron en un beso. Un denso hu
                                             humo se abrió camino de la boca
de Eva a la de Odd. Y después todo se convirtió en oscuridad para él. Todo
cambió.
Eva volvió a levantarse, y con gestos rápidos desanudó las cuerdas que
sujetaban al muchacho.
—Estoy... —comenzó a decir ella.
—... listo —completó Odd. Su voz tembló, recorrida por un estremecimiento
de profunda distorsión, pero luego volvió a la normalidad. El muchacho rió a
carcajada limpia—. Controlar a este tío es mucho más fácil que con la niñata.
Por suerte, tiene una mente de lo más básica. Ya me siento a mis anchas
aquí dentro.
—Pues entonces —le dijo Eva guiñándole un ojo— es el momento de irnos.
El resto de esos mocosos se estará preguntando dónde nos hemos metido.


Hora: doce y media. Lugar: oficina de Washington D. C.
Dido se había quedado sola. Ella misma lo había dispuesto así, en realidad. Le
había dado a Maggie un par de horas libres, y ella había aceptado, agradecida,
cogiendo al vuelo su bolso para salir a almorzar con unas amigas.
En apariencia, aquel edificio de la periferia era una simple aglomeración de
oficinas, pero tras su fachada algo grisácea se escondían las mejores tecno-
logías de protección disponibles en el mercado. Sin embargo, Dido estaba
convencida de que a veces los viejos métodos de siempre seguían siendo los
más seguros. Como, por ejemplo, evitar que una secretaria, por muy de
confianza que fuese, pudiese escuchar y filtrar sus llamadas.
La mujer se encendió un cigarrillo, nerviosa. Había creído que el asunto de
Hopper llevaba tiempo finiquitado, archivado en un expediente con el sello
de Confidencial - Sólo personal autorizado. Había sido un fracaso, sin duda,
pero al menos limitado, y que se remontaba a más de diez años atrás. La vida
de Dido, mientras tanto, había seguido adelante, al igual que su carrera, y ella
no había vuelto a pensar en el profesor ni en sus malditos ordenadores de
vanguardia. Ahora, por el contrario, aquel viejo asunto estaba volviendo a su
cabeza con la fuerza de una bomba atómica.
Dido usó tres llaves que guardaba, bien ocultas, en tres puntos distintos de su
despacho para abrir un cajón del que sacó una vieja agenda repleta de códigos.
Encendió el ordenador y entró en su listín telefónico, tecleó un par de
larguísimas contraseñas formadas por dígitos y letras totalmente casuales y, al
fin, la computadora se lo recompensó mostrándole el número de teléfono que
le hacía falta. Antes de marcarlo, Dido activó todas las protecciones
antiescuchas de las que disponía.
Su interlocutor le respondió al tercer toque, con la voz distorsionada por un
filtro. No había problema: también la voz de Dido estaba siendo modificada
de forma muy similar.
—Cuánto tiempo, señora. Me imagino que esta línea será segura.
—Por supuesto, Hannibal.
Dido cerró los párpados, y la imagen del hombre con el que estaba hablando
le volvió a la mente: ojos huidizos de lagartija, boca ancha, caninos empasta
                                       lagartija,                      empasta-
dos de oro y unas manos hinchadas y llenas de anillos. Hannibal siempre
                                                  anillos.
había sentido una particular predilección por las joyas y los objetos brillantes.
Dido lo recordaba perfectamente, aunque tan sólo se hubiesen vi en
   do                                                            visto
persona tres veces. Que a ella le bastaban y sobraban: aquel tipo le daba
náuseas.
— ¿A qué debo el honor de esta llamada? —dijo el hombre.
—La red de Francia vuelve a estar caliente, Hannibal —respondió Dido—. Y
   La                                                      respondió
hemos descubierto enseguida que hay uno de los tuyos en la zona. A juzgar
por su estilo, supongo que se trata de Grigory Nictapolus.
         tilo,
El hombre de los dientes de oro soltó una carcajada.
—Me parece que eso es información... confidencial.
   Me
La mujer permaneció completamente seria.
—Veo que sigues siendo el mismo de siempre. Cada vez que hay algún
trabajo desagradable que hacer, mandas a ese tipo y a sus dos horribles
                          hacer,
chuchos.
— ¿Y qué?
—Pues que quiero saber por qué se encuentra él ahora en la ciudad del
   Pues
Kadic. ¿Qué gato hay encerra en este asunto, Hannibal? ¿Qué estás
                       encerrado
tramando? —preguntó ella, directa.
Al otro lado de la línea hubo un largo silencio.
—Lo que nos hicisteis hace diez años —respondió después él— no nos
   Lo                                                           —
gustó ni un pelo, Dido. La fábrica y Lyoko eran nuestros. ¡Se construye
                                                                 construyeron
con dinero del Fénix! Y vosotros forzasteis a Waldo a arruinarlo todo. Pero
puede que haya llegado el momento de recuperar las pérdidas. Ha empezado
                            momento
una nueva partida, y nosotros tenemos una mano con un par de cartas que
jugar. Óptimas cartas, si me ppermites la inmodestia.
— ¿Estás hablando de Anthea Schaeffer? Sabe Sabemos que está en vuestras
manos.
—Ey, ey, ey... no esperarás que te cuente ese tipo de cosas. Al menos, no a
   Ey,
estas alturas de la negociación.
Dido asintió. Hannibal era perro viejo, así que resultaría inútil tratar de hacerle
                                                  sultaría
caer en una encerrona así de simple. Por algo lo llamaban «el Mago». Aquel
hombre sin ninguna cultura, hijo de campesinos paupérrimos, había
                                                  paupérrimos,
conseguido escalar posiciones en una de las cúpulas mafiosas más antiguas
del mundo hasta llegar a ser su capo absoluto.
   l
Dido no debía subestimar a su adversario, que era una auténtica serpiente de
cascabel.
— ¿Qué quieres? —le preguntó finalmente.
                     le
—Green Phoenix quiere participar en la operación y sacarle unos beneficios
  Green                                  operación
adecuados. Ahí va mi propuesta: os dejamos echar tierra sobre este asunto de
una vez por todas... y a cambio vosotros nos dejáis echar un vistazo a los
planos de construcción de ese viejo ordenador abandonado de la fábrica.




                               «De eso ni hablar», estaba a punto de
responder Dido. Pero no le dio tiempo. Hannibal había colgado.



                       16
          EL ÚLTIMO SECRETO DE LA ERMITA

Alrededor de las tres de la madrugada, Aelita se encontró despierta de
repente. ¿Había tenido otra pesadill sonámbula? Parecía ser que sí, dado que
                     ido     pesadilla
no entendía dónde estaba. Pero esta vez el sueño había sido de verdad: en
Lyoko, el hombre de los perros y el fantasma de su padre vagaban por una
ciudad de ciencia ficción. La muchacha, en camisón, estaba completamente
sudada, y sentía una fiebre incendiaria.
Se puso en pie y parpadeó varias veces, tratando de sentarse. Aelita se había
                                                       entarse.
despertado dentro de un mueble bajo coronado por un viejo televisor.
Aparte de eso, en la habitación sólo h
               ,                      había un pequeño sofá y una puertecita
que se abría en la pared opuesta, tan pequeña para pasar hacía falta ir a gatas.
Era la habitación secreta de La Ermita, la que habían encontrado gracias al
mapa que su padre había escrito con tinta invisible en un cuaderno. Si había
                                                              aderno.
llegado hasta ahí, eso quería decir que durante su sueño había atravesado todo
   gado                                            sueño
el pasadizo que llevaba desde el Kadic hasta el sótano del chalé.
Perpleja, la muchacha observó el muro blanco que tenía delante. Estaba
arañado a fondo, como si algún animal hubiese intentado tirarlo abajo a fuerza
de pura desesperación. En aquel momento, Aelita vio sus manos. Tenía las
uñas manchadas de yeso y pintura, y las yemas, sangrando a través de
                            pintura,
múltiples arañazos. Era ella quien había arañado la pared mientras dormía.
              ñazos.                                 pared
Pero ¿por qué? Apoyó una oreja contra la pa pared y la golpeó con los nudillos.
La golpeó de nuevo. Una señal de alarma atronó en su cabeza, retumban
                                                                 retumbando
contra las paredes de su cráneo: ¡la pared sonaba a hueco! ¡Tenía que echarla
abajo enseguida y descubrir qué había al otro lado!
                       cubrir
Aelita deambuló por los subterráneos de La Ermita, encendiendo luces y
                                               Ermita,
mirando en todas direcciones. Le hacía falta algo, una herramienta cualquiera
                   direcciones.
con la que derribar la pared. Entró en el trastero en el que Jeremy y ella habían
encontrado los sacos de cal y cemento con la dirección de la constructora
Broulet, el primer paso que los había llevado a descubrir la habitación secreta.
El cuartito era angosto, y estaba lleno de azulejos, cubos sucios y otras
herramientas de albañilería. Apoyado en una esquina había un vie pico algo
                                                                 viejo
oxidado. Justo lo que necesitaba.
Arrastró el pico hasta la habitación secreta, y des
                                                después empujó el mueble del
televisor lejos de la pared, para evitar que pudiese estropearse. S
                        red,                                      Sudó y ja-
deó por el esfuerzo de hacerlo todo ella sola. El pico pesaba un quintal,
aunque en aquel momento no sentía el cansancio.




                                 La Ermita aún guardaba otro secreto, y su
sueño le había mostrado el modo de resolverlo.
Alzó la herramienta y la descargó contra la pared. El mango de madera se le
resbaló de las manos y se limitó a mellar el enlucido del muro. Tenía que
volver a intentarlo. Separó bien las manos a lo largo del mango, contuvo la
respiración, levantó a duras penas el pico y lo bajó con todas sus fuerzas. La
                                                                us
pared cedió de golpe. Era tan sólo una delgada capa de cartón piedra, y Aelita
se encontró tosiendo entre polvo y escombros.
Alguien había construido aquella pared a propósito de tal modo que fuese
fácil demolerla. Su padre había querido que ella descubriese la nueva habita
                                                                        habita-
ción secreta, construida detrás de la primera.
Le volvieron a la memoria las palabras de Philippe Broulet, el albañil que se
había ocupado de aquellas obras especiales para su padre: «Habrán pasado ya
diez años, pero lo recuerdo bien. Hopper me pidió un favor personal: tenía que
volver a La Ermita y tapiar una pequeña sección de la casa de tal forma que
                        piar
desde fuera resultase invisible».
Una sección de la casa, había dicho, no una habitación. Habían tenido la
                                              habitación.
respuesta delante de sus narices desde el principio, y no la habían visto.
                          narices
Aelita había logrado abrir en el muro un ventanuco de unos treinta centímetros
                                           ventanuco
de lado. La muchacha se restregó los ojos, enrojecidos por el polvo, y miró a
través de él. Se quedó sin palab
                           palabras. Cogió el pico y lo usó para ensanchar la
abertura, creando un acceso lo bastante grande como para pasar al otro lado.
¡El móvil! Tenía que llamar de inmediato a Jeremy. Pero ella no llevaba el
teléfono encima: había lle
                        llegado hasta allí mientras dormía, y sólo tenía puesto
                                                           ,
el camisón. La muchacha se dio media vuelta y salió corriendo.
Aquella noche Jeremy se había dormido nada más apoyar el cabeza en la
almohada, derrotado por el cansancio y las emociones de aquel último
período. Sin embargo, cuando oy que llamaban a la puerta de su dormitorio
                                 oyó
abrió los ojos con un sobresalto. — ¿Quién es?—gritó.
—Soy yo, Aelita —susurró la voz del otro lado de la puerta—. ¿Puedo pasar?
                      susurró
El muchacho se apresuró a abrir a su amiga. Parecía como si acabase de ver
un fantasma. Tenía los ojos hinchados, y sus rojos cabellos estaban revueltos
        sma.                  hinchados,
en una nube algodonosa. Iba vestida con unos vaqueros llenos de manchas de
todos los colores y una gruesa sudadera.
—Aelita, pero... —el muchacho trató de desperezarse—. ¿Qué hora
                     el
es? ¿Qué estás haciendo aquí?
—En marcha. Tenemos que darnos prisa.
   En
—Pero ¿qué...?
—Venga, ponte unos pantalones. Es muy impor
   Venga,                                   importante.
Jeremy obedeció. Recorrió junto con Aelita los pasillos desiertos de la
                                                    sillos
residencia, salió al parque del Kadic y caminó a oscuras entre los troncos de
                                                        ras
los árboles, en silencio, hasta que atravesaron el agujero que había en la
alambrada de la parte trasera de La Ermita.




                                 La muchacha no dijo ni una sola palabra hasta
que se encontraron en los sótanos, donde apuntó con un dedo en di  dirección a la
habitación secreta. Jeremy entró en primer lugar, vio el agujero en la pared del
                       remy
fondo... y también él se quedó sin palabras.
Aelita había descubierto una nueva habitación, mayor que la anterior e
iluminada por un gran foco de neón incrustado en el techo.
El centro de la habitación estaba ocupado por una columna escáner similar a
                                                    columna-escáner
las de la fábrica abandonada, aunque de aspecto más anticuado. En un panel
                  abandonada,
de la puerta corredera parpadeaba el mensaje: ¡Atención, peligro! Se
desaconseja el uso a los mayores de 18 años. Junto al escáner había una
enorme CPU, del tamaño de un armario, apoyada contra la pared y conec
                     maño                                             conectada
a la columna. Y cerca de ella, Jeremy vio un terminal de mando. Era una
                                              terminal
versión primitiva de la consola que había en los subterráneos de la fábrica.
                                                 subterráneos
—Pero, Aelita... —dijo el muchacho en cuanto consiguió recuperarse de la
                     dijo
impresión—. Has encon
              .     encontrado... ¡Lyoko!
—Bueno, una réplica —   —respondió la muchacha—. Como la que Yumi y
                                                   .
Ulrich han visto en Bruselas, o a lo mejor incluso de un tipo distinto. Tengo
intención de meterme inmediatamente en el escáner y descubrirlo.
—No puedes hacerlo tú sola —dijo el muchacho al tiempo que sacudía la
                                  dijo
cabeza y se colocaba bien las gafas redondas sobre la nariz . Tenemos que
                                                       nariz—.
llamar a Yumi y a Ulrich. Ya Odd. ¡Podría resultar peligroso! Debemos...
Aelita se acercó a Jeremy y le puso las manos sobre los hombros. Estaba tan
                                                sobre
cerca que el muchacho podía sentir su delicado olor. Lo miró a los ojos.
—He ido a buscarte porque te necesitaba a los mandos, supervisando. Pero lo
   He                                                    supervisando.
de entrar ahí dentro es cosa mía. Mi padre me ha guiado hasta aquí con una
serie de sueños, y sé que él querría que fuese yo quien se virtualizase en esta
réplica. ¿Vas a ayudarme?
Jeremy negó de nuevo con la cabeza, se sonrojó y al final estrechó a Aelita en
un abrazo.
—Bueno, de acuerdo. Cuenta conmigo.
   Bueno,
El cuerpo de Aelita apareció de la nada, recolectando y aglomerando hilillos
                                                 tando
de luz en torno al núcleo de su ser. La muchacha aterrizó después con un pe pe-
queño salto. Había asumido su form de elfa, y el paisaje que la rodeaba podía
                                 forma                saje
parecer el sector del bosque de Lyoko... sólo que no lo era. El cielo se
                      bosque
mostraba como una monótona extensión de azul sin matices, y sobre el suelo
había un manto verde y homogéneo. Por un instante la muchach notó la em-
                          homogéneo.                    muchacha
bestida del vértigo de la virtualización.
Ante ella había tres árboles, gruesas encinas muy detalladas, de tronco pardo y
frondosas y anchas copas que se reflejaban en el terreno con un juego de luces
                       pas
y sombras. Aparte de los tres árboles no había nada más, tan sólo una
superficie plana verde y azul que se extendía hasta el horizonte.
— ¿Va todo bien? —preguntó Jeremy desde el puesto de control. Aelita
                       preguntó
oyó su voz directamente dentro de su oreja, como si el muchacho se hubiese
transformado en un duendecillo encaramado sobre el antitrago de su pabellón
                   n
auricular.




                               —Sí —respondió—. A lo mejor estoy un pelín
                                              .
asustada, pero estoy bien.
—Me pregunto qué querrá decir el aviso que hay en el escáner. Peligro para
los mayores de dieciocho... —añadió, pensativo, Jeremy.
                      cho...
—Bueno, yo soy menor de edad, así que todo irá bien. Además, no me parece
   Bueno,
que haya ningún monstruo por aquí. Ni tampoco ninguna ciudad. Sólo
tres árboles solos.
Aelita dio un par de pasos en dirección a ellos, y luego respiró bien hondo y
echó a correr. Llegó hasta el primero jadeando.
—Acaba de aparecer un mensaje en mi ordenador —le oyó decir a Jeremy—.
Dice que ese árbol es el número uno, y pone una fecha, 1985, y un texto que
reza Fin del proyecto Cartago.
La muchacha rozó el tronco del gran árbol con las yemas de los dedos, y
frente a ella se abrió un agujero oblongo. La madera se contrajo, desvelando
un espacio hueco. Aelita lo contempló durante unos instantes. Y luego entró.
— ¿Y ahora, qué? —le preguntó a su amigo.
—No tengo ni la menor idea —respondió él con un suspiro.
Aelita se encontraba en un gran laboratorio desierto y sin ventanas. El espacio
estaba abarrotado de mesas de acero, maquinaria, grandes microscopios y
ordenadores, pero no había ninguna silla. Una serie de pequeños focos
iluminaba la sala como si fuese de día.
—Ah, eres tú —dijo una voz, y Aelita se dio media vuelta de un respingo.
Inclinado sobre un microscopio estaba su padre, Franz Hopper, que llevaba
una bata blanca. Una espléndida mujer acababa de llegar a su lado. Ella tam-
bién iba en bata, y tenía una larga melena pelirroja.
— ¡Papá, mamá! —gritó la muchacha al tiempo que echaba a correr para
abrazarlos.
Los atravesó como si fuesen fantasmas, y se chocó contra la mesa del
microscopio. Volvió a erguirse como un rayo, e intentó abrazarlos de nuevo,
llamándolos a gritos, pero no consiguió ni rozarlos con un dedo.
—Tranquilízate, Aelita. Mis pantallas se han llenado de textos —la
advirtió Jeremy—. Lo que estás viendo es una simulación o, mejor dicho, la
grabación tridimensional de algo que pasó hace mucho tiempo... en 1985,
diría yo. Tus padres no son reales: no puedes tocarlos, y ellos no pueden oírte.
La muchacha cerró las manos en dos puños crispados y golpeó la mesa con
todas sus fuerzas y la cara contraída en una mueca de dolor.
— ¡No es justo, Jeremy!
—Lo sé, pero si tu padre quería enseñarte ciertas cosas, deberías prestar
atención y escuchar, ¿no crees?
Justo en aquel momento el profesor se incorporó de su microscopio y se
volvió hacia la mujer. Su rostro barbudo se iluminó con una sonrisa.
—Anthea, estoy tan cansado...
—Lo sé, cariño. ¿Por dónde vas?
—Ya no me falta mucho. Dos meses, tal vez tres. Y luego el proyecto Cartago
entrará en funcionamiento. Lo hemos conseguido. Será un gran día para el
mundo entero.
Tras aquellas últimas palabras, una sombra de
tristeza pasó por los ojos de Anthea.
—Amor mío —dijo Hopper ¿algo anda mal?
                  dijo Hopper—,
—He encontrado los documentos que buscábamos... y no ha resultado fácil.
   He                                    buscábamos...
— ¿Y bien?
—Por desgracia, nuestros temores no eran infundados. Cartago no salvará el
   Por                                             dados.
mundo, sino todo lo contrario. Podría contribuir a destruirlo. Dentro de la
Primera Ciudad han insertado una zona oscura que nosotros no podemos
controlar, y que transformará Cartago en un arma letal.
Hopper contrajo los puños, y el laboratorio, An
              rajo                             Anthea y él implosionaron en
torno a Aelita, disolviéndose como si alguien les hubiese echado ácido enci-
                 disolviéndose
ma.
La muchacha se encontró en una habitación acogedora, una salita de estar con
                                                   gedora,
un pequeño sofá, una alfombra roja de flores y altas estanterías en todas las
                                  roja
paredes. Su padre estaba sentado en el sofá con la cabeza entre las manos, y su
madre estaba junto a él, abrazándolo. Por el suelo jugaba una niñita de tres
años con un divertido vestidito rosa y el pelo, de color rojo fuego, cortado
                                                    color
bien corto. Sostenía una mumuñeca en forma de elfa.
— ¡Mi muñeca favorita! —gritó Aelita al verla.
—Ya —sonrió Jeremy—. Me parece que también salía en el vídeo de tu
                         —.
padre... el que encontramos en la habitación secreta de aquí al lado. De modo
que esa niñita debes de ser tú, Aelita, tal como eras en el pasado.
Qué monada...
En la habitación, Anthea estaba susurrando algo al oído del padre de Aelita,
que levantó la cabeza de golpe.
— ¡No! Hemos sacrificado nuestra vida entera por este proyecto. Nuestra hija
                                                      este
ha nacido en una base militar. Hace meses que no vemos a nadie. Y todo
eso, ¿para qué? ¿Para crear una nueva arma? No lo permi
                                                      permitiré.
—No hables tan alto, querido —lo regañó Anthea—. La habitación podría
   No                                                  .
estar bajo vigilancia. A estas alturas ya no podemos estar seguros de nada.
                          estas
— ¡Me importa un bledo! ¡Que me oigan! He construido Cartago para hacer
algo bueno por el mundo, y no para llevarlo a la ruina. El control de las
comunicaciones electrónicas debe servir para proproporcionarles servicios
baratos a todos los seres humanos, incluso los que viven en el Tercer Mundo o
                           humanos,
están en serias dificultades. Pero estos locos quieren usarlo como un arma de
control en su estúpida gue
                         guerra. ¡Me da lo mismo si una persona es rusa o
estadounidense! ¡Es siempre una persona! Todos somos ¡guales.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Anthea, abrazándolo—,
   Estoy
pero ¿qué podemos hacerle ahora? A estas alturas, ya son capaces de terminar
                                      estas
el proyecto incluso sin nuestra ayuda. Y no te olvides de Aelita. Si nos
arriesgamos demasiado, ¿quién se ocupará de ella?
Se quedaron en silencio un buen rato, observando a la niña, que reía y
                                       observando
abrazaba su juguete sobre la alfombra.
—Podemos escaparnos —    —murmuró después Hopper—. No sé cómo, pero lo
conseguiremos. Si pudimos crear Cartago cuando todos pensaban que era una




                                locura, somos capaces de hacer lo que sea.
                                     ra,
Destruiremos lo que hemos construido. Se encontrarán con las manos va  vacías,
y nosotros nos fugaremos con Aelita. ¡Pero nos llevaremos con nosotros el
                                                     varemos
fruto de todos estos años de sacrificios, y encontraremos la forma de seguir
                 tos
estudiando en otro lugar para dar a luz una nueva Cartago!
         do
Hopper estiró una mano para desordenar los cabellos de su hija, que sonreía
                                               cabellos
feliz.
— ¿Te gusta la idea, chiquitína? Construiremos la nu va Cartago, y la
                                                     nueva
llamaremos... Lyoko. Es un buen nombre.
Aelita se encontró de repente de vuelta en el gran prado verde, delante
del árbol.
— ¿Se ha acabado? —le preguntó a Jeremy.
                        le
—Mmm, sí. Eso. La grabación debe de haberse completado. Pero aún nos
   Mmm,
quedan los otros árboles, ¿no? Según el ordenador que tengo aquí, el árbol si-
guiente comprende el período de 1985 a 1988, y se titula Una vida de
incógnito.
La muchacha cubrió los pocos pasos que la separaban de la segunda encina,
                                              separaban
alargó la mano y de nuevo el tronco se abrió para dejarla entrar.
                         vo
Esta vez alrededor de ella se desplegó el patio de armas de una base militar.
Hacía mucho frío. Las casamatas de hormigón armado estaban cubiertas de
                        casamatas
nieve. Había grandes focos que giraban de un lado a otro, cortando en dos la
                                                           cortando
noche e iluminando intermitentemente los muros exteriores y las espirales de
                     intermitentemente
alambre de espino. Había hombres que corrían por todas partes con perros
enormes, helicópteros que se elevaban hacia el cielo y sirenas de alarma que
empezaban a aullar, contagiando a todo el mundo con una actividad febril.
Aelita se percató de una pareja que atravesaba el patio, apresurándose por
llegar hasta uno de los todoterrenos. Eran una mujer alta y esbelta y un hom
                                                                         hom-
bre achaparrado, ambos envueltos en amplio abrigos militares y
                                       amplios      gos
pasamontañas oscuros para protegerse del frío. ¿Eran sus padres? La
muchacha decidió no correr ningún riesgo, y se metió antes que ellos en el
todoterreno, sentándose en el asiento trasero.
Un instante después, la mujer se subió por el lado del conductor y se quitó el
pasamontañas, mientras que el hombre se sentó a su lado, permaneciendo con
el rostro cubierto.
Aelita se llevó una mano a la boca: ésa no era su madre, sino una chica de
rizos espesos y negros y na afilada. Aquella cara le resultaba familiar. Le
                          nariz                   ara
parecía haberla visto ya en alguna parte... pero ¿dónde? No conseguía
acordarse en absoluto.
—Profesor Schaeffer —  —siseó la mujer mientras ponía el coche en marcha
                                                                   marcha—,
estese tranquilo y déjemelo a mí. No nos van a parar. Ya lo verá.
                       melo
El hombre asintió, y en aquel momento su abrigo se abrió. Una cabecita
pelirroja se asomó por él, rien Hopper la abrazó y la empujó de vuelta
                           riendo.
adentro.
—Pórtate bien, Aelita. Nadie debe saber que es aquí, así que no hagas
   Pórtate                                     estás
ruido. Pórtate bien, y dentro de poco te dejaremos dormir, ya verás.
                       dentro




                                — ¡La verdad es que ya por aquel entonces
eras una granujilla! —se rió Jeremy al oído de la muchacha, pero Aelita
                       se                                cha,
agitó una mano para que se callase. No quería perderse nada.
El todoterreno se había puesto en movimiento, y estaba atravesando el patio
en dirección a un puesto de control donde una garita metálica protegía una
barra doble que estaba bajada. La salida.
Dos soldados salieron de la garita abrigados hasta las cejas y con las
                                             hasta
metralletas en bandolera. Uno de ellos aferró su arma, apuntándola hacia los
                      era.
dos ocupantes del todoterreno, mientras que el otro se acercó a la ventanilla y
saludó a la mujer que estaba al volante.
—Buenas, mayor Steinback.
   Buenas,
—Descanse, soldado. Y levante la barrera, que tengo mucha prisa.
   Descanse,                                           mucha
—Lo lamento muchísimo, mayor, pero esta noche las barras no se retiran. Ha
   Lo
habido una violación de la seguridad, y el coronel...
— ¡El coronel en persona —ladró la mujer al volante mientras se asomaba
hacia el soldado— me ha ordena que salga de la base para llevar a cabo una
                           ordenado
misión de prioridad absoluta! ¿Ves a este hombre que tengo a mi lado? ¿Te
parece que lleva la cara tapada porque tiene miedo de constiparse? Aquí tengo
un papel que me da plenos poderes, y te juro que como no levantes esa barra
en diez segundos, a partir de mañana te pasarás la vida limpiando letrinas de
                                         pasarás
sol a sol.
El soldado se quedó inmóvil por un instante, y luego se cuadró de golpe y
saludó a su superior.
—Sí, señora. Abro ya mismo, señora.
   Sí,
— ¿Un permiso del coronel? —sonrió el profesor dentro del todoterreno.
—Conozco bien a las ovejas de mi rebaño, profesor, no se preocupe —
   Conozco                                    profesor,
bisbiseó ella.
El todoterreno pasó bajo la barra y empezó a acelerar por uña carretera helada
                                                   lerar
sumergida en la oscuridad. La base se encontraba sobre la cima de una pe
                        dad.                                             pe-
queña colina rodeada de abedules cubiertos de nieve que se extendían hasta
donde alcanzaba la vista.
— ¿Cómo podría no preocuparme? —Comenzó a hablar Hopper de nuevo
                                        Comenzó                        nuevo—.
Aelita y yo estamos a sal es cierto, pero Anthea...
                        salvo,
—La encontraremos, profesor. Le doy mi palabra. Tengo mis contactos dentro
          ontraremos,
del proyecto, y ya se han puesto manos a la obra. Pronto sabremos quién la ha
secuestrado y por qué, y conseguiremos rescatarla. De momento, lo más
importante es que los hemos sacado de al junto con los documentos. Me
                                         allí
llaman la Implacable, ¿lo recuerda? No le fallaré.
Aelita se cayó del asiento trasero del todoterreno directamente sobre un suelo
                                                    directamente
cubierto de césped. El cambio de escenario había sido tan repentino que la
cabeza le daba vueltas. Ahora se encontraba bajo el sol, en el jardín de una
                    ltas.
sencilla casita rodeada de ca exactamente ¡guales. Al fondo podía ver unas
                            casas
altas montañas coronadas de nieve.
  tas
Su padre iba vestido con chaqueta y corbata, y sostenía un maletín de piel.
Terminó de subir por la calle, y llegó hasta la verja, que abrió con una peque
                                                                         peque-




                                  ña llave. En aquel momento se abrió de par en
par la puerta de la casa, y la mujer que antes había estado al volante del
todoterreno salió al jardín. Llevaba un uniforme militar de falda y chaqueta
                                                             falda
que tenía un severo color gris verdoso y sus distintivos de rango so
                                                                   sobre los
hombros.
—Mayor—la saludó Hopper.
—Venga adentro. Así podremos charlar un poco.
Aelita los siguió al interior de la casa. Dentro había pocos muebles, que eran
demasiado viejos y quedaban fuera de lugar en aquel ambiente. Parecía unos
      siado
de esos lugares que se alquilan durante un breve período, y en los cuales nadie
deja ninguna huella de su personalidad.
Hopper hizo que la mayor se sentase en una silla, y fue hasta los fogones para
preparar un café.
— ¿Qué tal está la pequeña?
                    pequeña?—preguntó la mujer.
—Aelita está con la canguro. Dentro de poco tentendré que matricularla en la
guardería. Ya es bastante mayor, y debe estar con otros niños.
La mayor Steinback sacudió la cabeza.
—Lo siento, profesor, pero en menos de un mes tendrán que mudarse de
   Lo
nuevo.
—Ya me estaba encariñando con la idea de ser el oficinista Henri Zopfi.
   Ya
—Le proporcionaremos otra identidad y otro tra
   Le                                          trabajo.
—Volvemos a empezar...
   Volvemos
La mayor cogió la taza de café que le tendía Hopper.
—Ya sabe por qué estoy aquí —dijo tras beber el primer sorbo— Traigo
                                                                 —.
noticias para usted.
La mirada de Hopper centelleó tras los cristales de sus gafas.
— ¿Han encontrado a Anthea?
—Todavía no, por desgracia —respondió la mujer con amargura Pero
   Todavía                                                margura—.
hemos terminado nuestras indagaciones, y ya sabemos quién es el responsable
                            indagaciones,
del secuestro: un soldado que desertó inmediatamente después de la
                                                  mente
desaparición de su esposa.
—Quiero ver su expediente.
   Quiero
—Me lo imaginaba, y se lo he traído, pero le suplico que no haga ninguna
   Me                                            plico
tontería y me deje a mí el trabajo de investigación. Ese hombre se llama Mark
James Hollenback, y tiene veintiún años. Entró en el ejército con dieciséis, y
trabajaba en la base del proyecto desde hacía un año. Aún no sabem por
                         proyecto                              sabemos
qué decidió hacer semejante estupidez, pero le estamos siguiendo la pista.
— ¿Van a encontrarlo?
—Puede apostar por ello.
   Puede
Aelita repitió aquel nombre dentro de su cabeza. Hollenback. Mark
                                                   Hollenback.
Hollenback. El hombre que había raptado a su madre. Después hubo un nuevo
cambio de escena.
La muchacha se encontró bajo el pórtico de La Ermita. Era una fría mañana de
invierno. O al menos debía de hacer frío, a juzgar por el color del cielo y el
modo en que el viento sacudía los árboles. Aunque ella no sentía na Justo
                                                                tía nada.




                                 encima de la puerta de la casa, alguien había
colgado un cartel de se alquila, y luego había escrito debajo Vendido con un
grueso rotulador.
Una furgoneta llegó resollando por la calle y aparcó delante de La Ermita. De
ella bajó Aelita, que ahora tenía unos seis años y era ya muy parecida a la
muchacha que observaba a su doble desde el pórtico de la entrada.
—Papá, ¿ya hemos llegado? —preguntó la Aelita niña.
—Sí —respondió su padre mientras bajaba de la furgoneta.
La mayor Steinback descendió del puesto del conductor. Esta vez iba vestida
de civil, con una cazadora roja y unos vaqueros.
—Así que ésta es tu nueva casa. Si todo va bien, podrás matricular a Aelita en
el colegio y dejar de correr durante un tiempo.
Bajo el pórtico, la joven elfa sonrió: esos dos habían empezado a
tutearse. ¿Cuántos años habrían pasado desde su fuga del proyecto Cartago?
Dos o tres, por lo menos.
Los adultos empezaron a descargar las cajas y llevarlas adentro de la casa
mientras la Aelita niña jugaba en el césped.
— ¿Quién seré a partir de hoy? —preguntó el profesor.
—Tu nueva identidad te va a gustar mucho: Franz Hopper, profesor de
Ciencias en la academia Kadic, que está aquí al lado. Yo también trabajaré en
el colegio, bajo un falso nombre. Así no os perderé de vista.
Ambos rieron.
—Lo que me interesa es poder retomar mis investigaciones lo antes posible —
añadió después con resolución Waldo Schaeffer, que a partir de aquel mo-
mento era oficialmente Franz Hopper—. Y encontrar a Anthea.
—Ya he realizado algunos contactos con industrias locales. Hay una fábrica
no muy lejos de aquí. Podríamos reestructurar la parte subterránea y trans-
formarla en un laboratorio. El propietario nos hará saber su respuesta dentro
de unos pocos días, pero se ha mostrado muy interesado en nuestras investiga-
ciones.
— ¿Y en lo que respecta a Hollenback? —preguntó su padre con una nota de
ansiedad en la voz.
—Por desgracia, hace un tiempo que no tengo más noticias sobre él. Desde
que cambió de nombre y se infiltró en esa organización criminal, ha consegui-
do borrar sus huellas. Creíamos que era medio imbécil, y resulta que es un
auténtico mago.
Hopper dejó en el suelo una enorme caja, y hurgó bajo su jersey para
enseñarle a su amiga un colgante. Era el que Aelita conocía bien, con la W y
la A grabadas en él.
—Anthea está sana y salva. Me lo dice este colgante. Por eso
seguiré buscándola día y noche hasta que la encuentre.
—Y yo te echaré una mano. Anthea era mi mejor amiga, y juré que os la
devolvería a ti y a tu hija. Cueste lo que cueste.
Aelita se encontró de nuevo ante el árbol hueco, en el extraño calvero de la
réplica.
Permanecer en un mundo virtual resultaba
siempre fatigoso, y a menudo le provocaba cierto vértigo, pero esta vez, con
            tigoso,
todos aquellos cambios de escescenario, era sin duda peor. Y además, aquellas
                                                  da
historias, su padre y el secuestro de su madre, esa mayor Steinback que
                         secuestro
trabajaba para el ejército y de la que Aelita no había oído hablar jamás...
—Ánimo -la exhortó Jeremy
                      Jeremy—. Afrontemos el tercer árbol.
— ¿Qué dice esta vez el ordenador? —preguntó la muchacha.
—No está demasiado claro —bostezó su amigo, exhausto—. Aquí pone que
                                                              .
desde ahí se entra en un nuevo nivel de la réplica. Y también
está escrito Entra sólo cuando tu corazón esté preparado.
— ¡Yo estoy preparadísima! —Declaró Aelita—. Vamos.
Oyó cómo el muchacho volvía a bostezar.
—Si me lo permites... no me parece una buena idea. Son las cinco de la
   Si
madrugada, no has dormido, y por esta noche has tenido una buena dosis de
sorpresas. Esta réplica no va a irse a ningún lado. Es mejor que vol
                                                                  volvamos
junto con los demás cuando estemos listos y más descansados. Es verdad que
hasta ahora no hemos encontrado monstruos, pero no sabemos lo que puede
                        encontrado
esconderse en el nuevo nivel de este extraño diario.
Como bien dice el refrán, anda el bostezo de boca en boca como la cabra de
                                                boca
roca en roca, y Aelita empezó a secundar a Jeremy y sentirse de repente muy
cansada.
—A lo... mejor... tienes... razón.
   A
—Estupendo, entonces. Te traigo de vuelta. ¡Materialización!
   Estupendo,
La muchacha observó cómo su cuerpo se desmaterializaba: las piernas y los
                                            desmaterializaba:
brazos fueron volviéndose transparentes, hasta que desaparecieron
completamente. Parpadeó y se dio cuenta de que había regresado al interior de
               te.
la columna-escáner de la habitación secreta de La Ermita.
              escáner
La puerta de la columna se deslizó hacia un lado, y allí estaba Jeremy para
abrazarla.
— ¿Qué tal estás? —preguntó el muchacho con delicadeza.
                       preguntó
—Bien. Estupendamente. Pero necesito dormir un poco.
   Bien.
Ambos soltaron una risita.
FIN
www.codigolyoko4ever.blogspot.com

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Code lyoko tomo 02 - la ciudad sin nombre

  • 1. CÓDIGO LYOKO 4EVER (http://codigolyoko4ever.blogspot.com/) La Ciudad Sin Nombre Jeremy Belpois PRÓLOGO Esta noche se cumplen diez años exactos desde la primera vez que la vi, y he decidido que ha llegado el momento de contarlo, de revelar los increíbles acontecimientos de los que fuímos testigos Yumi Ishiyama, Ulrich Stern, Odd Della Robbia y yo, Jeremy Belpois. Y Aelita, naturalmente. No pasa un solo día que no piense en Aelita. Esta historia es para todos ellos, mis amigos. Pero sobre todo es para ti. Quién sabe si aún estás a la escucha... Jeremy INTRODUCCIÓN 1985. Francia. Un genio científico llamado Waldo Schaeffer y su mujer, Anthea, trabajan en un proyecto internacional de alto secreto conocido an como Cartago. Cuando Waldo descubre que el verdadero objetivo de Cartago no es el de proteger a los países del mundo, sino crear una nueva arma mortal, decide abandonar el proyecto. Esa decisión tendrá tendrá consecuencias irreversibles. Unos misteriosos individuos secuestran a Anthea Schaeffer. Waldo, en cambio, logra ponerse a salvo junto con su hija de tres años, Aelita. Tras una larga huída, encuentra trabajo como profesor de ciencias en la academia Kadic, en Francia, y bajo el nombre falso de Franz Hopper c, continúa a escondidas con sus experimentos. Allí, en los subterráneos de una vieja fábrica, no muy lejos del colegio, construye un superordenador e inventa un mundo virtual llamado Lyoko,
  • 2. ideado para servir de antídoto contra Cartago. Pero en tan sólo unos pocos rvir años la organización para la que trabajaba consigue localizarlo. En 1994, cuando Aelita tiene doce años, Waldo Schaeffer se refugia en el mundo virtual de Lyoko junto con su hija, que está gravemente herida, y gravemente apaga el superordenador que lo alimenta. Muchos años después, Jeremy Belpois estudia en la academia Kadic. Tiene trece años, pocos amigos y un talento innato para la informática. Después de descubrir la existencia de la vieja fábrica, conectada con la escuela conectada mediante unos túneles subterráneos, Jeremy se encuentra el superordenador abandonado, y consigue volver a ponerlo en marcha. Así descubre a Aelita, que durante todos esos años ha permanecido prisionera en Lyoko, sin envejecer. Junto con sus amigos Ulrich, Odd y Yumi, Jeremy logra rematerializar a Aelita en el mundo real. A partir de ese momento, los cinco muchachos se enzarzan en una encarnizada lucha contra X.A.N.A., una despiadada inteligencia artificial que se ha apoderado de Lyoko. Con mucho esfuerzo, y después de una larga serie de increíbles aventuras on virtuales, finalmente derrotan a X.A.N.A. gracias al sacrificio de Franz Hopper, que había sobrevivido durante todos esos años dentro de Lyoko en forma de esfera de energía. Ya no hay ningún peligro. O por lo menos eso parece. El 21 de diciembre, unos cuantos meses después de la derrota de X.A.N.A. y la muerte de Hopper, Aelita pierde la memoria de improviso. A causa de ello, sus amigos deciden reunirse nada más terminar las vacaciones de Navidad en el chalé en el que antaño vivía para ayudarla a recuperar sus recuerdos perdidos. Los cinco muchachos empiezan a investigar acerca de los secretos de La Ermita, y llegan a descubrir una habitación oculta. En su interior hallan un mensaje grabado por el profesor que cuenta parte de su historia, aunque bado todavía deja sin desentrañar muchos e intrincados misterios. En su mensaje Hopper le confía a Aelita la tarea de encontrar a su madre, y le pide que custodie un colgante de oro que forma parte de una pareja, un regalo que Anthea y él se habían intercambiado como prenda de amor.
  • 3. Mientras tanto, X.A.N.A, al que los muchachos creen definitivamente derrotado, recupera poco a poco sus energías, volviendo a la vida y poseyendo a una chiquilla americana llamada Eva Skinner. Poco después, Eva hace su aparición en Kadic. Jeremy, Ulrich, Odd y Yumi deciden ayudad a Aelita a encontrar a su madre. Confían plenamente en lograrlo. Están convencidos de que son los únicos que conocen la historia de Hopper y Lyoko. Están convencidos de que ya no quedan más amenazas. Y de que X.A.N.A ya no existe. Se equivocan. PRÓLOGO UNA CIUDAD MISTERIOSA Las torres de la ciudad se despliegan ante él como caparazones azulados de mariquitas, moteados por los agujeros algo mariquitas, más oscuros de los espaciopuertos. Las calles son franjas de colores que se entrecruzan y trenzan libremente entre los rascacielos. Tan sólo unas pocas naves vuelan entre un edificio y otro: es un momento tranquilo, y no hay casi nadie. En realidad nunca hay mucha gente por la ciudad. El muchacho brota de la nada. El aire se vuelve denso, se congela en un punto concreto, y ahí está él. Dobla dos dedos y empieza a volar. Coge velocidad. Deja que su vuelo se transforme e una picada. Aterriza sobre una de las autopistas flotantes que llevan hasta el muro, y la carretera se comba dócilmente para amortiguar el impacto. Empieza a correr: no ve la hora de encontrarse con su amiga y enseñarle los nuevos rincones de la ciudad que ha descubierto. Le encanta volar con ella que por las solitarias calles, adentrarse en los parques y las pequeñas tiendas vacías donde pueden coger lo que quieran e inventarse infinitos juegos. Su amiga dice que la ciudad es estupenda, pero está desierta. El muchacho no entiende lo que quiere decir: está él, están las inteligencias artificiales, y además está el profesor. ¿A quién más necesitarían?
  • 4. Al pensar en el profesor, el muchacho advierte un sutil sentimiento de culpabilidad: el profesor no quiere que asuma forma humana, porque dice asuma que es un desperdicio de energía. Pero su amiga tiene esa forma y él quiere parecérsele, por lo menos un poco. Aunque luego, a lo mejor, vuelva a transformarse para ella, puede que en una de esas criaturas pequeñas que ella llama <<pajaritos>>, y que le hacen reír. lama La calzada se mueve, inclinándose ante el muchacho. La áspera superficie se vuelve lisa y transparente como el cristal. Empieza a patinar. Llega hasta el suelo de un salto. Echa a correr de nuevo. La inteligencia artificial del tráfico peatonal aparece de golpe delante de él. rtificial Es un larguirucho metálico con tres ojos verticales y luminosos. Unos rojo. Uno ámbar. Uno verde. Le bloquea el camino con una mano huesuda, y el ojo que está encendido es el de más arriba, el rojo oscuro. En cuanto lo reconoce, el que se enciende es el ojo amarillo. -Señor, está sobrepasando el límite de velocidad –le recuerda la I.A. ¿Me Señor, le I.A.-. permite pedirle que aminore la marcha? El muchacho agita una mano delante de él: <<Autorización denegada> El denegada>>. ojo del controlador se vuelve verde de inmediato, y la criatura se aparta para dejarle pasar. -Por supuesto, señor. Prosiga, por favor. Por El muchacho corre hasta que los edificios que lo rodean comienzan a fundirse en un único borrón de colores. Pega un salto, pasa por encima de un un gran puente hecho de cables entrelazados y aterriza de nuevo en la carretera del otro lado. Ve una I.A. de transporte de información: parece un gran huevo achatado, y se aleja a toda velocidad. Debe de ser una I.A. importante. Es probable que esté trabajando para el importante. profesor. Puede llevarlo durante un trecho. El muchacho salta sobre ella, y una débil descarga eléctrica recorre sus dedos. Apoya las manos sobre su superficie para no caerse. Primer cruce. Segundo cruce. El muchacho la abandona de un salto, y cae sobre una I.A. muchacho de gestión de residuos. Es un poco más lenta, pero va en la dirección adecuada. El muro es tan alto que llega hasta el cielo, y está hecho de ladrillos negros. Cada vez que el muchacho roza su superficie, entre las yemas de sus dedos
  • 5. y el muro brotan destellos de una luz clara. El muro lo repele. Rodea la ciudad, y el muchacho no puede sobrevolarlo ni atravesarlo. No puede dejarlo atrás. En el muro hay una única puerta, pero ahora sus grandes hojas están cerradas. El muchacho apoya en una de ellas la palma de una mano, y en rradas. una pantalla que aparece de la nada brillan durante un segundo cuatro letras. Es el nombre del muchacho, aunque él no lo sepa. La puerta se desmorona, desmenuzándose en una lluvia de polv Hace un polvo. segundo estaba ahí, y ahora ya no queda ni rastro de ella. Al otro lado del umbral, el muchacho contempla el largo puente levadizo que se pierde en el horizonte. Flota sobre el vacío. Más allá de la ciudad no hay nada: ni un foso, ni un valle, ni un camino. Tan sólo el puente, tendido ni hacia la oscuridad. A veces el muchacho se ha imaginado cómo será atravesar ese puente, pero nunca ha pensado realmente en hacerlo. No está incluido entre sus instrucciones. Observa el puente, y sabe que su amiga llegará por ahí. Dentro de poco verá su delgada silueta caminando con pasos amplios por ese arco flotante, y él echará a volar. Luego verá su pequeña nube de cabello rosa. Su sonrisa. Su amiga está tardando un poco, pero eso no importa. Puede esperar. La ciudad sobrevivirá un rato aunque él no esté. En cualquier caso, otras partes iudad del muchacho están sobrevolando las pagodas, adentrándose por las alcantarillas, controlando que todo vaya bien. Sin esfuerzo, sin que él tenga que acordarse siquiera de hacerlo. Ahora su amiga está tardando mucho, y el muchacho empieza a estar preocupado. ¿Qué ha pasado? Cuando ella viene a verlo siempre es puntual. Así que espera, y sigue esperando, ante ese puente infinito. De vez en cuando le parece estar viéndola, ver cómo aparece su melenita rosa, apenas un puntito, allá a lo lejos. arece Su amiga ya no vendrá nunca más. Pero él todavía no lo sabe. 1
  • 6. EL HOMBRE DE LOS DOS PERROS Detestaba estar allí. Detestaba las mudanzas. El hecho de que su trabajo lo mudanzas. obligase a mudarse más o menos una vez a la semana no cambiaba ni un ápice la cuestión. Grigory Nictapolus hundió el pie en el acelerador, y la camioneta pasó de ciento setenta a ciento ochenta por hora. El motor rugía, pero aquel hombre rugía, sabía que podía exprimirlo hasta llegar a los doscientos veinte. Lo había trucado con sus propias manos. -Ya falta poco, chiquitines –susurró a media voz al escuchar una gruñido Ya susurró apagado que provenía de detrás de él. Giró en la siguiente salida de la autopista sin ni siquiera aminorar la e marcha. Eran las tres de la madrugada. No había ni un alma por la carretera. Escogió un peaje automático y pagó en metálico, arrojando un puñado de euros en un recipiente de la máquina. La ciudad le dio la bienvenida poco a poco: primero algunas casas sueltas y un grupo de naves industriales, y luego, paulatinamente, más casas, edificios, manzanas, barrios. El avión de Grigory había aterrizado aquella tarde tras un vuelo de casi once horas. En el aeropuerto lo esperaba su contacto, un tipo insignificante aeropuerto que sujetaba las correas de sus dos perros. Le había entregado un manojo de llaves. <<Para usted>>, le había dicho aquel hombre. Grigory no le había respondido, y se había limitado a llevarse las llaves y los perros. Había conducido sin descanso, deteniéndose sólo para que los animales se desentumeciesen las patas, y ahora tenía hambre y sed. Tenía sueño. <<Luego –se dijo-. Primero hay que acabar el trabajo>>. . Llegó ante un chalé de principios de siglo, alto y estrecho, rodeado de una alto valla de madera. El jardín estaba cubierto de nieve, y tenía un aspecto casi salvaje. El cartel que había encima de la verja de la entrada le confirmó que se trataba de La Ermita. Grigory chasqueó los labios, pero siguió conduciendo. Ya volvería más tarde. iendo. Bordeó la carretera y después atravesó el río. Cuando estaba sobre el puente se giró con curiosidad, observando un islote que parecía a punto de hundirse bajo el peso de una fábrica abandonada. Luego volvió atrás, dirigiéndose hacia un gran parque. Bordeó la e
  • 7. tapia que lo rodeaba, y la camioneta empezó a moverse a paso de tortuga, avanzando entre las sombras de la noche como un jaguar al acecho. Entre los árboles podía distinguir los negros tejados de los edificios, pegados unos a otros formando una L: las aulas, las oficinas, la residencia de los muchachos. Así que ésa era la academia Kadic. Parecía más bien elegante, pensado para chavalines privilegiados, hijitos de papá. El muro acababa en una gran verja de hierro forjado que estaba cerrada y anclada en dos columnas en las que se veía esculpido el escudo del colegío. Grigory Nictapolus sonrió y bajó de la camioneta con los dos perros. Se alejaron durante unos minutos. Luego volvieron a subirse. A su vuelta, uno de los dos perros estaba tan alterado que aferró con los dientes el asiento del pasajero, arrancándole un buen pedazo del relleno. -Muy bien. Como reconocimiento del terreno nos puede valer –dijo para sí el hombre mientras acariciaba el hocico de aquella bestia. La camioneta salió del centro de la ciudad y se detuvo delante de un edificio aislado de la periferia, protegido por una valla de alambre de espino medio oxidada. Era uno de esos sitios que los adultos ni siquiera ven, y que los niños evitan de puro miedo. -Desde luego, no es de lujo –comentó Grigory en un murmullo-. El Mago podía haberme encontrado un alojamiento más conocido. Abrió la puerta de la alambrada con las llaves que le había pasado su contacto en el aeropuerto, aparcó sobre la alta hierba e hizo bajar a los perros. Eran dos enormes rottweilers, fuertes y agresivos. Adiestrados para el ataque. Se llamaban Aníbal y Escipión. Grigory Nictapolus se pasó la mano por su afilada cara para sacudirse de encima el cansancio. Luego agarró las maletas de la caja de la camioneta y empezó a descargar el equipo. El cuarto de la residencia estaba helado, pero sintió las sábanas empapadas de sudor. Se había despertado oyendo ladridos de perros… igual que en su sueño. A lo mejor se estaba volviendo loca. Aelita se levantó, tiritando a causa de lo frío que estaba el suelo bajo sus pies desnudos. Se puso un jersey. Desde la ventana de su cuarto se veía el parque de la escuela, y en el cielo oscuro que anunciaba el amanecer, echándole un poco de imaginación, podía distinguir la silueta de La Ermita. El chalé en el que había vivido ella y su padre, cuando él aún estaba en este mundo. Se peinó frente al espejo la corta melenita pelirroja. Delante de sí veía a una chiquilla de trece años que parecía más pequeña, con orejeras de sueño y un rostro flaco y sobresaltado. Por un momento volvió a verse tal y como
  • 8. aparecía en su sueño, con el pelo rosa, las puntiagudas orejas de una elfa y dos franjas verticales de maquillaje dibujadas sobre las mejillas. ¿Cuál era su verdadera identidad? ¿Aelita identidad? Schaeffer, la hija de Waldo y Anthea; Aelita Stones, la falsa prima de Odd matriculada en la academia Kadic; o Aelita la pequeña elfa, la habitante del mundo virtual de Lyoko? <<Para ya de pensar en eso. Ahora Lyoko ya no existe>>. La muchacha cogió su móvil, que estaba sobre la mesilla de noche, y lo ogió encendió. -Mmm… ¿Diga? –le respondió una voz pastosa al séptimo toque. le -Soy yo. -¿Aelita? ¿Qué…? La muchacha oyó a tientas cómo Jeremy buscaba a tientas sus gafas por la mesilla de noche, se sacaba las sábanas de encima y hacía caer algo al suelo. -¿Qué hora es? -¿Puedes venir a verme? Por favor. ¿Puedes Jeremy no le respondió. Cinco minutos más tarde estaba llamando a la puerta de su amiga. Chocolate caliente. Con mucho azúcar. Antes de llegar, el muchacho había pasado por el distribuidor automático que había en la planta baja de la residencia y había sacado dos. Tan amable y atento como de costumbre. Jeremy probó su bebida con aire distraído. El muchacho tenía el pelo rubio y un par de gafas redondas con la montura negra, y llevaba un jersey de la lana que se había puesto a toda prisa encima del pijama de franela. Parecía como si se lo hubiese robado a un hermano mayor. Y aquella expresión… -¿De qué te ríes? –le preguntó. le -De la cara que traes –la mirada de Aelita se fue endulzando a medida que la Aelita hablaba-. Siempre estás tan serio… . -¡Eso no es verdad! –protestó él . Es que este chocolate tiene poco protestó él-. azúcar… ¿Sabes? –continuó Jeremy tras unos instantes de silencio he continuó silencio-, estado pensando en ello, y creo que tendrías que hacer que te trasladen a que una habitación doble. Así tendrías una compañera, y de noche te sentirías menos sola. Aelita tomó sus manos impulsivamente, y sacudió la cabeza. -No.
