CÓMO MEJORAR LA AUTOESTIMA
Introducción
¿Cómo desarrollamos la autoestima? ¿Cómo rompemos el ciclo
de las conductas autodestructivas generadas por una autoestima
deficiente? Estas son las preguntas a las que responde Nathaniel
Branden en esta síntesis de todas sus obras, como especialista de
renombre mundial en la cuestión crucial de la autoestima.
Esto no es una prolongación de la teoría de la autoestima, sinouna ampliación
de su práctica. Su tema básico son las acciones, tanto mentales como físicas,
que promueven o erosionan la autoestima.
Las estrategias para la construcción de la autoestima que se recomiendan en
las páginas siguientes han sido minuciosamente ensayadas con miles de
pacientes, a lo largo de las tres décadas en que Branden ha practicado la
psicoterapia.

La importancia de la autoestima
El modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta
virtualmente en forma decisiva todos los aspectos de nuestra experiencia,
desde la manera en que funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta
nuestro proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en
la vida. Nuestras respuestas ante los acontecimientos dependen de quién y
qué pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son los reflejos de la
visión íntima que poseemos de nosotros mismos. Por lo tanto, la autoestima es
la clave del éxito o del fracaso.
También es la clave para comprendernos y comprender a los demás.
Aparte de los problemas de origen biológico, no conozco una sola
dificultad psicológica -desde la angustia y la depresión, el miedo a la
intimidad o al éxito, el abuso del alcohol o de las drogas, el bajo
rendimiento en el estudio o en el trabajo, hasta los malos tratos a las
mujeres o a la violación de menores, las disfunciones sexuales o la
inmadurez emocional, pasando por el suicidio o los crímenes violentosque no sea atribuible a una autoestima deficiente. De todos los juicios a que
nos sometemos, ninguno es tan importante como el nuestro propio. La
autoestima positiva es el requisito fundamental para una vida plena.
Veamos qué es la autoestima. Tiene dos componentes: un sentimiento de
capacidad personal y un sentimiento de valía personal. En otras palabras, la
autoestima es la suma de la confianza y el respeto por uno mismo. Refleja el
juicio implícito que cada uno hace de su habilidad para enfrentar los desafíos
de la vida (para comprender y superar los problemas) y de su derecho a ser
feliz (respetar y defender sus intereses y necesidades).
Tener una alta autoestima es sentirse confiadamente apto para la vida, es
decir, capaz y valioso, en el sentido que acabo de indicar. Tener una
autoestima baja es sentirse inútil para la vida; equivocado, no con respecto a
tal o cual asunto, sino equivocado como persona. Tener un termino medio de
autoestima es fluctuar entre sentirse apto e inútil, acertado
y equivocado como persona, y manifestar estas incoherencias en la conducta
-actuar a veces con sensatez, a veces tontamente-, reforzando, así, la
inseguridad.
La capacidad de desarrollar una confianza y un respeto saludables por
nosotros mismos es inherente a nuestra naturaleza, ya que la capacidad de
pensar es la fuente básica de nuestra idoneidad, y el hecho de que estemos
vivos es la fuente básica de nuestro derecho a esforzarnos por conseguir
felicidad. Idealmente, todo el mundo debería disfrutar de un alto nivel de
autoestima, experimentando tanto una fe intelectual en sí mismo como una
fuerte sensación de que merecemos ser felices. Por desgracia, sin embargo,
hay mucha gente a la que esto no le ocurre. Numerosas personas padecen
sentimientos de inutilidad, inseguridad, dudas sobre si mismas, culpa y miedo a
participar plenamente en la vida, una vaga sensación de que "lo que soy no es
suficiente". No siempre estos sentimientos se reconocen y admiten con
facilidad, pero ahí están.
