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22/05/2018 1
FACULTAD: CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN
PROGRAMA: LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA
PERÍODO: 2018-1
Nombre de la asignatura: Desarrollo Moral
Nombre del docente: P. Jorge Luis Toro Rivas
Intensidad horaria: 80 horas
Presencial: 16 horas
Dedicación por parte del estudiante: 64 horas
Créditos: 2
Fase de formación: Disciplinar
Semestre: VII
Área académica - Humanística
Profesor: P. Jorge Luis Toro R.
Lic. Teología Moral, Bioética y Educación religiosa
Capítulo III:
LA EXPERIENCIA MORAL
1. La experiencia de la moralidad
a) Una experiencia universal
b) El valor como motivación
c) El concepto de valor
d) El valor moral como valor de la
persona
2. Llamada de Dios al hombre
a)La moral como llamada divina,
en el Antiguo Testamento.
b) La moral como llamada, en el
Nuevo Testamento
CAPÍTULO III
LA EXPERIENCIA MORAL
Enfoque;
El ser humano experimenta en su propia vida
la realidad de una dimensión del todo
particular, que llamamos “moralidad”.
Experimenta la realidad del bien y del mal.
Y la experimenta como algo que no se da él
a sí mismo, y que tampoco puede él manejar
a su antojo.
La Sagrada Escritura nos muestra que esa
experiencia peculiar, es en el fondo una
llamada de Dios, una invitación divina a actuar
en conformidad con la propia identidad de ser
humano, según el designio originario del
mismo Creador.
1. La experiencia de la moralidad
a) Una experiencia universal: Es un hecho que
en todas las culturas y sociedades de todas las
épocas de la humanidad, son frecuentes
expresiones lingüísticas y comportamientos que
se refieren a juicios de valor, de mérito o de
demérito, de premio o castigo, etc. en función
del modo de actuar de los individuos o los
grupos.
En esa experiencia de la moralidad,
se habla de:
“bien o mal”,
“noble o innoble”,
“digno o indigno”,
“apreciable o despreciable”…,
Pero lo más importante es ver que cada uno de
nosotros, aun con ideas y creencias diversas,
con diversa educación y visión de la vida, etc.
experimentamos personalmente la realidad de
un “algo” que se presenta en nuestra vida
como importante y determinante para guiar
nuestros actos. Más aún, como veremos
enseguida, experimentamos ese “algo” como
aquello que define el valor mismo de nuestros
actos libres y de nosotros mismos en cuanto
personas libres.
b) El valor como motivación:
Partamos del hecho de que siempre que
actuamos voluntariamente (lo cual supone
también que actuamos conscientemente) , lo
hacemos movidos por algún motivo. Hay algo
que “nos mueve” a hacer o dejar de hacer esto
o aquello. También el joven que dice: “a mí me
da la gana de actuar sin ningún motivo...”. En
realidad, ése es el motivo que le mueve: el
deseo de actuar sin motivo, por puro capricho.
Ahora bien, si algo nos “mueve” a actuar, es
porque para nosotros ese algo “vale”; a veces
decimos de ese algo que “vale la pena”.
Es decir, comprendemos que hay una pena
que pagar, un costo; pero que el valor de esa
realidad justifica la pena.
Puede tratarse de un objeto que deseamos
comprar pero nos parece costoso; dudo,
y un amigo me dice: “vamos, vale la pena”.
Cuando algo me cuesta, pero decido de todas
formas hacerlo, comprarlo, buscarlo... significa
que en mi interior he captado un valor superior
a lo que he de sacrificar.
c) El concepto de valor:
En el fondo, pues, lo que nos motiva a actuar
o dejar de actuar, es un valor.
Valor significa aquí simplemente aquello
que me atrae a mí, sujeto, por parte de un
determinado objeto. Ese “algo” que descubro
en el objeto y me atrae, eso es el valor.
Por tanto, el valor no es más que el bien en
cuanto que atrae a un sujeto. Y desde el
momento en que el sujeto descubre el valor
del objeto bueno, se lo puede proponer
como fin de su actuar voluntario; es decir,
puede verse motivado a actuar o dejar de
actuar de un determinado modo.
Se notará que he dicho que el sujeto
“descubre” el valor en el objeto. Este es un
matiz importante. El valor, efectivamente,
tiene a la vez una dimensión subjetiva y otra
objetiva. Por un lado, tiene que ser
descubierto por el sujeto. Por otro, el sujeto
lo “descubre” no lo crea. Es decir, cuando yo
aprecio un buen filete, cuando veo que “vale”,
no soy yo quien hace que el filete valga.