  • 9. -¿Por qué? Desde que hemos vuelto a Kadic no duermes, y cuando lo ¿Por consigues te despiertas en plena noche, aterrorizada. -Ya se me pasará. -¿Y las pesadillas? ¿Sigues con el mismo sueño de siempre? ¿Y Aelita hizo un esfuerzo para deglutir la mitad del chocolate de único sorbo. -Más o menos –murmuró después . ¿Te acuerdas del vídeo de mi padre? murmuró después-. ¿Y de la foto aquella con esas montañas que se ven desde la ventana? Jeremy asintió. Al final de las vacaciones de Navidad, Aelita, sus amigos y él se habían reunido en La Ermita para pasar un día juntos y ayudarla a recuperar la memoria de algunos acontecimientos del pasado. En el sótano del chalé habían descubierto una habitación oculta y un misterioso vídeo que había dejado allí el profesor Hopper, el padre Aelita. El muchacho lo había visto ya por lo menos una cien veces. -En el sueño –prosiguió Aelita siempre aparece esa casa. Papá está fuera, prosiguió Aelita- trabajando, y mamá, en su habitación. Sólo que luego… -Sólo que luego tu madre desaparece –concluyó por ella Jeremy. Sólo concluyó -Sí. Yo corro a su alcoba y me encuentro el armario abierto de par en par, Sí. el el cristal de la ventana roto, su ropa desperdigada por el suelo y pisoteada… Y siento como si hubiese alguien más conmigo. En casa. Está cerca, y respira fuerte. Tengo miedo de que me coja y me… -Tranquilízate, Aelita. El vídeo de tu padre debe de haberte afectado Tranquilízate, bastante. Eso no son más que imaginaciones tuyas. -Te equivocas –le replicó la muchacha a su amigo mientras lo miraba le directamente a los ojos-. De eso nada: son recuerdos, Jeremy. Recuerdos -. que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño ha aparecido un perro después, enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a perseguirme. Me he despertado poco antes de que me mordiese… y me ha parecido oír unos perros que ladraban en el jardín, justo debajo de la ventana de mi cuarto. Jeremy le tomó la mano. Estaba fría en comparación de la suya. Aelita se sonrojó. -¿Y ahora qué hacemos? –preguntó. ¿Y -Vámonos a desayunar –le respondió él, riendo-. Pero antes tengo que Vámonos . volver un momento a mi cuarto. -¿Para qué?
  • 10. -¡Pues para vestirme! No podemos presentarnos delante de los demás así, ra en pijama… Jeremy y Aelita se arreglaron, fueron a desayunar y luego se dirigieron juntos al patio de la escuela. Allí estaban sus más íntimos amigos, con quienes compartía el extraordinario secreto de Lyoko, con quienes secreto hablaban por la noche cada vez que no lograban conciliar el sueño. Los amigos junto a los que crecer parecía menos difícil. Odd Della Robbia, con el chándal de hacer gimnasia y su absurdo peinado rubio brotando de su cabeza como una llamarada. Ulrich Stern, delgado y musculoso, apoyado o contra una columna. Y Yumi Ishiyama, con el cabello corvino y totalmente liso cayéndole sobre la pálida cara y los ojos rasgados, vestida tan de negro como siempre. Yumi, la única del grupo que no vivía en la residencia de estudiantes, sino en una casa no muy lejos de allí, con su hermano y sus padres, estaba metiendo unas monedas en la máquina de café mientras Odd y Ulrich, que estaban detrás de ella, soltaban unas risitas divertidas y confabulad confabuladoras. -¿Y bien? ¿Qué es lo que pasa, que es tan tronchante? –les preguntó Jeremy ¿Y les al acercarse al trío junto con Aelita. -¡Pff! -respondió Odd en medio de una carcajada contenida . Nada, nada, respondió contenida-. sólo que Sissi… Ulrich… Ey, pero qué caras de cansancio traéis. ¿Os han dado las tantas? -Esta noche también he tenido pesadillas –se apresuró a explicar Aelita. Esta se Yumi trató de tranquilizarla. -Es por culpa de la habitación secreta de La Ermita. El vídeo de tu padre te Es ha alterado. La muchacha sacó su capuchino de la máquina expendedora y revolvió el azúcar con una cucharilla de plástico. Era la más alta del grupo. Le sacaba un palmo largo a Ulrich. Pero era tan delgada y esbelta que ha un desconocido le habría resultado imposible imaginársela como una guerrera. Y sin embargo lo era, y de armas tomar. Fuerte y combativa. Ulrich no pudo por menos que mirarla disimuladamente. Yumi jamás dejaba traslucir sus emociones, y era bastante taciturna. Justo igual que él. Por eso se encontraban tan bien juntos. Por eso, y tal vez por algo más. Ulrich apartó la mirada.
  • 11. -Ha sido una suerte encontrar ese vídeo. Ahora tenemos indicios, y una Ha nueva pista que seguir – –comentó. -Todos tenemos malos sueños, Aelita –confirmó Odd-. Basta con no darles Todos . demasiada importancia. Y además, ahora tenemos clase de Historia: tenemos ¡perfecta para echarse una buena cabezadita! -No digas chorradas, Odd –lo acalló Ulrich-. Será mejor que nos pongamos No . en marcha, o se nos va a hacer tarde. -Yo también tengo que salir pitando: control de mates –lo secundó Yumi, Yo lo que era un año mayor que los otros e iba a otro curso. e -¡Hasta luego, entonces! –se despidió de ella Ulrich con una sonrisa. ¡Hasta se Ulrich, Odd, Jeremy y Aelita llegaron al aula con cinco minutos de retraso y se abalanzaron adentro mientras la profesora estaba cerrando la puerta. Pero se detuvieron, petrificados ante la corpulenta figura del director Delmas, que los observaba con una mirada severa desde detrás de los cristales de sus gafas. -¿Qué horas son éstas de presentarse? ¿Qué Jeremy trató de explicar algo, y luego se volvió hacia Odd y se dio cuenta luego de que su amigo parecía paralizado. Pero no estaba mirando en dirección a Delmas. Contemplaba a otra persona que se encontraba junto al director. Una chica. No era muy alta. Llevaba el pelo rubio muy corto, y tenía un tono de piel dorado y unos enormes ojos de color azul celeste. No era del colegio: Jeremy se habría acordado sin lugar a dudas de ella. Y parecía ser que Odd había quedado tocado y hundido desde el primer vistazo. -Della Robbia, ¿a qué está esperando p sentarse? –lo despabiló el Della para lo director con su autorizado tono . Venga, todos a vuestros sitios. tono-. Los muchachos se colocaron en sus pupitres, y la profesora se sentó tras su escritorio, sobre la cátedra. Delmas se aclaró la garganta, como solía hacer antes de un anuncio oficial. -Bueno –arrancó-, lamento que no haya conseguido llegar hace una , semana, cuando empezaron las clases, pero más vale tarde que nunca, ¿no es cierto? De todas formas, chicos, me alegra presentaros a una nueva compañera que desde hoy asistirá a nuestra escuela: Eva Skinner. asistirá -Encantada –murmuró la muchacha mientras miraba fijamente a un punto murmuró imaginario en lotananza.
  • 12. -¡Yo sí que estoy encantado! –gritó al segundo Odd, un pelín demasiado ¡Yo gritó fuerte en medio del silencio de la clase. Todos se echaron a reír, y el muchacho se sonrojó de los pies a la cabeza. charon No pararon hasta que el director hizo un gesto imperativo para que se callasen. -Estoy seguro de que estás realmente encantado, Odd. Gracias por Estoy compartirlo con todos. Pues bien, Eva acaba de llegar con sus padres de los Estados Unidos. ¿De qué ciudad, en concreto? La muchacha miró fijamente al director, sin responderle. -Tal vez aún no entiende bien nuestro idioma –dijo Delmas mientras Tal dijo sonreía con indulgencia ¿De dónde vienes, Eva? –le preguntó, recalcando indulgencia-. untó, muy despacio las palabras. -Estados Unidos –respondió Eva sin mirarlo. respondió Hablaba en francés con un acento muy extraño. Jeremy observó a Odd, que estaba mirando sin parpadear a Eva, embobado, con la boca entreabierta y una expresión de besugo estampada en el rotro. Ulrich, que era su compañero de pupitre, tuvo que darle un codazo en las costillas para traerlo de vuelta al mundo real. -Bueno –prosiguió el director , supongo que ya nos hablarás de tu ciudad prosiguió director-, más adelante –luego volvió a dirigirse a la clase-. Mientras tanto, quiero luego . que todos vosotros acojáis a Eva con entusiasmo. No va a dormir en la residencia, ya que sus padres viven a poca distancia de aquí, pero recordad que hoy ha llegado una nueva amiga dispuesta a emprender un largo viaje… Odd se fijó en que Jeremy lo estaba mirando, y alzó los ojos al cielo, mimando con los labio <<¡Es preciosísima!>>. -… en fin, ayudadla a integrarse y dadle una calurosa bienvenida. Señor … Della Robbia… no demasiado calurosa, señor hágame el favor. Otra carcajada general. Grigory Nictapolus no había limpiado: no le había dado tiempo. Pero de todas formas el salón ya había cambiado de aspecto. En el suelo de los obreros habían echado únicamente, muchos años antes, una capa de cemento crudo en la que ahora se rebozaban sus dos se perros. Aníbal y Escipión se disputaban un enorme pedazo de carne, arrancándole tiras con los colmillos.
  • 13. Grigory había montado el equipo, e incluso había conseguido dormir un par de horas. Ahora de las paredes colgaban manojos de cables eléctricos sujetos con cinta aislante negra. Apoyados sobre el suelo había dos grandes monitores de cuarenta y dos pulgadas cada uno fabricados en China. A su alrededor tenían otras diez o doce pantallas más pequeñas. Además había instalado dos antenas parabólicas sobre el tejado de tal forma que no fuesen visibles desde la calle, y otras dos antenas más pequeñas dentro de la casa. Y luego una CB, una antena de Banda Ciudadana, típica de los radioaficionados, de baja frecuencia. Y también un escáner de frecuencias para interceptar las transmisiones de los coches patrulla de la policía, un ordenador conectado a los monitores, otros dos ordenadores desconectados de la intranet… y la conexión a internet, por supuesto. De todo lo que se había traído en la camioneta sólo quedaban tres cajas aún precintadas. Dos de ellas estaban llenas de cámaras de vídeo y micrófonos espía telefónicos y ambientales. La tercera tenía estampillada la marca de un fénix verde, y guardaba en su interior la Máquina, su valioso archivo de tarjetas de memoria. Grigory acarició con la mirada la caja de cartón y se sirvió una taza té. Usaría la Máquina sólo a su debido tiempo. El fusil automático, por su parte, estaba tirado sobre una alfombra, , junto al teclado del ordenador principal. Fusil de asalto XM8, un prototipo del ejército estadounidense que nunca entró en producción. Un bicharraco de arma. Grigory no creía que le fuesen a hacer falta armas para llevar a cabo la operación, pero lo ayudaban a concentrarse. Se sentó sobre la alfombra y reactivó el ordenador, que estaba en reposo. Los altavoces retumbaron con el sonido de la voz de una muchacha: <<… recuerdos que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño a aparecido un perro enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a perseguirme>>. Grigory no necesitaba consultar el expediente para reconocer aquella voz: Aelita Stones, alias Aelita Hopper, alias Aelita Schaeffer. Un perro. Así que la niña había conseguido oír a sus cachorritos. Tenía que acordarse de poner más ciudado. La grabación hizo una pausa. Dos o tres segundos. <<Vámonos a desayunar>>. Otra persona. El programa de reconocimiento hizo aparecer una imagen en el monitor: Jeremy Belpois.
  • 14. El micrófono direccional funcionaba bien, pero su radio de acción era demasiado limitado. En veinticuatro horas la habitación de la chiquilla estaría cubierta al cien por cien. El hombre ya había terminado de beberse su té cuando en la pantalla principal apareció una ventana negra: Llamada confidencial con encriptación activa. Nivel de seguridad 1. ¿Aceptar? a. Grigory aceptó, y en las dos pantallas gemelas apareció el busto de un hombre. Llevaba una chaqueta gris, una camisa blanca con las puntas del cuello largas, al estilo de los años setenta, y una corbata azul oscuro. En la solapa de la chaqueta llevaba una insignia que representaba un pájaro. Un fénix verde, el símbolo de Green Phoenix. Era su jefe: Hannibal el Mago. El Mago jugueteaba con el ratón de su ordenador, haciendo tintinear contra él los anillos que le cubrían los dedos. Su rostro estaba a oscuras, y un gran sombrero de ala ancha escondía sus ojos y la mitad de su cara. Lo único que se lograba entrever era una mandíbula cuadrada y una boca ancha, entreabierta en una media sonrisa que dejaba adivinar dos dientes de oro en lugar de los caninos. -Buenos días, Grigory. -Buenos días, señor. La voz del Mago sonaba profunda, distorsionada y falseada por los instrumentos electrónicos. Por mucho que trabajase con aquel sonido, Grigory sabía que jamás obtendría una señal de audio identificable. audio -¿Ha tenido un buen viaje? ¿Ha -La base ya es operativa, señor –le respondió Grigory-. Cuento con colocar La . todos los aparatos de aquí a mañana, incluidos los del chalé. El Mago chasqueó los labios. -Excelente. Pero tenga en mente que la vigilancia es tan sólo uno de sus Excelente. vigilancia objetivos. Ahora que la señal procedente de la academia Kadic vuelve a estar activa, es absolutamente prioritario recopilar nueva información. -Sí, señor. Grigory redujo la imagen de su jefe a una pequeña porción de la pantall y pantalla empezó a rebuscar entre los expedientes digitales. -¿Tiene alguna preferencia, señor? ¿Por quién quiere que empiece? ¿Tiene -Eso no es un asunto de mi incumbencia, Grigory –pese a su distorsión, Eso pese ahora la voz del Mago parecía más fría y distante . Únicamente m interesa distante-. me que nuestro proyecto dé pasos adelante. Quiero papeles con la firma del profesor. Quiero códigos.
  • 15. -Sí, señor. -Pero sobre todo quiero tener la confirmación de que ese famoso Pero superordenador existe de verdad. La traición de hace diez años por part parte del agente en el que más confiábamos fue un duro golpe. Y yo tengo la intención de tomarme mi revancha. ¿He sido bastante claro? -Como el agua, señor. En una ventana de la pantalla había aparecido un chiquillo con el pelo rubio de punta y un perro ridíc ridículo en el regazo. Detrás de él había dos adultos con un aspecto desagradablemente feliz y satisfecho. Un nombre parpadeó bajo la foto: Odd… -Della Robbia. Empezaré por ellos, señor. Della El Mago le respondió con una risa tan rechinante como un graznido. 2 El expediente de Waldo Schaeffer Odd se metió la cuchara en la boca. Líquido caliente. Tragó. Ulrich le dio una palmada en el hombro. -Oye, pero ¿eso no es sopa de verdura? Oye, -Mmm –asintió el muchacho con expresión ausente. Otra cucharada. asintió -Pero ¡¿qué haces?! –se entrometió Yumi, sorprendida. se Ulrich se encogió de hombros: Odd debía de haberse vuelto loco… ¡siempre había odiado la verdura! En realidad la mirada de Odd andaba perdida más allá del plato que tenía delante de él, más allá de la mesa, más allá de sus amigos. Para ser exactos, andaba perdida por el otro extremo del comedor del Kadic, donde Eva Skinner acababa de acercarse al mostrador de autoservicio. Tras unos instantes de incertidumbre, Eva cogió una bandeja, imitando a los demás imitando muchachos, pero se saltó por completo los cubiertos y los vasos. Llegó ante la cocinera, una mujerona sonriente con un inmenso delantal blanco. -¿Verdura hervida o patatas fritas? ¿Verdura La muchacha la miró fijamente, sin responder. -¿Va todo bien? –preguntó la cocinera. preguntó
  • 16. -Pero, ¿qué está haciendo? –comentó Ulrich, que también estaba siguiendo Pero, comentó el desarrollo de la escena . ¿No ha estado en un comedor del colegio en su escena-. vida, o qué? -¿Qué más da? –murmuró Odd con aire soñador . Es preciosísima. murmuró soñador-. -La chica nueva parece estar en apuros –comentó Sissi al tiempo que ica comentó aparecía detrás de ellos. Según algunos, Elizabeth (alias Sissi) Delmas era la chica más guapa de la escuela. Según todos, se trataba sin duda alguna de la más antipática, aunque era intocable, ya que su padre era el director. Como siempre, Sissi había entrado en el comedor escoltada por sus dos pretendientes, Hervé y Nicolas. La muchacha se dirigió inmediatamente hacia la recién llegada. Sissi cogió una bandeja y le puso encima el tenedor y un vaso, vaso, tendiéndoselo a Eva con una sonrisa maliciosa. -¿Ves? –gritó después para que todos la oyesen . No es tan difícil. Ahora gritó oyesen-. puedes pedir lo que quieres, y luego te sientas y comes. Tienes que usar estas cosas. Se llaman cu-bier-tos. Puedo tos. enseñarte cómo funcionan… Pobrecita, a lo mejor no los habías visto nunca en América. Hervé y Nicolas se partieron de risa. -Eres muy amable –dijo Eva, esbozando una sonrisa angelical Eres una… dijo angelical-. ca-ma-re-ra, ¿correcto? ¿Podrías coger mi almuerzo y llevármelo a la ra, mesa? Un poco de esas cosas verdes, y también una rebanada de eso otro. Gracias. Sissi se retorció de rabia. -¿Camarera yo? ¡¿Cómo te atreves?! ¿Camarera Odd, Ulrich y los demás empezaron a reír a carcajada limpia, sin el menor tacto. Sissi se alejó dando zancadas, furib furibunda. -¡Pero todavía tenemos que comer! –protestó Nicolas. ¡Pero -A mí se me ha quitado el hambre –le espetó ella, dejándolo helado. A le Mientras los tres hacían mutis por el foro del refectorio, Ulrich metió un currusco de pan en la boca de Odd, que estaba abierta de par en par. -¡Vaya, vaya! –comentó . Menudo carácter que tiene tu nueva amiga, ¿eh? comentó-. La habitación de Jeremy era una de las pocas individuales que el colegio reservaba para chicos. Totalmente desnuda a excepción de un enorme póster de Einstein que colgaba sobre la cama, estaba ocupada en su mayor colgaba parte por un gran escritorio.
  • 17. En otra época la mesa había estado ocupada en sus tres cuartas partes por el ordenador de Jeremy, siempre conectado con el superordenador de la fábrica abandonada. Pero desde que Lyoko había desaparecido para Lyoko siempre, el muchacho había renunciado prácticamente a la informática, y lo había guardado todo en una caja al fondo de su armario. Había sido su forma de darle carpetazo de una vez por todas a la desaparición de aquel mundo virtual, y también de manifestar ese luto de forma visible. Ahora ual, sobre su escritorio había una tele, el portátil para navegar por internet algunos libros y revistas. -Estoy preocupado por Aelita, chicos –suspiró Jeremy. Estoy Se habían reunido todos en su cuarto. Yumi y Ulrich, sentados en el suelo con las piernas cruzadas. Odd jugueteaba con Kiwi, su bull terrier, un perrillo cascarrabias y pelón que tenía un hocico desproporcionadamente grande respecto al resto del cuerpo y saltaba una y otra vez sobre la tripa d de su amo con cara de estar bastante satisfecho. -Bueh, en el fondo no son más que pesadillas –trató de quitarle hierro Odd. Bueh, trató -Son algo más que pesadillas. Aelita también ha tenido sueños particulares Son en el pasado, ¿os acordáis? Podrían ser una pista para encontrar a su madre. Sabemos que la raptaron, pero no tenemos ni idea de quién lo hizo. Ni de dónde se encuentra ahora. -Ha pasado un montón de tiempo, Jeremy –le Ha hizo notar Yumi-. Aelita era muy pequeña por aquel entonces. Ni si quiera . se acuerda de su madre. Después de todos estos años, Anthea podría estar… -No lo sabremos nunca si no la encontramos –la cortó Jeremy- ¡Y No -. deberíamos descubrir más sobre el profesor Hopper! Cada vez que tenemos algo de información nueva acerca de él, las cosas parecen volv volverse más y más complicadas. Por ejemplo, ¿por qué creó Lyoko? ¿Y por qué nos ayudó a destruirlo después? -Me parece obvio: X.A.N.A. –objetó Ulrich-. Si no hubiésemos Me . desactivado Lyoko, habría podido conquistar nuestro mundo. -Pero… -Jeremy extendió los bra Jeremy brazos, exasperado- ¡X.A.N.A. también lo inventó el profesor Hopper, a fin de cuentas! Y además, pensad un poco: ¿hasta cuándo podremos fingir que Aelita es prima de Odd? Durante las vacaciones la policía estuvo a punto de descubrir la verdad, y en esa ocasión nos salvamos por un pelo. Pero antes o después alguien se pondrá a n
  • 18. verificar sus datos, o bien llamará a los Della Robbia, que le contarán que la primita Aelita Stones no ha existido jamás. Odd dejó a Kiwi en el suelo y levantó el rostro. -Jeremy, corta el rollo. Tú ya tienes algo rondándote por la cabeza del estilo plan infalible o algo así. Se te ve en la cara. -Más o menos –confirmó el muchacho, sonriente. Luego se colocó las gafas confirmó sobre la nariz-. Bueno, sabemos que en 1988 Hopper se escondió aquí, en . Kadic, con Aelita, y que durante cierta época fue profesor de Ciencias en nuestra escuela. -Así que tu intención es… -dijo Odd mirándolo con malos ojos. Así dijo -Hablar con quien ocupó su puesto, por ejemplo. Es decir, la profesora Hablar Hertz. Ella fue quien sustituyó a Hopper, y puede que sepa algo. Ulrich suspiró. -La Hertz es una tía demasiado seria y tranquila. ¡¿Qué podría saber una tía La así de secuestros, mundos virtuales y agentes secretos?! -No tenemos otra opción, chicos –contestó Jeremy mientras negaba con la No contestó cabeza. La luz de la tarde fue posándose poco a poco sobre el parque que se extendía frente a la academia Kadic, y las sombras de los árboles se alargaron, reptando hacia los edificios de la escuela. Hacía frío, y la nieve todavía se amontonaba cubriendo los pequeños viales y llenando los huecos entre los arriates. Aelita se encontraba sola, sentada en un banco, y deslizaba entre sus dedos el colgante de oro, uno de los pocos objetos que la unía a su padre, Waldo Schaeffer en los documentos oficiales, y Franz Hopper en el colegio. Franz Cuántos nombres poblaban sus recuerdos. Nombres que le hablaban de muchas vidas en una sola: la suya. El colgante era un disco plano sujeto por una sencilla cadenita de oro. Sobre la superficie estaban grabadas una W y una A mezcladas con el dibujo de un mezcladas nudo marinero. Aelita había investigado un poco, y había descubierto que aquel nudo se llamaba <<de pescador doble>>. Solía utilizarse para atar entre sí dos cuerdas distintas, y cuanto más se tiraba de ambas cuerdas para deshacer el nudo, más se apretaba éste. Tenía un significado bien concreto: En realidad aquel colgante no había resultado suficiente para mantenerlos juntos. Su padre y su madre llevaban ya casi veinte años separados el uno
  • 19. de la otra. La muchacha sacudió la cabez como para sacarse de encima cabeza, un pensamiento que se le había enganchado al cerebro. No, la verdad era que su madre y su padre seguirían alejados para siempre. Él había muerto, y mamá… -¿Por qué lloras? Eva Skinner tenía una sonrisa particular, que parecía cohibida y distante al parecía mismo tiempo. Aelita se enjugó las lágrimas con la manga de la chaqueta. Eva acababa de llegar a Kadic, y todo debía de ser nuevo para ella. Aquella tarde llevaba sólo un ligero jerseicito de algodón, y sin embargo no parecía notar el frío que hacía. -No es nada –respondió tímidamente Aelita mientras se escondía su respondió preciada cadenita bajo la camiseta. -Si lo prefieres, puedo irme –dijo Eva. Si -No, quédate –le pidió Aelita mientras negaba con la cabeza , no me le cabeza-, molestas. Y además, es inútil perder demasiado tiempo llorando… Hoy te inútil he visto en el comedor, ¿sabes? –añadió poco después, al ver que su nueva añadió compañera ya no habla-. Con Sissi. No tienes que preocuparte por ella, -. siempre va de prepotente. -No me importa –dijo Eva Sé que es porque soy <<la nueva>>. dijo Eva-. que -Sí –sonrió Aelita-, te entiendo muy bien. , En realidad ella no era <<la nueva>> para nada: ya había estudiado en Kadic muchos años atrás. Pero luego pasó lo de Lyoko, y ella ya no había vuelto a crecer. Y una vez regresó al mundo real, todo le había parecido tan real, extraño… <<Extranjero>> era la palabra adecuada. Aelita se sintió cercana a Eva, y se dio cuenta de pronto de que le francés de la muchacha era mucho mejor respecto a aquella mañana. Parecía como si Eva conociese más palabras, y su curioso acento también era menos pronunciado. Debía de ser una chica avispada. Aprendía muy deprisa. Aelita le tendió la mano. -Si te hace falta algo, no te lo pienses dos veces: cuenta conmigo. Si Y quería decir <<¿Amigas?>> -Lo haré –sonrió Eva, estrechándole la mano. Y quería decir <<Amigas>>. Para llevar a cabo su plan, Jeremy esperó hasta las seis de la tarde, cuando la profesora Hertz se encerraba
  • 20. puntualmente en su estudio para corregir los últimos deberes de sus alumnos. El despacho de la profesora de Ciencias recordaba un poco el laboratorio de un alquimista: era pequeño, y estaba abarrotado de objetos curiosos que ocupaban el escritorio y la librería, pero también el suelo y el alféizar de una ventana. Había pilas de Volta y alambiques, series ordenadas de probetas llenas de componentes químicos, sextantes y oscilógrafos. La profesora era una mujer menuda y delgada, con unas enormes gafas redondas y una melena de pelo gris y rizado que le caía en desorden hasta la altura de los hombros. Como siempre, llevaba una bata de laboratorio encima de la ropa, y cuando Jeremy se presentó a su puerta estaba consultando una montaña de apuntes. -¡Jeremy! –exclamó al darse cuenta de su presencia-. ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Algún problema con el estudio acerca de las céculas? El muchacho buscó con la mirada un espacio despejado en el que sentarse. No lo encontró. Al final se sentó sobre los ejemplares de 1998 a 2004 de Scientific American, que estaban apilados formando un voluminoso cubo justo delante del escritorio. Carrapeó, sin saber muy bien por dónde empezar. -Vreá, profesora… ejem. En realidad estaba buscando información sobre el profesor de Ciencias que enseñaba en Kadic antes que usted: Franz Hopper. Herz alzó los ojos de sus papeles, y Jeremy comprendió que ahora tenía toda su atención. Pero inmediatamente se dio cuenta de que la profesora no estaba en absoluto entusiasmada con aquella petición. -¿Por qué te interesa? –le preguntó, fingiendo indiferencia. -Por nada –trató de quitar hierro él-. En la biblioteca de la escuela me he topado con un libro del profesor Hopper, una introducción a los principios cuánticos… -…aplicados a la informática. Sí, conozco ese texto. Pero me parece demasiado difícil para un chico de tu edad. En el interior de Jeremy saltó una señal de alarma: si la Hertz conocía aquel libro, ¿estaba tal vez interesada en los ordenadores cuánticos? ¿Sabía que Hopper había construido uno en la vieja fábrica, bien cerca de la escuela? El muchacho estaba decidido a no dejar que se le escapase esa ocasión. -La figura del profesor Hopper ha despertado mi curiosidad. Quiero decir, enseñaba aquí, en nuestra escuela. ¿Usted lo conoció? -Sí. No… De vista. Empecé a enseñar en Kadic justo después de que él abandonase su cátedra. -Pero, si no me equivoco, por aquel entonces usted, aunque no enseñase aún, era de todas formas ayudante de laboratorio. –insistió Jeremy-. Trabajó aquí con el profesor durante al menos tres años, ¿no es así?
  • 21. -Jeremy –lo interrumpió la Hertz, que estaba lo perdiendo la paciencia-, ¿estás tratando de hacerme una especie de -, interrogatorio? Sí, hace unos diez años era la ayudante del laboratorio de química, pero el profesor Hopper no estaba muy interesado en esa disciplina. Lo habré visto en un par de ocasiones, nada más. Y eso es todo. Jeremy se limitó a asentir, poco convencido. Aquella historia olía a mentira podrida. -Pero –volvió a la carga ¿usted sabe por qué se fue, profesora? En 1994 volvió carga- abandonó la escuela, y luego parece como si se hubiese esfumado por completo… -Lo lamento, pero no tengo ni la menor idea de todo eso –lo interrumpió mento, lo ella-. Y en cuanto a ti, en vez de ponerte a pensar tanto en la física cuántica, . harías bien en concentrarte en la biología: espero que para mañana tengas listo tu estudio sobre las células. Puedes irte. El muchacho se levantó, tropezó con un enorme electroimán y a punto estuvo de tirar por los suelos las revistas sobre las que había estado sentado. Nunca le había pasado que la profesora lo despachase con cajas tan destempladas, ni de una for tan expeditiva y evasiva. forma Al salir entornó la puerta del despacho hasta casi cerrarla. El pasillo estaba desierto. No había profesores en la costa. Después de todo, era casi la hora de cenar. Permaneció inmóvil, apoyado contra la pared y con la oreja apuntando hacia la puerta, que aún estaba abierta. untando Oyó cómo la profesora soltaba un largo suspiro, descolgaba el teléfono y marcaba un número. -¿Señor director? Soy Susan Hertz. Acaba de pasar por aquí Jeremy ¿Señor Belpois –una pausa-. Quería información sobre Franz Hopper. Sí, gracias. . Ahora mismo voy a su despacho. Jeremy salió corriendo. Aquella mancha en la pared le recordaba algo familiar. Odd trató de concentrarse, echado panza arriba en su cuarto. Ah, eso era… Un corazón. La boca de Eva Skinner. Buf. Tenía que dejar de pensar en ella y hacer un esfuerzo por estudiar: al ía día siguiente tenía un control de francés, y todavía no había abierto el libro. Agarró el manual de literatura, que estaba tirado boca abajo en el suelo, mientras Kiwi le mordisqueaba la cubierta. El perro ladró, protestando por cubierta. el robo de su piscolabis.
  • 22. -Anda, no seas perro –rezongó Odd Luego te saco afuera. rezongó Odd-. Empezó a leer. Stendhal fue el escritor más importante del período Eva Skinner. Su obra Eva quiere a Odd fue sin duda alguna la Eva Skiner… Mmm, no. Eso no iba nada bien. Kiwi volvió a ladrar. -¡Aj! ¡¿Quieres estarte callado, por favor?! – ¡Aj! cerró el libro de literatura y lo arrojó contra el perro. Kiwi soltó un gañido y salió disparado por la puerta de la habitación. -¡Ey! –se sobresaltó Odd . ¿Adónde demonios vas, chiquitín? No puedes… tó Odd-. Echó a correr hacia el pasillo, descalzo, y vio cómo Kiwi se lanzaba escaleras abajo para después seguir, al trote cochinero, en dirección al jardín. -¡Quieto parao! –gritó el muchacho dirigiéndose al perro. <<¡Menudo gritó perro. desastre, como lo vea alguien!>>, pensó. En Kadic estaba prohibido tener animales. Él ocultaba a Kiwi desde hacía casi tres años, pero el peligro se hallaba siempre al acecho. -¿Qué pasa, Odd, has perdido las zapatillas? –le preguntó Sissi, sacando la ¿Qué le cabeza por la puerta de su cuarto. -Sí, creo que se han fugado junto con tu cerebro. Mira, si por casualidad los Sí, encuentras por ahí, no dejes de avisarme –le respondió. Y sin perder un le segundo más salió escopeteado del edificio. En el parque el sol ya se había hundido del todo tras los edificios, y empezaba a hacer más bien frío. Odd corrió en dirección al campo de fútbol. Seguro que Kiwi había atajado por allí. Sólo que el campo de fútbol estaba cerca del gimnasio. Y el gimnasio era el reino de… -¡Jim! ¡Ay, demonios! – –masculló Odd. Jim Morales era mucho más joven que el resto de los profesores. Casi todos los alumnos lo tuteaban, y lo trataban más como a un compañero mayor que como a un docente. No era antipático. Siempre que uno no lo irritase. Tenía una complexión achaparrada y robusta, y simpre iba en chándal, lo que resultaba bastante normal, ya que era el profesor de Educación física. Llevaba el pelo recogido con una cinta elástica, y en uno de sus pómulos tenía perennemente una tirita, lo que, en su opinión, le otorgaba cierto que, aspecto de luchador. En opinión de Odd, como mucho hacía que pareciese un lelo que se había cortado al afeitarse. Pero eso jamás se lo habría dicho a la cara. Jim estaba inclinado sobre Kiwi, acariciándole la barriga.
  • 23. -Ey, perrito bonito, ¿qué andas haciendo tú por aquí? ¿Te has perdido? Ey, En el mismo instante en el que vio a Odd, el perro dio un brinco sobre sus patitas y corrió hacia él. El muchacho lo cogió en brazos. -Pórtate bien, Kiwi –murmuró En menudo lío me acabas de meter… murmuró-. as -¡Él no ha hecho nada de nada! –replicó Morales, abalanzándose sobre el ¡Él replicó muchacho-. De hecho, es un perrito bien simpático. Tú, por el contrario, . sabes muy bien que no está permitido tener animales en el internado. -Pero… -Odd se encogió de hombros- ¡si no es mío! ¡No tengo ni la menor Odd idea de por qué hace como si me conociera! Kiwi le lamió la cara. El profesor sonrió con sarcasmo. -Lo veo, lo veo. Y sin embargo, ¡quién sabe Lo por qué misteriosa razón lo has llamado por su nombre! Ahora nos vamos a ir juntitos a tu habitación, vamos a dejar allí el perro y te vas a venir conmigo a hacerle una visitilla al director. ¿Qué te parece? Será él quien decida el castigo que te mereces. En el gimnasio, Yumi y Ulrich se estaban entrenando en sus llaves de Kung-fu, y Aelita los observaba desde una esquina mientras escuchaba algo fu, de música. Cuando Jeremy entró, Yumi aprovechó el instante de distracción de Ulrich y lo agarró de la camiseta con un movimiento sorpresa. En un segundo ambos acabaron en el suelo, metamorfoseados en un ovillo de brazos y suelo, piernas. Se quedaron mirándose fijamente durante unos instantes, y luego volvieron a levantarse. Los dos tenían la cara al rojo vivo, y no era sólo por el esfuerzo del entrenamiento. -¿Y bien? –le preguntó Ulrich a Jeremy al tiempo que se masajeaba un le hombro entumecido. Aelita se quitó los auriculares y apagó su lector de mp3. Después observó a sus dos amigos con una expresión interrogativa. -Y bien, ¿qué? -Bueno… -Jeremy empezó a sentir un sudor frío recorriéndole la espalda Jeremy recorriéndole espalda- esto… sé que debería habértelo dicho… pero nos pareció que… en fin… -Ha ido hablar con la Hertz –intervino rápidamente Yumi para echarle un Ha intervino cable- para pedirle información sobre tu padre. Nos pareció que podría ser una buena manera de descubr alguna pista… descubrir -¿Y tú, Jeremy –Aelita le lanzó una mirada al muchacho , no me has dicho Aelita muchacho-, nada? Un millón de gracias.
  • 24. Jeremy tragó saliva. A lo mejor, excavando en el parque de linóleo del gimnasio, podía conseguir que se lo tragase la tierra, desaparecien para desapareciendo siempre en su ardiente núcleo, que seguro que sería menos incómodo que la situación en la que ahora se encontraba. Podría intentarlo. -Ha sido muy, pero que muy… -de repente cambió de tono- majo por tu Ha parte. Gracias –y le estampó un beso en la mej y mejilla. El corazón de Jeremy perdió el ritmo durante un segundo. -Estoy oyendo algo de ruido ahí fuera –masculló Ulrich. Estoy -Sólo es Jim –suspiró Yumi , que anda dando voces, como de costumbre. suspiró Yumi-, -De todas formas, será mejor que echemos un vistazo: me ha parecido oír De también la voz de Odd. Vosotros seguid sin mí. El muchacho corrió afuera, pero el profesor ya se había ido. -¡Ejem! ¿Se puede? –preguntó Jim Morales con un tono preguntó sorprendentemente sumiso. El director Delmas lo fulminó con una mirada incendiaria desde el otro lado de sus gafas. -Jim, deberías aprender a llamar antes a la puerta –dijo. Jim, -Eeh, claro, le pido disculpas. Odd se asomó desde detrás de la espalda del profesor. En el despacho del director se encontraba también la profesora Hertz. E incluso más seria que de costumbre. -Señor Delmas –concluyó la mujer , será mejor que por el momento vuelva concluyó mujer-, a mi trabajo. Muchísimas gracias. -De nada. No deje de mantenerme informado. Hasta luego. De Ambos parecían bastante cortados. La profesora salió sin ni siquieras dedicarles una sonrisa de cortesía a Jim ni a Odd, y el director cerró apresuradamente el legajo que tenía abierto sobre su escritorio, una carpeta amarillenta. Pero antes de que Delmas tuviese tiempo de meterla en un cajón, Odd logró leer el nombre que tenía en la cubierta: Waldo Schaeffer. ¡Ése era el enía auténtico nombre de Franz Hopper, el nombre que tenía el profesor antes de refugiarse en Kadic! Odd recordó de repente que Jeremy había prometido que hablaría con la Hertz aquella misma tarde. Su cerebro se puso en marcha: Jeremy habla con la Hertz; la Hertz corre a ver al director; el director tiene un expediente sobre Waldo Schaeffer… Raro, raro, raro.
  • 25. En el ínterin, Jim le había explicado al director el asunto de Kiwi. -¿Y dónde habéis dejado el perro? –le había preguntado Delmas. ¿Y le -En el cuarto del chico. En El director se dirigió a Odd en tono grave. -Tener animales en las habitaciones está terminantemente prohibido. Voy a Tener tener que suspenderte durante unos días. Pero antes vayamos a recoger al perro. Cada paso en dirección al cuarto que compartía con Ulrich volvía a Odd más pequeño e infeliz. Iban a suspenderlo. Había cosas peores en la vida que una semana de vacaciones imprevistas, pero ahora había aparecido Eva. ¿Una chica espléndida entraba en su clase, y a él lo suspendían? ¡Eso no era nada justo! El director le ordenó que abriese la puerta. La vieja habitación desordenada de siempre. Los pósters de artes marciales de Ulrich en su lado del cuarto, y, encima de la cama de Odd, el póster del mítico Harry Metal destrozando su guitarra eléctrica contra un amplificador. El libro de literatura francesa en el suelo. -¿Y bien? ¿Dónde se supone que anda ese dichoso perro? –preguntó el ¿Y preguntó director mientras miraba a su alrededor. Jim se rascó la cabeza, perplejo. Odd sintió cómo la esperanza cecía en su pecho. -Señor –dijo, echándole valor y algo de cara dura , ya le había dicho a Jim dijo, dura-, que ese perro no era mío. -Seguro que anda por aquí… -masculló el masculló profesor de gimnasia al tiempo que abría el armario y los cajones. Ll Llegó incluso a levantar las lamparitas de las mesillas de noche. -Ya está bien, Jim, no seas ridículo. Ponte de pie. Ya -Señor director –protestó Odd , ¡no me puede suspender por culpa de un protestó Odd-, perro que ni siquiera existe! -No es que me fíe de tu palabra –replicó Delmas., pero ya que ese perro no No ó está aquí ahora, saldrás de ésta con dos días de confinamiento. Un profesor vendrá a recogerte al principio del día, y luego volverá a acompañarte a tu cuarto. Te queda terminantemente prohibido salir de aquí. ¿Está bien claro? El muchacho agachó la cabeza. Por lo menos iba a poder ver a Eva en clase. -Sí –murmuró.
  • 26. -Y tú, Jim, ven conmigo. Quiero decirte un par de cosas sobre por qué el Y profesor de gimnasio no tiene que molestar al director por perros que no existen. La contraseña de los ordenadores de secretaría estaba chupada: sissidelmas. El nombre de la hija del director. Jeremy la había descubierto durante la primera semana de su primer año en la escuela. El muchacho encendió su viejo portátil y entró en la base de d datos de la secretaría, empezando por revisar los expedientes del personal docente. Al parecer, la profesora Hertz había sido de verdad ayudante de laboratorio durante los años en los que Hopper daba clases allí, pero el laboratorio en el que lo había hecho era el de física, y no el de química. De modo que la Hertz le había mentido, y era imposible que hubiese visto a Hopper tan sólo un par de veces. Jeremy rebuscó entre los archivos digitales hasta que encontró el expediente sobre Franz Hopper. Tan sólo tenía unos pocos renglones: la tenía fecha en la que se había licenciado y los títulos de algunas de sus publicaciones. Hasta la foto era poco útil: demasiado oscura, prácticamente irreconocible. Se fijó en la última línea del expediente: 6 de junio de 1994, presen su presenta dimisión. Véase la carta adjunta. Pero no había ninguna carta adjunta, y Jeremy estaba seguro de que Hopper jamás la había escrito. Aquél había sido el período en el que el profesor había creado Lyoko, se había llevado a Aelita consigo y se había refugiado en el mundo virtual que el mismo había refugiado inventado. El 6 de junio era la fecha exacta de su desaparición. Jeremy reflexionó. Hopper se había refugiado en Lyoko porque alguien lo estaba buscando. Resultaba obvio que no podía haber presentado una carta de dimisión antes de la fuga: habría sido una señal clarísima de su intención de escapar. De modo que todo era mentira. Pero ¿por qué? ¿Quién había corrido un tupido velo sobre la huída del profesor, y quién lo había ayudado a esconderse en Kadic en primer lugar? Y sobre primer todo, ¿por qué luego Hopper había buscado refugio en Lyoko, cuando sabía que su enemigo, X.A.N.A., se encontraba precisamente allí? Demasiadas cosas sin sentido. Demasiadas preguntas sin respuesta.
  • 27. En ese momento, la bombilla que iluminaba su escritorio estalló con un chasquido seco que lo sobresaltó. El ordenador portátil se apagó y se reinició automáticamente. Jeremy se alejó del teclado con los ojos desorbitados, como si acabase de ver un monstruo. Cortes de corriente. Bombillas que estallan. Parecía igualito a uno de los ataques eléctricos que X.A.N.A. había lanzado en tantas ocasiones en Kadic. Pero eso no era posible: aquella inteligencia artificial había sido destruída, y Lyoko estaba apagado. Así que no debía de ser más que una coincidencia. Jeremy volvió a apagar el ordenador y se echó sobre la cama. Jeremy era un científico. Y no creía en las coincidencias. 3 Kiwi, herido La casa de Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez minutos andando de Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín tan cuidado como minúsculo que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín demasiado <<japo>>. Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar en las plantas. Tocó el timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de su chaqueta, y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es tuviesen en casa. -Ah, eres tú –lo saludó expeditivamente su amiga. -Menudo entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me alegro de verte. ¿Se puede? ¿Estás tus viejos? -No, estamos solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar. Ulrich se quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de la casa. Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia, per conservaban las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes tenían prohibido llevar zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos en los calcetines: tenía la esperanza de que no apestasen después de la carrera que se había pegado.
  • 28. El interior de la casa también estaba amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y una mesa de altura estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su alrededor sobre los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino futones, esos rse. delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre los espartanos tatamis, esteras de paja trenzada. En el salón, Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en el suelo, sobre una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El bre televisor se hallaba a un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de monstruos lo estaba pasando bastante mal. -¿Te importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por ¿Te le encima de aquel caos antes de dirigirse a Ulrich . Bueno, y ¿cómo es que te cima Ulrich-. dejas caer por aquí? -A Kiwi, aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo A entero su presencia. Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar a los brazos de Hiroki, pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas iroki, todo el hermoso parqué del salón de los Ishiyama. Ulrich le echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta estaban arañados y empapados de barro. -Oh, diablos… -¿Qué está haciendo ése aquí? se Ulrich lanzó un suspiro. -Cuando he salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una Cuando oreja mientras llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido que lo pillen. Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro cuarto y luego se ha llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a Kiwi de ahí por el canto de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo habrían suspendido. -No me has respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras No dijo jarras-. ¿Qué estás haciendo aquí? do -¡No sabía dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que ¡No quedarse en la residencia… Así que, como nosotros no podemos quedárnoslo, por lo menos durante un tiempo… me preguntaba si no podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días, quiero decir! Hasta que días, las aguas vuelvan a su cauce.
