1. Max Booth Future Sleuth 5 Cameron Macintosh
download
https://ebookbell.com/product/max-booth-future-sleuth-5-cameron-
macintosh-48638110
Explore and download more ebooks at ebookbell.com
2. Here are some recommended products that we believe you will be
interested in. You can click the link to download.
Maggots Screaming Max Booth
https://ebookbell.com/product/maggots-screaming-max-booth-47894016
We Need To Do Something Max Booth Iii
https://ebookbell.com/product/we-need-to-do-something-max-booth-
iii-46329602
Carnivorous Lunar Activities Max Booth Iii
https://ebookbell.com/product/carnivorous-lunar-activities-max-booth-
iii-48892970
Abnormal Statistics Max Booth Iii
https://ebookbell.com/product/abnormal-statistics-max-booth-
iii-51982572
3. Lost Films Max Booth Iii Lori Michelle
https://ebookbell.com/product/lost-films-max-booth-iii-lori-
michelle-43046936
We Need To Do Something Max Booth Iii
https://ebookbell.com/product/we-need-to-do-something-max-booth-
iii-48425910
Dead Bait 4 Weston Ochse Nate Southard Adam Cesare Mp Johnson Max
Booth Iii Matt Serafini Gabino Iglesias Cv Hunt Meghan Arcuri
https://ebookbell.com/product/dead-bait-4-weston-ochse-nate-southard-
adam-cesare-mp-johnson-max-booth-iii-matt-serafini-gabino-iglesias-cv-
hunt-meghan-arcuri-38440336
We Need To Do Something Booth Iii Max
https://ebookbell.com/product/we-need-to-do-something-booth-iii-
max-34823710
Invisible Armies An Epic History Of Guerrilla Warfare From Ancient
Times To The Present Max Boot
https://ebookbell.com/product/invisible-armies-an-epic-history-of-
guerrilla-warfare-from-ancient-times-to-the-present-max-boot-43597504
6. CAPÍTULO LVI.
Por aquellos mismos términos se destruyó y despobló la isla de
Jamáica, por aquellos que fueron con Juan de Esquivel, y por él ir á
la poblar, y ciertamente más verdad es que la fueron á despoblar;
los cuales, como se comenzaron á servir de los indios con el imperio
y rigor que siempre han acostumbrado, y á los indios se les hiciese
tan nuevo y tan pesado, mayormente teniendo experiencia de quién
los españoles eran y de sus obras, de cuando allí estuvo el Almirante
viejo, viniendo del descubrimiento de Veragua, comenzáronse por
los montes á absentar. Van tras ellos á montearlos, defendíanse y
descalabraban algunos españoles, porque matar, pocos ó ninguno
pudieron matar; y nunca oí que en Jamáica matasen los indios
hombre, porque, en la verdad, era la gente de aquella isla muy más
pacífica y mansa que otra, que casi eran como lo que habemos dicho
de los lucayos. Y tanto anduvieron tras ellos con perros bravos, que
los cazaban y desbarrigaban, que, muertos con extrañas crueldades,
todos los principales y gente infinita que podia tomar arcos en las
manos, subjetaron los demas. Repartiéronlos entre sí, ocupáronlos,
no en las minas porque no las hallaron, ó era, como despues fué, el
oro tan poco, que dellas no curaban, sino en sembrar las labranzas
del pan caçabí y del grano maíz, y grandes algodonales, porque allí
se da mejor y más el algodon que en otra parte, aunque en las más
tierras destas Indias se da en abundancia, al ménos en las que están
desta parte de la equinoccial. Y ésta del algodon fué la primera
granjería que aquellos españoles en aquella isla tuvieron, porque
7. hacian hacer á las gentes della, en especial á las mujeres, grandes
telas de algodon, y camisas y hamacas, de que usábamos por
camas, y traíanlas á esta isla y á la de Cuba, y á la tierra firme,
desque fueron españoles á ellas, y las vendian, de donde llevaban
vino y harina de Castilla, y aceite, y vinagre, y ropa de lienzo y de
paño, y otras cosas que de Castilla venian y ellos habian menester; y
desta isla llevaban ganados y yeguas, de que allí se han bien
multiplicado. Llevaban ó venian de tierra firme á les comprar caçabí,
maíz é hamacas, y telas que compraban los marineros, para hacer
velas, de los indios, y carabelas, que por estas islas y tierra firme
andaban al tracto. En aquellos trabajos se hobieron tan cruel é
inhumanamente con aquellas inocentes gentes, que en ninguna
parte, hasta entónces, destas Indias se les habia, en crueldad y
malos tractamientos, hecho ventaja; los hombres en el sembrar y
poner las labranzas y algodonales y otras muchas maneras de
trabajos; las mujeres en el hilar y tejer, preñadas y paridas,
haciéndolas en ello tan importunamente trabajar, que un momento
no las dejaba parar. No les daban de comer sino caçabí y ajes, que
son raíces de que ya hemos hablado, y con los continos trabajos,
enflaquecidos, morian. Fué regla general, que los indios de los
repartimientos que daban para las granjerías del Rey, eran siempre
los más cruelmente, por sus oficiales, afligidos y tractados, y así más
aína que otros perecian en todas las partes destas Indias, y hoy lo
son más opresos y más mal aventurados. Doctrina ninguna tuvieron,
ni se les dió en Jamáica, ni más cuidado dello se tuvo que si fueran
brutos animales, siendo de la gente más aparejada del mundo para
ser cristianos. Por lo cual, murieron todos sin fe y sin Sacramentos,
sino fueron algunos niños que se baptizaron, y sin baptismo
perecieron hartos. Habrá hoy, de todos los vecinos que allí habia,
que estaba como una piña de piñones, de gente toda poblada, obra
de cien personas, y no se si llegan á tantos. Este fructo sale de la
pacificacion que dice Oviedo á cada paso, y los que de
conquistadores se jactan, que nuestros españoles en nuestras Indias
hacen; y es de ver cómo los encarece y sublima Oviedo, como quien
ha hecho grandes hazañas, y todos son caballeros y gente noble,
segun él, los que á hacer estas obras acá pasan. Cierto, fueron
8. hazañas y tan grandes y tan señaladas, que despues que Dios crió á
Adan, y permitió en el mundo pecados, otras tales ni tantas, ni con
tan execrables, y creo que, inespiables ofensas de Dios, ni fueron
jamás hechas, ni pudieron ser pensadas, ni áun soñadas. Pero
temprano nos quejamos, vamos adelante.