Más bien, descubro, aprecio algo en ese
objeto que corresponde a una tendencia mía.
No vale porque yo lo aprecio, sino lo aprecio
porque vale, porque contiene ese algo que
hace de ello un bien para mí. Es evidente que
no todos apreciamos igualmente los diversos
valores de los diversos bienes. Esto significa
solamente que cada sujeto puede o no
descubrir y apreciar los valores de modo
diverso, a partir de sus inclinaciones,
educación, decisiones anteriores, estilo de
vida, etc. Yo descubro, no creo, el valor.
¿Para qué toda esta disquisición sobre el
motivo y sobre el valor que nos motiva?
Para poder entender bien lo que es la
“experiencia moral”. Porque, en el fondo,
como veremos enseguida, esa experiencia
no es otra cosa que la experiencia de un valor.
De un valor muy particular, que podemos
llamar desde ahora, valor moral.
d) El valor moral como valor de la persona:
Hagamos un análisis introspectivo de cómo
solemos juzgar espontáneamente los actos
voluntarios de las demás personas y de
nosotros mismos, en cuanto personas.
Veremos que, en el fondo, nosotros (y me
refiero a todos los seres humanos) juzgamos
los actos voluntarios como buenos o malos en
función de ese valor particular que llamamos
valor moral.
Consideremos un caso como éste. El periódico
dio la noticia de un señor joven que se tiró al
mar para salvar a sus dos hijitos que estaban
ahogándose, arrastrados por las olas. No sabía
nadar muy bien, pero nadó duro hasta que
logró sacar a la orilla a su niñita. Estaba ya
exhausto, pero volvió a tirarse, a pesar de los
gritos de su esposa que le decía que era muy
peligroso y no podría ya sacar al niño. El tenía
que intentarlo. Unas horas después, el
helicóptero de la policía encontró al niño vivo,
agarrado al cadáver flotante de su papá.
La gente se conmovió ante el gesto de ese
padre. Imaginemos que alguien dijera que esa
acción no tuvo mucho valor, porque el señor
demostró que no nadaba muy bien, que no
era fuerte, quizás que no fue prudente...
Evidentemente, todo eso son valores. Pero
creo que cualquiera pensaría que quien dice
semejante cosa, “no ha entendido nada”.
Una acción de ese tipo puede, es cierto, estar
privada de muchos valores propios del ser
humano, pero entendemos que vista en su
realidad más profunda, en cuanto acto
voluntario de una persona humana, es una
acción buena, una buena acción.
Otro día, el periódico refiere el caso de un
secuestro. Un grupo de encapuchados
secuestró a un niño de ocho años para pedir
un rescate millonario a sus padres. Dado que
éstos no se doblegaron fácilmente, al cabo de
unos días les enviaron en un sobre una oreja
del muchacho, para que entendieran que iban
en serio. Poco después, viéndose acorralados
por la policía, le pegaron un tiro en la nuca y lo
dejaron abandonado en un bosque.
Aquí, naturalmente, alguien podría decir que la
actuación de los secuestradores estaba llena
de valores, de valores muy importantes para
todo individuo humano. Hubo sagacidad,
audacia, determinación, firmeza... y quién sabe
cuántos otros valores. Y, sin embargo, creo,
todos sentimos repugnancia ante semejante
hecho.
Por más valores que hayan puesto los
secuestradores-asesinos, ese acto es malo,
una mala acción. Todo esto significa que, en
nuestra experiencia espontánea y cotidiana,
el valor de una acción humana, en cuanto
acción humana, depende de un valor que no
se reduce a ninguno de los otros, ni es
tampoco la suma de todos ellos.
Y lo mismo tenemos que decir de nuestra
apreciación sobre la persona que actúa. De
uno que se dedica a secuestrar, matar, robar,
ofender a los demás, busca solamente su
propio provecho aprovechándose de los
demás, etc., solemos decir que “es una mala
persona”. No importa si es listo, guapo, fuerte,
rico, etc. Podré decir que es una persona
inteligente, fuerte... pero, de todas formas, es
una “mala persona”.
Es decir, mala en cuanto persona, en aquello
que define a la persona, que es el uso de su
libertad. Viceversa, de una persona que vive
para hacer el bien a los demás, que perdona,
ayuda, es honesta y sincera, etc. solemos decir
que es “una buena persona”. Aunque quizás no
posea otros muchos valores propios del
hombre. Aunque no sea muy inteligente, o
robusta, o bella... es una buena persona, es
decir buena en cuanto persona.
Pero podemos hacer un análisis introspectivo
más personal y más interesante todavía.
