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Hacia dónde avanza el periodismo musical (si es que avanza)<br />(algunas ideas bosquejadas para el seminario “Crítica, música popular y memoria. 40 años de rock en Chile“, realizado en Santiago en noviembre del 2006).<br />Podría darse por contado, pero me parece necesario afirmarlo: estamos aquí esta tarde porque tenemos la convicción de que de música sí es fantástico hablar y escribir. Aquel debate conceptual avivado alguna vez por Elvis Costello con aquella clásica frase de que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura” es inconducente: los griegos hablaban sobre música, y desde ellos la tradición occidental completa elaboró formas diversas de convertir los sonidos en palabras, fuese desde la filosofía, la novela, el ensayo y, hacia el siglo XX, el periodismo.<br />Se considera que el primer ensayo en inglés sobre música fue el que en 1752 publicó el compositor Charles Avison para criticar (mal) una obra de Haendel. Si bien el debate intelectual se ha cuestionado varias veces por el mejor modo para describir la música, nunca ha descartado que esto deba hacerse. Schopenhauer afirmaba que en la experiencia musical la intuición era más poderosa que el lenguaje: “Escuchar música es un ejercicio inconsciente de metafísica, aunque la mente no sepa que está filosofando”, escribió. Poco antes, había surgido en Inglaterra un ensayo de título gracioso: ¿Debiésemos pensar en algo mientras escuchamos música?. Yo no tengo la respuesta y concuerdo parcialmente con el filósofo recién citado en torno a que el lenguaje resulta insuficiente para describir una experiencia, finalmente, sensorial (como lo es para describir el amor, el sexo, el miedo o la nostalgia). Sin embargo, me parece que esa descripción, aunque sea parcial, es legítima y necesaria. Hay culturas tribales que ni siquiera tienen una palabra para ‘música’, pero no es nuestro caso. Y la articulación de ideas se ha vuelto especialmente importante en la dinámica en la que hoy se administra la música popular.<br />Qué duda cabe de que lo que buscan los lectores en los diarios y revistas ha cambiado. Así como la crónica se ha ido ajustando de acuerdo a los vaivenes históricos (corresponsalía de guerra, Nuevo Periodismo, literatura de no ficción, periodismo de investigación, etc.), también es lógico esperar que quienes escribimos de música tengamos hoy un desafío muy diferente al que se tenía en los años ‘60. Conceptos ahora tan familiares como YouTube o MySpace no tienen siquiera un año de existencia. Se presagia con pruebas convincentes el fin de los CDs, y una de las mayores cadenas de disquerías del mundo, Tower Records, acaba de cerrar por quiebra. Los grandes sellos se fusionan entre sí y acumulan pérdidas históricas en sus ventas. ¿Por qué, entonces, debiésemos escribir como lo hacían quienes atestiguaban el nacimiento del punk?<br />Creemos que el periodismo musical es un fenómeno relativamente nuevo. Pero la Rolling Stone cumplirá el próximo año cuatro décadas desde su fundación. Cuando apareció —desde San Francisco y con un espíritu mucho más transgresor que el que tiene ahora—, ya existían revistas como Crawdaddy, y en Inglaterra llevaban una ventaja inalcanzable con dos seminarios vivos y marcadores de pauta: el Melody Maker nació en 1926 (y murió en el 2000) y el New Musical Express, en 1952. La revista Billboard se fundó en ¡1894!, y publicaciones europeas de prestigio, como Q, Les Inrockuptibles y Rock de Lux, no tienen menos de veinte años de vida. Quienes comenzaron a escribir sobre música en diarios y revistas fueron, al principio, músicos, pero eso sucedía en el siglo XIX. En 1844 nacía en Gran Bretaña el periódico Musical Times. En resumen, no podemos seguirnos aferrando a códigos de un mundo que nisiquiera imaginaba el CD, mucho menos el iPod.<br />Cada época tiene sus necesidades, y alguna vez el periodismo de música debió ser más preciso y, quizás, analítico. Importaba el rigor en el significado de una determinada pieza, y ojalá rasgos emocionales de su autor. El rock’n'roll supuso el primer choque entre músicos y medios pues estos últimos eligieron analizar el fenómeno como un entomólogo observa un bicho. Una de las cosas más graciosas en No direction home, el reciente documental sobre Dylan firmado por Martin Scorsese, es el registro de las conferencias de prensa del cantautor durante los años ‘60. Es probable que fuesen aún más surrealistas que las que atestiguamos cada febrero en el Festival de Viña. “¿A cuánta gente cree usted que representa, señor Dylan?”, le pregunta alguien. “No estoy seguro si a 47 o a 53″, responde Dylan (o algo así) en el salón de un hotel. John Lennon y Yoko Ono supieron utilizar esa rigidez mediática a su favor, cuando obligaron a que se informara de su bed-in por la paz con la objetividad de cualquier otro suceso del día.