Revistamemoria5 IDHEPUCP
Revistamemoria5 IDHEPUCP
MEMORIA 
R E V I S TA SOBRE CULTURA , DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS 
N.º 5, 2 0 0 9
MEMORIA 
REVISTA SOBRE CULTURA, DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS 
N.º 5, 2009 
Editora Responsable 
Iris Jave 
Comité Editorial 
Walter Albán Peralta, Rolando Ames, Javier Ciurlizza, Carlos Iván Degregori, 
Miguel Giusti, Iris Jave, Salomón Lerner Febres, Félix Reátegui, Elizabeth Salmón 
Cuidado de la edición 
Rocío Reátegui 
Diseño de cubierta e interiores 
Renzo Espinel y Luis de la Lama 
Impresión 
Gráfica Delvi 
Memoria. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos es una publicación 
cuatrimestral del IDEHPUCP. 
El IDEHPUCP, creado en el 2004, es el Instituto de Democracia y Derechos Humanos 
de la Pontificia Universidad Católica del Perú. 
Asamblea de Miembros 
Salomón Lerner Febres, Walter Albán Peralta, Rolando Ames, Enrique Bernales, 
Javier Ciurlizza, Carlos Iván Degregori, Miguel Giusti, Pepi Patrón, Gonzalo 
Portocarrero, Félix Reátegui, Catalina Romero, Marcial Rubio, Elizabeth Salmón, 
Máximo Vega Centeno 
Gonzalo Gamio, Iris Jave, Ivan Meini, Yvan Montoya. 
© Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad 
Católica del Perú, 2009 
Calle Tomás Ramsey 925, Lima 17 - Perú 
Teléfonos: (51 1) 626-2000, anexos 7500 y 7501; 462-0538 y 261-5859 
Fax: 626-2904 
memoria@pucp.edu.pe 
www.pucp.edu.pe/idehpucp 
Derechos reservados. Prohibida la reproducción de esta revista por cualquier medio, total o 
parcialmente, sin permiso expreso de los editores. 
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.o 2007-06413 
ISSN 1995-1582 
Impreso en el Perú - Printed in Peru
5 PRESENTACIÓN 
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
9 Los trabajos de la memoria: reflexiones y prácticas 
JULIÁN BONDER 
27 Esfera pública y derechos culturales: la cultura como acción 
GISELA CÁNEPA 
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
41 La paz en Colombia: más allá de vencedores y vencidos 
HERNANDO LLANO 
PORTAFOLIO GRÁFICO 
52 Si no vuelvo, búsquenme en Putis 
DOMINGO GIRIBALDI 
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
61 Diálogos sobre memoriales: el recuerdo que se hereda 
JACQUELINE FOWKS 
JUSTICIA Y SOCIEDAD 
69 Las «verdades jurídicas» del juicio a Alberto Fujimori 
JO-MARIE BURT 
INTERSECCIONES 
75 Reexaminando la teoría de los derechos humanos de Habermas 
en una época de globalización 
DAVID INGRAM 
MEMORIA CVR 
91 Avances y retrocesos 
IRIS JAVE Y JOSÉ ALEJANDO GODOY 
RESEÑAS Y CRÍTICAS 
101 Miguel Giusti. El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética 
FIDEL TUBINO 
105 COLABORADORES 
Í n d i c e
Revistamemoria5 IDHEPUCP
El debate en torno al museo de la memoria; primero y; luego, alrededor de la 
sentencia dada al ex presidente Alberto Fujimori, pone en evidencia nuevamente 
la fuerte polarización en torno a las memorias que sobre el conflicto armado inter-no 
subsisten en el país; la disputa por el discurso público adopta varias formas, 
algunas desde los propios medios de comunicación interesados en sostener la 
versión exitosa de la lucha contrasubversiva y, otras formas, diversas, que se 
expresan en instalaciones artísticas, ensayos, publicaciones y hasta colectivos de 
personas de diversa índole, que ya sea de forma física o virtual, buscan hacer oír 
su voz en este gran debate. Lo más valioso es que el debate se produzca y que 
encuentre nuevos caminos para canalizar las demandas, los consensos y los di-sensos, 
las propuestas, las diversas alternativas que hoy ofrece la posibilidad de 
hacer memoria en el país. Es un proceso intenso y no exento de dificultades, que va 
desde la diatriba hasta los formalismos legales, pero que tiene un valor en sí 
mismo: como sociedad estamos aprendiendo a dialogar, a escuchar al otro, a 
encontrar nuevas miradas y nuevas posibilidades de abordar nuestros conflic-tos. 
Aunque es incipiente, vale la pena animar el debate, fortalecerlo, dotarlo de 
argumentos. 
A ello quiere aportar esta edición de Memoria. Revista sobre cultura, democracia y 
derechos humanos que hoy llega a sus manos. Hemos convocado a diversos especia-listas 
para abordar estos temas y ayudar en la elaboración de nuevas perspecti-vas 
que permitan el debate. 
El texto que nos presenta Julián Bonder, arquitecto especializado en temas de 
memoria, quien nos visitó el año pasado y ha seguido muy de cerca todo el debate 
reciente en relación con el museo de la memoria, desarrolla el sentido de los me-moriales, 
en tanto espacio público, como un proceso de construcción social y ético 
que viene de la ciudadanía y confluye en un escenario de encuentro, intercambio 
y reflexión. A partir de su experiencia en el diseño y ejecución de memoriales en 
Argentina, Alemania y Estados Unidos, Bonder analiza el espacio público como 
lugar para la memoria, para la historia y para la construcción del futuro de una 
sociedad. 
En la misma perspectiva, la antropóloga Gisela Cánepa, afirma que el museo 
de la memoria ya empezó a construirse desde que se inició el debate en torno a su 
gestación. En su artículo «Esfera pública y derechos culturales: la cultura como 
acción», la autora propicia una reflexión para entender la esfera pública y la 
cultura, desde el ejercicio de los derechos y la ciudadanía. Así afirma: «Considero 
que tiene la misma importancia seguir abogando porque el proyecto se haga efec-tivo, 
así como por mantener abierto el debate. Esto último ciertamente puede 
resultar mucho más difícil que la edificación del museo, ya que requiere de la 
P r e s e n t a c i ó n
implementación de un proyecto a largo plazo, que esté atento a la inclusión de las sensibilidades, 
demandas y formas de acción cultural de distintos actores, así como de la revisión crítica de nuestros 
sentidos comunes; y este es un reto mayor». 
En la sección «Observatorio internacional», presentamos un artículo de Hernando Llano, abogado 
y politólogo colombiano de la Universidad Javeriana, quien ofrece un conjunto de reflexiones sobre el 
complejo proceso de paz en Colombia; la dificultad del diálogo entre los actores involucrados y la 
institucionalidad que se va abriendo paso en medio de la violencia y el conflicto. 
El «Portafolio gráfico» presenta una selección –con algunas fotos inéditas– del proceso de exhuma-ción 
en Putis (Ayacucho), el contexto histórico y el impacto en la vida de los pobladores; el rol del equipo 
de antropólogos forenses a cargo de la exhumación y la necesidad de entender por qué la justicia está 
estrechamente vinculada a la memoria. 
La diversidad de opiniones de los actores entrevistados por Jacqueline Fowks para este «Reportaje 
en profundidad» puede ayudar a enriquecer –o a complejizar– los caminos por donde debe discurrir la 
memoria. Entre dichos actores tenemos a: Alicia Retto, hija de Willy Retto, fotógrafo asesinado en 
Uchuraccay; Otto Guibovich, comandante general del Ejército; Ricardo Wiesse, artista plástico; Rosa 
Villarán, coordinadora del movimiento Para que no se Repita; así como los sociólogos Ricardo Caro y 
Daniel Ramírez Corzo y Víctor Vich, experto en temas de arte y memoria. ¿Son los memoriales fruto del 
consenso o del momento?, se plantea como interrogante la autora. 
Al cierre de esta edición, se leía la sentencia a Alberto Fujimori, por lo que en nuestra sección 
«Justicia y sociedad», incluimos un artículo de Jo-Marie Burt, politóloga norteamericana que además 
ha asistido al juicio del ex mandatario en calidad de observadora internacional. Su impresión, aún 
fresca por la reciente sentencia, nos proporciona algunas claves para entender la histórica sentencia. 
«El fallo establece ciertas “verdades jurídicas” que ahora constituyen parte del récord legal e históri-co 
», en palabras de la autora. 
En la sección «Intersecciones», el profesor David Ingram, reconocido filósofo y profesor de la Uni-versidad 
Loyola de Chicago (Estados Unidos), realiza un análisis de la teoría de los derechos humanos, 
poniendo en cuestión el enfoque de Jürgen Habermas. Una interesante entrada para comprender la 
interconexión y la institucionalidad de los derechos humanos en el contexto actual. 
Fidel Tubino nos ofrece una lectura crítica del libro El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética 
publicado por Miguel Giusti a fines del año pasado, en la que recoge la noción de cultura del reconoci-miento 
que plantea el autor. 
Finalmente, en nuestra acostumbrada sección «Memoria CVR», incluimos un recuento de las accio-nes 
realizadas en torno a los avances y recomendaciones dejadas por la CVR en el período agosto de 2008 
a marzo de 2009. Lo más importante que destacar lo constituye la pulcritud con que fue conducido el 
juicio por los casos La Cantuta y Barrios Altos seguido al ex presidente Fujimori, donde se destaca la 
integralidad del conjunto de pruebas que dio lugar a la histórica sentencia; el reconocimiento público 
al Informe Final de la CVR y el reconocimiento a la inocencia de las víctimas de ambos casos. 
Por otro lado, sigue siendo el mundo de la cultura, donde se alberga la mayor cantidad de expresio-nes 
diversas en torno al conflicto armado interno. El arte sigue convocando de forma amplia e inclusiva 
las distintas visiones y sensibilidades acerca del impacto que la violencia ha dejado en todos nosotros. 
LA EDITORA
E n s a y o s y a n á l i s i s
8 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
Sobre memoria, trauma, espacio público, monumentos 
y memoriales 
LOS TRABAJOS DE LA MEMORIA: REFLEXIONES 
Y PRÁCTICAS 
JULIÁN BONDER 
Me dijo: más recuerdos tengo yo solo que 
los que habrán tenido todos los hombres 
desde que el mundo es mundo. Y también: 
mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y 
también, hacia el alba: mi memoria, señor, 
es como un vaciadero de basuras. 
JORGE LUIS BORGES. Funes el memorioso. 
La sociedad es el milagro de salir de uno 
mismo. 
EMMANUEL LEVINAS 
El Acto de Recordar es siempre en y del Pre-sente, 
mientras que su Referente es del Pa-sado 
y por consiguiente Ausente. 
ANDREAS HUYSSEN 
En tanto que eventos y circunstancias se desarro-llan 
en tiempo presente, el destino histórico de los 
memoriales es preservar la memoria del pasado y 
proveer condiciones para nuevas respuestas. 
Como acompañantes psicopolíticos y éticos, los 
memoriales debieran funcionar como ambientes 
para pensar a través de traumas pasados y pre-sentes 
y re-actualizar el pasado en tiempo presen-te. 
Los memoriales deberían fomentar la aparición 
de nuevas formas de consciencia crítica a través 
de un comprometido «trabajo de memoria», 
abriendo caminos hacia un mundo mejor; un 
mundo en el cual debería haber menos y última-mente 
ninguna «razón» u «ocasión» para la cons-trucción 
de memoriales trágicos. 
La palabra «memorial» se corresponde con 
«conmemoración» –«algo que sirve para preser-var 
la memoria o conocimiento de individuos o 
eventos»– así como también con la palabra «me-mento 
», que es algo que sirve para advertirnos y 
recordarnos acerca de conductas o eventos futu-ros. 
La palabra «monumento» viene de «mone-re 
», del latín: recordar, advertir. Los «sitios de memo-ria 
», como entes paradigmáticos de la cultura oc-cidental 
contemporánea, pueden y deben actuar 
como recuerdo y como advertencia. Establecien-do 
diálogos significativos con eventos del pasa-do 
cercano y lejano, estos «sitios de memoria» 
pueden enmarcar acciones transformativas y 
asistir al «trabajo de memoria» en la «esfera pú-blica 
». ¿Es posible entonces concebir memoriales, 
monumentos, que estén enfocados en ese «adver-tir 
» como elemento clave que dispara nuestro pen-samiento 
acerca del pasado y futuro? ¿Podríamos 
pensar y construir memoriales que, al mismo tiem- 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 9
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
po de dirigirse o referirse a eventos y honrar víc-timas 
y sobrevivientes, contribuyan a enmarcar 
actos de recordación colectivos y espontáneos, 
demanden compromiso pro-activo, inviten a ge-neraciones 
presentes y futuras a involucrarse en 
prácticas transformativas y contribuyan a ima-ginar 
un mundo mejor? 
1. CULTURAS DE LA MEMORIA 
Recordar es una actividad vital que da identidad 
a nuestro pasado y define nuestro presente. La 
memoria es selectiva y está construida de forma 
dialéctica entre el olvido y el recuerdo. Las me-morias 
personales y las memorias sociales están 
siempre sujetas a construcción, a distorsión, a 
negación, a represión. Son borrosas, texturadas, 
imperfectas; no permanentes. 
En tiempos cercanos y lejanos, antiguos y 
modernos, la «arquitectura», el «paisaje» y el 
«arte» han servido como medios a través de los 
cuales culturas diversas intentaron enmarcar, 
preservar –así como también aprehender la me-moria 
de eventos gloriosos y catastróficos–. En las 
sociedades modernas, la memoria colectiva se ne-gocia 
en las creencias y valores del cuerpo social, 
los rituales y las instituciones y los lugares públi-cos 
de memoria, tales como los «museos», los «mo-numentos 
» y los «memoriales». 
Desde los años ochenta, las sociedades occi-dentales 
y no occidentales han desarrollado una 
búsqueda obsesiva de la memoria. Si la moderni-dad 
de alguna forma «liberó» a Occidente de la 
constricción de la memoria, la llamada «posmo-dernidad 
» parece estar luchando entre la amne-sia 
y una obsesión un tanto enfermiza por el pa-sado. 
En sus diferentes formas, la memoria se ha 
convertido en una marca clave de la cultura glo-bal 
contemporánea del fin de siglo XX y comienzo 
del siglo XXI, impactando áreas tales como la his-toriografía, 
psicoanálisis, artes visuales y perfor-mativos, 
los estudios urbanos, el arte, paisaje y 
arquitectura. Como ejemplos, se puede notar la 
proliferación de centros históricos para el turis-mo, 
la recuperación de todo tipo de objetos o edi-ficios 
antiguos (muchos sin valor arquitectónico), 
modas retro, el kistch, el entusiasmo por las bio-grafías, 
las colecciones de fotos, las nuevas tec-nologías 
que permiten recolección y difusión 
instantáneas, etcétera. 
Esta búsqueda obsesiva está presente en las for-mas 
y en las maneras bajo las cuales los pasados 
reales y los pasados míticos se re-presentan, se re-cuerdan 
y se olvidan. Esta fascinación por el pasa-do, 
marcada por una sensibilidad que Theodor 
Adorno llamó «museal», puede pensarse como una 
forma compensatoria de olvido y como signo de la 
transformación radical en el habitar la temporali-dad 
contemporánea. 
En un pasado no muy distante, el discurso de 
la historia se establecía para «garantizar» la es-tabilidad 
relativa del pasado en su carácter de 
pasado. El espacio construido –los memoriales, 
monumentos y museos– representaban trazos 
materiales del pasado histórico en el presente y la 
historia funcionaba como fondo del presente. Tal 
vez, como sugirió Andreas Huyssen: «la búsque-da 
obsesiva de la memoria puede entenderse como 
un indicador de que nuestro pensar y nuestro ha- 
10 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
bitar la temporalidad están siendo atravesados 
por un cambio significativo, dado que la moder-nidad 
conlleva una compresión real del tiempo y 
el espacio, asimismo expandiendo los horizontes 
temporo-espaciales más allá de lo local».1 
De hecho, hoy pensamos en el pasado como 
memoria sin fronteras, no solo como historias 
nacionales dentro de fronteras, dado que la me-moria 
puede entenderse como un modo significa-tivo 
de re-presentación y pertenencia al presente. 
Un aspecto importante de la cultura de la memo-ria, 
como el que nos convocó durante el IV Encuen-tro 
de Derechos Humanos: «Memoria y Espacio 
Público» realizado en Lima, en septiembre de 2008, 
puede hallarse en las formas en que la lucha por la 
justicia y los derechos humanos y el recordar even-tos 
traumáticos han sido y son entrelazados en 
naciones que buscan re-construir presentes de-mocráticos 
en el borde y a la sombra de los ex-terminios 
en masa, genocidios, el Holocausto, 
desapariciones, segregación apartheid, dictaduras 
militares y gobiernos totalitarios. 
La construcción de espacios públicos, memo-riales 
y museos, que marcan la «piel» de la Tierra 
con expectativas de actos de recordación en tiem-po 
presente, es significativa, no solo en su magni-tud 
y vastedad, sino precisamente en la significa-ción 
y sentido que estos sitios de memoria tienen 
en y para las comunidades afectadas. Como ejem-plos 
se puede pensar en la creación de nuevos me-moriales 
oficiales y comunitarios, en memoriales 
espontáneos que emergen en lugares donde trage-dias 
recientes han ocurrido, en peregrinajes a si-tios 
de memoria, y multitud de formas y/o prácti-cas 
conmemorativas. 
Si bien las culturas de la memoria se han glo-balizado 
en el mundo, y los usos políticos de la 
memoria son variados, en su centro, estos usos (o 
a veces abusos) se mantienen conectados a las his-torias 
específicas de comunidades afectadas. Es así 
que mientras que los residuos de meta-narrativas 
míticas, de historias de los victoriosos y los «gran-des 
» monumentos auto-referenciales –que durante 
el siglo XIX han servido para legitimizar las Nacio-nes- 
Estados– están presentes en culturas locales 
y globales, estas culturas se ven «infiltradas» por 
memorias «reprimidas» (locales o grupales), sub-vertidas 
por micro-historias «olvidadas», por la 
aparición de aquellos «otros desplazados», por 
aquellos que prestan testimonio a los traumas 
personales e históricos, y por la transformación 
de los monumentos en «monumentos otros». 
2. ARQUITECTURA, PAISAJE, MEMORIA 
La relaciones entre memoria y el espacio, entre 
paisaje, memoria, arquitectura no son novedosas. 
Sitios de memoria, desde ruinas, jardines míticos, 
ciudades en diversas culturas y civilizaciones, 
fueron y siguen siendo vehículos para la memo-ria. 
En su libro The Art of Memory,2 Frances Yates ha 
demostrado que el recuerdo no solo ocurre sino 
que está atado a espacio y lugar. De acuerdo con 
1 HUYSSEN, Andreas. Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory. Stanford: Stanford University Press, 2003, Introduction, p. XX. 
2 Véase YATES, Frances. The Art of Memory. Londres: Routledge & Kegan Paul, 1966. Véase VIDLER, Tony. The Architectural Uncanny. Cambridge: MIT 
Press, 1992, cap. «Posturbanism». 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 11
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
Yates, los «mapas mentales» usados por los retó-ricos 
del tiempo de Cicerón, o los «mapas y tea-tros 
de memoria» del Renacimiento fueron ins-trumentos 
tanto para el recuerdo como para el 
discurso. La casa, el palacio, la ciudad se utiliza-ban 
como cámaras de la memoria, como teatros 
de la memoria, en los cuales habitaciones y obje-tos 
se ponían al servicio del discurso. La memoria 
y la palabra en público estaban conectadas con el 
espacio construido o imaginado. Lugares reales o 
imaginarios, dentro o fuera de la ciudad, servían 
a la construcción de aquellos mapas mentales que 
incluían lo real con el objeto de imaginar lo «no 
real», lo «ideal» o aquello que iba a ser rememora-do. 
La metáfora del espacio es también muy cer-cana 
a descripciones en el presente de los proce-sos 
mentales. La psicología contemporánea nos 
habla de «trazos mnésticos», la construcción de 
«rutas mnemónicas», de lazos y vínculos entre 
«centros cerebrales». Como aptamente sugiere 
Umberto Eco: «Recordar es como construir y via-jar 
nuevamente a través del espacio (tiempo)».3 
Desde el Renacimiento, los arquitectos dieron 
cuenta de la posibilidad de transferir al mundo de 
lo real aquello que se imaginaban en la memoria, 
recortando del tejido de la ciudad real, las secuen-cias, 
espacios y lugares que constituían sus ma-pas 
mentales, creando así aquellos lugares de ex-cepción 
que tenían en las mentes. De hecho, esto 
dio lugar a una nueva forma de concebir el urba-nismo, 
presentando una nueva aproximación a 
los monumentos y la monumentalidad: la ciudad 
devino un teatro de la memoria, tal vez un memo-rial 
a sí misma. La Modernidad produjo un cam-bio 
radical en relación con los mapas de memoria 
y los monumentos, a través de una actitud dia-metralmente 
opuesta, donde el «olvidar» la ciu-dad 
antigua, los monumentos del pasado, tomó la 
forma de demolición y tabula rasa.4 
El advenimiento de la escritura, según el his-toriador 
de arquitectura, Stanford Anderson, in-vita 
a una distinción incremental entre sistemas 
de memoria. Anderson propone una interesante 
distinción entre «Memoria a través de Arquitec-tura 
» y «Memoria en Arquitectura».5 La distin-ción 
se puede pensar como la «memoria social 
enmarcada por la Arquitectura», que refiere a usos 
y repetición de formas construidas, en su diferen-cia 
con la «operación de la memoria dentro de la 
disciplina arquitectónica». Ejemplos de «Arqui-tectura 
como marco para la memoria social» se 
pueden encontrar en la repetición de capillas, 
monumentos, espacios sagrados y arquitectura 
doméstica, cuyas formas (me refiero a sus formas 
intrínsecas como instituciones humanas, no su 
diseño específico) se ven legitimados por usos y 
continuidad histórica. Mientras que las tradicio-nes 
vernáculas (arquitectura sin arquitectos, histo- 
3 ECO, Umberto. Memory and Architecture, Via 8. 
4 Arquitectos modernos basaron su aproximación al espacio público sobre el concepto de espacio universal. El espacio para el hombre universal como un 
espacio limpio y homogéneo, colectivo en su uso, común en términos de propiedad y libremente accesible. Es importante notar que, aun cuando esta 
idea se origina en polos ideológicos diametralmente opuestos, la utopía del espacio vital limpio y homogéneo fue utilizada por muchos regímenes 
totalitarios como objetivo y raciocinio para el genocidio, exterminio en masa, segregación, etcétera. Veáse VIDLER, Tony. The Architectural Uncanny, 
cap. «Posturbanism». 
5 Véase ANDERSON, Stanford. «Memory and Architecture». Daidalos, 58, 1995. 
12 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
ria sin historiadores, arte sin artistas) representan 
una cohesión social mayor entre memoria social y 
memorial disciplinar, la «Memoria en Arquitectu-ra 
» refiere a la concepción, creación y traducción de 
ideas arquitectónicas en hechos arquitectónicos. Esto 
es, las formas en las que la Arquitectura como disci-plina 
hace «uso» de la historia, se re-define, y trans-forma 
la manera de concebir, diseñar y construir 
edificios, espacio públicos, ciudades.6 
3. ARQUITECTURA - ARQUITECTURAS 
La arquitectura se produce en el punto de contac-to 
entre mente y sitio. Ocurre en el horizonte, como 
transformación de la topografía. La arquitectura 
se genera a través de necesidad y aspiración. Ope-ra 
primero como deseo, luego como intuición, lue-go 
como anticipación, antes de ser transformada 
en presencia. 
El trabajo del arquitecto es hacer presente el 
límite. Lo que los griegos dicen con la palabra «pe-ras 
» es que el límite no es el lugar en el cual algo se 
detiene, sino el lugar en el que algo nuevo comien-za 
a hacerse presente. Para que la arquitectura se 
haga presente, debe haber una reorganización 
poética de la materia con el propósito de enmar-car 
la vida. Esta reorganización material conlle-va 
una violenta transformación de preexistencias, 
de energía en materia, de imágenes en forma cons-truida 
y de sitio en lugar. El trabajo artístico en la 
arquitectura nos obliga entonces a mirar el mun-do 
empírico para abrir con él un diálogo crítico. 
Este diálogo con la geografía histórica del contex-to 
ancla los sitios en una forma literal, dotando a 
los lugares y al trabajo de una percepción de pro-fundidad 
histórica. Es una especie de re-dibujar 
el paisaje en contra de su contexto. Este dibujar 
es siempre foráneo, tiene que ver con el exilio y lo 
temporal. Edificios, proyectos, y paisajes, como 
disparadores de los procesos de memoria, traen 
al presente la profundidad de la continuidad his-tórica 
y también el deseo de transformación éti-ca. 
De alguna manera, nos permiten habitar la 
distancia que existe entre el acto y el recuerdo. Lo 
que el arquitecto hace al diseñar es recordar las 
formas anteriores de pensar, lo que vio, lo que 
sabe, lo que es: un bagaje coleccionado que sirve 
de cajón de herramientas para las próximas cons-trucciones. 
Como a Funes, todo el pasado nos 
acompaña. 
4. EL SEPULCRO Y EL MONUMENTO 
Cuando encontramos un montículo en el 
bosque, de uno por dos metros, en forma de 
pirámide aplanada, nos ponemos serios y 
algo dentro nuestro dice, alguien fue aquí 
enterrado… Esto es arquitectura. 
ADOLF LOOS 
El arquitecto vienés Adolf Loos planteó, a princi-pios 
del siglo XX, que solo una pequeña parte de la 
arquitectura pertenece al mundo del arte: el se-pulcro 
y el monumento. Lo que Loos quiso decir- 
6 Véase ib. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 13
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
nos, de acuerdo con Massimo Cacciari,7 es que el 
arte tiene lugar cuando está implícita la idea de 
sepulcro y monumento, esto es la idea de un lugar de 
excepción al cual nos ha llevado la vida, que trasciende o 
reabre la función real de la vida. Si bien la existencia 
humana siempre fue coleccionada en el sepulcro, 
el punto central frente a una tumba es, según Loos, 
la función ética: la confrontación con la muerte 
nos detiene y previene el seguir con nuestro cami-no 
habitual. Lo que importa, entonces, en el sepul-cro, 
no es quién está allí, sino saber que allí hay un 
ser humano. El arte genuino, en ese sentido, nos 
invita a dejar el lugar al que nosotros denomina-mos 
realidad, y retornar a un concepto y lugar 
íntimo en el cual nuestra humanidad yace. 
En el caso del monumento, la dimensión ética 
deriva de establecer diálogos con el pasado. Res-pecto 
del monumento, Alois Riegl planteaba: «El 
monumento en su forma original y más antigua 
es una creación humana erigida con el propósito 
específico de mantener hechos o eventos huma-nos 
en la mente de generaciones futuras».8 La pa-labra 
«monumento» viene de «monere», del latín: 
recordar, advertir. En alemán, la palabra «monumen-to 
» se dice «denkmal» y significa pensar en el tiempo. 
Podemos entonces percibir que, más que una for-ma 
o una imagen, la monumentalidad podría 
entenderse como una cualidad. La cualidad que 
lugares y objetos tienen de hacernos recordar, 
evocar, pensar o percibir algo que está más allá de 
sí mismos. La monumentalidad, así entendida, no 
se refiere primordialmente al tamaño, a la escala, 
sino a la capacidad evocativa, a la capacidad de 
irrumpir en el presente generando preguntas y 
pensamientos. 
Como combinación de lugar de memoria y re-cordación, 
estos sitios de memoria se producen 
para ser históricamente referenciales.9 Su presen-cia 
y materialidad están destinadas a tornarse 
«invisibles», «transparentes», funcionando como 
puente entre visitantes y eventos o individuos que 
estos sitios invitan a recordar. En tanto corpori-zación 
de memoria a través de arte en el espacio 
público, su valor no está basado en el arte o la 
arquitectura, sino en un punto más allá de sí mis-mos. 
Su valor yace en el carácter dialógico del es-pacio 
memorial, como James Young aptamente 
notara. Esto es, el espacio que existe entre las his-torias 
narradas, los eventos recordados y los ac-tos 
de memoria (el trabajo de memoria) que estos 
memoriales pueden contribuir a enmarcar. 
Los sitios de memoria, en tanto lugares de ex-cepción, 
pueden funcionar como sitios de duelo, 
como es el caso en y cuando los rastros de la catás-trofe 
se hacen presentes, o cuando los sepulcros 
están ausentes. Esta función es esencial pensando 
en todos aquellos que no pudieron ser enterrados 
dignamente. Como la joven Liz Flores dijo tan 
dolorosamente en su testimonio ante la CVR : «en 
Ayacucho, en el día de los muertos no tengo ni a 
donde ir a poner flores, porque ni los huesos de mi 
madre se han encontrado». 
7 Véase CACCIARI, Massimo. Architecture and Nihilism: On the Philosophy of Modern Architecture. New Haven: Yale University Press, 1993, cap. 19, 
pp. 195-198. 
8 RIEGL, Alois. «The Modern Cult of Monuments: Its Character and Origin». Traducción de Kurt Foster y Diane Ghirardo. En Oppositions 25. 
9 Véase YOUNG, James E. The Texture of Memory. New Haven: Yale University Press, 1993, p. 12. 
14 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
El trabajo sobre proyectos memoriales y si-tios 
de memoria presenta, entonces, cuestiones y 
complejidades que no son solamente arquitectó-nicas 
sino fundamentalmente éticas, políticas y 
filosóficas. Entre ellas, las formas en las que la his-toria 
y las historias, la memoria y las memorias, 
el trauma y los traumas van a ser «apropiados», 
«re-presentados» e «inhabitados». Al mismo 
tiempo, al generar y concebir estos proyectos (mo-numentos, 
museos y memoriales) debemos ser 
conscientes de riesgos, no menores, tales como la 
objetivación de la memoria, la estetización del 
sufrimiento o, peor aún, su banalización. Pero son 
riesgos que debemos correr, con cuidado y respe-to, 
a fin de que la memoria no quede relegada al 
fuero interno y que sea afirmada en el ámbito de 
lo público. Para esto la estética debería poder po-nerse 
al servicio de la ética. El tiempo es el mate-rial 
a trabajarse, pensarse, elaborarse, dado que 
es en la capacidad de establecer diálogos signifi-cativos 
con y presentar preguntas acerca del pa-sado 
(y futuro), que encontramos el valor y la fun-ción 
ética de los memoriales en el espacio público. 
5. ESPACIO PÚBLICO: DEMOCRACIA 
Y MEMORIA 
Al pensar el carácter dialógico del espacio público 
y el espacio memorial debemos cuestionar: ¿cómo 
podemos contribuir a elaborar las implicancias 
éticas de la descripción que hizo en 1958 Hanna 
Arendt de la esfera pública: el espacio para el ha-cerse 
presente (the space of appearance), en el más 
amplio sentido? Esto es, el espacio donde yo me 
hago presente a otros en tanto otros se hacen pre-sentes 
a mí. Como Hanna Arendt describe: 
La polis, propiamente hablando, no es el es-tado- 
ciudad en su lugar físico; es la organiza-ción 
del pueblo emergiendo del hablar y ac-tuar 
en forma colectiva, y su espacio real yace 
entre la gente viviendo junto con este propó-sito, 
no importa en donde se encuentren […] 
Es el Espacio para el hacerse presente en el 
sentido más amplio de la palabra, el espacio 
en el cual Yo me hago presente a los otros y 
los otros a mí, en donde los hombres existen 
no meramente como otros, sino que se ha-cen 
presentes de manera explícita.10 
Esta definición de la esfera pública como el 
«espacio para el hacerse presente» puede ayudar 
a imaginar formas a través de las cuales el campo 
de lo visual y lo político se intersecan, generando 
oportunidades importantes (no sin conflicto), tan-to 
para el arte como para la arquitectura, de con-tribuir 
a profundizar la democracia. Ahora bien, 
recordemos que la democracia, como dice Claude 
Lefort, «se ve constituida y sostenida por la diso-lución 
de las marcas de la certidumbre. Inaugura 
una historia en la cual el Pueblo experimenta una 
indeterminación fundamental en relación al po-der, 
la ley y el conocimiento, y a uno en relación a 
10 ARENDT, Hannah. The Human Condition. Chicago y Londres: University of Chicago Press, 1958, pp. 198-199. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 15
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
aquellos otros».11 La democracia da lugar al espa-cio 
público, un tipo de espacio para la interacción 
política, que se hace presente, cuando, en ausencia 
de una base predeterminada, el significado y la 
unidad del orden social a la vez se constituyen y 
se ponen en riesgo. El espacio público expresa, en 
palabras de Étienne Balibar, «la falta de límites 
que caracteriza a la democracia».12 Instituido por 
la Declaración de los Derechos del Hombre, el es-pacio 
público hace extensible a todos los seres 
humanos la libertad que Hannah Arendt llama 
«un derecho a tener derechos».13 Es así que la ha-bilidad 
de hacerse presente está atada a la decla-ración 
de derechos, esto es, el derecho a declarar, a 
hablar en el espacio público. Este hacerse presen-te, 
dada la incertidumbre, tiene por fuente la pa-labra 
y la interacción social implícita en la pala-bra 
(que se dirige al «otro» y viene desde el «otro»). 
En ese sentido, a través de la declaración, es que 
aquellos que no tienen posición en la comunidad 
política pueden hacerse presentes, siguiendo a 
Walter Benjamin cuando habla de la «tradición 
de los oprimidos», de la lucha contra la opresión.14 
El espacio público democrático es un tipo de 
espacio vacío, no homogéneo, texturado. Es un 
tipo de espacio complejo, está basado en la dis-puta, 
la incertidumbre, el debate. Recordemos 
que el totalitarismo intenta homogeneizar, supri-mir 
el disenso, el debate, llenar ese vacío con cer-tidumbres, 
eliminar la indeterminación de lo so-cial, 
dotando «al pueblo» de una «unicidad» con 
la que se identifica al propio Estado. Relegar el 
pluralismo, la división y la diferencia al ámbito 
de lo privado y asociar el espacio público y la 
democracia con metas –loables por cierto– como 
crear consenso, consolidar comunidades, pacifi-car 
conflictos, es una forma, a veces riesgosa, de 
intentar llenar el vacío creado por la democra-cia. 
El debate, el hablar, el decir en el espacio pú-blico 
democrático conlleva, por sobre todo, la 
obligación de escuchar a aquellos «otros», espe-cialmente 
aquellos «otros» que por lo general no 
tienen voz; aquellos «otros», con frecuencia invi-sibles, 
que a pesar de todo, siguen esperando una 
respuesta ética. 
6.ÉTICA Y MEMORIA 
¿Y los que nunca fueron fotografiados? ¿Y 
los olvidados? Está en nuestras manos lo-grar 
que todo eso no se repita. 
JAVIER V. Yuyanapaq. Para recordar, sin fecha. 
¿Quiénes son aquellos «otros», aquellos que cla-man 
ser vistos, oídos, escuchados? Si el espacio 
público y el estar en público significa estar ex-puesto 
a aquellos otros, ¿cómo pueden el arte y la 
11 LEFORT, Claude. «The Question of Democracy». En Democracy and Political Theory. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988, p. 19. 
12 BALIBAR, Étienne. «What Is a Politics of the Rights of Man?». Masses, Classes, Ideas: Studies on Politics and Philosophy Before and After Marx. Nueva 
York: Routledge, 1994, p. 211. (En esta línea, véase en castellano, de Balibar, escrito con Immanuel Wallerstein, Raza, nación y clase. Madrid: Iepala, 
1991). 
13 ARENDT, Hannah. The Origins of Totalitarianism. San Diego: Harcourt Brace & Company, 1948, p. 296. (Versión en español: Los orígenes del totalitarismo. 
Madrid: Taurus, Madrid, 1974). 
14 BENJAMIN, Walter. «Theses on the Philosophy of History». En Illuminations. Traducción de Harry Zohn. Nueva York: Schocken Books, 1969, p. 257. 
16 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
arquitectura contribuir a desarrollar nuestra ca-pacidad, 
no solo para aceptar dicho tipo de expo-sición 
a aquellos, sino para también darles una 
bienvenida ética? 
La ética, para el filósofo Emmanuel Levinas, es 
una experiencia que remite a una situación con-creta: 
la de encontrarse, aunque sea por un ins-tante, 
con el «rostro» del otro. El rostro, al decir de 
Levinas, no es simplemente una nariz, unos ojos, 
una boca, sino el punto en el que el «infinito» se 
manifiesta. Dado que el rostro «habla», declara, 
dice y se desdice, permanentemente, no se deja 
encerrar en una imagen o en un concepto. El otro, 
entonces, no sería un objeto de comprensión que 
puede ser reducido a contenido, sino un rostro, un 
enigma que nos llama y cuyo hacerse presente nos 
pone en cuestión,15 cuyo hacerse presente está 
acompañado por un «tercero» que nos hace to-mar 
conciencia de la posibilidad de todos aque-llos 
«otros».16 
Manuel Mauer, joven filósofo argentino,17 nos 
dice: 
A esta infinitud del rostro (que lo vuelve, en 
rigor, irrepresentable) se le suma, en los 
análisis que propone Levinas, otro rasgo 
distintivo: su fragilidad desoladora. «Hay en 
el rostro una pobreza esencial». Todo rostro 
es, en ese sentido, «rostro del pobre, de la 
viuda, del huérfano, del extranjero». La piel 
del rostro es la que se mantiene más desnu-da, 
más desprotegida, más expuesta a la 
violencia. Pero en virtud de esta doble va-lencia, 
es decir, de su infinitud y su desvali-miento, 
el rostro es lo que prohíbe matar. Su 
sentido consiste en decir: «no matarás». Es-tar 
frente a un rostro es, por lo tanto, 
escuchar su llamado –su mandato– a una 
responsabilidad infinita. Habitualmente se 
dice que uno es responsable de lo que uno 
mismo hace, sin embargo ante el rostro soy 
responsable por el otro, es decir aún por lo 
que no hice, «aún por los crímenes que no 
cometí». (Esta última idea es fundamental 
para toda reflexión sobre la memoria). La 
ética, entonces, no sería sino la respuesta 
–inagotable, siempre insuficiente– a ese lla-mado, 
a esa orden, a esa interpelación. 
¿Cómo podemos entender y pensar acerca de 
ese mandato ético, ese «deber de memoria», que 
nos responsabiliza de manera infinita y nos llama 
a recordar con fidelidad a aquellos otros, aquellos 
rostros ausentes, a aquellas «víctimas del odio del 
hombre» en pasados tan difíciles y traumáticos? 
Como hemos visto en nuestros países, testifi-car 
y declarar sobre la «verdad» tiene un aspecto 
público que es político y judicial, y tiene asimis- 
15 Véase DAVIS, Colin. Levinas: an Introduction. Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1996, p. 83. 
16 Véase ib., p. 83. 
17 Notas para una conversación pública sobre arquitectura, memoria, ética y espacio público entre Manuel Mauer (licenciado y máster en Filosofía por la 
Universidad París I, Pantheon-Sorbonne) y Julián Bonder, en el Museo de Arquitectura de Buenos Aires, agosto de 2007. Manuel Mauer realiza 
actualmente un doctorado en Filosofía acerca del concepto de vida en la obra de Michel Foucault en la Universidad París XII y en la Universidad de 
Buenos Aires, y tradujo al español El más allá del versículo y Difícil libertad, ambos de Emmanuel Levinas, publicados en Buenos Aires por la editorial 
Lilmod en el 2007 y 2008, respectivamente. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 17
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
mo una dimensión privada –confesional, espiri-tual 
y terapéutica–. El esfuerzo para la recupera-ción 
y curación del trauma y del trauma público 
–encontrar la voz narrativa a través de prestar tes-timonio– 
tiene una oportunidad mayor de suceso 
cuando esta voz se da en actos de palabra públicos, 
más aún cuando se dirige como palabra pública a 
los otros y por los otros. Como indica el significa-tivo 
Informe de la Comisión de la Verdad y Recon-ciliación: 
«Habiendo prestado especial atención a 
las voces de las víctimas, y habiendo recogido los 
testimonios de muchos peruanos y peruanas de-seosos 
de contribuir a la recomposición de nues-tra 
nación, la CVR confía en estar proponiendo una 
manera inédita de narrar nuestra memoria colec-tiva 
». 
Ahora bien, si como sugiere Pierre Janet, «La 
memoria, como las creencias […] como todo fenó-meno 
psicológico es una acción […] esencialmente, 
es la acción de contar una historia», y si el estado 
de trauma a menudo imposibilita a los sobrevi-vientes 
de conectarse con lo que Janet llama «reali-dades 
y experiencias del presente», ¿como podría 
entonces entenderse ese «deber de memoria»? ¿Po-dría 
acaso ser pensado como un deber que nos con-mina 
a buscar nuevos métodos para acercarnos 
ética y responsablemente a aquellos «otros», tra-bajando 
para su recuperación, escuchando su pa-labra, 
asumiendo, al mismo tiempo, que la plurali-dad 
de voces hace imposible buscar y construir 
una narrativa única y completa? 
De hecho, creo que la complejidad de los pro-yectos 
de recuperación de memoria histórica no 
permitirían pensar en la memoria, en el deber de 
la memoria, de manera unívoca, de manera cerra-da. 
El deber de la memoria no debería, entonces, 
pensarse solamente como difusión de un «saber» 
acerca del pasado (no es historia, que como todo 
saber es un intento de asimilar aquello que escapa 
a la presencia), como consolidación de «identidad» 
(nacional, étnica o partidaria), o como herramien-ta 
de cohesión social (activadora de sentimientos 
de pertenencia a partir de la evocación de un pa-sado 
común de victorias o derrotas). La memoria, 
entonces, no debería pensarse únicamente como 
soporte para la acción judicial y legal, porque 
luego de los juicios, tan importantes para la so-ciedad, 
una vez que victimarios hayan sido juz-gados, 
es importante generar espacios, museos, 
memoriales, para que la memoria, «la acción de 
contar una historia» y las voces de las víctimas 
–cuyo dolor es imprescriptible– no sean barridas 
de la esfera pública. 
Manuel Mauer18 nuevamente: 
Si hay una alianza posible entre ética y me-moria, 
esta consiste en hacer que el llama-do 
de esas víctimas inocentes «de aquel odio 
del otro hombre» –cuyas voces han sido si-lenciadas 
y de cuyos rostros han sido desfi-gurados– 
que su llamado, vuelva a retum-bar. 
No es una historia de los vencedores, 
18 Notas para una conversación pública sobre arquitectura, memoria, ética y espacio público entre Manuel Mauer y Julián Bonder en el Museo de 
Arquitectura de Buenos Aires, agosto de 2007. 
18 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
sino una memoria de las víctimas. No –como 
en la historiografía– hacer presente aquello 
que escapa a la presencia (las vidas pasa-das), 
sino, precisamente, interrumpir la pre-sencia, 
abrir una fisura en el presente ha-ciendo 
resonar el llamado (irrepresentable, 
inmemorial) de los vencidos. No hablar des-de 
el presente sobre el pasado, sino dejar 
que el pasado hable en el presente. 
7. TRAUMA Y RE-PRESENTACIÓN 
A la luz de estas ideas, a la sombra de tantos even-tos 
traumáticos –en el Perú, en nuestros países la-tinoamericanos, 
y en tantos otros lugares en el 
mundo– permítanme formular algunas preguntas. 
¿Pueden el arte y la arquitectura ayudar a es-tablecer 
modos de ver, testificar, habitar, que acom-pañen 
y fomenten el interrumpir, el abrir una fi-sura 
en el presente haciendo resonar el llamado 
(irrepresentable, inmemorial) de los olvidados, los 
vencidos, los sin voz? ¿Cómo podríamos abrir el 
espacio público para que aquellas voces que se di-rigen 
a nosotros desde los pozos profundos y pa-sados 
de la historia, desde los pozos profundos y 
presentes de la memoria, se hagan presentes en 
nuestras sociedades democráticas? ¿Cómo invi-tar 
a aquellos otros, que pueden hablar, aquellos 
que pueden prestar testimonios, a hacerlo sin te-mor? 
¿Qué es de aquellos rostros, tal vez desfigu-rados, 
que no tienen la posibilidad de hacerse pre-sentes 
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
y qué es de aquellos que sabemos, doloro-samente, 
que no van a «re-aparecer»? 
¿Cómo podemos concebir y diseñar espacios 
públicos democráticos, museos, memoriales, que 
respondan a aquel llamado y contribuyan al de-bate 
y la discusión pública? En el proceso de pen-sar 
y construir estos espacios, ¿cómo podemos 
mantener nuestra posición como «testigos» de 
sufrimientos e historias (propias o ajenas) sin pre-tender 
representarlas? 
Filósofos como Giorgio Agamben han teorizado 
la posición del «testigo» como la base de las relacio-nes 
ético-políticas, en tanto el testigo responde al 
sufrimiento del «otro», sin pretender usurpar el lu-gar 
del «otro». Posicionarse como «testigos», como 
«testigos profundamente comprometidos con el su-frimiento 
de aquellos otros», es una forma de ver, 
mirar y escuchar que requiere aceptar la propia vul-nerabilidad. 
Esta posición requiere una explícita re-nuncia 
al deseo de dominar, o incluso conocer, dado 
que, como nos sugiere la teórica del trauma, Cathy 
Caruth, prestar testimonio a la verdad del sufri-miento 
y el dolor originados en eventos traumáti-cos 
es prestar testimonio a la imposibilidad de com-prender 
dichos eventos.19 Dado que, en general, la 
enormidad de eventos causantes de trauma psíqui-co 
–una herida acuñada en la mente– es tan grande, 
dichos eventos no pueden reconstruirse o conocerse 
en su totalidad o magnitud, y generan en víctimas y 
sobrevivientes una incomprensión profunda. 
La imposibilidad de comprender o de acceder 
al corazón de las historias y memorias, de alguna 
19 Véase CARUTH, Cathy. «Recapturing the Past: Introduction». En Trauma: Explorations in Memory. Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University 
Press, 1995. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 19
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
forma, pone en cuestión la posición del testigo 
como «conocedor» de experiencias traumáticas 
ajenas, dado que «conocer» la experiencia impli-caría 
pretender entender demasiado, saber inclu-so 
aún más que la víctima, traicionándola. Eso 
genera problemas serios para formas de repre-sentación 
que intentan responder al sufrimiento 
de los otros. Mientras que el sufrimiento trau-mático 
llama a ser observado, escuchado y pre-sentado, 
al mismo tiempo crea un vacío y una 
necesidad, una nueva forma de testimoniar y vi-sualizar. 
Una forma de prestar testimonio a la que 
Cathy Caruth llama «testificar una imposibilidad, 
la imposibilidad de comprender el trauma».20 
¿Cómo podemos, entonces, posicionarnos 
como arquitectos, artistas, miembros de la socie-dad 
frente a esta imposibilidad? 
8. ACTITUDES, POSICIONES Y PROYECTOS 
El rol histórico del arquitecto siempre ha sido crear 
un «teatro de acción». Diagramar y marcar los 
límites para una acción determinada, creando así 
un contenedor de memoria. El objetivo es permi-tirle 
a la humanidad la continuidad de la vida y la 
posibilidad de un futuro mejor. Al tiempo que como 
arquitectos nos embarcamos en proyectos, nues-tro 
trabajo a menudo consiste en develar, descu-brir, 
a la vez que anclar, historias y memorias en 
sitios, territorios y ciudades. Es frente a las catás-trofes, 
los traumas históricos, los genocidios y las 
injusticias que este rol en la esfera pública devie-ne 
altamente complejo, problemático, riesgoso, y 
también, esperamos, necesario. 
Dicha complejidad se ve magnificada dado que, 
a menudo, y especialmente tras desgracias o catás-trofes, 
se puede encontrar que un tipo de «estética 
redentora o redentiva» emerge en las comunidades 
afectadas. Este tipo de «estética redentora» nos pide 
considerar al arte (o la arquitectura) como «co-rrección 
de la vida», asumiendo que cierto tipo de 
repetición de experiencia a través del arte puede 
reparar aquel tipo de experiencia, al decir de teó-ricos 
del trauma, «dañada, o no, tal vez, repara-ble 
». Leo Bersani aptamente nos recuerda que «las 
Catástrofes de la Historia parecen importar me-nos 
si están de alguna forma compensadas a tra-vés 
de Arte».21 
Es entonces importante permitirnos recordar –como 
arquitectos, diseñadores, y artistas, como políticos, pensa-dores 
y participantes de la sociedad– que ni el arte, ni la 
arquitectura pueden ni deben intentar compensar las ma-sacres, 
el genocidio y el trauma publico. Lo que sí pue-den 
intentar nuestras prácticas, artísticas y ar-quitectónicas, 
es establecer una relación dialógica 
con aquellos eventos y colaborar enmarcando los 
procesos hacia el entendimiento. Es entonces cru-cial 
concebir estos proyectos y trabajos sobre la 
memoria como mapas, como topografías espacia-les, 
condensando voces, abriendo espacios para el 
estudio, la re-presentación y el diálogo con una 
medida de claridad espacial y profundidad arqui-tectónica. 
Es asimismo crucial intentar habitar la 
20 Ib., p. 10. 
21 Citado por Sidra DeKoven Ezrahi en Booking Passage, Exile and Homecoming in the Jewish Modern Imagination. Berkeley: University of California 
Press, 2000, p. 144. 
20 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
distancia inhabitable entre nosotros y aquellos eventos 
–entendidos como preguntas que nos ponen en cuestión– 
ofreciendo la prospectiva de que el limbo cronoló-gico, 
la tierra de nadie, el espacio entre la tumba 
de la memoria y vientre de la historia pueda ser 
atravesado con cuidado generacional, honestidad 
intelectual y respeto ético. 
Para las generaciones recientes y futuras, luego 
de una significativa «erupción» de manifestaciones 
artísticas y arquitectónicas basadas en representa-ciones 
figurativas o abstractas de la «muerte», la 
«destrucción», la «desesperanza», el «dolor» y el 
«horror», nuevas actitudes son posibles y necesa-rias. 
Actitudes que, atentas y recelosas de expectati-vas 
e intentos de construir significados inmediatos, 
reconocen la imposibilidad de representar experien-cias 
traumáticas, los límites de nuestras prácticas y 
nuestra incapacidad para proponer respuestas 
significativas. Estas actitudes se basan en inten-tar 
sostener los dilemas para la representación, la 
necesidad de generar más preguntas y la resisten-cia 
a la «clausura». Es así que trabajar-a-través y 
sobre proyectos en relación con el «trauma», el 
«espacio» y la «memoria», requiere un persis-tente 
intento de generar transformaciones en la 
esfera pública, y conlleva establecer marcos crí-ticos/ 
éticos para posicionarnos como «testigos 
comprometidos». Dichas posiciones demandan a 
nuestras obras y proyectos mantener actitudes muy 
precisas, dialógicas y comprometidas en relación 
con el «diseño», a «técnicas» y «materiales», a los 
«sitios de memoria», a la «historia», y especialmen-te 
en relación con las «voces y los rostros de otros». 
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
Este es el tipo de actitudes y posiciones que he 
tratado de traer a mis prácticas y proyectos. En 
mi trabajo profesional y académico y en nuestro 
trabajo de colaboración con el artista, profesor y 
director del Centro de Estudios Visuales Avanza-dos 
del MIT, Krzysztof Wodiczko, sostenemos y 
enfatizamos una aproximación humilde y cons-ciente 
entendida como «diferimiento ético». Esta 
aproximación al trabajo, a los proyectos, involu-cra 
«habitar la distancia como lugar de acción»; 
habitar la distancia entre acto y recuerdo, entre 
mundos recordados y mundos a ser transforma-dos. 
Esta posición conlleva reafirmar la «presen-cia 
» y la «autoría» a través de una interacción e 
imbricación dinámica de mundos conceptuales y 
materiales por dentro y por fuera del trabajo, con 
el objetivo último de auto-removerse, de borrar-se, 
de retirarse y desaparecer de la escena. Esta 
aproximación se funda en intentar enmarcar «pre-sencias 
» a través de materiales más allá de la materialidad, 
a través del lenguaje más allá de la representación, a tra-vés 
del espacio más allá del espacio. Esta aproximación 
se basa en un entendimiento del arte, la «arqui-tectura 
» y el «paisaje» como medios no represen-tacionales, 
pero sí medios capaces de presentar e 
iluminar un preciso y limitado número de verda-des 
y valores en el espacio localizado entre las 
preguntas, los públicos y los instrumentos de 
nuestras prácticas y artes. 
Este tipo de aproximación conlleva a contri-buir 
a la construcción de una sociedad agonista22 
y democrática –en tanto autores, diseñadores, ar-quitectos 
y sujetos ético-sensibles– a través de una 
22 El objetivo de la política democrática verdadera, dice Chantal Mouffe, es trasformar antagonismo en agonismo… Una diferencia importante con el 
modelo de democracia deliberativa es que para el «pluralismo agonista» el primer objetivo de la política democrática no es eliminar las pasiones de la 
esfera pública a fin de adquirir un consenso racional, sino movilizar las pasiones a fin de crear diseños políticos democráticos. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 21
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
ética de deferencia al «otro»; conlleva un cons-ciente 
«salir de uno mismo» (como nos sugiere 
Levinas), como una base necesaria, y espero bien-venida, 
para un trabajo comprometido y trans-formador, 
en términos políticos, culturales y 
arquitectónicos en la esfera pública. 
9.CONCLUSIÓN: «TRABAJOS DE (SOBRE) 
MEMORIA» 
Memorial, memento, monumento, como «moni-tor 
» o guía, sugieren no solo conmemoración sino 
también estar atentos, advertir, remembrar y re-cordar, 
aconsejar, y llamar a la acción. Entende-mos 
estos «trabajos de (sobre) memoria» –tales 
como el Memorial para la AMIA; el Cento de Estu-dios 
para el Holocausto y Genocidio en Clark Uni-versity; 
el Museo de la Shoa en Buenos Aires; el 
proyecto memorial para los Desaparecidos; el Civil 
War Memorial en Boston y proyectos realizados con 
Krzysztof Wodiczko como Hoboken September 11 
Memorial en New Jersey, el WTC y Mémorial à 
l’Abolition de l’Esclavage (Memorial a la Aboli-ción 
de la Esclavitud) en Nantes (Francia) que será 
construido en el 2011; o el Babi Yar Memorial Park, 
en Denver– como memoriales que trabajan, que 
en conceptos, diseño y formas que evolucionan 
pueden invitar al compromiso y participación 
colectivas y a la capacidad de responder. 
Creo que los sitios de memoria no deberían 
pensarse como lugares silenciosos, sino como agen-tes 
para la cultura y el diálogo, activados a través 
de programación e interacción. La premisa es que 
los memoriales que pueden realmente hablar acer-ca 
y sobre memorias traumáticas –no solo del 
pasado, sino también del presente– deben surgir 
a través de un proceso participativo con gente y 
comunidades que comparten un interés vital en 
su realización y continuidad. Dado que los monu-mentos 
y los memoriales deben dirigirse a una 
pluralidad de públicos y generaciones, su devenir 
en vehículos para «testimonios», para emoción y 
pensamiento, para discursos democráticos y pe-dagógicos, 
para un trabajo trasformativo, para el 
entendimiento, para la razón, es esencial. Es así 
que desarrollar su «palabra», su «discurso», y dis-parar 
su potencial terapéutico y de cuestionamien-to 
va a ser central para su efectividad. 
Es importante notar que, incluso cuando se 
construye sin dicha intención consciente, los me-moriales 
deberían entenderse como poseedores 
de esta función de monitoreo y cuestionamiento 
–monitores y críticos del y en el presente–. Pero, 
en contra de esta demanda y expectativa, la ma-yor 
parte de los memoriales se ven inactivos e 
incapacitados. Como dice Krzyzstof Wodiczko: 
Los monumentos y memoriales, en su quie-tud, 
se ven extrañamante humanos, mien-tras 
que los humanos traumatizados, en su 
inmovilidad y silencio, aparecen extraña-mente 
monumentales. Los sobrevivientes 
silenciosos, viviendo en sus sombras, se 
enfrentan a las fachadas mudas y a los ojos 
ciegos de nuestros edificios públicos y me-moriales, 
los testigos silenciosos de las in-justicias 
del presente.23 
23 De conversaciones con Krzysztof Wodiczko durante nuestro trabajo sobre el Hoboken September 11 Memorial, el Memorial a la Abolición de la 
22 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
Con el fin de encontrar caminos, frente a dicha 
incapacidad e inmovilidad, un trabajo ético, polí-tico, 
terapéutico, así como también espacial y 
monumental, debe ser elaborado. Un trabajo que, 
a un tiempo necesario e imposible, intenta enmar-car 
la presencia de aquellos rostros, de aquellas 
voces; un trabajo que intenta hacer audible un lla-mado 
moribundo pero infinito. Este trabajo, que 
re-actualiza los espacios memoriales, monu-mentos 
y museos en acción cultural y política, 
demanda responsabilidad y fomenta «respon-se- 
habilidad» (esto es: habilidad de responder) en 
relación con el pasado y el futuro. 
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
Los sitios de memoria concebidos, diseñados y 
construidos como vehículos activos y éticos 
pueden y deben funcionar como ambientes para el 
pensar a través de traumas pasados y presentes y 
re-actualizar el pasado en tiempo presente. Pueden 
y deben servir para recordar, advertir, iluminar, 
fomentando la aparición de nuevas formas de 
conciencia crítica e invitando a visitantes, habi-tantes, 
y actores de presente, a construir un mundo 
mejor a través de un comprometido trabajo de la 
memoria: «trabajos de (sobre) memoria». 
Esclavitud en Nantes (Francia), y Babi Yar Park en Denver, Colorado (Estados Unidos). 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 23
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
APÉNDICE: PROYECTOS 
PROYECTO N.O 1 
Julián Bonder. Museo del Holocausto, Buenos Aires (Argentina) 
Este proyecto comprende la transformación de un edificio industrial en un museo del Holocausto y 
centro educativo. En tanto museo que debe contar una historia, este proyecto (diseño y exhibición) está 
basado en la historia del Holocausto como narrativa contextualizada en la realidad de pre guerra 
integrada al ethos de la sociedad contemporánea. Es sobre la base de esta historia que artefactos, foto-grafías, 
y media diversa como films, vídeos, narración, textos serían seleccionados. 
El proyecto incluye la creación de espacios en donde encontrarse con esta historia trágica y su 
irrepresentable horror –una memoria siniestra frente a la cual nunca debiéramos sentirnos cómodos– 
. Dado que no existe un modo único de re-presentación que pueda abarcar la historia del Holocausto, 
nuestro proyecto sugiere y se basa en la coexistencia, interjuego e integración de diversos modos 
narrativos. Dichos modos incluyen narrativas históricas, testimonios y un archivo de la memoria. 
Narración mediada por las voces de historiadores; objetos y artefactos, removidos de sus contextos 
originales participan de un nuevo archivo: una colección acerca del Holocausto. Los testimonios en el 
centro del proyecto –como retrato de primera mano– permiten un proceso transactivo y dialógico 
entre testigo y visitante, durante el cual la subjetividad del individuo se reestablece, reintegrando 
testigo y presente. 
Este proyecto fue 
desarrollado por Julián 
Bonder + Associates en 
sociedad con Michael 
Berenbaum (director del US 
Holocaust Museum, 
Washington, D. C. y CEO de la 
Shoah Foundation en Los 
Ángeles) y con Ytzchak 
Mais (director de exhibición, 
Museum of Jewish Heritage, 
Nueva York). 
24 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
PROYECTO N.O 2 
Wodiczko & Bonder. Hoboken September 11 Memorial, Hoboken, New Jersey (Estados Unidos) 
Este proyecto implica trabajar sobre el Pier A Park, sobre el Hudson, al otro lado de Manhattan. Esta 
propuesta fue concebida como un refuerzo simbólico del borde sur del parque, el lado más expuesto al 
trauma del 11 de septiembre. Es este borde la zona que más fuertemente sintió el evento del 11 de 
septiembre y en nuestra propuesta revela los trazos de una memoria traumática sobre el agua del río 
Hudson. Este proyecto opera, entonces, sobre la dinámica relación con el Lower Manhattan. 
El proyecto enfatiza el fluir de cuerpos, aquel día y todos los días, el fluir de la memoria y la 
curación. El elemento central es un camino conmemorativo que entreteje conmemoración, contempla-ción, 
conocimiento y silencio, y se extiende a lo largo de 200 metros del borde del parque. El proyecto 
incluye espacios contemplativos y de encuentro, y una superficie de respuesta que reacciona frente a 
eventos relacionados con el terror que se dan en el mundo. 
Este proyecto estuvo entre los cuatro finalistas (entre cien propuestas originales y diez semifinalistas) en el Hoboken 
September 11 Memorial Competition. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 25
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
PROYECTO N.O 3 
Wodiczko + Bonder. Memorial a la Abolición de la Esclavitud, Nantes (Francia) 
El proyecto es una evocación metafórica y emocional sobre la lucha por la abolición de la esclavitud, 
sobre todo histórica, pero que continúa en el presente, realizada a través de la transformación física y 
la adaptación simbólica de 350 metros de la costa del río Loire en el centro de Nantes (capital del 
tráfico francés de esclavos). Es el primer memorial de esta magnitud y escala en toda Europa. 
El proyecto incluye la transformación de espacios existentes bajo la superficie actual de la ciudad. 
Dichos espacios –residuos de los malecones portuarios construidos a través de los siglos XVIII, XIX, XX– 
son trasformados en un «pasaje» conmemorativo. El proyecto incluye la transformación de la superfi-cie 
de la ciudad en un terreno conmemorativo así como también espacios de información y exhibición. 
Más allá de su carácter simbólico, el proyecto va a ser utilizado como espacio para testimonios y 
como centro del fórum anual por los derechos del hombre en la ciudad de Nantes. Este y otros eventos 
programados reafirmarán la especificidad de este sitio como lugar responsable de memoria, respuesta 
y lucha. Marcar la lucha contemporánea por la liberación de esclavos en el presente puede servir para 
recordarnos que la abolición de 1848 no fue en vano. 
Este proyecto sobre la costa del río Loire en el centro de Nantes fue comisionado por la ciudad, su consejo municipal y 
su intendente, Jean Marc Ayrault, por concurso internacional. Se encuentra en desarrollo y su apertura está prevista para 
fines del 2011. 
