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Universidad Nacional del Nordeste
Facultad de Humanidades
Licenciatura en Comunicación Social
Cátedra de Teoría y Técnica del Periodismo Audiovisual II
Titular: Roberto Satina
Adjunta: Rocío Navarro
Trabajo Práctico Nº 8: Nuevo periodismo.
Estudiante: Diego Petruszynski
Nº de órden: 43




                         Es sólo una cuestión de actitud

El nuevo periodismo no es un género ni un estilo. Es, en todo caso, una etiqueta, que
pretende calificar a todo aquello que no es ni viejo, ni periodismo. El nuevo periodismo
como género no existe, sencillamente porque las categorizaciones que se hacen de
literario por un lado, noticioso por el otro, en él se diluyen. Es tanto crónica, como cuento,
como diario íntimo, como poesía en prosa. Es una mixtura de estilos, como la vida misma;
es ante todo una actitud para contar algo.
Cuesta precisar cuándo surgió, cuándo se manifestó, cuál fue la piedra fundamental de
esta rebelde forma de expresarse a través de las letras. Cuesta no porque no haya
precisiones acerca de las primera publicación, del primer autor; cuesta precisamente
porque no hay precisiones acerca de qué es el nuevo periodismo.
Más allá de ello, a la distancia, la pugna que en muchos ámbitos del periodismo
académico se da es entre dos autores, y dos obras, que se parecen en ciertas
concepciones en cuanto al uso de la palabra, pero que difieren radicalmente en otros.
Para los argentinos, y hasta para muchos hispanoparlantes, Rodolfo Walsh inauguró el
pseudogénero del nuevo periodismo con su serie de crónicas Operación Masacre,
publicada en 1958. Mientras, para los estadounidenses y angloparlantes (por lo tanto, la
versión hegemónica), cita a Truman Capote con A sangre fría, como la irrupción de la
literatura, tan libre y tan “artística”, en el la trinchera de la lucha diaria del periodismo.
Vale decir que las intenciones, en ambos casos, eran distintas, pero los efectos y las
repercusiones de ambas obras fueron similares: ocasionaron una revolución en las letras
de todos los calibres.
Capote, como periodista, fue quizás uno de los más grandes escritores de la profesión. En
tanto Walsh, a la inversa: como escritor, se transformó en ícono del periodismo. Pero lo
que une a estos dos hombres de letras es sin dudas la rebeldía, la búsqueda y la
perseverancia de hacer algo distinto, de fugarse por las aristas de una estructura rígida,
de los cánones y por qué no de los cajones de los géneros literarios y periodísticos del
momento: la novela, la crónica, la noticia, el cuento.
Y a esa rebeldía, a esa inconsistencia teórica, a ese pragmatismo puro y libertario, los
“expertos” han denominado Nuevo Periodismo.
Le pusieron “nuevo”, aunque este término no sea del agrado de todos. El periodista y
escritor -prestigioso en ambos fueros- estadounidense Tom Wolfe señala en su ensayo El
nuevo periodismo (1973) que “Todo movimiento, grupo, partido, programa, filosofía o
teoría que pretenda ser 'Nuevo' no hace más que pedir guerra” 1, y añade que este
pseudogénero “No era un 'movimiento'. Carecía de manifiestos, clubs, salones,
camarillas: ni siquiera disponia de un café donde se reunieran los fieles, desde el
momento en que no existía credo ni fe”2.
Claro, es que el nuevo periodismo fue una “etiqueta”, como bien lo define Wolfe, que se le
agregó después a esas rarezas literarias, a esas incongruencias periodísticas, híbridos de
realidad objetiva y adornos ficcionales que comenzaron a aparecer con mayor frecuencia
en los periódicos a partir de los años '60.
¿Qué tienen de periodismo? Pues que son noticias. El nuevo periodismo se basa en
hechos reales, en hechos noticiosos, en sucesos que ocurren de verdad y que pueden
salir en los diarios como una crónica, una nota breve o como un artículo de interpretación.
