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Memorias del oratorio cap 1
Porque el Papá Pío IX le pidió a Don Bosco
     que las escribiera, para que sus Hijos
   Espirituales superáramos las dificultades,
   aprendiendo las lecciones del pasado.
  Estas memorias nos deben servir para que
  conozcamos cómo Dios condujo todas las
 cosas en cada momento de la vida de Don
Bosco; y así, nosotros hoy, confiemos también
            en su Divina Providencia.
      Memorias contadas por décadas
José Bosco
Hermano del medio
                  Juan Bosco HermanoBosco
                              Antonio
                                      mayor

             Hijo de campesinos




   Margarita
   Occhiena                   Francisco Bosco
    (mamá)                        (papá)
No tenía yo aún dos años cuando Dios
        nuestro Señor permitió en su
  misericordia que nos sobreviniese una
    grave desgracia. Un día el amado
padre, que era de complexión robusta,
    en la flor de la edad, y deseoso de
  educar cristianamente a sus hijos, de
vuelta del trabajo enteramente sudado,
 entró descuidadamente en la bodega
      subterránea y fría de la casa. El
enfriamiento sufrido se manifestó hacia
  el anochecer en una fiebre violenta y
vino a degenerar en una pulmonía muy
fuerte. Todo los cuidados fueron inútiles,
y a los pocos días se vio a las puertas de
   la muerte. Confortado con todos los
     auxilios de la religión, después de
 recomendar a mi madre confianza en
  Dios, expiraba a la edad de treinta y
  cuatro años, el 12 de mayo de 1817.
No sé qué fue de mí en aquella
penosa circunstancia. Sólo recuerdo, y
es el primer hecho del que guardo
memoria, que todos salían de la
habitación del difunto mientras yo
quería permanecer a toda costa en
ella.
Ven, Juan; ven conmigo, -repetía
adolorida mi madre.
Si no viene papá, no voy yo, -le
respondí.
¡Pobre hijo mío!, -añadió- ven, ¡ya no
tienes padre!
Dicho esto, se puso a llorar, me tomó
de la mano y me llevó a otra parte,
mientras lloraba yo viéndola llorar a
ella. Ciertamente, en aquella edad no
alcanzaba a entender qué desgracia
tan grande era la pérdida del padre.
Este hecho sumió a la familia en
la consternación. Había que
mantener a cinco personas; las
cosechas del año, que eran
nuestro    único    recurso,   se
perdieron por causa de una
terrible sequía; los comestibles
alcanzaron precios fabulosos. El
trigo se pagó hasta 25 francos
la hémina; el maíz, a 16 francos.
Varios contemporáneos que
fueron testigos de los hechos
me cuentan cómo los mendigos
pedían angustiosamente las
cáscaras del grano para suplir
la sopa de garbanzos o de
frijoles con que habitualmente
se alimentaban; y que se
encontraron en los potreros
personas muertas con la boca
llena de hierbas con las cuales
habían intentado aplacar el
hambre      rabiosa    que    las
desesperaba.
Muchas veces me contó mi madre que alimentó a la familia
mientras tuvo cómo hacerlo; después entregó dinero a un vecino
llamado Bernardo Cavallo, para que fuera en busca de comida.
Recorrió varios mercados sin poder adquirir nada, fuera al precio
que fuera. Volvió dos días después cuando ya anochecía. Todos
lo esperaban. Pero, cuando dijo que no traía sino el dinero que
había llevado, el pánico se apoderó de la familia pues ese día
habían comido muy poco y se podían, por tanto, prever funestas
consecuencias para esa noche.
Mi madre, sin desalentarse, buscó
entonces ayuda entre los vecinos, pero
fue inútil. Nadie tenía con qué
socorrernos. Fue entonces que nos
recordó: mi esposo, cuando estaba
para expirar me recomendó que
tuviese confianza en Dios; vengan,
vamos a ponernos de rodillas y a rezar.
Luego, después de una breve oración,
nos dijo: en casos extremos hay que
buscar también soluciones extremas.
Entonces, acompañada por el señor
Cavallo, se fue al establo, mató un
ternero, y haciendo cocinar a toda
prisa una parte, trató de aplacar el
hambre de la extenuada familia.
En los días siguientes se lograron
conseguir los cereales necesarios
haciéndolos traer de muy lejos y a
precios ciertamente excesivos.
