El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado de las riquezas y el poder del prójimo, nacido de la envidia y la codicia. La envidia es un pecado capital que causa odio y tristeza. Los cristianos deben combatirla mediante la caridad, humildad y abandono en Dios. El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos, pues "bienaventurados los pobres de corazón".