El autor reflexiona sobre el terremoto de Haití y donde estaba Dios durante la tragedia. Plantea que Dios estaba sufriendo con cada persona que murió aplastada o por el temblor. Recuerda que los más afectados siempre son los pobres. Aunque la tragedia fue grande, surge la fuerza de la solidaridad entre la gente. El autor pide a Dios que ayude a reconstruir no solo caminos e infraestructura sino también personas y que la solidaridad dé esperanza a este pueblo que sufre.