LA PALABRA ES VIDA
                           Para ti… La vida que nace del Evangelio
                                CÁRITAS DIOCESANA DE ALCALÁ DE HENARES




                       +JUEVES SANTO
                                  28 de marzo 2013.



Vamos a celebrar uno de los momentos más fuertes e intensos de la vida de Jesús.
La tarde que se reunió con sus discípulos en el Cenáculo se rompieron todas las
medidas y todos los moldes. No se conmovieron los cimientos de la casa, pero sí se
conmovieron los cimientos del mundo, que desde entonces empezaría a ser nuevo.
El amor es la energía que mueve las estrellas, ese amor inmenso y creador se había
concentrado aquella tarde en una casa de Jerusalén.
       Cristo esta tarde se hace sirvo. El gesto del lavatorio es para enmarcarlo. Hay
un proceso inicial de despojo: “se quita el manto”, símbolo de señorío, y de
abajamiento: baja de su asiento. Se puso, no a la altura de sus discípulos, sino a
sus pies, para lavárselos. Mirad en lo que quedan las poderosas manos de Dios. De
ahora en adelante se dedicarán a lavar los pies, a curar heridas, a levantar caídos, a
expulsar demonios y acariciar niños.
       Basta con contemplar a Jesús lavando los pies de sus discípulos para verse
desconcertado ante su humildad de amor y sentir ganas de imitarle. Pero los
exegetas nos ayudan a ver más profundamente por qué san Juan comienza su
relato de la pasión con este episodio.
       Nos tienta el deseo de llegar inmediatamente a la recomendación final, ya
que se trata de actuar: “Os he dado ejemplo para que hagáis vosotros lo mismo que
yo he hecho”. Sin embargo, el buen camino consiste en meditar primero lo que
Jesús le dijo a Pedro: “Si no te dejas lavar, no tendrás parte conmigo”.
       “Lavar” tiene evidentemente un sentido material, pero también un sentido
espiritual, simbólico: el de una purificación más secreta y total. Es lo que se dirá del
bautismo que nos hace participar de Cristo, sumergiéndonos en su muerte y
resurrección: “Uno que se ha bañado, está limpio todo”.
       Al ver solamente el gesto. Pedro protesta: “¿Lavarme tú los pies? ¡No!”. Lo
mismo que se reveló cuando Jesús habló de morir: “¿Morir tú? ¡Jamás!”. Sin
reaccionar tan violentamente, también nosotros tenemos nuestro “no”. Descartamos
todo lo que nos molesta en los gestos y las palabras de Jesús, o bien no ahondamos
bastante en ellas.
       Aquí, “tomar parte” tiene que ayudarnos a comprender el lavatorio de los pies
como un signo. Jesús nos pide que entremos con él en toda la pureza de su amor.
Un amor tan verdadero, tan poderoso, que salvó al mundo. Para ello, hay que
descender hasta el servicio más humilde. El orgullo envenena el amor, la humildad
salva el amor. Pero ¿qué clase de humildad?
       Juan nos advierte: “Jesús había amado a los suyos y los amó hasta el
extremo”. Si no se entiende debidamente a ese extremo, se tomará el lavatorio de
los pies por un simple gesto de humildad más o menos espectacular. Pero no; el
extremo empieza aquí: el Señor glorioso (“El Padre lo ha puesto todo en sus manos;
viene de Dios y regresa a Dios”) comienza un “servicio” que va a conducirlo a la
muerte. Un misterio de rebajamiento tanto como de sufrimiento: “Se burlarán de él,
le escupirán”. Desde el primer paso hacia esa pasión, el servicio va ligado a la
humillación. Esto significa que no solamente el servicio no quita nada a su gloria,
sino que tan sólo el servicio humilde llega al extremo del amor.
Lección difícil. Lo que podía tomarse por un gesto bastante imitable es en realidad el
acto de un amor que se encarna en un servicio sin límites. El lavatorio de los pies
compromete una lógica del don de sí que Cristo lleva hasta los mayores sufrimientos
y hasta la muerte. Si no pedimos tener “parte con Cristo” para que nos lave de todo
nuestro orgullo y nos comunique su fuerza de amar, puede ser que hagamos de
buena gana algunos pequeños servicios a los demás, pero no entraremos en una
vida de servicio.
Porque se trata precisamente de eso. Ahora podemos leer de nuevo las últimas
palabras de este texto midiendo todo su peso: “Os he dado ejemplo”. Viendo hasta
dónde ha llegado Jesús, sabemos hasta dónde hemos de llegar con él. El gesto
inaugural de la pasión simboliza un amor que debe arrojarnos a los pies de nuestros
hermanos e impulsarnos a actos concretos, a compromisos arriesgados. El “Os he
dado ejemplo” parte del lavatorio de los pies, pero muestra ya la cruz.
Entrega es la palabra que más se repite y la actitud que subyace y da tono al
ambiente del Cenáculo.
Hay una entrega en negativo, la de Judas, que entregó a Jesús por unas monedas
de consumo. Negra historia que sirve de contrapunto a la entrega luminosa del
Señor. Hablamos de esta entrega del Redentor, la entrega del Cordero, cuya sangre
liberaba a los israelitas.
Jesús está repitiendo que su amor llega hasta el extremo, hasta dar la vida por sus
amigos; que su cuerpo va a ser entregado y su sangre derramada por la salvación
de todos, que el pastor va a ser herido; que lo suyo toca a su fin.
Los signos eucarísticos hablan con frecuencia de este amor entregado. Su vida es un
pan que se rompe y se ofrece en comida, como un vino que rebosa y se ofrece en
bebida. En la Eucaristía Jesús está anticipando la ofrenda de su vida por nosotros.
Jesús no vive para sí, sino para nosotros. “Me amó y se entregó por mí”.
Esta entrega de Jesús procede y es la traducción humana de otra entrega, la del
Padre, que nos entregó a su Hijo único, porque nos amaba; “que no perdonó a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”.
La Eucaristía es “signo de unidad y vínculo de caridad”. La comida compartida
acerca a los extraños y une a los amigos. El alimento y bebida en común facilitan la
común unión. Si la comida y la bebida es Cristo, la unión de todos con Cristo origina
un dinamismo de unión mayor entre sí.
Comulgar es empezar a hablar la misma lengua, tener los mismos sentimientos,
compartir lo que se tiene y lo que se es. Comulgar a Cristo es empezar a ser Cristo,
y si todos somos Cristo, la vida nuestra empieza a ser común, todos tenemos la
misma vida, “ya no hay distinción entre judíos y griegos, esclavo o libre, hombre o
mujer”. Es más, infinitamente más, lo que nos une que lo que nos separa. “Todos
somos uno en Cristo Jesús.
Las comunidades cristianas tendríamos que ser fermento de unidad en este mundo
nuestro, tan roto y dividido a pesar de la globalización y los medios de
comunicación. Cada comunión nos envía a trabajar por la reconciliación. Somos
misioneros de la unidad, el amor y la paz que Cristo nos trae.
     Publicado por LMV en http://erealcala.blogspot.com por el Departamento de Jóvenes de Cáritas Diocesana de Alcalá de Henares.

