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PROTEINA C REACTIVA
Autores:
Johanna Patricia Vélez Freire
Dr. Jorge Cañarte-Alcívar
Docente de investigación
Facultad Ciencias de la Salud
Universidad Técnica de Manabí
Introducción
La proteína C (proteína plasmática) es
segregada en el hígado cuando hay una
inflamación aguda, infección o
degradación tisular en el organismo. El
incremento en los procesos inflamatorios
se debe al aumento de concentración
plasmática de IL-6 (producida por
macrófagos, células endoteliales y
linfocitos T. Ejerce una acción
proinflamatoria relacionada con la de la
IL-1 y TNF, citoquinas que promueven
su síntesis. Actúa fundamentalmente
sobre hepatocitos, induciéndolos a
producir reactantes de fase aguda (como
en nuestro caso la proteína C reactiva).
Por ello su determinación tiene un cierto
valor diagnóstico.
Se dice que es una proteína de fase aguda
por su presencia en los procesos
inflamatorios. Es una globulina que
gracias al polisacárido C de los
neumococos da lugar a un precipitado. La
proteína C está asociada a la fosfocolina
en microbios. Se cree que su función en
ellos es ayudar en la unión de las células
dañadas a los macrófagos, facilitando así
la fagocitosis. También se cree que la
PCR juega un papel importante en la
inmunidad innata, como un primer
sistema de defensa frente a infecciones.
La respuesta de fase aguda es un
fenómeno fisiopatológico de emergencia
que aparece al desequilibrarse ciertos
mecanismos homeostáticos (destinados a
mantener en equilibrio las condiciones
psicológicas que mantienen funcional al
organismo ante diversos retos. La PCR
forma parte de la inmunidad innata y su
síntesis es inducida como respuesta al
daño tisular, infecciones, procesos
inflamatorios y neoplasias. Es producida
principalmente por los hepatocitos y su
expresión está regulada por proteínas
producidas por las distintas poblaciones
celulares del sistema inmune
denominadas citocinas, como las pro-
infamatorias interleucina 1 (IL-1) e IL-6
y el factor de necrosis tumoral-alfa (TNF-
¢).
La proteína C reactiva pertenece a una
familia de proteínas cíclicas pentamericas
llamadas pentraxinas. A pesar de ser
moléculas altamente conservadas en el
proceso evolutivo, entre las PCRs de las
diversas especies, existen diferencias
estructurales |derivadas por ejemplo de su
glucosilación diferencial y funcionales,
como la capacidad del organismo de
regular la síntesis basal y de fase aguda
de la proteína de esta de activar al
complemento. Debido a estas diferencias
es necesario tener extremo cuidado para
realizar extrapolaciones de resultados
obtenidos en modelos animales al
humano.
La Proteína C reactiva es un indicio
general para la infección e inflamación y
por lo tanto, puede ser utilizada para
determinar el riesgo de sufrir
enfermedades cardiacas. Debido a que un
nivel elevado de Proteína C reactiva
puede ser causado por muchos motivos,
no puede usarse como una prueba
determinante.
Un nivel de Proteína C reactiva superior a
2,4 mg. por litro de sangre, supone un
riesgo dos veces mayor de padecer un
problema coronario que con un nivel
menor que 1 mg. por litro. Por lo tanto,
aunque no es un factor determinante, los
niveles de Proteína C reactiva pueden ser
un indicio que ayude a orientar algunos
diagnósticos e indicar el riesgo de sufrir
enfermedades cardiacas. Un examen de
PCR más sensible, llamado análisis de la
proteína C reactiva de alta sensibilidad,
está disponible para determinar el riesgo
de cardiopatía en una persona.
