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PROGRAMAS PREVENTIVOS EN LA COMUNIDAD LOCAL


SABER BEBER: un programa de intervención motivacional y transteórica
para la reducción de los riesgos y daños en jóvenes consumidores de alcohol
Ponente: Claudio Vidal Giné
Asociación Grupo Procambio



INTRODUCCIÓN: CONSUMO DE ALCOHOL, RIESGOS, DAÑOS Y SU GESTIÓN.

  En los últimos años ha aumentado el interés y preocupación por el consumo excesivo de
alcohol y sus consecuencias entre los jóvenes. Diversos estudios epidemiológicos coinciden
en señalar la elevada incidencia del consumo de alcohol entre la población juvenil. La
encuesta escolar realizada por el Plan Nacional sobre Drogas en la población de 14 a 18 años
valora que una amplia mayoría de estos jóvenes (un 75,3%) ha consumido alcohol en el
último año, siendo también una mayoría (un 58%) los que lo hicieron en el último mes (Plan
Nacional sobre Drogas, 2002). En Andalucía encontramos datos muy similares. En el estudio
“Los Andaluces ante las Drogas VII” (EDIS, 2001) observamos que, en las edades
comprendidas entre los 16 y los 20 años, el 33% de los jóvenes mantiene un consumo de
alcohol ocasional (1 a 3 días al mes) y un 35% presenta un consumo semanal (de 1 a 4 días a
la semana). Estos consumos, a su vez, suelen realizarse fundamentalmente los fines de
semana. Durante estos días el porcentaje de bebedores más alto se da entre los 21 y 24 años
(con un promedio de 77,45 ml de alcohol puro ingerido). A estos les siguen los de 16 a 20
años (con una ingesta promedio de 95,57 ml de alcohol puro). Además, en este informe se
destaca la prevalencia y el incremento de bebedores abusivos entre los jóvenes en Andalucía,
señalando que en las edades que van desde los 16 a los 20 años se ha pasado del 8,7% de
bebedores abusivos en 1998 al 11,5% en el 2000, y en las de 21 a 24 años, del 13,9% al
16,2%.

  Este consumo abusivo se ha mostrado fuente de serias consecuencias negativas, tanto a
corto plazo (emergencias, accidentes de tráfico y/o laborales, enfermedades de transmisión
sexual y embarazos no deseados, violencia y destrozos en el vecindario...) como a largo plazo
(daños orgánicos crónicos, déficits en el desarrollo psicosocial, académico y/o laboral,
dependencia...) (Calafat y Amengual, 1999; Organización Mundial de la Salud, 2000). En el
ámbito nacional, los resultados de la encuesta escolar del Plan Nacional sobre Drogas (Plan
Nacional sobre Drogas, 2002) señalan también la alta incidencia de problemas relacionados
con el consumo de alcohol entre los jóvenes de 14 a 18 años.

   Las consecuencias negativas a largo plazo presentan una baja incidencia entre la población
juvenil, dada su aún breve historia de consumo. Cuando los sujetos sufren daños derivados o
asociados a su consumo de alcohol, estos suelen ocurrir a corto plazo, esto es, en el mismo
momento del consumo o inmediatamente posterior al mismo. Además, los sujetos
consumidores de alcohol parecen sufrir consecuencias negativas en proporción a las
cantidades de alcohol que ingieren (Vidal et al., 2000).

   Por otra parte, el que los sujetos experimenten o no tales consecuencias negativas depende,
en gran medida, de su nivel de implicación en conductas o actividades que hemos
denominado “de riesgo”. Tales conductas no tienen por qué implicar exclusivamente un
consumo elevado o abusivo de alcohol, sino que también hacen referencia a otra serie de
conductas que (1) se emiten simultáneamente a la de consumo, (2) aumentan la probabilidad
de sufrir una consecuencia negativa y/o (3) aumentan la intensidad del daño en caso de que
este ocurra. Ejemplos de conductas de riesgo son el conducir vehículos bajo los efectos del
alcohol, no utilizar el cinturón de seguridad o el casco, mezclar el alcohol con otras
sustancias, etc.

   A la hora de abordar este fenómeno, con frecuencia se ha optado por la denominación
“prevención de la/s drogodependencia/s”, dirigiéndose tales intervenciones a tratar de evitar, o
al menos retrasar, el consumo de cualquier sustancia psicoactiva en toda la población, o al
menos en toda la población juvenil. De esta manera, encontramos que muchos de estos
autores utilizan indistintamente el término “prevención de la drogodependencia” y el de
“prevención del consumo de drogas”, o incluso el de “prevención de la droga” (Becoña,
1999). Tras esta confusión terminológica subyace, quizás, un modelo médico tradicional de la
prevención de enfermedades infectocontagiosas, donde la prevención del contacto con el
agente patógeno (el consumo), o mejor aún, su propia eliminación (erradicación de las
drogas), sería el fundamento de cualquier medida preventiva.

   Así, en el área de la denominada prevención primaria del consumo de drogas (universal, de
contenidos generales) se han desarrollado diversos programas preventivos, manuales de
intervención y un cierto consenso entre los profesionales implicados en los objetivos y
procedimientos más útiles. Sin embargo, en el campo de la prevención secundaria (selectiva y
específica) son escasos aún los programas estructurados de intervención que estén dirigidos a
aquellos jóvenes que han empezado a consumir, y que tienen decidido seguir consumiendo.
Ante la evidencia de que, en el caso del consumo de alcohol, este grupo de jóvenes abarca un
sector mayoritario de la población juvenil, consideramos que es imprescindible el diseño y
desarrollo de programas que tengan como objetivo la prevención, o al menos la disminución,
de las eventuales consecuencias negativas de este consumo.

  Durante los años ochenta, y como respuesta a las políticas de drogas existentes en ese
momento, surgió en algunas ciudades europeas (Ámsterdam, Rótterdam y Liverpool,
principalmente) un movimiento con un enfoque alternativo para la atención de los problemas
derivados del uso de drogas (Heather, Wodak, Nadelmann y O’Hare, 1993). Desde entonces,
esta filosofía se ha extendido por todo el mundo, adoptando diversas denominaciones:
reducción del daño, reducción del riesgo, minimización del daño o minimización del riesgo.
De manera creciente, se ha integrado dentro de distintas conceptualizaciones o estrategias
asistenciales y preventivas (MacCoun, 1998).

  De acuerdo con la mayoría de los autores y profesionales implicados en este enfoque,
Newcombe (1995) entiende la reducción de los daños como “una política social que da
prioridad al objetivo de disminuir los efectos negativos del uso de drogas”. El foco de esta
perspectiva, que está produciendo un verdadero cambio de paradigma en la atención de los
problemas derivados del uso de drogas, estuvo inicialmente centrado en la reducción de los
daños ya existentes, como es frecuente que ocurra cuando tratamos con personas con
dependencias ya establecidas, pero pronto se extendió hasta abarcar la reducción de la
probabilidad de estos daños, esto es, la reducción de los riesgos de consecuencias negativas
del consumo en grupos no dañados. Desde este punto de vista, las medidas de reducción de
riesgos equivalen a medidas preventivas dirigidas a la prevención de los daños relacionados
con el uso de sustancias psicoactivas.

  G. Alan Marlatt, autor de obligada referencia en el tratamiento cognitivo-conductual de las
adicciones, mantiene una activa promoción de la filosofía de la reducción de daños en Estados
Unidos y propone tres estrategias generales de intervención (Marlatt, 1998): (1) Cambios en
los comportamientos individuales y grupales dirigidos a la reducción del daño. En base a
estas estrategias, sería esencial la educación y entrenamiento en la aplicación de la reducción
del daño a individuos y a grupos mediante programas educativos diseñados para “ayudar a las
personas a reducir los riesgos de llevar a cabo conductas de alto riesgo como beber, fumar,
comer, consumir drogas legales e ilegales, y actividades sexuales” (p. 59). En este sentido,
estos programas irían dirigidos a aquellos sujetos que ya han “dicho sí” al consumo o
experimentación con sustancias y no a aquellos que aún no las han consumido. Es en este tipo
de estrategias donde se enmarca el programa “Saber Beber”. Los objetivos globales de estos
programas serían aumentar la conciencia sobre las consecuencias de alto riesgo relacionadas
con drogas o sexo, así como facilitar conductas que fomenten la salud y sean reductoras de
riesgos. (2) Cambios en el entorno facilitadores de la reducción del daño. El objetivo de estas
estrategias se relaciona con el objetivo de aumentar las habilidades de autoeficacia en
individuos o grupos de alto riesgo. Esto es, se trataría de ofrecer los medios del entorno
disponibles para que se pueda cumplir el objetivo de reducción de los daños y riesgos. En este
tipo de estrategias se incluirían aquellas intervenciones dirigidas a la “movida” (servicios de
taxis o autobuses, rebajas en los precios de los transportes públicos, análisis cuantitativo y
cualitativo de sustancias o “pill testing”, establecimiento de áreas de descanso o “chill-out”, o
de dispositivos sanitarios, etc.). (3) Cambios en las normas sociales para dar cabida a la
reducción del daño. Se trataría de realizar modificaciones en las leyes y normas que rigen las
conductas, en este caso, las de consumo de alcohol y/o de otras sustancias. Para Marlatt, el
cambio de leyes que regulan el consumo de sustancias es uno de los aspectos más
controvertidos políticamente, siendo significativa la discrepancia entre la política de
“tolerancia cero” y de “guerra contra las drogas” de EEUU, y las políticas de despenalización
del consumo de cannabis en los Países Bajos o de prescripción terapéutica de Heroína que se
realiza en Suiza y, recientemente, en España.


BASES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS

   La prevención y la reducción de los daños asociados al consumo de alcohol y de otras
sustancias debe tener en cuenta no sólo aquellos factores relacionados directamente con la
ingesta, sino también aquellas consecuencias nocivas que están relacionadas con otras
conductas de riesgo en las que el sujeto se implicó o aumentó su implicación por influencia de
su patrón de consumo. Por tanto, la prevención eficaz de los riesgos y daños señalados tendrá
que ver no sólo con la modificación del patrón de consumo de riesgo, sino también con la
modificación de las pautas de implicación en otros comportamientos de riesgo relacionados.

   Por otra parte, en el cambio de estos comportamientos de riesgo, al igual que en el de otros
comportamientos, las variables de motivación e intención de cambio serán determinantes en
su implementación. La información o el entrenamiento en habilidades serán de poca utilidad
si el sujeto no ve deseable o conveniente poner en marcha los cambios buscados en el
programa. En este sentido, hemos encontrado especialmente útil como modelo teórico de
referencia en el que basar nuestra intervención el Modelo Transteórico del Cambio propuesto
por Prochaska y DiClemente. Dicho modelo se ocupa del modo en que los seres humanos
cambian su comportamiento tanto en contextos clínicos como no clínicos (Prochaska,
DiClemente y Norcross, 1992), lo que los autores han denominado cambio intencional. Dicho
modelo subraya la importancia de la disposición hacia el cambio que presenta cada sujeto en
un momento determinado, así como la necesidad de una evolución ordenada a través de
determinadas fases o estadios para el logro exitoso de dicho cambio de comportamiento.

   DiClemente y Prochaska, en estudios realizados inicialmente con individuos fumadores
(Prochaska y DiClemente, 1983; Prochaska et al., 1988; DiClemente et al., 1991; Prochaska et
al., 1991; Perz et al., 1996) y después con otras poblaciones con distintos tipos de problemas
(Prochaska y DiClemente, 1992; Prochaska, DiClemente y Norcross, 1992; Prochaska, 1994;
Prochaska et al., 1994) descubrieron que se podían identificar diferentes estadios comunes
que los individuos experimentaron durante el proceso de cambiar su conducta. Estos estadios
fueron denominados precontemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento
(Prochaska y DiClemente, 1992), y constituyen la dimensión temporal o evolutiva del
modelo. El éxito en el cambio conlleva un progresivo avance desde la precontemplación a la
contemplación, de ésta a la preparación; después a la acción y, finalmente, al estadio de
mantenimiento. Sin embargo, este progreso rara vez se produce de forma lineal sino que
puede tener oscilaciones entre los estadios adyacentes. En este sentido, los autores
propusieron la denominada “rueda del cambio” para describir estos avances y retrocesos
durante el cambio de una determinada conducta. Sin embargo, posteriormente ejemplificaron
este movimiento por los estadios mediante la “espiral del cambio” para hacer patente que cada
paso por los estadios no va a ser igual que la vez anterior. Esto es, el situarse en el estadio de
preparación después de haber estado en el de mantenimiento va a ser cualitativamente
diferente que situarse en el mismo estadio de preparación procedente del estadio de
contemplación.

   El modelo, además, propone diez procesos básicos de cambio obtenidos a través del
análisis comparativo de veintinueve sistemas terapéuticos (Prochaska, 1984) y que son los
que han recibido mayor aporte empírico (Prochaska y DiClemente, 1993; Prochaska,
DiClemente y Norcross, 1992). Se pueden definir como las actividades iniciadas o
experimentadas por un individuo que modifican el afecto, la conducta, las cogniciones o las
relaciones interpersonales implicadas en su hábito (Prochaska y Prochaska, 1993). Los diez
procesos de cambio detectados por Prochaska y DiClemente son los siguientes: aumento de la
concienciación, autoreevaluación, reevaluación ambiental, relieve dramático, autoliberación,
liberación social, manejo de contingencias, relaciones de ayuda, contracondicionamiento y
control de estímulos. Estos procesos de cambio, además, se agrupan en dos factores de
segundo orden: conductuales y experienciales, cada uno de los cuales agrupa a cinco procesos
de cambio y que reflejan la tendencia de los sujetos a utilizar más de un proceso al mismo
tiempo (Prochaska et al., 1988; Perz et al., 1996).

   Una de las aportaciones más interesantes de este modelo es que las dos dimensiones
anteriores, los estadios y los procesos, no son aspectos aislados e independientes del proceso
de cambio de una conducta, sino que se interrelacionan siguiendo unas pautas determinadas.
De esta manera, diferentes procesos son intensificados durante distintos estadios. Mientras
que en el estadio de precontemplación se da su menor utilización, el paso a la contemplación
requiere un incremento en la utilización del aumento de la concienciación, del relieve
dramático y de la reevaluación ambiental. La autoreevaluación es necesaria para alcanzar el
estadio de preparación. Para avanzar de ésta a la acción es fundamental el proceso de
autoliberación. En el estadio de acción toman especial importancia la utilización enérgica de
todos   los   demás     procesos:    manejo    de     contingencias,   relaciones   de    ayuda,
contracondicionamiento y control de estímulos. Un mantenimiento exitoso del cambio
precisará la continuación en la utilización de estos procesos, aunque con menor intensidad
(DiClemente y Prochaska, 1985; Prochaska y Prochaska, 1993).

