HORMIGUEO
LA INVASIÓN
ES RARO QUE DESPUÉS DE LO que pasó nadie volviera a preguntarme por él. Tampoco son
muchos los que vienen a casa; Javier, Norma a veces, y el rengo, para cobrar; nadie más. Es
cierto que casi ni se notaba que el viejo estaba ahí acostado en su silencio; apenas una
presencia en el oscuro cuarto. Pero ellos lo sabían, no puede ser que no lo supieran. Lo sabían
y vaya a saber por qué ahora no preguntaron, y yo tampoco dije nada, no fuera a ser cosa que.
Porque cómo iba a explicarles la desaparición, quién me iba a creer. Hubieran sospechado de
mí, por supuesto que hubieran sospechado de mí. Y fue así como después de ocurrir lo que
ocurrió las horas pasaron, y después los días, sin que yo resolviera tomar una decisión, y al
final, el tiempo solito parece haber decidido por mí: silencio. Mucho más fácil y mejor para
todos. Aunque yo a veces pienso en el viejo, y un poco de pena me da, porque lo quería, eso
creo. Igual no sé cómo habrá sido, tal vez ni sufrió, o tal vez soy yo que… no sé, eso que
pienso no me animo ni a confesármelo a mí mismo, porque significaría que yo… y me
querrían encerrar en esos hospitales, o me iría a encerrar yo mismo, y me pegaría la cabeza
contra la pared, como tienen que hacer los locos. Y ahora ya todo volvió a la normalidad, así
que no tendría sentido preguntarse si en realidad soy yo y mis patitos chuecos. Porque es
Javier; siempre que yo hablaba del viejo me decía, ah, otra vez con el viejo ese, y nunca quiso
entrar al cuarto a saludarlo, o a verlo al menos.
Lo que ocurrió fue algo realmente extraño, no sé si sobrenatural pero seguro que casi. A
la mañana temprano fue apenas un sobresalto, algo normal que ocurre en todos los hogares,
sobre todo en los hogares que no se caracterizan por la limpieza, como en nuestro caso. Y es
que un hombre solo cuidando a un viejecito que ni se puede mover… El asunto es que había
dejado un pote olvidado sobre la mesada con unos restos de carne picada que a las hormigas,
puf, les fascina más que el chocolate a las mujeres. Estaban todas apelmazadas en un tumulto
insectoso, corriendo como locas sobre los pedacitos de carne y sobre el contorno circular del
pote.
Luego un caminito frenético serpenteaba por la mesada y subía por la pared hasta meterse en
una pequeña ranura bajo el extractor de la cocina. Pasada la fugaz reacción de repugnancia,
tomé el pote y lo metí debajo del chorro de agua de la pileta de lavar (la fría porque la caliente
pobres bichos ¿no Dorotea?). Luego con la esponjita de los platos arrastré las indefensas
hormigas de la mesada hacia la pileta y abrí a fondo la canilla sepultando a la multitud bajo
un súbito y mortal maremoto. Con el repasador desparramé las hormigas que corrían
despavoridas por la pared y mojé con un poco de agua con detergente la ranura por donde se
metían, para que no salieran más. Chau problema. Santa solución el detergente. Más
tranquilo, fui a la mesita del mate y me preparé mi ceremonial desayuno, además de las
tostadas para el viejo que como siempre me comería yo. Pero cuando me terminaba el tercer
mate en la tercera hoja del diario (un mate, una hoja), comencé a sentir un pequeño murmullo
como de ínfima multitud que parecía salir de la alacena. Me levanté a abrirla y ahí la
impresión fue espantosa. Todo el interior del mueble se encontraba absolutamente tapizado
por un cúmulo de histéricas hormigas correteando en todas direcciones. Todos los alimentos
estaban atacados también por las hormigas; la azucarera se encontraba incluso volcada y ya
casi no quedaba azúcar.
Un grupo como un batallón se destacaba abriéndose camino entre la pigmea multitud,
llevando cada hormiga un grano de arroz; en el aceite nadaba una masa pegajosa que se iba
ahogando en el fondo del recipiente (en aceite se hunden), y hasta habían perforado una cajita
de salsa, lo que me hizo percatar hasta dónde podía llegar la voracidad de los pequeños y
organizados animalejos. Me quedé paralizado del espanto con la boca abierta; pero tuve que
cerrarla porque de pronto me cayeron dos o tres hormigas sobre la lengua. Entonces salí del
estupor y traté de pensar en qué hacer. Decidí comenzar por sacar la azucarera (todos saben
que adoran el azúcar, aunque no tanto como la carne picada), pero al agarrarla, una columna
enfurecida se lanzó a conquistar mi mano, que saqué casi al instante sacudiéndola con asco.
Por una reacción impulsiva y ridícula volví a cerrar la alacena y me senté como si nada pasara.
Cuarto mate, cuarta hoja. Pero el murmullo seguía allí en la alacena. Fui a ver al viejo; dormía
de ojos abiertos con la mirada fija en el techo. De pronto sentí en la cocina un ruido. Las
hormigas habían salido de la alacena y formaban decenas de caminos que se extendían por
toda la cocina como los brazos de un pulpo-ciempiés. Habían llegado a la yerba, se la estaban
llevando. Sí, sí, se estaban llevando la yerba. Nunca había visto hormigas llevarse yerba
(tampoco arroz, en realidad).
Enfurecido fui hasta el paquete y le di un manotazo. La yerba se desparramó por todo el piso
y con ella las hormigas. Ahí me di cuenta de que todo el ambiente se había llenado de un tufo
extraño (las hormigas huelen) y se escuchaba como un zumbido szzzzzzz. Abrí la ventana
que da a la calle y grité ¡ataque de hormigas! y pensé en lo bien que me hubiera venido en
ese momento el oso hormiguero de la tía Alberta (la tía Alberta, la de Misiones, la que el
mismo día en que llegué para quedarme todo el verano allí —por lo de mamá— me confesó
que tenía un oso hormiguero escondido en el parque que comía comida de perro molida, y
qué calorón ese verano). El asunto empeoraba, descubrí otros caminos que habían comenzado
a salir por la rejilla del agua, a entrar por debajo de la puerta y hasta a resurgir desde adentro
del caño de la pileta, resucitando de mi ineficaz maremoto. Veneno, veneno, pensé; pero
lógicamente no tenía veneno. Normita me había dicho que todo hogar que se precie de tal
debe tener su reserva de veneno, pero no le hice caso tampoco en eso. Las hormigas
comenzaron a subirse a mis zapatos y por las mangas del pantalón. Entonces decidí salir a
comprar veneno. La puerta estaba cubierta de hormigas hasta la manija (literalmente) así que
salté por la ventana. Ahí pensé en el viejo. Los platos que a veces quedan allí al lado de su
cama con restos de comida (con todo lo que sirvo en realidad, porque el viejo no come) las
atraerían, lo verían acostado y entonces… Pero no hice nada, decidí dejarlo allí, jamás me
imaginé que… O sí lo imaginé, debo confesarlo, porque en Misiones oí también de unas
hormigas que les dicen “La Corrección” que eran capaces, pero no creí que fuera cierto, y lo
dejé allí igual.
Tardé en conseguir el veneno, porque pensé que sí, pero con veinte pesos no crean que es
fácil comprar veneno, la mayoría cuarenta y hasta sesenta pesos. Pero al final uno me fió.
Volví corriendo a casa con el veneno; el viejo, el viejo, qué hice, el viejo, cómo pude.
Atravesé el frente y de un salto limpio entré por la ventana con el veneno en alto dispuesto a
luchar a planazos y mandobles contra la marea rojinegra; pero no, sorprendentemente las
hormigas habían desaparecido, no quedaba ni siquiera una. La yerba estaba ahí desparramada
en el suelo. Fui hasta la alacena y con un poco de temor abrí las puertas; la caja de arroz
estaba vacía, la cajita de salsa había desaparecido igual que el tarro de aceite; no estaba ni
siquiera el envase, se lo habían llevado. Después inspeccioné las ranuras de la pared, la
juntura de la mesada, la pileta, pero no había ni rastros de hormigas. De todas formas, a pesar
de mi estupor, decidí preparar el veneno y pulverizar todo. Al terminar de asperjar por la
cocina, adentro de la alacena e incluso adentro de la heladera, me acordé; ¡uy! el viejo, el
viejo, el viejo. Fui para el cuarto, abrí la puerta y pegué un grito de horror. No estaba, la cama
estaba vacía. Consternado me arrojé al suelo y miré debajo de la cama, pero nada. Empecé a
mirar las sábanas para ver si había restos de sangre o algo, pero nada de nada, parecía como
si nunca hubiese habido nadie allí. Salí al jardín, se me ocurrió pensar que lo podrían haber
arrastrado hasta allí, y qué guachas cómo habrían hecho para sacarlo por la ventana; pero
busqué entre los arbustos y las plantas y nada, ni rastros del viejo, ni un calcetín tirado por
ahí, nada. Había desaparecido, o se lo habían morfado horrendamente las hormigas sin dejar
siquiera rastro, como “La Corrección”, o tal vez se lo habrían llevado de algún modo a los
hormigueros o a alguna otra parte. Salí a buscar por el barrio, busqué en las placitas y en
todos los espacios verdes, e incluso vencí mi rechazo a los vecinos y toqué algunos timbres
preguntando ridículamente si no habían visto en su jardín a un viejito; ni una pista,
sencillamente se había esfumado, igual que las hormigas.
El atardecer de ese accidentado día me sorprendió con los codos en la ventana mirando
tontamente las nubes rojizas, color hormiga, hormiga roja. Pensé en hacer la denuncia en la
policía; oficial, entraron hormigas a mi casa y se llevaron al viejo.
Lógicamente, iba a terminar en el calabozo, y posiblemente con algunas patadas en el culo;
yo no fui oficial, se lo juro… por mi tía Alberta, que en paz descanse. Me preparé algo de
comer (sin carne picada), lavé todo, no fuera a ser cosa que, y me fui a dormir pensando en
qué decirle a Norma y a Javier cuando vinieran a casa, porque el rengo creo que ni sabía del
viejo, y qué le importa, pero Norma y Javier…
Al día siguiente me propuse ordenar el cuarto del viejo y eliminar todas sus pertenencias.
Con un poco de sorpresa descubrí que en realidad casi no tenía ninguna. El viejo siempre
usaba la misma ropa, y cuando se la lavaba le prestaba mientras tanto un piyama mío gastado.