En el proceso del desarrollo, y en el proceso de la vida en sí, nos resulta
sumamente fácil apartarnos de un concepto positivo de nosotros mismos, o no
llegar a formarlo nunca. Tal vez no podamos jamás estar satisfechos con
nosotros mismos a causa de la aportación negativa de los demás, o porque
hemos fallado a nuestra propia honestidad, integridad, responsabilidad y
autoafirmación, o porque hemos juzgado nuestras acciones con una
comprensión y una compasión inadecuadas.
Sin embargo, la autoestima es siempre una cuestión de grado. Nunca he
conocido a nadie que careciera por completo de autoestima positiva, ni
tampoco he conocido a nadie que no fuera capaz de desarrollar su autoestima.
Desarrollar la autoestima es desarrollar la convicción de que uno es
competente para vivir y merece la felicidad, y por lo tanto enfrentar a la vida
con mayor confianza., benevolencia y optimismo, los cuales nos ayudan a
alcanzar nuestras metas y experimentar la plenitud. Desarrollar la autoestima
es ampliar nuestra capacidad de ser felices.
Si comprendemos esto, podemos apreciar que el hecho de cultivar la
autoestima nos interesa a todos. No es necesario llegar a odiarnos para poder
aprender a querernos más; no tenemos que sentirnos inferiores para desear
tenernos más confianza. No hemos de sentirnos infelices para desear ampliar
nuestra capacidad de alegría.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mejor preparados estaremos para
afrontar las adversidades; cuanto más flexibles seamos, más resistiremos la
presiones que nos hacen sucumbir a la desesperación o a la derrota.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más posibilidades de ser creativos en
nuestro trabajo, lo que significa que también tendremos más posibilidades de
lograr el éxito.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mças ambiciosos tenderemos a ser,
no necesariamente en nuestra carrera o profesión o en un sentido económico,
sino en términos de lo que esperamos experimentar en la vida en el plano
emocional, creativo y espiritual.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más posibilidades tendremos de
entablar relaciones enriquecedores y no destructivas, ya que lo semejante se
atrae entre sí, la salud llama a la salud, y la vitalidad y la generosidad de ánimo
son más apetecibles que el vacío afectivo y la tendencia a aprovecharse de los
demás.
Cuanto más alta es nuestra autoestima, más inclinados estaremos a tratar a
los demás con respeto, benevolencia y buena voluntad, ya que no los
percibiremos como amenaza, no nos sentiremos "extraños y asustados en un
mundo que nunca hicimos" (citando el poema de A. E. Housman), y porque el
respeto por uno mismo es la base del respeto por los demás.

Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más alegría
experimentaremos por el solo hecho de ser, de despertarnos por la
mañana, de vivir dentro de nuestros cuerpos.
Estas son las recompensas de la confianza y el respeto por nosotros mismos.
En Honoring the Self he analizado con detalle por quçe existen tales
correlaciones; pero creo que está claro que si deseamos ampliar nuestras
posibilidades positivas y, por lo tanto transformar la calidad de nuestra
existencia, debemos empezar por desarrollar nuestra autoestima. Examinemos
más profundamente el significado de la autoestima.
La autoestima, en cualquier nivel, es una experiencia intima; reside en el
núcleo de nuestro ser. Es lo que yo pienso y siento sobre mí mismo, no lo que
otros piensan o sienten sobre mí.
Cuando somos niños, los adultos pueden alimentar o minar la confianza y el
respeto por nosotros mismos, según que nos respeten, nos amen, nos valoren
y nos alienten a tener fe en nosotros mismos, o no lo hagan. Pero aun en
nuestros primeros años de vida nuestras propias elecciones y decisiones
desempeñan un papel crucial en el nivel de autoestima que a la larga
desarrollemos. Estamos lejos de ser meros receptáculos pasivos de las
opiniones que los demás tengan de nosotros. Y de todos modos, cualquiera
que haya sido nuestra educación, como adultos la cuestión está en nuestras
manos.
Nadie puede respirar por nosotros, nadie puede pensar por nosotros, nadie
puede imponernos la fe y el amor por nosotros mismos.
