HIPOCRATES DE COS

En la mitología griega, Esculapio era hijo de Apolo, dios de la medicina. Con el tiempo, ganó fama
de ser tan hábil en el arte de su padre, que se convirtió en el patrono principal de los médicos. El
caduceo o vara de Esculapio llegó a ser el símbolo de la profesión médica. En la antigua Grecia se
erigieron templos en su honor, a los que acudían los enfermos y los deformes para sacrificar un
cerdo o un carnero y pedir que se les devolviera la salud. Los sacerdotes de estos templos
formaban un poderoso cuerpo de médicos-sacerdotes llamados esculapios. El conocimiento
médico se disfrazaba de superstición y se guardaba como sagrado secreto que sólo se trasmitía de
padres a hijos. Los siglos V y IV a. de J.C., fueron la Edad de Oro en Grecia, y durante ella, los
grandes escudriñadores de la sabiduría, como Sócrates, Sófocles y Platón, especularon sobre la
naturaleza del hombre y del universo. La época era propicia para que un gran espíritu científico
como el de Hipócrates liberara a la práctica médica de sus cadenas míticas y supersticiosas.


Hipócrates, padre de la medicina, fue un hombre, no un dios. Nació en el año 460 a. de J.C., en la
isla de Cos, en el mar Egeo. Es muy poco lo que se sabe de su vida. Al parecer, su padre fue
miembro del cuerpo de médicos en el magnífico templo de Cos. Según la costumbre, el niño fue
iniciado por su padre en los secretos del arte de curar. Mostró tanto aprovechamiento en sus
estudios que su padre buscó a los maestros más sabios a fin de dar a su hijo la mejor educación
posible. Se cree que uno de sus maestros fue Demócrito, quien viajó por el mundo para obtener
un gran conocimiento de las ciencias naturales, las matemáticas, la filosofía y las bellas artes.
Hipócrates recibió un excelente cimiento para su futuro desarrollo intelectual.

Como su maestro, el joven Hipócrates vistió los grandes centros de cultura del mundo antiguo. Fue
a Atenas y se quedó varios años para enseñar y ejercer la medicina. Muy bien puede ser que haya
conocido a Platón, discípulo de Sócrates y el maestro más distinguido de la época. En sus obras,
Platón aludió a Hipócrates como un distinguido maestro de medicina, y repitió sus palabras de que
"no puede uno entender la naturaleza de las partes del cuerpo sin entender la naturaleza del
organismo entero".

Hipócrates insistía en que el médico debe estudiar al paciente, no sólo su enfermedad. Para hacer
un diagnóstico correcto, debe averiguar cuanto sea posible acerca del estado del paciente, su
rutina diaria y su ocupación, sus antecedentes familiares y el medio ambiente en que vive. Al
tratar al paciente, deberá hacer todo lo posible por ayudar a la Naturaleza, la gran sanadora, a
realizar la curación. Su pronóstico final deberá deducirse de observaciones cuidadosas. Con un
modo de ver las cosas, notablemente moderno, Hipócrates luchó por eliminar de la práctica
médica las conjeturas y los remedios aventurados.

Si bien Hipócrates rechazó la mayoría de las teorías especulativas propuestas por los filósofos para
explicar el comportamiento y la salud del ser humano, aceptó la doctrina humoral de su época.
Según ella, los hombres eran flemáticos o animosos, coléricos o melancólicos, lo cual dependía de
la mezcla de los cuatro humores (líquidos) en el cuerpo: frío, caliente, seco y húmedo. Un grave
exceso o deficiencia de cualquiera de los humores del cuerpo se traduciría en un comportamiento
anormal mala salud o inclusive la muerte. El deber del médico consistía en establecer y conservar
el equilibrio adecuado de los humores del cuerpo.
La teoría humoral se convirtió en un dogma fundamental de las doctrinas médicas de Galeno en el
siglo II, y continuó siendo enseñada y aceptada durante muchos años. En el siglo XVI, Paracelso
insistió en que cada enfermedad tiene una causa y un remedio concretos, y para demostrar su
desprecio por la teoría humoral quemó públicamente las obras de Galeno. Sin embargo,
trescientos años más tarde, el gran filósofo francés Claudio Bernard, subrayó el papel que
representan los líquidos del cuerpo para conservar un ambiente interno constante. En la
actualidad se considera esencial para el funcionamiento normal y la salud del cuerpo un equilibrio
dinámico de las sustancias químicas de la sangre, la linfa y el líquido de los tejidos. Sin poseer
conocimientos de la química, el pensamiento de Hipócrates contenía una semilla, de verdad, que
necesitó más de dos mil años para germinar.