   Finalmente, el modelo incluye una tercera dimensión: los niveles de cambio. Dentro del
contexto de la terapia, los problemas que van a ser modificados se organizan jerárquicamente
en base a cinco niveles de cambio: el situacional, el cognitivo, el interpersonal, el del sistema
familiar y el de los conflictos interpersonales (Norcross et al., 1984; Norcross et al., 1985;
Prochaska y DiClemente, 1984, 1986). Estos niveles nos indican qué debe modificarse y, por
tanto, serán diferentes dependiendo del problema concreto que presente un sujeto.

   La consideración de lo señalado por el modelo transteórico respecto a los procesos de
cambio adecuados a cada estadio nos puede orientar sobre qué metas diferenciales podemos
plantearnos en función de cada sujeto o grupo y qué procesos de cambio podemos optimizar
en nuestra intervención. Los estadios de cambio representan la dimensión temporal del
modelo, esto es, hacen referencia a los diferentes momentos por los que atraviesan las
personas cuando intentan modificar alguna conducta. De esta forma, conocer el momento o
estadio en que se encuentran los sujetos es de vital importancia para una intervención más
adecuada a los mismos.

   En este sentido, hipotetizamos que una gran parte de los sujetos con los que tratemos se
encontrará en los estadios más tempranos del cambio; esto es, en precontemplación o
contemplación, con lo que es poco probable que inicien cambios por sí mismos respecto a su
forma de beber, o dirigidos a reducir la probabilidad de ocurrencia de consecuencias
negativas, y mucho menos que acepten o aprovechen intervenciones dirigidas a cambios
radicales como la abstención total del consumo. De hecho, en evaluaciones realizadas en los
sujetos que han pasado por el programa “Saber Beber” se constata la baja disposición hacia el
cambio que estos presentan al inicio del mismo (Vidal et al., 2001). Por tanto, el desafío
fundamental consiste, desde el principio, en la búsqueda de estrategias eficaces para aumentar
la motivación y la disposición hacia el cambio de los comportamientos de riesgo ya
establecidos.

  En este sentido, la facilitación del tránsito por los distintos estadios propuestos por el
modelo transteórico tiene mucho que ver con el contexto y la forma en que se establezca la
relación entre los profesionales que intervienen y los individuos objeto de dicha intervención.
De hecho, son diversas las investigaciones que demuestran la importancia de una adecuada
relación terapéutica y, además, de una serie de habilidades “inespecíficas” en el terapeuta.

  Miller y Rollnick (1991; 2003) y Miller (1999) han señalado las características más
apropiadas de la “atmósfera del cambio”, entendida ésta como el contexto en el cual se
aumenta la probabilidad de ocurrencia de un determinado cambio de conducta, subrayando
que el estilo de interacción del terapeuta o profesional es una variable fundamental para
favorecer o dificultar que se produzcan los cambios deseados. Para estos autores, el objetivo
principal es el incremento de la motivación para el cambio. Sin embargo, la motivación no
debe ser entendida como un rasgo del carácter de la persona, ni su falta como un signo de una
personalidad adictiva, sino como un estado de preparación o disposición hacia el cambio, que
puede fluctuar de un momento o situación a otro. Es un estado interno influido por factores
externos y, por tanto, influenciable. Desde esta percepción pragmática, la motivación se
define como la probabilidad de que una persona entre, continúe y se adhiera a una estrategia
específica de cambio. Más concretamente, la motivación se entiende como un elemento clave
para el cambio, siendo multidimensional, dinámica y fluctuante, interactiva y susceptible de
modificación. Finalmente, se asume que el estilo del terapeuta puede influir en la motivación
de la persona.

  La entrevista motivacional incluye un conjunto de habilidades para ayudar a la gente a
reconocer y hacer algo sobre sus problemas presentes o potenciales. Es particularmente
valiosa con las personas que se encuentran reluctantes y ambivalentes ante la eventual
modificación de sus pautas de conducta. La entrevista motivacional intenta ayudar a resolver
la ambivalencia y facilitar el camino del cambio. Debemos tener muy presente que el empeño
de provocar cambios en personas que se encuentran ambivalentes ante la conveniencia de los
mismos, puede provocar una reacción contraria a la buscada. Cuando nos sentimos empujados
hacia un camino que no tenemos claro que deseemos, podemos empezar a valorar más
positivamente que antes el camino contrario; es decir, en este caso, el mantenimiento de la
conducta problemática. Este conocido fenómeno psicológico, denominado “reactancia
cognitiva” (Brehm, 1966) puede presentarse más acentuado en el caso de sujetos jóvenes
deseosos de afirmar su identidad y el control personal de su propio comportamiento.

   Por esta razón, en la entrevista motivacional el terapeuta no asume un papel autoritario.
Evita el mensaje: “yo soy el experto y voy a decirte lo que tienes que hacer para llevar tu
vida”. La responsabilidad del cambio se deposita en el propio individuo. Las estrategias de la
intervención motivacional son más persuasivas que coercitivas, y están basadas más en el
apoyo que en la argumentación. El objetivo fundamental es incrementar la motivación
intrínseca de la persona; es decir, que el cambio provenga desde dentro, y no impuesto desde
fuera.

   La entrevista motivacional ha de ser vista no como un conjunto de técnicas o herramientas
a utilizar en terapia, sino como una forma de interactuar con los sujetos. Y esta forma de
actuar estaría sustentada en varios principios: (1) La ambivalencia sobre el consumo de
sustancias y su modificación es normal y constituye un importante obstáculo motivacional en
la recuperación de una conducta adictiva; (2) la ambivalencia puede resolverse trabajando las
motivaciones intrínsecas y valores del sujeto; (3) la alianza entre el sujeto y el clínico es una
relación colaboradora en la que cada una de las partes aporta su experiencia, y (4) un estilo
empático y de apoyo proporciona las circunstancias bajo las cuales el cambio puede ocurrir.
En este sentido, una argumentación directa o un estilo confrontacional tenderán a aumentar la
defensividad de la persona y, por tanto, a reducir la probabilidad de ocurrencia del cambio.

   Las estrategias propuestas por la entrevista motivacional han tenido una gran acogida en el
contexto de las denominadas intervenciones breves, entendidas estas como interacciones
mínimas (realizadas en un formato de algunos minutos o de varias sesiones) y que
generalmente han sido realizadas en el ámbito sanitario con sujetos no dependientes, pero con
comportamientos de riesgo o dañinos para su salud. Dichas intervenciones se proponen como
realistas, adecuadas a las necesidades de las personas y de una relación efectividad-coste
asumible por el sistema sanitario.

   A partir de los elementos básicos de la intervención breve, se establecen una serie de
principios básicos que guían la práctica de la entrevista motivacional (Miller y Rollnick,
2003):

         1. La expresión de empatía mediante la escucha reflexiva. El estilo empático consiste
            en comunicar respeto y aceptación hacia el sujeto y sus sentimientos, favorecer una
            relación colaboradora y no juzgadora, convertirse en un elemento de apoyo y fuente
de conocimientos, implicarse sinceramente en el proceso de cambio del sujeto,
          escuchar más que contar, persuadir sutilmente (entendiendo que la decisión final
          del cambio corresponde al sujeto) y proporcionar apoyo a través de todo el proceso
          de cambio.

      2. El desarrollo de discrepancias entre los objetivos y valores del sujeto y su
          comportamiento actual. La discrepancia puede subrayarse incrementando la
          conciencia del sujeto sobre las consecuencias negativas personales, familiares o
          sociales de su conducta problema y ayudándole a confrontarlas con el consumo de
          sustancias. Una vez que el sujeto entiende cómo estas consecuencias o potenciales
          consecuencias de su comportamiento actual están en contradicción con sus valores
          personales, se trata de amplificar y centrarse en esta discordancia hasta que el
          sujeto articula una preocupación consistente y un compromiso hacia el cambio.

      3. La capacidad del clínico para ajustarse a la resistencia del sujeto más que
          enfrentarse directamente a ella. Desde este punto de vista, la resistencia, más que
          un rasgo propio de los sujetos, es una señal de que el sujeto ve la situación de forma
          diferente a nosotros y de que existe disonancia en la relación terapéutica. Esto
          requiere que el clínico entienda la perspectiva de la persona y proceda a partir de
          ahí.

      4. Apoyar la autoeficacia y el optimismo. El fomento de la percepción de la persona
          como capaz de realizar los cambios va a ser un elemento fundamental para que el
          cambio se produzca. A menos de que la persona crea que el cambio es posible, la
          discrepancia percibida entre el deseo de cambiar y los sentimientos de desesperanza
          por no creerse capaz de realizarlo, provocará racionalizaciones y negaciones con el
          objeto de disminuir el malestar del sujeto.


EL PROGRAMA SABER BEBER

  Partiendo de la experiencia acumulada en la ayuda al cambio de actitudes y estilos de vida
disfuncionales en consumidores de alcohol y drogas, los autores proponen el diseño,
desarrollo y evaluación de un programa de reducción de riesgos, breve y estructurado,
dirigido a jóvenes en riesgo de sufrir daños relacionados con el consumo de alcohol.
Atendiendo a los antecedentes, objetivos y filosofía descritos anteriormente, el programa se
ha denominado “SABER BEBER” y pretende configurarse como una propuesta de programa
que reúne tres características esenciales: 1) selectivo en cuanto a la población a la que va
dirigido; 2) específico en cuanto a los contenidos de que se ocupa, y 3) orientado al cambio de
los comportamientos y patrones de consumo que impliquen riesgos.

   El objetivo general del programa “SABER BEBER” es la facilitación del tránsito
progresivo por los estadios de cambio de los patrones de consumo de alcohol (contemplación,
preparación y acción) asociados a problemas biopsicosociales entre adolescentes y jóvenes
que realizan consumos de riesgo. Los objetivos específicos son: 1) reducir la ingesta de
alcohol hasta niveles de consumo no problemático; 2) reducir la implicación en conductas de
riesgo, y 3) reducir la incidencia de consecuencias biopsicosociales negativas asociadas al
consumo de alcohol.

   El programa se estructura en 8 sesiones, de una hora y media de duración. A lo largo de
todas las sesiones del programa el monitor utiliza las diversas estrategias propuestas por la
entrevista motivacional, adaptándolas tanto a las características de los sujetos como a los
objetivos del mismo.

   En la primera sesión se produce la presentación de la experiencia a los sujetos
participantes. Se trata fundamentalmente de generar una atmósfera del cambio adecuada. La
estrategia motivacional predominante en esta sesión es la empatía mostrada por el monitor:
escucha reflexiva, calidez y autenticidad. Esta sesión se considera clave para el posterior
desarrollo de las sesiones puesto que se establecen las bases de relación con los sujetos para el
trabajo posterior. Las trampas que deben evitarse en este momento son la trampa del experto,
la trampa de las preguntas y respuestas y la de confrontación-negación (ver Miller y Rollnick,
2003 para un desarrollo más amplio de las diversas trampas en la comunicación durante la
entrevista motivacional).

   En la segunda sesión se realiza la evaluación de los sujetos (evaluación PRE). Esta se lleva
a cabo mediante un cuestionario diseñado por los autores: el Cuestionario Saber Beber.
Consta de 106 ítems agrupados, entre otros, en los siguientes apartados: (1) características
personales (edad, sexo, nivel educativo, antecedentes familiares de problemas con el alcohol
y/u otras drogas, disposición hacia el cambio, edad de inicio en el consumo de alcohol y edad
de la primera intoxicación con alcohol), (2) consumo de alcohol (consumo entre semana,
lugar y compañía durante el consumo, consumo típico en viernes, sábado y domingo,
sustancias consumidas alguna vez en la vida y sustancias consumidas en el último mes); (3)
implicación en conductas de riesgo (un listado de 18 conductas de riesgo y en el que los
sujetos han de valorar su implicación en las mismas en los últimos 30 días en una escala de
“si/no”); y (4) daños o consecuencias negativas sufridas por los sujetos en el último mes y
derivadas o asociadas a su consumo de alcohol (listado de 36 posibles consecuencias
negativas asociadas al consumo y en el que los sujetos han de valorar su ocurrencia en el
pasado mes con una escala de “si/no”).

   Este cuestionario es anónimo y se informa a los sujetos que sus respuestas serán tratadas de
manera confidencial. Sin embargo, se le pide a los sujetos que pongan en el apartado
correspondiente un código secreto (que ellos mismos han de inventar) y que servirá de
identificativo a lo largo de las sesiones. La utilización del código responde, por una parte, a la
necesidad de que el cuestionario sea confidencial y anónimo y, por otra, a la necesidad de
contar con un elemento identificativo de los sujeto que permita la posterior devolución de
información.

   La tercera y cuarta sesión se centra en la devolución de la información recogida mediante
el Cuestionario Saber Beber. Este feedback de resultados tiene dos formatos: un feedback
grupal y uno individual. El feedback grupal consiste en la devolución de información relativa
al grupo: características del grupo en cuanto a número de sujetos, edad media, sexo, consumo
de alcohol (dónde, con quién, cantidades medias y patrones de consumo), implicación media
en conductas de riesgo (y proporción de sujetos que se implican en las mismas) y ocurrencia
promedio de daños relacionados con el consumo de alcohol (y proporción de sujetos que han
sufrido cada uno de los daños). La información relativa a consumo de alcohol (cantidades y
patrones de consumo) se ofrece referida a datos normativos para que los sujetos puedan
establecer comparaciones. Por su parte, el feedback individual contiene información personal
del sujeto en relación a su consumo de alcohol, implicación en conductas de riesgo y número
de consecuencias negativas sufridas. También se ofrecen datos normativos de comparación,
bien con su grupo, bien con la población general, o ambos.