Puedo ser amado por mi familia, mi pareja y mis amigos, y sin embargo no
amarme a mí mismo. Puedo ser admirado por mis socios y considerar no
obstante que carezco de valores. Puedo proyectar una imagen de seguridad y
aplomo que engañe a todo el mundo, y temblar secretamente porque me siento
inútil.
Puedo satisfacer las expectativas de los demás y no las mías; puedo obtener
altos honores y sin embargo sentir que no he logrado nada; puedo ser adorado
por millones de personas pero despertar cada mañana con una deprimente
sensación de fraude y vacío.
Alcanzar el "éxito" sin alcanzar una autoestima positiva es estar condenado a
sentirse como un impostor que espera con angustia que lo descubran.
Así como el aplauso de los otros no genera nuestra autoestima, tampoco
lo hacen el conocimiento, ni la destreza, ni las posesiones materiales, ni
el matrimonio, ni la paternidad o maternidad, ni las obras de beneficencia,
ni las conquistas sexuales, ni las cirugías estéticas. A veces estas cosas
pueden hacernos sentir mejor con respecto a nosotros mismos por un
tiempo, o más cómodos en determinadas situaciones; pero comodidad no
es autoestima.
Lo trágico es que la mayoría de las personas buscan la auto confianza y el auto
respeto en todas partes menos dentro de sí mismas, y por ello fracasan en su
búsqueda. Veremos que la autoestima positiva se comprende mejor como una
suerte de logro espiritual, es decir, como una victoria en la evolución de la
conciencia. Cuando comenzamos a concebirla de este modo, como un estado
de conciencia, descubrimos la necedad de creer que solo con lograr que los
demás se formen una impresión positiva por parte de nosotros mismos.
Dejaremos de decirnos: si pudiera lograr otro ascenso; si pudiera ser esposa y
madre; si pudiera ser considerado un buen padre; si pudiera comprarme un
coche más grande; si pudiera escribir otro libro, adquirir otra empresa, tener un
nuevo amante, recibir otro premio, lograr un reconocimiento más de mi
"abnegación"... entonces me sentiría realmente en paz conmigo mismo. Nos
daremos cuenta de que, puesto que la búsqueda es irracional, ese anhelo por
"algo más" existirá siempre.
Si la autoestima es el juicio de que soy pato para la vida, la experiencia de mi
propia capacidad y valía; si la autoestima es una conciencia autoafirmadora,
una mente que confía en si misma, nadie puede generar esta experiencia,
salvo uno mismo.
Cuando apreciamos la verdadera naturaleza de la autoestima, vemos que no
es competitiva ni comparativa.
La verdadera autoestima no se expresa por la auto glorificación a expensas de
los demás, o por el afán de ser superior a los otros o de rebajarlos para
elevarse uno mismo. La arrogancia, la jactancia y la sobrevaloración de
nuestras capacidades reflejan más bien una autoestima equivocada y no,
como imaginan algunos, un exceso de autoestima.
El estado de una persona que no está en guerra ni consigo misma ni con los
demás, es una de las características más significativas de una autoestima
sana.
La importancia de una autoestima sana reside en el hecho de que es la base
de nuestra capacidad para responder de manera activa y positiva a las
oportunidades que se nos presentan en el trabajo, en el amor y en la diversión.
Es también la base de esa serenidad de espíritu que hace posible disfrutar de
la vida.

El concepto de sí mismo como destino
El concepto que cada uno de nosotros tiene de si mismo consiste en quién y
qué pensamos que somos consciente y subconscientemente: nuestros rasgos
físicos y psicológicos, nuestras cualidades y nuestros defectos y, por encima de
todo, nuestra autoestima. La autoestima es el componente evaluativo del
concepto de sí mismo.

Ese concepto modela nuestro destino; es decir que la visión más
profunda que tenemos de nosotros mismos influye sobre todas
nuestras elecciones y decisiones más significativas y, por ende,
modela el tipo de vida que nos creamos.