El proyecto recibió el premio 2007 de la Association of Collegiate Schools of Architecture (ACSA) / Asociación de 
Escuelas de Arquitectura de Estados Unidos; el 2001 Faculty Design Award / Diseño de profesores «por trabajo que 
avanza la naturaleza reflexiva de la práctica y la enseñanza». 
26 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
ESFERA PÚBLICA Y DERECHOS CULTURALES: 
LA CULTURA COMO ACCIÓN 
GISELA CÁNEPA 
1. EL MUSEO DE LA MEMORIA Y DE CÓMO 
ENTENDEMOS LA CULTURA 
A propósito del ofrecimiento del Gobierno alemán 
de dos millones de dólares para la construcción 
de un museo de la memoria, un proyecto reco-mendado 
por la Comisión de la Verdad y Reconci-liación 
(CVR) en el marco de las acciones simbóli-cas 
dirigidas a lograr la reconciliación así como 
generar consciencia de lo ocurrido en los años de 
violencia, se ha abierto un debate público acerca 
de su pertinencia. Más allá de la importancia de 
poder concretar la realización de un museo de esta 
naturaleza, considero que visto desde una pers-pectiva 
que entiende los museos como arenas de 
deliberación pública en vez de edificios inanima-dos, 
1 este ya empezó a construirse. 
La sola posibilidad del museo de la memoria 
ha abierto un debate necesario, si se desea cons-truir 
una cultura ciudadana saludable y democrá-tica. 
Por esa razón, considero que tiene la misma 
importancia seguir abogando porque el proyecto 
se haga efectivo, así como por mantener abierto el 
debate. Esto último, ciertamente, puede resultar 
mucho más difícil que la edificación del museo, ya 
que requiere de la implementación de un proyecto 
a largo plazo que esté atento a la inclusión de las 
sensibilidades, demandas y formas de acción cul-tural 
de distintos actores, así como de la revisión 
crítica de nuestros sentidos comunes; y este es un 
reto mayor. 
Por otro lado, el debate en cuestión está con-tribuyendo 
a explicitar concepciones acerca de la 
memoria y la reconciliación, así como intereses y 
lugares de enunciación, implícitos en los argumen-tos 
esgrimidos y que requieren ser críticamente 
revisados. Si bien el debate es ciertamente políti-co 
e ideológico, propongo que también vale la pena 
abrirlo a un debate académico en el que se reflexio-ne 
críticamente acerca de nociones como cultura, 
museo y lo público, que enmarcan el modo en que 
se conceptualizan y llevan a cabo las políticas 
públicas de la cultura. 
Entre los argumentos que han sido esgrimidos 
en contra del museo de la memoria se encuentran, 
por ejemplo, aquellos según los cuales las políticas 
de Estado de un país pobre como el Perú deben prio-rizar 
la inversión en la producción ya que la cultu- 
1 Al respecto, sería necesario hacer un balance y reflexión crítica en torno a los distintos lugares de memoria edificados a los que no se les da uso alguno 
y que por lo tanto pierden poder preformativo para hacer efectivos los objetivos por los cuales fueron construidos. Como ejemplos se puede mencionar 
el Parque de la Memoria de Abancay, promovido por organizaciones no gubernamentales de derechos humanos y el gobierno regional; o la efigie a la 
paz levantada por la CVR y la Defensoría del Pueblo en Huamanga. En ambos casos se trata de edificaciones deterioradas y que la población no utiliza. 
(Conversación personal con Ricardo Caro). 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 27
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
ra constituye algo accesorio,2 o que este no es el 
momento pertinente para unmuseo de la memoria 
porque tal museo no va a contribuir a la reconcilia-ción. 
3 Por otro lado, entre los argumentos a favor, 
destaca aquel según el cual los museos son necesa-rios 
porque educan, sensibilizan y curan.4 
Si bien estos argumentos son expuestos desde 
posiciones ideológicas distintas, coinciden con res-pecto 
a una cierta manera de entender la cultura, 
según la cual esta se identifica con la alta cultura 
y los valores universales. Tal aproximación a la 
cultura no solo es excluyente y discriminatoria, 
sino que implica una noción estática y cosificado-ra 
de ella, según la cual esta es una cosa que «se 
tiene», de la que «se carece» o que eventualmente 
«se adquiere». Dentro de esta misma lógica, tam-bién 
la memoria es vista como una cosa encarna-da 
en una colección de objetos ilustrativos que se 
encuentra depositada en un museo y que puede 
ser adquirida por aquel que tiene acceso a él. Des-de 
tales perspectivas, la cultura, el museo, la me-moria 
y lo público se conciben como realidades 
cuyos contenidos se dan por sentados, corriéndo-se 
el riesgo de reproducir formas de exclusión y 
discriminación social, cultural y política. 
Dar por sentada la memoria o creer que se 
puede encontrar una única verdad de lo sucedido, 
implica manejar la idea de que existe una sola 
memoria posible. De ese modo se es excluyente de 
los múltiples actores que estuvieron involucra-dos 
en los años de violencia y que la ejercieron o 
sufrieron desde distintas posiciones. Pasar por 
alto la existencia de múltiples memorias conlleva 
además a desconocer la diversidad de formas de 
recordar, así como las formas culturalmente es-pecíficas 
de lidiar con el dolor y que a su vez están 
relacionadas con nociones acerca de lo que perte-nece 
al ámbito de lo público y de lo privado, como 
queda expresado en la recientemente estrenada 
película de Claudia Llosa, La teta asustada.5 
Un museo de la memoria, su diseño e imple-mentación 
no se restringen al tema de la memo-ria, 
sino que implican asuntos más generales de 
políticas culturales en torno a la diversidad y las 
ciudadanías culturales. El museo de la memoria 
no es el único proyecto que se ocupa de la memo- 
2 «Si yo tengo personas que quieren ir al museo, pero no comen, van a morir de inanición. […] Hay prioridades», apuntó el titular de Defensa. Este también 
afirmó que de tener a la canciller alemana, Ángela Merkel, frente a frente, «le agradecería» por el ofrecimiento pero le haría otra propuesta: «Le diría: 
qué te parece si empleamos esto en algo más necesario para el país». <http://www.rpp.com.pe/2009-02-26-flores-araoz—crear-museo-de-la-memoria-no- 
es-prioridad-para-el-peru-noticia_166846.html>. 
3 «La posición del Gobierno Peruano que expresó la Cancillería (al Gobierno de Alemania) es que no creemos que el Informe de la Comisión de la Verdad 
y Reconciliación (CVR) haya servido a la reconciliación, por ello creemos que no es el momento ni la oportunidad para crear un museo que va a mantener 
abiertas las heridas». <http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/no-momento-museo memoria/20090310/256782>. 
4 «Los museos son tan necesarios para los países como las escuelas y los hospitales. Ellos educan tanto y a veces más que las aulas y sobre todo de una manera 
más sutil, privada y permanente que como lo hacen los maestros. Ellos también curan, no los cuerpos, pero sí las mentes, de la tiniebla que es la ignorancia, 
el prejuicio, la superstición y todas las taras que incomunican a los seres humanos entre sí y los enconan y empujan a matarse. Los museos reemplazan la 
visión pequeñita, provinciana, mezquina, unilateral, de campanario, de la vida y las cosas por una visión ancha, generosa, plural. Afinan la sensibilidad, 
estimulan la imaginación, refinan los sentimientos y despiertan en las personas un espíritu crítico y autocrítico». <http://www.elcomercio.com.pe/ 
impresa/notas/peru-no-necesita-museos/20090308/256015>. 
5 Al respecto, es interesante cómo se trata en la película el asunto del miedo y el dolor. El quechua, el canto y las prácticas culturales y rituales relacionadas 
con la muerte funcionan allí como los lenguajes apropiados para darles expresión, así como los medios a través de los cuales se delimitan los entornos 
sociales dentro de los cuales estos son comentados y compartidos. 
28 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
ria y de la reconciliación. Existen muchas otras 
prácticas en torno a esta problemática que se lle-van 
a nivel local, como aquellas vinculadas a las 
estrategias de mujeres quechuas para lidiar con el 
miedo y el dolor de la experiencia de las violacio-nes 
y cuyo carácter público es relativo a audien-cias 
específicas.6 Lo que una población local nece-sita 
publicitar con el fin de generar respuestas 
colectivas, no necesariamente requiere ser publi-citado 
en entornos más grandes; existen incluso 
formas cuya eficacia depende del hecho de mante-nerse 
en el plano individual o familiar y que tam-bién 
requieren ser reconocidas y facilitadas. La 
reconciliación que se busca con un museo de la 
memoria, por lo tanto, no se logra de manera 
mágica, sino que implica dar cabida a distintas 
memorias, formas de recordar y de publicitar, 
garantizando así la inclusión y respetando la di-versidad 
cultural. En otras palabras, de lo que se 
trata es de garantizar la fuerza performativa de 
cualquier forma de memoria. La reconciliación 
no tiene que ver con el perdón y la culpa, sino más 
bien con la posibilidad de que la víctima se con-vierta 
en actor del proceso de reconstrucción so-cial. 
Y esto último implica una política cultural 
que reconozca la diversidad cultural y que sea in-clusiva 
de prácticas alternativas de recordar y 
generar consensos y pactos sociales. 
En tal sentido, un museo de la memoria debe 
imaginarse más allá de su materialidad y de sus 
particulares formas expositivas y comunicativas 
para acoger y hacer visible de manera contextuali-zada 
las memorias de los distintos actores impli-cados. 
Resulta necesario que en toda exposición 
museográfica se problematice acerca de quién re-cuerda, 
qué se recuerda, cómo se recuerda, para 
qué se recuerda y a quién se comunica tal recuerdo. 
Además, un museo de la memoria debería 
mediar y promover de manera descentrada otras 
formas de hacer memoria. El lenguaje museográ-fico 
no es el único mecanismo para poner en esce-na 
la memoria. Existen otros como la literatura, el 
cine, las artes plásticas, la música y la etnografía 
que han venido tematizando experiencias diver-sas 
de los años de violencia y que incluso se en-cuentran 
en diálogo entre sí. Estos son los casos de 
la etnografía de Kimberly Theidon, titulada Entre 
prójimos, que da inspiración a la película de Clau-dia 
Llosa, La teta asustada,7 pero también de la pelí-cula 
Vidas paralelas de Rocío Lladó8 y la novela De 
amor y de guerra de Víctor Andrés Ponce,9 las cuales 
confrontan la versión del Informe Final de la CVR.10 
Habría que agregar otras formas de recordar o de 
lidiar con el dolor como son la música, la imagine-ría, 
la tradición oral, el ritual.11 En otras palabras, 
el trabajo de la memoria no tiene por qué reducir- 
6 Véase THEIDON, Kimberly. «La micropolítica de la reconciliación: práctica de la justicia en comunidades rurales ayacuchanas». Allpanchis, n.o 60, 2002. 
7 Al respecto, se puede leer la entrevista a Kimberly Theidon alojada en <http://www.reportajealperu.com/noticias/con-ustedes-kimberly-theidon-la-autora- 
intelectual-de-la-teta-asustada/>. 
8 Véase <http://www.cinencuentro.com/2008/09/30/vidas-paralelas-2008/>. 
9 Véase <http://www.librosperuanos.com/autores/va-ponce.html>. 
10 Véase <http://www.comisiondelaverdad.galeon.com/>. 
11 Al respecto, se puede mencionar las investigaciones de María Eugenia Ulfe sobre los retablos ayacuchanos, de Johnathan Ritter sobre el género del Pun 
Pin, y de Ricardo Caro sobre la conmemoración a los muertos durante los años de conflicto en Sacsamarca. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 29
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
se a los lenguajes documentalistas y etnográficos, 
también la ficción y la imaginación pueden con-tribuir 
con esa labor, así como es necesario tam-bién 
pensar la publicidad de la memoria en tér-minos 
relativos a públicos diversos y temáticas 
particulares. 
Reducir la idea de museo, de memoria y de lo 
público, ya sea a un edificio y a un conjunto de 
objetos materiales, o a una realidad fija y preesta-blecida, 
en vez de comprenderlos como medios 
heurísticos para enunciar, debatir y consensuar 
acerca de temas de interés, no solo implica una 
aproximación pobre en términos conceptuales, 
sino que limita las posibilidades de hacer de los 
museos, así como de otras formas culturales, un 
mecanismo efectivo para la inclusión social y la 
construcción de ciudadanías responsables que for-talezcan 
modelos democráticos participativos. 
Dentro de esta perspectiva, la reconciliación, que 
es uno de los objetivos del museo de la memoria, 
tampoco debe entenderse como una transforma-ción 
mágica que se vaya a lograr recorriendo los 
recintos del museo. Esta, por el contrario, se lo-grará 
en la medida en que museo, memoria y lo 
público estén abiertos a un debate y a su redefini-ción 
con la participación del conjunto de actores 
involucrados y a través de prácticas culturalmen-te 
específicas. 
Como he indicado líneas arriba, resulta nece-sario 
realizar un debate académico en torno a la 
definición de un conjunto de conceptos que se en-cuentran 
implicados en la discusión sobre el mu-seo 
de la memoria, precisamente porque nos per-miten 
proponer marcos conceptuales más amplios 
para pensar las políticas culturales en el país. De 
este modo, el propio museo de la memoria podría 
diseñarse e implementarse como parte de políti-cas 
más generales. En tal sentido, propongo conti-nuar 
con una discusión acerca de esfera pública y 
de derechos culturales. 
2. ESFERA PÚBLICA: EXCLUSIÓN Y DERECHOS 
CULTURALES 
La discusión sobre esfera pública sin duda se con-figura 
en torno a la definición que hiciera Haber-mas12 
de ella como un espacio institucionalizado 
de asociación libre y acción discursiva, cuyo sen-tido 
político se deriva de su función crítica y su 
capacidad de generar una opinión pública. Como 
ha sido ya discutido, el desarrollo de la esfera pú-blica 
estuvo asociado a la configuración de una 
cultura distintiva, propia de la burguesía emer-gente 
del siglo XVIII y XIX. Esta consistía de formas 
de expresión y de comportamiento público que se 
caracterizaron por un estilo virtuoso, viril y ra-cional. 
A través de estas, la burguesía emergente 
lograba distinguirse tanto de las élites aristocrá-ticas 
que buscaba desplazar como de los diversos 
estratos populares y plebeyos a los que aspiraba 
gobernar.13 La legitimación de una retórica basa- 
12 HABERMAS, Jürgen. The Structural Transformation of The Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society. Cambridge, Mass: MIT Press, 
1989. 
13 FRASER, Nancy. Iustitia interrupta: reflexiones desde la posición postsocialista. Bogotá: Universidad de los Andes, 1997, p. 102. 
30 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
da en la argumentación racional como la garantía 
para una discusión y reflexión crítica, racional e 
independiente de la identidad social de los sujetos 
deliberantes, permitió a la burguesía, depositaria 
de tal estilo retórico, constituirse en la clase mo-ralmente 
solvente para el ejercicio público, a la 
vez que otras formas culturales para argumentar, 
debatir y llegar a consensos fueron deslegitima-das. 
El dominio de las normas de expresión de un 
grupo sobre las de otros, implicado en este proce-so, 
se convierte en la condición no solo para parti-cipar 
legítimamente de la esfera pública, sino ade-más 
para encarnar la voz representativa de lo que 
es de interés general. 
Una consideración de este tipo lleva a identifi-car 
dos puntos centrales de la discusión en torno 
a la esfera pública: a) el carácter excluyente de esta 
y b) el hecho de que tal exclusión no solamente se 
da en términos del acceso a ella, sino que además 
se lleva a cabo a través de los repertorios y com-petencias 
culturales que la distinguen. En conse-cuencia, 
para dar cuenta del carácter excluyente 
de la esfera pública hay que considerar tanto las 
diferencias estructurales que determinan el acce-so 
al espacio público hegemónico, y a los medios 
de producción y circulación de discursos, como a 
las diferencias culturales que se encuentran codi-ficadas 
en los estilos y repertorios deliberativos 
propios de públicos distintos. De este modo, por 
ejemplo en el Perú, individuos de origen social ét-nico 
son admitidos como congresistas, siempre y 
cuando se delibere en español. El quechua –sin 
mencionar las formas de argumentación y legiti-mación 
propias del mundo campesino quechua– 
no es un lenguaje aceptado como válido en el 
ámbito de la política formal, reconociéndose su 
validez solo en el campo de la cultura (tradición 
oral, poesía, canto). 
Por otro lado, la exclusión de otras formas dis-cursivas 
públicas en el plano político e ideológico 
se traduce en el poco interés que la investigación 
académica ha mostrado en estudiar el potencial 
crítico y político de repertorios deliberativos y 
de acción pública alternativos, así como en la 
subestimación de lo que se juega en el campo de la 
cultura, de los medios y de las industrias cultura-les. 
14 Este sesgo está fundado en una tradición 
ideológica y teórica, según la cual la capacidad 
de reflexión y argumentación solo se desarrolla a 
través de la palabra, y mejor aún la palabra escri-ta, 
dejando fuera otras formas de generación de 
conocimiento, de diálogo intersubjetivo y de con-senso, 
a las que se les ha atribuido además un ca-rácter 
prepolítico. 
En tal sentido, el interés general de la antro-pología 
por la diversidad de formas de cultura 
expresiva y escénica que comprometen tanto la 
palabra como la acción corporal, así como su re- 
14 Solo recientemente, en el Perú se ha empezado a explorar la eficacia que prácticas que pertenecen al campo de la cultura pueden tener en la deliberación 
de asuntos de interés público, la generación de memoria, de sentidos de colectividad y de responsabilidad social, así como en la canalización de la acción 
pública. Al respecto, se puede ver CÁNEPA, Gisela y María Eugenia ULFE (eds.). Mirando la esfera pública desde la cultura en el Perú. Lima: CONCYTEC, 
2006. ALFARO, Santiago. «Las industrias culturales e identidades étnicas del huayno». En Carmen María Pinilla (ed.). Arguedas y el Perú de hoy. Lima: 
SUR, 2005. RITTER, Johnathan. «Siren Songs: Ritual and Revolution in the Peruvian Andes». British Journal of Ethnomusicology, vol. 11, n.o 1, 2002. 
FELDMAN, Heidi. Ritmos negros del Perú: reconstruyendo la herencia musical africana. Lima: Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad 
Católica del Perú e Instituto de Estudios Peruanos, 2009. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 31
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
flexión más específica sobre el carácter reflexivo, 
argumentativo y consensual del ritual, el teatro, 
la danza y las expresiones visuales pueden ser un 
aporte para una revisión crítica del concepto de 
esfera pública. Por otro lado, la vieja vocación de la 
antropología por explorar la relación entre cultu-ra 
y política ha sido en gran parte investigada 
precisamente a través del estudio de las formas 
de cultura expresiva. A propósito de este interés, 
hay que precisar que este no se reduce al estudio 
de repertorios culturales que pueden ser califica-dos 
de performativos en el sentido de que com-prometen 
una puesta en escena y al cuerpo en ac-ción, 
sino que implica además el estudio de tales 
repertorios desde un enfoque preformativo. Tal 
enfoque implica tomar toda expresión cultural 
como una puesta en escena, es decir, tomar en 
cuenta la acción de los individuos o grupos invo-lucrados 
en ella, así como el contexto del cual es-tos 
extraen y encauzan significados posibles. Tal 
enfoque ha permitido argumentar por el poder 
constitutivo de las expresiones culturales, siendo 
este precisamente el que le otorga eficacia política. 
Problematizar la esfera pública a partir de los 
estudios sobre política y cultura expresiva en es-tos 
términos es importante no solo porque amplía 
el espectro de posibles formas de acción pública, 
sino porque plantea la necesidad de pensar la di-versidad 
de formas de acción pública en el marco 
de la transformación del propio campo político y, 
por lo tanto, de las formas de hacer política. 
Desde la antropología, el concepto de ciudada-nía 
cultural discute precisamente el derecho de gru-pos 
específicos a no ser excluidos de participar en 
la esfera pública sobre la base de marcas cultura-les, 
raciales, de género o físicas que los distingan 
del modelo universalista implicado en las defini-ciones 
convencionales de ciudadanía. Sería, preci-samente, 
la aceptación de formas de participación 
culturalmente específicas la base para lograr una 
inclusión efectiva y una ciudadanía plena.15 
Al respecto, es importante señalar que el re-clamo 
por los derechos culturales y la constitu-ción 
de una esfera pública más democrática no 
implica solo un asunto de representación, es decir 
de tener voz, sino que debe estar centrado en ga-rantizar 
a cada grupo la producción y gestión de 
su diferencia. Es, en tal sentido, que quiero argu-mentar 
precisamente que la constitución de una 
esfera pública más inclusiva y respetuosa de los 
derechos culturales se mide por las posibilidades 
de participación; en otras palabras, tiene que ver 
con un asunto de performatividad. Esto es, la po-sibilidad 
de que la iteración –la puesta en acción– 
de una práctica cultural específica, ya sea esta una 
forma de cultura expresiva o una práctica coti-diana, 
realizada en el marco de una constelación 
institucional e histórica particular tenga eficacia 
política; es decir, capacidad constitutiva y trans-formativa 
de la realidad que enuncia o expresa. 
En otras palabras, una esfera pública más demo-crática 
y participativa sería aquella en la que la 
15 Véase ROSALDO, Renato. «Cultural Citizenship, Inequality, and Multiculturalism». En William V. Flores y Rina Benmayor (eds.). Latino Cultural 
Citizenship: Claiming Identity, Space and Rights. Boston: Beacon, 1997. 
32 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
acción pública no solo tuviera un sentido delibera-tivo, 
sino además fuerza práctica; es decir, capaci-dad 
de intervención directa en la configuración de 
la vida y el orden social, de modo que opinión y 
acción se complementen de manera eficaz. 
Hay que señalar que este asunto está vinculado 
a uno de los temas que preocupa a Nancy Fraser 
cuando distingue entre públicos fuertes y públicos 
débiles. A través de tal distinción, la autora llama 
la atención sobre la posibilidad de que la opinión 
no se traduzca en decisión y que, por lo tanto, la 
opinión pública quede despojada de su fuerza prác-tica. 
Es precisamente este problema el que exige 
pasar de un modelo representacional a uno parti-cipativo, 
tanto para pensar lo cultural como para 
actuar a través de él. 
Para ampliar mi argumento sobre acción pú-blica 
y performatividad quiero introducir una 
discusión en torno a la relevancia de tomar en 
cuenta formas expresivas culturalmente distin-tas 
o incluso formas cotidianas como mecanismos 
de acción pública. Desde una perspectiva antro-pológica, 
estas prácticas son de interés no solo por 
su particularismo cultual, sino por a) el hecho de 
que muchas de estas formas son de naturaleza 
performativa, es decir, que involucran una puesta 
en escena, y por b) el hecho de que en la coyuntura 
actual la cultura y sus formas expresivas han po-tenciado 
su fuerza performativa. 
3. CULTURA PÚBLICA: DEL DISCURSO 
A LA ACCIÓN 
Con respecto a la naturaleza performativa de cier-tas 
formas de acción pública, quisiera tomar como 
ejemplo el caso de las fiestas religiosas que comu-nidades 
de devotos de origen andino realizan en 
honor a los santos patrones de sus pueblos de pro-cedencia. 
Son de especial interés aquellas que se 
realizan en el centro histórico, ya que las activida-des 
implicadas en su realización suponen el acceso 
y uso tanto de espacios de culto –templos y alta-res– 
como de espacios públicos –las calles y plazas 
del Centro de Lima– que son emblemáticos de una 
tradición limeña criolla. En tal sentido, es impor-tante 
señalar que los devotos de las imágenes an-dinas 
celebradas en el centro de la ciudad no vi-ven 
allí. Sin embargo, no escatiman esfuerzos en 
colocar sus imágenes en los templos ubicados en la 
zona. Mi argumento es que en el contexto de la de-claración 
del centro histórico como patrimonio 
cultural de la humanidad por la UNESCO, la puesta 
en acción de un repertorio cultual como son las fies-tas, 
adquiere un carácter político. A través de él, 
grupos diversos y de origen distinto luchan por 
ocupar, administrar y custodiar legítimamente el 
espacio público de la ciudad así como su patrimo-nio 
cultural. 
Para que una imagen pueda ser albergada en 
una iglesia, la comunidad devota debe haber lleva-do 
a cabo complejas negociaciones con las autori-dades 
religiosas de la parroquia. Estas otorgan una 
urna lateral donde la imagen en cuestión es colo-cada, 
comprometiendo la participación de una fe-ligresía 
importante en las actividades litúrgicas y 
sociales a lo largo del año. La hermandad devota 
se hace cargo de los cuidados de la imagen, lo que 
comprende trabajos de limpieza y mantenimien-to, 
así como de restauración y tallado. La realiza-ción 
de la fiesta exige adicionalmente negociacio-nes 
con el municipio y el Instituto Nacional de 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 33
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
Cultura (INC). En el marco de la declaración de Lima 
como patrimonio cultural y del proyecto Recupe-ración 
del Centro Histórico, tales negociaciones 
se tornan polémicas. En el primer caso, porque se 
decreta una ordenanza municipal –la 062-1994– 
según la cual, en el Centro de Lima solo pueden 
realizarse las celebraciones religiosas y cívicas 
tradicionales como la fiesta de la Virgen del Car-men 
de Barrios Altos, la fiesta del Señor de los 
Milagros, el Corpus Christi y el aniversario de 
Lima. Por otro lado, la implementación del pro-yecto 
de recuperación en su aspecto de restau-ración 
arquitectónica cuenta con la supervisión 
del INC que cuida que los trabajos se realicen de 
acuerdo con criterios arquitectónicos, históri-cos 
y estéticos que respeten el carácter colonial 
y republicano de las edificaciones y plazas. 
En tal sentido, el acceso y uso de los espacios 
públicos, así como los trabajos de restauración y 
arreglo de los templos comprometidos en la rea-lización 
de las fiestas religiosas andinas constitu-yen 
formas de acción estratégicas a través de las 
que distintos grupos de migrantes interactúan con 
la Iglesia y el Estado, e intervienen en y sobre ca-lles, 
plazas y templos para reclamar el reconoci-miento 
e inclusión de sus miembros como resi-dentes 
legítimos de la ciudad, al mismo tiempo 
que negociar su participación en el proyecto Re-cuperación 
del Centro Histórico, implementado 
precisamente en el marco de la Declaración del 
Centro como Patrimonio Histórico y Cultural, y 
las políticas de promoción de la cultura y el turis-mo 
a favor del desarrollo. 
Por lo tanto, la fiesta no debe reducirse a su 
función representacional, como un espacio de ex-presión 
y argumentación en el que grupos de mi-grantes 
de origen andino dan expresión a sus iden-tidades 
regionales y locales, e incluso contestan las 
imágenes públicas que vinculan a los migrantes al 
mundo de la informalidad, el caos y los problemas 
de la ciudad, o en el mejor de los casos a la figura del 
provinciano emergente, que los sitúa en el ámbito 
productivo, pero no les confiere valor cultural y 
moral. La fiesta es sobre todo acción y, en tal senti-do, 
no se agota en el reclamo por la inclusión, sino 
que le otorga fuerza práctica a este en la medida en 
que la realización progresiva en el tiempo de las 
fiestas y las actividades vinculadas a ella puede 
llegar a transformar el calendario festivo y los 
sitios de culto, y la propia naturaleza del culto 
religioso. Hay que anotar que a pesar de las re-sistencias 
del municipio y la Iglesia a permitir las 
fiestas de origen andino en el centro histórico, es-tas 
empiezan a ser de interés para varios párrocos 
que ven en ellas una posibilidad de trabajo pasto-ral, 
y para las agencias de turismo que incluyen las 
celebraciones más vistosas en su oferta turística. 
En otras palabras, se trata de la posibilidad de 
refundar la tradición religiosa y festiva limeña y 
transformar el propio centro histórico como lu-gar. 
En un sentido político, esto se traduce en la 
posibilidad de que las comunidades de devotos de 
origen migrante adquieran agencia cultural, cons-tituyéndose 
en los legítimos intérpretes y custo-dios 
de las tradiciones y monumentos del centro 
histórico. De tal manera, la acción festiva como 
una forma de acción pública no solo avanza un 
argumento dirigido al reconocimiento cultural, 
sino que puede hacer efectivo tal reclamo al cons-tituir 
a los devotos de origen migrante en los legí-timos 
intérpretes y custodios de las tradiciones y 
monumentos del centro histórico. 
34 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
En resumen, es a través de la iteración de una 
tradición y repertorios festivos, en el marco de un 
contexto particular, que una forma de cultura ex-presiva 
se convierte en acción pública. Es bajo 
estas condiciones que el reclamo por el reconoci-miento 
adquiere fuerza performativa y puede 
traducirse en participación efectiva. 
4. LA FUERZA PERFORMATIVA DE LA CULTURA 
EN LA COYUNTURA ACTUAL 
Quiero referirme a continuación al hecho de que 
la eficacia de ciertas prácticas culturales no solo 
se debe a su naturaleza preformativa, sino a que en 
el orden actual los puntos de intersección entre 
cultura, economía y política se ven multiplicados 
de modo que, más que nunca, una variedad de prác-ticas 
culturales adquieren fuerza performativa. 
El momento actual que ha sido definido como 
la «coyuntura culturalista»16 se explica por el im-pacto 
que los procesos económicos, tecnológicos y 
comunicacionales contemporáneos tienen sobre 
el campo de la producción y práctica culturales. 
Esta «coyuntura culturalista» ha traído consigo 
la definición y puesta en práctica de la cultura 
como diferencia,17 así como su instrumentalización 
como recurso.18 Según Turner,19 en el marco de los 
desarrollos económicos de la globalización, la cri-sis 
del Estado-nación y de la emergencia de una 
clase media que se caracteriza, distingue y repro-duce 
a sí misma a través de estilos de vida que 
requieren de un consumo cada vez más sofistica-do, 
la cultura y más específicamente la «diferen-cia 
cultural», emergen como un campo para la 
autorreproducción y acción política. Las identi-dades 
«culturales» como etnicidad, religión, gé-nero 
o indigeneidad se han convertido en el medio 
privilegiado para asegurar poder social, deman-dar 
derechos, y reclamar reconocimiento e inclu-sión. 
La consecuencia ha sido la politización de 
las luchas por la autorrepresentación cultural. 
Por otro lado, una economía basada en la pro-ducción 
de servicios y bienes de consumo impone 
a los grupos que luchan por la autorrepresenta-ción 
el reto de tener que lidiar con el hecho de que 
el Estado se está apropiando y mercantilizando 
sus bienes y repertorios culturales, los medios de 
comunicación y el mercado, cada uno de los cuales 
tiene sus propias agendas para promocionarlos, 
publicitarlos o comercializarlos. La representación 
cultural y la lucha por la autorrepresentación su-cede 
pues en el marco de una cultura pública, en la 
cual se entretejen de manera compleja y a veces 
contradictoria agendas políticas, sociales y cultu-rales 
con entretenimiento y consumo. Por esta 
misma razón, movimientos sociales de reivindi-cación 
étnica dan lugar a una diversidad de agen- 
16 Véase TURNER, Terence. «Indigenous and Culturalist Movements in the Contemporary Global Conjuncture». En Federación de Asociaciones de 
Antropología del Estado Español y Asociación Galega de Antropoloxia (eds.). Globalización, fronteras culturales y política y ciudadanía. (Actas del 
VIII Congreso de Antropología). Santiago de Compostela: Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español y Asociación Galega de 
Antropoloxia, 1999. 
17 Véase ib. 
18 Véase YÚDICE, George.El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global. Barcelona: Gedisa, 2002. 
19 Véase TURNER, Terence. Ob. cit. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 35
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
das y formas de intervención que incluyen mo-vimientos 
como el de los zapatistas en México,20 
quienes han instrumentalizado los medios para 
el activismo político, o iniciativas como la de los 
asháninkas en el Perú que diseñan sus reclamos 
por el derecho a la tierra y la protección de su 
entorno a través del ecoturismo, actividad a tra-vés 
de la cual instrumentalizan los discursos del 
desarrollo a favor de intereses políticos locales.21 
Es precisamente, en esta línea, que autores 
como Appadurai y Breckendrige22 proponen rom-per 
con la correlación entre lo público y la sociedad 
civil europea, así como entre literacidad, comuni-dad 
pública y política que la definición original de 
esfera pública implica. Para ellos la producción 
de lo público y la acción pública sucede más bien 
en el marco de un conjunto de arenas que surgen en 
una variedad de condiciones históricas, y en las 
que se «articulan el espacio entre la vida domésti-ca 
y los proyectos del estado nación donde distin-tos 
grupos sociales (clase, etnicidad y género) cons-tituyen 
sus identidades a través de la experiencia 
de formas mass-mediaticas en relación con las 
prácticas de la vida cotidiana. El público en este 
caso deja de tener una relación necesaria o prede-terminada 
con la política formal, acción comuni-cativa 
racional, capitalismo impreso o las diná-micas 
de emergencia de la burguesía letrada».23 
Estos autores definen la cultura pública como una 
«zona de debate cultural» donde los repertorios 
de la cultura nacional, la cultura de masa y la cul-tura 
folk son los recursos de tal interacción dis-cursiva, 
y cuya economía política se encuentra 
triangulada por la acción entre públicos diversos, 
las industrias culturales y el Estado. 
Desde tal perspectiva, lo público se configura 
a través de un arreglo de textos y experiencias de 
los que a la vez emergen contextos particulares, 
de tal modo que la «vida cotidiana entreteje de 
manera compleja las prácticas y experiencias do-mésticas 
e íntimas de los sujetos con los discur-sos, 
prácticas y eventos compartidas que provie-nen 
de la cultura pública».24 La reflexión en torno a 
la producción de lo público trasciende aquí la con-cepción 
espacializada de la esfera pública que ha 
predominado en la literatura,25 y recupera el sen-tido 
de Öffentlichkeit, que alude más exactamente a 
una condición o circunstancia que a un espacio 
delimitado y definido por estructuras propias y 
separadas de los dominios privados y domésti-cos, 
del cual se puede entrar y salir. 
El concepto de cultura pública borra las fronte-ras 
entre lo privado y lo público; admite otros len-guajes, 
corporales, visuales, escénicos, como for-mas 
de argumentación y reflexión discursiva para 
la creación de opinión, y propone un sujeto públi- 
20 Véase YÚDICE, George.Ob.cit. 
21 Véase ESPINOSA, Óscar. «El collage de las identidades. Una comunidad asháninka en internet». Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Estudios 
Visuales realizado en Lima por la Especialidad de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP, del 17-21 de agosto de 2005. CORREA, Norma. 
«Asháninka online: ¿nuevas tecnologías, nuevas identidades, nuevos liderazgos? Una aproximación antropológica a la relación de la comunidad indígena 
Marankiari Bajo con las tecnologías de la información y de la comunicación». Tesis de licenciatura. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2006. 
22 Véase APPADURAI, Arjun y Carol BRECKENRIDGE. «Introduction: Public Culture in India». En Carol Breckendrige (ed.). Consuming Modernity. Public 
Culture in a South Asian World. Nueva York: Mounton de Gruyter, 1995. 
23 APPADURAI, Arjun y Carol BRECKENRIDGE. Ob. cit., pp. 4-5. La traducción es nuestra. 
24 Ib., p. 13. 
25 Véase MAH, Harold. «Phantasies of the Public Sphere: Rethinking the Habermas of Historians». The Journal of Modern History, vol. 72, n.o 1, 2000. 
36 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
co siempre situado, tanto en términos de su lugar 
en la estructura social como con respecto a la pro-ducción, 
distribución y legitimación de formacio-nes 
discursivas, pero también en relación con los 
afectos implicados en su vínculo con distintas co-munidades 
de opinión (la familia, los amigos, el 
mundo laboral y profesional, el barrio, el grupo 
religioso, etcétera), y cuyas agendas y formas de 
acción discursiva dan lugar a complejas y a veces 
contradictorias formaciones de identidad. 
Tal perspectiva se encuentra alineada con una 
serie de estudios que se han ocupado en estudiar 
distintas formas de recepción, interpretación, 
apropiación y resignificación de contenidos tras-mitidos 
a través de una variedad de formas dis-cursivas 
que incluyen desde las académicas, las 
literarias, las visuales, las espectaculares y expe-rienciales, 
considerando al consumidor de estas, 
no como un lector, espectador o participante abs-tracto, 
es decir como un consumidor pasivo, sino 
como un actor. García Canclini,26 particularmen-te, 
han argumentado que el campo del consumo 
constituye en la coyuntura actual un campo de 
acción ciudadana fundamental. 
Es precisamente en el marco de la coyuntura 
culturalista que prácticas culturalmente específi-cas 
–no solamente las que caen bajo la clasifica-ción 
de géneros performativos del tipo que hemos 
descrito más arriba, sino también prácticas coti-dianas– 
pueden en contextos específicos adquirir 
eficacia política y constituirse en acciones públi-cas 
para la demanda de derechos culturales, eco-nómicos 
y políticos. Ejemplos de esto son acciones 
como lava la bandera, a través de la cual, una acción 
cotidiana se buscaba explicitar la necesidad de 
reflexionar y tomar posición con respecto al pro-blema 
de la corrupción; o como la campaña anti-minera 
en el caso de Tambogrande, donde parte 
de la campaña se organizó en torno a slogans que a 
través de la reivindicación de derechos culturales 
plantearon un debate acerca de dos modelos de 
desarrollo, uno basado en la economía agroexpor-tadora 
–específicamente de limón– y el otro basa-do 
en la explotación minera. 
En la línea de lo expuesto hasta aquí y en el 
contexto de la celebración de la multiculturalidad, 
sería necesario, por ejemplo, estudiar el boom de la 
música tropical, de la gastronomía, de la moda 
étnica, de las series de televisión que se ocupan de 
personajes de la cultura popular urbana, y la in-corporación 
de figuras del folclore en las propues-tas 
publicitarias y de marketing, con el fin de explo-rar 
los procesos y los términos de reconocimiento 
de la diversidad cultural que están en juego, las 
múltiples interpretaciones, apropiaciones y re-contextualizaciones 
de las que son objeto reperto-rios 
culturales específicos, así como la economía 
política que ordena la producción y distribución 
de la cultura. Es central comprender con respecto 
a casos específicos y adecuadamente contextua-lizados, 
cómo se entrelazan política, mercado y 
cultura, de modo que se puedan diseñar políticas 
culturales adecuadas que instrumentalicen las 
posibilidades que ofrece el mercado, al mismo 
tiempo que evite la incorporación de la diversi-dad 
cultural en términos puramente mercantiles. 
26 Véase GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización. México D F.: Grijalbo, 1995. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 37
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
5. REFLEXIONES FINALES 
Para finalizar quiero enumerar algunos puntos 
conclusivos con respecto al tema más general de 
los derechos culturales y la esfera pública, así 
como al tema más específico de la memoria. 
– Con respecto a los derechos culturales es im-portante 
señalar que el reclamo por el derecho 
a la diferencia no implica solo un asunto de 
representación, sino que debe estar centrado 
en garantizar a cada grupo la producción y 
gestión de su diferencia; en otras palabras, se 
trata de garantizar la participación. 
– Propongo una mirada menos idealizada de la 
esfera pública, lo cual obliga a considerar que 
su espectacularización y mercantilización no 
necesariamente implica su debilitamiento, 
sino eventualmente su ampliación a una di-versidad 
de formas culturales de deliberación 
y de generación de opinión, así como su aco-modo 
a condiciones económicas y tecnológi-cas 
especificas que determinan la producción 
y distribución de las interacciones discursi-vas 
en la actualidad. 
– Considero que la agenda democrática no se 
debe limitar a introducir temas y agentes nue-vos, 
sino que debe estar dirigida al diseño de 
políticas culturales que promuevan la inclu-sión 
como una práctica y experiencia de la vida 
cotidiana. La idea es intervenir en la configu-ración 
de una cultura pública –y esto implica 
intervenir sobre las condiciones y recursos de 
producción y distribución de los repertorios 
que la integran– de modo que cada individuo 
y colectividad se encuentre en la capacidad de 
poner en acción su identidad ciudadana, lo-cal, 
de género, étnica, religiosa o generacional, 
de manera continua y consistente, y en diálo-go 
con los marcos discursivos y prácticos que 
rigen el orden instituido, de modo que pueda 
participar en la generación de nuevos contex-tos 
y significados, así como en su reencauza-miento 
hacia la consolidación democrática. 
Una verdadera democratización de la política 
implica crear las condiciones para que el ejer-cicio 
político se realice de manera cotidiana, 
de modo que el poder no esté únicamente en 
manos de los políticos ni en el campo exclusi-vo 
de la política. 
– Por último, y en la línea de lo que he argumen-tado 
líneas arriba, la memoria es un proceso 
en curso y, por lo tanto, debe entenderse como 
una verdad culturalmente específica y contex-tualmente 
constituida. En tal sentido, el mu-seo 
de la memoria debe ser pensado más allá 
de una edificación levantada en Lima y de un 
concepto museográfico acorde con las más ac-tuales 
tendencias. Este debe concebirse más 
bien como una oportunidad para poner en 
acción las memorias sobre los años de violen-cia 
de manera descentralizada e inclusiva. Tal 
posibilidad requiere, por ejemplo, realizar un 
registro de las diversas formas culturalmente 
determinadas de lidiar con el dolor y el miedo 
que están en curso, así como de una reflexión 
crítica de los alcances y límites de estas en 
contextos sociales específicos, de modo que 
se pueda diseñar una estrategia inclusiva y 
que garantice la viabilidad y replicabilidad 
de aquellas experiencias que están dando re-sultados 
efectivos. 
38 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
O b s e r v a t o r i o i n t e r n a c i o n a l 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 39
ENSAYOS Y ANÁLISIS 
40 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
Víctimas y vengadores 
LA PAZ EN COLOMBIA: MÁS ALLÁ 
DE VENCEDORES Y VENCIDOS 
HERNANDO LLANO* 
El que vence engendra odio, el que es 
vencido sufre; con serenidad y alegría se 
vive si se superan victoria y derrota. 
RAIMON PANIKKAR. Paz y desarme y cultural, 
Dhamapada XV, 5 (201). 
1. PRESENTACIÓN 
Estas reflexiones sobre la paz en Colombia van en 
contravía de la realidad y la dinámica política que 
prevalece en la actualidad frente a la caracteriza-ción 
del conflicto, su tratamiento y eventual reso-lución. 
Por lo tanto, tienen un propósito más 
heurístico que propositivo y postulan de entrada 
que en la presente coyuntura no se divisa un hori-zonte 
de paz política para Colombia, pues ella está 
descartada en los cálculos estratégicos del gobier-no 
presidido por Álvaro Uribe Vélez y los co-mandantes 
guerrilleros de las Fuerzas Armadas 
Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército 
de Liberación Nacional (ELN). 
En efecto, ambas partes están enfrentadas en 
un pulso a muerte por la derrota militar de su 
contrario o la imposición de una pax romana que 
dicte e imponga al adversario las condiciones de 
su rendición o eventual reinserción a la vida polí-tica 
institucional, sin tener en cuenta los costos 
que ello implique para el conjunto de la sociedad 
colombiana y sus futuras generaciones. Costos que 
de por sí ya constituyen un pesado fardo de vícti-mas, 
imposible de negar y mucho menos olvidar, 
en tanto ellas mismas son la memoria y el doloro-so 
legado de un pasado que se pretende superar 
mediante la aplicación de la controvertida ley 975, 
oficialmente denominada de Justicia y Paz, o la 
invocación recurrente a una reconciliación idílica 
sin verdad ni reparación para las víctimas. 
Justamente, en desarrollo de la citada ley se 
constituyó el Grupo de Memoria Histórica de la 
Comisión de Reparación y Reconciliación Nacio-nal 
que, desde 1982 hasta el 2007, ha documenta-do 
14.660 colombianos asesinados mediante la eje-cución 
de 2.505 masacres. No obstante el rigor con 
* Agradezco a la politóloga Alejandra Vargas Madrid por su valiosa colaboración en la investigación y sistematización de la información para este artículo. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 41
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
que el Grupo de Memoria Histórica ha adelantado 
su trabajo, está en discusión la precisión de esta 
estadística del terror,1 cuya magnitud es materia 
propia del conflicto, pues la degradación de todos 
los victimarios dificulta en muchos casos la iden-tidad 
y contabilidad de las víctimas. 
Uno de los aspectos más dramático y evasivo 
en su aprehensión y delimitación es el relaciona-do 
con las desapariciones forzadas y la respon-sabilidad 
de sus ejecutores, pues este crimen so-brepasa 
el límite del terror de las masacres y la 
sevicia de las ejecuciones públicas, en tanto las 
víctimas son desvanecidas en el limbo de la 
muerte y sus familiares condenados a una an-gustia 
eterna al serles negada la certeza del duelo 
que proporciona la ceremonia final de su inhuma-ción. 
De allí la enorme importancia de la recien-te 
entrega de 112 restos de personas desapare-cidas, 
como resultado de las investigaciones de 
la Unidad Nacional para la Justicia y la Paz de la 
Fiscalía General de la Nación, completando así 
86 jornadas de exhumación para un total de 503 
restos óseos devueltos a los familiares de las víc-timas. 
De estos últimos 112 restos, 104 pertenecían a 
hombres y 8 a mujeres, y fueron hallados entre 
febrero de 2007 y diciembre de 2008 en los depar-tamentos 
de Antioquia, Córdoba y Magdalena. De 
los cerca de 2.000 restos correspondientes a per-sonas 
denunciadas como desaparecidas, la Uni-dad 
de la Fiscalía ha identificado 1.930, la inmen-sa 
mayoría pertenecientes a campesinos pobres. 
Por ello, el fiscal general, Mario Iguarán Arana, ha 
dicho en la ceremonia de entrega de los restos de 
las víctimas a sus familiares: «el conflicto armado 
en Colombia provocó un genocidio que “toca acep-tarlo 
y decirlo” y que las víctimas fueron campe-sinos 
pobres y marginados».2 
Pero más allá de la precisión de dichas cifras 
macabras, que pretenden afirmar la superioridad 
militar incontestable de una de las partes, se en-cuentra 
una realidad de tal raigambre histórica, 
complejidad socioeconómica y densidad política 
que no es posible ignorar, como es justamente la 
definición y caracterización del conflicto. Por ello 
es imprescindible comenzar reconociendo la ma-yor 
paradoja de este, que estriba precisamente 
en la negación política de su existencia por parte 
del presidente Uribe3 y la imposibilidad de su 
cabal caracterización en el ámbito académico,4 
como una de las claves para comprender su ac-tual 
degradación. 
1 «Según los cálculos del Sistema Georreferenciado del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), entre los años 1990 y 2000, los asesinatos 
de personas civiles relacionados con el conflicto armado llegaron a 26.985 mientras que los muertos en acciones bélicas propiamente tales fueron sólo 
12.887». Véase GONZÁLEZ, Fernán, S. J en: «Conflicto violento en Colombia: una perspectiva de largo plazo». 
2 <eltiempo.com/caribe>, sábado 28 de marzo de 2009. 
3 El presidente Uribe sostiene reiteradamente en sus discursos que en «Colombia no hay un conflicto armado sino una amenaza terrorista contra una 
democracia profunda». 
4 El Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, publicó en el 2006 un libro dedicado 
al conflicto colombiano, con la participación de los más reconocidos investigadores sociales de este, bajo el significativo título de Nuestra guerra sin 
nombre. Bogotá: Norma, 2006. 
42 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
2. CARÁCTER DEL CONFLICTO 
Y SUS PRINCIPALES ACTORES 
Esta encrucijada de destinos ha 
forjado una patria densa e indescifrable 
donde lo inverosímil es la única medida 
de la realidad.5 
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ 
Dicha encrucijada –a la que alude García Márquez 
en su célebre prólogo del informe Colombia al filo de 
la oportunidad– permite comprender el carácter del 
conflicto colombiano, que es tanto de raigambre 
histórica como de acelerada degradación coyun-tural. 
Histórica, puesto que el conflicto se ha veni-do 
amalgamando como una especie de síntesis 
inextricable de la violencia con la política, propia 
de un mundo rural premoderno, con la tecnología 
de punta de una economía capitalista y el hedo-nismo 
individualista de la posmodernidad, me-diante 
las más inverosímiles ramificaciones del 
narcotráfico en todos los ámbitos de la economía 
nacional y global. 
Y un conflicto con una acelerada degradación 
coyuntural, en tanto la institucionalidad estatal 
hoy se debate en la encrucijada formada por la 
simbiosis de la política con el crimen, como cada 
día lo revela la Sala Penal de la Corte Suprema de 
Justicia al investigar un número creciente de con-gresistas, 
6 en su mayoría pertenecientes a la coa-lición 
gubernamental uribista, por sus relaciones 
con las desmovilizadas Autodefensas Unidas de 
Colombia (AUC). Las AUC conformaron una temible 
confederación de grupos paramilitares de extre-ma 
derecha en virtud de la coincidencia estra-tégica 
de los intereses de grandes hacendados, 
empresas multinacionales (Chiquita Brands) y 
narcotraficantes en su lucha contra las extorsio-nes, 
secuestros y asesinatos de grupos guerrille-ros 
como las FARC y el ELN, transados a su vez en 
una violenta disputa con la fuerza pública en su 
intento por reducir, mediante el Plan Colombia, la 
expoliación y el control del territorio por la eco-nomía 
ilegal del narcotráfico, convertido así en 
una fuente ilimitada para la financiación de la 
guerra. 
Pero detrás de esta amalgama de procesos, 
circunstancias y multiplicidad de actores, está 
la trama de los conflictos políticos, sociales y 
económicos sin resolver que comprometen la 
construcción del Estado en todo el territorio de 
la nación, claramente puesto de presente por el 
ex presidente Andrés Pastrana Arango en su 
discurso de posesión presidencial el 7 de agosto 
de 1998 en los siguientes términos: 
La primera cuestión es de identidad. ¿Qué 
es Colombia y que queremos que sea? His-tóricamente 
la Nación buscaba su identidad 
en una homogeneidad excluyente, que des-preciaba 
la diversidad o la anulaba. Una 
patria exigía una religión, una lengua, inclu- 
5 GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. «Por un país al alcance de los niños». Prólogo a Colombia al filo de la oportunidad. Bogotá: Presidencia de la República, 
Consejería para el Desarrollo Social, 1995. 
6 En total, se han iniciado investigaciones contra 77 congresistas en ejercicio y 22 ex congresistas. <http://www.nuevoarcoiris.org.co/sac/files/oca/anali-sis/ 
radiografia_parapolitica_legislativa_febrero_2009.pdf>. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 43
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
so una etnia dominante. Desde posiciones 
dictatoriales o desde pactos republicanos se 
iban imponiendo estas condiciones de iden-tidad 
durante tiempo indefinido para confi-gurar 
otros sistemas de poder. La evolución 
posterior, en particular la actual, demues-tra 
que los excluidos de cualquier tipo recla-man 
con gran violencia el reconocimiento 
de su existencia y de su derecho a partici-par. 
La gracia es que la identidad de la Nue-va 
Colombia, que encare los desafíos del 
siglo XXI y se ofrezca a las nuevas genera-ciones, 
tiene que ser incluyente de la diver-sidad 
colombiana, y no excluyente, como ha 
sido hasta ahora para una parte importante 
de los colombianos. Mantener la unidad de 
la Nación tiene que estar en el origen y fina-lidad 
de esta determinación histórica en fa-vor 
de la paz. 
Basado en esta esclarecedora proclama por la 
identidad y la unidad de Colombia, Pastrana em-prendió 
un nuevo proceso de paz con las FARC que 
fracaso estruendosamente al subordinar ambas 
partes esa incipiente dinámica de negociación po-lítica 
a los avatares de una acumulación estraté-gica 
de fuerza militar con la intención de llevar a 
la contraparte a la mesa de negociación en los tér-minos 
impuestos por el más fuerte. 
Pastrana lo hizo con éxito a través del llama-do 
Plan Colombia que permitió un fortalecimien-to 
militar y tecnológico de la fuerza pública, vigo-rosamente 
respaldado por los Estados Unidos, sin 
subestimar el apoyo del crecimiento exponencial 
de las AUC y su atroz secuela de masacres contra la 
población campesina en zonas de presencia y con-trol 
de las FARC (entre 1999 y 2002, período del fallido 
proceso de paz, las AUC cometieron nacionalmente 
alrededor de 4.958 asesinatos y 971 desapariciones 
forzadas, según el Banco de Datos del CINEP). 
Por su parte, las FARC continuaron sus accio-nes 
de hostigamiento contra la fuerza pública por 
fuera de la zona de distensión y cometieron graves 
infracciones al derecho internacional humanitario, 
mediante asesinatos y secuestros de civiles, que 
después de los atentados del 11 de septiembre de 
2001 las condujo a ser catalogadas como grupo 
terrorista. El único resultado tangible de esta tra-gicomedia 
de la paz fue la «Agenda común por el 
cambio hacia una nueva Colombia», que contiene 
en 12 puntos el temario que debería empezarse a 
negociar para alcanzar la paz política en Colom-bia, 
pero que jamás fue abordado por la nueva iden-tidad 
como grupo terrorista de las FARC. 
Es en este contexto que el presidente Pastrana 
pone fin a la zona de distensión y prepara así las 
condiciones para el triunfo presidencial de Álva-ro 
Uribe Vélez, catapultado por las acciones de 
las FARC contra la población civil al pedestal de un 
hombre providencial, pues ofrecía al electorado 
seguridad y lucha contra la corrupción y la politi-quería. 
En efecto, Uribe gana en primera vuelta la 
presidencia de la República y obtiene un amplio 
respaldo en su lucha contra las FARC, ya tratadas 
como agrupación terrorista. 
A partir del 2002, el esfuerzo gubernamental 
será puesto en la política de «seguridad democrá-tica 
», cuyo principal objetivo es doblegar militar-mente 
a las FARC, sin reconocerle ninguna capaci-dad 
de interlocución política, como bien lo expresa 
44 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
el punto 41 del «Manifiesto Democrático»7 en los 
siguientes términos: «La agenda temática de la 
democracia no se debe negociar bajo la presión de 
los fusiles, pero a quienes los portan se debe ofre-cer 
condiciones para que los abandonen y hagan 
valer sus ideas en los escenarios de la democra-cia 
». Es decir, se descarta de entrada un proceso 
de negociación sin previo «abandono del terroris-mo 
y cese de hostilidades» y se ofrece para «el 
desarme y la desmovilización todo el plazo que se 
requiera». Esta oferta es rechazada de plano por 
las FARC, pero es acogida por las AUC, con quienes se 
diseña la ley 975 del 2005, que conduce a su des-movilización 
y sometimiento judicial a esta. 
Así las cosas, desde el 2002 hasta la fecha, Co-lombia 
está viviendo una auténtica coyuntura 
histórica de revelación, que está develando la ver-dadera 
matriz del sistema político: la simbiosis 
entre la política y el crimen. Esta simbiosis se en-cuentra 
incluso en el origen del actual orden cons-titucional 
y se ha convertido en el hilo conductor 
de sus principales transformaciones y crisis. Así, 
como hace dieciocho años, la Asamblea Nacional 
Constituyente fue catalizada por la violencia mag-nicida 
y terrorista de Pablo Escobar, hoy se asiste 
a la consolidación de un proyecto político hege-mónico 
que, bajo el espejismo de la «seguridad 
democrática» y como respuesta al miedo ciuda-dano, 
ha sido capaz de capitalizar los resultados 
de la lucha contrainsurgente de las AUC y la defen-sa 
cerrada del statu quo, todo ello en nombre de la 
guerra contra el terrorismo. 
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
No solo se trata de una alianza entre el plomo 
y la plata, sino también de un sincretismo 
ideológico y cultural entre un pasado anacrónico, 
provincial, neofeudal y violento (cuya mejor 
expresión son las AUC) con la tecnocracia del 
PowerPoint, internet y la formación académica 
internacional, bien reflejada en la personalidad 
ultramontana y también ultramoderna del 
presidente Uribe, rodeado de jóvenes tecnócratas 
y asesores que añoran el regreso de esa autoridad 
patriarcal providente, protectora e infalible que 
encarnaban los abuelos y viejos «paisas».8 
Para ejemplificar esta alianza neoconservado-ra, 
basta citar un par de testimonios de quien es 
considerado el máximo estratega de las autode-fensas, 
José Vicente Castaño, en entrevista conce-dida 
a la revista Semana en el 2005: 
La seguridad democrática funcionó y se nos 
ha terminado la razón de existir. Las auto-defensas 
nacieron porque el Estado no po-día 
defendernos pero en este momento el 
Estado está en capacidad de defender a los 
ciudadanos.9 
Y en cuanto a la forma como se ha venido con-solidando 
esa nueva alianza en territorios ubé-rrimos, 
declaró: 
En Urabá tenemos cultivo de palma. Yo mis-mo 
conseguí los empresarios para invertir 
en esos proyectos que son duraderos y pro- 
7 El «Manifiesto Democrático» contiene en 100 puntos el programa de gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez. 
8 Regionalismo del gentilicio de los antioqueños y su capital Medellín. 
9 Revista Semana, n.o 1205, junio, 2005, p. 32. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 45
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
ductivos. La idea es llevar a los ricos a in-vertir 
en ese tipo de proyectos en diferen-tes 
zonas del país. Al llevar a los ricos a esas 
zonas llegan las instituciones del Estado. 
Desafortunadamente las instituciones del 
Estado sólo le caminan a esas cosas cuando 
están los ricos. Hay que llevar ricos a todas 
las regiones del país y esa es una de las mi-siones 
que tienen todos los comandantes.10 
Es este común denominador de la violencia en 
el ejercicio de la dominación y la gobernabilidad 
lo que precisamente confiere a todos los actores 
una identidad mutante. Identidad mutante, pues-to 
que integran en su estrategia y acciones la vio-lencia 
criminal con el poder estatal (en el caso de 
las AUC), los recursos ilegales con los legales (espe-cialmente 
el narcotráfico) y el crimen con la polí-tica 
(en el caso de la guerrilla). De allí la ambigüe-dad 
de la política gubernamental frente a las AUC, 
tratándolos; primero, como actores delincuencia-les 
comunes y; luego, graduándoles como delin-cuentes 
políticos, justamente para cooptarlos 
gracias al éxito de la política de «seguridad de-mocrática 
». 
Por todo lo anterior, nada hay más urgente en 
la Colombia de hoy que propugnar por el rescate 
de la política desde una perspectiva ciudadana, 
ajena por completo a la obcecación de los venga-dores, 
solo obsesionados con la derrota y la humi-llación 
de su enemigo, así utilicen como coartadas 
la «seguridad democrática» (gubernamental), la 
«revolución social» (insurgencia) o la «refunda-ción 
de la patria» (paramilitarismo). 
Es decir, una política democrática que supere 
el falso dilema de la existencia inevitable de ven-cedores 
y vencidos, y lo reemplace por el de ciu-dadanos 
responsables que rotundamente repudian 
cualquier actor que despliega la violencia contra 
civiles como título de legitimidad o estrategia de 
gobernabilidad, independientemente de los argu-mentos 
que esgrima para su ejercicio. 
3. EL PODER DE LA AUTONOMÍA CIVIL FRENTE 
A LA REVANCHA DE LOS VENGADORES 
Una perspectiva profundamente civilista, situa-da 
más allá de todo cálculo estratégico, bien sea 
que este se despliegue en la arena electoral para 
vencer a un adversario en las urnas o en el campo 
de batalla para derrotar a un enemigo en la guerra. 
Esta apuesta parte de una concepción de la ciuda-danía 
en clave republicana, pues considera que solo 
merecerá el título de ciudadano y ciudadana11 quien 
sea capaz de construir con otros, diferentes a él, no 
tanto por su alteridad existencial sino sobre todo 
por su pluralidad de identidades, un orden políti-co 
y social que respeta y promueve la dignidad 
humana mediante relaciones sociales estimuladas 
por la deliberación, el debate y la cooperación, en 
un horizonte normativo agonal que excluye la vio-lencia 
como fuente o instrumento capaz de forjar 
legitimidad política. 
10 Ib., p. 34. 
11 Esta concepción ha sido planteada por Bernardo Toro en su texto Principios de la democracia. 
46 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
Dicha ciudadanía es aquella capaz de forjar 
una práctica del poder político cuya matriz gene-radora 
se encuentra en la civilidad de la palabra, 
el debate público y la concertación autónoma de 
la acción social, como lúcidamente lo definiera 
Hannah Arendt en su libro La condición humana, en 
los siguientes términos: 
El poder sólo es realidad donde palabra y 
acto no se han separado, donde las pala-bras 
no están vacías y los hechos no son 
brutales, donde las palabras no se emplean 
para velar intenciones sino para descubrir 
realidades, y los hechos no se usan para 
violar y destruir sino para establecer rela-ciones 
y crear nuevas realidades.12 
Porque es justamente cuando se da este divor-cio 
entre la palabra y la acción que surge el espacio 
para la aparición de las víctimas, condenadas al 
silencio del miedo y los gritos de espanto y dolor 
como preámbulos de su muerte o desaparición 
forzada por la acción devastadora y arrasadora 
de los actos violentos de sus verdugos, que han 
sustituido las palabras por proyectiles y los ar-gumentos 
por golpes. 
Tal es el escenario que predomina en Colom-bia 
desde hace más de medio siglo, con el agra-vante 
de que las palabras y el discurso han servi-do 
como coartada para el ejercicio de la violencia 
por parte de todos los actores, hasta llegar hoy al 
paradójico extremo de pretender negar mediante 
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
la palabra y las leyes la existencia de la misma 
violencia, como sucede con la postura oficial del 
presidente Uribe al no reconocer el conflicto ar-mado 
interno en Colombia, para así soslayar la-dinamente 
la plena aplicación de los principios y 
normas del derecho internacional humanitario, 
cuyo fin primordial es evitar o aminorar al máxi-mo 
el sufrimiento de las víctimas. 
Por su obstinación en desconocerlo, es que 
cada día el conflicto se degrada más y aumenta el 
número de víctimas civiles, al punto que hoy Co-lombia 
tiene un promedio de dos personas despe-dazadas 
por las minas «quiebrapatas»; la mayor 
población desplazada en el continente americano, 
con más de 3 millones de personas y el año pasado 
alcanzó el ignominioso récord del mayor número 
de sindicalistas asesinados, con 39 víctimas. 