Como los antiguos griegos prohibían estrictamente la disección del cuerpo después de la muerte,
era muy primitivo el conocimiento de la anatomía, la fisiología y la patología humanas. A pesar de
ello, el tratado atribuido a Hipócrates sobre Fracturas y Dislocaciones revela un conocimiento
notablemente adelantado de la estructura y la función de los huesos y los ligamentos, de los
músculos y los tendones. En virtud de que los griegos insistían grandemente en la aptitud física, el
tratamiento de las lesiones producidas por los vigorosos ejercicios se convirtió en una fase
rutinaria de la práctica médica. Sus instrucciones para el diagnóstico y el tratamiento de las
dislocaciones y las fracturas, que comprendía algunos métodos para vendar y entablillar, son
sorprendentemente modernos.

Los médicos acompañaban a los ejércitos griegos en los campos de batalla con el propósito de
cuidar de los enfermos y dar atención quirúrgica a los heridos. ¿Sirvió Hipócrates alguna vez como
cirujano del ejército? Todas las palabras contenidas en los tratados hipocráticos sobre la cirugía
revelan a un autor que adquirió sus conocimientos, su técnica y su habilidad mediante la
experiencia real. Sus obras contienen instrucciones juiciosas y prácticas para el tratamiento y
atención de las heridas. Mucho antes que Lister, se reconocía la necesidad de la asepsia, aunque
no se entendía. Hipócrates daba instrucciones para la preparación de la sala de operaciones y los
instrumentos quirúrgicos. Se limpiarían escrupulosamente las heridas antes de cerrar sus bordes
con el vendaje. Se aplicaban hierbas curativas y se cubrían con un paño limpio. Insistía mucho en la
dieta, el cuidado y la atención del paciente mientras la Naturaleza sanaba sus heridas. Hipócrates
se sentiría en su elemento en un hospital del siglo XX.

Un hito de la medicina fue la reunión de los escritos médicos de Hipócrates y sus discípulos para la
gran biblioteca de Alejandría durante el siglo III a. de J.C. Esta gran obra, llamada Colección
hipocrática, fue la biblia del médico durante casi quinientos años. Consta de ochenta y siete
tratados médicos que abarcan casi todas las fases de la práctica médica. Su mayor valor estriba en
la insistencia sobre la necesidad de establecer principios correctos para estudiar los problemas de
la salud y de la enfermedad. Ante todo, la colección subraya la nobleza de la medicina y la
preparación que deberían recibir los futuros médicos. Algunos de sus tratados ocupan un lugar
importante en el pensamiento médico contemporáneo.

El tratado hipocrático Sobre la enfermedad sagrada ofrece una opinión ilustrada sobre la epilepsia,
enfermedad que se caracteriza por convulsiones y pérdida de la conciencia. Muchos médicos
ignorantes, que consideraban esta violenta enfermedad como la posesión de un dios o un
demonio airado, intentaban exorcizar al paciente con encantamientos, hechizos o amuletos. Se
hace evidente la ira de Hipócrates cuando indica que dichos médicos consideran sagrada la
enfermedad tan sólo porque no son capaces de averiguar su verdadera causa. Insistía en que toda
enfermedad, por espantosa que resultase, tendría una causa natural. Este fue un paso prodigioso
para la medicina científica porque eliminó de la práctica médica el último vestigio de mito y
superstición.

Ya en los días de Hipócrates, los buenos médicos tenían exceso de trabajo. En sus Aforismos hay
una serie de preceptos sentenciosos que lo incitan a pensar correctamente en todo momento. El
tono del libro lo da la aseveración con que comienza, que se cita muy a menudo: "La vida es breve
y el arte (de curar) largo; la oportunidad (de curar) es fugaz; el experimento es peligroso y la
decisión difícil". Algunos de los aforismos, como el dicho de que "lo que cura a uno mata a otro",
se han convertido en parte de nuestro lenguaje cotidiano. Algunos de los procedimientos que
aconsejaba, como la inducción del estornudo para contener el hipo, son todavía remedios caseros
muy populares.

Para Hipócrates, la medicina era un arte a la vez que una ciencia. En este arte, era fundamental su
insistencia de que los médicos adquieren la habilidad para aplicar lo que han aprendido mediante
la observación y la experiencia. Hipócrates escribió: "La medicina es la más noble de todas las
artes, pero, debido a la ignorancia de quienes la practican, va muy a la zaga de las demás". Sus
discípulos estaban obligados con su maestro mediante un contrato privado que más tarde se
conoció con el nombre de juramento hipocrático. A pesar del transcurso de los siglos, todo nuevo
médico, cuando recibe su título, hace este juramento para "conservar la pureza y la santidad tanto
de su vida como de su arte".

