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Alberto Hammurabi Hernández Ramírez                                                          Julio 16, 2010
Producción Científica Contemporánea


                                          La ciencia a prueba de la cultura


Discernir respecto a la relación que pueda existir entre la ciencia y la cultura conlleva necesariamente a afirmar
que no existe una, sino varias aristas en tal encuentro. Tanto la noción de una función crítica que pueda explorar
a la ciencia a partir su valor cultural, como la concepción generalizada, y cada vez menos aceptada, de que la
ciencia se fundamenta sobre bases intelectuales distintas y separadas a las de las humanidades y el arte, son
ejemplos que describen la multiplicidad de ámbitos en que se pueda reconocer el encuentro tenue y altivo entre
la ciencia y la cultura, entre la explicación racional y la invocación simbólica. Sin embargo, cabe preguntarse ¿es
la ciencia un elemento indispensable de la cultura moderna o es la cultura quien se nutre de los conocimientos,
procedimientos y experimentaciones de las que hace gala la ciencia?


Si bien pienso que ambas preguntas responden a intereses diferentes y conllevan polémicas inherentes a la
epistemología de cada una de las esferas(los científicos constantemente impugnan las metáforas con que los
literatos interpretan los principios científicos, algunos intelectuales constatan de que el trabajo científico son
meras construcciones sociales, etc), la presente discusión no pretende encontrar una solución acabada y
definitiva, sino adjudicar a la ciencia su papel en la construcción de una sociedad más democrática y
participativa a partir de las invocaciones a las que apela. La ciencia y sus resultados deben corresponder, no sólo
a la incubación interna e institucional de ideas, sino al encuentro curioso y cautivante que un público pueda
hacer de ésta.


La pregunta por la cultura debe entonces conceder su definición más amplia. La cultura no como mero cúmulo
de conocimientos, sino como la concreción de fenómenos simbólicos en contextos históricos específicos. Por lo
tanto, la ciencia debe poder ser vista desde el público, desde su interpretación y valoración y desde una mirada
externa que atestigüe la perspectiva científica. No obstante, conseguir tal mirada supone una enorme tarea. Una
de las tantas dificultades a las que se puede interponer es la que menciona James Lovelock, científico
independiente reconocido por su hipótesis de Gaia, respecto que la divulgación científica es difícil por el carácter
innatural y extraño de la ciencia, de la imposibilidad de cautivar al público y de ser fuente de inspiración
comparable. Tal desencanto se compensa con su capacidad de corregirse, de no caer invariablemente en dogmas
que agoten y echen por tierra sus fundamentos. Sin embargo, deja abierta la cuestión si la ciencia es capaz de
seducir, de responder a necesidades de los individuos más allá de sus principios internos.
Pretendo hacer una revisión conceptual más amplia de cada uno de estos planteamientos a partir de diversos
casos que competen a la divulgación de la ciencia y a la producción científica del siglo XX. En particular,
considero los planteamientos sobre la necesidad de una función crítica de la ciencia, así como de la potencialidad
de invocar una experiencia estética a partir de ella. Quizás en esta función de convocar, de provocar
estéticamente (que no significa necesariamente tergiversar el conocimiento) hacia los conocimientos de la
ciencia, sea como la sociedad pueda encontrar un elemento significativo a los debates ocasionados por el avance
y el progreso científico.


Una función crítica
Jean-Marc Lévy-Leblond, físico y ensayista sobre la epistemología de la ciencia, señala que la ciencia está
ausente de uno de los elementos indispensables de toda actividad cultural: la función crítica. Esta función se
distingue de tres aspectos: de su función productora, relativa a los procesos de producción interna; de su función
mediadora, correspondiente a los procesos de mediación y difusión; y de una función política, referente a los
procesos de socialización.


La función productora en la crítica de arte sirve principalmente para distinguir y valorar las obras a partir de su
innovación y de su relación con las tradicionales. En la ciencia, serviría para determinar un proyecto científico
en tres aspectos: su validez, orientación y sentido. Es decir, denotar la trayectoria histórica con que se construye
una obra científica para “captarla en su conjunto, comprenderla, percibir su estructura”. Esta mirada permitiría
por una parte resolver los problemas de lenguaje que conciernen a la innovación y a los nuevos descubrimientos
(pensemos en el caso del Big Bang y su denominación curiosa y accidental), y la evaluación crítica y reflexiva,
de someter a la memoria los procedimientos científicos (por ejemplo, qué relación concierne una postura
científica con la de los trabajados años o siglos atrás).