<br />La Rolling Stone y todo el Nuevo Periodismo que comenzaron a ensayar a partir de los años ‘60 revistas como Esquire y New Yorker era la respuesta perfecta para una época que elevaba al pop a la categoría de imperio. A estas nuevas estrellas de ropa rota, costumbres indecentes y desvaríos de genialidad había que tratarlas de otro modo que a Doris Day. La clave estaba entonces en la lógica horizontal, según la cual el periodista no era más ni menos importante que su retratado. Esto llevó, incluso, al nacimiento de periodistas-estrella, tipo Hunter Thompson o Lester Bangs, cuya prosa se sostenía de modo independiente al valor de quien tuvieran al frente. En una crónica más convencional, era un crimen equivocarse en fechas o datos, pues la trivia era, todavía, un bien escaso y de acceso privilegiado.<br />Para saber qué requiere el actual periodismo musical, quizás sea necesario establecer primero todo aquello que no es:<br />un periodista no es alguien llamado a poner notas ni estrellas (odioso invento), <br />tampoco alguien a quien se le pague para determinar ‘lo bueno’ y ‘lo malo’. <br />no tiene para qué plagar sus notas de adjetivos, <br />ni memorizar fechas y nombres como una enciclopedia andante, <br />ni inventar cada semana un nuevo subgénero (tipo ‘inteligent-tecno’ o ‘abuelismo’). <br />un cronista musical está muy lejos de las relaciones públicas, tanto para una banda o un músico como –sobre todo– para el trabajo de promoción de un sello. <br />por mucho que se entusiasme ante un sonido, un periodista no es un adulador. <br />Lo anterior restringe un poco más el campo de acción, pero nos sigue dejando con la duda: ¿entonces qué se supone que buscará el lector en nuestros textos? Ensayo a continuación algunos puntos que me gusta indagar cuando me enfrento a un nuevo entrevistado o disco:<br />desde qué contexto social y geográfico está saliendo esta música, <br />cómo se ha ido dando a conocer, <br />cómo vive quien la hace <br />qué dice esta música sobre la vida de su(s) autor(es) <br />quiénes la escuchan. <br />
Hacia dónde avanza el periodismo musical (si es que avanza)
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Hacia dónde avanza el periodismo musical (si es que avanza)

  • 1. Hacia dónde avanza el periodismo musical (si es que avanza)<br />(algunas ideas bosquejadas para el seminario “Crítica, música popular y memoria. 40 años de rock en Chile“, realizado en Santiago en noviembre del 2006).<br />Podría darse por contado, pero me parece necesario afirmarlo: estamos aquí esta tarde porque tenemos la convicción de que de música sí es fantástico hablar y escribir. Aquel debate conceptual avivado alguna vez por Elvis Costello con aquella clásica frase de que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura” es inconducente: los griegos hablaban sobre música, y desde ellos la tradición occidental completa elaboró formas diversas de convertir los sonidos en palabras, fuese desde la filosofía, la novela, el ensayo y, hacia el siglo XX, el periodismo.<br />Se considera que el primer ensayo en inglés sobre música fue el que en 1752 publicó el compositor Charles Avison para criticar (mal) una obra de Haendel. Si bien el debate intelectual se ha cuestionado varias veces por el mejor modo para describir la música, nunca ha descartado que esto deba hacerse. Schopenhauer afirmaba que en la experiencia musical la intuición era más poderosa que el lenguaje: “Escuchar música es un ejercicio inconsciente de metafísica, aunque la mente no sepa que está filosofando”, escribió. Poco antes, había surgido en Inglaterra un ensayo de título gracioso: ¿Debiésemos pensar en algo mientras escuchamos música?. Yo no tengo la respuesta y concuerdo parcialmente con el filósofo recién citado en torno a que el lenguaje resulta insuficiente para describir una experiencia, finalmente, sensorial (como lo es para describir el amor, el sexo, el miedo o la nostalgia). Sin embargo, me parece que esa descripción, aunque sea parcial, es legítima y necesaria. Hay culturas tribales que ni siquiera tienen una palabra para ‘música’, pero no es nuestro caso. Y la articulación de ideas se ha vuelto especialmente importante en la dinámica en la que hoy se administra la música popular.