Puede imaginarse lo que
sufrió y lo que tuvo que
trabajar mi madre durante
ese año tan lleno de
calamidades. Pero con un
trabajo infatigable,
ahorrando en todo,
aprovechando todo recurso
posible, y con algunas
ayudas verdaderamente
providenciales, se pudo
superar aquella situación
tan crítica. Todo esto me lo
contó muchas veces ella
misma y me lo confirmaron
diversos parientes y amigos.
Pasada aquella terrible penuria y mejorada la situación familiar, tuvo
mi madre una ventajosísima propuesta de matrimonio. Ella respondió
sin dudar un momento:
Dios me dio y me quitó a mi marido. Tres hijos me dejó él al morir, y yo
sería una madre sin corazón si los abandonase cuando más me
necesitan.
Le aseguraron que sus hijos iban a quedar al cuidado de un tutor
responsable que vería solícitamente por ellos.
El tutor, -respondió esa mujer generosa- podrá ser tal vez un amigo,
pero yo soy la madre; y no los voy a dejar aunque me ofrecieran todo
el oro del mundo.
Su mayor preocupación fue la de la instrucción religiosa de sus hijos,
enseñarles la obediencia y tenerlos ocupados en cosas compatibles
con su edad.
Mientras fui pequeñito ella
misma me enseñaba a rezar;
pero cuando ya fui capaz de
rezar con mis hermanos, hacía
que me arrodillara por la
mañana y por la noche con
ellos, y todos juntos
entonábamos las oraciones y
la tercera parte del rosario.
Recuerdo que ella misma me
preparó para mi primera
confesión: me acompañó a la
Iglesia, se confesó antes que
yo, me recomendó al confesor
y después me ayudó a hacer
la acción de gracias. Luego
siguió acompañándome hasta
cuando vio que era capaz de
hacerlo bien por mí mismo.
Así  llegué a los nueve años.
 Quería mi madre entonces
 enviarme a la escuela, pero se me
 dificultaba bastante por la
 distancia ya que estábamos a
 cinco kilómetros de Castelnuovo.
 Por otra parte mi hermano Antonio
 se oponía. Llegamos después a un
 acuerdo. Podría ir durante el
 invierno a la escuela del cercano
 pueblecito de Capriglio, en donde
 efectivamente aprendí a leer y a
 escribir.
Mi maestro era un sacerdote muy
 piadoso. Se llamaba José Lacqua.
 Conmigo fue muy amable y puso
 mucho interés en mi adelanto
 escolar, pero sobre todo en mi
 educación cristiana. Durante el
 verano daba gusto a mi hermano
 trabajando en el campo.
Memorias del oratorio cap 1
Tuve por entonces un sueño que me quedó
 profundamente grabado en la mente para toda la
 vida. Me pareció estar junto a mi casa, en un patio
espacioso en donde se entretenía un gran número de
muchachos, estaban riendo y jugando, pero muchos
               también, blasfemaban.
Al oír esto, me lancé instintivamente entre ellos
   para hacerlos callar a gritos y puñetazos.
En aquel momento, apareció una persona venerable, de
  aspecto varonil y bellamente vestido. Lo cubría un manto
blanco, pero no lograba ver su rostro por lo luminoso que era.
 Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de
     aquellos muchachos, añadiéndome estas palabras:
 A estos amigos tuyos no los vas a ganar con los golpes, sino
    con la mansedumbre y la caridad. Empieza ahora a
enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
Confundido y con temor, le dije entonces que yo era un pobre
muchacho ignorante e incapaz de hablarles de religión a aquellos
chicos. En ese momento, mientras yo hablaba, los muchachos
dejaron de pelear y me rodearon.
Yo, casi sin darme cuenta de lo que decía, le pregunté:
 Pero, ¿quién es usted que me manda hacer cosas imposibles?
 Precisamente porque te parecen imposibles debes hacerlas
posibles obedeciendo y adquiriendo la ciencia que necesitas.
 Y, ¿en dónde y cómo podré adquirirla?
 Te voy a dar la Maestra que te enseñará esa sabiduría sin la
cual todo otro estudio será una tontería.
Pero, y ¿quién es usted
para hablarme de esa
manera?
 Soy el hijo de Aquella
a quien tu madre te
acostumbró a saludar
tres veces al día.
 Mi madre,
precisamente, me ha
enseñado a no
meterme con gente
que no conozca sin su
permiso. Dígame su
nombre.