9. CAPÍTULO LVII.
La órden de nuestra Historia requiere que tornemos á los dos
Gobernadores primeros, que fueron á la tierra firme, conviene á
saber, Alonso de Hojeda y Diego de Nicuesa, que, en el cap. 52,
desta ciudad partidos dejamos; y, porque Alonso de Hojeda partió
deste puerto primero, dél primero y de sus desastres será bien que
digamos. Fué á echar sus anclas en cuatro ó cinco dias al puerto de
Cartagena, donde la gente de aquella tierra estaba muy alborotada,
y siempre aparejada para resistir á los españoles, por los grandes
males que habian rescibido de los que fueron los años pasados, con
título de rescatar, como fueron Cristóbal Guerra, y otros, segun en el
libro I, cap. 172 dejamos relatado, y porque, como en el capítulo 19
deste libro II dijimos, las gentes de por allí habian por esta causa
descalabrado y muerto algunos de los nuestros, porque tenian
hierba ponzoñosa y brava, y hicieron relacion á los Reyes, que allí no
querian rescibir los cristianos, ántes los mataban, callando los
insultos, violencias y maldades que ellos en aquellos hacian, y no
habia en la corte quien volviese por los que estaban en sus casas, y
gente tan inquieta y mal mirada como hemos sido con ellos, por lo
cual, dieron los Reyes licencia que pudiesen ir á aquella tierra y
hacelles guerra á fuego y á sangre, y hacellos esclavos, con harta
ceguedad y culpa de los que tenian en su Consejo, como allí
probamos, debia el Alonso de Hojeda llevar esta misma licencia y allí
determinó de usalla. Cuenta ésto, un Cristóbal de la Tovilla, en una
historia que llamó La Barbárica, el cual anduvo por aquella tierra
10. mucho tiempo, puesto que no entónces sino despues, muchos años;
pero súpolo de los mismos que con el Hojeda fueron, ó de los que á
aquellos inmediatamente sucedieron, y dice así en el principio, cap.
1.º: «Aquí en Cartagena, echadas sus anclas, porque el Rey católico
le mandaba (conviene á saber, á Hojeda), que hiciese guerra en
aquella parte, por los muchos males que los indios della hacian á los
que con ellos rescataban. Esto procuraban ellos, porque, como todo
el tiempo que esta tierra firme estuvo sin poblarse de cristianos, las
cuales ínsulas habitaban, venian cada dia á rescatar con los
naturales della, dándoles por el rescate mucho oro que tenian, y
gallinas, por cuentas y cuchillos y otras cosas semejantes de España,
con que volvian á sus casas cargados de riqueza, y pasaban con
descanso la vida. Mas despues que esta contratacion se fué
adelgazando, y su codicia poco á poco extendiendo, debajo deste
nombre rescate hacian armadas con que captivaban gran suma de
indios, que en la Española y las demas ínsulas, sin más justo título,
por esclavos vendian, por donde los indios, sentido el daño, de paz y
de guerra mataban á cuantos se descuidaban; á cuya causa, el rey
D. Hernando mandó que se les hiciese cruel guerra, siendo cierto
que, si la verdad dello supiera, ni lo mandara ni lo permitiera.» Estas
son palabras formales del dicho Tobilla, que no es chico testimonio
para lo que, en el dicho cap. 19, dijimos, y lo que demás en este
artículo dijéremos, porque siendo uno de los que en esta ceguedad
estuvieron y murieron, y hablador y encarecedor, como Oviedo, de
las dichas hazañas de los españoles, y abatidor de los tristes indios,
que han sido y son tan injustamente agraviados, la misma verdad,
con todo esto, le constriñe á que no la calle. Tornando pues al
propósito, acordó allí Alonso de Hojeda de saltar en tierra y dar de
súbito en un pueblo llamado Calamar, por haber de presto algunos
indios, y enviarlos á esta isla á vender por esclavos, para pagar
muchas deudas que acá dejaba. Juan de la Cosa, gran piloto, y que
llevaba por Capitan general, acordándose de lo que, viniendo con el
mismo Hojeda los años pasados á rescatar, cognoscieron de aquellos
indios, ser valientes y tener hierba mortífera y demasiadamente
ponzoñosa, prudentemente le dijo: «Señor, paréceme que sería
mejor que nos fuésemos á poblar dentro del golfo de Urabá, donde
11. la gente no es tan feroz, ni tienen tan brava hierba, y aquella
ganada, despues podriamos tornar á ganar ésta con más propósito»;
pero Hojeda, que fué siempre demasiadamente animoso, confiando
que nunca en millares de pendencias y peligros que en Castilla y en
estas Indias se habia hallado, le sacó jamás hombre sangre, no curó
de tomar su parecer, sino con cierta gente va sobre el pueblo al
cuarto de alba, diciendo: «Santiago», acuchillando y matando y
cautivando cuantos en él hallaba, y que huyendo no se escapaban;
ocho indios que no fueron tan deligentes en huir, metiéronse en una
de estas casas de paja, y de tal manera se defendieron, con las
muchas y ponzoñosas flechas que tiraban, que ninguno de los
españoles osaba llegárseles á la casa. El Hojeda dando voces
reprendiólos, y dijo: «grande vergüenza es que vosotros, tales y
