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7º GRADO "A" LEÍMOS LA HISTORIA DE LA ROSA MARINA  Y DE LA JOVEN CHINA
2. Colocarle color rojo, en letra tahoma, tamaño 10 a la introducción del texto; color verde, letra comic, tamaño 10 al nudo del texto, y color azul, letra century tamaño10, al desenlace. 1 – Leer detenidamente el texto.
Cuentan,  ¡Oh rey del tiempo!, que en un reino entre los reinos del Scharkistán había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando le nació un tercer hijo, cuya belleza disipaba las tinieblas como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos mareaban los corazones como el nardo; sus sonrisas tentadoras eran dardos; su porte era noble y delicado a la vez; la comisura de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y lisa era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto t arrojado. Sin embargo, cuando el niño nació, los sabios del reino advirtieron al rey que, si miraba al joven a los ojos durante la época de su adolescencia, esa contemplación lo dejaría ciego. Al  oír  esto, el mundo se ennegreció ante el  rostro  del  rey . Entonces, mandó retirar de su presencia al  niño  y ordenó a su visir que lo llevara, asó como a su madre, a un palacio alejado, de modo que  jamás  pudiese encontrarlo en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo. Y pasaron años y años. Y el hermoso niño, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, rebosó de salud, de virtud y  belleza.
Pero, un día, siguiendo su duro destino, el joven príncipe Nurgihán montó en su caballo y se lanzó al bosque de caza. Y el rey también había salido aquel día a cazar. Y quiso la fatalidad que, a pesar de la inmensidad de aquella selva, pasará él junto a su hijo. Y sin reconocerlo, posó en el joven su mirada. Y al instante despareció de sus ojos la facultad de ver. Entonces, comprendió que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo. Tras esto, hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo y les consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos dijeron que aquella ceguera no era culpable por los procedimientos ordinarios. Y  añadieron: “El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtener que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China”. Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa que en su jardín tenía el único arbusto de aquella  rosa  marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.  Y el rey Zein El Muluk, al oír estas palabras de sus  médicos , hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la  joven  de China tendría en recompensa la mitad de su imperio. Entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán, diciendo: “Ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi  padre , justo es que por curarlo exponga mi vida”. Y el príncipe Nurgihán montó en su  corcel ágil  como el  viento  y viajó solo durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos. Y acabó por llegar a una selva sin límites, tan  oscura  que no se podía distinguir en ella la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo  brillante  rostro iluminado por sí solo las tinieblas. Avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles.
Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un  enorme  algarrobo, quien le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo y  tomó  de su alforja un  pastel  de manteca derretida con azúcar, y se lo ofreció en prueba de amistad. Y el anciano quedó tan  satisfecho  de aquel  alimento  que saltó de alegría y dijo: “Estoy tan entusiasmado que si cada  pelo  mío se convirtiera en cien mil lenguas y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza”.  Y Nurgihán dio gracias al viejo por sus amables palabras y le dijo: “¡Oh guardián celoso de esta selva!, puesto que me permites formular un deseo, te pido que me hagas llegar sin tardanza al reino, donde cuento con tomar la rosa marina de la joven china”. Al oír estas palabras, el guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultados, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar. Y al punto recuperó la sensibilidad, salió de su desmayo y, conmovido todavía por el pastel y la demanda, le dijo al joven príncipe: “¡Oh mi señor”, la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa china, está protegida por guardianes que día y noche se dedican a impedir que ningún  pájaro  vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar su vigilancia. Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho, quizá sus cualidades ayuden a mi cerebro a encontrar el modo. Es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos”.
Y al príncipe Nurgihán se apresuró a dar otro pastel al guardián de la selva, quien hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza y dijo: “El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar”. Entonces el viejo acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso camino, con dirección al país de la china, resguardándolo de los rayos del sol con su brazo derecho. Devorando en su vuelo la distancia, llegó sin contratiempo encima de la capital del país de china. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: “Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras”. Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo y penetró en le jardín. Y en medio de aquel jardín había una fuente con agua de rosas hasta los bordes. Y en el centro de aquella preciosa fuente se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¿Qué admirable era! Solo el ruiseñor podría hacer su verdadera descripción. Y el príncipe Nurgihán, maravillado por su hermosura y embriagado con su olor, comprendió, desde luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó sus vestidos, entró e el agua perfumada y fue a arrancar el rosal entero con su única flor. Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde de la fuente, se secó y se vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su mano, mientras las aves, escondidas de los cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.
Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el encantador pabellón que se erguía a orillas del agua. Y avanzó por el lado de aquel pabellón y entró en él valientemente. Y se encontró con una sala de la más armoniosa arquitectura, decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bordadas hábilmente. Y Nurgihán, sin vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en los almohadones, a una delicada jovenzuela, sin otro ornamento que su propia belleza, sumida en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humaos la contemplaban sin el velo del misterio. Sus cabellos negros aparecían en desorden, mientras su mano se posaba perezosamente en su frente y se advertía el rosario luminoso de sus dientes. Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de china, que se llamaba Cara de Lirio, produjo tanto efecto en el príncipe Nurgihán que cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conocimiento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que lo hechizaba. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando versos de amor. Y fue en busca del guardián de la selva, que lo esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que lo transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el viejo contestó: “¡Oír es obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!. Y Nurgihán le dio el último pastel que le quedaba ya. Y al punto lo tomó en su brazo izquierdo y partió con el, en carrera aérea, hacia el Scharkistán.
Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el viejo al joven: “No quiero abandonarte sin dejarte una prueba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arrancarme para ti. Cada vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus manos”.  Y tras hablar así, el viejo besó la mano que le había alimentado y se fue por su camino. En cuento a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y anunciar que llevaba la curación. Cuando llegó frente al rey ciego, sacó de debajo de su manto la planta milagrosa y se la entregó. No bien el rey acercó a los ojos la rosa marina, de un olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tronaron, en aquella hora y en aquel instante, luminosos como estrellas. Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y lo estrechó con ternura contra su pecho. Y mandó publicar por todo el reino que desde ese día en adelante repartía el imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dio las órdenes necesarias par que, durante un año entero, se celebraran fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena. Anónimo. A partir de Las mil y una noches. Barcelona, Círculo de Lectores S.A. 1984.
3. Elegir 20 palabras y reemplazarlas por un sinónimo. Marcarlas en negrita en el texto. Transcribirlas debajo y colocarle el sinónimo al lado. Centrar las palabras.   Oír = escuchar Rostro = cara Rey = majestad Niño = chico Jamás = nunca Belleza = hermosura Rosa = flor Médicos = doctores Padre = papá Corcel = caballo Ágil = hábil Viento = ventisca Oscura = negra Brillante = luminoso Enorme = grande Pastel = torta Satisfecho = a gusto Alimento = comida Pelo = cabello Pájaro = ave Autores: Andrea Valeria Pacheco Noriega Laura Antonella Barroso Joel Nicolás García…

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Leemos una Historia

  • 1. 7º GRADO "A" LEÍMOS LA HISTORIA DE LA ROSA MARINA Y DE LA JOVEN CHINA
  • 2. 2. Colocarle color rojo, en letra tahoma, tamaño 10 a la introducción del texto; color verde, letra comic, tamaño 10 al nudo del texto, y color azul, letra century tamaño10, al desenlace. 1 – Leer detenidamente el texto.
  • 3. Cuentan, ¡Oh rey del tiempo!, que en un reino entre los reinos del Scharkistán había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando le nació un tercer hijo, cuya belleza disipaba las tinieblas como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos mareaban los corazones como el nardo; sus sonrisas tentadoras eran dardos; su porte era noble y delicado a la vez; la comisura de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y lisa era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto t arrojado. Sin embargo, cuando el niño nació, los sabios del reino advirtieron al rey que, si miraba al joven a los ojos durante la época de su adolescencia, esa contemplación lo dejaría ciego. Al oír esto, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey . Entonces, mandó retirar de su presencia al niño y ordenó a su visir que lo llevara, asó como a su madre, a un palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarlo en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo. Y pasaron años y años. Y el hermoso niño, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, rebosó de salud, de virtud y belleza.
  • 4. Pero, un día, siguiendo su duro destino, el joven príncipe Nurgihán montó en su caballo y se lanzó al bosque de caza. Y el rey también había salido aquel día a cazar. Y quiso la fatalidad que, a pesar de la inmensidad de aquella selva, pasará él junto a su hijo. Y sin reconocerlo, posó en el joven su mirada. Y al instante despareció de sus ojos la facultad de ver. Entonces, comprendió que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo. Tras esto, hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo y les consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos dijeron que aquella ceguera no era culpable por los procedimientos ordinarios. Y añadieron: “El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtener que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China”. Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento. Y el rey Zein El Muluk, al oír estas palabras de sus médicos , hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de su imperio. Entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán, diciendo: “Ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi padre , justo es que por curarlo exponga mi vida”. Y el príncipe Nurgihán montó en su corcel ágil como el viento y viajó solo durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos. Y acabó por llegar a una selva sin límites, tan oscura que no se podía distinguir en ella la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo brillante rostro iluminado por sí solo las tinieblas. Avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles.