  • 29. -Tú te has vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como Tú la un afilado témpano de hielo . De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me hielo-. montarían mi padre y mi madre? Ulrich sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la enfado boca. -Vaya, pues nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen Vaya, tus padres, Y además, se trata sólo de echarle un capote a Odd. -¡Mira quién habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la ¡Mira respuesta sigue siendo no. -¡Ey, ey, ey! Tranquis los dos – entrometió –se el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo. ¡Es mi amigo! . El perro confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara. -Ya te he dicho que ni hablar –lo regañó Yumi. Ya Ulrich la ignoró, inclinándose hacia Hiroki. -Muchísimas gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido – Muchísimas luego se dirigió de nuevo a ambos . Vale, entonces ya está la cosa ambos-. arreglada. Ahora lo siento, pero tengo que pirarme. Se dio media vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el pitando, sendero del jardín mientras se iba poniendo las zapatillas. Sus padres. Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un montón de tiempo que Ulrich no se llevaba bien con los suyos. Especialmente con su padre, un tipo chapado a la antigua, demasiado severo. Por supuesto, habría estado muy bien resolver las cosas, volver a los viejos tiempos, cuando la suya aún era una familia unida y no había una tensión constante en casa. Pero a esas alturas aquella posibilidad p parecía un espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda velocidad, tratando de no pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada. Una foto de Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del fuerte sol que le daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario, estaba enmarcada con dibujos de florecitas. Yumi suspiró y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con llave. No quería que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba florecillas en sus páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los burlado siglos. Pasó página. Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con su ropa de samurái: una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono
  • 30. de batalla y su catana, la larga espada de los guerreros japones a un lado japoneses, de la cintura. La primera vez que se había materializado en el mundo virtual, Yumi había descubiertos que ambos vestía ropa tradicional japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una geisha, con su maquillaje de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la espalda con una amplia faja tradicional, obi. Fue hasta el principio del diario, donde había unas pocas notas garabateadas. La descripción de su primer encuentro. Estaba en el gimnasio, en un entrenamiento de artes marciales, y he peleado contra un tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad increíble. Podría convertirse al en un experto en pocos años. Al final lo he derrotado. Ha estado bien. Yumi volvió a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando en el diario empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban problemas. William Dunbar. William tenía la misma edad que Yumi, y se había enamorado de ella a primera vista, aunque ella… Ella, ¿qué? La muchacha sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se puso los cascos. Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se lista echó con los ojos cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas se llevasen con ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de Ulrich, de William en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de durante sus incontables batallas en Lyoko. William con una expresión cruel en el rostro, aquella vez en que X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el mucho había tratado de matarla… ¡PUMMM! La muchacha se puso en pie de un salto, chillando del sussusto. -Oye, ¿estás bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde Oye, se el otro lado de la puerta cerrada. -S-si. No te preocupes, yo… si. Miró al suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote de plástico oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo. -Tú, ¿qué? –insistió su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera insistió de la puerta cerrada. -Me he tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella. Me trató -¡Pero si he oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro! ¡Pero seguro! -Que te digo que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete! Que
  • 31. Los auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques electrónicos de… Yumi sacudió la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera imposible. coincidencia. Odd se miró al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se echó un poco más de gomina en las palmas de las manos y se la extendió por el pelo, moldeándolo hasta esculpir su peinado de costumbre. Siguió mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se había puesto la camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos vaqueros que le sentaban como un guante. -Rompecorazones –le dijo complacido a su reflejo mientras probaba s le su sonrisa más cautivadora. Ahora si que podía salir: tenía un aspecto irresistible. El percance con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había salvado justo a tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva Skinner. Aelita le había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el dicho comedor Kadic, por lo que ahora estaría seguramente en algún lugar de la escuela. Odd asomó la cabeza fuera del baño y miró hacia ambos lados del pasillo. La residencia estaba desierta. Perfecto. Se deslizó afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier uera sonido parecido a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y atravesó el patio a todo correr. En el parque no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y la nieve estaba toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber preferido buscarse un sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor. Pobrecita, seguro que tenía ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él! En resumen, que seguro que lo estaba esperand esperando. -¿A quién andas buscando? ¿A A Odd aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también iba demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba un top negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida. Tenía la piel azulada a causa del frío. -Qué olor más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor comentó alrededor-. Es como de hierbas…
  • 32. -¡¿Olor?! ¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a ¡¿Olor?! Ulrich. Y tú, ¿a quién buscas? -A Eva –respondió Odd sin dars tiempo a reflexionar-. Tengo que respondió darse . pedirle… -añadió después a toda prisa unos apuntes… la clase de… añadió prisa- -Sí, sí, claro –sonrió, maliciosa, Sissi . Me parece que alguien quiere sonrió, Sissi-. hacerse amiguito de cierta yanqui guapa… Pasos en el sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales? más -Instintivamente, Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos Instintivamente, arbustos. -¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella. ¡Oye! -¡Chitón! –la mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los la labios. Estaban muy cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de escarcha. Sissi estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar ponerse colorada. -¿Qué pretendes hacer, Odd? –susurró. ¿Qué Los pasos se alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás. -¿Eeeeeeh? Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero ¿Eeeeeeh? nada de nada! ¡De-na-da!da! Se sacudió la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible. Estaba claro que se había escapado de la residencia. -Alguien se estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó Alguien acercando, sobre la marcha. -¿Qué te has creído? –añadió con una sonrisa . ¡Yo tengo una reputación añadió sonrisa-. que mantener! Estaba claro que no podía dejarme ver contigo toda emperifollada en medio de la nieve. ¡Y con ese perfume tremendo, además! perfume Sin embargo, en su excusa perfecta debía de haber algún fallo, porque Sissi se había puesto todavía más roja… pero de rabia. -¡Odd Della Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha ¡Odd gritó mientras se alejaba corriendo. Odd se arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta intió. vez a él se le había ido un poco la mano. Más tarde, el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en silencio. Ulrich estaba al otro lado de la habitación, igualmente echado, con los ojos abiertos y los pies levantados y apoyados contra la pared.
  • 33. Odd había deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había estado a punto de correr el peligro de toparse con el director en persona, Definitivamente, era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo Había entre las piernas. -Ah –masculló-, gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir. , -Nada –respondió Ulrich con un gruñido. respondió -Un día duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo. Odd -Mmm. -¡Ya, yo ando igual! ¿Te apetece hablarlo? ¡Ya, -Pues no. Odd se quedó en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a su amigo tan alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero él lo quería. Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente cogió del suelo una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su compañero. -¡Ey! Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto majara? ¡Ey! -¡Uatááá! Haciendo gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de su amigo blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue más rápido, y lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró un zapato y se echaron a reír. ¡Guau, guau, guau! Kiwi estaba completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la Habitación de Hiroki, y seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus sacándoles perseguidores, es decir, a Hiroki. Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre el escritorio, se deslizaba por debajo del armario, pasaba haciendo una rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar. Y todo eso sin dejar un segundo de ladrar, completamente desencadenado. -¡Kiwii! ¡Estate quieto! –le gritó el niño. ¡Kiwii! -¡Hiroki! –chilló de repente Yumi . ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo? chilló Yumi-. La muchacha abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que la carrera había terminado y era el momento de subir al podio. Así que se terminado escabulló por entre las piernas de Yumi sin bajar de revoluciones y desapareció de su vista. -¡Oh. No!
  • 34. El chiquillo se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del momento, uno de sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo que ambos acabaron por los suelos. -¡Ay! ¡Hiroki! -¡Kiwi se está escapando! –exclamó él. -Pero ¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta. La respuesta era bien simple: a la ventana de la cocina. Los muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos solos, porque sus padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había dejado la ventana abierta para airear un poco. Demostrando unas dotes atléticas insospechables en un cuzco como él, Kiwi saltó sobre el mostrador de la cocina, pasó haciendo un eslalon entre los fogones que Yumi acababa de limpiar y despareció al otro lado del alféizar, engullido por la oscuridad de la noche. -¡Oh, no! ¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo. -Ve tú a buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de hombros-. Fuiste tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí. Kiroki la miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos formando dos delgadas ranuras. -Venga, Yumi, ¡no seas así! -Ni hablar. Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi ya. Hiroki salió a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado de la noche lo recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una calzada desierta flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines que crecían hombro con hombro con otros jardines y coches aparcados uno detrás de otro junto a las estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces de las casas estaban casi todas apagadas. ¡Guau, guau! Kiwi andaba por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado. Aquella ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A Hiroki le gustaba mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él había nacido. Pero hasta aquel momento nuca le había pasado eso de ir dando vueltas por sus calles de noche, con la oscuridad y el frío, y completamente solo. Las calles por las que pasaba todos los días con Yumi para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto, con las sombras alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos. A fuerza de perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del colegio. Al fondo, a la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La
  • 35. calle estaba invadida por el silen más silencio total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas vacías que rodaban empujadas por él. <<Lo he perdió –pensó Hiroki, consternado . He perdido a Kiwi>>. pensó consternado-. De pronto, un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La Ermita. Llevaba una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la mortecina luz de las farolas, Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos rasgos de su cara. Trató de no hacerse notar: había algo en aquel hombre que lo inquietaba y le daba escalofríos. En aquel mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y o muy pronto a sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos. Otros perros. Parecían enfadados y nerviosos. Sin parase a pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al otro lado. Era pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto hubo aterrizado, miró a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba, mientras que los otros perros seguían gruñendo. El chiquillo se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio preocupado cuenta de que en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los lados de La Ermita. Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De todas formas, no era un pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya se había alejado. Y ahora él tenía otras cosas en las que pensar. ora El jardín del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad durante un rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos, y un silencio inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la Caminó capa de nieve helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje, una casucha baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una respiración parecía un puñado de jadeos provenientes de una criatura que no conseguía meter ni una pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un una ovillo de carne temblorosa que yacía en el suelo, boca arriba. Era Kiwi. Y estaba herido. Grigory Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba de su camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a puerta punto estuvo de romperla. Había reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que aquel mocoso le viese la cara.
  • 36. El entrenamiento y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero sólo en el último momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin momento. embargo, ya sabía que aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos. Tenía que ir con más cuidado. El Mago le pagaba para prever lo imprevisible. 4 Un espía entre las sombras No había nada interesante en la televisión. Odd dejó caer el mando a distancia sobre las mantas y bostezó. -Como la cosa siga así, me va a costar no dormirme. ¡Y sólo es Como medianoche! En el otro extremo de la habitación, Ulrich alzó la cabeza del libro de Ulrich literatura. -También podrías estudiar. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no? También -¿Mandeeee? –su amigo lo miró con un gesto asqueado . Una mente tan su asqueado-. avanzada como la mía no necesita estud… La respuesta de Odd se vio interrumpida por los timbrazos del móvil de Ulrich. -¡Dime! –respondió el muchacho Ajá. Ajá. Vale. Ya voy. respondió muchacho-. Colgó el teléfono y empezó a calzarse las zapatillas. -¿Adónde vas? –dijo Odd, poniéndose en pie de un salto . N o se te estará dijo salto-. pasando por la mollera dejarme plant plantado aquí, ¿no? -Era Yumi. Está muy preocupada. Me ha pedido que vaya corriendo a su Era casa. -¿Preocupada? ¿Por qué? ¿Preocupada? Ulrich le dirigió una mirada fugaz antes de responder. -No me lo ha dicho. -Espero que no le haya pasado nada a Kiwi –dijo Odd mientras empeza Espero dijo empezaba también a calzarse. -Acuérdate de que estás castigado, mente avanzada –lo detuvo Ulrich. Acuérdate lo Odd sopesó su respuesta. -Lo estoy, es cierto. Pero sólo si alguien me ve. Esta tarde también he Lo salido, y no ha pasado nada.
  • 37. -¡Tú no vas a asomar ni la nariz fuera de esta habitación, Odd! Me parece ¡Tú que ya has causado bastantes problemas. -Ah, ya. Por supuesto, papaíto. Como tú quieras. Ah, Ulrich sonrió con resignación, y los dos amigos salieron corriendo juntos por la puerta. Kiwi estaba descansando en el regazo de Hiroki, envuelto en una manta. Hiroki, Todavía le costaba respirar, y su corazón latía fuerte. Odd se abalanzó inmediatamente hacia su perro herido. -Lo siento, Odd… -dijo con la voz rota Hiroki, mirándolo con los ojos dijo hinchados por el llanto Lo siento muchísimo… Yo no… llanto-. Odd alzó con la delicadeza la manta. El cuerpo regordete de Kiwi estaba cubierto de arañazos, dos de los cuales eran bien profundos. Tenía una oreja mordida, y estaba temblando como un flan. El muchacho lo acarició con mucho cuidado, poniendo ate atención para no pasarle la mano por las heridas. -¿Qué ha ocurrido? –preguntó con un hilo de voz. preguntó Yumi, que les había abierto la puerta y se había quedado dando saltitos nerviosos de un pio a otro, se lo explicó. -Felicidades, Yumi, en serio –los ojos de Ulrich era dos rayos laser, de ese Felicidades, ich tipo que quema de puro frío . No sólo no has querido cuidar de Kiwi, sino frío-. que incluso has dejado que se escapase. Y por si no bastaba con eso, has mandado a Hiroki a buscarlo él solo. ¡Tu hermano pequeño! ¡De noche! ¡Dando vueltas por la ciudad! ueltas -Yo… -trató de responder ella. trató Pero Ulrich no la dejó hablar. Estaba fuera de quicio. -Si por lo menos hubieseis salido juntos, a lo mejor habríais encontrado a Si Kiwi cinco minutos antes de que lo atacase el perro ese, y a lo mejor no estaría herido, y a lo mejor… Yumi no era de la clase de chica que se iba a quedar tranquila tragándose una retahíla de reproches, aunque en su fuero interno sintiese que tenía una base de verdad. Es más, puede que estuviese así de irritada precisamente por eso. -¡Eso, tú encima júzgame! –le replicó, totalmente crispada-. Es lo que ¡Eso, . mejor se te da, ¿no? Don Perfecto, él… -¡DEJADLO DE UNA VEZ! ¡DEJADLO
  • 38. Odd tenía la cara morada, y había gritado tan fuerte como para hacer que Kiwi gañese e Hiroki se sobresaltase. -¡ALGUIEN LE HA HECHO DAÑO A KIWI, Y YO AÚN NO HE ¡ALGUIEN ENTENDIDO QUÉ NARICES HA PASADO! Después respiró hondo, tratando de calmarse. -Hiroki –continuó en un tono más dulce , ¿dónde lo has encontrado? continuó dulce-, -En la… en La Hermita. En De pronto el chiquillo se acordó del hombre que había entrevisto de hombre espaldas. No había ninguna calle que diese al otro lado del chalé, y si no había calle… ¡eso quería decir que el hombre había salido de La Ermita! Balbuceando, cada vez más alterado, Hiroki les contó a los muchachos lo que había pasado. -Un desconocido… -comentó Yumi . Tal vez buscase a Aelita. comentó Yumi-. -¡Lo mismo tiene algo que ver con Hopper! –exclamó Ulrich- Tenemos ¡Lo -. que ir allí a echar un vistazo. La muchacha asintió con la cabeza. -Yo llamo a Aelita. Tú avisa a Jeremy. Nos vemos todos en La Ermita. Yo todos Debemos llegar hasta el fondo de este asunto. Diez minutos antes Jeremy estaba durmiendo tan tranquilo en su pequeña habitación de Kadic, bajo la protección del poster de Einstein que colgaba de la pared. Diez minutos más tarde, con un chaquetón bien abrigado que se había puesto directamente encima del pijama y las gafas redondas torcidas sobre la nariz, se encontraba agachado sobre el césped de La Ermita, con una linterna en la mano, inspeccionando la capa de nieve que cubría el suelo. A su alrededor, como si fuesen luciérnagas, brillaban las linternas de sus amigos. Tan sólo Hiroki se había quedado en casa de Yumi, para seguir ciudando del pobre Kiwi. -¡Aquí! –exclamó de golpe Jeremy Venid a ver esto. exclamó Jeremy-. La nieve helada no presentaba ningún rastro particular, pero en cierto ningún punto, cerca del garaje, el grueso estrato blanco había sido apartado, y el barro de debajo estaba surcado por una maraña de huellas. Perros. -¡Su madre! ¡Qué grande era! –comentó Odd mientras apoyaba la mano de ¡Su comentó una de las huellas más nítidas . ¡Mirad, las uñas se han clavado bien hondo! nítidas-. ¡Debía de ser una auténtica fiera! ¡Es un milagro que Kiwi aún esté vivo!
  • 39. -Los rastros resultan confusos –comentó Jeremy mientras examinaba el Los comentó suelo con escrupulosa atención pero en mi opinión había por lo menos dos atención-, i perros, de la misma raza, aunque uno era algo más ligero que el otro: ¿veis esta huella, que está menos hundida? -Chuchos callejeros –sentenció Ulrich. sentenció Jeremy negó con la cabeza, no muy convencido. -¿Os habéis fijado en est contra la pared del garaje? –señaló una huella en ¿Os esto, señaló forma de media luna cerca del muro, que estaba desconchado y cubierto de moho-. Eso es de un zapato. Y estoy dispuesto a apostaros lo que queráis a . que el que la haya dejado estaba aquí con los perros. Tal y como nos ha Tal dicho Hiroki. -Perros… -susurró Aelita . Como los que oí ladrar la otra noche. ¡Como el susurró Aelita-. de mi sueño! Jeremy, me estoy asustando. Jeremy sintió el impulso de estrecharla bien fuerte entre sus brazos, pero en seguida se contuvo. -No te preocupes, Aelita. Ya verás como entre todos lograremos resolver upes, este asunto. Y además, nos tienes a nosotros para protegerte. Odd avanzó sigilosamente por los pasillos iluminados de la residencia. Hacía ya un rato que Ulrich se había vuelto a Kadic, para evitar tener que evitar seguir hablando con Yumi, mientras que él había insistido en acompañar a la muchacha a casa: quería comprobar qué tal estaba Kiwi. Hiroki lo había desinfectado y vendado como era debido. Ahora que estaban limpias, las heridas no parecían tan tremendas. En cuestión de un tremendas. par de días volvería a ser el alegre perrillo de siempre. -¡Odd! ¡Della! ¡Robbia! ¡Odd! El muchacho pegó un respingo, y un súbito escalofrío reptó a lo largo se su espalda. Cuando se giró ya estaba temblando. -Ji… Jim. Siempre es un placer verte, amigo. Jim Morales tenía sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho, y no parecía ni medio contento. -¡Y un cuerno <<amigo>>! Se suponía que estabas castigado. ¡Y La mente de Odd se puso a trabajar a toda velocidad. -He salido sólo, ejem, un momentito. Para ir al baño. He -¿En serio? Es una pena que los baños estén en la otra punta. Tú has salido ¿En de la escuela, listillo. ¡De noche! ¡Y a pesar de estar castigado! Así que el chivatazo era correcto…
  • 40. -¿Chivatazo? –dijo Odd de inmediato, aguzando las orejas-. ¿Qué dijo . chivatazo? ¿Y quién te ha hecho de soplón? -Eh, bueno –tosió Jim mientras se arreglaba el cuello del niqui ¿he dicho tosió niqui-, <<chivatazo>>? Quería decir suposición… mi intuición… -Jimbo –lo interrumpió Odd. Llamarle Jimbo siempre surtía cierto efec lo efecto, sobre todo cuando el profe estaba en dificultades , ¿se puede saber quién te dificultades-, ha dicho que yo estaba en mi cuarto? -No, nadie, yo… La verdad embistió a Odd como un morlaco: Sissi Delmas, con su top y su minifalda, en medio de los arbustos helados del parque, gritando <<¡Me las pagarás!>>. -Ha sido Sissi, ¿verdad? Ha -Mmm, bueh. Eso lo dices tú –respondió, evasivo, el profesor- ¡De todas Mmm, -. formas, no tiene nada que ver! –Jim reconquistó repentinamente el control Jim control-. Te has saltado las reglas, primero trayendo un animal a Kadic, y luego escapándote de la residencia de noche. Por eso, por el poder que me otorga el… ejem, el director, yo te declaro… -Esa niñata se las va a ver conmigo –siseó Odd entre dientes. Esa -¡No te me distraigas! ¡Te declaro castigado! ¡Toda una SEMANA! Y ¡No una ahora tira ya mismo para tu habitación, ¡o en vez de una semana van a ser dos! A Odd no le quedó más remedio que obedecer. Mientras Odd volvía a su cuarto, desanimado por el castigo, en Washington D.C., Estados Unidos, eran más o menos las nueve de la noche. nueve Desde aquel despacho no se tenían vistas a ninguno de los grandes monumentos de la ciudad, como el Obelisco, el Capitolio o la estatua sedente del presidente Lincon. Era un despacho del montón en uno de los muchos rascacielos de la periferia, iguales como fotocopias, anónimos, periferia, grises. Pero eso no quería decir que quien se encontraba en aquella oficina fuese una persona de poca monta. Muy al contrario. Cuando sonó el teléfono, la mujer que estaba sentada detrás del escritorio respondió inmediatamente. iatamente. -Sí –escupió con voz seca. escupió Al otro lado estaba Maggie, su secretaria. -Señora, perdone que le moleste, pero hay una llamada para usted. Es de Señora, Francia.
  • 41. La mujer, cuyo nombre en clave era Dido, se sentó mejor en el sillón giratorio y chequeó por el rabillo del ojo la hilera de relojes que colgaba sobre la puerta. Uno por cada capital del mundo. En aquel momento. En aquel momento, en Francia eran más o menos las tres de la madrugada. Si alguien estaba llamando a esas horas, no cabía duda de que era urgente. -Pásamela, Maggie –se decidió al final, al tiempo que pulsaba el botón del teléfono que blindaba esa línea contra las posibles escuchas. La voz que le llegó del otro extremo de la línea sonaba masculina, profunda. Y avergonzada. -Señora… -Agente Lobo Solitario. Cuánto tiempo. -Acabo de hablar con los del departamento informático, señora. Ha pasado algo. El <<departamento informático>> se componía de un grupito de esclavos de los ordenadores que se pasaban el día y la noche monitorizando todas las búsquedas que se realizaban en la Red en países enteros, a la caza de palabras o frases sospechosas. Una labor ingente, fatigosísima e ilegal. Y por lo general, inútil. -Continúe. Estamos en una línea segura. -Esta tarde se ha hecho una búsqueda en una intranet privada. Alguien ha intentado obtener información sobre Franz Hopper, y luego sobre Waldo Schaeffer, que son de hecho la misma persona… Dido suspiró. Franz Hopper. Otra vez. Hopper era un caso antiguo, de hacía más de diez años, y no obstante la mujer no tuvo necesidad de consultar ningún expediente para refrescarse la memoria. En aquella época ella era una joven y prometedora oficial en los inicios de su carrera, y el caso Hopper había sido su primer y única fracaso. -Gracias por avisarme, agente –dijo. -Disculpe, señora –carraspeó la voz del otro lado del teléfono-, pero eso no es todo. La búsqueda la han hecho en la red interna del… de la academia Kadic. Dido no pudo por menos que soltar un puñetazo sobre el escritorio. Franz Hopper y Kadic juntos: una mezcla muy peligrosa. Muy peligrosa. -Muy bien, entonces. Quiero a uno de sus hombres trabajando en las comunicaciones de Kadic. Llamadas de teléfono, búsquedas internas, búsquedas en inetrnet. Todo. Desde hace dos meses hasta hoy. Y quiero un equipo listo para entrar en acción en caso de emergencia. -Sí, señora. -Podría tratarse de algo fortuito. Una empleada que estaba ordenando los archivos, o algo por el estilo. Pero lo mejor será no correr riesgos.
  • 42. -Sí, señora. Dido colgó sin añadir nada más, y permaneció inmóvil junto al teléfono. permaneció Una parte de ella, después de todo, deseaba que se reabriese el caso. Era una oportunidad para transformar su único fracaso en un gran éxito. A la mañana siguiente, Jeremy y los demás se reunieron cerca de la máquina de café. Sólo faltaba Odd. Había pasado por allí un par de minutos antes, acompañado por Jim Morales, que iba pisándole los talones, y había tenido el tiempo justo para dirigirles una mirada desesperada a sus amigos. <<Ya sabía yo que lo iban a pillar… -había comentado Ulrich al verlo a pasar-. Será mejor que nos pongamos en marcha: dentro de nada tenemos . clase>>. Jeremy estaba de pie, cerca de Aelita. Ambos tenían unas ojeras bien hinchadas por el cansancio. -Creo que la única solución es poner bajo vigilancia La Ermita –declaró el Creo muchacho. -¿Te refieres a que organicemos una especie de guardia nocturna? –le ¿Te preguntó Yumi. -En realidad estaba pensando más bien en una red de cámaras de circuito En cerrado –precisó Jeremy . Las cámaras de vídeo puedo construirlas y precisó Jeremy-. yo. Ayer por la noche volví a la vieja fábrica y lo he comprobado: ahí tengo todos los componentes necesarios. Las colocaremos alrededor de la casa, y desde el ordenador de mi habitación sería capaz de controlarlas en todo momento. De ese modo obtendremos una imagen de ese fantasmal hombre una misterioso, si por casualidad decide volver. Y entonces podremos… -Entregárselo a la policía –completó Yumi, satisfecha-. ¿Correcto? Entregárselo . Jeremy se quedó meditabundo. -Más o menos. -Pero ¿tu ordenador…? –comentó Aelita con una sonrisa-, ¿no estaba Pero , guardado en una caja? ¿ No habías dicho que te ibas a quedar solo con el portátil, para los trabajos de clase? -¡Sí, yo también me acuerdo! –se rió Ulrich-. <<Después de Lyoko, ¡he ¡Sí, . acabado con la informática! Es mejor así…>> ¡Y con qué tono más solemne lo dijiste! ¡Je, je! -¡Pero qué tendrá que ver! –Jeremy se sonrojó-. ¡Esto es una emergencia! ¡Pero . Esta noche lo he vuelto a montar todo. Si alguien está hurgando entre los secretos de La Ermita a nuestras espaldas, vamos a necesitar toda la
  • 43. tecnología de la que disponemos para ponerlo al descubierto y tratar de ponerlo enterarnos de algo. Jeremy no era el único estudiante de Kadic que esperaba con ansiedad las clases de la profesora Hertz. De hecho, Susan Hertz era la profesora favorita de todos, porque no se limitaba a seguir el programa escolar, sino que abarcaba cualquier argumento científico, desde el ADN hasta lo ordenadores, pasando por las cosmonaves, y se servía de ejemplos y experimentos que siempre desencadenaban la imaginación de todos sus alumnos. Cada clase era un nuevo descubrimiento. Sólo que aquel día parecía que todo iba a ser distinto. Para empezar, la profesora ni siquiera les dio los buenos días a los muchachos al entrar, sino que se sentó directamente en la cátedra, ceñuda, sacando el libro de texto de su portafolios. -Bueno. Abrid el libro por la página cuarenta y ocho. Nicolas, ¿empiezas tú Bueno. a leer? Nicolas miró con expresión perpleja a su amigo Hervé, que también era su compañero de pupitre. Juntos formaban el dúo dinámico de <<guardaespaldas>> de Sissi, pero el experto en ciencias era Hervé. Y por experto lo general durante las clases la profesora Hertz se concentraba en él y en Jeremy, y dejaba que Nicolas durmiese tranquilo. Hertz se aclaró la garganta y miró fijamente a Nicolas, contrariada. -Nicolas, ¿hay algún problema? Nicolas, -No, no –se sobresaltó el muchacho claro que no –a continuación se se muchacho-, a levantó, abrió el libro y empezó a leer . <<A principios de los años treinta leer-. los científicos podían considerar que estaban en un buen punto en cuanto a la compresión de la materia. El descubrimiento del neutrón parecía haber descubrimiento desvelado ya todos los misterios relacionados con la estructura del átomo…>>. -Pero ¿Qué diablos pasa? –le susurró Jeremy a Aelita. Pero -¿Por qué? –replicó la muchacha, levantando una ceja. replicó -Fíjate en la profe. Ni siquiera parece ella misma. ¿Desde cuándo deja que Fíjate un estudiante lea el libro, y punto? La Hertz no lee jamás del manual: siempre hace su propia introducción a las clases… -<<… elevaba a cuatro el número de partículas elementales que se <<… conocían…>>.
  • 44. Jeremy no era el único que se había quedado de una pieza. Todos los alumnos de la clase se miraban unos a otros, algo desubicados. Preocupado por si iba a tener que seguir leyendo durante toda la lección, Nicolas consiguió darle una patada disimulada por debajo del pupi a pupitre Hervé, que carraspeó y se puso de pie. -Ejem, ¿señorita? -Sí, Hervé? -Perdone que se lo pregunte, pero… ¿está usted bien? Perdone La mujer levantó la cabeza del libro sin que en su rostro apareciese ni la más mínima expresión. -¿Lo ves? –le insistió Jeremy a Aelita en voz baja-. Está la mar de rara. le . -Estoy estupendamente, Hervé, gracias. Por cierto, Jeremy, te agradecería Estoy mucho que dejases de charlar con tu amiga. A la próxima te echo de clase. ¿Jeremy castigado con una expulsión de clase? En toda la historia de Kadic nunca se había oído nada igual. historia -Por favor, Nicolas –lo exhortó Hertz -, puedes continuar. Gracias. lo , Nicolas suspiró y siguió leyendo. Al poco, una mano se levantó de entre los pupitres. -¿Sí, querida? –le preguntó la profesora Hertz con un tono dulce que nunca le le había oído utilizar. Eva Skinner se levantó, atrayendo como un imán la mirada de Odd, y también de buena parte del público masculino. -Disculpe, profesora –comenzó la muchacha , yo no he entendido qué son comenzó muchacha-, exactamente las partículas eleme elementales. -Por supuesto, querida – –sonrió la profesora Hertz-. Ahora mismo te lo . explico. Jeremy aún estaba patidifuso por la amenaza de que lo echasen cuando Aelita le propinó un codazo. -¿Has visto? –le susurró . Ella sí que es rara, y no la Hertz. Ayer parecía le susurró-. que no consiguiese decir esta boca es mía, y hoy, sin embargo, ni siquiera parece extranjera. Su francés es perfecto. Jeremy asintió y empezó a observar a Eva, lleno de curiosidad. Una vez acabada la clase, la profesora Hertz se encerró en su estu estudio y apoyó la espalda contra la puerta. Después se quitó las gafas y se pasó una mano por la frente.
  • 45. Siempre le había costado enseñar. Exigía dedicación y concentración, pero resultaba aún más complicado cuando su cabeza se empeñaba en volar de un lado a otro. Y todo por culpa de Jeremy, aunque en el fondo estaba contenta de haber regañado al chico durante la clase aquel día. Era culpa suya y de esas preguntas sobre superordenadores y Franz Hopper. Por suerte se le había ocurrido confiarle al director Delmas el expediente sobre Delmas Waldo Schaeffer. Conocía bien a Jeremy, y sabía que no se detendría ante nada con tal de ponerle las manos encima a aquellos papeles. Y de esa forma se arriesgaba a meterse en un problema realmente serio. Delmas, por su parte, conocía a grandes rasgos la situación, y custodiaría aquellos a documentos con discreción. Sin embargo, a pesar de ello la mujer no conseguía quedarse tranquila. Tal vez se había equivocado por completo. Y ya hacía demasiado tiempo que arrastraba aquel asunto. Toc, toc. ¿Quién es? –estalló Hertz, sobresaltándose. estalló -Soy yo –le respondió una voz femenina. Era Eva. Eva Skiner. le -Ah, claro. Entra, entra, querida. ¿Necesitas hablar conmigo? Adelante. Ah, La puerta se abrió, y la profesora desplegó una amplia sonrisa. El problema de Hopper iba a tener que esperar un poco más. La señora Marguerite Della Robbia corrió a casa sosteniendo en un precario equilibrio una pila de paquetes y bolsas de la compra que le llegaba por encima de la frente. Era un día tibio y luminoso que animaba a dar un buen paseo. Qué pena que que ella tuviese solamente media hora antes de salir corriendo al trabajo. La señora dejó todo apoyado sobre la mesa y luego miró a su alrededor con cierta perplejidad. Algo había que no andaba bien. Algo distinto r respecto a una hora antes, cuando había salido a toda prisa para ir al supermercado. Le hicieron falta unos instantes para entender qué era: los cojines del sofá estaban movidos. Ella los había puesto en su sitio de siempre la noche anterior, antes de irse a dormir. Y al salir, cuando había mirado atrás por última vez para verificar que había apagado todas las luces y cerrado las ventanas, los cojines aún estaban en orden, con sus alegres fundas de flores rojas que desdramatizaban un poco aquel sofá de cuero negro que tanto le gustaba a su marido.
  • 46. Su marido. ¿A lo mejor Robert había vuelto del trabajo? Qué va. Sin duda, la habría avisado. Y además, ese día tenía una reunión, así que iba a volver tarde a casa. -¿Robert? –preguntó en voz alta, no obstante, Marg preguntó Marguerite-, ¿eres tú? , ¿Cariño? No obtuvo respuesta. -Qué tonta soy –murmuró luego para sí, volviendo a ocuparse de la murmuró compra. Acababa de terminar de colocar las espinacas congeladas en su sitio cuando el teléfono empezó a sonar. Otra cosa bien rara: nadie llamaba nunca a casa llamaba a la hora del almuerzo. Corrió al piso de arriba para responder. Tal vez fuese Odd, pero habría sido algo insólito. Su hijo no llamaba nunca. Excepto cuando se metía en algún lío. Cuando llegó junto a la cama estaba jadeando. Cogió el teléfono, que seguía dando timbrazos. éfono, -¿Diga? –respondió-. ¿Diga? –preguntó de nuevo. . La llamada no se había cortado. Marguerite podía oír un crujido eléctrico al otro lado de la línea. -¿Se trata de alguna broma? Ja, ja. Muy divertido, si señor. ¿Se Pero en su interior comenzó a no sentirse tan tranquila. Era una mujer poco nterior impresionable. Tenía que serlo, a la fuerza, con un marido chapucero como Robert y un hijo incontenible como Odd. Pero en aquel crujido, en aquella respiración contenida había algo que la inqu inquietaba. De golpe le volvieron a la cabeza los cojines del sofá. No era ninguna broma. ¡Había alguien en su casa! Colgó de golpe, tirando sin querer el teléfono al suelo, y corrió al cuarto de al lado. Vio una sombra. La sombra reaccionó dando un salto a través de la venta abierta del salón, y desapareció en el jardín. El grito de la señora Della Robbia retumbó contra las paredes de la casa. En la cocina, la compra estaba desparramada por el suelo. Dos huevos rotos derramaban su baba amarilla sobre los azu azulejos. 5
  • 47. DESTORNILLADORES. CÁMARAS DE VÍDEO Y UN NUEVO SECRETO —Aelita, ¿me pasas ese destornillador? Ulrich se había encaramado bajo el alero del garaje de La Ermita, y se garaje encontraba en equilibrio inestable encima de una vieja escalera desvencijada. Recogió la herramienta que su amiga le estaba tendiendo y apretó los dos últimos tornillos que sostenían la cámara de vídeo. Era gris, del tamaño aproximado de una pelota de tenis, y tenía un agujero oscuro en el centro que destacaba como una pupila. — ¡Vete a saber si estos cachivaches funcionan de verdad! — —exclamó. — ¡Pues claro que funcionan! —le respondió Jeremy, desde el interior del garaje, antes de levantar la puerta basculante para sal salir. El topetazo de la puerta contra la escalera fue leve, pero bastó para que a leve, Aelita se le escapasen sus patas de las manos y Ulrich perdiese el equilibrio y cayese hacia atrás, justo encima de la muchacha. —jAy! ¿Te has hecho daño? —Si te levantas, a lo mejor ya no me duele más. o —Perdonadme, no lo he hecho aposta —se justificó Jeremy. Perdonadme, Para el trabajo de aquella tarde se había vestido con un enorme peto que había encontrado quién sabe dónde, y que le hacía parecer un payaso. sabe — ¡Ja, ja, ja! ¡No te preoc preocupes! —respondió Ulrich mientras ayudaba a rich Aelita a levantarse. — ¿De qué te ríes? —Pues de tu peto. Te queda... divino de la muer Pues muerte. Aelita sofocó una risita entre sus manos para que Jeremy no se diese cuenta de que le estaban toman el pelo. El muchacho se quitó las gafas para lim tomando lim- piárselas frotándolas contra su camiseta, y volvió a colocárselas en su sitio. —De todas formas —refunfuñó , estas cámaras son unas auténticas refunfuñó—, joyitas. Están equipadas con visión de infrarrojos y transmiten la señal visión directamente a mi ordenador, cifrada mediante un protocolo cripcriptográfico SSL. —Vale, vale, Einstein, para el carro —lo interrumpió Ulrich— Lo Vale, —. importante es que hagan su trabajo. — ¡Ey, chicos! —los llamó Yumi En vez Yumi—. de estar ahí de cháchara, ¿por qué no venís a echarme una mano?
  • 48. La muchacha se encontraba delante de la puerta principal, donde un pequeño pórtico elevado un par de escalones por encima del suelo daba bastante sombra como para albergar una mesa y una pequeña mecedora con unos cojines que tenían las fundas rasgadas. Yumi estaba de pie sobre la mecedora, tratando de atornillar una cámara al dintel de la puerta. —Vale, espera que te ayudo —le gritó Ulrich mientras se le acercaba. Se encaramó junto a ella, prácticamente abrazándola al tiempo que mantenía firme con los dedos el pequeño aparato de Jeremy. —Ya casi he acabado —dijo Yumi con un susurro. —No te preocupes: aquí me tienes. Vale, quedaba un poco estúpido decir eso, pensó Ulrich, pero Yumi y él estaban peleándose un pelín demasiado a menudo, últimamente. — ¿Os hace falta el destornillador? —dijo Jeremy, y se saltó de una zancada los tres peldaños del pórtico. —Por el amor del cielo, quédate bien lejos... —le respondió Ulrich, volviéndose de golpe hacia él. Pero sus movimientos resultaron demasiado bruscos, y el muchacho acabó otra vez por los suelos, cayendo boca abajo sobre el cojín. El segundo porrazo en cosa de dos minutos, y justo cuando podía estar unos momentos a solas con Yumi. Ulrich se incorporó hasta quedarse sentado, y miró a Jeremy fijamente a los ojos. —Hoy estás de lo más gafe. Aelita se echó sobre la cama, hojeando un libro que le había dejado Yumi. Fuera ya se había hecho de noche, y el viento soplaba contra la fachada de la residencia del Kadic, llenando el edificio de corrientes y gemidos. Aelita cerró el libro y encendió la pequeña televisión que tenía encima de su escritorio. Un concurso de lo más tonto, de esos de preguntas y respuestas. Pero a lo mejor a su padre le habría gustado ese programa. Él debía de haber sido muy bueno con las adivinanzas y las preguntas. Y tal vez su madre también... siempre que aún estuviese viva. Aelita se encogió de hombros y subió el volumen de la tele, con la esperanza de que bastase para cubrir el barullo de sus pensamientos. El presentador del concurso era un hombre de unos treinta años con una barba cuidada y el pelo peinado y engominado de manera ridícula, con un alto tupé en forma de plátano. Sonreía muy tieso dentro de su chaqueta verde sembrada de purpurina, y no dejaba de gastarle bromas a la más mona de las concursantes. — ¡Bueno, queridos amigos que nos estáis viendo desde casa! — exclamó en cierto momento—. Como ya sabéis, ésta es una velada muy especial...
  • 49. La cámara lo encuadró en un primerísimo plano que resaltaba sus ojos, de un azul tan claro que traía inmediatamente a la cabeza los ojos de un husky sisiberiano. Azul hielo. —... de hecho, hoy tenemos con nosotros... ... Aelita se detuvo por un instante, perdida en aquellos ojos. Y luego, por un aquellos instante, le pareció que.. que... La muchacha se sobresaltó. Qué va, era imposible. Los ojos del presentador habían vibrado, sus pupilas habían oscilado como si hubiese una interferencia en la señal, y en ellas había aparecido aquel símbolo: los círculos concéntricos del ojo de X.A.N.A. — ¿X.A.N.A...? —murmuró. murmuró. El televisor explotó. Del susto, Aelita chilló y se cayó de la cama, golpeándose un codo contra peándose el suelo. ¡X.A.N.A. había vuelto! Respiró hondo dos o tres veces, para tranquilizarse. Evitando pisar los cristales rotos que había por todo el suelo, lizarse. por la muchacha recogió el mando, del que estaba saliendo un hilillo de humo y que, por supuesto, no funcionaba. Pero las bombillas de la habi puesto, habitación estaban encendidas, así que no había sido un fallo de la instalación eléctrica. Si algo por el estilo hubiese sucedido no mucho tiempo antes, Aelita habría llamado inmediatamente a los demás, y ya estarían todos juntos en el parque, corriendo a toda velocidad hacia la fábrica abandonada donde se abandonada encontraba el «castillo subterráneo», el laboratorio secreto que albergaba el laboratorio superordenador, y habrían entrado en Lyoko para desactivar una de las torres. X.A.N.A. siempre actuaba de la misma manera: activaba una torre de Lyoko, y gracias a ella creaba algún tipo de desastre en el mundo real. Hasta que ella entraba en la torre y hacía que todo volviese a la normalidad, aprovechando el don que le había otorotorgado su padre, el «Código Lyoko», una clave que sólo ella podía activar dentro de las torres, y que neu lo neutralizaba los poderes de X.A.N.A. Pero ahora las cosas habían cambiado. X.A.N.A. ya no existía. El padre de Aelita había sacrificado su propia vida para detenerlo. De modo que aquella explosión no podía haber sido provocada por la inteligencia plosión inteligencia artificial. No había pasado nada. Tenía que mantener la calma. Aelita se puso las pantuflas y salió de puntillas de su cuarto, en dirección a la máquina de café del bajo. Necesitaba beberse algo caliente.
  • 50. A veces Jeremy se imaginaba la residencia del Kadic como un inmenso animal agazapado. Un monstruo tranquilo hecho de armarios y camas, tranquilo paredes de cemento y lámparas de neón. mento La residencia tenía sus ritmos. Se despertaba por la mañana temprano, y enseguida soltaba un rugido de muchachos que corrían hacia los baños y se vestían para ir a clase. Luego se echa una tían echaba cabezadita durante el horario lectivo, y cobraba nueva vida por la tarde, cuando los largos pasillos resonaban de risas y gritos. Y ahora, desde su cuarto, Jeremy oía cómo el monstruo Kadic iba preparándose poco a poco para el descanso. Las voces eran pocas, y los pasos se transformaban en un eran rápido repiqueteo para evitar la ronda de Jim Morales. El muchacho estaba delante del ordenador, el fiel ordenador que había vuelto a ocupar el noventa por ciento del espacio disponible sobre su escritorio. El diez por ciento restante albergaba su portátil, que también estaba encendido. En ambas pantallas iban rotándose rápidamente los distintos encuadres de las cámaras instaladas en La Ermita, la casa del padre de Aelita. De momento todo estaba en calma. — ¿Se puede? —preguntó una voz desde el otro lado de la puerta. preguntó Sin esperar a su respuesta, Ulrich se coló en la habitación a toda prisa, bitación cerrando la puerta tras de sí. —Jim se ha convertido en una obsesión. Si me llega a pescar... Jim — ¿Y Odd, qué tal anda? —Está en nuestro cuarto, viéndose una ful de concierto en DVD. Cinco minutos más de esa música y me revent reventaba la cabeza. ¿Tú qué estás haciendo? ¿Cómo van las cosas por La Ermita? —No hay problema —contestó Jeremy señalándole las pantallas De contestó dole pantallas—. momento. Lo único que me preocupa es si conseguiré quedarme despierto toda la noche. Y si la cosa sigue así, será difícil. Ulrich se echó sobre la cama de su amigo y cogió una revista que estaba abierta encima de la almoha La soltó enseguida. almohada. — ¡Puaj, protones! ¿Cómo consigues leerte estos rollos? Bueno, puedo rollos? quedarme yo a hacerte compañía, si te hace. Odd va a tener para rato con lo de su castigo. — ¿Y Yumi? Era una pregunta un poco rara, viniendo de Jeremy. Ulrich, Odd y él tenían Jeremy. una especie de regla no escrita. Estaba permitido tomarse el pelo
  • 51. mutuamente respecto a las chicas, y estaban permitidos (¡y eran te bienvenidos!) los comentarios sobre las alumnas más guapas del Kadic. Pero nunca se hablaba en serio de las personas realmente importantes para ellos. Aelita para Jeremy, Yumi para Ulrich y cualquiera de las chi chicas de turno para Odd. La cosa era que Ulrich parecía estar destrozado de verdad por aquel asunto, h y su amigo no había logrado contenerse. grado —Yumi está bien, o eso creo —masculló Ulrich—. No es que estemos . habiéndonos mucho últimamen últimamente. —Ya me he dado cuenta —dijo Jeremy—. Pero ¿por qué? Ya Ulrich no era un tipo muy hablador, pero en el fondo la noche iba a ser ra larga, y Jeremy había pillado al vuelo que tenía demasiados pensamientos hormigueándole por la cabeza. A lo mejor le venía bien abrirse con alguien para desfogarse, y lo mismo popodría hasta oír algún consejo inteligente. Y así era. Extrañamente, Ulrich tenía tantas ganas de hablar como las que Jeremy tenía de escucharlo. Y, palabra tras palabra, se fue poniendo al día sobre la situación sentimental de su amigo. Lo que le había dicho a Yumi cuando se había negado a cuidar de Kiwi, lo que ella le había respondido... y las cosas que no conseguían decirse. Nunca. —La cosa pinta mal — —comentó al final—. Pero me parece que podrías . resolver la cuestión de una forma bastante sencilla. Sonrió al ver que Ulrich ponía los ojos en blanco. Él creía que ciertas cosas no tenían solución, y que, cuando la tenían, casi nunca era sencilla. Jeremy lo conocía bien. — ¿Y cuál sería esa forma? Soy todo oídos —refunfuñó Ulrich, escéptico. —Pues... —Jeremy se encogió de hombros y miró hacia el suelo decirle Jeremy suelo—, la verdad. Por ejemplo. — ¿O sea? —le respondió su amigo mirándolo fijamente a los ojos. le jamente Jeremy suspiró. Ésa era la amarga ironía de las historias de amor: cuando era la tuya y estabas meti hasta las orejas en el asunto, no entendías metido nunca nada de nada, mientras que desde fuera todo se veía más claro que el agua. -¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Cuánto Ulrich tenía los ojos entrecerrados por el esfuerzo de concentrarse. — ¿Tiempo desde qué? —Pues desde que Yumi te dijo que prefería que fueseis sólo amigos. Pues que
  • 52. —Ah —dijo Ulrich mientras se rascaba la cabeza, tratando de acordarse dijo acordarse—, de eso hace ya un siglo, por lo menos. —Precisamente. Y mientras tanto siempre habéis seguido queriend... — Precisamente. Jeremy se sonrojó—, en fin, habéis seguido. Ahora tú ya no soportas más , esta especie de secreto a voces entre vosotros, pero tampoco te atreves a pecie tampoco decírselo. Ulrich miró de soslayo a su amigo con una media sonrisa. —Sabelotodo... —Ya ves, qué difícil — replicó Jeremy, sonriendo él también No es —le también—. más complicado que reparar un superordenador cuántico. —Así que debería ir a hablar con ella. Por lo menos para disculparme. Para menos aclar... ¡Jeremy! — ¿Qué pasa? — ¿Qué demonios está sucediendo en esa ventana? Los dos se giraron hacia las pantallas. Un hombre con un abrigo largo pantallas. había saltado la verja de La Ermita, y se dirigía hacia el pórtico de la Ermita, entrada. — ¿Y ése quién es? —preguntó Ulrich con la voz quebrada. preguntó —Espera que paso a la cámara dos —le contestó Jeremy. Espera La imagen cambió, enfocando al intruso ocando desde el dintel de la puerta. Era la cámara que había montado Yumi. Parecía muy joven. Tenía una barbita rala que se insinuaba levemente en la barbilla, una constelación de pecas en la nariz y el pelo de color cobre oscuro. —No parece muy peligroso, a decir verdad —comentó Ulrich. Pero Jeremy ni lo escuchó. Amplió la imagen y apuntó hacia él otras tres cámaras que cubrían esa zona. — ¿Has visto? No está llamando al timbre. Y actúa de manera sospechosa. Sin duda alguna, era cierto. El jov comprobó que no había nadie, y luego joven se encaminó hacia la par trasera de la casa. parte — ¡Síguelo, Jeremy, síguelo! —Eso es lo que estoy tratando de hacer. Debería haber pensado en poner Eso cámaras automotoras. En el vídeo, el muchacho se detuvo junto a la pared del garaje, muy cerca, red precisamente, del punto en el que habían encontrado las huellas. Apoyó la espalda contra el muro y se quedó inmóvil durante un rato, con los ojos palda cerrados.