tantos, no oseis allegaros á ocho desnudos que así burlan de
vosotros.» Confuso de estas palabras uno de aquellos, que en
aquella obra solícito andaba, con ímpetu grande arremetió por medio
de infinitas flechas y entró por la puerta de la casa, pero al entrar
dióle una por medio de los pechos, que luégo lo derrivó y dió el
ánima. El Hojeda, de ésto más exacerbado, mandó poner fuego á la
casa por dos partes, donde, con ella, en un credo fueron los ocho
indios quemados vivos; tomó allí 60 personas captivas, y enviólas á
los navíos, que las guardasen. Luégo acordó ir, con esta su vitoria,
tras los que iban huyendo, en su alcance, y á un gran pueblo que de
allí cuatro leguas distaba, llamado Turbaco; los vecinos dél,
entendidas sus nuevas, de los que huyeron habian sido avisados.
Alzaron todas sus mujeres y hijos y alhajas, y pusiéronlas en los
montes á recaudo, y entrando en el pueblo, de madrugada, no
hallaron persona que matasen ni captivasen; y como descuidados y
no experimentados de que los indios eran hombres, y que la
vejacion y la misma naturaleza les habia de enseñar, y así,
menospreciándolos, y su misma cudicia y pecados cegándolos,
despareciéronse por los montes, buscando cada uno qué robar. Los
indios, por sus espías, sintiéndolos derramados, salen de los montes
y dan en ellos, con una grita que á los cielos llegaba, y con tanta
espesura de flechas herboladas, que parecia escurecerse los aires; y
como los españoles creyesen, con su descuido, que no habia quien
12. los enojar osase, y ésta fuese avenida súbita, espantados, como si
fueran venados cercados, no sabian donde guarecese ni huir, como
atónitos; huyendo para una parte, daban en gente que los
aguardaba, si para otra parte, caian en la que los acababa, y con
unas mismas flechas emponzoñadas, que habian muerto á unos, que
los indios de los cuerpos les sacaban, herian y mataban á otros, que
vivos y en pié hallaban. Juan de la Cosa, con ciertos españoles que
recogió consigo, hízose fuerte á la puerta de un cierto palenque,
donde Hojeda con ciertos compañeros, defendiéndose, peleaba,
hincándose de rodillas muchas veces para rescibir las flechas en la
rodela, en la cual, como era chico de cuerpo, y con su ligereza y
destreza, casi todo se escudaba; mas desque vido caidos todos los
más de los suyos, y á Juan de la Cosa, con los que le ayudaban,
muy al cabo, confiando de la ligereza grande que tenia (y fué
admirable como en el primer libro dejamos declarado), sale por
medio de los indios, corriendo, y áun huyendo, que parecia ir
volando; metióse por los montes donde más oscuros los hallaba,
encaminándose cuanto más le parecia hácia la mar, donde sus
navíos estaban. Juan de la Cosa metióse en una choza que halló sin
hierba descobijada, ó él, segun pudo, con algunos de los suyos la
descobijaron porque no los quemasen, arrimado á la madera, y
peleando hasta que ante sus ojos vido todos sus compañeros caidos
muertos, y él que sentia en sí obrar la hierba de muchas saetadas
que tenia por su cuerpo, dejóse caer de desmayado: vido cerca de sí
uno de los suyos, que varonilmente peleaba, y que no lo habian
derrocado, y díjole: «pues que Dios hasta agora os ha guardado,
hermano, esforzaos y salvaos, y decid á Hojeda como me dejais al
cabo.» Y éste sólo, creemos que de todos escapó, y Hojeda, que
debian ser más de 100 los que en aqueste salto se hallaron; algunos
dijeron que fueron 70 los que allí murieron. Los de los navíos, como
vian que de Hojeda, su Gobernador, y de su gente no sabian nada ni
vian que alguno venia, ni á quien preguntar, sospechando no fuese
acaecido algun desastre, van con los bateles por la costa arriba y
abajo, á buscar si viesen alguno que viniese de allá, que les diese
buenas nuevas ó malas; poniendo en ello mucha solicitud, llegaron á
donde habia junto al agua de la mar unos manglares, que son unas
13. arboledas inputribles, que siempre nacen y crecen y permanecen en
el agua de la mar, con grandes raíces, unas con otras asidas y
enmarañadas; allí metido y escondido hallan á Hojeda con su espada
en la mano, y la rodela en las espaldas, y en ella sobre trescientas
señales de flechazos. Estaba casi transido y descaecido de hambre,
que no podia echar de sí el habla, pero hicieron fuego y
escarentáronle y diéronle á comer de lo que llevaban, y así volvió á
tener aliento y á esforzarse; y como en esta tristeza y dolor
estuviesen, oyéndole contar su desventurado alcance y trabajo,
vieron asomar el armada de Nicuesa, de que no le sucedió poco
dolor y angustia, temiendo que Nicuesa quisiese de él vengarse por
los desafíos y pendencias que, pocos dias y áun no muy muchas
horas ántes, en esta ciudad entre ambos habian pasado, por lo cual
mandó que todos se fuesen á los navíos, y le dejasen sólo, no
diciendo dél nada en tanto que Nicuesa en el puerto tardase.