   Es importante señalar que la potencia y valor del feedback de resultados depende, en gran
medida, de la manera en que este es presentado a los sujetos. Una actitud culpabilizadora,
moralista o amenazadora provocará resistencia en los sujetos. Por tanto, el monitor debe
cuidar al máximo este aspecto para que la información sea recibida por los sujetos de manera
que pueda provocar debate y reflexión. El objetivo básico de la devolución de la información
es aumentar el nivel de importancia que el cambio pueda tener para los sujetos. Un aspecto
básico de la motivación es el de la importancia, entendida esta, como el valor subjetivo que
una persona otorga a un determinado curso de acción (Miller y Rollnick, 1991, 2003;
Rollnick, Masson y Butler, 1999). Cuanto más importante es para un sujeto un determinado
curso particular de acción, con mayor probabilidad se implicará en el mismo. Para
incrementar esta importancia percibida de un cambio utilizamos la devolución de información
para promover discrepancias entre la conducta actual y los objetivos personales de disfrute,
bienestar y gratificación. Por tanto, la forma en que esta información es presentada será de
vital importancia de cara a obtener los resultados buscados. En este sentido, hemos constatado
el enorme poder que puede llegar a tener este tipo de devolución de información siempre y
cuando se utilice de forma adecuada. Una inadecuada utilización de este material puede llevar
a actitudes de autodefensa y exceso de criticismo en los sujetos que entorpecerá el posterior
desarrollo de las sesiones.

   Los procesos que se intentan potenciar en esta sesión son los de incremento de conciencia,
reevaluación ambiental y autoreevaluación. Las trampas a evitar por parte del monitor son las
seis descritas por Miller y Rollnick (2003): la trampa de las preguntas-respuestas,
confrontación-negación, del experto, del etiquetado, foco prematuro y culpabilización.

   A lo largo de la quinta y sexta sesión se mantiene un debate sobre alternativas de consumo
y maneras de implementarlas. Los sujetos elaboran un decálogo de estrategias,
fundamentalmente conductuales, para reducir los riesgos y daños asociados al consumo de
alcohol. Las estrategias que utiliza el monitor son las de empatía, consejo y menú de
opciones. Es importante en estas fases evitar las trampas del experto y del foco prematuro. Es
importante señalar que en ningún momento el monitor impone su contenido o sus consejos.
Trata de que las distintas estrategias surjan de los propios sujetos. Por tanto, es en estas
sesiones cuando se incluyen además (solo cuando es demandado por los propios sujetos),
elementos informativos y formativos sobre el alcohol, sus efectos, etc.

   En la séptima y octava sesión se resuelven los posibles problemas aparecidos en la
implementación de las estrategias en aquellos sujetos que han decidido hacer uso de ellas y se
intenta analizar los motivos de los que no las han utilizado buscando aumentar su motivación
hacia el cambio. Al final de la última sesión se realiza la evaluación post-test (evaluación
POST) en las variables de consumo de alcohol, implicación en conductas de riesgo y daños
ocurridos en relación al consumo. Además, también se incluyen una serie de cuestiones para
que los sujetos valoren la intervención: nivel de satisfacción, nivel de adecuación de los
contenidos tratados, valoración de la preparación del monitor, valoración de la relación entre
los sujetos y el monitor y utilidad percibida del programa por los sujetos.

   En la tabla 1 se presenta, de manera resumida, los contenidos, estrategias motivacionales y
metodología empleada en cada una de las sesiones que componen la intervención.
Tabla 1. Estructura y sesiones del programa

Sesión Contenidos                         Estrat.          Metodología
                                          Motivac.

1         Presentación de la              Empatía          Debate “Jóvenes y Alcohol”
          experiencia

2         Evaluación                                       Aplicación de cuestionarios

3         Análisis de los patrones de     Feedback         Exposición audiovisual de datos
          consumo del grupo                                grupales, informe individualizado
                                                           y debate sobre los resultados

4         Análisis de expectativas de     Feedback         Exposición audiovisual de datos
          efectos, ocurrencia de                           grupales, informe individualizado
          consecuencias y percepción                       y debate sobre los resultados
          de riesgo

5         Construcción del concepto       Responsabilidad Debate sobre el Saber Beber
          Saber Beber
                                          Menú de
          Generación de alternativas      opciones

6         Díptico Resumen                 Consejo          Discusión sobre el material

          Información objetiva sobre el   Autoeficacia     generado e informativo

          alcohol

7         Resolución de problemas         Todas            Análisis de casos

          Prevención de recaídas

8         Evaluación                                       Aplicación de cuestionarios

                                                           Debate sobre la experiencia


Método

Sujetos

    La muestra está formada por 333 sujetos pertenecientes a distintos recursos de educación
no reglada (escuelas taller, casas de oficio y módulos de garantía social) de distintas
localidades de la provincia de Málaga. La edad media de los sujetos es de 18,14 años. El
69,07% (n = 230) son hombres y el 30,93% restante (n = 103), mujeres.

   A partir de su consumo auto-informado de alcohol durante el fin de semana, se realiza la
distribución de los sujetos en función de su patrón de consumo. Este patrón de consumo se
obtiene a partir de los diferentes patrones establecidos por la Dirección General de Salud
Pública del Ministerio de Sanidad (Observatorio Español sobre Drogas, 2001, p. 33). Estas
categorías son las siguientes: abstinentes (0 gramos de alcohol puro), bebedores ligeros (entre
0,8 y 20 gramos de alcohol puro), bebedores moderados (entre 21 y 60 gramos para los
hombres, y entre 21 y 40 gramos para las mujeres), bebedores altos (entre 61 y 80 gramos
para los hombres, y entre 41 y 60 para las mujeres), bebedores excesivos (entre 81 y 120
gramos para los hombres, y entre 61 y 80 gramos para las mujeres) y bebedores en gran riesgo
(más de 120 gramos para los hombres y más de 80 gramos para las mujeres). Estas tres
últimas categorías (altos, excesivos y en gran riesgo) conforman una categoría general
denominada “bebedor abusivo”. De las cantidades de alcohol ingeridas por el sujeto en los
tres días del fin de semana, se selecciona para el cálculo de la categoría el día en que más
alcohol consumió. Así, la distribución de los sujetos en los diferentes patrones de consumo es
la siguiente: un 24,92% (n = 83) de los sujetos se declara abstinente; un 10,21% (n = 34)
estaría realizando un consumo ligero de alcohol y un 18,92% (n = 63) realizaría un consumo
moderado. El 45,95% restante (n = 153) informa realizar un consumo abusivo.

   Dado que la intervención se dirige fundamentalmente a sujetos consumidores de alcohol,
los datos que a continuación se presentan se refieren a la muestra de sujetos que consumen
alcohol, excluyendo, por tanto, a los sujetos abstinentes en la evaluación pre-test.

   Dicha muestra de sujetos consumidores de alcohol está formada por 250 sujetos, con una
edad media de 18,26 años. El 69,60% (n = 174) son varones, y el 30,40% restante (n = 76),
mujeres. Al inicio de la intervención, el 60% (n = 150) de los sujetos informa no tener
ninguna intención de modificar sus actuales patrones de consumo (gráfico 1).
Gráfico 1. Distribución de los sujetos en los diferentes estadios de cambio


   El total de la muestra realiza un consumo medio de alcohol de 46,64 gramos de alcohol
puro durante los tres días del fin de semana, siendo el sábado el día en que más alcohol se
consume (ver tabla 2). En función de su consumo auto-informado de alcohol y el sexo de los
sujetos, estos se distribuyen de la siguiente manera en los diferentes patrones de consumo:
un 13,60% (n = 34) afirman realizar un consumo ligero de alcohol, el 25,20% (n = 63)
estarían realizando un consumo moderado, mientras que el 61,20% (n = 153) realizaría un
consumo abusivo (un 14’80%, n = 37, entrarían en la categoría de “alto”, un 15,20%, n = 38,
en la de “excesivo”, y un 31,20%, n = 78, en la de “gran riesgo”).

   En la variable “implicación en conductas de riesgo”, los sujetos consumidores de alcohol
afirman haberse implicado en un 22,87% de las 18 conductas propuestas en los últimos 30
días, con un promedio de 4,12 conductas de riesgo por persona. Finalmente, y en relación a
los daños sufridos por los sujetos durante el último mes, estos afirman haber sufrido, en
promedio, el 20,90% de las 36 consecuencias propuestas en el cuestionario, con un promedio
de 7,52 consecuencias negativas por persona. Unos daños son más frecuentes que otros. En
este sentido, los daños que aparecen con más frecuencia son los relacionados directamente
con la ingesta de alcohol (emborracharse, tener resacas, alteraciones del comportamiento bajo
el efecto de la sustancia, etc.). Además, estas consecuencias negativas son las que suelen
revestir menor gravedad. Aquellos daños cuya aparición es más a largo plazo o que son de
mayor severidad (estar en coma, tener problemas con la policía o familiares, complicaciones
orgánicas derivadas de un consumo abusivo, etc.) suelen presentar una incidencia más baja
entre los jóvenes.

   En base a estos datos, podemos concluir que la muestra de consumidores de alcohol
presenta unos elevados consumos del mismo, se han implicado, durante los últimos 30 días,
en el 22,84% de las conductas de riesgo que se le planteaban y han sufrido en el último mes el
20,89% de las consecuencias negativas que se proponían en el cuestionario. Aunque el
consumo promedio de alcohol de los sujetos puede calificarse de “abusivo”, también es cierto
que los sujetos están experimentando relativamente pocos daños asociados a tal consumo.
Una posible explicación a este fenómeno podría tener que ver con la corta historia de
consumo (entre 4 y 5 años) de alcohol. Muchas de las consecuencias asociadas con el
consumo de alcohol tienen que ver con consumos prolongados e intensivos durante un
intervalo amplio de tiempo. El que los sujetos de la muestra sean jóvenes impide que muchas
consecuencias se hayan desarrollado. Asimismo, otra razón por la que los sujetos
experimentan pocos daños asociados puede encontrarse en su nivel de implicación en las
conductas de riesgo. En este sentido, podemos considerar que esa implicación, en la muestra
estudiada, es “media – baja”.

    En la tabla 2 se resumen los datos de los diferentes patrones de consumo en las variables
de interés.


Tabla 2. Puntuaciones obtenidas por los sujetos, agrupados en función de las categorías
                                          de consumo

                         Lige    Modera     Alto   Excesiv    Gran         Abusi     Total
                         ro      do                o          Riesgo       vo

n                        34      63         37     38         78           153       250

% del total de           13,6               14,8
                                 25,20             15,20      31,20        61,20     100
consumidores             0                  0

Edad media               18,3               18,7
                                 18,10             17,87      18,29        18,31     18,26
                         2                  8

Edad media de inicio
                         14,2               14,8
en el consumo de                 14,14             14,24      13,45        13,97     14,05
                         7                  1
alcohol

Implicación promedio
en conductas de riesgo   2,65    3,19       3,86   3,76       5,82         4,84      4,12
(rango: 0-18)

Promedio de
                         4,97    6,49       7,70   6,42       9,92         8,52      7,52
consecuencias
negativas (rango: 0-
36)

Promedio gramos                             19,4
                         6,18    21,59               41,05      90,77        61,18    43,72
alcohol en viernes                          6

Promedio gramos          15,2               65,9
                                 36,83               85,53      149,10       113,20 80,64
alcohol en sábado        9                  5

Promedio gramos                             10,5
                         2,06    6,35                15,53      31,28        22,35    15,56
alcohol en domingo                          4

Promedio gramos en                          31,9
                         7,84    21,59               47,37      90,38        65,58    46,64
fin de semana                               8



RESULTADOS

Ingesta de alcohol

  Al finalizar la intervención se observa un descenso significativo en el consumo medio de
alcohol que realizan los sujetos en los tres días del fin de semana. De un consumo medio de
46,64 gramos durante el fin de semana en el pre-test, el consumo desciende a 33,57 gramos de
alcohol puro en el post-test, siendo esta diferencia estadísticamente significativa (t = 0,0000,
p<0,01) (gráfico 2).




                                                                                       Pre
                                                                                       Post




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 Gráfico 2. Consumo de alcohol en PRE y POST en función de los distintos patrones de
                                           consumo
Por otra parte, estas reducciones en el consumo son más importantes en aquellos sujetos
que informaban de mayores consumos en el pre-test. De esta manera, se observan diferencias
significativas en los 3 grupos que conforman la categoría de consumo abusivo.


   Tabla 3. Ingesta de alcohol (en gramos de alcohol puro) realizado por las distintas
                                   categorías de consumo
Patrón           Viernes                   Sábado                    Domingo

                 Pre       Post            Pre      Post             Pre      Post

Ligero           6,18      10,88           15,29    20,00            2,06     2,94

Moderado         21,59     20,00           36,83    38,57            6,35     4,13

Alto             19,46     19,19           65,95    50,00   *        10,54    5,41

Excesivo         41,05     27,89   *       85,53    58,95   **       15,53    10,79

Gran Riesgo      90,77     56,79   **      149,10 94,87     **       31,28    22,82

Abusivo          61,18     40,52   **      113,20 75,10     **       22,35    15,62   *

Total Muestra    43,72     31,32   **      80,64    58,40   **       15,56    11,00   *

* p < 0,05
** p < 0,01


Implicación en conductas de riesgo

  En la evaluación inicial, los sujetos informaron implicarse en un promedio de 4,11
conductas de riesgo (lo que representaba el 22,87% de las conductas propuestas en el
cuestionario). En la evaluación post-test, los sujetos informan implicarse en un promedio de
2,90 conductas (el 16,09% de las planteadas). Estas diferencias son estadísticamente
significativas (t = 0,0000; p<0,01).

  Las conductas en las que los sujetos se han implicado menos han sido las de beber a
escondidas, llevar el coche o la moto habiendo bebido alcohol, tomar bebidas de poca calidad
para gastar menos dinero, no utilizar los dispositivos de seguridad (cinturón o casco) y beber
más de la cuenta porque los demás también lo hacían.

  Teniendo en cuenta los diferentes patrones de consumo se observa que los bebedores
ligeros pasan de tener una puntuación promedio de 2,65 a 1,82 (t = 0,00520; p<0,01), los
bebedores moderados de 3,17 a 2,00 (t = 0,00089; p<0,01), los bebedores altos de 3,86 a 2,43
(t = 0,00060; p<0,01), los bebedores excesivos de 3,74 a 3,58, y los bebedores de gran riesgo
de 5,81 a 3,97 (t = 0,00000; p<0,01. La categoría general de “bebedores abusivos” pasa de
una puntuación promedio de 4,82 a una puntuación promedio de 3,50 (t = 0,00000, p<0,01).
Las disminuciones en la implicación en conductas de riesgo han sido significativas en todos
los patrones de consumo, excepto en el de los bebedores excesivos.

Daños asociados al consumo de alcohol

  Al inicio de la intervención (evaluación PRE), los sujetos informan sufrir un promedio de
7,52 consecuencias negativas por su consumo de alcohol (lo que representa un 20,89% de las
planteadas en el cuestionario). En la evaluación POST, los sujetos informan de un promedio
de 4,92 consecuencias negativas (lo que representa el 13,68% de las planteadas). Esta
reducción es significativa estadísticamente (t = 0,00000, p<0,01).