De allí la importancia de ese principio funda-cional 
sobre el cual descansa todo el edificio hu-manitario, 
como es la distinción meridiana entre 
población civil y combatiente, que la denomina-da 
política de «seguridad democrática» se niega 
a reconocer en la práctica mediante el impulso 
de estrategias como la red de civiles cooperantes 
con la fuerza pública y el pago de cuantiosas re-compensas 
por informaciones que conduzcan a 
la captura, desarticulación, descuartizamiento o 
muerte de terroristas. Los resultados saltan a la 
vista, aunque se trate de banalizarlos con eufe-mismos 
como los llamados falsos positivos en 
lugar de llamarlos por su nombre: asesinatos o 
ejecuciones sumarias. 
12 ARENDT, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 1993, p. 223. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 47
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
4. VICTIMIZACIÓN RECÍPROCA U HORIZONTAL 
No obstante lo grave de tan alto número de víctimas, 
derivadas en gran parte por la aplicación exitosa de 
la «seguridad democrática», hay que reconocer que 
el número es tan escandaloso y escabroso en 
Colombia porque las víctimas del pasado suelen 
convertirse en los victimarios del presente, a tal 
extremo que sus identidades y roles se intercam-bian, 
pues cada actor violento se reconoce ante todo 
como víctima y casi nunca como victimario. Razón 
tenía Simone Weil, en su libro La verdad y la Gracia, 
cuando señaló: 
La ilusión constante de la revolución consis-te 
en creer que las víctimas de la fuerza, por 
ser inocentes de las violencias que se pro-ducen, 
si se pone en las manos su fuerza la 
manejarán con justicia. Pero –salvo las al-mas 
que están muy próximas a la santidad– 
las víctimas están manchadas por la fuerza 
de los verdugos. 
El mal que está en la empuñadora de la es-pada 
se transmite por la punta. Y las vícti-mas, 
así colocadas en la cumbre y embria-gadas 
por el cambio, hacen tanto mal o aún 
más y luego vuelven a caer rápidamente. 
Tal podría ser la parábola trágica de la guerri-lla 
colombiana, especialmente de las FARC, cuando 
hoy se ensaña cruelmente contra miembros de la 
comunidad indígena AWÁ, o cuando pretende hacer 
del secuestro prolongado de civiles y miembros de 
la fuerza pública, cautivos en condiciones más de-gradantes 
que las de la cárcel de Guantánamo, una 
supuesta táctica de lucha revolucionaria. 
De esta forma, se ha venido configurando en 
Colombia lo que el investigador Iván Orozco Abad 
en su libro Sobre los límites de la conciencia humanitaria: 
dilemas de la paz y la justicia en América Latina, denomina 
acertadamente «la victimización horizontal 
bidireccional» para referirse a aquellos procesos 
donde dos o más partes de un conflicto armado se 
victimizan recíprocamente bajo condiciones 
carentes de claridad en lo relacionado con la 
justicia, no solo desde el punto de vista del ius in 
bello, sino también del ius ad bellum. 
Derecho a la guerra que ambas o todas las 
partes tratan de legitimar y justificar ante la 
sociedad, en unos casos por la intolerable 
presencia de un Estado protector de aberrantes 
privilegios sociales («en Colombia el 10% más rico 
de la población concentra el 46,5% de los ingresos 
del país, al mismo tiempo dicho ingreso es tres 
veces superior al obtenido por el segundo 10% de 
las personas catalogadas como ricas, con lo que se 
concluye que un estruendoso 62,3% del ingreso 
está en manos del 20% de la población colombia-na 
») Y en otros casos, por la ausencia o ineficacia 
del Estado para garantizar la vida y la libertad de 
ese 20% de la población, que es víctima frecuente 
de extorsiones y secuestros, al punto de situar a 
Colombia en el deshonroso primer puesto del 
mundo con civiles secuestrados. 
Semejante panorama de injusticias e iniqui-dades 
es lo que ha venido retroalimentado esa 
simbiosis perversa entre el crimen y la política, 
que como bien lo dejara planteado Albert 
Camus en su controvertido ensayo El hombre 
rebelde, hoy sirve perfectamente para com-prender 
la encrucijada histórica que vive Co-lombia: 
48 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
[…] A partir del momento en que por falta 
de carácter corre uno a darse una doctrina, 
desde el instante en que se razona el cri-men, 
éste prolifera como la misma razón, 
toma todas las figuras del silogismo. Era 
solitario como el grito; helo ahí universal 
como la ciencia. Ayer juzgado, hoy legisla. 
En efecto, hoy en Colombia no solo legisla, sino 
que incluso gobierna esa simbiosis entre el cri-men 
y la política, como lo ponen cada día de pre-sente 
una serie de escándalos e investigaciones 
macabras, como la de los llamados «falsos posi-tivos 
» y ahora las ilegales interceptaciones te-lefónicas 
del Departamento Administrativo de 
Seguridad (DAS), adscrito directamente a la 
Presidencia de la República, en gran parte reali-zadas 
a magistrados de la Corte Suprema de Jus-ticia 
que investigan numerosos políticos de la 
coalición de gobierno relacionados con el para-militarismo 
y las Autodefensas Unidas de Co-lombia 
y a periodistas que han venido desentra-ñando 
tan macabra maraña, como es el caso de 
Hollman Morris y sus investigaciones sobre los 
asesinatos de líderes de la Comunidad de Paz de 
San José de Apartado. 
Para comprender la forma como se ha tejido 
la urdimbre de esa trama de gobernabilidad e 
impunidad, es pertinente recordar la declaración 
del ex comandante de las AUC, Salvatore Mancuso, 
en el noticiero de televisión de la Radio Cadena 
Nacional (RCN), donde relató la reunión sostenida 
con el senador Mario Uribe en el 2002 para pro-mover 
una estrategia de paz con el Gobierno cen-tral. 
Una semana después el presidente Uribe or-denó 
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
la extradición de Mancuso a Estados Unidos 
para que fuera juzgado por narcotraficante, y no 
continuara desenredando esa madeja de la alian-za 
estratégica del crimen con la política en que se 
ha convertido la gobernabilidad de Colombia. 
Según la anterior declaración, Mancuso con-tactó 
al senador Mario Uribe, primo segundo del 
presidente Álvaro Uribe, para iniciar los trámites 
de la que posteriormente se conocería como la ley 
de Justicia y Paz. Una ley que no es de justicia y 
tampoco de paz, producto de una compleja y difí-cil 
negociación entre los cabecillas de las AUC y el 
Ejecutivo, que ha terminado por dejar insatisfe-chas 
a todas las partes, pero especialmente a las 
víctimas, en la medida en que no cumple con los 
tres criterios universalmente reconocidos de ver-dad, 
justicia y reparación. 
Hoy la verdad está casi totalmente extradita-da, 
pues 14 de los máximos cabecillas de las AUC 
fueron enviados a los Estados Unidos, donde son 
procesados por narcotráfico y no por sus críme-nes 
de lesa humanidad. Así se escamotea el cono-cimiento 
de quienes, desde sus posiciones de pri-vilegio 
económico y social o de responsabilidad 
gubernamental, auspiciaron económicamente o 
fomentaron por omisión de sus deberes oficiales 
el crecimiento del paramilitarismo y su desenfre-nada 
acción criminal. 
Mucho menos hay justicia, pues además de la 
benignidad de las penas, que oscilan entre cinco y 
ocho años de cárcel, para crímenes de lesa huma-nidad, 
el mismo presidente Uribe se enfrentó a las 
altas Cortes cuando estas dejaron sin fundamen-to 
y aplicación legal la tipificación del delito polí-tico 
de sedición a quienes hubiesen cometido tales 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 49
OBSERVATORIO INTERNACIONAL 
crímenes, desafiando así el consejo del presidente 
sobre el alcance de la ley 975 de 2005 de buscar: 
«tanta justicia como fuere posible, y tanta impu-nidad 
como fuera necesaria». Por último, sin ver-dad 
y sin justicia nunca habrá reparación, por 
cuantiosa que sea la indemnización económica a 
favor de los sobrevivientes de la víctima. 
Por todo lo anterior, es que no cabe hablar de 
una justicia transicional en Colombia, sino más 
bien de una justicia transaccional. Una justicia 
que transa penas benignas a favor de criminales 
de lesa humanidad, con el propósito central de 
simular justicia, pretendiendo así evadir una fu-tura 
intervención de la Corte Penal Internacional, 
que todo parece indicar se dará inevitablemente 
al cabo de los años, pues ninguna realidad judi-cial 
y mucho menos política puede soportar tan 
elevados niveles de impunidad e ilegitimidad. 
De allí que sea un disparate total comparar el 
proceso actual de la mal llamada ley de Justicia y 
Paz con lo sucedido en Sudáfrica, donde la recon-ciliación 
eliminó el apartheid, fuente de discrimina-ción 
y victimización de la mayoría de la pobla-ción 
negra, reconociéndole así sus plenos derechos 
y el poder de gobernar. En Colombia está suce-diendo 
todo lo contrario, pues bajo la ley 975 –que 
no puede denominarse de «justicia y paz»– esta-mos 
asistiendo a un tratamiento benevolente 
dado a criminales privilegiados para afianzar aún 
más un régimen económico y social al servicio de 
privilegios criminales que requieren para su de-fensa 
y sostenimiento incluso de la legitimación 
política del crimen. En palabras concluyentes de 
Iván Orozco Abad, se trataría de la «legalización 
de una brutal contrarrevolución narcoconser-vadora. 
Ironía de la historia»,13 pues esta fue pro-piciada 
y afianzada por los excesos y el desco-nocimiento 
flagrante del derecho internacional 
humanitario por parte de quienes pretendieron 
hacer la revolución en Colombia. 
13 Entrevista a Iván Orozco Abad realizada por la periodista Juanita León, publicada por <semana.com>. 
50 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
P o r t a f o l i o g r á f i c o 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 51
SI NO VUELVO, BÚSQUENME EN PUTIS 
Un encuentro casual con José Pablo Baraybar, fun-dador 
y director del EPAF (Equipo Peruano de An-tropología 
Forense) determinó mi colaboración 
como fotógrafo en el viaje a Putis. Los miembros 
del EPAF, impulsados por un profundo sentido de 
justicia, solidaridad y verdad, les devuelven a los 
deudos de los lugares más olvidados del país la 
posibilidad de recuperar a sus muertos y realizar, 
por fin, una ceremonia del adiós. 
Viajar a Ayacucho en esta oportunidad simbo-lizaba 
el retorno a los orígenes del conflicto y, en lo 
personal, la posibilidad de realizar una ofrenda. 
El 2 de septiembre de 2008, a las 5:00 horas, en 
San José de Santillana, despertamos viendo la cruz 
del sur que nos acompañó durante la noche. To-mamos 
un desayuno muy ligero y emprendemos 
la ruta en la combi asignada. El camino de tierra y 
piedras, afirmado y de una sola vía, nos conduce 
hasta el destino final del viaje, el poblado despo-blado 
de Putis. 
En la combi nos encontramos José Pablo Bara-ybar, 
director del EPAF; Franco Mora, asistente fo-rense; 
Telésforo Huashuayo, asistente y encuesta-dor; 
el chofer huamanguino y su novia selvática 
de 16 años; y quien suscribe este texto. 
La ruta de cinco horas nos muestra un paisaje 
serrano deslumbrante. Poblados rurales con es-tablos 
vacíos, rodeados por bosques de piedras e 
DOMINGO GIRIBALDI 
infinitas curvas de llanuras y praderas desiertas 
de ganados. Decenas de escolares bajan corrien-do, 
desaliñados y apurados por llegar a la escuela 
ubicada a más de dos horas a pie. 
En el trayecto, solo pienso que debo afinar mis 
sentidos y aprovechar la única hora que me dan 
para realizar los retratos de este pueblo víctima 
de la guerra. 
Al final de la ruta, desde el mirador de Putis y 
con un paisaje semejante al mapa del Perú, me 
narran la historia completa de la matanza. Con-mocionados, 
vamos entrando en el corazón del 
pueblo, todo el tiempo tengo la sensación de estar 
acompañado pero no solo por los compañeros del 
equipo. 
Nunca antes tuve tanta conciencia de lo que 
significa la labor de un fotógrafo documental. Ha-cer 
un registro imparcial resulta difícil en momen-tos 
como este. Mi intención es registrar el vacío, el 
dolor, el duelo y el silencio pero también el reen-cuentro, 
la reconciliación, la esperanza y el espíri-tu 
inquebrantable. A medida que avanzo por este 
pueblo casi fantasmal, mil y una historias desfi-lan 
por cada escena que registro: los amaneceres, 
las familias, las jornadas de trabajo, el final del 
día. Una neblina espesa comienza a esconder Pu-tis, 
todavía me falta el encuentro con los deudos. 
El viaje recién ha comenzado.
Compañeros de viaje. De izquierda a derecha: Telésforo 
Huayshuayo Ramos, colaborador de EPAF y músico de afición; José 
Pablo Baraybar, director de EPAF; y Franco Mora, colaborador de 
EPAF y estudiante de Antropología en la Universidad Católica. 
Telésforo escribió un huayno esa misma tarde. 
Si no vuelvo, búsquenme en Putis 
Me estoy yendo al pueblo de Putis, para ver a mis hermanos y 
hermanas. Regresaré, ¿como será? volveré, ¿cómo será? Todavía no 
lo sé. Todavía no lo presiento. / Si ya no regreso, si ya no vuelvo, 
búscame en el pueblo de Putis. Búscame debajo de la flor de cantuta, 
tras el campanario, tras de la iglesia. / Si ya no me encuentras, si ya 
no me encuentras, abre el corazón de la tierra, búscame debajo de la 
tierra. / Hermano mío no me vayas a olvidar, hermano y hermana 
nunca me olviden. En el fondo de tu corazón siempre me vas a 
guardar, estés donde estés guárdame en tu memoria. 
Amanecer serrano, en medio del bosque de piedras, camino a Putis. 
El frío protege esas piedras gigantes y el sol se vuelve invisible.
Desde el cerro de bajada a Putis, las pistas y los cerros delinean 
una especie de mapa del Perú. Putis es el Perú. Este pueblo es el 
gran ejemplo de lo que pasó en el Perú en los años ochenta.
Toro de Putis. Es casi 
el único ser vivo en 
este pueblo. Causa 
extrañeza verlo con la 
vaca solos en la Puna. 
Punqu Putis. «Puerta de 
Putis», traducido al 
español. Ese arco que 
servía de puerta y daba 
la bienvenida a una gran 
fiesta o celebración en 
el pueblo continúa 
intacto, y nos recibió 
con el mismo brillo de 
siempre. Fue increíble 
entrar y muy penoso 
salir. 
La iglesia y la flor de la 
cantuta. Dos elementos que, 
como dice el huayno de 
Telésforo Huayshuayo, 
servían para albergar a los 
muertos. 
Piscigranja de la muerte. Se 
llamó así a este lugar porque 
los soldados que tenían su base 
en Putis congregaron a la 
comunidad para que excavaran 
una supuesta piscigranja que 
los beneficiaría. Todo ello solo 
fue una excusa que dieron los 
soldados para no tener que 
excavar ellos mismos.
El juego de la vida. El juego de sapo, sobreviviente solitario y 
testigo al mismo tiempo de que en Putis alguna vez hubo vida. 
Fogón en casa. Refleja la cotidianeidad en Putis.
Partido sin final. La cancha de fútbol del pueblo vacía, 
pareciera que espera que se juegue un partido más en ella; 
o la revancha contra el equipo visitante.
La salida de Putis 
está marcada justo al 
centro del arco de 
fútbol. El recorrido 
llegaba a su fin. 
Herederos de la historia. Y la vida continúa… Hijos de quienes fueron asesinados. Actualmente 
crecen en Mashuacancha, a unos cuantos kilómetros de Putis. Son almas desesperadas, inquietas por 
dar a conocer su historia para que esta no se vuelva a repetir nunca más.
R e p o r t a j e e n p r o f u n d i d a d
60 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
DIÁLOGOS SOBRE MEMORIALES: 
EL RECUERDO QUE SE HEREDA 
En el país hay –desde fines de los años ochenta– 
espacios públicos destinados a recordar la vio-lencia 
producida durante el período 1980-2000 y 
a quienes la sufrieron. Sin embargo, algunas de 
esas edificaciones han sido desmanteladas, otras 
existen sin vida; mientras que un número menor 
es producto del diálogo de una comunidad. Va-rios 
entrevistados para este reportaje coinciden 
en que se requiere un esfuerzo estatal, especialmente 
en el sector educación, para que los más jóvenes 
visiten dichos memoriales y conozcan esa parte de 
la historia contemporánea de nuestro país. 
Para la elaboración de este texto dialogamos 
con Alicia Retto, periodista e hija de uno de los 
hombres de prensa asesinados en Uchuraccay; 
Otto Guibovich, comandante general del Ejército; 
Ricardo Wiesse, artista plástico que realizó un tra-bajo 
acerca del caso La Cantuta; y Rosa Villarán, 
fundadora del movimiento Para que no se Repita. 
Además, aportaron significativamente al diálo-go 
los sociólogos Ricardo Caro y Daniel Ramírez 
Corzo, así como Víctor Vich, doctor en literatura 
hispanoamericana. 
La discusión acerca de la construcción de un 
museo de la memoria está permitiendo conocer la 
opinión más clara de sectores que anteriormente 
repetían clichés sobre el Informe Final de la Comi-sión 
de la Verdad y Reconciliación (CVR). Hay aún 
demasiadas visiones y versiones en disputa, e his-torias 
que no se han contado. El tiempo ayudará. 
JACQUELINE FOWKS 
1. SENTIDO DE LOS MEMORIALES 
Ricardo Wiesse realizó una intervención plástica 
en los cerros donde exhumaron los restos de nue-ve 
estudiantes y un profesor de La Cantuta. Sobre 
los memoriales indica que «son una expresión irre-frenable 
y la huella que ha dejado en la vida de 
muchos peruanos y comunidades, quienes requie-ren 
de estos espacios para procesar traumas. Te-ner 
un memorial es terapéutico y profundamente 
humano, como buscar tumbas o tocar la puerta 
de un cuartel». 
El artista destaca que aquí «a diferencia de otros 
países, como Argentina o Chile, no hay una mo-numentalística 
importante, con sujetos y deba-te 
». Conocido por sus representaciones del desierto 
y sus murales, está convencido de que «se va a dar 
el museo de la memoria: no es una empresa irrea-lizable, 
la necesidad va a llevar a juntarnos por-que 
hay un divorcio entre lo vivido por las perso-nas 
y lo ideologizado: lo básico es enterrar a sus 
muertos y pedirse perdón. Lo gran ausente en este 
tiempo de vileza ha sido el perdón». 
Para Rosa Villarán, estos espacios son la ex-presión 
cultural de un duelo y de dignificación. El 
movimiento nacional que coordina inició en el 2007 
un registro de lugares de memoria e identificó 
quince en Lima y casi treinta en otros trece depar-tamentos. 
Dicha iniciativa se realizó sin recursos 
y quedó inconclusa debido a otros pendientes en 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 61
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
la agenda de quienes sufrieron la violencia del con-flicto 
armado interno. 
Villarán destaca algunas expresiones como en 
Pajarillo (San Martín), el Óvalo de la Paz en El 
Agustino, el árbol desenraizado en Villa María del 
Triunfo, placas en la Universidad Hermilio Valdi-zán 
(Huánuco) y en la de Huancavelica, una estela 
en Huarmaca (Piura), entre otras. «Nos importan 
mucho los memoriales pero el momento es muy 
difícil, estos lugares favorecerán procesos que de-ben 
tener un momento culminante en el período 
2009-2010 con respecto a las reparaciones para 
las víctimas», agrega. 
En la Comandancia General del Ejército (co-nocida 
como el Pentagonito), un monumento fu-nerario 
lleva inscritos los nombres de quienes 
murieron durante el combate contra la subver-sión. 
Tienen espacio para agregar los nombres 
de los caídos en los alrededores de Vizcatán re-cientemente. 
En el 2007, el Estado iba a gastar 
casi diez mil soles en el mantenimiento de las 
piletas y la red de agua de dicho cenotafio. Este 
lugar de memoria no es público, pero pueden 
verlo los empleados civiles del instituto arma-do 
que trabajan allí, comenta el general Otto 
Guibovich. Otro espacio de memoria –que even-tualmente 
abre el Ejército para visitas– es el de-nominado 
Museo Chavín de Huántar en Cho-rrillos. 
Guibovich recuerda que en el 2007, cuando 
estuvo a cargo de la Región Centro, trabajó con el 
alcalde de Pueblo Libre, Rafael Santos, «la posibi-lidad 
de hacer un parque de la pacificación, está 
bastante avanzado el diseño, incluso nos ofreció 
un parque cercano a la Plaza de la Bandera, es un 
buen intento orientado a eso», sostiene. 
El ministro de Defensa, Ántero Flores Aráoz, 
inauguró en noviembre pasado el parque Héroes 
de la Pacificación, «obra de la Municipalidad de 
San Borja y del Ejército», según informó su despa-cho, 
era la continuación de una obra iniciada por 
Luisa Cuculiza en 1999 cuando fue alcaldesa y que 
denominó Obelisco de los Héroes de la Pacifica-ción. 
La placa de dicho obelisco fue arrancada y 
no es posible verificar, como indica la versión ofi-cial, 
que aludía a la guerra del Cenepa y no al con-flicto 
armado interno. Guibovich precisó que solo 
participan de actividades allí cuando la munici-palidad 
los invita. 
«Deberíamos avanzar un poquito más, no he-mos 
sido buenos comunicadores, no hemos ex-plicado 
el fenómeno desde nuestra perspectiva, 
las generaciones nuevas podrían percibir que las 
Fuerzas Armadas han sido nocivas, creo que ha 
habido exageración en algunos niveles: no ayu-dan 
en este proceso de integración nacional. No 
suena bien que pongan a las instituciones cas-trenses 
como violadoras sistemáticas de los de-rechos 
humanos», expresó el alto jefe militar 
consultado sobre el museo de la memoria y so-bre 
una posible exposición fotográfica con la 
versión de los institutos armados, como anun-ció 
Flores Aráoz. 
2. UNA GENERACIÓN NO PUEDE RECORDAR 
PERO DEBE CONOCER LO OCURRIDO 
El investigador Víctor Vich archiva y estudia 
imágenes vinculadas con el conflicto armado in-terno: 
sean de espacios públicos o manifestacio-nes 
artísticas. 
62 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
«Los actores de la violencia tienen que ser su-ficientemente 
autocríticos para decir “hicimos esto 
pero no lo podemos volver a hacer”. Ese es el sen-tido 
de un memorial y de un museo de la memo-ria. 
Hablar sobre la violencia implica producir un 
discurso sobre el país, muestra las fracturas del 
país. La discusión sobre la violencia es sobre qué 
tipo de país tuvimos y qué tipo de país queremos 
tener. No hay nadie que no supiera que Sendero 
Luminoso era una organización criminal y terro-rista, 
después de la CVR accedemos a otra verdad: 
en determinados momentos el Estado se compor-tó 
igual que los senderistas», argumenta. 
Vich asegura que a partir de lo vivido en la 
época de la violencia tenemos algo que aprender: 
«reconocer la ideologización extrema de un fana-tismo 
político, unas fuerzas armadas marcadas 
por una formación al margen de los derechos hu-manos 
y por un racismo histórico, una sociedad 
civil limeña centralista que se desinteresó del pro-blema 
y una clase política que le entregó toda la 
responsabilidad a los militares: esos errores tie-nen 
que estar bien simbolizados». 
Según el investigador, los memoriales no ter-minan 
cuando se construyen: «necesitan la arti-culación 
de un discurso que los acompañe, no solo 
deben hacernos recordar lo que pasó sino que de-ben 
interpretar y explicar lo que pasó. Los pocos 
memoriales que hay son un ejemplo más de la 
ausencia de una política cultural en el país. No 
hay quién guíe, difunda interpretaciones, senti-dos. 
El memorial del Banco de la Nación (Centro 
de Lima) no va acompañado de nada. Tienen que 
ser instancias de formación de ciudadanía, tienen 
que ser lugares para constituir nuevos ciudada-nos 
y creo que fundamentalmente están dirigidos 
a los jóvenes, con una verdadera política cultural 
orientada desde el Ministerio, los sectores educa-tivos. 
Para estudiantes de cuarto de media donde 
les expliquen qué pasó». 
Alicia Retto tiene su vida enlazada a tres me-moriales 
que recuerdan a los mártires de Uchu-raccay. 
La fugacidad de la historia ante la falta de 
un relato o memoria que se difunda a otras gene-raciones 
se nota en sus palabras. 
El monumento en el cementerio El Ángel 
fue producto de una conversación triple en 
la cual estaba el arquitecto, los familiares 
y la Municipalidad de Lima –en ese enton-ces 
a cargo de Jorge del Castillo–. Los fami-liares 
tenían claro que esto quedaría para la 
posteridad al lado de los restos, fue cuatro 
años después, tenía que ser algo imponen-te 
y con mucho significado. Todo fue por con-senso, 
la Municipalidad cooperó mucho, los 
medios de comunicación también. Hasta 
hoy, cuando vamos al cementerio a poner 
flores, pasan las personas y se quedan mi-rando. 
Dicen «¿Te acuerdas?», comentan 
el caso porque ha marcado tanto que no se 
olvidan, algunos que tienen flores en la 
mano, se acercan y las ponen. 
Muchas veces hemos llegado y hay flores 
puestas por otros, hay un sentimiento y una 
solidaridad a pesar de que han pasado vein-ticinco 
años. ¿Pero cuál es el perfil de quie-nes 
tienen ese recuerdo? Pasan los 30 ó 40 
años. Lamentablemente, mi generación no 
lo recuerda porque no lo ha vivido, no se lo 
han enseñado, recién estaban naciendo y 
no conocen la magnitud de lo que esto signi- 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 63
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
fica. Lamentablemente, mi generación no 
solo no conoce el caso Uchuraccay, sino que 
tampoco conoce otros casos. Conforme va-yan 
pasando las generaciones se van a se-guir 
olvidando. 
Víctor Vich ofrece algunas claves del signifi-cado 
de los memoriales de Uchuraccay: «Hay que 
leerlos en el tiempo largo, como alegoría de todo y 
no solo de un caso. Ese caso pone en escena todo el 
problema: la ausencia de Estado en ese lugar, la 
presencia de militares que azuzaron, el aislamien-to 
de la comunidad, la búsqueda de la verdad de 
los periodistas de lo ocurrido en Huaychao, Lima 
que no sabían nada y que tenían que ir hasta allá: 
pone en escena la Colonia, todo el país. Tiene que 
estar articulado con una política cultural, a partir 
de guías y líderes locales que le den un discurso al 
memorial», explica. 
Alicia Retto comenta además que el memorial 
El Ojo que Llora –ubicado en Jesús María– le per-mite 
encontrarse con una dimensión mayor, no 
familiar: «Es una muestra colectiva de todas las 
víctimas por la época del terrorismo, se leían cla-ramente 
los nombres de los periodistas en medio 
de las miles de piedras, y para nosotros era una 
expresión no solo visitada por nosotros, sino por 
diferentes personas que tienen un familiar y/o que 
quizá sintieron la violencia de esas décadas, no 
solo tiene significado para nosotros, sino para la 
sociedad y la colectividad: de esta manera hay un 
nexo». 
Vich reafirma que estos espacios se volverán 
más fértiles si son parte del engranaje educativo: 
«Estos memoriales para algunos sectores de la 
sociedad no hablan. Efectivamente, quizá no es un 
momento para construir el museo de la memoria 
porque falta que la clase política reconozca que se 
desentendió del asunto, que los militares violaron 
los derechos humanos y no lo quieren volver a 
hacer». Quizá falta un recambio generacional para 
que pase la sensibilidad y tengan la tranquilidad 
de reconocerlo. 
3. ¿SON LOS MEMORIALES FRUTO 
DEL CONSENSO O DEL MOMENTO? 
Ricardo Caro ha estudiado la violencia en algu-nas 
provincias y comunidades a donde no pudo 
llegar la CVR. Se sorprende de que haya aún restos 
abandonados de escuelas que fueron bases mili-tares, 
como en Chincho (Huancavelica). «En cier-tas 
ocasiones, cuando el Ejército ocupó los centros 
educativos, las clases se suspendieron o tiempo 
después se retomaron en otro local. Sendero Lu-minoso 
también llegaba a los colegios en abril o 
diciembre a reclutar adolescentes. Ahora, esos es-pacios 
públicos están en ruinas y nadie hace ni 
dice nada», reclama. 
El investigador también llama la atención so-bre, 
por ejemplo, que en La Mar (Ayacucho), la 
memoria de los actores de aquella época puede ser 
la de su acción como ciudadanos para defenderse, 
no solo la voz de una víctima. «Quienes conviven 
con estas comunidades amuralladas hasta ahora 
no pueden darle un valor o un significado simbó-lico 
a esas huellas de una historia que los afectó 
tanto, eso es grave porque no hay un sentido de por 
qué se derramó tanta sangre, en nombre de qué, 
64 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
más allá de sus propias vidas. Entonces esos espa-cios 
no tienen un sentido en la historia inmediata 
de las personas, por un sentido práctico los dejan, 
pues hay cosas más importantes en el día a día 
que pensar en el mediano plazo. La sociedad civil 
debiera pensar cómo poner en valor estos luga-res, 
no es extraño hacerlo con el patrimonio anti-guo, 
incaico, o restaurar una iglesia. Hay un senti-do 
político en esta voluntad de revitalizar memo-rias, 
pero nadie lo quiere encarnar en la sociedad 
política del país», opina el sociólogo. 
Semanas más tarde, como parte del debate 
público del museo de la memoria, el alcalde de 
San Miguel, Salvador Heresi, y la líder socialcris-tiana, 
Lourdes Flores, se pronunciaron a favor de 
un museo de la memoria. «Son intentos por con-servar 
presente la evidencia de lo que puede suce-derle 
a un pueblo cuando lo envuelve la violencia. 
Por eso, la tragedia que vivió nuestro país en las 
décadas de los ochenta y noventa necesita tam-bién 
un museo donde se cuente lo que ocurrió para 
que no nos vuelva a pasar», expresó Heresi en El 
Comercio. 
Caro señala que hay un descuido –por parte 
de las organizaciones de derechos humanos y la 
academia– con lo ocurrido fuera de la capital. «Se 
debe hacer un registro de estos lugares y de lo que 
pasó en ellos, a muchos puntos no llegó la CVR. Hay 
infinidad de municipalidades incendiadas. Es con-tradictorio 
el descuido de estos espacios (en rui-nas) 
y el empeño por construir y recordar en me-moriales. 
Se gastaría mucho dinero en el proyecto 
de la alameda de El Ojo que Llora, pero las lluvias 
siguen destruyendo las ruinas en las aldeas de las 
agrupaciones de autodefensa como en Tranca (La 
Mar, Ayacucho). Y con ello se llevan la memoria 
de la gente, como en Iscahuaca». 
«Están, además, las escuelas y espacios públi-cos 
municipales que se convirtieron en bases de 
tortura y asesinato. Las ruinas de la antigua base 
de Huancapi –creada sobre el ex colegio– se po-dían 
ver en un barranco en el 2005, se notaban las 
ropas de las personas asesinadas, las marcas del 
horno donde las quemaron. Igual en Churcampa 
(Huancavelica), el Ejercito tomó la escuela, años 
después quedó vacía, allí mataron. Lo mismo en 
Iscahuaca: están las aulas, las pizarras. ¿Qué ha-cen 
los colegios actuales para usar esa experiencia 
colectiva de la unidad escolar e instalarla en la 
memoria con un sentido cívico de formación?», 
cuestiona el investigador de la violencia en Aya-cucho, 
Apurímac y Huancavelica. 
Hay memoriales construidos –indica– que no 
han sido producto de un diálogo o un proceso lo-cal, 
como por ejemplo El Ojo que Llora de Torata 
(Apurímac), en cierto modo una copia del limeño. 
«Lo hicieron aprovechando una feria agropecua-ria, 
habrá que ver si tiene una función cívica más 
allá de la meramente ornamental», anota. Tam-bién 
recuerda una estela erigida, siendo Del Casti-llo 
alcalde de Lima, en homenaje a las autoridades 
civiles asesinadas por el terrorismo. El memorial 
se convirtió años más tarde en un muro de bien-venida 
al distrito de Jesús María (en la esquina de 
Salaverry con Rebagliati). 
Según Ricardo Caro, el único memorial que a 
la fecha ha logrado consenso de todas las partes 
ha sido el de Tarata (Miraflores, Lima): «Hay un 
consenso sobre el pasado que motivó una volun-tad 
emocional, es reivindicado por la Municipali- 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 65
REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 
dad, las organizaciones de derechos humanos, la 
Iglesia, los agentes del orden y los vecinos, hay un 
discurso oficial (del poder) que se vincula con el de 
los miraflorinos. Por el contrario, uno se pregunta 
por qué monumentos que se hicieron en Huaman-ga 
no participan de la vida cívica, tienen las esta-tuas 
rotas o les han robado las placas, son solo 
monumentos al cemento: como instrumentos de 
memoria han muerto». 
Un caso opuesto –de orgullo– que menciona es 
el de Acobambilla (Huancavelica). En la plaza del 
distrito, Sendero Luminoso asesinó en 1989 a vein-te 
autoridades comunales y líderes y arrojó los 
cadáveres al lado de un monolito considerado la 
piedra de los ancestros. Cuando en el 2006 se re-modeló 
la plaza, la comunidad decidió no retirar 
el monolito debido a la doble memoria (la ances-tral 
y la de la violencia reciente) e inscribir los 
nombres de los mártires en la nueva placa. «La 
comunidad reorganizó el espacio adaptándolo, fue 
un proceso autónomo», añade. 
El investigador Daniel Ramírez Corzo ha he-cho 
la geolocalización de memoriales de Lima uti-lizando 
mapas del buscador Google y refiere que 
la mayoría se han construido con apoyo o al menos 
anuencia de las municipalidades. «No han sido 
promotores (lo que no está mal), pero sí se han su-bido 
al proyecto una vez que la sociedad civil lo ha 
impulsado. Lo mismo en el caso del memorial de la 
Universidad La Cantuta», sostiene. 
El sociólogo pide marcar la diferencia entre el 
Estado y el gobierno con respecto al discurso so-bre 
la memoria. «Yuyanapaq está en el Museo de la 
Nación y la Defensoría mantiene el Centro de In-formación 
sobre derechos humanos. No debemos 
caer en el simplismo de ver al Estado como un 
cuerpo único. Muchos municipios distritales, go-biernos 
regionales y universidades nacionales han 
apoyado y se han comprometido con la construc-ción 
de memoriales. Por otro lado, no podemos 
perder de vista los matices entre ellos, finalmente 
un monumento o placa es solo la huella física de 
un proceso social alrededor de él. En ellos se cons-truyen 
y negocian las memorias», acota. 
Al cierre de este reportaje, el Ejecutivo dio a 
conocer la conformación de una comisión encabe-zada 
por el escritor Mario Vargas Llosa para con-cretar 
el museo de la memoria con la cooperación 
del Gobierno Federal de Alemania. Luego de unos 
minutos en el memorial de Jesús María, aún vul-nerable 
y descuidado, es claro que la memoria tie-ne 
esos mismos rasgos y continuará la disputa 
por lo que se quiere recordar. 
66 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
J u s t i c i a y s o c i e d a d
68 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
JUSTICIA Y SOCIEDAD 
LAS «VERDADES JURÍDICAS» DEL JUICIO 
A ALBERTO FUJIMORI 
JO-MARIE BURT 
El documental El juez y el general narra la historia 
del juez chileno Juan Guzmán y cómo llegó a pro-cesar 
al ex dictator chileno, general Augusto Pi-nochet, 
por graves violaciones de los derechos 
humanos durante la dictadura militar que este 
instaló y lideró entre 1973 y 1990.1 
Al inicio del film, el juez Guzmán cuenta que 
cuando se dio el golpe de Estado en 1973 liderado 
por Pinochet en contra del gobierno constitucio-nal 
del presidente Salvador Allende, él y sus ami-gos 
celebraron el hecho con champán; para él, 
Allende y sus propuestas representaban una ame-naza 
para la sociedad chilena, y sentía que un go-bierno 
militar podría reponer el orden social que, 
estimaba, Chile necesitaba. 
Cuando, casi veinticinco años después, siendo 
juez le tocó asumir el primer caso de violación de 
los derechos humanos en el que Pinochet fue acu-sado 
de ser el responsable intelectual, Guzmán 
narra que varias personalidades de la derecha 
chilena se mostraron satisfechas, convencidas de 
que, con un juez conservador como él a cargo, no 
habría mayor peligro de que la causa contra Pino-chet 
tuviera mayor trascendencia. 
En el trascurso de su investigación, sin em-bargo, 
algo cambió. «No cambié en mi interior, en 
mi modo de ver y pensar sobre el mundo», explicó 
el juez Guzmán. «Lo que cambió fue mi percep-ción 
sobre los crímenes perpetrados durante la 
dictadura militar, y sobre quien era el responsa-ble: 
el general Pinochet».2 
Eso, según el juez Guzmán, es lo importante 
de un juicio: a través de un proceso imparcial y 
justo, y vía una rigurosa revisión de hechos e in-dicios, 
un juicio puede establecer lo que el juez 
Guzmán llama «la verdad jurídica» sobre qué 
pasó, por qué pasó, y quién es el responsable. La 
verdad jurídica tiene la capacidad de trasformar 
cómo se perciben tanto los hechos como las accio-nes 
de la(s) persona(s) bajo juzgamiento. 
Ese cambio llevó al juez Guzmán a procesar a 
Pinochet tres veces. Llegó incluso a interrogarlo 
pero murió antes de ser juzgado, en diciembre de 
2006. Sin embargo, los procesos judiciales en su 
contra demostraron al país y al mundo entero las 
dimensiones de las atrocidades cometidas duran-te 
su régimen. Fue un golpe medular al muro de 
impunidad que protegía a los responsables de gra- 
1 El documental El juez y el general se estrenó en el 2008, y fue producido por Elizabeth Farnsworth y Patricio Lanfranco. 
2 GUZMÁN TAPIA, Juan. «La responsabilidad de los Jefes de Estado: de Pinochet a Fujimori». Palabras pronunciadas en el evento organizado por la 
Coordinadora Nacional de Derechos Humanos en Lima, el 18 de agosto de 2008. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 69
JUSTICIA Y SOCIEDAD 
ves violaciones de los derechos humanos en Chile. 
Hoy en día, hay más de 600 juicios por casos de 
violaciones de los derechos humanos en Chile en 
curso, y más de 250 oficiales policiales y militares 
han sido condenados.3 
Este pequeño relato sobre el juez Guzmán 
puede ayudar a reflexionar sobre el fallo conde-natorio 
y unánime que emitió, el 7 de abril, la 
Sala Penal Especial de la Corte Suprema peruana 
en contra de otro ex jefe de Estado acusado de co-meter 
graves violaciones de los derechos huma-nos: 
Alberto Fujimori. 
Fujimori ha sido hallado culpable como autor 
mediato en los cuatro casos de violaciones de los 
derechos humanos por los cuales fue extraditado 
y ha sido juzgado: la masacre de Barrios Altos 
(noviembre de 1991), donde murieron 15 perso-nas, 
incluso 1 niño de 8 años; la masacre de La 
Cantuta (junio de 1992), donde fueron secuestra-dos 
y luego asesinados, probablemente luego de 
ser torturados, 9 estudiantes y 1 profesor; y los 
secuestros en los sótanos del Servicio de Inteli-gencia 
del Ejercito (SIE) del periodista Gustavo 
Gorriti y el empresario Samuel Dyer tras el golpe 
de Estado perpetrado por Fujimori el 5 de abril de 
1992 con el apoyo de las fuerzas armadas (abril y 
julio de 1992, respectivamente).4 El tribunal lo sen-tenció 
a la pena máxima de veinticinco años de pri-sión 
y ordenó una serie de medidas de reparación a 
las víctimas y sus familiares.5 A su vez, la sentencia 
establece que las matanzas de Barrios Altos y La 
Cantuta constituyen crímenes de lesa humanidad. 
Según el derecho internacional, los crímenes de lesa 
humanidad no prescriben y, por tanto, no se puede 
aplicar ni la amnistía ni el indulto. 
¿Qué significa esa sentencia para el Perú? Ya 
han comenzado las reflexiones y, seguramente, 
será largamente debatida en los meses que vie-nen, 
tanto por sus implicancias jurídicas como 
políticas. A pocos días de haberse concluido el jui-cio 
a Fujimori, me parece evidente que el fallo es-tablece 
ciertas «verdades jurídicas» que ahora 
constituyen parte del récord legal e histórico. ¿Cuá-les 
son esas «verdades jurídicas»? 
El fallo del tribunal establece que Fujimori, 
poco después de asumir el poder, creó, junto con 
su principal asesor, Vladimiro Montesinos, una 
estructura de poder cuya misión fue combatir la 
3 Cath Collins, catedrática en ciencia política en la Universidad Diego Portales, analizó la evolución de la judicialización de casos de derechos humanos 
en Chile durante un simposio organizado por George Mason University, the Washington Office on Latin America (WOLA), y el Instituto de Defensal 
Legal (IDL) en Washington, D. C. el 2 de octubre de 2008. Su ponencia se encuentra resumida en el informe del relator del simposio, Tribunales a los 
derechos humanos en América Latina: el juicio a Fujimori en perspectiva comparada, el cual se encuentra alojado en <http://cgs.gmu.edu/publications/ 
hjd/OSI2009RappReportSpan.pdf>. 
4 Fujimori solo puede ser enjuiciado por los crímenes por los cuales fue concedida la extradición. Sin embargo, el Estado peruano puede solicitar a la Corte 
Suprema chilena la aprobación de su procesamiento bajo otros cargos. El Estado peruano estaría preparando una solicitud de ampliación de los casos en 
contra de Alberto Fujimori en por lo menos tres de ellos: la masacre del penal Castro Castro (1992); Chavín de Huantar (1997); y la venta de armas a las 
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) («Nuevo paquete de extradición de Fujimori». La República, 11 de abril de 2009). 
5 Este es el segundo fallo condenatorio que ha recibido Fujimori. Su primera condena, de seis años de prisión efectiva, fue emitida el 11 de diciembre 
de 2007, por usurpación de funciones en el caso del allanamiento ilegal de la casa de la señora Trinidad Morán, esposa de Vladimiro Montesinos Torres, 
asesor de Fujimori, que le permitió extraer vídeos probablemente incriminatorios y cuyo destino aún se desconoce. A partir del 11 de mayo comenzará 
el juicio por el caso del pago ilícito de 15 millones de dólares a Montesinos por «servicios prestados» luego de que este también se fugó del país en 
septiembre de 2000, seguido por un proceso por tres otros casos de corrupción (espionaje telefónico; congresistas «trasfugas»; y compra de tractores 
chinos). 
70 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
JUSTICIA Y SOCIEDAD 
subversión eliminando a personas sospechosas de 
ser miembros de Sendero Luminoso o el Movi-miento 
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). El fa-llo 
establece que Fujimori delegó poder a Montesi-nos, 
su principal asesor en temas de terrorismo, 
narcotráfico, y seguridad nacional, y quien se con-virtió 
en el jefe de facto del Servicio de Inteligencia 
Nacional (SIN) para poner en funcionamiento este 
aparato de poder, lo cual luego devino en la crea-ción 
del Destacamento Colina, autor material de 
los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta. El fa-llo 
establece que el general Nicolás Hermoza Ríos 
también formó parte de esa estructura de poder y 
participó, junto con Fujimori y Montesinos, en la 
toma de decisión de eliminar presuntos terroris-tas; 
pero que el gestor y conductor de ello fue Al-berto 
Fujimori. También establece que Fujimori 
siempre protegió a Montesinos y Hermoza Ríos, 
así como a los autores materiales de estos horren-dos 
crímenes. 
El tribunal reconoce en su fallo una serie de 
otros crímenes perpetrados por el Destacamento 
Colina, lo cual pone en un contexto mayor las 
masacres de Barrios Altos y La Cantuta. Recono-ce 
por lo menos 35 asesinatos extrajudiciales más 
cometidos por el Destacamento Colina: la masacre 
de campesinos del Santa (10 personas); el asesina-to 
de la Familia Ventocilla (6 personas); asesina-tos 
en la comunidad de Pativilca (6 personas); y 
los asesinatos de Pedro Yauri y de 2 personas aún 
no identificadas en la Carretera Central y en Pam-plona 
Alta.6 
Eso lleva a los magistrados a reconocer en su 
fallo que los crímenes de Barrios Altos y La Can-tuta 
responden a una política de Estado que se 
manifiesta en la violación sistemática y generali-zada 
de los derechos humanos. Para llegar a tal 
conclusión, los jueces resaltan el fundamental 
aporte del Informe Final de la Comisión de la Ver-dad 
y Reconciliación (CVR), que establece fidedig-namente 
el contexto mayor en el cual se dan estos 
crímenes. 
A su vez, es importante destacar que el día de 
la lectura de la sentencia, cuando los ojos del país 
–y del mundo entero– estaban viendo el juicio, el 
tribunal hizo una exposición sumamente didácti-ca 
que explicaba, de manera clara y directa, el ra-zonamiento 
que hay detrás del fallo. No cayeron 
en legalismos ni en abstracciones, sino que expli-caron 
cómo llegaron a la conclusión condenato-ria. 
A su vez, explicaron con mucho detalle por 
qué los argumentos de la defensa no fueron con-vincentes 
sino abiertamente incoherentes. 
La Sala Penal Nacional establece, vía su fallo 
condenatorio, la verdad jurídica sobre la respon-sabilidad 
penal de Fujimori en la comisión de los 
crímenes de Barrios Altos y La Cantuta y en el 
secuestro de Gustavo Gorriti y Samuel Dyer. 
Cuando el juez chileno Juan Guzmán dice que el 
proceso que llevó contra Pinochet cambió su per-cepción 
sobre el pasado —dice que «abrió los ojos 
de mi alma»7— está afirmando que la verdad ju-rídica 
tiene una capacidad trasformadora, tal vez 
inesperada. Permite entender la magnitud de los 
6 Véase La República, 8 de abril de 2009, p. 4. 
7 Palabras del juez Juan Guzmán Tapia pronunciadas en el documental El juez y el general. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 71
JUSTICIA Y SOCIEDAD 
crímenes cometidos; reconoce el daño causado a 
las víctimas y sus familias, pero también el temor 
que generaron estas prácticas entre la sociedad 
entera; y va destejiendo los argumentos del auto-ritarismo 
sobre la necesidad de la violencia, el ase-sinato 
y la tortura para hacer frente a amenazas a 
la sociedad como Sendero Luminoso. En el caso 
del juicio a Fujimori, nos encontramos ante una 
oportunidad de reevaluar –como lo hizo el juez 
Guzmán cuando investigaba los crímenes de Pi-nochet– 
nuestra percepción sobre el pasado y so-bre 
el actuar de Fujimori y de todos aquellos que 
apoyaron dicho régimen. 
El fallo será analizado con mayor detenimien-to 
en los meses que vienen. Pero establece hechos 
incontrovertibles —verdades jurídicas— que na-die 
puede negar. No es posible ya negar que el 
Estado peruano fue responsable de graves vio-laciones 
de los derechos humanos en el Perú. No 
es posible negar que Fujimori es el responsable de 
las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. No es 
posible negar que utilizó todos los poderes del Es-tado 
para encubrir los crímenes y proteger a Mon-tesinos, 
Hermoza Ríos, y los autores materiales 
de los asesinatos. Y no es posible negar que du-rante 
años las víctimas y sus familiares fueron 
estigmatizados erróneamente con el título de «te-rroristas 
», justamente, para deslegitimar sus de-nuncias 
e infundir el miedo en la sociedad en su 
conjunto. 
El juez de la Corte Suprema de los Estados 
Unidos, Louis Brandeis, habría dicho que «la luz 
del sol es el mejor desinfectante». El proceso judi-cial 
que acaba de concluirse en el caso del ex presi-dente 
Alberto Fujimori ha hecho brillar la luz del 
sol sobre los crímenes más horrendos y oscuros 
cometidos durante su régimen. La condena máxi-ma 
de veinticinco años para quien es el máximo 
responsable de tales crímenes constituye un hito 
en la lucha contra la impunidad no solo en el Perú 
sino en el mundo entero. 
72 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
I n t e r s e c c i o n e s 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 73
74 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
¿Existe un derecho humano a la subsistencia? 
REEXAMINANDO LA TEORÍA DE LOS DERECHOS 
HUMANOS DE HABERMAS EN UNA ÉPOCA 
DE GLOBALIZACIÓN* 
DAVID INGRAM** 
Cada año, dieciocho millones de los seis billones 
de habitantes que tiene la Tierra mueren por falta 
de medios de subsistencia. Los que vivimos en na-ciones 
desarrolladas típicamente culpamos de esta 
catástrofe a las sequías, a la sobrepoblación, al mal 
manejo de los recursos, a gobiernos corruptos y a 
otros factores locales, liberándonos de toda res-ponsabilidad 
en este crimen. A la vez, no duda-mos 
en invocar el lenguaje de los derechos huma-nos 
al condenar este estado de cosas. Lo hacemos 
en nombre del progreso moral –como cuando de-cimos, 
siguiendo la Declaración Universal de los 
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que el 
mundo se ha quedado corto en alcanzar una aspi-ración 
esencial para la humanidad civilizada– o 
lo hacemos en nombre de una ofensa moral, como 
cuando condenamos a determinados oficiales del 
Estado de haber cometido actos de genocidio, lim-piezas 
étnicas y otros similares. Uno podría con-siderar 
si alguno de estos dos sentidos de los dere-chos 
humanos –como aspiraciones para medir el 
progreso moral o como reclamos hacia las entida-des 
gubernamentales por haber faltado a sus de-beres 
para con sus ciudadanos– genera un dis-curso 
moral suficiente como para conformarse con 
la globalización. En particular, uno se pregunta si 
responden adecuadamente al hecho de que esta-mos 
tratando con la imposición de estructuras 
sociales impersonales e instituciones que le impi-den 
al pobre acceder libremente a los medios de 
su subsistencia. 
Al responder a este reto, me vuelco hacia la 
explicación de la teoría discursiva de los derechos 
humanos desarrollada por Jürgen Habermas. Aun 
cuando Habermas no habla de un derecho huma-no 
a la subsistencia como tal, su crítica a los regí-menes 
neoliberales de los derechos humanos que 
restringuen estos derechos a «las libertades nega-tivas 
de los ciudadanos que adquieren un status 
‘inmediato’ con respecto a la economía global»,1 
* Dado que la traducción del artículo se realizó en los Estados Unidos, no ha sido posible contar con las ediciones en español. De ahí que cuando se hace 
referencia a una página exacta, se ha mantenido luego la edición en inglés. Asimismo, y para efectos de orden, se ha mantenido la sigla del libro tal como 
figura en el texto original. 
** Quisiera agradecer a la profesora Gisèle Velarde por haber traducido este ensayo al español. 
1 HABERMAS, Jürgen. El Occidente escindido. Madrid: Trotta, 2006. De aquí en adelante DW. (The Divided West. Cambridge: Polity Press, 2006, p. 186). 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 75
INTERSECCIONES 
combinado con su crítica mordaz hacia la po-breza 
global y a la desigualdad, nos obliga a con-siderar 
el reconocimiento de este derecho en al-gún 
lugar de su teoría. Y así es, él menciona como 
básicos «los derechos a la provision de condicio-nes 
de vida que son asegurados social, tecnológica 
y ecológicamente».2 Pero, como él mismo explica 
en otro lado, estos derechos han de ser entendidos 
como (derechos) derivados de los derechos libera-les 
y políticos clásicos. 
En otras palabras, un derecho que exija la pro-vision 
de condiciones de vida que estén socialmen-te 
garantizadas, debe entenderse como el derecho 
que las personas que viven en un orden liberal y 
democrático pueden exigir de la sociedad como 
una condición necesaria para ejercer igualdad de 
derechos civiles y políticos. Como tal, el derecho a 
la subsistencia tal como se presenta aquí no debe 
entenderse como un derecho humano universal 
que se aplica a todos sin más, al margen de la so-ciedad 
en que uno viva; más bien, debe entender-se 
como un derecho político menos universal y 
subsidiario previsto para garantizar la igualdad 
solidaria, sin la cual sería impensable la ciudada-nía 
en cualquier sociedad liberal, democrática. 
Argumentaré que hay diversas dificultades en 
concebir un derecho a la subsistencia derivado de 
los derechos liberales democráticos en este senti-do. 
En primer lugar, dicho derecho solo impone 
un deber positivo a la sociedad en relación con el 
suministro de asistencia, derecho que usualmen-te 
se considera como más débil comparado con un 
deber negativo cuyo sentido es abstenernos de cau-sar 
daño alguno. Pero la injusticia de un sistema 
que priva a personas de un libre acceso a la sub-sistencia 
acusa a ese mismo sistema y a aquellos 
que contribuyen con él por faltar en sus deberes 
negativos hacia esas personas. En segundo lugar, 
la fuerza de los derechos positivos varía en pro-porción 
a la solidaridad (que tenemos) con quie-nes 
nos sentimos unidos vía el deber. Aunque los 
vínculos de amistad global pueden extenderse 
hasta el punto donde sintamos un deber positivo 
de asistir a las «sociedades cargadas» (como sos-tiene 
John Rawls), Habermas mismo hace notar 
que nuestra solidaridad hacia extraños es básica-mente 
iniciada con las violaciones de su libertad 
negativa. Sentimos indignación –y por ello pedi-mos 
intervención internacional– cuando un go-bierno 
deliberadamente deja morir de hambre a 
una parte significativa de sus ciudadanos. (Pero) 
solo sentimos malestar y resignación cuando la 
gente pasa hambre por falta de asistencia, si ello 
se debe a que los costos resultan no afrontables 
para darla. 
Habiendo dicho esto, argumentaré que la co-rrelación 
que establece Habermas entre un dere-cho 
básico a la subsistencia y un deber positivo 
de asistir vía la redistribución de riqueza, no ago-ta 
los recursos dentro de la explicación de su teo-ría 
discursiva, lo cual podría usarse para desa-rrollar 
un deber más fuerte, el deber negativo de 
desistir de hacer daño. Estos recursos incluyen; 
primero, una versión institucional de los derechos 
2 HABERMAS, Jürgen. Facticidad y validez: sobre el derecho y el estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. 5.a ed. Madrid: Trotta, 1998. 
De aquí en adelante BFN. (Between Facts and Norms: Contributions to a Discourse Theory of Law and Democracy. Cambridge, MA: MIT Press, 1996, p. 123). 
76 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
humanos que conciba los derechos humanos como 
reclamos hacia las estructuras que son impuestas 
a las personas contra su voluntad; en segundo lu-gar, 
una versión de los derechos liberales clásicos, 
incluyendo el derecho a la propiedad, que tienen 
«valor intrínseco» al margen de «su valor instru-mental 
en la formación de la voluntad democráti-ca 
» y; en tercer lugar, una deconstrucción de la 
diferencia entre deberes negativos y positivos que 
conciba algunos deberes positivos de justicia dis-tributiva 
como emergentes de los deberes negati-vos. 
Habiéndonos apropiado de estos recursos 
para desarrollar un derecho a la subsistencia más 
sólido, todavía queda abierta la cuestión de si, y 
contrariamente a Habermas, debemos también 
concebir los derechos humanos desde una visión 
no jurídica, como aspiraciones morales y reclamos 
dirigidos hacia estructuras inhumanas al margen 
de cuál sea su estatus legal. De acuerdo con la con-cepción 
dialéctica del pensamiento y de la reali-dad 
social elaborada por los teóricos críticos, no 
propongo un concepto pleno y coherente de los 
derechos humanos, tampoco sugiero una serie de 
usos no relacionados entre sí ni superpuestos para 
dicha expresión. Sin embargo, sí propongo que 
nuestra comprensión de los derechos humanos 
abarca un número de ideas diferentes que deben 
incluirse en dicho concepto, tanto institucional 
como interaccionalmente, tanto judicial como 
moralmente, tanto de manera minimalista como 
de manera maximalista. 
1. TEORÍAS DE LOS DERECHOS HUMANOS 
INTERACCIONALES CONTRA 
LOS INSTITUCIONALES 
Uno de los rasgos distintivos de la teoría discursi-va 
de Habermas sobre los derechos humanos es 
que concibe los derechos humanos en términos 
institucionales y no fundamentalmente interac-cionales. 
Siguiendo la definición de Thomas Pogge, 
decimos que los derechos humanos concebidos in-teraccionalmente 
son reclamos hechos de una 
persona hacia otra persona –contra otra perso-na–. 
3 Como tales, imponen deberes correlativos a 
las personas, sea el deber positivo de asistencia o 
el deber negativo de abstenerse de dañar a otros. 
En un extremo del espectro de los derechos 
interaccionales, una teoría libertaria de los derechos 
humanos afirma que un oficial público P no está 
faltando a su deber negativo hacia la persona Q 
bajo su autoridad, mientras que la conducta ofi-cial 
de P no cause daño alguno a Q violando inten-cionalmente 
el derecho moral o legal que tiene Q 
de acceder a algún bien básico. De P actuar de otra 
manera, P estaría faltando a su deber al violar el 
derecho de Q. Supongamos que el líder de una 
milicia local de Janjaweed en Darfur evita que un 
residente tenga libre acceso a su correspondiente 
ración de agua robándole su agua. El líder de la 
milicia y el Gobierno de Sudán que sanciona di-cho 
comportamiento faltan en su deber negativo 
hacia dicho residente: se puede decir que están 
3 POGGE, Thomas. La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Barcelona: Paidós Ibérica, 2005. (World Poverty and Human Rights. Cambridge: Polity 
Press, 2002, p. 64 y ss.). 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 77
INTERSECCIONES 
violando su derecho a la subsistencia. Por el con-trario, 
si una estructura económica impersonal 
le permite al Banco Mundial prestarle dinero a 
Bolivia a condición de que Bolivia venda su de-recho 
público al agua a multinacionales priva-das, 
de modo que amenace con privar a los residen-tes 
de Cochabamba y de El Alto al libre acceso al 
agua, no hay daño personal hecho a estos resi-dentes 
y no podemos decir que su derecho a la 
subsistencia ha sido violado.4 
Siguiendo la concepción libertaria de los dere-chos 
humanos, la estructura económica no sería res-ponsable 
de dañar a estos residentes, ya que esta 
concepción contempla la responsabilidad en térmi-nos 
de un modelo de responsabilidad personal. Este mode-lo 
define los daños como desviaciones de un patrón 
normal de peligros convencionalmente sancionados que 
son causalmente remitibles a las diferentes accio-nes 
de malhechores individuales. Sin embargo, en el 
caso de la privatización del agua, el daño no es cau-sado 
por las acciones desviadas de distintas clases 
de personas; es más bien causado por los muy nor-males 
peligros generados por estas convenciones. 
En el otro extremo del espectro de los derechos 
interaccionales, una teoría utilitaria de los derechos 
humanos afirma que el oficial público P no está 
faltando a su deber positivo hacia Q, mientras que 
la ayuda que P le da a Q para tener acceso a su 
agua no sacrifique recursos de igual valor que el 
que conlleva que Q acceda a su agua. Supongamos 
que el oficial P ayuda a Q al punto en que P co-mienza 
a sacrificar recursos de igual valor, por lo 
tanto, exponiéndose a sí mismo y a sus subordi-nados 
a una vida ampliamente disminuida. P debe 
hacer esto si no quiere violar el derecho a la sub-sistencia 
de Q. Contrariamente, supongamos que 
P simplemente no tiene recursos para ayudar a Q 
a acceder a su agua porque ha usado sus recursos 
en ayudar a R a acceder a su propia agua. Ahora 
imaginemos una vez más que un préstamo del 
Banco Mundial que requiere la privatización del 
derecho al agua es la fuente de que Q no tenga 
agua. Aunque el acceso al agua por parte de Q ha 
sido negado por el préstamo anteriormente men-cionado, 
su derecho humano a la subsistencia no 
ha sido violado por nada que el oficial P o algún 
otro oficial del Estado haya hecho, ya que ellos 
estaban simplemente cumpliendo con su oficio de 
acuerdo con leyes domésticas y convenciones in-ternacionales. 
4 Sucumbiendo a la presión del Banco Mundial para refinanciar una deuda antigua a fin de poder recibir nuevos préstamos, Bolivia le vendió a Bechtel 
los derechos de sumistro y distribución del agua pertenecientes a Cochabamba y estableció leyes que requerían la compra previa de licencias para 
colectar agua de lluvia. Betchel comenzó entonces a incrementar el precio del agua hasta en un 200% (lo que equivale a 1/5 del ingreso familiar 
promedio). Esta acción desató cinco meses de disturbios que llevaron a la cancelación del contrato un poco más de seis meses luego de su renovación 
en 1999. Una nueva ley (ley 2878) fue dada en el 2004 donde se reconocían los derechos al agua tradicionales, garantizando la tenencia de derechos 
al agua para la irrigación y para las comunidades agrícolas indígenas. Sin embargo, en ese mismo año una segunda «guerra por el agua» irrumpió en El 
Alto, que había vendido sus derechos al agua a la multinacional francesa Suez en 1997. Estando las tasas sujetas al dólar, el precio del agua subió en un 
35%. Aguas del Illimani, el consorcio privado perteneciente a Suez, estableció la suma de $ 445 como tarifa familiar para la instalación del servicio de 
agua y terminó dejando a 200.000 personas sin dicho servicio. El servicio de agua es crucial, desde luego, ya que la falta de agua limpia es la causa 
principal de enfermedad infantil y mortalidad en Bolivia. En el 2002, la Comisión de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones 
Unidas declaró que «El derecho humano al agua es indispensable para llevar una vida humana digna. El agua y la facilidad al agua deben ser asequibles 
para todos». 
78 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
Las teorías libertarias y utilitarias de los de-rechos 
humanos nos presentan dos visiones 
opuestas de nuestras responsabilidades morales 
y legales respecto del mantenimiento de los dere-chos 
humanos. La teoría libertaria nos presenta 
una visión minimalista, que le asigna a los oficiales 
del Estado una única responsabilidad en el man-tenimiento 
de los derechos humanos, responsabi-lidad 
que llevan a cabo en la medida en que no 
obstruyen su ejercicio. Por otro lado, la teoría uti-litaria 
presenta una visión maximalista que asigna 
responsabilidad en el mantenimiento de los dere-chos 
humanos a todo aquel que tenga el poder y 
los medios para hacerlo. Como señala Peter Singer 
en su famoso ensayo sobre el alivio de la ham-bruna, 
este tipo de responsabilidad puede reque-rir 
que aquellos que son modestamente adinera-dos 
transfieran parte de su riqueza a los menos 
adinerados de acuerdo con cálculos de utilidad 
marginal.5 
A pesar de sus diferencias, las versiones liber-taria 
y utilitaria de la teoría interaccional de los 
derechos humanos tienen ciertos rasgos en co-mún. 
