La autora reflexiona sobre cómo a cierta edad, después de los 40 años, las personas se vuelven "invisibles" para el mundo, pero ella nunca se había sentido tan consciente de su existencia y protagonista de su vida como ahora. Reconoce que ya no necesita que un príncipe la rescate y que ha encontrado la paz al aceptarse a sí misma, con sus defectos y debilidades. Finalmente, comprende que solo ella es responsable de su felicidad y que debe dejar que la vida siga su curso natural.