  • 53. —Pero ¿qué hace? —preguntó Ulrich. preguntó —No lo sé —respondió Jeremy—. Pero me tiene preocupado. respondió —De todas formas, ya se está yendo. Mira. De El joven se estaba dirigiendo hacia la verja. Le echó una ojeada a la calle para asegurarse de que no hubiese transeúntes, volvió a saltar las rejas y luego se fue corriendo por la acera, alej alejándose de las cámaras de Jeremy. maras Había pasado varias horas en la cama, tratando de dormirse de nuevo y mirando de cuando en cuando la televisión calcinada que la vigilaba amenazadora-mente desde su escritorio. Al final había conseguido caer en mente una duermevela oscura y confusa, pero cuando el teléfono la devolvió a la vela cuando realidad Aelita tuvo la impresión de no haber dormido en absoluto. — ¿Diga? —Respondió tras un par de timbrazos . Hola, Jeremy. ¿Ha Respondió timbrazos—. pasado algo? —Sí. Ulrich y yo hemos encontrado al intruso. Se trata de un chaval. Sí. —¿¿Quééé?? —Aelita se incorporó de un brinco sobre la cama, presa del Aelita pánico. —Tranquilízate —trató de calmarla Jeremy—. Ya se ha ido. Se ha quedado trató . muy poco. Y de todas maneras, no parecía... bueno, peligroso. maneras, Aelita oyó a Ulrich farfullando algo por detrás. arfullando —Sí, es verdad —añadió Jeremy—. Parecía incluso un poco patoso. Sea añadió so como sea, no le hemos quitado el ojo de encima en todo el rato. Y ahora quitado vamos a seguir de guardia. La idea de alguien que deambulaba en plena no noche por el jardín de La rdín Ermita era lo último que podía dejar tranquila a Aelita. Aunque el hombre misterioso fuese un torpe a fin de cuentas sus perros casi se habían comido vivo a Kiwi. bían —Enseguida me planto en tu cuarto —se decidió finalmente la muchacha. Enseguida Jeremy se lo pensó por un momento. —No te preocupes —dijo después . Vuélvete a la cama. Pero sí me dijo después—. gustaría que hicieses algo por mí. Te he mandado un MMS con la foto del chaval. ¿Puedes mirarla con atención y decirme si lo conoces? conoces? —Mmm —asintió Aelita Ahora mismo vuelvo a llamarte. Aelita—. El mensaje le había llegado durante la conversación. La muchacha lo abrió, conversación. y a punto estuvo de desmayarse. Aquella imagen... aquella nariz, aquellos desmayarse. ojos, las pecas... ¡Era un rostro que le resultaba familiar! Pero entonces... familiar! Tuvo que recostarse para evitar que la oscuridad se cerniese sobre ella.
  • 54. Después se levantó de golpe, abrió la puerta de su habitación y se dirigió a todo correr hacia la de Jeremy. Tenía hambre. Un hambre profunda y feroz. Cuando estaba en una misión, Grigory Nictapolus comía sólo lo mínimo Grigory indispensable para mantenerse con fuerzas, pero nunca lo bastante como para saciarse. La comida hacía que disminuyese la concentración. Tan sólo se. una vez que la misión había concluido se iba a algún restaurante, uno de esos sitios donde sirven fi letones de dos dedos de altura sazonados con s fi-letones salsa barbacoa, y por fin se llenaba el estómago. Era su forma de celebrar el forma trabajo bien hecho. El reconocimiento de la casa de los Della Robbia por la mañana había resultado provechoso, aunque la señora hubiese regresado algo pronto. so, Nada de lo que preocuparse, de todas formas. Los imprevistos siempre terminaban por presentarse. Lo importante era saber gestionarlos. Y ahora, aquel chavalín que se había colado en La Ermita le venía comcomo agua de mayo. Los mocosos pensarían que se trataba de la misma persona que había visto Hiroki, y hasta la más mínima sospecha sobre la existencia de Grigory se esfumaría de sus cabecitas. Mientras seguía sin quitarles ojo a las cámaras instaladas en el d dormitorio de Aelita, el hombre abrió el archivo de los vídeos y volvió unos minutos atrás. Ahí estaba. La imagen de la pantalla del móvil de la muchacha estaba demasiado muchacha desenfocada como para que él consiguiese identificar la cara del intruso, pero el patio de La Ermita también estaba vigilado por las cámaras de io Grigory, y ésas le habían proporcionado imágenes mucho mejores. Tenía que andarse con ojo con ese renacuajo de las gafas, Jeremy. En una sola tarde había consegui montar un sistema de vigilancia de circuito conseguido cerrado más eficiente que los de muchas empresas especializadas. Pero el do especializadas. equipo de Grigory era de otro nivel, y ni por un instante lo había asaltado la duda de que pudiesen descubrir sus microcámaras. O su pre presencia en los alrededores de La Ermita. a Amplió la imagen del joven de las pecas en la pantalla y abrió sus expedientes digitales. Utilizando uno de los programas preferidos de las policías científicas de todo el mundo, programó una búsqueda basada en los rasgos somáticos del muchacho, y sobre la foto apareció una serie de puntitos rojos que se
  • 55. correspondían con los pómulos, los ojos, la base de la nariz, la boca... En la otra mitad de la pantalla empezaron a pasar varias fotos, a una velocidad cada vez mayor. Tras unos instantes el ordenador parpadeó: NO SE HA ENCONTRADO NINGUNA CORRESPONDENCIA. Grigory podría haberse conectado a las bases de datos de la policía francesa o el FBI, pero habría resultado un trabajo largo. Por eso se limitó a reprogramar una nueva búsqueda en sus archivos internos, de tal modo que la edad se convirtiese en una variable. Si en sus expedientes había alguna foto del muchacho de niño, terminaría por aparecer. Para su ordenador sería un juego de niños, nunca mejor dicho. Después de unos diez minutos por fin apareció lo que andaba buscando. Una solicitud de matriculación en la academia Kadic con fecha de 1992. La foto tamaño carné que acompañaba la solicitud no tenía mucho en común con el joven que merodeaba por La Ermita, pero el ordenador declaraba que la correspondencia era del noventa y ocho por ciento. Prácticamente una certeza absoluta. Nombre: Richard Dupuis. Sello al final del expediente: Destinado al grupo D. Grupo D... a Grigory eso le recordaba algo. Y le hicieron falta menos de cinco minutos para darle una forma concreta a aquel recuerdo. Una foto. Un grupo de niños posando para la foto de clase. De pie, a la izquierda, un jovencísimo Jim Morales. A la derecha, el profesor Franz Hopper. Y luego, de rodillas en la primera fila, Aelita Hopper con una gran sonrisa. Y a su lado, aquel chiquillo, Richard, con su inconfundible pelo rojo cobrizo. Grigory observó en las pantallas que tenía conectadas a las cámaras de vídeo la imagen de Aelita, que había vuelto a su cuarto y se había sumido en un profundo sueño. — ¿En serio no te acuerdas de él, chiquitina? —dijo el hombre, torciendo la boca en una sonrisa maliciosa—. Pues deberías. Fuisteis compañeros de clase durante dos años. Y dos años son bastantes como para acordarse.
  • 56. 6 UNA TRAMPA, O TAL VEZ DOS En el comedor habían servido frijoles mexicanos, y ahora el estómago de Ulrich gorgoteaba entre satis satisfecho e inquieto. — ¡Buuufff! —Resopló Odd mientras se masajea la tripa— Justo lo que Resopló masajeaba —. necesitaba. —Habrías podido ahorrarte al menos el tripitir —comentó Ulrich, mirando Habrías de reojo a su alrededor en busca de Yumi. — ¡Para una vez que la cocinera no se empeña en preparar una de esas movidas tan sanas y desagradables! Y además, ahora tenemos dos horas de Arte. Por lo menos las judías estas me conciliarán un poco el sueño. nos —Perdona, Odd, tengo que irme —abrevió Ulrich, dejando plantado a su Perdona, rich, amigo. A través de las ventanas había visto a Yumi cruzando el jardín, rodeada de cruzando un grupito de compañeras. upito Puede que no fuese el mejor momento para hablar, pero después de lo que hablar, le había dicho Jeremy la noche anterior ya no podía esperar. — ¡Yumi! —La alcanzó casi a la carrera—. Disculpa, ¿tienes un segundo? La Las amigas de la muchacha se empezaron a reír. Les parecía ridículo que una tía dura como ella anduviese siempre con un chico más pequeño. anduviese Yumi las fulminó con la mirada. —Hasta luego —les dijo, y luego, en cuanto Ulrich y ella se quedaron les solos, explotó—. ¿Se puede saber qué pasa? Yo dentro de un minuto tengo o que irme. El muchacho se rascó la nuca, abochornado. Le parecía como si el cuello de la camiseta se le estuviese cerrando en torno a la garganta. Le faltaba el estuviese aire. A los frijoles de su estómago se les ocurrió infundirle valor mediante el sistema de empezar a darle pata patadas en el intestino. —Oye, ¿se te ha comido la lengua el gato? —continuó Yumi, impaciente. —Yo, bueno... O sea... En fin... Yo, —Enhorabuena. Menudo discursazo. ¿Lo traías escrito, por casualidad? — Enhorabuena. dijo la muchacha. Pero ahora estaba sonriendo. . —No... —Volvió a intentarlo Ulrich . No he sido muy majo contigo, Volvió Ulrich—. Yumi, últimamente. —Puedes decirlo bien alto. Puedes
  • 57. —Es sólo que... en fin... Sí. Pero de todas formas quería pedirte perdón. He Es estado bastante antipático —prosiguió él. —Sí. —Maleducado. —Eso también. Desde luego, ella no le estaba poniendo las cosas fáciles. Y ahora venía la parte más complicada del discurso: «Yumi, sas tú y yo no somos sólo amigos. Tú también lo sabes. ¿Quieres... quieres qué? Quieres. Y punto. Yumi...». —Lo siento, Yumi. Perdona. Eso. Lo Ella extendió los dedos y le acarició la mejilla, que se incendió ante aquel ligero contacto. —Déjalo estar. Yo también he estado un poco nerviosa. Hagamos como si Déjalo no hubiese pasado nada, ¿vale? Después empezó a alejarse, pero Ulrich la retuvo. —Espera, todavía no he terminado. Espera, «Yumi, tú y yo no somos sólo amigos». Ánimo, era solamente una frase, ¿cuánto podía costarle decirla? Justo en aquel momento, Sissi Delmas se acercó a ellos, acompañada por los inevitables Hervé y Nicolás. Haciendo gala de una dosis industrial de Nicolás. desparpajo, le echó el brazo alrededor del cuello a Ulrich, apretujándose contra él. Luego observó a Yumi con un barrido de arriba abajo. — ¡Uy, pero mira qué cara más larga! No deberías tratar mal a nuestro tratar Ulrich. Es muuuy sensible, ¿sabes? Le hace falta una chica que lo entienda bes? y cuide de él... — ¡Sissi! —se quejó Ulrich mientras se apartaba de ella, molesto ¡Yumi molesto—. y yo estábamos hablando!do! —Bueno, ahora sí que tengo que irme a clase —lo finiquitó Yumi. Ulrich trató de protestar y añadir algo más, pero Sissi lo tomó de la mano. —Hervé, Nicolás, vosotros también podéis iros. Yo os alcanzo en un Hervé, momento. Ulrich, ¿qué te parece si estudiamos juntos esta tarde? Tenemos que repasar ciencias, ¡y a ti se te dan tan bien! —Yo en ciencias no he sacado jamás ni un sufi —gruñó él—. Si te hace Yo . falta ayuda, pídesela a Jeremy. Yumi se encogió de hombros y se despidió de Ulrich con un gesto de la rich mano y media sonrisa. Él se quedó mirando cómo su largo cabello negro ondeaba mientras se alejaba. ba
  • 58. — ¡Mira tú por dónde! —Dijo Sissi, pellizcándole un carrillo— ¡Nos —. hemos quedado solitos tú y yo! Tal vez la culpa fuese de los frijoles, pero el mu muchacho sintió cómo su estómago se encogía con un retortijón. El señor Chardin paseaba entre los pupitres con las manos unidas detrás de la espalda, y despotricaba a voz en cuello sobre cine, encuadres y una cosa misteriosa llamada decoupage técnico. Aelita resopló. Aquella tarde los demás iban a ir a la fábrica par prepararle para una trampa al intruso de La Ermita, pero ella le había prometido a Tamiya que la ayudaría con el audio de una grabación. Tamiya y Milly eran las pequeñas redactoras del periódico de la escuela, y grababan los vídeos que escuela, luego se publicaban en el sitio web del diario. Las dos chiquillas llevaban un siglo dándole la tabarra a Aelita, y nadie tenía estómago para tratarlas mal. De eso ya se ocupaba Sissi. go Cuando sonó la campana, la muchacha se acercó aOdd. — ¿Tú qué haces, te vas a juntar con los otros? —Él se viene conmigo —gruñó Jim Morales mientras se presentaba ante la tras puerta del aula—. Ya que está castigado, el director ha decidido encargarle . algunos trabajitos socialmente útiles. Me va a echar una mano para ordenar gunos el gimnasio. Odd alzó los ojos al cielo, apesadumbrado. — ¡Que se te dé bien el curro, camarada! —Dijo Ulrich, haciendo una Dijo mueca irónica, mientras pasaba junto a él—. ¡Nos vemos para cenar! Jeremy y Ulrich se despidieron de Aelita mientras Tamiya se la llevaba a rastras. La chiquilla reía, la mar de contenta bajo su coleta de rastas, y hiquilla Aelita trató de devolverle la sonrisa... por no llorar. — ¡Pásatelo bien! —gritó Ulrich, agitando la mano. gritó —No tienes corazón — rió socarronamente Jeremy. —se Se encaminaron juntos hacia el parque del Kadic, para luego dirigirse a la fábrica abandonada. La construcción llenaba completamente un islote que no distaba mucho del colegio y tenía un viejo puente que la conectaba con tierra firme. Tras el cierre de la fábrica, la calle que llevaba al puente había sido bloqueada, de puente modo que ahora sólo había tres formas de llegar, y las tres pasaban bajo tierra: desde La Ermita, a través de un largo túnel proyectado y construido por Franz Hopper; entrando en las cloacas desde la sala de calderas; o bien a través de una alcantarilla que había en el parque. ravés
  • 59. Los dos muchachos escogieron, como siempre, la alcantarilla. Aunque el olor era terrible, aquél era el acceso más seguro para no ser vistos. Excavaron juntos en la nieve y, cuando fue visible, levantaron el pesado disco de hierro y se metieron por el conducto, volviendo a cerrar la boca de co alcantarilla sobre sus cabezas. Bajaron por una estrecha escalerilla vertical, agarrándose a los amplios asideros que estaban anclados en el cemento, y respiraron una última vez a pleno pulmón antes de verse embestidos por el ima hedor de las cloacas. Tanto sobre la tapa de la alcantarilla como a los pies de la escalera había un extraño símbolo y un texto cuyo significado Jeremy nunca había llegado a texto comprender: Green Phoenix Phoenix. Cuando llegaron al conducto horizontal, Jeremy cogió su patinete, y Ulrich, uno de los monopatines que había alineados contra la pared. La peste resultaba tan fuerte que casi paralizaba sus movimientos. Por eso los ba muchachos habían decidido tiempo atrás llevar allí aquellos medios de transporte, a fin de agilizar el trayecto. Corrieron hasta alcanzar una lizar escalerilla que subía hacia la superficie. Treparon por ella, y finalmente lla aparecieron en el puente. —Ufff —bufó Ulrich cuando volvieron a encontrarse al aire libre . Tienes que inventar un superambientador para se libre—. ese sitio. Cada vez es peor. — ¿Unas cloacas perfumadas? Resultaría un pelín sospechoso, ¿no te parece? El puente se sostenía sobre el río gracias a dos altas columnas de hierro oxidado de las que salían arcadas de gruesos cables. A Jeremy le recordaba arcadas un poco al puente de Brooklyn, sólo que mucho más pequeño y pequeño desvencijado. Entraron en la fábrica y descendieron al bajo deslizándose descendieron por unas viejas sogas que colgaban del techo. Aquel espacio era enorme, un entramado de cemento, vigas y ventanas cuadradas con los cristales rotos. cuadradas Los muchachos llegaron al ascensor, una especie de contenedor industrial que descendía bajo tierra gracias a un gran mando que colgaba de un cable. —Qué de recuerdos, ¿eh? —murmuró Ulrich. Jeremy no respondió. Desde que había descubierto que desde el Kadic se descubierto podía entrar en aquella vieja fábrica abandonada, habían recorrido aquel largo trayecto en muchas ocasiones, siempre con prisas, siempre con la go angustia de que había que detener a algún monstruo o salvar a algún amigo.
  • 60. Había sido peligroso. A veces, incluso demasiado. Pero también era su gran demasiado. aventura. Ahora que todo había acabado, con el superordenador desconec do desconec- tado, a Jeremy le parecía que había algo que faltaba en sus vidas. faltaba La sala del superordenador, que estaba en la primera de las plantas primera subterráneas, era un inmenso espació iluminado por una tenue luz verde. El centro de la habitación estaba ocupado por una especie de círculo metálico círculo que sobresalía del suelo unos treinta centímetros: era el proyector l holográfico que le permitía a Jeremy supervisar lo que el resto de los mu mitía mu- chachos hacía dentro del mundo virtual, analizando sus posiciones y las de los monstruos. Junto al pro proyector estaba el sillón giratorio del puesto de atorio mando, con sus pantallas y su teclado suspendidos de un enorme brazo mecánico. El muchacho ignoró completamente el superordenador, que ahora estaba apagado y triste, y abrió la puerta de un trastero en el que había un poco de todo. Enseguida empezó a seleccionar redes metálicas, trozos de robots, cas, tarjetas y cables. Ulrich se acuclilló a su lado y empezó a escarbar entre todos aquellos cachivaches tecnológicos. — ¿No te da pena? —le preguntó a su amigo. le Jeremy lo miró con aire interr interrogativo. — ¿El qué? —Pues haber apagado el superordenador. Pues Jeremy suspiró, y por un instante sintió que le picaban los ojos, escudados caban tras los gruesos cristales de las gafas. — ¿Sabes?, en realidad intento no pensar en ello. Todas las noches que pasé aquí abajo, solo, cuando trataba de ayudar a Aelita para rematerializarla en nuestro mundo. Y todas las veces que intenté echaros una mano cuando estabais dentro de Lyoko... echaros —Ya. ¡Tú eras la mente, y nosotros el brazo ar armado! Ulrich se levantó e hizo un par de movimientos de kung-fu con una espada fu imaginaria. Jeremy se acordaba como si hubiese sido ayer: Ulrich el acordaba guerrero, sus llaves especiales, los desafíos con Odd y Yumi pa ver quién para de ellos acabaría con más monstruos... —Apagar el superordenador fue como matar una parte de mí — Apagar —concluyó— . Pero no podíamos hacer otra cosa. Era demasiado peligroso. —Y además, ya no sirve para nada... Y
  • 61. Por un momento, a Jeremy le volvió a la cabeza una tarde, algunos días antes, en que las bombillas de su habitación habían explotado. habían —Es cierto —se esforzó igualmente por continuar—. Ahora que X.A.N.A. se . está... muerto. Ya. Pero, por alguna razón, su voz había sonado quequebrada. Aquella noche Odd se encontró solo en su dormitorio, con la espalda hecha rio, pedazos por culpa de Jim. El profe de gimnasia lo había obligado a mover e las pesas del gimnasio de un lado a otro del armario, cambiando de idea cada treinta segundos sobre el mejor modo de ordenarlas. Odd había estado esperando la hora de la cena como el maná del cielo, para poder hablar un rato con sus amigos, pero poco antes de llegar al come comedor había recibido un SMS de Ulrich: La trampa se pone en marcha esta noche. Nosotros cenamos en La Ermita. Hasta luego. En fin, que Odd estaba solo, cansado y deprimi deprimido. Si tan sólo hubiese ólo tenido algo de fuerzas, se ha habría escapado él también al chalé abandonado con los demás, o por lo menos habría ido a casa de Yumi para saludar a su querido Kiwi. Pero le costaba hasta levantar el dedo para cambiar la tele de canal. «Y ahora, ¿qué hago yo toda la noche?», se pre preguntó. Hasta aquel momento no se había dado cuenta del puñado de DVD que había desparramados sobre la cama de Ulrich, medio escondidos debajo de una manta. ¿Algo interesante? Se levantó, haciendo caso omiso del dolor de piernas, y cogió los DVD. Jeremy había escrito en ca disco con un rotulador Vigilancia Ermita 1, 2, cada 3... Eran los vídeos que habían grabado las cámaras del chalé la noche anterior. No se trataba exactamente de una película de acción, pero Odd habría pod podi- do por lo menos verle la cara a ese fantasmal chico misterioso. Y a lo mejor a Ulrich y Jeremy se les había pasado algo por alto, y él podría descubrirlo. Se imaginó por un instante vestido con un traje oscuro a lo James Bond, con su rosa roja en el oja de la americana y una sonrisa deslumbrante. ojal na Delante de él, tirados por el suelo, tenía a sus amigos, salvados en el último momento gracias a su intrépida intervención. Eva lo estaba abrazando, irremediablemente seducida por su atractivo... Metió el disco 1 en el lector y lo puso en funcionamiento. Después se co funcionamiento. echó en la cama. No eran más que imágenes del jardín de la casa. ¡Menuda
  • 62. diversión! Empezó a pasar las imágenes a toda velocidad, y luego metió el disco 2. Y el 3. Y se quedó traspuesto. Olor a fruta fresca, tan dulce como el azúcar glas. Un leve aroma de rosas. —Amor mío... —susurró Odd en su sueño. Una risa dulce, límpida y muy femenina le hizo abrir los ojos. Odd creyó que aún estaba durmiendo. Inclinada sobre él, a pocos centímetros de su cara, estaba Eva. Llevaba una blusa blanca y una falda de vivos colores, y tenía el pelo echado hacia atrás con una pequeña diadema roja. Guapísima. ¿Guapísima? ¡Qué va! Mucho más: divina, angelical, tan de rechupete que Odd tenía ya un nudo en la garganta y se había puesto a sudar. —Perdona si te he molestado —dijo la muchacha con aquel acento estupendo que tenía—. He llamado a la puerta, pero no me respondía nadie, y como oía la tele, he pensado que había alguien en la habitación. ¿Y había llamado a la puerta de su habitación? ¿Eva estaba buscándolo? ¡Oh, pero si eso era un sueño hecho realidad! — ¡Qué va! ¡Has hecho requetebién!—gritó Odd, sentándose de un salto para luego frotarse los ojos con los dedos—. Ven. Siéntate donde te apetezca. La muchacha empezó a caminar por el cuarto. Abrió el armario y volvió a cerrarlo. Examinó el escritorio. Miró los libros y los CD. Odd la observaba, impresionado. Una tía desenvuelta, sin duda. —Es que me aburro tanto en mi casa... —dijo Eva—. Mis padres ya estaban en la cama. — ¡Ya, cómo te entiendo! —aprobó Odd. Entre la modorra, la confusión y el tener a Eva Skinner a pocos centímetros de él, la cabeza ya le estaba dando vueltas. Y además, ¿se le estaba yendo la olla, o esa chávala estaba curioseando incluso debajo de la cama de Ulrich? —Ejem. Pero... sabes que no deberías andar por aquí, ¿verdad? —Murmuró tímidamente Odd—. Las chicas no pueden entrar en el ala de los chicos después de la cena... Eva resopló. —Mientras no me pillen, no veo el problema. Esa chica no tenía desperdicio. Por lo menos, eso creía Odd.
  • 63. Hasta una emboscada nocturna podía resultar engorrosa. Jeremy había trabajado toda la tarde para preparar su trampa, y gorrosa. ahora estaba hecho polvo. En el fondo, la noche anterior tampoco había dormido casi nada, para no quitarles ojo a las cámaras de La Ermita. ada, Aelita y Yumi habían pedido unas pizzas, y se las habían comido todos juntos en el salón, con un ojo puesto en el portátil de Jeremy y el otro en una película que ponían en la tele. cula —Jeremy, ¿estás seguro de que ese chico va a volver esta noche? guro noche?— preguntó Ulrich. —Es bastante probable —dijo su amigo mientras asentía con la cabeza dijo cabeza—. Hace dos noches, Hiroki lo vio saliendo de La Ermita. Y ayer volvió. No sé qué pretendía hacer, pero seguro que no lo ha hehecho, teniendo en cuenta niendo que estuvo mirando por todas par y luego se piró. Así que esta noche partes volverá a dejarse caer por aquí. jarse Todos pararon de masticar. —No me siento tranquila... —susurró Aelita. No — ¡Pues deberías estarlo! —le contestó Jeremy, esforzándose por emplear un tono alegre—. ¡Ahora en el césped que rodea el chalé hay nada menos que tres redes robóticas! He instalado sensores láser de activación, y podemos hacer saltar las trampas sin movernos de aquí, siempre que lo estemos encuadrando con alguna de las cámaras. No tiene escapa o escapatoria. —Podría entrar por atrás Podría atrás—sugirió Ulrich. — ¿Saltando por encima del muro y la alambrada? Demasiado complicado. Ayer pasó por la cerca de delantera, y hoy hará lo mismo. Y de todas formas, por ahí también hemos puesto cámaras. No tiene forma alguna de escapar. mos Hay sólo una cosa que tenéis que hacer. Los demás lo miraron fijamente, con cara de estar poco convencidos. —Pasadme otro trozo de pizza. Me muero de hambre —concluyó. Pasadme concluyó. Odd no tenía ni idea de qué pensar. Eva no sólo era la chica más guapa a la r. que le había echado el ojo encima, sino que además era simpática e inteligente. Habían estado hablando... ¿cuánto, una hora? Y sin darse ni cuenta. Sin un solo momento de incomodi incomodidad o timidez. Eva le había preguntado si le gustaba la fotografía, y él había asentido. Le ntado encantaban las fotos de los cantantes que había en sus revistas de música, cantantes así que no le parecía que estuviese mintiendo. Ella, por su parte, era una auténtica experta. Le había enseñado algunas instantáneas de los Estados instantáneas
  • 64. Unidos que quitaban el hipo. Le había contado un montón de cosas sobre hipo. los distintos programas de retoque digital y cómo calibrar los objetivos. Y todo eso sentada a su lado, cruzando y descruzando sus espléndidas piernas. Y algunas veces, mientras hablaba, hasta le había rozado la mano. unas — ¿No puedes quedarte aquí a dormir? —le preguntó con audacia Odd cuando Eva empezó a levan levantarse. Debía de haberse vuelto loco. Si el director lo pillaba, tenía la expulsión garantizada. llaba, —Sería poco adecuado, Odd —sonrió la muchacha, maliciosa Pero me ía cha, maliciosa—. encantaría. A lo mejor una de estas noches podrías quedarte en mi casa. Mis padres se van muchas veces de viaje por trabajo. ¿Te sabes mi dres dirección? Te dejo también mi número. Odd estaba tan emocionado que lo único que consiguió hacer fue asentir con la cabeza. Eva volvió a reír, y se sacó un rotulador del bolsillo. Le agarró una mano, y llo. escribió en ella con la lige ligereza de una mariposa. —Ahí tienes. Mi dirección y mi número de móvil. Gracias por la velada, Odd. Me lo he pasado muy bien contigo. —Yo también —las mejillas de Odd empezaron a arder . Jamás me las arder—. volveré a lavar la mano. Te lo juro. Eva soltó una risita. Luego, inesperadamente, mientras Odd la miraba con ojos de adoración, ella se le acercó y lo besó. Lo besó en la boca. En la cabeza del muchacho saltó un fusible. Cuando se dio cuenta de lo que había za pasado, Eva ya había cerrado la puerta tras de sí. —Menuda tía... —murmuró, embelesado. murmuró, Mientras tanto, por la televisión de su cuarto no habían dejado de pasar ni un segundo las imágenes de La Ermita que Jeremy y Ulrich habían grabado la noche anterior. Sólo que ahora Odd se dio cuenta de que en aquellas imágenes había algo muy, muy raro. Algo que nadie debía de haber notado todavía. 7 EL INTERROGATORIO La pantalla del ordenador empezó a parpadear.
  • 65. ALARMA. SE HA DETECTADO UN INTRUSO. — ¡Callaos todos! —gritó Jeremy mientras sus dedos empezaban a correr gritó sobre el teclado del por portátil—. ¡Puede que lo hayamos conseguido! Aelita apagó la tele, y Ulrich apartó de una patada las cajas de pizza vacías. Los muchachos se apelotonaron alrededor del ordenador, que mostraba una apelotonaron enjuta silueta envuelta en un impermeable largo y gris, de esos que llevan largo los espías y los criminales de las películas. — ¡Ajajá! —exclamó Jeremy, triunfante ¡Ha entrado saltando la verja triunfante—. trado principal, tal y como yo decía! —Pero no hay ningún perro. Y fueron unos perros los que hirieron Pero a Kiwi—le recordó Yumi, perpleja. —Los habrá dejado en casa —dijo Jeremy, dijo encogiéndose de hombros Tampoco iban con él ayer por la noche. Y de giéndose hombros—. todas formas, pronto podremos preguntárselo en persona. Aumentó el zoom de la cámara, y el rostro del intruso ocupó toda la pantalla. Era el muchacho del pelo de cobre. Sus ojos estaban entrecerrados y marcados con dos profundas ojeras. En medio de la oscuridad del jardín, tenía todo el aspecto de una persona enferma. Al volver a ver aquella cara, Aelita se sintió presa del vértigo. Ella a ese chico ya lo había visto en algún lado. Mucho tiempo atrás. Aunque no consiguiese recordar quién era. —¿Y ahora qué hacemos, Jeremy? —preguntó Ulrich, interrumpiendo los ¿Y preguntó pensamientos de la muchacha. —Preparad las cosas. Yo activo la trampa tan pronto como esté en Preparad trampa posición. Ulrich salió disparado hacia la cocina, donde habían dejado la caja de cartón con todo el material para el interrogatorio. La levantó sin esfuerzo y la llevó al salón. Después empezó a distribuir su contenido entre sus amigos. — ¡Aún no lo tenemos! —Resopló Jeremy—. ¿Por qué se está quieto? ¿Por . qué no va hasta el pórtico o el garaje? —Podría salir yo —propuso Ulrich , para atraerlo hasta nuestra trampa. propuso Ulrich—, — ¡Es demasiado peligroso! —lo detuvo Yumi—. Por lo que sabemos, . podría hasta ir armado. —No hace falta —los calmó Jeremy—. Por fin se está moviendo. los Un paso. Otro. El joven que había en la pantalla parecía indeciso. parecía Avanzó hacia el pórtico como si quisiese tocar el timbre, y luego
  • 66. volvió atrás y se desplazó hacia la izquierda, en dirección al garaje, caminando con pasos titubeantes sobre la capa de nieve congelada. sos Jeremy pasó a las imágenes de otra de las cámaras, la que estaba montada cámaras, justo encima de su trampa. Cuando el muchacho pasase bajo ella... ¡zasca! La había preparado a propósito de forma que fuese capaz de bía moverse siguiendo los movimientos de la cámara. Un par de pasos más... En la pantalla, superpuesta a la imagen del joven, apareció la de una retícula. Una mira. Los ojos del in intruso brillaban, abiertos de par en par en la oscuridad. Todos contuvieron la respiración. El dedo de Jeremy se desplazó hasta la Jeremy tecla Enter del ordenador. Pareció como si el tiempo se hubiese congelado. Incluso las hojas de los árboles dejaron de moverse mientras en la pantall pantalla el muchacho caminaba con cautela hacia la pared del garaje. Jeremy se mordió el labio inferior, y su dedo pulsó la tecla. La trampa se activó. En su habitación, Odd congeló la imagen que mostraba la pantalla y volvió unos cuantos fotogramas atrás. Sí ahí había traba Sí, algo. Jeremy y Ulrich se habían quedado toda la noche de cháchara. A lo mejor se habían distraído y no lo habían notado. Cogió su móvil y trató de llamar a Jeremy. El teléfono al que llama fono está apagado o fuera de cobertura en este momento. Inténtelo más Inténtelo tarde. Probó con Ulrich. El mismo resultado. Sintió cómo una sutil angus rich. angus- tia se le colaba por el cuello de la camiseta y bajaba por su espalda. Se levantó de un salto y sacó de debajo de su cama una gran caja de cartón ma que contenía un ordena or portátil. Se lo habían regalado sus padres, y ordenador Jeremy había estado enredando con él un par de horas para instalarle todos my los programas del mundo mundial, aunque Odd sólo lo había usado en un mundial, par de ocasiones para oír algunas canciones en mp3. No era un gran un aficionado a la tecnología. Esperó con impaciencia a que aquel cacharro se encendiese (pero ¿por qué estaba tardando una eter eternidad?), y luego insertó el DVD y abrió un programa de edición de vídeo. ¿Qué era lo que le había contado Eva de las imágenes? Ah, sí. Contraste. imágenes? Luminosidad. Y las curvas. Trasteó un rato con el programa hasta encontrar
  • 67. la función de la que le había hablado la muchacha. Era una especie de gráfico que representaba un cuarto de círculo. Odd se dio cuenta de que con el ratón podía arrastrar aquella curva, deformándola y cambiando... no cambiando... sabía muy bien el qué. A veces la imagen se aclaraba, y otras se oscurecía, o los colores se volvían locos. Pero era la función adecuada. vían Empezó a trabajar con una concentración febril y los ojos clavados en ojos aquel único fotograma del DVD. En cierto punto, entre los árboles, los píxeles de la imagen resultaban confusos, como si alguien hubiese borrado algo. — ¡Narices! —siseó en voz baja. Se había pasado con la curva, y la imagen se había transformado en un batiburrillo incomprensible de colores raros. ormado Control Z y vuelta a empezar. Ya lo tenía. La silueta de un hombre de espalda ancha, cintura delgada y una musculatura que debía de ser imponente. A sus pies había algo que no lograba distinguir bien. ien. Odd guardó una copia de la imagen. Después hizo avanzar el DVD unos pocos fotogramas y repitió la operación desde el principio. Esta vez el ración hombre estaba de lado, y en los hombros se entreveía el perfil de una mo mo- chila bien grande. Y a la altura de s cintura había... su —Pero ¿qué demonios son? —gritó Odd, impresionado—. ¿Caballos en miniatura? ¿Becerros? Ni lo uno ni lo otro, por supuesto. Eran perros. Dos perros enormes de aspecto agresivo, sin correa, que olfateaban el suelo a los pies de aquel hom hombre. En la cabeza de Odd relampaguearon dos rápidos pensamientos. Primero, rápidos que aquel tipo tenía dos perros y Kiwi había sido herido por dos perros. Por lo tanto, el chico al que Jeremy y los demás estaban a punto de atrapar en La Ermita era inocente. Le estaban dando caza a la persona equivocada. Y ban segundo, que el hombre de los perros había conseguido borrar de los DVD las imágenes en las que aparecía. Puede que tuviese aparatos tan sofisticados como para confundir a las cámaras de Jeremy. Así que era un confundir hombre muy peligroso. Y sobre todo, sus amigos no tenían ni idea de su bre existencia. Sin ni siquiera preocuparse de apagar el ordenador, Odd se puso en pie de ordenador, un brinco, agarró su cha chaqueta y su móvil y salió disparado de su dormitorio.
  • 68. Más que un jardín, aquello parecía un bosque hundido en la nieve. ín, hundido «El profesor Hopper podría espalar un poco los senderos», protestó para sí Richard Dupuis. Se apoyó contra un árbol y se sostuvo sobre un solo pie para rescatar el calcetín de lana empapado que se había colado hasta el catar do fondo de la bota y lo estaba fastidiando. El joven se enderezó, y miró a su alrededor con preocupación. Lo había vuelto a hacer. Por segunda vez en dos noches se había colado a escondidas en el jardín de La Ermita. Estaba comportándose como un auténtico como chiflado. En el fondo, le habría bastado con tocar el timbre — lo mejor no —a en medio de la noche, como en aquel momento y decir «Muy buenas, momento— profesor. Soy Richard Dupuis». Se imaginaba la cara del profe, serio bajo su oscura barba, con las gafas de oscura cristales lustrosos escon escondiéndole los ojos. «¿Se acuerda de mí? He venido porque...». No, no podía funcionar. No podía encarar al profesor así, a pelo. Y profesor además, ¿seguro que Hopper todavía vivía ahí? Richard recordaba los todavía titulares de los periódicos de hacía ya muchos años: Profesor del Kadic ódicos desaparece junto con su hija. Pues claro que sí, era obvio que había vuelto. De lo contrario, ¿por qué...? Mientras se concentraba en sus reflexiones, Richard se acercó al garaje. Richard Tenía intención de rodea la casa y ver si había alguna luz encendida. Y, rodear además, esta vez iba a coger el toro por los cuernos y llamar a la puerta. más, Pero de pronto oyó un silbido, una especie de corriente de aire concentrado corriente y fuerte que lo despeinó. Y después, un chasquido. O mejor, un disparo. Lo que pasó luego fue muy confuso. Algo lo golgolpeó en la espalda, haciendo que se cayese sobre la nieve. Asustado, el muchacho intentó volver a ponerse de pie, pero se dio cuenta de que se estaba envuelto en una especie de red metálica. Consiguió hacer fuerza con las piernas para enderezarse, pero la red se enderezarse, movió como una serpiente de hierro y lo derribó de nuevo. Richard se vio sacudido por una descarga eléctrica, y perdió el sentido. Cuando volvió a abrir los ojos, por un momento pens que lo habían pensó drogado. O que había perdido la chaveta. O las dos cosas. Todavía se encontraba aprisionado en la red metálica, pero en esta ocasión metálica, ya no estaba en el jardín, sino sobre el suelo de cemento de una habitación
  • 69. a oscuras. Un hilo de luz se colaba por debajo de una puerta que había al colaba fondo. Entrevió algunas cajas de cartón amontonadas sin orden ni concierto contra la pared que parecían los restos de una mudanza que nunca se había llegado a terminar. A medida que los ojos de Richard se acostum ron a la oscuridad acostumbraron empezaron a distinguir cuatro siluetas sentadas en semicírculo a unos pocos siluetas pasos de él. Parecían de baja estatura, tal vez unos enanos, y estaban envueltas en sombras. Sus caras resultaban totalmente invisibles. Richard sacudió la cabeza. ¿Qué era aquello, un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Una de esas películas en las que no se entiende nada? — ¿Cómo te llamas? — preguntó la primera silueta de su izquierda. —le lueta Tenía una voz profunda y retumbante, más bien amenazadora. retumbante, —R-Richard. Richard Dupuis —balbuceó él. — ¿Por qué estabas en el jardín? —continuó la voz. Richard permaneció en silencio durante unos momentos. Podría ponerse a momentos. mentir, pero, a fin de cuen cuentas, ¿por qué hacerlo? Era mejor contarlo todo. Total, no tenía nada que ocultar... —Estaba buscando al profesor Hopper Estaba Hopper—respondió. —Es una manera algo rara de buscar a alguien. Es —Sé que el profesor lleva desaparecido más de diez años. — ¿Conocías a Hopper? —le preguntó otra voz. Parecía la de un actor de la tele cuyo nombre Richard no conseguía recordar. —Sí—asintió el joven, entrecerrando los ojos para darles una forma más para nítida a las siluetas que esta estaban sentadas en torno a él—. Hace muchos . años. Antes de que desapareciese, yo era alumno suyo en la academia tes Kadic. Y estaba en la m misma clase que su hija, Aelita. Una de las oscuras siluetas se sobresaltó. Richard se rascó la barbilla. Aquella situación resultaba absurda, y resultaba empezaba a estar hasta un poquito asustado. Pero aquellos extraños poquito enanitos no parecían especialmente amenaza recían amenazadores. —Tenía la esperanza de encontrar a Aelita —prosiguió—. A lo mejor ella Tenía . habría podido explicarme por qué... ¡uf! ¡No puedo contarlo bien así, atado! El extraño personaje que tenía delante de él manipuló algo. Las mallas de la red en la que se hallaba prisionero se aflojaron, permitiéndole moverse. A tientas, Richard hurgó en su impermeable y sacó de uno de los bolsillos una PDA que tenía una pantalla algo mayor que una postal. La encendió, y
  • 70. de inmediato empezó a mostrar una serie de letras y números de todo tipo, que llenaron poco a poco todo el espacio disponible. Unos segundos después, la pantalla se vació completamente, y luego las letras y los números volvieron a empezar a llenarla. —Todo comenzó hace cosa de diez días —explicó Richard—. Al principio pensé que era un virus, pero luego entendí que detrás de esta cosa estaba el profesor Hopper. O eso espero, por lo menos. — ¿Por qué precisamente Hopper? —replicó la voz. Richard les mostró la minipantalla de la PDA. La serie de dígitos y letras parecía componer un código incomprensible... aparte de las primeras seis letras de cada renglón, que estaban en mayúsculas: AELITA. El pasillo resplandecía bajo los inmaculados círculos de las luces de neón. Odd lo recorrió a toda velocidad mientras seguía intentando llamar a sus amigos. Todos sus móviles estaban apagados. Tenía que llegar hasta ellos lo antes posible. — ¿Adonde te crees que vas? —dijo Jim mientras salía de detrás de una columna. — ¡Perdona, Jimbo, pero ahora no tengo tiempo! —respondió el muchacho, que trató de acelerar aún más en dirección a la puerta. Se dio cuenta de que, aunque sus piernas seguían moviéndose, había dejado de desplazarse hacia delante. El profe lo había levantado en el aire, agarrándolo de los hombros. — ¿No tienes tiempo para qué? ¿Tengo que recordarte que estás castigado? Mientras aún lo mantenía en volandas, Jim le dio la vuelta entre sus manos como a un títere, para poder mirarlo a la cara. — ¿Y bien? En medio de la agitación de aquel momento, Odd consiguió pensar. No podía decirle a Jim que sus amigos estaban en La Ermita. Se arriesgaban a ser expulsados por haberse escapado de la residencia en plena noche. Pero de todas formas él debía hacer algo. —Vale. Bájame. En el preciso instante en que sus pies volvieron a tocar el suelo, el muchacho echó a correr de nuevo. Durante su carrera cogió el móvil y marcó el número que aún destacaba, con la caligrafía redonda de Eva Skinner, sobre su mano.
  • 71. —Hola, Eva, soy yo, Odd. Sí, perdona, Hola, necesito que me hagas un favor. ¿Te acuerdas de La Ermita? Detrás del s Kadic. Un chalé en ruinas de la Rué de... genial. Odd se giró. Tenía a Jim casi encima. Se precipitó por las escaleras, en dirección al ala de las chicas. —Vale. No tengo tiempo de explicártelo. Llama a la puerta. Tres timbrazos Vale. cortos y uno largo. Tres cortos. Uno largo. Tienes que avisarlos de que el chico pelirrojo no es el que estamos buscando. Hay otro hombre. Delgado, pero musculoso. Con dos perros. Si miran con atención los vídeos, lo encuentran. La muchacha le repitió rápidamente al oído sus instrucciones. A pesar de la hora que era, no tenía para nada voz de dormida. —Perfecto —confirmó Odd—. Por favor. Es importante. Gracias. portante. Luego giró a la izquierda y se metió en la primera habitación con la que se topó. Era la de Sissi Delmas. El chillido de la muchacha cuando se encontró a Odd y a Jim a los pies de su cama despertó a todo el Kadic. Habían dejado a Richard en el garaje y se habían ido a la cocina para discutir juntos lo que había que ha hacer. Una breve búsqueda en Internet con el ordenador de Jeremy había dejado meridianamente claro que sí, en dor efecto, existía un Richard Dupuis que había sido estudiante del Kadic y compañero de clase de Aelita Hopper. —Y sin embargo, no te acuerdas de él, ¿verdad? Y —No, aunque de hecho su cara me resultaba familiar. Y de todas formas... No, familiar. lo vamos a soltar, ¿no? En el fondo no ha hecho nada malo. Jeremy no parecía convencido del todo. —Yo recordaba haberlo visto ya —continuó ella—, y ahí tienes el porqué: Yo era uno de mis compañeros de clase. Sólo que él ahora tiene diez años más que yo. —Ya. Es bastante raro —admitió Ulrich—. Lo de que dentro de Lyoko . tú no hayas crecido ha liado bastante las cosas. Jeremy cogió de la mesa el transmutador de voz que había construido co con sus propias manos. Tenía el aspecto de una bolita de plástico oscura atada a una cinta. —No. Esto no me convence —exclamó, después de habérselo colocado No. exclamó, bajo la garganta, con una voz profunda . Sigamos con el interrogatorio. profunda—. —Vale —accedió Aelita, que te su transmutador de voz en la mano. tenía dor
  • 72. — ¡Ey! —Protestó Ulrich ¡yo no quiero volver a ponerme ese trasto! Protestó Ulrich—, —Deja de quejarte —lo silenció Yumi. lo Le tendió su aparato con una sonrisa. Jeremy se acuclilló a toda prisa junto a Richard, que aún estaba sumido en la oscuridad, y le quitó la PDA. Richard pegó un respingo, asustado, pero el mucha muchacho se limitó a ignorarlo. En el diminuto ordenador seguían pasando una y otra vez diez pantallas de datos distintas entre sí, y cada una de ellas iba precedida por el por texto AELITA. Jeremy empezó a estudiar los códigos con atención, hasta que los atención, reconoció: era Hoppix, el lenguaje de programación que Franz Hopper había inventado. La «gramática» que le permitía a Lyoko existir y tomar forma. —Chicos —concluyó al fin final—, no sé qué demonios es esto, pero estoy nios seguro de que fue creado por el profesor Hopper. En aquel momento, el sonido del timbre resonó en el garaje, ahogado entre aquellas paredes toscamente construidas. Ring. Ring. Ring. Rrniiiiing. mente —Tres cortos y uno largo. Es la señal —susurró Yumi. no —¡AELITAAAA! —Gritó por su parte una voz femenina desde el otro Gritó femenina lado de la puerta del garaje ¡Soy Eva, Eva Skinner! Me manda Odd, y garaje—. dice que es importante. ¿Me abres? ¿Estás ahí dentro? Richard se debatió hasta lograr sacarse la red de encima, y luego alargó un lograr brazo hacia la oscuridad. — ¿Aelita? ¿Aelita está aquí? —Dijo, girando la cabeza en dirección a beza Jeremy—. ¿Eres tú, por casualidad? El muchacho se volvió hacia sus amigos, sin tener muy claro qué debían hacer. Detrás de él, Aelita fue hasta la puerta del garaje y pulsó el interruptor de la luz. La bombilla que colgaba del techo los deslumbre por un instante. Cuando Richard enfocó la melenita roja de la muchacha, se puso más chacha, blanco que la cal. —Oh, eres tú... Pero eres... ro Los ojos le giraron en sus cuencas, y se desplomó en el suelo. —Pero ¿se ha desmayado? —preguntó Ulrich, quitándose el transmutador de voz.
  • 73. —Tú me dirás —respondió, sarcástico, Jeremy . Aelita era su compañera respondió, Jeremy—. de clase, así que ahora de debería tener veintitrés años, como él, y sin embargo todavía tiene trece... 8 UN HOMBRE EN LA PUERTA — ¿Cómo sabías que estábamos aquí? El tono de Jeremy era frío y amenazador, pero Eva no parecía preocupada. Sonrió. —Ya os lo he dicho: me ha llamado Odd. Sostiene que el chico pelirrojo, Ya Sostiene que supongo que será él —señaló a Richard—, no es el que estáis , buscando. En el vídeo también había otra persona, sólo que al alguien la borró. — ¿Qué vídeo? —preguntó el muchacho con tono inquisitivo. preguntó —El vídeo de vigilancia de La Ermita —le explicó Eva con una sonrisa El sonrisa—. Si me dejáis verlo, estoy segura de que consigo encontrar el punto exacto segura en un pispas. Jeremy se encogió de hombros. La informática era su reino indiscutible, y su no admitía intromisiones. Volvió un momento más tarde con el ordenador ya encendido, y se puso manos a la obra. En media hora ya había encontrado el punto sospechoso y hora había conseguido una imagen grande y nítida. —Un hombre. Dos perros. Alucinante. rros. — ¿Cómo puede ser que no te fijaras antes? —le reprochó Ulrich. El muchacho bajó la vista, resentido. —Porque estas imágenes han sido manipuladas. Porque — ¿Quieres decir que alguien las ha trucado para borrar a ese segundo tío de la mochila? —O bien ha usado aparatos capaces de borrar su imagen. Chismes de altísima tecnología. Todos se quedaron en silencio durante un momento, perplejos. Ahora los momento, individuos misteriosos eran por lo menos dos. Richard, que mientras tanto se había recuperado, era seguramente inocuo: estaba en una esquina,
  • 74. mirando a Aelita con los ojos como platos. El hombre de los dos perros, platos. por el contrario, era peligroso. Eva sonrió de nuevo. Yumi la observó con expresión ceñuda. Parecía como sión si esa chica no supiese hacer otra cosa que sonreír, y siempre de la misma manera. — ¿Me queréis contar qué hacéis todos aquí en plena noche? —Preguntó Eva—. Y con todo este equipo, además: ordenadores, redes . electrificadas... ¿Dónde lo habéis encontrado? Ulrich estaba a punto de empezar, pero Jeremy lo detuvo de un codazo. empezar, —Lo he... —respondió en su lugar—... comprado... yo. En una tienda de do... materiales de vigilancia. — ¿Y para qué? —preguntó la muchacha. preguntó Estaba claro que no podían hablarle de Lyoko ni del superordenador. —He venido aquí—se adelantó Richard antes de que consiguiesen se inventarse alguna trola— porque antes yo estaba en clase con Aelita. Hace — más de diez años, quiero decir. Y luego han empezado a aparecer unos códigos en mi ordenador que decían Aelita, y me he acordado de mí antigua compañera, que ahora tiene veintitrés ra años, aunque aparenta trece, y en entonces... Todos se echaron a reír. La explicación de Richard era tan incoherente que resultaba increíble. Hasta Eva soltó una carcajada, comentando luego con ironía que los chicos querían guardar el secreto. —Resultaría peligroso contarte más cosas —explicó Jeremy— La Resultaría —. situación ya es bastante complica tal y como está. complicada — ¡Pero yo tampoco he entendido ni papa! —Replicó Richard Aelita plicó Richard—. es... está... —Estoy enferma —se inventó sobre la marcha la muchacha— Tengo una —. enfermedad muy rara que no me ha dejado crecer. —Y ahora viene al colegio con nosotros, y nadie se acuerda de ella — Y añadió Yumi—. Así que es un secreto, no sé si me entiendes. Richard no entendía nada de nad y seguía sacudiendo la cabeza. nada, diendo Declaró que no iba a regresar a su ciudad hasta que alguien le explicase ciudad qué estaba pasando. —En otra ocasión —atajó Jeremy—. Ahora es muy tarde, y nosotros atajó . tenemos que volver corriendo al Kadic, si no queremos que nos d descubran.