Todo lo demás, a decir verdad, era mío: el velador, los libros, el antiguo proyector de
diapositivas, la colección de marquillas, todo. Y que Javier no se entere de esto; si le cuento
que todo era mío y no del viejo me va a decir ah, otra vez con eso, no te das cuenta, y me
querría encerrar para que me pueda pegar a gusto la cabeza contra la pared como hacen los
locos, porque significaría que yo… bueno, eso.
Justamente Javier fue el primero en venir por casa, no sé qué le pasaba a Norma en esos
días. Mi estrategia era muy sencilla; no diría nada de nada, ni de las hormigas, ni del viejo.
Hablamos de lo de siempre; del barrio aburrido y abúlico, de qué cosa los robos y cómo
puede ser, y Banfield uno a cero pero que feo que juega, sí qué feo que juega. Todo venía
saliendo como lo planeado, del viejo ni mú. La pava se terminó y se vino el me alegro haberte
visto, después pasate por el almacén ok dale chau. Le abrí la puerta y salimos, pero antes de
despedirme lanzó, con una inusual sonrisa, un ¡te felicito! no me hablaste ni una vez del viejo.
Me puse colorado, estoy seguro, color frutilla fosforescente. Sonreí o hice una mueca
parecida a una sonrisa y me quedé paralizado un instante, hasta que desde no sé qué planeta
perdido me bajó la respuesta justa; ah, otra vez con el viejo ese, Javier, ¡dejate de joder! y
sonrisa. Después de eso no volvió a preguntar nunca más por el viejo, al menos hasta ahora.
Con Norma fue bastante desastroso, pero igual zafé, no sé bien cómo. La esperaba a tomar
unos mates, parece que estaba enojada, vaya uno a saber por qué, pero yo estaba decidido a
sí Normita tenés razón, y listo, sanseacabó. Pensé largo rato en qué invento podría decirle si
me preguntaba por el viejo, pero no se me ocurrió nada hasta que llegó. Al final ni lo nombró,
pero yo, bocaza incontenible, tuve que hablar, y le dije como al pasar algo del viejo. Hizo
como que no escuchó, pero yo otra vez, como el tipo que sufre de vértigo y se asoma al
precipicio y se vuelve a asomar, volví a hablarle del viejo, y ella no es como Javier. Ella
tampoco cree en el viejo, pero me sonríe, un poco de lástima seguramente, y a veces se acerca
al cuarto y lo saluda. Y entonces lo hizo; me sonrió y dijo voy a darle mi saludo. Yo me
levanté de un salto y le grité ¡no se puede pasar al cuarto, está plagado de hormigas! Pero no
logré ningún efecto, no me dijo nada de la mugre ni de pobre viejo cómo vas a tenerlo entre
las hormigas. Sencillamente se levantó, me esquivó ágilmente y abrió la puerta del cuarto.
La cama estaba tendida y todo estaba perfectamente ordenado como jamás lo había estado.
Yo me agarré la cabeza mientras pensaba en qué mentira diría o si contaría la verdad,
preguntándome si me acusaría de asesino o qué se yo. Pero no; simplemente levantó la mano
y dijo hola don Alberto cómo anda. Pero la cama estaba vacía; vacía. Después se dio vuelta
y debe haber notado la estupefacción en mi cara porque me dijo qué te pasa. Y yo le dije
nada, nada, y me quedé como petrificado un momento. Finalmente nos sentamos de nuevo y
terminamos la pava. Al rato Norma se fue sin su enojo, como si nada. Desde entonces no
hablé más del viejo y tampoco de las hormigas; ni con ella, ni con Javier, ni con nadie.
Ciertamente es raro que no hayan preguntado más por él, aunque en realidad era apenas
una presencia allí en el cuarto. Pero igual pobre viejo. Aunque tal vez Javier tenga razón y es
mi cabeza y sus patitos chuecos; porque lo de las hormigas también fue raro… pero no creo.
En fin, de todas formas ahora es otra cosa la que me tiene preocupado. Son unos ruidos en el
jardín y unos movimientos extraños en los arbustos del fondo. Tal vez sean de vuelta las
hormigas que están devorando todo por debajo y esperan el momento justo para invadir, o
tal vez sea el viejo que está enterrado adentro de algún hormiguero y se agarra de las ramas
de los arbustos tratando de salir. Porque yo ya decidí que loco no estoy, así que los ruidos
son las hormigas o es el viejo; salvo claro, que se haya venido desde Misiones, a instalarse
en mi jardín, el oso hormiguero de la tía Alberta, que en paz descanse.
LAS INVASORAS
Dorotea quiere quedarse; ella no cree, pero yo sí, ahora sí creo. Esta tragedia es sin duda una
consecuencia encadenada del colapso que ocurrió algunos días atrás. Aquella mañana,
Dorotea y yo fuimos seleccionadas para ir con el pelotón que traería unos trozos de carne
picada que en la noche había hallado dentro de la casa una de las exploradoras. Nos habíamos
instalado dos días antes en un sector exterior de la casa, en el intersticio de un zócalo de un
extremo de la galería.
El clima generoso de los últimos meses había hecho explotar la población en la zona y nuestra
jefa había decidido que mudemos algunos metros el hormiguero para descomprimir el exceso
de población, cuya mayor densidad se daba cerca de los ingresos a la casa. Pero no fue
suficiente, porque el día de la carne picada se desató el caos; atroz, terrible como una peste.
El pelotón avanzaba en una estricta fila encabezada por la comandante que, a su vez, era
guiada por la exploradora que corría nerviosa de un lado a otro, desquiciada por el voraz
apetito que sufren en forma perpetua (hasta que mueren presas del delirio) las hormigas que
tienen este oficio. Éramos al menos unas dos mil, casi un batallón. Con Dorotea
marchábamos a mitad del pelotón, expulsando en somnolientos bostezos de pereza la
modorra del alba. Nuestra experiencia en el servicio nos había hecho llegar a la conclusión
de que lo mejor era marchar a mitad del pelotón. Uno evita así los obvios peligros de ir al
frente y el aburrido tedio de ir al fondo, con las holgazanas y las cobardes, que buscan siempre
esquivar las aventuras.
Ingresamos a la casa por una ranura entre los azulejos de la pared, descendiendo por allí
para reducir los riesgos de caminar por los pisos. A la distancia vimos cómo la vanguardia
del pelotón comenzaba ya a descender sobre la mesada. La exploradora, sin poder contenerse,
disparó a toda carrera hacia un enorme pote que se hallaba sobre la loza, donde posiblemente
se encontraba la carne. El pelotón ya no necesitaba de su guía. Al ir bajando comenzamos a
sentir flotando en el aire, el vaho grasoso de la carne. Cuando descendimos sobre la mesada,
el pote de vidrio ya estaba invadido por el pelotón; cientos de nuestras compañeras daban
vueltas por su contorno. Se generó primero cierto descontrol en el frente, posiblemente
algunas hormigas se habrían lanzado a devorar sin freno los trozos de carne (olvidé decir que
al frente siempre marchan las hormigas más arrebatadas, indóciles y vehementes), pero en
poco tiempo el orden pareció restablecerse. Comenzaron a volver hacia el hormiguero las
primeras hormigas con trozos de carne. Mientras marchábamos sobre la mesada antes de
trepar al pote, Dorotea me hizo notar una especie de suave temblor, como si la mesada se
meciera ligeramente. Se percibía una agitación muda, como si estuvieran devorando la piedra
por dentro, como una sorda revolución intestina en el granito. Yo no le di mucha importancia.
De todas formas no tuvimos mucho tiempo para pensar en aquello, lo que siguió luego fue
casi catastrófico. Habíamos logrado escalar el pote, sumergiéndonos en el frenético remolino
del pelotón en plena acción. Con Dorotea husmeábamos entre los trozos de grasa y carne,
buscando hallar aquellos que parecían más proteicos; la tarea debe ser precisa y rápida. De
pronto observé el trozo adecuado, pero tendríamos que llevarlo entre las dos. En ese momento
alcé la vista para llamar a Dorotea y vi asomarse, gigantesco sobre el pote, a un ser humano.
El sujeto lanzó un ensordecedor bramido que conmovió el aire con poderosas ondas,
aterrándonos a todas. Comenzamos a correr para abandonar el pote, pero vimos cómo la
mano de aquel horrendo monstruo se acercaba hacia nosotras. Con pavor sentimos que el
pote se elevaba de la mesada en un sacudón violento. Nos aferramos al vidrio para no caer.
Aterrizamos con pote y todo sobre una superficie plateada. Se oyó inmediatamente el tronar
como de una enorme catarata en caída libre. Miramos hacia arriba y vimos que desde un
enorme caño plateado una masa de agua inmensa se precipitaba hacia el pote. No tuvimos
tiempo de comprender lo que sucedía; apenas alcanzamos a corrernos para que la catarata no
cayera directo sobre nuestros cuerpos. Luego todo fue tan repentino que es difícil narrar los
hechos con exactitud. Quedamos todas flotando en una masa de agua fría y turbulenta que se
mecía atrozmente hacia todos lados, en momentos sumergiéndonos, en otros sacándonos a
flote. Luego la correntada nos lanzó velozmente hacia un lado, y pudimos ver que nos
sumergiría inevitablemente en un horrible agujero negro que parecía no tener fondo.
El agujero nos devoró sin remedio en la profundidad de un violento remolino. Me sentí caer
en un abismo oscuro y líquido que giraba sin fin. Traté de evitar respirar para que mis
espiráculos no se llenaran de agua. Pero me asfixiaba, perdía fuerzas, desfallecía; de modo
que esa sería la muerte… Perdí el conocimiento.
Me habría creído muerta si no hubiera sentido las patas de otras hormigas pisoteándome.
Con dificultad me incorporé, me encontraba tan empapada que la fuerza capilar del agua me
impedía caminar. El ambiente era sofocante y sombrío. Se percibía un putrefacto vaho de
ciénaga. Inmediatamente pensé en Dorotea; grité su nombre, pero el alarido desesperado de
las otras hormigas devoraba mis propios gritos. Entonces noté que la penumbra no era total.
Alcé la mirada y vi allí arriba, a la distancia, una abertura perfectamente redonda que parecía
la salida de aquel horrible abismo. Me sacudí lo más fuerte que pude, logrando quitar el agua
de mi cuerpo lo suficiente como para empezar a andar. Comencé forzosamente a subir.