14. CAPÍTULO LVIII.
Salieron los bateles de la armada de Hojeda á rescibir á Nicuesa,
que en el puerto mismo de Cartagena con la suya entraba, y con
gran dolor y tristeza le dijeron, como habia tantos dias que Hojeda y
Juan de la Cosa salieron en tierra con tanta gente, y habian
destruido el pueblo de Calamar, y presos tantos esclavos, y entrado
la tierra dentro en el alcance, y no habia ninguna persona; que
tenian vehemente sospecha ser por mal dellos y de todos los que
consigo llevaba, pero que, por hacer lo que debian, determinaban de
irlo á buscar y traerlo si lo hallasen, si les aseguraba, como
caballero, de no mirar en tan gran necesidad á cosa de las entre
ambos pasadas. Diego de Nicuesa, que era hijodalgo, se enojó de
oirles aquellas palabras, y díjoles que fuesen luégo á buscallo, y que
si fuese vivo lo trujesen, al cual no solamente no entendia enojalle,
pero que les prometia como quien era de le ayudar en todas sus
necesidades, como si fuese su hermano. Trujéronlo, pues, y lo
primero que hizo Nicuesa, segun es de creer, fué abrazarlo
diciéndole: «Mucha diferencia debe haber en las obras que los
hombres hijosdalgo deben hacerse, cuando ven á los que en algun
tiempo quisieron mal de ayuda necesitados, de las que cuando riñen
hicieran, teniendo facultad de vengarse, porque allende ser bajeza y
vileza de ánimo, y degenerar de la bondad de sus pasados, crueldad
sería, y de hombres no razonables, añadir afliccion al que las
aflicciones hán en angustias postrado. Por ende, señor Hojeda,
puesto que en la Española hayamos habido palabras, y allí el uno al
15. otro amordazado, ahora es tiempo del todo olvidallas, y así, haced
cuenta que no ha pasado cosa entre nosotros que nos apartare de
ser hermanos, y guialdo vos como mandardes, que yo con mi gente
os seguiré hasta que Juan de la Cosa, y los que con él murieron,
sean vengados, sin pretender más de solamente ayudaros.» Hojeda
fué muy consolado y le hizo muchas gracias, reagradeciéndole tan
grande obra de bondad y socorro, estimándolo cuanto era posible á
hombre que en estado de tanta adversidad estaba; y cabalgaron
ambos en sendos caballos, y tomados 400 hombres, á los cuales por
pregon público mandaron, so pena de muerte, que ninguno indio á
vida tomase, partiéronse de noche al pueblo de Turbaco, y llegando
cerca partiéronse en dos partes. Hay por allí unos papagayos
grandes, colorados, que llaman guacamayas, que dan muchos gritos
y hacen grandes alharacas, éstos, en sintiendo la gente,
comenzáronlos á dar; los indios entendieron lo que era, y como
pensaron que ya los españoles eran acabados, descuidáronse, y del
grande miedo que tuvieron, de súbito, saliéronse de sus casas
huyendo, dellos con armas y dellos sin ellas, y no sabiendo por
donde andaban, daban en el golpe de los españoles que los
desbarrigaban; huian de aquestos, y daban en los otros de la otra
parte que los despedazaban. Tórnanse á meter en las casas, y allí
los españoles, poniendo fuego, vivos los quemaban. Con el horror y
tormenta del fuego, las mujeres, con sus criaturas en los brazos, se
salian de las casas, pero luégo que vieron los caballos, los que nunca
jamás habian visto, se tornaban á las casas que ardian, huyendo
más de aquellos animales, que no los tragasen, que de las vivas
llamas. Hicieron los españoles allí increible matanza, no perdonando
mujeres, ni niños, chicos ni grandes. Dánse luégo á robar: díjose
que á Nicuesa, ó á él y á los suyos, cupieron 7.000 castellanos.
