Entre los charruas, la luna se llamaba Guidaí y se creía que energizaba a los espíritus protectores. Cuando nacía un bebé, el anciano sacerdote lo presentaba desnudo a la primera luna para ver si ocurría un signo extraordinario relacionado con ella, lo que indicaría que el niño recibiría apoyo especial de los espíritus y podría agregar Guidaí a su nombre secreto.