La Inquisición española se estableció en Perú en 1569 para controlar la moral y extender la fe católica. Juzgaba herejías, como el judaísmo y el protestantismo, así como delitos sexuales y brujería. Usaba torturas como el agua o el potro y penas de muerte como la hoguera o el garrote. En total condenó a muerte a 32 personas de diversos orígenes étnicos por herejía u otros cargos.