  Analizando pormenorizadamente las consecuencias negativas que han sufrido un mayor
descenso en su ocurrencia, se observa que estas son las de “he tenido resacas”, “cuando bebo,
soy más irresponsable”, “he vomitado por haber bebido”, “me he emborrachado”, “en alguna
ocasión, después de haber bebido demasiado, no he podido recordar cosas de la noche
anterior”, “cuando he bebido, he dicho o he hecho cosas que no debería” y “me he sentido mal
conmigo mismo/a por haber bebido”.

  En función de las diferentes categorías de consumo, se observa que los bebedores ligeros
pasan de un promedio de 4,97 a un promedio de 1,82 (t = 0,00034; p<0,01). Los bebedores
moderados pasan de sufrir como promedio 6,49 consecuencias a sufrir un promedio de 3,90 (t
= 0,00048; p<0,01). Los bebedores abusivos pasan de un promedio de 8,52 a un promedio de
5,92 (t = 0,0000; p<0,01): los altos, de 7,70 a 4,54 (t = 0,00033; p<0,01), los excesivos, de
6,42 a 5,79, y los bebedores de gran riesgo, de 9,92 a 6,63 (t = 0,00004; p<0,01). De nuevo,
estas diferencias son estadísticamente significativas en todos los patrones de consumo,
excepto en el grupo de los bebedores excesivos.

Evaluación de la intervención por los propios sujetos

  Con objeto de disponer de datos cualitativos sobre la evaluación que los propios sujetos
hacen de la intervención, se incluye en la evaluación final la recogida de datos en cinco
variables: satisfacción, adecuación de los contenidos, preparación del monitor, relación
sujetos-monitor y utilidad de la intervención, en las que los sujetos debían otorgar una
puntuación entre 0 y 10 a cada variable. Las puntuaciones otorgadas por los sujetos en cada
variable (Gráfico 3) oscilan entre 7,65 en el indicador “satisfacción” y 8,44 en el indicador
“preparación del monitor”.
(   !)                &           +             $        !,
                                                                   &    !-   .
                            *        !                                           "



               Gráfico 3. Valoración del programa por parte de los sujetos


   Finalmente, también se les hacía la siguiente pregunta a los sujetos: “Después de estas
sesiones, ¿sabes beber?” con objeto de obtener una puntuación acerca del resultado percibido
por los sujetos de la aplicación de la intervención. El 68,40% de los sujetos respondía que sí
sabe beber, ningún sujeto indica que no sabe beber y un 27,60% concluye que no lo tiene
claro.


CONCLUSIONES

   En el presente trabajo, se ofrecen los fundamentos filosóficos, teóricos y metodológicos de
un programa de intervención con sujetos consumidores de alcohol con objeto de (1) disminuir
su ingesta de alcohol hacia niveles de consumo no problemático, (2) disminuir su implicación
en conductas de riesgo, esto es, conductas que aumentan la probabilidad de que ocurra un
daño o de que este tenga una mayor intensidad, y (3) disminuir, en última instancia, el número
de consecuencias negativas que los sujetos experimentan al consumir alcohol. Aunque la
abstinencia sea un objetivo válido, es cierto que en determinadas poblaciones y circunstancias
este objetivo ha de considerarse junto a otros como son el de las reducciones en la ingesta o la
modificación de comportamientos de riesgo, sobre todo en aquellos sujetos que han decidido
mantener su consumo. Por tanto, la presente intervención no se dirige específicamente hacia
la abstinencia sino hacia la reducción en las cantidades ingeridas (que, en determinados casos,
podrá llegar a la abstinencia) como una estrategia que permitirá reducir las probabilidades de
experimentar consecuencias negativas. Asimismo, también se consideran en esta intervención
la modificación de conductas no directamente relacionadas con la ingesta pero que también
aumentan la probabilidad de sufrir daños. Para estos objetivos, hemos adoptado como base
teórica explicativa del cambio de conducta al modelo transteórico de Prochaska y
DiClemente, y como base metodológica sobre la que asentar la intervención la entrevista
motivacional de Miller y Rollnick.

  Tras las ocho sesiones de las que se compone la intervención, los sujetos informan haber
reducido las cantidades de alcohol consumidas en el fin de semana. Así, de un consumo
promedio total de 139,22 gramos de alcohol puro en los tres días del fin de semana en la
evaluación al inicio de la intervención, se pasa a un consumo promedio total de 100,72
gramos. Sin embargo, esta disminución en el consumo no se manifiesta por igual en los
diferentes patrones de consumo. Así, los que más han reducido su ingesta de alcohol han sido
los bebedores en gran riesgo, que pasan de un consumo promedio total de 271,15 gramos de
alcohol, a un consumo promedio total de 174,49 gramos en los tres días de fin de semana. En
general, los bebedores abusivos son los que más han disminuido su consumo, comparados con
los bebedores ligeros y moderados. Estos apenas habrían modificado su ingesta de alcohol, lo
cual es coherente con la idea de que ciertos consumos son menos arriesgados que otros y no
sería necesaria su modificación.

  Por otra parte, los sujetos también han realizado modificaciones en determinadas conductas
de riesgo. Así, de implicarse en el 22,84% de las conductas planteadas en el cuestionario en la
evaluación inicial pasan a implicarse en el 16,09% de las mismas. De un promedio de 4,11 en
la evaluación inicial, se pasa a un promedio de 2,90 en la evaluación final. Las conductas en
las que se ha registrado un mayor descenso en el número de sujetos que se implicaron en las
mismas han sido “beber a escondidas”, “llevar el coche o la moto habiendo bebido alcohol”,
“tomar bebidas de poca calidad para gastar menos dinero”, “habiendo bebido no me he puesto
el casco en la moto o el cinturón de seguridad en el coche” y “he bebido más de la cuenta
porque los demás también lo hacían”.

  El programa también ha logrado modificar la ocurrencia de consecuencias negativas entre
los sujetos consumidores de alcohol. De este modo, de experimentar el 20,90% de las
consecuencias negativas propuestas en el cuestionario, los sujetos han experimentado el
13,68% de las mismas al finalizar la intervención. De un promedio de 7,52 consecuencias
negativas se pasa a un promedio de 4,92. Aquellos daños que han disminuido su ocurrencia
han sido “he tenido resacas”, “cuando bebo, soy más irresponsable”, “he vomitado por haber
bebido”, “me he emborrachado”, “en alguna ocasión, después de haber bebido demasiado, no
he podido recordar cosas de la noche anterior”, “cuando he bebido, he dicho o he hecho cosas
que no debería” y “me he sentido mal conmigo mismo/a por haber bebido”. El hecho de que
la intervención se centre en aquellas consecuencias negativas que los sujetos están
experimentando actualmente parece dar mejor resultado que el centrarse en daños que los
sujetos aún no han experimentado y que pueden aparecer a más largo plazo. Esto es
importante a la hora de planificar estrategias de intervención en sujetos jóvenes consumidores
de alcohol.

   La adopción de un enfoque dirigido a la reducción de los riesgos y los daños en sujetos que
actualmente se encuentran consumiendo, respetando las decisiones individuales sobre el
consumo o no consumo y la libertad del individuo para autogestionar sus propias
gratificaciones y sus propios riesgos, ofrece varias ventajas frente a enfoques dirigidos a la
promoción de la abstinencia. En primer lugar, permite un acercamiento no impositivo y no
juzgador a los consumidores, evitando resistencias y, por tanto, no generando barreras para
que el cambio tenga lugar. Muchos sujetos están acostumbrados a que las intervenciones
sobre consumo de alcohol vayan dirigidas a la promoción de la abstinencia, a que únicamente
se señalen las consecuencias negativas del consumo y se les inste a eliminarlas cesando el
mismo. El poder debatir con tranquilidad aspectos relativos al consumo sin temor a ser
reprendidos por ello, a discutir sobre aspectos positivos y negativos del mismo y buscar
fórmulas que permitan una autogestión ordenada y racional tanto de los beneficios percibidos
como de los riesgos percibidos y objetivos es fundamental para que los sujetos encuentren un
clima cómodo y libre para realizar el cambio.

   Aunque las estrategias de reducción de daños no tienen por qué implicar necesariamente
una reducción en los niveles de alcohol ingerido, los sujetos de la muestra han optado
mayoritariamente por disminuir la cantidad de alcohol que consumen los días de fin de
semana. De hecho, las principales consecuencias negativas que se han reducido tienen que ver
directamente con la cantidad de alcohol ingerida (tener resacas, emborracharse, pérdida de
control, etc.). Las reducciones en el consumo son una opción más entre varias, todas ellas
dirigidas a disminuir la probabilidad de ocurrencia de consecuencias negativas. Puede darse el
caso, según lo anterior, de sujetos que decidan mantener sus niveles de consumo y,
paralelamente, reducir riesgos específicos o realizar modificaciones en sus conductas que
afecten a otras áreas distintas a la mera ingesta de alcohol.

   En segundo lugar, el trabajar al ritmo de los sujetos y no intentar que estos se ajusten a una
programación rígida e inamovible permite adaptar la intervención y acompañar a los sujetos
en el proceso de cambio de sus conductas. El suponer que los sujetos van a estar dispuestos a
modificar sus conductas de consumo de alcohol puede llevar a que los contenidos abordados
no tengan el efecto esperado. Sin embargo, ajustar la intervención a la propia disposición de
los sujetos disminuirá sus resistencias al cambio y, por tanto, hará que este sea más probable.
En este sentido, la entrevista motivacional se presenta como una estrategia eficaz a la hora
de promover cambios en el consumo de alcohol en la muestra en la que se ha intervenido. De
especial relevancia nos parece el que el monitor muestre una serie de habilidades que
permitan el logro de los objetivos planteados. Este hecho no sólo resulta fundamental de cara
a aumentar el grado de motivación de los sujetos, sino que también logra modificar la imagen
que los sujetos usualmente tienen del profesional de las drogodependencias.

   De todo ello se deriva la especial importancia de contar con un marco teórico y
metodológico que sustente las intervenciones. Según un reciente informe del Colegio Oficial
de Psicólogos (Colegio Oficial de Psicólogos, 2003), es frecuente encontrar, en el marco de
las actuaciones preventivas en materia de drogas, con programas débilmente sustentados o
carentes por completo de un marco teórico

   Consideramos que, para favorecer el rigor metodológico, deberían tenerse en cuenta ciertos
aspectos que no siempre pueden llevarse a término (existencia de un grupo control de
comparación, asignación aleatoria de los sujetos a las condiciones experimentales, etc.). El
origen de la intervención que aquí se presenta estuvo en la demanda de la dirección de una
escuela taller preocupada por el consumo de alcohol que realizaban los alumnos. Aunque la
demanda original fue impartir unas charlas sobre alcohol, se propuso el diseño e
implementación de un programa que no solo utilizara elementos informativos, sino que
también incluyera elementos motivadores del cambio de conducta. A raíz de estas
intervenciones han sido varios los Ayuntamientos y escuelas taller los que han seguido
solicitando la aplicación del programa en sus localidades. Estas circunstancias prácticas
dificultan el disponer de grupos de control que aseguren un mayor rigor metodológico. Por
otra parte, la duración limitada de las escuelas taller (dos años) y el hecho de que muchos de
los grupos se han llevado a cabo en el segundo año de permanencia en la escuela, ha hecho
imposible que se pudiera realizar un adecuado seguimiento de los sujetos para comprobar que
los resultados obtenidos se mantienen en el tiempo. Sin embargo, creemos que la adecuada
evaluación de la efectividad de la intervención aquí presentada debería incluir esos dos
aspectos mencionados.

   Finalmente, destacar que es posible actuar con los sujetos “donde ellos están”. Esto resulta
fácil para los programas de prevención primaria a nivel escolar. Sin embargo, a partir de
ciertas edades resulta más difícil poder reunir a los sujetos. Además, suelen ser sujetos que, de
otra forma, no tendrían ningún contacto con recursos especializados. Con esta intervención,
llegamos a estos sujetos para que modifiquen sus conductas sin que tengan que alcanzar un
nivel de daño suficiente como para buscar por sí mismos, o mediante otros, ayuda
especializada.
BIBLIOGRAFÍA

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  descriptivo de consecuencias, riesgos y efectos del consumo de alcohol en una escuela
  taller. Póster presentado en las V Jornadas de Prevención de Drogodependencias. Madrid,
  Alcorcón, Junio.
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Programa SABER BEBER