En primer lugar, ambas evidencian el error 
de sostener derechos humanos como directamen-te 
provenientes de la acción o de la omisión de la ac-ción 
personal. En segundo lugar, evidencian este 
error como una violación de derechos; es decir, 
como una privación real de algún bien básico para 
alguna persona. La debilidad fundamental del 
enfoque interaccional se debe a estos dos rasgos. 
La privación de los recursos básicos, lejos de ser 
personal, está cimentada en estructuras globales 
institucionales, y, más específicamente, en los efec-tos 
colaterales no intencionales de estas estructu-ras. 
Más aún, estos efectos dañan a la gente en 
distintos grados. Lo importante no es en realidad 
que una persona haya sido privada de su acceso a 
un bien básico, sino que su acceso a dicho bien se 
ha vuelto inseguro. En el caso de la privatización 
del agua, tendríamos que decir que el acceso de Q 
a su agua –a su derecho humano al agua– no co-rresponde 
ya más a una exigencia socialmente ga-rantizada. 
Puede que la privatización no haya 
privado directamente a Q del agua. Quizá Q era 
una de las personas afortunadas que podía pagar 
el alza de las tarifas –al menos en el tiempo en que 
ocurrió–. Sin embargo, el ejercicio de Q a la sub-sistencia 
no está ya más asegurado; puede que no 
haya sido violado, pero tampoco ha sido respeta-do 
ni protegido. 
¿Quién es responsable de esta falta de respeto? 
Definitivamente, los líderes de Bolivia y los oficia-les 
de Betchel y de Suez. Pero también es respon-sable 
todo aquel que contribuye manteniendo las 
estructuras de fondo, las instituciones globales 
económicas, que permitieron la privatización de 
un recurso humano básico por parte de los men-cionados 
actores. Desgraciadamente, la noción 
interaccional de los derechos humanos no puede 
concebir la responsabilidad por daños en el senti-do 
de lo que Iris Young llama conectividad social. En 
contraste con el modelo de responsabilidad per-sonal, 
la responsabilidad que brota de la con- 
5 Véase SINGER, Peter. «Famine, Affluence, and Morality». Philosophy and Public Affairs, 1, 1972, pp. 229-243. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 79
INTERSECCIONES 
nexión social también engloba a las personas que 
viven en países desarrollados, quienes se benefi-cian 
de, dependen de y contribuyen en mantener 
(aunque no intencionalmente) las instituciones 
económicas globales que dañan al pobre.6 
Por el contrario, una visión institucional de los 
derechos humanos puede concebir que el derecho 
de Q a la subsistencia ha sido no intencionado e 
indirectamente reducido de este modo. El derecho 
de Q a la subsistencia ha sido disminuido por las 
instituciones del capitalismo global: por los acuer-dos 
de intercambio y por las instituciones que 
hacen préstamos internacionales, las cuales refle-jan 
el injusto nivel de negociación de las multina-cionales, 
bancos y naciones adineradas; los injus-tos 
monopolios existentes sobre los recursos, y las 
coacciones estructurales –y las convenciones que 
lo permiten– que obligan a los oficiales del Estado 
a vender los recursos de sus naciones.7 
Desde luego que un derecho humano a la sub-sistencia 
de carácter institucional puede también 
tomar la forma de una exigencia o reclamo contra 
las instituciones globales encargadas de proveer 
una asistencia positiva. Sin embargo, dicho recla-mo 
sería comparativamente débil, especialmente 
si aquellos a quienes se debe asistir son vistos con 
el mismo nivel de conexión social que se tendría 
con extraterrestres que viven en otro planeta. El 
pobre puede con justicia exigir subsistencia por 
parte de su gobierno, pero si su gobierno es pobre 
o no fuciona, ¿a qué instituciones globales podría 
dirigirse para pedir asistencia? Sin duda, surge la 
siguiente pregunta: ¿por qué deberían siquiera 
existir instituciones que ayudan a quienes viven 
en el extranjero cuando nuestra primera obliga-ción 
es asistir a nuestros compatriotas? 
Un derecho humano institucional a la subsis-tencia 
que tenga un carácter más sólido debe en-tonces 
comenzar por el hecho de la conectividad 
global y por la idea correspondiente de que los 
países afluentes se están beneficiando por institu-ciones 
que dañan al pobre. El derecho a la subsis-tencia 
es antes que nada una exigencia hacia las 
instituciones globales de no dañar al pobre (o de 
no interferir) en su libre búsqueda de subsisten-cia; 
ya que nuestros deberes negativos hacia los 
extranjeros tienen al menos el mismo peso que 
los deberes negativos que tenemos hacia nuestros 
compatriotas. Si se puede demostrar que institu-ciones 
globales como las anteriormente mencio- 
6 Young esclarece la diferencia entre los modelos de responsabilidad y de conectividad social en relación con el fenómeno de las injusticias estructurales, 
que aparecen cuando el efecto no intencional y conjunto de acciones que sí fueron intencionales produce estructuras impersonales, tales como los 
sistemas de mercado globales y sus instituciones filiales, que imposibilitan la igualdad de oportunidades para ejercer y desarrollar capacidades humanas 
entre grupos de personas diferencialmente posicionadas. Dentro de la institucionalidad de las maquilas que han emergido como parte del capitalismo 
global, se puede distinguir entre la violación de los derechos de los trabajadores directamente causada por el desdén individual en relación con el salario 
mínimo, la seguridad del centro laboral y las leyes de negociación colectiva —a menudo amparadas por oficiales estatales— y la violación del derecho 
a la subsistencia causada por la operatividad legal y ordinaria de una economía de mercado en donde las maquilas están obligadas a operar con un margen 
de ganancia precariamente reducido a fin de poder cumplir con las exigencias de los minoristas multinacionales y de sus clientes adinerados. Véase 
YOUNG, Iris. «Responsibility, Connection, and Global Labor Justice». En Global Challenges: War, Self-Determination, and Responsibility For Justice. 
Cambridge: Polity Press, 2007, pp. 159-186. 
7 Las razones por las cuales se venden los recursos de una nación no suelen ser inocentes ni pensadas para el bien del país. Países ricos en recursos como 
Nigeria parecen destinados a estar bajo el mando de gobernantes corruptos que encuentran en los países desarrollados disponibles compradores de 
recursos a un precio reducido, quienes, a su vez, están dispuestos a financiar préstamos a esos mismos gobernantes para que puedan comprar las armas que 
los mantienen en el poder. 
80 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
nadas son la causa principal de la desigualdad 
radical y de la pobreza, entonces los que vivimos 
en democracias ricas y poderosas que mantienen 
y se benefician de dichas instituciones, estamos 
faltando a nuestro deber negativo de abstenerse 
de dañar al otro. Nuestro deber de evitar dañar al 
otro va más allá del deber libertario mínimo, en 
tanto requiere de nosotros entrar en acción políti-ca 
para cambiar el orden económico global; po-dría 
eventualmente también requerir acciones 
compensatorias de justicia redistributiva tanto 
públicas como privadas. Estos actos de repara-ción 
podrían ser considerables, pero muy posi-blemente 
menores que los costos que las personas 
adineradas asumirían bajo un enfoque utilitario. 
Habermas no duda de que las instituciones 
globales son injustas en este sentido. Más aún, y 
como veremos ahora, su teoría discursiva que da 
cuenta de los derechos humanos es más bien ins-titucional 
y no interaccional. La única cuestión 
pendiente es ver si él considera que el derecho 
humano a la subsistencia conlleva el deber insti-tucional 
correspondiente de asistir proveyendo 
ayuda o de desistir en causar daño. Solo si concibe 
que (el derecho humano a la subsistencia) conlle-va 
el deber negativo correspondiente de abstener-se 
de causar daño, puede él sostener que las insti-tuciones 
globales injustas reducen los derechos 
humanos hasta el punto de que una intervención 
global sea requerida.8 
2. LA TEORÍA DISCURSIVA DE LOS DERECHOS 
HUMANOS DE HABERMAS 
Varios rasgos soprendentes destacan en la expli-cación 
habermasiana de los derechos humanos. 
En primer lugar, a diferencia de la mayoría de los 
filósofos, Habermas rechaza la idea de que los de-rechos 
humanos son una subespecie de los dere-chos 
morales. En su opinión, son derechos legales, 
aunque poseen validez universal. En segundo lu-gar, 
y relacionado con lo primero, Habermas nie-ga 
que los derechos humanos necesiten un aside-ro 
moral en la naturaleza humana o en la razón. 
En vez de ello, insiste en que están esencialmente 
ligados a los prerrequisitos formales y funciona-les 
de los sistemas legales modernos. Esto no sig-nifica 
que su razón de ser sea exclusivamente fun-cional, 
en tanto estos se desarrollaron en respues-ta 
a experiencias de opresión universales.9 En esa 
medida ellos poseen, sin duda, una base moral 
8 Habermas, al igual que Rawls, estaría tentado en mantener una posición minimalista en relación con los derechos humanos, al menos en dos sentidos. En 
primer lugar, está inclinado a concebir los derechos humanos como reclamos legalmente procesables o como garantías potenciales para la sanción o 
intervención externa. Como dicha sanción e intervención deben evitarse en todo sentido, menos en las violaciones más extremas de los derechos, la lista 
de derechos que se establezca debe ser relativamente pequeña en número e importancia. Por consiguiente, Habermas incluye el genocidio (la violación 
masiva del derecho a la vida llevada a cabo por un gobierno hacia algunos de sus ciudadanos), pero no la inanición causada por el sistema económico 
global. Juntamente con este minimalismo aplicado encontramos un minimalismo justificatorio o la exclusion de derechos que no pueden ser, en 
principio, justificados ni aun apelando al consenso universal. Una vez más, la insistencia principista de Habermas en que los derechos humanos sean 
formalmente derivados de la gramática de las instituciones legales modernas le lleva a priorizar los derechos clásicos, civiles y políticos por encima de 
un derecho a la subsistencia, a tal punto que queda algo incierto el que pueda darle cabida a un derecho a la subsistencia dentro de los derechos humanos 
básicos. Para una mayor discusión respecto del minimalismo de los derechos humanos, véase MACLEOD, Alistair. «Rawls’s Narrow Doctrine of Human 
Rights». En R. Martin y D. Reidy (eds.). Rawls’s Law of Peoples: A Realistic Utopia? Maldon, MA: Blackwell, 2006, pp. 134-149. 
9 HABERMAS, Jürgen. BFN, p. 191. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 81
INTERSECCIONES 
única. En tercer lugar, como todo derecho legal, 
los derechos humanos deben ser el resultado de 
procesos políticos democráticos, lo que les da la 
forma cuasi legal asociada con leyes relativamen-te 
bien definidas que permiten guiar el comporta-miento 
de modo predecible. La teoría discursiva 
de Habermas sobre la legalidad y la democracia 
explica cómo el contenido específico de estos dere-chos 
debe ser políticamente negociado en un diálo-go 
transparente y totalmente inclusivo, de manera 
tal que todos los afectados por dichos derechos 
puedan consentir a ellos de manera libre y racio-nal 
(y) en tanto son de interés de todos. 
Aunque ahora solo estamos desarrollando las 
instituciones legales internacionales que podrían 
algún día evolucionar hacia un régimen global y 
democrático de los derechos humanos, Habermas 
considera que los lineamientos de dicha evolución 
son perceptibles en las tradiciones constituciona-les 
inglesa y norteamericana. Revisando estas tra-diciones 
Habermas nota que algunos de nuestros 
derechos humanos se remontan, en cuanto a su 
genealogía y justificación, a esas libertades civiles 
que garantizan las libertades mismas de expre-sión 
y de asociación, sin las cuales las leyes bási-cas 
y constituciones que fundamentan las institu-ciones 
democráticas no podrían a su vez haber 
adquirido legitimidad. En otras palabras, dichos 
derechos humanos están funcionalmente justifi-cados 
por la necesidad moral, dentro de la socie-dad 
moderna, de unir la legalidad con la legitimi-dad 
democrática tanto como lo están por la nece-sidad 
funcional de garantizar la democracia a tra-vés 
del derecho legal. En resumen, ellos establecen 
las condiciones comunicativas necesarias para la 
«formación de una volutad» progresiva. 
Sin embargo, este argumento funcional solo 
puede explicar aquellos derechos humanos que 
están directamente relacionados con la preserva-ción 
de la vida política democrática, construida 
ampliamente. Según Habermas, los derechos hu-manos 
de propiedad privada, de seguridad per-sonal, 
de libertad de movimiento y, sin duda al-guna, 
todos los derechos humanos clásicos que 
originalmente ocuparon la atención de los teóri-cos 
del contrato social liberal durante el período 
de la monarquía, están más directamente vincu-lados 
a la «gramática del código legal».10 Aquí ve-mos, 
una vez más, a Habermas apartándose cla-ramente 
de la moralidad de la ley natural que guió 
a estos teóricos. Estos derechos humanos clásicos, 
nos dice Habermas, no «tienen [su] origen en la 
moralidad, sino que cargan con la huella de las 
libertades individuales, por lo tanto de un concep-to 
específicamente jurídico».11 Más precisamente, 
dichos derechos funcionan ante todo como permi-sos 
para actuar sin miedo a restricción guberna-mental 
alguna. Los deberes que imponen recaen, 
en primer lugar, en los responsables de ejercer la 
ley y no en los ciudadanos particulares. 
10 HABERMAS, Jürgen. La constelación posnacional: ensayos políticos. Barcelona: Paidós, 2000. De aquí en adelante PC. (The Postnacional Constellation. 
Political Essays. Cambridge, Mass: MIT Press, 2001, pp. 117-118). 
11 HABERMAS, Jürgen. La inclusión del otro: estudios de teoría política. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999. De aquí en adelante IO. (The Inclusion of the Other: 
Studies in Political Theory. Cambridge, MA: MIT Press, 1998, p. 191). 
82 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
3. LA SUBSISTENCIA COMO DERECHO HUMANO 
¿Cómo podría la teoría institucional de los dere-chos 
humanos de Habermas concebir la subsis-tencia 
como un derecho humano? Para dar res-puesta 
a esta pregunta comenzaremos revisando 
su concepción derivada de los derechos humanos 
y veremos cuán importante es el suministro del 
bienestar material en la totalidad de su teoría le-gal. 
Habermas comienza deduciendo cuatro cate-gorías 
de derechos básicos que son esenciales para 
cualquier código legal moderno que sea legítimo. 
En primer lugar, en los sistemas legales modernos 
los derechos deben tomar la forma de libertades 
individuales. La segunda categoría de derechos 
ciudadanos se sigue conceptualmente, una vez 
más, del hecho de que los derechos de libertad son 
exigencias reconocidas por una comunidad legal. 
La tercera categoría de los derechos debidamente 
procesados acoge el hecho de que los derechos le-gales 
son exigencias que pueden decidirse y ha-cerse 
cumplir a través de procesos legales recono-cibles. 
Una cuarta categoría de derechos políticos 
es requerida para poder establecer la legitimidad 
democrática en nuestra interpretación particular 
de estos derechos abstractos en la forma de dere-chos 
constitucionales y legales. Un derecho básico 
a la subsistencia sería incluido en la quinta y últi-ma 
categoría de los derechos básicos de Haber-mas 
que alude a la «provisión de las condiciones 
de vida que están aseguradas social, tecnológica y 
ecológicamente, en la medida en que las circuns-tancias 
vigentes lo hacen necesario (y) si es que los 
ciudadanos han de tener igualdad de oportunida-des 
en la utilización de los derechos civiles ya men-cionados 
[en las cuatro categorías precedentes de 
derechos]».12 Mientras que Habermas insiste en 
que las cuatro primeras categorías de derechos 
están «absolutamente justificadas» en relación con 
el concepto moderno de ley, observa que la última 
categoría de derechos de bienestar –en la cual po-dríamos 
nosotros incluir la subsistencia– está solo 
justificada de manera «relativa» y contingente. 
La naturaleza no fundamental del derecho hu-mano 
a la subsistencia es reiterada en un ensayo 
posterior en el que Habermas presta atención a la 
queja hecha por los firmantes de la Declaración 
de Bangkok de 1993, quienes critican que Occi-dente 
privilegie los derechos civiles y políticos 
sobre los derechos sociales: «desde un punto de 
vista normativo, el darle ‘prioridad’ a los dere-chos 
sociales y culturales básicos no tiene senti-do 
por la sencilla razón de que esos derechos solo 
sirven para asegurar el ‘justo valor’ (Rawls) de 
los derechos liberales y políticos básicos; es decir, 
los presupuestos fácticos para la igualdad de 
oportunidades en el ejercicio de los derechos in-dividuales 
».13 
Hay cuatros aspectos que resaltar en esta ca-racterización 
del derecho a la subsistencia. Lo pri-mero 
es que el derecho a la subsistencia está justi-ficado 
instrumentalmente, debido a la necesidad 
de mantener la solidaridad social igualitaria que 
es (a su vez) un requisito para el mantenimiento 
12 HABERMAS, Jürgen. BFN, p. 123. 
13 HABERMAS, Jürgen. PC, p. 125. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 83
INTERSECCIONES 
de la democracia liberal. Por lo tanto, no está pen-sado 
para asegurar un umbral básico de humani-dad 
floreciente aplicable a cualquiera al margen 
de su estatus politico. Está, más bien, previsto 
como un principio de justicia distributiva básica-mente 
en el mismo sentido en que el principio de 
la diferencia de Rawls lo está. En ambos casos, la 
idea contractualista de «raciones iguales para co-laboraciones 
aproximadamente iguales» es la idea 
directriz y no la idea de una necesidad humana básica. 
Lo segundo es que, en tanto el derecho legal, el 
derecho a la subsistencia es un reclamo hecho a 
las instituciones jurídicas. No es un reclamo con-tra 
las estructuras económicas opresivas ni con-tra 
los sistemas patriarcales y de casta racial tra-dicionales 
que han sido impuestos al pobre por 
convención. Dichas estructuras y sistemas no solo 
pueden prosperar en medio de instituciones lega-les 
modernas que las prohíben –de modo que diri-gir 
una queja de derechos humanos al sistema le-gal 
resulta inútil–, sino que cuando la causa de la 
opresión es la tradición, el mejor remedio no resul-taría 
ser uno de carácter legal sino uno de carácter 
pedagógico, a través del fomento de la conciencia. 
En tercer lugar, el derecho a la subsistencia es con-tingente. 
En una sociedad adinerada donde la ri-queza 
está ya distribuida de manera uniforme, una 
garantía legal de esta naturaleza sería innecesa-ria. 
En cuarto y último lugar, el derecho a la sub-sistencia 
es entendido como el cumplimiento de 
un deber positivo. Más precisamente, es el deber 
de ayudar a aquellos a quienes reconocemos como 
nuestros compatriotas en solidaridad. Como tal, 
su aplicación no puede estar subsumida bajo el 
control centralizado de una agencia global de de-rechos 
humanos, cuyos miembros participantes 
no están unidos en solidaridad democrática al-guna. 
En palabras de Habermas, sentimos una 
solidaridad «negativa» con los extranjeros cuan-do 
sufren violaciones extremas de sus derechos 
humanos negativos durante genocidios, limpie-zas 
étnicas y opresión política de amplia escala. 
Por el contrario, nuestra solidaridad positiva ha-cia 
ellos no es el tipo de solidaridad que nos obli-garía 
a transferir nuestra riqueza hacia ellos.14 
Por consiguiente, Habermas aprueba la interven-ción 
internacional agresiva en casos de genoci-dio 
pero no en casos de pobreza, cuyas causas 
son menos seguras y cuyos remedios son más 
controversiales. 
4. EL DEBER NEGATIVO DE ABSTENERSE 
DE DAÑAR AL OTRO Y EL DERECHO 
A LA SUBSISTENCIA 
En suma, Habermas no tiene lugar en su teoría 
para un derecho humano a la subsistencia que sea 
aplicable a las personas al margen de cuál sea su 
estatus político y legal. En el mejor de los casos, 
puede él insistir en este derecho de manera deri-vada, 
como cuando critica la idea de los regíme-nes 
neoliberales de los derechos humanos que res-tringen 
los derechos humanos a «las libertades 
negativas de los ciudadanos que adquieren un sta-tus 
‘immediato’ con respecto a la economía glo- 
14 Véase HABERMAS, Jürgen. DW, pp. 79-80, 177-178, 139-143. 
84 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
bal».15 Esta crítica, es verdad, asume que los dere-chos 
políticos positivos a la autodeterminación 
democrática deben considerarse derechos huma-nos 
básicos, de lo cual luego se sigue que un dere-cho 
positivo a la subsistencia debe también ser 
acogido «como un asunto de justicia». Pero nue-vamente 
esto no toma en consideración el dere-cho 
humano a la subsistencia de las personas que 
no viven en una democracia liberal –y por lo que 
sabemos, es posible que nunca vivirán en ella–. En 
el mejor de los casos, su derecho a la subsistencia 
solo puede ser tomado en consideración por nues-tro 
derecho positivo más frágil de asistir a aque-llos 
en necesidad. 
Derivar un derecho a la subsistencia de los 
derechos liberales y democráticos es una empre-sa 
riesgosa mientras que el estatus de derechos 
humanos de estos derechos siga siendo un asunto 
discutible. Por lo tanto, no es de sorprender que 
muchos teóricos de los derechos humanos hayan 
evitado concebirlo así.16 Igualmente riesgoso es 
derivar un derecho a la subsistencia de nuestro 
frágil deber positivo de asistir a aquellos en nece-sidad, 
dado que tanto los beneficiarios como la 
suma de beneficios otorgada estaría librada a 
nuestra discresión y preocupación solidaria. Se 
necesita otra estrategia para hacer frente a las con-secuencias 
de la subsistencia negada por parte de 
las instituciones globales. Esta estrategia, a mi 
parecer, está implícita en el «derecho a la vida» 
INTERSECCIONES 
incluido por Habermas dentro de los derechos 
humanos básicos.17 Este derecho, en tanto nos pro-híbe 
dañar a otros en su libre búsqueda de vida, 
no hace distinción alguna entre extranjeros y com-patriotas. 
Dos consecuencias resultan de concebir un 
derecho humano a la subsistencia como un dere-cho 
lockeano a la vida. En primer lugar, las perso-nas 
tienen un reclamo hacia los otros para acceder 
libremente a medios de subsistencia cuya exis-tencia 
abunda de manera suficiente. En segundo 
lugar, los déficits de subsistencia deben ser ma-yormente 
atribuidos a las limitaciones impues-tas 
por personas e instituciones. Una vez que su-ponemos 
que las personas tienen una igualdad de 
participación en el acceso a los abundantes re-cursos 
de la tierra, las estructuras de propiedad 
aceptables deben quedar limitadas a aquellos que 
«dejan suficiente y también para los otros», de 
manera proporcional a la satisfacción de las ne-cesidades 
básicas de todos. Cualquier estructura 
económica que se desvíe de este originario dere-cho 
igualitario a la propiedad debe considerarse 
por todos los afectados como un avance igualita-rio 
de sus intereses individuales, de acuerdo con 
las exigencias de la ética discursiva. 
Locke justificó una economía capitalista de 
carácter monetario con posesiones de propiedad 
ampliamente desiguales, sobre la base de que aun 
aquellos que no tenían nada sino su cuerpo prefe- 
15 HABERMAS, Jürgen. DW, p. 186. 
16 Véase, por ejemplo, RAWLS, John. El derecho de gentes. Barcelona: Paidós Ibérica, 2001; NUSSBAUM, Martha. Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque 
de las capacidades. Barcelona: Herder, 2002; SHUE, Henry. Basic Rights, Subsistence, Affluence, and U.S. Foreign Policy. 2.a ed. Princeton: Princeton 
University Press, 1996; y POGGE, Thomas. Ob. cit. 
17 Véase HABERMAS, Jürgen. PC, p. 125. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 85
INTERSECCIONES 
rirían el nivel de vida relativamente más alto que 
gozarían como meros asalariados en comparación 
con la precaria subsistencia que tendrían dentro 
de condiciones más igualitarias. A la luz de la po-breza 
devastadora y la desigualdad desencade-nadas 
por el capitalismo global contemporáneo, 
la justificación de Locke resulta refutable. Como 
señala Habermas, los acuerdos de intercambio 
neoliberales; las zonas de trabajo no reguladas; 
las políticas de inversión en el desarrollo; y los 
programas de reajuste estructurales que hacen las 
instituciones capitalistas globales de hoy en día 
son impuestos a los pobres sin su consentimiento. 
Más aún, la extrema desventaja que tienen los 
pobres en la negociación de mejoras refleja una 
larga historia de desventajas acumuladas que bro-ta 
de un pasado histórico de colonización brutal, 
de imperialismo, de explotación, de expropiación 
y de esclavitud. Esta injusticia –quizá la violación 
sistemática más sostenida de un deber negativo 
jamás registrada en la historia de la humanidad– 
es además amparada, como Pogge y otros han 
señalado, por convenciones internacionales que 
permiten a los líderes autoritarios de países en 
desarrollo el privilegio de vender los recursos de 
sus naciones a cambio de armas y de ganancias 
personales, así como usar estos mismos recursos 
a manera de aval para prestarse dinero de bancos 
internacionales. No es necesario decir que todo 
esto funciona en provecho de todos aquellos que 
subsidian sus extravagantes estilos de vida com-prando 
productos a precios reducidos apoyados 
por las agencias proteccionistas de bancos y de 
compañías multinacionales. 
5. CONCLUSIÓN 
En conclusion, al interpretar un derecho humano 
a la subsistencia como un derecho a la vida liberal 
clásico en el sentido lockeano, perdemos las sóli-das 
asunciones igualitarias asociadas con un de-ber 
positivo de proveer las condiciones materia-les 
que son un requisito para garantizar el «justo 
valor» de la libertad política. A la vez, obtenemos 
la fuerza incondicional de un deber negativo que 
puede autorizar las intervenciones internaciona-les 
de derechos humanos en los casos donde las 
personas están negadas a la subsistencia segura, 
sea a través de la conducta personal de oficiales 
del Estado o de los efectos impersonales de las ins-tituciones. 
18 El desarrollo de una comprensión 
adecuada del derecho humano a la subsistencia 
puede requerir que rechacemos la comprensión 
exclusivamente jurídica propuesta por Habermas 
de los derechos humanos. Sin duda, una compren-sión 
jurídica capta un aspecto importante de los 
derechos humanos que ha salido a la luz en inter-venciones 
internacionales recientes contra Esta-dos 
que han cometido violaciones de los derechos 
humanos (las intervenciones en Dafur y Kosovo 
ilustran solo algunos ejemplos que dan cuenta de 
18 Esto no excluye el que la pobreza pueda a veces ser en parte causada por el comportamiento de las propias víctimas de la pobreza. Sin embargo, aun 
cuando esas causas locales son registradas en explicaciones concernientes a las tasas diferenciales de pobreza entre regiones y poblaciones, las institu-ciones 
de fondo que condicionan y exacerban la pobreza son globales. 
86 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
INTERSECCIONES 
esta comprensión). Estas intervenciones legales nos 
recuerdan que la defensa de los derechos huma-nos 
es una obligación política y no meramente 
moral (o personal). Por otro lado, algunas inter-venciones 
reflejan un aspecto no jurídico –y en 
ocasiones no institucional–. Los esfuezos políti-cos 
para transformar patrones tradicionales de 
discriminación de género a través de la educación 
en vez de vía el mandato legal constituyen una 
forma no jurídica de intervención institucional. 
Sin embargo, otras intervenciones manifiestan 
una noción interactiva de los derechos humanos, 
como cuando el líder de una nación (probablemen-te 
en coalición con líderes de otras naciones de 
igual idiosincracia) asume contener al líder de otro 
país que ha licenciosamente dejado de lado las le-yes 
humanas y convenciones de su propio país. 
Incluso una comprensión interactiva de los dere-chos 
humanos, con sustento moral, no debe de-jarse 
de lado, ya que hay ocasiones, como cuando 
hay catástrofes naturales, donde personas indi-viduales 
tienen un deber positivo de asistir a otros 
que están en necesidad a través de la donación de 
sus propios recursos. 
Otra razón para reconocer una comprensión 
moral –y en este sentido, no jurídica– de los dere-chos 
humanos es que los derechos humanos fun-cionan 
como ideales, como aspiraciones «máxi-mas 
», o como estándares evolutivos de civilización, 
progreso y crítica, independientemente del esta-tus 
que tienen como reclamos «mínimos».19 Este 
sentido último de los derechos humanos, que se 
refiere esencialmente a una concepción moral com-prehensiva 
de la naturaleza humana y a sus nor-mas 
adjuntas de florecimiento humano y de 
autorrealización, resuena profundamente en la tra-dición 
aristotélico-marxista.20 Aun si esta tradición 
no puede ser ya aceptada para proveer una justifi-cación 
(o fundación) categórica de los derechos hu-manos 
en el sentido metafísico de la palabra (es 
decir, como deducidos o intuidos por la «razón 
pura»), ella puede especificar de qué tratan los de-rechos 
humanos y por qué son importantes. Dicho 
de manera simple, los derechos humanos se ocu-pan 
tanto de garantizar la satisfacción de las nece-sidades 
humanas más básicas como de realizar las 
capacidades humanas más importantes. 
Probablemente, Habermas objetaría que cual-quier 
concepción de los derechos humanos basada 
en una concepción moral de la naturaleza humana 
viola los principios pluralistas del liberalismo po-litico 
por escabullirse en una concepción compre-hensiva, 
metafísica del bien humano. En su opi-nión, 
tal concepción teleológica de la naturaleza 
humana no sería convincente de modo universal 
para todos los seres humanos. De ahí que apelar a 
este estándar de florecimiento humano como base 
para la acción legal, para la crítica y la reforma, 
19 Nussbaum comprende la distinción entre derechos como reclamos para un trato mímamente decente y derechos como aspiraciones en la distinción que 
hace entre capacidades básicas y capacidades combinadas. Las primeras son entendidas como habilidades innatas, mientras que las segundas serían 
capacidades totalmente maduras, las cuales cuentan con los soportes ambientalistas adicionales y la «base social» para seguir desarrollándose. Véase 
NUSSBAUM, Martha. Ob. cit., p. 96 y ss. 
20 Véase POGGE, Thomas. Ob. cit.; NUSSBAUM, Martha. Ob. cit y LUBAN, David. «Intervention and Civilization: Some Unhappy Lessons of the Kosovo War». 
En Pablo de Greiff y Ciaran Cronin (eds.). Global Justice and Transnational Politics. Cambridge, MA: MIT Press, 2002. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 87
INTERSECCIONES 
significaría la imposición de un ideal particular, 
no susceptible de ser compartido al resto del mun-do. 
Este me parece un argumento extraño para un 
filósofo que está tan convencido de que las cultu-ras 
están coloquialmente abiertas unas a otras y 
que son capaces de convergir en el requerimiento 
de valores morales universales. No hay razón para 
esperar que los seres humanos llegarán a un con-senso 
universal sobre intereses generales a me-nos 
que ellos asuman, a modo de idea reguladora, 
que ellos comparten una naturaleza común. En 
ese caso, la confianza en aumento de las Naciones 
Unidas sobre una lista de capacidades revisable y 
transculturalmente negociada para evaluar el 
progreso en la realización de los derechos huma-nos, 
en vez del producto nacional bruto (PNB) o la 
utilidad promedio, demuestra un respeto saluda-ble 
por el realismo moral, el cual también fue com-partido 
por la primera generación de teóricos crí-ticos, 
aunque no sin criticismo, y que Habermas 
estaría de igual manera dispuesto a reconocer. 
88 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
M e m o r i a C V R 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 89
INTERSECCIONES 
90 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
MEMORIA CVR 
Balance de las acciones realizadas por el Estado a partir de las 
recomendaciones de la CVR entre junio de 2008 y marzo de 2009* 
AVANCES Y RETROCESOS 
IRIS JAVE Y JOSÉ ALEJANDRO GODOY 
A continuación se presenta el quinto balance de 
las acciones realizadas por el Estado peruano en-tre 
junio de 2008 y marzo de 2009, relacionadas 
con las recomendaciones de la Comisión de la Ver-dad 
y Reconciliación (CVR). Las acciones han sido 
ordenadas en seis ejes temáticos: instituciones de 
emergencia para la reconciliación, Plan Integral 
de Reparaciones, difusión del Informe Final, judi-cialización, 
reformas institucionales y expresio-nes 
artísticas y culturales. 
1. INSTITUCIONES DE EMERGENCIA 
PARA LA RECONCILIACIÓN 
Las acciones vinculadas con la creación de una 
institucionalidad orientada hacia las tareas de 
reconciliación propuestas por la CVR se concentra-ron 
en la implementación de las distintas instan-cias 
y acciones del Consejo de Reparaciones, enti-dad 
encargada del Registro Único de Víctimas. 
Así, se han creado sedes descentralizadas del 
Consejo en Satipo, Huamanga, Huanta, San Mar-tín 
y Lima Sur, que permiten que se recoja de modo 
más completo la información de cada una de las 
víctimas del conflicto. 
Desde noviembre de 2008, se ha iniciado la 
entrega de los certificados que acreditan a las víc-timas 
del conflicto, documentos que serán necesa-rios 
para acceder a los programas de reparacio-nes 
que elabore la Comisión Multisectorial de Alto 
Nivel (CMAN) y que serán implementados en los 
próximos meses. 
Hasta marzo de 2009, el Consejo de Repara-ciones 
cuenta con 31.761 personas inscritas en el 
Libro de víctimas individuales y 3.648 personas 
inscritas en el Libro de beneficiarios colectivos. 
Aunque el trabajo del Consejo está pasando 
casi inadvertido en los medios nacionales, al inte-rior 
del país hay mayor expectativa acerca de su 
trabajo, en parte porque allí se encuentra concen-trada 
la mayor cantidad de víctimas pero, por otro 
lado, también porque la agenda pública regional 
está más involucrada con una demanda por repa-raciones 
individuales. Y el registro único de vícti-mas 
es el paso previo. 
* Un cuadro completo con las acciones realizadas en ese período se puede ver en <http://www.pucp.edu.pe/idehpuco//index.php>. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 91
MEMORIA CVR 
2. PLAN INTEGRAL DE REPARACIONES 
Los avances en esta materia se han concentrado 
en el Programa de Reparaciones Colectivas, hasta 
el momento la única parte del Programa Integral 
de Reparaciones (PIR), que ha sido implementada 
por la CMAN. 
Durante el 2008, la Presidencia del Consejo de 
Ministros realizó dos transferencias de presu-puesto 
para reparaciones colectivas: la primera, 
en octubre, por S/. 8.387.934,81 para 85 proyectos; 
mientras que la segunda, en noviembre, fue por 
S/. 4.396.788,28 para 44 proyectos. 
También se han realizado acciones de repara-ciones 
colectivas en Chuschi, primera comunidad 
afectada por el conflicto armado interno y en el 
valle del río Apurímac y Ene, zona que hasta el día 
de hoy sufre los embates de los remanentes de Sen-dero 
Luminoso. 
3. DIFUSIÓN DEL INFORME FINAL 
Durante el período que analizamos, además de la 
continuidad de la exposición fotográfica Yuyana-paq. 
Para recordar, ubicada en el sexto piso del Mu-seo 
de la Nación –solo interrumpida por la reali-zación 
de dos cumbres internacionales en mayo y 
noviembre de 2008–, se han producido dos deba-tes 
públicos acerca del Informe Final de la CVR y su 
difusión. 
El primero de ellos se produjo en agosto de 
2008: se puso en cuestión la forma en que los tex-tos 
escolares dirigidos a estudiantes de los últi-mos 
años de secundaria presentaban el conflicto 
armado interno. La discusión incluso motivó una 
investigación policial que buscaba determinar si 
existía apología al terrorismo en estos textos, lue-go 
el propio ministro de Educación respaldó la fi-nalidad 
educativa de los textos escolares. 
El segundo debate giró, durante febrero y mar-zo 
de 2009, alrededor de la propuesta del Gobier-no 
alemán de donar dos millones de dólares para 
la construcción de un museo de la memoria, que 
tendría como base la exposición fotográfica Yuya-napaq. 
Para recordar. La discusión nuevamente rea-vivó 
las posiciones sobre los distintos tipos de 
memoria contrapuestos sobre el conflicto arma-do 
interno. Finalmente, se conoció que el Gobier-no 
peruano aceptó la edificación del museo y nom-bró 
una comisión especial de alto nivel para la 
formulación del proyecto, presidida por el escri-tor 
Mario Vargas Llosa e integrada por Salomón 
Lerner Febres, Fernando de Szyszlo, Frederick 
Cooper, Juan Ossio y monseñor Luis Bambarén. 
En ambos casos, se pone en evidencia la fuer-te 
polarización en torno a las memorias que so-bre 
el conflicto armado interno subsisten en el 
país; el debate se produce cuando, a partir de una 
acción del Estado (museo de la memoria o un texto 
escolar), se pone en juego la disputa por el discurso 
político-público, pues ello implica legitimar el dis-curso 
y hacerlo prevalecer en ese hecho. Los acto-res 
políticos y sociales involucrados reconocen 
–de algún modo– el valor de la institucionalidad 
estatal, y ello la fortalece. 
4. JUSTICIA Y JUDICIALIZACIÓN 
En el marco de una sesión de la Comisión Intera-mericana 
de Derechos Humanos sobre los casos 
presentados por la CVR para su procesamiento pe- 
92 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
MEMORIA CVR 
nal, realizada en marzo de 2009, el presidente del 
Poder Judicial anunció la creación de dos juzga-dos 
especializados en derechos humanos, en los 
distritos judiciales de Huánuco y Junín, así como 
la formación de dos colegiados dentro de la Sala 
Penal Nacional dedicados exclusivamente a esta 
materia y destinados a acelerar estos procesos. 
Meses atrás, en noviembre de 2008, los con-gresistas 
Edgar Núñez y Mercedes Cabanillas pre-sentaron 
proyectos de ley destinados a dar am-nistía 
e indulto, respectivamente, a miembros de 
las fuerzas armadas y policiales procesados por 
violaciones de los derechos humanos. Ambas pro-puestas 
están pendientes de debate en la Comi-sión 
de Justicia del Congreso de la República. 
Asimismo, en octubre de 2008, se reguló, me-diante 
decreto supremo 022-2008-DE/SG, la defensa 
legal del personal militar y policial involucrado en 
investigaciones en el Poder Judicial por presunta 
comisión de delitos contra los derechos humanos, 
en el ejercicio regular de sus funciones. Se incluye 
personal de tropa y se señala que, en caso de de-claración 
de culpabilidad, deberá reintegrarse al 
Estado la suma empleada en la defensa. 
También se han registrado sentencias en los 
siguientes casos: a) Caso Cúpula del MRTA: se dio a 
conocer la sentencia en segunda instancia, que ele-va 
las penas de Víctor Polay Campos a treinta y 
cinco años de prisión; Miguel Rincón a treinta y 
cinco años; Lucero Cumpa a treinta años y Alber-to 
Gálvez Olaechea a veinticuatro años. b) Caso 
Ernesto Castillo Páez: la Corte Suprema confirmó el 
fallo que condena a Juan Carlos Mejía León a die-ciséis 
años de prisión y señala que la desaparición 
forzada es un delito de carácter permanente mien-tras 
no se establezca el destino o paradero de la 
víctima. c) Caso Hugo Bustíos: se confirmó el fallo 
condenatorio contra Víctor La Vera Hernández y 
Amador Vidal Sanbento, por asesinato de perio-dista 
ocurrido en 1988. d) Caso Indalecio Pomatanta: 
en primera instancia, la Sala Penal Nacional con-denó 
a Andrés Egoachaga, oficial de la Marina, a 
veinte años de prisión por homicidio calificado de 
joven de 17 años ocurrido en Ucayali, mientras 
que otros tres acusados fueron absueltos. 
De los procesos desarrollados, el que ha conci-tado 
mayor atención es el Caso Alberto Fujimori, cuya 
sentencia fue dada a conocer el 7 de abril de 2009 
por la Sala Penal Especial de la Corte Suprema, 
obteniendo la pena de veinticinco años de prisión 
por su responsabilidad en los delitos de homici-dio 
calificado con alevosía, por las matanzas de 
Barrios Altos y de La Cantuta, y de secuestro agra-vado 
bajo circunstancia agravante de trato cruel, 
por las detenciones del periodista Gustavo Gorri-ti 
y el empresario Samuel Dyer; lo que en palabras 
del presidente de la Sala, el vocal supremo César 
San Martín, constituyen crímenes contra la hu-manidad. 
1 Asimismo, el Tribunal, reconoció el 
valor del Informe Final de la CVR como un documen-to 
de referencia trascendental en la valoración de 
pruebas. 
El proceso que ha sido calificado de histórico 
por observadores internacionales de todo el mun-do, 
pues es la primera vez que un jefe de Estado es 
juzgado y sentenciado en su propio país por un 
1 Véase la sentencia completa en <http://www.pj.gob.pe/CorteSuprema/spe/index.asp?opcion=detalle_noticia&codigo=10409>. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 93
MEMORIA CVR 
tribunal enteramente nacional, ha demandado 
una nutrida concurrencia de testigos y documen-tos. 
Durante junio y julio de 2008, se presentaron 
los últimos testigos, destacando los testimonios 
de Nicolás Hermoza Ríos, quien reconoció que el 
ex presidente fue informado del caso La Cantuta al 
día siguiente de ocurridos los hechos; Máximo San 
Román, quien entregó notas de inteligencia que 
había proporcionado a Fujimori sobre el caso Ba-rrios 
Altos y Rafael Merino Bartet, quien reconoció 
que Vladimiro Montesinos era el jefe real del Ser-vicio 
de Inteligencia Nacional (SIN) y que guardó 
documentos de inteligencia que iban a ser incine-rados. 
También se presentaron los testimonios de 
Vladimiro Montesinos y Jesús Sosa Saavedra, 
quienes procuraron exculpar al ex presidente. En 
los meses de agosto y septiembre se presentaron 
los peritos nacionales e internacionales, que pro-curaron 
realizar aclaraciones sobre temas jurídi-cos, 
antropológico-forenses, documentos descla-sificados 
por el Gobierno de los Estados Unidos y 
el Informe Final de la CVR. Entre octubre y diciembre 
se realizó la presentación de la prueba documen-taria; 
mientras que enero, febrero y marzo fueron 
meses destinados a la presentación de los alega-tos 
finales de cada una de las partes. El conjunto 
de pruebas ha dado lugar no solo a la histórica 
sentencia, sino también a un nuevo debate públi-co 
que ha reavivado la importancia del Informe Fi-nal 
de la CVR y ha puesto nuevamente en evidencia 
la polarización del país en torno al conflicto ar-mado 
interno.2 
Otros casos en los que se han registrado avan-ces 
han sido los siguientes: a) Caso El Frontón: el Tri-bunal 
Constitucional declaró improcedente el re-curso 
de agravio constitucional interpuesto por 
el Instituto de Defensa Legal contra la resolución 
judicial que aceptó el hábeas corpus del marino 
Teodorico Bernabé Montoya, quien solicitó la pres-cripción 
de este caso. Con ello, el Tribunal Consti-tucional 
no se pronunció sobre el tema de fondo, 
que queda a determinación del Poder Judicial. Pos-teriormente, 
abre proceso a 22 marinos por este 
caso y se les declara impedimento de salida del 
país, pero a causa del fallo del Tribunal Constitu-cional, 
el abogado de los procesados ha solicitado 
la prescripción del caso. b) Caso Los Cabitos: la Sala 
Penal Nacional emitió una resolución que declara 
este caso como imprescriptible, mientras que el 
Ministerio Público solicitó la pena de treinta años 
de prisión para 7 ex miembros del Ejército a quie-nes 
acusó de autores de las desapariciones for-zadas 
de 54 personas en esta instalación militar. 
c) Caso La Cantuta: en el proceso llevado ante el Quin-to 
Juzgado Penal Especial Anticorrupción, se emite 
resolución que abre proceso penal contra el gene-ral 
EP (r) Juan Rivero Lazo, el coronel EP (r) Federico 
Navarro, los mayores EP (r) Santiago Martin y 
Carlos Pichilingüe y los sub oficiales EP Jesús Sosa 
Saavedra, Julio Chuqui y Nelson Carvajal, anu-lándose, 
además, la sentencia del Fuero Militar 
sobre este caso. Mientras que en el proceso segui-do 
contra Julio Salazar Monroe por este mismo 
caso, que se encuentra en etapa de apelación, el 
2 En esta edición de Memoria incluimos un artículo de análisis de Jo-Marie Burt sobre la sentencia aplicada a Alberto Fujimori. 
94 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
MEMORIA CVR 
Ministerio Público solicitó confirmar la culpabili-dad 
del ex jefe del SIN, pero rebajando su pena a 
veinticinco años de prisión. d) Caso Comando Rodri-go 
Franco: Agustín Mantilla prestó su declaración 
en el proceso que se le sigue por ejecuciones extra-judiciales. 
e) Caso Samuel Dyer: el Ministerio Públi-co 
denunció a Vladimiro Montesinos, Alberto Pin-to 
Cárdenas y Santiago Zegarra por el secuestro 
de un empresario, ocurrido en 1992, pero el Tercer 
Juzgado Penal Especial desestimó la denuncia, por 
considerar que el caso no se encuentra inmerso en 
el delito de secuestro agravado. f) Caso Matanza de 
Chumbivilcas: el Primer Juzgado Penal Supra pro-vincial 
de Lima inició investigaciones por el ase-sinato 
de más de 20 personas en la localidad de 
Cusco, adjudicada a miembros del Ejército perua-no. 
g) Caso Cúpula de Sendero Luminoso: Abimael 
Guzmán demandó al Perú ante la Comisión Inte-ramericana 
de Derechos Humanos (CIDH) por con-siderar 
que se violaron sus derechos durante el 
juicio que lo condenó a cadena perpetua. 
5. REFORMAS INSTITUCIONALES 
Dentro de sus recomendaciones, la CVR planteó una 
serie de reformas institucionales destinadas a crear 
las bases de un nuevo pacto social que impida que 
los hechos de violencia producidos se repitan. Es-tas 
recomendaciones se formularon para mejorar 
la presencia del Estado y la autoridad democráti-ca, 
así como para complementar las reformas que 
deben hacerse en los campos de defensa y orden 
interno, sistema de justicia y sistema educativo. 
En este campo, al igual que en el reporte ante-rior, 
nos ocuparemos solo de los sectores de defen-sa 
y orden interno y justicia, dado que son los 
únicos en los que se han registrado avances. Con 
ello se confirma la conclusión de nuestros repor-tes 
anteriores: los pocos avances consignados des-de 
el 2003 en estas materias no se deben a una 
política de reforma institucional, sino a iniciati-vas 
desarticuladas y sin continuidad que no se 
enmarcan en una orientación general de política. 
5.1. REFORMA DEL SISTEMA DE DEFENSA 
En junio de 2008, se emitió la ley 29428, Ley del 
Servicio Militar, norma que prohíbe el recluta-miento 
forzado y especifica una serie de incenti-vos 
para el servicio militar, que se mantiene como 
de carácter voluntario. En cuanto al Registro Mi-litar, 
se indica que la inscripción como ciudadano 
estará a cargo del Registro Nacional de Identifica-ción 
y Estado Civil (RENIEC) a los 17 años pero que, 
a los noventa días de realizada esta inscripción, el 
ciudadano deberá acudir a inscribirse en el insti-tuto 
armado de su elección. La libreta militar se 
emitirá solo para quienes opten por el servicio 
militar voluntario. 
El reciente atentado contra una patrulla mili-tar 
en el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE) 
pone en evidencia la necesidad de verificar la eje-cución 
de esta ley, pues la propia Defensoría del 
Pueblo ha denunciado la incorporación de meno-res 
de edad en el servicio militar voluntario. 
Posteriormente, en julio de 2008, se emitieron 
dos reglamentos. Se reglamentó la Ley de Ascen-sos 
de las Fuerzas Armadas, estableciendo crite-rios 
para los ascensos. También se reglamentó la 
controvertida Ley del Uso de la Fuerza por parte 
de las fuerzas armadas, dado que se incluyen los 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 95
casos en los que no se haya declarado el estado de 
emergencia, cuestión que contraviene la Consti-tución. 
En ese mismo mes, se reactivó el Arma de 
Inteligencia en el Ejército peruano. 
En agosto se activó una comisión interinstitu-cional 
para revisar y proponer las políticas de 
educación en los institutos armados, en la que in-tervienen 
funcionarios del Ministerio de Defensa 
y de las fuerzas armadas. 
Finalmente, en septiembre, se modificó el Re-glamento 
de la Ley de Situación Militar de los Ofi-ciales 
de las Fuerzas Armadas para ampliar el 
tiempo de servicio de los más altos oficiales de los 
institutos armados de treinta y cinco a treinta y 
ocho años. 
5.2. REFORMA DEL SISTEMA DE JUSTICIA 
La justicia militar ha sido el tema en el que se han 
centrado los avances y retrocesos en este campo. 
En julio de 2008, entró en vigencia la ley 29182, 
Ley de Organización y Funciones del Fuero Mili-tar- 
Policial. La ley es cuestionada por contener 
normas que anteriormente han sido declaradas 
inconstitucionales por el Tribunal Constitucional. 
Este mismo organismo, en septiembre de 2008, a 
raíz de un proceso de hábeas corpus, se pronun-ció 
sobre esta ley, indicando que los magistrados 
de la justicia militar deben ser personas que no se 
encuentren en situación de actividad en las fuer-zas 
armadas y que no pueden procesarse delitos 
comunes en este fuero. Posteriormente, en diciem-bre 
de 2008, el Poder Ejecutivo nombró a los ma-gistrados 
de la justicia militar policial. En marzo 
de 2009, el Colegio de Abogados de Lima presentó 
la demanda de inconstitucionalidad contra la Ley 
de Organización y Funciones del Fuero Militar- 
Policial, mientras que en la CIDH se realizó una au-diencia 
sobre esta materia. 
Otro punto que cabe resaltar es la promulga-ción, 
en noviembre de 2008, de la ley 29777, Ley de 
Carrera Judicial. Esta norma tiene por objeto la re-gulación 
del ingreso, permanencia, ascenso y cul-minación 
del cargo de juez, así como la responsa-bilidad 
disciplinaria de los magistrados, junto con 
los derechos y obligaciones necesarios para el ejer-cicio 
de la función jurisdiccional. 
6.EXPRESIONES ARTÍSTICAS Y CULTURALES 
Durante este período, la producción cultural a tra-vés 
de iniciativas estatales solo se ha traducido a 
través de la exposición Yuyanapaq. Para recordar, que 
permanece expuesta en el Museo de la Nación des-de 
el 2006 –por un período de cinco años– a inicia-tiva 
de la Defensoría del Pueblo. 
En cuanto a las iniciativas privadas, el acon-tecimiento 
más importante es la exhibición de la 
película La teta asustada, de Claudia Llosa, que se 
acerca a través del personaje de Fausta, a las se-cuelas 
que el conflicto armado interno dejó en la 
salud mental de las mujeres. En el 2009, esta cinta 
ha ganado el Oso de Oro y el Premio de la Crítica 
en el Festival de Cine de Berlín, así como el premio 
a mejor película y mejor actriz en el Festival de 
Cine de Guadalajara. 
También en el ámbito del cine, se destaca Luca-namarca, 
documental de los directores Carlos Cár-denas 
y Héctor Gálvez, que narra la muerte de 69 
96 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
campesinos en 1983 a manos de Sendero Lumino-so, 
así como el proceso de exhumación y el aban-dono 
en que tiene el Estado a esta comunidad. 
Se han realizado cuatro exposiciones de arte: 
Historia gráfica de Lima y sus desastres: muestra de San-tiago 
Quintanilla en la que presenta un conjunto 
de imágenes de primeras planas de diarios locales 
intervenidas con estética de cómic, sobre sucesos 
violentos que incluyen al conflicto armado inter-no. 
Las imágenes exponen los diferentes hechos 
violentos vividos en la ciudad en los mismos años 
que el artista tiene de vida (1983-2007), incluyen-do 
los sucesos vinculados al conflicto armado in-terno. 
Desaparecida: instalación realizada por la 
poeta Cecilia Podestá, a partir de la historia de 
una poeta desparecida en 1981 en un país imagi-nario 
gobernado por una dictadura. Memoria del 
olvido: calle Tarata-16 de junio de 1992: exposición de 
Ana María McCarthy con fotografías y vídeo to-mados 
a los pocos días de ocurrido el atentado en 
esta calle de Miraflores, que costó la vida de 30 
personas. Canuta: Cieneguilla: 27 de junio de 1995: 
muestra de fotografía y vídeo que recoge la inter-vención 
artística hecha por Ricardo Wiesse en el 
lugar donde se enterró clandestinamente a 9 estu-diantes 
y 1 profesor de la Universidad Nacional 
de Educación Enrique Guzmán y Valle. 
También destaca la exposición de fotografía Si 
no vuelvo, búsquenme en Putis, de Domingo Giribaldi, 
que aborda el drama vivido por los pobladores de 
esta comunidad y que se revive hoy a raíz del pro-ceso 
de exhumación de los restos de sus víctimas.3 
En el campo de las obras de teatro, se presentó 
Los número seis, puesta en escena de Gino Luque 
Bedregal, que ganó el concurso de dramaturgia 
organizado por el Centro Cultural Peruano Britá-nico 
y que aborda el tema de la violencia. 
Finalmente, en el campo de la investigación 
académica, aparecieron dos obras. Contra el sueño 
de los justos: la literatura peruana ante la violencia políti-ca: 
Juan Carlos Ubilluz, Alexandra Hibbett y Víc-tor 
Vich analizan, desde los estudios culturales, el 
significado de las obras literarias que han venido 
tratando el tema del conflicto armado interno. Y 
Violencia y autoritarismo en el Perú: bajo la sombra de 
Sendero y la dictadura de Fujimori: Jo-Marie Burt ana-liza 
el conflicto armado interno, su vinculación 
con el deterioro de la democracia y con el autori-tarismo 
de Sendero Luminoso y Alberto Fujimo-ri. 
Ambos textos invitan a profundizar nuevos 
aspectos de la necesaria discusión en torno a la 
memoria y el conflicto armado interno en el Perú. 
Como se aprecia, es en el mundo de la produc-ción 
cultural donde más fluye la necesidad de ex-presar 
y poner en debate las visiones acerca del 
conflicto armado interno. En parte, porque el arte 
puede expresar de forma más amplia e inclusiva 
las distintas visiones, pero también por su capa-cidad 
de comunicar y albergar las más distintas 
sensibilidades. 
3 Véase el Portafolio Gráfico publicado en este número de Memoria. 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 97
98 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
R e s e ñ a s y c r í t i c a s 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 99
MEMORIA CVR 
100 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
RESEÑAS Y CRÍTICAS 
MIGUEL GIUSTI. El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética. Lima: Pontificia Universidad 
Católica del Perú, 2008, 246 pp. 
Después de releer el poema de Francisco de Que-vedo 
que le ha servido a Miguel Giusti como fuen-te 
de inspiración para el título del libro que nos 
presenta, no puedo evitar expresarles la sensa-ción 
de desconcierto que el título del poema pro-duce. 
«La definición del amor» es un título con-tradictorio 
pues si hay algo más indefinible que 
el ser, es el sentimiento insondable del amor que 
Quevedo evoca en su poema. Pero así como el 
ser, el amor también se dice de muchas maneras; 
de allí su ambigüedad y ambivalencia. El amor 
reúne lo antagónico, «es hielo abrasador, es fuego 
helado... es un descuido que nos da cuidado... un 
cobarde con nombre de valiente... es un soñado 
bien, un mal presente». El amor –lo sabemos– es 
un sentimiento tan bello y tan trágico al mismo 
tiempo que se escurre cuando intentamos definir-lo, 
no es posible determinarlo. En filosofía sole-mos 
decir –siguiendo al viejo Aristóteles– que 
para definir algo debemos empezar por determi-nar 
el género próximo al que pertenece lo que es-tamos 
definiendo, para, desde allí, determinar su 
diferencia específica. Pero el amor no tiene ni gé-nero 
próximo ni diferencia específica definible. Si 
hay algo que no se puede determinar, es decir, sub-sumir 
bajo un concepto para hacerse inteligible, 
entonces lo coherente es afirmar que estamos ante 
algo indefinible. Si el amor es indetermimable y si 
además –como al parecer creía Hegel– involucra 
fusión y diferenciación, reconocimiento y autono-mía, 
es por definición un indefinible. Pero que sea 
indefinible no quiere decir que no dejemos de in-tentar 
nombrarlo para encontrarle sentido y por 
ello solo lo evocamos cuando lo nombramos de 
diferentes formas. 
Miguel Giusti saca de su contexto un verso del 
poema de Quevedo para darle título a su último 
libro El soñado bien, el mal presente en el que nos pone 
de manifiesto desde diversas entradas la tensión 
irresoluble que hay entre lo que el ser humano 
hace de sí y lo que anhela ser, entre aquello a lo que 
aspira y aquello con lo que tiene que contentarse, 
entre el bien perdido –o tal vez jamás encontra-do– 
y el mal banal con el que inexorablemente con-vivimos 
cotidianamente. 
El subtítulo del libro rumores de la ética posee 
connotaciones sugerentes. Los rumores son, como 
bien señala Miguel Giusti siguiendo las indicacio-nes 
del Diccionario de la Real Academia Española, 
«voces que corren en el público». Pero hay voces 
que no tienen consistencia y otras que sí la tienen. 
Cuando Giusti habla de los «rumores de la ética» 
vuelve a sacar de su contexto, esta vez la defini-ción 
de la Real Academia Española, para hacerle 
decir lo que no contempló como significación po-sible. 
«Rumores de la ética» es una expresión que 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 101
RESEÑAS Y CRÍTICAS 
se refiere a aquellas opiniones plausibles que cir-culan 
en la academia sobre asuntos éticos que nos 
incumben, pero de las que no se puede llegar a 
tener certeza. Se trata de conjeturas elaboradas 
filosóficamente, es decir, de opiniones sustenta-das 
en razones que las hacen plausibles y por lo 
mismo convincentes. En filosofía práctica asisti-mos 
en el presente a un debate muy dinámico en-tre 
una pluralidad de posiciones racionalmente 
muy bien estructuradas y sustentadas sobre los 
grandes éticos problemas de la convivencia. «¿Es 
el “reconocimiento” que demandan los grupos 
culturales contrario a la “justicia distributiva”?, 
¿es la libertad individual conciliable con los re-querimientos 
de una vida humana solidaria?, ¿pue-de 
la tolerancia considerarse verdaderamente un 
ideal moral, o necesita de alguna convicción más 
positiva para hacerse comprensible y persuasi-va? 
» (p. 12). Estas son algunas de las grandes inte-rrogantes 
que nos plantea el mal presente sobre el 
cual soñamos el bien ausente para elaborarlo de 
diversas formas. «Porque –como dice el autor– ha 
sido precisamente la experiencia de la violencia, 
del dolor, del mal, la que ha motivado en la histo-ria 
humana, por lo general, la necesidad de recor-dar, 
de reconstruir la memoria, de buscar el bien 
que hemos perdido» (p. 109). 
Pudiendo el libro estar compuesto de dos par-tes, 
contiene inevitablementes tres. La primera 
trata de lo que deseamos ser, es decir, de la mejor 
manera de vivir, a partir de una crítica de las di-versas 
formas de representarnos la vida buena 
que se hallan ligadas a la ética del individualismo 
y de la desintegración social (p. 52) que está a la 
base del liberalismo actual. El liberalismo –sos-tiene 
Giusti en esta parte– es «éticamente inces-tuoso 
porque se ha acostumbrado a vivir violan-do 
los principios que le sirven de fundamento 
y que le dan legitimidad. [...] los viola por exceso y 
los viola también por defecto de sus reformas li-berales 
» (p. 56). 
Necesitamos construir una cultura del reco-nocimiento 
que sustituya a la cultura del narci-simo. 
En clave política, de lo que se trataría sería 
de recrear, tanto en la teoría como en la práctica, 
y de acuerdo con cada contexto, el modelo repu-blicano 
de democracia tomando como referentes 
tanto el principio liberal del respecto irrestricto 
de los derechos individuales como el principio 
comunitarista de la importancia «del cultivo de 
los múltiples vínculos comunitarios entre los se-res 
humanos» (p. 61) como fundantes de la iden-tidad. 
La segunda parte trata de lo que está a la base 
de la reflexión sobre el bien, es decir, de aquello 
que engendra la desmesura, del origen del daño, 
de aquello que nos rebela, en otras palabras, del 
mal que se hace patente en la convivencia huma-na. 
Así, por ejemplo, la situación de pobreza de 
las grandes mayorías en un mundo como el ac-tual 
que posee todos los recursos necesarios para 
extinguirla y que «es una verdadera violación de 
los derechos humanos» no tiene su origen en la desi-dia 
de los pobres, sino en la desmesura «de la acu-mulación 
originaria y de una igualmente origina-ria 
relación de desigualdad y de poder» (p. 143). 
Sin embargo, la lógica de la globalización del ca-pitalismo 
es la lógica de la acumulación del capi-tal. 
Por ello, «no solo es injusta la situación o la 
acumulación originaria, sino que también lo es el 
102 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
RESEÑAS Y CRÍTICAS 
orden institucional contemporáneo a nivel inter-nacional 
» que dicha acumulación ha generado y 
que cada día se hace más evidente que es incapaz 
de resolver las inevitables tensiones y los grandes 
litigios que origina. 
