DEMOCRACIA
                     LA GRAN SUPERSTICIÓN


Vaya por delante que cada vez que, en las siguientes líneas, nos referimos a
"democracia" estamos haciéndolo, indistintamente, a cualquiera de los
sistemas políticos que utilizan tal fachada, sea la plutocracia con apariencia
partitocrática, que sea esa "verdadera" democracia fantasmagórica de la que
tanto se habla sin que nadie sea capaz de situarla concretamente ni en el
tiempo ni en el espacio.

Todo apunta a que aquello que en Bachiller estudiábamos como una de las
varias formas de gobierno, con la que puede estarse de acuerdo o no, ha
llegado a convertirse en una superstición con todas sus características.

Los que creen en la democracia, como buenos supersticiosos, creen estar
protegidos de todo mal merced a su mágico influjo. Piensan incluso que en
aquellos casos en que la democracia no pueda protegerles totalmente, actuará
como una especie de piedra filosofal que convertirá el mal en bien.

Lo habéis visto muchas veces: si a cambio de tener democracia hay que
soportar paro, droga, quiebra de valores, terrorismo, miseria, delincuencia,
vasallaje, lo que sea, no importa. Lo importante es la democracia. Ella lo
solucionará todo. Así, cuando alguien ofrece soluciones a esos y otros
problemas es rápidamente anatematizado por no creer en la democracia (la
democracia, como superstición que es, no tiene soluciones reales para nada) y
se rechazan sus planteamientos, prefiriéndose seguir soportando cualesquiera
calamidades siempre que el tótem no sea tocado.

Como cualquier superstición, se justifica a sí misma y no encuentra defensa
más que en sí misma. Mientras que el marxismo considera enemigos a los de
la "clase obrera", del “materialismo dialéctico” o de la "dictadura del
proletariado"; y en el fascismo los enemigos son los enemigos de la Patria, la
Raza o la Civilización; la democracia habla sólo de enemigos de la
democracia. ¡Usted no es demócrata! ¡Eso no es democrático! ¡Lo de más allá
no es propio de una democracia! Y ya está. Se quedan tan satisfechos. No hay
más qué hablar: los no creyentes están excluidos sin más discusión.

Las supersticiones nunca han resistido el debate ni el razonamiento. Al igual
que otras supersticiones, tiene sus rituales propios que se "sabe" que,

                                                                            1
independientemente de su desarrollo y resultados reales, funcionan y que lo
importante es que se participe ellos.

El más importante de esos rituales se llama "elecciones". Cuando hay
elecciones, los gurús de la secta siempre afirman que lo más importante es
que todo el mundo participe y, tras ellas, siempre, sin excepción, ocurra lo que
ocurra, se afirma que se ha dado una lección de comportamiento democrático.
El solo hecho de la existencia de ese ritual y su participación en él garantiza el
bien futuro. Exactamente igual que cuando se creía que determinada
ceremonia garantizaba cosechas, protegía de los guerreros enemigos, sanaba
enfermedades o aseguraba la descendencia.

Las supersticiones al institucionalizarse, como ha ocurrido con la democracia,
se convierten en idolatría. Estas tienen sus sumos sacerdotes, los cuales
jamás creen realmente en la superstición, pero se sirven de ella para controlar
a los creyentes, eliminar a sus enemigos, ganar posiciones de poder y obtener
ventajas sociales y económicas.

Los sumos sacerdotes de la democracia demuestran su descreimiento cuando
predican democracia y, a un tiempo, reprimen cruelmente a los que no creen
en ella (no son raros los sacrificios humanos en sociedades idolátricas), lo que
no les impide seguir ensalzándola y viviendo espléndidamente a costa de los
supersticiosos "de base".