MARCO REFERENCIAL
El proceso que conocemos como
inflamación tiene en sí mismo una clara
función de defensa del organismo frente a
diferentes tipos de agresiones, sobre todo
las protagonizadas por microorganismos
patógenos. De hecho, la “inflamación” es
un signo conocido desde hace muchos
años como sinónimo de que algo no está
funcionando bien, de que existe una
alteración en nuestro organismo. Incluso
en ocasiones, en la que podríamos
denominar “cuasi-medicina”, se ha
utilizado este término, tanto para
minimizar una afección grave, como para
todo lo contrario, es decir para maximizar
una respuesta relativamente inocua. Por
otra parte, la inflamación es un
mecanismo complejo y relativamente
inespecífico que parece actuar como
primera barrera de defensa, incluso
anterior a la más específicamente
diseñada mediante el sistema inmunitario
clásico1
. Por esta razón, no es de extrañar
que en muchas circunstancias la respuesta
de nuestro sistema de defensa sea
desmesurada (por diferentes
circunstancias) en comparación con la
agresión frente a la que se desencadena y
pueda ser incluso perjudicial para los
mecanismos más perfeccionados que se
han puesto en marcha posteriormente en
la evolución2
. Dentro de todo este
escenario es donde podemos encontrarnos
las virtudes y los desencantos de la
proteína C reactiva (PCR) y su
significado fisiopatológico. La PCR es
una molécula conocida desde hace más
de 70 años, cuya presencia en
concentraciones elevadas en sangre
siempre ha sido sinónimo de la existencia
de una reacción de fase aguda, es decir,
de un proceso inflamatorio. Incluso, en
algunas épocas, y puesto que la elevación
de la concentración de esta proteína no se
produce en repuesta a todos los estímulos
(no aumenta en presencia de agresiones
por virus), su medición ha llegado
también utilizarse para diferenciar las
infecciones virales de las bacterianas en
determinadas situaciones conflictivas3
. A
su vez, también sabemos que la elevación
de la concentración de la PCR podría no
ser completamente inocua para nuestro
organismo (que es el que la produce): el
sustrato natural de la PCR parece ser la
fosfocolina (lisofosfatidilcolina), y
mediante esta unión se estimula la
activación de complemento y la
fagocitosis de las estructuras a que se ha
unido la PCR4 5
. En circunstancias
“normales”, el mantenimiento de la
asimetría de nuestras membranas
celulares hace que no haya prácticamente
una concentración mínima necesaria de
fosfatidilcolina en la superficie externa de
éstas (es decir, en la parte en contacto con
el sistema extracelular), ni tampoco
elevadas concentraciones de la
fosfolipasa A2, necesarias para producir
la lisofosfatidilcolina, que es el ligando
de la PCR5. De hecho, en experiencias en
que se inyecta a animales PCR normal en
ausencia de otros estímulos no parece que
se desencadene ningún fenómeno
negativo6
. No obstante, el equilibrio
anterior se rompe con una cierta
facilidad, y por muy diversos motivos:
algunas células pueden no ser capaces de
mantener la asimetría de sus membranas
(como ocurre, por ejemplo, en situaciones
de isquemia), puede aumentar
significativamente la concentración local
de fosfolipasa A2 secretora (sPLA2),
puede modificarse la estructura de las
membranas por un exceso de producción
de radicales libres, pueden modificarse
las lipoproteínas, como las lipoproteínas
de alta densidad por peroxidación y
favorecerse la rotura de su propia
fosfatidilcolina en lisofosfatidilcolina y
radicales libres, posiblemente en
colaboración con la Lp-PLA2
7
, etc. Si
estas situaciones coinciden con
elevaciones de la concentración de la
PCR, su efecto nocivo podría potenciarse
y hacer que un mecanismo de defensa
como es el representado por el fenómeno
inflamatorio se convirtiera en un proceso
perjudicial para nuestro propio
organismo8
. Así pues, nos encontramos
con un posible escenario en el cual cada
uno de los diferentes actores pueden estar
interpretando perfectamente su guión: los
mediadores de inflamación actuando
frente a algún tipo de agresión que
pretenden neutralizar, las fosfolipasas
rompiendo moléculas extrañas, como son
los ácidos grasos degradados
(peroxidados) que permanecen unidos a
fosfolípidos de lipoproteínas o
membranas, los sistemas antioxidantes,
intentando proteger a nuestro organismo
de la oxidación y los macrófagos
eliminando estructuras de “desecho”. La
paradoja aparece cuando el resultado de
la suma del correcto funcionamiento de
todos estos sistemas desencadena una
situación perjudicial de forma crónica.