La tercera parte no vayamos a pensar que, por 
las reconocidas simpatías hegelianas de Miguel 
Giusti, constituye la síntesis esperada. Se trata 
más bien de esbozos, retazos, fragmentos sueltos 
de una potencial futura síntesis. Él la ha titulado 
«Rumores de reconocimiento», es decir, de «voces 
que corren en el público» sobre la necesidad y la 
exigencia ética que tenemos los seres humanos de 
reconocer y ser reconocidos como valiosos. El pa-radigma 
del reconocimiento es un lugar de en-cuentro 
en el que confluyen tanto la ética de la 
felicidad como la ética de la autonomía. En primer 
lugar, porque el reconocimiento es necesario para 
desarrollar y poner en funcionamiento aquellas 
capacidades que tenemos, razones para valorar 
y; en segundo lugar porque «mientras más exito-sa 
sea la experiencia del reconocimiento, es decir, 
mientras más sólidos sean los lazos que unen al 
individuo con su comunidad, más posibilidades 
tiene él mismo de diferenciarse y de adquirir con-ciencia 
de su particularidad» (p. 188). Quizá el 
reconocimiento, más allá del joven Hegel, sea in-determinable 
como el amor, que es una de sus 
formas. Quizá por ello estemos en la actualidad 
en un momento en el que las elaboraciones teóri-cas 
sobre el reconocimiento no dejan de ser aún 
un «ruido confuso de voces» –segunda acepción, 
según el Diccionario de la Real Academia Españo-la 
de la palabra «rumor»–. 
O quizá el reconocimiento y la tolerancia sean 
formas insuficientes de ensoñar el bien ausente. 
«La cultura del reconocimiento –sostiene Giusti– 
necesita, pues, como base una ética de la solidari-dad 
» (p. 63) y de la participación ciudadana. 
Pero para ello debemos aprender a evitar tan-to 
la desmesura como las polarizaciones y de una 
vez por todas dejar por sentado que la conviven-cia 
es el lugar donde inevitablemente se cruzan el 
mal presente y el soñado bien del que nos habla 
Miguel Giusti y del que nos habló hace siglos Fran-cisco 
de Quevedo. 
FIDEL TUBINO 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 103
104 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
COLABORADORES 
COLABORADORES 
JULIÁN BONDER 
Magíster en Estudios de Diseño por la Escuela de 
Diseño de la Universidad de Harvard (Estados 
Unidos). Arquitecto por la Universidad de Buenos 
Aires (Argentina). Es profesor asociado de 
Arquitectura en Roger Williams University en 
Rhode Island, (Estados Unidos). Es uno de los 
principales contribuyentes a los debates nacionales 
e internacionales sobre memoria, espacio y arte 
público, representación y trauma histórico, y 
diseño de monumentos y memoriales. Actualmente 
es director de Julián Bonder and Associates y socio 
principal de Wodiczko & Bonder en Cambridge, 
Massachusetts (Estados Unidos). 
JO-MARIE BURT 
Doctora en Ciencia Política por la Columbia 
University. Profesora de Ciencia Política en George 
Mason University, en Fairfax, Virginia (Estados 
Unidos). Es autora de Silencing Civil Society: Political 
Violence and the Authoritarian State in Peru. Fue 
investigadora para la Comisión de la Verdad y 
Reconciliación del Perú. Actualmente es observadora 
internacional para la Oficina en Washington para 
Asuntos Latinoamericanos (WOLA) del juicio del ex 
presidente del Perú Alberto Fujimori. 
GISELA CÁNEPA 
Licenciada en Antropología por la Pontificia 
Universidad Católica del Perú (PUCP). Doctora en 
Antropología por la Universidad de Chicago, 
Illinois (Estados Unidos). Actualmente es 
coordinadora de la Maestría en Antropología 
Visual y profesora asociada en el área de 
Antropología, Facultad de Ciencias Sociales de la 
PUCP. Es miembro del Comité Ejecutivo del Instituto 
Hemisférico de Performance y Política de la 
Universidad de Nueva York (Estados Unidos). 
JACQUELINE FOWKS 
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la 
Universidad de Lima y egresada de la Maestría en 
Ciencias de la Comunicación de la Universidad 
Nacional Autónoma de México. Autora del libro 
Suma y resta de la realidad. Medios de comunicación y 
elecciones generales 2000 en el Perú, editado por la 
Fundación Friedrich Ebert. Actualmente es 
profesora asociada de la Pontificia Universidad 
Católica del Perú en la Facultad de Ciencias y Artes 
de la Comunicación, y en la Facultad de Ciencias 
de la Comunicación de la Universidad de Lima. 
DOMINGO GIRIBALDI 
Fotógrafo profesional con más de dieciocho años 
de experiencia en el campo de la fotografía do-cumental 
y periodística. Su cámara ha registrado 
los acontecimientos más importantes ocurridos 
en el país en las últimas dos décadas. Desde el 
retrato político hasta la marcha callejera, la vida 
cotidiana de los diversos sectores de la ciudad ha 
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 105
COLABORADORES 
sido capturada por su lente. Sus fotografías han 
sido expuestas en diversas muestras colectivas y 
han sido publicadas en casi todos los medios 
impresos del país. 
JOSÉ ALEJANDRO GODOY 
Bachiller en Derecho por la Pontificia Universidad 
Católica del Perú. Tiene un diplomado en Periodismo 
Político y Análisis Cultural por la Universidad 
Antonio Ruiz de Montoya. Actualmente es 
investigador del proyecto «Justicia y derechos 
humanos en el Perú: asesoría, capacitación y 
seguimiento para una eficaz judicialización de las 
violaciones de derechos fundamentales» del 
IDEHPUCP. 
DAVID INGRAM 
Profesor del Departamento de Filosofía de la 
Universidad Loyola de Chicago (Estados Unidos). 
Sus áreas de especialización son filosofía social, 
filosofía política, filosofía del derecho, teoría 
crítica, filosofía contemporánea alemana y 
francesa. Además de numerosos artículos, cuenta 
con las siguientes publicaciones: Habermas y la 
dialéctica de la razón; Teoría crítica y filosofía; Antología 
de la teoría crítica: lecturas esenciales; Razón, historia y 
política; Derechos de grupo: reconciliando la equidad y la 
diferencia; entre otros. 
IRIS JAVE 
Comunicadora social por la Universidad Nacional 
Mayor de San Marcos y egresada de la Maestría 
en Ciencia Política de la Pontificia Universidad 
Católica del Perú. Se ha desempeñado como 
periodista en varios diarios y revistas de circu-lación 
nacional e internacional. Fue directora de 
comunicaciones de la Comisión de la Verdad y 
Reconciliación del Perú. Se ha especializado en 
comunicación política y ha trabajado en varios 
organismos del Estado, organizaciones no 
gubernamentales y organismos de cooperación 
internacional. Actualmente dirige el área de 
Comunicaciones e Impacto Público del IDEHPUCP. 
HERNANDO LLANO 
Abogado por la Universidad Santiago de Cali, Valle 
(Colombia). Máster en Estudios Políticos por la 
Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá 
(Colombia). Máster en Comunidades Europeas por 
la Universidad Pontificia Comillas (España). 
Doctor en Procesos de Cambio y Transición Política 
por la Universidad Complutense de Madrid 
(España). Ha publicado numerosos artículos y 
realizado ponencias sobre ciencia política, 
procesos de transición democrática, procesos de 
reconciliación política, entre otros. Actualmente 
es profesor de la Pontificia Universidad Javeriana 
de Bogotá (Colombia). 
FIDEL TUBINO 
Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de 
Lovaina (Bélgica). Actual decano de la Facultad 
de Estudios Generales Letras y profesor principal 
del Departamento de Humanidades de la Pontificia 
Universidad Católica del Perú (PUCP). Es también 
coordinador de la Red Internacional de Estudios 
Interculturales (RIDEI). Ha sido coordinador del 
Doctorado en Filosofía de la PUCP. Miembro 
fundador de Foro Educativo y experto en educación 
intercultural. 
106 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 107
Revistamemoria5 IDHEPUCP
Revistamemoria5 IDHEPUCP
Revistamemoria5 IDHEPUCP

Más contenido relacionado

PDF
Edwin cruz
PDF
Arquitectura y urbanismo participativos, desde las resistencias populares...
PDF
Los estudios culturales
PPTX
Proyecto Integrador: Cosmovisión del Conflicto
PPT
Estudios culturales
PPTX
Mapa y recorrido Estudios Culturales
Edwin cruz
Arquitectura y urbanismo participativos, desde las resistencias populares...
Los estudios culturales
Proyecto Integrador: Cosmovisión del Conflicto
Estudios culturales
Mapa y recorrido Estudios Culturales

La actualidad más candente (20)

PDF
Diversidad identidad y alternativas emancipadoras
PDF
Tatián d, humanidades para qué
PDF
Ni Folklórico Ni Masivo ¿Qué Es Lo Popular? Néstor García Canclini
DOCX
Escrito culturas juvenile1s
PPT
Diapositivas sesion 2
PPT
Diapositivas sesion 2
PPTX
Encuentro 1 ppt
PPT
SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE OPINA LO CONTRARIO
DOC
Revista12 articulo6
PDF
Resistencia ciudadana contra la concentración y uniformidad mediática
PDF
Canclini ignacio
PPT
Teórico sobre Estudios Culturales y Etnografía de las audiencias
PDF
El forti 2 ok
PDF
Unidad5 posmodernoslyotard
PPTX
Representación mediática de los y las LGTBI
PDF
Qué es lo popular garcía canclini
PDF
Diseño expositivo Guatemala Tammuro
DOC
Ensayo Medios y Mediaciones Gestores de Cultura
PPT
Posmodernidad, adolescencia
PPT
06 Estudios Culturales
Diversidad identidad y alternativas emancipadoras
Tatián d, humanidades para qué
Ni Folklórico Ni Masivo ¿Qué Es Lo Popular? Néstor García Canclini
Escrito culturas juvenile1s
Diapositivas sesion 2
Diapositivas sesion 2
Encuentro 1 ppt
SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE OPINA LO CONTRARIO
Revista12 articulo6
Resistencia ciudadana contra la concentración y uniformidad mediática
Canclini ignacio
Teórico sobre Estudios Culturales y Etnografía de las audiencias
El forti 2 ok
Unidad5 posmodernoslyotard
Representación mediática de los y las LGTBI
Qué es lo popular garcía canclini
Diseño expositivo Guatemala Tammuro
Ensayo Medios y Mediaciones Gestores de Cultura
Posmodernidad, adolescencia
06 Estudios Culturales
Publicidad

Similar a Revistamemoria5 IDHEPUCP (20)

PDF
Hacia un paradigma que reclama responsabilidad histórica con el pasado de una...
PDF
Datapaz "La memoria: Hacia la consolidación de un campo político en Colombia"
PDF
Entrevista_HUYSSEN_ Sin pasados establecidos y bien comprendidos, no puede ha...
PDF
Los retos de una comisión de la verdad en Colombia
PDF
Gorelik arquitecturaymemoria
 
PDF
Los trabajos de la memoria Elizabeth Jelin.pdf
PDF
29210112
PDF
Revista en movida no. 3
DOC
A los 10 años de la entrega del informe de la cvr
PDF
Diálogos ciudadanos sobre memoria
DOCX
Raggio-Cipriano-La-CPM-Reflexiones-Rev-Clepsidra-2.docx
PDF
A 39 años del golpe
PDF
LECTURA COMPLEMNTARIA.pdf
PDF
Pensar la democracia educacion y memoria
PDF
Luchas por-la-memoria Absalom Jiménes Francisco Gerra
PDF
EL SAGRADO DERECHO A LA MEMORIA.
PDF
Reflexiones sobre las memorias 1st Edition Edgar Velásquez Rivera
PDF
Dissertaçao madres jes_iuperj_2012
PPT
Presentación Macroproyecto de investigación
Hacia un paradigma que reclama responsabilidad histórica con el pasado de una...
Datapaz "La memoria: Hacia la consolidación de un campo político en Colombia"
Entrevista_HUYSSEN_ Sin pasados establecidos y bien comprendidos, no puede ha...
Los retos de una comisión de la verdad en Colombia
Gorelik arquitecturaymemoria
 
Los trabajos de la memoria Elizabeth Jelin.pdf
29210112
Revista en movida no. 3
A los 10 años de la entrega del informe de la cvr
Diálogos ciudadanos sobre memoria
Raggio-Cipriano-La-CPM-Reflexiones-Rev-Clepsidra-2.docx
A 39 años del golpe
LECTURA COMPLEMNTARIA.pdf
Pensar la democracia educacion y memoria
Luchas por-la-memoria Absalom Jiménes Francisco Gerra
EL SAGRADO DERECHO A LA MEMORIA.
Reflexiones sobre las memorias 1st Edition Edgar Velásquez Rivera
Dissertaçao madres jes_iuperj_2012
Presentación Macroproyecto de investigación
Publicidad

Último (20)

PPTX
BLOQUES ECONOMICOS EN EL MUNDO (APEC,TLCAN,ETC)
PPTX
Lo que quiero lo que soy, Lo que quiero lo que soy
PDF
DCI_SI31_PPT_Conceptos básicos de Estadística Inferencial.pdf
PPTX
tesis de adunas en venezuela y bloqueo.pptx
PPT
Inteligencia en diferentes tipos de discapacidad (1).ppt
PDF
INTER. CRISIS Tutores kkkkkkkkkkllllllllllllllllllllllllllll
PDF
Aforismos sobre diversidad funcional. Parte 75..pdf
PDF
Sesión 4 Una mirada multidimensional .pdf
PPTX
Integración_Socio_comunitario_(2[1].pptx
PPTX
Dios requiere a siervos, más que a lideres.pptx
PPTX
PREDICA VISION CORRECTA.pptx VISION Y MISION
PDF
PISCOLOGIA DEL DESARROLLO INFANTIL_S1.pdf
PPTX
EL TÉRMINO MAYA Y SU IMPORTANCIA EN EL INDUISMO
PDF
El Metodo Silva de Control Mental PDF.pdf
PPTX
MARILUZ VITE HERNANDEZ_PROCEDIMIENTO_LEIP
PDF
Una Iglesia Con Proposito.Y con mucha vida
PPTX
Sesión 07 Plantilla para estudiantes (1).pptx
PPTX
S1 FUNDAMENTOS DE LA ANTROPOLOGIA EN TRABAJO SOCIAL
PDF
cyt sistema tegumentario pdf con cada explicacion
PPTX
DIAPOSITIVA SEMANA 13-COMUNICACION ORAL Y ESCRITA - RT 1-08-2025-.pptx
BLOQUES ECONOMICOS EN EL MUNDO (APEC,TLCAN,ETC)
Lo que quiero lo que soy, Lo que quiero lo que soy
DCI_SI31_PPT_Conceptos básicos de Estadística Inferencial.pdf
tesis de adunas en venezuela y bloqueo.pptx
Inteligencia en diferentes tipos de discapacidad (1).ppt
INTER. CRISIS Tutores kkkkkkkkkkllllllllllllllllllllllllllll
Aforismos sobre diversidad funcional. Parte 75..pdf
Sesión 4 Una mirada multidimensional .pdf
Integración_Socio_comunitario_(2[1].pptx
Dios requiere a siervos, más que a lideres.pptx
PREDICA VISION CORRECTA.pptx VISION Y MISION
PISCOLOGIA DEL DESARROLLO INFANTIL_S1.pdf
EL TÉRMINO MAYA Y SU IMPORTANCIA EN EL INDUISMO
El Metodo Silva de Control Mental PDF.pdf
MARILUZ VITE HERNANDEZ_PROCEDIMIENTO_LEIP
Una Iglesia Con Proposito.Y con mucha vida
Sesión 07 Plantilla para estudiantes (1).pptx
S1 FUNDAMENTOS DE LA ANTROPOLOGIA EN TRABAJO SOCIAL
cyt sistema tegumentario pdf con cada explicacion
DIAPOSITIVA SEMANA 13-COMUNICACION ORAL Y ESCRITA - RT 1-08-2025-.pptx

Revistamemoria5 IDHEPUCP

  • 3. MEMORIA R E V I S TA SOBRE CULTURA , DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS N.º 5, 2 0 0 9
  • 4. MEMORIA REVISTA SOBRE CULTURA, DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS N.º 5, 2009 Editora Responsable Iris Jave Comité Editorial Walter Albán Peralta, Rolando Ames, Javier Ciurlizza, Carlos Iván Degregori, Miguel Giusti, Iris Jave, Salomón Lerner Febres, Félix Reátegui, Elizabeth Salmón Cuidado de la edición Rocío Reátegui Diseño de cubierta e interiores Renzo Espinel y Luis de la Lama Impresión Gráfica Delvi Memoria. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos es una publicación cuatrimestral del IDEHPUCP. El IDEHPUCP, creado en el 2004, es el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Asamblea de Miembros Salomón Lerner Febres, Walter Albán Peralta, Rolando Ames, Enrique Bernales, Javier Ciurlizza, Carlos Iván Degregori, Miguel Giusti, Pepi Patrón, Gonzalo Portocarrero, Félix Reátegui, Catalina Romero, Marcial Rubio, Elizabeth Salmón, Máximo Vega Centeno Gonzalo Gamio, Iris Jave, Ivan Meini, Yvan Montoya. © Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2009 Calle Tomás Ramsey 925, Lima 17 - Perú Teléfonos: (51 1) 626-2000, anexos 7500 y 7501; 462-0538 y 261-5859 Fax: 626-2904 memoria@pucp.edu.pe www.pucp.edu.pe/idehpucp Derechos reservados. Prohibida la reproducción de esta revista por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.o 2007-06413 ISSN 1995-1582 Impreso en el Perú - Printed in Peru
  • 5. 5 PRESENTACIÓN ENSAYOS Y ANÁLISIS 9 Los trabajos de la memoria: reflexiones y prácticas JULIÁN BONDER 27 Esfera pública y derechos culturales: la cultura como acción GISELA CÁNEPA OBSERVATORIO INTERNACIONAL 41 La paz en Colombia: más allá de vencedores y vencidos HERNANDO LLANO PORTAFOLIO GRÁFICO 52 Si no vuelvo, búsquenme en Putis DOMINGO GIRIBALDI REPORTAJE EN PROFUNDIDAD 61 Diálogos sobre memoriales: el recuerdo que se hereda JACQUELINE FOWKS JUSTICIA Y SOCIEDAD 69 Las «verdades jurídicas» del juicio a Alberto Fujimori JO-MARIE BURT INTERSECCIONES 75 Reexaminando la teoría de los derechos humanos de Habermas en una época de globalización DAVID INGRAM MEMORIA CVR 91 Avances y retrocesos IRIS JAVE Y JOSÉ ALEJANDO GODOY RESEÑAS Y CRÍTICAS 101 Miguel Giusti. El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética FIDEL TUBINO 105 COLABORADORES Í n d i c e
  • 7. El debate en torno al museo de la memoria; primero y; luego, alrededor de la sentencia dada al ex presidente Alberto Fujimori, pone en evidencia nuevamente la fuerte polarización en torno a las memorias que sobre el conflicto armado inter-no subsisten en el país; la disputa por el discurso público adopta varias formas, algunas desde los propios medios de comunicación interesados en sostener la versión exitosa de la lucha contrasubversiva y, otras formas, diversas, que se expresan en instalaciones artísticas, ensayos, publicaciones y hasta colectivos de personas de diversa índole, que ya sea de forma física o virtual, buscan hacer oír su voz en este gran debate. Lo más valioso es que el debate se produzca y que encuentre nuevos caminos para canalizar las demandas, los consensos y los di-sensos, las propuestas, las diversas alternativas que hoy ofrece la posibilidad de hacer memoria en el país. Es un proceso intenso y no exento de dificultades, que va desde la diatriba hasta los formalismos legales, pero que tiene un valor en sí mismo: como sociedad estamos aprendiendo a dialogar, a escuchar al otro, a encontrar nuevas miradas y nuevas posibilidades de abordar nuestros conflic-tos. Aunque es incipiente, vale la pena animar el debate, fortalecerlo, dotarlo de argumentos. A ello quiere aportar esta edición de Memoria. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos que hoy llega a sus manos. Hemos convocado a diversos especia-listas para abordar estos temas y ayudar en la elaboración de nuevas perspecti-vas que permitan el debate. El texto que nos presenta Julián Bonder, arquitecto especializado en temas de memoria, quien nos visitó el año pasado y ha seguido muy de cerca todo el debate reciente en relación con el museo de la memoria, desarrolla el sentido de los me-moriales, en tanto espacio público, como un proceso de construcción social y ético que viene de la ciudadanía y confluye en un escenario de encuentro, intercambio y reflexión. A partir de su experiencia en el diseño y ejecución de memoriales en Argentina, Alemania y Estados Unidos, Bonder analiza el espacio público como lugar para la memoria, para la historia y para la construcción del futuro de una sociedad. En la misma perspectiva, la antropóloga Gisela Cánepa, afirma que el museo de la memoria ya empezó a construirse desde que se inició el debate en torno a su gestación. En su artículo «Esfera pública y derechos culturales: la cultura como acción», la autora propicia una reflexión para entender la esfera pública y la cultura, desde el ejercicio de los derechos y la ciudadanía. Así afirma: «Considero que tiene la misma importancia seguir abogando porque el proyecto se haga efec-tivo, así como por mantener abierto el debate. Esto último ciertamente puede resultar mucho más difícil que la edificación del museo, ya que requiere de la P r e s e n t a c i ó n
  • 8. implementación de un proyecto a largo plazo, que esté atento a la inclusión de las sensibilidades, demandas y formas de acción cultural de distintos actores, así como de la revisión crítica de nuestros sentidos comunes; y este es un reto mayor». En la sección «Observatorio internacional», presentamos un artículo de Hernando Llano, abogado y politólogo colombiano de la Universidad Javeriana, quien ofrece un conjunto de reflexiones sobre el complejo proceso de paz en Colombia; la dificultad del diálogo entre los actores involucrados y la institucionalidad que se va abriendo paso en medio de la violencia y el conflicto. El «Portafolio gráfico» presenta una selección –con algunas fotos inéditas– del proceso de exhuma-ción en Putis (Ayacucho), el contexto histórico y el impacto en la vida de los pobladores; el rol del equipo de antropólogos forenses a cargo de la exhumación y la necesidad de entender por qué la justicia está estrechamente vinculada a la memoria. La diversidad de opiniones de los actores entrevistados por Jacqueline Fowks para este «Reportaje en profundidad» puede ayudar a enriquecer –o a complejizar– los caminos por donde debe discurrir la memoria. Entre dichos actores tenemos a: Alicia Retto, hija de Willy Retto, fotógrafo asesinado en Uchuraccay; Otto Guibovich, comandante general del Ejército; Ricardo Wiesse, artista plástico; Rosa Villarán, coordinadora del movimiento Para que no se Repita; así como los sociólogos Ricardo Caro y Daniel Ramírez Corzo y Víctor Vich, experto en temas de arte y memoria. ¿Son los memoriales fruto del consenso o del momento?, se plantea como interrogante la autora. Al cierre de esta edición, se leía la sentencia a Alberto Fujimori, por lo que en nuestra sección «Justicia y sociedad», incluimos un artículo de Jo-Marie Burt, politóloga norteamericana que además ha asistido al juicio del ex mandatario en calidad de observadora internacional. Su impresión, aún fresca por la reciente sentencia, nos proporciona algunas claves para entender la histórica sentencia. «El fallo establece ciertas “verdades jurídicas” que ahora constituyen parte del récord legal e históri-co », en palabras de la autora. En la sección «Intersecciones», el profesor David Ingram, reconocido filósofo y profesor de la Uni-versidad Loyola de Chicago (Estados Unidos), realiza un análisis de la teoría de los derechos humanos, poniendo en cuestión el enfoque de Jürgen Habermas. Una interesante entrada para comprender la interconexión y la institucionalidad de los derechos humanos en el contexto actual. Fidel Tubino nos ofrece una lectura crítica del libro El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética publicado por Miguel Giusti a fines del año pasado, en la que recoge la noción de cultura del reconoci-miento que plantea el autor. Finalmente, en nuestra acostumbrada sección «Memoria CVR», incluimos un recuento de las accio-nes realizadas en torno a los avances y recomendaciones dejadas por la CVR en el período agosto de 2008 a marzo de 2009. Lo más importante que destacar lo constituye la pulcritud con que fue conducido el juicio por los casos La Cantuta y Barrios Altos seguido al ex presidente Fujimori, donde se destaca la integralidad del conjunto de pruebas que dio lugar a la histórica sentencia; el reconocimiento público al Informe Final de la CVR y el reconocimiento a la inocencia de las víctimas de ambos casos. Por otro lado, sigue siendo el mundo de la cultura, donde se alberga la mayor cantidad de expresio-nes diversas en torno al conflicto armado interno. El arte sigue convocando de forma amplia e inclusiva las distintas visiones y sensibilidades acerca del impacto que la violencia ha dejado en todos nosotros. LA EDITORA
  • 9. E n s a y o s y a n á l i s i s
  • 10. 8 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 11. ENSAYOS Y ANÁLISIS Sobre memoria, trauma, espacio público, monumentos y memoriales LOS TRABAJOS DE LA MEMORIA: REFLEXIONES Y PRÁCTICAS JULIÁN BONDER Me dijo: más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras. JORGE LUIS BORGES. Funes el memorioso. La sociedad es el milagro de salir de uno mismo. EMMANUEL LEVINAS El Acto de Recordar es siempre en y del Pre-sente, mientras que su Referente es del Pa-sado y por consiguiente Ausente. ANDREAS HUYSSEN En tanto que eventos y circunstancias se desarro-llan en tiempo presente, el destino histórico de los memoriales es preservar la memoria del pasado y proveer condiciones para nuevas respuestas. Como acompañantes psicopolíticos y éticos, los memoriales debieran funcionar como ambientes para pensar a través de traumas pasados y pre-sentes y re-actualizar el pasado en tiempo presen-te. Los memoriales deberían fomentar la aparición de nuevas formas de consciencia crítica a través de un comprometido «trabajo de memoria», abriendo caminos hacia un mundo mejor; un mundo en el cual debería haber menos y última-mente ninguna «razón» u «ocasión» para la cons-trucción de memoriales trágicos. La palabra «memorial» se corresponde con «conmemoración» –«algo que sirve para preser-var la memoria o conocimiento de individuos o eventos»– así como también con la palabra «me-mento », que es algo que sirve para advertirnos y recordarnos acerca de conductas o eventos futu-ros. La palabra «monumento» viene de «mone-re », del latín: recordar, advertir. Los «sitios de memo-ria », como entes paradigmáticos de la cultura oc-cidental contemporánea, pueden y deben actuar como recuerdo y como advertencia. Establecien-do diálogos significativos con eventos del pasa-do cercano y lejano, estos «sitios de memoria» pueden enmarcar acciones transformativas y asistir al «trabajo de memoria» en la «esfera pú-blica ». ¿Es posible entonces concebir memoriales, monumentos, que estén enfocados en ese «adver-tir » como elemento clave que dispara nuestro pen-samiento acerca del pasado y futuro? ¿Podríamos pensar y construir memoriales que, al mismo tiem- Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 9
  • 12. ENSAYOS Y ANÁLISIS po de dirigirse o referirse a eventos y honrar víc-timas y sobrevivientes, contribuyan a enmarcar actos de recordación colectivos y espontáneos, demanden compromiso pro-activo, inviten a ge-neraciones presentes y futuras a involucrarse en prácticas transformativas y contribuyan a ima-ginar un mundo mejor? 1. CULTURAS DE LA MEMORIA Recordar es una actividad vital que da identidad a nuestro pasado y define nuestro presente. La memoria es selectiva y está construida de forma dialéctica entre el olvido y el recuerdo. Las me-morias personales y las memorias sociales están siempre sujetas a construcción, a distorsión, a negación, a represión. Son borrosas, texturadas, imperfectas; no permanentes. En tiempos cercanos y lejanos, antiguos y modernos, la «arquitectura», el «paisaje» y el «arte» han servido como medios a través de los cuales culturas diversas intentaron enmarcar, preservar –así como también aprehender la me-moria de eventos gloriosos y catastróficos–. En las sociedades modernas, la memoria colectiva se ne-gocia en las creencias y valores del cuerpo social, los rituales y las instituciones y los lugares públi-cos de memoria, tales como los «museos», los «mo-numentos » y los «memoriales». Desde los años ochenta, las sociedades occi-dentales y no occidentales han desarrollado una búsqueda obsesiva de la memoria. Si la moderni-dad de alguna forma «liberó» a Occidente de la constricción de la memoria, la llamada «posmo-dernidad » parece estar luchando entre la amne-sia y una obsesión un tanto enfermiza por el pa-sado. En sus diferentes formas, la memoria se ha convertido en una marca clave de la cultura glo-bal contemporánea del fin de siglo XX y comienzo del siglo XXI, impactando áreas tales como la his-toriografía, psicoanálisis, artes visuales y perfor-mativos, los estudios urbanos, el arte, paisaje y arquitectura. Como ejemplos, se puede notar la proliferación de centros históricos para el turis-mo, la recuperación de todo tipo de objetos o edi-ficios antiguos (muchos sin valor arquitectónico), modas retro, el kistch, el entusiasmo por las bio-grafías, las colecciones de fotos, las nuevas tec-nologías que permiten recolección y difusión instantáneas, etcétera. Esta búsqueda obsesiva está presente en las for-mas y en las maneras bajo las cuales los pasados reales y los pasados míticos se re-presentan, se re-cuerdan y se olvidan. Esta fascinación por el pasa-do, marcada por una sensibilidad que Theodor Adorno llamó «museal», puede pensarse como una forma compensatoria de olvido y como signo de la transformación radical en el habitar la temporali-dad contemporánea. En un pasado no muy distante, el discurso de la historia se establecía para «garantizar» la es-tabilidad relativa del pasado en su carácter de pasado. El espacio construido –los memoriales, monumentos y museos– representaban trazos materiales del pasado histórico en el presente y la historia funcionaba como fondo del presente. Tal vez, como sugirió Andreas Huyssen: «la búsque-da obsesiva de la memoria puede entenderse como un indicador de que nuestro pensar y nuestro ha- 10 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 13. ENSAYOS Y ANÁLISIS bitar la temporalidad están siendo atravesados por un cambio significativo, dado que la moder-nidad conlleva una compresión real del tiempo y el espacio, asimismo expandiendo los horizontes temporo-espaciales más allá de lo local».1 De hecho, hoy pensamos en el pasado como memoria sin fronteras, no solo como historias nacionales dentro de fronteras, dado que la me-moria puede entenderse como un modo significa-tivo de re-presentación y pertenencia al presente. Un aspecto importante de la cultura de la memo-ria, como el que nos convocó durante el IV Encuen-tro de Derechos Humanos: «Memoria y Espacio Público» realizado en Lima, en septiembre de 2008, puede hallarse en las formas en que la lucha por la justicia y los derechos humanos y el recordar even-tos traumáticos han sido y son entrelazados en naciones que buscan re-construir presentes de-mocráticos en el borde y a la sombra de los ex-terminios en masa, genocidios, el Holocausto, desapariciones, segregación apartheid, dictaduras militares y gobiernos totalitarios. La construcción de espacios públicos, memo-riales y museos, que marcan la «piel» de la Tierra con expectativas de actos de recordación en tiem-po presente, es significativa, no solo en su magni-tud y vastedad, sino precisamente en la significa-ción y sentido que estos sitios de memoria tienen en y para las comunidades afectadas. Como ejem-plos se puede pensar en la creación de nuevos me-moriales oficiales y comunitarios, en memoriales espontáneos que emergen en lugares donde trage-dias recientes han ocurrido, en peregrinajes a si-tios de memoria, y multitud de formas y/o prácti-cas conmemorativas. Si bien las culturas de la memoria se han glo-balizado en el mundo, y los usos políticos de la memoria son variados, en su centro, estos usos (o a veces abusos) se mantienen conectados a las his-torias específicas de comunidades afectadas. Es así que mientras que los residuos de meta-narrativas míticas, de historias de los victoriosos y los «gran-des » monumentos auto-referenciales –que durante el siglo XIX han servido para legitimizar las Nacio-nes- Estados– están presentes en culturas locales y globales, estas culturas se ven «infiltradas» por memorias «reprimidas» (locales o grupales), sub-vertidas por micro-historias «olvidadas», por la aparición de aquellos «otros desplazados», por aquellos que prestan testimonio a los traumas personales e históricos, y por la transformación de los monumentos en «monumentos otros». 2. ARQUITECTURA, PAISAJE, MEMORIA La relaciones entre memoria y el espacio, entre paisaje, memoria, arquitectura no son novedosas. Sitios de memoria, desde ruinas, jardines míticos, ciudades en diversas culturas y civilizaciones, fueron y siguen siendo vehículos para la memo-ria. En su libro The Art of Memory,2 Frances Yates ha demostrado que el recuerdo no solo ocurre sino que está atado a espacio y lugar. De acuerdo con 1 HUYSSEN, Andreas. Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory. Stanford: Stanford University Press, 2003, Introduction, p. XX. 2 Véase YATES, Frances. The Art of Memory. Londres: Routledge & Kegan Paul, 1966. Véase VIDLER, Tony. The Architectural Uncanny. Cambridge: MIT Press, 1992, cap. «Posturbanism». Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 11
  • 14. ENSAYOS Y ANÁLISIS Yates, los «mapas mentales» usados por los retó-ricos del tiempo de Cicerón, o los «mapas y tea-tros de memoria» del Renacimiento fueron ins-trumentos tanto para el recuerdo como para el discurso. La casa, el palacio, la ciudad se utiliza-ban como cámaras de la memoria, como teatros de la memoria, en los cuales habitaciones y obje-tos se ponían al servicio del discurso. La memoria y la palabra en público estaban conectadas con el espacio construido o imaginado. Lugares reales o imaginarios, dentro o fuera de la ciudad, servían a la construcción de aquellos mapas mentales que incluían lo real con el objeto de imaginar lo «no real», lo «ideal» o aquello que iba a ser rememora-do. La metáfora del espacio es también muy cer-cana a descripciones en el presente de los proce-sos mentales. La psicología contemporánea nos habla de «trazos mnésticos», la construcción de «rutas mnemónicas», de lazos y vínculos entre «centros cerebrales». Como aptamente sugiere Umberto Eco: «Recordar es como construir y via-jar nuevamente a través del espacio (tiempo)».3 Desde el Renacimiento, los arquitectos dieron cuenta de la posibilidad de transferir al mundo de lo real aquello que se imaginaban en la memoria, recortando del tejido de la ciudad real, las secuen-cias, espacios y lugares que constituían sus ma-pas mentales, creando así aquellos lugares de ex-cepción que tenían en las mentes. De hecho, esto dio lugar a una nueva forma de concebir el urba-nismo, presentando una nueva aproximación a los monumentos y la monumentalidad: la ciudad devino un teatro de la memoria, tal vez un memo-rial a sí misma. La Modernidad produjo un cam-bio radical en relación con los mapas de memoria y los monumentos, a través de una actitud dia-metralmente opuesta, donde el «olvidar» la ciu-dad antigua, los monumentos del pasado, tomó la forma de demolición y tabula rasa.4 El advenimiento de la escritura, según el his-toriador de arquitectura, Stanford Anderson, in-vita a una distinción incremental entre sistemas de memoria. Anderson propone una interesante distinción entre «Memoria a través de Arquitec-tura » y «Memoria en Arquitectura».5 La distin-ción se puede pensar como la «memoria social enmarcada por la Arquitectura», que refiere a usos y repetición de formas construidas, en su diferen-cia con la «operación de la memoria dentro de la disciplina arquitectónica». Ejemplos de «Arqui-tectura como marco para la memoria social» se pueden encontrar en la repetición de capillas, monumentos, espacios sagrados y arquitectura doméstica, cuyas formas (me refiero a sus formas intrínsecas como instituciones humanas, no su diseño específico) se ven legitimados por usos y continuidad histórica. Mientras que las tradicio-nes vernáculas (arquitectura sin arquitectos, histo- 3 ECO, Umberto. Memory and Architecture, Via 8. 4 Arquitectos modernos basaron su aproximación al espacio público sobre el concepto de espacio universal. El espacio para el hombre universal como un espacio limpio y homogéneo, colectivo en su uso, común en términos de propiedad y libremente accesible. Es importante notar que, aun cuando esta idea se origina en polos ideológicos diametralmente opuestos, la utopía del espacio vital limpio y homogéneo fue utilizada por muchos regímenes totalitarios como objetivo y raciocinio para el genocidio, exterminio en masa, segregación, etcétera. Veáse VIDLER, Tony. The Architectural Uncanny, cap. «Posturbanism». 5 Véase ANDERSON, Stanford. «Memory and Architecture». Daidalos, 58, 1995. 12 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 15. ENSAYOS Y ANÁLISIS ria sin historiadores, arte sin artistas) representan una cohesión social mayor entre memoria social y memorial disciplinar, la «Memoria en Arquitectu-ra » refiere a la concepción, creación y traducción de ideas arquitectónicas en hechos arquitectónicos. Esto es, las formas en las que la Arquitectura como disci-plina hace «uso» de la historia, se re-define, y trans-forma la manera de concebir, diseñar y construir edificios, espacio públicos, ciudades.6 3. ARQUITECTURA - ARQUITECTURAS La arquitectura se produce en el punto de contac-to entre mente y sitio. Ocurre en el horizonte, como transformación de la topografía. La arquitectura se genera a través de necesidad y aspiración. Ope-ra primero como deseo, luego como intuición, lue-go como anticipación, antes de ser transformada en presencia. El trabajo del arquitecto es hacer presente el límite. Lo que los griegos dicen con la palabra «pe-ras » es que el límite no es el lugar en el cual algo se detiene, sino el lugar en el que algo nuevo comien-za a hacerse presente. Para que la arquitectura se haga presente, debe haber una reorganización poética de la materia con el propósito de enmar-car la vida. Esta reorganización material conlle-va una violenta transformación de preexistencias, de energía en materia, de imágenes en forma cons-truida y de sitio en lugar. El trabajo artístico en la arquitectura nos obliga entonces a mirar el mun-do empírico para abrir con él un diálogo crítico. Este diálogo con la geografía histórica del contex-to ancla los sitios en una forma literal, dotando a los lugares y al trabajo de una percepción de pro-fundidad histórica. Es una especie de re-dibujar el paisaje en contra de su contexto. Este dibujar es siempre foráneo, tiene que ver con el exilio y lo temporal. Edificios, proyectos, y paisajes, como disparadores de los procesos de memoria, traen al presente la profundidad de la continuidad his-tórica y también el deseo de transformación éti-ca. De alguna manera, nos permiten habitar la distancia que existe entre el acto y el recuerdo. Lo que el arquitecto hace al diseñar es recordar las formas anteriores de pensar, lo que vio, lo que sabe, lo que es: un bagaje coleccionado que sirve de cajón de herramientas para las próximas cons-trucciones. Como a Funes, todo el pasado nos acompaña. 4. EL SEPULCRO Y EL MONUMENTO Cuando encontramos un montículo en el bosque, de uno por dos metros, en forma de pirámide aplanada, nos ponemos serios y algo dentro nuestro dice, alguien fue aquí enterrado… Esto es arquitectura. ADOLF LOOS El arquitecto vienés Adolf Loos planteó, a princi-pios del siglo XX, que solo una pequeña parte de la arquitectura pertenece al mundo del arte: el se-pulcro y el monumento. Lo que Loos quiso decir- 6 Véase ib. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 13
  • 16. ENSAYOS Y ANÁLISIS nos, de acuerdo con Massimo Cacciari,7 es que el arte tiene lugar cuando está implícita la idea de sepulcro y monumento, esto es la idea de un lugar de excepción al cual nos ha llevado la vida, que trasciende o reabre la función real de la vida. Si bien la existencia humana siempre fue coleccionada en el sepulcro, el punto central frente a una tumba es, según Loos, la función ética: la confrontación con la muerte nos detiene y previene el seguir con nuestro cami-no habitual. Lo que importa, entonces, en el sepul-cro, no es quién está allí, sino saber que allí hay un ser humano. El arte genuino, en ese sentido, nos invita a dejar el lugar al que nosotros denomina-mos realidad, y retornar a un concepto y lugar íntimo en el cual nuestra humanidad yace. En el caso del monumento, la dimensión ética deriva de establecer diálogos con el pasado. Res-pecto del monumento, Alois Riegl planteaba: «El monumento en su forma original y más antigua es una creación humana erigida con el propósito específico de mantener hechos o eventos huma-nos en la mente de generaciones futuras».8 La pa-labra «monumento» viene de «monere», del latín: recordar, advertir. En alemán, la palabra «monumen-to » se dice «denkmal» y significa pensar en el tiempo. Podemos entonces percibir que, más que una for-ma o una imagen, la monumentalidad podría entenderse como una cualidad. La cualidad que lugares y objetos tienen de hacernos recordar, evocar, pensar o percibir algo que está más allá de sí mismos. La monumentalidad, así entendida, no se refiere primordialmente al tamaño, a la escala, sino a la capacidad evocativa, a la capacidad de irrumpir en el presente generando preguntas y pensamientos. Como combinación de lugar de memoria y re-cordación, estos sitios de memoria se producen para ser históricamente referenciales.9 Su presen-cia y materialidad están destinadas a tornarse «invisibles», «transparentes», funcionando como puente entre visitantes y eventos o individuos que estos sitios invitan a recordar. En tanto corpori-zación de memoria a través de arte en el espacio público, su valor no está basado en el arte o la arquitectura, sino en un punto más allá de sí mis-mos. Su valor yace en el carácter dialógico del es-pacio memorial, como James Young aptamente notara. Esto es, el espacio que existe entre las his-torias narradas, los eventos recordados y los ac-tos de memoria (el trabajo de memoria) que estos memoriales pueden contribuir a enmarcar. Los sitios de memoria, en tanto lugares de ex-cepción, pueden funcionar como sitios de duelo, como es el caso en y cuando los rastros de la catás-trofe se hacen presentes, o cuando los sepulcros están ausentes. Esta función es esencial pensando en todos aquellos que no pudieron ser enterrados dignamente. Como la joven Liz Flores dijo tan dolorosamente en su testimonio ante la CVR : «en Ayacucho, en el día de los muertos no tengo ni a donde ir a poner flores, porque ni los huesos de mi madre se han encontrado». 7 Véase CACCIARI, Massimo. Architecture and Nihilism: On the Philosophy of Modern Architecture. New Haven: Yale University Press, 1993, cap. 19, pp. 195-198. 8 RIEGL, Alois. «The Modern Cult of Monuments: Its Character and Origin». Traducción de Kurt Foster y Diane Ghirardo. En Oppositions 25. 9 Véase YOUNG, James E. The Texture of Memory. New Haven: Yale University Press, 1993, p. 12. 14 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 17. ENSAYOS Y ANÁLISIS El trabajo sobre proyectos memoriales y si-tios de memoria presenta, entonces, cuestiones y complejidades que no son solamente arquitectó-nicas sino fundamentalmente éticas, políticas y filosóficas. Entre ellas, las formas en las que la his-toria y las historias, la memoria y las memorias, el trauma y los traumas van a ser «apropiados», «re-presentados» e «inhabitados». Al mismo tiempo, al generar y concebir estos proyectos (mo-numentos, museos y memoriales) debemos ser conscientes de riesgos, no menores, tales como la objetivación de la memoria, la estetización del sufrimiento o, peor aún, su banalización. Pero son riesgos que debemos correr, con cuidado y respe-to, a fin de que la memoria no quede relegada al fuero interno y que sea afirmada en el ámbito de lo público. Para esto la estética debería poder po-nerse al servicio de la ética. El tiempo es el mate-rial a trabajarse, pensarse, elaborarse, dado que es en la capacidad de establecer diálogos signifi-cativos con y presentar preguntas acerca del pa-sado (y futuro), que encontramos el valor y la fun-ción ética de los memoriales en el espacio público. 5. ESPACIO PÚBLICO: DEMOCRACIA Y MEMORIA Al pensar el carácter dialógico del espacio público y el espacio memorial debemos cuestionar: ¿cómo podemos contribuir a elaborar las implicancias éticas de la descripción que hizo en 1958 Hanna Arendt de la esfera pública: el espacio para el ha-cerse presente (the space of appearance), en el más amplio sentido? Esto es, el espacio donde yo me hago presente a otros en tanto otros se hacen pre-sentes a mí. Como Hanna Arendt describe: La polis, propiamente hablando, no es el es-tado- ciudad en su lugar físico; es la organiza-ción del pueblo emergiendo del hablar y ac-tuar en forma colectiva, y su espacio real yace entre la gente viviendo junto con este propó-sito, no importa en donde se encuentren […] Es el Espacio para el hacerse presente en el sentido más amplio de la palabra, el espacio en el cual Yo me hago presente a los otros y los otros a mí, en donde los hombres existen no meramente como otros, sino que se ha-cen presentes de manera explícita.10 Esta definición de la esfera pública como el «espacio para el hacerse presente» puede ayudar a imaginar formas a través de las cuales el campo de lo visual y lo político se intersecan, generando oportunidades importantes (no sin conflicto), tan-to para el arte como para la arquitectura, de con-tribuir a profundizar la democracia. Ahora bien, recordemos que la democracia, como dice Claude Lefort, «se ve constituida y sostenida por la diso-lución de las marcas de la certidumbre. Inaugura una historia en la cual el Pueblo experimenta una indeterminación fundamental en relación al po-der, la ley y el conocimiento, y a uno en relación a 10 ARENDT, Hannah. The Human Condition. Chicago y Londres: University of Chicago Press, 1958, pp. 198-199. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 15
  • 18. ENSAYOS Y ANÁLISIS aquellos otros».11 La democracia da lugar al espa-cio público, un tipo de espacio para la interacción política, que se hace presente, cuando, en ausencia de una base predeterminada, el significado y la unidad del orden social a la vez se constituyen y se ponen en riesgo. El espacio público expresa, en palabras de Étienne Balibar, «la falta de límites que caracteriza a la democracia».12 Instituido por la Declaración de los Derechos del Hombre, el es-pacio público hace extensible a todos los seres humanos la libertad que Hannah Arendt llama «un derecho a tener derechos».13 Es así que la ha-bilidad de hacerse presente está atada a la decla-ración de derechos, esto es, el derecho a declarar, a hablar en el espacio público. Este hacerse presen-te, dada la incertidumbre, tiene por fuente la pa-labra y la interacción social implícita en la pala-bra (que se dirige al «otro» y viene desde el «otro»). En ese sentido, a través de la declaración, es que aquellos que no tienen posición en la comunidad política pueden hacerse presentes, siguiendo a Walter Benjamin cuando habla de la «tradición de los oprimidos», de la lucha contra la opresión.14 El espacio público democrático es un tipo de espacio vacío, no homogéneo, texturado. Es un tipo de espacio complejo, está basado en la dis-puta, la incertidumbre, el debate. Recordemos que el totalitarismo intenta homogeneizar, supri-mir el disenso, el debate, llenar ese vacío con cer-tidumbres, eliminar la indeterminación de lo so-cial, dotando «al pueblo» de una «unicidad» con la que se identifica al propio Estado. Relegar el pluralismo, la división y la diferencia al ámbito de lo privado y asociar el espacio público y la democracia con metas –loables por cierto– como crear consenso, consolidar comunidades, pacifi-car conflictos, es una forma, a veces riesgosa, de intentar llenar el vacío creado por la democra-cia. El debate, el hablar, el decir en el espacio pú-blico democrático conlleva, por sobre todo, la obligación de escuchar a aquellos «otros», espe-cialmente aquellos «otros» que por lo general no tienen voz; aquellos «otros», con frecuencia invi-sibles, que a pesar de todo, siguen esperando una respuesta ética. 6.ÉTICA Y MEMORIA ¿Y los que nunca fueron fotografiados? ¿Y los olvidados? Está en nuestras manos lo-grar que todo eso no se repita. JAVIER V. Yuyanapaq. Para recordar, sin fecha. ¿Quiénes son aquellos «otros», aquellos que cla-man ser vistos, oídos, escuchados? Si el espacio público y el estar en público significa estar ex-puesto a aquellos otros, ¿cómo pueden el arte y la 11 LEFORT, Claude. «The Question of Democracy». En Democracy and Political Theory. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1988, p. 19. 12 BALIBAR, Étienne. «What Is a Politics of the Rights of Man?». Masses, Classes, Ideas: Studies on Politics and Philosophy Before and After Marx. Nueva York: Routledge, 1994, p. 211. (En esta línea, véase en castellano, de Balibar, escrito con Immanuel Wallerstein, Raza, nación y clase. Madrid: Iepala, 1991). 13 ARENDT, Hannah. The Origins of Totalitarianism. San Diego: Harcourt Brace & Company, 1948, p. 296. (Versión en español: Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus, Madrid, 1974). 14 BENJAMIN, Walter. «Theses on the Philosophy of History». En Illuminations. Traducción de Harry Zohn. Nueva York: Schocken Books, 1969, p. 257. 16 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 19. ENSAYOS Y ANÁLISIS arquitectura contribuir a desarrollar nuestra ca-pacidad, no solo para aceptar dicho tipo de expo-sición a aquellos, sino para también darles una bienvenida ética? La ética, para el filósofo Emmanuel Levinas, es una experiencia que remite a una situación con-creta: la de encontrarse, aunque sea por un ins-tante, con el «rostro» del otro. El rostro, al decir de Levinas, no es simplemente una nariz, unos ojos, una boca, sino el punto en el que el «infinito» se manifiesta. Dado que el rostro «habla», declara, dice y se desdice, permanentemente, no se deja encerrar en una imagen o en un concepto. El otro, entonces, no sería un objeto de comprensión que puede ser reducido a contenido, sino un rostro, un enigma que nos llama y cuyo hacerse presente nos pone en cuestión,15 cuyo hacerse presente está acompañado por un «tercero» que nos hace to-mar conciencia de la posibilidad de todos aque-llos «otros».16 Manuel Mauer, joven filósofo argentino,17 nos dice: A esta infinitud del rostro (que lo vuelve, en rigor, irrepresentable) se le suma, en los análisis que propone Levinas, otro rasgo distintivo: su fragilidad desoladora. «Hay en el rostro una pobreza esencial». Todo rostro es, en ese sentido, «rostro del pobre, de la viuda, del huérfano, del extranjero». La piel del rostro es la que se mantiene más desnu-da, más desprotegida, más expuesta a la violencia. Pero en virtud de esta doble va-lencia, es decir, de su infinitud y su desvali-miento, el rostro es lo que prohíbe matar. Su sentido consiste en decir: «no matarás». Es-tar frente a un rostro es, por lo tanto, escuchar su llamado –su mandato– a una responsabilidad infinita. Habitualmente se dice que uno es responsable de lo que uno mismo hace, sin embargo ante el rostro soy responsable por el otro, es decir aún por lo que no hice, «aún por los crímenes que no cometí». (Esta última idea es fundamental para toda reflexión sobre la memoria). La ética, entonces, no sería sino la respuesta –inagotable, siempre insuficiente– a ese lla-mado, a esa orden, a esa interpelación. ¿Cómo podemos entender y pensar acerca de ese mandato ético, ese «deber de memoria», que nos responsabiliza de manera infinita y nos llama a recordar con fidelidad a aquellos otros, aquellos rostros ausentes, a aquellas «víctimas del odio del hombre» en pasados tan difíciles y traumáticos? Como hemos visto en nuestros países, testifi-car y declarar sobre la «verdad» tiene un aspecto público que es político y judicial, y tiene asimis- 15 Véase DAVIS, Colin. Levinas: an Introduction. Notre Dame: University of Notre Dame Press, 1996, p. 83. 16 Véase ib., p. 83. 17 Notas para una conversación pública sobre arquitectura, memoria, ética y espacio público entre Manuel Mauer (licenciado y máster en Filosofía por la Universidad París I, Pantheon-Sorbonne) y Julián Bonder, en el Museo de Arquitectura de Buenos Aires, agosto de 2007. Manuel Mauer realiza actualmente un doctorado en Filosofía acerca del concepto de vida en la obra de Michel Foucault en la Universidad París XII y en la Universidad de Buenos Aires, y tradujo al español El más allá del versículo y Difícil libertad, ambos de Emmanuel Levinas, publicados en Buenos Aires por la editorial Lilmod en el 2007 y 2008, respectivamente. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 17
  • 20. ENSAYOS Y ANÁLISIS mo una dimensión privada –confesional, espiri-tual y terapéutica–. El esfuerzo para la recupera-ción y curación del trauma y del trauma público –encontrar la voz narrativa a través de prestar tes-timonio– tiene una oportunidad mayor de suceso cuando esta voz se da en actos de palabra públicos, más aún cuando se dirige como palabra pública a los otros y por los otros. Como indica el significa-tivo Informe de la Comisión de la Verdad y Recon-ciliación: «Habiendo prestado especial atención a las voces de las víctimas, y habiendo recogido los testimonios de muchos peruanos y peruanas de-seosos de contribuir a la recomposición de nues-tra nación, la CVR confía en estar proponiendo una manera inédita de narrar nuestra memoria colec-tiva ». Ahora bien, si como sugiere Pierre Janet, «La memoria, como las creencias […] como todo fenó-meno psicológico es una acción […] esencialmente, es la acción de contar una historia», y si el estado de trauma a menudo imposibilita a los sobrevi-vientes de conectarse con lo que Janet llama «reali-dades y experiencias del presente», ¿como podría entonces entenderse ese «deber de memoria»? ¿Po-dría acaso ser pensado como un deber que nos con-mina a buscar nuevos métodos para acercarnos ética y responsablemente a aquellos «otros», tra-bajando para su recuperación, escuchando su pa-labra, asumiendo, al mismo tiempo, que la plurali-dad de voces hace imposible buscar y construir una narrativa única y completa? De hecho, creo que la complejidad de los pro-yectos de recuperación de memoria histórica no permitirían pensar en la memoria, en el deber de la memoria, de manera unívoca, de manera cerra-da. El deber de la memoria no debería, entonces, pensarse solamente como difusión de un «saber» acerca del pasado (no es historia, que como todo saber es un intento de asimilar aquello que escapa a la presencia), como consolidación de «identidad» (nacional, étnica o partidaria), o como herramien-ta de cohesión social (activadora de sentimientos de pertenencia a partir de la evocación de un pa-sado común de victorias o derrotas). La memoria, entonces, no debería pensarse únicamente como soporte para la acción judicial y legal, porque luego de los juicios, tan importantes para la so-ciedad, una vez que victimarios hayan sido juz-gados, es importante generar espacios, museos, memoriales, para que la memoria, «la acción de contar una historia» y las voces de las víctimas –cuyo dolor es imprescriptible– no sean barridas de la esfera pública. Manuel Mauer18 nuevamente: Si hay una alianza posible entre ética y me-moria, esta consiste en hacer que el llama-do de esas víctimas inocentes «de aquel odio del otro hombre» –cuyas voces han sido si-lenciadas y de cuyos rostros han sido desfi-gurados– que su llamado, vuelva a retum-bar. No es una historia de los vencedores, 18 Notas para una conversación pública sobre arquitectura, memoria, ética y espacio público entre Manuel Mauer y Julián Bonder en el Museo de Arquitectura de Buenos Aires, agosto de 2007. 18 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 21. sino una memoria de las víctimas. No –como en la historiografía– hacer presente aquello que escapa a la presencia (las vidas pasa-das), sino, precisamente, interrumpir la pre-sencia, abrir una fisura en el presente ha-ciendo resonar el llamado (irrepresentable, inmemorial) de los vencidos. No hablar des-de el presente sobre el pasado, sino dejar que el pasado hable en el presente. 7. TRAUMA Y RE-PRESENTACIÓN A la luz de estas ideas, a la sombra de tantos even-tos traumáticos –en el Perú, en nuestros países la-tinoamericanos, y en tantos otros lugares en el mundo– permítanme formular algunas preguntas. ¿Pueden el arte y la arquitectura ayudar a es-tablecer modos de ver, testificar, habitar, que acom-pañen y fomenten el interrumpir, el abrir una fi-sura en el presente haciendo resonar el llamado (irrepresentable, inmemorial) de los olvidados, los vencidos, los sin voz? ¿Cómo podríamos abrir el espacio público para que aquellas voces que se di-rigen a nosotros desde los pozos profundos y pa-sados de la historia, desde los pozos profundos y presentes de la memoria, se hagan presentes en nuestras sociedades democráticas? ¿Cómo invi-tar a aquellos otros, que pueden hablar, aquellos que pueden prestar testimonios, a hacerlo sin te-mor? ¿Qué es de aquellos rostros, tal vez desfigu-rados, que no tienen la posibilidad de hacerse pre-sentes ENSAYOS Y ANÁLISIS y qué es de aquellos que sabemos, doloro-samente, que no van a «re-aparecer»? ¿Cómo podemos concebir y diseñar espacios públicos democráticos, museos, memoriales, que respondan a aquel llamado y contribuyan al de-bate y la discusión pública? En el proceso de pen-sar y construir estos espacios, ¿cómo podemos mantener nuestra posición como «testigos» de sufrimientos e historias (propias o ajenas) sin pre-tender representarlas? Filósofos como Giorgio Agamben han teorizado la posición del «testigo» como la base de las relacio-nes ético-políticas, en tanto el testigo responde al sufrimiento del «otro», sin pretender usurpar el lu-gar del «otro». Posicionarse como «testigos», como «testigos profundamente comprometidos con el su-frimiento de aquellos otros», es una forma de ver, mirar y escuchar que requiere aceptar la propia vul-nerabilidad. Esta posición requiere una explícita re-nuncia al deseo de dominar, o incluso conocer, dado que, como nos sugiere la teórica del trauma, Cathy Caruth, prestar testimonio a la verdad del sufri-miento y el dolor originados en eventos traumáti-cos es prestar testimonio a la imposibilidad de com-prender dichos eventos.19 Dado que, en general, la enormidad de eventos causantes de trauma psíqui-co –una herida acuñada en la mente– es tan grande, dichos eventos no pueden reconstruirse o conocerse en su totalidad o magnitud, y generan en víctimas y sobrevivientes una incomprensión profunda. La imposibilidad de comprender o de acceder al corazón de las historias y memorias, de alguna 19 Véase CARUTH, Cathy. «Recapturing the Past: Introduction». En Trauma: Explorations in Memory. Baltimore y Londres: The Johns Hopkins University Press, 1995. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 19
  • 22. ENSAYOS Y ANÁLISIS forma, pone en cuestión la posición del testigo como «conocedor» de experiencias traumáticas ajenas, dado que «conocer» la experiencia impli-caría pretender entender demasiado, saber inclu-so aún más que la víctima, traicionándola. Eso genera problemas serios para formas de repre-sentación que intentan responder al sufrimiento de los otros. Mientras que el sufrimiento trau-mático llama a ser observado, escuchado y pre-sentado, al mismo tiempo crea un vacío y una necesidad, una nueva forma de testimoniar y vi-sualizar. Una forma de prestar testimonio a la que Cathy Caruth llama «testificar una imposibilidad, la imposibilidad de comprender el trauma».20 ¿Cómo podemos, entonces, posicionarnos como arquitectos, artistas, miembros de la socie-dad frente a esta imposibilidad? 8. ACTITUDES, POSICIONES Y PROYECTOS El rol histórico del arquitecto siempre ha sido crear un «teatro de acción». Diagramar y marcar los límites para una acción determinada, creando así un contenedor de memoria. El objetivo es permi-tirle a la humanidad la continuidad de la vida y la posibilidad de un futuro mejor. Al tiempo que como arquitectos nos embarcamos en proyectos, nues-tro trabajo a menudo consiste en develar, descu-brir, a la vez que anclar, historias y memorias en sitios, territorios y ciudades. Es frente a las catás-trofes, los traumas históricos, los genocidios y las injusticias que este rol en la esfera pública devie-ne altamente complejo, problemático, riesgoso, y también, esperamos, necesario. Dicha complejidad se ve magnificada dado que, a menudo, y especialmente tras desgracias o catás-trofes, se puede encontrar que un tipo de «estética redentora o redentiva» emerge en las comunidades afectadas. Este tipo de «estética redentora» nos pide considerar al arte (o la arquitectura) como «co-rrección de la vida», asumiendo que cierto tipo de repetición de experiencia a través del arte puede reparar aquel tipo de experiencia, al decir de teó-ricos del trauma, «dañada, o no, tal vez, repara-ble ». Leo Bersani aptamente nos recuerda que «las Catástrofes de la Historia parecen importar me-nos si están de alguna forma compensadas a tra-vés de Arte».21 Es entonces importante permitirnos recordar –como arquitectos, diseñadores, y artistas, como políticos, pensa-dores y participantes de la sociedad– que ni el arte, ni la arquitectura pueden ni deben intentar compensar las ma-sacres, el genocidio y el trauma publico. Lo que sí pue-den intentar nuestras prácticas, artísticas y ar-quitectónicas, es establecer una relación dialógica con aquellos eventos y colaborar enmarcando los procesos hacia el entendimiento. Es entonces cru-cial concebir estos proyectos y trabajos sobre la memoria como mapas, como topografías espacia-les, condensando voces, abriendo espacios para el estudio, la re-presentación y el diálogo con una medida de claridad espacial y profundidad arqui-tectónica. Es asimismo crucial intentar habitar la 20 Ib., p. 10. 21 Citado por Sidra DeKoven Ezrahi en Booking Passage, Exile and Homecoming in the Jewish Modern Imagination. Berkeley: University of California Press, 2000, p. 144. 20 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 23. distancia inhabitable entre nosotros y aquellos eventos –entendidos como preguntas que nos ponen en cuestión– ofreciendo la prospectiva de que el limbo cronoló-gico, la tierra de nadie, el espacio entre la tumba de la memoria y vientre de la historia pueda ser atravesado con cuidado generacional, honestidad intelectual y respeto ético. Para las generaciones recientes y futuras, luego de una significativa «erupción» de manifestaciones artísticas y arquitectónicas basadas en representa-ciones figurativas o abstractas de la «muerte», la «destrucción», la «desesperanza», el «dolor» y el «horror», nuevas actitudes son posibles y necesa-rias. Actitudes que, atentas y recelosas de expectati-vas e intentos de construir significados inmediatos, reconocen la imposibilidad de representar experien-cias traumáticas, los límites de nuestras prácticas y nuestra incapacidad para proponer respuestas significativas. Estas actitudes se basan en inten-tar sostener los dilemas para la representación, la necesidad de generar más preguntas y la resisten-cia a la «clausura». Es así que trabajar-a-través y sobre proyectos en relación con el «trauma», el «espacio» y la «memoria», requiere un persis-tente intento de generar transformaciones en la esfera pública, y conlleva establecer marcos crí-ticos/ éticos para posicionarnos como «testigos comprometidos». Dichas posiciones demandan a nuestras obras y proyectos mantener actitudes muy precisas, dialógicas y comprometidas en relación con el «diseño», a «técnicas» y «materiales», a los «sitios de memoria», a la «historia», y especialmen-te en relación con las «voces y los rostros de otros». ENSAYOS Y ANÁLISIS Este es el tipo de actitudes y posiciones que he tratado de traer a mis prácticas y proyectos. En mi trabajo profesional y académico y en nuestro trabajo de colaboración con el artista, profesor y director del Centro de Estudios Visuales Avanza-dos del MIT, Krzysztof Wodiczko, sostenemos y enfatizamos una aproximación humilde y cons-ciente entendida como «diferimiento ético». Esta aproximación al trabajo, a los proyectos, involu-cra «habitar la distancia como lugar de acción»; habitar la distancia entre acto y recuerdo, entre mundos recordados y mundos a ser transforma-dos. Esta posición conlleva reafirmar la «presen-cia » y la «autoría» a través de una interacción e imbricación dinámica de mundos conceptuales y materiales por dentro y por fuera del trabajo, con el objetivo último de auto-removerse, de borrar-se, de retirarse y desaparecer de la escena. Esta aproximación se funda en intentar enmarcar «pre-sencias » a través de materiales más allá de la materialidad, a través del lenguaje más allá de la representación, a tra-vés del espacio más allá del espacio. Esta aproximación se basa en un entendimiento del arte, la «arqui-tectura » y el «paisaje» como medios no represen-tacionales, pero sí medios capaces de presentar e iluminar un preciso y limitado número de verda-des y valores en el espacio localizado entre las preguntas, los públicos y los instrumentos de nuestras prácticas y artes. Este tipo de aproximación conlleva a contri-buir a la construcción de una sociedad agonista22 y democrática –en tanto autores, diseñadores, ar-quitectos y sujetos ético-sensibles– a través de una 22 El objetivo de la política democrática verdadera, dice Chantal Mouffe, es trasformar antagonismo en agonismo… Una diferencia importante con el modelo de democracia deliberativa es que para el «pluralismo agonista» el primer objetivo de la política democrática no es eliminar las pasiones de la esfera pública a fin de adquirir un consenso racional, sino movilizar las pasiones a fin de crear diseños políticos democráticos. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 21
  • 24. ENSAYOS Y ANÁLISIS ética de deferencia al «otro»; conlleva un cons-ciente «salir de uno mismo» (como nos sugiere Levinas), como una base necesaria, y espero bien-venida, para un trabajo comprometido y trans-formador, en términos políticos, culturales y arquitectónicos en la esfera pública. 9.CONCLUSIÓN: «TRABAJOS DE (SOBRE) MEMORIA» Memorial, memento, monumento, como «moni-tor » o guía, sugieren no solo conmemoración sino también estar atentos, advertir, remembrar y re-cordar, aconsejar, y llamar a la acción. Entende-mos estos «trabajos de (sobre) memoria» –tales como el Memorial para la AMIA; el Cento de Estu-dios para el Holocausto y Genocidio en Clark Uni-versity; el Museo de la Shoa en Buenos Aires; el proyecto memorial para los Desaparecidos; el Civil War Memorial en Boston y proyectos realizados con Krzysztof Wodiczko como Hoboken September 11 Memorial en New Jersey, el WTC y Mémorial à l’Abolition de l’Esclavage (Memorial a la Aboli-ción de la Esclavitud) en Nantes (Francia) que será construido en el 2011; o el Babi Yar Memorial Park, en Denver– como memoriales que trabajan, que en conceptos, diseño y formas que evolucionan pueden invitar al compromiso y participación colectivas y a la capacidad de responder. Creo que los sitios de memoria no deberían pensarse como lugares silenciosos, sino como agen-tes para la cultura y el diálogo, activados a través de programación e interacción. La premisa es que los memoriales que pueden realmente hablar acer-ca y sobre memorias traumáticas –no solo del pasado, sino también del presente– deben surgir a través de un proceso participativo con gente y comunidades que comparten un interés vital en su realización y continuidad. Dado que los monu-mentos y los memoriales deben dirigirse a una pluralidad de públicos y generaciones, su devenir en vehículos para «testimonios», para emoción y pensamiento, para discursos democráticos y pe-dagógicos, para un trabajo trasformativo, para el entendimiento, para la razón, es esencial. Es así que desarrollar su «palabra», su «discurso», y dis-parar su potencial terapéutico y de cuestionamien-to va a ser central para su efectividad. Es importante notar que, incluso cuando se construye sin dicha intención consciente, los me-moriales deberían entenderse como poseedores de esta función de monitoreo y cuestionamiento –monitores y críticos del y en el presente–. Pero, en contra de esta demanda y expectativa, la ma-yor parte de los memoriales se ven inactivos e incapacitados. Como dice Krzyzstof Wodiczko: Los monumentos y memoriales, en su quie-tud, se ven extrañamante humanos, mien-tras que los humanos traumatizados, en su inmovilidad y silencio, aparecen extraña-mente monumentales. Los sobrevivientes silenciosos, viviendo en sus sombras, se enfrentan a las fachadas mudas y a los ojos ciegos de nuestros edificios públicos y me-moriales, los testigos silenciosos de las in-justicias del presente.23 23 De conversaciones con Krzysztof Wodiczko durante nuestro trabajo sobre el Hoboken September 11 Memorial, el Memorial a la Abolición de la 22 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 25. Con el fin de encontrar caminos, frente a dicha incapacidad e inmovilidad, un trabajo ético, polí-tico, terapéutico, así como también espacial y monumental, debe ser elaborado. Un trabajo que, a un tiempo necesario e imposible, intenta enmar-car la presencia de aquellos rostros, de aquellas voces; un trabajo que intenta hacer audible un lla-mado moribundo pero infinito. Este trabajo, que re-actualiza los espacios memoriales, monu-mentos y museos en acción cultural y política, demanda responsabilidad y fomenta «respon-se- habilidad» (esto es: habilidad de responder) en relación con el pasado y el futuro. ENSAYOS Y ANÁLISIS Los sitios de memoria concebidos, diseñados y construidos como vehículos activos y éticos pueden y deben funcionar como ambientes para el pensar a través de traumas pasados y presentes y re-actualizar el pasado en tiempo presente. Pueden y deben servir para recordar, advertir, iluminar, fomentando la aparición de nuevas formas de conciencia crítica e invitando a visitantes, habi-tantes, y actores de presente, a construir un mundo mejor a través de un comprometido trabajo de la memoria: «trabajos de (sobre) memoria». Esclavitud en Nantes (Francia), y Babi Yar Park en Denver, Colorado (Estados Unidos). Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 23
  • 26. ENSAYOS Y ANÁLISIS APÉNDICE: PROYECTOS PROYECTO N.O 1 Julián Bonder. Museo del Holocausto, Buenos Aires (Argentina) Este proyecto comprende la transformación de un edificio industrial en un museo del Holocausto y centro educativo. En tanto museo que debe contar una historia, este proyecto (diseño y exhibición) está basado en la historia del Holocausto como narrativa contextualizada en la realidad de pre guerra integrada al ethos de la sociedad contemporánea. Es sobre la base de esta historia que artefactos, foto-grafías, y media diversa como films, vídeos, narración, textos serían seleccionados. El proyecto incluye la creación de espacios en donde encontrarse con esta historia trágica y su irrepresentable horror –una memoria siniestra frente a la cual nunca debiéramos sentirnos cómodos– . Dado que no existe un modo único de re-presentación que pueda abarcar la historia del Holocausto, nuestro proyecto sugiere y se basa en la coexistencia, interjuego e integración de diversos modos narrativos. Dichos modos incluyen narrativas históricas, testimonios y un archivo de la memoria. Narración mediada por las voces de historiadores; objetos y artefactos, removidos de sus contextos originales participan de un nuevo archivo: una colección acerca del Holocausto. Los testimonios en el centro del proyecto –como retrato de primera mano– permiten un proceso transactivo y dialógico entre testigo y visitante, durante el cual la subjetividad del individuo se reestablece, reintegrando testigo y presente. Este proyecto fue desarrollado por Julián Bonder + Associates en sociedad con Michael Berenbaum (director del US Holocaust Museum, Washington, D. C. y CEO de la Shoah Foundation en Los Ángeles) y con Ytzchak Mais (director de exhibición, Museum of Jewish Heritage, Nueva York). 24 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 27. ENSAYOS Y ANÁLISIS PROYECTO N.O 2 Wodiczko & Bonder. Hoboken September 11 Memorial, Hoboken, New Jersey (Estados Unidos) Este proyecto implica trabajar sobre el Pier A Park, sobre el Hudson, al otro lado de Manhattan. Esta propuesta fue concebida como un refuerzo simbólico del borde sur del parque, el lado más expuesto al trauma del 11 de septiembre. Es este borde la zona que más fuertemente sintió el evento del 11 de septiembre y en nuestra propuesta revela los trazos de una memoria traumática sobre el agua del río Hudson. Este proyecto opera, entonces, sobre la dinámica relación con el Lower Manhattan. El proyecto enfatiza el fluir de cuerpos, aquel día y todos los días, el fluir de la memoria y la curación. El elemento central es un camino conmemorativo que entreteje conmemoración, contempla-ción, conocimiento y silencio, y se extiende a lo largo de 200 metros del borde del parque. El proyecto incluye espacios contemplativos y de encuentro, y una superficie de respuesta que reacciona frente a eventos relacionados con el terror que se dan en el mundo. Este proyecto estuvo entre los cuatro finalistas (entre cien propuestas originales y diez semifinalistas) en el Hoboken September 11 Memorial Competition. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 25