¿Pero qué tiene de diferente? Que el nuevo periodismo no se queda en el qué, cómo,
cuándo y dónde, ni mucho más el por qué y el para qué; preguntas clásicas con las que
se vienen construyendo las noticias desde hace siglos. En el nuevo periodismo el autor
toma protagonismo, forma parte de la historia, actúa e interviene. El “Yo” no es pecado
tácito porque la arrogancia sopesa con la rigurosidad del compromiso.
Además, el nuevo periodismo va más allá, ve más allá. Indaga el subconsciente del
personaje, indaga sus gustos, sus aspiraciones, sus deseos. Pero cómo indagar allí
donde la mente de uno no logra penetrar: la mente del otro. Pues allí es donde entra en
juego la novela, la literatura. No es invento, es intuición puesta en juego y con firma.
En todo aquello en lo que el periodismo no logra penetrar, la literatura aporta “las
herramientas” para sumergirse. Con adornos, con giros, con metáforas y descripciones
atrapantes, el nuevo periodismo al ser leído, deja una sensación de placer y de
satisfacción por lo estético, pero también de incertidumbre: ¿Esto pasa realmente?
Allí es donde cabe hacer la contextualización: poner al nuevo periodismo y a los años '60
-fines de los '50- en su lugar. Y ese lugar es el de la revolución de todo. Desde la moda, la
música, las palabras, los diseños, las interpretaciones, las ideologías, la política, todo se
puso en duda, se cuestionó, se re-evolucionó. En distintas partes del mundo, con
diferentes disparadores.
Vale señalar que a Capote, la rebeldía la despertó su propio ego y arrogancia: él creía y
estaba convencido de que podía hacer algo más allá de lo ya hecho. Y vaya si lo hizo. En
Walsh, mientras, el disparador fue la culpa, el “insulto” como lo describe él en los primeros
párrafos de su obra que, en definitiva, fue la reivindicación política de los sucesos que
describió.
Sin embargo, ninguno de los dos fue nuevo periodismo puro y categórico como hoy se lo
entiende y se pregona. Capote escribió una novela de no ficción y Walsh una crónica
“increíble”.
El nuevo periodismo pretende ser el híbrido que permite a los periodistas llamarse
escritores, como si por algún momento no lo hayan sido. Tan enclaustrados estaban los
artistas de las letras por un lado y los trabajadores de las letras por el otro que
seguramente en un momento la discordia se iba a presentar.
Lo de Capote fue metódico, planificado, sesudamente perfeccionado, no solo porque
Capote era un extravagante sino porque estaba escribiendo una novela. Una novela
extraordinaria, sí, pero que tenía como fin cambiar el mundo literario. A sangre fría es un
manifiesto artístico, fundacional de una nueva forma no solo de escribir, sino de
comprometerse con la escritura.
Pero Walsh, mucho antes, había incurrido en esto de “novelar” la noticia, pero con el
fulgor del periodismo. Las crónicas de Walsh, luego hiladas en un libro, fueron hechas
para ser noticia, para generar cambios, para salir al combate en un mundo injusto, un
mundo real, como lo hace -o debe hacerlo- el periodismo día a día. Y Walsh le aportó a
ese realismo una cuota de adorno, de calidad en la pluma que dejó picando esa pelotita
de la molestia, la incomodidad en la moral, una cachetada a la indiferencia. Operación
Masacre es un manifiesto político.
Con este basamento, con esta valentía de hacer lo que otros no hicieron, la rebeldía
discurrió sola, por la literatura y por el periodismo, dos claustros simplonamente
separados. Los periodistas, considerados hasta entonces literatos inferiores, comenzaron
a notar el valor de la estética, del calor en las palabras. No es lo mismo la crónica fría de
un hecho policial por ejemplo, que la crónica literaria caliente, comprometida con lo que
describe y asegura y comprometida así con el mundo, con cambiar el mundo.
Por lo tanto, hablar de nuevo periodismo como un género, como una categoría o forma
literaria, es perder el tiempo. Porque el nuevo periodismo va más allá de una estructura
-es más, es una desestructura- o de cumplir con ciertos requisitos; es la actitud del autor
frente al papel y su compromiso con el mundo en el que vive, al que observa y del que es
observado.