Aunque, quizá, no sea totalmente
paradójico, ya que para que ello ocurra
varios de los eslabones de este proceso
tienen que estar sobreexpresados (en
desequilibrio). Dentro del conjunto de
actores mencionado destaca la PCR, y
más concretamente la PCR ultrasensible,
o de alta sensibilidad (PCR-us), porque
una elevación relativa de su
concentración, que se mantiene de forma
permanente, nos está descubriendo que se
ha producido el desequilibrio que se
comentaba anteriormente. Por otra parte,
el énfasis puesto sobre el hecho de ser
ultrasensible no es gratuito: es
imprescindible (aunque sea la misma
proteína, determinada además con el
mismo anticuerpo) ya que nos permite
discriminar entre valores que
antiguamente eran considerados normales
o, si se prefiere, no indicativos de una
inflamación aguda; es decir, nos asegura
una sensibilidad y una precisión
adecuadas para su uso clínico en los
límites de valores entre 0 y 10 mg/l9
. Es
precisamente en este contexto en el que
se desarrolla el artículo de López
Fernández et al10
publicado en este
número de la revista: en él se analiza la
relación entre la concentración de PCR-
us y la presencia de síndrome metabólico,
detectándose la existencia de la
mencionada relación independientemente
de cuál hubiera sido la definición del
síndrome metabólico. Dejando de lado
por el momento la polémica acerca de la
existencia o no del síndrome metabólico11
como una entidad más o menos
independiente, lo que sí es cierto es que
por su propia definición el denominado
síndrome metabólico implica la
acumulación de varios factores de riesgo
mayores, y que cada uno de ellos está
provocando de una u otra manera una
situación proinflamatoria. Esta es una
situación en la que se tiende al
desequilibrio del que hablábamos
anteriormente, y en consecuencia, el
hallazgo de una elevación de la
concentración de PCR es algo previsible
a menos que exista algún factor protector
(antiinflamatorio) que frene la cascada de
intermediarios que desencadena en último
término la elevación de la síntesis
hepática de esta proteína. Lo que no
queda suficientemente claro en este
artículo, ni en la bibliografía de que
disponemos por el momento, es si la
elevación de PCR-us puede considerarse
únicamente como consecuencia de la
acumulación de factores de riesgo
(condiciones proinflamatorias), si hay
algún condicionante adicional
(característico del síndrome metabólico)
que dispare su producción en presencia
de los mismos, o si simplemente
responde especialmente a alguno de los
constituyentes de este síndrome (como
podría ser la resistencia a la insulina y,
posiblemente, la elevación del interferón
alfa [TNF-a] y se amplifica por el resto12
.
Este último aspecto puede adquirir una
especial relevancia, ya que las
elevaciones significativas del TNF-a
pueden llegar a inducir una resistencia a
la insulina como la que puede encontrarse
en múltiples situaciones patológicas, no
sólo de inflamación aguda, sino de
procesos crónicos, como los que
caracterizan a determinadas situaciones
de hipersensibilidad alimentaria1314
(relacionados con disfunciones, en
ocasiones temporales, del sistema de
reconocimiento de antígenos). De hecho,
se ha llegado a considerar la obesidad
como una enfermedad inflamatoria con la
consiguiente elevación de TNF-a e
interleucina 6 (IL-6); el índice de masa
corporal es uno de los condicionantes
largamente descritos de las
concentraciones de PCR-us15
, y que
también influye en el desarrollo de la
hipertensión y de la resistencia a la
insulina (componentes fundamentales del
denominado síndrome metabólico, con lo
que ya tenemos un nuevo círculo vicioso
servido).
CONCLUSIÓN
Así pues, podemos concluir que la
elevación mantenida de la PCR-us se
comporta como una señal del
desequilibrio metabólico existente en
cualquier tipo de proceso inflamatorio, ya
sea en forma aguda y desencadenado
como respuesta a una agresión real, ya
sea de forma más o menos larvada y
debido a una disfunción de nuestros
propios sistemas de defensa, y no
olvidemos que la inflamación desempeña
un papel central en todos los estadios del
proceso de la arteriosclerosis. Otra
cuestión, no menos importante, es la de
las consecuencias de la elevación de la
PCR. Como hemos visto previamente, la
PCR no tiene por qué comportarse como
un mero espectador o centinela que
aparece y desaparece sin dejar rastro
Bibliografía
1. Kravitz MS, Pitashny M, Shoenfeld Y.
Protective molecules-C-reactive protein
(CRP), serum amyloid P (SAP),
pentraxin3 (PTX3), mannose-binding
lectin (MBL), and apolipoprotein A1
(Apo A1), and their autoantibodies:
prevalence and clinical significance in
autoimmunity. J Clin Immunol.