 ¿Mi nombre?,
pregúnteselo a mi
Madre.
En aquel momento
vi a su lado a una
Señora de aspecto
majestuoso, vestida
con un manto que
resplandecía por
todas partes, como
si cada uno de sus
puntos fuera una
estrella brillante.
Viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y
respuestas, me indicó que me acercase a Ella, y tomándome
bondadosamente de la mano:
 Mira, me dijo.
 Entonces vi que aquellos muchachos habían desaparecido
y en su lugar había cabras, perros, gatos, osos y otros muchos
animales más.
 Este es el campo en el que debes trabajar.
Hazte humilde, fuerte y robusto y ten en cuenta que
lo que ves que está aconteciendo con estos
animales, tienes que hacerlo tú con mis hijos.
Observé entonces y vi que, en vez de los animales
feroces, había mansos corderos que saltaban y
corrían bailando en torno nuestro, como si quisieran
festejar al personaje y a la señora.
En aquel momento, y siempre en el sueño, me eché
a llorar y pedía se me dijeran las cosas de otra
manera pues hasta ahora no había entendido
nada. Entonces Ella, poniéndome la mano sobre la
cabeza, me dijo:
 A su debido tiempo lo comprenderás todo,
 Y dicho esto, un ruido me despertó.
Quedé desconcertado.
Mis manos estaban
adoloridas por los
puñetazos, y la cara,
por las bofetadas
recibidas. Después,
durante la noche,
estaba mi cabeza tan
llena con lo del
Personaje y la Señora y
por todo lo que había
estado oyendo, que ya
no pude reconciliar el
sueño.
Por la mañana, apenas pude, conté el sueño, primero a mis
hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la
abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi
hermano José decía: “Vas a seguir cuidando cabras,
ovejas y animales”. Mi madre, “tal vez llegues a ser
sacerdote”. Antonio, secamente: “tal vez acabarás siendo
cabecilla de bandidos”.
La abuela, que sabía mucha teología - era completamente
analfabeta-, dijo la última palabra: “No hay que hacer
caso a los sueños”.
Yo estaba de acuerdo con mi abuela, pero nunca pude
olvidar ese sueño; y la razón de esto se podrá en cierta
manera entender, a través de los hechos que voy a relatar
en seguida.
Sin embargo cuando en el año 1858 fui a Roma para los
asuntos de la Congregación Salesiana con el Papa, él me
hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran
aunque fuese sólo alguna apariencia de sobrenatural.
Entonces conté por primera vez el sueño que tuve de los
nueve a los diez años. El Papa me mandó que lo escribiera
literal y detalladamente y lo dejara como estímulo a los
miembros de la Congregación por la cual, precisamente,
yo había hecho aquel viaje a Roma.

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Memorias del oratorio cap 1

  • 2. Porque el Papá Pío IX le pidió a Don Bosco que las escribiera, para que sus Hijos Espirituales superáramos las dificultades, aprendiendo las lecciones del pasado. Estas memorias nos deben servir para que conozcamos cómo Dios condujo todas las cosas en cada momento de la vida de Don Bosco; y así, nosotros hoy, confiemos también en su Divina Providencia. Memorias contadas por décadas
  • 3. José Bosco Hermano del medio Juan Bosco HermanoBosco Antonio mayor Hijo de campesinos Margarita Occhiena Francisco Bosco (mamá) (papá)
  • 4. No tenía yo aún dos años cuando Dios nuestro Señor permitió en su misericordia que nos sobreviniese una grave desgracia. Un día el amado padre, que era de complexión robusta, en la flor de la edad, y deseoso de educar cristianamente a sus hijos, de vuelta del trabajo enteramente sudado, entró descuidadamente en la bodega subterránea y fría de la casa. El enfriamiento sufrido se manifestó hacia el anochecer en una fiebre violenta y vino a degenerar en una pulmonía muy fuerte. Todo los cuidados fueron inútiles, y a los pocos días se vio a las puertas de la muerte. Confortado con todos los auxilios de la religión, después de recomendar a mi madre confianza en Dios, expiraba a la edad de treinta y cuatro años, el 12 de mayo de 1817.
