Adviento, tiempo de esperanza
El Adviento es un tiempo de preparación a la
solemnidad de la Navidad. En ella recordamos la
primera venida del Hijo de Dios al mundo, en
Belén, y a la vez, por este gozoso recuerdo, re-
novamos nuestra fe en su segunda y definitiva
venida que tendrá lugar al fin de los tiempos. Por
estas dos razones el Adviento es también un
tiempo de expectación piadosa y alegre (cf. Ca-
lendario Romano, n. 39).
Las cuatro semanas del Adviento son un
tiempo propicio para renovar nuestra esperanza
en Jesucristo, nuestro Salvador, que vino en la
humildad de nuestra carne, que está presente y
viene a nosotros de múltiples maneras, y vendrá
de nuevo con gran poder como “Señor de la his-
toria y Juez universal”.
La esperanza es una cualidad propia del ser
humano. Durante nuestra peregrinación por este
mundo, vivimos llenos de esperanzas, pero los
bienes materiales que podemos conseguir son
siempre perecederos, y no pueden satisfacer el
ansia de inmortalidad y felicidad que habitan en
nuestro corazón.
El amor de Dios, manifestado en su plan de
salvación, ha dilatado el horizonte de la esperan-
za humana, y la comunión de vida con el Dios
“vivo y verdadero” (1Tes 1,9) se ha convertido
en la meta final de aquellos que creen en Él y lo
buscan de todo corazón.
Esperar en Dios es tener fe en Aquel que me-
rece todo crédito, porque Él es "el que es" (cf.
Ex 3,14). El único Señor, el Dios clemente y
misericordioso (cf. Dt 7,9). Él es fiel, y todas las
promesas que hizo a nuestros padres las ha cum-
plido con el envío de su único Hijo para que el
mundo se salve por Él (cf. Jn 3, 16-17).
Al creer en Jesucristo, el cristiano espera en
todo aquello que sirve a su fin último, por eso la
esperanza cristiana es "la mejor esperanza". Ella
da sentido a la vida del creyente y le hace espe-
rar la gloria eterna del cielo junto a Dios.
La Iglesia, en este tiempo de Adviento, nos
invita a la oración y a la conversión personal
para que, llenos de alegría, podamos celebrar el
nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. También
nos recuerda que hemos de permanecer vigilan-
tes aguardando su última venida en la que “apa-
recerá revestido de poder y de gloria”.
¿Cuándo nació Jesús?
De los relatos bíblicos del nacimiento de Jesús
solamente podemos deducir, de manera aproxi-
mada, el año en que tuvo lugar, pero no el día.
La elección del 25 de diciembre como fecha de
su nacimiento se remonta al siglo IV.
En aquella época se celebraba en Roma, del
22 al 25 de diciembre, la fiesta pagana del solsti-
cio de invierno. El 25 era el “dies natalis solis
invicti” (día del nacimiento del sol invicto). En
él se recordaba la victoria de la luz sobre la no-
che más larga del año. Esta festividad era muy
popular y en ella abundaban las comilonas, las
borracheras y toda clase de inmoralidades.
La Iglesia procuró apartar a sus fieles de estas
celebraciones paganas y eligió el 25 de diciem-
bre para celebrar el “nacimiento de Jesús” en
lugar del “nacimiento del sol”, pues Jesús es el
verdadero “sol de justicia” del que habla el pro-
feta Malaquías (cf. Mal 4,2), y también la “luz
del mundo” que vence las tinieblas (cf. Jn 1,4ss).
Más tarde, en el siglo VI, el monje Dionisio el
Exiguo, de acuerdo con el Papa Juan I, pensó
sustituir el calendario romano, también conocido
como juliano, (que contaba los años tomando
como referencia la fundación de Roma) por un
calendario cristiano que tomara como origen el
nacimiento de Jesucristo. La idea fue bien acogi-
da y Dionisio en sus estudios llegó a la conclu-
sión de que Jesús nació el año 753 de la
fundación de Roma. Pero no tuvo en cuenta al-
gunos datos y cometió varios errores, pues el
nacimiento de Jesús tuvo lugar unos 4 ó 5 años
antes de lo que él calculó. Desde Dionisio, el
nacimiento de Jesús se tomó como referencia en
el mundo cristiano para contar los años.