El análisis de nuestra experiencia interior ante
ciertas decisiones que tenemos que tomar o
que hemos tomado en el pasado. Antes o
después de una acción podemos experimentar
que es buena o mala, independientemente de
los otros valores que están en juego.
Es ese otro valor, el valor moral, muchas veces
vagamente percibido, pero realmente presente
en nuestra experiencia cotidiana, lo que da
valor a nuestros actos en cuanto acto humano
y a nuestra persona en cuanto persona
humana.
Es muy importante que alguna vez ahondemos
con nuestra reflexión en esa experiencia del
valor moral, que es muy frecuente, casi
cotidiana, pero muchas veces oscura y no
tematizada. Lo más interesante es que cada
uno reflexione sobre su experiencia personal
para descubrir esa realidad: la experiencia de
la moralidad como experiencia de un valor
diferente de los demás valores que nos
motivan en nuestra vida, y según el cual
juzgamos nuestros actos y a nosotros mismos
como buenos o malos, así sin más, en cuanto
personas.
Esa constatación nos lleva a la conclusión de
que el valor moral es el valor de la persona
en cuanto tal. Y esto es así porque, como
veremos, es el valor que tiene que ver con
aquello que es más propio y definitivo en la
persona en cuanto sujeto personal: su propia
libertad.
Es ese otro valor, el valor moral, muchas
veces vagamente percibido, pero realmente
presente en nuestra experiencia cotidiana, lo
que da valor a nuestros actos en cuanto acto
humano y a nuestra persona en cuanto
persona humana.
2. Llamada de Dios al hombre
Nuestra experiencia del valor moral tiene una
característica muy peculiar: no depende
totalmente de nosotros mismos. Esa expresión
tan frecuente, “no puedo”, o bien la otra
equivalente, “no debo”, indica precisamente
que no experimentamos lo moral como algo
que nosotros hacemos y deshacemos a placer.
Sería todo muy sencillo si el bien moral
coincidiera con nuestro querer o con nuestro
sentir: “decido o siento que esto está bien,
y por lo tanto está bien”. No es así.
Al contrario, cuántas veces me gustaría hacer
algo, y me gustaría que fuera bueno para
poder hacerlo con tranquilidad de conciencia...
Y por más que intento persuadirme de ello...
“no puedo”.
Da la impresión de que, en nuestro interior, en
nuestra razón moral, resuena una voz que no
podemos manejar a nuestro antojo. Es lo que
llamamos, precisamente, “la voz de la
conciencia”. Este fenómeno nos introduce en un
tema que es central en la visión cristiana de la
moral: la vida moral consiste en la respuesta a
una llamada de Dios. Vamos a ver que esta
especie de “intuición” de una voz que nos llama
en la conciencia, responde plenamente a la
visión que la Sagrada Escritura nos da de la
moral.
a) La moral como llamada divina, en el A.T.
El texto central de la moral del pueblo de Israel
lo encontramos en Deuteronomio, 4, 32-40.
Los capítulos 4-7 de ese libro exponen con
vigor los “preceptos y normas” dados por
Moisés al pueblo en nombre de Dios.
Esa actuación prodigiosa de Dios es expresión
de su amor: “Porque amó a tus padres y eligió
a su descendencia después de ellos, te sacó de
Egipto personalmente con su gran fuerza”
(v. 37). Dios ha tomado la iniciativa, por puro
amor, pidiendo al pueblo que le responda con
su fidelidad a la Alianza establecida con él
después de liberarlo de la esclavitud que
padecía en Egipto
Esa respuesta del pueblo consistirá sobre todo
en el reconocimiento de Yahvé como único
Dios:
“A ti se te ha dado a ver todo esto, para que
sepas que Yahvé es el verdadero Dios y que no
hay otro fuera de él” (v. 35).
“Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón
que Yahvé es el único Dios allá arriba en el cielo
y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (v. 39).
“Escucha Israel. Yahvé nuestro Dios es el único
Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”
(6, 4-5).
Se trata de la llamada “cláusula fundamental”
de la moral del pueblo de Israel. De ella deriva
una serie de “cláusulas particulares”, normas,
preceptos, indicaciones, que configuran la vida
moral del pueblo: “Guarda los preceptos y los
mandamientos que yo te prescribo hoy,
para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti”
(4, 40).
Esta idea central del amor de correspondencia
a Dios por su amor liberador, que debe
traducirse en la fidelidad a todos los preceptos,
constituye el pórtico y la base misma del
llamado “código deuteronómico” (caps. 12-26)
en el que se exponen con detalle todas las
reglas que han de regir al pueblo.