  • 75. —Yo estoy en el hotel de la Gare, cerca de la estación de trenes. Os dejo Yo estación mi número de móvil. Y si no me llamáis, vendré a buscaros — concluyó con un tono serio. no Los muchachos asintieron. Eva y Yumi se fueron por el sendero del jardín, cami de sus respectivas camino e casas. El resto de los muchachos, por su lado, pasaron por la parte de atrás muchachos, del chalé, entrando directamente en el parque del Kadic. Un breve paseo, y estarían ya en la residencia. Reinaba el silencio, y la luz de la luna se derrama sobre las copas de los derramaba pinos, cubiertas de nieve. De las bocas de los tres muchachos, que caminaban en fila india, salían nubecillas de vapor. —Vaya nochecita, ¿eh?¿eh?—murmuró Ulrich al poco. —Y que lo digas. Richard, uno de mis compañeros de clase de hace Y compañeros muchos años... Para él debe de haber sido un duro golpe el verme así. —Y no os olvidéis del hombre misterioso y la visita sorpresa de Eva Y visita Skinner —añadió Jeremy Tengo la sospecha de que las cosas se están Jeremy—. go complicando cada vez más. do La verdad era que Hopper había dejado tras de sí una intrincada red de per misterios. Por ejemplo, todo lo que tenía que ver con el mundo virtual de Lyoko y X.A.N.A. ¿Quién lo estaba persiguiendo cuando huyó al interior de Lyoko llevándose consigo a Aelita? ¿Y dónde había ido a pa la madre parar de Aelita? La muchacha deslizó furtivamente una mano bajo su jersey para aferrarse al colgante de su padre. Waldo y Anthea. —En el vídeo de la habitación secreta — En comenzó a reflexionar en voz alta Jeremy Hopper hablaba del proyecto Jeremy— secreto Cartago. Ahora bien, es probable que estuviesen implicados los del probable gobierno, pero por lo general ésos no van por ahí con perrazos se sedientos de sangre. — ¿Y entonces? —Pues entonces, o se trata de una agencia gubernamental que no respeta Pues gubernamental mucho las reglas... o bien hay otro que también está jugando esta partida — ... respondió el muchacho con un suspiro. — ¿Como quién? —preguntó Aelita. preguntó Jeremy miró a su alrededor.
  • 76. —Alguien que tiene dinero y tecnología —susurró después— y Alguien —, está dispuesto a todo. Debemos mantener los ojos bien abiertos. mantener —La verdad —dijo Ulrich con un bostezo es que a mí los ojos se me dijo bostezo— están cayendo de sueño. Son las dos y pico. — ¿Qué sugieres que hagamos, Jeremy? —dijo Aelita, ignorando el dijo comentario de su amigo. El muchacho quería esperar hasta haber estudiado cuidadosamente los do vídeos de La Ermita, por si tal vez descubría algo más. Y después tenían que quedar y elaborar un plan. Empezaban a estar todos muy preocupados. dar —Bueno, ahora podemos relajarnos un poco —dijo Ulrich mientras hacía Bueno, dijo un esfuerzo por sonreír— Ya hemos llegado. Ahí está la puerta de la —. residencia, y deberíamos dividirnos para evitar a Jim. —Exacto —convino Jeremy . Aelita, por favor, nada de pesadillas esta convino Jeremy—. noche. —Lo intentaré, te lo aseguro. Lo Se encontraba dentro de Lyoko. El paisaje que había ante ella era plano, Lyoko. una extensión de arena en la que aquí y allá destacaban algunas rocas oblongas que no proyectaban sombra alguna. El cielo era un lienzo uniforme de un azul oscuro sin ningún matiz. Aelita sentía vértigo. Era como si sus ojos no consiguiesen enfocar realmente aquellas imágenes. Se trataba de la misma sensación que tenía siempre cuando Jeremy hacía que Jeremy entrase en Lyoko a toda prisa para detener un ataque de X.A.N.A. detener «Pero él fue derrotado. Mi padre se sacrific para matarlo. Y el sacrificó superordenador está apagado. Esto no es más que un sueño, Aelita». La muchacha había adoptado el aspecto de una elfa, con las orejas puntiagudas, el pelo fucsia y un vestido ligero que terminaba en una faldita rosa bajo la que llevaba unos leotardos y un par de botas blandas. Aunque das. no tuviese un espejo, sabía que en su cara habían aparecido dos franjas de maquillaje rojo que le atravesaban las mejillas perpendicularmente, empezando debajo de los ojos para terminar en las comisuras de los labios. «No es más que un sueño...» Los ladridos de los perros a sus espaldas la sobresaltaron. No estaban lejos, sobresaltaron. y se acercaban a ella a la carrera. La muchacha empezó a huir, volando sobre la superficie de arena. Como a menudo sucedía en Lyoko, las cosas eran distintas de lo que parecían, y la arena era en realidad un estrato duro y compacto en el que nada se hundía. Los perros gruñían. La estaban alcanzando.
  • 77. Con el corazón en la garganta, Aelita siguió huyendo, mientras que a los feroces ladridos se les habían sumado silbidos de rayos láser. Le hacía falta un refugio, pero aquella nada absoluta no ofrecía ningún cobijo. —Por aquí. La esfera había aparecido de improviso. Era una bola de luz algo mayor que su cabeza suspendida en el aire. En su interior se movían corrientes de luz líquida blancas, azules y rosas. Y aquella voz... jamás habría podido confundirla con ninguna otra: era su padre. —Ánimo, mi pequeña, sígueme. No tenemos mucho tiempo. La esfera empezó a desplazarse, y Aelita la siguió, al tiempo que sus invisibles adversarios se iban acercando más y más (no los veía, y en ningún momento se había dado la vuelta para mirarlos, pero eso no im- portaba: sabía que así era). La esfera bajó hasta rozar el suelo, que se abrió creando un despeñadero. —Salta adentro, Aelita. Ya casi hemos llegado. El paso del desierto a la llanura de hielo fue tan inmediato como para dejarla sin aliento. Ahora, en lugar de la falsa arena había una inmaculada planicie sin reflejos bajo un cielo desnudo y oscuro. Ningún punto de referencia. Nada de nada desde donde ella estaba hasta el horizonte. — ¡Tenemos que encontrar un escondrijo! —gritó Aelita. —No te preocupes. No pueden venir aquí. Durante un rato, por lo menos. Hija mía, hay una cosa importante que tengo que decirte. La habitación se- creta en la que encontraste mi vídeo para ti... Aelita dejó de escucharlo. El gruñido quedo provenía de algún punto demasiado cercano a su nuca. Los perros la habían localizado de todas formas. Gritó. Se despertó de golpe, empapada de sudor. Miró a su alrededor y volvió a gritar. Ya no se hallaba en su cuarto, sino en las cloacas. Estaba echada en medio de un regatillo de aguas negras de las que brotaba un olor insoportable, y su camisón estaba todo mojado con aquel líquido pútrido. — ¡Qué asco! —chilló, asqueada, mientras se ponía en pie. Pero ¿qué había pasado? Se había despedido de Jeremy y Ulrich y se había ido a dormir a su cama, como siempre. Debía de haberse levantado mientras soñaba, y se había alejado de la residencia. Un ataque de sonambulismo. Aelita permaneció inmóvil durante unos instantes, con el camisón sucio y los ojos clavados en la oscuridad densa y aplastante de las alcantarillas.
  • 78. Ella conocía ese sitio. Lo recordaba. Era el pasadizo secreto que llevaba desde la academia Kadic hasta el sótano de La llevaba Ermita, el chalé de su padre. Marguerite entró en el estudio, y el señor Robert Della Robbia alzó la cabeza de su ordenador portátil. — ¿Hay algo que no anda bien, querida? Los ojos de su esposa parecían cansados, y en sus delgados labios había aparecido una tensa sonrisa que Robert conocía demasiado bien. — ¿Qué es lo que te preocupa? Ella se acercó y sacudió distraídamente unas migas que se habían quedado gas enganchadas al jersey de su marido. Por la noche, si tenía que trabajar, a noche, Robert le encantaba picotear algunas galletas. bert —Lo que pasó ayer por la mañana... — ¿La compra desparramada por el suelo? Pero, querida, ¡debió de ser algún gato que se coló por la ventana! — ¡La ventana estaba cerrada! ¡Vi cómo una sombra salía huyendo! — bra protestó la mujer. —A lo mejor el gato entró contigo por la puerta, descolocó los cojines y A tiró tus compras por el suelo, y luego escapó, y su sombra te pareció más grande de lo que era en realidad. Y a lo mejor la ventana no estaba cerrada, sino sólo entornada. Marguerite negó con la cabeza. — ¿Desde cuándo hay gatos dando vueltas por el barrio? El perro del señor Wankowiz los asusta a todos, ya lo sabes. Te digo que algo no anda bien. Estoy segura —afirmó antes de cambiar inesperadamente de tema ¿Has esperadamente tema—. llamado a Odd?—le preguntó. le —No. Hoy he estado muy ocupado. Tengo esa fecha de entrega, ya lo No. sabes. Y además, Odd no es muy amigo del teléfono. Ya llamará él cuando le haga falta algo. —Yo lo he intentado dos veces, pero no me ha respondido ninguna de las Yo dos. —Andaría por ahí con el monopatín, y lo mismo llevaba los cascos puestos. O estaría cortejando a alguna chica guapa. Ya sabes cómo es tu alguna hijo. Esta vez la sonrisa de Marguerite se volvió más cálida.
  • 79. — ¡Oiga, señor Della Robbia, que Odd también es hijo suyo! — ¡Je, je! Ya lo sé, cariño, ya lo sé. Ahora vete a dormir, que yo te alcanzo en cuanto termine con es Buenas noches. esto. Una vez solo, Robert volvió a concentrarse en el ordenador. Tenía un tedioso balance de ventas que comprobar para el día siguiente. Iba a que tardar horas en terminarlo. Unos minutos más tarde sonó el timbre de la entrada. Robert Della Robbia resopló, molesto. Esa noche no había forma trada. noche humana de trabajar. Del dormitorio, que estaba cerca de su estudio, le llegaba ya la respiración pesada y tranquila de Marguerite. El susto de ese día debía de haberla dejado exhausta. El timbre sonó otra vez. —Ya voy, ya voy —rezongó. ¿Quién podía ser, a esas horas? rezongó. Bajó las escaleras a oscuras, en pantuflas, y llegó hasta la puerta de la ta entrada. — ¿Sí? —preguntó. —Perdone que lo moleste tan tarde —le respondió una voz masculina Perdone desde el otro lado—, pero es que se me ha averiado la camioneta, y tengo el , móvil sin batería. Necesito hacer una llamada. Robert abrió la puerta. Se encontró frente a él a un hombre alto con una ta. cara chupada de mejillas hundidas, el pelo bien corto y unos ojos penetrantes. Llevaba un impermeable, y tenía los hombros anchos de quien, aun siendo delgado, puede contar con una cantidad de fuerza nada desdeñable. — ¿Qué le ha pasado, amigo? —preguntó amablemente el señor Della blemente Robbia. El hombre suspiró, aunque en su rostro no apare una expresión de apareció auténtico alivio. —El maldito cacharro se me ha parado de repente, soltando un montón de El repente, humo negro. Y no ha querido ni oír hablar de volver a ponerse en marcha. egro. querido Y yo no soy muy buen mecánico, sabe usted. — ¿De verdad? —Le preguntó mientras le echaba un buen vistazo de la Le cabeza a los pies, con bastante desconfianza . Pues nadie lo diría. desconfianza—. — ¿O sea? —No sé. Usted tiene cara de poder construirse sólito un coche en el garaje No de su casa.
  • 80. —Bueno —respondió el hombre con una sonrisa tensa , por desgracia no tensa—, es así. El bar de la esquina está cerrado, y la gasolinera también, y a mí no me funciona el móvil, así que... —Ya —confirmó Robert con un tono más cor cordial—. Éste es un barrio más bien tranquilo de noche. che. Por la mirada del desconocido pareció pasar un relámpago inesperado. — ¿Qué le parece si se viene hasta mi camioneta, a echarle un vistazo? Lo mismo usted sabe más que yo, y conseguimos que vuelva a funcionar. —Pues claro, con mucho gusto —sonrió Robert—. No soy ningún experto, Pues . pero dos cabezas piensan mejor que una, como se suele decir. El desconocido había aparcado justo al principio de la vereda de acceso de los Della Robbia. Se trataba de una camioneta que tenía pinta de llevar mu trataba mu- chos kilómetros encima, y sus ruedas estaban manchadas de barro. manchadas Robert percibió un movimiento procedente de la cabina, y se quedó inmóvil. Tras la ventanilla apareció el hocico de un perro. Sus dientes, cubiertos de sangre, se apretaban contra el cristal en un gruñido sordo. ¿Perros? Pero ¿cómo podía ser que el del señor Wankowiz no hubiese ladrado? Por lo general los olía a un kilómetro de distancia. Robert empezó a darse la vuelta para pedir explicaciones, pero algo lo arse explicaciones, golpeó en la cabeza con fuer El padre de Odd perdió el sentido. fuerza. Grigory se echó a la espalda el cuerpo exánime del señor Della Robbia y lo dejó sobre el suelo de la caja de la camioneta. Abrió una puerta para tranquilizar a Aníbal y Escipión. —Estaos quietecitos, vosotros dos... Ya habéis tenido una buena juerga con Estaos tenido el perro de aquí al lado. Aquellas dos enormes bestias lo obedecieron de inmediato, ovillándose sobre los asientos con el mo entre las patas delanteras. morro El hombre recogió el maletín que llevaba en el asiento trasero, y sacó de él un estuche blando lleno de tarjetas de memoria y un par de guantes. Eran bastante sencillos, de cuero, pero alrededor de los dedos se entrelazaban unos cables de plástico de diversos colores que estaban conectados a los es diversos electrodos colocados en las yemas. En el dorso de la mano derecha había dos instalados una pequeña pantalla a co y un interruptor. color El estuche, por su parte, guardaba una copia de todo el material que había material obtenido con la Máquina. Era muy valioso, y Grigory jamás se separaba na. de él. Nadie conocía la existencia de aquel archivo. Ni siquiera el Mago.
  • 81. Aquel estuche era su lotería de Navidad personal, su oportunidad de obtener una pensión digna. Grigory escogió una tarjeta de memoria todavía virgen y la sacó de su virgen funda transparente. Después la ininsertó en la ranura que había bajo la pantalla del guante. En aquel preciso instante, Aníbal y Esciplón bajaron de un brinco de la ron camioneta y se abalanzaron sobre él, ladrando y meneando el rabo. Ya nzaron habían aprendido que cuando Grigory sacaba aquellos guantes estaba a guantes punto de pasar algo importante. El estu estuche cayó al asfalto con un golpe sordo. — ¡Quietos! ¡Sentados! —siseó Grigory con la voz ronca. Haciendo aspavientos para que los perros lo obedeciesen, se apresuró a aciendo obedeciesen, volver a poner en su sitio el estuche y algunas tarjetas que se habían desperdigado por el suelo. Después respiró hondo para recupe el control do recuperar y la calma. Contratiempos. Se veía ob gado a pelearse con los obligado contratiempos cada instante de su vida. Y esos barrios residenciales eran sitios peligrosos: parecía que todos estaban durmiendo como angelitos, y ligrosos: luego bastaba un detallito, como una vieja que miraba por la ventana antes vieja de irse a la cama, y de pronto todos estaban rse despiertos y listos para saltarle encima al intruso. Grigory Nictapolus se colocó por fin los guantes, y los puso en marcha, apretando el interruptor con el mentón. Se acercó al cuerpo sin sentido de Robert y le rozó las sienes con las puntas de los dedos. El menmensaje INICIO TRANSFERENCIA RECUERDOS parpadeó en la pequeña pantalla del guante. En aquel mismo instante, en el chalé fantasma que Grigory había ocupado en la periferia de la ciudad del Kadic, sus sofisticadísimos aparatos se sofisticadísimos pusieron en funcionamiento. Los ordenadores mostraron las imágenes de un niño de cabello rubio y cortísimo que corría por un prado con una mirada despreocupada. El mismo niño se encontraba después en el colegio. Llevaba un babi negro con un lazo azul, y en sus ojos se leía claramente una expresión de infelicidad. Más tarde aparecía un jovencito con chaqueta y corbata, y a su lado estaba su mujer, Marguerite, vestida de no novia. Ambos parecían muy jóvenes y emocionados. Luego, Robert en su primer día de trabajo, con la barba recién afeitada. Robert esperando impaciente en una ba sala con aspecto aséptico dentro de la que también estaba su mujer, a punto también de dar a luz a su hijo.
  • 82. Las imágenes fueron acelerando mientras el ordenador continuab con la ordenador continuaba grabación. 9 UN MENSAJE EN CLAVE Odd entró en el despacho del director escoltado por Jim Morales. En cuanto el señor Delmas alzó la cabeza de los documentos que llenaban su escritorio, el muchacho se zafó de la presa del profesor de gimnasia. chacho — ¡Lo de anoche no fue culpa mía! —estalló—. Yo sólo había ido al . baño, ¡y entré en el cuarto de su hija por error! ¡Me equivoqué de puerta! ¡Soy inocente! El director asintió, con ca seria. cara —Lo sé, Odd. — ¿Cómo? ¿Lo sabe? —No te he llamado para hablar de tu castigo. No Odd sonrió, se repanchingó en una de las butacas de cuero del despacho y cas cruzó las piernas. Si era inocente, entonces podía hablar con el director. Con mucho gusto. —Cuéntemelo todo. ¿Necesita mi ayuda? ¿Le hace falta un consejo, tal ce vez? El señor Delmas y Jim lo miraron fijamente, estu estupefactos. — ¿Sabe usted? A lo mejor no lo parece, pero sé escuchar bastante bien... ¡Si tiene algún problema, puede hablarlo tranquilamente con el menda! mente El director sacudió la cabeza, y en su rostro apa apareció de nuevo la expresión seria de poco antes. —No, Odd. Me temo que se trata de algo más grave. Tu madre me ha No, llamado hace un momento. El muchacho se puso en pie, saltando como un resorte y olvidándose de resorte todas sus bromas. — ¿Ha pasado algo? —Al parecer, esta noche han entrado unos ladrones en tu casa. Y han Al agredido a tu padre. No quiero que te preocupes, pero en este instante se encuentra en el hospital —Odd empezó a balbucear frases inconexas, y Jim pital
  • 83. le apoyó una mano en el hombro para calmarlo. El director asintió Tu director asintió—. padre no está herido, sino sólo un poco desorientado. Lo han ingresado para mantenerlo en observación, pero nada más. Puedes ir a verlo, si servación, quieres. — ¡Claro que quiero! — —exclamó de inmediato el muchacho. —Ya me lo imaginaba. Por eso he llamado a un taxi. Llegará de un Ya momento a otro. Jim te llevará a la estación. Irá contigo en el tren. Cuando llegues allí, tu madre irá a recogerte. Odd sentía que la cabeza le daba vueltas. No era posible que alguien le a posible hubiese hecho daño a su padre, el hombre más bueno y tranquilo del mundo. Era absurdo. Jim se sentó en el asiento del TGV, el tren de alta velocidad francés, y le velocidad hizo un gesto desgarbado a Odd para que se sentase a su lado. Poco para acostumbrado a ser amable con los estudiantes, parecía bastante azorado. —No te preocupes... ejem. ¡Jimbo está aquí contigo! No El muchacho lo miró, perplejo. —Tengo que llamar a mi madre. Tengo Jim Morales le dio permiso. Odd sali al pasillo. El tren se alejó lentamente salió de la ciudad, tomando impulso poco a poco. Tardarían una media hora en llegar a casa. Iba a ser una media hora muy larga. Sacó el móvil y llamó a su madre, que sonaba inquieta pero se esforzaba por aparentar tranqu tranquilidad. Odd tuvo que insistirle mucho antes de conseguir que le contase lo que había sucedido. Algunas veces hablar con ella resultaba tan difícil... do. —Me había ido a dormir Me dormir—le relató la señora Della Robbia—. Luego me . desperté y oí unos extraños rui ruidos. Alguien había llamado al timbre, y tu lguien padre bajó a abrir. Esperé un poco, pero no volvió a subir, así que me asusté. Bajé y me encontré la puerta abierta. Había una camioneta aparcada delante de casa. Cuando salí, un hombre tiró a tu padre del cajón de atrás, se metió en la camioneta y se fue a toda prisa. Y yo corrí hacia él... — ¿Qué tal está papá? —preguntó Odd, preguntó sintiendo un hormigueo en el pecho. do —Sólo tiene algunos arañazos. Nada serio. Estaba desmayado. Ese Sólo Estaba desgraciado debe de haberle da un golpe en la cabeza o... Cuando se dado olpe despertó no se acordaba de nada. La voz de su madre se detuvo un momento.
  • 84. —Oh, Odd —continuó luego, temblorosa—, ¡yo sabía que algo estaba pasando! El otro día también me sentía como si me estuviesen espiando en casa, y luego pasó lo de la ventana abierta... la compra por el suelo... El muchacho estaba empezando a impacientarse de verdad. Pero ¡¿de qué estaba hablando?! Por suerte, su padre se encontraba bien. ¿Quién lo había agredido? —Mamá —dijo—, trata de acordarte bien. Descríbeme la camioneta esa. —Era roja, creo. Vieja. Estaba demasiado nerviosa para fijarme. Sólo sé que delante iban dos perros. Tenían el morro apretujado contra la ventanilla. Y no paraban de ladrar. — ¡Perros! —Gritó Odd—. ¿Estás segura? ¿Has llamado a la policía? —Claro, claro. Harán una inspección en casa esta misma tarde. —Estupendo. Yo ya estoy en camino —dijo, y luego se quedó un momento pensando—. Te quiero mucho. Después colgó el teléfono. En el recreo, Jeremy a menudo prefería quedarse en clase, en lugar de salir con los demás a darle a la lengua. Cuando estaba vacía, el aula era un sitio tan relajante... y necesitaba un momento para pensar en todos los acon- tecimientos de la noche anterior. Richard, Eva y además... Su teléfono empezó a sonar. Era Odd. Jeremy se quedó por un momento mirando embobado la pantalla, que brillaba mostrando la foto de su amigo. Aquel día no había ido a ninguna clase. — ¡Dime! —exclamó. Permaneció en silencio durante unos minutos mientras escuchaba aquella historia increíble. ¡El padre de Odd, víctima de un intento de secuestro! Cuando su amigo acabó de hablar, las alarmas de la cabeza de Jeremy se pusieron a soltar alaridos. —Odd, escúchame bien. Sabes que no creo en las coincidencias. El hombre de los perros es la misma persona que se ha borrado de los DVD. Ve al hospital y hazles a tus padres todas las preguntas que puedas. Averigua si han encontrado algo, si han notado huellas o rastros... Podría ser importante. Nosotros seguiremos aquí con la investigación sobre Richard. Y sobre Hopper, evidentemente... Aunque Jeremy no podía ver a Odd, oyó con claridad el restallido de la palma de su mano contra la frente. — ¡Se me había olvidado! —le dijo el muchacho con la voz entrecortada por cargas electrostáticas.
  • 85. —Se te había olvidado, ¿el qué? —El otro día, cuando estuve en el despacho del director, vi que sobre su El escritorio había un expedien sobre Waldo Schaeffer. ¡Puede ser que expediente Delmas sepa algo! Jeremy suspiró, más bien escéptico. —Pero si yo he estado investigando en las bases de datos de la escuela y la Pero investigando información era... — ¡Era un expedientazo bien gordo, Jeremy! Con el nombre escrito en la carpeta. ¡No estoy equivocado! Tenéis que encontrar algún modo de leerlo. Yo, si me entero de algo interesante, te aviso. Cambio y corto. aviso. Jeremy se levantó, se metió el móvil en el bolsillo y corrió afuera de la clase. El hospital era un moderno policlínico, un cúmulo de edificios cúbicos de varias alturas pintados de un color blanco que centelleaba bajo la luz del mediodía. El complejo estaba rodeado por un gran parque por cuyos diodía. ordenados bulevares pasaban zumbando las ambulancias. Jim Morales y Odd bajaron del coche de Marguerite, que había ido a recogerlos a la esta esta- ción, y se encaminaron juntos hacia el edificio de cirugía general, donde rugía estaba ingresado el padre de Odd. Los doctores lo habían trasladado allí porque en urgencias ya no quedaban más camas libres. Mientras caminaba, el muchacho seguía mirando de reojo a su madre. Su frente estaba surcada por va varias arrugas profundas, y tenía la mirada rrugas perdida. Parecía verdaderamente preocupada. recía Obedeciendo a un impulso repentino, se acercó a ella y la tomó de la mano. — ¿Estás segura de que papá está bien? —Sí, sí, claro... Está sólo un poco confuso. Pero se le pasar enseguida. pasará Estoy segura. Una vez dentro, los recibió el habitual olor a desinfectante de los fectante hospitales, mezclado con el leve aroma a café de los expendedores automáticos. Marguerite se detuvo un momento en la recepción, y luego acompañó a Jim y Odd hasta la habitación de Robert. Era pequeña, y en hasta ella reinaba un calor sofocante. Las otras dos camas estaban ocupadas por unos ancianos en pijama que roncaban, profundamente dormidos. Odd se acercó a la puerta y asomó la cabeza por ella. Su padre estaba despierto, con la vista clavada en el techo. Tenía un ojo amoratado, la pierto,
  • 86. cabeza vendada y un corte muy feo en el brazo que mostraba fuera de las dada sábanas blancas. Los efectos de la caída desde la caja de la camioneta. El muchacho entró tímidamente y se acercó a su cama, tratando de dibujar una sonrisa en el rostro. — ¿Qué tal? —preguntó. preguntó. — ¡Qué suerte que estés bien! ——hablaba en voz muy alta, con una nota estridente que el muchacho desconocía. —Claro que estoy bien, papá. A mí no me ha pasado nada. Claro —Estoy muy contento — —dijo Robert con una sonrisa—. Walter me ha . despedido, y... ¿Qué tal te va? Odd se inclinó adelante, con los ojos abiertos co como platos. — ¿Walter? ¿De quién hablas, papá? —Por aquí todo irá de perlas. Estoy seguro. Y además, tengo ganas de unas galletitas, Walter... es una pena, pero hay que rellenar el balance de ventas, o si no... El hombre siguió farfullando una serie de frases sin mucho sentido, y después volvió a dejar caer su cabeza sobre la almohada, extenuado. —Tengo la impresión de que ya te conozco, jovencito —dijo, girándose Tengo dijo, hacia Odd—. ¿Cómo te lla llamas? —Odd, papá, soy Odd. —Un buen nombre. En inglés significa «extraño», ¿lo sabías? Si tuviese un Un hijo, me gustaría llamarlo así. Tú también eres un poco extraño, después de todo. ¡Llevas unos pelos...! Odd asintió con la cabeza, lo besó en la mejilla y se reunió con su madre y Jim, que se habían queda esperándolo en el pasillo. quedado —Está bastante mal —comentó, serio. comentó, Jim carraspeó, cohibido, y su madre cogió a Odd por un hombro y lo abrazó, nerviosa. —Qué va, ya te lo he dicho, sólo está algo desorientado. Los médicos dicen orientado. que es por culpa del trauma, pero que enseguida volverá a ser el de siem siem- pre. No tienes de qué preocuparte. Odd permaneció un instante en silencio. En ese momento lo único que momento, podía hacer para ayudar realmente a su padre era descubrir quién era el realmente hombre que lo había agredido. Debía hacer lo que Jeremy le había sugerido, e interrogar a fondo a su madre. —Jim, ¿podrías ir al bar a pillarnos un té, por fa favor? —preguntó guntó—. Estoy seguro de que a mi madre le vendría bien.
  • 87. El profesor cazó al vuelo la oportunidad para escabullirse. Parecía como si escabullirse. los hospitales le hicieran sentir realmente incómodo. Odd sonrió mientras miraba cómo se iba alejando, y luego le señaló a su madre un par de sillas libres que había en una sala de espera. En un rincón, colgando del techo, había una pequeña televisión que retransmitía un retransmitía programa de cocina con el volumen quitado. Marguerite y él se sentaron justo debajo de la tele. —Cuéntame con pelos y señales lo que pasó ayer —le pidió Odd Odd— . ¿Tú viste algo? ¿Encontraste algo raro? Su madre comenzó a hablar, pero no recordaba mucho más de lo que ya le había contado por teléfono. Una camioneta, puede que roja, con dos perros teléfono. dentro. Se había ido quemando rueda en cuanto ella había asomado la cabeza fuera de casa. —Ah, también había esto, de hecho —añadió al final Marguerite. Hurgó en Ah, su bolsito y sacó un rectángulo de plástico gris y sucio. Parecía como si un rectángulo coche, o tal vez la propia camio camioneta, le hubiese pasado por encima. do Odd lo cogió y lo observó, dándole una y otra vuelta entre sus manos. — ¿Qué será? Me recuerda una de esas tarjetas de memoria de las cámaras de fotos. —Me la encontré cerca de papá cuando corrí a su lado. ¿Crees que debería llevársela a la policía? A lo mejor se la dejó el hombre que lo atacó. Una tarjeta de memoria... Qué raro. Odd se metió el rectángulo de plástico en el bolsillo. Puede que contuviese alguna pista. Ya lo examinaría con más tranquilidad. —Qué va —mintió—, ya verás como al final esta tarjeta es de papá. , Tendrá dentro los archivos del curro, o algo así. Me has dicho que ayer por curro, la noche estaba trabajando, ¿no? En aquel momento Jim vino hacia ellos, sosteniendo en equilibrio dos sosteniendo vasos de papel llenos de té hirviendo. Sonrió al verlos. No se percató de una enfermera que iba andando a paso ligero por el pasillo. fermera Acabó tropezándose con ella y tirándolo todo por el suelo. Odd, desesperado, se dio una sonora palmada en la frente. — ¡No hay problema! — —gritó Jim en dirección a ellos—. Yo me ocupo de . esto. Jimbo lo arregla todo. ¡Enseguida voy a buscaros más té! Ulrich suspiró. Siempre le tocaban a él los trabajos más desagradables. El comedor del Kadic era un hormiguero de chiquillos charlando y chiquillos buscando un sitio libre en el que sentarse. Sissi estaba comiendo junto a sus
  • 88. amigos Hervé y Nicolás, pero en cuanto vio que se acercaba tiró a Hervé de su silla de un empujón y le sonrió. — ¡Qué agradable sorpresa, Ulrich! ¿Me buscabas? —Mmm, sí—masculló él. —Siéntate. ¿Por qué no comes aquí, conmigo? Precisamente Hervé y Nicolás se estaban yendo aho mismito. ahora —Pero si nosotros... —A-HO-RA-MIS-MI-TO —concluyó Sissi con un tono que no admitía TO réplica. Los dos muchachos se vieron obligados a obedecer, cogiendo sus bandejas, aún llenas, y yéndose a otro lado. Ulrich se sentó junto a la muchacha, que le pasó un brazo alrededor del cuello, estrechando su mejilla contra la de él. —Bueno, cuéntame. —Yo... verás... en fin... Necesito... Yo... —Un favor. Pues claro que sí —completó la muchacha—. Así que me . necesitas... Ulrich volvió a pensar en lo que Jeremy le había sugerido esa mañana, inmediatamente después de su con gerido conversación con Odd. Cuando él lo decía, parecía fácil: un par de carantoñas, una buena trola, y ya estaba. Sí, claro. , Los muchachos tenían que meterse en el despacho del director Delmas para despacho tomar prestado el expediente sobre Waldo Schaeffer, pero era necesario pediente que alguien lo distrajese durante el tiempo suficiente. Y Sissi era la persona suficiente. adecuada. Sólo necesitaban una excusa para convencer a la muchacha, y taban entre los dos la habían encontrado. Unos días antes, la profesora Hertz le profesora había puesto a Ulrich un insuficiente en Ciencias. De modo que él podía decirle a Sissi que había decidido gastarle una broma, pero que para poder conseguirlo le hacía falta la llave de su despacho... llave que, mira tú por despacho... dónde, estaba bien guardada junto con todas las demás en la plaza fuerte guardada del director Delmas. Según Jeremy, se trataba de una historia a prueba de bombas. Cuando Ulrich terminó de hablar, Sissi hizo una mueca socarrona. —Ya sabía yo que bajo esa pinta de chico bueno escondías algo más, pero Ya no sé si puedo... —Venga, si es por hacerme un favor. Luego podremos irnos a celebrarlo Venga, podremos juntos —a medida que ha a hablaba, el muchacho iba envalentonándose y recor recor-
  • 89. dando todas las sugerencias de Jeremy Seremos cómplices en este Jeremy— perfecto plan criminal. Como Bonnie y Clyde. Como Lupin y Margot. -¿Eh? —Como Robín Hood y la princesa Marian —probó esta vez Ulrich. Como En el rostro de la muchacha la mueca se transfor transformó en una enorme sonrisa. — ¡Princesa! —Sí, sí, lo que tú digas. Entonces, ¿crees que podrás ayudarme? drás —Veámonos a las cuatro en mi habitación. Así, antes de irnos, Veámonos podré enseñarte mi ropa nueva. Ulrich asintió con la cabeza tratando de enmascarar su cabeza, infelicidad. ¡Trapitos! Pero en el fondo era un precio honrado que debía pagar por ayudar a Aelita a encontrar a su madre. Entró en el cuarto de Síssi y la encontró sonriente, maquillada, con un top quillada, verde ácido lleno de purpurina y una minifalda de color rosa fosforito. purpurina Ulrich se estremeció. ¡¿Pero cómo podía emperifollarse así de mal?! — ¿Te gusta?—preguntó la muchacha con una sonrisita maliciosa He preguntó maliciosa—. escogido esta falda aposta para ti. Ulrich dudaba que eso fuese un cumplido Consiguió aguantar como un cumplido. valiente casi media hora de ropa recién comprada y consejos sobre moda, pero luego se rindió y le recordó que se les estaba haciendo tarde. do El muchacho aceptó llevar del brazo a Síssi, que iba regodeándose. Atravesaron la residencia y salieron al parque para luego meterse en el salieron edificio de administración, donde se encontraba el despacho del director. Los pasillos de la escuela estaban casi de desiertos a esa hora. — ¿Has entendido lo que tienes que hacer? —susurró Ulrich para romper aquel silencio, que le estaba haciendo para polvo. —Que sí, que sí. Yo distraigo a mi papi y tú entras y coges las llaves del Que despacho de la Hertz. Y luego nos escapamos juntos. —Eso, exacto... Se detuvieron ante la pesada puerta de madera, y Ulrich llamó tímidamente con los nudillos. Ningún ruido. Síssi abrió la puerta de par en par y asomó la cabeza. —Papi no está —bisbiseó con aire de conspiradora—. Venga, entremos a bisbiseó . buscar las llaves. —No, espera —la paró Ulrich—. ¿Y si vuelve? Mejor entro yo solo. Tú quédate aquí fuera, montando guardia. Si viene tu padre, distráelo de
  • 90. algún modo y llévatelo lejos de aquí, para que yo pueda escapar. ¿De lejos acuerdo? Era un buen plan. Ulrich entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí. El despacho de Delmas estaba tan ordenado como de costumbre. El escritorio que había al s lado de la ventana no tenía encima nada más que el portaplumas. A la portaplumas. izquierda, en la pared, estaba colgado el manojo de llaves que abría todas las puertas del Ka-dic. A la derecha, junto a dos oscuras butacas de cue dic. cuero, había un archivador alto de metal. —Caramba —susurró Ulrich entre dientes , va a ser un montón de curro. dientes—, El archivador, por supuesto, estaba cerrado, y las llaves del manojo que colgaba de la pared no tenían ni una sola etetiqueta que las identificase. ¡Vaya estupi estupidez! ¿Cómo podía encontrar el director la que le hacía falta en cada ocasión? cía El muchacho necesitó sus buenos diez minutos para probar con cada una de ellas en los cajones del archivador. Como siempre pasa, la llave adecuada resultó ser la última de todas. El archivador contenía todos los documentos todos sobre los alumnos y los profeso del Kadic. Abrió el cajón que tenía la profesores etiqueta P-Z y empezó a buscar. Y claro, se topó con su expedien que expediente, también estaba ahí: Ulrich Stern. Tenía muy poco tiempo, pero no pudo contener las ganas de echarle una ojeada. En la primera página destacaba un post-it con la caligrafía de la profesora Hertz que decía: el chico es inteligente, pero no se aplica. Ulrich sacudió la cabeza y volvió a hojear el za cajón de atrás hacia delante: Stern, Stainer, Skinner, Salper... Schaeffer no cia estaba. A lo mejor estaba en la W de Waldo. Ahí tampoco. « ¿Dónde lo habrá metido el director?», se preguntó mientras cerraba el cajón. Sissi llamó a la puerta y asomó la cabeza. —Date prisa, que me estoy poniendo nerviosa... ¡Ey, pero qué narices estás Date haciendo? —Nada, que no consigo encontrar la llave. Nada, —Venga, aligera. Una vez solo, Ulrich volvió a dar vueltas por la habitación. Tenía que andar por algún lado... ¡El escritorio! Bajo el bitación. torio! tablero había tres cajones, que también estaban cerrados. Sólo resultaban visibles si uno se sentaba en el sillón del director. Por eso Ulrich no los había notado de inmediato. Frenético, probó las llaves una por una pero los ves una,
  • 91. cajones no se abrían. La cerradura era demasiado pequeña. ¿Dónde habría escondido Delmas la llave? Sissi volvió a tocar a la puerta. La muchacha estaba empezando a impacientarse. Desesperado, Ulrich se agachó para comprobar si había una llave pegada con celo a la cara inferior del tablero. Nada. Sobre el escritorio sólo había aquel portaplumas... ¡Ahí estaba, escondida debajo de las gomas de borrar! El primer cajón contenía una carpeta amarilla con el nombre Waldo Schaeffer escrito con rotulador. Misión cumplida. Se metió el expediente dentro de los pantalones, lo tapó con la camiseta, volvió a colocarlo todo en su sitio y abrió la puerta. —Hecho —le dijo a Sissi—. Muchísimas gracias. En aquel momento el director Delmas apareció al fondo del pasillo. — ¡Ey!, vosotros dos, ¿qué estáis haciendo aquí? Ulrich sintió cómo su corazón dejaba de latir por un instante. —Habíamos venido a verlo a usted, señor director —dijo a toda prisa—. Ejem. Sissi quería hablar con usted, y yo la he acompañado. Pero ahora tengo que irme, que es tardísimo y aún no he terminado mis deberes, ¡'ta lueguito! Se largó por el pasillo a todo gas. Jeremy y Yumi llamaron a la puerta del cuarto de Aelita. Fue Odd quien vino a abrirles. — ¿Qué estás haciendo aquí? —Le preguntaron ambos a la vez—. Y tu padre, ¿qué tal está? El muchacho les hizo pasar. Ulrich estaba sentado en la cama, al lado de Aelita, con las manos cruzadas detrás de la cabeza. —No está mal —contestó Odd encogiéndose de hombros—, pero va a la deriva en un mar de confusión total. Ni siquiera se acordaba de que yo soy su hijo... De todas formas, mi madre ha estado hablando con los médicos, y le han dicho que es completamente normal después de un leñazo de ese calibre en la cabeza. Y yo les he dado la brasa para que me dejasen volver aquí enseguida. En cierto modo, lo que le ha pasado es culpa nuestra... —Oye —dijo Aelita—, que no ha sido por tu culpa. ¡En serio! —Sí, vale, pero nosotros somos los únicos que a lo mejor podemos resolver este asunto.
  • 92. Jeremy se percató de la gruesa carpeta que había encima del escritorio, y se giró hacia Ulrich. — ¿Lo has conseguido? ¿Has encontrado el expediente? —Sí, y también le he dado esquinazo a Sissi. Pero quería esperaros para Sí, abrirlo. Jeremy cogió la carpeta con un temo reverencial, y se sentaron todos en el temor cial, suelo, con la espalda apoyada contra la cama. El muchacho quitó la goma que mantenía cerrado el expediente y lo abrió. Dentro del pliego de cartulina amarilla había un sobre grande y voluminoso en el que estaba sobre escrito: Sr. Director, gracias por haber aceptado guardarlo por mí. — ¡Es la letra de la Hertz! —gritó Ulrich. —Pero ¿qué tiene que ver ella con este asunto? —lo secundó Yumi. —Cada cosa a su tiempo —los acalló Jeremy—. De momento, abrámoslo y Cada . veamos qué contiene. Usó un cúter para quitar el trozo de cinta adhesiva que sellaba el sobre, y adhesiva sacó de él un grueso fajo de folios que colocó en el suelo. —Pero ¿qué significa todo eso? —Preguntó Odd, observando los diminutos Preguntó textos que llenaban las ho hojas—. ¡No se entiende ni jota! —Debe de ser un mensaje en clave —propuso Yumi. Debe Jeremy negó con la cabeza, hojeando las páginas. Caracteres y caracteres páginas. totalmente incomprensibles, letras que parecían escritas al azar. ¡Debían de incomprensibles, ser por lo menos unos trescientos fo folios! —No se trata de un mensaje —sentenció al final—. Pero desde luego que No . es un código. Hoppix. El lenguaje de programación que inventó el profesor para crear Lyoko. Los muchachos se pusieron a hablar todos a la vez. — ¿Quieres decir que la Hertz sabe l de Lyoko? lo — ¿Cómo es que tiene este código? — ¿Y es el mismo que nos enseñó Richard en su PDA? —Ey, ey, ey—los interrumpió Jeremy—. ¡No lo sé! Sí, es como el del los ordenador de Richard... pero no tengo ni idea de lo que puede hacer este tengo programa. — ¡Pero si entenderlo es de lo más fácil! —Dijo Odd con una sonrisa Dijo sonrisa—. Basta con ir a la vieja fábrica, encender el superordenador y copiar dentro esta movida, ¿no? Así vemos qué pasa. —No podemos encender el superordenador —le espetó Jeremy. No —En el vídeo mi padre nos ordenó destruirlo —recordó Aelita. En
  • 93. —Pero no podemos seguir así. Este asunto se es poniendo cada vez más Pero está misterioso —intervino Yu intervino Yumi—. La verdad es que el superordenador parece . la única manera de resolverlo. —Y además —añadió Ulrich ¿es que os estáis olvidando de X.A.N.A.? Ulrich—, áis Lo derrotamos, pero no sa sabemos lo que podría pasar si... —Lo de X.A.N.A. es agua pasada — Lo prorrumpió Odd—. Sólo nos faltaba ponernos ahora a desente . desenterrar problemas ya superados, hombre. — ¡Pero aquí no se enciende el superordena superordenador, y punto! —gritó Jeremy. gritó La palabra «X.A.N.A.» siempre lograba darle escalofríos. El programa que calofríos. Hopper y él habían puesto en marcha en Cartago, y que el propio Hopper puesto había alimentado, renunciando a su energía vital, ¿habría bastado para exterminar hasta el último fragmento de aquella pérfida inteligencia artificial? Odd se puso en pie de golpe y abrió de par en par la puerta de la habitación. Eva Skinner se cayó de bruces adentro. — ¿Y tú qué haces aquí? —preguntó, patidifuso. La muchacha lo iluminó con una cálida sonrisa. ó —Nada. Venía a buscar a Aelita, y estaba a punto de llamar a la puerta Nada. cuando os he oído gritar que si superordenador por aquí, superordenador por allá... ¿De qué estabais hablando? —De... nada —se apresuró a decir Jeremy. se Odd le lanzó una mirada de reproche. —Venga, hombre, ya vale. Ayer por la noche nos echó una mano, así que Venga, me parece que podemos fiarnos de ella, ¿no? A lo mejor ya es hora de que le expliquemos uno o dos misterios. —Pero, Eva —dijo Yumi, levantándose tienes que prometer que no le dijo levantándose—, e contarás nada a nadie. —Lo prometo. En un chalé de la periferia, Grigory Nictapolus le echó un hueso a Aníbal, que se revolcaba sobre la alfombra, hambriento. Luego volvió a alfombra, concentrarse en las pantallas, con una sonrisa sardónica. —Pues claro, chicos. Podéis hasta volver al superordenador. Yo tampoco le Pues superordenador. diré nada a nadie. Palabra de boy scout.
  • 96. Texto: Maletín del agente Grigory Nictapolus. Contiene armas, expedientes e instrumentos de expionaje. Revestimiento interior de Kevlar reforzado (antibalas)
  • 99. Texto 1º imagen: Tarjeta de datos legible para los ordenadores comunes y las cámaras fotográficas digitales.
  • 100. Contiene los recuerdos de Robert Della Robbia relacionados con Franz Hopper. Texto 2º imagen: Adiestrados para el ataque. Grigory Nictapolus los alimenta exclusivamente con carne cruda, y no se separa nunca de ellos. Robustos y feroces, poseen un fino olfato aguzado por años de colaboraci colaboración en las actividades de espionaje de su amo.
  • 103. Texto 1º imagen: Formulario de inscripción del alumno Richard Dupuis, que al parecer está relacionado con el pasado de Aelita Hopper. Verificar la fecha escrita en el documento. Texto 2º imagen: Similar a otros ejemplares encontrados en la caja de la camioneta del agente Nictapolus. Herramienta empleada para cortar cables y redes metálicas, tronchar cadenas y forzar algunos tipos de cerraduras.
  • 106. Texto 1º imagen: Los dos polos eléctricos situados en ambos salientes permiten golpear e inmovilizar al objetivo con una descarga eléctrica de intensidad variable. Causa desvanecimiento, pérdida del sentido y. sí se utiliza de forma inadecuada, la muerte.
  • 110. Texto 1º imagen: Modelo con tan solo 8 mm de longitud y un motor omnidireccional que permite girarla y grabar imágenes a 360 grados.
  • 111. Empleados por el agente Nctapolus para controlar los movimientos de Jeremy, Aelita y los demás en Kadic y La Ermita. Texto 2º imagen: Permite localizar y grabar todas las frecuencias de radio, las incluidas las empleadas por la policía. Si se conecta a un micrófono ambiental, el escáner puede eliminar el ruido de fondo para obtener pistas de audio limpias y libres de interferencias.
  • 115. Texto 1º imagen: Grabador de Vídeo Digital (Digital Video Recorder). Se utiliza para operar por control remoto las cámaras de vigilancia, grabando las imágenes sólo cuando resulta necesario. Texto 2º imagen: Modelo de 7 tiros.
  • 116. Ligera y manejable, puede esconderse bajo la ropa sin que se noten bultos sospechosos. oten
  • 119. Texto 1º imagen: Prototipo ideado para el ejército estadounidense que nunca entró en producción en serie. No se sabe de qué forma se ha hecho con él Green Phoenix. Modelo dotado de una mira infrarroja de gran precisión.
  • 120. Texto 2º imagen: Cinta adhesiva, exto destornilladores, tuercas y llaves inglesas presumiblemente utilizados por Grigory Nictapolus para montar ordenadores, instalar micrófonos y cámaras ocultas y preparar una base de operaciones tecnológicas, dotada de sofisticados aparatos.
  • 123. Texto 1º imagen: Única fotografía existente del agente Grigory Nictapolus, realizada por un turista japonés en el aeropuerto de San Francisco. No está claro cómo se apoderó de ella el propio Grigory. Texto 2º imagen: La cerradura del maletín de Grigory. Si no se abre de la forma correcta, libera en el interior del propio maletín un potente ácido capaz de corroer documentos, materiales y aparatos.