En 1582 el papa Gregorio XIII hizo un reajus-
te para corregir un desfase del calendario juliano
y suprimió 10 días. El nuevo calendario comen-
zó a llamarse gregoriano. Actualmente es el más
usado en el mundo.
Origen del belén
La representación del primer “belén viviente”
data de 1223 y se atribuye a san Francisco de
Asís, en Italia. Dice la tradición que, unos quince
días antes de Navidad, el santo tuvo la idea de
rendir homenaje a Jesús y explicar a la gente
sencilla el misterio admirable de su nacimiento
en la pobreza y humildad de Belén.
La noche de Navidad, en una gruta cercana al
pueblo de Greccio, el santo hizo preparar un pe-
sebre con heno, y mandó traer un buey y una
mula. Después, un sacerdote celebró la santa
Misa. El Pobrecillo de Asís ayudó como diácono
y, lleno de fe y amor, predicó sobre el nacimien-
to del Redentor.
La gente de los alrededores participó en la
fiesta con mucha alegría, y aquella noche bendita
se llenó de alabanzas y cánticos en honor del
Niño-Dios. La representación del primer belén
viviente fue un éxito. Después la idea se difun-
dió por todo el mundo.
La corona de Adviento
Su origen lo encontramos en los pueblos germa-
nos del norte de Europa. En ellos existía la tradi-
ción de hacer coronas de ramas verdes con velas
encendidas para rogarle al “dios sol”que regresa-
ra con su luz y calor durante el invierno.
En el siglo XVI se comenzó a usar en Alema-
nia con un sentido cristiano. La corona con su
forma circular simboliza la unidad y eternidad de
Dios, sin principio ni fin; las ramas verdes signi-
fican la esperanza y la vida; la cinta enrollada el
amor de Dios que nos envuelve; las cuatro velas
representan las cuatro semanas del Adviento y se
van encendiendo una cada domingo para recor-
dar las grandes etapas de la historia de la salva-
ción hasta llegar a Jesucristo, luz del mundo que
vence las tinieblas del pecado y de la muerte.
La corona de Adviento nos prepara a la so-
lemnidad de la Navidad y es símbolo de espe-
ranza, porque el Hijo de Dios se ha hecho
hombre por nosotros y por nuestra salvación.
El árbol de Navidad
Tiene su origen en los pueblos celtas de Europa
central, los cuales usaban los árboles para repre-
sentar a sus dioses. En el solsticio de invierno,
en torno a la Navidad, para celebrar el nacimien-
to de Frey, “dios del sol y de la fertilidad”, ador-
naban un roble que era llamado “Divino Idrasil”,
encendían antorchas y bailaban alrededor.
Según una leyenda, entre los años 680 y 754,
san Bonifacio, evangelizador de Alemania, tomó
un hacha y, ante la mirada atónita de los nativos,
cortó un roble que estaba consagrado a Thor,
(“dios del trueno” en la mitología nórdica) y,
después de leer un pasaje del Evangelio, en su
lugar plantó un abeto y lo adornó con manzanas
(para recordar el pecado original y las tentacio-
nes) y velas (para representar la luz de Jesucris-
to). Con el avance de la evangelización, la idea
de utilizar el abeto para celebrar el nacimiento de
Cristo se consolidó y las manzanas y velas se
transformaron en otros objetos decorativos.
El primer árbol de Navidad, tal y como lo co-
nocemos, apareció en Alemania en 1605, y des-
pués pasó a otros países de Europa y del mundo.
Normalmente es un abeto, y en su decoración se
suelen emplear: una estrella, para recordar la que
guió a los Magos hasta Belén, esferas para sim-
bolizar los dones de Dios, lazos para tener pre-
sente nuestra unión con las personas queridas, y
luces para representar la luz de Cristo.
Decálogo navideño
 Si tienes tristeza, ¡alégrate!
La Navidad es gozo.
 Si tienes amigos, ¡búscalos!
La Navidad es encuentro.
 Si tienes soberbia, ¡sepúltala!
La Navidad es humildad.
 Si tienes pecados, ¡conviértete!
La Navidad es gracia.
 Si tienes errores, ¡reflexiona!
La Navidad es verdad.
 Si tienes enemigos, ¡reconcíliate!
La Navidad es paz.
 Si tienes pobres a tu lado, ¡ayúdalos!