  • 1. PROGRAMAS PREVENTIVOS EN LA COMUNIDAD LOCAL SABER BEBER: un programa de intervención motivacional y transteórica para la reducción de los riesgos y daños en jóvenes consumidores de alcohol Ponente: Claudio Vidal Giné Asociación Grupo Procambio INTRODUCCIÓN: CONSUMO DE ALCOHOL, RIESGOS, DAÑOS Y SU GESTIÓN. En los últimos años ha aumentado el interés y preocupación por el consumo excesivo de alcohol y sus consecuencias entre los jóvenes. Diversos estudios epidemiológicos coinciden en señalar la elevada incidencia del consumo de alcohol entre la población juvenil. La encuesta escolar realizada por el Plan Nacional sobre Drogas en la población de 14 a 18 años valora que una amplia mayoría de estos jóvenes (un 75,3%) ha consumido alcohol en el último año, siendo también una mayoría (un 58%) los que lo hicieron en el último mes (Plan Nacional sobre Drogas, 2002). En Andalucía encontramos datos muy similares. En el estudio “Los Andaluces ante las Drogas VII” (EDIS, 2001) observamos que, en las edades comprendidas entre los 16 y los 20 años, el 33% de los jóvenes mantiene un consumo de alcohol ocasional (1 a 3 días al mes) y un 35% presenta un consumo semanal (de 1 a 4 días a la semana). Estos consumos, a su vez, suelen realizarse fundamentalmente los fines de semana. Durante estos días el porcentaje de bebedores más alto se da entre los 21 y 24 años (con un promedio de 77,45 ml de alcohol puro ingerido). A estos les siguen los de 16 a 20 años (con una ingesta promedio de 95,57 ml de alcohol puro). Además, en este informe se destaca la prevalencia y el incremento de bebedores abusivos entre los jóvenes en Andalucía, señalando que en las edades que van desde los 16 a los 20 años se ha pasado del 8,7% de bebedores abusivos en 1998 al 11,5% en el 2000, y en las de 21 a 24 años, del 13,9% al 16,2%. Este consumo abusivo se ha mostrado fuente de serias consecuencias negativas, tanto a corto plazo (emergencias, accidentes de tráfico y/o laborales, enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados, violencia y destrozos en el vecindario...) como a largo plazo (daños orgánicos crónicos, déficits en el desarrollo psicosocial, académico y/o laboral, dependencia...) (Calafat y Amengual, 1999; Organización Mundial de la Salud, 2000). En el ámbito nacional, los resultados de la encuesta escolar del Plan Nacional sobre Drogas (Plan
  • 2. Nacional sobre Drogas, 2002) señalan también la alta incidencia de problemas relacionados con el consumo de alcohol entre los jóvenes de 14 a 18 años. Las consecuencias negativas a largo plazo presentan una baja incidencia entre la población juvenil, dada su aún breve historia de consumo. Cuando los sujetos sufren daños derivados o asociados a su consumo de alcohol, estos suelen ocurrir a corto plazo, esto es, en el mismo momento del consumo o inmediatamente posterior al mismo. Además, los sujetos consumidores de alcohol parecen sufrir consecuencias negativas en proporción a las cantidades de alcohol que ingieren (Vidal et al., 2000). Por otra parte, el que los sujetos experimenten o no tales consecuencias negativas depende, en gran medida, de su nivel de implicación en conductas o actividades que hemos denominado “de riesgo”. Tales conductas no tienen por qué implicar exclusivamente un consumo elevado o abusivo de alcohol, sino que también hacen referencia a otra serie de conductas que (1) se emiten simultáneamente a la de consumo, (2) aumentan la probabilidad de sufrir una consecuencia negativa y/o (3) aumentan la intensidad del daño en caso de que este ocurra. Ejemplos de conductas de riesgo son el conducir vehículos bajo los efectos del alcohol, no utilizar el cinturón de seguridad o el casco, mezclar el alcohol con otras sustancias, etc. A la hora de abordar este fenómeno, con frecuencia se ha optado por la denominación “prevención de la/s drogodependencia/s”, dirigiéndose tales intervenciones a tratar de evitar, o al menos retrasar, el consumo de cualquier sustancia psicoactiva en toda la población, o al menos en toda la población juvenil. De esta manera, encontramos que muchos de estos autores utilizan indistintamente el término “prevención de la drogodependencia” y el de “prevención del consumo de drogas”, o incluso el de “prevención de la droga” (Becoña, 1999). Tras esta confusión terminológica subyace, quizás, un modelo médico tradicional de la prevención de enfermedades infectocontagiosas, donde la prevención del contacto con el agente patógeno (el consumo), o mejor aún, su propia eliminación (erradicación de las drogas), sería el fundamento de cualquier medida preventiva. Así, en el área de la denominada prevención primaria del consumo de drogas (universal, de contenidos generales) se han desarrollado diversos programas preventivos, manuales de intervención y un cierto consenso entre los profesionales implicados en los objetivos y procedimientos más útiles. Sin embargo, en el campo de la prevención secundaria (selectiva y específica) son escasos aún los programas estructurados de intervención que estén dirigidos a aquellos jóvenes que han empezado a consumir, y que tienen decidido seguir consumiendo. Ante la evidencia de que, en el caso del consumo de alcohol, este grupo de jóvenes abarca un
  • 3. sector mayoritario de la población juvenil, consideramos que es imprescindible el diseño y desarrollo de programas que tengan como objetivo la prevención, o al menos la disminución, de las eventuales consecuencias negativas de este consumo. Durante los años ochenta, y como respuesta a las políticas de drogas existentes en ese momento, surgió en algunas ciudades europeas (Ámsterdam, Rótterdam y Liverpool, principalmente) un movimiento con un enfoque alternativo para la atención de los problemas derivados del uso de drogas (Heather, Wodak, Nadelmann y O’Hare, 1993). Desde entonces, esta filosofía se ha extendido por todo el mundo, adoptando diversas denominaciones: reducción del daño, reducción del riesgo, minimización del daño o minimización del riesgo. De manera creciente, se ha integrado dentro de distintas conceptualizaciones o estrategias asistenciales y preventivas (MacCoun, 1998). De acuerdo con la mayoría de los autores y profesionales implicados en este enfoque, Newcombe (1995) entiende la reducción de los daños como “una política social que da prioridad al objetivo de disminuir los efectos negativos del uso de drogas”. El foco de esta perspectiva, que está produciendo un verdadero cambio de paradigma en la atención de los problemas derivados del uso de drogas, estuvo inicialmente centrado en la reducción de los daños ya existentes, como es frecuente que ocurra cuando tratamos con personas con dependencias ya establecidas, pero pronto se extendió hasta abarcar la reducción de la probabilidad de estos daños, esto es, la reducción de los riesgos de consecuencias negativas del consumo en grupos no dañados. Desde este punto de vista, las medidas de reducción de riesgos equivalen a medidas preventivas dirigidas a la prevención de los daños relacionados con el uso de sustancias psicoactivas. G. Alan Marlatt, autor de obligada referencia en el tratamiento cognitivo-conductual de las adicciones, mantiene una activa promoción de la filosofía de la reducción de daños en Estados Unidos y propone tres estrategias generales de intervención (Marlatt, 1998): (1) Cambios en los comportamientos individuales y grupales dirigidos a la reducción del daño. En base a estas estrategias, sería esencial la educación y entrenamiento en la aplicación de la reducción del daño a individuos y a grupos mediante programas educativos diseñados para “ayudar a las personas a reducir los riesgos de llevar a cabo conductas de alto riesgo como beber, fumar, comer, consumir drogas legales e ilegales, y actividades sexuales” (p. 59). En este sentido, estos programas irían dirigidos a aquellos sujetos que ya han “dicho sí” al consumo o experimentación con sustancias y no a aquellos que aún no las han consumido. Es en este tipo de estrategias donde se enmarca el programa “Saber Beber”. Los objetivos globales de estos programas serían aumentar la conciencia sobre las consecuencias de alto riesgo relacionadas
  • 4. con drogas o sexo, así como facilitar conductas que fomenten la salud y sean reductoras de riesgos. (2) Cambios en el entorno facilitadores de la reducción del daño. El objetivo de estas estrategias se relaciona con el objetivo de aumentar las habilidades de autoeficacia en individuos o grupos de alto riesgo. Esto es, se trataría de ofrecer los medios del entorno disponibles para que se pueda cumplir el objetivo de reducción de los daños y riesgos. En este tipo de estrategias se incluirían aquellas intervenciones dirigidas a la “movida” (servicios de taxis o autobuses, rebajas en los precios de los transportes públicos, análisis cuantitativo y cualitativo de sustancias o “pill testing”, establecimiento de áreas de descanso o “chill-out”, o de dispositivos sanitarios, etc.). (3) Cambios en las normas sociales para dar cabida a la reducción del daño. Se trataría de realizar modificaciones en las leyes y normas que rigen las conductas, en este caso, las de consumo de alcohol y/o de otras sustancias. Para Marlatt, el cambio de leyes que regulan el consumo de sustancias es uno de los aspectos más controvertidos políticamente, siendo significativa la discrepancia entre la política de “tolerancia cero” y de “guerra contra las drogas” de EEUU, y las políticas de despenalización del consumo de cannabis en los Países Bajos o de prescripción terapéutica de Heroína que se realiza en Suiza y, recientemente, en España. BASES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS La prevención y la reducción de los daños asociados al consumo de alcohol y de otras sustancias debe tener en cuenta no sólo aquellos factores relacionados directamente con la ingesta, sino también aquellas consecuencias nocivas que están relacionadas con otras conductas de riesgo en las que el sujeto se implicó o aumentó su implicación por influencia de su patrón de consumo. Por tanto, la prevención eficaz de los riesgos y daños señalados tendrá que ver no sólo con la modificación del patrón de consumo de riesgo, sino también con la modificación de las pautas de implicación en otros comportamientos de riesgo relacionados. Por otra parte, en el cambio de estos comportamientos de riesgo, al igual que en el de otros comportamientos, las variables de motivación e intención de cambio serán determinantes en su implementación. La información o el entrenamiento en habilidades serán de poca utilidad si el sujeto no ve deseable o conveniente poner en marcha los cambios buscados en el programa. En este sentido, hemos encontrado especialmente útil como modelo teórico de referencia en el que basar nuestra intervención el Modelo Transteórico del Cambio propuesto por Prochaska y DiClemente. Dicho modelo se ocupa del modo en que los seres humanos cambian su comportamiento tanto en contextos clínicos como no clínicos (Prochaska, DiClemente y Norcross, 1992), lo que los autores han denominado cambio intencional. Dicho
  • 5. modelo subraya la importancia de la disposición hacia el cambio que presenta cada sujeto en un momento determinado, así como la necesidad de una evolución ordenada a través de determinadas fases o estadios para el logro exitoso de dicho cambio de comportamiento. DiClemente y Prochaska, en estudios realizados inicialmente con individuos fumadores (Prochaska y DiClemente, 1983; Prochaska et al., 1988; DiClemente et al., 1991; Prochaska et al., 1991; Perz et al., 1996) y después con otras poblaciones con distintos tipos de problemas (Prochaska y DiClemente, 1992; Prochaska, DiClemente y Norcross, 1992; Prochaska, 1994; Prochaska et al., 1994) descubrieron que se podían identificar diferentes estadios comunes que los individuos experimentaron durante el proceso de cambiar su conducta. Estos estadios fueron denominados precontemplación, contemplación, preparación, acción y mantenimiento (Prochaska y DiClemente, 1992), y constituyen la dimensión temporal o evolutiva del modelo. El éxito en el cambio conlleva un progresivo avance desde la precontemplación a la contemplación, de ésta a la preparación; después a la acción y, finalmente, al estadio de mantenimiento. Sin embargo, este progreso rara vez se produce de forma lineal sino que puede tener oscilaciones entre los estadios adyacentes. En este sentido, los autores propusieron la denominada “rueda del cambio” para describir estos avances y retrocesos durante el cambio de una determinada conducta. Sin embargo, posteriormente ejemplificaron este movimiento por los estadios mediante la “espiral del cambio” para hacer patente que cada paso por los estadios no va a ser igual que la vez anterior. Esto es, el situarse en el estadio de preparación después de haber estado en el de mantenimiento va a ser cualitativamente diferente que situarse en el mismo estadio de preparación procedente del estadio de contemplación. El modelo, además, propone diez procesos básicos de cambio obtenidos a través del análisis comparativo de veintinueve sistemas terapéuticos (Prochaska, 1984) y que son los que han recibido mayor aporte empírico (Prochaska y DiClemente, 1993; Prochaska, DiClemente y Norcross, 1992). Se pueden definir como las actividades iniciadas o experimentadas por un individuo que modifican el afecto, la conducta, las cogniciones o las relaciones interpersonales implicadas en su hábito (Prochaska y Prochaska, 1993). Los diez procesos de cambio detectados por Prochaska y DiClemente son los siguientes: aumento de la concienciación, autoreevaluación, reevaluación ambiental, relieve dramático, autoliberación, liberación social, manejo de contingencias, relaciones de ayuda, contracondicionamiento y control de estímulos. Estos procesos de cambio, además, se agrupan en dos factores de segundo orden: conductuales y experienciales, cada uno de los cuales agrupa a cinco procesos
  • 6. de cambio y que reflejan la tendencia de los sujetos a utilizar más de un proceso al mismo tiempo (Prochaska et al., 1988; Perz et al., 1996). Una de las aportaciones más interesantes de este modelo es que las dos dimensiones anteriores, los estadios y los procesos, no son aspectos aislados e independientes del proceso de cambio de una conducta, sino que se interrelacionan siguiendo unas pautas determinadas. De esta manera, diferentes procesos son intensificados durante distintos estadios. Mientras que en el estadio de precontemplación se da su menor utilización, el paso a la contemplación requiere un incremento en la utilización del aumento de la concienciación, del relieve dramático y de la reevaluación ambiental. La autoreevaluación es necesaria para alcanzar el estadio de preparación. Para avanzar de ésta a la acción es fundamental el proceso de autoliberación. En el estadio de acción toman especial importancia la utilización enérgica de todos los demás procesos: manejo de contingencias, relaciones de ayuda, contracondicionamiento y control de estímulos. Un mantenimiento exitoso del cambio precisará la continuación en la utilización de estos procesos, aunque con menor intensidad (DiClemente y Prochaska, 1985; Prochaska y Prochaska, 1993). Finalmente, el modelo incluye una tercera dimensión: los niveles de cambio. Dentro del contexto de la terapia, los problemas que van a ser modificados se organizan jerárquicamente en base a cinco niveles de cambio: el situacional, el cognitivo, el interpersonal, el del sistema familiar y el de los conflictos interpersonales (Norcross et al., 1984; Norcross et al., 1985; Prochaska y DiClemente, 1984, 1986). Estos niveles nos indican qué debe modificarse y, por tanto, serán diferentes dependiendo del problema concreto que presente un sujeto. La consideración de lo señalado por el modelo transteórico respecto a los procesos de cambio adecuados a cada estadio nos puede orientar sobre qué metas diferenciales podemos plantearnos en función de cada sujeto o grupo y qué procesos de cambio podemos optimizar en nuestra intervención. Los estadios de cambio representan la dimensión temporal del modelo, esto es, hacen referencia a los diferentes momentos por los que atraviesan las personas cuando intentan modificar alguna conducta. De esta forma, conocer el momento o estadio en que se encuentran los sujetos es de vital importancia para una intervención más adecuada a los mismos. En este sentido, hipotetizamos que una gran parte de los sujetos con los que tratemos se encontrará en los estadios más tempranos del cambio; esto es, en precontemplación o contemplación, con lo que es poco probable que inicien cambios por sí mismos respecto a su forma de beber, o dirigidos a reducir la probabilidad de ocurrencia de consecuencias negativas, y mucho menos que acepten o aprovechen intervenciones dirigidas a cambios