  • 5. No sé qué fue de mí en aquella penosa circunstancia. Sólo recuerdo, y es el primer hecho del que guardo memoria, que todos salían de la habitación del difunto mientras yo quería permanecer a toda costa en ella. Ven, Juan; ven conmigo, -repetía adolorida mi madre. Si no viene papá, no voy yo, -le respondí. ¡Pobre hijo mío!, -añadió- ven, ¡ya no tienes padre! Dicho esto, se puso a llorar, me tomó de la mano y me llevó a otra parte, mientras lloraba yo viéndola llorar a ella. Ciertamente, en aquella edad no alcanzaba a entender qué desgracia tan grande era la pérdida del padre.
  • 6. Este hecho sumió a la familia en la consternación. Había que mantener a cinco personas; las cosechas del año, que eran nuestro único recurso, se perdieron por causa de una terrible sequía; los comestibles alcanzaron precios fabulosos. El trigo se pagó hasta 25 francos la hémina; el maíz, a 16 francos. Varios contemporáneos que fueron testigos de los hechos me cuentan cómo los mendigos pedían angustiosamente las cáscaras del grano para suplir la sopa de garbanzos o de frijoles con que habitualmente se alimentaban; y que se encontraron en los potreros personas muertas con la boca llena de hierbas con las cuales habían intentado aplacar el hambre rabiosa que las desesperaba.
  • 7. Muchas veces me contó mi madre que alimentó a la familia mientras tuvo cómo hacerlo; después entregó dinero a un vecino llamado Bernardo Cavallo, para que fuera en busca de comida. Recorrió varios mercados sin poder adquirir nada, fuera al precio que fuera. Volvió dos días después cuando ya anochecía. Todos lo esperaban. Pero, cuando dijo que no traía sino el dinero que había llevado, el pánico se apoderó de la familia pues ese día habían comido muy poco y se podían, por tanto, prever funestas consecuencias para esa noche.
  • 8. Mi madre, sin desalentarse, buscó entonces ayuda entre los vecinos, pero fue inútil. Nadie tenía con qué socorrernos. Fue entonces que nos recordó: mi esposo, cuando estaba para expirar me recomendó que tuviese confianza en Dios; vengan, vamos a ponernos de rodillas y a rezar. Luego, después de una breve oración, nos dijo: en casos extremos hay que buscar también soluciones extremas. Entonces, acompañada por el señor Cavallo, se fue al establo, mató un ternero, y haciendo cocinar a toda prisa una parte, trató de aplacar el hambre de la extenuada familia. En los días siguientes se lograron conseguir los cereales necesarios haciéndolos traer de muy lejos y a precios ciertamente excesivos.
  • 9. Puede imaginarse lo que sufrió y lo que tuvo que trabajar mi madre durante ese año tan lleno de calamidades. Pero con un trabajo infatigable, ahorrando en todo, aprovechando todo recurso posible, y con algunas ayudas verdaderamente providenciales, se pudo superar aquella situación tan crítica. Todo esto me lo contó muchas veces ella misma y me lo confirmaron diversos parientes y amigos.
  • 10. Pasada aquella terrible penuria y mejorada la situación familiar, tuvo mi madre una ventajosísima propuesta de matrimonio. Ella respondió sin dudar un momento: Dios me dio y me quitó a mi marido. Tres hijos me dejó él al morir, y yo sería una madre sin corazón si los abandonase cuando más me necesitan. Le aseguraron que sus hijos iban a quedar al cuidado de un tutor responsable que vería solícitamente por ellos. El tutor, -respondió esa mujer generosa- podrá ser tal vez un amigo, pero yo soy la madre; y no los voy a dejar aunque me ofrecieran todo el oro del mundo. Su mayor preocupación fue la de la instrucción religiosa de sus hijos, enseñarles la obediencia y tenerlos ocupados en cosas compatibles con su edad.
  • 11. Mientras fui pequeñito ella misma me enseñaba a rezar; pero cuando ya fui capaz de rezar con mis hermanos, hacía que me arrodillara por la mañana y por la noche con ellos, y todos juntos entonábamos las oraciones y la tercera parte del rosario. Recuerdo que ella misma me preparó para mi primera confesión: me acompañó a la Iglesia, se confesó antes que yo, me recomendó al confesor y después me ayudó a hacer la acción de gracias. Luego siguió acompañándome hasta cuando vio que era capaz de hacerlo bien por mí mismo.
