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Ciclo
C
Hoy nos trae el
evangelio uno de los
grandes milagros de
Jesucristo, una de las
tres resurrecciones
que nos narran los
evangelios: la
resurrección del hijo
de la viuda de Naín.
Parece ser que fue la
primera resurrección
que Jesús realizó.
Una gran muchedumbre seguía a Jesús, cuando
llegaron a la pequeña ciudad de Naín, donde se
encontraron con un entierro que salía de la ciudad.
Muchos le seguían atraídos simplemente por los
milagros que hacía; otros, de mejor fe, queriendo captar
los mensajes de amor y gracia, para seguirle con sus
obras.
Lc 7, 11-17
Así nos lo dice el
evangelio:
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad
llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho
gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó
que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su
madre, que era viuda; y un gentío considerable de la
ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima
y le dijo: "No llores.“ Se acercó al ataúd, lo tocó (los
que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo
digo, levántate!"
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se
lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban
gloria a Dios, diciendo: “Un gran Profeta ha surgido
entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. La noticia
del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea
entera.
Llora la madre por su hijo muerto,
las plañideras gritan en Naín.
El Señor se acerca, todos se detienen,
al muchacho muerto Jesús le dice así:
Levántate y
anda, Yo
soy la Vida.
Levántate y
anda,
naciste
para vivir.
Levántate y anda, Yo soy la Vida.
Levántate y anda, naciste para vivir.
Lo narra san Lucas, que es el evangelista de la
misericordia. Toda esta narración es un canto
expresivo a la gran misericordia de Jesús.
Uno rebosando de vida y esperanza, otro de
muerte y tristeza. Donde el Señor está presente
hay esperanza, donde está ausente hay
desesperación y muerte. Es todo un símbolo.
Hay un gran
contraste
entre los
dos grupos
que se
encuentran.
Al acercarse a la pequeña ciudad de Naín Jesús se
encuentra con un entierro muy concurrido, no
precisamente porque se tratara de alguien muy
importante, sino porque se trataba de una defunción que
había conmovido profundamente:
Quien había
muerto era un
joven, un
muchacho que
además era el
hijo único de
una viuda.
Al decir el evangelio que la
madre del difunto era viuda,
nos muestra la condición y el
dolor por la que esta mujer
estaba pasando. Las mujeres
en aquellos tiempos
dependían del sostén de su
esposo, y si él faltaba, el de
su hijo mayor. Por eso era
una calamidad para una
mujer judía el no tener hijo
varón. Al decir el evangelio
que era viuda y su único hijo
acababa de morir, nos
muestra que esta mujer
había quedado sola, y sin
ningún sostén para vivir.
Podíamos decir que
allí se encuentra la
mayor miseria, pero
también está la
inmensa
misericordia de
Dios en la persona
de Jesús.
Quizá el evangelista no pudo encontrar un cúmulo
mayor de desgracias en una sola mujer, viuda y con su
hijo muerto. Ha perdido la compañía, el apoyo, el
sustento y toda defensa. En aquel tiempo una viuda no
tenía seguridad social, ni derechos legales ni
posibilidades laborales. Son circunstancias que
aumentan el sentido trágico de la muerte.
Al verla el Señor, tuvo lástima. Es la primera vez que el
evangelio de Lucas llama a Jesús "el Señor", título que
los judíos reservaban para el Dios de Israel y los
romanos para el emperador, que se había hecho
divinizar. Aquí podemos ver el sentido de Señor de la
Vida, en su encuentro con la muerte.
Es el título con
que los
cristianos
empezaron a
designar a Jesús
después de su
resurrección.
Es un sentimiento profundo que viene de muy
dentro. La compasión es sufrir con. No fue solo
una idea fría, sino que sintió el dolor tan grande
que estaba sufriendo esa viuda por su hijo.
Cuando Jesús
vio a la mujer
llorando sin
encontrar
remedio, fue
movido a
misericordia.
Conmoverse significa hacer
compañía y también procurar
ayuda. Hacer compañía y
procurar ayudar es comulgar
con el dolor del hermano,
sentirlo como propio. Sin
necesidad de que nos lo pidan,
sin querer tampoco asumir
ningún protagonismo: con
sencillez, es decir, con amor. A
Jesús le dio lástima aquella
mujer que había perdido su
mejor tesoro.
Comprendió aquel dolor, lo compartió y, como
podía, lo remedió de la manera más total.