Es normal que el supersticioso identifique el Mal con el no creyente, aunque
éste observe un comportamiento impecable (el fascismo es anatematizado e
identificado con el Mal sólo por no creer en supersticiones) y aunque ese mal
sea consecuencia de la democracia, además de su aliado. Por ejemplo, en
España, los supersticiosos y sus santones insisten sospechosamente en
identificar a ETA y los compañeros de viaje de ésta con los enemigos de la
democracia, sin explicar por que los etarras fueron tan perseguidos por Franco
y tan bien tratados por nuestro democrático régimen; sin explicar por qué ETA
asesinó al nada demócrata Carrero Blanco -además con la inestimable
colaboración de la embajada de EEUU y de la CIA, grandes guardianes de la
democracia en todo el mundo-, abriendo el camino a la instauración de la
democracia en España; sin explicar por qué el mayor ensañamiento etarra lo
han sufrido durante años y años los escasamente demócratas falangistas,
requetés y franquistas; sin explicar muchas otras cosas. Pero es que las
supersticiones, ya lo hemos dicho, no pueden explicarse ni razonarse.
Resumiendo, el que no cree es malo y el malo lo es porque no cree.

                                                                                2
Pero la relación del supersticioso con el que no lo es no termina ahí. Idéntico
horror al que expresan los demócratas cuando tienen noticia de un no creyente
es el demostrado por el supersticioso convencional cuando ve a alguien que,
carente de manías, pasa bajo una escalera. Y el mismo desdén que un
demócrata dirige a quien no lo es podemos observarlo cuando a un creyente en
el Tarot se le discute su fanática creencia.

Cualquier crimen cometido en nombre de la Gran Superstición no es
propiamente un crimen, sino una necesidad para mantener la propia
superstición. Montecasino, Dresde, Hamburgo, Berlín, Hiroshima, Nagasaki,
Prusia, Palestina, Vietnam, Corea, Granada, Panamá, Somalia, Yugoslavia,
Guantánamo, Afganistán, Irak, etc. Han tenido que ser víctimas del "fuego
purificador democrático", sin que ello importe lo más mínimo, porque “ha
sido por la Democracia”. Sacrificios propiciatorios.

Cuando una superstición se vuelve compleja y, a la vez, se institucionaliza,
deviniendo, como hemos visto, en idolatría, gana nuevos adeptos que, no
queriendo quedar marginados de la secta de iniciados, presumen
continuamente de creer tanto como el que mas y hacen ver que la superstición
rige incluso aquellos aspectos de la vida que, lógicamente (¿qué tiene que ver
la lógica con la superstición?), no tendrían que verse afectados por ella. No es
raro, así, oír a supersticiosos afirmar cosas como: "en mi casa somos muy
demócratas" (¿querrá eso decir que los platos que componen el almuerzo se
deciden por mayoría de votos?, ¿que el color de las paredes se somete a
sufragio?, ¿se hará campaña y todo para elegir vestuario?) o "este instituto se
rige por criterios democráticos” (¿se aprueba o suspende por votación?, ¿se
deciden por mayoría las materias que se imparten?¿se ponen por votación los
exámenes?). Podemos recordar el caso real de un Instituto en el que los
alumnos, democráticamente votaron su nombre, resultando como ganador la
propuesta de “General Franco”. Los profesores, defensores de la democracia
y de la libertad, no acataron la votación, sin dar ninguna explicación.

Es característica de todas las supersticiones ir cada vez a más, ampliándose su
uso a cada vez campos. El supersticioso empieza tocando madera y termina
bailando desnudo mientras come sesos de gato sietemesino; el demócrata
termina por someter a votación la existencia de Dios (lugar: Ateneo de
Madrid, momento: II República española).




                                                                              3
Y cuando algo, lo que sea, no conviene a los sumos sacerdotes o es contrario a
sus intereses, basta con decir que no es democrático (o bien que es “facha”)
para que, sin más razones ni motivaciones, llegue el desprecio y la
persecución: "la pena de muerte no es democrática" (¿y si es querida por la
mayoría?), "un país democrático debe de acoger a todo el mundo" (¿y si la
mayoría de sus habitantes opina exactamente lo contrario?), "el derecho al
aborto es un derecho democrático" (¿qué tiene eso que ver con el "gobierno
del pueblo", teórica esencia de la democracia?)...