2005;25:582-91.
2. Tlaskalova-Hogenova H, Tuckova L,
Stepankova R, Hudcovic T, Palova-
Jelinkova L, Kozakova H, et al.
Involvement of innate immunity in the
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Krediet TG, et al. Inflammatory
mediators for the diagnosis and treatment
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4 Ji SR, Wu Y, Potempa LA, Liang YH,
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protein on complement activation: a
possible complement regulatory role of
modified or monomeric C-reactive
protein in atherosclerotic lesions.
Arterioscler Thromb Vasc Biol. 2006;26:
935-41.
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Question. Arterioscler Thromb Vasc Biol.
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Role of lipoprotein-associated
phospholipase A(2) in atherosclerosis and
its potential as a therapeutic target. Curr
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Gut. 2004;53:1459-64.
15. Guldiken S, Demir M, Arikan E,
Turgut B, Azcan S, Gerenli M, et al.The
levels of circulating markers of
atherosclerosis and inflammation in
subjects with different degrees of body
mass index: Soluble CD40 ligand and
high-sensitivity C-reactive protein.
Thromb Res. 2006 Feb 11 [Epub ahead of
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Proteína c reactiva

  • 1. PROTEINA C REACTIVA Autores: Johanna Patricia Vélez Freire Dr. Jorge Cañarte-Alcívar Docente de investigación Facultad Ciencias de la Salud Universidad Técnica de Manabí Introducción La proteína C (proteína plasmática) es segregada en el hígado cuando hay una inflamación aguda, infección o degradación tisular en el organismo. El incremento en los procesos inflamatorios se debe al aumento de concentración plasmática de IL-6 (producida por macrófagos, células endoteliales y linfocitos T. Ejerce una acción proinflamatoria relacionada con la de la IL-1 y TNF, citoquinas que promueven su síntesis. Actúa fundamentalmente sobre hepatocitos, induciéndolos a producir reactantes de fase aguda (como en nuestro caso la proteína C reactiva). Por ello su determinación tiene un cierto valor diagnóstico. Se dice que es una proteína de fase aguda por su presencia en los procesos inflamatorios. Es una globulina que gracias al polisacárido C de los neumococos da lugar a un precipitado. La proteína C está asociada a la fosfocolina en microbios. Se cree que su función en ellos es ayudar en la unión de las células dañadas a los macrófagos, facilitando así la fagocitosis. También se cree que la PCR juega un papel importante en la inmunidad innata, como un primer sistema de defensa frente a infecciones. La respuesta de fase aguda es un fenómeno fisiopatológico de emergencia que aparece al desequilibrarse ciertos mecanismos homeostáticos (destinados a mantener en equilibrio las condiciones psicológicas que mantienen funcional al organismo ante diversos retos. La PCR forma parte de la inmunidad innata y su síntesis es inducida como respuesta al daño tisular, infecciones, procesos inflamatorios y neoplasias. Es producida principalmente por los hepatocitos y su expresión está regulada por proteínas producidas por las distintas poblaciones celulares del sistema inmune denominadas citocinas, como las pro- infamatorias interleucina 1 (IL-1) e IL-6 y el factor de necrosis tumoral-alfa (TNF- ¢). La proteína C reactiva pertenece a una familia de proteínas cíclicas pentamericas llamadas pentraxinas. A pesar de ser moléculas altamente conservadas en el proceso evolutivo, entre las PCRs de las diversas especies, existen diferencias estructurales |derivadas por ejemplo de su glucosilación diferencial y funcionales, como la capacidad del organismo de regular la síntesis basal y de fase aguda de la proteína de esta de activar al complemento. Debido a estas diferencias es necesario tener extremo cuidado para realizar extrapolaciones de resultados obtenidos en modelos animales al humano. La Proteína C reactiva es un indicio general para la infección e inflamación y por lo tanto, puede ser utilizada para determinar el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas. Debido a que un