  • 12. Así llegué a los nueve años. Quería mi madre entonces enviarme a la escuela, pero se me dificultaba bastante por la distancia ya que estábamos a cinco kilómetros de Castelnuovo. Por otra parte mi hermano Antonio se oponía. Llegamos después a un acuerdo. Podría ir durante el invierno a la escuela del cercano pueblecito de Capriglio, en donde efectivamente aprendí a leer y a escribir. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso. Se llamaba José Lacqua. Conmigo fue muy amable y puso mucho interés en mi adelanto escolar, pero sobre todo en mi educación cristiana. Durante el verano daba gusto a mi hermano trabajando en el campo.
  • 14. Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. Me pareció estar junto a mi casa, en un patio espacioso en donde se entretenía un gran número de muchachos, estaban riendo y jugando, pero muchos también, blasfemaban.
  • 15. Al oír esto, me lancé instintivamente entre ellos para hacerlos callar a gritos y puñetazos.
  • 16. En aquel momento, apareció una persona venerable, de aspecto varonil y bellamente vestido. Lo cubría un manto blanco, pero no lograba ver su rostro por lo luminoso que era. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiéndome estas palabras: A estos amigos tuyos no los vas a ganar con los golpes, sino con la mansedumbre y la caridad. Empieza ahora a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud.
  • 17. Confundido y con temor, le dije entonces que yo era un pobre muchacho ignorante e incapaz de hablarles de religión a aquellos chicos. En ese momento, mientras yo hablaba, los muchachos dejaron de pelear y me rodearon. Yo, casi sin darme cuenta de lo que decía, le pregunté:  Pero, ¿quién es usted que me manda hacer cosas imposibles?  Precisamente porque te parecen imposibles debes hacerlas posibles obedeciendo y adquiriendo la ciencia que necesitas.  Y, ¿en dónde y cómo podré adquirirla?  Te voy a dar la Maestra que te enseñará esa sabiduría sin la cual todo otro estudio será una tontería.
  • 18. Pero, y ¿quién es usted para hablarme de esa manera?  Soy el hijo de Aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día.  Mi madre, precisamente, me ha enseñado a no meterme con gente que no conozca sin su permiso. Dígame su nombre.  ¿Mi nombre?, pregúnteselo a mi Madre.
  • 19. En aquel momento vi a su lado a una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella brillante.
  • 20. Viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a Ella, y tomándome bondadosamente de la mano:  Mira, me dijo.  Entonces vi que aquellos muchachos habían desaparecido y en su lugar había cabras, perros, gatos, osos y otros muchos animales más.  Este es el campo en el que debes trabajar.
  • 21. Hazte humilde, fuerte y robusto y ten en cuenta que lo que ves que está aconteciendo con estos animales, tienes que hacerlo tú con mis hijos. Observé entonces y vi que, en vez de los animales feroces, había mansos corderos que saltaban y corrían bailando en torno nuestro, como si quisieran festejar al personaje y a la señora.
  • 22. En aquel momento, y siempre en el sueño, me eché a llorar y pedía se me dijeran las cosas de otra manera pues hasta ahora no había entendido nada. Entonces Ella, poniéndome la mano sobre la cabeza, me dijo:  A su debido tiempo lo comprenderás todo,  Y dicho esto, un ruido me despertó.
  • 23. Quedé desconcertado. Mis manos estaban adoloridas por los puñetazos, y la cara, por las bofetadas recibidas. Después, durante la noche, estaba mi cabeza tan llena con lo del Personaje y la Señora y por todo lo que había estado oyendo, que ya no pude reconciliar el sueño.
  • 24. Por la mañana, apenas pude, conté el sueño, primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: “Vas a seguir cuidando cabras, ovejas y animales”. Mi madre, “tal vez llegues a ser sacerdote”. Antonio, secamente: “tal vez acabarás siendo cabecilla de bandidos”. La abuela, que sabía mucha teología - era completamente analfabeta-, dijo la última palabra: “No hay que hacer caso a los sueños”. Yo estaba de acuerdo con mi abuela, pero nunca pude olvidar ese sueño; y la razón de esto se podrá en cierta manera entender, a través de los hechos que voy a relatar en seguida.
  • 25. Sin embargo cuando en el año 1858 fui a Roma para los asuntos de la Congregación Salesiana con el Papa, él me hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran aunque fuese sólo alguna apariencia de sobrenatural. Entonces conté por primera vez el sueño que tuve de los nueve a los diez años. El Papa me mandó que lo escribiera literal y detalladamente y lo dejara como estímulo a los miembros de la Congregación por la cual, precisamente, yo había hecho aquel viaje a Roma.