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  • 2. Lección difícil. Lo que podía tomarse por un gesto bastante imitable es en realidad el acto de un amor que se encarna en un servicio sin límites. El lavatorio de los pies compromete una lógica del don de sí que Cristo lleva hasta los mayores sufrimientos y hasta la muerte. Si no pedimos tener “parte con Cristo” para que nos lave de todo nuestro orgullo y nos comunique su fuerza de amar, puede ser que hagamos de buena gana algunos pequeños servicios a los demás, pero no entraremos en una vida de servicio. Porque se trata precisamente de eso. Ahora podemos leer de nuevo las últimas palabras de este texto midiendo todo su peso: “Os he dado ejemplo”. Viendo hasta dónde ha llegado Jesús, sabemos hasta dónde hemos de llegar con él. El gesto inaugural de la pasión simboliza un amor que debe arrojarnos a los pies de nuestros hermanos e impulsarnos a actos concretos, a compromisos arriesgados. El “Os he dado ejemplo” parte del lavatorio de los pies, pero muestra ya la cruz. Entrega es la palabra que más se repite y la actitud que subyace y da tono al ambiente del Cenáculo. Hay una entrega en negativo, la de Judas, que entregó a Jesús por unas monedas de consumo. Negra historia que sirve de contrapunto a la entrega luminosa del Señor. Hablamos de esta entrega del Redentor, la entrega del Cordero, cuya sangre liberaba a los israelitas. Jesús está repitiendo que su amor llega hasta el extremo, hasta dar la vida por sus amigos; que su cuerpo va a ser entregado y su sangre derramada por la salvación de todos, que el pastor va a ser herido; que lo suyo toca a su fin. Los signos eucarísticos hablan con frecuencia de este amor entregado. Su vida es un pan que se rompe y se ofrece en comida, como un vino que rebosa y se ofrece en bebida. En la Eucaristía Jesús está anticipando la ofrenda de su vida por nosotros. Jesús no vive para sí, sino para nosotros. “Me amó y se entregó por mí”. Esta entrega de Jesús procede y es la traducción humana de otra entrega, la del Padre, que nos entregó a su Hijo único, porque nos amaba; “que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. La Eucaristía es “signo de unidad y vínculo de caridad”. La comida compartida acerca a los extraños y une a los amigos. El alimento y bebida en común facilitan la común unión. Si la comida y la bebida es Cristo, la unión de todos con Cristo origina un dinamismo de unión mayor entre sí. Comulgar es empezar a hablar la misma lengua, tener los mismos sentimientos, compartir lo que se tiene y lo que se es. Comulgar a Cristo es empezar a ser Cristo, y si todos somos Cristo, la vida nuestra empieza a ser común, todos tenemos la misma vida, “ya no hay distinción entre judíos y griegos, esclavo o libre, hombre o mujer”. Es más, infinitamente más, lo que nos une que lo que nos separa. “Todos somos uno en Cristo Jesús. Las comunidades cristianas tendríamos que ser fermento de unidad en este mundo nuestro, tan roto y dividido a pesar de la globalización y los medios de comunicación. Cada comunión nos envía a trabajar por la reconciliación. Somos misioneros de la unidad, el amor y la paz que Cristo nos trae. Publicado por LMV en http://erealcala.blogspot.com por el Departamento de Jóvenes de Cáritas Diocesana de Alcalá de Henares.