La Navidad es don.
 Si tienes deudas, ¡págalas!
La Navidad es justicia.
 Si tienes tinieblas, ¡enciende tu lámpara!
La Navidad es luz.
 Si tienes odio, ¡olvídalo!
La Navidad es amor.
Adviento-Navidad
“Y el Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros”
(Jn 1,14)

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  • 1. Adviento, tiempo de esperanza El Adviento es un tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad. En ella recordamos la primera venida del Hijo de Dios al mundo, en Belén, y a la vez, por este gozoso recuerdo, re- novamos nuestra fe en su segunda y definitiva venida que tendrá lugar al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento es también un tiempo de expectación piadosa y alegre (cf. Ca- lendario Romano, n. 39). Las cuatro semanas del Adviento son un tiempo propicio para renovar nuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Salvador, que vino en la humildad de nuestra carne, que está presente y viene a nosotros de múltiples maneras, y vendrá de nuevo con gran poder como “Señor de la his- toria y Juez universal”. La esperanza es una cualidad propia del ser humano. Durante nuestra peregrinación por este mundo, vivimos llenos de esperanzas, pero los bienes materiales que podemos conseguir son siempre perecederos, y no pueden satisfacer el ansia de inmortalidad y felicidad que habitan en nuestro corazón. El amor de Dios, manifestado en su plan de salvación, ha dilatado el horizonte de la esperan- za humana, y la comunión de vida con el Dios “vivo y verdadero” (1Tes 1,9) se ha convertido en la meta final de aquellos que creen en Él y lo buscan de todo corazón. Esperar en Dios es tener fe en Aquel que me- rece todo crédito, porque Él es "el que es" (cf. Ex 3,14). El único Señor, el Dios clemente y misericordioso (cf. Dt 7,9). Él es fiel, y todas las promesas que hizo a nuestros padres las ha cum- plido con el envío de su único Hijo para que el mundo se salve por Él (cf. Jn 3, 16-17). Al creer en Jesucristo, el cristiano espera en todo aquello que sirve a su fin último, por eso la esperanza cristiana es "la mejor esperanza". Ella da sentido a la vida del creyente y le hace espe- rar la gloria eterna del cielo junto a Dios. La Iglesia, en este tiempo de Adviento, nos invita a la oración y a la conversión personal para que, llenos de alegría, podamos celebrar el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador. También nos recuerda que hemos de permanecer vigilan- tes aguardando su última venida en la que “apa- recerá revestido de poder y de gloria”. ¿Cuándo nació Jesús? De los relatos bíblicos del nacimiento de Jesús solamente podemos deducir, de manera aproxi- mada, el año en que tuvo lugar, pero no el día. La elección del 25 de diciembre como fecha de su nacimiento se remonta al siglo IV. En aquella época se celebraba en Roma, del 22 al 25 de diciembre, la fiesta pagana del solsti- cio de invierno. El 25 era el “dies natalis solis invicti” (día del nacimiento del sol invicto). En él se recordaba la victoria de la luz sobre la no- che más larga del año. Esta festividad era muy popular y en ella abundaban las comilonas, las borracheras y toda clase de inmoralidades. La Iglesia procuró apartar a sus fieles de estas celebraciones paganas y eligió el 25 de diciem- bre para celebrar el “nacimiento de Jesús” en lugar del “nacimiento del sol”, pues Jesús es el verdadero “sol de justicia” del que habla el pro- feta Malaquías (cf. Mal 4,2), y también la “luz del mundo” que vence las tinieblas (cf. Jn 1,4ss). Más tarde, en el siglo VI, el monje Dionisio el Exiguo, de acuerdo con el Papa Juan I, pensó sustituir el calendario romano, también conocido como juliano, (que contaba los años tomando como referencia la fundación de Roma) por un calendario cristiano que tomara como origen el nacimiento de Jesucristo. La idea fue bien acogi- da y Dionisio en sus estudios llegó a la conclu- sión de que Jesús nació el año 753 de la fundación de Roma. Pero no tuvo en cuenta al- gunos datos y cometió varios errores, pues el nacimiento de Jesús tuvo lugar unos 4 ó 5 años antes de lo que él calculó. Desde Dionisio, el nacimiento de Jesús se tomó como referencia en el mundo cristiano para contar los años. En 1582 el papa Gregorio XIII hizo un reajus- te para corregir un desfase del calendario juliano y suprimió 10 días. El nuevo calendario comen- zó a llamarse gregoriano. Actualmente es el más usado en el mundo. Origen del belén La representación del primer “belén viviente” data de 1223 y se atribuye a san Francisco de Asís, en Italia. Dice la tradición que, unos quince días antes de Navidad, el santo tuvo la idea de rendir homenaje a Jesús y explicar a la gente sencilla el misterio admirable de su nacimiento en la pobreza y humildad de Belén. La noche de Navidad, en una gruta cercana al pueblo de Greccio, el santo hizo preparar un pe- sebre con heno, y mandó traer un buey y una mula. Después, un sacerdote celebró la santa Misa. El Pobrecillo de Asís ayudó como diácono y, lleno de fe y amor, predicó sobre el nacimien- to del Redentor. La gente de los alrededores participó en la fiesta con mucha alegría, y aquella noche bendita se llenó de alabanzas y cánticos en honor del Niño-Dios. La representación del primer belén viviente fue un éxito. Después la idea se difun- dió por todo el mundo.
