JEREMÍAS
Con respecto al profeta Jeremías, podemos observar: I. Que comenzó de muy joven
(a los 20 años más o menos) su ministerio. Observa Jerónimo que a Isaías, por ser ya
mayor, le tocó la lengua un serafín con una brasa, para purificarle de su pecado (Is. 6:7),
pero que, cuando Dios le tocó a Jeremías la boca (Jer. 1:9), no se dice que fuese para
purificarle, por ser de más tierna edad. II. Que continuó ejerciendo su ministerio por
más de 40 años, pues lo comenzó en el decimotercer año de Josías y lo continuó a lo
largo de todos los perversos reinados que sucedieron al del buen rey Josías. III. Que fue
un profeta llamado en especial a reprender, enviado a declararle a Jacob, en nombre de
Dios, sus pecados y amenazarle con los castigos de Dios; y los críticos observan que su
estilo es más sencillo y áspero que el de Isaías y de otros profetas, pues cuando nos las
habemos con pecadores a quienes hay que llevar al arrepentimiento, no podemos ir con
remilgos, sino hablar claro y fuerte. IV. Que fue un profeta llorón; así se le llama
comúnmente, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su
ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo. V. Que fue un
profeta sufriente. Fue perseguido por su pueblo más que ningún otro profeta, según
veremos al leer este libro, pues vivió y predicó justamente antes de la destrucción del
país a manos de los caldeos, cuando la condición de los judíos era muy semejante a la
que les caracterizó justamente antes de la destrucción del país a manos de los romanos,
cuando mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas …; no agradaban a Dios y se
oponían a todos los hombres …, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo (1 Ts.
2:15, 16).
La última referencia que hallamos de él es que los judíos que se habían quedado sin
ir a Babilonia le forzaron a descender con ellos a Egipto; mientras que, tanto entre
judíos como entre cristianos, es tradición corriente que padeció el martirio. Hottinger, al
citar de Elmakin, historiador árabe, refiere que, al continuar profetizando en Egipto
contra los egipcios y otras naciones, fue muerto a pedradas; y que, mucho después,
cuando Alejandro Magno entró en Egipto, tomó consigo los huesos de Jeremías del
lugar donde estaban sepultados en la oscuridad, los llevó a Alejandría y los sepultó allí.
Las profecías de este libro que aparecen en los primeros diecinueve capítulos,
parecen ser los esquemas de los sermones que predicó contra el pecado en general;
después se hacen más concretos, mezclados con la historia de su tiempo, sin estar
colocados por orden cronológico. Con las amenazas hay mezcladas muchas benignas
promesas de misericordia para los arrepentidos y de liberación de la cautividad
babilónica para los judíos, y algunas que hacen clara referencia al reino mesiánico.
Entre los escritos apócrifos, nos ha llegado una carta que se dice escribió a los cautivos
de Babilonia, amonestándoles contra la adoración de los ídolos, exponiendo la vanidad
de los ídolos y la insensatez de los idólatras; está en Baruc 6. Pero se supone que no es
auténtica; ni creo que tenga nada semejante a la vida y al espíritu de los escritos de
Jeremías. También se dice con respecto a Jeremías (2 Mac. 2:4) que, al ser destruida
Jerusalén por los caldeos, él, bajo dirección divina, tomó consigo el arca y el altar del
incienso, los llevó al monte Nebó, los ocultó allí en una cueva y obstruyó la entrada;
pero que algunos que le seguían y pensaban que había señalado el lugar con una marca,
no pudieron hallarlo. Entonces él les reprendió por haberlo buscado y les dijo que el
lugar había de permanecer oculto hasta el tiempo en que Dios vuelva a reunir a Su
pueblo.
Para la división del libro, tomamos de la Ryrie Study Bible los epígrafes siguientes:
I. Llamamiento y comisión de Jeremías (1:1–19).
II. Profecías concernientes a Judá (2:1–45:5).
III. Profecías concernientes a las naciones (46:1–51:64).
IV. Suplemento histórico (52:1–34).
CAPÍTULO 1
I. El título general del libro, con el tiempo del ministerio público de Jeremías (vv. 1–
3). II. El llamamiento de Jeremías al oficio profético, la respuesta de Dios a su modesta
objeción y la amplia comisión que se le encarga (vv. 4–10). III. Las visiones de la vara
de almendro y de la olla hirviendo, que significaban la inminente ruina de Judá y
Jerusalén a manos de los caldeos (vv. 11–16). IV. El ánimo que se le da al profeta para
que prosiga impávido su tarea (vv. 17–19).
Versículos 1–3
Genealogía del profeta y cronología de su profecía.
1. Era hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes que había en Anatot (v. 1). Jeremías
(hebr. Yirmeyahu) significa «Jehová exalta» o «Jehová confirma». Su padre era
sacerdote, pero no el sumo sacerdote Jilquías de 2 Reyes 22:4. Jeremías, pues,
pertenecía, como Ezequiel, a la clase sacerdotal. Anatot (la moderna Anata), a unas tres
millas al NE de Jerusalén, era ciudad sacerdotal, y allí tuvo su casa Abiatar (1 R. 2:26).
2. Comenzó a profetizar (v. 2) el año decimotercero del reinado de Josías, hijo de
Amón, rey de Judá. Recordemos que Josías, en el año decimosegundo de su reinado,
emprendió una gran reforma, dedicándose con toda sinceridad a purificar Judá y
Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Aserá, esculturas e imágenes fundidas (2
Cr. 34:3). Y muy oportunamente fue levantado este joven profeta para ayudar al joven
rey en esa buena obra. Podía, pues, esperarse de la conjunción de fuerzas de tal rey y de
tal profeta, y ambos jóvenes, que se llevase a cabo una reforma lo bastante completa
como para impedir la ruina del país; pero no fue así. En el año decimoctavo de Josías
había aún muchísimos restos de idolatría que no habían sido purgados, porque, ¿qué
pueden hacer los mejores príncipes y profetas para impedir la ruina de un pueblo que se
niega a ser reformado? Por consiguiente, Jeremías continúa su ministerio prediciendo
los castigos que se cernían sobre ellos.
3. Su ministerio se prolongó a lo largo de los reinados de Joacim (v. 3) y de
Sedequías, cada uno de los cuales reinó once años. Así profetizó Jeremías hasta la
deportación de Jerusalén en el mes quinto del año 586, pues fue en ese mes cuando
Nebuzaradán quemó el templo y todas las casas de Jerusalén (2 R. 25:8, 9). Pero todavía
continuó su ministerio profético fuera de Judá (v. 40:1). Por unos 40 años, pues, tuvo
que aguantar Dios, en su profeta, las malas maneras de Su pueblo antes de enviarlos al
exilio en el colmo de Su ira.
Versículos 4–10
1. Designación temprana de Jeremías para el oficio de profeta (vv. 4, 5): «Y vino a
mí palabra de Jehová diciendo, etc.».
(A) Dios le dijo (v. 5b) que le había destinado a ser profeta a las naciones, a ser
portavoz de Dios a los pueblos diferentes del pueblo escogido. Dice F. Asensio: «Para
ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de “destrucción” (46–51) y sus
promesas de “edificación” mesiánica (3:14–18; 4:1–4; 12:7–17; 16:14–19; 23:5–7)».
(B) También le dijo Dios que así lo había decidido en el consejo de su
predestinación eterna, pues eso es lo que significa lo de «antes que te formase en el
vientre … y antes que nacieses» (v. 5a). Nótense esos tres verbos: (a) «te conocí», que
aquí tiene el sentido de «puse mis ojos en ti y te escogí»; (b) «te santifiqué», es decir,
«te separé, te puse aparte»; (c) «te di», esto es, «te destiné a ser profeta a las naciones».
El profeta, como el poeta, nace, no se hace (comp. Gá. 1:15).
2. Jeremías, al contrario que Isaías (Is. 6:8, al final), pero no tan obstinado como
Moisés (Éx. 3:11–13; 4:1, 10–13), rechaza modestamente este honor (v. 6) con un
dolorido «¡ah!» (hebr. ahá) y se excusa con el alegato de que se siente demasiado joven
(unos veinte años) y, por tanto, mal equipado, «por falta de madurez y experiencia, para
hablar en público … delante del pueblo y de sus dirigentes» (Asensio).
3. La seguridad que Dios le da benignamente de que estará a su lado y le capacitará
para el ministerio profético.
(A) Es cierto que es joven (v. 7), pero eso no es obstáculo para que vaya a transmitir
el mensaje que Él le ponga en la boca (vv. 7, 9): «Porque a todos a quienes (mejor que
todo lo que) te envíe irás, y dirás todo lo que te mande» (v. 7b). También Samuel era
muy joven cuando llevó un mensaje importante de Dios al sumo sacerdote Elí. Dios
puede, cuando le place, hacer profetas de los niños y afirmar Su fortaleza por boca de
los niños y de los que maman (Sal. 8:2).
(B) Es cierto que el oficio profético está lleno de riesgos, pero Jeremías (v. 8) no ha
de tener miedo de ellos, de los que se le opondrán, por muy grandes que parezcan y por
muy altos que estén, pues Dios será su protector: «porque estoy contigo para librarte,
dice Jehová». Los que hablan en nombre del Rey de reyes, y con la autoridad que han
recibido de Él, no tienen por qué temer el rostro de los hombres (comp. con Ez. 3:8, 9).
(C) Dios le capacitará para que hable como quien está íntimamente relacionado con
Jehová (v. 9). Esta capacitación se describe por medio de una acción simbólica:
«extendió Su mano» (acortamiento antropomórfico de la distancia entre Dios y el
hombre) «y tocó la boca de Jeremías», dando a entender que la santificaba (comp. con
Is. 6:7) a fin de que hablase con autoridad las palabras de Dios. No sólo le puso
conocimiento en la cabeza, sino también palabras en la boca, pues hay palabras que el
Espíritu enseña (1 Co. 2:13).
(D) Con el poder y la autoridad que Jehová le otorga, Jeremías, a pesar de no ser un
príncipe que gobierna, sino un joven profeta que proclama, va a intervenir tan
activamente en la caída y en el alzamiento de naciones y de reinos (v. 10) que lo que
Dios va a hacer en momentos cruciales para la historia de Israel y del mundo
circundante, es como si lo hiciese el profeta por medio de la palabra que Jehová ha
puesto en su boca. Antes de edificar y plantar, es preciso arrancar y destruir. Cuando
una planta está infectada de raíz, no valen los fumigatorios; es preciso arrancarla antes
de hacer una nueva plantación. Cuando un edificio se cuartea, no bastan los remiendos;
es menester derribarlo, a fin de proceder a la reedificación. Lo que ocurre en el plano
material sucede también en el espiritual. Jeremías tiene que poner delante de todos vida
y muerte, bien y mal (18:7–10). Ha de asegurar a los que persisten en su maldad que
serán arrancados y destruidos; y a los que se arrepienten de sus pecados, que serán
edificados y plantados.
Versículos 11–19
I. Dios le da en visión a Jeremías un esbozo de la comisión principal que va a
desempeñar: predecir la destrucción de Judá y de Jerusalén, a causa de sus pecados, a
manos de los caldeos.
1. Le insinúa que el pueblo está madurando para la ruina y que esta ruina se apresura
para llegar. Le pregunta Dios (v. 11): «¿Qué ves tú, Jeremías?» Como si dijese: «Mira y
observa bien lo que ves». Jeremías responde: «Una vara de almendro veo yo». La
expresiva lengua hebrea llama al almendro shaqued, del verbo shaqad, que significa
«despertarse, estar en vela», porque el almendro es el primer árbol en florecer, «el
primero en despertar del sueño del invierno», dice (citando de Pickering) el rabino H.
Freedman. Al hacer un juego de palabras, le contesta Dios (v. 12): «Bien has visto,
porque yo estoy en vela (hebr. shoqued) sobre mi palabra para realizarla» (lit.). Dios
le asegura a Jeremías que ha observado bien, que está bien capacitado para el oficio
profético; y, por cierto, ha de vivir para ver cumplida la profecía. En medio de la
corrupción y de la decadencia de individuos y naciones, Dios no duerme; a Su tiempo,
actuará, y no habrá quien le detenga.
2. Le insinúa, por medio de otra visión, de dónde va a venirle a Judá y a Jerusalén su
ruina. Le pregunta Dios por segunda vez (v. 13): «¿Qué ves tú?» Jeremías responde:
«Una olla hirviendo veo yo, y asoma su rostro desde el norte». A pesar de la semejanza
con Ezequiel 11:7; 24:3, 4, la olla no es aquí Judá ni Jerusalén, sino el propio ejército
babilónico que bulle en sus preparativos para «soltar, desde el norte, el mal (la
destrucción) sobre todos los moradores de esta tierra» (v. 14). Del norte viene el
tiempo despejado, «la dorada claridad» (Job 37:22), pero en esta ocasión … A veces,
las más fieras tempestades vienen del lugar de donde esperábamos el mejor tiempo.
Todas las testas coronadas del norte (v. 15), los babilonios y sus aliados (o los
previamente sometidos) vendrán a tomar parte en esta expedición. La convocatoria de
Dios será puntualmente obedecida: los llamados vendrán; los jefes de las tropas se
aprestarán a colaborar en el asedio de Jerusalén. Sin embargo, Freedman hace notar que
«el profeta no piensa (aquí) en el sitio de Jerusalén, sino en lo que sigue cuando la
ciudad ha sido capturada. Los jefes victoriosos procederán a sentarse en juicio formal
(para este uso de trono, cf. Sal. 9:5; 122:5) de los habitantes, a la entrada de las puertas
donde se ventilaban los pleitos, para determinar lo que había de hacerse con la derrotada
población y sus ciudades».
3. Le dice claramente cuál es la causa de todos estos castigos (v. 16): «Es, le dice, a
causa de toda su maldad … porque me dejaron, e incensaron a dioses extraños y
adoraron la obra de sus manos». Jeremías era muy joven y quizá no sabía las
abominables idolatrías de que eran culpables sus compatriotas; pero Dios se lo declara a
fin de que él mismo quede satisfecho de la equidad de la sentencia que, en nombre de
Dios, habrá de pronunciar contra ellos.
II. Dios anima luego a Jeremías. Le es encomendado un importante encargo; es
enviado como heraldo de armas (vv. 17–19), pues place a Dios advertir de antemano de
los juicios que va a llevar a cabo, a fin de que los pecadores sean despertados a salir al
encuentro de Dios por medio del arrepentimiento y así se aparte la ira de Dios. Con este
encargo, Dios le anima y le dice: «Ciñe tus lomos, es decir, prepárate para actuar,
levántate, muévete, y háblales cuanto yo te mande, les parezca oportuno o no. Pero no
sólo tiene que ser activo, sino también atrevido: «No desmayes delante de ellos» (como
en el v. 8).
1. En dos cosas tiene que ser fiel: (A) Ha de decir todo lo que Dios le mande. No
debe ocultar nada por miedo a ofender a alguien, sino que debe proclamar todo el
consejo de Dios. (B) No ha de susurrarlo en un rincón a un pequeño grupo de amigos,
sino que ha de darse a ver (v. 18b) contra los reyes de Judá, si es que son malvados.
Tampoco ha de eximir a los sacerdotes, aun cuando también él es sacerdote y ha de
estar interesado en mantener la dignidad de su gremio. Ha de presentarse igualmente
contra el pueblo de la tierra, en la medida en que ellos están contra su Dios.
2. Dos razones se dan aquí para que obre de ese modo: (A) Porque tenía motivo para
temer la ira de Dios si no cumplía sus órdenes: «No desmayes, le dice, delante de ellos,
para que no te haga yo desmayar delante de ellos». El temor de Dios es el mejor
antídoto contra el temor de los hombres (comp. con 2 S. 12:7; 1 R. 21:19). Mejor es
tener por enemigos a todos los hombres del mundo que a Dios solo por enemigo. (B)
Porque no tenía motivo para temer a los hombres si era fiel en el desempeño de su
comisión (v. 18): este joven profeta es hecho por el poder de Dios como una ciudad
fortificada, inexpugnable, como con columnas de hierro y muros de bronce; hace
salidas contra el enemigo con sus reprensiones y amenazas y llena de pavor a todos. Le
baten desde todos los flancos: los reyes y príncipes arremeten contra él con todo su
poder, los sacerdotes truenan contra él censuras y excomuniones; el pueblo de la tierra
dispara contra él sus dardos en amargas y calumniosas palabras; pero él no cederá
terreno con el auxilio de Dios (v. 19): «Y pelearán contra ti, pero no prevalecerán
contra ti; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte». Le harán sufrir mucho,
pero no le harán rendirse; tendrá sus días oscuros, pero la oscuridad será sólo por algún
tiempo.
CAPÍTULO 2
El objeto de este capítulo es mostrar al pueblo de Dios sus pecados en forma de
reprensión y convicción, a fin de que puedan ser traídos al arrepentimiento. El pecado
del que se les acusa principalmente es la idolatría. Se les dice: I. Que esto es una
ingratitud hacia Dios (vv. 1–8). II. Que el que una nación cambie su dios es algo sin
precedentes (vv. 9–13). III. Que con esto se han arruinado a sí mismos (vv. 14–19). IV.
Que han quebrantado sus pactos y han degenerado de sus buenos comienzos (vv. 20,
21). V. Que su maldad es demasiado perversa para que pueda ser excusada (vv. 22, 23,
35). VI. Que persistían en ella de modo voluntario y obstinado (vv. 23, 25, 33, 36). VII.
Que se habían deshonrado a sí mismos con su idolatría y que pronto estarían
avergonzados de ella cuando viesen que sus ídolos eran incapaces de ayudarles (vv. 26–
29, 37). VIII. Que no habían querido convencerse ni reformarse con las reprensiones de
la Providencia (v. 30). IX. Que habían menospreciado grandemente a Dios (vv. 31, 32).
X. Que con sus idolatrías habían mezclado los más horribles asesinatos, y derramado la
sangre de pobres inocentes (v. 34).
Versículos 1–8
I. Se le ordena a Jeremías que lleve un mensaje, de parte de Dios, a los habitantes de
Jerusalén. El ministro del Señor debe comparar con todo cuidado con la Palabra de Dios
el mensaje que va a proclamar, y ver que está de acuerdo con ella, de modo que pueda
decir, no sólo «Jehová me envió», sino también: «Me envió a decir esto». Debe ir desde
Anatot, donde vivía en pacífico retiro y en el estudio de la ley, a Jerusalén, aquella
ruidosa ciudad, y clamar a los oídos (v. 2) de aquellos mismos que se tapaban los oídos
para no oír.
II. El mensaje que tiene que proclamar. Tiene que reprenderles por la horrible
ingratitud que han mostrado al abandonar a un Dios que, desde antiguo, ha sido tan
bueno para ellos.
1. Dios les hace aquí a la memoria los favores que, desde antiguo, les venía
dispensando, ya desde el momento en que fueron formados como pueblo (v. 2):
«Recuerdo por ti, como un punto a tu favor, y ojalá lo recuerdes tú también para que
ello te sirva de estímulo, el cariño de tu juventud, el afecto que me profesabas en un
principio, el amor de tus desposorios, la confianza que me mostraste cuando andabas
en pos de mí en el desierto, en una tierra no sembrada», frase con la que el profeta
matiza el sentido del vocablo «desierto». Dice el rabino Freedman: «No es probable que
Jeremías hubiese olvidado, o desease pasar por alto, los muchos casos de falta de fe en
el desierto cuando los israelitas murmuraban contra Dios. Pero estos casos no podían
borrar la encomiable confianza con la que se embarcaron en tamaña empresa, aun
cuando las dificultades del desierto empañaron después el brillo de su fe». Dios
correspondía con Su protección al amor de Su Pueblo (v. 3).
2. Les reprende luego por su ingratitud (vv. 4 y ss.).
(A) Les reta a que presenten un solo caso en que les haya tratado injusta o
malignamente. Con una asombrosa condescendencia, llega a decirles (v. 5): «¿Qué
maldad hallaron en mí vuestros padres, o vosotros? ¿Habéis hallado en Dios un amo
duro? Vosotros que habéis abandonado las ordenanzas de Dios, ¿podéis decir que fue
por lo fatigoso que resultaba servirme? Las decepciones que habéis sufrido no se me
pueden achacar a mí, sino a vosotros mismos. El yugo de mis mandamientos es fácil, y
en guardarlos hay gran recompensa». Aunque nos aflige, no nos hace ningún daño;
todo el mal está en nuestros caminos.
(B) Les acusa de ser, a pesar de todo lo que ha hecho por ellos, injustos e ingratos
(v. 5b): «Se alejaron de mí, no sólo me dejaron, sino que se fueron muy lejos, y se
fueron tras la vanidad, esto es, tras la idolatría y, con ella, tras toda clase de maldad, y
se hicieron vanos, semejantes a los ídolos que adoraban. Por eso, cuando entraron en la
tierra que yo les di, la profanaron (v. 7b), pues ya eran profanos. Era la tierra de Dios,
la tierra de Emanuel, pero la hicieron abominable». Y, una vez que abandonaron a
Jehová, no pensaron más en volver a Él. El pueblo no decía: ¿Dónde está Jehová? (v.
6). Tampoco los sacerdotes (v. 8) dijeron. ¿Dónde está Jehová? Los que tenían el deber
de instruir al pueblo en el conocimiento de Dios, no se interesaron por adquirir ese
conocimiento ellos mismos. Los escribas, depositarios de la ley (v. 8b), tampoco
conocieron a Jehová. Los pastores, que debían guardar de transgresiones el rebaño, eran
los cabecillas de la rebelión: «se rebelaron contra mí». Y los profetas falsos (v. 23:13)
profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras de lo que no aprovecha (los ídolos;
v. Hab. 2:18–20), y dejaron al único Dios útil, suficiente y necesario.
Versículos 9–13
Dios no los castiga de inmediato, sino que, como siempre (comp. Is. 1:18), les invita
a razonar (v. 9): «Por tanto, contenderé aún con vosotros etc.». Dios, antes de castigar a
los pecadores, contiende con ellos, a fin de convencerles y llevarles al arrepentimiento;
y no sólo con ellos, sino también con los hijos de sus hijos (v. 9b), es decir, hasta la
tercera y la cuarta generación (v. Éx. 20:5).
1. Les muestra que han actuado contra la costumbre de todas las naciones. Los
pueblos vecinos eran más firmes y fieles en la devoción a sus dioses falsos que ellos al
Dios verdadero. Que vayan a las islas de Quitim (Chipre y las islas adyacentes) y a
Quedar (v. 10), es decir, «el occidente de mayor cultura» y «el oriente de vida nómada»
(Asensio), y no hallarán una cosa semejante a ésta: que una nación haya cambiado sus
dioses (v. 11). Tal veneración tenían hacia sus dioses que, aunque eran de piedra y de
madera, no los cambiaban por los de plata y oro ni por el único Dios vivo y verdadero.
No los alabamos por eso, pero puede insistirse, para vergüenza de los israelitas, que
ellos, el único pueblo que no tenía ningún motivo para cambiar su Dios, era, sin
embargo, el único pueblo que lo había cambiado por los que no eran dioses. El celo de
los musulmanes y budistas, etc., debería avergonzar a los cristianos, quienes destacamos
por nuestra frialdad e inconstancia.
2. Les muestra que han actuado contra los dictados del sentido común ya que han
cambiado en peor y hecho muy mal negocio para sí mismos.
(A) Habían dejado a un Dios que les había hecho gloriosos a ellos mismos, ya que
Su gloria se había manifestado con frecuencia en el tabernáculo de ellos.
(B) Se habían arrimado a dioses que no podían hacerles ningún bien, dioses que no
aprovechaban a sus adoradores (v. 11b). Dios mismo apostrofa aquí (v. 12) a los cielos,
para que se llenen de asombro, de horror y espanto ante esta anomalía. El versículo 13
(bien conocido) declara en qué consiste esta inexplicable anomalía: Es un doble mal, no
sólo un doble error:
(a) «Me dejaron a mí, fuente de agua viva» (comp. con 17:13; Sal. 36:9; Jn. 4:14),
«que, sin trabajo humano, corren generosas e inagotables» (Asensio). En Dios está la
fuente de la vida (comp. con Jn. 1:4; 5:26), la todosuficiencia de la gracia y de la fuerza;
todas nuestras fuentes están en Él. Y de ese manantial inagotable han descendido hasta
nosotros todas las bendiciones de que disfrutamos (v. Stg. 1:17).
(b) «Y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas, es decir, llenas de grietas, que no
retienen las aguas». Tres detalles son aquí dignos de consideración: primero, han hecho
un gran esfuerzo para el mal al cavar las cisternas (comp. con Ro. 6:23), cuando tenían
el agua viva gratis y sin esfuerzo (Is. 55:1, 2); segundo, en lugar del manantial de agua
viva, es decir, corriente, han cavado depósitos donde el agua estancada se corrompe y
evapora, gráfica imagen del pecado; tercero, son cisternas agrietadas, por lo que el agua
se escapa, desaparece sin poder retenerla para ningún provecho. Si de cualquier
criatura—dinero, placer, honor—nos hacemos un ídolo, hallaremos que nos resulta
como una cisterna, que cuesta gran trabajo y esfuerzo para cavarla y llenarla y, aun así,
la poca agua que podamos acumular allí queda estancada, muerta. Es una cisterna rota,
que se agrieta en el calor del estío, de forma que se pierde cuando más la necesitamos
(Job 6:15). Adhirámonos, pues, al Señor, que tiene palabras de vida eterna (Jn. 6:68b).
Versículos 14–19
La insensatez de abandonar a Dios les había costado ya muy cara, pues a ella se
debían todas las calamidades bajo las cuales estaba gimiendo ahora su nación.
1. Sus vecinos, que eran sus enemigos declarados, prevalecían contra ellos.
(A) Habían esclavizado a Israel (v. 14): «¿Es Israel siervo?» ¡No! Es mi hijo, mi
primogénito (Éx. 4:22). Son hijos, herederos, descendencia de Abraham, destinados a
mandar, no a servir. «¿Por qué ha venido a ser presa? ¿Quién le ha despojado de su
libertad? ¿Por qué es usado como hijo de una esclava, es decir, como esclavo por
nacimiento? ¿Por qué se ha hecho a sí mismo esclavo de sus pasiones, de sus ídolos, de
lo que no aprovecha? (v. 11). ¿Qué cosa es ésta, que una tal primogenitura se haya
vendido por un plato de potaje, que su corona yazca en el polvo? ¡Los príncipes, hechos
esclavos de sus súbditos! ¡Los amos, esclavos de sus criados! ¿Nacieron esclavos? ¡No!
Por sus maldades fueron vendidos (Is. 50:1). Vinieron los príncipes vecinos y los
esclavizaron. Lo mismo ocurre en nuestras personas: ¿Fue formado el hombre para ser
un esclavo? ¡No! Fue formado para señorear. ¿De dónde, pues, le viene la esclavitud?
Es porque ha vendido su libertad y se ha hecho a sí mismo esclavo de diversas pasiones
y concupiscencias.
(B) Habían empobrecido a Israel. Dios los había introducido en una tierra fértil (v.
7), pero todos sus vecinos habían hecho presa en ella (v. 15). El león asirio había
sembrado en Palestina la desolación (comp. con 4:7; 50:17; Is. 5:29). Unas veces, un
enemigo; otras, otro; otras, varios enemigos coligados, caían sobre Israel, lo vencían y
se llevaban como botín lo mejor de la tierra (v. 15b): «asolaron la tierra; quemadas
están sus ciudades, sin morador». Incluso (v. 16) los hijos de Menfis (hebr. Nof) y de
Tajpanés (lit.) te roen el cráneo. ¡Esos despreciables egipcios, no afamados
precisamente por su bravura ni por su fuerza, se habían aprovechado de la debilidad de
Israel! Según Freedman, «la figura (de la última frase del v. 16) parece ser la del ganado
que rumia la hierba en un campo».
(C) Todo esto se debía a su pecado (v. 17): «¿No te acarreó esto el haber dejado a
Jehová tu Dios cuando te conducía por el camino?» ¿Por qué camino? Ya sea por el
camino del desierto o, más probable, por el camino de la virtud, según lo habían
señalado los profetas enviados por Dios.
2. Sus vecinos, los que profesaban ser sus amigos, no les habían ayudado; también
esto se debía al pecado de ellos.
(A) En vano habían buscado el auxilio de Egipto y de Asiria (v. 18): «¿Qué te va a
ti en el camino de Egipto, para que bebas agua de Shijor, esto es, del Nilo?» Dice
Freedman: «Shijor significa probablemente “oscuro” y describe las turbias aguas de ese
río». La misma pregunta vemos acerca de Asiria y del Éufrates (v. 18b). Freedman
resume así el contexto histórico de dicho versículo 18: «Los gobernantes de Judá e
Israel habían vacilado entre los dos grandes poderes, Egipto y Asiria. Menajem, rey de
Israel, buscó la ayuda de Asiria contra Egipto; Oseas cambió la estrategia política de
Menajem y llamó a Egipto contra Asiria; mientras que Josías murió peleando contra
Egipto en ayuda de Asiria. Ninguna de estas alianzas les reportó ningún beneficio. Estas
eran las cisternas rotas mencionadas en el versículo 13. La única salvación de Israel
estaba en volverse a Dios».
(B) También esto les había ocurrido a causa de su pecado (v. 19): «Tu propia
maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y
amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, pues eso es lo que da poder a tus
enemigos, y quita fuerza a tus amigos». El pecado es abandonar a Jehová como a Dios
nuestro, y dejar el alma alienada de Él. La causa del pecado es que falta en nosotros el
temor de Dios (v. 19b). El pecado es un mal que no tiene nada bueno en sí; es amargo;
el salario del pecado es muerte, y la muerte es amarga. Y, al ser en sí malo y amargo,
tiende directamente a hacernos miserables: «Tu propia maldad te castigará, y tus
rebeldías te condenarán»; el castigo sigue tan inevitablemente al pecado que se dice
que es el pecado el que castiga.
Versículos 20–28
I. El pecado mismo: la idolatría.
1. Frecuentaban los lugares de culto idolátrico (v. 20b): «Sobre todo collado alto y
debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera», practicando el adulterio
espiritual. Dice Freedman: «La infidelidad de Israel a Dios, con quien estaba desposado
(cf. v. 2), es asemejada a un acto de adulterio. Hay también una alusión a la crasa
inmoralidad que formaba parte de los cultos idolátricos».
2. Hacían imágenes para sí y las honraban (vv. 26, 27); no sólo el pueblo llano, sino
también los reyes y los príncipes, los sacerdotes y los profetas, eran tan estúpidos como
para decirle a un trozo de madera: «Mi padre eres tú, esto es, tú eres mi dios, a ti te
debo el ser y, por ello, a ti me debo y de ti dependo; y a una piedra: Tú nos has
engendrado y, por consiguiente, tú nos tienes que proteger». ¿Qué mayor afrenta se
puede hacer a Dios nuestro Padre que nos ha creado? Cuando estos objetos comenzaron
a ser venerados, se suponía que estaban animados por algún poder o espíritu celestial,
pero gradualmente se fue perdiendo este concepto y el propio objeto material fue
considerado como dios y padre y adorado en conformidad con esta nueva idea.
3. Multiplicaban sin límite el número de estas abominables deidades (v. 28b):
«porque según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses». No podían estar
de acuerdo acerca de un solo dios: a un ciudad le gustaba más un dios; a otra, otro, y así
sucesivamente. Refiere un tal Marston (citado por Freedman) que «en mayo de 1929,
dos arqueólogos franceses, los señores Schaeffer y Chenet, al excavar entre las ruinas de
Ras Shamra en el norte de Siria, frente a la isla de Chipre, hallaron unas tablillas de
barro en las que aparecía una nueva forma de escritura cuneiforme … Estas tablillas
indican que había unos cincuenta dioses y un número de diosas por la mitad de esa cifra,
asociados con Ras Shamra. Esta abundancia de deidades recuerda la amarga acusación
de Jeremías, muchos siglos después, a los judíos: según el número de tus ciudades, oh
Judá, fueron tus dioses» (v. también 11:13, donde se repite la frase).
II. La prueba de esto. Presumían de que podían por sí mismos limpiarse de este
pecado: Se lavaban con nitro (lejía) y con abundancia de jabón (v. 22). Pensaban que
los actos exteriores de religiosidad bastaban para expiar, como si fuesen lejía y jabón,
las abominaciones idolátricas que, por otra parte, practicaban. Quizás se excusaban con
que el respeto que prodigaban a los ídolos no equivalía a honores divinos, sino a
temores demoníacos (v. 23): «¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras
los baales?» Como lo hacían en secreto y lo ocultaban con todo cuidado (Ez. 8:12),
pensaban que nunca podría probarse contra ellos. Pero Dios les dice (vv. 22 y ss.) que a
Él no le han pasado desapercibidos todos sus movimientos: «Mira tu proceder en el
valle (v. 23b), etc.». Como si dijese: «Mira los horribles sacrificios humanos que has
ofrecido en el valle de Hinnom. Por mucho que quieras lavarte de esas manchas de
sangre, como lo hacen los asesinos para que no aparezca en sus ropas la sangre de sus
víctimas, no podrás quitártelas».
III. Las circunstancias agravantes del pecado de que les acusa.
1. Dios había hecho por ellos grandes cosas y, con todo, se apartaban de Él y se
rebelaban contra Él (v. 20): «Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y soltaste tus
ataduras». Ésta es la lectura de nuestras versiones según los LXX y la Vulgata Latina,
pero el texto hebreo masorético dice: «Porque desde muy atrás he quebrantado tu yugo
y he suelto tus ataduras», con lo que el sentido sería que Dios había librado a Israel en
muchas ocasiones.
2. En conformidad con esta lectura, Israel habría hecho la promesa de no volver a
transgredir: «No transgrediré» (hebr. lo eebor). Pero el texto masorético dice
claramente «lo eebod», «no serviré». Por lo que es más probable, según dice Freedman,
que shabarti y nittakti, que se traducen por «he quebrado», «he roto» (o he suelto),
sean «formas arcaicas de la segunda persona femenina, y no de la corriente primera
persona del singular», con lo que la versión correcta sería la que traen nuestras
versiones, que siguen a los LXX y a la Vulgata. Añade Freedman: «Ésta es la que
prefieren los modernos comentaristas, como que se aviene mejor al tenor general del
contexto».
3. Habían degenerado perversa y miserablemente de lo que fueron cuando Dios los
formó como pueblo (v. 21): «Y eso que yo te planté de vida escogida, simiente
verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (comp.
con Éx. 15:17; Sal. 44:2; 80:8; Is. 5:2, 4). En Josué leemos 24:31 que «sirvió Israel a
Jehová todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a
Josué». La siguiente generación, sin ir más lejos, ya «no conocía a Jehová ni la obra
que Él había hecho por Israel» (Jue. 2:10b), y así habían ido de mal en peor hasta
convertirse en el degenerado sarmiento de vid extraña.
4. Eran violentos y persistentes en el seguimiento de sus idolatrías y no querían ser
frenados por la palabra de Dios ni por la providencia de Dios. Son comparados a una
«joven dromedaria ligera que tuerce su camino» (v. 23, al final), «que corre de un lado
para otro, atraviesa y vuelve a atravesar su camino, llevada de su concupiscencia»
(Freedman). También son comparados (v. 24) a «un asna montés, acostumbrada al
desierto, no domesticada por el trabajo y, por tanto, olfateando el viento en el ardor de
su lujuria» (v. 14:6, comp. con Job 39:5–8). En tal condición, «¿quién la detendrá de su
lujuria?» F. Asensio hace de los versículos 24–27 la siguiente paráfrasis: «La pasión
idolátrica le empuja (a Israel) irresistiblemente, y como asna salvaje, indómita y sin
freno en sus instintos sexuales, Israel corre desbocado hacia los ídolos. Es como su mes,
período de su celo, que le hace buscar descalzo y sediento a los dioses extraños, sus
amantes, sin poderlo remediar. Confesión forzada de quien, como el ladrón sorprendido
mientras roba, ha sido sorprendido en masa (pueblo y dirigentes) cuando invoca al leño
como padre y a la piedra como madre. Cara a los ídolos, obra del hombre, y de
espaldas a Jehová (7:30, 31; 32:31–35), su Creador y su Padre-madre al mismo tiempo
(Éx. 4:22; Dt. 14:1; 32:18; Os. 11:1), hasta que las calamidades les hacen cambiar de
posición (Jue. 10:6–16; Sal. 78:34–38; Jer. 26:3, 13, 19), para lanzar a Jehová su
angustioso levántate y sálvanos».
5. Eran obstinados en su pecado y, así como no podían ser frenados, tampoco
querían ser reformados (v. 25), a pesar de las advertencias. Como toda persona adicta a
un vicio (tabaco, bebida, lujuria, etc.), Israel confiesa su impotencia moral para
abandonar la idolatría: «No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he
amado y tras de ellos he de ir». Ni aun ante la perspectiva del exilio, están dispuestos a
dejar ese pecado. Éste puede ser, como lo interpretan rabinos de la mayor talla, el
sentido de la primera parte del versículo 25: «No persistas en la idolatría, por la que
últimamente serás castigado yendo a la cautividad descalzo y sediento». Contra las
frases fatalistas de la segunda parte del versículo, dice M. Henry: «Así como no
debemos desesperar de la misericordia de Dios, sino creer que basta para el perdón de
nuestros pecados, por horribles que éstos sean, si nos arrepentimos e invocamos
misericordia, así tampoco debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que basta
para someter nuestras corrupciones, por fuertes que éstas sean, si oramos y pedimos
gracia y cooperamos después con ella. Una persona nunca debe decir No hay esperanza,
mientras se halla de este lado del infierno».
6. Se habían cubierto de vergüenza al rechazar lo que les habría servido de ayuda
(vv. 26–28): «Como se avergüenza el ladrón cuando es descubierto (lit. hallado),
especialmente si antes pasaba por ser hombre honrado, así se avergonzará la casa de
Israel, no con una confusión de arrepentimiento por el pecado del que ha sido hallada
culpable, sino con la que causa la desilusión que el castigo le trae por el pecado». En la
prosperidad le habían vuelto la espalda a Dios, pero cuando la calamidad apriete, no
podrán hallar otro alivio que el de acudir a Él con un grito de angustia (v. 27, al final):
«Levántate y líbranos». Para conducirlos a este estado de vergüenza y confusión
saludable, si sirve para hacer que se arrepientan, se les envía (v. 28, comp. con Jue.
10:14) a los dioses a quienes habían servido. Ellos gritan a Dios: Levántate y líbranos.
Dios dice de los ídolos: «Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu
aflicción, pues no tienes motivos para esperar que yo lo haga».
Versículos 29–37
1. La verdad de la acusación era evidente e incontestable (v. 29): «¿Por qué porfiáis
conmigo? Sabéis que todos vosotros prevaricasteis contra mí. ¿Por qué, pues, porfiáis
conmigo por contender con vosotros?»
2. Dios les requiere a considerar su obstinación y su ingratitud.
(A) Han recibido de Dios reprensiones de muchas clases, con las que Él quería
llevarles al arrepentimiento, pero en vano. Ni se les avivaba la conciencia ni se les
ablandaba el corazón. No querían recibir (v. 30) instrucción en forma de corrección
(hebr. musar; v. el comentario a Pr. 1:8a); por tanto, el castigo era en vano. No
contentos con desoír la voz de Dios, mataban a los profetas que la proclamaban (v.
30b): «Vuestra espada devoró a vuestros profetas como león destrozador» (v. 26:23; 2
R. 21:16).
(B) «¡Oh generación!—les dice ahora (v. 31) tiernamente—. ¿He sido yo un
desierto para Israel o una tierra de tinieblas?» Como si dijese: «¿No he sido para ellos
un manantial de agua viva (v. 13) para proveerles de todo lo que bastaba para satisfacer
sus necesidades? ¿Acaso los he dejado en la oscuridad, sin guía que les mostrase el
camino?» Es cierto que, a veces, Dios lleva a su pueblo por un desierto y en la
oscuridad, pero siempre va al lado de ellos, dándoles todo lo necesario y guiándoles
como de la mano. Así llevó a los israelitas, sustentándoles con el maná y guiándoles de
noche con la columna de fuego. Pero se habían vuelto insolentes e imperiosos (v. 31b):
«Vagamos a nuestras anchas; nunca más vendremos a ti». Los que, como pordioseros,
tenemos que mendigar de Dios cuanto somos y tenemos, ¿cómo podemos decir: Somos
ricos, nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos a Dios?
3. La causa de todo su mal comportamiento es que se han olvidado de Dios (v. 32) y
de todo lo que les habría llevado a recordar a Dios. Se han olvidado de Él por
innumerables días, es decir, por muchísimo tiempo. ¡Cuántos días de nuestra vida han
pasado sin un recuerdo conveniente de Dios! ¿Quién puede contar esos días vacios?
Israel no tenía para Dios la consideración que una doncella (hebr. betulah) recién
desposada y una novia (hebr. kallah) tienen hacia sus galas. ¡No! Ellas están
continuamente pensando en ellas y hablando de ellas.
4. Dios les muestra la mala influencia que sus pecados han ejercido en otros (v. 33):
«¿Por qué adornas tu camino para hallar amor?» Hay aquí una alusión a las mujeres
descocadas que se ofrecían a sí mismas con sus lascivas miradas y su vestir inmodesto,
como Jezabel (2 R. 9:30), que se pintaba los ojos con antimonio y se ataviaba la
cabeza. Así cortejaba Israel a sus vecinos paganos, entraba en coaliciones con ellos y
enseñando aun a las perversas sus caminos, mezclaba las instituciones de Dios con las
costumbres idolátricas de sus aliados. Como parafrasea el rabino Freedman: «Eres
maestra de maldad incluso para las malvadas».
5. Les acusa del crimen de asesinato (v. 34): «Aun en tus faldas se halló la sangre
de las almas (es decir, de las personas) de los pobres inocentes». La referencia es aquí a
los niños que eran ofrecidos en sacrificio a Mólek (o Moloc, como suele escribirse y
decirse); o podría entenderse en general por toda la sangre inocente que Manasés
derramó, y con la que llenó a Jerusalén de extremo a extremo (2 R. 21:16). Esta sangre
no se descubrió buscándola en secreto ni cavando en la tierra, sino que estaba a la vista
de todos, pues la mostraban los bordes de los vestidos donde había salpicado.
6. Israel se niega a confesarse culpable de todo eso (vv. 34b, 35a), pero Dios le
asegura que sus excusas no le van a valer. Si piensa que, con su hipócrita confesión de
inocencia, la ira de Dios se apartó de Israel, se equivoca. Dios le llama a juicio (v.
35b), para convencerle de que no es inocente, sino culpable. Dice Asensio: «Es juicio de
quien acusa, pero, antes de condenar, espera que Israel reaccione y deje de apresurarse
a cambiar sus caminos (v. 36), al correr de una nación a otra en busca de alianzas». En
efecto:
(A) Les muestra que seguirán sufriendo decepciones mientras continúen poniendo
su confianza en criaturas, cuando tienen a Dios por enemigo (vv. 36, 37). Lo mismo que
salieron avergonzados de la alianza con Asiria, serán también avergonzados de su
alianza con Egipto. Necia idolatría fue poner su confianza en brazo de carne (17:5) y
apartar de Dios el corazón. ¿Para qué andar cambiando de camino, cuando hay sólo un
camino seguro y bendito? Los que ponen en Dios su esperanza y caminan en continua
dependencia de Él, no tienen por qué cambiar de camino, pues en Él podrán reposar,
entrar y salir y hallar pastos (comp. con Jn. 10:9).
(B) Viene a decirles que, al cambiar de camino, cambiarán únicamente de
decepción. Habían confiado primero en Asiria y, al resultarles una caña rajada, pasaron
a apoyarse en Egipto, que no les resultó mejor (v. 37): «También de allí saldrás con las
manos en la cabeza» (v. 2 S. 13:19 para el sentido de este gesto). En 37:5–10 vemos el
cumplimiento de esta profecía. Dios había rechazado a aquellos en que Israel confiaba
(v. 37b) y, por tanto, no podía prosperar por ellos. Dice Asensio: «Señor de todas las
naciones y árbitro del poderío de los grandes imperios, Jehová rechaza y corta en seco
mibtaj = el objeto de confianza, dioses extraños y naciones, de Israel: al margen de
Dios, nada de éxitos nacionales».
CAPÍTULO 3
En este capítulo Dios invita benignamente a Su pueblo a que vuelvan y se
arrepientan, a pesar de la multitud de sus provocaciones (las que se especifican aquí),
para mostrar que donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. I. Vemos lo mal que
se habían portado y, con todo, lo dispuesto que estaba Dios a acogerlos favorablemente
si se arrepentían (vv. 1–5). II. Impenitencia de Judá (vv. 6–11). III. Se dan grandes
ánimos a estos apóstatas para que vuelvan y se arrepientan, y se les promete que Dios
tiene reservada para ellos gran misericordia (vv. 12–19). IV. Se repite la acusación
contra ellos por apostatar de Dios, y también se repite la invitación, a la que se añaden
aquí las palabras que deberán proferir en su vuelta a Dios (vv. 20–25).
Versículos 1–5
Estos versículos abren una puerta de esperanza. Dios hiere para curar.
1. Cuán vilmente había abandonado este pueblo a Dios y se había ido a prostituirse
lejos de Él. Ya hubiese sido bastante maldad admitir entre ellos a un dios extraño, pero
ellos eran insaciables en su seguimiento de los falsos dioses (v. 1b): «Tú has fornicado
con muchos amantes». Buscaban oportunidad para sus idolatrías y buscaban también
nuevos dioses a los que adorar (v. 2b): «Junto a los caminos te sentabas para ellos,
como ramera que se ofrece a los que pasan (v. Gn. 38:14; Pr. 7:8–22; Jer. 42:43; Ez.
16:25, 26), como árabe en el desierto», pues así se sientan los beduinos a la puerta de su
tienda para atropellar a los indefensos caminantes. No sólo se habían contaminado a sí
mismos, sino que habían contaminado la tierra (v. 2, al final), pues era un pecado
nacional. No obstante (v. 3), seguían con su cara dura y sin vergüenza, como cualquier
ramera: «has tenido frente de ramera y no quisiste tener vergüenza». Enrojecer de
vergüenza es color de virtud o, al menos, su reliquia; pero los que han pasado de la
vergüenza, han pasado de la esperanza.
2. Cuán benignamente les había castigado Dios por sus pecados (v. 3), pues se
limitó a detener la lluvia. Lo más probable es que las aguas, o aguaceros, que se
mencionan en primer lugar, hagan referencia a la lluvia temprana, que solía caer a fines
de octubre, así como la lluvia tardía, que se menciona a continuación, en la que caía
durante marzo y abril.
3. Cuán justamente habría obrado Dios si hubiese rehusado volver jamás a
recibirlos; esto habría estado conforme a la norma establecida acerca de los divorcios (v.
1), pues se dice en Deuteronomio 24:4 que «no podrá su primer marido, que la
despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida». Eso
sería mancillar la tierra. Pero Dios no se ata con las leyes que ha hecho para nosotros ni
se resiente como nosotros. Quiere portarse con Israel más finamente de lo que cualquier
marido ofendido lo haría con su mujer adúltera, y les dice (v. 4): «A lo menos desde
ahora, ¿no me llamarás a mí: Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud?» Como si
dijese: «Ahora que se te ha hecho ver tus pecados (v. 2) y el castigo por ellos (v. 3), ¿no
los abandonarás y te volverás a mí, diciendo: “Iré y me volveré a mi primer marido,
porque mejor me iba entonces que ahora” (Os. 2:7)?» Espera que ellos apelen a su
constante relación con Dios, llamándole Padre y amigo de su juventud (equivalente a
novio).
4. Cuán irremediable parece la condición de Israel (v. 5) mientras las obras no estén
de acuerdo con las palabras. Buenas son las frases del v. 4b y 5a, pero ¿son algo más
que frases? «He aquí cómo has hablado, pero has hecho maldades y las has colmado.»
Versículos 6–11
La fecha de este sermón es (v. 6) en los días de Josías, que había emprendido de
corazón una buena obra de reforma, pero el pueblo no era sincero. Se compara aquí el
caso de los dos reinos, el de Israel, esto es, las diez tribus que se habían separado del
trono de David y del templo de Jerusalén, y el de Judá, las dos tribus que continuaban
adheridas a ambos.
1. El caso de Israel, el reino del norte. Es llamado (v. 6) «la apóstata Israel», porque
ese reino se fundó sobre una apostasía, esto es, un apartamiento de las instituciones
divinas, tanto del trono como del altar. Israel se había entregado de lleno (v. 6b) a la
prostitución idolátrica. Dios la había invitado, por medio de sus profetas, a que se
arrepintiese y volviese a Él, incluso si no se volvía a la casa de David. No leemos que
Elías, el gran reformador, mencionase jamás la vuelta de ellos a la casa de David. Pero
(v. 7b) no se volvió, y (v. 8) Dios lo vio. En efecto, el texto masorético tiene aquí el
verbo en primera persona del singular, con lo que la versión más probable sería: «Y vi
que, por cuanto la apóstata Israel había cometido adulterio, la había yo despedido y le
había dado carta de repudio, con todo no tuvo temor, etc.», al empalmar el vi que (del
principio) con lo de con todo no tuvo temor, etc., como lo hace admirablemente la NVI.
La versión siríaca lo vertió en tercera persona: «Y vio (Judá)…», y así lo han copiado la
mayoría de las versiones.
2. El caso de Judá, el reino del sur. Es llamado (v. 7, al final) «su hermana, la
traidora Judá»; hermana porque ambas descendían del mismo tronco (Jacob); pero, así
como Israel tenía la condición de apóstata, Judá es llamada traidora porque, aunque
profesaba continuar adherida a Dios, así como lo estaba a los reyes y sacerdotes que
ejercían su ministerio por designación divina, demostró ser traicionera. El exilio de
Israel tenía por objeto servir de advertencia a Judá, pero no surtió el efecto intentado.
Judá se creyó segura porque tenía por sacerdotes a hijos de Leví, y por reyes a hijos de
David, y se lanzó (vv. 8b, 9) al adulterio idolátrico con todo atrevimiento; eso es lo que
significa la ligereza de su fornicación; no que fuese ligera, leve, sino que se lanzó a ella
sin más consideración, al pensar que era cosa ligera ser infiel de aquel modo a Jehová.
El país había llegado a una corrupción total en tiempos del rey Manasés, y aunque
Josías era un buen rey, el pueblo no se volvió (v. 10) a Dios de todo corazón, sino
fingidamente. Por eso, dijo Dios en aquellos mismos días (2 R. 23:27): «También
quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel».
3. Al comparar los casos de estas dos hermanas, el de Judá resulta ser el peor (v.
11): «Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la apóstata Israel en comparación con la
desleal Judá». El reino del sur estaba más obligado a ser fiel a Jehová, por cuanto
disfrutaba aún de los grandes privilegios de un sacerdocio y de un trono recibidos en
sucesión legítima y, además, tenía delante el ejemplo de lo ocurrido ya a su hermana.
Esta lamentable situación de Israel, ya en el destierro de Asiria, parece notarse en los
acentos de ternura con que Dios se dirige a ellos en el versículo 12. Pero nótese que se
llama a Israel justa sólo en comparación con la desleal Judá. Esa comparativa justicia le
va a servir de poco al reino del norte. ¿De qué nos sirve decir: No somos tan malos
como otros, si nosotros mismos no somos buenos? En dos aspectos era peor Judá que
Israel, como ya hemos apuntado: (A) Se esperaba de Judá más que de Israel. (B)
Debería haber escarmentado en la cabeza de su hermana.
Versículos 12–19
Hay gran cantidad de evangelio en estos versículos. Dios ordena al profeta que
proclame (v. 12) hacia el norte las palabras que siguen, pues constituyen una llamada a
la apóstata Israel, las diez tribus del norte que habían sido llevadas en cautiverio a
Asiria, país que cae al nordeste de Palestina en general, pero al norte especialmente, si
se mira desde Jerusalén. En esa dirección ha de mirar para reprender a los hombres de
Judá por rehusar obedecer a los llamamientos que se les dirigen. La apóstata Israel está
en mejores condiciones (vv. 12–19) que la desleal Judá para volverse a Dios en busca
de perdón misericordioso. Sin embargo, no se pierda de vista que la expresión «en esos
días» (v. 16b), dentro del contexto próximo, apunta al reino mesiánico futuro.
I. Tenemos primero una invitación a la apóstata Israel a que se vuelva a Jehová (v.
12), el Dios de quien se apartó. Véase la ternura en que va envuelta esta invitación:
«Vuélvete … no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová,
no guardaré para siempre el enojo». Se les instruye sobre el modo de volver a Dios (v.
13): «Tan sólo reconoce tu maldad, que contra Jehová tu Dios has prevaricado, es
decir, confiesa que la culpa es tuya y, de este modo, echa sobre ti la infamia, y sobre
Dios la gloria». Una circunstancia agravante de la condenación de los pecadores es que
las condiciones del perdón y de la paz han sido puestas al alcance de la mano, a la altura
de cualquier ser humano y, con todo, los pecadores no han querido aceptarlas. Podemos
aplicar aquí las palabras que le dijeron a Naamán sus criados (2 R. 5:13): «Si el profeta
te mandara alguna cosa muy difícil, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate y
serás limpio?» «¡Tan sólo reconoce tu maldad!» Hemos de confesar nuestras muchas
prevaricaciones (v. 13b, lit.): «y esparciste tus caminos a extraños». No fue un solo acto
de idolatría a un solo ídolo, sino muchas idolatrías a muchos dioses falsos.
II. Tenemos después preciosas promesas a estos hijos apóstatas, si se vuelven, las
cuales se cumplieron en parte cuando volvieron los judíos de su cautiverio, pero tendrán
pleno cumplimiento en los últimos tiempos (vv. 14 y ss.). Aunque se dirige a ellos como
a «hijos apóstatas», está implícita también la relación conyugal entre Jehová e Israel:
«porque yo soy vuestro señor (hebr. baal, amo y esposo a un mismo tiempo)» (v. 14b).
Dios no echa al olvido esta relación y recuerda el pacto con los antepasados de Israel
(Lv. 26:42).
1. Les promete reunirlos desde todos los lugares a los que han sido esparcidos (v. Jn.
11:52): «y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en
Sion» (v. 14c). Dice Freedman: «La intención es: incluso si sólo se arrepiente un
pequeño grupo, Dios no permitirá que queden engullidos en el exilio, sino que les hará
regresar a Sion». Por muy esparcidos que se hallen los escogidos de Dios y por muy
lejos que se encuentren, Dios ve a cada uno individualmente y tiene poder para traerle al
rebaño.
2. Promete que pondrá para guiarles pastores que les sirvan realmente de bendición
(v. 15): «Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y
con inteligencia». Nótese: (A) Que les dará Dios pastores según Su corazón, elegidos
por Dios, como David: «en sustitución de los pastores antiguos con sello de mercenarios
(2:8; Ez. 34:1–10), pondrá al frente de ellos pastores auténticos que, al estilo del “Pastor
davídico” (Ez. 34:23), los apacienten con desinterés y dentro de la doctrina
estrictamente yahvista» (Asensio). Con todo, el contexto posterior muestra el tono
escatológico de esta porción. (B) Que estos pastores les apacentarán con conocimiento
(hebr. deah) y la prudencia (hebr. haskeil—sékhel con artículo—). El sentido del
original es que el conocimiento y la prudencia son el pasto que los pastores les darán,
no las cualidades de los pastores (aunque éstas se suponen). No hay pasto como la
Palabra de Dios, «que nos puede hacer sabios para salvación» (2 Ti. 3:15).
3. Promete que ya no hará falta el Arca de la alianza (v. 16), que había sido entre
ellos la señal de la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, pues Jerusalén (v. 17), la
ciudad entera, será llamada Trono de Jehová. Allí adorarán todas las naciones y «ya no
andarán más tras la dureza de su corazón», porque en el nuevo pacto Dios habrá
quitado el corazón de piedra y habrá puesto el corazón de carne (Ez. 36:26). Dice
Asensio: «En la nueva época mesiánica no habrá necesidad del Arca con la Ley escrita,
porque, “en los días que vienen”, Jehová mismo “escribirá en los corazones” la Ley de
la “nueva alianza” (31:31–34)». Ryrie, por su parte, comenta: «Cuando Cristo vuelva, el
Arca de la alianza no será el lugar donde Dios se encuentra con Su pueblo, sino que
Cristo reinará en Jerusalén».
4. Promete también que Judá e Israel volverán a unirse felizmente para formar una
sola nación (comp. con 50:4; Is. 11:13). Éste fue siempre el sueño y la firme esperanza
de los profetas (v. 2:4; Is. 11:12; Ez. 37:16 y ss.; Os. 2:2). La perspectiva es claramente
escatológica y está fuera de contexto aplicar todo esto a la reunión de gentiles y judíos
en la Iglesia.
III. Dificultades que pueden cruzarse en el camino de todas estas misericordias (v.
19). El profeta vuelve al contexto histórico en que se halla inmerso todo el mensaje que
está proclamando. Dice Freedman: «El versículo describe las intenciones de Dios y las
esperanzas con respecto a Judá, las cuales, sin embargo, no se realizaron».
1. Dios pregunta ahora: «¿Cómo te pondré entre los hijos, etc.». No significa que
Dios esté mal dispuesto a otorgar su favor o que lo de de mala gana. La pregunta tiene
simplemente en cuenta las infidelidades del pueblo como lo muestra el contexto
posterior y aun todo el anterior (vv. 1–13, como puede verse por la semejanza de la
última frase del v. 19 con el v. 4). La mención de la filiación («entre los hijos») y de la
heredad («la más excelente heredad de las naciones») deberían bastar para atraer a los
israelitas (y a nosotros) hacia su Dios. ¿Somos nosotros menos culpables que ellos?
2. Dios mismo ofrece la respuesta a la pregunta que acaba de formular (v. 19b): «Y
dije: Me llamarás: Padre mío; y no te apartarás de en pos de mí». Para que los hijos
apóstatas puedan volverse al Padre, Dios les pondrá en el corazón el espíritu de
adopción de forma que puedan decir entonces «Abbá, Padre» (Gá. 4:6). Entonces les
abrazará con Su gracia paternal, de forma que nunca más se aparten de en pos de Él.
Versículos 20–25
1. El cargo que Dios presenta contra Israel por su infidelidad (v. 20). Estaban unidos
a Jehová por pacto matrimonial, pero habían quebrantado el pacto y sido desleales
contra Dios.
2. Ellos confiesan la verdad de este cargo (v. 21). Al reprenderles Dios de su
apostasía, hubo algunos cuyas voces se oyeron sobre las alturas, en los mismos lugares
altos donde, mediante su idolatría, habían abandonado a Dios (v. 2), el llanto suplicante
de los hijos de Israel, al humillarse ante el Dios de sus padres y confesar así que han
pervertido su camino, de Jehová su Dios se han olvidado. El pecado es desviarse por
caminos tortuosos, torcidos. El olvido del Señor nuestro Dios está en el fondo de todo
pecado. Si los hombres se acordasen de Dios, no transgredirían.
3. La invitación que Dios les hace para que vuelvan (v. 22): «Volveos, hijos
apóstatas». Los llama hijos, y siente hacia ellos compasión y ternura de Padre, pero
apóstatas, porque de Él se han apartado. Freedman hace notar que «los vocablos
hebreos, aunque diametralmente opuestos, son semejantes, y la idea que comportan es:
en lugar de ser shobabim (apóstatas), que sean shabim (penitentes)». Dios les promete
que si se vuelven, Él sanará sus apostasías (comp. con Mt. 11:28) mediante su
misericordia perdonadora, su paz tranquilizadora y su gracia renovadora.
4. El presto consentimiento que dan a esta invitación (vv. 22b–25). Es como un eco
del llamamiento de Dios; como una voz que devuelven lejanas paredes, así vienen estas
voces de sus quebrantados corazones. Dice Dios: «Volveos». Responden ellos: «Aquí
estamos; hemos venido a ti». La respuesta no puede ser más pronta.
(A) Vuelven dedicándose a Jehová como a su Dios: «Hemos venido a ti, porque tú
eres Jehová nuestro Dios. Ha sido un pecado y una locura habernos alejado de ti».
(B) Vienen al reconocer que solamente de Dios les puede venir la ayuda y el
socorro. Nótese ese doble «ciertamente» (hebr. akhén) del v. 23: «CIERTAMENTE
falsedad eran los collados y el bullicio sobre los montes, aquellos clamores orgiásticos
con que acompañábamos nuestro culto a las falsas deidades; CIERTAMENTE en Jehová
nuestro Dios está la salvación de Israel». La apostasía comienza por dudas (Gn. 3:1–6);
la fe se sostiene sobre certezas sin evidencia sensible (He. 11:1). No hay salvación, sino
en Dios por medio del que Él envió a este mundo por único Mediador (Jn. 14:6; 17:3;
Hch. 4:12; 1 Ti. 2:5).
(C) Vienen y justifican a Dios en las aflicciones que han sufrido y condenándose a sí
mismos en las transgresiones que han cometido (v. 24): «La confusión, es decir, el
vergonzoso culto a Baal (v. Os. 9:10) consumió el trabajo de nuestros padres, es decir,
todo lo bueno que nuestros padres habían obtenido con sus honestas labores: sus ovejas,
sus vacas, sus hijos y sus hijas». Como dice Freedman, estas frases «es posible que
aludan a sacrificios humanos» (v. 5:17). Los verdaderos penitentes han aprendido a
llamar al pecado «confusión vergonzosa».
(D) Ofrecen las señales genuinas de un sincero arrepentimiento (v. 25). «Yazcamos
en el polvo, en gesto de penitentes, en nuestra confusión, es decir, avergonzados de
nuestros pecados y arrepentidos de ellos, que nos cubra nuestra afrenta como un
vestido (v. Sal. 109:29), porque hemos pecado contra Jehová nuestro Dios, nosotros y
nuestros padres, desde nuestra juventud y hasta este día». Como si dijese: (a) «Somos
pecadores por herencia» («nosotros y nuestros padres»). (b) «También lo somos por
costumbre inveterada» («desde nuestra juventud»). (c) «Lo somos de manera
obstinada» («hasta este día, y no hemos atendido a la voz de Jehová nuestro Dios»).
CAPÍTULO 4
Quizás los dos primeros versículos de este capítulo estarían mejor al final del
capítulo anterior, pues van dirigidos a Israel, el reino del norte, animándoles a no ceder
en su resolución de volverse a Jehová (vv. 1, 2). El resto del capítulo concierne a Judá y
Jerusalén. I. Son llamados a arrepentirse y reformarse (vv. 3, 4). II. Se les advierte del
avance de Nabucodonosor, y de su ejército, contra ellos (vv. 5–18). III. Para
impresionarles más, el profeta se lamenta amargamente y simpatiza con su pueblo en las
calamidades que les han sobrevenido (vv. 19–31).
Versículos 1–2
Cuando Dios invitó al apóstata Israel a volverse (3:22), ellos respondieron de
inmediato: «Aquí estamos; hemos venido a ti». Ahora Dios se da por enterado de la
respuesta de ellos.
1. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces has de mostrarlo; has de abandonar de
veras tus pecados y retirar de ti, de una vez, las reliquias de tu idolatría: (v. 1b): Si
quitas de delante de mí tus abominaciones y no andas de acá para allá» (comp. con 1
R. 14:15). Debían quitar de la vista de Dios todo lo que oliese a idolatría, porque era
una provocación a los ojos puros de la gloria de Dios; y, cuando haya necesidad de
jurar, han de jurar (v. 2): Vive Jehová, esto es, sólo en el nombre de Jehová lo harán, y
con las condiciones para que dicho juramento sea aceptable a Dios, a saber: «en
verdad», porque un juramento falso en nombre de Dios es sacrilegio y blasfemia; «en
derecho» (hebr. mishpat), de forma que no se perjudique al prójimo; y «en justicia»
(hebr. tsedaqah), ajustándose a lo que Dios ha prescrito en su Ley.
2. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces no sólo serás bendecido, sino que también
serás bendición para las naciones. Cuando jures en el nombre de Jehová, y lo hagas en
verdad, en derecho y en justicia (v. 2), entonces las naciones se bendecirán en Él
(Jehová) y en Él se gloriarán». Serán bendiciones para otros, porque la vuelta de ellos a
su Dios será el medio de que se vuelvan a Él otros que nunca le conocieron (v. Is.
65:16). Se bendecirán a sí mismos en el Dios de verdad, y no en los falsos dioses; y se
gloriarán en Él; harán de Él su gloria.
Versículos 3–4
El profeta se dirige ahora, en nombre de Dios, a los hombres del lugar en que él
mismo vive. Recordemos las palabras que proclamó hacia el norte (3:12), para consuelo
de los que ya estaban en el cautiverio; veamos lo que va a decir ahora a todo varón de
Judá y de Jerusalén, que estaban aún en prosperidad, para convicción y despertamiento
de ellos. En estos dos versículos les exhorta al arrepentimiento y a la reforma de vida,
para impedir así los desoladores juicios que estaban a punto de irrumpir sobre ellos.
1. Lo que se requiere de ellos:
(A) Han de obrar en el interior del corazón de forma parecida a como obran en el
terreno del que esperan algún provecho (v. 3): «Arad campo para vosotros y no
sembréis entre espinos, a fin de no trabajar en vano como lo habéis hecho durante
mucho tiempo. Aceptad convicción antes de recibir bendición, y quitad los espinos,
todo eso que todavía guardáis y está ahogando el fruto que habría de dar en vosotros la
Palabra de Dios (comp. con Mt. 13:7, 22)». Un corazón que no se siente contrito y
humillado es como un campo sin arar, sin sembrar, sin ocupar. Esos duros terrones han
de ser destripados (v. Os. 10:12), esos nocivos espinos han de ser arrancados de cuajo.
De lo contrario, en vano caerá allí la gracia—sol y lluvia del alma (He. 6:7, 8—). Se nos
impone un serio examen de conciencia: hay que adentrarse en lo más profundo del
propio corazón, roturando así el barbecho, y arrancar las corrupciones que, como
espinos, ahogan nuestras mejores resoluciones.
(B) Han de hacer con su alma lo que hacen con su cuerpo cuando sellan su pacto
con Dios (v. 4): «Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón»,
«quitad la dura excrecencia que se ha formado sobre vuestro corazón y que os impide
recibir las exhortaciones de Dios (cf. Dt. 10:16)» (Freedman). Esta circuncisión del
corazón es la que de veras importa y no la del cuerpo (v. Ro. 2:25–29), pues ésta es un
mero signo, mientras que aquélla contiene la cosa significada.
2. La amenaza que se cierne sobre ellos (v. 4b): «No sea que mi ira salga como
fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras». Lo
que más hemos de temer es la ira de Dios. Y hemos de tener siempre en cuenta que es la
maldad de nuestras obras lo que enciende la ira de Dios contra nosotros. La
consideración del inminente peligro debería despertar en nosotros el deseo de
santificarnos para la gloria de Dios y, para ello, echar siempre mano de la gracia que
está a nuestro alcance (v. 1 Co. 15:10).
Versículos 5–18
Dios emplea su acostumbrado método de avisar antes de herir. En estos versículos
Dios notifica a los de Judá la general desolación que iba a sobrevenirles en breve por
medio de una invasión extranjera. Esto ha de ser anunciado en todas las ciudades de
Judá y en las calles de Jerusalén, a fin de que todos puedan oírlo y ser así traídos al
arrepentimiento o dejados sin excusa ninguna.
1. Se declara la guerra y se da noticia del avance del enemigo (vv. 5, 6). Hay que
tocar la trompeta, hay que alzar bandera, no para llamar a entrar en combate, sino
como señal que indica la dirección de Sion, hacia donde han de marchar los refugiados
(v. Is. 11:12). Las masas que escapan de los lugares indefensos han de reunirse (v. 5, al
final) y entrar en las ciudades fortificadas. «Escapad, no os detengáis», prosigue (v. 6),
es decir, «corred a refugiaros y no permanezcáis en el lugar donde estáis».
2. Llega un emisario con la noticia de que el rey de Babilonia se aproxima a la
ciudad con su ejército. El enemigo es comparado:
(A) A un león que sube de la espesura (v. 7), hambriento, en busca de su presa. Las
indefensas bestias del campo se quedan como petrificadas de terror y, de esta forma, se
vuelven fácil presa para él. Nabucodonosor es este león rugiente y rampante, el
destructor de las naciones, ahora en camino hacia el país de Judá. Ese «destruidor de
los gentiles» será también destruidor de los judíos, ya que éstos, por su idolatría, se han
hecho semejantes a los gentiles. «Ha salido de su lugar (v. 7b), de Babilonia, su cubil,
contra la tierra, Palestina, para ponerla en desolación; tus ciudades quedarán asoladas
y sin morador».
(B) A un viento seco y fuerte (vv. 11, 12), que echa a perder los frutos de la tierra y
los marchita; viene de las alturas del desierto, expresión con que se designa al siroco,
que levantan remolinos de fino polvo. Dice Thompson: «Los ojos se inflaman, se
forman ampollas en los labios y se evapora la humedad del cuerpo bajo la incesante
acción de este viento perseguidor». Así viene el ejército caldeo, como este viento
demasiado fuerte (v. 12), no a aventar ni a limpiar (v. 11, al final), sino a destruir. Sin
embargo, Dios dice de este viento demasido fuerte para Judá y Jerusalén (v. 12b): «me
vendrá a mí», esto es, a ponerse a mi servicio como instrumento de mi ira.
(C) A un denso nublado y a un torbellino (v. 13), como los que suelen acompañar o
seguir a un ventarrón. Por otra parte, los caballos del enemigo son comparados a las
águilas (v. 13b). Dice Freedman: «Comparaciones similares se hallan en otros profetas;
cf. Ezequiel 38:16 para nublado; Isaías 5:28; 66:15, para torbellino; y Habacuc 1:8, para
águila (mejor, buitre)».
(D) A vigías, no del pueblo, sino del enemigo (v. 16), es decir, una porción de
vanguardia del ejército caldeo que viene a iniciar el bloqueo, «vigilando para hallar una
oportunidad de tomar por asalto la ciudad» (Freedman). Son comparados a los guardas
de campo (v. 17), porque vigilan desde todos los lados (comp. con Lc. 19:43).
3. La causa lamentable de este castigo: (A) Han pecado contra Dios; son ellos los
que tienen toda la culpa de esto (v. 17b): «Porque se rebeló contra mí, dice Jehová».
Los caldeos estaban abriendo brecha, pero era el pecado el que había abierto la primera
grieta para que pudiesen entrar (v. 18): «Tu camino y tus obras te causaron esto». El
pecado es la causa de todos los males. (B) Dios estaba airado con ellos a causa de su
pecado; era la ira de Dios (v. 8) la que hacía temible el ejército caldeo. (C) En su justo
enojo, Dios los condenó a sufrir este castigo (v. 12b): «Y ahora yo también pronunciaré
juicios contra ellos».
4. Los efectos lamentables de este castigo. El pueblo que habría de luchar caerá en
la desesperación y no tendrá ánimos para hacer la menor resistencia al enemigo (v. 8):
«Por esto vestíos de saco, endechad y aullad». En lugar de ceñirse la espada, se ceñirán
el saco. Cuando el enemigo esté aún distante, se darán por derrotados y gritarán (v. 13,
al final): «¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!» Judá y Jerusalén tenían fama por
la valentía de sus hombres; pero véase el efecto del pecado: al privarles de la confianza
hacia su Dios, les priva de la bravura hacia los hombres. «Y sucederá en aquel día, dice
Jehová, que desfallecerá el corazón del rey y el corazón de los príncipes». Tanto el rey
como sus príncipes, nobles y consejeros serán presa del desmayo. A los sacerdotes
competía animar al pueblo, y decir: «No desmaye vuestro corazón, no temáis, etc.» (Dt.
20:3b, 4). Pero ahora los sacerdotes mismos estarán atónitos, es decir, consternados, sin
fuerzas para animar al pueblo. Nuestro Salvador predijo que, en la destrucción de
Jerusalén, desmayarían los hombres de miedo (Lc. 21:26).
5. Se queja el profeta de que el pueblo estaba engañado; lo expresa de forma extraña
(v. 10): «Y dije: ¡Ay, Jehová Dios! Verdaderamente en gran manera has engañado a
este pueblo … diciendo: Paz tendréis». Es cierto que Dios no engaña a nadie. Pero: (A)
El pueblo se había engañado a sí mismo con las promesas que Dios les había hecho,
confiaban a todo trance en ellas, sin preocuparse de cumplir las condiciones de las que
dependían tales promesas. Así se engañaban a sí mismos, y luego se quejaban de que
Dios les había engañado. (B) Los falsos profetas les engañaban con promesas de paz
que les hacían en nombre de Dios (23:17; 27:9) y Dios permitía que los falsos profetas
les engañaran, para así castigarles por no haber recibido el amor de la verdad (2 Ts.
2:10, 11, comp. con Ez. 14:9).
6. Los esfuerzos del profeta por desengañarles. (A) Les muestra la herida que tienen.
En su pecado deberían descubrir la causa del castigo (v. 18b): «Esta es tu maldad, por
lo cual esta amargura penetra hasta tu corazón». También «la espada ha penetrado
hasta el alma» (v. 10, al final). (B) Les muestra también el remedio (v. 14): «Lava de
maldad tu corazón, oh Jerusalén, para que seas salva». Al decir «Jerusalén», quiere
decir cada uno de los habitantes de Jerusalén, pues cada uno tiene su propio corazón, y
es la reforma personal la que causa la nacional. Cada uno debe volverse de su mal
camino y limpiar su mal corazón. No puede haber liberación sin reforma, y sólo es
sincera la reforma que llega hasta el corazón, pues del corazón salen los siniestros
pensamientos que moraban (v. 14b) en el interior de ellos (comp. con Mt. 15:19).
Versículos 19–31
El profeta se angustia aquí hasta la agonía y clama como quien sufre un dolor muy
agudo (v. 19): «¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, etc.».
Las expresiones son de sobra patéticas como para derretir un corazón de piedra. Un
hombre bueno, en un mundo tan malo como éste, no puede menos de ser un varón de
dolores. No se duele así por sí mismo ni por ninguna aflicción de su familia, sino
puramente por la situación lastimosa del pueblo.
I. Son muy malos y no quieren reformarse (v. 22). Lo dice Dios mismo: «Porque mi
pueblo es necio, etc.». Aunque son necios, Dios los llama mi pueblo. Ellos no lo
conocen a Él, pero Él sigue conociéndolos (Ro. 11:1). Sólo son sabios para hacer el
mal, pero para hacer el bien no tienen conocimiento (v. 22b), no saben aplicar el
entendimiento a practicar el bien, sino sólo a tramar el mal.
II. Son muy miserables y no pueden ser aliviados.
1. Grita el profeta (v. 19b): «No callaré; porque has oído sonido de trompeta, oh
alma mía, pregón de guerra». No ha sido propiamente el oído del profeta el que ha
escuchado el sonido de la trompeta ni el pregón de guerra, sino su alma, porque lo oye y
lo ve por medio del espíritu de profecía que le introduce en el alma las palabras de Dios,
del mismo modo que nos entran por los oídos las palabras que escuchamos del exterior.
2. Se anuncia la destrucción en términos inequívocos:
(A) Es rápida y repentina (v. 20): «Quebrantamiento sobre quebrantamiento, en
rápida sucesión, es anunciado». La muerte de Josías abrió las compuertas de la
inundación; a los tres meses, su hijo y sucesor Joacaz es depuesto por el rey de Egipto;
durante los dos o tres años siguientes, Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén y se
apodera de ella y, a partir de esto, acomete constantemente contra el país hasta
arruinarlo completamente con la destrucción de Jerusalén, pero (v. 20b) «de repente son
destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas», pues el país fue ya devastado en
un principio, ya que los pastores y todos los que vivían en tiendas fueron saqueados de
inmediato; por eso vemos retirarse a Jerusalén a los recabitas, que vivían en tiendas, tan
pronto como los caldeos entraron por primera vez en el país (35:11).
(B) La guerra continuó, porque el pueblo estaba muy obstinado y no quería
someterse al rey de Babilonia, sino que aprovechó todas las oportunidades para
rebelarse contra él. De eso se hace eco el profeta al decir (v. 21): «¿Hasta cuándo he de
ver bandera, he de oír sonido de trompeta?» Como si dijese: «¿Va a devorar por
siempre la espada?»
(C) «Toda la tierra es destruida (lit. saqueada; lo mismo en la frase siguiente—v.
20—)», hasta quedar finalmente hecha un caos (v. 23); «asolada y vacía» (hebr. tóhu
vabóhu, los mismos vocablos de Gn. 1:2). Incluso la frase final del versículo 23: «y no
había en ellos (los cielos) luz» parece aludir a «las tinieblas que estaban sobre la
superficie del abismo» (Gn. 1:2b). No sólo la tierra estaba hecha un caos, sino que hasta
el cielo les fruncía el ceño. La calamidad misma era como una densa y oscura nube, a
través de la cual eran incapaces de contemplar su verdadera situación calamitosa. Como
en todos los grandes juicios de Dios, la naturaleza se asocia mediante fenómenos
extraordinarios: Montes y collados se bambolean (v. 24), mientras desaparece la
población humana (v. 25), las aves (v. 25b, comp. con Sof. 1:3), «la última palabra en
desolación» (Freedman), y la vegetación (v. 26). La desolación es completa.
(D) En medio de este cuadro tétrico, se filtran unas dulces palabras de Dios (v. 27):
«Porque así dice Jehová: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo».
Toda, pero no del todo. Dios siempre se reserva un remanente. Jerusalén volverá a ser
edificada, y la tierra volverá a ser habitada. Esto se dice para consuelo de los que
tiemblan ante la Palabra de Dios. La inserción de este versículo 27 parece romper la
conexión del versículo 26 con el versículo 28, pues el profeta continúa profetizando
destrucción.
(E) En efecto, Dios sigue diciendo (v. 28) que no va a desistir de su resolución de
entregarlos a la ruina, puesto que ellos no pueden desistir de su pecado (2:25). La que
no podía menos de ir tras de sus amantes, va a verse despreciada por ellos (v. 30, al
final). Se ilusionaban con el pensamiento de que podrían hallar algún medio para salir
de este atolladero, pero el profeta les dice que todo lo que hagan no les va a servir de
nada (v. 30): «Y tú, destruida, ¿qué haces que te vistes de grana, etc.». Compara
Jerusalén a una ramera abandonada por todos los amantes que solían cortejarla. Hace
todo lo que puede para presentarse ante las naciones como país importante, un aliado de
mucho valor. Pero todo este proceso de ficticio embellecimiento no sirve para nada. Sus
tan solicitados amantes no se dejan impresionar por las apariencias (v. 30, al final); más
aún, no contentos con menospreciarla, quieren darle muerte. El espíritu profético se lo
anuncia (v. 31) a Jeremías. Comenta F. Asensio: «Jeremías lo presiente y oye el clamor
angustioso de la hija de Sion, que, viéndose morir entre “dolores de parto” a manos de
asesinos, extiende inútilmente sus manos en señal de dolor, acaso en busca de ayuda (Is.
1:15), o en un último esfuerzo por librarse del invasor». M. Henry halla en la
fraseología del v. 30 una probable «alusión a la historia de Jezabel, que pensó que, si
embellecía su rostro, podría escapar de la calamidad que la esperaba, pero en vano (2 R.
9:30, 33)».
1
CAPÍTULO 5
Reprensiones y amenazas se hallan mezcladas en este capítulo. I. Los pecados de
que aquí se les acusa son: Injusticia (v. 1), hipocresía en la religión (v. 2), obstinación
(v. 3), corrupción general (vv. 4, 5), idolatría y adulterio (vv. 7, 8), desleal apartamiento
de Dios (v. 11), desafío a Jehová (vv. 12, 13) y, en el fondo de todo esto, falta de temor
de Dios (vv. 20–24). Al final del capítulo son acusados de violencia y opresión (vv. 26–
28), hasta corromper completamente al país (vv. 30, 31). II. Los castigos con que se les
amenaza son muy terribles. Vendrá sobre ellos un enemigo extranjero (vv. 15–17), se
los llevará en cautiverio (v. 19) y quedarán privados del bien (v. 25). III. Pero de nuevo
se insinúa por dos veces más que Dios no los destruirá del todo (vv. 10, 18). Éste fue el
objeto y propósito de la predicación de Jeremías durante la última parte del reinado de
Josías y el comienzo del de Joacim.
Versículos 1–9
1. Tenemos aquí (v. 1) como un reto a presentar un solo hombre que sea
verdaderamente justo en todo Jerusalén. Esta ciudad, la ciudad santa, se había vuelto
1
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.814
como el mundo anterior al diluvio, cuando toda carne había corrompido su camino
(Gn. 6:12b): «Recorred las calles de Jerusalén … buscad en sus plazas a ver … si hay
alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (comp. con Gn.
18:23–32). La verdad había caído en la calle (Is. 59:14). Si hubiese habido diez justos
en Sodoma, Dios la habría perdonado; pero Jerusalén le era mucho más estimada que
Sodoma: uno solo ¿entre diez mil? en Jerusalén habría bastado para que Dios la
perdonase. Dice el rabino Freedman: «Es una exageración interpretar el versículo como
si declarase que no había en la ciudad ni un solo hombre temeroso de Dios, aunque así
lo entienden muchos modernos». No tiene nada de extraño que así lo entendamos
también nosotros, cuando leemos la interpretación auténtica que Pablo hace, en
Romanos 3:10–18, de varias porciones del Antiguo Testamento. Incluso los que
profesaban estar a bien con Dios (v. 2) jurando por el nombre de Jehová, no eran
sinceros: «Aunque digan: Como vive Jehová, juran falsamente».
2. La queja que el profeta dirige a Dios sobre la obstinación del pueblo (v. 3).
Nótese que no se queja de Dios, sino del pueblo a Dios, pues en realidad, «como
implícitamente Abraham en el caso de la Pentápolis, Jeremías se ve obligado a unirse al
modo de ver de Jehová, cuyos ojos están siempre dirigidos a la emuná = fidelidad, a un
Dios que, siempre fiel y sincero, exige a su pueblo fidelidad y sinceridad en la vida»
(Asensio). La obstinación del pueblo se expresa en frases gráficas (v. 3b):
«endurecieron sus rostros más que la piedra (comp. Ez. 3:7), han rehusado
convertirse». No querían recibir instrucción por vía de corrección.
3. La experiencia en pobres y ricos, con el triste hallazgo de que tan malos eran unos
como otros.
(A) Los pobres eran ignorantes. El profeta halló a muchos que rehusaban
convertirse (v. 3, al final). Estaba dispuesto a excusarlos (v. 4): «Ciertamente éstos son
pobres. Nunca han tenido la ventaja de una buena educación ni tienen ahora la
oportunidad de ser instruidos». La ignorancia crasa es la causa lamentable de gran parte
de la iniquidad que abunda. Hay pobres de Dios que, a pesar de su ignorancia, conocen
el camino de Jehová y andan en él, y observan las ordenanzas de su Dios sin haberlas
aprendido en ningún libro; pero éstos son pobres del diablo, pues desconocen
voluntariamente el camino de Jehová.
(B) Los ricos eran insolentes (v. 5): «Iré a los grandes y les hablaré para ver si los
hallo más doblegables a la palabra y a la providencia de Dios, pero, aunque conocen el
camino de Jehová y la ordenanza de su Dios, son demasiado altivos como para
doblegarse a Su gobierno» (v. 5b): «Pero ellos también quebraron el yugo, rompieron
las coyundas». Se consideran a sí mismos demasiado grandes como para ser corregidos,
incluso por el Dueño soberano de todos. Los pobres son débiles, los ricos son
obstinados y, así, ninguno cumple con su deber.
4. Se especifican algunos pecados de los que eran culpables. Sus transgresiones (v.
6b) eran muchísimas y, en la misma proporción, se habían aumentado sus deslealtades.
Su prostitución espiritual otorgaba a los ídolos el honor que es debido únicamente a
Dios (v. 7). Juraban por lo que no es Dios. También practicaban la prostitución
corporal. Habían abandonado a Dios para servir a los ídolos, y los que deshonraban a
Dios estaban abocados a deshonrarse a sí mismos y a sus familias (comp. con Ro. 1:24
y ss.). Cometían adulterio sin remordimiento alguno ni temor al castigo, pues se reunían
en compañías en casa de rameras (v. 7b), sin avergonzarse de verse allí unos a otros.
Tan desvergonzada era su lascivia que se volvían como bestias (v. 8): «Como caballos
bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo».
5. La ira de Dios contra ellos por la universal corrupción del país. Un enemigo
extranjero va a irrumpir y el país quedará como si por él hubiesen pasado las más
feroces bestias devastándolo todo (v. 6a): «El león de la selva, indomable cuando
codicia la presa, el lobo del desierto, que acude por la noche, que es cuando está
hambriento y muestra toda su ferocidad, y el leopardo, que es muy rápido y cruel». Así
acechará las ciudades de Judá el enemigo, y sus habitantes se verán ante un terrible
dilema: los que se queden dentro, morirán de hambre; los que salgan de ellas, morirán a
espada. Y todo ello se debe a la multitud de sus transgresiones. Es en realidad el pecado
el que produce esta matanza (v. 9): «¿No había yo de castigar esto? ¿Cómo podéis
pensar que el Dios de pureza infinita haya de hacer la vista gorda ante tales
abominaciones? De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma?» Es cierto
que muchos que habían sido culpables de estos pecados se arrepintieron y hallaron
misericordia con Dios (así le aconteció a Manasés), pero las naciones como tales sólo
pueden ser castigadas en esta vida; por eso no quedaría bien parada la gloria de Dios si
una nación impía quedase sin ninguna señal manifiesta del desagrado de Dios.
Versículos 10–19
1. El pecado de este pueblo le conduce a la destrucción (v. 10). La casa de Israel y
la casa de Judá (v. 11), aunque enfrentadas la una contra la otra, ambas estaban de
acuerdo en su deslealtad contra Jehová. Abandonaron la adoración sincera de Dios y
representaron el papel del hipócrita. Desafiaron los juicios de Dios y las amenazas que
les había dirigido por boca de los profetas (vv. 12, 13). Multitud de almas se arruinan
cuando se les hace creer que Dios no es estricto. Así pensaban ellos: «Él no actúa, y no
vendrá mal sobre nosotros, etc.». Los profetas les habían amonestado seriamente, pero
ellos lo tomaban a broma (v. 13), como si dijesen: «Ellos hablan así porque es su oficio.
No es palabra de Dios, sino el lenguaje de su fantasía melancólica». No contentos con
eso, auguran a los profetas los castigos con que los mismos profetas les amenazan (v.
13): «Son como viento “que pasa de vacío y se puede tomar a risa” (6:10; Ez. 33:30–33)
(Asensio). ¿Nos amenazan con hambre? ¡Démosles pan de aflicción! ¿Nos amenazan
con espada? ¡Que mueran a espada! (2:30)».
2. El castigo del pueblo por sus pecados.
(A) Dios se vuelve al profeta Jeremías, que de esta forma era escarnecido, y le dice
(v. 14b): «He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por
leña, y los consumirá». El pecador se torna a sí mismo, por el pecado, en combustible
para el fuego de la ira de Dios. Vendrá el enemigo en obediencia al propósito de Dios
(v. 10): «Escalad sus muros y destruid … Quitad las almenas». Eran de piedra cuando
el pueblo servía a su Dios; son como de barro ahora que se han apartado de Él.
(B) ¡Cuán terrible es la destrucción que estos invasores van a llevar a cabo¡ (vv. 15–
17): «Son gente de lejos (Is. 5:26) y, por eso mismo, tanto más de temer, por cuanto sus
soldados querrán resarcirse de una marcha tan larga; son gente que no ceja, que no se
amedrenta ante los obstáculos; gente antigua (v. Gn. 11:31), “de solera político-
guerrera” (Asensio); gente cuya lengua ignorarás y no entenderás lo que hable. Contra
ella, “nada podrá la casa de Israel; ni siquiera implorar misericordia en una lengua que
no conoce y hace del invasor un instrumento ciego y sin entrañas” (Dt. 28:49–51; Is.
28:11; 33:10) (Asensio). La diferencia de lenguaje haría difícil incluso tratar
condiciones de paz. No almacenarán, sino que (v. 17) se comerán tu mies y tu pan; se
comerán a tus hijos y a tus hijas, hijos e hijas que tú ofrecías en sacrificio a tus ídolos,
se comerán tus viñas y tus higueras, sin dejar para ti ningún fruto de la tierra, y con su
espada demolerán tus ciudades fortificadas, en las que confías, ya que piensas que,
porque están fortificadas, ya están suficientemente protegidas contra un enemigo
enviado por Dios mismo».
3. Como en el capítulo anterior, también aquí se declara que Dios tiene reservada
para Su pueblo alguna compasión. El enemigo es comisionado para destruir y devastar,
«pero no del todo» (v. 10b). «No obstante (v. 18), aun en aquellos días, dice Jehová, no
os destruiré del todo»; y si Dios no quiere destruir, el enemigo no podrá hacerlo.
4. La justificación de Dios en todos estos procedimientos. Así como su benignidad
se dará a conocer en que no destruirá del todo, así también se dará a conocer su rectitud
justa en llegar al casi todo (v. 19). El pueblo dirá: «¿Por qué Jehová el Dios nuestro
hizo con nosotros todas estas cosas?», como si contra una nación tan pecadora no
hubiese ningún motivo para que Dios actuase de ese modo. Dios le dice al profeta la
respuesta que debe dar a esa pregunta (v. 19b): «Entonces les dirás: De la manera que
me dejasteis a mí y servisteis a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños
en tierra ajena». Nótese el perfecto paralelismo, más notorio todavía en el hebreo,
donde todos los miembros se corresponden perfectamente. Dice así literalmente la
segunda parte del versículo 19: «Como … habéis servido a dioses extraños en vuestra
tierra, así serviréis a extraños en tierra no vuestra». No pueden, pues, quejarse de que
Dios les pague en la misma moneda con que le han pagado ellos a Él (v. Dt. 28:47, 48;
29:24–26).
Versículos 20–24
Dios envía ahora a Jeremías con otra comisión a Jacob y a Judá (v. 20).
1. Se queja Dios de la vergonzosa estupidez del pueblo (v. 21): Es «un pueblo necio
y sin entendimiento (lit. sin corazón)». No entendían la mente de Dios, a pesar de que la
había expresado tan claramente por medio de Sus profetas y de Su providencia: «tiene
ojos y no ve; tiene oídos y no oye». Poseían facultades intelectuales, pero no las usaban
como debían, pues su voluntad estaba obstinada y, por tanto, inepta para someterse a las
normas de la ley divina (v. 23): «Este pueblo tiene un corazón obstinado y rebelde». La
obstinación del corazón es la que entontece el entendimiento. El carácter de este pueblo
es el de toda persona humana hasta que la gracia de Dios opera un cambio en el interior.
Tenemos un corazón obstinado y rebelde contra Dios, no sólo por una arraigada
aversión a lo que es bueno, sino también por una fuerte inclinación a lo que es malo.
2. Lo atribuye a la falta de temor de Dios. Al observar que son sin entendimiento,
pregunta (v. 22): «¿A mí no me temeréis?, dice Jehová. ¿No temblaréis ante mi
presencia? (lit.)» Y al observar que se han rebelado y se han alejado, añade esto, como
la causa de su apostasía (v. 24): «Y no dijeron: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro,
etc.». Les vienen a la mente malos pensamientos porque no quieren admitir ni albergar
buenos pensamientos.
3. Sugiere algunas de estas cosas a fin de impregnarnos de un santo temor de Dios.
(A) Debemos temer a Dios en Su grandeza (v. 22). Aquí tenemos un ejemplo: Dios
conserva el mar dentro de los límites que le ha fijado. Aunque la marea sube con fuerza
poderosa dos veces cada día, Dios le ha puesto al mar «un muro insalvable de arena
(Job 38:8–11; Sal. 104:6–9; Pr. 8:29)» (Asensio). Esto es obra de Dios y, si no fuese
una cosa tan corriente, sería admirable a nuestros ojos. Un muro de arena será tan
eficaz como un muro de bronce para tener a raya las encrespadas olas, para enseñarnos
que una respuesta suave aplaca la ira y aquieta el furor espumante, mientras que las
palabras ásperas, como un duro acantilado, no hacen sino exasperar. Esta frontera ha
sido fijada por orden eterna (v. 22b), lo que nos retrotrae a la creación del mundo,
cuando Dios separó las aguas de la tierra seca (Gn. 1:9, 10: Job 38:8 y ss.; Sal. 104:6 y
ss.). Por ser orden eterna, ha tenido efecto siempre hasta el día de hoy y lo seguirá
teniendo hasta que Dios cree unos cielos nuevos y una nueva tierra. Vemos, pues, que
hay buen motivo para temer a Dios, pues vemos que es un Dios que posee soberanía
universal.
(B) Debemos temer a Dios en Su bondad (v. Os. 3:5). Temer a Jehová nuestro Dios
es también adorarle agradecidos, pues está hace el bien continuamente: Nos da (v. 24b)
lluvia temprana y tardía en su tiempo (comp. con 3:3; Sal. 147:8; Mt. 5:45; Hch.
14:17), y nos guarda (lit. reserva para nosotros) los tiempos (lit. las semanas) que fijan
la siega, es decir, «preserva el período de la cosecha (hacia la última parte de abril y el
mes de mayo) como estación seca, puesto que la lluvia en ese tiempo dañaría a las
mieses» (Freedman). En los frutos de la recolección hay que reconocer el poder, la
bondad y la fidelidad de Dios, pues todos esos frutos vienen de Él (Stg. 1:17). Hay,
pues, también buen motivo para temer a Dios, para mantenernos en su amor.
Versículos 25–31
1. El profeta les muestra el daño que les han hecho sus pecados (v. 25): «Vuestras
iniquidades han estorbado estas cosas (las buenas cosas descritas en el v. 24)». El
pecado es, sí, la causa de que los cielos se vuelvan de bronce, y la tierra de hierro.
2. A continuación les muestra cuán grandes eran sus pecados.
(A) Al haber abandonado el culto al verdadero Dios, hasta la honradez natural se
había perdido entre ellos: «Porque fueron hallados en mi pueblo impíos» (v. 26); tanto
peores por haber sido hallados entre el pueblo de Dios. Fueron hallados, es decir,
sorprendidos, en el acto mismo de su impiedad. Así como los cazadores ponen lazos y
trampas para su deporte, así hacían éstos (v. 26b) para cazar hombres, como si también
esto fuese un deporte. Hallaban medios de hacer daño a los buenos (a quienes odiaban
precisamente por su bondad), especialmente a los que les reprendían fielmente (Is.
29:21), a aquellos cuyas haciendas codiciaban, como hizo Jezabel con Nabot por una
viña.
(B) Eran falsos y traidores (v. 27): «como una jaula llena de pájaros, así están sus
casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos». Sus casas estaban llenas del
dinero obtenido por medio del fraude, pues engañaban a todos cuantos entraban en trato
con ellos. Así es como (v. 28b) «sobresalieron en obras de maldad» (versión más
probable). ¡Campeones en hacer el mal! Pero prosperaban en esta carrera del mal (v.
28a), «se engordaron y se pusieron lustrosos» y, por eso mismo, el corazón se les
endureció todavía más; se hicieron «grandes según el mundo, y ricos en riquezas
materiales y temporales» (v. 27, al final).
(C) En la administración pública eran una calamidad (v. 28c): «no defendían la
causa del huérfano … y el derecho de los pobres no sostenían». Esta es la especie más
vil de la explotación social y es un pecado que Dios aborrece de un modo especial. Dice
Asensio: «Bárbara explotación social que, sobrepasando todos los límites, se ha cebado
en el huérfano y el pobre (7:6; 22:3; Sal. 82:3, 4; Is. 1:17–23), sin tener en cuenta lo que
la Ley ordena en su favor (Éx. 22:22; Dt. 10:18; 27:19)». Ante esto, Dios declara que no
puede dejar de actuar (v. 29): «¿No castigaré esto?, dice Jehová; ¿y de tal gente no se
vengará mi alma? (repetición del v. 9)». Aunque la paciencia de Dios haya esperado por
mucho tiempo, por fin se desbordará Su ira y no habrá quien la calme.
(D) Pero aún quedaba algo más repugnante (vv. 30, 31): «Cosa espantosa y fea»;
los líderes del pueblo estaban corrompidos y ejercían su oficio con cínica falsedad (v.
31): «Los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían a su
arbitrio». La religión no está nunca tan peligrosamente amenazada como cuando los
puestos en el ministerio hacen pasar por Palabra de Dios errores doctrinales y hasta
notorias inmoralidades, y cuando los dirigentes ordenan lo que les place bajo pretexto
de que la autoridad que ostentan les viene de Dios. Y como la naturaleza humana está
de suyo inclinada al mal, «al pueblo le gustaba esto» (v. 31b). ¡Les gustaba la mentira y
el desgobierno! Pero, «¿qué harán todos ellos cuando llegue el fin, es decir, el castigo
que Dios les va a imponer?» La pregunta no necesita respuesta. Sucumbirán.
CAPÍTULO 6
En este capítulo, como en los dos anteriores, tenemos: I. Una profecía de la invasión
de Judá y del sitio de Jerusalén por el ejército caldeo (vv. 1–6), del saqueo que los
caldeos habían de llevar a cabo en el país (v. 9) y del terror que se había de apoderar del
pueblo de la tierra (vv. 22–26). II. Un registro de los pecados de Judá y de Jerusalén que
provocaron a Dios a descargar este castigo desolador. La injusticia social (v. 7), el
menosprecio de la palabra de Dios (vv. 10–12), la mundanidad (v. 13), la deslealtad
traicionera de los profetas (v. 14), el cinismo en el pecado (v. 15), su obstinación contra
las reprensiones (vv. 18, 19), que hacía inaceptables a Dios los sacrificios que le
ofrecían (v. 20), por lo que les entregó a la ruina (v. 21), pero los puso primero a prueba
(v. 27), antes de desecharlos como irremediables (vv. 28–30). III. Se les dieron buenos
consejos en medio de todo esto, pero en vano (vv. 8, 16, 17).
Versículos 1–8
I. Amenaza de castigo contra Judá y Jerusalén. La ciudad no veía venir el nublado;
todo parecía tranquilo y sereno. Pero el profeta les dice que en breve serán invadidos
por un poder extranjero que vendrá del norte, el cual causará desolación general. Se
predice aquí:
1. Que el toque de alarma debe ser fuerte y tremendo (v. 1). Los hijos de Benjamín,
tribu en la que caía la mayor parte de Jerusalén, son llamados a escapar por su vida a la
campiña, pues la ciudad (a la cual se les exhortó en un principio que fuesen a
refugiarse—4:5, 6—) va a ser muy pronto demasiado incómoda para ellos. Se les dice
que toquen alarma en Técoa, que caía a doce millas al sur de Jerusalén, y que levantasen
señal (algo así como un faro—v. Jue. 20:38—) en Bet-hakérem, sobre cuya ubicación
no están de acuerdo los autores, aunque lo más probable es que se hallase en un
montículo entre Belén y Técoa.
2. Que el ataque que se cernía sobre ellos iba a ser terrible. La hija de Sion (v. 2) es
comparada a una mujer bella y delicada, que, al no estar acostumbrada a pasarlo mal, no
estará en condiciones de resistir al enemigo ni aguantar bravamente la destrucción. Los
generales enemigos y sus ejércitos son comparados (v. 3) a pastores con sus rebaños,
tan numerosos que los soldados habían de seguir a sus jefes como las ovejas a sus
pastores. Estos pastores se harían pronto los amos del campo abierto y sus rebaños
tendrían abundante que comer, esto es precisamente lo que habían de hacer las tropas
caldeas en los alrededores de la capital del país. Es Dios quien les ha comisionado para
esta guerra (v. 6). Dios mismo dice: «Ésta es la ciudad que ha de ser visitada (lit.) por
la justicia divina, y éste es el tiempo de su visitación». Los invasores se preparan a
asaltar la ciudad cuanto antes: «a mediodía (v. 4), para tomarla por sorpresa, pues los
habitantes no pensarán que lo hagamos en lo más recio del calor. ¡Es una lástima que no
hayamos avanzado más, pues ya va cayendo el día! No importa; haremos el asalto final
de noche (v. 5)».
II. El motivo de este castigo es enteramente la maldad de ellos. Ellos lo han traído
sobre sí mismos; a sí mismos han de echarse la culpa. Son oprimidos de esta manera
porque han sido opresores; los va a tratar duramente el enemigo porque ellos se han
tratado duramente unos a otros. El pecado se ha vuelto para ellos una segunda
naturaleza (v. 7), «como la fuente nunca cesa de manar sus aguas», abundante y
constantemente. El clamor de sus pecados ha subido a la presencia de Dios como el de
Sodoma (v. 7b): «continuamente en mi presencia—dice Jehová—, enfermedad y
herida». Ésta era también la queja de los que se veían injustamente heridos en su cuerpo
o en su espíritu, en sus bienes o en su reputación.
III. Cómo impedir esta catástrofe (v. 8): «Corrígete, Jerusalén, para que no se
aparte mi alma de ti; atiende a la instrucción que se te da por medio de mi palabra
escrita y por medio de mis profetas». En estas frases se echan de ver la ternura y el
interés afectuosos que Dios sentía hacia ellos; Su alma misma estaba unida a ellos, y
ninguna otra cosa sino el pecado podía desunirla de ellos. El Dios de misericordia se
resiste a apartarse hasta de un pueblo provocador y les exhorta con toda insistencia a
que se arrepientan y se reformen para impedir que las cosas lleguen a tan terrible
extremo.
Versículos 9–17
1. Se cierne sobre Judá y Jerusalén la amenaza de ruina total.
(A) Anteriormente vimos la prisa que el ejército caldeo se daba (vv. 4, 5); aquí
tenemos el estrago que hicieron, pues el enemigo es insaciable en su sed de botín (v. 9):
«Del todo rebuscarán como a vid el resto de Israel, como vendimiador que ha resuelto
no dejar nada tras de sí». Es posible que el pueblo, siguiendo la avaricia (v. 13),
hubiese dejado sin cumplir la ley de Levítico 19:10 de no rebuscar en la vendimia, y
ahora ellos mismos eran esmeradamente rebuscados.
(B) Los hijos van a perecer en la catástrofe que los pecados de sus padres han hecho
venir sobre el país (v. 11). El castigo alcanzará a la reunión de los jóvenes en sus
jolgorios; ni el sexo ni la edad serán preventivo contra el ataque, «porque será preso (v.
11c) tanto el marido como la mujer, tanto el viejo como el muy anciano». Las casas, así
como las haciendas y hasta las mujeres, pasarán a ser de otros (v. 12).
(C) El profeta se justifica de hablar así, pues no puede hacerlo de otro modo, ya que
se halla identificado con Jehová que le ha enviado (v. 11a): «Estoy lleno de la ira de
Jehová, estoy cansado de contenerme». No le causaba ningún deleite tener que
expresarse así, pero no podía menos de declarar lo que el Espíritu de Dios le impulsaba
a profetizar.
(D) «Desde el profeta (v. 13b) hasta el sacerdote, todos son engañadores», dice.
Los encargados de avisar al pueblo habían pasado por alto sus pecados y el peligro en
que se hallaban. En lugar de ser buenos médicos, mataban a sus enfermos por no poner
el remedio oportuno, ya que les aplicaban cómodas cataplasmas en lugar de manejar el
bisturí: «Y curan (v. 14) la herida de mi pueblo a la ligera, diciendo: Paz, paz, cuando
no hay paz». La herida estaba enconada, pero ellos les decían: «¡No se alarmen, todo va
bien, todo va bien!», cuando las cosas no iban bien, sino muy mal, ya que el pueblo se
entregaba descaradamente a las más perversas maldades. Los que nos adulan de forma
pecaminosa han de ser considerados no sólo como falsos amigos, sino como los peores
y más peligrosos enemigos.
2. El pecado de Judá y de Jerusalén que provocó a Dios a traer esta ruina.
(A) No podían soportar que se les dijese el peligro en que se encontraban. Dios
ordena al profeta que les advierta sobre el inminente castigo (v. 9), pero él dice (v. 10):
«¿A quién hablaré y amonestaré para que oigan? ¿Para qué les voy a hablar si no
escucharán? No pueden escuchar, porque sus oídos son incircuncisos, impenetrables a
la Palabra de Dios, pues la palabra de Jehová les es cosa oprobiosa», es decir, «la
toman a chacota» (Asensio), «la tratan con irrisión» (Freedman).
(B) Estaban aficionados a lo mundano, y procuraban únicamente acaparar riquezas
materiales, aunque fuese con perjuicio del prójimo (v. 13): «Cada uno sigue la
avaricia»; y eso, «desde el más chico de ellos hasta el más grande». De ahí se seguían
las violencias e injusticias que se mencionan en los versículos 6 y 7. Esto es lo que les
endurecía el oído y el corazón contra la Palabra de Dios y la predicación de Sus
profetas.
(C) Carecían totalmente de vergüenza. Tan endurecidos estaban que (v. 15) «no se
avergonzaban ni aun sabían lo que era sonrojarse». Así presentaban desafío contra el
mismo Dios. Los que no se someten a un sonrojo penitencial no pueden escapar a una
ruina total: «Por tanto (v. 15b), caerán entre los que caigan». Nótese que el contexto
muestra que esto se refiere principalmente a los profetas y sacerdotes (v. vv. 13b, 14),
con lo que la incapacidad de sonrojarse saludablemente es todavía más pecaminosa.
Comenta Asensio: «Profetas y sacerdotes caerán entre los que caen, víctimas
igualmente del propio engañoso “paz” con que desorientaron a los otros».
3. El buen consejo que con la mayor frecuencia se les ha dado en vano.
(A) Dios quería que, como buenos viajeros, inquiriesen por los caminos buenos, los
antiguos (v. 16), es decir, bien trazados y probados desde antiguo, que conducen
derechamente a buen término, en contraste con las sendas abiertas a capricho de cada
individuo, que no pueden conducir a ninguna cosa buena (comp. con Dt. 32:7; Job 8:8).
Los caminos antiguos eran los que los antiguos patriarcas habían hollado y conducían a
la herencia prometida por Dios. Pero ellos (v. 16, al final) se negaron en redondo a la
invitación de Dios y dijeron: No andaremos en él.
(B) Dios les había puesto atalayas (v. 17), vigías que les advirtiesen de los peligros
que se cernían sobre ellos y les atemorizasen de esta manera, ya que no querían atender
a la Palabra de Dios. La voz de los verdaderos profetas era como sonido de trompeta,
que alerta al pueblo y le dispone a hacer frente al enemigo. Dios, en Su providencia,
hace sonar la trompeta (Zac. 9:14); los profetas la oyen (4:19), e invitan a otros a que
presten atención también. «Y dijeron ellos: No escucharemos» (v. 17, al final).
Versículos 18–30
1. Dios apela al mundo entero en cuanto a lo que respecta a Su modo de proceder
contra Judá y Jerusalén (vv. 18, 19): «Por tanto, oíd, naciones, etc.». En cuanto al
vocablo congregación, dice Freedman: «En todos los demás lugares, el vocablo edah se
refiere siempre a Israel, pero el paralelismo con naciones deja patente que se alude aquí
a los gentiles». Dios pide a la congregación de todas las naciones que sean testigos
contra Judá y Jerusalén, y les dice (vv. 18, 19): «Observad, naciones, a Judá y Jerusalén,
y conoced (el mal) que (hay) en ellos (lit.). Oye, tierra, no te sorprendas de que yo
traiga el mal sobre este pueblo, a pesar de que tengo hecho pacto con ellos, pues este
mal es “resultado de sus perversas obras, inspiradas por sus malvados pensamientos”
(Freedman). Pensaban que se iban a reforzar aliándose con extranjeros, pero
precisamente por eso se han debilitado y expuesto a la ruina. Es el justo castigo de su
desobediencia y rebelión, ya que no escucharon mis palabras y aborrecieron mi ley. Por
tanto, no podéis decir que he sido injusto con ellos».
2. Dios rechaza la excusa de ellos, pues insistían en que los servicios del culto eran
suficientes para expiar por sus pecados. Esta excusa era totalmente frívola (v. 20):
«¿Para qué a mí este incienso de Sebá y la buena caña olorosa de tierra lejana, para
ser quemada como perfume en el altar de oro? ¿Qué me da a mí de los holocaustos y
demás sacrificios que me ofrecéis? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros
sacrificios me agradan». Sacrificios e incienso tenían por objeto dirigir la fe de ellos
hacia el futuro Mediador, y acompañados de una conducta consecuente eran aceptables
a Dios. Pero ofrecidos con el pensamiento de que podían servir de salvoconducto para
obrar como les viniese en gana y como licencia para el pecado, lejos de ser aceptables a
Dios, le provocaban a ira.
3. Dios predice la desolación, puesto que se niegan a reformarse (v. 21): «Por tanto,
Jehová dice esto: He aquí yo pongo a este pueblo tropiezos, es decir, calamidades
físicas en las que perecerán sin posibilidad de escape. Ni los padres con su experiencia
ni los hijos con su fuerza hallarán el modo de salvarse de la catástrofe». Dios hará de los
caldeos (vv. 22, 23) sus instrumentos para castigar a Su pueblo. Jeremías describe con
gran dramatismo las cualidades guerreras y los movimientos incontenibles del ejército
de Babilonia, que viene de los confines de la tierra (v. 22, al final, comp. con 31:8),
bien equipado de armas y caballos como hombres dispuestos para la guerra (v. 23), y
atacan sin compasión, pues crueles son y no tendrán misericordia; su estruendo brama
como el mar.
4. Describe la consternación que hará presa en Judá y Jerusalén al acercarse el
ejército enemigo (vv. 24–26): «Su fama oímos, y nuestras manos se debilitaron; no nos
quedan ánimos para resistir, se apoderó de nosotros angustia, dolor como de mujer que
está de parto». El sentimiento de culpabilidad desanima a los hombres cuando se acerca
algún contratiempo. Se esconden en sus casas (v. 25), y prefieren morir allí
mansamente, antes que salir al campo a luchar. Unos a otros se dicen: «No salgas al
campo, etc.». El profeta invita a la lamentación y al duelo (v. 26): «Hija de mi pueblo,
cíñete de saco y revuélcate en ceniza; ponte luto como por hijo único que se ha muerto
en la flor de la vida».
5. Dios constituye al profeta por juez del pueblo en esta hora de dura prueba (vv.
27–30, comp. con Ez. 22:18–22). Torre (hebr. bajón) sugiere la idea de vigía
escrutador; de ahí el verbo examinarás (todo en el v. 27), que en hebreo procede de la
misma raíz (baján) que torre. Jeremías va a examinar la operación. La prueba en que se
halla el pueblo es comparada a un horno de fundición (vv. 28–30). Si los israelitas
fuesen plata, la operación les quitaría la escoria y quedarían reformados, refinados
como buena plata; pero son «rebeldes porfiados … todos ellos son corruptores» (v. 28),
por lo que la operación no surte el efecto deseado; la aleación de bronce, hierro, plomo
y estaño (v. Ez. 22:20) no sirve, porque el plomo que había de servir de fundente, para
llevarse la escoria, lo ha consumido el fuego (v. 29) y, por eso, los malvados (lit.), como
escoria resistente, no se han separado. Dice Driver, citado por Freedman: «En el caso
imaginado aquí por el profeta, la aleación está tan inseparablemente mezclada con la
plata, que, aunque soplen los fuelles furiosamente (ése es el sentido de la primera frase
del v. 29), y el plomo se oxide con el calor, no se efectúa ninguna purificación: Sólo
queda plata impura».
6. Así que Dios le dice a Jeremías cuál es el destino funesto de un pueblo que se
niega a reformarse (v. 30): «Plata de desecho (lit. desechada; hebr. nimás) los
llamarás, porque Jehová los desechó (hebr. maás)». Son plata reprobada, inútil y sin
valor alguno; brillan como si tuviesen algo de plata, pero no se puede hallar en ellos
nada bueno; por eso, Dios los ha desechado. Dios no se complace en la muerte ni en la
ruina de los pecadores. No los desechó hasta que hubo empleado todos los medios
apropiados para reformarlos; ni los abandonó como a escoria hasta que se manifestó
claramente que eran plata reprobada.
2
CAPÍTULO 7
Al haber reprobado al pueblo, en nombre de Dios, por sus pecados, el profeta ahora:
I. Les muestra lo inútil de la excusa de que tenían en medio de ellos el templo de Dios y
asistían constantemente a los servicios del culto (vv. 1–11). II. Les trae a la memoria las
desolaciones de Siló y les predice que las desolaciones de Jerusalén serán semejantes a
aquéllas (vv. 12–16). III. Hace ver al profeta las abominables idolatrías del pueblo (vv.
17–20). IV. Pone ante los ojos del pueblo aquella máxima de que «obedecer es mejor
que sacrificio» (1 S. 15:22) y que Dios no aceptaría los sacrificios de quienes
2
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.824
persistiesen en la desobediencia (vv. 21–28). V. Amenaza con dejar devastado el país
por la idolatría y la impiedad de ellos (vv. 29–34).
Versículos 1–15
En estos versículos comienza otro sermón, el cual se continúa en los dos capítulos
siguientes, y tiene por objeto persuadirles al arrepentimiento.
I. Las órdenes que se le dan al profeta: Era «palabra que vino a Jeremías de parte
de Jehová» (v. 1). 1. Dónde tenía que ser proclamada —«en la puerta de la casa de
Jehová» (v. 2), por la que se entraba al atrio exterior o, más probablemente, entre el
atrio exterior y el interior (comp. con 26:2)—. Esto molestaría a los profetas falsos y
enfurecería a los sacerdotes, pero Jeremías no ha de temer rostro de hombre. 2. A
quiénes tenía que ser proclamada—a los hombres de Judá, los que entraban por
aquellas puertas para adorar a Jehová (v. 2b)—. Es probable que esto sucediese en una
de las tres grandes fiestas, cuando todos los varones habían de presentarse y no podían
venir con las manos vacías.
II. El contenido y el objetivo del sermón. Se proclama en nombre de Jehová de las
huestes, el Dios de Israel (v. 3), que manda en el mundo entero, pero hace pacto
únicamente con Su pueblo. El profeta les dice aquí:
1. Cuáles eran las verdaderas palabras de Dios.
(A) En breve, si se arrepienten y se vuelven a Dios, Él les hará recobrar la paz,
curará sus heridas y se volverá a ellos en misericordia (v. 3b): «Enmendad vuestros
caminos y vuestras obras». Dios les muestra dónde y cómo tienen que enmendarse y les
promete aceptarlos (v. 3, al final): «os haré morar en este lugar; moraréis pacíficamente
aquí y será detenido lo que ahora amenaza vuestra expulsión».
(B) La enmienda ha de ser completa: una reforma general y constante, y perseverar
sin vacilaciones. Deben ser honestos y justos en todos sus tratos. Los que ocupan
puestos de autoridad tienen que «con verdad hacer justicia entre un hombre y su
prójimo» (v. 5, al final), imparcialmente. No deben oprimir al extranjero, al huérfano y
a la viuda (v. 6), ni proteger a los que los oprimen. No deben derramar sangre inocente,
pues con ella se profana este lugar y la tierra que habitan.
(C) Deben adorar únicamente al verdadero Dios (v. 6, al final): «ni andéis en pos de
dioses ajenos para mal vuestro». Viene a decirles: «Emprended a toda prisa una obra de
completa reforma y yo os haré morar en este lugar (v. 7); este templo continuará siendo
vuestro refugio, el lugar de vuestra reunión con Dios y de unos con otros; y nunca se os
echará de la casa de Dios ni de vuestras casas». Lo disfrutarán por pacto; no por
providencia, sino por promesa. Eso será para siempre (v. 7, al final). Nunca los
perturbará nadie; nada sino el pecado los podía expulsar. Aquí se asegura una herencia
perpetua en la Canaán celestial a todos los que viven en piedad y honestidad.
2. Cuáles eran las palabras mentirosas en las que no debían confiar (v. 4): Las de los
falsos profetas quienes daban al pueblo vanas seguridades, como si la presencia física
del templo fuese garantía de que, con eso, no les podía ocurrir nada malo. El pueblo
creía estas palabras de mentira y las repetía confiado. Es corriente entre los que más
lejos están de Dios jactarse de estar los más cercanos a la Iglesia (comp. con Sof. 3:11).
Tenían la forma de la piedad sin el poder de la piedad (v. 2 Ti. 3:5). Dios es Santo, pero,
con las excusas que ponían, hacían a Dios contemporizar con los pecados del pueblo
(vv. 9, 11). A pesar de cometer toda clase de prevaricaciones (v. 9), pensaban que con
llegarse al templo y ofrecer sacrificios ya estaban a salvo (v. 10). De esta manera
convertían (v. 11) «en cueva de ladrones, escondrijo seguro de un pueblo prevaricador y
tapadera de sus vicios, una casa de santidad que, llamada con el nombre de Jehová, es
habitación y posesión de Jehová» (Asensio). Aunque los cuernos del altar eran santuario
de refugio para quienes mataban involuntariamente a una persona, no lo eran (v. Éx.
21:14; 1 R. 2:29) para los malhechores que cometían los crímenes mencionados en el
versículo 9 y que, por cierto, para mayor énfasis, se hallan en infinitivo en el original
hebreo: «¡Hurtar, matar, adulterar, etc.!»
3. Les muestra la insuficiencia de este pretexto en el caso de Siló (vv. 12–14).
«Andad—les dice (v. 12—) ahora a mi lugar en Siló, etc.». Aquél fue el primer lugar
donde estuvo el santuario en la tierra de Canaán (Jos. 18:1), pero los servidores del
santuario se habían corrompido totalmente, por lo cual Dios lo abandonó (Sal. 78:60).
Como ellos repiten ahora todas estas obras (v. 13), los pecados mencionados en el
versículo 9, Dios va a repetir en el templo de Jerusalén (v. 14) el desastre ocurrido en
Siló. Cita también otro precedente (v. 15): la ruina del reino de las diez tribus del norte,
que también eran simiente de Abraham y descendencia de Jacob, pero fueron llevados al
destierro por los asirios a causa de sus idolatrías.
Versículos 16–20
El templo y el culto que en él se celebraba no habían de servir en modo alguno para
impedir el castigo que se cernía. Pero el profeta seguía intercediendo por el pueblo; sus
oraciones podían hacerles más bien que las excusas de ellos; pero ahora Dios les quita
también este apoyo a los que habían perdido todo interés en las oraciones de los
ministros de Dios y de los buenos israelitas.
1. Dios prohíbe aquí al profeta que ore por ellos (v. 16): «Ha salido ya el decreto, no
ores por este pueblo, esto es, no ores para que se detenga el castigo con que les he
amenazado; han pecado con pecado de muerte (1 Jn. 5:16; v. el comentario a este
versículo) y, por tanto, no ores por su vida». Los profetas de Dios son hombres de
oración. Jeremías ha predicho la destrucción de Judá y de Jerusalén y, con todo, ora por
su preservación. Incluso cuando amenazamos con la condenación a los pecadores,
debemos pedir por su salvación, que se conviertan y se salven. Jeremías era escarnecido
y perseguido por su pueblo y, no obstante, oraba por ellos. Quienes no sienten ningún
interés en la predicación de los buenos ministros, no pueden esperar ningún beneficio de
sus oraciones. Si no nos escucháis cuando os hablamos de parte de Dios, Dios no nos
oirá cuando le hablamos a favor de vosotros.
2. Dios le dice la razón de esta prohibición.
(A) Ellos están resueltos a persistir en su rebelión contra Dios (v. 17): «¿No ves lo
que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, abierta y
públicamente, sin vergüenza ni temor?» Esto da a entender que los pecados eran
evidentes y que los pecadores cometían sus maldades incluso en presencia del profeta,
lo cual era gran afrenta para el siervo de Dios y para Dios mismo. Pagaban sus respetos
idólatras a la reina del cielo (v. 18b, comp. con 44:17–25), a la que ofrecían tortas
(hebr. kawwanim, vocablo que sale únicamente aquí y en 44:19), que llevaban sin duda
la imagen de la diosa Aserá (Ishtar-Astarté), representada en la Luna o en el planeta
Venus. Toda la familia (v. 18) cooperaba en esta importante faena de hacer las redondas
tortas para la reina del cielo. Es curioso—nota del traductor—que la Iglesia de Roma
llame a la Virgen María «reina del cielo», a la que se ofrece, así como a otros santos,
una gran variedad de tortas y roscones de forma redonda en las procesiones de los
pueblos de España. Que estos malos ejemplos nos inciten a comportarnos debidamente
en el servicio de nuestro Dios:
(a) Honrémosle con nuestros bienes, ya que de Él nos viene cuanto somos y
tenemos; y de eso que de Él recibimos, comamos y bebamos para gloria de Él.
(b) No nos retraigamos de los más duros servicios con que Dios pueda ser honrado,
pues nadie encenderá fuego en el altar de Dios por nada.
(c) Que nuestros hijos se acostumbren a hacer algo útil en orden a conservar los
ejercicios de piedad, así como los hijos de esos idólatras cooperaban con sus padres a
provocar a Dios a ira (v. 18, al final). Ése llega a ser su intento deliberado. Pero con
eso no consiguen sino hacerse daño a sí mismos (v. 19): «¿Me provocarán ellos a ira?,
dice Jehová. ¿No se exasperan más bien a sí mismos, para su propia vergüenza?» Es
malicia contra Dios, pero es una malicia impotente; no dañan a Dios, se dañan a sí
mismos.
(B) Dios decide continuar en sus juicios contra ellos, y no se ha de volver atrás por
las oraciones del profeta (v. 20): «Por tanto, así ha dicho el Señor Jehová: He aquí que
mi furor y mi ira se derramarán sobre este lugar». Y esta inundación de la ira de Dios
alcanzará a todo viviente: hombres, animales, árboles del campo y frutos de la tierra,
pues de todo eso se habían aprovechado los idólatras en el culto a la reina del cielo y a
otros dioses ajenos (v. 18b). El furor y la ira de Dios se encenderán y no se apagarán
(v. 20, al final). Ni las oraciones ni las lágrimas servirán para nada.
Versículos 21–28
Después de mostrar al pueblo que el templo no les había de proteger mientras lo
profanasen con su perversidad, Dios les muestra ahora que sus sacrificios no servirán
para expiar mientras ellos continúen en su desobediencia. Se refiere a sus servicios
ceremoniales (v. 21): «Añadid vuestros holocaustos sobre vuestros sacrificios y comed
la carne». Dice Freedman: «Los holocaustos eran consumidos completamente sobre el
altar, mientras que de los demás sacrificios había partes que los sacerdotes y los
oferentes comían. El sentido es: ¡No hay santidad en ofrendas traídas por hombres
culpables; son meramente carne y, así, podéis comeros también vuestros holocaustos!»
Dice M. Henry: «Guardaos para vosotros vuestros sacrificios. Que sean servidos en
vuestra mesa, pues no son aceptables en los altares de Dios».
1. Les muestra que lo que de ellos se requiere es obediencia (vv. 22, 23). Apela al
contrato original, por el que fueron primero formados como pueblo, cuando fueron
sacados de Egipto. Dios los hizo para Sí un reino de sacerdotes, no para ser regalado
con los sacrificios de ellos como los dioses demoníacos que los gentiles adoraban (v.
Dt. 32:37, 38). Para que fuesen el pueblo de Dios, no les pidió sacrificios, sino que le
obedeciesen (vv. 22, 23). Los preceptos de la ley levítica vinieron después (Lv. 1:2; 2:1,
etc.), como si fuesen instituidos para regular los sacrificios más bien que para exigirlos.
Lo importante era (v. 23, al final) andar en todo camino que mandase la infinita
Sabiduría de Dios, para que les fuese bien. No cabe demanda más razonable para ellos,
lo mismo que para nosotros.
2. Les muestra que la desobediencia es la única cosa por la que contendía con ellos.
(A) Pusieron su propia voluntad como norma, en contra de la voluntad de Dios (v.
24): «Y no oyeron ni inclinaron su oído para prestar atención; menos aún, para
obedecer; antes caminaron en sus propios consejos, conforme a sus planes, en la dureza
de su corazón malvado; sus apetitos y sus pasiones desordenadas habían de ser la ley de
ellos».
(B) «Y fueron hacia atrás y no hacia adelante» (v. 24, al final), ya que «abandonar
la senda de la fidelidad y de la justicia, no importa bajo cuál nombre nuevo o atractivo,
es siempre ir hacia atrás» (Hertz). Y hacia atrás querían volverse incluso en términos
geográficos, pues hablaban de volverse a Egipto y nombrar un nuevo caudillo que los
condujese allá. Y eso que habían prometido (Éx. 24:7): «Haremos todas las cosas que
Jehová ha dicho, y obedeceremos».
(C) Cuando Dios les habló por medio de los profetas, todavía fueron desobedientes.
Dios tuvo siervos de entre ellos mismos en todas las épocas para que les declarasen sus
pecados, pero ellos se hicieron el sordo a los profetas, como lo habían hecho a la ley
(vv. 25, 26). Eran peores, no mejores, que sus antepasados (comp. con 16:12).
(D) Jeremías mismo va a ser testigo de la obstinación de ellos (v. 27): «Tú, pues, les
hablarás todas estas palabras, pero no te escucharán; los llamarás, pero no te
responderán. O no te responderán de ninguna forma o será una respuesta de
desobediencia; lo cierto es que no acudirán a tu llamamiento». Es el profeta quien tiene
que ir hasta ellos y decirles (v. 28): «Ésta es la nación que no escuchó la voz de Jehová
su Dios, ni admitió corrección. Son notorios por su obstinación; ofrecen sacrificios al
Señor, pero no se dejan gobernar por Él; no reciben la instrucción de Su palabra ni la
corrección de Su vara. Por tanto, son irreformables. Son falsos, tanto ante Dios como
ante los hombres».
Versículos 29–34
I. Viene ahora un urgente llamamiento al llanto y la lamentación. Jerusalén, que
había sido una ciudad alegre, tiene ahora que «levantar llanto sobre las alturas» (v. 29),
donde habían servido a sus ídolos. En señal de pesadumbre, lo mismo que de esclavitud,
tiene que cortarse el cabello y arrojarlo. El vocablo para cabello es nézer y se usa para
describir el voto de los nazareos o nazireos, con lo que expresaban su especial
dedicación a Dios. Jerusalén había sido una ciudad nazirea para Dios, pero tiene que
cortarse el cabello, ser degradada y separada de Dios, como se había separado ella de
Dios. Es tiempo de que quienes han perdido la santidad dejen a un lado el júbilo y el
gozo.
II. La causa de esta gran lamentación.
1. El pecado de Jerusalén se presenta aquí muy horrible (v. 30): «Los hijos de Judá
han hecho lo que es malo ante mis ojos, dice Jehová; me han afrentado en mi propio
rostro. De dos cosas se les acusa aquí: (A) De que se portaban desvergonzadamente con
Dios y le desafiaban (v. 30b): «Pusieron sus abominaciones en la casa sobre la cual es
invocado mi nombre, mancillándola». Habían puesto sus ídolos en los atrios mismos del
templo, como si quisieran reconciliar al cielo con el infierno, a Dios con Baal. (B)
Habían edificado los lugares altos de Tófet, donde habían erigido la imagen de Mólek o
Moloc, en el valle del hijo de Hinnom (¡de donde el vocablo Gehenna!), junto a
Jerusalén, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas (v. 31), para quemarlos vivos,
para honrar, o para apaciguar, a ídolos que eran demonios, no dioses. De cierto era un
justo juicio lo que Dios les hacía, pues habían cambiado la gloria de Dios en la
semejanza de una bestia. Dios dice acerca de eso que era «cosa que yo no les mandé»,
es decir, que Él no deseaba que se le ofreciesen tales sacrificios. Freedman hace notar
que los fautores de sacrificios humanos en Israel «deliberadamente o por ignorancia
habían pervertido el significado de un mandamiento como el de Éxodo 13:2, que quizás
citaban en apoyo de tan terrible acto».
2. La destrucción de Jerusalén comportaba una desgracia singular (v. 29b): «Jehová
ha rechazado y abandonado a la generación objeto de su ira». El pecado convierte en
generación de la ira de Dios a los que habían sido generación de Su amor. Y de cierto ha
de rechazar Él a los que, por su impenitencia, se han hecho a sí mismos vasos de ira
preparados para destrucción (Ro. 9:22).
(A) La muerte triunfará sobre ellos (vv. 32, 33): Tófet será llamado Valle de la
Matanza, porque allí serán enterrados los muchos muertos para cuyo sepelio no
quedarán ya otros lugares. Allí y en otros lugares, los cadáveres del pueblo (v. 33) serán
pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra. Donde antaño echaban los
cadáveres de los sitiadores, echarán ahora los cadáveres de los sitiados; y donde ellos
sacrificaban sus hijos a Moloc, caerán ellos mismos víctimas de la divina justicia.
(B) Se apartará de ellos el júbilo (v. 34): «Y haré cesar de las ciudades de Judá, y de
las calles de Jerusalén, la voz de gozo y la voz de alegría, etc.». Se les amenaza con que
no les quedará nada de que se puedan regocijar. Cesará el júbilo de las bodas porque no
se celebrará ninguna. Tampoco habrá la alegría acostumbrada en la cosecha, porque la
tierra quedará desolada, sin cultivar. La melancolía se extenderá por todo el país
(comp. con 16:9).
CAPÍTULO 8
El profeta procede en este capítulo a justificar la destrucción que trae Dios sobre el
pueblo. I. Presenta tan terrible el castigo, que desearán la muerte más que continuar
viviendo (vv. 1–3). II. Muestra que la estupidez y la obstinación de este pueblo son las
que han traído sobre ellos esta ruina (vv. 4–12). III. Describe la gran confusión y
consternación en la que se hallará todo el país (vv. 13–17). IV. El profeta se siente
hondamente afectado (vv. 18–22).
Versículos 1–3
En estos versículos se describe la tremenda desolación en que el ejército caldeo va a
dejar al país.
1. La muerte no será ahora lo que siempre solía ser: el descanso de los muertos. Los
huesos de los muertos, incluso de los reyes, príncipes, sacerdotes y profetas (v. 1), serán
sacados de sus sepulcros (Sal. 141:7). Se les amenazaba al final del capítulo anterior con
que los muertos quedarían sin sepultura, pero aquí hallamos que los ya sepultados serán
sacados de sus sepulcros, ya sea por codicia, ya sea por simple desprecio de los
conquistadores. Las naciones bárbaras obraban a menudo de esta forma absurda e
inhumana, así pensaban que era mayor su triunfo sobre los pueblos que habían
derrotado. Allí, a la boca de los sepulcros, esparcirán (v. 2) esos huesos al sol, a la luna
y a todo el ejército del cielo, esto es, a todas las estrellas, que para ellos habían sido sus
ídolos preferidos, a los que habían amado, servido, seguido, consultado y adorado.
Todas esas luminarias «mirarán impotentes la deshonra infligida a sus devotos»
(Freedman).
2. La muerte será ahora lo que nunca solía ser: la preferencia de los vivientes, no
porque se presente con formas deleitosas, sino porque todo lo demás de este mundo
aparecerá tan horrible y tan oscuro que (v. 3) «escogerá la muerte antes que la vida
todo el resto que quede de esta mala generación», no porque tengan esperanza de
felicidad en la otra vida, sino desesperados completamente por no hallar ningún sosiego
en la presente. Estos quedarán vivos en todos los lugares a los que Dios los haya
arrojado. Unos, prisioneros en el país de sus enemigos; otros, mendigarán en el país
vecino; y otros, fugitivos y vagabundos en su propio país.
Versículos 4–13
Al profeta se le ordena aquí que ponga ante los ojos del pueblo lo insensato de su
impenitencia. Son aquí presentados como gente sin sentido, que se resisten a entrar en
razón, a pesar de todos los métodos que la Sabiduría Infinita ha empleado para hacerles
volver en sí.
1. No quieren atender a los dictados de la razón. No actúan en los asuntos del alma
con la misma prudencia que usan para los asuntos corrientes de la vida (vv. 4, 5):
Vengamos a cuentas, parece decir el Señor, como en Isaías 1:18: «¿Acaso el que cae no
se levanta, o el que se desvía no se vuelve?» Así, o de modo parecido, suele traducirse
la segunda parte de este versículo 4. Sin embargo, Kimchi hace ver que, en la segunda
frase, se repite el verbo yashub (se volverá), con lo que el sentido podría ser (lit.): «si se
vuelve (el pecador de su pecado), ¿no se volverá (Dios de su intención de destruir)?» Y
continúa (v. 5) Dios: «¿Por qué continúa este pueblo de Jerusalén apostatando con
apostasía perpetua? Se han aferrado al engaño y rehúsan volverse». Ya que han caído
por el pecado, ¿por qué no se levantan por el arrepentimiento? El pecado es una
apostasía, esto es, un apartamiento del camino recto, no por un desvío cercano, sino por
una senda opuesta: de espaldas al camino que conduce a la vida, y de cara al camino que
conduce a la muerte y a la destrucción. No es sólo un vagar sin rumbo, sino un caminar
hacia la ruina. El tentador mete al pecador en el engaño y lo retiene tan agarrado, que él
mismo se aferra a ese engaño. Las excusas que presenta por sus pecados son también
engañosas; con todo, no quieren ser desengañados y, por consiguiente, rehúsan
volverse.
2. No quieren atender a los dictados de la conciencia, que es nuestra propia razón al
reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras acciones (v. 6). El profeta escucha para
ver el efecto que su predicación había tenido en ellos. Dios mismo escucha como quien
no desea la muerte del pecador, sino que se alegra al oír algo que promete
arrepentimiento. Estas expectaciones quedaron decepcionadas: Ellos no hablan
rectamente, no hay hombre que se arrepienta de su mal. Dios no halló ninguna señal de
arrepentimiento en el país, ningún justo que hubiese contribuido a disminuir la medida
del pecado general. Ni siquiera hubo quien diese el primer paso hacia el
arrepentimiento, diciendo: ¿Qué he hecho? (v. 6b), sino que siguieron resueltos por el
camino de la maldad: «Cada cual se apartó en su propia carrera, como caballo que
irrumpe con ímpetu en la batalla». Dice Freedman: «Así como un caballo se lanza de
cabeza a la batalla, sin cuidarse de que le puede llevar a la destrucción, así se lanzan
éstos irreflexivamente en su carrera, pecando y apartándose de Dios».
3. No quieren atender a los dictados de la Providencia, ni entienden en ellos la voz
de Dios (v. 7). No captan el significado de la misericordia ni el de la aflicción. No saben
cómo aprovechar la gracia que Dios les ofrece cuando envía a ellos Sus profetas, ni
cómo hacer uso de Sus reprensiones cuando clama Su voz en la ciudad. Las criaturas
inferiores, como la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la grulla (por este orden en el
original) conocen sus tiempos: el instinto les dicta cuándo han de venir y cuándo han de
marcharse, según se altera la temperatura, así como la condición del aire; mientras que
este pueblo, dotado de razón, «no conoce las ordenanzas de Dios, que son las leyes
naturales de su existencia» (Freedman).
4. No quieren atender a los dictados de la Escritura. Dicen (v. 8): «Somos sabios»,
únicamente porque tienen consigo la ley escrita de Jehová. Jeremías responde a esto que
los escribas que manejan la Ley le hacen «decir lo que no dice, ya que invierten sus
valores y hacen pasar por “Ley” sus propias lucubraciones (7:22, 23; Is. 10:1, 2; Mt.
23:4–14)» (Asensio). «¿Qué sabiduría tienen—dice Jeremías (v. 9, al final)—cuando
rechazan, o tuercen, la palabra de Dios?»
5. Al ser esto así, el castigo es inevitable (vv. 10–13). Tanto sus familias como sus
haciendas irán a la ruina (v. 10): «Por tanto, daré a otros sus mujeres, cuando sean
hechas cautivas, y sus campos les serán quitados por los victoriosos conquistadores y
dados a nuevos poseedores. Y (v. 12), no obstante todas sus pretensiones de sabiduría y
santidad, caerán entre los que caigan». En el día en que Dios examine la maldad del
país, se hallará que precisamente ésos han contribuido a la ruina más que ninguno. «Los
consumiré del todo, dice Jehová» (v. 13).
6. Al anunciar el castigo, da también los motivos por los que tales juicios han de
venir sobre el país (vv. 10–12). Codiciaban los bienes de este mundo: «desde el más
pequeño hasta el más grande (v. 10b), cada uno sigue la avaricia; desde el profeta
hasta el sacerdote, todos practican el fraude» (comp. con Mi. 3:11). Todos obran
falsamente. Dicen una cosa y hacen otra; aparentan ser piadosos y son malvados. No
hay entre ellos tal cosa como la sinceridad. Hacían la vista gorda ante los muchos
pecados del pueblo y querían pasar (v. 11) por buenos médicos mientras curaban las
heridas a la ligera, mataban al paciente con inútiles paliativos y acallaban sus temores
con «paz, paz; todo va bien, no hay peligro». Y así continuaban sin inmutarse, al haber
perdido todo el sentido de la virtud y del honor (v. 12): «Ciertamente no se han
avergonzado en lo más mínimo, ni aun saben lo que es sonrojarse».
Versículos 14–22
1. Bajo la presión del desastre, el pueblo se hunde en la desesperación. Ahora que la
calamidad se cernía sobre ellos, los que antes carecían de miedo, carecen ahora de
esperanza y no tienen ánimos para hacer frente al enemigo ni para aguantar lo que se les
viene encima (v. 14): «¿Por qué nos estamos sentados? Reuníos y entremos en las
ciudades fortificadas». No es que tengan confianza en que allí van a sobrevivir, pues
están persuadidos de que allí también perecerán. En efecto:
(A) Se percatan de que Dios está enojado contra ellos (v. 14b): «Jehová nuestro
Dios nos ha destinado a perecer y nos ha dado a beber aguas de hiel, porque pecamos
contra Jehová». Como si dijesen: «¿Para qué vamos a luchar contra el destino cuando
Dios mismo lucha contra nosotros?» Por fin, comienzan a ver extendida la mano de
Dios en estas calamidades y reconocen que le han provocado.
(B) Se percatan también de que el enemigo va a ser demasiado fuerte contra ellos (v.
16): «Desde Dan se oyó el bufido de los caballos …». Las noticias de la fuerza de la
caballería caldea pronto se divulgaron y todos temblaron al sonido de los relinchos de
sus corceles. Vienen y no hay modo de detenerles (v. 16b): «Vinieron y devoraron la
tierra y su abundancia, la ciudad y los moradores de ella».
(C) Están decepcionados de la esperanza que tenían en ser librados de la catástrofe
(v. 15): «Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; no ha venido ninguna noticia buena;
esperábamos día de curación, de prosperidad para la nación, y lo que tenemos es terror
(comp. con 14:19), esto es, alarmas de guerra que infunden terror». Sus falsos profetas
les habían repetido «paz, paz» (v. 11). Las esperanzas de liberación habían resultado
fallidas (v. 20): «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos».
Comenta Asensio: «Como el labrador ante la cosecha frustrada, nos encontramos, con
las manos vacías, abocados al destierro». El porvenir no puede presentarse más negro.
Dice M. Henry: «Ha pasado la estación de actuar; se fue el verano y la recolección, y se
acerca un invierno frío y melancólico. A sí mismos se hacen perjuicio y atrancan su
propia puerta, y no son salvos porque no están en disposición de ser salvos».
(D) Se han engañado en las mismas cosas de las que esperaban obtener seguridad (v.
19): «He aquí la voz del clamor de la hija de mi pueblo, que viene de una tierra
lejana». Dice Freedman: «Jeremías adelanta la cautividad, como si ya se hubiese
llevado a cabo»… «¿No está Jehová en Sion? ¿No está en ella su Rey?» En estas dos
cosas habían puesto ellos su confianza durante todo el tiempo: (a) En que tenían entre
ellos el templo de Dios y las señales de su presencia especial con ellos. (b) En que
tenían el trono de la casa de David. Se decían a sí mismos: «¿No protegerá el Dios de
Sion al rey de Sion y a su reino?» Este clamor de ellos es como una acusación a Dios y,
por eso, les replica de inmediato (v. 19, al final): «¿Por qué me hicieron airar con sus
imágenes de talla, con vanidades ajenas?»
2. Jeremías sigue lamentándose personalmente.
(A) Él era testigo de vista de las desolaciones de su país (v. 18): «Aunque quisiera
consolarme de mi pesar, mi corazón desfallece dentro de mí». Como si dijese: «Todo
intento de aliviar mi pesadumbre sólo sirve para agravarla». A veces la tristeza es de tal
calibre que cuanto más se la quiere reprimir, más rebota. Éste es el caso de muchas
personas piadosas, como el de Jeremías aquí, cuando el alma se resiste a recibir
consuelo. Y continúa diciendo (v. 21): «Soy presa de angustia por el quebrantamiento
de la hija de mi pueblo; angustiado por su miseria y, sobre todo, por sus pecados, que
son los que le han traído tal desgracia; estoy negro, es decir, vestido de luto, el espanto
me ha sobrecogido, de forma que no sé a qué lado volverme». Una persona buena sufre
por las miserias ajenas. Él había profetizado la destrucción de Jerusalén y, aun cuando el
pueblo no le había creído, no sentía él regocijo alguno en que los hechos demostrasen la
verdad de dicha profecía, ya que prefería el bienestar del país antes que su personal
reputación.
(B) Cuán tenues eran sus esperanzas (v. 22): «¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No
hay medicina apropiada para un reino enfermo, agonizante? ¿No hay allí médico? ¿No
hay mano hábil y fiel que aplique la medicina?» Si se mira a los falsos profetas y a los
sacerdotes del pueblo, la respuesta ha de ser negativa. Pero tenían a Dios que les
hablaba la verdad por boca del propio Jeremías y, con eso, tenían bastante para haber
llegado al arrepentimiento, alcanzado la curación y apartado de sí la destrucción.
Ciertamente, no era por falta de médico ni de medicina, sino porque no querían admitir
la aplicación del fármaco ni someterse a los métodos de curación. Médico y medicina
estaban al alcance de la mano, pero el paciente estaba obstinado en su mal y rehusaba
ser sometido a la medicación apropiada
CAPÍTULO 9
En este capítulo el profeta continúa fielmente con la condena del pecado y la
amenaza de los juicios de Dios por él, aun cuando se lamenta de ambas cosas. I.
Expresa su gran pesadumbre por las miserias de Judá y de Jerusalén, y su detestación
del pecado de ellos (vv. 1–11). II. Justifica a Dios en la destrucción que trae sobre ellos
(vv. 12–16). III. Invita a otros para que se lamenten con él de este terrible caso (vv. 17–
22). IV. Les demuestra la necedad y la vanidad de confiar en su propia fuerza, o en su
propia sabiduría o en otra cosa cualquiera que no sea únicamente Dios (vv. 23–26).
Versículos 1–11
El profeta es comisionado para predecir la destrucción y declarar el pecado. Lo que
va a decir le sale del corazón, y habría de esperarse que llegase también al corazón.
I. Al considerar la calamitosa condición de su pueblo, el profeta se lamenta sin
consolación posible (v. 1. En la Biblia Hebrea, este versículo es el 23 del capítulo
anterior): «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas!» El
mismo vocablo hebreo significa ojo y manantial de agua, como si en este valle de
lágrimas estuviesen los ojos destinados a llorar más que a ver. Cuando hallamos en
nuestro corazón una fuente tal de pecados, bien está que nuestros ojos sean fuentes de
lágrimas. Pero el pesar de Jeremías se debe a los pecados y las miserias del pueblo,
como las lágrimas de Jesús (Lc. 19:41) se debían a la inminente destrucción de
Jerusalén. Jeremías se sinte movido a «llorar día y noche los muertos de la hija de mi
pueblo» (v. 1b), es decir, las multitudes de sus compatriotas caídos a espada en la
guerra.
II. También se lamenta de las desolaciones del país; y no sólo las villas y ciudades,
sino también (v. 10) por los montes, cuya vegetación va a ser devastada, y por los
pastizales del desierto, que solían estar vestidos de rebaños o cubiertos de cereal, pero
ahora los había incendiado el ejército caldeo hasta no quedar quien pasase por allí.
Todo respira melancolía al no oírse el bramido del ganado. La guerra siembra en un
país la más tremenda devastación, pues es una tragedia que destruye el escenario donde
se representa.
III. Llevado de estos sentimientos, Jeremías, como otrora Elías, preferiría marchar al
desierto, mientras sus compatriotas huyen a las ciudades fortificadas (4:5, 6): «¡Oh,
quién me diese (v. 2) estar en el desierto, en un albergue de caminantes, cual los suele
haber en los desiertos de Arabia para viajeros, para dejar a mi pueblo y marcharme de
ellos!» Pero no hemos de marcharnos de este mundo (comp. con Jn. 17:15), por malo
que sea, antes de tiempo. Si no se puede hacer el bien a muchos, se podrá hacer a unos
pocos. Pero a Jeremías le resultaba fastidiosa la vida, al ver a sus compatriotas
deshonrando a Dios y destruyéndose a sí mismos.
1. No piensa en dejarlos porque estén en apuros, sino porque están en pecado.
(A) Están corrompidos: Son sucios (v. 2, al final): «Todos ellos, es decir, la inmensa
mayoría, son adúlteros». Son falsos. No sólo eran desleales hacia Dios, sino también
unos con otros: «una banda de traidores». Siempre están maquinando el engaño y el
fraude (v. 3): «Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco». El hebreo dice
literalmente: Y comban sus lenguas (como) sus arcos de falsedad». Comenta Freedman:
«Así como el arquero tensa el arco para tirar, así disponen éstos la lengua para tirar (y
matar) con los dardos de falsedad».
(B) Emplean sus fuerzas para el mal, no para el bien (v. 3b): «Y se fortalecieron en
la tierra, pero no para ser fieles». Podrían hacer muy buenos servicios si empleasen
para la verdad el arte y la resolución que despliegan para la mentira, pero no quieren
hacerlo. Los que son fieles a la verdad son valientes para el bien y no se amedrentan
ante la oposición. Un día hemos de responder no sólo por nuestra enemistad al hacer
frente a la verdad, sino también por nuestra cobardía al no defenderla.
(C) Entre los demás pecados, sobresale el afán de engañar al prójimo a toda costa
(vv. 4, 5), hasta fatigarse en cometer iniquidad (v. 5, al final). Es curiosa la frase del
versículo 4b «porque todo hermano actúa con falacia» (hebr. aqob yaaqob), donde
puede verse una clara alusión a Jacob (hebr. Yaaqob), al suplantar a su hermano (Gn.
27:36). Dice el versículo 5b: «Han enseñado a su lengua a hablar mentira», como si
dijese: «La lengua del hombre fue creada para decir verdad; necesita un aprendizaje
para decir mentiras, antes de que le resulten fáciles» (Freedman). «Se fatigan en
cometer iniquidad, pero no se fatigan de cometerla». Nadie llega de un salto a la cumbre
de la maldad; por eso, éstos proceden de maldad en maldad, y me han desconocido,
dice Jehová (v. 3, al final). Dice Freedman: «Todo pecado descubre sus huellas, en
último término, a partir del desconocimiento voluntario de Dios (v. Jue. 2:10; Os. 4:1)».
Por otra parte, cada pecado oscurece más y más el conocimiento de Dios. Alguien ha
dicho: «Todo pecado destila en el corazón una gota de ateísmo. Algunos lo llenan hasta
el borde».
2. El profeta declara lo que ha determinado Dios contra ellos:
(A) Dios ha marcado el pecado de ellos y puede decirle al profeta qué calaña de
gente son (v. 6): «Tu morada está en medio del engaño; todos los que te rodean son
adictos al engaño como a una droga; por tanto, has de estar sobre aviso». Sobre este
cargo se extiende en el versículo 8. La lengua de ellos, como un arco tensado (v. 3), es
aquí llamada saeta afilada; el vocablo hebreo puede leerse de dos maneras: shajut
(afilada) o shojet (asesina); en todo caso, es un instrumento de muerte. «Con su boca
(v. 8b) dice uno paz a su amigo, a quien acecha al mismo tiempo, pues le tiende insidias
en su corazón». Así es como Joab besó a Abner para mejor asestarle la puñalada. Las
buenas palabras, si no van acompañadas de buenas intenciones, son despreciables; pero
cuando se las usa como pretexto para cubrir malas intenciones, son abominables. Por
mucho que a los pecadores obstinados se les enseñe el buen conocimiento de Dios, no
aprenden; y donde no hay conocimiento de Dios, ¿qué cosa buena se puede esperar?
(Os. 4:1).
(B) Dios los ha marcado a ellos para la ruina (vv. 7, 9, 11). Los que no quieren
conocer a Dios como Legislador, le conocerán un día como Juez. Algunos serán
refinados (v. 7): «Como están tan corrompidos, yo los refinaré y los probaré, los
derretiré y los examinaré, para ver si el horno de la aflicción les purifica de la escoria y
si, una vez derretidos, pueden ser reformados en un nuevo y mejor molde». No serán
rechazados como plata desechada, hasta que se vea que el fundidor los ha fundido en
vano (6:29, 30). Habla como quien no tiene valor para enviarlos a la ruina sin haber
probado antes todos los medios posibles para conducirlos al arrepentimiento. Los demás
serán destruidos (v. 9): «¿No los he de castigar por estas cosas?, dice Jehová». Fraude
y falacia son pecados que Dios aborrece y por los que ha de pedir cuentas. Se pronuncia
la sentencia y se promulga el decreto (v. 11): «Reduciré a Jerusalén a un montón de
ruinas; no servirá para ninguna otra cosa, sino para ser morada de chacales; y
convertiré las ciudades de Judá en desolación, sin que quede un morador».
Versículos 12–22
Dos cosas intenta el profeta en estos versículos con referencia a la inminente
destrucción de Judá y de Jerusalén: 1. Convencer al pueblo de la justicia de Dios al traer
sobre sí mismos, por medio de sus pecados, dicha destrucción. 2. Impresionarles con la
descripción de la grandeza de la desolación, a fin de que, ante la terrible perspectiva de
ella, puedan ser despertados al arrepentimiento y a la reforma de vida.
I. Hace un llamamiento a los hombres reflexivos para que muestren al pueblo la
equidad de los procedimientos divinos, aunque parezcan duros (v. 12): «¿Quién es el
varón sabio que pueda entender esto? ¿Y a quién habló la boca de Jehová, para que
pueda declararlo? Os jactáis de vuestra sabiduría y de los profetas que tenéis entre
vosotros; presentad uno, y él se dará cuenta en seguida de que Dios tiene motivos para
contender con este pueblo». Sin embargo, es posible que Freedman esté en lo cierto
cuando dice: «La pregunta es probablemente retórica y expresa su oración ferviente:
¡Ojalá fuesen lo bastante sabios como para entender la causa de su caída y reconocer la
verdad de la admonición de Dios!» En todo caso, a la pregunta «¿Por qué causa ha
perecido la tierra, etc.?», Dios va a dar una respuesta completa.
1. El proceso presentado contra ellos, con apoyo en el cual han sido hallados
culpables (vv. 13, 14).
(A) Han renegado de la pleitesía que deben a su legítimo Soberano. «Porque
dejaron mi ley, dice Jehová (v. 13), … y no obedecieron a mi voz ni caminaron
conforme a ella, por eso ha perecido la tierra (v. 12)».
(B) Han entrado al servicio de usurpadores; no sólo le han retirado a su Rey la
obediencia, sino que se han levantado en armas contra Él. Han decidido seguir su propia
voluntad, la voluntad de la carne, o la mente carnal, en contradicción a la voluntad de
Dios (v. 14): «sino que se fueron tras la terquedad de su corazón; querían actuar como
les pluguiese, por mucho que Dios y la conciencia les indicasen lo contrario, y así se
fueron en pos de los baales, pues habían tenido muchos baales: el Baal de Peor y el
Baal de Berith; el Baal de aquí y el Baal de allá, así tenían muchos señores (pues eso es
lo que Baalim, en plural, significa)». Obraban así (v. 14, al final) «según les enseñaron
sus padres». Comenta Freedman: «El pecado engendra pecado; la presente generación
estaba sufriendo, al menos en parte, por causa de la malvada herencia que habían
recibido de anteriores generaciones. En ese sentido ha de entenderse Éxodo 20:5: la
iniquidad de los padres conduce al pecado a las siguientes generaciones, y esto,
naturalmente, comporta su castigo».
2. La sentencia contra los rebeldes convictos ha de ser ejecutada ahora. Lo ha dicho
Jehová de las huestes, el Dios de Israel (vv. 15, 16) y, ¿quién podrá revocarlo? Las
comodidades que antes tenían darán paso a las mayores incomodidades (v. 15b): «Yo les
daré a comer ajenjo, y les daré a beber aguas de hiel», «metáforas que expresan la
amargura de la aflicción (v. en 8:14)» (Freedman). Todo cuanto les rodee servirá para
aterrorizarles. Dios maldecirá sus bendiciones (Mal. 2:2). Su dispersión fuera de la
patria será su destrucción (v. 16): «Los esparciré entre las naciones … y enviaré la
espada en pos de ellos, hasta que los consuma, no a todos, pero sí a la mayoría». Han
violado esa verdad que es el cimiento y el vínculo de la sociedad y del trato mutuo y,
por eso, justamente son pulverizados y esparcidos entre las naciones paganas. Y ahora
podemos ver por qué motivo perece la tierra; toda esta desolación se debe enteramente a
las malvadas obras de ellos.
II. Convoca a las plañideras para que vengan a pronunciar lamentación por estas
calamidades que habían venido o estaban a punto de venir sobre ellos, para que la
nación se prepare a recibir lo que les viene encima (v. 17).
1. Hay aquí buen trabajo para los llorones de oficio, bien retribuidos ya que los
verdaderos parientes se ríen en vez de llorar: «Considerad y llamad a las plañideras …
buscad a las hábiles en el oficio, para que vengan». La cosa urge, porque la catástrofe
es inminente (v. 18): «y dense prisa, y levanten llanto por nosotros, para que, de este
modo, «con sus cantos lúgubres provoquen entre los supervivientes un llanto general»
(Asensio), como lo expresa el resto del versículo 18.
2. También hay trabajo para los llorones de veras, pues la escena presente no puede
ser más trágica (v. 19): «Porque de Sion fue oída voz de endecha». Hay quienes
entienden esto como si se tratase del lamento de las plañideras, pero es más bien un eco
de ese lamento: los que se habían sentido conmovidos por las endechas de las plañideras
se unen ahora de corazón a sus lamentos. En Sion se solía oír la voz del júbilo y de la
alabanza, mientras el pueblo se mantenía adherido a su Dios; pero el pecado alteró la
nota: ahora es voz de lamentación.
3. Pero esta lamentación no está todavía bien orientada. Véase cómo hablan (v.
19b): «En gran manera hemos sido avergonzados, porque abandonamos la tierra
(forzados por el enemigo a hacerlo)—no dicen: «porque hemos abandonado a Jehová—,
porque han destruido nuestras moradas (lit. porque nuestras moradas nos han
arrojado)»—no dicen: «porque Jehová nos ha arrojado»—. De este modo lamentan
esos corazones no humillados sus calamidades, pero no sus iniquidades, que son la
causa de ellas.
4. Para que las lamentaciones salgan del corazón, y no sean meramente una
imitación de los llantos de las plañideras profesionales, Dios les habla ahora (v. 20) a las
mujeres y les dice: «Oíd palabra de Jehová y reciba vuestro oído la palabra de su
boca: Enseñad endechas a vuestras hijas, y lamentación cada una a su amiga». Dice
Freedman: «No se han de usar frases convencionales de lamentación; Dios dictará las
frases apropiadas». El versículo 21 trae dichas frases, terribles, pero verdaderas, pues
han salido de la boca de Jehová. Nótese la personificación de la muerte en la frase (v.
21, «la muerte ha subido por nuestras ventanas». Para dar más énfasis a toda esta
endecha, hay un corte abrupto al comienzo del versículo 22: «Habla: Así ha dicho
Jehová, etc.». Lo más probable es que las frases que siguen en este versículo sean una
predicción que Dios comunica a Jeremías para que las publique.
Versículos 23–26
El profeta se ha esforzado hasta aquí a imprimir en el pueblo un santo temor de Dios
y de sus juicios, pero ellos todavía recurrían a subterfugios con que excusarse de su
obstinación. Por consiguiente, va a ponerse ahora a sacarles de esos refugios de
falsedades.
1. Al oír que los juicios de Dios eran inevitables, ellos apelaban a la sabiduría de
sus expertos, a la valentía de sus guerreros y a la riqueza de sus nobles, con todo lo cual
pensaban que su ciudad resultaría inexpugnable (v. 23). En respuesta a esto, Dios
mismo les muestra la insensatez de confiar en tales cosas, cuando no estaban a bien con
el Dios del pacto (v. 24). Lo único en que el hombre puede alabarse es en conocer a
Dios e imitarle. El gran Maimónides de España comenta así este versículo 24 (23 en la
B. Hebrea): «Habiendo adquirido este conocimiento, estará entonces determinado
siempre a buscar misericordia, juicio y justicia e imitar así los caminos de Dios».
Nuestra única confianza en el día de la aflicción será que, al haber cumplido de algún
modo, con la ayuda de la gracia de Dios, nuestro deber, hallaremos en Dios al Dios
todosuficiente para nosotros. Conformados fielmente a este Dios, se puede confiar
jubilosamente en Él. Pero el profeta insinúa que la generalidad del pueblo no tuvo
ningún interés en esto.
2. Al oír que sus pecados habían provocado a Dios, ellos alegaban vanamente el
pacto sellado con la circuncisión; eran sin duda el pueblo de Dios, pues llevaban en su
carne la marca de hijos de Dios. A esto responde (vv. 25, 26) el profeta, de parte de
Dios, que Jehová había de castigar a todos los perversos, sin distinción alguna entre los
circuncidados y los incircuncisos. Ellos habían vivido en común con las naciones
incircuncisas, y perdido así los derechos al beneficio que tal peculiaridad comportaba.
El Juez de toda la tierra es imparcial y nadie ha de salir mejor parado en Su tribunal por
ninguna marca exterior. Así también la condenación de los pecadores impenitentes que
están bautizados será tan segura como la de los pecadores impenitentes que están sin
bautizar. Véase Romanos 2:25–29, en conexión con la presente porción. Todos los
incircuncisos de corazón, estén o no estén circuncidados en la carne, caerán bajo el
castigo de Dios. De nada sirve el signo sin la cosa significada (4:4). Junto a la casa de
Israel (v. 26), se mencionan los pueblos limítrofes: Egipto, Edom, Ammón y Moab y
todos los que se afeitan las sienes, práctica supersticiosa de algunas tribus árabes,
específicamente prohibida en Levítico 19:27. Esta práctica vuelve a ser mencionada en
25:23 y 49:32.
CAPÍTULO 10
Este capítulo puede dividirse en dos partes: I. A los que han sido llevados al
destierro por los caldeos, se les hace ver la insensatez de la idolatría, a fin de que no se
contagien de las costumbres paganas del país donde ahora moran (vv. 1–16). II. A los
que se han quedado en Palestina, se les advierte contra la falsa seguridad (vv. 17, 18);
vendrá un enemigo extranjero, que Dios va a traer sobre ellos a causa de los pecados del
pueblo (vv. 20–22). El profeta se lamenta de esta desgracia (v. 19) y ruega a Dios que
mitigue el castigo (vv. 23–25).
Versículos 1–16
I. Se le encarga solemnemente al pueblo de Dios que no se acomode a los caminos
de los gentiles (vv. 1, 2): Que escuche Israel la voz del Dios de Israel (v. 2): «No
aprendáis el camino de las naciones, no lo aprobéis ni penséis que es cosa de poca
importancia seguirlo». El camino de los gentiles incluía el culto al ejército de los cielos:
al sol, la luna y las estrellas; les otorgaban honores divinos, y de ellos esperaban favores
divinos. Ahora bien, Dios no quería que Su pueblo se amedrentase ante las señales del
cielo (v. 2b), «como eclipses y meteoros, que otras naciones consideraban ser portentos
del mal» (Freedman). Que teman al Dios de los cielos y no tendrán por qué temer las
señales de los cielos, pues las estrellas en sus órbitas no pelean contra persona alguna
que esté en paz con Dios.
II. Las buenas razones que se dan para fundamentar esta orden.
1. El camino de los paganos es absurdo y está condenado por los dictados de la recta
razón.
(A) Los estatutos y las ordenanzas de los gentiles son vanidad (v. 3). Los caldeos se
jactaban de su sabiduría, en la que se creían muy superiores a todos sus vecinos; pero el
profeta muestra aquí que ellos, así como todos los demás que adoraban a los ídolos y
esperaban ayuda de ellos, carecían de sentido común. Que consideren el material del
ídolo que adoran (v. 3b): «No es más que un leño que del bosque cortaron, y que un
artífice aserró, pulió y le dio la forma deseada, es obra de manos de artífice con buril»
(comp. Is. 44:12 y ss.). Para que no se vea la madera, lo adornan con plata y oro (v. 4),
es decir, lo recubren de metales preciosos; y para que no se caiga ni lo roben, lo
aseguran con clavos y martillo. Pero, aun así, ¿de qué sirve? «Son como un
espantapájaros en un huerto de pepinos» (v. 5. ¡Fino sarcasmo!) No hay por qué
temerlos (v. 5b), porque no pueden hacer ni mal ni bien.
(B) Las instrucciones que de los ídolos se reciben (v. 8) son tan vanidad como ellos
mismos, pues, por mucho que los adornen, no pasan de ser un leño vestido de metal, por
más que artífices y orfebres (v. 9) se empeñen en hermosearlo con el mejor material:
plata de Tarsis (sur de España) y oro de Ufaz (comp. con Dn. 10:5). «Los visten (v. 9b)
de azul y de púrpura, como si, además de ser dioses, fuesen reyes, de quienes se esperan
favores, no sólo divinos, sino también regios.» Tanto los idólatras (v. 14) como los
artífices de los ídolos, se llenarán de vergüenza un día (v. 15), cuando quede evidente
que no sirven para nada, pues son pura falsedad (v. 14b), ya que no son lo que
aparentan ser: tienen figura de dioses que pueden dar aliento, vida y sentido, cuando
ellos mismos no tienen aliento, ni vida ni sentido. «No hay espíritu (v. 14, al final) en
ella, esto es, en esa obra de fundición»; ni siquiera el espíritu de una bestia, que
desciende abajo a la tierra (Ec. 3:21).
(C) Así que los adoradores de esos ídolos (v. 8) «todos a la par están embrutecidos
y entontecidos (comp. con Sal. 115:8; Ro. 1:21, 22)». A pesar de que las obras de la
creación reflejan claramente el eterno poder y la deidad del Creador, ellos «se hicieron
vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido» (Ro. 1:21b), por no
tener a bien el reconocer a Dios (Ro. 1:28), al único Dios verdadero.
2. En efecto, el Dios de Israel es el único Dios verdadero y viviente (vv. 6, 7); erigir
cualquier otro dios para que le haga competencia es la mayor afrenta posible que se le
pueda hacer. El profeta se vuelve de hablar de los ídolos con el mayor desdén, a hablar
del Dios de Israel con la más profunda y temblorosa reverencia.
(A) ¿Qué es la gloria de cualquier hombre sabio que haya inventado un arte
primoroso, o haya fundado un reino floreciente (y éstos eran entre los gentiles
suficientes motivos para divinizar a un hombre), en comparación con la gloria del
Creador del mundo, que forma el espíritu del hombre dentro de él, pues es el Padre de
los espíritus? ¿Qué es la gloria del mayor príncipe o potentado, comparada con la del
«Rey de las naciones» (v. 7), pues no es un dios tribal ni nacional, sino el Dios y
Soberano de todo el Universo?
(B) Su verdad es tan grande como lo es la falsedad de los ídolos (v. 10). Los ídolos
son obra de las manos del hombre; el hombre es obra de las manos de Dios. Los ídolos
no tienen aliento ni vida; Dios es la Vida misma, y fuente de vida para todas las
criaturas vivientes. Los ídolos, lo mismo que quienes les adoran, perecerán (vv. 11, 15);
Dios es (v. 10b) el Rey eterno; siempre existente y nunca destronado. Aunque todas las
naciones se junten contra Él, «no pueden aguantar, sobrellevar, su indignación».
(C) Jehová es el Dios de la naturaleza, y todos los poderes de la naturaleza están a
Su servicio (vv. 12, 13). Si mirarnos atrás, hallaremos que el mundo entero le debe a Él
su origen y conservación como a la Causa Primera. Incluso entre los griegos paganos
era un dicho común: «El que quiera erigirse a sí mismo en otro dios, debe primero
crear otro mundo». La tierra (v. 12), con los inmensos tesoros de sus entrañas y los
copiosos frutos de su faz exterior, ha sido hecha con el poder de Dios; y sólo un poder
infinito puede hacerla sostenerse pendiendo de nada. Su sabiduría fue la que puso en
orden el mundo (v. 12b, comp. con Pr. 8:22–31). Con Su entendimiento (v. 12c)
extendió los cielos «como si fuesen la cubierta de una tienda de campaña (Sal. 104:2)»
(Asensio). Ellos declaran Su gloria (Sal. 19:1) y nos obligan igualmente a nosotros a
publicarla y a no dar a los cielos la gloria que se debe al Creador de los cielos.
(D) Al mirar hacia arriba, vemos también Su providencia como si fuera una continua
creación (v. 13). La imaginería de este versículo es bien conocida por otros lugares: «A
su voz (comp. con Sal. 29:3–9), es decir, con el trueno, se produce muchedumbre de
aguas en el cielo, tan convenientes para regar la tierra; y hace subir las nubes (comp.
con Sal. 135:7) del extremo de la tierra, ya que parecen surgir del horizonte; hace los
relámpagos para la lluvia (lit.). Dice Freedman: “Los relámpagos traspasan las nubes
para que éstas vacíen su contenido sobre la tierra (v. Sal. 135:7)”; y saca el viento de sus
depósitos (v. Sal. 135:7; 147:8)». Dice M. Henry: «Toda la tierra paga el tributo de los
vapores, porque toda la tierra recibe las bendiciones de la lluvia. Y así continúa la
humedad circulando en el universo para bien de todos y de todo, como circula la
moneda en un reino y la sangre en un cuerpo».
(E) Este Dios es el Dios que tiene pacto con Israel. Por tanto, la casa de Israel debe
adherirse a Él y no abandonarle para seguir en pos de los ídolos, pues (v. 16) la porción
de Jacob no es así, esto es, Dios (v. Sal. 16:5) no es como la porción de los idólatras
(una vanidad perecedera—v. 15—); la roca de ellos no es como nuestra roca (Dt.
32:31). Si nos satisfacemos en Dios como en nuestra porción, Él tendrá Su
contentamiento en nosotros como en Su pueblo, a quien Él reconoce como la tribu de su
heredad (v. 16b), donde Dios mora y donde se le adora y sirve. Gran consuelo es para el
pueblo de Dios saber que Aquel a quien aman y sirven es el Hacedor de todo.
3. Después de comparar a los dioses de los gentiles con el Dios de Israel, el profeta
les lee la sentencia a todos esos idólatras y ordena a los judíos, en nombre de Dios, que
sean ellos mismos quienes la lean a los adoradores de los ídolos (v. 11): «Les diréis así:
Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo
de los cielos». Los primitivos cristianos dirían cuando se les quería obligar a rendir
adoración a un dios así: ¡Que haga un mundo, y será mi dios! Cuando Dios tome
cuentas a los idólatras, les hará estar tan hartos de sus ídolos que los arrojarán a los
topos y a los murciélagos (Is. 2:20).
Versículos 17–25
I. En nombre de Dios, el profeta amenaza con la ruina a Judá y a Jerusalén (vv. 17,
18). Los judíos que se habían quedado en su país, después que algunos habían sido
deportados a Babilonia, se sentían muy seguros: se consideraban moradores de una
fortaleza (v. 17); pero el profeta les dice que se preparen a seguir a sus compatriotas:
«Recoge de la tierra tu bagaje» (ésta es la mejor versión de la primera parte del v. 17),
es decir, recoge tus enseres. Hoy diríamos: «Haz las maletas». No podrán evitar la
marcha, porque esta vez Jehová mismo los arrojará con honda (v. 18; el mismo verbo
de 1 S. 25:29). Hasta ahora, la salida de los exiliados era como un goteo: unos pocos
cada vez; pero ahora van a ser arrojados a gran distancia, en poco tiempo, y con
violencia, como salen las piedras de la honda. Y añade (v. 18, al final): «Y los afligiré,
para que lo sientan, esto es, para que se den cuenta de que les doy su merecido».
II. Hace que el pueblo se lamente amargamente de la desgracia que le ha
sobrevenido (v. 19): «¡Ay de mí, por mi quebrantamiento!» Algunos, (por ej. Freedman)
piensan que es el propio profeta el que así se lamenta, no por sí mismo, sino por las
calamidades y desolaciones del país. Pero puede tomarse como dicho por el pueblo,
considerado de forma corporativa; por eso habla en singular. Dice Asensio: «Jerusalén
(directamente o por boca de Jeremías) responde al anuncio del profeta como si sintiese
ya en su carne los efectos de un desastre y de una herida que se ve obligada a soportar
por fuerza».
1. El profeta pone en la boca de ellos las palabras que deberían decir. Las digan o
no, lo cierto es que tienen motivos sobrados para decirlas. «¡Ay de mí, por mi
quebrantamiento!; no por lo que temo, sino por lo que ya experimento». No es un
simple rasguño, sino una herida dolorosa, grave. Y, ¿de qué sirve quejarse? «Esto no es
más que una enfermedad, y debo sufrirla». Esto es paciencia por fuerza, no por virtud.
Faltan aquí los buenos pensamientos que habríamos de tener de Dios, incluso bajo la
aflicción, pues no sólo deberíamos decir: «Él puede hacer lo que le plazca», sino:
«Hágase como le plazca».
2. El país estaba desolado (v. 20): «Mi tienda está destruida, etc.». Dice Freedman:
«El país es comparado a una tienda de campaña que ha sido ahora trastornada».
Jerusalén, que antes era una ciudad fuerte, es muy débil al presente. Todo lo que la
sostenía ha fracasado: «Mis hijos me han abandonado (mejor, “se han marchado de
mí”) y perecieron (lit. y no existen)»: Unos han huido; otros han muerto; otros han sido
llevados al destierro. Así que (v. 20b) «no hay ya más quien levante mi tienda ni quien
cuelgue mis cortinas».
3. Los gobernantes no tomaron las medidas necesarias para que esta catástrofe
pudiese ser evitada (v. 21): «Porque los pastores se infatuaron y no buscaron a
Jehová». Ellos eran los responsables de que la tienda del versículo 20 se matuviese
firme, pero los reyes y príncipes no tenían interés alguno en la buena marcha del país.
Los sacerdotes mismos, los pastores del santuario de Dios, del tabernáculo de Jehová,
contribuyeron grandemente a la ruina de la religión, pero nada a la reparación de la
religión. Ni reconocieron el juicio como venido de la mano de Dios, ni esperaron la
liberación de Su mano. «Por tanto (v. 21b), no prosperaron, no tuvo éxito ninguno de
sus intentos a favor de la seguridad pública, y todo su ganado se esparció, se dispersó».
No pueden esperar prosperidad los que no llevan a Dios consigo, por fe y oración, en
todos sus caminos.
4. Las noticias del avance del enemigo eran aterradoras (v. 22): «He aquí que se oye
un rumor, ya llega»; al principio, era sólo un rumor, como algo que se susurra y
necesita confirmación. Pero pronto resulta verdadero: «una gran conmoción de la tierra
del norte, esto es, desde Babilonia, que amenaza convertir en soledad todas las
ciudades de Judá, en morada de chacales», pues todos deben esperar ahora ser
sacrificados a la avaricia y a la furia del ejército caldeo.
III. El profeta se vuelve a Dios y se dirige a Él, al ver que sirve de muy poco
dirigirse al pueblo.
1. Jeremías reconoce la soberanía y el dominio de la providencia divina (v. 23). No
estamos a nuestra propia disposición, sino bajo la dirección de Dios; los
acontecimientos se desarrollan con mucha frecuencia de forma extraña, contraria a todas
nuestras expectaciones. Es cierto que somos responsables de nuestros actos, pero
también somos muchas veces sobrepujados por las circunstancias. Así entiende
Freedman el versículo 23: «El hombre es moralmente débil y no siempre posee la fuerza
necesaria para vencer la tentación y dirigir sus pasos rectamente. Jeremías hace hincapié
en esta disculpa a favor de su pueblo para que se mitigue el castigo».
2. Suplica que la ira de Dios no caiga sobre el Israel de Dios (v. 24). No habla sólo
por sí mismo, sino en nombre de su pueblo: «Castígame, oh Jehová, mas con medida
(sólo lo necesario para arrancar de nuestro corazón la insensatez); no con tu furor; hazlo
con amor y que sea para bien, para que no me reduzcas a poca cosa; no conforme a lo
que se merecen nuestros pecados, sino conforme a los designios de tu gracia». Si
oramos con fe, no podemos pedir que nunca se nos corrija, cuando somos conscientes
de que merecemos la corrección y la necesitamos, y sabemos que «el Señor disciplina al
que ama» (He. 12:6).
3. Pide que la ira de Dios caiga sobre los perseguidores de Israel (v. 25): «Derrama
tu enojo sobre los pueblos que no te conocen». Esta oración no surge de un espíritu de
venganza o de malicia, sino que es una apelación a la justicia. Como si dijese: «Señor,
somos un pueblo provocador; pero, ¿no hay otras naciones que son mucho peores?
Nosotros somos tus hijos y podemos esperar una corrección paternal; pero ellos son tus
enemigos, y contra ellos debe desfogarse tu indignación, no contra nosotros». Los
gentiles son extraños para Dios y están contentos de serlo. No le conocen ni desean
conocerle. Viven sin oración y sin ninguna otra forma de verdadera devoción; no
invocan el nombre de Dios. Son perseguidores del pueblo de Dios (v. 25b): «Se
comieron a Jacob con la misma avidez con que los hambrientos devoran un plato de
comida; lo devoraron, le han consumido y han asolado su morada, esto es, el país
donde Israel habita, o el templo de Dios, que es la morada de Dios entre los israelitas.
CAPÍTULO 11
I. Por medio del profeta, Dios le trae a la memoria al pueblo el pacto que hizo con
sus antepasados (vv. 1–7). II. Les acusa de haber rehusado obstinadamente obedecerle
(vv. 8–10). III. Les amenaza con castigarles con una completa ruina a causa de su
desobediencia (vv. 11, 13); les asegura que sus ídolos no les han de salvar (v. 12) y que
sus profetas no habrían de orar por ellos (v. 14); justifica Sus propios procedimientos,
pues son ellos los que han traído sobre sí todo este desastre (vv. 15–17). IV. Tenemos
aquí el relato de una conspiración formada contra Jeremías por sus propios paisanos los
hombres de Anatot; Dios se la descubre (vv. 18, 19); él ora contra ellos (v. 20). Termina
el capítulo (vv. 21–23) con una predicción de los juicios de Dios contra ellos por dicha
conspiración.
Versículos 1–10
El profeta presenta una denuncia contra los judíos por su voluntaria desobediencia a
los mandatos de su legítimo Soberano.
1. Dios le manda hablar a todo varón de Judá (vv. 1, 2). En el hebreo los dos verbos
del versículo 2 («oíd … hablad») están en plural, porque lo que Dios dice a Jeremías es
lo mismo que encargaba a todos Sus siervos los profetas. Ninguno de ellos decía otra
cosa que lo que Moisés dijo en la ley. Ha de dirigir la atención del pueblo
principalmente a esto (v. 3): «Maldito el varón que no escuche las palabras de este
pacto» (comp. con Dt. 27:26). Jeremías tiene que proclamar esto en las ciudades de
Judá y en las calles de Jerusalén (v. 6), para que lo oigan todos, puesto que a todos
concierne. Así, comparándose a sí mismos con el pacto, pronto se darán cuenta del bajo
nivel en que se halla la relación que guardan con Dios.
2. Presenta luego la constitución sobre la que se fundó la nación israelita y en la que
constan los privilegios de que disfrutan. Ellos se habían olvidado de ella, y vivían como
si pensaran que podían hacer lo que les viniese en gana y obtener, no obstante, lo que
Dios les había prometido, o como si pensasen que todo lo que Dios requería de ellos era
que guardasen las observancias ceremoniales. Por consiguiente, les muestra que lo que
Dios requería, por encima de todo, era la obediencia, que es mejor que el sacrificio.
(A) Así vemos que en esto insiste una y otra vez: «Escuchad mi voz y cumplid mis
palabras» (v. 4b); «Prestad atención a mi voz» (v. 7, al final). Y en forma más
concreta: «Cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; ¡ésa es la norma!»
(v. 4); «Escuchad las palabras de este pacto y ponedlas por obra» (v. 6b). Como si
dijese: «Sed especialmente conscientes de vuestros deberes morales y no descanséis en
los que son meramente rituales».
(B) Este fue el contrato original entre Dios y ellos cuando los formó primeramente
como pueblo: Es lo que mandó a sus padres el día que los sacó de la tierra de Egipto
(v. 4), lo que advirtió a sus padres el día que los hizo subir de la tierra de Egipto (v. 7).
Los rescató de servir a los egipcios, que era perfecta esclavitud, para tomarlos Él a Su
servicio, que es perfecta libertad (Lc. 1:74, 75). Esta fue la condición de la relación que
se formó entre ellos y Dios (v. 4, al final): «Y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros
por Dios».
(C) Fue con estas condiciones como se les dio en posesión la tierra de Canaán (v. 5):
«(Escuchad mi voz) para que confirme el juramento que hice a vuestros padres, que les
daría una tierra que fluye leche y miel». Y respecto de este pacto ha dicho (v. 3, comp.
con Dt. 27:26): «Maldito el varón, todo varón—como si fuese una sola persona—que
no escuche las palabras de este pacto; mucho más, cuando es el cuerpo de la nación,
como tal, el que se rebela».
(D) Para que este pacto no cayese en el olvido, Dios les había urgido, de tiempo en
tiempo, a recordarlo por medio de Sus siervos los profetas. Y este pacto recibió el
necesario consentimiento (v. 5, al final): «Y respondí y dije: Amén, oh Jehová». Estas
son palabras del profeta, que expresan, ya sea el consentimiento personal de Jeremías al
pacto en todas las cláusulas que preceden (vv. 3–5), ya sea el consentimiento del
pueblo, expresado por boca del profeta.