Andando por diversos lugares, buscando qué robar, toparon con el
cuerpo de Juan de la Cosa, que estaba reatado á un árbol, como un
erizo asaetado; y porque de la hierba ponzoñosa debia estar
hinchado y disforme, y con algunas espantosas fealdades, cayó
tanto miedo en los españoles, que no hobo hombre que aquella
noche allí osase quedar. Vueltos al puerto, Hojeda y Nicuesa
confederados, Hojeda se despidió de Nicuesa y mandó alzar sus
16. velas para el golfo de Urabá, que era el fin de su jornada, donde
gozar de los bienes ajenos pensaba. Será bien aquí considerar,
porque por las cosas no pasemos como pasan los animales, ¿qué
injuria hicieron los vecinos del pueblo de Calamar á Hojeda y á Juan
de la Cosa, y á los que consigo llevaron? ¿qué haciendas les
usurparon? ¿qué padres ó parientes les mataron? ¿qué testimonios
les levantaron, ó qué culpas otras contra ellos cometieron, estando
en sus tierras y casas pacíficos? Item, ¿fué alguna culpa, los del
pueblo de Turbaco matar á Juan de la Cosa y á los demas, yendo á
hacer en ellos lo que habian hecho los españoles á los del pueblo de
Calamar? ¿y fuera culpa vengable que lo hicieran, solamente por
castigar y vengar la matanza que los nuestros hicieron en los vecinos
inocentes de Calamar? ¿Hobiera gente ó nacion alguna en el mundo,
razonable, que por autoridad de la ley y razon natural, que no
hiciera otro tanto? Todas las Naciones del mundo son hombres, y de
cada uno dellos es una no más la definicion, todos tienen
entendimiento y voluntad, todos tienen cinco sentidos exteriores y
sus cuatro interiores, y se mueven por los objetos dellos, todos se
huelgan con el bien y sienten placer con lo sabroso y alegre, y todos
desechan y aborrecen el mal, y se alteran con lo desabrido y les
hace daño, etc. Todo esto dice Tulio en el libro I, De legibus: Namet
voluptate capiuntur omnes. ¿Quæ autem natio, non comitatem non
benignitatem non gratum animum et benefitii memorem diligit?
¿Quæ superbos, quæ maleficos, quæ crudeles, quæ ingratos non
aspernatur, non odit? ¿Qué nacion hay que no ame y loe la
mansedumbre, la benignidad, el agradecimiento y el bien hacer?
¿Quién no aborrece ó le parecen mal los soberbios, los crueles
hombres y malos? Todo esto es de Tulio. Item más, ¿Si mereció
Diego de Nicuesa premio, ante Dios, en ayudar á Hojeda con su
gente para ir á vengar la muerte de Juan de la Cosa y á su muerta
compañía, y si tuvo algun título justo y derecho natural que á ejercer
aquella venganza lo obligase ó excusase, ó si fué la paz y amistad de
ambos, la del rey Herodes y del injusto juez Pilatos? Pregunto
tambien, si fué buena preparacion la que hizo Hojeda, y tambien allí
Nicuesa, para despues predicar la ley de Jesucristo, evangélica,
justa, sin mácula, mansa, pacífica y quieta, como algunos pecadores
17. sábios del mundo y segun el mundo, por sus escriptos y palabras
decir osan y enseñan. Tanto derecho adquirieron los vecinos de
aquella tierra, solamente por aqueste hecho que hicieron Hojeda y
Nicuesa (que fueron los primeros que de toda la tierra firme hasta
entónces descubierta, de propósito saltaron en tierra con ejército á
robar, y matar y captivar los vecinos della), que desde entónces,
hasta el dia del juicio, cobraron derecho de hacer contra todo
español justísima guerra, adquirieron razonable impedimento y
causa probable de, por muchos años, no rescibir la fe de Jesucristo,
en tanto que creyeran que la profesaban y guardaban aquellos.
Infelices, cierto, en ésto fueron, y bien lo probó Dios por el fin que
todos hicieron.
18. CAPÍTULO LIX.
Salido Hojeda con sus navíos del puerto de Cartagena para su
golfo de Urabá, por vientos que tuvo contrarios paró en una isleta
que está de Cartagena, la costa abajo, 35 leguas, que se llamó isla
Fuerte; y allí, para enmendar el avieso de lo que habia en Cartagena
hecho, y porque Dios le ayudase para lo de adelante, captivó la
gente que pudo, y que no pudieron huir, é robó algun oro que
tenian, con todo lo demas que hallaron que les podia aprovechar. De
allí entró en el golfo de Urabá, y por él buscó el rio del Darien, que
entre los indios era muy celebrado de riqueza de oro y de gente
belicosa, pero no lo hallando, buscó por allí cierto lugar y
desembarcó la gente, y sobre unos cerros asentó un pueblo, al cual
llamó la villa de Sant Sebastian, tomándolo por abogado contra las
flechas con hierba mortífera, que por allí se tiraban y tiraron hartas.
