COMPENDIO DE
ALGUNAS
LEYENDAS DE LA
CIUDAD DE
GUAYAQUIL.
Relatos de nuestra gente que
muestran nuestra riqueza
folclórica.


28/06/2012
Cuentos, Leyendas y más…
Por: Ronald Campoverde.
LEYENDAS DE GUAYAQUIL
Tomadas del libro “CERRO SANTA ANA: ENTRE EL RÍO Y LAS ESTRELLAS”.

AUTOR: ARTURO VERGARA.




M     ás arribita del cerro Santa Ana había un naranjo hermoso, que cargaba
      naranjas, como no se imagina. Lo que pasa es que había encantamiento, porque
la gente subía, comía naranjas, todas las que quisiera y nunca podía sacar ni una
para llevársela. Una vez un hombre dijo que eran puras tonterías, y subió desde
temprano. Saca y saca, saca y saca naranjas hasta que llenó un canasto, y quiso
salir de ahí para bajar el cerro. No pudo. Dio vueltas y vueltas, hasta el atardecer
y no encontró el camino, no pudo llevar ni una sola naranja.




O
        tro caso era el del árbol de pechiche donde vivía el diablo, pero ya lo han
        tumbado. Eso era por el lado del Galeón. Un día un borrachito pasó cerca y
        lo desafió, ¡que sí, que hijo de tal, que pelea conmigo, que yo no te tengo
miedo! Se levantó un vientísimo, que empezó remecer todo el árbol. Ahí el
pechiche, con una rama llena de espinas, le empezó a dar golpes al borracho y nadie
se acercó para ayudarlo. Al otro día el hombre amaneció medio desmayado, a los
pies del árbol.


                                JIJIJIJI
De ver nunca he visto, pero mi abuelo y mi mamá conversaban.


   C   uando mi tío era soltero, vivía en esa casa de madera, al frente, y le pasaban
       cosas por curioso. Dicen que estaba asomado en el balconcito como a las
   tres de la mañana y oía un rezo, que subía, que subía, y salió a ver el rezo.
   Pasaba una procesión, de gente con velo, la cara tapada con mantillas, con
   muchas velas en las manos. Y pasaban y pasaban y pasaban. Uno de la procesión
   se acercó al balcón que, no era muy alto, y le entregó una vela a mi tío. A él le
   dio como un retintín, como un escalofrío y se metió, con la vela encendida, a su
   cuarto. Cuando la estaba acomodando en el velador, en vez de vela, lo que tenía
   en la mano era un hueso de muerto. ¡Ay, mamita!
   Claro a mi tío siempre le pasaban cosas raras, pero yo pienso que era por
   bebedor.

   La otra, es que aquí en la esquina, en casa de los Valverde, había un árbol muy
   grande, y mi tío había visto, a las doce de la noche, una gallina con pollos que lo
   seguía. A él le dio mucho miedo, pero pudo ver que la gallina y los pollos
   regresaron y se metieron al árbol y desaparecieron. El caso es que por ahí no
   había gallinas ni para remedio.
   Pero le digo, yo nunca he visto. Esas cosas le pasaban a tío.




F  avio me contó este cuento, cerca del faro, donde han ocurrido la mayoría de los
   hechos extraordinarios del cerro. Me aseguró que esta es la pura y santa
verdad, y que si desconfío, pregunte no más, porque de esto no hace muchos años y
la gente se acuerda del suceso.

Vivía aquí una mujer, con sus hijos y un marido viejo. Trabajaba, trabajaba lavando
ropa, y los muchachos, unos cargaban paquetes en el cerro, otros andaban por el
centro.