Si el sumo sacerdote dice que algo no es democrático es que no lo es, y si no
lo es se hace acreedor al desprecio universal. ¿Explicaciones? ¿Desde cuándo
se explican las supersticiones? Hace siglos el hombre se creía dueño de su
destino sacrificando animales o tiznando su rostro. En la actualidad el hombre
se sabe dueño de su destino echando cada cuatro años un papelito en un
recipiente de plástico transparente… Hemos avanzado mucho…




                                                                            4

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  • 1. DEMOCRACIA LA GRAN SUPERSTICIÓN Vaya por delante que cada vez que, en las siguientes líneas, nos referimos a "democracia" estamos haciéndolo, indistintamente, a cualquiera de los sistemas políticos que utilizan tal fachada, sea la plutocracia con apariencia partitocrática, que sea esa "verdadera" democracia fantasmagórica de la que tanto se habla sin que nadie sea capaz de situarla concretamente ni en el tiempo ni en el espacio. Todo apunta a que aquello que en Bachiller estudiábamos como una de las varias formas de gobierno, con la que puede estarse de acuerdo o no, ha llegado a convertirse en una superstición con todas sus características. Los que creen en la democracia, como buenos supersticiosos, creen estar protegidos de todo mal merced a su mágico influjo. Piensan incluso que en aquellos casos en que la democracia no pueda protegerles totalmente, actuará como una especie de piedra filosofal que convertirá el mal en bien. Lo habéis visto muchas veces: si a cambio de tener democracia hay que soportar paro, droga, quiebra de valores, terrorismo, miseria, delincuencia, vasallaje, lo que sea, no importa. Lo importante es la democracia. Ella lo solucionará todo. Así, cuando alguien ofrece soluciones a esos y otros problemas es rápidamente anatematizado por no creer en la democracia (la democracia, como superstición que es, no tiene soluciones reales para nada) y se rechazan sus planteamientos, prefiriéndose seguir soportando cualesquiera calamidades siempre que el tótem no sea tocado. Como cualquier superstición, se justifica a sí misma y no encuentra defensa más que en sí misma. Mientras que el marxismo considera enemigos a los de la "clase obrera", del “materialismo dialéctico” o de la "dictadura del proletariado"; y en el fascismo los enemigos son los enemigos de la Patria, la Raza o la Civilización; la democracia habla sólo de enemigos de la democracia. ¡Usted no es demócrata! ¡Eso no es democrático! ¡Lo de más allá no es propio de una democracia! Y ya está. Se quedan tan satisfechos. No hay más qué hablar: los no creyentes están excluidos sin más discusión. Las supersticiones nunca han resistido el debate ni el razonamiento. Al igual que otras supersticiones, tiene sus rituales propios que se "sabe" que, 1
  • 2. independientemente de su desarrollo y resultados reales, funcionan y que lo importante es que se participe ellos. El más importante de esos rituales se llama "elecciones". Cuando hay elecciones, los gurús de la secta siempre afirman que lo más importante es que todo el mundo participe y, tras ellas, siempre, sin excepción, ocurra lo que ocurra, se afirma que se ha dado una lección de comportamiento democrático. El solo hecho de la existencia de ese ritual y su participación en él garantiza el bien futuro. Exactamente igual que cuando se creía que determinada ceremonia garantizaba cosechas, protegía de los guerreros enemigos, sanaba enfermedades o aseguraba la descendencia. Las supersticiones al institucionalizarse, como ha ocurrido con la democracia, se convierten en idolatría. Estas tienen sus sumos sacerdotes, los cuales jamás creen realmente en la superstición, pero se sirven de ella para controlar a los creyentes, eliminar a sus enemigos, ganar posiciones de poder y obtener ventajas sociales y económicas. Los sumos sacerdotes de la democracia demuestran su descreimiento cuando predican democracia y, a un tiempo, reprimen cruelmente a los que no creen en ella (no son raros los sacrificios humanos en sociedades idolátricas), lo que no les impide seguir ensalzándola y viviendo espléndidamente a costa de los supersticiosos "de base". Es normal que el supersticioso identifique el Mal con el no creyente, aunque éste observe un comportamiento impecable (el fascismo es anatematizado e identificado con el Mal sólo por no creer en supersticiones) y aunque