Mientras subía noté horrorizada que había hormigas agonizando e incluso algunas muertas.
Ayudé a las que pude, sacudiéndoles el agua, alzándolas, mientras seguía llamando a
Dorotea. La marcha era sumamente dificultosa y los quejidos agónicos semejaban espectros
en pena. Dorotea, Dorotea, ay Dorotea.
El círculo claro se aproximaba. El cansancio era de plomo, pero la cercanía de la salida y
la claridad, inyectaban en mí nuevas energías. Finalmente logré salir. Me quedé un momento
allí al borde del abismo, agotadas mis fuerzas, extenuada. Cerré los ojos. Ay Dorotea.
Entonces sentí el olor que invadía el aire. Ese olor de inmensa multitud; ese olor pestilente
que sólo se siente en las grandes poblaciones, en esos hormigueros gigantescos que se unen
unos con otros como formando verdaderas metrópolis. Y escuché también el sonido, un
zumbido grave y monótono que invadía el aire. Abrí los ojos y lo primero que vi… fue a
Dorotea. Alcé las patas de alegría. Nos abrazamos. ¿Estás bien, estás bien? me preguntaba
ella. Sí, contesté. ¿Viste? me dijo. Miré alrededor. La visión fue apocalíptica; comprendí el
porqué del olor y del zumbido. La casa toda se encontraba cubierta de hormigas, y me refiero
a que se encontraba literalmente cubierta de hormigas. Los caminos hacia un lado y hacia el
otro se entrecruzaban, formando una red viviente que se movía hacia todas partes. Escalamos
por la superficie metálica que rodeaba al agujero, llegando nuevamente hasta la mesada. El
humano que antes nos había ahogado bajo la catarata, corría desesperado por dentro de la
casa con una esponja en la mano que colocaba estúpidamente sobre los orificios desde donde
surgían las hormigas: ranuras, marcos, aberturas.
Tené cuidado que no venga para acá, dijo Dorotea. No sabíamos bien qué hacer, nuestro
pelotón se había desperdigado. Nos quedamos allí sobre la mesada mirando el espectáculo.
Un verdadero batallón de hormigas había comenzado a subir a los zapatos del gigante.
Pudimos ver algunas suicidas ascender atolondradas por sus pantalones y perecer
instantáneamente bajo las palmadas del coloso que, sin embargo, parecía vacilar. Se dirigió
hacia la puerta y pareció que iba a abrirla, pero al acercar la mano hacia la manija, que se
encontraba tapada de hormigas, retrocedió horrorizado. La invasión a sus zapatos ya era total
y los pantalones comenzaban a cubrirse también. Entonces retrocedió tomando carrera y se
arrojó fuera de la casa a través de la ventana.
En ese momento comenzó a correr el rumor de que el gigante incendiaría la casa.
Habíamos oído, por parte de algunas veteranas, historias de casas enteras prendidas fuego
para exterminar invasiones en masa, como sin duda lo era ésta, pero nos parecían cuentos de
viejas seniles. Dorotea y yo somos prácticas, centradas y realistas. Pero el rumor corrió
irremediablemente y entonces comenzó la deserción. Pudimos ver a las comandantes tratando
de ordenar sus hordas, que se habían lanzado desenfrenadas al asalto. El orden fue poco a
poco regresando. Se formaron tres enormes columnas que fueron engrosándose
monstruosamente a medida que las hormigas dispersas por todo el lugar se daban a la fuga.
Las paredes volvieron a ser blancas, las alacenas se fueron despoblando. Enormes pelotones
intentaban llevarse desorganizadamente los víveres que quedaban, arrastrando incluso
algunos envases enteros. Las compañías de crisis cargaban innumerable cantidad de cuerpos
agonizantes o muertos que habían sido aplastados por la multitud o que habían reventado de
glotonería comiendo azúcar, aceite o salsa de tomate. Finalmente la casa fue quedando vacía,
el silencio fue adueñándose del lugar y el tufo fue desapareciendo. Luego de un rato el
espectáculo finalmente concluyó y decidimos con Dorotea retirarnos también; si bien no
creíamos en lo del incendio, existía la posibilidad de que el hombre regresara con algún
veneno. Descendimos de la mesada y nos sumamos a las últimas rezagadas que cerraban las
columnas ya raquíticas. Antes de salir por la ranura de la puerta, echamos un vistazo hacia
atrás y nos sorprendimos de la quietud del lugar. Los signos de la devastación estaban allí,
en el desorden de las alacenas, en el agua sobre la mesada, en algunos alimentos
desparramados por el suelo; pero todos los cuerpos habían sido retirados, no había quedado
realmente ninguna prueba cierta de una invasión de hormigas.
Así fue el día del colapso, y desde entonces todo se ha ido agitando cada vez más. Hay
una desorganización general y parece no haber esperanzas, porque lo que ocurre es que a
todo esto se ha sumado algo espantoso; anoche apareció un monstruo y atacó uno de los
hormigueros del jardín. Dorotea no cree, pero esta vez yo sí… yo sí porque oí varias veces
historias de este tipo contadas por unas hormigas del pelotón que vivieron en la selva. Las
primeras en alertar sobre el monstruo fueron las pobladoras de un hormiguero que tiene su
boca debajo de unos arbustos del fondo del jardín. Sintieron hace algunas noches ruidos de
ramas quebrarse, pasos pesados y el sonido prolongado de algo que se arrastra. Algunas
aseguraron haber visto algo enorme moverse entre las sombras, aunque nadie supo lo que
era. El terror comenzó a correr en ese momento por todo el lugar. Al principio no creí,
pensábamos con Dorotea que sería otro rumor de tantos; las hormigas suelen ser exageradas
y tremendistas, tal vez por estar tan acostumbradas todas nosotras a las grandes catástrofes.
Pero lo de anoche superó los límites y ahora estalló el caos. Ocurrió que un nutrido batallón
de uno de los hormigueros del fondo, cercano también a los arbustos, salió de nuevo al asalto
de la alacena de la casa, pero a los pocos metros de salir, fue atacado ferozmente. El batallón
entero fue devorado en pocos minutos, quedando vivas apenas algunas hormigas que
pudieron huir. El monstruo no se contentó con devorar al batallón; siguió hasta la boca del
hormiguero devorando casi a una tercera parte de sus habitantes y destruyendo túneles y
estructuras. El número de criaturas e incluso, horror, larvas y huevos muertos, ha sido
pavoroso. Sin embargo, ninguna de las hormigas sobrevivientes puede describir certeramente
al atacante. Algunas, aterradas, perdieron la capacidad de hablar; emiten chillidos y sonidos
guturales; otras apenas si dicen frases sueltas y sin sentido cierto. Este incidente tan brutal
me preocupó y fue así como, hoy mismo, decidí ir a estudiar los destrozos en el hormiguero
atacado. Las huellas son claras y todos los rastros coinciden con los relatos de las hormigas
selváticas; he creído. Pero Dorotea se empeña en no creer.
El horror se generalizó ya por toda la población. Las reinas se han reunido y se han hecho
grandes asambleas. Sólo las hormigas selváticas y quienes conocemos sus historias sabemos
bien la catástrofe con la que nos enfrentamos. Dijimos a las reinas que el peligro es inminente,
atroz, enorme. Nos han creído y han decidido que se abandone la zona en forma inmediata.
En poco tiempo comenzarán a partir en columnas los diferentes hormigueros, llevándose todo
consigo: trozos de hongo, larvas, huevos, todo.
Comienzan los movimientos en nuestro hormiguero. Dicen que hace instantes otro
hormiguero fue atacado. Pero la verdad es que no se sabe bien qué es cierto y qué es
exageración. La cadena de jerarquía se ha quebrado. Las hormigas mensajeras generan
mensajes por sí mismas sin que se les ordene dar ninguna comunicación. El desconcierto es
general. Sin embargo, Dorotea se obstina en decir que todo es un invento, una farsa de alguno
de los hormigueros para tratar de despoblar la zona y quedarse con los recursos del lugar. Yo
le he insistido, le comenté sobre las historias de las hormigas de la selva, le mostré las huellas,
pero no hay caso, no cree, a pesar de que se lo he contado yo, que sé la verdad; sigue con su
idea fija, insistiendo en que es una conspiración.
Nuestro hormiguero ha partido; me quedé con Dorotea. La noche ha caído y pareciera
que en todo el jardín sólo quedamos Dorotea y yo. Ella está empecinada con su estúpida idea
de la confabulación. Yo no puedo ocultar mi pavor ni evitar súbitos temblores que se
apoderan de mi cuerpo. Se escuchan ruidos, pasos, ramas quebrarse, algo que se arrastra y
un silbido como el del viento contra los muros. Es el monstruo que está aspirando hormigas,
estoy segura. Pero Dorotea no escucha nada de eso; no escucha. De a ratos me asalta el
terrible deseo de que se aparezca finalmente frente a nosotros y nos devore, para poder decirle
viste, Dorotea, viste que era cierto.
Veo ahora sacudirse las ramas de los arbustos, veo una inmensa sombra agitarse detrás
de ellas, moviéndose pesadamente con el balanceo bestial de un mastodonte. Me largo a la
carrera para abandonar el jardín. Dorotea se ha quedado, aferrada en su testarudez. Siento
pasos detrás de mí, siento el suelo temblando, siento el zumbido cálido de sus narices que
olfatean. Trepo por uno de los muros del jardín. Escucho detrás los sonidos de la bestia que
saliva con su horrenda lengua vermiforme la masa tétrica y viscosa de millares de cadáveres
que ha matado y se dispone a devorar. Ay, Dorotea.
Ya llego hasta arriba del muro. Pienso en Dorotea y quiero ir a salvarla si aún estoy a
tiempo. Pero siento allí abajo la presencia del monstruo, sé que me ve y que comenzará a
rasgar la pared con sus garras afiladas buscando alcanzarme en su hambre famélica de
muerte. No quiero mirar hacia atrás, pero una fascinación magnética, como la que sienten los
ratones bajo la aguda mirada de la serpiente, me fuerza involuntariamente a hacerlo. Y ahora
lo veo; veo la verdad, mi verdad, que es él, el temible, el espantoso, el devorador asesino que
vino de la selva, con sus garras y su horrenda trompa de oso hormiguero. Ay, Dorotea, que
en paz descanses.