  • 125. Texto volcado: El potenciómetro también permite recolectar recuerdos de personas que han sufrido un lavado de cerebro. an 10 UNA DIRECCIÓN Y UNA PESADILLA Los muchachos marcharon por el parque del Kadic. Eran las cinco de la tarde pasadas, y el sol estaba a punto de ponerse, escondiéndose entre las copas de los árboles. —¿No tienes frío, Eva? —le preguntó Odd—. Llevas la cazadora abierta. vas —Estoy acostumbrada — —sonrió la muchacha. —Si yo creía que eras de California, que es un sitio bastante caluroso. Si sitio Jeremy les hizo un gesto para que se estuviesen callados. A esas horas el parque del Kadic estaba desierto, pero nunca se podía estar seguro. Y nadie desierto, podía enterarse de la existencia del pasadizo secreto. Se desplazaron en día dirección a La Ermita hasta que empezaron a vislumbrar la parte de atrás del la chalé abandonado entre los pinos cubiertos de nieve. Después, Jeremy les señaló un punto del terreno en el que el manto blanco era más delgado. —Ya hemos llegado —dijo ¿Me ayudáis a escarbar? dijo—. Odd dio un paso al frente, gallardo. Est Estaba realmente dispuesto a lo que fuese mente con tal de impresionar a Eva. Se colocó sobre la nieve con las piernas abiertas y empezó a apartarla a toda velocidad con los dedos. — ¡Pon más cuidado! — gritó Ulrich cuando la cascada de cristales helados —le le dio de lleno. Yumi y Aelita no pudieron contener una risilla. Al final Odd señaló la placa metálica de la boca de alcantarilla que acababa de dejar bien despejada. — ¿Bajamos? —Dijo Jeremy mientras miraba a su amigo con una expresión Dijo crítica—. Odd, ¿tú no tendrías que volverte a tu cuarto? Todavía estás tendrías castigado. —Jim está roto del viaje que nos hemos hecho, y nada más llegar se ha pirado a dormir a su habitación, ¡así que no hace falta que te preocupes por mí! ción, Yumi y Ulrich echaron a un lado la tapa de la alalcantarilla.
  • 126. —De acuerdo. Entonces, vamos. De Los muchachos se metieron en el conducto y guiaron a Eva a través de un pestilente recorrido por los cana cana- les de desagüe. De cuando en cuando, una rata salía corriendo justo delante de ellos, agitando entre las s sombras su horrenda cola rosácea. Odd observaba por el rabillo del ojo a Eva, que no parecía en absoluto impresionada por aquel espectáculo. Estados Unidos debía de ser un país bien espectáculo. raro, si una chica ni se inmutaba al entrar en las cloacas, con aquel hed cloacas, hedor terrible y bichos saliendo de todas partes. Hasta Yumi se había estremecido la todas primera vez que entró. En cuanto volvieron a la superficie, en el puente de hierro, Odd le puso a Eva una mano sobre el hombro. —Alucinante, ¿eh? Mira la de nieve que hay en el tejado de esa fábrica. en —Esperemos que no se desmorone —le Esperemos respondió Yumi al tiempo que señalaba los carteles de peligro que colgaban peligro de la alambrada que tenían detrás e impedían el paso al puente desde la carretera—. ¿Os habéis preguntado alguna ve si esos avisos dicen la verdad? vez cen —Son sólo para ahuyentar a los posibles intrusos —la tranquilizó Jeremy—. Son la Será mejor que entremos, que aquí fuera ya está empezando a hacer frío de verdad. Llevaron a Eva a hacer la visita guiada de las tres plantas subterráneas. La muchacha miraba a su airededor totalmente tranquila, y se movía con una curiosa soltura, como si ya hubiese estado allí mil veces. Cuando llegaron a la sa consola de mando del superor superor-denador, Jeremy se sentó en el sillón y señaló el círculo metálico que había en el suelo. culo —Eso es un proyector holográfico —explicó luego—. La estructura de Eso . ahí arriba crea una imagen tridimensional con un mapa completo de Lyoko. tridimensional De esa forma, yo podía ver la posición exacta de mis amigos y de los monstruos de X.A.N.A. —¿XANA?—preguntó de inmediato la muchacha. —Sí, bueno, verás, es una larga historia... Yo me topé con este sitio por Sí, casualidad, me picó la curiosi curiosidad y encendí el superordenador. Descubrí que contenía un mundo virtual, Lyoko, y que dentro de ese mundo se encontraba tenía una espléndida elfa... Aelita se sonrojó y le pegó un pellizco. —Era yo —le susurró después a Eva. —Sólo que Aelita no era la única habitante de Lyoko —prosiguió Jeremy—. Sólo prosiguió Estaba también X.A.N.A., un ser pérfido capaz de controlar
  • 127. unos monstruos. Pero, más que nada, X.A.N.A. era tan poderoso que podía poderoso utilizar ciertos puntos concretos de Lyoko, una especie de torres, para acceder a nuestro mundo a través de los aparatos electrónicos y poner en peligro a la gente. —Así que Ulrich, Odd y yo —intervino Yumi— empezamos a utilizar las columnas-escáner para entrar en Lyoko, transformándonos en guerreros ciber escáner entrar ciber- néticos, y combatir contra X.A.N.A. —Y consiguieron liberarme de Lyoko, haciendo que volviese a ser una chica Y normal... —prosiguió Aelita. —Y después seguimos con nuestra lucha, hasta que logramos derrotar a Y X.A.N.A. para siempre — —concluyó Odd—. Y entonces apagamos el ordena . ordena- dor, y colorín colorado. —Pero, entonces —sonrió Eva—, ese tal X.A.N.A. tampoco era tan poderoso, sonrió , si unos chavalines como vosotros han conseguido vencerlo. —Eeeexacto —asintió Odd . En el fondo no era más que un estúpido Odd—. programa de ordenador. Jeremy lo fulminó con la mirada. —En realidad no resultó fácil —le explicó a Eva—. Sin el profesor Hopper, En . padre de Aelita e inventor de Lyoko, no lo habríamos conseguido jamás. Y lita X.A.N.A. nos causó un montón de problemas. Una vez incluso se apoderó de la mente de uno de nuestros compa compañeros, William Dunbar, transformándolo en un monstruo sediento de sangre. monstruo — ¿Quieres decir—le preguntó Eva con un destello en los ojos— que puede le — tomar el control de seres humanos? —Podía hacerlo —asintió Yumi— gracias a las torres. Pero por suerte asintió rres. siempre nos ciábamos cuenta. Esta vez la sonrisa de Eva proyectó en su rostro una extraña sombra. Yumi se estiró sobre la cama de Aelita, y se volvió hacia Jeremy y la cia muchacha, que estaban sentados a su lado. —Pero ¿habéis visto qué cara que ha puesto? —les preguntó, refiriéndose a les Eva. —Bueno, también hay que entenderla —la justificó Jeremy—. Después de Bueno, . todo, en cosa de una hora le hemos enseñado la fábrica y le hemos hecho un superresumen megaconcentrado de todas nuestras aventuras. Es normal que estuviese flipada. —Puede ser... —concluyó Yumi, mirándolo con expresión pensativa. concluyó
  • 128. —Por cierto —Aelita había decidido cambiar de tema ¿qué hacemos con el Aelita tema—, paquete que hemos encontrado en el despacho del diré? Jeremy, tiene que haber alguna forma de descubrir lo que signifi significan esos códigos, ¿no crees? El muchacho asintió con la cabeza, fue hasta el escritorio y volvió a coger una hasta vez más el envoltorio de papel. Empezó a ojear las páginas una por una. —Bueno, no es tan sencillo. Veréis, el Hoppix es un código de programación Bueno, de bajísimo nivel... prácticamente usa instrucciones en lenguaje de máquina, y ticamente de esa forma... —observó las caras de sus amigas y sonrió—. En fin, que no es observó . fácil entender qué hará el programa una vez puesto en marcha. Y el único mo- do de ponerlo en marcha es encendiendo el superordenador, cosa que está fuera de toda discusión... —se detuvo de golpe mientras pasaba una sión... se página. Dejó caer el folio y, con las manos temblorosas, les enseñó a las muchachas la nota ajada por el tiempo que había encontrado. Yumi y Aelita se acercaron para leerla. —Es una dirección. —De Bruselas —prosiguió Aelita. prosiguió —La letra es la de la profesora Hertz, y la nota estaba escondida en el La estaba expediente. Es tan pequeña que antes no me había dado ni cuenta —dijo Jeremy. Yumi lo miró fijamente. — ¿Qué creéis que puede significar? Se miraron unos a otros, perplejos. —Ni la menor idea —admitió Jeremy al final. admitió —Bueno —dijo Yumi— si la nota estaba aquí dentro, no creo que sea por —, tro, casualidad. Algo tendrá que ver con estos folios y el profesor Hopper, ¿no os parece? —Deberíamos ir a comprobarlo. Deberíamos —Hoy es viernes —recordó Yumi Ulrich y Yumi—. yo podríamos salir mañana por la mañana, bien pronto, y volver por la noche. Puedo decirles a mis padres que este finde me quedo aquí en el Kadic, con una compañera... Jeremy la miró por encima de sus gafas. — ¿Y haceros un viaje hasta Bruselas vosotros so je solos? ¿A otro país? ¡Yumi, acuérdate de cómo acabó la otra vez! La última tarde antes de que se acabasen las vacaciones de Navidad, los vacaciones muchachos habían atravesado media Francia en busca de un misterioso indivi atravesado indivi- duo, Philippe Broulet, que luego les había revelado la existencia de la habitación secreta de La Ermita. El único problema había sido el viaje de
  • 129. vuelta, cuando un revisor de lo más quisquilloso había llamado a la policía, puesto que eran «menores sin acompañan acompañante». Más que una aventura, había sido toda una desventura. ventura. —Tendremos mucho cuidado... —bufó Yumi—, y además, son sólo un par de Tendremos , horas de tren. Todo va a ir a pedir de boca, ya verás. —Pero ¿qué crees que vais a encontrar? —La primera vez descubrimos una habitaci secreta. Y ahora, quién sabe, La habitación creta. pero podría ser realmente importante. Aquella noche, en el comedor, Ulrich terminó de escuchar a Yumi en silencio. cuchar — ¿Un viaje tú y yo solos? —añadió después. —Sí. — ¿A Bruselas? —Sí. Ulrich sonrió, recordando el famoso argumento «no somos sólo amigos» que había tratado de exponerle a la muchacha tan sólo unos pocos días antes. nerle — ¡Por mí, estupendo! — ¡Eso no es justo! —Murmuró Odd, que estaba terminando de comerse su Murmuró segundo filete de pollo, con la boca llena ¡Yo también quiero ir! llena—. ién —Claaaro, pero te recuerdo que tú estás castigado —le soltó Ulrich Lo Claaaro, Ulrich—. lamento, pero tenemos que ir Yumi y yo. Solos. De hecho, somos los únicos que aparentamos unos cuantos años más. Su sonrisa se ensanchó de oreja a oreja. Era una espe ie de sueño que se hacía especie realidad. Ellos dos, por fin con algo de tiempo para hablar. Yumi también algo estaba sonriendo. Ulrich se levantó. —Dejadme sólo que llame a casa. Llevo unos cuantos días sin hablar con mis Dejadme cuantos padres, y no me gustaría que llamasen al colegio justo mañana, cuando no voy a estar. Si ficho esta noche, luego se quedarán servidos para tres o cuatro días. Salió del comedor, saludó a Jim Morales, que estaba esperando a Odd en el taba pasillo para acompañarlo de vuelta a su cuarto, y luego se encaminó hacia el lo encaminó parque desierto. El muchacho iba sin chaqueta, y hacía un frío que cortaba hacía hasta el alma, pero de todas formas él tenía mucho calor. ¡Un viaje con Yumi! ¡Una aventura con ella! ¿Qué más podía pedir? Cogió el móvil y marcó el número de casa. —Hola, papá, soy yo, Ulrich. Hola, La voz al otro lado de la línea sonaba molesta. Hacía una semana que no hablaban, y su padre parecía mosqueado. Al parecía parecer, las cosas estaban yendo peor que de costumbre en su casa.
  • 130. —Ulrich. ¿Qué tal te va con el colegio? ¿Has sacado malas notas? El muchacho sintió cómo la rabia le calentaba las mejillas. Su padre siempre estaba con ésas: el colé y las notas. No le interesaba nada más. —Lo normal —respondió. — ¿Qué significa «normal»? ¿Has sacado malas notas, o no? —Notas normales, papá... — ¿Quieres decir tus suspensos normales? ¿Tu normal incapacidad para sacar una nota decente, de modo que te acaban suspendiendo? ¿Tu...? Ulrich oyó cómo su madre empezaba a gritar. — ¡DÉJALO TRANQUILO! ¿No te das cuenta de que siempre estás encima de él? — ¡YO NO ESTOY ENCIMA DE NADIE! —gritó su padre, haciéndole daño en el tímpano—. ESTOY EN MI DERECHO DE SABER SI... —Papá, déjalo —susurró el muchacho—. Todo va bien. Y punto —pero sus padres ya habían dejado de hacerle caso. — ¡POR TU CULPA ES POR LO QUE NO LLAMA NUNCA! —acusaba su madre. — ¡Y POR TU CULPA NUESTRO HIJO NO DA UNA A DERECHAS! Ulrich escuchó en silencio la pelea, que se fue volviendo cada vez más fuerte. Ruidos de sillas arrastradas, de un puño que golpeaba la mesa. Suspiró y col- gó sin despedirse siquiera. Tras aquella alegre charla en familia, sus padres se borrarían del mapa durante un buen tiempo. Por lo menos podía irse tranquilo. Lyoko. Esta vez Aelita se encontraba en el sector del bosque, rodeada de altos árboles idénticos entre sí, con la copa verde recortándose contra el cielo amarillento. No había ningún ruido de hojas, ni un soplo de viento. Ella había adoptado nuevamente el aspecto de una elfa, y notaba la desorientación que sentía siempre cuando pasaba de la realidad al mundo virtual. Se dio la vuelta. La Scyphozoa. El monstruo de X.A.N.A. parecía un gigantesco cucurucho de helado transparente, de una sustancia a medio camino entre el cristal y el metal. El cerebro rosa y asqueroso del monstruo flotaba dentro de él, oculto en parte tras el símbolo de X.A.N.A. Y luego estaban los tentáculos, que salían del cuerpo del monstruo y ondulaban en el aire en dirección a ella. Aelita echó a correr. La Scyphozoa era la criatura más peligrosa de todas las que controlaba su enemigo. Absorbía los recuerdos. Y ella no quería volver a perder la memoria. Ah, no, otra vez no. Cogió velocidad, lanzándose entre los árboles, y el murmullo de la Scyphozoa se transformó en un gruñido ahogado. Sin parar de correr, Aelita echó una mirada por encima de su hombro. El monstruo se había transformado ahora en un perro, un enorme mastín con las fauces abiertas de par en par y los dientes manchados de sangre.
  • 131. Ya estaba casi a punto de alcanzarla. Era cuestión de segundos. Aelita no se dio cuenta de que de repente el suelo empezaba a desaparecer suelo ante ella, transformándose en un mar digital del mismo color ocre del cielo. Terminó por caer en él, gritando. La muchacha abrió los ojos de golpe. Otra pesadilla. Estaba vestida con su pesadilla. pijama de siempre, embarrado e impregnado por el apestoso olor de las barrado cloacas. Pero no se encontraba en las cloacas. Estaba echada en un charco de luz, sobre un suelo de cemento. Las bombillas suelo que colgaban del techo estaban encendidas sólo donde se hallaba ella, y de- jaban a oscuras el resto del túnel. Se levantó, temblando, y avanzó un par de pasos. Unas luces se encendieron delante de ella, y otras se apagaron detrás de su espalda. Siguió caminando. ¿Se trataba de nuevo de un sueño, o esta vez se encontraba en la realidad? ¿Había tenido otro ataque de sonambulismo? El túnel se fue estrechando lentamente, sus paredes se volvieron rectilíneas y la mu mente, muchacha empezó a reconocer aquel sitio. La Ermita. Mientras dormía se había metido en el pasadizo secreto que llevaba desde el Kadic hasta las cloacas, y luego hasta la casa que había sido de su padre. Pe Pe- ro ¿por qué lo había hecho? ¿Y por qué los perros que habían atacado a Kiwi se metían en sus sueños junto con los monstruos de X.A.N.A.? Aelita tenía la impresión de que había una razón secreta que todavía se le que escapaba. Suspirando, decidió detenerse. Llegar hasta La Ermita de noche, sola, no era un plan muy atractivo. Especialmente si andaba por ahí el hombre andaba misterioso que ya había agredi al padre de Odd. Sonaba mucho mejor agredido ucho volverse a un lugar seguro, como por ejemplo su cama. Mientras desandaba sus propios pasos, reflexionó: antes que nada, tenía que reflexionó: hablar con Richard. 11 UN MOSNTRUO EN CASA DE YUMI Ulrich y Yumi se bajaron del tren y se vieron inmediatamente engullidos por inmediatamente un mar de gente en movimiento. La estación era gigantesca, toda de mármol y cristal, y aun así parecía a reventar. Por todas partes se aglomeraban hombres aglomeraban de negocios, bien trajeados y encorbatados, armados con móviles de última n
  • 132. generación y maletines de cuero. Bruselas daba la impresión de ser una ciudad muy seria y muy ocupada. — ¿Tú has estado aquí alguna vez? —Sí. Varias. —Estupendo, porque yo nunca he estado ni cer ¿Qué hacemos? Estupendo, cerca. —Yo diría que desayunar —propuso Yumi—. Y luego vamos a coger el Yo . metro y tratamos de llegar a la... ¿cómo se llama? —Rué Camille Lemonnier. —Perfecto. Se infiltraron entre la muchedumbre que rodeaba uno de los puestos de la estación y lucharon salvajemente por hacerse con dos fragantes cruasanes, salvajemente después de lo cual siguieron las indicaciones hasta llegar al metro y estudiaron pués con atención el trayecto: un transbordo, la línea amarilla y luego la verde. Mientras trataba de orientarse con el mapa, Ulrich estuvo a punto de perder a tras con Yumi, que se vio arrollada a empujones por un río de abogados en su empujones uniforme de guerra. La rescató estirando un brazo. —Pero ¿será posible que haya toda esta gente? —Bueno, aquí se encuentra la sede de la Comi Comisión Europea, así que es normal que haya un poco de jaleo —respondió la muchacha, que acababa de con con- seguir agarrarse a su brazo. Después de hacer el viaje subterráneo más apretados que una loncha de jamón apretados en un bocadillo, los dos muchachos empezaron a recorrer las amplias calles de recorrer la ciudad cogidos de la mano. La multitud parecía haberse desvanecido en la nada, y se respiraba un aire tranquilo y sereno, hasta el punto de que por un momento Ulrich dejó de pensar en que estaba haciendo un viaje para ayuda a ayudar Aelita. Aquéllas eran sus vacaciones, suyas y de Yumi. Estaban juntos en una ciudad espléndida, completamente solos. ¿Qué más podía pedir? pletamente La Rué Lemonnier era una calle normal de anchas aceras arboladas y condominios residenciales. Algu Algunos de ellos eran modernos, y otros debían de remontarse a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. La dirección que tarse buscaban correspondía a un edificio de este último tipo, con la fachada de un blanco sucio y ventanas altas. El portal tenía una pesada puerta de meta metal, blindada y del color del hierro, y junto a ella había un portero automático con había tres hileras de timbres. — ¿Qué nombre hay escrito en la nota? —preguntó Yumi. —Madame Lassalle. Podría ser una amiga de la profesora Hertz. Madame —Lassalle. Aquí está — —dijo Yumi mientras señalaba un nombre del ba telefonillo—. Yo llamo, a ver qué pasa. .
  • 133. No pasó nada. Ninguna respuesta. Lo intentó de nuevo, con el mismo resultado. —Prueba con otro timbre —propuso el muchacho, y terminaron llamando a Prueba cho, todos ellos, uno tras otro, esperando. Nada. —Me parece que no tenemos suerte —susurró Me Yumi. -¡Ey, chicos! —los llamó una voz. los Ambos se dieron media vuelta como accionados por el mismo resorte. Un anciano con una ridícula boina marrón sobre la cabeza estaba avanzando ha hacia ellos, empujando una bicicleta de aspecto anticuado, pero que resplandecía anticuado, con un llamativo color rojo, como si acabasen de pintarla. —Perdone, ¿está hablando con nosotros? —le preguntó Yumi. —Sí —dijo el señor. Siguió caminando tranquilamente, un paso tras ot hasta que llegó junto a ellos, al pie del mente, otro, portero automático. Después sonsonrió—. Es inútil que llamen. No les va a . responder nadie. — ¿Cómo puede ser? — —Ulrich clavó la mirada en el telefonillo repleto de nombres, sintiéndose algo confuso ¡Mire cuánta gente vive aquí! Estamos confuso—. buscando a esta señora, Madame Lassalle... —Jovencito —se rió el vejete , yo vivo en esta calle desde 1936. He visto la vejete—, Rué Lemonnier bombardeada y reducida a escombros durante la guerra. Y le deada puedo asegurar, con absoluta certeza, que en este edificio nunca ha vivido certeza, nadie. Hace tiempo era del gobierno. Luego, después de la guerra, lo compró una empresa yanqui. Pero nadie ha venido aquí jamás a vivir ni a más trabajar, salvo por algunos períodos de pocas semanas. —Pero... —Yumi estaba descorazonada un edificio así debe de valer un a descorazonada—, montón de dinero. —Puede decirlo bien alto, señorita, pero... —el anciano bajó la voz, con los Puede ojos brillándole como cuando se confía un secreto . En mi humilde opi secreto—. opinión, no fue ninguna empresa la que lo compró de verdad. Servicio secreto. Ejem. No sé si me explico. — ¡¿El servicio secreto?! —Ulrich detestaba repetir las cosas, pero no daba tir crédito a sus oídos. —Lo sé, lo sé. A vosotros os viene a la cabeza James Bond y toda esa gente. Lo James Pero debéis saber, chicos, que los servicios secretos existen de verdad. Y cos, durante la guerra funcionaban a pleno rendimiento. Yumi sonrió. —Muchas gracias, señor. Ha sido usted muy amable. Muchas
  • 134. — ¡No hay de qué, mujer! Es un placer poder pegar la hebra de vez en pegar cuando —dijo el vejete antes de alejarse agitando la mano en señal de l despedida. Ulrich soltó una risita socarrona. —Para mí que está algo tocado del ala. —Puede que sí, pero tiene razón: no nos ha respondido nadie. Y Puede respondido ahora, ¿qué hacemos? El Café au Lait era un bar mod moderno, con una barra negra, brillante y gra, de ángulos rectos, y unas pocas mesitas demasiado estrechas como para resultar cómodas. Aelita llegó un poco tarde, y encontró a Richard ya sentado, con la PDA sobre la mesa y una humeante taza de té a su lado. Tenía cara de estar hecho polvo. — ¿Hace mucho que me estás esperando? —Preguntó la muchacha He guntó muchacha—. tenido algunos problemillas para salir del Kadic. —Qué va —respondió él con una sonrisa torcitorcida—. Anda, pídete algo de . beber. Aelita le pidió a la camarera un ch chocolate y se sentó junto a Richard para poder echarle un vistazo a la pantalla de su diminuto ordenador. Ahí estaban todavía aquellos códigos en Hoppix. ¿Serían los mismos que habían davía mos encontrado en el sobre de la profe profesora Hertz? ¿O a lo mejor eran otra pieza del mismo programa? Tenía que acordarse de pedirle a Jeremy que lo comprobase. Mientras ella se concentraba en la pantalla, Richard la miraba fijamente. Después le rozó una mano. — ¿Puedo preguntarte por qué querías verme? —Me parecía que era lo mínimo —se justificó ella—. Después de todo, para ti Me . la otra noche debió de haber resultado un auténtico choque. ¡En fin, es estabas convencido de que te ibas a encontrar a una chica de tu edad! Y en vez de eso... —Todavía no consigo creerme que tú seas... ella. La Aelita que yo conocía, Todavía quiero decir. Por supuesto, eres idéntica, pero... —Richard bajó la voz—. Es imposible. ¡Todo el mundo crece! A lo mejor soy yo, que me estoy volviendo loco. —Existe una buena razón, Richard —dijo Aelita mientras estrechaba con Existe dijo fuerza los delgados dedos del muchacho . Yo soy la auténtica Aelita, y no muchacho—. me he hecho mayor. Me gustaría tanto contártelo todo... pero todavía no sé si pero me puedo fiar al cien por cien, así que, por favor, trata de comprenderlo. Tengo miedo.
  • 135. Era el momento de empezar a explicarle de ver nto verdad por qué le había pedido aquella cita. Durante las vacaciones de Navidad, por motivos que todavía no había conseguido comprender, Aelita había sufrido una extraña amnesia, y todos sus recuerdos de Lyoko se habían esfumado. Jeremy y los demás la esfumado. habían ayudado, grabando con más paciencia que un santo un videodiario en el que le contaban todo lo que había pasado desde el momento en que Jeremy había había encontrado por casualidad la antigua fábrica. Pero ¿y antes de eso? Aelit no tenía ningún recuerdo de cuando vivía con su Aelita cuerdo padre en La Ermita e iba a la misma clase que Richard. Ni siquiera recorda recordaba la cara de su madre, Anthea. Pero Richard podía echarle una mano. El muchacho parecía contento de poder contarle todo, y empezó a hablar de su clase, sus profesores... Aelita y Richard habían sido amigos del alma, tal y como creía serlo ahora de Jeremy, y él recordaba montones de detalles: largas tones tardes en las que Hopper los ayudaba a hacer los deberes en el enorme salón de La Ermita, excursiones del colegio, alegría. mita, —De todas formas, ya por aquel entonces eras una chica rarita — De —comentó a cierta altura Richard—. A veces desaparecías durante tardes enteras, sin . veces explicarme nunca nada. Me decías que te ibas a trabajar con tu padre pero que me padre, era un proyecto secreto y no podías contármelo ni siquiera a mí. Y luego, podías el último curso que pasaste conmigo, empezaste a frecuentar a un nuevo so amigo. Lo llamabas Señor X, y me decías que era muy simpático y estaba muy solo, y que tú tenías que ayudarlo a descubrir cómo funcionaba el mundo. Cuando hablabas de él te brillaban los ojos. »Y yo... —Richard se sonrojó . Estaba coladito por ti en aquella época, ¡y Richard sonrojó—. me ponía tan celoso! Me imaginaba a ese Señor X como un chaval extranjero del que te habías enamorado locamente... y tú tenías mucho menos tiempo para jugar conmigo... ——hizo una breve pausa, y luego siguió hablando Y hablando—. después tus visitas al Señor X se fueron haciendo cada vez más frecuentes, y durante una época tu padre de de venir dejó a darnos clase, y tú tampoco venías. Hasta que un buen día desapareciste. Yo te estaba esperando, porque teníamos un examen que nos habíamos estudiado rando, juntos, pero tú no viniste. Esa tarde, cuando fui corriendo hasta La Ermita, me encontré con las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto. Y ya no volví a verte jamás. Hasta la otra noche. Era el 6 de junio de 1994, el día en que Hopper había terminado de trabajar en el proyecto Lyoko y había huido al mundo virtual, llevándose a su hija consigo. Y apagando el superordenador, que iba a permanecer así, inactivo, do hasta la llegada de Jeremy.
  • 136. Aelita miró a Richard, y el muchacho le devolvió la mirada. Por la pantalla de la PDA seguían pasando aquellos códigos en Hoppix. Alguien había activado esa alarma (porque la muchacha sentía que aquellos códigos eran e una alarma), de forma que él fuese a La Ermita a ayudarlos. De alguna manera, su padre había pensado que Richard era la persona adecuada para estar cerca de ella en un momento difícil, y Aelita sentía que se encontraba frente un muchacho especial, que podía entender todo aquello. contraba entender Empezó a hablarle de Lyoko. Uf. Hiroki Ishiyama llevaba un par de horas despierto, y estaba echado en su dormitorio, con el pequeño televisor que tenía sobre el escritorio encendid encendido, retransmitiendo el millonésimo episodio de unos dibujos animados que ya transmitiendo dibujos había visto demasiadas veces. Entre semana, su hermana se pasaba todo el día en el colegio, pero el sábado y el domingo, por lo general, estaban juntos y ella jugaba un poco con él. Pero ahora, en cambio, el chiquillo se encontraba solo. Sus padres todavía estaban solo. en la cama, porque el fin de semana les encantaba levantarse algo tarde, y desde que lo habían herido, Kiwi dormía durante todo el día. Así que Hiroki do no tenía nada que hacer. Pero en aquel momento oyó ladrar al perrito en el piso de abajo. Eran ladridos rápidos, enfadados. Hiroki levantó la cabeza: los gruñidos de Kiwi habían al- roki canzado una tonalidad agudísima, aterrorizada. Los ladridos del perro fueron enloqueciéndose cada vez más, hasta que enloqueciéndose cesaron de golpe. Hiroki se puso en pie de un salto y se acercó a la puerta de su habitación. La casa estaba en silencio. Tal vez incluso demasiado. Bajó la manija de forma que no hiciese ningún ruido (era una técnica que había aprendido cuando le gastaba bromas a Yumi), y se quedó agazapado detrás de rendido zapado la puerta, esperando. Oyó unos pasos, el ruido de unas pesadas botas que subían por las escaleras. No eran sus padres, ni ningún amigo suyo: se habrían quitado los zapatos. Nadie podía entrar en una casa japonesa con un objeto impuro y sucio... salvo ía objeto un ladrón. Hiroki dejó de respirar, totalmente inmóvil, sin atreverse a asomar ni siquiera un pelo al otro lado de la delgada hoja de la puerta. Los pasos terminaron de recorrer las escaleras y cruzaron el pasillo, pasando por delante del cuarto de Yumi, y luego del suyo. Después do prosiguieron hasta el dormitorio de sus pa padres.
  • 137. El chiquillo oyó una voz que decía: «No me digáis que no os acordáis de mí... », y luego un gritito asustado de su madre. Después, simplemente, nada. Alteradísimo, Hiroki salió de su cuarto, y vio al fondo del pasillo un ser alto con un impermeable ajustado y unas manos enormes, llenas de pantallas y de lucecitas. Las mantenía apoyadas sobre las cabezas de sus padres, que aún estaban en pijama y parecían haberse desmayado. Hiroki no sabía si aquello era un hombre o un monstruo, pero estaba seguro de que era demasiado grande como para enfrentarse a él por su cuenta. Ne- cesitaba ayuda. Se escabulló escaleras abajo, doblado por la mitad y callado como un muerto. En el salón, Kiwi estaba inmóvil dentro de su cesta, pero respiraba. El hombre misterioso debía de haberlo drogado. Se puso los zapatos y cogió al perrillo en brazos. Luego abrió la puerta de la entrada y salió disparado. ¿A quién podía avisar? ¿Quién podía ayudarlo? Odd acababa de colgar el teléfono. Su madre lo había llamado para decirle que su padre se encontraba mejor, que los del hospital le habían dado el alta y ya estaba de vuelta en casa. Por suerte. El muchacho consideró por un momento la posibilidad de volver a dormirse, pero luego oyó que llamaban a su puerta. Se acercó a abrir y se topó con el hermanito de Yumi, que llevaba a Kiwi en brazos y tenía una mirada aterrorizada. —jHiroki! Pero ¿qué haces aquí?—exclamó Odd al tiempo que el perro le saltaba al cuello para lamerle la cara—. Oye, oye, estate quieto. No deberías haberlo traído aquí... ¿y Jim? —dijo antes de asomar la cabeza para comprobar si había alguien por el pasillo. Nadie, por suerte. Hiroki estaba dando saltitos de un pie a otro. — ¡ODD! —Explotó— ¡NECESITO AYUDA! ¡UNMONSTRUOHACOGIDOAMISPAPÁS! —Más despacio, Hiroki. Cuéntame qué ha pasado. El chiquillo logró balbucear una explicación más bien confusa, y Odd se rascó la barbilla. El hermano de Yumi no era uno de esos niños que se inventan historias fantasiosas... y lo que le contaba se parecía mucho a lo que le había pasado a su padre el día anterior... —Vamos a avisar a Jeremy, y luego corremos a tu casa. — ¡Pero yo quiero a Yumi! —Protestó el chiquillo—. ¿Dónde está mi hermana? —Es una larga historia. Tú confía en mí, y sígueme. El niño prodigio se encontraba en su cuarto, totalmente concentrado en el expediente de Waldo Schaeffer. Los muchachos entraron en la habitación como dos ciclones, y Odd le explicó en dos patadas la situación. Mientras los
  • 138. tres salían de nuevo al pasillo, el móvil de llo, Jeremy empezó a sonar. Era Ulrich, que lo llamaba desde Bruselas. — ¿Qué te ha dicho Jeremy? —preguntó Yumi. El muchacho se encogió de hombros. ogió —Sugiere que hagamos unas cuantas fotos de la cerradura y se las mandemos. Sugiere Esta tarde o esta noche nos explicará qué herramientas comprar, y cómo des des- cerrajarla. — ¿Vamos a forzarla? ¡Pero eso es delito! —Protestó Yumi—. Esta vez nos . arriesgamos a terminar en la cárcel de verdad. Además, si resulta ser un edificio de algún servicio secreto, ¿te imaginas la cantidad de cámaras y micrófonos que podría haber ahí dentro? Y... —Y, sobre todo —la interrumpió Ulrich con una sonrisa—, eso sign la , significa que pasaremos la noche aquí. No creo que dos menores puedan pillarse una habi habi- tación en un hotel. —Mmm —le respondió Yumi—, en realidad eso no es un problema. ¿Te , acuerdas de que te he dicho que yo he venido a menudo a Bruselas? Pues eso es porque aquí vive una amiga de mi madre. Es una tía legal. Estoy segura de que nos hospedará, y, desde luego, no va a irles con el cuento a mis padres. —Entonces, perfecto — —concluyó Ulrich—. Al parecer sólo necesitamos recer sacarle un par de fotos a esta dichosa cerradura, y luego podremos estar de cerradura, vacaciones el resto del día. ciones Así era. Y la idea no le parecía nada mal a ningu de los dos. ninguno Hiroki metió la llave en la puerta de su casa, abrió y se puso un dedo delante de los labios para ordenar a Odd y Jeremy que no hiciesen ruido. Ambos ordenarles muchachos entraron detrás de él, quitándose los zapatos. El niño dejó a Kiwi patos. sobre el sofá del salón. — ¿Puedo hacer algo por vosotros? —preguntó la madre de Hiroki mientras salía de la cocina. Estaba vestida de punta en blanco, con un elegante traje de chaqueta de los gante que se ponía para ir al trabajo. A través de la puerta entreabierta de la coci cocina se veía al padre de Hiroki, que también llevaba traje y corbata. Jeremy se retorció las manos, en busca de algo inteligente que decir. — ¿Puedo hacer algo por vosotros? —repitió la señora, desplegando una amplia sonrisa, y entonces Hiroki le saltó al cuello. —Mamá, mamá, ¿estás bien? —Claro. ¿Puedo hacer algo por vosotros? Jeremy y Odd saludaron tímidamente a la señora Ishiyama, que les respondió con una sonrisa silenciosa y los ojos perdidos en la inmensidad. silenciosa
  • 139. —Si no os hace falta nada, me vuelvo a cocinar —concluyó la madre de Yumi Si con un tono de voz carente de expresión. rente Los muchachos se encontraron en el salón solos y perplejos. — ¡Yo no os he mentido! —Anunció Hiroki—. Había un monstruo, en serio. o bía —Oh —le respondió Jeremy no tengo la menor duda. Contadme, ¿no Jeremy—, nor habéis notado nada raro? Los otros dos negaron con la cabeza. —Parece como si no hubiese reconocido a Parece Hiroki —les explicó el muchacho Y ni siquiera nos ha preguntado por muchacho—. guntado Yumi. —Es como si estuviesen confusos —dijo Hiroki. Es —Los mismos síntomas de mi padre —asintió Odd—. Han perdido la Los . memoria, y dicen cosas rarísi rarísimas. —Echemos un vistazo por la casa —propuso Jeremy—. Tal y como están, no Echemos creo que se den ni cuenta. Subieron las escaleras y entraron en la habitación de los padres de Yumi. La cama estaba hecha, y el parqué, limpio y reluciente. Miraron por todas partes, hasta debajo de la cama, pero no había ni una simple mota de polvo o una mota huella embarrada. También les echaron un rápido vistazo a las habitaciones de Yumi y de habitaciones Hiroki, pero todo estaba en orden. —Bajemos al jardín —propuso Odd. propuso Se despidieron de los señores Ishiyama y salieron al aire libre. Kiwi los siguió, tambaleándose. —Trata de describirnos bien a ese hombre miste Trata misterioso —dijo Jeremy. dijo — ¡Os digo que era un monstruo, no un hombre! —empezó Hiroki. —No creo —lo interrumpió Jeremy— que lo que ha entrado en tu casa fuese lo un monstruo. Probablemente sería un hom mente hombre que parecía un monstruo. El niño cerró los ojos para concentrarse bien, y luego les habló de la silueta alta con el impermeable oscuro y los guantes luminosos. —Kiwi se puso a ladrar, y luego se durmió de golpe. Debe de haber utilizado pe. un spray soporífero —concluyó. concluyó. —Estaba preparado para entrar aquí Estaba aquí—sentenció Odd. En aquel momento un ladrido de Kiwi los distrajo. El perrillo estaba olfateando el césped del jardín, y gañía, asustado. Los muchachos se acercaron y vieron la huella de un zapato profundamente hundida en la tierra. ron profundamente Pertenecía a algún tipo de bota militar con la suela bien gruesa. Junto a ella había confusas pisadas de perros.
  • 140. 12 DEMASIADOS MISTERIOS El gran reloj que destacaba sobre el edificio principal ce la academia Kadic dio las doce campanadas que indicaban la medianoche. En su habitación de la residencia, Jeremy oyó aquel sonido lúgubre y se resig a encender la luz. resignó Aquella noche le resultaba imposible co conciliar el sueño. Se levantó de la cama y llegó hasta su escritorio. Cogió un bolígrafo y una hoja de papel y empezó a nacer una lista de todos los problemas que habían surgido y la información que habían conseguido hasta ese momento. 1. Profesora Hertz. ¿Qué sabe de Hopper? ¿Por qué tenía guardado un expediente sobre él? ¿Qué significan los códigos?¿Y la dirección de Bruselas? Suspiró. Una ristra de preguntas... y acababa de empezar. 2. El hombre de los perros. ¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Por qué parece que la tiene tomada con los padres de Odd y Yumi? ¿Les tocará ahora también a los dres demás? Aquel pensamiento lo dejó helado. Cuando Jeremy era pequeño, sus padres habían vivido en la ciudad, pero se habían mudado poco antes de que él pero empezase a ir al colegio. El hecho de que viviesen lejos podía man io. mantenerlos a salvo... ¿o tal vez no? Pensándolo mejor, los padres de Odd también vivían en otra ciudad... Trató de no pensar en eso, y prosiguió con la lista. 3. Richard. ¿Por qué han aparecido todos esos código en su códigos ordenador? ¿Ha sido Hopper el que se los ha enviado? ¿Por qué Aelita lo mira como si fuese un dios? Jeremy resopló, y borró la última frase. No resultaba pertinente. La muchacha taba le había contado que por la mañana había visto a Richard en un café, y él había sentido cómo le hervía la sangre... pero eso no tenía importancia. De momento. 4. Hopper. ¿Qué significaba el vídeo que nos hizo encontrar? ¿Qué debemos hacer para ayudar a Aelita a localizar a su madre? 5. X.A.N.A.
  • 141. Y en aquel punto Jeremy se q quedó bloqueado, con el bolígrafo suspendido sobre el blanco del papel. X.A.N.A. había sido derrotado. De eso, por lo menos, estaban seguros. ¿O no? Odd tampoco conseguía pegar ojo. En su cabeza, los ojos apagados del señor Ishiyama se superponían a los de su padre, dulces y entrecerrados. Él era un muchacho alegre, y siempre estaba de buen humor, pero aquel asunto lo estaba afectando bastante. Alguien había llamado a su puerta y había atraído con engaños a su padre hasta el jardín para hacerle algo. A esas alturas el muchacho ya estaba seguro de que no se trataba de un secuestro. De ser así, los padres de Yumi habrían corrido la misma suerte. Por lo tanto, la pregunta realmente importante era distinta: ¿qué quería el hombre de los perros? Tenía algo que ver con aquellos guantes luminosos, eso estaba tan claro como el agua, aunque no fuese más que un clavo ardiendo. Y tal vez tuviese que ver también con la capacidad de desaparecer de los vídeos que Jeremy había vídeos grabado en La Ermita. De golpe y porrazo le vol volvió a la cabeza la extraña tarjeta fotográfica que le había dado su madre en el hospital. Se levantó de la cama y se puso a hurgar en los bolsillos de su chaquetón. Sacó el cuadradito de plástico gris y lo observó. No tenía nada escrito, tan sólo tres o cuatro marcas doradas en un cuatro lado. Odd resopló. Él no entendía nada de estas cosas, pero Eva parecía bastante ducha en el tema. En el fondo, gracias a ella había descubierto la imagen del hombre de los perros en los vídeos de La Ermita. Seguramente podría a guramente ayudarlo a descubrir también qué se escondía en aquel par de centímetros cuadrados de plástico. Y además, al día siguiente era domingo, la ocasión perfecta para ir a verla a su casa. Iba a poder conocer a poder sus padres y pasar un rato con ella... ¡Estupendo! Rebuscó en medio del caos absoluto de su escritorio hasta que encontró el escritorio trocito de papel en el que había copiado la dirección y el número de la mucha mucha- cha cuando finalmente había tenido que lavarse la mano. Ahí estaba: Rué André Rene. Ya eran las dos, pero decidió intentarlo de todas formas. Cogió el móvil y marcó el número de Jeremy, que respondió al primer toque. —Ah, así que tú tampoco estabas durmiendo. —No —le respondió su amigo estaba estudiando cómo forzar la cerradura amigo—, diando del portal para explicárs a Ulrich y Yumi. cárselo
  • 142. — ¡Nuestro bucanero informático! —Rió Odd—. Sólo quería decirte que . mañana por la mañana no nos vamos a ver. Tengo intención de hacerle una visita a Eva. — ¿Qué estás tramando? —la voz de Jeremy se había vuelto seria de la inmediato. —Nada, nada, no te preocupes —respondió, evasivo, el muchacho. da, sivo, —Odd, no estarás dejando que esa chica te coma la cabeza, ¿no? Odd, — ¿Y qué si lo hago? ¡Es una buena chica! —no le dijo nada de la tarjeta no fotográfica. Si Jeremy le echa el ojo encima, seguramente habría sabido echaba e decirles qué hacer con ella, y él ya no habría tenido una excusa para ir a ver a sa Eva. Su amigo suspiró. —De modo que tienes intención de escaquearte otra vez de tu castigo. De —Puedes apostar por ello, majete —dijo Odd, y colgó el teléfono. Puedes El domingo por la mañana el cielo estaba cubierto de grandes nubarrones negros que presagiaban lluvia, pero eso, por supuesto, no bastó para detener a Odd. La Rué André Rene era una calle amplia y larga, con dos hileras de altos plátanos que, sacudidos de un lado a otro por el fuerte viento, parecía que estuviesen a punto de descuajarse y salir volando. Además de los árboles, viesen había dos filas de casitas pequeñas pero ordenadas, con los tejados negros y pequeñas las paredes de madera pintadas de blanco. «Vaya día de perros», pensó Odd, y se estremeció. Un rayo destelló en el ció. cielo, rasgándolo por la mitad. Y después llegó el trueno. Una gran gota de lluvia se estampó contra la nariz del muchacho. Y luego, otra más. luego, Echó a correr a lo largo de la calle, en un rápido eslalon entre los árboles desnudos, poniendo mucho cuidado para no resbalar sobre la acera, que aún estaba llena de la nieve que había caído durante los días anteriores. Iba taba buscando con la mirada los números de los meros buzones de las casas. Treinta. Veint Veintiocho. La lluvia empezó a arreciar más y más, y en cosa de veinte segundos el muchacho estaba ya empapa con los empapado, cabellos rubios pegándosele a la cara y la ropa pesándole como si fuese de plomo, dificultando sus movimientos. Volvió a acelerar su carrer Le fasti- carrera. diaba que Eva fuese a verlo así, pero a esas alturas ya no tenía elección. Era imposible volver al Kadic bajo aquel aguacero torrencial. Dieciocho. El uno y el ocho estaban dibujados con pintura roja sobre el buzón. Odd saltó por encima de la valla, que era bastante baja, derrapó en el sendero ma
  • 143. del jardín, alcanzó la puerta, resguardada por un tejadillo, y llamó al timbre. No pasó nada. Volvió a intentarlo y luego, para no quedarse con la du lo duda, pulsó una vez más: jRmiüiiiüüiüüimgl Por fin, la puerta se abrió. Eva estaba embutida en un chándal de gimnasia ajustadísimo, y llevaba el pelo peinado en pequeños rizos que le enmarcaban el rostro. —Odd —dijo con una sonrisa. dijo —Hola —le respondió el muchacho . Pasaba por el barrio y, verás, se ha muchacho—. puesto a jarrear... —en aquel mismo instante se dio cuenta de que eran las en ocho y media de la mañana del domingo ¿No os habré despertado a ti y a domingo—. tus padres, verdad? —murmurmuró, alarmado. —Estoy sola en casa. Mis padres están fuera... por trabajo. Estoy ¿Trabajando un domingo? El muchacho prefirió no hacer ningún comentario. — ¿Te importa si entro un momento para secar secarme? —Pasa —asintió ella, apartándose de la puerta . Estás empapado. Quítate la puerta—. ropa. Odd se quedó de una pieza, sin saber qué decir, puede que por primera vez en toda su vida. ¿Quitarse la ropa? ¡¿De verdad ella le había pedido que se se... desnudase?! —Ejem, ¿no tendrás por casualidad algo de ropa de tu padre para prestarme? —No. El muchacho miró a su alrededor. De hecho, parecía que en casa de Eva parecía Skinner faltaban bastantes cosas, además de la ropa. Apenas había mobiliario. Desde la puerta se entraba en un pequeño recibidor que daba al salón, un espacio totalmente desnudo, aparte de un ordenador portátil que había en el suelo. La cocina, ídem de lo mismo: nada de fregadero, nada de armarios y nada de fogones. Cuatro paredes y, entre ellas, la nada. Sólo las cañerías del gas y el agua, que sobresalían de la pared a cierta altura del suelo, y el calentador. — ¿Dónde está el baño? —preguntó Odd, estupefacto. —Por ahí —le señaló Eva , al fondo del pasillo. El pasillo daba a dos Eva—, dormitorios completamente vacíos. No había ni siquiera una cama. En una había una maleta rosa con ruedas abierta en medio del suelo que rebosaba de suelo ropa, pero nada más. En el baño por lo menos año había un lavabo, un retrete y una toalla que Odd utilizó para arreglarse el pelo.
  • 144. La chaqueta, la sudadera, los pantalones, los zapatos y los calcetines estaban calados y totalmente inutilizables, pero la camiseta se había salvado, así que podía dejársela puesta. Odd se desnudó, sacó la tarjeta fotográfica de la chaqueta, se anudó la toalla alrededor de la cintura para esconder los calzoncillos y volvió al salón, donde Eva estaba sentada en el suelo, con el portátil sobre el regazo. La muchacha lo estudió con una mirada crítica. —Estás casi desnudo —murmuró—. No creo que sea muy adecuado. —Yo tampoco, la verdad—murmuró—. ¡Pero con toda esa ropa empapada encima me iba a pillar una pulmonía! —Espera. Eva se levantó, desapareció en una de las habitaciones y volvió un minuto después con un chándal de felpa rosa fosforito. Odd se lo puso entre suspiros. La sudadera le quedaba ajustadísima, y los pantalones eran demasiado cortos. Nada que ver con el estilazo de James Bond. Viéndolo así de mal vestido, Eva se iba a reír de él por toda la eternidad. —La decoración de tu casa es muy... —dijo, tratando de desviar la atención hacia otro asunto—, ejem, minimalista, diría yo. Pero enseguida se mordió la lengua. En el fondo, ¿qué sabía él de su familia? —Por otro lado, os habéis mudado hace poco. Es normal —trató de arreglarlo—. Aunque es una pena que tengas que vivir en estas condiciones. Podrías venir a quedarte en la residencia durante una temporada, hasta que lleguen los muebles, la cocina, las camas y todo lo demás... —Yo estoy estupendamente —respondió Eva con frialdad. —Pues claro, estupendamente, ¡yo también estoy de fábula aquí! Odd se sentó en el suelo junto a la muchacha, con las piernas cruzadas, y le enseñó la tarjeta de memoria. —En realidad, Eva, ya que estoy aquí me gustaría aprovechar para pedirte ayuda con esta cosita. Me la he encontrado, y no consigo entender cómo se utiliza. Eva cogió en la palma de su mano la pequeña tarjeta, y la observó durante un instante, con los ojos brillantes, como si pudiese ver dentro de ella. La insertó en el ordenador y estuvo tecleando durante unos momentos. —Sólo hay un vídeo —dijo después—. Ahora lo pongo. Odd se sorprendió conteniendo la respiración mientras la imagen cobraba forma, llenando toda la pantalla. Había una mujer hermosísima vestida con una bata blanca. Tenía las manos y los pies atados a una silla de madera, y una cascada de pelo rojo y despeinado le caía sobre el cuello. Una mano masculina metida en un guante negro superpuso a su imagen la primera plana de un periódico, el Indagateur. La fecha estaba subrayada en amarillo." 2 de mayo de 1994. Odd se llevó la mano a la boca, abierta de par en par.