Vivir conscientemente
Hay dos palabras que describen inmejorablemente lo que podemos hacer para
aumentar nuestra autoestima, es decir, para generar más confianza en
nosotros mismos y respetarnos más. Estas son: vivir conscientemente. El
problema es que esta frase quizá resulte demasiado abstracta para algunas
personas; no se traduce de manera auto evidente en una acción mental y/o
física. Y si deseamos crecer, necesitamos saber qué hacer. Necesitamos
aprender nuevas conductas. De modo que debemos preguntar: si tratáramos
de vivir más conscientemente ¿cómo y en que aspectos actuaríamos de
manera diferente?
La mente es nuestro medio de supervivencia fundamental. Todos nuestros
logros específicamente humanos son el reflejo de nuestra capacidad de
pensar. Una vida llena de éxitos depende del uso adecuado de la inteligencia,
es decir, adecuada a las tareas y objetivos que nos proponemos y a los
desafíos con que nos enfrentamos. Este es el hecho biológico central de
nuestra existencia.
Pero el uso adecuado de nuestra conciencia no es automático; más bien, es
una elección. Tenemos libertad de obrar en pro de la ampliación o la limitación
de la conciencia. Podemos aspirar a ver más o a ver menos. Podemos desear
saber o no saber. Podemos luchar para obtener claridad o confusión. Podemos
vivir conscientemente, o semiconscientemente, o (para casi todos los fines
prácticos) inconscientemente. Éste es, en definitiva, el significado del libre
albedrío.
Si nuestra vida y nuestro bienestar dependen del uso adecuado de la
conciencia, la importancia que le otorguemos a la visión, prefiriéndola a la
ceguera, es el componente más importante de nuestra auto confianza y nuestro
autor respeto. Será difícil que podamos sentirnos competentes en la vida si
vagamos (en el trabajo, en el matrimonio o en la relación con los hijos) en
medio de una niebla mental autoprovocada. Si traicionamos nuestro medio
fundamental de supervivencia tratando de existir de forma irreflexiva, la
impresión que nos formamos de nuestros propios méritos queda perjudicada en
la misma medida, con independencia de la aprobación o desaprobación de los
demás. Nosotros conocemos nuestros defectos, los conozcan o no los otros.
La autoestima es la reputación que adquirimos con respecto a nosotros
mismos.

Mil veces por día debemos elegir el nivel de conciencia en el cual
funcionaremos. Mil veces por día debemos elegir entre pensar
y no pensar. Gradualmente, con el tiempo, adquirimos una
noción de la clase de persona que somos, según cuales sean
las elecciones que hagamos, la racionalidad y la integridad
que mostremos. Esa es la reputación a la que me refiero.
Cuanto más inteligentes somos, mayor es nuestra capacidad de conocimiento,
pero el principio de vivir conscientemente sigue siendo el mismo, sea cual fuere
el nivel de inteligencia. Vivir conscientemente significa conocer todo lo que
afecta a nuestras acciones, objetivos, valores y metas, y comportarnos de
acuerdo con aquello que vemos y sabemos.
En cualquier situación, vivir conscientemente significa generar un estado
mental adecuado a la tarea que se realiza. Conducir un coche, hacer el amor,
escribir la lista de la compra, estudiar un balance, meditar, todo ello requiere
estados mentales diferentes, distintos tipos de procesos psíquicos. En lo
referente a cuestiones de funcionamiento mental, el contexto determina qué es
lo adecuado. Vivir conscientemente significa hacerse responsable del
conocimiento adecuado a la acción que estamos efectuando. Esto, sobre todo,
es el fundamente de la autoconfianza y el autorrepesto.
La autoestima, pues, depende, no de las características con las que nacemos,
sino del modo en que usemos nuestra conciencia, de las elecciones que
hagamos con respecto al conocimiento, la honestidad de nuestra relación con
la realidad y el nivel de nuestra integridad. Una persona de gran inteligencia y
gran autoestima no se sentirá más adecuada a la vida o másmerecedora de
felicidad que otra persona con gran autoestima y una inteligencia modesta.