Pero como Dios ni sus Sanctos no suelen dar ayuda á las injusticias
é iniquidades, como eran en las que éstos andaban, Sant Sebastian
no curaba ni curó de guardallos, ni al mismo Hojeda, como se verá;
y ésta fué la segunda villa ó pueblo de españoles, que en toda la
gran tierra firme se pobló (la primera, fué la que el Almirante viejo,
que estas Indias descubrió, comenzó á poblar en Veragua, como en
el cap. 26 queda declarado), el cual, aunque no se poblara, no se
ofendiera Dios, ántes infinitos pecados se excusaran. Andando por
allí buscando asiento para edificar su pueblo, salió de un rio un
grande cocodrilo, que por error llaman lagarto, y tomó con la boca
de la pierna de una yegua que halló cercana, y llevósela arrastrando
19. al agua, y, allí ahogada, tuvo buena pascua. Viéndose Hojeda con
tan poca gente para sustentar la negra villa de Sant Sebastian, y con
miedo de la gente que él iba á inquietar, robar y captivar, despachó
el un navío de los que trujo á esta isla, con el oro que habia robado
y los indios captivado, para vendellos por esclavos, para que le
trujesen gente á fama de robar, y armas y otras cosas necesarias;
todo ésto se hacia en principio del año de 510. Hizo en la villa de
Sant Sebastian, que toda era de chozas ó casas de paja, una
fortaleza de madera muy gruesa, que, para contra indios, si los
españoles están sobre aviso, con poca resistencia que hagan,
mayormente si fuese cubierta de teja ó de tablas de palma, que
cuasi se hallan hechas, con no más de cortallas con una hacha,
suele ser como contra franceses Salsas; y como el principal y final
cuidado, y al que todos los otros cuidados se enderezan, de los que
vienen de España á estas partes, y entónces tan copiosamente se
tractaba, sea hoy y fuese entónces escudriñar donde habia más oro,
supo Hojeda, de ciertos indios que habia captivado, que cerca de allí
estaba un Rey, señor de mucha gente, llamado Tirufi, el cual tenia
mucho oro. Acordó de ir allá y no perder tan buen lance, y dejando
la gente que le pareció, para guarda del pueblo y fortaleza, llevó
consigo los demas; y porque ya era extendida la fama por todas las
tierras, de muchas leguas adentro, de las obras de los cristianos, y
cuáles paraban las gentes inocentes que estaban quietas en sus
casas, sabiendo que venian, saliéronles á rescibir despidiendo de sí,
como si fuera lluvia, tantas venenosas flechas; de las cuales, muchos
de los de Hojeda heridos, y que luégo rabiando morian, y ninguno
dañificado de los indios, acuerdan todos, y más diligentemente
Hojeda, de volver las espaldas, y corriendo y áun huyendo irse al
refugio de su fortaleza. Desde á pocos dias, comenzóles á faltar la
comida que Juan de la Cosa trujo de Castilla, y algun caçabí que
cogieron desta isla, y, por no esperar que del todo se les acabase,
acordó Hojeda de hacer saltos y entradas por la tierra, para buscar y
traer comida, tomándola por fuerza á los indios; y si oro hallasen de
camino, de creer es que no le desecharian. Llegaron á cierto pueblo
y pueblos, salíanlos luégo al camino los indios á rescibir, y con sus
armas acostumbradas hirieron y mataron algunos de los españoles,
20. y por no perdellos todos, y á su persona poner en peligro, dió la
vuelta con los suyos, huyendo, á su fuerza, siguiéndolos hasta
encerrallos dentro los indios. Llegados á su villa y fortaleza, tenian
harto, los que en ella quedaron, que hacer en enterrar los que
morian, y curar los que no venian tan mal tratados, y pocos de los
que con hierba venian heridos, escapaban. Desde á pocos dias
acabarónsele todos los mantenimientos, y no osaban salir de la
fortaleza un paso, á buscallos á los pueblos de los indios, segun de
la hierba de las flechas estaban escarmentados; en tanto grado
estaban sin remedio de comida, que los sustentase, que comian
hierbas y raíces, áun sin cognoscer dellas si eran buenas ó
mataderas y malas, las cuales les corrompieron los humores, que
incurrieron en grandes enfermedades, de que murieron muchos; y
estando uno por centinela ó guardia, de noche velando, se le salió el
alma, y otros tendíanse en el suelo, sin otro dolor alguno, más de
pura hambre, espiraban: no tenian cosa que menor dolor y angustia
les diese que la muerte, porque con ella tenian estima que
descansaban. Estando, pues, padeciendo, más que viviendo, esta
infelice vida, quiso Dios, sacando de los males de otros algun
consuelo, no desmamparallos; fué desta manera, que un vecino de
la villa de Yaquimo, esta isla abajo, llamado Bernardino de Talavera,
que tenia muy muchas deudas, como otros muchos en esta isla
hobo (como arriba hemos dicho, que, con cuantos indios en las
minas mataban, nunca Dios les hacia merced ni medraban); por huir
de las cárceles, acordó de se salir huyendo desta isla, y porque no
habia donde, sino á una de las dos gobernaciones de que vamos
hablando, y, por ventura, se habia con Hojeda concertado, ó por las
nuevas que habian dado los que Hojeda envió en el navío por
bastimentos, de que ya Hojeda quedaba en tierra rica poblado,
concertóse con otros tramposos y adeudados, que habia hartos, y
otros tambien que por sus delitos andaban, por ventura, absentados,
de hurtar un navío que estaba en el puerto de la punta del Tiburon,