Reglas sobre el culto y los sacrificios, contra
la idolatría, sobre el diezmo anual, el año
sabático, el trato de los esclavos, el
comportamiento con los homicidas, el modo
de vestir de hombre y mujeres, el adulterio y
la fornicación, el divorcio, etc., etc.
La moral del pueblo escogido es, pues, una
moral eminentemente religiosa, enraizada en
la iniciativa del amor de Dios. Es una moral
“dialogal”, que tiene su punto de apoyo en la
correspondencia a su amor. Es una moral que
consiste en una respuesta a la llamada que
Dios hace a su pueblo al sacarlo de Egipto,
ayudarle en todas sus necesidades y establecer
con él una Alianza: “A Yahvé vuestro Dios
seguiréis y a él temeréis, guardaréis sus
mandamientos y escucharéis su voz, a él
serviréis y viviréis unidos a él” (Dt 13, 5)
Esta característica dialogal de la moral
atraviesa todo el A.T. En todas sus páginas
vemos a un Dios que habla con su pueblo, le
llama, le exige, le guía y le reprende. A veces
habla directamente, sobre todo dirigiéndose a
alguno de sus elegidos: Moisés, los jueces, el
rey David, etc.
Otras veces llama al pueblo a través de los
acontecimientos: las serpientes venenosas
del desierto o el destierro a Babilonia.
Frecuentemente, a través de sus enviados:
los profetas, los sacerdotes, los sabios;
ellos hablan en nombre de Dios y a través de
ellos Dios les llama al arrepentimiento, a la
santidad, a la justicia, a la fidelidad...
b) La moral como llamada, N.T.:
En el N.T. se acentúa todavía más ese carácter
dialogal de la moral. En tiempo de Jesús los
fariseos habían deformado la religión y la
moral, precisamente porque habían perdido su
sentido de relación de amor y de respuesta fiel
al amor de Dios. Habían reducido la religión y
la moral a un mezquino legalismo. Lo que
contaba era cumplir al pie de la letra las más
mínimas prescripciones; su cumplimiento
otorgaba automáticamente la justificación.
Y de nuevo, todo parte de la iniciativa amorosa
de Dios, que manda a su propio Hijo para la
salvación del mundo. Ahora no hablará al
pueblo solamente con hechos o a través de sus
enviados. Ahora será el mismo Dios quien
llame directamente al pueblo, y a todo
hombre, a la salvación. Es el Verbo de Dios
quien habla. Jesús recalcará el sentido dialogal
de la religión y la moral al contraponer su
mensaje a la “justicia de los escribas y fariseos”
(Mt 5, 20).
Su mensaje moral se centra en el cumplimiento
de la voluntad del Padre, y en la invitación a
seguirle e imitarle a él. La suya es una llamada
radical y renovadora, que pide una respuesta
radical: la búsqueda de una perfección
orientada por la perfección de su Padre
celestial, y la donación total, hasta cargar
con la cruz, como él.
San Pablo destaca también la iniciativa divina
en la vida del cristiano. Cristo murió por
nosotros. Y nos llama a una vida nueva desde
la fuente del bautismo (Cf. Rm. 6, 4). Es una
llamada a la identificación con Cristo y a su
imitación (Cf. Ef. 5, 1). En este sentido es muy
significativo el típico esquema de algunas de
sus cartas: a una parte de índole “indicativa”
sigue otra de carácter “imperativo”. Los
deberes morales son respuesta al amor que
Dios demuestra con los hechos de la salvación.
Es la misma realidad presentada con fuerza
incomparable por el apóstol Juan: “El nos amó
primero” (1Jn 4, 19). La vida moral, centrada
en el mandamiento del amor, es ante todo
respuesta al amor primordial de Dios: “si Dios
nos amó de esta manera, también nosotros
debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4, 11)..
La vida moral del hombre no es, pues, un
sucederse de automatismos obligantes
reducidos a normas y leyes; tampoco es puro
capricho subjetivo. La experiencia moral
normal y cotidiana, la experiencia de ese “no
puedo” o “debo”, corresponde en el fondo a la
realidad misma de la moral como respuesta a
una llamada de Dios, percibida a través de la
conciencia -ese instrumento otorgado a cada
uno por el Creador- o también a través de su
Revelación.
Como Adán y Eva, cada ser humano tiene ante
sí el árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero
no ha sido él quien plantó ese árbol; ni es él
quien decide lo que es bueno o malo. Cada
hombre y mujer responde, al seguir su
conciencia, a aquél que le dijo: “de ese árbol
no comerás”. Y se lo dijo mientras le ofrecía,
por puro y gratuito amor, todo un paraíso.