Vivir conscientemente implica respeto por los hechos de la realidad -los hechos
de nuestro mundo interior así como los del mundo exterior-, en contraste con
una actitud equivalente a decir:"Si yo no quiero verlo o considerarlo, esto
no existe". Vivir conscientemente es vivir responsablemente para con la
realidad. Lo cual no significa que tenga que gustarnos lo que vemos, sino que
debemos reconocer lo que es y lo que no es, y que los deseos o los miedos o
los rechazos no alteran los hechos.
Al considerar los ejemplos precedentes, analice los resultados que implica el
hecho de vivir conscientemente, en contraposición a los que produce el vivir
inconscientemente:
Pensar, aunque resulte difícil, contra no pensar.
El conocimiento, aun cuando sea un desafío, contra el desconocimiento.

La claridad, se obtenga o no con facilidad, contra la oscuridad
o la vaguedad.
El respeto por la realidad, ya sea agradable o dolorosa, contra
la huida de la realidad.
El respeto por la verdad contra el rechazo de la verdad.
La independencia contra la dependencia.
La actitud contra la actitud pasiva.
La voluntad de correr riesgos adecuados, aunque despierten
miedo, contra la falta de voluntad.
La honestidad con uno mismo contra la deshonestidad.
Vivir en el presente y de acuerdo con él, contra replegarse en la
fantasía.
Enfrentarse a uno mismo contra evitarse a uno mismo.
La voluntad de ver y corregir
perseverancia en el error.

los errores,

contra

la

La razón contra el irracionalismo.
Uno de los puntos más importantes del vivir conscientemente es la
independencia intelectual. Una persona no puede pensar a través
de la mente de otra. Podemos aprender de los demás, pero el
verdadero conocimiento implica comprensión, y no se trata de la
mera repetición o imitación. Tenemos dos alternativas: ejercitar
nuestra propia mente, o delegar en otros la responsabilidad del
conocimiento y la evaluación y aceptar sus veredictos de manera
más o menos incondicional.
Por supuesto, a veces los demás influyen en nosotros de modos
que no reconocemos; pero esto no altera el hecho de que existe
una distinción entre los que tratan de comprender las cosas por si
mismos, y los que no lo hacen. Lo decisivo a este respecto es
nuestra intención, nuestra meta. Como política general, ¿intenta
usted pensar por sí mismo? ¿Es esa su orientación básica?
Hablar de "pensar de forma independiente" es útil porque la redundancia tiene
valor en términos de énfasis. A menudo la gente llama "pensar" al mero
reciclaje de las opiniones ajenas, no al verdadero pensamiento. Pensar con
independencia -sobre nuestro trabajo, nuestras relaciones, los valores que
guiaran nuestra vida- es parte de lo que se quiere decir con "vivir
conscientemente".
La independencia es una virtud de la autoestima.
Al repasar los casos citados, tal vez usted desee preguntar: ¿acaso la gente
que vive conscientemente no tiene, ya, una buena autoestima, y la que vive
conscientemente carece de ella? ¿cómo puede, entonces, el vivir
conscientemente ser la base de la autoestima?
Nos encontramos aquí con lo que llamo el principio de la causalidad
reciproca. Con ella quiero decir que las conductas que generan una buena
autoestima son también expresiones de una buena autoestima, y las conductas
que son expresiones de una buena autoestima son también generadoras de
una buena autoestima. Vivir conscientemente es a la vez causa y efecto de la
autoconfianza y el autorrespeto.
Cuanto más conscientemente vivo, más fe tengo en mi mente y más respeto mi
valor. Cuanto más fe tengo en mi mente y más respeto a mi valor, más natural
me resulta vivir conscientemente. Esta misma relación existe entre todas las
conductas que sirven de apoyo a la autoestima.
¿Puede usted aislar las áreas de su vida en la que obra con mayor conciencia?
Empleando como guía el material de esta sección, escriba dos listas. Es un
excelente modo de profundizar su comprensión de que significa para usted vivir
conscientemente.