1- El nuevo periodismo (1973), Tom Wolfe, por Editorial Anagrama, Barcelona (1976), traducción de José
Luis Guarner. Página 38
2- Op. Cit.

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  • 1. Universidad Nacional del Nordeste Facultad de Humanidades Licenciatura en Comunicación Social Cátedra de Teoría y Técnica del Periodismo Audiovisual II Titular: Roberto Satina Adjunta: Rocío Navarro Trabajo Práctico Nº 8: Nuevo periodismo. Estudiante: Diego Petruszynski Nº de órden: 43 Es sólo una cuestión de actitud El nuevo periodismo no es un género ni un estilo. Es, en todo caso, una etiqueta, que pretende calificar a todo aquello que no es ni viejo, ni periodismo. El nuevo periodismo como género no existe, sencillamente porque las categorizaciones que se hacen de literario por un lado, noticioso por el otro, en él se diluyen. Es tanto crónica, como cuento, como diario íntimo, como poesía en prosa. Es una mixtura de estilos, como la vida misma; es ante todo una actitud para contar algo. Cuesta precisar cuándo surgió, cuándo se manifestó, cuál fue la piedra fundamental de esta rebelde forma de expresarse a través de las letras. Cuesta no porque no haya precisiones acerca de las primera publicación, del primer autor; cuesta precisamente porque no hay precisiones acerca de qué es el nuevo periodismo. Más allá de ello, a la distancia, la pugna que en muchos ámbitos del periodismo académico se da es entre dos autores, y dos obras, que se parecen en ciertas concepciones en cuanto al uso de la palabra, pero que difieren radicalmente en otros. Para los argentinos, y hasta para muchos hispanoparlantes, Rodolfo Walsh inauguró el pseudogénero del nuevo periodismo con su serie de crónicas Operación Masacre, publicada en 1958. Mientras, para los estadounidenses y angloparlantes (por lo tanto, la versión hegemónica), cita a Truman Capote con A sangre fría, como la irrupción de la literatura, tan libre y tan “artística”, en el la trinchera de la lucha diaria del periodismo. Vale decir que las intenciones, en ambos casos, eran distintas, pero los efectos y las repercusiones de ambas obras fueron similares: ocasionaron una revolución en las letras
  • 2. de todos los calibres. Capote, como periodista, fue quizás uno de los más grandes escritores de la profesión. En tanto Walsh, a la inversa: como escritor, se transformó en ícono del periodismo. Pero lo que une a estos dos hombres de letras es sin dudas la rebeldía, la búsqueda y la perseverancia de hacer algo distinto, de fugarse por las aristas de una estructura rígida, de los cánones y por qué no de los cajones de los géneros literarios y periodísticos del momento: la novela, la crónica, la noticia, el cuento. Y a esa rebeldía, a esa inconsistencia teórica, a ese pragmatismo puro y libertario, los “expertos” han denominado Nuevo Periodismo. Le pusieron “nuevo”, aunque este término no sea del agrado de todos. El periodista y escritor -prestigioso en ambos fueros- estadounidense Tom Wolfe señala en su ensayo El nuevo periodismo (1973) que “Todo movimiento, grupo, partido, programa, filosofía o teoría que pretenda ser 'Nuevo' no hace más que pedir guerra” 1, y añade que este pseudogénero “No era un 'movimiento'. Carecía de manifiestos, clubs, salones, camarillas: ni siquiera disponia de un café donde se reunieran los fieles, desde el momento en que no existía credo ni fe”2. Claro, es que el nuevo periodismo fue una “etiqueta”, como bien lo define Wolfe, que se le agregó después a esas rarezas literarias, a esas incongruencias periodísticas, híbridos de realidad objetiva y adornos ficcionales que comenzaron a aparecer con mayor frecuencia en los periódicos a partir de los años '60. ¿Qué tienen de periodismo? Pues que son noticias. El nuevo periodismo se basa en hechos reales, en hechos noticiosos, en sucesos que ocurren de verdad y que pueden salir en los diarios como una crónica, una nota breve o como un artículo de interpretación. ¿Pero qué tiene de diferente? Que el nuevo periodismo no se queda en el qué, cómo, cuándo y dónde, ni mucho más el por qué y el para qué; preguntas clásicas con las que se vienen