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EL TERRAPLÉN Luis Tamargo.
Lo dejé caer casi sin pensar,  de improviso:  – En el terraplén pasan cosas...   Se lo había oído repetir a mi madre, hasta la saciedad, así que no pude evitar que se me escapara, como por una inercia descontrolada, cuando la conversación dentro del corrillo de los muchachos adquirió tintes misteriosos. Claro que omití el matiz intencionado que mi madre le imprimía, amenazante, para que no anduviera lejos y regresase pronto a casa. Para los muchachos, jugar en el terraplén, hasta caída la tarde, representaba una aventura, además de un desafío a los mayores. El terraplén era el único espacio verde disponible, que conocíamos entre todo aquel laberinto de travesías y callejuelas, en plena ciudad. Allí podíamos corretear, a nuestras anchas, sin aparente peligro.
Esta vez, tan osada  aseveración consiguió  atraer todas las miradas hacia mí. Era la primera vez que esto me ocurría, cuando en las tardes de verano, ya cansados de pelear y de dar patadas al balón, los muchachos nos sentábamos en corro a contar historias, a cual más tenebrosa... Sin embargo, entrada ya la noche, los padres nos reclamaron y el interés despertado hubo de posponerse para otra próxima velada. Más próxima de lo que habríamos podido imaginar, ya que a la mañana siguiente, cuando aún el día no había acabado de despuntar, la calle entera despertó con los gritos desgarrados provenientes del terraplén... – ¿Qué pasa, mamá? – Nada, hijo. Anda, desayuna...
No fue hasta el mediodía,  en la mesa, a la  hora de comer, cuando mi madre refirió lo acontecido; para entonces ya había podido hacerse con los pormenores del suceso. La señora Gracia había encontrado el cuerpo apuñalado de su marido, un policía ya jubilado, en las inmediaciones del terraplén, con el cuchillo aún clavado en la ingle. El caso apuntaba escabrosos detalles, pues encontraron el cadáver desnudo de cintura para abajo. En aquella ocasión, la prohibición de jugar en el terraplén se prolongó por un largo período, que los muchachos distrajimos en tardes de fútbol y, sobre todo, en especial dedicación a las primeras chicas que aparecían en el barrio, una vez acabado el nuevo edificio que amplió el vecindario.
Eran los últimos tiempos del  terraplén... En aquel  empinado e irregular montículo de hierba, habían transcurrido batallas al más puro estilo romano, con flechazos y disparos, a caballo de una enfebrecida imaginación infantil; aquellos jinetes sobre monturas invisibles recorrían valles y cañadas, selvas y escarpadas montañas, parapetados en las dunas o entre la maleza, al acecho de un enemigo distraído... Un viejo árbol seco, al borde del terraplén, servía de campamento, punto de reunión y marcaba, también, el límite con el mundo de la calle asfaltada, los coches y los mayores. Enfrente, un enorme chalet levantaba sus fantasmagóricos tejadillos por encima de nuestras calenturientas cabezas, tan sólo ocupadas en los juegos. Desde el árbol, se podía contemplar la huerta y el pequeño corral de gallinas y patos, y las jaulas que custodiaban a los perros de caza. El dueño, un barbudo de aspecto huraño, siempre parecía estar ocupado en múltiples quehaceres y, aunque nunca dijo palabra, no ocultaba su desagrado por la presencia cercana de los chicos con un gesto hosco de pocos amigos.
A pesar del escaso tránsito, se  mostraba también  díscolo y molesto a causa de las escalerillas estrechas de uso público, entre la casa y el terraplén, que comunicaban con la calle de arriba. Precisamente, por cerrar este paso para convertirlo en privado, tuvo varios altercados con la autoridad local y una afamada aureola de "loco obstinado" entre el resto de vecinos. Los muchachos, de hecho, rehuíamos su presencia, y abandonábamos el juego en torno al árbol colindante cuando el terco gruñón aparecía.  Ya casi nos habíamos olvidado de la prohibición, pero también del terraplén, a costa de tanta novedad y muchachas bonitas. Incluso, los juegos se transformaron de la ruda pelea al leve escarceo con las niñas, que obligaba a compartir cuerda o pita. Entre nosotros surgieron disputas, donde antes hubo amistad y, entre risas y engaños, nacieron las primeras parejas.