  • 7. radicales como la abstención total del consumo. De hecho, en evaluaciones realizadas en los sujetos que han pasado por el programa “Saber Beber” se constata la baja disposición hacia el cambio que estos presentan al inicio del mismo (Vidal et al., 2001). Por tanto, el desafío fundamental consiste, desde el principio, en la búsqueda de estrategias eficaces para aumentar la motivación y la disposición hacia el cambio de los comportamientos de riesgo ya establecidos. En este sentido, la facilitación del tránsito por los distintos estadios propuestos por el modelo transteórico tiene mucho que ver con el contexto y la forma en que se establezca la relación entre los profesionales que intervienen y los individuos objeto de dicha intervención. De hecho, son diversas las investigaciones que demuestran la importancia de una adecuada relación terapéutica y, además, de una serie de habilidades “inespecíficas” en el terapeuta. Miller y Rollnick (1991; 2003) y Miller (1999) han señalado las características más apropiadas de la “atmósfera del cambio”, entendida ésta como el contexto en el cual se aumenta la probabilidad de ocurrencia de un determinado cambio de conducta, subrayando que el estilo de interacción del terapeuta o profesional es una variable fundamental para favorecer o dificultar que se produzcan los cambios deseados. Para estos autores, el objetivo principal es el incremento de la motivación para el cambio. Sin embargo, la motivación no debe ser entendida como un rasgo del carácter de la persona, ni su falta como un signo de una personalidad adictiva, sino como un estado de preparación o disposición hacia el cambio, que puede fluctuar de un momento o situación a otro. Es un estado interno influido por factores externos y, por tanto, influenciable. Desde esta percepción pragmática, la motivación se define como la probabilidad de que una persona entre, continúe y se adhiera a una estrategia específica de cambio. Más concretamente, la motivación se entiende como un elemento clave para el cambio, siendo multidimensional, dinámica y fluctuante, interactiva y susceptible de modificación. Finalmente, se asume que el estilo del terapeuta puede influir en la motivación de la persona. La entrevista motivacional incluye un conjunto de habilidades para ayudar a la gente a reconocer y hacer algo sobre sus problemas presentes o potenciales. Es particularmente valiosa con las personas que se encuentran reluctantes y ambivalentes ante la eventual modificación de sus pautas de conducta. La entrevista motivacional intenta ayudar a resolver la ambivalencia y facilitar el camino del cambio. Debemos tener muy presente que el empeño de provocar cambios en personas que se encuentran ambivalentes ante la conveniencia de los mismos, puede provocar una reacción contraria a la buscada. Cuando nos sentimos empujados hacia un camino que no tenemos claro que deseemos, podemos empezar a valorar más
  • 8. positivamente que antes el camino contrario; es decir, en este caso, el mantenimiento de la conducta problemática. Este conocido fenómeno psicológico, denominado “reactancia cognitiva” (Brehm, 1966) puede presentarse más acentuado en el caso de sujetos jóvenes deseosos de afirmar su identidad y el control personal de su propio comportamiento. Por esta razón, en la entrevista motivacional el terapeuta no asume un papel autoritario. Evita el mensaje: “yo soy el experto y voy a decirte lo que tienes que hacer para llevar tu vida”. La responsabilidad del cambio se deposita en el propio individuo. Las estrategias de la intervención motivacional son más persuasivas que coercitivas, y están basadas más en el apoyo que en la argumentación. El objetivo fundamental es incrementar la motivación intrínseca de la persona; es decir, que el cambio provenga desde dentro, y no impuesto desde fuera. La entrevista motivacional ha de ser vista no como un conjunto de técnicas o herramientas a utilizar en terapia, sino como una forma de interactuar con los sujetos. Y esta forma de actuar estaría sustentada en varios principios: (1) La ambivalencia sobre el consumo de sustancias y su modificación es normal y constituye un importante obstáculo motivacional en la recuperación de una conducta adictiva; (2) la ambivalencia puede resolverse trabajando las motivaciones intrínsecas y valores del sujeto; (3) la alianza entre el sujeto y el clínico es una relación colaboradora en la que cada una de las partes aporta su experiencia, y (4) un estilo empático y de apoyo proporciona las circunstancias bajo las cuales el cambio puede ocurrir. En este sentido, una argumentación directa o un estilo confrontacional tenderán a aumentar la defensividad de la persona y, por tanto, a reducir la probabilidad de ocurrencia del cambio. Las estrategias propuestas por la entrevista motivacional han tenido una gran acogida en el contexto de las denominadas intervenciones breves, entendidas estas como interacciones mínimas (realizadas en un formato de algunos minutos o de varias sesiones) y que generalmente han sido realizadas en el ámbito sanitario con sujetos no dependientes, pero con comportamientos de riesgo o dañinos para su salud. Dichas intervenciones se proponen como realistas, adecuadas a las necesidades de las personas y de una relación efectividad-coste asumible por el sistema sanitario. A partir de los elementos básicos de la intervención breve, se establecen una serie de principios básicos que guían la práctica de la entrevista motivacional (Miller y Rollnick, 2003): 1. La expresión de empatía mediante la escucha reflexiva. El estilo empático consiste en comunicar respeto y aceptación hacia el sujeto y sus sentimientos, favorecer una relación colaboradora y no juzgadora, convertirse en un elemento de apoyo y fuente
  • 9. de conocimientos, implicarse sinceramente en el proceso de cambio del sujeto, escuchar más que contar, persuadir sutilmente (entendiendo que la decisión final del cambio corresponde al sujeto) y proporcionar apoyo a través de todo el proceso de cambio. 2. El desarrollo de discrepancias entre los objetivos y valores del sujeto y su comportamiento actual. La discrepancia puede subrayarse incrementando la conciencia del sujeto sobre las consecuencias negativas personales, familiares o sociales de su conducta problema y ayudándole a confrontarlas con el consumo de sustancias. Una vez que el sujeto entiende cómo estas consecuencias o potenciales consecuencias de su comportamiento actual están en contradicción con sus valores personales, se trata de amplificar y centrarse en esta discordancia hasta que el sujeto articula una preocupación consistente y un compromiso hacia el cambio. 3. La capacidad del clínico para ajustarse a la resistencia del sujeto más que enfrentarse directamente a ella. Desde este punto de vista, la resistencia, más que un rasgo propio de los sujetos, es una señal de que el sujeto ve la situación de forma diferente a nosotros y de que existe disonancia en la relación terapéutica. Esto requiere que el clínico entienda la perspectiva de la persona y proceda a partir de ahí. 4. Apoyar la autoeficacia y el optimismo. El fomento de la percepción de la persona como capaz de realizar los cambios va a ser un elemento fundamental para que el cambio se produzca. A menos de que la persona crea que el cambio es posible, la discrepancia percibida entre el deseo de cambiar y los sentimientos de desesperanza por no creerse capaz de realizarlo, provocará racionalizaciones y negaciones con el objeto de disminuir el malestar del sujeto. EL PROGRAMA SABER BEBER Partiendo de la experiencia acumulada en la ayuda al cambio de actitudes y estilos de vida disfuncionales en consumidores de alcohol y drogas, los autores proponen el diseño, desarrollo y evaluación de un programa de reducción de riesgos, breve y estructurado, dirigido a jóvenes en riesgo de sufrir daños relacionados con el consumo de alcohol. Atendiendo a los antecedentes, objetivos y filosofía descritos anteriormente, el programa se ha denominado “SABER BEBER” y pretende configurarse como una propuesta de programa que reúne tres características esenciales: 1) selectivo en cuanto a la población a la que va
  • 10. dirigido; 2) específico en cuanto a los contenidos de que se ocupa, y 3) orientado al cambio de los comportamientos y patrones de consumo que impliquen riesgos. El objetivo general del programa “SABER BEBER” es la facilitación del tránsito progresivo por los estadios de cambio de los patrones de consumo de alcohol (contemplación, preparación y acción) asociados a problemas biopsicosociales entre adolescentes y jóvenes que realizan consumos de riesgo. Los objetivos específicos son: 1) reducir la ingesta de alcohol hasta niveles de consumo no problemático; 2) reducir la implicación en conductas de riesgo, y 3) reducir la incidencia de consecuencias biopsicosociales negativas asociadas al consumo de alcohol. El programa se estructura en 8 sesiones, de una hora y media de duración. A lo largo de todas las sesiones del programa el monitor utiliza las diversas estrategias propuestas por la entrevista motivacional, adaptándolas tanto a las características de los sujetos como a los objetivos del mismo. En la primera sesión se produce la presentación de la experiencia a los sujetos participantes. Se trata fundamentalmente de generar una atmósfera del cambio adecuada. La estrategia motivacional predominante en esta sesión es la empatía mostrada por el monitor: escucha reflexiva, calidez y autenticidad. Esta sesión se considera clave para el posterior desarrollo de las sesiones puesto que se establecen las bases de relación con los sujetos para el trabajo posterior. Las trampas que deben evitarse en este momento son la trampa del experto, la trampa de las preguntas y respuestas y la de confrontación-negación (ver Miller y Rollnick, 2003 para un desarrollo más amplio de las diversas trampas en la comunicación durante la entrevista motivacional). En la segunda sesión se realiza la evaluación de los sujetos (evaluación PRE). Esta se lleva a cabo mediante un cuestionario diseñado por los autores: el Cuestionario Saber Beber. Consta de 106 ítems agrupados, entre otros, en los siguientes apartados: (1) características personales (edad, sexo, nivel educativo, antecedentes familiares de problemas con el alcohol y/u otras drogas, disposición hacia el cambio, edad de inicio en el consumo de alcohol y edad de la primera intoxicación con alcohol), (2) consumo de alcohol (consumo entre semana, lugar y compañía durante el consumo, consumo típico en viernes, sábado y domingo, sustancias consumidas alguna vez en la vida y sustancias consumidas en el último mes); (3) implicación en conductas de riesgo (un listado de 18 conductas de riesgo y en el que los sujetos han de valorar su implicación en las mismas en los últimos 30 días en una escala de “si/no”); y (4) daños o consecuencias negativas sufridas por los sujetos en el último mes y derivadas o asociadas a su consumo de alcohol (listado de 36 posibles consecuencias
  • 11. negativas asociadas al consumo y en el que los sujetos han de valorar su ocurrencia en el pasado mes con una escala de “si/no”). Este cuestionario es anónimo y se informa a los sujetos que sus respuestas serán tratadas de manera confidencial. Sin embargo, se le pide a los sujetos que pongan en el apartado correspondiente un código secreto (que ellos mismos han de inventar) y que servirá de identificativo a lo largo de las sesiones. La utilización del código responde, por una parte, a la necesidad de que el cuestionario sea confidencial y anónimo y, por otra, a la necesidad de contar con un elemento identificativo de los sujeto que permita la posterior devolución de información. La tercera y cuarta sesión se centra en la devolución de la información recogida mediante el Cuestionario Saber Beber. Este feedback de resultados tiene dos formatos: un feedback grupal y uno individual. El feedback grupal consiste en la devolución de información relativa al grupo: características del grupo en cuanto a número de sujetos, edad media, sexo, consumo de alcohol (dónde, con quién, cantidades medias y patrones de consumo), implicación media en conductas de riesgo (y proporción de sujetos que se implican en las mismas) y ocurrencia promedio de daños relacionados con el consumo de alcohol (y proporción de sujetos que han sufrido cada uno de los daños). La información relativa a consumo de alcohol (cantidades y patrones de consumo) se ofrece referida a datos normativos para que los sujetos puedan establecer comparaciones. Por su parte, el feedback individual contiene información personal del sujeto en relación a su consumo de alcohol, implicación en conductas de riesgo y número de consecuencias negativas sufridas. También se ofrecen datos normativos de comparación, bien con su grupo, bien con la población general, o ambos. Es importante señalar que la potencia y valor del feedback de resultados depende, en gran medida, de la manera en que este es presentado a los sujetos. Una actitud culpabilizadora, moralista o amenazadora provocará resistencia en los sujetos. Por tanto, el monitor debe cuidar al máximo este aspecto para que la información sea recibida por los sujetos de manera que pueda provocar debate y reflexión. El objetivo básico de la devolución de la información es aumentar el nivel de importancia que el cambio pueda tener para los sujetos. Un aspecto básico de la motivación es el de la importancia, entendida esta, como el valor subjetivo que una persona otorga a un determinado curso de acción (Miller y Rollnick, 1991, 2003; Rollnick, Masson y Butler, 1999). Cuanto más importante es para un sujeto un determinado curso particular de acción, con mayor probabilidad se implicará en el mismo. Para incrementar esta importancia percibida de un cambio utilizamos la devolución de información para promover discrepancias entre la conducta actual y los objetivos personales de disfrute,