Más contenido relacionado

PDF
Carta a una señorita en París - cuento
DOCX
Antología Z-Sides: Preámbulo de la I Antología Hispano-parlante del Apocalips...
DOC
Cortazar, julio los venenos
DOCX
Doña tato marta brunett guía
DOC
el llano en llamas
PDF
Neandertal 2.cabernicola mary ferre
DOCX
Un Abrazo Literario Entre México y Argentina. - Segunda Parte
DOC
Narrativa literaria para escritores aficionados: Un conflicto que viene de lejos
Carta a una señorita en París - cuento
Antología Z-Sides: Preámbulo de la I Antología Hispano-parlante del Apocalips...
Cortazar, julio los venenos
Doña tato marta brunett guía
el llano en llamas
Neandertal 2.cabernicola mary ferre
Un Abrazo Literario Entre México y Argentina. - Segunda Parte
Narrativa literaria para escritores aficionados: Un conflicto que viene de lejos

La actualidad más candente (16)

DOCX
Un Abrazo Literario Entre México y Argentina
DOC
El tunel sin fin (candela cheula)
PDF
6_grado_LEN_13062021.pdf
PDF
El camino de la cabra III
DOCX
Historia mi perro cometa
PDF
Oyd Vol I La Rosa Cobalto, Cap 2
DOCX
Mis calaveritas
PDF
Elizabeth ha desaparecido emma healey
PPS
La habitación negravictoriawav
PPS
La habitación negravictoria
DOCX
Escaleras de hospital
 
DOC
Historias paralelas
DOCX
Educacion artistica
DOCX
Diles que no me maten
PDF
Ventayosvi resurrection_Fanzine de historias y cuentos breves
PDF
Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro o algo...
Un Abrazo Literario Entre México y Argentina
El tunel sin fin (candela cheula)
6_grado_LEN_13062021.pdf
El camino de la cabra III
Historia mi perro cometa
Oyd Vol I La Rosa Cobalto, Cap 2
Mis calaveritas
Elizabeth ha desaparecido emma healey
La habitación negravictoriawav
La habitación negravictoria
Escaleras de hospital
 
Historias paralelas
Educacion artistica
Diles que no me maten
Ventayosvi resurrection_Fanzine de historias y cuentos breves
Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro o algo...
Publicidad

Destacado (20)

PPT
Web xsitepro
PPTX
Negocios en internet
PDF
Registro SIC Resolución 90902
PDF
1. agenda
PPTX
Weitere abbildungen
PPS
Domingo 25 de octubre: Mc 10, 46-52
PDF
CONSULT 2010 | Herne: Foerderung - Finanzierung fuer Existenzgruendung | Foe...
ODP
Yasmeri
PPTX
Tipos de innovación trece
PDF
tipos de archivos
PPTX
Copenhagen project spring 2010
PPTX
Plan de marketing Laminas algodon
ODP
Apellidos
DOCX
Temario
PPTX
Grupo 1
PPTX
Porto Ceresio Al Lago Di Lugano
PDF
CONSULT 2010 | Willebadessen: Foerderung - Finanzierung fuer Existenzgruendun...
Web xsitepro
Negocios en internet
Registro SIC Resolución 90902
1. agenda
Weitere abbildungen
Domingo 25 de octubre: Mc 10, 46-52
CONSULT 2010 | Herne: Foerderung - Finanzierung fuer Existenzgruendung | Foe...
Yasmeri
Tipos de innovación trece
tipos de archivos
Copenhagen project spring 2010
Plan de marketing Laminas algodon
Apellidos
Temario
Grupo 1
Porto Ceresio Al Lago Di Lugano
CONSULT 2010 | Willebadessen: Foerderung - Finanzierung fuer Existenzgruendun...
Publicidad

Similar a Hormigueo (6)