<br />Qué duda cabe de que lo que buscan los lectores en los diarios y revistas ha cambiado. Así como la crónica se ha ido ajustando de acuerdo a los vaivenes históricos (corresponsalía de guerra, Nuevo Periodismo, literatura de no ficción, periodismo de investigación, etc.), también es lógico esperar que quienes escribimos de música tengamos hoy un desafío muy diferente al que se tenía en los años ‘60. Conceptos ahora tan familiares como YouTube o MySpace no tienen siquiera un año de existencia. Se presagia con pruebas convincentes el fin de los CDs, y una de las mayores cadenas de disquerías del mundo, Tower Records, acaba de cerrar por quiebra. Los grandes sellos se fusionan entre sí y acumulan pérdidas históricas en sus ventas. ¿Por qué, entonces, debiésemos escribir como lo hacían quienes atestiguaban el nacimiento del punk?<br />Creemos que el periodismo musical es un fenómeno relativamente nuevo. Pero la Rolling Stone cumplirá el próximo año cuatro décadas desde su fundación. Cuando apareció —desde San Francisco y con un espíritu mucho más transgresor que el que tiene ahora—, ya existían revistas como Crawdaddy, y en Inglaterra llevaban una ventaja inalcanzable con dos seminarios vivos y marcadores de pauta: el Melody Maker nació en 1926 (y murió en el 2000) y el New Musical Express, en 1952. La revista Billboard se fundó en ¡1894!, y publicaciones europeas de prestigio, como Q, Les Inrockuptibles y Rock de Lux, no tienen menos de veinte años de vida. Quienes comenzaron a escribir sobre música en diarios y revistas fueron, al principio, músicos, pero eso sucedía en el siglo XIX. En 1844 nacía en Gran Bretaña el periódico Musical Times. En resumen, no podemos seguirnos aferrando a códigos de un mundo que nisiquiera imaginaba el CD, mucho menos el iPod.<br />Cada época tiene sus necesidades, y alguna vez el periodismo de música debió ser más preciso y, quizás, analítico. Importaba el rigor en el significado de una determinada pieza, y ojalá rasgos emocionales de su autor. El rock’n'roll supuso el primer choque entre músicos y medios pues estos últimos eligieron analizar el fenómeno como un entomólogo observa un bicho. Una de las cosas más graciosas en No direction home, el reciente documental sobre Dylan firmado por Martin Scorsese, es el registro de las conferencias de prensa del cantautor durante los años ‘60. Es probable que fuesen aún más surrealistas que las que atestiguamos cada febrero en el Festival de Viña. “¿A cuánta gente cree usted que representa, señor Dylan?”, le pregunta alguien. “No estoy seguro si a 47 o a 53″, responde Dylan (o algo así) en el salón de un hotel. John Lennon y Yoko Ono supieron utilizar esa rigidez mediática a su favor, cuando obligaron a que se informara de su bed-in por la paz con la objetividad de cualquier otro suceso del día.<br />La Rolling Stone y todo el Nuevo Periodismo que comenzaron a ensayar a partir de los años ‘60 revistas como Esquire y New Yorker era la respuesta perfecta para una época que elevaba al pop a la categoría de imperio. A estas nuevas estrellas de ropa rota, costumbres indecentes y desvaríos de genialidad había que tratarlas de otro modo que a Doris Day. La clave estaba entonces en la lógica horizontal, según la cual el periodista no era más ni menos importante que su retratado. Esto llevó, incluso, al nacimiento de periodistas-estrella, tipo Hunter Thompson o Lester Bangs, cuya prosa se sostenía de modo independiente al valor de quien tuvieran al frente. En una crónica más convencional, era un crimen equivocarse en fechas o datos, pues la trivia era, todavía, un bien escaso y de acceso privilegiado.<br />Para saber qué requiere el actual periodismo musical, quizás sea necesario establecer primero todo aquello que no es:<br />un periodista no es alguien llamado a poner notas ni estrellas (odioso invento), <br />tampoco alguien a quien se le pague para determinar ‘lo bueno’ y ‘lo malo’. <br />no tiene para qué plagar sus notas de adjetivos, <br />ni memorizar fechas y nombres como una enciclopedia andante, <br />ni inventar cada semana un nuevo subgénero (tipo ‘inteligent-tecno’ o ‘abuelismo’). <br />un cronista musical está muy lejos de las relaciones públicas, tanto para una banda o un músico como –sobre todo– para el trabajo de promoción de un sello. <br />por mucho que se entusiasme ante un sonido, un periodista no es un adulador. <br />Lo anterior restringe un poco más el campo de acción, pero nos sigue dejando con la duda: ¿entonces qué se supone que buscará el lector en nuestros textos? Ensayo a continuación algunos puntos que me gusta indagar cuando me enfrento a un nuevo entrevistado o disco:<br />desde qué contexto social y geográfico está saliendo esta música, <br />cómo se ha ido dando a conocer, <br />cómo vive quien la hace <br />qué dice esta música sobre la vida de su(s) autor(es) <br />quiénes la escuchan. <br />