Este es el ejemplo que
debemos imitar de
Jesús, tener compasión
de todos cuantos sufren.
Porque el que sufre
inspira compasión al
que conoce de
sentimientos y, si nos
sentimos impresionados
por el dolor y llegamos a
los oprimidos, a llorar
junto con ellos, estamos
sintiendo a un hermano
como lo sentía Cristo.
No tenemos porqué dar explicaciones y, en general, las
palabras suelen servir de poco ante el dolor o la tragedia
humana. A veces estorban y sobran. Pero tampoco
podemos hacer milagros como Jesús. Entonces, ¿qué
hacer? Hay algo que hizo Jesús y nosotros también
podemos hacer: conmoverse.
Jesús, sin que le llamen, sin que clamen a Él, sin que le
busquen, se acerca a la viuda madre y le dice:”No llores”.
Quiere consolarla y aliviar su gran dolor y tristeza.
Quiere mostrarle y decirle: “Mírame a mí, yo puedo quitar
la causa de tus lágrimas”.
Quiere darle
ánimos y fe,
aunque no se la
pide, para realizar
el milagro.
"Y le dijo: No llores". A veces nuestras palabras de
pésame son superficiales, dichas a destiempo y faltas
de esperanza, por no ponernos en el lugar del que
sufre. No por tener siempre el nombre de Dios en los
labios somos más cristianos y nuestras palabras son
más consoladoras.
¡Cuántas veces nuestra
presencia silenciosa es
más respetuosa y
solidaria que esas
fórmulas aprendidas de
memoria, y que nunca
nos hemos parado a
pensar si creemos en
ellas!
Para la realización del milagro no precisa ni de una
oración especial de súplica ni de una especie de
transmisión de la vida, como el ritual de echarse tres
veces sobre el cadáver que realiza el profeta Elías en la
primera lectura. Pronuncia breves palabras no sólo de
hombre que consuela, sino de Dios que vivifica.
Ordena
levantarse al
muerto
diciéndole:
“Joven, a ti
te digo,
levántate”.
Levántate del egoísmo, y ábrete más a los demás;
levántate de pensar tanto en ti y piensa más en los
demás; levántate del pesimismo que te hace pensar que
no vale la pena esforzarse, que todo seguirá igual, y cree
de verdad en la fuerza del amor de Dios que a cada uno
de nosotros puede cambiarnos.
También Jesús,
una y otra vez,
nos dice a cada
uno de nosotros,
como a aquel
muchacho,:
"Levántate".
Por la palabra de poder
de Jesús aquel joven
volvió a la vida. Pasó de
muerte a vida. Eso es lo
que hace Jesús con
nosotros a nivel
espiritual, nos da la vida
que no merecemos.
Pasamos del reino de las
tinieblas al reino de la luz
y de la vida eterna. Él
tiene poder sobre la
misma muerte, porque la
venció en la cruz y al
resucitarse a sí mismo.
"El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre". Con este hecho Jesús quiere
desvelarnos el sentido de la vida que nos debe llevar
hacia el gozo de la resurrección. Nos hace vivir la alegría
de una madre que reencuentra al hijo muerto, la plenitud
de una vida que parecía truncada y vuelve a encontrar de
nuevo sus raíces.
Las lágrimas
de tristeza se
convertirían
en lágrimas
de gozo.
El evangelio de hoy termina
diciéndonos que la gente
exclamaba: "Un gran Profeta
ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su
pueblo". A veces pensamos
que profeta es aquel que
nos anticipa el futuro; pero
la gente intuyó cuál era la
verdadera misión del
profeta: el que habla en
nombre de Dios.
Y allí Jesús, como gran
profeta, nos anuncia que
Dios no quiere el dolor, el
llanto, la muerte, que el
destino del hombre no es
la muerte sino la vida,
que él, Dios, se
conmueve y sufre ante el
dolor y la tragedia que
padece cada hombre o
mujer.
Al principio de ver la resurrección quedarían
atemorizados y perplejos, pero después, al darse cuenta
de la maravilla que había ocurrido, no pudieron sino
glorificar a Dios por ello. Así también nosotros debemos
vivir de tal manera que la gente a través de nuestras
vidas glorifiquen a Dios nuestro Padre.
No sólo la
multitud temió
y reconoció
que Jesús era
un gran
profeta, que lo
era, sino que
las gentes
glorificaban a
Dios.