Ahora supongamos que usted identifica tres áreas en las cuales reconoce
que su nivel medio de conciencia es mucho menor que lo que debería ser.
Trate de ver por qué le resulta difícil lograr en estas áreas un alto nivel de
conciencia. Luego, para cada una de esas áreas, escriba: "La dificultad de
permanecer plenamente consciente en esto reside en...", yluego, lo más
rápido posible, sin censurarse o "pensar", complete la oración empleando
de seis a diez terminaciones diferentes. Luego haga lo mismo con: "Lo
bueno de ser plenamente consciente en esto es..."; luego siga con: "Si yo
permaneciera plenamente consciente en esto...". Es probable que haga
algunos descubrimientos esclarecedores. Ya con el solo hecho de efectuar este
ejercicio, vivirá usted más conscientemente.
Por ultimo, reflexione un poco sobre el día de mañana, y sobre los próximos
siete días de su vida. Considere cómo puede aplicar estas ideas a sus
intereses diarios. Si, por ejemplo, decide ser más consciente en su trabajo,
¿qué es lo que podría hacer e manera diferente? Si elige ser más consciente
en una o más de sus relaciones afectivas, ¿qué cambiaria en su conducta? Si
desea desarrollar su confianza y respeto por sí mismo, comience ahora.
Identifique tres nuevas conductas dentro del ámbito de su trabajo y de sus
relaciones, respectivamente, en las que pueda practicar esta semana... y
comprométase a experimentarlas.
Y siga trabajando durante los próximos siete días, y las siguientes, para ampliar
más su conciencia, paso a paso. En lo que concierne a elevar la autoestima, no
evolucionamos a pasos de gigantes, sino comprometiéndonos en la acción a
avanzar poco a poco, paso tras paso, inflexiblemente, hacia un horizonte en
constante expansión.
No es que no puedan ocurrir adelantos y transformaciones extraordinarios Esto
puede suceder, pero no a aquellos que esperan con una actitud de vacía
pasividad. Debemos actuar, y debemos comenzar a partir del punto en que nos
hallamos. Un pequeño movimiento en dirección a una conciencia más elevada
abre la puerta a otro, y a otro. No importa en qué punto empecemos; sólo
importa que asumamos la responsabilidad de empezar.

Aprender a aceptarse
Si la esencia de vivir conscientemente es el respeto por los hechos y la
realidad, la autoaceptación es la prueba definitiva. Cuando los hechos que
debemos afrontar tienen que ver con nosotros mismos, vivir conscientemente
puede volverse muy difícil. Aquí es donde entra en juego el desafío de la
autoaceptación.
La autoaceptación pide que enfoquemos nuestra experiencia con una actitud
que vuelva irrelevantes los conceptos de aprobación y desaprobación: el deseo
de ver, de saber, de conocer.
Ahora bien, aceptarnos a nosotros mismos no significa carecer del afán de
cambiar, mejorar o evolucionar. Lo cierto es que la autoaceptación es la
condición previa del cambio. Si aceptamos lo que sentimos y lo que somos, en
cualquier momento de nuestra existencia, podemos permitirnos ser plenamente
conscientes de la naturaleza de nuestras elecciones y acciones, y nuestro
desarrollo no se bloquea.
Comencemos por un ejemplo simple. Póngase frente a un espejo que
abarque toda su figura y mírese la cara y el cuerpo. Preste atención a sus
sentimientos mientras lo hace. Quizá algunas partes de lo que vea le
gustaran más que otras. Si es usted como la mayoría de la gente, algunas
partes de su cuerpo le resultarán más difíciles de observar detenidamente,
porque lo perturban o le disgustan. Tal vez vea en su rostro un dolor que no
desea afrontar; tal vez exista algún aspecto de su cuerpo que le desagrada
tanto que le cueste mucho mantener sus ojos fijos en él; tal vez vea indicios de
su edad, y no pueda soportar los pensamientos y emociones que esos indicios
le despiertan. De modo que se siente impulsado a escapar -a huir de la
conciencia- a rechazar, negar, olvidarse de ciertos aspectos de usted misma/o.