3. Les acusa de quebrantar el pacto, que es como violar la constitución del país (v.
8): «Pero no atendieron ni inclinaron su oído, anduvo cada uno en la dureza de su
malvado corazón». Cada uno hacía lo que le placía, tanto en sus devociones como en su
conducta con los demás (v. 7:24). ¿Qué otra cosa, pues, podían esperar, sino caer bajo la
maldición del pacto? Lo que agravaba la apostasía es que era general y como por
consentimiento mutuo. Dios le dice a Jeremías (vv. 9, 10) que había una conspiración,
una conjura en la rebelión contra Dios y contra el pacto. Lo mismo que habían hecho
sus antepasados, también ahora la casa de Israel y la casa de Judá han quebrantado el
pacto. No quieren escuchar las palabras de Dios, sino las imaginaciones de su malvado
corazón. Abandonan al verdadero Dios, que es además el Dios del pacto con ellos, y se
van tras dioses ajenos para servirles. Los de esta generación parecen estar en
conspiración también con los de las anteriores generaciones, para continuar a lo largo de
todas las edades la guerra contra Dios y la verdadera religión.
Versículos 11–17
Esta porción contiene grandes dosis de la ira de Dios.
1. Dios traerá sobre ellos una calamidad de la que no podrán huir (v. 11): «Por
tanto, así ha dicho Jehová: He aquí yo traigo sobre ellos un mal, el mal del castigo por
el mal del pecado, del que no podrán salir, pues no les quedará abierta ninguna puerta
para una posible evasión.
2. Jehová no les ayudará (v. 11, al final): «Y clamarán a mí, pero no los escucharé».
Puesto que ellos no inclinan el oído (v. 8) a los mandatos de Dios, Dios no inclina Su
oído a los clamores de ellos. Dice Freedman: «Aunque “las puertas de las lágrimas
nunca están cerradas” (Talmud), eso es sólo cuando las lágrimas expresan verdadero
arrepentimiento. Aquí ellos clamarán únicamente y pedirán misericordia, pero no en
contrición por sus pecados».
3. Tampoco sus ídolos les ayudarán (v. 12): «E irán … y clamarán a los dioses a
quienes queman ellos incienso, los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su
desgracia». Sólo el Dios verdadero es amigo en tiempo de necesidad, ayuda presente y
poderosa en tiempo de aflicción. Si los ídolos tuviesen algún poder para otorgar
beneficios a sus adoradores, de cierto lo habrían hecho a favor de este pueblo, que los
había multiplicado según el número de las ciudades de Judá (v. 13); más aún, según el
número de las calles de Jerusalén.
4. Las oraciones de Jeremías no les ayudarán (v. 14). Dios no quiere animar a los
profetas a que oren por ellos: no por la masa del pueblo, sino por el remanente que había
entre ellos; orar, sí, por la salvación eterna de ellos, pero no por su liberación de los
castigos temporales.
5. La profesión de religión que hacen tampoco les servirá de nada (v. 15) En la casa
de Dios habían tenido un lugar, habían participado del altar de Dios, donde estaban las
carnes santificadas de las víctimas que ellos mismos habían traído. Pero «habiendo
cometido tantas abominaciones (v. 3:24), ¿qué tiene mi amado (esto es, Judá) que hacer
en mi casa?, dice Dios». La segunda parte de este difícil versículo 15 dice literalmente:
«Y en cuanto a la carne sagrada (la de las víctimas sacrificadas), que pasen (ahora en
plural) de ti». Freedman explica así el sentido: «Interrumpe los sacrificios que tú crees
que es tu deber traer, ya que de nada te sirven y no han de alejar tu perdición».
6. Los favores que Dios les dispensó en el pasado tampoco les servirán de nada en el
presente (vv. 16, 17): Dios había llamado a Israel «olivo frondoso, lozano, de hermoso
fruto» (v. 16); rico en follaje, de buena planta y fruto de gran calidad (comp. con Sal.
52:10; Os. 14:6 y ss.); justamente como Dios lo plantó (v. 17), con todas las ventajas de
que disfrutaban para ser un pueblo floreciente y fructuoso, ya que la tierra era tan buena
como la ley que Dios les había dado. Pero el profeta (v. 16b) ve ya el olivo pasto de las
llamas, después de quebrarse las ramas (Judá e Israel). Jehová de las huestes, el Gran
Guerrero de Israel, «ha pronunciado (v. 17) el mal (sentencia de castigo) contra ti, a
causa de la maldad que la casa de Israel y la casa de Judá (las dos grandes ramas del
olivo) han hecho para sí (lit.), provocándome a ira con incensar a Baal.» Al irritar a
Dios, Israel se ha hecho mal sólo a sí (comp. con 7:19).
Versículos 18–23
El profeta Jeremías tiene en sus escritos mucho acerca de sí mismo, ya que fueron
muy tormentosos los años en que vivió. Aquí tenemos el comienzo de sus pesares, que
le vinieron de su propia ciudad natal, Anatot, que era ciudad sacerdotal.
1. El complot contra él (v. 19): Tramaban maquinaciones contra él, armando una
conjura para ver el modo de acabar con él. Decían contra Jeremías (v. 19b):
«Destruyamos el árbol (la persona del profeta) con su fruto (el mensaje del profeta)»,
aunque quizás era una expresión proverbial equivalente a «la raíz y la rama». Los
perseguidores de los profetas del Señor no se conformaban con menos que la vida de
aquellos a quienes perseguían. Pensaban poner fin a sus días, pero sobrevivió a la
mayoría de sus enemigos; querían acabar con su mensaje profético, pero ahí está tan
vivo como entonces y vivirá para siempre.
2. La información que Dios le dio de esta conspiración. Él no sabía nada de ello, tan
arteramente la habían tramado. Vino a Anatot sin temor alguno (v. 19a) «como cordero
manso que llevan a degollar», que se imagina que lo llevan, como siempre, al campo
cuando lo llevan al matadero. No hay más que un paso entre Jeremías y la muerte, pero
(v. 18) Jehová se lo hizo saber mediante sueño o visión, o impresión en su espíritu, para
que se pusiese a salvo, como hizo el rey de Israel por la información que le dio Eliseo (2
R. 6:10). Así es como lo conoció. Dios le hizo ver las obras de ellos (v. 18b). Véase
cómo protege Dios a Sus profetas: No permite que les hagan daño; toda la rabia de sus
enemigos será impotente para acabar con ellos mientras no hayan terminado su
testimonio.
3. Su apelación a Dios a causa de esto (v. 20). Cuando los hombres actúan
injustamente contra nosotros, tenemos un Dios a quien acudir en busca de socorro, pues
Él defiende la causa del inocente perjudicado y acude a frenar al perjudicador malvado.
La justicia de Dios, que es terror para el impío, es consuelo para el piadoso. Él conocía
la integridad del corazón de Jeremías, así como la perversidad del corazón de sus
enemigos, por mucho que quisiesen ocultarla a los ojos de los hombres. Jeremías pide a
Dios que los castigue (v. 20b): «Vea yo tu venganza de ellos, porque ante ti he expuesto
mi causa». Comenta Pickering, citado por Freedman: «No desea venganza personal,
sino una vindicación de la causa que ha asumido por Dios». Es cierto que no vemos
aquí los mismos sentimientos de Jesús en la Cruz (Lc. 23:34), pero no se podía esperar
tanto de un siervo de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando alguien nos hace daño,
tenemos un Dios a quien encomendar nuestra causa con la resolución de conformarnos
con la definitiva sentencia de Dios, suscribiéndola, no prescribiéndosela.
4. Juicio contra los hombres de Anatot (vv. 21–23).
(A) Nada podía hacer Jeremías si apelaba a los tribunales de Jerusalén, pues los
sacerdotes de la capital se habrían puesto del lado de los sacerdotes de Anatot, pero
Dios toma en Sus manos la causa del profeta y podemos estar seguros de que Su juicio
será conforme a verdad, pues Jehová de las huestes juzga con justicia (v. 20). Ellos
buscaban la vida del profeta, ya que le prohibían profetizar en nombre de Jehová bajo
pena de muerte (v. 21b).
(B) Esta es la única provocación que él les hacía: profetizar en nombre de Jehová,
en lugar de profetizar las cosas suaves y ligeras que decían ellos siempre (v. por ej.
8:11). Tan malo es para los fieles ministros de Dios que les tapen la boca como que les
corten el aliento. Se decía que un profeta no podía perecer sino en Jerusalén, pues allí
es donde se reunía el gran consejo de la nación; pero tan fieros estaban los hombres de
Anatot contra Jeremías que se proponían darle muerte ellos mismos.
(C) Dios les lee la sentencia por este crimen (vv. 22, 23): «Así, pues, ha dicho
Jehová de las huestes: He aquí que yo los castigaré (lit. los visito); los jóvenes, aunque
sean sacerdotes, morirán a espada; sus hijos y sus hijas morirán de hambre». Ellos
buscaban la vida de Jeremías, para destruir «raíz y rama», para que no hubiese más
memoria de su nombre (v. 19b), pero Dios dice de ellos (v. 23): «no quedará remanente
de ellos».
CAPÍTULO 12
3
I. Éxito que los malvados tenían en sus perversas prácticas (vv. 1, 2) y la apelación
que Jeremías hace a Dios respecto a su propia integridad (v. 3), con una oración para
que Dios ponga fin a la maldad (vv. 3, 4). II. Dios reprende al profeta por su poca
paciencia ante las presentes aflicciones (vv. 5, 6). III. Una triste lamentación del actual
deplorable estado del Israel de Dios (vv. 7–13). IV. Una insinuación de la misericordia
de Dios hacia Su pueblo, dentro de una denuncia airada contra sus vecinos, pero con la
promesa de que, si al fin se uniesen al pueblo de Dios, compartirían también sus muchos
privilegios (vv. 14–17).
Versículos 1–6
El profeta no duda de que puede ser provechoso a otros saber lo que pasó aquí entre
Dios y su alma y, por consiguiente, nos va a decir:
1. La libertad que se tomó humildemente de razonar con Dios acerca de Sus juicios
(v. 1). Va a disputar con Dios, no por hallar falta alguna de los procedimientos divinos,
sino para inquirir sobre lo que significan. No debemos contender con nuestro Hacedor,
pero podemos razonar con Él. Cuando estamos en completa oscuridad acerca de los
procedimientos de la divina providencia, hemos de resolver todavía conservar un
correcto concepto del carácter de Dios, de que nunca ha hecho, ni jamás hará, el menor
daño a ninguna de sus criaturas. Cuando nos resulta difícil entender algunas
providencias particulares, debemos recurrir a las verdades generales de la Escritura
como a nuestros primeros principios, y retenerlos firmemente; por oscura que nos
parezca la Providencia, Jehová es justo (v. 1, comp. con Sal. 73:1).
3
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.831
2. Lo que, dentro de las dispensaciones de la divina providencia, causó tropiezo a
Jeremías. Los planes y designios de los malvados parecen prosperar (v. 1b): «¿Por qué
es prosperado el camino de los impíos, y lo pasan bien todos los que se portan
deslealmente?» Son hipócritas y traidores y, con todo, viven felices. El profeta muestra
(v. 2) que Dios ha sido indulgente con ellos: «Están plantados en buena tierra, una tierra
que fluye leche y miel, ¡y tú los plantaste! Más aún, tú arrojaste de allí a los gentiles
para plantar a ellos» (Sal. 44:2; 80:8); «y echaron raíces; su prosperidad parece
corroborada, “no es por casualidad, sino que se debe a un decreto de Dios”
(Freedman)». Dios les ha favorecido, a pesar de que se portan deslealmente con Él. Y
añade: «cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus riñones», es decir, de sus
sentimientos más profundos. Aunque no sentían ningún afecto sincero hacia Dios,
hacían creer a otros que hablaban sinceramente de Él. No es difícil la piedad de dientes
para fuera. Aun cuando tenían presto en la boca el nombre de Dios, y las maneras de
hablar que sabían a piedad, no querían guardar en el corazón el temor de Dios.
3. El consuelo que tenía al poder apelar a su propia integridad cuando se dirigía a
Dios (v. 3): «Pero tú, oh Jehová, me conoces». Dios sabía que él no era un impostor ni
un falso profeta; quienes le odiaban no le conocían bien (1 Co. 2:8). Somos lo que es
nuestro corazón; y nuestro corazón es bueno o malo de acuerdo con lo que es, o no es,
con respecto a Dios.
4. Ora a Dios para que vuelva Su mano contra estos malvados y no aguante que
sigan prosperando, aunque ya han prosperado por largo tiempo (v. 3b): «Arrebátalos
como a ovejas para el degolladero, y señálalos para el día de la matanza, para que así
se vea que su larga prosperidad no ha sido sino como el cebar a un animalito con el fin
de que esté bien gordo el día de llevarlo al matadero» (Os. 4:16). Dios permitió que
prosperasen para que, por medio de su orgullo y su lujuria, llenasen la medida de su
iniquidad y estuviesen así maduros para la destrucción. «¿Hasta cuándo estará de luto
la tierra …? Por la maldad de los que en ella moran, han desaparecido los ganados y
las aves (v. 4). Señor, ¿van a prosperar éstos que arruinan todo cuanto les circunda?
Está marchita la hierba de todo el campo. Los animales están consumidos». Esto fue
efecto de una larga sequía que ocurrió al final del reinado de Josías y al comienzo del de
Joacim (3:3; 8:13; 9:10, 12; 14:1 y ss.). Ahora bien, ¿cómo es que esta fértil tierra se
tornó estéril por la maldad de los que en ella moran? Por eso, el profeta ora que estos
malvados mueran por su pecado, y que la nación entera no tenga que sufrir por causa de
ellos. Llegaron a decir (v. 4, al final): «Dios no ve nuestro fin». Es de advertir que, en
hebreo, el sujeto de esta oración está oculto: Puede ser, en efecto, Dios; en tal caso
significaría que Dios no se preocupa de lo que ellos llevan entre manos y, por tanto,
pueden continuar en sus malvados caminos. «Otros lo refieren a Jeremías, de quien
dicen que le han de sobrevivir y así él no verá cumplidas sus predicciones» (Freedman).
5. Sin transición aparente, en los versículos 5 y 6 tenemos la respuesta de Jehová.
En realidad, la pregunta de Jeremías queda sin contestar; «no se resuelve … el problema
planteado, sino que más bien se agudiza, al insinuar enigmáticamente dificultades
mayores» (Asensio). Los siervos de Dios tienen lecciones que aprender, así como tienen
lecciones que enseñar, y deben escuchar la voz de Dios y predicarse a sí mismos.
Jeremías se había quejado de que los hombres de Anatot prosperaban a pesar de su
perversidad. Ahora bien, lo que Dios le dice puede servir de respuesta a su queja:
(A) Dios le concede que es cierto que tiene motivo para quejarse (v. 6): «Porque
aun tus hermanos, también sacerdotes, y la casa de tu padre, aun ellos se portaron
deslealmente contigo y, bajo apariencias de amistad, te han hecho todo el mal que
pudieron; aun ellos dieron gritos en pos de ti, persiguiéndote como si fueses un
criminal. Son, en realidad, de tal calaña que no los debes creer ni has de fiarte de ellos
aun cuando te dirijan buenas palabras, pues aparentan ser amigos tuyos, pero en
realidad son enemigos tuyos».
(B) Pero también le dice que el disgusto que siente ante la actitud persecutoria de
sus paisanos es excesivo (v. 5). Lo que ha sufrido es muy poco en comparación con lo
que le espera. Bajo los dos símiles del versículo, Dios viene a decirle: si las injurias que
te han hecho los hombres de Anatot han hecho tanta impresión en ti, ¿qué pasará cuando
los príncipes y los jefes de los sacerdotes de Jerusalén te hagan sentir todo el peso de su
poder? (20:2; 32:2)». Asensio explica así las comparaciones: «Si, como hasta ahora,
corres a pie en competencia con los que igualmente corren a pie y, con todo, te cansas;
si ni siquiera te sientes seguro en una tierra de paz (si te das por vencido con las
dificultades menores de hasta ahora), ¿cómo podrás competir en la carrera con los
caballos más veloces y qué harás en la espesura del Jordán con sus fieras peligrosas?»
Versículos 7–13
El pueblo de los judíos queda aquí marcado para la ruina.
1. Es terrible la frase que pronuncia Dios aquí (v. 7): «He dejado mi casa—el
templo, mi palacio; lo han profanado y así me han forzado a salir de él—; desamparé mi
heredad, y no me voy a preocupar más de ella. Si ellos se hubiesen comportado como es
debido, yo les habría hecho prosperar abundantemente, pues eran el amado de mi alma
(lit.); pero me han provocado a entregarlo en manos de sus enemigos». Habían
degenerado hasta convertirse en fieras de presa, a las que nadie ama y todo el mundo
evita (v. 8): «Mi heredad fue para mí como león en la selva»; rugen contra Dios mismo
en las amenazas que respiran contra los profetas que les hablan en Su nombre. Los que
eran ovejas de su pasto se han convertido en leones feroces y hambrientos. Por eso (v.
8b), Dios aborreció su heredad. ¿Qué deleite podía tener el Dios de amor en un pueblo
que se había vuelto como bestias, vejatorio para los hombres y para el mismo Dios?
Para Dios (v. 9), Israel se ha vuelto como un ave extraña, de variopinto plumaje; por
tanto, esta rareza incita a las demás aves de rapiña que la rodean (las naciones vecinas) a
atacarla. Dios no impide este ataque. Al contrario (v. 9b), Él mismo convoca a las fieras
del campo a que vengan a devorarla.
2. Los enemigos caerán sobre ella y la dejarán desolada. El pueblo de Dios siempre
resulta extraño (v. 1 P. 4:4) a los inconversos; pero la extrañeza de esta ave de muchos
colores que es ahora Israel no se debe a su piedad, sino a su insensatez. Bien pueden,
pues, las demás aves atacarla, pues Dios la ha abandonado. La destrucción del país a
manos de los caldeos es presentada aquí como algo que se ha llevado a cabo ya, para
poner de relieve que era un hecho inminente y seguro. Dios habla de ello como de algo
en que no halla ningún placer, pues Él no se goza en la muerte del pecador.
(A) Véase con qué ternura (v. 10) habla del país, a pesar de los muchos pecados de
los habitantes, pues se acuerda de Su pacto con ellos: «Es mi viña … mi heredad … mi
heredad agradable». Así también, Dios siente afecto e interés hacia Su Iglesia, aunque
ésta deje mucho que desear.
(B) Véase con qué compasivos acentos habla de la desolación del país (v. 10)
«Muchos pastores (los generales del enemigo, como en 6:3, o los propios líderes de
Israel, como en 2:8) han destruido mi viña. Lo que era heredad agradable se ha
convertido en desierto y soledad, porque (v. 12) sobre todas las alturas del desierto
vinieron saqueadores», aunque estos saqueadores eran meros instrumentos en manos de
Dios; por eso añade «porque la espada de Jehová devora desde un extremo de la tierra
hasta el otro», de forma que no hay paz para ninguna carne, pues el invasor no sólo
devasta a Judá, sino también a las demás naciones circunvecinas.
(C) Véase de dónde procede toda esta miseria. Sí, es la espada de Jehová la que
devora, pero no sin motivo. Mientras el pueblo de Dios se mantiene adherido a Él, la
espada del pueblo es la espada de Jehová, como lo atestigua el caso de Gedeón; pero
cuando abandonan a Dios, la espada de los saqueadores es la espada de Jehová, como
lo atestigua aquí el caso de los caldeos. Esto es a causa de la ardiente ira de Jehová (v.
13, al final). Lo que ha convertido en enemigo de Israel a Dios es el pecado de ellos (v.
11): «La tierra lloró sobre mí desolada, es decir, hizo duelo delante de mi—dice Dios—
como quejándose a mí por este desastre, pero los habitantes son tan estúpidos, tan faltos
de sentido que no hubo hombre que reflexionase, no hubo nadie que se percatase de que
todo esto sucedía por no dar ellos oídos a mis avisos y amenazas».
(D) «Sembraron (los de Judá) trigo (v. 13), esto es, se afanaron en tomar medidas
para que no les faltase el alimento, pero segaron espinos, ya sea porque la cosecha
resultó un desastre (así piensa Freedman), o porque el extranjero invadió la campiña
(Asensio)». Esto es (v. 13b) para ellos una vergüenza, «porque su pobreza demuestra
que están bajo el desagrado de Dios» (Freedman).
Versículos 14–17
Aquí hay un mensaje para todos los que, de un modo u otro, han perseguido u
oprimido al pueblo de Dios.
1. Aunque estos malos vecinos (v. 14) habían sido instrumentos de Dios para
descargar Su ira justa contra Israel, Dios los va a castigar ahora. Los vecinos no
incluyen sólo a los caldeos, sino también Moab, Ammón, Siria, Edom, Egipto, los
cuales habían sido malos vecinos por el influjo que habían ejercido sobre Israel para
corromperlo y hacerle apartarse de Dios, y ahora ayudaban a que fuese desolado por los
caldeos. El cargo que Dios les hace es «que tocan la heredad que hice poseer a mi
pueblo Israel». Abusaban sacrílegamente del pueblo que era la heredad agradable de
Jehová (v. 10, al final). El que dijo: «¡No toquéis a mis ungidos!», dice también: «¡No
toquéis su heredad!»
2. Las medidas que va a tomar contra ellos. Va a quebrantar el poder que han
ejercitado contra el pueblo de Israel (v. 14, al final): «y arrancaré de en medio de ellos
a la casa de Judá». Se habían llevado cautivo al pueblo de Dios, y a los que habían
acudido a ellos en busca de refugio los habían tomado prisioneros. Dios los arrancará
de en medio de ellos, les impulsará, por medio de Su Espíritu, a salir de allí, e impulsará
también a sus nuevos capataces a dejarles marchar, como arrancó de Egipto a Israel. Y
traerá sobre los opresores las mismas calamidades que ellos, como instrumentos de
Dios, han traído sobre Israel (v. 14b): «He aquí que yo los arrancaré de su tierra». El
juicio comenzó por la casa de Dios, pero no se va a terminar allí.
3. La misericordia que Dios tiene en reserva para aquellos, de entre los malos
vecinos (de Israel y de Dios, pues dice «MIS malos vecinos»), que quieran unirse a Él y
llegar a ser también pueblo Suyo (vv. 15, 16). Habían arrastrado al pueblo de Dios para
que se unieran a ellos en el servicio de los ídolos; si ahora se dejan llevar por el Israel
que regresa a unirse con los israelitas en el servicio del único Dios vivo y verdadero,
serán recibidos a poseer la misma condición que es propia del Israel de Dios. Esto tuvo
parcial cumplimiento cuando, al volver los judíos de la cautividad, muchos de los que
habían sido malos vecinos de Israel se hicieron prosélitos de Israel; también tuvo
cumplimiento parcial cuando los gentiles comenzaron a entrar en la Iglesia a la par con
los judíos; pero su cumplimiento pleno tendrá lugar al fin de los tiempos (v. 48:47; 49:6,
39; Am. 9:14).
(A) Dios les mostrará Su favor, con tal que (v. 16) «diligentemente aprendan los
caminos de mi pueblo», dice Jehová mismo. Hay caminos buenos que son
particularmente los caminos del pueblo de Dios: los de la santidad y la piedad, los del
amor y la paz, los de la oración y de la observancia del sábado. Han de aprender a jurar
por el nombre de Dios diciendo. Vive Jehová (v. 4:2), así como enseñaron a mi pueblo
a jurar por Baal. No hay que desesperar de la conversión de los peores pecadores, aun
de los que han servido de instrumento para corromper a otros; pues también ellos
pueden ser conducidos al arrepentimiento; y, si se arrepienten, hallarán misericordia. La
conversión de los engañados podría ser una buena oportunidad para que incluso los
engañadores se convirtiesen también. Así, los que caen juntos a un pozo, son también
sacados de él juntamente.
(B) Cuando se vuelvan a Dios, y Dios se vuelva a ellos (v. 15), los propios malos
vecinos serán restaurados. Dice Freedman: «La restauración de Moab es predicha en
48:47, y la de Ammón en 49:6». Dios tendrá compasión de ellos y los hará volver a
cada uno a su heredad y cada cual a su tierra. Participarán de los privilegios de Israel
(v. 16, al final): «y serán edificados en medio de mi pueblo» (lit.). Tendrán nombre y
lugar en la casa de Jehová, donde había un atrio para los gentiles. Pero (v. 17) «si no
escuchan, si no se vuelven a Dios, arrancaré esa nación, sacándola de raíz y
destruyéndola, dice Jehová». Asensio comenta: «Abandonados los dioses falsos (16:19–
21), Israel y las naciones deben formar un solo pueblo en torno a Jehová: por la
“destrucción” a la “edificación”, si no se empeñan en cerrar los oídos a la llamada
divina y exponerse a una nueva destrucción sin remedio».
CAPÍTULO 13
El profeta se esfuerza todavía en despertar paz y arrepentimiento a este pueblo
obstinado, y les dice: I. Mediante la señal de un cinto podrido, que su orgullo de pueblo
escogido se va a echar a perder (vv. 1–11). II. Mediante la señal de los odres de vino,
que sus planes van a fracasar (vv. 12–14). III. Tras de la consideración de todo eso, el
profeta ha de invitarles a arrepentirse y humillarse (vv. 15–21). IV. Ha de convencerles
de que la causa de que los Juicios de Dios se prolonguen tanto es la obstinación de ellos
Versículos 1–11
1. Aquí tenemos una señal simbólica. Dios le manda a Jeremías que se compre una
faja de lino (v. 1) y que, después de llevarla puesta por algún tiempo (v. 2), vaya a
Perath (lit.) y la esconda allí (vv. 3–5) en la hendidura de una peña. De nuevo le mandó
Jehová (vv. 6, 7) ir a Perath a tomar la faja, la cual se había echado a perder. Veamos
algunos detalles dignos de observar, antes de pasar a la explicación que Dios mismo le
dio a Jeremías de esta acción simbólica.
(A) Había de ceñirse la faja sobre los lomos, no precisamente sobre la carne, sino
como la llevaban los sacerdotes (v. Éx. 28:39, 40) para ceñirse la túnica.
(B) No había de meterla en agua (v. 1, al final), para que no se estropease con la
humedad.
(C) Jeremías tenía que ir con la faja a Perath (lit.). Es cierto que Éufrates se escribe
de la misma manera en hebreo, pero, como hacen notar los autores: (a) Éufrates va
ordinariamente precedido de río, lo que no ocurre en este caso; (b) un doble viaje al
Éufrates supondría para Jeremías una doble caminata de 1.000 km entre ida y vuelta, lo
cual es poco verosímil. Hay quienes hablan de «experiencia interna», es decir, una
visión en la que ocurriría todo lo que aquí se dice (así lo da como cierto M. Henry;
como más probable, Asensio), pero esto equivaldría a dejar sin efecto visible toda la
acción simbólica. Lo más probable, pues, es que se trate de Perath, la moderna Wadi
Fará, a menos de cinco kilómetros de Anatot, que cumple muy bien todas las
condiciones requeridas para la acción simbólica que aquí vemos.
(D) Puesta la faja en la hendidura de una peña (v. 4, al final), junto al agua, el
resultado fue que, cuando subía el agua, se mojaba la faja, y cuando el agua descendía,
la faja se iba secando, hasta que se echó a perder completamente: «para ninguna cosa
era de provecho» (v. 7, al final).
2. Viene ahora la explicación, dada por Dios mismo, de esta acción simbólica (vv.
9–11).
(A) El pueblo de Israel había sido para Dios como esa faja en dos aspectos: (a) Él lo
había tomado consigo en pacto y comunión (v. 11): «Como la faja se junta a los lomos
del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá». Hizo
que se juntasen a Él por la Ley que les dio, los profetas que les envió y los favores que
les dispensó. (b) Cuando los tomó para que le fuesen por pueblo (v. 11, al final), fue
para que le fuesen por nombre, por alabanza y por gloria, como la faja es ornamento
para un hombre.
(B) Por medio de sus idolatrías y de otras iniquidades, ellos se habían soltado de
Dios, se habían enterrado en la tierra (y, por cierto, una tierra extraña), mezclados entre
las naciones y echados a perder, corrompidos, de forma que, como esta faja, para
ninguna cosa es de provecho (v. 10, al final). No se adhirieron a Jehová, sino que el
pueblo malvado (v. 10)… va en pos de dioses ajenos para servirles y para postrarse
ante ellos; se iban tras los dioses de las naciones que estaban al otro lado del Éufrates,
de forma que estaban completamente echados a perder e inservibles para su propio
Dios, como esta faja, esta faja corrompida.
(C) Dios los iba a separar de Sí por medio de Sus juicios, los iba a enviar al
cautiverio y les iba a quitar toda belleza, de forma que habían de ser como una hermosa
faja que había degenerado en andrajos, en un pueblo sin valor ni utilidad. De esta
manera—dice Jehová (v. 9)—echaré a perder «el honor (mejor que “soberbia”) de que
Judá se jacta como reino teocrático y pueblo escogido y el gran honor de que Jerusalén
se gloría como cabeza de ese reino y de ese pueblo» (Asensio). En Jerusalén estaban el
templo y el palacio real y, por eso, sus ciudadanos eran muy orgullosos. Esta soberbia
les va a hacer caer muy bajo, porque Dios resiste a los soberbios. Incluso el templo,
cuando se convirtió en el orgullo de Jerusalén, cayó convertido en un montón de
escombros calcinados.
Versículos 12–21
1. Mediante otro símil, Dios amenaza con castigar a este pueblo (v. 12): «Les dirás
además esta palabra: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Toda vasija (de barro
cocido—v. 18:6—) se llena de vino; es decir, los que por sus pecados se han hecho a sí
mismos vasos de ira preparados para destrucción (Ro. 9:22), serán llenados con la ira
de Dios como se llena de vino una vasija; y serán quebradizos como vasijas de barro;
pero especialmente quedarán embriagados (v. 13), «no en sentido literal, sino de
intoxicación mental, confusión y aturdimiento, que les hará estrellarse el uno contra el
otro en su impotencia frente al enemigo» (Freedman). Sin percatarse de la intención del
profeta, lo ridiculizaban y decían (v. 12b): «¿Acaso no sabemos que toda vasija se llena
de vino?» «Bien—dice el profeta—, tendréis las vasijas llenas de vino, pero no del que
vosotros deseáis o imagináis.» Lo que él quería decirles era:
(A) Que habían de quedar tan aturdidos como los borrachos. Un ebrio es comparado
acertadamente a una vasija o botella llena de vino; porque, en la medida en que se llena
de vino, va saliendo la prudencia, el decoro y todo lo que es bueno para alguna cosa.
Dios les amenaza (v. 13) con llenarlos de embriaguez, pues los llenará de confusión en
los planes que tramen y las medidas que tomen, y así se expondrán a la burla y al
desprecio de cuantos los vean. Esto les iba a suceder «a todos los moradores de esta
tierra, incluidos los reyes … los sacerdotes y profetas». Decían los romanos: Los dioses
ciegan a quienes quieren destruir.
(B) Que, al estar aturdidos, se harían grave daño unos a otros (v. 14): «y los
quebrantaré el uno contra el otro, los padres con los hijos igualmente». No sólo sus
insensateces de ebrio, sino también sus riñas de ebrio, contribuirán a que se arruinen
mutuamente. Una vez que Dios ha promulgado este decreto, no se volverá atrás (v.
14b): «No perdonaré, ni tendré piedad ni compasión para no destruirlos».
2. Con todo, Dios les da un buen consejo que, si lo recibiesen, les preservaría de la
destrucción (v. 15): «Escuchad y prestad oído; no os envanezcáis». Equivale a decirles:
«Humillaos bajo la poderosa mano de Dios» (1 P. 5:6). El engreimiento era el principal
pecado por el que Jehová contendía con ellos (v. 9). Por eso les dice: «No os
envanezcáis, pues Jehová ha hablado. Cuando Jehová os hable por medio de Sus
profetas, no os creáis demasiado buenos como para no ser enseñados, y no os burléis».
(A) «Dad gloria a Jehová vuestro Dios (v. 16), y no a vuestros ídolos. Dadle gloria
y reconoced vuestros pecados y aceptad el castigo que merecen vuestras iniquidades.
Dadle gloria mediante un sincero arrepentimiento y una genuina reforma de vida.
Entonces, y sólo entonces, podréis comenzar a vivir con algún propósito; pero habéis de
daros prisa, «antes que haga venir las tinieblas, cuando ya no se puede caminar, pues
los pies tropiezan en montes de oscuridad y, cuanta más prisa os deis, más tropezaréis».
Nótese que los que piensan correr más que los juicios de Dios, hallan intransitable el
camino. Sus esperanzas de mejores tiempos quedarán defraudadas: cuando esperen luz
(por ejemplo, ayuda de Egipto), Dios la volverá en sombra de muerte y tinieblas densas.
(B) Todos han de humillarse; la prerrogativa de ser rey o reina no les eximirá de ello
(v. 18): «Di al rey y a la reina madre: Humillaos, sentaos en tierra, llevados de sincero
arrepentimiento, y da así gloria a Dios y buen ejemplo a vuestros súbditos». Cuando
seáis llevados al cautiverio, ¿de qué os servirá la corona y todos los privilegios que
comporta?
3. Este consejo es reforzado con algunos argumentos.
(A) Si no escuchan, Jeremías se llenará de tristeza inconsolable (v. 17): «Mas si no
oís esto, si continuáis sin prestar oído a la voz de Dios, en secreto llorará mi alma a
causa de vuestra soberbia, de vuestro engreimiento, de vuestra obstinación y de vuestra
vana confianza». Los pecados de nuestros semejantes deberían ser para nosotros materia
de tristeza profunda. Debemos lamentarnos por lo que no podemos enmendar, y tanto
más por cuanto precisamente no podemos hacer nada para que el prójimo se enmiende.
(B) Será la ruina inevitable de ellos (vv. 19–21): «Las ciudades del Négueb (del sur)
están cerradas, ya sea porque no vendrá socorro de Egipto (así algunos), o porque no
quedarán habitantes para abrirlas (así Freedman). Lo cierto es (v. 19b) que «todo Judá
fue deportado». Así lo fue bajo Sedequías, porque rehusaron humillarse y arrepentirse.
El enemigo está ya a la vista (v. 20): «Alzad vuestros ojos y ved a los que vienen del
norte del país de los caldeos; ved qué fieros son y cuán deprisa avanzan. ¿Dónde está el
rebaño que te fue dado, tu hermosa grey? ¿Cómo podrán escapar de esos lobos
hambrientos?» ¿A quién van dirigidas estas frases? Hay quien piensa que se refiere al
rey y a la reina madre del versículo 18, pero es mucho más probable, de acuerdo con el
contexto posterior, que se refiera a Jerusalén, como capital de la nación. Puede hacerse
una aplicación devocional a los padres de familia que descuidan a sus hijos y consienten
que perezcan por falta de buena educación, y a los ministros de Dios que descuidan a las
ovejas que Dios les ha encomendado. Habrían de pensar que Dios les dirige esas
preguntas: «¿Dónde está el rebaño que te fue dado? ¿Qué dirás cuando Dios te llame a
dar cuentas? No podrás decir nada, sino que Dios es justo en todo lo que ha traído sobre
ti. ¿Cómo podrás sobrellevar la aflicción que está a las puertas? ¿No te darán dolores
como de mujer que está de parto?» (v. 21, al final)
Versículos 22–27
1. Como anteriormente, se predice aquí que los judíos irán al exilio y caerán bajo las
miserias de la pobreza y de la esclavitud. Las frases finales del versículo 22: «fueron
descubiertas tus faldas, sufrieron violencia tus calcañares» no han de tomarse
literalmente. Dice Freedman: «La figura es tomada de la práctica de avergonzar
públicamente a una prostituta (v. 26; Os. 2:12). La deslealtad de Israel hacia Dios es
comparada con frecuencia al adulterio, y los desastres que han de abrumar al pueblo se
describen bajo la imaginería del castigo de una adúltera»
2. El pueblo inquiere acerca de la causa de esta ruina (v. 22a): «Y si dices. ¿Por qué
me ha sobrevenido esto?» No podían ver que hubiesen hecho algo que pudiera provocar
justamente a Dios a enojarse de este modo con ellos.
3. Dios quedará justificado cuando hable y nos obligará a nosotros a justificarle y,
por consiguiente, pondrá el pecado de los pecadores ante los ojos de ellos.
(A) Esto se debe a la gravedad de sus iniquidades (v. 22b): «Por la enormidad de tu
maldad, etc.». Dios no los castiga por poca cosa; los pecados por los cuales les castiga
ahora son muy graves por su propia naturaleza. El hebreo rob puede significar grandeza
lo mismo que muchedumbre. A veces, una gran multitud de pecados de poca monta
pone a las almas en mayor peligro que unos pocos de mucha gravedad, pero cometidos
con menos frecuencia.
(B) Se debe especialmente a su obstinación en el pecado (v. 23). El pecado se ha
convertido para ellos en una segunda naturaleza, casi imposible de cambiar, de la misma
manera que es imposible para un etíope, de raza negra, cambiar el color de su piel, y
para un leopardo quitarse las estrías, que están como entretejidas con su piel. Se les
había enseñado a hacer el mal, y habían tenido un largo aprendizaje en esta malvada
escuela, así que los fieles profetas de Dios desesperaban de traerlos al buen camino. Los
que por largo tiempo se han acostumbrado a pecar han sacudido de sí los frenos del
temor y de la vergüenza; su conciencia está cauterizada; los hábitos del pecado han
quedado firmemente arraigados en el alma. El pecado es la negrura y la deformidad del
alma. Por fortuna, la gracia de Dios es todopoderosa para cambiar no sólo la piel, sino
también el corazón del etíope, y esta gracia no les faltará a los que lleguen a sentir
íntimamente su necesidad y la busquen con diligencia.
(C) Se debe igualmente a sus traicioneros alejamientos del Dios de la verdad (v. 25):
«Esta es tu suerte, ir al destierro; la porción que yo he medido para ti, dice Jehová, sin
sobrepasar la medida de lo que te mereces; porque te olvidaste de mí, de mi carácter
santo y de los muchos beneficios que te he concedido, y confiaste en la falsedad, esto
es, en los ídolos (v. 10:14)». El olvido de Dios está en el fondo de todo pecado, así
como el recuerdo de nuestro Creador es el comienzo feliz y esperanzador de una vida
santa.
(D) Se debe a su idolatría, el pecado que, entre todos, provoca más a un Dios celoso.
Por esto se verán expuestos a la mayor ignominia (v. 26, comp. con v. 22b) y al más
irremediable desastre, porque, a pesar de ser culpables de vergonzosa iniquidad, siguen
sin avergonzarse de ella (v. 27): «¡Tus adulterios y tus relinchos! (comp. con 8:16). ¡La
maldad de tu fornicación! Sobre los collados, lugares favoritos para la práctica de la
idolatría (v. 2:20), en el campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén!» Es la
idolatría la que hace a Dios proferir este ay con el que denuncia a Jerusalén.
4. Dentro de la negrura de este cuadro de sombras sin luz, se filtra un pequeño rayo
de afecto divino para esperanza humana. Mientras hay vida, hay esperanza y, por tanto,
hay motivos para intentar traerlos al arrepentimiento (v. 27b): «¡No quieres ser hecha
limpia! ¿Cuánto tardarás tú en purificarte?» Es un ejemplo de la maravillosa gracia de
Dios el que Él desee ardientemente el arrepentimiento y la conversión de los pecadores,
y que le parezca largo el tiempo hasta que ellos se ablanden; pero es también un ejemplo
de la asombrosa insensatez de los pecadores el que ellos demoren un día y otro algo que
es de tan absoluta necesidad. No dice aquí que nunca será purificada, sino que tarda
demasiado en purificarse.
CAPÍTULO 14
4
Este capítulo hace referencia a una gran sequía, castigo que comenzó a fines del
reinado de Josías y continuó en el principio del de Joacim. Esta calamidad fue ya
mencionada varias veces, pero en este capítulo se menciona más de lleno. I. Descripción
melancólica de ella (vv. 1–6). II. Oración a Dios para que ponga fin a esta calamidad
(vv. 7–9). III. Una severa amenaza de que Dios proseguirá contendiendo de este modo,
porque ellos prosiguen en su iniquidad (vv. 10–12). IV. El profeta excusa al pueblo y
echa la culpa a los falsos profetas (vv. 13–16). V. Se ordena al profeta que, en lugar de
interceder por ellos, haga lamentación por ellos (vv. 17–22).
Versículos 1–9
1. El lenguaje de la naturaleza que se une al pueblo en el lamento por la calamidad.
(A) Cuando los cielos eran de bronce y no destilaban su rocío, la tierra era de hierro
y no producía su fruto; la tristeza y la confusión eran universales.
(B) El pueblo de la tierra se deshacía en lágrimas: «Se enlutó Judá» (v. 2), no por
sus pecados, sino por la sequía. Sus puertas, es decir, todos sus habitantes que entran y
salen por ellas, languidecen, palidecen y se debilitan por falta de lo necesario para el
sustento y por miedo a juicios más temibles; se sentaron tristes en tierra, como era el
caso de los que se hallaban en gran aflicción; además, están demasiado débiles para
tenerse de pie; y subió el clamor de Jerusalén, un clamor de lamento, no de oración.
(C) Los grandes de la tierra no quedan exentos de apuros (v. 3): «Los nobles
enviaron sus criados a traer agua; vinieron a los aljibes, pero no hallaron agua;
volvieron con sus vasijas vacías», pues se habían secado las fuentes al no caer ninguna
lluvia. Así que los amos, desconcertados, «se avergonzaron, se confundieron y, en señal
de duelo (v. 2 S. 15:30), se cubrieron la cabeza».
(D) Lo mismo hicieron los labradores (v. 4), confundidos al ver resquebrajada la
tierra por no haber llovido en el país. Véase hasta qué punto dependen de la
Providencia los labradores, pues no pueden arar ni sembrar a no ser que Dios haga que
se empapen los surcos del campo (Sal. 65:10).
(E) Aun el caso de las bestias del campo era digno de compasión (vv. 5, 6). Judá y
Jerusalén habían pecado, pero, ¿qué culpa tenían las ciervas y los asnos monteses? Ellos
sufrían por culpa de los hombres. Las ciervas especialmente despliegan gran ternura con
sus crías, pero el apuro era tan apremiante que, cosa contraria a su naturaleza,
abandonaban a sus crías cuando más las necesitaban éstas, para ir a buscar hierba a otra
parte. Y si no hallan hierba, no van a volver a sus crías, pues éstas no tendrán ningún
alimento que obtener de los pechos de sus madres. Lo que más pesadumbre daba a las
ciervas no era el que no hubiese hierba para ellas, sino el que no hubiese alimento para
sus crías, con lo cual avergüenzan a los que gastan en cosas superfluas lo que deberían
usar para el sustento de sus familias. También los asnos monteses eran dignos de
compasión, pues la tierra seca era demasiado caliente para ellos, tan caliente que «se
ponían en las alturas, donde el aire es más fresco, aspirando el viento como chacales;
sus ojos se debilitan porque no hay hierba». Freedman hace notar que «el nombre
hebreo tannim (chacales) es quizás una variante de tannin “el cocodrilo”, el cual sale
del agua anhelando el aire».
4
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.834
2. El lenguaje de la gracia, lamenta la iniquidad y se queja a Dios por la calamidad.
El pueblo no está dispuesto a orar, pero el profeta ora por ellos y les incita así a que oren
por sí mismos (vv. 7–9). En esta oración:
(A) El pecado es humildemente confesado. Si contendemos con Dios, como si
obrase injusta o malignamente con nosotros al afligirnos, nuestras iniquidades testifican
contra nosotros que le injuriamos (v. 7) y nuestras apostasías se han multiplicado,
contra Dios hemos pecado.
(B) Se apela insistentemente a la misericordia: «Aunque nuestras iniquidades (v. 7)
testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa en atención a tu nombre». Se hace
apelación al honor del nombre de Dios porque a Dios han de apelar de esta forma lo
mismo los penitentes que los pordioseros. Como en Jueces 10:15: «Hemos pecado; haz
tú con nosotros como bien te parezca». Como si dijesen: «No tenemos en nosotros
mismos nada a que apelar, sino que todo está en ti». Hay otra petición en esta oración
(v. 9, al final): «No nos desampares, no retires tu favor y tu presencia»
(C) Apelan de la forma más patética (vv. 8, 9) a la relación que tienen con Dios y a
lo mucho que esperan de El. Alzan la vista hacia Él como al que tienen motivos para
pensar que habría de librarles. En Dios, la misericordia se ha regocijado muchas veces
contra el juicio. Él ha animado a Su pueblo a esperar en Él; al llamarse a Sí mismo con
tanta frecuencia el Dios de Israel, la roca de Israel y el Santo de Israel, se ha hecho a Sí
mismo la esperanza de Israel. Dicen (v. 9b): «Tú estás entre nosotros; tenemos con
nosotros especiales señales de tu presencia: tu templo, tu Arca tus oráculos, y sobre
nosotros es invocado tu nombre, pues somos el Israel de Dios; por consiguiente,
esperamos que no nos desampararás. ¡Somos tuyos, sálvanos!».
(D) Les da pesadumbre pensar que no acude a librarlos. ¿Qué dirán los egipcios?
(Éx. 32:12). Dirán: «La esperanza y el Salvador de Israel no se preocupa de ellos; se ha
hecho (v. 8) como forastero en la tierra y como caminante que se retira para pasar la
noche». Ya no tiene por lugar de descanso Suyo el templo. Ya hubo en el pasado (Nm.
14:16) el peligro de que dijesen los enemigos de Israel: «Por cuanto no pudo Jehová
meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto». Así
ahora podrían decir: «O le falta sabiduría o le falta poder (v. 9): o es un hombre atónito,
consternado, que no entiende cómo debe actuar, o es un hombre fuerte (hebr. guibor),
que no puede librar; “un héroe humano sin recursos para salvar a su protegido”
(Asensio). Cualquiera de estas dos cosas sería la más insufrible afrenta a las
perfecciones divinas. ¿Cómo, pues, es que no salva?»
Versículos 10–16
La disputa entre Dios y su profeta en este capítulo es parecida a la que vemos en
Lucas 13:7 entre el dueño de la viña y el viñador acerca de la higuera estéril. La justicia
del amo la condena a ser cortada; la clemencia del viñador intercede para que se
suspenda temporalmente la ejecución.
1. Dios rechaza la súplica del profeta.
(A) Nótese que, al hablar de Israel (v. 10), no dice mi pueblo, sino este pueblo,
porque han quebrantado su pacto con Él. Es cierto que se llamaban con Su nombre (v.
9), pero habían pecado y habían provocado a Dios a retirarles Su apoyo. Dios le dice a
Jeremías que no tenían las disposiciones necesarias para ser perdonados. El profeta
había reconocido que sus apostasías se habían multiplicado (v. 7), aunque había
esperanza para ellos si se volvían a Dios. Pero este pueblo no mostraba ninguna
disposición a volver (v. 10): «Se deleitaron en vagar, esto es, en acudir a otros dioses.
Las apostasías que deberían haber sido su vergüenza, habían sido su deleite: no dieron
reposo a sus pies, de tanto vagar en pos de los ídolos». De esto es de lo que Dios les
exige cuentas ahora. Al negarles la lluvia del cielo, Dios (v. 10b) se acuerda ahora de
su maldad y castiga sus pecados, por los que una tierra fértil se ha convertido en
desierto estéril.
(B) Aunque observan los ayunos (v. 12) y ofrecen holocaustos y ofrendas, Jehová
(v. 10b) no se agrada de ellos. Todas esas muestras de devoción: ayunos, sacrificios,
etc., no las aceptará Dios, puesto que no proceden de un corazón humilde, arrepentido
y reformado.
(C) También habían perdido el derecho a beneficiarse de las oraciones del profeta
por no haber prestado oídos a su predicación. Por eso vemos que Dios le prohíbe a
Jeremías orar por ellos (v. 11): «Me dijo Jehová: No ruegues por este pueblo para su
bien» (comp. con 7:16; 11:14). Con esto no le prohibía que expresase su buena voluntad
hacia ellos, sino que, en realidad, les prohibía a ellos esperar cualquier buen efecto de
las oraciones de Jeremías, mientras se hiciesen los sordos a la voz de Dios en la ley. De
ahí se sigue la resolución de Dios (v. 12b): «Los consumiré con espada, con hambre y
con pestilencia».
2. El profeta ofrece otra excusa que explica la obstinación del pueblo (v. 13): Los
profetas falsos, que pretendían estar comisionados por Dios, adulaban al pueblo con
falsas seguridades de paz. Jeremías se lamenta de esto y dice: «¡Ah, ah, Señor Jehová!
Hay quienes, en tu nombre, les aseguran: No veréis espada, ni habrá hambre entre
vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera. Yo, Señor, les digo lo contrario,
pero soy uno contra muchos; por tanto, Señor, ten piedad de ellos, porque son sus
gobernantes los que les hacen errar». Esta excusa habría sido de algún valor si no les
hubiese advertido de antemano acerca de los falsos profetas.
3. Dios no sólo rechaza esta excusa, sino que condena, tanto a los guías ciegos como
a los ciegos seguidores, a caer en el mismo hoyo (vv. 14–16). En cuanto a la excusa
misma, le dice Jehová a Jeremías (v. 14): «Mentiras profetizan los profetas en mi
nombre, pues lo hacen sin la debida comisión; no los envié, ni les mandé, ni les hablé».
Los que ponen sus propios pensamientos frente a la Palabra de Dios (Dios dice una
cosa, y ellos piensan otra diferente) caminan en el engaño de su propio corazón, y eso
será su ruina. Dios pronuncia luego la sentencia contra los falsos profetas (v. 15). Que
sepan que no tendrán paz. Se atrevieron a asegurar al pueblo que no habría espada ni
hambre en la tierra, pero ellos mismos serán consumidos con espada y con hambre.
Igualmente caerán por causa del hambre (v. 16) y de la espada todos los del pueblo que
se hayan dejado engañar por los falsos profetas. Sus cuerpos serán arrojados a las
calles de Jerusalén y no habrá quien los entierre. De esta manera derramará Dios sobre
ellos su maldad, es decir, el castigo que su maldad se merece.
Versículos 17–22
El deplorable estado de Judá y de Jerusalén sirve ahora de materia de lamentación a
Jeremías (vv. 17, 18), así como de objeto de su oración por ellos (v. 19). En ambas
cosas actúa el profeta bajo la dirección de Dios, como lo muestran las palabras: «Y les
dirás esta palabra» (v. 17), la cual se refiere tanto a la lamentación de Jeremías como a
su intercesión y, de esta forma, es como una revocación de la orden que había dado al
profeta (v. 11) de no orar por ellos.
1. El profeta está llorando sobre las ruinas de su país, y esto mismo debe decírseles a
ellos: «Derramen mis ojos lágrimas noche y día». Así ha de darles a entender que
preveía la venida de la calamidad. El profeta habla como si ya viese las miserias que
comportará la invasión de los caldeos: «Porque con gran quebrantamiento (v. 17b) es
quebrantada la virgen hija de mi pueblo (así llamada porque hasta ahora ningún
enemigo la había conquistado), con azote muy doloroso, más doloroso que cualquier
otro de los que hasta ahora había sufrido»; porque (v. 18) yacían en el campo multitudes
de muertos a espada, y en la ciudad multitudes de moribundos de hambre. Acerca de la
segunda parte del versículo 18, dice Freedman: «La cláusula es oscura y dudoso el
sentido». Puesto que el verbo hebreo sajaru, que las versiones traducen por «andan
vagando» o «andan errantes», siempre significa «traficar», la interpretación más
probable es la que da Metsudath David (citado por Freedman): «Viajan por el país
(como un mercader que trata de vender sus mercancías) y profetizan y dan consejo en
materias en las cuales son ignorantes».
2. El profeta se pone luego a hacer intercesión por ellos. Había algunos que se
unirían a él en sus devociones, y les pondrían el sello de su Amén.
(A) Eleva humildemente sus súplicas a Dios con respecto al caso de ellos (v. 19). Lo
que esperaban de Dios no llegaba; pensaban que había asegurado que tomaría a Judá
bajo Su protección, pero ahora parece ser que lo ha desechado enteramente; pensaban
que Sion era Su amada, pero ahora Su alma la aborrecía; aborrecía incluso los servicios
religiosos que allí se celebraban. Todas sus expectaciones caían por el suelo: Eran
heridos sin remedio, se multiplicaban sus heridas, pero no había curación para ellas;
esperaban paz, porque después de la tormenta suele venir la calma, y paz era además lo
que los falsos profetas les habían prometido, pero no les vino ningún bien. Sólo había
terror en la puerta por la que esperaban que entrase la paz.
(B) Hace una confesión penitencial del pecado, confesión que todos deberían haber
hecho, pero muy pocos la hicieron (v. 20): «Reconocemos, oh Jehová, nuestra
impiedad, la abundante iniquidad de nuestro país, y la iniquidad de nuestros padres, a
quienes nosotros hemos imitado. Sí, sabemos, reconocemos que contra ti hemos pecado
(comp. con Dn. 9:8) y, por consiguiente, eres justo en todo lo que nos ha sobrevenido;
mas, puesto que confesamos nuestros pecados, esperamos hallarte fiel y justo en
perdonarlos».
(C) Ora también para que se aparte el desagrado de Dios y apela, por fe, a Su
promesa (v. 21). Su petición es: «No nos deseches; aunque nos aflijas, no nos deseches;
aunque se vuelva Tu mano contra nosotros, que no se vuelva Tu corazón, ni se enajene
Tu mente de nosotros». Reconocen que Dios puede justamente aborrecerles, pero, no
obstante, oran: «No nos deseches en atención a tu nombre, ese nombre tuyo por el que
somos llamados y el cual invocamos». También apelan al honor del santuario: «ni
deshonres el trono de tu gloria; merecemos que nos alcance la desgracia pero no
permitas que la desolación del templo de ocasión a los gentiles para menospreciar al que
adoramos allí». Podemos estar seguros de que Dios no deshonrará el trono de su gloria
en la tierra. Se atreven humildemente a recordar a Dios el pacto con ellos (v. 21, al
final): «Acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros».
(D) Profesa su dependencia de Dios en cuanto a hacer que descienda la lluvia (v.
22). Nunca pedirán eso a los dioses de los gentiles: «¿Hay entre los ídolos de las
naciones quien haga llover?» En un tiempo de gran sequía en Israel, todo el pueblo
presentó sus oraciones a Baal en los días de Ajab, pero Baal no les pudo aliviar;
solamente el Dios que respondió por fuego, pudo también responder por agua. «¿Darán
de sí los cielos lluvias?», añade. ¡No sin órdenes de parte del Dios de los cielos, pues Él
es quien tiene la llave de las nubes, que abre las ubres de los cielos y riega la tierra
desde Sus cámaras! Por tanto, toda expectación ha de estar puesta en Él: «¿No eres tú,
oh Jehová, nuestro Dios, de quien podemos esperar socorro y al que debemos acudir?
¿No eres tú el que haces llover? Pues tú has hecho todas estas cosas; tú les diste el ser
y, por eso, tú les diste leyes y las tienes todas a tus órdenes. Pediremos a Jehová lluvia
en la estación tardía (Zac. 10:1). Confiamos en que nos la dará a su debido tiempo».
CAPÍTULO 15
1. A pesar de las oraciones del profeta, Dios ratifica aquí la sentencia dictada contra
el pueblo (vv. 1–9). II. El profeta mismo, a pesar de la satisfacción que sentía en la
comunión con Dios, se halla todavía desasosegado y de mal humor. 1. Se queja a Dios
del continuo conflicto con sus perseguidores (v. 10). 2. Dios le asegura que estará bajo
especial protección, aunque vendrá sobre el país una desolación general (vv. 11–14). 3.
Jeremías apela a Dios en cuanto a su sinceridad en el desempeño de su oficio profético
(vv. 15–18). 4. Se le da nueva seguridad de que, bajo condición de que continúe fiel,
Dios seguirá protegiéndole y mostrándole Su favor (vv. 19–21).
Versículos 1–9
Escasamente se pueden encontrar en cualquier otro lugar de las Escrituras unas
expresiones tan patéticas de la ira divina contra un pueblo provocador como las que
hallamos en estos versículos. El profeta había orado fervientemente por ellos y encontró
algunos otros que se unieron a él; no obstante, ningún alivio se obtuvo ni hubo la menor
mitigación del castigo.
1. Cuál fue el pecado que motivó esta severa sentencia. Lo que hizo Manasés en
Jerusalén (v. 4). Fue su idolatría la que causó la ruina de Jerusalén (2 R. 24:3, 4) y por
la sangre inocente que derramó … Jehová, por tanto, no quiso perdonar. Ahora, este
pueblo no se arrepiente. Su pecado es que han dejado a Jehová (v. 6): «Tú me dejaste,
dice Jehová; has dejado mi servicio y el deber que tienes para conmigo; te volviste atrás
y así has venido a ser el reverso de lo que deberías haber sido». Su obstinación es
evidente (v. 7, al final); «no se volvieron de sus caminos, los caminos de su corazón,
para ajustarse de nuevo a los de los mandamientos de Dios». Hay misericordia para los
que se han ido, si vuelven; pero, ¿qué favor pueden esperar los que persisten en su
apostasía?
2. Cuál es la sentencia de Dios contra ellos: Es ruina.
(A) Dios los abandona (v. 1b): «No estará mi alma (lit.) con este pueblo». No se
deja llevar de un arrebato de pasión, sino que se expresa con justa y santa indignación
cuando dice: «Échalos de mi presencia y salgan, pues no me voy a molestar más por
ellos».
(B) No quiere admitir ninguna intercesión que se haga por ellos (v. 1a): «Aunque
Moisés y Samuel se pusieran delante de mí con oración o sacrificio para reconciliarme
con el pueblo, no me podrían mover a perdonarles». Comenta admirablemente el Rashi
(citado por Freedman): «Moisés y Samuel. Ambos habían intercedido con Dios a favor
de Israel, pero sólo después de haber inducido a Israel a arrepentirse; fue entonces
cuando Él prestó atención a las oraciones de ellos. Así, cuando Israel pecó con el
Becerro de oro, primero destruyeron a los pecadores y entonces dijo Moisés: “Yo subiré
ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado” (Éx. 32:30). De modo
similar, Samuel persuadió primero a Israel a retirar la idolatría, y entonces oró por ellos
(1 S. 7:2 y ss.). Pero tú (le dice Dios a Jeremías), oras por Israel aun antes de que se
hayan reformado. En ese caso, ni siquiera Moisés y Samuel podrían tener éxito».
(C) Los condena a todos a un juicio destructor u otro; cada uno, al que haya sido
decretado para él (v. 2): «Y si te preguntan: ¿Adónde saldremos?, les dirás: Así dice
Jehová: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a
hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio» (comp. con 14:12; 24:10; 43:11; Ez. 5:2,
12; Zac. 11:9; Ap. 13:10). El cautiverio se menciona en último lugar porque, en opinión
de algunos, es el peor de los castigos, al ser una continua miseria. La espada se repite en
el versículo 3, a la cabeza de otra serie de cuatro destruidores. Así como los que escapen
de la espada (v. 2) serán víctimas del hambre o del cautiverio, así los que caigan a
espada (v. 3) serán cortados por la venganza divina. Habrá perros para despedazar los
cadáveres, y aves del cielo y bestias del campo para acabar con la carroña que los perros
hayan dejado. Y si hay alguien que piense que ha escapado de la justicia divina, le
pasará como a Caín, que tuvo que ser fugitivo y vagabundo en la tierra (v. 4): «Y los
entregaré para horror entre todos los reinos de la tierra».
(D) Caerán sin haber encontrado ningún alivio.
(a) Dios está contra ellos (v. 6b): «Yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré, un
golpe premeditado que herirá en lo más profundo; estoy cansado de arrepentirme».
Dios había estado muchas veces a punto de destruir a Su pueblo, pero se había vuelto
atrás; ahora se le acabó la paciencia y no los aguantará más.
(b) Su propio país los expulsará y está a punto de hacerlo (v. 7): «Y voy a aventarlos
con aventador hasta las puertas de la tierra». Dice Asensio: «Como tamo arrastrado
por el viento a impulso del bieldo (13:24; Sal. 1:4), desaparecerán de la tierra los hijos
de un pueblo que, empeñado en no rectificar sus caminos—proceder—, ha puesto en
marcha el bieldo—juicio de Jehová (Mt. 3:12; Lc. 3:17)».
(c) El pueblo se quedará sin hijos (v. 7) y las mujeres se quedarán sin maridos (v. 8):
«Sus viudas se me multiplicaron más que la arena del mar». Dios dice «se ME
multiplicaron …» porque, aun cuando los maridos fueron cortados con la espada de la
justicia divina, las pobres viudas quedaron a merced de los brazos de la misericordia de
Dios, quien ha tenido a bien contar entre Sus títulos el de Dios de las viudas. A
Nabucodonosor se le llama (v. 8b) «destruidor a mediodía» (comp. con 6:4), no ladrón
en la noche (que teme ser descubierto), pues sin temor alguno estaba dispuesto a abrir
brecha en la ciudad y destruirla. La mejor versión literal de la última frase del v. 8 es la
siguiente: «Hago que caiga sobre ella (la ciudad) de repente pánico y espanto». El
hebreo ir no significa ciudad (v. Os. 11:9, al final, donde suele traducirse por «ira»),
sino algo así como «excitación de pánico» que precede al sentimiento de terror o
espanto.
(d) Cuando los hijos mueren, las madres languidecen (v. 9) y llegan a expirar en la
flor de la vida: su sol se ha puesto siendo aún de día, pues la vida de la madre estaba
íntimamente ligada a la de sus hijos. Una mujer con siete hijos había de ser sumamente
feliz (comp. 1 S. 2:5), pero ahora se la come la vergüenza. La última parte del v. 9
cambia de la tercera persona femenina del singular a la tercera persona masculina del
plural, y dice así: «y lo que de ellos quede, lo entregaré a la espada delante de sus
enemigos, dice Jehová».
(E) Caerán sin que nadie tenga compasión de ellos (v. 5): «Porque, ¿quién tendrá
compasión de ti, oh Jerusalén? Cuando tu Dios te ha echado de Su presencia (v. 1, al
final), ni tus enemigos ni tus amigos tendrán ninguna compasión de ti. ¡Oh Israel, te has
destruido a ti misma!»
Versículos 10–14
Jeremías ha vuelto ahora del ejercicio público de su ministerio y se ha retirado a su
oratorio; en estos vv. tenemos lo que pasó allí entre él y su Dios.
1. La queja que el profeta hace a Dios por los muchos desalientos con que se
encuentra en su trabajo (v. 10).
(A) Halla gran cantidad de contradicción y oposición; tanto que está resultando
hombre de contienda y hombre de discordia. Tanto la ciudad como el resto del país
contendían con él y hacían todo lo posible por hacerle fracasar. Era hombre de paz y, sin
embargo, se llama hombre de contienda, no porque él estuviese dispuesto a contender,
sino porque los demás siempre contendían con él. Él estaba por la paz; pero ellos
estaban por la guerra. La verdadera causa de estas contiendas con él en su fidelidad a
Dios y a las almas de ellos. Les mostraba que sus pecados eran su ruina y, cuando él
hacía cuanto podía para impedir que se arruinasen, ellos se encendían de furor contra él.
El Evangelio de paz ocasiona división (Mt. 10:34, 35; Lc. 12:49, 51). Esto ponía a
Jeremías muy incómodo y le hacía clamar: «¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste
un hombre de contienda, etc.!» Es una patética lamentación, pero Jeremías no dimite. Si
no podemos vivir en paz con nuestro prójimo, no hemos de perder por eso la paz de
nuestra propia conciencia ni ser presa del pánico.
(B) Por lo que se ve, le acusaban de cosas que no había hecho y, por el odio que le
tenían, lo llenaban de insultos y calumnias. En vez de bendecirle y bendecir a Dios por
él, maldecían al mensajero de Dios y procuraban presentarlo ante el pueblo como
persona digna de odio (v. 10b): «Nunca he dado ni tomado en préstamo, pero todos me
maldicen». Se insinúa aquí que los que se enredan en los negocios de este mundo se
exponen también a contiendas y discordias. Un ejemplo de la prudencia de Jeremías es
que, al haber sido llamado al ministerio profético, no se enredó en los asuntos de esta
vida, para no dar ni la más ligera sombra de sospecha de que buscaba ventajas
materiales en su oficio. No prestaba dinero porque no era usurero; no tomaba dinero a
préstamo porque no era mercader. Hallamos después (16:2) que no tenía mujer ni hijos
por los que procurarse medios de subsistencia, y aun así caía bajo el odio general, por lo
malos que estaban los tiempos.
2. La respuesta que Dios da a la queja de Jeremías.
(A) Le asegura que va a hacer que amaine el temporal para que, por fin, Jeremías
disfrute de algún respiro (v. 11): «Dice Jehová: Ciertamente te pondré en libertad para
bien; esto es, cuando se aproxime la catástrofe, yo te libraré de ella. Y tus enemigos no
podrán acabar contigo. Más aún, de cierto haré que el enemigo suplique ante ti en el
tiempo de la aflicción y en la época de la angustia (comp. con 21:1 y ss.; 37:3; 42:1 y
ss.). Los que ahora te persiguen y calumnian vendrán un día a suplicarte que intercedas
por ellos».
(B) Como advierte Freedman, «los versículos 12–14 son claramente una digresión
en la que Dios (o, según otros, el profeta) se dirige al pueblo». Esta digresión parece ser
un adelanto de lo que, con ligeras variantes, se repite en 17:3, 4, al ser el versículo 12
una especie de dicho proverbial.
(a) El versículo 12 ha de leerse del modo siguiente: «¿Acaso el hierro (del sur, esto
es, Israel) puede romper el hierro del norte (Caldea) y el bronce (que es más fuerte que
el hierro)?» Según Peake (citado por Freedman), «la intención de la referencia al hierro
del norte es que el hierro mejor y más fuerte procedía del mar Negro». Dice Asensio:
«el versículo 12 parece ser un dicho proverbial con que se indicaba algo imposible». Por
tanto, lo que Dios (o el profeta) quiere decir aquí a Israel es que serán vanos sus
empeños en oponerse a los caldeos, pues éstos son más fuertes que los israelitas.
(b) Oiga, pues, Israel su sentencia (vv. 13, 14): «Tus riquezas y tus tesoros
entregaré como botín sin ningún precio, esto es, sin que recibas del enemigo nada a
cambio de lo que se llevará». Jeremías era pobre, no tenía nada que perder, ni riquezas
ni tesoros; por eso, el enemigo le tratará bien. Pero los judíos que tenían grandes
riquezas en dinero y hacienda perderían la vida para quitarles lo que tenían. Todas las
partes del país, aun las más remotas, habían contribuido a los pecados nacionales y a
todas se les había de pedir cuentas luego. La mayoría de los MSS leen el versículo 14
así: «Y haré pasar (¿las riquezas?) a tus enemigos en tierra que no conoces, etc.». Pero
hay todavía muchos MSS (y el Targum) que leen: «Y te haré servir a tus enemigos,
etc.». Esta última es también la lectura clara en 17:4.
Versículos 15–21
I. El profeta se dirige ahora humildemente a Dios (v. 15): «Tú lo sabes, oh Jehová.
Tú sabes lo que sufro por cumplir fielmente la comisión que me encomendaste; los
demás no quieren percatarse de ello, pero tú lo conoces todo».
1. El profeta pide a Dios (v. 15): (A) Que considere su caso y se acuerde de él para
bien: «¡Acuérdate de mí!» (B) Que le de fuerzas y consuelo: «Visítame». (C) Que se
manifieste a favor de él: «Véngate a mi favor de mis perseguidores» (lit.) o «vindícame
de mis perseguidores». Más allá de esto, un hombre piadoso no desearía que Dios le
vengase. ¡Hágase algo para convencer al mundo de que Jeremías es un hombre justo, y
de que el Dios a quien sirve es un Dios justo! (D) Que le preserve la vida: «No me dejes
perecer en la prolongación de tu enojo». Aunque, en un momento de gran depresión (v.
10, comp. con 20:14–18), se lamentó de haber nacido, desea ahora, no obstante, que el
momento de su muerte no se apresure, pues la vida es dulce para la naturaleza, y la vida
de un hombre útil es también dulce para la gracia.
2. Apela a Dios en petición de misericordia y de alivio contra sus enemigos,
perseguidores y calumniadores, y le dice a Dios:
(A) Que el honor de Dios está interesado en este caso (v. 15, al final): «Sábete (el
hebreo está en imperativo) que por tu causa sufro ultraje». Si es por hacer el bien por lo
que sufrimos ultrajes, y por llevar una vida piadosa por lo que se dicen contra nosotros
toda clase de males, podemos esperar que Dios vindique nuestro honor juntamente con
el Suyo. Con el mismo objeto dice al final del v. 16: «Porque tu nombre se invocó sobre
mí, oh Jehová Dios de las huestes».
(B) Que la palabra de Dios, la que él empleaba en predicar a otros, la había
experimentado él mismo en su alma y, por tanto, tenía las gracias del Espíritu que le
cualificaban para el favor divino, lo mismo que sus dones. Jeremías pudo decir (v. 16):
«Fueron halladas tus palabras, halladas por mí, cuando descendieron sobre mí en el
espíritu de profecía y halladas en mí cuando las recibí gustoso, y no sólo las probé, sino
que las comí enteramente; las recibí como el alimento más exquisito para una persona
que está hambrienta». Al profeta se le pide que coma el rollo (comp. con Ez. 2:8; Ap.
10:9); y tus palabras fueron para mí un gozo y la alegría de mi corazón; ninguna otra
cosa pudo serme más agradable. Esto se puede entender:
(a) Del mensaje mismo que iba a proclamar. Aunque iba a predecir la ruina de su
país, que le era tan querido, y en cuya ruina no podría menos de tener una notable
participación, todos sus naturales sentimientos, no obstante, quedaron engullidos en su
celo por la gloria de Dios, y aun estos mensajes de ira, al ser mensajes divinos, eran una
satisfacción para él. Por supuesto, al principio se había regocijado en la esperanza de
que el pueblo tomaría buena nota de sus advertencias y evitaría el juicio de Dios.
(b) De la comisión que había recibido para proclamar el mensaje. Aun cuando la
obra a la que había sido llamado no comportaba ventajas de tipo material, sino que, al
contrario, le exponía al desprecio y a la persecución, era para él alimento y bebida hacer
la voluntad del que le había enviado (Jn. 4:34).
(c) De la promesa que le había hecho Dios de que le asistiría en todo momento,
mientras ejercitase fielmente su ministerio (1:8).
(C) Que se había dedicado al desempeño de su ministerio con seriedad y
abnegación, aunque recientemente había encontrado poca satisfacción en él (v. 17): «No
me senté en compañía de gente alegre ni me regocijé; me senté solo, pasé largo tiempo
en mi habitación privada, por causa de tu mano que pesaba sobre mí». Esta frase «por
causa de tu mano» recibe diferentes interpretaciones: (a) «porque me oprimía tu mano»
(Asensio); (b) «porque me daba fuerza tu mano» (M. Henry y Freedman, quien cita 2 R.
3:15; Is. 8:11; Ez. 3:14). Según la interpretación que se escoja, será también el matiz
con que haya de entenderse la frase final del versículo 17: «porque me llenaste de
indignación» (¿indignación de quién contra quién?)
(D) Se arroja en brazos de la compasión y de la promesa de Dios en una súplica
apasionada (v. 18): «¿Por qué es perpetuo mi dolor y no se hace nada para aliviarlo?
¿Acaso el que es fuente de aguas vivas (2:13) será para mí como arroyo ilusorio, puro
espejismo (Job 6:15), como aguas que no son estables, cisternas resquebrajadas que no
retienen agua?»
II. Benigna respuesta de Dios a esta quejumbrosa oración de Jeremías (vv. 19–21).
1. Lo que Dios requiere de él. Dios le va a proteger, pero:
(A) Él ha de abandonar su mal humor y continuar gozoso su ministerio (v. 19): «Si
te vuelves—dice Jehová—, yo te restauraré y delante de mí estarás: si te arrepientes de
esos malos sentimientos que has expresado, gozarás de mi favor y continuarás tu
ministerio en presencia de mí». Sólo así podrá Jeremías ver las cosas en la misma
perspectiva en que Dios las ve.
(B) Ha de resolver ser fiel en su obra. Aunque no había motivo para acusar a
Jeremías de infidelidad, y Dios sabía que el corazón del profeta era sincero, era
conveniente darle este aviso: «Si entresacas (v. 19b) lo precioso de lo vil, los buenos
pensamientos acerca de mi carácter de entre esas sospechas que has abrigado
(interpretación más probable), serás como mi boca, esto es, serás mi portavoz».
(C) En su trato con los demás, ha de procurar no descender al nivel de ellos, sino
hacer que ellos se eleven al nivel de él, que es el nivel espiritual que Dios desea (v.
19c): «Que se vuelvan ellos a ti, y tú no te vuelvas a ellos».
2. Lo que Dios le promete. Si él se porta fielmente:
(A) Dios le tranquilizará la mente y pacificará el presente tumulto de su espíritu: «Si
te vuelves, yo te restauraré» (v. 19, comp. con Sal. 23:3).
(B) Dios le empleará en Su servicio como profeta: «y delante de mí estarás, para
recibir de mi instrucciones y órdenes, como un criado de su amo, y serás como mi boca
para dar mensajes al pueblo, como un embajador es la boca del príncipe que le envía».
(C) Tendrá fuerza y valor para afrontar las muchas dificultades que halla en su
trabajo, y su ánimo no decaerá como al presente (v. 20): «Y te pondré en este pueblo por
muro fortificado de bronce, al que, por mucho que las tempestades lo batan, no lo
pueden sacudir. No te rebajes al nivel de ellos mediante complacencias pecaminosas, y
confía entonces en que tu Dios te armará, por medio de Su gracia, con santas
resoluciones. No cobardees y Dios te hará atrevido». Se había quejado antes de que
había nacido como hombre de contienda. «Tienes que esperar serlo—le dice Dios—;
pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti».
(D) Tendrá en Dios a un poderoso Libertador (v. 20, al final): «Porque yo estoy
contigo para guardarte y para librarte, dice Jehová». Quienes tienen consigo a Dios,
tienen consigo un Salvador que posee sabiduría y poder suficientes para habérselas con
el más formidable enemigo (v. 21). Hay muchas cosas que se presentan muy
atemorizadoras, pero no resultan en modo alguno dañosas para una persona piadosa.
CAPÍTULO 16
I. La gravedad de la desgracia que se cernía sobre la nación judía es puesta de
relieve por las órdenes que da Dios al profeta de no formar un hogar (vv. 1–4), de no
participar en las manifestaciones de duelo de otras familias (vv. 5–7) y de no participar
tampoco en las manifestaciones de regocijo (vv. 8, 9). II. Dios queda justificado en estas
severas medidas de separación del ambiente en virtud de la gran perversidad reinante
(vv. 10–13). III. Se ofrece una insinuación de que Dios tiene en reserva misericordia
(vv. 14, 15). IV. Se dan algunas esperanzas de que el castigo del pecado pueda llevar a
la reforma de los pecadores (vv. 16–21).
Versículos 1–9
El profeta sirve aquí de señal al pueblo. Ellos no hacían caso de lo que Jeremías
decía; veamos si hacen caso de lo que hace. Tiene que actuar como es propio de quien
espera ver en ruinas su país muy en breve. Ya lo había predicho, pero tiene que mostrar
que está plenamente convencido de que es verdad, al obedecer a la orden de que no se
case y de que no asista a manifestaciones públicas de duelo ni de jolgorio.
1. Jeremías no se debe casar ni pensar en formar un hogar (v. 2). Los judíos
estimaban en mucho los casamientos tempranos y la prole numerosa. Pero Jeremías
debe quedarse soltero. Por aquí se ve que esto sólo era aconsejable en casos de
calamidad especial y de agobio inminente (1 Co. 7:26), y esto mismo es parte de esa
calamidad. En tales circunstancias, los profetas, y otros ministros del Señor, hacen bien
en librarse de quedar abrumados con aquello que, cuanto más querido les es, tanto
mayor pesar, temor y preocupación les ha de causar. El motivo que aquí se da es que
padres y madres, hijos e hijas, morirán de dolorosas enfermedades (vv. 3, 4). Y
precisamente los que tengan mujer e hijos son los que menos podrán escapar de esas
muertes. La muerte de cada hijo, y en tan lúgubres circunstancias, será como una nueva
muerte para su progenitor. Mejor es no tener hijos que tenerlos para sacarlos a la
matanza (Os. 9:13). Los muertos serán tantos que no habrá tiempo para hacerles duelo
ni aun para enterrarlos (v. 4), por lo que servirán de pasto a buitres y fieras.
2. Jeremías no debe acudir a hacer duelo en casas de vecinos o parientes (v. 5).
Solían hacerse grandes señales de lamentación en tales casos, hasta llegar a hacerse
incisiones y raparse los cabellos por ellos (v. 6), a pesar de estar prohibido por la ley
(Dt. 14:1). Solían ir a consolarlos de sus muertos (v. 7), como hicieron los judíos con
Marta y María; y una señal amistosa era darles a beber vaso de consolaciones, «una
copa especial de vino que estaba destinada a ser bebida por el que estaba de luto»
(Freedman). La razón principal de esta prohibición es que las muertes serán tantas a un
mismo tiempo, que no habrá lugar, ni ánimo ni tiempo para todas las ceremonias
acostumbradas en casos de muerte. Todos tienen que ser lamentadores, no consoladores,
«porque (v. 5b) yo he quitado mi paz de este pueblo, dice Jehová, mi misericordia y mi
compasión». Cualquiera sea la medida de paz de que disfrutemos, ha de ser la paz de
Dios; es un don suyo y, si Él da reposo, ¿quién podrá causar molestia? Pero, si no
hacemos buen uso de su paz, puede quitarla y lo hará; entonces, ¡adiós a todo bien!
Todo es inútil cuando Dios retira de nosotros su afecto y sus favores.
3. Tampoco debe ir Jeremías a la casa del regocijo, donde se come y se bebe con
alegría (v. 8). Dios se manifestaba poderosamente con Sus juicios, y era tiempo de
humillarse, no de regocijarse. En esto también los ministros de Dios han de servir de
ejemplo a los demás. Sus amigos se asombrarán de que no vaya con ellos al banquete,
pero con esto verán que todas esas fiestas van a tener fin rápidamente (v. 9): «Porque
así dice Jehová de las huestes, Dios de Israel: He aquí que yo haré cesar en este lugar,
delante de vuestros ojos y en vuestros días, esto es, en vuestra presencia y durante
vuestra vida, toda voz de gozo, etc.». Esto había de acontecer en este lugar, es decir, en
Jerusalén, otrora ciudad alegre y que pensaba tener garantizadas para siempre sus
alegrías. Con sus iniquidades e idolatrías, ellos habían hecho cesar la voz de la alabanza
y, por eso, justamente hacía Dios cesar toda voz de gozo y toda voz de alegría. La voz
de los profetas de Dios no era escuchada entre ellos; tampoco se escuchará toda voz de
esposo y toda voz de esposa, es decir, las aclamaciones y los cánticos que engalanaban
los festejos nupciales (comp. con 7:34).
Versículos 10–13
Los motivos por los que Dios traía sobre ellos estas calamidades.
1. Ellos se negaban a reconocer su pecado (v. 10b): «¿Qué maldad es la nuestra, o
qué pecado es el nuestro, etc.? ¿Qué crimen hemos cometido que merezca un castigo
tan tremendo?» En lugar de humillarse y condenarse a sí mismos, tratan de justificarse e
insinúan que Dios es injusto al pronunciar contra ellos esta sentencia. ¿Y le preguntan al
profeta por qué está Dios tan enojado con ellos? El Dios justo nunca se enoja sin causa,
sin buena causa. Pero Jeremías tiene que decirles cuál es, en particular, la causa, a fin de
que se humillen o, al menos, para que Dios sea justificado.
2. La causa era que (v. 12) se habían portado peor que sus antepasados, los cuales ya
habían apostatado de Dios (v. 11): «Entonces les dirás: Porque vuestros padres me
dejaron, dice Jehová, y anduvieron en pos de dioses ajenos, cuyo culto era más alegre y
pomposo y, gustándoles la variedad y la novedad, les sirvieron y ante ellos se
postraron»; y éste era el pecado que Dios había dicho, en el segundo mandamiento del
Decálogo, que había de visitar sobre sus hijos, quienes observaban estas costumbres
idólatras. Pero ellos se habían obstinado tercamente (v. 12) en el mismo pecado: «y
vosotros habéis hecho peor que vuestros padres; porque he aquí que camináis cada uno
tras la terquedad de su malvado corazón, no escuchándome a mí». Si ellos hubieran
hecho buen uso de la longanimidad de Dios con sus padres, de forma que la paciencia
de Dios les hubiese conducido al arrepentimiento, se habría podido evitar el castigo y
Dios les habría concedido el perdón.
3. Al ser así las cosas, no es de extrañar que Dios haya tomado esta resolución (v.
3): «Por tanto, yo os arrojaré de esta tierra, de este país de luz, de este valle de visión,
a una tierra lejana, a una tierra que ni vosotros ni vuestros padres habéis conocido».
Dos cosas habían de hacer más miserable la situación de ellos, y las dos afectaban al
alma: (A) «Es una felicidad para el alma el estar empleados en el servicio de Dios; pero
allí serviréis a dioses ajenos de día y de noche», quizás obligados por vuestros crueles
capataces a hacerlo; y cuando se os fuerce a servir a los ídolos, sentiréis de tal culto
tantas náuseas como afición sentíais antes cuando os lo prohibían vuestros piadosos
reyes. (B) «Es también una felicidad para el alma tener algunas señales de la benignidad
de Dios, pero vosotros iréis a una tierra extraña donde no os mostraré clemencia.»
Versículos 14–21
En estos versículos hay una mezcla de misericordia y juicio, y algunos apuntan
hacia un futuro lejano.
1. Dios ejecutará sobre ellos, con toda certeza, Su juicio por sus idolatrías.
(A) El decreto ha sido promulgado. Dios ve todos sus pecados (v. 17). Su
omnisciencia los deja convictos. Su justicia los condena (v. 18): «Pagaré al doble, esto
es, en gran medida (comp. con Is. 40:2), su iniquidad y su pecado». El pecado por el
cual Dios contiende con ellos es «porque contaminaron mi tierra», la tierra de Jehová,
con sus idolatrías: «con los cadáveres de sus ídolos y de sus abominaciones llenaron mi
heredad». Los ídolos son figuras de madera, metal o piedra; por tanto, no pueden tener
vida; pero aquí se les llama cadáveres para dar a entender que los ídolos contaminan
como los cadáveres.
(B) Dios hará surgir instrumentos de Su ira, los cuales sacarán de su tierra a los
israelitas por mucho que se escondan (v. 16), por lo que llama al ejército caldeo
pescadores y cazadores, hábiles en sacar de sus escondrijos a la gente.
(C) Su esclavitud en Babilonia será más pesada que la de Egipto, sus capataces
serán más crueles y sus vidas serán más amargas. Esto va implícito en la promesa (vv.
14, 15) de que su liberación de Babilonia será mejor acogida por ellos que la de Egipto.
La esclavitud en Egipto cayó sobre ellos gradualmente; la de Babilonia caerá de un
golpe y con todas las circunstancias que agravan el terror. En Egipto llegaron a disfrutar
de un Gosen propio, pero en Babilonia no tendrán tal cosa. En Egipto eran empleados
como siervos útiles; en Babilonia, como cautivos aborrecidos.
(D) Estos juicios de Dios tienen su voz. Cuando Dios castiga, enseña. Por medio de
esta vara, Dios contiende con ellos del modo siguiente (v. 20): «¿Hará acaso el hombre
dioses para sí? Mas ellos no son dioses». Como se ve, M. Henry interpreta estas frases
como dichas por Dios. Pero es más probable, al seguir la línea del contexto anterior, que
sean una «continuación de la confesión de las naciones» (Kimchi, citado por Freedman).
2. A pesar de este severo juicio, Dios tiene para Israel grandes reservas de
misericordia. Con aire de extrema severidad, ha dicho (v. 13) que los ha de arrojar de
Palestina; pero, a continuación, vienen frases de consuelo.
(A) «No obstante (v. 14), he aquí vienen días (frase que, como en otros lugares,
tiene tono escatológico) en que la misma mano que dispersó a los israelitas por tierras
extrañas los reunirá de nuevo en su tierra, «la cual—dice (v. 15, al final)—di a sus
padres».
(B) La liberación de Israel de la tierra de Egipto fue hecha con fuerza y poder, pero
la del país de Babilonia se obtuvo con el Espíritu de Jehová de las huestes (Zac. 4:6).
En la liberación de Babilonia hubo mayor dosis de misericordia perdonadora, porque la
cautividad de Babilonia tenía también mayor dosis de castigo del pecado que su
esclavitud en Egipto.
(C) La liberación de la cautividad de Babilonia irá acompañada de una bendita
reforma, pues volverán curados de su inclinación a la idolatría. Habían contaminado la
tierra con sus abominaciones (v. 13). Pero, después de haber sido castigados
severamente por ello, vendrán y se postrarán humildemente ante su Dios.
(D) Los versículos 14 y 15 forman un paréntesis escatológico después del versículo
13. Después de los versículos 14 y 15 vuelve (vv. 16–18) la línea de castigo, para llegar
en los versículos 19–21 (al empalmar con el v. 15) a una culminación escatológica en
que el profeta avizora el porvenir hasta contemplar el día en que las naciones (v. 19)
vendrán al verdadero Dios desde los extremos de la tierra. Dice Freedman: «Es digno
de notarse que el profeta concibió esta conversión como un acto espontáneo, no debido
a compulsión, ni siquiera a persuasión».
(E) El profeta se consuela con esta perspectiva y prorrumpe en estas exclamaciones
de gozo (v. 19a): «Oh Jehová, mi fuerza y mi fortaleza (baluarte), ahora me siento
cómodo y satisfecho, pues me has hecho ver una situación futura en que multitudes de
gentiles vendrán a ti desde los extremos de la tierra, confesarán sus pasados pecados y
te darán gloria (vv. 19b 20). Tenemos, pues, aquí «conversión de los gentiles a la
religión de Jehová, al Mesías-Cristo en concreto (Ro. 11:25–31), cansados de los dioses
de sus padres, que sólo son mentira, vanidad y, como tales, inútiles» (Asensio).
(F) Todos ellos darán, por esto, alabanza y honor a Dios, pues han llegado a conocer
Su nombre por lo que han venido a conocer de Su mano (v. 21). Solamente la poderosa
mano de la gracia de Dios puede hacer que conozcamos rectamente el nombre de Dios
conforme nos es revelado en Su Palabra y experimentado en nuestra vida.
CAPÍTULO 17
5
I. Dios convence a Judá del pecado de idolatría y le condena por él al destierro y al
cautiverio (vv. 1–4). II. Les muestra la necedad de poner la confianza en lo que no tiene
poder para salvar (vv. 5–11). III. El profeta apela a Dios con ocasión de las
maquinaciones de sus enemigos contra él y se encomienda a la protección divina,
mientras ruega a Dios que se manifieste a favor de él (vv. 12–18). IV. Dios por medio
del profeta, amonesta Dios al pueblo a que santifiquen el día del sábado, asegurándoles
que, si lo hacen así, se alargarán los días de su tranquilidad (vv. 19–27).
Versículos 1–4
5
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.837
El pueblo había dicho (16:10): «¿Qué maldad es la nuestra, o qué pecado es el
nuestro?» Aquí tienen la respuesta.
1. El pueblo no puede negar su culpabilidad, porque sus pecados están escritos
delante de Dios con caracteres perfectamente legibles e indelebles (vv. 1, 2, comp. con
Dt. 32:34). Más que escritos, están esculpidos con cincel de hierro, «usado para escribir
en la superficie dura de las piedras, etc. (cf. Job 19:24) y con punta de diamante, a causa
de la extrema dureza del corazón de la nación» (Freedman). De este modo,
permanecerán indelebles y no serán borrados mientras no sean perdonados. Para probar
el cargo no hay que ir más lejos que a los cuernos de sus altares, sobre los que había
sido rociada la sangre de sus sacrificios idolátricos. Sus vecinos serán testigos contra
ellos, y sus propios hijos se acuerdan de los altares y de las imágenes de Aserá adonde
sus padres los llevaban consigo cuando eran pequeños (v. 2). La inclinación hacia sus
ídolos es tan fuerte como siempre y ni la Palabra de Dios ni la vara de Dios les hacen
rebajar su afecto a dichos ídolos. El hebreo (difícil) del v. 2 admite también esta otra
traducción que siguen algunas versiones, después de los famosos rabinos Rashi y
Kimchi: «Como recuerdan a sus hijos, así recuerdan a sus altares». Asensio adopta una
tercera lectura y traduce: «como recordando a sus hijos sus altares», pero esta versión
me parece—nota del traductor—gramaticalmente incorrecta porque, en tal caso, el
verbo hebreo zekor debería estar en forma causativa (Hiphil).
2. Una vez aprobado el sumario de cargos, se dicta el veredicto y se ratifica la
sentencia (vv. 3, 4). Sus tesoros pasarán a manos de extraños. Jerusalén es el monte de
Dios en el campo; fue edificada sobre un collado en medio de una planicie. Dios dará al
pillaje todos los tesoros de esa opulenta ciudad. Toda la tierra santa era monte de Dios
(Dt. 11:11; Sal. 78:54), y ellos la habían convertido en lugares altos para el pecado (v.
2). Esos lugares altos iban a ser entregados también al pillaje (v. 3) en todo el territorio.
Tendrán que deshacerse (v. 4) de la heredad que Jehová les dio y serán llevados
cautivos a una tierra extraña. El pecado produce una cesación (o interrupción) de
nuestros consuelos y nos priva del disfrute de aquello que Dios nos ha dado. Pero se
insinúa aquí que, si se arrepienten recobrarán sus posesiones. Al presente, les dice Dios
(v. 4, al final), «habéis encendido en mi furor un fuego que para siempre arderá». Al
menos, ardía de tal forma que parecía que nunca se había de apagar.
Versículos 5–11
No todos los sermones del profeta eran proféticos, sino que algunos eran de carácter
práctico. Véase lo que dice:
1. En cuanto a la decepción y al dolor que de cierto sentirán los que, cuando se
hallan en apuros, dependen de criaturas para su éxito y alivio (vv. 5, 6): Maldito (es
decir, miserable) es el varón que obra de ese modo, porque se apoya en una caña rajada.
El pecado que aquí se condena es hacer de la carne nuestro brazo, esto es, poner como
brazo poderoso en que apoyarse, el brazo con que trabajamos y en el que confiamos
tener nuestra protección, carne, esto es, la fragilidad humana. Dios es el brazo de Su
pueblo (Is. 33:3). La gran malignidad que hay en este pecado:
(A) Por este pecado, el corazón se aparta de Jehová (v. 5, al final). El corazón
perverso (v. 9) se aleja, por su incredulidad, del Dios viviente. Los que ponen la
confianza en el hombre se apartan de hecho de Dios, aunque se acerquen a Dios con los
labios. Adherirse a la cisterna es, a fin de cuentas, renunciar a la fuente (2:13) y, en
consecuencia, Dios se resiente de ello.
(B) Por este pecado, el hombre se engaña a sí mismo, porque (v. 6) será como la
retama en el desierto, triste arbusto, producto de un suelo estéril, sin savia, sin utilidad,
sin valor, todos sus consuelos le abandonarán y se marchitará, y será desechado y
pisoteado por todos los que transiten por allí; y no verá cuando viene el bien, pues no
tendrá parte en él; aun en tiempo de lluvia no le llegará la humedad, porque morará en
los sequedales del desierto, en tierra salitrosa y deshabitada donde sus raíces no se
benefician del agua. Así todos los que confían en sí mismos o en otros hombres, en
punto a salvación espiritual, es imposible que prosperen: ni producirán frutos de
servicios aceptables a Dios ni cosecharán frutos de bendiciones saludables venidas de
Dios.
2. En cuanto a la abundante satisfacción de que disfrutan los que ponen en Dios su
confianza, que viven por fe y, en los tiempos de mayor intranquilidad, descansan en el
poder y el amor de Dios (vv. 7, 8). El deber que se nos impone es hacer de Jehová
nuestra confianza; de Su favor, el bien que esperamos; de su poder, la fuerza en que
esperamos.
(A) El que obra así será como el árbol plantado junto a las aguas (v. 8, comp. con
Sal. 1:3), un árbol escogido en el que se ha puesto mucho interés para plantarlo en el
mejor suelo. Como árbol bien plantado, extenderá sus raíces junto a la corriente, de
donde sacará savia abundante. Quienes hacen de Dios su esperanza viven cómodos,
pues disfrutan de continua seguridad y de perfecta serenidad mental.
(B) Un árbol plantado de esta manera no teme la venida del calor, pues le sube tanta
humedad desde las raíces que está suficientemente preservado de la sequía. Su follaje
está siempre frondoso, como árbol de hoja perenne: alegre para sí y hermoso a la vista
de los demás. Y, así como no pierde la hoja, tampoco deja de dar fruto. No tenemos por
qué preocuparnos si se quiebra la cisterna, con tal que tengamos la fuente. Los que
confían en Dios y, por fe, sacan de Él fuerza y gracia, no cesarán de dar fruto (comp.
con Jn. 15:5).
3. En cuanto a la pecaminosidad del corazón humano y la divina inspección con que
es examinado (vv. 9, 10). Es locura confiar en el hombre, porque no sólo es débil, sino
falso y engañoso. Pensamos que confiamos realmente en Dios, cuando no lo estamos,
como se ve por el hecho de que nuestras esperanzas y nuestros temores suben o bajan
conforme las causas segundas nos sonríen o nos fruncen el ceño. Hay en nuestro
corazón maldades que ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta de que están allí
ni sospechamos que las haya en nosotros. El corazón, lo más íntimo del hombre, es, en
el estado de naturaleza caída, engañoso más que todas las cosas. Llama bueno a lo
malo, y malo a lo bueno, y cambia el color real de las cosas. Cuando los hombres dicen
en su corazón que no hay Dios, o que Dios no ve, el corazón les engaña. De cierto que
el caso es grave cuando la conciencia, que debería rectificar los errores de las demás
facultades del hombre, es en sí misma una madre de falsedades y la pionera en toda
clase de engaños. No conocemos nuestro corazón ni de lo que es capaz en un momento
de tentación (David no lo conoció, ni Ezequías ni Pedro). Mucho menos podemos
conocer el corazón de otros ni depender en forma alguna de ellos. Pero Dios ve toda
maldad que anida en el corazón (v. 10) Yo Jehová, escudriño el corazón y pruebo los
riñones. Y, con el juicio que hace en base a este examen, da a cada uno según sus
caminos, según el fruto de sus obras.
4. En cuanto a la maldición pronunciada contra las riquezas mal adquiridas (v. 11):
El que injustamente amontona riquezas, aunque ponga en ellas sus esperanzas, no
disfrutará de ellas; en la mitad de sus días las dejará y al final resultará un insensato
(hebr. nabal, lo mismo que en Sal. 14:1 y otros lugares). El vocablo hebreo no indica
«falta de capacidad intelectual, sino carencia de entendimiento moral e incapacidad para
distinguir entre lo recto y lo malvado» (Freedman). En cambio, los que desean abundar
en gracia son sabios al final (Pr. 19:20), ya que tienen su consuelo en que la muerte les
conduce a una feliz eternidad, mientras que quienes ponen su confianza en las riquezas
se darán cuenta de su necedad cuando sea demasiado tarde. En cuanto al símil de la
perdiz, Freedman advierte que «había en la antigüedad una creencia popular de que la
perdiz incubaba huevos que no eran suyos. Tristram piensa que esto no es verdad y
comenta sobre este versículo: «La perdiz pone gran cantidad de huevos, pero tiene
muchos enemigos—no es el hombre el menos destructivo—que van a la caza de su nido
y le roban los huevos … Lo que el profeta quiere decir es que el hombre que se
enriquece por medios injustos disfrutará muy poco de su mal ganada fortuna, pues la
dejará prematuramente como la perdiz que comienza a incubar, pero le roban
prontamente las esperanzas de tener cría».
Versículos 12–18
El profeta se retira para meditar en privado, a solas con Dios.
1. Reconoce el gran favor de Dios a Su pueblo al establecer entre ellos una religión
revelada y al añadirles dignidad con instituciones divinas (v. 12): «Trono de gloria,
excelso desde el principio, es el lugar de nuestro santuario». El templo de Jerusalén,
donde Dios manifestaba Su presencia especial, donde el pueblo pagaba sus respetos a su
Soberano y adonde se refugiaba en tiempos de apuro, era el lugar del santuario de ellos.
Era trono de santidad, el trono de Dios. Jerusalén es llamada la ciudad del gran Rey, no
sólo del Rey de Israel, sino del Rey de todo el orbe, de forma que se la puede llamar la
ciudad regia del mundo entero. Lo era desde el principio (2 Cr. 2:9). Jeremías lo
menciona aquí para suplicar a Dios que tenga misericordia del país o como agravante
del pecado del pueblo al dejar a Dios, a pesar de que Su trono estaba en medio de ellos.
2. Reconoce la justicia de Dios al abandonar a la ruina a quienes le retiraban la
pleitesía que le debían (v. 13). Le habla a Dios como suscribiendo la equidad de Sus
juicios: «¡Oh Jehová, esperanza de Israel!, de los israelitas que se adhieren a ti, todos
los que te dejan serán avergonzados. Y de ti se apartan los que no escuchan tu palabra
que yo he predicado; y los que a mí se vuelven, a ti se vuelven (15:19, al final); y los
que se apartan de ti serán escritos en el polvo, donde se borrará su memoria, como se
borra todo lo que se escribe en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas
vivas (2:13), a cambio de cisternas agrietadas.
3. Ora a Dios para que le conceda gracia salvífica sanante (v. 14): «Sáname, oh
Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo. Jeremías tenía el espíritu herido con muchas
heridas, pues estaba continuamente expuesto a la malignidad de hombres incapaces de
razonar. Pero sabe que si Dios le sana, no habrá quien le pueda herir; si Dios le salva, no
hay quien le pueda perder; porque tú eres mi alabanza, “en Ti me glorío de que Tú eres
mi Ayudador y me librarás de mis enemigos” (Freedman)».
4. Se queja de la infidelidad y de la atrevida impiedad del pueblo al que dirigía sus
mensajes de parte de Dios. Les había dado fielmente el mensaje de Dios y ¿qué
respuesta tenía que dar, de parte de ellos, al que le había enviado? «He aquí (v. 15) que
ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra de Jehová? ¡Que se cumpla ahora!» (comp. con
Is. 5:19). Se burlaban del profeta y negaban la verdad de lo que él decía: «Si es la
palabra de Jehová lo que nos hablas, ¿dónde está? ¿Por qué no se cumple?» Con esto,
retan al mismo Dios: «¡Que haga el Dios Omnipotente todo el mal que pueda! ¡Que
acontezca todo cuanto dice! ¡Ya nos las arreglaremos! ¡No es tan fiero el león como lo
pintan!» (v. Am. 5:18).
5. Apela a Dios acerca de su fiel desempeño del cometido que le había asignado (v.
16). Él continuaba constante en su trabajo. Su oficio, en lugar de servir para protegerle,
le exponía al menosprecio y a la persecución. «Con todo—dice él—, en cuanto a mí, no
me he apresurado a dejar de ser un pastor en pos de ti (lit.); no he abandonado mi
ministerio». Tal clase de pastor era Jeremías; y, aunque tenía que afrontar tantas
dificultades y desalientos como nadie jamás encontró, no emprendió la huida como
Jonás ni deseó que se le excusase de seguir cumpliendo encargos de Dios. Siempre
conservó su gran afecto hacia el pueblo de Dios. Aunque ellos se portaban muy mal con
él, él tenía compasión de ellos (v. 16b): «Ni deseé día de calamidad, tú lo sabes». El día
en que se cumpliesen sus profecías iba a ser de veras un día aciago en Jerusalén y, por
tanto, él deseaba que nunca llegase. Dios no desea, y, por tanto, sus ministros tampoco
deben desear, la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por otra parte, él
cumplía fielmente las instrucciones que Dios le daba. Aunque le habría sido fácil
ganarse el favor del pueblo, si no hubiese sido tan severo en sus reprensiones, él
resolvió proclamar fielmente su mensaje (v. 16c): «Lo que de mis labios ha salido, fue
manifiesto delante de ti» (lit.).
6. Humildemente ruega a Dios que le reconozca por Suyo, le proteja y le haga
proseguir con alegría en la tarea para la cual tan claramente le llamó. Dos cosas desea
aquí: (A) Que encuentre consuelo en servir al Dios que le envió (v. 17): «No me seas tú
por ruina, esto es, “no permitas que mi lealtad hacia Ti sea la causa de mi ruina”
(Freedman), pues mi refugio eres tú en el día malo, esto es, tú eres el único que puede
protegerme el día en que sobrevenga la calamidad». (B) Que tenga valentía para
comportarse con el pueblo al que ha sido enviado (v. 18). Le perseguían precisamente
los que deberían haberle acogido y animado: «Señor», dice, «avergüéncense los que me
persiguen y no me avergüence yo, esto es, que queden fallidos los planes y las
maquinaciones de ellos y que no deje de cumplirse la palabra que tú me has dado para
comunicarla a ellos; desmayen ellos, al verse impotentes, y no desmaye yo de predicar
al ver sus amenazas; trae sobre ellos, mis perseguidores, el día aciago, y quebrántalos a
ellos con doble (es decir, completo) quebrantamiento, con la esperanza de que los
demás puedan escarmentar en cabeza ajena y de que la completa ruina de ellos pueda
servir para la salvación de algunos».
Versículos 19–27
Estos versículos constituyen un sermón acerca de la santificación del día del sábado.
Es probable que Jeremías lo predicase en los días de Josías, para apoyar la obra de
reforma que el monarca llevaba a cabo. Había de ser predicado primeramente en la
puerta pública (v. 19), «por la cual entran y salen los reyes de Judá, pues ellos eran los
primeros que debían oír y poner en práctica la observancia del sábado antes de hacer
que los súbditos la cumplieran. También ha de ser proclamado (v. 19, al final) en todas
las puertas de Jerusalén; todos deben enterarse, porque es un asunto que concierne a
todos».
1. Cómo había de ser santificado el sábado y cuál es la ley acerca de él (vv. 21, 22):
Habían de descansar de todo trabajo secular. No debían introducir ninguna carga en la
ciudad ni sacar carga de la ciudad, y no habían de hacer trabajo alguno. Lo que entraba
en la ciudad era principalmente lo que se producía en los distritos agrícolas. Lo que salía
de la ciudad, y aun de las casas particulares (v. 22), serían «artículos con los que traficar
por los productos que entraban en la ciudad» (Freedman). «Guardaos por vuestra
vida—dice Jehová (v. 21)—…, pues arriesgáis la vida (hebr. néphesh = alma, vida o
persona) si le robáis a Dios parte del tiempo que Él reservó para sí. No es una nueva
imposición, pues es algo que mandó a vuestros padres (v. 22, al final). En efecto, a ellos
les mandó santificar el sábado, y así debéis hacer vosotros, consagrarlo al honor de
Dios, y emplearlo en el servicio y la adoración de Dios. Los negocios del mundo deben
dejarse a un lado, a fin de que toda nuestra persona esté concentrada en esta obra de
santificación del sábado».
2. Cómo había sido profanado el sábado (v. 23): «A vuestros padres se les ordenó
santificar el sábado, pero ellos no atendieron ni inclinaron su oído para escuchar y
obedecer, sino que endurecieron su cerviz para no oír (frases que hemos visto en 7:26)
ni recibir corrección». Como en otras materias, también en ésta se habían obstinado en
la desobediencia.
3. Qué bendiciones tenía Dios en reserva para ellos si hubiesen tomado conciencia
del deber que tenían de santificar el sábado (vv. 24–26): (A) La corte habría florecido:
Los reyes y príncipes entrarían y saldrían con gran pompa. (B) La ciudad florecería
también, pues sería habitada para siempre; no sería despoblada ni destruida, según
estaba amenazada. (C) El país prosperaría, pues (v. 26) las ciudades de Judá, las de
Benjamín al norte de Judá, la Sefelá (esto es, la llanura u hondonada) que se extendía al
oeste de Judá, la región montañosa al sur de Jerusalén, y el Négueb (es decir, el sur del
país) habrían de estar bien poblados, y abundarían en todo y vivirían en paz. (D) El
culto del templo también prosperaría, pues los habitantes llevarían allá abundantes
sacrificios de la gran abundancia que poseerían en paz con sus vecinos y en paz con su
conciencia. De veras prospera un pueblo cuando en él florece la verdadera religión; y
ésta suele florecer donde se santifica el sábado.
4. Los castigos que han de temer que les sobrevengan si persisten en la profanación
del sábado (v. 27): «Pero si no me escucháis en esta materia de tener cerradas las
puertas en días de sábado, de forma que nada se introduzca ni se saque en ese día, sabed
que yo prenderé fuego a sus puertas (de Jerusalén)». Justamente serán quemadas las
puertas que no se han usado como debían, pues debieron estar cerradas al pecado y
abiertas al cumplimiento del deber.
CAPÍTULO 18
I. Los caminos de Dios en el modo de tratar a naciones y reinos (vv. 1–6). Si les
amenaza con ruina, pero ellos se arrepienten, Él se volverá a ellos en Su misericordia y,
entonces, solamente el pecado podrá impedir la continuación de Sus favores (vv. 7–10).
II. Una demostración particular de la insensatez de los hombres de Judá y de Jerusalén
al apartarse de su Dios para seguir a los ídolos (vv. 11–17). III. Jeremías se queja ante
Dios de la vil ingratitud y perversa maldad de sus enemigos y ora contra ellos (vv. 18–
23).
Versículos 1–10
El profeta es enviado aquí (v. 2) a casa del alfarero, no a pronunciar un sermón,
sino a preparar un sermón o, más bien, a recibirlo ya listo para ser predicado: «Vete a
casa del alfarero, observa cómo trabaja, y allí te haré oír, con silenciosos susurros, mis
palabras. Allí recibirás un mensaje para que vayas a predicarlo al pueblo». Fue, pues, el
profeta a casa del alfarero (v. 3) y se fijó en la forma como él trabajaba sobre las dos
ruedas (lit. sobre las dos piedras) «que, al girar una sobre la otra, formaban la “rueda” o
máquina de su profesión manual» (Asensio). Y cuando el puñado de barro que había
resuelto formarlo de una figura u otra resultaba demasiado duro, o era demasiado
pequeño o tenía alguna piedra y «se echaba a perder en su mano, volvía a tomar otro
puñado y hacer otra vasija, según le parecía mejor hacerla». Los ministros de Dios
harán buen uso de los negocios y asuntos de esta vida si aprenden de ellos a hablar al
pueblo más llana y familiarmente de las cosas de Dios y exponer las comparaciones de
la Escritura. Mientras Jeremías observa con toda diligencia la obra del alfarero Dios le
fija en la mente estas dos grandes verdades que él debe predicar a la casa de Israel:
1. Que Dios tiene incontestable autoridad, así como irresistible poder para formar y
modelar reinos y naciones como le place para que sirvan a Sus intereses (v. 6): «¿No
podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová». Dios
tiene sobre nosotros un título de propiedad más claro que el del alfarero sobre el barro;
porque el alfarero solamente le da forma al barro, mientras que nosotros hemos recibido
de Dios tanto la materia como la forma. Esto da a entender que Dios tiene sobre
nosotros absoluta soberanía y que sería tan absurdo poner esto en tela de juicio como
para el barro contender con el alfarero. A Dios le es muy fácil hacer de nosotros el uso
que le place. Una vuelta de la mano, una vuelta de la rueda, altera completamente la
figura del barro, hace de él una vasija, la deshace, la vuelve a hacer. Así están nuestros
tiempos en las manos de Dios (Sal. 31:15). Aquí se habla de naciones (comp. con 12:23;
34:29; Sal. 107:33, etc.). Si la vasija del alfarero se estropea para algún uso, podrá servir
para otro; los que no quieran ser monumentos de misericordia, serán monumentos de
justicia. Dios nos formó del barro (Gn. 2:7; Job 33:6) y todavía somos como barro en
sus manos (Is. 64:8).
2. Que en el ejercicio de esta autoridad y de este poder Dios se guía por normas fijas
de equidad y bondad. Dispensa sus favores de modo soberanamente libre, pero nunca
castiga con poder arbitrario. En los castigos, podemos estar seguros de que eso se debe a
nuestros pecados; un arrepentimiento a escala nacional puede detener el avance de esos
juicios (vv. 7, 8): Si Dios habla, con respecto a una nación (no «pueblo»), de arrancar
los vallados que la protegen, los frutales que la enriquecen y las fortificaciones que la
defienden, y destruirla de ese modo—como se destruye una viña o una ciudad—, en
este caso, si esa nación (v. 8) se arrepiente de sus pecados y se reforman las vidas, si
cada uno se vuelve de su maldad y se pone en camino hacia Dios de nuevo, también
Dios se volverá hacía ellos en misericordia. Es verdad indudable que una sincera
conversión del mal del pecado será una prevención efectiva del mal del castigo; y Dios
puede levantar de sus ruinas a un pueblo arrepentido, con mayor facilidad que la del
alfarero para hacer nueva una vasija que se le había echado a perder en la mano.
Cuando Dios viene a nosotros por vías de misericordia, si se hace alguna parada en el
avance de esa misericordia, sólo al pecado se debe esa detención (vv. 9, 10). El pecado
es el gran perturbador de las relaciones entre Dios y el hombre, ya se trate de un
particular o de una nación, pues hace perder el beneficio de Sus promesas y echa a
perder el buen resultado de las oraciones de ellos, pues inflige la derrota a las mejores
intenciones de Dios con respecto a ellos (Os. 7:1).
Versículos 11–17
Aplicación a los judíos de las verdades generales expuestas en la primera parte del
capítulo.
1. «Anda y diles (habla Dios): He aquí que yo tramo el mal contra vosotros y trazo
contra vosotros maquinación. La Providencia en todas sus operaciones está claramente
actuando para vuestra ruina.»
2. Pero aún les invita al arrepentimiento y a la reforma de vida, para impedir así que
tales males se lleven a cabo contra ellos (v. 11c): «Conviértase ahora cada uno de su
mal camino, y enmiende sus caminos y sus obras, a fin de que Dios se vuelva del mal
que ha resuelto haceros y para que la providencia que parecía moldeada contra vosotros
como una vasija en la rueda sea arrojada inmediatamente para adquirir una nueva figura
y os sea favorable el resultado».
3. Prevé la obstinación de ellos, que llega hasta una perversa negativa (v. 12): «Y
dijeron. Es en vano, inútil, sin remedio ni esperanza de liberación, pues estamos
resueltos a ir en pos de nuestras propias maquinaciones». Es poco probable que estas
expresiones saliesen de los labios de ellos, sino que Jeremías pone en palabras lo que
hay en el corazón de esos malvados. Vienen a decir: «Más le vale a Jeremías callarse,
pues no le vamos a hacer ningún caso y haremos lo que nos venga en gana». Piensan
que de ese modo son libres, cuando servir a las propias pasiones es la peor de las
esclavitudes.
4. Les echa en cara la monstruosa insensatez de su obstinación y del odio que tienen
a ser reformados (v. 13): «Preguntad ahora entre los gentiles, los que no tienen el
beneficio de la revelación divina, sin oráculos, sin profetas, sin promesas: ¿Quién ha
oído cosa semejante? Los ninivitas, ante un mensaje de destrucción, se apartaron de sus
malos caminos, pero la virgen de Israel se obstina en la impenitencia, digan lo que
digan la Providencia y la conciencia, y así hace una gran fealdad. Debería haberse
conservado casta y pura para su Esposo, pero se ha enajenado de Él y rehúsa volverse a
Él. La impenitencia deliberada es el peor suicidio, y eso es gran fealdad o, mejor, una
cosa muy horrible».
5. Les muestra su insensatez en dos cosas:
(A) En la naturaleza del pecado mismo: abandonaron a Dios para irse en pos de los
ídolos (vv. 14, 15). El versículo 14 es difícil de interpretar. La interpretación más
probable es que «la Naturaleza sigue su curso sin cambiar, mientras que la nación ha
cambiado su curso contra naturaleza» (Freedman). Este mismo autor añade que «los
comentaristas judíos interpretan de modo diferente este versículo: ¿Abandonará uno el
agua pura que desciende de una roca del campo, desde las nieves derretidas (en favor de
las turbias aguas), o habrá de abandonarse el agua que corre clara, por aguas
corrompidas y estancadas?» Ésta es la interpretación que sostiene también M. Henry.
Una cosa es la versión del versículo, y otra su empalme con el versículo 15.
(a) En cuanto a la versión, el versículo 14 dice así literalmente en el texto
masorético actual: «¿Acaso falta de la roca del campo la nieve del Líbano, o son
arrancadas las aguas extrañas, frías, corrientes?» Ante la oscuridad de algunos
vocablos, Ehrlich-Streane proponen la siguiente paráfrasis: «¿Acaso el agua fría como
el hielo (lit. nieve) del Líbano faltará (de descender) entre (lit. desde) las rocas al valle
(lit. campo)? ¿Acaso desaparece el agua que se filtra por entre las rocas, viniendo de
regiones desconocidas (lit. extrañas) y frías (libre así de mucha evaporación)?»
(b) En cuanto al empalme con el versículo 15, en nada afecta a la conexión la
versión (de entre las dos propuestas anteriormente) que se escoja, pues ya se enfatice el
inmutable curso de la naturaleza o la insensatez del viajero que abandona el agua clara,
fresca, corriente, por las aguas turbias y corrompidas de un estanque, la comparación
está clara en el versículo 15: Israel, contra naturaleza, se ha olvidado de su Dios, fuente
de aguas vivas, y se ha ido en pos de los ídolos, incensando a lo que es vanidad, y esos
mismos ídolos (o ellos mismos—el sujeto no está claro) les han hecho tropezar en los
caminos antiguos (comp. con 6:16) y desviarse por sendas malas, no transitadas antes.
(B) En las dañosas consecuencias del pecado, el cual tendía de modo directo (vv. 16,
17) a dejar desolada la tierra, y hechos unos miserables los obstinados en el pecado.
«Todo aquel que pase por ella (v. 16b) se quedará atónito y meneará la cabeza en señal
del tremendo asombro que le habrá causado una situación de ruina donde menos podía
esperarse. Como con viento solano (v. 17), violento y abrasador (comp. 13:24), los
esparciré acobardados e impotentes delante del enemigo. Y, lo peor de todo, les
mostraré las espaldas y no el rostro, en el día de su perdición». Nuestras desdichas
pueden ser soportadas fácilmente si Dios nos mira de frente y nos sonríe, pero si nos
vuelve la espalda, y muestra así que está disgustado con nosotros, y nos deja de su
mano, estamos perdidos.
Versículos 18–23
El profeta introduce aquí sus asuntos personales para nuestra instrucción.
I. Los métodos comunes de los perseguidores, los enemigos de Jeremías (v. 18).
1. Juntan sus cabezas para consultar sobre lo que deberían hacer contra él, tanto para
vengarse de él por lo que lleva dicho hasta ahora, como para taparle la boca para el
porvenir: «Y dijeron: Venid y maquinemos contra Jeremías, no sólo contra su persona,
sino contra las palabras que profiere contra nosotros».
2. En esto, presumían de un gran celo por la religión, la cual, según ellos parecen
insinuar, estaba en peligro si a Jeremías se le consentía seguir predicando como lo
hacía: «Venid y silenciémosle, porque la ley no faltará al sacerdote, etc.» (comp. con
Mal. 2:6: «la ley de la verdad estuvo en su boca»). Parecen decir: «En la boca de ellos
buscaremos la verdad; la administración de las ordenanzas de acuerdo con la ley está en
manos de ellos, y ninguna de las dos cosas les serán arrebatadas». Dos cosas dan a
entender:
(A) Que Jeremías no podía ser verdadero profeta, sino un impostor, porque no había
sido comisionado por los sacerdotes ni estaba de acuerdo con los demás profetas. (B)
Que el contenido de sus profecías no podía proceder de Dios, porque iba algunas veces
contra los profetas y los sacerdotes (v. 5:31), engañaba al pueblo (v. 14:14) y decía que
sacerdotes y profetas quedarían estupefactos (v. 9), que practicaban todos ellos el fraude
(8:10, al final) y que llegarían a estar intoxicados (13:13).
3. Acuerdan hacer todo lo posible para destruir su reputación (v. 18c): «Venid e
hirámoslo con la lengua».
4. Para dar ejemplo a los demás, resuelven no tener en cuenta nada de lo que él diga
(v. 18, al final): «Y no atendamos a ninguna de sus palabras, porque son palabras suyas,
no palabras de Dios».
5. Para silenciarlo bien de una vez, resuelven darle muerte (v. 23): «Pero tú, oh
Jehová—dice Jeremías—, conoces todo su plan contra mí para matarme».
II. El alivio, también común, de los perseguidos. Podemos ver esto en el
procedimiento que usó Jeremías, dándonos ejemplo: Inmediatamente acudió a su Dios
en oración.
1. Pone su persona y su causa en las manos de Dios (v. 19). Ellos no querían prestar
atención a ninguna palabra que él dijera, ni hacer caso a ninguna de sus quejas ni tomar
nota de sus pesares; pero: «Oh Jehová, dice, préstame atención y escucha la voz de los
que contienden conmigo (lit.). Mira cómo gritan contra mí, cuán falso y perverso es
todo lo que dicen. ¡Sean juzgados por su propia boca y haz que sus lenguas caigan sobre
ellos!»
2. Se queja de la vil ingratitud de ellos hacia él (v. 20): «¿Es que se paga mal por
bien y queda sin castigo? ¿No me recompensarás tú con bien por ese mal? Mira que han
cavado un hoyo a mi alma, a mi vida, de un modo cobarde; cavaron (v. 22) un hoyo
para prenderme, y a mis pies han escondido lazos» (comp. con Sal. 119:85). El bien
que él les había hecho es muy grande (v. 20b): «Acuérdate que me puse delante de ti
para hablar el bien por ellos, para apartar de ellos tu ira». Había intercedido por ellos
delante de Dios. Pero no es extraño que quienes se han olvidado de Dios no se percaten
de quiénes son sus mejores amigos. Esto le daba mucho pesar, como en otro tiempo a
David (Sal. 35:13; 109:4: «En pago de mi amor me han sido adversarios»). Así tratan
los pecadores al Gran Intercesor, crucificándole de nuevo y hablando contra Él en la
tierra, mientras Su sangre habla a favor de ellos en el cielo. Jeremías tenía el consuelo
de que, aun cuando ellos hablaban de él con tanto desprecio, tenía el testimonio de su
conciencia de que había cumplido con su deber hacia ellos.
3. Invoca los juicios de Dios contra ellos en una tremenda imprecación (vv. 21–23).
Asensio la llama «petición de castigo inexorable en un estilo durísimo en sí y de frente
al estilo del Nuevo Testamento». M. Henry trata de excusarle y dice que «no lo hace
llevado de una disposición vengativa, sino por indignación contra la maldad de ellos».
Pide aquí: (A) Que sus familias se mueran de hambre por falta de pan. (B) Que sean
cortadas por el poder de la espada en la guerra. (C) Que los terrores y desolaciones de
la guerra caigan sobre ellos súbitamente y por sorpresa, para que así el castigo
corresponda al pecado de ellos (v. 22). (D) Que Dios les trate conforme a la gravedad de
su pecado, el cual no tenía excusa. (E) Que la ira de Dios contra ellos les ocasione la
ruina (v. 23b). Ahora bien, esto no fue escrito para que lo imitemos. Jeremías era
profeta y, al impulso del espíritu de profecía, y con la previsión de la ruina que con toda
certeza iba a sobrevenir a sus perseguidores, pudo proferir en sus oraciones expresiones
que nosotros no debemos proferir, pues nuestro Maestro nos enseñó, con su precepto y
con su ejemplo, a bendecir a los que nos maldicen, a hacer bien a los que nos
aborrecen y a orar por los que nos ultrajan y nos persiguen (Mt. 5:44).
CAPÍTULO 19
6
El mismo tema melancólico del capítulo precedente es también el del presente: la
inminente ruina de Judá y de Jerusalén a causa de sus pecados. I. El profeta tiene que
poner plásticamente ante los ojos del pueblo sus pecados (vv. 4, 5). II. Tiene que
describir los particulares castigos que se cernían sobre ellos (vv. 6–9). III. Tiene que
hacer esto en el valle del Tófet con gran solemnidad (vv. 2, 3). IV. Tiene que convocar a
un grupo de ancianos para que sean testigos de esto (v. 1). V. Tiene que confirmar esto
mediante una señal, que será la rotura de una vasija de barro, con lo que dará a entender
que habían de ser despedazados como una vasija de alfarero (vv. 10–13). VI. Después
de hacer esto, lo ratificó en el atrio del templo (vv. 14, 15).
Versículos 1–9
El profeta es enviado ahora con un mensaje que ya había predicado con frecuencia.
1. Tiene que tomar del Estado y de la «Iglesia», de los encianos del pueblo y de los
ancianos de los sacerdotes (v. 1) algunos que sean auditores y testigos de lo que él va a
decir y hacer. Aunque la casi totalidad de los ancianos le eran desafectos, es probable
que hubiese algunos que le considerasen como a verdadero profeta de Dios y estuvieran
dispuestos a pagar este respeto a la visión celestial.
2. Tiene que ir al valle del hijo de Hinom y proclamar allí este mensaje, porque la
palabra de Dios no está atada a un lugar; tan bueno puede ser un sermón predicado en
el valle del Tófet como si se predica en el atrio del templo. Cristo predicó en un monte y
en una barca. Este sermón tiene que predicarse en el valle del hijo de Hinom: (A)
Porque allí habían sido culpables de la más vil idolatría: sacrificar a Moloc sus hijos. La
vista misma del lugar podía servir para llevarles a la memoria tal crimen. (B) Porque allí
habían de sufrir su más terrible calamidad; y, puesto que aquello era el vertedero común
de la ciudad, podrán ver el miserable espectáculo que ofrecerá esta magnífica ciudad
cuando toda ella sea como el valle del Tófet. Nótese (v. 2, al final) que dice Dios: «y
proclamarás allí las palabras que yo te hablaré» cuando hayas llegado allá. Con
frecuencia, los mensajes de Dios no eran revelados a los profetas antes de que
estuvieran a punto de comunicarlos.
3. Tiene que comunicar a todos la noticia de una ruina general que va a venir en
breve sobre Judá y Jerusalén (v. 3): «Oíd la palabra de Jehová, por terrible que sea».
Tanto los gobernantes como los súbditos habrán de oírla; los reyes de Judá (comp. con
17:20), el rey y sus hijos, tienen que escuchar la palabra del Rey de reyes, que está muy
por encima de todos, por altos que estén. También los moradores de Jerusalén han de
oír lo que Dios tiene que decirles. Tanto los príncipes como el pueblo han contribuido al
pecado nacional y tienen que compartir el arrepentimiento nacional, o tendrán que
compartir la ruina nacional. Así se describe la ruina de la casa de Elí (1 S. 3:11) y la de
Jerusalén (2 R. 21:12).
4. Tiene que decirles lisa y llanamente cuáles eran sus pecados (vv. 4, 5). Se les
acusa de apostatar de Dios («porque me dejaron») y usar mal los privilegios que habían
6
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.842
sido su honor («y enajenaron este lugar»). Se les acusa también de afecto a los dioses
falsos («dioses ajenos, los cuales no habían conocido ellos ni sus padres»). A la ventura
los tomaron por dioses suyos; ya que eran aficionados al cambio y a la novedad, les
gustaban más, pues las nuevas formas de religión les eran tan gratas a su fantasía como
las demás novedades. También les acusa de asesinato cometido con toda premeditación
y malicia: «y llenaron este lugar de sangre de inocentes». Y, como si la idolatría y el
asesinato, cometidos por separado, no fuesen lo bastante malos, los han unido en un
solo crimen (v. 5), el de «quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal».
5. Tiene que esforzarse en impresionarles con la grandeza de la desolación que se
cierne sobre ellos. Ha de decirles que este valle del hijo de Hinom va a tener un nuevo
nombre, el de Valle de la Matanza (v. 6), porque (v. 7) caerán a espada multitudes de
ellos, ya sea cuando hagan alguna salida contra los sitiadores y sean repelidos, o si
intentan escapar y son capturados. En cuanto a los que se queden en la ciudad y no
capitulen ante el enemigo, perecerán por falta de alimento, una vez que se hayan comido
la carne de sus hijos e hijas y de sus más queridos amigos (v. 9), en el asedio y en el
apuro con que los estrecharán sus enemigos. Y, finalmente, toda la ciudad quedará
desolada (v. 8). El lugar al que la santidad había hecho el gozo de toda la tierra, el
pecado lo convertirá en el espanto y la burla de todo el mundo.
6. Tiene que asegurarles que todos los intentos que hagan para evitar esta ruina
serán inútiles (v. 7) mientras ellos continúen impenitentes y sin reformar: «Y anularé
los planes de Judá y de Jerusalén en este lugar». No hay otro modo de huir de la
justicia de Dios que yendo hacia Su misericordia.
Versículos 10–15
Se corrobora ahora el mensaje que fue predicado en los precedentes versículos:
1. Mediante un signo visible. El profeta tiene que llevar consigo una vasija de barro
(v. 1) y, cuando haya comunicado el mensaje, tiene que quebrar la vasija (v. 10). En el
capítulo anterior había comparado este pueblo al barro del alfarero, que fácilmente se
estropea cuando se trabaja con él. Pero alguien podía decir: «Eso ya no cuenta para
nosotros, pues hemos sido hechos y endurecidos hace mucho tiempo». «Y ¿qué importa
eso?, viene a decir Jeremías; la vasija del alfarero se rompe en la mano de cualquier
hombre lo mismo cuando está hecha y endurecida que cuando es aún barro blando y se
echa a perder en la mano del alfarero; pero ahora el caso es mucho más grave, pues
cuando la vasija es todavía barro blando, puede volver a moldearse, pero si se quiebra
después que se ha endurecido, no es posible juntar de nuevo los pedazos». Vean, pues,
que:
(A) Así como la vasija se ha roto fácilmente y sin remedio, así serán quebrantados
(v. 11) Judá y Jerusalén por el ejército caldeo. Dependían ellos mucho de la firmeza de
su constitución y de la bravura de sus ánimos, con lo que se creían endurecidos como
una vasija de bronce; pero el profeta les muestra que eso les ha servido solamente para
endurecerles como a una vasija de barro, la cual, por dura que sea, es quebradiza y se
rompe con mayor facilidad que otras cosas que no son tan duras. Dios mismo, que los
hizo, es el que resuelve ahora deshacerlos: «Así quebrantaré a este pueblo y a esta
ciudad, como quien quiebra una vasija de alfarero». Éste era el destino de los gentiles
(Sal. 2:9; Ap. 2:27), pero ahora es el de Jerusalén (Is. 30:14). Una vasija de alfarero,
cuando se ha roto, no se puede restaurar más. Sólo el que hirió a Judá y Jerusalén los
puede curar; sólo el que quiebra esta vasija la puede reparar. Pero no lo va a hacer
ahora.
(B) Esto se llevó a cabo en Tófet, para significar dos cosas: (a) En Tófet se
enterrarán, porque no habrá otro lugar para enterrar (v. 11, al final). (b) Yo pondré
esta ciudad como un Tófet (v. 12). Así como ellos habían llenado el valle de Tófet con
los muertos que habían sacrificado a sus ídolos, así también Dios iba a llenar toda la
ciudad con los muertos que habían de caer como sacrificios a la justicia de Dios. Los
cadáveres y toda otra cosa sucia, contaminante, de la ciudad, eran traídos acá, y allí
ardía continuamente el fuego para quemar lo que al valle se arrojaba. Tan execrable era
considerado el lugar, que, en el lenguaje de nuestro Salvador, servía para aludir al
infierno: ¡Gehenna! ¡El valle de Hinnom! Pues hasta las casas de Jerusalén (v. 13) y
las casas de los reyes de Judá serán como el lugar de Tófet, inmundas, a causa de las
idolatrías cometidas allí. Los tejados planos de sus casas eran usados a veces por la
gente piadosa como lugares convenientes para orar (Hch. 10:9), y por los idólatras como
lugares altos en los que ofrecían sacrificios a dioses ajenos, especialmente al ejército
del cielo, esto es, al sol, a la luna y a las estrellas. Se nos habla (Sof. 1:5) de los que
sobre los terrados se postran al ejército del cielo. Este pecado sobre los terrados
acarreó a las casas una maldición.
2. Mediante un solemne reconocimiento y una firme ratificación, en el atrio de la
casa de Jehová (v. 14b) de lo que había dicho en el valle de Tófet. El profeta regresó de
Tófet al templo, que estaba sobre la colina que domina dicho valle, y allí confirmó lo
que había dicho en Tófet. (A) El juicio con que aquí se amenaza es el cumplimiento de
las profecías. El pueblo se hacía la ilusión de que las amenazas no tenían otro objeto que
asustarles, pero el profeta les dice que se engañan (v. 15), pues «así dice Jehová de las
huestes, Dios de Israel, que tiene poder suficiente para dar cumplimiento a Sus
palabras: He aquí, yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el mal que
hablé contra ella». Dios se manifestará contra el pecado y contra los pecadores tan
terrible como lo presenta la Escritura. (B) El pecado de que aquí se les acusa es el
desprecio de las profecías (v. 15, al final): «porque han endurecido su cerviz para no
oír mis palabras».
CAPÍTULO 20
Esta forma de obrar, lisa y llana, de Jeremías, en lugar de convencer y humillar a los
hombres, sirvió para exasperarles más. I. Jeremías es perseguido por Pasur por predicar
el sermón (vv. 1, 2). II. A Pasur se le amenaza por ello, de parte de Dios, quien confirma
el mensaje que había predicado Jeremías (vv. 3–6). III. Jeremías se desahoga en quejas
con Dios (vv. 7–10), se anima luego con el pensamiento de que Jehová está con él y le
protege (vv. 11–13), para estallar luego en maldiciones contra el día de su nacimiento
(vv. 14–18), con lo que se muestra que era un hombre sujeto a las mismas pasiones que
nosotros.
Versículos 1–6
1. Vemos primero el injusto enojo de Pasur (hebr. Pashjur) contra Jeremías y los
frutos de ese enojo (vv. 1, 2).
(A) Pasur era sacerdote y, por ello, debería haber protegido a Jeremías, que también
era sacerdote, y más todavía porque era un profeta de Jehová, por cuyos intereses habían
de velar los sacerdotes. Pero este sacerdote era un perseguidor. Era hijo de Imer; esto es,
de la clase decimosexta de los sacerdotes, de la que el primer jefe fue Imer (v. 1 Cr.
24:14). Así se distingue a este Pasur de otros dos del mismo nombre, uno de los cuales
se menciona en 21:1 como perteneciente a la clase quinta; el otro se menciona, junto a
este segundo Pasur, en 38:1, donde se habla de Gedalías hijo de Pasur.
(B) El Pasur que ahora nos ocupa era inspector jefe en la casa de Jehová y, por
tanto, «encargado de cortar las actividades subversivas de quienes se presentaban como
profetas» (Asensio). Éste era el gran enemigo de Jeremías. No podemos suponer que
Pasur fuese uno de los que marcharon con Jeremías al valle de Tófet para oírle predicar;
pero, cuando Jeremías vino a los atrios de la casa de Jehová, Pasur le oyó que
profetizaba estas palabras (v. 1b) y no pudo aguantar que se atreviese a predicar, sin su
permiso, en los atrios de la casa de Jehová, de la que era inspector jefe.
(C) Enfurecido contra Jeremías: (a) «Pasur le golpeó (lit.), esto es (lo más
probable), hizo que le golpearan (también con la mayor probabilidad) con los 40 azotes
prescritos por la Ley (Dt. 25:3; 2 Co. 11:24). (b) También (v. 2b) lo puso en el cepo que
estaba en la puerta superior de Benjamín, la que (había) en (es decir, junto a) la casa
de Jehová (lit.). «El cepo aseguraba los pies, las manos y el cuello, hasta doblar el
cuerpo casi por completo (cf. 2 Cr. 16:10; Jer. 29:26)» (Ryrie). Pasur intentaba con esto
castigarle y exponerle al menosprecio, a fin de que no se le tuviese consideración si
profetizaba.
2. Vemos luego el justo enojo de Dios contra Pasur (v. 3): «Al día siguiente, Pasur
sacó a Jeremías del cepo». El profeta tenía ahora un mensaje, de parte de Dios, para
Pasur. Cuando éste le sacó del cepo, le puso Dios a Jeremías en la boca unas palabras
que le habrían despertado a Pasur la conciencia, si es que tenía conciencia.
(A) ¿Quería Pasur establecerse firmemente a sí mismo al reducir al silencio a quien
le reprendía por sus culpas y probablemente le habría rebajado la reputación que tenía
entre el pueblo? Pues por ahí no iba a ganar Pasur ningún punto, porque:
(a) Aunque el profeta estuviese silencioso, la conciencia le daría a Pasur continuo
tormento. Para confirmar esto, va a llevar un nuevo nombre impuesto por el propio
Jehová: Magor-misabib, que significa terror por todos los lados, con lo que expresa así
el continuo estado de pánico en que Pasur se ha de hallar un día, y del que va a
contagiar a sus mejores amigos (v. 3). Su propia imaginación le había de crear ese
pánico atormentador.
(b) Al abandonarle sus deudos, contagiados de su terror, Pasur se verá obligado a ir
de un lado a otro, como Caín en la tierra de Nod (Gn. 4:16), pues todo el que le vea dirá:
¿Qué le pasa a este hombre para estar aterrorizado de esta manera? Y le contestarán:
«Es que pesa sobre él la mano de Jehová por haber puesto a Jeremías en el cepo». Sus
amigos, que habrían podido animarle, caerán (v. 4) por la espada de sus enemigos, y los
ojos de Pasur lo verán, es decir, «esto sucederá en vida de Pasur» (Freedman).
(c) Se encontrará con que le espera la venganza divina (v. 6), ya que él y toda su
familia marcharán al cautiverio, a Babilonia, donde morirá como cautivo y donde será
enterrado con sus cadenas, él y todos sus amigos. Esta es la sentencia contra Pasur.
(B) ¿Quería Pasur conservar en paz al pueblo, a fin de impedir la destrucción que
Jeremías profetizaba y, mediante el daño hecho a la reputación del profeta, hacer que
sus palabras cayesen al suelo? Por el v. 6 (al final) vemos que él mismo se había
querido hacer pasar por verdadero profeta diciéndole al pueblo que tendrían paz. Con
eso les había profetizado falsamente; y porque la profecía de Jeremías decía lo contrario
de la suya, por eso se enfrentó con él. Pero, ¿podía ganar también este punto? Jeremías
se mantiene firme en lo que ha dicho contra Judá y Jerusalén:
(a) El país va a la ruina (v. 4b): «A todo Judá entregaré en manos del rey de
Babilonia». Por mucho tiempo había sido la tierra de Dios, pero ahora transfiere a
Nabucodonosor su título de propiedad; éste será el amo del país y dispondrá de sus
habitantes como le plazca, pero ninguno escapará de sus manos.
(b) También a la ciudad le espera la ruina (v. 5). El rey caldeo se llevará a Babilonia
todo cuanto de algún valor haya en la ciudad: Las reservas acumuladas, todo su lucro,
es decir, «las riquezas obtenidas mediante las labores de ellos» (Freedman), y todas sus
cosas preciosas (las cosas de mayor precio y a las que se estimaba como de mayor
valor), etc. Todo ello lo pondrá Dios en manos de los enemigos, y éstos los saquearán,
los tomarán y los llevarán a Babilonia.
Versículos 7–13
Aquí tenemos ahora a Jeremías, a causa de la debilidad de la carne extrañamente
agitado en su interior. En estos versículos se manifiesta que, con ocasión del grave
castigo que le había infligido Pasur, Jeremías sentía en su pecho una lucha entre sus
gracias y sus debilidades.
I. Veamos el impacto que sobre los sentimientos de Jeremías ha hecho el mal trato
recibido. Se queja:
1. De que era objeto de ridículo y escarnio; hacían burla de todo lo que decía y hacía
(vv. 7, 8): «Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí» (v. 7b). ¿Y qué era
lo que de tal manera le exponía al escarnio y a la burla? Ninguna otra cosa sino su fiel y
celoso desempeño del deber que su ministerio comportaba (v. 8). No podían hallar nada
que mereciera el escarnio, sino sólo su predicación: «porque la palabra de Jehová me
ha sido para afrenta y escarnio todo el día». Por dos cosas se reían de él:
(A) Por su manera de predicar: «Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito».
Siempre había sido un predicador afectuoso, vivo; y desde que había comenzado a
hablar en nombre de Dios, hablaba como quien tiene un enorme interés. Los
predicadores vehementes son el escarnio de oyentes negligentes e incrédulos.
(B) Por la materia de su predicación: «… grito: Violencia y destrucción (lit.
despojo)». Este mensaje se puede entender de dos maneras: (a) «La carga de su mensaje
presagia desastre» (así lo entienden, por ej., D. Wiseman y Freedman, de quien es la
frase anterior). (b) Jeremías gritaba contra la violencia y la opresión que se hacían unos
a otros los judíos (así Asensio y, en parte, M. Henry). M. Henry une así los dos
sentidos: «Él les reprendía por la violencia y el despojo de unos hacia otros, y
profetizaba la violencia y el despojo que había de sobrevenirles como castigo; por lo
primero, le ridiculizaban como demasiado minucioso o preciso; por lo segundo, como
demasiado crédulo. Esto ya era suficientemente malo; con todo, aún sigue adelante con
sus quejas».
2. De que conspiran contra él y maquinan su ruina. No sólo era ridiculizado como
persona débil, sino también vituperado y tergiversado como hombre malo y peligroso
para el gobierno (v. 10). Pero había algunos que actuaban con mayor astucia:
(A) Hablaban mal de él a sus espaldas: «Porque he oído (de segunda mano) la
murmuración de muchos, terror por todas partes» (hebr. magormisabib, como en el v.
3). Dice Asensio: «calumnia descarada y acusación insistente con el refuerzo del
irónico Magor misabib = terror en torno, para provocar la intervención decisiva de
Pasur». Dice, por su parte, Freedman: «él mismo se siente rodeado de peligro». Véase
cómo traman la conspiración los enemigos de Jeremías (v. 10b): «¡Denunciadle y le
denunciaremos!» (lit.). «Se incitan mutuamente a presentar falsas acusaciones contra él,
a fin de poder entonces denunciarle colectivamente» (Freedman).
(B) Otros («mis mayores amigos», dice él—v. 10c—) no le atacaban directamente,
sino que acechaban cualquier traspié de él; quizás le halagaban indiscretamente (así
piensa M. Henry) para sacar de él alguna explosión de resentimiento («un desatino») o
de acusación contra las autoridades (los príncipes o los sacerdotes), y así podrían
acusarle y hasta vengarse de él. ¿Vengarse de él? ¿Por qué? Freedman apunta que estos
«amigos» de Jeremías estaban enojados contra él porque hablaba en contra de la política
proegipcia, de la que ellos eran fautores.
II. Veamos también la tentación que le asedió bajo el impacto de esta aflicción.
1. Se vio tentado a contender con Dios por haberle llamado al oficio profético (v. 7):
«Me sedujiste, oh Jehová, para que fuese Tu mensajero, y fui seducido, es decir, me dejé
seducir». Jeremías sabía que los profetas que le habían precedido habían sido
perseguidos, y no tenía razón para esperar mejor trato. Dios le había dicho
expresamente (1:18, 19) que los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo
de la tierra pelearían contra él. También Cristo les dijo a sus discípulos la oposición
que habían de encontrar para que no tuvieran tropiezo (Jn. 16:1). El verbo hebreo
significa seducir o engañar, pero es probable que, aplicado a Dios en este contexto,
deba verterse por persuadir, lo cual concuerda mejor con lo que sigue. Jeremías era
reacio a tomar sobre sí el oficio profético; quiso excusarse con que era demasiado joven
y mal equipado para ser profeta, pero Dios no aceptó esas excusas y le dijo que había de
comunicar todo lo que Él le mandase (1:6, 7). Según eso, Jeremías viene a decirle ahora:
«Señor, puesto que tú me hiciste tomar este oficio, ¿por qué no me proteges en él? Si yo
me hubiese lanzado a esto por mi propia iniciativa, justamente me vería escarnecido;
pero, ¿por qué he de hallarme así cuando fuiste Tú el que me metiste en esto?»
2. Se vio tentado a abandonar su oficio, en parte porque encontró en él tantas
dificultades, y en parte porque aquellos a quienes fue enviado, en lugar de ser edificados
y volverse mejores, se exasperaban y se volvían peores (v. 9).
III. Veamos, en fin, su fiel adhesión a la obra que se le había encomendado y su
ferviente dependencia de Dios a pesar de todo.
1. Halló la gracia de Dios al obrar poderosamente en él para tenerle fijo en su oficio
(v. 9): «Y si digo en mi apresuramiento: No haré más mención de Él ni hablaré más en
su nombre … Si reprimo y me callo lo que llevo en el corazón para comunicarlo … Pero
¡no! Pronto me encuentro con que hay en mi corazón como un fuego ardiente metido en
mis huesos; ese fuego está llameando internamente y hay que darle salida; me fatigo en
tratar de contenerlo, pero no puedo; es imposible apagarlo» (comp. con Job 32:20; Sal.
39:2, 3; 1 Co. 9:16). Jeremías se ha fatigado pronto de esforzarse en contener la
erupción de ese volcán que le impele a predicar el mensaje. No hay cosa que les duela
tanto a los fieles ministros de Dios como el que se les impida predicar el Evangelio.
2. Le fue asegurada la presencia de Dios con él, lo cual bastaba para reducir a la
impotencia todos los ataques de sus enemigos (v. 11): «Mas Jehová está conmigo como
poderoso guerrero, para tomar partido a mi favor» (comp. con Ro. 8:31). Sus enemigos
decían (v. 10, hacia el final): «Prevaleceremos contra él». Pero él asegura (v. 11b):
«Por tanto, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán». Bien puede decir:
«Jehová está conmigo: está conmigo para ayudarme a llevar la carga; está conmigo para
hacer que la palabra que predico responda al propósito que Él le destinó; está conmigo
para sembrar el terror en mis enemigos y hacer así que prevalezca contra ellos». Los
más formidables enemigos que actúen contra nosotros aparecerán completamente
despreciables cuando veamos al Señor que está por nosotros grande y temible (Neh.
4:14). Jeremías habla ahora con toda seguridad: «Puesto que Jehová está conmigo, los
que me persiguen tropezarán y no prevalecerán; serán avergonzados de su malicia
impotente y de sus inútiles esfuerzos».
3. Apela a Dios a que se manifieste contra ellos como Juez justo y que vindique así
la causa que le ha encomendado (v. 12). El que escudriña el interior de los justos,
escudriña también el interior de los impíos y, por tanto, puede dar infalible veredicto
sobre las palabras y las acciones de ambos. Este versículo 12 es casi idéntico con 11:20,
y en ambos ha de verterse la frase final: «porque a ti he expuesto (o declarado) mi
causa». No es que Dios no la conociese perfectamente, pero nosotros hemos de
exponerla ante Su presencia, pues quiere conocerla de nuestros labios con todos sus
detalles, no para impresionarle a Él, sino para que nos impresione y afecte a nosotros
mismos.
4. Se regocija grandemente y alaba a Dios, con plena confianza de que Dios se
manifestará para librarle (v. 13). En un transporte de gozo, se siente ya libertado y se
anima a sí mismo y a otros a cantar y alabar a Jehová, dándole la gloria que le
pertenece por ello. Vemos aquí un cambio muy grande desde que comenzó esta
conversación con Dios: las nubes se han desvanecido y sus quejas se han acallado y se
han convertido en alabanzas. Lo que ha efectuado este dichoso cambio ha sido una fe
viva puesta en ejercicio, hasta cambiar las quejas en cánticos, y los temblores en
triunfos.
Versículos 14–18
¿Qué significan ahora estas exclamaciones? ¿Puede salir de una misma boca la
bendición y la maldición? (Stg. 3:10). Acaba de decir (v. 13) «Cantad a Jehová, alabad
a Jehová» y, de repente, con todo apasionamiento (v. 14), dice «Maldito el día en que
nací». La presente porción muestra hasta qué punto le bullía a Jeremías en el corazón
toda la amargura acumulada en el tiempo en que estuvo preso en el cepo. Por eso, tras
ese breve paréntesis de euforia en los versículos 11–13, su lamentación irrumpe de
nuevo como la inundación de una presa contenida. Veamos:
1. El lenguaje del profeta en esta tentación.
(A) Pronuncia una maldición sobre el día de su nacimiento, como lo hizo Job (Job
3:1) en su acaloramiento. Desea no haber nacido. Judas, en el infierno, tiene motivos
para ese deseo (Mt. 26:24), pero ningún hombre tiene razón para eso mientras vive en la
tierra, pues no sabe si llegará todavía a ser un vaso de misericordia; menos motivo aún
tiene para ese deseo un hombre bueno como Jeremías.
(B) También maldice (v. 15) al que le llevó a su padre la noticia del nacimiento. La
maldición está expresada en terribles frases: «Sea el tal hombre como las ciudades que
asoló Jehová y no se arrepintió», es decir, como Sodoma y Gomorra. Le desea que
llegue a ser presa del terror (v. 16b): «Oiga gritos de mañana, de las personas atacadas
por el enemigo (comp. con 18:22), y voces de alarma a mediodía, es decir, sonido de
trompeta y pregón de guerra (4:19, al final)».
(C) Está enojado porque no fue muerto en el vientre de su madre (v. 17), de que su
primer aliento no fue el último y de que no fue estrangulado tan pronto como vino a este
mundo.
(D) Piensa que su presente aflicción da motivo suficiente para justificar estos
apasionados deseos (v. 18): «¿Para qué salí del vientre para ver trabajo y dolor, y que
mis días se consumiesen en la confusión?» (lit.). Como si dijese diciendo: «En el vientre
no era aborrecido, estaba tranquilo y no conocía ningún mal; ¿para qué haber nacido y
pasar ahora tantos trabajos y dolores y consumir mi vida de este modo tan
ignominioso?»
2. El uso que podemos hacer de esto. Aunque no está escrito para nuestra imitación,
se pueden aprender aquí buenas lecciones: (A) Véase la vanidad de la vida humana y la
aflicción de espíritu que comporta. (B) Véase también la insensatez de una pasión
pecaminosa y cuán irracionales son los exabruptos en que prorrumpe. ¡Qué insensatez
es maldecir un día y a un mensajero por el mero hecho de comunicar una noticia que
siempre se recibía con alegría: el nacimiento de un hijo varón! Cuando el corazón hierve
de enojo, hay que poner un freno a la lengua (Sal. 39:1, 2).
CAPÍTULO 21
Según Asensio, del capítulo anterior al presente hay un salto histórico de diez años
«como mínimo». «El Jeremías humillado del capítulo anterior se convierte de repente
en el profeta honrado por la consulta del rey» (Asensio). Aquí tenemos: I. El mensaje
que Sedequías envió al profeta, pidiéndole que inquiriese delante de Jehová por ellos
(vv. 1, 2). II. La respuesta que Jeremías, en nombre de Dios, dio a dicho mensaje, en la
cual: 1. Predice la cierta e inevitable ruina de la ciudad (vv. 3–7). 2. Exhorta al pueblo a
que se vaya con el rey de Babilonia (vv. 8–10). 3. Amonesta al rey y a su familia para
que se arrepientan y se reformen (vv. 11–14).
Versículos 1–7
1. Tenemos primero un humilde mensaje que el rey Sedequías, al verse en apuros,
envió al profeta Jeremías. Se humilló lo bastante como para desear que el profeta le
ayudase, pero no para admitir su consejo ni seguir sus instrucciones.
(A) El aprieto en que se hallaba Sedequías ahora (v. 2b): «Nabucodonosor, rey de
Babilonia, hace guerra contra nosotros». En efecto, para entonces ya había invadido el
rey caldeo el país, había puesto sitio a Jerusalén y embestía fuertemente contra ella.
(B) Los mensajeros que envió —Pasur, hijo de Malaquías (no es el mismo Pasur de
20:1 y ss.), y al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías—. Habría sido mejor tener una
entrevista personal con el profeta, y el profeta le habría recibido si hasta eso llegaba la
humillación del rey. Estos dos sacerdotes tienen que llevar a Jeremías, de parte de
Sedequías, un respetuoso mensaje, lo cual era una humillación para ellos, y un honor
para el profeta.
(C) El mensaje era el siguiente: «Te ruego que consultes acerca de nosotros a
Jehová» (v. 2). Ahora que el ejército caldeo había invadido el país, se convencían de
que Jeremías era verdadero profeta, aunque les repugnase tener que reconocerlo. Bajo
esta convicción desean que, como amigo de ellos, consulte a Jehová: «Consulta a
Jehová acerca de nosotros—le dicen—; pregúntale qué curso hemos de tomar en el
apuro presente, pues las medidas que hemos tomado hasta el presente nos han resultado
fallidas todas». Vemos aquí que:
(a) Los que no quieren recibir la dirección de la gracia de Dios en cuanto a verse
libres de sus pecados, se alegrarían de recibir las direcciones de la providencia de Dios
en cuanto a verse libres de sus apuros (v. 2b): «Quizás—dicen—Jehová hará con
nosotros según todas sus maravillas (los portentos obrados en el pasado) y se alejará
(Nabucodonosor) de nosotros».
(b) Todo su interés está centrado en verse libres de la aflicción, no en hacer las
paces con Dios, y reconciliarse con Él. Por eso, no dicen: «Para que nuestro Dios se
vuelva a nosotros», sino: «Para que él, nuestro enemigo, se aleje de nosotros».
(c) Toda su esperanza está puesta en que Dios ha llevado a cabo en el pasado
maravillosos portentos, como ocurrió en la liberación de Jerusalén cuando Senaquerib la
tenía sitiada (2 Cr. 32:20, 21). ¿Por qué no podría también destruir del mismo modo a
los que ahora tienen sitiada la ciudad? Si aquello lo hizo por oración de Isaías, ¿no
podrá hacer esto por oración de Jeremías? Pero no consideraban la diferencia existente
entre el rey de entonces, el piadoso Ezequías, y el de ahora, el malvado Sedequías.
Además, aquellos eran días de piedad y reforma; éstos lo son de apostasía y corrupción.
2. Tenemos luego la terrible respuesta que Dios, por medio del profeta, da a este
mensaje. Dios conoce, mucho mejor que Jeremías, los corazones de ellos y les da una
respuesta que escasamente comporta una palabra de consuelo. Jeremías pone bien en
claro que lo que dice es, no frases suyas, sino palabra de Dios (v. 4): «Así ha dicho
Jehová, Dios de Israel». Así les da a entender que, aun cuando Dios permitía que se le
llamase el Dios de Israel y que había hecho anteriormente portentos maravillosos a
favor de Israel y todavía tenía en reserva grandes cosas para Israel, todo esto no le
valdría para nada a la presente generación, pues eran israelitas sólo de nombre. Aquí se
predice:
(A) Que Dios tornará inútiles todos los esfuerzos que ellos hagan para su propia
seguridad (v. 4).
(B) Que los sitiadores se harán en breve los amos de Jerusalén y se apoderarán de
todas sus riquezas (v. 4, al final): «y yo los reuniré (a los caldeos sitiadores) en medio
de esta ciudad».
(C) Que Dios mismo será enemigo de ellos. ¿Quién será entonces amigo de ellos?
Jeremías no lo será, por cierto (v. 5). Los que se rebelan contra Dios, justamente pueden
esperar que Él les declare la guerra.
(D) Que los que, en busca de una falsa seguridad, traten de quedarse en la ciudad
para no morir a espada, no escaparán de la espada de la justicia divina (v. 6): «Y heriré a
los moradores de esta ciudad, a los hombres y a las bestias juntamente; y morirán de
pestilencia grande».
(E) Que el rey mismo, y todo el pueblo que escape de pestilencia, espada y hambre,
caerán en las manos de los caldeos (v. 7). El rey de Babilonia … los herirá a filo de
espada; no los perdonará, ni tendrá piedad de ellos, ni tendrá compasión de ellos.
Versículos 8–14
A juzgar por el cortés mensaje que el rey envió a Jeremías, podría pensarse que
tanto él como el pueblo comenzaban a tenerle respeto; pero la respuesta que Dios le
obliga a dar es suficiente para destrozar el poco respeto que comenzaban a tenerle y
para exasperarles contra él más que nunca. No sólo las predicciones de los anteriores
versículos, sino también las prescripciones de los versículos presentes les iban a resultar
provocativas.
1. Aconseja al pueblo que se rindan a los caldeos, como único medio para salvar la
vida (vv. 8–10). Este consejo desagradaba a los que eran lisonjeados por los falsos
profetas para que tomasen la resolución desesperada de resistir hasta el fin, al confiar en
el grosor de sus murallas, en la bravura de sus soldados o en la ayuda de alguna
potencia exterior con la que poder levantar el cerco de la capital.
(A) El profeta les asegura (v. 10b) que la ciudad … será entregada en manos del rey
de Babilonia, el cual no sólo la saqueará, sino que la quemará a fuego, pues Jehová
mismo dice (v. 10a): «He puesto mi rostro contra esta ciudad para mal, y no para
bien». Así que el mejor partido que podían tomar era pedir cuartel a los caldeos y
rendirse a ellos como prisioneros de guerra.
(B) Tanto la Ley como los profetas les habían puesto delante con frecuencia la vida
y la muerte en otro sentido—la vida si obedecían la voz de Dios, la muerte si persistían
en la desobediencia (Dt. 30:19)—. La expresión (v. 8) «He aquí pongo delante de
vosotros el camino de la vida y el camino de la muerte» no denota, como en
Deuteronomio 30:15 y ss., una alternativa entre una existencia próspera y una existencia
miserable, sino un dilema melancólico, aconsejándoles a escoger el menor mal entre dos
males: El que se quede en la ciudad (v. 9) morirá de cierto, ya sea de muerte violenta a
espada, de hambre o de pestilencia; pero el que se persuada a abandonar sus vanas
esperanzas, que salga y se pase a los caldeos … vivirá, y su vida le será por despojo,
esto es, como se consigue agarrar algo de manos de un hombre forzudo, ya que no se
pueda conseguir otra cosa. Al fin y al cabo, un hombre da cualquier cosa a cambio de la
vida.
2. Exhorta al rey y a los príncipes a reformarse. Hay en la respuesta al mensaje regio
un consejo especial para la casa del rey (vv. 11, 12): «Haced justicia cada mañana, esto
es, justa, pronta y diligentemente, sin dilaciones ni favoritismos, y librad al oprimido de
manos del opresor, para que mi ira no salga como fuego, y lo paséis peor los que
pensáis escapar mejor, por la maldad de vuestras obras». Precisamente era la maldad
de sus obras la que había encendido el fuego de la ira de Dios. Con esta claridad le
habla a la misma casa del rey; porque quienes deseen beneficiarse de las oraciones del
profeta, tienen que recibir con agradecimiento las reprensiones del profeta. Los
príncipes deben empezar dando un buen ejemplo, para que el pueblo se sienta animado
a reformarse. Les hace a la memoria que son la casa de David (v. 12, primera frase) y,
por tanto, que deben seguir las pisadas de David, el cual hizo juicio y justicia a su
pueblo.
3. Les muestra la vanidad de todas sus esperanzas mientras continúen sin reformar
(vv. 13, 14). Jerusalén es presentada aquí como moradora del valle y de la roca de la
llanura (v. 13), lo que resulta muy difícil de entender, ya que Jerusalén no estaba
edificada ni en una llanura ni sobre una roca. Dice Asensio: «El recuerdo del rey ha
provocado la inserción un tanto enigmática de Jerusalén, descrita como moradora del
valle (¿Tiropeón?) y roca de la llanura (que circundaba el monte donde estaba
edificada)». Con esta explicación concuerda la del rabino Kimchi, citado por Freedman,
quien dice: «Como Jerusalén estaba sobre una colina, el terreno circundante era una
llanura». Quizás—opinión del traductor—la explicación esté en la segunda parte del
versículo, donde los moradores de Jerusalén retan a quien se atreva a bajar (el valle)
hacia ellos o a entrar en la ciudad, para ellos inexpugnable como una roca. Pero este
reto, insultante para el profeta y para Dios mismo, es necio e inútil, porque contra Dios
nadie puede prevalecer (v. 13a): «He aquí yo estoy contra ti». Y después (v. 14): «Yo os
castigaré conforme al fruto de vuestras obras, dice Jehová, etc.». Si Dios está por
nosotros, ¿quién contra nosotros? (Ro. 8:31). Pero, si Dios está contra nosotros, ¿quién
podrá hacer algo por nosotros?
CAPÍTULO 22
7
Este capítulo y el siguiente contienen juicios contra algunos reyes de Judá, y
comienzan por el reinante (probablemente Joacim), con referencias también a su
antecesor Joacaz, llamado aquí (v. 11) Salum, y a su hijo y sucesor Joaquín, llamado
aquí (vv. 24, 28) Conías. I. Un mensaje enviado a la familia real, al parecer en el
reinado de Joacim, con algunas referencias a Joacaz, su antecesor, que fue llevado
cautivo a Egipto (vv. 1–9). II. Una lamentación a Joacaz (vv. 10–12). III. Reprensión y
amenaza al rey Joacim (vv. 13–19). IV. Otro mensaje enviado en el reinado de Joaquín
(alias Jeconías), el hijo de Joacim. Se le acusa de rehusar obstinadamente escuchar y se
predice que, en él, se acabará la dinastía salomónica (vv. 20–30).
Versículos 1–9
1. Se le ordena a Jeremías que vaya a predicar delante del rey (v. 2): «Oye la
palabra de Jehová, oh rey de Judá, etc.». Se dice de este rey «que estás sentado sobre
el trono de David» (v. 2b), quien era, según elección divina, no del pueblo solo, rey de
Israel. Con esto se le quiere dar a entender a Joacim que está ostentando la dignidad y el
poder regios en virtud del pacto que hizo Dios con David. Que siga este rey el ejemplo
de David y se beneficiará de las promesas hechas a David.
2. Qué es lo que se le ordena a Jeremías predicar.
(A) Debe decirles lo que requiere de ellos Jehová su Dios (v. 3). Han de procurar
con toda diligencia: (a) Hacer todo el bien que puedan con el poder que tienen. Deben
hacer justicia en defensa de los oprimidos. (b) Evitar hacer daño a nadie (v. 3b): «y no
engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, pues éstos están de
manera especial bajo la tutela protectora de Dios (Éx. 22:21, 22).
(B) Debe asegurarles que el fiel desempeño de su deber habría de traerles la
prosperidad (v. 4). Habría una ininterrumpida sucesión de monarcas, sobre el trono de
David, que disfrutarían de tranquilidad y vivirían con toda dignidad. El medio más
7
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.845
efectivo de preservar la dignidad del gobierno es cumplir fielmente con el deber
correspondiente.
(C) También debe asegurarles que la iniquidad, si persistían en ella, sería la ruina de
sus familias (v. 5). El pecado ha sido con mucha frecuencia la ruina de los palacios
reales, por muy fuertes y majestuosos que hayan sido, y el pecado será también la ruina
de las casas principescas como de las casas de los menestrales.
(D) Debe mostrarles cuán fatal había de ser su iniquidad para su reino como para
ellos mismos y, especialmente, para Jerusalén, la regia ciudad (vv. 6–9). Judá y
Jerusalén habían sido de mucha estima a los ojos de Dios (v. 6b): «Como Galaad eres tú
para mí y como la cima del Líbano, así de espléndida como esos dos lugares por su
riqueza maderera (véase el v. 7)». Pero el país iba a ser convertido en soledad y como
ciudades deshabitadas (v. 6, al final). Dios mismo va a preparar los destruidores (v. 7).
¿Y quién podrá contender con los destruidores preparados por Dios? Habrá quienes
estén dispuestos a justificar a Dios por este juicio (vv. 8, 9): personas de muchas
naciones que, cuando pasen junto a las ruinas de la ciudad en sus viajes, preguntarán (v.
8b): «¿Por qué hizo así Jehová con esta gran ciudad?» Pregúntale al primero que pase
y él te lo dirá (v. 9): «Porque dejaron el pacto de Jehová su Dios, y adoraron dioses
ajenos y les sirvieron». Dios a nadie abandona mientras no es abandonado por él.
Versículos 10–19
1. Tenemos aquí primeramente la sentencia contra Salum, sobrenombre de Joacaz
(v. 1 Cr. 3:15), pues se dice que «reinó en lugar de Josías su padre» (v. 11). Fue el
pueblo quien le eligió, aun cuando no era el primogénito (2 R. 23:30; 2 Cr. 36:1).
Quizás lo eligieron porque vieron en él un joven más activo que su hermano mayor y
mejor equipado para gobernar; pero pronto les mostró Dios la insensatez de esta
injusticia, porque en el término de tres meses vino contra él el rey de Egipto, lo depuso
y se lo llevó prisionero a Egipto, conforme a la amenaza de Dios (Dt. 28:68). No se dice
que ninguna otra persona del pueblo fuese llevada al cautiverio con él. Tenemos el
relato de esto en 2 Reyes 23:34 y 2 Crónicas 36:4. Ahora bien:
(A) Se exhorta al pueblo a hacer lamentación por él, más bien que por su padre
Josías (v. 10): «No lloréis al muerto, esto es, no hagáis ya más duelo por el rey Josías».
Jeremías mismo había hecho lamentación por él (2 Cr. 35:25); pero ahora, también él
tendrá que desviar sus lágrimas hacia otro canal. Deben llorar amargamente por Joacaz,
que se va, es decir, que se marchó cautivo a Egipto.
(B) Josías se fue al sepulcro en paz y honor, no hay que llorar por él, sino por su
desdichado hijo, que está destinado a vivir y morir en la desgracia y la miseria de un
prisionero. Bien pueden ser envidiados los santos en su muerte, mientras que han de ser
compadecidos los pecadores en vida y, por supuesto, en muerte. Joacaz no volverá
jamás (vv. 10, al final; 11, al final) de su cautividad, contra las expectaciones del pueblo
y las suyas propias, sino que morirá en el cautiverio. Como les costaba mucho creerlo,
se repite una y otra vez. Esto le sobrevino por no seguir el buen ejemplo de su padre y
por usurpar los derechos de su hermano mayor.
2. Tenemos luego la sentencia de Joacim, que le sucedió. No gobernó mejor que su
hermano menor y, al final, tampoco lo pasó mejor que él.
(A) Se le reprende por sus pecados. No se le acusa aquí de idolatría, sino que los
crímenes por los que se le reprende aquí son orgullo y ostentación vanidosa; como si
todo el negocio de un rey fuese aparecer grande, sin tener el menor interés en hacer el
bien.
(a) Quiere edificar para sí un palacio suntuoso (v. 14): «una casa amplia y salas
espaciosas». Las ventanas tienen que abrirse según la última moda, los techos han de
estar cubiertos de cedro, la clase más cara y valiosa de madera, y todo pintado de
bermellón. Lo malo de todo esto es que tenía por objeto halagar su propia vanagloria.
Reinó los primeros tres años por permiso del rey de Egipto; el resto de su reinado, por
permiso del rey de Babilonia; y al figurar como un virrey, codiciaba rivalizar en pompa
con los más poderosos monarcas.
(b) Lo peor del caso es que (v. 13) edificó su casa con injusticia … sirviéndose de su
prójimo de balde y no dándole el salario de su trabajo. A esta extorsión injusta añadió
la opresión y la violencia (v. 17): «Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu
avaricia, para derramar sangre inocente, para opresión y para hacer violencia». Dios
se da cuenta de la violencia que los mayores potentados hacen a sus pobres criados y
obreros, y no dejará sin castigo a quienes tratan sin justicia a los que emplean en su
servicio. En la codicia, el corazón se va detrás de los ojos; por eso se la llama
concupiscencia de los ojos (1 Jn. 2:16; Job 31:7).
(c) Lo que hacía más graves todos estos pecados: El rey era hijo de un buen padre, y
le había dejado un buen ejemplo, si él hubiese querido seguirlo (vv. 15, 16). Jeremías le
dice que la conducta de su padre le debería haber servido de pauta para el cumplimiento
de las obligaciones regias. Josías (v. 15b) hizo juicio y justicia y así le fue bien. No sólo
no usó del poder para hacer el mal, sino que lo usó para fomentar el bien. Él juzgó (v.
16) la causa del afligido y del menesteroso. Esto sí que fue conocer a Jehová (v. 16, al
final), es decir, amarle, seguirle y servirle. Y Dios le bendijo con bienestar y paz.
Joacim edificó una casa grande para servirle de orgullo, mientras que su padre Josías
conservó una casa buena que le sirvió de alabanza. Es mejor vivir con Josías en un
palacio pasado de moda y hacer el bien, que morar con Joacim en un suntuoso palacio y
dejar deudas sin pagar.
(B) Se le lee fielmente a Joacim la sentencia (vv. 18, 19). Podemos suponer que
Jeremías puso en peligro su vida al predecir la vergonzosa muerte de Joacim; pero «así
ha dicho Jehová acerca de Joacim» y, por tanto, así lo dice también Jeremías: Morirá
sin que nadie haga duelo por él. Se ha hecho tan odioso por su opresión y su crueldad,
que nadie le hará el honor de derramar una lágrima por él. Ni siquiera sus parientes más
allegados le lamentarán. Sus súbditos no harán tampoco duelo por él como solían
hacerlo junto a las tumbas de sus príncipes. «Como un asno será enterrado» (v. 19), es
decir, sin sepelio, pues el cadáver de un animal era arrojado a un pozo o a un
estercolero. No será llevado en pompa a un suntuoso mausoleo, sino que se lo llevarán
arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén. Flavio Josefo dice que
Nabucodonosor le dio muerte en Jerusalén y dejó su cadáver expuesto al público en un
lugar a gran distancia de las puertas de Jerusalén.
Versículos 20–30
La profecía que sigue parece haber sido pronunciada con relación al ignominioso
reinado de Joaquín, el hijo de Joacim, el cual reinó tres meses y fue después llevado
cautivo a Babilonia, donde vivió muchos años (52:31). Se le llama también Jeconías,
que no es sino la vuelta al revés, muy significativa, de Joaquín (que significa «Jehová
establece firmemente»). Pero todavía es más significativo el hecho de que, en este
capítulo, no se le llama Joaquín ni Jeconías, sino Conías, con lo que se le ha suprimido
precisamente la sílaba Ye, que es la abreviatura de Jehová; con lo que se le da a entender
que Jehová no lo establece ya.
1. Las desolaciones del reino se acercan ahora apresuradamente (vv. 20–23).
(A) Jerusalén y Judá son mencionadas aquí como si fuesen una sola persona (v. 21):
«Te hablé en tus tiempos de prosperidad» (lit.). Dios les había hablado, por medio de
Sus profetas, les había reprendido, exhortado, aconsejado; «pero dijiste. No oiré». Es
cosa corriente que los que viven cómodamente vivan menospreciando la Palabra de
Dios. «Este fue tu camino desde la juventud, que nunca escuchaste mi voz. Cuando veas
a tus amantes (Egipto y otras naciones que Joaquín había cortejado para que le
ayudasen contra Caldea) ir al cautiverio (v. 22), ésa será tu vergüenza y tu confusión
por tu maldad. Tus pastores, es decir, tus gobernantes, serán pastoreados por el viento,
se los llevará apresuradamente el viento al destierro delante de su rebaño, a la vista de
sus súbditos y delante de ellos.
(B) El país es llamado aquí (v. 23) habitante del Líbano, «porque muchos edificios
de Jerusalén estaban construidos con cedros del Líbano» (Ryrie) y toda la nación se
sentía tan fuertemente protegida como con fortines; pero tan orgullosos estaban de ello
que se dice aquí que tiene (el pueblo) su nido en los cedros, fuera del alcance de todo
peligro y desde donde puede mirar con desdén a todos los países circundantes. «Pero,
continúa la profecía, ¡cómo gemirás (v. 23b) cuando te vengan dolores, dolor como de
mujer que está de parto». Ésta es la versión que los LXX, la versión siríaca y el Targum
hacen de la segunda parte del versículo 23; pero el texto masorético actual dice con
ironía: «¡Qué agraciada estarás cuando te sobrevengan dolores de parto!»; como si
dijese: «¿Te parece que hallarás alguna gracia cuando vengan sobre ti los horrores de la
invasión caldea?»
2. Viene luego una profecía de la desgracia del rey Jeconías, quien, como hemos
dicho, es llamado aquí Conías.
(A) Será llevado al cautiverio y allí pasará el resto de sus días. Dios lo abandonará
(v. 24): «Vivo yo, dice Jehová—lo afirma con juramento—, que si Conías hijo de
Joacim rey de Judá fuera anillo en mi mano derecha, aun de allí te arrancaría» (nótese
el paso rápido de la tercera persona a la segunda). El anillo con que se sellaban los
documentos era tan indispensable que resultaba «algo así como parte del que lo llevaba»
(Freedman). «Arrancarse ese anillo de la mano de Dios» significaba, pues, que Jehová
renunciaba definitivamente a tener nada que ver con Conías.
(B) Lo apresará el rey de Babilonia (v. 25) y se lo llevará cautivo (v. 26) a él, a su
madre y (v. 28) a su descendencia, y de allí (v. 27) no volverán. Joacaz había sido
llevado al sur, a Egipto; Jeconías será llevado al norte, a Babilonia, para no volverse a
ver ni volver a respirar el aire del país nativo. Hay cierto énfasis en esa parte de la
profecía que dice (v. 26b): «a tierra ajena en que no nacisteis; y allí moriréis». Esto le
hará despreciable a los ojos de sus vecinos, los cuales dirán (v. 28): «¿Es este hombre
Conías una vasija despreciada y quebrada? ¿Es un trasto que nadie estima?» Hubo
tiempo en que fue dignificado, y hasta casi deificado. Los que habían visto depuesto a
su padre Joacim, estaban prestos a adorarle cuando le vieron en el trono, pero ahora es
como un trasto que nadie estima.
(C) Además, no dejará posteridad que herede su trono ni sus honores. ¡Que vea todo
el mundo los juicios de Dios sobre una nación y una regia familia que tan cercana y
querida le había sido, y de ahí podrán inferir cuán imparcial es Dios en la
administración de Su justicia! Conías quedará (v. 30) privado de descendencia. Leemos
en 1 Crónicas 3:17, 18 que fueron siete los hijos de Jeconías el cautivo (hebr. asir),
pero lo que en esta profecía se dice es que (v. 30b) «ninguno de su descendencia (lit. de
su simiente, ¡la descendencia física!) logrará sentarse sobre el trono de David».
Zorobabel, su nieto, fue uno de los jefes del pueblo al regreso del exilio, pero no se
sentó en el trono de David. Nuestro Salvador (v. Lc. 1:32, 33) se había de sentar en ese
trono, pero no descendía de Jeconías, pues su madre procedía de David por Natán (Lc.
3:31, 32), no por Salomón, mientras que los derechos reales le venían de José, el cual sí
descendía de Jeconías, pero no era físicamente el padre de Jesús. ¡Maravillas de la
Providencia!
CAPÍTULO 23
I. El profeta, en nombre de Dios, pronuncia una profecía acerca del Pastor-Mesías,
Rey davídico (vv. 1–8). II. Denuncia después a los falsos profetas y a los malvados
sacerdotes que engañaban al pueblo (vv. 9–32). III. Denuncia finalmente al pueblo
profano, que ridiculizaba a los verdaderos profetas de Dios (vv. 33–40).
Versículos 1–8
1. Hay primero una palabra de terror a los pastores negligentes (v. 1): «¡Ay de los
pastores, es decir, de los gobernantes, que destruyen y dispersan las ovejas de mis
pastos!, dice Jehová», puesto que «bajo el liderato de ellos, el pueblo abandonó los
caminos de justicia e incurrió en el exilio» (Freedman). No eran los dueños del rebaño y
abusaban de la autoridad que Dios había delegado en ellos. El verdadero dueño era
Jehová, quien llama al país «las ovejas de mis pastos», porque Él las proveía de buenos
pastos. ¡Ay de aquellos, pues, a quienes Dios encomienda el ministerio de apacentar a
Su pueblo y, en lugar de ejercer fielmente este oficio, dispersan a las ovejas y hacen
que cada una se extravíe por su camino, y las destruyen al privarlas del pasto realmente
alimenticio de la Palabra de Dios.
2. Viene luego una palabra de consuelo a las ovejas que han sido descuidadas por
los pastores. Aunque los pastores subalternos no las han cuidado, el Pastor en jefe
mirará por ellas. Dios llevará a cabo su promesa aunque los pastores que emplea no
cumplan con su deber.
(A) Los dispersos judíos volverán un día a su tierra y se establecerán felizmente bajo
un buen gobierno (vv. 3, 4). Aunque no quede más que un remanente del rebaño de
Dios, Él los recogerá de dondequiera se encuentren y las traerá (v. 3) de todas las
tierras adonde las echó, haciéndolas volver a sus moradas, como ovejas a sus rediles,
donde crecerán y se multiplicarán. Antes eran constantemente perturbadas, pero ahora
(v. 4) no temerán más ni se amedrentarán. Sin ir más lejos, pastores-líderes como
Zorobabel y Nehemías, aunque no vivieron con la pompa de Joacim y Jeconías, fueron
de gran bendición al pueblo, así como los otros habían sido una verdadera plaga para el
país.
(B) El Rey-Mesías, el gran Pastor de las ovejas, el pastor excelente (Jn. 10:11; véase
el comentario a este versículo), será un renuevo justo (v. 5, comp. con Is. 4:2; 11:1),
«significando la nueva vida que traerá el Mesías» (Ryrie). El versículo comienza con un
«He aquí que vienen días …». expresión bien conocida como anuncio de algo que
pertenece a los últimos tiempos. Este retoño había de crecer como raíz en tierra seca
(Is. 53:2), hasta ser enterrado, sin esperanza humana de que volviese a brotar, pero había
de resucitar por el poder omnímodo de la Deidad. Freedman hace notar que el hebreo
tsémaj, que traducimos por «renuevo» (Reina-Valera) o vástago (Asensio), «es el
término usado para designar al rey mesiánico (cf. 33:15; Zac. 3:8; 6:12)».
(C) De este rey mesiánico, que es Jesucristo nuestro Salvador, se dice lo siguiente:
(a) Que «obrará con prudencia (v. 5b), llevará a cabo una política que sea la más
beneficiosa para el pueblo (es el mismo verbo de Is. 52:13) y hará juicio y justicia en la
tierra», expresiones «que resumen la función de un gobernante ideal (cf. 2 S. 8:15, de
David)» (Freedman).
(b) Que «en sus días (v. 6) será salvo Judá (salvo de toda amenaza de invasión y
destierro), e Israel habitará confiado», «porque también los exiliados del reino del norte
serán redimidos y volverán a su país» (Freedman).
(c) Que (v. 6b) «éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová es nuestra
justicia» (comp. con 33:16; Is. 45:24; Dn. 9:24; Ro. 3:22; 1 Co. 1:30). El significado de
ese nombre es muy amplio: Él es nuestra vindicación, pues por Él somos constituidos
justos en la presencia de Dios; Él nos ha sido hecho por Dios justificación y justicia de
Dios en Él; Él es nuestra justicia eterna, pues toda nuestra justicia existe por Él y en Él
subsiste; en Él somos hallados (Fil. 3:9) no teniendo nuestra propia justicia, que es a
base de la ley, sino la que … procede de Dios sobre la base de la fe.
(D) Esta gran salvación que ha de venirles a los judíos en los últimos días (Ro.
11:26), cuando Dios los restaure (comp. con 16:15), después de traerlos «de todos los
países adonde los había echado» (v. 8b), será un acontecimiento nuevo de tal magnitud
que «hará olvidar el gran beneficio (v. 7), considerado en Israel como clave nacional, de
la liberación de la esclavitud egipcia» (Asensio).
Versículos 9–32
Viene ahora una larga lección para los falsos profetas. Jeremías se había quejado
ante Dios de esos falsos profetas (14:13) y había predicho con frecuencia que se habían
de ver envueltos en la ruina común; pero aquí tienen ayes que les pertenecen de modo
especial.
I. El profeta expresa la pena que le causaba ver a estos hombres, que pretendían
estar comisionados e inspirados por Dios, arruinándose a sí mismos, y al pueblo en
medio del cual vivían, con su falsedad y su traición (v. 9): «Mi corazón está
quebrantado dentro de mí … estoy como un ebrio». Jeremías era una persona a quien
las cosas le llegaban muy hondo, y todo lo que era una amenaza para su país, hacía
enorme impresión en su ánimo. Aquí se halla en tanta aflicción: 1. Por causa de los
profetas, de su pecado, de las falsas doctrinas que predicaban y de la mala vida que
llevaban, a pesar de que presumían de recibir sus instrucciones directamente de Dios. 2.
«Por causa de Jehová y por causa de sus santas palabras». Temblaba al pensar en la
ruina y en la desolación que estaban llegando «de la faz de Jehová y de la faz de las
palabras de su santidad» (lit.).
II. Se lamenta de la desbordante perversidad del país y de las actuales señales del
desagrado de Dios (v. 10): «Porque la tierra está llena de adúlteros». Aunque la
idolatría es descrita bajo la designación de «adulterio» (espiritual), Freedman hace notar
que aquí «probablemente ha de interpretarse en sentido literal, no en el sentido figurado
de adoradores de ídolos». M. Henry lo entiende en ambos sentidos. Asensio sólo en el
sentido figurado. El contexto parece estar a favor del sentido literal. El desagrado de
Dios se muestra (v. 10b) en que la tierra está desierta (comp. con 9:9), no sólo
deshabitada, sino también asolada, pues los pastizales del desierto se secaron. Las dos
últimas frases del v. 10 son así literalmente: «Su curso, el fin que se proponen, es malo
y su fuerza no es recta», es decir, «utilizan su poder para objetivos malvados»
(Freedman).
III. Culpa de todo esto a los falsos profetas y a los sacerdotes, especialmente a los
profetas. Ambos son impíos (v. 11); los sacerdotes profanan las ordenanzas de Dios que
pretenden administrar; los profetas, la palabra de Dios que pretenden comunicar, aun en
mi casa hallé su maldad, dice Jehová (v. 11b): en el templo, donde ministraban los
sacerdotes y donde profetizaban los profetas, ambos eran culpables de idolatría e
inmoralidad. De dos cosas se les acusa:
1. De que, con su ejemplo, enseñaban al pueblo a pecar. Los compara con los
profetas de Samaria, la capital del reino del norte, que estaba desolada desde hacía
mucho tiempo. Los profetas de Samaria habían sido muy insensatos al profetizar en
nombre de Baal (v. 13), haciendo así errar al pueblo de Israel, al que todavía llama
Dios mi pueblo. Los profetas de Jerusalén no hacían eso, pues profetizaban en nombre
del verdadero Dios y se estimaban mucho en eso de no ser como los profetas de Israel
que profetizaban por Baal; pero corrompían la nación con sus inmoralidades (v. 14),
tanto como los otros con sus idolatrías. Hacían uso del nombre de un Dios santo,
mientras se revolcaban en todo género de impurezas. En el nombre del Dios de la
verdad profetizaban, mientras (v. 14b) andaban en mentiras. Con todo esto, Judá y
Jerusalén habían llegado a ser como Sodoma y Gomorra (v. 14, al final) y así los veía
Dios como maduros para sufrir la misma destrucción que las ciudades nefandas de la
Pentápolis.