Era normal que una noticia así no podía quedarse en
secreto. De igual manera, cada vez que predicamos el
evangelio o le hablamos a alguien del Señor, debería
tener grandes repercusiones positivas.
Las noticias
se
extendieron
por toda
Judea, y por
toda la
región.
Cuando hablaban de
“un gran profeta”, quizá
algunos tendrían en la
mente un gran profeta,
que para los israelitas
había sido Elías. Dios
por medio de este
profeta había hecho
volver a la vida al hijo
de una viuda en
Sarepta. Así nos dice la
1ª lectura de hoy:
1Reyes 17, 17-24
En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la
casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin
respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: "¿Qué tienes
tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el
recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?“ Elías
respondió: "Dame a tu hijo.“ Y, tomándolo de su regazo,
lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su
cama. Luego invocó al Señor: "Señor, Dios mío, ¿también
a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo
morir a su hijo?“ Después se echó tres veces sobre el
niño, invocando al Señor: “Señor, Dios mío, que vuelva al
niño la respiración”. El Señor escuchó la súplica de Elías:
al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al
niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre,
diciendo: "Mira, tu hijo está vivo”. Entonces la mujer dijo
a Elías: “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y
que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.
También esta
mujer termina
reconociendo a
Elías como «un
hombre de
Dios» y alaba al
Señor al ver
que ha
devuelto la vida
a su hijo.
Esta resurrección que hizo Jesús, con su poder divino,
como las otras resurrecciones obradas por medio de los
apóstoles y las del Antiguo Testamento, son sólo
resurrecciones parciales, para un cierto tiempo
determinado, porque esas personas resucitadas tuvieron
que morir otra vez.
Jesucristo sí que resucitó
plenamente para una nueva
vida. No fue un triunfo
momentáneo, provisional,
sino un triunfo total y
definitivo sobre la muerte.
Por eso Jesucristo es la
resurrección y la vida, Él es
el dador de la vida eterna.
Además la resurrección
plena de Jesús es la
esperanza de nuestra propia
resurrección.
La escena del evangelio se repite todos los días en
nuestro mundo. Hay grandes comitivas llenas de muertos,
de muertos vivientes, de muertos que andan y se mueven
pero que no tienen vida: Es la gran comitiva de los
parados, los drogadictos, los analfabetos, los que no
tienen hogar, los terroristas, los minusválidos y los
subnormales, las mujeres que gritan el derecho a su
cuerpo… Y muchos más los que llevan dentro los odios e
injusticias. Es la gran comitiva de la muerte.
Caminando hacia esa comitiva puede y debe ir otra
comitiva de hombres llenos de vida. Es la de aquellos
que acompañan a Cristo. Unas personas comprometidas
seriamente con el gran problema de responder a la
muerte con la vida.
¿Qué
respuesta
damos los
cristianos a
todos
cuantos
caminan en la
comitiva de la
muerte?
Jesucristo ha pasado y sigue
pasando por nuestro camino,
por el camino personal de cada
uno de nosotros, para
"resucitarnos“, para
comunicarnos vida. Hay en
cada uno de nosotros una
semilla de vida y una semilla de
muerte. Como hay en cada uno
de nosotros obras de muerte,
que llamamos "pecado“, y
obras de vida. Jesús nos libera
de lo que hay de muerte en
nosotros: egoísmo, dureza,
injusticia, mentira, etc. Y nos
llama a seguirle por su camino
de vida.
Viene a nuestro
encuentro cuando nos
reunimos para recordar
en la misa su paso de
muerte a Vida. Él está
con nosotros, dejemos
que su vida vivifique
nuestro camino.
Celebrar la Eucaristía es
un encuentro con
Jesucristo para tener
algo más de vida en
nosotros.
Jesucristo no cambia. “Él
es el mismo ayer, hoy y por
los siglos”. Su compasión
para los que sufren sigue
siendo igual de grande. Por
eso siempre debemos
buscar el consuelo en
nuestro Señor. Él nunca
nos fallará, nunca nos
decepcionará, siempre se
interesa por nuestras
preocupaciones, sean las
que sean. Él sigue
diciendo: “Venid a mi todos
los que estáis trabajados y
cansados que yo os haré
descansar”.
Este es un gran ejemplo que nos da Jesús a todos: la
compasión. Ante tantos males que hay en el mundo,
materiales, psicológicos, espirituales, seamos
consoladores. Si compartimos nuestra alma podemos ser
consuelo para el mundo.