dos leguas del pueblo ó villa de Salvatierra de la Çabana, al cabo
occidental desta isla, que era de unos ginoveses que cargaban de
pan cacabí é de tocinos, para traer á esta isla é llevar á otras partes;
el cual así lo hizo con 70 hombres que á ello le ayudaron, los cuales
21. asomaron un dia donde Hojeda y los suyos perecian de hambre. Fué
no decible ni estimable el gozo y consuelo que rescibieron sus
ánimas, como si de muerte á vida resucitaran. Sacaron los
bastimentos que traia el navío, de pan y de carne, los cuales pagó
Hojeda, en oro ó en esclavos, á la persona que allí debia venir, que
del navío tenia cargo; y, segun la fama, que Hojeda tenia de mal
partidor, porque dicen que decia que temia, muchos años habia, de
morir de hambre, debió de partillo mal segun la hambre que todos
padecian. Comenzaron á murmurar los que ménos parte habian,
contra Hojeda, y á tratar de se salir de la tierra, y venir en los
bergantines ó en el navío recien venido; Hojeda complia con ellos,
dándoles esperanza de la venida del bachiller Anciso, que cada dia
esperaban. En este tiempo no dejaban los indios de venir á darles
rebates, y cada dia dellos descalabraban; y como cognoscian ya la
ligereza de Hojeda, que el primero que salia contra ellos era él y los
alcanzaba, y que jamás flecha le acertaba, acordaron de armarle una
celada para lo herir é matar. Vinieron cuatro flecheros con sus
flechas bien herboladas, y pusiéronse tras ciertas matas, y
ordenaron que otros diesen grita é hiciesen rebato á la otra parte; lo
cual, puesto en obra, como lo habian concertado, dada la grita en la
parte contraria, sale Hojeda el primero de la fortaleza como volando,
y llegando frontero de los cuatro, que estaban en celada, desarman
sus arcos, y el uno dale por el muslo y pásaselo de parte á parte;
vuélvese Hojeda muy atribulado, esperando cada hora morir
rabiando, porque nunca, hasta entónces, hombre le habia sacado
sangre, habiéndose visto en millares, como ya se ha dicho, de
ruidos, en Castilla y en estas partes. Creyó aquella era la que le
bastaba; y con este temor mandó luégo que unas planchas de hierro
en el fuego las blanqueasen, y, ellas blancas, mandó á un cirujano
que se las pusiese en el muslo herido, ambas, el cirujano rehusó,
diciendo que lo mataria con aquel fuego; amenazóle Hojeda
haciendo voto solemne á Dios, que si no se las ponia que lo
mandaria ahorcar. Esto hacia Hojeda, porque la hierba de las
flechas, ser ponzoñosa de frio excesivo, es averiguado. El cirujano,
pues, por no ser ahorcado, aplicóle las planchas de hierro
blanqueadas, la una á la una parte del muslo, y la otra á la otra, con
22. ciertas tenazas, de tal manera que no sólo le abrasó el muslo y la
pierna, y sobrepujó á la maldad de la ponzoña de la hierba, y la
echó fuera, pero todo el cuerpo le penetró el fuego en tanto grado,
que fué necesario gastar una pipa de vinagre, mojando sábanas y
envolviéndole todo el cuerpo en ellas; y así se tornó á templar el
exceso que habia hecho el fuego en todo el cuerpo. Esto sufrió
Hojeda voluntariamente, sin que lo atasen ni lo tuviesen; argumento
grande de su grande ánimo y señalado esfuerzo. Sanó desta
manera, consumiendo la ponzoña fria de la hierba con el vivo fuego.
23. CAPÍTULO LX.
Comidos tambien los bastimentos que trujo el navío que hurtó
Bernardino de Talavera, tornaron á hambrear y verse en el estrecho
de hambre y miseria que ántes tuvieron, y como se morian cada dia
de hambre, y el bachiller Anciso, con el socorro que esperaban, no
venia, daban voces contra Hojeda, diciendo los sacase de allí, pues
todos perecian, y de secreto murmuraban y trataban de hurtar los
bergantines y venirse á esta isla, y otras cosas que como aborridos y
desesperados decian y hacian. Visto por Hojeda su inquietud y
miseria, determinó decilles y poner por obra, que pues Anciso no
venia, que él mismo determinaba de venir á esta isla en la nao que
habia llevado Bernardino de Talavera, y llevalles mantenimiento y
todo socorro, y que no tomaba de término, para tornar á vellos ó
para les enviar remedio, más de cincuenta dias, los cuales pasados,
sino hobiese venido ó enviado, les daba licencia para que
despoblasen el pueblo y se viniesen á esta isla en los bergantines, ó
hiciesen de sí lo que quisiesen; plugo á todos su determinacion y
salida de la tierra, para venir á esta isla, esperando que más presto
serian socorridos. Dejóles por su teniente é capitan á Francisco
Pizarro, que era uno dellos, y el que despues fué Marqués en el
Perú, hasta que Anciso viniese, que ya tenia elegido por su Alcalde
mayor; los 70 hombres ó la mayor parte dellos que habian venido
con el Bernardino de Talavera, viendo la miseria y peligros de las
vidas que los de Hojeda pasaban, no quisieron quedar en la tierra,
sino volverse á esta isla, escogiendo por menor mal lo que aquí les
24. sucediese, que el que allí, quedando, tenian por cierto que
padecerian. Embarcóse, pues, Hojeda con el Bernardino de Talavera
y con los demas en aquel hurtado navío, y no pudiendo tomar esta
isla, fueron á dar á la de Cuba, y creo que á la provincia y puerto de
Xaguá, de que arriba en el cap. 41, algunas cosas dijimos, donde
áun no habian pasado á poblar españoles; en la cual, saltando en