2. De que animaban al pueblo, mediante sus falsas profecías, a continuar pecando.
Se habían llegado a convencer a sí mismos de que no había ningún peligro y ningún
daño en el pecado y se ajustaban, en la práctica, a esta falsa convicción (v. 16): «hablan
visión de su propio corazón, es decir, de su imaginación exaltada, no de la boca de
Jehová». Les dicen a los pecadores (v. 17) que todo les irá bien aunque persistan en sus
pecados. Estos profetas lisonjeaban falsamente al pueblo. Tenían que haberles dicho: No
hay paz para los malvados (Is. 48:22; 57:21). Pero ellos les decían: «Jehová ha dicho:
Paz tendréis … No vendrá mal sobre vosotros» (v. 17b). Lo peor es que se lo decían en
nombre de Jehová.
IV. Dios repudia todo lo que estos falsos profetas decían para apaciguar a la gente
en sus pecados (v. 21): «No envié yo aquellos profetas, no les comisioné yo para ese
ministerio; sin embargo, ellos estaban tan ávidos de comunicar sus mensajes que
corrían a hacerlo; yo no les hablé, pero ellos profetizaban con todo atrevimiento, sin
hallar las dificultades que los verdaderos profetas hallan con frecuencia». Les decían a
los pecadores: Paz tendréis (v. 17). Pero (v. 18), «¿quién asistió al consejo de Jehová?
Comunicáis vuestro mensaje con gran aplomo y seguridad; pero, ¿habéis consultado a
Dios acerca de él? No habéis percibido ni oído Su palabra, no habéis comparado con la
Escritura lo que estáis diciendo; si hubieseis tomado nota del tenor general de la Biblia,
nunca habríais pronunciado un mensaje semejante». Que no habían asistido al consejo
de Jehová ni habían oído Su voz, se declara después (v. 22). «Si hubiesen asistido a mi
consejo, dice Dios, como ellos pretenden:
1. Habrían hecho de las Escrituras su norma de predicación: Habrían hecho oír mis
palabras a mi pueblo.
2. Habrían hecho de la conversión de las almas su objeto (v. 22b) de interés
primordial, y eso es lo que habrían buscado en toda su predicación.
3. Habrían mostrado algunos sellos de su ministerio. Si hubiesen asistido a mi
consejo, y las palabras que predicaban hubiesen sido mis palabras, ellos mismos
habrían sentido el impacto de tales palabras y habrían cesado de obrar el mal».
V. Dios amenaza con castigar a estos profetas por su maldad. Ellos prometían al
pueblo paz; y, para mostrarles la insensatez de eso, Dios les dice que ellos mismos no
habían de tener paz. Se aproxima sobre ellos la calamidad y no se aperciben de ella (v.
12). Por ser profanos los profetas y los sacerdotes (v. 11), por tanto (v. 12), su camino
será como resbaladeros en oscuridad (comp. con 13:16; Sal. 35:6). Dice Freedman:
«Hasta ahora, los corrompidos profetas habían proseguido su malvado curso con
seguridad; pero ahora el camino será resbaladizo y oscuro para ellos, de modo que
tropezarán y caerán». Los que pretenden enseñar a otros el camino, estarán ellos
mismos en la oscuridad. Los que pretenden dar a otros seguridad, no hallarán ellos
mismos terreno firme donde asentar los pies. Los que pretenden poner a la gente
cómoda con sus halagos, se hallarán ellos mismos extremadamente incómodos: serán
empujados y caerán (v. 12b). Pretenden evitar el mal que amenaza a otros, pero (v. 12,
al final) Dios traerá el mal sobre ellos en el año de su visitación (comp. con 11:23), que
será el año de su retribución. Más adelante (v. 15) se les amenaza con otras amarguras:
He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les daré a beber agua de hiel (comp. con
9:15).
VI. Al pueblo se le advierte aquí que no de crédito alguno a estos falsos profetas (v.
16): «No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con
vanas esperanzas, pues es la palabra de Jehová la que está firme y permanece para
siempre, pero no la de ellos. Ellos os dicen (v. 17, al final): Ningún mal vendrá sobre
vosotros; pero oíd lo que dice Dios (v. 19): Mirad que una tormenta de Jehová y, por
tanto, muy fuerte, va a estallar con furor. Ellos os dicen que todo está en calma, pero
Dios os dice (v. 19b) que es una tempestad que remolinea y se cierne sobre la cabeza
de los malvados, y no la podrán aguantar. Esta sentencia es irreversible (v. 20): No se
apartará la ira de Jehová hasta que lo haya hecho y hasta que haya cumplido los
designios de su corazón. Dios no se va a volver atrás en modo alguno. Ellos no lo
entienden ahora, pero en los postreros días (“frase mesiánica”, dice Freedman) lo
entenderéis cumplidamente, esto es, os daréis cuenta perfecta de la situación en que
ahora os halláis». Sin embargo, Freedman hace notar que el verbo hebreo tithbónnu
está en la forma Hithpael (reflexiva), por lo que propone la siguiente versión: «Os
consideraréis a vosotros mismos en esto (con) entendimiento», «es decir, al presente
rehusáis reconocer esto, pero en el fin lo conoceréis a fuerza de examinaros a vosotros
mismos y por vuestra experiencia».
VII. Varias cosas se ofrecen aquí a la consideración de estos falsos profetas, a fin de
que se vean incitados a retractarse de su error.
1. Han de considerar que, aun cuando hayan podido engañar a los hombres, Dios es
demasiado sabio para que puedan engañarle.
(A) Dios afirma su omnipresencia y su omnisciencia en general (vv. 23, 24). Dice
textualmente el versículo 23: «¿Acaso (soy) un Dios de cerca yo, oráculo (hebr.
nehúm) de Jehová, y no un Dios de lejos?» La mejor interpretación de este versículo
es, sin duda, la que da Asensio: «Jehová no es un Dios cercano que sólo puede conocer
y dirigir lo que sucede en torno a sí, sino un Dios lejano que, desde su altura inaccesible
a todo hombre, todo lo alcanza con su ciencia y poder». Entre los hombres, la cercanía y
la lejanía marcan una enorme diferencia, tanto en nuestras observaciones como en
nuestras operaciones, pero con Dios no sucede así; para Él, lo mismo es la luz que la
oscuridad, lo que está al alcance de la mano y lo que está a una distancia astronómica.
Por eso, ni el carácter ni la conducta del hombre pueden esconderse del ojo divino que
todo lo ve (v. 24): «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea?
¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (comp. con 1 R. 8:27; Sal. 139:7–12).
Ningún lugar puede encerrar a Dios, como ningún lugar puede excluirlo.
(B) Aplica esto a los falsos profetas, que tenían un arte notable en disfrazarse (vv.
25, 26). Dios les hará saber que está enterado de toda la confusión que han sembrado en
el mundo, bajo color de divina revelación. Dios descubre fácilmente los fraudes. Dice
Freedman sobre el versículo 26: «El versículo es difícil. Su probable significado es éste:
¿Por cuánto tiempo continuarán éstos engañando al pueblo? ¿Puede la verdadera
Palabra de Dios residir en el corazón de hombres que profetizan engaños que ellos
mismos conciben?»
2. Han de considerar que, al embaucar al pueblo con falsificadas revelaciones y al
atribuir sus propias fantasías a la inspiración divina, están provocando el menosprecio a
la religión verdadera y hacen que los hombres se vuelvan incrédulos y aun ateos (v. 27):
«los que piensan hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada
uno cuenta a su prójimo». Lo que más desea Satanás es que los hombres se olviden de
Dios, especialmente de la justicia y de la santidad de Dios, según se han manifestado en
todos los tiempos. El mejor medio de que lleguen a olvidarse del Dios verdadero es
hacer que se aficionen a dioses falsos (v. 27, al final), «al modo que sus padres se
olvidaron de mi nombre por Baal». Hoy día hay muchos «baales» por los que se olvida
el nombre de Dios.
3. Han de considerar qué colosal diferencia había entre sus profecías y las que eran
pronunciadas por los verdaderos profetas de Jehová (v. 28): «El profeta que tenga un
sueño, cuente el sueño; y como sueño habrá que considerarlo, algo que está
completamente lejos de la realidad; pero el que tenga mi palabra—dice Dios—, cuente
mi palabra verdadera, que la declare fielmente, ajustándose en todo a lo que yo le he
dicho, y pronto veréis la enorme diferencia que hay entre el sueño de un falso profeta y
las instrucciones divinas que un verdadero profeta comunica. Los que tienen sentidos
espirituales bien ejercitados pueden distinguir fácilmente entre la paja y el trigo. Los
sueños de la imaginación no valen para nada, como la paja que se lleva el viento; pero la
Palabra de Dios es sustanciosa, de valor, nutritiva, pan de vida». Otros distintivos de la
Palabra de Dios son descritos en el versículo 29: «¿No es mi palabra como fuego, dice
Jehová, y como martillo que hace pedazos la roca?» Los sueños de los falsos profetas
eran fantasías inútiles para la vida, sin poder ni eficacia para cambiar la conducta; pero
la Palabra de Dios es un poder, una «dinamita» (gr. dynamis = poder) que, como el
fuego, produce diferentes efectos conforme al material en el que actúa: endurece el
barro y ablanda la cera; consume la escoria, pero purifica la plata. Así también, la
Palabra de Dios es para unos olor de vida para vida; para otros, olor de muerte para
muerte (2 Co. 2:16). También es comparada a un martillo que hace pedazos la roca. El
corazón del hombre sin humillar es como una roca; si no se derrite por el fuego de la
Palabra de Dios, será hecho pedazos por el martillo de la Palabra de Dios.
4. Han de considerar finalmente que, mientras siguiesen este curso, Dios había de
estar contra ellos. Tres veces se les dice esto (vv. 30, 31, 32). Quedan procesados aquí:
«Hurtan mis palabras cada uno de su prójimo» (v. 30b). Eran extraños al espíritu de la
profecía, pero imitaban el lenguaje de los verdaderos profetas, tomaban algunos buenos
dichos de ellos y los comunicaban al pueblo como si fuesen de ellos mismos. Con estas
medias verdades y, además, carentes del verdadero espíritu, anulaban la eficacia de la
Palabra de Dios en la mente y en el corazón de algunos que quizá comenzaban a estar
bajo la convicción que la Palabra de Dios, mediante el Espíritu de Dios, imprime en el
que la escucha con las debidas disposiciones. Dios está contra ellos (v. 31) porque
usaban la lengua según les parecía bien en sus discursos al pueblo, y hacían pasar como
dicho por Dios lo que era producto de su imaginación. Quedan encausados como
vulgares tramposos (v. 32), pues profetizan sueños mentirosos y los cuentan con la
pretensión de que se debe a la inspiración de Dios, lo que es invento de ellos. Malo es el
error del pueblo al tomar por verdades las mentiras que los falsos profetas dicen, pero es
mucho peor el caso de estos falsos profetas, pues son ellos los que hacen errar al
pueblo de Dios con sus mentiras y con sus lisonjas. Dios decían que no tiene nada que
ver con ellos: «Yo no los envié ni les mandé y, puesto que no proceden de la verdad,
tampoco pueden hacer nada para la vida: ningún provecho pueden hacer a este pueblo,
dice Jehová».
Versículos 33–40
La mundanidad del pueblo, así como la de los sacerdotes y profetas, es aquí
condenada en un caso particular que podría parecer de poca importancia, pero no lo es,
pues la vulgaridad profana en el modo de hablar, y la corrupción del lenguaje de una
nación, son evidencia clara del predominio de la impiedad en esa nación.
1. El pecado de que aquí se les acusa es tomar a broma a los profetas de Dios y los
vocablos especiales que usaban. Preguntan (vv. 33, 34): «¿Cuál es la carga de
Jehová?» Recordemos que el vocablo hebreo massá, que significa carga, ocurre en la
Biblia cuando el oráculo de Dios hace referencia especial a ciertas amenazas o ciertos
castigos que se ciernen sobre los destinatarios. Los profetas verdaderos usaban este
vocablo con toda la seguridad que el caso requería, pero los contemporáneos de
Jeremías lo usaban para burlarse de él y de su mensaje, cuando deberían temblar ante el
juicio que dicha carga comunicaba. Cuando alguien hace burla de lo más sagrado,
pocas esperanzas quedan de verle salvado.
2. A la vez que se les reprende por esta burlona forma de hablar, se les dice cómo
hay que expresarse decentemente. Vemos que el término es usado todavía después
(Nah. 1:1; Hab. 1:1; Zac. 9:1; Mal. 1:1), pero aquí Dios quiere que Jeremías se atenga a
la norma que le dio en 15:19b: «Y nunca más volveréis a mencionar: Carga de Jehová
de esta forma irónica y sacrílega» (v. 36). ¿Cómo, pues, han de expresarse? Se les dice
(v. 37): «Así dirás al profeta: ¿Qué te respondió Jehová, y qué habló Jehová?» Y lo
mismo han de hacer cuando pregunten cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano
(v. 35).
3. En esta misma línea de prohibición al pueblo en cuanto al uso irónico y
escarnecedor del término massá, Dios amenaza (vv. 38–40) con hacer caer sobre ellos
afrenta y confusión perpetuas (v. 40) y con hacerles caer a ellos mismos después de
levantarlos en alto (v. 39), si continúan abusando del vocablo carga (v. 38). Hay un
juego de palabras con los vocablos massá = carga, y nashá = cargarse (o levantar en
alto) en los versículos 38 y 39. Atención especial merece a este respecto el versículo 33:
«Y cuando te pregunte este pueblo, o el profeta o el sacerdote diciendo: ¿Cuál es la
carga de Jehová?, les dirás: ¡Qué carga! Y yo os arrojaré—oráculo de Jehová» (lit)—.
El sentido queda así un tanto oscuro con la lectura del actual texto masorético (eth-
mah-massá: al qué carga), por lo que, con una división y una vocalización diferentes
(según lo han visto la Septuaginta—los LXX—y la Vulgata Latina) tendríamos: attem
hammassá: «vosotros (sois) la carga, y yo os arrojaré “como se arroja de alguien una
carga” (Freedman)». Así lo entiende el gran rabino Rashi.
CAPÍTULO 24
8
La visión del presente capítulo ocurrió después que Jeconías fue llevado, con otros
más, al cautiverio (año 597 a. de C.). En ella: I. Dios le muestra a Jeremías dos cestas de
higos: unos muy buenos y otros muy malos (vv. 1–3). II. Dios le explica la visión: Los
higos buenos son los israelitas que, obedientes a la orden de Dios, han marchado al
exilio para su bien (vv. 4–7); los higos malos son los que, por no haber obedecido a
Dios, sufrirán las consecuencias para su mal (vv. 8–10).
Versículos 1–10
El mejor resumen de este capítulo se halla en estas líneas del rabino Freedman: «Su
mensaje es que, al contrario de lo que podría esperarse, los judíos que habían de hallar
el favor de Dios serían los que habían sido exiliados, no los que se habían quedado en la
Tierra Santa. No se da una razón explícita de esta diferenciación, pero se apunta en el
versículo 7».
I. La fecha de este mensaje. Fue poco después de haber marchado al cautiverio
Jeconías (v. 1), el cual era una vasija despreciada y quebrada (22:28), pero con él
fueron desterradas otras personas de mucho valor, como Ezequiel (v. Ez. 1:12); muchos
príncipes de Judá marcharon también al cautiverio; del pueblo, sólo los artesanos y los
herreros fueron forzados a marchar, porque los caldeos necesitaban gente de esos
oficios (tenían muchos astrólogos y adivinos, pero pocos herreros y carpinteros). Mucha
gente buena marchó al exilio, lo cual le llegó al corazón a Jeremías, mientras había
quienes se alegraban de ello, ya que pensaban que les había tocado la suerte privilegiada
8
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.849
de quedarse en el país y consideraban definitivamente perdidos a los que habían sido
deportados a Babilonia.
II. La visión por la cual fue presentado a la mente del profeta el beneficio que Dios
había reservado para los deportados a Babilonia. Vio (v. 1, al final) dos cestas de higos,
puestas delante del templo de Jehová, a punto de ser ofrecidas en honor de Dios como
primeros frutos. Los higos de una cesta eran extraordinariamente buenos; los de la otra,
extremadamente malos. Todos los hombres son como los frutos de una higuera (Jue.
9:11); pero unos son buenos, más dulces que cualquiera otra fruta; otros están podridos,
con lo que dan náuseas más que cualquiera otra cosa. Los buenos higos eran como los
que maduran primero (lit.), es decir, las brevas—en junio—, consideradas como una
fruta exquisita (v. Is. 28:4; Os. 9:10; Mi. 7:1; Nah. 3:12). Los malos higos eran tan
malos que no se podían comer de malos que eran. Los que no honran a Dios ni hacen
buen servicio a su generación son como los higos malos, que no son comestibles, pues
no sirven para nada bueno. De las personas que son presentadas al Señor a las puertas
de Su tabernáculo, unas son sinceras y resultan muy buenas; otras disimulan delante de
Dios y resultan muy malas.
III. Exposición y aplicación de esta visión. Con ella, Dios quería levantar los ánimos
de los que habían marchado al destierro, asegurándoles un feliz regreso, y humillar los
ánimos orgullosos de los que permanecían en Jerusalén, augurándoles un miserable
cautiverio.
1. Los higos buenos, tempranos y maduros, representaban los cautivos piadosos, que
parecían al principio maduros para la ruina, pues fueron los primeros en marchar al
exilio, pero habían de mostrar que eran los primeros en madurar para misericordia, y el
cautiverio mismo les había de ayudar a ello; son agradables a Dios, y serán
cuidadosamente preservados. Los primeros sufrimientos prueban con frecuencia ser los
mejores. Cuanto antes es corregido el niño, tanto mejores son los frutos que de la
corrección cabe esperar. Los primeros en ir al exilio eran como el hijo al que el padre
castiga porque lo ama (He. 12:6–8). Pero los que se quedaron en Palestina eran como el
hijo que queda sin corrección al principio y, cuando se le quiere corregir después, ya
está obstinado en el mal. Dios dice aquí que es Él mismo quien les ha llevado al
cautiverio (v. 5b): «… a los cuales eché de este lugar, etc.». Es Dios quien mete el oro
y la plata en el horno de la aflicción para que se purifiquen. El juez ordena que el
malhechor sea entregado en manos del verdugo, pero el padre corrige con su propia
mano a su hijo. En todo se ve que la mano de Dios era para bien de los que aquí son
comparados a los higos buenos:
(A) A primera vista parecía que el destierro era para mal de ellos, pues no sólo
significaba la ruina de sus haciendas y de su libertad, sino que también les hundía los
ánimos, les desalentaba la fe, les privaba del beneficio de los oráculos y de las
ordenanzas de Dios, y les exponía a las tentaciones; con todo, estaba destinado para su
bien como lo demostró el resultado. Mediante las aflicciones, quedaron convictos de
pecado, humillados bajo la mano de Dios, destetados del mundo, enseñados a orar y
vueltos de su iniquidad. Los parientes que dejaron tras de sí, escasamente querrán
reconocerles y aun se burlarán de ellos, pero Dios dice (v. 6): «Pondré mis ojos sobre
ellos para bien y los volveré a esta tierra». Él los sacará del horno de la aflicción tan
pronto como estén purificados; los volverá a moldear y serán vasos de honor para uso
Suyo.
(B) A fin de prepararles para esos beneficios temporales, Dios se compromete a
dispensarles mercedes espirituales (v. 7). Van a aprender más de Dios mediante Sus
providencias en Babilonia que lo que habían aprendido en Jerusalén mediante todos Sus
oráculos y ordenanzas. Se les promete aquí, no tanto una mejor cabeza, sino «un
corazón para que me conozcan que yo soy Jehová … porque se volverán a mí con todo
su corazón». Dios mismo asegura que esto se llevará a cabo, y renovará Su pacto con
ellos (v. 7b): «y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios». Los que se han
apartado de Dios si con toda sinceridad se vuelven a Él, son admitidos, a la par con
todos los demás, a todos los privilegios y consuelos del pacto eterno.
2. Los higos malos. Sedequías, sus príncipes y partidarios (el resto de Jerusalén que
quedó en esta tierra—v. 8—) se sentían seguros en su orgullo (Ez. 11:3). Muchos otros
habían huido a Egipto (v. 8, al final) en busca de refugio, y se jactaban de que, aun
cuando así contravenían el mandato de Dios, actuaban prudentemente para bien de sí
mismos. Ahora bien, en cuanto a éstos, que miraban con escarnio a los que habían sido
deportados a Babilonia, vemos aquí que se les amenaza:
(A) Con que habían de ser dispersados y arrojados a todos los reinos de la tierra (v.
9), mientras que los deportados a Babilonia se habían de establecer en una sola nación,
donde tendrían el consuelo de la mutua compañía.
(B) Con que, mientras los otros habían sido deportados para su bien, ellos serían
arrojados a todos los países para su mal.
(C) Con que, mientras los otros tendrían el honor de ser reconocidos por Dios en
medio de sus aflicciones, ellos sufrirían la infamia de ser abandonados por toda la
humanidad (v. 9): «Y los daré por horror, esto es, como objeto de terror, y por
calamidad (o desventura) a todos los reinos de la tierra; por infamia y por proverbio,
por sarcasmo y por maldición, en todos los lugares adonde yo los arrojaré» (lit.).
(D) Con que, mientras los otros habían de volver a su país (v. 6), ellos habían de ser
exterminados de la tierra (v. 10b), que no volverían a ver jamás.
(E) Con que, mientras los otros eran guardados en reserva para días mejores, ellos
estaban destinados a tiempos peores, pues a todos los lugares a los que serán arrojados
por Dios (v. 9, al final), en pos de ellos enviará Dios también espada, hambre y
pestilencia.
CAPÍTULO 25
La profecía de este capítulo lleva una fecha anterior a la de los capítulos
inmediatamente precedentes, pues fue proferida en el primer año de Nabucodonosor
(605 a. de C.), aquel año notable en que comenzó a ser desenvainada la espada de
Jehová. Tenemos aquí: I. Una revisión de las profecías que habían sido comunicadas a
Judá y a Jerusalén por muchos años en el pasado, por medio de Jeremías mismo y de
otros profetas, con la poca atención que el pueblo les había prestado (vv. 1–7). II. Una
muy clara amenaza de destrucción a Judá y Jerusalén, de parte del rey de Babilonia,
porque continuaban obstinadamente en el pecado (vv. 8–11), a lo que se agrega una
promesa de que serían libertados de su cautividad de Babilonia 70 años más tarde (vv.
12–14). III. Una predicción de la devastación de otras varias naciones a manos de
Nabucodonosor, representada en una «copa de furor» puesta en sus manos (vv. 15–28),
en una espada enviada entre ellos (vv. 29–33) y en una desolación llevada a cabo entre
los pastores, sus rebaños y pastos (vv. 34–38).
Versículos 1–7
Tenemos aquí un mensaje de parte de Dios, concerniente a todo el pueblo de Judá
(v. 1), que Jeremías dio a conocer a todo el pueblo de Judá (v. 2). Jeremías es enviado a
todo el pueblo, probablemente cuando todos habían subido a Jerusalén a adorar en una
de las fiestas solemnes.
1. La profecía está fechada en el año cuarto de Joacim y primero de Nabucodonosor.
Ahora que este príncipe comenzaba su carrera hacia el dominio del mundo, Dios, por
medio de su profeta, da a conocer que no es sino Su siervo. Si Nabucodonosor había de
ascender tan alto, era debido a que Dios tenía Sus propios planes para los cuales había
de servirse de él.
2. En este mensaje pueden observarse todos los medios que se habían puesto en
juego a fin de que el pueblo fuese conducido al arrepentimiento y que aquí son
expuestos para que Dios quede justificado en la manera de proceder contra este pueblo.
Jeremías, por su parte, había predicado constantemente entre ellos durante 23 años; y
durante todo este tiempo les había enviado mensajes incesantemente, según había
oportunidad (v. 3): «Desde el año trece de Josías … ha venido a mí la palabra de
Jehová, y he hablado desde temprano (la misma expresión de 7:13) y sin cesar, para
vuestro bien». Así el Espíritu de Dios contendía con ellos, como con el mundo antiguo
(Gn. 6:3). Jeremías había sido fiel y laborioso en la predicación de sus mensajes,
declarándoles todo el consejo de Dios con respecto a ellos.
3. Además de él, Dios había enviado a ellos otros profetas (v. 4) con el mismo
objetivo. Hubo muchos otros profetas, siervos de Jehová, quienes predicaron sermones
avivadores, los cuales no han quedado registrados en las Sagradas Escrituras.
4. Todos ellos les declararon sus pecados, incitándoles (v. 5) a volverse de su mal
camino y de la maldad de sus obras. Los que les lisonjeaban como si todo fuese bien no
eran enviados por Dios. Los enviados de Dios les reprendían por ir en pos de dioses
ajenos (v. 6), obra de las manos de ellos, y les exhortaban a arrepentirse de sus pecados
y reformar sus vidas. Ésta era la carga de cada mensaje. La reforma personal es
indispensable para la liberación nacional. La calle no quedará limpia hasta que cada
vecino barra junto a su propia puerta. Si se vuelven a Dios, disfrutarán de las
bendiciones que Dios les ha otorgado hasta el presente (v. 5b): «Y moraréis en la tierra
que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre. Sólo el pecado os puede
expulsar de ella y no lo hará si vosotros os volvéis de él».
5. Pero todo fue inútil. No estaban dispuestos a seguir el único método prescrito
para apartar de sí la ira de Dios. Jeremías era un predicador vehemente y afectuoso, pero
(v. 4b) no le hicieron caso ni inclinaron el oído para escucharle.
Versículos 8–14
Aquí tenemos la sentencia fundada en el cargo que precede (v. 8): «Por tanto, así
dice Jehová de las huestes: Por cuanto no habéis escuchado mis palabras, tendré que
tomar otras medidas». El pecador tiene que partir ahora de su pecado, o tiene que partir
al otro mundo con él.
1. La ruina del país de Judá a manos del ejército de Babilonia es decretada (v. 9).
Dios les había enviado sus siervos los profetas y no les habían hecho caso; por tanto,
Dios va a enviar su siervo Nabucodonosor rey de Babilonia. Los mensajeros de la ira de
Dios serán enviados contra aquellos que no quieren recibir a los mensajeros de su
misericordia. Nabucodonosor, un extraño a Dios, es un instrumento en la mano de Dios
para la corrección del pueblo escogido de Dios, y va a servir realmente a los designios
de Dios mientras piensa que sirve a sus propios intereses. Los dos monarcas más
poderosos de aquel tiempo son siervos de Dios: Nabucodonosor, instrumento de Su ira,
no es menos siervo Suyo que Ciro, instrumento de Su misericordia.
2. Se describe aquí (vv. 9–11) la completa destrucción de este país, así como la de
las naciones circundantes. Esta desolación será la ruina del prestigio que los judíos
habían ganado entre sus vecinos (v. 9, al final, comp. con 18:16) y, con ella, se acabará
todo lo que, en la vida cotidiana, era señal de gozo, paz y prosperidad (v. 10, repetición
de 7:34). Juan ha recogido estas imágenes en Apocalipsis 18:22, 23, refiriéndose a la
caída de la Babilonia escatológica. Sobre las expresiones finales del versículo 10, dice
Peake (citado por Freedman): «El ruido del molino, que puede oírse a cierta distancia en
las horas de la madrugada, es una señal invariable de la vida humana en el Oriente, y
aun en la casa más pobre es indispensable la lámpara». Todo eso se habrá acabado en
Judá. Y, peor todavía, serán privados de su libertad (v. 11): «servirán estas naciones al
rey de Babilonia setenta años». La fijación de este plazo había de ser muy útil, no sólo
para confirmar la profecía, sino también para consolar al pueblo de Dios en su
cautiverio y dar ánimos a su fe y a su oración.
3. Se predice a continuación la ruina de la propia Babilonia (vv. 12–14), como lo
había hecho Isaías muchos años antes. Los destruidores serán destruidos. Esto se llevará
a cabo cuando sean cumplidos los setenta años. Los más prestigiosos autores de todos
los campos computan estos setenta años a partir de la primera deportación (año 604 a.
de C.), en el cuarto año de Joacim, hasta el regreso de los primeros exiliados que
volvieron de Babilonia (536 a. de C.). Cuando llegue el tiempo de favorecer a Sion,
Dios visitará al rey de Babilonia y le pedirá cuentas de su tiranía; entonces, esa nación
será castigada por su maldad (v. 12) y convertida en desiertos para siempre, como ella
había hecho con otras naciones. Esta destrucción de Babilonia fue llevada a cabo por los
medos y los persas. Dios dice (v. 13): «Y traeré sobre aquella tierra todas mis palabras,
etc.». El mismo Jeremías que profetizó la destrucción de otras naciones a manos de los
caldeos, profetizó también esta destrucción de los caldeos a manos de otras naciones (v.
14). Y añade (v. 14b): «Y yo les pagaré conforme a sus hechos y conforme a la obra de
sus manos».
Versículos 15–29
Bajo el símil de una copa que pasa de mano en mano, es ahora presentada la
inminente desolación que había de cubrir todos los países. Esta copa de la ira de Dios va
a usar, para su oficio, una espada (v. 16).
I. Las circunstancias de este juicio.
1. Esta espada destructora vendrá de la mano de Dios (vv. 15, 17). Los impíos
sirven con frecuencia de espada para Dios (Sal. 17:13). Es la copa de vino del furor,
símbolo frecuente de desastre inminente. El furor que envía esta copa es un enojo justo,
pues es el de un Dios infinitamente justo. Se compara a un licor intoxicante que se verán
forzados a beber hasta las heces, como antiguamente había malhechores que eran
ejecutados mediante una pócima venenosa. De los impíos se dice que han de beber de la
ira del Todopoderoso (Job 21:20; Ap. 14:10).
2. Había de serles enviada por mano de Jeremías, quien había sido puesto por Dios
sobre las naciones (1:10) como juez que había de leerles la sentencia, y por mano de
Nabucodonosor, que había de actuar como verdugo que ejecuta la sentencia. Jeremías
tiene que tomar la copa de la mano de Dios (vv. 15, 17) y obligar a las naciones a
beberla.
3. Esta copa había de pasar de mano en mano por todas las naciones dentro de las
líneas de comunicación de Israel. Jeremías tomó la copa (v. 17) y la dio a beber a todas
las naciones, es decir, profetizó una gran desolación a cada uno de los países aquí
mencionados.
(A) Se mencionan en primer lugar Jerusalén y las ciudades de Judá (v 18), porque
el juicio debe comenzar por la casa de Dios (1 P. 4:17), en el santuario (Ez. 9:6). Y esta
parte de la profecía había comenzado ya a cumplirse, como se ve por la última frase del
versículo 18 «como (ocurre en) el día este» (lit), pues en el cuarto año de Joacim las
cosas estaban tomando un sesgo funesto.
(B) Se menciona en segundo lugar (v. 19) Faraón rey de Egipto, pues los judíos
habían confiado en él para su daño (era una caña rajada). El resto de los fugitivos (los
que no habían ido a Babilonia) se habían dirigido a Egipto, y allí había de profetizar
Jeremías, en particular (43:10, 11) la destrucción de este país, con toda su mezcla de
naciones (los extranjeros establecidos allí—Freedman—)
(C) Todas las otras naciones que limitaban con Canaán tenían que compartir
también con Jerusalén esta copa. Los reyes de tierra de Uz (v. 20), «tribu aramea (Lm.
4:21), probablemente al este o noreste de Edom, no lejos de Egipto» (Freedman).
(D) Los filisteos habían hecho mucho daño a Israel, pero ahora sus ciudades,
Ascalón, Gaza, Ecrón, el remanente de Asdod, eran presa del poderoso enemigo. «El
vocablo remanente insinúa que sus habitantes habían sido muertos en su mayoría o
deportados después de haber sido tomada por Psamético, rey de Egipto» (Freedman).
(E) Edom, Moab, Amón (v. 21), Tiro y Sidón (v. 22) son lugares bien conocidos
como limítrofes de Israel. Las islas que están del otro lado del mar (v. 22b) son las
colonias fenicias de las costas del Mediterráneo. Dedán y otros países mencionados en
los versículos 23, 24 estaban formados por tribus nómadas del norte de Arabia. Los de
Elam (v. 25b) son los persas que se unieron a los medos.
(F) Los reyes del norte (v. 26) es una designación indefinida, que cubre a todos los
países que estaban fuera del alcance de las líneas que comunicaban con Israel, como
pertenecientes a un mundo exterior, pero que también había de ser alcanzado por la
furia de Nabucodonosor, de la misma manera que se dice de Alejandro Magno que
conquistó el mundo, y el imperio romano es llamado el mundo (lit. toda la tierra
habitada) en Lucas 2:1.
(G) Finalmente (v. 26, al final), «el rey de Sesac beberá después de ellos» (lit.). Que
bajo el nombre de Sesac se quiere mencionar a Babilonia, está claro por 51:41, donde
Sesac y Babel aparecen como sinónimos. Dice Freedman: «Conforme a una tradición
judía, el nombre es una clave críptica de Babel, según un sistema por el cual la última
letra del alfabeto es sustituida por la primera, la penúltima por la segunda, y así
sucesivamente … Otra clave críptica de esta clase ocurre en 51:1». Ha de tenerse en
cuenta que Sesac en hebreo es Sheshak; la sh es la letra penúltima del alfabeto hebreo,
mientras que la b (beth) es la segunda; por otra parte, la ele de Babel ocupa el lugar
decimosegundo, si empezamos por el comienzo del alfabeto; mientras que la k (kaph)
de Sheshak ocupa también el lugar decimosegundo, pero al comenzar por el final.
Tenemos, pues, que el propio rey de Babilonia, que ha propinado a todos sus vecinos
esta amarga copa, la va a beber también él, y hasta las heces. La ruina de Babilonia ha
sido predicha ya en los versículo 12 y 13.
4. Las desolaciones de todos estos países están representadas en las consecuencias
de un beber excesivo (v. 16): «Y beberán, y andarán tambaleándose y enloquecerán»,
es decir, «los terrores de la guerra les pondrán frenéticos» (Freedman). Y más adelante
(v. 27): «Bebed, embriagaos y vomitad; caed y no os levantéis». A veces, los borrachos
se caen para no levantarse más; es un pecado que lleva dentro su propio castigo. Cuando
Dios envía la espada sobre una nación, con el permiso para dejarla desolada, pronto se
vuelve esa nación como un borracho y se llena de confusión, pues sus gobernantes se
ciegan para no ver el desastre que les va a caer encima.
5. Se supone que todos estos países no querrán tomar de las manos de Jeremías
dicha copa para beber de ella (v. 28), es decir, no darán crédito a la predicción de un
hombre, para ellos tan despreciable, como el profeta. Pero él tendrá que decirles: «Así
dice Jehová de las huestes: Tenéis que beber» (v. 28b); es en vano querer resistir al
Omnipotente. Y les declarará la razón: Es tiempo de visitación, de rendir cuentas, y a
Jerusalén ya le llegó la hora (v. 29): «Porque he aquí que a la ciudad en la cual es
invocado mi nombre yo comienzo a hacer mal; ¿y vais a quedar vosotros totalmente
impunes?» Si Jerusalén es castigada por aprender idolatría de las naciones, ¿no van a ser
castigadas las naciones que le enseñaron la asignatura? «No, añade (v. 29b), no
quedaréis impunes; porque traigo espada sobre todos los moradores de la tierra, dice
Jehová de las huestes», puesto que ellos han corrompido a los habitantes de Jerusalén.
II. Hay un Dios que juzga al mundo, al que todas las naciones de la tierra han de
rendir cuentas y a cuya sentencia tendrán que atenerse. Todos los que han perseguido y
perjudicado al pueblo de Dios, rendirán cuentas los últimos. El día del Redentor será
también el día del gran Jubileo (Is. 61:1, 2), en el que, después de haberse proclamado
de modo suficiente la buena voluntad de Jehová, se proclamará también el día de la
venganza de nuestro Dios. Y eso se aplica ya en este mundo a las naciones impías. La
carga de la palabra de Jehová vendrá a ser la carga de sus juicios. Isaías había
profetizado mucho tiempo atrás contra la mayoría de estas naciones (Is. caps. 13 y ss.) y
ahora todas sus profecías iban a tener cumplimiento. Nabucodonosor estaba tan
orgulloso de su poder que había perdido por completo el sentido de la rectitud. Éstos
son los hombres que hacen del mundo un caos y, aun así, esperan que se les admire y se
les adore. Alejandro se creyó a sí mismo el más grande de los príncipes, mientras otros
no vieron en él otra cosa que el mayor de los piratas.
Versículos 30–38
Otra descripción de las terribles desolaciones que el rey de Babilonia, con sus
ejércitos, había de llevar a cabo en todas las naciones vecinas de Jerusalén.
1. Pronto se darán cuenta de que Nabucodonosor les amenaza con la guerra; pero al
profeta se le ordena decirles que es Dios mismo el que va a pelear contra ellos (v. 30):
«Jehová ruge desde lo alto, etc.». Y primeramente ruge fuertemente contra Su morada,
comienza por Su casa. Ruge como un león que ha dejado su guarida (v. 38) para ir en
busca de su presa. Pero su furia se dirige en seguida contra todos los moradores de la
tierra (v. 30, al final), pues (v. 31) tiene pleito contra las naciones por la perversidad de
ellas y por el menosprecio del poder y de la magnanimidad que les ha mostrado. Él es el
Juez de toda la humanidad (lit. de toda carne) y va a entregar los impíos a la espada.
Han provocado el enojo de Dios, y ése es el motivo de toda esta gran destrucción (v.
31a): «Llega el estruendo hasta el fin de la tierra».
2. La alarma no se da por medio de toque de trompeta o redoble de tambor, sino (v.
32) de gran tempestad que se levantará desde los confines de la tierra. El ejército
caldeo será como un huracán que surge del norte, se aproxima a toda velocidad y se
lleva por delante todo cuanto encuentra a su paso. Los pastores (v. 34) aullarán y
clamarán: todas las clases dirigentes («mayorales del rebaño»), que antes hacían alarde
de bravura, se revolcarán en el polvo. Gritarán los pastores (v. 36) y aullarán los
mayorales del rebaño. Quizá sigue aquí la metáfora del león que sale en busca de su
presa y alude al susto mayúsculo que se llevan los pastores cuando oyen el rugido de un
león que se acerca a sus rebaños y se dan cuenta que (v. 35) no tienen camino para huir.
3. Grandes multitudes caerán por la espada opresora (v. 38) de los caldeos; pero
aquí (vv. 36, 37) se pone bien en claro que es Jehová quien devasta los pastos, pues son
destruidos por el ardor de la ira de Jehová. Así es como fue asolada (v. 38) la tierra de
ellos. Pero hallamos aquí dos expresiones que hacen más miserable el caso: (A) Dice la
frase final del versículo 34: «Caeréis como un vaso precioso (según el texto hebreo) o,
como carneros escogidos (según los LXX, que leyeron keelé, en lugar de kiklí)». Las
personas más conspicuas entre ellos, que eran respetadas como vasos de honor caerán y
se harán añicos como un vaso de Venecia o un plato de China que se quiebran
fácilmente. (B) Incluso las moradas pacíficas (v. 37) son destruidas. El hebreo neoth
hashalom significa moradas (bajo la metáfora de apriscos) pacíficas, y así debe
traducirse. Incluso los que gozaban de mayor paz, sin molestar a sus vecinos ni ser
molestados por ellos, no podrán hallar ninguna vía de escape. Éste es uno de los efectos
directos de la guerra. Gracias a Dios, hay arriba mansión pacífica para todos los hijos de
la paz; esa mansión está fuera del alcance del fuego y de la espada.
CAPÍTULO 26
Así como en Hechos de los Apóstoles la predicación de éstos está entretejida con
sus sufrimientos, así también ocurre en el relato que tenemos aquí acerca del profeta
Jeremías Vemos: I. Cuán fielmente predicaba (vv. 1–6). II. Cuán cruelmente le
perseguían por ello los sacerdotes y los profetas (vv. 7–11). III. Cuán bravamente se
mantuvo en sus convicciones frente a sus perseguidores (vv. 12–15). IV. Cuán
maravillosamente fue protegido y librado por la prudencia de los príncipes y de los
ancianos (vv. 16–19). Aunque Urías, otro profeta, murió por entonces a manos de
Joacim (vv. 20–23), Jeremías halló quienes le cobijasen (v. 24)
Versículos 1–6
Mensaje que Jeremías predicó y que causó tal ofensa que estuvo a punto de perder la
vida por causa de él.
1. Dios le dijo dónde tenía que predicar este sermón, cuándo y a qué auditorio (v. 2).
Le dio orden de predicar en el atrio de la casa de Jehová, que estaba bajo la supervisión
directa de sus enemigos jurados, los sacerdotes. Tiene que predicar esto en una de las
fiestas solemnes, cuando acuden personas de todas las ciudades de Judá, que vienen
para adorar en la casa de Jehová. Estos adoradores tenían en gran veneración a sus
sacerdotes y habían de estar al lado de ellos contra Jeremías. Pero ninguna cosa de éstas
había de intimidarle, sino que tenía que predicar un mensaje que, si no les convencía, les
provocaría. Dios le encarga en particular que no retenga ni una sola palabra, sino que
hable todas las palabras que le manda decirles.
2. También le dice Dios qué palabras son las que ha de decir. Tiene que asegurarles
que, si se arrepienten de sus pecados y se vuelven cada uno de su mal camino (v. 3),
Dios apartará de ellos su castigo, aun cuando está ya a las puertas. Éste era el principal
objetivo por el que Dios les enviaba este mensaje por medio de Jeremías. Dios les ha
enviado sus profetas desde temprano y sin cesar (frase que se repite desde 7:13), es
decir, con toda solicitud para que se conviertan y se salven. Ensaya Dios varios métodos
(para nosotros, lo mismo que para ellos) hasta que una persona queda dispuesta para el
reino o para la ruina. Por eso les asegura que, si continúan en su obstinación,
ciertamente verán la ruina de la ciudad y del templo (vv. 4–6). Lo que Dios requería de
ellos era que anduviesen (v. 4b) en la ley que había puesto delante de ellos y (v. 5)
atendiesen a las palabras de los profetas, sus siervos. Hasta ahora, se habían hecho los
sordos (v. 5, al final). Todo lo que ahora espera de ellos es que, por fin, presten atención
y hagan de la Palabra de Dios su norma de vida. Si no hacen caso esta vez, se repetirá
aquí el triste caso de Siló (v. 6), y no es la primera vez que les menciona esto (v. por ej.
7:12–14).
Versículos 7–15
En lugar de despertar las convicciones de ellos, el mensaje del profeta sirvió para
exasperar sus corrupciones.
1. Tienen por un crimen el que Jeremías les haya predicado ese sermón y como a
criminal lo arrestan. Los sacerdotes (v. 7), los profetas y todo el pueblo le oyeron
hablar estas palabras, y eso bastó para basar en eso su procesamiento. Jeremías había
dicho: «Si no me oís …, yo pondré esta casa como Siló, etc.» (vv. 4–6); pero ellos
abrevian y así escamotean lo que la mano de Dios había de hacer si ellos no escuchaban
la voz de Dios, y acusan a Jeremías de que blasfema contra la ciudad y contra el templo,
por decir (v. 9): «Esta casa será como Siló, etc.». La acusación es parecida a la que se
hizo después contra el Señor Jesús y contra Esteban. Con un fundamento tan débil, no
es extraño que la sentencia fuese injusta (v. 8, al final): «De cierto morirás». Lo que
acababa de decir estaba de acuerdo con lo que Dios había dicho en 1 Reyes 9:6–8; sin
embargo, es condenado por decir lo mismo que allí.
2. Pero el tribunal que va a juzgar a Jeremías no es tan fanático (vv. 16 y ss.). Sus
jueces van a ser los príncipes del pueblo (vv. 10 y ss.). Al oír este alboroto que venía del
templo, subieron de la casa del rey a la casa de Jehová para ver qué pasaba, y se
sentaron en la entrada de la puerta nueva de la casa de Jehová para juzgar el caso. Los
sacerdotes y los profetas eran sus demandantes, enfurecidos contra él, y dijeron al
tribunal y a todo el pueblo (v. 11) que Jeremías había incurrido en pena de muerte por
profetizar contra la ciudad. Cuando Jeremías profetizó en la casa del rey acerca de la
ruina de la familia real (22:1 y ss.), la corte, aunque estaba corrompida, lo llevó con
paciencia y no leemos que le persiguieran por ello; pero cuando viene a la casa de
Jehová y toca el lugar que los sacerdotes usufructuaban y, por otra parte, contradice las
mentiras lisonjeras de los falsos profetas (v. 5:31), entonces es considerado por unos y
otros como digno de muerte.
3. Jeremías presenta su defensa ante los príncipes del pueblo. No se retracta de lo
que ha dicho, sino que se ratifica en ello aunque le cueste la vida, pero: (A) Afirma que
lo ha hecho con buena autorización, no por espíritu de contradicción o sedición, sino
porque (v. 12) «Jehová—dice—me envió a profetizar contra esta casa y contra esta
ciudad todas las palabras que habéis oído». Lo mismo repite al final del versículo 15.
Mientras los ministros de Dios se atengan en todo a las órdenes que han recibido del
cielo, no tienen que temer la oposición que se les haga, ya sea de parte del mundo o del
infierno. Está bajo la protección de Dios, y toda afrenta que se haga al embajador, será
resentida por el Príncipe que le envió. (B) Les advierte, no como quien amenaza, sino
como quien amonesta (vv. 13–15), que se enmienden y escuchen la Palabra de Dios. En
cuanto a él, el asunto no es de gravedad: «heme aquí—dice (v. 14)—en vuestras manos;
ni tengo poder para resistir, ni tengo tanto amor a mi vida como para traicionar mi
deber; haced de mí como mejor y más recto os parezca». Pero, en cuanto a ellos, les
advierte que son ellos los que peligran si le dan muerte (v. 15): «Mas sabed de cierto
que, si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, etc.».
Versículos 16–24
1. Jeremías es absuelto. Las palabras que a los sacerdotes y a los profetas les habían
parecido dignas de muerte, no les parecieron al tribunal sediciosas ni traicioneras. Así
que tanto los príncipes (v. 16) como el pueblo no le hallaron culpable; más aún,
admitieron que Jeremías les había hablado en nombre de Dios: «No ha incurrido este
hombre en pena de muerte, porque en nombre de Jehová nuestro Dios nos ha hablado».
Pero si reconocen que Jeremías les ha hablado en nombre de Jehová, ¿por qué no se
arrepienten de sus pecados y reforman su vida?
2. Se halla un precedente para justificar la absolución de Jeremías. Algunos de los
ancianos de la tierra (v. 17) se levantaron e hicieron memoria a la asamblea de un caso
anterior. El caso referido es el de Miqueas.
(A) ¿Había de parecer extraño el que Jeremías profetizase contra esta ciudad y el
templo, cuando Miqueas lo hizo antes que él, incluso en el reinado de Ezequías, el
reinado de la reforma? (v. 18). Miqueas lo dijo tan públicamente como ahora Jeremías:
«Por culpa vuestra Sion será arada como un campo, puesto que, una vez hecha
escombros, nada impedirá que se pase el arado por el suelo, y Jerusalén vendrá a ser
montones de ruinas, y el monte del templo como oteros del bosque, donde crece toda
clase de maleza» (literalmente de Mi. 3:12). Por esto se podía deducir que un hombre
podía ser, como lo fue Miqueas, un verdadero profeta de Jehová y, con todo, profetizar
la destrucción de Sion y de Jerusalén.
(B) ¿No estuvo bien lo que los príncipes hicieron al justificar a Jeremías en lo que
había hecho? Pues eso es lo que hizo Ezequías antes de ellos en un caso parecido.
¿Acaso dieron muerte a Miqueas Ezequías y el pueblo de Judá? ¡Al contrario! Ellos
tomaron muy buena nota de lo que Miqueas les advirtió. Ezequías dejó a sus sucesores
un buen ejemplo, pues temía a Jehová (v. 19b). La predicación de Miqueas le puso de
rodillas: «y oró en presencia de Jehová para que apartase de ellos el juicio inminente y
se reconciliase con ellos, y no lo hizo en vano, pues Jehová se arrepintió del mal que
había hablado contra ellos y se volvió a ellos en misericordia: envió un ángel, que
derrotó a los asirios, cuyo ejército amenazaba con arar Sion como un campo».
3. Un ejemplo, muy distinto, de otro profeta a quien Joacim mandó matar por
profetizar como lo había hecho ahora Jeremías (vv. 20–23). Es muy probable que los
acusadores de Jeremías citasen este otro ejemplo para contrarrestar el efecto que el caso
de Miqueas podía haber hecho a favor de Jeremías. También Urías, de Quiryat-Yearim,
había profetizado conforme a todas las palabras de Jeremías, y tuvo que escapar a
Egipto (v. 21) para evitar la furia del rey, pero Joacim mandó por él (v. 22) y, una vez
que lo trajeron, el rey lo mató a espada y echó su cuerpo en la fosa común (v. 23). El
caso de Urías, contemporáneo de Jeremías, se parecía al de éste como una gota de agua
a otra. Parece como si Joacim, al dar muerte al profeta Urías, quisiera dar a entender que
todo el que se atreviese a profetizar como Urías correría la misma suerte que él. Pero
eso no amedrentó a Jeremías. También Herodes Antipas creyó haber ganado la partida
cuando mandó decapitar al Bautista, pero pronto se llenó de terror cuando oyó lo que se
decía de Jesús, y dijo asustado: «Ése es Juan, al que yo decapité, que ha resucitado»
(Mr. 6:16).
4. Liberación de Jeremías. Urías había muerto a manos de Joacim, pero Dios
preservó maravillosamente a Jeremías, aunque éste no huyó como Urías. El que tenía
una misión extraordinaria podía esperar también una protección extraordinaria. Dios
hizo surgir un amigo de Jeremías, quien «le echó una mano», pues era un hombre
principal. Su nombre era Ajicam, hijo de Safán; el mismo que, con otros, fue enviado
por Josías a consultar a la profetisa Juldá (2 R. 22:12); era padre de Gedalías, el que fue
encargado del gobierno de los que quedaron en Judá después de la invasión babilónica.
También el hijo fue buen amigo de Jeremías (39:14).
CAPÍTULO 27
Jeremías no ha podido persuadir al pueblo a someterse al mandato de Dios, con lo
que habrían evitado la destrucción del país. Ahora intenta persuadirles a que se sometan
a la providencia de Dios rindiéndose mansamente al rey de Babilonia, la medida más
prudente para evitar el asolamiento total de la nación por el fuego y la espada. I. Da este
consejo, en nombre de Dios, a los reyes de las naciones vecinas, asegurándoles que no
queda otro remedio, sino someterse al rey de Babilonia; al fin y al cabo, el dominio de
Babilonia se acabaría en el plazo de setenta años (vv. 1–11). II. Da este consejo, en
particular, a Sedequías, rey de Judá (vv. 12–15), a los sacerdotes y al pueblo,
asegurándoles que el rey de Babilonia había de proceder todavía contra ellos hasta que
las cosas llegasen al último extremo, y que una sumisión paciente era el único medio de
mitigar la calamidad (vv. 16–22).
Versículos 1–11
Hay alguna dificultad para fechar esta profecía (comp. 27:1 con 28:1). El Dr.
Lightfoot soluciona así el problema: Al comienzo del reinado de Joacim es cuando
Jeremías tiene que hacer las coyundas y los yugos (v. 1) y ponérselos en el cuello en
señal de la sumisión de Judá al rey de Babilonia, que comenzó por entonces; pero ha de
enviarlos a los reyes vecinos después, en el reinado de Sedequías, de cuya subida al
trono y de los mensajeros que le fueron enviados, se hace mención por vía profética. Es,
pues, lo que se llama prolepsis.
1. Jeremías tiene que preparar una señal simbólica de la sumisión que todos esos
países (v. 3) habían de prestar al rey de Babilonia. Dios le dijo (v. 2): «Hazte coyundas
(o ataduras) y yugos, y ponlos sobre tu cuello; yugos con las atadura correspondientes,
como se hacía para que los animales no sacasen el cuello del yugo. Jeremías tiene que
ponérselos él mismo al cuello, pues todos habían de preguntar: ¿Qué significan esos
yugos de Jeremías? Le hallamos con uno puesto en 28:10. Con eso les daba a entender
que no les incitaba a ninguna cosa que él no fuese el primero en cumplir.
2. Tiene que enviar esto, con un mensaje, a los príncipes vecinos (v. 3). Se
mencionan los más cercanos a la tierra de Canaán. Se ve que estaba en ciernes una
especie de alianza entre el rey de Judá y dichos príncipes y que se iba a celebrar una
reunión en Jerusalén para tratar el modo de librarse del yugo de Babilonia. Tenían gran
confianza en la fuerza de esta coalición; pero, cuando los enviados volvían a sus amos
respectivos con la ratificación del tratado, Jeremías les regala sendos yugos para que los
lleven a los príncipes y les den a entender que lo mejor que pueden hacer es someterse
al rey de Babilonia. En este mensaje:
(A) Dios afirma su indiscutible derecho a disponer de los reinos de este mundo
como le place (v. 5), pues Él es el Creador de todas las cosas y las da a quien quiere. Así
como benévolamente ha dado la tierra a los hijos de los hombres en general (Sal.
115:16b), así también da a quien quiere una parte mayor o menor de esta tierra.
(B) Dios publica un documento de cesión de todos estos países a Nabucodonosor:
«Esto sirve para certificar y dar a conocer a todos los interesados, que he puesto (v. 6)
todas estas tierras en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo, y aun las
bestias del campo le he dado para que le sirvan». Nabucodonosor era un rey orgulloso,
malvado e idólatra; sin embargo, Dios, en Su providencia, le da este vasto dominio y
estas extensas posesiones. Nótese que las cosas de este mundo no son las mejores, pues
Dios, con frecuencia, las da en abundancia a hombres perversos, rebeldes contra Él. La
dominación temporal no está fundada sobre la gracia. Nabucodonosor es una mala
persona y, a pesar de ello, Dios lo llama mi siervo, porque lo emplea como instrumento
de Su providencia para castigar a las naciones.
(C) Les asegura que, inevitablemente, han de quedar todos ellos sometidos, por
algún tiempo, al dominio del rey de Babilonia (v. 7): «Y todas las naciones le servirán a
él (Nabucodonosor), a su hijo (Evilmerodac) y al hijo de su hijo (Belsasar), con quien
cesó la hegemonía caldea y el cetro pasó a manos de los medos y los persas (v. 25:14).
(D) Amenaza a los que no quieran someterse al rey de Babilonia (v. 8): «Y a la
nación y al reino … que no ponga su cuello debajo del yugo del rey de Babilonia,
visitaré a tal nación con espada, con hambre y con pestilencia, dice Jehová, hasta que
la haya consumido yo por su mano, es decir, por la mano del rey de Babilonia». Más les
vale, pues, someterse de buena gana, porque, de lo contrario, lo van a pasar mucho peor.
(E) Les muestra la vanidad de todas las esperanzas que abrigaban en orden a
preservar su libertad (vv. 9, 10). También estas naciones tenían sus profetas, quienes
pretendían predecir los acontecimientos futuros, ya fuese por medio del estudio de las
estrellas, o mediante sueños o por medio de encantamientos. Estos falsos profetas, para
complacer a sus dueños, les aseguraban diciendo (v. 9, al final): «No serviréis al rey de
Babilonia». Pero Jeremías les dice, de parte de Dios, que esa vana presunción les llevará
a la ruina (v. 10), mientras que, si se someten (v. 11), aparte de esta servidumbre, serán
dejados en paz. Habrá quienes consideren esto como muestra de cobardía, pero el
profeta lo recomienda como muestra de mansedumbre, que prudentemente se pliega
ante la necesidad y saca el mejor partido posible de una tranquila sumisión a las más
duras vicisitudes impuestas por la divina providencia. Muchos habrían evitado el golpe
de la mano destructora si se hubiesen sometido al toque de la mano humilladora. Más
vale tomar de buen grado una pequeña cruz que caer bajo una pesada cruz que nosotros
mismos nos hemos ganado con nuestra rebeldía.
Versículos 12–22
Lo que se ha dicho a todas las naciones se aplica ahora, con especial ternura, a los
judíos, por quienes Jeremías estaba particularmente interesado. El caso se presentaba
del modo siguiente: Judá y Jerusalén se habían enfrentado al rey de Babilonia y lo
habían pasado muy mal; tanto las personas de más alto rango como los bienes de mayor
valor habían sido transportados ya a Babilonia y algunos utensilios de la casa de Jehová.
¿Cuál sería el resultado final? Había en Jerusalén falsos profetas que alentaban al
pueblo a seguir resistiendo y aun ver de recobrar lo perdido. Pero Jeremías es enviado
allá a pedirles que se rindan, porque, en lugar de recobrar lo perdido, perderán lo que
queda si se obstinan en resistir.
1. Jeremías se dirige humildemente al rey de Judá, para persuadirle a que se rinda al
rey de Babilonia. Su acción será representativa de todo el pueblo y, por eso, se dirige a
él en plural (v. 12): «Someted vuestros cuellos al yugo del rey de Babilonia … y vivid».
Era una muestra de sabiduría someterse al yugo de hierro de un cruel tirano, con el fin
de salvar la vida del cuerpo. ¿No será muestra de muy superior sabiduría someterse al
suave y dulce yugo de nuestro legítimo Señor y Dueño Jesucristo, a fin de asegurar la
vida eterna de toda nuestra persona? Humillemos nuestro espíritu por medio del
arrepentimiento y de la fe pues ése es el medio de hacer que nuestro espíritu suba a la
gloria del cielo.
2. Se dirige igualmente a los sacerdotes y al pueblo (v. 16), para persuadirles a
servir al rey de Babilonia (v. 17) y vivir. «¿Por qué—añade—ha de ser desolada esta
ciudad, como lo será de cierto si os resistís?»
3. En todos estos discursos les amonesta que no den crédito a los falsos profetas que
les halagaban con vanas seguridades (v. 14): «No hagáis caso de las palabras de los
profetas …»; (v. 16): «No atendáis a las palabras de vuestros profetas … No son
profetas de Dios, pues Él no los envió (v. 15); son vuestros, porque dicen lo que
vosotros queréis que digan, y sólo están tratando de complaceros». Dos cosas decían
estos profetas:
(A) Que el dominio que el rey de Babilonia había ganado sobre ellos sería
quebrantado en breve. Decían (v. 14): «No serviréis al rey de Babilonia». No necesitáis
someteros a él voluntariamente, porque no os veréis obligados a someteros por la
fuerza». Y eso lo profetizaban en nombre de Jehová (v. 15), como si Dios los hubiese
enviado. Pero eso era una mentira, pues Dios no los había enviado.
(B) Que los utensilios del templo, que el rey de Babilonia se había llevado ya, serían
devueltos en breve (v. 16). Sabían cuánto agradaría esta falsa profecía a los sacerdotes,
quienes amaban el oro del templo más que el templo que santifica al oro. Dichos
utensilios fueron llevados a Babilonia cuando Jeconías fue deportado allá (v. 20).
Tenemos el relato de esto en 2 Reyes 24:13, 15; 2 Crónicas 36:10. El templo les llenaba
de orgullo, y su desmantelamiento era una clara indicación de lo que el verdadero
profeta les había dicho: Que su Dios se había alejado de ellos. Por consiguiente, sus
falsos profetas no tenían otro medio de consolarlos que diciéndoles que el rey de
Babilonia se vería forzado en breve a devolverlos. En vez de profetizar, Jeremías les
dice que deben orar ahora a Jehová de las huestes (v. 18), a fin de que el rey de
Babilonia no se lleve también los utensilios que han quedado (vv. 19, 20). Pero pueden
estar seguros de que también éstos serán llevados por Nabucodonosor a Babilonia; no
sólo los que hay en la casa de Jehová, sino también en la casa del rey de Judá y en
Jerusalén (v. 21).
4. Jeremías concluye con una consoladora promesa de que llegará un día en que
habrán de ser devueltos (v. 22): «A Babilonia serán deportados y allí estarán hasta el
día en que yo los visite, dice Jehová; y después los traeré y los restauraré a este lugar».
De seguro estuvieron bajo la protección especial de la Providencia, porque, de lo
contrario, los habrían derretido, pero tenía que haber un segundo templo, para el cual
estaban reservados. En Esdras 1:7–11 tenemos el relato de su retorno. A veces, los
molinos de Dios muelen despacio, pero muelen siempre a su debido tiempo, porque
muelen seguro.
CAPÍTULO 28
9
En el capítulo anterior, Jeremías había acusado a los falsos profetas de profetizar
mentiras al decir que pronto se había de quebrar el yugo del rey de Babilonia y que los
utensilios del santuario volverían a Jerusalén en breve. Ahora se enfrenta con un solo
hombre, también falso profeta. I. Hananías (hebr. Jananyah), un pretendiente a profeta,
predice el hundimiento del poder de Nabucodonosor y el regreso tanto de las personas
como de los utensilios que habían sido deportados (vv. 1–4), y, en señal de esto, quiebra
el yugo de sobre el cuello de Jeremías (vv. 10, 11). II. Jeremías desea que tal profecía
pudiese resultar verdadera, pero apela a los hechos, y no duda de que éstos dejarán
fallida la seudoprofecía de Hananías (vv. 5–9). III. Se lee luego la sentencia, tanto de los
engañados como del engañador: El pueblo verá su yugo de madera convertido en yugo
de hierro (vv. 12–14), y el falso profeta será pronto exterminado, ya que murió el
mismo año (vv. 15–17).
Versículos 1–9
Esta contienda entre un verdadero profeta y otro falso sucedió (v. 1) en el principio
del reinado de Sedequías; concretamente, en el año cuarto (594–593 a. de C.), porque
los cuatro primeros años de su reinado bien pueden llamarse el principio, ya que durante
esos años reinó bajo el dominio del rey de Babilonia como un vasallo; mientras que el
resto de su reinado, que bien puede llamarse la segunda parte, reinó en rebelión contra
el rey de Babilonia. En este cuarto año de su reinado fue en persona a Babilonia, como
vemos en 51:59. Esto dio al pueblo alguna esperanza de que, yendo en persona, podría
poner buen fin a la guerra, y fue esta esperanza la que los falsos profetas alentaban, en
especial Hananías.
1. La predicción que Hananías hizo solemnemente en la casa de Jehová (v. 1b), y en
nombre de Jehová (v. 2), delante de los sacerdotes y de todo el pueblo (v. 1, al final). Al
proferir esta profecía, se encaró con Jeremías, dirigiéndose a él con intención de
contradecirle, como si dijese: «Jeremías, estás mintiendo». La predicción era que (v. 3),
en el plazo de dos años, todos los utensilios de la casa de Jehová serían devueltos a
Jerusalén, y que también Jeconías (v. 4) y los demás deportados habían de volver en
breve; mientras que Jeremías había profetizado que el yugo del rey de Babilonia se
apretaría todavía más y que, tanto los utensilios como los cautivos, no regresarían hasta
dentro de setenta años. Al comparar esta seudoprofecía de Hananías con las de los
verdaderos profetas, se advierte en seguida una gran diferencia entre ellas, pues aquí no
hay nada del espíritu y de la vida, ni de la sublimidad de expresión, que se manifiestan
en los discursos de los profetas de Dios. Pero lo que más se echa en falta aquí es la
piedad; habla del retorno de la prosperidad, pero no hay ni una sola palabra de
exhortación a que se arrepientan, se vuelvan a Dios, oren y busquen Su rostro. Les
promete bendiciones materiales, en nombre de Dios, pero no hace ninguna mención de
las bendiciones espirituales que siempre ha prometido Dios (v. por ej. 24:7).
2. Respuesta de Jeremías a esta seudoprofecía.
9
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.852
(A) Desea de corazón que pudiese resultar cierta, pues tiene grande y sincero afecto
a su país y desea con vehemencia que su ruina pudiese ser alejada. Por eso, dice (v. 6):
«Amén, así lo haga Jehová. Confirme Jehová tus palabras, etc.». No era ésta la primera
vez que Jeremías oraba por su pueblo, a pesar de profetizar contra él. También Dios,
aun cuando haya determinado la muerte de los pecadores, no la desea, sino que quiere
que todos sean salvos (1 Ti. 2:4). Del mismo modo, el Señor Jesús oró diciendo:
«Padre, si es posible, pase de mí esta copa», aunque sabía que no había de pasar de Él.
(B) Apela a los hechos, los cuales demostrarán que la profecía de Hananías es falsa
(vv. 7–9). Los falsos profetas odiaban a Jeremías, como Acab a Miqueas, porque no les
profetizaba bien, sino mal. Pero él hace ver, ante todos, que «el hecho de que un profeta
tenga el valor de predecir una calamidad nacional, a sabiendas de la impopularidad y
aun del odio en que por eso haya de incurrir, es en sí una prueba de que es
verdaderamente consciente de que pronuncia un mensaje divino. De lo contrario,
escogería el camino más fácil de agradar a sus oyentes con las profecías que él sabe que
ellos prefieren oír» (Freedman). No es que Jeremías niegue en redondo que haya
profecías de paz; él mismo las ha pronunciado también. Pero, sea lo que sea lo que el
profeta diga, «sólo su cumplimiento (Dt. 18:21, 22) podrá ser la garantía de su
autenticidad, de la misión auténtica de quien anuncia, adulador y de continuo,
sospechosos mensajes de “paz”» (Asensio).
Versículos 10–17
1. La insolencia del falso profeta. Para completar la afrenta a Jeremías, quitó el yugo
del cuello del profeta (v. 10), que llevaba como memorial de lo que había profetizado
acerca de las naciones que habían de ser sometidas al dominio del rey de Babilonia, y lo
quebró, a fin de dar una señal del cumplimiento de su profecía, así como Jeremías la
había dado de la suya, y que pareciese que había derrotado el designio e intención de la
profecía de Jeremías. El espíritu de mentira, en la boca de este falso profeta, trata de
imitar el lenguaje del Espíritu de la verdad (v. 11): «Así dice Jehová: De esta manera
romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, no sólo del cuello de esta nación,
sino también del cuello de todas las naciones, dentro de dos años».
2. La paciencia del verdadero profeta. Jeremías siguió tranquilamente su camino (v.
11, al final), no porque no tuviese nada que responder, sino porque quería permanecer
callado hasta que pluguiese a Dios darle una respuesta directa, que entonces no había
recibido todavía. Esperaba que Dios había de enviar un mensaje especial a Hananías y,
por eso, dejó al arbitrio de Dios responderle, y se hizo el sordo de momento, puesto que
«la desaparición del yugo, base de profecía de “destrucción” en nombre de Jehová, le
deja inerme como profeta y ha de esperar una nueva revelación divina que le señale el
camino de la lucha y de la victoria» (Asensio).
3. La justicia de Dios, al juzgar entre Jeremías y su adversario. Jeremías se fue por
su camino, como hombre en cuya boca no había reproche, pero pronto puso Dios en su
boca una palabra. Hananías había quebrado yugos de madera (v. 13), pero Jeremías
tiene que hacer yugos de hierro, porque (v. 14) así dice Jehová de las huestes, Dios de
Israel: Yugo de hierro he puesto sobre el cuello de todas estas naciones, un yugo
mucho más duro y pesado que el yugo de madera, para que sirvan a Nabucodonosor,
rey de Babilonia. Y repite lo que ya había dicho (27:6, al final): «Y también le he dado
las bestias del campo» (v. 14, al final), como si hubiese en eso algo que tuviese un
sentido especial. Los hombres se habían hecho, por su perversidad, como las bestias que
perecen y, por tanto, merecían ser gobernados como se gobierna a las bestias, y éste era
el poder con que Nabucodonosor gobernaba, pues a quien le parecía bien lo mataba, y a
quien le parecía bien lo dejaba con vida. Hananías es sentenciado a morir aquel mismo
año (v. 17) por contradecir a Jeremías, y éste, después de ser comisionado por Dios para
hacerlo, se lo dice en su cara (vv. 15; 16). Los crímenes de los que Hananías queda
convicto son engañar al pueblo (v. 15b) y hablar perversión (lit.) contra Jehová (v. 16,
al final), es decir, pervertir el mensaje de Dios. Jeremías, de parte de Dios, le lee la
sentencia (v. 16): «Por tanto, así dice Jehová: He aquí que yo te quito de sobre la faz de
la tierra; morirás en este año, y morirás como un rebelde contra Dios». La sentencia fue
ejecutada puntualmente (v. 17): «Y en el mismo año, el cuarto año del reinado de
Sedequías, murió Hananías, en el mes séptimo», esto es, en el plazo de dos meses (véase
el v. 1).
CAPÍTULO 29
La disputa entre Jeremías y los falsos profetas se ha llevado a cabo hasta ahora de
palabra, pero en este capítulo se hace por escrito. I. Tenemos aquí una carta que escribió
Jeremías a los cautivos de Babilonia contra los falsos profetas que tenían allí (vv. 1–3).
En dicha carta 1. Se esfuerza en persuadirles a que aguanten con buen ánimo su
cautiverio (vv 4–7). 2. Les precave para que no den ningún crédito a los falsos profetas,
quienes les hacían abrigar esperanzas de una pronta liberación (vv. 8, 9). 3. Les asegura
que Dios los restituirá, en Su misericordia, a su patria al término de setenta años (vv.
10–14). 4. Predice la destrucción de los que continuasen profetizando falsedades (vv.
15–19). 5. Profetiza la muerte de dos de sus falsos profetas en Babilonia, los cuales les
apaciguaban la conciencia en sus pecados y les daban malos ejemplos (vv. 20–23). II.
Hay también aquí una carta que Semaías, falso profeta de los que estaban en Babilonia,
escribió a los sacerdotes de Jerusalén, a fin de soliviantarles para que persiguieran a
Jeremías (vv. 24–29) y una declaración de la ira de Dios contra él por haber escrito
semejante carta (vv. 30–32).
Versículos 1–7
1. Jeremías escribió, en nombre de Dios, una carta a los que estaban cautivos en
Babilonia. Jeconías se había rendido como prisionero (v. 2), junto con la reina madre,
los dignatarios de su corte, llamados aquí eunucos (lit), y muchos de los príncipes de
Judá y de Jerusalén. Los artesanos y los herreros (son los mismos vocablos hebreos de
24:1) son también forzados a rendirse, a fin de que los que se queden en Jerusalén no
dispongan de manos adecuadas para fortificar la ciudad. Con esta mansa sumisión podía
esperarse que Nabucodonosor se aplacase, pero el tirano conquistador se crece con las
concesiones que ellos le hacen. Así que, no contento con eso, después que todos
aquellos (v. 2) habían salido de Jerusalén, vuelve otra vez y se lleva muchos más (v. 1)
de los ancianos, de los sacerdotes, de los profetas y del pueblo. El caso de estos
cautivos era especialmente triste, pues parecía como si fueran mayores pecadores que
todos los demás hombres que vivían en Jerusalén. Por eso Jeremías les escribe una carta
a fin de consolarles. Esta carta de Jeremías fue enviada a los cautivos de Babilonia por
manos de los embajadores que el rey Sedequías envió a Nabucodonosor con el fin (es
probable) de pagarle su tributo y renovarle su sumisión. Por medio de tales mensajeros
quiso Jeremías enviar su carta, porque era un mensaje de parte de Dios.
2. Viene ahora una copia de la carta que Jeremías envió a los deportados. En ella:
(A) Les asegura (v. 4) que les escribe en nombre de Jehová de las huestes, Dios de
Israel, del que Jeremías es sólo como el amanuense. Les había de servir de consuelo en
su cautiverio oír que Dios es Jehová de las huestes, capaz de darles ayuda y liberación,
y de que es el Dios de Israel que guarda todavía el pacto con Su pueblo. Esto sería, de
por sí, una advertencia para que estuviesen en guardia contra toda tentación de idolatría
allí en Babilonia. El que Dios les enviase esta carta había de animarles, pues era una
prueba evidente de que no los había abandonado ni desheredado, aunque estaba
disgustado con ellos y los estaba disciplinando.
(B) En efecto, Dios reconoce en esta carta que es Su mano la que les ha llevado a
Babilonia: «a todos los que hice deportar» (v. 4 y, de nuevo, en el v. 7). Si era Dios
quien los había llevado allá, podían estar seguros de que lo había hecho para bien de
ellos, no para su daño.
(C) Les pide que no piensen en otra cosa, sino en establecerse allí y sacar de la
situación el mejor partido posible (vv. 5, 6): «Edificad casas y habitadlas, etc.». No
deben abrigar esperanzas de un pronto regreso a su país, sino acomodarse allí lo mejor
que puedan; han de plantar, casarse, casar a sus hijos e hijas, y multiplicarse allí. Si
viven con temor de Dios, ¿qué les puede impedir una vida confortable en Babilonia? Es
cierto que, a veces no podrán menos de llorar cuando se acuerden de Sion, pero el
llorar no les ha de impedir el sembrar. En todas las condiciones de la vida presente es
muestra de sabiduría y de amor al deber sacar el mejor partido posible de la situación y
no echar por la borda las ventajas de que podamos disfrutar, so pretexto de que no
tenemos cuanto desearíamos tener. Es comprensible que tengamos afecto especial a
nuestro país nativo, pero si la Providencia dispone que nos traslademos a otro lugar,
hemos de resolver vivir allí lo mejor que podamos. Si la tierra es del Señor,
adondequiera que un hijo de Dios vaya, nunca sale del territorio de Su padre. No deben
inquietarse con temores infundados de dificultades intolerables en su cautiverio.
(D) Les exhorta a que busquen el bien del país donde se hallan como cautivos (v. 7),
que oren por él y se esfuercen en promover el bienestar general de ese país. Esto
significa una prohibición de intentar cualquier cosa contra la paz pública mientras sean
súbditos del rey de Babilonia. Han de vivir pacíficamente bajo su mando, con toda
piedad y honestidad, y no tramar el sacudirse el yugo, sino dejar pacientemente a Dios
el actuar, a su debido tiempo, para traerles la liberación; porque en su paz—dice—
tendréis vosotros paz (v. 7, al final). Así también los primeros cristianos, conforme al
tenor de su santa religión, oraban por las autoridades constituidas, aun cuando fuesen
perseguidores. Todo pasajero de un barco debe estar interesado en la seguridad de la
nave.
Versículos 8–14
1. Dios les retrae ahora de edificar sobre los falsos cimientos que sus presuntuosos
profetas estaban echando (vv. 8, 9). Les decían que su cautiverio iba a ser breve y, por
tanto, que no debían pensar en echar raíces en Babilonia. «Os engañan en esto, les dice
Dios, porque (v. 9) falsamente profetizan en mi nombre. Pero no os dejéis engañar (v.
8): No os engañen vuestros profetas … ni atendáis a los sueños que soñáis o, mejor
(lit.), los sueños que hacéis que sean soñados al pedir a los adivinos profesionales que
revelen el futuro por medio de oráculos derivados de sueños» (Freedman). Ellos
mismos, pues, animaban a los falsos «videntes» a que les engañasen, diciéndoles cosas
halagüeñas (Is. 30:10).
2. Les ofrece luego un buen fundamento sobre el que podrán edificar sólidamente
sus esperanzas. Dios les promete aquí que, aunque no habían de volver pronto Él mismo
les visitaría cuando se cumpliesen setenta años y les haría volver a su país (v. 10),
poniendo fin a su cautiverio en Babilonia. Aunque se hallen dispersos, unos en un país y
otros en otro, los traerá de todos los lugares adonde los arrojó y les hará volver al
lugar de donde les hizo llevar cautivos (v. 14). Dios cumplirá así su favorable promesa
(v. 10, al final), lo cual hará más consoladora la vuelta a la patria, por ser efecto de una
amorosa promesa. Todo esto es según el plan de Dios para con ellos, pues Sus
pensamientos son de paz, para darles un porvenir y una esperanza (v. 11). Cuando las
cosas hayan llegado al extremo, comenzarán a mejorar. Dios no hace nada a medias.
Cuando ellos estén bien dispuestos, les dará liberación completa. No les dará según la
expectación de sus temores ni según la expectación de sus fantasías, sino según la
expectación de su fe y en respuesta a sus oraciones (vv. 12–14). Cuando se acerca la
liberación, hemos de salirle al encuentro mediante la oración. Aquí tenemos la norma de
una búsqueda eficaz (v. 13): «Me buscaréis y me hallaréis cuando (o porque—hebr. ki)
me buscaréis con todo vuestro corazón», no con actitudes rituales externas, ni por
miedo a ulteriores castigos, sino con las características de una búsqueda amorosa (comp.
con Dt. 6:5).
Versículos 15–23
1. Jeremías se vuelve ahora a los que tenían en poco los consejos y los consuelos
que él ministraba y dependían de los falsos profetas. Cuando llegase esta carta de
Jeremías, ellos estarían prestos a decir: «¿Para qué se preocupa tanto en darnos sus
consejos? Jehová nos ha levantado profetas en Babilonia (v. 15). Estamos satisfechos
con ellos y no tenemos por qué escuchar a profetas de Jerusalén». Estos profetas les
decían que ya no vendrían más cautivos y que ellos regresarían pronto de su cautiverio.
En respuesta a esto, Jeremías predice aquí la completa destrucción de los que se habían
quedado en Jerusalén: «En cuanto al rey y al pueblo de la ciudad (vv. 16–18), de los que
pensáis que van a daros la bienvenida cuando volváis, estáis equivocados; caerán sobre
ellos los juicios de Dios unos tras otros: espada, hambre y pestilencia, que se llevarán
por delante grandes multitudes; y los pobres miserables que queden serán esparcidos
afrentosamente por todas las naciones». Así los tratará Dios como a higos malos, que de
tan malos no se pueden comer (v. 17). Tenemos aquí una referencia a la visión que el
profeta había tenido anteriormente (cap. 24).
2. La razón que se da para esto es la misma (v. 19): «Por cuanto no han hecho caso
de mis palabras, dice Jehová, que les envié por mis siervos los profetas …, pero no
quisisteis escuchar, dice Jehová». En cuanto a los profetas de Babilonia, de los que se
jactaban los deportados (v. 15), Dios les dice ahora a todos los deportados (vv. 20 y
ss.): «Estaos quietos y escuchad la sentencia de los profetas en los que tanto confiáis».
Los dos profetas que se mencionan aquí por sus nombres son Ajab y Sedequías (v. 21).
Los crímenes de que se les acusa son impiedad e inmoralidad: «Os profetizan
falsamente en mi nombre» (v. 21b y, de nuevo, en el v. 23b). Atribuir mentiras al Dios
de la verdad es uno de los mayores crímenes. Además (v. 23a), «hicieron maldad en
Israel y cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos». Mal podían corregir a
otros quienes se comportaban con tanta inmoralidad. Su castigo será terrible, pues el rey
de Babilonia los matará y los asará al fuego (vv. 21, al final, y 22, al final). Podemos
suponer que Nabucodonosor no les castigó tan severamente por su impiedad y por su
inmoralidad, sino por sedición, pues incitarían al pueblo a rebelarse, precisamente por
las falsas esperanzas que estos seudoprofetas les hacían concebir. Sus nombres servirán
de maldición entre los deportados (v. 22). La mayor maldición había de ser: «Póngate
Jehová como a Sedequías y como a Ajab, etc.».
Versículos 24–32
Los falsos profetas se enfurecieron al enterarse de la carta de Jeremías. Uno de ellos,
Semaías, mostró su gran malignidad contra el profeta.
1. Su nombre era Semaías el nejelamita, sin que se sepa si este apelativo alude a su
localidad nativa (que se desconoce) o es su nombre de familia (que también se
desconoce). Obtuvo una copia de la carta de Jeremías a los deportados, y le sentó tan
mal que se dispuso a contestar en seguida. ¿Cómo? No le escribe a Jeremías para
justificar sus quejas y defender sus propios derechos de pretencioso profeta, sino que
escribe a los sacerdotes, para incitarles a perseguir a Jeremías.
2. Escribe en su propio nombre como si fuese el dictador de toda la humanidad y se
dirige especialmente (v. 25b) al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías (comp. con 21:1;
29:29; 37:3; 52:24; 2 R. 25:18), que, como sucesor de Pasur (v. 20:1), era el inspector-
jefe del templo, y, en tono adulador, le dice (v. 26): «Jehová te ha puesto por sacerdote
en lugar del sacerdote Joyadá, etc.». Freedman da por seguro que es el mismo Joyadá
(mejor, Yoyadá) de 2 Reyes 11:18. Asensio asegura que es «distinto del homónimo
sumo sacerdote». M. Henry da como probables las dos opiniones. Sofonías ha sido
promovido a este alto cargo y Semaías parece insinuarle que la Providencia le ha
elevado para poner orden en el templo y tomar las medidas pertinentes contra (v. 26b)
«todo hombre loco que se las eche de profeta (v. el comentario a 2 R. 9:11), poniéndolo
en el calabozo y en el cepo». Vemos aquí, una vez más, que los fieles profetas de Dios
son presentados con frecuencia como usurpadores del oficio y hombres locos que están
bajo la acción de algún demonio o habituados al «trance» frenético.
3. Le informa de la carta que Jeremías había escrito a los cautivos (v. 28). Los falsos
profetas habían dicho al principio que nunca vendría el cautiverio (14:13). Jeremías
había dicho que vendría, y los hechos probaban que tenía razón. Semaías demanda
ahora que se proceda contra Jeremías, y da por seguro que era un loco y que se las
echaba de profeta (v. 27): «¿Por qué, pues, no has castigado ahora a Jeremías de
Anatot, que se las echa de profeta con vosotros?» Jeremías no se las echaba de profeta,
sino que Dios mismo le había comisionado (1:5, 9). Pero, al no profetizar las cosas
suaves que deseaban ellos oír, lo consideran como no llamado legítimamente al oficio
de profeta. Justamente son enviados a la esclavitud por burlarse de los mensajeros de
Dios y maltratar a sus profetas. Las aflicciones no bastan, por sí mismas, para curar de
sus pecados al hombre, a no ser que la gracia de Dios obre eficazmente en medio de
esas aflicciones; de lo contrario, más bien exasperan las corrupciones que intentan
mortificar (Pr. 27:22): «Aunque machaques al necio en un mortero …, no se apartará
de él su necedad».
4. Sofonías leyó esta carta (v. 29) a oídos del profeta Jeremías. Es evidente que
Sofonías sentía simpatía por el profeta, pues le hallamos también empleado en enviarle
mensajes como a profeta (21:1; 37:3) y, por consiguiente, le protegía. Le comunicó a
Jeremías el contenido de la carta, a fin de que viese qué enemigos tenía incluso entre los
cautivos.
5. La sentencia contra Semaías por escribir esta carta (vv. 30–32). Dios le va a
contestar por medio de Jeremías, pero no directamente a él, sino a los deportados que le
animaban y halagaban como si fuese un verdadero profeta de Jehová. Semaías les había
engañado. Les había prometido paz en nombre de Dios, pero Dios no le había enviado
(v. 31); predicándoles falsos consuelos, les había privado del verdadero consuelo. Al ser
él un traidor a la Palabra de Dios, les había enseñado a ser traidores también ellos,
porque (v. 32, al final) habló perversión contra Jehová (lit.). La expresión es casi
literalmente la misma de 28:16, al fin al. Será castigado con algo muy temible para un
judío: Carecerá de descendencia masculina («no tendrá varón que more entre este
pueblo») y, además, no verá el bien que Jehová hará a Su pueblo, esto es, el nuevo
establecimiento del pueblo en su país. Advierte Freedman: «Como Semaías no podía en
ningún caso tener experiencia de tal acontecimiento, pues había de ocurrir setenta años
más tarde, debe entenderse como referente a sus descendientes: Se les había de negar la
felicidad de regresar a su hogar ancestral».
CAPÍTULO 30
El sermón que tenemos aquí y en el capítulo siguiente es diferente de los anteriores.
Hasta ahora, casi todo era reprensiones; pero estos dos capítulos (30 y 31) están
enteramente llenos de preciosas promesas de retorno de la cautividad. Se le ordena al
profeta que lo ponga por escrito (vv. 1–3) para consuelo de las generaciones venideras.
Se promete aquí: I. Que habían de tener después una gozosa restauración: 1, aunque
estaban muy aterrados (vv. 4–7); 2, aunque sus opresores eran muy poderosos (vv. 8–
10); 3, aunque ahora carecían de restauración (v. 11); 4, aunque todos los medios de su
liberación parecían fallidos (vv. 12–14); 5, aunque era Dios mismo quien los había
llevado al cautiverio (vv. 15, 16); y 6, aunque todos consideraban desesperado el caso
(v. 17). II. Que, tras de su gozosa restauración, volverán a instalarse felizmente en el
país y será reedificada su ciudad (v. 18), aumentará considerablemente su número (vv.
19, 20), se restablecerá el gobierno (v. 21), renovará Dios Su pacto con ellos (v. 22) y
serán destruidos sus enemigos (vv. 23, 24).
Versículos 1–9
1. Se le ordena a Jeremías escribir todo lo que Dios le había dicho referente a la
futura restauración de Israel, a fin de que, al tenerlo por escrito, puedan los deportados
reflexionar y consolarse mejor que si se les comunicase de palabra. Ha de escribirlo
para las generaciones venideras, no en una carta, sino en un libro, para ser preservado
en los archivos. Se insinúa que son amados por causa de los padres (v. 3, al final,
comp. con Ro. 11:28b): «los haré retornar a la tierra que di a sus padres, y la
disfrutarán».
2. Se declara luego (vv. 4 y ss.) cuáles son las palabras que debe poner por escrito
Jeremías.
(A) Ha de escribir una descripción de la consternación en la que se hallaba el pueblo
al presente (v. 5). Nótese que lo que aquí dice Dios es «una cita de las palabras del
pueblo, sobrentendiéndose delante una frase como vosotros decís. El versículo expresa
el temor y la inseguridad del pueblo» (Freedman). Los falsos profetas les habían dicho
que tendrían paz, pero lo que ellos experimentan no es paz, sino temblor y espanto.
Incluso los hombres de guerra (hebr. guéber) se ven angustiados, y palidecen (v. 6)
como mujer que está de parto con dolor intolerable.
(B) ¿A qué se refiere aquí la Palabra de Dios? El versículo 7 nos da la clave de esta
porción. Dos frases son dignas de notarse: (a) «¡Ah, cuán grande es aquel día!» (comp.
con «En aquel día» del v. 8). La referencia es clara al dia de Jehová, «que verá también
la restauración de Israel bajo el Mesías, hijo de David» (Ryrie); (b) «tiempo de angustia
para Jacob», frase que apunta a la Gran Tribulación, cuando el Anticristo perseguirá
con saña especial a los israelitas (v. el comentario a los capítulos 12 y 13 del
Apocalipsis).
(C) Jeremías debe escribir las seguridades que Dios da de que habrá para Israel un
final feliz después de tal tribulación, pues: (a) Dios le salvará de ella y a través de ella
(v. 7, al final); (b) no volverá a estar bajo servidumbre extranjera (v. 8); (c) habrá una
maravillosa restauración del altar y del trono (v. 9): «servirán a Jehová su Dios y a
David su rey». Nunca más servirán a dioses falsos; nunca más estarán bajo sujeción a
reyes impíos. Dice el propio Freedman: «Su regente (de Dios) mesiánico en la tierra
habrá de ser un renuevo de la casa de David (cf. Ez. 34:23; Os. 3:5)». ¡Exactamente! Y
ese renuevo lo conocemos ya bien. ¡Es el Mesías-Rey, el Hijo de David, nuestro Señor
Jesucristo! Pueden verse numerosas referencias a estos versículos en otros lugares del
Antiguo Testamento (2:27, 28; 14:8; Is. 2:12; 9:4; 55:3–5; Ez. 34:23–27; 37:24, 25; Dn.
9:12; 12:1; Os. 1:11; 3:5; Jl. 2:11; Am. 5:18; Sof. 1:14); y del Nuevo Testamento (Lc.
1:69; Hch. 2:30; 13:23, 24).
Versículos 10–17
Aquí es presentado el deplorable caso de los judíos en cautiverio, pero se declaran
también muchas promesas preciosas.
1. Dios mismo se ha manifestado contra ellos: Él los esparció (v. 11 b); Él les ha
hecho estas cosas (v. 15, al final), aunque ha sido un castigo con medida (v. 11, comp.
con 10:24; 46:28), no más de lo que ellos podían llevar. Dios odia el pecado en mayor
grado en aquellos que están más cercanos a Él. Si castiga así a Su pueblo es por sus
muchos pecados (v. 14, al final; v. 15, al final). Pero lo que Dios intentaba como
disciplina paternal, ellos (y otros) lo interpretaban como un acto de hostilidad (v. 14):
«… como hiere un enemigo …, con azote de adversario cruel». En verdad, parecía
como si Dios hubiese luchado contra ellos como fiero enemigo (Is. 63:10). También Job
se quejaba de que Dios se había vuelto cruel con él y le había multiplicado las heridas.
2. Sus amigos les habían abandonado (v. 13). Si a nosotros se nos ultraja, esperamos
que nuestros amigos salgan en nuestra defensa. Si estamos enfermos o heridos o
atribulados, esperamos que nuestros amigos simpaticen con nosotros y, si llega la
ocasión, nos echen una mano para curarnos. Aquí no hay ninguno que haga eso,
ninguno que vende las heridas: «Todos tus amantes te olvidaron» (comp. con 22:20).
Cuando Dios está contra un pueblo, ¿quién estará con ellos? El caso parece ya sin
esperanza y sin remedio (v. 12): «Incurable es tu quebrantamiento, y grave tu herida»
(v. 15): «Incurable es tu dolor». Humanamente hablando (pues Dios es omnipotente), el
caso no tenía remedio ni alivio, pues se estaban endureciendo en él. En esta deplorable
situación, los miran con desdén: «… porque te llamaron desechada, diciendo: Ésta es
Sion, de la que nadie se cuida». Todo estaba en ruinas ahora. Cuando miraban al pueblo
que había vivido anteriormente en Sion, pero ahora estaban en cautiverio, los llamaban
desechados, de los que a nadie le importan un bledo.
3. Pero Dios actuará para librarlos y salvarlos a su debido tiempo. (A) Aunque
parezca distanciado de ellos, les asegura de Su presencia con ellos: «… Yo soy el que
acudo a salvarte desde lejos a ti (v. 10); yo estoy contigo para salvarte» (v. 11, comp.
con 46:27, 28, donde se repiten casi a la letra estos dos versículos). (B) Aunque están
lejos de su país, en la tierra de su cautividad, allí los hallará la salvación y de allí los
traerá a ellos y a su descendencia (v. 10b). (C) Aunque estaban ahora llenos de temores,
tiempo llegará en que descansarán y vivirán tranquilos, salvos y cómodos, y no habrá
nadie que los espante (v. 10, al final). (D) Aunque las naciones a las que han sido
esparcidos sean llevadas a la ruina, ellos serán preservados (v. 11) «Y destruiré a todas
las naciones entre las cuales te esparcí, pero a ti no te destruiré del todo». El pueblo de
Dios puede estar a veces muy bajo, pero nunca destruido del todo. (E) Aunque Dios los
corrija, y con toda justicia, aún se volverá hacia ellos en Su misericordia, y ni siquiera
los pecados de ellos impedirán la liberación cuando llegue la hora de Dios. (F) Aunque
sus adversarios eran poderosos, Dios quebrará su poder (v. 16): «Serán consumidos
todos los que te consumen; y todos tus adversarios, todos en general, sin ninguna
excepción, irán en cautiverio, y llegará el día en que los que te despojan, serán
despojo». (G) Aunque la herida sea incurable, Dios la curará (v. 17): «Pues yo haré
venir sanidad para ti y sanaré tus heridas, dice Jehová».
4. Se les previene contra el temor y la tristeza desmedidos, porque en estas precisas
promesas hay bastante para silenciar ambos: «Por tanto (v 10) tú siervo mío Jacob, no
temas, dice Jehová, ni desmayes, Israel». No deben entristecerse como los que no tienen
esperanza (v. 15): «¿Por qué gritas a causa de tu quebrantamiento? Es por tus muchos
pecados (vv. 14, al final, y 15, al final). Por consiguiente, en lugar de quejarte, necesitas
humillarte».
Versículos 18–24
Vemos aquí más pruebas del favor que Dios tenía en reserva para ellos después que
hayan pasado los días de su calamidad.
1. La ciudad y el templo serán reedificados (v. 18). Las tiendas de Jacob están bajo
los efectos de la cautividad, pues yacen en ruinas, pero Dios tendrá compasión de ellas,
y la ciudad de Jerusalén será reedificada sobre su propio montón o terrero (lit. hebr.
tel). Driver (citado por Freedman) hace notar que un tel (de ahí los nombres de lugares
como Tel-aasar—2 R. 19:12—, Tel-abib—Ez. 3:15—, Tel-mela y Tel-harsá—Esd.
2:59—) «no es una colina ordinaria, sino un terreno algo elevado, cuya cima, al menos,
consiste de una masa de ruinas». El que puede hacer de la ciudad un montón (Is. 25:2),
puede también hacer, cuando le place, de un montón una ciudad. «Y el palacio—añade
(v. 18, al final)—, es decir, el templo, será restablecido tal como era». Esto es, será
reedificado según el modelo antiguo.
2. Las festividades sagradas serán solemnizadas de nuevo (v. 19): «Y saldrá de
ellos, de la ciudad, del templo, de las tiendas, acción de gracias y voz de gente que está
en regocijo» (comp. con 33:11).
3. La gente se multiplicará (v. 19b): «Y los multiplicaré y no serán disminuidos; los
multiplicaré y no serán menoscabados. Habrá una constante sucesión de fieles
magistrados en la congregación de los ancianos, y de fieles adoradores en la
congregación de los santos».
4. Serán bendecidos con buenos gobernantes (v. 21): «Su príncipe será uno de ellos,
y de en medio de ellos saldrá su jefe»; es decir, ya no estarán más sometidos a un
soberano extranjero, sino que el que los gobierne habrá compartido con ellos las
aflicciones del cautiverio. Así también Jesucristo fue hecho en todo como sus hermanos,
como nosotros, excepto el pecado. De este príncipe o jefe dice (v. 21b): «Y le haré
llegar cerca, y él se acercará a mí». Dice Peake (citado por Freedman): «Este
gobernante estará en la más íntima relación con Dios, ante el cual ciertamente actuará
como sacerdote». Y Asensio, por su parte, comenta: «Privilegio divino concedido a un
príncipe, que sólo así puede acercarse a Jehová sin peligro de la propia vida. Príncipe-
sacerdote, Zorobabel llena históricamente estas condiciones, pero como tipo del Mesías,
en quien se cumplirían con más plenitud y perfección (San Jerónimo)». En efecto, Él es
nuestro sumo sacerdote y es por su medio como podemos acercarnos confiadamente al
trono de la gracia (He. 4:16).
5. Volverán a entrar en pacto con Dios, conforme al pacto hecho con sus padres (v.
22): «Y me seréis por pueblo …» Es una magnífica obra de Dios el que también a
nosotros, los gentiles, nos toma Dios como pueblo para Su nombre (Hch. 15:14).
6. Sus enemigos serán llamados a cuentas y abatidos (v. 20, al final): «Y castigaré a
todos sus opresores, para que así se vea cuán peligroso es tocar a los ungidos de Dios
(Sal. 105:15)». Los versículos 23 y 24 repiten lo dicho en 23:19, 20. Allí eran una
denuncia de la ira de Dios contra los malvados hipócritas en Israel; aquí lo son contra
los malvados opresores de Israel. La ira de Dios contra los malvados es presentada aquí
como un torbellino que remolinea irresistible sobre la cabeza de los malvados (v. 23b).
Y cumplirá sobradamente aquello para lo cual fue enviado (v. 24): «No se calmará el
ardor de la ira de Jehová hasta que haya hecho y cumplido los designios de su
corazón». Tanto los designios de la ira de Dios como los designios de Su amor se
cumplen puntualmente.
CAPÍTULO 31
10
En este capítulo tenemos una continuación del tema de la restauración de Israel. I.
Les serán restaurados el gozo y la paz (vv. 1–14). II. Se pondrá punto final a la tristeza
que sienten por la pérdida de sus hijos (vv. 15–17). III. Se arrepentirán sinceramente de
sus pecados, y los recibirá Dios con todo amor (vv. 18–20). IV. Aumentará el número,
tanto de las personas como de sus ganados (vv. 21–30). V. Dios renovará Su pacto con
10
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.857
ellos y los enriquecerá con bendiciones espirituales (vv. 31–34). VI. Estas bendiciones
serán hechas extensivas a sus descendientes (vv. 35–37). VII. Primicia de esto será la
reedificación de la ciudad de Jerusalén (vv. 38–40).
Versículos 1–9
Dios le asegura aquí a Su pueblo:
1. Que los recibirá de nuevo en una relación pactada con Él. Serán reconocidos por
Él como hijos de su amor: «Yo seré por Dios (esto es, mostraré que soy el Dios) a todas
las familias de Israel» (v. 1)—no sólo de las dos tribus del sur, sino de todas las tribus;
y no sólo de las tribus en general, sino de cada una de las familias; cada una de ellas
tendrá una relación especial con Dios—. Si nosotros y nuestras casas servimos al Señor,
nosotros y nuestras casas seremos protegidos y bendecidos por Él (Pr. 3:33).
2. Que lo hará por ellos y los sacará de Babilonia, como lo hizo con sus padres
cuando los sacó de Egipto.
(A) Les trae a la memoria lo que hizo con sus padres cuando los libertó de la
servidumbre de Egipto (v. 2). Como entonces, los escapados de la espada hallaron
gracia en el desierto; en Egipto, escaparon de la espada de Faraón, quien había
mandado matar a todos los niños varones tan pronto como nacieran; en Babilonia (y
Asiria), los escapados de la crueldad del opresor. Así lo entiende M. Henry con gran
número de autores (entre ellos, Ryrie y Asensio); pero Freedman hace notar que
precisamente «la frase el pueblo que escapó de la espada descarta la interpretación de
que el profeta alude al éxodo de Egipto», y que la expresión «en el desierto» denota «el
país de su destierro». Lo mismo parecen opinar los autores de la obra Search the
Scriptures, todos ellos eminentes escrituristas.
(B) Les trae a la memoria lo que había hecho Dios por sus padres, insinúan que
ahora no veían tales señales y estaban dispuestos a preguntar como Gedeón: «¿Dónde
están todas sus maravillas que nuestros padres nos han contado?» (Jue. 6:13b). Como
si dijesen: «Los días antiguos eran días gloriosos, pero ahora no es así; ¿qué puede
hacernos la buena voluntad del que se apareció en los días antiguos, cuando ahora es un
Dios que se esconde de nosotros?» (Is. 45:15).
(C) A esto responde Dios asegurándoles la constancia de Su amor (v. 3b): «Con
amor eterno te he amado (comp. con Os. 3:1); no sólo con amor antiguo, sino con amor
eterno—¡desde que Dios es Dios!—y hasta siempre. El término hebreo aabath
corresponde al griego agápe; el amor que no caduca jamás (1 Co. 13:8), aunque sus
consuelos se suspendan por algún tiempo, pues nadie ni nada puede separarnos de ese
amor (Ro. 8:39). Y a los que Dios ama con este amor, los atrae hacia Sí con Su gracia
(hebr. jesed, misericordia) «a una relación anterior que fue interrumpida por el
cautiverio» (Freedman). A todos los que Dios ama, los atrae a una comunión íntima con
Él y pone en el corazón de ellos su Santo Espíritu (Ro. 5:5).
3. Que otra vez hará de ellos un nuevo pueblo, y les procurará una dichosa
instalación en su país (vv. 4, 5). Volverán a tomar las arpas que tenían colgadas en los
cipreses de Babilonia, las afinarán y también ellos estarán a tono para hacer uso de ellas.
El gozo de la ciudad depende, en gran parte, de la producción de su suelo. Por eso se
promete aquí (v. 5): «Aún plantarás viñas en los montes de Samaria», que había sido la
capital del reino del norte, en oposición a Judá; pero ahora estarán unidas (Ez. 37:22) y
habrá entre todos tal paz y seguridad que podrán dedicarse sin temores al mejoramiento
de su economía (v. 5b): «plantarán los que planten y disfrutarán de ellas (las viñas)».
Freedman hace notar que el verbo jillel, usado aquí para disfrutar, «es el vocablo
técnico para la redención» de los frutos, aludida en Levítico 19:23–25; Deuteronomio
20:6 (también en este último sale el verbo jillel). Esto da a entender (probablemente)
que estarán dispensados de la prohibición que vemos en Levítico 19:23.
4. Que tendrán amplia libertad y oportunidad para adorar a Dios en las ordenanzas
que Él mismo estableció (v. 6): «Porque habrá día —¡y será un día verdaderamente
glorioso!—en que clamarán los guardas en el monte de Efraín (los guardas puestos
como centinelas en la frontera, para avisar en caso de que se acercase algún enemigo):
Levantaos y subamos a Sion, a Jehová nuestro Dios, para alabarle por la paz pública».
Como ya no habrá ningún peligro del exterior, estos guardas pueden ahora acompañar al
pueblo en su peregrinación a Jerusalén, lo cual es tanto más notable cuanto que, en
Oseas 9:8, el guarda de Efraín … halla en todos sus caminos el lazo del cazador;
hostilidad en la casa de su Dios (comp. con Os. 5:1, al final).
5. Que Dios tendrá la gloria, y el pueblo la honra y el consuelo, de este bendito
cambio (v. 7): «Cantad por Jacob con alegría, esto es, que todos sus amigos y los que
le desean bien se regocijen con él (Dt. 32:43): «Alabad, naciones, a su pueblo» (citado
por Pablo en Ro. 15:10). Al publicar estas noticias (v. 7b), «alabad y decid: Oh Jehová,
salva a tu pueblo, el remanente de Israel; alabad al Dios de Israel; alabad al Israel de
Dios; hablad honorablemente de ambos». Dice Freedman: «Lo de alabad (hebr.
hallelú) se refiere probablemente a la recitación litúrgica de las alabanzas de Dios en el
culto de adoración religiosa (cf. Sal. 118:25, que forma parte de lo que se conoce, en la
liturgia judía, como Hallel)».
6. Que, en orden a instalarse de nuevo en su país, tendrán un feliz regreso del país de
su cautiverio (vv. 8, 9).
(A) Aunque están esparcidos en lugares remotos, todos serán traídos juntamente de
la tierra del norte y … de los últimos confines de la tierra (v. 8).
(B) Aunque muchos de ellos no estén en condiciones de viajar, no habrá nada que
les impida volver: vendrán ciegos y cojos (v. 8b). Tendrán tantas ganas de volver y les
brincará el corazón con tanta alegría, que no pondrán como excusa para quedarse el que
son ciegos o cojos. Sus compañeros mismos estarán prestos a ayudarles, y serán ojos
para el ciego y piernas para el cojo, como deben ayudarse los cristianos en su viaje
hacia el cielo (Job 29:15).
(C) Pero, sobre todo, su Dios les ayudará; y que nadie se excuse de ser ciego cuando
Dios es su guía, ni cojo cuando Dios es su fuerza. Las mujeres encinta están pesadas y
en malas condiciones para emprender un largo viaje; peor están todavía las que han
dado a luz recientemente y han de llevar en brazos, todo el tiempo, a sus criaturas. Con
todo, al tratarse de regresar a Sion, ninguna de ellas hallará dificultades. Cuando Dios
llama, no debemos excusarnos con nuestra incapacidad para ir, porque el que nos llama
también nos ayudará a partir y nos dará fuerzas para llegar.
(D) Llorarán con mayor amargura y mayor ternura por su pecado, cuando sean
libertados de su cautiverio, que cuando estaban gimiendo bajo ese cautiverio. Pero las
oraciones ayudan a enjugar las lágrimas (v. 9): «Vendrán con llanto y los guiaré con
plegarias», pues éstas son señales genuinas de un sincero arrepentimiento. ¿Es seco e
inhóspito el país por el que atraviesan en su regreso? «Los haré andar junto a arroyos
de aguas» (v. 9b), de aguas vivas, corrientes, no de aguas de riada, que escasean en
verano. ¿Es su viaje por el desierto, donde no hay camino ni senda? Él los llevará por
camino derecho en el cual no tropezarán (v. 9c). Adondequiera que Dios llama
claramente a los suyos, o los hallará ya allí o les preparará el camino.
(E) Se declara el motivo por el que Dios tendrá tanto interés por Su pueblo: «Porque
soy a Israel por padre, y como padre he de comportarme con él (v. 9, al final, comp.
con Sal. 103:13), y Efraín es mi primogénito». Efraín, novillo indómito, que, al
apartarse de Dios, no era digno de llamarse hijo (Lc. 15:19, 21), es reconocido como
hijo primogénito, particularmente querido y agraciado con doble porción (v. Gn. 48:17–
20; 49:25, 26). Contra la opinión de Freedman, y de acuerdo con Ryrie—nota del
traductor—, Israel no representa aquí a Judá, sino al reino del norte, y Efraín está en
paralelismo de sinonimia, por ser el primogénito de José y, en este caso, el representante
de las diez tribus del norte. La misma razón que se dio para su liberación de Egipto se
da también para su liberación de Babilonia: Son libres y, por tanto, no deben ser
esclavizados; son hijos de Dios y no pueden ser siervos de los hombres (v. Éx. 4:22,
23).
Versículos 10–17
Tenemos ahora los propósitos del amor de Dios con respecto a Su pueblo. Es una
palabra de Jehová (v. 10), que las naciones tienen que oír, porque es una profecía de la
obra del Señor. Son noticias que se deben publicar hasta los últimos confines, «en las
islas que están lejos». Se predice:
1. Que los que ahora están esparcidos serán traídos de nuevo de las naciones en que
están dispersos (v. 10b): «El que esparció a Israel, lo reúne y lo guarda, como un
pastor a su rebaño». Bajo el cayado de este Grande y Buen Pastor, sus ovejas no
volverán a ser esparcidas. La promesa tendrá pleno cumplimiento al final de los
tiempos, no antes.
2. Que los que han sido vendidos y enajenados, serán redimidos (v. 11) y, así,
devueltos a su verdadero Dueño. Aunque el enemigo que se posesionó de Israel era más
fuerte que ellos, Dios es todavía más fuerte que ese más fuerte y los ha recobrado, no
con precio, sino con Su poder.
3. Que, juntamente con la libertad, tendrán abundancia y gozo, y Dios será
glorificado (vv. 12, 13). Cuando hayan regresado a su tierra, «vendrán y darán gritos de
gozo en lo alto de Sion». En la cima de ese monte cantarán alabanzas a Jehová y se
deleitarán radiantes en el bien de Jehová (probable versión literal), esto es, en la
abundancia de bienes (de los que se enumeran a continuación) de que Dios les provee.
Con gusto le ofrendarán las primicias. Las dos últimas frases del versículo 10 dicen
literalmente: «Y el alma de ellos (la persona misma o su vida) llegará a ser como
huerto regado y ya no languidecerán (como había ocurrido en el cautiverio) más en
modo alguno». Preciosa promesa, que se cumplirá plenamente en la Jerusalén celestial
(Ap. 21:4). Nuestra alma es como un huerto bien regado cuando desciende a ella el
rocío del Espíritu Santo y trae gracia y poder. Esta ausencia de lo que hace de este
mundo un valle de lágrimas se declara de forma más explícita todavía en el versículo
13, donde predominan el gozo y la alegría.
4. Que tanto los ministros del santuario como el pueblo llano tendrán abundante
satisfacción en lo que Dios les dará (v. 14): «Y satisfaré el alma del sacerdote con
grosura» (lit.). Habrá tantos sacrificios sobre el altar, que los que viven del altar vivirán
acomodadamente (v. Lv. 7:34), ellos y sus familias; «y mi pueblo será saciado de mi
bien, dice Jehová». Precisamente porque el pueblo abundará en toda clase de bienes
(«mi bien»—dice Dios—, comp. con Stg. 1:17), los sacerdotes participarán de esa
abundancia a través de las muchas ofrendas y sacrificios que les serán llevados.
5. Que los que habían hecho duelo por la pérdida de sus hijos, al ser llevados éstos
al cautiverio, habrían de ver ese duelo convertido en gozo cuando ellos volviesen (vv.
15–17): «Se oye una voz en Ramá, lamento y llanto amargo; Raquel que llora por sus
hijos y rehúsa ser consolada porque no los hay» (lit.). Este versículo es citado en Mateo
2:18, con ocasión de la matanza que hizo Herodes en los niños de Belén y sus cercanías.
Ramá es mencionada aquí por ser el lugar de reunión de los cautivos (v. 40:1) y por
estar cerca de allí el sepulcro de Raquel (Gn. 35:19 y 1 S. 10:2), de la que tanto
Benjamín, una de las dos tribus del sur, como Efraín, jefe de las diez tribus del norte,
descendían. Dice Freedman: «Según una antigua leyenda judía, Jacob la sepultó allí,
junto al camino, con toda intención, porque previó que sus descendientes habían de
pasar por allí, camino del exilio, y ella lloraría e intercedería por ellos». Los versículos
16 y 17 le aseguran a Raquel que «la fatiga y el cuidado que ella empleó en dar a luz a
sus hijos y criarlos» (Freedman) no ha sido en vano: «porque hay salario (recompensa)
para tu trabajo» (v. 16b). Dios le asegura (v. 16, al final) que «volverán de la tierra del
enemigo», por lo que (v. 17) «hay esperanza para su (de Raquel, en sus descendientes)
porvenir». Nuestra mejor esperanza está en la futura resurrección, con la mansión
asegurada en la Canaán celestial.
Versículos 18–26
1. Arrepentimiento de Efraín, y su vuelta a Dios (vv. 18, 19). Efraín recuerda sus
años de rebeldía «como novillo indómito» (v. 18b, comp. con Os. 4:16; 10:11) y se
vuelve de todo corazón a Dios («porque tú eres Jehová mi Dios»), y acepta el castigo
impuesto: «me castigaste y fui castigado» (lit.), y pide que Dios le ayude con Su gracia
a arrepentirse: «conviérteme y seré convertido». Y no sólo acepta de buen grado el
castigo que Dios le impuso por su rebeldía anterior, sino que, sinceramente arrepentido,
se enoja contra sí mismo y se golpea la cadera («herí mi muslo», en la RV. 1960), gesto
significativo «de un dolor extremo» (Asensio) y que se halla también en Ezequiel 21:17,
así como en Homero. Todos los piadosos movimientos del corazón hacia Dios son el
producto de la acción de la gracia. Cuando los pecadores llegan a un recto
conocimiento, llegarán también a un camino recto.
2. La compasión que Dios tuvo de Efraín y la amable acogida que le dispensó (v.
20). (A) Dios le reconoce por hijo, aunque ha sido un mal hijo, como el Pródigo de
Lucas 15: «¿No es Efraín para mí un hijo predilecto? ¿No es el niño mimado?» Aunque
la negación no está en el texto original, lo más probable es, como afirma Bullinger, que
deba suplirse para que tengan sentido las preguntas. «Por eso, prosigue, mis entrañas
suspiran por él». ¿Cabe mayor ternura? (B) Cuando Dios aflige a los Suyos, no los
olvida. Dice de Efraín (v. 20b): «Pues siempre que hablo de él, todavía me viene con
fuerza a la memoria». Aunque le haya arrojado del país, no lo ha echado de Su memoria
ni de Su corazón de Padre. Fue la compasión de Dios la que mitigó el castigo de Efraim
(Os. 11:8, 9), y es ahora la misma compasión la que acepta el arrepentimiento de Efraín
(v. 20, al final): «Ciertamente tendré de él compasión, dice Jehová.»
3. El pueblo de Dios que se halla en Babilonia recibe grandes ánimos para que se
prepare a regresar a su patria. ¡Que no tiemblen ni les flaquee el espíritu! ¡Que no se
entretengan vanamente ni pierdan el tiempo! ¡Resuélvanse firmemente a emprender el
regreso! (vv. 21, 22): «Establécete señales …, nota atentamente la calzada; vuélvete
por el camino por donde te fuiste», es decir, «señala bien el camino por donde fuiste al
cautiverio, porque por ese camino has de volver» (Freedman). La invitación es hecha a
la «virgen de Israel» (v. 21, al final, comp. con v. 4), para que se vuelva, después de
tener muchos señores, al que la amó con amor eterno (v. 3), a Jehová, que es su
Hacedor y su legítimo Marido (Is. 54:5). Para animar más a los cautivos que van a
regresar, Dios promete algo extraordinario (v. 22b): «Porque Jehová ha creado una
cosa nueva sobre la tierra: la mujer rodeará al varón».
No sólo en la exégesis seguida por muchos siglos en la Iglesia de Roma, sino
también entre evangélicos, como insinúa M. Henry («muchos buenos intérpretes»,
dice), se ha entendido la última frase en el sentido de que una mujer (señal, como en Is.
7:14) había de rodear en su vientre a un guéber, varón apto para la guerra, que es
presentado en Isaías 9:6 como El-Guibbor, el Dios Fuerte. Por muy extendida que haya
estado esta interpretación, es totalmente producto de la fantasía y está fuera del contexto
actual. En mi opinión—nota del traductor—, que no veo expuesta en ningún otro autor,
la interpretación es muy sencilla: Lo ordinario es que los hombres, como avezados a la
lucha, rodeen a las mujeres para protegerlas del enemigo; la señal que Dios crea es, por
eso, extraordinaria, porque (y esto es señal de una seguridad que sólo Dios puede dar)
ahora serán las mujeres las que rodeen a los hombres, como quienes ya no necesitan de
que éstos las protejan.
4. La perspectiva de una nueva y dichosa instalación en su propio país. Todos sus
vecinos, según da a entender el versículo 23, tendrán para los recién vueltos a su patria
palabras de bendición. Esto da a entender que ellos mismos volverán muy reformados y
que esta reforma será tan conspicua que todos se percatarán de ella. Las ciudades, que
solían ser nidos de piratas, serán ahora (v. 23, al final) «moradas de justicia», y el
monte de Sion será especialmente «monte santo». Los versículos 24 y 25 indican un
estado de gran prosperidad, tanto material como espiritual. Se mencionan las dos
grandes profesiones más antiguas de la humanidad: «los labradores y los que van con
rebaño» (v. Gn. 4:2).
5. El profeta nos dice el placer que le dio este descubrimiento (v. 26): «En esto me
desperté, y vi, y mi sueño me fue muy agradable». Dice Freedman: «La visión le vino
mientras estaba en un arrobamiento de éxtasis del cual se despertó ahora». Es la
explicación más probable, conforme a lo que conocemos de las experiencias proféticas
en el Antiguo Testamento.
Versículos 27–34
Siguen las promesas. Aquí se nos dice:
1. Que el pueblo de Dios llegará a ser numeroso y próspero. Israel y Judá se llenarán
de gente y de ganado, lo cual se expresa aquí bajo la metáfora de que Dios mismo «los
sembrará con simiente de hombres y de ganados» (comp. con Ez. 36:9 y ss.). La
porción comienza (v. 27) con la frase «He aquí vienen días …», lo que indica que
estamos ante una promesa de orden, primordialmente, escatológico. Las frases del
versículo 28 hacen clara referencia a 1:10 (v. también 18:7–9). Hasta ahora, Israel ha
sido castigado por sus pecados; ha sido el tiempo de arrancar, derribar, trastornar,
destruir y afligir. Ahora, Dios se compadece de Su pueblo y lo devuelve a su patria; es
el tiempo en que se va a ocupar en edificar y plantar.
2. Ya no podrá decirse que los hijos pagan las consecuencias de los pecados de los
padres (v. 29), sino que cada uno pagará la pena de su propio pecado (v. 30, comp. con
Ez. 18:2 y ss.). Los que se expresaban con las frases proverbiales del versículo 29
interpretaban mal el principio de solidaridad expuesto en Éxodo 20:5, 6; Números
14:18, 19, 33, 35; Josué 7:24–26; 2 Samuel 21:1–14. Citando a Streane, dice Freedman:
«El castigo que seguía a las iniquidades acumuladas de la tercera y cuarta generación
podía ser alejado mediante el arrepentimiento … El mandato, pues, no se opone en
modo alguno a las palabras cada cual morirá por su propia maldad, palabras que
expresan esa visión más justa de los pecados de cada generación, la más joven lo
mismo que la más vieja, visión que había de suceder al tono quejoso adoptado por
aquellos ciegos a su propia desobediencia y convencidos de que, aun siendo inocentes,
sufrían solamente por las faltas de sus padres».
3. Dios renovará Su pacto con ellos, de forma que disfrutarán de todas estas
bendiciones, no sólo por providencia, sino también por promesa. Pero este pacto apunta
hacia el porvenir y con doble alcance:
(A) Tiene un primer cumplimiento parcial (en cuanto a bendiciones generales que
emanan de la salvación por gracia mediante la fe—Ef. 2:8—) en la presente
dispensación; por eso, el autor de Hebreos hace alusión a él en Hebreos 8:8 y ss.
(B) Pero su pleno cumplimiento literal será (v. 31) con la casa de Israel y con la
casa de Judá; en estas expresiones, contra la opinión de M. Henry, es un error ver «la
Iglesia del evangelio», como la llama él. Dice Ryrie: «Será hecho (el pacto nuevo) en el
futuro con la nación entera de Israel (Jer. 31:31); será diferente del pacto mosaico en
que será incondicional (Jer. 31:32); sus estipulaciones incluirán: (1) un cambio de
corazón, (2) comunión con Dios, (3) conocimiento del Señor, y (4) perdón de los
pecados. Todo esto se cumplirá para Israel cuando el Señor vuelva (Ro. 11:26, 27)». El
primer pacto fue invalidado por Israel (v. 32); pero este nuevo pacto no será
quebrantado, porque será escrito, no en tablas de piedra, sino en el corazón (v. 33,
comp. con Ez. 36:26).
4. Todos los artículos de este pacto contienen bendiciones espirituales. No dice: «Os
daré la tierra de Canaán», sino: «Os daré perdón, paz, gracia, buena cabeza y buen
corazón». Les promete disponerles para obedecer (v. 33b): «Daré mi ley en su mente y
la escribiré en su corazón». Los volverá a tomar en una íntima relación con Él (v. 33c):
«Y yo seré a ellos por Dios, un Dios todosuficiente para ellos, y ellos me serán por
pueblo, un pueblo leal y obediente». Cada uno conocerá a Dios (v. 34), no en el sentido
de un conocimiento intelectual, sino de conocimiento experimental, de comunión
íntima, como es el sentido más frecuente del verbo hebreo yadoa. Y, como base de
todas estas bendiciones, asegura (v. 34, al final): «Porque perdonaré la maldad de ellos,
y no me acordaré más de su pecado».
Versículos 35–40
1. Para corroborar la firmeza del pacto que Dios ha prometido en los versículos
anteriores, añade ahora (vv. 35–37) que, mientras los astros sigan sus órbitas, tal pacto
permanecerá. Dice Asensio: «Como Dios Creador, omnisciente y omnipotente, que ha
fijado las leyes inmutables de la naturaleza inanimada, Jehová concede a la
descendencia de Israel el privilegio de ser una nación delante de mí para siempre:
dejaría sólo de serlo en el caso imposible de que esas leyes fallasen, o en la hipótesis
absurda de que el hombre pudiese medir en toda su inmensidad las alturas del cielo y los
abismos de la tierra, al ser uno y otra obra exclusiva de la omnipotencia de Jehová». La
constancia del reino de la naturaleza debe animarnos a depender de la promesa divina de
que continuarán las glorias del reino de la gracia.
(A) Las glorias del reino de la naturaleza. «Da el sol para luz del día» (v. 35). No
sólo lo hizo en un principio para eso, sino que todavía sigue dándolo para eso, pues la
luz y el calor y todas las demás propiedades beneficiosas del sol dependen
continuamente de la acción del Creador. Da también las leyes de la luna y de las
estrellas para luz de la noche (v. 35b). Las llama leyes (lit. estatutos; hebr. juqot),
porque se observan con toda regularidad (v. Job 38:31–33). Obsérvese cómo gobierna
también el mar, pues es Él quien lo agita y hace bramar sus ondas (v. 35c). Los cielos
no pueden medirse (v. 37) y, sin embargo, Él los llena (1 R. 8:27). Todos estos estatutos
son fijos, no pueden faltar (v. 36, comp. con Sal. 119:90, 91). El cielo puede estar
nublado, el sol y la luna tienen sus eclipses, la tierra puede ser sacudida por terremotos
y el mar por tempestades bravías, pero todos ellos guardan su lugar; pueden ser
movidos, pero no removidos.
(B) Las seguridades del reino de la gracia. La descendencia de Israel no faltará (v.
36b), a pesar de todo lo que hicieron (v. 37, al final). El Dios que se ha comprometido a
preservar a Israel es un Dios omnipotente, y el Mediador «sostiene todas las cosas con
su palabra poderosa» (He. 1:3b). Dios no se tomaría tanto interés en este mundo si no
estuviese destinado para Su gloria; y ¿cómo la tendrá si no es proveyéndose de un
pueblo que le sea por nombre y por alabanza? Si el orden de la creación continúa firme
porque fue establecido firmemente en un principio, y no sufre alteración porque no la
necesita, también el método de la gracia continuará invariable por la misma razón, ya
que en el nuevo pacto lo establece en los mismos términos que el de la naturaleza.
2. La reedificación de Jerusalén, ahora en ruinas, será como arras de esas grandes
cosas que Dios hará en el porvenir por Su pueblo (vv. 38–40). En estos versículos se
nos dan los nuevos límites de la ciudad: la torre de Jananel, al noreste (v. Neh. 3:1;
12:39); desde allí, hasta la puerta del Ángulo, al noroeste (v. 2 R. 14:13); ambas son
mencionadas en Zacarías 14:10. Luego (v. 39) saldrá … hasta el collado de Gareb y
torcerá hasta Goa. Estos lugares resultan desconocidos para los autores, pero «el
versículo parece indicar que la Jerusalén reedificada se extenderá por el lado
occidental» (Ryrie). Toda la ciudad será santa, consagrada, a Jehová, incluido el valle
de los cuerpos muertos y de las cenizas (v. 40, comp. con Zac. 14:20, 21), es decir, el
valle de Hinnom (¡lo más impuro de las cercanías de la ciudad!). La puerta de los
caballos estaba al sureste (v. Neh. 3:28). Y, al ser una ciudad santa por completo,
ningún poder humano podrá acabar con ella (v. 40, al final): «No será arrancada ni
destruida más para siempre».
CAPÍTULO 32
I. Jeremías es encarcelado por predecir la destrucción de Jerusalén y el cautiverio
del rey Sedequías (vv. 1–5). II. Le vemos luego al comprar un terreno, por orden de
Dios, como seguridad de que, a su debido tiempo, se pondría punto final y dichoso a los
presentes sufrimientos (vv. 6–15). III. Tenemos también su oración, que elevó a Dios en
dicha ocasión (vv. 16–25). IV. Finalmente, tenemos aquí un mensaje que Dios le dio
para que lo comunicase al pueblo: 1. Tiene que predecir la ruina completa de Judá y de
Jerusalén a causa de sus pecados (vv. 26–35). Pero: 2. Al mismo tiempo, tiene que
asegurarles que, aunque la destrucción será total, no será definitiva (vv. 36–44).
Versículos 1–15
Las desolaciones de Judá y Jerusalén a manos de los caldeos no vinieron de una vez,
sino gradualmente; pero, al no arrepentirse ellos, el castigo se consumó en el año
undécimo de Sedequías. Lo que aquí se relata ocurrió en el décimo. El ejército del rey
de Babilonia había embestido ahora la ciudad y continuaba su asedio con vigor.
1. Jeremías profetiza que tanto la ciudad como la corte caerán en manos del rey de
Babilonia. Les dice que Dios, cuya es la ciudad, los entregará en sus manos y les retirará
Su protección (v. 3), y aunque Sedequías intente escapar, será alcanzado y entregado
como prisionero en las manos de Nabucodonosor. Oirá al rey de Babilonia pronunciar
su sentencia y verá con qué furia e indignación le mira el caldeo a los ojos («y sus ojos
verán sus ojos»—v. 4, al final—). Sedequías será deportado a Babilonia y continuará
allí como un miserable prisionero hasta que Dios lo visite (v. 5b), es decir, hasta que
Dios ponga fin a su vida, así como Nabucodonosor habrá puesto fin a su luz al sacarle
los ojos.
2. Por profetizar esto, Jeremías es encarcelado, no en la prisión común, sino en la
casa del rey de Judá (v. 2, al final); no estaba allí confinado estrechamente, sino, más
bien, protegido de los abusos de las masas. No obstante, era una prisión, en la que
Sedequías le había puesto (vv. 2, 3) por haber profetizado como lo hizo Tan lejos estaba
el rey de humillarse delante de Jeremías (2 Cr. 36:12), que se endureció contra él. Aun
cuando anteriormente le había reconocido implícitamente como profeta al rogarle que
consultase a Jehová por él y por el pueblo (21:2), ahora le riñe por profetizar (v. 3) y lo
encierra en prisión, quizá para impedirle que vuelva a profetizar.
3. Al estar en prisión, compró de un pariente próximo una parcela de terreno cerca
de Anatot (vv. 6 y ss.).
(A) Era la cosa más extraña el que hubiese de comprar una parcela de terreno,
cuando sabía muy bien que todo el país había de ser desolado en breve y había de caer
en manos de los caldeos. Pero era la voluntad de Dios que la comprase y se sometió,
aunque pareciese que tiraba el dinero
(B) Su pariente vino a ofrecérsela, no fue él a buscarla; además, a él le pertenecía el
derecho de redimir la heredad (v. 8b) y, si rehusaba, no cumpliría con el papel que le
correspondía representar. Era una heredad que caía en los suburbios de una ciudad
sacerdotal y, si él no la aceptaba, había el peligro de que, en tiempos de desorden, como
eran aquellos, pudiese ser vendida a otra persona de distinta tribu, lo cual era contra la
ley. También era un acto de amabilidad hacia su pariente, el cual es probable que se
hallase ahora muy escaso de dinero.
(C) Cuando Jeremías se dio cuenta, al venir Janamel a la prisión, como Dios le
había predicho que lo haría, de que era palabra de Jehová (v. 8, al final), esto es, de que
Dios quería que comprase la heredad, no puso ninguna objeción, sino que compró la
heredad (v. 9) y pagó el precio justo, diecisiete siclos de plata (v. 9, al final), con toda
honestidad, pesándole el dinero en su presencia. No nos ha de extrañar la exigüidad del
precio si tenemos en cuenta la escasez que había de dinero a la sazón y la poca estima
que las tierras merecían, debido a la precaria situación del país en aquellas
circunstancias.
(D) Obró muy prudentemente al suscribir y preservar los documentos. La
transacción fue suscrita delante de testigos (v. 10). Una copia fue sellada y la otra quedó
abierta (v. 11). La escritura de compra fue puesta en manos de Baruc (v. 12), también
ante testigos, con la orden de meterla en una vasija de barro, donde había de continuar
muchos días (v. 14), para uso de los herederos de Jeremías. El designio divino de esta
compra-venta era dar a entender que, aunque Jerusalén estaba ahora bajo asedio, y todo
el país había de quedar desolado, llegarían días en que se comprarían casas, heredades
y viñas en aquella tierra (v. 15).
(E) Así como Dios ordenó a Jeremías confirmar sus predicciones de la inminente
destrucción de Jerusalén mediante su propia experiencia de quedarse soltero, así
también le ordenó confirmar sus predicciones de la futura restauración de Jerusalén
mediante su propia práctica de comprar esta heredad. Refiere Lucio Floro, como un
gran ejemplo de la bravura de los ciudadanos romanos, que, en tiempo de la Segunda
Guerra Púnica, cuando Aníbal estaba poniendo sitio a Roma y a punto de hacerse dueño
de la urbe, fue puesto a la venta por entonces un campo que caía donde se hallaba ya
parte del ejército enemigo, y fue comprado de inmediato, por la firme creencia de que el
valor romano levantaría el asedio. ¿Y no tenemos nosotros mucho mayor motivo para
aventurarlo todo sobre la palabra de Dios?
Versículos 16–25
Oración de Jeremías a Dios con ocasión de las revelaciones que Dios le había hecho
acerca de Sus propósitos con respecto a esta nación, para derribarla primero y volverla a
edificar a su tiempo, lo cual dejó perplejo al profeta, quien, aun cuando proclamaba
fielmente sus mensajes, con todo, al reflexionar sobre ellos, no entendía cómo podían
compaginarse; en medio de esta perplejidad, derramó su corazón delante de Dios en
oración; Jeremías estaba en prisión, en aflicción y en perplejidad acerca del significado
de las providencias de Dios, pero es entonces cuando ora.
1. Jeremías adora a Dios y le da la gloria que corresponde a Su nombre como
Creador del universo (vv. 17–19). Cuando, en cualquier circunstancia, estamos
perplejos acerca de alguna disposición de la Providencia, es bueno satisfacernos con las
doctrinas generales de la sabiduría, del poder y de la bondad de Dios. Consideremos,
como lo hace aquí Jeremías: (A) Que Dios es la fuente de todo ser y poder, de toda vida,
moción y perfección «Tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo
extendido» (v. 17). (B) Que para Él nada es imposible «Y no hay nada que sea
demasiado difícil para ti». (C) Que es un Dios de misericordia sin límites, como lo
expresa la frase «que haces misericordia a millares», no sólo a millares de personas,
sino, de acuerdo con el contexto, a millares de generaciones. (D) Que es un Dios de
justicia imparcial e inflexible. (E) Que es un Dios de universal dominio y mando. Es
Dios grande, porque es poderoso. Es Jehová de las huestes (vv. 18b, 19a). (F) Que todo
lo ordena para lo mejor, pues es grande en designios, ya que son profundísimos los
planes de Su sabiduría
2. Reconoce la percepción universal que Dios tiene de todo lo que ocurre en el
mundo (v. 19b), «cuyos ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los
hombres, dondequiera se hallen y cualesquiera sean las actividades, buenas o malas, en
que estén ellos ocupados». No los observa como espectador despreocupado, sino como
Juez justo y observador, pues los hombres hallarán a Dios según sean hallados por Él.
3. Hace el recuento de las grandes cosas que Dios ha llevado a cabo anteriormente a
favor de Su pueblo Israel. (A) Los sacó de Egipto, aquella casa de esclavitud, con
señales y portentos (v. 21). Cada año se le traía esto a la memoria a Israel mediante la
celebración de la Pascua. Todas las naciones vecinas hablaban de ello como de algo que
había redundado grandemente para la gloria del Dios de Israel y le había dado nombre,
como se veía aún en aquel día (v. 20, al final). (B) Los introdujo en Canaán (vv. 22,
23), «la tierra que fluye leche y miel». Juró a sus padres que se la daría, y así lo hizo, y
entraron y la disfrutaron. Bueno es que reflexionemos con frecuencia sobre las grandes
cosas que Dios ha hecho por nosotros, para que tengamos fe en su providencia para lo
futuro y acudamos a Él en todas nuestras necesidades.
4. Deplora las rebeliones de las que han sido culpables contra Dios y lamenta los
juicios que Dios ha traído sobre ellos a causa de esas rebeliones. Es un triste relato el
que aquí hace de la ingratitud del pueblo hacia Dios. Él había hecho todo lo que había
prometido hacer, pero ellos (v. 23) «nada hicieron de lo que les mandaste hacer». (A)
Compara el presente estado de Jerusalén con las predicciones divinas y halla que todo lo
que Dios ha hablado, también ha ocurrido: «Ha venido, pues, a suceder lo que tú
dijiste» (v. 24, al final). (B) Encomienda el presente estado de Jerusalén a la compasión
divina (v. 24a): «He aquí que con terraplenes han acometido la ciudad para tomarla …
y he aquí que lo estás viendo (al final del v. 24)». Como si dijese: «¿Es ésta la ciudad
que escogiste para poner en ella tu nombre? ¡Pues mira cómo la están poniendo! ¿La
vas a dejar así abandonada?» Con todo, no se querella con Dios por lo que ocurre ni le
prescribe lo que debe hacer, sólo desea que considere el caso. En cualquier apuro en que
nos hallemos, hemos de consolarnos con el pensamiento de que Dios lo ve y sabe cómo
ponerle remedio.
5. Parece deseoso de conocer más profundamente el sentido que tiene la orden que
Dios le ha dado de comprar la heredad (v. 25): «¡Y tú me has dicho, oh Señor Jehová:
Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad es entregada en
manos de los caldeos!» Es obvio que esta última frase no la dice Dios, sino que es una
observación del propio profeta. Tan pronto como supo que eso era lo que Dios deseaba,
compró el campo; pero, aun después de hacerlo, quería entender mejor por qué le había
ordenado Dios eso. Aunque estamos obligados a prestar a Dios una obediencia rendida
y completa, debemos esforzarnos para que sea, más y más, una obediencia inteligente
Nunca debemos discutir los preceptos ni los juicios de Dios, pero sí podemos y
debemos inquirir: «¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová
nuestro Dios os mandó? (Dt. 6:20).
Versículos 26–44
Respuesta de Dios a la oración de Jeremías para tranquilizarle la mente. Es una
completa revelación de los propósitos de la ira de Dios contra la presente generación y
de los designios de Su gracia con respecto a las futuras generaciones. Jeremías no sabía
cómo cantar a un mismo tiempo en honor de la misericordia y del juicio, pero aquí le
enseña Dios cómo debe hacerlo. Cuando le ordenó Dios que comprase la heredad en
Anatot, esperaba el profeta que Dios estuviese a punto de ordenarles a los caldeos que
levantasen el asedio. «No», dice Dios, «la ejecución de la sentencia se llevará a cabo;
Jerusalén quedará en ruinas». Pero, a fin de que Jeremías no piense que al ordenarle
comprar el campo, Dios le daba a en tender que toda la misericordia que tenía reservada
a Su pueblo después del regreso del exilio consistía únicamente en que pudiesen obtener
de nuevo la posesión de su tierra, le informa de que eso no era sino tipo de las
bendiciones espirituales que había de otorgarles abundantemente y que eran
inefablemente más valiosas que los campos y las viñas. En esta palabra de Jehová a
Jeremías tenemos primero más terribles amenazas, y luego más preciosas promesas, que
quizá cualquiera otra que podamos hallar en el Antiguo Testamento.
I. Se declara aquí la ruina de Judá y de Jerusalén.
1. Dios afirma en estos versículos su soberanía y su poder (v. 27): «He aquí que yo
soy Jehová, un ser que existe por sí mismo y es suficiente por sí mismo, el Yo soy el que
soy, el Dios de toda carne, de todo ser vivo y, especialmente, de toda la humanidad
2. Sostiene lo que ha dicho con frecuencia acerca de la destrucción de Jerusalén a
manos del rey de Babilonia (v. 28): «He aquí que voy a entregar esta ciudad … en
manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia»; además (v. 29) «vendrán los caldeos que
atacan esta ciudad, y la pondrán a fuego y la quemarán, asimismo las casas, sin
exceptuar la casa de Dios ni la casa del rey».
3. El motivo por el que Dios procede con tanta severidad contra la ciudad. Es el
pecado lo que la lleva a la ruina; sus habitantes cometen los pecados con osadía y
desvergüenza Ofrecían incienso a Baal, no en rincones, como avergonzados de hacerlo
en público, sino sobre las azoteas de las casas (v. 29), provocando así a ira a Dios. De
nuevo repite este pecado de provocación (v. 30b) «porque los hijos de Israel no han
hecho más que provocarme a ira con la obra de sus manos». Y de nuevo otra vez (v.
32) «por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá (ahora
conjuntamente el reino del norte y el del sur, lo cual ya estaba implícitamente en la
segunda mitad del v. 30), que han hecho para provocarme a ira» (el mismo verbo
hebreo del v. 30). Es como si hubiesen resuelto provocar los celos de Dios hasta el
límite, y hacer todo eso delante de Su propio rostro (v. 31): «Porque esta ciudad me ha
sido motivo de enojo y de ira desde el día en que la edificaron hasta hoy». Habían
continuado incesantemente en sus provocaciones (v. 30a): «Porque los hijos de Israel y
los hijos de Judá (toda la nación) no han hecho sino lo que es malo delante de mis ojos
desde su juventud, es decir, desde la primera vez en que fueron hechos un pueblo, como
lo atestiguan sus rebeliones y murmuraciones en el desierto, y la fabricación y adoración
del becerro de oro junto al mismo Sinaí, donde habían recibido la Ley por primera vez».
En cuanto a Jerusalén, a pesar de que era la ciudad santa, había sido motivo de enojo y
de ira (v. 31) desde el día en que la edificaron hasta hoy.
4. Todos habían contribuido a la culpabilidad nacional y, por tanto, todos quedaban
justamente envueltos en la común ruina. No sólo los hijos de Israel que se habían
rebelado contra el altar y contra el trono, sino también los hijos de Judá, que seguían
exteriormente adictos a Jehová y al sucesor de David. Dios les había invitado, una y otra
vez, al arrepentimiento, pero ellos le habían vuelto la espalda con toda ingratitud y
descortesía (v. 33): «Y me volvieron la espalda, y no el rostro; y aunque les instruía
desde temprano y sin cesar, no escucharon para recibir corrección (o instrucción—
hebr. musar—)» (son frases que, con pocas variantes, vemos repetidas en 7:13; 25:13;
26:5; 35:15; 2 Cr. 36:15, 16—comp. con Jn. 8:2—) Cuanto más les corregía Dios,
menos se enmendaban ellos.
5. Había en las idolatrías de ellos un impío desprecio de Dios (v. 34): «Pusieron sus
abominaciones (es decir, sus ídolos) en la casa en la cual es invocado mi nombre,
contaminándola».
6. También eran culpables de la crueldad más antinatural con sus propios hijos, pues
los sacrificaban a Moloc (v. 35), haciendo pecar a Judá. El país entero estaba infectado
de las idolatrías contagiosas y de las iniquidades de Jerusalén.
II. Se promete luego la restauración de Judá y de Jerusalén (vv. 36 y ss.). Dios, en
medio del juicio, se acordará de la misericordia y llegará un día, ya fijado, para actuar
en favor de Sion.
1. El pueblo estaba abocado a la desesperación. Cuando el juicio fue anunciado a
distancia, no tuvieron miedo; pero cuando la amenaza se convirtió en ataque, perdieron
la esperanza. Decían de la ciudad (v. 36): «Entregada está en manos del rey de
Babilonia por espada, por hambre y por pestilencia». Acerca del resto del país, decían
con enfado (v. 43): «Está desierta (la tierra), sin hombres y sin animales; no hay alivio
ni remedio; es entregada en manos de los caldeos».
2. La esperanza que Dios les da de misericordia. Aunque sus cadáveres caerán en el
cautiverio, sus hijos volverán a ver esta buena tierra y la bondad de Dios en ella.
Regresarán del cautiverio y se establecerán en esta tierra (v. 37): Los había echado a
todas las tierras. Los que huyeron se dispersaron ellos mismos. Los que cayeron en
manos del enemigo fueron dispersados por él con prudencia política, a fin de que no
formasen grupos fuertes ni conjuras de revuelta. La mano de Dios estaba en todo esto.
Pero ahora Dios los iba a reunir de todos los países a los que los había echado (v. 37),
como había prometido ya en la Ley (Dt. 30:3, 4). Ya reformados, y al haber vuelto a su
Dios, ni la conciencia desde dentro ni los enemigos desde fuera les van a infundir terror.
3. Les promete (v. 41): «Los plantaré en esta tierra en verdad; allí tendrán
seguridad y reposo; allí echarán raíces», pues serán plantados «con estabilidad», como
puede también traducirse lo de «en verdad». Dios renovará con ellos Su pacto, un pacto
de gracia, con bendiciones espirituales. Es llamado (v. 40) pacto eterno (comp. con
31:33, 34; 50:5; Is. 55:3; Ez. 37:26), no sólo porque Dios será siempre fiel a él, sino
también porque perdurará mientras exista este mundo, y sus consecuencias serán
eternas.
4. Una y otra vez vemos repetido lo de «y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por
Dios» (v. 38). Para asegurar en ellos el temor de Dios y el cumplimiento de Sus
mandamientos (v. 39), les dará un solo corazón y un solo camino (comp. con Hch.
4:32), lo que «expresa unanimidad y unidad de propósitos» (Freedman). No será una
formalidad exterior, sino fruto de una convicción interna, porque (v. 40b) «pondré—
dice Dios—mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí»; Dios
actuará en el interior de ellos (comp. con Ez. 36:26, 27) por medio de Su Espíritu, de
forma que las disposiciones interiores gobernarán todas las actuaciones exteriores. Los
maestros, padres y ministros de Dios pueden poner en la mente cosas buenas, pero Dios
es el único que actúa en el interior del corazón, obrando tanto el querer como el hacer
(Fil. 2:13).
5. Dios proveerá eficazmente los medios para que perseveren en la gracia y para
perpetuar el pacto que ha establecido con ellos. Él no los dejará ni los abandonará jamás
(v. 41): «Y me alegraré con ellos haciéndoles el bien». Con respecto a las últimas
expresiones de este versículo 41 («con todo mi corazón y con toda mi alma»), comenta
Freedman: «En ninguna otra parte se aplica esta frase a Dios». Los príncipes terrenos
son volubles, pero la misericordia de Dios es para siempre. A veces puede parecer (Is.
54:8) que Dios le vuelve la espalda a este pueblo, pero, aun entonces, no cesa en Sus
designios de hacerles el bien. No tenemos motivos para desconfiar de la fidelidad ni de
la constancia de Dios, sino sólo de nuestra fidelidad y de nuestra constancia; por eso, se
promete aquí que Dios les dará un corazón para que le teman perpetuamente (v. 39,
comp. con Pr. 23:17)
6. Dios vinculará una bendición a la descendencia de ellos, dándoles gracia para que
le teman (v. 39c) «para el bien de ellos, y de sus hijos después de ellos». Así como el
apartamiento de Dios ha sido con perjuicio de sus hijos, así también su adhesión a Dios
será para beneficio de sus hijos. El mejor medio de mirar por el bien de nuestra
posteridad es establecer en nuestra familia el temor y la adoración de Dios.
7. Cuando Dios castiga, lo hace con repugnancia: «¿Cómo podré abandonarte, oh
Efraín?» (Os. 11:8). En cambio, cuando les restaura los bienes, se alegra con ellos
haciéndoles el bien (v. 41). Él mismo es un Dador alegre, y por eso ama a siervos
alegres. Al final, se verá que todas las cosas han estado cooperando juntamente para el
bien de los Suyos (Ro. 8:28), y podrán decir: «El gobernador de este mundo está
completamente ocupado en procurar el bien de Su pueblo escogido, lo mismo que de Su
Iglesia».
8. Estas promesas se cumplirán con la misma seguridad que las amenazas anteriores
(v. 42): «Porque así dice Jehová: Así como traje sobre este pueblo todo este gran mal,
así traeré sobre ellos todo el bien que sobre ellos pronuncio». Y, como arras de esto, las
casas y los campos tendrán de nuevo un alto precio en Judá y en Jerusalén (vv. 43, 44):
«Y se comprarán campos en esta ciudad … Heredades comprarán por dinero, y harán
escritura, etc.». Revivirán el comercio y la agricultura, y seguirán de nuevo su curso las
leyes. Esto se menciona aquí a fin de que Jeremías esté satisfecho de la compra que ha
hecho recientemente. Aunque no podía ver la parcela de campo que había comprado,
esto era una garantía de que, en el futuro, se harían muchas transacciones como ésta.
CAPÍTULO 33
11
Este capítulo sigue en la misma línea del anterior: confirmar la promesa de la
restauración de los judíos, no obstante la presente desolación del país y la dispersión de
Su pueblo. Se promete aquí: I. Que la ciudad será reedificada y restablecida (vv. 1–6).
II. Que los cautivos, después de serles perdonados los pecados, serán restaurados (vv. 7,
8). III. Que esto redundará para la gloria de Dios (v. 9). IV. Que el país tendrá gozo y
abundancia (vv. 10:13). V. Que, en los últimos días, el Rey-Mesías emergerá de la
dinastía davídica (vv. 14–16). VI. Que la casa de David, la casa de Leví y, en general, la
casa de Israel florecerán en el futuro reino mesiánico.
Versículos 1–9
I. La fecha de esta consoladora profecía es posterior a la de lo que vimos en el
capítulo anterior, cuando las cosas se estaban poniendo cada vez peor, pues dice (v. 1):
«Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez». Dios habla una y otra vez para
consuelo, lo mismo que para admonición, de Su pueblo. Y es que nosotros, no sólo
somos tan desobedientes que necesitamos precepto sobre precepto para traernos al
camino del deber, sino también tan desconfiados que necesitamos promesa sobre
promesa para traernos al camino del consuelo. Esta palabra, como la anterior, le vino a
Jeremías estando él aún preso.
II. El contenido de la profecía.
1. Quién es el que les asegura este consuelo (v. 2): «Es Jehová, que hizo la tierra,
Jehová, que la formó (el mismo verbo de Gn. 2:7a) para afianzarla; Jehová es su
nombre». Nótese la triple repetición del nombre sagrado en este versículo. El mismo
que primero hizo la tierra y después le dio forma para afianzarla conservándola en el ser
11
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.860
y gobernándola por medio de la Providencia, también rehará a Jerusalén y, después de
restaurarla, la establecerá firmemente. Y el que ha hecho la promesa, de seguro la
cumplirá, porque Jehová es su nombre, un Dios que da el ser a Sus promesas y las
cumple, conocido por ese nombre (Éx. 6:3), un Dios que lleva las cosas a la perfección.
Por eso, cuando los cielos y la tierra fueron acabados, y no antes, el Creador es llamado
Jehová (Gn. 2:4).
2. Cómo ha de obtenerse este consuelo: mediante la oración (v. 3): «Clama a mí, y
yo te responderé». Cristo mismo debe pedir (Sal. 2:8): «Pídeme, y te daré por herencia
las naciones». Y continúa (v. 3b): «Y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no
conoces». Las promesas no se dan para sustituir a la oración, sino para avivarnos y
animarnos a orar (v. Ez. 36:37). Freedman hace notar que el texto masorético dice
betsuroth («fortificadas», es decir, inaccesibles al hombre), aunque unos pocos MSS
leen (como en Is. 48:6) netsuroth («ocultas»); concluye que «el más raro, o menos
usado, de los dos vocablos (esto es, betsuroth) es el que con mayor probabilidad
figuraba en el texto original del presente versículo».
3. La condición de Jerusalén hizo necesario que le fuesen reservados tales consuelos
como éstos (vv. 4, 5): «… las casas de esta ciudad, sin exceptuar las casas de los reyes
de Judá, están derribadas (para ser usadas) contra los terraplenes y contra la espada».
Esta magnífica traducción de la NVI es la que mejor cuadra con el original hebreo. Las
ruinas mismas de la ciudad, reunidas en montones, servían de defensa contra los
terraplenes que el enemigo formaba para facilitar el ataque. Freedman explica
brevemente el sentido del versículo 5: «El sujeto (del verbo llegaron) son los
defensores judíos de la ciudad sitiada. Su resistencia, aunque heroica, es inútil y sólo
sirve para añadir más cadáveres a los montones de los muertos». Dios dice (v. 5b): «a
los cuales (los defensores muertos por el enemigo) herí yo en mi furor y en mi ira». Una
vez más se pone de relieve que los caldeos eran meros instrumentos en manos de Dios
para castigar a Su pueblo.
4. Las bendiciones que Dios tiene reservadas para Judá y Jerusalén, con las cuales
contrarrestará todas las aflicciones que ahora están experimentando.
(A) Dios proveerá para la curación, aunque la herida está considerada como
incurable y mortal (v. 8:22, comp. con Is. 1:5); pero Dios dice (v. 6): «He aquí que yo
les traeré sanidad y medicina; yo impediré su muerte, curaré la enfermedad, y pondré
en orden todas las cosas» (v. 30:17).
(B) El pecado de Jerusalén era su enfermedad (Is. 1:6); así pues, su reforma será su
recuperación (v. 6b): «Los curaré, y les revelaré abundancia de paz, esto es, de toda
clase de bienes, y de verdad, es decir, de estabilidad, garantizada por la fidelidad de
Dios a Sus promesas. Paz y verdad son los dos grandes epígrafes de todas las doctrinas
contenidas en la divina revelación—verdad, para dirigirnos; paz, para confortarnos—.
La gracia y la verdad nos vinieron de forma sobreabundante por medio del Señor
Jesucristo (Jn. 1:14–17).
(C) La divina revelación de paz y verdad trae sanidad y medicina a todos los que,
por medio de la fe, la reciben. ¿Están los judíos dispersos y esclavizados, y yace su
nación en ruinas? «Haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel» (v. 7). ¿Es
el pecado la causa de todas sus aflicciones? «Los limpiaré de toda su maldad con que
pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados, etc.» (v. 8). Así como los
ceremonialmente inmundos y, por tanto, excluidos del santuario, una vez que eran
rociados con el agua de la purificación, recobraban la libertad de acceso al tabernáculo,
así también tendrán ellos de nuevo el acceso a su país, con los privilegios que esto
comporta, cuando Dios les haya limpiado de toda su maldad. ¿Han servido esos
pecados para contribuir al deshonor de Dios? Su reforma y su restauración redundarán,
en la misma medida, en su honor y alabanza (v. 9). Las naciones vecinas llegarán a
temblar ante el espectáculo de la nueva grandeza de la nación judía. Así también,
cuando la Iglesia es hermosa como la luna, y esclarecida como el sol, también es
imponente como ejército en orden (Cnt. 6:10).
Versículos 10–16
Otra predicción del feliz estado de Judá y Jerusalén, después del regreso del
cautiverio, con un futuro cumplimiento pleno en el reinado glorioso del Mesías.
1. Se promete que el pueblo que por tanto tiempo ha estado afligido, volverá a estar
lleno de gozo. Todos sacaban ahora la conclusión de que el país quedaría desolado a
perpetuidad, que no quedarían animales en tierras de Judá, ni habitantes en las calles de
Jerusalén (v. 10); pero, aunque el llanto continúe por algún tiempo, el gozo volverá por
fin. Con la feliz llegada de los cautivos, volverá también (v. 11) «el ambiente de vida
social y religiosa: alegre bullicio en la vida familiar (7:34; 16:9; 25:10) y ciudadana
(30:19; 31:4, 5, 13; Is. 51:3), santificado con el clásico himno de acción de gracias que
sube en el templo hasta “Jehová bueno y misericordioso”» (Asensio). Volverán a cantar
los cánticos que no podían cantar en un país extranjero. Después de tanto tiempo, estos
cánticos de alabanza les sonarán a cosa nueva. En Esdras 3:11 hallamos esto cumplido
literalmente. Todos los sacrificios tenían por objeto principal la alabanza, pero aquí
predominan los sacrificios espirituales de humilde adoración y gozosa acción de gracias
(comp. con He. 13:15), «los terneros de nuestros labios» (Os. 14:2, lit.), que agradan a
Dios más que un buey o un ternero.
2. Se promete que el país, que ha estado despoblado por largo tiempo, volverá a
llenarse de gente (vv. 12, 13): En todas las ciudades de Judá y Benjamín habrá cabañas
de pastores. Cuando regresen del cautiverio, el país no será morada de mendigos, que
carecen de todo, sino de pastores y labradores. La descendencia de Jacob, en sus
comienzos, se gloriaban de su oficio (Gn. 47:3), y así será de nuevo, se dedicarán de
lleno a ese empleo honesto, inocente y bucólico de apacentar rebaños, hacerles
acostarse (v. 12, al final) y hacerlos pasar bajo el cayado a fin de contarlos (v. 13, al
final), para ver si falta alguna res. Parecía increíble que un pueblo abatido hasta lo más
bajo pudiera recuperarse hasta alcanzar tal grado de paz y prosperidad. Por lo que ha de
quedar claro que esto se lleva a cabo en cumplimiento de la palabra de Dios (v. 12: «Así
dice Jehová de las huestes») y como arras de lo que sucederá en los últimos días (v. 14).
3. En efecto, la profecía alcanza en los versículos 14 y ss. un punto en que se
observa una clara referencia al reino mesiánico futuro («He aquí que vienen días …»):
«El Rey-Mesías emergerá de la dinastía davídica para gobernar en el reino milenario (v.
23:5)» (Ryrie). Esta promesa, que corona todas las demás bendiciones que Dios tiene en
reserva para Israel, es realmente (v. 14) una «buena palabra», de la cual todo otro
establecimiento de Israel en su país no es sino una lejana preparación. «Desde la
deportación a Babilonia hasta Cristo» (Mt. 1:17) es uno de los famosos períodos de la
historia de Israel. Desde la Ascensión de Cristo a los cielos hasta su Segunda Venida
(Hch. 1:11), es el período más importante de la historia del mundo. Cristo es profetizado
aquí:
(A) Como un Rey legítimo, pues es (v. 15) un Renuevo de David, el «hijo de
David», heredero del trono de su padre (Lc. 1:32, 33); por eso es «Renuevo de justicia»,
al que justamente corresponde el trono.
(B) Como un Rey justo, que obrará en todo con justicia: justas leyes, justo gobierno,
justos juicios para vindicar el derecho de los que más necesitan la protección de un
gobernante (v. 15, al final): «ejecutará justicia y equidad en la tierra».
(C) Como un Rey que asegurará a sus súbditos la paz y la prosperidad (v. 16): «En
aquellos días Judá será salvo, salvo de enemigos de fuera y de dentro, salvo de la ira de
Dios y de la maldición; y, por tanto, Jerusalén habitará segura, sin miedo al mal, y
gozará del bien, confiada en este Príncipe de paz (Is. 9:6)».
(D) Como un Rey que de tal modo servirá a los intereses de los súbditos, que
Jerusalén, como centro y sujeto de atribución de todo el país, será llamada con el
nombre divino de Jehová es nuestra justicia (v. 16, al final, comp. con 23:6; Is. 45:24,
25; 1 Co. 1:30; 2 Co. 5:21; Fil. 3:9). Los versículos 15, 16 repiten, con algunas
variantes, 23:5, 6. Una de ellas es que en 23:6 (al final), la frase «Jehová es nuestra
justicia» es aplicada al Rey-Mesías, mientras que en 33:16 (al final) es aplicada a
Jerusalén. Como dice Kimchi (citado por Freedman): «Será algo así como la contraseña
de los habitantes de la ciudad».
Versículos 17–26
Tres de los pactos de Dios: el davídico con la descendencia dinástica, el levítico con
la sucesión de sumos sacerdotes descendientes de Aarón, y el abrahámico con su
descendencia general de pueblo escogido, parecían haber quedado rotos y perdidos
mientras duró el cautiverio de Babilonia. Pero aquí se promete que, en el nuevo pacto,
quedarán no sólo restaurados, sino ampliamente rebasados.
1. El pacto davídico quedará perfectamente cumplido en el reino mesiánico futuro
(v. 17). Con la muerte de Sedequías en el destierro, y sin hijos que le sucediesen, y con
la maldición que pesaba sobre la descendencia de Jeconías (22:30), la dinastía davídica
había quedado históricamente cortada. Pero la promesa de Dios no había de fracasar (2
S. 7:16; 1 R. 2:4; 8:25; 1 Cr. 17:11–14; Sal. 89:29–37), y aquí tenemos el anuncio de un
sucesor de David (v. el comentario a 22:30), cuyo reino no tendrá fin (Lc. 1:33). Con
frases semejantes a las de 31:35–37, donde se asegura la perpetuidad del nuevo pacto, se
asegura también aquí (vv. 19–21) que, mientras la naturaleza siga su curso, «no faltará
a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel» (v. 17). Véase también
Ezequiel 37:24, 25.
2. También quedará perpetuamente asegurado el pacto aarónico, en cuanto al culto y
las funciones de sacerdotes y levitas. Durante el cautiverio no había templo ni altar, ni
podían los sacerdotes ejercer sus funciones. Pero también esto revivirá. Inmediatamente
después del regreso a Jerusalén hubo sacerdotes y levitas prestos a ofrecer holocaustos,
toda clase de sacrificios y ofrendas (Esd. 3:2–5). Pero ellos volvieron a corromper el
pacto de Leví (Mal. 2:8) y, en la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos, se
puso punto final a los sacrificios. Jesucristo se ofreció en sacrificio único para remisión
de los pecados (He. caps. 9 y 10), y los creyentes son ahora sacerdotes (1 P. 2:9) que
ofrecen con Él y por Él sacrificios espirituales (Ro. 12:1; He. 13:15, 16; 1 P. 2:5). En
este sentido, los «reyes» descendientes de David, y los sacerdotes y levitas
descendientes de Aarón y, en general, de Leví (vv. 17, 18), serán numerosísimos (v.
22b). Pero el alcance escatológico de esta profecía nos obliga a examinar a fondo Isaías
66:21 (véase comentario), así como los capítulos 44–46 de Ezequiel y Zacarías 14:20,
21.
3. Finalmente, el pacto abrahámico, por el cual Israel había de ser, a través de su
padre Isaac, el patriarca del pueblo escogido, con una tierra especial (la Tierra Santa),
una descendencia carnal numerosa y una descendencia espiritual más numerosa todavía,
quedará también perfectamente cumplido a perpetuidad (vv. 24–26). Este pacto parecía
roto durante el cautiverio (v. 24), de tal manera que el pueblo mismo, no sus enemigos,
reacciona de forma derrotista: «Las dos familias que Jehová habla escogido, las ha
desechado». Nótese lo de este pueblo (el pueblo rebelde) en la primera parte del
versículo 24, y lo de mi pueblo (el pueblo escogido) en la segunda. Dice Asensio: «Con
tono burlón y casi sacrílego evoca el privilegio de la “elección” como algo
irremediablemente perdido y considera el antiguo “pacto patriarcal y davídico” como
pasado para siempre». ¿Cómo responde a esto el propio Dios?
(A) Es un desprecio que el pueblo mismo hace de los privilegios que Dios le ha
otorgado (v. 24b): «Y han tenido en poco a mi pueblo, hasta no tenerlo más por nación.
Es decir, han menospreciado el privilegio de ser mi pueblo, como si fuese un privilegio
sin valor alguno».
(B) No obstante esta manera despectiva de hablar de los israelitas mismos, Dios les
asegura que el pacto abrahámico queda firme, y que la descendencia de Jacob no será
desechada por Él mientras los astros regulen el curso del día y de la noche (v. 25), así
como las estaciones del año, etc.; en fin, mientras rijan las leyes del cielo y de la tierra.
(C) En cumplimiento de esta promesa, y ya en el futuro próximo, Dios (v. 26)
pondrá en marcha la ratificación solemne de este pacto, «porque hará volver los
cautivos de ellos y tendrá compasión de ellos».
CAPÍTULO 34
Dos mensajes que Dios hizo llegar mediante Jeremías. I. El uno es para predecir el
destino de Sedequías rey de Judá: había de caer prisionero en manos del rey de
Babilonia, pero moriría en paz en su cautiverio (vv. 1–7). II. El otro, para leerles la
sentencia al príncipe y al pueblo por su forma traicionera de comportarse con Dios, al
poner de nuevo bajo esclavitud a los siervos ya manumitidos conforme a la Ley (vv. 8–
11), por lo que Dios hará también volver el ejército caldeo cuando ya comenzaban a
esperar que se habían visto libres de ellos (vv. 12–22).
Versículos 1–7
Esta profecía concerniente a Sedequías es entregada a Jeremías y, por medio de él,
al propio rey antes de que éste fuese entregado en manos de Nabucodonosor (32:4).
1. El mensaje fue enviado a Sedequías cuando el rey de Babilonia (v. 1), y todo su
ejército … peleaban contra Jerusalén y contra todas sus ciudades con el firme
propósito de destruirlas. Se mencionan (v. 7) las ciudades que todavía quedaban en pie:
Laquís y Azecá. Esto da a entender que las cosas no habían llegado todavía a su último
extremo; no obstante, Sedequías resistía obstinadamente.
2. El mensaje que le fue enviado. Se le dice lo que tantas otras veces se le había
dicho: que la ciudad será capturada por los caldeos y quemada a fuego (v. 2), y que él
mismo será hecho prisionero, llevado a la presencia de Nabucodonosor y deportado a
Babilonia (v. 3). Ezequiel profetizó que no vería Babilonia (Ez. 12:13), lo cual es
perfectamente compatible con lo que leemos aquí en el versículo 3, pues Sedequías
había de ver al rey de Babilonia antes de que éste mandara sacarle los ojos y, por tanto,
ya no podría ver Babilonia porque entraría allá ciego. Por lo demás, no había de morir a
espada (v. 4, al final), sino en paz (v. 5), esto es, de muerte natural. M. Henry asegura
que Sedequías se arrepintió de sus pecados en la prisión de Babilonia y murió
reconciliado con Dios. El texto sagrado no dice eso en ningún lugar de la Biblia, y 2
Crónicas 36:13 insinúa más bien lo contrario. Lo que sí dice el texto (v. 5) es que habían
de darle una sepultura honrosa, como a sus antepasados, no como la de su hermano
mayor Joacim (22:18, 19).
3. Fidelidad de Jeremías al comunicar el mensaje. Aunque sabía que dar este
mensaje le había de acarrear un grave peligro (pues fue puesto en prisión a causa de
ello), habló, no obstante, a Sedequías, rey de Judá, todas estas palabras en Jerusalén
(v. 6).
Versículos 8–22
Otra profecía de Jeremías en otra particular ocasión.
1. Cuando Jerusalén estaba estrechamente sitiada por el ejército caldeo, los príncipes
y el pueblo acordaron reformar el trato que se daba a los siervos.
(A) La ley de Dios era explícita: los siervos de la nación judía no habían de ser
tenidos en servidumbre por más de siete años, sino que, al término de ese plazo, habían
de ser puestos en libertad, aunque se hubiesen vendido a sí mismos en pago de sus
deudas, o hubiesen sido vendidos por los jueces en castigo de sus crímenes. Los de otras
naciones, prisioneros de guerra o comprados por dinero, podían ser conservados en
perpetua esclavitud, pero sus compatriotas no habían de servir más de siete años. Dios
apela (vv. 13, 14) al pacto que hizo con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto, de
la casa de servidumbre. Ésta fue una de las primeras leyes judiciales que Dios les dio
(Éx. 21:2). Dios los había sacado de la esclavitud de Egipto y quería que expresasen su
gratitud dando la libertad a quienes habían estado en sus casas como en casa de
servidumbre (como Egipto lo había sido para sus antepasados). Las compasiones de
Dios hacia nosotros deberían animarnos a tener compasión de nuestros hermanos;
debemos libertar así como nosotros somos libertados.
(B) Esta ley la habían quebrantado ellos lo mismo que sus padres. El provecho
material contaba para ellos más que el pacto de Dios. Cuando los siervos habían estado
siete años en sus casas, veían que el negocio había prosperado mucho con la ayuda de
estos esclavos, y no querían que se marchasen. «Vuestros padres—dice Dios (v. 14, al
final)—no me oyeron, ni inclinaron su oído», y ellos seguían el ejemplo de sus padres.
Por este pecado suyo, y de sus padres, Dios les imponía ahora una nueva servidumbre, y
con toda justicia.
(C) Pero, al verse estrechamente cercados por los caldeos, y tras de escuchar la
palabra de Dios mediante Jeremías (vv. 8, 9), pusieron inmediatamente en libertad a sus
siervos (v. 10), como hizo Faraón cuando la plaga de la muerte de los primogénitos era
ejecutada en todo Egipto y consintió en dejar marchar al pueblo. Obedecieron, pues,
los príncipes y los siguió el pueblo, todo el pueblo, aunque no fuese más que por
vergüenza. Se ligaron a esto por pacto jurado en el templo, en presencia de Dios (v. 15):
«… habíais hecho pacto en mi presencia, en la casa en la cual es invocado mi
nombre». Nótese la forma solemne (vv. 18, 19) con que fue ratificado este pacto, con la
tremenda imprecación que la acompañaba: «Que seamos partidos por medio de la
misma manera, si no cumplimos lo que hemos prometido».
2. Pero, al asomar cierta esperanza de que el sitio se levantase y desapareciera el
peligro de destrucción, deshicieron lo que habían hecho y forzaron a sus siervos, ya
manumitidos, a volver a la esclavitud de antes. En efecto, el sitio se había levantado por
poco tiempo (v. 21, al final): «… se ha retirado de vosotros». Faraón traía de Egipto un
ejército para oponerse al avance de las victorias de Babilonia, y los caldeos levantaron
el asedio por un tiempo (37:5). Esta acción de los príncipes y del pueblo (v. 11) fue una
gran afrenta hecha a Dios, pues con ella (v. 16) profanaron el nombre de Dios.
3. Por esta traición al pacto Dios les amenaza con el más severo castigo. «No os
dejéis engañar—dice Pablo (Gá. 6:7)—; de Dios nadie se mofa». Quienes piensan que
pueden hacerle trampa a Dios mediante una reforma pasajera y oportunista, están
realmente entrampando a su propia alma. Puesto que ellos no dan libertad a sus siervos
para que marchen al lugar que les plazca, Dios dará libre curso a sus juicios y les hará
marchar a ellos al lugar que no les agrada (v. 17), después de acabar con la mayoría de
ellos mediante la espada, la pestilencia y el hambre. Príncipes y pueblo habían tomado
parte en esta traición (v. 19), y juntos habían de sufrir el castigo. Puesto que ellos habían
vuelto al pecado, los caldeos también volverían al asedio de Jerusalén (vv. 21, 22), por
mandato de Jehová («He aquí, mandaré yo, dice Jehová», v. 22). Iban a tomar la ciudad
y reducirla a cenizas; las demás ciudades de Judá serían reducidas a soledad, pues
quedarían sin habitantes. Si nos arrepentimos del bien que pensábamos hacer, Dios se
arrepentirá del bien que se había propuesto hacernos.
CAPÍTULO 35
El objetivo del mensaje que contiene este capítulo es avergonzar al pueblo de su
desobediencia, si es que todavía conservaban algún sentido del honor. Aquí Jeremías: I.
Pone delante de ellos la obediencia de la familia de los recabitas a los preceptos que les
impuso su antepasado Jonadab (vv. 1–11). II. Les hace ver cómo contrasta con esta
obediencia la desobediencia de los judíos a Dios y el desprecio a los preceptos divinos
(vv. 12–15). III. Predice los juicios de Dios sobre los judíos por su impía desobediencia
(vv. 16, 17). IV. Asegura a los recabitas las bendiciones de Dios sobre ellos por su
piadosa obediencia (vv. 18, 19).
Versículos 1–11
Lo que se contiene en este capítulo ocurrió en días de Joacim (v. 1), en la última
parte de su reinado, pues fue después que el rey de Babilonia viniese con su ejército (v.
11), atacase la Judea y forzase a sus habitantes a refugiarse en Jerusalén (año 598 a. de
C.). Entre estos refugiados estaban los recabitas, originalmente quenitas o ceneos (v. 1
Cr. 2:55), que se habían establecido en la tierra de Israel (Jue. 1:16; 1 S. 15:6; 27:10), al
ser descendientes de Hobab, cuñado (no «suegro»—v. Nm. 10:29—, donde Reuel es el
mismo Jetró, suegro de Moisés) de Moisés. Una familia de estos ceneos (o cineos, o
quenitas) se llamaban recabitas de su antepasado Recab. Su hijo, o descendiente lineal,
fue Jonadab, famoso en su tiempo por su sabiduría y su piedad, que vivió en los días de
Jehú, rey de Israel, casi trescientos años antes de esto (v. 2 R. 10:15, 16).
1. Las normas de conducta que Jonadab encargó a sus hijos y a su descendencia que
las observasen religiosamente, eran las que él mismo había observado durante toda su
vida (vv. 6, 7).
(A) Se contenían en dos singulares preceptos: (a) les prohibió beber vino, conforme
a la ley de los nazireos o nazareos. Aunque no es el uso, sino el abuso, del vino lo que
daña, la gente es tan propensa a pasarse de la raya, que más vale abstenerse del todo de
él o usarlo en pequeñas cantidades, casi como medicina (1 Ti. 5:23), antes que
exponerse a las graves consecuencias de la ebriedad. (b) Les ordenó vivir en tiendas; no
habían de edificar casas, ni habían de comprar terrenos, ni tomar en alquiler ni ocupar
casas edificadas por otros. Esto era un ejemplo de sobriedad y mortificación. Las
tiendas de campaña son moradas muy modestas, con lo que se les enseñaba a ser
humildes; son también habitaciones frías, con lo que aprenderían a ser fuertes y no
halagar al cuerpo; además son movibles, con lo que se les enseñaba a no pensar en
establecerse ni echar raíces en ninguna parte de este mundo, pues habían de morar en
tiendas todos sus días (v. 7b).
(B) ¿Por qué prescribió Jonadab estas normas de conducta a sus descendientes? Para
mostrar, junto con su gran sabiduría y prudencia, el interés que tenía por el bien de
ellos, no ligándoles con voto ni juramento, sino sólo exhortándoles a que se ajustasen a
esta disciplina en la medida en que les ayudase para su edificación espiritual (v. 11). Sus
antepasados se habían dedicado a la vida pastoril (Éx. 2:16) y él quería que su
posteridad siguiese por el mismo camino. Moisés les había dado esperanzas de que se
establecerían entre los israelitas (Nm. 10:32), pero ellos eran peregrinos en la tierra (v.
7, al final), no tenían heredad en ella y, por tanto, habían de vivir de su oficio y
acostumbrarse a una vida dura y a una vivienda incómoda. La humildad y el buen
contentamiento en la oscuridad de una vida modesta son con frecuencia la mejor
protección de las personas. Jonadab vio la general corrupción del país; abundaban los
borrachos de Efraín y temía que sus hijos se contagiasen de ellos; por eso, les obligó a
retirarse de las ciudades y vivir del modo más morigerado. Es posible que previese la
destrucción de un pueblo tan degenerado y quisiera así proveer para que su familia, aun
en medio de los mayores aprietos, disfrutase de paz. Si no tenían mucho a que
aficionarse, sería menor el dolor al ser despojados de ello. Buena cosa es vivir bajo
disciplina y enseñar a nuestros hijos a vivir también así.
2. Cuán estrictamente observó su posteridad estas normas (vv. 8–10).
(A) Todos ellos, en sus respectivas generaciones, habían obedecido a la voz de su
padre Jonadab (v. 8) y habían hecho conforme a todas las cosas que les mandó (v. 10).
No bebieron vino en un país en que lo había en abundancia, no edificaron casas ni
cultivaron la tierra, sino que vivieron de los productos de su ganado. En cuanto a uno de
los detalles particulares, se vieron en necesidad de dispensarse de él (v. 11): Cuando
Nabucodonosor rey de Babilonia subió a la tierra con su ejército, aunque hasta
entonces habían vivido ellos en tiendas, las dejaron y se vinieron a vivir en casas en
Jerusalén. Las normas de una disciplina no deben ser demasiado estrictas, sino que han
de admitir excepción y dispensa cuando la necesidad lo reclama. Estos recabitas habrían
tentado a Dios, en lugar de confiar en Él si no hubiesen empleado los medios más
convenientes para su seguridad, no obstante la norma (y la costumbre) de su familia.
(B) Jeremías los llevó al templo (v. 2) porque tenía para ellos un mensaje de parte de
Dios. Allí, no sólo les preguntó si querían beber vino, sino que (v. 5) puso delante de
ellos tazas y copas llenas de vino y les dijo: Bebed vino. La tentación era muy fuerte.
Era como decirles: «Bebed vino, lo tenéis gratis. Ya habéis quebrantado una de las
normas de vuestro padre al venir a vivir en Jerusalén, ¿por qué no quebrantar también
ésta, y actuar como los demás que viven en la ciudad?» Pero ellos rehusaron
terminantemente y con toda unanimidad (v. 6): «Mas ellos dijeron: No beberemos vino,
etc.». El profeta vio claramente que estaban firmemente resueltos.
Versículos 12–19
La prueba hecha a la constancia de los recabitas tenía el propósito de servir
únicamente de señal; aquí tenemos su aplicación.
1. La obediencia de los recabitas al encargo de su padre, y la desobediencia de los
judíos a los preceptos de Dios. Que lo vean y se avergüencen de ello. El profeta les
pregunta ahora, en nombre de Dios (v. 13): «¿No aprenderéis a obedecer mis
palabras?, dice Jehová. ¿No habrá nada que pueda inclinaros a descubrir vuestro
pecado y el deber que tenéis? Ya veis cuán obedientes son los recabitas al encargo de
Jonadab (v. 14); pero vosotros (v. 15, al final) no inclinasteis vuestro oído ni me
hicisteis caso». Los recabitas obedecían a uno que era hombre como ellos, pero los
judíos desobedecían al Dios infinito y eterno, que tenía absoluta autoridad sobre ellos.
Además, a los recabitas nadie les había traído a la memoria la obligación de obedecer a
su padre, mientras que Dios había enviado (v. 14) con mucha frecuencia profetas a Su
pueblo. Dios les había dado a los judíos una tierra buena y les había prometido que, si
le obedecían, la poseerían a perpetuidad; así que, tanto la gratitud como el propio interés
les obligaban a obedecer; sin embargo, no quisieron hacer caso.
2. Los castigos que se predicen, como ya hemos visto en muchos otros lugares,
contra Judá y Jerusalén. Los recabitas se levantarán en el juicio contra ellos, porque (v.
16) ellos han cumplido el mandamiento que les dio su padre, lo han cumplido con toda
constancia, pero este pueblo, este pueblo rebelde y contradictor, no me ha obedecido,
dice Dios. La sentencia no se hace esperar (v. 17): «He aquí que yo traeré sobre Judá y
sobre todos los moradores de Jerusalén el mal que contra ellos he hablado—lo he
hablado por medio de mi Palabra y por medio de mi providencia—y no oyeron; los
llamé y no han respondido».
3. Se promete misericordia a la familia de los recabitas por su constante adhesión a
las buenas normas de su familia. Aunque la prueba de su constancia tenía únicamente
por objeto avergonzar a Israel, no obstante, al haber resultado inconmovible, les será
premiado con gran alabanza y honor (vv. 18, 19): «No faltará de Jonadab—dice Dios—
, hijo de Recab, varón que esté en mi presencia todos los días» (v. 19b). Sobre esta frase
dice Freedman: «Véase sobre 15:19. La frase suele indicar en cualquier otro lugar
servicio en el templo. No es seguro si es ésta la intención aquí». Según Asensio, indica
que «a lo largo de su historia, la descendencia de Jonadab estará delante de mí fiel
siempre a la religión de Jehová». M. Henry comenta: «Aunque no eran sacerdotes ni
levitas, ni parece ser que tuviesen oficio alguno en el servicio del templo, sin embargo,
en el curso constante de una sincera devoción, estarán delante de Dios para ministrarle».
El verbo, aquí, resulta algún tanto ambiguo, pues hay muchas maneras de «ministrar»
(v. Ro. 12:1).
CAPÍTULO 36
Aquí tenemos la prueba de otro procedimiento seguido con esta perversa
generación, también en vano. Para conocimiento del pueblo, el profeta dicta a Baruc una
especie de resumen de los mensajes que había predicado anteriormente. I. Redacción del
rollo por mano de Baruc, según lo dictaba Jeremías (vv. 1–4). II. Baruc lee el rollo a
todo el pueblo en el templo, con ocasión de la proclamación de un ayuno público (vv.
5–10); después lo lee en privado a los príncipes (vv. 11–19), y, finalmente, Jehudí lo lee
al rey (vv. 20, 21). III. El rey quema el rollo y da orden de procesar a Jeremías y a Baruc
(vv. 22–26). IV. Se escribe otro rollo, con grandes añadiduras, en particular la de
sentencia contra el rey Joacim por haber quemado el primero (vv. 27–32).
Versículos 1–8
En el comienzo de la profecía de Ezequiel nos encontramos con un rollo escrito en
visión (Ez. 2:9, 10; 3:1). Aquí, en la última parte de la profecía de Jeremías, nos
encontramos con un rollo escrito de hecho, para comunicar al pueblo las cosas
contenidas en él.
1. La orden de Dios a Jeremías de escribir un resumen de sus sermones desde que
comenzó a predicar, en el año decimotercero de Josías hasta hoy (v. 2, al final), que era
el cuarto año de Joacim (v. 1), es decir, en el 605 o el 604 a. de C. Convenía resumir
todo lo que habían oído hasta ahora y hacer que lo recordasen, por si ahora les hacía
mayor impresión que cuando les fue anteriormente predicado. Este motivo está explícito
en el versículo 3: «Quizás oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles y se
arrepienta cada uno de su mal camino». El objetivo principal de la predicación del
Evangelio es que los pecadores se conviertan. En vano escucharán éstos al predicador si
esto no se consigue. «Y yo perdonaré—añade Dios (v. 3, al final) su maldad y su
pecado». Esto da claramente a entender que Dios es infinitamente justo; no sería
consecuente consigo mismo si perdonase el pecado sin que se arrepintiese el pecador,
pero también expresa claramente Su misericordia, pues está presto a perdonar los
pecados y sólo aguarda hasta que el pecador esté en condiciones para recibir el perdón;
por eso, usa diferentes medios para llevarnos al arrepentimiento, a fin de perdonarnos.
2. Las instrucciones que Jeremías dio a Baruc, su secretario, de acuerdo con la orden
que había recibido de Dios (v. 4). Dios ordenó a Jeremías que lo escribiese él, pero
parece ser que el profeta no tenía pluma de escribiente muy ligero (Sal. 45:1), pero sí
Baruc, por lo que Jeremías se sirvió de él como amanuense. San Pablo escribió muy
poco de su propio puño y letra (Ro. 16:22; Gá. 6:11). Dios imparte sus dones de forma
muy variada: a unos les da facilidad para hablar, a otros, para escribir, y nadie puede
decir a otro: «no te necesito» (1 Co. 12:21). Dios le inspiró a Jeremías, y éste lo dictó a
Baruc. Si habíamos de dar crédito al apócrifo que lleva el nombre de Baruc, él tambien
fue después profeta para los cautivos que estaban en Babilonia. Baruc escribió en un
rollo de libro (v. 4), esto es, en piezas de pergamino o de vitela, que después se unían en
un rollo y se enrollaban en torno de un palo.