Estoy viendo en torno a mí,
gente que pasa vacía,
hermanos que miran sin ver,
hermanos que sufren y lloran.
Estoy viendo en torno a mi
un mundo sin esperanza,
un mundo que no tiene paz,
un mundo que no tiene amor.
Y Dios me
grita desde
el fondo de
mi ser:
consolad a
mi pueblo.
Y Dios me
grita desde
el fondo de
mi ser:
consolad.
Tu puedes
ser
consolación,
consolación
para el
mundo.
tu puedes ser camino de paz,
tu puedes ser consolación.
Dom ord 10 c
consolación
para
el hombre
quiero ser.
Dom ord 10 c
AMÉN
Que María
interceda por
nosotros ante el
Señor para que
nuestro consuelo
sea pleno ahora y
en el cielo.

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  • 2. Hoy nos trae el evangelio uno de los grandes milagros de Jesucristo, una de las tres resurrecciones que nos narran los evangelios: la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Parece ser que fue la primera resurrección que Jesús realizó.
  • 3. Una gran muchedumbre seguía a Jesús, cuando llegaron a la pequeña ciudad de Naín, donde se encontraron con un entierro que salía de la ciudad. Muchos le seguían atraídos simplemente por los milagros que hacía; otros, de mejor fe, queriendo captar los mensajes de amor y gracia, para seguirle con sus obras. Lc 7, 11-17 Así nos lo dice el evangelio:
  • 4. En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores.“ Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
  • 5. Llora la madre por su hijo muerto, las plañideras gritan en Naín.
  • 6. El Señor se acerca, todos se detienen, al muchacho muerto Jesús le dice así:
  • 7. Levántate y anda, Yo soy la Vida. Levántate y anda, naciste para vivir.
  • 8. Levántate y anda, Yo soy la Vida. Levántate y anda, naciste para vivir.
  • 9. Lo narra san Lucas, que es el evangelista de la misericordia. Toda esta narración es un canto expresivo a la gran misericordia de Jesús.
  • 10. Uno rebosando de vida y esperanza, otro de muerte y tristeza. Donde el Señor está presente hay esperanza, donde está ausente hay desesperación y muerte. Es todo un símbolo. Hay un gran contraste entre los dos grupos que se encuentran.
  • 11. Al acercarse a la pequeña ciudad de Naín Jesús se encuentra con un entierro muy concurrido, no precisamente porque se tratara de alguien muy importante, sino porque se trataba de una defunción que había conmovido profundamente: Quien había muerto era un joven, un muchacho que además era el hijo único de una viuda.
  • 12. Al decir el evangelio que la madre del difunto era viuda, nos muestra la condición y el dolor por la que esta mujer estaba pasando. Las mujeres en aquellos tiempos dependían del sostén de su esposo, y si él faltaba, el de su hijo mayor. Por eso era una calamidad para una mujer judía el no tener hijo varón. Al decir el evangelio que era viuda y su único hijo acababa de morir, nos muestra que esta mujer había quedado sola, y sin ningún sostén para vivir.
  • 13. Podíamos decir que allí se encuentra la mayor miseria, pero también está la inmensa misericordia de Dios en la persona de Jesús. Quizá el evangelista no pudo encontrar un cúmulo mayor de desgracias en una sola mujer, viuda y con su hijo muerto. Ha perdido la compañía, el apoyo, el sustento y toda defensa. En aquel tiempo una viuda no tenía seguridad social, ni derechos legales ni posibilidades laborales. Son circunstancias que aumentan el sentido trágico de la muerte.
  • 14. Al verla el Señor, tuvo lástima. Es la primera vez que el evangelio de Lucas llama a Jesús "el Señor", título que los judíos reservaban para el Dios de Israel y los romanos para el emperador, que se había hecho divinizar. Aquí podemos ver el sentido de Señor de la Vida, en su encuentro con la muerte. Es el título con que los cristianos empezaron a designar a Jesús después de su resurrección.
  • 15. Es un sentimiento profundo que viene de muy dentro. La compasión es sufrir con. No fue solo una idea fría, sino que sintió el dolor tan grande que estaba sufriendo esa viuda por su hijo. Cuando Jesús vio a la mujer llorando sin encontrar remedio, fue movido a misericordia.