PDF
RELATOS DE TERROR
PDF
Un dia en la vida de carola
PPTX
Trabajo Practico " Proyecto Personal de Lectura"
PPTX
Proyecto Personal De Lectura
PPTX
Evocaciones trascendentales de un día cualquiera - Demis Pinedo Romo - AUTOBI...
PDF
Impredecible
RELATOS DE TERROR
Un dia en la vida de carola
Trabajo Practico " Proyecto Personal de Lectura"
Proyecto Personal De Lectura
Evocaciones trascendentales de un día cualquiera - Demis Pinedo Romo - AUTOBI...
Impredecible

Más de Santiago Clement (20)

PDF
Recuerdos de otro
PDF
Brochure Proyecto De Luz
PPTX
Presentación ympacto+
PDF
Italo calvino, el Baron Rampante
PPSX
Compra Positiva
PPT
Presentacion ledesma
PDF
Detrás del origen
PDF
Tiempo muerto
PDF
En el rumor de las olas
PDF
La planta
PDF
En la luna
PDF
El rostro de dios
PDF
Ni una sombra
PDF
PDF
El fin del mundo
PDF
Anhelos de juan
PDF
Eternos instantes de Arregui
PDF
El veterano armiño gomez recuerdos de otro
PDF
Recuerdos de otro
PDF
Prólogo recuerdos de otro
Recuerdos de otro
Brochure Proyecto De Luz
Presentación ympacto+
Italo calvino, el Baron Rampante
Compra Positiva
Presentacion ledesma
Detrás del origen
Tiempo muerto
En el rumor de las olas
La planta
En la luna
El rostro de dios
Ni una sombra
El fin del mundo
Anhelos de juan
Eternos instantes de Arregui
El veterano armiño gomez recuerdos de otro
Recuerdos de otro
Prólogo recuerdos de otro

Último (20)

PDF
MEDIDAS DE DISPERSIÓN 5°.pdf202589213245
PPT
Cezanne y el postimpresionismo - Pinturas
PPTX
la artritis nfnckj c kcn j c jmnjcjdyc ncijcnknccjncsjcnscjsncjk
DOCX
Modelo para PRESENTACION REINAS SIMPATIA
PPTX
ATA_EUREKA - 2025 -UGEL PANGOA.buenopptx
PDF
Ilustracion en el siglo xviii arte para todos.pdf
PDF
guiadecineresumencategoriasdecineimteresante.pdf
PDF
VAINICA DOBLE, DOS MUSICAS (Edición ampliada 2025) (Libro - Dossier - Cancion...
PDF
Arte Contemporáneo una análisis de las ideas
PDF
Piedra Del Sol trabajo 3ma heav III 2025
PDF
Solidos platonicos o pliedros regulares convexos.pdf
PDF
OIDO EXTERNO PATOLOGIA.pdfhthyjy5tu6j6i6k7ii
PPTX
Dirección educación superior de la universidad
PDF
elementos-de-literatura-preceptiva-o-de-retorica-y-poetica--0.pdf
PDF
Temario de historia Universal de mexico.
DOCX
TRIPTICO DE LA BANDERA DEL PERU ACTUALIZADO
PPTX
PARADIGMAS UNIMILITAR 2025 de la 4.0.pptx
PDF
Seminario de Historia del arte Módulo 04
PDF
846365475-676768804-grafismo-fonetico.pdf
PDF
EP Modulo 1 FISIOLOGIA Power (1) (3).pdf
MEDIDAS DE DISPERSIÓN 5°.pdf202589213245
Cezanne y el postimpresionismo - Pinturas
la artritis nfnckj c kcn j c jmnjcjdyc ncijcnknccjncsjcnscjsncjk
Modelo para PRESENTACION REINAS SIMPATIA
ATA_EUREKA - 2025 -UGEL PANGOA.buenopptx
Ilustracion en el siglo xviii arte para todos.pdf
guiadecineresumencategoriasdecineimteresante.pdf
VAINICA DOBLE, DOS MUSICAS (Edición ampliada 2025) (Libro - Dossier - Cancion...
Arte Contemporáneo una análisis de las ideas
Piedra Del Sol trabajo 3ma heav III 2025
Solidos platonicos o pliedros regulares convexos.pdf
OIDO EXTERNO PATOLOGIA.pdfhthyjy5tu6j6i6k7ii
Dirección educación superior de la universidad
elementos-de-literatura-preceptiva-o-de-retorica-y-poetica--0.pdf
Temario de historia Universal de mexico.
TRIPTICO DE LA BANDERA DEL PERU ACTUALIZADO
PARADIGMAS UNIMILITAR 2025 de la 4.0.pptx
Seminario de Historia del arte Módulo 04
846365475-676768804-grafismo-fonetico.pdf
EP Modulo 1 FISIOLOGIA Power (1) (3).pdf