tierra y desmamparando el navío, diéronse á andar por la isla,
camino del Oriente, para se acercar más á ésta. Acaeció que ó en el
navío, por el camino, ó ántes que se embarcasen, ó despues de
salidos á tierra en Cuba, ó sobre quién habia de capitanear, ó por
otras causas, que yo no curé de saber cuando pudiera saberlas,
revolviéronse Hojeda y Bernardino de Talavera, ó quizá que venian
en el navío alguno de los súbditos del mismo Hojeda, por vengarse
de algunos agravios que estimasen haber dél rescibido; finalmente,
hechos todos á una con el Talavera, prendieron al Hojeda, y preso lo
llevaban cuando iban por Cuba, camino, salvo que iba suelto porque
tuvieron muchas bregas y recuentros con los indios, y valia más
Hojeda en la guerra que la mitad de todos ellos; y como era tan
valeroso en fuerzas y ligereza y esfuerzo, trayéndolo preso los
deshonraba á todos, y los desafiaba, diciendo: «bellacos traidores,
apartaos ahí, de dos en dos, y me mataré con todos vosotros.» Pero
ninguno habia que le osase hablar ni llegarse á él; y porque como
muchos indios, de los vecinos de aquella isla de Cuba, eran naturales
desta isla, y se habian huido della por la destruccion y muerte que
los españoles hacian y causaban á las gentes de ésta, y cognoscian
bien sus obras por experiencia, item, las matanzas y despoblaciones
que hacian en las gentes inocentes de las islas de los Lucayos,
cuando los vieron tantos juntos, creyendo y temiendo que venian á
les hacer otro tanto, salíanles al camino á resistillos que no entrasen
en sus pueblos, y, si pudieran, tambien matallos, aunque eran tan
pocas y tan débiles sus armas, que no tenian sino unos simples
arcos, y ellos gente pacífica y no osada á reñir con nadie, que todos
juntos aunque eran muchos les pudieran hacer como les hicieron
poco daño; pero porque los españoles venian flacos, y con gran
trabajo, por no pelear con los indios huian de los pueblos,
llegándose siempre á la costa de la mar, y habiendo andado más de
25. 100 leguas, hallaron junto á la mar una ciénaga que les llegaba á la
rodilla y poco más, y pensando que presto se acababa, proseguian
su camino adelante; andados dos ó tres dias, íbase ahondando la
ciénaga, y, esperando que no podria durar mucho más y por no
tornar á andar lo que quedaba atras, como habia sido muy
trabajoso, todavía andaban más, la ciénaga crescia más, así en la
hondura como en alejarse. Desta manera anduvieron ocho y diez
dias por ella, con esperanza de que se acabaria, y con temor de
andar lo que dejaban atras andado, habiendo padecido
incomparable trabajo de sed y hambre, siempre á la cinta el lodo y
el agua, noches y dias, y para dormir subíanse sobre las raíces de
los árboles mangles y allí dormian algun sueño, harto inquieto, triste
y amargo. La comida era el caçabí y algun bocado de queso, si
alguno lo alcanzó, y axí, que es la pimienta de los indios, y algunas
raíces de ajes ó batatas, como zanahorias ó turmas de tierra, crudas,
que era lo que cada uno llevaba sobre sus cuestas en su mochila ó
talega, y bebian del agua salobre ó salada. Anduvieron más
adelante, con la dicha esperanza de que se acabaria camino tan
mortal, y tanto más la ciénaga se les ahondaba cuanto se dilataba
más. Llegaban muchas veces á lugares, por ella, en los cuales les
llegaba el cieno y agua hedionda á los sobacos, y otras que les subia
sobre las cabezas, y otras más alto, donde se ahogaban los que no
sabian nadar. Mojábaseles la comida como las talegas andaban
nadando, y el caçabí, mojado, es luégo perdido, que de ningun
provecho puede ayudar, como lo podian ser obleas en un charco
echadas. Traia Hojeda en su talega, con la comidilla, una imágen de
Nuestra Señora, muy devota, y maravillosamente pintada, de
Flandes, que el obispo D. Juan de Fonseca, como lo queria mucho,
le habia donado, con la cual Hojeda tenia gran devocion, porque
siempre fué devoto servidor de la Madre de Dios; en hallando que
hallaba algunas raíces de los dichos árboles mangles, que suelen
estar sobre el agua levantadas, parábanse sobre ellas un rato á
descansar, los que por allí se hallaban, porque no todos venian
juntos, sino unos que no tenian tantas fuerzas ni tanto ánimo,
quedábanse atras, y otros desmamparados, y otros más adelante;
sacaba Hojeda su imágen de su talega y poníala en el árbol, y allí la
26. Welcome to our website – the perfect destination for book lovers and
knowledge seekers. We believe that every book holds a new world,
offering opportunities for learning, discovery, and personal growth.
That’s why we are dedicated to bringing you a diverse collection of
books, ranging from classic literature and specialized publications to
self-development guides and children's books.
More than just a book-buying platform, we strive to be a bridge
connecting you with timeless cultural and intellectual values. With an
elegant, user-friendly interface and a smart search system, you can
quickly find the books that best suit your interests. Additionally,
our special promotions and home delivery services help you save time
and fully enjoy the joy of reading.
Join us on a journey of knowledge exploration, passion nurturing, and
personal growth every day!
ebookbell.com