  • 16. Conmoverse significa hacer compañía y también procurar ayuda. Hacer compañía y procurar ayudar es comulgar con el dolor del hermano, sentirlo como propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer tampoco asumir ningún protagonismo: con sencillez, es decir, con amor. A Jesús le dio lástima aquella mujer que había perdido su mejor tesoro. Comprendió aquel dolor, lo compartió y, como podía, lo remedió de la manera más total.
  • 17. Este es el ejemplo que debemos imitar de Jesús, tener compasión de todos cuantos sufren. Porque el que sufre inspira compasión al que conoce de sentimientos y, si nos sentimos impresionados por el dolor y llegamos a los oprimidos, a llorar junto con ellos, estamos sintiendo a un hermano como lo sentía Cristo.
  • 18. No tenemos porqué dar explicaciones y, en general, las palabras suelen servir de poco ante el dolor o la tragedia humana. A veces estorban y sobran. Pero tampoco podemos hacer milagros como Jesús. Entonces, ¿qué hacer? Hay algo que hizo Jesús y nosotros también podemos hacer: conmoverse.
  • 19. Jesús, sin que le llamen, sin que clamen a Él, sin que le busquen, se acerca a la viuda madre y le dice:”No llores”. Quiere consolarla y aliviar su gran dolor y tristeza. Quiere mostrarle y decirle: “Mírame a mí, yo puedo quitar la causa de tus lágrimas”. Quiere darle ánimos y fe, aunque no se la pide, para realizar el milagro.
  • 20. "Y le dijo: No llores". A veces nuestras palabras de pésame son superficiales, dichas a destiempo y faltas de esperanza, por no ponernos en el lugar del que sufre. No por tener siempre el nombre de Dios en los labios somos más cristianos y nuestras palabras son más consoladoras. ¡Cuántas veces nuestra presencia silenciosa es más respetuosa y solidaria que esas fórmulas aprendidas de memoria, y que nunca nos hemos parado a pensar si creemos en ellas!
  • 21. Para la realización del milagro no precisa ni de una oración especial de súplica ni de una especie de transmisión de la vida, como el ritual de echarse tres veces sobre el cadáver que realiza el profeta Elías en la primera lectura. Pronuncia breves palabras no sólo de hombre que consuela, sino de Dios que vivifica. Ordena levantarse al muerto diciéndole: “Joven, a ti te digo, levántate”.
  • 22. Levántate del egoísmo, y ábrete más a los demás; levántate de pensar tanto en ti y piensa más en los demás; levántate del pesimismo que te hace pensar que no vale la pena esforzarse, que todo seguirá igual, y cree de verdad en la fuerza del amor de Dios que a cada uno de nosotros puede cambiarnos. También Jesús, una y otra vez, nos dice a cada uno de nosotros, como a aquel muchacho,: "Levántate".
  • 23. Por la palabra de poder de Jesús aquel joven volvió a la vida. Pasó de muerte a vida. Eso es lo que hace Jesús con nosotros a nivel espiritual, nos da la vida que no merecemos. Pasamos del reino de las tinieblas al reino de la luz y de la vida eterna. Él tiene poder sobre la misma muerte, porque la venció en la cruz y al resucitarse a sí mismo.
  • 24. "El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre". Con este hecho Jesús quiere desvelarnos el sentido de la vida que nos debe llevar hacia el gozo de la resurrección. Nos hace vivir la alegría de una madre que reencuentra al hijo muerto, la plenitud de una vida que parecía truncada y vuelve a encontrar de nuevo sus raíces. Las lágrimas de tristeza se convertirían en lágrimas de gozo.
  • 25. El evangelio de hoy termina diciéndonos que la gente exclamaba: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". A veces pensamos que profeta es aquel que nos anticipa el futuro; pero la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta: el que habla en nombre de Dios.
  • 26. Y allí Jesús, como gran profeta, nos anuncia que Dios no quiere el dolor, el llanto, la muerte, que el destino del hombre no es la muerte sino la vida, que él, Dios, se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece cada hombre o mujer.
  • 27. Al principio de ver la resurrección quedarían atemorizados y perplejos, pero después, al darse cuenta de la maravilla que había ocurrido, no pudieron sino glorificar a Dios por ello. Así también nosotros debemos vivir de tal manera que la gente a través de nuestras vidas glorifiquen a Dios nuestro Padre. No sólo la multitud temió y reconoció que Jesús era un gran profeta, que lo era, sino que las gentes glorificaban a Dios.