  • 2. nivel elevado de Proteína C reactiva puede ser causado por muchos motivos, no puede usarse como una prueba determinante. Un nivel de Proteína C reactiva superior a 2,4 mg. por litro de sangre, supone un riesgo dos veces mayor de padecer un problema coronario que con un nivel menor que 1 mg. por litro. Por lo tanto, aunque no es un factor determinante, los niveles de Proteína C reactiva pueden ser un indicio que ayude a orientar algunos diagnósticos e indicar el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas. Un examen de PCR más sensible, llamado análisis de la proteína C reactiva de alta sensibilidad, está disponible para determinar el riesgo de cardiopatía en una persona. MARCO REFERENCIAL El proceso que conocemos como inflamación tiene en sí mismo una clara función de defensa del organismo frente a diferentes tipos de agresiones, sobre todo las protagonizadas por microorganismos patógenos. De hecho, la “inflamación” es un signo conocido desde hace muchos años como sinónimo de que algo no está funcionando bien, de que existe una alteración en nuestro organismo. Incluso en ocasiones, en la que podríamos denominar “cuasi-medicina”, se ha utilizado este término, tanto para minimizar una afección grave, como para todo lo contrario, es decir para maximizar una respuesta relativamente inocua. Por otra parte, la inflamación es un mecanismo complejo y relativamente inespecífico que parece actuar como primera barrera de defensa, incluso anterior a la más específicamente diseñada mediante el sistema inmunitario clásico1 . Por esta razón, no es de extrañar que en muchas circunstancias la respuesta de nuestro sistema de defensa sea desmesurada (por diferentes circunstancias) en comparación con la agresión frente a la que se desencadena y pueda ser incluso perjudicial para los mecanismos más perfeccionados que se han puesto en marcha posteriormente en la evolución2 . Dentro de todo este escenario es donde podemos encontrarnos las virtudes y los desencantos de la proteína C reactiva (PCR) y su significado fisiopatológico. La PCR es una molécula conocida desde hace más de 70 años, cuya presencia en concentraciones elevadas en sangre siempre ha sido sinónimo de la existencia de una reacción de fase aguda, es decir, de un proceso inflamatorio. Incluso, en algunas épocas, y puesto que la elevación de la concentración de esta proteína no se produce en repuesta a todos los estímulos (no aumenta en presencia de agresiones por virus), su medición ha llegado también utilizarse para diferenciar las infecciones virales de las bacterianas en determinadas situaciones conflictivas3 . A su vez, también sabemos que la elevación de la concentración de la PCR podría no ser completamente inocua para nuestro organismo (que es el que la produce): el sustrato natural de la PCR parece ser la fosfocolina (lisofosfatidilcolina), y mediante esta unión se estimula la activación de complemento y la fagocitosis de las estructuras a que se ha unido la PCR4 5 . En circunstancias “normales”, el mantenimiento de la asimetría de nuestras membranas celulares hace que no haya prácticamente
  • 3. una concentración mínima necesaria de fosfatidilcolina en la superficie externa de éstas (es decir, en la parte en contacto con el sistema extracelular), ni tampoco elevadas concentraciones de la fosfolipasa A2, necesarias para producir la lisofosfatidilcolina, que es el ligando de la PCR5. De hecho, en experiencias en que se inyecta a animales PCR normal en ausencia de otros estímulos no parece que se desencadene ningún fenómeno negativo6 . No obstante, el equilibrio anterior se rompe con una cierta facilidad, y por muy diversos motivos: algunas células pueden no ser capaces de mantener la asimetría de sus membranas (como ocurre, por ejemplo, en situaciones de isquemia), puede aumentar significativamente la concentración local de fosfolipasa A2 secretora (sPLA2), puede modificarse la estructura de las membranas por un exceso de producción de radicales libres, pueden modificarse las lipoproteínas, como las lipoproteínas de alta densidad por peroxidación y favorecerse la rotura de su propia fosfatidilcolina en lisofosfatidilcolina y radicales libres, posiblemente en colaboración con la