3. Las órdenes que Jeremías dio a Baruc de leer al pueblo lo que había escrito, ya
que él no podía por estar detenido (v. 5). No quiere decir que estuviese preso (no lo
estaba todavía), sino que estaba impedido (éste es aquí el sentido del verbo hebreo
atsur) de ir al templo por la prohibición de los sacerdotes tras de sus mensajes de
destrucción (caps. 7, 20 y 26). También Pablo escribió epístolas a las iglesias que no
podía visitar en persona. Cuando Dios ordenó escribir el rollo, dijo: «Quizás oiga la
casa de Judá … y se arrepienta cada uno de su mal camino» (v. 3). Cuando Jeremías
ordena leerlo, dice (v. 7): «Quizá presenten sus súplicas ante Jehová, y se vuelva cada
uno de su mal camino». La oración a Dios para que se digne convertirnos es necesaria
para nuestra propia conversión. Conforme a la orden de Jeremías, Baruc leyó (v. 8) en el
libro las palabras de Jehová en la casa de Jehová.
Versículos 9–19
Parecería que Baruc hubiese de leer con frecuencia el rollo a todo el que le prestase
oídos, antes de la lectura solemne ante la congregación, ya que la orden de escribir el
rollo se dio el año cuarto de Joacim (v. 1), y la lectura pública se llevó a efecto en el
año quinto de Joacim (v. 9); aunque hay quienes piensan que la redacción del rollo
llevó bastante tiempo.
1. Las autoridades convocaron un ayuno extraordinario (v. 9b), ya fuese debido a la
aflicción causada por el avance del ejército caldeo o por falta de lluvia (14:1). Una vez
más vemos cómo los que son enemigos y desconocedores del poder de la piedad, se
esfuerzan en conservar las formas. Pero, ¿de qué servirán tales observancias llenas de
hipocresía? El ayuno sin verdadero arrepentimiento no apartará los juicios de Dios
(comp. con Jon. 3:10).
2. Baruc repitió los sermones de Jeremías públicamente en la casa de Jehová, en una
solemnidad religiosa. Se puso en pie en el aposento de Guemarías (v. 10) y, desde una
ventana o galería, leyó el rollo al pueblo congregado en el atrio.
3. Se dio informe de esto a los príncipes que estaban reunidos en la oficina del
secretario, llamada aquí (v. 12) aposento del secretario. Parece ser que, aun cuando los
príncipes, o el rey mismo, habían convocado al pueblo en el templo para ayunar, orar y
escuchar la Palabra de Dios, no creyeron apropiado el asistir personalmente ellos
mismos. Miqueas informa a los príncipes de lo que Baruc había leído, ya que su padre
Guemarías respetaba a Baruc lo suficiente como para dejar que hablase desde su
aposento.
4. Mandan traer a Baruc y le ordenan que se siente entre ellos y les lea el rollo (vv.
14, 15), lo cual hizo él puntualmente. Los príncipes quedaron muy impresionados por
las palabras que les fueron leídas (v. 16): «cada uno se volvió espantado hacia su
compañero», lo mismo que el gobernador Félix cuando oyó a Pablo (Hch. 24:25). Las
reprensiones eran justas, y las predicciones llevaban ahora cara de estar a punto de
cumplirse; por lo que todos eran presa de la consternación.
5. No se nos dice qué impresión hizo en el pueblo la lectura del rollo (v. 10), pero lo
cierto es que los príncipes se miraban unos a otros, atónitos, consternados y sin saber
qué decir. Acordaron enterar del asunto al rey y, si él da crédito a todas estas palabras
(v. 16, frase que se repite en los vv. 17, 18 y 20), también ellos lo harán. Al mismo
tiempo, como conocían la mente del rey, aconsejaron a Baruc y a Jeremías que se
escondiesen (v. 19) para su seguridad, ya que temían que el rey, en lugar de quedar
convencido, se exasperase todavía más.
6. Preguntaron a Baruc algo importante (v. 17): «Cuéntanos ahora cómo escribiste
al dictado de él todas estas palabras». Tanto el rabino Freedman como el profesor
Asensio concuerdan en que este expediente era necesario. Dice Asensio: «El contenido
interesaba a la existencia de la nación como tal, y sus representantes oficiales quisieron
cerciorarse de su autenticidad profética». Baruc les da una respuesta clara y llana (v.
18): Jeremías le dictó, y él lo escribió.
Versículos 20–32
El rollo y el rey.
1. Tan pronto como se enteró el rey, envió por el rollo y ordenó que se lo leyesen
(vv. 20, 21). No quiso que lo leyese el propio Baruc, a quien por cierto le habían
aconsejado los príncipes que, junto con Jeremías, se escondiese «y que nadie sepa
dónde estáis» (v. 19, al final). Lo mandó leer a un tal Jehudí (hebr. Yehudí, que
significa «judío»), el cual ya ha salido en el versículo 14, junto a un tal Cusí (hebr.
Cushí, que significa «etíope»).
2. El rey Joacim no tuvo la misma paciencia que los príncipes para esperar a que
Jehudí terminase la lectura, sino que, tan pronto como Jehudí leyó tres o cuatro planas
(v. 23), enfurecido el rey, las rasgó con un cortaplumas y las echó al fuego. Así lo hizo
con las demás planas, hasta que todo el rollo (v. 23b) se consumió sobre el fuego que en
el brasero había.
(A) Este gesto fue la más desvergonzada afrenta al Dios de los cielos, cuyo era este
mensaje. Así mostró su impaciencia y su rebeldía ante la reprensión que recibía.
(B) Así mostró también su indignación contra Baruc y contra Jeremías, a quienes
habría cortado en pedazos y echado al fuego si hubiesen estado al alcance de su mano;
tal era su pasión en estos momentos.
(C) Así expresó su obstinada resolución de no plegarse jamás a las condiciones de
las advertencias que se le hacían.
(D) Así, finalmente, dio a entender que tenía necias esperanzas de que no se
cumplirían las amenazas declaradas contra él. Pensó que había tomado todas las
medidas necesarias para que las cosas contenidas en este rollo no se divulgasen más.
3. Ni el rey ni ninguno de los príncipes quedaron ahora impresionados por la palabra
(v. 24): «Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos, etc.». Los mismos que antes (v.
16) estaban espantados, consternados, cuando se les leyó el rollo por primera vez, se
sacudieron todo espanto al ver cuán a la ligera tomaba el rey estas cosas.
4. Había tres príncipes que tuvieron el suficiente sentido y la santa valentía necesaria
para tratar de impedir que el rey quemase el rollo, aunque fue en vano (v. 25).
5. Después de entregar al fuego el documento por el cual quedaba arrestado por la
palabra de Dios, firmó luego, para vengarse, la orden de arresto de Jeremías y Baruc,
ministros de Dios (v. 26), «pero Jehová los escondió».
6. Jeremías recibió de Dios la orden de escribir en otro rollo las mismas palabras
que habían sido escritas en el rollo que Joacim había quemado (vv. 27, 28). Los
enemigos pueden quemar muchas Biblias, pero no pueden abolir la Palabra de Dios ni
impedir su cumplimiento. Aunque las tablas de la Ley fueron quebradas, otras nuevas
fueron hechas y, del mismo modo, de las cenizas del rollo quemado por Joacim surgió
como otra Ave Fénix el segundo rollo. «La palabra de Dios permanece para siempre»
(1 P. 1:23).
7. Joacim, a pesar de ser el rey de Judá, fue severamente llamado a cuentas por el
Rey de reyes por la indigna forma con que había tratado la Escritura Sagrada. Joacim
estaba enojado porque estaba escrito allí (v. 29): De cierto vendrá el rey de Babilonia y
destruirá esta tierra. Dios y sus profetas se habían vuelto sus enemigos únicamente por
decirle la verdad al declarar la inminente desolación, pero, al mismo tiempo, le habían
dado una buena oportunidad para impedirlo. La ira de Dios vendrá sobre él y su familia,
en primer lugar, por mano de Nabucodonosor. Su muerte y su sepultura serán
ignominiosas (v. 30, comp. con 22:19). Además, dentro de unas pocas semanas, su hijo
será destronado y tendrá que cambiar su regio manto por las ropas de un preso, de forma
que (v. 30b) «no tendrá (Joacim) quien se siente sobre el trono de David». Hasta su
descendencia y sus siervos (v. 31) lo pasarán peor por su parentesco o relación familiar
con él, pues serán castigados, no por la iniquidad de él, pero antes y peor que lo serían
por su propia iniquidad si no tuvieran ninguna relación con él.
8. Cuando volvió a escribirse el rollo, a las palabras del primero (v. 32, al final)
fueron añadidas muchas otras palabras semejantes, es decir, muchas más amenazas,
porque, como están decididos a caminar en contra de Dios, Dios ordenará que el horno
se encienda siete veces más de lo acostumbrado.
CAPÍTULO 37
Este capítulo nos lleva cerca de la destrucción de Jerusalén a manos de los caldeos,
pues el relato que aquí vemos tiene que ver con hechos sucedidos en la última parte del
reinado de Sedequías. I. Idea general del mal cariz de dicho reinado (vv. 1, 2). II.
Mensaje que Sedequías, a pesar de ser tan malvado, envió a Jeremías rogándole que
orase a Dios por él y por sus súbditos (v. 3). III. Esperanzas lisonjeras de que los
caldeos iban a levantar el asedio de Jerusalén (v. 5). IV. La seguridad con que Dios les
declaró, por medio de Jeremías (que estaba ahora en libertad—v. 4—), que el ejército
caldeo renovaría el asedio y capturaría la ciudad (vv. 6–10). V. Prisión de Jeremías, bajo
pretexto de que era un desertor (vv. 11–15). VI. La amabilidad con que le trató
Sedequías cuando estaba preso (vv. 16–21).
Versículos 1–10
1. Es menospreciada la predicación de Jeremías (vv. 1, 2). Sedequías sucedió a su
sobrino Conías (como se llama en Jeremías al rey Jeconías) y, aunque vio en su
predecesor las fatales consecuencias de la rebeldía contra la palabra de Dios, no
escarmentó en cabeza ajena (v. 2): «No obedeció él, ni sus siervos ni el pueblo de la
tierra a las palabras de Jehová», a pesar de que comenzaban a cumplirse ya.
2. Sedequías (v. 3) envía mensajeros a Jeremías para que le digan: «Ruega ahora
por nosotros a Jehová nuestro Dios». Ya había hecho esto anteriormente (21:1, 2), y
uno de los mensajeros, Sofonías, es el mismo en ambos casos. Es un punto a favor de
Sedequías el hacer esto y por aquí se ve que había en él alguna cosa buena, algún
sentimiento de la necesidad que sentía del favor de Dios. Cuando estamos en algún
aprieto, deberíamos desear las oraciones de nuestros pastores y otros amigos cristianos,
ya que con ello manifestamos nuestra estima de la oración, así como la estima en que
tenemos a nuestros hermanos. Los propios reyes habrían de considerar a sus súbditos
orantes como la fuerza de la nación (Zac. 12:5, 10). Con todo, esto sólo sirve para
contribur a condenar a Sedequías por su propia boca. Si consideraba a Jeremías como
verdadero profeta de Jehová, ¿por qué no hacía caso de las palabras de Jehová,
comunicadas por medio de Jeremías? ¿Cómo podemos esperar que Dios escuche las
oraciones de otros a nuestro favor, si no queremos escuchar las palabras que ellos nos
dicen de parte de Dios? En lugar de rogar a Jeremías que orase por él, mejor le habría
sido a Sedequías pedirle que orase con él.
3. Jerusalén se ve lisonjeada con la retirada del ejército caldeo. Jeremías estaba
ahora en libertad (v. 4). También la ciudad estaba, de momento, en libertad (v. 5).
Aunque Sedequías era ya tributario del rey de Babilonia, había entrado en una coalición
secreta con el rey de Egipto (Ez. 17:15), en virtud de la cual, cuando Nabucodonosor
vino a castigar a Sedequías por su traición, el rey de Egipto envió fuerzas para aliviar el
asedio de Jerusalén. Los caldeos levantaron el sitio, por miedo a las fuerzas egipcias
(37:11), y hasta por estrategia militar, para combatir con ellas a distancia, antes de que
se les uniera ninguna de las fuerzas judías. Desde ese día los judíos estaban animados
con la esperanza de que Jerusalén quedase definitivamente libre de peligro.
4. Pero la ciudad volvió a ser amenazada con el regreso del ejército caldeo.
Sedequías envió a pedir a Jeremías que orase para que no volviese dicho ejército; pero
Jeremías le comunica que el decreto de Dios ha sido ya firmado y rubricado, por lo cual
era una locura de ellos el esperar la paz (v. 9): «Así dice Jehová: No os engañéis a
vosotros mismos, etc.». Ni aun el mismo diablo, al ser el gran engañador, podría
engañarnos, si no nos engañásemos a nosotros mismos. Jeremías no echa mano de
oscuras metáforas, sino que les dice lisa y llanamente: (A) Que los egipcios se retirarán
a su tierra (v. 7, al final). (B) Que los caldeos volverán y renovarán el asedio, y «no se
apartarán» (v. 9, al final), sino que volverán y atacarán la ciudad (v. 8). (C) Que
Jerusalén será entregada de cierto en manos de los caldeos, los cuales la tomarán y la
pondrán a fuego (v. 8, al final). No tienen motivo alguno para hacerse ilusiones (v. 10):
«Porque, aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra
vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su
tienda y pondrán esta ciudad a fuego».
Versículos 11–21
Otro relato concerniente a Jeremías, quien refiere de sí mismo más cosas que ningún
otro de los profetas.
1. Jeremías, cuando tenía oportunidad, se retiraba de Jerusalén a la campiña (vv. 11,
12): «Cuando el ejército de los caldeos se retiró de Jerusalén por miedo al ejército de
Faraón, Jeremías resolvió salir de allí o, según una versión más literal del hebreo, salió
de Jerusalén para escabullirse a la tierra de Benjamín para recibir una porción (o
parte de heredad) de allí en medio del pueblo». Intentaba zafarse del tráfago de las
masas, porque, aun cuando era persona de gran importancia, estaba contento con pasar
desapercibido y vivir escondido en una cabaña, máxime cuando era muy poco el bien
que podía hacer en la capital. Como el verbo hebreo jaliq (recibir) está en la forma
Hiphil (causativa), su significado es «hacer recibir» o, mejor aún, «hacer que se
repartiese», lo cual indicaría, como dice Freedman, «que se había muerto algún pariente
en Anatot y era necesario que Jeremías estuviese allí en conexión con la herencia».
2. En este intento de escabullirse fue aprehendido como desertor (vv. 13–15):
«Cuando estaba en la puerta de Benjamín, estaba allí un capitán de la guardia, que
probablemente tenía a su cargo la vigilancia de aquella puerta, quien le apresó,
acusándole de que iba a pasarse a los caldeos». El capitán que le detuvo se llamaba Irías
y era nieto de un tal Hananías, quien (contra la opinión de M. Henry) «no ha de ser
identificado con el contradictor de Jeremías en 28:10 y ss., el cual difícilmente podía
tener un nieto tan mayor» (Freedman). Jeremías negó rotundamente el cargo que se le
hacía, pero no le valió. Fue llevado a presencia del consejo privado, donde los príncipes
(v. 15) se airaron contra Jeremías, le azotaron y le pusieron en prisión en la casa del
escriba Jonatán. Allí permaneció «por muchos días» (v. 16, al final). Fue durante estos
«días» cuando los caldeos reanudaron el asedio de Jerusalén.
3. Éste es el motivo por el que Sedequías envió por él (v. 17) y le sacó de la cárcel.
Cuando todas sus ilusiones se habían desvanecido, la confusión y la consternación del
monarca y del pueblo subieron de punto.
(A) El rey envió a que le trajesen a su presencia para consultar secretamente con él,
como embajador que era de Jehová, pues le dijo (v. 17b): «¿Hay palabra de Jehová?
¿Hay alguna palabra de consuelo? ¿Puedes darnos alguna esperanza de que los caldeos
volverán a retirarse?» El rey lo llamó secretamente, avergonzado de que se le viese en
compañía de un hombre detenido bajo el cargo de desertor.
(B) No sólo el bienestar, sino también la vida de Jeremías están en manos de
Sedequías, y el rey le hace una petición que el profeta podría explotar a su favor, sin
embargo, en lugar de aprovechar esta ocasión para granjearse el favor del rey, le dice
llanamente que sí había palabra de Jehová (v. 17b), pero que esta palabra no le iba a
dar ningún consuelo ni a él ni al pueblo: «En manos del rey de Babilonia serás
entregado». Si Jeremías hubiese consultado con carne y sangre, le habría dado al rey
una respuesta plausible, al menos de momento, y habría guardado lo peor del mensaje
para más tarde. Pero Jeremías era de los que han obtenido misericordia del Señor para
ser fieles, y de ninguna manera iba a ser desleal a Dios y al propio soberano al callarse
la verdad para obtener favor de los hombres. Jeremías aprovecha la ocasión para echar
en cara al rey y al pueblo el crédito que habían dado a los falsos profetas, quienes les
decían que el rey de Babilonia no había de venir, y cuando, después de venir, levantó el
asedio de la ciudad, que no volvería contra ellos (v. 19): «¿Y dónde están vuestros
profetas que os profetizaban diciendo: No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni
contra esta tierra? ¿No era falsa la paz que os anunciaban?»
(C) Aprovechó también la ocasión para presentar implícitamente una petición, como
pobre prisionero injustamente encarcelado (vv. 18, 20): «¿En qué pequé—le dice al rey
(v. 18)—contra ti, o contra tus siervos o contra este pueblo, para que me metieseis en
la cárcel?» Como si dijera: «¿Qué ley divina o qué precepto real he quebrantado para
ser encarcelado?» También ruega con vehemencia y patetismo (v. 20): «Ahora, pues,
oye, te ruego, oh mi señor el rey; caiga bien ahora mi súplica delante de ti, y no me
hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí». No hay aquí ni una
sola palabra de querella contra los príncipes que le habían maltratado y encarcelado,
sino una modesta súplica al rey. Un león por la causa de Dios, tiene que ser un cordero
por su propia causa. Vemos que: (a) El rey le concedió lo que le pedía, pues dio orden
(v. 21) de que lo custodiasen en el patio de la guardia de la cárcel (como en 32:2),
donde podía respirar el aire libre. (b) También ordenó el rey que se le diese del almacén
público una hogaza de pan diaria mientras hubiese pan en la ciudad («hasta que todo
el pan de la ciudad se gastase»—v. 21b—). Sedequías debería haber soltado al profeta,
pero le faltó coraje para hacerlo; menos mal que algo hizo.
CAPÍTULO 38
Aunque Jeremías había sido menospreciado por los príncipes, fue honrado por el
rey; ellos lo trataron como a criminal, mientras que el rey lo usó como consejero
privado. I. Por su fidelidad, Jeremías es metido en una cisterna por orden de los
príncipes (vv 1–6). II. Por la intercesión de Ébed-mélec, un etíope, el rey ordena que sea
sacado de allí, y es puesto de nuevo en el patio de guardia de la cárcel (vv 7–13). III. Al
estrecharse el cerco, el rey hace llamar de nuevo al profeta y tiene con él una consulta
privada (vv 14–23). IV. Se toman las medidas necesarias para que no se sepa nada de lo
que allí se trató (vv 24–28).
Versículos 1–13
1. Jeremías persiste en su predicación lisa y llana (v. 3) «De cierto será entregada
esta ciudad en manos del ejército del rey de Babilonia. Por mucho que resista, al fin
caerá». Lo cierto es que la repetición de este molesto mensaje tenía por objeto advertir a
la gente para que, ya que no había salvación para la ciudad, al menos ellos se pusieran a
salvo mientras había tiempo (v. 2): «… el que se pase a los caldeos, vivirá; ellos le
darán cuartel, y escapará de la muerte a espada, de hambre o de pestilencia, que es lo
que les espera a los que se queden en la ciudad».
2. Los príncipes persisten en su malignidad contra Jeremías. Él era leal a su patria y
fiel a su vocación profética y, aun cuando por este tiempo comían el pan de la mano del
rey, no se le tapó con eso la boca. Pero sus perseguidores se quejaron de que abusaba de
la libertad que se le había concedido para pasearse por el patio de la cárcel, porque,
aunque no podía ir al templo a predicar, decía las mismas cosas en conversación privada
a los que iban a visitarle y, por consiguiente (v. 4), lo describieron ante el rey como
hombre muy peligroso, desafecto al gobierno del país «porque este hombre no busca la
paz de este pueblo, sino su mal» (v. 4, al final). Esto decían de alguien que había hecho,
y estaba haciendo, a Jerusalén mayor bien que ninguna otra persona. Le acusan ante el
rey de que desmoraliza (lit. debilita las manos) a los guerreros que han quedado en la
ciudad y desalienta a todo el pueblo (v. 4b). Es corriente entre los malvados considerar
como enemigos suyos a los ministros fieles de Dios, sólo porque éstos les muestran
cuán enemigos son ellos de sí mismos mientras continúan impenitentes.
3. Como consecuencia de esta acusación, y con permiso del rey, el profeta es
encarcelado de una forma que le habría llevado necesariamente a morir en breve tiempo.
«Está en vuestras manos» (v. 5), les dice el rey a los príncipes. Aunque tenía la
convicción de que Jeremías era un verdadero profeta de Dios, no tuvo el coraje
necesario para ponerse de parte de él. Mucho es lo que tendrán que responder ante Dios
los que, aunque profesan un afecto secreto a una buena persona, no quieren salir en su
defensa cuando es necesario. Obtenido el permiso del rey, los príncipes (v. 6) tomaron a
Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malaquías, a quien se llama aquí hijo del
rey (hebr. ben hamélek —la misma expresión de 36:26 con respecto a Jerameel—),
«por amistad con él o por su parentesco con la familia real» (Asensio). «En la cisterna
(v. 6, al final) no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno; según Flavio
Josefo, se hundió hasta el cuello. Los que lo echaron allí esperaban sin duda que se
muriese de hambre o de frío, temerosos de que el pueblo se soliviantase si le quitaban la
vida de forma más violenta. Muchos fieles testigos de Dios han muerto así oscuramente,
de hambre o de frío en una cárcel, de cuya sangre habrá que rendir cuentas un día. Lo
que hizo Jeremías en esta grave aflicción lo dice él mismo en Lamentaciones 3:52–57.
4. Intercedió a favor del profeta un etíope, llamado (en hebreo) Ébed-mélek, que
significa «siervo del rey», del que también se dice que era «eunuco de la casa real» (v.
7). El hebreo sarís significa de ordinario lo que en castellano se entiende por «eunuco»,
pero también sirve para designar altos funcionarios de la casa real, como es claramente
el caso de Potifar «eunuco de Faraón» (Gn. 39:1), quien estaba casado. Al ser etiope,
Ebed-mélec era extranjero en cuanto a la ciudadanía de Israel y en cuanto a los pactos
de la promesa (Ef. 2:12) y, sin embargo, mostró más humanidad y, casi podríamos
decir, más divinidad, que los israelitas. También Jesucristo halló más fe entre los
gentiles que entre los judíos. Ébed-mélec vivía en una corte impía y en medio de una
generación corrompida y, no obstante, tenía un gran sentido de la equidad y de la
piedad. Dios tiene su remanente en todos los lugares. También en la casa del César
había santos.
5. El rey estaba ahora (v. 7, al final) sentado a la puerta de Benjamín para recibir
allí consultas, apelaciones y peticiones. Allá se fue inmediatamente Ébed-mélec, pues el
caso no admitía demora. Con toda valentía le dice al rey que a Jeremías se le había
tratado injustamente y de muy mala manera; lo dice sin ambages ni subterfugios (v. 9):
«Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho con el profeta
Jeremías». Dios puede hacer que surjan amigos de Su pueblo donde menos se piensa
que los pueda haber.
6. El rey da orden de que se suelte a Jeremías y encarga al propio Ébed-mélec la
tarea de llevar a cabo el rescate del profeta. Sedequías tiene estos altibajos de carácter:
unas veces débil, otras veces firme. En este caso, muestra cierta valentía al comportarse
de forma desafiante frente a los príncipes, pues ordena que sean nada menos que treinta
(v. 10) los hombres que hayan de emplearse en dicha operación, a fin de que pudiesen
contrarrestar cualquier oposición que se presentase de parte de los príncipes. Ébed-
mélec había conseguido su objetivo y pronto llevó a Jeremías las buenas noticias.
7. Se relata con especial detalle (vv. 11–13) la gran ternura y habilidad con que obró
el etíope al proveer a Jeremías de ropas para que se las pusiese debajo de los sobacos, de
forma que no le lastimasen los brazos al ser sacado de la cisterna con las cuerdas o
sogas que le echaron. Quizás (así lo piensa M. Henry) tenía los sobacos desollados por
las sogas con que le habían bajado a la cisterna. También es digno de notarse el detalle
de que no le echó las ropas sueltas, sino con las mismas sogas con que lo iban a sacar
(v. 11 al final). Así se evitaba que se perdieran en el cieno. De este modo (v. 13) fue
sacado de allí Jeremías, quedando de nuevo en el patio de la cárcel.
Versículos 14–28
Tenemos ahora al rey en consulta privada con Jeremías, aunque (v. 5) lo había
entregado anteriormente en manos de sus enemigos.
1. El honor que Sedequías le hizo al profeta. Después que éste fue sacado de la
cisterna, el rey envió por él para que le aconsejase en privado. Se encontró con él en la
tercera entrada (v. 14) de la casa de Jehová. Dice Freedman: «Esto no se menciona en
ninguna otra parte. Es quizás lo mismo que la entrada del rey de 2 Reyes 16:18». Es
posible que, de este modo, tratase de mostrar respeto a la casa de Jehová, ahora que
deseaba oír la palabra de Jehová. En efecto, Sedequías le dice a Jeremías literalmente:
«Te voy a preguntar una palabra (es decir, una cosa); no ocultes de mí (ninguna)
palabra (es decir, ninguna cosa)». O sea, Sedequías desea que el profeta le diga la
verdad, toda la verdad, por amarga que sea, aun cuando abriga esperanzas de que le diga
mejores cosas que en ocasiones anteriores.
2. Jeremías teme (v. 15) que el mensaje que le va a dar al rey no sirva para nada
bueno: que el rey no haga caso al consejo que se le de y que, por otra parte, sólo sirva
para poner en peligro la vida del profeta, especialmente conocida la debilidad del
monarca, quien antes permitió que los príncipes hiciesen con Jeremías como les plugo.
No es que Jeremías tuviese miedo de sellar con su sangre la verdad que proclamaba de
parte de Dios, pero, al cumplir con nuestro deber, hemos de ser también prudentes como
serpientes, como Jesús mandó, y usar los medios legítimos para preservar nuestra vida y
servir a Dios y a nuestros semejantes. También Pablo invocó su condición de ciudadano
romano cuando fue conveniente para proseguir su ministerio y poder presentar su caso
ante el tribunal del emperador romano. Jeremías está dispuesto a darle al rey el consejo
más sano, sin echarle en cara su falta de humanidad al permitir que le arrojasen a la
cisterna.
3. Sedequías le garantizó, bajo juramento, que no le había de matar ni entregarle en
manos de los príncipes (v. 16). Nótese la solemnidad del juramento del rey: «Vive
Jehová que nos hizo esta alma …». Freedman lo explica del modo siguiente: «Dios es el
que da la vida y el que la quita; así lo haga a Sedequías si quebranta su juramento». M.
Henry comenta: «No me atrevo a quitarte la vida injustamente, ya que sé que entonces
perdería el derecho a conservar la mía ante Aquel que es el Señor de la vida».
4. El buen consejo que Jeremías le dio al rey, basado en buenas razones, no de
prudencia política humana, sino (v. 17) en el nombre de Jehová, Dios de las huestes,
Dios de Israel. Como profeta, no como estadista, le aconseja que se rinda sin
condiciones, así como la ciudad, en seguida a los príncipes del rey de Babilonia. Éste es
el mismo consejo que había dado al pueblo (v. 2; véase también 21:9) de que se pasasen
a los caldeos. Para persuadir al rey a aceptar su consejo, pone ante él el bien y el mal, la
vida y la muerte. Si se rinde, salvará de la espada a sus hijos, y de las llamas a Jerusalén.
Con sólo que reconozca la justicia de Dios, experimentará la misericordia de Dios (v.
17, al final): «Esta ciudad no será puesta al fuego, y vivirás tú y tu casa». Pero si resiste
obstinadamente, será la ruina de su casa y la de la ciudad (v. 18). Éste es el caso de los
pecadores con Dios: Si se rinden a su gracia, se salvan; si resisten a la gracia, se
condenan.
5. La objeción que Sedequías puso al consejo de Jeremías (v. 19). Si hubiese tenido
la debida consideración a la autoridad, al poder, a la sabiduría y la bondad de Dios, tan
pronto conoció la mente de Jehová, se habría sometido inmediatamente sin poner
objeciones, pero aquí aporta consideraciones personales de carácter humano: tiene
miedo, no de los caldeos cuyos príncipes son hombres de honor, sino de los judíos que
ya se habían pasado a los caldeos. Viene a decir: «Temo que cuando vean que sigo el
mismo camino que ellos, después de haberme opuesto tanto a que se marchasen, se rían
de mí y digan: ¿Tú también te has vuelto débil como nosotros? (Is. 14:10)». Aunque su
prudencia humana le aconsejase obrar de otra manera, debería aventurarse a obedecer la
palabra de Dios, para preservar así, tanto su vida y la de su familia como la integridad
de Jerusalén a fin de que no sufriese mayor destrucción.
6. La apremiante importunidad con que Jeremías siguió adelante con el consejo que
le había dado al rey. Le asegura que, si en esto se pliega a la voluntad de Dios, lo que
temía no le sobrevendrá (v. 20): «No te entregarán. Escucha, es decir, obedece, te
ruego, la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás». Le dice también cuáles
serán las consecuencias si no obedece (vv. 21–23): «No escaparás (v. 23b) de sus
manos (de las de los caldeos) como esperabas». También será responsable de la
destrucción completa de Jerusalén (v. 23, al final): «y tú serás la causa de que esta
ciudad sea incendiada (lit. “y tú quemarás con fuego esta ciudad”), pues con un poco
de sumisión y abnegación habrías podido impedirlo». Sobre el versículo 22, dice
Asensio: «En caso contrario (si no escucha la palabra de Dios), no ya los desertores,
sino hasta las mujeres de su harén le despreciarán: en lúgubre procesión hacia los
caldeos, las ve el profeta cantándole una elegía como al único responsable, que,
miserablemente engañado por sus hombres de confianza, ha caído para siempre
hundido en un fango mucho más degradante que el de la cisterna de Malaquías, a (v.
6)».
7. El interés que puso Sedequías en que nada se supiese de esta entrevista privada
con Jeremías (v. 24): «Que nadie sepa estas palabras». No tiene nada que objetar al
consejo de Jeremías y, con todo, no lo va a seguir. Sedequías quiere que se guarde el
secreto, no tanto por la seguridad de Jeremías como por su propia reputación. Le dice a
Jeremías cómo tiene que expresarse si los príncipes le fuerzan a explicar el motivo por
el que ha venido a hablar con el rey (vv. 25, 26): Ha de decirles que vino únicamente a
suplicar al rey que no le hiciese volver a casa de Jonatán el escriba. Así lo hizo él (v.
27), y no hay duda de que era verdad, aunque no era toda la verdad ni tenía ninguna
obligación de decirla toda a los príncipes.
CAPÍTULO 39
En este capítulo el profeta narra la tantas veces predicha caída de Jerusalén. I.
Después de 18 meses de asedio, Jerusalén cayó en poder del ejército caldeo (vv. 1–3).
II. Sedequías intentó escaparse, pero fue apresado y hecho cautivo del rey de Babilonia
(vv. 4–7). III. La ciudad de Jerusalén fue incendiada hasta los cimientos, y el pueblo fue
conducido al cautiverio, excepto los más pobres (vv. 8–10). IV. Los caldeos se portaron
amablemente con Jeremías y lo tomaron a su cuidado (vv. 11–14). V. También Ébed-
mélec, por el favor hecho al profeta, fue protegido por Dios en este día de desolación
(vv. 15–18).
Versículos 1–10
Al final del capítulo precedente (38:28) leemos que Jeremías quedó en el patio de la
cárcel hasta el día en que fue tomada Jerusalén. Ni molestó más a los príncipes con sus
predicaciones, ni ellos le molestaron más a él con sus persecuciones.
1. La ciudad vino por fin a caer por asalto de las tropas caldeas (vv. 1, 2). En el año
noveno de Sedequías, en el mes décimo, comenzó el asedio de la ciudad, y en el
undécimo año de Sedequías, en el mes cuarto (18 meses después), se abrió brecha en el
muro de la ciudad. Los soldados judíos estaban tan débiles por el hambre tras de un
asedio tan largo, que fueron impotentes para oponer ninguna resistencia. El pecado
había provocado a Dios a retirar Su protección y, entonces, como Sansón después que le
cortaron la cabellera, quedó tan débil como cualquier otra ciudad no santa.
2. Los príncipes del rey de Babilonia tomaron posesión de la puerta de en medio (v.
3), «probablemente, la puerta central en los muros de Jerusalén» (Freedman). Aquí
hicieron cautelosamente una parada, sin atreverse aún a penetrar por entre grupos de
hombres que quizás estarían dispuestos a vender muy cara su vida; más bien
examinarían con cuidado todos los rincones, para no ser sorprendidos por alguna
emboscada. Donde solían sentarse Elyaquim y Jilquiyah, que llevaban el nombre del
Dios de Israel, se sientan ahora Nergal-sarétser y Samgar-nebó, etc., que llevaban los
nombres de sus dioses paganos. Y ahora se cumplía lo profetizado por Jeremías (1:15):
que vendrían de los reinos del norte y pondría cada uno su trono a la entrada de las
puertas de Jerusalén.
3. Sedequías pensó que era la hora oportuna para ponerse a salvo y, cargado de
miedo y de culpa, salió de noche de la ciudad (v. 4), creyendo que así no sería
descubierto. Pero (v. 5) lo siguieron y lo alcanzaron en los llanos de Jericó. De allí lo
llevaron prisionero a Riblá, donde el rey de Babilonia dictó la sentencia: Degolló a los
hijos de Sedequías (v. 6) en presencia de éste (comp. con 38:23). Sedequías no tenía
más de treinta y dos años entonces, y la muerte de sus hijos en tan tierna edad tuvo que
equivaler para él a otras tantas muertes suyas, especialmente al considerar que su propia
obstinación era la causa de ellas. A continuación, el rey de Babilonia le sacó los ojos (v.
7), con lo que condenó a la oscuridad de por vida a quien había cerrado los ojos a la
clara luz de la Palabra de Dios, y le aprisionó con cadenas para llevarlo a Babilonia,
donde había de pasar el resto de sus días en la más miserable condición.
4. Poco después los caldeos pegaron fuego a la ciudad, incendiando también (v. 8)
la casa del rey y la casa del pueblo. Al seguir a la versión siríaca (v también 52:13; 2 R.
25:9), muchas versiones traducen las casas del pueblo. Freedman advierte que «el
singular se usa en sentido colectivo». Los habitantes que aún quedaban (v. 9) fueron
deportados a Babilonia por Nabuzaradán, capitán de la guardia. Marcharían
centenares de kilómetros acarreados como bestias delante de los vencedores, que ahora
eran sus crueles dueños, para estar a merced de ellos en tierra extraña. Unos pocos, los
pobres del pueblo que no tenían nada y que nunca habían opuesto ninguna resistencia,
fueron dejados en el país (v. 10) y el capitán de la guardia les dio viñas y heredades en
aquel día. Los ricos habían sido opresores orgullosos, y ahora eran justamente
castigados por sus injusticias; los pobres habían sido pacientes víctimas, y ahora eran
benignamente recompensados por su mansedumbre.
Versículos 11–18
1. Una benigna providencia para Jeremías. Nabucodonosor había dado orden de que
se le tratase bien (vv. j, 12). Nabuzaradán (v. 13), Nabusazbán, que era el Rabsaris
(vocablo que significa «jefe de los príncipes»), Nergal-sarétser, que era el Rabmag
(«jefe de los magos») y todos los jefes superiores del rey de Babilonia, sacaron (v. 14) a
Jeremías de la prisión e hicieron todo lo necesario para que estuviese cómodo.
(A) Esto fue un acto generoso de Nabucodonosor, al preocuparse de este pobre
profeta. Fue una muestra de prudencia y honestidad dar la orden de libertarlo antes de
que la ciudad fuese capturada. De parte de los capitanes, fue también un acto de
generosidad observar la orden del rey en lo más recio de la operación militar, y queda
registrado en las Escrituras para ser imitado.
(B) También fue un duro reproche a Sedequías y a los príncipes de Israel, quienes
metieron en la cárcel a Jeremías, mientras que el rey de Babilonia y sus príncipes lo
sacaron de la cárcel.
(C) El cumplimiento de la promesa de Dios a Jeremías, en recompensa de sus
servicios: «Ciertamente te pondré en libertad para bien» (15:10). Jeremías había sido
fiel a su misión profética, y ahora Dios se muestra fiel a la promesa que le había hecho.
Los mismos que fueron instrumentos de Dios para castigar a los perseguidores, lo
fueron también para soltar a los perseguidos; y Jeremías nunca pensó que su liberación
fuese de mal signo por venir de manos del rey de Babilonia, sino que vio tanto más la
mano de Dios en ello.
2. Un benigno mensaje para Ébed-mélec, asegurándole una recompensa por el buen
trato que había dado a Jeremías y el gran favor que le había prestado. Había aliviado a
un profeta en el nombre de profeta, y así recibía ahora recompensa de profeta. Jeremías
le dice que Dios iba a traer de cierto sobre Jerusalén la ruina con la que por largo tiempo
la había amenazado (vv. 15, 16), y así tendría la satisfacción de ver que Jeremías era
verdadero profeta del Dios verdadero, puesto que se cumplía puntualmente su profecía.
En cuanto a él mismo, aquí (vv. 17, 18) está la promesa de Dios de que había de ser
librado de la común calamidad: «Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová … Porque
ciertamente te libraré, etc.». Ébed-mélec había sido el instrumento humano para sacar
de la cisterna al profeta de Dios, y ahora Dios promete librarle a él, «porque pusiste tu
confianza en mí, dice Jehová» (v. 18, al final). Ébed-mélec confió en que Dios le
reconocería y estaría de su parte, con lo que no tuvo miedo a los hombres. Y todos los
que confían en Dios, como lo hizo este buen hombre, en el camino del deber, hallarán
que su esperanza no les avergüenza en las horas de mayor peligro y en tiempos de la
mayor calamidad.
CAPÍTULO 40
En este capítulo, y en los cuatro siguientes, tenemos la triste historia de aquellos
pocos judíos que fueron dejados en el país después que sus hermanos fueron deportados
a Babilonia. Pronto quedó patente que estaban tan obstinados en el pecado como
siempre, sin ser humillados ni reformados, pues carecían de arrepentimiento. I. Un
informe más detallado del descargo de Jeremías y de su posterior acomodación con
Gedalías (vv. 1–6). II. Los judíos que habían quedado dispersos por el país, así como los
que estaban en los países vecinos, acuden a ponerse al amparo de Gedalías, a quien el
rey de Babilonia había puesto por gobernador de la tierra (vv. 7–12). III. Traición de
Ismael contra Gedalías (vv. 13–16).
Versículos 1–6
En estos versículos tenemos a Jeremías acogiéndose al amparo de Gedalías por
consejo de Nabuzaradán. Ya vimos (39:3, 14) cuán honorablemente había sido sacado el
profeta del patio de la cárcel por manos de los príncipes del rey de Babilonia; pero, al
haber sido hallado después entre los demás del pueblo en la ciudad, cuando se dieron
órdenes a los oficiales inferiores de maniatar a cuantos hallasen, a fin de llevarlos
cautivos a Babilonia, también él, por ignorancia y equivocación ajenas, fue atado entre
los demás y comenzó a ser deportado. Pero, al llegar los cautivos, así maniatados, a
Ramá, pronto fue reconocido Jeremías y soltado.
1. El capitán de la guardia le reconoce solemnemente como a verdadero profeta (vv.
2, 3): «Jehová tu Dios habló, por medio de ti, contra este lugar; les habías advertido
amorosamente, pero ellos no quisieron recibir la admonición, y lo ha traído y hecho
Jehová según lo había dicho por tu boca y lo ha llevado a cabo por nuestras manos». Y
este pagano les dice a todos los que estaban encadenados delante de él (v. 3b): «Porque
pecasteis contra Jehová, y no atendisteis a su voz, por eso os ha venido esto». Los
príncipes de Israel no estaban dispuestos en forma alguna a reconocer esto, pero este
príncipe pagano lo ve claramente.
2. Luego da suelta al profeta para que disponga de sí como le plazca (v. 4): «Y
ahora, mira, te suelto hoy de las cadenas que tenías en tus manos», le dice a Jeremías.
A continuación le invita a ir con él a Babilonia, donde estaría bien cuidado; pero, si
prefiere quedarse en su país, puede establecerse donde mejor le parezca (v. 4, al final):
«Mira—le dice—, toda la tierra está delante de ti; ve adonde mejor y más cómodo te
parezca ir».
3. Le aconseja que se vaya al lugar donde estaba Gedalías (v. 5). El comienzo del
versículo 5 dice literalmente según el original hebreo: «Y (mientras) todavía no se
había vuelto (Jeremías). Vuélvete entonces a Gedalias, etc.». Dice Freedman: «El
hebreo es gramaticalmente extraño y forma una frase cortada. Quizás el sentido sea el
siguiente: Jeremías interrumpió a Nabuzaradán con la observación de que no deseaba
volver (presumiblemente a Jerusalén); por lo que el capitán de la guardia, al percatarse,
por la actitud de Jeremías, de que éste no deseaba acompañarle a Babilonia, le propuso
que se fuera con Gedalías».
4. No sólo le dio Nabuzaradán libertad y aprobación para que escogiera el camino
que mejor le pareciese, sino que también le proveyó de lo más necesario (v. 5, al final):
«Le dio provisiones y un presente, en ropa o en dinero, y le despidió». Jeremías aceptó
el presente, siguió el consejo que le había dado y se fue a Mizpá (v. 6) a Gedalías y
habitó con él. La cosa no le resultó tan cómoda como parecía. No obstante, es de alabar
e imitar su piadoso afecto a la tierra de Israel, pues no quiso abandonarla, ya que
prefirió vivir con los pobres en la tierra santa, más bien que morar con príncipes en un
país impío.
Versículos 7–16
1. Se abren claros los cielos sobre el remanente de los judíos que habían sido
dejados en su país, y se percibe una perspectiva de paz y tranquilidad después de los
muchos años de aflicción y terror. La divina providencia parecía infundir y alentar tal
expectación, que podía ser para este pueblo tan abatido como vida de entre los muertos.
(A) Gedalías, uno de ellos, es nombrado gobernador de la tierra (v. 7b), puesto por
el rey de Babilonia. Era hijo de Ajicam, el hijo de Safán (v. 9), uno de los príncipes. Su
padre (26:24) se puso de parte de Jeremías contra el pueblo. Parece que había sido un
hombre de gran sabiduría y temperamento apacible y que, bajo su gobierno, los pocos
que habían quedado podrían haber sido muy dichosos.
(B) Todos los que eran ahora los judíos de la dispersión vinieron a ponerse bajo su
gobierno y protección. Los hombres de pro que habían escapado de los caldeos vinieron
y se sometieron pacíficamente a Gedalías. Se mencionan aquí (v. 8) varios. Vinieron
«ellos y sus hombres» (v. 8, al final), esto es, sus criados y sus soldados. El rey de
Babilonia tenía tan buena opinión de Gedalías, que no le daba celos el incremento de
estas fuerzas; más bien parece que le complacía eso. Los pobres hombres que habían
huido a refugiarse en los países limítrofes tales como Moab, Amón y Edom, fueron
incitados por el amor que le tenían a su país a regresar a él tan pronto como oyeron que
Gedalías había sido encargado del gobierno allí (vv. 11, 12). Dios se acordó de la
misericordia y admitió algunos de ellos tras una ulterior prueba de su obediencia.
(C) El modelo de este nuevo gobierno está diseñado y establecido mediante un
contrato original (v. 9). «Venid, les dice Gedalías; no tengáis temor de servir a los
caldeos». Aunque la ley de Dios les había prohibido hacer alianzas con los paganos, la
sentencia de ese mismo Dios les había obligado a rendirse al rey de Babilonia, por lo
que no era ninguna vergüenza para nadie el obedecerle. «No temáis las consecuencias
de ello—viene a decirles Gedalías—. Si queréis vivir en paz, no hay más que hacer; no
molestéis al gobierno, y el gobierno no os molestará. Servid al rey de Babilonia, y os irá
bien» (v. 9, al final).
(D) Probablemente bajo órdenes del rey de Babilonia, Gedalías trata en todas las
ocasiones de actuar a favor de ellos (v. 10): «En cuanto a mí, heme habitando en Mizpá
(lit.), para estar delante de los caldeos que vendrán a nosotros, para rendirles homenaje
en nombre de toda la comunidad si se presenta la ocasión, para recibir órdenes y para
pagar el tributo que les debemos». Gedalías les asegura bajo juramento (v. 9) que les
protegerá, pero, al ser caritativo, no les exige a ellos bajo juramento que le sean fieles; si
lo hubiese exigido, quizás podría haber sido evitada la traición que veremos después.
Aunque sus tierras son, de derecho, de los caldeos, ellos tendrán, no obstante, pleno
usufructo de ellas (v. 10): «mas vosotros tomad el vino, los frutos del verano y el aceite,
y haced uso de ellos; ponedlos en vuestros almacenes (lit. en vuestras vasijas) para el
resto del año, como quienes viven en un país de paz y esperanza para comer del fruto de
sus labores».
(E) De acuerdo con estas instrucciones de Gedalías, ellos recogieron vino y
abundantes frutos (v. 12, al final). El vocablo hebreo da a entender que eran frutos de
verano, no la cosecha de cereales, pues el desastre había tenido su culminación en el
quinto mes (2 R. 25:8), es decir, hacia comienzos de agosto; pero quedaba aún la
vendimia y las frutas de verano, pues «evidentemente, los babilonios no habían talado
las cepas ni los árboles» (Freedman). Gedalías les permitió que disfrutasen de la
abundante cosecha y, por lo que parece, no les exigió ningún tributo, pues no buscaba
su propio provecho.
2. Se cierne luego una negra nube sobre este gobierno que está aún en la infancia, y
les amenaza una terrible tormenta. Baalís, rey de los amonitas, odiaba a Gedalías y
tramaba darle muerte, ya fuese por encono contra los judíos o por resentimiento
personal contra Gedalías (v. 14). Dice Freedman: «Su motivo era probablemente
impedir la rehabilitación del país inaugurada por Gedalías, a fin de que Judea
sucumbiese como fácil víctima ante sus propios planes expansionistas». Podría
esperarse que este pequeño remanente estuviese a salvo bajo la protección del gran rey
de Babilonia; sin embargo, es arruinado por los esbirros de este insignificante
reyezuelo. Dichosos son los que tienen de su parte al Rey de reyes, pues el más
poderoso rey de la tierra no puede asegurarnos contra la traición. Baalís usó, como
instrumento de sus planes asesinos, a Ismael, hijo de Netanías (v. 14; ya salió en el v.
8), instigándole primero a que se enrolase entre los súbditos de Gedalías y le prometiese
lealtad. Ismael era de la descendencia real (41:1) y, por tanto, fácilmente podía verse
tentado a matar a quien había sido puesto por gobernador de Judá sin ser del linaje de
David. Johanán (vv. 13, 15), hombre activo y conocedor de este complot, informó a
Gedalías de lo que se tramaba y le ofreció sus servicios para impedirlo: «¿Por qué te ha
de matar, etc.?» Pero Gedalías, hombre sincero a carta cabal, no sospechó nada y no
quiso dar crédito a las palabras de Johanán (v. 16) y le dijo: «No hagas esto, porque es
falso lo que tú dices de Ismael». Muchos son los que se han arruinado por confiar
demasiado en la fidelidad de quienes les rodeaban.
CAPÍTULO 41
Muy trágica es la historia que se relata en este capítulo, y muestra que el mal
persigue a los pecadores. La nube negra estalla en terrible tormenta. Los pocos judíos
que habían escapado de ir al cautiverio estaban orgullosos al pensar que todavía se
hallaban en su propio país y seguros bajo la protección de Gedalías, pero: I. Gedalías es
bárbaramente asesinado por Ismael (vv. 1, 2). II. Igualmente son asesinados todos los
judíos que estaban con él (v. 3) y sus cadáveres son arrojados a una cisterna (v. 9). III.
Algunos hombres piadosos, en número de ochenta, que se dirigían a Jerusalén, fueron
atraídos con engaño por Ismael y asesinados igualmente (vv. 4–7), escapando solamente
diez de ellos (v. 8). IV. Los que escaparon de la espada fueron hechos prisioneros por
Ismael y transportados hacia el país de los amonitas (v. 10). V. Son recuperados los
prisioneros por la conducta y la bravura de Johanán, quien se convierte ahora en su
comandante en jefe (vv. 11–16). VI. Su plan es llevarlos al país de Egipto (vv. 17, 18).
Versículos 1–10
Se nos refiere aquí la obra vil, bárbara y sangrienta que llevaron a cabo hombres que
por su nacimiento deberían haber sido personas de honor y por su religión personas
justas; y esto lo hicieron con hombres de su propia nación y religión, y hermanos suyos
en la aflicción, sin ser provocados—todo ello a sangre fría.
1. Ismael y sus esbirros mataron primeramente a Gedalías a traición. El rey de
Babilonia había hecho a Gedalías gobernador de la tierra (v. 2, al final). Dios le había
hecho buena persona y gran bendición para su país. Ismael era de la descendencia real
(v. 1) y, por ello, celoso de la creciente grandeza de Gedalías. Tenía consigo diez
hombres (v. 2). La versión más probable de las frases centrales del v. 1 es como sigue:
«… de la descendencia real y de los principales (oficiales) del rey, y diez hombres de
él..». (lit.). Freedman da también como posible la versión que aparece en nuestra RV,
aunque (es opinión del traductor) esto último proyecta cierta oscuridad sobre el
versículo 2 (¿qué hacían allí esos «príncipes del rey»?) Estos hombres (v. 40:8, al final)
se habían puesto bajo la protección de Gedalías, junto con Ismael. Vinieron ahora
también con él, y todos ellos comieron pan juntos allí en Mizpá (v. 1, al final). Pasaban
por amigos de Gedalías y no dieron ninguna indicación por la que él tuviese que
ponerse en guardia. Y éstos que comieron pan con él, levantaron contra él el calcañar.
Buscaron una oportunidad y, cuando le tuvieron a él solo, le asesinaron (v. 2).
2. Igualmente pasó Ismael a cuchillo a todos los que estaban allí al servicio de
Gedalías, tanto judíos como caldeos (v. 3). Los viñadores y los labradores estaban
ocupados en los campos y no se apercibieron de la terrible matanza, tan astutamente
planeada.
3. Algunos hombres honestos, que se dirigían a Jerusalén a fin de hacer lamentación
allí por las desolaciones de la ciudad, fueron también asesinados.
4. Venían (v. 5) de Siquem, de Siló y de Samaria, lugares que habían sido famosos,
pero ahora estaban reducidos a poco menos que nada. Iban a la casa de Jehová, el
templo de Jerusalén, a pagar sus respetos a las cenizas del santuario. Llevaban en las
manos ofrenda e incienso, para no presentarse con las manos vacías, con lo que
mostraban así su buena voluntad, aunque el altar había dejado de existir. Iban con la
barba rapada, harapientos y arañados, señales de duelo todas éstas. Pero iban a caer en
una trampa fatal por la malignidad de Ismael, quien seguramente les odiaba por la
devoción que mostraban y el objetivo que les llevaba a Jerusalén.
(B) Ismael les salió al encuentro (v. 6) con lágrimas de cocodrilo, y fingió que
lamentaba, tanto como ellos, las desolaciones de Jerusalén; y para probar qué actitud
adoptaban con respecto a Gedalías y su gobierno, les sonsacó lo suficiente para ver que
le tenían respeto, lo que le confirmó en la resolución que había tomado de asesinarlos.
Les dijo: «Venid a Gedalías, hijo de Ajicam», como si le agradase que se presentasen al
gobernador y se pusieran a sus órdenes, cuando lo que de veras intentaba era darles
muerte.
(C) Cuando los tuvo en medio de la ciudad (v. 7), cayó sobre ellos Ismael y los
degolló. Echó los cadáveres de estos hombres, así como los demás cadáveres de los
otros hombres que había asesinado anteriormente, en una gran cisterna (v. 7b), la misma
que Asá rey de Judá había cavado (v. 9) en otro tiempo para que le sirviese de
guarnición y barrera con que prevenirse de Baasá rey de Israel. Entre estos últimos que
fueron sentenciados a muerte por Ismael hubo diez que obtuvieron indulto al
aprovecharse de la codicia de los que les tenían a merced de ellos, pues le dijeron a
Ismael (v. 8): «No nos mates; porque tenemos en el campo escondites de trigo, cebada,
aceite y miel». Este anzuelo surtió su efecto. Ismael les perdonó la vida, no por
compasión, sino por codicia. Freedman sugiere también otro posible motivo para esta
matanza: «Mantener secreto, tanto tiempo como fuese posible, el asesinato de
Gedalías».
4. Después se llevó cautivo a todo el resto del pueblo que estaba en Mizpá (v. 10).
Las hijas del rey (no literalmente, sino las damas de la corte) y los pobres del país,
labradores y viñadores, que habían sido encomendados al cargo de Gedalías, fueron
todos llevados prisioneros al país de los amonitas. Estos prisioneros pensarían: De
seguro que ha pasado ya la amargura de la muerte (1 S. 15:32b); no obstante, algunos
fueron pasados a cuchillo, y otros murieron en cautiverio. Nunca se está del todo seguro
en este lado de la vida terrena, pues no son pocos los navíos que naufragan junto al
puerto. Sobre esta acción de Ismael comenta Freedman: «Parece imposible que hiciese
todo esto con sólo diez hombres. Por fuerza hubo de tener una banda mucho más
numerosa, pero tomó consigo solamente diez cuando fue a ver a Gedalías, a fin de no
suscitar sospechas».
Versículos 11–18
1. Todo hubiese marchado bien si Johanán, cuando informó de la traición de Ismael
a Gedalías, se hubiera quedado con éste, ya que él y las fuerzas con que contaba podían
haber servido de guardaespaldas a Gedalías, pero parece ser que estaban en alguna
expedición cuando deberían haber estado donde más se las necesitaba. Los que andan
siempre correteando de un lugar a otro están con frecuencia fuera de su lugar cuando
más falta hacen.
2. Por fin (v. 11) oyeron todos los crímenes que había hecho Ismael. Johanán sólo
consiguió rescatar los cautivos. Reunió sus fuerzas (v. 12) y fueron a pelear contra
Ismael. Le alcanzaron junto al gran estanque que está en Gabaón, del que leemos en 2
Samuel 2:13. Al ver venir esta tropa, cobardeó Ismael y no se atrevió a presentar batalla.
Los pobres cautivos que estaban con Ismael se alegraron cuando vieron a Johanán y a
todos los capitanes de guerra que estaban con él (v. 13), reconociéndoles como a
libertadores suyos, y hallaron el modo de darse la vuelta (v. 14) para irse al lado de
Johanán, sin que Ismael intentase detenerles.
3. Soltó Ismael su presa para salvar la vida, y escapó con ocho hombres (v. 15).
Parece ser que dos de sus diez hombres, de los que eran sus esbirros y matones, le
desertaron. Él se marchó al país de Amón y ya no sabemos más de él. La decisión de
Johanán y de los que estaban con él fue demasiado precipitada; sólo se les ocurrió
dirigirse a toda prisa a Egipto (v. 17) y, para ello, acamparon por algún tiempo en
Guerut-Quimham, que significa «habitación de Quimham», cerca de Belén, la ciudad de
David. Aquí puso Johanán su cuartel general, antes de entrar en Egipto, ya fuese por
afecto personal a este país o por tener alguna confianza en los egipcios. Parece ser que
habían escapado algunos hombres de guerra; a éstos los tomó Johanán, junto con las
mujeres, los niños y eunucos que había recobrado de Ismael.
CAPÍTULO 42
12
12
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.869
Uno de los que van con Johanán es el profeta Jeremías. I. Johanán y los suyos le
piden un mensaje de parte de Dios para que les oriente en aquella hora (vv. 1–6). II. El
mensaje de Jehová es que no vayan a Egipto, sino que se queden en el país a merced del
rey de Babilonia (vv. 7–18). III. Al verles resueltos a no obedecer la palabra de Dios,
Jeremías confirma las amenazas de Dios (vv. 19–22).
Versículos 1–6
Jeremías había escapado de la espada de Ismael, y no era la primera vez que Dios le
había escondido. Lo buscan ahora y vienen, todos ellos (v. 1), a preguntar a Dios, por
medio de él, qué es lo que deben hacer (vv. 2, 3).
1. Desean que ore por ellos a Jehová para obtener de Dios la guía y dirección que
necesitan en esta crítica coyuntura (vv. 2, 3). Se expresan con gran respeto hacia el
profeta. Aunque era pobre y de baja condición social, acuden humildemente a él y le
imploran su ayuda (v. 2): «Acepta ahora nuestro ruego delante de ti …». Le lisonjean
de este modo para persuadirle a que diga lo que ellos quieren que diga (v. 2b): «… y
ruega por nosotros, pues no sabemos cómo orar a Jehová tu Dios, pues nosotros somos
indignos de llamarle nuestro, y no podemos esperar obtener de Él ningún favor».
Hablan de sí mismos como objeto de piedad y compasión: pues de muchos hemos
quedado unos pocos, como puedes ver». Como si dijesen: «Somos tan pocos que
fácilmente nos pueden devorar. Tus ojos nos ven (lit.) en el apuro en que nos hallamos;
si puedes hacer algo, ayúdanos. Que Jehová tu Dios tome en sus manos estas ruinas y
(v. 3) nos enseñe el camino por donde vayamos, en el que podemos esperar que nos
acompañe Su presencia, y lo que hemos de hacer, el curso que hemos de tomar para
nuestra seguridad».
2. Jeremías promete fielmente orar por ellos y comunicarles el mensaje de Dios, sin
ocultarles nada (v. 4), tan pronto como Dios le haya hablado. Aunque ellos le habían
tenido en poco hasta ahora, tampoco él (comp. con 1 S. 12:23, donde también vemos a
Samuel menospreciado) pecará contra Jehová dejando de orar por ellos, sino que orará
por ellos y les declarará todo el consejo de Dios.
3. Ellos le prometen que se atendrán a la voluntad de Dios (vv. 5, 6) tan pronto
como la conozcan. Ahora llaman a Dios (v. 6) «nuestro Dios», ya que Jeremías les
había animado a ello al decir «voy a orar a Jehová vuestro Dios» (v. 4). Prometen que
obedecerán la voz de Dios, sea cual sea la respuesta que Dios de («conforme a todo el
mensaje que Jehová tu Dios te de para nosotros», v. 5). Añaden (v. 6) que lo cumplirán
«ya sea bueno, ya sea malo» (lit.), es decir, ya sea agradable o desagradable. Por
desagradable que parezca, lo que Dios ordena para nosotros es también lo mejor para
nosotros y no hemos de discutirlo, sino aceptarlo y cumplirlo. Así responden ellos de
boca, pero con corazón insincero, como veremos. Piensan que Dios va a responder
como a ellos les gusta y por eso hablan tan sumisamente.
Versículos 7–22
Respuesta que Jeremías ha de dar a los que le habían rogado que buscase la
dirección de Dios para ellos.
I. Jeremías no recibió respuesta de Dios hasta que no pasaron diez días (v. 7). Quizá
quería Dios tenerles en suspenso por tanto tiempo para castigarles por su hipocresía o,
más probable, para mostrar que el profeta no hablaba de sí mismo, según lo que a él le
parecía, sino que había de esperar a que Dios le instruyese.
II. Cuando, por fin, le habló Dios, comunicó públicamente el mensaje, tanto a los
capitanes como al pueblo (v. 8), y les dijo plena y fielmente todo lo que Dios le había
comunicado a él. Lo que iba, pues, a decirles era (v. 9): «lo que ha dicho Jehová Dios
de Israel», a quien le habían pedido que orase por ellos.
1. La voluntad de Dios es que se quedasen donde estaban (v. 10), con la promesa de
que les irá bien si así lo hacen. Sus hermanos habían sido llevados al cautiverio; es un
favor para los que han quedado el que se estén donde se les permitió que fuesen
dejados. Dios expresa un interés lleno de ternura por ellos (v. 10c): «porque estoy
arrepentido del mal que os he hecho». No quiere decir que cambie de plan, sino que
está presto a cambiar ahora de ruta y volverse a ellos en Su misericordia.
2. Contesta a la objeción que tenían contra el quedarse en el país (v. 41:18: «pues
temían a los caldeos»), no fuese que vinieran y se vengasen en ellos de la muerte de
Gedalías y de los que con él estaban, aunque era cierto que ellos no habían tomado parte
en aquellas muertes. «No temáis al rey de Babilonia—les dice (v. 11)—; no le temáis—
repite—, porque con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano». Si el Dios
de Israel, omnipotente y amoroso, está de parte de ellos, ¿quién podrá hacerles daño?
3. Les asegura que, si se quedan en el país, no sólo estarán a salvo del rey de
Babilonia, sino que serán dichosos con el Rey de reyes, pues Él (v. 10) los edificará y
los plantará (comp. con 24:6; 31:28; 33:7; Ez. 36:36), les hará echar raíces de nuevo en
su tierra y ser el nuevo fundamento de un renovado Estado, un reino-fénix, resucitado
de las cenizas del pasado. Dios les mostrará Su misericordia en que el rey de Babilonia,
no sólo no los destruirá, sino que (v. 12) tendrá compasión de ellos y les ayudará a
establecerse de nuevo en el país. Dios hace que nuestro deber sea realmente un
privilegio, y que nuestra obediencia lleve consigo la recompensa.
4. De ninguna manera deben pensar en ir a Egipto precisamente, de entre todas las
demás naciones, pues fue de allí de donde Dios sacó a sus antepasados. Además, les ha
dicho con frecuencia que no hagan pacto ni alianza con tal país.
(A) Si comienzan a decir (v. 13): «No moraremos en esta tierra, ni aunque Dios se
comprometa a protegernos, sino que (v. 14) entraremos en la tierra de Egipto … y allí
moraremos», al ser así que la orden de Dios es que no vayan a Egipto, lo van a pasar
muy mal (vv. 15 y ss.).
(B) Se advierte que tienen el corazón puesto en marchar a Egipto a vivir allí, por los
motivos que alegan (v. 14): «en la cual (la tierra de Egipto) no veremos guerra, cuyos
resultados ya hemos visto, ni oiremos sonido de trompeta, que hace desmayar el
corazón, ni padeceremos hambre de pan, que también lo hemos experimentado por
largo tiempo en esta tierra».
(C) La sentencia que se cierne sobre ellos por su pecado, si persisten en su
resolución de marchar a Egipto (v. 17). Dios mismo les dice (vv. 15, 16): «Pues bien, en
este caso, oíd palabra de Jehová, remanente de Judá los que creéis que, porque sois un
resto pequeño (v. 2), vais a ser perdonados, ¿tenéis miedo de la espada y del hambre?
Pues esos castigos precisamente son (v. 17) los que os perseguirán y en Egipto os
alcanzarán. ¿Pensáis que, por haber estado esta tierra por mucho tiempo bajo la espada y
el hambre, ya están ligadas a ella estas calamidades? No es así, sino que si confiáis en
Dios, Él puede hacer de esta tierra un país de completa paz para vosotros».
(D) Los que se vayan a Egipto en contra de la explícita voluntad de Dios, al pensar
que escapan allí de la espada y del hambre, en Egipto «morirán a espada, de hambre y
de pestilencia» (v. 17). ¿Les asustaban las desolaciones de Jerusalén? ¿Querían marchar
tan lejos de ellas como pudieran? En Egipto se hallarán también con la segunda parte de
ellas (v. 18). Cuando los que profesan pertenecer al pueblo de Dios se unen a los
infieles y les hacen la corte, pierden toda su dignidad y se hacen a sí mismos objeto de
execración y de espanto, de maldición y de afrenta (v. 18, al final).
5. Dios conocía la hipocresía con que le habían preguntado y que estaban resueltos a
seguir el camino que más les agradaba; por tanto, ahí tienen la sentencia. El profeta
declara solemnemente que les ha comunicado con toda fidelidad el mensaje de Dios (v.
19). La conclusión de todo el asunto es: «No vayáis a Egipto; desobedeceréis la orden
de Dios si os vais; sabed ciertamente que os lo aviso hoy; no podéis alegar ignorancia
de la mente de Dios».
6. Jeremías les acusa de vil disimulo en la súplica que le hicieron para que pidiese a
Dios instrucciones con respecto al camino que habían de tomar (v. 20): «Porque estáis
obrando engañosamente contra vuestras almas. Estáis diciendo una cosa, y sentís otra;
hacéis promesas y no las cumplís … Ahora, pues (v. 22), sabed de cierto que moriréis a
espada, de hambre y de pestilencia en el lugar donde deseáis entrar para morar allí».
Las amenazas de Dios pueden ser despreciadas, pero no pueden ser anuladas por la
incredulidad de los hombres.
CAPÍTULO 43
Jeremías había comunicado fielmente su mensaje de parte de Dios. Vemos aquí: I.
El desprecio que el pueblo muestra hacia su mensaje, pues niegan que sea palabra de
Dios (vv. 1–3). II. Se marchan a Egipto y se llevan consigo a Jeremías (vv. 4–7). III.
Dios los persigue con otro mensaje, y les predice que el rey de Babilonia los va a
perseguir hasta Egipto (vv. 8–13).
Versículos 1–7
Lo que dijo Dios de los constructores de la torre de Babel puede aplicarse a este
pueblo (Gn. 11:6b): «… y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer».
Se sienten atraídos hacia Egipto, y allá se van, diga Dios lo que quiera. Jeremías les hizo
oír todo lo que tenía que decirles, pues era lo que Jehová el Dios de ellos le había
ordenado que les dijese, y lo van a tener todo.
1. Niegan que lo que Jeremías dice sea mensaje de Dios (v. 2): «… y Johanán … y
todos los varones soberbios dijeron a Jeremías: Mentira dices». La causa de su
desobediencia fue el orgullo. Eran unos orgullosos los que acusaron de mentira a
Jeremías. No podían aguantar que nadie llevase la dirección de sus asuntos, ni siquiera
la sabiduría ni la voluntad de Dios. O es que no estaban convencidos de que lo dicho
por el profeta fuese palabra de Dios, o, si lo estaban, no querían reconocerlo
públicamente. Pero, ¿no habían consultado a Jeremías como a verdadero profeta de
Jehová? ¿No esperaban recibir instrucciones de Dios por medio de él? ¿Y no había
mostrado Dios que Jeremías era verdadero profeta? No pensaban mal de Jeremías, pero
insinúan aquí que (v. 3) «Baruc—dicen—te incita contra nosotros». Si Jeremías y
Baruc tuviesen tanto afecto a los caldeos, según ellos piensan, se habrían ido a
Babilonia con Nabuzaradán, y no se habrían quedado a compartir la mísera suerte de
este despreciado, exiguo e ingrato remanente. Si Baruc abrigaba tan viles pensamientos
contra ellos, ¿cómo podían pensar que Jeremías se hubiese dejado influir por él hasta el
punto de hacer del nombre de Dios una autoridad para patrocinar un designio tan
villano?
2. De todos modos, deciden marcharse a Egipto. Resuelven no quedarse en tierra de
Judá (v. 4, al final), como les había ordenado Dios, sino marchar, por consentimiento
unánime, al país de Egipto. Los que habían venido de todas las naciones donde habían
sido echados, para morar en tierra de Judá, por sincero afecto hacia esta tierra, no iban
a ser dejados en libertad, sino que fueron forzados a ir con los orgullosos líderes a
Egipto (vv. 5 y ss.); «… hombres, mujeres y niños …» (v. 6). Forzaron incluso a
Jeremías el profeta y a su secretario Baruc a marchar a Egipto con ellos. «Y llegaron (v.
7, al final) hasta Tafnes (hebr. Tajpanjés)», famosa ciudad de Egipto, que debía su
nombre a una reina del mismo nombre (v. 1 R. 11:19). Allí había una casa de Faraón,
«palacio real o simple edificio público» (Asensio). Si hubiesen tenido verdadero espíritu
de israelitas, habrían preferido vivir en el desierto de Judá antes que en las más
pomposas y populosas ciudades de Egipto.
Versículos 8–13
Tenemos ya a Jeremías en Tafnis, entre idólatras egipcios y traidores israelitas, pero
también allí recibió palabra de Jehová, que le vino a él (v. 8). Dios puede visitar a los
suyos, compasivo o justiciero, dondequiera que estén. El espíritu de profecía no estaba
confinado al país de Israel. Cuando Jeremías se vio forzado a marchar a Egipto, Dios no
le retiró su gracia ni su Espíritu. Y, por tanto, siguió comunicando al pueblo lo que
había recibido de Jehová. Dos fueron los mensajes (uno en este capítulo, otro en el
siguiente) que recibió Jeremías, cuando estaba en Egipto, precisamente acerca de
Egipto: el del presente capítulo, para predecir la destrucción de Egipto; el del capítulo
siguiente, para reprender a los israelitas que moraban en Egipto. Dios les había dicho
que, si se dirigían a Egipto, allá los perseguiría la espada; aquí les dice que los va a
perseguir la espada de Nabucodonosor.
1. Esto les es predicho mediante una señal. Jeremías ha de tomar (v. 9) unas piedras
grandes y cubrirlas de barro en el cimiento del pavimento que está a la entrada de la
casa de Faraón (versión más probable). El egiptólogo Flinders Petrie (citado por
Freedman) asegura haber hallado, en una de sus excavaciones, exactamente lo que aquí
se dice. Egipto era famoso por su industria de ladrillos (Éx. 5:7). El cimiento de las
desolaciones de Egipto fue dejado en ese pavimento de ladrillos y en aquel barro con
que cubrió Jeremías las grandes piedras «a vista de los hombres de Judá», como se le
había mandado, a fin de que, ya que no pudo impedir que se marcharan a Egipto,
pudiese traerlos al arrepentimiento de haberse marchado a Egipto.
2. Lo que se predice es:
(A) El actual rey de Babilonia, Nabucodonosor, había de venir en persona contra el
país de Egipto y había de poner su trono sobre esas piedras precisamente que Jeremías
había puesto allí (v. 10). Se predice en particular esta circunstancia a fin de que, cuando
se cumpliese la profecía, pudiesen convencerse de la certeza que hay en la presciencia
divina acerca de los detalles más insignificantes. Dios llama, una vez más, mi siervo a
Nabucodonosor, porque también aquí será el ejecutor de los designios de Dios.
(B) Nabucodonosor hará perecer a muchos egipcios, y los tendrá todos a merced
suya (v. 11): «Y vendrá y asolará la tierra de Egipto, matando a los que bien le parezca,
y llevándose cautivos cuantos desee».
(C) También destruirá los ídolos de Egipto: los templos y las imágenes de los dioses
de aquel país (v. 12): «Y pondrá fuego a los templos de los dioses de Egipto … Además
(v. 13) quebrará las estatuas de Betsemes (hebr. Beth-shémesh, que significa “casa del
sol”)». El rey de Babilonia era él mismo un gran idólatra y tenía sus templos y sus
imágenes dedicados al sol. No obstante, es usado para destruir los ídolos de Egipto.
(D) Se hará el amo del país (v. 12b). La segunda parte de este versículo 12 puede
traducirse de dos maneras según el significado que se le de al verbo hebreo atah. Si se
traduce por limpiar, la idea es que no dejará nada (se lo llevará todo) del país de
Egipto, «como el pastor espulga su capa» (Asensio). Si se traduce por cubrir o
envolver, la idea es enrollar algo para llevárselo. Esta es la interpretación seguida por
Freedman y (al cambiar un poco el sentido del verbo) preferida por Asensio: Envolverá
(o se envolverá en—Asensio—) la tierra de Egipto «con la misma facilidad con que un
pastor dobla su capa y se marcha» (Freedman). El sentido general es claro y no varía
sea cual sea el significado que se de al verbo hebreo. La última frase del versículo 12
(«y saldrá de allí en paz») quiere decir que saldrá de allí para su tierra sin que nadie se
lo impida ni le moleste. Esta destrucción de Egipto a manos del rey de Babilonia se
predice también en Ezequiel 29:19; 30:10.
CAPÍTULO 44
I. Un sermón avivador que Jeremías predica a los judíos en Egipto, reprendiéndoles
de su idolatría (vv. 1–14). II. El desprecio con que el pueblo recibió esta amonestación,
y la resolución que tomaron de seguir con sus idolatrías, a pesar de las advertencias de
Dios y de Jeremías (vv. 15–19). III. La sentencia pronunciada contra ellos: Todos ellos,
con excepción de un pequeño número, perecerán en Egipto; y, como una señal o arras
de esto, el rey de Egipto había de caer en breve en manos del rey de Babilonia, con lo
que ya no podría protegerles por más tiempo (vv. 20–30).
Versículos 1–14
Los judíos que habían marchado a Egipto estaban ahora dispersos por varias partes
del país: «en Migdol, en Tafnes, en Nof y en tierra de Patrós» (v. 1). Es Baruc el que
redacta lo que sigue y, por eso, dice: «La palabra que vino a Jeremías acerca de todos
los judíos que moraban en la tierra de Egipto».
1. Dios les trae a la memoria las desolaciones de Judá y Jerusalén, que los fugitivos
parecían haber olvidado (v. 2): «Vosotros habéis visto todo el mal que traje sobre
Jerusalén, etc.». Como si dijese: «Ya visteis la deplorable condición en que se hallan
Judá y Jerusalén; ¿vais a considerar ahora de dónde proceden todas esas desolaciones?
De la ira de Dios; fue Su enojo el que se encendió en las ciudades de Judá … y fueron
puestas en soledad y en destrucción» (v. 6).
2. Les trae también a la memoria los pecados que ocasionaron esas desolaciones de
Judá y Jerusalén. Fue «a causa de la maldad que ellos cometieron para enojarme» (v.
3), al honrar a falsas deidades con el honor que se debe únicamente al verdadero Dios.
Abandonaron al Dios que era conocido entre ellos, para rendir culto a dioses ajenos que
ellos no habían conocido, ni ellos ni vosotros ni vuestros padres, sin poder presentar
ningún motivo por el que hacer ese extraño cambio: el único Dios verdadero por unas
invenciones de impostores.
3. Asimismo les trae a la memoria los frecuentes y amables avisos que, por medio
de sus profetas, les había dado de no servir a otros dioses (v. 4, comp. con 7:13, 25;
25:4; 26:5; 29:19; 35:15). Dios les había mostrado su tierno interés al decirles (v. 4b):
«No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco». También a nosotros nos conviene
apercibirnos del peligro del pecado y advertir también a otros para que no lo cometan:
«¡No lo hagas! Si amas a Dios, no lo hagas, pues eso le provoca; si amas tu propia
alma, no lo hagas, pues la destruirás. Si Dios odia el pecado es porque sabe bien el
veneno que encierra y el desastroso final que acarrea; ¡ódialo tú también!» Pero (v. 5)
ellos no atendieron ni inclinaron su oído, etc. ¿Cuáles fueron las consecuencias? «Se
derramó, por tanto, mi ira y mi furor, etc.» (v. 6). ¿Y no van a escarmentar en cabeza
ajena? (v. 7): «Ahora, pues, así dice Jehová … ¿Por qué hacéis este mal tan grande
contra vosotros mismos, etc.».
4. Les reprende por continuar en sus idolatrías (v. 8): «ofreciendo incienso a dioses
ajenos en la tierra de Egipto, etc.». Marcharon a Egipto contra la voluntad de Dios y
metiéndose así en el lugar de la tentación; es justo que Dios les abandone a sus deseos,
y estos deseos acabarán con ellos y con el nombre honorable que un día tuvieron entre
los países vecinos (v. 8, al final, comp. con 18:16; 24:9; 29:18; 44:12). Habían colmado
la medida de sus padres (v. 9): «¿Os habéis olvidado de las maldades de vuestros
padres, etc., y de los castigos que sufrieron?» En el versículo 9 merece notarse el detalle
de la mención de las maldades de los reyes de Judá y de sus mujeres, delante de la
mención de vuestras maldades y de las maldades de vuestras mujeres, las cuales les
instigaban a la idolatría (v. 15), del mismo modo que las mujeres de Salomón le
instigaron también a la idolatría. El Dr. Lightfoot halla, efectivamente, aquí una tácita
alusión a las mujeres de Salomón, en especial a sus mujeres egipcias.
5. Les amenaza con una completa ruina por persistir en su idolatría ahora que se
encuentran en Egipto. Perecerán en Egipto. Quienes se atreven no sólo a afrentar a Dios,
sino a confrontarle, se verán ellos mismos confrontados por el Dios Omnipotente. No
caerán de muerte natural, como Israel en el desierto, sino de muerte violenta (vv. 10–14)
y terrible. Sólo unos pocos volverán a la tierra de Judá (v. 14, al final). Los displicentes
y descontentos siempre se hallan sin sosiego y deseosos de cambio, dondequiera se
hallen. Cuando estaban en la tierra de Judá, los israelitas deseaban marchar a Egipto
(42:22), pero cuando se hallaban en Egipto, deseaban volver de nuevo a la tierra de Judá
(v. 14b). Este deseo se expresa en el hebreo con la frase «levantar el alma», que indica
un anhelo ferviente («suspiran», en la RV).
Versículos 15–19
El pueblo rehúsa obstinadamente someterse al poder de la Palabra de Dios en la
boca de Jeremías.
1. Las personas que de este modo desafían a Dios y sus juicios se saben culpables,
ellos y sus mujeres, de la idolatría que Jeremías ha condenado (v. 15). Las mujeres
habían sido más culpables de idolatría y de superstición que los hombres, no porque los
hombres estuviesen en comunión con Dios, sino porque eran prácticamente ateos y, al
no estar interesados de ninguna forma en Dios ni en la religión, fácilmente podían
permitir a sus mujeres profesar cualquier falsa religión. Fue la conciencia de pecado la
que les hizo impacientarse ante la reprensión (v. 15): «Sabían que sus mujeres habían
ofrecido incienso a dioses ajenos, y que ellos mismos lo habían permitido, y todas las
mujeres que estaban presentes sabían que sus maridos las habían acompañado en las
prácticas idolátricas»; así que lo que Jeremías decía les ponía el dedo en la llaga.
2. La respuesta que estas personas dieron a Jeremías y, en él, al mismo Dios.
(A) Declaran su decisión de no hacer lo que Dios les manda, sino lo que a ellas les
plazca (pues son las mujeres las que llevan la voz cantante en el contexto posterior, v.
19), a saber: continuarán en su adoración a la reina del cielo (vv. 17–19), es decir, la
diosa asiriobabilónica Ishtar (Astarté, Aserá), en la figura de la luna. Estas atrevidas
idólatras no presentan ahora excusas por su negativa a obedecer a Dios ni insinúan que
Jeremías hablase por sí mismo sin orden de Dios (como antes 43:2), sino que dicen lisa
y llanamente (v. 16): «No te haremos caso». Como si dijesen: «Haremos lo que nos es
prohibido y correremos el riesgo de las amenazas que se nos hacen». Los que viven en
marcada desobediencia a Dios suelen volverse cada vez peores, y se les endurece más y
más el corazón por el engaño del pecado.
(B) Veamos qué razones dan de la resolución que han tomado:
(a) Apelan a la antigüedad: Estamos resueltas a quemar incienso a la reina del cielo
(v. 17b), porque también nuestros padres lo hicieron.
(b) Apelan a la autoridad: Quienes estaban en el poder lo practicaban y lo
prescribían a otros: «Nuestros reyes y nuestros príncipes, a quienes Dios puso sobre
nosotros, y que eran de la descendencia de David».
(c) Apelan a la unidad: «Entonces todos …, una gran concurrencia … respondieron
a Jeremías, etc.» (v. 15). Hablaban por consentimiento unánime.
(d) Apelan a la universalidad notoria (v. 17b): Esto se había hecho en las ciudades
de Judá y en las calles de Jerusalén, en público y a la vista de todos; no se había hecho
en rincones ni en la oscuridad.
(e) Apelan a la prosperidad (v. 17, al final): «Y tuvimos abundancia de pan y
prosperamos, y no nos sucedió nada malo». Pero, suponiendo que todo esto fuese
cierto, eso no les excusaba del gran pecado de idolatría; la pauta de nuestra conducta es
la ley de Dios, no las prácticas de los hombres.
(f) Apelan a la adversidad (v. 18), y dan a entender que los castigos que han sufrido
recientemente han venido sobre el pueblo precisamente porque «dejamos—dicen—de
ofrecer incienso a la reina del cielo». Así también, en los primeros siglos del
cristianismo, cuando Dios castigaba a las naciones paganas por sus maldades y por
perseguir a los cristianos, los perseguidores echaban a los cristianos la culpa de los
castigos que sufrían y gritaban: «¡Los cristianos a los leones!»
(g) Apelan a la obediencia conyugal (v. 19), pues, aunque ellas eran las más activas
en las prácticas idolátricas, lo hacían con la notoria aprobación de sus maridos.
(C) Estas mujeres imitaban el culto del templo en la forma de adorar a la reina del
cielo: (a) le quemaban incienso, como hacían los sacerdotes en el templo; (b) le ofrecían
libaciones (sin duda, con derramiento de vino), como en las libaciones del templo; (c) le
ofrecían tortas, pero no en la forma en que se ofrecían en el templo de Jerusalén, sino,
como apunta Ryrie, «probablemente, dándoles una figura semejante a la de la diosa»;
esto es, redondas como la luna, mientras que los judíos siempre usan la forma cuadrada
para sus panes, etc.
Versículos 20–30
1. Jeremías tiene algo que decirles por sí mismo. Decían ellos que aquellas
desgracias les habían venido porque habían dejado de ofrecer incienso a la reina del
cielo. Pero él les dice: «No, no es porque hayáis cesado de hacerlo ahora, sino por
haberlo hecho anteriormente». El incienso que ellos y sus padres habían quemado a
otros dioses estuvo sin ser castigado por algún tiempo a causa de la magnanimidad y de
la paciencia de Dios; por eso les había ido bien, como ellos decían, y no les había
sucedido nada malo; pero, a la larga, se hicieron tan provocadores que no pudo sufrirlo
más Jehová (v. 22). Algunos de ellos habían hecho una reforma superficial en tiempo de
Josías, pero al ser su corrupción la misma de siempre, Dios se acordó contra ellos de las
idolatrías de sus padres, de sus reyes y de sus príncipes … en las calles de Jerusalén (v.
21). Todas las abominaciones que habían hecho (v. 22) fueron tenidas en cuenta; por
tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición … como está
hoy día (v. 22b)… como sucede hoy día (v. 23, al final)».
2. Jeremías tiene que decirles también algo, especialmente a las mujeres, de parte de
Jehová (v. 24). Ellos y ellas habían dado su respuesta. ¡Que oigan ahora la réplica de
Dios!
(A) Puesto que estaban resueltos a persistir en su idolatría, Dios iba a continuar
castigándoles. Repite lo que había dicho (v. 25): «Vosotros y vuestras mujeres estáis de
acuerdo en esta obstinación; hablasteis con vuestras bocas, y con vuestras manos lo
ejecutasteis, y habéis dicho: Cumpliremos efectivamente nuestros votos que hicimos, de
ofrecer incienso a la reina del cielo», como si fuese pecado dejar de cumplir los votos a
una falsa deidad y, por eso, hubiese de ser suficiente excusa para continuar con sus
idolatrías; al ser así que nadie puede, por medio de un voto, hacer legítimo (mucho
menos, obligatorio) lo que Dios tiene por pecado.
(B) Dios les jura (v. 26) que lo poco de religión que les haya quedado, pronto se ha
de perder. Aunque se habían unido a los egipcios en sus idolatrías, todavía hacían
mención del nombre de Jehová, especialmente en sus votos solemnes pues decían (v.
26, al final): «Vive el Señor Jehová». Pero Dios les declara que Su nombre (v. 26b) no
será pronunciado más en la tierra de Egipto por boca de ningún hombre de Judá. De
veras son desgraciados aquellos a quienes de tal modo ha dejado Dios de Su mano; que
han olvidado por completo su religión. Decían ellos que se recuperarían tan pronto
como volviesen a adorar a la reina del cielo. Dios les dice que, lejos de recuperarse, van
a arruinarse por completo.
(C) Les dice también que muy pocos de ellos (v. 28) escaparán de la espada y
volverán a la tierra de Judá. Ciertamente serían pocos en número en comparación de
los muchos que habían de volver de la tierra de los caldeos.
(D) Les da una señal de que todas estas amenazas habían de cumplirse en Egipto (v.
30): «He aquí—dice Jehová—que yo entrego al Faraón Jofrá rey de Egipto en manos
de sus enemigos y en manos de los que buscan su vida», esto es, de los que quieren
darle muerte. Comenta Asensio: «No pocos de los judíos de Egipto podrán comprobarlo
muy pronto, cuando el faraón Jofrá caiga víctima de una revolución intestina hacia el
570. La palabra de Jehová está en marcha, y la expedición victoriosa de Nabucodonosor
contra el faraón Amasis (43:8–13) el 568–567 la empujará en su avance irresistible».
CAPÍTULO 45
13
La profecía de este capítulo concierne únicamente a Baruc y es cronológicamente
anterior a las de los capítulos precedentes, pues nos traslada al año cuarto de Joacim,
esto es, al 605–604 a. de C. Aquí vemos: I. Cómo se aterrorizó Baruc cuando se vio en
aprieto por haber escrito y leído el rollo de Jeremías (vv. 1–3). II. Cómo fueron
acallados sus temores con una promesa de especial preservación (vv. 4, 5).
Versículos 1–5
Baruc era el secretario de Jeremías y, por tanto, ponía por escrito sus profecías; pero
además tuvo que leerlas públicamente en cierta ocasión (cap. 36), y fue amenazado por
el rey a causa de ello. Escapó gracias a la especial protección de Dios.
1. La consternación que se apoderó del pobre Baruc cuando le buscaron los enviados
del rey (v. 3). Era un joven deseoso de servir a Dios y a su profeta. Pero cuando se vio
expuesto al desprecio y en peligro, gritó: «¡Ay de mí ahora! Voy a caer en manos de
mis perseguidores y me encarcelarán o me matarán. Ha añadido Jehová tristeza a mi
dolor, ya que, después del pesar de escribir y leer las profecías de la ruina de mi país,
tengo el dolor de ser tratado como criminal por ello; es una carga demasiado pesada
para mí; fatigado estoy de gemir, y no hallo descanso». Los nuevos creyentes son
propensos a desanimarse por las pequeñas dificultades que encuentran al principio en el
servicio de Dios. Cuando así desmayan en el día de la adversidad, muestran que su
fuerza es reducida (Pr. 24:10) y su fe es débil. Baruc debería haberse regocijado de que
había sido tenido por digno de sufrir en una causa tan digna y con tan buena compañía;
pero, en lugar de eso, se queja de Dios como si le tratase demasiado duramente.
2. Jeremías se apuraba de verle en tal agitación y no sabía qué decirle. Le repugnaba
reprenderle y deseaba animarle, pero Dios le comunica (v. 4) lo que tiene que decirle.
Es nuestro anhelo excesivo de las cosas buenas de la vida presente lo que nos quita la
paciencia cuando vienen las cosas malas. Por eso, Dios le muestra que es culpa suya y
una insensatez de su parte el desear abundancia de riquezas y honores de este mundo. El
navío estaba naufragando y era inminente la ruina de la nación judía. Dios estaba (v. 4)
destruyendo y arrancando en toda la tierra, ¿y estaba Baruc (v. 5) buscando para sí
grandezas? Cuando todo caía tan bajo, ¿esperaba él subir tan alto? ¿Era ahora el tiempo
de esperar honores y riquezas para figurar?
3. Dios le da segura esperanza de que, aunque no vaya a ser grande va a estar a
salvo en todos los lugares adonde vaya (v. 5, al final); «Te daré tu vida por botín», dice
literalmente el hebreo. La frase ha salido en 21:9, al final, donde puede verse el
13
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.873
comentario. No todo serán facilidades para Baruc: tendrá que ir de un sitio a otro y se
verá a veces en peligro, pero su vida será maravillosamente preservada por Dios.
CAPÍTULO 46
El juicio había comenzado por la casa de Dios, pero no iba a acabar allí. En este
capítulo y en los siguientes tenemos predicciones de las desolaciones que habían de
sufrir los países limítrofes de Judá, principalmente de manos del rey de Babilonia, hasta
que, al fin, la propia Babilonia sea llamada a rendir cuentas. Figura en primer lugar la
profecía contra Egipto. I. Una profecía de la derrota del ejército del Faraón Necó a
manos de las fuerzas caldeas en Carquemís (vv. 1–12). II. Una profecía de la expedición
guerrera que Nabucodonosor llevó a cabo contra Egipto y que tuvo cumplimiento
algunos años después de la destrucción de Jerusalén (vv. 13–26). III. Una palabra de
aliento al Israel de Dios en medio de estas calamidades (vv. 27, 28).
Versículos 1–12
El primer versículo es el titulo de esta parte del libro que se refiere a las naciones
vecinas. Es «la palabra de Jehová que vino al profeta Jeremías acerca de las
naciones», esto es, de los gentiles. En el Antiguo Testamento tenemos la palabra de
Dios contra los gentiles; en el Nuevo Testamento, la palabra de Dios a favor de los
gentiles, para que los que estaban lejos viniesen a juntarse con los que estaban cerca, y
ser hechos ellos mismos cercanos a Dios por medio de Jesucristo (v. Ef. 2:11–22).
Comienza por Egipto, porque ellos habían sido los antiguos opresores de Israel y los
modernos engañadores de los judíos que allí se habían refugiado tras de la caída de
Jerusalén. En estos versículos se profetiza la derrota del ejército del Faraón Necó, a
manos de Nabucodonosor, en el año cuarto de Joacim. Esta derrota (como vemos en 2
R. 24:7) le hizo a Necó pagar muy cara la expedición que llevó a cabo para ayudar al
rey de Asiria cuatro años antes, en la cual el Faraón mató al rey Josías (2 R. 23:29). Este
acontecimiento es aquí predicho con gozosas expresiones de triunfo sobre Egipto, tan
humillantemente derrotado, de lo que Jeremías había de hablar con gran placer, porque
la muerte de Josías era ahora vengada en el Faraón Necó.
1. Se les echa en cara a los egipcios la tremenda preparación que están haciendo
para esta expedición, en la que el profeta les desafía a que hagan todo lo posible (v. 3):
«Preparad escudo y coraza y acercaos a la batalla». Egipto era famoso por sus caballos
(v. 4): «Uncid caballos y montad, etc.». Compara la expedición al desbordamiento del
Nilo (v. 8) que amenaza con inundar todas las tierras limítrofes. Es un ejército
verdaderamente formidable. El profeta los espolea (v. 9): «Subid, caballos; y
alborotaos, carros etc.». Les reta a que traigan con ellos todas las tropas confederadas
(v. 9b), los etíopes, que descendían del mismo tronco familiar que los egipcios (Gn.
10:6) y eran sus vecinos y aliados, los libios y los lidios, ambos en África, al oeste de
Egipto, de los que los egipcios alquilaban sus fuerzas de apoyo. Todo será en vano;
quedarán vergonzosamente derrotados, porque luchará Dios contra ellos (Pr. 21:30, 31).
2. Se les echa en cara la gran esperanza que habían concebido con respecto a esta
expedición. Ellos conocían sus propios pensamientos, y también Dios los conocía, pero
ellos no conocían los pensamientos de Jehová ni entendieron su consejo; pues Él los
junta como gavillas en la era (Mi. 4:12). Egipto decía (v. 8b): «Subiré, cubriré la tierra,
y nadie me lo impedirá, destruiré la ciudad, es decir, cualquier ciudad que se oponga a
mi avance. Como el antiguo Faraón, perseguiré y los alcanzaré». Pero Dios dice que
ese día no será el del triunfo de Egipto, sino el día del triunfo de Jehová de las huestes
(v. 10), en el que Él será exaltado con la derrota de los egipcios.
3. Se les echa en cara su cobardía (vv. 5, 6): «¿Por qué los veo medrosos y
retrocediendo, a pesar de tanto preparativo y de un ejército tan numeroso y tan bien
equipado?» Incluso los valientes, de los que podía esperarse que se mantuviesen firmes,
huyen a la desbandada, como un solo hombre, pero en plena confusión; no tienen
tiempo ni ganas para volverse a mirar atrás, sino que el terror los rodea por doquier.
Todos (v. 6) tropiezan y caen, precisamente al norte, junto a la ribera del Éufrates,
porque en lugar de volverse atrás, a su país, la confusión en que se hallan no les permite
reconocer el lugar donde se encuentran, con lo que, sin quererlo, todavía se acercan más
a la tierra del enemigo.
4. Se les echa en cara la incapacidad para recuperarse de esta derrota (vv. 11, 12). La
virgen hija de Egipto (epíteto aplicado antes a Jerusalén—véase el comentario a 14:17),
que vivía en gran pompa, ha quedado gravemente herida con esta derrota. Busque ahora
bálsamo en Galaad; que eche mano de todas las medicinas que sus sabios puedan
prescribirle para reparar la pérdida experimentada con esa derrota; todo será en vano;
«no hay curación para ti» (v. 11, al final). Nunca más podrá poner de nuevo en pie de
guerra un ejército tan formidable. Sólo le queda (v. 12) vergüenza y clamor. Comenta
Asensio: «Mal interno irremediable de quien un día pensó inundar la tierra con su
poder, y ahora la contempla testigo de su fracaso, de cara a la ignominia absoluta de su
pueblo y al clamor doloroso de sus héroes en derrota».
Versículos 13–28
1. El terror y la confusión hacen presa en Egipto. El cumplimiento de la predicción
en la primera parte del capítulo dejó a los egipcios inhabilitados para intentar ningún
ataque contra otras naciones. Pero todavía permanecían fuertes en su país, y ninguno de
sus vecinos se atrevió a intentar nada contra ellos. El objetivo de la profecía es ahora
mostrar cómo el rey de Babilonia había de venir en breve para asolar la tierra de
Egipto (v. 13). Esto se llevó a cabo mediante las mismas manos que las de antes, las de
Nabucodonosor, pero muchos años más tarde (en opinión de M. Henry). De esta
expedición, sin embargo, dice Asensio: «por sus puntos de contacto con 43:8–13,
algunos han querido retrasar (la fecha de la expedición) hasta el 587; sin embargo,
parece preferible adelantarla al 605 (2 R. 24:7; Jer. 46:1, 2)».
(A) Sonó en Egipto la alarma de guerra (v. 14). Se acerca el enemigo, «la espada ha
devorado en torno tuyo» (v. 14, al final, lit.), esto es, en las comarcas limítrofes, y es
tiempo de que Egipto se prepare a dar al enemigo la más calurosa bienvenida. Esto debe
ser proclamado en todos los lugares de Egipto, particularmente en Migdol, Nof y
Tafnes, porque los refugiados judíos se habían establecido en estos lugares, al
despreciar el mandato de Dios (44:1). Que oigan el triste cobijo que les va a brindar
Egipto.
(B) Se predice también aquí la retirada de las fuerzas de otras naciones que los
egipcios habían alquilado para su expedición. Algunas de estas fuerzas estaban
apostadas en las fronteras para guardarlas, y allí fueron batidas por los invasores, con lo
que tuvieron que emprender la huida. El versículo 15 dice así literalmente: «¿Por qué
fue abatido tu fuerte? No se mantuvo en pie porque Jehová lo derribó». Hay quienes
toman el singular «fuerte» por un colectivo, «tus fuertes, tus valientes»; pero es mucho
más probable que se refiera al toro Apis, el dios egipcio que protege al Faraón, y que es
abatido y derribado por otro «Más Fuerte», Jehová, el Dios de Israel.
(C) Cae el ejército egipcio, con su Faraón y con su dios Apis (vv. 16, 17), y las
tropas mercenarias se retiran en completa confusión. Dice Asensio: «Con el faraón y sus
dioses protectores tropieza y cae la multitud del abigarrado ejército mercenario de
extranjeros (vv. 9, 21), que se apresuran todos a volver a la tierra natal, y proclaman
burlones la impotencia de un faraón que, después de sus bravatas de victoria (v. 8), se
repliega en sí mismo y deja pasar el tiempo hábil para oponerse al ataque enemigo (Is.
30:7)».
(D) Se describe el formidable poder del ejército caldeo como llevándose por delante
todo lo que encuentra a su paso. El Rey de reyes, cuyo nombre es Jehová de las huestes
(v. 18), declara con juramento («Vivo yo») que, de la misma manera que el Tabor
sobresale sobre las montañas circundantes, y el Carmel se yergue majestuoso sobre el
mar Mediterráneo, así también preponderará el rey de Babilonia sobre Egipto. Él y su
ejército vendrán a Egipto con hachas (v. 22) como cortadores de leña, y los egipcios
serán tan incapaces de resistirles como son los árboles al hacha del leñador.
(E) Se predice la desolación de Egipto, hasta ahora «becerra hermosa» (v. 20), bien
cebada y brillante de grasa, y no acostumbrada al yugo de la sujeción, lasciva como
becerra bien cebada. Humillada y derrotada (v. 24), se avergonzará la hija (es decir, el
pueblo) de Egipto; es entregada en manos del pueblo del norte. La primera frase del
versículo 22 se refiere a los egipcios, abocados a la derrota; las frases siguientes, al
ejército caldeo. Comenta Freedman: «En lugar del pesado paso de los soldados
victoriosos, el sonido hecho por el ejército egipcio será como el de una serpiente que se
desliza furtivamente cuando se la incomoda». Y, al citar a Peake, continúa: «La
metáfora es tanto más apropiada cuanto que la serpiente ocupa un lugar tan destacado en
las insignias reales de Egipto». Al cautiverio marcharán los egipcios, según la
fraseología del versículo 19: hay que hacer las maletas con lo más indispensable, para
mejor huir, pues sus ciudades serán evacuadas.
(F) Es Jehová de las huestes, Dios de Israel (v. 25), quien se hace responsable del
castigo impuesto a Egipto; en particular, «a Amón dios de Tebas» (hebr. No—
actualmente, Luxor—), que fue antiguamente (v. Nah. 3:8) la capital del Alto Egipto.
Igualmente serán abatidos (v. 25b) y entregados en manos del rey de Babilonia (v. 24)
Faraón con su pueblo, Egipto, sus dioses y sus reyes (no sólo el Faraón reinante).
Comparten este castigo (v. 25, al final) los que confían en el Faraón, tanto los países
satélites de Egipto como los judíos que se habían refugiado en Egipto, con la confianza
puesta en el Faraón más que en Jehová.
(G) Hay, sin embargo, una insinuación (v. 26, al final) de que, en el curso del
tiempo, Egipto se recuperará de esta desolación: «pero después será habitado como en
los días pasados, dice Jehová».
2. A Israel se le hablan aquí palabras de consuelo y paz (vv. 27, 28). Se repiten, casi
a la letra, las frases de 30:10, 11. Esto da a entender que la salvación de que aquí se
habla está inscrita en un marco mucho más amplio que el que ofrece el contexto
próximo anterior. Comenta el rabino Freedman: «Como sucede con tanta frecuencia, el
profeta termina con un mensaje de esperanza, hasta un grado que trastueca lo sombrío
de lo que precede. El punto de vista optimista surge de la convicción de que la mejor
entraña de Israel (ingl. Israel’s beeter self) se afirmará a sí misma antes de que le
alcance la destrucción final».
CAPÍTULO 47
Este capítulo les lee la sentencia a los filisteos, así como el anterior se la leyó a los
egipcios, y por la misma mano, la de Nabucodonosor. Es breve, pero terrible. Tiro y
Sidón comparten la destrucción de los filisteos. I. Se predice que las fuerzas invasoras
vendrán del norte (vv. 1–5). II. Que la guerra continuará por largo tiempo, y que todos
los esfuerzos por ponerle fin resultarán en vano (vv. 6, 7).
Versículos 1–7
Así como los egipcios habían demostrado con frecuencia ser falsos amigos del Israel
de Dios, los filisteos habían sido siempre enemigos jurados; y tanto más peligrosos
cuanto que estaban más cerca que los egipcios. Habían sido humillados en tiempo de
David, pero parece ser que habían levantado de nuevo la cabeza hasta que
Nabucodonosor los destruyó como a sus vecinos, suceso que es el que se predice aquí.
La fecha de esta profecía es (v. 1) «antes que Faraón destruyese a Gaza». Cuándo se
llevó a cabo esta acción por parte de Egipto no se sabe con certeza, pero esta palabra de
Jehová vino a Jeremías acerca de los filisteos (v. 1) cuando no estaban en peligro de
que les atacase ningún adversario; con todo, Jeremías profetizó su ruina. Se predice
aquí:
1. Que vendrá contra ellos un enemigo exterior (v. 2): «He aquí que suben aguas del
norte y se harán torrente, etc.». De un país frío llega una terrible tormenta, y el ejército
caldeo inundará el país como un diluvio.
2. Que, ante esto, ellos se llenarán de consternación. A los hombres les faltará ánimo
para luchar (v. 2b): «los hombres clamarán, y sollozará todo morador de la tierra», de
forma que no se oirá por todas partes otra cosa que llanto y lamento. Antes de que se
llegue a matar y degollar, el estrépito (v. 3) de los cascos de los caballos, el ruido de los
carros y el estruendo de sus ruedas aterrorizarán de tal forma a todos, que a los padres
se les caerán las manos de debilidad, incapaces de hacer nada por sus hijos, los cuales
se hallarán, por tanto, totalmente indefensos.
3. Que el país de los filisteos será presa del saqueo y de la destrucción (v. 4). Tiro y
Sidón eran ciudades fuertes y ricas, y solían prestar ayuda a los filisteos en momentos
de apuro, pero ahora ellas mismas se verán envueltas en la ruina común, y Dios retirará
de ellas toda ayuda: «todo aliado que les queda todavía». La isla de Caftor (v. 4, al
final) es, con toda probabilidad, la isla de Creta (v. Am. 9:7), y el resto, o remanente, de
dicha isla es lo que quedó de la población primitiva «después de las guerras entre Egipto
y Asiria» (Freedman).
4. Se mencionan en particular algunos lugares como Gaza y Ascalón (hebr.
Ashquelón). De dos maneras puede entenderse (v. 5) lo de «Gaza fue rapada» (lit. la
calvicie le ha venido a Gaza): (A) «Ha sido raída hasta el suelo, de lo que la calvicie es
un símil. (B) Se menciona la calvicie como símbolo de duelo» (Freedman).
5. Sin embargo, los caldeos son únicamente instrumentos en la mano de Dios. Por
eso (v. 6), se atribuye toda esta destrucción a la espada de Jehová. Ante esta destrucción
tan grande, el propio profeta siente compasión hasta de los filisteos y ruega a Dios que
repose Su espada (v. 6), pero «admite (v. 7) que eso no puede suceder, porque Dios le
ha ordenado destruir» (Freedman). Cuando se ha desenvainado la espada, no podemos
esperar que se envaine hasta que haya cumplido su cometido. Así como la Palabra de
Dios, así también Su vara y Su espada cumplirán aquello para lo cual las envía.
CAPÍTULO 48
Las predicciones de Isaías concernientes a Moab habían tenido su cumplimiento (Is.
caps. 15 y 16, y Am. 2:1) cuando los asirios, bajo Salmanasar, invadieron Moab. Pero la
presente profecía es acerca de la desolación de Moab a manos de los caldeos, bajo el
mando de Nabuzaradán, unos cinco años después de la destrucción de Jerusalén.
Asensio resume así el capítulo: I. Invasión de la tierra de Moab (vv. 1–10) y fin de su
tranquilidad antigua (vv. 11–17). II. La catástrofe total de la altiva Moab (vv. 18–28),
objeto de lamentación (vv. 29–39). III. Castigo inevitable, con un rayo de salvación (vv.
40–47).
Versículos 1–13
1. El autor de la destrucción de Moab es (v. 1) Jehová de las huestes, Dios de Israel,
que va a defender la causa de Israel contra un pueblo que siempre ha sido vejatorio para
los israelitas, y los va a castigar ahora por los daños que ellos les infirieron de antiguo a
los judíos.
2. Los instrumentos de este castigo: «Vendrá el despojador (lit.)» (v. 8) y vendrá
con una espada (v. 2, al final). Esa espada les va a perseguir. Ese despojador ha
tramado el mal contra Jesbón (v. 2), una de las principales ciudades de Moab, y su
objetivo es destruir la nación entera (v. 2b): «Venid y quitémosla de entre las naciones».
El profeta, en nombre de Dios, espolea a los invasores a que no hagan el trabajo a
medias (v. 10): «Maldito el que haga indolentemente la obra de Jehová, y maldito el
que detenga de la sangre su espada». Asensio hace notar que este versículo «se hizo
célebre por el sentido espiritual en que lo explicó Gregorio VII».
3. Los efectos de esta destrucción. Las ciudades quedarán en ruinas: Nebó ha sido
devastada (v. 1); Quiryatáyim, avergonzada y tomada; Misgab, desconocida si es
nombre propio, pero probablemente «alta fortaleza» (como en Is. 25:12), confundida y
desmayada. Madmén, cuya ubicación se desconoce, pero podría ser idéntica a
Madmanah (Jos. 15:31) o Madmenah (Is. 10:31), será cortada. La campiña será
devastada (v. 8) y las ciudades (v. 9) quedarán desiertas. Sus sacerdotes y sus príncipes
(v. 7, al final) irán juntamente al cautiverio con Quemós, el dios principal de Moab (v.
Nm. 21:29). Ya no volverán a jactarse de sus dioses (v. 13): «Y se avergonzará Moab de
Quemós, como la casa de Israel se avergonzó de Betel (es decir, del becerro de oro
erigido por Jeroboam allí), su confianza». Así como el becerro de oro de Betel no libró
a las diez tribus del norte de caer en manos de los asirios, así tampoco Quemós podrá
librar a los moabitas de caer en manos de los caldeos.
4. Ante la destrucción llevada a cabo por el ejército caldeo habrá clamor y llanto por
todas partes: Clamor en Joronáyim (vv. 3, 5), de ubicación incierta; clamor de los niños
(v. 4) en todo Moab; por la subida de Lujit (v. 5) subirán llorando con llanto (lit.), es
decir, llorarán continuamente. Todos tendrán lágrimas en los ojos. Y se gritarán unos a
otros (v. 6): «Huid, salvad vuestra vida; escapad, aunque tengáis que vivir en completa
soledad, como la retama en el desierto. Cobijaos allí, aunque sea en un suelo estéril. Id
deprisa, el tiempo urge (v. 9); «dad alas a Moab, para que se vaya volando».
5. Dios va a pedirle cuentas ahora a Moab, porque se han sentido demasiado
seguros, al confiar en sus riquezas y en sus fuerzas (v. 7): «Pues por cuanto confiaste en
tus obras y en tus tesoros, tú también serás tomada». Por «obras» podrían entenderse
todos los logros del país, tanto en la agricultura y la ganadería como, especialmente, en
la ingeniería. Dice Binns (citado por Freedman): «Quizás haya en este versículo una
referencia a las elaboradas obras de irrigación, cuya destrucción significaba la ruina del
país». Confiaban en la multitud de sus riquezas, mientras se mantenían en su maldad
(Sal. 52:7). Era un antiguo reino, anterior a Israel, que había disfrutado de gran
tranquilidad, a pesar de ser un país pequeño, pues nadie les había molestado. Tampoco
habían ido jamás al cautiverio. Sin embargo, era una nación idólatra y perversa, y
conjurada contra los protegidos de Dios (Sal. 83:3, 6). Corrompidos por largo tiempo,
sus moradores se habían sentido seguros en su prosperidad y vivían en la molicie; no
han cambiado;son los mismos de siempre en los mismos lugares de siempre (v. 11) «…
sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni marchó
cautivo al desierto, no ha tenido que ir de una parte a otra como los israelitas; por tanto,
quedó su sabor en él, y su aroma no ha cambiado; sigue tan malo como siempre».
¡Bellísimo símil!
Versículos 14–47
Continúa ahora en lenguaje conmovedor la profecía de la destrucción de Moab, no
sólo para despertarles a que se arrepientan a escala nacional para impedir el desastre, o a
escala personal para que se preparen convenientemente, sino también para incitarnos a
nosotros a considerar el estado calamitoso de la vida humana, y el poder de la ira de
Dios frente a un pueblo provocador.
1. La destrucción con que aquí se les amenaza vendrá de repente y por sorpresa. Se
creían (v. 14) «hombres valientes y robustos para la guerra», capaces de hacer frente al
más poderoso enemigo, y, con todo, el desastre es inminente (v. 16). De la misma
manera que el águila se cierne sobre su presa, así también (v. 40) el enemigo volará
como águila y extenderá sus alas contra Moab, de modo que nadie pueda escapar.
Rápidamente (v. 41) son tomadas las ciudades, y ocupadas las fortalezas. Consumidas
así sus defensas, los más valientes de Moab se volverán débiles como mujeres con
dolores de parto.
2. Moab va a quedar en ruinas (v. 15): «Saqueado fue Moab» del todo devastado,
avergonzado y destruido (v. 20). El reino queda destituido de su dignidad y autoridad
(v. 25): «Cortado es el cuerno (lit.) de Moab, es decir, el cuerno de su fuerza y de su
poder, y su brazo quebrantado, de modo que no puede golpear ni impedir que le
golpeen. Los jóvenes del país descendieron a la batalla prometiéndose que volverían
victoriosos; pero Dios les dice (v. 15) que descenderían al degolladero. Los que son
enemigos del pueblo de Dios dejarán pronto de ser pueblo.
3. La destrucción es digna de gran lamentación y tornará el gozo en profunda
tristeza. El propio profeta se une al coro de lamentadores (v. 31): «yo aullaré sobre
Moab, etc.». Amargamente llorará por Sibmá (v. 32); su corazón (v. 36) resonará como
flautas por causa de Moab—dice—, en clara alusión a las flautas con que se
acompañaba el canto fúnebre de los lamentadores. La ruina de los pecadores no es un
placer para Dios y, por tanto, también a nosotros debería causarnos pena. Estos pasajes,
y muchos otros de este capítulo, son parecidos a los de Isaías en sus profecías contra
Moab (Is. 15:1); porque, aun cuando mediaba gran distancia de tiempo entre su profecía
y ésta de Jeremías, ambas eran dictadas por un mismo Espíritu.
4. También los moabitas se lamentarán, por supuesto. Los que se sentaban en gloria,
en medio de las riquezas y del jolgorio, se sentarán ahora (v. 18) en tierra seca, en
lugares áridos, sin agua y sin alivio. Los moabitas que habiten en los remotos rincones
del país preguntarán a cualquiera que vaya huyendo: ¿Qué ha acontecido? (v. 19). Y
cuando se les diga que todo Moab está devastado (v. 20, al final), aullarán (lit.) y
gritarán (v. 20b); dejarán las ciudades (v. 28) e irán a habitar en peñascos, donde
podrán dar rienda suelta a su melancolía; ya no serán aves cantoras, sino aves
lamentadoras como la paloma (v. 28b, comp. con Ez. 7:16).
5. Lo que mayor gozo daba a Moab eran sus frutas agradables y la abundancia de
sus ricas viñas. Si se les quitaban esos deleites de los sentidos y se les destruían los
huertos y los viñedos, se les haría cesar todo gozo (Os. 2:11, 12). Eso es lo que vemos
en el versículo 33: «Y fue cortada la alegría y el regocijo de los campos fértiles, y de la
tierra de Moab, etc.». Quienes hacen de los deleites del sentido su gozo más importante,
se someten a sí mismos a la tiranía de la mayor pesadumbre, puesto que pueden quedar
desposeídos de tales cosas en poco tiempo y con la mayor facilidad; mientras que los
que se regocijan en Dios, pueden disfrutar del mayor gozo incluso cuando la higuera no
florezca ni en las vides haya frutos (Hab. 3:17, 18).
6. Todos sus vecinos son convocados a lamentarse con ellos y a condolerse de su
ruina (v. 17): «Compadeceos de él (Moab) todos los que estáis alrededor suyo». Que
nadie se engría de su fuerza ni de su belleza, ni ponga su confianza en esas cosas, pues
ninguna de ellas le asegurará contra los juicios de Dios, sino que le dejará en la mayor
vergüenza y confusión, como a Moab, cuya lamentable destrucción lo dejó
completamente avergonzado. «Embriagadle, dice el profeta, porque contra Jehová se
engrandeció» (v. 26, comp. con 25:15). «Embriagarle» equivale a darle de beber de la
copa del vino del furor de Jehová.
7. Esta destrucción les afecta en lo que más estiman: sus riquezas (v. 36), más aún
que las frutas de verano y las uvas de la vendimia: «porque perecieron las riquezas que
habían hecho». Las riquezas, como el polvo, se nos escabullen de los dedos tanto más
fácilmente cuanto más fuertemente las apretamos. Y aun esto no es lo peor de todo;
incluso aquellos cuya religión es falsa estaban encantados de ella más que de ninguna
otra cosa, y, por consiguiente, aunque en realidad era una promesa, para ellos era una
amenaza (v. 35) el que Dios había de exterminar de Moab a quien sacrifique en los
lugares altos y a quien ofrezca incienso a sus dioses. Los lugares altos habían de ser
derruidos completamente, los campos de los oferentes quedarían en total desolación y
los sacerdotes mismos de los ídolos serían asesinados o deportados como cautivos (v.
7).
8. Era una justa destrucción, pues la habían merecido por sus muchos y graves
pecados.
(A) El pecado del que más notoriamente eran culpables era el orgullo. Se menciona
seis veces en un solo versículo (v. 29): «Hemos oído, dice, todos hemos oído, la
soberbia de Moab, etc.». Ya se les acusaba de eso en Isaías 16:6, pero aquí se pone de
relieve más que allí. Dos ejemplos se nos presentan del orgullo de Moab: (a) Se ha
portado insolentemente con Dios y, por eso, debe ser abatido, porque contra Jehová se
engrandeció (v. 26). Los moabitas preferían a Quemós antes que a Jehová y creían que
podían así desafiar al Dios de Israel. (b) Se ha portado de modo escarnecedor con Israel
en las recientes horas de aflicción para el pueblo de Dios; por consiguiente, Moab caerá
en las mismas aflicciones y será motivo de escarnio (v. 26, al final), por cuanto Israel le
fue motivo de escarnio también a él (v. 27). Los moabitas (v. 27b) se llenaban de gozo y
se reían de cualquier israelita que se hallase en aflicción: «Porque siempre que hablas
de él (Israel), meneas la cabeza», en un gesto de desprecio y burla, como hicieron con
nuestro Salvador cuando se hallaba en la Cruz por nuestros pecados.
(B) También habían sido culpables de malignidad contra el pueblo de Dios, y
actuado traicioneramente contra él (v. 30), como se ve todavía mejor en 2 Reyes 24:2,
donde vemos a los moabitas que ayudan a las tropas caldeas contra Israel. Pero la
nación de cuya caída se alegran, se ha de recuperar un día. Lo que se dice de los
pecadores en general (Is. 24:17, 18), que el que huya del pánico, caerá en el foso; y el
que salga de en medio del foso, será preso en la trampa, se predice aquí en particular
acerca de los pecadores de Moab (v. 44). Las expresiones figuradas que se usan en
dicho versículo, se hallan explicadas en el v. 45 en cuanto a uno de los ejemplos: «A la
sombra de Jesbón se pararon sin fuerzas los que huían», es decir, los que huían de las
aldeas por miedo a las fuerzas del enemigo se cobijaron en Jesbón; pensaban que allí
estarían seguros, del mismo modo que, aún ahora, se cobijan algunas fuerzas debajo de
los cañones y tanques de una ciudad fortificada; pero, cuando hayan huido del hoyo,
caerán en la trampa: Jesbón, que ellos creían que les iba a dar cobijo, los va a devorar,
los va a consumir a fuego, según había profetizado Moisés muchos siglos antes (Nm.
21:28).
9. El capítulo concluye con una breve promesa de que (v. 47) Dios hará volver a los
cautivos de Moab en lo postrero de los tiempos. El mismo Dios que hace ir a la
cautividad, hace también volver de ella. Así de tiernamente se porta Dios con los
moabitas. Y si así trata a los descendientes de Lot, ¡qué no hará por Su pueblo escogido!
Esta profecía concerniente a Moab es larga, pero aquí termina, y termina de forma
consoladora: «Hasta aquí es la sentencia sobre Moab» (v. 47, al final).
CAPÍTULO 49
La copa del aturdimiento va pasando todavía de mano en mano, y todas las naciones
tienen que beber de ella (v. 25:15). Este capítulo la pone en manos de: I. Los amonitas
(vv. 1–6). II. Los edomitas (vv. 7–22). III. Los sirios (vv. 23–27). IV. Los de Quedar y
los del reino de Jasor (vv. 28–33). V. Los elamitas (vv. 34–39).
Versículos 1–6
Los amonitas eran los más cercanos a los moabitas, tanto en cuanto al parentesco
con ellos, pues también descendían de Lot, como en proximidad geográfica.
1. Se llama aquí a juicio, en nombre de Dios, a los amonitas, por su ilegal intrusión
en el territorio perteneciente a la tribu de Gad, la cual caía cerca de ellos (v. 1). Estos
territorios habían quedado casi despoblados y convertidos en fácil presa del primer
invasor, desde que el rey de Asiria se llevó deportados a los galaaditas (2 R. 15:29; 1
Cr. 5:26). Los amonitas aprovecharon el «vacío» de propiedad para posesionarse del
territorio de Gad. Pero Jehová les hace esta pregunta: «¿No tiene hijos Israel? ¿No tiene
heredero?» Como si dijese: «Aunque es verdad que los galaaditas han sido deportados y
morirán en el exilio, ¿no tienen herederos que regresarán y reclamarán la tierra?»
(Freedman). De esta intrusión en el territorio de Gad, Dios culpa (v. 1b) al dios de los
amonitas Malcam, puntuado en 1 Reyes 11:5 como Milcom. Dice Freedman: «El dios,
como sucede con frecuencia, se menciona para representar al pueblo que lo adora». Se
engrandecieron así los amonitas con el territorio arrebatado a Gad (Sof. 2:8). Quienes
piensan que es suyo todo aquello a que pueden alcanzar sus manos, se engañan
miserablemente. Lo que en justicia se debe a los dueños, se debe también a sus
herederos; y es un gran pecado defraudar a éstos, aunque no conozcan sus derechos o no
sepan cómo hacerse con la propiedad que les pertenece.
2. Se pasa sentencia contra ellos por esta intrusión. Dios hará (v. 2) que se oiga
alarma de guerra contra Rabá de los hijos de Amón. Rabá era la capital del reino
amonita, junto al río Yabbok, donde se halla hoy situada Ammán, la capital de Jordania.
Las ciudades del país quedarán en ruinas (v. 2b), al ser devastada así una tierra de la que
tanto se jactaban sus moradores (v. 4). Es extraño que, en el hebreo del v. 4b, se llame a
Amón «hija apóstata (o rebelde)», cuando este apelativo está reservado exclusivamente
a Israel (v. 31:22). M. Henry opina que se le llama así «por ser la posteridad del justo
Lot». Según Freedman, «ha de entenderse en el sentido de flagrante desconsideración de
las leyes ordinarias de humanidad y decencia (llamadas en la literatura talmúdica “los
siete preceptos de los hijos de Noé”) obligatorias para todos los hombres». Por haber
arrebatado a los de Gad su territorio, Israel (v. 2, al final) desposeerá a los que los
desposeyeron a ellos. Y por todo aquello de que se jactaban: seguridad, riquezas,
tesoros (vv. 3, 4), sepan que serán desposeídos de todo ello y arrojados de su suelo (v.
5). Tan grande será el espanto, que cada uno huirá en derechura hacia adelante, sin
preocuparse del vecino que está huyendo como él. Para completar este cuadro de
miseria (v. 5, al final), no habrá quien recoja a los fugitivos.
3. Como antes con respecto a Moab (48:47), también aquí (v. 6) hay una promesa de
misericordia para los amonitas: «Y después de esto, haré volver a los cautivos de los
hijos de Amón, dice Jehová».
Versículos 7–22
Vienen ahora los edomitas a recibir su sentencia de parte de Dios, por medio de la
boca de Jeremías; también ellos eran enemigos, desde muy antiguo, de Israel. Muchas
expresiones de esta profecía aparecen también en la profecía de Abdías, dos terceras
partes de la cual están dirigidas a Edom. Se predice aquí:
1. Que el país de Edom será totalmente devastado, pues (v. 8b) Dios traerá el
infortunio de Esaú sobre él en el tiempo en que lo castigue (lit. lo visite). Dios le pedirá
cuenta por sus pecados. Temán (v. 7) era famosa por sus sabios, pero los edomitas han
preparado su propia ruina sin acertar con lo que es necesario para evitar el estallido de la
ira de Jehová. Van a pagar ahora el odio ancestral que concibieron contra Israel, desde
el resentimiento de Esaú contra su hermano Jacob. Asensio comenta así los versículos
9–11: «Jehová enviará contra ellos ruina total a manos de vendimiadores sin compasión
en el rebusco, y de ladrones sin dificultades en el saqueo, a quienes Jehová manifiesta
los posibles escondrijos donde algunos hubieran podido salvarse. Sólo los elementos
sociales más necesitados e indefensos, huérfanos y viudas, se salvarán». Los que se
hacían el grande serán empequeñecidos por Dios (v. 15), y los que se jactaban de
sabiduría serán menospreciados entre los hombres (comp. con Abd. v. 2). Tan grande
será su destrucción (como en Sodoma y Gomorra—v. 18—), que nadie morará más
allí, para no acercarse ni a sus ruinas.
2. Que los instrumentos de su destrucción habían de ser resueltos y temibles. Dios
ha determinado que el país de Edom quede desolado, y el que va a llevar a cabo esta
obra de destrucción vendrá rápido y poderoso pues es Nabucodonosor el león al que se
alude aquí (v. 19) como al instrumento, en manos de Jehová, para castigar a Edom:
«león que sube de la espesura del Jordán (12:5; 25:38; Job 10:16; Is. 34:4), ataca
destructor al reino—rebaño de Edom—sin que pastor alguno pueda pedirle cuentas o
resistirle» (Asensio). Incluso las crías de los rebaños los arrastrarán, etc. (v. 20b), esto
es (probablemente), los más modestos servidores de Nabucodonosor serán suficientes
para llevarlos al matadero y destruir sus moradas, después de obligarles a rendirse. No
sólo vendrá como león que sube de la espesura del Jordán (v. 19), sino también como
águila que extenderá sus alas (v. 22) sobre Bosrá, como las extendió sobre Moab
(48:40), de forma que a los más valientes les desmayará el corazón como a mujer que
está en angustias de parto (comp. con 48:41).
3. Que la confianza de los edomitas les había de faltar en el día de su calamidad. (A)
Confiaban en su sabiduría, pero esto es lo primero que les va a faltar, por eso se
menciona primero (v. 7). Una nación que era famosa por su sabiduría, y cuyos estadistas
eran tenidos por los más expertos en política, había de tomar ahora medidas tan
descabelladas que todos habían de preguntar asombrados (v. 7b): «¿No hay más
sabiduría en Temán?» Si era así, podemos asegurar que Dios tramaba su ruina, pues a
quien quiere destruir lo entontece primeramente (v. Job 12:20). (B) Confiaban también
en su fuerza, pero tampoco les va a valer (v. 16). Ellos habían sido un terror constante
para sus vecinos y, comoquiera que sus vecinos no se atrevían a meterse con ellos,
habían sacado la conclusión de que ninguna nación del mundo se atrevería. Su país era
montañoso y ellos pensaban que podrían guardar bien todos los puertos de montaña
contra cualquier invasor (v. Abd. vv. 3, 4, 8).
4. Que su destrucción había de ser inevitable. (A) Dios la había determinado (v. 12);
la había jurado (v. 13); ciertamente, habían de beber (v. 12) el cáliz del aturdimiento,
que es puesto también en las manos de todos sus vecinos. (B) Todo el mundo se dará
cuenta de ellos (v. 21): «Del estruendo de la caída de ellos la tierra temblará, señal
figurativa de que a todas las naciones ha llegado la noticia, y el grito de su voz se oirá
en el mar Rojo, donde los barcos esperaban para tomar cargamento» (v. 1 R. 9:26). El
hebreo de la segunda parte de este versículo 21 es más abrupto de lo que aparece en las
versiones: «Un grito—en el mar Rojo se oye su ruido—». Freedman cita, como más
probable, la versión de Ehrlich: «Como el grito en el mar Rojo (cuando los egipcios
fueron abrumados allí) es su sonido».
Versículos 23–27
El reino de Siria, al norte de Canaán, había sido, con mucha frecuencia, vejatorio
hacia Israel. Damasco era la metrópoli de dicho reino. Jamat y Arpad, otras dos
importantes ciudades, son mencionadas (v. 23), y son también mencionados (v. 27b),
como abocados a la ruina, los alcázares de Ben-adad, que él había mandado edificar (v.
también Am. 1:4).
1. El juicio de Damasco comienza con susto y desmayo (v. 23) «porque oyeron
malas nuevas». Estas malas nuevas eran que el rey de Babilonia venía hacia ellos con su
ejército, con lo cual ellos se avergonzaron y se derritieron, expresiones que significan
confusión y espanto, como el mar encrespado, que no puede sosegarse (comp. con Is.
57:20).
2. Damasco, la capital, se tornó débil (v. 24) y se dio media vuelta para huir,
acobardada como mujer con dolores de parto. Ve que no hay más objeto en contender
con su destino que el que tiene una mujer en trance de dar a luz, pues tampoco puede
contender con los dolores que la acometen. Era una ciudad de gloria y gozo (v. 25), pero
ahora se halla abrumada por la pena y la tristeza. El hebreo del versículo 25 dice
literalmente: «¿Cómo no fue desamparada la ciudad de alabanza, la ciudad de mi
gozo?» Y la única interpretación plausible es la que dan los autores de la obra Search
the Scriptures: «Parece ser una exclamación de pesar, puesta en la boca de un
ciudadano de Damasco, de que la ciudad no fue abandonada por sus habitantes antes de
la matanza descrita en el versículo siguiente».
3. Su final es terrible (vv. 26, 27): Sus jóvenes caerán en plena calle, sus hombres
de guerra serán silenciados (lit.) y la ciudad, con sus regios alcázares, será consumida
por el fuego. Al caer, muertos a espada, los jóvenes y los guerreros, que habrían podido
hacer algo para defenderla, la ciudad quedará a merced del enemigo, quien incendiará
aquellos palacios en los que tantos planes malvados se tramaron contra Israel.
Versículos 28–33
Estos versículos predicen la desolación que Nabucodonosor y sus tropas iban a
llevar a cabo en el pueblo de Quedar (Cedar en la RV). Este pueblo se componía de
tribus nómadas, descendientes de un hijo de Ismael con el nombre de Quedar o Cedar.
Respecto a Jasor (Hazor en la RV), dice el rabino Freedman: «Varios expertos
modernos sostienen que el vocablo tiene aquí conexión con jatser “villorrio sin muros”
y denota a los árabes que vivían en asentamientos, como distintos de los nómadas».
1. Vivían en tiendas (v. 29) y no tenían muros, sino cortinas, pues no eran ciudades
fortificadas; así pues, no tenían puertas propiamente dichas (v. 31) ni cerrojos. Eran
pastores, y no tenían tesoros ni dinero, sino rebaños y camellos. No había soldados entre
ellos, pues no temían ninguna invasión; vivían en solitario (v. 31, al final). Se ve que,
con la multitud de ganados y de camellos, vivían acomodadamente (v. 32), a pesar de no
dedicarse al comercio ni a otros modos de incrementar la riqueza. Son verdaderamente
ricos los que tienen suficiente para sus necesidades y saben cuándo tienen bastante. Para
hallar gente rica, no es menester que vayamos a los tesoros de los príncipes ni a los
cofres de los mercaderes, sino a los pastores que viven en tiendas de campaña.
2. El rey de Babilonia determina hacer que no se diga que, quien ha conquistado
poderosos reinos y ciudades fortificadas, va a dejar sin molestar a los que viven en
tiendas. Es extraño que tal águila se agache a capturar estas moscas. Estas gentes habían
vivido inofensivamente entre sus vecinos, pero (v. 28): «Así dice Jehová: Levantaos,
subid contra Cedar y saquead a los hijos del oriente». Dios ordena este saqueo para
castigar a un pueblo ingrato.
3. El asombro que esto causa entre ellos, y la desolación causada por el enemigo. La
frase final del versículo 29 queda un tanto oscura (¿Quién clama contra quién?).
Freedman da como más probable la traducción de Ehrlich: «Ellos (los habitantes de la
región) clamarán a causa de ellos (los babilonios): “Terror por todos los lados”». Como
si dijese: «Estamos rodeados por el enemigo; no tenemos remedio; estamos perdidos».
4. Ninguno de ellos tendrá coraje para resistir al enemigo; así que éste no necesitará
dar ni un solo golpe. Los caldeos tomarán para sí todo lo que hallen en las tiendas de
los habitantes, incluidas las cortinas, y se llevarán también los ganados y los camellos
(v. 32). No se dice que vayan a matar a nadie, pues, al no encontrar resistencia, les
desposeerán de todo lo que tienen, y los despojados aceptarán este despojo como un
rescate por sus vidas. Su país quedará deshabitado y, al estar apartado de las grandes
vías de comunicación, y al no tener ciudades ni tierras de laboreo que inviten a
extranjeros, nadie tratará de sucederles, así que (v. 33) «Jasor será morada de chacales,
soledad para siempre, etc.».
Versículos 34–39
Esta profecía está fechada en el comienzo del reinado de Sedequías, esto es, en 598
o 597 a. de C.
1. Los elamitas eran descendientes de Elam, hijo de Sem (Gn. 10:22), y llegaron a
constituir un poderoso imperio hasta que cayeron bajo el poder de Asiria el año 640 a.
de C. Estaban situados al este de Babilonia, servía el río Tigris y de frontera entre
ambos países. Se recuperaron después hasta que fueron totalmente incorporados al
imperio persa. Eran famosos por su maestría en el manejo del arco (v. 35), pero Dios
dice: «He aquí que yo quiebro el arco de Elam, parte principal de su fortaleza, con lo
que el ejército elamita quedará indefenso». Esto sucede porque (v. 37) el ardor de la ira
de Jehová se cierne sobre Elam. Dios ordena con frecuencia que aquello en que
ponemos especialmente nuestra confianza, nos falte o no nos sirva para nada, y
busquemos así en Él al que nunca falta y siempre es útil para todo lo bueno.
2. La población de Elam se dispersará. De todas partes vendrán contra ellos
enemigos que se llevarán cautivos a muchos de ellos (v. 36), y serán aventados a los
cuatro vientos. Las tormentas vienen unas veces de un punto, otras de otro; esta
tormenta va a venir de los cuatro puntos cardinales.
3. Sus príncipes, lo mismo que su rey, serán destruidos (v. 38), con un cambio
radical de gobierno. Dios pondrá su trono en Elam, «frase que significa que Dios se
sentará en juicio sobre la nación» (Freedman). El rey de Elam había sido famoso ya de
antiguo. Quedorlaomer (Gn. 14:1) era rey de Elam y hombre poderoso en su tiempo.
Podemos suponer que sus sucesores fueron igualmente poderosos. Pero el rey de Elam
no es para Dios más que cualquier otro hombre. Sin embargo, la destrucción de Elam no
será perpetua (v. 39): «Pero acontecerá en los últimos días (es literalmente la misma
expresión de 48:47), que haré volver a los cautivos de Elam, dice Jehová».
CAPÍTULO 50
14
En este capítulo y en el siguiente tenemos el juicio de Babilonia, el cual es puesto en
último lugar en las profecías de Jeremías contra los gentiles, porque fue la última en
cumplirse. Además, Babilonia había sido usada por Dios como vara en Su mano para
castigar a todas las demás naciones, y ahora, por fin, esa vara iba a ser arrojada al fuego.
Esta destrucción fue ya predicha por Isaías, y ahora lo es por Jeremías. Puesto que el
reino babilónico era mucho mayor y más poderoso que ningún otro de los que, hasta
ahora, han recibido de Dios su sentencia, también su caída será más notable y de mayor
consideración. Tenemos aquí: I. La ruina de Babilonia (vv. 1–3, 9–16, 21, 22, 3546). II.
La redención del pueblo de Dios (vv. 4–8, 11–20, 33, 34).
Versículos 1–8
1. «La palabra que habló Jehová contra Babilonia» (v. 1). Así empieza el capítulo.
El rey de Babilonia se había portado muy amablemente con Jeremías; no obstante, el
profeta recibe orden de Dios de predecir la ruina de ese imperio, porque los profetas de
Dios no han de dejarse llevar por el favor o el afecto de los hombres. Sean quienes sean
nuestros amigos, si son enemigos de Dios, no podemos hablarles palabras de paz. La
destrucción de Babilonia se da aquí por cosa hecha, y hecha por completo (v. 2). Los
14
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.876
ídolos de Babilonia, a los que todo el imperio atribuiría los grandes éxitos de su rey, son
destruidos, sin que puedan proteger en nada al pueblo caldeo. Sus dos principales
deidades, Bel y Merodac (mejor conocido como Marduk), son incapaces de proteger a
sus adoradores y quedan avergonzados y desmayados. Una nación del norte (v. 3), esto
es, los persas bajo el mando de Ciro, vendrá sobre Babilonia y pondrá su tierra en
asolamiento.
2. Pero hay también una palabra de Dios para consuelo de los hijos de Dios: para
los hijos de Israel … y los hijos de Judá (v. 4).
(A) Se promete aquí que se volverán, primero a su Dios, y después a su tierra; y la
promesa de su conversión y reforma es la que abre el camino para todas las otras
promesas (vv. 4, 5). Vendrán llorando, lamentándose toda la casa de Israel en pos de
Jehová (1 S. 7:2). Estas lágrimas manarán de una tristeza según Dios (2 Co. 7:10), pues
serán lágrimas de arrepentimiento por el pecado y lágrimas de gozo por la bondad de
Dios en la alborada del día de su liberación. «Y buscarán a Jehová su Dios» (v. 4, al
final); no se hundirán bajo la tristeza, sino que se levantarán por la esperanza de volver
a su país y, en especial, a un nuevo templo. «Preguntarán (v. 5) acerca de Sion, vueltos
sus rostros hacia acá», «indicación—dice Freedman—de que Jeremías se hallaba en la
Tierra Santa». El viaje será largo y no conocen el camino (después de 70 años o más),
pero preguntarán. Todos los que se convierten sinceramente a Dios tienen un deseo
genuino de alcanzar el objetivo y un constante interés en seguir por el camino recto.
También quieren renovar su pacto con Jehová (v. 5b): «Venid y juntémonos a Jehová
con pacto eterno que jamás se ponga en olvido».
(B) Su caso actual es presentado como muy lamentable y como que lo ha sido por
mucho tiempo (v. 6): «Ovejas perdidas era mi pueblo; sus pastores las hicieron errar,
por los montes las descarriaron, etc.». Estas frases admiten dos sentidos, según el
rabino Freedman: (a) Iban de una parte a otra en busca de instrucción y dirección sin
líderes de confianza. (b) Iban de idolatría en idolatría, la cual se practicaba con la mayor
frecuencia en los lugares altos. Así les ha pasado como a toda oveja descarriada: «Todos
(v. 7) los que las hallaban, las devoraban», y además creían que no cometían nigún
desafuero (comp. con 40:3): «No pecamos, porque ellos pecaron contra Jehová». Lo
cual recuerda el famoso dicho español: «El que roba a un ladrón, tiene cien años de
perdón». Pensaban que Israel estaba dejado de la mano de Dios y, por eso, que no era
culpable quien abusara de él, pues merecía sufrir tales cosas.
(C) El profeta los ve en tan miserable condición que, ante el anuncio de la caída de
Babilonia, les exhorta a que escapen hacia su patria los primeros, tan pronto como se
abra la puerta de la libertad (v. 8), como los machos cabríos que van delante del rebaño,
los cuales se abren paso los primeros tan pronto como se abre la puerta del redil. La
vuelta a Sion bien merece un esfuerzo especial por parte de los que un lejano día fueron
arrancados de la ciudad santa.
Versículos 9–20
En nombre de Dios, el profeta prosigue ahora en su controversia con Babilonia.
1. La comisión y el encargo que se da a los instrumentos de Dios que van a ser
empleados en la destrucción de Babilonia. El ejército que va a llevar a cabo esta obra es
llamado (v. 9) «una confederación de grandes pueblos de la tierra del norte», es decir,
los medos y los persas, con sus aliados y auxiliares, que se enumeran en 51:27, 28. Dios
es el que los hace despertar y subir contra Babilonia, aptos para el servicio que les va a
encomendar, para que se pongan en plan de batalla (v. 14) contra Babilonia alrededor.
«Tirad contra ella, no escatiméis las saetas, porque pecó contra Jehová», les dice (v.
14b). De inmediato ve la ciudad ya rendida (v. 15): «Gritad contra ella en derredor; se
rindió». Sorprendida cuando no esperaba ningún ataque y se creía segura, los gritos de
guerra del enemigo la han aturdido más todavía y, sin ofrecer mucha resistencia, ha
capitulado.
2. La desolación y destrucción que le van a sobrevenir a Babilonia se describen con
gran variedad de expresiones. (A) Las riquezas de Babilonia van a ser fácil y rica presa
para los conquistadores (v. 10). (B) El país quedará despoblado y no volverá a ser
habitado (v. 13); el lenguaje de este versículo 13 se parece al de 18:16, donde es
aplicado a Judá. (C) La madre (v. 12) de los caldeos, es decir, la capital del reino
(Babilonia) quedará llena de confusión cuando se vea abandonada de sus hijos. (D) Los
grandes admiradores de Babilonia la verán hecha despreciable (v. 12b): «… la última de
las naciones, desierto, sequedal y páramo». La gran ciudad, cabeza del imperio más
poderoso de la tierra, quedará completamente arruinada. (E) Para que la desolación sea
completa, no quedará allí nadie (v. 16) que cuide de los campos: «cada uno (las mismas
frases de Is. 13:14) volverá el rostro hacia su pueblo, cada uno huirá hacia su tierra».
Todos los extranjeros que residan en el país se apresurarán a salir de él y a encaminarse
cada uno a sus respectivos países de origen.
3. La causa de esta destrucción. Se debe al desagrado de Dios (v. 13): «A causa de
la ira de Jehová no será habitada». Y la ira de Dios es justa, porque (v. 14) ella pecó
contra Jehová. Lo que ellos hicieron contra Jerusalén lo hicieron con deleite (v. 11).
Cuando Tito destruyó Jerusalén, dicen que lloró sobre ella, pero cuando estos caldeos la
destruyeron, se alegraron contra ella. Hicieron uso de los despojos de la ciudad santa
para dar pábulo a su propio lujo, orgullo y comodidad. Pero los que de este modo se
tragan las riquezas de otros, tendrán que vomitarlas un día (v. 15, al final): «haced con
ella como ella hizo». No se contentaban con menos que con la ruina total del pueblo de
Dios. Israel era ya rebaño dispersado (v. 17, comp. con v. 6), y no son sólo los perros
los que le ladran y le molestan, sino que hasta los leones lo dispersaron (comp. con
2:15). Un rey de Asiria se llevó las diez tribus del norte y las devoró; otro invadió Judá
y lo empobreció, hasta arrancarles lana y piel a estas pobres ovejas; ahora, este rey de
Babilonia ha caído sobre él y le ha quebrado los huesos (v. 17, al final). Por tanto, el
rey de Babilonia tiene que ser castigado (v. 18) como fue castigado el rey de Asiria.
4. La misericordia prometida al Israel de Dios. Serán libertados de su servidumbre y
traídos de nuevo a su pastizal (v. 19), como ovejas que estaban dispersas y han vuelto a
ser recogidas en su propio redil. Dios les restaurará la prosperidad: no sólo vivirán, sino
que vivirán cómodamente, de nuevo en su tierra, pues (v. 19b) «pacerá en el Carmel y
en Basán, las regiones más ricas y fructíferas del país». Ellos buscarán a Jehová su
Dios (v. 4, al final) y preguntarán acerca de Sion (v. 5), donde podrán adorar y servir a
su Dios; esto era lo que más les atraía para volver a su patria; pero Dios los traerá al
Carmel y a Basán, donde podrán alimentarse con abundancia. La raíz de esta
prosperidad está expresada en el versículo 20: «En aquellos días y en aquel tiempo, dice
Jehová, la maldad de Israel será buscada y no aparecerá». No sólo habrá desaparecido
la pena, el castigo que merecieron por sus pecados, sino también la culpa que mereció
tal castigo. ¿Por qué? «Porque (v. 20, al final) perdonaré a los que yo haya dejado
como remanente.» Esto demuestra, una vez más, que, cuando Dios perdona el pecado,
también se olvida de él (31:34, al final). Esto debe incluir una completa reforma en el
corazón y en la conducta, junto con esa total y definitiva remisión de los pecados.
Aquellos a quienes Dios les perdona los pecados, también los reserva para algo muy
grande, pues, a los que justificó, a éstos también glorificó (Ro. 8:30b).
Versículos 21–32
1. Se pasa revista a las fuerzas que tienen la comisión de destruir Babilonia. Son
convocadas las tropas de Ciro para subir contra ella (v. 21). Se mencionan dos
localidades, en las que el autor sagrado juega con los nombres: Meratáyim, que
significa «doble rebelión», corresponde a una población llamada, en acadio, Mat
Marratim (según la llama Freedman; Asensio la llama nar marratim); y Pecod, que
significa «visitación», corresponde al acadio Puqudu. Se convoca a todos, porque para
todos habrá trabajo y pago (v. 26); pero, en especial, a los arqueros o flecheros (v. 29),
pues Dios abrió su arsenal (v. 25) y sacó las armas de su furor. Media y Persia son
ahora la armería de Dios y de allí saca las armas de su furor: las tropas de Ciro.
2. Se les dan instrucciones de lo que tienen que hacer (v. 21): Han de abrir los
almacenes de Babilonia (v. 26) y apilarla como montones (lit.), lo cual puede
entenderse de dos maneras: (A) Apilar sus tesoros (lo que saquen de los almacenes o,
mejor, graneros) en un montón para llevárselos. (B) Apilar todo lo que tiene para
destruirlo. Sus jóvenes guerreros («sus novillos»—v. 27—) han de ir al matadero
(comp. con Is. 34:7) como reses, más bien que como hombres de guerra en el campo de
batalla.
3. A los atacantes se les dan seguridades de éxito. Que hagan como Dios les manda,
y tendrán éxito completo en llevar a cabo lo que Dios amenaza. Ciro vencerá sin duda
alguna, pues está luchando a las órdenes de Dios.
4. Se declaran los motivos de esta severidad con que Dios trata a Babilonia:
(A) Babilonia ha sido muy molesta, vejatoria e injuriosa con todos sus vecinos; ha
sido (v. 23) «el martillo de toda la tierra», pues ha quebrantado a todas las naciones.
Pero el Dios de todas las naciones afirmará los lesionados derechos de éstas, tarde o
temprano, contra los que injusta y violentamente las han invadido.
(B) Babilonia ha desafiado al mismo Dios (v. 24, al final): «te sublevaste contra
Jehová». Una traducción más literal sería: «Te has puesto a litigar (ante los tribunales o
en el campo de batalla) con Jehová, pero eso ha sido un lazo, del que no te diste cuenta
(v. 24a)».
(C) Babilonia arruinó a Jerusalén, la ciudad santa, y su santuario (v. 28), los cuales
fueron reducidos a cenizas por Nabucodonosor. Por eso, a su castigo se le llama (v. 28,
al final) la venganza de su templo. Tanto más cuanto que, además de incendiar el
templo, el rey caldeo se había llevado a Babilonia todos los utensilios sagrados del
santuario. El martillo de toda la tierra (v. 23) tenía que pagar muy cara la forma como
trató a la hermosa Sion, que era la alabanza y el gozo de toda la tierra (Lm. 2:15).
(D) Babilonia ha sido arrogante e insolente y, por tanto, debe ser abatida (comp. con
Job 40:12). Su caída no se deberá tanto al esfuerzo que hagan otros en tirarla como a su
propio derrumbamiento, pues llevan siempre la cabeza tan alta que nunca se percatan de
lo que tienen debajo de los pies.
Versículos 33–46
1. Sufrimientos de Israel, y la liberación de tales padecimientos (v. 33): «Oprimidos
fueron los hijos de Israel y los hijos de Judá juntamente». Los que quedaron de los
cautivos de las diez tribus se mezclaron, al parecer, con los de las dos tribus, al unirse
los reinos de Asiria y Caldea, con lo que fueron oprimidos juntamente. Pero tienen un
consuelo en medio de su aflicción y es que, aunque ellos sean débiles, su Redentor es
poderoso (v. 34), pues es el propio Jehová de las huestes, y Él hará honor a Su nombre
de Vengador de la sangre (ya que eso entra dentro del oficio del hebreo goel) para
todos los que dependen de Él para su liberación y vindicación; «de cierto abogará la
causa de ellos para hacer reposar la tierra, la tierra de Emanuel, a fin de que no
vuelvan a ser molestados por sus vecinos». Esto es aplicable a todos los creyentes, que
gimen bajo el peso del pecado y de la corrupción, así como de su propia debilidad. Que
sepan que su Redentor es fuerte, capaz de guardar a todos los que a Él se encomiendan.
El pecado no tendrá dominio sobre ellos, porque no están bajo la ley, sino en la gracia;
Él los hará libres, y serán libres de verdad; les dará reposo, el reposo que queda para
los hijos de Dios.
2. El pecado de Babilonia, y el castigo por ese pecado.
(A) Los pecados de que se les acusa son la idolatría y la persecución del pueblo de
Dios. (a) Han oprimido a Israel (v. 33b): «los tomaron cautivos, los retuvieron; se
negaban a soltarlos» (comp. con Is. 14:17: «a sus presos nunca abrió la cárcel»). (b)
Han injuriado también a Dios y le han robado, y dado a otros la gloria que debe darse
únicamente a Él; pues (v. 38) «es tierra de ídolos y se entontecen con imágenes de
horror». El vocablo hebreo para ídolos es phesilim, imágenes de talla, y el que se usa
para imágenes de horror es emim, nombre aplicado también a gigantes que daban
mucho miedo; estos ídolos son llamados aquí cosas de horror (lit.) «por el terror que
imponía su aspecto grotesco» (Freedman).
(B) Los juicios de Dios por esos pecados serán tan severos que los arruinarán por
completo.
(a) Todo lo que habría de ser para su defensa y sostén será cortado por la espada.
Los caldeos habían sido por mucho tiempo la espada de Dios, con la que Jehová había
desfogado su ira contra las naciones de alrededor; pero ahora, al ser los caldeos tan
malos como los demás o peores que todos los demás, viene sobre ellos una espada (v.
35), la espada de la guerra y, en manos de Dios, la espada de la justicia. Viene (v. 35b)
contra los moradores de Babilonia, contra sus príncipes y contra sus sabios. Sus
filósofos, sus estadistas y consejeros privados no podrán hacer nada para detener el
castigo. El texto hebreo dice, en el versículo 36, baddim, charlatanes o jactanciosos (lo
mismo que en Is. 44:25), en lugar del baddeha, adivinos, de la Vulgata y de la versión
siríaca. De hecho se refiere a los adivinos, en cuanto que éstos «le aseguraban a
Babilonia un dominio permanente» (Freedman), con lo que resultaban unos insensatos
al engañar a otros y al engañarse a sí mismos.
(b) La espada de la guerra caerá también contra los más valientes (v. 36b) y
desmayarán, cobardearán sin mostrar ningún signo de su antigua valentía. Igualmente
caerá (v. 37) contra los caballos y los carros, pues serán destrozados en la batalla o
caerán en manos de los invasores, y contra la mezcolanza de gentes que hay en medio
de ella, es decir, las tropas asalariadas de otras naciones al servicio de Babilonia o,
quizás, «los mercaderes o mercenarios extranjeros (cf. 25:20)» (Freedman). Toda esta
gente se portará cobardemente, como débiles mujeres. Finalmente, la espada caerá
contra sus tesoros (v. 37, al final), que son la base de intendencia de la guerra y el
atractivo de los conquistadores, y serán saqueados, botín para beneficio del enemigo.
Nada menos que cinco veces en tres versículos (35–37) se lee en el hebreo la expresión
jéreb el, espada contra … Y todavía la versión siríaca tiene jéreb, espada, en la primera
palabra del versículo 38, en lugar de jóreb, sequedad, del texto masorético.
(c) El país quedará desolado (v. 38): «Sequedad contra (hebr. el, la misma
preposición de los versículos anteriores) sus aguas y se secarán». La prosperidad de
Babilonia dependía de estas aguas, así como el suministro de riego y de agua potable
para la ciudad. Ciro desvió el río Éufrates en varios canales, de forma que fuese fácil
para su ejército llegar a los muros de la ciudad, que se consideraban inaccesibles
precisamente por la protección que esas aguas les brindaban. La ciudad se convertirá en
morada de hienas y chacales, etc. (v. 39, comp. con Is. 13:19–22).
(d) El rey de Babilonia, juntamente con su reino, serán puestos en la mayor
confusión y consternación por los enemigos que los invadirán (vv. 41–43). Los que se
portan cruelmente, sin muestras de compasión, han de esperar ser tratados también con
crueldad, sin hallar misericordia.
(e) El invasor vendrá como un león (v. 44) a desgarrar y destruir, y dejará la tierra
completamente asolada (v. 45); la desolación será tan terrible y asombrosa, que todas
las naciones quedarán aterrorizadas (v. 46). Estos tres versículos repiten, casi a la letra,
lo que ya vimos antes (49:19–21) en la profecía de la destrucción de Edom a manos de
los caldeos, y la vemos ahora repetida en la destrucción de los caldeos a manos de los
medos y los persas.
CAPÍTULO 51
Continúa en este capítulo la profecía de la destrucción de Babilonia, de la que daban
testimonio también otros profetas. Aquí tenemos: I. El relato de la sentencia de
Babilonia, con detalles particulares que agravaban su caída, y de los ánimos que aquí se
dan al pueblo de Dios, que tan cruelmente había sido oprimido por ella (vv. 1–58). II.
La ratificación de la sentencia contra Babilonia mediante el gesto simbólico de echar en
el río Éufrates una copia de esta profecía (vv. 59–64).
Versículos 1–58
1. Reconocimiento de la gran pompa y del poder que Babilonia había disfrutado, y
el uso que Dios, en su Providencia, había hecho de eso (v. 7): «Copa de oro fue
Babilonia en la mano de Jehová, un imperio rico y poderoso, la cabeza de oro de
Daniel 2:38 (comp. con 25:15 y ss.)». En mano de Jehová, porque Babilonia fue
instrumento con que Dios castigó a muchas otras naciones. Mazo de guerra (v. 20) con
que quebrantar a diestro y siniestro. En la Biblia Hebrea impresiona ver, formando una
columna al comienzo de cada renglón, nueve veces repetido (vv. 20–23), el vocablo
wenipatstí («y quebrantaré con mazo»—en imperfecto, por el waw conversivo, que
cambia los tiempos—). Nada de lo que hay de provechoso en otras naciones se libra de
estos mazazos de Dios por medio de Babilonia: caballos y jinetes, carros y aurigas,
hombres y mujeres, viejos y jóvenes, donceles y doncellas, pastores y rebaños,
labradores y sus yuntas, gobernadores y magistrados. Tal es el desastre que los caldeos
han causado cuando Dios los ha usado como instrumentos de Su ira para castigar a las
otras naciones. Ahora les va a tocar a ellos.
2. El cargo que se le hace a Babilonia en el versículo 9 es que se ha hecho
incorregible: «Hemos intentado curar a Babilonia y no ha sanado». ¿Quién dice esas
palabras? Como en otras ocasiones, es probable que Peake (citado por Freedman) esté
en lo cierto cuando comenta: «Debemos suponer que los que así hablan son extranjeros
residentes en Babilonia, no los cautivos, puesto que estos últimos celebrarían con gozo
la caída del opresor. Responden a la irónica invitación del versículo 8». Con todo, no es
de despreciar la opinión de M. Henry, quien ve aquí un intento de Israel de sanar la
idolatría de Babilonia, convenciéndoles de la inutilidad de sus falsos dioses (10:11),
tanto más cuanto que este último versículo que acabamos de citar ¡está en arameo!,
como para testimonio a los babilonios en una lengua que todos podían entender.
3. Otro cargo que se le hace es su inveterada malignidad contra Israel. Las demás
naciones habían sido tratadas igualmente con crueldad por los caldeos, pero es Israel la
que acude a su Dios a quejarse del trato que Babilonia le ha dado y le pide que caiga
sobre Babilonia toda la violencia que Israel ha sufrido de manos de los caldeos (vv. 34,
35). Los detalles del versículo 34 son muy gráficos. Únicamente el último vocablo
(hebr. hedijaniw—con el waw puntuado como incierto—) resulta oscuro; las versiones
varían entre el «me echó fuera» (RV 1960), o expresiones parecidas, y el «me dejó sin
nada» (RV 1977), que parece más probable (lit. me limpió del todo, me lavó hasta
dejarme limpia), figura que aparece en otros lugares del Antiguo Testamento. Comenta
Freedman: «Me ha lavado limpia. Ha hecho una limpieza general de mis posesiones,
dejándome sin nada».
4. La sentencia que, ante esta apelación de Israel, pronuncia el justo Juez de cielos y
tierra a favor de Su pueblo y contra Babilonia. Responde (v. 36): «He aquí que yo
abogo por tu causa; déjamela a mí y, a su debido tiempo, yo la patrocinaré, la defenderé
y haré venganza por ti; de cada gota de la sangre de Jerusalén se pedirá cuenta con todo
interés». Dios trata a Israel mejor de lo que se merece y, a pesar de sus iniquidades y de
las severidades de Dios, Israel no está desamparado. Dios es todavía su Dios y actuará
a favor de él como Jehová de las huestes, un Dios poderoso. Jehová, Dios de
retribuciones (v. 56, al final), de cierto da la paga. Él pagará (v. 24) a Babilonia y a
todos los moradores de Caldea, todo el mal que ellos hicieron en Sion. Ciro medirá a
los caldeos con la misma medida con que los caldeos midieron a los judíos. Los hijos de
Sion saldrán triunfantes y podrán decir (v. 10): «Jehová hizo patente nuestra justicia;
venid y contemos en Sion la obra de Jehová nuestro Dios».
5. Una declaración de la soberanía de Dios al defender la causa de Sion y tomar a su
cargo el pedir cuentas a este orgulloso y poderoso enemigo (v. 14): «Yo te llenaré de
hombres como de langostas y levantarán contra ti gritos de victoria (hebr. heidad, “el
hurra de victoria”—Asensio—). Dios llenará Babilonia de un número tan grande de
fuerzas enemigas, que serán como una enorme plaga de langostas. Pero, ¿quién es el
que puede hacer añicos un imperio tan poderoso como el de Babilonia? El profeta se
refiere a Él con base en la descripción que de Él había hecho en 10:12–16, y la repite
aquí para mostrar que Dios ha de convencer por medio de Sus juicios a los que no se
dejan convencer por Su palabra, de que es Dios sobre todos. En efecto:
(A) Él es el Dios que creó el Universo (v. 15): «El que hizo la tierra con Su poder,
el que afianzó el mundo con Su sabiduría, y extendió los cielos con Su inteligencia» (v.
el comentario a 10:12 y ss.).
(B) Él gobierna y controla todas las criaturas que ha hecho (v. 26). Su providencia
es una continua creación.
(C) Los ídolos (vv. 17, 18) que se oponen al cumplimiento de la palabra de Jehová
son una falsedad, no tienen aliento; son una cosa vana, obra digna de burla, sus
adoradores están embrutecidos, son, en realidad, peores que las bestias, y sus orfebres
quedan avergonzados cuando el poder de sus obras es puesto a prueba y resulta que no
sirven para nada, pues no pueden ayudar ni proteger.
(D) Pero el Dios de Israel no es como esos ídolos (v. 19): «No es como ellos la
porción de Jacob (v. el comentario a 10:16). El Dios que habla de este modo y cumple
lo que habla es el Formador de todo … Jehová de las huestes es Su nombre; y hay una
relación muy estrecha entre Él y Su pueblo, porque Él es la porción de Israel, e Israel
es la tribu de Su herencia».
6. Una descripción de los instrumentos que han de emplearse en este servicio (v.
11): «Jehová ha despertado el espíritu de los reyes de Media, Darío y Ciro, que vendrán
contra Babilonia por instigación de Dios, porque contra Babilonia es su estrategia para
destruirla». Los que son empleados por Dios contra Babilonia son comparados (v. 1) a
un viento destructor que, o con su frío helador congela los frutos de la tierra, o con su
fiero empuje los abate y los arrastra. Este viento es sacado de los depósitos de Dios (v.
16), viento (v. 1) destructor y aventador (v. 2) contra Babilonia y contra los habitantes
de Leb-Camay. El hebreo Leb qamay significa «el corazón de los que se levantan
contra mí», pero aquí es, como Sheshak en 25:26, un vocablo críptico que designa
Cashdim (Caldea). Los extranjeros que aventarán a los caldeos (v. 2) son comparados al
bieldo con que los labradores separan el grano de la paja. Los caldeos serán arrastrados
por el viento (comp. con Sal. 1:4), de la misma manera que ellos han servido de bieldo
para aventar el pueblo de Dios (15:7).
7. Se les da amplia comisión a los conquistadores de Babilonia para que destruyan el
ejército caldeo (v. 3). La primera parte de este versículo 3 resulta difícil, ya que parece
contradecir a la segunda. Los autores de la obra Search the Scriptures y otros exegetas
entienden la primera parte como dirigida a los defensores de Babilonia para advertirles
que toda defensa será inútil. Cuentan con el apoyo de muchos MSS que leen el (contra)
en lugar de al (no), pero la construcción gramatical no admite otra partícula que al,
conforme a la lectura de bastantes MSS. Además, la segunda parte del versículo va
dirigida obviamente a los atacantes; luego también la primera debe referirse a ellos. «La
mejor solución es la propuesta por Ehrlich, quien acepta la lectura al y entiende todo el
versículo como dirigido al ejército sitiador, y lo conecta con el versículo 5: No entese su
arco el arquero ni se vista de su cota de malla; no tendréis necesidad de luchar porque
(según se declara en el v. 5) Dios acude a rescatar a Israel; no perdonéis a sus jóvenes,
porque (según se declara en el v. 5) la tierra de ellos (los caldeos) está llena de culpa»
(Freedman).
8. Se convoca (vv. 27, 28) a que se hagan todos los preparativos necesarios para esta
empresa. Hay que alzar bandera (v. 27) para reunir a las naciones que van a participar
en el ataque contra Babilonia. Hay que tocar la trompeta para dar las señales
convenientes antes de, y durante, la batalla. Para esta lucha deben reclutar las naciones
lo mejor de sus hombres aptos para la guerra, lo mejor de sus jinetes y de sus
cabalgaduras: los reinos de Araraty de Miní, en Armenia, y de Askenaz, no lejos de los
dos anteriores (Gn. 10:3); haced subir caballos como langostas erizadas. Dice Payne
Smith (citado por Freedman): «El vocablo para erizadas (samar) describe a las
langostas en la tercera fase de su desarrollo, cuando sus alas están envueltas en duras
cápsulas córneas, adheridas a su espalda. Es en esta fase cuando son tan destructivas».
Con esta figura se describe la desolación que los enemigos de Babilonia van a llevar a
cabo contra ella (comp. con Jl. 1:4).
9. La debilidad de los caldeos y su impotencia para hacer frente al ataque que se les
viene encima. Los versículo 11 y 12, contra la opinión de M. Henry, no van dirigidos
«irónicamente» a las fuerzas caldeas, sino a las tropas atacantes, a quienes se exhorta a
desempolvar las armas y llevar a cabo el ataque contra Babilonia (comp. con v. 27). Los
caldeos (v. 30) han dejado de pelear, se encerraron en sus fortines, les faltaron las
fuerzas, se volvieron como mujeres. Dios se encargó de quitarles el coraje necesario
para combatir y las fuerzas físicas para ello; con lo que el enemigo, al no hallar
resistencia, pondrá fuego a la ciudad (vv. 30, 56–58). Todos los estamentos de la
sociedad (v. 57) cobardearán del mismo modo. De nada les servirá el muro ancho de
Babilonia (v. 58). Si el enemigo va a ser capaz de vadear el Éufrates, que era
considerado intransitable, ¿acaso podrá ser considerado inexpugnable el muro de
Babilonia, por ancho que sea? ¡Será derribado enteramente, y sus altas puertas serán
quemadas a fuego! (v. 58b).
10. La destrucción de Babilonia es segura. Está empeñado en ella el poder de Dios,
al que nadie ni nada puede resistir (v. 8), aunque cuando Jeremías profetizó esto, y por
muchos años después, Babilonia estaba en el cenit de su poder y de su grandeza. Y es
que, además de estar empeñado en esta destrucción el poder de Dios:
(A) Era una destrucción justa. Babilonia se la ha merecido, porque (v. 25) ha sido un
monte destructor de toda la tierra, del mismo modo que las grandes rocas desprendidas
de los montes quebrados echan a perder todo lo que hay bajo sus pies en muchos
kilómetros a la redonda; pero ahora Dios (v. 25b) lo hará rodar de las peñas y lo
reducirá a monte quemado. También ha sido Babilonia (v. 33) como una era bien
apisonada y dispuesta para trillar a Israel, pero también a ella le llegará la hora de ser
trillada (comp. con Is. 21:10; 41:15, 16; Mi. 4:13). Mora entre muchas aguas y es rica
en tesoros (v. 13), pero le viene su fin (vv. 13b y ss.). Correo tras correo, mensajero
tras mensajero, vienen anunciándole al rey de Babilonia (v. 31) «que su ciudad es
tomada por todas partes». Por otro lado, es demasiado orgulloso como para negociar
condiciones de paz. El corazón de los caldeos se endurece para su propia destrucción.
(B) Era una destrucción repentina. El propio rey (Nabonido) de Caldea estaba a tal
distancia de la ciudad que se enteró de su caída cuando todavía estaba lejos de ella. Las
noticias que llegaban eran terribles (v. 32): «Los vados fueron tomados, los baluartes
quemados a fuego, y se consternaron los hombres de guerra». El versículo 39 (comp.
con Dn. 5:30) parece aludir al banquete profano y sacrílego que celebraban a la misma
hora en que la ciudad era tomada. Mientras calientes por el vino, rugen como leones,
todos a una (v. 38), Jehová los va a embriagar (v. 39) con el cáliz de Su ira. Han
pasado de mano en mano las copas del licor; ahora se vuelve hacia ellos el cáliz de la
mano derecha de Jehová (Hab. 2:15, 16). Ya pueden ponerse tan alegres como deseen,
pues (Dn. 5:30), «aquella misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos». La
fuerza de los enemigos es comparada aquí a una gran inundación (v. 42): «Subió el mar
sobre Babilonia; fue cubierta de la multitud de sus olas», sobrepujada por un enorme
ejército que la devasta (v. 43): «Sus ciudades han quedado hechas una desolación,
tierra seca y desierto»; un desierto deshabitado y sin cultivar.
(C) Era una destrucción que había de alcanzar a los dioses de Babilonia, a los ídolos
y a sus imágenes. «En señal de que toda la tierra (v. 47) será avergonzada y todos sus
muertos caerán en medio de ella, Dios castigará los ídolos de Babilonia. Este castigo-
visitación de los ídolos se repite en el versículo 52, mientras en toda su tierra gemirán
los heridos (v. 52b). Pero el primer ídolo castigado por Dios será el principal dios que
los babilonios adoraban por eso, su nombre se menciona el primero, pues será el
primero en el castigo (v. 44): «Y castigaré a Bel —dice Dios—en Babilonia, y sacaré
de su boca lo que se ha tragado», esto es, todo lo que los babilonios han consagrado en
sacrificios a su dios, después de despojar a las naciones que han conquistado. Los ídolos
serán destruidos cuando Babilonia sea reducida a montones (v. 37) y a perpetuo
asolamiento (v. 26, al final); una desolación tal que ni siquiera las piedras de sus
antiguos edificios serán tomadas (v. 26) para piedras de esquina ni para cimiento. Esto
no es de extrañar por cuanto, al ser incendiada la ciudad, sus piedras quedarán
calcinadas y, por tanto, inservibles para cualquier construcción.
11. Viene ahora un llamamiento de Dios a Su pueblo para que salga de Babilonia.
«Huid de en medio de Babilonia, y librad cada uno su vida» (v. 6). Es una medida
obvia de prudencia el abandonar la ciudad cuando se aproxima la ruina. Y de nuevo (v.
45, comp. con 50:8; Is. 48:20; Ap. 18:4): «Salid de en medio de ella, pueblo mío, etc.».
Los que no disponen de gracia suficiente para guardar su temple durante la tentación,
deben tener la prudencia suficiente para escabullirse lejos del camino de la tentación. Se
les manda no detenerse; que el recuerdo de Jehová y de Jerusalén les espolee a escapar
(v. 50): «Los que escapasteis de la espada de los caldeos, vuestros opresores, y de la
espada de los persas, sus destructores, no os detengáis, daos prisa en salir y daos prisa
en llegar; acordaos desde lejos de Jehová, y que Jerusalén os venga en mientes; daos
prisa en llegar a Canaán, pues es la tierra prometida, la tierra de vuestro descanso;
Babilonia no lo es; no es lugar de promesa y de descanso, sino de maldición y de
confusión, de espanto y burla (v. 37, al final)».
12. Los israelitas habían sufrido primero la afrenta a manos de los caldeos. El mero
recuerdo de Jerusalén (v. 50, al final) hace que los cautivos (v. 51) confiesen su
vergüenza ante la afrenta que los caldeos infirieron a la casa de Dios: «Estamos
avergonzados, porque oímos la afrenta; la confusión cubrió nuestros rostros, porque
penetraron extranjeros hasta los santuarios de la casa de Jehová. El templo ha sido
profanado, ¿cómo podemos pensar en él con placer?» A esto responde Dios en los
versículos 52, 53 que ahora va a castigar y destruir los dioses de Babilonia y, de este
modo, aquella afrenta quedará por siempre resarcida.
13. Los diversos sentimientos suscitados por la caída de Babilonia. (A) Algunos se
lamentarán de la destrucción de la ciudad (v. 41): «¡Cómo fue apresada Sesac (nombre
críptico de Babilonia—v. 25:26—), y fue tomada la que era alabada por toda la tierra!,
etc.». En cambio, los versículos 54 y 55 (contra la opinión de M. Henry) no reflejan los
sentimientos de los amigos o admiradores de Babilonia, sino que «con mayor
probabilidad, se refieren al tumulto del enemigo atacante, que ahogará el ruido del
interior de la ciudad sentenciada» (Freedman). (B) Muchos más se alegrarán de la caída
de Babilonia (v. 48); los buenos se gozarán de ello, no por la terrible destrucción que se
cierne sobre unos semejantes, criaturas de Dios como nosotros, sino como una
manifestación del justo juicio de Dios y porque abre las puertas para la liberación de los
cautivos de Jehová.
Versículos 59–64
1. Se saca una copia de esta profecía; al parecer, por mano del propio Jeremías,
puesto que su secretario Baruc no se menciona aquí (v. 60): «Escribió, pues, Jeremías
en un libro (es decir, en un rollo) todo el mal que había de venir sobre Babilonia».
2. Es enviado a Babilonia, a los cautivos, por manos de Seraías (v. 59), que fue a
Babilonia como asistente de Sedequías, en el cuarto año de su reinado. De Seraías se
dice aquí (v. 59, al final) que era «el príncipe de alojamiento» (lit.) del rey, o
«camarlengo», como dice Asensio. Pero, como el hebreo menujah «en 1 Reyes 8:56 y 1
Crónicas 22:9, significa lo contrario de guerra, Seraías podría ser descrito aquí como el
jefe del partido que abogaba en Judea por la paz» (Freedman, cita esto como una
ingeniosa interpretación de Ehrlich). También advierte Freedman, al conectar la frase
«hijo de Nerías» del versículo 59 con 32:12, que «Seraías era, por tanto, hermano de
Baruc». Al ser hombre de calma, no de guerra, bien hacía Jeremías en comisionar a
Seraías para este asunto tan delicado.
3. Se desea que Seraías lo lea a sus compatriotas que han marchado ya al cautiverio
(v. 61): «Cuando llegues a Babilonia, verás y leerás todas las palabras estas (lit.), esto
es, mirarás en el rollo y lo leerás». Comenta Freedman: «La lectura no podía hacerse en
público porque esto habría sido una cosa muy peligrosa; tenía que leerlo a solas o a
unos pocos líderes de los judíos en Babilonia».
4. Se le instruye para que de solemne testimonio de la autoridad y de la certeza
divinas de lo que acaba de leer (v. 63). Aunque Seraías vea Babilonia floreciente,
después de leer esta profecía verá Babilonia decadente; más aún, como cae para no
levantarse. Cuando vemos lo que es este mundo, cuán brillantes son sus alardes de
poder, de honor, de riqueza, de placer y de diversiones, y cuán lisonjeras son sus
propuestas, leamos en el libro de Dios que «la apariencia de este mundo se pasa» (1
Co. 7:31) y entonces aprenderemos a mirarlo con santo menosprecio.
5. Después, Seraías tiene que atarle una piedra al rollo (v. 63) y echarlo en medio
del río Éufrates, como una señal corroboradora de las cosas contenidas en él, ha de
decir (v. 64): «Así se hundirá Babilonia y no se levantará más, etc.». (comp. con el v.
53). En la señal, fue la piedra la que hundió al rollo o libro. Pero en la cosa significada,
fue más bien el libro el que hundió a la piedra, pues fue la sentencia de Dios contra
Babilonia en esta profecía la que hundió aquella ciudad que parecía más firme que una
piedra.
6. Las últimas palabras del capítulo sellan la visión y la profecía de este libro (v. 64,
al final): «Hasta aquí son las palabras de Jeremías». Dice Freedman: «Esto insinúa que
el capítulo siguiente no es de la mano de Jeremías. Está tomado ampliamente de 2
Reyes 24:18–25:30». Esta profecía estaba fechada en el cuarto año del reinado de
Sedequías (v. 59), mucho antes de que el profeta terminase su testimonio, pero había de
ser la última en cumplirse de todas sus profecías acerca de las naciones (46:1).
7. Queda por observar un detalle extraño. Leemos en el versículo 59b que Seraías,
en la comisión que acabamos de estudiar, iba con Sedequías, rey de Judá, a Babilonia,
etc. Comenta Freedman: «Esta visita de Sedequías no está registrada en ninguna otra
parte. Es posible que fuese a rendir homenaje a Nabucodonosor para sacudir de sí
mismo la sospecha de estar implicado en la sublevación que se estaba fraguando».
Asensio, por su parte, dice: «Sabemos que el último rey de Judá había enviado una
embajada a Nabucodonosor (29:3), pero no se tiene noticia alguna sobre un viaje
personal de Sedequías a Babilonia; con todo, dada la situación comprometida en que se
encontraba respecto a Nabucodonosor (caps. 27, 28), tal viaje no aparece como
imposible».
CAPÍTULO 52
15
La historia es el mejor expositor de la profecía, y, por consiguiente, para mejor
entender las profecías que refieren la destrucción de Jerusalén y del reino de Judá,
tenemos aquí un relato adicional, pues leemos aquí casi lo mismo que en 2 Reyes 24 y
25; pero el asunto se repite aquí para que sirva como de introducción luminosa al libro
de Lamentaciones. I. El mal reinado de Sedequías (vv. 1–3). II. El asedio y la toma de
Jerusalén por los caldeos (vv. 4–7). III. La severidad con que fueron tratados Sedequías
y los príncipes (vv. 8–11). IV. La destrucción del templo y de la ciudad (vv. 12–14). V.
El cautiverio del pueblo (vv. 15, 16) y las cifras de los que fueron deportados (vv. 28–
30). VI. El traslado del botín del templo (vv. 17–23). VII. La matanza de los sacerdotes
y de otros hombres notables (vv. 24–27). VIII. Los mejores días que el rey Joaquín
(llamado Jeconías o Conías en la profecía de Jeremías) pudo ver, hasta el final de su
vida, después de la muerte de Nabucodonosor (vv. 31–34).
Versículos 1–11
Esta narración empieza en el comienzo del reinado de Sedequías, aunque hubo antes
dos deportaciones, una en el cuarto año de Joacim, y otra en el primero de Jeconías.
Vemos:
1. El justo desagrado de Dios contra Judá y Jerusalén por su pecado (v. 3).
Determinó arrojarlos de su presencia. Los expulsó de aquella buena tierra que había
tenido tales señales de Su presencia en la magnanimidad de Su providencia, y de aquella
ciudad santa y del templo que tantas señales había tenido de Su presencia en Su gracia y
en Su amor pactados.
2. La mala conducta de Sedequías, por la que le castigó Dios. Este rey había llegado
a una edad de discreción cuando subió al trono, pues tenía veintiún años (v. 1); no fue el
peor de los reyes de Judá (nunca leemos que fuese idólatra); sin embargo (v. 2), hizo lo
que es malo ante los ojos de Jehová, pues no hizo el bien que debería haber hecho. El
mal que hizo y que aceleró esta destrucción fue (v. 3, al final) que «se rebeló contra el
rey de Babilonia». Fue un pecado y una insensatez, que le arruinaron a él y a su pueblo.
15
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.880
Dios se disgustó mucho con él por su conducta traicionera contra el rey de Babilonia
(Ez. 17:15 y ss.).
3. Los caldeos se apoderaron de Jerusalén después de 18 meses de asedio. En
recuerdo de dos pasos hacia esa ruina, cuando estaban en el exilio, guardaban un ayuno
en el mes cuarto, y otro ayuno en el décimo (v. Zac. 8:19); el del quinto mes era en
recuerdo del incendio del templo, y el del séptimo en recuerdo del asesinato de
Gedalías. Las provisiones de alimento quedaron cortadas durante el asedio. A pesar de
los constantes ataques, la guarnición rehusó rendirse, pero pronto (v. 6) arreció el
hambre en la ciudad, hasta no haber pan para la gente del pueblo, por lo que no es de
extrañar que (v. 7) fuese abierta una brecha en el muro de la ciudad. En estos casos, los
muros no se sostienen por largo tiempo sin hombres, asi como los hombres tampoco
pueden resistir por mucho tiempo sin muros; mucho menos pueden sostenerse hombres
ni muros en forma alguna sin la protección de Dios.
4. El rey y sus hombres de guerra más importantes salieron de noche (v. 7b) de la
ciudad, pero fueron alcanzados (v. 8) en los llanos de Jericó, y todo su ejército se
dispersó de su lado.
5. La sentencia pronunciada por el rey de Babilonia contra Sedequías. Lo trató como
a rebelde (vv. 9–11). Sus hijos, y todos los jefes de Judá (v. 10) fueron degollados
delante de sus ojos. El rey caldeo le conservó los ojos el tiempo preciso para que
pudiese presenciar estas macabras y horribles escenas. Después (v. 11), le sacó los ojos
a Sedequías y, encadenado, lo hizo llevar triunfalmente a Babilonia. Condenado a
cadena perpetua, pasó el resto de su vida en reclusión, oscuridad y miseria. Jeremías le
había amonestado con frecuencia sobre lo que podía ocurrirle si no atendía a la voz de
Dios, pero él rehusó seguir el consejo que le habría salvado la vida, y al pueblo le habría
evitado la ruina.
Versículos 12–23
Un relato del terrible estrago que el ejército caldeo, bajo el mando de Nabuzaradán
(v. 12), capitán de la guardia, llevó a cabo un mes después de la conquista de la ciudad.
1. Redujo a cenizas el templo, después de llevarse de allí todo cuanto era de algún
valor material (v. 13): «Quemó la casa de Jehová», aquel templo santo y hermoso
donde sus padres habían alabado a Dios (Is. 64:11).
2. También quemó la casa del rey, el palacio real, probablemente el que Salomón
había edificado después de construir el templo, y el cual fue, desde entonces, la casa del
rey. Igualmente quemó todas las casas de Jerusalén, especialmente todo edificio
grande, es decir, las mansiones de los ricos.
3. También (v. 14b) «destruyó todos los muros de Jerusalén en derredor», para
vengarse así del largo tiempo en que la ciudad le había resistido durante el asedio. De
este modo, una ciudad bien defendida vino a ser una completa ruina (Is. 25:2).
4. «Hizo deportar (v. 15)… a los más pobres del pueblo, y a toda la otra gente del
pueblo que había quedado en la ciudad, que no habían muerto en el ataque final, a los
desertores que se habían pasado al rey de Babilonia con anterioridad». El hebreo dice
gráficamente: «y los caídos que cayeron hacia el rey de Babilonia». La frase final de
este versículo 15 añade que, además de todos los citados, se llevó también a todo el
resto de la multitud del pueblo, los que no habían sucumbido a la espada, al hambre ni a
la tentación de desertar. Todo esto hay que entenderlo de la gente que vivía en la ciudad,
puesto que, de los que vivían en las aldeas, «los pobres del país» (v. 16), dejó
Nabuzaradán capitán de la guardia para viñadores y labradores».
5. Los caldeos (v. 17) entraron a saco en el templo, y la casa de Dios fue objeto del
pillaje, de la rapiña y del vandalismo. Todo lo que era de algún valor material fue
transportado a Babilonia (vv. 17–23). Se llevaron incluso los utensilios de bronce.
Cuando fueron demolidos los muros de la ciudad, fueron derribadas también las
columnas del templo, en señal de que Dios, quien era la fuerza y la estabilidad de todas
las instituciones judías, tanto civiles como religiosas, se había apartado de ellos. No hay
muros que puedan proteger, ni columnas que puedan sostener, a aquellos de quienes
Dios se retira. Estas columnas estaban allí para ornamento más que para sostén.
Recordemos que sus respectivos nombres eran Yaquín, «él establecerá», y Boaz, «en él
hay fuerza». Así que la rotura de estas columnas significaba que Dios no iba a
establecer en adelante ese templo ni iba a ser su fuerza (vv. 21–23, comp. con 1 R.
7:15).