Sin embargo, no me disgustó  demasiado el cambio , pues si mis historias de terror  no lograban cautivar  a los amigos de siempre, algún otro encanto personal me proporcionaba las primeras satisfacciones entre las nuevas chicas, que sí se mostraban interesadas y cuyo modo de manifestarlo resultaba mucho más atractivo. Tal vez se trataba de un camino marcado, tal vez casualidad, pero, a modo de despedida de mi mundo anterior de niño, llevé a mi primera chica terraplén adentro, hasta el árbol. El terraplén olía a primer amor cuando caía la tarde sobre las altas colinas, donde antes cabalgaron libres soldados y forajidos; no se oían ya disparos ni gritos de guerra, sólo el aire se sentía denso, la respiración acompasada en cada beso, entrecortada de anhelos recién descubiertos... Recostados bajo el árbol, cómplices en un abrazo prolongado, el terraplén nos mostró un sendero nuevo que no había hecho más que comenzar.
...La noche entraba  antes con el final  del verano, y ella,  sacudiéndose  las briznas, se incorporaba lenta para regresar cuando notó algo golpearle la cabeza... Miró hacia arriba y gritó. Las botas desgastadas tropezaron con su rostro, y un alarido largo apagó las últimas estrellas cuando contemplamos el cuerpo del huraño barbudo, colgado del árbol en trágica mueca... Estremecidos, los dos echamos a correr en la oscuridad del terraplén, de la mano, sorteando obstáculos y desniveles, aunque el susto no nos abandonó hasta mucho tiempo después.
Ese día el terraplén  nos enseñó  a correr por la vida. Nos brindó la oportunidad de tomar nuevos y distintos rumbos, pudimos así descubrir extensas llanuras, bosques, praderas y otros hermosos parajes de amplio horizonte. Cuando estoy lejos de mi tierra aquel terraplén se me aparece siempre como una isla añorada con nostalgia, un hito en el recuerdo, entre el pasado y el porvenir. Pero cuando regreso el terraplén sigue ahí, en su sitio, ahora algo más reducido, entre cascotes de ladrillo y escombro, pero siempre vivo a través del tiempo y de la memoria.   
* Es una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo. El autor : http:// leetamargo.blogspot.com

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EL TERRAPLÉN

  • 2. Lo dejé caer casi sin pensar, de improviso:  – En el terraplén pasan cosas...   Se lo había oído repetir a mi madre, hasta la saciedad, así que no pude evitar que se me escapara, como por una inercia descontrolada, cuando la conversación dentro del corrillo de los muchachos adquirió tintes misteriosos. Claro que omití el matiz intencionado que mi madre le imprimía, amenazante, para que no anduviera lejos y regresase pronto a casa. Para los muchachos, jugar en el terraplén, hasta caída la tarde, representaba una aventura, además de un desafío a los mayores. El terraplén era el único espacio verde disponible, que conocíamos entre todo aquel laberinto de travesías y callejuelas, en plena ciudad. Allí podíamos corretear, a nuestras anchas, sin aparente peligro.
  • 3. Esta vez, tan osada aseveración consiguió atraer todas las miradas hacia mí. Era la primera vez que esto me ocurría, cuando en las tardes de verano, ya cansados de pelear y de dar patadas al balón, los muchachos nos sentábamos en corro a contar historias, a cual más tenebrosa... Sin embargo, entrada ya la noche, los padres nos reclamaron y el interés despertado hubo de posponerse para otra próxima velada. Más próxima de lo que habríamos podido imaginar, ya que a la mañana siguiente, cuando aún el día no había acabado de despuntar, la calle entera despertó con los gritos desgarrados provenientes del terraplén... – ¿Qué pasa, mamá? – Nada, hijo. Anda, desayuna...
  • 4. No fue hasta el mediodía, en la mesa, a la hora de comer, cuando mi madre refirió lo acontecido; para entonces ya había podido hacerse con los pormenores del suceso. La señora Gracia había encontrado el cuerpo apuñalado de su marido, un policía ya jubilado, en las inmediaciones del terraplén, con el cuchillo aún clavado en la ingle. El caso apuntaba escabrosos detalles, pues encontraron el cadáver desnudo de cintura para abajo. En aquella ocasión, la prohibición de jugar en el terraplén se prolongó por un largo período, que los muchachos distrajimos en tardes de fútbol y, sobre todo, en especial dedicación a las primeras chicas que aparecían en el barrio, una vez acabado el nuevo edificio que amplió el vecindario.
