Islandia experimentó un auge económico en la década de 2000 impulsado por el sector bancario, pero sufría desfases en el crédito y una burbuja inmobiliaria. La crisis financiera global reveló la fragilidad del sistema, llevando a la quiebra de los bancos, la devaluación de la moneda y la necesidad de rescate internacional. El país pasó de ser una economía pesquera a depender excesivamente de la banca y el endeudamiento externo.