Lp-PLA2 7 , etc. Si estas situaciones coinciden con elevaciones de la concentración de la PCR, su efecto nocivo podría potenciarse y hacer que un mecanismo de defensa como es el representado por el fenómeno inflamatorio se convirtiera en un proceso perjudicial para nuestro propio organismo8 . Así pues, nos encontramos con un posible escenario en el cual cada uno de los diferentes actores pueden estar interpretando perfectamente su guión: los mediadores de inflamación actuando frente a algún tipo de agresión que pretenden neutralizar, las fosfolipasas rompiendo moléculas extrañas, como son los ácidos grasos degradados (peroxidados) que permanecen unidos a fosfolípidos de lipoproteínas o membranas, los sistemas antioxidantes, intentando proteger a nuestro organismo de la oxidación y los macrófagos eliminando estructuras de “desecho”. La paradoja aparece cuando el resultado de la suma del correcto funcionamiento de todos estos sistemas desencadena una situación perjudicial de forma crónica. Aunque, quizá, no sea totalmente paradójico, ya que para que ello ocurra varios de los eslabones de este proceso tienen que estar sobreexpresados (en desequilibrio). Dentro del conjunto de actores mencionado destaca la PCR, y más concretamente la PCR ultrasensible, o de alta sensibilidad (PCR-us), porque una elevación relativa de su concentración, que se mantiene de forma permanente, nos está descubriendo que se ha producido el desequilibrio que se comentaba anteriormente. Por otra parte, el énfasis puesto sobre el hecho de ser ultrasensible no es gratuito: es imprescindible (aunque sea la misma proteína, determinada además con el mismo anticuerpo) ya que nos permite discriminar entre valores que antiguamente eran considerados normales o, si se prefiere, no indicativos de una inflamación aguda; es decir, nos asegura una sensibilidad y una precisión adecuadas para su uso clínico en los límites de valores entre 0 y 10 mg/l9 . Es precisamente en este contexto en el que se desarrolla el artículo de López Fernández et al10 publicado en este número de la revista: en él se analiza la
  • 4. relación entre la concentración de PCR- us y la presencia de síndrome metabólico, detectándose la existencia de la mencionada relación independientemente de cuál hubiera sido la definición del síndrome metabólico. Dejando de lado por el momento la polémica acerca de la existencia o no del síndrome metabólico11 como una entidad más o menos independiente, lo que sí es cierto es que por su propia definición el denominado síndrome metabólico implica la acumulación de varios factores de riesgo mayores, y que cada uno de ellos está provocando de una u otra manera una situación proinflamatoria. Esta es una situación en la que se tiende al desequilibrio del que hablábamos anteriormente, y en consecuencia, el hallazgo de una elevación de la concentración de PCR es algo previsible a menos que exista algún factor protector (antiinflamatorio) que frene la cascada de intermediarios que desencadena en último término la elevación de la síntesis hepática de esta proteína. Lo que no queda suficientemente claro en este artículo, ni en la bibliografía de que disponemos por el momento, es si la elevación de PCR-us puede considerarse únicamente como consecuencia de la acumulación de factores de riesgo (condiciones proinflamatorias), si hay algún condicionante adicional (característico del síndrome metabólico) que dispare su producción en presencia de los mismos, o si simplemente responde especialmente a alguno de los constituyentes de este síndrome (como podría ser la resistencia a la insulina y, posiblemente, la elevación del interferón alfa [TNF-a] y se amplifica por el resto12 . Este último aspecto puede adquirir una especial relevancia, ya que las elevaciones significativas del TNF-a pueden llegar a inducir una resistencia a la insulina como la que puede encontrarse en múltiples situaciones patológicas, no sólo de inflamación aguda, sino de procesos crónicos, como los que caracterizan a determinadas situaciones de hipersensibilidad alimentaria1314 (relacionados con disfunciones, en ocasiones temporales, del sistema de reconocimiento de antígenos). De