  • 28. ENSAYOS Y ANÁLISIS PROYECTO N.O 3 Wodiczko + Bonder. Memorial a la Abolición de la Esclavitud, Nantes (Francia) El proyecto es una evocación metafórica y emocional sobre la lucha por la abolición de la esclavitud, sobre todo histórica, pero que continúa en el presente, realizada a través de la transformación física y la adaptación simbólica de 350 metros de la costa del río Loire en el centro de Nantes (capital del tráfico francés de esclavos). Es el primer memorial de esta magnitud y escala en toda Europa. El proyecto incluye la transformación de espacios existentes bajo la superficie actual de la ciudad. Dichos espacios –residuos de los malecones portuarios construidos a través de los siglos XVIII, XIX, XX– son trasformados en un «pasaje» conmemorativo. El proyecto incluye la transformación de la superfi-cie de la ciudad en un terreno conmemorativo así como también espacios de información y exhibición. Más allá de su carácter simbólico, el proyecto va a ser utilizado como espacio para testimonios y como centro del fórum anual por los derechos del hombre en la ciudad de Nantes. Este y otros eventos programados reafirmarán la especificidad de este sitio como lugar responsable de memoria, respuesta y lucha. Marcar la lucha contemporánea por la liberación de esclavos en el presente puede servir para recordarnos que la abolición de 1848 no fue en vano. Este proyecto sobre la costa del río Loire en el centro de Nantes fue comisionado por la ciudad, su consejo municipal y su intendente, Jean Marc Ayrault, por concurso internacional. Se encuentra en desarrollo y su apertura está prevista para fines del 2011. El proyecto recibió el premio 2007 de la Association of Collegiate Schools of Architecture (ACSA) / Asociación de Escuelas de Arquitectura de Estados Unidos; el 2001 Faculty Design Award / Diseño de profesores «por trabajo que avanza la naturaleza reflexiva de la práctica y la enseñanza». 26 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 29. ENSAYOS Y ANÁLISIS ESFERA PÚBLICA Y DERECHOS CULTURALES: LA CULTURA COMO ACCIÓN GISELA CÁNEPA 1. EL MUSEO DE LA MEMORIA Y DE CÓMO ENTENDEMOS LA CULTURA A propósito del ofrecimiento del Gobierno alemán de dos millones de dólares para la construcción de un museo de la memoria, un proyecto reco-mendado por la Comisión de la Verdad y Reconci-liación (CVR) en el marco de las acciones simbóli-cas dirigidas a lograr la reconciliación así como generar consciencia de lo ocurrido en los años de violencia, se ha abierto un debate público acerca de su pertinencia. Más allá de la importancia de poder concretar la realización de un museo de esta naturaleza, considero que visto desde una pers-pectiva que entiende los museos como arenas de deliberación pública en vez de edificios inanima-dos, 1 este ya empezó a construirse. La sola posibilidad del museo de la memoria ha abierto un debate necesario, si se desea cons-truir una cultura ciudadana saludable y democrá-tica. Por esa razón, considero que tiene la misma importancia seguir abogando porque el proyecto se haga efectivo, así como por mantener abierto el debate. Esto último, ciertamente, puede resultar mucho más difícil que la edificación del museo, ya que requiere de la implementación de un proyecto a largo plazo que esté atento a la inclusión de las sensibilidades, demandas y formas de acción cul-tural de distintos actores, así como de la revisión crítica de nuestros sentidos comunes; y este es un reto mayor. Por otro lado, el debate en cuestión está con-tribuyendo a explicitar concepciones acerca de la memoria y la reconciliación, así como intereses y lugares de enunciación, implícitos en los argumen-tos esgrimidos y que requieren ser críticamente revisados. Si bien el debate es ciertamente políti-co e ideológico, propongo que también vale la pena abrirlo a un debate académico en el que se reflexio-ne críticamente acerca de nociones como cultura, museo y lo público, que enmarcan el modo en que se conceptualizan y llevan a cabo las políticas públicas de la cultura. Entre los argumentos que han sido esgrimidos en contra del museo de la memoria se encuentran, por ejemplo, aquellos según los cuales las políticas de Estado de un país pobre como el Perú deben prio-rizar la inversión en la producción ya que la cultu- 1 Al respecto, sería necesario hacer un balance y reflexión crítica en torno a los distintos lugares de memoria edificados a los que no se les da uso alguno y que por lo tanto pierden poder preformativo para hacer efectivos los objetivos por los cuales fueron construidos. Como ejemplos se puede mencionar el Parque de la Memoria de Abancay, promovido por organizaciones no gubernamentales de derechos humanos y el gobierno regional; o la efigie a la paz levantada por la CVR y la Defensoría del Pueblo en Huamanga. En ambos casos se trata de edificaciones deterioradas y que la población no utiliza. (Conversación personal con Ricardo Caro). Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 27
  • 30. ENSAYOS Y ANÁLISIS ra constituye algo accesorio,2 o que este no es el momento pertinente para unmuseo de la memoria porque tal museo no va a contribuir a la reconcilia-ción. 3 Por otro lado, entre los argumentos a favor, destaca aquel según el cual los museos son necesa-rios porque educan, sensibilizan y curan.4 Si bien estos argumentos son expuestos desde posiciones ideológicas distintas, coinciden con res-pecto a una cierta manera de entender la cultura, según la cual esta se identifica con la alta cultura y los valores universales. Tal aproximación a la cultura no solo es excluyente y discriminatoria, sino que implica una noción estática y cosificado-ra de ella, según la cual esta es una cosa que «se tiene», de la que «se carece» o que eventualmente «se adquiere». Dentro de esta misma lógica, tam-bién la memoria es vista como una cosa encarna-da en una colección de objetos ilustrativos que se encuentra depositada en un museo y que puede ser adquirida por aquel que tiene acceso a él. Des-de tales perspectivas, la cultura, el museo, la me-moria y lo público se conciben como realidades cuyos contenidos se dan por sentados, corriéndo-se el riesgo de reproducir formas de exclusión y discriminación social, cultural y política. Dar por sentada la memoria o creer que se puede encontrar una única verdad de lo sucedido, implica manejar la idea de que existe una sola memoria posible. De ese modo se es excluyente de los múltiples actores que estuvieron involucra-dos en los años de violencia y que la ejercieron o sufrieron desde distintas posiciones. Pasar por alto la existencia de múltiples memorias conlleva además a desconocer la diversidad de formas de recordar, así como las formas culturalmente es-pecíficas de lidiar con el dolor y que a su vez están relacionadas con nociones acerca de lo que perte-nece al ámbito de lo público y de lo privado, como queda expresado en la recientemente estrenada película de Claudia Llosa, La teta asustada.5 Un museo de la memoria, su diseño e imple-mentación no se restringen al tema de la memo-ria, sino que implican asuntos más generales de políticas culturales en torno a la diversidad y las ciudadanías culturales. El museo de la memoria no es el único proyecto que se ocupa de la memo- 2 «Si yo tengo personas que quieren ir al museo, pero no comen, van a morir de inanición. […] Hay prioridades», apuntó el titular de Defensa. Este también afirmó que de tener a la canciller alemana, Ángela Merkel, frente a frente, «le agradecería» por el ofrecimiento pero le haría otra propuesta: «Le diría: qué te parece si empleamos esto en algo más necesario para el país». <http://www.rpp.com.pe/2009-02-26-flores-araoz—crear-museo-de-la-memoria-no- es-prioridad-para-el-peru-noticia_166846.html>. 3 «La posición del Gobierno Peruano que expresó la Cancillería (al Gobierno de Alemania) es que no creemos que el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) haya servido a la reconciliación, por ello creemos que no es el momento ni la oportunidad para crear un museo que va a mantener abiertas las heridas». <http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/no-momento-museo memoria/20090310/256782>. 4 «Los museos son tan necesarios para los países como las escuelas y los hospitales. Ellos educan tanto y a veces más que las aulas y sobre todo de una manera más sutil, privada y permanente que como lo hacen los maestros. Ellos también curan, no los cuerpos, pero sí las mentes, de la tiniebla que es la ignorancia, el prejuicio, la superstición y todas las taras que incomunican a los seres humanos entre sí y los enconan y empujan a matarse. Los museos reemplazan la visión pequeñita, provinciana, mezquina, unilateral, de campanario, de la vida y las cosas por una visión ancha, generosa, plural. Afinan la sensibilidad, estimulan la imaginación, refinan los sentimientos y despiertan en las personas un espíritu crítico y autocrítico». <http://www.elcomercio.com.pe/ impresa/notas/peru-no-necesita-museos/20090308/256015>. 5 Al respecto, es interesante cómo se trata en la película el asunto del miedo y el dolor. El quechua, el canto y las prácticas culturales y rituales relacionadas con la muerte funcionan allí como los lenguajes apropiados para darles expresión, así como los medios a través de los cuales se delimitan los entornos sociales dentro de los cuales estos son comentados y compartidos. 28 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 31. ENSAYOS Y ANÁLISIS ria y de la reconciliación. Existen muchas otras prácticas en torno a esta problemática que se lle-van a nivel local, como aquellas vinculadas a las estrategias de mujeres quechuas para lidiar con el miedo y el dolor de la experiencia de las violacio-nes y cuyo carácter público es relativo a audien-cias específicas.6 Lo que una población local nece-sita publicitar con el fin de generar respuestas colectivas, no necesariamente requiere ser publi-citado en entornos más grandes; existen incluso formas cuya eficacia depende del hecho de mante-nerse en el plano individual o familiar y que tam-bién requieren ser reconocidas y facilitadas. La reconciliación que se busca con un museo de la memoria, por lo tanto, no se logra de manera mágica, sino que implica dar cabida a distintas memorias, formas de recordar y de publicitar, garantizando así la inclusión y respetando la di-versidad cultural. En otras palabras, de lo que se trata es de garantizar la fuerza performativa de cualquier forma de memoria. La reconciliación no tiene que ver con el perdón y la culpa, sino más bien con la posibilidad de que la víctima se con-vierta en actor del proceso de reconstrucción so-cial. Y esto último implica una política cultural que reconozca la diversidad cultural y que sea in-clusiva de prácticas alternativas de recordar y generar consensos y pactos sociales. En tal sentido, un museo de la memoria debe imaginarse más allá de su materialidad y de sus particulares formas expositivas y comunicativas para acoger y hacer visible de manera contextuali-zada las memorias de los distintos actores impli-cados. Resulta necesario que en toda exposición museográfica se problematice acerca de quién re-cuerda, qué se recuerda, cómo se recuerda, para qué se recuerda y a quién se comunica tal recuerdo. Además, un museo de la memoria debería mediar y promover de manera descentrada otras formas de hacer memoria. El lenguaje museográ-fico no es el único mecanismo para poner en esce-na la memoria. Existen otros como la literatura, el cine, las artes plásticas, la música y la etnografía que han venido tematizando experiencias diver-sas de los años de violencia y que incluso se en-cuentran en diálogo entre sí. Estos son los casos de la etnografía de Kimberly Theidon, titulada Entre prójimos, que da inspiración a la película de Clau-dia Llosa, La teta asustada,7 pero también de la pelí-cula Vidas paralelas de Rocío Lladó8 y la novela De amor y de guerra de Víctor Andrés Ponce,9 las cuales confrontan la versión del Informe Final de la CVR.10 Habría que agregar otras formas de recordar o de lidiar con el dolor como son la música, la imagine-ría, la tradición oral, el ritual.11 En otras palabras, el trabajo de la memoria no tiene por qué reducir- 6 Véase THEIDON, Kimberly. «La micropolítica de la reconciliación: práctica de la justicia en comunidades rurales ayacuchanas». Allpanchis, n.o 60, 2002. 7 Al respecto, se puede leer la entrevista a Kimberly Theidon alojada en <http://www.reportajealperu.com/noticias/con-ustedes-kimberly-theidon-la-autora- intelectual-de-la-teta-asustada/>. 8 Véase <http://www.cinencuentro.com/2008/09/30/vidas-paralelas-2008/>. 9 Véase <http://www.librosperuanos.com/autores/va-ponce.html>. 10 Véase <http://www.comisiondelaverdad.galeon.com/>. 11 Al respecto, se puede mencionar las investigaciones de María Eugenia Ulfe sobre los retablos ayacuchanos, de Johnathan Ritter sobre el género del Pun Pin, y de Ricardo Caro sobre la conmemoración a los muertos durante los años de conflicto en Sacsamarca. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 29
  • 32. ENSAYOS Y ANÁLISIS se a los lenguajes documentalistas y etnográficos, también la ficción y la imaginación pueden con-tribuir con esa labor, así como es necesario tam-bién pensar la publicidad de la memoria en tér-minos relativos a públicos diversos y temáticas particulares. Reducir la idea de museo, de memoria y de lo público, ya sea a un edificio y a un conjunto de objetos materiales, o a una realidad fija y preesta-blecida, en vez de comprenderlos como medios heurísticos para enunciar, debatir y consensuar acerca de temas de interés, no solo implica una aproximación pobre en términos conceptuales, sino que limita las posibilidades de hacer de los museos, así como de otras formas culturales, un mecanismo efectivo para la inclusión social y la construcción de ciudadanías responsables que for-talezcan modelos democráticos participativos. Dentro de esta perspectiva, la reconciliación, que es uno de los objetivos del museo de la memoria, tampoco debe entenderse como una transforma-ción mágica que se vaya a lograr recorriendo los recintos del museo. Esta, por el contrario, se lo-grará en la medida en que museo, memoria y lo público estén abiertos a un debate y a su redefini-ción con la participación del conjunto de actores involucrados y a través de prácticas culturalmen-te específicas. Como he indicado líneas arriba, resulta nece-sario realizar un debate académico en torno a la definición de un conjunto de conceptos que se en-cuentran implicados en la discusión sobre el mu-seo de la memoria, precisamente porque nos per-miten proponer marcos conceptuales más amplios para pensar las políticas culturales en el país. De este modo, el propio museo de la memoria podría diseñarse e implementarse como parte de políti-cas más generales. En tal sentido, propongo conti-nuar con una discusión acerca de esfera pública y de derechos culturales. 2. ESFERA PÚBLICA: EXCLUSIÓN Y DERECHOS CULTURALES La discusión sobre esfera pública sin duda se con-figura en torno a la definición que hiciera Haber-mas12 de ella como un espacio institucionalizado de asociación libre y acción discursiva, cuyo sen-tido político se deriva de su función crítica y su capacidad de generar una opinión pública. Como ha sido ya discutido, el desarrollo de la esfera pú-blica estuvo asociado a la configuración de una cultura distintiva, propia de la burguesía emer-gente del siglo XVIII y XIX. Esta consistía de formas de expresión y de comportamiento público que se caracterizaron por un estilo virtuoso, viril y ra-cional. A través de estas, la burguesía emergente lograba distinguirse tanto de las élites aristocrá-ticas que buscaba desplazar como de los diversos estratos populares y plebeyos a los que aspiraba gobernar.13 La legitimación de una retórica basa- 12 HABERMAS, Jürgen. The Structural Transformation of The Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society. Cambridge, Mass: MIT Press, 1989. 13 FRASER, Nancy. Iustitia interrupta: reflexiones desde la posición postsocialista. Bogotá: Universidad de los Andes, 1997, p. 102. 30 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 33. ENSAYOS Y ANÁLISIS da en la argumentación racional como la garantía para una discusión y reflexión crítica, racional e independiente de la identidad social de los sujetos deliberantes, permitió a la burguesía, depositaria de tal estilo retórico, constituirse en la clase mo-ralmente solvente para el ejercicio público, a la vez que otras formas culturales para argumentar, debatir y llegar a consensos fueron deslegitima-das. El dominio de las normas de expresión de un grupo sobre las de otros, implicado en este proce-so, se convierte en la condición no solo para parti-cipar legítimamente de la esfera pública, sino ade-más para encarnar la voz representativa de lo que es de interés general. Una consideración de este tipo lleva a identifi-car dos puntos centrales de la discusión en torno a la esfera pública: a) el carácter excluyente de esta y b) el hecho de que tal exclusión no solamente se da en términos del acceso a ella, sino que además se lleva a cabo a través de los repertorios y com-petencias culturales que la distinguen. En conse-cuencia, para dar cuenta del carácter excluyente de la esfera pública hay que considerar tanto las diferencias estructurales que determinan el acce-so al espacio público hegemónico, y a los medios de producción y circulación de discursos, como a las diferencias culturales que se encuentran codi-ficadas en los estilos y repertorios deliberativos propios de públicos distintos. De este modo, por ejemplo en el Perú, individuos de origen social ét-nico son admitidos como congresistas, siempre y cuando se delibere en español. El quechua –sin mencionar las formas de argumentación y legiti-mación propias del mundo campesino quechua– no es un lenguaje aceptado como válido en el ámbito de la política formal, reconociéndose su validez solo en el campo de la cultura (tradición oral, poesía, canto). Por otro lado, la exclusión de otras formas dis-cursivas públicas en el plano político e ideológico se traduce en el poco interés que la investigación académica ha mostrado en estudiar el potencial crítico y político de repertorios deliberativos y de acción pública alternativos, así como en la subestimación de lo que se juega en el campo de la cultura, de los medios y de las industrias cultura-les. 14 Este sesgo está fundado en una tradición ideológica y teórica, según la cual la capacidad de reflexión y argumentación solo se desarrolla a través de la palabra, y mejor aún la palabra escri-ta, dejando fuera otras formas de generación de conocimiento, de diálogo intersubjetivo y de con-senso, a las que se les ha atribuido además un ca-rácter prepolítico. En tal sentido, el interés general de la antro-pología por la diversidad de formas de cultura expresiva y escénica que comprometen tanto la palabra como la acción corporal, así como su re- 14 Solo recientemente, en el Perú se ha empezado a explorar la eficacia que prácticas que pertenecen al campo de la cultura pueden tener en la deliberación de asuntos de interés público, la generación de memoria, de sentidos de colectividad y de responsabilidad social, así como en la canalización de la acción pública. Al respecto, se puede ver CÁNEPA, Gisela y María Eugenia ULFE (eds.). Mirando la esfera pública desde la cultura en el Perú. Lima: CONCYTEC, 2006. ALFARO, Santiago. «Las industrias culturales e identidades étnicas del huayno». En Carmen María Pinilla (ed.). Arguedas y el Perú de hoy. Lima: SUR, 2005. RITTER, Johnathan. «Siren Songs: Ritual and Revolution in the Peruvian Andes». British Journal of Ethnomusicology, vol. 11, n.o 1, 2002. FELDMAN, Heidi. Ritmos negros del Perú: reconstruyendo la herencia musical africana. Lima: Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú e Instituto de Estudios Peruanos, 2009. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 31
  • 34. ENSAYOS Y ANÁLISIS flexión más específica sobre el carácter reflexivo, argumentativo y consensual del ritual, el teatro, la danza y las expresiones visuales pueden ser un aporte para una revisión crítica del concepto de esfera pública. Por otro lado, la vieja vocación de la antropología por explorar la relación entre cultu-ra y política ha sido en gran parte investigada precisamente a través del estudio de las formas de cultura expresiva. A propósito de este interés, hay que precisar que este no se reduce al estudio de repertorios culturales que pueden ser califica-dos de performativos en el sentido de que com-prometen una puesta en escena y al cuerpo en ac-ción, sino que implica además el estudio de tales repertorios desde un enfoque preformativo. Tal enfoque implica tomar toda expresión cultural como una puesta en escena, es decir, tomar en cuenta la acción de los individuos o grupos invo-lucrados en ella, así como el contexto del cual es-tos extraen y encauzan significados posibles. Tal enfoque ha permitido argumentar por el poder constitutivo de las expresiones culturales, siendo este precisamente el que le otorga eficacia política. Problematizar la esfera pública a partir de los estudios sobre política y cultura expresiva en es-tos términos es importante no solo porque amplía el espectro de posibles formas de acción pública, sino porque plantea la necesidad de pensar la di-versidad de formas de acción pública en el marco de la transformación del propio campo político y, por lo tanto, de las formas de hacer política. Desde la antropología, el concepto de ciudada-nía cultural discute precisamente el derecho de gru-pos específicos a no ser excluidos de participar en la esfera pública sobre la base de marcas cultura-les, raciales, de género o físicas que los distingan del modelo universalista implicado en las defini-ciones convencionales de ciudadanía. Sería, preci-samente, la aceptación de formas de participación culturalmente específicas la base para lograr una inclusión efectiva y una ciudadanía plena.15 Al respecto, es importante señalar que el re-clamo por los derechos culturales y la constitu-ción de una esfera pública más democrática no implica solo un asunto de representación, es decir de tener voz, sino que debe estar centrado en ga-rantizar a cada grupo la producción y gestión de su diferencia. Es, en tal sentido, que quiero argu-mentar precisamente que la constitución de una esfera pública más inclusiva y respetuosa de los derechos culturales se mide por las posibilidades de participación; en otras palabras, tiene que ver con un asunto de performatividad. Esto es, la po-sibilidad de que la iteración –la puesta en acción– de una práctica cultural específica, ya sea esta una forma de cultura expresiva o una práctica coti-diana, realizada en el marco de una constelación institucional e histórica particular tenga eficacia política; es decir, capacidad constitutiva y trans-formativa de la realidad que enuncia o expresa. En otras palabras, una esfera pública más demo-crática y participativa sería aquella en la que la 15 Véase ROSALDO, Renato. «Cultural Citizenship, Inequality, and Multiculturalism». En William V. Flores y Rina Benmayor (eds.). Latino Cultural Citizenship: Claiming Identity, Space and Rights. Boston: Beacon, 1997. 32 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 35. ENSAYOS Y ANÁLISIS acción pública no solo tuviera un sentido delibera-tivo, sino además fuerza práctica; es decir, capaci-dad de intervención directa en la configuración de la vida y el orden social, de modo que opinión y acción se complementen de manera eficaz. Hay que señalar que este asunto está vinculado a uno de los temas que preocupa a Nancy Fraser cuando distingue entre públicos fuertes y públicos débiles. A través de tal distinción, la autora llama la atención sobre la posibilidad de que la opinión no se traduzca en decisión y que, por lo tanto, la opinión pública quede despojada de su fuerza prác-tica. Es precisamente este problema el que exige pasar de un modelo representacional a uno parti-cipativo, tanto para pensar lo cultural como para actuar a través de él. Para ampliar mi argumento sobre acción pú-blica y performatividad quiero introducir una discusión en torno a la relevancia de tomar en cuenta formas expresivas culturalmente distin-tas o incluso formas cotidianas como mecanismos de acción pública. Desde una perspectiva antro-pológica, estas prácticas son de interés no solo por su particularismo cultual, sino por a) el hecho de que muchas de estas formas son de naturaleza performativa, es decir, que involucran una puesta en escena, y por b) el hecho de que en la coyuntura actual la cultura y sus formas expresivas han po-tenciado su fuerza performativa. 3. CULTURA PÚBLICA: DEL DISCURSO A LA ACCIÓN Con respecto a la naturaleza performativa de cier-tas formas de acción pública, quisiera tomar como ejemplo el caso de las fiestas religiosas que comu-nidades de devotos de origen andino realizan en honor a los santos patrones de sus pueblos de pro-cedencia. Son de especial interés aquellas que se realizan en el centro histórico, ya que las activida-des implicadas en su realización suponen el acceso y uso tanto de espacios de culto –templos y alta-res– como de espacios públicos –las calles y plazas del Centro de Lima– que son emblemáticos de una tradición limeña criolla. En tal sentido, es impor-tante señalar que los devotos de las imágenes an-dinas celebradas en el centro de la ciudad no vi-ven allí. Sin embargo, no escatiman esfuerzos en colocar sus imágenes en los templos ubicados en la zona. Mi argumento es que en el contexto de la de-claración del centro histórico como patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO, la puesta en acción de un repertorio cultual como son las fies-tas, adquiere un carácter político. A través de él, grupos diversos y de origen distinto luchan por ocupar, administrar y custodiar legítimamente el espacio público de la ciudad así como su patrimo-nio cultural. Para que una imagen pueda ser albergada en una iglesia, la comunidad devota debe haber lleva-do a cabo complejas negociaciones con las autori-dades religiosas de la parroquia. Estas otorgan una urna lateral donde la imagen en cuestión es colo-cada, comprometiendo la participación de una fe-ligresía importante en las actividades litúrgicas y sociales a lo largo del año. La hermandad devota se hace cargo de los cuidados de la imagen, lo que comprende trabajos de limpieza y mantenimien-to, así como de restauración y tallado. La realiza-ción de la fiesta exige adicionalmente negociacio-nes con el municipio y el Instituto Nacional de Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 33
  • 36. ENSAYOS Y ANÁLISIS Cultura (INC). En el marco de la declaración de Lima como patrimonio cultural y del proyecto Recupe-ración del Centro Histórico, tales negociaciones se tornan polémicas. En el primer caso, porque se decreta una ordenanza municipal –la 062-1994– según la cual, en el Centro de Lima solo pueden realizarse las celebraciones religiosas y cívicas tradicionales como la fiesta de la Virgen del Car-men de Barrios Altos, la fiesta del Señor de los Milagros, el Corpus Christi y el aniversario de Lima. Por otro lado, la implementación del pro-yecto de recuperación en su aspecto de restau-ración arquitectónica cuenta con la supervisión del INC que cuida que los trabajos se realicen de acuerdo con criterios arquitectónicos, históri-cos y estéticos que respeten el carácter colonial y republicano de las edificaciones y plazas. En tal sentido, el acceso y uso de los espacios públicos, así como los trabajos de restauración y arreglo de los templos comprometidos en la rea-lización de las fiestas religiosas andinas constitu-yen formas de acción estratégicas a través de las que distintos grupos de migrantes interactúan con la Iglesia y el Estado, e intervienen en y sobre ca-lles, plazas y templos para reclamar el reconoci-miento e inclusión de sus miembros como resi-dentes legítimos de la ciudad, al mismo tiempo que negociar su participación en el proyecto Re-cuperación del Centro Histórico, implementado precisamente en el marco de la Declaración del Centro como Patrimonio Histórico y Cultural, y las políticas de promoción de la cultura y el turis-mo a favor del desarrollo. Por lo tanto, la fiesta no debe reducirse a su función representacional, como un espacio de ex-presión y argumentación en el que grupos de mi-grantes de origen andino dan expresión a sus iden-tidades regionales y locales, e incluso contestan las imágenes públicas que vinculan a los migrantes al mundo de la informalidad, el caos y los problemas de la ciudad, o en el mejor de los casos a la figura del provinciano emergente, que los sitúa en el ámbito productivo, pero no les confiere valor cultural y moral. La fiesta es sobre todo acción y, en tal senti-do, no se agota en el reclamo por la inclusión, sino que le otorga fuerza práctica a este en la medida en que la realización progresiva en el tiempo de las fiestas y las actividades vinculadas a ella puede llegar a transformar el calendario festivo y los sitios de culto, y la propia naturaleza del culto religioso. Hay que anotar que a pesar de las re-sistencias del municipio y la Iglesia a permitir las fiestas de origen andino en el centro histórico, es-tas empiezan a ser de interés para varios párrocos que ven en ellas una posibilidad de trabajo pasto-ral, y para las agencias de turismo que incluyen las celebraciones más vistosas en su oferta turística. En otras palabras, se trata de la posibilidad de refundar la tradición religiosa y festiva limeña y transformar el propio centro histórico como lu-gar. En un sentido político, esto se traduce en la posibilidad de que las comunidades de devotos de origen migrante adquieran agencia cultural, cons-tituyéndose en los legítimos intérpretes y custo-dios de las tradiciones y monumentos del centro histórico. De tal manera, la acción festiva como una forma de acción pública no solo avanza un argumento dirigido al reconocimiento cultural, sino que puede hacer efectivo tal reclamo al cons-tituir a los devotos de origen migrante en los legí-timos intérpretes y custodios de las tradiciones y monumentos del centro histórico. 34 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 37. ENSAYOS Y ANÁLISIS En resumen, es a través de la iteración de una tradición y repertorios festivos, en el marco de un contexto particular, que una forma de cultura ex-presiva se convierte en acción pública. Es bajo estas condiciones que el reclamo por el reconoci-miento adquiere fuerza performativa y puede traducirse en participación efectiva. 4. LA FUERZA PERFORMATIVA DE LA CULTURA EN LA COYUNTURA ACTUAL Quiero referirme a continuación al hecho de que la eficacia de ciertas prácticas culturales no solo se debe a su naturaleza preformativa, sino a que en el orden actual los puntos de intersección entre cultura, economía y política se ven multiplicados de modo que, más que nunca, una variedad de prác-ticas culturales adquieren fuerza performativa. El momento actual que ha sido definido como la «coyuntura culturalista»16 se explica por el im-pacto que los procesos económicos, tecnológicos y comunicacionales contemporáneos tienen sobre el campo de la producción y práctica culturales. Esta «coyuntura culturalista» ha traído consigo la definición y puesta en práctica de la cultura como diferencia,17 así como su instrumentalización como recurso.18 Según Turner,19 en el marco de los desarrollos económicos de la globalización, la cri-sis del Estado-nación y de la emergencia de una clase media que se caracteriza, distingue y repro-duce a sí misma a través de estilos de vida que requieren de un consumo cada vez más sofistica-do, la cultura y más específicamente la «diferen-cia cultural», emergen como un campo para la autorreproducción y acción política. Las identi-dades «culturales» como etnicidad, religión, gé-nero o indigeneidad se han convertido en el medio privilegiado para asegurar poder social, deman-dar derechos, y reclamar reconocimiento e inclu-sión. La consecuencia ha sido la politización de las luchas por la autorrepresentación cultural. Por otro lado, una economía basada en la pro-ducción de servicios y bienes de consumo impone a los grupos que luchan por la autorrepresenta-ción el reto de tener que lidiar con el hecho de que el Estado se está apropiando y mercantilizando sus bienes y repertorios culturales, los medios de comunicación y el mercado, cada uno de los cuales tiene sus propias agendas para promocionarlos, publicitarlos o comercializarlos. La representación cultural y la lucha por la autorrepresentación su-cede pues en el marco de una cultura pública, en la cual se entretejen de manera compleja y a veces contradictoria agendas políticas, sociales y cultu-rales con entretenimiento y consumo. Por esta misma razón, movimientos sociales de reivindi-cación étnica dan lugar a una diversidad de agen- 16 Véase TURNER, Terence. «Indigenous and Culturalist Movements in the Contemporary Global Conjuncture». En Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español y Asociación Galega de Antropoloxia (eds.). Globalización, fronteras culturales y política y ciudadanía. (Actas del VIII Congreso de Antropología). Santiago de Compostela: Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español y Asociación Galega de Antropoloxia, 1999. 17 Véase ib. 18 Véase YÚDICE, George.El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global. Barcelona: Gedisa, 2002. 19 Véase TURNER, Terence. Ob. cit. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 35
  • 38. ENSAYOS Y ANÁLISIS das y formas de intervención que incluyen mo-vimientos como el de los zapatistas en México,20 quienes han instrumentalizado los medios para el activismo político, o iniciativas como la de los asháninkas en el Perú que diseñan sus reclamos por el derecho a la tierra y la protección de su entorno a través del ecoturismo, actividad a tra-vés de la cual instrumentalizan los discursos del desarrollo a favor de intereses políticos locales.21 Es precisamente, en esta línea, que autores como Appadurai y Breckendrige22 proponen rom-per con la correlación entre lo público y la sociedad civil europea, así como entre literacidad, comuni-dad pública y política que la definición original de esfera pública implica. Para ellos la producción de lo público y la acción pública sucede más bien en el marco de un conjunto de arenas que surgen en una variedad de condiciones históricas, y en las que se «articulan el espacio entre la vida domésti-ca y los proyectos del estado nación donde distin-tos grupos sociales (clase, etnicidad y género) cons-tituyen sus identidades a través de la experiencia de formas mass-mediaticas en relación con las prácticas de la vida cotidiana. El público en este caso deja de tener una relación necesaria o prede-terminada con la política formal, acción comuni-cativa racional, capitalismo impreso o las diná-micas de emergencia de la burguesía letrada».23 Estos autores definen la cultura pública como una «zona de debate cultural» donde los repertorios de la cultura nacional, la cultura de masa y la cul-tura folk son los recursos de tal interacción dis-cursiva, y cuya economía política se encuentra triangulada por la acción entre públicos diversos, las industrias culturales y el Estado. Desde tal perspectiva, lo público se configura a través de un arreglo de textos y experiencias de los que a la vez emergen contextos particulares, de tal modo que la «vida cotidiana entreteje de manera compleja las prácticas y experiencias do-mésticas e íntimas de los sujetos con los discur-sos, prácticas y eventos compartidas que provie-nen de la cultura pública».24 La reflexión en torno a la producción de lo público trasciende aquí la con-cepción espacializada de la esfera pública que ha predominado en la literatura,25 y recupera el sen-tido de Öffentlichkeit, que alude más exactamente a una condición o circunstancia que a un espacio delimitado y definido por estructuras propias y separadas de los dominios privados y domésti-cos, del cual se puede entrar y salir. El concepto de cultura pública borra las fronte-ras entre lo privado y lo público; admite otros len-guajes, corporales, visuales, escénicos, como for-mas de argumentación y reflexión discursiva para la creación de opinión, y propone un sujeto públi- 20 Véase YÚDICE, George.Ob.cit. 21 Véase ESPINOSA, Óscar. «El collage de las identidades. Una comunidad asháninka en internet». Ponencia presentada en el Primer Encuentro de Estudios Visuales realizado en Lima por la Especialidad de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP, del 17-21 de agosto de 2005. CORREA, Norma. «Asháninka online: ¿nuevas tecnologías, nuevas identidades, nuevos liderazgos? Una aproximación antropológica a la relación de la comunidad indígena Marankiari Bajo con las tecnologías de la información y de la comunicación». Tesis de licenciatura. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2006. 22 Véase APPADURAI, Arjun y Carol BRECKENRIDGE. «Introduction: Public Culture in India». En Carol Breckendrige (ed.). Consuming Modernity. Public Culture in a South Asian World. Nueva York: Mounton de Gruyter, 1995. 23 APPADURAI, Arjun y Carol BRECKENRIDGE. Ob. cit., pp. 4-5. La traducción es nuestra. 24 Ib., p. 13. 25 Véase MAH, Harold. «Phantasies of the Public Sphere: Rethinking the Habermas of Historians». The Journal of Modern History, vol. 72, n.o 1, 2000. 36 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 39. ENSAYOS Y ANÁLISIS co siempre situado, tanto en términos de su lugar en la estructura social como con respecto a la pro-ducción, distribución y legitimación de formacio-nes discursivas, pero también en relación con los afectos implicados en su vínculo con distintas co-munidades de opinión (la familia, los amigos, el mundo laboral y profesional, el barrio, el grupo religioso, etcétera), y cuyas agendas y formas de acción discursiva dan lugar a complejas y a veces contradictorias formaciones de identidad. Tal perspectiva se encuentra alineada con una serie de estudios que se han ocupado en estudiar distintas formas de recepción, interpretación, apropiación y resignificación de contenidos tras-mitidos a través de una variedad de formas dis-cursivas que incluyen desde las académicas, las literarias, las visuales, las espectaculares y expe-rienciales, considerando al consumidor de estas, no como un lector, espectador o participante abs-tracto, es decir como un consumidor pasivo, sino como un actor. García Canclini,26 particularmen-te, han argumentado que el campo del consumo constituye en la coyuntura actual un campo de acción ciudadana fundamental. Es precisamente en el marco de la coyuntura culturalista que prácticas culturalmente específi-cas –no solamente las que caen bajo la clasifica-ción de géneros performativos del tipo que hemos descrito más arriba, sino también prácticas coti-dianas– pueden en contextos específicos adquirir eficacia política y constituirse en acciones públi-cas para la demanda de derechos culturales, eco-nómicos y políticos. Ejemplos de esto son acciones como lava la bandera, a través de la cual, una acción cotidiana se buscaba explicitar la necesidad de reflexionar y tomar posición con respecto al pro-blema de la corrupción; o como la campaña anti-minera en el caso de Tambogrande, donde parte de la campaña se organizó en torno a slogans que a través de la reivindicación de derechos culturales plantearon un debate acerca de dos modelos de desarrollo, uno basado en la economía agroexpor-tadora –específicamente de limón– y el otro basa-do en la explotación minera. En la línea de lo expuesto hasta aquí y en el contexto de la celebración de la multiculturalidad, sería necesario, por ejemplo, estudiar el boom de la música tropical, de la gastronomía, de la moda étnica, de las series de televisión que se ocupan de personajes de la cultura popular urbana, y la in-corporación de figuras del folclore en las propues-tas publicitarias y de marketing, con el fin de explo-rar los procesos y los términos de reconocimiento de la diversidad cultural que están en juego, las múltiples interpretaciones, apropiaciones y re-contextualizaciones de las que son objeto reperto-rios culturales específicos, así como la economía política que ordena la producción y distribución de la cultura. Es central comprender con respecto a casos específicos y adecuadamente contextua-lizados, cómo se entrelazan política, mercado y cultura, de modo que se puedan diseñar políticas culturales adecuadas que instrumentalicen las posibilidades que ofrece el mercado, al mismo tiempo que evite la incorporación de la diversi-dad cultural en términos puramente mercantiles. 26 Véase GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos: conflictos multiculturales de la globalización. México D F.: Grijalbo, 1995. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 37
  • 40. ENSAYOS Y ANÁLISIS 5. REFLEXIONES FINALES Para finalizar quiero enumerar algunos puntos conclusivos con respecto al tema más general de los derechos culturales y la esfera pública, así como al tema más específico de la memoria. – Con respecto a los derechos culturales es im-portante señalar que el reclamo por el derecho a la diferencia no implica solo un asunto de representación, sino que debe estar centrado en garantizar a cada grupo la producción y gestión de su diferencia; en otras palabras, se trata de garantizar la participación. – Propongo una mirada menos idealizada de la esfera pública, lo cual obliga a considerar que su espectacularización y mercantilización no necesariamente implica su debilitamiento, sino eventualmente su ampliación a una di-versidad de formas culturales de deliberación y de generación de opinión, así como su aco-modo a condiciones económicas y tecnológi-cas especificas que determinan la producción y distribución de las interacciones discursi-vas en la actualidad. – Considero que la agenda democrática no se debe limitar a introducir temas y agentes nue-vos, sino que debe estar dirigida al diseño de políticas culturales que promuevan la inclu-sión como una práctica y experiencia de la vida cotidiana. La idea es intervenir en la configu-ración de una cultura pública –y esto implica intervenir sobre las condiciones y recursos de producción y distribución de los repertorios que la integran– de modo que cada individuo y colectividad se encuentre en la capacidad de poner en acción su identidad ciudadana, lo-cal, de género, étnica, religiosa o generacional, de manera continua y consistente, y en diálo-go con los marcos discursivos y prácticos que rigen el orden instituido, de modo que pueda participar en la generación de nuevos contex-tos y significados, así como en su reencauza-miento hacia la consolidación democrática. Una verdadera democratización de la política implica crear las condiciones para que el ejer-cicio político se realice de manera cotidiana, de modo que el poder no esté únicamente en manos de los políticos ni en el campo exclusi-vo de la política. – Por último, y en la línea de lo que he argumen-tado líneas arriba, la memoria es un proceso en curso y, por lo tanto, debe entenderse como una verdad culturalmente específica y contex-tualmente constituida. En tal sentido, el mu-seo de la memoria debe ser pensado más allá de una edificación levantada en Lima y de un concepto museográfico acorde con las más ac-tuales tendencias. Este debe concebirse más bien como una oportunidad para poner en acción las memorias sobre los años de violen-cia de manera descentralizada e inclusiva. Tal posibilidad requiere, por ejemplo, realizar un registro de las diversas formas culturalmente determinadas de lidiar con el dolor y el miedo que están en curso, así como de una reflexión crítica de los alcances y límites de estas en contextos sociales específicos, de modo que se pueda diseñar una estrategia inclusiva y que garantice la viabilidad y replicabilidad de aquellas experiencias que están dando re-sultados efectivos. 38 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 41. O b s e r v a t o r i o i n t e r n a c i o n a l Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 39
  • 42. ENSAYOS Y ANÁLISIS 40 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 43. OBSERVATORIO INTERNACIONAL Víctimas y vengadores LA PAZ EN COLOMBIA: MÁS ALLÁ DE VENCEDORES Y VENCIDOS HERNANDO LLANO* El que vence engendra odio, el que es vencido sufre; con serenidad y alegría se vive si se superan victoria y derrota. RAIMON PANIKKAR. Paz y desarme y cultural, Dhamapada XV, 5 (201). 1. PRESENTACIÓN Estas reflexiones sobre la paz en Colombia van en contravía de la realidad y la dinámica política que prevalece en la actualidad frente a la caracteriza-ción del conflicto, su tratamiento y eventual reso-lución. Por lo tanto, tienen un propósito más heurístico que propositivo y postulan de entrada que en la presente coyuntura no se divisa un hori-zonte de paz política para Colombia, pues ella está descartada en los cálculos estratégicos del gobier-no presidido por Álvaro Uribe Vélez y los co-mandantes guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). En efecto, ambas partes están enfrentadas en un pulso a muerte por la derrota militar de su contrario o la imposición de una pax romana que dicte e imponga al adversario las condiciones de su rendición o eventual reinserción a la vida polí-tica institucional, sin tener en cuenta los costos que ello implique para el conjunto de la sociedad colombiana y sus futuras generaciones. Costos que de por sí ya constituyen un pesado fardo de vícti-mas, imposible de negar y mucho menos olvidar, en tanto ellas mismas son la memoria y el doloro-so legado de un pasado que se pretende superar mediante la aplicación de la controvertida ley 975, oficialmente denominada de Justicia y Paz, o la invocación recurrente a una reconciliación idílica sin verdad ni reparación para las víctimas. Justamente, en desarrollo de la citada ley se constituyó el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión de Reparación y Reconciliación Nacio-nal que, desde 1982 hasta el 2007, ha documenta-do 14.660 colombianos asesinados mediante la eje-cución de 2.505 masacres. No obstante el rigor con * Agradezco a la politóloga Alejandra Vargas Madrid por su valiosa colaboración en la investigación y sistematización de la información para este artículo. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 41
  • 44. OBSERVATORIO INTERNACIONAL que el Grupo de Memoria Histórica ha adelantado su trabajo, está en discusión la precisión de esta estadística del terror,1 cuya magnitud es materia propia del conflicto, pues la degradación de todos los victimarios dificulta en muchos casos la iden-tidad y contabilidad de las víctimas. Uno de los aspectos más dramático y evasivo en su aprehensión y delimitación es el relaciona-do con las desapariciones forzadas y la respon-sabilidad de sus ejecutores, pues este crimen so-brepasa el límite del terror de las masacres y la sevicia de las ejecuciones públicas, en tanto las víctimas son desvanecidas en el limbo de la muerte y sus familiares condenados a una an-gustia eterna al serles negada la certeza del duelo que proporciona la ceremonia final de su inhuma-ción. De allí la enorme importancia de la recien-te entrega de 112 restos de personas desapare-cidas, como resultado de las investigaciones de la Unidad Nacional para la Justicia y la Paz de la Fiscalía General de la Nación, completando así 86 jornadas de exhumación para un total de 503 restos óseos devueltos a los familiares de las víc-timas. De estos últimos 112 restos, 104 pertenecían a hombres y 8 a mujeres, y fueron hallados entre febrero de 2007 y diciembre de 2008 en los depar-tamentos de Antioquia, Córdoba y Magdalena. De los cerca de 2.000 restos correspondientes a per-sonas denunciadas como desaparecidas, la Uni-dad de la Fiscalía ha identificado 1.930, la inmen-sa mayoría pertenecientes a campesinos pobres. Por ello, el fiscal general, Mario Iguarán Arana, ha dicho en la ceremonia de entrega de los restos de las víctimas a sus familiares: «el conflicto armado en Colombia provocó un genocidio que “toca acep-tarlo y decirlo” y que las víctimas fueron campe-sinos pobres y marginados».2 Pero más allá de la precisión de dichas cifras macabras, que pretenden afirmar la superioridad militar incontestable de una de las partes, se en-cuentra una realidad de tal raigambre histórica, complejidad socioeconómica y densidad política que no es posible ignorar, como es justamente la definición y caracterización del conflicto. Por ello es imprescindible comenzar reconociendo la ma-yor paradoja de este, que estriba precisamente en la negación política de su existencia por parte del presidente Uribe3 y la imposibilidad de su cabal caracterización en el ámbito académico,4 como una de las claves para comprender su ac-tual degradación. 1 «Según los cálculos del Sistema Georreferenciado del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), entre los años 1990 y 2000, los asesinatos de personas civiles relacionados con el conflicto armado llegaron a 26.985 mientras que los muertos en acciones bélicas propiamente tales fueron sólo 12.887». Véase GONZÁLEZ, Fernán, S. J en: «Conflicto violento en Colombia: una perspectiva de largo plazo». 2 <eltiempo.com/caribe>, sábado 28 de marzo de 2009. 3 El presidente Uribe sostiene reiteradamente en sus discursos que en «Colombia no hay un conflicto armado sino una amenaza terrorista contra una democracia profunda». 4 El Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, publicó en el 2006 un libro dedicado al conflicto colombiano, con la participación de los más reconocidos investigadores sociales de este, bajo el significativo título de Nuestra guerra sin nombre. Bogotá: Norma, 2006. 42 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 45. OBSERVATORIO INTERNACIONAL 2. CARÁCTER DEL CONFLICTO Y SUS PRINCIPALES ACTORES Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad.5 GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ Dicha encrucijada –a la que alude García Márquez en su célebre prólogo del informe Colombia al filo de la oportunidad– permite comprender el carácter del conflicto colombiano, que es tanto de raigambre histórica como de acelerada degradación coyun-tural. Histórica, puesto que el conflicto se ha veni-do amalgamando como una especie de síntesis inextricable de la violencia con la política, propia de un mundo rural premoderno, con la tecnología de punta de una economía capitalista y el hedo-nismo individualista de la posmodernidad, me-diante las más inverosímiles ramificaciones del narcotráfico en todos los ámbitos de la economía nacional y global. Y un conflicto con una acelerada degradación coyuntural, en tanto la institucionalidad estatal hoy se debate en la encrucijada formada por la simbiosis de la política con el crimen, como cada día lo revela la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia al investigar un número creciente de con-gresistas, 6 en su mayoría pertenecientes a la coa-lición gubernamental uribista, por sus relaciones con las desmovilizadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Las AUC conformaron una temible confederación de grupos paramilitares de extre-ma derecha en virtud de la coincidencia estra-tégica de los intereses de grandes hacendados, empresas multinacionales (Chiquita Brands) y narcotraficantes en su lucha contra las extorsio-nes, secuestros y asesinatos de grupos guerrille-ros como las FARC y el ELN, transados a su vez en una violenta disputa con la fuerza pública en su intento por reducir, mediante el Plan Colombia, la expoliación y el control del territorio por la eco-nomía ilegal del narcotráfico, convertido así en una fuente ilimitada para la financiación de la guerra. Pero detrás de esta amalgama de procesos, circunstancias y multiplicidad de actores, está la trama de los conflictos políticos, sociales y económicos sin resolver que comprometen la construcción del Estado en todo el territorio de la nación, claramente puesto de presente por el ex presidente Andrés Pastrana Arango en su discurso de posesión presidencial el 7 de agosto de 1998 en los siguientes términos: La primera cuestión es de identidad. ¿Qué es Colombia y que queremos que sea? His-tóricamente la Nación buscaba su identidad en una homogeneidad excluyente, que des-preciaba la diversidad o la anulaba. Una patria exigía una religión, una lengua, inclu- 5 GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. «Por un país al alcance de los niños». Prólogo a Colombia al filo de la oportunidad. Bogotá: Presidencia de la República, Consejería para el Desarrollo Social, 1995. 6 En total, se han iniciado investigaciones contra 77 congresistas en ejercicio y 22 ex congresistas. <http://www.nuevoarcoiris.org.co/sac/files/oca/anali-sis/ radiografia_parapolitica_legislativa_febrero_2009.pdf>. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 43
  • 46. OBSERVATORIO INTERNACIONAL so una etnia dominante. Desde posiciones dictatoriales o desde pactos republicanos se iban imponiendo estas condiciones de iden-tidad durante tiempo indefinido para confi-gurar otros sistemas de poder. La evolución posterior, en particular la actual, demues-tra que los excluidos de cualquier tipo recla-man con gran violencia el reconocimiento de su existencia y de su derecho a partici-par. La gracia es que la identidad de la Nue-va Colombia, que encare los desafíos del siglo XXI y se ofrezca a las nuevas genera-ciones, tiene que ser incluyente de la diver-sidad colombiana, y no excluyente, como ha sido hasta ahora para una parte importante de los colombianos. Mantener la unidad de la Nación tiene que estar en el origen y fina-lidad de esta determinación histórica en fa-vor de la paz. Basado en esta esclarecedora proclama por la identidad y la unidad de Colombia, Pastrana em-prendió un nuevo proceso de paz con las FARC que fracaso estruendosamente al subordinar ambas partes esa incipiente dinámica de negociación po-lítica a los avatares de una acumulación estraté-gica de fuerza militar con la intención de llevar a la contraparte a la mesa de negociación en los tér-minos impuestos por el más fuerte. Pastrana lo hizo con éxito a través del llama-do Plan Colombia que permitió un fortalecimien-to militar y tecnológico de la fuerza pública, vigo-rosamente respaldado por los Estados Unidos, sin subestimar el apoyo del crecimiento exponencial de las AUC y su atroz secuela de masacres contra la población campesina en zonas de presencia y con-trol de las FARC (entre 1999 y 2002, período del fallido proceso de paz, las AUC cometieron nacionalmente alrededor de 4.958 asesinatos y 971 desapariciones forzadas, según el Banco de Datos del CINEP). Por su parte, las FARC continuaron sus accio-nes de hostigamiento contra la fuerza pública por fuera de la zona de distensión y cometieron graves infracciones al derecho internacional humanitario, mediante asesinatos y secuestros de civiles, que después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 las condujo a ser catalogadas como grupo terrorista. El único resultado tangible de esta tra-gicomedia de la paz fue la «Agenda común por el cambio hacia una nueva Colombia», que contiene en 12 puntos el temario que debería empezarse a negociar para alcanzar la paz política en Colom-bia, pero que jamás fue abordado por la nueva iden-tidad como grupo terrorista de las FARC. Es en este contexto que el presidente Pastrana pone fin a la zona de distensión y prepara así las condiciones para el triunfo presidencial de Álva-ro Uribe Vélez, catapultado por las acciones de las FARC contra la población civil al pedestal de un hombre providencial, pues ofrecía al electorado seguridad y lucha contra la corrupción y la politi-quería. En efecto, Uribe gana en primera vuelta la presidencia de la República y obtiene un amplio respaldo en su lucha contra las FARC, ya tratadas como agrupación terrorista. A partir del 2002, el esfuerzo gubernamental será puesto en la política de «seguridad democrá-tica », cuyo principal objetivo es doblegar militar-mente a las FARC, sin reconocerle ninguna capaci-dad de interlocución política, como bien lo expresa 44 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 47. el punto 41 del «Manifiesto Democrático»7 en los siguientes términos: «La agenda temática de la democracia no se debe negociar bajo la presión de los fusiles, pero a quienes los portan se debe ofre-cer condiciones para que los abandonen y hagan valer sus ideas en los escenarios de la democra-cia ». Es decir, se descarta de entrada un proceso de negociación sin previo «abandono del terroris-mo y cese de hostilidades» y se ofrece para «el desarme y la desmovilización todo el plazo que se requiera». Esta oferta es rechazada de plano por las FARC, pero es acogida por las AUC, con quienes se diseña la ley 975 del 2005, que conduce a su des-movilización y sometimiento judicial a esta. Así las cosas, desde el 2002 hasta la fecha, Co-lombia está viviendo una auténtica coyuntura histórica de revelación, que está develando la ver-dadera matriz del sistema político: la simbiosis entre la política y el crimen. Esta simbiosis se en-cuentra incluso en el origen del actual orden cons-titucional y se ha convertido en el hilo conductor de sus principales transformaciones y crisis. Así, como hace dieciocho años, la Asamblea Nacional Constituyente fue catalizada por la violencia mag-nicida y terrorista de Pablo Escobar, hoy se asiste a la consolidación de un proyecto político hege-mónico que, bajo el espejismo de la «seguridad democrática» y como respuesta al miedo ciuda-dano, ha sido capaz de capitalizar los resultados de la lucha contrainsurgente de las AUC y la defen-sa cerrada del statu quo, todo ello en nombre de la guerra contra el terrorismo. OBSERVATORIO INTERNACIONAL No solo se trata de una alianza entre el plomo y la plata, sino también de un sincretismo ideológico y cultural entre un pasado anacrónico, provincial, neofeudal y violento (cuya mejor expresión son las AUC) con la tecnocracia del PowerPoint, internet y la formación académica internacional, bien reflejada en la personalidad ultramontana y también ultramoderna del presidente Uribe, rodeado de jóvenes tecnócratas y asesores que añoran el regreso de esa autoridad patriarcal providente, protectora e infalible que encarnaban los abuelos y viejos «paisas».8 Para ejemplificar esta alianza neoconservado-ra, basta citar un par de testimonios de quien es considerado el máximo estratega de las autode-fensas, José Vicente Castaño, en entrevista conce-dida a la revista Semana en el 2005: La seguridad democrática funcionó y se nos ha terminado la razón de existir. Las auto-defensas nacieron porque el Estado no po-día defendernos pero en este momento el Estado está en capacidad de defender a los ciudadanos.9 Y en cuanto a la forma como se ha venido con-solidando esa nueva alianza en territorios ubé-rrimos, declaró: En Urabá tenemos cultivo de palma. Yo mis-mo conseguí los empresarios para invertir en esos proyectos que son duraderos y pro- 7 El «Manifiesto Democrático» contiene en 100 puntos el programa de gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez. 8 Regionalismo del gentilicio de los antioqueños y su capital Medellín. 9 Revista Semana, n.o 1205, junio, 2005, p. 32. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 45
  • 48. OBSERVATORIO INTERNACIONAL ductivos. La idea es llevar a los ricos a in-vertir en ese tipo de proyectos en diferen-tes zonas del país. Al llevar a los ricos a esas zonas llegan las instituciones del Estado. Desafortunadamente las instituciones del Estado sólo le caminan a esas cosas cuando están los ricos. Hay que llevar ricos a todas las regiones del país y esa es una de las mi-siones que tienen todos los comandantes.10 Es este común denominador de la violencia en el ejercicio de la dominación y la gobernabilidad lo que precisamente confiere a todos los actores una identidad mutante. Identidad mutante, pues-to que integran en su estrategia y acciones la vio-lencia criminal con el poder estatal (en el caso de las AUC), los recursos ilegales con los legales (espe-cialmente el narcotráfico) y el crimen con la polí-tica (en el caso de la guerrilla). De allí la ambigüe-dad de la política gubernamental frente a las AUC, tratándolos; primero, como actores delincuencia-les comunes y; luego, graduándoles como delin-cuentes políticos, justamente para cooptarlos gracias al éxito de la política de «seguridad de-mocrática ». Por todo lo anterior, nada hay más urgente en la Colombia de hoy que propugnar por el rescate de la política desde una perspectiva ciudadana, ajena por completo a la obcecación de los venga-dores, solo obsesionados con la derrota y la humi-llación de su enemigo, así utilicen como coartadas la «seguridad democrática» (gubernamental), la «revolución social» (insurgencia) o la «refunda-ción de la patria» (paramilitarismo). Es decir, una política democrática que supere el falso dilema de la existencia inevitable de ven-cedores y vencidos, y lo reemplace por el de ciu-dadanos responsables que rotundamente repudian cualquier actor que despliega la violencia contra civiles como título de legitimidad o estrategia de gobernabilidad, independientemente de los argu-mentos que esgrima para su ejercicio. 3. EL PODER DE LA AUTONOMÍA CIVIL FRENTE A LA REVANCHA DE LOS VENGADORES Una perspectiva profundamente civilista, situa-da más allá de todo cálculo estratégico, bien sea que este se despliegue en la arena electoral para vencer a un adversario en las urnas o en el campo de batalla para derrotar a un enemigo en la guerra. Esta apuesta parte de una concepción de la ciuda-danía en clave republicana, pues considera que solo merecerá el título de ciudadano y ciudadana11 quien sea capaz de construir con otros, diferentes a él, no tanto por su alteridad existencial sino sobre todo por su pluralidad de identidades, un orden políti-co y social que respeta y promueve la dignidad humana mediante relaciones sociales estimuladas por la deliberación, el debate y la cooperación, en un horizonte normativo agonal que excluye la vio-lencia como fuente o instrumento capaz de forjar legitimidad política. 10 Ib., p. 34. 11 Esta concepción ha sido planteada por Bernardo Toro en su texto Principios de la democracia. 46 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 49. Dicha ciudadanía es aquella capaz de forjar una práctica del poder político cuya matriz gene-radora se encuentra en la civilidad de la palabra, el debate público y la concertación autónoma de la acción social, como lúcidamente lo definiera Hannah Arendt en su libro La condición humana, en los siguientes términos: El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las pala-bras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los hechos no se usan para violar y destruir sino para establecer rela-ciones y crear nuevas realidades.12 Porque es justamente cuando se da este divor-cio entre la palabra y la acción que surge el espacio para la aparición de las víctimas, condenadas al silencio del miedo y los gritos de espanto y dolor como preámbulos de su muerte o desaparición forzada por la acción devastadora y arrasadora de los actos violentos de sus verdugos, que han sustituido las palabras por proyectiles y los ar-gumentos por golpes. Tal es el escenario que predomina en Colom-bia desde hace más de medio siglo, con el agra-vante de que las palabras y el discurso han servi-do como coartada para el ejercicio de la violencia por parte de todos los actores, hasta llegar hoy al paradójico extremo de pretender negar mediante OBSERVATORIO INTERNACIONAL la palabra y las leyes la existencia de la misma violencia, como sucede con la postura oficial del presidente Uribe al no reconocer el conflicto ar-mado interno en Colombia, para así soslayar la-dinamente la plena aplicación de los principios y normas del derecho internacional humanitario, cuyo fin primordial es evitar o aminorar al máxi-mo el sufrimiento de las víctimas. Por su obstinación en desconocerlo, es que cada día el conflicto se degrada más y aumenta el número de víctimas civiles, al punto que hoy Co-lombia tiene un promedio de dos personas despe-dazadas por las minas «quiebrapatas»; la mayor población desplazada en el continente americano, con más de 3 millones de personas y el año pasado alcanzó el ignominioso récord del mayor número de sindicalistas asesinados, con 39 víctimas. De allí la importancia de ese principio funda-cional sobre el cual descansa todo el edificio hu-manitario, como es la distinción meridiana entre población civil y combatiente, que la denomina-da política de «seguridad democrática» se niega a reconocer en la práctica mediante el impulso de estrategias como la red de civiles cooperantes con la fuerza pública y el pago de cuantiosas re-compensas por informaciones que conduzcan a la captura, desarticulación, descuartizamiento o muerte de terroristas. Los resultados saltan a la vista, aunque se trate de banalizarlos con eufe-mismos como los llamados falsos positivos en lugar de llamarlos por su nombre: asesinatos o ejecuciones sumarias. 12 ARENDT, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 1993, p. 223. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 47
  • 50. OBSERVATORIO INTERNACIONAL 4. VICTIMIZACIÓN RECÍPROCA U HORIZONTAL No obstante lo grave de tan alto número de víctimas, derivadas en gran parte por la aplicación exitosa de la «seguridad democrática», hay que reconocer que el número es tan escandaloso y escabroso en Colombia porque las víctimas del pasado suelen convertirse en los victimarios del presente, a tal extremo que sus identidades y roles se intercam-bian, pues cada actor violento se reconoce ante todo como víctima y casi nunca como victimario. Razón tenía Simone Weil, en su libro La verdad y la Gracia, cuando señaló: La ilusión constante de la revolución consis-te en creer que las víctimas de la fuerza, por ser inocentes de las violencias que se pro-ducen, si se pone en las manos su fuerza la manejarán con justicia. Pero –salvo las al-mas que están muy próximas a la santidad– las víctimas están manchadas por la fuerza de los verdugos. El mal que está en la empuñadora de la es-pada se transmite por la punta. Y las vícti-mas, así colocadas en la cumbre y embria-gadas por el cambio, hacen tanto mal o aún más y luego vuelven a caer rápidamente. Tal podría ser la parábola trágica de la guerri-lla colombiana, especialmente de las FARC, cuando hoy se ensaña cruelmente contra miembros de la comunidad indígena AWÁ, o cuando pretende hacer del secuestro prolongado de civiles y miembros de la fuerza pública, cautivos en condiciones más de-gradantes que las de la cárcel de Guantánamo, una supuesta táctica de lucha revolucionaria. De esta forma, se ha venido configurando en Colombia lo que el investigador Iván Orozco Abad en su libro Sobre los límites de la conciencia humanitaria: dilemas de la paz y la justicia en América Latina, denomina acertadamente «la victimización horizontal bidireccional» para referirse a aquellos procesos donde dos o más partes de un conflicto armado se victimizan recíprocamente bajo condiciones carentes de claridad en lo relacionado con la justicia, no solo desde el punto de vista del ius in bello, sino también del ius ad bellum. Derecho a la guerra que ambas o todas las partes tratan de legitimar y justificar ante la sociedad, en unos casos por la intolerable presencia de un Estado protector de aberrantes privilegios sociales («en Colombia el 10% más rico de la población concentra el 46,5% de los ingresos del país, al mismo tiempo dicho ingreso es tres veces superior al obtenido por el segundo 10% de las personas catalogadas como ricas, con lo que se concluye que un estruendoso 62,3% del ingreso está en manos del 20% de la población colombia-na ») Y en otros casos, por la ausencia o ineficacia del Estado para garantizar la vida y la libertad de ese 20% de la población, que es víctima frecuente de extorsiones y secuestros, al punto de situar a Colombia en el deshonroso primer puesto del mundo con civiles secuestrados. Semejante panorama de injusticias e iniqui-dades es lo que ha venido retroalimentado esa simbiosis perversa entre el crimen y la política, que como bien lo dejara planteado Albert Camus en su controvertido ensayo El hombre rebelde, hoy sirve perfectamente para com-prender la encrucijada histórica que vive Co-lombia: 48 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 51. […] A partir del momento en que por falta de carácter corre uno a darse una doctrina, desde el instante en que se razona el cri-men, éste prolifera como la misma razón, toma todas las figuras del silogismo. Era solitario como el grito; helo ahí universal como la ciencia. Ayer juzgado, hoy legisla. En efecto, hoy en Colombia no solo legisla, sino que incluso gobierna esa simbiosis entre el cri-men y la política, como lo ponen cada día de pre-sente una serie de escándalos e investigaciones macabras, como la de los llamados «falsos posi-tivos » y ahora las ilegales interceptaciones te-lefónicas del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), adscrito directamente a la Presidencia de la República, en gran parte reali-zadas a magistrados de la Corte Suprema de Jus-ticia que investigan numerosos políticos de la coalición de gobierno relacionados con el para-militarismo y las Autodefensas Unidas de Co-lombia y a periodistas que han venido desentra-ñando tan macabra maraña, como es el caso de Hollman Morris y sus investigaciones sobre los asesinatos de líderes de la Comunidad de Paz de San José de Apartado. Para comprender la forma como se ha tejido la urdimbre de esa trama de gobernabilidad e impunidad, es pertinente recordar la declaración del ex comandante de las AUC, Salvatore Mancuso, en el noticiero de televisión de la Radio Cadena Nacional (RCN), donde relató la reunión sostenida con el senador Mario Uribe en el 2002 para pro-mover una estrategia de paz con el Gobierno cen-tral. Una semana después el presidente Uribe or-denó OBSERVATORIO INTERNACIONAL la extradición de Mancuso a Estados Unidos para que fuera juzgado por narcotraficante, y no continuara desenredando esa madeja de la alian-za estratégica del crimen con la política en que se ha convertido la gobernabilidad de Colombia. Según la anterior declaración, Mancuso con-tactó al senador Mario Uribe, primo segundo del presidente Álvaro Uribe, para iniciar los trámites de la que posteriormente se conocería como la ley de Justicia y Paz. Una ley que no es de justicia y tampoco de paz, producto de una compleja y difí-cil negociación entre los cabecillas de las AUC y el Ejecutivo, que ha terminado por dejar insatisfe-chas a todas las partes, pero especialmente a las víctimas, en la medida en que no cumple con los tres criterios universalmente reconocidos de ver-dad, justicia y reparación. Hoy la verdad está casi totalmente extradita-da, pues 14 de los máximos cabecillas de las AUC fueron enviados a los Estados Unidos, donde son procesados por narcotráfico y no por sus críme-nes de lesa humanidad. Así se escamotea el cono-cimiento de quienes, desde sus posiciones de pri-vilegio económico y social o de responsabilidad gubernamental, auspiciaron económicamente o fomentaron por omisión de sus deberes oficiales el crecimiento del paramilitarismo y su desenfre-nada acción criminal. Mucho menos hay justicia, pues además de la benignidad de las penas, que oscilan entre cinco y ocho años de cárcel, para crímenes de lesa huma-nidad, el mismo presidente Uribe se enfrentó a las altas Cortes cuando estas dejaron sin fundamen-to y aplicación legal la tipificación del delito polí-tico de sedición a quienes hubiesen cometido tales Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 49
  • 52. OBSERVATORIO INTERNACIONAL crímenes, desafiando así el consejo del presidente sobre el alcance de la ley 975 de 2005 de buscar: «tanta justicia como fuere posible, y tanta impu-nidad como fuera necesaria». Por último, sin ver-dad y sin justicia nunca habrá reparación, por cuantiosa que sea la indemnización económica a favor de los sobrevivientes de la víctima. Por todo lo anterior, es que no cabe hablar de una justicia transicional en Colombia, sino más bien de una justicia transaccional. Una justicia que transa penas benignas a favor de criminales de lesa humanidad, con el propósito central de simular justicia, pretendiendo así evadir una fu-tura intervención de la Corte Penal Internacional, que todo parece indicar se dará inevitablemente al cabo de los años, pues ninguna realidad judi-cial y mucho menos política puede soportar tan elevados niveles de impunidad e ilegitimidad. De allí que sea un disparate total comparar el proceso actual de la mal llamada ley de Justicia y Paz con lo sucedido en Sudáfrica, donde la recon-ciliación eliminó el apartheid, fuente de discrimina-ción y victimización de la mayoría de la pobla-ción negra, reconociéndole así sus plenos derechos y el poder de gobernar. En Colombia está suce-diendo todo lo contrario, pues bajo la ley 975 –que no puede denominarse de «justicia y paz»– esta-mos asistiendo a un tratamiento benevolente dado a criminales privilegiados para afianzar aún más un régimen económico y social al servicio de privilegios criminales que requieren para su de-fensa y sostenimiento incluso de la legitimación política del crimen. En palabras concluyentes de Iván Orozco Abad, se trataría de la «legalización de una brutal contrarrevolución narcoconser-vadora. Ironía de la historia»,13 pues esta fue pro-piciada y afianzada por los excesos y el desco-nocimiento flagrante del derecho internacional humanitario por parte de quienes pretendieron hacer la revolución en Colombia. 13 Entrevista a Iván Orozco Abad realizada por la periodista Juanita León, publicada por <semana.com>. 50 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 53. P o r t a f o l i o g r á f i c o Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 51
  • 54. SI NO VUELVO, BÚSQUENME EN PUTIS Un encuentro casual con José Pablo Baraybar, fun-dador y director del EPAF (Equipo Peruano de An-tropología Forense) determinó mi colaboración como fotógrafo en el viaje a Putis. Los miembros del EPAF, impulsados por un profundo sentido de justicia, solidaridad y verdad, les devuelven a los deudos de los lugares más olvidados del país la posibilidad de recuperar a sus muertos y realizar, por fin, una ceremonia del adiós. Viajar a Ayacucho en esta oportunidad simbo-lizaba el retorno a los orígenes del conflicto y, en lo personal, la posibilidad de realizar una ofrenda. El 2 de septiembre de 2008, a las 5:00 horas, en San José de Santillana, despertamos viendo la cruz del sur que nos acompañó durante la noche. To-mamos un desayuno muy ligero y emprendemos la ruta en la combi asignada. El camino de tierra y piedras, afirmado y de una sola vía, nos conduce hasta el destino final del viaje, el poblado despo-blado de Putis. En la combi nos encontramos José Pablo Bara-ybar, director del EPAF; Franco Mora, asistente fo-rense; Telésforo Huashuayo, asistente y encuesta-dor; el chofer huamanguino y su novia selvática de 16 años; y quien suscribe este texto. La ruta de cinco horas nos muestra un paisaje serrano deslumbrante. Poblados rurales con es-tablos vacíos, rodeados por bosques de piedras e DOMINGO GIRIBALDI infinitas curvas de llanuras y praderas desiertas de ganados. Decenas de escolares bajan corrien-do, desaliñados y apurados por llegar a la escuela ubicada a más de dos horas a pie. En el trayecto, solo pienso que debo afinar mis sentidos y aprovechar la única hora que me dan para realizar los retratos de este pueblo víctima de la guerra. Al final de la ruta, desde el mirador de Putis y con un paisaje semejante al mapa del Perú, me narran la historia completa de la matanza. Con-mocionados, vamos entrando en el corazón del pueblo, todo el tiempo tengo la sensación de estar acompañado pero no solo por los compañeros del equipo. Nunca antes tuve tanta conciencia de lo que significa la labor de un fotógrafo documental. Ha-cer un registro imparcial resulta difícil en momen-tos como este. Mi intención es registrar el vacío, el dolor, el duelo y el silencio pero también el reen-cuentro, la reconciliación, la esperanza y el espíri-tu inquebrantable. A medida que avanzo por este pueblo casi fantasmal, mil y una historias desfi-lan por cada escena que registro: los amaneceres, las familias, las jornadas de trabajo, el final del día. Una neblina espesa comienza a esconder Pu-tis, todavía me falta el encuentro con los deudos. El viaje recién ha comenzado.