  • 2. La corona de Adviento Su origen lo encontramos en los pueblos germa- nos del norte de Europa. En ellos existía la tradi- ción de hacer coronas de ramas verdes con velas encendidas para rogarle al “dios sol”que regresa- ra con su luz y calor durante el invierno. En el siglo XVI se comenzó a usar en Alema- nia con un sentido cristiano. La corona con su forma circular simboliza la unidad y eternidad de Dios, sin principio ni fin; las ramas verdes signi- fican la esperanza y la vida; la cinta enrollada el amor de Dios que nos envuelve; las cuatro velas representan las cuatro semanas del Adviento y se van encendiendo una cada domingo para recor- dar las grandes etapas de la historia de la salva- ción hasta llegar a Jesucristo, luz del mundo que vence las tinieblas del pecado y de la muerte. La corona de Adviento nos prepara a la so- lemnidad de la Navidad y es símbolo de espe- ranza, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. El árbol de Navidad Tiene su origen en los pueblos celtas de Europa central, los cuales usaban los árboles para repre- sentar a sus dioses. En el solsticio de invierno, en torno a la Navidad, para celebrar el nacimien- to de Frey, “dios del sol y de la fertilidad”, ador- naban un roble que era llamado “Divino Idrasil”, encendían antorchas y bailaban alrededor. Según una leyenda, entre los años 680 y 754, san Bonifacio, evangelizador de Alemania, tomó un hacha y, ante la mirada atónita de los nativos, cortó un roble que estaba consagrado a Thor, (“dios del trueno” en la mitología nórdica) y, después de leer un pasaje del Evangelio, en su lugar plantó un abeto y lo adornó con manzanas (para recordar el pecado original y las tentacio- nes) y velas (para representar la luz de Jesucris- to). Con el avance de la evangelización, la idea de utilizar el abeto para celebrar el nacimiento de Cristo se consolidó y las manzanas y velas se transformaron en otros objetos decorativos. El primer árbol de Navidad, tal y como lo co- nocemos, apareció en Alemania en 1605, y des- pués pasó a otros países de Europa y del mundo. Normalmente es un abeto, y en su decoración se suelen emplear: una estrella, para recordar la que guió a los Magos hasta Belén, esferas para sim- bolizar los dones de Dios, lazos para tener pre- sente nuestra unión con las personas queridas, y luces para representar la luz de Cristo. Decálogo navideño  Si tienes tristeza, ¡alégrate! La Navidad es gozo.  Si tienes amigos, ¡búscalos! La Navidad es encuentro.  Si tienes soberbia, ¡sepúltala! La Navidad es humildad.  Si tienes pecados, ¡conviértete! La Navidad es gracia.  Si tienes errores, ¡reflexiona! La Navidad es verdad.  Si tienes enemigos, ¡reconcíliate! La Navidad es paz.  Si tienes pobres a tu lado, ¡ayúdalos! La Navidad es don.  Si tienes deudas, ¡págalas! La Navidad es justicia.  Si tienes tinieblas, ¡enciende tu lámpara! La Navidad es luz.  Si tienes odio, ¡olvídalo! La Navidad es amor. Adviento-Navidad “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)