Una noche, de esas noches de invierno, cuando el calor y la humedad no dejan
dormir hasta muy tarde, la mujer mirando por la ventana al pedacito de patio que
daba contra el cerro, vio una visión que bajó del Fortín, y se perdió unos pasos más




                                         3
allá, como si se la hubiera tragado la tierra. Cuando se le pasó el susto, la mujer
tomó un candil y se fue a ver que era eso. Con una varilla fue tanteando el terreno,
hasta que dio con un pedazo blando, donde la varilla se hundió casi toda. Sin
contarle a nadie lo que pasaba, volvió a la cocina por un machete y empezó cavar.
Como el terreno es bien duro, casi pura piedra, la primera noche hizo un poco, la
segundo otro poco y la tercera noche trabajó hasta el amanecer y ahí fue que
encontró un cántaro con monedas de oro.



-   Pero dígame, ¿dónde puede tapar algo usté’ en este cerro, si la gente está
    detrás de la ventana mirando lo que pasa y lo que no pasa, y cuando no pasa lo
    inventa?,- preguntó Favio.- Ya todos sabían.
    Entonces un vecino, de esos que han salido del Santa Ana a rodar por el mundo,
    embarcados, y que con los años casi siempre regresan, le dijo a esa mujer:

-   Ya que se lo encontró, ya que era para usté’, gástelo en cosas de bien, porque
    donde lo gaste en cosas de mal, será su desgracia.


    Dicho y hecho.

    La mujer no entendió la advertencia y se puso como loca. Primero hizo una
    fiesta que duró tres días. En la fiesta conoció a un hombre que la enamoró y sin
    mucha ceremonia se deshizo del marido viejo. La juerga en esa casa empezó a
    ser continua. Las peleas entre ella y sus hijos, un asunto de todos los días.
    Hasta que empezaron a ocurrir las desgracias. La mujer adquirió el extraño don
    de maldecir y que sus maldiciones se hicieran realidad. Con la cabeza nublada
    por la bebida y la parranda, la mujer comenzó a maldecir a todo el que se
    opusiera a sus excesos, entre ellos a sus hijos. Y uno a uno, después de sus
    maldiciones, los hijos fueron muriendo, en accidentes. De siete, le quedaron
    dos. Vino la ruina y el crujir de dientes.

    Y esos se salvaron porque se le acabó el oro y volvió de nuevo a la pobreza.
    Perdió la chaveta esa pobre mujer, medio bruja, abollada y con la cabeza gacha,
    se fue del cerro. Ahí tiene usté’, mi amigo, lo que puede hacer el oro.