  • 55. Compañeros de viaje. De izquierda a derecha: Telésforo Huayshuayo Ramos, colaborador de EPAF y músico de afición; José Pablo Baraybar, director de EPAF; y Franco Mora, colaborador de EPAF y estudiante de Antropología en la Universidad Católica. Telésforo escribió un huayno esa misma tarde. Si no vuelvo, búsquenme en Putis Me estoy yendo al pueblo de Putis, para ver a mis hermanos y hermanas. Regresaré, ¿como será? volveré, ¿cómo será? Todavía no lo sé. Todavía no lo presiento. / Si ya no regreso, si ya no vuelvo, búscame en el pueblo de Putis. Búscame debajo de la flor de cantuta, tras el campanario, tras de la iglesia. / Si ya no me encuentras, si ya no me encuentras, abre el corazón de la tierra, búscame debajo de la tierra. / Hermano mío no me vayas a olvidar, hermano y hermana nunca me olviden. En el fondo de tu corazón siempre me vas a guardar, estés donde estés guárdame en tu memoria. Amanecer serrano, en medio del bosque de piedras, camino a Putis. El frío protege esas piedras gigantes y el sol se vuelve invisible.
  • 56. Desde el cerro de bajada a Putis, las pistas y los cerros delinean una especie de mapa del Perú. Putis es el Perú. Este pueblo es el gran ejemplo de lo que pasó en el Perú en los años ochenta.
  • 57. Toro de Putis. Es casi el único ser vivo en este pueblo. Causa extrañeza verlo con la vaca solos en la Puna. Punqu Putis. «Puerta de Putis», traducido al español. Ese arco que servía de puerta y daba la bienvenida a una gran fiesta o celebración en el pueblo continúa intacto, y nos recibió con el mismo brillo de siempre. Fue increíble entrar y muy penoso salir. La iglesia y la flor de la cantuta. Dos elementos que, como dice el huayno de Telésforo Huayshuayo, servían para albergar a los muertos. Piscigranja de la muerte. Se llamó así a este lugar porque los soldados que tenían su base en Putis congregaron a la comunidad para que excavaran una supuesta piscigranja que los beneficiaría. Todo ello solo fue una excusa que dieron los soldados para no tener que excavar ellos mismos.
  • 58. El juego de la vida. El juego de sapo, sobreviviente solitario y testigo al mismo tiempo de que en Putis alguna vez hubo vida. Fogón en casa. Refleja la cotidianeidad en Putis.
  • 59. Partido sin final. La cancha de fútbol del pueblo vacía, pareciera que espera que se juegue un partido más en ella; o la revancha contra el equipo visitante.
  • 60. La salida de Putis está marcada justo al centro del arco de fútbol. El recorrido llegaba a su fin. Herederos de la historia. Y la vida continúa… Hijos de quienes fueron asesinados. Actualmente crecen en Mashuacancha, a unos cuantos kilómetros de Putis. Son almas desesperadas, inquietas por dar a conocer su historia para que esta no se vuelva a repetir nunca más.
  • 61. R e p o r t a j e e n p r o f u n d i d a d
  • 62. 60 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 63. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD DIÁLOGOS SOBRE MEMORIALES: EL RECUERDO QUE SE HEREDA En el país hay –desde fines de los años ochenta– espacios públicos destinados a recordar la vio-lencia producida durante el período 1980-2000 y a quienes la sufrieron. Sin embargo, algunas de esas edificaciones han sido desmanteladas, otras existen sin vida; mientras que un número menor es producto del diálogo de una comunidad. Va-rios entrevistados para este reportaje coinciden en que se requiere un esfuerzo estatal, especialmente en el sector educación, para que los más jóvenes visiten dichos memoriales y conozcan esa parte de la historia contemporánea de nuestro país. Para la elaboración de este texto dialogamos con Alicia Retto, periodista e hija de uno de los hombres de prensa asesinados en Uchuraccay; Otto Guibovich, comandante general del Ejército; Ricardo Wiesse, artista plástico que realizó un tra-bajo acerca del caso La Cantuta; y Rosa Villarán, fundadora del movimiento Para que no se Repita. Además, aportaron significativamente al diálo-go los sociólogos Ricardo Caro y Daniel Ramírez Corzo, así como Víctor Vich, doctor en literatura hispanoamericana. La discusión acerca de la construcción de un museo de la memoria está permitiendo conocer la opinión más clara de sectores que anteriormente repetían clichés sobre el Informe Final de la Comi-sión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Hay aún demasiadas visiones y versiones en disputa, e his-torias que no se han contado. El tiempo ayudará. JACQUELINE FOWKS 1. SENTIDO DE LOS MEMORIALES Ricardo Wiesse realizó una intervención plástica en los cerros donde exhumaron los restos de nue-ve estudiantes y un profesor de La Cantuta. Sobre los memoriales indica que «son una expresión irre-frenable y la huella que ha dejado en la vida de muchos peruanos y comunidades, quienes requie-ren de estos espacios para procesar traumas. Te-ner un memorial es terapéutico y profundamente humano, como buscar tumbas o tocar la puerta de un cuartel». El artista destaca que aquí «a diferencia de otros países, como Argentina o Chile, no hay una mo-numentalística importante, con sujetos y deba-te ». Conocido por sus representaciones del desierto y sus murales, está convencido de que «se va a dar el museo de la memoria: no es una empresa irrea-lizable, la necesidad va a llevar a juntarnos por-que hay un divorcio entre lo vivido por las perso-nas y lo ideologizado: lo básico es enterrar a sus muertos y pedirse perdón. Lo gran ausente en este tiempo de vileza ha sido el perdón». Para Rosa Villarán, estos espacios son la ex-presión cultural de un duelo y de dignificación. El movimiento nacional que coordina inició en el 2007 un registro de lugares de memoria e identificó quince en Lima y casi treinta en otros trece depar-tamentos. Dicha iniciativa se realizó sin recursos y quedó inconclusa debido a otros pendientes en Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 61
  • 64. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD la agenda de quienes sufrieron la violencia del con-flicto armado interno. Villarán destaca algunas expresiones como en Pajarillo (San Martín), el Óvalo de la Paz en El Agustino, el árbol desenraizado en Villa María del Triunfo, placas en la Universidad Hermilio Valdi-zán (Huánuco) y en la de Huancavelica, una estela en Huarmaca (Piura), entre otras. «Nos importan mucho los memoriales pero el momento es muy difícil, estos lugares favorecerán procesos que de-ben tener un momento culminante en el período 2009-2010 con respecto a las reparaciones para las víctimas», agrega. En la Comandancia General del Ejército (co-nocida como el Pentagonito), un monumento fu-nerario lleva inscritos los nombres de quienes murieron durante el combate contra la subver-sión. Tienen espacio para agregar los nombres de los caídos en los alrededores de Vizcatán re-cientemente. En el 2007, el Estado iba a gastar casi diez mil soles en el mantenimiento de las piletas y la red de agua de dicho cenotafio. Este lugar de memoria no es público, pero pueden verlo los empleados civiles del instituto arma-do que trabajan allí, comenta el general Otto Guibovich. Otro espacio de memoria –que even-tualmente abre el Ejército para visitas– es el de-nominado Museo Chavín de Huántar en Cho-rrillos. Guibovich recuerda que en el 2007, cuando estuvo a cargo de la Región Centro, trabajó con el alcalde de Pueblo Libre, Rafael Santos, «la posibi-lidad de hacer un parque de la pacificación, está bastante avanzado el diseño, incluso nos ofreció un parque cercano a la Plaza de la Bandera, es un buen intento orientado a eso», sostiene. El ministro de Defensa, Ántero Flores Aráoz, inauguró en noviembre pasado el parque Héroes de la Pacificación, «obra de la Municipalidad de San Borja y del Ejército», según informó su despa-cho, era la continuación de una obra iniciada por Luisa Cuculiza en 1999 cuando fue alcaldesa y que denominó Obelisco de los Héroes de la Pacifica-ción. La placa de dicho obelisco fue arrancada y no es posible verificar, como indica la versión ofi-cial, que aludía a la guerra del Cenepa y no al con-flicto armado interno. Guibovich precisó que solo participan de actividades allí cuando la munici-palidad los invita. «Deberíamos avanzar un poquito más, no he-mos sido buenos comunicadores, no hemos ex-plicado el fenómeno desde nuestra perspectiva, las generaciones nuevas podrían percibir que las Fuerzas Armadas han sido nocivas, creo que ha habido exageración en algunos niveles: no ayu-dan en este proceso de integración nacional. No suena bien que pongan a las instituciones cas-trenses como violadoras sistemáticas de los de-rechos humanos», expresó el alto jefe militar consultado sobre el museo de la memoria y so-bre una posible exposición fotográfica con la versión de los institutos armados, como anun-ció Flores Aráoz. 2. UNA GENERACIÓN NO PUEDE RECORDAR PERO DEBE CONOCER LO OCURRIDO El investigador Víctor Vich archiva y estudia imágenes vinculadas con el conflicto armado in-terno: sean de espacios públicos o manifestacio-nes artísticas. 62 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 65. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD «Los actores de la violencia tienen que ser su-ficientemente autocríticos para decir “hicimos esto pero no lo podemos volver a hacer”. Ese es el sen-tido de un memorial y de un museo de la memo-ria. Hablar sobre la violencia implica producir un discurso sobre el país, muestra las fracturas del país. La discusión sobre la violencia es sobre qué tipo de país tuvimos y qué tipo de país queremos tener. No hay nadie que no supiera que Sendero Luminoso era una organización criminal y terro-rista, después de la CVR accedemos a otra verdad: en determinados momentos el Estado se compor-tó igual que los senderistas», argumenta. Vich asegura que a partir de lo vivido en la época de la violencia tenemos algo que aprender: «reconocer la ideologización extrema de un fana-tismo político, unas fuerzas armadas marcadas por una formación al margen de los derechos hu-manos y por un racismo histórico, una sociedad civil limeña centralista que se desinteresó del pro-blema y una clase política que le entregó toda la responsabilidad a los militares: esos errores tie-nen que estar bien simbolizados». Según el investigador, los memoriales no ter-minan cuando se construyen: «necesitan la arti-culación de un discurso que los acompañe, no solo deben hacernos recordar lo que pasó sino que de-ben interpretar y explicar lo que pasó. Los pocos memoriales que hay son un ejemplo más de la ausencia de una política cultural en el país. No hay quién guíe, difunda interpretaciones, senti-dos. El memorial del Banco de la Nación (Centro de Lima) no va acompañado de nada. Tienen que ser instancias de formación de ciudadanía, tienen que ser lugares para constituir nuevos ciudada-nos y creo que fundamentalmente están dirigidos a los jóvenes, con una verdadera política cultural orientada desde el Ministerio, los sectores educa-tivos. Para estudiantes de cuarto de media donde les expliquen qué pasó». Alicia Retto tiene su vida enlazada a tres me-moriales que recuerdan a los mártires de Uchu-raccay. La fugacidad de la historia ante la falta de un relato o memoria que se difunda a otras gene-raciones se nota en sus palabras. El monumento en el cementerio El Ángel fue producto de una conversación triple en la cual estaba el arquitecto, los familiares y la Municipalidad de Lima –en ese enton-ces a cargo de Jorge del Castillo–. Los fami-liares tenían claro que esto quedaría para la posteridad al lado de los restos, fue cuatro años después, tenía que ser algo imponen-te y con mucho significado. Todo fue por con-senso, la Municipalidad cooperó mucho, los medios de comunicación también. Hasta hoy, cuando vamos al cementerio a poner flores, pasan las personas y se quedan mi-rando. Dicen «¿Te acuerdas?», comentan el caso porque ha marcado tanto que no se olvidan, algunos que tienen flores en la mano, se acercan y las ponen. Muchas veces hemos llegado y hay flores puestas por otros, hay un sentimiento y una solidaridad a pesar de que han pasado vein-ticinco años. ¿Pero cuál es el perfil de quie-nes tienen ese recuerdo? Pasan los 30 ó 40 años. Lamentablemente, mi generación no lo recuerda porque no lo ha vivido, no se lo han enseñado, recién estaban naciendo y no conocen la magnitud de lo que esto signi- Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 63
  • 66. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD fica. Lamentablemente, mi generación no solo no conoce el caso Uchuraccay, sino que tampoco conoce otros casos. Conforme va-yan pasando las generaciones se van a se-guir olvidando. Víctor Vich ofrece algunas claves del signifi-cado de los memoriales de Uchuraccay: «Hay que leerlos en el tiempo largo, como alegoría de todo y no solo de un caso. Ese caso pone en escena todo el problema: la ausencia de Estado en ese lugar, la presencia de militares que azuzaron, el aislamien-to de la comunidad, la búsqueda de la verdad de los periodistas de lo ocurrido en Huaychao, Lima que no sabían nada y que tenían que ir hasta allá: pone en escena la Colonia, todo el país. Tiene que estar articulado con una política cultural, a partir de guías y líderes locales que le den un discurso al memorial», explica. Alicia Retto comenta además que el memorial El Ojo que Llora –ubicado en Jesús María– le per-mite encontrarse con una dimensión mayor, no familiar: «Es una muestra colectiva de todas las víctimas por la época del terrorismo, se leían cla-ramente los nombres de los periodistas en medio de las miles de piedras, y para nosotros era una expresión no solo visitada por nosotros, sino por diferentes personas que tienen un familiar y/o que quizá sintieron la violencia de esas décadas, no solo tiene significado para nosotros, sino para la sociedad y la colectividad: de esta manera hay un nexo». Vich reafirma que estos espacios se volverán más fértiles si son parte del engranaje educativo: «Estos memoriales para algunos sectores de la sociedad no hablan. Efectivamente, quizá no es un momento para construir el museo de la memoria porque falta que la clase política reconozca que se desentendió del asunto, que los militares violaron los derechos humanos y no lo quieren volver a hacer». Quizá falta un recambio generacional para que pase la sensibilidad y tengan la tranquilidad de reconocerlo. 3. ¿SON LOS MEMORIALES FRUTO DEL CONSENSO O DEL MOMENTO? Ricardo Caro ha estudiado la violencia en algu-nas provincias y comunidades a donde no pudo llegar la CVR. Se sorprende de que haya aún restos abandonados de escuelas que fueron bases mili-tares, como en Chincho (Huancavelica). «En cier-tas ocasiones, cuando el Ejército ocupó los centros educativos, las clases se suspendieron o tiempo después se retomaron en otro local. Sendero Lu-minoso también llegaba a los colegios en abril o diciembre a reclutar adolescentes. Ahora, esos es-pacios públicos están en ruinas y nadie hace ni dice nada», reclama. El investigador también llama la atención so-bre, por ejemplo, que en La Mar (Ayacucho), la memoria de los actores de aquella época puede ser la de su acción como ciudadanos para defenderse, no solo la voz de una víctima. «Quienes conviven con estas comunidades amuralladas hasta ahora no pueden darle un valor o un significado simbó-lico a esas huellas de una historia que los afectó tanto, eso es grave porque no hay un sentido de por qué se derramó tanta sangre, en nombre de qué, 64 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 67. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD más allá de sus propias vidas. Entonces esos espa-cios no tienen un sentido en la historia inmediata de las personas, por un sentido práctico los dejan, pues hay cosas más importantes en el día a día que pensar en el mediano plazo. La sociedad civil debiera pensar cómo poner en valor estos luga-res, no es extraño hacerlo con el patrimonio anti-guo, incaico, o restaurar una iglesia. Hay un senti-do político en esta voluntad de revitalizar memo-rias, pero nadie lo quiere encarnar en la sociedad política del país», opina el sociólogo. Semanas más tarde, como parte del debate público del museo de la memoria, el alcalde de San Miguel, Salvador Heresi, y la líder socialcris-tiana, Lourdes Flores, se pronunciaron a favor de un museo de la memoria. «Son intentos por con-servar presente la evidencia de lo que puede suce-derle a un pueblo cuando lo envuelve la violencia. Por eso, la tragedia que vivió nuestro país en las décadas de los ochenta y noventa necesita tam-bién un museo donde se cuente lo que ocurrió para que no nos vuelva a pasar», expresó Heresi en El Comercio. Caro señala que hay un descuido –por parte de las organizaciones de derechos humanos y la academia– con lo ocurrido fuera de la capital. «Se debe hacer un registro de estos lugares y de lo que pasó en ellos, a muchos puntos no llegó la CVR. Hay infinidad de municipalidades incendiadas. Es con-tradictorio el descuido de estos espacios (en rui-nas) y el empeño por construir y recordar en me-moriales. Se gastaría mucho dinero en el proyecto de la alameda de El Ojo que Llora, pero las lluvias siguen destruyendo las ruinas en las aldeas de las agrupaciones de autodefensa como en Tranca (La Mar, Ayacucho). Y con ello se llevan la memoria de la gente, como en Iscahuaca». «Están, además, las escuelas y espacios públi-cos municipales que se convirtieron en bases de tortura y asesinato. Las ruinas de la antigua base de Huancapi –creada sobre el ex colegio– se po-dían ver en un barranco en el 2005, se notaban las ropas de las personas asesinadas, las marcas del horno donde las quemaron. Igual en Churcampa (Huancavelica), el Ejercito tomó la escuela, años después quedó vacía, allí mataron. Lo mismo en Iscahuaca: están las aulas, las pizarras. ¿Qué ha-cen los colegios actuales para usar esa experiencia colectiva de la unidad escolar e instalarla en la memoria con un sentido cívico de formación?», cuestiona el investigador de la violencia en Aya-cucho, Apurímac y Huancavelica. Hay memoriales construidos –indica– que no han sido producto de un diálogo o un proceso lo-cal, como por ejemplo El Ojo que Llora de Torata (Apurímac), en cierto modo una copia del limeño. «Lo hicieron aprovechando una feria agropecua-ria, habrá que ver si tiene una función cívica más allá de la meramente ornamental», anota. Tam-bién recuerda una estela erigida, siendo Del Casti-llo alcalde de Lima, en homenaje a las autoridades civiles asesinadas por el terrorismo. El memorial se convirtió años más tarde en un muro de bien-venida al distrito de Jesús María (en la esquina de Salaverry con Rebagliati). Según Ricardo Caro, el único memorial que a la fecha ha logrado consenso de todas las partes ha sido el de Tarata (Miraflores, Lima): «Hay un consenso sobre el pasado que motivó una volun-tad emocional, es reivindicado por la Municipali- Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 65
  • 68. REPORTAJE EN PROFUNDIDAD dad, las organizaciones de derechos humanos, la Iglesia, los agentes del orden y los vecinos, hay un discurso oficial (del poder) que se vincula con el de los miraflorinos. Por el contrario, uno se pregunta por qué monumentos que se hicieron en Huaman-ga no participan de la vida cívica, tienen las esta-tuas rotas o les han robado las placas, son solo monumentos al cemento: como instrumentos de memoria han muerto». Un caso opuesto –de orgullo– que menciona es el de Acobambilla (Huancavelica). En la plaza del distrito, Sendero Luminoso asesinó en 1989 a vein-te autoridades comunales y líderes y arrojó los cadáveres al lado de un monolito considerado la piedra de los ancestros. Cuando en el 2006 se re-modeló la plaza, la comunidad decidió no retirar el monolito debido a la doble memoria (la ances-tral y la de la violencia reciente) e inscribir los nombres de los mártires en la nueva placa. «La comunidad reorganizó el espacio adaptándolo, fue un proceso autónomo», añade. El investigador Daniel Ramírez Corzo ha he-cho la geolocalización de memoriales de Lima uti-lizando mapas del buscador Google y refiere que la mayoría se han construido con apoyo o al menos anuencia de las municipalidades. «No han sido promotores (lo que no está mal), pero sí se han su-bido al proyecto una vez que la sociedad civil lo ha impulsado. Lo mismo en el caso del memorial de la Universidad La Cantuta», sostiene. El sociólogo pide marcar la diferencia entre el Estado y el gobierno con respecto al discurso so-bre la memoria. «Yuyanapaq está en el Museo de la Nación y la Defensoría mantiene el Centro de In-formación sobre derechos humanos. No debemos caer en el simplismo de ver al Estado como un cuerpo único. Muchos municipios distritales, go-biernos regionales y universidades nacionales han apoyado y se han comprometido con la construc-ción de memoriales. Por otro lado, no podemos perder de vista los matices entre ellos, finalmente un monumento o placa es solo la huella física de un proceso social alrededor de él. En ellos se cons-truyen y negocian las memorias», acota. Al cierre de este reportaje, el Ejecutivo dio a conocer la conformación de una comisión encabe-zada por el escritor Mario Vargas Llosa para con-cretar el museo de la memoria con la cooperación del Gobierno Federal de Alemania. Luego de unos minutos en el memorial de Jesús María, aún vul-nerable y descuidado, es claro que la memoria tie-ne esos mismos rasgos y continuará la disputa por lo que se quiere recordar. 66 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 69. J u s t i c i a y s o c i e d a d
  • 70. 68 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 71. JUSTICIA Y SOCIEDAD LAS «VERDADES JURÍDICAS» DEL JUICIO A ALBERTO FUJIMORI JO-MARIE BURT El documental El juez y el general narra la historia del juez chileno Juan Guzmán y cómo llegó a pro-cesar al ex dictator chileno, general Augusto Pi-nochet, por graves violaciones de los derechos humanos durante la dictadura militar que este instaló y lideró entre 1973 y 1990.1 Al inicio del film, el juez Guzmán cuenta que cuando se dio el golpe de Estado en 1973 liderado por Pinochet en contra del gobierno constitucio-nal del presidente Salvador Allende, él y sus ami-gos celebraron el hecho con champán; para él, Allende y sus propuestas representaban una ame-naza para la sociedad chilena, y sentía que un go-bierno militar podría reponer el orden social que, estimaba, Chile necesitaba. Cuando, casi veinticinco años después, siendo juez le tocó asumir el primer caso de violación de los derechos humanos en el que Pinochet fue acu-sado de ser el responsable intelectual, Guzmán narra que varias personalidades de la derecha chilena se mostraron satisfechas, convencidas de que, con un juez conservador como él a cargo, no habría mayor peligro de que la causa contra Pino-chet tuviera mayor trascendencia. En el trascurso de su investigación, sin em-bargo, algo cambió. «No cambié en mi interior, en mi modo de ver y pensar sobre el mundo», explicó el juez Guzmán. «Lo que cambió fue mi percep-ción sobre los crímenes perpetrados durante la dictadura militar, y sobre quien era el responsa-ble: el general Pinochet».2 Eso, según el juez Guzmán, es lo importante de un juicio: a través de un proceso imparcial y justo, y vía una rigurosa revisión de hechos e in-dicios, un juicio puede establecer lo que el juez Guzmán llama «la verdad jurídica» sobre qué pasó, por qué pasó, y quién es el responsable. La verdad jurídica tiene la capacidad de trasformar cómo se perciben tanto los hechos como las accio-nes de la(s) persona(s) bajo juzgamiento. Ese cambio llevó al juez Guzmán a procesar a Pinochet tres veces. Llegó incluso a interrogarlo pero murió antes de ser juzgado, en diciembre de 2006. Sin embargo, los procesos judiciales en su contra demostraron al país y al mundo entero las dimensiones de las atrocidades cometidas duran-te su régimen. Fue un golpe medular al muro de impunidad que protegía a los responsables de gra- 1 El documental El juez y el general se estrenó en el 2008, y fue producido por Elizabeth Farnsworth y Patricio Lanfranco. 2 GUZMÁN TAPIA, Juan. «La responsabilidad de los Jefes de Estado: de Pinochet a Fujimori». Palabras pronunciadas en el evento organizado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos en Lima, el 18 de agosto de 2008. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 69
  • 72. JUSTICIA Y SOCIEDAD ves violaciones de los derechos humanos en Chile. Hoy en día, hay más de 600 juicios por casos de violaciones de los derechos humanos en Chile en curso, y más de 250 oficiales policiales y militares han sido condenados.3 Este pequeño relato sobre el juez Guzmán puede ayudar a reflexionar sobre el fallo conde-natorio y unánime que emitió, el 7 de abril, la Sala Penal Especial de la Corte Suprema peruana en contra de otro ex jefe de Estado acusado de co-meter graves violaciones de los derechos huma-nos: Alberto Fujimori. Fujimori ha sido hallado culpable como autor mediato en los cuatro casos de violaciones de los derechos humanos por los cuales fue extraditado y ha sido juzgado: la masacre de Barrios Altos (noviembre de 1991), donde murieron 15 perso-nas, incluso 1 niño de 8 años; la masacre de La Cantuta (junio de 1992), donde fueron secuestra-dos y luego asesinados, probablemente luego de ser torturados, 9 estudiantes y 1 profesor; y los secuestros en los sótanos del Servicio de Inteli-gencia del Ejercito (SIE) del periodista Gustavo Gorriti y el empresario Samuel Dyer tras el golpe de Estado perpetrado por Fujimori el 5 de abril de 1992 con el apoyo de las fuerzas armadas (abril y julio de 1992, respectivamente).4 El tribunal lo sen-tenció a la pena máxima de veinticinco años de pri-sión y ordenó una serie de medidas de reparación a las víctimas y sus familiares.5 A su vez, la sentencia establece que las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta constituyen crímenes de lesa humanidad. Según el derecho internacional, los crímenes de lesa humanidad no prescriben y, por tanto, no se puede aplicar ni la amnistía ni el indulto. ¿Qué significa esa sentencia para el Perú? Ya han comenzado las reflexiones y, seguramente, será largamente debatida en los meses que vie-nen, tanto por sus implicancias jurídicas como políticas. A pocos días de haberse concluido el jui-cio a Fujimori, me parece evidente que el fallo es-tablece ciertas «verdades jurídicas» que ahora constituyen parte del récord legal e histórico. ¿Cuá-les son esas «verdades jurídicas»? El fallo del tribunal establece que Fujimori, poco después de asumir el poder, creó, junto con su principal asesor, Vladimiro Montesinos, una estructura de poder cuya misión fue combatir la 3 Cath Collins, catedrática en ciencia política en la Universidad Diego Portales, analizó la evolución de la judicialización de casos de derechos humanos en Chile durante un simposio organizado por George Mason University, the Washington Office on Latin America (WOLA), y el Instituto de Defensal Legal (IDL) en Washington, D. C. el 2 de octubre de 2008. Su ponencia se encuentra resumida en el informe del relator del simposio, Tribunales a los derechos humanos en América Latina: el juicio a Fujimori en perspectiva comparada, el cual se encuentra alojado en <http://cgs.gmu.edu/publications/ hjd/OSI2009RappReportSpan.pdf>. 4 Fujimori solo puede ser enjuiciado por los crímenes por los cuales fue concedida la extradición. Sin embargo, el Estado peruano puede solicitar a la Corte Suprema chilena la aprobación de su procesamiento bajo otros cargos. El Estado peruano estaría preparando una solicitud de ampliación de los casos en contra de Alberto Fujimori en por lo menos tres de ellos: la masacre del penal Castro Castro (1992); Chavín de Huantar (1997); y la venta de armas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) («Nuevo paquete de extradición de Fujimori». La República, 11 de abril de 2009). 5 Este es el segundo fallo condenatorio que ha recibido Fujimori. Su primera condena, de seis años de prisión efectiva, fue emitida el 11 de diciembre de 2007, por usurpación de funciones en el caso del allanamiento ilegal de la casa de la señora Trinidad Morán, esposa de Vladimiro Montesinos Torres, asesor de Fujimori, que le permitió extraer vídeos probablemente incriminatorios y cuyo destino aún se desconoce. A partir del 11 de mayo comenzará el juicio por el caso del pago ilícito de 15 millones de dólares a Montesinos por «servicios prestados» luego de que este también se fugó del país en septiembre de 2000, seguido por un proceso por tres otros casos de corrupción (espionaje telefónico; congresistas «trasfugas»; y compra de tractores chinos). 70 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 73. JUSTICIA Y SOCIEDAD subversión eliminando a personas sospechosas de ser miembros de Sendero Luminoso o el Movi-miento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). El fa-llo establece que Fujimori delegó poder a Montesi-nos, su principal asesor en temas de terrorismo, narcotráfico, y seguridad nacional, y quien se con-virtió en el jefe de facto del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) para poner en funcionamiento este aparato de poder, lo cual luego devino en la crea-ción del Destacamento Colina, autor material de los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta. El fa-llo establece que el general Nicolás Hermoza Ríos también formó parte de esa estructura de poder y participó, junto con Fujimori y Montesinos, en la toma de decisión de eliminar presuntos terroris-tas; pero que el gestor y conductor de ello fue Al-berto Fujimori. También establece que Fujimori siempre protegió a Montesinos y Hermoza Ríos, así como a los autores materiales de estos horren-dos crímenes. El tribunal reconoce en su fallo una serie de otros crímenes perpetrados por el Destacamento Colina, lo cual pone en un contexto mayor las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. Recono-ce por lo menos 35 asesinatos extrajudiciales más cometidos por el Destacamento Colina: la masacre de campesinos del Santa (10 personas); el asesina-to de la Familia Ventocilla (6 personas); asesina-tos en la comunidad de Pativilca (6 personas); y los asesinatos de Pedro Yauri y de 2 personas aún no identificadas en la Carretera Central y en Pam-plona Alta.6 Eso lleva a los magistrados a reconocer en su fallo que los crímenes de Barrios Altos y La Can-tuta responden a una política de Estado que se manifiesta en la violación sistemática y generali-zada de los derechos humanos. Para llegar a tal conclusión, los jueces resaltan el fundamental aporte del Informe Final de la Comisión de la Ver-dad y Reconciliación (CVR), que establece fidedig-namente el contexto mayor en el cual se dan estos crímenes. A su vez, es importante destacar que el día de la lectura de la sentencia, cuando los ojos del país –y del mundo entero– estaban viendo el juicio, el tribunal hizo una exposición sumamente didácti-ca que explicaba, de manera clara y directa, el ra-zonamiento que hay detrás del fallo. No cayeron en legalismos ni en abstracciones, sino que expli-caron cómo llegaron a la conclusión condenato-ria. A su vez, explicaron con mucho detalle por qué los argumentos de la defensa no fueron con-vincentes sino abiertamente incoherentes. La Sala Penal Nacional establece, vía su fallo condenatorio, la verdad jurídica sobre la respon-sabilidad penal de Fujimori en la comisión de los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta y en el secuestro de Gustavo Gorriti y Samuel Dyer. Cuando el juez chileno Juan Guzmán dice que el proceso que llevó contra Pinochet cambió su per-cepción sobre el pasado —dice que «abrió los ojos de mi alma»7— está afirmando que la verdad ju-rídica tiene una capacidad trasformadora, tal vez inesperada. Permite entender la magnitud de los 6 Véase La República, 8 de abril de 2009, p. 4. 7 Palabras del juez Juan Guzmán Tapia pronunciadas en el documental El juez y el general. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 71
  • 74. JUSTICIA Y SOCIEDAD crímenes cometidos; reconoce el daño causado a las víctimas y sus familias, pero también el temor que generaron estas prácticas entre la sociedad entera; y va destejiendo los argumentos del auto-ritarismo sobre la necesidad de la violencia, el ase-sinato y la tortura para hacer frente a amenazas a la sociedad como Sendero Luminoso. En el caso del juicio a Fujimori, nos encontramos ante una oportunidad de reevaluar –como lo hizo el juez Guzmán cuando investigaba los crímenes de Pi-nochet– nuestra percepción sobre el pasado y so-bre el actuar de Fujimori y de todos aquellos que apoyaron dicho régimen. El fallo será analizado con mayor detenimien-to en los meses que vienen. Pero establece hechos incontrovertibles —verdades jurídicas— que na-die puede negar. No es posible ya negar que el Estado peruano fue responsable de graves vio-laciones de los derechos humanos en el Perú. No es posible negar que Fujimori es el responsable de las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. No es posible negar que utilizó todos los poderes del Es-tado para encubrir los crímenes y proteger a Mon-tesinos, Hermoza Ríos, y los autores materiales de los asesinatos. Y no es posible negar que du-rante años las víctimas y sus familiares fueron estigmatizados erróneamente con el título de «te-rroristas », justamente, para deslegitimar sus de-nuncias e infundir el miedo en la sociedad en su conjunto. El juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Louis Brandeis, habría dicho que «la luz del sol es el mejor desinfectante». El proceso judi-cial que acaba de concluirse en el caso del ex presi-dente Alberto Fujimori ha hecho brillar la luz del sol sobre los crímenes más horrendos y oscuros cometidos durante su régimen. La condena máxi-ma de veinticinco años para quien es el máximo responsable de tales crímenes constituye un hito en la lucha contra la impunidad no solo en el Perú sino en el mundo entero. 72 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 75. I n t e r s e c c i o n e s Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 73
  • 76. 74 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 77. INTERSECCIONES ¿Existe un derecho humano a la subsistencia? REEXAMINANDO LA TEORÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS DE HABERMAS EN UNA ÉPOCA DE GLOBALIZACIÓN* DAVID INGRAM** Cada año, dieciocho millones de los seis billones de habitantes que tiene la Tierra mueren por falta de medios de subsistencia. Los que vivimos en na-ciones desarrolladas típicamente culpamos de esta catástrofe a las sequías, a la sobrepoblación, al mal manejo de los recursos, a gobiernos corruptos y a otros factores locales, liberándonos de toda res-ponsabilidad en este crimen. A la vez, no duda-mos en invocar el lenguaje de los derechos huma-nos al condenar este estado de cosas. Lo hacemos en nombre del progreso moral –como cuando de-cimos, siguiendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que el mundo se ha quedado corto en alcanzar una aspi-ración esencial para la humanidad civilizada– o lo hacemos en nombre de una ofensa moral, como cuando condenamos a determinados oficiales del Estado de haber cometido actos de genocidio, lim-piezas étnicas y otros similares. Uno podría con-siderar si alguno de estos dos sentidos de los dere-chos humanos –como aspiraciones para medir el progreso moral o como reclamos hacia las entida-des gubernamentales por haber faltado a sus de-beres para con sus ciudadanos– genera un dis-curso moral suficiente como para conformarse con la globalización. En particular, uno se pregunta si responden adecuadamente al hecho de que esta-mos tratando con la imposición de estructuras sociales impersonales e instituciones que le impi-den al pobre acceder libremente a los medios de su subsistencia. Al responder a este reto, me vuelco hacia la explicación de la teoría discursiva de los derechos humanos desarrollada por Jürgen Habermas. Aun cuando Habermas no habla de un derecho huma-no a la subsistencia como tal, su crítica a los regí-menes neoliberales de los derechos humanos que restringuen estos derechos a «las libertades nega-tivas de los ciudadanos que adquieren un status ‘inmediato’ con respecto a la economía global»,1 * Dado que la traducción del artículo se realizó en los Estados Unidos, no ha sido posible contar con las ediciones en español. De ahí que cuando se hace referencia a una página exacta, se ha mantenido luego la edición en inglés. Asimismo, y para efectos de orden, se ha mantenido la sigla del libro tal como figura en el texto original. ** Quisiera agradecer a la profesora Gisèle Velarde por haber traducido este ensayo al español. 1 HABERMAS, Jürgen. El Occidente escindido. Madrid: Trotta, 2006. De aquí en adelante DW. (The Divided West. Cambridge: Polity Press, 2006, p. 186). Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 75
  • 78. INTERSECCIONES combinado con su crítica mordaz hacia la po-breza global y a la desigualdad, nos obliga a con-siderar el reconocimiento de este derecho en al-gún lugar de su teoría. Y así es, él menciona como básicos «los derechos a la provision de condicio-nes de vida que son asegurados social, tecnológica y ecológicamente».2 Pero, como él mismo explica en otro lado, estos derechos han de ser entendidos como (derechos) derivados de los derechos libera-les y políticos clásicos. En otras palabras, un derecho que exija la pro-vision de condiciones de vida que estén socialmen-te garantizadas, debe entenderse como el derecho que las personas que viven en un orden liberal y democrático pueden exigir de la sociedad como una condición necesaria para ejercer igualdad de derechos civiles y políticos. Como tal, el derecho a la subsistencia tal como se presenta aquí no debe entenderse como un derecho humano universal que se aplica a todos sin más, al margen de la so-ciedad en que uno viva; más bien, debe entender-se como un derecho político menos universal y subsidiario previsto para garantizar la igualdad solidaria, sin la cual sería impensable la ciudada-nía en cualquier sociedad liberal, democrática. Argumentaré que hay diversas dificultades en concebir un derecho a la subsistencia derivado de los derechos liberales democráticos en este senti-do. En primer lugar, dicho derecho solo impone un deber positivo a la sociedad en relación con el suministro de asistencia, derecho que usualmen-te se considera como más débil comparado con un deber negativo cuyo sentido es abstenernos de cau-sar daño alguno. Pero la injusticia de un sistema que priva a personas de un libre acceso a la sub-sistencia acusa a ese mismo sistema y a aquellos que contribuyen con él por faltar en sus deberes negativos hacia esas personas. En segundo lugar, la fuerza de los derechos positivos varía en pro-porción a la solidaridad (que tenemos) con quie-nes nos sentimos unidos vía el deber. Aunque los vínculos de amistad global pueden extenderse hasta el punto donde sintamos un deber positivo de asistir a las «sociedades cargadas» (como sos-tiene John Rawls), Habermas mismo hace notar que nuestra solidaridad hacia extraños es básica-mente iniciada con las violaciones de su libertad negativa. Sentimos indignación –y por ello pedi-mos intervención internacional– cuando un go-bierno deliberadamente deja morir de hambre a una parte significativa de sus ciudadanos. (Pero) solo sentimos malestar y resignación cuando la gente pasa hambre por falta de asistencia, si ello se debe a que los costos resultan no afrontables para darla. Habiendo dicho esto, argumentaré que la co-rrelación que establece Habermas entre un dere-cho básico a la subsistencia y un deber positivo de asistir vía la redistribución de riqueza, no ago-ta los recursos dentro de la explicación de su teo-ría discursiva, lo cual podría usarse para desa-rrollar un deber más fuerte, el deber negativo de desistir de hacer daño. Estos recursos incluyen; primero, una versión institucional de los derechos 2 HABERMAS, Jürgen. Facticidad y validez: sobre el derecho y el estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. 5.a ed. Madrid: Trotta, 1998. De aquí en adelante BFN. (Between Facts and Norms: Contributions to a Discourse Theory of Law and Democracy. Cambridge, MA: MIT Press, 1996, p. 123). 76 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 79. INTERSECCIONES humanos que conciba los derechos humanos como reclamos hacia las estructuras que son impuestas a las personas contra su voluntad; en segundo lu-gar, una versión de los derechos liberales clásicos, incluyendo el derecho a la propiedad, que tienen «valor intrínseco» al margen de «su valor instru-mental en la formación de la voluntad democráti-ca » y; en tercer lugar, una deconstrucción de la diferencia entre deberes negativos y positivos que conciba algunos deberes positivos de justicia dis-tributiva como emergentes de los deberes negati-vos. Habiéndonos apropiado de estos recursos para desarrollar un derecho a la subsistencia más sólido, todavía queda abierta la cuestión de si, y contrariamente a Habermas, debemos también concebir los derechos humanos desde una visión no jurídica, como aspiraciones morales y reclamos dirigidos hacia estructuras inhumanas al margen de cuál sea su estatus legal. De acuerdo con la con-cepción dialéctica del pensamiento y de la reali-dad social elaborada por los teóricos críticos, no propongo un concepto pleno y coherente de los derechos humanos, tampoco sugiero una serie de usos no relacionados entre sí ni superpuestos para dicha expresión. Sin embargo, sí propongo que nuestra comprensión de los derechos humanos abarca un número de ideas diferentes que deben incluirse en dicho concepto, tanto institucional como interaccionalmente, tanto judicial como moralmente, tanto de manera minimalista como de manera maximalista. 1. TEORÍAS DE LOS DERECHOS HUMANOS INTERACCIONALES CONTRA LOS INSTITUCIONALES Uno de los rasgos distintivos de la teoría discursi-va de Habermas sobre los derechos humanos es que concibe los derechos humanos en términos institucionales y no fundamentalmente interac-cionales. Siguiendo la definición de Thomas Pogge, decimos que los derechos humanos concebidos in-teraccionalmente son reclamos hechos de una persona hacia otra persona –contra otra perso-na–. 3 Como tales, imponen deberes correlativos a las personas, sea el deber positivo de asistencia o el deber negativo de abstenerse de dañar a otros. En un extremo del espectro de los derechos interaccionales, una teoría libertaria de los derechos humanos afirma que un oficial público P no está faltando a su deber negativo hacia la persona Q bajo su autoridad, mientras que la conducta ofi-cial de P no cause daño alguno a Q violando inten-cionalmente el derecho moral o legal que tiene Q de acceder a algún bien básico. De P actuar de otra manera, P estaría faltando a su deber al violar el derecho de Q. Supongamos que el líder de una milicia local de Janjaweed en Darfur evita que un residente tenga libre acceso a su correspondiente ración de agua robándole su agua. El líder de la milicia y el Gobierno de Sudán que sanciona di-cho comportamiento faltan en su deber negativo hacia dicho residente: se puede decir que están 3 POGGE, Thomas. La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Barcelona: Paidós Ibérica, 2005. (World Poverty and Human Rights. Cambridge: Polity Press, 2002, p. 64 y ss.). Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 77
  • 80. INTERSECCIONES violando su derecho a la subsistencia. Por el con-trario, si una estructura económica impersonal le permite al Banco Mundial prestarle dinero a Bolivia a condición de que Bolivia venda su de-recho público al agua a multinacionales priva-das, de modo que amenace con privar a los residen-tes de Cochabamba y de El Alto al libre acceso al agua, no hay daño personal hecho a estos resi-dentes y no podemos decir que su derecho a la subsistencia ha sido violado.4 Siguiendo la concepción libertaria de los dere-chos humanos, la estructura económica no sería res-ponsable de dañar a estos residentes, ya que esta concepción contempla la responsabilidad en térmi-nos de un modelo de responsabilidad personal. Este mode-lo define los daños como desviaciones de un patrón normal de peligros convencionalmente sancionados que son causalmente remitibles a las diferentes accio-nes de malhechores individuales. Sin embargo, en el caso de la privatización del agua, el daño no es cau-sado por las acciones desviadas de distintas clases de personas; es más bien causado por los muy nor-males peligros generados por estas convenciones. En el otro extremo del espectro de los derechos interaccionales, una teoría utilitaria de los derechos humanos afirma que el oficial público P no está faltando a su deber positivo hacia Q, mientras que la ayuda que P le da a Q para tener acceso a su agua no sacrifique recursos de igual valor que el que conlleva que Q acceda a su agua. Supongamos que el oficial P ayuda a Q al punto en que P co-mienza a sacrificar recursos de igual valor, por lo tanto, exponiéndose a sí mismo y a sus subordi-nados a una vida ampliamente disminuida. P debe hacer esto si no quiere violar el derecho a la sub-sistencia de Q. Contrariamente, supongamos que P simplemente no tiene recursos para ayudar a Q a acceder a su agua porque ha usado sus recursos en ayudar a R a acceder a su propia agua. Ahora imaginemos una vez más que un préstamo del Banco Mundial que requiere la privatización del derecho al agua es la fuente de que Q no tenga agua. Aunque el acceso al agua por parte de Q ha sido negado por el préstamo anteriormente men-cionado, su derecho humano a la subsistencia no ha sido violado por nada que el oficial P o algún otro oficial del Estado haya hecho, ya que ellos estaban simplemente cumpliendo con su oficio de acuerdo con leyes domésticas y convenciones in-ternacionales. 4 Sucumbiendo a la presión del Banco Mundial para refinanciar una deuda antigua a fin de poder recibir nuevos préstamos, Bolivia le vendió a Bechtel los derechos de sumistro y distribución del agua pertenecientes a Cochabamba y estableció leyes que requerían la compra previa de licencias para colectar agua de lluvia. Betchel comenzó entonces a incrementar el precio del agua hasta en un 200% (lo que equivale a 1/5 del ingreso familiar promedio). Esta acción desató cinco meses de disturbios que llevaron a la cancelación del contrato un poco más de seis meses luego de su renovación en 1999. Una nueva ley (ley 2878) fue dada en el 2004 donde se reconocían los derechos al agua tradicionales, garantizando la tenencia de derechos al agua para la irrigación y para las comunidades agrícolas indígenas. Sin embargo, en ese mismo año una segunda «guerra por el agua» irrumpió en El Alto, que había vendido sus derechos al agua a la multinacional francesa Suez en 1997. Estando las tasas sujetas al dólar, el precio del agua subió en un 35%. Aguas del Illimani, el consorcio privado perteneciente a Suez, estableció la suma de $ 445 como tarifa familiar para la instalación del servicio de agua y terminó dejando a 200.000 personas sin dicho servicio. El servicio de agua es crucial, desde luego, ya que la falta de agua limpia es la causa principal de enfermedad infantil y mortalidad en Bolivia. En el 2002, la Comisión de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas declaró que «El derecho humano al agua es indispensable para llevar una vida humana digna. El agua y la facilidad al agua deben ser asequibles para todos». 78 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 81. INTERSECCIONES Las teorías libertarias y utilitarias de los de-rechos humanos nos presentan dos visiones opuestas de nuestras responsabilidades morales y legales respecto del mantenimiento de los dere-chos humanos. La teoría libertaria nos presenta una visión minimalista, que le asigna a los oficiales del Estado una única responsabilidad en el man-tenimiento de los derechos humanos, responsabi-lidad que llevan a cabo en la medida en que no obstruyen su ejercicio. Por otro lado, la teoría uti-litaria presenta una visión maximalista que asigna responsabilidad en el mantenimiento de los dere-chos humanos a todo aquel que tenga el poder y los medios para hacerlo. Como señala Peter Singer en su famoso ensayo sobre el alivio de la ham-bruna, este tipo de responsabilidad puede reque-rir que aquellos que son modestamente adinera-dos transfieran parte de su riqueza a los menos adinerados de acuerdo con cálculos de utilidad marginal.5 A pesar de sus diferencias, las versiones liber-taria y utilitaria de la teoría interaccional de los derechos humanos tienen ciertos rasgos en co-mún. En primer lugar, ambas evidencian el error de sostener derechos humanos como directamen-te provenientes de la acción o de la omisión de la ac-ción personal. En segundo lugar, evidencian este error como una violación de derechos; es decir, como una privación real de algún bien básico para alguna persona. La debilidad fundamental del enfoque interaccional se debe a estos dos rasgos. La privación de los recursos básicos, lejos de ser personal, está cimentada en estructuras globales institucionales, y, más específicamente, en los efec-tos colaterales no intencionales de estas estructu-ras. Más aún, estos efectos dañan a la gente en distintos grados. Lo importante no es en realidad que una persona haya sido privada de su acceso a un bien básico, sino que su acceso a dicho bien se ha vuelto inseguro. En el caso de la privatización del agua, tendríamos que decir que el acceso de Q a su agua –a su derecho humano al agua– no co-rresponde ya más a una exigencia socialmente ga-rantizada. Puede que la privatización no haya privado directamente a Q del agua. Quizá Q era una de las personas afortunadas que podía pagar el alza de las tarifas –al menos en el tiempo en que ocurrió–. Sin embargo, el ejercicio de Q a la sub-sistencia no está ya más asegurado; puede que no haya sido violado, pero tampoco ha sido respeta-do ni protegido. ¿Quién es responsable de esta falta de respeto? Definitivamente, los líderes de Bolivia y los oficia-les de Betchel y de Suez. Pero también es respon-sable todo aquel que contribuye manteniendo las estructuras de fondo, las instituciones globales económicas, que permitieron la privatización de un recurso humano básico por parte de los men-cionados actores. Desgraciadamente, la noción interaccional de los derechos humanos no puede concebir la responsabilidad por daños en el senti-do de lo que Iris Young llama conectividad social. En contraste con el modelo de responsabilidad per-sonal, la responsabilidad que brota de la con- 5 Véase SINGER, Peter. «Famine, Affluence, and Morality». Philosophy and Public Affairs, 1, 1972, pp. 229-243. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 79
  • 82. INTERSECCIONES nexión social también engloba a las personas que viven en países desarrollados, quienes se benefi-cian de, dependen de y contribuyen en mantener (aunque no intencionalmente) las instituciones económicas globales que dañan al pobre.6 Por el contrario, una visión institucional de los derechos humanos puede concebir que el derecho de Q a la subsistencia ha sido no intencionado e indirectamente reducido de este modo. El derecho de Q a la subsistencia ha sido disminuido por las instituciones del capitalismo global: por los acuer-dos de intercambio y por las instituciones que hacen préstamos internacionales, las cuales refle-jan el injusto nivel de negociación de las multina-cionales, bancos y naciones adineradas; los injus-tos monopolios existentes sobre los recursos, y las coacciones estructurales –y las convenciones que lo permiten– que obligan a los oficiales del Estado a vender los recursos de sus naciones.7 Desde luego que un derecho humano a la sub-sistencia de carácter institucional puede también tomar la forma de una exigencia o reclamo contra las instituciones globales encargadas de proveer una asistencia positiva. Sin embargo, dicho recla-mo sería comparativamente débil, especialmente si aquellos a quienes se debe asistir son vistos con el mismo nivel de conexión social que se tendría con extraterrestres que viven en otro planeta. El pobre puede con justicia exigir subsistencia por parte de su gobierno, pero si su gobierno es pobre o no fuciona, ¿a qué instituciones globales podría dirigirse para pedir asistencia? Sin duda, surge la siguiente pregunta: ¿por qué deberían siquiera existir instituciones que ayudan a quienes viven en el extranjero cuando nuestra primera obliga-ción es asistir a nuestros compatriotas? Un derecho humano institucional a la subsis-tencia que tenga un carácter más sólido debe en-tonces comenzar por el hecho de la conectividad global y por la idea correspondiente de que los países afluentes se están beneficiando por institu-ciones que dañan al pobre. El derecho a la subsis-tencia es antes que nada una exigencia hacia las instituciones globales de no dañar al pobre (o de no interferir) en su libre búsqueda de subsisten-cia; ya que nuestros deberes negativos hacia los extranjeros tienen al menos el mismo peso que los deberes negativos que tenemos hacia nuestros compatriotas. Si se puede demostrar que institu-ciones globales como las anteriormente mencio- 6 Young esclarece la diferencia entre los modelos de responsabilidad y de conectividad social en relación con el fenómeno de las injusticias estructurales, que aparecen cuando el efecto no intencional y conjunto de acciones que sí fueron intencionales produce estructuras impersonales, tales como los sistemas de mercado globales y sus instituciones filiales, que imposibilitan la igualdad de oportunidades para ejercer y desarrollar capacidades humanas entre grupos de personas diferencialmente posicionadas. Dentro de la institucionalidad de las maquilas que han emergido como parte del capitalismo global, se puede distinguir entre la violación de los derechos de los trabajadores directamente causada por el desdén individual en relación con el salario mínimo, la seguridad del centro laboral y las leyes de negociación colectiva —a menudo amparadas por oficiales estatales— y la violación del derecho a la subsistencia causada por la operatividad legal y ordinaria de una economía de mercado en donde las maquilas están obligadas a operar con un margen de ganancia precariamente reducido a fin de poder cumplir con las exigencias de los minoristas multinacionales y de sus clientes adinerados. Véase YOUNG, Iris. «Responsibility, Connection, and Global Labor Justice». En Global Challenges: War, Self-Determination, and Responsibility For Justice. Cambridge: Polity Press, 2007, pp. 159-186. 7 Las razones por las cuales se venden los recursos de una nación no suelen ser inocentes ni pensadas para el bien del país. Países ricos en recursos como Nigeria parecen destinados a estar bajo el mando de gobernantes corruptos que encuentran en los países desarrollados disponibles compradores de recursos a un precio reducido, quienes, a su vez, están dispuestos a financiar préstamos a esos mismos gobernantes para que puedan comprar las armas que los mantienen en el poder. 80 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 83. INTERSECCIONES nadas son la causa principal de la desigualdad radical y de la pobreza, entonces los que vivimos en democracias ricas y poderosas que mantienen y se benefician de dichas instituciones, estamos faltando a nuestro deber negativo de abstenerse de dañar al otro. Nuestro deber de evitar dañar al otro va más allá del deber libertario mínimo, en tanto requiere de nosotros entrar en acción políti-ca para cambiar el orden económico global; po-dría eventualmente también requerir acciones compensatorias de justicia redistributiva tanto públicas como privadas. Estos actos de repara-ción podrían ser considerables, pero muy posi-blemente menores que los costos que las personas adineradas asumirían bajo un enfoque utilitario. Habermas no duda de que las instituciones globales son injustas en este sentido. Más aún, y como veremos ahora, su teoría discursiva que da cuenta de los derechos humanos es más bien ins-titucional y no interaccional. La única cuestión pendiente es ver si él considera que el derecho humano a la subsistencia conlleva el deber insti-tucional correspondiente de asistir proveyendo ayuda o de desistir en causar daño. Solo si concibe que (el derecho humano a la subsistencia) conlle-va el deber negativo correspondiente de abstener-se de causar daño, puede él sostener que las insti-tuciones globales injustas reducen los derechos humanos hasta el punto de que una intervención global sea requerida.8 2. LA TEORÍA DISCURSIVA DE LOS DERECHOS HUMANOS DE HABERMAS Varios rasgos soprendentes destacan en la expli-cación habermasiana de los derechos humanos. En primer lugar, a diferencia de la mayoría de los filósofos, Habermas rechaza la idea de que los de-rechos humanos son una subespecie de los dere-chos morales. En su opinión, son derechos legales, aunque poseen validez universal. En segundo lu-gar, y relacionado con lo primero, Habermas nie-ga que los derechos humanos necesiten un aside-ro moral en la naturaleza humana o en la razón. En vez de ello, insiste en que están esencialmente ligados a los prerrequisitos formales y funciona-les de los sistemas legales modernos. Esto no sig-nifica que su razón de ser sea exclusivamente fun-cional, en tanto estos se desarrollaron en respues-ta a experiencias de opresión universales.9 En esa medida ellos poseen, sin duda, una base moral 8 Habermas, al igual que Rawls, estaría tentado en mantener una posición minimalista en relación con los derechos humanos, al menos en dos sentidos. En primer lugar, está inclinado a concebir los derechos humanos como reclamos legalmente procesables o como garantías potenciales para la sanción o intervención externa. Como dicha sanción e intervención deben evitarse en todo sentido, menos en las violaciones más extremas de los derechos, la lista de derechos que se establezca debe ser relativamente pequeña en número e importancia. Por consiguiente, Habermas incluye el genocidio (la violación masiva del derecho a la vida llevada a cabo por un gobierno hacia algunos de sus ciudadanos), pero no la inanición causada por el sistema económico global. Juntamente con este minimalismo aplicado encontramos un minimalismo justificatorio o la exclusion de derechos que no pueden ser, en principio, justificados ni aun apelando al consenso universal. Una vez más, la insistencia principista de Habermas en que los derechos humanos sean formalmente derivados de la gramática de las instituciones legales modernas le lleva a priorizar los derechos clásicos, civiles y políticos por encima de un derecho a la subsistencia, a tal punto que queda algo incierto el que pueda darle cabida a un derecho a la subsistencia dentro de los derechos humanos básicos. Para una mayor discusión respecto del minimalismo de los derechos humanos, véase MACLEOD, Alistair. «Rawls’s Narrow Doctrine of Human Rights». En R. Martin y D. Reidy (eds.). Rawls’s Law of Peoples: A Realistic Utopia? Maldon, MA: Blackwell, 2006, pp. 134-149. 9 HABERMAS, Jürgen. BFN, p. 191. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 81