6. Todos los utensilios que pertenecían al altar de bronce fueron transportados,
puesto que la iniquidad de Jerusalén, como la de la casa de Elí (1 S. 3:14), no había de
ser purificada mediante sacrificio ni ofrenda. Se dice en el versículo 20, al final, que «el
bronce de todos estos utensilios (era) sin peso» (lit.), es decir, era incalculable (comp.
con 1 R. 7:47; 2 Cr. 4:18).
Versículos 24–30
Una narración muy triste:
1. De la matanza, a sangre fría, de algunos nobles en Riblá, en número de 72,
conforme al número de los ancianos de Israel (Nm. 11:24 y ss.). Este relato está de
acuerdo con 2 Reyes 25:18, 19, excepto en que los consejeros íntimos del rey eran siete
(v. 25), mientras que en 2 Reyes 25:19 hallamos cinco. «Rashi conjetura que dos de
estos siete hombres eran de menor importancia (cf. Est. 1:14, donde se ve que eran siete
los hombres que ocupaban en la corte persa la posición a la que se alude aquí)»
(Freedman). El Dr. Lightfoot, por su parte, piensa que el capitán de la guardia se llevó
consigo siete de los consejeros del rey, pero que dos de ellos eran Jeremías y Ébed-
mélec, quienes fueron indultados, por lo tanto fueron sólo cinco los que fueron
ejecutados. Seraías, el sumo sacerdote (aunque aquí no se le llama así, sin duda lo era,
como puede verse por 1 Cr. 5:29–40), va el primero en fila. El otro Seraías (51:59) era
«jefe del reposo» (lit.), pero el Seraías sacerdote era tal vez un hombre turbulento, por lo
que se había malquistado con el rey de Babilonia. Los líderes habían hecho que el
pueblo errara, y ahora eran ellos objeto de la justicia divina.
2. Del cautiverio de los demás (v. 27, al final): «Así Judá fue deportada de su
tierra» (comp. con Lv. 18:28). Aquí tenemos el relato:
(A) De dos deportaciones; una (v. 28), en el séptimo año de Nabucodonosor (598–
597 a. de C.) y parece ser que duró hasta entrado el octavo (v. 2 R. 24:12); otra (v. 29),
en el año dieciocho de Nabucodonosor (588–587 a. de C.), y parece ser que duró hasta
el año diecinueve (v. 12, comp. con 2 R. 25:8).
(B) De una tercera deportación, no mencionada antes, que se llevó a cabo (v. 30) el
año veintitrés de Nabucodonosor (582 a. de C.), cuatro años antes de la destrucción de
Jerusalén. Es probable que esta última deportación se llevase a cabo en venganza del
asesinato de Gedalías, que constituyó otra rebelión contra el rey de Babilonia, y que se
diese muerte a los que en ella fueron deportados.
(C) Del número de los que fueron llevados al cautiverio en cada una de estas
deportaciones. Según el cómputo de Jeremías 52:28–30, en la primera deportación el
número de los cautivos ascendió a 3.023 hombres; en la segunda, las personas
deportadas fueron 832; y en la tercera, el capitán de la guardia se llevó cautivos a 745 de
los hombres de Judá. El propio autor sagrado hace la suma (v. 30, al final): 4.600
personas. En 2 Reyes 24:14–16 aparecen cifras muy diferentes; por lo que se han
buscado diversas soluciones, y ser la más plausible (apuntada tanto por Ryrie como por
Freedman) la que sugiere que los 3.023 mencionados en la primera deportación son
únicamente «los varones adultos» (Ryrie), «a los cuales se permitió que llevasen
consigo a sus mujeres y a sus familias, lo que elevó el número a 10.000» (Freedman).
Versículos 31–34
Estos versículos repiten, casi al pie de la letra, la narración que tenemos en 2 Reyes
25:27–30, donde puede verse el comentario en el volumen correspondiente de los libros
históricos, tomo 2, págs. 921–922. Una sola discrepancia se advierte entre ambas
narraciones: En 2 Reyes 25:27 leemos que Evil-merodac alzó la cabeza de Joaquín a los
veintisiete días del mes, mientras que en Jeremías 52:31 se dice que fue a los
veinticinco días del mes. M. Henry opina que «es probable que la orden de soltarlo (a
Joaquín) se diese el día veinticinco, pero que no fue presentado al rey hasta el día
veintisiete». Freedman refiere la opinión del Rashi: «Nabucodonosor murió el día 25,
fue sepultado el 26, y al día siguiente su sucesor dio suelta a Joaquín».
Por si puede resultar interesante para los lectores, añadiremos aquí dos
observaciones de Freedman: 1. La frase «alzó la cabeza de Joaquín», que aparece tanto
en Jeremías 52:31 como en 2 Reyes 25:27, significa que «se apercibió de él—ya sea
para bien o para mal—(cf. Gn. 40:13, 19 y ss.)». Por supuesto, aquí fue para bien, como
se ve por el contexto posterior. 2. Evil-merodac, el hijo y sucesor de Nabucodonosor, es
llamado en caldeo Amel Marduk (o Amil Marduk—según Freedman—), que significa
«siervo de Marduk», una de las deidades caldeas. Su reinado duró unos dos años (561–
559 a. de C.), pero, como hace notar Asensio, el trato de respeto y de favor que recibió
Joaquín de él, «se prolongó sin duda durante el reinado de Neriglissar (559–555)».
16
17
18
16
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco:Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.884
17
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.865
18
Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224
TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.827

Más contenido relacionado

PPTX
Zacarías cap 1
PPTX
Profeta zacarías
DOCX
Isaías
PPTX
01 llamado profetico de jeremias
PDF
783 _profetas_menores
PDF
1 zacarias 1 cuatro carpinteros
PPTX
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
PPTX
Profeta sofonías
Zacarías cap 1
Profeta zacarías
Isaías
01 llamado profetico de jeremias
783 _profetas_menores
1 zacarias 1 cuatro carpinteros
P34 Estudio Panorámico de la Biblia: Nahum
Profeta sofonías

La actualidad más candente (19)

PDF
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
PPTX
Sec 12 profetas II
PPTX
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
PPT
Profetas menores
PDF
Libro de daniel
PDF
Conozca-a-Los-Profetas-Menores
PDF
Libro de Ieshaia (Isaías)
PPT
4 carisma de profecía
PPTX
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
PPT
Sofonias, Nahum y Habacuc
PPT
Profeta Jeremías
PPT
PPTX
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
PPTX
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
PPTX
Visiones de Esperanza (Zacarias)
PPTX
Los 13 profetas menores
PDF
Clase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
PDF
281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?
PPT
Profeticos
255360584 cuadro-sinoptico-de-los-profetas-menores
Sec 12 profetas II
P33 Estudio Panorámico de la Biblia: Miqueas
Profetas menores
Libro de daniel
Conozca-a-Los-Profetas-Menores
Libro de Ieshaia (Isaías)
4 carisma de profecía
P30 Estudio Panorámico de la Biblia: Amós
Sofonias, Nahum y Habacuc
Profeta Jeremías
P38 Estudio Panorámico de la Biblia: Zacarias
P16 Estudio Panorámico de la Biblia: Nehemías
Visiones de Esperanza (Zacarias)
Los 13 profetas menores
Clase 10 - Nahum, Habacuc y Sofonias
281 ain Alguien ha visto al Todopoderoso Creador?
Profeticos
Publicidad

Similar a Jeremías (20)

PPTX
EL PROFETA.pptx
PPT
6 b jeremías
PPTX
PPTX
jEREMIAS 1 PARTE.pptx presentacion sobre el profeta
PPTX
Profeta Jeremías que habla en Jerusalén, profeta mayor.pptx
PPTX
desde Isaias hasta Daniel Profetas-pptx.pptx
DOCX
Breve resumen de la vida y mensaje de jeremías
DOC
Jeremias seducido por la palabra version 2003
PPTX
PPTX
Presentacion del libro del profeta Jeremias
PDF
BIBLIA CATOLICA, ANTIGUO TESTAMENTO, JEREMIAS, PARTE 20 DE 47
PDF
Libro complementario | Introducción | El libro del profeta llorón | Escuela S...
PPTX
Libro del profeta jeremías
PPTX
JEREMIAS-1.pptx
PPTX
profetas mayores y su ministerio en el antiguo testamento
PDF
Joven | Lección 1 | El llamado profético de Jeremías | Escuela Sabática | Cua...
PDF
Profetas del antiguo testamento DE LA BIBLIA
PPS
Profetas mayores jeremias
PPTX
P24 Estudio Panorámico de la Biblia: Jeremías
PPTX
Sec 11 profetas I
EL PROFETA.pptx
6 b jeremías
jEREMIAS 1 PARTE.pptx presentacion sobre el profeta
Profeta Jeremías que habla en Jerusalén, profeta mayor.pptx
desde Isaias hasta Daniel Profetas-pptx.pptx
Breve resumen de la vida y mensaje de jeremías
Jeremias seducido por la palabra version 2003
Presentacion del libro del profeta Jeremias
BIBLIA CATOLICA, ANTIGUO TESTAMENTO, JEREMIAS, PARTE 20 DE 47
Libro complementario | Introducción | El libro del profeta llorón | Escuela S...
Libro del profeta jeremías
JEREMIAS-1.pptx
profetas mayores y su ministerio en el antiguo testamento
Joven | Lección 1 | El llamado profético de Jeremías | Escuela Sabática | Cua...
Profetas del antiguo testamento DE LA BIBLIA
Profetas mayores jeremias
P24 Estudio Panorámico de la Biblia: Jeremías
Sec 11 profetas I
Publicidad

Más de sanchez1967 (20)

DOCX
3 juan
DOCX
2 timoteo
DOCX
2 tesalonicenses
DOCX
2 pedro
DOCX
2 juan
DOCX
2 corintios
DOCX
1 timoteo
DOCX
1 tesalonicenses
DOCX
1 pedro
DOCX
1 juan
DOCX
1 corintios
DOCX
Zacarías
DOCX
Sofonías
DOCX
Salmos
DOCX
DOCX
Proverbios
DOCX
DOCX
Números
DOCX
Nehemías
DOCX
Nahúm
3 juan
2 timoteo
2 tesalonicenses
2 pedro
2 juan
2 corintios
1 timoteo
1 tesalonicenses
1 pedro
1 juan
1 corintios
Zacarías
Sofonías
Salmos
Proverbios
Números
Nehemías
Nahúm

Último (20)

PDF
La Formacion Universitaria en Nuevos Escenarios Ccesa007.pdf
PDF
Lo que hacen los Mejores Profesores de la Universidad - Ken Bain Ccesa007.pdf
PDF
MODULO I ENFERMERIA BASICA.pdf HIstoria en enfermeria
PDF
KOF-2022-espanol-mar-27-11-36 coke.pdf jsja
PPTX
RESUMENES JULIO - QUIRÓFANO HOSPITAL GENERAL PUYO.pptx
PDF
Cuaderno_Castellano_6°_grado.pdf 000000000000000001
PDF
Los10 Mandamientos de la Actitud Mental Positiva Ccesa007.pdf
DOCX
TEXTO DE TRABAJO DE EDUCACION RELIGIOSA - PRIMER GRADO.docx
PDF
RM2025 - FUNDAMENTOS TEÓRICOS - PEDIATRÍA.pdf
PPTX
LAS MIGRACIONES E INVASIONES Y EL INICIO EDAD MEDIA
PDF
ACERTIJO EL CONJURO DEL CAZAFANTASMAS MATEMÁTICO. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
PPTX
BIZANCIO. EVOLUCIÓN HISTORICA, RAGOS POLÍTICOS, ECONOMICOS Y SOCIALES
PDF
Introduccion a la Investigacion Cualitativa FLICK Ccesa007.pdf
PDF
Ficha de Atencion a Padres de Familia IE Ccesa007.pdf
PDF
Texto Digital Los Miserables - Victor Hugo Ccesa007.pdf
DOCX
Programa_Sintetico_Fase_4.docx 3° Y 4°..
PDF
La lluvia sabe por qué: una historia sobre amistad, resiliencia y esperanza e...
PDF
APUNTES DE SISTEMAS PSICOLOGICOS CONTEMPORANEOS
PDF
Ernst Cassirer - Antropologia Filosofica.pdf
PDF
Como usar el Cerebro en las Aulas SG2 NARCEA Ccesa007.pdf
La Formacion Universitaria en Nuevos Escenarios Ccesa007.pdf
Lo que hacen los Mejores Profesores de la Universidad - Ken Bain Ccesa007.pdf
MODULO I ENFERMERIA BASICA.pdf HIstoria en enfermeria
KOF-2022-espanol-mar-27-11-36 coke.pdf jsja
RESUMENES JULIO - QUIRÓFANO HOSPITAL GENERAL PUYO.pptx
Cuaderno_Castellano_6°_grado.pdf 000000000000000001
Los10 Mandamientos de la Actitud Mental Positiva Ccesa007.pdf
TEXTO DE TRABAJO DE EDUCACION RELIGIOSA - PRIMER GRADO.docx
RM2025 - FUNDAMENTOS TEÓRICOS - PEDIATRÍA.pdf
LAS MIGRACIONES E INVASIONES Y EL INICIO EDAD MEDIA
ACERTIJO EL CONJURO DEL CAZAFANTASMAS MATEMÁTICO. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
BIZANCIO. EVOLUCIÓN HISTORICA, RAGOS POLÍTICOS, ECONOMICOS Y SOCIALES
Introduccion a la Investigacion Cualitativa FLICK Ccesa007.pdf
Ficha de Atencion a Padres de Familia IE Ccesa007.pdf
Texto Digital Los Miserables - Victor Hugo Ccesa007.pdf
Programa_Sintetico_Fase_4.docx 3° Y 4°..
La lluvia sabe por qué: una historia sobre amistad, resiliencia y esperanza e...
APUNTES DE SISTEMAS PSICOLOGICOS CONTEMPORANEOS
Ernst Cassirer - Antropologia Filosofica.pdf
Como usar el Cerebro en las Aulas SG2 NARCEA Ccesa007.pdf

Jeremías

  • 1. JEREMÍAS Con respecto al profeta Jeremías, podemos observar: I. Que comenzó de muy joven (a los 20 años más o menos) su ministerio. Observa Jerónimo que a Isaías, por ser ya mayor, le tocó la lengua un serafín con una brasa, para purificarle de su pecado (Is. 6:7), pero que, cuando Dios le tocó a Jeremías la boca (Jer. 1:9), no se dice que fuese para purificarle, por ser de más tierna edad. II. Que continuó ejerciendo su ministerio por más de 40 años, pues lo comenzó en el decimotercer año de Josías y lo continuó a lo largo de todos los perversos reinados que sucedieron al del buen rey Josías. III. Que fue un profeta llamado en especial a reprender, enviado a declararle a Jacob, en nombre de Dios, sus pecados y amenazarle con los castigos de Dios; y los críticos observan que su estilo es más sencillo y áspero que el de Isaías y de otros profetas, pues cuando nos las habemos con pecadores a quienes hay que llevar al arrepentimiento, no podemos ir con remilgos, sino hablar claro y fuerte. IV. Que fue un profeta llorón; así se le llama comúnmente, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo. V. Que fue un profeta sufriente. Fue perseguido por su pueblo más que ningún otro profeta, según veremos al leer este libro, pues vivió y predicó justamente antes de la destrucción del país a manos de los caldeos, cuando la condición de los judíos era muy semejante a la que les caracterizó justamente antes de la destrucción del país a manos de los romanos, cuando mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas …; no agradaban a Dios y se oponían a todos los hombres …, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo (1 Ts. 2:15, 16). La última referencia que hallamos de él es que los judíos que se habían quedado sin ir a Babilonia le forzaron a descender con ellos a Egipto; mientras que, tanto entre judíos como entre cristianos, es tradición corriente que padeció el martirio. Hottinger, al citar de Elmakin, historiador árabe, refiere que, al continuar profetizando en Egipto contra los egipcios y otras naciones, fue muerto a pedradas; y que, mucho después, cuando Alejandro Magno entró en Egipto, tomó consigo los huesos de Jeremías del lugar donde estaban sepultados en la oscuridad, los llevó a Alejandría y los sepultó allí. Las profecías de este libro que aparecen en los primeros diecinueve capítulos, parecen ser los esquemas de los sermones que predicó contra el pecado en general; después se hacen más concretos, mezclados con la historia de su tiempo, sin estar colocados por orden cronológico. Con las amenazas hay mezcladas muchas benignas promesas de misericordia para los arrepentidos y de liberación de la cautividad babilónica para los judíos, y algunas que hacen clara referencia al reino mesiánico. Entre los escritos apócrifos, nos ha llegado una carta que se dice escribió a los cautivos de Babilonia, amonestándoles contra la adoración de los ídolos, exponiendo la vanidad de los ídolos y la insensatez de los idólatras; está en Baruc 6. Pero se supone que no es auténtica; ni creo que tenga nada semejante a la vida y al espíritu de los escritos de Jeremías. También se dice con respecto a Jeremías (2 Mac. 2:4) que, al ser destruida Jerusalén por los caldeos, él, bajo dirección divina, tomó consigo el arca y el altar del incienso, los llevó al monte Nebó, los ocultó allí en una cueva y obstruyó la entrada; pero que algunos que le seguían y pensaban que había señalado el lugar con una marca, no pudieron hallarlo. Entonces él les reprendió por haberlo buscado y les dijo que el lugar había de permanecer oculto hasta el tiempo en que Dios vuelva a reunir a Su pueblo. Para la división del libro, tomamos de la Ryrie Study Bible los epígrafes siguientes: I. Llamamiento y comisión de Jeremías (1:1–19). II. Profecías concernientes a Judá (2:1–45:5). III. Profecías concernientes a las naciones (46:1–51:64).
  • 2. IV. Suplemento histórico (52:1–34). CAPÍTULO 1 I. El título general del libro, con el tiempo del ministerio público de Jeremías (vv. 1– 3). II. El llamamiento de Jeremías al oficio profético, la respuesta de Dios a su modesta objeción y la amplia comisión que se le encarga (vv. 4–10). III. Las visiones de la vara de almendro y de la olla hirviendo, que significaban la inminente ruina de Judá y Jerusalén a manos de los caldeos (vv. 11–16). IV. El ánimo que se le da al profeta para que prosiga impávido su tarea (vv. 17–19). Versículos 1–3 Genealogía del profeta y cronología de su profecía. 1. Era hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes que había en Anatot (v. 1). Jeremías (hebr. Yirmeyahu) significa «Jehová exalta» o «Jehová confirma». Su padre era sacerdote, pero no el sumo sacerdote Jilquías de 2 Reyes 22:4. Jeremías, pues, pertenecía, como Ezequiel, a la clase sacerdotal. Anatot (la moderna Anata), a unas tres millas al NE de Jerusalén, era ciudad sacerdotal, y allí tuvo su casa Abiatar (1 R. 2:26). 2. Comenzó a profetizar (v. 2) el año decimotercero del reinado de Josías, hijo de Amón, rey de Judá. Recordemos que Josías, en el año decimosegundo de su reinado, emprendió una gran reforma, dedicándose con toda sinceridad a purificar Judá y Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Aserá, esculturas e imágenes fundidas (2 Cr. 34:3). Y muy oportunamente fue levantado este joven profeta para ayudar al joven rey en esa buena obra. Podía, pues, esperarse de la conjunción de fuerzas de tal rey y de tal profeta, y ambos jóvenes, que se llevase a cabo una reforma lo bastante completa como para impedir la ruina del país; pero no fue así. En el año decimoctavo de Josías había aún muchísimos restos de idolatría que no habían sido purgados, porque, ¿qué pueden hacer los mejores príncipes y profetas para impedir la ruina de un pueblo que se niega a ser reformado? Por consiguiente, Jeremías continúa su ministerio prediciendo los castigos que se cernían sobre ellos. 3. Su ministerio se prolongó a lo largo de los reinados de Joacim (v. 3) y de Sedequías, cada uno de los cuales reinó once años. Así profetizó Jeremías hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto del año 586, pues fue en ese mes cuando Nebuzaradán quemó el templo y todas las casas de Jerusalén (2 R. 25:8, 9). Pero todavía continuó su ministerio profético fuera de Judá (v. 40:1). Por unos 40 años, pues, tuvo que aguantar Dios, en su profeta, las malas maneras de Su pueblo antes de enviarlos al exilio en el colmo de Su ira. Versículos 4–10 1. Designación temprana de Jeremías para el oficio de profeta (vv. 4, 5): «Y vino a mí palabra de Jehová diciendo, etc.». (A) Dios le dijo (v. 5b) que le había destinado a ser profeta a las naciones, a ser portavoz de Dios a los pueblos diferentes del pueblo escogido. Dice F. Asensio: «Para ellos, como contra Israel, tendrá el profeta sus amenazas de “destrucción” (46–51) y sus promesas de “edificación” mesiánica (3:14–18; 4:1–4; 12:7–17; 16:14–19; 23:5–7)». (B) También le dijo Dios que así lo había decidido en el consejo de su predestinación eterna, pues eso es lo que significa lo de «antes que te formase en el vientre … y antes que nacieses» (v. 5a). Nótense esos tres verbos: (a) «te conocí», que aquí tiene el sentido de «puse mis ojos en ti y te escogí»; (b) «te santifiqué», es decir, «te separé, te puse aparte»; (c) «te di», esto es, «te destiné a ser profeta a las naciones». El profeta, como el poeta, nace, no se hace (comp. Gá. 1:15). 2. Jeremías, al contrario que Isaías (Is. 6:8, al final), pero no tan obstinado como Moisés (Éx. 3:11–13; 4:1, 10–13), rechaza modestamente este honor (v. 6) con un dolorido «¡ah!» (hebr. ahá) y se excusa con el alegato de que se siente demasiado joven
  • 3. (unos veinte años) y, por tanto, mal equipado, «por falta de madurez y experiencia, para hablar en público … delante del pueblo y de sus dirigentes» (Asensio). 3. La seguridad que Dios le da benignamente de que estará a su lado y le capacitará para el ministerio profético. (A) Es cierto que es joven (v. 7), pero eso no es obstáculo para que vaya a transmitir el mensaje que Él le ponga en la boca (vv. 7, 9): «Porque a todos a quienes (mejor que todo lo que) te envíe irás, y dirás todo lo que te mande» (v. 7b). También Samuel era muy joven cuando llevó un mensaje importante de Dios al sumo sacerdote Elí. Dios puede, cuando le place, hacer profetas de los niños y afirmar Su fortaleza por boca de los niños y de los que maman (Sal. 8:2). (B) Es cierto que el oficio profético está lleno de riesgos, pero Jeremías (v. 8) no ha de tener miedo de ellos, de los que se le opondrán, por muy grandes que parezcan y por muy altos que estén, pues Dios será su protector: «porque estoy contigo para librarte, dice Jehová». Los que hablan en nombre del Rey de reyes, y con la autoridad que han recibido de Él, no tienen por qué temer el rostro de los hombres (comp. con Ez. 3:8, 9). (C) Dios le capacitará para que hable como quien está íntimamente relacionado con Jehová (v. 9). Esta capacitación se describe por medio de una acción simbólica: «extendió Su mano» (acortamiento antropomórfico de la distancia entre Dios y el hombre) «y tocó la boca de Jeremías», dando a entender que la santificaba (comp. con Is. 6:7) a fin de que hablase con autoridad las palabras de Dios. No sólo le puso conocimiento en la cabeza, sino también palabras en la boca, pues hay palabras que el Espíritu enseña (1 Co. 2:13). (D) Con el poder y la autoridad que Jehová le otorga, Jeremías, a pesar de no ser un príncipe que gobierna, sino un joven profeta que proclama, va a intervenir tan activamente en la caída y en el alzamiento de naciones y de reinos (v. 10) que lo que Dios va a hacer en momentos cruciales para la historia de Israel y del mundo circundante, es como si lo hiciese el profeta por medio de la palabra que Jehová ha puesto en su boca. Antes de edificar y plantar, es preciso arrancar y destruir. Cuando una planta está infectada de raíz, no valen los fumigatorios; es preciso arrancarla antes de hacer una nueva plantación. Cuando un edificio se cuartea, no bastan los remiendos; es menester derribarlo, a fin de proceder a la reedificación. Lo que ocurre en el plano material sucede también en el espiritual. Jeremías tiene que poner delante de todos vida y muerte, bien y mal (18:7–10). Ha de asegurar a los que persisten en su maldad que serán arrancados y destruidos; y a los que se arrepienten de sus pecados, que serán edificados y plantados. Versículos 11–19 I. Dios le da en visión a Jeremías un esbozo de la comisión principal que va a desempeñar: predecir la destrucción de Judá y de Jerusalén, a causa de sus pecados, a manos de los caldeos. 1. Le insinúa que el pueblo está madurando para la ruina y que esta ruina se apresura para llegar. Le pregunta Dios (v. 11): «¿Qué ves tú, Jeremías?» Como si dijese: «Mira y observa bien lo que ves». Jeremías responde: «Una vara de almendro veo yo». La expresiva lengua hebrea llama al almendro shaqued, del verbo shaqad, que significa «despertarse, estar en vela», porque el almendro es el primer árbol en florecer, «el primero en despertar del sueño del invierno», dice (citando de Pickering) el rabino H. Freedman. Al hacer un juego de palabras, le contesta Dios (v. 12): «Bien has visto, porque yo estoy en vela (hebr. shoqued) sobre mi palabra para realizarla» (lit.). Dios le asegura a Jeremías que ha observado bien, que está bien capacitado para el oficio profético; y, por cierto, ha de vivir para ver cumplida la profecía. En medio de la
  • 4. corrupción y de la decadencia de individuos y naciones, Dios no duerme; a Su tiempo, actuará, y no habrá quien le detenga. 2. Le insinúa, por medio de otra visión, de dónde va a venirle a Judá y a Jerusalén su ruina. Le pregunta Dios por segunda vez (v. 13): «¿Qué ves tú?» Jeremías responde: «Una olla hirviendo veo yo, y asoma su rostro desde el norte». A pesar de la semejanza con Ezequiel 11:7; 24:3, 4, la olla no es aquí Judá ni Jerusalén, sino el propio ejército babilónico que bulle en sus preparativos para «soltar, desde el norte, el mal (la destrucción) sobre todos los moradores de esta tierra» (v. 14). Del norte viene el tiempo despejado, «la dorada claridad» (Job 37:22), pero en esta ocasión … A veces, las más fieras tempestades vienen del lugar de donde esperábamos el mejor tiempo. Todas las testas coronadas del norte (v. 15), los babilonios y sus aliados (o los previamente sometidos) vendrán a tomar parte en esta expedición. La convocatoria de Dios será puntualmente obedecida: los llamados vendrán; los jefes de las tropas se aprestarán a colaborar en el asedio de Jerusalén. Sin embargo, Freedman hace notar que «el profeta no piensa (aquí) en el sitio de Jerusalén, sino en lo que sigue cuando la ciudad ha sido capturada. Los jefes victoriosos procederán a sentarse en juicio formal (para este uso de trono, cf. Sal. 9:5; 122:5) de los habitantes, a la entrada de las puertas donde se ventilaban los pleitos, para determinar lo que había de hacerse con la derrotada población y sus ciudades». 3. Le dice claramente cuál es la causa de todos estos castigos (v. 16): «Es, le dice, a causa de toda su maldad … porque me dejaron, e incensaron a dioses extraños y adoraron la obra de sus manos». Jeremías era muy joven y quizá no sabía las abominables idolatrías de que eran culpables sus compatriotas; pero Dios se lo declara a fin de que él mismo quede satisfecho de la equidad de la sentencia que, en nombre de Dios, habrá de pronunciar contra ellos. II. Dios anima luego a Jeremías. Le es encomendado un importante encargo; es enviado como heraldo de armas (vv. 17–19), pues place a Dios advertir de antemano de los juicios que va a llevar a cabo, a fin de que los pecadores sean despertados a salir al encuentro de Dios por medio del arrepentimiento y así se aparte la ira de Dios. Con este encargo, Dios le anima y le dice: «Ciñe tus lomos, es decir, prepárate para actuar, levántate, muévete, y háblales cuanto yo te mande, les parezca oportuno o no. Pero no sólo tiene que ser activo, sino también atrevido: «No desmayes delante de ellos» (como en el v. 8). 1. En dos cosas tiene que ser fiel: (A) Ha de decir todo lo que Dios le mande. No debe ocultar nada por miedo a ofender a alguien, sino que debe proclamar todo el consejo de Dios. (B) No ha de susurrarlo en un rincón a un pequeño grupo de amigos, sino que ha de darse a ver (v. 18b) contra los reyes de Judá, si es que son malvados. Tampoco ha de eximir a los sacerdotes, aun cuando también él es sacerdote y ha de estar interesado en mantener la dignidad de su gremio. Ha de presentarse igualmente contra el pueblo de la tierra, en la medida en que ellos están contra su Dios. 2. Dos razones se dan aquí para que obre de ese modo: (A) Porque tenía motivo para temer la ira de Dios si no cumplía sus órdenes: «No desmayes, le dice, delante de ellos, para que no te haga yo desmayar delante de ellos». El temor de Dios es el mejor antídoto contra el temor de los hombres (comp. con 2 S. 12:7; 1 R. 21:19). Mejor es tener por enemigos a todos los hombres del mundo que a Dios solo por enemigo. (B) Porque no tenía motivo para temer a los hombres si era fiel en el desempeño de su comisión (v. 18): este joven profeta es hecho por el poder de Dios como una ciudad fortificada, inexpugnable, como con columnas de hierro y muros de bronce; hace salidas contra el enemigo con sus reprensiones y amenazas y llena de pavor a todos. Le baten desde todos los flancos: los reyes y príncipes arremeten contra él con todo su
  • 5. poder, los sacerdotes truenan contra él censuras y excomuniones; el pueblo de la tierra dispara contra él sus dardos en amargas y calumniosas palabras; pero él no cederá terreno con el auxilio de Dios (v. 19): «Y pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte». Le harán sufrir mucho, pero no le harán rendirse; tendrá sus días oscuros, pero la oscuridad será sólo por algún tiempo. CAPÍTULO 2 El objeto de este capítulo es mostrar al pueblo de Dios sus pecados en forma de reprensión y convicción, a fin de que puedan ser traídos al arrepentimiento. El pecado del que se les acusa principalmente es la idolatría. Se les dice: I. Que esto es una ingratitud hacia Dios (vv. 1–8). II. Que el que una nación cambie su dios es algo sin precedentes (vv. 9–13). III. Que con esto se han arruinado a sí mismos (vv. 14–19). IV. Que han quebrantado sus pactos y han degenerado de sus buenos comienzos (vv. 20, 21). V. Que su maldad es demasiado perversa para que pueda ser excusada (vv. 22, 23, 35). VI. Que persistían en ella de modo voluntario y obstinado (vv. 23, 25, 33, 36). VII. Que se habían deshonrado a sí mismos con su idolatría y que pronto estarían avergonzados de ella cuando viesen que sus ídolos eran incapaces de ayudarles (vv. 26– 29, 37). VIII. Que no habían querido convencerse ni reformarse con las reprensiones de la Providencia (v. 30). IX. Que habían menospreciado grandemente a Dios (vv. 31, 32). X. Que con sus idolatrías habían mezclado los más horribles asesinatos, y derramado la sangre de pobres inocentes (v. 34). Versículos 1–8 I. Se le ordena a Jeremías que lleve un mensaje, de parte de Dios, a los habitantes de Jerusalén. El ministro del Señor debe comparar con todo cuidado con la Palabra de Dios el mensaje que va a proclamar, y ver que está de acuerdo con ella, de modo que pueda decir, no sólo «Jehová me envió», sino también: «Me envió a decir esto». Debe ir desde Anatot, donde vivía en pacífico retiro y en el estudio de la ley, a Jerusalén, aquella ruidosa ciudad, y clamar a los oídos (v. 2) de aquellos mismos que se tapaban los oídos para no oír. II. El mensaje que tiene que proclamar. Tiene que reprenderles por la horrible ingratitud que han mostrado al abandonar a un Dios que, desde antiguo, ha sido tan bueno para ellos. 1. Dios les hace aquí a la memoria los favores que, desde antiguo, les venía dispensando, ya desde el momento en que fueron formados como pueblo (v. 2): «Recuerdo por ti, como un punto a tu favor, y ojalá lo recuerdes tú también para que ello te sirva de estímulo, el cariño de tu juventud, el afecto que me profesabas en un principio, el amor de tus desposorios, la confianza que me mostraste cuando andabas en pos de mí en el desierto, en una tierra no sembrada», frase con la que el profeta matiza el sentido del vocablo «desierto». Dice el rabino Freedman: «No es probable que Jeremías hubiese olvidado, o desease pasar por alto, los muchos casos de falta de fe en el desierto cuando los israelitas murmuraban contra Dios. Pero estos casos no podían borrar la encomiable confianza con la que se embarcaron en tamaña empresa, aun cuando las dificultades del desierto empañaron después el brillo de su fe». Dios correspondía con Su protección al amor de Su Pueblo (v. 3). 2. Les reprende luego por su ingratitud (vv. 4 y ss.). (A) Les reta a que presenten un solo caso en que les haya tratado injusta o malignamente. Con una asombrosa condescendencia, llega a decirles (v. 5): «¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, o vosotros? ¿Habéis hallado en Dios un amo duro? Vosotros que habéis abandonado las ordenanzas de Dios, ¿podéis decir que fue por lo fatigoso que resultaba servirme? Las decepciones que habéis sufrido no se me
  • 6. pueden achacar a mí, sino a vosotros mismos. El yugo de mis mandamientos es fácil, y en guardarlos hay gran recompensa». Aunque nos aflige, no nos hace ningún daño; todo el mal está en nuestros caminos. (B) Les acusa de ser, a pesar de todo lo que ha hecho por ellos, injustos e ingratos (v. 5b): «Se alejaron de mí, no sólo me dejaron, sino que se fueron muy lejos, y se fueron tras la vanidad, esto es, tras la idolatría y, con ella, tras toda clase de maldad, y se hicieron vanos, semejantes a los ídolos que adoraban. Por eso, cuando entraron en la tierra que yo les di, la profanaron (v. 7b), pues ya eran profanos. Era la tierra de Dios, la tierra de Emanuel, pero la hicieron abominable». Y, una vez que abandonaron a Jehová, no pensaron más en volver a Él. El pueblo no decía: ¿Dónde está Jehová? (v. 6). Tampoco los sacerdotes (v. 8) dijeron. ¿Dónde está Jehová? Los que tenían el deber de instruir al pueblo en el conocimiento de Dios, no se interesaron por adquirir ese conocimiento ellos mismos. Los escribas, depositarios de la ley (v. 8b), tampoco conocieron a Jehová. Los pastores, que debían guardar de transgresiones el rebaño, eran los cabecillas de la rebelión: «se rebelaron contra mí». Y los profetas falsos (v. 23:13) profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras de lo que no aprovecha (los ídolos; v. Hab. 2:18–20), y dejaron al único Dios útil, suficiente y necesario. Versículos 9–13 Dios no los castiga de inmediato, sino que, como siempre (comp. Is. 1:18), les invita a razonar (v. 9): «Por tanto, contenderé aún con vosotros etc.». Dios, antes de castigar a los pecadores, contiende con ellos, a fin de convencerles y llevarles al arrepentimiento; y no sólo con ellos, sino también con los hijos de sus hijos (v. 9b), es decir, hasta la tercera y la cuarta generación (v. Éx. 20:5). 1. Les muestra que han actuado contra la costumbre de todas las naciones. Los pueblos vecinos eran más firmes y fieles en la devoción a sus dioses falsos que ellos al Dios verdadero. Que vayan a las islas de Quitim (Chipre y las islas adyacentes) y a Quedar (v. 10), es decir, «el occidente de mayor cultura» y «el oriente de vida nómada» (Asensio), y no hallarán una cosa semejante a ésta: que una nación haya cambiado sus dioses (v. 11). Tal veneración tenían hacia sus dioses que, aunque eran de piedra y de madera, no los cambiaban por los de plata y oro ni por el único Dios vivo y verdadero. No los alabamos por eso, pero puede insistirse, para vergüenza de los israelitas, que ellos, el único pueblo que no tenía ningún motivo para cambiar su Dios, era, sin embargo, el único pueblo que lo había cambiado por los que no eran dioses. El celo de los musulmanes y budistas, etc., debería avergonzar a los cristianos, quienes destacamos por nuestra frialdad e inconstancia. 2. Les muestra que han actuado contra los dictados del sentido común ya que han cambiado en peor y hecho muy mal negocio para sí mismos. (A) Habían dejado a un Dios que les había hecho gloriosos a ellos mismos, ya que Su gloria se había manifestado con frecuencia en el tabernáculo de ellos. (B) Se habían arrimado a dioses que no podían hacerles ningún bien, dioses que no aprovechaban a sus adoradores (v. 11b). Dios mismo apostrofa aquí (v. 12) a los cielos, para que se llenen de asombro, de horror y espanto ante esta anomalía. El versículo 13 (bien conocido) declara en qué consiste esta inexplicable anomalía: Es un doble mal, no sólo un doble error: (a) «Me dejaron a mí, fuente de agua viva» (comp. con 17:13; Sal. 36:9; Jn. 4:14), «que, sin trabajo humano, corren generosas e inagotables» (Asensio). En Dios está la fuente de la vida (comp. con Jn. 1:4; 5:26), la todosuficiencia de la gracia y de la fuerza; todas nuestras fuentes están en Él. Y de ese manantial inagotable han descendido hasta nosotros todas las bendiciones de que disfrutamos (v. Stg. 1:17).
  • 7. (b) «Y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas, es decir, llenas de grietas, que no retienen las aguas». Tres detalles son aquí dignos de consideración: primero, han hecho un gran esfuerzo para el mal al cavar las cisternas (comp. con Ro. 6:23), cuando tenían el agua viva gratis y sin esfuerzo (Is. 55:1, 2); segundo, en lugar del manantial de agua viva, es decir, corriente, han cavado depósitos donde el agua estancada se corrompe y evapora, gráfica imagen del pecado; tercero, son cisternas agrietadas, por lo que el agua se escapa, desaparece sin poder retenerla para ningún provecho. Si de cualquier criatura—dinero, placer, honor—nos hacemos un ídolo, hallaremos que nos resulta como una cisterna, que cuesta gran trabajo y esfuerzo para cavarla y llenarla y, aun así, la poca agua que podamos acumular allí queda estancada, muerta. Es una cisterna rota, que se agrieta en el calor del estío, de forma que se pierde cuando más la necesitamos (Job 6:15). Adhirámonos, pues, al Señor, que tiene palabras de vida eterna (Jn. 6:68b). Versículos 14–19 La insensatez de abandonar a Dios les había costado ya muy cara, pues a ella se debían todas las calamidades bajo las cuales estaba gimiendo ahora su nación. 1. Sus vecinos, que eran sus enemigos declarados, prevalecían contra ellos. (A) Habían esclavizado a Israel (v. 14): «¿Es Israel siervo?» ¡No! Es mi hijo, mi primogénito (Éx. 4:22). Son hijos, herederos, descendencia de Abraham, destinados a mandar, no a servir. «¿Por qué ha venido a ser presa? ¿Quién le ha despojado de su libertad? ¿Por qué es usado como hijo de una esclava, es decir, como esclavo por nacimiento? ¿Por qué se ha hecho a sí mismo esclavo de sus pasiones, de sus ídolos, de lo que no aprovecha? (v. 11). ¿Qué cosa es ésta, que una tal primogenitura se haya vendido por un plato de potaje, que su corona yazca en el polvo? ¡Los príncipes, hechos esclavos de sus súbditos! ¡Los amos, esclavos de sus criados! ¿Nacieron esclavos? ¡No! Por sus maldades fueron vendidos (Is. 50:1). Vinieron los príncipes vecinos y los esclavizaron. Lo mismo ocurre en nuestras personas: ¿Fue formado el hombre para ser un esclavo? ¡No! Fue formado para señorear. ¿De dónde, pues, le viene la esclavitud? Es porque ha vendido su libertad y se ha hecho a sí mismo esclavo de diversas pasiones y concupiscencias. (B) Habían empobrecido a Israel. Dios los había introducido en una tierra fértil (v. 7), pero todos sus vecinos habían hecho presa en ella (v. 15). El león asirio había sembrado en Palestina la desolación (comp. con 4:7; 50:17; Is. 5:29). Unas veces, un enemigo; otras, otro; otras, varios enemigos coligados, caían sobre Israel, lo vencían y se llevaban como botín lo mejor de la tierra (v. 15b): «asolaron la tierra; quemadas están sus ciudades, sin morador». Incluso (v. 16) los hijos de Menfis (hebr. Nof) y de Tajpanés (lit.) te roen el cráneo. ¡Esos despreciables egipcios, no afamados precisamente por su bravura ni por su fuerza, se habían aprovechado de la debilidad de Israel! Según Freedman, «la figura (de la última frase del v. 16) parece ser la del ganado que rumia la hierba en un campo». (C) Todo esto se debía a su pecado (v. 17): «¿No te acarreó esto el haber dejado a Jehová tu Dios cuando te conducía por el camino?» ¿Por qué camino? Ya sea por el camino del desierto o, más probable, por el camino de la virtud, según lo habían señalado los profetas enviados por Dios. 2. Sus vecinos, los que profesaban ser sus amigos, no les habían ayudado; también esto se debía al pecado de ellos. (A) En vano habían buscado el auxilio de Egipto y de Asiria (v. 18): «¿Qué te va a ti en el camino de Egipto, para que bebas agua de Shijor, esto es, del Nilo?» Dice Freedman: «Shijor significa probablemente “oscuro” y describe las turbias aguas de ese río». La misma pregunta vemos acerca de Asiria y del Éufrates (v. 18b). Freedman resume así el contexto histórico de dicho versículo 18: «Los gobernantes de Judá e
  • 8. Israel habían vacilado entre los dos grandes poderes, Egipto y Asiria. Menajem, rey de Israel, buscó la ayuda de Asiria contra Egipto; Oseas cambió la estrategia política de Menajem y llamó a Egipto contra Asiria; mientras que Josías murió peleando contra Egipto en ayuda de Asiria. Ninguna de estas alianzas les reportó ningún beneficio. Estas eran las cisternas rotas mencionadas en el versículo 13. La única salvación de Israel estaba en volverse a Dios». (B) También esto les había ocurrido a causa de su pecado (v. 19): «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, pues eso es lo que da poder a tus enemigos, y quita fuerza a tus amigos». El pecado es abandonar a Jehová como a Dios nuestro, y dejar el alma alienada de Él. La causa del pecado es que falta en nosotros el temor de Dios (v. 19b). El pecado es un mal que no tiene nada bueno en sí; es amargo; el salario del pecado es muerte, y la muerte es amarga. Y, al ser en sí malo y amargo, tiende directamente a hacernos miserables: «Tu propia maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán»; el castigo sigue tan inevitablemente al pecado que se dice que es el pecado el que castiga. Versículos 20–28 I. El pecado mismo: la idolatría. 1. Frecuentaban los lugares de culto idolátrico (v. 20b): «Sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera», practicando el adulterio espiritual. Dice Freedman: «La infidelidad de Israel a Dios, con quien estaba desposado (cf. v. 2), es asemejada a un acto de adulterio. Hay también una alusión a la crasa inmoralidad que formaba parte de los cultos idolátricos». 2. Hacían imágenes para sí y las honraban (vv. 26, 27); no sólo el pueblo llano, sino también los reyes y los príncipes, los sacerdotes y los profetas, eran tan estúpidos como para decirle a un trozo de madera: «Mi padre eres tú, esto es, tú eres mi dios, a ti te debo el ser y, por ello, a ti me debo y de ti dependo; y a una piedra: Tú nos has engendrado y, por consiguiente, tú nos tienes que proteger». ¿Qué mayor afrenta se puede hacer a Dios nuestro Padre que nos ha creado? Cuando estos objetos comenzaron a ser venerados, se suponía que estaban animados por algún poder o espíritu celestial, pero gradualmente se fue perdiendo este concepto y el propio objeto material fue considerado como dios y padre y adorado en conformidad con esta nueva idea. 3. Multiplicaban sin límite el número de estas abominables deidades (v. 28b): «porque según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses». No podían estar de acuerdo acerca de un solo dios: a un ciudad le gustaba más un dios; a otra, otro, y así sucesivamente. Refiere un tal Marston (citado por Freedman) que «en mayo de 1929, dos arqueólogos franceses, los señores Schaeffer y Chenet, al excavar entre las ruinas de Ras Shamra en el norte de Siria, frente a la isla de Chipre, hallaron unas tablillas de barro en las que aparecía una nueva forma de escritura cuneiforme … Estas tablillas indican que había unos cincuenta dioses y un número de diosas por la mitad de esa cifra, asociados con Ras Shamra. Esta abundancia de deidades recuerda la amarga acusación de Jeremías, muchos siglos después, a los judíos: según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses» (v. también 11:13, donde se repite la frase). II. La prueba de esto. Presumían de que podían por sí mismos limpiarse de este pecado: Se lavaban con nitro (lejía) y con abundancia de jabón (v. 22). Pensaban que los actos exteriores de religiosidad bastaban para expiar, como si fuesen lejía y jabón, las abominaciones idolátricas que, por otra parte, practicaban. Quizás se excusaban con que el respeto que prodigaban a los ídolos no equivalía a honores divinos, sino a temores demoníacos (v. 23): «¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras los baales?» Como lo hacían en secreto y lo ocultaban con todo cuidado (Ez. 8:12),
  • 9. pensaban que nunca podría probarse contra ellos. Pero Dios les dice (vv. 22 y ss.) que a Él no le han pasado desapercibidos todos sus movimientos: «Mira tu proceder en el valle (v. 23b), etc.». Como si dijese: «Mira los horribles sacrificios humanos que has ofrecido en el valle de Hinnom. Por mucho que quieras lavarte de esas manchas de sangre, como lo hacen los asesinos para que no aparezca en sus ropas la sangre de sus víctimas, no podrás quitártelas». III. Las circunstancias agravantes del pecado de que les acusa. 1. Dios había hecho por ellos grandes cosas y, con todo, se apartaban de Él y se rebelaban contra Él (v. 20): «Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y soltaste tus ataduras». Ésta es la lectura de nuestras versiones según los LXX y la Vulgata Latina, pero el texto hebreo masorético dice: «Porque desde muy atrás he quebrantado tu yugo y he suelto tus ataduras», con lo que el sentido sería que Dios había librado a Israel en muchas ocasiones. 2. En conformidad con esta lectura, Israel habría hecho la promesa de no volver a transgredir: «No transgrediré» (hebr. lo eebor). Pero el texto masorético dice claramente «lo eebod», «no serviré». Por lo que es más probable, según dice Freedman, que shabarti y nittakti, que se traducen por «he quebrado», «he roto» (o he suelto), sean «formas arcaicas de la segunda persona femenina, y no de la corriente primera persona del singular», con lo que la versión correcta sería la que traen nuestras versiones, que siguen a los LXX y a la Vulgata. Añade Freedman: «Ésta es la que prefieren los modernos comentaristas, como que se aviene mejor al tenor general del contexto». 3. Habían degenerado perversa y miserablemente de lo que fueron cuando Dios los formó como pueblo (v. 21): «Y eso que yo te planté de vida escogida, simiente verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (comp. con Éx. 15:17; Sal. 44:2; 80:8; Is. 5:2, 4). En Josué leemos 24:31 que «sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué». La siguiente generación, sin ir más lejos, ya «no conocía a Jehová ni la obra que Él había hecho por Israel» (Jue. 2:10b), y así habían ido de mal en peor hasta convertirse en el degenerado sarmiento de vid extraña. 4. Eran violentos y persistentes en el seguimiento de sus idolatrías y no querían ser frenados por la palabra de Dios ni por la providencia de Dios. Son comparados a una «joven dromedaria ligera que tuerce su camino» (v. 23, al final), «que corre de un lado para otro, atraviesa y vuelve a atravesar su camino, llevada de su concupiscencia» (Freedman). También son comparados (v. 24) a «un asna montés, acostumbrada al desierto, no domesticada por el trabajo y, por tanto, olfateando el viento en el ardor de su lujuria» (v. 14:6, comp. con Job 39:5–8). En tal condición, «¿quién la detendrá de su lujuria?» F. Asensio hace de los versículos 24–27 la siguiente paráfrasis: «La pasión idolátrica le empuja (a Israel) irresistiblemente, y como asna salvaje, indómita y sin freno en sus instintos sexuales, Israel corre desbocado hacia los ídolos. Es como su mes, período de su celo, que le hace buscar descalzo y sediento a los dioses extraños, sus amantes, sin poderlo remediar. Confesión forzada de quien, como el ladrón sorprendido mientras roba, ha sido sorprendido en masa (pueblo y dirigentes) cuando invoca al leño como padre y a la piedra como madre. Cara a los ídolos, obra del hombre, y de espaldas a Jehová (7:30, 31; 32:31–35), su Creador y su Padre-madre al mismo tiempo (Éx. 4:22; Dt. 14:1; 32:18; Os. 11:1), hasta que las calamidades les hacen cambiar de posición (Jue. 10:6–16; Sal. 78:34–38; Jer. 26:3, 13, 19), para lanzar a Jehová su angustioso levántate y sálvanos». 5. Eran obstinados en su pecado y, así como no podían ser frenados, tampoco querían ser reformados (v. 25), a pesar de las advertencias. Como toda persona adicta a
  • 10. un vicio (tabaco, bebida, lujuria, etc.), Israel confiesa su impotencia moral para abandonar la idolatría: «No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado y tras de ellos he de ir». Ni aun ante la perspectiva del exilio, están dispuestos a dejar ese pecado. Éste puede ser, como lo interpretan rabinos de la mayor talla, el sentido de la primera parte del versículo 25: «No persistas en la idolatría, por la que últimamente serás castigado yendo a la cautividad descalzo y sediento». Contra las frases fatalistas de la segunda parte del versículo, dice M. Henry: «Así como no debemos desesperar de la misericordia de Dios, sino creer que basta para el perdón de nuestros pecados, por horribles que éstos sean, si nos arrepentimos e invocamos misericordia, así tampoco debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que basta para someter nuestras corrupciones, por fuertes que éstas sean, si oramos y pedimos gracia y cooperamos después con ella. Una persona nunca debe decir No hay esperanza, mientras se halla de este lado del infierno». 6. Se habían cubierto de vergüenza al rechazar lo que les habría servido de ayuda (vv. 26–28): «Como se avergüenza el ladrón cuando es descubierto (lit. hallado), especialmente si antes pasaba por ser hombre honrado, así se avergonzará la casa de Israel, no con una confusión de arrepentimiento por el pecado del que ha sido hallada culpable, sino con la que causa la desilusión que el castigo le trae por el pecado». En la prosperidad le habían vuelto la espalda a Dios, pero cuando la calamidad apriete, no podrán hallar otro alivio que el de acudir a Él con un grito de angustia (v. 27, al final): «Levántate y líbranos». Para conducirlos a este estado de vergüenza y confusión saludable, si sirve para hacer que se arrepientan, se les envía (v. 28, comp. con Jue. 10:14) a los dioses a quienes habían servido. Ellos gritan a Dios: Levántate y líbranos. Dios dice de los ídolos: «Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción, pues no tienes motivos para esperar que yo lo haga». Versículos 29–37 1. La verdad de la acusación era evidente e incontestable (v. 29): «¿Por qué porfiáis conmigo? Sabéis que todos vosotros prevaricasteis contra mí. ¿Por qué, pues, porfiáis conmigo por contender con vosotros?» 2. Dios les requiere a considerar su obstinación y su ingratitud. (A) Han recibido de Dios reprensiones de muchas clases, con las que Él quería llevarles al arrepentimiento, pero en vano. Ni se les avivaba la conciencia ni se les ablandaba el corazón. No querían recibir (v. 30) instrucción en forma de corrección (hebr. musar; v. el comentario a Pr. 1:8a); por tanto, el castigo era en vano. No contentos con desoír la voz de Dios, mataban a los profetas que la proclamaban (v. 30b): «Vuestra espada devoró a vuestros profetas como león destrozador» (v. 26:23; 2 R. 21:16). (B) «¡Oh generación!—les dice ahora (v. 31) tiernamente—. ¿He sido yo un desierto para Israel o una tierra de tinieblas?» Como si dijese: «¿No he sido para ellos un manantial de agua viva (v. 13) para proveerles de todo lo que bastaba para satisfacer sus necesidades? ¿Acaso los he dejado en la oscuridad, sin guía que les mostrase el camino?» Es cierto que, a veces, Dios lleva a su pueblo por un desierto y en la oscuridad, pero siempre va al lado de ellos, dándoles todo lo necesario y guiándoles como de la mano. Así llevó a los israelitas, sustentándoles con el maná y guiándoles de noche con la columna de fuego. Pero se habían vuelto insolentes e imperiosos (v. 31b): «Vagamos a nuestras anchas; nunca más vendremos a ti». Los que, como pordioseros, tenemos que mendigar de Dios cuanto somos y tenemos, ¿cómo podemos decir: Somos ricos, nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos a Dios? 3. La causa de todo su mal comportamiento es que se han olvidado de Dios (v. 32) y de todo lo que les habría llevado a recordar a Dios. Se han olvidado de Él por
  • 11. innumerables días, es decir, por muchísimo tiempo. ¡Cuántos días de nuestra vida han pasado sin un recuerdo conveniente de Dios! ¿Quién puede contar esos días vacios? Israel no tenía para Dios la consideración que una doncella (hebr. betulah) recién desposada y una novia (hebr. kallah) tienen hacia sus galas. ¡No! Ellas están continuamente pensando en ellas y hablando de ellas. 4. Dios les muestra la mala influencia que sus pecados han ejercido en otros (v. 33): «¿Por qué adornas tu camino para hallar amor?» Hay aquí una alusión a las mujeres descocadas que se ofrecían a sí mismas con sus lascivas miradas y su vestir inmodesto, como Jezabel (2 R. 9:30), que se pintaba los ojos con antimonio y se ataviaba la cabeza. Así cortejaba Israel a sus vecinos paganos, entraba en coaliciones con ellos y enseñando aun a las perversas sus caminos, mezclaba las instituciones de Dios con las costumbres idolátricas de sus aliados. Como parafrasea el rabino Freedman: «Eres maestra de maldad incluso para las malvadas». 5. Les acusa del crimen de asesinato (v. 34): «Aun en tus faldas se halló la sangre de las almas (es decir, de las personas) de los pobres inocentes». La referencia es aquí a los niños que eran ofrecidos en sacrificio a Mólek (o Moloc, como suele escribirse y decirse); o podría entenderse en general por toda la sangre inocente que Manasés derramó, y con la que llenó a Jerusalén de extremo a extremo (2 R. 21:16). Esta sangre no se descubrió buscándola en secreto ni cavando en la tierra, sino que estaba a la vista de todos, pues la mostraban los bordes de los vestidos donde había salpicado. 6. Israel se niega a confesarse culpable de todo eso (vv. 34b, 35a), pero Dios le asegura que sus excusas no le van a valer. Si piensa que, con su hipócrita confesión de inocencia, la ira de Dios se apartó de Israel, se equivoca. Dios le llama a juicio (v. 35b), para convencerle de que no es inocente, sino culpable. Dice Asensio: «Es juicio de quien acusa, pero, antes de condenar, espera que Israel reaccione y deje de apresurarse a cambiar sus caminos (v. 36), al correr de una nación a otra en busca de alianzas». En efecto: (A) Les muestra que seguirán sufriendo decepciones mientras continúen poniendo su confianza en criaturas, cuando tienen a Dios por enemigo (vv. 36, 37). Lo mismo que salieron avergonzados de la alianza con Asiria, serán también avergonzados de su alianza con Egipto. Necia idolatría fue poner su confianza en brazo de carne (17:5) y apartar de Dios el corazón. ¿Para qué andar cambiando de camino, cuando hay sólo un camino seguro y bendito? Los que ponen en Dios su esperanza y caminan en continua dependencia de Él, no tienen por qué cambiar de camino, pues en Él podrán reposar, entrar y salir y hallar pastos (comp. con Jn. 10:9). (B) Viene a decirles que, al cambiar de camino, cambiarán únicamente de decepción. Habían confiado primero en Asiria y, al resultarles una caña rajada, pasaron a apoyarse en Egipto, que no les resultó mejor (v. 37): «También de allí saldrás con las manos en la cabeza» (v. 2 S. 13:19 para el sentido de este gesto). En 37:5–10 vemos el cumplimiento de esta profecía. Dios había rechazado a aquellos en que Israel confiaba (v. 37b) y, por tanto, no podía prosperar por ellos. Dice Asensio: «Señor de todas las naciones y árbitro del poderío de los grandes imperios, Jehová rechaza y corta en seco mibtaj = el objeto de confianza, dioses extraños y naciones, de Israel: al margen de Dios, nada de éxitos nacionales». CAPÍTULO 3 En este capítulo Dios invita benignamente a Su pueblo a que vuelvan y se arrepientan, a pesar de la multitud de sus provocaciones (las que se especifican aquí),
  • 12. para mostrar que donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. I. Vemos lo mal que se habían portado y, con todo, lo dispuesto que estaba Dios a acogerlos favorablemente si se arrepentían (vv. 1–5). II. Impenitencia de Judá (vv. 6–11). III. Se dan grandes ánimos a estos apóstatas para que vuelvan y se arrepientan, y se les promete que Dios tiene reservada para ellos gran misericordia (vv. 12–19). IV. Se repite la acusación contra ellos por apostatar de Dios, y también se repite la invitación, a la que se añaden aquí las palabras que deberán proferir en su vuelta a Dios (vv. 20–25). Versículos 1–5 Estos versículos abren una puerta de esperanza. Dios hiere para curar. 1. Cuán vilmente había abandonado este pueblo a Dios y se había ido a prostituirse lejos de Él. Ya hubiese sido bastante maldad admitir entre ellos a un dios extraño, pero ellos eran insaciables en su seguimiento de los falsos dioses (v. 1b): «Tú has fornicado con muchos amantes». Buscaban oportunidad para sus idolatrías y buscaban también nuevos dioses a los que adorar (v. 2b): «Junto a los caminos te sentabas para ellos, como ramera que se ofrece a los que pasan (v. Gn. 38:14; Pr. 7:8–22; Jer. 42:43; Ez. 16:25, 26), como árabe en el desierto», pues así se sientan los beduinos a la puerta de su tienda para atropellar a los indefensos caminantes. No sólo se habían contaminado a sí mismos, sino que habían contaminado la tierra (v. 2, al final), pues era un pecado nacional. No obstante (v. 3), seguían con su cara dura y sin vergüenza, como cualquier ramera: «has tenido frente de ramera y no quisiste tener vergüenza». Enrojecer de vergüenza es color de virtud o, al menos, su reliquia; pero los que han pasado de la vergüenza, han pasado de la esperanza. 2. Cuán benignamente les había castigado Dios por sus pecados (v. 3), pues se limitó a detener la lluvia. Lo más probable es que las aguas, o aguaceros, que se mencionan en primer lugar, hagan referencia a la lluvia temprana, que solía caer a fines de octubre, así como la lluvia tardía, que se menciona a continuación, en la que caía durante marzo y abril. 3. Cuán justamente habría obrado Dios si hubiese rehusado volver jamás a recibirlos; esto habría estado conforme a la norma establecida acerca de los divorcios (v. 1), pues se dice en Deuteronomio 24:4 que «no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida». Eso sería mancillar la tierra. Pero Dios no se ata con las leyes que ha hecho para nosotros ni se resiente como nosotros. Quiere portarse con Israel más finamente de lo que cualquier marido ofendido lo haría con su mujer adúltera, y les dice (v. 4): «A lo menos desde ahora, ¿no me llamarás a mí: Padre mío, tú eres el amigo de mi juventud?» Como si dijese: «Ahora que se te ha hecho ver tus pecados (v. 2) y el castigo por ellos (v. 3), ¿no los abandonarás y te volverás a mí, diciendo: “Iré y me volveré a mi primer marido, porque mejor me iba entonces que ahora” (Os. 2:7)?» Espera que ellos apelen a su constante relación con Dios, llamándole Padre y amigo de su juventud (equivalente a novio). 4. Cuán irremediable parece la condición de Israel (v. 5) mientras las obras no estén de acuerdo con las palabras. Buenas son las frases del v. 4b y 5a, pero ¿son algo más que frases? «He aquí cómo has hablado, pero has hecho maldades y las has colmado.» Versículos 6–11 La fecha de este sermón es (v. 6) en los días de Josías, que había emprendido de corazón una buena obra de reforma, pero el pueblo no era sincero. Se compara aquí el caso de los dos reinos, el de Israel, esto es, las diez tribus que se habían separado del trono de David y del templo de Jerusalén, y el de Judá, las dos tribus que continuaban adheridas a ambos.
  • 13. 1. El caso de Israel, el reino del norte. Es llamado (v. 6) «la apóstata Israel», porque ese reino se fundó sobre una apostasía, esto es, un apartamiento de las instituciones divinas, tanto del trono como del altar. Israel se había entregado de lleno (v. 6b) a la prostitución idolátrica. Dios la había invitado, por medio de sus profetas, a que se arrepintiese y volviese a Él, incluso si no se volvía a la casa de David. No leemos que Elías, el gran reformador, mencionase jamás la vuelta de ellos a la casa de David. Pero (v. 7b) no se volvió, y (v. 8) Dios lo vio. En efecto, el texto masorético tiene aquí el verbo en primera persona del singular, con lo que la versión más probable sería: «Y vi que, por cuanto la apóstata Israel había cometido adulterio, la había yo despedido y le había dado carta de repudio, con todo no tuvo temor, etc.», al empalmar el vi que (del principio) con lo de con todo no tuvo temor, etc., como lo hace admirablemente la NVI. La versión siríaca lo vertió en tercera persona: «Y vio (Judá)…», y así lo han copiado la mayoría de las versiones. 2. El caso de Judá, el reino del sur. Es llamado (v. 7, al final) «su hermana, la traidora Judá»; hermana porque ambas descendían del mismo tronco (Jacob); pero, así como Israel tenía la condición de apóstata, Judá es llamada traidora porque, aunque profesaba continuar adherida a Dios, así como lo estaba a los reyes y sacerdotes que ejercían su ministerio por designación divina, demostró ser traicionera. El exilio de Israel tenía por objeto servir de advertencia a Judá, pero no surtió el efecto intentado. Judá se creyó segura porque tenía por sacerdotes a hijos de Leví, y por reyes a hijos de David, y se lanzó (vv. 8b, 9) al adulterio idolátrico con todo atrevimiento; eso es lo que significa la ligereza de su fornicación; no que fuese ligera, leve, sino que se lanzó a ella sin más consideración, al pensar que era cosa ligera ser infiel de aquel modo a Jehová. El país había llegado a una corrupción total en tiempos del rey Manasés, y aunque Josías era un buen rey, el pueblo no se volvió (v. 10) a Dios de todo corazón, sino fingidamente. Por eso, dijo Dios en aquellos mismos días (2 R. 23:27): «También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel». 3. Al comparar los casos de estas dos hermanas, el de Judá resulta ser el peor (v. 11): «Y me dijo Jehová: Ha resultado justa la apóstata Israel en comparación con la desleal Judá». El reino del sur estaba más obligado a ser fiel a Jehová, por cuanto disfrutaba aún de los grandes privilegios de un sacerdocio y de un trono recibidos en sucesión legítima y, además, tenía delante el ejemplo de lo ocurrido ya a su hermana. Esta lamentable situación de Israel, ya en el destierro de Asiria, parece notarse en los acentos de ternura con que Dios se dirige a ellos en el versículo 12. Pero nótese que se llama a Israel justa sólo en comparación con la desleal Judá. Esa comparativa justicia le va a servir de poco al reino del norte. ¿De qué nos sirve decir: No somos tan malos como otros, si nosotros mismos no somos buenos? En dos aspectos era peor Judá que Israel, como ya hemos apuntado: (A) Se esperaba de Judá más que de Israel. (B) Debería haber escarmentado en la cabeza de su hermana. Versículos 12–19 Hay gran cantidad de evangelio en estos versículos. Dios ordena al profeta que proclame (v. 12) hacia el norte las palabras que siguen, pues constituyen una llamada a la apóstata Israel, las diez tribus del norte que habían sido llevadas en cautiverio a Asiria, país que cae al nordeste de Palestina en general, pero al norte especialmente, si se mira desde Jerusalén. En esa dirección ha de mirar para reprender a los hombres de Judá por rehusar obedecer a los llamamientos que se les dirigen. La apóstata Israel está en mejores condiciones (vv. 12–19) que la desleal Judá para volverse a Dios en busca de perdón misericordioso. Sin embargo, no se pierda de vista que la expresión «en esos días» (v. 16b), dentro del contexto próximo, apunta al reino mesiánico futuro.
  • 14. I. Tenemos primero una invitación a la apóstata Israel a que se vuelva a Jehová (v. 12), el Dios de quien se apartó. Véase la ternura en que va envuelta esta invitación: «Vuélvete … no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo». Se les instruye sobre el modo de volver a Dios (v. 13): «Tan sólo reconoce tu maldad, que contra Jehová tu Dios has prevaricado, es decir, confiesa que la culpa es tuya y, de este modo, echa sobre ti la infamia, y sobre Dios la gloria». Una circunstancia agravante de la condenación de los pecadores es que las condiciones del perdón y de la paz han sido puestas al alcance de la mano, a la altura de cualquier ser humano y, con todo, los pecadores no han querido aceptarlas. Podemos aplicar aquí las palabras que le dijeron a Naamán sus criados (2 R. 5:13): «Si el profeta te mandara alguna cosa muy difícil, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate y serás limpio?» «¡Tan sólo reconoce tu maldad!» Hemos de confesar nuestras muchas prevaricaciones (v. 13b, lit.): «y esparciste tus caminos a extraños». No fue un solo acto de idolatría a un solo ídolo, sino muchas idolatrías a muchos dioses falsos. II. Tenemos después preciosas promesas a estos hijos apóstatas, si se vuelven, las cuales se cumplieron en parte cuando volvieron los judíos de su cautiverio, pero tendrán pleno cumplimiento en los últimos tiempos (vv. 14 y ss.). Aunque se dirige a ellos como a «hijos apóstatas», está implícita también la relación conyugal entre Jehová e Israel: «porque yo soy vuestro señor (hebr. baal, amo y esposo a un mismo tiempo)» (v. 14b). Dios no echa al olvido esta relación y recuerda el pacto con los antepasados de Israel (Lv. 26:42). 1. Les promete reunirlos desde todos los lugares a los que han sido esparcidos (v. Jn. 11:52): «y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion» (v. 14c). Dice Freedman: «La intención es: incluso si sólo se arrepiente un pequeño grupo, Dios no permitirá que queden engullidos en el exilio, sino que les hará regresar a Sion». Por muy esparcidos que se hallen los escogidos de Dios y por muy lejos que se encuentren, Dios ve a cada uno individualmente y tiene poder para traerle al rebaño. 2. Promete que pondrá para guiarles pastores que les sirvan realmente de bendición (v. 15): «Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia». Nótese: (A) Que les dará Dios pastores según Su corazón, elegidos por Dios, como David: «en sustitución de los pastores antiguos con sello de mercenarios (2:8; Ez. 34:1–10), pondrá al frente de ellos pastores auténticos que, al estilo del “Pastor davídico” (Ez. 34:23), los apacienten con desinterés y dentro de la doctrina estrictamente yahvista» (Asensio). Con todo, el contexto posterior muestra el tono escatológico de esta porción. (B) Que estos pastores les apacentarán con conocimiento (hebr. deah) y la prudencia (hebr. haskeil—sékhel con artículo—). El sentido del original es que el conocimiento y la prudencia son el pasto que los pastores les darán, no las cualidades de los pastores (aunque éstas se suponen). No hay pasto como la Palabra de Dios, «que nos puede hacer sabios para salvación» (2 Ti. 3:15). 3. Promete que ya no hará falta el Arca de la alianza (v. 16), que había sido entre ellos la señal de la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, pues Jerusalén (v. 17), la ciudad entera, será llamada Trono de Jehová. Allí adorarán todas las naciones y «ya no andarán más tras la dureza de su corazón», porque en el nuevo pacto Dios habrá quitado el corazón de piedra y habrá puesto el corazón de carne (Ez. 36:26). Dice Asensio: «En la nueva época mesiánica no habrá necesidad del Arca con la Ley escrita, porque, “en los días que vienen”, Jehová mismo “escribirá en los corazones” la Ley de la “nueva alianza” (31:31–34)». Ryrie, por su parte, comenta: «Cuando Cristo vuelva, el Arca de la alianza no será el lugar donde Dios se encuentra con Su pueblo, sino que Cristo reinará en Jerusalén».
  • 15. 4. Promete también que Judá e Israel volverán a unirse felizmente para formar una sola nación (comp. con 50:4; Is. 11:13). Éste fue siempre el sueño y la firme esperanza de los profetas (v. 2:4; Is. 11:12; Ez. 37:16 y ss.; Os. 2:2). La perspectiva es claramente escatológica y está fuera de contexto aplicar todo esto a la reunión de gentiles y judíos en la Iglesia. III. Dificultades que pueden cruzarse en el camino de todas estas misericordias (v. 19). El profeta vuelve al contexto histórico en que se halla inmerso todo el mensaje que está proclamando. Dice Freedman: «El versículo describe las intenciones de Dios y las esperanzas con respecto a Judá, las cuales, sin embargo, no se realizaron». 1. Dios pregunta ahora: «¿Cómo te pondré entre los hijos, etc.». No significa que Dios esté mal dispuesto a otorgar su favor o que lo de de mala gana. La pregunta tiene simplemente en cuenta las infidelidades del pueblo como lo muestra el contexto posterior y aun todo el anterior (vv. 1–13, como puede verse por la semejanza de la última frase del v. 19 con el v. 4). La mención de la filiación («entre los hijos») y de la heredad («la más excelente heredad de las naciones») deberían bastar para atraer a los israelitas (y a nosotros) hacia su Dios. ¿Somos nosotros menos culpables que ellos? 2. Dios mismo ofrece la respuesta a la pregunta que acaba de formular (v. 19b): «Y dije: Me llamarás: Padre mío; y no te apartarás de en pos de mí». Para que los hijos apóstatas puedan volverse al Padre, Dios les pondrá en el corazón el espíritu de adopción de forma que puedan decir entonces «Abbá, Padre» (Gá. 4:6). Entonces les abrazará con Su gracia paternal, de forma que nunca más se aparten de en pos de Él. Versículos 20–25 1. El cargo que Dios presenta contra Israel por su infidelidad (v. 20). Estaban unidos a Jehová por pacto matrimonial, pero habían quebrantado el pacto y sido desleales contra Dios. 2. Ellos confiesan la verdad de este cargo (v. 21). Al reprenderles Dios de su apostasía, hubo algunos cuyas voces se oyeron sobre las alturas, en los mismos lugares altos donde, mediante su idolatría, habían abandonado a Dios (v. 2), el llanto suplicante de los hijos de Israel, al humillarse ante el Dios de sus padres y confesar así que han pervertido su camino, de Jehová su Dios se han olvidado. El pecado es desviarse por caminos tortuosos, torcidos. El olvido del Señor nuestro Dios está en el fondo de todo pecado. Si los hombres se acordasen de Dios, no transgredirían. 3. La invitación que Dios les hace para que vuelvan (v. 22): «Volveos, hijos apóstatas». Los llama hijos, y siente hacia ellos compasión y ternura de Padre, pero apóstatas, porque de Él se han apartado. Freedman hace notar que «los vocablos hebreos, aunque diametralmente opuestos, son semejantes, y la idea que comportan es: en lugar de ser shobabim (apóstatas), que sean shabim (penitentes)». Dios les promete que si se vuelven, Él sanará sus apostasías (comp. con Mt. 11:28) mediante su misericordia perdonadora, su paz tranquilizadora y su gracia renovadora. 4. El presto consentimiento que dan a esta invitación (vv. 22b–25). Es como un eco del llamamiento de Dios; como una voz que devuelven lejanas paredes, así vienen estas voces de sus quebrantados corazones. Dice Dios: «Volveos». Responden ellos: «Aquí estamos; hemos venido a ti». La respuesta no puede ser más pronta. (A) Vuelven dedicándose a Jehová como a su Dios: «Hemos venido a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. Ha sido un pecado y una locura habernos alejado de ti». (B) Vienen al reconocer que solamente de Dios les puede venir la ayuda y el socorro. Nótese ese doble «ciertamente» (hebr. akhén) del v. 23: «CIERTAMENTE falsedad eran los collados y el bullicio sobre los montes, aquellos clamores orgiásticos con que acompañábamos nuestro culto a las falsas deidades; CIERTAMENTE en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel». La apostasía comienza por dudas (Gn. 3:1–6);
  • 16. la fe se sostiene sobre certezas sin evidencia sensible (He. 11:1). No hay salvación, sino en Dios por medio del que Él envió a este mundo por único Mediador (Jn. 14:6; 17:3; Hch. 4:12; 1 Ti. 2:5). (C) Vienen y justifican a Dios en las aflicciones que han sufrido y condenándose a sí mismos en las transgresiones que han cometido (v. 24): «La confusión, es decir, el vergonzoso culto a Baal (v. Os. 9:10) consumió el trabajo de nuestros padres, es decir, todo lo bueno que nuestros padres habían obtenido con sus honestas labores: sus ovejas, sus vacas, sus hijos y sus hijas». Como dice Freedman, estas frases «es posible que aludan a sacrificios humanos» (v. 5:17). Los verdaderos penitentes han aprendido a llamar al pecado «confusión vergonzosa». (D) Ofrecen las señales genuinas de un sincero arrepentimiento (v. 25). «Yazcamos en el polvo, en gesto de penitentes, en nuestra confusión, es decir, avergonzados de nuestros pecados y arrepentidos de ellos, que nos cubra nuestra afrenta como un vestido (v. Sal. 109:29), porque hemos pecado contra Jehová nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde nuestra juventud y hasta este día». Como si dijese: (a) «Somos pecadores por herencia» («nosotros y nuestros padres»). (b) «También lo somos por costumbre inveterada» («desde nuestra juventud»). (c) «Lo somos de manera obstinada» («hasta este día, y no hemos atendido a la voz de Jehová nuestro Dios»). CAPÍTULO 4 Quizás los dos primeros versículos de este capítulo estarían mejor al final del capítulo anterior, pues van dirigidos a Israel, el reino del norte, animándoles a no ceder en su resolución de volverse a Jehová (vv. 1, 2). El resto del capítulo concierne a Judá y Jerusalén. I. Son llamados a arrepentirse y reformarse (vv. 3, 4). II. Se les advierte del avance de Nabucodonosor, y de su ejército, contra ellos (vv. 5–18). III. Para impresionarles más, el profeta se lamenta amargamente y simpatiza con su pueblo en las calamidades que les han sobrevenido (vv. 19–31). Versículos 1–2 Cuando Dios invitó al apóstata Israel a volverse (3:22), ellos respondieron de inmediato: «Aquí estamos; hemos venido a ti». Ahora Dios se da por enterado de la respuesta de ellos. 1. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces has de mostrarlo; has de abandonar de veras tus pecados y retirar de ti, de una vez, las reliquias de tu idolatría: (v. 1b): Si quitas de delante de mí tus abominaciones y no andas de acá para allá» (comp. con 1 R. 14:15). Debían quitar de la vista de Dios todo lo que oliese a idolatría, porque era una provocación a los ojos puros de la gloria de Dios; y, cuando haya necesidad de jurar, han de jurar (v. 2): Vive Jehová, esto es, sólo en el nombre de Jehová lo harán, y con las condiciones para que dicho juramento sea aceptable a Dios, a saber: «en verdad», porque un juramento falso en nombre de Dios es sacrilegio y blasfemia; «en derecho» (hebr. mishpat), de forma que no se perjudique al prójimo; y «en justicia» (hebr. tsedaqah), ajustándose a lo que Dios ha prescrito en su Ley. 2. «¿Dices que has vuelto a mí? Entonces no sólo serás bendecido, sino que también serás bendición para las naciones. Cuando jures en el nombre de Jehová, y lo hagas en verdad, en derecho y en justicia (v. 2), entonces las naciones se bendecirán en Él (Jehová) y en Él se gloriarán». Serán bendiciones para otros, porque la vuelta de ellos a su Dios será el medio de que se vuelvan a Él otros que nunca le conocieron (v. Is. 65:16). Se bendecirán a sí mismos en el Dios de verdad, y no en los falsos dioses; y se gloriarán en Él; harán de Él su gloria. Versículos 3–4 El profeta se dirige ahora, en nombre de Dios, a los hombres del lugar en que él mismo vive. Recordemos las palabras que proclamó hacia el norte (3:12), para consuelo
  • 17. de los que ya estaban en el cautiverio; veamos lo que va a decir ahora a todo varón de Judá y de Jerusalén, que estaban aún en prosperidad, para convicción y despertamiento de ellos. En estos dos versículos les exhorta al arrepentimiento y a la reforma de vida, para impedir así los desoladores juicios que estaban a punto de irrumpir sobre ellos. 1. Lo que se requiere de ellos: (A) Han de obrar en el interior del corazón de forma parecida a como obran en el terreno del que esperan algún provecho (v. 3): «Arad campo para vosotros y no sembréis entre espinos, a fin de no trabajar en vano como lo habéis hecho durante mucho tiempo. Aceptad convicción antes de recibir bendición, y quitad los espinos, todo eso que todavía guardáis y está ahogando el fruto que habría de dar en vosotros la Palabra de Dios (comp. con Mt. 13:7, 22)». Un corazón que no se siente contrito y humillado es como un campo sin arar, sin sembrar, sin ocupar. Esos duros terrones han de ser destripados (v. Os. 10:12), esos nocivos espinos han de ser arrancados de cuajo. De lo contrario, en vano caerá allí la gracia—sol y lluvia del alma (He. 6:7, 8—). Se nos impone un serio examen de conciencia: hay que adentrarse en lo más profundo del propio corazón, roturando así el barbecho, y arrancar las corrupciones que, como espinos, ahogan nuestras mejores resoluciones. (B) Han de hacer con su alma lo que hacen con su cuerpo cuando sellan su pacto con Dios (v. 4): «Circuncidaos a Jehová y quitad el prepucio de vuestro corazón», «quitad la dura excrecencia que se ha formado sobre vuestro corazón y que os impide recibir las exhortaciones de Dios (cf. Dt. 10:16)» (Freedman). Esta circuncisión del corazón es la que de veras importa y no la del cuerpo (v. Ro. 2:25–29), pues ésta es un mero signo, mientras que aquélla contiene la cosa significada. 2. La amenaza que se cierne sobre ellos (v. 4b): «No sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras». Lo que más hemos de temer es la ira de Dios. Y hemos de tener siempre en cuenta que es la maldad de nuestras obras lo que enciende la ira de Dios contra nosotros. La consideración del inminente peligro debería despertar en nosotros el deseo de santificarnos para la gloria de Dios y, para ello, echar siempre mano de la gracia que está a nuestro alcance (v. 1 Co. 15:10). Versículos 5–18 Dios emplea su acostumbrado método de avisar antes de herir. En estos versículos Dios notifica a los de Judá la general desolación que iba a sobrevenirles en breve por medio de una invasión extranjera. Esto ha de ser anunciado en todas las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, a fin de que todos puedan oírlo y ser así traídos al arrepentimiento o dejados sin excusa ninguna. 1. Se declara la guerra y se da noticia del avance del enemigo (vv. 5, 6). Hay que tocar la trompeta, hay que alzar bandera, no para llamar a entrar en combate, sino como señal que indica la dirección de Sion, hacia donde han de marchar los refugiados (v. Is. 11:12). Las masas que escapan de los lugares indefensos han de reunirse (v. 5, al final) y entrar en las ciudades fortificadas. «Escapad, no os detengáis», prosigue (v. 6), es decir, «corred a refugiaros y no permanezcáis en el lugar donde estáis». 2. Llega un emisario con la noticia de que el rey de Babilonia se aproxima a la ciudad con su ejército. El enemigo es comparado: (A) A un león que sube de la espesura (v. 7), hambriento, en busca de su presa. Las indefensas bestias del campo se quedan como petrificadas de terror y, de esta forma, se vuelven fácil presa para él. Nabucodonosor es este león rugiente y rampante, el destructor de las naciones, ahora en camino hacia el país de Judá. Ese «destruidor de los gentiles» será también destruidor de los judíos, ya que éstos, por su idolatría, se han hecho semejantes a los gentiles. «Ha salido de su lugar (v. 7b), de Babilonia, su cubil,
  • 18. contra la tierra, Palestina, para ponerla en desolación; tus ciudades quedarán asoladas y sin morador». (B) A un viento seco y fuerte (vv. 11, 12), que echa a perder los frutos de la tierra y los marchita; viene de las alturas del desierto, expresión con que se designa al siroco, que levantan remolinos de fino polvo. Dice Thompson: «Los ojos se inflaman, se forman ampollas en los labios y se evapora la humedad del cuerpo bajo la incesante acción de este viento perseguidor». Así viene el ejército caldeo, como este viento demasiado fuerte (v. 12), no a aventar ni a limpiar (v. 11, al final), sino a destruir. Sin embargo, Dios dice de este viento demasido fuerte para Judá y Jerusalén (v. 12b): «me vendrá a mí», esto es, a ponerse a mi servicio como instrumento de mi ira. (C) A un denso nublado y a un torbellino (v. 13), como los que suelen acompañar o seguir a un ventarrón. Por otra parte, los caballos del enemigo son comparados a las águilas (v. 13b). Dice Freedman: «Comparaciones similares se hallan en otros profetas; cf. Ezequiel 38:16 para nublado; Isaías 5:28; 66:15, para torbellino; y Habacuc 1:8, para águila (mejor, buitre)». (D) A vigías, no del pueblo, sino del enemigo (v. 16), es decir, una porción de vanguardia del ejército caldeo que viene a iniciar el bloqueo, «vigilando para hallar una oportunidad de tomar por asalto la ciudad» (Freedman). Son comparados a los guardas de campo (v. 17), porque vigilan desde todos los lados (comp. con Lc. 19:43). 3. La causa lamentable de este castigo: (A) Han pecado contra Dios; son ellos los que tienen toda la culpa de esto (v. 17b): «Porque se rebeló contra mí, dice Jehová». Los caldeos estaban abriendo brecha, pero era el pecado el que había abierto la primera grieta para que pudiesen entrar (v. 18): «Tu camino y tus obras te causaron esto». El pecado es la causa de todos los males. (B) Dios estaba airado con ellos a causa de su pecado; era la ira de Dios (v. 8) la que hacía temible el ejército caldeo. (C) En su justo enojo, Dios los condenó a sufrir este castigo (v. 12b): «Y ahora yo también pronunciaré juicios contra ellos». 4. Los efectos lamentables de este castigo. El pueblo que habría de luchar caerá en la desesperación y no tendrá ánimos para hacer la menor resistencia al enemigo (v. 8): «Por esto vestíos de saco, endechad y aullad». En lugar de ceñirse la espada, se ceñirán el saco. Cuando el enemigo esté aún distante, se darán por derrotados y gritarán (v. 13, al final): «¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!» Judá y Jerusalén tenían fama por la valentía de sus hombres; pero véase el efecto del pecado: al privarles de la confianza hacia su Dios, les priva de la bravura hacia los hombres. «Y sucederá en aquel día, dice Jehová, que desfallecerá el corazón del rey y el corazón de los príncipes». Tanto el rey como sus príncipes, nobles y consejeros serán presa del desmayo. A los sacerdotes competía animar al pueblo, y decir: «No desmaye vuestro corazón, no temáis, etc.» (Dt. 20:3b, 4). Pero ahora los sacerdotes mismos estarán atónitos, es decir, consternados, sin fuerzas para animar al pueblo. Nuestro Salvador predijo que, en la destrucción de Jerusalén, desmayarían los hombres de miedo (Lc. 21:26). 5. Se queja el profeta de que el pueblo estaba engañado; lo expresa de forma extraña (v. 10): «Y dije: ¡Ay, Jehová Dios! Verdaderamente en gran manera has engañado a este pueblo … diciendo: Paz tendréis». Es cierto que Dios no engaña a nadie. Pero: (A) El pueblo se había engañado a sí mismo con las promesas que Dios les había hecho, confiaban a todo trance en ellas, sin preocuparse de cumplir las condiciones de las que dependían tales promesas. Así se engañaban a sí mismos, y luego se quejaban de que Dios les había engañado. (B) Los falsos profetas les engañaban con promesas de paz que les hacían en nombre de Dios (23:17; 27:9) y Dios permitía que los falsos profetas les engañaran, para así castigarles por no haber recibido el amor de la verdad (2 Ts. 2:10, 11, comp. con Ez. 14:9).
  • 19. 6. Los esfuerzos del profeta por desengañarles. (A) Les muestra la herida que tienen. En su pecado deberían descubrir la causa del castigo (v. 18b): «Esta es tu maldad, por lo cual esta amargura penetra hasta tu corazón». También «la espada ha penetrado hasta el alma» (v. 10, al final). (B) Les muestra también el remedio (v. 14): «Lava de maldad tu corazón, oh Jerusalén, para que seas salva». Al decir «Jerusalén», quiere decir cada uno de los habitantes de Jerusalén, pues cada uno tiene su propio corazón, y es la reforma personal la que causa la nacional. Cada uno debe volverse de su mal camino y limpiar su mal corazón. No puede haber liberación sin reforma, y sólo es sincera la reforma que llega hasta el corazón, pues del corazón salen los siniestros pensamientos que moraban (v. 14b) en el interior de ellos (comp. con Mt. 15:19). Versículos 19–31 El profeta se angustia aquí hasta la agonía y clama como quien sufre un dolor muy agudo (v. 19): «¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, etc.». Las expresiones son de sobra patéticas como para derretir un corazón de piedra. Un hombre bueno, en un mundo tan malo como éste, no puede menos de ser un varón de dolores. No se duele así por sí mismo ni por ninguna aflicción de su familia, sino puramente por la situación lastimosa del pueblo. I. Son muy malos y no quieren reformarse (v. 22). Lo dice Dios mismo: «Porque mi pueblo es necio, etc.». Aunque son necios, Dios los llama mi pueblo. Ellos no lo conocen a Él, pero Él sigue conociéndolos (Ro. 11:1). Sólo son sabios para hacer el mal, pero para hacer el bien no tienen conocimiento (v. 22b), no saben aplicar el entendimiento a practicar el bien, sino sólo a tramar el mal. II. Son muy miserables y no pueden ser aliviados. 1. Grita el profeta (v. 19b): «No callaré; porque has oído sonido de trompeta, oh alma mía, pregón de guerra». No ha sido propiamente el oído del profeta el que ha escuchado el sonido de la trompeta ni el pregón de guerra, sino su alma, porque lo oye y lo ve por medio del espíritu de profecía que le introduce en el alma las palabras de Dios, del mismo modo que nos entran por los oídos las palabras que escuchamos del exterior. 2. Se anuncia la destrucción en términos inequívocos: (A) Es rápida y repentina (v. 20): «Quebrantamiento sobre quebrantamiento, en rápida sucesión, es anunciado». La muerte de Josías abrió las compuertas de la inundación; a los tres meses, su hijo y sucesor Joacaz es depuesto por el rey de Egipto; durante los dos o tres años siguientes, Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén y se apodera de ella y, a partir de esto, acomete constantemente contra el país hasta arruinarlo completamente con la destrucción de Jerusalén, pero (v. 20b) «de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas», pues el país fue ya devastado en un principio, ya que los pastores y todos los que vivían en tiendas fueron saqueados de inmediato; por eso vemos retirarse a Jerusalén a los recabitas, que vivían en tiendas, tan pronto como los caldeos entraron por primera vez en el país (35:11). (B) La guerra continuó, porque el pueblo estaba muy obstinado y no quería someterse al rey de Babilonia, sino que aprovechó todas las oportunidades para rebelarse contra él. De eso se hace eco el profeta al decir (v. 21): «¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?» Como si dijese: «¿Va a devorar por siempre la espada?» (C) «Toda la tierra es destruida (lit. saqueada; lo mismo en la frase siguiente—v. 20—)», hasta quedar finalmente hecha un caos (v. 23); «asolada y vacía» (hebr. tóhu vabóhu, los mismos vocablos de Gn. 1:2). Incluso la frase final del versículo 23: «y no había en ellos (los cielos) luz» parece aludir a «las tinieblas que estaban sobre la superficie del abismo» (Gn. 1:2b). No sólo la tierra estaba hecha un caos, sino que hasta el cielo les fruncía el ceño. La calamidad misma era como una densa y oscura nube, a
  • 20. través de la cual eran incapaces de contemplar su verdadera situación calamitosa. Como en todos los grandes juicios de Dios, la naturaleza se asocia mediante fenómenos extraordinarios: Montes y collados se bambolean (v. 24), mientras desaparece la población humana (v. 25), las aves (v. 25b, comp. con Sof. 1:3), «la última palabra en desolación» (Freedman), y la vegetación (v. 26). La desolación es completa. (D) En medio de este cuadro tétrico, se filtran unas dulces palabras de Dios (v. 27): «Porque así dice Jehová: Toda la tierra será asolada, pero no la destruiré del todo». Toda, pero no del todo. Dios siempre se reserva un remanente. Jerusalén volverá a ser edificada, y la tierra volverá a ser habitada. Esto se dice para consuelo de los que tiemblan ante la Palabra de Dios. La inserción de este versículo 27 parece romper la conexión del versículo 26 con el versículo 28, pues el profeta continúa profetizando destrucción. (E) En efecto, Dios sigue diciendo (v. 28) que no va a desistir de su resolución de entregarlos a la ruina, puesto que ellos no pueden desistir de su pecado (2:25). La que no podía menos de ir tras de sus amantes, va a verse despreciada por ellos (v. 30, al final). Se ilusionaban con el pensamiento de que podrían hallar algún medio para salir de este atolladero, pero el profeta les dice que todo lo que hagan no les va a servir de nada (v. 30): «Y tú, destruida, ¿qué haces que te vistes de grana, etc.». Compara Jerusalén a una ramera abandonada por todos los amantes que solían cortejarla. Hace todo lo que puede para presentarse ante las naciones como país importante, un aliado de mucho valor. Pero todo este proceso de ficticio embellecimiento no sirve para nada. Sus tan solicitados amantes no se dejan impresionar por las apariencias (v. 30, al final); más aún, no contentos con menospreciarla, quieren darle muerte. El espíritu profético se lo anuncia (v. 31) a Jeremías. Comenta F. Asensio: «Jeremías lo presiente y oye el clamor angustioso de la hija de Sion, que, viéndose morir entre “dolores de parto” a manos de asesinos, extiende inútilmente sus manos en señal de dolor, acaso en busca de ayuda (Is. 1:15), o en un último esfuerzo por librarse del invasor». M. Henry halla en la fraseología del v. 30 una probable «alusión a la historia de Jezabel, que pensó que, si embellecía su rostro, podría escapar de la calamidad que la esperaba, pero en vano (2 R. 9:30, 33)». 1 CAPÍTULO 5 Reprensiones y amenazas se hallan mezcladas en este capítulo. I. Los pecados de que aquí se les acusa son: Injusticia (v. 1), hipocresía en la religión (v. 2), obstinación (v. 3), corrupción general (vv. 4, 5), idolatría y adulterio (vv. 7, 8), desleal apartamiento de Dios (v. 11), desafío a Jehová (vv. 12, 13) y, en el fondo de todo esto, falta de temor de Dios (vv. 20–24). Al final del capítulo son acusados de violencia y opresión (vv. 26– 28), hasta corromper completamente al país (vv. 30, 31). II. Los castigos con que se les amenaza son muy terribles. Vendrá sobre ellos un enemigo extranjero (vv. 15–17), se los llevará en cautiverio (v. 19) y quedarán privados del bien (v. 25). III. Pero de nuevo se insinúa por dos veces más que Dios no los destruirá del todo (vv. 10, 18). Éste fue el objeto y propósito de la predicación de Jeremías durante la última parte del reinado de Josías y el comienzo del de Joacim. Versículos 1–9 1. Tenemos aquí (v. 1) como un reto a presentar un solo hombre que sea verdaderamente justo en todo Jerusalén. Esta ciudad, la ciudad santa, se había vuelto 1 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.814
  • 21. como el mundo anterior al diluvio, cuando toda carne había corrompido su camino (Gn. 6:12b): «Recorred las calles de Jerusalén … buscad en sus plazas a ver … si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré» (comp. con Gn. 18:23–32). La verdad había caído en la calle (Is. 59:14). Si hubiese habido diez justos en Sodoma, Dios la habría perdonado; pero Jerusalén le era mucho más estimada que Sodoma: uno solo ¿entre diez mil? en Jerusalén habría bastado para que Dios la perdonase. Dice el rabino Freedman: «Es una exageración interpretar el versículo como si declarase que no había en la ciudad ni un solo hombre temeroso de Dios, aunque así lo entienden muchos modernos». No tiene nada de extraño que así lo entendamos también nosotros, cuando leemos la interpretación auténtica que Pablo hace, en Romanos 3:10–18, de varias porciones del Antiguo Testamento. Incluso los que profesaban estar a bien con Dios (v. 2) jurando por el nombre de Jehová, no eran sinceros: «Aunque digan: Como vive Jehová, juran falsamente». 2. La queja que el profeta dirige a Dios sobre la obstinación del pueblo (v. 3). Nótese que no se queja de Dios, sino del pueblo a Dios, pues en realidad, «como implícitamente Abraham en el caso de la Pentápolis, Jeremías se ve obligado a unirse al modo de ver de Jehová, cuyos ojos están siempre dirigidos a la emuná = fidelidad, a un Dios que, siempre fiel y sincero, exige a su pueblo fidelidad y sinceridad en la vida» (Asensio). La obstinación del pueblo se expresa en frases gráficas (v. 3b): «endurecieron sus rostros más que la piedra (comp. Ez. 3:7), han rehusado convertirse». No querían recibir instrucción por vía de corrección. 3. La experiencia en pobres y ricos, con el triste hallazgo de que tan malos eran unos como otros. (A) Los pobres eran ignorantes. El profeta halló a muchos que rehusaban convertirse (v. 3, al final). Estaba dispuesto a excusarlos (v. 4): «Ciertamente éstos son pobres. Nunca han tenido la ventaja de una buena educación ni tienen ahora la oportunidad de ser instruidos». La ignorancia crasa es la causa lamentable de gran parte de la iniquidad que abunda. Hay pobres de Dios que, a pesar de su ignorancia, conocen el camino de Jehová y andan en él, y observan las ordenanzas de su Dios sin haberlas aprendido en ningún libro; pero éstos son pobres del diablo, pues desconocen voluntariamente el camino de Jehová. (B) Los ricos eran insolentes (v. 5): «Iré a los grandes y les hablaré para ver si los hallo más doblegables a la palabra y a la providencia de Dios, pero, aunque conocen el camino de Jehová y la ordenanza de su Dios, son demasiado altivos como para doblegarse a Su gobierno» (v. 5b): «Pero ellos también quebraron el yugo, rompieron las coyundas». Se consideran a sí mismos demasiado grandes como para ser corregidos, incluso por el Dueño soberano de todos. Los pobres son débiles, los ricos son obstinados y, así, ninguno cumple con su deber. 4. Se especifican algunos pecados de los que eran culpables. Sus transgresiones (v. 6b) eran muchísimas y, en la misma proporción, se habían aumentado sus deslealtades. Su prostitución espiritual otorgaba a los ídolos el honor que es debido únicamente a Dios (v. 7). Juraban por lo que no es Dios. También practicaban la prostitución corporal. Habían abandonado a Dios para servir a los ídolos, y los que deshonraban a Dios estaban abocados a deshonrarse a sí mismos y a sus familias (comp. con Ro. 1:24 y ss.). Cometían adulterio sin remordimiento alguno ni temor al castigo, pues se reunían en compañías en casa de rameras (v. 7b), sin avergonzarse de verse allí unos a otros. Tan desvergonzada era su lascivia que se volvían como bestias (v. 8): «Como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo». 5. La ira de Dios contra ellos por la universal corrupción del país. Un enemigo extranjero va a irrumpir y el país quedará como si por él hubiesen pasado las más
  • 22. feroces bestias devastándolo todo (v. 6a): «El león de la selva, indomable cuando codicia la presa, el lobo del desierto, que acude por la noche, que es cuando está hambriento y muestra toda su ferocidad, y el leopardo, que es muy rápido y cruel». Así acechará las ciudades de Judá el enemigo, y sus habitantes se verán ante un terrible dilema: los que se queden dentro, morirán de hambre; los que salgan de ellas, morirán a espada. Y todo ello se debe a la multitud de sus transgresiones. Es en realidad el pecado el que produce esta matanza (v. 9): «¿No había yo de castigar esto? ¿Cómo podéis pensar que el Dios de pureza infinita haya de hacer la vista gorda ante tales abominaciones? De una nación como esta, ¿no se había de vengar mi alma?» Es cierto que muchos que habían sido culpables de estos pecados se arrepintieron y hallaron misericordia con Dios (así le aconteció a Manasés), pero las naciones como tales sólo pueden ser castigadas en esta vida; por eso no quedaría bien parada la gloria de Dios si una nación impía quedase sin ninguna señal manifiesta del desagrado de Dios. Versículos 10–19 1. El pecado de este pueblo le conduce a la destrucción (v. 10). La casa de Israel y la casa de Judá (v. 11), aunque enfrentadas la una contra la otra, ambas estaban de acuerdo en su deslealtad contra Jehová. Abandonaron la adoración sincera de Dios y representaron el papel del hipócrita. Desafiaron los juicios de Dios y las amenazas que les había dirigido por boca de los profetas (vv. 12, 13). Multitud de almas se arruinan cuando se les hace creer que Dios no es estricto. Así pensaban ellos: «Él no actúa, y no vendrá mal sobre nosotros, etc.». Los profetas les habían amonestado seriamente, pero ellos lo tomaban a broma (v. 13), como si dijesen: «Ellos hablan así porque es su oficio. No es palabra de Dios, sino el lenguaje de su fantasía melancólica». No contentos con eso, auguran a los profetas los castigos con que los mismos profetas les amenazan (v. 13): «Son como viento “que pasa de vacío y se puede tomar a risa” (6:10; Ez. 33:30–33) (Asensio). ¿Nos amenazan con hambre? ¡Démosles pan de aflicción! ¿Nos amenazan con espada? ¡Que mueran a espada! (2:30)». 2. El castigo del pueblo por sus pecados. (A) Dios se vuelve al profeta Jeremías, que de esta forma era escarnecido, y le dice (v. 14b): «He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá». El pecador se torna a sí mismo, por el pecado, en combustible para el fuego de la ira de Dios. Vendrá el enemigo en obediencia al propósito de Dios (v. 10): «Escalad sus muros y destruid … Quitad las almenas». Eran de piedra cuando el pueblo servía a su Dios; son como de barro ahora que se han apartado de Él. (B) ¡Cuán terrible es la destrucción que estos invasores van a llevar a cabo¡ (vv. 15– 17): «Son gente de lejos (Is. 5:26) y, por eso mismo, tanto más de temer, por cuanto sus soldados querrán resarcirse de una marcha tan larga; son gente que no ceja, que no se amedrenta ante los obstáculos; gente antigua (v. Gn. 11:31), “de solera político- guerrera” (Asensio); gente cuya lengua ignorarás y no entenderás lo que hable. Contra ella, “nada podrá la casa de Israel; ni siquiera implorar misericordia en una lengua que no conoce y hace del invasor un instrumento ciego y sin entrañas” (Dt. 28:49–51; Is. 28:11; 33:10) (Asensio). La diferencia de lenguaje haría difícil incluso tratar condiciones de paz. No almacenarán, sino que (v. 17) se comerán tu mies y tu pan; se comerán a tus hijos y a tus hijas, hijos e hijas que tú ofrecías en sacrificio a tus ídolos, se comerán tus viñas y tus higueras, sin dejar para ti ningún fruto de la tierra, y con su espada demolerán tus ciudades fortificadas, en las que confías, ya que piensas que, porque están fortificadas, ya están suficientemente protegidas contra un enemigo enviado por Dios mismo». 3. Como en el capítulo anterior, también aquí se declara que Dios tiene reservada para Su pueblo alguna compasión. El enemigo es comisionado para destruir y devastar,
  • 23. «pero no del todo» (v. 10b). «No obstante (v. 18), aun en aquellos días, dice Jehová, no os destruiré del todo»; y si Dios no quiere destruir, el enemigo no podrá hacerlo. 4. La justificación de Dios en todos estos procedimientos. Así como su benignidad se dará a conocer en que no destruirá del todo, así también se dará a conocer su rectitud justa en llegar al casi todo (v. 19). El pueblo dirá: «¿Por qué Jehová el Dios nuestro hizo con nosotros todas estas cosas?», como si contra una nación tan pecadora no hubiese ningún motivo para que Dios actuase de ese modo. Dios le dice al profeta la respuesta que debe dar a esa pregunta (v. 19b): «Entonces les dirás: De la manera que me dejasteis a mí y servisteis a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra ajena». Nótese el perfecto paralelismo, más notorio todavía en el hebreo, donde todos los miembros se corresponden perfectamente. Dice así literalmente la segunda parte del versículo 19: «Como … habéis servido a dioses extraños en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra no vuestra». No pueden, pues, quejarse de que Dios les pague en la misma moneda con que le han pagado ellos a Él (v. Dt. 28:47, 48; 29:24–26). Versículos 20–24 Dios envía ahora a Jeremías con otra comisión a Jacob y a Judá (v. 20). 1. Se queja Dios de la vergonzosa estupidez del pueblo (v. 21): Es «un pueblo necio y sin entendimiento (lit. sin corazón)». No entendían la mente de Dios, a pesar de que la había expresado tan claramente por medio de Sus profetas y de Su providencia: «tiene ojos y no ve; tiene oídos y no oye». Poseían facultades intelectuales, pero no las usaban como debían, pues su voluntad estaba obstinada y, por tanto, inepta para someterse a las normas de la ley divina (v. 23): «Este pueblo tiene un corazón obstinado y rebelde». La obstinación del corazón es la que entontece el entendimiento. El carácter de este pueblo es el de toda persona humana hasta que la gracia de Dios opera un cambio en el interior. Tenemos un corazón obstinado y rebelde contra Dios, no sólo por una arraigada aversión a lo que es bueno, sino también por una fuerte inclinación a lo que es malo. 2. Lo atribuye a la falta de temor de Dios. Al observar que son sin entendimiento, pregunta (v. 22): «¿A mí no me temeréis?, dice Jehová. ¿No temblaréis ante mi presencia? (lit.)» Y al observar que se han rebelado y se han alejado, añade esto, como la causa de su apostasía (v. 24): «Y no dijeron: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro, etc.». Les vienen a la mente malos pensamientos porque no quieren admitir ni albergar buenos pensamientos. 3. Sugiere algunas de estas cosas a fin de impregnarnos de un santo temor de Dios. (A) Debemos temer a Dios en Su grandeza (v. 22). Aquí tenemos un ejemplo: Dios conserva el mar dentro de los límites que le ha fijado. Aunque la marea sube con fuerza poderosa dos veces cada día, Dios le ha puesto al mar «un muro insalvable de arena (Job 38:8–11; Sal. 104:6–9; Pr. 8:29)» (Asensio). Esto es obra de Dios y, si no fuese una cosa tan corriente, sería admirable a nuestros ojos. Un muro de arena será tan eficaz como un muro de bronce para tener a raya las encrespadas olas, para enseñarnos que una respuesta suave aplaca la ira y aquieta el furor espumante, mientras que las palabras ásperas, como un duro acantilado, no hacen sino exasperar. Esta frontera ha sido fijada por orden eterna (v. 22b), lo que nos retrotrae a la creación del mundo, cuando Dios separó las aguas de la tierra seca (Gn. 1:9, 10: Job 38:8 y ss.; Sal. 104:6 y ss.). Por ser orden eterna, ha tenido efecto siempre hasta el día de hoy y lo seguirá teniendo hasta que Dios cree unos cielos nuevos y una nueva tierra. Vemos, pues, que hay buen motivo para temer a Dios, pues vemos que es un Dios que posee soberanía universal. (B) Debemos temer a Dios en Su bondad (v. Os. 3:5). Temer a Jehová nuestro Dios es también adorarle agradecidos, pues está hace el bien continuamente: Nos da (v. 24b)
  • 24. lluvia temprana y tardía en su tiempo (comp. con 3:3; Sal. 147:8; Mt. 5:45; Hch. 14:17), y nos guarda (lit. reserva para nosotros) los tiempos (lit. las semanas) que fijan la siega, es decir, «preserva el período de la cosecha (hacia la última parte de abril y el mes de mayo) como estación seca, puesto que la lluvia en ese tiempo dañaría a las mieses» (Freedman). En los frutos de la recolección hay que reconocer el poder, la bondad y la fidelidad de Dios, pues todos esos frutos vienen de Él (Stg. 1:17). Hay, pues, también buen motivo para temer a Dios, para mantenernos en su amor. Versículos 25–31 1. El profeta les muestra el daño que les han hecho sus pecados (v. 25): «Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas (las buenas cosas descritas en el v. 24)». El pecado es, sí, la causa de que los cielos se vuelvan de bronce, y la tierra de hierro. 2. A continuación les muestra cuán grandes eran sus pecados. (A) Al haber abandonado el culto al verdadero Dios, hasta la honradez natural se había perdido entre ellos: «Porque fueron hallados en mi pueblo impíos» (v. 26); tanto peores por haber sido hallados entre el pueblo de Dios. Fueron hallados, es decir, sorprendidos, en el acto mismo de su impiedad. Así como los cazadores ponen lazos y trampas para su deporte, así hacían éstos (v. 26b) para cazar hombres, como si también esto fuese un deporte. Hallaban medios de hacer daño a los buenos (a quienes odiaban precisamente por su bondad), especialmente a los que les reprendían fielmente (Is. 29:21), a aquellos cuyas haciendas codiciaban, como hizo Jezabel con Nabot por una viña. (B) Eran falsos y traidores (v. 27): «como una jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos». Sus casas estaban llenas del dinero obtenido por medio del fraude, pues engañaban a todos cuantos entraban en trato con ellos. Así es como (v. 28b) «sobresalieron en obras de maldad» (versión más probable). ¡Campeones en hacer el mal! Pero prosperaban en esta carrera del mal (v. 28a), «se engordaron y se pusieron lustrosos» y, por eso mismo, el corazón se les endureció todavía más; se hicieron «grandes según el mundo, y ricos en riquezas materiales y temporales» (v. 27, al final). (C) En la administración pública eran una calamidad (v. 28c): «no defendían la causa del huérfano … y el derecho de los pobres no sostenían». Esta es la especie más vil de la explotación social y es un pecado que Dios aborrece de un modo especial. Dice Asensio: «Bárbara explotación social que, sobrepasando todos los límites, se ha cebado en el huérfano y el pobre (7:6; 22:3; Sal. 82:3, 4; Is. 1:17–23), sin tener en cuenta lo que la Ley ordena en su favor (Éx. 22:22; Dt. 10:18; 27:19)». Ante esto, Dios declara que no puede dejar de actuar (v. 29): «¿No castigaré esto?, dice Jehová; ¿y de tal gente no se vengará mi alma? (repetición del v. 9)». Aunque la paciencia de Dios haya esperado por mucho tiempo, por fin se desbordará Su ira y no habrá quien la calme. (D) Pero aún quedaba algo más repugnante (vv. 30, 31): «Cosa espantosa y fea»; los líderes del pueblo estaban corrompidos y ejercían su oficio con cínica falsedad (v. 31): «Los profetas profetizaban al servicio de la mentira, y los sacerdotes dirigían a su arbitrio». La religión no está nunca tan peligrosamente amenazada como cuando los puestos en el ministerio hacen pasar por Palabra de Dios errores doctrinales y hasta notorias inmoralidades, y cuando los dirigentes ordenan lo que les place bajo pretexto de que la autoridad que ostentan les viene de Dios. Y como la naturaleza humana está de suyo inclinada al mal, «al pueblo le gustaba esto» (v. 31b). ¡Les gustaba la mentira y el desgobierno! Pero, «¿qué harán todos ellos cuando llegue el fin, es decir, el castigo que Dios les va a imponer?» La pregunta no necesita respuesta. Sucumbirán. CAPÍTULO 6
  • 25. En este capítulo, como en los dos anteriores, tenemos: I. Una profecía de la invasión de Judá y del sitio de Jerusalén por el ejército caldeo (vv. 1–6), del saqueo que los caldeos habían de llevar a cabo en el país (v. 9) y del terror que se había de apoderar del pueblo de la tierra (vv. 22–26). II. Un registro de los pecados de Judá y de Jerusalén que provocaron a Dios a descargar este castigo desolador. La injusticia social (v. 7), el menosprecio de la palabra de Dios (vv. 10–12), la mundanidad (v. 13), la deslealtad traicionera de los profetas (v. 14), el cinismo en el pecado (v. 15), su obstinación contra las reprensiones (vv. 18, 19), que hacía inaceptables a Dios los sacrificios que le ofrecían (v. 20), por lo que les entregó a la ruina (v. 21), pero los puso primero a prueba (v. 27), antes de desecharlos como irremediables (vv. 28–30). III. Se les dieron buenos consejos en medio de todo esto, pero en vano (vv. 8, 16, 17). Versículos 1–8 I. Amenaza de castigo contra Judá y Jerusalén. La ciudad no veía venir el nublado; todo parecía tranquilo y sereno. Pero el profeta les dice que en breve serán invadidos por un poder extranjero que vendrá del norte, el cual causará desolación general. Se predice aquí: 1. Que el toque de alarma debe ser fuerte y tremendo (v. 1). Los hijos de Benjamín, tribu en la que caía la mayor parte de Jerusalén, son llamados a escapar por su vida a la campiña, pues la ciudad (a la cual se les exhortó en un principio que fuesen a refugiarse—4:5, 6—) va a ser muy pronto demasiado incómoda para ellos. Se les dice que toquen alarma en Técoa, que caía a doce millas al sur de Jerusalén, y que levantasen señal (algo así como un faro—v. Jue. 20:38—) en Bet-hakérem, sobre cuya ubicación no están de acuerdo los autores, aunque lo más probable es que se hallase en un montículo entre Belén y Técoa. 2. Que el ataque que se cernía sobre ellos iba a ser terrible. La hija de Sion (v. 2) es comparada a una mujer bella y delicada, que, al no estar acostumbrada a pasarlo mal, no estará en condiciones de resistir al enemigo ni aguantar bravamente la destrucción. Los generales enemigos y sus ejércitos son comparados (v. 3) a pastores con sus rebaños, tan numerosos que los soldados habían de seguir a sus jefes como las ovejas a sus pastores. Estos pastores se harían pronto los amos del campo abierto y sus rebaños tendrían abundante que comer, esto es precisamente lo que habían de hacer las tropas caldeas en los alrededores de la capital del país. Es Dios quien les ha comisionado para esta guerra (v. 6). Dios mismo dice: «Ésta es la ciudad que ha de ser visitada (lit.) por la justicia divina, y éste es el tiempo de su visitación». Los invasores se preparan a asaltar la ciudad cuanto antes: «a mediodía (v. 4), para tomarla por sorpresa, pues los habitantes no pensarán que lo hagamos en lo más recio del calor. ¡Es una lástima que no hayamos avanzado más, pues ya va cayendo el día! No importa; haremos el asalto final de noche (v. 5)». II. El motivo de este castigo es enteramente la maldad de ellos. Ellos lo han traído sobre sí mismos; a sí mismos han de echarse la culpa. Son oprimidos de esta manera porque han sido opresores; los va a tratar duramente el enemigo porque ellos se han tratado duramente unos a otros. El pecado se ha vuelto para ellos una segunda naturaleza (v. 7), «como la fuente nunca cesa de manar sus aguas», abundante y constantemente. El clamor de sus pecados ha subido a la presencia de Dios como el de Sodoma (v. 7b): «continuamente en mi presencia—dice Jehová—, enfermedad y herida». Ésta era también la queja de los que se veían injustamente heridos en su cuerpo o en su espíritu, en sus bienes o en su reputación. III. Cómo impedir esta catástrofe (v. 8): «Corrígete, Jerusalén, para que no se aparte mi alma de ti; atiende a la instrucción que se te da por medio de mi palabra escrita y por medio de mis profetas». En estas frases se echan de ver la ternura y el
  • 26. interés afectuosos que Dios sentía hacia ellos; Su alma misma estaba unida a ellos, y ninguna otra cosa sino el pecado podía desunirla de ellos. El Dios de misericordia se resiste a apartarse hasta de un pueblo provocador y les exhorta con toda insistencia a que se arrepientan y se reformen para impedir que las cosas lleguen a tan terrible extremo. Versículos 9–17 1. Se cierne sobre Judá y Jerusalén la amenaza de ruina total. (A) Anteriormente vimos la prisa que el ejército caldeo se daba (vv. 4, 5); aquí tenemos el estrago que hicieron, pues el enemigo es insaciable en su sed de botín (v. 9): «Del todo rebuscarán como a vid el resto de Israel, como vendimiador que ha resuelto no dejar nada tras de sí». Es posible que el pueblo, siguiendo la avaricia (v. 13), hubiese dejado sin cumplir la ley de Levítico 19:10 de no rebuscar en la vendimia, y ahora ellos mismos eran esmeradamente rebuscados. (B) Los hijos van a perecer en la catástrofe que los pecados de sus padres han hecho venir sobre el país (v. 11). El castigo alcanzará a la reunión de los jóvenes en sus jolgorios; ni el sexo ni la edad serán preventivo contra el ataque, «porque será preso (v. 11c) tanto el marido como la mujer, tanto el viejo como el muy anciano». Las casas, así como las haciendas y hasta las mujeres, pasarán a ser de otros (v. 12). (C) El profeta se justifica de hablar así, pues no puede hacerlo de otro modo, ya que se halla identificado con Jehová que le ha enviado (v. 11a): «Estoy lleno de la ira de Jehová, estoy cansado de contenerme». No le causaba ningún deleite tener que expresarse así, pero no podía menos de declarar lo que el Espíritu de Dios le impulsaba a profetizar. (D) «Desde el profeta (v. 13b) hasta el sacerdote, todos son engañadores», dice. Los encargados de avisar al pueblo habían pasado por alto sus pecados y el peligro en que se hallaban. En lugar de ser buenos médicos, mataban a sus enfermos por no poner el remedio oportuno, ya que les aplicaban cómodas cataplasmas en lugar de manejar el bisturí: «Y curan (v. 14) la herida de mi pueblo a la ligera, diciendo: Paz, paz, cuando no hay paz». La herida estaba enconada, pero ellos les decían: «¡No se alarmen, todo va bien, todo va bien!», cuando las cosas no iban bien, sino muy mal, ya que el pueblo se entregaba descaradamente a las más perversas maldades. Los que nos adulan de forma pecaminosa han de ser considerados no sólo como falsos amigos, sino como los peores y más peligrosos enemigos. 2. El pecado de Judá y de Jerusalén que provocó a Dios a traer esta ruina. (A) No podían soportar que se les dijese el peligro en que se encontraban. Dios ordena al profeta que les advierta sobre el inminente castigo (v. 9), pero él dice (v. 10): «¿A quién hablaré y amonestaré para que oigan? ¿Para qué les voy a hablar si no escucharán? No pueden escuchar, porque sus oídos son incircuncisos, impenetrables a la Palabra de Dios, pues la palabra de Jehová les es cosa oprobiosa», es decir, «la toman a chacota» (Asensio), «la tratan con irrisión» (Freedman). (B) Estaban aficionados a lo mundano, y procuraban únicamente acaparar riquezas materiales, aunque fuese con perjuicio del prójimo (v. 13): «Cada uno sigue la avaricia»; y eso, «desde el más chico de ellos hasta el más grande». De ahí se seguían las violencias e injusticias que se mencionan en los versículos 6 y 7. Esto es lo que les endurecía el oído y el corazón contra la Palabra de Dios y la predicación de Sus profetas. (C) Carecían totalmente de vergüenza. Tan endurecidos estaban que (v. 15) «no se avergonzaban ni aun sabían lo que era sonrojarse». Así presentaban desafío contra el mismo Dios. Los que no se someten a un sonrojo penitencial no pueden escapar a una ruina total: «Por tanto (v. 15b), caerán entre los que caigan». Nótese que el contexto
  • 27. muestra que esto se refiere principalmente a los profetas y sacerdotes (v. vv. 13b, 14), con lo que la incapacidad de sonrojarse saludablemente es todavía más pecaminosa. Comenta Asensio: «Profetas y sacerdotes caerán entre los que caen, víctimas igualmente del propio engañoso “paz” con que desorientaron a los otros». 3. El buen consejo que con la mayor frecuencia se les ha dado en vano. (A) Dios quería que, como buenos viajeros, inquiriesen por los caminos buenos, los antiguos (v. 16), es decir, bien trazados y probados desde antiguo, que conducen derechamente a buen término, en contraste con las sendas abiertas a capricho de cada individuo, que no pueden conducir a ninguna cosa buena (comp. con Dt. 32:7; Job 8:8). Los caminos antiguos eran los que los antiguos patriarcas habían hollado y conducían a la herencia prometida por Dios. Pero ellos (v. 16, al final) se negaron en redondo a la invitación de Dios y dijeron: No andaremos en él. (B) Dios les había puesto atalayas (v. 17), vigías que les advirtiesen de los peligros que se cernían sobre ellos y les atemorizasen de esta manera, ya que no querían atender a la Palabra de Dios. La voz de los verdaderos profetas era como sonido de trompeta, que alerta al pueblo y le dispone a hacer frente al enemigo. Dios, en Su providencia, hace sonar la trompeta (Zac. 9:14); los profetas la oyen (4:19), e invitan a otros a que presten atención también. «Y dijeron ellos: No escucharemos» (v. 17, al final). Versículos 18–30 1. Dios apela al mundo entero en cuanto a lo que respecta a Su modo de proceder contra Judá y Jerusalén (vv. 18, 19): «Por tanto, oíd, naciones, etc.». En cuanto al vocablo congregación, dice Freedman: «En todos los demás lugares, el vocablo edah se refiere siempre a Israel, pero el paralelismo con naciones deja patente que se alude aquí a los gentiles». Dios pide a la congregación de todas las naciones que sean testigos contra Judá y Jerusalén, y les dice (vv. 18, 19): «Observad, naciones, a Judá y Jerusalén, y conoced (el mal) que (hay) en ellos (lit.). Oye, tierra, no te sorprendas de que yo traiga el mal sobre este pueblo, a pesar de que tengo hecho pacto con ellos, pues este mal es “resultado de sus perversas obras, inspiradas por sus malvados pensamientos” (Freedman). Pensaban que se iban a reforzar aliándose con extranjeros, pero precisamente por eso se han debilitado y expuesto a la ruina. Es el justo castigo de su desobediencia y rebelión, ya que no escucharon mis palabras y aborrecieron mi ley. Por tanto, no podéis decir que he sido injusto con ellos». 2. Dios rechaza la excusa de ellos, pues insistían en que los servicios del culto eran suficientes para expiar por sus pecados. Esta excusa era totalmente frívola (v. 20): «¿Para qué a mí este incienso de Sebá y la buena caña olorosa de tierra lejana, para ser quemada como perfume en el altar de oro? ¿Qué me da a mí de los holocaustos y demás sacrificios que me ofrecéis? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros sacrificios me agradan». Sacrificios e incienso tenían por objeto dirigir la fe de ellos hacia el futuro Mediador, y acompañados de una conducta consecuente eran aceptables a Dios. Pero ofrecidos con el pensamiento de que podían servir de salvoconducto para obrar como les viniese en gana y como licencia para el pecado, lejos de ser aceptables a Dios, le provocaban a ira. 3. Dios predice la desolación, puesto que se niegan a reformarse (v. 21): «Por tanto, Jehová dice esto: He aquí yo pongo a este pueblo tropiezos, es decir, calamidades físicas en las que perecerán sin posibilidad de escape. Ni los padres con su experiencia ni los hijos con su fuerza hallarán el modo de salvarse de la catástrofe». Dios hará de los caldeos (vv. 22, 23) sus instrumentos para castigar a Su pueblo. Jeremías describe con gran dramatismo las cualidades guerreras y los movimientos incontenibles del ejército de Babilonia, que viene de los confines de la tierra (v. 22, al final, comp. con 31:8), bien equipado de armas y caballos como hombres dispuestos para la guerra (v. 23), y
  • 28. atacan sin compasión, pues crueles son y no tendrán misericordia; su estruendo brama como el mar. 4. Describe la consternación que hará presa en Judá y Jerusalén al acercarse el ejército enemigo (vv. 24–26): «Su fama oímos, y nuestras manos se debilitaron; no nos quedan ánimos para resistir, se apoderó de nosotros angustia, dolor como de mujer que está de parto». El sentimiento de culpabilidad desanima a los hombres cuando se acerca algún contratiempo. Se esconden en sus casas (v. 25), y prefieren morir allí mansamente, antes que salir al campo a luchar. Unos a otros se dicen: «No salgas al campo, etc.». El profeta invita a la lamentación y al duelo (v. 26): «Hija de mi pueblo, cíñete de saco y revuélcate en ceniza; ponte luto como por hijo único que se ha muerto en la flor de la vida». 5. Dios constituye al profeta por juez del pueblo en esta hora de dura prueba (vv. 27–30, comp. con Ez. 22:18–22). Torre (hebr. bajón) sugiere la idea de vigía escrutador; de ahí el verbo examinarás (todo en el v. 27), que en hebreo procede de la misma raíz (baján) que torre. Jeremías va a examinar la operación. La prueba en que se halla el pueblo es comparada a un horno de fundición (vv. 28–30). Si los israelitas fuesen plata, la operación les quitaría la escoria y quedarían reformados, refinados como buena plata; pero son «rebeldes porfiados … todos ellos son corruptores» (v. 28), por lo que la operación no surte el efecto deseado; la aleación de bronce, hierro, plomo y estaño (v. Ez. 22:20) no sirve, porque el plomo que había de servir de fundente, para llevarse la escoria, lo ha consumido el fuego (v. 29) y, por eso, los malvados (lit.), como escoria resistente, no se han separado. Dice Driver, citado por Freedman: «En el caso imaginado aquí por el profeta, la aleación está tan inseparablemente mezclada con la plata, que, aunque soplen los fuelles furiosamente (ése es el sentido de la primera frase del v. 29), y el plomo se oxide con el calor, no se efectúa ninguna purificación: Sólo queda plata impura». 6. Así que Dios le dice a Jeremías cuál es el destino funesto de un pueblo que se niega a reformarse (v. 30): «Plata de desecho (lit. desechada; hebr. nimás) los llamarás, porque Jehová los desechó (hebr. maás)». Son plata reprobada, inútil y sin valor alguno; brillan como si tuviesen algo de plata, pero no se puede hallar en ellos nada bueno; por eso, Dios los ha desechado. Dios no se complace en la muerte ni en la ruina de los pecadores. No los desechó hasta que hubo empleado todos los medios apropiados para reformarlos; ni los abandonó como a escoria hasta que se manifestó claramente que eran plata reprobada. 2 CAPÍTULO 7 Al haber reprobado al pueblo, en nombre de Dios, por sus pecados, el profeta ahora: I. Les muestra lo inútil de la excusa de que tenían en medio de ellos el templo de Dios y asistían constantemente a los servicios del culto (vv. 1–11). II. Les trae a la memoria las desolaciones de Siló y les predice que las desolaciones de Jerusalén serán semejantes a aquéllas (vv. 12–16). III. Hace ver al profeta las abominables idolatrías del pueblo (vv. 17–20). IV. Pone ante los ojos del pueblo aquella máxima de que «obedecer es mejor que sacrificio» (1 S. 15:22) y que Dios no aceptaría los sacrificios de quienes 2 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.824
  • 29. persistiesen en la desobediencia (vv. 21–28). V. Amenaza con dejar devastado el país por la idolatría y la impiedad de ellos (vv. 29–34). Versículos 1–15 En estos versículos comienza otro sermón, el cual se continúa en los dos capítulos siguientes, y tiene por objeto persuadirles al arrepentimiento. I. Las órdenes que se le dan al profeta: Era «palabra que vino a Jeremías de parte de Jehová» (v. 1). 1. Dónde tenía que ser proclamada —«en la puerta de la casa de Jehová» (v. 2), por la que se entraba al atrio exterior o, más probablemente, entre el atrio exterior y el interior (comp. con 26:2)—. Esto molestaría a los profetas falsos y enfurecería a los sacerdotes, pero Jeremías no ha de temer rostro de hombre. 2. A quiénes tenía que ser proclamada—a los hombres de Judá, los que entraban por aquellas puertas para adorar a Jehová (v. 2b)—. Es probable que esto sucediese en una de las tres grandes fiestas, cuando todos los varones habían de presentarse y no podían venir con las manos vacías. II. El contenido y el objetivo del sermón. Se proclama en nombre de Jehová de las huestes, el Dios de Israel (v. 3), que manda en el mundo entero, pero hace pacto únicamente con Su pueblo. El profeta les dice aquí: 1. Cuáles eran las verdaderas palabras de Dios. (A) En breve, si se arrepienten y se vuelven a Dios, Él les hará recobrar la paz, curará sus heridas y se volverá a ellos en misericordia (v. 3b): «Enmendad vuestros caminos y vuestras obras». Dios les muestra dónde y cómo tienen que enmendarse y les promete aceptarlos (v. 3, al final): «os haré morar en este lugar; moraréis pacíficamente aquí y será detenido lo que ahora amenaza vuestra expulsión». (B) La enmienda ha de ser completa: una reforma general y constante, y perseverar sin vacilaciones. Deben ser honestos y justos en todos sus tratos. Los que ocupan puestos de autoridad tienen que «con verdad hacer justicia entre un hombre y su prójimo» (v. 5, al final), imparcialmente. No deben oprimir al extranjero, al huérfano y a la viuda (v. 6), ni proteger a los que los oprimen. No deben derramar sangre inocente, pues con ella se profana este lugar y la tierra que habitan. (C) Deben adorar únicamente al verdadero Dios (v. 6, al final): «ni andéis en pos de dioses ajenos para mal vuestro». Viene a decirles: «Emprended a toda prisa una obra de completa reforma y yo os haré morar en este lugar (v. 7); este templo continuará siendo vuestro refugio, el lugar de vuestra reunión con Dios y de unos con otros; y nunca se os echará de la casa de Dios ni de vuestras casas». Lo disfrutarán por pacto; no por providencia, sino por promesa. Eso será para siempre (v. 7, al final). Nunca los perturbará nadie; nada sino el pecado los podía expulsar. Aquí se asegura una herencia perpetua en la Canaán celestial a todos los que viven en piedad y honestidad. 2. Cuáles eran las palabras mentirosas en las que no debían confiar (v. 4): Las de los falsos profetas quienes daban al pueblo vanas seguridades, como si la presencia física del templo fuese garantía de que, con eso, no les podía ocurrir nada malo. El pueblo creía estas palabras de mentira y las repetía confiado. Es corriente entre los que más lejos están de Dios jactarse de estar los más cercanos a la Iglesia (comp. con Sof. 3:11). Tenían la forma de la piedad sin el poder de la piedad (v. 2 Ti. 3:5). Dios es Santo, pero, con las excusas que ponían, hacían a Dios contemporizar con los pecados del pueblo (vv. 9, 11). A pesar de cometer toda clase de prevaricaciones (v. 9), pensaban que con llegarse al templo y ofrecer sacrificios ya estaban a salvo (v. 10). De esta manera convertían (v. 11) «en cueva de ladrones, escondrijo seguro de un pueblo prevaricador y tapadera de sus vicios, una casa de santidad que, llamada con el nombre de Jehová, es habitación y posesión de Jehová» (Asensio). Aunque los cuernos del altar eran santuario de refugio para quienes mataban involuntariamente a una persona, no lo eran (v. Éx.
  • 30. 21:14; 1 R. 2:29) para los malhechores que cometían los crímenes mencionados en el versículo 9 y que, por cierto, para mayor énfasis, se hallan en infinitivo en el original hebreo: «¡Hurtar, matar, adulterar, etc.!» 3. Les muestra la insuficiencia de este pretexto en el caso de Siló (vv. 12–14). «Andad—les dice (v. 12—) ahora a mi lugar en Siló, etc.». Aquél fue el primer lugar donde estuvo el santuario en la tierra de Canaán (Jos. 18:1), pero los servidores del santuario se habían corrompido totalmente, por lo cual Dios lo abandonó (Sal. 78:60). Como ellos repiten ahora todas estas obras (v. 13), los pecados mencionados en el versículo 9, Dios va a repetir en el templo de Jerusalén (v. 14) el desastre ocurrido en Siló. Cita también otro precedente (v. 15): la ruina del reino de las diez tribus del norte, que también eran simiente de Abraham y descendencia de Jacob, pero fueron llevados al destierro por los asirios a causa de sus idolatrías. Versículos 16–20 El templo y el culto que en él se celebraba no habían de servir en modo alguno para impedir el castigo que se cernía. Pero el profeta seguía intercediendo por el pueblo; sus oraciones podían hacerles más bien que las excusas de ellos; pero ahora Dios les quita también este apoyo a los que habían perdido todo interés en las oraciones de los ministros de Dios y de los buenos israelitas. 1. Dios prohíbe aquí al profeta que ore por ellos (v. 16): «Ha salido ya el decreto, no ores por este pueblo, esto es, no ores para que se detenga el castigo con que les he amenazado; han pecado con pecado de muerte (1 Jn. 5:16; v. el comentario a este versículo) y, por tanto, no ores por su vida». Los profetas de Dios son hombres de oración. Jeremías ha predicho la destrucción de Judá y de Jerusalén y, con todo, ora por su preservación. Incluso cuando amenazamos con la condenación a los pecadores, debemos pedir por su salvación, que se conviertan y se salven. Jeremías era escarnecido y perseguido por su pueblo y, no obstante, oraba por ellos. Quienes no sienten ningún interés en la predicación de los buenos ministros, no pueden esperar ningún beneficio de sus oraciones. Si no nos escucháis cuando os hablamos de parte de Dios, Dios no nos oirá cuando le hablamos a favor de vosotros. 2. Dios le dice la razón de esta prohibición. (A) Ellos están resueltos a persistir en su rebelión contra Dios (v. 17): «¿No ves lo que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, abierta y públicamente, sin vergüenza ni temor?» Esto da a entender que los pecados eran evidentes y que los pecadores cometían sus maldades incluso en presencia del profeta, lo cual era gran afrenta para el siervo de Dios y para Dios mismo. Pagaban sus respetos idólatras a la reina del cielo (v. 18b, comp. con 44:17–25), a la que ofrecían tortas (hebr. kawwanim, vocablo que sale únicamente aquí y en 44:19), que llevaban sin duda la imagen de la diosa Aserá (Ishtar-Astarté), representada en la Luna o en el planeta Venus. Toda la familia (v. 18) cooperaba en esta importante faena de hacer las redondas tortas para la reina del cielo. Es curioso—nota del traductor—que la Iglesia de Roma llame a la Virgen María «reina del cielo», a la que se ofrece, así como a otros santos, una gran variedad de tortas y roscones de forma redonda en las procesiones de los pueblos de España. Que estos malos ejemplos nos inciten a comportarnos debidamente en el servicio de nuestro Dios: (a) Honrémosle con nuestros bienes, ya que de Él nos viene cuanto somos y tenemos; y de eso que de Él recibimos, comamos y bebamos para gloria de Él. (b) No nos retraigamos de los más duros servicios con que Dios pueda ser honrado, pues nadie encenderá fuego en el altar de Dios por nada. (c) Que nuestros hijos se acostumbren a hacer algo útil en orden a conservar los ejercicios de piedad, así como los hijos de esos idólatras cooperaban con sus padres a
  • 31. provocar a Dios a ira (v. 18, al final). Ése llega a ser su intento deliberado. Pero con eso no consiguen sino hacerse daño a sí mismos (v. 19): «¿Me provocarán ellos a ira?, dice Jehová. ¿No se exasperan más bien a sí mismos, para su propia vergüenza?» Es malicia contra Dios, pero es una malicia impotente; no dañan a Dios, se dañan a sí mismos. (B) Dios decide continuar en sus juicios contra ellos, y no se ha de volver atrás por las oraciones del profeta (v. 20): «Por tanto, así ha dicho el Señor Jehová: He aquí que mi furor y mi ira se derramarán sobre este lugar». Y esta inundación de la ira de Dios alcanzará a todo viviente: hombres, animales, árboles del campo y frutos de la tierra, pues de todo eso se habían aprovechado los idólatras en el culto a la reina del cielo y a otros dioses ajenos (v. 18b). El furor y la ira de Dios se encenderán y no se apagarán (v. 20, al final). Ni las oraciones ni las lágrimas servirán para nada. Versículos 21–28 Después de mostrar al pueblo que el templo no les había de proteger mientras lo profanasen con su perversidad, Dios les muestra ahora que sus sacrificios no servirán para expiar mientras ellos continúen en su desobediencia. Se refiere a sus servicios ceremoniales (v. 21): «Añadid vuestros holocaustos sobre vuestros sacrificios y comed la carne». Dice Freedman: «Los holocaustos eran consumidos completamente sobre el altar, mientras que de los demás sacrificios había partes que los sacerdotes y los oferentes comían. El sentido es: ¡No hay santidad en ofrendas traídas por hombres culpables; son meramente carne y, así, podéis comeros también vuestros holocaustos!» Dice M. Henry: «Guardaos para vosotros vuestros sacrificios. Que sean servidos en vuestra mesa, pues no son aceptables en los altares de Dios». 1. Les muestra que lo que de ellos se requiere es obediencia (vv. 22, 23). Apela al contrato original, por el que fueron primero formados como pueblo, cuando fueron sacados de Egipto. Dios los hizo para Sí un reino de sacerdotes, no para ser regalado con los sacrificios de ellos como los dioses demoníacos que los gentiles adoraban (v. Dt. 32:37, 38). Para que fuesen el pueblo de Dios, no les pidió sacrificios, sino que le obedeciesen (vv. 22, 23). Los preceptos de la ley levítica vinieron después (Lv. 1:2; 2:1, etc.), como si fuesen instituidos para regular los sacrificios más bien que para exigirlos. Lo importante era (v. 23, al final) andar en todo camino que mandase la infinita Sabiduría de Dios, para que les fuese bien. No cabe demanda más razonable para ellos, lo mismo que para nosotros. 2. Les muestra que la desobediencia es la única cosa por la que contendía con ellos. (A) Pusieron su propia voluntad como norma, en contra de la voluntad de Dios (v. 24): «Y no oyeron ni inclinaron su oído para prestar atención; menos aún, para obedecer; antes caminaron en sus propios consejos, conforme a sus planes, en la dureza de su corazón malvado; sus apetitos y sus pasiones desordenadas habían de ser la ley de ellos». (B) «Y fueron hacia atrás y no hacia adelante» (v. 24, al final), ya que «abandonar la senda de la fidelidad y de la justicia, no importa bajo cuál nombre nuevo o atractivo, es siempre ir hacia atrás» (Hertz). Y hacia atrás querían volverse incluso en términos geográficos, pues hablaban de volverse a Egipto y nombrar un nuevo caudillo que los condujese allá. Y eso que habían prometido (Éx. 24:7): «Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos». (C) Cuando Dios les habló por medio de los profetas, todavía fueron desobedientes. Dios tuvo siervos de entre ellos mismos en todas las épocas para que les declarasen sus pecados, pero ellos se hicieron el sordo a los profetas, como lo habían hecho a la ley (vv. 25, 26). Eran peores, no mejores, que sus antepasados (comp. con 16:12).
  • 32. (D) Jeremías mismo va a ser testigo de la obstinación de ellos (v. 27): «Tú, pues, les hablarás todas estas palabras, pero no te escucharán; los llamarás, pero no te responderán. O no te responderán de ninguna forma o será una respuesta de desobediencia; lo cierto es que no acudirán a tu llamamiento». Es el profeta quien tiene que ir hasta ellos y decirles (v. 28): «Ésta es la nación que no escuchó la voz de Jehová su Dios, ni admitió corrección. Son notorios por su obstinación; ofrecen sacrificios al Señor, pero no se dejan gobernar por Él; no reciben la instrucción de Su palabra ni la corrección de Su vara. Por tanto, son irreformables. Son falsos, tanto ante Dios como ante los hombres». Versículos 29–34 I. Viene ahora un urgente llamamiento al llanto y la lamentación. Jerusalén, que había sido una ciudad alegre, tiene ahora que «levantar llanto sobre las alturas» (v. 29), donde habían servido a sus ídolos. En señal de pesadumbre, lo mismo que de esclavitud, tiene que cortarse el cabello y arrojarlo. El vocablo para cabello es nézer y se usa para describir el voto de los nazareos o nazireos, con lo que expresaban su especial dedicación a Dios. Jerusalén había sido una ciudad nazirea para Dios, pero tiene que cortarse el cabello, ser degradada y separada de Dios, como se había separado ella de Dios. Es tiempo de que quienes han perdido la santidad dejen a un lado el júbilo y el gozo. II. La causa de esta gran lamentación. 1. El pecado de Jerusalén se presenta aquí muy horrible (v. 30): «Los hijos de Judá han hecho lo que es malo ante mis ojos, dice Jehová; me han afrentado en mi propio rostro. De dos cosas se les acusa aquí: (A) De que se portaban desvergonzadamente con Dios y le desafiaban (v. 30b): «Pusieron sus abominaciones en la casa sobre la cual es invocado mi nombre, mancillándola». Habían puesto sus ídolos en los atrios mismos del templo, como si quisieran reconciliar al cielo con el infierno, a Dios con Baal. (B) Habían edificado los lugares altos de Tófet, donde habían erigido la imagen de Mólek o Moloc, en el valle del hijo de Hinnom (¡de donde el vocablo Gehenna!), junto a Jerusalén, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas (v. 31), para quemarlos vivos, para honrar, o para apaciguar, a ídolos que eran demonios, no dioses. De cierto era un justo juicio lo que Dios les hacía, pues habían cambiado la gloria de Dios en la semejanza de una bestia. Dios dice acerca de eso que era «cosa que yo no les mandé», es decir, que Él no deseaba que se le ofreciesen tales sacrificios. Freedman hace notar que los fautores de sacrificios humanos en Israel «deliberadamente o por ignorancia habían pervertido el significado de un mandamiento como el de Éxodo 13:2, que quizás citaban en apoyo de tan terrible acto». 2. La destrucción de Jerusalén comportaba una desgracia singular (v. 29b): «Jehová ha rechazado y abandonado a la generación objeto de su ira». El pecado convierte en generación de la ira de Dios a los que habían sido generación de Su amor. Y de cierto ha de rechazar Él a los que, por su impenitencia, se han hecho a sí mismos vasos de ira preparados para destrucción (Ro. 9:22). (A) La muerte triunfará sobre ellos (vv. 32, 33): Tófet será llamado Valle de la Matanza, porque allí serán enterrados los muchos muertos para cuyo sepelio no quedarán ya otros lugares. Allí y en otros lugares, los cadáveres del pueblo (v. 33) serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra. Donde antaño echaban los cadáveres de los sitiadores, echarán ahora los cadáveres de los sitiados; y donde ellos sacrificaban sus hijos a Moloc, caerán ellos mismos víctimas de la divina justicia. (B) Se apartará de ellos el júbilo (v. 34): «Y haré cesar de las ciudades de Judá, y de las calles de Jerusalén, la voz de gozo y la voz de alegría, etc.». Se les amenaza con que no les quedará nada de que se puedan regocijar. Cesará el júbilo de las bodas porque no
  • 33. se celebrará ninguna. Tampoco habrá la alegría acostumbrada en la cosecha, porque la tierra quedará desolada, sin cultivar. La melancolía se extenderá por todo el país (comp. con 16:9). CAPÍTULO 8 El profeta procede en este capítulo a justificar la destrucción que trae Dios sobre el pueblo. I. Presenta tan terrible el castigo, que desearán la muerte más que continuar viviendo (vv. 1–3). II. Muestra que la estupidez y la obstinación de este pueblo son las que han traído sobre ellos esta ruina (vv. 4–12). III. Describe la gran confusión y consternación en la que se hallará todo el país (vv. 13–17). IV. El profeta se siente hondamente afectado (vv. 18–22). Versículos 1–3 En estos versículos se describe la tremenda desolación en que el ejército caldeo va a dejar al país. 1. La muerte no será ahora lo que siempre solía ser: el descanso de los muertos. Los huesos de los muertos, incluso de los reyes, príncipes, sacerdotes y profetas (v. 1), serán sacados de sus sepulcros (Sal. 141:7). Se les amenazaba al final del capítulo anterior con que los muertos quedarían sin sepultura, pero aquí hallamos que los ya sepultados serán sacados de sus sepulcros, ya sea por codicia, ya sea por simple desprecio de los conquistadores. Las naciones bárbaras obraban a menudo de esta forma absurda e inhumana, así pensaban que era mayor su triunfo sobre los pueblos que habían derrotado. Allí, a la boca de los sepulcros, esparcirán (v. 2) esos huesos al sol, a la luna y a todo el ejército del cielo, esto es, a todas las estrellas, que para ellos habían sido sus ídolos preferidos, a los que habían amado, servido, seguido, consultado y adorado. Todas esas luminarias «mirarán impotentes la deshonra infligida a sus devotos» (Freedman). 2. La muerte será ahora lo que nunca solía ser: la preferencia de los vivientes, no porque se presente con formas deleitosas, sino porque todo lo demás de este mundo aparecerá tan horrible y tan oscuro que (v. 3) «escogerá la muerte antes que la vida todo el resto que quede de esta mala generación», no porque tengan esperanza de felicidad en la otra vida, sino desesperados completamente por no hallar ningún sosiego en la presente. Estos quedarán vivos en todos los lugares a los que Dios los haya arrojado. Unos, prisioneros en el país de sus enemigos; otros, mendigarán en el país vecino; y otros, fugitivos y vagabundos en su propio país. Versículos 4–13 Al profeta se le ordena aquí que ponga ante los ojos del pueblo lo insensato de su impenitencia. Son aquí presentados como gente sin sentido, que se resisten a entrar en razón, a pesar de todos los métodos que la Sabiduría Infinita ha empleado para hacerles volver en sí. 1. No quieren atender a los dictados de la razón. No actúan en los asuntos del alma con la misma prudencia que usan para los asuntos corrientes de la vida (vv. 4, 5): Vengamos a cuentas, parece decir el Señor, como en Isaías 1:18: «¿Acaso el que cae no se levanta, o el que se desvía no se vuelve?» Así, o de modo parecido, suele traducirse la segunda parte de este versículo 4. Sin embargo, Kimchi hace ver que, en la segunda frase, se repite el verbo yashub (se volverá), con lo que el sentido podría ser (lit.): «si se vuelve (el pecador de su pecado), ¿no se volverá (Dios de su intención de destruir)?» Y continúa (v. 5) Dios: «¿Por qué continúa este pueblo de Jerusalén apostatando con apostasía perpetua? Se han aferrado al engaño y rehúsan volverse». Ya que han caído por el pecado, ¿por qué no se levantan por el arrepentimiento? El pecado es una apostasía, esto es, un apartamiento del camino recto, no por un desvío cercano, sino por una senda opuesta: de espaldas al camino que conduce a la vida, y de cara al camino que
  • 34. conduce a la muerte y a la destrucción. No es sólo un vagar sin rumbo, sino un caminar hacia la ruina. El tentador mete al pecador en el engaño y lo retiene tan agarrado, que él mismo se aferra a ese engaño. Las excusas que presenta por sus pecados son también engañosas; con todo, no quieren ser desengañados y, por consiguiente, rehúsan volverse. 2. No quieren atender a los dictados de la conciencia, que es nuestra propia razón al reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras acciones (v. 6). El profeta escucha para ver el efecto que su predicación había tenido en ellos. Dios mismo escucha como quien no desea la muerte del pecador, sino que se alegra al oír algo que promete arrepentimiento. Estas expectaciones quedaron decepcionadas: Ellos no hablan rectamente, no hay hombre que se arrepienta de su mal. Dios no halló ninguna señal de arrepentimiento en el país, ningún justo que hubiese contribuido a disminuir la medida del pecado general. Ni siquiera hubo quien diese el primer paso hacia el arrepentimiento, diciendo: ¿Qué he hecho? (v. 6b), sino que siguieron resueltos por el camino de la maldad: «Cada cual se apartó en su propia carrera, como caballo que irrumpe con ímpetu en la batalla». Dice Freedman: «Así como un caballo se lanza de cabeza a la batalla, sin cuidarse de que le puede llevar a la destrucción, así se lanzan éstos irreflexivamente en su carrera, pecando y apartándose de Dios». 3. No quieren atender a los dictados de la Providencia, ni entienden en ellos la voz de Dios (v. 7). No captan el significado de la misericordia ni el de la aflicción. No saben cómo aprovechar la gracia que Dios les ofrece cuando envía a ellos Sus profetas, ni cómo hacer uso de Sus reprensiones cuando clama Su voz en la ciudad. Las criaturas inferiores, como la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la grulla (por este orden en el original) conocen sus tiempos: el instinto les dicta cuándo han de venir y cuándo han de marcharse, según se altera la temperatura, así como la condición del aire; mientras que este pueblo, dotado de razón, «no conoce las ordenanzas de Dios, que son las leyes naturales de su existencia» (Freedman). 4. No quieren atender a los dictados de la Escritura. Dicen (v. 8): «Somos sabios», únicamente porque tienen consigo la ley escrita de Jehová. Jeremías responde a esto que los escribas que manejan la Ley le hacen «decir lo que no dice, ya que invierten sus valores y hacen pasar por “Ley” sus propias lucubraciones (7:22, 23; Is. 10:1, 2; Mt. 23:4–14)» (Asensio). «¿Qué sabiduría tienen—dice Jeremías (v. 9, al final)—cuando rechazan, o tuercen, la palabra de Dios?» 5. Al ser esto así, el castigo es inevitable (vv. 10–13). Tanto sus familias como sus haciendas irán a la ruina (v. 10): «Por tanto, daré a otros sus mujeres, cuando sean hechas cautivas, y sus campos les serán quitados por los victoriosos conquistadores y dados a nuevos poseedores. Y (v. 12), no obstante todas sus pretensiones de sabiduría y santidad, caerán entre los que caigan». En el día en que Dios examine la maldad del país, se hallará que precisamente ésos han contribuido a la ruina más que ninguno. «Los consumiré del todo, dice Jehová» (v. 13). 6. Al anunciar el castigo, da también los motivos por los que tales juicios han de venir sobre el país (vv. 10–12). Codiciaban los bienes de este mundo: «desde el más pequeño hasta el más grande (v. 10b), cada uno sigue la avaricia; desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude» (comp. con Mi. 3:11). Todos obran falsamente. Dicen una cosa y hacen otra; aparentan ser piadosos y son malvados. No hay entre ellos tal cosa como la sinceridad. Hacían la vista gorda ante los muchos pecados del pueblo y querían pasar (v. 11) por buenos médicos mientras curaban las heridas a la ligera, mataban al paciente con inútiles paliativos y acallaban sus temores con «paz, paz; todo va bien, no hay peligro». Y así continuaban sin inmutarse, al haber
  • 35. perdido todo el sentido de la virtud y del honor (v. 12): «Ciertamente no se han avergonzado en lo más mínimo, ni aun saben lo que es sonrojarse». Versículos 14–22 1. Bajo la presión del desastre, el pueblo se hunde en la desesperación. Ahora que la calamidad se cernía sobre ellos, los que antes carecían de miedo, carecen ahora de esperanza y no tienen ánimos para hacer frente al enemigo ni para aguantar lo que se les viene encima (v. 14): «¿Por qué nos estamos sentados? Reuníos y entremos en las ciudades fortificadas». No es que tengan confianza en que allí van a sobrevivir, pues están persuadidos de que allí también perecerán. En efecto: (A) Se percatan de que Dios está enojado contra ellos (v. 14b): «Jehová nuestro Dios nos ha destinado a perecer y nos ha dado a beber aguas de hiel, porque pecamos contra Jehová». Como si dijesen: «¿Para qué vamos a luchar contra el destino cuando Dios mismo lucha contra nosotros?» Por fin, comienzan a ver extendida la mano de Dios en estas calamidades y reconocen que le han provocado. (B) Se percatan también de que el enemigo va a ser demasiado fuerte contra ellos (v. 16): «Desde Dan se oyó el bufido de los caballos …». Las noticias de la fuerza de la caballería caldea pronto se divulgaron y todos temblaron al sonido de los relinchos de sus corceles. Vienen y no hay modo de detenerles (v. 16b): «Vinieron y devoraron la tierra y su abundancia, la ciudad y los moradores de ella». (C) Están decepcionados de la esperanza que tenían en ser librados de la catástrofe (v. 15): «Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; no ha venido ninguna noticia buena; esperábamos día de curación, de prosperidad para la nación, y lo que tenemos es terror (comp. con 14:19), esto es, alarmas de guerra que infunden terror». Sus falsos profetas les habían repetido «paz, paz» (v. 11). Las esperanzas de liberación habían resultado fallidas (v. 20): «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos». Comenta Asensio: «Como el labrador ante la cosecha frustrada, nos encontramos, con las manos vacías, abocados al destierro». El porvenir no puede presentarse más negro. Dice M. Henry: «Ha pasado la estación de actuar; se fue el verano y la recolección, y se acerca un invierno frío y melancólico. A sí mismos se hacen perjuicio y atrancan su propia puerta, y no son salvos porque no están en disposición de ser salvos». (D) Se han engañado en las mismas cosas de las que esperaban obtener seguridad (v. 19): «He aquí la voz del clamor de la hija de mi pueblo, que viene de una tierra lejana». Dice Freedman: «Jeremías adelanta la cautividad, como si ya se hubiese llevado a cabo»… «¿No está Jehová en Sion? ¿No está en ella su Rey?» En estas dos cosas habían puesto ellos su confianza durante todo el tiempo: (a) En que tenían entre ellos el templo de Dios y las señales de su presencia especial con ellos. (b) En que tenían el trono de la casa de David. Se decían a sí mismos: «¿No protegerá el Dios de Sion al rey de Sion y a su reino?» Este clamor de ellos es como una acusación a Dios y, por eso, les replica de inmediato (v. 19, al final): «¿Por qué me hicieron airar con sus imágenes de talla, con vanidades ajenas?» 2. Jeremías sigue lamentándose personalmente. (A) Él era testigo de vista de las desolaciones de su país (v. 18): «Aunque quisiera consolarme de mi pesar, mi corazón desfallece dentro de mí». Como si dijese: «Todo intento de aliviar mi pesadumbre sólo sirve para agravarla». A veces la tristeza es de tal calibre que cuanto más se la quiere reprimir, más rebota. Éste es el caso de muchas personas piadosas, como el de Jeremías aquí, cuando el alma se resiste a recibir consuelo. Y continúa diciendo (v. 21): «Soy presa de angustia por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; angustiado por su miseria y, sobre todo, por sus pecados, que son los que le han traído tal desgracia; estoy negro, es decir, vestido de luto, el espanto me ha sobrecogido, de forma que no sé a qué lado volverme». Una persona buena sufre
  • 36. por las miserias ajenas. Él había profetizado la destrucción de Jerusalén y, aun cuando el pueblo no le había creído, no sentía él regocijo alguno en que los hechos demostrasen la verdad de dicha profecía, ya que prefería el bienestar del país antes que su personal reputación. (B) Cuán tenues eran sus esperanzas (v. 22): «¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay medicina apropiada para un reino enfermo, agonizante? ¿No hay allí médico? ¿No hay mano hábil y fiel que aplique la medicina?» Si se mira a los falsos profetas y a los sacerdotes del pueblo, la respuesta ha de ser negativa. Pero tenían a Dios que les hablaba la verdad por boca del propio Jeremías y, con eso, tenían bastante para haber llegado al arrepentimiento, alcanzado la curación y apartado de sí la destrucción. Ciertamente, no era por falta de médico ni de medicina, sino porque no querían admitir la aplicación del fármaco ni someterse a los métodos de curación. Médico y medicina estaban al alcance de la mano, pero el paciente estaba obstinado en su mal y rehusaba ser sometido a la medicación apropiada CAPÍTULO 9 En este capítulo el profeta continúa fielmente con la condena del pecado y la amenaza de los juicios de Dios por él, aun cuando se lamenta de ambas cosas. I. Expresa su gran pesadumbre por las miserias de Judá y de Jerusalén, y su detestación del pecado de ellos (vv. 1–11). II. Justifica a Dios en la destrucción que trae sobre ellos (vv. 12–16). III. Invita a otros para que se lamenten con él de este terrible caso (vv. 17– 22). IV. Les demuestra la necedad y la vanidad de confiar en su propia fuerza, o en su propia sabiduría o en otra cosa cualquiera que no sea únicamente Dios (vv. 23–26). Versículos 1–11 El profeta es comisionado para predecir la destrucción y declarar el pecado. Lo que va a decir le sale del corazón, y habría de esperarse que llegase también al corazón. I. Al considerar la calamitosa condición de su pueblo, el profeta se lamenta sin consolación posible (v. 1. En la Biblia Hebrea, este versículo es el 23 del capítulo anterior): «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas!» El mismo vocablo hebreo significa ojo y manantial de agua, como si en este valle de lágrimas estuviesen los ojos destinados a llorar más que a ver. Cuando hallamos en nuestro corazón una fuente tal de pecados, bien está que nuestros ojos sean fuentes de lágrimas. Pero el pesar de Jeremías se debe a los pecados y las miserias del pueblo, como las lágrimas de Jesús (Lc. 19:41) se debían a la inminente destrucción de Jerusalén. Jeremías se sinte movido a «llorar día y noche los muertos de la hija de mi pueblo» (v. 1b), es decir, las multitudes de sus compatriotas caídos a espada en la guerra. II. También se lamenta de las desolaciones del país; y no sólo las villas y ciudades, sino también (v. 10) por los montes, cuya vegetación va a ser devastada, y por los pastizales del desierto, que solían estar vestidos de rebaños o cubiertos de cereal, pero ahora los había incendiado el ejército caldeo hasta no quedar quien pasase por allí. Todo respira melancolía al no oírse el bramido del ganado. La guerra siembra en un país la más tremenda devastación, pues es una tragedia que destruye el escenario donde se representa. III. Llevado de estos sentimientos, Jeremías, como otrora Elías, preferiría marchar al desierto, mientras sus compatriotas huyen a las ciudades fortificadas (4:5, 6): «¡Oh, quién me diese (v. 2) estar en el desierto, en un albergue de caminantes, cual los suele haber en los desiertos de Arabia para viajeros, para dejar a mi pueblo y marcharme de ellos!» Pero no hemos de marcharnos de este mundo (comp. con Jn. 17:15), por malo que sea, antes de tiempo. Si no se puede hacer el bien a muchos, se podrá hacer a unos
  • 37. pocos. Pero a Jeremías le resultaba fastidiosa la vida, al ver a sus compatriotas deshonrando a Dios y destruyéndose a sí mismos. 1. No piensa en dejarlos porque estén en apuros, sino porque están en pecado. (A) Están corrompidos: Son sucios (v. 2, al final): «Todos ellos, es decir, la inmensa mayoría, son adúlteros». Son falsos. No sólo eran desleales hacia Dios, sino también unos con otros: «una banda de traidores». Siempre están maquinando el engaño y el fraude (v. 3): «Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco». El hebreo dice literalmente: Y comban sus lenguas (como) sus arcos de falsedad». Comenta Freedman: «Así como el arquero tensa el arco para tirar, así disponen éstos la lengua para tirar (y matar) con los dardos de falsedad». (B) Emplean sus fuerzas para el mal, no para el bien (v. 3b): «Y se fortalecieron en la tierra, pero no para ser fieles». Podrían hacer muy buenos servicios si empleasen para la verdad el arte y la resolución que despliegan para la mentira, pero no quieren hacerlo. Los que son fieles a la verdad son valientes para el bien y no se amedrentan ante la oposición. Un día hemos de responder no sólo por nuestra enemistad al hacer frente a la verdad, sino también por nuestra cobardía al no defenderla. (C) Entre los demás pecados, sobresale el afán de engañar al prójimo a toda costa (vv. 4, 5), hasta fatigarse en cometer iniquidad (v. 5, al final). Es curiosa la frase del versículo 4b «porque todo hermano actúa con falacia» (hebr. aqob yaaqob), donde puede verse una clara alusión a Jacob (hebr. Yaaqob), al suplantar a su hermano (Gn. 27:36). Dice el versículo 5b: «Han enseñado a su lengua a hablar mentira», como si dijese: «La lengua del hombre fue creada para decir verdad; necesita un aprendizaje para decir mentiras, antes de que le resulten fáciles» (Freedman). «Se fatigan en cometer iniquidad, pero no se fatigan de cometerla». Nadie llega de un salto a la cumbre de la maldad; por eso, éstos proceden de maldad en maldad, y me han desconocido, dice Jehová (v. 3, al final). Dice Freedman: «Todo pecado descubre sus huellas, en último término, a partir del desconocimiento voluntario de Dios (v. Jue. 2:10; Os. 4:1)». Por otra parte, cada pecado oscurece más y más el conocimiento de Dios. Alguien ha dicho: «Todo pecado destila en el corazón una gota de ateísmo. Algunos lo llenan hasta el borde». 2. El profeta declara lo que ha determinado Dios contra ellos: (A) Dios ha marcado el pecado de ellos y puede decirle al profeta qué calaña de gente son (v. 6): «Tu morada está en medio del engaño; todos los que te rodean son adictos al engaño como a una droga; por tanto, has de estar sobre aviso». Sobre este cargo se extiende en el versículo 8. La lengua de ellos, como un arco tensado (v. 3), es aquí llamada saeta afilada; el vocablo hebreo puede leerse de dos maneras: shajut (afilada) o shojet (asesina); en todo caso, es un instrumento de muerte. «Con su boca (v. 8b) dice uno paz a su amigo, a quien acecha al mismo tiempo, pues le tiende insidias en su corazón». Así es como Joab besó a Abner para mejor asestarle la puñalada. Las buenas palabras, si no van acompañadas de buenas intenciones, son despreciables; pero cuando se las usa como pretexto para cubrir malas intenciones, son abominables. Por mucho que a los pecadores obstinados se les enseñe el buen conocimiento de Dios, no aprenden; y donde no hay conocimiento de Dios, ¿qué cosa buena se puede esperar? (Os. 4:1). (B) Dios los ha marcado a ellos para la ruina (vv. 7, 9, 11). Los que no quieren conocer a Dios como Legislador, le conocerán un día como Juez. Algunos serán refinados (v. 7): «Como están tan corrompidos, yo los refinaré y los probaré, los derretiré y los examinaré, para ver si el horno de la aflicción les purifica de la escoria y si, una vez derretidos, pueden ser reformados en un nuevo y mejor molde». No serán rechazados como plata desechada, hasta que se vea que el fundidor los ha fundido en
  • 38. vano (6:29, 30). Habla como quien no tiene valor para enviarlos a la ruina sin haber probado antes todos los medios posibles para conducirlos al arrepentimiento. Los demás serán destruidos (v. 9): «¿No los he de castigar por estas cosas?, dice Jehová». Fraude y falacia son pecados que Dios aborrece y por los que ha de pedir cuentas. Se pronuncia la sentencia y se promulga el decreto (v. 11): «Reduciré a Jerusalén a un montón de ruinas; no servirá para ninguna otra cosa, sino para ser morada de chacales; y convertiré las ciudades de Judá en desolación, sin que quede un morador». Versículos 12–22 Dos cosas intenta el profeta en estos versículos con referencia a la inminente destrucción de Judá y de Jerusalén: 1. Convencer al pueblo de la justicia de Dios al traer sobre sí mismos, por medio de sus pecados, dicha destrucción. 2. Impresionarles con la descripción de la grandeza de la desolación, a fin de que, ante la terrible perspectiva de ella, puedan ser despertados al arrepentimiento y a la reforma de vida. I. Hace un llamamiento a los hombres reflexivos para que muestren al pueblo la equidad de los procedimientos divinos, aunque parezcan duros (v. 12): «¿Quién es el varón sabio que pueda entender esto? ¿Y a quién habló la boca de Jehová, para que pueda declararlo? Os jactáis de vuestra sabiduría y de los profetas que tenéis entre vosotros; presentad uno, y él se dará cuenta en seguida de que Dios tiene motivos para contender con este pueblo». Sin embargo, es posible que Freedman esté en lo cierto cuando dice: «La pregunta es probablemente retórica y expresa su oración ferviente: ¡Ojalá fuesen lo bastante sabios como para entender la causa de su caída y reconocer la verdad de la admonición de Dios!» En todo caso, a la pregunta «¿Por qué causa ha perecido la tierra, etc.?», Dios va a dar una respuesta completa. 1. El proceso presentado contra ellos, con apoyo en el cual han sido hallados culpables (vv. 13, 14). (A) Han renegado de la pleitesía que deben a su legítimo Soberano. «Porque dejaron mi ley, dice Jehová (v. 13), … y no obedecieron a mi voz ni caminaron conforme a ella, por eso ha perecido la tierra (v. 12)». (B) Han entrado al servicio de usurpadores; no sólo le han retirado a su Rey la obediencia, sino que se han levantado en armas contra Él. Han decidido seguir su propia voluntad, la voluntad de la carne, o la mente carnal, en contradicción a la voluntad de Dios (v. 14): «sino que se fueron tras la terquedad de su corazón; querían actuar como les pluguiese, por mucho que Dios y la conciencia les indicasen lo contrario, y así se fueron en pos de los baales, pues habían tenido muchos baales: el Baal de Peor y el Baal de Berith; el Baal de aquí y el Baal de allá, así tenían muchos señores (pues eso es lo que Baalim, en plural, significa)». Obraban así (v. 14, al final) «según les enseñaron sus padres». Comenta Freedman: «El pecado engendra pecado; la presente generación estaba sufriendo, al menos en parte, por causa de la malvada herencia que habían recibido de anteriores generaciones. En ese sentido ha de entenderse Éxodo 20:5: la iniquidad de los padres conduce al pecado a las siguientes generaciones, y esto, naturalmente, comporta su castigo». 2. La sentencia contra los rebeldes convictos ha de ser ejecutada ahora. Lo ha dicho Jehová de las huestes, el Dios de Israel (vv. 15, 16) y, ¿quién podrá revocarlo? Las comodidades que antes tenían darán paso a las mayores incomodidades (v. 15b): «Yo les daré a comer ajenjo, y les daré a beber aguas de hiel», «metáforas que expresan la amargura de la aflicción (v. en 8:14)» (Freedman). Todo cuanto les rodee servirá para aterrorizarles. Dios maldecirá sus bendiciones (Mal. 2:2). Su dispersión fuera de la patria será su destrucción (v. 16): «Los esparciré entre las naciones … y enviaré la espada en pos de ellos, hasta que los consuma, no a todos, pero sí a la mayoría». Han violado esa verdad que es el cimiento y el vínculo de la sociedad y del trato mutuo y,
  • 39. por eso, justamente son pulverizados y esparcidos entre las naciones paganas. Y ahora podemos ver por qué motivo perece la tierra; toda esta desolación se debe enteramente a las malvadas obras de ellos. II. Convoca a las plañideras para que vengan a pronunciar lamentación por estas calamidades que habían venido o estaban a punto de venir sobre ellos, para que la nación se prepare a recibir lo que les viene encima (v. 17). 1. Hay aquí buen trabajo para los llorones de oficio, bien retribuidos ya que los verdaderos parientes se ríen en vez de llorar: «Considerad y llamad a las plañideras … buscad a las hábiles en el oficio, para que vengan». La cosa urge, porque la catástrofe es inminente (v. 18): «y dense prisa, y levanten llanto por nosotros, para que, de este modo, «con sus cantos lúgubres provoquen entre los supervivientes un llanto general» (Asensio), como lo expresa el resto del versículo 18. 2. También hay trabajo para los llorones de veras, pues la escena presente no puede ser más trágica (v. 19): «Porque de Sion fue oída voz de endecha». Hay quienes entienden esto como si se tratase del lamento de las plañideras, pero es más bien un eco de ese lamento: los que se habían sentido conmovidos por las endechas de las plañideras se unen ahora de corazón a sus lamentos. En Sion se solía oír la voz del júbilo y de la alabanza, mientras el pueblo se mantenía adherido a su Dios; pero el pecado alteró la nota: ahora es voz de lamentación. 3. Pero esta lamentación no está todavía bien orientada. Véase cómo hablan (v. 19b): «En gran manera hemos sido avergonzados, porque abandonamos la tierra (forzados por el enemigo a hacerlo)—no dicen: «porque hemos abandonado a Jehová—, porque han destruido nuestras moradas (lit. porque nuestras moradas nos han arrojado)»—no dicen: «porque Jehová nos ha arrojado»—. De este modo lamentan esos corazones no humillados sus calamidades, pero no sus iniquidades, que son la causa de ellas. 4. Para que las lamentaciones salgan del corazón, y no sean meramente una imitación de los llantos de las plañideras profesionales, Dios les habla ahora (v. 20) a las mujeres y les dice: «Oíd palabra de Jehová y reciba vuestro oído la palabra de su boca: Enseñad endechas a vuestras hijas, y lamentación cada una a su amiga». Dice Freedman: «No se han de usar frases convencionales de lamentación; Dios dictará las frases apropiadas». El versículo 21 trae dichas frases, terribles, pero verdaderas, pues han salido de la boca de Jehová. Nótese la personificación de la muerte en la frase (v. 21, «la muerte ha subido por nuestras ventanas». Para dar más énfasis a toda esta endecha, hay un corte abrupto al comienzo del versículo 22: «Habla: Así ha dicho Jehová, etc.». Lo más probable es que las frases que siguen en este versículo sean una predicción que Dios comunica a Jeremías para que las publique. Versículos 23–26 El profeta se ha esforzado hasta aquí a imprimir en el pueblo un santo temor de Dios y de sus juicios, pero ellos todavía recurrían a subterfugios con que excusarse de su obstinación. Por consiguiente, va a ponerse ahora a sacarles de esos refugios de falsedades. 1. Al oír que los juicios de Dios eran inevitables, ellos apelaban a la sabiduría de sus expertos, a la valentía de sus guerreros y a la riqueza de sus nobles, con todo lo cual pensaban que su ciudad resultaría inexpugnable (v. 23). En respuesta a esto, Dios mismo les muestra la insensatez de confiar en tales cosas, cuando no estaban a bien con el Dios del pacto (v. 24). Lo único en que el hombre puede alabarse es en conocer a Dios e imitarle. El gran Maimónides de España comenta así este versículo 24 (23 en la B. Hebrea): «Habiendo adquirido este conocimiento, estará entonces determinado siempre a buscar misericordia, juicio y justicia e imitar así los caminos de Dios».
  • 40. Nuestra única confianza en el día de la aflicción será que, al haber cumplido de algún modo, con la ayuda de la gracia de Dios, nuestro deber, hallaremos en Dios al Dios todosuficiente para nosotros. Conformados fielmente a este Dios, se puede confiar jubilosamente en Él. Pero el profeta insinúa que la generalidad del pueblo no tuvo ningún interés en esto. 2. Al oír que sus pecados habían provocado a Dios, ellos alegaban vanamente el pacto sellado con la circuncisión; eran sin duda el pueblo de Dios, pues llevaban en su carne la marca de hijos de Dios. A esto responde (vv. 25, 26) el profeta, de parte de Dios, que Jehová había de castigar a todos los perversos, sin distinción alguna entre los circuncidados y los incircuncisos. Ellos habían vivido en común con las naciones incircuncisas, y perdido así los derechos al beneficio que tal peculiaridad comportaba. El Juez de toda la tierra es imparcial y nadie ha de salir mejor parado en Su tribunal por ninguna marca exterior. Así también la condenación de los pecadores impenitentes que están bautizados será tan segura como la de los pecadores impenitentes que están sin bautizar. Véase Romanos 2:25–29, en conexión con la presente porción. Todos los incircuncisos de corazón, estén o no estén circuncidados en la carne, caerán bajo el castigo de Dios. De nada sirve el signo sin la cosa significada (4:4). Junto a la casa de Israel (v. 26), se mencionan los pueblos limítrofes: Egipto, Edom, Ammón y Moab y todos los que se afeitan las sienes, práctica supersticiosa de algunas tribus árabes, específicamente prohibida en Levítico 19:27. Esta práctica vuelve a ser mencionada en 25:23 y 49:32. CAPÍTULO 10 Este capítulo puede dividirse en dos partes: I. A los que han sido llevados al destierro por los caldeos, se les hace ver la insensatez de la idolatría, a fin de que no se contagien de las costumbres paganas del país donde ahora moran (vv. 1–16). II. A los que se han quedado en Palestina, se les advierte contra la falsa seguridad (vv. 17, 18); vendrá un enemigo extranjero, que Dios va a traer sobre ellos a causa de los pecados del pueblo (vv. 20–22). El profeta se lamenta de esta desgracia (v. 19) y ruega a Dios que mitigue el castigo (vv. 23–25). Versículos 1–16 I. Se le encarga solemnemente al pueblo de Dios que no se acomode a los caminos de los gentiles (vv. 1, 2): Que escuche Israel la voz del Dios de Israel (v. 2): «No aprendáis el camino de las naciones, no lo aprobéis ni penséis que es cosa de poca importancia seguirlo». El camino de los gentiles incluía el culto al ejército de los cielos: al sol, la luna y las estrellas; les otorgaban honores divinos, y de ellos esperaban favores divinos. Ahora bien, Dios no quería que Su pueblo se amedrentase ante las señales del cielo (v. 2b), «como eclipses y meteoros, que otras naciones consideraban ser portentos del mal» (Freedman). Que teman al Dios de los cielos y no tendrán por qué temer las señales de los cielos, pues las estrellas en sus órbitas no pelean contra persona alguna que esté en paz con Dios. II. Las buenas razones que se dan para fundamentar esta orden. 1. El camino de los paganos es absurdo y está condenado por los dictados de la recta razón. (A) Los estatutos y las ordenanzas de los gentiles son vanidad (v. 3). Los caldeos se jactaban de su sabiduría, en la que se creían muy superiores a todos sus vecinos; pero el profeta muestra aquí que ellos, así como todos los demás que adoraban a los ídolos y esperaban ayuda de ellos, carecían de sentido común. Que consideren el material del ídolo que adoran (v. 3b): «No es más que un leño que del bosque cortaron, y que un artífice aserró, pulió y le dio la forma deseada, es obra de manos de artífice con buril» (comp. Is. 44:12 y ss.). Para que no se vea la madera, lo adornan con plata y oro (v. 4),
  • 41. es decir, lo recubren de metales preciosos; y para que no se caiga ni lo roben, lo aseguran con clavos y martillo. Pero, aun así, ¿de qué sirve? «Son como un espantapájaros en un huerto de pepinos» (v. 5. ¡Fino sarcasmo!) No hay por qué temerlos (v. 5b), porque no pueden hacer ni mal ni bien. (B) Las instrucciones que de los ídolos se reciben (v. 8) son tan vanidad como ellos mismos, pues, por mucho que los adornen, no pasan de ser un leño vestido de metal, por más que artífices y orfebres (v. 9) se empeñen en hermosearlo con el mejor material: plata de Tarsis (sur de España) y oro de Ufaz (comp. con Dn. 10:5). «Los visten (v. 9b) de azul y de púrpura, como si, además de ser dioses, fuesen reyes, de quienes se esperan favores, no sólo divinos, sino también regios.» Tanto los idólatras (v. 14) como los artífices de los ídolos, se llenarán de vergüenza un día (v. 15), cuando quede evidente que no sirven para nada, pues son pura falsedad (v. 14b), ya que no son lo que aparentan ser: tienen figura de dioses que pueden dar aliento, vida y sentido, cuando ellos mismos no tienen aliento, ni vida ni sentido. «No hay espíritu (v. 14, al final) en ella, esto es, en esa obra de fundición»; ni siquiera el espíritu de una bestia, que desciende abajo a la tierra (Ec. 3:21). (C) Así que los adoradores de esos ídolos (v. 8) «todos a la par están embrutecidos y entontecidos (comp. con Sal. 115:8; Ro. 1:21, 22)». A pesar de que las obras de la creación reflejan claramente el eterno poder y la deidad del Creador, ellos «se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido» (Ro. 1:21b), por no tener a bien el reconocer a Dios (Ro. 1:28), al único Dios verdadero. 2. En efecto, el Dios de Israel es el único Dios verdadero y viviente (vv. 6, 7); erigir cualquier otro dios para que le haga competencia es la mayor afrenta posible que se le pueda hacer. El profeta se vuelve de hablar de los ídolos con el mayor desdén, a hablar del Dios de Israel con la más profunda y temblorosa reverencia. (A) ¿Qué es la gloria de cualquier hombre sabio que haya inventado un arte primoroso, o haya fundado un reino floreciente (y éstos eran entre los gentiles suficientes motivos para divinizar a un hombre), en comparación con la gloria del Creador del mundo, que forma el espíritu del hombre dentro de él, pues es el Padre de los espíritus? ¿Qué es la gloria del mayor príncipe o potentado, comparada con la del «Rey de las naciones» (v. 7), pues no es un dios tribal ni nacional, sino el Dios y Soberano de todo el Universo? (B) Su verdad es tan grande como lo es la falsedad de los ídolos (v. 10). Los ídolos son obra de las manos del hombre; el hombre es obra de las manos de Dios. Los ídolos no tienen aliento ni vida; Dios es la Vida misma, y fuente de vida para todas las criaturas vivientes. Los ídolos, lo mismo que quienes les adoran, perecerán (vv. 11, 15); Dios es (v. 10b) el Rey eterno; siempre existente y nunca destronado. Aunque todas las naciones se junten contra Él, «no pueden aguantar, sobrellevar, su indignación». (C) Jehová es el Dios de la naturaleza, y todos los poderes de la naturaleza están a Su servicio (vv. 12, 13). Si mirarnos atrás, hallaremos que el mundo entero le debe a Él su origen y conservación como a la Causa Primera. Incluso entre los griegos paganos era un dicho común: «El que quiera erigirse a sí mismo en otro dios, debe primero crear otro mundo». La tierra (v. 12), con los inmensos tesoros de sus entrañas y los copiosos frutos de su faz exterior, ha sido hecha con el poder de Dios; y sólo un poder infinito puede hacerla sostenerse pendiendo de nada. Su sabiduría fue la que puso en orden el mundo (v. 12b, comp. con Pr. 8:22–31). Con Su entendimiento (v. 12c) extendió los cielos «como si fuesen la cubierta de una tienda de campaña (Sal. 104:2)» (Asensio). Ellos declaran Su gloria (Sal. 19:1) y nos obligan igualmente a nosotros a publicarla y a no dar a los cielos la gloria que se debe al Creador de los cielos.