hecho, se ha llegado a considerar la obesidad como una enfermedad inflamatoria con la consiguiente elevación de TNF-a e interleucina 6 (IL-6); el índice de masa corporal es uno de los condicionantes largamente descritos de las concentraciones de PCR-us15 , y que también influye en el desarrollo de la hipertensión y de la resistencia a la insulina (componentes fundamentales del denominado síndrome metabólico, con lo que ya tenemos un nuevo círculo vicioso servido). CONCLUSIÓN Así pues, podemos concluir que la elevación mantenida de la PCR-us se comporta como una señal del desequilibrio metabólico existente en cualquier tipo de proceso inflamatorio, ya sea en forma aguda y desencadenado como respuesta a una agresión real, ya sea de forma más o menos larvada y debido a una disfunción de nuestros propios sistemas de defensa, y no olvidemos que la inflamación desempeña un papel central en todos los estadios del proceso de la arteriosclerosis. Otra cuestión, no menos importante, es la de
  • 5. las consecuencias de la elevación de la PCR. Como hemos visto previamente, la PCR no tiene por qué comportarse como un mero espectador o centinela que aparece y desaparece sin dejar rastro Bibliografía 1. Kravitz MS, Pitashny M, Shoenfeld Y. Protective molecules-C-reactive protein (CRP), serum amyloid P (SAP), pentraxin3 (PTX3), mannose-binding lectin (MBL), and apolipoprotein A1 (Apo A1), and their autoantibodies: prevalence and clinical significance in autoimmunity. J Clin Immunol. 2005;25:582-91. 2. Tlaskalova-Hogenova H, Tuckova L, Stepankova R, Hudcovic T, Palova- Jelinkova L, Kozakova H, et al. Involvement of innate immunity in the development of inflammatory and autoimmune diseases. Ann N Y Acad Sci. 2005;1051:787-98. 3 Verboon-Maciolek MA, Thijsen SF, Hemels MA, Menses M, van Loon AM, Krediet TG, et al. Inflammatory mediators for the diagnosis and treatment of sepsis in early infancy. Pediatr Res. 2006;59:457-61. 4 Ji SR, Wu Y, Potempa LA, Liang YH, Zhao J. Effect of modified Creactive protein on complement activation: a possible complement regulatory role of modified or monomeric C-reactive protein in atherosclerotic lesions. Arterioscler Thromb Vasc Biol. 2006;26: 935-41. 5. Lagrand WK, Niessen HWM, Wolbink GJ, Jaspars LH, Visser CA, Verheugt FWA, et al. C-reactive protein colocalizes with complement in human hearts during acute myocardial infarction. Circulation. 1997;95:97-103. 6. Pepys M. CRP or not CRP? That is the Question. Arterioscler Thromb Vasc Biol. 2005;25:1091-4. 7. Macphee CH, Nelson J, Zalewski A. Role of lipoprotein-associated phospholipase A(2) in atherosclerosis and its potential as a therapeutic target. Curr Opin Pharmacol. 2006;6:154-61. 8. Goodson NJ, Solomon DH. The cardiovascular manifestations of rheumatic diseases. Curr Opin Rheumatol. 2006;18:135-40. 9. Ridker PM. Clinical application of C- reactive protein for cardiovascular disease detection and prevention. Circulation. 2003;107: 363-9. 10. López Fernández V, Suárez García S, Díaz González L, Álvarez Cosmea A, Arias García MT, Álvarez Menéndez F. Relación entre la proteína C reactiva ultrasensible y el síndrome metabólico en una población semiurbana española. Clin Invest Arterioscl. 2006;18:75-81. 11. Kahn R, Buse J, Ferrannini E, Stern M. The metabolic syndrome: time for a critical appraisal. Joint statement from the American Diabetes Association and the European Association for the Study of Diabetes. Diabetologia. 2005;48:1684-99. 12. Meng CQ.Atherosclerosis is an inflammatory disorder after all. Curr Top Med Chem. 2006;6:93-102. 13. Ramos EJ, Xu Y, Romanova I, Middleton F, Chen C, Quinn R, et al. Is
  • 6. obesity an inflammatory disease? Surgery. 2003;134:329-35. 14. Atkinson W, Sheldon TA, Shaath N, Whorwell PJ. Food elimination based on IgG antibodies in irritable bowel syndrome: a randomised controlled trial. Gut. 2004;53:1459-64. 15. Guldiken S, Demir M, Arikan E, Turgut B, Azcan S, Gerenli M, et al.The levels of circulating markers of atherosclerosis and inflammation in subjects with different degrees of body mass index: Soluble CD40 ligand and high-sensitivity C-reactive protein. Thromb Res. 2006 Feb 11 [Epub ahead of print].