  • 12. bienestar y gratificación. Por tanto, la forma en que esta información es presentada será de vital importancia de cara a obtener los resultados buscados. En este sentido, hemos constatado el enorme poder que puede llegar a tener este tipo de devolución de información siempre y cuando se utilice de forma adecuada. Una inadecuada utilización de este material puede llevar a actitudes de autodefensa y exceso de criticismo en los sujetos que entorpecerá el posterior desarrollo de las sesiones. Los procesos que se intentan potenciar en esta sesión son los de incremento de conciencia, reevaluación ambiental y autoreevaluación. Las trampas a evitar por parte del monitor son las seis descritas por Miller y Rollnick (2003): la trampa de las preguntas-respuestas, confrontación-negación, del experto, del etiquetado, foco prematuro y culpabilización. A lo largo de la quinta y sexta sesión se mantiene un debate sobre alternativas de consumo y maneras de implementarlas. Los sujetos elaboran un decálogo de estrategias, fundamentalmente conductuales, para reducir los riesgos y daños asociados al consumo de alcohol. Las estrategias que utiliza el monitor son las de empatía, consejo y menú de opciones. Es importante en estas fases evitar las trampas del experto y del foco prematuro. Es importante señalar que en ningún momento el monitor impone su contenido o sus consejos. Trata de que las distintas estrategias surjan de los propios sujetos. Por tanto, es en estas sesiones cuando se incluyen además (solo cuando es demandado por los propios sujetos), elementos informativos y formativos sobre el alcohol, sus efectos, etc. En la séptima y octava sesión se resuelven los posibles problemas aparecidos en la implementación de las estrategias en aquellos sujetos que han decidido hacer uso de ellas y se intenta analizar los motivos de los que no las han utilizado buscando aumentar su motivación hacia el cambio. Al final de la última sesión se realiza la evaluación post-test (evaluación POST) en las variables de consumo de alcohol, implicación en conductas de riesgo y daños ocurridos en relación al consumo. Además, también se incluyen una serie de cuestiones para que los sujetos valoren la intervención: nivel de satisfacción, nivel de adecuación de los contenidos tratados, valoración de la preparación del monitor, valoración de la relación entre los sujetos y el monitor y utilidad percibida del programa por los sujetos. En la tabla 1 se presenta, de manera resumida, los contenidos, estrategias motivacionales y metodología empleada en cada una de las sesiones que componen la intervención.
  • 13. Tabla 1. Estructura y sesiones del programa Sesión Contenidos Estrat. Metodología Motivac. 1 Presentación de la Empatía Debate “Jóvenes y Alcohol” experiencia 2 Evaluación Aplicación de cuestionarios 3 Análisis de los patrones de Feedback Exposición audiovisual de datos consumo del grupo grupales, informe individualizado y debate sobre los resultados 4 Análisis de expectativas de Feedback Exposición audiovisual de datos efectos, ocurrencia de grupales, informe individualizado consecuencias y percepción y debate sobre los resultados de riesgo 5 Construcción del concepto Responsabilidad Debate sobre el Saber Beber Saber Beber Menú de Generación de alternativas opciones 6 Díptico Resumen Consejo Discusión sobre el material Información objetiva sobre el Autoeficacia generado e informativo alcohol 7 Resolución de problemas Todas Análisis de casos Prevención de recaídas 8 Evaluación Aplicación de cuestionarios Debate sobre la experiencia Método Sujetos La muestra está formada por 333 sujetos pertenecientes a distintos recursos de educación no reglada (escuelas taller, casas de oficio y módulos de garantía social) de distintas
  • 14. localidades de la provincia de Málaga. La edad media de los sujetos es de 18,14 años. El 69,07% (n = 230) son hombres y el 30,93% restante (n = 103), mujeres. A partir de su consumo auto-informado de alcohol durante el fin de semana, se realiza la distribución de los sujetos en función de su patrón de consumo. Este patrón de consumo se obtiene a partir de los diferentes patrones establecidos por la Dirección General de Salud Pública del Ministerio de Sanidad (Observatorio Español sobre Drogas, 2001, p. 33). Estas categorías son las siguientes: abstinentes (0 gramos de alcohol puro), bebedores ligeros (entre 0,8 y 20 gramos de alcohol puro), bebedores moderados (entre 21 y 60 gramos para los hombres, y entre 21 y 40 gramos para las mujeres), bebedores altos (entre 61 y 80 gramos para los hombres, y entre 41 y 60 para las mujeres), bebedores excesivos (entre 81 y 120 gramos para los hombres, y entre 61 y 80 gramos para las mujeres) y bebedores en gran riesgo (más de 120 gramos para los hombres y más de 80 gramos para las mujeres). Estas tres últimas categorías (altos, excesivos y en gran riesgo) conforman una categoría general denominada “bebedor abusivo”. De las cantidades de alcohol ingeridas por el sujeto en los tres días del fin de semana, se selecciona para el cálculo de la categoría el día en que más alcohol consumió. Así, la distribución de los sujetos en los diferentes patrones de consumo es la siguiente: un 24,92% (n = 83) de los sujetos se declara abstinente; un 10,21% (n = 34) estaría realizando un consumo ligero de alcohol y un 18,92% (n = 63) realizaría un consumo moderado. El 45,95% restante (n = 153) informa realizar un consumo abusivo. Dado que la intervención se dirige fundamentalmente a sujetos consumidores de alcohol, los datos que a continuación se presentan se refieren a la muestra de sujetos que consumen alcohol, excluyendo, por tanto, a los sujetos abstinentes en la evaluación pre-test. Dicha muestra de sujetos consumidores de alcohol está formada por 250 sujetos, con una edad media de 18,26 años. El 69,60% (n = 174) son varones, y el 30,40% restante (n = 76), mujeres. Al inicio de la intervención, el 60% (n = 150) de los sujetos informa no tener ninguna intención de modificar sus actuales patrones de consumo (gráfico 1).
  • 15. Gráfico 1. Distribución de los sujetos en los diferentes estadios de cambio El total de la muestra realiza un consumo medio de alcohol de 46,64 gramos de alcohol puro durante los tres días del fin de semana, siendo el sábado el día en que más alcohol se consume (ver tabla 2). En función de su consumo auto-informado de alcohol y el sexo de los sujetos, estos se distribuyen de la siguiente manera en los diferentes patrones de consumo: un 13,60% (n = 34) afirman realizar un consumo ligero de alcohol, el 25,20% (n = 63) estarían realizando un consumo moderado, mientras que el 61,20% (n = 153) realizaría un consumo abusivo (un 14’80%, n = 37, entrarían en la categoría de “alto”, un 15,20%, n = 38, en la de “excesivo”, y un 31,20%, n = 78, en la de “gran riesgo”). En la variable “implicación en conductas de riesgo”, los sujetos consumidores de alcohol afirman haberse implicado en un 22,87% de las 18 conductas propuestas en los últimos 30 días, con un promedio de 4,12 conductas de riesgo por persona. Finalmente, y en relación a los daños sufridos por los sujetos durante el último mes, estos afirman haber sufrido, en promedio, el 20,90% de las 36 consecuencias propuestas en el cuestionario, con un promedio de 7,52 consecuencias negativas por persona. Unos daños son más frecuentes que otros. En este sentido, los daños que aparecen con más frecuencia son los relacionados directamente con la ingesta de alcohol (emborracharse, tener resacas, alteraciones del comportamiento bajo el efecto de la sustancia, etc.). Además, estas consecuencias negativas son las que suelen revestir menor gravedad. Aquellos daños cuya aparición es más a largo plazo o que son de mayor severidad (estar en coma, tener problemas con la policía o familiares, complicaciones orgánicas derivadas de un consumo abusivo, etc.) suelen presentar una incidencia más baja entre los jóvenes. En base a estos datos, podemos concluir que la muestra de consumidores de alcohol presenta unos elevados consumos del mismo, se han implicado, durante los últimos 30 días,
  • 16. en el 22,84% de las conductas de riesgo que se le planteaban y han sufrido en el último mes el 20,89% de las consecuencias negativas que se proponían en el cuestionario. Aunque el consumo promedio de alcohol de los sujetos puede calificarse de “abusivo”, también es cierto que los sujetos están experimentando relativamente pocos daños asociados a tal consumo. Una posible explicación a este fenómeno podría tener que ver con la corta historia de consumo (entre 4 y 5 años) de alcohol. Muchas de las consecuencias asociadas con el consumo de alcohol tienen que ver con consumos prolongados e intensivos durante un intervalo amplio de tiempo. El que los sujetos de la muestra sean jóvenes impide que muchas consecuencias se hayan desarrollado. Asimismo, otra razón por la que los sujetos experimentan pocos daños asociados puede encontrarse en su nivel de implicación en las conductas de riesgo. En este sentido, podemos considerar que esa implicación, en la muestra estudiada, es “media – baja”. En la tabla 2 se resumen los datos de los diferentes patrones de consumo en las variables de interés. Tabla 2. Puntuaciones obtenidas por los sujetos, agrupados en función de las categorías de consumo Lige Modera Alto Excesiv Gran Abusi Total ro do o Riesgo vo n 34 63 37 38 78 153 250 % del total de 13,6 14,8 25,20 15,20 31,20 61,20 100 consumidores 0 0 Edad media 18,3 18,7 18,10 17,87 18,29 18,31 18,26 2 8 Edad media de inicio 14,2 14,8 en el consumo de 14,14 14,24 13,45 13,97 14,05 7 1 alcohol Implicación promedio en conductas de riesgo 2,65 3,19 3,86 3,76 5,82 4,84 4,12 (rango: 0-18) Promedio de 4,97 6,49 7,70 6,42 9,92 8,52 7,52 consecuencias
  • 17. negativas (rango: 0- 36) Promedio gramos 19,4 6,18 21,59 41,05 90,77 61,18 43,72 alcohol en viernes 6 Promedio gramos 15,2 65,9 36,83 85,53 149,10 113,20 80,64 alcohol en sábado 9 5 Promedio gramos 10,5 2,06 6,35 15,53 31,28 22,35 15,56 alcohol en domingo 4 Promedio gramos en 31,9 7,84 21,59 47,37 90,38 65,58 46,64 fin de semana 8 RESULTADOS Ingesta de alcohol Al finalizar la intervención se observa un descenso significativo en el consumo medio de alcohol que realizan los sujetos en los tres días del fin de semana. De un consumo medio de 46,64 gramos durante el fin de semana en el pre-test, el consumo desciende a 33,57 gramos de alcohol puro en el post-test, siendo esta diferencia estadísticamente significativa (t = 0,0000, p<0,01) (gráfico 2). Pre Post !" # % !" & ' $ ! &! Gráfico 2. Consumo de alcohol en PRE y POST en función de los distintos patrones de consumo
  • 18. Por otra parte, estas reducciones en el consumo son más importantes en aquellos sujetos que informaban de mayores consumos en el pre-test. De esta manera, se observan diferencias significativas en los 3 grupos que conforman la categoría de consumo abusivo. Tabla 3. Ingesta de alcohol (en gramos de alcohol puro) realizado por las distintas categorías de consumo Patrón Viernes Sábado Domingo Pre Post Pre Post Pre Post Ligero 6,18 10,88 15,29 20,00 2,06 2,94 Moderado 21,59 20,00 36,83 38,57 6,35 4,13 Alto 19,46 19,19 65,95 50,00 * 10,54 5,41 Excesivo 41,05 27,89 * 85,53 58,95 ** 15,53 10,79 Gran Riesgo 90,77 56,79 ** 149,10 94,87 ** 31,28 22,82 Abusivo 61,18 40,52 ** 113,20 75,10 ** 22,35 15,62 * Total Muestra 43,72 31,32 ** 80,64 58,40 ** 15,56 11,00 * * p < 0,05 ** p < 0,01 Implicación en conductas de riesgo En la evaluación inicial, los sujetos informaron implicarse en un promedio de 4,11 conductas de riesgo (lo que representaba el 22,87% de las conductas propuestas en el cuestionario). En la evaluación post-test, los sujetos informan implicarse en un promedio de 2,90 conductas (el 16,09% de las planteadas). Estas diferencias son estadísticamente significativas (t = 0,0000; p<0,01). Las conductas en las que los sujetos se han implicado menos han sido las de beber a escondidas, llevar el coche o la moto habiendo bebido alcohol, tomar bebidas de poca calidad para gastar menos dinero, no utilizar los dispositivos de seguridad (cinturón o casco) y beber más de la cuenta porque los demás también lo hacían. Teniendo en cuenta los diferentes patrones de consumo se observa que los bebedores ligeros pasan de tener una puntuación promedio de 2,65 a 1,82 (t = 0,00520; p<0,01), los bebedores moderados de 3,17 a 2,00 (t = 0,00089; p<0,01), los bebedores altos de 3,86 a 2,43
  • 19. (t = 0,00060; p<0,01), los bebedores excesivos de 3,74 a 3,58, y los bebedores de gran riesgo de 5,81 a 3,97 (t = 0,00000; p<0,01. La categoría general de “bebedores abusivos” pasa de una puntuación promedio de 4,82 a una puntuación promedio de 3,50 (t = 0,00000, p<0,01). Las disminuciones en la implicación en conductas de riesgo han sido significativas en todos los patrones de consumo, excepto en el de los bebedores excesivos. Daños asociados al consumo de alcohol Al inicio de la intervención (evaluación PRE), los sujetos informan sufrir un promedio de 7,52 consecuencias negativas por su consumo de alcohol (lo que representa un 20,89% de las planteadas en el cuestionario). En la evaluación POST, los sujetos informan de un promedio de 4,92 consecuencias negativas (lo que representa el 13,68% de las planteadas). Esta reducción es significativa estadísticamente (t = 0,00000, p<0,01). Analizando pormenorizadamente las consecuencias negativas que han sufrido un mayor descenso en su ocurrencia, se observa que estas son las de “he tenido resacas”, “cuando bebo, soy más irresponsable”, “he vomitado por haber bebido”, “me he emborrachado”, “en alguna ocasión, después de haber bebido demasiado, no he podido recordar cosas de la noche anterior”, “cuando he bebido, he dicho o he hecho cosas que no debería” y “me he sentido mal conmigo mismo/a por haber bebido”. En función de las diferentes categorías de consumo, se observa que los bebedores ligeros pasan de un promedio de 4,97 a un promedio de 1,82 (t = 0,00034; p<0,01). Los bebedores moderados pasan de sufrir como promedio 6,49 consecuencias a sufrir un promedio de 3,90 (t = 0,00048; p<0,01). Los bebedores abusivos pasan de un promedio de 8,52 a un promedio de 5,92 (t = 0,0000; p<0,01): los altos, de 7,70 a 4,54 (t = 0,00033; p<0,01), los excesivos, de 6,42 a 5,79, y los bebedores de gran riesgo, de 9,92 a 6,63 (t = 0,00004; p<0,01). De nuevo, estas diferencias son estadísticamente significativas en todos los patrones de consumo, excepto en el grupo de los bebedores excesivos. Evaluación de la intervención por los propios sujetos Con objeto de disponer de datos cualitativos sobre la evaluación que los propios sujetos hacen de la intervención, se incluye en la evaluación final la recogida de datos en cinco variables: satisfacción, adecuación de los contenidos, preparación del monitor, relación sujetos-monitor y utilidad de la intervención, en las que los sujetos debían otorgar una puntuación entre 0 y 10 a cada variable. Las puntuaciones otorgadas por los sujetos en cada variable (Gráfico 3) oscilan entre 7,65 en el indicador “satisfacción” y 8,44 en el indicador “preparación del monitor”.
  • 20. ( !) & + $ !, & !- . * ! " Gráfico 3. Valoración del programa por parte de los sujetos Finalmente, también se les hacía la siguiente pregunta a los sujetos: “Después de estas sesiones, ¿sabes beber?” con objeto de obtener una puntuación acerca del resultado percibido por los sujetos de la aplicación de la intervención. El 68,40% de los sujetos respondía que sí sabe beber, ningún sujeto indica que no sabe beber y un 27,60% concluye que no lo tiene claro. CONCLUSIONES En el presente trabajo, se ofrecen los fundamentos filosóficos, teóricos y metodológicos de un programa de intervención con sujetos consumidores de alcohol con objeto de (1) disminuir su ingesta de alcohol hacia niveles de consumo no problemático, (2) disminuir su implicación en conductas de riesgo, esto es, conductas que aumentan la probabilidad de que ocurra un daño o de que este tenga una mayor intensidad, y (3) disminuir, en última instancia, el número de consecuencias negativas que los sujetos experimentan al consumir alcohol. Aunque la abstinencia sea un objetivo válido, es cierto que en determinadas poblaciones y circunstancias este objetivo ha de considerarse junto a otros como son el de las reducciones en la ingesta o la modificación de comportamientos de riesgo, sobre todo en aquellos sujetos que han decidido mantener su consumo. Por tanto, la presente intervención no se dirige específicamente hacia la abstinencia sino hacia la reducción en las cantidades ingeridas (que, en determinados casos, podrá llegar a la abstinencia) como una estrategia que permitirá reducir las probabilidades de experimentar consecuencias negativas. Asimismo, también se consideran en esta intervención la modificación de conductas no directamente relacionadas con la ingesta pero que también aumentan la probabilidad de sufrir daños. Para estos objetivos, hemos adoptado como base teórica explicativa del cambio de conducta al modelo transteórico de Prochaska y