  • 28. Era normal que una noticia así no podía quedarse en secreto. De igual manera, cada vez que predicamos el evangelio o le hablamos a alguien del Señor, debería tener grandes repercusiones positivas. Las noticias se extendieron por toda Judea, y por toda la región.
  • 29. Cuando hablaban de “un gran profeta”, quizá algunos tendrían en la mente un gran profeta, que para los israelitas había sido Elías. Dios por medio de este profeta había hecho volver a la vida al hijo de una viuda en Sarepta. Así nos dice la 1ª lectura de hoy: 1Reyes 17, 17-24
  • 30. En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: "¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?“ Elías respondió: "Dame a tu hijo.“ Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor: "Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?“ Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: “Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración”. El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo: "Mira, tu hijo está vivo”. Entonces la mujer dijo a Elías: “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.
  • 31. También esta mujer termina reconociendo a Elías como «un hombre de Dios» y alaba al Señor al ver que ha devuelto la vida a su hijo.
  • 32. Esta resurrección que hizo Jesús, con su poder divino, como las otras resurrecciones obradas por medio de los apóstoles y las del Antiguo Testamento, son sólo resurrecciones parciales, para un cierto tiempo determinado, porque esas personas resucitadas tuvieron que morir otra vez.
  • 33. Jesucristo sí que resucitó plenamente para una nueva vida. No fue un triunfo momentáneo, provisional, sino un triunfo total y definitivo sobre la muerte. Por eso Jesucristo es la resurrección y la vida, Él es el dador de la vida eterna. Además la resurrección plena de Jesús es la esperanza de nuestra propia resurrección.
  • 34. La escena del evangelio se repite todos los días en nuestro mundo. Hay grandes comitivas llenas de muertos, de muertos vivientes, de muertos que andan y se mueven pero que no tienen vida: Es la gran comitiva de los parados, los drogadictos, los analfabetos, los que no tienen hogar, los terroristas, los minusválidos y los subnormales, las mujeres que gritan el derecho a su cuerpo… Y muchos más los que llevan dentro los odios e injusticias. Es la gran comitiva de la muerte.
  • 35. Caminando hacia esa comitiva puede y debe ir otra comitiva de hombres llenos de vida. Es la de aquellos que acompañan a Cristo. Unas personas comprometidas seriamente con el gran problema de responder a la muerte con la vida. ¿Qué respuesta damos los cristianos a todos cuantos caminan en la comitiva de la muerte?
  • 36. Jesucristo ha pasado y sigue pasando por nuestro camino, por el camino personal de cada uno de nosotros, para "resucitarnos“, para comunicarnos vida. Hay en cada uno de nosotros una semilla de vida y una semilla de muerte. Como hay en cada uno de nosotros obras de muerte, que llamamos "pecado“, y obras de vida. Jesús nos libera de lo que hay de muerte en nosotros: egoísmo, dureza, injusticia, mentira, etc. Y nos llama a seguirle por su camino de vida.
  • 37. Viene a nuestro encuentro cuando nos reunimos para recordar en la misa su paso de muerte a Vida. Él está con nosotros, dejemos que su vida vivifique nuestro camino. Celebrar la Eucaristía es un encuentro con Jesucristo para tener algo más de vida en nosotros.
  • 38. Jesucristo no cambia. “Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos”. Su compasión para los que sufren sigue siendo igual de grande. Por eso siempre debemos buscar el consuelo en nuestro Señor. Él nunca nos fallará, nunca nos decepcionará, siempre se interesa por nuestras preocupaciones, sean las que sean. Él sigue diciendo: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cansados que yo os haré descansar”.
  • 39. Este es un gran ejemplo que nos da Jesús a todos: la compasión. Ante tantos males que hay en el mundo, materiales, psicológicos, espirituales, seamos consoladores. Si compartimos nuestra alma podemos ser consuelo para el mundo.
  • 40. Estoy viendo en torno a mí, gente que pasa vacía,
  • 41. hermanos que miran sin ver, hermanos que sufren y lloran.
  • 42. Estoy viendo en torno a mi un mundo sin esperanza,
  • 43. un mundo que no tiene paz, un mundo que no tiene amor.
  • 44. Y Dios me grita desde el fondo de mi ser: consolad a mi pueblo.
  • 45. Y Dios me grita desde el fondo de mi ser: consolad.
  • 47. tu puedes ser camino de paz, tu puedes ser consolación.
  • 51. AMÉN Que María interceda por nosotros ante el Señor para que nuestro consuelo sea pleno ahora y en el cielo.