Hormigueo

  • 1. HORMIGUEO LA INVASIÓN ES RARO QUE DESPUÉS DE LO que pasó nadie volviera a preguntarme por él. Tampoco son muchos los que vienen a casa; Javier, Norma a veces, y el rengo, para cobrar; nadie más. Es cierto que casi ni se notaba que el viejo estaba ahí acostado en su silencio; apenas una presencia en el oscuro cuarto. Pero ellos lo sabían, no puede ser que no lo supieran. Lo sabían y vaya a saber por qué ahora no preguntaron, y yo tampoco dije nada, no fuera a ser cosa que. Porque cómo iba a explicarles la desaparición, quién me iba a creer. Hubieran sospechado de mí, por supuesto que hubieran sospechado de mí. Y fue así como después de ocurrir lo que ocurrió las horas pasaron, y después los días, sin que yo resolviera tomar una decisión, y al final, el tiempo solito parece haber decidido por mí: silencio. Mucho más fácil y mejor para todos. Aunque yo a veces pienso en el viejo, y un poco de pena me da, porque lo quería, eso creo. Igual no sé cómo habrá sido, tal vez ni sufrió, o tal vez soy yo que… no sé, eso que pienso no me animo ni a confesármelo a mí mismo, porque significaría que yo… y me querrían encerrar en esos hospitales, o me iría a encerrar yo mismo, y me pegaría la cabeza contra la pared, como tienen que hacer los locos. Y ahora ya todo volvió a la normalidad, así que no tendría sentido preguntarse si en realidad soy yo y mis patitos chuecos. Porque es Javier; siempre que yo hablaba del viejo me decía, ah, otra vez con el viejo ese, y nunca quiso entrar al cuarto a saludarlo, o a verlo al menos. Lo que ocurrió fue algo realmente extraño, no sé si sobrenatural pero seguro que casi. A la mañana temprano fue apenas un sobresalto, algo normal que ocurre en todos los hogares, sobre todo en los hogares que no se caracterizan por la limpieza, como en nuestro caso. Y es que un hombre solo cuidando a un viejecito que ni se puede mover… El asunto es que había dejado un pote olvidado sobre la mesada con unos restos de carne picada que a las hormigas, puf, les fascina más que el chocolate a las mujeres. Estaban todas apelmazadas en un tumulto insectoso, corriendo como locas sobre los pedacitos de carne y sobre el contorno circular del pote. Luego un caminito frenético serpenteaba por la mesada y subía por la pared hasta meterse en una pequeña ranura bajo el extractor de la cocina. Pasada la fugaz reacción de repugnancia, tomé el pote y lo metí debajo del chorro de agua de la pileta de lavar (la fría porque la caliente pobres bichos ¿no Dorotea?). Luego con la esponjita de los platos arrastré las indefensas hormigas de la mesada hacia la pileta y abrí a fondo la canilla sepultando a la multitud bajo un súbito y mortal maremoto. Con el repasador desparramé las hormigas que corrían despavoridas por la pared y mojé con un poco de agua con detergente la ranura por donde se metían, para que no salieran más. Chau problema. Santa solución el detergente. Más tranquilo, fui a la mesita del mate y me preparé mi ceremonial desayuno, además de las tostadas para el viejo que como siempre me comería yo. Pero cuando me terminaba el tercer mate en la tercera hoja del diario (un mate, una hoja), comencé a sentir un pequeño murmullo
  • 2. como de ínfima multitud que parecía salir de la alacena. Me levanté a abrirla y ahí la impresión fue espantosa. Todo el interior del mueble se encontraba absolutamente tapizado por un cúmulo de histéricas hormigas correteando en todas direcciones. Todos los alimentos estaban atacados también por las hormigas; la azucarera se encontraba incluso volcada y ya casi no quedaba azúcar. Un grupo como un batallón se destacaba abriéndose camino entre la pigmea multitud, llevando cada hormiga un grano de arroz; en el aceite nadaba una masa pegajosa que se iba ahogando en el fondo del recipiente (en aceite se hunden), y hasta habían perforado una cajita de salsa, lo que me hizo percatar hasta dónde podía llegar la voracidad de los pequeños y organizados animalejos. Me quedé paralizado del espanto con la boca abierta; pero tuve que cerrarla porque de pronto me cayeron dos o tres hormigas sobre la lengua. Entonces salí del estupor y traté de pensar en qué hacer. Decidí comenzar por sacar la azucarera (todos saben que adoran el azúcar, aunque no tanto como la carne picada), pero al agarrarla, una columna enfurecida se lanzó a conquistar mi mano, que saqué casi al instante sacudiéndola con asco. Por una reacción impulsiva y ridícula volví a cerrar la alacena y me senté como si nada pasara. Cuarto mate, cuarta hoja. Pero el murmullo seguía allí en la alacena. Fui a ver al viejo; dormía de ojos abiertos con la mirada fija en el techo. De pronto sentí en la cocina un ruido. Las hormigas habían salido de la alacena y formaban decenas de caminos que se extendían por toda la cocina como los brazos de un pulpo-ciempiés. Habían llegado a la yerba, se la estaban llevando. Sí, sí, se estaban llevando la yerba. Nunca había visto hormigas llevarse yerba (tampoco arroz, en realidad). Enfurecido fui hasta el paquete y le di un manotazo. La yerba se desparramó por todo el piso y con ella las hormigas. Ahí me di cuenta de que todo el ambiente se había llenado de un tufo extraño (las hormigas huelen) y se escuchaba como un zumbido szzzzzzz. Abrí la ventana que da a la calle y grité ¡ataque de hormigas! y pensé en lo bien que me hubiera venido en ese momento el oso hormiguero de la tía Alberta (la tía Alberta, la de Misiones, la que el mismo día en que llegué para quedarme todo el verano allí —por lo de mamá— me confesó que tenía un oso hormiguero escondido en el parque que comía comida de perro molida, y qué calorón ese verano). El asunto empeoraba, descubrí otros caminos que habían comenzado a salir por la rejilla del agua, a entrar por debajo de la puerta y hasta a resurgir desde adentro del caño de la pileta, resucitando de mi ineficaz maremoto. Veneno, veneno, pensé; pero lógicamente no tenía veneno. Normita me había dicho que todo hogar que se precie de tal debe tener su reserva de veneno, pero no le hice caso tampoco en eso. Las hormigas comenzaron a subirse a mis zapatos y por las mangas del pantalón. Entonces decidí salir a comprar veneno. La puerta estaba cubierta de hormigas hasta la manija (literalmente) así que salté por la ventana. Ahí pensé en el viejo. Los platos que a veces quedan allí al lado de su cama con restos de comida (con todo lo que sirvo en realidad, porque el viejo no come) las atraerían, lo verían acostado y entonces… Pero no hice nada, decidí dejarlo allí, jamás me imaginé que… O sí lo imaginé, debo confesarlo, porque en Misiones oí también de unas hormigas que les dicen “La Corrección” que eran capaces, pero no creí que fuera cierto, y lo dejé allí igual. Tardé en conseguir el veneno, porque pensé que sí, pero con veinte pesos no crean que es fácil comprar veneno, la mayoría cuarenta y hasta sesenta pesos. Pero al final uno me fió.
  • 3. Volví corriendo a casa con el veneno; el viejo, el viejo, qué hice, el viejo, cómo pude. Atravesé el frente y de un salto limpio entré por la ventana con el veneno en alto dispuesto a luchar a planazos y mandobles contra la marea rojinegra; pero no, sorprendentemente las hormigas habían desaparecido, no quedaba ni siquiera una. La yerba estaba ahí desparramada en el suelo. Fui hasta la alacena y con un poco de temor abrí las puertas; la caja de arroz estaba vacía, la cajita de salsa había desaparecido igual que el tarro de aceite; no estaba ni siquiera el envase, se lo habían llevado. Después inspeccioné las ranuras de la pared, la juntura de la mesada, la pileta, pero no había ni rastros de hormigas. De todas formas, a pesar de mi estupor, decidí preparar el veneno y pulverizar todo. Al terminar de asperjar por la cocina, adentro de la alacena e incluso adentro de la heladera, me acordé; ¡uy! el viejo, el viejo, el viejo. Fui para el cuarto, abrí la puerta y pegué un grito de horror. No estaba, la cama estaba vacía. Consternado me arrojé al suelo y miré debajo de la cama, pero nada. Empecé a mirar las sábanas para ver si había restos de sangre o algo, pero nada de nada, parecía como si nunca hubiese habido nadie allí. Salí al jardín, se me ocurrió pensar que lo podrían haber arrastrado hasta allí, y qué guachas cómo habrían hecho para sacarlo por la ventana; pero busqué entre los arbustos y las plantas y nada, ni rastros del viejo, ni un calcetín tirado por ahí, nada. Había desaparecido, o se lo habían morfado horrendamente las hormigas sin dejar siquiera rastro, como “La Corrección”, o tal vez se lo habrían llevado de algún modo a los hormigueros o a alguna otra parte. Salí a buscar por el barrio, busqué en las placitas y en todos los espacios verdes, e incluso vencí mi rechazo a los vecinos y toqué algunos timbres preguntando ridículamente si no habían visto en su jardín a un viejito; ni una pista, sencillamente se había esfumado, igual que las hormigas. El atardecer de ese accidentado día me sorprendió con los codos en la ventana mirando tontamente las nubes rojizas, color hormiga, hormiga roja. Pensé en hacer la denuncia en la policía; oficial, entraron hormigas a mi casa y se llevaron al viejo. Lógicamente, iba a terminar en el calabozo, y posiblemente con algunas patadas en el culo; yo no fui oficial, se lo juro… por mi tía Alberta, que en paz descanse. Me preparé algo de comer (sin carne picada), lavé todo, no fuera a ser cosa que, y me fui a dormir pensando en qué decirle a Norma y a Javier cuando vinieran a casa, porque el rengo creo que ni sabía del viejo, y qué le importa, pero Norma y Javier… Al día siguiente me propuse ordenar el cuarto del viejo y eliminar todas sus pertenencias. Con un poco de sorpresa descubrí que en realidad casi no tenía ninguna. El viejo siempre usaba la misma ropa, y cuando se la lavaba le prestaba mientras tanto un piyama mío gastado. Todo lo demás, a decir verdad, era mío: el velador, los libros, el antiguo proyector de diapositivas, la colección de marquillas, todo. Y que Javier no se entere de esto; si le cuento que todo era mío y no del viejo me va a decir ah, otra vez con eso, no te das cuenta, y me querría encerrar para que me pueda pegar a gusto la cabeza contra la pared como hacen los locos, porque significaría que yo… bueno, eso. Justamente Javier fue el primero en venir por casa, no sé qué le pasaba a Norma en esos días. Mi estrategia era muy sencilla; no diría nada de nada, ni de las hormigas, ni del viejo. Hablamos de lo de siempre; del barrio aburrido y abúlico, de qué cosa los robos y cómo puede ser, y Banfield uno a cero pero que feo que juega, sí qué feo que juega. Todo venía saliendo como lo planeado, del viejo ni mú. La pava se terminó y se vino el me alegro haberte
