Las provincias romanas gozaban de autonomía local al elegir sus propios magistrados y jueces, recaudar impuestos y dirigir sus finanzas. Roma ejercía una tutela sobre las provincias y solo intervenía directamente en momentos de crisis. El periodo de pax romana desde Augusto hasta el siglo III se caracterizó por la estabilidad política, el fin de las guerras internas y la pacificación de las provincias, siendo el apogeo del Imperio Romano.