Lecturas complementarias:
CEC: 1730-
1748;
1853
VS: 6-24
EV :
70, 71,
95,101
LG:
2-4, 13

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Desarrollo moral cap 3

  • 1. 22/05/2018 1 FACULTAD: CIENCIAS HUMANAS, SOCIALES Y DE LA EDUCACIÓN PROGRAMA: LICENCIATURA EN EDUCACIÓN RELIGIOSA PERÍODO: 2018-1 Nombre de la asignatura: Desarrollo Moral Nombre del docente: P. Jorge Luis Toro Rivas Intensidad horaria: 80 horas Presencial: 16 horas Dedicación por parte del estudiante: 64 horas Créditos: 2 Fase de formación: Disciplinar Semestre: VII Área académica - Humanística
  • 2. Profesor: P. Jorge Luis Toro R. Lic. Teología Moral, Bioética y Educación religiosa
  • 3. Capítulo III: LA EXPERIENCIA MORAL 1. La experiencia de la moralidad a) Una experiencia universal b) El valor como motivación c) El concepto de valor d) El valor moral como valor de la persona 2. Llamada de Dios al hombre a)La moral como llamada divina, en el Antiguo Testamento. b) La moral como llamada, en el Nuevo Testamento
  • 4. CAPÍTULO III LA EXPERIENCIA MORAL Enfoque; El ser humano experimenta en su propia vida la realidad de una dimensión del todo particular, que llamamos “moralidad”. Experimenta la realidad del bien y del mal. Y la experimenta como algo que no se da él a sí mismo, y que tampoco puede él manejar a su antojo.
  • 5. La Sagrada Escritura nos muestra que esa experiencia peculiar, es en el fondo una llamada de Dios, una invitación divina a actuar en conformidad con la propia identidad de ser humano, según el designio originario del mismo Creador.
  • 6. 1. La experiencia de la moralidad a) Una experiencia universal: Es un hecho que en todas las culturas y sociedades de todas las épocas de la humanidad, son frecuentes expresiones lingüísticas y comportamientos que se refieren a juicios de valor, de mérito o de demérito, de premio o castigo, etc. en función del modo de actuar de los individuos o los grupos.
  • 7. En esa experiencia de la moralidad, se habla de: “bien o mal”, “noble o innoble”, “digno o indigno”, “apreciable o despreciable”…,
  • 8. Pero lo más importante es ver que cada uno de nosotros, aun con ideas y creencias diversas, con diversa educación y visión de la vida, etc. experimentamos personalmente la realidad de un “algo” que se presenta en nuestra vida como importante y determinante para guiar nuestros actos. Más aún, como veremos enseguida, experimentamos ese “algo” como aquello que define el valor mismo de nuestros actos libres y de nosotros mismos en cuanto personas libres.
  • 9. b) El valor como motivación: Partamos del hecho de que siempre que actuamos voluntariamente (lo cual supone también que actuamos conscientemente) , lo hacemos movidos por algún motivo. Hay algo que “nos mueve” a hacer o dejar de hacer esto o aquello. También el joven que dice: “a mí me da la gana de actuar sin ningún motivo...”. En realidad, ése es el motivo que le mueve: el deseo de actuar sin motivo, por puro capricho.
  • 10. Ahora bien, si algo nos “mueve” a actuar, es porque para nosotros ese algo “vale”; a veces decimos de ese algo que “vale la pena”. Es decir, comprendemos que hay una pena que pagar, un costo; pero que el valor de esa realidad justifica la pena.
  • 11. Puede tratarse de un objeto que deseamos comprar pero nos parece costoso; dudo, y un amigo me dice: “vamos, vale la pena”. Cuando algo me cuesta, pero decido de todas formas hacerlo, comprarlo, buscarlo... significa que en mi interior he captado un valor superior a lo que he de sacrificar.
  • 12. c) El concepto de valor: En el fondo, pues, lo que nos motiva a actuar o dejar de actuar, es un valor. Valor significa aquí simplemente aquello que me atrae a mí, sujeto, por parte de un determinado objeto. Ese “algo” que descubro en el objeto y me atrae, eso es el valor.
  • 13. Por tanto, el valor no es más que el bien en cuanto que atrae a un sujeto. Y desde el momento en que el sujeto descubre el valor del objeto bueno, se lo puede proponer como fin de su actuar voluntario; es decir, puede verse motivado a actuar o dejar de actuar de un determinado modo.