construyendo las noticias desde hace siglos. En el nuevo periodismo el autor toma protagonismo, forma parte de la historia, actúa e interviene. El “Yo” no es pecado tácito porque la arrogancia sopesa con la rigurosidad del compromiso. Además, el nuevo periodismo va más allá, ve más allá. Indaga el subconsciente del personaje, indaga sus gustos, sus aspiraciones, sus deseos. Pero cómo indagar allí donde la mente de uno no logra penetrar: la mente del otro. Pues allí es donde entra en juego la novela, la literatura. No es invento, es intuición puesta en juego y con firma. En todo aquello en lo que el periodismo no logra penetrar, la literatura aporta “las herramientas” para sumergirse. Con adornos, con giros, con metáforas y descripciones
  • 3. atrapantes, el nuevo periodismo al ser leído, deja una sensación de placer y de satisfacción por lo estético, pero también de incertidumbre: ¿Esto pasa realmente? Allí es donde cabe hacer la contextualización: poner al nuevo periodismo y a los años '60 -fines de los '50- en su lugar. Y ese lugar es el de la revolución de todo. Desde la moda, la música, las palabras, los diseños, las interpretaciones, las ideologías, la política, todo se puso en duda, se cuestionó, se re-evolucionó. En distintas partes del mundo, con diferentes disparadores. Vale señalar que a Capote, la rebeldía la despertó su propio ego y arrogancia: él creía y estaba convencido de que podía hacer algo más allá de lo ya hecho. Y vaya si lo hizo. En Walsh, mientras, el disparador fue la culpa, el “insulto” como lo describe él en los primeros párrafos de su obra que, en definitiva, fue la reivindicación política de los sucesos que describió. Sin embargo, ninguno de los dos fue nuevo periodismo puro y categórico como hoy se lo entiende y se pregona. Capote escribió una novela de no ficción y Walsh una crónica “increíble”. El nuevo periodismo pretende ser el híbrido que permite a los periodistas llamarse escritores, como si por algún momento no lo hayan sido. Tan enclaustrados estaban los artistas de las letras por un lado y los trabajadores de las letras por el otro que seguramente en un momento la discordia se iba a presentar. Lo de Capote fue metódico, planificado, sesudamente perfeccionado, no solo porque Capote era un extravagante sino porque estaba escribiendo una novela. Una novela extraordinaria, sí, pero que tenía como fin cambiar el mundo literario. A sangre fría es un manifiesto artístico, fundacional de una nueva forma no solo de escribir, sino de comprometerse con la escritura. Pero Walsh, mucho antes, había incurrido en esto de “novelar” la noticia, pero con el fulgor del periodismo. Las crónicas de Walsh, luego hiladas en un libro, fueron hechas para ser noticia, para generar cambios, para salir al combate en un mundo injusto, un mundo real, como lo hace -o debe hacerlo- el periodismo día a día. Y Walsh le aportó a ese realismo una cuota de adorno, de calidad en la pluma que dejó picando esa pelotita de la molestia, la incomodidad en la moral, una cachetada a la indiferencia. Operación Masacre es un manifiesto político. Con este basamento, con esta valentía de hacer lo que otros no hicieron, la rebeldía discurrió sola, por la literatura y por el periodismo, dos claustros simplonamente separados. Los periodistas, considerados hasta entonces literatos inferiores, comenzaron
  • 4. a notar el valor de la estética, del calor en las palabras. No es lo mismo la crónica fría de un hecho policial por ejemplo, que la crónica literaria caliente, comprometida con lo que describe y asegura y comprometida así con el mundo, con cambiar el mundo. Por lo tanto, hablar de nuevo periodismo como un género, como una categoría o forma literaria, es perder el tiempo. Porque el nuevo periodismo va más allá de una estructura -es más, es una desestructura- o de cumplir con ciertos requisitos; es la actitud del autor frente al papel y su compromiso con el mundo en el que vive, al que observa y del que es observado. 1- El nuevo periodismo (1973), Tom Wolfe, por Editorial Anagrama, Barcelona (1976), traducción de José Luis Guarner. Página 38 2- Op. Cit.