  • 42. (D) Al mirar hacia arriba, vemos también Su providencia como si fuera una continua creación (v. 13). La imaginería de este versículo es bien conocida por otros lugares: «A su voz (comp. con Sal. 29:3–9), es decir, con el trueno, se produce muchedumbre de aguas en el cielo, tan convenientes para regar la tierra; y hace subir las nubes (comp. con Sal. 135:7) del extremo de la tierra, ya que parecen surgir del horizonte; hace los relámpagos para la lluvia (lit.). Dice Freedman: “Los relámpagos traspasan las nubes para que éstas vacíen su contenido sobre la tierra (v. Sal. 135:7)”; y saca el viento de sus depósitos (v. Sal. 135:7; 147:8)». Dice M. Henry: «Toda la tierra paga el tributo de los vapores, porque toda la tierra recibe las bendiciones de la lluvia. Y así continúa la humedad circulando en el universo para bien de todos y de todo, como circula la moneda en un reino y la sangre en un cuerpo». (E) Este Dios es el Dios que tiene pacto con Israel. Por tanto, la casa de Israel debe adherirse a Él y no abandonarle para seguir en pos de los ídolos, pues (v. 16) la porción de Jacob no es así, esto es, Dios (v. Sal. 16:5) no es como la porción de los idólatras (una vanidad perecedera—v. 15—); la roca de ellos no es como nuestra roca (Dt. 32:31). Si nos satisfacemos en Dios como en nuestra porción, Él tendrá Su contentamiento en nosotros como en Su pueblo, a quien Él reconoce como la tribu de su heredad (v. 16b), donde Dios mora y donde se le adora y sirve. Gran consuelo es para el pueblo de Dios saber que Aquel a quien aman y sirven es el Hacedor de todo. 3. Después de comparar a los dioses de los gentiles con el Dios de Israel, el profeta les lee la sentencia a todos esos idólatras y ordena a los judíos, en nombre de Dios, que sean ellos mismos quienes la lean a los adoradores de los ídolos (v. 11): «Les diréis así: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo de los cielos». Los primitivos cristianos dirían cuando se les quería obligar a rendir adoración a un dios así: ¡Que haga un mundo, y será mi dios! Cuando Dios tome cuentas a los idólatras, les hará estar tan hartos de sus ídolos que los arrojarán a los topos y a los murciélagos (Is. 2:20). Versículos 17–25 I. En nombre de Dios, el profeta amenaza con la ruina a Judá y a Jerusalén (vv. 17, 18). Los judíos que se habían quedado en su país, después que algunos habían sido deportados a Babilonia, se sentían muy seguros: se consideraban moradores de una fortaleza (v. 17); pero el profeta les dice que se preparen a seguir a sus compatriotas: «Recoge de la tierra tu bagaje» (ésta es la mejor versión de la primera parte del v. 17), es decir, recoge tus enseres. Hoy diríamos: «Haz las maletas». No podrán evitar la marcha, porque esta vez Jehová mismo los arrojará con honda (v. 18; el mismo verbo de 1 S. 25:29). Hasta ahora, la salida de los exiliados era como un goteo: unos pocos cada vez; pero ahora van a ser arrojados a gran distancia, en poco tiempo, y con violencia, como salen las piedras de la honda. Y añade (v. 18, al final): «Y los afligiré, para que lo sientan, esto es, para que se den cuenta de que les doy su merecido». II. Hace que el pueblo se lamente amargamente de la desgracia que le ha sobrevenido (v. 19): «¡Ay de mí, por mi quebrantamiento!» Algunos, (por ej. Freedman) piensan que es el propio profeta el que así se lamenta, no por sí mismo, sino por las calamidades y desolaciones del país. Pero puede tomarse como dicho por el pueblo, considerado de forma corporativa; por eso habla en singular. Dice Asensio: «Jerusalén (directamente o por boca de Jeremías) responde al anuncio del profeta como si sintiese ya en su carne los efectos de un desastre y de una herida que se ve obligada a soportar por fuerza». 1. El profeta pone en la boca de ellos las palabras que deberían decir. Las digan o no, lo cierto es que tienen motivos sobrados para decirlas. «¡Ay de mí, por mi quebrantamiento!; no por lo que temo, sino por lo que ya experimento». No es un
  • 43. simple rasguño, sino una herida dolorosa, grave. Y, ¿de qué sirve quejarse? «Esto no es más que una enfermedad, y debo sufrirla». Esto es paciencia por fuerza, no por virtud. Faltan aquí los buenos pensamientos que habríamos de tener de Dios, incluso bajo la aflicción, pues no sólo deberíamos decir: «Él puede hacer lo que le plazca», sino: «Hágase como le plazca». 2. El país estaba desolado (v. 20): «Mi tienda está destruida, etc.». Dice Freedman: «El país es comparado a una tienda de campaña que ha sido ahora trastornada». Jerusalén, que antes era una ciudad fuerte, es muy débil al presente. Todo lo que la sostenía ha fracasado: «Mis hijos me han abandonado (mejor, “se han marchado de mí”) y perecieron (lit. y no existen)»: Unos han huido; otros han muerto; otros han sido llevados al destierro. Así que (v. 20b) «no hay ya más quien levante mi tienda ni quien cuelgue mis cortinas». 3. Los gobernantes no tomaron las medidas necesarias para que esta catástrofe pudiese ser evitada (v. 21): «Porque los pastores se infatuaron y no buscaron a Jehová». Ellos eran los responsables de que la tienda del versículo 20 se matuviese firme, pero los reyes y príncipes no tenían interés alguno en la buena marcha del país. Los sacerdotes mismos, los pastores del santuario de Dios, del tabernáculo de Jehová, contribuyeron grandemente a la ruina de la religión, pero nada a la reparación de la religión. Ni reconocieron el juicio como venido de la mano de Dios, ni esperaron la liberación de Su mano. «Por tanto (v. 21b), no prosperaron, no tuvo éxito ninguno de sus intentos a favor de la seguridad pública, y todo su ganado se esparció, se dispersó». No pueden esperar prosperidad los que no llevan a Dios consigo, por fe y oración, en todos sus caminos. 4. Las noticias del avance del enemigo eran aterradoras (v. 22): «He aquí que se oye un rumor, ya llega»; al principio, era sólo un rumor, como algo que se susurra y necesita confirmación. Pero pronto resulta verdadero: «una gran conmoción de la tierra del norte, esto es, desde Babilonia, que amenaza convertir en soledad todas las ciudades de Judá, en morada de chacales», pues todos deben esperar ahora ser sacrificados a la avaricia y a la furia del ejército caldeo. III. El profeta se vuelve a Dios y se dirige a Él, al ver que sirve de muy poco dirigirse al pueblo. 1. Jeremías reconoce la soberanía y el dominio de la providencia divina (v. 23). No estamos a nuestra propia disposición, sino bajo la dirección de Dios; los acontecimientos se desarrollan con mucha frecuencia de forma extraña, contraria a todas nuestras expectaciones. Es cierto que somos responsables de nuestros actos, pero también somos muchas veces sobrepujados por las circunstancias. Así entiende Freedman el versículo 23: «El hombre es moralmente débil y no siempre posee la fuerza necesaria para vencer la tentación y dirigir sus pasos rectamente. Jeremías hace hincapié en esta disculpa a favor de su pueblo para que se mitigue el castigo». 2. Suplica que la ira de Dios no caiga sobre el Israel de Dios (v. 24). No habla sólo por sí mismo, sino en nombre de su pueblo: «Castígame, oh Jehová, mas con medida (sólo lo necesario para arrancar de nuestro corazón la insensatez); no con tu furor; hazlo con amor y que sea para bien, para que no me reduzcas a poca cosa; no conforme a lo que se merecen nuestros pecados, sino conforme a los designios de tu gracia». Si oramos con fe, no podemos pedir que nunca se nos corrija, cuando somos conscientes de que merecemos la corrección y la necesitamos, y sabemos que «el Señor disciplina al que ama» (He. 12:6). 3. Pide que la ira de Dios caiga sobre los perseguidores de Israel (v. 25): «Derrama tu enojo sobre los pueblos que no te conocen». Esta oración no surge de un espíritu de venganza o de malicia, sino que es una apelación a la justicia. Como si dijese: «Señor,
  • 44. somos un pueblo provocador; pero, ¿no hay otras naciones que son mucho peores? Nosotros somos tus hijos y podemos esperar una corrección paternal; pero ellos son tus enemigos, y contra ellos debe desfogarse tu indignación, no contra nosotros». Los gentiles son extraños para Dios y están contentos de serlo. No le conocen ni desean conocerle. Viven sin oración y sin ninguna otra forma de verdadera devoción; no invocan el nombre de Dios. Son perseguidores del pueblo de Dios (v. 25b): «Se comieron a Jacob con la misma avidez con que los hambrientos devoran un plato de comida; lo devoraron, le han consumido y han asolado su morada, esto es, el país donde Israel habita, o el templo de Dios, que es la morada de Dios entre los israelitas. CAPÍTULO 11 I. Por medio del profeta, Dios le trae a la memoria al pueblo el pacto que hizo con sus antepasados (vv. 1–7). II. Les acusa de haber rehusado obstinadamente obedecerle (vv. 8–10). III. Les amenaza con castigarles con una completa ruina a causa de su desobediencia (vv. 11, 13); les asegura que sus ídolos no les han de salvar (v. 12) y que sus profetas no habrían de orar por ellos (v. 14); justifica Sus propios procedimientos, pues son ellos los que han traído sobre sí todo este desastre (vv. 15–17). IV. Tenemos aquí el relato de una conspiración formada contra Jeremías por sus propios paisanos los hombres de Anatot; Dios se la descubre (vv. 18, 19); él ora contra ellos (v. 20). Termina el capítulo (vv. 21–23) con una predicción de los juicios de Dios contra ellos por dicha conspiración. Versículos 1–10 El profeta presenta una denuncia contra los judíos por su voluntaria desobediencia a los mandatos de su legítimo Soberano. 1. Dios le manda hablar a todo varón de Judá (vv. 1, 2). En el hebreo los dos verbos del versículo 2 («oíd … hablad») están en plural, porque lo que Dios dice a Jeremías es lo mismo que encargaba a todos Sus siervos los profetas. Ninguno de ellos decía otra cosa que lo que Moisés dijo en la ley. Ha de dirigir la atención del pueblo principalmente a esto (v. 3): «Maldito el varón que no escuche las palabras de este pacto» (comp. con Dt. 27:26). Jeremías tiene que proclamar esto en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén (v. 6), para que lo oigan todos, puesto que a todos concierne. Así, comparándose a sí mismos con el pacto, pronto se darán cuenta del bajo nivel en que se halla la relación que guardan con Dios. 2. Presenta luego la constitución sobre la que se fundó la nación israelita y en la que constan los privilegios de que disfrutan. Ellos se habían olvidado de ella, y vivían como si pensaran que podían hacer lo que les viniese en gana y obtener, no obstante, lo que Dios les había prometido, o como si pensasen que todo lo que Dios requería de ellos era que guardasen las observancias ceremoniales. Por consiguiente, les muestra que lo que Dios requería, por encima de todo, era la obediencia, que es mejor que el sacrificio. (A) Así vemos que en esto insiste una y otra vez: «Escuchad mi voz y cumplid mis palabras» (v. 4b); «Prestad atención a mi voz» (v. 7, al final). Y en forma más concreta: «Cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; ¡ésa es la norma!» (v. 4); «Escuchad las palabras de este pacto y ponedlas por obra» (v. 6b). Como si dijese: «Sed especialmente conscientes de vuestros deberes morales y no descanséis en los que son meramente rituales». (B) Este fue el contrato original entre Dios y ellos cuando los formó primeramente como pueblo: Es lo que mandó a sus padres el día que los sacó de la tierra de Egipto (v. 4), lo que advirtió a sus padres el día que los hizo subir de la tierra de Egipto (v. 7). Los rescató de servir a los egipcios, que era perfecta esclavitud, para tomarlos Él a Su servicio, que es perfecta libertad (Lc. 1:74, 75). Esta fue la condición de la relación que
  • 45. se formó entre ellos y Dios (v. 4, al final): «Y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios». (C) Fue con estas condiciones como se les dio en posesión la tierra de Canaán (v. 5): «(Escuchad mi voz) para que confirme el juramento que hice a vuestros padres, que les daría una tierra que fluye leche y miel». Y respecto de este pacto ha dicho (v. 3, comp. con Dt. 27:26): «Maldito el varón, todo varón—como si fuese una sola persona—que no escuche las palabras de este pacto; mucho más, cuando es el cuerpo de la nación, como tal, el que se rebela». (D) Para que este pacto no cayese en el olvido, Dios les había urgido, de tiempo en tiempo, a recordarlo por medio de Sus siervos los profetas. Y este pacto recibió el necesario consentimiento (v. 5, al final): «Y respondí y dije: Amén, oh Jehová». Estas son palabras del profeta, que expresan, ya sea el consentimiento personal de Jeremías al pacto en todas las cláusulas que preceden (vv. 3–5), ya sea el consentimiento del pueblo, expresado por boca del profeta. 3. Les acusa de quebrantar el pacto, que es como violar la constitución del país (v. 8): «Pero no atendieron ni inclinaron su oído, anduvo cada uno en la dureza de su malvado corazón». Cada uno hacía lo que le placía, tanto en sus devociones como en su conducta con los demás (v. 7:24). ¿Qué otra cosa, pues, podían esperar, sino caer bajo la maldición del pacto? Lo que agravaba la apostasía es que era general y como por consentimiento mutuo. Dios le dice a Jeremías (vv. 9, 10) que había una conspiración, una conjura en la rebelión contra Dios y contra el pacto. Lo mismo que habían hecho sus antepasados, también ahora la casa de Israel y la casa de Judá han quebrantado el pacto. No quieren escuchar las palabras de Dios, sino las imaginaciones de su malvado corazón. Abandonan al verdadero Dios, que es además el Dios del pacto con ellos, y se van tras dioses ajenos para servirles. Los de esta generación parecen estar en conspiración también con los de las anteriores generaciones, para continuar a lo largo de todas las edades la guerra contra Dios y la verdadera religión. Versículos 11–17 Esta porción contiene grandes dosis de la ira de Dios. 1. Dios traerá sobre ellos una calamidad de la que no podrán huir (v. 11): «Por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí yo traigo sobre ellos un mal, el mal del castigo por el mal del pecado, del que no podrán salir, pues no les quedará abierta ninguna puerta para una posible evasión. 2. Jehová no les ayudará (v. 11, al final): «Y clamarán a mí, pero no los escucharé». Puesto que ellos no inclinan el oído (v. 8) a los mandatos de Dios, Dios no inclina Su oído a los clamores de ellos. Dice Freedman: «Aunque “las puertas de las lágrimas nunca están cerradas” (Talmud), eso es sólo cuando las lágrimas expresan verdadero arrepentimiento. Aquí ellos clamarán únicamente y pedirán misericordia, pero no en contrición por sus pecados». 3. Tampoco sus ídolos les ayudarán (v. 12): «E irán … y clamarán a los dioses a quienes queman ellos incienso, los cuales no los podrán salvar en el tiempo de su desgracia». Sólo el Dios verdadero es amigo en tiempo de necesidad, ayuda presente y poderosa en tiempo de aflicción. Si los ídolos tuviesen algún poder para otorgar beneficios a sus adoradores, de cierto lo habrían hecho a favor de este pueblo, que los había multiplicado según el número de las ciudades de Judá (v. 13); más aún, según el número de las calles de Jerusalén. 4. Las oraciones de Jeremías no les ayudarán (v. 14). Dios no quiere animar a los profetas a que oren por ellos: no por la masa del pueblo, sino por el remanente que había entre ellos; orar, sí, por la salvación eterna de ellos, pero no por su liberación de los castigos temporales.
  • 46. 5. La profesión de religión que hacen tampoco les servirá de nada (v. 15) En la casa de Dios habían tenido un lugar, habían participado del altar de Dios, donde estaban las carnes santificadas de las víctimas que ellos mismos habían traído. Pero «habiendo cometido tantas abominaciones (v. 3:24), ¿qué tiene mi amado (esto es, Judá) que hacer en mi casa?, dice Dios». La segunda parte de este difícil versículo 15 dice literalmente: «Y en cuanto a la carne sagrada (la de las víctimas sacrificadas), que pasen (ahora en plural) de ti». Freedman explica así el sentido: «Interrumpe los sacrificios que tú crees que es tu deber traer, ya que de nada te sirven y no han de alejar tu perdición». 6. Los favores que Dios les dispensó en el pasado tampoco les servirán de nada en el presente (vv. 16, 17): Dios había llamado a Israel «olivo frondoso, lozano, de hermoso fruto» (v. 16); rico en follaje, de buena planta y fruto de gran calidad (comp. con Sal. 52:10; Os. 14:6 y ss.); justamente como Dios lo plantó (v. 17), con todas las ventajas de que disfrutaban para ser un pueblo floreciente y fructuoso, ya que la tierra era tan buena como la ley que Dios les había dado. Pero el profeta (v. 16b) ve ya el olivo pasto de las llamas, después de quebrarse las ramas (Judá e Israel). Jehová de las huestes, el Gran Guerrero de Israel, «ha pronunciado (v. 17) el mal (sentencia de castigo) contra ti, a causa de la maldad que la casa de Israel y la casa de Judá (las dos grandes ramas del olivo) han hecho para sí (lit.), provocándome a ira con incensar a Baal.» Al irritar a Dios, Israel se ha hecho mal sólo a sí (comp. con 7:19). Versículos 18–23 El profeta Jeremías tiene en sus escritos mucho acerca de sí mismo, ya que fueron muy tormentosos los años en que vivió. Aquí tenemos el comienzo de sus pesares, que le vinieron de su propia ciudad natal, Anatot, que era ciudad sacerdotal. 1. El complot contra él (v. 19): Tramaban maquinaciones contra él, armando una conjura para ver el modo de acabar con él. Decían contra Jeremías (v. 19b): «Destruyamos el árbol (la persona del profeta) con su fruto (el mensaje del profeta)», aunque quizás era una expresión proverbial equivalente a «la raíz y la rama». Los perseguidores de los profetas del Señor no se conformaban con menos que la vida de aquellos a quienes perseguían. Pensaban poner fin a sus días, pero sobrevivió a la mayoría de sus enemigos; querían acabar con su mensaje profético, pero ahí está tan vivo como entonces y vivirá para siempre. 2. La información que Dios le dio de esta conspiración. Él no sabía nada de ello, tan arteramente la habían tramado. Vino a Anatot sin temor alguno (v. 19a) «como cordero manso que llevan a degollar», que se imagina que lo llevan, como siempre, al campo cuando lo llevan al matadero. No hay más que un paso entre Jeremías y la muerte, pero (v. 18) Jehová se lo hizo saber mediante sueño o visión, o impresión en su espíritu, para que se pusiese a salvo, como hizo el rey de Israel por la información que le dio Eliseo (2 R. 6:10). Así es como lo conoció. Dios le hizo ver las obras de ellos (v. 18b). Véase cómo protege Dios a Sus profetas: No permite que les hagan daño; toda la rabia de sus enemigos será impotente para acabar con ellos mientras no hayan terminado su testimonio. 3. Su apelación a Dios a causa de esto (v. 20). Cuando los hombres actúan injustamente contra nosotros, tenemos un Dios a quien acudir en busca de socorro, pues Él defiende la causa del inocente perjudicado y acude a frenar al perjudicador malvado. La justicia de Dios, que es terror para el impío, es consuelo para el piadoso. Él conocía la integridad del corazón de Jeremías, así como la perversidad del corazón de sus enemigos, por mucho que quisiesen ocultarla a los ojos de los hombres. Jeremías pide a Dios que los castigue (v. 20b): «Vea yo tu venganza de ellos, porque ante ti he expuesto mi causa». Comenta Pickering, citado por Freedman: «No desea venganza personal, sino una vindicación de la causa que ha asumido por Dios». Es cierto que no vemos
  • 47. aquí los mismos sentimientos de Jesús en la Cruz (Lc. 23:34), pero no se podía esperar tanto de un siervo de Dios en el Antiguo Testamento. Cuando alguien nos hace daño, tenemos un Dios a quien encomendar nuestra causa con la resolución de conformarnos con la definitiva sentencia de Dios, suscribiéndola, no prescribiéndosela. 4. Juicio contra los hombres de Anatot (vv. 21–23). (A) Nada podía hacer Jeremías si apelaba a los tribunales de Jerusalén, pues los sacerdotes de la capital se habrían puesto del lado de los sacerdotes de Anatot, pero Dios toma en Sus manos la causa del profeta y podemos estar seguros de que Su juicio será conforme a verdad, pues Jehová de las huestes juzga con justicia (v. 20). Ellos buscaban la vida del profeta, ya que le prohibían profetizar en nombre de Jehová bajo pena de muerte (v. 21b). (B) Esta es la única provocación que él les hacía: profetizar en nombre de Jehová, en lugar de profetizar las cosas suaves y ligeras que decían ellos siempre (v. por ej. 8:11). Tan malo es para los fieles ministros de Dios que les tapen la boca como que les corten el aliento. Se decía que un profeta no podía perecer sino en Jerusalén, pues allí es donde se reunía el gran consejo de la nación; pero tan fieros estaban los hombres de Anatot contra Jeremías que se proponían darle muerte ellos mismos. (C) Dios les lee la sentencia por este crimen (vv. 22, 23): «Así, pues, ha dicho Jehová de las huestes: He aquí que yo los castigaré (lit. los visito); los jóvenes, aunque sean sacerdotes, morirán a espada; sus hijos y sus hijas morirán de hambre». Ellos buscaban la vida de Jeremías, para destruir «raíz y rama», para que no hubiese más memoria de su nombre (v. 19b), pero Dios dice de ellos (v. 23): «no quedará remanente de ellos». CAPÍTULO 12 3 I. Éxito que los malvados tenían en sus perversas prácticas (vv. 1, 2) y la apelación que Jeremías hace a Dios respecto a su propia integridad (v. 3), con una oración para que Dios ponga fin a la maldad (vv. 3, 4). II. Dios reprende al profeta por su poca paciencia ante las presentes aflicciones (vv. 5, 6). III. Una triste lamentación del actual deplorable estado del Israel de Dios (vv. 7–13). IV. Una insinuación de la misericordia de Dios hacia Su pueblo, dentro de una denuncia airada contra sus vecinos, pero con la promesa de que, si al fin se uniesen al pueblo de Dios, compartirían también sus muchos privilegios (vv. 14–17). Versículos 1–6 El profeta no duda de que puede ser provechoso a otros saber lo que pasó aquí entre Dios y su alma y, por consiguiente, nos va a decir: 1. La libertad que se tomó humildemente de razonar con Dios acerca de Sus juicios (v. 1). Va a disputar con Dios, no por hallar falta alguna de los procedimientos divinos, sino para inquirir sobre lo que significan. No debemos contender con nuestro Hacedor, pero podemos razonar con Él. Cuando estamos en completa oscuridad acerca de los procedimientos de la divina providencia, hemos de resolver todavía conservar un correcto concepto del carácter de Dios, de que nunca ha hecho, ni jamás hará, el menor daño a ninguna de sus criaturas. Cuando nos resulta difícil entender algunas providencias particulares, debemos recurrir a las verdades generales de la Escritura como a nuestros primeros principios, y retenerlos firmemente; por oscura que nos parezca la Providencia, Jehová es justo (v. 1, comp. con Sal. 73:1). 3 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.831
  • 48. 2. Lo que, dentro de las dispensaciones de la divina providencia, causó tropiezo a Jeremías. Los planes y designios de los malvados parecen prosperar (v. 1b): «¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y lo pasan bien todos los que se portan deslealmente?» Son hipócritas y traidores y, con todo, viven felices. El profeta muestra (v. 2) que Dios ha sido indulgente con ellos: «Están plantados en buena tierra, una tierra que fluye leche y miel, ¡y tú los plantaste! Más aún, tú arrojaste de allí a los gentiles para plantar a ellos» (Sal. 44:2; 80:8); «y echaron raíces; su prosperidad parece corroborada, “no es por casualidad, sino que se debe a un decreto de Dios” (Freedman)». Dios les ha favorecido, a pesar de que se portan deslealmente con Él. Y añade: «cercano estás tú en sus bocas, pero lejos de sus riñones», es decir, de sus sentimientos más profundos. Aunque no sentían ningún afecto sincero hacia Dios, hacían creer a otros que hablaban sinceramente de Él. No es difícil la piedad de dientes para fuera. Aun cuando tenían presto en la boca el nombre de Dios, y las maneras de hablar que sabían a piedad, no querían guardar en el corazón el temor de Dios. 3. El consuelo que tenía al poder apelar a su propia integridad cuando se dirigía a Dios (v. 3): «Pero tú, oh Jehová, me conoces». Dios sabía que él no era un impostor ni un falso profeta; quienes le odiaban no le conocían bien (1 Co. 2:8). Somos lo que es nuestro corazón; y nuestro corazón es bueno o malo de acuerdo con lo que es, o no es, con respecto a Dios. 4. Ora a Dios para que vuelva Su mano contra estos malvados y no aguante que sigan prosperando, aunque ya han prosperado por largo tiempo (v. 3b): «Arrebátalos como a ovejas para el degolladero, y señálalos para el día de la matanza, para que así se vea que su larga prosperidad no ha sido sino como el cebar a un animalito con el fin de que esté bien gordo el día de llevarlo al matadero» (Os. 4:16). Dios permitió que prosperasen para que, por medio de su orgullo y su lujuria, llenasen la medida de su iniquidad y estuviesen así maduros para la destrucción. «¿Hasta cuándo estará de luto la tierra …? Por la maldad de los que en ella moran, han desaparecido los ganados y las aves (v. 4). Señor, ¿van a prosperar éstos que arruinan todo cuanto les circunda? Está marchita la hierba de todo el campo. Los animales están consumidos». Esto fue efecto de una larga sequía que ocurrió al final del reinado de Josías y al comienzo del de Joacim (3:3; 8:13; 9:10, 12; 14:1 y ss.). Ahora bien, ¿cómo es que esta fértil tierra se tornó estéril por la maldad de los que en ella moran? Por eso, el profeta ora que estos malvados mueran por su pecado, y que la nación entera no tenga que sufrir por causa de ellos. Llegaron a decir (v. 4, al final): «Dios no ve nuestro fin». Es de advertir que, en hebreo, el sujeto de esta oración está oculto: Puede ser, en efecto, Dios; en tal caso significaría que Dios no se preocupa de lo que ellos llevan entre manos y, por tanto, pueden continuar en sus malvados caminos. «Otros lo refieren a Jeremías, de quien dicen que le han de sobrevivir y así él no verá cumplidas sus predicciones» (Freedman). 5. Sin transición aparente, en los versículos 5 y 6 tenemos la respuesta de Jehová. En realidad, la pregunta de Jeremías queda sin contestar; «no se resuelve … el problema planteado, sino que más bien se agudiza, al insinuar enigmáticamente dificultades mayores» (Asensio). Los siervos de Dios tienen lecciones que aprender, así como tienen lecciones que enseñar, y deben escuchar la voz de Dios y predicarse a sí mismos. Jeremías se había quejado de que los hombres de Anatot prosperaban a pesar de su perversidad. Ahora bien, lo que Dios le dice puede servir de respuesta a su queja: (A) Dios le concede que es cierto que tiene motivo para quejarse (v. 6): «Porque aun tus hermanos, también sacerdotes, y la casa de tu padre, aun ellos se portaron deslealmente contigo y, bajo apariencias de amistad, te han hecho todo el mal que pudieron; aun ellos dieron gritos en pos de ti, persiguiéndote como si fueses un criminal. Son, en realidad, de tal calaña que no los debes creer ni has de fiarte de ellos
  • 49. aun cuando te dirijan buenas palabras, pues aparentan ser amigos tuyos, pero en realidad son enemigos tuyos». (B) Pero también le dice que el disgusto que siente ante la actitud persecutoria de sus paisanos es excesivo (v. 5). Lo que ha sufrido es muy poco en comparación con lo que le espera. Bajo los dos símiles del versículo, Dios viene a decirle: si las injurias que te han hecho los hombres de Anatot han hecho tanta impresión en ti, ¿qué pasará cuando los príncipes y los jefes de los sacerdotes de Jerusalén te hagan sentir todo el peso de su poder? (20:2; 32:2)». Asensio explica así las comparaciones: «Si, como hasta ahora, corres a pie en competencia con los que igualmente corren a pie y, con todo, te cansas; si ni siquiera te sientes seguro en una tierra de paz (si te das por vencido con las dificultades menores de hasta ahora), ¿cómo podrás competir en la carrera con los caballos más veloces y qué harás en la espesura del Jordán con sus fieras peligrosas?» Versículos 7–13 El pueblo de los judíos queda aquí marcado para la ruina. 1. Es terrible la frase que pronuncia Dios aquí (v. 7): «He dejado mi casa—el templo, mi palacio; lo han profanado y así me han forzado a salir de él—; desamparé mi heredad, y no me voy a preocupar más de ella. Si ellos se hubiesen comportado como es debido, yo les habría hecho prosperar abundantemente, pues eran el amado de mi alma (lit.); pero me han provocado a entregarlo en manos de sus enemigos». Habían degenerado hasta convertirse en fieras de presa, a las que nadie ama y todo el mundo evita (v. 8): «Mi heredad fue para mí como león en la selva»; rugen contra Dios mismo en las amenazas que respiran contra los profetas que les hablan en Su nombre. Los que eran ovejas de su pasto se han convertido en leones feroces y hambrientos. Por eso (v. 8b), Dios aborreció su heredad. ¿Qué deleite podía tener el Dios de amor en un pueblo que se había vuelto como bestias, vejatorio para los hombres y para el mismo Dios? Para Dios (v. 9), Israel se ha vuelto como un ave extraña, de variopinto plumaje; por tanto, esta rareza incita a las demás aves de rapiña que la rodean (las naciones vecinas) a atacarla. Dios no impide este ataque. Al contrario (v. 9b), Él mismo convoca a las fieras del campo a que vengan a devorarla. 2. Los enemigos caerán sobre ella y la dejarán desolada. El pueblo de Dios siempre resulta extraño (v. 1 P. 4:4) a los inconversos; pero la extrañeza de esta ave de muchos colores que es ahora Israel no se debe a su piedad, sino a su insensatez. Bien pueden, pues, las demás aves atacarla, pues Dios la ha abandonado. La destrucción del país a manos de los caldeos es presentada aquí como algo que se ha llevado a cabo ya, para poner de relieve que era un hecho inminente y seguro. Dios habla de ello como de algo en que no halla ningún placer, pues Él no se goza en la muerte del pecador. (A) Véase con qué ternura (v. 10) habla del país, a pesar de los muchos pecados de los habitantes, pues se acuerda de Su pacto con ellos: «Es mi viña … mi heredad … mi heredad agradable». Así también, Dios siente afecto e interés hacia Su Iglesia, aunque ésta deje mucho que desear. (B) Véase con qué compasivos acentos habla de la desolación del país (v. 10) «Muchos pastores (los generales del enemigo, como en 6:3, o los propios líderes de Israel, como en 2:8) han destruido mi viña. Lo que era heredad agradable se ha convertido en desierto y soledad, porque (v. 12) sobre todas las alturas del desierto vinieron saqueadores», aunque estos saqueadores eran meros instrumentos en manos de Dios; por eso añade «porque la espada de Jehová devora desde un extremo de la tierra hasta el otro», de forma que no hay paz para ninguna carne, pues el invasor no sólo devasta a Judá, sino también a las demás naciones circunvecinas. (C) Véase de dónde procede toda esta miseria. Sí, es la espada de Jehová la que devora, pero no sin motivo. Mientras el pueblo de Dios se mantiene adherido a Él, la
  • 50. espada del pueblo es la espada de Jehová, como lo atestigua el caso de Gedeón; pero cuando abandonan a Dios, la espada de los saqueadores es la espada de Jehová, como lo atestigua aquí el caso de los caldeos. Esto es a causa de la ardiente ira de Jehová (v. 13, al final). Lo que ha convertido en enemigo de Israel a Dios es el pecado de ellos (v. 11): «La tierra lloró sobre mí desolada, es decir, hizo duelo delante de mi—dice Dios— como quejándose a mí por este desastre, pero los habitantes son tan estúpidos, tan faltos de sentido que no hubo hombre que reflexionase, no hubo nadie que se percatase de que todo esto sucedía por no dar ellos oídos a mis avisos y amenazas». (D) «Sembraron (los de Judá) trigo (v. 13), esto es, se afanaron en tomar medidas para que no les faltase el alimento, pero segaron espinos, ya sea porque la cosecha resultó un desastre (así piensa Freedman), o porque el extranjero invadió la campiña (Asensio)». Esto es (v. 13b) para ellos una vergüenza, «porque su pobreza demuestra que están bajo el desagrado de Dios» (Freedman). Versículos 14–17 Aquí hay un mensaje para todos los que, de un modo u otro, han perseguido u oprimido al pueblo de Dios. 1. Aunque estos malos vecinos (v. 14) habían sido instrumentos de Dios para descargar Su ira justa contra Israel, Dios los va a castigar ahora. Los vecinos no incluyen sólo a los caldeos, sino también Moab, Ammón, Siria, Edom, Egipto, los cuales habían sido malos vecinos por el influjo que habían ejercido sobre Israel para corromperlo y hacerle apartarse de Dios, y ahora ayudaban a que fuese desolado por los caldeos. El cargo que Dios les hace es «que tocan la heredad que hice poseer a mi pueblo Israel». Abusaban sacrílegamente del pueblo que era la heredad agradable de Jehová (v. 10, al final). El que dijo: «¡No toquéis a mis ungidos!», dice también: «¡No toquéis su heredad!» 2. Las medidas que va a tomar contra ellos. Va a quebrantar el poder que han ejercitado contra el pueblo de Israel (v. 14, al final): «y arrancaré de en medio de ellos a la casa de Judá». Se habían llevado cautivo al pueblo de Dios, y a los que habían acudido a ellos en busca de refugio los habían tomado prisioneros. Dios los arrancará de en medio de ellos, les impulsará, por medio de Su Espíritu, a salir de allí, e impulsará también a sus nuevos capataces a dejarles marchar, como arrancó de Egipto a Israel. Y traerá sobre los opresores las mismas calamidades que ellos, como instrumentos de Dios, han traído sobre Israel (v. 14b): «He aquí que yo los arrancaré de su tierra». El juicio comenzó por la casa de Dios, pero no se va a terminar allí. 3. La misericordia que Dios tiene en reserva para aquellos, de entre los malos vecinos (de Israel y de Dios, pues dice «MIS malos vecinos»), que quieran unirse a Él y llegar a ser también pueblo Suyo (vv. 15, 16). Habían arrastrado al pueblo de Dios para que se unieran a ellos en el servicio de los ídolos; si ahora se dejan llevar por el Israel que regresa a unirse con los israelitas en el servicio del único Dios vivo y verdadero, serán recibidos a poseer la misma condición que es propia del Israel de Dios. Esto tuvo parcial cumplimiento cuando, al volver los judíos de la cautividad, muchos de los que habían sido malos vecinos de Israel se hicieron prosélitos de Israel; también tuvo cumplimiento parcial cuando los gentiles comenzaron a entrar en la Iglesia a la par con los judíos; pero su cumplimiento pleno tendrá lugar al fin de los tiempos (v. 48:47; 49:6, 39; Am. 9:14). (A) Dios les mostrará Su favor, con tal que (v. 16) «diligentemente aprendan los caminos de mi pueblo», dice Jehová mismo. Hay caminos buenos que son particularmente los caminos del pueblo de Dios: los de la santidad y la piedad, los del amor y la paz, los de la oración y de la observancia del sábado. Han de aprender a jurar por el nombre de Dios diciendo. Vive Jehová (v. 4:2), así como enseñaron a mi pueblo
  • 51. a jurar por Baal. No hay que desesperar de la conversión de los peores pecadores, aun de los que han servido de instrumento para corromper a otros; pues también ellos pueden ser conducidos al arrepentimiento; y, si se arrepienten, hallarán misericordia. La conversión de los engañados podría ser una buena oportunidad para que incluso los engañadores se convirtiesen también. Así, los que caen juntos a un pozo, son también sacados de él juntamente. (B) Cuando se vuelvan a Dios, y Dios se vuelva a ellos (v. 15), los propios malos vecinos serán restaurados. Dice Freedman: «La restauración de Moab es predicha en 48:47, y la de Ammón en 49:6». Dios tendrá compasión de ellos y los hará volver a cada uno a su heredad y cada cual a su tierra. Participarán de los privilegios de Israel (v. 16, al final): «y serán edificados en medio de mi pueblo» (lit.). Tendrán nombre y lugar en la casa de Jehová, donde había un atrio para los gentiles. Pero (v. 17) «si no escuchan, si no se vuelven a Dios, arrancaré esa nación, sacándola de raíz y destruyéndola, dice Jehová». Asensio comenta: «Abandonados los dioses falsos (16:19– 21), Israel y las naciones deben formar un solo pueblo en torno a Jehová: por la “destrucción” a la “edificación”, si no se empeñan en cerrar los oídos a la llamada divina y exponerse a una nueva destrucción sin remedio». CAPÍTULO 13 El profeta se esfuerza todavía en despertar paz y arrepentimiento a este pueblo obstinado, y les dice: I. Mediante la señal de un cinto podrido, que su orgullo de pueblo escogido se va a echar a perder (vv. 1–11). II. Mediante la señal de los odres de vino, que sus planes van a fracasar (vv. 12–14). III. Tras de la consideración de todo eso, el profeta ha de invitarles a arrepentirse y humillarse (vv. 15–21). IV. Ha de convencerles de que la causa de que los Juicios de Dios se prolonguen tanto es la obstinación de ellos Versículos 1–11 1. Aquí tenemos una señal simbólica. Dios le manda a Jeremías que se compre una faja de lino (v. 1) y que, después de llevarla puesta por algún tiempo (v. 2), vaya a Perath (lit.) y la esconda allí (vv. 3–5) en la hendidura de una peña. De nuevo le mandó Jehová (vv. 6, 7) ir a Perath a tomar la faja, la cual se había echado a perder. Veamos algunos detalles dignos de observar, antes de pasar a la explicación que Dios mismo le dio a Jeremías de esta acción simbólica. (A) Había de ceñirse la faja sobre los lomos, no precisamente sobre la carne, sino como la llevaban los sacerdotes (v. Éx. 28:39, 40) para ceñirse la túnica. (B) No había de meterla en agua (v. 1, al final), para que no se estropease con la humedad. (C) Jeremías tenía que ir con la faja a Perath (lit.). Es cierto que Éufrates se escribe de la misma manera en hebreo, pero, como hacen notar los autores: (a) Éufrates va ordinariamente precedido de río, lo que no ocurre en este caso; (b) un doble viaje al Éufrates supondría para Jeremías una doble caminata de 1.000 km entre ida y vuelta, lo cual es poco verosímil. Hay quienes hablan de «experiencia interna», es decir, una visión en la que ocurriría todo lo que aquí se dice (así lo da como cierto M. Henry; como más probable, Asensio), pero esto equivaldría a dejar sin efecto visible toda la acción simbólica. Lo más probable, pues, es que se trate de Perath, la moderna Wadi Fará, a menos de cinco kilómetros de Anatot, que cumple muy bien todas las condiciones requeridas para la acción simbólica que aquí vemos. (D) Puesta la faja en la hendidura de una peña (v. 4, al final), junto al agua, el resultado fue que, cuando subía el agua, se mojaba la faja, y cuando el agua descendía, la faja se iba secando, hasta que se echó a perder completamente: «para ninguna cosa era de provecho» (v. 7, al final).
  • 52. 2. Viene ahora la explicación, dada por Dios mismo, de esta acción simbólica (vv. 9–11). (A) El pueblo de Israel había sido para Dios como esa faja en dos aspectos: (a) Él lo había tomado consigo en pacto y comunión (v. 11): «Como la faja se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá». Hizo que se juntasen a Él por la Ley que les dio, los profetas que les envió y los favores que les dispensó. (b) Cuando los tomó para que le fuesen por pueblo (v. 11, al final), fue para que le fuesen por nombre, por alabanza y por gloria, como la faja es ornamento para un hombre. (B) Por medio de sus idolatrías y de otras iniquidades, ellos se habían soltado de Dios, se habían enterrado en la tierra (y, por cierto, una tierra extraña), mezclados entre las naciones y echados a perder, corrompidos, de forma que, como esta faja, para ninguna cosa es de provecho (v. 10, al final). No se adhirieron a Jehová, sino que el pueblo malvado (v. 10)… va en pos de dioses ajenos para servirles y para postrarse ante ellos; se iban tras los dioses de las naciones que estaban al otro lado del Éufrates, de forma que estaban completamente echados a perder e inservibles para su propio Dios, como esta faja, esta faja corrompida. (C) Dios los iba a separar de Sí por medio de Sus juicios, los iba a enviar al cautiverio y les iba a quitar toda belleza, de forma que habían de ser como una hermosa faja que había degenerado en andrajos, en un pueblo sin valor ni utilidad. De esta manera—dice Jehová (v. 9)—echaré a perder «el honor (mejor que “soberbia”) de que Judá se jacta como reino teocrático y pueblo escogido y el gran honor de que Jerusalén se gloría como cabeza de ese reino y de ese pueblo» (Asensio). En Jerusalén estaban el templo y el palacio real y, por eso, sus ciudadanos eran muy orgullosos. Esta soberbia les va a hacer caer muy bajo, porque Dios resiste a los soberbios. Incluso el templo, cuando se convirtió en el orgullo de Jerusalén, cayó convertido en un montón de escombros calcinados. Versículos 12–21 1. Mediante otro símil, Dios amenaza con castigar a este pueblo (v. 12): «Les dirás además esta palabra: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Toda vasija (de barro cocido—v. 18:6—) se llena de vino; es decir, los que por sus pecados se han hecho a sí mismos vasos de ira preparados para destrucción (Ro. 9:22), serán llenados con la ira de Dios como se llena de vino una vasija; y serán quebradizos como vasijas de barro; pero especialmente quedarán embriagados (v. 13), «no en sentido literal, sino de intoxicación mental, confusión y aturdimiento, que les hará estrellarse el uno contra el otro en su impotencia frente al enemigo» (Freedman). Sin percatarse de la intención del profeta, lo ridiculizaban y decían (v. 12b): «¿Acaso no sabemos que toda vasija se llena de vino?» «Bien—dice el profeta—, tendréis las vasijas llenas de vino, pero no del que vosotros deseáis o imagináis.» Lo que él quería decirles era: (A) Que habían de quedar tan aturdidos como los borrachos. Un ebrio es comparado acertadamente a una vasija o botella llena de vino; porque, en la medida en que se llena de vino, va saliendo la prudencia, el decoro y todo lo que es bueno para alguna cosa. Dios les amenaza (v. 13) con llenarlos de embriaguez, pues los llenará de confusión en los planes que tramen y las medidas que tomen, y así se expondrán a la burla y al desprecio de cuantos los vean. Esto les iba a suceder «a todos los moradores de esta tierra, incluidos los reyes … los sacerdotes y profetas». Decían los romanos: Los dioses ciegan a quienes quieren destruir. (B) Que, al estar aturdidos, se harían grave daño unos a otros (v. 14): «y los quebrantaré el uno contra el otro, los padres con los hijos igualmente». No sólo sus insensateces de ebrio, sino también sus riñas de ebrio, contribuirán a que se arruinen
  • 53. mutuamente. Una vez que Dios ha promulgado este decreto, no se volverá atrás (v. 14b): «No perdonaré, ni tendré piedad ni compasión para no destruirlos». 2. Con todo, Dios les da un buen consejo que, si lo recibiesen, les preservaría de la destrucción (v. 15): «Escuchad y prestad oído; no os envanezcáis». Equivale a decirles: «Humillaos bajo la poderosa mano de Dios» (1 P. 5:6). El engreimiento era el principal pecado por el que Jehová contendía con ellos (v. 9). Por eso les dice: «No os envanezcáis, pues Jehová ha hablado. Cuando Jehová os hable por medio de Sus profetas, no os creáis demasiado buenos como para no ser enseñados, y no os burléis». (A) «Dad gloria a Jehová vuestro Dios (v. 16), y no a vuestros ídolos. Dadle gloria y reconoced vuestros pecados y aceptad el castigo que merecen vuestras iniquidades. Dadle gloria mediante un sincero arrepentimiento y una genuina reforma de vida. Entonces, y sólo entonces, podréis comenzar a vivir con algún propósito; pero habéis de daros prisa, «antes que haga venir las tinieblas, cuando ya no se puede caminar, pues los pies tropiezan en montes de oscuridad y, cuanta más prisa os deis, más tropezaréis». Nótese que los que piensan correr más que los juicios de Dios, hallan intransitable el camino. Sus esperanzas de mejores tiempos quedarán defraudadas: cuando esperen luz (por ejemplo, ayuda de Egipto), Dios la volverá en sombra de muerte y tinieblas densas. (B) Todos han de humillarse; la prerrogativa de ser rey o reina no les eximirá de ello (v. 18): «Di al rey y a la reina madre: Humillaos, sentaos en tierra, llevados de sincero arrepentimiento, y da así gloria a Dios y buen ejemplo a vuestros súbditos». Cuando seáis llevados al cautiverio, ¿de qué os servirá la corona y todos los privilegios que comporta? 3. Este consejo es reforzado con algunos argumentos. (A) Si no escuchan, Jeremías se llenará de tristeza inconsolable (v. 17): «Mas si no oís esto, si continuáis sin prestar oído a la voz de Dios, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia, de vuestro engreimiento, de vuestra obstinación y de vuestra vana confianza». Los pecados de nuestros semejantes deberían ser para nosotros materia de tristeza profunda. Debemos lamentarnos por lo que no podemos enmendar, y tanto más por cuanto precisamente no podemos hacer nada para que el prójimo se enmiende. (B) Será la ruina inevitable de ellos (vv. 19–21): «Las ciudades del Négueb (del sur) están cerradas, ya sea porque no vendrá socorro de Egipto (así algunos), o porque no quedarán habitantes para abrirlas (así Freedman). Lo cierto es (v. 19b) que «todo Judá fue deportado». Así lo fue bajo Sedequías, porque rehusaron humillarse y arrepentirse. El enemigo está ya a la vista (v. 20): «Alzad vuestros ojos y ved a los que vienen del norte del país de los caldeos; ved qué fieros son y cuán deprisa avanzan. ¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey? ¿Cómo podrán escapar de esos lobos hambrientos?» ¿A quién van dirigidas estas frases? Hay quien piensa que se refiere al rey y a la reina madre del versículo 18, pero es mucho más probable, de acuerdo con el contexto posterior, que se refiera a Jerusalén, como capital de la nación. Puede hacerse una aplicación devocional a los padres de familia que descuidan a sus hijos y consienten que perezcan por falta de buena educación, y a los ministros de Dios que descuidan a las ovejas que Dios les ha encomendado. Habrían de pensar que Dios les dirige esas preguntas: «¿Dónde está el rebaño que te fue dado? ¿Qué dirás cuando Dios te llame a dar cuentas? No podrás decir nada, sino que Dios es justo en todo lo que ha traído sobre ti. ¿Cómo podrás sobrellevar la aflicción que está a las puertas? ¿No te darán dolores como de mujer que está de parto?» (v. 21, al final) Versículos 22–27 1. Como anteriormente, se predice aquí que los judíos irán al exilio y caerán bajo las miserias de la pobreza y de la esclavitud. Las frases finales del versículo 22: «fueron descubiertas tus faldas, sufrieron violencia tus calcañares» no han de tomarse
  • 54. literalmente. Dice Freedman: «La figura es tomada de la práctica de avergonzar públicamente a una prostituta (v. 26; Os. 2:12). La deslealtad de Israel hacia Dios es comparada con frecuencia al adulterio, y los desastres que han de abrumar al pueblo se describen bajo la imaginería del castigo de una adúltera» 2. El pueblo inquiere acerca de la causa de esta ruina (v. 22a): «Y si dices. ¿Por qué me ha sobrevenido esto?» No podían ver que hubiesen hecho algo que pudiera provocar justamente a Dios a enojarse de este modo con ellos. 3. Dios quedará justificado cuando hable y nos obligará a nosotros a justificarle y, por consiguiente, pondrá el pecado de los pecadores ante los ojos de ellos. (A) Esto se debe a la gravedad de sus iniquidades (v. 22b): «Por la enormidad de tu maldad, etc.». Dios no los castiga por poca cosa; los pecados por los cuales les castiga ahora son muy graves por su propia naturaleza. El hebreo rob puede significar grandeza lo mismo que muchedumbre. A veces, una gran multitud de pecados de poca monta pone a las almas en mayor peligro que unos pocos de mucha gravedad, pero cometidos con menos frecuencia. (B) Se debe especialmente a su obstinación en el pecado (v. 23). El pecado se ha convertido para ellos en una segunda naturaleza, casi imposible de cambiar, de la misma manera que es imposible para un etíope, de raza negra, cambiar el color de su piel, y para un leopardo quitarse las estrías, que están como entretejidas con su piel. Se les había enseñado a hacer el mal, y habían tenido un largo aprendizaje en esta malvada escuela, así que los fieles profetas de Dios desesperaban de traerlos al buen camino. Los que por largo tiempo se han acostumbrado a pecar han sacudido de sí los frenos del temor y de la vergüenza; su conciencia está cauterizada; los hábitos del pecado han quedado firmemente arraigados en el alma. El pecado es la negrura y la deformidad del alma. Por fortuna, la gracia de Dios es todopoderosa para cambiar no sólo la piel, sino también el corazón del etíope, y esta gracia no les faltará a los que lleguen a sentir íntimamente su necesidad y la busquen con diligencia. (C) Se debe igualmente a sus traicioneros alejamientos del Dios de la verdad (v. 25): «Esta es tu suerte, ir al destierro; la porción que yo he medido para ti, dice Jehová, sin sobrepasar la medida de lo que te mereces; porque te olvidaste de mí, de mi carácter santo y de los muchos beneficios que te he concedido, y confiaste en la falsedad, esto es, en los ídolos (v. 10:14)». El olvido de Dios está en el fondo de todo pecado, así como el recuerdo de nuestro Creador es el comienzo feliz y esperanzador de una vida santa. (D) Se debe a su idolatría, el pecado que, entre todos, provoca más a un Dios celoso. Por esto se verán expuestos a la mayor ignominia (v. 26, comp. con v. 22b) y al más irremediable desastre, porque, a pesar de ser culpables de vergonzosa iniquidad, siguen sin avergonzarse de ella (v. 27): «¡Tus adulterios y tus relinchos! (comp. con 8:16). ¡La maldad de tu fornicación! Sobre los collados, lugares favoritos para la práctica de la idolatría (v. 2:20), en el campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén!» Es la idolatría la que hace a Dios proferir este ay con el que denuncia a Jerusalén. 4. Dentro de la negrura de este cuadro de sombras sin luz, se filtra un pequeño rayo de afecto divino para esperanza humana. Mientras hay vida, hay esperanza y, por tanto, hay motivos para intentar traerlos al arrepentimiento (v. 27b): «¡No quieres ser hecha limpia! ¿Cuánto tardarás tú en purificarte?» Es un ejemplo de la maravillosa gracia de Dios el que Él desee ardientemente el arrepentimiento y la conversión de los pecadores, y que le parezca largo el tiempo hasta que ellos se ablanden; pero es también un ejemplo de la asombrosa insensatez de los pecadores el que ellos demoren un día y otro algo que es de tan absoluta necesidad. No dice aquí que nunca será purificada, sino que tarda demasiado en purificarse.
  • 55. CAPÍTULO 14 4 Este capítulo hace referencia a una gran sequía, castigo que comenzó a fines del reinado de Josías y continuó en el principio del de Joacim. Esta calamidad fue ya mencionada varias veces, pero en este capítulo se menciona más de lleno. I. Descripción melancólica de ella (vv. 1–6). II. Oración a Dios para que ponga fin a esta calamidad (vv. 7–9). III. Una severa amenaza de que Dios proseguirá contendiendo de este modo, porque ellos prosiguen en su iniquidad (vv. 10–12). IV. El profeta excusa al pueblo y echa la culpa a los falsos profetas (vv. 13–16). V. Se ordena al profeta que, en lugar de interceder por ellos, haga lamentación por ellos (vv. 17–22). Versículos 1–9 1. El lenguaje de la naturaleza que se une al pueblo en el lamento por la calamidad. (A) Cuando los cielos eran de bronce y no destilaban su rocío, la tierra era de hierro y no producía su fruto; la tristeza y la confusión eran universales. (B) El pueblo de la tierra se deshacía en lágrimas: «Se enlutó Judá» (v. 2), no por sus pecados, sino por la sequía. Sus puertas, es decir, todos sus habitantes que entran y salen por ellas, languidecen, palidecen y se debilitan por falta de lo necesario para el sustento y por miedo a juicios más temibles; se sentaron tristes en tierra, como era el caso de los que se hallaban en gran aflicción; además, están demasiado débiles para tenerse de pie; y subió el clamor de Jerusalén, un clamor de lamento, no de oración. (C) Los grandes de la tierra no quedan exentos de apuros (v. 3): «Los nobles enviaron sus criados a traer agua; vinieron a los aljibes, pero no hallaron agua; volvieron con sus vasijas vacías», pues se habían secado las fuentes al no caer ninguna lluvia. Así que los amos, desconcertados, «se avergonzaron, se confundieron y, en señal de duelo (v. 2 S. 15:30), se cubrieron la cabeza». (D) Lo mismo hicieron los labradores (v. 4), confundidos al ver resquebrajada la tierra por no haber llovido en el país. Véase hasta qué punto dependen de la Providencia los labradores, pues no pueden arar ni sembrar a no ser que Dios haga que se empapen los surcos del campo (Sal. 65:10). (E) Aun el caso de las bestias del campo era digno de compasión (vv. 5, 6). Judá y Jerusalén habían pecado, pero, ¿qué culpa tenían las ciervas y los asnos monteses? Ellos sufrían por culpa de los hombres. Las ciervas especialmente despliegan gran ternura con sus crías, pero el apuro era tan apremiante que, cosa contraria a su naturaleza, abandonaban a sus crías cuando más las necesitaban éstas, para ir a buscar hierba a otra parte. Y si no hallan hierba, no van a volver a sus crías, pues éstas no tendrán ningún alimento que obtener de los pechos de sus madres. Lo que más pesadumbre daba a las ciervas no era el que no hubiese hierba para ellas, sino el que no hubiese alimento para sus crías, con lo cual avergüenzan a los que gastan en cosas superfluas lo que deberían usar para el sustento de sus familias. También los asnos monteses eran dignos de compasión, pues la tierra seca era demasiado caliente para ellos, tan caliente que «se ponían en las alturas, donde el aire es más fresco, aspirando el viento como chacales; sus ojos se debilitan porque no hay hierba». Freedman hace notar que «el nombre hebreo tannim (chacales) es quizás una variante de tannin “el cocodrilo”, el cual sale del agua anhelando el aire». 4 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.834
  • 56. 2. El lenguaje de la gracia, lamenta la iniquidad y se queja a Dios por la calamidad. El pueblo no está dispuesto a orar, pero el profeta ora por ellos y les incita así a que oren por sí mismos (vv. 7–9). En esta oración: (A) El pecado es humildemente confesado. Si contendemos con Dios, como si obrase injusta o malignamente con nosotros al afligirnos, nuestras iniquidades testifican contra nosotros que le injuriamos (v. 7) y nuestras apostasías se han multiplicado, contra Dios hemos pecado. (B) Se apela insistentemente a la misericordia: «Aunque nuestras iniquidades (v. 7) testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa en atención a tu nombre». Se hace apelación al honor del nombre de Dios porque a Dios han de apelar de esta forma lo mismo los penitentes que los pordioseros. Como en Jueces 10:15: «Hemos pecado; haz tú con nosotros como bien te parezca». Como si dijesen: «No tenemos en nosotros mismos nada a que apelar, sino que todo está en ti». Hay otra petición en esta oración (v. 9, al final): «No nos desampares, no retires tu favor y tu presencia» (C) Apelan de la forma más patética (vv. 8, 9) a la relación que tienen con Dios y a lo mucho que esperan de El. Alzan la vista hacia Él como al que tienen motivos para pensar que habría de librarles. En Dios, la misericordia se ha regocijado muchas veces contra el juicio. Él ha animado a Su pueblo a esperar en Él; al llamarse a Sí mismo con tanta frecuencia el Dios de Israel, la roca de Israel y el Santo de Israel, se ha hecho a Sí mismo la esperanza de Israel. Dicen (v. 9b): «Tú estás entre nosotros; tenemos con nosotros especiales señales de tu presencia: tu templo, tu Arca tus oráculos, y sobre nosotros es invocado tu nombre, pues somos el Israel de Dios; por consiguiente, esperamos que no nos desampararás. ¡Somos tuyos, sálvanos!». (D) Les da pesadumbre pensar que no acude a librarlos. ¿Qué dirán los egipcios? (Éx. 32:12). Dirán: «La esperanza y el Salvador de Israel no se preocupa de ellos; se ha hecho (v. 8) como forastero en la tierra y como caminante que se retira para pasar la noche». Ya no tiene por lugar de descanso Suyo el templo. Ya hubo en el pasado (Nm. 14:16) el peligro de que dijesen los enemigos de Israel: «Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto». Así ahora podrían decir: «O le falta sabiduría o le falta poder (v. 9): o es un hombre atónito, consternado, que no entiende cómo debe actuar, o es un hombre fuerte (hebr. guibor), que no puede librar; “un héroe humano sin recursos para salvar a su protegido” (Asensio). Cualquiera de estas dos cosas sería la más insufrible afrenta a las perfecciones divinas. ¿Cómo, pues, es que no salva?» Versículos 10–16 La disputa entre Dios y su profeta en este capítulo es parecida a la que vemos en Lucas 13:7 entre el dueño de la viña y el viñador acerca de la higuera estéril. La justicia del amo la condena a ser cortada; la clemencia del viñador intercede para que se suspenda temporalmente la ejecución. 1. Dios rechaza la súplica del profeta. (A) Nótese que, al hablar de Israel (v. 10), no dice mi pueblo, sino este pueblo, porque han quebrantado su pacto con Él. Es cierto que se llamaban con Su nombre (v. 9), pero habían pecado y habían provocado a Dios a retirarles Su apoyo. Dios le dice a Jeremías que no tenían las disposiciones necesarias para ser perdonados. El profeta había reconocido que sus apostasías se habían multiplicado (v. 7), aunque había esperanza para ellos si se volvían a Dios. Pero este pueblo no mostraba ninguna disposición a volver (v. 10): «Se deleitaron en vagar, esto es, en acudir a otros dioses. Las apostasías que deberían haber sido su vergüenza, habían sido su deleite: no dieron reposo a sus pies, de tanto vagar en pos de los ídolos». De esto es de lo que Dios les exige cuentas ahora. Al negarles la lluvia del cielo, Dios (v. 10b) se acuerda ahora de
  • 57. su maldad y castiga sus pecados, por los que una tierra fértil se ha convertido en desierto estéril. (B) Aunque observan los ayunos (v. 12) y ofrecen holocaustos y ofrendas, Jehová (v. 10b) no se agrada de ellos. Todas esas muestras de devoción: ayunos, sacrificios, etc., no las aceptará Dios, puesto que no proceden de un corazón humilde, arrepentido y reformado. (C) También habían perdido el derecho a beneficiarse de las oraciones del profeta por no haber prestado oídos a su predicación. Por eso vemos que Dios le prohíbe a Jeremías orar por ellos (v. 11): «Me dijo Jehová: No ruegues por este pueblo para su bien» (comp. con 7:16; 11:14). Con esto no le prohibía que expresase su buena voluntad hacia ellos, sino que, en realidad, les prohibía a ellos esperar cualquier buen efecto de las oraciones de Jeremías, mientras se hiciesen los sordos a la voz de Dios en la ley. De ahí se sigue la resolución de Dios (v. 12b): «Los consumiré con espada, con hambre y con pestilencia». 2. El profeta ofrece otra excusa que explica la obstinación del pueblo (v. 13): Los profetas falsos, que pretendían estar comisionados por Dios, adulaban al pueblo con falsas seguridades de paz. Jeremías se lamenta de esto y dice: «¡Ah, ah, Señor Jehová! Hay quienes, en tu nombre, les aseguran: No veréis espada, ni habrá hambre entre vosotros, sino que en este lugar os daré paz verdadera. Yo, Señor, les digo lo contrario, pero soy uno contra muchos; por tanto, Señor, ten piedad de ellos, porque son sus gobernantes los que les hacen errar». Esta excusa habría sido de algún valor si no les hubiese advertido de antemano acerca de los falsos profetas. 3. Dios no sólo rechaza esta excusa, sino que condena, tanto a los guías ciegos como a los ciegos seguidores, a caer en el mismo hoyo (vv. 14–16). En cuanto a la excusa misma, le dice Jehová a Jeremías (v. 14): «Mentiras profetizan los profetas en mi nombre, pues lo hacen sin la debida comisión; no los envié, ni les mandé, ni les hablé». Los que ponen sus propios pensamientos frente a la Palabra de Dios (Dios dice una cosa, y ellos piensan otra diferente) caminan en el engaño de su propio corazón, y eso será su ruina. Dios pronuncia luego la sentencia contra los falsos profetas (v. 15). Que sepan que no tendrán paz. Se atrevieron a asegurar al pueblo que no habría espada ni hambre en la tierra, pero ellos mismos serán consumidos con espada y con hambre. Igualmente caerán por causa del hambre (v. 16) y de la espada todos los del pueblo que se hayan dejado engañar por los falsos profetas. Sus cuerpos serán arrojados a las calles de Jerusalén y no habrá quien los entierre. De esta manera derramará Dios sobre ellos su maldad, es decir, el castigo que su maldad se merece. Versículos 17–22 El deplorable estado de Judá y de Jerusalén sirve ahora de materia de lamentación a Jeremías (vv. 17, 18), así como de objeto de su oración por ellos (v. 19). En ambas cosas actúa el profeta bajo la dirección de Dios, como lo muestran las palabras: «Y les dirás esta palabra» (v. 17), la cual se refiere tanto a la lamentación de Jeremías como a su intercesión y, de esta forma, es como una revocación de la orden que había dado al profeta (v. 11) de no orar por ellos. 1. El profeta está llorando sobre las ruinas de su país, y esto mismo debe decírseles a ellos: «Derramen mis ojos lágrimas noche y día». Así ha de darles a entender que preveía la venida de la calamidad. El profeta habla como si ya viese las miserias que comportará la invasión de los caldeos: «Porque con gran quebrantamiento (v. 17b) es quebrantada la virgen hija de mi pueblo (así llamada porque hasta ahora ningún enemigo la había conquistado), con azote muy doloroso, más doloroso que cualquier otro de los que hasta ahora había sufrido»; porque (v. 18) yacían en el campo multitudes de muertos a espada, y en la ciudad multitudes de moribundos de hambre. Acerca de la
  • 58. segunda parte del versículo 18, dice Freedman: «La cláusula es oscura y dudoso el sentido». Puesto que el verbo hebreo sajaru, que las versiones traducen por «andan vagando» o «andan errantes», siempre significa «traficar», la interpretación más probable es la que da Metsudath David (citado por Freedman): «Viajan por el país (como un mercader que trata de vender sus mercancías) y profetizan y dan consejo en materias en las cuales son ignorantes». 2. El profeta se pone luego a hacer intercesión por ellos. Había algunos que se unirían a él en sus devociones, y les pondrían el sello de su Amén. (A) Eleva humildemente sus súplicas a Dios con respecto al caso de ellos (v. 19). Lo que esperaban de Dios no llegaba; pensaban que había asegurado que tomaría a Judá bajo Su protección, pero ahora parece ser que lo ha desechado enteramente; pensaban que Sion era Su amada, pero ahora Su alma la aborrecía; aborrecía incluso los servicios religiosos que allí se celebraban. Todas sus expectaciones caían por el suelo: Eran heridos sin remedio, se multiplicaban sus heridas, pero no había curación para ellas; esperaban paz, porque después de la tormenta suele venir la calma, y paz era además lo que los falsos profetas les habían prometido, pero no les vino ningún bien. Sólo había terror en la puerta por la que esperaban que entrase la paz. (B) Hace una confesión penitencial del pecado, confesión que todos deberían haber hecho, pero muy pocos la hicieron (v. 20): «Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad, la abundante iniquidad de nuestro país, y la iniquidad de nuestros padres, a quienes nosotros hemos imitado. Sí, sabemos, reconocemos que contra ti hemos pecado (comp. con Dn. 9:8) y, por consiguiente, eres justo en todo lo que nos ha sobrevenido; mas, puesto que confesamos nuestros pecados, esperamos hallarte fiel y justo en perdonarlos». (C) Ora también para que se aparte el desagrado de Dios y apela, por fe, a Su promesa (v. 21). Su petición es: «No nos deseches; aunque nos aflijas, no nos deseches; aunque se vuelva Tu mano contra nosotros, que no se vuelva Tu corazón, ni se enajene Tu mente de nosotros». Reconocen que Dios puede justamente aborrecerles, pero, no obstante, oran: «No nos deseches en atención a tu nombre, ese nombre tuyo por el que somos llamados y el cual invocamos». También apelan al honor del santuario: «ni deshonres el trono de tu gloria; merecemos que nos alcance la desgracia pero no permitas que la desolación del templo de ocasión a los gentiles para menospreciar al que adoramos allí». Podemos estar seguros de que Dios no deshonrará el trono de su gloria en la tierra. Se atreven humildemente a recordar a Dios el pacto con ellos (v. 21, al final): «Acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros». (D) Profesa su dependencia de Dios en cuanto a hacer que descienda la lluvia (v. 22). Nunca pedirán eso a los dioses de los gentiles: «¿Hay entre los ídolos de las naciones quien haga llover?» En un tiempo de gran sequía en Israel, todo el pueblo presentó sus oraciones a Baal en los días de Ajab, pero Baal no les pudo aliviar; solamente el Dios que respondió por fuego, pudo también responder por agua. «¿Darán de sí los cielos lluvias?», añade. ¡No sin órdenes de parte del Dios de los cielos, pues Él es quien tiene la llave de las nubes, que abre las ubres de los cielos y riega la tierra desde Sus cámaras! Por tanto, toda expectación ha de estar puesta en Él: «¿No eres tú, oh Jehová, nuestro Dios, de quien podemos esperar socorro y al que debemos acudir? ¿No eres tú el que haces llover? Pues tú has hecho todas estas cosas; tú les diste el ser y, por eso, tú les diste leyes y las tienes todas a tus órdenes. Pediremos a Jehová lluvia en la estación tardía (Zac. 10:1). Confiamos en que nos la dará a su debido tiempo». CAPÍTULO 15 1. A pesar de las oraciones del profeta, Dios ratifica aquí la sentencia dictada contra el pueblo (vv. 1–9). II. El profeta mismo, a pesar de la satisfacción que sentía en la
  • 59. comunión con Dios, se halla todavía desasosegado y de mal humor. 1. Se queja a Dios del continuo conflicto con sus perseguidores (v. 10). 2. Dios le asegura que estará bajo especial protección, aunque vendrá sobre el país una desolación general (vv. 11–14). 3. Jeremías apela a Dios en cuanto a su sinceridad en el desempeño de su oficio profético (vv. 15–18). 4. Se le da nueva seguridad de que, bajo condición de que continúe fiel, Dios seguirá protegiéndole y mostrándole Su favor (vv. 19–21). Versículos 1–9 Escasamente se pueden encontrar en cualquier otro lugar de las Escrituras unas expresiones tan patéticas de la ira divina contra un pueblo provocador como las que hallamos en estos versículos. El profeta había orado fervientemente por ellos y encontró algunos otros que se unieron a él; no obstante, ningún alivio se obtuvo ni hubo la menor mitigación del castigo. 1. Cuál fue el pecado que motivó esta severa sentencia. Lo que hizo Manasés en Jerusalén (v. 4). Fue su idolatría la que causó la ruina de Jerusalén (2 R. 24:3, 4) y por la sangre inocente que derramó … Jehová, por tanto, no quiso perdonar. Ahora, este pueblo no se arrepiente. Su pecado es que han dejado a Jehová (v. 6): «Tú me dejaste, dice Jehová; has dejado mi servicio y el deber que tienes para conmigo; te volviste atrás y así has venido a ser el reverso de lo que deberías haber sido». Su obstinación es evidente (v. 7, al final); «no se volvieron de sus caminos, los caminos de su corazón, para ajustarse de nuevo a los de los mandamientos de Dios». Hay misericordia para los que se han ido, si vuelven; pero, ¿qué favor pueden esperar los que persisten en su apostasía? 2. Cuál es la sentencia de Dios contra ellos: Es ruina. (A) Dios los abandona (v. 1b): «No estará mi alma (lit.) con este pueblo». No se deja llevar de un arrebato de pasión, sino que se expresa con justa y santa indignación cuando dice: «Échalos de mi presencia y salgan, pues no me voy a molestar más por ellos». (B) No quiere admitir ninguna intercesión que se haga por ellos (v. 1a): «Aunque Moisés y Samuel se pusieran delante de mí con oración o sacrificio para reconciliarme con el pueblo, no me podrían mover a perdonarles». Comenta admirablemente el Rashi (citado por Freedman): «Moisés y Samuel. Ambos habían intercedido con Dios a favor de Israel, pero sólo después de haber inducido a Israel a arrepentirse; fue entonces cuando Él prestó atención a las oraciones de ellos. Así, cuando Israel pecó con el Becerro de oro, primero destruyeron a los pecadores y entonces dijo Moisés: “Yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado” (Éx. 32:30). De modo similar, Samuel persuadió primero a Israel a retirar la idolatría, y entonces oró por ellos (1 S. 7:2 y ss.). Pero tú (le dice Dios a Jeremías), oras por Israel aun antes de que se hayan reformado. En ese caso, ni siquiera Moisés y Samuel podrían tener éxito». (C) Los condena a todos a un juicio destructor u otro; cada uno, al que haya sido decretado para él (v. 2): «Y si te preguntan: ¿Adónde saldremos?, les dirás: Así dice Jehová: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio» (comp. con 14:12; 24:10; 43:11; Ez. 5:2, 12; Zac. 11:9; Ap. 13:10). El cautiverio se menciona en último lugar porque, en opinión de algunos, es el peor de los castigos, al ser una continua miseria. La espada se repite en el versículo 3, a la cabeza de otra serie de cuatro destruidores. Así como los que escapen de la espada (v. 2) serán víctimas del hambre o del cautiverio, así los que caigan a espada (v. 3) serán cortados por la venganza divina. Habrá perros para despedazar los cadáveres, y aves del cielo y bestias del campo para acabar con la carroña que los perros hayan dejado. Y si hay alguien que piense que ha escapado de la justicia divina, le
  • 60. pasará como a Caín, que tuvo que ser fugitivo y vagabundo en la tierra (v. 4): «Y los entregaré para horror entre todos los reinos de la tierra». (D) Caerán sin haber encontrado ningún alivio. (a) Dios está contra ellos (v. 6b): «Yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré, un golpe premeditado que herirá en lo más profundo; estoy cansado de arrepentirme». Dios había estado muchas veces a punto de destruir a Su pueblo, pero se había vuelto atrás; ahora se le acabó la paciencia y no los aguantará más. (b) Su propio país los expulsará y está a punto de hacerlo (v. 7): «Y voy a aventarlos con aventador hasta las puertas de la tierra». Dice Asensio: «Como tamo arrastrado por el viento a impulso del bieldo (13:24; Sal. 1:4), desaparecerán de la tierra los hijos de un pueblo que, empeñado en no rectificar sus caminos—proceder—, ha puesto en marcha el bieldo—juicio de Jehová (Mt. 3:12; Lc. 3:17)». (c) El pueblo se quedará sin hijos (v. 7) y las mujeres se quedarán sin maridos (v. 8): «Sus viudas se me multiplicaron más que la arena del mar». Dios dice «se ME multiplicaron …» porque, aun cuando los maridos fueron cortados con la espada de la justicia divina, las pobres viudas quedaron a merced de los brazos de la misericordia de Dios, quien ha tenido a bien contar entre Sus títulos el de Dios de las viudas. A Nabucodonosor se le llama (v. 8b) «destruidor a mediodía» (comp. con 6:4), no ladrón en la noche (que teme ser descubierto), pues sin temor alguno estaba dispuesto a abrir brecha en la ciudad y destruirla. La mejor versión literal de la última frase del v. 8 es la siguiente: «Hago que caiga sobre ella (la ciudad) de repente pánico y espanto». El hebreo ir no significa ciudad (v. Os. 11:9, al final, donde suele traducirse por «ira»), sino algo así como «excitación de pánico» que precede al sentimiento de terror o espanto. (d) Cuando los hijos mueren, las madres languidecen (v. 9) y llegan a expirar en la flor de la vida: su sol se ha puesto siendo aún de día, pues la vida de la madre estaba íntimamente ligada a la de sus hijos. Una mujer con siete hijos había de ser sumamente feliz (comp. 1 S. 2:5), pero ahora se la come la vergüenza. La última parte del v. 9 cambia de la tercera persona femenina del singular a la tercera persona masculina del plural, y dice así: «y lo que de ellos quede, lo entregaré a la espada delante de sus enemigos, dice Jehová». (E) Caerán sin que nadie tenga compasión de ellos (v. 5): «Porque, ¿quién tendrá compasión de ti, oh Jerusalén? Cuando tu Dios te ha echado de Su presencia (v. 1, al final), ni tus enemigos ni tus amigos tendrán ninguna compasión de ti. ¡Oh Israel, te has destruido a ti misma!» Versículos 10–14 Jeremías ha vuelto ahora del ejercicio público de su ministerio y se ha retirado a su oratorio; en estos vv. tenemos lo que pasó allí entre él y su Dios. 1. La queja que el profeta hace a Dios por los muchos desalientos con que se encuentra en su trabajo (v. 10). (A) Halla gran cantidad de contradicción y oposición; tanto que está resultando hombre de contienda y hombre de discordia. Tanto la ciudad como el resto del país contendían con él y hacían todo lo posible por hacerle fracasar. Era hombre de paz y, sin embargo, se llama hombre de contienda, no porque él estuviese dispuesto a contender, sino porque los demás siempre contendían con él. Él estaba por la paz; pero ellos estaban por la guerra. La verdadera causa de estas contiendas con él en su fidelidad a Dios y a las almas de ellos. Les mostraba que sus pecados eran su ruina y, cuando él hacía cuanto podía para impedir que se arruinasen, ellos se encendían de furor contra él. El Evangelio de paz ocasiona división (Mt. 10:34, 35; Lc. 12:49, 51). Esto ponía a Jeremías muy incómodo y le hacía clamar: «¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste
  • 61. un hombre de contienda, etc.!» Es una patética lamentación, pero Jeremías no dimite. Si no podemos vivir en paz con nuestro prójimo, no hemos de perder por eso la paz de nuestra propia conciencia ni ser presa del pánico. (B) Por lo que se ve, le acusaban de cosas que no había hecho y, por el odio que le tenían, lo llenaban de insultos y calumnias. En vez de bendecirle y bendecir a Dios por él, maldecían al mensajero de Dios y procuraban presentarlo ante el pueblo como persona digna de odio (v. 10b): «Nunca he dado ni tomado en préstamo, pero todos me maldicen». Se insinúa aquí que los que se enredan en los negocios de este mundo se exponen también a contiendas y discordias. Un ejemplo de la prudencia de Jeremías es que, al haber sido llamado al ministerio profético, no se enredó en los asuntos de esta vida, para no dar ni la más ligera sombra de sospecha de que buscaba ventajas materiales en su oficio. No prestaba dinero porque no era usurero; no tomaba dinero a préstamo porque no era mercader. Hallamos después (16:2) que no tenía mujer ni hijos por los que procurarse medios de subsistencia, y aun así caía bajo el odio general, por lo malos que estaban los tiempos. 2. La respuesta que Dios da a la queja de Jeremías. (A) Le asegura que va a hacer que amaine el temporal para que, por fin, Jeremías disfrute de algún respiro (v. 11): «Dice Jehová: Ciertamente te pondré en libertad para bien; esto es, cuando se aproxime la catástrofe, yo te libraré de ella. Y tus enemigos no podrán acabar contigo. Más aún, de cierto haré que el enemigo suplique ante ti en el tiempo de la aflicción y en la época de la angustia (comp. con 21:1 y ss.; 37:3; 42:1 y ss.). Los que ahora te persiguen y calumnian vendrán un día a suplicarte que intercedas por ellos». (B) Como advierte Freedman, «los versículos 12–14 son claramente una digresión en la que Dios (o, según otros, el profeta) se dirige al pueblo». Esta digresión parece ser un adelanto de lo que, con ligeras variantes, se repite en 17:3, 4, al ser el versículo 12 una especie de dicho proverbial. (a) El versículo 12 ha de leerse del modo siguiente: «¿Acaso el hierro (del sur, esto es, Israel) puede romper el hierro del norte (Caldea) y el bronce (que es más fuerte que el hierro)?» Según Peake (citado por Freedman), «la intención de la referencia al hierro del norte es que el hierro mejor y más fuerte procedía del mar Negro». Dice Asensio: «el versículo 12 parece ser un dicho proverbial con que se indicaba algo imposible». Por tanto, lo que Dios (o el profeta) quiere decir aquí a Israel es que serán vanos sus empeños en oponerse a los caldeos, pues éstos son más fuertes que los israelitas. (b) Oiga, pues, Israel su sentencia (vv. 13, 14): «Tus riquezas y tus tesoros entregaré como botín sin ningún precio, esto es, sin que recibas del enemigo nada a cambio de lo que se llevará». Jeremías era pobre, no tenía nada que perder, ni riquezas ni tesoros; por eso, el enemigo le tratará bien. Pero los judíos que tenían grandes riquezas en dinero y hacienda perderían la vida para quitarles lo que tenían. Todas las partes del país, aun las más remotas, habían contribuido a los pecados nacionales y a todas se les había de pedir cuentas luego. La mayoría de los MSS leen el versículo 14 así: «Y haré pasar (¿las riquezas?) a tus enemigos en tierra que no conoces, etc.». Pero hay todavía muchos MSS (y el Targum) que leen: «Y te haré servir a tus enemigos, etc.». Esta última es también la lectura clara en 17:4. Versículos 15–21 I. El profeta se dirige ahora humildemente a Dios (v. 15): «Tú lo sabes, oh Jehová. Tú sabes lo que sufro por cumplir fielmente la comisión que me encomendaste; los demás no quieren percatarse de ello, pero tú lo conoces todo». 1. El profeta pide a Dios (v. 15): (A) Que considere su caso y se acuerde de él para bien: «¡Acuérdate de mí!» (B) Que le de fuerzas y consuelo: «Visítame». (C) Que se
  • 62. manifieste a favor de él: «Véngate a mi favor de mis perseguidores» (lit.) o «vindícame de mis perseguidores». Más allá de esto, un hombre piadoso no desearía que Dios le vengase. ¡Hágase algo para convencer al mundo de que Jeremías es un hombre justo, y de que el Dios a quien sirve es un Dios justo! (D) Que le preserve la vida: «No me dejes perecer en la prolongación de tu enojo». Aunque, en un momento de gran depresión (v. 10, comp. con 20:14–18), se lamentó de haber nacido, desea ahora, no obstante, que el momento de su muerte no se apresure, pues la vida es dulce para la naturaleza, y la vida de un hombre útil es también dulce para la gracia. 2. Apela a Dios en petición de misericordia y de alivio contra sus enemigos, perseguidores y calumniadores, y le dice a Dios: (A) Que el honor de Dios está interesado en este caso (v. 15, al final): «Sábete (el hebreo está en imperativo) que por tu causa sufro ultraje». Si es por hacer el bien por lo que sufrimos ultrajes, y por llevar una vida piadosa por lo que se dicen contra nosotros toda clase de males, podemos esperar que Dios vindique nuestro honor juntamente con el Suyo. Con el mismo objeto dice al final del v. 16: «Porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de las huestes». (B) Que la palabra de Dios, la que él empleaba en predicar a otros, la había experimentado él mismo en su alma y, por tanto, tenía las gracias del Espíritu que le cualificaban para el favor divino, lo mismo que sus dones. Jeremías pudo decir (v. 16): «Fueron halladas tus palabras, halladas por mí, cuando descendieron sobre mí en el espíritu de profecía y halladas en mí cuando las recibí gustoso, y no sólo las probé, sino que las comí enteramente; las recibí como el alimento más exquisito para una persona que está hambrienta». Al profeta se le pide que coma el rollo (comp. con Ez. 2:8; Ap. 10:9); y tus palabras fueron para mí un gozo y la alegría de mi corazón; ninguna otra cosa pudo serme más agradable. Esto se puede entender: (a) Del mensaje mismo que iba a proclamar. Aunque iba a predecir la ruina de su país, que le era tan querido, y en cuya ruina no podría menos de tener una notable participación, todos sus naturales sentimientos, no obstante, quedaron engullidos en su celo por la gloria de Dios, y aun estos mensajes de ira, al ser mensajes divinos, eran una satisfacción para él. Por supuesto, al principio se había regocijado en la esperanza de que el pueblo tomaría buena nota de sus advertencias y evitaría el juicio de Dios. (b) De la comisión que había recibido para proclamar el mensaje. Aun cuando la obra a la que había sido llamado no comportaba ventajas de tipo material, sino que, al contrario, le exponía al desprecio y a la persecución, era para él alimento y bebida hacer la voluntad del que le había enviado (Jn. 4:34). (c) De la promesa que le había hecho Dios de que le asistiría en todo momento, mientras ejercitase fielmente su ministerio (1:8). (C) Que se había dedicado al desempeño de su ministerio con seriedad y abnegación, aunque recientemente había encontrado poca satisfacción en él (v. 17): «No me senté en compañía de gente alegre ni me regocijé; me senté solo, pasé largo tiempo en mi habitación privada, por causa de tu mano que pesaba sobre mí». Esta frase «por causa de tu mano» recibe diferentes interpretaciones: (a) «porque me oprimía tu mano» (Asensio); (b) «porque me daba fuerza tu mano» (M. Henry y Freedman, quien cita 2 R. 3:15; Is. 8:11; Ez. 3:14). Según la interpretación que se escoja, será también el matiz con que haya de entenderse la frase final del versículo 17: «porque me llenaste de indignación» (¿indignación de quién contra quién?) (D) Se arroja en brazos de la compasión y de la promesa de Dios en una súplica apasionada (v. 18): «¿Por qué es perpetuo mi dolor y no se hace nada para aliviarlo? ¿Acaso el que es fuente de aguas vivas (2:13) será para mí como arroyo ilusorio, puro
  • 63. espejismo (Job 6:15), como aguas que no son estables, cisternas resquebrajadas que no retienen agua?» II. Benigna respuesta de Dios a esta quejumbrosa oración de Jeremías (vv. 19–21). 1. Lo que Dios requiere de él. Dios le va a proteger, pero: (A) Él ha de abandonar su mal humor y continuar gozoso su ministerio (v. 19): «Si te vuelves—dice Jehová—, yo te restauraré y delante de mí estarás: si te arrepientes de esos malos sentimientos que has expresado, gozarás de mi favor y continuarás tu ministerio en presencia de mí». Sólo así podrá Jeremías ver las cosas en la misma perspectiva en que Dios las ve. (B) Ha de resolver ser fiel en su obra. Aunque no había motivo para acusar a Jeremías de infidelidad, y Dios sabía que el corazón del profeta era sincero, era conveniente darle este aviso: «Si entresacas (v. 19b) lo precioso de lo vil, los buenos pensamientos acerca de mi carácter de entre esas sospechas que has abrigado (interpretación más probable), serás como mi boca, esto es, serás mi portavoz». (C) En su trato con los demás, ha de procurar no descender al nivel de ellos, sino hacer que ellos se eleven al nivel de él, que es el nivel espiritual que Dios desea (v. 19c): «Que se vuelvan ellos a ti, y tú no te vuelvas a ellos». 2. Lo que Dios le promete. Si él se porta fielmente: (A) Dios le tranquilizará la mente y pacificará el presente tumulto de su espíritu: «Si te vuelves, yo te restauraré» (v. 19, comp. con Sal. 23:3). (B) Dios le empleará en Su servicio como profeta: «y delante de mí estarás, para recibir de mi instrucciones y órdenes, como un criado de su amo, y serás como mi boca para dar mensajes al pueblo, como un embajador es la boca del príncipe que le envía». (C) Tendrá fuerza y valor para afrontar las muchas dificultades que halla en su trabajo, y su ánimo no decaerá como al presente (v. 20): «Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, al que, por mucho que las tempestades lo batan, no lo pueden sacudir. No te rebajes al nivel de ellos mediante complacencias pecaminosas, y confía entonces en que tu Dios te armará, por medio de Su gracia, con santas resoluciones. No cobardees y Dios te hará atrevido». Se había quejado antes de que había nacido como hombre de contienda. «Tienes que esperar serlo—le dice Dios—; pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti». (D) Tendrá en Dios a un poderoso Libertador (v. 20, al final): «Porque yo estoy contigo para guardarte y para librarte, dice Jehová». Quienes tienen consigo a Dios, tienen consigo un Salvador que posee sabiduría y poder suficientes para habérselas con el más formidable enemigo (v. 21). Hay muchas cosas que se presentan muy atemorizadoras, pero no resultan en modo alguno dañosas para una persona piadosa. CAPÍTULO 16 I. La gravedad de la desgracia que se cernía sobre la nación judía es puesta de relieve por las órdenes que da Dios al profeta de no formar un hogar (vv. 1–4), de no participar en las manifestaciones de duelo de otras familias (vv. 5–7) y de no participar tampoco en las manifestaciones de regocijo (vv. 8, 9). II. Dios queda justificado en estas severas medidas de separación del ambiente en virtud de la gran perversidad reinante (vv. 10–13). III. Se ofrece una insinuación de que Dios tiene en reserva misericordia (vv. 14, 15). IV. Se dan algunas esperanzas de que el castigo del pecado pueda llevar a la reforma de los pecadores (vv. 16–21). Versículos 1–9 El profeta sirve aquí de señal al pueblo. Ellos no hacían caso de lo que Jeremías decía; veamos si hacen caso de lo que hace. Tiene que actuar como es propio de quien espera ver en ruinas su país muy en breve. Ya lo había predicho, pero tiene que mostrar
  • 64. que está plenamente convencido de que es verdad, al obedecer a la orden de que no se case y de que no asista a manifestaciones públicas de duelo ni de jolgorio. 1. Jeremías no se debe casar ni pensar en formar un hogar (v. 2). Los judíos estimaban en mucho los casamientos tempranos y la prole numerosa. Pero Jeremías debe quedarse soltero. Por aquí se ve que esto sólo era aconsejable en casos de calamidad especial y de agobio inminente (1 Co. 7:26), y esto mismo es parte de esa calamidad. En tales circunstancias, los profetas, y otros ministros del Señor, hacen bien en librarse de quedar abrumados con aquello que, cuanto más querido les es, tanto mayor pesar, temor y preocupación les ha de causar. El motivo que aquí se da es que padres y madres, hijos e hijas, morirán de dolorosas enfermedades (vv. 3, 4). Y precisamente los que tengan mujer e hijos son los que menos podrán escapar de esas muertes. La muerte de cada hijo, y en tan lúgubres circunstancias, será como una nueva muerte para su progenitor. Mejor es no tener hijos que tenerlos para sacarlos a la matanza (Os. 9:13). Los muertos serán tantos que no habrá tiempo para hacerles duelo ni aun para enterrarlos (v. 4), por lo que servirán de pasto a buitres y fieras. 2. Jeremías no debe acudir a hacer duelo en casas de vecinos o parientes (v. 5). Solían hacerse grandes señales de lamentación en tales casos, hasta llegar a hacerse incisiones y raparse los cabellos por ellos (v. 6), a pesar de estar prohibido por la ley (Dt. 14:1). Solían ir a consolarlos de sus muertos (v. 7), como hicieron los judíos con Marta y María; y una señal amistosa era darles a beber vaso de consolaciones, «una copa especial de vino que estaba destinada a ser bebida por el que estaba de luto» (Freedman). La razón principal de esta prohibición es que las muertes serán tantas a un mismo tiempo, que no habrá lugar, ni ánimo ni tiempo para todas las ceremonias acostumbradas en casos de muerte. Todos tienen que ser lamentadores, no consoladores, «porque (v. 5b) yo he quitado mi paz de este pueblo, dice Jehová, mi misericordia y mi compasión». Cualquiera sea la medida de paz de que disfrutemos, ha de ser la paz de Dios; es un don suyo y, si Él da reposo, ¿quién podrá causar molestia? Pero, si no hacemos buen uso de su paz, puede quitarla y lo hará; entonces, ¡adiós a todo bien! Todo es inútil cuando Dios retira de nosotros su afecto y sus favores. 3. Tampoco debe ir Jeremías a la casa del regocijo, donde se come y se bebe con alegría (v. 8). Dios se manifestaba poderosamente con Sus juicios, y era tiempo de humillarse, no de regocijarse. En esto también los ministros de Dios han de servir de ejemplo a los demás. Sus amigos se asombrarán de que no vaya con ellos al banquete, pero con esto verán que todas esas fiestas van a tener fin rápidamente (v. 9): «Porque así dice Jehová de las huestes, Dios de Israel: He aquí que yo haré cesar en este lugar, delante de vuestros ojos y en vuestros días, esto es, en vuestra presencia y durante vuestra vida, toda voz de gozo, etc.». Esto había de acontecer en este lugar, es decir, en Jerusalén, otrora ciudad alegre y que pensaba tener garantizadas para siempre sus alegrías. Con sus iniquidades e idolatrías, ellos habían hecho cesar la voz de la alabanza y, por eso, justamente hacía Dios cesar toda voz de gozo y toda voz de alegría. La voz de los profetas de Dios no era escuchada entre ellos; tampoco se escuchará toda voz de esposo y toda voz de esposa, es decir, las aclamaciones y los cánticos que engalanaban los festejos nupciales (comp. con 7:34). Versículos 10–13 Los motivos por los que Dios traía sobre ellos estas calamidades. 1. Ellos se negaban a reconocer su pecado (v. 10b): «¿Qué maldad es la nuestra, o qué pecado es el nuestro, etc.? ¿Qué crimen hemos cometido que merezca un castigo tan tremendo?» En lugar de humillarse y condenarse a sí mismos, tratan de justificarse e insinúan que Dios es injusto al pronunciar contra ellos esta sentencia. ¿Y le preguntan al profeta por qué está Dios tan enojado con ellos? El Dios justo nunca se enoja sin causa,
  • 65. sin buena causa. Pero Jeremías tiene que decirles cuál es, en particular, la causa, a fin de que se humillen o, al menos, para que Dios sea justificado. 2. La causa era que (v. 12) se habían portado peor que sus antepasados, los cuales ya habían apostatado de Dios (v. 11): «Entonces les dirás: Porque vuestros padres me dejaron, dice Jehová, y anduvieron en pos de dioses ajenos, cuyo culto era más alegre y pomposo y, gustándoles la variedad y la novedad, les sirvieron y ante ellos se postraron»; y éste era el pecado que Dios había dicho, en el segundo mandamiento del Decálogo, que había de visitar sobre sus hijos, quienes observaban estas costumbres idólatras. Pero ellos se habían obstinado tercamente (v. 12) en el mismo pecado: «y vosotros habéis hecho peor que vuestros padres; porque he aquí que camináis cada uno tras la terquedad de su malvado corazón, no escuchándome a mí». Si ellos hubieran hecho buen uso de la longanimidad de Dios con sus padres, de forma que la paciencia de Dios les hubiese conducido al arrepentimiento, se habría podido evitar el castigo y Dios les habría concedido el perdón. 3. Al ser así las cosas, no es de extrañar que Dios haya tomado esta resolución (v. 3): «Por tanto, yo os arrojaré de esta tierra, de este país de luz, de este valle de visión, a una tierra lejana, a una tierra que ni vosotros ni vuestros padres habéis conocido». Dos cosas habían de hacer más miserable la situación de ellos, y las dos afectaban al alma: (A) «Es una felicidad para el alma el estar empleados en el servicio de Dios; pero allí serviréis a dioses ajenos de día y de noche», quizás obligados por vuestros crueles capataces a hacerlo; y cuando se os fuerce a servir a los ídolos, sentiréis de tal culto tantas náuseas como afición sentíais antes cuando os lo prohibían vuestros piadosos reyes. (B) «Es también una felicidad para el alma tener algunas señales de la benignidad de Dios, pero vosotros iréis a una tierra extraña donde no os mostraré clemencia.» Versículos 14–21 En estos versículos hay una mezcla de misericordia y juicio, y algunos apuntan hacia un futuro lejano. 1. Dios ejecutará sobre ellos, con toda certeza, Su juicio por sus idolatrías. (A) El decreto ha sido promulgado. Dios ve todos sus pecados (v. 17). Su omnisciencia los deja convictos. Su justicia los condena (v. 18): «Pagaré al doble, esto es, en gran medida (comp. con Is. 40:2), su iniquidad y su pecado». El pecado por el cual Dios contiende con ellos es «porque contaminaron mi tierra», la tierra de Jehová, con sus idolatrías: «con los cadáveres de sus ídolos y de sus abominaciones llenaron mi heredad». Los ídolos son figuras de madera, metal o piedra; por tanto, no pueden tener vida; pero aquí se les llama cadáveres para dar a entender que los ídolos contaminan como los cadáveres. (B) Dios hará surgir instrumentos de Su ira, los cuales sacarán de su tierra a los israelitas por mucho que se escondan (v. 16), por lo que llama al ejército caldeo pescadores y cazadores, hábiles en sacar de sus escondrijos a la gente. (C) Su esclavitud en Babilonia será más pesada que la de Egipto, sus capataces serán más crueles y sus vidas serán más amargas. Esto va implícito en la promesa (vv. 14, 15) de que su liberación de Babilonia será mejor acogida por ellos que la de Egipto. La esclavitud en Egipto cayó sobre ellos gradualmente; la de Babilonia caerá de un golpe y con todas las circunstancias que agravan el terror. En Egipto llegaron a disfrutar de un Gosen propio, pero en Babilonia no tendrán tal cosa. En Egipto eran empleados como siervos útiles; en Babilonia, como cautivos aborrecidos. (D) Estos juicios de Dios tienen su voz. Cuando Dios castiga, enseña. Por medio de esta vara, Dios contiende con ellos del modo siguiente (v. 20): «¿Hará acaso el hombre dioses para sí? Mas ellos no son dioses». Como se ve, M. Henry interpreta estas frases
  • 66. como dichas por Dios. Pero es más probable, al seguir la línea del contexto anterior, que sean una «continuación de la confesión de las naciones» (Kimchi, citado por Freedman). 2. A pesar de este severo juicio, Dios tiene para Israel grandes reservas de misericordia. Con aire de extrema severidad, ha dicho (v. 13) que los ha de arrojar de Palestina; pero, a continuación, vienen frases de consuelo. (A) «No obstante (v. 14), he aquí vienen días (frase que, como en otros lugares, tiene tono escatológico) en que la misma mano que dispersó a los israelitas por tierras extrañas los reunirá de nuevo en su tierra, «la cual—dice (v. 15, al final)—di a sus padres». (B) La liberación de Israel de la tierra de Egipto fue hecha con fuerza y poder, pero la del país de Babilonia se obtuvo con el Espíritu de Jehová de las huestes (Zac. 4:6). En la liberación de Babilonia hubo mayor dosis de misericordia perdonadora, porque la cautividad de Babilonia tenía también mayor dosis de castigo del pecado que su esclavitud en Egipto. (C) La liberación de la cautividad de Babilonia irá acompañada de una bendita reforma, pues volverán curados de su inclinación a la idolatría. Habían contaminado la tierra con sus abominaciones (v. 13). Pero, después de haber sido castigados severamente por ello, vendrán y se postrarán humildemente ante su Dios. (D) Los versículos 14 y 15 forman un paréntesis escatológico después del versículo 13. Después de los versículos 14 y 15 vuelve (vv. 16–18) la línea de castigo, para llegar en los versículos 19–21 (al empalmar con el v. 15) a una culminación escatológica en que el profeta avizora el porvenir hasta contemplar el día en que las naciones (v. 19) vendrán al verdadero Dios desde los extremos de la tierra. Dice Freedman: «Es digno de notarse que el profeta concibió esta conversión como un acto espontáneo, no debido a compulsión, ni siquiera a persuasión». (E) El profeta se consuela con esta perspectiva y prorrumpe en estas exclamaciones de gozo (v. 19a): «Oh Jehová, mi fuerza y mi fortaleza (baluarte), ahora me siento cómodo y satisfecho, pues me has hecho ver una situación futura en que multitudes de gentiles vendrán a ti desde los extremos de la tierra, confesarán sus pasados pecados y te darán gloria (vv. 19b 20). Tenemos, pues, aquí «conversión de los gentiles a la religión de Jehová, al Mesías-Cristo en concreto (Ro. 11:25–31), cansados de los dioses de sus padres, que sólo son mentira, vanidad y, como tales, inútiles» (Asensio). (F) Todos ellos darán, por esto, alabanza y honor a Dios, pues han llegado a conocer Su nombre por lo que han venido a conocer de Su mano (v. 21). Solamente la poderosa mano de la gracia de Dios puede hacer que conozcamos rectamente el nombre de Dios conforme nos es revelado en Su Palabra y experimentado en nuestra vida. CAPÍTULO 17 5 I. Dios convence a Judá del pecado de idolatría y le condena por él al destierro y al cautiverio (vv. 1–4). II. Les muestra la necedad de poner la confianza en lo que no tiene poder para salvar (vv. 5–11). III. El profeta apela a Dios con ocasión de las maquinaciones de sus enemigos contra él y se encomienda a la protección divina, mientras ruega a Dios que se manifieste a favor de él (vv. 12–18). IV. Dios por medio del profeta, amonesta Dios al pueblo a que santifiquen el día del sábado, asegurándoles que, si lo hacen así, se alargarán los días de su tranquilidad (vv. 19–27). Versículos 1–4 5 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.837
  • 67. El pueblo había dicho (16:10): «¿Qué maldad es la nuestra, o qué pecado es el nuestro?» Aquí tienen la respuesta. 1. El pueblo no puede negar su culpabilidad, porque sus pecados están escritos delante de Dios con caracteres perfectamente legibles e indelebles (vv. 1, 2, comp. con Dt. 32:34). Más que escritos, están esculpidos con cincel de hierro, «usado para escribir en la superficie dura de las piedras, etc. (cf. Job 19:24) y con punta de diamante, a causa de la extrema dureza del corazón de la nación» (Freedman). De este modo, permanecerán indelebles y no serán borrados mientras no sean perdonados. Para probar el cargo no hay que ir más lejos que a los cuernos de sus altares, sobre los que había sido rociada la sangre de sus sacrificios idolátricos. Sus vecinos serán testigos contra ellos, y sus propios hijos se acuerdan de los altares y de las imágenes de Aserá adonde sus padres los llevaban consigo cuando eran pequeños (v. 2). La inclinación hacia sus ídolos es tan fuerte como siempre y ni la Palabra de Dios ni la vara de Dios les hacen rebajar su afecto a dichos ídolos. El hebreo (difícil) del v. 2 admite también esta otra traducción que siguen algunas versiones, después de los famosos rabinos Rashi y Kimchi: «Como recuerdan a sus hijos, así recuerdan a sus altares». Asensio adopta una tercera lectura y traduce: «como recordando a sus hijos sus altares», pero esta versión me parece—nota del traductor—gramaticalmente incorrecta porque, en tal caso, el verbo hebreo zekor debería estar en forma causativa (Hiphil). 2. Una vez aprobado el sumario de cargos, se dicta el veredicto y se ratifica la sentencia (vv. 3, 4). Sus tesoros pasarán a manos de extraños. Jerusalén es el monte de Dios en el campo; fue edificada sobre un collado en medio de una planicie. Dios dará al pillaje todos los tesoros de esa opulenta ciudad. Toda la tierra santa era monte de Dios (Dt. 11:11; Sal. 78:54), y ellos la habían convertido en lugares altos para el pecado (v. 2). Esos lugares altos iban a ser entregados también al pillaje (v. 3) en todo el territorio. Tendrán que deshacerse (v. 4) de la heredad que Jehová les dio y serán llevados cautivos a una tierra extraña. El pecado produce una cesación (o interrupción) de nuestros consuelos y nos priva del disfrute de aquello que Dios nos ha dado. Pero se insinúa aquí que, si se arrepienten recobrarán sus posesiones. Al presente, les dice Dios (v. 4, al final), «habéis encendido en mi furor un fuego que para siempre arderá». Al menos, ardía de tal forma que parecía que nunca se había de apagar. Versículos 5–11 No todos los sermones del profeta eran proféticos, sino que algunos eran de carácter práctico. Véase lo que dice: 1. En cuanto a la decepción y al dolor que de cierto sentirán los que, cuando se hallan en apuros, dependen de criaturas para su éxito y alivio (vv. 5, 6): Maldito (es decir, miserable) es el varón que obra de ese modo, porque se apoya en una caña rajada. El pecado que aquí se condena es hacer de la carne nuestro brazo, esto es, poner como brazo poderoso en que apoyarse, el brazo con que trabajamos y en el que confiamos tener nuestra protección, carne, esto es, la fragilidad humana. Dios es el brazo de Su pueblo (Is. 33:3). La gran malignidad que hay en este pecado: (A) Por este pecado, el corazón se aparta de Jehová (v. 5, al final). El corazón perverso (v. 9) se aleja, por su incredulidad, del Dios viviente. Los que ponen la confianza en el hombre se apartan de hecho de Dios, aunque se acerquen a Dios con los labios. Adherirse a la cisterna es, a fin de cuentas, renunciar a la fuente (2:13) y, en consecuencia, Dios se resiente de ello. (B) Por este pecado, el hombre se engaña a sí mismo, porque (v. 6) será como la retama en el desierto, triste arbusto, producto de un suelo estéril, sin savia, sin utilidad, sin valor, todos sus consuelos le abandonarán y se marchitará, y será desechado y pisoteado por todos los que transiten por allí; y no verá cuando viene el bien, pues no
  • 68. tendrá parte en él; aun en tiempo de lluvia no le llegará la humedad, porque morará en los sequedales del desierto, en tierra salitrosa y deshabitada donde sus raíces no se benefician del agua. Así todos los que confían en sí mismos o en otros hombres, en punto a salvación espiritual, es imposible que prosperen: ni producirán frutos de servicios aceptables a Dios ni cosecharán frutos de bendiciones saludables venidas de Dios. 2. En cuanto a la abundante satisfacción de que disfrutan los que ponen en Dios su confianza, que viven por fe y, en los tiempos de mayor intranquilidad, descansan en el poder y el amor de Dios (vv. 7, 8). El deber que se nos impone es hacer de Jehová nuestra confianza; de Su favor, el bien que esperamos; de su poder, la fuerza en que esperamos. (A) El que obra así será como el árbol plantado junto a las aguas (v. 8, comp. con Sal. 1:3), un árbol escogido en el que se ha puesto mucho interés para plantarlo en el mejor suelo. Como árbol bien plantado, extenderá sus raíces junto a la corriente, de donde sacará savia abundante. Quienes hacen de Dios su esperanza viven cómodos, pues disfrutan de continua seguridad y de perfecta serenidad mental. (B) Un árbol plantado de esta manera no teme la venida del calor, pues le sube tanta humedad desde las raíces que está suficientemente preservado de la sequía. Su follaje está siempre frondoso, como árbol de hoja perenne: alegre para sí y hermoso a la vista de los demás. Y, así como no pierde la hoja, tampoco deja de dar fruto. No tenemos por qué preocuparnos si se quiebra la cisterna, con tal que tengamos la fuente. Los que confían en Dios y, por fe, sacan de Él fuerza y gracia, no cesarán de dar fruto (comp. con Jn. 15:5). 3. En cuanto a la pecaminosidad del corazón humano y la divina inspección con que es examinado (vv. 9, 10). Es locura confiar en el hombre, porque no sólo es débil, sino falso y engañoso. Pensamos que confiamos realmente en Dios, cuando no lo estamos, como se ve por el hecho de que nuestras esperanzas y nuestros temores suben o bajan conforme las causas segundas nos sonríen o nos fruncen el ceño. Hay en nuestro corazón maldades que ni siquiera nosotros mismos nos damos cuenta de que están allí ni sospechamos que las haya en nosotros. El corazón, lo más íntimo del hombre, es, en el estado de naturaleza caída, engañoso más que todas las cosas. Llama bueno a lo malo, y malo a lo bueno, y cambia el color real de las cosas. Cuando los hombres dicen en su corazón que no hay Dios, o que Dios no ve, el corazón les engaña. De cierto que el caso es grave cuando la conciencia, que debería rectificar los errores de las demás facultades del hombre, es en sí misma una madre de falsedades y la pionera en toda clase de engaños. No conocemos nuestro corazón ni de lo que es capaz en un momento de tentación (David no lo conoció, ni Ezequías ni Pedro). Mucho menos podemos conocer el corazón de otros ni depender en forma alguna de ellos. Pero Dios ve toda maldad que anida en el corazón (v. 10) Yo Jehová, escudriño el corazón y pruebo los riñones. Y, con el juicio que hace en base a este examen, da a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras. 4. En cuanto a la maldición pronunciada contra las riquezas mal adquiridas (v. 11): El que injustamente amontona riquezas, aunque ponga en ellas sus esperanzas, no disfrutará de ellas; en la mitad de sus días las dejará y al final resultará un insensato (hebr. nabal, lo mismo que en Sal. 14:1 y otros lugares). El vocablo hebreo no indica «falta de capacidad intelectual, sino carencia de entendimiento moral e incapacidad para distinguir entre lo recto y lo malvado» (Freedman). En cambio, los que desean abundar en gracia son sabios al final (Pr. 19:20), ya que tienen su consuelo en que la muerte les conduce a una feliz eternidad, mientras que quienes ponen su confianza en las riquezas se darán cuenta de su necedad cuando sea demasiado tarde. En cuanto al símil de la
  • 69. perdiz, Freedman advierte que «había en la antigüedad una creencia popular de que la perdiz incubaba huevos que no eran suyos. Tristram piensa que esto no es verdad y comenta sobre este versículo: «La perdiz pone gran cantidad de huevos, pero tiene muchos enemigos—no es el hombre el menos destructivo—que van a la caza de su nido y le roban los huevos … Lo que el profeta quiere decir es que el hombre que se enriquece por medios injustos disfrutará muy poco de su mal ganada fortuna, pues la dejará prematuramente como la perdiz que comienza a incubar, pero le roban prontamente las esperanzas de tener cría». Versículos 12–18 El profeta se retira para meditar en privado, a solas con Dios. 1. Reconoce el gran favor de Dios a Su pueblo al establecer entre ellos una religión revelada y al añadirles dignidad con instituciones divinas (v. 12): «Trono de gloria, excelso desde el principio, es el lugar de nuestro santuario». El templo de Jerusalén, donde Dios manifestaba Su presencia especial, donde el pueblo pagaba sus respetos a su Soberano y adonde se refugiaba en tiempos de apuro, era el lugar del santuario de ellos. Era trono de santidad, el trono de Dios. Jerusalén es llamada la ciudad del gran Rey, no sólo del Rey de Israel, sino del Rey de todo el orbe, de forma que se la puede llamar la ciudad regia del mundo entero. Lo era desde el principio (2 Cr. 2:9). Jeremías lo menciona aquí para suplicar a Dios que tenga misericordia del país o como agravante del pecado del pueblo al dejar a Dios, a pesar de que Su trono estaba en medio de ellos. 2. Reconoce la justicia de Dios al abandonar a la ruina a quienes le retiraban la pleitesía que le debían (v. 13). Le habla a Dios como suscribiendo la equidad de Sus juicios: «¡Oh Jehová, esperanza de Israel!, de los israelitas que se adhieren a ti, todos los que te dejan serán avergonzados. Y de ti se apartan los que no escuchan tu palabra que yo he predicado; y los que a mí se vuelven, a ti se vuelven (15:19, al final); y los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, donde se borrará su memoria, como se borra todo lo que se escribe en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas (2:13), a cambio de cisternas agrietadas. 3. Ora a Dios para que le conceda gracia salvífica sanante (v. 14): «Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo. Jeremías tenía el espíritu herido con muchas heridas, pues estaba continuamente expuesto a la malignidad de hombres incapaces de razonar. Pero sabe que si Dios le sana, no habrá quien le pueda herir; si Dios le salva, no hay quien le pueda perder; porque tú eres mi alabanza, “en Ti me glorío de que Tú eres mi Ayudador y me librarás de mis enemigos” (Freedman)». 4. Se queja de la infidelidad y de la atrevida impiedad del pueblo al que dirigía sus mensajes de parte de Dios. Les había dado fielmente el mensaje de Dios y ¿qué respuesta tenía que dar, de parte de ellos, al que le había enviado? «He aquí (v. 15) que ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra de Jehová? ¡Que se cumpla ahora!» (comp. con Is. 5:19). Se burlaban del profeta y negaban la verdad de lo que él decía: «Si es la palabra de Jehová lo que nos hablas, ¿dónde está? ¿Por qué no se cumple?» Con esto, retan al mismo Dios: «¡Que haga el Dios Omnipotente todo el mal que pueda! ¡Que acontezca todo cuanto dice! ¡Ya nos las arreglaremos! ¡No es tan fiero el león como lo pintan!» (v. Am. 5:18). 5. Apela a Dios acerca de su fiel desempeño del cometido que le había asignado (v. 16). Él continuaba constante en su trabajo. Su oficio, en lugar de servir para protegerle, le exponía al menosprecio y a la persecución. «Con todo—dice él—, en cuanto a mí, no me he apresurado a dejar de ser un pastor en pos de ti (lit.); no he abandonado mi ministerio». Tal clase de pastor era Jeremías; y, aunque tenía que afrontar tantas dificultades y desalientos como nadie jamás encontró, no emprendió la huida como Jonás ni deseó que se le excusase de seguir cumpliendo encargos de Dios. Siempre
  • 70. conservó su gran afecto hacia el pueblo de Dios. Aunque ellos se portaban muy mal con él, él tenía compasión de ellos (v. 16b): «Ni deseé día de calamidad, tú lo sabes». El día en que se cumpliesen sus profecías iba a ser de veras un día aciago en Jerusalén y, por tanto, él deseaba que nunca llegase. Dios no desea, y, por tanto, sus ministros tampoco deben desear, la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por otra parte, él cumplía fielmente las instrucciones que Dios le daba. Aunque le habría sido fácil ganarse el favor del pueblo, si no hubiese sido tan severo en sus reprensiones, él resolvió proclamar fielmente su mensaje (v. 16c): «Lo que de mis labios ha salido, fue manifiesto delante de ti» (lit.). 6. Humildemente ruega a Dios que le reconozca por Suyo, le proteja y le haga proseguir con alegría en la tarea para la cual tan claramente le llamó. Dos cosas desea aquí: (A) Que encuentre consuelo en servir al Dios que le envió (v. 17): «No me seas tú por ruina, esto es, “no permitas que mi lealtad hacia Ti sea la causa de mi ruina” (Freedman), pues mi refugio eres tú en el día malo, esto es, tú eres el único que puede protegerme el día en que sobrevenga la calamidad». (B) Que tenga valentía para comportarse con el pueblo al que ha sido enviado (v. 18). Le perseguían precisamente los que deberían haberle acogido y animado: «Señor», dice, «avergüéncense los que me persiguen y no me avergüence yo, esto es, que queden fallidos los planes y las maquinaciones de ellos y que no deje de cumplirse la palabra que tú me has dado para comunicarla a ellos; desmayen ellos, al verse impotentes, y no desmaye yo de predicar al ver sus amenazas; trae sobre ellos, mis perseguidores, el día aciago, y quebrántalos a ellos con doble (es decir, completo) quebrantamiento, con la esperanza de que los demás puedan escarmentar en cabeza ajena y de que la completa ruina de ellos pueda servir para la salvación de algunos». Versículos 19–27 Estos versículos constituyen un sermón acerca de la santificación del día del sábado. Es probable que Jeremías lo predicase en los días de Josías, para apoyar la obra de reforma que el monarca llevaba a cabo. Había de ser predicado primeramente en la puerta pública (v. 19), «por la cual entran y salen los reyes de Judá, pues ellos eran los primeros que debían oír y poner en práctica la observancia del sábado antes de hacer que los súbditos la cumplieran. También ha de ser proclamado (v. 19, al final) en todas las puertas de Jerusalén; todos deben enterarse, porque es un asunto que concierne a todos». 1. Cómo había de ser santificado el sábado y cuál es la ley acerca de él (vv. 21, 22): Habían de descansar de todo trabajo secular. No debían introducir ninguna carga en la ciudad ni sacar carga de la ciudad, y no habían de hacer trabajo alguno. Lo que entraba en la ciudad era principalmente lo que se producía en los distritos agrícolas. Lo que salía de la ciudad, y aun de las casas particulares (v. 22), serían «artículos con los que traficar por los productos que entraban en la ciudad» (Freedman). «Guardaos por vuestra vida—dice Jehová (v. 21)—…, pues arriesgáis la vida (hebr. néphesh = alma, vida o persona) si le robáis a Dios parte del tiempo que Él reservó para sí. No es una nueva imposición, pues es algo que mandó a vuestros padres (v. 22, al final). En efecto, a ellos les mandó santificar el sábado, y así debéis hacer vosotros, consagrarlo al honor de Dios, y emplearlo en el servicio y la adoración de Dios. Los negocios del mundo deben dejarse a un lado, a fin de que toda nuestra persona esté concentrada en esta obra de santificación del sábado». 2. Cómo había sido profanado el sábado (v. 23): «A vuestros padres se les ordenó santificar el sábado, pero ellos no atendieron ni inclinaron su oído para escuchar y obedecer, sino que endurecieron su cerviz para no oír (frases que hemos visto en 7:26)
  • 71. ni recibir corrección». Como en otras materias, también en ésta se habían obstinado en la desobediencia. 3. Qué bendiciones tenía Dios en reserva para ellos si hubiesen tomado conciencia del deber que tenían de santificar el sábado (vv. 24–26): (A) La corte habría florecido: Los reyes y príncipes entrarían y saldrían con gran pompa. (B) La ciudad florecería también, pues sería habitada para siempre; no sería despoblada ni destruida, según estaba amenazada. (C) El país prosperaría, pues (v. 26) las ciudades de Judá, las de Benjamín al norte de Judá, la Sefelá (esto es, la llanura u hondonada) que se extendía al oeste de Judá, la región montañosa al sur de Jerusalén, y el Négueb (es decir, el sur del país) habrían de estar bien poblados, y abundarían en todo y vivirían en paz. (D) El culto del templo también prosperaría, pues los habitantes llevarían allá abundantes sacrificios de la gran abundancia que poseerían en paz con sus vecinos y en paz con su conciencia. De veras prospera un pueblo cuando en él florece la verdadera religión; y ésta suele florecer donde se santifica el sábado. 4. Los castigos que han de temer que les sobrevengan si persisten en la profanación del sábado (v. 27): «Pero si no me escucháis en esta materia de tener cerradas las puertas en días de sábado, de forma que nada se introduzca ni se saque en ese día, sabed que yo prenderé fuego a sus puertas (de Jerusalén)». Justamente serán quemadas las puertas que no se han usado como debían, pues debieron estar cerradas al pecado y abiertas al cumplimiento del deber. CAPÍTULO 18 I. Los caminos de Dios en el modo de tratar a naciones y reinos (vv. 1–6). Si les amenaza con ruina, pero ellos se arrepienten, Él se volverá a ellos en Su misericordia y, entonces, solamente el pecado podrá impedir la continuación de Sus favores (vv. 7–10). II. Una demostración particular de la insensatez de los hombres de Judá y de Jerusalén al apartarse de su Dios para seguir a los ídolos (vv. 11–17). III. Jeremías se queja ante Dios de la vil ingratitud y perversa maldad de sus enemigos y ora contra ellos (vv. 18– 23). Versículos 1–10 El profeta es enviado aquí (v. 2) a casa del alfarero, no a pronunciar un sermón, sino a preparar un sermón o, más bien, a recibirlo ya listo para ser predicado: «Vete a casa del alfarero, observa cómo trabaja, y allí te haré oír, con silenciosos susurros, mis palabras. Allí recibirás un mensaje para que vayas a predicarlo al pueblo». Fue, pues, el profeta a casa del alfarero (v. 3) y se fijó en la forma como él trabajaba sobre las dos ruedas (lit. sobre las dos piedras) «que, al girar una sobre la otra, formaban la “rueda” o máquina de su profesión manual» (Asensio). Y cuando el puñado de barro que había resuelto formarlo de una figura u otra resultaba demasiado duro, o era demasiado pequeño o tenía alguna piedra y «se echaba a perder en su mano, volvía a tomar otro puñado y hacer otra vasija, según le parecía mejor hacerla». Los ministros de Dios harán buen uso de los negocios y asuntos de esta vida si aprenden de ellos a hablar al pueblo más llana y familiarmente de las cosas de Dios y exponer las comparaciones de la Escritura. Mientras Jeremías observa con toda diligencia la obra del alfarero Dios le fija en la mente estas dos grandes verdades que él debe predicar a la casa de Israel: 1. Que Dios tiene incontestable autoridad, así como irresistible poder para formar y modelar reinos y naciones como le place para que sirvan a Sus intereses (v. 6): «¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová». Dios tiene sobre nosotros un título de propiedad más claro que el del alfarero sobre el barro; porque el alfarero solamente le da forma al barro, mientras que nosotros hemos recibido de Dios tanto la materia como la forma. Esto da a entender que Dios tiene sobre nosotros absoluta soberanía y que sería tan absurdo poner esto en tela de juicio como
  • 72. para el barro contender con el alfarero. A Dios le es muy fácil hacer de nosotros el uso que le place. Una vuelta de la mano, una vuelta de la rueda, altera completamente la figura del barro, hace de él una vasija, la deshace, la vuelve a hacer. Así están nuestros tiempos en las manos de Dios (Sal. 31:15). Aquí se habla de naciones (comp. con 12:23; 34:29; Sal. 107:33, etc.). Si la vasija del alfarero se estropea para algún uso, podrá servir para otro; los que no quieran ser monumentos de misericordia, serán monumentos de justicia. Dios nos formó del barro (Gn. 2:7; Job 33:6) y todavía somos como barro en sus manos (Is. 64:8). 2. Que en el ejercicio de esta autoridad y de este poder Dios se guía por normas fijas de equidad y bondad. Dispensa sus favores de modo soberanamente libre, pero nunca castiga con poder arbitrario. En los castigos, podemos estar seguros de que eso se debe a nuestros pecados; un arrepentimiento a escala nacional puede detener el avance de esos juicios (vv. 7, 8): Si Dios habla, con respecto a una nación (no «pueblo»), de arrancar los vallados que la protegen, los frutales que la enriquecen y las fortificaciones que la defienden, y destruirla de ese modo—como se destruye una viña o una ciudad—, en este caso, si esa nación (v. 8) se arrepiente de sus pecados y se reforman las vidas, si cada uno se vuelve de su maldad y se pone en camino hacia Dios de nuevo, también Dios se volverá hacía ellos en misericordia. Es verdad indudable que una sincera conversión del mal del pecado será una prevención efectiva del mal del castigo; y Dios puede levantar de sus ruinas a un pueblo arrepentido, con mayor facilidad que la del alfarero para hacer nueva una vasija que se le había echado a perder en la mano. Cuando Dios viene a nosotros por vías de misericordia, si se hace alguna parada en el avance de esa misericordia, sólo al pecado se debe esa detención (vv. 9, 10). El pecado es el gran perturbador de las relaciones entre Dios y el hombre, ya se trate de un particular o de una nación, pues hace perder el beneficio de Sus promesas y echa a perder el buen resultado de las oraciones de ellos, pues inflige la derrota a las mejores intenciones de Dios con respecto a ellos (Os. 7:1). Versículos 11–17 Aplicación a los judíos de las verdades generales expuestas en la primera parte del capítulo. 1. «Anda y diles (habla Dios): He aquí que yo tramo el mal contra vosotros y trazo contra vosotros maquinación. La Providencia en todas sus operaciones está claramente actuando para vuestra ruina.» 2. Pero aún les invita al arrepentimiento y a la reforma de vida, para impedir así que tales males se lleven a cabo contra ellos (v. 11c): «Conviértase ahora cada uno de su mal camino, y enmiende sus caminos y sus obras, a fin de que Dios se vuelva del mal que ha resuelto haceros y para que la providencia que parecía moldeada contra vosotros como una vasija en la rueda sea arrojada inmediatamente para adquirir una nueva figura y os sea favorable el resultado». 3. Prevé la obstinación de ellos, que llega hasta una perversa negativa (v. 12): «Y dijeron. Es en vano, inútil, sin remedio ni esperanza de liberación, pues estamos resueltos a ir en pos de nuestras propias maquinaciones». Es poco probable que estas expresiones saliesen de los labios de ellos, sino que Jeremías pone en palabras lo que hay en el corazón de esos malvados. Vienen a decir: «Más le vale a Jeremías callarse, pues no le vamos a hacer ningún caso y haremos lo que nos venga en gana». Piensan que de ese modo son libres, cuando servir a las propias pasiones es la peor de las esclavitudes. 4. Les echa en cara la monstruosa insensatez de su obstinación y del odio que tienen a ser reformados (v. 13): «Preguntad ahora entre los gentiles, los que no tienen el beneficio de la revelación divina, sin oráculos, sin profetas, sin promesas: ¿Quién ha
  • 73. oído cosa semejante? Los ninivitas, ante un mensaje de destrucción, se apartaron de sus malos caminos, pero la virgen de Israel se obstina en la impenitencia, digan lo que digan la Providencia y la conciencia, y así hace una gran fealdad. Debería haberse conservado casta y pura para su Esposo, pero se ha enajenado de Él y rehúsa volverse a Él. La impenitencia deliberada es el peor suicidio, y eso es gran fealdad o, mejor, una cosa muy horrible». 5. Les muestra su insensatez en dos cosas: (A) En la naturaleza del pecado mismo: abandonaron a Dios para irse en pos de los ídolos (vv. 14, 15). El versículo 14 es difícil de interpretar. La interpretación más probable es que «la Naturaleza sigue su curso sin cambiar, mientras que la nación ha cambiado su curso contra naturaleza» (Freedman). Este mismo autor añade que «los comentaristas judíos interpretan de modo diferente este versículo: ¿Abandonará uno el agua pura que desciende de una roca del campo, desde las nieves derretidas (en favor de las turbias aguas), o habrá de abandonarse el agua que corre clara, por aguas corrompidas y estancadas?» Ésta es la interpretación que sostiene también M. Henry. Una cosa es la versión del versículo, y otra su empalme con el versículo 15. (a) En cuanto a la versión, el versículo 14 dice así literalmente en el texto masorético actual: «¿Acaso falta de la roca del campo la nieve del Líbano, o son arrancadas las aguas extrañas, frías, corrientes?» Ante la oscuridad de algunos vocablos, Ehrlich-Streane proponen la siguiente paráfrasis: «¿Acaso el agua fría como el hielo (lit. nieve) del Líbano faltará (de descender) entre (lit. desde) las rocas al valle (lit. campo)? ¿Acaso desaparece el agua que se filtra por entre las rocas, viniendo de regiones desconocidas (lit. extrañas) y frías (libre así de mucha evaporación)?» (b) En cuanto al empalme con el versículo 15, en nada afecta a la conexión la versión (de entre las dos propuestas anteriormente) que se escoja, pues ya se enfatice el inmutable curso de la naturaleza o la insensatez del viajero que abandona el agua clara, fresca, corriente, por las aguas turbias y corrompidas de un estanque, la comparación está clara en el versículo 15: Israel, contra naturaleza, se ha olvidado de su Dios, fuente de aguas vivas, y se ha ido en pos de los ídolos, incensando a lo que es vanidad, y esos mismos ídolos (o ellos mismos—el sujeto no está claro) les han hecho tropezar en los caminos antiguos (comp. con 6:16) y desviarse por sendas malas, no transitadas antes. (B) En las dañosas consecuencias del pecado, el cual tendía de modo directo (vv. 16, 17) a dejar desolada la tierra, y hechos unos miserables los obstinados en el pecado. «Todo aquel que pase por ella (v. 16b) se quedará atónito y meneará la cabeza en señal del tremendo asombro que le habrá causado una situación de ruina donde menos podía esperarse. Como con viento solano (v. 17), violento y abrasador (comp. 13:24), los esparciré acobardados e impotentes delante del enemigo. Y, lo peor de todo, les mostraré las espaldas y no el rostro, en el día de su perdición». Nuestras desdichas pueden ser soportadas fácilmente si Dios nos mira de frente y nos sonríe, pero si nos vuelve la espalda, y muestra así que está disgustado con nosotros, y nos deja de su mano, estamos perdidos. Versículos 18–23 El profeta introduce aquí sus asuntos personales para nuestra instrucción. I. Los métodos comunes de los perseguidores, los enemigos de Jeremías (v. 18). 1. Juntan sus cabezas para consultar sobre lo que deberían hacer contra él, tanto para vengarse de él por lo que lleva dicho hasta ahora, como para taparle la boca para el porvenir: «Y dijeron: Venid y maquinemos contra Jeremías, no sólo contra su persona, sino contra las palabras que profiere contra nosotros». 2. En esto, presumían de un gran celo por la religión, la cual, según ellos parecen insinuar, estaba en peligro si a Jeremías se le consentía seguir predicando como lo
  • 74. hacía: «Venid y silenciémosle, porque la ley no faltará al sacerdote, etc.» (comp. con Mal. 2:6: «la ley de la verdad estuvo en su boca»). Parecen decir: «En la boca de ellos buscaremos la verdad; la administración de las ordenanzas de acuerdo con la ley está en manos de ellos, y ninguna de las dos cosas les serán arrebatadas». Dos cosas dan a entender: (A) Que Jeremías no podía ser verdadero profeta, sino un impostor, porque no había sido comisionado por los sacerdotes ni estaba de acuerdo con los demás profetas. (B) Que el contenido de sus profecías no podía proceder de Dios, porque iba algunas veces contra los profetas y los sacerdotes (v. 5:31), engañaba al pueblo (v. 14:14) y decía que sacerdotes y profetas quedarían estupefactos (v. 9), que practicaban todos ellos el fraude (8:10, al final) y que llegarían a estar intoxicados (13:13). 3. Acuerdan hacer todo lo posible para destruir su reputación (v. 18c): «Venid e hirámoslo con la lengua». 4. Para dar ejemplo a los demás, resuelven no tener en cuenta nada de lo que él diga (v. 18, al final): «Y no atendamos a ninguna de sus palabras, porque son palabras suyas, no palabras de Dios». 5. Para silenciarlo bien de una vez, resuelven darle muerte (v. 23): «Pero tú, oh Jehová—dice Jeremías—, conoces todo su plan contra mí para matarme». II. El alivio, también común, de los perseguidos. Podemos ver esto en el procedimiento que usó Jeremías, dándonos ejemplo: Inmediatamente acudió a su Dios en oración. 1. Pone su persona y su causa en las manos de Dios (v. 19). Ellos no querían prestar atención a ninguna palabra que él dijera, ni hacer caso a ninguna de sus quejas ni tomar nota de sus pesares; pero: «Oh Jehová, dice, préstame atención y escucha la voz de los que contienden conmigo (lit.). Mira cómo gritan contra mí, cuán falso y perverso es todo lo que dicen. ¡Sean juzgados por su propia boca y haz que sus lenguas caigan sobre ellos!» 2. Se queja de la vil ingratitud de ellos hacia él (v. 20): «¿Es que se paga mal por bien y queda sin castigo? ¿No me recompensarás tú con bien por ese mal? Mira que han cavado un hoyo a mi alma, a mi vida, de un modo cobarde; cavaron (v. 22) un hoyo para prenderme, y a mis pies han escondido lazos» (comp. con Sal. 119:85). El bien que él les había hecho es muy grande (v. 20b): «Acuérdate que me puse delante de ti para hablar el bien por ellos, para apartar de ellos tu ira». Había intercedido por ellos delante de Dios. Pero no es extraño que quienes se han olvidado de Dios no se percaten de quiénes son sus mejores amigos. Esto le daba mucho pesar, como en otro tiempo a David (Sal. 35:13; 109:4: «En pago de mi amor me han sido adversarios»). Así tratan los pecadores al Gran Intercesor, crucificándole de nuevo y hablando contra Él en la tierra, mientras Su sangre habla a favor de ellos en el cielo. Jeremías tenía el consuelo de que, aun cuando ellos hablaban de él con tanto desprecio, tenía el testimonio de su conciencia de que había cumplido con su deber hacia ellos. 3. Invoca los juicios de Dios contra ellos en una tremenda imprecación (vv. 21–23). Asensio la llama «petición de castigo inexorable en un estilo durísimo en sí y de frente al estilo del Nuevo Testamento». M. Henry trata de excusarle y dice que «no lo hace llevado de una disposición vengativa, sino por indignación contra la maldad de ellos». Pide aquí: (A) Que sus familias se mueran de hambre por falta de pan. (B) Que sean cortadas por el poder de la espada en la guerra. (C) Que los terrores y desolaciones de la guerra caigan sobre ellos súbitamente y por sorpresa, para que así el castigo corresponda al pecado de ellos (v. 22). (D) Que Dios les trate conforme a la gravedad de su pecado, el cual no tenía excusa. (E) Que la ira de Dios contra ellos les ocasione la ruina (v. 23b). Ahora bien, esto no fue escrito para que lo imitemos. Jeremías era
  • 75. profeta y, al impulso del espíritu de profecía, y con la previsión de la ruina que con toda certeza iba a sobrevenir a sus perseguidores, pudo proferir en sus oraciones expresiones que nosotros no debemos proferir, pues nuestro Maestro nos enseñó, con su precepto y con su ejemplo, a bendecir a los que nos maldicen, a hacer bien a los que nos aborrecen y a orar por los que nos ultrajan y nos persiguen (Mt. 5:44). CAPÍTULO 19 6 El mismo tema melancólico del capítulo precedente es también el del presente: la inminente ruina de Judá y de Jerusalén a causa de sus pecados. I. El profeta tiene que poner plásticamente ante los ojos del pueblo sus pecados (vv. 4, 5). II. Tiene que describir los particulares castigos que se cernían sobre ellos (vv. 6–9). III. Tiene que hacer esto en el valle del Tófet con gran solemnidad (vv. 2, 3). IV. Tiene que convocar a un grupo de ancianos para que sean testigos de esto (v. 1). V. Tiene que confirmar esto mediante una señal, que será la rotura de una vasija de barro, con lo que dará a entender que habían de ser despedazados como una vasija de alfarero (vv. 10–13). VI. Después de hacer esto, lo ratificó en el atrio del templo (vv. 14, 15). Versículos 1–9 El profeta es enviado ahora con un mensaje que ya había predicado con frecuencia. 1. Tiene que tomar del Estado y de la «Iglesia», de los encianos del pueblo y de los ancianos de los sacerdotes (v. 1) algunos que sean auditores y testigos de lo que él va a decir y hacer. Aunque la casi totalidad de los ancianos le eran desafectos, es probable que hubiese algunos que le considerasen como a verdadero profeta de Dios y estuvieran dispuestos a pagar este respeto a la visión celestial. 2. Tiene que ir al valle del hijo de Hinom y proclamar allí este mensaje, porque la palabra de Dios no está atada a un lugar; tan bueno puede ser un sermón predicado en el valle del Tófet como si se predica en el atrio del templo. Cristo predicó en un monte y en una barca. Este sermón tiene que predicarse en el valle del hijo de Hinom: (A) Porque allí habían sido culpables de la más vil idolatría: sacrificar a Moloc sus hijos. La vista misma del lugar podía servir para llevarles a la memoria tal crimen. (B) Porque allí habían de sufrir su más terrible calamidad; y, puesto que aquello era el vertedero común de la ciudad, podrán ver el miserable espectáculo que ofrecerá esta magnífica ciudad cuando toda ella sea como el valle del Tófet. Nótese (v. 2, al final) que dice Dios: «y proclamarás allí las palabras que yo te hablaré» cuando hayas llegado allá. Con frecuencia, los mensajes de Dios no eran revelados a los profetas antes de que estuvieran a punto de comunicarlos. 3. Tiene que comunicar a todos la noticia de una ruina general que va a venir en breve sobre Judá y Jerusalén (v. 3): «Oíd la palabra de Jehová, por terrible que sea». Tanto los gobernantes como los súbditos habrán de oírla; los reyes de Judá (comp. con 17:20), el rey y sus hijos, tienen que escuchar la palabra del Rey de reyes, que está muy por encima de todos, por altos que estén. También los moradores de Jerusalén han de oír lo que Dios tiene que decirles. Tanto los príncipes como el pueblo han contribuido al pecado nacional y tienen que compartir el arrepentimiento nacional, o tendrán que compartir la ruina nacional. Así se describe la ruina de la casa de Elí (1 S. 3:11) y la de Jerusalén (2 R. 21:12). 4. Tiene que decirles lisa y llanamente cuáles eran sus pecados (vv. 4, 5). Se les acusa de apostatar de Dios («porque me dejaron») y usar mal los privilegios que habían 6 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.842
  • 76. sido su honor («y enajenaron este lugar»). Se les acusa también de afecto a los dioses falsos («dioses ajenos, los cuales no habían conocido ellos ni sus padres»). A la ventura los tomaron por dioses suyos; ya que eran aficionados al cambio y a la novedad, les gustaban más, pues las nuevas formas de religión les eran tan gratas a su fantasía como las demás novedades. También les acusa de asesinato cometido con toda premeditación y malicia: «y llenaron este lugar de sangre de inocentes». Y, como si la idolatría y el asesinato, cometidos por separado, no fuesen lo bastante malos, los han unido en un solo crimen (v. 5), el de «quemar con fuego a sus hijos en holocaustos al mismo Baal». 5. Tiene que esforzarse en impresionarles con la grandeza de la desolación que se cierne sobre ellos. Ha de decirles que este valle del hijo de Hinom va a tener un nuevo nombre, el de Valle de la Matanza (v. 6), porque (v. 7) caerán a espada multitudes de ellos, ya sea cuando hagan alguna salida contra los sitiadores y sean repelidos, o si intentan escapar y son capturados. En cuanto a los que se queden en la ciudad y no capitulen ante el enemigo, perecerán por falta de alimento, una vez que se hayan comido la carne de sus hijos e hijas y de sus más queridos amigos (v. 9), en el asedio y en el apuro con que los estrecharán sus enemigos. Y, finalmente, toda la ciudad quedará desolada (v. 8). El lugar al que la santidad había hecho el gozo de toda la tierra, el pecado lo convertirá en el espanto y la burla de todo el mundo. 6. Tiene que asegurarles que todos los intentos que hagan para evitar esta ruina serán inútiles (v. 7) mientras ellos continúen impenitentes y sin reformar: «Y anularé los planes de Judá y de Jerusalén en este lugar». No hay otro modo de huir de la justicia de Dios que yendo hacia Su misericordia. Versículos 10–15 Se corrobora ahora el mensaje que fue predicado en los precedentes versículos: 1. Mediante un signo visible. El profeta tiene que llevar consigo una vasija de barro (v. 1) y, cuando haya comunicado el mensaje, tiene que quebrar la vasija (v. 10). En el capítulo anterior había comparado este pueblo al barro del alfarero, que fácilmente se estropea cuando se trabaja con él. Pero alguien podía decir: «Eso ya no cuenta para nosotros, pues hemos sido hechos y endurecidos hace mucho tiempo». «Y ¿qué importa eso?, viene a decir Jeremías; la vasija del alfarero se rompe en la mano de cualquier hombre lo mismo cuando está hecha y endurecida que cuando es aún barro blando y se echa a perder en la mano del alfarero; pero ahora el caso es mucho más grave, pues cuando la vasija es todavía barro blando, puede volver a moldearse, pero si se quiebra después que se ha endurecido, no es posible juntar de nuevo los pedazos». Vean, pues, que: (A) Así como la vasija se ha roto fácilmente y sin remedio, así serán quebrantados (v. 11) Judá y Jerusalén por el ejército caldeo. Dependían ellos mucho de la firmeza de su constitución y de la bravura de sus ánimos, con lo que se creían endurecidos como una vasija de bronce; pero el profeta les muestra que eso les ha servido solamente para endurecerles como a una vasija de barro, la cual, por dura que sea, es quebradiza y se rompe con mayor facilidad que otras cosas que no son tan duras. Dios mismo, que los hizo, es el que resuelve ahora deshacerlos: «Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de alfarero». Éste era el destino de los gentiles (Sal. 2:9; Ap. 2:27), pero ahora es el de Jerusalén (Is. 30:14). Una vasija de alfarero, cuando se ha roto, no se puede restaurar más. Sólo el que hirió a Judá y Jerusalén los puede curar; sólo el que quiebra esta vasija la puede reparar. Pero no lo va a hacer ahora. (B) Esto se llevó a cabo en Tófet, para significar dos cosas: (a) En Tófet se enterrarán, porque no habrá otro lugar para enterrar (v. 11, al final). (b) Yo pondré esta ciudad como un Tófet (v. 12). Así como ellos habían llenado el valle de Tófet con
  • 77. los muertos que habían sacrificado a sus ídolos, así también Dios iba a llenar toda la ciudad con los muertos que habían de caer como sacrificios a la justicia de Dios. Los cadáveres y toda otra cosa sucia, contaminante, de la ciudad, eran traídos acá, y allí ardía continuamente el fuego para quemar lo que al valle se arrojaba. Tan execrable era considerado el lugar, que, en el lenguaje de nuestro Salvador, servía para aludir al infierno: ¡Gehenna! ¡El valle de Hinnom! Pues hasta las casas de Jerusalén (v. 13) y las casas de los reyes de Judá serán como el lugar de Tófet, inmundas, a causa de las idolatrías cometidas allí. Los tejados planos de sus casas eran usados a veces por la gente piadosa como lugares convenientes para orar (Hch. 10:9), y por los idólatras como lugares altos en los que ofrecían sacrificios a dioses ajenos, especialmente al ejército del cielo, esto es, al sol, a la luna y a las estrellas. Se nos habla (Sof. 1:5) de los que sobre los terrados se postran al ejército del cielo. Este pecado sobre los terrados acarreó a las casas una maldición. 2. Mediante un solemne reconocimiento y una firme ratificación, en el atrio de la casa de Jehová (v. 14b) de lo que había dicho en el valle de Tófet. El profeta regresó de Tófet al templo, que estaba sobre la colina que domina dicho valle, y allí confirmó lo que había dicho en Tófet. (A) El juicio con que aquí se amenaza es el cumplimiento de las profecías. El pueblo se hacía la ilusión de que las amenazas no tenían otro objeto que asustarles, pero el profeta les dice que se engañan (v. 15), pues «así dice Jehová de las huestes, Dios de Israel, que tiene poder suficiente para dar cumplimiento a Sus palabras: He aquí, yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus villas todo el mal que hablé contra ella». Dios se manifestará contra el pecado y contra los pecadores tan terrible como lo presenta la Escritura. (B) El pecado de que aquí se les acusa es el desprecio de las profecías (v. 15, al final): «porque han endurecido su cerviz para no oír mis palabras». CAPÍTULO 20 Esta forma de obrar, lisa y llana, de Jeremías, en lugar de convencer y humillar a los hombres, sirvió para exasperarles más. I. Jeremías es perseguido por Pasur por predicar el sermón (vv. 1, 2). II. A Pasur se le amenaza por ello, de parte de Dios, quien confirma el mensaje que había predicado Jeremías (vv. 3–6). III. Jeremías se desahoga en quejas con Dios (vv. 7–10), se anima luego con el pensamiento de que Jehová está con él y le protege (vv. 11–13), para estallar luego en maldiciones contra el día de su nacimiento (vv. 14–18), con lo que se muestra que era un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros. Versículos 1–6 1. Vemos primero el injusto enojo de Pasur (hebr. Pashjur) contra Jeremías y los frutos de ese enojo (vv. 1, 2). (A) Pasur era sacerdote y, por ello, debería haber protegido a Jeremías, que también era sacerdote, y más todavía porque era un profeta de Jehová, por cuyos intereses habían de velar los sacerdotes. Pero este sacerdote era un perseguidor. Era hijo de Imer; esto es, de la clase decimosexta de los sacerdotes, de la que el primer jefe fue Imer (v. 1 Cr. 24:14). Así se distingue a este Pasur de otros dos del mismo nombre, uno de los cuales se menciona en 21:1 como perteneciente a la clase quinta; el otro se menciona, junto a este segundo Pasur, en 38:1, donde se habla de Gedalías hijo de Pasur. (B) El Pasur que ahora nos ocupa era inspector jefe en la casa de Jehová y, por tanto, «encargado de cortar las actividades subversivas de quienes se presentaban como profetas» (Asensio). Éste era el gran enemigo de Jeremías. No podemos suponer que Pasur fuese uno de los que marcharon con Jeremías al valle de Tófet para oírle predicar; pero, cuando Jeremías vino a los atrios de la casa de Jehová, Pasur le oyó que
  • 78. profetizaba estas palabras (v. 1b) y no pudo aguantar que se atreviese a predicar, sin su permiso, en los atrios de la casa de Jehová, de la que era inspector jefe. (C) Enfurecido contra Jeremías: (a) «Pasur le golpeó (lit.), esto es (lo más probable), hizo que le golpearan (también con la mayor probabilidad) con los 40 azotes prescritos por la Ley (Dt. 25:3; 2 Co. 11:24). (b) También (v. 2b) lo puso en el cepo que estaba en la puerta superior de Benjamín, la que (había) en (es decir, junto a) la casa de Jehová (lit.). «El cepo aseguraba los pies, las manos y el cuello, hasta doblar el cuerpo casi por completo (cf. 2 Cr. 16:10; Jer. 29:26)» (Ryrie). Pasur intentaba con esto castigarle y exponerle al menosprecio, a fin de que no se le tuviese consideración si profetizaba. 2. Vemos luego el justo enojo de Dios contra Pasur (v. 3): «Al día siguiente, Pasur sacó a Jeremías del cepo». El profeta tenía ahora un mensaje, de parte de Dios, para Pasur. Cuando éste le sacó del cepo, le puso Dios a Jeremías en la boca unas palabras que le habrían despertado a Pasur la conciencia, si es que tenía conciencia. (A) ¿Quería Pasur establecerse firmemente a sí mismo al reducir al silencio a quien le reprendía por sus culpas y probablemente le habría rebajado la reputación que tenía entre el pueblo? Pues por ahí no iba a ganar Pasur ningún punto, porque: (a) Aunque el profeta estuviese silencioso, la conciencia le daría a Pasur continuo tormento. Para confirmar esto, va a llevar un nuevo nombre impuesto por el propio Jehová: Magor-misabib, que significa terror por todos los lados, con lo que expresa así el continuo estado de pánico en que Pasur se ha de hallar un día, y del que va a contagiar a sus mejores amigos (v. 3). Su propia imaginación le había de crear ese pánico atormentador. (b) Al abandonarle sus deudos, contagiados de su terror, Pasur se verá obligado a ir de un lado a otro, como Caín en la tierra de Nod (Gn. 4:16), pues todo el que le vea dirá: ¿Qué le pasa a este hombre para estar aterrorizado de esta manera? Y le contestarán: «Es que pesa sobre él la mano de Jehová por haber puesto a Jeremías en el cepo». Sus amigos, que habrían podido animarle, caerán (v. 4) por la espada de sus enemigos, y los ojos de Pasur lo verán, es decir, «esto sucederá en vida de Pasur» (Freedman). (c) Se encontrará con que le espera la venganza divina (v. 6), ya que él y toda su familia marcharán al cautiverio, a Babilonia, donde morirá como cautivo y donde será enterrado con sus cadenas, él y todos sus amigos. Esta es la sentencia contra Pasur. (B) ¿Quería Pasur conservar en paz al pueblo, a fin de impedir la destrucción que Jeremías profetizaba y, mediante el daño hecho a la reputación del profeta, hacer que sus palabras cayesen al suelo? Por el v. 6 (al final) vemos que él mismo se había querido hacer pasar por verdadero profeta diciéndole al pueblo que tendrían paz. Con eso les había profetizado falsamente; y porque la profecía de Jeremías decía lo contrario de la suya, por eso se enfrentó con él. Pero, ¿podía ganar también este punto? Jeremías se mantiene firme en lo que ha dicho contra Judá y Jerusalén: (a) El país va a la ruina (v. 4b): «A todo Judá entregaré en manos del rey de Babilonia». Por mucho tiempo había sido la tierra de Dios, pero ahora transfiere a Nabucodonosor su título de propiedad; éste será el amo del país y dispondrá de sus habitantes como le plazca, pero ninguno escapará de sus manos. (b) También a la ciudad le espera la ruina (v. 5). El rey caldeo se llevará a Babilonia todo cuanto de algún valor haya en la ciudad: Las reservas acumuladas, todo su lucro, es decir, «las riquezas obtenidas mediante las labores de ellos» (Freedman), y todas sus cosas preciosas (las cosas de mayor precio y a las que se estimaba como de mayor valor), etc. Todo ello lo pondrá Dios en manos de los enemigos, y éstos los saquearán, los tomarán y los llevarán a Babilonia. Versículos 7–13
  • 79. Aquí tenemos ahora a Jeremías, a causa de la debilidad de la carne extrañamente agitado en su interior. En estos versículos se manifiesta que, con ocasión del grave castigo que le había infligido Pasur, Jeremías sentía en su pecho una lucha entre sus gracias y sus debilidades. I. Veamos el impacto que sobre los sentimientos de Jeremías ha hecho el mal trato recibido. Se queja: 1. De que era objeto de ridículo y escarnio; hacían burla de todo lo que decía y hacía (vv. 7, 8): «Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí» (v. 7b). ¿Y qué era lo que de tal manera le exponía al escarnio y a la burla? Ninguna otra cosa sino su fiel y celoso desempeño del deber que su ministerio comportaba (v. 8). No podían hallar nada que mereciera el escarnio, sino sólo su predicación: «porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio todo el día». Por dos cosas se reían de él: (A) Por su manera de predicar: «Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito». Siempre había sido un predicador afectuoso, vivo; y desde que había comenzado a hablar en nombre de Dios, hablaba como quien tiene un enorme interés. Los predicadores vehementes son el escarnio de oyentes negligentes e incrédulos. (B) Por la materia de su predicación: «… grito: Violencia y destrucción (lit. despojo)». Este mensaje se puede entender de dos maneras: (a) «La carga de su mensaje presagia desastre» (así lo entienden, por ej., D. Wiseman y Freedman, de quien es la frase anterior). (b) Jeremías gritaba contra la violencia y la opresión que se hacían unos a otros los judíos (así Asensio y, en parte, M. Henry). M. Henry une así los dos sentidos: «Él les reprendía por la violencia y el despojo de unos hacia otros, y profetizaba la violencia y el despojo que había de sobrevenirles como castigo; por lo primero, le ridiculizaban como demasiado minucioso o preciso; por lo segundo, como demasiado crédulo. Esto ya era suficientemente malo; con todo, aún sigue adelante con sus quejas». 2. De que conspiran contra él y maquinan su ruina. No sólo era ridiculizado como persona débil, sino también vituperado y tergiversado como hombre malo y peligroso para el gobierno (v. 10). Pero había algunos que actuaban con mayor astucia: (A) Hablaban mal de él a sus espaldas: «Porque he oído (de segunda mano) la murmuración de muchos, terror por todas partes» (hebr. magormisabib, como en el v. 3). Dice Asensio: «calumnia descarada y acusación insistente con el refuerzo del irónico Magor misabib = terror en torno, para provocar la intervención decisiva de Pasur». Dice, por su parte, Freedman: «él mismo se siente rodeado de peligro». Véase cómo traman la conspiración los enemigos de Jeremías (v. 10b): «¡Denunciadle y le denunciaremos!» (lit.). «Se incitan mutuamente a presentar falsas acusaciones contra él, a fin de poder entonces denunciarle colectivamente» (Freedman). (B) Otros («mis mayores amigos», dice él—v. 10c—) no le atacaban directamente, sino que acechaban cualquier traspié de él; quizás le halagaban indiscretamente (así piensa M. Henry) para sacar de él alguna explosión de resentimiento («un desatino») o de acusación contra las autoridades (los príncipes o los sacerdotes), y así podrían acusarle y hasta vengarse de él. ¿Vengarse de él? ¿Por qué? Freedman apunta que estos «amigos» de Jeremías estaban enojados contra él porque hablaba en contra de la política proegipcia, de la que ellos eran fautores. II. Veamos también la tentación que le asedió bajo el impacto de esta aflicción. 1. Se vio tentado a contender con Dios por haberle llamado al oficio profético (v. 7): «Me sedujiste, oh Jehová, para que fuese Tu mensajero, y fui seducido, es decir, me dejé seducir». Jeremías sabía que los profetas que le habían precedido habían sido perseguidos, y no tenía razón para esperar mejor trato. Dios le había dicho expresamente (1:18, 19) que los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo
  • 80. de la tierra pelearían contra él. También Cristo les dijo a sus discípulos la oposición que habían de encontrar para que no tuvieran tropiezo (Jn. 16:1). El verbo hebreo significa seducir o engañar, pero es probable que, aplicado a Dios en este contexto, deba verterse por persuadir, lo cual concuerda mejor con lo que sigue. Jeremías era reacio a tomar sobre sí el oficio profético; quiso excusarse con que era demasiado joven y mal equipado para ser profeta, pero Dios no aceptó esas excusas y le dijo que había de comunicar todo lo que Él le mandase (1:6, 7). Según eso, Jeremías viene a decirle ahora: «Señor, puesto que tú me hiciste tomar este oficio, ¿por qué no me proteges en él? Si yo me hubiese lanzado a esto por mi propia iniciativa, justamente me vería escarnecido; pero, ¿por qué he de hallarme así cuando fuiste Tú el que me metiste en esto?» 2. Se vio tentado a abandonar su oficio, en parte porque encontró en él tantas dificultades, y en parte porque aquellos a quienes fue enviado, en lugar de ser edificados y volverse mejores, se exasperaban y se volvían peores (v. 9). III. Veamos, en fin, su fiel adhesión a la obra que se le había encomendado y su ferviente dependencia de Dios a pesar de todo. 1. Halló la gracia de Dios al obrar poderosamente en él para tenerle fijo en su oficio (v. 9): «Y si digo en mi apresuramiento: No haré más mención de Él ni hablaré más en su nombre … Si reprimo y me callo lo que llevo en el corazón para comunicarlo … Pero ¡no! Pronto me encuentro con que hay en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; ese fuego está llameando internamente y hay que darle salida; me fatigo en tratar de contenerlo, pero no puedo; es imposible apagarlo» (comp. con Job 32:20; Sal. 39:2, 3; 1 Co. 9:16). Jeremías se ha fatigado pronto de esforzarse en contener la erupción de ese volcán que le impele a predicar el mensaje. No hay cosa que les duela tanto a los fieles ministros de Dios como el que se les impida predicar el Evangelio. 2. Le fue asegurada la presencia de Dios con él, lo cual bastaba para reducir a la impotencia todos los ataques de sus enemigos (v. 11): «Mas Jehová está conmigo como poderoso guerrero, para tomar partido a mi favor» (comp. con Ro. 8:31). Sus enemigos decían (v. 10, hacia el final): «Prevaleceremos contra él». Pero él asegura (v. 11b): «Por tanto, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán». Bien puede decir: «Jehová está conmigo: está conmigo para ayudarme a llevar la carga; está conmigo para hacer que la palabra que predico responda al propósito que Él le destinó; está conmigo para sembrar el terror en mis enemigos y hacer así que prevalezca contra ellos». Los más formidables enemigos que actúen contra nosotros aparecerán completamente despreciables cuando veamos al Señor que está por nosotros grande y temible (Neh. 4:14). Jeremías habla ahora con toda seguridad: «Puesto que Jehová está conmigo, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán; serán avergonzados de su malicia impotente y de sus inútiles esfuerzos». 3. Apela a Dios a que se manifieste contra ellos como Juez justo y que vindique así la causa que le ha encomendado (v. 12). El que escudriña el interior de los justos, escudriña también el interior de los impíos y, por tanto, puede dar infalible veredicto sobre las palabras y las acciones de ambos. Este versículo 12 es casi idéntico con 11:20, y en ambos ha de verterse la frase final: «porque a ti he expuesto (o declarado) mi causa». No es que Dios no la conociese perfectamente, pero nosotros hemos de exponerla ante Su presencia, pues quiere conocerla de nuestros labios con todos sus detalles, no para impresionarle a Él, sino para que nos impresione y afecte a nosotros mismos. 4. Se regocija grandemente y alaba a Dios, con plena confianza de que Dios se manifestará para librarle (v. 13). En un transporte de gozo, se siente ya libertado y se anima a sí mismo y a otros a cantar y alabar a Jehová, dándole la gloria que le pertenece por ello. Vemos aquí un cambio muy grande desde que comenzó esta
  • 81. conversación con Dios: las nubes se han desvanecido y sus quejas se han acallado y se han convertido en alabanzas. Lo que ha efectuado este dichoso cambio ha sido una fe viva puesta en ejercicio, hasta cambiar las quejas en cánticos, y los temblores en triunfos. Versículos 14–18 ¿Qué significan ahora estas exclamaciones? ¿Puede salir de una misma boca la bendición y la maldición? (Stg. 3:10). Acaba de decir (v. 13) «Cantad a Jehová, alabad a Jehová» y, de repente, con todo apasionamiento (v. 14), dice «Maldito el día en que nací». La presente porción muestra hasta qué punto le bullía a Jeremías en el corazón toda la amargura acumulada en el tiempo en que estuvo preso en el cepo. Por eso, tras ese breve paréntesis de euforia en los versículos 11–13, su lamentación irrumpe de nuevo como la inundación de una presa contenida. Veamos: 1. El lenguaje del profeta en esta tentación. (A) Pronuncia una maldición sobre el día de su nacimiento, como lo hizo Job (Job 3:1) en su acaloramiento. Desea no haber nacido. Judas, en el infierno, tiene motivos para ese deseo (Mt. 26:24), pero ningún hombre tiene razón para eso mientras vive en la tierra, pues no sabe si llegará todavía a ser un vaso de misericordia; menos motivo aún tiene para ese deseo un hombre bueno como Jeremías. (B) También maldice (v. 15) al que le llevó a su padre la noticia del nacimiento. La maldición está expresada en terribles frases: «Sea el tal hombre como las ciudades que asoló Jehová y no se arrepintió», es decir, como Sodoma y Gomorra. Le desea que llegue a ser presa del terror (v. 16b): «Oiga gritos de mañana, de las personas atacadas por el enemigo (comp. con 18:22), y voces de alarma a mediodía, es decir, sonido de trompeta y pregón de guerra (4:19, al final)». (C) Está enojado porque no fue muerto en el vientre de su madre (v. 17), de que su primer aliento no fue el último y de que no fue estrangulado tan pronto como vino a este mundo. (D) Piensa que su presente aflicción da motivo suficiente para justificar estos apasionados deseos (v. 18): «¿Para qué salí del vientre para ver trabajo y dolor, y que mis días se consumiesen en la confusión?» (lit.). Como si dijese diciendo: «En el vientre no era aborrecido, estaba tranquilo y no conocía ningún mal; ¿para qué haber nacido y pasar ahora tantos trabajos y dolores y consumir mi vida de este modo tan ignominioso?» 2. El uso que podemos hacer de esto. Aunque no está escrito para nuestra imitación, se pueden aprender aquí buenas lecciones: (A) Véase la vanidad de la vida humana y la aflicción de espíritu que comporta. (B) Véase también la insensatez de una pasión pecaminosa y cuán irracionales son los exabruptos en que prorrumpe. ¡Qué insensatez es maldecir un día y a un mensajero por el mero hecho de comunicar una noticia que siempre se recibía con alegría: el nacimiento de un hijo varón! Cuando el corazón hierve de enojo, hay que poner un freno a la lengua (Sal. 39:1, 2). CAPÍTULO 21 Según Asensio, del capítulo anterior al presente hay un salto histórico de diez años «como mínimo». «El Jeremías humillado del capítulo anterior se convierte de repente en el profeta honrado por la consulta del rey» (Asensio). Aquí tenemos: I. El mensaje que Sedequías envió al profeta, pidiéndole que inquiriese delante de Jehová por ellos (vv. 1, 2). II. La respuesta que Jeremías, en nombre de Dios, dio a dicho mensaje, en la cual: 1. Predice la cierta e inevitable ruina de la ciudad (vv. 3–7). 2. Exhorta al pueblo a que se vaya con el rey de Babilonia (vv. 8–10). 3. Amonesta al rey y a su familia para que se arrepientan y se reformen (vv. 11–14). Versículos 1–7
  • 82. 1. Tenemos primero un humilde mensaje que el rey Sedequías, al verse en apuros, envió al profeta Jeremías. Se humilló lo bastante como para desear que el profeta le ayudase, pero no para admitir su consejo ni seguir sus instrucciones. (A) El aprieto en que se hallaba Sedequías ahora (v. 2b): «Nabucodonosor, rey de Babilonia, hace guerra contra nosotros». En efecto, para entonces ya había invadido el rey caldeo el país, había puesto sitio a Jerusalén y embestía fuertemente contra ella. (B) Los mensajeros que envió —Pasur, hijo de Malaquías (no es el mismo Pasur de 20:1 y ss.), y al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías—. Habría sido mejor tener una entrevista personal con el profeta, y el profeta le habría recibido si hasta eso llegaba la humillación del rey. Estos dos sacerdotes tienen que llevar a Jeremías, de parte de Sedequías, un respetuoso mensaje, lo cual era una humillación para ellos, y un honor para el profeta. (C) El mensaje era el siguiente: «Te ruego que consultes acerca de nosotros a Jehová» (v. 2). Ahora que el ejército caldeo había invadido el país, se convencían de que Jeremías era verdadero profeta, aunque les repugnase tener que reconocerlo. Bajo esta convicción desean que, como amigo de ellos, consulte a Jehová: «Consulta a Jehová acerca de nosotros—le dicen—; pregúntale qué curso hemos de tomar en el apuro presente, pues las medidas que hemos tomado hasta el presente nos han resultado fallidas todas». Vemos aquí que: (a) Los que no quieren recibir la dirección de la gracia de Dios en cuanto a verse libres de sus pecados, se alegrarían de recibir las direcciones de la providencia de Dios en cuanto a verse libres de sus apuros (v. 2b): «Quizás—dicen—Jehová hará con nosotros según todas sus maravillas (los portentos obrados en el pasado) y se alejará (Nabucodonosor) de nosotros». (b) Todo su interés está centrado en verse libres de la aflicción, no en hacer las paces con Dios, y reconciliarse con Él. Por eso, no dicen: «Para que nuestro Dios se vuelva a nosotros», sino: «Para que él, nuestro enemigo, se aleje de nosotros». (c) Toda su esperanza está puesta en que Dios ha llevado a cabo en el pasado maravillosos portentos, como ocurrió en la liberación de Jerusalén cuando Senaquerib la tenía sitiada (2 Cr. 32:20, 21). ¿Por qué no podría también destruir del mismo modo a los que ahora tienen sitiada la ciudad? Si aquello lo hizo por oración de Isaías, ¿no podrá hacer esto por oración de Jeremías? Pero no consideraban la diferencia existente entre el rey de entonces, el piadoso Ezequías, y el de ahora, el malvado Sedequías. Además, aquellos eran días de piedad y reforma; éstos lo son de apostasía y corrupción. 2. Tenemos luego la terrible respuesta que Dios, por medio del profeta, da a este mensaje. Dios conoce, mucho mejor que Jeremías, los corazones de ellos y les da una respuesta que escasamente comporta una palabra de consuelo. Jeremías pone bien en claro que lo que dice es, no frases suyas, sino palabra de Dios (v. 4): «Así ha dicho Jehová, Dios de Israel». Así les da a entender que, aun cuando Dios permitía que se le llamase el Dios de Israel y que había hecho anteriormente portentos maravillosos a favor de Israel y todavía tenía en reserva grandes cosas para Israel, todo esto no le valdría para nada a la presente generación, pues eran israelitas sólo de nombre. Aquí se predice: (A) Que Dios tornará inútiles todos los esfuerzos que ellos hagan para su propia seguridad (v. 4). (B) Que los sitiadores se harán en breve los amos de Jerusalén y se apoderarán de todas sus riquezas (v. 4, al final): «y yo los reuniré (a los caldeos sitiadores) en medio de esta ciudad».