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  • 1. HIPOCRATES DE COS En la mitología griega, Esculapio era hijo de Apolo, dios de la medicina. Con el tiempo, ganó fama de ser tan hábil en el arte de su padre, que se convirtió en el patrono principal de los médicos. El caduceo o vara de Esculapio llegó a ser el símbolo de la profesión médica. En la antigua Grecia se erigieron templos en su honor, a los que acudían los enfermos y los deformes para sacrificar un cerdo o un carnero y pedir que se les devolviera la salud. Los sacerdotes de estos templos formaban un poderoso cuerpo de médicos-sacerdotes llamados esculapios. El conocimiento médico se disfrazaba de superstición y se guardaba como sagrado secreto que sólo se trasmitía de padres a hijos. Los siglos V y IV a. de J.C., fueron la Edad de Oro en Grecia, y durante ella, los grandes escudriñadores de la sabiduría, como Sócrates, Sófocles y Platón, especularon sobre la naturaleza del hombre y del universo. La época era propicia para que un gran espíritu científico como el de Hipócrates liberara a la práctica médica de sus cadenas míticas y supersticiosas. Hipócrates, padre de la medicina, fue un hombre, no un dios. Nació en el año 460 a. de J.C., en la isla de Cos, en el mar Egeo. Es muy poco lo que se sabe de su vida. Al parecer, su padre fue miembro del cuerpo de médicos en el magnífico templo de Cos. Según la costumbre, el niño fue iniciado por su padre en los secretos del arte de curar. Mostró tanto aprovechamiento en sus estudios que su padre buscó a los maestros más sabios a fin de dar a su hijo la mejor educación posible. Se cree que uno de sus maestros fue Demócrito, quien viajó por el mundo para obtener un gran conocimiento de las ciencias naturales, las matemáticas, la filosofía y las bellas artes. Hipócrates recibió un excelente cimiento para su futuro desarrollo intelectual. Como su maestro, el joven Hipócrates vistió los grandes centros de cultura del mundo antiguo. Fue a Atenas y se quedó varios años para enseñar y ejercer la medicina. Muy bien puede ser que haya conocido a Platón, discípulo de Sócrates y el maestro más distinguido de la época. En sus obras, Platón aludió a Hipócrates como un distinguido maestro de medicina, y repitió sus palabras de que "no puede uno entender la naturaleza de las partes del cuerpo sin entender la naturaleza del organismo entero". Hipócrates insistía en que el médico debe estudiar al paciente, no sólo su enfermedad. Para hacer un diagnóstico correcto, debe averiguar cuanto sea posible acerca del estado del paciente, su rutina diaria y su ocupación, sus antecedentes familiares y el medio ambiente en que vive. Al tratar al paciente, deberá hacer todo lo posible por ayudar a la Naturaleza, la gran sanadora, a realizar la curación. Su pronóstico final deberá deducirse de observaciones cuidadosas. Con un modo de ver las cosas, notablemente moderno, Hipócrates luchó por eliminar de la práctica médica las conjeturas y los remedios aventurados. Si bien Hipócrates rechazó la mayoría de las teorías especulativas propuestas por los filósofos para explicar el comportamiento y la salud del ser humano, aceptó la doctrina humoral de su época. Según ella, los hombres eran flemáticos o animosos, coléricos o melancólicos, lo cual dependía de la mezcla de los cuatro humores (líquidos) en el cuerpo: frío, caliente, seco y húmedo. Un grave exceso o deficiencia de cualquiera de los humores del cuerpo se traduciría en un comportamiento anormal mala salud o inclusive la muerte. El deber del médico consistía en establecer y conservar el equilibrio adecuado de los humores del cuerpo.
  • 2. La teoría humoral se convirtió en un dogma fundamental de las doctrinas médicas de Galeno en el siglo II, y continuó siendo enseñada y aceptada durante muchos años. En el siglo XVI, Paracelso insistió en que cada enfermedad tiene una causa y un remedio concretos, y para demostrar su desprecio por la teoría humoral quemó públicamente las obras de Galeno. Sin embargo, trescientos años más tarde, el gran filósofo francés Claudio Bernard, subrayó el papel que representan los líquidos del cuerpo para conservar un ambiente interno constante. En la actualidad se considera esencial para el funcionamiento normal y la salud del cuerpo un equilibrio dinámico de las sustancias químicas de la sangre, la linfa y el líquido de los tejidos. Sin poseer conocimientos de la química, el pensamiento de Hipócrates contenía una semilla, de verdad, que necesitó más de dos mil años para germinar. Como los antiguos griegos prohibían estrictamente la disección del cuerpo después de la