La función mediadora interesa la difusión de cierta mirada (en este caso científica) y su repercusión en la
sociedad. Se relaciona por una parte con la pertinencia de la obra, es decir, de la argumentación, y no sólo de la
asignación, de lo verdadero. Además, asegura el movimiento entre lo externo y lo interno de la ciencia, de
configurar la franja de la ciencia como oficio y como actividad, pues establece la asunción y tarea de formación
de públicos (de impulsar la asistencia a museos o de ejecutar una actividad amateur científica, entre otros
impulsos), y por otra de generar interés en algunas personas para incursionar en la producción científica.


Por último, la función política permitiría a la sociedad “debatir, y luego decidir, si se acepta o no al o cual
repercusión de los descubrimientos científicos en nuestra vida”. Quizás sea la función más difícil y polémica
pues evidencia posiciones asimétricas de poder: ¿quién debe decidir en qué debe invertirse el presupuesto
destinado al desarrollo de la ciencia y la tecnología? ¿Cómo se describen estos procedimientos y cómo se deben
ejecutar? , etc. Quizás el caso más auspiciado sea el interés de asociaciones civiles respecto a su participación en
la reglamentación e incorporación de los transgénicos. Las interrogantes y consonantes de tales debates pueden
ser respondidas en el espacio de la crítica.


Sin embargo, según Lévy-Leblond la aspiración a una función crítica verdadera de la ciencia se encuentra
todavía lejos de la actual producción científica. El autor expone sus argumentos mediante su suposición a partir
de la literatura, de las artes plásticas y de la crítica y la inspiración que se ejerce en ellas. De ahí que exponga
que tanto la pintura y la literatura presentan ideas más relevadoras sobre la ciencia que los mismos estudios
sociales que se encargan de diferenciarla. “Lo que la literatura puede ofrecer a la ciencia son lecciones de saber
vivir, de moral y de mantenimiento”, afirma Lévy-Leblond, pero también ofrecen una capacidad de imaginación
que es necesaria en la actividad científica.


La ciencia y la literatura, como menciona Carlos Chimal en la introducción de Luz Interior, una serie de
entrevistas a científicos contemporáneos, “se unen sobre todo en la manera de producir ideas”. Muy al contrario
del supuesto planteamiento de las dos culturas, que expone que los centros intelectuales de la ciencia y el arte se
encuentran separados, Chimal considera que en ambas vertientes es posible encontrar luz a las preguntas que
conciernen a nuestra sociedad, imperando el conocimiento y la anticipación, así como propiciando una actitud
abierta a la crítica y a la reconstrucción de hechos.


Es también en la pintura y en las artes plásticas en donde se abre una complementariedad entre la ciencia y la
cultura. Como dice Lévy-Leblond, en la pintura “veo en acción algunos mecanismos fundamentales de la
ciencia teórica (…) yo más bien le pediría al arte que me ayude a practicar la ciencia”.


La exposición visual de la ciencia
Jon Lomberg, artista reconocido principalmente por sus trabajos en colaboración con Carl Sagan, describe
humorísticamente un encuentro que tuvo con un científico respecto al proyecto de simular la trayectoria de un
misil soviético. Al haber preguntado por el color de las cabezas nucleares, el científico contestó simplemente que
no importaba. Sin embargo, para el ilustrador tales datos no resultan triviales. Como afirma posteriormente,
Lomberg expone de manera precisa que “discernir cuál es la precisa cuestión visual que hay que preguntar en
cada momento constituye tan solo uno de los muchos retos a los que se enfrenta el artista inspirado en la
ciencia”.


La ilustración científica ha servido para exponer de manera visual las ideas y los temas científicos, para
transmitir tanto conceptos como ideas y paisajes. Ha tenido repercusiones importantes en la comprensión del
público y de la sociedad respecto a las problemáticas contemporáneas. Por ejemplo, las ilustraciones que hizo
Lomberg sobre el trabajo de Sagan respecto al invierno nuclear sirvieron para despertar conciencia y repercutir
en discusiones y amplios debates políticos sobre las decisiones del gobierno estadounidense en el uso de armas
nucleares. La exposición visual sirve además para la enseñanza de los temas científicos y de su complejidad de
ideas, es decir, no sólo de conocer sino comprender e interpretar cómo actúa la ciencia y los avances
tecnológicos.