  • 145. — ¡Este vídeo es de hace un montón de años! ¡Poco tiempo antes de que Aelita entrase en Lyoko con su padre! Y esa mujer debe de ser... La melena pelirroja, la forma de la nariz y de los ojos... estaba seguro: ¡ésa era Anthea, la madre de Aelita! ¡Secuestrada! El diario desapareció de la pantalla, devolviéndole el protagonismo a la mujer, devolviéndole que empezó a hablar. —Waldo, estoy bien. No te preocupes por mí: me tienen prisionera, pero todo Waldo, va... —su rostro estaba inundado de una tristeza infinita, y en aquel momen su momento se dobló por la mitad y empezó a llorar—. -¿Cómo está Aelita? Oh, cielo, hace tantos años que no la veo... Ahora ya tantos irá al colegio. ¿Ha crecido mucho? Me gustaría tanto abrazarla... La mujer empezó a sollozar. —Acabemos con esto — ordenó una voz masculina fuera de campo Di lo —le culina campo—. que tú sabes, y punto. Anthea alzó la cabeza. En su mirada brillaba el odio más puro contra el mirada hombre que había hablado, escondido tras la cámara. —Waldo —dijo—, estos hombres quieren que te diga que tienes que seguir , trabajando, ponerle el punto final al proyecto Cartago. Si lo haces, ellos me liberarán, y podremos estar juntos Aelita, tú y yo, otra vez como una familia. remos La mujer miró al objetivo, asustada. — ¡Pero no los escuches! —Añadió después a toda prisa—. No me soltarán . jamás, y tratarán de matarte. ¡Olvídate de Cartago y huye, huye muy lejos...! La silueta de un hombre entró en el encuadre, de espaldas, y cubrió a Anthea. Se oyó el ruido de una bofetada. Después, la imagen se disolvió en una ex- plosión de chispitas blancas y negras, y el vídeo se acabó. Odd casi tiró al suelo el portátil de Eva al po ponerse en pie de un salto. — ¡Tenemos que irnos! ¡Avisar a Aelita y a Jeremy, enseñarles este vídeo! —No —dijo simplemente Eva. dijo —Pero ¡¿es que no lo entiendes?! —Protestó Odd—. Ésa era Anthea, la madre de Aelita, y ahora sabemos que está... que estaba viva hace diez años, por lo menos, y está secuestrada. ¡Jeremy podría analizar el vídeo y descubrir algo! —No —repitió Eva antes de ponerse de pie. — ¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —le preguntó Odd, mirándola fijamente con los ojos co como platos. La muchacha se metió una mano en el bolsillo. Cuando la sacó, Odd tardó un par de segundos en comprender qué era aquel objeto que sostenía en su puño.
  • 146. ¡Aquello no tenía ningún sentido! ¿Por qué demonios iba Eva a empuñar una monios navaja, con la hoja brillando de forma siniestra, a escasos centímetros de su llando nariz? —Tú no vas a ningún lado, estúpido humano —los labios de Eva se movieron, los pero aquella voz no era la de la muchacha: estaba distorsionada, como si saliese directamente de los altavoces de un ordena ordenador. Y era masculina. Profunda. Odd conocía aquella voz demasiado bien. Era la voz de su enemigo de siempre. La voz de X.A.N.A. 13 LA RÉPLICA Ulrich y Yumi se despertaron pronto y le dejaron una nota a la amiga de los pronto Ishiyama, una simpática mujer de unos treinta años que se vestía con amplias faldas de flores un tanto hippies y los había acogido sin hacerles ni una cerles pregunta. Su casa estaba en pleno centro. Aquella noche hacía llegado el mal tiempo, hacía con unas nubes oscuras y cenicientas que cubrían el cielo y amenazaban con desencadenar un violento aguacero de un momento a otro. Los muchachos fueron corriendo de una ferretera a otra, en busca de las piezas que Jeremy les ferretera había descrito en su correo electrónico, y luego se refugia ron en el Bois de la ía refugia- Chambre, un parque a poca distancia de la Rué Lemonnier, para proceder al montaje. — ¡Ciento veinte euros! —protestó Ulrich según empezaba a sacar las herramientas de la mochila Casi nos habría costado menos volvernos al mochila-. Kadic y hacer que Jeremy nos construyese el cachivache este. —En vez de quejarte tanto, intenta echarme una mano —sugirió Yumi—. Las En sugirió instrucciones parecen bastante complicadillas. Habían comprado un destornillador eléctrico, una serie de agujas y finos destornillador clavos de hierro, un taladro percutor, unas cuantas pilas y un montón de cosas más. Ahora el tema era juntarlo todo para darle vida a lo que Jeremy llamaba «ganzúa eléctrica». —Pero ¿dónde ha aprendido el colega a hacer esta movida? —preguntó Ulrich preguntó mientras empezaba a sacarle los tornillos al cuerpo de la taladradora para desmontarlo. —Jeremy dice que lo ha encontrado todo en Internet con bastante facilidad — Jeremy Internet explicó Yumi—. Mira lo que ha puesto aquí: a las agujas ubicadas sobre los . pernos de cierre del cilindro de la cerradura se les aplican fuertes
  • 147. percusiones, en un intento de poner en marcha un mecanismo de rebote trigonométrico tipo billar que... —Vale, vale, vale. Un batiburrillo incomprensible al cien por cie Pero ¿por Vale, cien. casualidad dice dónde tengo que meter exactamente esta movida en el chis chisme electrónico? —No creo que Jeremy escribiese jamás «chisme electrónico» — No —dijo Yumi entre risas. Siguieron trabajando hasta casi el mediodía, sentados en un banco, con un frío sentados cortante que les ponía la piel de gallina. De cuando en cuando, Ulrich se quedaba observando a Yumi, toda concentrada ahí, a su lado. El día anterior había sido tan bonito que no había encontrado el momento adecuado para hablar en serio con ella. No había querido romper aquella atmósfera mágica No arriesgándose a discutir. Si ella le hubiese dicho que no, que debían seguir siendo sólo amigos para toda la vida, él se habría quedado destrozado. Así que trozado. había esperado. Y todavía seguía es esperando. Durante un instante pensó en parar, tomarla de las manos y mirarla bien a los ojos. No, todavía no. No mientras estaban ajetreados con tuercas y torni tornillos. Más adelante. —Creo que este cacharro ya está listo —sentenció al final Yumi mientras se Creo apartaba el pelo de la frente . Ahora saca la cerradura que hemos compra frente—. comprado, y hagamos un par de pruebas. Eso también estaba escrito en las instrucciones de Jeremy: usar la ganzúa eléctrica no es nada senci sencillo, así que practicad con ella cuando no os vea na na- die. —Veinte euros de cerradura tirados a la basura —gruñó Ulrich, sacando una Veinte nuevecita de la mochila y tratando de usar la herramienta eléctrica para abrirla. Tal y como su amigo había previsto, no era en absoluto una operación simple. absoluto El muchacho renunció tr media hora de intentos infructuosos. tras —Ya no siento las manos, hace un frío tremendo y, en mi opinión, nos hemos Ya debido de equivocar en algo durante el montaje. ¡Este cacharro no se abrirá ni en un millón de años! —Espera, que yo también quiero intentarlo. Espera, Yumi cogió la cerradura y la ganzúa, pulsó el interruptor y un segundo rruptor después giró la muñeca. ¡Clac! Los diminutos émbolos se replegaron. La cerradura estaba abierta. —La potra del principiante —murmuró Ulrich. La
  • 148. —El truco está en la torsión —dijo la muchacha entre risas—. Y ahora ya . sé que tendría futuro como ladrona de casas. Venga, pongámonos en marcha, ladrona que tenemos que volvernos al Kadic esta noche, a más tardar. mos La Rué Camille Lemonnier se hallaba casi desierta. Hasta el bar de la esqui esquina estaba cerrado. Mientras llegaban al número catorce, Ulrich soltó un suspiro de alivio: por lo menos, así corrían menos riesgos. —Démonos prisa —le dijo a Yumi mientras le tendía la ganzúa eléctrica Si le tendía eléctrica—. alguien nos ve y llama a la policía, esta vez nos vamos a meter en un lío de nos verdad. —No te preocupes —le respondió ella. Encendió el aparato, y un instante le después se oyó el ruidito metálico de la cerradura al abrirse. Entraron. El vestíbulo del edificio era un estrecho rellano con el techo altísimo, oocupado casi en su totalidad por una escalera de mármol con una delgada baranbarandilla de hierro forjado. A un lado vieron una puerta de madera que estaba cerrada. Había un fuerte estaba olor de aire viciado. —Aquí hace un montón de tiempo que no entra nadie —observó Ulrich. ó Yumi asintió con la cabeza. — ¿Lo has notado? Nada de cámaras de seguridad. Al final lo mismo resulta seguridad. que los propietarios de esto no son agentes secretos. La puerta cerrada no tenía ninguna placa con el nombre, y tampoco tenía ni siquiera un timbre. Después de reflexionar un momento, los muchachos deci pués deci- dieron empezar su exploración con un reconocimiento general, y se aventuraron a subir las escaleras. El edificio estaba compuesto por ocho pisos, con dos tramos de escaleras que conectaban cada uno de ellos con el siguiente. Todos los pisos se abrían a un pasillo sin ventanas al que daban cuatro puertas idénticas, sin ninguna señal que las diferenciase. Casi todas ellas estaban cerradas, y las pocas que había abiertas dejaban ver apartamentos comcompletamente vacíos. A la altura del tercer piso, Ulrich y Yumi empezaron a preocuparse. Cuando empezaron llegaron al sexto, ya estaban desesperados. Subieron a la carrera hasta el oc estaban oc- tavo, dejando atrás a toda prisa las últimas escaleras, dispuestos a volverse al Kadic con el rabo entre las piernas. adic —Aquí tampoco hay nada —jadeó Ulrich al final, tratando de recobrar el aliento—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Intentamos descerrajarlas todas, una por una? —Espera. ¿Esa de ahí no te parece diferente de las demás? —dijo Yumi dijo mientras señalaba una que había un poco más adelante.
  • 149. Ulrich se acercó. Aunque estaba cubierta por una plancha de madera oscura, igual que las demás, tenía un aspecto más sólido y robusto, y su cerradura parecía como reforzada. Los muchachos la estudiaron juntos durante unos instantes, y luego decidieron intentarlo. A lo mejor la intuición de Yumi había dado en el blanco. Tuvieron que hacer tres intentos con la ganzúa, pero al final la cerradura saltó, y Ulrich abrió la puerta de par en par. Y entonces ambos se quedaron sin palabras. ambos El apartamento estaba compuesto de una sola sala, enorme, que parecía una oficina aunque muy antigua. Cubría el suelo una gruesa moqueta beis; y las paredes, un horroroso papel pintado del mismo color. En su interior destacaba una enorme mesa de acero sobre la que había decenas de monitores anti antiguos y aparatos electrónicos, y unos gigantescos ordenadores se erguían alrededor de ordenadores ella, imponentes como armarios, tapando parcialmente la única venta ventana. Cuando Ulrich dio el primer paso, una densa nube de polvo brotó de la be moqueta, haciendo que es estornudase. El muchacho se acercó a la mesa. Sobre ella había unos cascos integrales de motorista con unos extraños aparatos instalados en lugar de las viseras y extraños varios guantes conectados a unos cables enchufados al ordenador denador-armario más cercano. Junto a ellos vio unos cuantos teclados amarillentos, que debían de tener por lo menos veinte años, y unos enormes monitores de tubo catódico que pesarían como una tonelada cada uno. —Me parece que esto... —dijo Yumi. -¿Sí? —Esto es un prototipo del superordenador. Como el de la antigua fábrica. Y Esto Como estos cascos y guantes podrían ser los antepasados de los escáneres... Ulrich no pudo contener una risilla histérica. — ¿Estás de guasa? ¿Quieres decir que según tú este sitio es un... acceso a Lyoko? —No exactamente. A lo mejor no es más que No una copia de Lyoko. Me parece que el término más correcto técnicamente correcto es «réplica». Yumi apartó de la mesa una gruesa carpeta llena de folios, dejando al descubierto una cajita negra que tenía una gruesa lente delante. rto —Esto se parece mucho al proyector holográfico que usa Jeremy para seguir Esto nuestros movimientos cuando estamos en el mundo virtual. Y este otro cuando cacharro... —señaló un aparato hecho con espejos y cables conec cables conectados a los cascos de motorista—. Esto parece el chisme electrónico, como lo llamarías . tú, que está instalado sobre las columnas columnas-escáner de la fábrica.
  • 150. Ulrich se sentó en el suelo, con las manos en la cabeza. —Me parece una locura. ¿Qué propones que hagamos? Me —Hombre, yo creo que es evidente —Yumi le guiñó un ojo—. Lo Hombre, . encendemos todo y vemos si ten razón o no. tengo —Pero... —titubeó el muchacho si de verdad esto es una réplica, como muchacho— dices tú... dentro podría es también X.A.N.A. estar —No creo que eso sea posible —replicó Yumi—. Cuando Hopper se . sacrificó en su forma de esfera, debería haber eliminado a X.A.N.A. en todas debería sus encarnaciones, ¿no? Y además, de todas maneras podemos salir del mundo virtual y destruir estos aparatos. Parecía un plan convincente. Ulrich asintió. ncente. En el comedor del Kadic, Aelita terminó de tragar a toda prisa un vaso de leche y se levantó mientras Jeremy estaba aún cortando su filete. Jeremy — ¿Adónde vas tan corriendo? La muchacha enrojeció ligeramente. —Bueno... Richard me está esperando en el café donde nos vimos ayer. Bueno... Tenemos que seguir con nues charla. nuestra Jeremy sintió una repentina presión en el pecho que le encogió el corazón y luego la emprendió a patadas con él. tadas —No comprendo por qué encuentras tan interesante a ese tipo. No —Pero, Jeremy, ¿no lo entiendes? —insistió ella—. ¡Era uno de mis compañeros de clase! Me conocía ya de antes de que empezase todo este asunto, ¡antes de Lyoko y el superordenador! Se venía siempre a mi casa, ¡y lo sabe todo sobre un período del que yo no recuerdo absolutamente nada! —Sí, vale, pero... —intentó objetar el muchacho. intentó Aelita esbozó una media sonrisa, con la cabeza inclinada hacia un lado y los brazos en jarras. —A ver, cuéntame, ¿no será que estás un poquitín... casi, casi... celoso? — ¿Quién, yo?—se escudó Jeremy—. ¿Bromeas? ¿Celoso de ese torpe que a se duras penas sabe cómo se enciende un ordenador, y qué...? —Tampoco exageres — mirada de Aelita se volvió más seria— Perdona, —la —. pero tengo que salir pitando. ¡No quiero llegar tarde! tando. Jeremy se quedó mirando cómo aquella melenita roja y despeinada se deslizaba fuera del comedor. Le tocaba terminar de comer solo. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de que Odd no se había pasado por ahí para almorzar, lo que en realidad era zar,
  • 151. muy extraño, por no decir increíble. Él jamás se saltaba una comida. ¿Dónde se habría metido? Con la tormenta que se había desencadenado sobre la ciudad, parecía poco probable que hubiese salido, aunque, después de todo, Odd estaba un pelín chiflado. Jeremy decidió que no tenía ninguna gana de quedarse ahí, en el comedor, a solas con sus pensamientos, así que se metió en el bolsillo la manzana que había cogido de postre y se volvió a su cuarto. Tenía intención de seguir estudiando aquellos extraños códigos escritos en Hoppix. Con algo de esfuer- zo, lo mismo podría llegar a entender para qué servían. El muchacho entró en su habitación y se quedó inmóvil, petrificado. ¡El expediente! ¡El expediente ya no estaba sobre su escritorio! Y él ni siquiera se había hecho una copia. Comprobó la cerradura de la puerta. Ningún indicio de que la hubiesen forzado. El escritorio estaba cubierto de la capa de polvo de costumbre, a excepción del rectángulo sobre el que había dejado el expediente antes de salir. ¿Quién podría haber entrado en su habitación? Por lo general, la profesora Hertz pasaba los fines de semana en la escuela, encerrada en su despacho. Durante el fin de semana el edificio de los profesores estaba vacío y silencioso, y eso le permitía estudiar un poco en paz. Qué lástima que aquel día no consiguiese concentrarse para nada. Las imágenes de Franz Hopper y su pasado seguían rebotando de un lado a otro de su cabeza. ¿Había hecho bien entregándole al director el legajo de Hopper, es decir, Waldo Schaeffer? En aquel momento le había parecido lo mejor que podía hacer. Delmas sabía a grandes rasgos lo que había sucedido, y la profesora tenía una fe en él a prueba de bombas. Y conocía bien a Jeremy. Sabía que si realmente estaba interesado en descubrir un misterio, aquel chico no se detenía ante nada. Aquellos papeles eran demasiado peligrosos... Volvió a pensar en el apartamento secreto de Bélgica. La perspectiva de que unos chiquillos lo encontrasen la aterrorizaba hasta el punto de que prefería no imaginárselo siquiera. «Deja ya de darle vueltas, tonta —se reprendió—. ¿Adónde ha ido a parar tu sangre fría? Cuando tenías veinte años te llamaban la Implacable, ¿y ahora tienes miedo de enfrentarte a unos chavalines de trece años?». Era inútil torturarse de aquella manera. Lo único que podía hacer era actuar. La profesora Hertz se levantó de su silla, volvió a cerrar el libro de física que había estado intentando consultar en vano, cogió la copia de las llaves del despacho del director que guardaba celosamente en uno de los cajones de su escritorio y salió de la habitación. Sólo iba a echarle un vistazo, a comprobar que el expediente aún estaba en su sitio. Dudar siempre, y dudar de todo. Cuando era más joven, aquella sencilla
  • 152. regla le había salvado la vida infinidad de o veces, y aunque ya había perdido un poco la costumbre... Giró por el pasillo que llevaba al despacho del director, y se dio de bruces con director, Eva Skinner, esa chiquilla nueva que acababa de llegar de los Estados Unidos. nueva Puede que se equivocase, pero le dio la impresión de que había salido uivocase, precisamente del despacho de Delmas. La muchacha le dedicó una amplia sonrisa, y em empezó a hablar. Su acento yanqui había desaparecido casi por completo. —Estaba buscando al director. He llamado a su puerta, pero no me ha Estaba puerta, respondido. —Me parece que está dando una vuelta con su hija. Y tú, ¿no deberías estar en casa con tus padres? —preguntó la mujer. preguntó —Me he venido a estudiar aquí, con mis nuevos amigos, para su examen del Me próximo miércoles, profesora —dijo la muchacha mientras se encogía de fesora dijo hombros. Hertz observó cómo Eva se alejaba por el pasillo, esperó a que desapareciese de la vista y luego probó a girar la manija de la puerta. Estaba abierta. ¿Delmas se había olvidado de cerrar? Allí dentro todo parecía estar en orden. Ella sabía dónde guardaba el expediente el director: en el cajón del escritorio. La llave que lo abría estaba cajón escondida en el portaplumas, bajo las gomas de borrar. El corazón le dio un dida vuelco cuando vio que dentro del cajón no ha nada. había —Pero ¿cómo...? Sin descorazonarse, abrió el gran archivador metálico que había contra la tálico pared. Fue pasando las carcarpetas con un frenesí cada vez más exacerbado... hasta que lo encontró. Ahí estaba, intacto, el expediente Waldo Schaeffer. De ta modo que el director simplemente había decidido cambiarlo de sitio. odo simplemente La profesora Hertz soltó un suspiro de alivio. Agujas azules y tejados curvos como los de las pagodas chinas, calles que pagodas flotaban en el aire como delicadas cintas de colores, enroscándos en torno a delicadas enroscándose torres tan altas que sus últimos pisos se perdían de vista. —Me da que esto no es Lyoko —observó Ulrich mientras sacudía la cabeza, Me contrariado—. Y tampoco estamos en Kansas, Dorothy sonrió. . Dorothy—sonrió. —Ya. Pero míranos a nosotros. Ya. Yumi, de pie junto a él, iba vestida con el traje de geisha que llevaba siempre l, en Lyoko, y tenía la cara pintada de blanco y el cabello sujeto sobre la nuca con unos palillos. Su elegante quimono estaba ceñido a la cintura con una ceñido faja ob¡. También Ulrich tenía su habitual aspecto de samurai, con un aspecto
  • 153. quimono corto y los pies calzados con los tradicionales geta, un cruce entre to zuecos y sandalias, con sus correspondientes calcetines separando los pulgares correspondientes del resto de los dedos. El único detalle que le faltaba al muchacho era su chacho inseparable catana. —Me da que estamos desarmados —concluyó. Me —Pues no me gusta ni lo más mínimo, si te soy sincera —le respondió Yumi. Pues le La voz de la muchacha le llegaba con un eco metálico y distorsionada a través de los auriculares instalados en el casco. Los co rudimentarios aparatos del apartamento no permitían entrar de verdad en el apartamento mundo de la réplica, y sus cuerpos se habían quedado en la realidad, en medio plica, de una habitación repleta de ordenadores. —Bueno, si las cosas se ponen chungas, siempre podemos quitarnos estos Bueno, siempre chismes y volver atrás, ¿no? —se consoló Ulrich. —Inténtalo —lo desafió la muchacha. lo Ulrich se llevó los dedos bajo la garganta, donde se encontraba la correa del casco de motorista. Nada. Las yemas de sus dedos, cubiertas por los guantes, le transmitían la sensación de estar tocando piel desnuda, y seguían el contorno de su rostro como si no llevase ningún casco puesto. Se frotó las manos para tratar de quitarse los guantes, pero no había manera. Para el Ulrich de dentro de la réplica aquellos objetos no existían. No tenía modo alguno de a aquellos tocarlos. —Entonces, esperemos que las cosas no se pon Entonces, pongan difíciles. ¿Has entendido cómo podemos movernos aquí dentro? nos —Junta el pulgar y el índice derechos, y luego mueve la mano en la dir dirección en que quieres desplazarte —le explicó Yumi antes de salir disparada hacia el plazarte cielo en un vuelo rapidísimo. Ulrich trató de imitarla, inclinó la mano y se golpeó la cara con fuerza contra el suelo. — ¡Ay, qué daño! —gritó. gritó. Yumi planeó elegantement hasta llegar a su lado. elegantemente — ¿Cómo puede ser? Esto no es como Lyoko. No Nosotros no estamos aquí de verdad. Nuestros cuerpos están a salvo en el apartamento. —Será lo que tú digas, pero yo me siento la nariz hinchada. A lo mejor el casco tiene instalados dispositivos para el dolor, u otra cosa rara. Nos vendría dispositivos bien Jeremy. Por un instante, el muchacho se arrepintió de no haber llamado a su amigo informático antes de tratar de usar la réplica, pero ya era demasiado tarde para
  • 154. pensar en ello. Al segundo inintento consiguió alzar el vuelo sin partirse la crisma, y Yumi lo siguió por encima de la ciudad. Aquel sitio de ciencia ficción a la oriental estaba en ruinas. Muchas calles estaban rotas, y sus centelleantes escombros caían al suelo dibujando cascadas centelleantes de colores. Las grietas recorrían los muros de las pagodas, y el suelo estaba e pagodas, lleno de agujeros, como si acabase de terminar un intenso bombardeo. Además, parecía que no había ni un alma. Dejaron atrás parques en los que extraños arbustos de cristal lo ha arbustos habían cubierto todo, engullendo cenadores, senderos y puentes transparentes que cenadores, cruzaban los cauces secos de antiguos riachuelos. Al final se toparon con un zaban gigantesco muro. Era la única cosa de allí dentro que parecía novísima y en perfecto estado. ma Estaba hecho por completo de ladrillos de color negro mate, y era tan alto que ba llegaba hasta el cielo y se perdía de vista en todas direcciones. Yumi y Ulrich ascendieron en línea recta, volando con la tripa a escasos centímetros de aquella descomunal construcción, pero después de construcción, diez minutos todavía no se veía el final. nutos El muchacho se detuvo en pleno aire. Rozó con los dedos la superficie de la pared, y unas pequeñas descargas eléctricas recorrieron sus yemas. —De aquí no se pasa — —gruñó—. Esta muralla tiene menos pinta de acabarse que un culebrón venezolano. — ¿Una pared infinita? ¡Pero eso es imposible! —Puede que en la realidad lo sea, pero aquí no. Toda la ciudad está protegida Puede por esta barrera, y nosotros no podemos atravesarla. sotros —A menos que haya una pu A puerta por algún lado. Descendieron de vuelta a la ciudad hasta llegar al nivel del suelo, y empezaron a buscar. Después de un rato encontraron, en efecto, una abertura de dos me me- tros de alto, cerrada por dos anchos batientes negros completamente sellados. No había ni cerraduras ni tiradores a la vista con los que poder abrirlos, y a o tiradores pesar de que Ulrich y Yumi se pusieron a empujar ambas hojas del portón con todas sus fuerzas, no se movie movieron ni un solo milímetro. Al final se dieron por vencidos, y se apoyaron contra la muralla para recuperar el aliento. —Puede que sea un mundo virtual —jadeó Ulrich—, pero uno se cansa Puede , igualito que en el de verdad. —Tienes...—«razón», estaba a punto de decir Yumi, pero se vio interrumpida «razón», Yumi, por un rayo de luz azul que la alcanzó en todo el pecho.
  • 155. La muchacha rodó hacia un lado mientras Ulrich se ponía en pie de un salto. Miró a su alrededor, con todos los sentidos alerta, hasta que la vio: una raya, uno de los monstruos de X.A.N.A. con los que se habían enfrentado durant habían durante sus aventuras en Lyoko. A diferencia del pez que le daba nombre, la raya usaba su enorme aleta para volar, y disparaba rayos láser por el aguijón de su delgada cola. — ¡Rápido, larguémonos de aquí! —gritó Ulrich. Alzaron el vuelo a toda velocidad con el monstruo en los talones. Nuevos rayos láser pasaron a poca distancia de ellos, haciendo chisporrotear el aire. distancia — ¡Cuando me ha dado, no he perdido puntos de vida! —notó Yumi. — ¿Querrá decir eso que somos inmortales? — ¡Ojalá! Sin embargo, me da que sin Jeremy y su superordenador no Jeremy tenemos armas ni otros medios para defendernos. Y si morimos... medios Parecía absurdo, y en cualquier caso no podía pasarles nada malo. Cuando pasarles morían en Lyoko volvían inmediatamente a la realidad, rematerializándose en las columnas-escáner de la antigua fábrica. ¿Por qué iba a ser distinto ahora? escáner Aunque Ulrich se había golpeado en la nariz antes, y le había dolido. No golpeado sabían cómo funcionaba la réplica. No tenían ni la menor idea. El muchacho vio otras dos rayas que venían hacia ellos, surcando el terso ellos, cielo de la ciudad. — ¡Ven conmigo, Yumi! —chilló, y empezó a descender con un vuelo en cender picado. Aterrizaron sobre las tejas lisas de un edificio, se dejaron caer, patinando, hasta una de las calles que iban hacia el suelo formando una amplia espiral y luego echaron a correr a toda velocidad. na luego Ulrich se lanzó hacia la verja de un parque abandonado e invadido por abandonado altos árboles de cristal. —Si aquí hay monstruos... ¡también podría estar XANA I—gritó. gritó. Yumi negó con la cabeza. — ¿No te has fijado? Las rayas no llevan su símbo ¡No tienen el ojo de símbolo. XANA, como pasaba en Lyoko! — ¡A lo mejor son distintas de ellas, pero nos disparan con la misma mala uva disparan que las rayas de Lyoko! Ambos muchachos atravesaron la verja de hierro y empezaron a volar a ras del suelo por entre los arbustos, que eran espinosos y retorcidos, y tenían un arbustos, extraño color verde azulado y resplandeciente. De pronto Yumi se detuvo, helada, y Ulrich se chocó contra ella, tirándola al suelo. Volvieron a levantarse de un salto. vantarse
  • 156. — ¿Qué te pasa? ¿Has visto un fantasma? Yumi no le respondió, sino que alzó un dedo, señalando un punto justo ñalando delante de ella. Ulrich se que con la boca abierta. quedó — ¡El profesor Hopper! —dijo el muchacho cuando consiguió volver a cerrarla. —No —susurró la muchacha No puede ser realmente él. Seguro que es una muchacha—. copia. Una réplica de Hopper. El profesor estaba de pie delante de ellos, con el rostro cubierto por su oscura barba y un par de gruesas gafas. El padre de Aelita parecía translúcido, de sas de- jando ver lo que tenía a sus espaldas, igual que un fantasma. Llevaba una bata ando de laboratorio y tenía las manos en los bolsillos. Al verlos, desplegó una am- plia sonrisa. —Niños. ¡Por fin! Cuánto tiempo he esperado que viniese algún niño por aquí... —les hizo una señal con la cabeza, y luego se metió detrás de un zo matorral petrificado. Los dos muchachos lo siguieron, pero cuando volaron por encima del volaron matorral, el fantasma ya había desaparecido. En aquel instante un láser quebró una rama justo por encima de sus cabezas, y las hojas de cristal se estrellaron contra el suelo, partiéndose en mil peda pedazos entre ruidos de rotura y tintineos. Los muchachos se miraron entre sí y reemprendieron el vuelo, ele elevándose por encima del parque. Ahora las rayas eran por lo menos una veintena, y volaban trazando amplios círculos sobre la ciudad. En cuanto los vieron, se lanzaron en picado hacia ellos. — ¿Qué podemos hacer? —dijo Ulrich, mirando a Yumi con cara de dijo preocupación. —Mucho me temo que... Mucho Las rayas abrieron fuego, y la muchacha no llegó a terminar la frase. 14 LOS HOMBRES DE NEGRO Ulrich cayó al suelo, exhausto. Sentía náuseas, y le dolían los músculos como si le hubiesen pegado. A su alrededor todo estaba oscuro y en sordina. alrededor — ¡Ulrich! —Yumi, te oigo muy lejos... Yumi,
  • 157. —Eso es porque llevas el casco. Hemos vuelto a la realidad. Quítatelo. Ahora tendrías que poder hacerlo. Ulrich obedeció, con los dedos entumecidos. ahora podía sentir de nuevo la tela que envolvía sus dedos y el peso del casco sobre su cuello. Forcejeó con la correa y se sacó aquel chisme. Yumi estaba sentada a su lado, sobre el suelo del apartamento, y jadeaba. — ¿Qué tal estás? —le preguntó. —Mal. Es como si esos rayos láser me hubiesen dado de verdad. —Ya. A mí me pasa lo mismo —comentó el muchacho mientras se ponía de pie y empezaba a hacer unos cuantos estiramientos para desentumecer sus doloridos músculos—. Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó al terminar— . ¿Crees que deberíamos volver adentro de ese cacharro? — ¿Para ir a la caza del fantasma de Hopper? Dudo mucho que sea una buena idea —respondió la muchacha. —Pues entonces... —estaba diciendo Ulrich cuando fue bruscamente interrumpido por Yumi. —Chssssst. Espera. Escucha. Ulrich se concentró. Mezclado con el habitual tráfico dominical había otro sonido que les llegaba a través de las ventanas, rítmico y regular, algo así co- mo un chop, chop, chop, chop. Las aspas de un helicóptero. El muchacho señaló una ventana, pero Yumi sacudió la cabeza: el ruido al que ella se refería provenía de la puerta. De las escaleras. Pasos. Alguien se había dado cuenta de la activación de la réplica, y estaba viniendo a controlar. A todo correr. Abrieron la puerta de golpe y se precipitaron por el pasillo, a oscuras. Oyeron una voz masculina: —Jefe, están por este lado. ¡Estaban subiendo las escaleras! Ulrich estuvo a punto de bajar por aquel tramo de escaleras a toda mecha, lanzándose así entre los brazos de sus asaltantes, pero Yumi le hizo una señal para que se quedase quieto. Se acurrucaron cerca de la barandilla de forma que no los pudiesen ver, conteniendo la respiración. Dos hombres altos con el pelo corto, gafas de sol y largos abrigos negros subieron las escaleras y pasaron por delante de ellos. Ulrich y Yumi se precipitaron escaleras abajo. El primero de los hombres de negro rozó con un brazo a la muchacha, tratando de retenerla. — ¡Ey, vosotros! ¡Quietos! —gritó—. No sabéis en qué lío...
  • 158. — ¡Tigaos al suelo! ¡Estáis aguestados! —lo secundó el otro hombre, que tenía una curiosa erre con frenillo. Los muchachos ni siquiera los escucharon, y empezaron a bajar los escalones empezaron a saltos, de tres en tres, con los pies resbalándoles de vez en cuando en su loca carrera. Bastaba con que perdieran el equilibrio un milisegundo para que acabasen rodando en una estrepitosa caída. Y para que los atrapasen. —Vamos agmados, chavales, ¡no empeoguéis vuestga situación! —gritó de Vamos nuevo el hombre de la erre gangosa. El otro, por su parte, iba chillá chillándole a un walkie-talkie. —Aquí Comadreja y Hugón, o sea, quiero decir, Hurón, a Lobo Solitario. ¡Están llegando! ¡Van por el cuarto piso! —Hay un tercer hombre —le siseó Ulrich a Yumi, pero la muchacha le hizo Hay un gesto indicándole que lo había oído. Habían llegado al primer piso cuando vieron a Lobo Solitario subiendo las n escaleras. Él también iba vestido todo de negro, y su mano izquierda empuña empuña- ba una pistola gigantesca, de un brillante acero cromado, y la estaba cromado, apuntando hacia ellos. —Bueno, bueno, chicos, ¡la carrera se acaba aquí! Ulrich y Yumi no le icos, hicieron ni caso, torcieron por el pasillo y se abalanzaron contra la última puerta del fondo con tal ímpetu que la abrieron de par en par. Se encontraron en un apartamento idéntico a aquel del que acababan de salir, pero éste estaba vacío. Lo único que había dentro de él era la moqueta, aquel horrendo papel pintado y algunas viejas sillas que yacían abandonadas en una esquina. yacían Ulrich cerró la puerta detrás de ellos, agarró una silla y la encajó bajo la manija. — ¿Y ahora qué quieres hacer? ¡Estamos acorralados! —exclamó Yumi. exclamó —Cuando estábamos entrando me he fijado bien en la fachada del edificio — Cuando Ulrich le señaló la venta ventana—. Hay una cornisa. Y también canalones. . — ¡Pero no vamos a poder! ¡Que esto no es un dibujo animado! — to protestó Yumi. — ¿Tienes alguna ¡dea mejor? Porque la puerta no va a aguantar mucho más tiempo. Ulrich llegó en cuatro saltos a la ventana, forcejeó un poco hasta que consiguió abrirla y se asomó sobre la cornisa. — ¡Ánimo! ¡Lo conseguiremos! En efecto, no se trataba de unos dibujos animados, donde las cornisas son animados, siempre lo bastante anchas como para poder pasearse tranquilamente ade chas adelante y atrás. Aquélla era una simple protuberancia de unos diez centímetros de
  • 159. anchura en la que se podían apoyar tan sólo las puntas de los pies. El canalón más cercano estaba a un par de metros de distancia, pero en aquel momento parecía lejísimos. Miraron hacia la calle, con sus árboles y sus aceras, y vieron una gigantesca berlina negra con las puertas abiertas aparcada de través justo tesca delante de la puerta del edificio. A poca distancia, un chaval acababa de poca bajarse de un scooter con una extravagante decoración en naranja y ver y verde, estaba sacando una pizza del enorme cajón rígido que llevaba montado en el trasportín. Detrás de Ulrich, la puerta que había bloqueado con la silla cedió de sopetón, y Lobo Solitario entró a galope tendido en el apartamento. No tenían tiempo para pensárselo. Los dos muchachos se aventuraron a salir sobre la cornisa, con el cuerpo pegado a la pared, la cara aplastada contra la áspera piedra y los dedos de los pies contraídos en un intento por agarrarse mejor. Ulrich se estiró cuanto pudo, y consiguió agarrarse con los dedos al canalón se de hierro, para luego collgarse de él desesperadamente y tenderle a Yumi la otra mano, en una oferta de ayuda. Mientras tanto, Comadreja y Hurón habían salido del edificio, y habían llegado a su coche. Ahora los observaban con las caras vueltas hacia arriba. —Tened cuidado de no hacegos daño, chicos. ¡Vuestga escapada tegmina aquí! —Qué más quisieras tú — —susurró Ulrich. Descendió lentamente a lo largo del delgado tubo de hierro, con Yumi a la zaga. Cuando iban más o menos por la bo mitad del recorrido y les faltaban un par de metros para llegar al suelo, los dos hombres de negro se acercaron a la boca del canalón con una sonrisa irónica esbozada en el rostro. —Yumi, tenemos que saltar —le murmuró Ulrich. Yumi, —¿Y luego? ¿Qué tienes pensado hacer? Ulrich hizo con la vista un frenético barr barrido de toda la calle, en busca de da alguna idea. Y la encontró. —El scooter del pizzero. Se lo pillamos prestado. —Pero ¿te has vuelto majara? —exclamó ella. —Creo que no nos queda otra. A la de tres. Uno, dos... ¡tres! Creo Saltaron y terminaron aterrizando de forma muy poco digna justo encima de Comadreja y Hurón. De un brinco volvieron a ponerse de pie, sin preocuparse demasiado de no pisar a sus dos perseguidores. -¡Ay! —¡Venga, vamos! —gritó Ulrich, y salió zumbando en dirección a la moto. gritó do
  • 160. El ciclomotor tenía las llaves todavía en el bom ía bombín, y les bastó con apretar el interruptor de encendido para que arrancase con un borboteo. do Yumi se subió detrás de él de un salto, y Ulrich se puso en marcha quemando rueda mientras Lobo Solitario salía corriendo del edificio y se apresuraba a litario edificio entrar junto con los otros en la berlina. No llevaban casco, acababan de robar un scooter y encima ni siquiera tenían carné de conducir. Aunque, por otra parte, también habían allanado un aparta aparta- mento y estaban siendo perseguidos po un enorme automóvil oscuro con tres por tipos armados a bordo. Peor imposible, pensaba Ulrich al mismo tiempo que trataba de seguir bien atento a la calzada. — ¿Menudo diíta, eh?— —gritó con una risa histérica. Al final de la Rué Lemonnier, el muchacho entró en una rotonda que daba a la Avenue Moliere, tumbándose en la curva tumbándose hasta hacer que la pata de cabra del scooter soltase una cascada de chispas sobre el asfalto. Yumi pegó un chillido y se le agarró con fuerza a la cintura. — ¡A ver si vas a hacer que nos matemos! —siguió gritándole a la oreja. —Tú, mejor preocúpate de echar un ojo ahí atrás y decirme si están ganando Tú, terreno. La berlina, en efecto, se hallaba cada vez más cerca. En la ancha avenida que cerca. estaban recorriendo, aquel cochazo le sacaba demasiada ventaja a un demasiada ciclomotor con dos personas encima, sobre todo con aquel tráfico prácticamente nulo. —Entendido. Nos toca ir por los callejones —concluyó Ulrich, y giró a la Entendido. derecha por una calle más estrecha, y luego inmediatamente a la izquierda. estrecha, Iban por prohibido en una calle de un solo sentido, y una vieja furgoneta que sentido, llegaba en la otra dirección los evitó por un pelo, atronándolos con un sinfín ción de golpes de claxon. — ¡Por aquí no pueden seguirnos! —gritó el muchacho con tono triunfal. chacho —Me da en la nariz que sí que pueden. Yumi señaló hacia arriba, en dirección al helicóptero que, como un moscardón helicóptero negro y zumbador, no los había perdido de vista ni un solo instante desde que habían salido de la Rué Lemonnier. —Se me había olvidado que también te Se tenían apoyo aéreo. Vamos al parque de yo esta mañana. Ahí deberíamos poder darles esquinazo. beríamos Ulrich tomó un par de curvas más a toda velocidad, dibujando con el velocidad, neumático trasero largas franjas negras en el asfalto. Luego se metió por la franjas ancha Avenue de Diane, que rodeaba el parque. La berlina negra apareció a la ane,
  • 161. vuelta de una esquina, y a punto estuvo de atropellar a un anciano señor que llevaba el periódico bajo el brazo. ¡Otra vez los tenían encima! El muchacho se subió de un salto a la amplia ace que estaba bordeada por acera, ue un largo enrejado de hierro, y empezó a tocar frenéticamente el claxon papara avisar a los escasos peatones de que se quitasen de en medio. — ¡Por allí hay una entrada! —gritó Yumi, señalando un punto en el que la verja se dividía para permitir el acceso a los senderos del parque. a El scooter pasó sin problemas, pero el coche, por el contrario, tuvo que acelerar y llevarse por delante una parte de la cerca, levantando dos grandes levantando chorros de gravilla con las ruedas traseras, que habían perdido agarre al dejar el asfalto. — ¡Cuidado con ese señor! —Gritó Yumi—. ¡Y con la madre del carrito! El helicóptero seguía encima de ellos, y la berlina estaba ganando terreno. Era todo igualito que en las películas de acción, y habría resultado divert divertido... si no hubiese sido tan in increíblemente aterrador. — ¡Necesitamos algo para despistarlos! —gritó Ulrich. — ¿El qué? ¡Lo único que tenemos son pizzas! —Pues entonces, hoy les toca comer pizza. Pues — ¿Qué quieres decir? Ulrich esquivó a un niño que jugaba a la pelota, trató de sonreírle para que no se asustase y volvió a abrir gas sobre el sendero de gravilla. — ¡Pues que se las lances! Yumi se giró en el sillín trasero de la moto, force con la cerradura del cajón forcejeó de las pizzas y sacó la primera carga de munición. —Una caprichosa, a juzgar por el olor. Qué hambre. Una — ¿Te parece un buen momento para eso? Prepárate. En cuanto estén a tiro... ¡Fuego! Ulrich bajó un poco de revoluciones para dejar que la berlina se acercase. Hurón abrió la ventanilla del cop copiloto y asomó afuera la mitad del tronco, em em- puñando la pistola. Cuando el coche estuvo a pocos metros, Yumi lanzó la primera pizza, acertándole al hombre en pleno rostro. Las gafas de sol se le escurrieron de la cara mientras la mozzarella y el tomate le embadurnaban el rrieron pelo y la ropa. — ¡Malditos mocosos! — —gritó el hombre. — ¡Bombas dos y tres, cuatro quesos y diávola! —canturreó Yumi mientras lanzaba una pizza tras otra directamente contra el parabrisas. La berlina dio un
  • 162. par de volantazos y puso en marcha los limpiaparabrisas, aunque fue demasiado tarde. El conductor no se dio cuenta del banco desierto que había a su derecha, y el coche acabó empotrado en él, deteniéndose con un golpe seco y un bufido de humo blanco del radiador. Uno tras otro, los tres hombres de negro se bajaron. tres — ¡Oye, pero si tienes una puntería de campeonato! — ¡Venga, vámonos de aquí ya mismo! Bajo la insistente mirada del helicóptero negro, Yumi y Ulrich aparcaron el scooter cerca de la parada de metro de Albert. Dejaron las llaves dentro del llaves cofre de debajo del asiento y les añadieron cincuenta euros. Todo el dinero que les quedaba. En realidad, Ulrich habría prescindido de aquel enésimo desembolso, pero Yumi lo había taladrado con una mirada glacial. —Tratemos de hacer por lo menos una cosa como es debido hoy. Me he Tratemos mo apuntado el número de la pizzería a la que le hemos robado la moto. En cuanto lleguemos a la estación, los llamo para decirles que vayan a recogerla... Se metieron en el paso subterráneo, y por fin emempezaron a recuperar el aliento. cuperar —Lo hemos conseguido —continuó la muchacha—. El helicóptero no puede Lo . seguirnos aquí abajo, y la red de metro es demasiado grande. Me juego lo que quieras a que no adivinan por dónde saldremos. Ulrich asintió y la miró. Las mejillas de Yumi tenían un vivo color rojo, y su pelo estaba totalmente despeinado por el efecto del viento y la velocidad de su despeinado escapada. Tenía una media sonrisa, algo cansada y cargada de adrenalina, dibujada en la cara, y a él ja jamás le había parecido tan hermosa como en aquel momento. Su discurso de «no somos sólo amigos». ¿Qué otra ocasión podía resultarían adecuada como aquélla?lla? —Yumi, no sé si te acuerdas... — —farfulló—, de hace unos días, en el Kadic. Cuando yo quería hablar contigo y luego ce llegó Sissi y nos interrumpió. Yumi sonrió y le posó un dedo sobre los labios, con dulzura. —Me acuerdo perfectamente. Pero ahora tenemos que irnos. Ya podremos Me tenemos hablar de eso en otro momento, ¿no te parece? Tenemos todo el tiempo del mundo. La muchacha se le acercó, y le dio un ligero beso en la mejilla. Su boca era suave y tenía el aroma del viento, y durante un momento Ulrich sintió que la cabeza le daba vueltas como una noria llena de luces de colores. Era verdad, beza ya tendrían tiempo.
  • 163. La tomó de la mano y empezaron a correr por el oscuro túnel del metro. Tenían que volver al Kadic a la velocidad de la luz para contarles a Jeremy y los demás lo que habían descubierto. En Washington D. C. eran las ocho de la mañana, pero en la oficina reinaba ya una actividad febril. Cuando se trabajaba en ciertos ambientes no existían ni uando sábados ni domingos. Dido había llegado a las siete, tan puntual como de puntual costumbre, y se había tomado un café mientras hojeaba los periódicos y los cotejaba con la información reservada que le había ¡do llegando du do durante la noche. Era increíble cómo los periodistas conseguían escribirlo todo... sin conseguían dejar nunca que el lector entendiese lo que en realidad había pasado. La mujer encendió el ordenador, y estaba empezando a estudiar algunos empezando informes cuando sonó el teteléfono. —Una llamada de Bélgica —le comunicó Maggie, su secretaria. Una —Pásamela. Sobre la frente de la mujer se dibujó una profunda arruga. Eso no estaba da previsto, y los imprevistos jamás de los jamases eran buenas noticias. Se oyó un clic mientras Maggie transfería la llamada. —Aquí Lobo Solitario — —dijo después una voz masculina—. ¿Dido? —Sí, soy yo. El hombre la estaba llamando desde un lugar público: se oían voces de niños y público: ancianos enfadados. — ¡Pog lo menos este choguizo es de pguimega calidad! —estaba diciendo estaba alguien. — ¡Sois unos delincuentes y unos canallas, y ahora mismo voy a llamar a la policía! -gritó después una mujer. Dido empezó a impacientarse, y tamborileó con los dedos llenos de sortijas sobre su escritorio. —Lobo Solitario, espero que sea consciente de que esta llamada supone una violación de todos los protocolos de seguridad. —Por supuesto, Dido... señora. Pero se trata de una emergencia. Los Por muchachos han encontrado el apartamento de la Rué Lemonnier. Ahí estaba. La noticia que podía tirar por la borda el día entero. — ¿Han encontrado la réplica? réplica?—preguntó. —Sí, señora. Y la han activado. Nosotros Sí, hemos llegado allí diez minutos después de que se activase la señal. No estábamos preparados para una alerta roja aquí en Bruselas. aquí,
  • 164. —Imbécil. ¡Había ordenado a propósito que tuviésemos un equipo preparado! ¡Y ustedes han dejado que los pillasen en calzoncillos! — explotó la mujer. —Bueno, ejem —tosió Lobo Solitario al otro lado de la' línea—, sí, pero probablemente ellos tampoco habrán conseguido entrar en la réplica... tal y como nos pasó a nosotros. — ¡Ellos son niños! —Sin darse ni cuenta, Dido había empezado a berrearle al teléfono—. No sabemos qué sucede si lo intentan unos niños. Deme un informe detallado de lo que ha pasado. Inmediatamente. —Bueno, pues hemos recibido la señal de alarma y hemos salido disparados hacia allá el agente Comadreja, el agente Hugón... disculpe: Hurón... y yo. Con el apoyo aéreo del helicóptero de los agentes Zorro y Garduña. Los niños han logrado escapársenos. Iban armados, señora... — ¿Armados? —dijo ella con un tono receloso. —Clago, hombgue —añadió una voz al fondo—, cuéntale que esas pizzas egan agmas mogtales... —Ya está bien —el tono de la mujer se fue helando—. No quiero oír ni una palabra más. ¿Dónde están ahora esos niños? —El helicóptero de apoyo ha podido seguirlos hasta que les han dado esquinazo metiéndose en el metro, pero no creo que haya mayor problema: estarán corriendo a la estación para volver a casa. Podemos seguirlos hasta la ciudad del Kadic e interceptarlos. Dido suspiró. No soportaba trabajar con inútiles. —Déjenlo estar. Ya han metido la pata bastante por hoy. Eviten que los civiles avisen a la policía. Sólo nos faltaría que nuestro gobierno tuviera que disculparse con las fuerzas del orden locales. Y luego vuelvan al apartamento de la Rué Lemonniery precíntenlo. Quiero a tres hombres de guardia delante de la entrada, día y noche, hasta nueva orden. Y olvídense de esos niños. Me comunicaré con nuestro contacto en el Kadic para que se encargue de resolver la situación. — ¿El contacto del Kadic? Pero, señora, si lleva fuera de servicio... —Nuestros agentes nunca se jubilan, y jamás están fuera de servicio, Lobo Solitario. De nosotros no se escapa nadie. Recuérdelo. Dido colgó el teléfono con un violento golpetazo. Suspiró. Volvió a levantar el auricular. —Maggie —dijo. — ¿Sí? —respondió la secretaria. —Localízame el número de teléfono de la Ciudad de la Torre de Hierro, Francia. Tenemos una pequeña emergencia.