  • 14. Se notará que he dicho que el sujeto “descubre” el valor en el objeto. Este es un matiz importante. El valor, efectivamente, tiene a la vez una dimensión subjetiva y otra objetiva. Por un lado, tiene que ser descubierto por el sujeto. Por otro, el sujeto lo “descubre” no lo crea. Es decir, cuando yo aprecio un buen filete, cuando veo que “vale”, no soy yo quien hace que el filete valga. Más bien, descubro, aprecio algo en ese objeto que corresponde a una tendencia mía.
  • 15. No vale porque yo lo aprecio, sino lo aprecio porque vale, porque contiene ese algo que hace de ello un bien para mí. Es evidente que no todos apreciamos igualmente los diversos valores de los diversos bienes. Esto significa solamente que cada sujeto puede o no descubrir y apreciar los valores de modo diverso, a partir de sus inclinaciones, educación, decisiones anteriores, estilo de vida, etc. Yo descubro, no creo, el valor.
  • 16. ¿Para qué toda esta disquisición sobre el motivo y sobre el valor que nos motiva? Para poder entender bien lo que es la “experiencia moral”. Porque, en el fondo, como veremos enseguida, esa experiencia no es otra cosa que la experiencia de un valor. De un valor muy particular, que podemos llamar desde ahora, valor moral.
  • 17. d) El valor moral como valor de la persona: Hagamos un análisis introspectivo de cómo solemos juzgar espontáneamente los actos voluntarios de las demás personas y de nosotros mismos, en cuanto personas. Veremos que, en el fondo, nosotros (y me refiero a todos los seres humanos) juzgamos los actos voluntarios como buenos o malos en función de ese valor particular que llamamos valor moral.
  • 18. Consideremos un caso como éste. El periódico dio la noticia de un señor joven que se tiró al mar para salvar a sus dos hijitos que estaban ahogándose, arrastrados por las olas. No sabía nadar muy bien, pero nadó duro hasta que logró sacar a la orilla a su niñita. Estaba ya exhausto, pero volvió a tirarse, a pesar de los gritos de su esposa que le decía que era muy peligroso y no podría ya sacar al niño. El tenía que intentarlo. Unas horas después, el helicóptero de la policía encontró al niño vivo, agarrado al cadáver flotante de su papá.
  • 19. La gente se conmovió ante el gesto de ese padre. Imaginemos que alguien dijera que esa acción no tuvo mucho valor, porque el señor demostró que no nadaba muy bien, que no era fuerte, quizás que no fue prudente... Evidentemente, todo eso son valores. Pero creo que cualquiera pensaría que quien dice semejante cosa, “no ha entendido nada”. Una acción de ese tipo puede, es cierto, estar privada de muchos valores propios del ser humano, pero entendemos que vista en su realidad más profunda, en cuanto acto voluntario de una persona humana, es una acción buena, una buena acción.
  • 20. Otro día, el periódico refiere el caso de un secuestro. Un grupo de encapuchados secuestró a un niño de ocho años para pedir un rescate millonario a sus padres. Dado que éstos no se doblegaron fácilmente, al cabo de unos días les enviaron en un sobre una oreja del muchacho, para que entendieran que iban en serio. Poco después, viéndose acorralados por la policía, le pegaron un tiro en la nuca y lo dejaron abandonado en un bosque.
  • 21. Aquí, naturalmente, alguien podría decir que la actuación de los secuestradores estaba llena de valores, de valores muy importantes para todo individuo humano. Hubo sagacidad, audacia, determinación, firmeza... y quién sabe cuántos otros valores. Y, sin embargo, creo, todos sentimos repugnancia ante semejante hecho.
  • 22. Por más valores que hayan puesto los secuestradores-asesinos, ese acto es malo, una mala acción. Todo esto significa que, en nuestra experiencia espontánea y cotidiana, el valor de una acción humana, en cuanto acción humana, depende de un valor que no se reduce a ninguno de los otros, ni es tampoco la suma de todos ellos.
  • 23. Y lo mismo tenemos que decir de nuestra apreciación sobre la persona que actúa. De uno que se dedica a secuestrar, matar, robar, ofender a los demás, busca solamente su propio provecho aprovechándose de los demás, etc., solemos decir que “es una mala persona”. No importa si es listo, guapo, fuerte, rico, etc. Podré decir que es una persona inteligente, fuerte... pero, de todas formas, es una “mala persona”.