muerte, era muy primitivo el conocimiento de la anatomía, la fisiología y la patología humanas. A pesar de ello, el tratado atribuido a Hipócrates sobre Fracturas y Dislocaciones revela un conocimiento notablemente adelantado de la estructura y la función de los huesos y los ligamentos, de los músculos y los tendones. En virtud de que los griegos insistían grandemente en la aptitud física, el tratamiento de las lesiones producidas por los vigorosos ejercicios se convirtió en una fase rutinaria de la práctica médica. Sus instrucciones para el diagnóstico y el tratamiento de las dislocaciones y las fracturas, que comprendía algunos métodos para vendar y entablillar, son sorprendentemente modernos. Los médicos acompañaban a los ejércitos griegos en los campos de batalla con el propósito de cuidar de los enfermos y dar atención quirúrgica a los heridos. ¿Sirvió Hipócrates alguna vez como cirujano del ejército? Todas las palabras contenidas en los tratados hipocráticos sobre la cirugía revelan a un autor que adquirió sus conocimientos, su técnica y su habilidad mediante la experiencia real. Sus obras contienen instrucciones juiciosas y prácticas para el tratamiento y atención de las heridas. Mucho antes que Lister, se reconocía la necesidad de la asepsia, aunque no se entendía. Hipócrates daba instrucciones para la preparación de la sala de operaciones y los instrumentos quirúrgicos. Se limpiarían escrupulosamente las heridas antes de cerrar sus bordes con el vendaje. Se aplicaban hierbas curativas y se cubrían con un paño limpio. Insistía mucho en la dieta, el cuidado y la atención del paciente mientras la Naturaleza sanaba sus heridas. Hipócrates se sentiría en su elemento en un hospital del siglo XX. Un hito de la medicina fue la reunión de los escritos médicos de Hipócrates y sus discípulos para la gran biblioteca de Alejandría durante el siglo III a. de J.C. Esta gran obra, llamada Colección hipocrática, fue la biblia del médico durante casi quinientos años. Consta de ochenta y siete tratados médicos que abarcan casi todas las fases de la práctica médica. Su mayor valor estriba en la insistencia sobre la necesidad de establecer principios correctos para estudiar los problemas de la salud y de la enfermedad. Ante todo, la colección subraya la nobleza de la medicina y la preparación que deberían recibir los futuros médicos. Algunos de sus tratados ocupan un lugar importante en el pensamiento médico contemporáneo. El tratado hipocrático Sobre la enfermedad sagrada ofrece una opinión ilustrada sobre la epilepsia, enfermedad que se caracteriza por convulsiones y pérdida de la conciencia. Muchos médicos ignorantes, que consideraban esta violenta enfermedad como la posesión de un dios o un demonio airado, intentaban exorcizar al paciente con encantamientos, hechizos o amuletos. Se hace evidente la ira de Hipócrates cuando indica que dichos médicos consideran sagrada la enfermedad tan sólo porque no son capaces de averiguar su verdadera causa. Insistía en que toda
  • 3. enfermedad, por espantosa que resultase, tendría una causa natural. Este fue un paso prodigioso para la medicina científica porque eliminó de la práctica médica el último vestigio de mito y superstición. Ya en los días de Hipócrates, los buenos médicos tenían exceso de trabajo. En sus Aforismos hay una serie de preceptos sentenciosos que lo incitan a pensar correctamente en todo momento. El tono del libro lo da la aseveración con que comienza, que se cita muy a menudo: "La vida es breve y el arte (de curar) largo; la oportunidad (de curar) es fugaz; el experimento es peligroso y la decisión difícil". Algunos de los aforismos, como el dicho de que "lo que cura a uno mata a otro", se han convertido en parte de nuestro lenguaje cotidiano. Algunos de los procedimientos que aconsejaba, como la inducción del estornudo para contener el hipo, son todavía remedios caseros muy populares. Para Hipócrates, la medicina era un arte a la vez que una ciencia. En este arte, era fundamental su insistencia de que los médicos adquieren la habilidad para aplicar lo que han aprendido mediante la observación y la experiencia. Hipócrates escribió: "La medicina es la más noble de todas las artes, pero, debido a la ignorancia de quienes la practican, va muy a la zaga de las demás". Sus discípulos estaban obligados con su maestro mediante un contrato privado que más tarde se conoció con el nombre de juramento hipocrático. A pesar del transcurso de los siglos, todo nuevo médico, cuando recibe su título, hace este juramento para "conservar la pureza y la santidad tanto de su vida como de su arte".