  • 83. (C) Que Dios mismo será enemigo de ellos. ¿Quién será entonces amigo de ellos? Jeremías no lo será, por cierto (v. 5). Los que se rebelan contra Dios, justamente pueden esperar que Él les declare la guerra. (D) Que los que, en busca de una falsa seguridad, traten de quedarse en la ciudad para no morir a espada, no escaparán de la espada de la justicia divina (v. 6): «Y heriré a los moradores de esta ciudad, a los hombres y a las bestias juntamente; y morirán de pestilencia grande». (E) Que el rey mismo, y todo el pueblo que escape de pestilencia, espada y hambre, caerán en las manos de los caldeos (v. 7). El rey de Babilonia … los herirá a filo de espada; no los perdonará, ni tendrá piedad de ellos, ni tendrá compasión de ellos. Versículos 8–14 A juzgar por el cortés mensaje que el rey envió a Jeremías, podría pensarse que tanto él como el pueblo comenzaban a tenerle respeto; pero la respuesta que Dios le obliga a dar es suficiente para destrozar el poco respeto que comenzaban a tenerle y para exasperarles contra él más que nunca. No sólo las predicciones de los anteriores versículos, sino también las prescripciones de los versículos presentes les iban a resultar provocativas. 1. Aconseja al pueblo que se rindan a los caldeos, como único medio para salvar la vida (vv. 8–10). Este consejo desagradaba a los que eran lisonjeados por los falsos profetas para que tomasen la resolución desesperada de resistir hasta el fin, al confiar en el grosor de sus murallas, en la bravura de sus soldados o en la ayuda de alguna potencia exterior con la que poder levantar el cerco de la capital. (A) El profeta les asegura (v. 10b) que la ciudad … será entregada en manos del rey de Babilonia, el cual no sólo la saqueará, sino que la quemará a fuego, pues Jehová mismo dice (v. 10a): «He puesto mi rostro contra esta ciudad para mal, y no para bien». Así que el mejor partido que podían tomar era pedir cuartel a los caldeos y rendirse a ellos como prisioneros de guerra. (B) Tanto la Ley como los profetas les habían puesto delante con frecuencia la vida y la muerte en otro sentido—la vida si obedecían la voz de Dios, la muerte si persistían en la desobediencia (Dt. 30:19)—. La expresión (v. 8) «He aquí pongo delante de vosotros el camino de la vida y el camino de la muerte» no denota, como en Deuteronomio 30:15 y ss., una alternativa entre una existencia próspera y una existencia miserable, sino un dilema melancólico, aconsejándoles a escoger el menor mal entre dos males: El que se quede en la ciudad (v. 9) morirá de cierto, ya sea de muerte violenta a espada, de hambre o de pestilencia; pero el que se persuada a abandonar sus vanas esperanzas, que salga y se pase a los caldeos … vivirá, y su vida le será por despojo, esto es, como se consigue agarrar algo de manos de un hombre forzudo, ya que no se pueda conseguir otra cosa. Al fin y al cabo, un hombre da cualquier cosa a cambio de la vida. 2. Exhorta al rey y a los príncipes a reformarse. Hay en la respuesta al mensaje regio un consejo especial para la casa del rey (vv. 11, 12): «Haced justicia cada mañana, esto es, justa, pronta y diligentemente, sin dilaciones ni favoritismos, y librad al oprimido de manos del opresor, para que mi ira no salga como fuego, y lo paséis peor los que pensáis escapar mejor, por la maldad de vuestras obras». Precisamente era la maldad de sus obras la que había encendido el fuego de la ira de Dios. Con esta claridad le habla a la misma casa del rey; porque quienes deseen beneficiarse de las oraciones del profeta, tienen que recibir con agradecimiento las reprensiones del profeta. Los príncipes deben empezar dando un buen ejemplo, para que el pueblo se sienta animado a reformarse. Les hace a la memoria que son la casa de David (v. 12, primera frase) y,
  • 84. por tanto, que deben seguir las pisadas de David, el cual hizo juicio y justicia a su pueblo. 3. Les muestra la vanidad de todas sus esperanzas mientras continúen sin reformar (vv. 13, 14). Jerusalén es presentada aquí como moradora del valle y de la roca de la llanura (v. 13), lo que resulta muy difícil de entender, ya que Jerusalén no estaba edificada ni en una llanura ni sobre una roca. Dice Asensio: «El recuerdo del rey ha provocado la inserción un tanto enigmática de Jerusalén, descrita como moradora del valle (¿Tiropeón?) y roca de la llanura (que circundaba el monte donde estaba edificada)». Con esta explicación concuerda la del rabino Kimchi, citado por Freedman, quien dice: «Como Jerusalén estaba sobre una colina, el terreno circundante era una llanura». Quizás—opinión del traductor—la explicación esté en la segunda parte del versículo, donde los moradores de Jerusalén retan a quien se atreva a bajar (el valle) hacia ellos o a entrar en la ciudad, para ellos inexpugnable como una roca. Pero este reto, insultante para el profeta y para Dios mismo, es necio e inútil, porque contra Dios nadie puede prevalecer (v. 13a): «He aquí yo estoy contra ti». Y después (v. 14): «Yo os castigaré conforme al fruto de vuestras obras, dice Jehová, etc.». Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Ro. 8:31). Pero, si Dios está contra nosotros, ¿quién podrá hacer algo por nosotros? CAPÍTULO 22 7 Este capítulo y el siguiente contienen juicios contra algunos reyes de Judá, y comienzan por el reinante (probablemente Joacim), con referencias también a su antecesor Joacaz, llamado aquí (v. 11) Salum, y a su hijo y sucesor Joaquín, llamado aquí (vv. 24, 28) Conías. I. Un mensaje enviado a la familia real, al parecer en el reinado de Joacim, con algunas referencias a Joacaz, su antecesor, que fue llevado cautivo a Egipto (vv. 1–9). II. Una lamentación a Joacaz (vv. 10–12). III. Reprensión y amenaza al rey Joacim (vv. 13–19). IV. Otro mensaje enviado en el reinado de Joaquín (alias Jeconías), el hijo de Joacim. Se le acusa de rehusar obstinadamente escuchar y se predice que, en él, se acabará la dinastía salomónica (vv. 20–30). Versículos 1–9 1. Se le ordena a Jeremías que vaya a predicar delante del rey (v. 2): «Oye la palabra de Jehová, oh rey de Judá, etc.». Se dice de este rey «que estás sentado sobre el trono de David» (v. 2b), quien era, según elección divina, no del pueblo solo, rey de Israel. Con esto se le quiere dar a entender a Joacim que está ostentando la dignidad y el poder regios en virtud del pacto que hizo Dios con David. Que siga este rey el ejemplo de David y se beneficiará de las promesas hechas a David. 2. Qué es lo que se le ordena a Jeremías predicar. (A) Debe decirles lo que requiere de ellos Jehová su Dios (v. 3). Han de procurar con toda diligencia: (a) Hacer todo el bien que puedan con el poder que tienen. Deben hacer justicia en defensa de los oprimidos. (b) Evitar hacer daño a nadie (v. 3b): «y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, pues éstos están de manera especial bajo la tutela protectora de Dios (Éx. 22:21, 22). (B) Debe asegurarles que el fiel desempeño de su deber habría de traerles la prosperidad (v. 4). Habría una ininterrumpida sucesión de monarcas, sobre el trono de David, que disfrutarían de tranquilidad y vivirían con toda dignidad. El medio más 7 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.845
  • 85. efectivo de preservar la dignidad del gobierno es cumplir fielmente con el deber correspondiente. (C) También debe asegurarles que la iniquidad, si persistían en ella, sería la ruina de sus familias (v. 5). El pecado ha sido con mucha frecuencia la ruina de los palacios reales, por muy fuertes y majestuosos que hayan sido, y el pecado será también la ruina de las casas principescas como de las casas de los menestrales. (D) Debe mostrarles cuán fatal había de ser su iniquidad para su reino como para ellos mismos y, especialmente, para Jerusalén, la regia ciudad (vv. 6–9). Judá y Jerusalén habían sido de mucha estima a los ojos de Dios (v. 6b): «Como Galaad eres tú para mí y como la cima del Líbano, así de espléndida como esos dos lugares por su riqueza maderera (véase el v. 7)». Pero el país iba a ser convertido en soledad y como ciudades deshabitadas (v. 6, al final). Dios mismo va a preparar los destruidores (v. 7). ¿Y quién podrá contender con los destruidores preparados por Dios? Habrá quienes estén dispuestos a justificar a Dios por este juicio (vv. 8, 9): personas de muchas naciones que, cuando pasen junto a las ruinas de la ciudad en sus viajes, preguntarán (v. 8b): «¿Por qué hizo así Jehová con esta gran ciudad?» Pregúntale al primero que pase y él te lo dirá (v. 9): «Porque dejaron el pacto de Jehová su Dios, y adoraron dioses ajenos y les sirvieron». Dios a nadie abandona mientras no es abandonado por él. Versículos 10–19 1. Tenemos aquí primeramente la sentencia contra Salum, sobrenombre de Joacaz (v. 1 Cr. 3:15), pues se dice que «reinó en lugar de Josías su padre» (v. 11). Fue el pueblo quien le eligió, aun cuando no era el primogénito (2 R. 23:30; 2 Cr. 36:1). Quizás lo eligieron porque vieron en él un joven más activo que su hermano mayor y mejor equipado para gobernar; pero pronto les mostró Dios la insensatez de esta injusticia, porque en el término de tres meses vino contra él el rey de Egipto, lo depuso y se lo llevó prisionero a Egipto, conforme a la amenaza de Dios (Dt. 28:68). No se dice que ninguna otra persona del pueblo fuese llevada al cautiverio con él. Tenemos el relato de esto en 2 Reyes 23:34 y 2 Crónicas 36:4. Ahora bien: (A) Se exhorta al pueblo a hacer lamentación por él, más bien que por su padre Josías (v. 10): «No lloréis al muerto, esto es, no hagáis ya más duelo por el rey Josías». Jeremías mismo había hecho lamentación por él (2 Cr. 35:25); pero ahora, también él tendrá que desviar sus lágrimas hacia otro canal. Deben llorar amargamente por Joacaz, que se va, es decir, que se marchó cautivo a Egipto. (B) Josías se fue al sepulcro en paz y honor, no hay que llorar por él, sino por su desdichado hijo, que está destinado a vivir y morir en la desgracia y la miseria de un prisionero. Bien pueden ser envidiados los santos en su muerte, mientras que han de ser compadecidos los pecadores en vida y, por supuesto, en muerte. Joacaz no volverá jamás (vv. 10, al final; 11, al final) de su cautividad, contra las expectaciones del pueblo y las suyas propias, sino que morirá en el cautiverio. Como les costaba mucho creerlo, se repite una y otra vez. Esto le sobrevino por no seguir el buen ejemplo de su padre y por usurpar los derechos de su hermano mayor. 2. Tenemos luego la sentencia de Joacim, que le sucedió. No gobernó mejor que su hermano menor y, al final, tampoco lo pasó mejor que él. (A) Se le reprende por sus pecados. No se le acusa aquí de idolatría, sino que los crímenes por los que se le reprende aquí son orgullo y ostentación vanidosa; como si todo el negocio de un rey fuese aparecer grande, sin tener el menor interés en hacer el bien. (a) Quiere edificar para sí un palacio suntuoso (v. 14): «una casa amplia y salas espaciosas». Las ventanas tienen que abrirse según la última moda, los techos han de estar cubiertos de cedro, la clase más cara y valiosa de madera, y todo pintado de
  • 86. bermellón. Lo malo de todo esto es que tenía por objeto halagar su propia vanagloria. Reinó los primeros tres años por permiso del rey de Egipto; el resto de su reinado, por permiso del rey de Babilonia; y al figurar como un virrey, codiciaba rivalizar en pompa con los más poderosos monarcas. (b) Lo peor del caso es que (v. 13) edificó su casa con injusticia … sirviéndose de su prójimo de balde y no dándole el salario de su trabajo. A esta extorsión injusta añadió la opresión y la violencia (v. 17): «Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, para derramar sangre inocente, para opresión y para hacer violencia». Dios se da cuenta de la violencia que los mayores potentados hacen a sus pobres criados y obreros, y no dejará sin castigo a quienes tratan sin justicia a los que emplean en su servicio. En la codicia, el corazón se va detrás de los ojos; por eso se la llama concupiscencia de los ojos (1 Jn. 2:16; Job 31:7). (c) Lo que hacía más graves todos estos pecados: El rey era hijo de un buen padre, y le había dejado un buen ejemplo, si él hubiese querido seguirlo (vv. 15, 16). Jeremías le dice que la conducta de su padre le debería haber servido de pauta para el cumplimiento de las obligaciones regias. Josías (v. 15b) hizo juicio y justicia y así le fue bien. No sólo no usó del poder para hacer el mal, sino que lo usó para fomentar el bien. Él juzgó (v. 16) la causa del afligido y del menesteroso. Esto sí que fue conocer a Jehová (v. 16, al final), es decir, amarle, seguirle y servirle. Y Dios le bendijo con bienestar y paz. Joacim edificó una casa grande para servirle de orgullo, mientras que su padre Josías conservó una casa buena que le sirvió de alabanza. Es mejor vivir con Josías en un palacio pasado de moda y hacer el bien, que morar con Joacim en un suntuoso palacio y dejar deudas sin pagar. (B) Se le lee fielmente a Joacim la sentencia (vv. 18, 19). Podemos suponer que Jeremías puso en peligro su vida al predecir la vergonzosa muerte de Joacim; pero «así ha dicho Jehová acerca de Joacim» y, por tanto, así lo dice también Jeremías: Morirá sin que nadie haga duelo por él. Se ha hecho tan odioso por su opresión y su crueldad, que nadie le hará el honor de derramar una lágrima por él. Ni siquiera sus parientes más allegados le lamentarán. Sus súbditos no harán tampoco duelo por él como solían hacerlo junto a las tumbas de sus príncipes. «Como un asno será enterrado» (v. 19), es decir, sin sepelio, pues el cadáver de un animal era arrojado a un pozo o a un estercolero. No será llevado en pompa a un suntuoso mausoleo, sino que se lo llevarán arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén. Flavio Josefo dice que Nabucodonosor le dio muerte en Jerusalén y dejó su cadáver expuesto al público en un lugar a gran distancia de las puertas de Jerusalén. Versículos 20–30 La profecía que sigue parece haber sido pronunciada con relación al ignominioso reinado de Joaquín, el hijo de Joacim, el cual reinó tres meses y fue después llevado cautivo a Babilonia, donde vivió muchos años (52:31). Se le llama también Jeconías, que no es sino la vuelta al revés, muy significativa, de Joaquín (que significa «Jehová establece firmemente»). Pero todavía es más significativo el hecho de que, en este capítulo, no se le llama Joaquín ni Jeconías, sino Conías, con lo que se le ha suprimido precisamente la sílaba Ye, que es la abreviatura de Jehová; con lo que se le da a entender que Jehová no lo establece ya. 1. Las desolaciones del reino se acercan ahora apresuradamente (vv. 20–23). (A) Jerusalén y Judá son mencionadas aquí como si fuesen una sola persona (v. 21): «Te hablé en tus tiempos de prosperidad» (lit.). Dios les había hablado, por medio de Sus profetas, les había reprendido, exhortado, aconsejado; «pero dijiste. No oiré». Es cosa corriente que los que viven cómodamente vivan menospreciando la Palabra de Dios. «Este fue tu camino desde la juventud, que nunca escuchaste mi voz. Cuando veas
  • 87. a tus amantes (Egipto y otras naciones que Joaquín había cortejado para que le ayudasen contra Caldea) ir al cautiverio (v. 22), ésa será tu vergüenza y tu confusión por tu maldad. Tus pastores, es decir, tus gobernantes, serán pastoreados por el viento, se los llevará apresuradamente el viento al destierro delante de su rebaño, a la vista de sus súbditos y delante de ellos. (B) El país es llamado aquí (v. 23) habitante del Líbano, «porque muchos edificios de Jerusalén estaban construidos con cedros del Líbano» (Ryrie) y toda la nación se sentía tan fuertemente protegida como con fortines; pero tan orgullosos estaban de ello que se dice aquí que tiene (el pueblo) su nido en los cedros, fuera del alcance de todo peligro y desde donde puede mirar con desdén a todos los países circundantes. «Pero, continúa la profecía, ¡cómo gemirás (v. 23b) cuando te vengan dolores, dolor como de mujer que está de parto». Ésta es la versión que los LXX, la versión siríaca y el Targum hacen de la segunda parte del versículo 23; pero el texto masorético actual dice con ironía: «¡Qué agraciada estarás cuando te sobrevengan dolores de parto!»; como si dijese: «¿Te parece que hallarás alguna gracia cuando vengan sobre ti los horrores de la invasión caldea?» 2. Viene luego una profecía de la desgracia del rey Jeconías, quien, como hemos dicho, es llamado aquí Conías. (A) Será llevado al cautiverio y allí pasará el resto de sus días. Dios lo abandonará (v. 24): «Vivo yo, dice Jehová—lo afirma con juramento—, que si Conías hijo de Joacim rey de Judá fuera anillo en mi mano derecha, aun de allí te arrancaría» (nótese el paso rápido de la tercera persona a la segunda). El anillo con que se sellaban los documentos era tan indispensable que resultaba «algo así como parte del que lo llevaba» (Freedman). «Arrancarse ese anillo de la mano de Dios» significaba, pues, que Jehová renunciaba definitivamente a tener nada que ver con Conías. (B) Lo apresará el rey de Babilonia (v. 25) y se lo llevará cautivo (v. 26) a él, a su madre y (v. 28) a su descendencia, y de allí (v. 27) no volverán. Joacaz había sido llevado al sur, a Egipto; Jeconías será llevado al norte, a Babilonia, para no volverse a ver ni volver a respirar el aire del país nativo. Hay cierto énfasis en esa parte de la profecía que dice (v. 26b): «a tierra ajena en que no nacisteis; y allí moriréis». Esto le hará despreciable a los ojos de sus vecinos, los cuales dirán (v. 28): «¿Es este hombre Conías una vasija despreciada y quebrada? ¿Es un trasto que nadie estima?» Hubo tiempo en que fue dignificado, y hasta casi deificado. Los que habían visto depuesto a su padre Joacim, estaban prestos a adorarle cuando le vieron en el trono, pero ahora es como un trasto que nadie estima. (C) Además, no dejará posteridad que herede su trono ni sus honores. ¡Que vea todo el mundo los juicios de Dios sobre una nación y una regia familia que tan cercana y querida le había sido, y de ahí podrán inferir cuán imparcial es Dios en la administración de Su justicia! Conías quedará (v. 30) privado de descendencia. Leemos en 1 Crónicas 3:17, 18 que fueron siete los hijos de Jeconías el cautivo (hebr. asir), pero lo que en esta profecía se dice es que (v. 30b) «ninguno de su descendencia (lit. de su simiente, ¡la descendencia física!) logrará sentarse sobre el trono de David». Zorobabel, su nieto, fue uno de los jefes del pueblo al regreso del exilio, pero no se sentó en el trono de David. Nuestro Salvador (v. Lc. 1:32, 33) se había de sentar en ese trono, pero no descendía de Jeconías, pues su madre procedía de David por Natán (Lc. 3:31, 32), no por Salomón, mientras que los derechos reales le venían de José, el cual sí descendía de Jeconías, pero no era físicamente el padre de Jesús. ¡Maravillas de la Providencia! CAPÍTULO 23
  • 88. I. El profeta, en nombre de Dios, pronuncia una profecía acerca del Pastor-Mesías, Rey davídico (vv. 1–8). II. Denuncia después a los falsos profetas y a los malvados sacerdotes que engañaban al pueblo (vv. 9–32). III. Denuncia finalmente al pueblo profano, que ridiculizaba a los verdaderos profetas de Dios (vv. 33–40). Versículos 1–8 1. Hay primero una palabra de terror a los pastores negligentes (v. 1): «¡Ay de los pastores, es decir, de los gobernantes, que destruyen y dispersan las ovejas de mis pastos!, dice Jehová», puesto que «bajo el liderato de ellos, el pueblo abandonó los caminos de justicia e incurrió en el exilio» (Freedman). No eran los dueños del rebaño y abusaban de la autoridad que Dios había delegado en ellos. El verdadero dueño era Jehová, quien llama al país «las ovejas de mis pastos», porque Él las proveía de buenos pastos. ¡Ay de aquellos, pues, a quienes Dios encomienda el ministerio de apacentar a Su pueblo y, en lugar de ejercer fielmente este oficio, dispersan a las ovejas y hacen que cada una se extravíe por su camino, y las destruyen al privarlas del pasto realmente alimenticio de la Palabra de Dios. 2. Viene luego una palabra de consuelo a las ovejas que han sido descuidadas por los pastores. Aunque los pastores subalternos no las han cuidado, el Pastor en jefe mirará por ellas. Dios llevará a cabo su promesa aunque los pastores que emplea no cumplan con su deber. (A) Los dispersos judíos volverán un día a su tierra y se establecerán felizmente bajo un buen gobierno (vv. 3, 4). Aunque no quede más que un remanente del rebaño de Dios, Él los recogerá de dondequiera se encuentren y las traerá (v. 3) de todas las tierras adonde las echó, haciéndolas volver a sus moradas, como ovejas a sus rediles, donde crecerán y se multiplicarán. Antes eran constantemente perturbadas, pero ahora (v. 4) no temerán más ni se amedrentarán. Sin ir más lejos, pastores-líderes como Zorobabel y Nehemías, aunque no vivieron con la pompa de Joacim y Jeconías, fueron de gran bendición al pueblo, así como los otros habían sido una verdadera plaga para el país. (B) El Rey-Mesías, el gran Pastor de las ovejas, el pastor excelente (Jn. 10:11; véase el comentario a este versículo), será un renuevo justo (v. 5, comp. con Is. 4:2; 11:1), «significando la nueva vida que traerá el Mesías» (Ryrie). El versículo comienza con un «He aquí que vienen días …». expresión bien conocida como anuncio de algo que pertenece a los últimos tiempos. Este retoño había de crecer como raíz en tierra seca (Is. 53:2), hasta ser enterrado, sin esperanza humana de que volviese a brotar, pero había de resucitar por el poder omnímodo de la Deidad. Freedman hace notar que el hebreo tsémaj, que traducimos por «renuevo» (Reina-Valera) o vástago (Asensio), «es el término usado para designar al rey mesiánico (cf. 33:15; Zac. 3:8; 6:12)». (C) De este rey mesiánico, que es Jesucristo nuestro Salvador, se dice lo siguiente: (a) Que «obrará con prudencia (v. 5b), llevará a cabo una política que sea la más beneficiosa para el pueblo (es el mismo verbo de Is. 52:13) y hará juicio y justicia en la tierra», expresiones «que resumen la función de un gobernante ideal (cf. 2 S. 8:15, de David)» (Freedman). (b) Que «en sus días (v. 6) será salvo Judá (salvo de toda amenaza de invasión y destierro), e Israel habitará confiado», «porque también los exiliados del reino del norte serán redimidos y volverán a su país» (Freedman). (c) Que (v. 6b) «éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová es nuestra justicia» (comp. con 33:16; Is. 45:24; Dn. 9:24; Ro. 3:22; 1 Co. 1:30). El significado de ese nombre es muy amplio: Él es nuestra vindicación, pues por Él somos constituidos justos en la presencia de Dios; Él nos ha sido hecho por Dios justificación y justicia de Dios en Él; Él es nuestra justicia eterna, pues toda nuestra justicia existe por Él y en Él
  • 89. subsiste; en Él somos hallados (Fil. 3:9) no teniendo nuestra propia justicia, que es a base de la ley, sino la que … procede de Dios sobre la base de la fe. (D) Esta gran salvación que ha de venirles a los judíos en los últimos días (Ro. 11:26), cuando Dios los restaure (comp. con 16:15), después de traerlos «de todos los países adonde los había echado» (v. 8b), será un acontecimiento nuevo de tal magnitud que «hará olvidar el gran beneficio (v. 7), considerado en Israel como clave nacional, de la liberación de la esclavitud egipcia» (Asensio). Versículos 9–32 Viene ahora una larga lección para los falsos profetas. Jeremías se había quejado ante Dios de esos falsos profetas (14:13) y había predicho con frecuencia que se habían de ver envueltos en la ruina común; pero aquí tienen ayes que les pertenecen de modo especial. I. El profeta expresa la pena que le causaba ver a estos hombres, que pretendían estar comisionados e inspirados por Dios, arruinándose a sí mismos, y al pueblo en medio del cual vivían, con su falsedad y su traición (v. 9): «Mi corazón está quebrantado dentro de mí … estoy como un ebrio». Jeremías era una persona a quien las cosas le llegaban muy hondo, y todo lo que era una amenaza para su país, hacía enorme impresión en su ánimo. Aquí se halla en tanta aflicción: 1. Por causa de los profetas, de su pecado, de las falsas doctrinas que predicaban y de la mala vida que llevaban, a pesar de que presumían de recibir sus instrucciones directamente de Dios. 2. «Por causa de Jehová y por causa de sus santas palabras». Temblaba al pensar en la ruina y en la desolación que estaban llegando «de la faz de Jehová y de la faz de las palabras de su santidad» (lit.). II. Se lamenta de la desbordante perversidad del país y de las actuales señales del desagrado de Dios (v. 10): «Porque la tierra está llena de adúlteros». Aunque la idolatría es descrita bajo la designación de «adulterio» (espiritual), Freedman hace notar que aquí «probablemente ha de interpretarse en sentido literal, no en el sentido figurado de adoradores de ídolos». M. Henry lo entiende en ambos sentidos. Asensio sólo en el sentido figurado. El contexto parece estar a favor del sentido literal. El desagrado de Dios se muestra (v. 10b) en que la tierra está desierta (comp. con 9:9), no sólo deshabitada, sino también asolada, pues los pastizales del desierto se secaron. Las dos últimas frases del v. 10 son así literalmente: «Su curso, el fin que se proponen, es malo y su fuerza no es recta», es decir, «utilizan su poder para objetivos malvados» (Freedman). III. Culpa de todo esto a los falsos profetas y a los sacerdotes, especialmente a los profetas. Ambos son impíos (v. 11); los sacerdotes profanan las ordenanzas de Dios que pretenden administrar; los profetas, la palabra de Dios que pretenden comunicar, aun en mi casa hallé su maldad, dice Jehová (v. 11b): en el templo, donde ministraban los sacerdotes y donde profetizaban los profetas, ambos eran culpables de idolatría e inmoralidad. De dos cosas se les acusa: 1. De que, con su ejemplo, enseñaban al pueblo a pecar. Los compara con los profetas de Samaria, la capital del reino del norte, que estaba desolada desde hacía mucho tiempo. Los profetas de Samaria habían sido muy insensatos al profetizar en nombre de Baal (v. 13), haciendo así errar al pueblo de Israel, al que todavía llama Dios mi pueblo. Los profetas de Jerusalén no hacían eso, pues profetizaban en nombre del verdadero Dios y se estimaban mucho en eso de no ser como los profetas de Israel que profetizaban por Baal; pero corrompían la nación con sus inmoralidades (v. 14), tanto como los otros con sus idolatrías. Hacían uso del nombre de un Dios santo, mientras se revolcaban en todo género de impurezas. En el nombre del Dios de la verdad profetizaban, mientras (v. 14b) andaban en mentiras. Con todo esto, Judá y
  • 90. Jerusalén habían llegado a ser como Sodoma y Gomorra (v. 14, al final) y así los veía Dios como maduros para sufrir la misma destrucción que las ciudades nefandas de la Pentápolis. 2. De que animaban al pueblo, mediante sus falsas profecías, a continuar pecando. Se habían llegado a convencer a sí mismos de que no había ningún peligro y ningún daño en el pecado y se ajustaban, en la práctica, a esta falsa convicción (v. 16): «hablan visión de su propio corazón, es decir, de su imaginación exaltada, no de la boca de Jehová». Les dicen a los pecadores (v. 17) que todo les irá bien aunque persistan en sus pecados. Estos profetas lisonjeaban falsamente al pueblo. Tenían que haberles dicho: No hay paz para los malvados (Is. 48:22; 57:21). Pero ellos les decían: «Jehová ha dicho: Paz tendréis … No vendrá mal sobre vosotros» (v. 17b). Lo peor es que se lo decían en nombre de Jehová. IV. Dios repudia todo lo que estos falsos profetas decían para apaciguar a la gente en sus pecados (v. 21): «No envié yo aquellos profetas, no les comisioné yo para ese ministerio; sin embargo, ellos estaban tan ávidos de comunicar sus mensajes que corrían a hacerlo; yo no les hablé, pero ellos profetizaban con todo atrevimiento, sin hallar las dificultades que los verdaderos profetas hallan con frecuencia». Les decían a los pecadores: Paz tendréis (v. 17). Pero (v. 18), «¿quién asistió al consejo de Jehová? Comunicáis vuestro mensaje con gran aplomo y seguridad; pero, ¿habéis consultado a Dios acerca de él? No habéis percibido ni oído Su palabra, no habéis comparado con la Escritura lo que estáis diciendo; si hubieseis tomado nota del tenor general de la Biblia, nunca habríais pronunciado un mensaje semejante». Que no habían asistido al consejo de Jehová ni habían oído Su voz, se declara después (v. 22). «Si hubiesen asistido a mi consejo, dice Dios, como ellos pretenden: 1. Habrían hecho de las Escrituras su norma de predicación: Habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo. 2. Habrían hecho de la conversión de las almas su objeto (v. 22b) de interés primordial, y eso es lo que habrían buscado en toda su predicación. 3. Habrían mostrado algunos sellos de su ministerio. Si hubiesen asistido a mi consejo, y las palabras que predicaban hubiesen sido mis palabras, ellos mismos habrían sentido el impacto de tales palabras y habrían cesado de obrar el mal». V. Dios amenaza con castigar a estos profetas por su maldad. Ellos prometían al pueblo paz; y, para mostrarles la insensatez de eso, Dios les dice que ellos mismos no habían de tener paz. Se aproxima sobre ellos la calamidad y no se aperciben de ella (v. 12). Por ser profanos los profetas y los sacerdotes (v. 11), por tanto (v. 12), su camino será como resbaladeros en oscuridad (comp. con 13:16; Sal. 35:6). Dice Freedman: «Hasta ahora, los corrompidos profetas habían proseguido su malvado curso con seguridad; pero ahora el camino será resbaladizo y oscuro para ellos, de modo que tropezarán y caerán». Los que pretenden enseñar a otros el camino, estarán ellos mismos en la oscuridad. Los que pretenden dar a otros seguridad, no hallarán ellos mismos terreno firme donde asentar los pies. Los que pretenden poner a la gente cómoda con sus halagos, se hallarán ellos mismos extremadamente incómodos: serán empujados y caerán (v. 12b). Pretenden evitar el mal que amenaza a otros, pero (v. 12, al final) Dios traerá el mal sobre ellos en el año de su visitación (comp. con 11:23), que será el año de su retribución. Más adelante (v. 15) se les amenaza con otras amarguras: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les daré a beber agua de hiel (comp. con 9:15). VI. Al pueblo se le advierte aquí que no de crédito alguno a estos falsos profetas (v. 16): «No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas, pues es la palabra de Jehová la que está firme y permanece para
  • 91. siempre, pero no la de ellos. Ellos os dicen (v. 17, al final): Ningún mal vendrá sobre vosotros; pero oíd lo que dice Dios (v. 19): Mirad que una tormenta de Jehová y, por tanto, muy fuerte, va a estallar con furor. Ellos os dicen que todo está en calma, pero Dios os dice (v. 19b) que es una tempestad que remolinea y se cierne sobre la cabeza de los malvados, y no la podrán aguantar. Esta sentencia es irreversible (v. 20): No se apartará la ira de Jehová hasta que lo haya hecho y hasta que haya cumplido los designios de su corazón. Dios no se va a volver atrás en modo alguno. Ellos no lo entienden ahora, pero en los postreros días (“frase mesiánica”, dice Freedman) lo entenderéis cumplidamente, esto es, os daréis cuenta perfecta de la situación en que ahora os halláis». Sin embargo, Freedman hace notar que el verbo hebreo tithbónnu está en la forma Hithpael (reflexiva), por lo que propone la siguiente versión: «Os consideraréis a vosotros mismos en esto (con) entendimiento», «es decir, al presente rehusáis reconocer esto, pero en el fin lo conoceréis a fuerza de examinaros a vosotros mismos y por vuestra experiencia». VII. Varias cosas se ofrecen aquí a la consideración de estos falsos profetas, a fin de que se vean incitados a retractarse de su error. 1. Han de considerar que, aun cuando hayan podido engañar a los hombres, Dios es demasiado sabio para que puedan engañarle. (A) Dios afirma su omnipresencia y su omnisciencia en general (vv. 23, 24). Dice textualmente el versículo 23: «¿Acaso (soy) un Dios de cerca yo, oráculo (hebr. nehúm) de Jehová, y no un Dios de lejos?» La mejor interpretación de este versículo es, sin duda, la que da Asensio: «Jehová no es un Dios cercano que sólo puede conocer y dirigir lo que sucede en torno a sí, sino un Dios lejano que, desde su altura inaccesible a todo hombre, todo lo alcanza con su ciencia y poder». Entre los hombres, la cercanía y la lejanía marcan una enorme diferencia, tanto en nuestras observaciones como en nuestras operaciones, pero con Dios no sucede así; para Él, lo mismo es la luz que la oscuridad, lo que está al alcance de la mano y lo que está a una distancia astronómica. Por eso, ni el carácter ni la conducta del hombre pueden esconderse del ojo divino que todo lo ve (v. 24): «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (comp. con 1 R. 8:27; Sal. 139:7–12). Ningún lugar puede encerrar a Dios, como ningún lugar puede excluirlo. (B) Aplica esto a los falsos profetas, que tenían un arte notable en disfrazarse (vv. 25, 26). Dios les hará saber que está enterado de toda la confusión que han sembrado en el mundo, bajo color de divina revelación. Dios descubre fácilmente los fraudes. Dice Freedman sobre el versículo 26: «El versículo es difícil. Su probable significado es éste: ¿Por cuánto tiempo continuarán éstos engañando al pueblo? ¿Puede la verdadera Palabra de Dios residir en el corazón de hombres que profetizan engaños que ellos mismos conciben?» 2. Han de considerar que, al embaucar al pueblo con falsificadas revelaciones y al atribuir sus propias fantasías a la inspiración divina, están provocando el menosprecio a la religión verdadera y hacen que los hombres se vuelvan incrédulos y aun ateos (v. 27): «los que piensan hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su prójimo». Lo que más desea Satanás es que los hombres se olviden de Dios, especialmente de la justicia y de la santidad de Dios, según se han manifestado en todos los tiempos. El mejor medio de que lleguen a olvidarse del Dios verdadero es hacer que se aficionen a dioses falsos (v. 27, al final), «al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal». Hoy día hay muchos «baales» por los que se olvida el nombre de Dios. 3. Han de considerar qué colosal diferencia había entre sus profecías y las que eran pronunciadas por los verdaderos profetas de Jehová (v. 28): «El profeta que tenga un
  • 92. sueño, cuente el sueño; y como sueño habrá que considerarlo, algo que está completamente lejos de la realidad; pero el que tenga mi palabra—dice Dios—, cuente mi palabra verdadera, que la declare fielmente, ajustándose en todo a lo que yo le he dicho, y pronto veréis la enorme diferencia que hay entre el sueño de un falso profeta y las instrucciones divinas que un verdadero profeta comunica. Los que tienen sentidos espirituales bien ejercitados pueden distinguir fácilmente entre la paja y el trigo. Los sueños de la imaginación no valen para nada, como la paja que se lleva el viento; pero la Palabra de Dios es sustanciosa, de valor, nutritiva, pan de vida». Otros distintivos de la Palabra de Dios son descritos en el versículo 29: «¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que hace pedazos la roca?» Los sueños de los falsos profetas eran fantasías inútiles para la vida, sin poder ni eficacia para cambiar la conducta; pero la Palabra de Dios es un poder, una «dinamita» (gr. dynamis = poder) que, como el fuego, produce diferentes efectos conforme al material en el que actúa: endurece el barro y ablanda la cera; consume la escoria, pero purifica la plata. Así también, la Palabra de Dios es para unos olor de vida para vida; para otros, olor de muerte para muerte (2 Co. 2:16). También es comparada a un martillo que hace pedazos la roca. El corazón del hombre sin humillar es como una roca; si no se derrite por el fuego de la Palabra de Dios, será hecho pedazos por el martillo de la Palabra de Dios. 4. Han de considerar finalmente que, mientras siguiesen este curso, Dios había de estar contra ellos. Tres veces se les dice esto (vv. 30, 31, 32). Quedan procesados aquí: «Hurtan mis palabras cada uno de su prójimo» (v. 30b). Eran extraños al espíritu de la profecía, pero imitaban el lenguaje de los verdaderos profetas, tomaban algunos buenos dichos de ellos y los comunicaban al pueblo como si fuesen de ellos mismos. Con estas medias verdades y, además, carentes del verdadero espíritu, anulaban la eficacia de la Palabra de Dios en la mente y en el corazón de algunos que quizá comenzaban a estar bajo la convicción que la Palabra de Dios, mediante el Espíritu de Dios, imprime en el que la escucha con las debidas disposiciones. Dios está contra ellos (v. 31) porque usaban la lengua según les parecía bien en sus discursos al pueblo, y hacían pasar como dicho por Dios lo que era producto de su imaginación. Quedan encausados como vulgares tramposos (v. 32), pues profetizan sueños mentirosos y los cuentan con la pretensión de que se debe a la inspiración de Dios, lo que es invento de ellos. Malo es el error del pueblo al tomar por verdades las mentiras que los falsos profetas dicen, pero es mucho peor el caso de estos falsos profetas, pues son ellos los que hacen errar al pueblo de Dios con sus mentiras y con sus lisonjas. Dios decían que no tiene nada que ver con ellos: «Yo no los envié ni les mandé y, puesto que no proceden de la verdad, tampoco pueden hacer nada para la vida: ningún provecho pueden hacer a este pueblo, dice Jehová». Versículos 33–40 La mundanidad del pueblo, así como la de los sacerdotes y profetas, es aquí condenada en un caso particular que podría parecer de poca importancia, pero no lo es, pues la vulgaridad profana en el modo de hablar, y la corrupción del lenguaje de una nación, son evidencia clara del predominio de la impiedad en esa nación. 1. El pecado de que aquí se les acusa es tomar a broma a los profetas de Dios y los vocablos especiales que usaban. Preguntan (vv. 33, 34): «¿Cuál es la carga de Jehová?» Recordemos que el vocablo hebreo massá, que significa carga, ocurre en la Biblia cuando el oráculo de Dios hace referencia especial a ciertas amenazas o ciertos castigos que se ciernen sobre los destinatarios. Los profetas verdaderos usaban este vocablo con toda la seguridad que el caso requería, pero los contemporáneos de Jeremías lo usaban para burlarse de él y de su mensaje, cuando deberían temblar ante el
  • 93. juicio que dicha carga comunicaba. Cuando alguien hace burla de lo más sagrado, pocas esperanzas quedan de verle salvado. 2. A la vez que se les reprende por esta burlona forma de hablar, se les dice cómo hay que expresarse decentemente. Vemos que el término es usado todavía después (Nah. 1:1; Hab. 1:1; Zac. 9:1; Mal. 1:1), pero aquí Dios quiere que Jeremías se atenga a la norma que le dio en 15:19b: «Y nunca más volveréis a mencionar: Carga de Jehová de esta forma irónica y sacrílega» (v. 36). ¿Cómo, pues, han de expresarse? Se les dice (v. 37): «Así dirás al profeta: ¿Qué te respondió Jehová, y qué habló Jehová?» Y lo mismo han de hacer cuando pregunten cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano (v. 35). 3. En esta misma línea de prohibición al pueblo en cuanto al uso irónico y escarnecedor del término massá, Dios amenaza (vv. 38–40) con hacer caer sobre ellos afrenta y confusión perpetuas (v. 40) y con hacerles caer a ellos mismos después de levantarlos en alto (v. 39), si continúan abusando del vocablo carga (v. 38). Hay un juego de palabras con los vocablos massá = carga, y nashá = cargarse (o levantar en alto) en los versículos 38 y 39. Atención especial merece a este respecto el versículo 33: «Y cuando te pregunte este pueblo, o el profeta o el sacerdote diciendo: ¿Cuál es la carga de Jehová?, les dirás: ¡Qué carga! Y yo os arrojaré—oráculo de Jehová» (lit)—. El sentido queda así un tanto oscuro con la lectura del actual texto masorético (eth- mah-massá: al qué carga), por lo que, con una división y una vocalización diferentes (según lo han visto la Septuaginta—los LXX—y la Vulgata Latina) tendríamos: attem hammassá: «vosotros (sois) la carga, y yo os arrojaré “como se arroja de alguien una carga” (Freedman)». Así lo entiende el gran rabino Rashi. CAPÍTULO 24 8 La visión del presente capítulo ocurrió después que Jeconías fue llevado, con otros más, al cautiverio (año 597 a. de C.). En ella: I. Dios le muestra a Jeremías dos cestas de higos: unos muy buenos y otros muy malos (vv. 1–3). II. Dios le explica la visión: Los higos buenos son los israelitas que, obedientes a la orden de Dios, han marchado al exilio para su bien (vv. 4–7); los higos malos son los que, por no haber obedecido a Dios, sufrirán las consecuencias para su mal (vv. 8–10). Versículos 1–10 El mejor resumen de este capítulo se halla en estas líneas del rabino Freedman: «Su mensaje es que, al contrario de lo que podría esperarse, los judíos que habían de hallar el favor de Dios serían los que habían sido exiliados, no los que se habían quedado en la Tierra Santa. No se da una razón explícita de esta diferenciación, pero se apunta en el versículo 7». I. La fecha de este mensaje. Fue poco después de haber marchado al cautiverio Jeconías (v. 1), el cual era una vasija despreciada y quebrada (22:28), pero con él fueron desterradas otras personas de mucho valor, como Ezequiel (v. Ez. 1:12); muchos príncipes de Judá marcharon también al cautiverio; del pueblo, sólo los artesanos y los herreros fueron forzados a marchar, porque los caldeos necesitaban gente de esos oficios (tenían muchos astrólogos y adivinos, pero pocos herreros y carpinteros). Mucha gente buena marchó al exilio, lo cual le llegó al corazón a Jeremías, mientras había quienes se alegraban de ello, ya que pensaban que les había tocado la suerte privilegiada 8 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.849
  • 94. de quedarse en el país y consideraban definitivamente perdidos a los que habían sido deportados a Babilonia. II. La visión por la cual fue presentado a la mente del profeta el beneficio que Dios había reservado para los deportados a Babilonia. Vio (v. 1, al final) dos cestas de higos, puestas delante del templo de Jehová, a punto de ser ofrecidas en honor de Dios como primeros frutos. Los higos de una cesta eran extraordinariamente buenos; los de la otra, extremadamente malos. Todos los hombres son como los frutos de una higuera (Jue. 9:11); pero unos son buenos, más dulces que cualquiera otra fruta; otros están podridos, con lo que dan náuseas más que cualquiera otra cosa. Los buenos higos eran como los que maduran primero (lit.), es decir, las brevas—en junio—, consideradas como una fruta exquisita (v. Is. 28:4; Os. 9:10; Mi. 7:1; Nah. 3:12). Los malos higos eran tan malos que no se podían comer de malos que eran. Los que no honran a Dios ni hacen buen servicio a su generación son como los higos malos, que no son comestibles, pues no sirven para nada bueno. De las personas que son presentadas al Señor a las puertas de Su tabernáculo, unas son sinceras y resultan muy buenas; otras disimulan delante de Dios y resultan muy malas. III. Exposición y aplicación de esta visión. Con ella, Dios quería levantar los ánimos de los que habían marchado al destierro, asegurándoles un feliz regreso, y humillar los ánimos orgullosos de los que permanecían en Jerusalén, augurándoles un miserable cautiverio. 1. Los higos buenos, tempranos y maduros, representaban los cautivos piadosos, que parecían al principio maduros para la ruina, pues fueron los primeros en marchar al exilio, pero habían de mostrar que eran los primeros en madurar para misericordia, y el cautiverio mismo les había de ayudar a ello; son agradables a Dios, y serán cuidadosamente preservados. Los primeros sufrimientos prueban con frecuencia ser los mejores. Cuanto antes es corregido el niño, tanto mejores son los frutos que de la corrección cabe esperar. Los primeros en ir al exilio eran como el hijo al que el padre castiga porque lo ama (He. 12:6–8). Pero los que se quedaron en Palestina eran como el hijo que queda sin corrección al principio y, cuando se le quiere corregir después, ya está obstinado en el mal. Dios dice aquí que es Él mismo quien les ha llevado al cautiverio (v. 5b): «… a los cuales eché de este lugar, etc.». Es Dios quien mete el oro y la plata en el horno de la aflicción para que se purifiquen. El juez ordena que el malhechor sea entregado en manos del verdugo, pero el padre corrige con su propia mano a su hijo. En todo se ve que la mano de Dios era para bien de los que aquí son comparados a los higos buenos: (A) A primera vista parecía que el destierro era para mal de ellos, pues no sólo significaba la ruina de sus haciendas y de su libertad, sino que también les hundía los ánimos, les desalentaba la fe, les privaba del beneficio de los oráculos y de las ordenanzas de Dios, y les exponía a las tentaciones; con todo, estaba destinado para su bien como lo demostró el resultado. Mediante las aflicciones, quedaron convictos de pecado, humillados bajo la mano de Dios, destetados del mundo, enseñados a orar y vueltos de su iniquidad. Los parientes que dejaron tras de sí, escasamente querrán reconocerles y aun se burlarán de ellos, pero Dios dice (v. 6): «Pondré mis ojos sobre ellos para bien y los volveré a esta tierra». Él los sacará del horno de la aflicción tan pronto como estén purificados; los volverá a moldear y serán vasos de honor para uso Suyo. (B) A fin de prepararles para esos beneficios temporales, Dios se compromete a dispensarles mercedes espirituales (v. 7). Van a aprender más de Dios mediante Sus providencias en Babilonia que lo que habían aprendido en Jerusalén mediante todos Sus oráculos y ordenanzas. Se les promete aquí, no tanto una mejor cabeza, sino «un
  • 95. corazón para que me conozcan que yo soy Jehová … porque se volverán a mí con todo su corazón». Dios mismo asegura que esto se llevará a cabo, y renovará Su pacto con ellos (v. 7b): «y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios». Los que se han apartado de Dios si con toda sinceridad se vuelven a Él, son admitidos, a la par con todos los demás, a todos los privilegios y consuelos del pacto eterno. 2. Los higos malos. Sedequías, sus príncipes y partidarios (el resto de Jerusalén que quedó en esta tierra—v. 8—) se sentían seguros en su orgullo (Ez. 11:3). Muchos otros habían huido a Egipto (v. 8, al final) en busca de refugio, y se jactaban de que, aun cuando así contravenían el mandato de Dios, actuaban prudentemente para bien de sí mismos. Ahora bien, en cuanto a éstos, que miraban con escarnio a los que habían sido deportados a Babilonia, vemos aquí que se les amenaza: (A) Con que habían de ser dispersados y arrojados a todos los reinos de la tierra (v. 9), mientras que los deportados a Babilonia se habían de establecer en una sola nación, donde tendrían el consuelo de la mutua compañía. (B) Con que, mientras los otros habían sido deportados para su bien, ellos serían arrojados a todos los países para su mal. (C) Con que, mientras los otros tendrían el honor de ser reconocidos por Dios en medio de sus aflicciones, ellos sufrirían la infamia de ser abandonados por toda la humanidad (v. 9): «Y los daré por horror, esto es, como objeto de terror, y por calamidad (o desventura) a todos los reinos de la tierra; por infamia y por proverbio, por sarcasmo y por maldición, en todos los lugares adonde yo los arrojaré» (lit.). (D) Con que, mientras los otros habían de volver a su país (v. 6), ellos habían de ser exterminados de la tierra (v. 10b), que no volverían a ver jamás. (E) Con que, mientras los otros eran guardados en reserva para días mejores, ellos estaban destinados a tiempos peores, pues a todos los lugares a los que serán arrojados por Dios (v. 9, al final), en pos de ellos enviará Dios también espada, hambre y pestilencia. CAPÍTULO 25 La profecía de este capítulo lleva una fecha anterior a la de los capítulos inmediatamente precedentes, pues fue proferida en el primer año de Nabucodonosor (605 a. de C.), aquel año notable en que comenzó a ser desenvainada la espada de Jehová. Tenemos aquí: I. Una revisión de las profecías que habían sido comunicadas a Judá y a Jerusalén por muchos años en el pasado, por medio de Jeremías mismo y de otros profetas, con la poca atención que el pueblo les había prestado (vv. 1–7). II. Una muy clara amenaza de destrucción a Judá y Jerusalén, de parte del rey de Babilonia, porque continuaban obstinadamente en el pecado (vv. 8–11), a lo que se agrega una promesa de que serían libertados de su cautividad de Babilonia 70 años más tarde (vv. 12–14). III. Una predicción de la devastación de otras varias naciones a manos de Nabucodonosor, representada en una «copa de furor» puesta en sus manos (vv. 15–28), en una espada enviada entre ellos (vv. 29–33) y en una desolación llevada a cabo entre los pastores, sus rebaños y pastos (vv. 34–38). Versículos 1–7 Tenemos aquí un mensaje de parte de Dios, concerniente a todo el pueblo de Judá (v. 1), que Jeremías dio a conocer a todo el pueblo de Judá (v. 2). Jeremías es enviado a todo el pueblo, probablemente cuando todos habían subido a Jerusalén a adorar en una de las fiestas solemnes. 1. La profecía está fechada en el año cuarto de Joacim y primero de Nabucodonosor. Ahora que este príncipe comenzaba su carrera hacia el dominio del mundo, Dios, por medio de su profeta, da a conocer que no es sino Su siervo. Si Nabucodonosor había de
  • 96. ascender tan alto, era debido a que Dios tenía Sus propios planes para los cuales había de servirse de él. 2. En este mensaje pueden observarse todos los medios que se habían puesto en juego a fin de que el pueblo fuese conducido al arrepentimiento y que aquí son expuestos para que Dios quede justificado en la manera de proceder contra este pueblo. Jeremías, por su parte, había predicado constantemente entre ellos durante 23 años; y durante todo este tiempo les había enviado mensajes incesantemente, según había oportunidad (v. 3): «Desde el año trece de Josías … ha venido a mí la palabra de Jehová, y he hablado desde temprano (la misma expresión de 7:13) y sin cesar, para vuestro bien». Así el Espíritu de Dios contendía con ellos, como con el mundo antiguo (Gn. 6:3). Jeremías había sido fiel y laborioso en la predicación de sus mensajes, declarándoles todo el consejo de Dios con respecto a ellos. 3. Además de él, Dios había enviado a ellos otros profetas (v. 4) con el mismo objetivo. Hubo muchos otros profetas, siervos de Jehová, quienes predicaron sermones avivadores, los cuales no han quedado registrados en las Sagradas Escrituras. 4. Todos ellos les declararon sus pecados, incitándoles (v. 5) a volverse de su mal camino y de la maldad de sus obras. Los que les lisonjeaban como si todo fuese bien no eran enviados por Dios. Los enviados de Dios les reprendían por ir en pos de dioses ajenos (v. 6), obra de las manos de ellos, y les exhortaban a arrepentirse de sus pecados y reformar sus vidas. Ésta era la carga de cada mensaje. La reforma personal es indispensable para la liberación nacional. La calle no quedará limpia hasta que cada vecino barra junto a su propia puerta. Si se vuelven a Dios, disfrutarán de las bendiciones que Dios les ha otorgado hasta el presente (v. 5b): «Y moraréis en la tierra que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre. Sólo el pecado os puede expulsar de ella y no lo hará si vosotros os volvéis de él». 5. Pero todo fue inútil. No estaban dispuestos a seguir el único método prescrito para apartar de sí la ira de Dios. Jeremías era un predicador vehemente y afectuoso, pero (v. 4b) no le hicieron caso ni inclinaron el oído para escucharle. Versículos 8–14 Aquí tenemos la sentencia fundada en el cargo que precede (v. 8): «Por tanto, así dice Jehová de las huestes: Por cuanto no habéis escuchado mis palabras, tendré que tomar otras medidas». El pecador tiene que partir ahora de su pecado, o tiene que partir al otro mundo con él. 1. La ruina del país de Judá a manos del ejército de Babilonia es decretada (v. 9). Dios les había enviado sus siervos los profetas y no les habían hecho caso; por tanto, Dios va a enviar su siervo Nabucodonosor rey de Babilonia. Los mensajeros de la ira de Dios serán enviados contra aquellos que no quieren recibir a los mensajeros de su misericordia. Nabucodonosor, un extraño a Dios, es un instrumento en la mano de Dios para la corrección del pueblo escogido de Dios, y va a servir realmente a los designios de Dios mientras piensa que sirve a sus propios intereses. Los dos monarcas más poderosos de aquel tiempo son siervos de Dios: Nabucodonosor, instrumento de Su ira, no es menos siervo Suyo que Ciro, instrumento de Su misericordia. 2. Se describe aquí (vv. 9–11) la completa destrucción de este país, así como la de las naciones circundantes. Esta desolación será la ruina del prestigio que los judíos habían ganado entre sus vecinos (v. 9, al final, comp. con 18:16) y, con ella, se acabará todo lo que, en la vida cotidiana, era señal de gozo, paz y prosperidad (v. 10, repetición de 7:34). Juan ha recogido estas imágenes en Apocalipsis 18:22, 23, refiriéndose a la caída de la Babilonia escatológica. Sobre las expresiones finales del versículo 10, dice Peake (citado por Freedman): «El ruido del molino, que puede oírse a cierta distancia en las horas de la madrugada, es una señal invariable de la vida humana en el Oriente, y
  • 97. aun en la casa más pobre es indispensable la lámpara». Todo eso se habrá acabado en Judá. Y, peor todavía, serán privados de su libertad (v. 11): «servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años». La fijación de este plazo había de ser muy útil, no sólo para confirmar la profecía, sino también para consolar al pueblo de Dios en su cautiverio y dar ánimos a su fe y a su oración. 3. Se predice a continuación la ruina de la propia Babilonia (vv. 12–14), como lo había hecho Isaías muchos años antes. Los destruidores serán destruidos. Esto se llevará a cabo cuando sean cumplidos los setenta años. Los más prestigiosos autores de todos los campos computan estos setenta años a partir de la primera deportación (año 604 a. de C.), en el cuarto año de Joacim, hasta el regreso de los primeros exiliados que volvieron de Babilonia (536 a. de C.). Cuando llegue el tiempo de favorecer a Sion, Dios visitará al rey de Babilonia y le pedirá cuentas de su tiranía; entonces, esa nación será castigada por su maldad (v. 12) y convertida en desiertos para siempre, como ella había hecho con otras naciones. Esta destrucción de Babilonia fue llevada a cabo por los medos y los persas. Dios dice (v. 13): «Y traeré sobre aquella tierra todas mis palabras, etc.». El mismo Jeremías que profetizó la destrucción de otras naciones a manos de los caldeos, profetizó también esta destrucción de los caldeos a manos de otras naciones (v. 14). Y añade (v. 14b): «Y yo les pagaré conforme a sus hechos y conforme a la obra de sus manos». Versículos 15–29 Bajo el símil de una copa que pasa de mano en mano, es ahora presentada la inminente desolación que había de cubrir todos los países. Esta copa de la ira de Dios va a usar, para su oficio, una espada (v. 16). I. Las circunstancias de este juicio. 1. Esta espada destructora vendrá de la mano de Dios (vv. 15, 17). Los impíos sirven con frecuencia de espada para Dios (Sal. 17:13). Es la copa de vino del furor, símbolo frecuente de desastre inminente. El furor que envía esta copa es un enojo justo, pues es el de un Dios infinitamente justo. Se compara a un licor intoxicante que se verán forzados a beber hasta las heces, como antiguamente había malhechores que eran ejecutados mediante una pócima venenosa. De los impíos se dice que han de beber de la ira del Todopoderoso (Job 21:20; Ap. 14:10). 2. Había de serles enviada por mano de Jeremías, quien había sido puesto por Dios sobre las naciones (1:10) como juez que había de leerles la sentencia, y por mano de Nabucodonosor, que había de actuar como verdugo que ejecuta la sentencia. Jeremías tiene que tomar la copa de la mano de Dios (vv. 15, 17) y obligar a las naciones a beberla. 3. Esta copa había de pasar de mano en mano por todas las naciones dentro de las líneas de comunicación de Israel. Jeremías tomó la copa (v. 17) y la dio a beber a todas las naciones, es decir, profetizó una gran desolación a cada uno de los países aquí mencionados. (A) Se mencionan en primer lugar Jerusalén y las ciudades de Judá (v 18), porque el juicio debe comenzar por la casa de Dios (1 P. 4:17), en el santuario (Ez. 9:6). Y esta parte de la profecía había comenzado ya a cumplirse, como se ve por la última frase del versículo 18 «como (ocurre en) el día este» (lit), pues en el cuarto año de Joacim las cosas estaban tomando un sesgo funesto. (B) Se menciona en segundo lugar (v. 19) Faraón rey de Egipto, pues los judíos habían confiado en él para su daño (era una caña rajada). El resto de los fugitivos (los que no habían ido a Babilonia) se habían dirigido a Egipto, y allí había de profetizar Jeremías, en particular (43:10, 11) la destrucción de este país, con toda su mezcla de naciones (los extranjeros establecidos allí—Freedman—)
  • 98. (C) Todas las otras naciones que limitaban con Canaán tenían que compartir también con Jerusalén esta copa. Los reyes de tierra de Uz (v. 20), «tribu aramea (Lm. 4:21), probablemente al este o noreste de Edom, no lejos de Egipto» (Freedman). (D) Los filisteos habían hecho mucho daño a Israel, pero ahora sus ciudades, Ascalón, Gaza, Ecrón, el remanente de Asdod, eran presa del poderoso enemigo. «El vocablo remanente insinúa que sus habitantes habían sido muertos en su mayoría o deportados después de haber sido tomada por Psamético, rey de Egipto» (Freedman). (E) Edom, Moab, Amón (v. 21), Tiro y Sidón (v. 22) son lugares bien conocidos como limítrofes de Israel. Las islas que están del otro lado del mar (v. 22b) son las colonias fenicias de las costas del Mediterráneo. Dedán y otros países mencionados en los versículos 23, 24 estaban formados por tribus nómadas del norte de Arabia. Los de Elam (v. 25b) son los persas que se unieron a los medos. (F) Los reyes del norte (v. 26) es una designación indefinida, que cubre a todos los países que estaban fuera del alcance de las líneas que comunicaban con Israel, como pertenecientes a un mundo exterior, pero que también había de ser alcanzado por la furia de Nabucodonosor, de la misma manera que se dice de Alejandro Magno que conquistó el mundo, y el imperio romano es llamado el mundo (lit. toda la tierra habitada) en Lucas 2:1. (G) Finalmente (v. 26, al final), «el rey de Sesac beberá después de ellos» (lit.). Que bajo el nombre de Sesac se quiere mencionar a Babilonia, está claro por 51:41, donde Sesac y Babel aparecen como sinónimos. Dice Freedman: «Conforme a una tradición judía, el nombre es una clave críptica de Babel, según un sistema por el cual la última letra del alfabeto es sustituida por la primera, la penúltima por la segunda, y así sucesivamente … Otra clave críptica de esta clase ocurre en 51:1». Ha de tenerse en cuenta que Sesac en hebreo es Sheshak; la sh es la letra penúltima del alfabeto hebreo, mientras que la b (beth) es la segunda; por otra parte, la ele de Babel ocupa el lugar decimosegundo, si empezamos por el comienzo del alfabeto; mientras que la k (kaph) de Sheshak ocupa también el lugar decimosegundo, pero al comenzar por el final. Tenemos, pues, que el propio rey de Babilonia, que ha propinado a todos sus vecinos esta amarga copa, la va a beber también él, y hasta las heces. La ruina de Babilonia ha sido predicha ya en los versículo 12 y 13. 4. Las desolaciones de todos estos países están representadas en las consecuencias de un beber excesivo (v. 16): «Y beberán, y andarán tambaleándose y enloquecerán», es decir, «los terrores de la guerra les pondrán frenéticos» (Freedman). Y más adelante (v. 27): «Bebed, embriagaos y vomitad; caed y no os levantéis». A veces, los borrachos se caen para no levantarse más; es un pecado que lleva dentro su propio castigo. Cuando Dios envía la espada sobre una nación, con el permiso para dejarla desolada, pronto se vuelve esa nación como un borracho y se llena de confusión, pues sus gobernantes se ciegan para no ver el desastre que les va a caer encima. 5. Se supone que todos estos países no querrán tomar de las manos de Jeremías dicha copa para beber de ella (v. 28), es decir, no darán crédito a la predicción de un hombre, para ellos tan despreciable, como el profeta. Pero él tendrá que decirles: «Así dice Jehová de las huestes: Tenéis que beber» (v. 28b); es en vano querer resistir al Omnipotente. Y les declarará la razón: Es tiempo de visitación, de rendir cuentas, y a Jerusalén ya le llegó la hora (v. 29): «Porque he aquí que a la ciudad en la cual es invocado mi nombre yo comienzo a hacer mal; ¿y vais a quedar vosotros totalmente impunes?» Si Jerusalén es castigada por aprender idolatría de las naciones, ¿no van a ser castigadas las naciones que le enseñaron la asignatura? «No, añade (v. 29b), no quedaréis impunes; porque traigo espada sobre todos los moradores de la tierra, dice Jehová de las huestes», puesto que ellos han corrompido a los habitantes de Jerusalén.
  • 99. II. Hay un Dios que juzga al mundo, al que todas las naciones de la tierra han de rendir cuentas y a cuya sentencia tendrán que atenerse. Todos los que han perseguido y perjudicado al pueblo de Dios, rendirán cuentas los últimos. El día del Redentor será también el día del gran Jubileo (Is. 61:1, 2), en el que, después de haberse proclamado de modo suficiente la buena voluntad de Jehová, se proclamará también el día de la venganza de nuestro Dios. Y eso se aplica ya en este mundo a las naciones impías. La carga de la palabra de Jehová vendrá a ser la carga de sus juicios. Isaías había profetizado mucho tiempo atrás contra la mayoría de estas naciones (Is. caps. 13 y ss.) y ahora todas sus profecías iban a tener cumplimiento. Nabucodonosor estaba tan orgulloso de su poder que había perdido por completo el sentido de la rectitud. Éstos son los hombres que hacen del mundo un caos y, aun así, esperan que se les admire y se les adore. Alejandro se creyó a sí mismo el más grande de los príncipes, mientras otros no vieron en él otra cosa que el mayor de los piratas. Versículos 30–38 Otra descripción de las terribles desolaciones que el rey de Babilonia, con sus ejércitos, había de llevar a cabo en todas las naciones vecinas de Jerusalén. 1. Pronto se darán cuenta de que Nabucodonosor les amenaza con la guerra; pero al profeta se le ordena decirles que es Dios mismo el que va a pelear contra ellos (v. 30): «Jehová ruge desde lo alto, etc.». Y primeramente ruge fuertemente contra Su morada, comienza por Su casa. Ruge como un león que ha dejado su guarida (v. 38) para ir en busca de su presa. Pero su furia se dirige en seguida contra todos los moradores de la tierra (v. 30, al final), pues (v. 31) tiene pleito contra las naciones por la perversidad de ellas y por el menosprecio del poder y de la magnanimidad que les ha mostrado. Él es el Juez de toda la humanidad (lit. de toda carne) y va a entregar los impíos a la espada. Han provocado el enojo de Dios, y ése es el motivo de toda esta gran destrucción (v. 31a): «Llega el estruendo hasta el fin de la tierra». 2. La alarma no se da por medio de toque de trompeta o redoble de tambor, sino (v. 32) de gran tempestad que se levantará desde los confines de la tierra. El ejército caldeo será como un huracán que surge del norte, se aproxima a toda velocidad y se lleva por delante todo cuanto encuentra a su paso. Los pastores (v. 34) aullarán y clamarán: todas las clases dirigentes («mayorales del rebaño»), que antes hacían alarde de bravura, se revolcarán en el polvo. Gritarán los pastores (v. 36) y aullarán los mayorales del rebaño. Quizá sigue aquí la metáfora del león que sale en busca de su presa y alude al susto mayúsculo que se llevan los pastores cuando oyen el rugido de un león que se acerca a sus rebaños y se dan cuenta que (v. 35) no tienen camino para huir. 3. Grandes multitudes caerán por la espada opresora (v. 38) de los caldeos; pero aquí (vv. 36, 37) se pone bien en claro que es Jehová quien devasta los pastos, pues son destruidos por el ardor de la ira de Jehová. Así es como fue asolada (v. 38) la tierra de ellos. Pero hallamos aquí dos expresiones que hacen más miserable el caso: (A) Dice la frase final del versículo 34: «Caeréis como un vaso precioso (según el texto hebreo) o, como carneros escogidos (según los LXX, que leyeron keelé, en lugar de kiklí)». Las personas más conspicuas entre ellos, que eran respetadas como vasos de honor caerán y se harán añicos como un vaso de Venecia o un plato de China que se quiebran fácilmente. (B) Incluso las moradas pacíficas (v. 37) son destruidas. El hebreo neoth hashalom significa moradas (bajo la metáfora de apriscos) pacíficas, y así debe traducirse. Incluso los que gozaban de mayor paz, sin molestar a sus vecinos ni ser molestados por ellos, no podrán hallar ninguna vía de escape. Éste es uno de los efectos directos de la guerra. Gracias a Dios, hay arriba mansión pacífica para todos los hijos de la paz; esa mansión está fuera del alcance del fuego y de la espada. CAPÍTULO 26
  • 100. Así como en Hechos de los Apóstoles la predicación de éstos está entretejida con sus sufrimientos, así también ocurre en el relato que tenemos aquí acerca del profeta Jeremías Vemos: I. Cuán fielmente predicaba (vv. 1–6). II. Cuán cruelmente le perseguían por ello los sacerdotes y los profetas (vv. 7–11). III. Cuán bravamente se mantuvo en sus convicciones frente a sus perseguidores (vv. 12–15). IV. Cuán maravillosamente fue protegido y librado por la prudencia de los príncipes y de los ancianos (vv. 16–19). Aunque Urías, otro profeta, murió por entonces a manos de Joacim (vv. 20–23), Jeremías halló quienes le cobijasen (v. 24) Versículos 1–6 Mensaje que Jeremías predicó y que causó tal ofensa que estuvo a punto de perder la vida por causa de él. 1. Dios le dijo dónde tenía que predicar este sermón, cuándo y a qué auditorio (v. 2). Le dio orden de predicar en el atrio de la casa de Jehová, que estaba bajo la supervisión directa de sus enemigos jurados, los sacerdotes. Tiene que predicar esto en una de las fiestas solemnes, cuando acuden personas de todas las ciudades de Judá, que vienen para adorar en la casa de Jehová. Estos adoradores tenían en gran veneración a sus sacerdotes y habían de estar al lado de ellos contra Jeremías. Pero ninguna cosa de éstas había de intimidarle, sino que tenía que predicar un mensaje que, si no les convencía, les provocaría. Dios le encarga en particular que no retenga ni una sola palabra, sino que hable todas las palabras que le manda decirles. 2. También le dice Dios qué palabras son las que ha de decir. Tiene que asegurarles que, si se arrepienten de sus pecados y se vuelven cada uno de su mal camino (v. 3), Dios apartará de ellos su castigo, aun cuando está ya a las puertas. Éste era el principal objetivo por el que Dios les enviaba este mensaje por medio de Jeremías. Dios les ha enviado sus profetas desde temprano y sin cesar (frase que se repite desde 7:13), es decir, con toda solicitud para que se conviertan y se salven. Ensaya Dios varios métodos (para nosotros, lo mismo que para ellos) hasta que una persona queda dispuesta para el reino o para la ruina. Por eso les asegura que, si continúan en su obstinación, ciertamente verán la ruina de la ciudad y del templo (vv. 4–6). Lo que Dios requería de ellos era que anduviesen (v. 4b) en la ley que había puesto delante de ellos y (v. 5) atendiesen a las palabras de los profetas, sus siervos. Hasta ahora, se habían hecho los sordos (v. 5, al final). Todo lo que ahora espera de ellos es que, por fin, presten atención y hagan de la Palabra de Dios su norma de vida. Si no hacen caso esta vez, se repetirá aquí el triste caso de Siló (v. 6), y no es la primera vez que les menciona esto (v. por ej. 7:12–14). Versículos 7–15 En lugar de despertar las convicciones de ellos, el mensaje del profeta sirvió para exasperar sus corrupciones. 1. Tienen por un crimen el que Jeremías les haya predicado ese sermón y como a criminal lo arrestan. Los sacerdotes (v. 7), los profetas y todo el pueblo le oyeron hablar estas palabras, y eso bastó para basar en eso su procesamiento. Jeremías había dicho: «Si no me oís …, yo pondré esta casa como Siló, etc.» (vv. 4–6); pero ellos abrevian y así escamotean lo que la mano de Dios había de hacer si ellos no escuchaban la voz de Dios, y acusan a Jeremías de que blasfema contra la ciudad y contra el templo, por decir (v. 9): «Esta casa será como Siló, etc.». La acusación es parecida a la que se hizo después contra el Señor Jesús y contra Esteban. Con un fundamento tan débil, no es extraño que la sentencia fuese injusta (v. 8, al final): «De cierto morirás». Lo que acababa de decir estaba de acuerdo con lo que Dios había dicho en 1 Reyes 9:6–8; sin embargo, es condenado por decir lo mismo que allí.
  • 101. 2. Pero el tribunal que va a juzgar a Jeremías no es tan fanático (vv. 16 y ss.). Sus jueces van a ser los príncipes del pueblo (vv. 10 y ss.). Al oír este alboroto que venía del templo, subieron de la casa del rey a la casa de Jehová para ver qué pasaba, y se sentaron en la entrada de la puerta nueva de la casa de Jehová para juzgar el caso. Los sacerdotes y los profetas eran sus demandantes, enfurecidos contra él, y dijeron al tribunal y a todo el pueblo (v. 11) que Jeremías había incurrido en pena de muerte por profetizar contra la ciudad. Cuando Jeremías profetizó en la casa del rey acerca de la ruina de la familia real (22:1 y ss.), la corte, aunque estaba corrompida, lo llevó con paciencia y no leemos que le persiguieran por ello; pero cuando viene a la casa de Jehová y toca el lugar que los sacerdotes usufructuaban y, por otra parte, contradice las mentiras lisonjeras de los falsos profetas (v. 5:31), entonces es considerado por unos y otros como digno de muerte. 3. Jeremías presenta su defensa ante los príncipes del pueblo. No se retracta de lo que ha dicho, sino que se ratifica en ello aunque le cueste la vida, pero: (A) Afirma que lo ha hecho con buena autorización, no por espíritu de contradicción o sedición, sino porque (v. 12) «Jehová—dice—me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído». Lo mismo repite al final del versículo 15. Mientras los ministros de Dios se atengan en todo a las órdenes que han recibido del cielo, no tienen que temer la oposición que se les haga, ya sea de parte del mundo o del infierno. Está bajo la protección de Dios, y toda afrenta que se haga al embajador, será resentida por el Príncipe que le envió. (B) Les advierte, no como quien amenaza, sino como quien amonesta (vv. 13–15), que se enmienden y escuchen la Palabra de Dios. En cuanto a él, el asunto no es de gravedad: «heme aquí—dice (v. 14)—en vuestras manos; ni tengo poder para resistir, ni tengo tanto amor a mi vida como para traicionar mi deber; haced de mí como mejor y más recto os parezca». Pero, en cuanto a ellos, les advierte que son ellos los que peligran si le dan muerte (v. 15): «Mas sabed de cierto que, si me matáis, sangre inocente echaréis sobre vosotros, etc.». Versículos 16–24 1. Jeremías es absuelto. Las palabras que a los sacerdotes y a los profetas les habían parecido dignas de muerte, no les parecieron al tribunal sediciosas ni traicioneras. Así que tanto los príncipes (v. 16) como el pueblo no le hallaron culpable; más aún, admitieron que Jeremías les había hablado en nombre de Dios: «No ha incurrido este hombre en pena de muerte, porque en nombre de Jehová nuestro Dios nos ha hablado». Pero si reconocen que Jeremías les ha hablado en nombre de Jehová, ¿por qué no se arrepienten de sus pecados y reforman su vida? 2. Se halla un precedente para justificar la absolución de Jeremías. Algunos de los ancianos de la tierra (v. 17) se levantaron e hicieron memoria a la asamblea de un caso anterior. El caso referido es el de Miqueas. (A) ¿Había de parecer extraño el que Jeremías profetizase contra esta ciudad y el templo, cuando Miqueas lo hizo antes que él, incluso en el reinado de Ezequías, el reinado de la reforma? (v. 18). Miqueas lo dijo tan públicamente como ahora Jeremías: «Por culpa vuestra Sion será arada como un campo, puesto que, una vez hecha escombros, nada impedirá que se pase el arado por el suelo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte del templo como oteros del bosque, donde crece toda clase de maleza» (literalmente de Mi. 3:12). Por esto se podía deducir que un hombre podía ser, como lo fue Miqueas, un verdadero profeta de Jehová y, con todo, profetizar la destrucción de Sion y de Jerusalén. (B) ¿No estuvo bien lo que los príncipes hicieron al justificar a Jeremías en lo que había hecho? Pues eso es lo que hizo Ezequías antes de ellos en un caso parecido. ¿Acaso dieron muerte a Miqueas Ezequías y el pueblo de Judá? ¡Al contrario! Ellos
  • 102. tomaron muy buena nota de lo que Miqueas les advirtió. Ezequías dejó a sus sucesores un buen ejemplo, pues temía a Jehová (v. 19b). La predicación de Miqueas le puso de rodillas: «y oró en presencia de Jehová para que apartase de ellos el juicio inminente y se reconciliase con ellos, y no lo hizo en vano, pues Jehová se arrepintió del mal que había hablado contra ellos y se volvió a ellos en misericordia: envió un ángel, que derrotó a los asirios, cuyo ejército amenazaba con arar Sion como un campo». 3. Un ejemplo, muy distinto, de otro profeta a quien Joacim mandó matar por profetizar como lo había hecho ahora Jeremías (vv. 20–23). Es muy probable que los acusadores de Jeremías citasen este otro ejemplo para contrarrestar el efecto que el caso de Miqueas podía haber hecho a favor de Jeremías. También Urías, de Quiryat-Yearim, había profetizado conforme a todas las palabras de Jeremías, y tuvo que escapar a Egipto (v. 21) para evitar la furia del rey, pero Joacim mandó por él (v. 22) y, una vez que lo trajeron, el rey lo mató a espada y echó su cuerpo en la fosa común (v. 23). El caso de Urías, contemporáneo de Jeremías, se parecía al de éste como una gota de agua a otra. Parece como si Joacim, al dar muerte al profeta Urías, quisiera dar a entender que todo el que se atreviese a profetizar como Urías correría la misma suerte que él. Pero eso no amedrentó a Jeremías. También Herodes Antipas creyó haber ganado la partida cuando mandó decapitar al Bautista, pero pronto se llenó de terror cuando oyó lo que se decía de Jesús, y dijo asustado: «Ése es Juan, al que yo decapité, que ha resucitado» (Mr. 6:16). 4. Liberación de Jeremías. Urías había muerto a manos de Joacim, pero Dios preservó maravillosamente a Jeremías, aunque éste no huyó como Urías. El que tenía una misión extraordinaria podía esperar también una protección extraordinaria. Dios hizo surgir un amigo de Jeremías, quien «le echó una mano», pues era un hombre principal. Su nombre era Ajicam, hijo de Safán; el mismo que, con otros, fue enviado por Josías a consultar a la profetisa Juldá (2 R. 22:12); era padre de Gedalías, el que fue encargado del gobierno de los que quedaron en Judá después de la invasión babilónica. También el hijo fue buen amigo de Jeremías (39:14). CAPÍTULO 27 Jeremías no ha podido persuadir al pueblo a someterse al mandato de Dios, con lo que habrían evitado la destrucción del país. Ahora intenta persuadirles a que se sometan a la providencia de Dios rindiéndose mansamente al rey de Babilonia, la medida más prudente para evitar el asolamiento total de la nación por el fuego y la espada. I. Da este consejo, en nombre de Dios, a los reyes de las naciones vecinas, asegurándoles que no queda otro remedio, sino someterse al rey de Babilonia; al fin y al cabo, el dominio de Babilonia se acabaría en el plazo de setenta años (vv. 1–11). II. Da este consejo, en particular, a Sedequías, rey de Judá (vv. 12–15), a los sacerdotes y al pueblo, asegurándoles que el rey de Babilonia había de proceder todavía contra ellos hasta que las cosas llegasen al último extremo, y que una sumisión paciente era el único medio de mitigar la calamidad (vv. 16–22). Versículos 1–11 Hay alguna dificultad para fechar esta profecía (comp. 27:1 con 28:1). El Dr. Lightfoot soluciona así el problema: Al comienzo del reinado de Joacim es cuando Jeremías tiene que hacer las coyundas y los yugos (v. 1) y ponérselos en el cuello en señal de la sumisión de Judá al rey de Babilonia, que comenzó por entonces; pero ha de enviarlos a los reyes vecinos después, en el reinado de Sedequías, de cuya subida al trono y de los mensajeros que le fueron enviados, se hace mención por vía profética. Es, pues, lo que se llama prolepsis. 1. Jeremías tiene que preparar una señal simbólica de la sumisión que todos esos países (v. 3) habían de prestar al rey de Babilonia. Dios le dijo (v. 2): «Hazte coyundas
  • 103. (o ataduras) y yugos, y ponlos sobre tu cuello; yugos con las atadura correspondientes, como se hacía para que los animales no sacasen el cuello del yugo. Jeremías tiene que ponérselos él mismo al cuello, pues todos habían de preguntar: ¿Qué significan esos yugos de Jeremías? Le hallamos con uno puesto en 28:10. Con eso les daba a entender que no les incitaba a ninguna cosa que él no fuese el primero en cumplir. 2. Tiene que enviar esto, con un mensaje, a los príncipes vecinos (v. 3). Se mencionan los más cercanos a la tierra de Canaán. Se ve que estaba en ciernes una especie de alianza entre el rey de Judá y dichos príncipes y que se iba a celebrar una reunión en Jerusalén para tratar el modo de librarse del yugo de Babilonia. Tenían gran confianza en la fuerza de esta coalición; pero, cuando los enviados volvían a sus amos respectivos con la ratificación del tratado, Jeremías les regala sendos yugos para que los lleven a los príncipes y les den a entender que lo mejor que pueden hacer es someterse al rey de Babilonia. En este mensaje: (A) Dios afirma su indiscutible derecho a disponer de los reinos de este mundo como le place (v. 5), pues Él es el Creador de todas las cosas y las da a quien quiere. Así como benévolamente ha dado la tierra a los hijos de los hombres en general (Sal. 115:16b), así también da a quien quiere una parte mayor o menor de esta tierra. (B) Dios publica un documento de cesión de todos estos países a Nabucodonosor: «Esto sirve para certificar y dar a conocer a todos los interesados, que he puesto (v. 6) todas estas tierras en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo, y aun las bestias del campo le he dado para que le sirvan». Nabucodonosor era un rey orgulloso, malvado e idólatra; sin embargo, Dios, en Su providencia, le da este vasto dominio y estas extensas posesiones. Nótese que las cosas de este mundo no son las mejores, pues Dios, con frecuencia, las da en abundancia a hombres perversos, rebeldes contra Él. La dominación temporal no está fundada sobre la gracia. Nabucodonosor es una mala persona y, a pesar de ello, Dios lo llama mi siervo, porque lo emplea como instrumento de Su providencia para castigar a las naciones. (C) Les asegura que, inevitablemente, han de quedar todos ellos sometidos, por algún tiempo, al dominio del rey de Babilonia (v. 7): «Y todas las naciones le servirán a él (Nabucodonosor), a su hijo (Evilmerodac) y al hijo de su hijo (Belsasar), con quien cesó la hegemonía caldea y el cetro pasó a manos de los medos y los persas (v. 25:14). (D) Amenaza a los que no quieran someterse al rey de Babilonia (v. 8): «Y a la nación y al reino … que no ponga su cuello debajo del yugo del rey de Babilonia, visitaré a tal nación con espada, con hambre y con pestilencia, dice Jehová, hasta que la haya consumido yo por su mano, es decir, por la mano del rey de Babilonia». Más les vale, pues, someterse de buena gana, porque, de lo contrario, lo van a pasar mucho peor. (E) Les muestra la vanidad de todas las esperanzas que abrigaban en orden a preservar su libertad (vv. 9, 10). También estas naciones tenían sus profetas, quienes pretendían predecir los acontecimientos futuros, ya fuese por medio del estudio de las estrellas, o mediante sueños o por medio de encantamientos. Estos falsos profetas, para complacer a sus dueños, les aseguraban diciendo (v. 9, al final): «No serviréis al rey de Babilonia». Pero Jeremías les dice, de parte de Dios, que esa vana presunción les llevará a la ruina (v. 10), mientras que, si se someten (v. 11), aparte de esta servidumbre, serán dejados en paz. Habrá quienes consideren esto como muestra de cobardía, pero el profeta lo recomienda como muestra de mansedumbre, que prudentemente se pliega ante la necesidad y saca el mejor partido posible de una tranquila sumisión a las más duras vicisitudes impuestas por la divina providencia. Muchos habrían evitado el golpe de la mano destructora si se hubiesen sometido al toque de la mano humilladora. Más vale tomar de buen grado una pequeña cruz que caer bajo una pesada cruz que nosotros mismos nos hemos ganado con nuestra rebeldía.
  • 104. Versículos 12–22 Lo que se ha dicho a todas las naciones se aplica ahora, con especial ternura, a los judíos, por quienes Jeremías estaba particularmente interesado. El caso se presentaba del modo siguiente: Judá y Jerusalén se habían enfrentado al rey de Babilonia y lo habían pasado muy mal; tanto las personas de más alto rango como los bienes de mayor valor habían sido transportados ya a Babilonia y algunos utensilios de la casa de Jehová. ¿Cuál sería el resultado final? Había en Jerusalén falsos profetas que alentaban al pueblo a seguir resistiendo y aun ver de recobrar lo perdido. Pero Jeremías es enviado allá a pedirles que se rindan, porque, en lugar de recobrar lo perdido, perderán lo que queda si se obstinan en resistir. 1. Jeremías se dirige humildemente al rey de Judá, para persuadirle a que se rinda al rey de Babilonia. Su acción será representativa de todo el pueblo y, por eso, se dirige a él en plural (v. 12): «Someted vuestros cuellos al yugo del rey de Babilonia … y vivid». Era una muestra de sabiduría someterse al yugo de hierro de un cruel tirano, con el fin de salvar la vida del cuerpo. ¿No será muestra de muy superior sabiduría someterse al suave y dulce yugo de nuestro legítimo Señor y Dueño Jesucristo, a fin de asegurar la vida eterna de toda nuestra persona? Humillemos nuestro espíritu por medio del arrepentimiento y de la fe pues ése es el medio de hacer que nuestro espíritu suba a la gloria del cielo. 2. Se dirige igualmente a los sacerdotes y al pueblo (v. 16), para persuadirles a servir al rey de Babilonia (v. 17) y vivir. «¿Por qué—añade—ha de ser desolada esta ciudad, como lo será de cierto si os resistís?» 3. En todos estos discursos les amonesta que no den crédito a los falsos profetas que les halagaban con vanas seguridades (v. 14): «No hagáis caso de las palabras de los profetas …»; (v. 16): «No atendáis a las palabras de vuestros profetas … No son profetas de Dios, pues Él no los envió (v. 15); son vuestros, porque dicen lo que vosotros queréis que digan, y sólo están tratando de complaceros». Dos cosas decían estos profetas: (A) Que el dominio que el rey de Babilonia había ganado sobre ellos sería quebrantado en breve. Decían (v. 14): «No serviréis al rey de Babilonia». No necesitáis someteros a él voluntariamente, porque no os veréis obligados a someteros por la fuerza». Y eso lo profetizaban en nombre de Jehová (v. 15), como si Dios los hubiese enviado. Pero eso era una mentira, pues Dios no los había enviado. (B) Que los utensilios del templo, que el rey de Babilonia se había llevado ya, serían devueltos en breve (v. 16). Sabían cuánto agradaría esta falsa profecía a los sacerdotes, quienes amaban el oro del templo más que el templo que santifica al oro. Dichos utensilios fueron llevados a Babilonia cuando Jeconías fue deportado allá (v. 20). Tenemos el relato de esto en 2 Reyes 24:13, 15; 2 Crónicas 36:10. El templo les llenaba de orgullo, y su desmantelamiento era una clara indicación de lo que el verdadero profeta les había dicho: Que su Dios se había alejado de ellos. Por consiguiente, sus falsos profetas no tenían otro medio de consolarlos que diciéndoles que el rey de Babilonia se vería forzado en breve a devolverlos. En vez de profetizar, Jeremías les dice que deben orar ahora a Jehová de las huestes (v. 18), a fin de que el rey de Babilonia no se lleve también los utensilios que han quedado (vv. 19, 20). Pero pueden estar seguros de que también éstos serán llevados por Nabucodonosor a Babilonia; no sólo los que hay en la casa de Jehová, sino también en la casa del rey de Judá y en Jerusalén (v. 21). 4. Jeremías concluye con una consoladora promesa de que llegará un día en que habrán de ser devueltos (v. 22): «A Babilonia serán deportados y allí estarán hasta el día en que yo los visite, dice Jehová; y después los traeré y los restauraré a este lugar».
  • 105. De seguro estuvieron bajo la protección especial de la Providencia, porque, de lo contrario, los habrían derretido, pero tenía que haber un segundo templo, para el cual estaban reservados. En Esdras 1:7–11 tenemos el relato de su retorno. A veces, los molinos de Dios muelen despacio, pero muelen siempre a su debido tiempo, porque muelen seguro. CAPÍTULO 28 9 En el capítulo anterior, Jeremías había acusado a los falsos profetas de profetizar mentiras al decir que pronto se había de quebrar el yugo del rey de Babilonia y que los utensilios del santuario volverían a Jerusalén en breve. Ahora se enfrenta con un solo hombre, también falso profeta. I. Hananías (hebr. Jananyah), un pretendiente a profeta, predice el hundimiento del poder de Nabucodonosor y el regreso tanto de las personas como de los utensilios que habían sido deportados (vv. 1–4), y, en señal de esto, quiebra el yugo de sobre el cuello de Jeremías (vv. 10, 11). II. Jeremías desea que tal profecía pudiese resultar verdadera, pero apela a los hechos, y no duda de que éstos dejarán fallida la seudoprofecía de Hananías (vv. 5–9). III. Se lee luego la sentencia, tanto de los engañados como del engañador: El pueblo verá su yugo de madera convertido en yugo de hierro (vv. 12–14), y el falso profeta será pronto exterminado, ya que murió el mismo año (vv. 15–17). Versículos 1–9 Esta contienda entre un verdadero profeta y otro falso sucedió (v. 1) en el principio del reinado de Sedequías; concretamente, en el año cuarto (594–593 a. de C.), porque los cuatro primeros años de su reinado bien pueden llamarse el principio, ya que durante esos años reinó bajo el dominio del rey de Babilonia como un vasallo; mientras que el resto de su reinado, que bien puede llamarse la segunda parte, reinó en rebelión contra el rey de Babilonia. En este cuarto año de su reinado fue en persona a Babilonia, como vemos en 51:59. Esto dio al pueblo alguna esperanza de que, yendo en persona, podría poner buen fin a la guerra, y fue esta esperanza la que los falsos profetas alentaban, en especial Hananías. 1. La predicción que Hananías hizo solemnemente en la casa de Jehová (v. 1b), y en nombre de Jehová (v. 2), delante de los sacerdotes y de todo el pueblo (v. 1, al final). Al proferir esta profecía, se encaró con Jeremías, dirigiéndose a él con intención de contradecirle, como si dijese: «Jeremías, estás mintiendo». La predicción era que (v. 3), en el plazo de dos años, todos los utensilios de la casa de Jehová serían devueltos a Jerusalén, y que también Jeconías (v. 4) y los demás deportados habían de volver en breve; mientras que Jeremías había profetizado que el yugo del rey de Babilonia se apretaría todavía más y que, tanto los utensilios como los cautivos, no regresarían hasta dentro de setenta años. Al comparar esta seudoprofecía de Hananías con las de los verdaderos profetas, se advierte en seguida una gran diferencia entre ellas, pues aquí no hay nada del espíritu y de la vida, ni de la sublimidad de expresión, que se manifiestan en los discursos de los profetas de Dios. Pero lo que más se echa en falta aquí es la piedad; habla del retorno de la prosperidad, pero no hay ni una sola palabra de exhortación a que se arrepientan, se vuelvan a Dios, oren y busquen Su rostro. Les promete bendiciones materiales, en nombre de Dios, pero no hace ninguna mención de las bendiciones espirituales que siempre ha prometido Dios (v. por ej. 24:7). 2. Respuesta de Jeremías a esta seudoprofecía. 9 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.852
  • 106. (A) Desea de corazón que pudiese resultar cierta, pues tiene grande y sincero afecto a su país y desea con vehemencia que su ruina pudiese ser alejada. Por eso, dice (v. 6): «Amén, así lo haga Jehová. Confirme Jehová tus palabras, etc.». No era ésta la primera vez que Jeremías oraba por su pueblo, a pesar de profetizar contra él. También Dios, aun cuando haya determinado la muerte de los pecadores, no la desea, sino que quiere que todos sean salvos (1 Ti. 2:4). Del mismo modo, el Señor Jesús oró diciendo: «Padre, si es posible, pase de mí esta copa», aunque sabía que no había de pasar de Él. (B) Apela a los hechos, los cuales demostrarán que la profecía de Hananías es falsa (vv. 7–9). Los falsos profetas odiaban a Jeremías, como Acab a Miqueas, porque no les profetizaba bien, sino mal. Pero él hace ver, ante todos, que «el hecho de que un profeta tenga el valor de predecir una calamidad nacional, a sabiendas de la impopularidad y aun del odio en que por eso haya de incurrir, es en sí una prueba de que es verdaderamente consciente de que pronuncia un mensaje divino. De lo contrario, escogería el camino más fácil de agradar a sus oyentes con las profecías que él sabe que ellos prefieren oír» (Freedman). No es que Jeremías niegue en redondo que haya profecías de paz; él mismo las ha pronunciado también. Pero, sea lo que sea lo que el profeta diga, «sólo su cumplimiento (Dt. 18:21, 22) podrá ser la garantía de su autenticidad, de la misión auténtica de quien anuncia, adulador y de continuo, sospechosos mensajes de “paz”» (Asensio). Versículos 10–17 1. La insolencia del falso profeta. Para completar la afrenta a Jeremías, quitó el yugo del cuello del profeta (v. 10), que llevaba como memorial de lo que había profetizado acerca de las naciones que habían de ser sometidas al dominio del rey de Babilonia, y lo quebró, a fin de dar una señal del cumplimiento de su profecía, así como Jeremías la había dado de la suya, y que pareciese que había derrotado el designio e intención de la profecía de Jeremías. El espíritu de mentira, en la boca de este falso profeta, trata de imitar el lenguaje del Espíritu de la verdad (v. 11): «Así dice Jehová: De esta manera romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, no sólo del cuello de esta nación, sino también del cuello de todas las naciones, dentro de dos años». 2. La paciencia del verdadero profeta. Jeremías siguió tranquilamente su camino (v. 11, al final), no porque no tuviese nada que responder, sino porque quería permanecer callado hasta que pluguiese a Dios darle una respuesta directa, que entonces no había recibido todavía. Esperaba que Dios había de enviar un mensaje especial a Hananías y, por eso, dejó al arbitrio de Dios responderle, y se hizo el sordo de momento, puesto que «la desaparición del yugo, base de profecía de “destrucción” en nombre de Jehová, le deja inerme como profeta y ha de esperar una nueva revelación divina que le señale el camino de la lucha y de la victoria» (Asensio). 3. La justicia de Dios, al juzgar entre Jeremías y su adversario. Jeremías se fue por su camino, como hombre en cuya boca no había reproche, pero pronto puso Dios en su boca una palabra. Hananías había quebrado yugos de madera (v. 13), pero Jeremías tiene que hacer yugos de hierro, porque (v. 14) así dice Jehová de las huestes, Dios de Israel: Yugo de hierro he puesto sobre el cuello de todas estas naciones, un yugo mucho más duro y pesado que el yugo de madera, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia. Y repite lo que ya había dicho (27:6, al final): «Y también le he dado las bestias del campo» (v. 14, al final), como si hubiese en eso algo que tuviese un sentido especial. Los hombres se habían hecho, por su perversidad, como las bestias que perecen y, por tanto, merecían ser gobernados como se gobierna a las bestias, y éste era el poder con que Nabucodonosor gobernaba, pues a quien le parecía bien lo mataba, y a quien le parecía bien lo dejaba con vida. Hananías es sentenciado a morir aquel mismo año (v. 17) por contradecir a Jeremías, y éste, después de ser comisionado por Dios para
  • 107. hacerlo, se lo dice en su cara (vv. 15; 16). Los crímenes de los que Hananías queda convicto son engañar al pueblo (v. 15b) y hablar perversión (lit.) contra Jehová (v. 16, al final), es decir, pervertir el mensaje de Dios. Jeremías, de parte de Dios, le lee la sentencia (v. 16): «Por tanto, así dice Jehová: He aquí que yo te quito de sobre la faz de la tierra; morirás en este año, y morirás como un rebelde contra Dios». La sentencia fue ejecutada puntualmente (v. 17): «Y en el mismo año, el cuarto año del reinado de Sedequías, murió Hananías, en el mes séptimo», esto es, en el plazo de dos meses (véase el v. 1). CAPÍTULO 29 La disputa entre Jeremías y los falsos profetas se ha llevado a cabo hasta ahora de palabra, pero en este capítulo se hace por escrito. I. Tenemos aquí una carta que escribió Jeremías a los cautivos de Babilonia contra los falsos profetas que tenían allí (vv. 1–3). En dicha carta 1. Se esfuerza en persuadirles a que aguanten con buen ánimo su cautiverio (vv 4–7). 2. Les precave para que no den ningún crédito a los falsos profetas, quienes les hacían abrigar esperanzas de una pronta liberación (vv. 8, 9). 3. Les asegura que Dios los restituirá, en Su misericordia, a su patria al término de setenta años (vv. 10–14). 4. Predice la destrucción de los que continuasen profetizando falsedades (vv. 15–19). 5. Profetiza la muerte de dos de sus falsos profetas en Babilonia, los cuales les apaciguaban la conciencia en sus pecados y les daban malos ejemplos (vv. 20–23). II. Hay también aquí una carta que Semaías, falso profeta de los que estaban en Babilonia, escribió a los sacerdotes de Jerusalén, a fin de soliviantarles para que persiguieran a Jeremías (vv. 24–29) y una declaración de la ira de Dios contra él por haber escrito semejante carta (vv. 30–32). Versículos 1–7 1. Jeremías escribió, en nombre de Dios, una carta a los que estaban cautivos en Babilonia. Jeconías se había rendido como prisionero (v. 2), junto con la reina madre, los dignatarios de su corte, llamados aquí eunucos (lit), y muchos de los príncipes de Judá y de Jerusalén. Los artesanos y los herreros (son los mismos vocablos hebreos de 24:1) son también forzados a rendirse, a fin de que los que se queden en Jerusalén no dispongan de manos adecuadas para fortificar la ciudad. Con esta mansa sumisión podía esperarse que Nabucodonosor se aplacase, pero el tirano conquistador se crece con las concesiones que ellos le hacen. Así que, no contento con eso, después que todos aquellos (v. 2) habían salido de Jerusalén, vuelve otra vez y se lleva muchos más (v. 1) de los ancianos, de los sacerdotes, de los profetas y del pueblo. El caso de estos cautivos era especialmente triste, pues parecía como si fueran mayores pecadores que todos los demás hombres que vivían en Jerusalén. Por eso Jeremías les escribe una carta a fin de consolarles. Esta carta de Jeremías fue enviada a los cautivos de Babilonia por manos de los embajadores que el rey Sedequías envió a Nabucodonosor con el fin (es probable) de pagarle su tributo y renovarle su sumisión. Por medio de tales mensajeros quiso Jeremías enviar su carta, porque era un mensaje de parte de Dios. 2. Viene ahora una copia de la carta que Jeremías envió a los deportados. En ella: (A) Les asegura (v. 4) que les escribe en nombre de Jehová de las huestes, Dios de Israel, del que Jeremías es sólo como el amanuense. Les había de servir de consuelo en su cautiverio oír que Dios es Jehová de las huestes, capaz de darles ayuda y liberación, y de que es el Dios de Israel que guarda todavía el pacto con Su pueblo. Esto sería, de por sí, una advertencia para que estuviesen en guardia contra toda tentación de idolatría allí en Babilonia. El que Dios les enviase esta carta había de animarles, pues era una prueba evidente de que no los había abandonado ni desheredado, aunque estaba disgustado con ellos y los estaba disciplinando.
  • 108. (B) En efecto, Dios reconoce en esta carta que es Su mano la que les ha llevado a Babilonia: «a todos los que hice deportar» (v. 4 y, de nuevo, en el v. 7). Si era Dios quien los había llevado allá, podían estar seguros de que lo había hecho para bien de ellos, no para su daño. (C) Les pide que no piensen en otra cosa, sino en establecerse allí y sacar de la situación el mejor partido posible (vv. 5, 6): «Edificad casas y habitadlas, etc.». No deben abrigar esperanzas de un pronto regreso a su país, sino acomodarse allí lo mejor que puedan; han de plantar, casarse, casar a sus hijos e hijas, y multiplicarse allí. Si viven con temor de Dios, ¿qué les puede impedir una vida confortable en Babilonia? Es cierto que, a veces no podrán menos de llorar cuando se acuerden de Sion, pero el llorar no les ha de impedir el sembrar. En todas las condiciones de la vida presente es muestra de sabiduría y de amor al deber sacar el mejor partido posible de la situación y no echar por la borda las ventajas de que podamos disfrutar, so pretexto de que no tenemos cuanto desearíamos tener. Es comprensible que tengamos afecto especial a nuestro país nativo, pero si la Providencia dispone que nos traslademos a otro lugar, hemos de resolver vivir allí lo mejor que podamos. Si la tierra es del Señor, adondequiera que un hijo de Dios vaya, nunca sale del territorio de Su padre. No deben inquietarse con temores infundados de dificultades intolerables en su cautiverio. (D) Les exhorta a que busquen el bien del país donde se hallan como cautivos (v. 7), que oren por él y se esfuercen en promover el bienestar general de ese país. Esto significa una prohibición de intentar cualquier cosa contra la paz pública mientras sean súbditos del rey de Babilonia. Han de vivir pacíficamente bajo su mando, con toda piedad y honestidad, y no tramar el sacudirse el yugo, sino dejar pacientemente a Dios el actuar, a su debido tiempo, para traerles la liberación; porque en su paz—dice— tendréis vosotros paz (v. 7, al final). Así también los primeros cristianos, conforme al tenor de su santa religión, oraban por las autoridades constituidas, aun cuando fuesen perseguidores. Todo pasajero de un barco debe estar interesado en la seguridad de la nave. Versículos 8–14 1. Dios les retrae ahora de edificar sobre los falsos cimientos que sus presuntuosos profetas estaban echando (vv. 8, 9). Les decían que su cautiverio iba a ser breve y, por tanto, que no debían pensar en echar raíces en Babilonia. «Os engañan en esto, les dice Dios, porque (v. 9) falsamente profetizan en mi nombre. Pero no os dejéis engañar (v. 8): No os engañen vuestros profetas … ni atendáis a los sueños que soñáis o, mejor (lit.), los sueños que hacéis que sean soñados al pedir a los adivinos profesionales que revelen el futuro por medio de oráculos derivados de sueños» (Freedman). Ellos mismos, pues, animaban a los falsos «videntes» a que les engañasen, diciéndoles cosas halagüeñas (Is. 30:10). 2. Les ofrece luego un buen fundamento sobre el que podrán edificar sólidamente sus esperanzas. Dios les promete aquí que, aunque no habían de volver pronto Él mismo les visitaría cuando se cumpliesen setenta años y les haría volver a su país (v. 10), poniendo fin a su cautiverio en Babilonia. Aunque se hallen dispersos, unos en un país y otros en otro, los traerá de todos los lugares adonde los arrojó y les hará volver al lugar de donde les hizo llevar cautivos (v. 14). Dios cumplirá así su favorable promesa (v. 10, al final), lo cual hará más consoladora la vuelta a la patria, por ser efecto de una amorosa promesa. Todo esto es según el plan de Dios para con ellos, pues Sus pensamientos son de paz, para darles un porvenir y una esperanza (v. 11). Cuando las cosas hayan llegado al extremo, comenzarán a mejorar. Dios no hace nada a medias. Cuando ellos estén bien dispuestos, les dará liberación completa. No les dará según la expectación de sus temores ni según la expectación de sus fantasías, sino según la
  • 109. expectación de su fe y en respuesta a sus oraciones (vv. 12–14). Cuando se acerca la liberación, hemos de salirle al encuentro mediante la oración. Aquí tenemos la norma de una búsqueda eficaz (v. 13): «Me buscaréis y me hallaréis cuando (o porque—hebr. ki) me buscaréis con todo vuestro corazón», no con actitudes rituales externas, ni por miedo a ulteriores castigos, sino con las características de una búsqueda amorosa (comp. con Dt. 6:5). Versículos 15–23 1. Jeremías se vuelve ahora a los que tenían en poco los consejos y los consuelos que él ministraba y dependían de los falsos profetas. Cuando llegase esta carta de Jeremías, ellos estarían prestos a decir: «¿Para qué se preocupa tanto en darnos sus consejos? Jehová nos ha levantado profetas en Babilonia (v. 15). Estamos satisfechos con ellos y no tenemos por qué escuchar a profetas de Jerusalén». Estos profetas les decían que ya no vendrían más cautivos y que ellos regresarían pronto de su cautiverio. En respuesta a esto, Jeremías predice aquí la completa destrucción de los que se habían quedado en Jerusalén: «En cuanto al rey y al pueblo de la ciudad (vv. 16–18), de los que pensáis que van a daros la bienvenida cuando volváis, estáis equivocados; caerán sobre ellos los juicios de Dios unos tras otros: espada, hambre y pestilencia, que se llevarán por delante grandes multitudes; y los pobres miserables que queden serán esparcidos afrentosamente por todas las naciones». Así los tratará Dios como a higos malos, que de tan malos no se pueden comer (v. 17). Tenemos aquí una referencia a la visión que el profeta había tenido anteriormente (cap. 24). 2. La razón que se da para esto es la misma (v. 19): «Por cuanto no han hecho caso de mis palabras, dice Jehová, que les envié por mis siervos los profetas …, pero no quisisteis escuchar, dice Jehová». En cuanto a los profetas de Babilonia, de los que se jactaban los deportados (v. 15), Dios les dice ahora a todos los deportados (vv. 20 y ss.): «Estaos quietos y escuchad la sentencia de los profetas en los que tanto confiáis». Los dos profetas que se mencionan aquí por sus nombres son Ajab y Sedequías (v. 21). Los crímenes de que se les acusa son impiedad e inmoralidad: «Os profetizan falsamente en mi nombre» (v. 21b y, de nuevo, en el v. 23b). Atribuir mentiras al Dios de la verdad es uno de los mayores crímenes. Además (v. 23a), «hicieron maldad en Israel y cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos». Mal podían corregir a otros quienes se comportaban con tanta inmoralidad. Su castigo será terrible, pues el rey de Babilonia los matará y los asará al fuego (vv. 21, al final, y 22, al final). Podemos suponer que Nabucodonosor no les castigó tan severamente por su impiedad y por su inmoralidad, sino por sedición, pues incitarían al pueblo a rebelarse, precisamente por las falsas esperanzas que estos seudoprofetas les hacían concebir. Sus nombres servirán de maldición entre los deportados (v. 22). La mayor maldición había de ser: «Póngate Jehová como a Sedequías y como a Ajab, etc.». Versículos 24–32 Los falsos profetas se enfurecieron al enterarse de la carta de Jeremías. Uno de ellos, Semaías, mostró su gran malignidad contra el profeta. 1. Su nombre era Semaías el nejelamita, sin que se sepa si este apelativo alude a su localidad nativa (que se desconoce) o es su nombre de familia (que también se desconoce). Obtuvo una copia de la carta de Jeremías a los deportados, y le sentó tan mal que se dispuso a contestar en seguida. ¿Cómo? No le escribe a Jeremías para justificar sus quejas y defender sus propios derechos de pretencioso profeta, sino que escribe a los sacerdotes, para incitarles a perseguir a Jeremías. 2. Escribe en su propio nombre como si fuese el dictador de toda la humanidad y se dirige especialmente (v. 25b) al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías (comp. con 21:1; 29:29; 37:3; 52:24; 2 R. 25:18), que, como sucesor de Pasur (v. 20:1), era el inspector-
  • 110. jefe del templo, y, en tono adulador, le dice (v. 26): «Jehová te ha puesto por sacerdote en lugar del sacerdote Joyadá, etc.». Freedman da por seguro que es el mismo Joyadá (mejor, Yoyadá) de 2 Reyes 11:18. Asensio asegura que es «distinto del homónimo sumo sacerdote». M. Henry da como probables las dos opiniones. Sofonías ha sido promovido a este alto cargo y Semaías parece insinuarle que la Providencia le ha elevado para poner orden en el templo y tomar las medidas pertinentes contra (v. 26b) «todo hombre loco que se las eche de profeta (v. el comentario a 2 R. 9:11), poniéndolo en el calabozo y en el cepo». Vemos aquí, una vez más, que los fieles profetas de Dios son presentados con frecuencia como usurpadores del oficio y hombres locos que están bajo la acción de algún demonio o habituados al «trance» frenético. 3. Le informa de la carta que Jeremías había escrito a los cautivos (v. 28). Los falsos profetas habían dicho al principio que nunca vendría el cautiverio (14:13). Jeremías había dicho que vendría, y los hechos probaban que tenía razón. Semaías demanda ahora que se proceda contra Jeremías, y da por seguro que era un loco y que se las echaba de profeta (v. 27): «¿Por qué, pues, no has castigado ahora a Jeremías de Anatot, que se las echa de profeta con vosotros?» Jeremías no se las echaba de profeta, sino que Dios mismo le había comisionado (1:5, 9). Pero, al no profetizar las cosas suaves que deseaban ellos oír, lo consideran como no llamado legítimamente al oficio de profeta. Justamente son enviados a la esclavitud por burlarse de los mensajeros de Dios y maltratar a sus profetas. Las aflicciones no bastan, por sí mismas, para curar de sus pecados al hombre, a no ser que la gracia de Dios obre eficazmente en medio de esas aflicciones; de lo contrario, más bien exasperan las corrupciones que intentan mortificar (Pr. 27:22): «Aunque machaques al necio en un mortero …, no se apartará de él su necedad». 4. Sofonías leyó esta carta (v. 29) a oídos del profeta Jeremías. Es evidente que Sofonías sentía simpatía por el profeta, pues le hallamos también empleado en enviarle mensajes como a profeta (21:1; 37:3) y, por consiguiente, le protegía. Le comunicó a Jeremías el contenido de la carta, a fin de que viese qué enemigos tenía incluso entre los cautivos. 5. La sentencia contra Semaías por escribir esta carta (vv. 30–32). Dios le va a contestar por medio de Jeremías, pero no directamente a él, sino a los deportados que le animaban y halagaban como si fuese un verdadero profeta de Jehová. Semaías les había engañado. Les había prometido paz en nombre de Dios, pero Dios no le había enviado (v. 31); predicándoles falsos consuelos, les había privado del verdadero consuelo. Al ser él un traidor a la Palabra de Dios, les había enseñado a ser traidores también ellos, porque (v. 32, al final) habló perversión contra Jehová (lit.). La expresión es casi literalmente la misma de 28:16, al fin al. Será castigado con algo muy temible para un judío: Carecerá de descendencia masculina («no tendrá varón que more entre este pueblo») y, además, no verá el bien que Jehová hará a Su pueblo, esto es, el nuevo establecimiento del pueblo en su país. Advierte Freedman: «Como Semaías no podía en ningún caso tener experiencia de tal acontecimiento, pues había de ocurrir setenta años más tarde, debe entenderse como referente a sus descendientes: Se les había de negar la felicidad de regresar a su hogar ancestral». CAPÍTULO 30 El sermón que tenemos aquí y en el capítulo siguiente es diferente de los anteriores. Hasta ahora, casi todo era reprensiones; pero estos dos capítulos (30 y 31) están enteramente llenos de preciosas promesas de retorno de la cautividad. Se le ordena al profeta que lo ponga por escrito (vv. 1–3) para consuelo de las generaciones venideras. Se promete aquí: I. Que habían de tener después una gozosa restauración: 1, aunque estaban muy aterrados (vv. 4–7); 2, aunque sus opresores eran muy poderosos (vv. 8–
  • 111. 10); 3, aunque ahora carecían de restauración (v. 11); 4, aunque todos los medios de su liberación parecían fallidos (vv. 12–14); 5, aunque era Dios mismo quien los había llevado al cautiverio (vv. 15, 16); y 6, aunque todos consideraban desesperado el caso (v. 17). II. Que, tras de su gozosa restauración, volverán a instalarse felizmente en el país y será reedificada su ciudad (v. 18), aumentará considerablemente su número (vv. 19, 20), se restablecerá el gobierno (v. 21), renovará Dios Su pacto con ellos (v. 22) y serán destruidos sus enemigos (vv. 23, 24). Versículos 1–9 1. Se le ordena a Jeremías escribir todo lo que Dios le había dicho referente a la futura restauración de Israel, a fin de que, al tenerlo por escrito, puedan los deportados reflexionar y consolarse mejor que si se les comunicase de palabra. Ha de escribirlo para las generaciones venideras, no en una carta, sino en un libro, para ser preservado en los archivos. Se insinúa que son amados por causa de los padres (v. 3, al final, comp. con Ro. 11:28b): «los haré retornar a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán». 2. Se declara luego (vv. 4 y ss.) cuáles son las palabras que debe poner por escrito Jeremías. (A) Ha de escribir una descripción de la consternación en la que se hallaba el pueblo al presente (v. 5). Nótese que lo que aquí dice Dios es «una cita de las palabras del pueblo, sobrentendiéndose delante una frase como vosotros decís. El versículo expresa el temor y la inseguridad del pueblo» (Freedman). Los falsos profetas les habían dicho que tendrían paz, pero lo que ellos experimentan no es paz, sino temblor y espanto. Incluso los hombres de guerra (hebr. guéber) se ven angustiados, y palidecen (v. 6) como mujer que está de parto con dolor intolerable. (B) ¿A qué se refiere aquí la Palabra de Dios? El versículo 7 nos da la clave de esta porción. Dos frases son dignas de notarse: (a) «¡Ah, cuán grande es aquel día!» (comp. con «En aquel día» del v. 8). La referencia es clara al dia de Jehová, «que verá también la restauración de Israel bajo el Mesías, hijo de David» (Ryrie); (b) «tiempo de angustia para Jacob», frase que apunta a la Gran Tribulación, cuando el Anticristo perseguirá con saña especial a los israelitas (v. el comentario a los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis). (C) Jeremías debe escribir las seguridades que Dios da de que habrá para Israel un final feliz después de tal tribulación, pues: (a) Dios le salvará de ella y a través de ella (v. 7, al final); (b) no volverá a estar bajo servidumbre extranjera (v. 8); (c) habrá una maravillosa restauración del altar y del trono (v. 9): «servirán a Jehová su Dios y a David su rey». Nunca más servirán a dioses falsos; nunca más estarán bajo sujeción a reyes impíos. Dice el propio Freedman: «Su regente (de Dios) mesiánico en la tierra habrá de ser un renuevo de la casa de David (cf. Ez. 34:23; Os. 3:5)». ¡Exactamente! Y ese renuevo lo conocemos ya bien. ¡Es el Mesías-Rey, el Hijo de David, nuestro Señor Jesucristo! Pueden verse numerosas referencias a estos versículos en otros lugares del Antiguo Testamento (2:27, 28; 14:8; Is. 2:12; 9:4; 55:3–5; Ez. 34:23–27; 37:24, 25; Dn. 9:12; 12:1; Os. 1:11; 3:5; Jl. 2:11; Am. 5:18; Sof. 1:14); y del Nuevo Testamento (Lc. 1:69; Hch. 2:30; 13:23, 24). Versículos 10–17 Aquí es presentado el deplorable caso de los judíos en cautiverio, pero se declaran también muchas promesas preciosas. 1. Dios mismo se ha manifestado contra ellos: Él los esparció (v. 11 b); Él les ha hecho estas cosas (v. 15, al final), aunque ha sido un castigo con medida (v. 11, comp. con 10:24; 46:28), no más de lo que ellos podían llevar. Dios odia el pecado en mayor grado en aquellos que están más cercanos a Él. Si castiga así a Su pueblo es por sus
  • 112. muchos pecados (v. 14, al final; v. 15, al final). Pero lo que Dios intentaba como disciplina paternal, ellos (y otros) lo interpretaban como un acto de hostilidad (v. 14): «… como hiere un enemigo …, con azote de adversario cruel». En verdad, parecía como si Dios hubiese luchado contra ellos como fiero enemigo (Is. 63:10). También Job se quejaba de que Dios se había vuelto cruel con él y le había multiplicado las heridas. 2. Sus amigos les habían abandonado (v. 13). Si a nosotros se nos ultraja, esperamos que nuestros amigos salgan en nuestra defensa. Si estamos enfermos o heridos o atribulados, esperamos que nuestros amigos simpaticen con nosotros y, si llega la ocasión, nos echen una mano para curarnos. Aquí no hay ninguno que haga eso, ninguno que vende las heridas: «Todos tus amantes te olvidaron» (comp. con 22:20). Cuando Dios está contra un pueblo, ¿quién estará con ellos? El caso parece ya sin esperanza y sin remedio (v. 12): «Incurable es tu quebrantamiento, y grave tu herida» (v. 15): «Incurable es tu dolor». Humanamente hablando (pues Dios es omnipotente), el caso no tenía remedio ni alivio, pues se estaban endureciendo en él. En esta deplorable situación, los miran con desdén: «… porque te llamaron desechada, diciendo: Ésta es Sion, de la que nadie se cuida». Todo estaba en ruinas ahora. Cuando miraban al pueblo que había vivido anteriormente en Sion, pero ahora estaban en cautiverio, los llamaban desechados, de los que a nadie le importan un bledo. 3. Pero Dios actuará para librarlos y salvarlos a su debido tiempo. (A) Aunque parezca distanciado de ellos, les asegura de Su presencia con ellos: «… Yo soy el que acudo a salvarte desde lejos a ti (v. 10); yo estoy contigo para salvarte» (v. 11, comp. con 46:27, 28, donde se repiten casi a la letra estos dos versículos). (B) Aunque están lejos de su país, en la tierra de su cautividad, allí los hallará la salvación y de allí los traerá a ellos y a su descendencia (v. 10b). (C) Aunque estaban ahora llenos de temores, tiempo llegará en que descansarán y vivirán tranquilos, salvos y cómodos, y no habrá nadie que los espante (v. 10, al final). (D) Aunque las naciones a las que han sido esparcidos sean llevadas a la ruina, ellos serán preservados (v. 11) «Y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí, pero a ti no te destruiré del todo». El pueblo de Dios puede estar a veces muy bajo, pero nunca destruido del todo. (E) Aunque Dios los corrija, y con toda justicia, aún se volverá hacia ellos en Su misericordia, y ni siquiera los pecados de ellos impedirán la liberación cuando llegue la hora de Dios. (F) Aunque sus adversarios eran poderosos, Dios quebrará su poder (v. 16): «Serán consumidos todos los que te consumen; y todos tus adversarios, todos en general, sin ninguna excepción, irán en cautiverio, y llegará el día en que los que te despojan, serán despojo». (G) Aunque la herida sea incurable, Dios la curará (v. 17): «Pues yo haré venir sanidad para ti y sanaré tus heridas, dice Jehová». 4. Se les previene contra el temor y la tristeza desmedidos, porque en estas precisas promesas hay bastante para silenciar ambos: «Por tanto (v 10) tú siervo mío Jacob, no temas, dice Jehová, ni desmayes, Israel». No deben entristecerse como los que no tienen esperanza (v. 15): «¿Por qué gritas a causa de tu quebrantamiento? Es por tus muchos pecados (vv. 14, al final, y 15, al final). Por consiguiente, en lugar de quejarte, necesitas humillarte». Versículos 18–24 Vemos aquí más pruebas del favor que Dios tenía en reserva para ellos después que hayan pasado los días de su calamidad. 1. La ciudad y el templo serán reedificados (v. 18). Las tiendas de Jacob están bajo los efectos de la cautividad, pues yacen en ruinas, pero Dios tendrá compasión de ellas, y la ciudad de Jerusalén será reedificada sobre su propio montón o terrero (lit. hebr. tel). Driver (citado por Freedman) hace notar que un tel (de ahí los nombres de lugares como Tel-aasar—2 R. 19:12—, Tel-abib—Ez. 3:15—, Tel-mela y Tel-harsá—Esd.
  • 113. 2:59—) «no es una colina ordinaria, sino un terreno algo elevado, cuya cima, al menos, consiste de una masa de ruinas». El que puede hacer de la ciudad un montón (Is. 25:2), puede también hacer, cuando le place, de un montón una ciudad. «Y el palacio—añade (v. 18, al final)—, es decir, el templo, será restablecido tal como era». Esto es, será reedificado según el modelo antiguo. 2. Las festividades sagradas serán solemnizadas de nuevo (v. 19): «Y saldrá de ellos, de la ciudad, del templo, de las tiendas, acción de gracias y voz de gente que está en regocijo» (comp. con 33:11). 3. La gente se multiplicará (v. 19b): «Y los multiplicaré y no serán disminuidos; los multiplicaré y no serán menoscabados. Habrá una constante sucesión de fieles magistrados en la congregación de los ancianos, y de fieles adoradores en la congregación de los santos». 4. Serán bendecidos con buenos gobernantes (v. 21): «Su príncipe será uno de ellos, y de en medio de ellos saldrá su jefe»; es decir, ya no estarán más sometidos a un soberano extranjero, sino que el que los gobierne habrá compartido con ellos las aflicciones del cautiverio. Así también Jesucristo fue hecho en todo como sus hermanos, como nosotros, excepto el pecado. De este príncipe o jefe dice (v. 21b): «Y le haré llegar cerca, y él se acercará a mí». Dice Peake (citado por Freedman): «Este gobernante estará en la más íntima relación con Dios, ante el cual ciertamente actuará como sacerdote». Y Asensio, por su parte, comenta: «Privilegio divino concedido a un príncipe, que sólo así puede acercarse a Jehová sin peligro de la propia vida. Príncipe- sacerdote, Zorobabel llena históricamente estas condiciones, pero como tipo del Mesías, en quien se cumplirían con más plenitud y perfección (San Jerónimo)». En efecto, Él es nuestro sumo sacerdote y es por su medio como podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia (He. 4:16). 5. Volverán a entrar en pacto con Dios, conforme al pacto hecho con sus padres (v. 22): «Y me seréis por pueblo …» Es una magnífica obra de Dios el que también a nosotros, los gentiles, nos toma Dios como pueblo para Su nombre (Hch. 15:14). 6. Sus enemigos serán llamados a cuentas y abatidos (v. 20, al final): «Y castigaré a todos sus opresores, para que así se vea cuán peligroso es tocar a los ungidos de Dios (Sal. 105:15)». Los versículos 23 y 24 repiten lo dicho en 23:19, 20. Allí eran una denuncia de la ira de Dios contra los malvados hipócritas en Israel; aquí lo son contra los malvados opresores de Israel. La ira de Dios contra los malvados es presentada aquí como un torbellino que remolinea irresistible sobre la cabeza de los malvados (v. 23b). Y cumplirá sobradamente aquello para lo cual fue enviado (v. 24): «No se calmará el ardor de la ira de Jehová hasta que haya hecho y cumplido los designios de su corazón». Tanto los designios de la ira de Dios como los designios de Su amor se cumplen puntualmente. CAPÍTULO 31 10 En este capítulo tenemos una continuación del tema de la restauración de Israel. I. Les serán restaurados el gozo y la paz (vv. 1–14). II. Se pondrá punto final a la tristeza que sienten por la pérdida de sus hijos (vv. 15–17). III. Se arrepentirán sinceramente de sus pecados, y los recibirá Dios con todo amor (vv. 18–20). IV. Aumentará el número, tanto de las personas como de sus ganados (vv. 21–30). V. Dios renovará Su pacto con 10 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.857
  • 114. ellos y los enriquecerá con bendiciones espirituales (vv. 31–34). VI. Estas bendiciones serán hechas extensivas a sus descendientes (vv. 35–37). VII. Primicia de esto será la reedificación de la ciudad de Jerusalén (vv. 38–40). Versículos 1–9 Dios le asegura aquí a Su pueblo: 1. Que los recibirá de nuevo en una relación pactada con Él. Serán reconocidos por Él como hijos de su amor: «Yo seré por Dios (esto es, mostraré que soy el Dios) a todas las familias de Israel» (v. 1)—no sólo de las dos tribus del sur, sino de todas las tribus; y no sólo de las tribus en general, sino de cada una de las familias; cada una de ellas tendrá una relación especial con Dios—. Si nosotros y nuestras casas servimos al Señor, nosotros y nuestras casas seremos protegidos y bendecidos por Él (Pr. 3:33). 2. Que lo hará por ellos y los sacará de Babilonia, como lo hizo con sus padres cuando los sacó de Egipto. (A) Les trae a la memoria lo que hizo con sus padres cuando los libertó de la servidumbre de Egipto (v. 2). Como entonces, los escapados de la espada hallaron gracia en el desierto; en Egipto, escaparon de la espada de Faraón, quien había mandado matar a todos los niños varones tan pronto como nacieran; en Babilonia (y Asiria), los escapados de la crueldad del opresor. Así lo entiende M. Henry con gran número de autores (entre ellos, Ryrie y Asensio); pero Freedman hace notar que precisamente «la frase el pueblo que escapó de la espada descarta la interpretación de que el profeta alude al éxodo de Egipto», y que la expresión «en el desierto» denota «el país de su destierro». Lo mismo parecen opinar los autores de la obra Search the Scriptures, todos ellos eminentes escrituristas. (B) Les trae a la memoria lo que había hecho Dios por sus padres, insinúan que ahora no veían tales señales y estaban dispuestos a preguntar como Gedeón: «¿Dónde están todas sus maravillas que nuestros padres nos han contado?» (Jue. 6:13b). Como si dijesen: «Los días antiguos eran días gloriosos, pero ahora no es así; ¿qué puede hacernos la buena voluntad del que se apareció en los días antiguos, cuando ahora es un Dios que se esconde de nosotros?» (Is. 45:15). (C) A esto responde Dios asegurándoles la constancia de Su amor (v. 3b): «Con amor eterno te he amado (comp. con Os. 3:1); no sólo con amor antiguo, sino con amor eterno—¡desde que Dios es Dios!—y hasta siempre. El término hebreo aabath corresponde al griego agápe; el amor que no caduca jamás (1 Co. 13:8), aunque sus consuelos se suspendan por algún tiempo, pues nadie ni nada puede separarnos de ese amor (Ro. 8:39). Y a los que Dios ama con este amor, los atrae hacia Sí con Su gracia (hebr. jesed, misericordia) «a una relación anterior que fue interrumpida por el cautiverio» (Freedman). A todos los que Dios ama, los atrae a una comunión íntima con Él y pone en el corazón de ellos su Santo Espíritu (Ro. 5:5). 3. Que otra vez hará de ellos un nuevo pueblo, y les procurará una dichosa instalación en su país (vv. 4, 5). Volverán a tomar las arpas que tenían colgadas en los cipreses de Babilonia, las afinarán y también ellos estarán a tono para hacer uso de ellas. El gozo de la ciudad depende, en gran parte, de la producción de su suelo. Por eso se promete aquí (v. 5): «Aún plantarás viñas en los montes de Samaria», que había sido la capital del reino del norte, en oposición a Judá; pero ahora estarán unidas (Ez. 37:22) y habrá entre todos tal paz y seguridad que podrán dedicarse sin temores al mejoramiento de su economía (v. 5b): «plantarán los que planten y disfrutarán de ellas (las viñas)». Freedman hace notar que el verbo jillel, usado aquí para disfrutar, «es el vocablo técnico para la redención» de los frutos, aludida en Levítico 19:23–25; Deuteronomio 20:6 (también en este último sale el verbo jillel). Esto da a entender (probablemente) que estarán dispensados de la prohibición que vemos en Levítico 19:23.
  • 115. 4. Que tendrán amplia libertad y oportunidad para adorar a Dios en las ordenanzas que Él mismo estableció (v. 6): «Porque habrá día —¡y será un día verdaderamente glorioso!—en que clamarán los guardas en el monte de Efraín (los guardas puestos como centinelas en la frontera, para avisar en caso de que se acercase algún enemigo): Levantaos y subamos a Sion, a Jehová nuestro Dios, para alabarle por la paz pública». Como ya no habrá ningún peligro del exterior, estos guardas pueden ahora acompañar al pueblo en su peregrinación a Jerusalén, lo cual es tanto más notable cuanto que, en Oseas 9:8, el guarda de Efraín … halla en todos sus caminos el lazo del cazador; hostilidad en la casa de su Dios (comp. con Os. 5:1, al final). 5. Que Dios tendrá la gloria, y el pueblo la honra y el consuelo, de este bendito cambio (v. 7): «Cantad por Jacob con alegría, esto es, que todos sus amigos y los que le desean bien se regocijen con él (Dt. 32:43): «Alabad, naciones, a su pueblo» (citado por Pablo en Ro. 15:10). Al publicar estas noticias (v. 7b), «alabad y decid: Oh Jehová, salva a tu pueblo, el remanente de Israel; alabad al Dios de Israel; alabad al Israel de Dios; hablad honorablemente de ambos». Dice Freedman: «Lo de alabad (hebr. hallelú) se refiere probablemente a la recitación litúrgica de las alabanzas de Dios en el culto de adoración religiosa (cf. Sal. 118:25, que forma parte de lo que se conoce, en la liturgia judía, como Hallel)». 6. Que, en orden a instalarse de nuevo en su país, tendrán un feliz regreso del país de su cautiverio (vv. 8, 9). (A) Aunque están esparcidos en lugares remotos, todos serán traídos juntamente de la tierra del norte y … de los últimos confines de la tierra (v. 8). (B) Aunque muchos de ellos no estén en condiciones de viajar, no habrá nada que les impida volver: vendrán ciegos y cojos (v. 8b). Tendrán tantas ganas de volver y les brincará el corazón con tanta alegría, que no pondrán como excusa para quedarse el que son ciegos o cojos. Sus compañeros mismos estarán prestos a ayudarles, y serán ojos para el ciego y piernas para el cojo, como deben ayudarse los cristianos en su viaje hacia el cielo (Job 29:15). (C) Pero, sobre todo, su Dios les ayudará; y que nadie se excuse de ser ciego cuando Dios es su guía, ni cojo cuando Dios es su fuerza. Las mujeres encinta están pesadas y en malas condiciones para emprender un largo viaje; peor están todavía las que han dado a luz recientemente y han de llevar en brazos, todo el tiempo, a sus criaturas. Con todo, al tratarse de regresar a Sion, ninguna de ellas hallará dificultades. Cuando Dios llama, no debemos excusarnos con nuestra incapacidad para ir, porque el que nos llama también nos ayudará a partir y nos dará fuerzas para llegar. (D) Llorarán con mayor amargura y mayor ternura por su pecado, cuando sean libertados de su cautiverio, que cuando estaban gimiendo bajo ese cautiverio. Pero las oraciones ayudan a enjugar las lágrimas (v. 9): «Vendrán con llanto y los guiaré con plegarias», pues éstas son señales genuinas de un sincero arrepentimiento. ¿Es seco e inhóspito el país por el que atraviesan en su regreso? «Los haré andar junto a arroyos de aguas» (v. 9b), de aguas vivas, corrientes, no de aguas de riada, que escasean en verano. ¿Es su viaje por el desierto, donde no hay camino ni senda? Él los llevará por camino derecho en el cual no tropezarán (v. 9c). Adondequiera que Dios llama claramente a los suyos, o los hallará ya allí o les preparará el camino. (E) Se declara el motivo por el que Dios tendrá tanto interés por Su pueblo: «Porque soy a Israel por padre, y como padre he de comportarme con él (v. 9, al final, comp. con Sal. 103:13), y Efraín es mi primogénito». Efraín, novillo indómito, que, al apartarse de Dios, no era digno de llamarse hijo (Lc. 15:19, 21), es reconocido como hijo primogénito, particularmente querido y agraciado con doble porción (v. Gn. 48:17– 20; 49:25, 26). Contra la opinión de Freedman, y de acuerdo con Ryrie—nota del
  • 116. traductor—, Israel no representa aquí a Judá, sino al reino del norte, y Efraín está en paralelismo de sinonimia, por ser el primogénito de José y, en este caso, el representante de las diez tribus del norte. La misma razón que se dio para su liberación de Egipto se da también para su liberación de Babilonia: Son libres y, por tanto, no deben ser esclavizados; son hijos de Dios y no pueden ser siervos de los hombres (v. Éx. 4:22, 23). Versículos 10–17 Tenemos ahora los propósitos del amor de Dios con respecto a Su pueblo. Es una palabra de Jehová (v. 10), que las naciones tienen que oír, porque es una profecía de la obra del Señor. Son noticias que se deben publicar hasta los últimos confines, «en las islas que están lejos». Se predice: 1. Que los que ahora están esparcidos serán traídos de nuevo de las naciones en que están dispersos (v. 10b): «El que esparció a Israel, lo reúne y lo guarda, como un pastor a su rebaño». Bajo el cayado de este Grande y Buen Pastor, sus ovejas no volverán a ser esparcidas. La promesa tendrá pleno cumplimiento al final de los tiempos, no antes. 2. Que los que han sido vendidos y enajenados, serán redimidos (v. 11) y, así, devueltos a su verdadero Dueño. Aunque el enemigo que se posesionó de Israel era más fuerte que ellos, Dios es todavía más fuerte que ese más fuerte y los ha recobrado, no con precio, sino con Su poder. 3. Que, juntamente con la libertad, tendrán abundancia y gozo, y Dios será glorificado (vv. 12, 13). Cuando hayan regresado a su tierra, «vendrán y darán gritos de gozo en lo alto de Sion». En la cima de ese monte cantarán alabanzas a Jehová y se deleitarán radiantes en el bien de Jehová (probable versión literal), esto es, en la abundancia de bienes (de los que se enumeran a continuación) de que Dios les provee. Con gusto le ofrendarán las primicias. Las dos últimas frases del versículo 10 dicen literalmente: «Y el alma de ellos (la persona misma o su vida) llegará a ser como huerto regado y ya no languidecerán (como había ocurrido en el cautiverio) más en modo alguno». Preciosa promesa, que se cumplirá plenamente en la Jerusalén celestial (Ap. 21:4). Nuestra alma es como un huerto bien regado cuando desciende a ella el rocío del Espíritu Santo y trae gracia y poder. Esta ausencia de lo que hace de este mundo un valle de lágrimas se declara de forma más explícita todavía en el versículo 13, donde predominan el gozo y la alegría. 4. Que tanto los ministros del santuario como el pueblo llano tendrán abundante satisfacción en lo que Dios les dará (v. 14): «Y satisfaré el alma del sacerdote con grosura» (lit.). Habrá tantos sacrificios sobre el altar, que los que viven del altar vivirán acomodadamente (v. Lv. 7:34), ellos y sus familias; «y mi pueblo será saciado de mi bien, dice Jehová». Precisamente porque el pueblo abundará en toda clase de bienes («mi bien»—dice Dios—, comp. con Stg. 1:17), los sacerdotes participarán de esa abundancia a través de las muchas ofrendas y sacrificios que les serán llevados. 5. Que los que habían hecho duelo por la pérdida de sus hijos, al ser llevados éstos al cautiverio, habrían de ver ese duelo convertido en gozo cuando ellos volviesen (vv. 15–17): «Se oye una voz en Ramá, lamento y llanto amargo; Raquel que llora por sus hijos y rehúsa ser consolada porque no los hay» (lit.). Este versículo es citado en Mateo 2:18, con ocasión de la matanza que hizo Herodes en los niños de Belén y sus cercanías. Ramá es mencionada aquí por ser el lugar de reunión de los cautivos (v. 40:1) y por estar cerca de allí el sepulcro de Raquel (Gn. 35:19 y 1 S. 10:2), de la que tanto Benjamín, una de las dos tribus del sur, como Efraín, jefe de las diez tribus del norte, descendían. Dice Freedman: «Según una antigua leyenda judía, Jacob la sepultó allí, junto al camino, con toda intención, porque previó que sus descendientes habían de
  • 117. pasar por allí, camino del exilio, y ella lloraría e intercedería por ellos». Los versículos 16 y 17 le aseguran a Raquel que «la fatiga y el cuidado que ella empleó en dar a luz a sus hijos y criarlos» (Freedman) no ha sido en vano: «porque hay salario (recompensa) para tu trabajo» (v. 16b). Dios le asegura (v. 16, al final) que «volverán de la tierra del enemigo», por lo que (v. 17) «hay esperanza para su (de Raquel, en sus descendientes) porvenir». Nuestra mejor esperanza está en la futura resurrección, con la mansión asegurada en la Canaán celestial. Versículos 18–26 1. Arrepentimiento de Efraín, y su vuelta a Dios (vv. 18, 19). Efraín recuerda sus años de rebeldía «como novillo indómito» (v. 18b, comp. con Os. 4:16; 10:11) y se vuelve de todo corazón a Dios («porque tú eres Jehová mi Dios»), y acepta el castigo impuesto: «me castigaste y fui castigado» (lit.), y pide que Dios le ayude con Su gracia a arrepentirse: «conviérteme y seré convertido». Y no sólo acepta de buen grado el castigo que Dios le impuso por su rebeldía anterior, sino que, sinceramente arrepentido, se enoja contra sí mismo y se golpea la cadera («herí mi muslo», en la RV. 1960), gesto significativo «de un dolor extremo» (Asensio) y que se halla también en Ezequiel 21:17, así como en Homero. Todos los piadosos movimientos del corazón hacia Dios son el producto de la acción de la gracia. Cuando los pecadores llegan a un recto conocimiento, llegarán también a un camino recto. 2. La compasión que Dios tuvo de Efraín y la amable acogida que le dispensó (v. 20). (A) Dios le reconoce por hijo, aunque ha sido un mal hijo, como el Pródigo de Lucas 15: «¿No es Efraín para mí un hijo predilecto? ¿No es el niño mimado?» Aunque la negación no está en el texto original, lo más probable es, como afirma Bullinger, que deba suplirse para que tengan sentido las preguntas. «Por eso, prosigue, mis entrañas suspiran por él». ¿Cabe mayor ternura? (B) Cuando Dios aflige a los Suyos, no los olvida. Dice de Efraín (v. 20b): «Pues siempre que hablo de él, todavía me viene con fuerza a la memoria». Aunque le haya arrojado del país, no lo ha echado de Su memoria ni de Su corazón de Padre. Fue la compasión de Dios la que mitigó el castigo de Efraim (Os. 11:8, 9), y es ahora la misma compasión la que acepta el arrepentimiento de Efraín (v. 20, al final): «Ciertamente tendré de él compasión, dice Jehová.» 3. El pueblo de Dios que se halla en Babilonia recibe grandes ánimos para que se prepare a regresar a su patria. ¡Que no tiemblen ni les flaquee el espíritu! ¡Que no se entretengan vanamente ni pierdan el tiempo! ¡Resuélvanse firmemente a emprender el regreso! (vv. 21, 22): «Establécete señales …, nota atentamente la calzada; vuélvete por el camino por donde te fuiste», es decir, «señala bien el camino por donde fuiste al cautiverio, porque por ese camino has de volver» (Freedman). La invitación es hecha a la «virgen de Israel» (v. 21, al final, comp. con v. 4), para que se vuelva, después de tener muchos señores, al que la amó con amor eterno (v. 3), a Jehová, que es su Hacedor y su legítimo Marido (Is. 54:5). Para animar más a los cautivos que van a regresar, Dios promete algo extraordinario (v. 22b): «Porque Jehová ha creado una cosa nueva sobre la tierra: la mujer rodeará al varón». No sólo en la exégesis seguida por muchos siglos en la Iglesia de Roma, sino también entre evangélicos, como insinúa M. Henry («muchos buenos intérpretes», dice), se ha entendido la última frase en el sentido de que una mujer (señal, como en Is. 7:14) había de rodear en su vientre a un guéber, varón apto para la guerra, que es presentado en Isaías 9:6 como El-Guibbor, el Dios Fuerte. Por muy extendida que haya estado esta interpretación, es totalmente producto de la fantasía y está fuera del contexto actual. En mi opinión—nota del traductor—, que no veo expuesta en ningún otro autor, la interpretación es muy sencilla: Lo ordinario es que los hombres, como avezados a la lucha, rodeen a las mujeres para protegerlas del enemigo; la señal que Dios crea es, por
  • 118. eso, extraordinaria, porque (y esto es señal de una seguridad que sólo Dios puede dar) ahora serán las mujeres las que rodeen a los hombres, como quienes ya no necesitan de que éstos las protejan. 4. La perspectiva de una nueva y dichosa instalación en su propio país. Todos sus vecinos, según da a entender el versículo 23, tendrán para los recién vueltos a su patria palabras de bendición. Esto da a entender que ellos mismos volverán muy reformados y que esta reforma será tan conspicua que todos se percatarán de ella. Las ciudades, que solían ser nidos de piratas, serán ahora (v. 23, al final) «moradas de justicia», y el monte de Sion será especialmente «monte santo». Los versículos 24 y 25 indican un estado de gran prosperidad, tanto material como espiritual. Se mencionan las dos grandes profesiones más antiguas de la humanidad: «los labradores y los que van con rebaño» (v. Gn. 4:2). 5. El profeta nos dice el placer que le dio este descubrimiento (v. 26): «En esto me desperté, y vi, y mi sueño me fue muy agradable». Dice Freedman: «La visión le vino mientras estaba en un arrobamiento de éxtasis del cual se despertó ahora». Es la explicación más probable, conforme a lo que conocemos de las experiencias proféticas en el Antiguo Testamento. Versículos 27–34 Siguen las promesas. Aquí se nos dice: 1. Que el pueblo de Dios llegará a ser numeroso y próspero. Israel y Judá se llenarán de gente y de ganado, lo cual se expresa aquí bajo la metáfora de que Dios mismo «los sembrará con simiente de hombres y de ganados» (comp. con Ez. 36:9 y ss.). La porción comienza (v. 27) con la frase «He aquí vienen días …», lo que indica que estamos ante una promesa de orden, primordialmente, escatológico. Las frases del versículo 28 hacen clara referencia a 1:10 (v. también 18:7–9). Hasta ahora, Israel ha sido castigado por sus pecados; ha sido el tiempo de arrancar, derribar, trastornar, destruir y afligir. Ahora, Dios se compadece de Su pueblo y lo devuelve a su patria; es el tiempo en que se va a ocupar en edificar y plantar. 2. Ya no podrá decirse que los hijos pagan las consecuencias de los pecados de los padres (v. 29), sino que cada uno pagará la pena de su propio pecado (v. 30, comp. con Ez. 18:2 y ss.). Los que se expresaban con las frases proverbiales del versículo 29 interpretaban mal el principio de solidaridad expuesto en Éxodo 20:5, 6; Números 14:18, 19, 33, 35; Josué 7:24–26; 2 Samuel 21:1–14. Citando a Streane, dice Freedman: «El castigo que seguía a las iniquidades acumuladas de la tercera y cuarta generación podía ser alejado mediante el arrepentimiento … El mandato, pues, no se opone en modo alguno a las palabras cada cual morirá por su propia maldad, palabras que expresan esa visión más justa de los pecados de cada generación, la más joven lo mismo que la más vieja, visión que había de suceder al tono quejoso adoptado por aquellos ciegos a su propia desobediencia y convencidos de que, aun siendo inocentes, sufrían solamente por las faltas de sus padres». 3. Dios renovará Su pacto con ellos, de forma que disfrutarán de todas estas bendiciones, no sólo por providencia, sino también por promesa. Pero este pacto apunta hacia el porvenir y con doble alcance: (A) Tiene un primer cumplimiento parcial (en cuanto a bendiciones generales que emanan de la salvación por gracia mediante la fe—Ef. 2:8—) en la presente dispensación; por eso, el autor de Hebreos hace alusión a él en Hebreos 8:8 y ss. (B) Pero su pleno cumplimiento literal será (v. 31) con la casa de Israel y con la casa de Judá; en estas expresiones, contra la opinión de M. Henry, es un error ver «la Iglesia del evangelio», como la llama él. Dice Ryrie: «Será hecho (el pacto nuevo) en el futuro con la nación entera de Israel (Jer. 31:31); será diferente del pacto mosaico en
  • 119. que será incondicional (Jer. 31:32); sus estipulaciones incluirán: (1) un cambio de corazón, (2) comunión con Dios, (3) conocimiento del Señor, y (4) perdón de los pecados. Todo esto se cumplirá para Israel cuando el Señor vuelva (Ro. 11:26, 27)». El primer pacto fue invalidado por Israel (v. 32); pero este nuevo pacto no será quebrantado, porque será escrito, no en tablas de piedra, sino en el corazón (v. 33, comp. con Ez. 36:26). 4. Todos los artículos de este pacto contienen bendiciones espirituales. No dice: «Os daré la tierra de Canaán», sino: «Os daré perdón, paz, gracia, buena cabeza y buen corazón». Les promete disponerles para obedecer (v. 33b): «Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón». Los volverá a tomar en una íntima relación con Él (v. 33c): «Y yo seré a ellos por Dios, un Dios todosuficiente para ellos, y ellos me serán por pueblo, un pueblo leal y obediente». Cada uno conocerá a Dios (v. 34), no en el sentido de un conocimiento intelectual, sino de conocimiento experimental, de comunión íntima, como es el sentido más frecuente del verbo hebreo yadoa. Y, como base de todas estas bendiciones, asegura (v. 34, al final): «Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado». Versículos 35–40 1. Para corroborar la firmeza del pacto que Dios ha prometido en los versículos anteriores, añade ahora (vv. 35–37) que, mientras los astros sigan sus órbitas, tal pacto permanecerá. Dice Asensio: «Como Dios Creador, omnisciente y omnipotente, que ha fijado las leyes inmutables de la naturaleza inanimada, Jehová concede a la descendencia de Israel el privilegio de ser una nación delante de mí para siempre: dejaría sólo de serlo en el caso imposible de que esas leyes fallasen, o en la hipótesis absurda de que el hombre pudiese medir en toda su inmensidad las alturas del cielo y los abismos de la tierra, al ser uno y otra obra exclusiva de la omnipotencia de Jehová». La constancia del reino de la naturaleza debe animarnos a depender de la promesa divina de que continuarán las glorias del reino de la gracia. (A) Las glorias del reino de la naturaleza. «Da el sol para luz del día» (v. 35). No sólo lo hizo en un principio para eso, sino que todavía sigue dándolo para eso, pues la luz y el calor y todas las demás propiedades beneficiosas del sol dependen continuamente de la acción del Creador. Da también las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche (v. 35b). Las llama leyes (lit. estatutos; hebr. juqot), porque se observan con toda regularidad (v. Job 38:31–33). Obsérvese cómo gobierna también el mar, pues es Él quien lo agita y hace bramar sus ondas (v. 35c). Los cielos no pueden medirse (v. 37) y, sin embargo, Él los llena (1 R. 8:27). Todos estos estatutos son fijos, no pueden faltar (v. 36, comp. con Sal. 119:90, 91). El cielo puede estar nublado, el sol y la luna tienen sus eclipses, la tierra puede ser sacudida por terremotos y el mar por tempestades bravías, pero todos ellos guardan su lugar; pueden ser movidos, pero no removidos. (B) Las seguridades del reino de la gracia. La descendencia de Israel no faltará (v. 36b), a pesar de todo lo que hicieron (v. 37, al final). El Dios que se ha comprometido a preservar a Israel es un Dios omnipotente, y el Mediador «sostiene todas las cosas con su palabra poderosa» (He. 1:3b). Dios no se tomaría tanto interés en este mundo si no estuviese destinado para Su gloria; y ¿cómo la tendrá si no es proveyéndose de un pueblo que le sea por nombre y por alabanza? Si el orden de la creación continúa firme porque fue establecido firmemente en un principio, y no sufre alteración porque no la necesita, también el método de la gracia continuará invariable por la misma razón, ya que en el nuevo pacto lo establece en los mismos términos que el de la naturaleza. 2. La reedificación de Jerusalén, ahora en ruinas, será como arras de esas grandes cosas que Dios hará en el porvenir por Su pueblo (vv. 38–40). En estos versículos se
  • 120. nos dan los nuevos límites de la ciudad: la torre de Jananel, al noreste (v. Neh. 3:1; 12:39); desde allí, hasta la puerta del Ángulo, al noroeste (v. 2 R. 14:13); ambas son mencionadas en Zacarías 14:10. Luego (v. 39) saldrá … hasta el collado de Gareb y torcerá hasta Goa. Estos lugares resultan desconocidos para los autores, pero «el versículo parece indicar que la Jerusalén reedificada se extenderá por el lado occidental» (Ryrie). Toda la ciudad será santa, consagrada, a Jehová, incluido el valle de los cuerpos muertos y de las cenizas (v. 40, comp. con Zac. 14:20, 21), es decir, el valle de Hinnom (¡lo más impuro de las cercanías de la ciudad!). La puerta de los caballos estaba al sureste (v. Neh. 3:28). Y, al ser una ciudad santa por completo, ningún poder humano podrá acabar con ella (v. 40, al final): «No será arrancada ni destruida más para siempre». CAPÍTULO 32 I. Jeremías es encarcelado por predecir la destrucción de Jerusalén y el cautiverio del rey Sedequías (vv. 1–5). II. Le vemos luego al comprar un terreno, por orden de Dios, como seguridad de que, a su debido tiempo, se pondría punto final y dichoso a los presentes sufrimientos (vv. 6–15). III. Tenemos también su oración, que elevó a Dios en dicha ocasión (vv. 16–25). IV. Finalmente, tenemos aquí un mensaje que Dios le dio para que lo comunicase al pueblo: 1. Tiene que predecir la ruina completa de Judá y de Jerusalén a causa de sus pecados (vv. 26–35). Pero: 2. Al mismo tiempo, tiene que asegurarles que, aunque la destrucción será total, no será definitiva (vv. 36–44). Versículos 1–15 Las desolaciones de Judá y Jerusalén a manos de los caldeos no vinieron de una vez, sino gradualmente; pero, al no arrepentirse ellos, el castigo se consumó en el año undécimo de Sedequías. Lo que aquí se relata ocurrió en el décimo. El ejército del rey de Babilonia había embestido ahora la ciudad y continuaba su asedio con vigor. 1. Jeremías profetiza que tanto la ciudad como la corte caerán en manos del rey de Babilonia. Les dice que Dios, cuya es la ciudad, los entregará en sus manos y les retirará Su protección (v. 3), y aunque Sedequías intente escapar, será alcanzado y entregado como prisionero en las manos de Nabucodonosor. Oirá al rey de Babilonia pronunciar su sentencia y verá con qué furia e indignación le mira el caldeo a los ojos («y sus ojos verán sus ojos»—v. 4, al final—). Sedequías será deportado a Babilonia y continuará allí como un miserable prisionero hasta que Dios lo visite (v. 5b), es decir, hasta que Dios ponga fin a su vida, así como Nabucodonosor habrá puesto fin a su luz al sacarle los ojos. 2. Por profetizar esto, Jeremías es encarcelado, no en la prisión común, sino en la casa del rey de Judá (v. 2, al final); no estaba allí confinado estrechamente, sino, más bien, protegido de los abusos de las masas. No obstante, era una prisión, en la que Sedequías le había puesto (vv. 2, 3) por haber profetizado como lo hizo Tan lejos estaba el rey de humillarse delante de Jeremías (2 Cr. 36:12), que se endureció contra él. Aun cuando anteriormente le había reconocido implícitamente como profeta al rogarle que consultase a Jehová por él y por el pueblo (21:2), ahora le riñe por profetizar (v. 3) y lo encierra en prisión, quizá para impedirle que vuelva a profetizar. 3. Al estar en prisión, compró de un pariente próximo una parcela de terreno cerca de Anatot (vv. 6 y ss.). (A) Era la cosa más extraña el que hubiese de comprar una parcela de terreno, cuando sabía muy bien que todo el país había de ser desolado en breve y había de caer en manos de los caldeos. Pero era la voluntad de Dios que la comprase y se sometió, aunque pareciese que tiraba el dinero (B) Su pariente vino a ofrecérsela, no fue él a buscarla; además, a él le pertenecía el derecho de redimir la heredad (v. 8b) y, si rehusaba, no cumpliría con el papel que le
  • 121. correspondía representar. Era una heredad que caía en los suburbios de una ciudad sacerdotal y, si él no la aceptaba, había el peligro de que, en tiempos de desorden, como eran aquellos, pudiese ser vendida a otra persona de distinta tribu, lo cual era contra la ley. También era un acto de amabilidad hacia su pariente, el cual es probable que se hallase ahora muy escaso de dinero. (C) Cuando Jeremías se dio cuenta, al venir Janamel a la prisión, como Dios le había predicho que lo haría, de que era palabra de Jehová (v. 8, al final), esto es, de que Dios quería que comprase la heredad, no puso ninguna objeción, sino que compró la heredad (v. 9) y pagó el precio justo, diecisiete siclos de plata (v. 9, al final), con toda honestidad, pesándole el dinero en su presencia. No nos ha de extrañar la exigüidad del precio si tenemos en cuenta la escasez que había de dinero a la sazón y la poca estima que las tierras merecían, debido a la precaria situación del país en aquellas circunstancias. (D) Obró muy prudentemente al suscribir y preservar los documentos. La transacción fue suscrita delante de testigos (v. 10). Una copia fue sellada y la otra quedó abierta (v. 11). La escritura de compra fue puesta en manos de Baruc (v. 12), también ante testigos, con la orden de meterla en una vasija de barro, donde había de continuar muchos días (v. 14), para uso de los herederos de Jeremías. El designio divino de esta compra-venta era dar a entender que, aunque Jerusalén estaba ahora bajo asedio, y todo el país había de quedar desolado, llegarían días en que se comprarían casas, heredades y viñas en aquella tierra (v. 15). (E) Así como Dios ordenó a Jeremías confirmar sus predicciones de la inminente destrucción de Jerusalén mediante su propia experiencia de quedarse soltero, así también le ordenó confirmar sus predicciones de la futura restauración de Jerusalén mediante su propia práctica de comprar esta heredad. Refiere Lucio Floro, como un gran ejemplo de la bravura de los ciudadanos romanos, que, en tiempo de la Segunda Guerra Púnica, cuando Aníbal estaba poniendo sitio a Roma y a punto de hacerse dueño de la urbe, fue puesto a la venta por entonces un campo que caía donde se hallaba ya parte del ejército enemigo, y fue comprado de inmediato, por la firme creencia de que el valor romano levantaría el asedio. ¿Y no tenemos nosotros mucho mayor motivo para aventurarlo todo sobre la palabra de Dios? Versículos 16–25 Oración de Jeremías a Dios con ocasión de las revelaciones que Dios le había hecho acerca de Sus propósitos con respecto a esta nación, para derribarla primero y volverla a edificar a su tiempo, lo cual dejó perplejo al profeta, quien, aun cuando proclamaba fielmente sus mensajes, con todo, al reflexionar sobre ellos, no entendía cómo podían compaginarse; en medio de esta perplejidad, derramó su corazón delante de Dios en oración; Jeremías estaba en prisión, en aflicción y en perplejidad acerca del significado de las providencias de Dios, pero es entonces cuando ora. 1. Jeremías adora a Dios y le da la gloria que corresponde a Su nombre como Creador del universo (vv. 17–19). Cuando, en cualquier circunstancia, estamos perplejos acerca de alguna disposición de la Providencia, es bueno satisfacernos con las doctrinas generales de la sabiduría, del poder y de la bondad de Dios. Consideremos, como lo hace aquí Jeremías: (A) Que Dios es la fuente de todo ser y poder, de toda vida, moción y perfección «Tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo extendido» (v. 17). (B) Que para Él nada es imposible «Y no hay nada que sea demasiado difícil para ti». (C) Que es un Dios de misericordia sin límites, como lo expresa la frase «que haces misericordia a millares», no sólo a millares de personas, sino, de acuerdo con el contexto, a millares de generaciones. (D) Que es un Dios de justicia imparcial e inflexible. (E) Que es un Dios de universal dominio y mando. Es
  • 122. Dios grande, porque es poderoso. Es Jehová de las huestes (vv. 18b, 19a). (F) Que todo lo ordena para lo mejor, pues es grande en designios, ya que son profundísimos los planes de Su sabiduría 2. Reconoce la percepción universal que Dios tiene de todo lo que ocurre en el mundo (v. 19b), «cuyos ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, dondequiera se hallen y cualesquiera sean las actividades, buenas o malas, en que estén ellos ocupados». No los observa como espectador despreocupado, sino como Juez justo y observador, pues los hombres hallarán a Dios según sean hallados por Él. 3. Hace el recuento de las grandes cosas que Dios ha llevado a cabo anteriormente a favor de Su pueblo Israel. (A) Los sacó de Egipto, aquella casa de esclavitud, con señales y portentos (v. 21). Cada año se le traía esto a la memoria a Israel mediante la celebración de la Pascua. Todas las naciones vecinas hablaban de ello como de algo que había redundado grandemente para la gloria del Dios de Israel y le había dado nombre, como se veía aún en aquel día (v. 20, al final). (B) Los introdujo en Canaán (vv. 22, 23), «la tierra que fluye leche y miel». Juró a sus padres que se la daría, y así lo hizo, y entraron y la disfrutaron. Bueno es que reflexionemos con frecuencia sobre las grandes cosas que Dios ha hecho por nosotros, para que tengamos fe en su providencia para lo futuro y acudamos a Él en todas nuestras necesidades. 4. Deplora las rebeliones de las que han sido culpables contra Dios y lamenta los juicios que Dios ha traído sobre ellos a causa de esas rebeliones. Es un triste relato el que aquí hace de la ingratitud del pueblo hacia Dios. Él había hecho todo lo que había prometido hacer, pero ellos (v. 23) «nada hicieron de lo que les mandaste hacer». (A) Compara el presente estado de Jerusalén con las predicciones divinas y halla que todo lo que Dios ha hablado, también ha ocurrido: «Ha venido, pues, a suceder lo que tú dijiste» (v. 24, al final). (B) Encomienda el presente estado de Jerusalén a la compasión divina (v. 24a): «He aquí que con terraplenes han acometido la ciudad para tomarla … y he aquí que lo estás viendo (al final del v. 24)». Como si dijese: «¿Es ésta la ciudad que escogiste para poner en ella tu nombre? ¡Pues mira cómo la están poniendo! ¿La vas a dejar así abandonada?» Con todo, no se querella con Dios por lo que ocurre ni le prescribe lo que debe hacer, sólo desea que considere el caso. En cualquier apuro en que nos hallemos, hemos de consolarnos con el pensamiento de que Dios lo ve y sabe cómo ponerle remedio. 5. Parece deseoso de conocer más profundamente el sentido que tiene la orden que Dios le ha dado de comprar la heredad (v. 25): «¡Y tú me has dicho, oh Señor Jehová: Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad es entregada en manos de los caldeos!» Es obvio que esta última frase no la dice Dios, sino que es una observación del propio profeta. Tan pronto como supo que eso era lo que Dios deseaba, compró el campo; pero, aun después de hacerlo, quería entender mejor por qué le había ordenado Dios eso. Aunque estamos obligados a prestar a Dios una obediencia rendida y completa, debemos esforzarnos para que sea, más y más, una obediencia inteligente Nunca debemos discutir los preceptos ni los juicios de Dios, pero sí podemos y debemos inquirir: «¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó? (Dt. 6:20). Versículos 26–44 Respuesta de Dios a la oración de Jeremías para tranquilizarle la mente. Es una completa revelación de los propósitos de la ira de Dios contra la presente generación y de los designios de Su gracia con respecto a las futuras generaciones. Jeremías no sabía cómo cantar a un mismo tiempo en honor de la misericordia y del juicio, pero aquí le enseña Dios cómo debe hacerlo. Cuando le ordenó Dios que comprase la heredad en Anatot, esperaba el profeta que Dios estuviese a punto de ordenarles a los caldeos que
  • 123. levantasen el asedio. «No», dice Dios, «la ejecución de la sentencia se llevará a cabo; Jerusalén quedará en ruinas». Pero, a fin de que Jeremías no piense que al ordenarle comprar el campo, Dios le daba a en tender que toda la misericordia que tenía reservada a Su pueblo después del regreso del exilio consistía únicamente en que pudiesen obtener de nuevo la posesión de su tierra, le informa de que eso no era sino tipo de las bendiciones espirituales que había de otorgarles abundantemente y que eran inefablemente más valiosas que los campos y las viñas. En esta palabra de Jehová a Jeremías tenemos primero más terribles amenazas, y luego más preciosas promesas, que quizá cualquiera otra que podamos hallar en el Antiguo Testamento. I. Se declara aquí la ruina de Judá y de Jerusalén. 1. Dios afirma en estos versículos su soberanía y su poder (v. 27): «He aquí que yo soy Jehová, un ser que existe por sí mismo y es suficiente por sí mismo, el Yo soy el que soy, el Dios de toda carne, de todo ser vivo y, especialmente, de toda la humanidad 2. Sostiene lo que ha dicho con frecuencia acerca de la destrucción de Jerusalén a manos del rey de Babilonia (v. 28): «He aquí que voy a entregar esta ciudad … en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia»; además (v. 29) «vendrán los caldeos que atacan esta ciudad, y la pondrán a fuego y la quemarán, asimismo las casas, sin exceptuar la casa de Dios ni la casa del rey». 3. El motivo por el que Dios procede con tanta severidad contra la ciudad. Es el pecado lo que la lleva a la ruina; sus habitantes cometen los pecados con osadía y desvergüenza Ofrecían incienso a Baal, no en rincones, como avergonzados de hacerlo en público, sino sobre las azoteas de las casas (v. 29), provocando así a ira a Dios. De nuevo repite este pecado de provocación (v. 30b) «porque los hijos de Israel no han hecho más que provocarme a ira con la obra de sus manos». Y de nuevo otra vez (v. 32) «por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá (ahora conjuntamente el reino del norte y el del sur, lo cual ya estaba implícitamente en la segunda mitad del v. 30), que han hecho para provocarme a ira» (el mismo verbo hebreo del v. 30). Es como si hubiesen resuelto provocar los celos de Dios hasta el límite, y hacer todo eso delante de Su propio rostro (v. 31): «Porque esta ciudad me ha sido motivo de enojo y de ira desde el día en que la edificaron hasta hoy». Habían continuado incesantemente en sus provocaciones (v. 30a): «Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá (toda la nación) no han hecho sino lo que es malo delante de mis ojos desde su juventud, es decir, desde la primera vez en que fueron hechos un pueblo, como lo atestiguan sus rebeliones y murmuraciones en el desierto, y la fabricación y adoración del becerro de oro junto al mismo Sinaí, donde habían recibido la Ley por primera vez». En cuanto a Jerusalén, a pesar de que era la ciudad santa, había sido motivo de enojo y de ira (v. 31) desde el día en que la edificaron hasta hoy. 4. Todos habían contribuido a la culpabilidad nacional y, por tanto, todos quedaban justamente envueltos en la común ruina. No sólo los hijos de Israel que se habían rebelado contra el altar y contra el trono, sino también los hijos de Judá, que seguían exteriormente adictos a Jehová y al sucesor de David. Dios les había invitado, una y otra vez, al arrepentimiento, pero ellos le habían vuelto la espalda con toda ingratitud y descortesía (v. 33): «Y me volvieron la espalda, y no el rostro; y aunque les instruía desde temprano y sin cesar, no escucharon para recibir corrección (o instrucción— hebr. musar—)» (son frases que, con pocas variantes, vemos repetidas en 7:13; 25:13; 26:5; 35:15; 2 Cr. 36:15, 16—comp. con Jn. 8:2—) Cuanto más les corregía Dios, menos se enmendaban ellos. 5. Había en las idolatrías de ellos un impío desprecio de Dios (v. 34): «Pusieron sus abominaciones (es decir, sus ídolos) en la casa en la cual es invocado mi nombre, contaminándola».
  • 124. 6. También eran culpables de la crueldad más antinatural con sus propios hijos, pues los sacrificaban a Moloc (v. 35), haciendo pecar a Judá. El país entero estaba infectado de las idolatrías contagiosas y de las iniquidades de Jerusalén. II. Se promete luego la restauración de Judá y de Jerusalén (vv. 36 y ss.). Dios, en medio del juicio, se acordará de la misericordia y llegará un día, ya fijado, para actuar en favor de Sion. 1. El pueblo estaba abocado a la desesperación. Cuando el juicio fue anunciado a distancia, no tuvieron miedo; pero cuando la amenaza se convirtió en ataque, perdieron la esperanza. Decían de la ciudad (v. 36): «Entregada está en manos del rey de Babilonia por espada, por hambre y por pestilencia». Acerca del resto del país, decían con enfado (v. 43): «Está desierta (la tierra), sin hombres y sin animales; no hay alivio ni remedio; es entregada en manos de los caldeos». 2. La esperanza que Dios les da de misericordia. Aunque sus cadáveres caerán en el cautiverio, sus hijos volverán a ver esta buena tierra y la bondad de Dios en ella. Regresarán del cautiverio y se establecerán en esta tierra (v. 37): Los había echado a todas las tierras. Los que huyeron se dispersaron ellos mismos. Los que cayeron en manos del enemigo fueron dispersados por él con prudencia política, a fin de que no formasen grupos fuertes ni conjuras de revuelta. La mano de Dios estaba en todo esto. Pero ahora Dios los iba a reunir de todos los países a los que los había echado (v. 37), como había prometido ya en la Ley (Dt. 30:3, 4). Ya reformados, y al haber vuelto a su Dios, ni la conciencia desde dentro ni los enemigos desde fuera les van a infundir terror. 3. Les promete (v. 41): «Los plantaré en esta tierra en verdad; allí tendrán seguridad y reposo; allí echarán raíces», pues serán plantados «con estabilidad», como puede también traducirse lo de «en verdad». Dios renovará con ellos Su pacto, un pacto de gracia, con bendiciones espirituales. Es llamado (v. 40) pacto eterno (comp. con 31:33, 34; 50:5; Is. 55:3; Ez. 37:26), no sólo porque Dios será siempre fiel a él, sino también porque perdurará mientras exista este mundo, y sus consecuencias serán eternas. 4. Una y otra vez vemos repetido lo de «y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios» (v. 38). Para asegurar en ellos el temor de Dios y el cumplimiento de Sus mandamientos (v. 39), les dará un solo corazón y un solo camino (comp. con Hch. 4:32), lo que «expresa unanimidad y unidad de propósitos» (Freedman). No será una formalidad exterior, sino fruto de una convicción interna, porque (v. 40b) «pondré— dice Dios—mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí»; Dios actuará en el interior de ellos (comp. con Ez. 36:26, 27) por medio de Su Espíritu, de forma que las disposiciones interiores gobernarán todas las actuaciones exteriores. Los maestros, padres y ministros de Dios pueden poner en la mente cosas buenas, pero Dios es el único que actúa en el interior del corazón, obrando tanto el querer como el hacer (Fil. 2:13). 5. Dios proveerá eficazmente los medios para que perseveren en la gracia y para perpetuar el pacto que ha establecido con ellos. Él no los dejará ni los abandonará jamás (v. 41): «Y me alegraré con ellos haciéndoles el bien». Con respecto a las últimas expresiones de este versículo 41 («con todo mi corazón y con toda mi alma»), comenta Freedman: «En ninguna otra parte se aplica esta frase a Dios». Los príncipes terrenos son volubles, pero la misericordia de Dios es para siempre. A veces puede parecer (Is. 54:8) que Dios le vuelve la espalda a este pueblo, pero, aun entonces, no cesa en Sus designios de hacerles el bien. No tenemos motivos para desconfiar de la fidelidad ni de la constancia de Dios, sino sólo de nuestra fidelidad y de nuestra constancia; por eso, se promete aquí que Dios les dará un corazón para que le teman perpetuamente (v. 39, comp. con Pr. 23:17)
  • 125. 6. Dios vinculará una bendición a la descendencia de ellos, dándoles gracia para que le teman (v. 39c) «para el bien de ellos, y de sus hijos después de ellos». Así como el apartamiento de Dios ha sido con perjuicio de sus hijos, así también su adhesión a Dios será para beneficio de sus hijos. El mejor medio de mirar por el bien de nuestra posteridad es establecer en nuestra familia el temor y la adoración de Dios. 7. Cuando Dios castiga, lo hace con repugnancia: «¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?» (Os. 11:8). En cambio, cuando les restaura los bienes, se alegra con ellos haciéndoles el bien (v. 41). Él mismo es un Dador alegre, y por eso ama a siervos alegres. Al final, se verá que todas las cosas han estado cooperando juntamente para el bien de los Suyos (Ro. 8:28), y podrán decir: «El gobernador de este mundo está completamente ocupado en procurar el bien de Su pueblo escogido, lo mismo que de Su Iglesia». 8. Estas promesas se cumplirán con la misma seguridad que las amenazas anteriores (v. 42): «Porque así dice Jehová: Así como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que sobre ellos pronuncio». Y, como arras de esto, las casas y los campos tendrán de nuevo un alto precio en Judá y en Jerusalén (vv. 43, 44): «Y se comprarán campos en esta ciudad … Heredades comprarán por dinero, y harán escritura, etc.». Revivirán el comercio y la agricultura, y seguirán de nuevo su curso las leyes. Esto se menciona aquí a fin de que Jeremías esté satisfecho de la compra que ha hecho recientemente. Aunque no podía ver la parcela de campo que había comprado, esto era una garantía de que, en el futuro, se harían muchas transacciones como ésta. CAPÍTULO 33 11 Este capítulo sigue en la misma línea del anterior: confirmar la promesa de la restauración de los judíos, no obstante la presente desolación del país y la dispersión de Su pueblo. Se promete aquí: I. Que la ciudad será reedificada y restablecida (vv. 1–6). II. Que los cautivos, después de serles perdonados los pecados, serán restaurados (vv. 7, 8). III. Que esto redundará para la gloria de Dios (v. 9). IV. Que el país tendrá gozo y abundancia (vv. 10:13). V. Que, en los últimos días, el Rey-Mesías emergerá de la dinastía davídica (vv. 14–16). VI. Que la casa de David, la casa de Leví y, en general, la casa de Israel florecerán en el futuro reino mesiánico. Versículos 1–9 I. La fecha de esta consoladora profecía es posterior a la de lo que vimos en el capítulo anterior, cuando las cosas se estaban poniendo cada vez peor, pues dice (v. 1): «Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez». Dios habla una y otra vez para consuelo, lo mismo que para admonición, de Su pueblo. Y es que nosotros, no sólo somos tan desobedientes que necesitamos precepto sobre precepto para traernos al camino del deber, sino también tan desconfiados que necesitamos promesa sobre promesa para traernos al camino del consuelo. Esta palabra, como la anterior, le vino a Jeremías estando él aún preso. II. El contenido de la profecía. 1. Quién es el que les asegura este consuelo (v. 2): «Es Jehová, que hizo la tierra, Jehová, que la formó (el mismo verbo de Gn. 2:7a) para afianzarla; Jehová es su nombre». Nótese la triple repetición del nombre sagrado en este versículo. El mismo que primero hizo la tierra y después le dio forma para afianzarla conservándola en el ser 11 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.860
  • 126. y gobernándola por medio de la Providencia, también rehará a Jerusalén y, después de restaurarla, la establecerá firmemente. Y el que ha hecho la promesa, de seguro la cumplirá, porque Jehová es su nombre, un Dios que da el ser a Sus promesas y las cumple, conocido por ese nombre (Éx. 6:3), un Dios que lleva las cosas a la perfección. Por eso, cuando los cielos y la tierra fueron acabados, y no antes, el Creador es llamado Jehová (Gn. 2:4). 2. Cómo ha de obtenerse este consuelo: mediante la oración (v. 3): «Clama a mí, y yo te responderé». Cristo mismo debe pedir (Sal. 2:8): «Pídeme, y te daré por herencia las naciones». Y continúa (v. 3b): «Y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces». Las promesas no se dan para sustituir a la oración, sino para avivarnos y animarnos a orar (v. Ez. 36:37). Freedman hace notar que el texto masorético dice betsuroth («fortificadas», es decir, inaccesibles al hombre), aunque unos pocos MSS leen (como en Is. 48:6) netsuroth («ocultas»); concluye que «el más raro, o menos usado, de los dos vocablos (esto es, betsuroth) es el que con mayor probabilidad figuraba en el texto original del presente versículo». 3. La condición de Jerusalén hizo necesario que le fuesen reservados tales consuelos como éstos (vv. 4, 5): «… las casas de esta ciudad, sin exceptuar las casas de los reyes de Judá, están derribadas (para ser usadas) contra los terraplenes y contra la espada». Esta magnífica traducción de la NVI es la que mejor cuadra con el original hebreo. Las ruinas mismas de la ciudad, reunidas en montones, servían de defensa contra los terraplenes que el enemigo formaba para facilitar el ataque. Freedman explica brevemente el sentido del versículo 5: «El sujeto (del verbo llegaron) son los defensores judíos de la ciudad sitiada. Su resistencia, aunque heroica, es inútil y sólo sirve para añadir más cadáveres a los montones de los muertos». Dios dice (v. 5b): «a los cuales (los defensores muertos por el enemigo) herí yo en mi furor y en mi ira». Una vez más se pone de relieve que los caldeos eran meros instrumentos en manos de Dios para castigar a Su pueblo. 4. Las bendiciones que Dios tiene reservadas para Judá y Jerusalén, con las cuales contrarrestará todas las aflicciones que ahora están experimentando. (A) Dios proveerá para la curación, aunque la herida está considerada como incurable y mortal (v. 8:22, comp. con Is. 1:5); pero Dios dice (v. 6): «He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; yo impediré su muerte, curaré la enfermedad, y pondré en orden todas las cosas» (v. 30:17). (B) El pecado de Jerusalén era su enfermedad (Is. 1:6); así pues, su reforma será su recuperación (v. 6b): «Los curaré, y les revelaré abundancia de paz, esto es, de toda clase de bienes, y de verdad, es decir, de estabilidad, garantizada por la fidelidad de Dios a Sus promesas. Paz y verdad son los dos grandes epígrafes de todas las doctrinas contenidas en la divina revelación—verdad, para dirigirnos; paz, para confortarnos—. La gracia y la verdad nos vinieron de forma sobreabundante por medio del Señor Jesucristo (Jn. 1:14–17). (C) La divina revelación de paz y verdad trae sanidad y medicina a todos los que, por medio de la fe, la reciben. ¿Están los judíos dispersos y esclavizados, y yace su nación en ruinas? «Haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel» (v. 7). ¿Es el pecado la causa de todas sus aflicciones? «Los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados, etc.» (v. 8). Así como los ceremonialmente inmundos y, por tanto, excluidos del santuario, una vez que eran rociados con el agua de la purificación, recobraban la libertad de acceso al tabernáculo, así también tendrán ellos de nuevo el acceso a su país, con los privilegios que esto comporta, cuando Dios les haya limpiado de toda su maldad. ¿Han servido esos pecados para contribuir al deshonor de Dios? Su reforma y su restauración redundarán,
  • 127. en la misma medida, en su honor y alabanza (v. 9). Las naciones vecinas llegarán a temblar ante el espectáculo de la nueva grandeza de la nación judía. Así también, cuando la Iglesia es hermosa como la luna, y esclarecida como el sol, también es imponente como ejército en orden (Cnt. 6:10). Versículos 10–16 Otra predicción del feliz estado de Judá y Jerusalén, después del regreso del cautiverio, con un futuro cumplimiento pleno en el reinado glorioso del Mesías. 1. Se promete que el pueblo que por tanto tiempo ha estado afligido, volverá a estar lleno de gozo. Todos sacaban ahora la conclusión de que el país quedaría desolado a perpetuidad, que no quedarían animales en tierras de Judá, ni habitantes en las calles de Jerusalén (v. 10); pero, aunque el llanto continúe por algún tiempo, el gozo volverá por fin. Con la feliz llegada de los cautivos, volverá también (v. 11) «el ambiente de vida social y religiosa: alegre bullicio en la vida familiar (7:34; 16:9; 25:10) y ciudadana (30:19; 31:4, 5, 13; Is. 51:3), santificado con el clásico himno de acción de gracias que sube en el templo hasta “Jehová bueno y misericordioso”» (Asensio). Volverán a cantar los cánticos que no podían cantar en un país extranjero. Después de tanto tiempo, estos cánticos de alabanza les sonarán a cosa nueva. En Esdras 3:11 hallamos esto cumplido literalmente. Todos los sacrificios tenían por objeto principal la alabanza, pero aquí predominan los sacrificios espirituales de humilde adoración y gozosa acción de gracias (comp. con He. 13:15), «los terneros de nuestros labios» (Os. 14:2, lit.), que agradan a Dios más que un buey o un ternero. 2. Se promete que el país, que ha estado despoblado por largo tiempo, volverá a llenarse de gente (vv. 12, 13): En todas las ciudades de Judá y Benjamín habrá cabañas de pastores. Cuando regresen del cautiverio, el país no será morada de mendigos, que carecen de todo, sino de pastores y labradores. La descendencia de Jacob, en sus comienzos, se gloriaban de su oficio (Gn. 47:3), y así será de nuevo, se dedicarán de lleno a ese empleo honesto, inocente y bucólico de apacentar rebaños, hacerles acostarse (v. 12, al final) y hacerlos pasar bajo el cayado a fin de contarlos (v. 13, al final), para ver si falta alguna res. Parecía increíble que un pueblo abatido hasta lo más bajo pudiera recuperarse hasta alcanzar tal grado de paz y prosperidad. Por lo que ha de quedar claro que esto se lleva a cabo en cumplimiento de la palabra de Dios (v. 12: «Así dice Jehová de las huestes») y como arras de lo que sucederá en los últimos días (v. 14). 3. En efecto, la profecía alcanza en los versículos 14 y ss. un punto en que se observa una clara referencia al reino mesiánico futuro («He aquí que vienen días …»): «El Rey-Mesías emergerá de la dinastía davídica para gobernar en el reino milenario (v. 23:5)» (Ryrie). Esta promesa, que corona todas las demás bendiciones que Dios tiene en reserva para Israel, es realmente (v. 14) una «buena palabra», de la cual todo otro establecimiento de Israel en su país no es sino una lejana preparación. «Desde la deportación a Babilonia hasta Cristo» (Mt. 1:17) es uno de los famosos períodos de la historia de Israel. Desde la Ascensión de Cristo a los cielos hasta su Segunda Venida (Hch. 1:11), es el período más importante de la historia del mundo. Cristo es profetizado aquí: (A) Como un Rey legítimo, pues es (v. 15) un Renuevo de David, el «hijo de David», heredero del trono de su padre (Lc. 1:32, 33); por eso es «Renuevo de justicia», al que justamente corresponde el trono. (B) Como un Rey justo, que obrará en todo con justicia: justas leyes, justo gobierno, justos juicios para vindicar el derecho de los que más necesitan la protección de un gobernante (v. 15, al final): «ejecutará justicia y equidad en la tierra». (C) Como un Rey que asegurará a sus súbditos la paz y la prosperidad (v. 16): «En aquellos días Judá será salvo, salvo de enemigos de fuera y de dentro, salvo de la ira de
  • 128. Dios y de la maldición; y, por tanto, Jerusalén habitará segura, sin miedo al mal, y gozará del bien, confiada en este Príncipe de paz (Is. 9:6)». (D) Como un Rey que de tal modo servirá a los intereses de los súbditos, que Jerusalén, como centro y sujeto de atribución de todo el país, será llamada con el nombre divino de Jehová es nuestra justicia (v. 16, al final, comp. con 23:6; Is. 45:24, 25; 1 Co. 1:30; 2 Co. 5:21; Fil. 3:9). Los versículos 15, 16 repiten, con algunas variantes, 23:5, 6. Una de ellas es que en 23:6 (al final), la frase «Jehová es nuestra justicia» es aplicada al Rey-Mesías, mientras que en 33:16 (al final) es aplicada a Jerusalén. Como dice Kimchi (citado por Freedman): «Será algo así como la contraseña de los habitantes de la ciudad». Versículos 17–26 Tres de los pactos de Dios: el davídico con la descendencia dinástica, el levítico con la sucesión de sumos sacerdotes descendientes de Aarón, y el abrahámico con su descendencia general de pueblo escogido, parecían haber quedado rotos y perdidos mientras duró el cautiverio de Babilonia. Pero aquí se promete que, en el nuevo pacto, quedarán no sólo restaurados, sino ampliamente rebasados. 1. El pacto davídico quedará perfectamente cumplido en el reino mesiánico futuro (v. 17). Con la muerte de Sedequías en el destierro, y sin hijos que le sucediesen, y con la maldición que pesaba sobre la descendencia de Jeconías (22:30), la dinastía davídica había quedado históricamente cortada. Pero la promesa de Dios no había de fracasar (2 S. 7:16; 1 R. 2:4; 8:25; 1 Cr. 17:11–14; Sal. 89:29–37), y aquí tenemos el anuncio de un sucesor de David (v. el comentario a 22:30), cuyo reino no tendrá fin (Lc. 1:33). Con frases semejantes a las de 31:35–37, donde se asegura la perpetuidad del nuevo pacto, se asegura también aquí (vv. 19–21) que, mientras la naturaleza siga su curso, «no faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel» (v. 17). Véase también Ezequiel 37:24, 25. 2. También quedará perpetuamente asegurado el pacto aarónico, en cuanto al culto y las funciones de sacerdotes y levitas. Durante el cautiverio no había templo ni altar, ni podían los sacerdotes ejercer sus funciones. Pero también esto revivirá. Inmediatamente después del regreso a Jerusalén hubo sacerdotes y levitas prestos a ofrecer holocaustos, toda clase de sacrificios y ofrendas (Esd. 3:2–5). Pero ellos volvieron a corromper el pacto de Leví (Mal. 2:8) y, en la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos, se puso punto final a los sacrificios. Jesucristo se ofreció en sacrificio único para remisión de los pecados (He. caps. 9 y 10), y los creyentes son ahora sacerdotes (1 P. 2:9) que ofrecen con Él y por Él sacrificios espirituales (Ro. 12:1; He. 13:15, 16; 1 P. 2:5). En este sentido, los «reyes» descendientes de David, y los sacerdotes y levitas descendientes de Aarón y, en general, de Leví (vv. 17, 18), serán numerosísimos (v. 22b). Pero el alcance escatológico de esta profecía nos obliga a examinar a fondo Isaías 66:21 (véase comentario), así como los capítulos 44–46 de Ezequiel y Zacarías 14:20, 21. 3. Finalmente, el pacto abrahámico, por el cual Israel había de ser, a través de su padre Isaac, el patriarca del pueblo escogido, con una tierra especial (la Tierra Santa), una descendencia carnal numerosa y una descendencia espiritual más numerosa todavía, quedará también perfectamente cumplido a perpetuidad (vv. 24–26). Este pacto parecía roto durante el cautiverio (v. 24), de tal manera que el pueblo mismo, no sus enemigos, reacciona de forma derrotista: «Las dos familias que Jehová habla escogido, las ha desechado». Nótese lo de este pueblo (el pueblo rebelde) en la primera parte del versículo 24, y lo de mi pueblo (el pueblo escogido) en la segunda. Dice Asensio: «Con tono burlón y casi sacrílego evoca el privilegio de la “elección” como algo
  • 129. irremediablemente perdido y considera el antiguo “pacto patriarcal y davídico” como pasado para siempre». ¿Cómo responde a esto el propio Dios? (A) Es un desprecio que el pueblo mismo hace de los privilegios que Dios le ha otorgado (v. 24b): «Y han tenido en poco a mi pueblo, hasta no tenerlo más por nación. Es decir, han menospreciado el privilegio de ser mi pueblo, como si fuese un privilegio sin valor alguno». (B) No obstante esta manera despectiva de hablar de los israelitas mismos, Dios les asegura que el pacto abrahámico queda firme, y que la descendencia de Jacob no será desechada por Él mientras los astros regulen el curso del día y de la noche (v. 25), así como las estaciones del año, etc.; en fin, mientras rijan las leyes del cielo y de la tierra. (C) En cumplimiento de esta promesa, y ya en el futuro próximo, Dios (v. 26) pondrá en marcha la ratificación solemne de este pacto, «porque hará volver los cautivos de ellos y tendrá compasión de ellos». CAPÍTULO 34 Dos mensajes que Dios hizo llegar mediante Jeremías. I. El uno es para predecir el destino de Sedequías rey de Judá: había de caer prisionero en manos del rey de Babilonia, pero moriría en paz en su cautiverio (vv. 1–7). II. El otro, para leerles la sentencia al príncipe y al pueblo por su forma traicionera de comportarse con Dios, al poner de nuevo bajo esclavitud a los siervos ya manumitidos conforme a la Ley (vv. 8– 11), por lo que Dios hará también volver el ejército caldeo cuando ya comenzaban a esperar que se habían visto libres de ellos (vv. 12–22). Versículos 1–7 Esta profecía concerniente a Sedequías es entregada a Jeremías y, por medio de él, al propio rey antes de que éste fuese entregado en manos de Nabucodonosor (32:4). 1. El mensaje fue enviado a Sedequías cuando el rey de Babilonia (v. 1), y todo su ejército … peleaban contra Jerusalén y contra todas sus ciudades con el firme propósito de destruirlas. Se mencionan (v. 7) las ciudades que todavía quedaban en pie: Laquís y Azecá. Esto da a entender que las cosas no habían llegado todavía a su último extremo; no obstante, Sedequías resistía obstinadamente. 2. El mensaje que le fue enviado. Se le dice lo que tantas otras veces se le había dicho: que la ciudad será capturada por los caldeos y quemada a fuego (v. 2), y que él mismo será hecho prisionero, llevado a la presencia de Nabucodonosor y deportado a Babilonia (v. 3). Ezequiel profetizó que no vería Babilonia (Ez. 12:13), lo cual es perfectamente compatible con lo que leemos aquí en el versículo 3, pues Sedequías había de ver al rey de Babilonia antes de que éste mandara sacarle los ojos y, por tanto, ya no podría ver Babilonia porque entraría allá ciego. Por lo demás, no había de morir a espada (v. 4, al final), sino en paz (v. 5), esto es, de muerte natural. M. Henry asegura que Sedequías se arrepintió de sus pecados en la prisión de Babilonia y murió reconciliado con Dios. El texto sagrado no dice eso en ningún lugar de la Biblia, y 2 Crónicas 36:13 insinúa más bien lo contrario. Lo que sí dice el texto (v. 5) es que habían de darle una sepultura honrosa, como a sus antepasados, no como la de su hermano mayor Joacim (22:18, 19). 3. Fidelidad de Jeremías al comunicar el mensaje. Aunque sabía que dar este mensaje le había de acarrear un grave peligro (pues fue puesto en prisión a causa de ello), habló, no obstante, a Sedequías, rey de Judá, todas estas palabras en Jerusalén (v. 6). Versículos 8–22 Otra profecía de Jeremías en otra particular ocasión. 1. Cuando Jerusalén estaba estrechamente sitiada por el ejército caldeo, los príncipes y el pueblo acordaron reformar el trato que se daba a los siervos.
  • 130. (A) La ley de Dios era explícita: los siervos de la nación judía no habían de ser tenidos en servidumbre por más de siete años, sino que, al término de ese plazo, habían de ser puestos en libertad, aunque se hubiesen vendido a sí mismos en pago de sus deudas, o hubiesen sido vendidos por los jueces en castigo de sus crímenes. Los de otras naciones, prisioneros de guerra o comprados por dinero, podían ser conservados en perpetua esclavitud, pero sus compatriotas no habían de servir más de siete años. Dios apela (vv. 13, 14) al pacto que hizo con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. Ésta fue una de las primeras leyes judiciales que Dios les dio (Éx. 21:2). Dios los había sacado de la esclavitud de Egipto y quería que expresasen su gratitud dando la libertad a quienes habían estado en sus casas como en casa de servidumbre (como Egipto lo había sido para sus antepasados). Las compasiones de Dios hacia nosotros deberían animarnos a tener compasión de nuestros hermanos; debemos libertar así como nosotros somos libertados. (B) Esta ley la habían quebrantado ellos lo mismo que sus padres. El provecho material contaba para ellos más que el pacto de Dios. Cuando los siervos habían estado siete años en sus casas, veían que el negocio había prosperado mucho con la ayuda de estos esclavos, y no querían que se marchasen. «Vuestros padres—dice Dios (v. 14, al final)—no me oyeron, ni inclinaron su oído», y ellos seguían el ejemplo de sus padres. Por este pecado suyo, y de sus padres, Dios les imponía ahora una nueva servidumbre, y con toda justicia. (C) Pero, al verse estrechamente cercados por los caldeos, y tras de escuchar la palabra de Dios mediante Jeremías (vv. 8, 9), pusieron inmediatamente en libertad a sus siervos (v. 10), como hizo Faraón cuando la plaga de la muerte de los primogénitos era ejecutada en todo Egipto y consintió en dejar marchar al pueblo. Obedecieron, pues, los príncipes y los siguió el pueblo, todo el pueblo, aunque no fuese más que por vergüenza. Se ligaron a esto por pacto jurado en el templo, en presencia de Dios (v. 15): «… habíais hecho pacto en mi presencia, en la casa en la cual es invocado mi nombre». Nótese la forma solemne (vv. 18, 19) con que fue ratificado este pacto, con la tremenda imprecación que la acompañaba: «Que seamos partidos por medio de la misma manera, si no cumplimos lo que hemos prometido». 2. Pero, al asomar cierta esperanza de que el sitio se levantase y desapareciera el peligro de destrucción, deshicieron lo que habían hecho y forzaron a sus siervos, ya manumitidos, a volver a la esclavitud de antes. En efecto, el sitio se había levantado por poco tiempo (v. 21, al final): «… se ha retirado de vosotros». Faraón traía de Egipto un ejército para oponerse al avance de las victorias de Babilonia, y los caldeos levantaron el asedio por un tiempo (37:5). Esta acción de los príncipes y del pueblo (v. 11) fue una gran afrenta hecha a Dios, pues con ella (v. 16) profanaron el nombre de Dios. 3. Por esta traición al pacto Dios les amenaza con el más severo castigo. «No os dejéis engañar—dice Pablo (Gá. 6:7)—; de Dios nadie se mofa». Quienes piensan que pueden hacerle trampa a Dios mediante una reforma pasajera y oportunista, están realmente entrampando a su propia alma. Puesto que ellos no dan libertad a sus siervos para que marchen al lugar que les plazca, Dios dará libre curso a sus juicios y les hará marchar a ellos al lugar que no les agrada (v. 17), después de acabar con la mayoría de ellos mediante la espada, la pestilencia y el hambre. Príncipes y pueblo habían tomado parte en esta traición (v. 19), y juntos habían de sufrir el castigo. Puesto que ellos habían vuelto al pecado, los caldeos también volverían al asedio de Jerusalén (vv. 21, 22), por mandato de Jehová («He aquí, mandaré yo, dice Jehová», v. 22). Iban a tomar la ciudad y reducirla a cenizas; las demás ciudades de Judá serían reducidas a soledad, pues quedarían sin habitantes. Si nos arrepentimos del bien que pensábamos hacer, Dios se arrepentirá del bien que se había propuesto hacernos.
  • 131. CAPÍTULO 35 El objetivo del mensaje que contiene este capítulo es avergonzar al pueblo de su desobediencia, si es que todavía conservaban algún sentido del honor. Aquí Jeremías: I. Pone delante de ellos la obediencia de la familia de los recabitas a los preceptos que les impuso su antepasado Jonadab (vv. 1–11). II. Les hace ver cómo contrasta con esta obediencia la desobediencia de los judíos a Dios y el desprecio a los preceptos divinos (vv. 12–15). III. Predice los juicios de Dios sobre los judíos por su impía desobediencia (vv. 16, 17). IV. Asegura a los recabitas las bendiciones de Dios sobre ellos por su piadosa obediencia (vv. 18, 19). Versículos 1–11 Lo que se contiene en este capítulo ocurrió en días de Joacim (v. 1), en la última parte de su reinado, pues fue después que el rey de Babilonia viniese con su ejército (v. 11), atacase la Judea y forzase a sus habitantes a refugiarse en Jerusalén (año 598 a. de C.). Entre estos refugiados estaban los recabitas, originalmente quenitas o ceneos (v. 1 Cr. 2:55), que se habían establecido en la tierra de Israel (Jue. 1:16; 1 S. 15:6; 27:10), al ser descendientes de Hobab, cuñado (no «suegro»—v. Nm. 10:29—, donde Reuel es el mismo Jetró, suegro de Moisés) de Moisés. Una familia de estos ceneos (o cineos, o quenitas) se llamaban recabitas de su antepasado Recab. Su hijo, o descendiente lineal, fue Jonadab, famoso en su tiempo por su sabiduría y su piedad, que vivió en los días de Jehú, rey de Israel, casi trescientos años antes de esto (v. 2 R. 10:15, 16). 1. Las normas de conducta que Jonadab encargó a sus hijos y a su descendencia que las observasen religiosamente, eran las que él mismo había observado durante toda su vida (vv. 6, 7). (A) Se contenían en dos singulares preceptos: (a) les prohibió beber vino, conforme a la ley de los nazireos o nazareos. Aunque no es el uso, sino el abuso, del vino lo que daña, la gente es tan propensa a pasarse de la raya, que más vale abstenerse del todo de él o usarlo en pequeñas cantidades, casi como medicina (1 Ti. 5:23), antes que exponerse a las graves consecuencias de la ebriedad. (b) Les ordenó vivir en tiendas; no habían de edificar casas, ni habían de comprar terrenos, ni tomar en alquiler ni ocupar casas edificadas por otros. Esto era un ejemplo de sobriedad y mortificación. Las tiendas de campaña son moradas muy modestas, con lo que se les enseñaba a ser humildes; son también habitaciones frías, con lo que aprenderían a ser fuertes y no halagar al cuerpo; además son movibles, con lo que se les enseñaba a no pensar en establecerse ni echar raíces en ninguna parte de este mundo, pues habían de morar en tiendas todos sus días (v. 7b). (B) ¿Por qué prescribió Jonadab estas normas de conducta a sus descendientes? Para mostrar, junto con su gran sabiduría y prudencia, el interés que tenía por el bien de ellos, no ligándoles con voto ni juramento, sino sólo exhortándoles a que se ajustasen a esta disciplina en la medida en que les ayudase para su edificación espiritual (v. 11). Sus antepasados se habían dedicado a la vida pastoril (Éx. 2:16) y él quería que su posteridad siguiese por el mismo camino. Moisés les había dado esperanzas de que se establecerían entre los israelitas (Nm. 10:32), pero ellos eran peregrinos en la tierra (v. 7, al final), no tenían heredad en ella y, por tanto, habían de vivir de su oficio y acostumbrarse a una vida dura y a una vivienda incómoda. La humildad y el buen contentamiento en la oscuridad de una vida modesta son con frecuencia la mejor protección de las personas. Jonadab vio la general corrupción del país; abundaban los borrachos de Efraín y temía que sus hijos se contagiasen de ellos; por eso, les obligó a retirarse de las ciudades y vivir del modo más morigerado. Es posible que previese la destrucción de un pueblo tan degenerado y quisiera así proveer para que su familia, aun en medio de los mayores aprietos, disfrutase de paz. Si no tenían mucho a que
  • 132. aficionarse, sería menor el dolor al ser despojados de ello. Buena cosa es vivir bajo disciplina y enseñar a nuestros hijos a vivir también así. 2. Cuán estrictamente observó su posteridad estas normas (vv. 8–10). (A) Todos ellos, en sus respectivas generaciones, habían obedecido a la voz de su padre Jonadab (v. 8) y habían hecho conforme a todas las cosas que les mandó (v. 10). No bebieron vino en un país en que lo había en abundancia, no edificaron casas ni cultivaron la tierra, sino que vivieron de los productos de su ganado. En cuanto a uno de los detalles particulares, se vieron en necesidad de dispensarse de él (v. 11): Cuando Nabucodonosor rey de Babilonia subió a la tierra con su ejército, aunque hasta entonces habían vivido ellos en tiendas, las dejaron y se vinieron a vivir en casas en Jerusalén. Las normas de una disciplina no deben ser demasiado estrictas, sino que han de admitir excepción y dispensa cuando la necesidad lo reclama. Estos recabitas habrían tentado a Dios, en lugar de confiar en Él si no hubiesen empleado los medios más convenientes para su seguridad, no obstante la norma (y la costumbre) de su familia. (B) Jeremías los llevó al templo (v. 2) porque tenía para ellos un mensaje de parte de Dios. Allí, no sólo les preguntó si querían beber vino, sino que (v. 5) puso delante de ellos tazas y copas llenas de vino y les dijo: Bebed vino. La tentación era muy fuerte. Era como decirles: «Bebed vino, lo tenéis gratis. Ya habéis quebrantado una de las normas de vuestro padre al venir a vivir en Jerusalén, ¿por qué no quebrantar también ésta, y actuar como los demás que viven en la ciudad?» Pero ellos rehusaron terminantemente y con toda unanimidad (v. 6): «Mas ellos dijeron: No beberemos vino, etc.». El profeta vio claramente que estaban firmemente resueltos. Versículos 12–19 La prueba hecha a la constancia de los recabitas tenía el propósito de servir únicamente de señal; aquí tenemos su aplicación. 1. La obediencia de los recabitas al encargo de su padre, y la desobediencia de los judíos a los preceptos de Dios. Que lo vean y se avergüencen de ello. El profeta les pregunta ahora, en nombre de Dios (v. 13): «¿No aprenderéis a obedecer mis palabras?, dice Jehová. ¿No habrá nada que pueda inclinaros a descubrir vuestro pecado y el deber que tenéis? Ya veis cuán obedientes son los recabitas al encargo de Jonadab (v. 14); pero vosotros (v. 15, al final) no inclinasteis vuestro oído ni me hicisteis caso». Los recabitas obedecían a uno que era hombre como ellos, pero los judíos desobedecían al Dios infinito y eterno, que tenía absoluta autoridad sobre ellos. Además, a los recabitas nadie les había traído a la memoria la obligación de obedecer a su padre, mientras que Dios había enviado (v. 14) con mucha frecuencia profetas a Su pueblo. Dios les había dado a los judíos una tierra buena y les había prometido que, si le obedecían, la poseerían a perpetuidad; así que, tanto la gratitud como el propio interés les obligaban a obedecer; sin embargo, no quisieron hacer caso. 2. Los castigos que se predicen, como ya hemos visto en muchos otros lugares, contra Judá y Jerusalén. Los recabitas se levantarán en el juicio contra ellos, porque (v. 16) ellos han cumplido el mandamiento que les dio su padre, lo han cumplido con toda constancia, pero este pueblo, este pueblo rebelde y contradictor, no me ha obedecido, dice Dios. La sentencia no se hace esperar (v. 17): «He aquí que yo traeré sobre Judá y sobre todos los moradores de Jerusalén el mal que contra ellos he hablado—lo he hablado por medio de mi Palabra y por medio de mi providencia—y no oyeron; los llamé y no han respondido». 3. Se promete misericordia a la familia de los recabitas por su constante adhesión a las buenas normas de su familia. Aunque la prueba de su constancia tenía únicamente por objeto avergonzar a Israel, no obstante, al haber resultado inconmovible, les será premiado con gran alabanza y honor (vv. 18, 19): «No faltará de Jonadab—dice Dios—
  • 133. , hijo de Recab, varón que esté en mi presencia todos los días» (v. 19b). Sobre esta frase dice Freedman: «Véase sobre 15:19. La frase suele indicar en cualquier otro lugar servicio en el templo. No es seguro si es ésta la intención aquí». Según Asensio, indica que «a lo largo de su historia, la descendencia de Jonadab estará delante de mí fiel siempre a la religión de Jehová». M. Henry comenta: «Aunque no eran sacerdotes ni levitas, ni parece ser que tuviesen oficio alguno en el servicio del templo, sin embargo, en el curso constante de una sincera devoción, estarán delante de Dios para ministrarle». El verbo, aquí, resulta algún tanto ambiguo, pues hay muchas maneras de «ministrar» (v. Ro. 12:1). CAPÍTULO 36 Aquí tenemos la prueba de otro procedimiento seguido con esta perversa generación, también en vano. Para conocimiento del pueblo, el profeta dicta a Baruc una especie de resumen de los mensajes que había predicado anteriormente. I. Redacción del rollo por mano de Baruc, según lo dictaba Jeremías (vv. 1–4). II. Baruc lee el rollo a todo el pueblo en el templo, con ocasión de la proclamación de un ayuno público (vv. 5–10); después lo lee en privado a los príncipes (vv. 11–19), y, finalmente, Jehudí lo lee al rey (vv. 20, 21). III. El rey quema el rollo y da orden de procesar a Jeremías y a Baruc (vv. 22–26). IV. Se escribe otro rollo, con grandes añadiduras, en particular la de sentencia contra el rey Joacim por haber quemado el primero (vv. 27–32). Versículos 1–8 En el comienzo de la profecía de Ezequiel nos encontramos con un rollo escrito en visión (Ez. 2:9, 10; 3:1). Aquí, en la última parte de la profecía de Jeremías, nos encontramos con un rollo escrito de hecho, para comunicar al pueblo las cosas contenidas en él. 1. La orden de Dios a Jeremías de escribir un resumen de sus sermones desde que comenzó a predicar, en el año decimotercero de Josías hasta hoy (v. 2, al final), que era el cuarto año de Joacim (v. 1), es decir, en el 605 o el 604 a. de C. Convenía resumir todo lo que habían oído hasta ahora y hacer que lo recordasen, por si ahora les hacía mayor impresión que cuando les fue anteriormente predicado. Este motivo está explícito en el versículo 3: «Quizás oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles y se arrepienta cada uno de su mal camino». El objetivo principal de la predicación del Evangelio es que los pecadores se conviertan. En vano escucharán éstos al predicador si esto no se consigue. «Y yo perdonaré—añade Dios (v. 3, al final) su maldad y su pecado». Esto da claramente a entender que Dios es infinitamente justo; no sería consecuente consigo mismo si perdonase el pecado sin que se arrepintiese el pecador, pero también expresa claramente Su misericordia, pues está presto a perdonar los pecados y sólo aguarda hasta que el pecador esté en condiciones para recibir el perdón; por eso, usa diferentes medios para llevarnos al arrepentimiento, a fin de perdonarnos. 2. Las instrucciones que Jeremías dio a Baruc, su secretario, de acuerdo con la orden que había recibido de Dios (v. 4). Dios ordenó a Jeremías que lo escribiese él, pero parece ser que el profeta no tenía pluma de escribiente muy ligero (Sal. 45:1), pero sí Baruc, por lo que Jeremías se sirvió de él como amanuense. San Pablo escribió muy poco de su propio puño y letra (Ro. 16:22; Gá. 6:11). Dios imparte sus dones de forma muy variada: a unos les da facilidad para hablar, a otros, para escribir, y nadie puede decir a otro: «no te necesito» (1 Co. 12:21). Dios le inspiró a Jeremías, y éste lo dictó a Baruc. Si habíamos de dar crédito al apócrifo que lleva el nombre de Baruc, él tambien fue después profeta para los cautivos que estaban en Babilonia. Baruc escribió en un rollo de libro (v. 4), esto es, en piezas de pergamino o de vitela, que después se unían en un rollo y se enrollaban en torno de un palo.