  • 4. visto, después pasate por el almacén ok dale chau. Le abrí la puerta y salimos, pero antes de despedirme lanzó, con una inusual sonrisa, un ¡te felicito! no me hablaste ni una vez del viejo. Me puse colorado, estoy seguro, color frutilla fosforescente. Sonreí o hice una mueca parecida a una sonrisa y me quedé paralizado un instante, hasta que desde no sé qué planeta perdido me bajó la respuesta justa; ah, otra vez con el viejo ese, Javier, ¡dejate de joder! y sonrisa. Después de eso no volvió a preguntar nunca más por el viejo, al menos hasta ahora. Con Norma fue bastante desastroso, pero igual zafé, no sé bien cómo. La esperaba a tomar unos mates, parece que estaba enojada, vaya uno a saber por qué, pero yo estaba decidido a sí Normita tenés razón, y listo, sanseacabó. Pensé largo rato en qué invento podría decirle si me preguntaba por el viejo, pero no se me ocurrió nada hasta que llegó. Al final ni lo nombró, pero yo, bocaza incontenible, tuve que hablar, y le dije como al pasar algo del viejo. Hizo como que no escuchó, pero yo otra vez, como el tipo que sufre de vértigo y se asoma al precipicio y se vuelve a asomar, volví a hablarle del viejo, y ella no es como Javier. Ella tampoco cree en el viejo, pero me sonríe, un poco de lástima seguramente, y a veces se acerca al cuarto y lo saluda. Y entonces lo hizo; me sonrió y dijo voy a darle mi saludo. Yo me levanté de un salto y le grité ¡no se puede pasar al cuarto, está plagado de hormigas! Pero no logré ningún efecto, no me dijo nada de la mugre ni de pobre viejo cómo vas a tenerlo entre las hormigas. Sencillamente se levantó, me esquivó ágilmente y abrió la puerta del cuarto. La cama estaba tendida y todo estaba perfectamente ordenado como jamás lo había estado. Yo me agarré la cabeza mientras pensaba en qué mentira diría o si contaría la verdad, preguntándome si me acusaría de asesino o qué se yo. Pero no; simplemente levantó la mano y dijo hola don Alberto cómo anda. Pero la cama estaba vacía; vacía. Después se dio vuelta y debe haber notado la estupefacción en mi cara porque me dijo qué te pasa. Y yo le dije nada, nada, y me quedé como petrificado un momento. Finalmente nos sentamos de nuevo y terminamos la pava. Al rato Norma se fue sin su enojo, como si nada. Desde entonces no hablé más del viejo y tampoco de las hormigas; ni con ella, ni con Javier, ni con nadie. Ciertamente es raro que no hayan preguntado más por él, aunque en realidad era apenas una presencia allí en el cuarto. Pero igual pobre viejo. Aunque tal vez Javier tenga razón y es mi cabeza y sus patitos chuecos; porque lo de las hormigas también fue raro… pero no creo. En fin, de todas formas ahora es otra cosa la que me tiene preocupado. Son unos ruidos en el jardín y unos movimientos extraños en los arbustos del fondo. Tal vez sean de vuelta las hormigas que están devorando todo por debajo y esperan el momento justo para invadir, o tal vez sea el viejo que está enterrado adentro de algún hormiguero y se agarra de las ramas de los arbustos tratando de salir. Porque yo ya decidí que loco no estoy, así que los ruidos son las hormigas o es el viejo; salvo claro, que se haya venido desde Misiones, a instalarse en mi jardín, el oso hormiguero de la tía Alberta, que en paz descanse. LAS INVASORAS Dorotea quiere quedarse; ella no cree, pero yo sí, ahora sí creo. Esta tragedia es sin duda una consecuencia encadenada del colapso que ocurrió algunos días atrás. Aquella mañana,
  • 5. Dorotea y yo fuimos seleccionadas para ir con el pelotón que traería unos trozos de carne picada que en la noche había hallado dentro de la casa una de las exploradoras. Nos habíamos instalado dos días antes en un sector exterior de la casa, en el intersticio de un zócalo de un extremo de la galería. El clima generoso de los últimos meses había hecho explotar la población en la zona y nuestra jefa había decidido que mudemos algunos metros el hormiguero para descomprimir el exceso de población, cuya mayor densidad se daba cerca de los ingresos a la casa. Pero no fue suficiente, porque el día de la carne picada se desató el caos; atroz, terrible como una peste. El pelotón avanzaba en una estricta fila encabezada por la comandante que, a su vez, era guiada por la exploradora que corría nerviosa de un lado a otro, desquiciada por el voraz apetito que sufren en forma perpetua (hasta que mueren presas del delirio) las hormigas que tienen este oficio. Éramos al menos unas dos mil, casi un batallón. Con Dorotea marchábamos a mitad del pelotón, expulsando en somnolientos bostezos de pereza la modorra del alba. Nuestra experiencia en el servicio nos había hecho llegar a la conclusión de que lo mejor era marchar a mitad del pelotón. Uno evita así los obvios peligros de ir al frente y el aburrido tedio de ir al fondo, con las holgazanas y las cobardes, que buscan siempre esquivar las aventuras. Ingresamos a la casa por una ranura entre los azulejos de la pared, descendiendo por allí para reducir los riesgos de caminar por los pisos. A la distancia vimos cómo la vanguardia del pelotón comenzaba ya a descender sobre la mesada. La exploradora, sin poder contenerse, disparó a toda carrera hacia un enorme pote que se hallaba sobre la loza, donde posiblemente se encontraba la carne. El pelotón ya no necesitaba de su guía. Al ir bajando comenzamos a sentir flotando en el aire, el vaho grasoso de la carne. Cuando descendimos sobre la mesada, el pote de vidrio ya estaba invadido por el pelotón; cientos de nuestras compañeras daban vueltas por su contorno. Se generó primero cierto descontrol en el frente, posiblemente algunas hormigas se habrían lanzado a devorar sin freno los trozos de carne (olvidé decir que al frente siempre marchan las hormigas más arrebatadas, indóciles y vehementes), pero en poco tiempo el orden pareció restablecerse. Comenzaron a volver hacia el hormiguero las primeras hormigas con trozos de carne. Mientras marchábamos sobre la mesada antes de trepar al pote, Dorotea me hizo notar una especie de suave temblor, como si la mesada se meciera ligeramente. Se percibía una agitación muda, como si estuvieran devorando la piedra por dentro, como una sorda revolución intestina en el granito. Yo no le di mucha importancia. De todas formas no tuvimos mucho tiempo para pensar en aquello, lo que siguió luego fue casi catastrófico. Habíamos logrado escalar el pote, sumergiéndonos en el frenético remolino del pelotón en plena acción. Con Dorotea husmeábamos entre los trozos de grasa y carne, buscando hallar aquellos que parecían más proteicos; la tarea debe ser precisa y rápida. De pronto observé el trozo adecuado, pero tendríamos que llevarlo entre las dos. En ese momento alcé la vista para llamar a Dorotea y vi asomarse, gigantesco sobre el pote, a un ser humano. El sujeto lanzó un ensordecedor bramido que conmovió el aire con poderosas ondas, aterrándonos a todas. Comenzamos a correr para abandonar el pote, pero vimos cómo la mano de aquel horrendo monstruo se acercaba hacia nosotras. Con pavor sentimos que el pote se elevaba de la mesada en un sacudón violento. Nos aferramos al vidrio para no caer. Aterrizamos con pote y todo sobre una superficie plateada. Se oyó inmediatamente el tronar
  • 6. como de una enorme catarata en caída libre. Miramos hacia arriba y vimos que desde un enorme caño plateado una masa de agua inmensa se precipitaba hacia el pote. No tuvimos tiempo de comprender lo que sucedía; apenas alcanzamos a corrernos para que la catarata no cayera directo sobre nuestros cuerpos. Luego todo fue tan repentino que es difícil narrar los hechos con exactitud. Quedamos todas flotando en una masa de agua fría y turbulenta que se mecía atrozmente hacia todos lados, en momentos sumergiéndonos, en otros sacándonos a flote. Luego la correntada nos lanzó velozmente hacia un lado, y pudimos ver que nos sumergiría inevitablemente en un horrible agujero negro que parecía no tener fondo. El agujero nos devoró sin remedio en la profundidad de un violento remolino. Me sentí caer en un abismo oscuro y líquido que giraba sin fin. Traté de evitar respirar para que mis espiráculos no se llenaran de agua. Pero me asfixiaba, perdía fuerzas, desfallecía; de modo que esa sería la muerte… Perdí el conocimiento. Me habría creído muerta si no hubiera sentido las patas de otras hormigas pisoteándome. Con dificultad me incorporé, me encontraba tan empapada que la fuerza capilar del agua me impedía caminar. El ambiente era sofocante y sombrío. Se percibía un putrefacto vaho de ciénaga. Inmediatamente pensé en Dorotea; grité su nombre, pero el alarido desesperado de las otras hormigas devoraba mis propios gritos. Entonces noté que la penumbra no era total. Alcé la mirada y vi allí arriba, a la distancia, una abertura perfectamente redonda que parecía la salida de aquel horrible abismo. Me sacudí lo más fuerte que pude, logrando quitar el agua de mi cuerpo lo suficiente como para empezar a andar. Comencé forzosamente