ese mal sea consecuencia de la democracia, además de su aliado. Por ejemplo, en España, los supersticiosos y sus santones insisten sospechosamente en identificar a ETA y los compañeros de viaje de ésta con los enemigos de la democracia, sin explicar por que los etarras fueron tan perseguidos por Franco y tan bien tratados por nuestro democrático régimen; sin explicar por qué ETA asesinó al nada demócrata Carrero Blanco -además con la inestimable colaboración de la embajada de EEUU y de la CIA, grandes guardianes de la democracia en todo el mundo-, abriendo el camino a la instauración de la democracia en España; sin explicar por qué el mayor ensañamiento etarra lo han sufrido durante años y años los escasamente demócratas falangistas, requetés y franquistas; sin explicar muchas otras cosas. Pero es que las supersticiones, ya lo hemos dicho, no pueden explicarse ni razonarse. Resumiendo, el que no cree es malo y el malo lo es porque no cree. 2
  • 3. Pero la relación del supersticioso con el que no lo es no termina ahí. Idéntico horror al que expresan los demócratas cuando tienen noticia de un no creyente es el demostrado por el supersticioso convencional cuando ve a alguien que, carente de manías, pasa bajo una escalera. Y el mismo desdén que un demócrata dirige a quien no lo es podemos observarlo cuando a un creyente en el Tarot se le discute su fanática creencia. Cualquier crimen cometido en nombre de la Gran Superstición no es propiamente un crimen, sino una necesidad para mantener la propia superstición. Montecasino, Dresde, Hamburgo, Berlín, Hiroshima, Nagasaki, Prusia, Palestina, Vietnam, Corea, Granada, Panamá, Somalia, Yugoslavia, Guantánamo, Afganistán, Irak, etc. Han tenido que ser víctimas del "fuego purificador democrático", sin que ello importe lo más mínimo, porque “ha sido por la Democracia”. Sacrificios propiciatorios. Cuando una superstición se vuelve compleja y, a la vez, se institucionaliza, deviniendo, como hemos visto, en idolatría, gana nuevos adeptos que, no queriendo quedar marginados de la secta de iniciados, presumen continuamente de creer tanto como el que mas y hacen ver que la superstición rige incluso aquellos aspectos de la vida que, lógicamente (¿qué tiene que ver la lógica con la superstición?), no tendrían que verse afectados por ella. No es raro, así, oír a supersticiosos afirmar cosas como: "en mi casa somos muy demócratas" (¿querrá eso decir que los platos que componen el almuerzo se deciden por mayoría de votos?, ¿que el color de las paredes se somete a sufragio?, ¿se hará campaña y todo para elegir vestuario?) o "este instituto se rige por criterios democráticos” (¿se aprueba o suspende por votación?, ¿se deciden por mayoría las materias que se imparten?¿se ponen por votación los exámenes?). Podemos recordar el caso real de un Instituto en el que los alumnos, democráticamente votaron su nombre, resultando como ganador la propuesta de “General Franco”. Los profesores, defensores de la democracia y de la libertad, no acataron la votación, sin dar ninguna explicación. Es característica de todas las supersticiones ir cada vez a más, ampliándose su uso a cada vez campos. El supersticioso empieza tocando madera y termina bailando desnudo mientras come sesos de gato sietemesino; el demócrata termina por someter a votación la existencia de Dios (lugar: Ateneo de Madrid, momento: II República española). 3
  • 4. Y cuando algo, lo que sea, no conviene a los sumos sacerdotes o es contrario a sus intereses, basta con decir que no es democrático (o bien que es “facha”) para que, sin más razones ni motivaciones, llegue el desprecio y la persecución: "la pena de muerte no es democrática" (¿y si es querida por la mayoría?), "un país democrático debe de acoger a todo el mundo" (¿y si la mayoría de sus habitantes opina exactamente lo contrario?), "el derecho al aborto es un derecho democrático" (¿qué tiene eso que ver con el "gobierno del pueblo", teórica esencia de la democracia?)... Si el sumo sacerdote dice que algo no es democrático es que no lo es, y si no lo es se hace acreedor al desprecio universal. ¿Explicaciones? ¿Desde cuándo se explican las supersticiones? Hace siglos el hombre se creía dueño de su destino sacrificando animales o tiznando su rostro. En la actualidad el hombre se sabe dueño de su destino echando cada cuatro años un papelito en un recipiente de plástico transparente… Hemos avanzado mucho… 4