  • 165. 15 EL BESO DE EVA SKINNER Jererny había insistido en que, con el hombre de los perros merodeando por ererny La Ermita y las casas de sus pa padres, lo mejor era esconderse lo más posible, y el mejor modo de esconderse era manteniéndose bien a la vista. Por eso, en lugar de en La Ermita o alguna de sus habitaciones del Kadic, se encontraron habitaciones todos alrededor de las cinco en el Café au Lait. Estaban Jeremy, Aelita y Ri Ri- chard, además de Yumi y Ulrich, que acababan de volver de su viaje a ás volver Bruselas. Sólo faltaban Eva y Odd. — ¿Los ha visto alguien? —preguntó Ulrich. —Se suponía que iban a verse esta mañana —dijo Jeremy, encogiéndose de Se dijo hombros—, pero luego no he vuelto a saber nada de ellos. Todos sabemos , cómo es Odd. Estará por ahí, haciéndole ojitos dulces... — ¿Has intentado llamarlos? —Sí. No responden. Aelita sacudió la cabeza, incrédula. Ulrich y Yumi, que hasta aquel momento habían estado conteniéndose, explotaron a la vez. dose, —Pero ¿no tenéis ganas de saber lo que ha pasa pasado? ¡Hemos encontrado una réplica! —Y había un fantasma... Y —Y los hombres de negro... Y —Y la pizza... —Calma, calma —los detuvo Jeremy Estamos aquí precisamente para los Jeremy—. escucharos. Pero id por parpartes. ¿Conseguisteis construir la ganzúa eléctrica? teis Alternándose y peleándose un poco cuando ambos trataban de hablar a la vez, los muchachos les contaron lo que había pasado en Bélgica, hasta la increíble persecución final. Después, Jeremy los puso al día sobre lo que h ción había ocurrido en su ausencia, lo del hombre misterioso en casa de Yumi y todo lo demás. Al final, la muchacha estaba restregándose la cara con las manos; Richard taba miraba, cortado, su PDA, y Jeremy se paseaba de un lado a otro del local con las manos entrelazadas detrás de la espalda. azadas —Ya está —dijo finalmente . Estamos a punto de descubrir algo realmente dijo finalmente—. importante sobre Hopper y el superordenador. — ¿Qué quieres decir?— —preguntó Ulrich. —Si en la réplica que habéis encontrado u os ha parecido ver a Franz Si parecido Hopper... —empezó a explicar Jeremy. —No nos ha parecido — interrumpió Ulrich—. Estaba ahí de verdad. —lo
  • 166. —... entonces eso significa que la réplica fue construida por el propio Hopper. ... construida Y que el profesor introdujo en ella una copia de sí mismo, para proporcionaros algún indicio. —Querrás decir —sonrió Yumi— para proporcionarles algún indicio a los sonrió narles hombres de negro. A saber cuántas veces habrán podido observar con toda co co- modidad esa ciudad misteriosa y charlar con él. —Ya. Y me encantaría entender Ya. qué tendrá que ver la profesora Hertz en todo este asunto. Pero me da que los misterios empiezan a dejar ver un hilo conductor: en primer lugar, tenemos los conductor: códigos de la PDA de Richard; luego, los del sobre; y, para terminar, esa réplica. Es como si Hopper hubiese dejado un rastro de miguitas, y a nosotros Hopper nos toca seguirlas. —A lo mejor se trata de pistas sobre cómo encontrar a mi madre... — A encontrar comentó Aelita, concluyendo con un suspiro. —Exacto —dijo Jeremy Es probable que Hopper quisiese resolver el dijo Jeremy—. pper problema que más le impor oblema importaba: encontrar a Anthea. La única dificultad es que el sobre con los códigos ha desaparecido, y no tengo ni idea de quién puede habérselo llevado, ni de por qué. —A lo mejor fue la Hertz la que se lo llevó... —intervino Richard. A tervino —La profe no entra en las habitaciones de los estudiantes. No, ha sido otra La estudiantes. persona. Esa vez fue Ulrich el que intervino. —Os estáis olvidando — —murmuró en cuanto acabó de beberse su chocolate chocolate— de otro pequeño detalle. En esta caza del tesoro no estamos solos. Nos talle. solos. enfrentamos a dos enemigos que en este momento casi no conocemos. Por un lado, tenemos a los hombres de negro, que van armados y tienen coches, he hombres he- licópteros y sabe Dios qué otros chismes diabólicos. Y luego está el tío de los chuchos, que va por la ciudad intentando raptar a nuestros padres. r ciudad — ¿Y si el hombre de los perros fuese uno de los hombres de negro? — sugirió Yumi. Jeremy negó con la cabeza. —Eso queda excluido: trabajan de maneras demasiado distintas. El hombre de Eso demasiado los perros actúa en solitario, usa tecnologías que rozan la ciencia ficción y solitario, pasa olímpicamente de las leyes y todo eso. Los hombres de negro, por el contrario, parecen agentes gubernamen gubernamentales o algo por el estilo. ¿Tenéis la menor idea de cuántos permisos hacen falta para volar con un helicóptero en tos para pleno centro de una ciudad? La policía los conoce, y les deja hacer, está claro. Por eso tiene razón Ulrich:
  • 167. aparte de nosotros hay otras dos fuerzas sobre el terreno de juego —antes de terreno seguir hablando, Jeremy hizo una pausa y volvió a sentarse. Parecía realmente exhausto—. Chicos, debemos movernos pensándonos muy bien cada paso que . demos, o no llegaremos a ningún lado. Es una cuestión demasiado complicada. Y, en mi opinión, lo primero es que vayáis a buscar a Odd. Ayer me dijo que tenía ganas de ver a Eva, pero no quiso contarme nada más. Antes jo de decidir qué hacemos, necesitamos el mayor número posible de piezas de necesitamos este rompecabezas, y tenemos que estar todos juntos. —Has dicho «vayáis», no «vayamos». ¿Tú no vienes? —le preguntó Richard eguntó a Jeremy. —No. Me gustaría pedirte que me prestases tu PDA, a ser posible. Para No. ponerme a estudiar esos códigos. En mi cuarto tengo una serie de apuntes códigos. sobre este asunto, y quiero reflexionar yo solo, con calma. Vosotros encontrad a Odd, y nos vemos mañana después de las pués clases y hacemos una reunión todos jun juntos. ¿Qué os parece? —Moción aprobada, capo —asintió Ulrich—. Vamos a buscar a ese inutilazo Moción mos de Odd. Jeremy se quedó mirando cómo sus amigos corrían afuera del café. Después le pagó la cuenta a la camarera y salió al aire helado de enero. En realidad el mu mu- chacho no tenía la menor intención de encerrarse en su cuarto... al menos, no de inmediato. Paseó a la deriva por las calles de la ciudad hasta que se encontró delante de La Ermita y comprendió a qué sitio quería ir en realidad. Atravesó la verja del chalé, la bordeó, pasó por un agujero en la alambrada del fondo del jardín y llegó directamente al parque del Kadic. La violentísima lluvia de aquella mañana había hecho que se derritiese la nieve, y ahora el sotobosque era un pantano de barro y hierba reseca. El muchacho llegó hasta la alcantarilla escondida en el suelo y la deslizó hacia un lado. Luego empezó a descender hacia las cloacas. Recorrió a pie el trayecto de siempre a través de los túneles, y luego subió hasta llegar al puente de hierro del interior de la vieja fábrica abandonada. Cogió el ascensor y bajó las tres plantas ocultas en el subsuelo, hasta llegar a la sala que era el corazón de todo aquel complejo. El sitio estaba a oscuras y en silencio. Se agachó para pasar por la misma io puerta diminuta que tantos quebraderos de cabeza le había dado cuando encontró aquel lugar secreto y misterioso. Todavía se acordaba de la acordaba adivinanza que había tenido que resolver para abrir aquella puertecita blindada. Delenda era la pregunta, y la respuesta había sido Carthago. Aquel
  • 168. juego de palabras provenía de una frase latina, Carthago delenda est, es decir, thago que Cartago debe ser destruida. No había sido hasta mucho después cuan cuando Hopper, mediante el vídeo que habían encontrado en la habitación secreta de encontrado La Ermita, les había explicado qué era en realidad su Cartago, qué monstruo contenía y por qué debía ser destruida. Jeremy se acercó al único objeto que había en la sala, un enorme cilindro enorme metálico que llegaba casi hasta el techo, perfectamente liso y frío, aparte de por la palanca del interruptor, que sobresalía de uno de los lados. Si bajaba aquella palanca, la habitación se vería inmediatamente inundada de luz, aparecerían sobre el cilindro los cientos de nervaduras de colores de los bre circuitos poniéndose en funcionamiento y toda la antigua fábrica cobraría vida antigua de nuevo: las columnas de los escáneres del segundo piso subterráneo se reacreac- tivarían, y la consola de mando se ence encendería. El regreso de Lyoko... pero ¿sólo de Lyoko? ¿O también de X.A.N.A., la criatura que estaban convencidos de haber destruido para siempre? convencidos Sin darse cuenta siquiera, Jeremy había apoyado la mano sobre la palanca de encendido, y sus dedos se habían contraído como para hacer fuerza, bajar el dispositivo y encender de nuevo el superordenador. El muchacho se apartó de golpe, sintiendo un estre estremecimiento. ¿Había alguien más allí con él? Empezó a respirar fuerte. No se trataba más que de mera sugestión. Se estaba dejando impresionar . demasiado. Jeremy estaba solo en la fábrica. Nadie podía haberlo seguido. —¿XANA? —murmuró. murmuró. No obtuvo respuesta. Odd estaba atado y amordazado en el salón de quien antes había llegado a antes considerar como una amiga especial. Eva había conseguido dejarlo indefenso con una rapidez impresionante. Antes incluso de abrir la boca, el muchacho se había encontrado en el suelo, con los tobillos y las muñecas atados con una gruesa cuerda que le cortaba la piel. Odd tenía que mantener la espalda arqueada hacia atrás para reducir la presión palda de la soga sobre la carne, y la mordaza, bien apretada contra la boca, le dificultaba la respiración. Pero ¿dónde había aprendido a hacer nudos aquella de chica? No. No era una chica. Tenía que metérselo en la cabeza. Eva era... el enemigo. Era X.A.N.A. En aquel momento estaba sentada en el suelo, cerca de Odd, con el portátil sobre el regazo, y estaba analizando una serie de imágenes e informes: el
  • 169. vídeo de la madre de Aelita, algunas fotos de la profesora Hertz, artí profesora artículos científicos... De cuando en cuando se distraía del trabajo y abría una carpeta de imágenes que parecían capturas de pantalla de algún videojuego. Mostraban una ciudad de ciencia ficción con un ligero toque orien de oriental, tejados azules en forma de pagodas y calles translúcidas de colores que se translúcidas enroscaban en torno a altas torres. Eva las miraba y suspiraba, pero cuando torres. Odd trató de hacerle una pregunta a base de gruñidos a través de la mordaza, ella simplemente se limitó a ignorarlo. En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Eva dejó el ordenador en el n suelo y se puso en pie. —Tú, trata de no hacer ruido —le ordenó a Odd—. Si no, luego tendré que Tú, . hacerle daño a la persona que ha venido a molestarnos. Y estoy segura de que eso no te gustaría nada... ¿Sí? ¿Quién es? —al responder al telefoneo, la voz lefoneo, de la muchacha cambió de repente, transformándose en la de un hombre de cierta edad y un poco arisco. —Ejem. Buenos días — —graznó el altavoz—. Soy Ulrich, un compañero de . clase de Eva. He venido con unos amigos. ¿Está Eva en casa, por favor? Al oír la voz de su amigo, Odd empezó a retorcerse. ¡Tenía que arrastrarse por el suelo, llegar hasta la puerta, avisarlos, ponerlos en guardia! —No —respondió Eva con su voz de hombre lo siento, pero mi hija ha hombre—, o salido con un amigo suyo. Odd, me parece que se llamaba. —Ah, claro. Sólo que... —Perdonad, chicos, pero me habéis pillado muy ocupado —lo Perdonad, interrumpió ella. Colgó el telefonillo y caminó en dirección a Odd, sonriente. Volvió a hablar con su vo habitual—. ¿Has visto? Nadie ha salido he voz herido. Has sido un buen chico. Eva se asomó a la ventana para asegurarse de que los muchachos se estaban alejando del chalé. Después se acercó a Odd. Su sonriente seguridad resultaba terrorífica. Con unos pocos y hábiles ges de gestos sus dedos desató la mordaza que le impedía hablar. —Cof, coi... mis amigos... — ¿No estás contento? — —dijo ella, mirándolo fijamente—. He dejado que se . fueran sin hacerles ningún daño. Aunque me ha dado la impresión de que tenías mucha prisa por decir algo. ¿Qué era? risa — ¿Puedes... darme... un poco de agua? La movida esta me estaba ahogando. movida Eva rió, y en esa carcajada su voz de muchacha se mezcló con el sonido profundo y distorsionado de otro ser que moraba dentro de ella.
  • 170. —Consíguete tú sólito el agua si puedes, moco ¿No erais vosotros los que mocoso. decíais que X.A.N.A. había sido derrotado? Aquello era una pesadilla. Odd conocía a X.A.N.A. Había luchado contra él un sinfín de veces, y ya había visto a una persona poseída por aquella inteligencia artificial que vivía dentro de Lyoko. Pero lo de ahora era bien tificial distinto. Eva le había parecido una chica normal, tanto por su voz como por sus expresiones. Cuando William Dunbar estaba poseído por X.A.N.A., en sus pupilas aparecía intermitentemente su símbolo, el ojo de X.A.N.A., mientras intermitentemente que ella no había dado señal alguna. Por otro lado, aquel monstruo ya no vivía alguna. en Lyoko. Lyoko estaba apagado. Así que, ¿qué podía haber sucedido? ¿Su ber enemigo había cambiado, había evolucionado? ¿Cómo era posibl que posible ninguno de ellos, ni uno solo, se hubiese dado cuenta de nada? — ¿Qué es lo que pretendes hacer? —le preguntó Odd. —Me parece obvio: destruiros. Y luego, destruir a todos y cada uno de los Me humanos que se interpongan en mi camino —respondió la gélida voz de X.A.N.A. —Pero... ¿por qué? Y entonces Eva dejó de parecer Eva. —Porque los humanos os habéis equivocado —contestó con una voz Porque computarizada y el rostro carente de expresión , y ahora debéis pagar por expresión—, vuestros errores. Os sentís superiores, los amos del mundo, pero bien pronto tros do, descubriréis que no es así. Ya tengo preparado un plan excelente. Eva volvió al ordenador portátil que estaba en el suelo y pulsó algunas teclas, hasta que en la pantalla apareció una fotografía. Un hombre con la cara med lla medio oculta bajo un sombrero y la boca entreabierta, dejando a la vista unos entreabierta, horribles colmillos de oro. —Me serviré de este hombre, que probablemen tú no conoces todavía. probablemente Después me serviré de esta niñata inútil, Eva... —miró a Odd, que por primera vez se sintió verdadera y profundamente asustado. Y luego me serviré de ti, luego Odd Della Robbia. Tú me serás de inestimable ayuda. Sin que el muchacho pudiese hacer nada por impedirlo, Eva se inclinó y le impedirlo, agarró la cara con ambas manos. Sus dedos estaban helados, como los de un muerto. El rostro de Eva se fue acercando cada vez más al suyo, con los labios entreabiertos. —Te lo suplico... —susurró él. Sus bocas se fundieron en un beso. Un denso hu humo se abrió camino de la boca de Eva a la de Odd. Y después todo se convirtió en oscuridad para él. Todo cambió.
  • 171. Eva volvió a levantarse, y con gestos rápidos desanudó las cuerdas que sujetaban al muchacho. —Estoy... —comenzó a decir ella. —... listo —completó Odd. Su voz tembló, recorrida por un estremecimiento de profunda distorsión, pero luego volvió a la normalidad. El muchacho rió a carcajada limpia—. Controlar a este tío es mucho más fácil que con la niñata. Por suerte, tiene una mente de lo más básica. Ya me siento a mis anchas aquí dentro. —Pues entonces —le dijo Eva guiñándole un ojo— es el momento de irnos. El resto de esos mocosos se estará preguntando dónde nos hemos metido. Hora: doce y media. Lugar: oficina de Washington D. C. Dido se había quedado sola. Ella misma lo había dispuesto así, en realidad. Le había dado a Maggie un par de horas libres, y ella había aceptado, agradecida, cogiendo al vuelo su bolso para salir a almorzar con unas amigas. En apariencia, aquel edificio de la periferia era una simple aglomeración de oficinas, pero tras su fachada algo grisácea se escondían las mejores tecno- logías de protección disponibles en el mercado. Sin embargo, Dido estaba convencida de que a veces los viejos métodos de siempre seguían siendo los más seguros. Como, por ejemplo, evitar que una secretaria, por muy de confianza que fuese, pudiese escuchar y filtrar sus llamadas. La mujer se encendió un cigarrillo, nerviosa. Había creído que el asunto de Hopper llevaba tiempo finiquitado, archivado en un expediente con el sello de Confidencial - Sólo personal autorizado. Había sido un fracaso, sin duda, pero al menos limitado, y que se remontaba a más de diez años atrás. La vida de Dido, mientras tanto, había seguido adelante, al igual que su carrera, y ella no había vuelto a pensar en el profesor ni en sus malditos ordenadores de vanguardia. Ahora, por el contrario, aquel viejo asunto estaba volviendo a su cabeza con la fuerza de una bomba atómica. Dido usó tres llaves que guardaba, bien ocultas, en tres puntos distintos de su despacho para abrir un cajón del que sacó una vieja agenda repleta de códigos. Encendió el ordenador y entró en su listín telefónico, tecleó un par de larguísimas contraseñas formadas por dígitos y letras totalmente casuales y, al fin, la computadora se lo recompensó mostrándole el número de teléfono que le hacía falta. Antes de marcarlo, Dido activó todas las protecciones antiescuchas de las que disponía. Su interlocutor le respondió al tercer toque, con la voz distorsionada por un filtro. No había problema: también la voz de Dido estaba siendo modificada de forma muy similar. —Cuánto tiempo, señora. Me imagino que esta línea será segura.
  • 172. —Por supuesto, Hannibal. Dido cerró los párpados, y la imagen del hombre con el que estaba hablando le volvió a la mente: ojos huidizos de lagartija, boca ancha, caninos empasta lagartija, empasta- dos de oro y unas manos hinchadas y llenas de anillos. Hannibal siempre anillos. había sentido una particular predilección por las joyas y los objetos brillantes. Dido lo recordaba perfectamente, aunque tan sólo se hubiesen vi en do visto persona tres veces. Que a ella le bastaban y sobraban: aquel tipo le daba náuseas. — ¿A qué debo el honor de esta llamada? —dijo el hombre. —La red de Francia vuelve a estar caliente, Hannibal —respondió Dido—. Y La respondió hemos descubierto enseguida que hay uno de los tuyos en la zona. A juzgar por su estilo, supongo que se trata de Grigory Nictapolus. tilo, El hombre de los dientes de oro soltó una carcajada. —Me parece que eso es información... confidencial. Me La mujer permaneció completamente seria. —Veo que sigues siendo el mismo de siempre. Cada vez que hay algún trabajo desagradable que hacer, mandas a ese tipo y a sus dos horribles hacer, chuchos. — ¿Y qué? —Pues que quiero saber por qué se encuentra él ahora en la ciudad del Pues Kadic. ¿Qué gato hay encerra en este asunto, Hannibal? ¿Qué estás encerrado tramando? —preguntó ella, directa. Al otro lado de la línea hubo un largo silencio. —Lo que nos hicisteis hace diez años —respondió después él— no nos Lo — gustó ni un pelo, Dido. La fábrica y Lyoko eran nuestros. ¡Se construye construyeron con dinero del Fénix! Y vosotros forzasteis a Waldo a arruinarlo todo. Pero puede que haya llegado el momento de recuperar las pérdidas. Ha empezado momento una nueva partida, y nosotros tenemos una mano con un par de cartas que jugar. Óptimas cartas, si me ppermites la inmodestia. — ¿Estás hablando de Anthea Schaeffer? Sabe Sabemos que está en vuestras manos. —Ey, ey, ey... no esperarás que te cuente ese tipo de cosas. Al menos, no a Ey, estas alturas de la negociación. Dido asintió. Hannibal era perro viejo, así que resultaría inútil tratar de hacerle sultaría caer en una encerrona así de simple. Por algo lo llamaban «el Mago». Aquel hombre sin ninguna cultura, hijo de campesinos paupérrimos, había paupérrimos, conseguido escalar posiciones en una de las cúpulas mafiosas más antiguas del mundo hasta llegar a ser su capo absoluto. l
  • 173. Dido no debía subestimar a su adversario, que era una auténtica serpiente de cascabel. — ¿Qué quieres? —le preguntó finalmente. le —Green Phoenix quiere participar en la operación y sacarle unos beneficios Green operación adecuados. Ahí va mi propuesta: os dejamos echar tierra sobre este asunto de una vez por todas... y a cambio vosotros nos dejáis echar un vistazo a los planos de construcción de ese viejo ordenador abandonado de la fábrica. «De eso ni hablar», estaba a punto de responder Dido. Pero no le dio tiempo. Hannibal había colgado. 16 EL ÚLTIMO SECRETO DE LA ERMITA Alrededor de las tres de la madrugada, Aelita se encontró despierta de repente. ¿Había tenido otra pesadill sonámbula? Parecía ser que sí, dado que ido pesadilla no entendía dónde estaba. Pero esta vez el sueño había sido de verdad: en Lyoko, el hombre de los perros y el fantasma de su padre vagaban por una ciudad de ciencia ficción. La muchacha, en camisón, estaba completamente sudada, y sentía una fiebre incendiaria. Se puso en pie y parpadeó varias veces, tratando de sentarse. Aelita se había entarse. despertado dentro de un mueble bajo coronado por un viejo televisor. Aparte de eso, en la habitación sólo h , había un pequeño sofá y una puertecita que se abría en la pared opuesta, tan pequeña para pasar hacía falta ir a gatas. Era la habitación secreta de La Ermita, la que habían encontrado gracias al mapa que su padre había escrito con tinta invisible en un cuaderno. Si había aderno. llegado hasta ahí, eso quería decir que durante su sueño había atravesado todo gado sueño el pasadizo que llevaba desde el Kadic hasta el sótano del chalé. Perpleja, la muchacha observó el muro blanco que tenía delante. Estaba arañado a fondo, como si algún animal hubiese intentado tirarlo abajo a fuerza de pura desesperación. En aquel momento, Aelita vio sus manos. Tenía las uñas manchadas de yeso y pintura, y las yemas, sangrando a través de pintura, múltiples arañazos. Era ella quien había arañado la pared mientras dormía. ñazos. pared Pero ¿por qué? Apoyó una oreja contra la pa pared y la golpeó con los nudillos. La golpeó de nuevo. Una señal de alarma atronó en su cabeza, retumban retumbando contra las paredes de su cráneo: ¡la pared sonaba a hueco! ¡Tenía que echarla abajo enseguida y descubrir qué había al otro lado! cubrir
  • 174. Aelita deambuló por los subterráneos de La Ermita, encendiendo luces y Ermita, mirando en todas direcciones. Le hacía falta algo, una herramienta cualquiera direcciones. con la que derribar la pared. Entró en el trastero en el que Jeremy y ella habían encontrado los sacos de cal y cemento con la dirección de la constructora Broulet, el primer paso que los había llevado a descubrir la habitación secreta. El cuartito era angosto, y estaba lleno de azulejos, cubos sucios y otras herramientas de albañilería. Apoyado en una esquina había un vie pico algo viejo oxidado. Justo lo que necesitaba. Arrastró el pico hasta la habitación secreta, y des después empujó el mueble del televisor lejos de la pared, para evitar que pudiese estropearse. S red, Sudó y ja- deó por el esfuerzo de hacerlo todo ella sola. El pico pesaba un quintal, aunque en aquel momento no sentía el cansancio. La Ermita aún guardaba otro secreto, y su sueño le había mostrado el modo de resolverlo. Alzó la herramienta y la descargó contra la pared. El mango de madera se le resbaló de las manos y se limitó a mellar el enlucido del muro. Tenía que volver a intentarlo. Separó bien las manos a lo largo del mango, contuvo la respiración, levantó a duras penas el pico y lo bajó con todas sus fuerzas. La us pared cedió de golpe. Era tan sólo una delgada capa de cartón piedra, y Aelita se encontró tosiendo entre polvo y escombros. Alguien había construido aquella pared a propósito de tal modo que fuese fácil demolerla. Su padre había querido que ella descubriese la nueva habita habita- ción secreta, construida detrás de la primera. Le volvieron a la memoria las palabras de Philippe Broulet, el albañil que se había ocupado de aquellas obras especiales para su padre: «Habrán pasado ya diez años, pero lo recuerdo bien. Hopper me pidió un favor personal: tenía que volver a La Ermita y tapiar una pequeña sección de la casa de tal forma que piar desde fuera resultase invisible». Una sección de la casa, había dicho, no una habitación. Habían tenido la habitación. respuesta delante de sus narices desde el principio, y no la habían visto. narices Aelita había logrado abrir en el muro un ventanuco de unos treinta centímetros ventanuco de lado. La muchacha se restregó los ojos, enrojecidos por el polvo, y miró a través de él. Se quedó sin palab palabras. Cogió el pico y lo usó para ensanchar la abertura, creando un acceso lo bastante grande como para pasar al otro lado. ¡El móvil! Tenía que llamar de inmediato a Jeremy. Pero ella no llevaba el teléfono encima: había lle llegado hasta allí mientras dormía, y sólo tenía puesto , el camisón. La muchacha se dio media vuelta y salió corriendo.
  • 175. Aquella noche Jeremy se había dormido nada más apoyar el cabeza en la almohada, derrotado por el cansancio y las emociones de aquel último período. Sin embargo, cuando oy que llamaban a la puerta de su dormitorio oyó abrió los ojos con un sobresalto. — ¿Quién es?—gritó. —Soy yo, Aelita —susurró la voz del otro lado de la puerta—. ¿Puedo pasar? susurró El muchacho se apresuró a abrir a su amiga. Parecía como si acabase de ver un fantasma. Tenía los ojos hinchados, y sus rojos cabellos estaban revueltos sma. hinchados, en una nube algodonosa. Iba vestida con unos vaqueros llenos de manchas de todos los colores y una gruesa sudadera. —Aelita, pero... —el muchacho trató de desperezarse—. ¿Qué hora el es? ¿Qué estás haciendo aquí? —En marcha. Tenemos que darnos prisa. En —Pero ¿qué...? —Venga, ponte unos pantalones. Es muy impor Venga, importante. Jeremy obedeció. Recorrió junto con Aelita los pasillos desiertos de la sillos residencia, salió al parque del Kadic y caminó a oscuras entre los troncos de ras los árboles, en silencio, hasta que atravesaron el agujero que había en la alambrada de la parte trasera de La Ermita. La muchacha no dijo ni una sola palabra hasta que se encontraron en los sótanos, donde apuntó con un dedo en di dirección a la habitación secreta. Jeremy entró en primer lugar, vio el agujero en la pared del remy fondo... y también él se quedó sin palabras. Aelita había descubierto una nueva habitación, mayor que la anterior e iluminada por un gran foco de neón incrustado en el techo. El centro de la habitación estaba ocupado por una columna escáner similar a columna-escáner las de la fábrica abandonada, aunque de aspecto más anticuado. En un panel abandonada, de la puerta corredera parpadeaba el mensaje: ¡Atención, peligro! Se desaconseja el uso a los mayores de 18 años. Junto al escáner había una enorme CPU, del tamaño de un armario, apoyada contra la pared y conec maño conectada a la columna. Y cerca de ella, Jeremy vio un terminal de mando. Era una terminal versión primitiva de la consola que había en los subterráneos de la fábrica. subterráneos —Pero, Aelita... —dijo el muchacho en cuanto consiguió recuperarse de la dijo impresión—. Has encon . encontrado... ¡Lyoko! —Bueno, una réplica — —respondió la muchacha—. Como la que Yumi y . Ulrich han visto en Bruselas, o a lo mejor incluso de un tipo distinto. Tengo intención de meterme inmediatamente en el escáner y descubrirlo.
  • 176. —No puedes hacerlo tú sola —dijo el muchacho al tiempo que sacudía la dijo cabeza y se colocaba bien las gafas redondas sobre la nariz . Tenemos que nariz—. llamar a Yumi y a Ulrich. Ya Odd. ¡Podría resultar peligroso! Debemos... Aelita se acercó a Jeremy y le puso las manos sobre los hombros. Estaba tan sobre cerca que el muchacho podía sentir su delicado olor. Lo miró a los ojos. —He ido a buscarte porque te necesitaba a los mandos, supervisando. Pero lo He supervisando. de entrar ahí dentro es cosa mía. Mi padre me ha guiado hasta aquí con una serie de sueños, y sé que él querría que fuese yo quien se virtualizase en esta réplica. ¿Vas a ayudarme? Jeremy negó de nuevo con la cabeza, se sonrojó y al final estrechó a Aelita en un abrazo. —Bueno, de acuerdo. Cuenta conmigo. Bueno, El cuerpo de Aelita apareció de la nada, recolectando y aglomerando hilillos tando de luz en torno al núcleo de su ser. La muchacha aterrizó después con un pe pe- queño salto. Había asumido su form de elfa, y el paisaje que la rodeaba podía forma saje parecer el sector del bosque de Lyoko... sólo que no lo era. El cielo se bosque mostraba como una monótona extensión de azul sin matices, y sobre el suelo había un manto verde y homogéneo. Por un instante la muchach notó la em- homogéneo. muchacha bestida del vértigo de la virtualización. Ante ella había tres árboles, gruesas encinas muy detalladas, de tronco pardo y frondosas y anchas copas que se reflejaban en el terreno con un juego de luces pas y sombras. Aparte de los tres árboles no había nada más, tan sólo una superficie plana verde y azul que se extendía hasta el horizonte. — ¿Va todo bien? —preguntó Jeremy desde el puesto de control. Aelita preguntó oyó su voz directamente dentro de su oreja, como si el muchacho se hubiese transformado en un duendecillo encaramado sobre el antitrago de su pabellón n auricular. —Sí —respondió—. A lo mejor estoy un pelín . asustada, pero estoy bien. —Me pregunto qué querrá decir el aviso que hay en el escáner. Peligro para los mayores de dieciocho... —añadió, pensativo, Jeremy. cho... —Bueno, yo soy menor de edad, así que todo irá bien. Además, no me parece Bueno, que haya ningún monstruo por aquí. Ni tampoco ninguna ciudad. Sólo tres árboles solos. Aelita dio un par de pasos en dirección a ellos, y luego respiró bien hondo y echó a correr. Llegó hasta el primero jadeando.
  • 177. —Acaba de aparecer un mensaje en mi ordenador —le oyó decir a Jeremy—. Dice que ese árbol es el número uno, y pone una fecha, 1985, y un texto que reza Fin del proyecto Cartago. La muchacha rozó el tronco del gran árbol con las yemas de los dedos, y frente a ella se abrió un agujero oblongo. La madera se contrajo, desvelando un espacio hueco. Aelita lo contempló durante unos instantes. Y luego entró. — ¿Y ahora, qué? —le preguntó a su amigo. —No tengo ni la menor idea —respondió él con un suspiro. Aelita se encontraba en un gran laboratorio desierto y sin ventanas. El espacio estaba abarrotado de mesas de acero, maquinaria, grandes microscopios y ordenadores, pero no había ninguna silla. Una serie de pequeños focos iluminaba la sala como si fuese de día. —Ah, eres tú —dijo una voz, y Aelita se dio media vuelta de un respingo. Inclinado sobre un microscopio estaba su padre, Franz Hopper, que llevaba una bata blanca. Una espléndida mujer acababa de llegar a su lado. Ella tam- bién iba en bata, y tenía una larga melena pelirroja. — ¡Papá, mamá! —gritó la muchacha al tiempo que echaba a correr para abrazarlos. Los atravesó como si fuesen fantasmas, y se chocó contra la mesa del microscopio. Volvió a erguirse como un rayo, e intentó abrazarlos de nuevo, llamándolos a gritos, pero no consiguió ni rozarlos con un dedo. —Tranquilízate, Aelita. Mis pantallas se han llenado de textos —la advirtió Jeremy—. Lo que estás viendo es una simulación o, mejor dicho, la grabación tridimensional de algo que pasó hace mucho tiempo... en 1985, diría yo. Tus padres no son reales: no puedes tocarlos, y ellos no pueden oírte. La muchacha cerró las manos en dos puños crispados y golpeó la mesa con todas sus fuerzas y la cara contraída en una mueca de dolor. — ¡No es justo, Jeremy! —Lo sé, pero si tu padre quería enseñarte ciertas cosas, deberías prestar atención y escuchar, ¿no crees? Justo en aquel momento el profesor se incorporó de su microscopio y se volvió hacia la mujer. Su rostro barbudo se iluminó con una sonrisa. —Anthea, estoy tan cansado... —Lo sé, cariño. ¿Por dónde vas? —Ya no me falta mucho. Dos meses, tal vez tres. Y luego el proyecto Cartago entrará en funcionamiento. Lo hemos conseguido. Será un gran día para el mundo entero.
  • 178. Tras aquellas últimas palabras, una sombra de tristeza pasó por los ojos de Anthea. —Amor mío —dijo Hopper ¿algo anda mal? dijo Hopper—, —He encontrado los documentos que buscábamos... y no ha resultado fácil. He buscábamos... — ¿Y bien? —Por desgracia, nuestros temores no eran infundados. Cartago no salvará el Por dados. mundo, sino todo lo contrario. Podría contribuir a destruirlo. Dentro de la Primera Ciudad han insertado una zona oscura que nosotros no podemos controlar, y que transformará Cartago en un arma letal. Hopper contrajo los puños, y el laboratorio, An rajo Anthea y él implosionaron en torno a Aelita, disolviéndose como si alguien les hubiese echado ácido enci- disolviéndose ma. La muchacha se encontró en una habitación acogedora, una salita de estar con gedora, un pequeño sofá, una alfombra roja de flores y altas estanterías en todas las roja paredes. Su padre estaba sentado en el sofá con la cabeza entre las manos, y su madre estaba junto a él, abrazándolo. Por el suelo jugaba una niñita de tres años con un divertido vestidito rosa y el pelo, de color rojo fuego, cortado color bien corto. Sostenía una mumuñeca en forma de elfa. — ¡Mi muñeca favorita! —gritó Aelita al verla. —Ya —sonrió Jeremy—. Me parece que también salía en el vídeo de tu —. padre... el que encontramos en la habitación secreta de aquí al lado. De modo que esa niñita debes de ser tú, Aelita, tal como eras en el pasado. Qué monada... En la habitación, Anthea estaba susurrando algo al oído del padre de Aelita, que levantó la cabeza de golpe. — ¡No! Hemos sacrificado nuestra vida entera por este proyecto. Nuestra hija este ha nacido en una base militar. Hace meses que no vemos a nadie. Y todo eso, ¿para qué? ¿Para crear una nueva arma? No lo permi permitiré. —No hables tan alto, querido —lo regañó Anthea—. La habitación podría No . estar bajo vigilancia. A estas alturas ya no podemos estar seguros de nada. estas — ¡Me importa un bledo! ¡Que me oigan! He construido Cartago para hacer algo bueno por el mundo, y no para llevarlo a la ruina. El control de las comunicaciones electrónicas debe servir para proproporcionarles servicios baratos a todos los seres humanos, incluso los que viven en el Tercer Mundo o humanos, están en serias dificultades. Pero estos locos quieren usarlo como un arma de control en su estúpida gue guerra. ¡Me da lo mismo si una persona es rusa o estadounidense! ¡Es siempre una persona! Todos somos ¡guales.
  • 179. —Estoy de acuerdo contigo —dijo Anthea, abrazándolo—, Estoy pero ¿qué podemos hacerle ahora? A estas alturas, ya son capaces de terminar estas el proyecto incluso sin nuestra ayuda. Y no te olvides de Aelita. Si nos arriesgamos demasiado, ¿quién se ocupará de ella? Se quedaron en silencio un buen rato, observando a la niña, que reía y observando abrazaba su juguete sobre la alfombra. —Podemos escaparnos — —murmuró después Hopper—. No sé cómo, pero lo conseguiremos. Si pudimos crear Cartago cuando todos pensaban que era una locura, somos capaces de hacer lo que sea. ra, Destruiremos lo que hemos construido. Se encontrarán con las manos va vacías, y nosotros nos fugaremos con Aelita. ¡Pero nos llevaremos con nosotros el varemos fruto de todos estos años de sacrificios, y encontraremos la forma de seguir tos estudiando en otro lugar para dar a luz una nueva Cartago! do Hopper estiró una mano para desordenar los cabellos de su hija, que sonreía cabellos feliz. — ¿Te gusta la idea, chiquitína? Construiremos la nu va Cartago, y la nueva llamaremos... Lyoko. Es un buen nombre. Aelita se encontró de repente de vuelta en el gran prado verde, delante del árbol. — ¿Se ha acabado? —le preguntó a Jeremy. le —Mmm, sí. Eso. La grabación debe de haberse completado. Pero aún nos Mmm, quedan los otros árboles, ¿no? Según el ordenador que tengo aquí, el árbol si- guiente comprende el período de 1985 a 1988, y se titula Una vida de incógnito. La muchacha cubrió los pocos pasos que la separaban de la segunda encina, separaban alargó la mano y de nuevo el tronco se abrió para dejarla entrar. vo Esta vez alrededor de ella se desplegó el patio de armas de una base militar. Hacía mucho frío. Las casamatas de hormigón armado estaban cubiertas de casamatas nieve. Había grandes focos que giraban de un lado a otro, cortando en dos la cortando noche e iluminando intermitentemente los muros exteriores y las espirales de intermitentemente alambre de espino. Había hombres que corrían por todas partes con perros enormes, helicópteros que se elevaban hacia el cielo y sirenas de alarma que empezaban a aullar, contagiando a todo el mundo con una actividad febril. Aelita se percató de una pareja que atravesaba el patio, apresurándose por llegar hasta uno de los todoterrenos. Eran una mujer alta y esbelta y un hom hom- bre achaparrado, ambos envueltos en amplio abrigos militares y amplios gos pasamontañas oscuros para protegerse del frío. ¿Eran sus padres? La
  • 180. muchacha decidió no correr ningún riesgo, y se metió antes que ellos en el todoterreno, sentándose en el asiento trasero. Un instante después, la mujer se subió por el lado del conductor y se quitó el pasamontañas, mientras que el hombre se sentó a su lado, permaneciendo con el rostro cubierto. Aelita se llevó una mano a la boca: ésa no era su madre, sino una chica de rizos espesos y negros y na afilada. Aquella cara le resultaba familiar. Le nariz ara parecía haberla visto ya en alguna parte... pero ¿dónde? No conseguía acordarse en absoluto. —Profesor Schaeffer — —siseó la mujer mientras ponía el coche en marcha marcha—, estese tranquilo y déjemelo a mí. No nos van a parar. Ya lo verá. melo El hombre asintió, y en aquel momento su abrigo se abrió. Una cabecita pelirroja se asomó por él, rien Hopper la abrazó y la empujó de vuelta riendo. adentro. —Pórtate bien, Aelita. Nadie debe saber que es aquí, así que no hagas Pórtate estás ruido. Pórtate bien, y dentro de poco te dejaremos dormir, ya verás. dentro — ¡La verdad es que ya por aquel entonces eras una granujilla! —se rió Jeremy al oído de la muchacha, pero Aelita se cha, agitó una mano para que se callase. No quería perderse nada. El todoterreno se había puesto en movimiento, y estaba atravesando el patio en dirección a un puesto de control donde una garita metálica protegía una barra doble que estaba bajada. La salida. Dos soldados salieron de la garita abrigados hasta las cejas y con las hasta metralletas en bandolera. Uno de ellos aferró su arma, apuntándola hacia los era. dos ocupantes del todoterreno, mientras que el otro se acercó a la ventanilla y saludó a la mujer que estaba al volante. —Buenas, mayor Steinback. Buenas, —Descanse, soldado. Y levante la barrera, que tengo mucha prisa. Descanse, mucha —Lo lamento muchísimo, mayor, pero esta noche las barras no se retiran. Ha Lo habido una violación de la seguridad, y el coronel... — ¡El coronel en persona —ladró la mujer al volante mientras se asomaba hacia el soldado— me ha ordena que salga de la base para llevar a cabo una ordenado misión de prioridad absoluta! ¿Ves a este hombre que tengo a mi lado? ¿Te parece que lleva la cara tapada porque tiene miedo de constiparse? Aquí tengo un papel que me da plenos poderes, y te juro que como no levantes esa barra en diez segundos, a partir de mañana te pasarás la vida limpiando letrinas de pasarás sol a sol.
  • 181. El soldado se quedó inmóvil por un instante, y luego se cuadró de golpe y saludó a su superior. —Sí, señora. Abro ya mismo, señora. Sí, — ¿Un permiso del coronel? —sonrió el profesor dentro del todoterreno. —Conozco bien a las ovejas de mi rebaño, profesor, no se preocupe — Conozco profesor, bisbiseó ella. El todoterreno pasó bajo la barra y empezó a acelerar por uña carretera helada lerar sumergida en la oscuridad. La base se encontraba sobre la cima de una pe dad. pe- queña colina rodeada de abedules cubiertos de nieve que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. — ¿Cómo podría no preocuparme? —Comenzó a hablar Hopper de nuevo Comenzó nuevo—. Aelita y yo estamos a sal es cierto, pero Anthea... salvo, —La encontraremos, profesor. Le doy mi palabra. Tengo mis contactos dentro ontraremos, del proyecto, y ya se han puesto manos a la obra. Pronto sabremos quién la ha secuestrado y por qué, y conseguiremos rescatarla. De momento, lo más importante es que los hemos sacado de al junto con los documentos. Me allí llaman la Implacable, ¿lo recuerda? No le fallaré. Aelita se cayó del asiento trasero del todoterreno directamente sobre un suelo directamente cubierto de césped. El cambio de escenario había sido tan repentino que la cabeza le daba vueltas. Ahora se encontraba bajo el sol, en el jardín de una ltas. sencilla casita rodeada de ca exactamente ¡guales. Al fondo podía ver unas casas altas montañas coronadas de nieve. tas Su padre iba vestido con chaqueta y corbata, y sostenía un maletín de piel. Terminó de subir por la calle, y llegó hasta la verja, que abrió con una peque peque- ña llave. En aquel momento se abrió de par en par la puerta de la casa, y la mujer que antes había estado al volante del todoterreno salió al jardín. Llevaba un uniforme militar de falda y chaqueta falda que tenía un severo color gris verdoso y sus distintivos de rango so sobre los hombros. —Mayor—la saludó Hopper. —Venga adentro. Así podremos charlar un poco. Aelita los siguió al interior de la casa. Dentro había pocos muebles, que eran demasiado viejos y quedaban fuera de lugar en aquel ambiente. Parecía unos siado de esos lugares que se alquilan durante un breve período, y en los cuales nadie deja ninguna huella de su personalidad. Hopper hizo que la mayor se sentase en una silla, y fue hasta los fogones para preparar un café. — ¿Qué tal está la pequeña? pequeña?—preguntó la mujer.
  • 182. —Aelita está con la canguro. Dentro de poco tentendré que matricularla en la guardería. Ya es bastante mayor, y debe estar con otros niños. La mayor Steinback sacudió la cabeza. —Lo siento, profesor, pero en menos de un mes tendrán que mudarse de Lo nuevo. —Ya me estaba encariñando con la idea de ser el oficinista Henri Zopfi. Ya —Le proporcionaremos otra identidad y otro tra Le trabajo. —Volvemos a empezar... Volvemos La mayor cogió la taza de café que le tendía Hopper. —Ya sabe por qué estoy aquí —dijo tras beber el primer sorbo— Traigo —. noticias para usted. La mirada de Hopper centelleó tras los cristales de sus gafas. — ¿Han encontrado a Anthea? —Todavía no, por desgracia —respondió la mujer con amargura Pero Todavía margura—. hemos terminado nuestras indagaciones, y ya sabemos quién es el responsable indagaciones, del secuestro: un soldado que desertó inmediatamente después de la mente desaparición de su esposa. —Quiero ver su expediente. Quiero —Me lo imaginaba, y se lo he traído, pero le suplico que no haga ninguna Me plico tontería y me deje a mí el trabajo de investigación. Ese hombre se llama Mark James Hollenback, y tiene veintiún años. Entró en el ejército con dieciséis, y trabajaba en la base del proyecto desde hacía un año. Aún no sabem por proyecto sabemos qué decidió hacer semejante estupidez, pero le estamos siguiendo la pista. — ¿Van a encontrarlo? —Puede apostar por ello. Puede Aelita repitió aquel nombre dentro de su cabeza. Hollenback. Mark Hollenback. Hollenback. El hombre que había raptado a su madre. Después hubo un nuevo cambio de escena. La muchacha se encontró bajo el pórtico de La Ermita. Era una fría mañana de invierno. O al menos debía de hacer frío, a juzgar por el color del cielo y el modo en que el viento sacudía los árboles. Aunque ella no sentía na Justo tía nada. encima de la puerta de la casa, alguien había colgado un cartel de se alquila, y luego había escrito debajo Vendido con un grueso rotulador. Una furgoneta llegó resollando por la calle y aparcó delante de La Ermita. De ella bajó Aelita, que ahora tenía unos seis años y era ya muy parecida a la muchacha que observaba a su doble desde el pórtico de la entrada. —Papá, ¿ya hemos llegado? —preguntó la Aelita niña.
  • 183. —Sí —respondió su padre mientras bajaba de la furgoneta. La mayor Steinback descendió del puesto del conductor. Esta vez iba vestida de civil, con una cazadora roja y unos vaqueros. —Así que ésta es tu nueva casa. Si todo va bien, podrás matricular a Aelita en el colegio y dejar de correr durante un tiempo. Bajo el pórtico, la joven elfa sonrió: esos dos habían empezado a tutearse. ¿Cuántos años habrían pasado desde su fuga del proyecto Cartago? Dos o tres, por lo menos. Los adultos empezaron a descargar las cajas y llevarlas adentro de la casa mientras la Aelita niña jugaba en el césped. — ¿Quién seré a partir de hoy? —preguntó el profesor. —Tu nueva identidad te va a gustar mucho: Franz Hopper, profesor de Ciencias en la academia Kadic, que está aquí al lado. Yo también trabajaré en el colegio, bajo un falso nombre. Así no os perderé de vista. Ambos rieron. —Lo que me interesa es poder retomar mis investigaciones lo antes posible — añadió después con resolución Waldo Schaeffer, que a partir de aquel mo- mento era oficialmente Franz Hopper—. Y encontrar a Anthea. —Ya he realizado algunos contactos con industrias locales. Hay una fábrica no muy lejos de aquí. Podríamos reestructurar la parte subterránea y trans- formarla en un laboratorio. El propietario nos hará saber su respuesta dentro de unos pocos días, pero se ha mostrado muy interesado en nuestras investiga- ciones. — ¿Y en lo que respecta a Hollenback? —preguntó su padre con una nota de ansiedad en la voz. —Por desgracia, hace un tiempo que no tengo más noticias sobre él. Desde que cambió de nombre y se infiltró en esa organización criminal, ha consegui- do borrar sus huellas. Creíamos que era medio imbécil, y resulta que es un auténtico mago. Hopper dejó en el suelo una enorme caja, y hurgó bajo su jersey para enseñarle a su amiga un colgante. Era el que Aelita conocía bien, con la W y la A grabadas en él. —Anthea está sana y salva. Me lo dice este colgante. Por eso seguiré buscándola día y noche hasta que la encuentre. —Y yo te echaré una mano. Anthea era mi mejor amiga, y juré que os la devolvería a ti y a tu hija. Cueste lo que cueste. Aelita se encontró de nuevo ante el árbol hueco, en el extraño calvero de la réplica.
  • 184. Permanecer en un mundo virtual resultaba siempre fatigoso, y a menudo le provocaba cierto vértigo, pero esta vez, con tigoso, todos aquellos cambios de escescenario, era sin duda peor. Y además, aquellas da historias, su padre y el secuestro de su madre, esa mayor Steinback que secuestro trabajaba para el ejército y de la que Aelita no había oído hablar jamás... —Ánimo -la exhortó Jeremy Jeremy—. Afrontemos el tercer árbol. — ¿Qué dice esta vez el ordenador? —preguntó la muchacha. —No está demasiado claro —bostezó su amigo, exhausto—. Aquí pone que . desde ahí se entra en un nuevo nivel de la réplica. Y también está escrito Entra sólo cuando tu corazón esté preparado. — ¡Yo estoy preparadísima! —Declaró Aelita—. Vamos. Oyó cómo el muchacho volvía a bostezar. —Si me lo permites... no me parece una buena idea. Son las cinco de la Si madrugada, no has dormido, y por esta noche has tenido una buena dosis de sorpresas. Esta réplica no va a irse a ningún lado. Es mejor que vol volvamos junto con los demás cuando estemos listos y más descansados. Es verdad que hasta ahora no hemos encontrado monstruos, pero no sabemos lo que puede encontrado esconderse en el nuevo nivel de este extraño diario. Como bien dice el refrán, anda el bostezo de boca en boca como la cabra de boca roca en roca, y Aelita empezó a secundar a Jeremy y sentirse de repente muy cansada. —A lo... mejor... tienes... razón. A —Estupendo, entonces. Te traigo de vuelta. ¡Materialización! Estupendo, La muchacha observó cómo su cuerpo se desmaterializaba: las piernas y los desmaterializaba: brazos fueron volviéndose transparentes, hasta que desaparecieron completamente. Parpadeó y se dio cuenta de que había regresado al interior de te. la columna-escáner de la habitación secreta de La Ermita. escáner La puerta de la columna se deslizó hacia un lado, y allí estaba Jeremy para abrazarla. — ¿Qué tal estás? —preguntó el muchacho con delicadeza. preguntó —Bien. Estupendamente. Pero necesito dormir un poco. Bien. Ambos soltaron una risita. FIN www.codigolyoko4ever.blogspot.com