Por lo tanto, dudo que preguntar por las cuestiones del color o la forma de un aparato tecnológico sea una mera
interpelación por su atractivo. Según Lomberg, la persona que ha personificado esta fusión entre arte y ciencia ha
sido Leonardo da Vinci, quien supo encontrar belleza y utilidad científica en sus ilustraciones. Pensemos que una
de sus imágenes más reconocidas concerniente al equilibrio en la anatomía humana ha adquirido un nivel de
significación importante en la cultura contemporánea y se ha alcanzado a replicar con numerosas
interpretaciones, sin prescindir por ello de los planteamientos científicos con que está realizada.


Aun así, Lomberg considera que si una ilustración representa una idea obsoleta, el dibujo no perderá su valor
artístico y seguirá despertando la curiosidad; particularmente refiere a las pinturas que hizo Chesley Bonestell
sobre los paisajes del Sistema Solar y que después de los viajes a la Luna y a otras superficies se ha demostrado
que tales visiones no estaban del todo correctas. Pero el planteamiento de Lomberg incorpora una dimensión
poco planteada por la divulgación de la ciencia: la capacidad de despertar algo en quien contempla los
fenómenos científicos y las representaciones que se hace de ella.


Una experiencia estética
Uno de los poemas de Walt Whitman describe la supuesta ridiculez con que los científicos observan la naturaleza
a partir de su medición y de su exacerbada exactitud. ¿Dónde está la maravilla de la observación si no es más
que en la contemplación desinteresada? Al contrario del planteamiento de Whitman, Isaac Asimov, escritor
prolífico de divulgación y ficción científica, considera una tontería la estrechez con que el poeta estadounidense
mira el universo. Asimov señala que sin los recursos de la medición, de la instrumentalización de la ciencia,
seríamos incapaces de saber los variados e infinitos encuentros de los planetas, de las estrellas y de las galaxias.
“¿Debo quedarme mirando amorosamente una sola hoja e ignorar el bosque? ¿Debería de estar satisfecho con
mirar el sol alumbrando un solo guijarro y repudiar cualquier conocimiento de la playa?” contraargumenta
Asimov.


La respuesta del divulgador incorpora un elemento quizás poco definido respecto a la ciencia: su belleza, o su
capacidad de asombrar y de provocar una experiencia estética. En este caso la experiencia proviene de la
posibilidad de encontrar una serie de fenómenos imposibles de contemplar al ojo humano, fenómenos que son
descubiertos a razón de la curiosidad humana en un infinito espacio. Asimov describe con palabras elocuentes lo
que significa la conformación del universo, y otros autores exponen con mayor o menor mesura su pensamiento
creativo respecto a la ciencia; pienso principalmente en Bertold Brecht o en Friedrich Dürrenmatt.


Y es que esta dimensión nocturna de la ciencia (como lo enunciaría François Jacob) regularmente es la menos
expuesta y solicitada. Pocos pensarían que la actividad científica requiere de imaginación, de una ficción no
basada en la causalidad inverosímil de la fantasía, sino en la posibilidad y el presentimiento causal respecto a los
fenómenos desconocidos. Tal vez es por la precaución exorbitada para que no se le compare con las empresas de
la pseudociencia, pero también por las presiones institucionales respecto a los proyectos intelectuales y políticos
con que se encauza la ciencia, pues dudo ampliamente que la precisión y el razonamiento experimental con que
se someten estas hipótesis (estas ficciones) sea la causa de ello.
¿Puede la ciencia entonces provocar una experiencia estética? Pienso que sí, pero es difuso su modo de
procedimiento. Habría que indagar respecto a posibles parámetros con que una crítica de la ciencia pueda
abordar no sólo el valor cultural o político, sino el valor estético de una obra científica. Si lo estético considera,
no sólo lo creativo o lúdico, sino lo trascendente de una obra, entonces la ciencia proporciona numerosos
ejemplos: la incursión de la biología molecular y el conocimiento de las especies a partir de los genes y la
evolución, la muerte como un fenómeno biológico para entender la vida y la permanencia humana, la conciencia
y su relación con los procesos neuronales de nuestro cuerpo, la astrofísica y lo subatómico concerniente a lo
infinitamente grande y lo inmensamente pequeño. Numerosa y significativa empresa que la crítica y la
divulgación puede proporcionar en relación a la producción científica y la cultura.