a subir. Mientras subía noté horrorizada que había hormigas agonizando e incluso algunas muertas. Ayudé a las que pude, sacudiéndoles el agua, alzándolas, mientras seguía llamando a Dorotea. La marcha era sumamente dificultosa y los quejidos agónicos semejaban espectros en pena. Dorotea, Dorotea, ay Dorotea. El círculo claro se aproximaba. El cansancio era de plomo, pero la cercanía de la salida y la claridad, inyectaban en mí nuevas energías. Finalmente logré salir. Me quedé un momento allí al borde del abismo, agotadas mis fuerzas, extenuada. Cerré los ojos. Ay Dorotea. Entonces sentí el olor que invadía el aire. Ese olor de inmensa multitud; ese olor pestilente que sólo se siente en las grandes poblaciones, en esos hormigueros gigantescos que se unen unos con otros como formando verdaderas metrópolis. Y escuché también el sonido, un zumbido grave y monótono que invadía el aire. Abrí los ojos y lo primero que vi… fue a Dorotea. Alcé las patas de alegría. Nos abrazamos. ¿Estás bien, estás bien? me preguntaba ella. Sí, contesté. ¿Viste? me dijo. Miré alrededor. La visión fue apocalíptica; comprendí el porqué del olor y del zumbido. La casa toda se encontraba cubierta de hormigas, y me refiero a que se encontraba literalmente cubierta de hormigas. Los caminos hacia un lado y hacia el otro se entrecruzaban, formando una red viviente que se movía hacia todas partes. Escalamos por la superficie metálica que rodeaba al agujero, llegando nuevamente hasta la mesada. El humano que antes nos había ahogado bajo la catarata, corría desesperado por dentro de la casa con una esponja en la mano que colocaba estúpidamente sobre los orificios desde donde surgían las hormigas: ranuras, marcos, aberturas. Tené cuidado que no venga para acá, dijo Dorotea. No sabíamos bien qué hacer, nuestro pelotón se había desperdigado. Nos quedamos allí sobre la mesada mirando el espectáculo. Un verdadero batallón de hormigas había comenzado a subir a los zapatos del gigante.
  • 7. Pudimos ver algunas suicidas ascender atolondradas por sus pantalones y perecer instantáneamente bajo las palmadas del coloso que, sin embargo, parecía vacilar. Se dirigió hacia la puerta y pareció que iba a abrirla, pero al acercar la mano hacia la manija, que se encontraba tapada de hormigas, retrocedió horrorizado. La invasión a sus zapatos ya era total y los pantalones comenzaban a cubrirse también. Entonces retrocedió tomando carrera y se arrojó fuera de la casa a través de la ventana. En ese momento comenzó a correr el rumor de que el gigante incendiaría la casa. Habíamos oído, por parte de algunas veteranas, historias de casas enteras prendidas fuego para exterminar invasiones en masa, como sin duda lo era ésta, pero nos parecían cuentos de viejas seniles. Dorotea y yo somos prácticas, centradas y realistas. Pero el rumor corrió irremediablemente y entonces comenzó la deserción. Pudimos ver a las comandantes tratando de ordenar sus hordas, que se habían lanzado desenfrenadas al asalto. El orden fue poco a poco regresando. Se formaron tres enormes columnas que fueron engrosándose monstruosamente a medida que las hormigas dispersas por todo el lugar se daban a la fuga. Las paredes volvieron a ser blancas, las alacenas se fueron despoblando. Enormes pelotones intentaban llevarse desorganizadamente los víveres que quedaban, arrastrando incluso algunos envases enteros. Las compañías de crisis cargaban innumerable cantidad de cuerpos agonizantes o muertos que habían sido aplastados por la multitud o que habían reventado de glotonería comiendo azúcar, aceite o salsa de tomate. Finalmente la casa fue quedando vacía, el silencio fue adueñándose del lugar y el tufo fue desapareciendo. Luego de un rato el espectáculo finalmente concluyó y decidimos con Dorotea retirarnos también; si bien no creíamos en lo del incendio, existía la posibilidad de que el hombre regresara con algún veneno. Descendimos de la mesada y nos sumamos a las últimas rezagadas que cerraban las columnas ya raquíticas. Antes de salir por la ranura de la puerta, echamos un vistazo hacia atrás y nos sorprendimos de la quietud del lugar. Los signos de la devastación estaban allí, en el desorden de las alacenas, en el agua sobre la mesada, en algunos alimentos desparramados por el suelo; pero todos los cuerpos habían sido retirados, no había quedado realmente ninguna prueba cierta de una invasión de hormigas. Así fue el día del colapso, y desde entonces todo se ha ido agitando cada vez más. Hay una desorganización general y parece no haber esperanzas, porque lo que ocurre es que a todo esto se ha sumado algo espantoso; anoche apareció un monstruo y atacó uno de los hormigueros del jardín. Dorotea no cree, pero esta vez yo sí… yo sí porque oí varias veces historias de este tipo contadas por unas hormigas del pelotón que vivieron en la selva. Las primeras en alertar sobre el monstruo fueron las pobladoras de un hormiguero que tiene su boca debajo de unos arbustos del fondo del jardín. Sintieron hace algunas noches ruidos de ramas quebrarse, pasos pesados y el sonido prolongado de algo que se arrastra. Algunas aseguraron haber visto algo enorme moverse entre las sombras, aunque nadie supo lo que era. El terror comenzó a correr en ese momento por todo el lugar. Al principio no creí, pensábamos con Dorotea que sería otro rumor de tantos; las hormigas suelen ser exageradas y tremendistas, tal vez por estar tan acostumbradas todas nosotras a las grandes catástrofes. Pero lo de anoche superó los límites y ahora estalló el caos. Ocurrió que un nutrido batallón de uno de los hormigueros del fondo, cercano también a los arbustos, salió de nuevo al asalto
  • 8. de la alacena de la casa, pero a los pocos metros de salir, fue atacado ferozmente. El batallón entero fue devorado en pocos minutos, quedando vivas apenas algunas hormigas que pudieron huir. El monstruo no se contentó con devorar al batallón; siguió hasta la boca del hormiguero devorando casi a una tercera parte de sus habitantes y destruyendo túneles y estructuras. El número de criaturas e incluso, horror, larvas y huevos muertos, ha sido pavoroso. Sin embargo, ninguna de las hormigas sobrevivientes puede describir certeramente al atacante. Algunas, aterradas, perdieron la capacidad de hablar; emiten chillidos y sonidos guturales; otras apenas si dicen frases sueltas y sin sentido cierto. Este incidente tan brutal me preocupó y fue así como, hoy mismo, decidí ir a estudiar los destrozos en el hormiguero atacado. Las huellas son claras y todos los rastros coinciden con los relatos de las hormigas selváticas; he creído. Pero Dorotea se empeña en no creer. El horror se generalizó ya por toda la población. Las reinas se han reunido y se han hecho grandes asambleas. Sólo las hormigas selváticas y quienes conocemos sus historias sabemos bien la catástrofe con la que nos enfrentamos. Dijimos a las reinas que el peligro es inminente, atroz, enorme. Nos han creído y han decidido que se abandone la zona en forma inmediata. En poco tiempo comenzarán a partir en columnas los diferentes hormigueros, llevándose todo consigo: trozos de hongo, larvas, huevos, todo. Comienzan los movimientos en nuestro hormiguero. Dicen que hace instantes otro hormiguero fue atacado. Pero la verdad es que no se sabe bien qué es cierto y qué es exageración. La cadena de jerarquía se ha quebrado. Las hormigas mensajeras generan mensajes por sí mismas sin que se les ordene dar ninguna comunicación. El desconcierto es general. Sin embargo, Dorotea se obstina en decir que todo es un invento, una farsa de alguno de los hormigueros para tratar de despoblar la zona y quedarse con los recursos del lugar. Yo le he insistido, le comenté sobre las historias de las hormigas de la selva, le mostré las huellas, pero no hay caso, no cree, a pesar de que se lo he contado yo, que sé la verdad; sigue con su idea fija, insistiendo en que es una conspiración. Nuestro hormiguero ha partido; me quedé con Dorotea. La noche ha caído y pareciera que en todo el jardín sólo quedamos Dorotea y yo. Ella está empecinada con su estúpida idea de la confabulación. Yo no puedo ocultar mi pavor ni evitar súbitos temblores que se apoderan de mi cuerpo. Se escuchan ruidos, pasos, ramas quebrarse, algo que se arrastra y un silbido como el del viento contra los muros. Es el monstruo que está aspirando hormigas, estoy segura. Pero Dorotea no escucha nada de eso; no escucha. De a ratos me asalta el terrible deseo de que se aparezca finalmente frente a nosotros y nos devore, para poder decirle viste, Dorotea, viste que era cierto. Veo ahora sacudirse las ramas de los arbustos, veo una inmensa sombra agitarse detrás de ellas, moviéndose pesadamente con el balanceo bestial de un mastodonte. Me largo a la carrera para abandonar el jardín. Dorotea se ha quedado, aferrada en su testarudez. Siento pasos detrás de mí, siento el suelo temblando, siento el zumbido cálido de sus narices que olfatean. Trepo por uno de los muros del jardín. Escucho detrás los sonidos de la bestia que saliva con su horrenda lengua vermiforme la masa tétrica y viscosa de millares de cadáveres que ha matado y se dispone a devorar. Ay, Dorotea. Ya llego hasta arriba del muro. Pienso en Dorotea y quiero ir a salvarla si aún estoy a tiempo. Pero siento allí abajo la presencia del monstruo, sé que me ve y que comenzará a
  • 9. rasgar la pared con sus garras afiladas buscando alcanzarme en su hambre famélica de muerte. No quiero mirar hacia atrás, pero una fascinación magnética, como la que sienten los ratones bajo la aguda mirada de la serpiente, me fuerza involuntariamente a hacerlo. Y ahora lo veo; veo la verdad, mi verdad, que es él, el temible, el espantoso, el devorador asesino que vino de la selva, con sus garras y su horrenda trompa de oso hormiguero. Ay, Dorotea, que en paz descanses.