  • 5. Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un enorme algarrobo, quien le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar, y se lo ofreció en prueba de amistad. Y el anciano quedó tan satisfecho de aquel alimento que saltó de alegría y dijo: “Estoy tan entusiasmado que si cada pelo mío se convirtiera en cien mil lenguas y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza”. Y Nurgihán dio gracias al viejo por sus amables palabras y le dijo: “¡Oh guardián celoso de esta selva!, puesto que me permites formular un deseo, te pido que me hagas llegar sin tardanza al reino, donde cuento con tomar la rosa marina de la joven china”. Al oír estas palabras, el guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultados, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar. Y al punto recuperó la sensibilidad, salió de su desmayo y, conmovido todavía por el pastel y la demanda, le dijo al joven príncipe: “¡Oh mi señor”, la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa china, está protegida por guardianes que día y noche se dedican a impedir que ningún pájaro vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar su vigilancia. Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho, quizá sus cualidades ayuden a mi cerebro a encontrar el modo. Es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos”.
  • 6. Y al príncipe Nurgihán se apresuró a dar otro pastel al guardián de la selva, quien hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza y dijo: “El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar”. Entonces el viejo acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso camino, con dirección al país de la china, resguardándolo de los rayos del sol con su brazo derecho. Devorando en su vuelo la distancia, llegó sin contratiempo encima de la capital del país de china. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: “Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras”. Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo y penetró en le jardín. Y en medio de aquel jardín había una fuente con agua de rosas hasta los bordes. Y en el centro de aquella preciosa fuente se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¿Qué admirable era! Solo el ruiseñor podría hacer su verdadera descripción. Y el príncipe Nurgihán, maravillado por su hermosura y embriagado con su olor, comprendió, desde luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó sus vestidos, entró e el agua perfumada y fue a arrancar el rosal entero con su única flor. Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde de la fuente, se secó y se vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su mano, mientras las aves, escondidas de los cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.
  • 7. Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el encantador pabellón que se erguía a orillas del agua. Y avanzó por el lado de aquel pabellón y entró en él valientemente. Y se encontró con una sala de la más armoniosa arquitectura, decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bordadas hábilmente. Y Nurgihán, sin vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en los almohadones, a una delicada jovenzuela, sin otro ornamento que su propia belleza, sumida en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humaos la contemplaban sin el velo del misterio. Sus cabellos negros aparecían en desorden, mientras su mano se posaba perezosamente en su frente y se advertía el rosario luminoso de sus dientes. Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de china, que se llamaba Cara de Lirio, produjo tanto efecto en el príncipe Nurgihán que cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conocimiento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que lo hechizaba. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando versos de amor. Y fue en busca del guardián de la selva, que lo esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que lo transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el viejo contestó: “¡Oír es obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!. Y Nurgihán le dio el último pastel que le quedaba ya. Y al punto lo tomó en su brazo izquierdo y partió con el, en carrera aérea, hacia el Scharkistán.
  • 8. Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el viejo al joven: “No quiero abandonarte sin dejarte una prueba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arrancarme para ti. Cada vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus manos”. Y tras hablar así, el viejo besó la mano que le había alimentado y se fue por su camino. En cuento a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y anunciar que llevaba la curación. Cuando llegó frente al rey ciego, sacó de debajo de su manto la planta milagrosa y se la entregó. No bien el rey acercó a los ojos la rosa marina, de un olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tronaron, en aquella hora y en aquel instante, luminosos como estrellas. Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y lo estrechó con ternura contra su pecho. Y mandó publicar por todo el reino que desde ese día en adelante repartía el imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dio las órdenes necesarias par que, durante un año entero, se celebraran fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena. Anónimo. A partir de Las mil y una noches. Barcelona, Círculo de Lectores S.A. 1984.
  • 9. 3. Elegir 20 palabras y reemplazarlas por un sinónimo. Marcarlas en negrita en el texto. Transcribirlas debajo y colocarle el sinónimo al lado. Centrar las palabras. Oír = escuchar Rostro = cara Rey = majestad Niño = chico Jamás = nunca Belleza = hermosura Rosa = flor Médicos = doctores Padre = papá Corcel = caballo Ágil = hábil Viento = ventisca Oscura = negra Brillante = luminoso Enorme = grande Pastel = torta Satisfecho = a gusto Alimento = comida Pelo = cabello Pájaro = ave Autores: Andrea Valeria Pacheco Noriega Laura Antonella Barroso Joel Nicolás García…