                                           4

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  • 2. LEYENDAS DE GUAYAQUIL Tomadas del libro “CERRO SANTA ANA: ENTRE EL RÍO Y LAS ESTRELLAS”. AUTOR: ARTURO VERGARA. M ás arribita del cerro Santa Ana había un naranjo hermoso, que cargaba naranjas, como no se imagina. Lo que pasa es que había encantamiento, porque la gente subía, comía naranjas, todas las que quisiera y nunca podía sacar ni una para llevársela. Una vez un hombre dijo que eran puras tonterías, y subió desde temprano. Saca y saca, saca y saca naranjas hasta que llenó un canasto, y quiso salir de ahí para bajar el cerro. No pudo. Dio vueltas y vueltas, hasta el atardecer y no encontró el camino, no pudo llevar ni una sola naranja. O tro caso era el del árbol de pechiche donde vivía el diablo, pero ya lo han tumbado. Eso era por el lado del Galeón. Un día un borrachito pasó cerca y lo desafió, ¡que sí, que hijo de tal, que pelea conmigo, que yo no te tengo miedo! Se levantó un vientísimo, que empezó remecer todo el árbol. Ahí el pechiche, con una rama llena de espinas, le empezó a dar golpes al borracho y nadie se acercó para ayudarlo. Al otro día el hombre amaneció medio desmayado, a los pies del árbol. JIJIJIJI
  • 3. De ver nunca he visto, pero mi abuelo y mi mamá conversaban. C uando mi tío era soltero, vivía en esa casa de madera, al frente, y le pasaban cosas por curioso. Dicen que estaba asomado en el balconcito como a las tres de la mañana y oía un rezo, que subía, que subía, y salió a ver el rezo. Pasaba una procesión, de gente con velo, la cara tapada con mantillas, con muchas velas en las manos. Y pasaban y pasaban y pasaban. Uno de la procesión se acercó al balcón que, no era muy alto, y le entregó una vela a mi tío. A él le dio como un retintín, como un escalofrío y se metió, con la vela encendida, a su cuarto. Cuando la estaba acomodando en el velador, en vez de vela, lo que tenía en la mano era un hueso de muerto. ¡Ay, mamita! Claro a mi tío siempre le pasaban cosas raras, pero yo pienso que era por bebedor. La otra, es que aquí en la esquina, en casa de los Valverde, había un árbol muy grande, y mi tío había visto, a las doce de la noche, una gallina con pollos que lo seguía. A él le dio mucho miedo, pero pudo ver que la gallina y los pollos regresaron y se metieron al árbol y desaparecieron. El caso es que por ahí no había gallinas ni para remedio. Pero le digo, yo nunca he visto. Esas cosas le pasaban a tío. F avio me contó este cuento, cerca del faro, donde han ocurrido la mayoría de los hechos extraordinarios del cerro. Me aseguró que esta es la pura y santa verdad, y que si desconfío, pregunte no más, porque de esto no hace muchos años y la gente se acuerda del suceso. Vivía aquí una mujer, con sus hijos y un marido viejo. Trabajaba, trabajaba lavando ropa, y los muchachos, unos cargaban paquetes en el cerro, otros andaban por el centro. Una noche, de esas noches de invierno, cuando el calor y la humedad no dejan dormir hasta muy tarde, la mujer mirando por la ventana al pedacito de patio que daba contra el cerro, vio una visión que bajó del Fortín, y se perdió unos pasos más 3
  • 4. allá, como si se la hubiera tragado la tierra. Cuando se le pasó el susto, la mujer tomó un candil y se fue a ver que era eso. Con una varilla fue tanteando el terreno, hasta que dio con un pedazo blando, donde la varilla se hundió casi toda. Sin contarle a nadie lo que pasaba, volvió a la cocina por un machete y empezó cavar. Como el terreno es bien duro, casi pura piedra, la primera noche hizo un poco, la segundo otro poco y la tercera noche trabajó hasta el amanecer y ahí fue que encontró un cántaro con monedas de oro. - Pero dígame, ¿dónde puede tapar algo usté’ en este cerro, si la gente está detrás de la ventana mirando lo que pasa y lo que no pasa, y cuando no pasa lo inventa?,- preguntó Favio.- Ya todos sabían. Entonces un vecino, de esos que han salido del Santa Ana a rodar por el mundo, embarcados, y que con los años casi siempre regresan, le dijo a esa mujer: - Ya que se lo encontró, ya que era para usté’, gástelo en cosas de bien, porque donde lo gaste en cosas de mal, será su desgracia. Dicho y hecho. La mujer no entendió la advertencia y se puso como loca. Primero hizo una fiesta que duró tres días. En la fiesta conoció a un hombre que la enamoró y sin mucha ceremonia se deshizo del marido viejo. La juerga en esa casa empezó a ser continua. Las peleas entre ella y sus hijos, un asunto de todos los días. Hasta que empezaron a ocurrir las desgracias. La mujer adquirió el extraño don de maldecir y que sus maldiciones se hicieran realidad. Con la cabeza nublada por la bebida y la parranda, la mujer comenzó a maldecir a todo el que se opusiera a sus excesos, entre ellos a sus hijos. Y uno a uno, después de sus maldiciones, los hijos fueron muriendo, en accidentes. De siete, le quedaron dos. Vino la ruina y el crujir de dientes. Y esos se salvaron porque se le acabó el oro y volvió de nuevo a la pobreza. Perdió la chaveta esa pobre mujer, medio bruja, abollada y con la cabeza gacha, se fue del cerro. Ahí tiene usté’, mi amigo, lo que puede hacer el oro. 4