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Ensayo final hammurabi

  • 1. Alberto Hammurabi Hernández Ramírez Julio 16, 2010 Producción Científica Contemporánea La ciencia a prueba de la cultura Discernir respecto a la relación que pueda existir entre la ciencia y la cultura conlleva necesariamente a afirmar que no existe una, sino varias aristas en tal encuentro. Tanto la noción de una función crítica que pueda explorar a la ciencia a partir su valor cultural, como la concepción generalizada, y cada vez menos aceptada, de que la ciencia se fundamenta sobre bases intelectuales distintas y separadas a las de las humanidades y el arte, son ejemplos que describen la multiplicidad de ámbitos en que se pueda reconocer el encuentro tenue y altivo entre la ciencia y la cultura, entre la explicación racional y la invocación simbólica. Sin embargo, cabe preguntarse ¿es la ciencia un elemento indispensable de la cultura moderna o es la cultura quien se nutre de los conocimientos, procedimientos y experimentaciones de las que hace gala la ciencia? Si bien pienso que ambas preguntas responden a intereses diferentes y conllevan polémicas inherentes a la epistemología de cada una de las esferas(los científicos constantemente impugnan las metáforas con que los literatos interpretan los principios científicos, algunos intelectuales constatan de que el trabajo científico son meras construcciones sociales, etc), la presente discusión no pretende encontrar una solución acabada y definitiva, sino adjudicar a la ciencia su papel en la construcción de una sociedad más democrática y participativa a partir de las invocaciones a las que apela. La ciencia y sus resultados deben corresponder, no sólo a la incubación interna e institucional de ideas, sino al encuentro curioso y cautivante que un público pueda hacer de ésta. La pregunta por la cultura debe entonces conceder su definición más amplia. La cultura no como mero cúmulo de conocimientos, sino como la concreción de fenómenos simbólicos en contextos históricos específicos. Por lo tanto, la ciencia debe poder ser vista desde el público, desde su interpretación y valoración y desde una mirada externa que atestigüe la perspectiva científica. No obstante, conseguir tal mirada supone una enorme tarea. Una de las tantas dificultades a las que se puede interponer es la que menciona James Lovelock, científico independiente reconocido por su hipótesis de Gaia, respecto que la divulgación científica es difícil por el carácter innatural y extraño de la ciencia, de la imposibilidad de cautivar al público y de ser fuente de inspiración comparable. Tal desencanto se compensa con su capacidad de corregirse, de no caer invariablemente en dogmas que agoten y echen por tierra sus fundamentos. Sin embargo, deja abierta la cuestión si la ciencia es capaz de seducir, de responder a necesidades de los individuos más allá de sus principios internos. Pretendo hacer una revisión conceptual más amplia de cada uno de estos planteamientos a partir de diversos casos que competen a la divulgación de la ciencia y a la producción científica del siglo XX. En particular, considero los planteamientos sobre la necesidad de una función crítica de la ciencia, así como de la potencialidad de invocar una experiencia estética a partir de ella. Quizás en esta función de convocar, de provocar estéticamente (que no significa necesariamente tergiversar el conocimiento) hacia los conocimientos de la
  • 2. ciencia, sea como la sociedad pueda encontrar un elemento significativo a los debates ocasionados por el avance y el progreso científico. Una función crítica Jean-Marc Lévy-Leblond, físico y ensayista sobre la epistemología de la ciencia, señala que la ciencia está ausente de uno de los elementos indispensables de toda actividad cultural: la función crítica. Esta función se distingue de tres aspectos: de su función productora, relativa a los procesos de producción interna; de su función mediadora, correspondiente a los procesos de mediación y difusión; y de una función política, referente a los procesos de socialización. La función productora en la crítica de arte sirve principalmente para distinguir y valorar las obras a partir de su innovación y de su relación con las tradicionales. En la ciencia, serviría para determinar un proyecto científico en tres aspectos: su validez, orientación y sentido. Es decir, denotar la trayectoria histórica con que se construye una obra científica para “captarla en su conjunto, comprenderla, percibir su estructura”. Esta mirada permitiría por una parte resolver los problemas de lenguaje que conciernen a la innovación y a