  • 134. 3. Las órdenes que Jeremías dio a Baruc de leer al pueblo lo que había escrito, ya que él no podía por estar detenido (v. 5). No quiere decir que estuviese preso (no lo estaba todavía), sino que estaba impedido (éste es aquí el sentido del verbo hebreo atsur) de ir al templo por la prohibición de los sacerdotes tras de sus mensajes de destrucción (caps. 7, 20 y 26). También Pablo escribió epístolas a las iglesias que no podía visitar en persona. Cuando Dios ordenó escribir el rollo, dijo: «Quizás oiga la casa de Judá … y se arrepienta cada uno de su mal camino» (v. 3). Cuando Jeremías ordena leerlo, dice (v. 7): «Quizá presenten sus súplicas ante Jehová, y se vuelva cada uno de su mal camino». La oración a Dios para que se digne convertirnos es necesaria para nuestra propia conversión. Conforme a la orden de Jeremías, Baruc leyó (v. 8) en el libro las palabras de Jehová en la casa de Jehová. Versículos 9–19 Parecería que Baruc hubiese de leer con frecuencia el rollo a todo el que le prestase oídos, antes de la lectura solemne ante la congregación, ya que la orden de escribir el rollo se dio el año cuarto de Joacim (v. 1), y la lectura pública se llevó a efecto en el año quinto de Joacim (v. 9); aunque hay quienes piensan que la redacción del rollo llevó bastante tiempo. 1. Las autoridades convocaron un ayuno extraordinario (v. 9b), ya fuese debido a la aflicción causada por el avance del ejército caldeo o por falta de lluvia (14:1). Una vez más vemos cómo los que son enemigos y desconocedores del poder de la piedad, se esfuerzan en conservar las formas. Pero, ¿de qué servirán tales observancias llenas de hipocresía? El ayuno sin verdadero arrepentimiento no apartará los juicios de Dios (comp. con Jon. 3:10). 2. Baruc repitió los sermones de Jeremías públicamente en la casa de Jehová, en una solemnidad religiosa. Se puso en pie en el aposento de Guemarías (v. 10) y, desde una ventana o galería, leyó el rollo al pueblo congregado en el atrio. 3. Se dio informe de esto a los príncipes que estaban reunidos en la oficina del secretario, llamada aquí (v. 12) aposento del secretario. Parece ser que, aun cuando los príncipes, o el rey mismo, habían convocado al pueblo en el templo para ayunar, orar y escuchar la Palabra de Dios, no creyeron apropiado el asistir personalmente ellos mismos. Miqueas informa a los príncipes de lo que Baruc había leído, ya que su padre Guemarías respetaba a Baruc lo suficiente como para dejar que hablase desde su aposento. 4. Mandan traer a Baruc y le ordenan que se siente entre ellos y les lea el rollo (vv. 14, 15), lo cual hizo él puntualmente. Los príncipes quedaron muy impresionados por las palabras que les fueron leídas (v. 16): «cada uno se volvió espantado hacia su compañero», lo mismo que el gobernador Félix cuando oyó a Pablo (Hch. 24:25). Las reprensiones eran justas, y las predicciones llevaban ahora cara de estar a punto de cumplirse; por lo que todos eran presa de la consternación. 5. No se nos dice qué impresión hizo en el pueblo la lectura del rollo (v. 10), pero lo cierto es que los príncipes se miraban unos a otros, atónitos, consternados y sin saber qué decir. Acordaron enterar del asunto al rey y, si él da crédito a todas estas palabras (v. 16, frase que se repite en los vv. 17, 18 y 20), también ellos lo harán. Al mismo tiempo, como conocían la mente del rey, aconsejaron a Baruc y a Jeremías que se escondiesen (v. 19) para su seguridad, ya que temían que el rey, en lugar de quedar convencido, se exasperase todavía más. 6. Preguntaron a Baruc algo importante (v. 17): «Cuéntanos ahora cómo escribiste al dictado de él todas estas palabras». Tanto el rabino Freedman como el profesor Asensio concuerdan en que este expediente era necesario. Dice Asensio: «El contenido interesaba a la existencia de la nación como tal, y sus representantes oficiales quisieron
  • 135. cerciorarse de su autenticidad profética». Baruc les da una respuesta clara y llana (v. 18): Jeremías le dictó, y él lo escribió. Versículos 20–32 El rollo y el rey. 1. Tan pronto como se enteró el rey, envió por el rollo y ordenó que se lo leyesen (vv. 20, 21). No quiso que lo leyese el propio Baruc, a quien por cierto le habían aconsejado los príncipes que, junto con Jeremías, se escondiese «y que nadie sepa dónde estáis» (v. 19, al final). Lo mandó leer a un tal Jehudí (hebr. Yehudí, que significa «judío»), el cual ya ha salido en el versículo 14, junto a un tal Cusí (hebr. Cushí, que significa «etíope»). 2. El rey Joacim no tuvo la misma paciencia que los príncipes para esperar a que Jehudí terminase la lectura, sino que, tan pronto como Jehudí leyó tres o cuatro planas (v. 23), enfurecido el rey, las rasgó con un cortaplumas y las echó al fuego. Así lo hizo con las demás planas, hasta que todo el rollo (v. 23b) se consumió sobre el fuego que en el brasero había. (A) Este gesto fue la más desvergonzada afrenta al Dios de los cielos, cuyo era este mensaje. Así mostró su impaciencia y su rebeldía ante la reprensión que recibía. (B) Así mostró también su indignación contra Baruc y contra Jeremías, a quienes habría cortado en pedazos y echado al fuego si hubiesen estado al alcance de su mano; tal era su pasión en estos momentos. (C) Así expresó su obstinada resolución de no plegarse jamás a las condiciones de las advertencias que se le hacían. (D) Así, finalmente, dio a entender que tenía necias esperanzas de que no se cumplirían las amenazas declaradas contra él. Pensó que había tomado todas las medidas necesarias para que las cosas contenidas en este rollo no se divulgasen más. 3. Ni el rey ni ninguno de los príncipes quedaron ahora impresionados por la palabra (v. 24): «Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos, etc.». Los mismos que antes (v. 16) estaban espantados, consternados, cuando se les leyó el rollo por primera vez, se sacudieron todo espanto al ver cuán a la ligera tomaba el rey estas cosas. 4. Había tres príncipes que tuvieron el suficiente sentido y la santa valentía necesaria para tratar de impedir que el rey quemase el rollo, aunque fue en vano (v. 25). 5. Después de entregar al fuego el documento por el cual quedaba arrestado por la palabra de Dios, firmó luego, para vengarse, la orden de arresto de Jeremías y Baruc, ministros de Dios (v. 26), «pero Jehová los escondió». 6. Jeremías recibió de Dios la orden de escribir en otro rollo las mismas palabras que habían sido escritas en el rollo que Joacim había quemado (vv. 27, 28). Los enemigos pueden quemar muchas Biblias, pero no pueden abolir la Palabra de Dios ni impedir su cumplimiento. Aunque las tablas de la Ley fueron quebradas, otras nuevas fueron hechas y, del mismo modo, de las cenizas del rollo quemado por Joacim surgió como otra Ave Fénix el segundo rollo. «La palabra de Dios permanece para siempre» (1 P. 1:23). 7. Joacim, a pesar de ser el rey de Judá, fue severamente llamado a cuentas por el Rey de reyes por la indigna forma con que había tratado la Escritura Sagrada. Joacim estaba enojado porque estaba escrito allí (v. 29): De cierto vendrá el rey de Babilonia y destruirá esta tierra. Dios y sus profetas se habían vuelto sus enemigos únicamente por decirle la verdad al declarar la inminente desolación, pero, al mismo tiempo, le habían dado una buena oportunidad para impedirlo. La ira de Dios vendrá sobre él y su familia, en primer lugar, por mano de Nabucodonosor. Su muerte y su sepultura serán ignominiosas (v. 30, comp. con 22:19). Además, dentro de unas pocas semanas, su hijo será destronado y tendrá que cambiar su regio manto por las ropas de un preso, de forma
  • 136. que (v. 30b) «no tendrá (Joacim) quien se siente sobre el trono de David». Hasta su descendencia y sus siervos (v. 31) lo pasarán peor por su parentesco o relación familiar con él, pues serán castigados, no por la iniquidad de él, pero antes y peor que lo serían por su propia iniquidad si no tuvieran ninguna relación con él. 8. Cuando volvió a escribirse el rollo, a las palabras del primero (v. 32, al final) fueron añadidas muchas otras palabras semejantes, es decir, muchas más amenazas, porque, como están decididos a caminar en contra de Dios, Dios ordenará que el horno se encienda siete veces más de lo acostumbrado. CAPÍTULO 37 Este capítulo nos lleva cerca de la destrucción de Jerusalén a manos de los caldeos, pues el relato que aquí vemos tiene que ver con hechos sucedidos en la última parte del reinado de Sedequías. I. Idea general del mal cariz de dicho reinado (vv. 1, 2). II. Mensaje que Sedequías, a pesar de ser tan malvado, envió a Jeremías rogándole que orase a Dios por él y por sus súbditos (v. 3). III. Esperanzas lisonjeras de que los caldeos iban a levantar el asedio de Jerusalén (v. 5). IV. La seguridad con que Dios les declaró, por medio de Jeremías (que estaba ahora en libertad—v. 4—), que el ejército caldeo renovaría el asedio y capturaría la ciudad (vv. 6–10). V. Prisión de Jeremías, bajo pretexto de que era un desertor (vv. 11–15). VI. La amabilidad con que le trató Sedequías cuando estaba preso (vv. 16–21). Versículos 1–10 1. Es menospreciada la predicación de Jeremías (vv. 1, 2). Sedequías sucedió a su sobrino Conías (como se llama en Jeremías al rey Jeconías) y, aunque vio en su predecesor las fatales consecuencias de la rebeldía contra la palabra de Dios, no escarmentó en cabeza ajena (v. 2): «No obedeció él, ni sus siervos ni el pueblo de la tierra a las palabras de Jehová», a pesar de que comenzaban a cumplirse ya. 2. Sedequías (v. 3) envía mensajeros a Jeremías para que le digan: «Ruega ahora por nosotros a Jehová nuestro Dios». Ya había hecho esto anteriormente (21:1, 2), y uno de los mensajeros, Sofonías, es el mismo en ambos casos. Es un punto a favor de Sedequías el hacer esto y por aquí se ve que había en él alguna cosa buena, algún sentimiento de la necesidad que sentía del favor de Dios. Cuando estamos en algún aprieto, deberíamos desear las oraciones de nuestros pastores y otros amigos cristianos, ya que con ello manifestamos nuestra estima de la oración, así como la estima en que tenemos a nuestros hermanos. Los propios reyes habrían de considerar a sus súbditos orantes como la fuerza de la nación (Zac. 12:5, 10). Con todo, esto sólo sirve para contribur a condenar a Sedequías por su propia boca. Si consideraba a Jeremías como verdadero profeta de Jehová, ¿por qué no hacía caso de las palabras de Jehová, comunicadas por medio de Jeremías? ¿Cómo podemos esperar que Dios escuche las oraciones de otros a nuestro favor, si no queremos escuchar las palabras que ellos nos dicen de parte de Dios? En lugar de rogar a Jeremías que orase por él, mejor le habría sido a Sedequías pedirle que orase con él. 3. Jerusalén se ve lisonjeada con la retirada del ejército caldeo. Jeremías estaba ahora en libertad (v. 4). También la ciudad estaba, de momento, en libertad (v. 5). Aunque Sedequías era ya tributario del rey de Babilonia, había entrado en una coalición secreta con el rey de Egipto (Ez. 17:15), en virtud de la cual, cuando Nabucodonosor vino a castigar a Sedequías por su traición, el rey de Egipto envió fuerzas para aliviar el asedio de Jerusalén. Los caldeos levantaron el sitio, por miedo a las fuerzas egipcias (37:11), y hasta por estrategia militar, para combatir con ellas a distancia, antes de que se les uniera ninguna de las fuerzas judías. Desde ese día los judíos estaban animados con la esperanza de que Jerusalén quedase definitivamente libre de peligro.
  • 137. 4. Pero la ciudad volvió a ser amenazada con el regreso del ejército caldeo. Sedequías envió a pedir a Jeremías que orase para que no volviese dicho ejército; pero Jeremías le comunica que el decreto de Dios ha sido ya firmado y rubricado, por lo cual era una locura de ellos el esperar la paz (v. 9): «Así dice Jehová: No os engañéis a vosotros mismos, etc.». Ni aun el mismo diablo, al ser el gran engañador, podría engañarnos, si no nos engañásemos a nosotros mismos. Jeremías no echa mano de oscuras metáforas, sino que les dice lisa y llanamente: (A) Que los egipcios se retirarán a su tierra (v. 7, al final). (B) Que los caldeos volverán y renovarán el asedio, y «no se apartarán» (v. 9, al final), sino que volverán y atacarán la ciudad (v. 8). (C) Que Jerusalén será entregada de cierto en manos de los caldeos, los cuales la tomarán y la pondrán a fuego (v. 8, al final). No tienen motivo alguno para hacerse ilusiones (v. 10): «Porque, aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda y pondrán esta ciudad a fuego». Versículos 11–21 Otro relato concerniente a Jeremías, quien refiere de sí mismo más cosas que ningún otro de los profetas. 1. Jeremías, cuando tenía oportunidad, se retiraba de Jerusalén a la campiña (vv. 11, 12): «Cuando el ejército de los caldeos se retiró de Jerusalén por miedo al ejército de Faraón, Jeremías resolvió salir de allí o, según una versión más literal del hebreo, salió de Jerusalén para escabullirse a la tierra de Benjamín para recibir una porción (o parte de heredad) de allí en medio del pueblo». Intentaba zafarse del tráfago de las masas, porque, aun cuando era persona de gran importancia, estaba contento con pasar desapercibido y vivir escondido en una cabaña, máxime cuando era muy poco el bien que podía hacer en la capital. Como el verbo hebreo jaliq (recibir) está en la forma Hiphil (causativa), su significado es «hacer recibir» o, mejor aún, «hacer que se repartiese», lo cual indicaría, como dice Freedman, «que se había muerto algún pariente en Anatot y era necesario que Jeremías estuviese allí en conexión con la herencia». 2. En este intento de escabullirse fue aprehendido como desertor (vv. 13–15): «Cuando estaba en la puerta de Benjamín, estaba allí un capitán de la guardia, que probablemente tenía a su cargo la vigilancia de aquella puerta, quien le apresó, acusándole de que iba a pasarse a los caldeos». El capitán que le detuvo se llamaba Irías y era nieto de un tal Hananías, quien (contra la opinión de M. Henry) «no ha de ser identificado con el contradictor de Jeremías en 28:10 y ss., el cual difícilmente podía tener un nieto tan mayor» (Freedman). Jeremías negó rotundamente el cargo que se le hacía, pero no le valió. Fue llevado a presencia del consejo privado, donde los príncipes (v. 15) se airaron contra Jeremías, le azotaron y le pusieron en prisión en la casa del escriba Jonatán. Allí permaneció «por muchos días» (v. 16, al final). Fue durante estos «días» cuando los caldeos reanudaron el asedio de Jerusalén. 3. Éste es el motivo por el que Sedequías envió por él (v. 17) y le sacó de la cárcel. Cuando todas sus ilusiones se habían desvanecido, la confusión y la consternación del monarca y del pueblo subieron de punto. (A) El rey envió a que le trajesen a su presencia para consultar secretamente con él, como embajador que era de Jehová, pues le dijo (v. 17b): «¿Hay palabra de Jehová? ¿Hay alguna palabra de consuelo? ¿Puedes darnos alguna esperanza de que los caldeos volverán a retirarse?» El rey lo llamó secretamente, avergonzado de que se le viese en compañía de un hombre detenido bajo el cargo de desertor. (B) No sólo el bienestar, sino también la vida de Jeremías están en manos de Sedequías, y el rey le hace una petición que el profeta podría explotar a su favor, sin embargo, en lugar de aprovechar esta ocasión para granjearse el favor del rey, le dice
  • 138. llanamente que sí había palabra de Jehová (v. 17b), pero que esta palabra no le iba a dar ningún consuelo ni a él ni al pueblo: «En manos del rey de Babilonia serás entregado». Si Jeremías hubiese consultado con carne y sangre, le habría dado al rey una respuesta plausible, al menos de momento, y habría guardado lo peor del mensaje para más tarde. Pero Jeremías era de los que han obtenido misericordia del Señor para ser fieles, y de ninguna manera iba a ser desleal a Dios y al propio soberano al callarse la verdad para obtener favor de los hombres. Jeremías aprovecha la ocasión para echar en cara al rey y al pueblo el crédito que habían dado a los falsos profetas, quienes les decían que el rey de Babilonia no había de venir, y cuando, después de venir, levantó el asedio de la ciudad, que no volvería contra ellos (v. 19): «¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban diciendo: No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra? ¿No era falsa la paz que os anunciaban?» (C) Aprovechó también la ocasión para presentar implícitamente una petición, como pobre prisionero injustamente encarcelado (vv. 18, 20): «¿En qué pequé—le dice al rey (v. 18)—contra ti, o contra tus siervos o contra este pueblo, para que me metieseis en la cárcel?» Como si dijera: «¿Qué ley divina o qué precepto real he quebrantado para ser encarcelado?» También ruega con vehemencia y patetismo (v. 20): «Ahora, pues, oye, te ruego, oh mi señor el rey; caiga bien ahora mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí». No hay aquí ni una sola palabra de querella contra los príncipes que le habían maltratado y encarcelado, sino una modesta súplica al rey. Un león por la causa de Dios, tiene que ser un cordero por su propia causa. Vemos que: (a) El rey le concedió lo que le pedía, pues dio orden (v. 21) de que lo custodiasen en el patio de la guardia de la cárcel (como en 32:2), donde podía respirar el aire libre. (b) También ordenó el rey que se le diese del almacén público una hogaza de pan diaria mientras hubiese pan en la ciudad («hasta que todo el pan de la ciudad se gastase»—v. 21b—). Sedequías debería haber soltado al profeta, pero le faltó coraje para hacerlo; menos mal que algo hizo. CAPÍTULO 38 Aunque Jeremías había sido menospreciado por los príncipes, fue honrado por el rey; ellos lo trataron como a criminal, mientras que el rey lo usó como consejero privado. I. Por su fidelidad, Jeremías es metido en una cisterna por orden de los príncipes (vv 1–6). II. Por la intercesión de Ébed-mélec, un etíope, el rey ordena que sea sacado de allí, y es puesto de nuevo en el patio de guardia de la cárcel (vv 7–13). III. Al estrecharse el cerco, el rey hace llamar de nuevo al profeta y tiene con él una consulta privada (vv 14–23). IV. Se toman las medidas necesarias para que no se sepa nada de lo que allí se trató (vv 24–28). Versículos 1–13 1. Jeremías persiste en su predicación lisa y llana (v. 3) «De cierto será entregada esta ciudad en manos del ejército del rey de Babilonia. Por mucho que resista, al fin caerá». Lo cierto es que la repetición de este molesto mensaje tenía por objeto advertir a la gente para que, ya que no había salvación para la ciudad, al menos ellos se pusieran a salvo mientras había tiempo (v. 2): «… el que se pase a los caldeos, vivirá; ellos le darán cuartel, y escapará de la muerte a espada, de hambre o de pestilencia, que es lo que les espera a los que se queden en la ciudad». 2. Los príncipes persisten en su malignidad contra Jeremías. Él era leal a su patria y fiel a su vocación profética y, aun cuando por este tiempo comían el pan de la mano del rey, no se le tapó con eso la boca. Pero sus perseguidores se quejaron de que abusaba de la libertad que se le había concedido para pasearse por el patio de la cárcel, porque, aunque no podía ir al templo a predicar, decía las mismas cosas en conversación privada a los que iban a visitarle y, por consiguiente (v. 4), lo describieron ante el rey como
  • 139. hombre muy peligroso, desafecto al gobierno del país «porque este hombre no busca la paz de este pueblo, sino su mal» (v. 4, al final). Esto decían de alguien que había hecho, y estaba haciendo, a Jerusalén mayor bien que ninguna otra persona. Le acusan ante el rey de que desmoraliza (lit. debilita las manos) a los guerreros que han quedado en la ciudad y desalienta a todo el pueblo (v. 4b). Es corriente entre los malvados considerar como enemigos suyos a los ministros fieles de Dios, sólo porque éstos les muestran cuán enemigos son ellos de sí mismos mientras continúan impenitentes. 3. Como consecuencia de esta acusación, y con permiso del rey, el profeta es encarcelado de una forma que le habría llevado necesariamente a morir en breve tiempo. «Está en vuestras manos» (v. 5), les dice el rey a los príncipes. Aunque tenía la convicción de que Jeremías era un verdadero profeta de Dios, no tuvo el coraje necesario para ponerse de parte de él. Mucho es lo que tendrán que responder ante Dios los que, aunque profesan un afecto secreto a una buena persona, no quieren salir en su defensa cuando es necesario. Obtenido el permiso del rey, los príncipes (v. 6) tomaron a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malaquías, a quien se llama aquí hijo del rey (hebr. ben hamélek —la misma expresión de 36:26 con respecto a Jerameel—), «por amistad con él o por su parentesco con la familia real» (Asensio). «En la cisterna (v. 6, al final) no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno; según Flavio Josefo, se hundió hasta el cuello. Los que lo echaron allí esperaban sin duda que se muriese de hambre o de frío, temerosos de que el pueblo se soliviantase si le quitaban la vida de forma más violenta. Muchos fieles testigos de Dios han muerto así oscuramente, de hambre o de frío en una cárcel, de cuya sangre habrá que rendir cuentas un día. Lo que hizo Jeremías en esta grave aflicción lo dice él mismo en Lamentaciones 3:52–57. 4. Intercedió a favor del profeta un etíope, llamado (en hebreo) Ébed-mélek, que significa «siervo del rey», del que también se dice que era «eunuco de la casa real» (v. 7). El hebreo sarís significa de ordinario lo que en castellano se entiende por «eunuco», pero también sirve para designar altos funcionarios de la casa real, como es claramente el caso de Potifar «eunuco de Faraón» (Gn. 39:1), quien estaba casado. Al ser etiope, Ebed-mélec era extranjero en cuanto a la ciudadanía de Israel y en cuanto a los pactos de la promesa (Ef. 2:12) y, sin embargo, mostró más humanidad y, casi podríamos decir, más divinidad, que los israelitas. También Jesucristo halló más fe entre los gentiles que entre los judíos. Ébed-mélec vivía en una corte impía y en medio de una generación corrompida y, no obstante, tenía un gran sentido de la equidad y de la piedad. Dios tiene su remanente en todos los lugares. También en la casa del César había santos. 5. El rey estaba ahora (v. 7, al final) sentado a la puerta de Benjamín para recibir allí consultas, apelaciones y peticiones. Allá se fue inmediatamente Ébed-mélec, pues el caso no admitía demora. Con toda valentía le dice al rey que a Jeremías se le había tratado injustamente y de muy mala manera; lo dice sin ambages ni subterfugios (v. 9): «Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho con el profeta Jeremías». Dios puede hacer que surjan amigos de Su pueblo donde menos se piensa que los pueda haber. 6. El rey da orden de que se suelte a Jeremías y encarga al propio Ébed-mélec la tarea de llevar a cabo el rescate del profeta. Sedequías tiene estos altibajos de carácter: unas veces débil, otras veces firme. En este caso, muestra cierta valentía al comportarse de forma desafiante frente a los príncipes, pues ordena que sean nada menos que treinta (v. 10) los hombres que hayan de emplearse en dicha operación, a fin de que pudiesen contrarrestar cualquier oposición que se presentase de parte de los príncipes. Ébed- mélec había conseguido su objetivo y pronto llevó a Jeremías las buenas noticias.
  • 140. 7. Se relata con especial detalle (vv. 11–13) la gran ternura y habilidad con que obró el etíope al proveer a Jeremías de ropas para que se las pusiese debajo de los sobacos, de forma que no le lastimasen los brazos al ser sacado de la cisterna con las cuerdas o sogas que le echaron. Quizás (así lo piensa M. Henry) tenía los sobacos desollados por las sogas con que le habían bajado a la cisterna. También es digno de notarse el detalle de que no le echó las ropas sueltas, sino con las mismas sogas con que lo iban a sacar (v. 11 al final). Así se evitaba que se perdieran en el cieno. De este modo (v. 13) fue sacado de allí Jeremías, quedando de nuevo en el patio de la cárcel. Versículos 14–28 Tenemos ahora al rey en consulta privada con Jeremías, aunque (v. 5) lo había entregado anteriormente en manos de sus enemigos. 1. El honor que Sedequías le hizo al profeta. Después que éste fue sacado de la cisterna, el rey envió por él para que le aconsejase en privado. Se encontró con él en la tercera entrada (v. 14) de la casa de Jehová. Dice Freedman: «Esto no se menciona en ninguna otra parte. Es quizás lo mismo que la entrada del rey de 2 Reyes 16:18». Es posible que, de este modo, tratase de mostrar respeto a la casa de Jehová, ahora que deseaba oír la palabra de Jehová. En efecto, Sedequías le dice a Jeremías literalmente: «Te voy a preguntar una palabra (es decir, una cosa); no ocultes de mí (ninguna) palabra (es decir, ninguna cosa)». O sea, Sedequías desea que el profeta le diga la verdad, toda la verdad, por amarga que sea, aun cuando abriga esperanzas de que le diga mejores cosas que en ocasiones anteriores. 2. Jeremías teme (v. 15) que el mensaje que le va a dar al rey no sirva para nada bueno: que el rey no haga caso al consejo que se le de y que, por otra parte, sólo sirva para poner en peligro la vida del profeta, especialmente conocida la debilidad del monarca, quien antes permitió que los príncipes hiciesen con Jeremías como les plugo. No es que Jeremías tuviese miedo de sellar con su sangre la verdad que proclamaba de parte de Dios, pero, al cumplir con nuestro deber, hemos de ser también prudentes como serpientes, como Jesús mandó, y usar los medios legítimos para preservar nuestra vida y servir a Dios y a nuestros semejantes. También Pablo invocó su condición de ciudadano romano cuando fue conveniente para proseguir su ministerio y poder presentar su caso ante el tribunal del emperador romano. Jeremías está dispuesto a darle al rey el consejo más sano, sin echarle en cara su falta de humanidad al permitir que le arrojasen a la cisterna. 3. Sedequías le garantizó, bajo juramento, que no le había de matar ni entregarle en manos de los príncipes (v. 16). Nótese la solemnidad del juramento del rey: «Vive Jehová que nos hizo esta alma …». Freedman lo explica del modo siguiente: «Dios es el que da la vida y el que la quita; así lo haga a Sedequías si quebranta su juramento». M. Henry comenta: «No me atrevo a quitarte la vida injustamente, ya que sé que entonces perdería el derecho a conservar la mía ante Aquel que es el Señor de la vida». 4. El buen consejo que Jeremías le dio al rey, basado en buenas razones, no de prudencia política humana, sino (v. 17) en el nombre de Jehová, Dios de las huestes, Dios de Israel. Como profeta, no como estadista, le aconseja que se rinda sin condiciones, así como la ciudad, en seguida a los príncipes del rey de Babilonia. Éste es el mismo consejo que había dado al pueblo (v. 2; véase también 21:9) de que se pasasen a los caldeos. Para persuadir al rey a aceptar su consejo, pone ante él el bien y el mal, la vida y la muerte. Si se rinde, salvará de la espada a sus hijos, y de las llamas a Jerusalén. Con sólo que reconozca la justicia de Dios, experimentará la misericordia de Dios (v. 17, al final): «Esta ciudad no será puesta al fuego, y vivirás tú y tu casa». Pero si resiste obstinadamente, será la ruina de su casa y la de la ciudad (v. 18). Éste es el caso de los
  • 141. pecadores con Dios: Si se rinden a su gracia, se salvan; si resisten a la gracia, se condenan. 5. La objeción que Sedequías puso al consejo de Jeremías (v. 19). Si hubiese tenido la debida consideración a la autoridad, al poder, a la sabiduría y la bondad de Dios, tan pronto conoció la mente de Jehová, se habría sometido inmediatamente sin poner objeciones, pero aquí aporta consideraciones personales de carácter humano: tiene miedo, no de los caldeos cuyos príncipes son hombres de honor, sino de los judíos que ya se habían pasado a los caldeos. Viene a decir: «Temo que cuando vean que sigo el mismo camino que ellos, después de haberme opuesto tanto a que se marchasen, se rían de mí y digan: ¿Tú también te has vuelto débil como nosotros? (Is. 14:10)». Aunque su prudencia humana le aconsejase obrar de otra manera, debería aventurarse a obedecer la palabra de Dios, para preservar así, tanto su vida y la de su familia como la integridad de Jerusalén a fin de que no sufriese mayor destrucción. 6. La apremiante importunidad con que Jeremías siguió adelante con el consejo que le había dado al rey. Le asegura que, si en esto se pliega a la voluntad de Dios, lo que temía no le sobrevendrá (v. 20): «No te entregarán. Escucha, es decir, obedece, te ruego, la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás». Le dice también cuáles serán las consecuencias si no obedece (vv. 21–23): «No escaparás (v. 23b) de sus manos (de las de los caldeos) como esperabas». También será responsable de la destrucción completa de Jerusalén (v. 23, al final): «y tú serás la causa de que esta ciudad sea incendiada (lit. “y tú quemarás con fuego esta ciudad”), pues con un poco de sumisión y abnegación habrías podido impedirlo». Sobre el versículo 22, dice Asensio: «En caso contrario (si no escucha la palabra de Dios), no ya los desertores, sino hasta las mujeres de su harén le despreciarán: en lúgubre procesión hacia los caldeos, las ve el profeta cantándole una elegía como al único responsable, que, miserablemente engañado por sus hombres de confianza, ha caído para siempre hundido en un fango mucho más degradante que el de la cisterna de Malaquías, a (v. 6)». 7. El interés que puso Sedequías en que nada se supiese de esta entrevista privada con Jeremías (v. 24): «Que nadie sepa estas palabras». No tiene nada que objetar al consejo de Jeremías y, con todo, no lo va a seguir. Sedequías quiere que se guarde el secreto, no tanto por la seguridad de Jeremías como por su propia reputación. Le dice a Jeremías cómo tiene que expresarse si los príncipes le fuerzan a explicar el motivo por el que ha venido a hablar con el rey (vv. 25, 26): Ha de decirles que vino únicamente a suplicar al rey que no le hiciese volver a casa de Jonatán el escriba. Así lo hizo él (v. 27), y no hay duda de que era verdad, aunque no era toda la verdad ni tenía ninguna obligación de decirla toda a los príncipes. CAPÍTULO 39 En este capítulo el profeta narra la tantas veces predicha caída de Jerusalén. I. Después de 18 meses de asedio, Jerusalén cayó en poder del ejército caldeo (vv. 1–3). II. Sedequías intentó escaparse, pero fue apresado y hecho cautivo del rey de Babilonia (vv. 4–7). III. La ciudad de Jerusalén fue incendiada hasta los cimientos, y el pueblo fue conducido al cautiverio, excepto los más pobres (vv. 8–10). IV. Los caldeos se portaron amablemente con Jeremías y lo tomaron a su cuidado (vv. 11–14). V. También Ébed- mélec, por el favor hecho al profeta, fue protegido por Dios en este día de desolación (vv. 15–18). Versículos 1–10 Al final del capítulo precedente (38:28) leemos que Jeremías quedó en el patio de la cárcel hasta el día en que fue tomada Jerusalén. Ni molestó más a los príncipes con sus predicaciones, ni ellos le molestaron más a él con sus persecuciones.
  • 142. 1. La ciudad vino por fin a caer por asalto de las tropas caldeas (vv. 1, 2). En el año noveno de Sedequías, en el mes décimo, comenzó el asedio de la ciudad, y en el undécimo año de Sedequías, en el mes cuarto (18 meses después), se abrió brecha en el muro de la ciudad. Los soldados judíos estaban tan débiles por el hambre tras de un asedio tan largo, que fueron impotentes para oponer ninguna resistencia. El pecado había provocado a Dios a retirar Su protección y, entonces, como Sansón después que le cortaron la cabellera, quedó tan débil como cualquier otra ciudad no santa. 2. Los príncipes del rey de Babilonia tomaron posesión de la puerta de en medio (v. 3), «probablemente, la puerta central en los muros de Jerusalén» (Freedman). Aquí hicieron cautelosamente una parada, sin atreverse aún a penetrar por entre grupos de hombres que quizás estarían dispuestos a vender muy cara su vida; más bien examinarían con cuidado todos los rincones, para no ser sorprendidos por alguna emboscada. Donde solían sentarse Elyaquim y Jilquiyah, que llevaban el nombre del Dios de Israel, se sientan ahora Nergal-sarétser y Samgar-nebó, etc., que llevaban los nombres de sus dioses paganos. Y ahora se cumplía lo profetizado por Jeremías (1:15): que vendrían de los reinos del norte y pondría cada uno su trono a la entrada de las puertas de Jerusalén. 3. Sedequías pensó que era la hora oportuna para ponerse a salvo y, cargado de miedo y de culpa, salió de noche de la ciudad (v. 4), creyendo que así no sería descubierto. Pero (v. 5) lo siguieron y lo alcanzaron en los llanos de Jericó. De allí lo llevaron prisionero a Riblá, donde el rey de Babilonia dictó la sentencia: Degolló a los hijos de Sedequías (v. 6) en presencia de éste (comp. con 38:23). Sedequías no tenía más de treinta y dos años entonces, y la muerte de sus hijos en tan tierna edad tuvo que equivaler para él a otras tantas muertes suyas, especialmente al considerar que su propia obstinación era la causa de ellas. A continuación, el rey de Babilonia le sacó los ojos (v. 7), con lo que condenó a la oscuridad de por vida a quien había cerrado los ojos a la clara luz de la Palabra de Dios, y le aprisionó con cadenas para llevarlo a Babilonia, donde había de pasar el resto de sus días en la más miserable condición. 4. Poco después los caldeos pegaron fuego a la ciudad, incendiando también (v. 8) la casa del rey y la casa del pueblo. Al seguir a la versión siríaca (v también 52:13; 2 R. 25:9), muchas versiones traducen las casas del pueblo. Freedman advierte que «el singular se usa en sentido colectivo». Los habitantes que aún quedaban (v. 9) fueron deportados a Babilonia por Nabuzaradán, capitán de la guardia. Marcharían centenares de kilómetros acarreados como bestias delante de los vencedores, que ahora eran sus crueles dueños, para estar a merced de ellos en tierra extraña. Unos pocos, los pobres del pueblo que no tenían nada y que nunca habían opuesto ninguna resistencia, fueron dejados en el país (v. 10) y el capitán de la guardia les dio viñas y heredades en aquel día. Los ricos habían sido opresores orgullosos, y ahora eran justamente castigados por sus injusticias; los pobres habían sido pacientes víctimas, y ahora eran benignamente recompensados por su mansedumbre. Versículos 11–18 1. Una benigna providencia para Jeremías. Nabucodonosor había dado orden de que se le tratase bien (vv. j, 12). Nabuzaradán (v. 13), Nabusazbán, que era el Rabsaris (vocablo que significa «jefe de los príncipes»), Nergal-sarétser, que era el Rabmag («jefe de los magos») y todos los jefes superiores del rey de Babilonia, sacaron (v. 14) a Jeremías de la prisión e hicieron todo lo necesario para que estuviese cómodo. (A) Esto fue un acto generoso de Nabucodonosor, al preocuparse de este pobre profeta. Fue una muestra de prudencia y honestidad dar la orden de libertarlo antes de que la ciudad fuese capturada. De parte de los capitanes, fue también un acto de
  • 143. generosidad observar la orden del rey en lo más recio de la operación militar, y queda registrado en las Escrituras para ser imitado. (B) También fue un duro reproche a Sedequías y a los príncipes de Israel, quienes metieron en la cárcel a Jeremías, mientras que el rey de Babilonia y sus príncipes lo sacaron de la cárcel. (C) El cumplimiento de la promesa de Dios a Jeremías, en recompensa de sus servicios: «Ciertamente te pondré en libertad para bien» (15:10). Jeremías había sido fiel a su misión profética, y ahora Dios se muestra fiel a la promesa que le había hecho. Los mismos que fueron instrumentos de Dios para castigar a los perseguidores, lo fueron también para soltar a los perseguidos; y Jeremías nunca pensó que su liberación fuese de mal signo por venir de manos del rey de Babilonia, sino que vio tanto más la mano de Dios en ello. 2. Un benigno mensaje para Ébed-mélec, asegurándole una recompensa por el buen trato que había dado a Jeremías y el gran favor que le había prestado. Había aliviado a un profeta en el nombre de profeta, y así recibía ahora recompensa de profeta. Jeremías le dice que Dios iba a traer de cierto sobre Jerusalén la ruina con la que por largo tiempo la había amenazado (vv. 15, 16), y así tendría la satisfacción de ver que Jeremías era verdadero profeta del Dios verdadero, puesto que se cumplía puntualmente su profecía. En cuanto a él mismo, aquí (vv. 17, 18) está la promesa de Dios de que había de ser librado de la común calamidad: «Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová … Porque ciertamente te libraré, etc.». Ébed-mélec había sido el instrumento humano para sacar de la cisterna al profeta de Dios, y ahora Dios promete librarle a él, «porque pusiste tu confianza en mí, dice Jehová» (v. 18, al final). Ébed-mélec confió en que Dios le reconocería y estaría de su parte, con lo que no tuvo miedo a los hombres. Y todos los que confían en Dios, como lo hizo este buen hombre, en el camino del deber, hallarán que su esperanza no les avergüenza en las horas de mayor peligro y en tiempos de la mayor calamidad. CAPÍTULO 40 En este capítulo, y en los cuatro siguientes, tenemos la triste historia de aquellos pocos judíos que fueron dejados en el país después que sus hermanos fueron deportados a Babilonia. Pronto quedó patente que estaban tan obstinados en el pecado como siempre, sin ser humillados ni reformados, pues carecían de arrepentimiento. I. Un informe más detallado del descargo de Jeremías y de su posterior acomodación con Gedalías (vv. 1–6). II. Los judíos que habían quedado dispersos por el país, así como los que estaban en los países vecinos, acuden a ponerse al amparo de Gedalías, a quien el rey de Babilonia había puesto por gobernador de la tierra (vv. 7–12). III. Traición de Ismael contra Gedalías (vv. 13–16). Versículos 1–6 En estos versículos tenemos a Jeremías acogiéndose al amparo de Gedalías por consejo de Nabuzaradán. Ya vimos (39:3, 14) cuán honorablemente había sido sacado el profeta del patio de la cárcel por manos de los príncipes del rey de Babilonia; pero, al haber sido hallado después entre los demás del pueblo en la ciudad, cuando se dieron órdenes a los oficiales inferiores de maniatar a cuantos hallasen, a fin de llevarlos cautivos a Babilonia, también él, por ignorancia y equivocación ajenas, fue atado entre los demás y comenzó a ser deportado. Pero, al llegar los cautivos, así maniatados, a Ramá, pronto fue reconocido Jeremías y soltado. 1. El capitán de la guardia le reconoce solemnemente como a verdadero profeta (vv. 2, 3): «Jehová tu Dios habló, por medio de ti, contra este lugar; les habías advertido amorosamente, pero ellos no quisieron recibir la admonición, y lo ha traído y hecho Jehová según lo había dicho por tu boca y lo ha llevado a cabo por nuestras manos». Y
  • 144. este pagano les dice a todos los que estaban encadenados delante de él (v. 3b): «Porque pecasteis contra Jehová, y no atendisteis a su voz, por eso os ha venido esto». Los príncipes de Israel no estaban dispuestos en forma alguna a reconocer esto, pero este príncipe pagano lo ve claramente. 2. Luego da suelta al profeta para que disponga de sí como le plazca (v. 4): «Y ahora, mira, te suelto hoy de las cadenas que tenías en tus manos», le dice a Jeremías. A continuación le invita a ir con él a Babilonia, donde estaría bien cuidado; pero, si prefiere quedarse en su país, puede establecerse donde mejor le parezca (v. 4, al final): «Mira—le dice—, toda la tierra está delante de ti; ve adonde mejor y más cómodo te parezca ir». 3. Le aconseja que se vaya al lugar donde estaba Gedalías (v. 5). El comienzo del versículo 5 dice literalmente según el original hebreo: «Y (mientras) todavía no se había vuelto (Jeremías). Vuélvete entonces a Gedalias, etc.». Dice Freedman: «El hebreo es gramaticalmente extraño y forma una frase cortada. Quizás el sentido sea el siguiente: Jeremías interrumpió a Nabuzaradán con la observación de que no deseaba volver (presumiblemente a Jerusalén); por lo que el capitán de la guardia, al percatarse, por la actitud de Jeremías, de que éste no deseaba acompañarle a Babilonia, le propuso que se fuera con Gedalías». 4. No sólo le dio Nabuzaradán libertad y aprobación para que escogiera el camino que mejor le pareciese, sino que también le proveyó de lo más necesario (v. 5, al final): «Le dio provisiones y un presente, en ropa o en dinero, y le despidió». Jeremías aceptó el presente, siguió el consejo que le había dado y se fue a Mizpá (v. 6) a Gedalías y habitó con él. La cosa no le resultó tan cómoda como parecía. No obstante, es de alabar e imitar su piadoso afecto a la tierra de Israel, pues no quiso abandonarla, ya que prefirió vivir con los pobres en la tierra santa, más bien que morar con príncipes en un país impío. Versículos 7–16 1. Se abren claros los cielos sobre el remanente de los judíos que habían sido dejados en su país, y se percibe una perspectiva de paz y tranquilidad después de los muchos años de aflicción y terror. La divina providencia parecía infundir y alentar tal expectación, que podía ser para este pueblo tan abatido como vida de entre los muertos. (A) Gedalías, uno de ellos, es nombrado gobernador de la tierra (v. 7b), puesto por el rey de Babilonia. Era hijo de Ajicam, el hijo de Safán (v. 9), uno de los príncipes. Su padre (26:24) se puso de parte de Jeremías contra el pueblo. Parece que había sido un hombre de gran sabiduría y temperamento apacible y que, bajo su gobierno, los pocos que habían quedado podrían haber sido muy dichosos. (B) Todos los que eran ahora los judíos de la dispersión vinieron a ponerse bajo su gobierno y protección. Los hombres de pro que habían escapado de los caldeos vinieron y se sometieron pacíficamente a Gedalías. Se mencionan aquí (v. 8) varios. Vinieron «ellos y sus hombres» (v. 8, al final), esto es, sus criados y sus soldados. El rey de Babilonia tenía tan buena opinión de Gedalías, que no le daba celos el incremento de estas fuerzas; más bien parece que le complacía eso. Los pobres hombres que habían huido a refugiarse en los países limítrofes tales como Moab, Amón y Edom, fueron incitados por el amor que le tenían a su país a regresar a él tan pronto como oyeron que Gedalías había sido encargado del gobierno allí (vv. 11, 12). Dios se acordó de la misericordia y admitió algunos de ellos tras una ulterior prueba de su obediencia. (C) El modelo de este nuevo gobierno está diseñado y establecido mediante un contrato original (v. 9). «Venid, les dice Gedalías; no tengáis temor de servir a los caldeos». Aunque la ley de Dios les había prohibido hacer alianzas con los paganos, la sentencia de ese mismo Dios les había obligado a rendirse al rey de Babilonia, por lo
  • 145. que no era ninguna vergüenza para nadie el obedecerle. «No temáis las consecuencias de ello—viene a decirles Gedalías—. Si queréis vivir en paz, no hay más que hacer; no molestéis al gobierno, y el gobierno no os molestará. Servid al rey de Babilonia, y os irá bien» (v. 9, al final). (D) Probablemente bajo órdenes del rey de Babilonia, Gedalías trata en todas las ocasiones de actuar a favor de ellos (v. 10): «En cuanto a mí, heme habitando en Mizpá (lit.), para estar delante de los caldeos que vendrán a nosotros, para rendirles homenaje en nombre de toda la comunidad si se presenta la ocasión, para recibir órdenes y para pagar el tributo que les debemos». Gedalías les asegura bajo juramento (v. 9) que les protegerá, pero, al ser caritativo, no les exige a ellos bajo juramento que le sean fieles; si lo hubiese exigido, quizás podría haber sido evitada la traición que veremos después. Aunque sus tierras son, de derecho, de los caldeos, ellos tendrán, no obstante, pleno usufructo de ellas (v. 10): «mas vosotros tomad el vino, los frutos del verano y el aceite, y haced uso de ellos; ponedlos en vuestros almacenes (lit. en vuestras vasijas) para el resto del año, como quienes viven en un país de paz y esperanza para comer del fruto de sus labores». (E) De acuerdo con estas instrucciones de Gedalías, ellos recogieron vino y abundantes frutos (v. 12, al final). El vocablo hebreo da a entender que eran frutos de verano, no la cosecha de cereales, pues el desastre había tenido su culminación en el quinto mes (2 R. 25:8), es decir, hacia comienzos de agosto; pero quedaba aún la vendimia y las frutas de verano, pues «evidentemente, los babilonios no habían talado las cepas ni los árboles» (Freedman). Gedalías les permitió que disfrutasen de la abundante cosecha y, por lo que parece, no les exigió ningún tributo, pues no buscaba su propio provecho. 2. Se cierne luego una negra nube sobre este gobierno que está aún en la infancia, y les amenaza una terrible tormenta. Baalís, rey de los amonitas, odiaba a Gedalías y tramaba darle muerte, ya fuese por encono contra los judíos o por resentimiento personal contra Gedalías (v. 14). Dice Freedman: «Su motivo era probablemente impedir la rehabilitación del país inaugurada por Gedalías, a fin de que Judea sucumbiese como fácil víctima ante sus propios planes expansionistas». Podría esperarse que este pequeño remanente estuviese a salvo bajo la protección del gran rey de Babilonia; sin embargo, es arruinado por los esbirros de este insignificante reyezuelo. Dichosos son los que tienen de su parte al Rey de reyes, pues el más poderoso rey de la tierra no puede asegurarnos contra la traición. Baalís usó, como instrumento de sus planes asesinos, a Ismael, hijo de Netanías (v. 14; ya salió en el v. 8), instigándole primero a que se enrolase entre los súbditos de Gedalías y le prometiese lealtad. Ismael era de la descendencia real (41:1) y, por tanto, fácilmente podía verse tentado a matar a quien había sido puesto por gobernador de Judá sin ser del linaje de David. Johanán (vv. 13, 15), hombre activo y conocedor de este complot, informó a Gedalías de lo que se tramaba y le ofreció sus servicios para impedirlo: «¿Por qué te ha de matar, etc.?» Pero Gedalías, hombre sincero a carta cabal, no sospechó nada y no quiso dar crédito a las palabras de Johanán (v. 16) y le dijo: «No hagas esto, porque es falso lo que tú dices de Ismael». Muchos son los que se han arruinado por confiar demasiado en la fidelidad de quienes les rodeaban. CAPÍTULO 41 Muy trágica es la historia que se relata en este capítulo, y muestra que el mal persigue a los pecadores. La nube negra estalla en terrible tormenta. Los pocos judíos que habían escapado de ir al cautiverio estaban orgullosos al pensar que todavía se hallaban en su propio país y seguros bajo la protección de Gedalías, pero: I. Gedalías es bárbaramente asesinado por Ismael (vv. 1, 2). II. Igualmente son asesinados todos los
  • 146. judíos que estaban con él (v. 3) y sus cadáveres son arrojados a una cisterna (v. 9). III. Algunos hombres piadosos, en número de ochenta, que se dirigían a Jerusalén, fueron atraídos con engaño por Ismael y asesinados igualmente (vv. 4–7), escapando solamente diez de ellos (v. 8). IV. Los que escaparon de la espada fueron hechos prisioneros por Ismael y transportados hacia el país de los amonitas (v. 10). V. Son recuperados los prisioneros por la conducta y la bravura de Johanán, quien se convierte ahora en su comandante en jefe (vv. 11–16). VI. Su plan es llevarlos al país de Egipto (vv. 17, 18). Versículos 1–10 Se nos refiere aquí la obra vil, bárbara y sangrienta que llevaron a cabo hombres que por su nacimiento deberían haber sido personas de honor y por su religión personas justas; y esto lo hicieron con hombres de su propia nación y religión, y hermanos suyos en la aflicción, sin ser provocados—todo ello a sangre fría. 1. Ismael y sus esbirros mataron primeramente a Gedalías a traición. El rey de Babilonia había hecho a Gedalías gobernador de la tierra (v. 2, al final). Dios le había hecho buena persona y gran bendición para su país. Ismael era de la descendencia real (v. 1) y, por ello, celoso de la creciente grandeza de Gedalías. Tenía consigo diez hombres (v. 2). La versión más probable de las frases centrales del v. 1 es como sigue: «… de la descendencia real y de los principales (oficiales) del rey, y diez hombres de él..». (lit.). Freedman da también como posible la versión que aparece en nuestra RV, aunque (es opinión del traductor) esto último proyecta cierta oscuridad sobre el versículo 2 (¿qué hacían allí esos «príncipes del rey»?) Estos hombres (v. 40:8, al final) se habían puesto bajo la protección de Gedalías, junto con Ismael. Vinieron ahora también con él, y todos ellos comieron pan juntos allí en Mizpá (v. 1, al final). Pasaban por amigos de Gedalías y no dieron ninguna indicación por la que él tuviese que ponerse en guardia. Y éstos que comieron pan con él, levantaron contra él el calcañar. Buscaron una oportunidad y, cuando le tuvieron a él solo, le asesinaron (v. 2). 2. Igualmente pasó Ismael a cuchillo a todos los que estaban allí al servicio de Gedalías, tanto judíos como caldeos (v. 3). Los viñadores y los labradores estaban ocupados en los campos y no se apercibieron de la terrible matanza, tan astutamente planeada. 3. Algunos hombres honestos, que se dirigían a Jerusalén a fin de hacer lamentación allí por las desolaciones de la ciudad, fueron también asesinados. 4. Venían (v. 5) de Siquem, de Siló y de Samaria, lugares que habían sido famosos, pero ahora estaban reducidos a poco menos que nada. Iban a la casa de Jehová, el templo de Jerusalén, a pagar sus respetos a las cenizas del santuario. Llevaban en las manos ofrenda e incienso, para no presentarse con las manos vacías, con lo que mostraban así su buena voluntad, aunque el altar había dejado de existir. Iban con la barba rapada, harapientos y arañados, señales de duelo todas éstas. Pero iban a caer en una trampa fatal por la malignidad de Ismael, quien seguramente les odiaba por la devoción que mostraban y el objetivo que les llevaba a Jerusalén. (B) Ismael les salió al encuentro (v. 6) con lágrimas de cocodrilo, y fingió que lamentaba, tanto como ellos, las desolaciones de Jerusalén; y para probar qué actitud adoptaban con respecto a Gedalías y su gobierno, les sonsacó lo suficiente para ver que le tenían respeto, lo que le confirmó en la resolución que había tomado de asesinarlos. Les dijo: «Venid a Gedalías, hijo de Ajicam», como si le agradase que se presentasen al gobernador y se pusieran a sus órdenes, cuando lo que de veras intentaba era darles muerte. (C) Cuando los tuvo en medio de la ciudad (v. 7), cayó sobre ellos Ismael y los degolló. Echó los cadáveres de estos hombres, así como los demás cadáveres de los otros hombres que había asesinado anteriormente, en una gran cisterna (v. 7b), la misma
  • 147. que Asá rey de Judá había cavado (v. 9) en otro tiempo para que le sirviese de guarnición y barrera con que prevenirse de Baasá rey de Israel. Entre estos últimos que fueron sentenciados a muerte por Ismael hubo diez que obtuvieron indulto al aprovecharse de la codicia de los que les tenían a merced de ellos, pues le dijeron a Ismael (v. 8): «No nos mates; porque tenemos en el campo escondites de trigo, cebada, aceite y miel». Este anzuelo surtió su efecto. Ismael les perdonó la vida, no por compasión, sino por codicia. Freedman sugiere también otro posible motivo para esta matanza: «Mantener secreto, tanto tiempo como fuese posible, el asesinato de Gedalías». 4. Después se llevó cautivo a todo el resto del pueblo que estaba en Mizpá (v. 10). Las hijas del rey (no literalmente, sino las damas de la corte) y los pobres del país, labradores y viñadores, que habían sido encomendados al cargo de Gedalías, fueron todos llevados prisioneros al país de los amonitas. Estos prisioneros pensarían: De seguro que ha pasado ya la amargura de la muerte (1 S. 15:32b); no obstante, algunos fueron pasados a cuchillo, y otros murieron en cautiverio. Nunca se está del todo seguro en este lado de la vida terrena, pues no son pocos los navíos que naufragan junto al puerto. Sobre esta acción de Ismael comenta Freedman: «Parece imposible que hiciese todo esto con sólo diez hombres. Por fuerza hubo de tener una banda mucho más numerosa, pero tomó consigo solamente diez cuando fue a ver a Gedalías, a fin de no suscitar sospechas». Versículos 11–18 1. Todo hubiese marchado bien si Johanán, cuando informó de la traición de Ismael a Gedalías, se hubiera quedado con éste, ya que él y las fuerzas con que contaba podían haber servido de guardaespaldas a Gedalías, pero parece ser que estaban en alguna expedición cuando deberían haber estado donde más se las necesitaba. Los que andan siempre correteando de un lugar a otro están con frecuencia fuera de su lugar cuando más falta hacen. 2. Por fin (v. 11) oyeron todos los crímenes que había hecho Ismael. Johanán sólo consiguió rescatar los cautivos. Reunió sus fuerzas (v. 12) y fueron a pelear contra Ismael. Le alcanzaron junto al gran estanque que está en Gabaón, del que leemos en 2 Samuel 2:13. Al ver venir esta tropa, cobardeó Ismael y no se atrevió a presentar batalla. Los pobres cautivos que estaban con Ismael se alegraron cuando vieron a Johanán y a todos los capitanes de guerra que estaban con él (v. 13), reconociéndoles como a libertadores suyos, y hallaron el modo de darse la vuelta (v. 14) para irse al lado de Johanán, sin que Ismael intentase detenerles. 3. Soltó Ismael su presa para salvar la vida, y escapó con ocho hombres (v. 15). Parece ser que dos de sus diez hombres, de los que eran sus esbirros y matones, le desertaron. Él se marchó al país de Amón y ya no sabemos más de él. La decisión de Johanán y de los que estaban con él fue demasiado precipitada; sólo se les ocurrió dirigirse a toda prisa a Egipto (v. 17) y, para ello, acamparon por algún tiempo en Guerut-Quimham, que significa «habitación de Quimham», cerca de Belén, la ciudad de David. Aquí puso Johanán su cuartel general, antes de entrar en Egipto, ya fuese por afecto personal a este país o por tener alguna confianza en los egipcios. Parece ser que habían escapado algunos hombres de guerra; a éstos los tomó Johanán, junto con las mujeres, los niños y eunucos que había recobrado de Ismael. CAPÍTULO 42 12 12 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.869
  • 148. Uno de los que van con Johanán es el profeta Jeremías. I. Johanán y los suyos le piden un mensaje de parte de Dios para que les oriente en aquella hora (vv. 1–6). II. El mensaje de Jehová es que no vayan a Egipto, sino que se queden en el país a merced del rey de Babilonia (vv. 7–18). III. Al verles resueltos a no obedecer la palabra de Dios, Jeremías confirma las amenazas de Dios (vv. 19–22). Versículos 1–6 Jeremías había escapado de la espada de Ismael, y no era la primera vez que Dios le había escondido. Lo buscan ahora y vienen, todos ellos (v. 1), a preguntar a Dios, por medio de él, qué es lo que deben hacer (vv. 2, 3). 1. Desean que ore por ellos a Jehová para obtener de Dios la guía y dirección que necesitan en esta crítica coyuntura (vv. 2, 3). Se expresan con gran respeto hacia el profeta. Aunque era pobre y de baja condición social, acuden humildemente a él y le imploran su ayuda (v. 2): «Acepta ahora nuestro ruego delante de ti …». Le lisonjean de este modo para persuadirle a que diga lo que ellos quieren que diga (v. 2b): «… y ruega por nosotros, pues no sabemos cómo orar a Jehová tu Dios, pues nosotros somos indignos de llamarle nuestro, y no podemos esperar obtener de Él ningún favor». Hablan de sí mismos como objeto de piedad y compasión: pues de muchos hemos quedado unos pocos, como puedes ver». Como si dijesen: «Somos tan pocos que fácilmente nos pueden devorar. Tus ojos nos ven (lit.) en el apuro en que nos hallamos; si puedes hacer algo, ayúdanos. Que Jehová tu Dios tome en sus manos estas ruinas y (v. 3) nos enseñe el camino por donde vayamos, en el que podemos esperar que nos acompañe Su presencia, y lo que hemos de hacer, el curso que hemos de tomar para nuestra seguridad». 2. Jeremías promete fielmente orar por ellos y comunicarles el mensaje de Dios, sin ocultarles nada (v. 4), tan pronto como Dios le haya hablado. Aunque ellos le habían tenido en poco hasta ahora, tampoco él (comp. con 1 S. 12:23, donde también vemos a Samuel menospreciado) pecará contra Jehová dejando de orar por ellos, sino que orará por ellos y les declarará todo el consejo de Dios. 3. Ellos le prometen que se atendrán a la voluntad de Dios (vv. 5, 6) tan pronto como la conozcan. Ahora llaman a Dios (v. 6) «nuestro Dios», ya que Jeremías les había animado a ello al decir «voy a orar a Jehová vuestro Dios» (v. 4). Prometen que obedecerán la voz de Dios, sea cual sea la respuesta que Dios de («conforme a todo el mensaje que Jehová tu Dios te de para nosotros», v. 5). Añaden (v. 6) que lo cumplirán «ya sea bueno, ya sea malo» (lit.), es decir, ya sea agradable o desagradable. Por desagradable que parezca, lo que Dios ordena para nosotros es también lo mejor para nosotros y no hemos de discutirlo, sino aceptarlo y cumplirlo. Así responden ellos de boca, pero con corazón insincero, como veremos. Piensan que Dios va a responder como a ellos les gusta y por eso hablan tan sumisamente. Versículos 7–22 Respuesta que Jeremías ha de dar a los que le habían rogado que buscase la dirección de Dios para ellos. I. Jeremías no recibió respuesta de Dios hasta que no pasaron diez días (v. 7). Quizá quería Dios tenerles en suspenso por tanto tiempo para castigarles por su hipocresía o, más probable, para mostrar que el profeta no hablaba de sí mismo, según lo que a él le parecía, sino que había de esperar a que Dios le instruyese. II. Cuando, por fin, le habló Dios, comunicó públicamente el mensaje, tanto a los capitanes como al pueblo (v. 8), y les dijo plena y fielmente todo lo que Dios le había comunicado a él. Lo que iba, pues, a decirles era (v. 9): «lo que ha dicho Jehová Dios de Israel», a quien le habían pedido que orase por ellos.
  • 149. 1. La voluntad de Dios es que se quedasen donde estaban (v. 10), con la promesa de que les irá bien si así lo hacen. Sus hermanos habían sido llevados al cautiverio; es un favor para los que han quedado el que se estén donde se les permitió que fuesen dejados. Dios expresa un interés lleno de ternura por ellos (v. 10c): «porque estoy arrepentido del mal que os he hecho». No quiere decir que cambie de plan, sino que está presto a cambiar ahora de ruta y volverse a ellos en Su misericordia. 2. Contesta a la objeción que tenían contra el quedarse en el país (v. 41:18: «pues temían a los caldeos»), no fuese que vinieran y se vengasen en ellos de la muerte de Gedalías y de los que con él estaban, aunque era cierto que ellos no habían tomado parte en aquellas muertes. «No temáis al rey de Babilonia—les dice (v. 11)—; no le temáis— repite—, porque con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano». Si el Dios de Israel, omnipotente y amoroso, está de parte de ellos, ¿quién podrá hacerles daño? 3. Les asegura que, si se quedan en el país, no sólo estarán a salvo del rey de Babilonia, sino que serán dichosos con el Rey de reyes, pues Él (v. 10) los edificará y los plantará (comp. con 24:6; 31:28; 33:7; Ez. 36:36), les hará echar raíces de nuevo en su tierra y ser el nuevo fundamento de un renovado Estado, un reino-fénix, resucitado de las cenizas del pasado. Dios les mostrará Su misericordia en que el rey de Babilonia, no sólo no los destruirá, sino que (v. 12) tendrá compasión de ellos y les ayudará a establecerse de nuevo en el país. Dios hace que nuestro deber sea realmente un privilegio, y que nuestra obediencia lleve consigo la recompensa. 4. De ninguna manera deben pensar en ir a Egipto precisamente, de entre todas las demás naciones, pues fue de allí de donde Dios sacó a sus antepasados. Además, les ha dicho con frecuencia que no hagan pacto ni alianza con tal país. (A) Si comienzan a decir (v. 13): «No moraremos en esta tierra, ni aunque Dios se comprometa a protegernos, sino que (v. 14) entraremos en la tierra de Egipto … y allí moraremos», al ser así que la orden de Dios es que no vayan a Egipto, lo van a pasar muy mal (vv. 15 y ss.). (B) Se advierte que tienen el corazón puesto en marchar a Egipto a vivir allí, por los motivos que alegan (v. 14): «en la cual (la tierra de Egipto) no veremos guerra, cuyos resultados ya hemos visto, ni oiremos sonido de trompeta, que hace desmayar el corazón, ni padeceremos hambre de pan, que también lo hemos experimentado por largo tiempo en esta tierra». (C) La sentencia que se cierne sobre ellos por su pecado, si persisten en su resolución de marchar a Egipto (v. 17). Dios mismo les dice (vv. 15, 16): «Pues bien, en este caso, oíd palabra de Jehová, remanente de Judá los que creéis que, porque sois un resto pequeño (v. 2), vais a ser perdonados, ¿tenéis miedo de la espada y del hambre? Pues esos castigos precisamente son (v. 17) los que os perseguirán y en Egipto os alcanzarán. ¿Pensáis que, por haber estado esta tierra por mucho tiempo bajo la espada y el hambre, ya están ligadas a ella estas calamidades? No es así, sino que si confiáis en Dios, Él puede hacer de esta tierra un país de completa paz para vosotros». (D) Los que se vayan a Egipto en contra de la explícita voluntad de Dios, al pensar que escapan allí de la espada y del hambre, en Egipto «morirán a espada, de hambre y de pestilencia» (v. 17). ¿Les asustaban las desolaciones de Jerusalén? ¿Querían marchar tan lejos de ellas como pudieran? En Egipto se hallarán también con la segunda parte de ellas (v. 18). Cuando los que profesan pertenecer al pueblo de Dios se unen a los infieles y les hacen la corte, pierden toda su dignidad y se hacen a sí mismos objeto de execración y de espanto, de maldición y de afrenta (v. 18, al final). 5. Dios conocía la hipocresía con que le habían preguntado y que estaban resueltos a seguir el camino que más les agradaba; por tanto, ahí tienen la sentencia. El profeta declara solemnemente que les ha comunicado con toda fidelidad el mensaje de Dios (v.
  • 150. 19). La conclusión de todo el asunto es: «No vayáis a Egipto; desobedeceréis la orden de Dios si os vais; sabed ciertamente que os lo aviso hoy; no podéis alegar ignorancia de la mente de Dios». 6. Jeremías les acusa de vil disimulo en la súplica que le hicieron para que pidiese a Dios instrucciones con respecto al camino que habían de tomar (v. 20): «Porque estáis obrando engañosamente contra vuestras almas. Estáis diciendo una cosa, y sentís otra; hacéis promesas y no las cumplís … Ahora, pues (v. 22), sabed de cierto que moriréis a espada, de hambre y de pestilencia en el lugar donde deseáis entrar para morar allí». Las amenazas de Dios pueden ser despreciadas, pero no pueden ser anuladas por la incredulidad de los hombres. CAPÍTULO 43 Jeremías había comunicado fielmente su mensaje de parte de Dios. Vemos aquí: I. El desprecio que el pueblo muestra hacia su mensaje, pues niegan que sea palabra de Dios (vv. 1–3). II. Se marchan a Egipto y se llevan consigo a Jeremías (vv. 4–7). III. Dios los persigue con otro mensaje, y les predice que el rey de Babilonia los va a perseguir hasta Egipto (vv. 8–13). Versículos 1–7 Lo que dijo Dios de los constructores de la torre de Babel puede aplicarse a este pueblo (Gn. 11:6b): «… y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer». Se sienten atraídos hacia Egipto, y allá se van, diga Dios lo que quiera. Jeremías les hizo oír todo lo que tenía que decirles, pues era lo que Jehová el Dios de ellos le había ordenado que les dijese, y lo van a tener todo. 1. Niegan que lo que Jeremías dice sea mensaje de Dios (v. 2): «… y Johanán … y todos los varones soberbios dijeron a Jeremías: Mentira dices». La causa de su desobediencia fue el orgullo. Eran unos orgullosos los que acusaron de mentira a Jeremías. No podían aguantar que nadie llevase la dirección de sus asuntos, ni siquiera la sabiduría ni la voluntad de Dios. O es que no estaban convencidos de que lo dicho por el profeta fuese palabra de Dios, o, si lo estaban, no querían reconocerlo públicamente. Pero, ¿no habían consultado a Jeremías como a verdadero profeta de Jehová? ¿No esperaban recibir instrucciones de Dios por medio de él? ¿Y no había mostrado Dios que Jeremías era verdadero profeta? No pensaban mal de Jeremías, pero insinúan aquí que (v. 3) «Baruc—dicen—te incita contra nosotros». Si Jeremías y Baruc tuviesen tanto afecto a los caldeos, según ellos piensan, se habrían ido a Babilonia con Nabuzaradán, y no se habrían quedado a compartir la mísera suerte de este despreciado, exiguo e ingrato remanente. Si Baruc abrigaba tan viles pensamientos contra ellos, ¿cómo podían pensar que Jeremías se hubiese dejado influir por él hasta el punto de hacer del nombre de Dios una autoridad para patrocinar un designio tan villano? 2. De todos modos, deciden marcharse a Egipto. Resuelven no quedarse en tierra de Judá (v. 4, al final), como les había ordenado Dios, sino marchar, por consentimiento unánime, al país de Egipto. Los que habían venido de todas las naciones donde habían sido echados, para morar en tierra de Judá, por sincero afecto hacia esta tierra, no iban a ser dejados en libertad, sino que fueron forzados a ir con los orgullosos líderes a Egipto (vv. 5 y ss.); «… hombres, mujeres y niños …» (v. 6). Forzaron incluso a Jeremías el profeta y a su secretario Baruc a marchar a Egipto con ellos. «Y llegaron (v. 7, al final) hasta Tafnes (hebr. Tajpanjés)», famosa ciudad de Egipto, que debía su nombre a una reina del mismo nombre (v. 1 R. 11:19). Allí había una casa de Faraón, «palacio real o simple edificio público» (Asensio). Si hubiesen tenido verdadero espíritu de israelitas, habrían preferido vivir en el desierto de Judá antes que en las más pomposas y populosas ciudades de Egipto.
  • 151. Versículos 8–13 Tenemos ya a Jeremías en Tafnis, entre idólatras egipcios y traidores israelitas, pero también allí recibió palabra de Jehová, que le vino a él (v. 8). Dios puede visitar a los suyos, compasivo o justiciero, dondequiera que estén. El espíritu de profecía no estaba confinado al país de Israel. Cuando Jeremías se vio forzado a marchar a Egipto, Dios no le retiró su gracia ni su Espíritu. Y, por tanto, siguió comunicando al pueblo lo que había recibido de Jehová. Dos fueron los mensajes (uno en este capítulo, otro en el siguiente) que recibió Jeremías, cuando estaba en Egipto, precisamente acerca de Egipto: el del presente capítulo, para predecir la destrucción de Egipto; el del capítulo siguiente, para reprender a los israelitas que moraban en Egipto. Dios les había dicho que, si se dirigían a Egipto, allá los perseguiría la espada; aquí les dice que los va a perseguir la espada de Nabucodonosor. 1. Esto les es predicho mediante una señal. Jeremías ha de tomar (v. 9) unas piedras grandes y cubrirlas de barro en el cimiento del pavimento que está a la entrada de la casa de Faraón (versión más probable). El egiptólogo Flinders Petrie (citado por Freedman) asegura haber hallado, en una de sus excavaciones, exactamente lo que aquí se dice. Egipto era famoso por su industria de ladrillos (Éx. 5:7). El cimiento de las desolaciones de Egipto fue dejado en ese pavimento de ladrillos y en aquel barro con que cubrió Jeremías las grandes piedras «a vista de los hombres de Judá», como se le había mandado, a fin de que, ya que no pudo impedir que se marcharan a Egipto, pudiese traerlos al arrepentimiento de haberse marchado a Egipto. 2. Lo que se predice es: (A) El actual rey de Babilonia, Nabucodonosor, había de venir en persona contra el país de Egipto y había de poner su trono sobre esas piedras precisamente que Jeremías había puesto allí (v. 10). Se predice en particular esta circunstancia a fin de que, cuando se cumpliese la profecía, pudiesen convencerse de la certeza que hay en la presciencia divina acerca de los detalles más insignificantes. Dios llama, una vez más, mi siervo a Nabucodonosor, porque también aquí será el ejecutor de los designios de Dios. (B) Nabucodonosor hará perecer a muchos egipcios, y los tendrá todos a merced suya (v. 11): «Y vendrá y asolará la tierra de Egipto, matando a los que bien le parezca, y llevándose cautivos cuantos desee». (C) También destruirá los ídolos de Egipto: los templos y las imágenes de los dioses de aquel país (v. 12): «Y pondrá fuego a los templos de los dioses de Egipto … Además (v. 13) quebrará las estatuas de Betsemes (hebr. Beth-shémesh, que significa “casa del sol”)». El rey de Babilonia era él mismo un gran idólatra y tenía sus templos y sus imágenes dedicados al sol. No obstante, es usado para destruir los ídolos de Egipto. (D) Se hará el amo del país (v. 12b). La segunda parte de este versículo 12 puede traducirse de dos maneras según el significado que se le de al verbo hebreo atah. Si se traduce por limpiar, la idea es que no dejará nada (se lo llevará todo) del país de Egipto, «como el pastor espulga su capa» (Asensio). Si se traduce por cubrir o envolver, la idea es enrollar algo para llevárselo. Esta es la interpretación seguida por Freedman y (al cambiar un poco el sentido del verbo) preferida por Asensio: Envolverá (o se envolverá en—Asensio—) la tierra de Egipto «con la misma facilidad con que un pastor dobla su capa y se marcha» (Freedman). El sentido general es claro y no varía sea cual sea el significado que se de al verbo hebreo. La última frase del versículo 12 («y saldrá de allí en paz») quiere decir que saldrá de allí para su tierra sin que nadie se lo impida ni le moleste. Esta destrucción de Egipto a manos del rey de Babilonia se predice también en Ezequiel 29:19; 30:10. CAPÍTULO 44
  • 152. I. Un sermón avivador que Jeremías predica a los judíos en Egipto, reprendiéndoles de su idolatría (vv. 1–14). II. El desprecio con que el pueblo recibió esta amonestación, y la resolución que tomaron de seguir con sus idolatrías, a pesar de las advertencias de Dios y de Jeremías (vv. 15–19). III. La sentencia pronunciada contra ellos: Todos ellos, con excepción de un pequeño número, perecerán en Egipto; y, como una señal o arras de esto, el rey de Egipto había de caer en breve en manos del rey de Babilonia, con lo que ya no podría protegerles por más tiempo (vv. 20–30). Versículos 1–14 Los judíos que habían marchado a Egipto estaban ahora dispersos por varias partes del país: «en Migdol, en Tafnes, en Nof y en tierra de Patrós» (v. 1). Es Baruc el que redacta lo que sigue y, por eso, dice: «La palabra que vino a Jeremías acerca de todos los judíos que moraban en la tierra de Egipto». 1. Dios les trae a la memoria las desolaciones de Judá y Jerusalén, que los fugitivos parecían haber olvidado (v. 2): «Vosotros habéis visto todo el mal que traje sobre Jerusalén, etc.». Como si dijese: «Ya visteis la deplorable condición en que se hallan Judá y Jerusalén; ¿vais a considerar ahora de dónde proceden todas esas desolaciones? De la ira de Dios; fue Su enojo el que se encendió en las ciudades de Judá … y fueron puestas en soledad y en destrucción» (v. 6). 2. Les trae también a la memoria los pecados que ocasionaron esas desolaciones de Judá y Jerusalén. Fue «a causa de la maldad que ellos cometieron para enojarme» (v. 3), al honrar a falsas deidades con el honor que se debe únicamente al verdadero Dios. Abandonaron al Dios que era conocido entre ellos, para rendir culto a dioses ajenos que ellos no habían conocido, ni ellos ni vosotros ni vuestros padres, sin poder presentar ningún motivo por el que hacer ese extraño cambio: el único Dios verdadero por unas invenciones de impostores. 3. Asimismo les trae a la memoria los frecuentes y amables avisos que, por medio de sus profetas, les había dado de no servir a otros dioses (v. 4, comp. con 7:13, 25; 25:4; 26:5; 29:19; 35:15). Dios les había mostrado su tierno interés al decirles (v. 4b): «No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco». También a nosotros nos conviene apercibirnos del peligro del pecado y advertir también a otros para que no lo cometan: «¡No lo hagas! Si amas a Dios, no lo hagas, pues eso le provoca; si amas tu propia alma, no lo hagas, pues la destruirás. Si Dios odia el pecado es porque sabe bien el veneno que encierra y el desastroso final que acarrea; ¡ódialo tú también!» Pero (v. 5) ellos no atendieron ni inclinaron su oído, etc. ¿Cuáles fueron las consecuencias? «Se derramó, por tanto, mi ira y mi furor, etc.» (v. 6). ¿Y no van a escarmentar en cabeza ajena? (v. 7): «Ahora, pues, así dice Jehová … ¿Por qué hacéis este mal tan grande contra vosotros mismos, etc.». 4. Les reprende por continuar en sus idolatrías (v. 8): «ofreciendo incienso a dioses ajenos en la tierra de Egipto, etc.». Marcharon a Egipto contra la voluntad de Dios y metiéndose así en el lugar de la tentación; es justo que Dios les abandone a sus deseos, y estos deseos acabarán con ellos y con el nombre honorable que un día tuvieron entre los países vecinos (v. 8, al final, comp. con 18:16; 24:9; 29:18; 44:12). Habían colmado la medida de sus padres (v. 9): «¿Os habéis olvidado de las maldades de vuestros padres, etc., y de los castigos que sufrieron?» En el versículo 9 merece notarse el detalle de la mención de las maldades de los reyes de Judá y de sus mujeres, delante de la mención de vuestras maldades y de las maldades de vuestras mujeres, las cuales les instigaban a la idolatría (v. 15), del mismo modo que las mujeres de Salomón le instigaron también a la idolatría. El Dr. Lightfoot halla, efectivamente, aquí una tácita alusión a las mujeres de Salomón, en especial a sus mujeres egipcias.
  • 153. 5. Les amenaza con una completa ruina por persistir en su idolatría ahora que se encuentran en Egipto. Perecerán en Egipto. Quienes se atreven no sólo a afrentar a Dios, sino a confrontarle, se verán ellos mismos confrontados por el Dios Omnipotente. No caerán de muerte natural, como Israel en el desierto, sino de muerte violenta (vv. 10–14) y terrible. Sólo unos pocos volverán a la tierra de Judá (v. 14, al final). Los displicentes y descontentos siempre se hallan sin sosiego y deseosos de cambio, dondequiera se hallen. Cuando estaban en la tierra de Judá, los israelitas deseaban marchar a Egipto (42:22), pero cuando se hallaban en Egipto, deseaban volver de nuevo a la tierra de Judá (v. 14b). Este deseo se expresa en el hebreo con la frase «levantar el alma», que indica un anhelo ferviente («suspiran», en la RV). Versículos 15–19 El pueblo rehúsa obstinadamente someterse al poder de la Palabra de Dios en la boca de Jeremías. 1. Las personas que de este modo desafían a Dios y sus juicios se saben culpables, ellos y sus mujeres, de la idolatría que Jeremías ha condenado (v. 15). Las mujeres habían sido más culpables de idolatría y de superstición que los hombres, no porque los hombres estuviesen en comunión con Dios, sino porque eran prácticamente ateos y, al no estar interesados de ninguna forma en Dios ni en la religión, fácilmente podían permitir a sus mujeres profesar cualquier falsa religión. Fue la conciencia de pecado la que les hizo impacientarse ante la reprensión (v. 15): «Sabían que sus mujeres habían ofrecido incienso a dioses ajenos, y que ellos mismos lo habían permitido, y todas las mujeres que estaban presentes sabían que sus maridos las habían acompañado en las prácticas idolátricas»; así que lo que Jeremías decía les ponía el dedo en la llaga. 2. La respuesta que estas personas dieron a Jeremías y, en él, al mismo Dios. (A) Declaran su decisión de no hacer lo que Dios les manda, sino lo que a ellas les plazca (pues son las mujeres las que llevan la voz cantante en el contexto posterior, v. 19), a saber: continuarán en su adoración a la reina del cielo (vv. 17–19), es decir, la diosa asiriobabilónica Ishtar (Astarté, Aserá), en la figura de la luna. Estas atrevidas idólatras no presentan ahora excusas por su negativa a obedecer a Dios ni insinúan que Jeremías hablase por sí mismo sin orden de Dios (como antes 43:2), sino que dicen lisa y llanamente (v. 16): «No te haremos caso». Como si dijesen: «Haremos lo que nos es prohibido y correremos el riesgo de las amenazas que se nos hacen». Los que viven en marcada desobediencia a Dios suelen volverse cada vez peores, y se les endurece más y más el corazón por el engaño del pecado. (B) Veamos qué razones dan de la resolución que han tomado: (a) Apelan a la antigüedad: Estamos resueltas a quemar incienso a la reina del cielo (v. 17b), porque también nuestros padres lo hicieron. (b) Apelan a la autoridad: Quienes estaban en el poder lo practicaban y lo prescribían a otros: «Nuestros reyes y nuestros príncipes, a quienes Dios puso sobre nosotros, y que eran de la descendencia de David». (c) Apelan a la unidad: «Entonces todos …, una gran concurrencia … respondieron a Jeremías, etc.» (v. 15). Hablaban por consentimiento unánime. (d) Apelan a la universalidad notoria (v. 17b): Esto se había hecho en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, en público y a la vista de todos; no se había hecho en rincones ni en la oscuridad. (e) Apelan a la prosperidad (v. 17, al final): «Y tuvimos abundancia de pan y prosperamos, y no nos sucedió nada malo». Pero, suponiendo que todo esto fuese cierto, eso no les excusaba del gran pecado de idolatría; la pauta de nuestra conducta es la ley de Dios, no las prácticas de los hombres.
  • 154. (f) Apelan a la adversidad (v. 18), y dan a entender que los castigos que han sufrido recientemente han venido sobre el pueblo precisamente porque «dejamos—dicen—de ofrecer incienso a la reina del cielo». Así también, en los primeros siglos del cristianismo, cuando Dios castigaba a las naciones paganas por sus maldades y por perseguir a los cristianos, los perseguidores echaban a los cristianos la culpa de los castigos que sufrían y gritaban: «¡Los cristianos a los leones!» (g) Apelan a la obediencia conyugal (v. 19), pues, aunque ellas eran las más activas en las prácticas idolátricas, lo hacían con la notoria aprobación de sus maridos. (C) Estas mujeres imitaban el culto del templo en la forma de adorar a la reina del cielo: (a) le quemaban incienso, como hacían los sacerdotes en el templo; (b) le ofrecían libaciones (sin duda, con derramiento de vino), como en las libaciones del templo; (c) le ofrecían tortas, pero no en la forma en que se ofrecían en el templo de Jerusalén, sino, como apunta Ryrie, «probablemente, dándoles una figura semejante a la de la diosa»; esto es, redondas como la luna, mientras que los judíos siempre usan la forma cuadrada para sus panes, etc. Versículos 20–30 1. Jeremías tiene algo que decirles por sí mismo. Decían ellos que aquellas desgracias les habían venido porque habían dejado de ofrecer incienso a la reina del cielo. Pero él les dice: «No, no es porque hayáis cesado de hacerlo ahora, sino por haberlo hecho anteriormente». El incienso que ellos y sus padres habían quemado a otros dioses estuvo sin ser castigado por algún tiempo a causa de la magnanimidad y de la paciencia de Dios; por eso les había ido bien, como ellos decían, y no les había sucedido nada malo; pero, a la larga, se hicieron tan provocadores que no pudo sufrirlo más Jehová (v. 22). Algunos de ellos habían hecho una reforma superficial en tiempo de Josías, pero al ser su corrupción la misma de siempre, Dios se acordó contra ellos de las idolatrías de sus padres, de sus reyes y de sus príncipes … en las calles de Jerusalén (v. 21). Todas las abominaciones que habían hecho (v. 22) fueron tenidas en cuenta; por tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición … como está hoy día (v. 22b)… como sucede hoy día (v. 23, al final)». 2. Jeremías tiene que decirles también algo, especialmente a las mujeres, de parte de Jehová (v. 24). Ellos y ellas habían dado su respuesta. ¡Que oigan ahora la réplica de Dios! (A) Puesto que estaban resueltos a persistir en su idolatría, Dios iba a continuar castigándoles. Repite lo que había dicho (v. 25): «Vosotros y vuestras mujeres estáis de acuerdo en esta obstinación; hablasteis con vuestras bocas, y con vuestras manos lo ejecutasteis, y habéis dicho: Cumpliremos efectivamente nuestros votos que hicimos, de ofrecer incienso a la reina del cielo», como si fuese pecado dejar de cumplir los votos a una falsa deidad y, por eso, hubiese de ser suficiente excusa para continuar con sus idolatrías; al ser así que nadie puede, por medio de un voto, hacer legítimo (mucho menos, obligatorio) lo que Dios tiene por pecado. (B) Dios les jura (v. 26) que lo poco de religión que les haya quedado, pronto se ha de perder. Aunque se habían unido a los egipcios en sus idolatrías, todavía hacían mención del nombre de Jehová, especialmente en sus votos solemnes pues decían (v. 26, al final): «Vive el Señor Jehová». Pero Dios les declara que Su nombre (v. 26b) no será pronunciado más en la tierra de Egipto por boca de ningún hombre de Judá. De veras son desgraciados aquellos a quienes de tal modo ha dejado Dios de Su mano; que han olvidado por completo su religión. Decían ellos que se recuperarían tan pronto como volviesen a adorar a la reina del cielo. Dios les dice que, lejos de recuperarse, van a arruinarse por completo.
  • 155. (C) Les dice también que muy pocos de ellos (v. 28) escaparán de la espada y volverán a la tierra de Judá. Ciertamente serían pocos en número en comparación de los muchos que habían de volver de la tierra de los caldeos. (D) Les da una señal de que todas estas amenazas habían de cumplirse en Egipto (v. 30): «He aquí—dice Jehová—que yo entrego al Faraón Jofrá rey de Egipto en manos de sus enemigos y en manos de los que buscan su vida», esto es, de los que quieren darle muerte. Comenta Asensio: «No pocos de los judíos de Egipto podrán comprobarlo muy pronto, cuando el faraón Jofrá caiga víctima de una revolución intestina hacia el 570. La palabra de Jehová está en marcha, y la expedición victoriosa de Nabucodonosor contra el faraón Amasis (43:8–13) el 568–567 la empujará en su avance irresistible». CAPÍTULO 45 13 La profecía de este capítulo concierne únicamente a Baruc y es cronológicamente anterior a las de los capítulos precedentes, pues nos traslada al año cuarto de Joacim, esto es, al 605–604 a. de C. Aquí vemos: I. Cómo se aterrorizó Baruc cuando se vio en aprieto por haber escrito y leído el rollo de Jeremías (vv. 1–3). II. Cómo fueron acallados sus temores con una promesa de especial preservación (vv. 4, 5). Versículos 1–5 Baruc era el secretario de Jeremías y, por tanto, ponía por escrito sus profecías; pero además tuvo que leerlas públicamente en cierta ocasión (cap. 36), y fue amenazado por el rey a causa de ello. Escapó gracias a la especial protección de Dios. 1. La consternación que se apoderó del pobre Baruc cuando le buscaron los enviados del rey (v. 3). Era un joven deseoso de servir a Dios y a su profeta. Pero cuando se vio expuesto al desprecio y en peligro, gritó: «¡Ay de mí ahora! Voy a caer en manos de mis perseguidores y me encarcelarán o me matarán. Ha añadido Jehová tristeza a mi dolor, ya que, después del pesar de escribir y leer las profecías de la ruina de mi país, tengo el dolor de ser tratado como criminal por ello; es una carga demasiado pesada para mí; fatigado estoy de gemir, y no hallo descanso». Los nuevos creyentes son propensos a desanimarse por las pequeñas dificultades que encuentran al principio en el servicio de Dios. Cuando así desmayan en el día de la adversidad, muestran que su fuerza es reducida (Pr. 24:10) y su fe es débil. Baruc debería haberse regocijado de que había sido tenido por digno de sufrir en una causa tan digna y con tan buena compañía; pero, en lugar de eso, se queja de Dios como si le tratase demasiado duramente. 2. Jeremías se apuraba de verle en tal agitación y no sabía qué decirle. Le repugnaba reprenderle y deseaba animarle, pero Dios le comunica (v. 4) lo que tiene que decirle. Es nuestro anhelo excesivo de las cosas buenas de la vida presente lo que nos quita la paciencia cuando vienen las cosas malas. Por eso, Dios le muestra que es culpa suya y una insensatez de su parte el desear abundancia de riquezas y honores de este mundo. El navío estaba naufragando y era inminente la ruina de la nación judía. Dios estaba (v. 4) destruyendo y arrancando en toda la tierra, ¿y estaba Baruc (v. 5) buscando para sí grandezas? Cuando todo caía tan bajo, ¿esperaba él subir tan alto? ¿Era ahora el tiempo de esperar honores y riquezas para figurar? 3. Dios le da segura esperanza de que, aunque no vaya a ser grande va a estar a salvo en todos los lugares adonde vaya (v. 5, al final); «Te daré tu vida por botín», dice literalmente el hebreo. La frase ha salido en 21:9, al final, donde puede verse el 13 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.873
  • 156. comentario. No todo serán facilidades para Baruc: tendrá que ir de un sitio a otro y se verá a veces en peligro, pero su vida será maravillosamente preservada por Dios. CAPÍTULO 46 El juicio había comenzado por la casa de Dios, pero no iba a acabar allí. En este capítulo y en los siguientes tenemos predicciones de las desolaciones que habían de sufrir los países limítrofes de Judá, principalmente de manos del rey de Babilonia, hasta que, al fin, la propia Babilonia sea llamada a rendir cuentas. Figura en primer lugar la profecía contra Egipto. I. Una profecía de la derrota del ejército del Faraón Necó a manos de las fuerzas caldeas en Carquemís (vv. 1–12). II. Una profecía de la expedición guerrera que Nabucodonosor llevó a cabo contra Egipto y que tuvo cumplimiento algunos años después de la destrucción de Jerusalén (vv. 13–26). III. Una palabra de aliento al Israel de Dios en medio de estas calamidades (vv. 27, 28). Versículos 1–12 El primer versículo es el titulo de esta parte del libro que se refiere a las naciones vecinas. Es «la palabra de Jehová que vino al profeta Jeremías acerca de las naciones», esto es, de los gentiles. En el Antiguo Testamento tenemos la palabra de Dios contra los gentiles; en el Nuevo Testamento, la palabra de Dios a favor de los gentiles, para que los que estaban lejos viniesen a juntarse con los que estaban cerca, y ser hechos ellos mismos cercanos a Dios por medio de Jesucristo (v. Ef. 2:11–22). Comienza por Egipto, porque ellos habían sido los antiguos opresores de Israel y los modernos engañadores de los judíos que allí se habían refugiado tras de la caída de Jerusalén. En estos versículos se profetiza la derrota del ejército del Faraón Necó, a manos de Nabucodonosor, en el año cuarto de Joacim. Esta derrota (como vemos en 2 R. 24:7) le hizo a Necó pagar muy cara la expedición que llevó a cabo para ayudar al rey de Asiria cuatro años antes, en la cual el Faraón mató al rey Josías (2 R. 23:29). Este acontecimiento es aquí predicho con gozosas expresiones de triunfo sobre Egipto, tan humillantemente derrotado, de lo que Jeremías había de hablar con gran placer, porque la muerte de Josías era ahora vengada en el Faraón Necó. 1. Se les echa en cara a los egipcios la tremenda preparación que están haciendo para esta expedición, en la que el profeta les desafía a que hagan todo lo posible (v. 3): «Preparad escudo y coraza y acercaos a la batalla». Egipto era famoso por sus caballos (v. 4): «Uncid caballos y montad, etc.». Compara la expedición al desbordamiento del Nilo (v. 8) que amenaza con inundar todas las tierras limítrofes. Es un ejército verdaderamente formidable. El profeta los espolea (v. 9): «Subid, caballos; y alborotaos, carros etc.». Les reta a que traigan con ellos todas las tropas confederadas (v. 9b), los etíopes, que descendían del mismo tronco familiar que los egipcios (Gn. 10:6) y eran sus vecinos y aliados, los libios y los lidios, ambos en África, al oeste de Egipto, de los que los egipcios alquilaban sus fuerzas de apoyo. Todo será en vano; quedarán vergonzosamente derrotados, porque luchará Dios contra ellos (Pr. 21:30, 31). 2. Se les echa en cara la gran esperanza que habían concebido con respecto a esta expedición. Ellos conocían sus propios pensamientos, y también Dios los conocía, pero ellos no conocían los pensamientos de Jehová ni entendieron su consejo; pues Él los junta como gavillas en la era (Mi. 4:12). Egipto decía (v. 8b): «Subiré, cubriré la tierra, y nadie me lo impedirá, destruiré la ciudad, es decir, cualquier ciudad que se oponga a mi avance. Como el antiguo Faraón, perseguiré y los alcanzaré». Pero Dios dice que ese día no será el del triunfo de Egipto, sino el día del triunfo de Jehová de las huestes (v. 10), en el que Él será exaltado con la derrota de los egipcios. 3. Se les echa en cara su cobardía (vv. 5, 6): «¿Por qué los veo medrosos y retrocediendo, a pesar de tanto preparativo y de un ejército tan numeroso y tan bien equipado?» Incluso los valientes, de los que podía esperarse que se mantuviesen firmes,
  • 157. huyen a la desbandada, como un solo hombre, pero en plena confusión; no tienen tiempo ni ganas para volverse a mirar atrás, sino que el terror los rodea por doquier. Todos (v. 6) tropiezan y caen, precisamente al norte, junto a la ribera del Éufrates, porque en lugar de volverse atrás, a su país, la confusión en que se hallan no les permite reconocer el lugar donde se encuentran, con lo que, sin quererlo, todavía se acercan más a la tierra del enemigo. 4. Se les echa en cara la incapacidad para recuperarse de esta derrota (vv. 11, 12). La virgen hija de Egipto (epíteto aplicado antes a Jerusalén—véase el comentario a 14:17), que vivía en gran pompa, ha quedado gravemente herida con esta derrota. Busque ahora bálsamo en Galaad; que eche mano de todas las medicinas que sus sabios puedan prescribirle para reparar la pérdida experimentada con esa derrota; todo será en vano; «no hay curación para ti» (v. 11, al final). Nunca más podrá poner de nuevo en pie de guerra un ejército tan formidable. Sólo le queda (v. 12) vergüenza y clamor. Comenta Asensio: «Mal interno irremediable de quien un día pensó inundar la tierra con su poder, y ahora la contempla testigo de su fracaso, de cara a la ignominia absoluta de su pueblo y al clamor doloroso de sus héroes en derrota». Versículos 13–28 1. El terror y la confusión hacen presa en Egipto. El cumplimiento de la predicción en la primera parte del capítulo dejó a los egipcios inhabilitados para intentar ningún ataque contra otras naciones. Pero todavía permanecían fuertes en su país, y ninguno de sus vecinos se atrevió a intentar nada contra ellos. El objetivo de la profecía es ahora mostrar cómo el rey de Babilonia había de venir en breve para asolar la tierra de Egipto (v. 13). Esto se llevó a cabo mediante las mismas manos que las de antes, las de Nabucodonosor, pero muchos años más tarde (en opinión de M. Henry). De esta expedición, sin embargo, dice Asensio: «por sus puntos de contacto con 43:8–13, algunos han querido retrasar (la fecha de la expedición) hasta el 587; sin embargo, parece preferible adelantarla al 605 (2 R. 24:7; Jer. 46:1, 2)». (A) Sonó en Egipto la alarma de guerra (v. 14). Se acerca el enemigo, «la espada ha devorado en torno tuyo» (v. 14, al final, lit.), esto es, en las comarcas limítrofes, y es tiempo de que Egipto se prepare a dar al enemigo la más calurosa bienvenida. Esto debe ser proclamado en todos los lugares de Egipto, particularmente en Migdol, Nof y Tafnes, porque los refugiados judíos se habían establecido en estos lugares, al despreciar el mandato de Dios (44:1). Que oigan el triste cobijo que les va a brindar Egipto. (B) Se predice también aquí la retirada de las fuerzas de otras naciones que los egipcios habían alquilado para su expedición. Algunas de estas fuerzas estaban apostadas en las fronteras para guardarlas, y allí fueron batidas por los invasores, con lo que tuvieron que emprender la huida. El versículo 15 dice así literalmente: «¿Por qué fue abatido tu fuerte? No se mantuvo en pie porque Jehová lo derribó». Hay quienes toman el singular «fuerte» por un colectivo, «tus fuertes, tus valientes»; pero es mucho más probable que se refiera al toro Apis, el dios egipcio que protege al Faraón, y que es abatido y derribado por otro «Más Fuerte», Jehová, el Dios de Israel. (C) Cae el ejército egipcio, con su Faraón y con su dios Apis (vv. 16, 17), y las tropas mercenarias se retiran en completa confusión. Dice Asensio: «Con el faraón y sus dioses protectores tropieza y cae la multitud del abigarrado ejército mercenario de extranjeros (vv. 9, 21), que se apresuran todos a volver a la tierra natal, y proclaman burlones la impotencia de un faraón que, después de sus bravatas de victoria (v. 8), se repliega en sí mismo y deja pasar el tiempo hábil para oponerse al ataque enemigo (Is. 30:7)».
  • 158. (D) Se describe el formidable poder del ejército caldeo como llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. El Rey de reyes, cuyo nombre es Jehová de las huestes (v. 18), declara con juramento («Vivo yo») que, de la misma manera que el Tabor sobresale sobre las montañas circundantes, y el Carmel se yergue majestuoso sobre el mar Mediterráneo, así también preponderará el rey de Babilonia sobre Egipto. Él y su ejército vendrán a Egipto con hachas (v. 22) como cortadores de leña, y los egipcios serán tan incapaces de resistirles como son los árboles al hacha del leñador. (E) Se predice la desolación de Egipto, hasta ahora «becerra hermosa» (v. 20), bien cebada y brillante de grasa, y no acostumbrada al yugo de la sujeción, lasciva como becerra bien cebada. Humillada y derrotada (v. 24), se avergonzará la hija (es decir, el pueblo) de Egipto; es entregada en manos del pueblo del norte. La primera frase del versículo 22 se refiere a los egipcios, abocados a la derrota; las frases siguientes, al ejército caldeo. Comenta Freedman: «En lugar del pesado paso de los soldados victoriosos, el sonido hecho por el ejército egipcio será como el de una serpiente que se desliza furtivamente cuando se la incomoda». Y, al citar a Peake, continúa: «La metáfora es tanto más apropiada cuanto que la serpiente ocupa un lugar tan destacado en las insignias reales de Egipto». Al cautiverio marcharán los egipcios, según la fraseología del versículo 19: hay que hacer las maletas con lo más indispensable, para mejor huir, pues sus ciudades serán evacuadas. (F) Es Jehová de las huestes, Dios de Israel (v. 25), quien se hace responsable del castigo impuesto a Egipto; en particular, «a Amón dios de Tebas» (hebr. No— actualmente, Luxor—), que fue antiguamente (v. Nah. 3:8) la capital del Alto Egipto. Igualmente serán abatidos (v. 25b) y entregados en manos del rey de Babilonia (v. 24) Faraón con su pueblo, Egipto, sus dioses y sus reyes (no sólo el Faraón reinante). Comparten este castigo (v. 25, al final) los que confían en el Faraón, tanto los países satélites de Egipto como los judíos que se habían refugiado en Egipto, con la confianza puesta en el Faraón más que en Jehová. (G) Hay, sin embargo, una insinuación (v. 26, al final) de que, en el curso del tiempo, Egipto se recuperará de esta desolación: «pero después será habitado como en los días pasados, dice Jehová». 2. A Israel se le hablan aquí palabras de consuelo y paz (vv. 27, 28). Se repiten, casi a la letra, las frases de 30:10, 11. Esto da a entender que la salvación de que aquí se habla está inscrita en un marco mucho más amplio que el que ofrece el contexto próximo anterior. Comenta el rabino Freedman: «Como sucede con tanta frecuencia, el profeta termina con un mensaje de esperanza, hasta un grado que trastueca lo sombrío de lo que precede. El punto de vista optimista surge de la convicción de que la mejor entraña de Israel (ingl. Israel’s beeter self) se afirmará a sí misma antes de que le alcance la destrucción final». CAPÍTULO 47 Este capítulo les lee la sentencia a los filisteos, así como el anterior se la leyó a los egipcios, y por la misma mano, la de Nabucodonosor. Es breve, pero terrible. Tiro y Sidón comparten la destrucción de los filisteos. I. Se predice que las fuerzas invasoras vendrán del norte (vv. 1–5). II. Que la guerra continuará por largo tiempo, y que todos los esfuerzos por ponerle fin resultarán en vano (vv. 6, 7). Versículos 1–7 Así como los egipcios habían demostrado con frecuencia ser falsos amigos del Israel de Dios, los filisteos habían sido siempre enemigos jurados; y tanto más peligrosos cuanto que estaban más cerca que los egipcios. Habían sido humillados en tiempo de David, pero parece ser que habían levantado de nuevo la cabeza hasta que Nabucodonosor los destruyó como a sus vecinos, suceso que es el que se predice aquí.
  • 159. La fecha de esta profecía es (v. 1) «antes que Faraón destruyese a Gaza». Cuándo se llevó a cabo esta acción por parte de Egipto no se sabe con certeza, pero esta palabra de Jehová vino a Jeremías acerca de los filisteos (v. 1) cuando no estaban en peligro de que les atacase ningún adversario; con todo, Jeremías profetizó su ruina. Se predice aquí: 1. Que vendrá contra ellos un enemigo exterior (v. 2): «He aquí que suben aguas del norte y se harán torrente, etc.». De un país frío llega una terrible tormenta, y el ejército caldeo inundará el país como un diluvio. 2. Que, ante esto, ellos se llenarán de consternación. A los hombres les faltará ánimo para luchar (v. 2b): «los hombres clamarán, y sollozará todo morador de la tierra», de forma que no se oirá por todas partes otra cosa que llanto y lamento. Antes de que se llegue a matar y degollar, el estrépito (v. 3) de los cascos de los caballos, el ruido de los carros y el estruendo de sus ruedas aterrorizarán de tal forma a todos, que a los padres se les caerán las manos de debilidad, incapaces de hacer nada por sus hijos, los cuales se hallarán, por tanto, totalmente indefensos. 3. Que el país de los filisteos será presa del saqueo y de la destrucción (v. 4). Tiro y Sidón eran ciudades fuertes y ricas, y solían prestar ayuda a los filisteos en momentos de apuro, pero ahora ellas mismas se verán envueltas en la ruina común, y Dios retirará de ellas toda ayuda: «todo aliado que les queda todavía». La isla de Caftor (v. 4, al final) es, con toda probabilidad, la isla de Creta (v. Am. 9:7), y el resto, o remanente, de dicha isla es lo que quedó de la población primitiva «después de las guerras entre Egipto y Asiria» (Freedman). 4. Se mencionan en particular algunos lugares como Gaza y Ascalón (hebr. Ashquelón). De dos maneras puede entenderse (v. 5) lo de «Gaza fue rapada» (lit. la calvicie le ha venido a Gaza): (A) «Ha sido raída hasta el suelo, de lo que la calvicie es un símil. (B) Se menciona la calvicie como símbolo de duelo» (Freedman). 5. Sin embargo, los caldeos son únicamente instrumentos en la mano de Dios. Por eso (v. 6), se atribuye toda esta destrucción a la espada de Jehová. Ante esta destrucción tan grande, el propio profeta siente compasión hasta de los filisteos y ruega a Dios que repose Su espada (v. 6), pero «admite (v. 7) que eso no puede suceder, porque Dios le ha ordenado destruir» (Freedman). Cuando se ha desenvainado la espada, no podemos esperar que se envaine hasta que haya cumplido su cometido. Así como la Palabra de Dios, así también Su vara y Su espada cumplirán aquello para lo cual las envía. CAPÍTULO 48 Las predicciones de Isaías concernientes a Moab habían tenido su cumplimiento (Is. caps. 15 y 16, y Am. 2:1) cuando los asirios, bajo Salmanasar, invadieron Moab. Pero la presente profecía es acerca de la desolación de Moab a manos de los caldeos, bajo el mando de Nabuzaradán, unos cinco años después de la destrucción de Jerusalén. Asensio resume así el capítulo: I. Invasión de la tierra de Moab (vv. 1–10) y fin de su tranquilidad antigua (vv. 11–17). II. La catástrofe total de la altiva Moab (vv. 18–28), objeto de lamentación (vv. 29–39). III. Castigo inevitable, con un rayo de salvación (vv. 40–47). Versículos 1–13 1. El autor de la destrucción de Moab es (v. 1) Jehová de las huestes, Dios de Israel, que va a defender la causa de Israel contra un pueblo que siempre ha sido vejatorio para los israelitas, y los va a castigar ahora por los daños que ellos les infirieron de antiguo a los judíos. 2. Los instrumentos de este castigo: «Vendrá el despojador (lit.)» (v. 8) y vendrá con una espada (v. 2, al final). Esa espada les va a perseguir. Ese despojador ha tramado el mal contra Jesbón (v. 2), una de las principales ciudades de Moab, y su
  • 160. objetivo es destruir la nación entera (v. 2b): «Venid y quitémosla de entre las naciones». El profeta, en nombre de Dios, espolea a los invasores a que no hagan el trabajo a medias (v. 10): «Maldito el que haga indolentemente la obra de Jehová, y maldito el que detenga de la sangre su espada». Asensio hace notar que este versículo «se hizo célebre por el sentido espiritual en que lo explicó Gregorio VII». 3. Los efectos de esta destrucción. Las ciudades quedarán en ruinas: Nebó ha sido devastada (v. 1); Quiryatáyim, avergonzada y tomada; Misgab, desconocida si es nombre propio, pero probablemente «alta fortaleza» (como en Is. 25:12), confundida y desmayada. Madmén, cuya ubicación se desconoce, pero podría ser idéntica a Madmanah (Jos. 15:31) o Madmenah (Is. 10:31), será cortada. La campiña será devastada (v. 8) y las ciudades (v. 9) quedarán desiertas. Sus sacerdotes y sus príncipes (v. 7, al final) irán juntamente al cautiverio con Quemós, el dios principal de Moab (v. Nm. 21:29). Ya no volverán a jactarse de sus dioses (v. 13): «Y se avergonzará Moab de Quemós, como la casa de Israel se avergonzó de Betel (es decir, del becerro de oro erigido por Jeroboam allí), su confianza». Así como el becerro de oro de Betel no libró a las diez tribus del norte de caer en manos de los asirios, así tampoco Quemós podrá librar a los moabitas de caer en manos de los caldeos. 4. Ante la destrucción llevada a cabo por el ejército caldeo habrá clamor y llanto por todas partes: Clamor en Joronáyim (vv. 3, 5), de ubicación incierta; clamor de los niños (v. 4) en todo Moab; por la subida de Lujit (v. 5) subirán llorando con llanto (lit.), es decir, llorarán continuamente. Todos tendrán lágrimas en los ojos. Y se gritarán unos a otros (v. 6): «Huid, salvad vuestra vida; escapad, aunque tengáis que vivir en completa soledad, como la retama en el desierto. Cobijaos allí, aunque sea en un suelo estéril. Id deprisa, el tiempo urge (v. 9); «dad alas a Moab, para que se vaya volando». 5. Dios va a pedirle cuentas ahora a Moab, porque se han sentido demasiado seguros, al confiar en sus riquezas y en sus fuerzas (v. 7): «Pues por cuanto confiaste en tus obras y en tus tesoros, tú también serás tomada». Por «obras» podrían entenderse todos los logros del país, tanto en la agricultura y la ganadería como, especialmente, en la ingeniería. Dice Binns (citado por Freedman): «Quizás haya en este versículo una referencia a las elaboradas obras de irrigación, cuya destrucción significaba la ruina del país». Confiaban en la multitud de sus riquezas, mientras se mantenían en su maldad (Sal. 52:7). Era un antiguo reino, anterior a Israel, que había disfrutado de gran tranquilidad, a pesar de ser un país pequeño, pues nadie les había molestado. Tampoco habían ido jamás al cautiverio. Sin embargo, era una nación idólatra y perversa, y conjurada contra los protegidos de Dios (Sal. 83:3, 6). Corrompidos por largo tiempo, sus moradores se habían sentido seguros en su prosperidad y vivían en la molicie; no han cambiado;son los mismos de siempre en los mismos lugares de siempre (v. 11) «… sobre su sedimento ha estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni marchó cautivo al desierto, no ha tenido que ir de una parte a otra como los israelitas; por tanto, quedó su sabor en él, y su aroma no ha cambiado; sigue tan malo como siempre». ¡Bellísimo símil! Versículos 14–47 Continúa ahora en lenguaje conmovedor la profecía de la destrucción de Moab, no sólo para despertarles a que se arrepientan a escala nacional para impedir el desastre, o a escala personal para que se preparen convenientemente, sino también para incitarnos a nosotros a considerar el estado calamitoso de la vida humana, y el poder de la ira de Dios frente a un pueblo provocador. 1. La destrucción con que aquí se les amenaza vendrá de repente y por sorpresa. Se creían (v. 14) «hombres valientes y robustos para la guerra», capaces de hacer frente al más poderoso enemigo, y, con todo, el desastre es inminente (v. 16). De la misma
  • 161. manera que el águila se cierne sobre su presa, así también (v. 40) el enemigo volará como águila y extenderá sus alas contra Moab, de modo que nadie pueda escapar. Rápidamente (v. 41) son tomadas las ciudades, y ocupadas las fortalezas. Consumidas así sus defensas, los más valientes de Moab se volverán débiles como mujeres con dolores de parto. 2. Moab va a quedar en ruinas (v. 15): «Saqueado fue Moab» del todo devastado, avergonzado y destruido (v. 20). El reino queda destituido de su dignidad y autoridad (v. 25): «Cortado es el cuerno (lit.) de Moab, es decir, el cuerno de su fuerza y de su poder, y su brazo quebrantado, de modo que no puede golpear ni impedir que le golpeen. Los jóvenes del país descendieron a la batalla prometiéndose que volverían victoriosos; pero Dios les dice (v. 15) que descenderían al degolladero. Los que son enemigos del pueblo de Dios dejarán pronto de ser pueblo. 3. La destrucción es digna de gran lamentación y tornará el gozo en profunda tristeza. El propio profeta se une al coro de lamentadores (v. 31): «yo aullaré sobre Moab, etc.». Amargamente llorará por Sibmá (v. 32); su corazón (v. 36) resonará como flautas por causa de Moab—dice—, en clara alusión a las flautas con que se acompañaba el canto fúnebre de los lamentadores. La ruina de los pecadores no es un placer para Dios y, por tanto, también a nosotros debería causarnos pena. Estos pasajes, y muchos otros de este capítulo, son parecidos a los de Isaías en sus profecías contra Moab (Is. 15:1); porque, aun cuando mediaba gran distancia de tiempo entre su profecía y ésta de Jeremías, ambas eran dictadas por un mismo Espíritu. 4. También los moabitas se lamentarán, por supuesto. Los que se sentaban en gloria, en medio de las riquezas y del jolgorio, se sentarán ahora (v. 18) en tierra seca, en lugares áridos, sin agua y sin alivio. Los moabitas que habiten en los remotos rincones del país preguntarán a cualquiera que vaya huyendo: ¿Qué ha acontecido? (v. 19). Y cuando se les diga que todo Moab está devastado (v. 20, al final), aullarán (lit.) y gritarán (v. 20b); dejarán las ciudades (v. 28) e irán a habitar en peñascos, donde podrán dar rienda suelta a su melancolía; ya no serán aves cantoras, sino aves lamentadoras como la paloma (v. 28b, comp. con Ez. 7:16). 5. Lo que mayor gozo daba a Moab eran sus frutas agradables y la abundancia de sus ricas viñas. Si se les quitaban esos deleites de los sentidos y se les destruían los huertos y los viñedos, se les haría cesar todo gozo (Os. 2:11, 12). Eso es lo que vemos en el versículo 33: «Y fue cortada la alegría y el regocijo de los campos fértiles, y de la tierra de Moab, etc.». Quienes hacen de los deleites del sentido su gozo más importante, se someten a sí mismos a la tiranía de la mayor pesadumbre, puesto que pueden quedar desposeídos de tales cosas en poco tiempo y con la mayor facilidad; mientras que los que se regocijan en Dios, pueden disfrutar del mayor gozo incluso cuando la higuera no florezca ni en las vides haya frutos (Hab. 3:17, 18). 6. Todos sus vecinos son convocados a lamentarse con ellos y a condolerse de su ruina (v. 17): «Compadeceos de él (Moab) todos los que estáis alrededor suyo». Que nadie se engría de su fuerza ni de su belleza, ni ponga su confianza en esas cosas, pues ninguna de ellas le asegurará contra los juicios de Dios, sino que le dejará en la mayor vergüenza y confusión, como a Moab, cuya lamentable destrucción lo dejó completamente avergonzado. «Embriagadle, dice el profeta, porque contra Jehová se engrandeció» (v. 26, comp. con 25:15). «Embriagarle» equivale a darle de beber de la copa del vino del furor de Jehová. 7. Esta destrucción les afecta en lo que más estiman: sus riquezas (v. 36), más aún que las frutas de verano y las uvas de la vendimia: «porque perecieron las riquezas que habían hecho». Las riquezas, como el polvo, se nos escabullen de los dedos tanto más fácilmente cuanto más fuertemente las apretamos. Y aun esto no es lo peor de todo;
  • 162. incluso aquellos cuya religión es falsa estaban encantados de ella más que de ninguna otra cosa, y, por consiguiente, aunque en realidad era una promesa, para ellos era una amenaza (v. 35) el que Dios había de exterminar de Moab a quien sacrifique en los lugares altos y a quien ofrezca incienso a sus dioses. Los lugares altos habían de ser derruidos completamente, los campos de los oferentes quedarían en total desolación y los sacerdotes mismos de los ídolos serían asesinados o deportados como cautivos (v. 7). 8. Era una justa destrucción, pues la habían merecido por sus muchos y graves pecados. (A) El pecado del que más notoriamente eran culpables era el orgullo. Se menciona seis veces en un solo versículo (v. 29): «Hemos oído, dice, todos hemos oído, la soberbia de Moab, etc.». Ya se les acusaba de eso en Isaías 16:6, pero aquí se pone de relieve más que allí. Dos ejemplos se nos presentan del orgullo de Moab: (a) Se ha portado insolentemente con Dios y, por eso, debe ser abatido, porque contra Jehová se engrandeció (v. 26). Los moabitas preferían a Quemós antes que a Jehová y creían que podían así desafiar al Dios de Israel. (b) Se ha portado de modo escarnecedor con Israel en las recientes horas de aflicción para el pueblo de Dios; por consiguiente, Moab caerá en las mismas aflicciones y será motivo de escarnio (v. 26, al final), por cuanto Israel le fue motivo de escarnio también a él (v. 27). Los moabitas (v. 27b) se llenaban de gozo y se reían de cualquier israelita que se hallase en aflicción: «Porque siempre que hablas de él (Israel), meneas la cabeza», en un gesto de desprecio y burla, como hicieron con nuestro Salvador cuando se hallaba en la Cruz por nuestros pecados. (B) También habían sido culpables de malignidad contra el pueblo de Dios, y actuado traicioneramente contra él (v. 30), como se ve todavía mejor en 2 Reyes 24:2, donde vemos a los moabitas que ayudan a las tropas caldeas contra Israel. Pero la nación de cuya caída se alegran, se ha de recuperar un día. Lo que se dice de los pecadores en general (Is. 24:17, 18), que el que huya del pánico, caerá en el foso; y el que salga de en medio del foso, será preso en la trampa, se predice aquí en particular acerca de los pecadores de Moab (v. 44). Las expresiones figuradas que se usan en dicho versículo, se hallan explicadas en el v. 45 en cuanto a uno de los ejemplos: «A la sombra de Jesbón se pararon sin fuerzas los que huían», es decir, los que huían de las aldeas por miedo a las fuerzas del enemigo se cobijaron en Jesbón; pensaban que allí estarían seguros, del mismo modo que, aún ahora, se cobijan algunas fuerzas debajo de los cañones y tanques de una ciudad fortificada; pero, cuando hayan huido del hoyo, caerán en la trampa: Jesbón, que ellos creían que les iba a dar cobijo, los va a devorar, los va a consumir a fuego, según había profetizado Moisés muchos siglos antes (Nm. 21:28). 9. El capítulo concluye con una breve promesa de que (v. 47) Dios hará volver a los cautivos de Moab en lo postrero de los tiempos. El mismo Dios que hace ir a la cautividad, hace también volver de ella. Así de tiernamente se porta Dios con los moabitas. Y si así trata a los descendientes de Lot, ¡qué no hará por Su pueblo escogido! Esta profecía concerniente a Moab es larga, pero aquí termina, y termina de forma consoladora: «Hasta aquí es la sentencia sobre Moab» (v. 47, al final). CAPÍTULO 49 La copa del aturdimiento va pasando todavía de mano en mano, y todas las naciones tienen que beber de ella (v. 25:15). Este capítulo la pone en manos de: I. Los amonitas (vv. 1–6). II. Los edomitas (vv. 7–22). III. Los sirios (vv. 23–27). IV. Los de Quedar y los del reino de Jasor (vv. 28–33). V. Los elamitas (vv. 34–39). Versículos 1–6
  • 163. Los amonitas eran los más cercanos a los moabitas, tanto en cuanto al parentesco con ellos, pues también descendían de Lot, como en proximidad geográfica. 1. Se llama aquí a juicio, en nombre de Dios, a los amonitas, por su ilegal intrusión en el territorio perteneciente a la tribu de Gad, la cual caía cerca de ellos (v. 1). Estos territorios habían quedado casi despoblados y convertidos en fácil presa del primer invasor, desde que el rey de Asiria se llevó deportados a los galaaditas (2 R. 15:29; 1 Cr. 5:26). Los amonitas aprovecharon el «vacío» de propiedad para posesionarse del territorio de Gad. Pero Jehová les hace esta pregunta: «¿No tiene hijos Israel? ¿No tiene heredero?» Como si dijese: «Aunque es verdad que los galaaditas han sido deportados y morirán en el exilio, ¿no tienen herederos que regresarán y reclamarán la tierra?» (Freedman). De esta intrusión en el territorio de Gad, Dios culpa (v. 1b) al dios de los amonitas Malcam, puntuado en 1 Reyes 11:5 como Milcom. Dice Freedman: «El dios, como sucede con frecuencia, se menciona para representar al pueblo que lo adora». Se engrandecieron así los amonitas con el territorio arrebatado a Gad (Sof. 2:8). Quienes piensan que es suyo todo aquello a que pueden alcanzar sus manos, se engañan miserablemente. Lo que en justicia se debe a los dueños, se debe también a sus herederos; y es un gran pecado defraudar a éstos, aunque no conozcan sus derechos o no sepan cómo hacerse con la propiedad que les pertenece. 2. Se pasa sentencia contra ellos por esta intrusión. Dios hará (v. 2) que se oiga alarma de guerra contra Rabá de los hijos de Amón. Rabá era la capital del reino amonita, junto al río Yabbok, donde se halla hoy situada Ammán, la capital de Jordania. Las ciudades del país quedarán en ruinas (v. 2b), al ser devastada así una tierra de la que tanto se jactaban sus moradores (v. 4). Es extraño que, en el hebreo del v. 4b, se llame a Amón «hija apóstata (o rebelde)», cuando este apelativo está reservado exclusivamente a Israel (v. 31:22). M. Henry opina que se le llama así «por ser la posteridad del justo Lot». Según Freedman, «ha de entenderse en el sentido de flagrante desconsideración de las leyes ordinarias de humanidad y decencia (llamadas en la literatura talmúdica “los siete preceptos de los hijos de Noé”) obligatorias para todos los hombres». Por haber arrebatado a los de Gad su territorio, Israel (v. 2, al final) desposeerá a los que los desposeyeron a ellos. Y por todo aquello de que se jactaban: seguridad, riquezas, tesoros (vv. 3, 4), sepan que serán desposeídos de todo ello y arrojados de su suelo (v. 5). Tan grande será el espanto, que cada uno huirá en derechura hacia adelante, sin preocuparse del vecino que está huyendo como él. Para completar este cuadro de miseria (v. 5, al final), no habrá quien recoja a los fugitivos. 3. Como antes con respecto a Moab (48:47), también aquí (v. 6) hay una promesa de misericordia para los amonitas: «Y después de esto, haré volver a los cautivos de los hijos de Amón, dice Jehová». Versículos 7–22 Vienen ahora los edomitas a recibir su sentencia de parte de Dios, por medio de la boca de Jeremías; también ellos eran enemigos, desde muy antiguo, de Israel. Muchas expresiones de esta profecía aparecen también en la profecía de Abdías, dos terceras partes de la cual están dirigidas a Edom. Se predice aquí: 1. Que el país de Edom será totalmente devastado, pues (v. 8b) Dios traerá el infortunio de Esaú sobre él en el tiempo en que lo castigue (lit. lo visite). Dios le pedirá cuenta por sus pecados. Temán (v. 7) era famosa por sus sabios, pero los edomitas han preparado su propia ruina sin acertar con lo que es necesario para evitar el estallido de la ira de Jehová. Van a pagar ahora el odio ancestral que concibieron contra Israel, desde el resentimiento de Esaú contra su hermano Jacob. Asensio comenta así los versículos 9–11: «Jehová enviará contra ellos ruina total a manos de vendimiadores sin compasión en el rebusco, y de ladrones sin dificultades en el saqueo, a quienes Jehová manifiesta
  • 164. los posibles escondrijos donde algunos hubieran podido salvarse. Sólo los elementos sociales más necesitados e indefensos, huérfanos y viudas, se salvarán». Los que se hacían el grande serán empequeñecidos por Dios (v. 15), y los que se jactaban de sabiduría serán menospreciados entre los hombres (comp. con Abd. v. 2). Tan grande será su destrucción (como en Sodoma y Gomorra—v. 18—), que nadie morará más allí, para no acercarse ni a sus ruinas. 2. Que los instrumentos de su destrucción habían de ser resueltos y temibles. Dios ha determinado que el país de Edom quede desolado, y el que va a llevar a cabo esta obra de destrucción vendrá rápido y poderoso pues es Nabucodonosor el león al que se alude aquí (v. 19) como al instrumento, en manos de Jehová, para castigar a Edom: «león que sube de la espesura del Jordán (12:5; 25:38; Job 10:16; Is. 34:4), ataca destructor al reino—rebaño de Edom—sin que pastor alguno pueda pedirle cuentas o resistirle» (Asensio). Incluso las crías de los rebaños los arrastrarán, etc. (v. 20b), esto es (probablemente), los más modestos servidores de Nabucodonosor serán suficientes para llevarlos al matadero y destruir sus moradas, después de obligarles a rendirse. No sólo vendrá como león que sube de la espesura del Jordán (v. 19), sino también como águila que extenderá sus alas (v. 22) sobre Bosrá, como las extendió sobre Moab (48:40), de forma que a los más valientes les desmayará el corazón como a mujer que está en angustias de parto (comp. con 48:41). 3. Que la confianza de los edomitas les había de faltar en el día de su calamidad. (A) Confiaban en su sabiduría, pero esto es lo primero que les va a faltar, por eso se menciona primero (v. 7). Una nación que era famosa por su sabiduría, y cuyos estadistas eran tenidos por los más expertos en política, había de tomar ahora medidas tan descabelladas que todos habían de preguntar asombrados (v. 7b): «¿No hay más sabiduría en Temán?» Si era así, podemos asegurar que Dios tramaba su ruina, pues a quien quiere destruir lo entontece primeramente (v. Job 12:20). (B) Confiaban también en su fuerza, pero tampoco les va a valer (v. 16). Ellos habían sido un terror constante para sus vecinos y, comoquiera que sus vecinos no se atrevían a meterse con ellos, habían sacado la conclusión de que ninguna nación del mundo se atrevería. Su país era montañoso y ellos pensaban que podrían guardar bien todos los puertos de montaña contra cualquier invasor (v. Abd. vv. 3, 4, 8). 4. Que su destrucción había de ser inevitable. (A) Dios la había determinado (v. 12); la había jurado (v. 13); ciertamente, habían de beber (v. 12) el cáliz del aturdimiento, que es puesto también en las manos de todos sus vecinos. (B) Todo el mundo se dará cuenta de ellos (v. 21): «Del estruendo de la caída de ellos la tierra temblará, señal figurativa de que a todas las naciones ha llegado la noticia, y el grito de su voz se oirá en el mar Rojo, donde los barcos esperaban para tomar cargamento» (v. 1 R. 9:26). El hebreo de la segunda parte de este versículo 21 es más abrupto de lo que aparece en las versiones: «Un grito—en el mar Rojo se oye su ruido—». Freedman cita, como más probable, la versión de Ehrlich: «Como el grito en el mar Rojo (cuando los egipcios fueron abrumados allí) es su sonido». Versículos 23–27 El reino de Siria, al norte de Canaán, había sido, con mucha frecuencia, vejatorio hacia Israel. Damasco era la metrópoli de dicho reino. Jamat y Arpad, otras dos importantes ciudades, son mencionadas (v. 23), y son también mencionados (v. 27b), como abocados a la ruina, los alcázares de Ben-adad, que él había mandado edificar (v. también Am. 1:4). 1. El juicio de Damasco comienza con susto y desmayo (v. 23) «porque oyeron malas nuevas». Estas malas nuevas eran que el rey de Babilonia venía hacia ellos con su ejército, con lo cual ellos se avergonzaron y se derritieron, expresiones que significan
  • 165. confusión y espanto, como el mar encrespado, que no puede sosegarse (comp. con Is. 57:20). 2. Damasco, la capital, se tornó débil (v. 24) y se dio media vuelta para huir, acobardada como mujer con dolores de parto. Ve que no hay más objeto en contender con su destino que el que tiene una mujer en trance de dar a luz, pues tampoco puede contender con los dolores que la acometen. Era una ciudad de gloria y gozo (v. 25), pero ahora se halla abrumada por la pena y la tristeza. El hebreo del versículo 25 dice literalmente: «¿Cómo no fue desamparada la ciudad de alabanza, la ciudad de mi gozo?» Y la única interpretación plausible es la que dan los autores de la obra Search the Scriptures: «Parece ser una exclamación de pesar, puesta en la boca de un ciudadano de Damasco, de que la ciudad no fue abandonada por sus habitantes antes de la matanza descrita en el versículo siguiente». 3. Su final es terrible (vv. 26, 27): Sus jóvenes caerán en plena calle, sus hombres de guerra serán silenciados (lit.) y la ciudad, con sus regios alcázares, será consumida por el fuego. Al caer, muertos a espada, los jóvenes y los guerreros, que habrían podido hacer algo para defenderla, la ciudad quedará a merced del enemigo, quien incendiará aquellos palacios en los que tantos planes malvados se tramaron contra Israel. Versículos 28–33 Estos versículos predicen la desolación que Nabucodonosor y sus tropas iban a llevar a cabo en el pueblo de Quedar (Cedar en la RV). Este pueblo se componía de tribus nómadas, descendientes de un hijo de Ismael con el nombre de Quedar o Cedar. Respecto a Jasor (Hazor en la RV), dice el rabino Freedman: «Varios expertos modernos sostienen que el vocablo tiene aquí conexión con jatser “villorrio sin muros” y denota a los árabes que vivían en asentamientos, como distintos de los nómadas». 1. Vivían en tiendas (v. 29) y no tenían muros, sino cortinas, pues no eran ciudades fortificadas; así pues, no tenían puertas propiamente dichas (v. 31) ni cerrojos. Eran pastores, y no tenían tesoros ni dinero, sino rebaños y camellos. No había soldados entre ellos, pues no temían ninguna invasión; vivían en solitario (v. 31, al final). Se ve que, con la multitud de ganados y de camellos, vivían acomodadamente (v. 32), a pesar de no dedicarse al comercio ni a otros modos de incrementar la riqueza. Son verdaderamente ricos los que tienen suficiente para sus necesidades y saben cuándo tienen bastante. Para hallar gente rica, no es menester que vayamos a los tesoros de los príncipes ni a los cofres de los mercaderes, sino a los pastores que viven en tiendas de campaña. 2. El rey de Babilonia determina hacer que no se diga que, quien ha conquistado poderosos reinos y ciudades fortificadas, va a dejar sin molestar a los que viven en tiendas. Es extraño que tal águila se agache a capturar estas moscas. Estas gentes habían vivido inofensivamente entre sus vecinos, pero (v. 28): «Así dice Jehová: Levantaos, subid contra Cedar y saquead a los hijos del oriente». Dios ordena este saqueo para castigar a un pueblo ingrato. 3. El asombro que esto causa entre ellos, y la desolación causada por el enemigo. La frase final del versículo 29 queda un tanto oscura (¿Quién clama contra quién?). Freedman da como más probable la traducción de Ehrlich: «Ellos (los habitantes de la región) clamarán a causa de ellos (los babilonios): “Terror por todos los lados”». Como si dijese: «Estamos rodeados por el enemigo; no tenemos remedio; estamos perdidos». 4. Ninguno de ellos tendrá coraje para resistir al enemigo; así que éste no necesitará dar ni un solo golpe. Los caldeos tomarán para sí todo lo que hallen en las tiendas de los habitantes, incluidas las cortinas, y se llevarán también los ganados y los camellos (v. 32). No se dice que vayan a matar a nadie, pues, al no encontrar resistencia, les desposeerán de todo lo que tienen, y los despojados aceptarán este despojo como un rescate por sus vidas. Su país quedará deshabitado y, al estar apartado de las grandes
  • 166. vías de comunicación, y al no tener ciudades ni tierras de laboreo que inviten a extranjeros, nadie tratará de sucederles, así que (v. 33) «Jasor será morada de chacales, soledad para siempre, etc.». Versículos 34–39 Esta profecía está fechada en el comienzo del reinado de Sedequías, esto es, en 598 o 597 a. de C. 1. Los elamitas eran descendientes de Elam, hijo de Sem (Gn. 10:22), y llegaron a constituir un poderoso imperio hasta que cayeron bajo el poder de Asiria el año 640 a. de C. Estaban situados al este de Babilonia, servía el río Tigris y de frontera entre ambos países. Se recuperaron después hasta que fueron totalmente incorporados al imperio persa. Eran famosos por su maestría en el manejo del arco (v. 35), pero Dios dice: «He aquí que yo quiebro el arco de Elam, parte principal de su fortaleza, con lo que el ejército elamita quedará indefenso». Esto sucede porque (v. 37) el ardor de la ira de Jehová se cierne sobre Elam. Dios ordena con frecuencia que aquello en que ponemos especialmente nuestra confianza, nos falte o no nos sirva para nada, y busquemos así en Él al que nunca falta y siempre es útil para todo lo bueno. 2. La población de Elam se dispersará. De todas partes vendrán contra ellos enemigos que se llevarán cautivos a muchos de ellos (v. 36), y serán aventados a los cuatro vientos. Las tormentas vienen unas veces de un punto, otras de otro; esta tormenta va a venir de los cuatro puntos cardinales. 3. Sus príncipes, lo mismo que su rey, serán destruidos (v. 38), con un cambio radical de gobierno. Dios pondrá su trono en Elam, «frase que significa que Dios se sentará en juicio sobre la nación» (Freedman). El rey de Elam había sido famoso ya de antiguo. Quedorlaomer (Gn. 14:1) era rey de Elam y hombre poderoso en su tiempo. Podemos suponer que sus sucesores fueron igualmente poderosos. Pero el rey de Elam no es para Dios más que cualquier otro hombre. Sin embargo, la destrucción de Elam no será perpetua (v. 39): «Pero acontecerá en los últimos días (es literalmente la misma expresión de 48:47), que haré volver a los cautivos de Elam, dice Jehová». CAPÍTULO 50 14 En este capítulo y en el siguiente tenemos el juicio de Babilonia, el cual es puesto en último lugar en las profecías de Jeremías contra los gentiles, porque fue la última en cumplirse. Además, Babilonia había sido usada por Dios como vara en Su mano para castigar a todas las demás naciones, y ahora, por fin, esa vara iba a ser arrojada al fuego. Esta destrucción fue ya predicha por Isaías, y ahora lo es por Jeremías. Puesto que el reino babilónico era mucho mayor y más poderoso que ningún otro de los que, hasta ahora, han recibido de Dios su sentencia, también su caída será más notable y de mayor consideración. Tenemos aquí: I. La ruina de Babilonia (vv. 1–3, 9–16, 21, 22, 3546). II. La redención del pueblo de Dios (vv. 4–8, 11–20, 33, 34). Versículos 1–8 1. «La palabra que habló Jehová contra Babilonia» (v. 1). Así empieza el capítulo. El rey de Babilonia se había portado muy amablemente con Jeremías; no obstante, el profeta recibe orden de Dios de predecir la ruina de ese imperio, porque los profetas de Dios no han de dejarse llevar por el favor o el afecto de los hombres. Sean quienes sean nuestros amigos, si son enemigos de Dios, no podemos hablarles palabras de paz. La destrucción de Babilonia se da aquí por cosa hecha, y hecha por completo (v. 2). Los 14 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.876
  • 167. ídolos de Babilonia, a los que todo el imperio atribuiría los grandes éxitos de su rey, son destruidos, sin que puedan proteger en nada al pueblo caldeo. Sus dos principales deidades, Bel y Merodac (mejor conocido como Marduk), son incapaces de proteger a sus adoradores y quedan avergonzados y desmayados. Una nación del norte (v. 3), esto es, los persas bajo el mando de Ciro, vendrá sobre Babilonia y pondrá su tierra en asolamiento. 2. Pero hay también una palabra de Dios para consuelo de los hijos de Dios: para los hijos de Israel … y los hijos de Judá (v. 4). (A) Se promete aquí que se volverán, primero a su Dios, y después a su tierra; y la promesa de su conversión y reforma es la que abre el camino para todas las otras promesas (vv. 4, 5). Vendrán llorando, lamentándose toda la casa de Israel en pos de Jehová (1 S. 7:2). Estas lágrimas manarán de una tristeza según Dios (2 Co. 7:10), pues serán lágrimas de arrepentimiento por el pecado y lágrimas de gozo por la bondad de Dios en la alborada del día de su liberación. «Y buscarán a Jehová su Dios» (v. 4, al final); no se hundirán bajo la tristeza, sino que se levantarán por la esperanza de volver a su país y, en especial, a un nuevo templo. «Preguntarán (v. 5) acerca de Sion, vueltos sus rostros hacia acá», «indicación—dice Freedman—de que Jeremías se hallaba en la Tierra Santa». El viaje será largo y no conocen el camino (después de 70 años o más), pero preguntarán. Todos los que se convierten sinceramente a Dios tienen un deseo genuino de alcanzar el objetivo y un constante interés en seguir por el camino recto. También quieren renovar su pacto con Jehová (v. 5b): «Venid y juntémonos a Jehová con pacto eterno que jamás se ponga en olvido». (B) Su caso actual es presentado como muy lamentable y como que lo ha sido por mucho tiempo (v. 6): «Ovejas perdidas era mi pueblo; sus pastores las hicieron errar, por los montes las descarriaron, etc.». Estas frases admiten dos sentidos, según el rabino Freedman: (a) Iban de una parte a otra en busca de instrucción y dirección sin líderes de confianza. (b) Iban de idolatría en idolatría, la cual se practicaba con la mayor frecuencia en los lugares altos. Así les ha pasado como a toda oveja descarriada: «Todos (v. 7) los que las hallaban, las devoraban», y además creían que no cometían nigún desafuero (comp. con 40:3): «No pecamos, porque ellos pecaron contra Jehová». Lo cual recuerda el famoso dicho español: «El que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón». Pensaban que Israel estaba dejado de la mano de Dios y, por eso, que no era culpable quien abusara de él, pues merecía sufrir tales cosas. (C) El profeta los ve en tan miserable condición que, ante el anuncio de la caída de Babilonia, les exhorta a que escapen hacia su patria los primeros, tan pronto como se abra la puerta de la libertad (v. 8), como los machos cabríos que van delante del rebaño, los cuales se abren paso los primeros tan pronto como se abre la puerta del redil. La vuelta a Sion bien merece un esfuerzo especial por parte de los que un lejano día fueron arrancados de la ciudad santa. Versículos 9–20 En nombre de Dios, el profeta prosigue ahora en su controversia con Babilonia. 1. La comisión y el encargo que se da a los instrumentos de Dios que van a ser empleados en la destrucción de Babilonia. El ejército que va a llevar a cabo esta obra es llamado (v. 9) «una confederación de grandes pueblos de la tierra del norte», es decir, los medos y los persas, con sus aliados y auxiliares, que se enumeran en 51:27, 28. Dios es el que los hace despertar y subir contra Babilonia, aptos para el servicio que les va a encomendar, para que se pongan en plan de batalla (v. 14) contra Babilonia alrededor. «Tirad contra ella, no escatiméis las saetas, porque pecó contra Jehová», les dice (v. 14b). De inmediato ve la ciudad ya rendida (v. 15): «Gritad contra ella en derredor; se rindió». Sorprendida cuando no esperaba ningún ataque y se creía segura, los gritos de
  • 168. guerra del enemigo la han aturdido más todavía y, sin ofrecer mucha resistencia, ha capitulado. 2. La desolación y destrucción que le van a sobrevenir a Babilonia se describen con gran variedad de expresiones. (A) Las riquezas de Babilonia van a ser fácil y rica presa para los conquistadores (v. 10). (B) El país quedará despoblado y no volverá a ser habitado (v. 13); el lenguaje de este versículo 13 se parece al de 18:16, donde es aplicado a Judá. (C) La madre (v. 12) de los caldeos, es decir, la capital del reino (Babilonia) quedará llena de confusión cuando se vea abandonada de sus hijos. (D) Los grandes admiradores de Babilonia la verán hecha despreciable (v. 12b): «… la última de las naciones, desierto, sequedal y páramo». La gran ciudad, cabeza del imperio más poderoso de la tierra, quedará completamente arruinada. (E) Para que la desolación sea completa, no quedará allí nadie (v. 16) que cuide de los campos: «cada uno (las mismas frases de Is. 13:14) volverá el rostro hacia su pueblo, cada uno huirá hacia su tierra». Todos los extranjeros que residan en el país se apresurarán a salir de él y a encaminarse cada uno a sus respectivos países de origen. 3. La causa de esta destrucción. Se debe al desagrado de Dios (v. 13): «A causa de la ira de Jehová no será habitada». Y la ira de Dios es justa, porque (v. 14) ella pecó contra Jehová. Lo que ellos hicieron contra Jerusalén lo hicieron con deleite (v. 11). Cuando Tito destruyó Jerusalén, dicen que lloró sobre ella, pero cuando estos caldeos la destruyeron, se alegraron contra ella. Hicieron uso de los despojos de la ciudad santa para dar pábulo a su propio lujo, orgullo y comodidad. Pero los que de este modo se tragan las riquezas de otros, tendrán que vomitarlas un día (v. 15, al final): «haced con ella como ella hizo». No se contentaban con menos que con la ruina total del pueblo de Dios. Israel era ya rebaño dispersado (v. 17, comp. con v. 6), y no son sólo los perros los que le ladran y le molestan, sino que hasta los leones lo dispersaron (comp. con 2:15). Un rey de Asiria se llevó las diez tribus del norte y las devoró; otro invadió Judá y lo empobreció, hasta arrancarles lana y piel a estas pobres ovejas; ahora, este rey de Babilonia ha caído sobre él y le ha quebrado los huesos (v. 17, al final). Por tanto, el rey de Babilonia tiene que ser castigado (v. 18) como fue castigado el rey de Asiria. 4. La misericordia prometida al Israel de Dios. Serán libertados de su servidumbre y traídos de nuevo a su pastizal (v. 19), como ovejas que estaban dispersas y han vuelto a ser recogidas en su propio redil. Dios les restaurará la prosperidad: no sólo vivirán, sino que vivirán cómodamente, de nuevo en su tierra, pues (v. 19b) «pacerá en el Carmel y en Basán, las regiones más ricas y fructíferas del país». Ellos buscarán a Jehová su Dios (v. 4, al final) y preguntarán acerca de Sion (v. 5), donde podrán adorar y servir a su Dios; esto era lo que más les atraía para volver a su patria; pero Dios los traerá al Carmel y a Basán, donde podrán alimentarse con abundancia. La raíz de esta prosperidad está expresada en el versículo 20: «En aquellos días y en aquel tiempo, dice Jehová, la maldad de Israel será buscada y no aparecerá». No sólo habrá desaparecido la pena, el castigo que merecieron por sus pecados, sino también la culpa que mereció tal castigo. ¿Por qué? «Porque (v. 20, al final) perdonaré a los que yo haya dejado como remanente.» Esto demuestra, una vez más, que, cuando Dios perdona el pecado, también se olvida de él (31:34, al final). Esto debe incluir una completa reforma en el corazón y en la conducta, junto con esa total y definitiva remisión de los pecados. Aquellos a quienes Dios les perdona los pecados, también los reserva para algo muy grande, pues, a los que justificó, a éstos también glorificó (Ro. 8:30b). Versículos 21–32 1. Se pasa revista a las fuerzas que tienen la comisión de destruir Babilonia. Son convocadas las tropas de Ciro para subir contra ella (v. 21). Se mencionan dos localidades, en las que el autor sagrado juega con los nombres: Meratáyim, que
  • 169. significa «doble rebelión», corresponde a una población llamada, en acadio, Mat Marratim (según la llama Freedman; Asensio la llama nar marratim); y Pecod, que significa «visitación», corresponde al acadio Puqudu. Se convoca a todos, porque para todos habrá trabajo y pago (v. 26); pero, en especial, a los arqueros o flecheros (v. 29), pues Dios abrió su arsenal (v. 25) y sacó las armas de su furor. Media y Persia son ahora la armería de Dios y de allí saca las armas de su furor: las tropas de Ciro. 2. Se les dan instrucciones de lo que tienen que hacer (v. 21): Han de abrir los almacenes de Babilonia (v. 26) y apilarla como montones (lit.), lo cual puede entenderse de dos maneras: (A) Apilar sus tesoros (lo que saquen de los almacenes o, mejor, graneros) en un montón para llevárselos. (B) Apilar todo lo que tiene para destruirlo. Sus jóvenes guerreros («sus novillos»—v. 27—) han de ir al matadero (comp. con Is. 34:7) como reses, más bien que como hombres de guerra en el campo de batalla. 3. A los atacantes se les dan seguridades de éxito. Que hagan como Dios les manda, y tendrán éxito completo en llevar a cabo lo que Dios amenaza. Ciro vencerá sin duda alguna, pues está luchando a las órdenes de Dios. 4. Se declaran los motivos de esta severidad con que Dios trata a Babilonia: (A) Babilonia ha sido muy molesta, vejatoria e injuriosa con todos sus vecinos; ha sido (v. 23) «el martillo de toda la tierra», pues ha quebrantado a todas las naciones. Pero el Dios de todas las naciones afirmará los lesionados derechos de éstas, tarde o temprano, contra los que injusta y violentamente las han invadido. (B) Babilonia ha desafiado al mismo Dios (v. 24, al final): «te sublevaste contra Jehová». Una traducción más literal sería: «Te has puesto a litigar (ante los tribunales o en el campo de batalla) con Jehová, pero eso ha sido un lazo, del que no te diste cuenta (v. 24a)». (C) Babilonia arruinó a Jerusalén, la ciudad santa, y su santuario (v. 28), los cuales fueron reducidos a cenizas por Nabucodonosor. Por eso, a su castigo se le llama (v. 28, al final) la venganza de su templo. Tanto más cuanto que, además de incendiar el templo, el rey caldeo se había llevado a Babilonia todos los utensilios sagrados del santuario. El martillo de toda la tierra (v. 23) tenía que pagar muy cara la forma como trató a la hermosa Sion, que era la alabanza y el gozo de toda la tierra (Lm. 2:15). (D) Babilonia ha sido arrogante e insolente y, por tanto, debe ser abatida (comp. con Job 40:12). Su caída no se deberá tanto al esfuerzo que hagan otros en tirarla como a su propio derrumbamiento, pues llevan siempre la cabeza tan alta que nunca se percatan de lo que tienen debajo de los pies. Versículos 33–46 1. Sufrimientos de Israel, y la liberación de tales padecimientos (v. 33): «Oprimidos fueron los hijos de Israel y los hijos de Judá juntamente». Los que quedaron de los cautivos de las diez tribus se mezclaron, al parecer, con los de las dos tribus, al unirse los reinos de Asiria y Caldea, con lo que fueron oprimidos juntamente. Pero tienen un consuelo en medio de su aflicción y es que, aunque ellos sean débiles, su Redentor es poderoso (v. 34), pues es el propio Jehová de las huestes, y Él hará honor a Su nombre de Vengador de la sangre (ya que eso entra dentro del oficio del hebreo goel) para todos los que dependen de Él para su liberación y vindicación; «de cierto abogará la causa de ellos para hacer reposar la tierra, la tierra de Emanuel, a fin de que no vuelvan a ser molestados por sus vecinos». Esto es aplicable a todos los creyentes, que gimen bajo el peso del pecado y de la corrupción, así como de su propia debilidad. Que sepan que su Redentor es fuerte, capaz de guardar a todos los que a Él se encomiendan. El pecado no tendrá dominio sobre ellos, porque no están bajo la ley, sino en la gracia;
  • 170. Él los hará libres, y serán libres de verdad; les dará reposo, el reposo que queda para los hijos de Dios. 2. El pecado de Babilonia, y el castigo por ese pecado. (A) Los pecados de que se les acusa son la idolatría y la persecución del pueblo de Dios. (a) Han oprimido a Israel (v. 33b): «los tomaron cautivos, los retuvieron; se negaban a soltarlos» (comp. con Is. 14:17: «a sus presos nunca abrió la cárcel»). (b) Han injuriado también a Dios y le han robado, y dado a otros la gloria que debe darse únicamente a Él; pues (v. 38) «es tierra de ídolos y se entontecen con imágenes de horror». El vocablo hebreo para ídolos es phesilim, imágenes de talla, y el que se usa para imágenes de horror es emim, nombre aplicado también a gigantes que daban mucho miedo; estos ídolos son llamados aquí cosas de horror (lit.) «por el terror que imponía su aspecto grotesco» (Freedman). (B) Los juicios de Dios por esos pecados serán tan severos que los arruinarán por completo. (a) Todo lo que habría de ser para su defensa y sostén será cortado por la espada. Los caldeos habían sido por mucho tiempo la espada de Dios, con la que Jehová había desfogado su ira contra las naciones de alrededor; pero ahora, al ser los caldeos tan malos como los demás o peores que todos los demás, viene sobre ellos una espada (v. 35), la espada de la guerra y, en manos de Dios, la espada de la justicia. Viene (v. 35b) contra los moradores de Babilonia, contra sus príncipes y contra sus sabios. Sus filósofos, sus estadistas y consejeros privados no podrán hacer nada para detener el castigo. El texto hebreo dice, en el versículo 36, baddim, charlatanes o jactanciosos (lo mismo que en Is. 44:25), en lugar del baddeha, adivinos, de la Vulgata y de la versión siríaca. De hecho se refiere a los adivinos, en cuanto que éstos «le aseguraban a Babilonia un dominio permanente» (Freedman), con lo que resultaban unos insensatos al engañar a otros y al engañarse a sí mismos. (b) La espada de la guerra caerá también contra los más valientes (v. 36b) y desmayarán, cobardearán sin mostrar ningún signo de su antigua valentía. Igualmente caerá (v. 37) contra los caballos y los carros, pues serán destrozados en la batalla o caerán en manos de los invasores, y contra la mezcolanza de gentes que hay en medio de ella, es decir, las tropas asalariadas de otras naciones al servicio de Babilonia o, quizás, «los mercaderes o mercenarios extranjeros (cf. 25:20)» (Freedman). Toda esta gente se portará cobardemente, como débiles mujeres. Finalmente, la espada caerá contra sus tesoros (v. 37, al final), que son la base de intendencia de la guerra y el atractivo de los conquistadores, y serán saqueados, botín para beneficio del enemigo. Nada menos que cinco veces en tres versículos (35–37) se lee en el hebreo la expresión jéreb el, espada contra … Y todavía la versión siríaca tiene jéreb, espada, en la primera palabra del versículo 38, en lugar de jóreb, sequedad, del texto masorético. (c) El país quedará desolado (v. 38): «Sequedad contra (hebr. el, la misma preposición de los versículos anteriores) sus aguas y se secarán». La prosperidad de Babilonia dependía de estas aguas, así como el suministro de riego y de agua potable para la ciudad. Ciro desvió el río Éufrates en varios canales, de forma que fuese fácil para su ejército llegar a los muros de la ciudad, que se consideraban inaccesibles precisamente por la protección que esas aguas les brindaban. La ciudad se convertirá en morada de hienas y chacales, etc. (v. 39, comp. con Is. 13:19–22). (d) El rey de Babilonia, juntamente con su reino, serán puestos en la mayor confusión y consternación por los enemigos que los invadirán (vv. 41–43). Los que se portan cruelmente, sin muestras de compasión, han de esperar ser tratados también con crueldad, sin hallar misericordia.
  • 171. (e) El invasor vendrá como un león (v. 44) a desgarrar y destruir, y dejará la tierra completamente asolada (v. 45); la desolación será tan terrible y asombrosa, que todas las naciones quedarán aterrorizadas (v. 46). Estos tres versículos repiten, casi a la letra, lo que ya vimos antes (49:19–21) en la profecía de la destrucción de Edom a manos de los caldeos, y la vemos ahora repetida en la destrucción de los caldeos a manos de los medos y los persas. CAPÍTULO 51 Continúa en este capítulo la profecía de la destrucción de Babilonia, de la que daban testimonio también otros profetas. Aquí tenemos: I. El relato de la sentencia de Babilonia, con detalles particulares que agravaban su caída, y de los ánimos que aquí se dan al pueblo de Dios, que tan cruelmente había sido oprimido por ella (vv. 1–58). II. La ratificación de la sentencia contra Babilonia mediante el gesto simbólico de echar en el río Éufrates una copia de esta profecía (vv. 59–64). Versículos 1–58 1. Reconocimiento de la gran pompa y del poder que Babilonia había disfrutado, y el uso que Dios, en su Providencia, había hecho de eso (v. 7): «Copa de oro fue Babilonia en la mano de Jehová, un imperio rico y poderoso, la cabeza de oro de Daniel 2:38 (comp. con 25:15 y ss.)». En mano de Jehová, porque Babilonia fue instrumento con que Dios castigó a muchas otras naciones. Mazo de guerra (v. 20) con que quebrantar a diestro y siniestro. En la Biblia Hebrea impresiona ver, formando una columna al comienzo de cada renglón, nueve veces repetido (vv. 20–23), el vocablo wenipatstí («y quebrantaré con mazo»—en imperfecto, por el waw conversivo, que cambia los tiempos—). Nada de lo que hay de provechoso en otras naciones se libra de estos mazazos de Dios por medio de Babilonia: caballos y jinetes, carros y aurigas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, donceles y doncellas, pastores y rebaños, labradores y sus yuntas, gobernadores y magistrados. Tal es el desastre que los caldeos han causado cuando Dios los ha usado como instrumentos de Su ira para castigar a las otras naciones. Ahora les va a tocar a ellos. 2. El cargo que se le hace a Babilonia en el versículo 9 es que se ha hecho incorregible: «Hemos intentado curar a Babilonia y no ha sanado». ¿Quién dice esas palabras? Como en otras ocasiones, es probable que Peake (citado por Freedman) esté en lo cierto cuando comenta: «Debemos suponer que los que así hablan son extranjeros residentes en Babilonia, no los cautivos, puesto que estos últimos celebrarían con gozo la caída del opresor. Responden a la irónica invitación del versículo 8». Con todo, no es de despreciar la opinión de M. Henry, quien ve aquí un intento de Israel de sanar la idolatría de Babilonia, convenciéndoles de la inutilidad de sus falsos dioses (10:11), tanto más cuanto que este último versículo que acabamos de citar ¡está en arameo!, como para testimonio a los babilonios en una lengua que todos podían entender. 3. Otro cargo que se le hace es su inveterada malignidad contra Israel. Las demás naciones habían sido tratadas igualmente con crueldad por los caldeos, pero es Israel la que acude a su Dios a quejarse del trato que Babilonia le ha dado y le pide que caiga sobre Babilonia toda la violencia que Israel ha sufrido de manos de los caldeos (vv. 34, 35). Los detalles del versículo 34 son muy gráficos. Únicamente el último vocablo (hebr. hedijaniw—con el waw puntuado como incierto—) resulta oscuro; las versiones varían entre el «me echó fuera» (RV 1960), o expresiones parecidas, y el «me dejó sin nada» (RV 1977), que parece más probable (lit. me limpió del todo, me lavó hasta dejarme limpia), figura que aparece en otros lugares del Antiguo Testamento. Comenta Freedman: «Me ha lavado limpia. Ha hecho una limpieza general de mis posesiones, dejándome sin nada».
  • 172. 4. La sentencia que, ante esta apelación de Israel, pronuncia el justo Juez de cielos y tierra a favor de Su pueblo y contra Babilonia. Responde (v. 36): «He aquí que yo abogo por tu causa; déjamela a mí y, a su debido tiempo, yo la patrocinaré, la defenderé y haré venganza por ti; de cada gota de la sangre de Jerusalén se pedirá cuenta con todo interés». Dios trata a Israel mejor de lo que se merece y, a pesar de sus iniquidades y de las severidades de Dios, Israel no está desamparado. Dios es todavía su Dios y actuará a favor de él como Jehová de las huestes, un Dios poderoso. Jehová, Dios de retribuciones (v. 56, al final), de cierto da la paga. Él pagará (v. 24) a Babilonia y a todos los moradores de Caldea, todo el mal que ellos hicieron en Sion. Ciro medirá a los caldeos con la misma medida con que los caldeos midieron a los judíos. Los hijos de Sion saldrán triunfantes y podrán decir (v. 10): «Jehová hizo patente nuestra justicia; venid y contemos en Sion la obra de Jehová nuestro Dios». 5. Una declaración de la soberanía de Dios al defender la causa de Sion y tomar a su cargo el pedir cuentas a este orgulloso y poderoso enemigo (v. 14): «Yo te llenaré de hombres como de langostas y levantarán contra ti gritos de victoria (hebr. heidad, “el hurra de victoria”—Asensio—). Dios llenará Babilonia de un número tan grande de fuerzas enemigas, que serán como una enorme plaga de langostas. Pero, ¿quién es el que puede hacer añicos un imperio tan poderoso como el de Babilonia? El profeta se refiere a Él con base en la descripción que de Él había hecho en 10:12–16, y la repite aquí para mostrar que Dios ha de convencer por medio de Sus juicios a los que no se dejan convencer por Su palabra, de que es Dios sobre todos. En efecto: (A) Él es el Dios que creó el Universo (v. 15): «El que hizo la tierra con Su poder, el que afianzó el mundo con Su sabiduría, y extendió los cielos con Su inteligencia» (v. el comentario a 10:12 y ss.). (B) Él gobierna y controla todas las criaturas que ha hecho (v. 26). Su providencia es una continua creación. (C) Los ídolos (vv. 17, 18) que se oponen al cumplimiento de la palabra de Jehová son una falsedad, no tienen aliento; son una cosa vana, obra digna de burla, sus adoradores están embrutecidos, son, en realidad, peores que las bestias, y sus orfebres quedan avergonzados cuando el poder de sus obras es puesto a prueba y resulta que no sirven para nada, pues no pueden ayudar ni proteger. (D) Pero el Dios de Israel no es como esos ídolos (v. 19): «No es como ellos la porción de Jacob (v. el comentario a 10:16). El Dios que habla de este modo y cumple lo que habla es el Formador de todo … Jehová de las huestes es Su nombre; y hay una relación muy estrecha entre Él y Su pueblo, porque Él es la porción de Israel, e Israel es la tribu de Su herencia». 6. Una descripción de los instrumentos que han de emplearse en este servicio (v. 11): «Jehová ha despertado el espíritu de los reyes de Media, Darío y Ciro, que vendrán contra Babilonia por instigación de Dios, porque contra Babilonia es su estrategia para destruirla». Los que son empleados por Dios contra Babilonia son comparados (v. 1) a un viento destructor que, o con su frío helador congela los frutos de la tierra, o con su fiero empuje los abate y los arrastra. Este viento es sacado de los depósitos de Dios (v. 16), viento (v. 1) destructor y aventador (v. 2) contra Babilonia y contra los habitantes de Leb-Camay. El hebreo Leb qamay significa «el corazón de los que se levantan contra mí», pero aquí es, como Sheshak en 25:26, un vocablo críptico que designa Cashdim (Caldea). Los extranjeros que aventarán a los caldeos (v. 2) son comparados al bieldo con que los labradores separan el grano de la paja. Los caldeos serán arrastrados por el viento (comp. con Sal. 1:4), de la misma manera que ellos han servido de bieldo para aventar el pueblo de Dios (15:7).
  • 173. 7. Se les da amplia comisión a los conquistadores de Babilonia para que destruyan el ejército caldeo (v. 3). La primera parte de este versículo 3 resulta difícil, ya que parece contradecir a la segunda. Los autores de la obra Search the Scriptures y otros exegetas entienden la primera parte como dirigida a los defensores de Babilonia para advertirles que toda defensa será inútil. Cuentan con el apoyo de muchos MSS que leen el (contra) en lugar de al (no), pero la construcción gramatical no admite otra partícula que al, conforme a la lectura de bastantes MSS. Además, la segunda parte del versículo va dirigida obviamente a los atacantes; luego también la primera debe referirse a ellos. «La mejor solución es la propuesta por Ehrlich, quien acepta la lectura al y entiende todo el versículo como dirigido al ejército sitiador, y lo conecta con el versículo 5: No entese su arco el arquero ni se vista de su cota de malla; no tendréis necesidad de luchar porque (según se declara en el v. 5) Dios acude a rescatar a Israel; no perdonéis a sus jóvenes, porque (según se declara en el v. 5) la tierra de ellos (los caldeos) está llena de culpa» (Freedman). 8. Se convoca (vv. 27, 28) a que se hagan todos los preparativos necesarios para esta empresa. Hay que alzar bandera (v. 27) para reunir a las naciones que van a participar en el ataque contra Babilonia. Hay que tocar la trompeta para dar las señales convenientes antes de, y durante, la batalla. Para esta lucha deben reclutar las naciones lo mejor de sus hombres aptos para la guerra, lo mejor de sus jinetes y de sus cabalgaduras: los reinos de Araraty de Miní, en Armenia, y de Askenaz, no lejos de los dos anteriores (Gn. 10:3); haced subir caballos como langostas erizadas. Dice Payne Smith (citado por Freedman): «El vocablo para erizadas (samar) describe a las langostas en la tercera fase de su desarrollo, cuando sus alas están envueltas en duras cápsulas córneas, adheridas a su espalda. Es en esta fase cuando son tan destructivas». Con esta figura se describe la desolación que los enemigos de Babilonia van a llevar a cabo contra ella (comp. con Jl. 1:4). 9. La debilidad de los caldeos y su impotencia para hacer frente al ataque que se les viene encima. Los versículo 11 y 12, contra la opinión de M. Henry, no van dirigidos «irónicamente» a las fuerzas caldeas, sino a las tropas atacantes, a quienes se exhorta a desempolvar las armas y llevar a cabo el ataque contra Babilonia (comp. con v. 27). Los caldeos (v. 30) han dejado de pelear, se encerraron en sus fortines, les faltaron las fuerzas, se volvieron como mujeres. Dios se encargó de quitarles el coraje necesario para combatir y las fuerzas físicas para ello; con lo que el enemigo, al no hallar resistencia, pondrá fuego a la ciudad (vv. 30, 56–58). Todos los estamentos de la sociedad (v. 57) cobardearán del mismo modo. De nada les servirá el muro ancho de Babilonia (v. 58). Si el enemigo va a ser capaz de vadear el Éufrates, que era considerado intransitable, ¿acaso podrá ser considerado inexpugnable el muro de Babilonia, por ancho que sea? ¡Será derribado enteramente, y sus altas puertas serán quemadas a fuego! (v. 58b). 10. La destrucción de Babilonia es segura. Está empeñado en ella el poder de Dios, al que nadie ni nada puede resistir (v. 8), aunque cuando Jeremías profetizó esto, y por muchos años después, Babilonia estaba en el cenit de su poder y de su grandeza. Y es que, además de estar empeñado en esta destrucción el poder de Dios: (A) Era una destrucción justa. Babilonia se la ha merecido, porque (v. 25) ha sido un monte destructor de toda la tierra, del mismo modo que las grandes rocas desprendidas de los montes quebrados echan a perder todo lo que hay bajo sus pies en muchos kilómetros a la redonda; pero ahora Dios (v. 25b) lo hará rodar de las peñas y lo reducirá a monte quemado. También ha sido Babilonia (v. 33) como una era bien apisonada y dispuesta para trillar a Israel, pero también a ella le llegará la hora de ser trillada (comp. con Is. 21:10; 41:15, 16; Mi. 4:13). Mora entre muchas aguas y es rica
  • 174. en tesoros (v. 13), pero le viene su fin (vv. 13b y ss.). Correo tras correo, mensajero tras mensajero, vienen anunciándole al rey de Babilonia (v. 31) «que su ciudad es tomada por todas partes». Por otro lado, es demasiado orgulloso como para negociar condiciones de paz. El corazón de los caldeos se endurece para su propia destrucción. (B) Era una destrucción repentina. El propio rey (Nabonido) de Caldea estaba a tal distancia de la ciudad que se enteró de su caída cuando todavía estaba lejos de ella. Las noticias que llegaban eran terribles (v. 32): «Los vados fueron tomados, los baluartes quemados a fuego, y se consternaron los hombres de guerra». El versículo 39 (comp. con Dn. 5:30) parece aludir al banquete profano y sacrílego que celebraban a la misma hora en que la ciudad era tomada. Mientras calientes por el vino, rugen como leones, todos a una (v. 38), Jehová los va a embriagar (v. 39) con el cáliz de Su ira. Han pasado de mano en mano las copas del licor; ahora se vuelve hacia ellos el cáliz de la mano derecha de Jehová (Hab. 2:15, 16). Ya pueden ponerse tan alegres como deseen, pues (Dn. 5:30), «aquella misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos». La fuerza de los enemigos es comparada aquí a una gran inundación (v. 42): «Subió el mar sobre Babilonia; fue cubierta de la multitud de sus olas», sobrepujada por un enorme ejército que la devasta (v. 43): «Sus ciudades han quedado hechas una desolación, tierra seca y desierto»; un desierto deshabitado y sin cultivar. (C) Era una destrucción que había de alcanzar a los dioses de Babilonia, a los ídolos y a sus imágenes. «En señal de que toda la tierra (v. 47) será avergonzada y todos sus muertos caerán en medio de ella, Dios castigará los ídolos de Babilonia. Este castigo- visitación de los ídolos se repite en el versículo 52, mientras en toda su tierra gemirán los heridos (v. 52b). Pero el primer ídolo castigado por Dios será el principal dios que los babilonios adoraban por eso, su nombre se menciona el primero, pues será el primero en el castigo (v. 44): «Y castigaré a Bel —dice Dios—en Babilonia, y sacaré de su boca lo que se ha tragado», esto es, todo lo que los babilonios han consagrado en sacrificios a su dios, después de despojar a las naciones que han conquistado. Los ídolos serán destruidos cuando Babilonia sea reducida a montones (v. 37) y a perpetuo asolamiento (v. 26, al final); una desolación tal que ni siquiera las piedras de sus antiguos edificios serán tomadas (v. 26) para piedras de esquina ni para cimiento. Esto no es de extrañar por cuanto, al ser incendiada la ciudad, sus piedras quedarán calcinadas y, por tanto, inservibles para cualquier construcción. 11. Viene ahora un llamamiento de Dios a Su pueblo para que salga de Babilonia. «Huid de en medio de Babilonia, y librad cada uno su vida» (v. 6). Es una medida obvia de prudencia el abandonar la ciudad cuando se aproxima la ruina. Y de nuevo (v. 45, comp. con 50:8; Is. 48:20; Ap. 18:4): «Salid de en medio de ella, pueblo mío, etc.». Los que no disponen de gracia suficiente para guardar su temple durante la tentación, deben tener la prudencia suficiente para escabullirse lejos del camino de la tentación. Se les manda no detenerse; que el recuerdo de Jehová y de Jerusalén les espolee a escapar (v. 50): «Los que escapasteis de la espada de los caldeos, vuestros opresores, y de la espada de los persas, sus destructores, no os detengáis, daos prisa en salir y daos prisa en llegar; acordaos desde lejos de Jehová, y que Jerusalén os venga en mientes; daos prisa en llegar a Canaán, pues es la tierra prometida, la tierra de vuestro descanso; Babilonia no lo es; no es lugar de promesa y de descanso, sino de maldición y de confusión, de espanto y burla (v. 37, al final)». 12. Los israelitas habían sufrido primero la afrenta a manos de los caldeos. El mero recuerdo de Jerusalén (v. 50, al final) hace que los cautivos (v. 51) confiesen su vergüenza ante la afrenta que los caldeos infirieron a la casa de Dios: «Estamos avergonzados, porque oímos la afrenta; la confusión cubrió nuestros rostros, porque penetraron extranjeros hasta los santuarios de la casa de Jehová. El templo ha sido
  • 175. profanado, ¿cómo podemos pensar en él con placer?» A esto responde Dios en los versículos 52, 53 que ahora va a castigar y destruir los dioses de Babilonia y, de este modo, aquella afrenta quedará por siempre resarcida. 13. Los diversos sentimientos suscitados por la caída de Babilonia. (A) Algunos se lamentarán de la destrucción de la ciudad (v. 41): «¡Cómo fue apresada Sesac (nombre críptico de Babilonia—v. 25:26—), y fue tomada la que era alabada por toda la tierra!, etc.». En cambio, los versículos 54 y 55 (contra la opinión de M. Henry) no reflejan los sentimientos de los amigos o admiradores de Babilonia, sino que «con mayor probabilidad, se refieren al tumulto del enemigo atacante, que ahogará el ruido del interior de la ciudad sentenciada» (Freedman). (B) Muchos más se alegrarán de la caída de Babilonia (v. 48); los buenos se gozarán de ello, no por la terrible destrucción que se cierne sobre unos semejantes, criaturas de Dios como nosotros, sino como una manifestación del justo juicio de Dios y porque abre las puertas para la liberación de los cautivos de Jehová. Versículos 59–64 1. Se saca una copia de esta profecía; al parecer, por mano del propio Jeremías, puesto que su secretario Baruc no se menciona aquí (v. 60): «Escribió, pues, Jeremías en un libro (es decir, en un rollo) todo el mal que había de venir sobre Babilonia». 2. Es enviado a Babilonia, a los cautivos, por manos de Seraías (v. 59), que fue a Babilonia como asistente de Sedequías, en el cuarto año de su reinado. De Seraías se dice aquí (v. 59, al final) que era «el príncipe de alojamiento» (lit.) del rey, o «camarlengo», como dice Asensio. Pero, como el hebreo menujah «en 1 Reyes 8:56 y 1 Crónicas 22:9, significa lo contrario de guerra, Seraías podría ser descrito aquí como el jefe del partido que abogaba en Judea por la paz» (Freedman, cita esto como una ingeniosa interpretación de Ehrlich). También advierte Freedman, al conectar la frase «hijo de Nerías» del versículo 59 con 32:12, que «Seraías era, por tanto, hermano de Baruc». Al ser hombre de calma, no de guerra, bien hacía Jeremías en comisionar a Seraías para este asunto tan delicado. 3. Se desea que Seraías lo lea a sus compatriotas que han marchado ya al cautiverio (v. 61): «Cuando llegues a Babilonia, verás y leerás todas las palabras estas (lit.), esto es, mirarás en el rollo y lo leerás». Comenta Freedman: «La lectura no podía hacerse en público porque esto habría sido una cosa muy peligrosa; tenía que leerlo a solas o a unos pocos líderes de los judíos en Babilonia». 4. Se le instruye para que de solemne testimonio de la autoridad y de la certeza divinas de lo que acaba de leer (v. 63). Aunque Seraías vea Babilonia floreciente, después de leer esta profecía verá Babilonia decadente; más aún, como cae para no levantarse. Cuando vemos lo que es este mundo, cuán brillantes son sus alardes de poder, de honor, de riqueza, de placer y de diversiones, y cuán lisonjeras son sus propuestas, leamos en el libro de Dios que «la apariencia de este mundo se pasa» (1 Co. 7:31) y entonces aprenderemos a mirarlo con santo menosprecio. 5. Después, Seraías tiene que atarle una piedra al rollo (v. 63) y echarlo en medio del río Éufrates, como una señal corroboradora de las cosas contenidas en él, ha de decir (v. 64): «Así se hundirá Babilonia y no se levantará más, etc.». (comp. con el v. 53). En la señal, fue la piedra la que hundió al rollo o libro. Pero en la cosa significada, fue más bien el libro el que hundió a la piedra, pues fue la sentencia de Dios contra Babilonia en esta profecía la que hundió aquella ciudad que parecía más firme que una piedra. 6. Las últimas palabras del capítulo sellan la visión y la profecía de este libro (v. 64, al final): «Hasta aquí son las palabras de Jeremías». Dice Freedman: «Esto insinúa que el capítulo siguiente no es de la mano de Jeremías. Está tomado ampliamente de 2
  • 176. Reyes 24:18–25:30». Esta profecía estaba fechada en el cuarto año del reinado de Sedequías (v. 59), mucho antes de que el profeta terminase su testimonio, pero había de ser la última en cumplirse de todas sus profecías acerca de las naciones (46:1). 7. Queda por observar un detalle extraño. Leemos en el versículo 59b que Seraías, en la comisión que acabamos de estudiar, iba con Sedequías, rey de Judá, a Babilonia, etc. Comenta Freedman: «Esta visita de Sedequías no está registrada en ninguna otra parte. Es posible que fuese a rendir homenaje a Nabucodonosor para sacudir de sí mismo la sospecha de estar implicado en la sublevación que se estaba fraguando». Asensio, por su parte, dice: «Sabemos que el último rey de Judá había enviado una embajada a Nabucodonosor (29:3), pero no se tiene noticia alguna sobre un viaje personal de Sedequías a Babilonia; con todo, dada la situación comprometida en que se encontraba respecto a Nabucodonosor (caps. 27, 28), tal viaje no aparece como imposible». CAPÍTULO 52 15 La historia es el mejor expositor de la profecía, y, por consiguiente, para mejor entender las profecías que refieren la destrucción de Jerusalén y del reino de Judá, tenemos aquí un relato adicional, pues leemos aquí casi lo mismo que en 2 Reyes 24 y 25; pero el asunto se repite aquí para que sirva como de introducción luminosa al libro de Lamentaciones. I. El mal reinado de Sedequías (vv. 1–3). II. El asedio y la toma de Jerusalén por los caldeos (vv. 4–7). III. La severidad con que fueron tratados Sedequías y los príncipes (vv. 8–11). IV. La destrucción del templo y de la ciudad (vv. 12–14). V. El cautiverio del pueblo (vv. 15, 16) y las cifras de los que fueron deportados (vv. 28– 30). VI. El traslado del botín del templo (vv. 17–23). VII. La matanza de los sacerdotes y de otros hombres notables (vv. 24–27). VIII. Los mejores días que el rey Joaquín (llamado Jeconías o Conías en la profecía de Jeremías) pudo ver, hasta el final de su vida, después de la muerte de Nabucodonosor (vv. 31–34). Versículos 1–11 Esta narración empieza en el comienzo del reinado de Sedequías, aunque hubo antes dos deportaciones, una en el cuarto año de Joacim, y otra en el primero de Jeconías. Vemos: 1. El justo desagrado de Dios contra Judá y Jerusalén por su pecado (v. 3). Determinó arrojarlos de su presencia. Los expulsó de aquella buena tierra que había tenido tales señales de Su presencia en la magnanimidad de Su providencia, y de aquella ciudad santa y del templo que tantas señales había tenido de Su presencia en Su gracia y en Su amor pactados. 2. La mala conducta de Sedequías, por la que le castigó Dios. Este rey había llegado a una edad de discreción cuando subió al trono, pues tenía veintiún años (v. 1); no fue el peor de los reyes de Judá (nunca leemos que fuese idólatra); sin embargo (v. 2), hizo lo que es malo ante los ojos de Jehová, pues no hizo el bien que debería haber hecho. El mal que hizo y que aceleró esta destrucción fue (v. 3, al final) que «se rebeló contra el rey de Babilonia». Fue un pecado y una insensatez, que le arruinaron a él y a su pueblo. 15 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.880
  • 177. Dios se disgustó mucho con él por su conducta traicionera contra el rey de Babilonia (Ez. 17:15 y ss.). 3. Los caldeos se apoderaron de Jerusalén después de 18 meses de asedio. En recuerdo de dos pasos hacia esa ruina, cuando estaban en el exilio, guardaban un ayuno en el mes cuarto, y otro ayuno en el décimo (v. Zac. 8:19); el del quinto mes era en recuerdo del incendio del templo, y el del séptimo en recuerdo del asesinato de Gedalías. Las provisiones de alimento quedaron cortadas durante el asedio. A pesar de los constantes ataques, la guarnición rehusó rendirse, pero pronto (v. 6) arreció el hambre en la ciudad, hasta no haber pan para la gente del pueblo, por lo que no es de extrañar que (v. 7) fuese abierta una brecha en el muro de la ciudad. En estos casos, los muros no se sostienen por largo tiempo sin hombres, asi como los hombres tampoco pueden resistir por mucho tiempo sin muros; mucho menos pueden sostenerse hombres ni muros en forma alguna sin la protección de Dios. 4. El rey y sus hombres de guerra más importantes salieron de noche (v. 7b) de la ciudad, pero fueron alcanzados (v. 8) en los llanos de Jericó, y todo su ejército se dispersó de su lado. 5. La sentencia pronunciada por el rey de Babilonia contra Sedequías. Lo trató como a rebelde (vv. 9–11). Sus hijos, y todos los jefes de Judá (v. 10) fueron degollados delante de sus ojos. El rey caldeo le conservó los ojos el tiempo preciso para que pudiese presenciar estas macabras y horribles escenas. Después (v. 11), le sacó los ojos a Sedequías y, encadenado, lo hizo llevar triunfalmente a Babilonia. Condenado a cadena perpetua, pasó el resto de su vida en reclusión, oscuridad y miseria. Jeremías le había amonestado con frecuencia sobre lo que podía ocurrirle si no atendía a la voz de Dios, pero él rehusó seguir el consejo que le habría salvado la vida, y al pueblo le habría evitado la ruina. Versículos 12–23 Un relato del terrible estrago que el ejército caldeo, bajo el mando de Nabuzaradán (v. 12), capitán de la guardia, llevó a cabo un mes después de la conquista de la ciudad. 1. Redujo a cenizas el templo, después de llevarse de allí todo cuanto era de algún valor material (v. 13): «Quemó la casa de Jehová», aquel templo santo y hermoso donde sus padres habían alabado a Dios (Is. 64:11). 2. También quemó la casa del rey, el palacio real, probablemente el que Salomón había edificado después de construir el templo, y el cual fue, desde entonces, la casa del rey. Igualmente quemó todas las casas de Jerusalén, especialmente todo edificio grande, es decir, las mansiones de los ricos. 3. También (v. 14b) «destruyó todos los muros de Jerusalén en derredor», para vengarse así del largo tiempo en que la ciudad le había resistido durante el asedio. De este modo, una ciudad bien defendida vino a ser una completa ruina (Is. 25:2). 4. «Hizo deportar (v. 15)… a los más pobres del pueblo, y a toda la otra gente del pueblo que había quedado en la ciudad, que no habían muerto en el ataque final, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia con anterioridad». El hebreo dice gráficamente: «y los caídos que cayeron hacia el rey de Babilonia». La frase final de este versículo 15 añade que, además de todos los citados, se llevó también a todo el resto de la multitud del pueblo, los que no habían sucumbido a la espada, al hambre ni a la tentación de desertar. Todo esto hay que entenderlo de la gente que vivía en la ciudad, puesto que, de los que vivían en las aldeas, «los pobres del país» (v. 16), dejó Nabuzaradán capitán de la guardia para viñadores y labradores». 5. Los caldeos (v. 17) entraron a saco en el templo, y la casa de Dios fue objeto del pillaje, de la rapiña y del vandalismo. Todo lo que era de algún valor material fue transportado a Babilonia (vv. 17–23). Se llevaron incluso los utensilios de bronce.
  • 178. Cuando fueron demolidos los muros de la ciudad, fueron derribadas también las columnas del templo, en señal de que Dios, quien era la fuerza y la estabilidad de todas las instituciones judías, tanto civiles como religiosas, se había apartado de ellos. No hay muros que puedan proteger, ni columnas que puedan sostener, a aquellos de quienes Dios se retira. Estas columnas estaban allí para ornamento más que para sostén. Recordemos que sus respectivos nombres eran Yaquín, «él establecerá», y Boaz, «en él hay fuerza». Así que la rotura de estas columnas significaba que Dios no iba a establecer en adelante ese templo ni iba a ser su fuerza (vv. 21–23, comp. con 1 R. 7:15). 6. Todos los utensilios que pertenecían al altar de bronce fueron transportados, puesto que la iniquidad de Jerusalén, como la de la casa de Elí (1 S. 3:14), no había de ser purificada mediante sacrificio ni ofrenda. Se dice en el versículo 20, al final, que «el bronce de todos estos utensilios (era) sin peso» (lit.), es decir, era incalculable (comp. con 1 R. 7:47; 2 Cr. 4:18). Versículos 24–30 Una narración muy triste: 1. De la matanza, a sangre fría, de algunos nobles en Riblá, en número de 72, conforme al número de los ancianos de Israel (Nm. 11:24 y ss.). Este relato está de acuerdo con 2 Reyes 25:18, 19, excepto en que los consejeros íntimos del rey eran siete (v. 25), mientras que en 2 Reyes 25:19 hallamos cinco. «Rashi conjetura que dos de estos siete hombres eran de menor importancia (cf. Est. 1:14, donde se ve que eran siete los hombres que ocupaban en la corte persa la posición a la que se alude aquí)» (Freedman). El Dr. Lightfoot, por su parte, piensa que el capitán de la guardia se llevó consigo siete de los consejeros del rey, pero que dos de ellos eran Jeremías y Ébed- mélec, quienes fueron indultados, por lo tanto fueron sólo cinco los que fueron ejecutados. Seraías, el sumo sacerdote (aunque aquí no se le llama así, sin duda lo era, como puede verse por 1 Cr. 5:29–40), va el primero en fila. El otro Seraías (51:59) era «jefe del reposo» (lit.), pero el Seraías sacerdote era tal vez un hombre turbulento, por lo que se había malquistado con el rey de Babilonia. Los líderes habían hecho que el pueblo errara, y ahora eran ellos objeto de la justicia divina. 2. Del cautiverio de los demás (v. 27, al final): «Así Judá fue deportada de su tierra» (comp. con Lv. 18:28). Aquí tenemos el relato: (A) De dos deportaciones; una (v. 28), en el séptimo año de Nabucodonosor (598– 597 a. de C.) y parece ser que duró hasta entrado el octavo (v. 2 R. 24:12); otra (v. 29), en el año dieciocho de Nabucodonosor (588–587 a. de C.), y parece ser que duró hasta el año diecinueve (v. 12, comp. con 2 R. 25:8). (B) De una tercera deportación, no mencionada antes, que se llevó a cabo (v. 30) el año veintitrés de Nabucodonosor (582 a. de C.), cuatro años antes de la destrucción de Jerusalén. Es probable que esta última deportación se llevase a cabo en venganza del asesinato de Gedalías, que constituyó otra rebelión contra el rey de Babilonia, y que se diese muerte a los que en ella fueron deportados. (C) Del número de los que fueron llevados al cautiverio en cada una de estas deportaciones. Según el cómputo de Jeremías 52:28–30, en la primera deportación el número de los cautivos ascendió a 3.023 hombres; en la segunda, las personas deportadas fueron 832; y en la tercera, el capitán de la guardia se llevó cautivos a 745 de los hombres de Judá. El propio autor sagrado hace la suma (v. 30, al final): 4.600 personas. En 2 Reyes 24:14–16 aparecen cifras muy diferentes; por lo que se han buscado diversas soluciones, y ser la más plausible (apuntada tanto por Ryrie como por Freedman) la que sugiere que los 3.023 mencionados en la primera deportación son
  • 179. únicamente «los varones adultos» (Ryrie), «a los cuales se permitió que llevasen consigo a sus mujeres y a sus familias, lo que elevó el número a 10.000» (Freedman). Versículos 31–34 Estos versículos repiten, casi al pie de la letra, la narración que tenemos en 2 Reyes 25:27–30, donde puede verse el comentario en el volumen correspondiente de los libros históricos, tomo 2, págs. 921–922. Una sola discrepancia se advierte entre ambas narraciones: En 2 Reyes 25:27 leemos que Evil-merodac alzó la cabeza de Joaquín a los veintisiete días del mes, mientras que en Jeremías 52:31 se dice que fue a los veinticinco días del mes. M. Henry opina que «es probable que la orden de soltarlo (a Joaquín) se diese el día veinticinco, pero que no fue presentado al rey hasta el día veintisiete». Freedman refiere la opinión del Rashi: «Nabucodonosor murió el día 25, fue sepultado el 26, y al día siguiente su sucesor dio suelta a Joaquín». Por si puede resultar interesante para los lectores, añadiremos aquí dos observaciones de Freedman: 1. La frase «alzó la cabeza de Joaquín», que aparece tanto en Jeremías 52:31 como en 2 Reyes 25:27, significa que «se apercibió de él—ya sea para bien o para mal—(cf. Gn. 40:13, 19 y ss.)». Por supuesto, aquí fue para bien, como se ve por el contexto posterior. 2. Evil-merodac, el hijo y sucesor de Nabucodonosor, es llamado en caldeo Amel Marduk (o Amil Marduk—según Freedman—), que significa «siervo de Marduk», una de las deidades caldeas. Su reinado duró unos dos años (561– 559 a. de C.), pero, como hace notar Asensio, el trato de respeto y de favor que recibió Joaquín de él, «se prolongó sin duda durante el reinado de Neriglissar (559–555)». 16 17 18 16 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco:Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.884 17 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.865 18 Henry,Matthew; Lacueva,Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry.08224 TERRASSA (Barcelona) :Editorial CLIE,1999, S.827