  • 21. DiClemente, y como base metodológica sobre la que asentar la intervención la entrevista motivacional de Miller y Rollnick. Tras las ocho sesiones de las que se compone la intervención, los sujetos informan haber reducido las cantidades de alcohol consumidas en el fin de semana. Así, de un consumo promedio total de 139,22 gramos de alcohol puro en los tres días del fin de semana en la evaluación al inicio de la intervención, se pasa a un consumo promedio total de 100,72 gramos. Sin embargo, esta disminución en el consumo no se manifiesta por igual en los diferentes patrones de consumo. Así, los que más han reducido su ingesta de alcohol han sido los bebedores en gran riesgo, que pasan de un consumo promedio total de 271,15 gramos de alcohol, a un consumo promedio total de 174,49 gramos en los tres días de fin de semana. En general, los bebedores abusivos son los que más han disminuido su consumo, comparados con los bebedores ligeros y moderados. Estos apenas habrían modificado su ingesta de alcohol, lo cual es coherente con la idea de que ciertos consumos son menos arriesgados que otros y no sería necesaria su modificación. Por otra parte, los sujetos también han realizado modificaciones en determinadas conductas de riesgo. Así, de implicarse en el 22,84% de las conductas planteadas en el cuestionario en la evaluación inicial pasan a implicarse en el 16,09% de las mismas. De un promedio de 4,11 en la evaluación inicial, se pasa a un promedio de 2,90 en la evaluación final. Las conductas en las que se ha registrado un mayor descenso en el número de sujetos que se implicaron en las mismas han sido “beber a escondidas”, “llevar el coche o la moto habiendo bebido alcohol”, “tomar bebidas de poca calidad para gastar menos dinero”, “habiendo bebido no me he puesto el casco en la moto o el cinturón de seguridad en el coche” y “he bebido más de la cuenta porque los demás también lo hacían”. El programa también ha logrado modificar la ocurrencia de consecuencias negativas entre los sujetos consumidores de alcohol. De este modo, de experimentar el 20,90% de las consecuencias negativas propuestas en el cuestionario, los sujetos han experimentado el 13,68% de las mismas al finalizar la intervención. De un promedio de 7,52 consecuencias negativas se pasa a un promedio de 4,92. Aquellos daños que han disminuido su ocurrencia han sido “he tenido resacas”, “cuando bebo, soy más irresponsable”, “he vomitado por haber bebido”, “me he emborrachado”, “en alguna ocasión, después de haber bebido demasiado, no he podido recordar cosas de la noche anterior”, “cuando he bebido, he dicho o he hecho cosas que no debería” y “me he sentido mal conmigo mismo/a por haber bebido”. El hecho de que la intervención se centre en aquellas consecuencias negativas que los sujetos están experimentando actualmente parece dar mejor resultado que el centrarse en daños que los
  • 22. sujetos aún no han experimentado y que pueden aparecer a más largo plazo. Esto es importante a la hora de planificar estrategias de intervención en sujetos jóvenes consumidores de alcohol. La adopción de un enfoque dirigido a la reducción de los riesgos y los daños en sujetos que actualmente se encuentran consumiendo, respetando las decisiones individuales sobre el consumo o no consumo y la libertad del individuo para autogestionar sus propias gratificaciones y sus propios riesgos, ofrece varias ventajas frente a enfoques dirigidos a la promoción de la abstinencia. En primer lugar, permite un acercamiento no impositivo y no juzgador a los consumidores, evitando resistencias y, por tanto, no generando barreras para que el cambio tenga lugar. Muchos sujetos están acostumbrados a que las intervenciones sobre consumo de alcohol vayan dirigidas a la promoción de la abstinencia, a que únicamente se señalen las consecuencias negativas del consumo y se les inste a eliminarlas cesando el mismo. El poder debatir con tranquilidad aspectos relativos al consumo sin temor a ser reprendidos por ello, a discutir sobre aspectos positivos y negativos del mismo y buscar fórmulas que permitan una autogestión ordenada y racional tanto de los beneficios percibidos como de los riesgos percibidos y objetivos es fundamental para que los sujetos encuentren un clima cómodo y libre para realizar el cambio. Aunque las estrategias de reducción de daños no tienen por qué implicar necesariamente una reducción en los niveles de alcohol ingerido, los sujetos de la muestra han optado mayoritariamente por disminuir la cantidad de alcohol que consumen los días de fin de semana. De hecho, las principales consecuencias negativas que se han reducido tienen que ver directamente con la cantidad de alcohol ingerida (tener resacas, emborracharse, pérdida de control, etc.). Las reducciones en el consumo son una opción más entre varias, todas ellas dirigidas a disminuir la probabilidad de ocurrencia de consecuencias negativas. Puede darse el caso, según lo anterior, de sujetos que decidan mantener sus niveles de consumo y, paralelamente, reducir riesgos específicos o realizar modificaciones en sus conductas que afecten a otras áreas distintas a la mera ingesta de alcohol. En segundo lugar, el trabajar al ritmo de los sujetos y no intentar que estos se ajusten a una programación rígida e inamovible permite adaptar la intervención y acompañar a los sujetos en el proceso de cambio de sus conductas. El suponer que los sujetos van a estar dispuestos a modificar sus conductas de consumo de alcohol puede llevar a que los contenidos abordados no tengan el efecto esperado. Sin embargo, ajustar la intervención a la propia disposición de los sujetos disminuirá sus resistencias al cambio y, por tanto, hará que este sea más probable.
  • 23. En este sentido, la entrevista motivacional se presenta como una estrategia eficaz a la hora de promover cambios en el consumo de alcohol en la muestra en la que se ha intervenido. De especial relevancia nos parece el que el monitor muestre una serie de habilidades que permitan el logro de los objetivos planteados. Este hecho no sólo resulta fundamental de cara a aumentar el grado de motivación de los sujetos, sino que también logra modificar la imagen que los sujetos usualmente tienen del profesional de las drogodependencias. De todo ello se deriva la especial importancia de contar con un marco teórico y metodológico que sustente las intervenciones. Según un reciente informe del Colegio Oficial de Psicólogos (Colegio Oficial de Psicólogos, 2003), es frecuente encontrar, en el marco de las actuaciones preventivas en materia de drogas, con programas débilmente sustentados o carentes por completo de un marco teórico Consideramos que, para favorecer el rigor metodológico, deberían tenerse en cuenta ciertos aspectos que no siempre pueden llevarse a término (existencia de un grupo control de comparación, asignación aleatoria de los sujetos a las condiciones experimentales, etc.). El origen de la intervención que aquí se presenta estuvo en la demanda de la dirección de una escuela taller preocupada por el consumo de alcohol que realizaban los alumnos. Aunque la demanda original fue impartir unas charlas sobre alcohol, se propuso el diseño e implementación de un programa que no solo utilizara elementos informativos, sino que también incluyera elementos motivadores del cambio de conducta. A raíz de estas intervenciones han sido varios los Ayuntamientos y escuelas taller los que han seguido solicitando la aplicación del programa en sus localidades. Estas circunstancias prácticas dificultan el disponer de grupos de control que aseguren un mayor rigor metodológico. Por otra parte, la duración limitada de las escuelas taller (dos años) y el hecho de que muchos de los grupos se han llevado a cabo en el segundo año de permanencia en la escuela, ha hecho imposible que se pudiera realizar un adecuado seguimiento de los sujetos para comprobar que los resultados obtenidos se mantienen en el tiempo. Sin embargo, creemos que la adecuada evaluación de la efectividad de la intervención aquí presentada debería incluir esos dos aspectos mencionados. Finalmente, destacar que es posible actuar con los sujetos “donde ellos están”. Esto resulta fácil para los programas de prevención primaria a nivel escolar. Sin embargo, a partir de ciertas edades resulta más difícil poder reunir a los sujetos. Además, suelen ser sujetos que, de otra forma, no tendrían ningún contacto con recursos especializados. Con esta intervención, llegamos a estos sujetos para que modifiquen sus conductas sin que tengan que alcanzar un nivel de daño suficiente como para buscar por sí mismos, o mediante otros, ayuda especializada.
  • 24. BIBLIOGRAFÍA Becoña, E. (1999). Bases teóricas que sustentan los programas de prevención de drogas. Madrid: Servicio de Publicaciones del Plan Nacional sobre Drogas. Brehm, J. (1966). A theory of psychological reactance. New York: Academic Press. Calafat, A., y Amengual, M. (1999). Educación sobre el alcohol. Madrid: Servicio de Publicaciones del Plan Nacional sobre Drogas. Colegio Oficial de Psicólogos (2003). Manual práctico sobre el uso de la información en programas de prevención del abuso de alcohol en jóvenes. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos. DiClemente, C. C.; Fairhurst, S. K. ; Velasquez, M. M. ; Prochaska, J. O. ; Velicer, W. F., y Rossi, J. S. (1991). The process of smoking cessation : an analysis of precontemplation, contemplation, and preparation stages of change. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 59, 295-304. EDIS (2001). Los Andaluces ante las Drogas VII. Sevilla: Comisionado para la Droga. Junta de Andalucía. Heather, N.; Wodak, A.; Nadelmann, E., y O’Hare, P. (eds.) (1993). Psychactive drugs and harm reduction: from faith to science. Londres: Whurr. MacCoun, R. J. (1998). Toward a psychology of harm reduction. American Psychologist, 53, 11, 1199-1208. Marlatt, G. A. (1998). Harm reduction: pragmatic strategies for managing high-risk behaviors. Nueva York: The Guildford Press. Miller, W. R. (1999). Enhancing motivation for change in substance abuse treatment. Treatment Improvement Protocol (TIP) Series, Número 35, DHHS Pub. No. (SMA) 99- 3354. Washington, DC: U.S. Government Printing Office. Miller, W. R., y Rollnick, S. (eds) (1991). Motivational Interviewing: preparing people to change addictive behavior. Nueva York: Guilford Press (Traducción española: Entrevista motivacional. 1999. Ed. Paidós). Miller, W. R., y Rollnick, S. (eds) (2003). Motivational Interviewing: preparing people to change addictive behavior (2ª edición). Nueva York: Guildford Press. Newcombe, R. (1995). La reducción de los daños relacionados con las drogas: un marco conceptual para la teoría, la práctica y la investigación. En P. A. O’Hare, R. Newcombe, A. Mathews, E. C. Burning y E. Drucker (eds.), La reducción de los daños relacionados con las drogas. Barcelona: Grup Igia. Norcross, J. C.; Prochaska, J. O., y Hambrecht, M. (1985). Levels of Attribution and Change (LAC) Scale: development and measurement. Cognitive Therapy and Research, 9, 631- 649. Norcross, J. C.; Prochaska, J. O.; Guadagnoli, E., y DiClemente, C. C. (1984). Factor structure of the Levels of Attribution and Change (LAC) Scale in samples of psychotherapists and smokers. Journal of Clinical Psychology, 40, 519-528. Observatorio Español sobre Drogas (2000). Informe nº 3. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas. Ministerio del Interior. Organización Mundial de la Salud (2000). International guide for monitoring alcohol consumption and related harm. Ginebra: Organización Mundial de la Salud.
  • 25. Perz, C. A.; DiClemente, C. C., y Carbonari, J. P. (1996). Doing the right thing at the right time? The interaction of stages and processes of change in successful smoking cessation. Health Psychology, 15, 462-468. Plan Nacional sobre Drogas (2002). Informe nº 5 del Observatorio Español sobre Drogas. Madrid: Servicio de Publicaciones del Plan Nacional sobre Drogas. Prochaska, J. O. (1984). Systems of Psychotherapy: a transtheoretical analysis (2ª ed.). Homewood, Illinois: Dorsey Press. Prochaska, J. O. (1994). Strong and weak principles for progressing from precontemplation to action on the base of twelve problem behaviors. Health Psychology, 13, 1-5. Prochaska, J. O., y DiClemente, C. C. (1983). Stages and processes of self-change: toward an integrative model of change. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 51, 390-395. Prochaska, J. O., y DiClemente, C. C. (1984). The transtheoretical approach: crossing traditional boundaries of therapy. Homewood, IL: Dow Jones/Irwin. Prochaska, J. O., y DiClemente, C. C. (1986). Toward a comprehensive model of change. En W. R. Miller y N. Heather (eds.), Treating addictive behaviors: processes of change (pp. 3- 27). Nueva York: Plenum Press. Prochaska, J. O., y DiClemente, C. C. (1992). Stages of change in the modification of problem behaviors. En M. Hersen, R. M. Eisler y P. M. Miller (eds), Progress in behavior modification (pp. 184-214). Sycamore, IL: Sycamore Press. Prochaska, J. O., y Prochaska, J. M. (1993). Modelo transteórico de cambio de conductas adictivas. En Casas y M. Gossop (eds.), Recaída y prevención de recaídas. Tratamientos psicológicos en drogodependencias. Barcelona: Ediciones de Neurociencias. Prochaska, J. O.; DiClemente, C. C., y Norcross, J. C. (1992). In search of how people change : applications to addictive behaviors. American Psychologist, 47, 9, 1102-1114. Prochaska, J. O.; Velicer, W. F.; DiClemente, C. C., y Fava, J. (1988). Measuring processes of change: application to cessation for smoking. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 56, 520-528. Prochaska, J. O.; Velicer, W. F.; Guadagnoli, E.; Rossi, J. S., y DiClemente, C. C. (1991). Patterns of change : dynamic typology applied to smoking cessation. Multivariate Behavioral Research, 26, 83-107. Prochaska, J. O.; Velicer, W. F.; Rossi, J. S.; Goldstein, M. G.; Marcus, B. H.; Rakowski, W.; Fiore, C.; Harlow, L.; Redding, C. A.; Ronsenbloom, D., y Rossi, S. R. (1994). Stages of change and decisional balance for twelve problem behaviors. Health Psychology, 13, 39- 46. Vidal, C.; de la Torre, J. M.; Ruiz, J., y Díaz, J. (2001). Análisis descriptivo del programa “saber beber”: patrones de consumo y disposición hacia el cambio en sujetos consumidores y no consumidores de alcohol. Comunicación presentada en las VI Jornadas de Prevención de Drogodependencias. Madrid, Alcorcón, Junio. Vidal, C.; de la Torre, J. M.; Ruiz, J.; Galán, A.; Marín, C., y Díaz, J. (2000). Análisis descriptivo de consecuencias, riesgos y efectos del consumo de alcohol en una escuela taller. Póster presentado en las V Jornadas de Prevención de Drogodependencias. Madrid, Alcorcón, Junio.