los nuevos descubrimientos (pensemos en el caso del Big Bang y su denominación curiosa y accidental), y la evaluación crítica y reflexiva, de someter a la memoria los procedimientos científicos (por ejemplo, qué relación concierne una postura científica con la de los trabajados años o siglos atrás). La función mediadora interesa la difusión de cierta mirada (en este caso científica) y su repercusión en la sociedad. Se relaciona por una parte con la pertinencia de la obra, es decir, de la argumentación, y no sólo de la asignación, de lo verdadero. Además, asegura el movimiento entre lo externo y lo interno de la ciencia, de configurar la franja de la ciencia como oficio y como actividad, pues establece la asunción y tarea de formación de públicos (de impulsar la asistencia a museos o de ejecutar una actividad amateur científica, entre otros impulsos), y por otra de generar interés en algunas personas para incursionar en la producción científica. Por último, la función política permitiría a la sociedad “debatir, y luego decidir, si se acepta o no al o cual repercusión de los descubrimientos científicos en nuestra vida”. Quizás sea la función más difícil y polémica pues evidencia posiciones asimétricas de poder: ¿quién debe decidir en qué debe invertirse el presupuesto destinado al desarrollo de la ciencia y la tecnología? ¿Cómo se describen estos procedimientos y cómo se deben ejecutar? , etc. Quizás el caso más auspiciado sea el interés de asociaciones civiles respecto a su participación en la reglamentación e incorporación de los transgénicos. Las interrogantes y consonantes de tales debates pueden ser respondidas en el espacio de la crítica. Sin embargo, según Lévy-Leblond la aspiración a una función crítica verdadera de la ciencia se encuentra todavía lejos de la actual producción científica. El autor expone sus argumentos mediante su suposición a partir de la literatura, de las artes plásticas y de la crítica y la inspiración que se ejerce en ellas. De ahí que exponga que tanto la pintura y la literatura presentan ideas más relevadoras sobre la ciencia que los mismos estudios
  • 3. sociales que se encargan de diferenciarla. “Lo que la literatura puede ofrecer a la ciencia son lecciones de saber vivir, de moral y de mantenimiento”, afirma Lévy-Leblond, pero también ofrecen una capacidad de imaginación que es necesaria en la actividad científica. La ciencia y la literatura, como menciona Carlos Chimal en la introducción de Luz Interior, una serie de entrevistas a científicos contemporáneos, “se unen sobre todo en la manera de producir ideas”. Muy al contrario del supuesto planteamiento de las dos culturas, que expone que los centros intelectuales de la ciencia y el arte se encuentran separados, Chimal considera que en ambas vertientes es posible encontrar luz a las preguntas que conciernen a nuestra sociedad, imperando el conocimiento y la anticipación, así como propiciando una actitud abierta a la crítica y a la reconstrucción de hechos. Es también en la pintura y en las artes plásticas en donde se abre una complementariedad entre la ciencia y la cultura. Como dice Lévy-Leblond, en la pintura “veo en acción algunos mecanismos fundamentales de la ciencia teórica (…) yo más bien le pediría al arte que me ayude a practicar la ciencia”. La exposición visual de la ciencia Jon Lomberg, artista reconocido principalmente por sus trabajos en colaboración con Carl Sagan, describe humorísticamente un encuentro que tuvo con un científico respecto al proyecto de simular la trayectoria de un misil soviético. Al haber preguntado por el color de las cabezas nucleares, el científico contestó simplemente que no importaba. Sin embargo, para el ilustrador tales datos no resultan triviales. Como afirma posteriormente, Lomberg expone de manera precisa que “discernir cuál es la precisa cuestión visual que hay que preguntar en cada momento constituye tan solo uno de los muchos retos a los que se enfrenta el artista inspirado en la ciencia”. La ilustración científica ha servido para exponer de manera visual las ideas y los temas científicos, para transmitir tanto conceptos como ideas y paisajes. Ha tenido repercusiones importantes en la comprensión del público y de la sociedad respecto a las problemáticas contemporáneas. Por ejemplo, las ilustraciones que hizo Lomberg sobre el trabajo de Sagan respecto al invierno nuclear sirvieron para despertar conciencia y repercutir en discusiones y amplios debates políticos sobre las decisiones del gobierno estadounidense en el uso de armas nucleares. La exposición visual sirve además para la enseñanza de los temas científicos y de su complejidad de ideas, es decir, no sólo de conocer sino comprender e interpretar cómo actúa la ciencia y los avances tecnológicos. Por lo tanto, dudo que preguntar por las cuestiones del color o la forma de un aparato tecnológico sea una mera interpelación por su atractivo. Según Lomberg, la persona que ha personificado esta fusión entre arte y ciencia ha sido Leonardo da Vinci, quien supo encontrar belleza y utilidad científica en sus ilustraciones. Pensemos que una de sus imágenes más reconocidas concerniente al equilibrio en la anatomía humana ha adquirido un nivel de