  • 24. Es decir, mala en cuanto persona, en aquello que define a la persona, que es el uso de su libertad. Viceversa, de una persona que vive para hacer el bien a los demás, que perdona, ayuda, es honesta y sincera, etc. solemos decir que es “una buena persona”. Aunque quizás no posea otros muchos valores propios del hombre. Aunque no sea muy inteligente, o robusta, o bella... es una buena persona, es decir buena en cuanto persona.
  • 25. Pero podemos hacer un análisis introspectivo más personal y más interesante todavía. El análisis de nuestra experiencia interior ante ciertas decisiones que tenemos que tomar o que hemos tomado en el pasado. Antes o después de una acción podemos experimentar que es buena o mala, independientemente de los otros valores que están en juego.
  • 26. Es ese otro valor, el valor moral, muchas veces vagamente percibido, pero realmente presente en nuestra experiencia cotidiana, lo que da valor a nuestros actos en cuanto acto humano y a nuestra persona en cuanto persona humana.
  • 27. Es muy importante que alguna vez ahondemos con nuestra reflexión en esa experiencia del valor moral, que es muy frecuente, casi cotidiana, pero muchas veces oscura y no tematizada. Lo más interesante es que cada uno reflexione sobre su experiencia personal para descubrir esa realidad: la experiencia de la moralidad como experiencia de un valor diferente de los demás valores que nos motivan en nuestra vida, y según el cual juzgamos nuestros actos y a nosotros mismos como buenos o malos, así sin más, en cuanto personas.
  • 28. Esa constatación nos lleva a la conclusión de que el valor moral es el valor de la persona en cuanto tal. Y esto es así porque, como veremos, es el valor que tiene que ver con aquello que es más propio y definitivo en la persona en cuanto sujeto personal: su propia libertad.
  • 29. Es ese otro valor, el valor moral, muchas veces vagamente percibido, pero realmente presente en nuestra experiencia cotidiana, lo que da valor a nuestros actos en cuanto acto humano y a nuestra persona en cuanto persona humana.
  • 30. 2. Llamada de Dios al hombre Nuestra experiencia del valor moral tiene una característica muy peculiar: no depende totalmente de nosotros mismos. Esa expresión tan frecuente, “no puedo”, o bien la otra equivalente, “no debo”, indica precisamente que no experimentamos lo moral como algo que nosotros hacemos y deshacemos a placer.
  • 31. Sería todo muy sencillo si el bien moral coincidiera con nuestro querer o con nuestro sentir: “decido o siento que esto está bien, y por lo tanto está bien”. No es así. Al contrario, cuántas veces me gustaría hacer algo, y me gustaría que fuera bueno para poder hacerlo con tranquilidad de conciencia... Y por más que intento persuadirme de ello... “no puedo”.
  • 32. Da la impresión de que, en nuestro interior, en nuestra razón moral, resuena una voz que no podemos manejar a nuestro antojo. Es lo que llamamos, precisamente, “la voz de la conciencia”. Este fenómeno nos introduce en un tema que es central en la visión cristiana de la moral: la vida moral consiste en la respuesta a una llamada de Dios. Vamos a ver que esta especie de “intuición” de una voz que nos llama en la conciencia, responde plenamente a la visión que la Sagrada Escritura nos da de la moral.
  • 33. a) La moral como llamada divina, en el A.T. El texto central de la moral del pueblo de Israel lo encontramos en Deuteronomio, 4, 32-40. Los capítulos 4-7 de ese libro exponen con vigor los “preceptos y normas” dados por Moisés al pueblo en nombre de Dios.
  • 34. Esa actuación prodigiosa de Dios es expresión de su amor: “Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, te sacó de Egipto personalmente con su gran fuerza” (v. 37). Dios ha tomado la iniciativa, por puro amor, pidiendo al pueblo que le responda con su fidelidad a la Alianza establecida con él después de liberarlo de la esclavitud que padecía en Egipto
  • 35. Esa respuesta del pueblo consistirá sobre todo en el reconocimiento de Yahvé como único Dios: “A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahvé es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él” (v. 35).
  • 36. “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahvé es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (v. 39). “Escucha Israel. Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (6, 4-5).
  • 37. Se trata de la llamada “cláusula fundamental” de la moral del pueblo de Israel. De ella deriva una serie de “cláusulas particulares”, normas, preceptos, indicaciones, que configuran la vida moral del pueblo: “Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti” (4, 40).
  • 38. Esta idea central del amor de correspondencia a Dios por su amor liberador, que debe traducirse en la fidelidad a todos los preceptos, constituye el pórtico y la base misma del llamado “código deuteronómico” (caps. 12-26) en el que se exponen con detalle todas las reglas que han de regir al pueblo.