  • 84. INTERSECCIONES única. En tercer lugar, como todo derecho legal, los derechos humanos deben ser el resultado de procesos políticos democráticos, lo que les da la forma cuasi legal asociada con leyes relativamen-te bien definidas que permiten guiar el comporta-miento de modo predecible. La teoría discursiva de Habermas sobre la legalidad y la democracia explica cómo el contenido específico de estos dere-chos debe ser políticamente negociado en un diálo-go transparente y totalmente inclusivo, de manera tal que todos los afectados por dichos derechos puedan consentir a ellos de manera libre y racio-nal (y) en tanto son de interés de todos. Aunque ahora solo estamos desarrollando las instituciones legales internacionales que podrían algún día evolucionar hacia un régimen global y democrático de los derechos humanos, Habermas considera que los lineamientos de dicha evolución son perceptibles en las tradiciones constituciona-les inglesa y norteamericana. Revisando estas tra-diciones Habermas nota que algunos de nuestros derechos humanos se remontan, en cuanto a su genealogía y justificación, a esas libertades civiles que garantizan las libertades mismas de expre-sión y de asociación, sin las cuales las leyes bási-cas y constituciones que fundamentan las institu-ciones democráticas no podrían a su vez haber adquirido legitimidad. En otras palabras, dichos derechos humanos están funcionalmente justifi-cados por la necesidad moral, dentro de la socie-dad moderna, de unir la legalidad con la legitimi-dad democrática tanto como lo están por la nece-sidad funcional de garantizar la democracia a tra-vés del derecho legal. En resumen, ellos establecen las condiciones comunicativas necesarias para la «formación de una volutad» progresiva. Sin embargo, este argumento funcional solo puede explicar aquellos derechos humanos que están directamente relacionados con la preserva-ción de la vida política democrática, construida ampliamente. Según Habermas, los derechos hu-manos de propiedad privada, de seguridad per-sonal, de libertad de movimiento y, sin duda al-guna, todos los derechos humanos clásicos que originalmente ocuparon la atención de los teóri-cos del contrato social liberal durante el período de la monarquía, están más directamente vincu-lados a la «gramática del código legal».10 Aquí ve-mos, una vez más, a Habermas apartándose cla-ramente de la moralidad de la ley natural que guió a estos teóricos. Estos derechos humanos clásicos, nos dice Habermas, no «tienen [su] origen en la moralidad, sino que cargan con la huella de las libertades individuales, por lo tanto de un concep-to específicamente jurídico».11 Más precisamente, dichos derechos funcionan ante todo como permi-sos para actuar sin miedo a restricción guberna-mental alguna. Los deberes que imponen recaen, en primer lugar, en los responsables de ejercer la ley y no en los ciudadanos particulares. 10 HABERMAS, Jürgen. La constelación posnacional: ensayos políticos. Barcelona: Paidós, 2000. De aquí en adelante PC. (The Postnacional Constellation. Political Essays. Cambridge, Mass: MIT Press, 2001, pp. 117-118). 11 HABERMAS, Jürgen. La inclusión del otro: estudios de teoría política. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999. De aquí en adelante IO. (The Inclusion of the Other: Studies in Political Theory. Cambridge, MA: MIT Press, 1998, p. 191). 82 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 85. INTERSECCIONES 3. LA SUBSISTENCIA COMO DERECHO HUMANO ¿Cómo podría la teoría institucional de los dere-chos humanos de Habermas concebir la subsis-tencia como un derecho humano? Para dar res-puesta a esta pregunta comenzaremos revisando su concepción derivada de los derechos humanos y veremos cuán importante es el suministro del bienestar material en la totalidad de su teoría le-gal. Habermas comienza deduciendo cuatro cate-gorías de derechos básicos que son esenciales para cualquier código legal moderno que sea legítimo. En primer lugar, en los sistemas legales modernos los derechos deben tomar la forma de libertades individuales. La segunda categoría de derechos ciudadanos se sigue conceptualmente, una vez más, del hecho de que los derechos de libertad son exigencias reconocidas por una comunidad legal. La tercera categoría de los derechos debidamente procesados acoge el hecho de que los derechos le-gales son exigencias que pueden decidirse y ha-cerse cumplir a través de procesos legales recono-cibles. Una cuarta categoría de derechos políticos es requerida para poder establecer la legitimidad democrática en nuestra interpretación particular de estos derechos abstractos en la forma de dere-chos constitucionales y legales. Un derecho básico a la subsistencia sería incluido en la quinta y últi-ma categoría de los derechos básicos de Haber-mas que alude a la «provisión de las condiciones de vida que están aseguradas social, tecnológica y ecológicamente, en la medida en que las circuns-tancias vigentes lo hacen necesario (y) si es que los ciudadanos han de tener igualdad de oportunida-des en la utilización de los derechos civiles ya men-cionados [en las cuatro categorías precedentes de derechos]».12 Mientras que Habermas insiste en que las cuatro primeras categorías de derechos están «absolutamente justificadas» en relación con el concepto moderno de ley, observa que la última categoría de derechos de bienestar –en la cual po-dríamos nosotros incluir la subsistencia– está solo justificada de manera «relativa» y contingente. La naturaleza no fundamental del derecho hu-mano a la subsistencia es reiterada en un ensayo posterior en el que Habermas presta atención a la queja hecha por los firmantes de la Declaración de Bangkok de 1993, quienes critican que Occi-dente privilegie los derechos civiles y políticos sobre los derechos sociales: «desde un punto de vista normativo, el darle ‘prioridad’ a los dere-chos sociales y culturales básicos no tiene senti-do por la sencilla razón de que esos derechos solo sirven para asegurar el ‘justo valor’ (Rawls) de los derechos liberales y políticos básicos; es decir, los presupuestos fácticos para la igualdad de oportunidades en el ejercicio de los derechos in-dividuales ».13 Hay cuatros aspectos que resaltar en esta ca-racterización del derecho a la subsistencia. Lo pri-mero es que el derecho a la subsistencia está justi-ficado instrumentalmente, debido a la necesidad de mantener la solidaridad social igualitaria que es (a su vez) un requisito para el mantenimiento 12 HABERMAS, Jürgen. BFN, p. 123. 13 HABERMAS, Jürgen. PC, p. 125. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 83
  • 86. INTERSECCIONES de la democracia liberal. Por lo tanto, no está pen-sado para asegurar un umbral básico de humani-dad floreciente aplicable a cualquiera al margen de su estatus politico. Está, más bien, previsto como un principio de justicia distributiva básica-mente en el mismo sentido en que el principio de la diferencia de Rawls lo está. En ambos casos, la idea contractualista de «raciones iguales para co-laboraciones aproximadamente iguales» es la idea directriz y no la idea de una necesidad humana básica. Lo segundo es que, en tanto el derecho legal, el derecho a la subsistencia es un reclamo hecho a las instituciones jurídicas. No es un reclamo con-tra las estructuras económicas opresivas ni con-tra los sistemas patriarcales y de casta racial tra-dicionales que han sido impuestos al pobre por convención. Dichas estructuras y sistemas no solo pueden prosperar en medio de instituciones lega-les modernas que las prohíben –de modo que diri-gir una queja de derechos humanos al sistema le-gal resulta inútil–, sino que cuando la causa de la opresión es la tradición, el mejor remedio no resul-taría ser uno de carácter legal sino uno de carácter pedagógico, a través del fomento de la conciencia. En tercer lugar, el derecho a la subsistencia es con-tingente. En una sociedad adinerada donde la ri-queza está ya distribuida de manera uniforme, una garantía legal de esta naturaleza sería innecesa-ria. En cuarto y último lugar, el derecho a la sub-sistencia es entendido como el cumplimiento de un deber positivo. Más precisamente, es el deber de ayudar a aquellos a quienes reconocemos como nuestros compatriotas en solidaridad. Como tal, su aplicación no puede estar subsumida bajo el control centralizado de una agencia global de de-rechos humanos, cuyos miembros participantes no están unidos en solidaridad democrática al-guna. En palabras de Habermas, sentimos una solidaridad «negativa» con los extranjeros cuan-do sufren violaciones extremas de sus derechos humanos negativos durante genocidios, limpie-zas étnicas y opresión política de amplia escala. Por el contrario, nuestra solidaridad positiva ha-cia ellos no es el tipo de solidaridad que nos obli-garía a transferir nuestra riqueza hacia ellos.14 Por consiguiente, Habermas aprueba la interven-ción internacional agresiva en casos de genoci-dio pero no en casos de pobreza, cuyas causas son menos seguras y cuyos remedios son más controversiales. 4. EL DEBER NEGATIVO DE ABSTENERSE DE DAÑAR AL OTRO Y EL DERECHO A LA SUBSISTENCIA En suma, Habermas no tiene lugar en su teoría para un derecho humano a la subsistencia que sea aplicable a las personas al margen de cuál sea su estatus político y legal. En el mejor de los casos, puede él insistir en este derecho de manera deri-vada, como cuando critica la idea de los regíme-nes neoliberales de los derechos humanos que res-tringen los derechos humanos a «las libertades negativas de los ciudadanos que adquieren un sta-tus ‘immediato’ con respecto a la economía glo- 14 Véase HABERMAS, Jürgen. DW, pp. 79-80, 177-178, 139-143. 84 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 87. bal».15 Esta crítica, es verdad, asume que los dere-chos políticos positivos a la autodeterminación democrática deben considerarse derechos huma-nos básicos, de lo cual luego se sigue que un dere-cho positivo a la subsistencia debe también ser acogido «como un asunto de justicia». Pero nue-vamente esto no toma en consideración el dere-cho humano a la subsistencia de las personas que no viven en una democracia liberal –y por lo que sabemos, es posible que nunca vivirán en ella–. En el mejor de los casos, su derecho a la subsistencia solo puede ser tomado en consideración por nues-tro derecho positivo más frágil de asistir a aque-llos en necesidad. Derivar un derecho a la subsistencia de los derechos liberales y democráticos es una empre-sa riesgosa mientras que el estatus de derechos humanos de estos derechos siga siendo un asunto discutible. Por lo tanto, no es de sorprender que muchos teóricos de los derechos humanos hayan evitado concebirlo así.16 Igualmente riesgoso es derivar un derecho a la subsistencia de nuestro frágil deber positivo de asistir a aquellos en nece-sidad, dado que tanto los beneficiarios como la suma de beneficios otorgada estaría librada a nuestra discresión y preocupación solidaria. Se necesita otra estrategia para hacer frente a las con-secuencias de la subsistencia negada por parte de las instituciones globales. Esta estrategia, a mi parecer, está implícita en el «derecho a la vida» INTERSECCIONES incluido por Habermas dentro de los derechos humanos básicos.17 Este derecho, en tanto nos pro-híbe dañar a otros en su libre búsqueda de vida, no hace distinción alguna entre extranjeros y com-patriotas. Dos consecuencias resultan de concebir un derecho humano a la subsistencia como un dere-cho lockeano a la vida. En primer lugar, las perso-nas tienen un reclamo hacia los otros para acceder libremente a medios de subsistencia cuya exis-tencia abunda de manera suficiente. En segundo lugar, los déficits de subsistencia deben ser ma-yormente atribuidos a las limitaciones impues-tas por personas e instituciones. Una vez que su-ponemos que las personas tienen una igualdad de participación en el acceso a los abundantes re-cursos de la tierra, las estructuras de propiedad aceptables deben quedar limitadas a aquellos que «dejan suficiente y también para los otros», de manera proporcional a la satisfacción de las ne-cesidades básicas de todos. Cualquier estructura económica que se desvíe de este originario dere-cho igualitario a la propiedad debe considerarse por todos los afectados como un avance igualita-rio de sus intereses individuales, de acuerdo con las exigencias de la ética discursiva. Locke justificó una economía capitalista de carácter monetario con posesiones de propiedad ampliamente desiguales, sobre la base de que aun aquellos que no tenían nada sino su cuerpo prefe- 15 HABERMAS, Jürgen. DW, p. 186. 16 Véase, por ejemplo, RAWLS, John. El derecho de gentes. Barcelona: Paidós Ibérica, 2001; NUSSBAUM, Martha. Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque de las capacidades. Barcelona: Herder, 2002; SHUE, Henry. Basic Rights, Subsistence, Affluence, and U.S. Foreign Policy. 2.a ed. Princeton: Princeton University Press, 1996; y POGGE, Thomas. Ob. cit. 17 Véase HABERMAS, Jürgen. PC, p. 125. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 85
  • 88. INTERSECCIONES rirían el nivel de vida relativamente más alto que gozarían como meros asalariados en comparación con la precaria subsistencia que tendrían dentro de condiciones más igualitarias. A la luz de la po-breza devastadora y la desigualdad desencade-nadas por el capitalismo global contemporáneo, la justificación de Locke resulta refutable. Como señala Habermas, los acuerdos de intercambio neoliberales; las zonas de trabajo no reguladas; las políticas de inversión en el desarrollo; y los programas de reajuste estructurales que hacen las instituciones capitalistas globales de hoy en día son impuestos a los pobres sin su consentimiento. Más aún, la extrema desventaja que tienen los pobres en la negociación de mejoras refleja una larga historia de desventajas acumuladas que bro-ta de un pasado histórico de colonización brutal, de imperialismo, de explotación, de expropiación y de esclavitud. Esta injusticia –quizá la violación sistemática más sostenida de un deber negativo jamás registrada en la historia de la humanidad– es además amparada, como Pogge y otros han señalado, por convenciones internacionales que permiten a los líderes autoritarios de países en desarrollo el privilegio de vender los recursos de sus naciones a cambio de armas y de ganancias personales, así como usar estos mismos recursos a manera de aval para prestarse dinero de bancos internacionales. No es necesario decir que todo esto funciona en provecho de todos aquellos que subsidian sus extravagantes estilos de vida com-prando productos a precios reducidos apoyados por las agencias proteccionistas de bancos y de compañías multinacionales. 5. CONCLUSIÓN En conclusion, al interpretar un derecho humano a la subsistencia como un derecho a la vida liberal clásico en el sentido lockeano, perdemos las sóli-das asunciones igualitarias asociadas con un de-ber positivo de proveer las condiciones materia-les que son un requisito para garantizar el «justo valor» de la libertad política. A la vez, obtenemos la fuerza incondicional de un deber negativo que puede autorizar las intervenciones internaciona-les de derechos humanos en los casos donde las personas están negadas a la subsistencia segura, sea a través de la conducta personal de oficiales del Estado o de los efectos impersonales de las ins-tituciones. 18 El desarrollo de una comprensión adecuada del derecho humano a la subsistencia puede requerir que rechacemos la comprensión exclusivamente jurídica propuesta por Habermas de los derechos humanos. Sin duda, una compren-sión jurídica capta un aspecto importante de los derechos humanos que ha salido a la luz en inter-venciones internacionales recientes contra Esta-dos que han cometido violaciones de los derechos humanos (las intervenciones en Dafur y Kosovo ilustran solo algunos ejemplos que dan cuenta de 18 Esto no excluye el que la pobreza pueda a veces ser en parte causada por el comportamiento de las propias víctimas de la pobreza. Sin embargo, aun cuando esas causas locales son registradas en explicaciones concernientes a las tasas diferenciales de pobreza entre regiones y poblaciones, las institu-ciones de fondo que condicionan y exacerban la pobreza son globales. 86 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 89. INTERSECCIONES esta comprensión). Estas intervenciones legales nos recuerdan que la defensa de los derechos huma-nos es una obligación política y no meramente moral (o personal). Por otro lado, algunas inter-venciones reflejan un aspecto no jurídico –y en ocasiones no institucional–. Los esfuezos políti-cos para transformar patrones tradicionales de discriminación de género a través de la educación en vez de vía el mandato legal constituyen una forma no jurídica de intervención institucional. Sin embargo, otras intervenciones manifiestan una noción interactiva de los derechos humanos, como cuando el líder de una nación (probablemen-te en coalición con líderes de otras naciones de igual idiosincracia) asume contener al líder de otro país que ha licenciosamente dejado de lado las le-yes humanas y convenciones de su propio país. Incluso una comprensión interactiva de los dere-chos humanos, con sustento moral, no debe de-jarse de lado, ya que hay ocasiones, como cuando hay catástrofes naturales, donde personas indi-viduales tienen un deber positivo de asistir a otros que están en necesidad a través de la donación de sus propios recursos. Otra razón para reconocer una comprensión moral –y en este sentido, no jurídica– de los dere-chos humanos es que los derechos humanos fun-cionan como ideales, como aspiraciones «máxi-mas », o como estándares evolutivos de civilización, progreso y crítica, independientemente del esta-tus que tienen como reclamos «mínimos».19 Este sentido último de los derechos humanos, que se refiere esencialmente a una concepción moral com-prehensiva de la naturaleza humana y a sus nor-mas adjuntas de florecimiento humano y de autorrealización, resuena profundamente en la tra-dición aristotélico-marxista.20 Aun si esta tradición no puede ser ya aceptada para proveer una justifi-cación (o fundación) categórica de los derechos hu-manos en el sentido metafísico de la palabra (es decir, como deducidos o intuidos por la «razón pura»), ella puede especificar de qué tratan los de-rechos humanos y por qué son importantes. Dicho de manera simple, los derechos humanos se ocu-pan tanto de garantizar la satisfacción de las nece-sidades humanas más básicas como de realizar las capacidades humanas más importantes. Probablemente, Habermas objetaría que cual-quier concepción de los derechos humanos basada en una concepción moral de la naturaleza humana viola los principios pluralistas del liberalismo po-litico por escabullirse en una concepción compre-hensiva, metafísica del bien humano. En su opi-nión, tal concepción teleológica de la naturaleza humana no sería convincente de modo universal para todos los seres humanos. De ahí que apelar a este estándar de florecimiento humano como base para la acción legal, para la crítica y la reforma, 19 Nussbaum comprende la distinción entre derechos como reclamos para un trato mímamente decente y derechos como aspiraciones en la distinción que hace entre capacidades básicas y capacidades combinadas. Las primeras son entendidas como habilidades innatas, mientras que las segundas serían capacidades totalmente maduras, las cuales cuentan con los soportes ambientalistas adicionales y la «base social» para seguir desarrollándose. Véase NUSSBAUM, Martha. Ob. cit., p. 96 y ss. 20 Véase POGGE, Thomas. Ob. cit.; NUSSBAUM, Martha. Ob. cit y LUBAN, David. «Intervention and Civilization: Some Unhappy Lessons of the Kosovo War». En Pablo de Greiff y Ciaran Cronin (eds.). Global Justice and Transnational Politics. Cambridge, MA: MIT Press, 2002. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 87
  • 90. INTERSECCIONES significaría la imposición de un ideal particular, no susceptible de ser compartido al resto del mun-do. Este me parece un argumento extraño para un filósofo que está tan convencido de que las cultu-ras están coloquialmente abiertas unas a otras y que son capaces de convergir en el requerimiento de valores morales universales. No hay razón para esperar que los seres humanos llegarán a un con-senso universal sobre intereses generales a me-nos que ellos asuman, a modo de idea reguladora, que ellos comparten una naturaleza común. En ese caso, la confianza en aumento de las Naciones Unidas sobre una lista de capacidades revisable y transculturalmente negociada para evaluar el progreso en la realización de los derechos huma-nos, en vez del producto nacional bruto (PNB) o la utilidad promedio, demuestra un respeto saluda-ble por el realismo moral, el cual también fue com-partido por la primera generación de teóricos crí-ticos, aunque no sin criticismo, y que Habermas estaría de igual manera dispuesto a reconocer. 88 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 91. M e m o r i a C V R Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 89
  • 92. INTERSECCIONES 90 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 93. MEMORIA CVR Balance de las acciones realizadas por el Estado a partir de las recomendaciones de la CVR entre junio de 2008 y marzo de 2009* AVANCES Y RETROCESOS IRIS JAVE Y JOSÉ ALEJANDRO GODOY A continuación se presenta el quinto balance de las acciones realizadas por el Estado peruano en-tre junio de 2008 y marzo de 2009, relacionadas con las recomendaciones de la Comisión de la Ver-dad y Reconciliación (CVR). Las acciones han sido ordenadas en seis ejes temáticos: instituciones de emergencia para la reconciliación, Plan Integral de Reparaciones, difusión del Informe Final, judi-cialización, reformas institucionales y expresio-nes artísticas y culturales. 1. INSTITUCIONES DE EMERGENCIA PARA LA RECONCILIACIÓN Las acciones vinculadas con la creación de una institucionalidad orientada hacia las tareas de reconciliación propuestas por la CVR se concentra-ron en la implementación de las distintas instan-cias y acciones del Consejo de Reparaciones, enti-dad encargada del Registro Único de Víctimas. Así, se han creado sedes descentralizadas del Consejo en Satipo, Huamanga, Huanta, San Mar-tín y Lima Sur, que permiten que se recoja de modo más completo la información de cada una de las víctimas del conflicto. Desde noviembre de 2008, se ha iniciado la entrega de los certificados que acreditan a las víc-timas del conflicto, documentos que serán necesa-rios para acceder a los programas de reparacio-nes que elabore la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN) y que serán implementados en los próximos meses. Hasta marzo de 2009, el Consejo de Repara-ciones cuenta con 31.761 personas inscritas en el Libro de víctimas individuales y 3.648 personas inscritas en el Libro de beneficiarios colectivos. Aunque el trabajo del Consejo está pasando casi inadvertido en los medios nacionales, al inte-rior del país hay mayor expectativa acerca de su trabajo, en parte porque allí se encuentra concen-trada la mayor cantidad de víctimas pero, por otro lado, también porque la agenda pública regional está más involucrada con una demanda por repa-raciones individuales. Y el registro único de vícti-mas es el paso previo. * Un cuadro completo con las acciones realizadas en ese período se puede ver en <http://www.pucp.edu.pe/idehpuco//index.php>. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 91
  • 94. MEMORIA CVR 2. PLAN INTEGRAL DE REPARACIONES Los avances en esta materia se han concentrado en el Programa de Reparaciones Colectivas, hasta el momento la única parte del Programa Integral de Reparaciones (PIR), que ha sido implementada por la CMAN. Durante el 2008, la Presidencia del Consejo de Ministros realizó dos transferencias de presu-puesto para reparaciones colectivas: la primera, en octubre, por S/. 8.387.934,81 para 85 proyectos; mientras que la segunda, en noviembre, fue por S/. 4.396.788,28 para 44 proyectos. También se han realizado acciones de repara-ciones colectivas en Chuschi, primera comunidad afectada por el conflicto armado interno y en el valle del río Apurímac y Ene, zona que hasta el día de hoy sufre los embates de los remanentes de Sen-dero Luminoso. 3. DIFUSIÓN DEL INFORME FINAL Durante el período que analizamos, además de la continuidad de la exposición fotográfica Yuyana-paq. Para recordar, ubicada en el sexto piso del Mu-seo de la Nación –solo interrumpida por la reali-zación de dos cumbres internacionales en mayo y noviembre de 2008–, se han producido dos deba-tes públicos acerca del Informe Final de la CVR y su difusión. El primero de ellos se produjo en agosto de 2008: se puso en cuestión la forma en que los tex-tos escolares dirigidos a estudiantes de los últi-mos años de secundaria presentaban el conflicto armado interno. La discusión incluso motivó una investigación policial que buscaba determinar si existía apología al terrorismo en estos textos, lue-go el propio ministro de Educación respaldó la fi-nalidad educativa de los textos escolares. El segundo debate giró, durante febrero y mar-zo de 2009, alrededor de la propuesta del Gobier-no alemán de donar dos millones de dólares para la construcción de un museo de la memoria, que tendría como base la exposición fotográfica Yuya-napaq. Para recordar. La discusión nuevamente rea-vivó las posiciones sobre los distintos tipos de memoria contrapuestos sobre el conflicto arma-do interno. Finalmente, se conoció que el Gobier-no peruano aceptó la edificación del museo y nom-bró una comisión especial de alto nivel para la formulación del proyecto, presidida por el escri-tor Mario Vargas Llosa e integrada por Salomón Lerner Febres, Fernando de Szyszlo, Frederick Cooper, Juan Ossio y monseñor Luis Bambarén. En ambos casos, se pone en evidencia la fuer-te polarización en torno a las memorias que so-bre el conflicto armado interno subsisten en el país; el debate se produce cuando, a partir de una acción del Estado (museo de la memoria o un texto escolar), se pone en juego la disputa por el discurso político-público, pues ello implica legitimar el dis-curso y hacerlo prevalecer en ese hecho. Los acto-res políticos y sociales involucrados reconocen –de algún modo– el valor de la institucionalidad estatal, y ello la fortalece. 4. JUSTICIA Y JUDICIALIZACIÓN En el marco de una sesión de la Comisión Intera-mericana de Derechos Humanos sobre los casos presentados por la CVR para su procesamiento pe- 92 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 95. MEMORIA CVR nal, realizada en marzo de 2009, el presidente del Poder Judicial anunció la creación de dos juzga-dos especializados en derechos humanos, en los distritos judiciales de Huánuco y Junín, así como la formación de dos colegiados dentro de la Sala Penal Nacional dedicados exclusivamente a esta materia y destinados a acelerar estos procesos. Meses atrás, en noviembre de 2008, los con-gresistas Edgar Núñez y Mercedes Cabanillas pre-sentaron proyectos de ley destinados a dar am-nistía e indulto, respectivamente, a miembros de las fuerzas armadas y policiales procesados por violaciones de los derechos humanos. Ambas pro-puestas están pendientes de debate en la Comi-sión de Justicia del Congreso de la República. Asimismo, en octubre de 2008, se reguló, me-diante decreto supremo 022-2008-DE/SG, la defensa legal del personal militar y policial involucrado en investigaciones en el Poder Judicial por presunta comisión de delitos contra los derechos humanos, en el ejercicio regular de sus funciones. Se incluye personal de tropa y se señala que, en caso de de-claración de culpabilidad, deberá reintegrarse al Estado la suma empleada en la defensa. También se han registrado sentencias en los siguientes casos: a) Caso Cúpula del MRTA: se dio a conocer la sentencia en segunda instancia, que ele-va las penas de Víctor Polay Campos a treinta y cinco años de prisión; Miguel Rincón a treinta y cinco años; Lucero Cumpa a treinta años y Alber-to Gálvez Olaechea a veinticuatro años. b) Caso Ernesto Castillo Páez: la Corte Suprema confirmó el fallo que condena a Juan Carlos Mejía León a die-ciséis años de prisión y señala que la desaparición forzada es un delito de carácter permanente mien-tras no se establezca el destino o paradero de la víctima. c) Caso Hugo Bustíos: se confirmó el fallo condenatorio contra Víctor La Vera Hernández y Amador Vidal Sanbento, por asesinato de perio-dista ocurrido en 1988. d) Caso Indalecio Pomatanta: en primera instancia, la Sala Penal Nacional con-denó a Andrés Egoachaga, oficial de la Marina, a veinte años de prisión por homicidio calificado de joven de 17 años ocurrido en Ucayali, mientras que otros tres acusados fueron absueltos. De los procesos desarrollados, el que ha conci-tado mayor atención es el Caso Alberto Fujimori, cuya sentencia fue dada a conocer el 7 de abril de 2009 por la Sala Penal Especial de la Corte Suprema, obteniendo la pena de veinticinco años de prisión por su responsabilidad en los delitos de homici-dio calificado con alevosía, por las matanzas de Barrios Altos y de La Cantuta, y de secuestro agra-vado bajo circunstancia agravante de trato cruel, por las detenciones del periodista Gustavo Gorri-ti y el empresario Samuel Dyer; lo que en palabras del presidente de la Sala, el vocal supremo César San Martín, constituyen crímenes contra la hu-manidad. 1 Asimismo, el Tribunal, reconoció el valor del Informe Final de la CVR como un documen-to de referencia trascendental en la valoración de pruebas. El proceso que ha sido calificado de histórico por observadores internacionales de todo el mun-do, pues es la primera vez que un jefe de Estado es juzgado y sentenciado en su propio país por un 1 Véase la sentencia completa en <http://www.pj.gob.pe/CorteSuprema/spe/index.asp?opcion=detalle_noticia&codigo=10409>. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 93
  • 96. MEMORIA CVR tribunal enteramente nacional, ha demandado una nutrida concurrencia de testigos y documen-tos. Durante junio y julio de 2008, se presentaron los últimos testigos, destacando los testimonios de Nicolás Hermoza Ríos, quien reconoció que el ex presidente fue informado del caso La Cantuta al día siguiente de ocurridos los hechos; Máximo San Román, quien entregó notas de inteligencia que había proporcionado a Fujimori sobre el caso Ba-rrios Altos y Rafael Merino Bartet, quien reconoció que Vladimiro Montesinos era el jefe real del Ser-vicio de Inteligencia Nacional (SIN) y que guardó documentos de inteligencia que iban a ser incine-rados. También se presentaron los testimonios de Vladimiro Montesinos y Jesús Sosa Saavedra, quienes procuraron exculpar al ex presidente. En los meses de agosto y septiembre se presentaron los peritos nacionales e internacionales, que pro-curaron realizar aclaraciones sobre temas jurídi-cos, antropológico-forenses, documentos descla-sificados por el Gobierno de los Estados Unidos y el Informe Final de la CVR. Entre octubre y diciembre se realizó la presentación de la prueba documen-taria; mientras que enero, febrero y marzo fueron meses destinados a la presentación de los alega-tos finales de cada una de las partes. El conjunto de pruebas ha dado lugar no solo a la histórica sentencia, sino también a un nuevo debate públi-co que ha reavivado la importancia del Informe Fi-nal de la CVR y ha puesto nuevamente en evidencia la polarización del país en torno al conflicto ar-mado interno.2 Otros casos en los que se han registrado avan-ces han sido los siguientes: a) Caso El Frontón: el Tri-bunal Constitucional declaró improcedente el re-curso de agravio constitucional interpuesto por el Instituto de Defensa Legal contra la resolución judicial que aceptó el hábeas corpus del marino Teodorico Bernabé Montoya, quien solicitó la pres-cripción de este caso. Con ello, el Tribunal Consti-tucional no se pronunció sobre el tema de fondo, que queda a determinación del Poder Judicial. Pos-teriormente, abre proceso a 22 marinos por este caso y se les declara impedimento de salida del país, pero a causa del fallo del Tribunal Constitu-cional, el abogado de los procesados ha solicitado la prescripción del caso. b) Caso Los Cabitos: la Sala Penal Nacional emitió una resolución que declara este caso como imprescriptible, mientras que el Ministerio Público solicitó la pena de treinta años de prisión para 7 ex miembros del Ejército a quie-nes acusó de autores de las desapariciones for-zadas de 54 personas en esta instalación militar. c) Caso La Cantuta: en el proceso llevado ante el Quin-to Juzgado Penal Especial Anticorrupción, se emite resolución que abre proceso penal contra el gene-ral EP (r) Juan Rivero Lazo, el coronel EP (r) Federico Navarro, los mayores EP (r) Santiago Martin y Carlos Pichilingüe y los sub oficiales EP Jesús Sosa Saavedra, Julio Chuqui y Nelson Carvajal, anu-lándose, además, la sentencia del Fuero Militar sobre este caso. Mientras que en el proceso segui-do contra Julio Salazar Monroe por este mismo caso, que se encuentra en etapa de apelación, el 2 En esta edición de Memoria incluimos un artículo de análisis de Jo-Marie Burt sobre la sentencia aplicada a Alberto Fujimori. 94 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 97. MEMORIA CVR Ministerio Público solicitó confirmar la culpabili-dad del ex jefe del SIN, pero rebajando su pena a veinticinco años de prisión. d) Caso Comando Rodri-go Franco: Agustín Mantilla prestó su declaración en el proceso que se le sigue por ejecuciones extra-judiciales. e) Caso Samuel Dyer: el Ministerio Públi-co denunció a Vladimiro Montesinos, Alberto Pin-to Cárdenas y Santiago Zegarra por el secuestro de un empresario, ocurrido en 1992, pero el Tercer Juzgado Penal Especial desestimó la denuncia, por considerar que el caso no se encuentra inmerso en el delito de secuestro agravado. f) Caso Matanza de Chumbivilcas: el Primer Juzgado Penal Supra pro-vincial de Lima inició investigaciones por el ase-sinato de más de 20 personas en la localidad de Cusco, adjudicada a miembros del Ejército perua-no. g) Caso Cúpula de Sendero Luminoso: Abimael Guzmán demandó al Perú ante la Comisión Inte-ramericana de Derechos Humanos (CIDH) por con-siderar que se violaron sus derechos durante el juicio que lo condenó a cadena perpetua. 5. REFORMAS INSTITUCIONALES Dentro de sus recomendaciones, la CVR planteó una serie de reformas institucionales destinadas a crear las bases de un nuevo pacto social que impida que los hechos de violencia producidos se repitan. Es-tas recomendaciones se formularon para mejorar la presencia del Estado y la autoridad democráti-ca, así como para complementar las reformas que deben hacerse en los campos de defensa y orden interno, sistema de justicia y sistema educativo. En este campo, al igual que en el reporte ante-rior, nos ocuparemos solo de los sectores de defen-sa y orden interno y justicia, dado que son los únicos en los que se han registrado avances. Con ello se confirma la conclusión de nuestros repor-tes anteriores: los pocos avances consignados des-de el 2003 en estas materias no se deben a una política de reforma institucional, sino a iniciati-vas desarticuladas y sin continuidad que no se enmarcan en una orientación general de política. 5.1. REFORMA DEL SISTEMA DE DEFENSA En junio de 2008, se emitió la ley 29428, Ley del Servicio Militar, norma que prohíbe el recluta-miento forzado y especifica una serie de incenti-vos para el servicio militar, que se mantiene como de carácter voluntario. En cuanto al Registro Mi-litar, se indica que la inscripción como ciudadano estará a cargo del Registro Nacional de Identifica-ción y Estado Civil (RENIEC) a los 17 años pero que, a los noventa días de realizada esta inscripción, el ciudadano deberá acudir a inscribirse en el insti-tuto armado de su elección. La libreta militar se emitirá solo para quienes opten por el servicio militar voluntario. El reciente atentado contra una patrulla mili-tar en el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE) pone en evidencia la necesidad de verificar la eje-cución de esta ley, pues la propia Defensoría del Pueblo ha denunciado la incorporación de meno-res de edad en el servicio militar voluntario. Posteriormente, en julio de 2008, se emitieron dos reglamentos. Se reglamentó la Ley de Ascen-sos de las Fuerzas Armadas, estableciendo crite-rios para los ascensos. También se reglamentó la controvertida Ley del Uso de la Fuerza por parte de las fuerzas armadas, dado que se incluyen los Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 95
  • 98. casos en los que no se haya declarado el estado de emergencia, cuestión que contraviene la Consti-tución. En ese mismo mes, se reactivó el Arma de Inteligencia en el Ejército peruano. En agosto se activó una comisión interinstitu-cional para revisar y proponer las políticas de educación en los institutos armados, en la que in-tervienen funcionarios del Ministerio de Defensa y de las fuerzas armadas. Finalmente, en septiembre, se modificó el Re-glamento de la Ley de Situación Militar de los Ofi-ciales de las Fuerzas Armadas para ampliar el tiempo de servicio de los más altos oficiales de los institutos armados de treinta y cinco a treinta y ocho años. 5.2. REFORMA DEL SISTEMA DE JUSTICIA La justicia militar ha sido el tema en el que se han centrado los avances y retrocesos en este campo. En julio de 2008, entró en vigencia la ley 29182, Ley de Organización y Funciones del Fuero Mili-tar- Policial. La ley es cuestionada por contener normas que anteriormente han sido declaradas inconstitucionales por el Tribunal Constitucional. Este mismo organismo, en septiembre de 2008, a raíz de un proceso de hábeas corpus, se pronun-ció sobre esta ley, indicando que los magistrados de la justicia militar deben ser personas que no se encuentren en situación de actividad en las fuer-zas armadas y que no pueden procesarse delitos comunes en este fuero. Posteriormente, en diciem-bre de 2008, el Poder Ejecutivo nombró a los ma-gistrados de la justicia militar policial. En marzo de 2009, el Colegio de Abogados de Lima presentó la demanda de inconstitucionalidad contra la Ley de Organización y Funciones del Fuero Militar- Policial, mientras que en la CIDH se realizó una au-diencia sobre esta materia. Otro punto que cabe resaltar es la promulga-ción, en noviembre de 2008, de la ley 29777, Ley de Carrera Judicial. Esta norma tiene por objeto la re-gulación del ingreso, permanencia, ascenso y cul-minación del cargo de juez, así como la responsa-bilidad disciplinaria de los magistrados, junto con los derechos y obligaciones necesarios para el ejer-cicio de la función jurisdiccional. 6.EXPRESIONES ARTÍSTICAS Y CULTURALES Durante este período, la producción cultural a tra-vés de iniciativas estatales solo se ha traducido a través de la exposición Yuyanapaq. Para recordar, que permanece expuesta en el Museo de la Nación des-de el 2006 –por un período de cinco años– a inicia-tiva de la Defensoría del Pueblo. En cuanto a las iniciativas privadas, el acon-tecimiento más importante es la exhibición de la película La teta asustada, de Claudia Llosa, que se acerca a través del personaje de Fausta, a las se-cuelas que el conflicto armado interno dejó en la salud mental de las mujeres. En el 2009, esta cinta ha ganado el Oso de Oro y el Premio de la Crítica en el Festival de Cine de Berlín, así como el premio a mejor película y mejor actriz en el Festival de Cine de Guadalajara. También en el ámbito del cine, se destaca Luca-namarca, documental de los directores Carlos Cár-denas y Héctor Gálvez, que narra la muerte de 69 96 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 99. campesinos en 1983 a manos de Sendero Lumino-so, así como el proceso de exhumación y el aban-dono en que tiene el Estado a esta comunidad. Se han realizado cuatro exposiciones de arte: Historia gráfica de Lima y sus desastres: muestra de San-tiago Quintanilla en la que presenta un conjunto de imágenes de primeras planas de diarios locales intervenidas con estética de cómic, sobre sucesos violentos que incluyen al conflicto armado inter-no. Las imágenes exponen los diferentes hechos violentos vividos en la ciudad en los mismos años que el artista tiene de vida (1983-2007), incluyen-do los sucesos vinculados al conflicto armado in-terno. Desaparecida: instalación realizada por la poeta Cecilia Podestá, a partir de la historia de una poeta desparecida en 1981 en un país imagi-nario gobernado por una dictadura. Memoria del olvido: calle Tarata-16 de junio de 1992: exposición de Ana María McCarthy con fotografías y vídeo to-mados a los pocos días de ocurrido el atentado en esta calle de Miraflores, que costó la vida de 30 personas. Canuta: Cieneguilla: 27 de junio de 1995: muestra de fotografía y vídeo que recoge la inter-vención artística hecha por Ricardo Wiesse en el lugar donde se enterró clandestinamente a 9 estu-diantes y 1 profesor de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle. También destaca la exposición de fotografía Si no vuelvo, búsquenme en Putis, de Domingo Giribaldi, que aborda el drama vivido por los pobladores de esta comunidad y que se revive hoy a raíz del pro-ceso de exhumación de los restos de sus víctimas.3 En el campo de las obras de teatro, se presentó Los número seis, puesta en escena de Gino Luque Bedregal, que ganó el concurso de dramaturgia organizado por el Centro Cultural Peruano Britá-nico y que aborda el tema de la violencia. Finalmente, en el campo de la investigación académica, aparecieron dos obras. Contra el sueño de los justos: la literatura peruana ante la violencia políti-ca: Juan Carlos Ubilluz, Alexandra Hibbett y Víc-tor Vich analizan, desde los estudios culturales, el significado de las obras literarias que han venido tratando el tema del conflicto armado interno. Y Violencia y autoritarismo en el Perú: bajo la sombra de Sendero y la dictadura de Fujimori: Jo-Marie Burt ana-liza el conflicto armado interno, su vinculación con el deterioro de la democracia y con el autori-tarismo de Sendero Luminoso y Alberto Fujimo-ri. Ambos textos invitan a profundizar nuevos aspectos de la necesaria discusión en torno a la memoria y el conflicto armado interno en el Perú. Como se aprecia, es en el mundo de la produc-ción cultural donde más fluye la necesidad de ex-presar y poner en debate las visiones acerca del conflicto armado interno. En parte, porque el arte puede expresar de forma más amplia e inclusiva las distintas visiones, pero también por su capa-cidad de comunicar y albergar las más distintas sensibilidades. 3 Véase el Portafolio Gráfico publicado en este número de Memoria. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 97
  • 100. 98 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 101. R e s e ñ a s y c r í t i c a s Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 99
  • 102. MEMORIA CVR 100 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 103. RESEÑAS Y CRÍTICAS MIGUEL GIUSTI. El soñado bien, el mal presente: rumores de la ética. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008, 246 pp. Después de releer el poema de Francisco de Que-vedo que le ha servido a Miguel Giusti como fuen-te de inspiración para el título del libro que nos presenta, no puedo evitar expresarles la sensa-ción de desconcierto que el título del poema pro-duce. «La definición del amor» es un título con-tradictorio pues si hay algo más indefinible que el ser, es el sentimiento insondable del amor que Quevedo evoca en su poema. Pero así como el ser, el amor también se dice de muchas maneras; de allí su ambigüedad y ambivalencia. El amor reúne lo antagónico, «es hielo abrasador, es fuego helado... es un descuido que nos da cuidado... un cobarde con nombre de valiente... es un soñado bien, un mal presente». El amor –lo sabemos– es un sentimiento tan bello y tan trágico al mismo tiempo que se escurre cuando intentamos definir-lo, no es posible determinarlo. En filosofía sole-mos decir –siguiendo al viejo Aristóteles– que para definir algo debemos empezar por determi-nar el género próximo al que pertenece lo que es-tamos definiendo, para, desde allí, determinar su diferencia específica. Pero el amor no tiene ni gé-nero próximo ni diferencia específica definible. Si hay algo que no se puede determinar, es decir, sub-sumir bajo un concepto para hacerse inteligible, entonces lo coherente es afirmar que estamos ante algo indefinible. Si el amor es indetermimable y si además –como al parecer creía Hegel– involucra fusión y diferenciación, reconocimiento y autono-mía, es por definición un indefinible. Pero que sea indefinible no quiere decir que no dejemos de in-tentar nombrarlo para encontrarle sentido y por ello solo lo evocamos cuando lo nombramos de diferentes formas. Miguel Giusti saca de su contexto un verso del poema de Quevedo para darle título a su último libro El soñado bien, el mal presente en el que nos pone de manifiesto desde diversas entradas la tensión irresoluble que hay entre lo que el ser humano hace de sí y lo que anhela ser, entre aquello a lo que aspira y aquello con lo que tiene que contentarse, entre el bien perdido –o tal vez jamás encontra-do– y el mal banal con el que inexorablemente con-vivimos cotidianamente. El subtítulo del libro rumores de la ética posee connotaciones sugerentes. Los rumores son, como bien señala Miguel Giusti siguiendo las indicacio-nes del Diccionario de la Real Academia Española, «voces que corren en el público». Pero hay voces que no tienen consistencia y otras que sí la tienen. Cuando Giusti habla de los «rumores de la ética» vuelve a sacar de su contexto, esta vez la defini-ción de la Real Academia Española, para hacerle decir lo que no contempló como significación po-sible. «Rumores de la ética» es una expresión que Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 101
  • 104. RESEÑAS Y CRÍTICAS se refiere a aquellas opiniones plausibles que cir-culan en la academia sobre asuntos éticos que nos incumben, pero de las que no se puede llegar a tener certeza. Se trata de conjeturas elaboradas filosóficamente, es decir, de opiniones sustenta-das en razones que las hacen plausibles y por lo mismo convincentes. En filosofía práctica asisti-mos en el presente a un debate muy dinámico en-tre una pluralidad de posiciones racionalmente muy bien estructuradas y sustentadas sobre los grandes éticos problemas de la convivencia. «¿Es el “reconocimiento” que demandan los grupos culturales contrario a la “justicia distributiva”?, ¿es la libertad individual conciliable con los re-querimientos de una vida humana solidaria?, ¿pue-de la tolerancia considerarse verdaderamente un ideal moral, o necesita de alguna convicción más positiva para hacerse comprensible y persuasi-va? » (p. 12). Estas son algunas de las grandes inte-rrogantes que nos plantea el mal presente sobre el cual soñamos el bien ausente para elaborarlo de diversas formas. «Porque –como dice el autor– ha sido precisamente la experiencia de la violencia, del dolor, del mal, la que ha motivado en la histo-ria humana, por lo general, la necesidad de recor-dar, de reconstruir la memoria, de buscar el bien que hemos perdido» (p. 109). Pudiendo el libro estar compuesto de dos par-tes, contiene inevitablementes tres. La primera trata de lo que deseamos ser, es decir, de la mejor manera de vivir, a partir de una crítica de las di-versas formas de representarnos la vida buena que se hallan ligadas a la ética del individualismo y de la desintegración social (p. 52) que está a la base del liberalismo actual. El liberalismo –sos-tiene Giusti en esta parte– es «éticamente inces-tuoso porque se ha acostumbrado a vivir violan-do los principios que le sirven de fundamento y que le dan legitimidad. [...] los viola por exceso y los viola también por defecto de sus reformas li-berales » (p. 56). Necesitamos construir una cultura del reco-nocimiento que sustituya a la cultura del narci-simo. En clave política, de lo que se trataría sería de recrear, tanto en la teoría como en la práctica, y de acuerdo con cada contexto, el modelo repu-blicano de democracia tomando como referentes tanto el principio liberal del respecto irrestricto de los derechos individuales como el principio comunitarista de la importancia «del cultivo de los múltiples vínculos comunitarios entre los se-res humanos» (p. 61) como fundantes de la iden-tidad. La segunda parte trata de lo que está a la base de la reflexión sobre el bien, es decir, de aquello que engendra la desmesura, del origen del daño, de aquello que nos rebela, en otras palabras, del mal que se hace patente en la convivencia huma-na. Así, por ejemplo, la situación de pobreza de las grandes mayorías en un mundo como el ac-tual que posee todos los recursos necesarios para extinguirla y que «es una verdadera violación de los derechos humanos» no tiene su origen en la desi-dia de los pobres, sino en la desmesura «de la acu-mulación originaria y de una igualmente origina-ria relación de desigualdad y de poder» (p. 143). Sin embargo, la lógica de la globalización del ca-pitalismo es la lógica de la acumulación del capi-tal. Por ello, «no solo es injusta la situación o la acumulación originaria, sino que también lo es el 102 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 105. RESEÑAS Y CRÍTICAS orden institucional contemporáneo a nivel inter-nacional » que dicha acumulación ha generado y que cada día se hace más evidente que es incapaz de resolver las inevitables tensiones y los grandes litigios que origina. La tercera parte no vayamos a pensar que, por las reconocidas simpatías hegelianas de Miguel Giusti, constituye la síntesis esperada. Se trata más bien de esbozos, retazos, fragmentos sueltos de una potencial futura síntesis. Él la ha titulado «Rumores de reconocimiento», es decir, de «voces que corren en el público» sobre la necesidad y la exigencia ética que tenemos los seres humanos de reconocer y ser reconocidos como valiosos. El pa-radigma del reconocimiento es un lugar de en-cuentro en el que confluyen tanto la ética de la felicidad como la ética de la autonomía. En primer lugar, porque el reconocimiento es necesario para desarrollar y poner en funcionamiento aquellas capacidades que tenemos, razones para valorar y; en segundo lugar porque «mientras más exito-sa sea la experiencia del reconocimiento, es decir, mientras más sólidos sean los lazos que unen al individuo con su comunidad, más posibilidades tiene él mismo de diferenciarse y de adquirir con-ciencia de su particularidad» (p. 188). Quizá el reconocimiento, más allá del joven Hegel, sea in-determinable como el amor, que es una de sus formas. Quizá por ello estemos en la actualidad en un momento en el que las elaboraciones teóri-cas sobre el reconocimiento no dejan de ser aún un «ruido confuso de voces» –segunda acepción, según el Diccionario de la Real Academia Españo-la de la palabra «rumor»–. O quizá el reconocimiento y la tolerancia sean formas insuficientes de ensoñar el bien ausente. «La cultura del reconocimiento –sostiene Giusti– necesita, pues, como base una ética de la solidari-dad » (p. 63) y de la participación ciudadana. Pero para ello debemos aprender a evitar tan-to la desmesura como las polarizaciones y de una vez por todas dejar por sentado que la conviven-cia es el lugar donde inevitablemente se cruzan el mal presente y el soñado bien del que nos habla Miguel Giusti y del que nos habló hace siglos Fran-cisco de Quevedo. FIDEL TUBINO Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 103
  • 106. 104 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 107. COLABORADORES COLABORADORES JULIÁN BONDER Magíster en Estudios de Diseño por la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Arquitecto por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es profesor asociado de Arquitectura en Roger Williams University en Rhode Island, (Estados Unidos). Es uno de los principales contribuyentes a los debates nacionales e internacionales sobre memoria, espacio y arte público, representación y trauma histórico, y diseño de monumentos y memoriales. Actualmente es director de Julián Bonder and Associates y socio principal de Wodiczko & Bonder en Cambridge, Massachusetts (Estados Unidos). JO-MARIE BURT Doctora en Ciencia Política por la Columbia University. Profesora de Ciencia Política en George Mason University, en Fairfax, Virginia (Estados Unidos). Es autora de Silencing Civil Society: Political Violence and the Authoritarian State in Peru. Fue investigadora para la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Actualmente es observadora internacional para la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) del juicio del ex presidente del Perú Alberto Fujimori. GISELA CÁNEPA Licenciada en Antropología por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Doctora en Antropología por la Universidad de Chicago, Illinois (Estados Unidos). Actualmente es coordinadora de la Maestría en Antropología Visual y profesora asociada en el área de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP. Es miembro del Comité Ejecutivo del Instituto Hemisférico de Performance y Política de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos). JACQUELINE FOWKS Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Lima y egresada de la Maestría en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autora del libro Suma y resta de la realidad. Medios de comunicación y elecciones generales 2000 en el Perú, editado por la Fundación Friedrich Ebert. Actualmente es profesora asociada de la Pontificia Universidad Católica del Perú en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación, y en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima. DOMINGO GIRIBALDI Fotógrafo profesional con más de dieciocho años de experiencia en el campo de la fotografía do-cumental y periodística. Su cámara ha registrado los acontecimientos más importantes ocurridos en el país en las últimas dos décadas. Desde el retrato político hasta la marcha callejera, la vida cotidiana de los diversos sectores de la ciudad ha Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 105
  • 108. COLABORADORES sido capturada por su lente. Sus fotografías han sido expuestas en diversas muestras colectivas y han sido publicadas en casi todos los medios impresos del país. JOSÉ ALEJANDRO GODOY Bachiller en Derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene un diplomado en Periodismo Político y Análisis Cultural por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Actualmente es investigador del proyecto «Justicia y derechos humanos en el Perú: asesoría, capacitación y seguimiento para una eficaz judicialización de las violaciones de derechos fundamentales» del IDEHPUCP. DAVID INGRAM Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Loyola de Chicago (Estados Unidos). Sus áreas de especialización son filosofía social, filosofía política, filosofía del derecho, teoría crítica, filosofía contemporánea alemana y francesa. Además de numerosos artículos, cuenta con las siguientes publicaciones: Habermas y la dialéctica de la razón; Teoría crítica y filosofía; Antología de la teoría crítica: lecturas esenciales; Razón, historia y política; Derechos de grupo: reconciliando la equidad y la diferencia; entre otros. IRIS JAVE Comunicadora social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y egresada de la Maestría en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se ha desempeñado como periodista en varios diarios y revistas de circu-lación nacional e internacional. Fue directora de comunicaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú. Se ha especializado en comunicación política y ha trabajado en varios organismos del Estado, organizaciones no gubernamentales y organismos de cooperación internacional. Actualmente dirige el área de Comunicaciones e Impacto Público del IDEHPUCP. HERNANDO LLANO Abogado por la Universidad Santiago de Cali, Valle (Colombia). Máster en Estudios Políticos por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). Máster en Comunidades Europeas por la Universidad Pontificia Comillas (España). Doctor en Procesos de Cambio y Transición Política por la Universidad Complutense de Madrid (España). Ha publicado numerosos artículos y realizado ponencias sobre ciencia política, procesos de transición democrática, procesos de reconciliación política, entre otros. Actualmente es profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). FIDEL TUBINO Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Actual decano de la Facultad de Estudios Generales Letras y profesor principal del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Es también coordinador de la Red Internacional de Estudios Interculturales (RIDEI). Ha sido coordinador del Doctorado en Filosofía de la PUCP. Miembro fundador de Foro Educativo y experto en educación intercultural. 106 MEMORIA Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos
  • 109. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos MEMORIA 107