  • 5. Eran los últimos tiempos del terraplén... En aquel empinado e irregular montículo de hierba, habían transcurrido batallas al más puro estilo romano, con flechazos y disparos, a caballo de una enfebrecida imaginación infantil; aquellos jinetes sobre monturas invisibles recorrían valles y cañadas, selvas y escarpadas montañas, parapetados en las dunas o entre la maleza, al acecho de un enemigo distraído... Un viejo árbol seco, al borde del terraplén, servía de campamento, punto de reunión y marcaba, también, el límite con el mundo de la calle asfaltada, los coches y los mayores. Enfrente, un enorme chalet levantaba sus fantasmagóricos tejadillos por encima de nuestras calenturientas cabezas, tan sólo ocupadas en los juegos. Desde el árbol, se podía contemplar la huerta y el pequeño corral de gallinas y patos, y las jaulas que custodiaban a los perros de caza. El dueño, un barbudo de aspecto huraño, siempre parecía estar ocupado en múltiples quehaceres y, aunque nunca dijo palabra, no ocultaba su desagrado por la presencia cercana de los chicos con un gesto hosco de pocos amigos.
  • 6. A pesar del escaso tránsito, se mostraba también díscolo y molesto a causa de las escalerillas estrechas de uso público, entre la casa y el terraplén, que comunicaban con la calle de arriba. Precisamente, por cerrar este paso para convertirlo en privado, tuvo varios altercados con la autoridad local y una afamada aureola de "loco obstinado" entre el resto de vecinos. Los muchachos, de hecho, rehuíamos su presencia, y abandonábamos el juego en torno al árbol colindante cuando el terco gruñón aparecía. Ya casi nos habíamos olvidado de la prohibición, pero también del terraplén, a costa de tanta novedad y muchachas bonitas. Incluso, los juegos se transformaron de la ruda pelea al leve escarceo con las niñas, que obligaba a compartir cuerda o pita. Entre nosotros surgieron disputas, donde antes hubo amistad y, entre risas y engaños, nacieron las primeras parejas.
  • 7. Sin embargo, no me disgustó demasiado el cambio , pues si mis historias de terror no lograban cautivar a los amigos de siempre, algún otro encanto personal me proporcionaba las primeras satisfacciones entre las nuevas chicas, que sí se mostraban interesadas y cuyo modo de manifestarlo resultaba mucho más atractivo. Tal vez se trataba de un camino marcado, tal vez casualidad, pero, a modo de despedida de mi mundo anterior de niño, llevé a mi primera chica terraplén adentro, hasta el árbol. El terraplén olía a primer amor cuando caía la tarde sobre las altas colinas, donde antes cabalgaron libres soldados y forajidos; no se oían ya disparos ni gritos de guerra, sólo el aire se sentía denso, la respiración acompasada en cada beso, entrecortada de anhelos recién descubiertos... Recostados bajo el árbol, cómplices en un abrazo prolongado, el terraplén nos mostró un sendero nuevo que no había hecho más que comenzar.
  • 8. ...La noche entraba antes con el final del verano, y ella, sacudiéndose las briznas, se incorporaba lenta para regresar cuando notó algo golpearle la cabeza... Miró hacia arriba y gritó. Las botas desgastadas tropezaron con su rostro, y un alarido largo apagó las últimas estrellas cuando contemplamos el cuerpo del huraño barbudo, colgado del árbol en trágica mueca... Estremecidos, los dos echamos a correr en la oscuridad del terraplén, de la mano, sorteando obstáculos y desniveles, aunque el susto no nos abandonó hasta mucho tiempo después.
  • 9. Ese día el terraplén nos enseñó a correr por la vida. Nos brindó la oportunidad de tomar nuevos y distintos rumbos, pudimos así descubrir extensas llanuras, bosques, praderas y otros hermosos parajes de amplio horizonte. Cuando estoy lejos de mi tierra aquel terraplén se me aparece siempre como una isla añorada con nostalgia, un hito en el recuerdo, entre el pasado y el porvenir. Pero cuando regreso el terraplén sigue ahí, en su sitio, ahora algo más reducido, entre cascotes de ladrillo y escombro, pero siempre vivo a través del tiempo y de la memoria.  
  • 10. * Es una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo. El autor : http:// leetamargo.blogspot.com