  • 4. significación importante en la cultura contemporánea y se ha alcanzado a replicar con numerosas interpretaciones, sin prescindir por ello de los planteamientos científicos con que está realizada. Aun así, Lomberg considera que si una ilustración representa una idea obsoleta, el dibujo no perderá su valor artístico y seguirá despertando la curiosidad; particularmente refiere a las pinturas que hizo Chesley Bonestell sobre los paisajes del Sistema Solar y que después de los viajes a la Luna y a otras superficies se ha demostrado que tales visiones no estaban del todo correctas. Pero el planteamiento de Lomberg incorpora una dimensión poco planteada por la divulgación de la ciencia: la capacidad de despertar algo en quien contempla los fenómenos científicos y las representaciones que se hace de ella. Una experiencia estética Uno de los poemas de Walt Whitman describe la supuesta ridiculez con que los científicos observan la naturaleza a partir de su medición y de su exacerbada exactitud. ¿Dónde está la maravilla de la observación si no es más que en la contemplación desinteresada? Al contrario del planteamiento de Whitman, Isaac Asimov, escritor prolífico de divulgación y ficción científica, considera una tontería la estrechez con que el poeta estadounidense mira el universo. Asimov señala que sin los recursos de la medición, de la instrumentalización de la ciencia, seríamos incapaces de saber los variados e infinitos encuentros de los planetas, de las estrellas y de las galaxias. “¿Debo quedarme mirando amorosamente una sola hoja e ignorar el bosque? ¿Debería de estar satisfecho con mirar el sol alumbrando un solo guijarro y repudiar cualquier conocimiento de la playa?” contraargumenta Asimov. La respuesta del divulgador incorpora un elemento quizás poco definido respecto a la ciencia: su belleza, o su capacidad de asombrar y de provocar una experiencia estética. En este caso la experiencia proviene de la posibilidad de encontrar una serie de fenómenos imposibles de contemplar al ojo humano, fenómenos que son descubiertos a razón de la curiosidad humana en un infinito espacio. Asimov describe con palabras elocuentes lo que significa la conformación del universo, y otros autores exponen con mayor o menor mesura su pensamiento creativo respecto a la ciencia; pienso principalmente en Bertold Brecht o en Friedrich Dürrenmatt. Y es que esta dimensión nocturna de la ciencia (como lo enunciaría François Jacob) regularmente es la menos expuesta y solicitada. Pocos pensarían que la actividad científica requiere de imaginación, de una ficción no basada en la causalidad inverosímil de la fantasía, sino en la posibilidad y el presentimiento causal respecto a los fenómenos desconocidos. Tal vez es por la precaución exorbitada para que no se le compare con las empresas de la pseudociencia, pero también por las presiones institucionales respecto a los proyectos intelectuales y políticos con que se encauza la ciencia, pues dudo ampliamente que la precisión y el razonamiento experimental con que se someten estas hipótesis (estas ficciones) sea la causa de ello.
  • 5. ¿Puede la ciencia entonces provocar una experiencia estética? Pienso que sí, pero es difuso su modo de procedimiento. Habría que indagar respecto a posibles parámetros con que una crítica de la ciencia pueda abordar no sólo el valor cultural o político, sino el valor estético de una obra científica. Si lo estético considera, no sólo lo creativo o lúdico, sino lo trascendente de una obra, entonces la ciencia proporciona numerosos ejemplos: la incursión de la biología molecular y el conocimiento de las especies a partir de los genes y la evolución, la muerte como un fenómeno biológico para entender la vida y la permanencia humana, la conciencia y su relación con los procesos neuronales de nuestro cuerpo, la astrofísica y lo subatómico concerniente a lo infinitamente grande y lo inmensamente pequeño. Numerosa y significativa empresa que la crítica y la divulgación puede proporcionar en relación a la producción científica y la cultura.