  • 39. Reglas sobre el culto y los sacrificios, contra la idolatría, sobre el diezmo anual, el año sabático, el trato de los esclavos, el comportamiento con los homicidas, el modo de vestir de hombre y mujeres, el adulterio y la fornicación, el divorcio, etc., etc.
  • 40. La moral del pueblo escogido es, pues, una moral eminentemente religiosa, enraizada en la iniciativa del amor de Dios. Es una moral “dialogal”, que tiene su punto de apoyo en la correspondencia a su amor. Es una moral que consiste en una respuesta a la llamada que Dios hace a su pueblo al sacarlo de Egipto, ayudarle en todas sus necesidades y establecer con él una Alianza: “A Yahvé vuestro Dios seguiréis y a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis y viviréis unidos a él” (Dt 13, 5)
  • 41. Esta característica dialogal de la moral atraviesa todo el A.T. En todas sus páginas vemos a un Dios que habla con su pueblo, le llama, le exige, le guía y le reprende. A veces habla directamente, sobre todo dirigiéndose a alguno de sus elegidos: Moisés, los jueces, el rey David, etc.
  • 42. Otras veces llama al pueblo a través de los acontecimientos: las serpientes venenosas del desierto o el destierro a Babilonia. Frecuentemente, a través de sus enviados: los profetas, los sacerdotes, los sabios; ellos hablan en nombre de Dios y a través de ellos Dios les llama al arrepentimiento, a la santidad, a la justicia, a la fidelidad...
  • 43. b) La moral como llamada, N.T.: En el N.T. se acentúa todavía más ese carácter dialogal de la moral. En tiempo de Jesús los fariseos habían deformado la religión y la moral, precisamente porque habían perdido su sentido de relación de amor y de respuesta fiel al amor de Dios. Habían reducido la religión y la moral a un mezquino legalismo. Lo que contaba era cumplir al pie de la letra las más mínimas prescripciones; su cumplimiento otorgaba automáticamente la justificación.
  • 44. Y de nuevo, todo parte de la iniciativa amorosa de Dios, que manda a su propio Hijo para la salvación del mundo. Ahora no hablará al pueblo solamente con hechos o a través de sus enviados. Ahora será el mismo Dios quien llame directamente al pueblo, y a todo hombre, a la salvación. Es el Verbo de Dios quien habla. Jesús recalcará el sentido dialogal de la religión y la moral al contraponer su mensaje a la “justicia de los escribas y fariseos” (Mt 5, 20).
  • 45. Su mensaje moral se centra en el cumplimiento de la voluntad del Padre, y en la invitación a seguirle e imitarle a él. La suya es una llamada radical y renovadora, que pide una respuesta radical: la búsqueda de una perfección orientada por la perfección de su Padre celestial, y la donación total, hasta cargar con la cruz, como él.
  • 46. San Pablo destaca también la iniciativa divina en la vida del cristiano. Cristo murió por nosotros. Y nos llama a una vida nueva desde la fuente del bautismo (Cf. Rm. 6, 4). Es una llamada a la identificación con Cristo y a su imitación (Cf. Ef. 5, 1). En este sentido es muy significativo el típico esquema de algunas de sus cartas: a una parte de índole “indicativa” sigue otra de carácter “imperativo”. Los deberes morales son respuesta al amor que Dios demuestra con los hechos de la salvación.
  • 47. Es la misma realidad presentada con fuerza incomparable por el apóstol Juan: “El nos amó primero” (1Jn 4, 19). La vida moral, centrada en el mandamiento del amor, es ante todo respuesta al amor primordial de Dios: “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4, 11)..
  • 48. La vida moral del hombre no es, pues, un sucederse de automatismos obligantes reducidos a normas y leyes; tampoco es puro capricho subjetivo. La experiencia moral normal y cotidiana, la experiencia de ese “no puedo” o “debo”, corresponde en el fondo a la realidad misma de la moral como respuesta a una llamada de Dios, percibida a través de la conciencia -ese instrumento otorgado a cada uno por el Creador- o también a través de su Revelación.
  • 49. Como Adán y Eva, cada ser humano tiene ante sí el árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero no ha sido él quien plantó ese árbol; ni es él quien decide lo que es bueno o malo. Cada hombre y mujer responde, al seguir su conciencia, a aquél que le dijo: “de ese árbol no comerás”. Y se lo dijo mientras le ofrecía, por puro y gratuito amor, todo un paraíso.
  • 50. Lecturas complementarias: CEC: 1730- 1748; 1853 VS: 6-24 EV : 70, 71, 95,101 LG: 2-4, 13

Notas del editor