Pero siga mirando su imagen en el espejo unos instantes más, e intente
decirse a usted misma/o: "Sean cuales fueren mis defectos o
imperfecciones, me acepto a mí misma/o sin reservas y por completo".
Siga contemplándose, respire hondo, y repita esa frase una y otra vez durante
uno o dos minutos, sin acelerar el proceso sino, más bien, permitiéndose
experimentar plenamente el significado de sus palabras. Quizás se descubra
protestando: "Pero hay algunas partes de mi cuerpo que no me gustan:
¿cómo puedo entonces aceptarlas sin reservas y por completo?"
Recuerde: "aceptar" no significa necesariamente "gustar"; "aceptar" no significa
que no podamos imaginar o desear cambios o mejoras. Significa experimentar,
sin negación ni rechazo, que un hecho es un hecho; en este caso, significa
aceptar que la cara y el cuerpo que ve en el espejo son su cara y su cuerpo, y
que son como son. Si insiste, si se rinde a la realidad, si se rinde al
conocimiento (que es lo que es, en definitiva, significa "aceptar"), advertirá que
ha comenzado a relajarse un poco, y tal vez se sienta más cómodo/a con usted
misma/o, y más real.
Aunque no le guste o no le cause placer todo lo que vea cuando se mira al
espejo, aun podrá decir: "Ese soy yo, en este momento. Y no lo niego. Lo
acepto". Eso es respeto por la realidad.

Practique este ejercicio durante dos minutos todas las mañanas, y al
poco tiempo comenzará a experimentar la relación entre la
autoaceptación y la autoestima: una mente que honra a la vista se
honra a si misma.
Y también hará otro descubrimiento importante: no solo mantendrá
una relación más armoniosa consigo mismo, no sólo desarrollará su
autoconfianza y su autorrespeto, sino que, si existen aspectos de su
sí-misma/o que no le gustan, y tiene posibilidades de cambiar, se
hallará más animado/a para realizar esos cambios, una vez que haya
aceptado los hechos tal como son ahora. No nos sentimos inclinados
a cambiar aquellas cosas cuya realidad negamos.
Nuestra autoestima no depende de nuestro atractivo físico, como
imaginan algunos con ingenuidad. Pero nuestra voluntad o falta de
voluntad para vernos y aceptarnos sí tiene consecuencias en nuestra
autoestima. Nuestra actitud hacia la persona que vemos en el espejo
es sólo un ejemplo dentro del tema de la autoaceptación.
Consideremos algunos otros.
Supongamos que usted debe ofrecer una charla a un grupo de
personas y tiene miedo. O que va a entrar en una fiesta en la que
conoce a muy poca gente, y se siente inseguro o tímido. Se halla
angustiado y trata de combatir su ansiedad como hace la mayoría:
tensando el cuerpo, conteniendo la respiración y diciéndose "No
tengas miedo" (o "No seas tímido"). Esta estrategia no funciona;
en realidad, le hará sentir peor. Ahora su cuerpo envía a su cerebro
las señales de una alerta de emergencia, las señales del peligro, a las
cuales usted responderá típicamente "combatiendo" su inquietud de
manera aun más feroz, con tensión, con privación de oxigeno, y quizá
con irritación y autorreproches. Usted está en guerra consigo misma/o,
y nunca aprendió que existe una estrategia alternativa mucho más
eficaz. Se trata de la estrategia de la autoaceptación.
En ella, usted no combate la sensación de angustia, sino que se
sumerge en ella, la acepta. Quizás usted se diga: "Hombre, tengo
miedo", y luego respire larga, lenta, profundamente. Se concentra en
una respiración suave y profunda, aunque al principio le cueste y tal
vez le resulte difícil durante unos minutos; usted persevera, y observa
su miedo, se convierte en testigo, sin identificarse con él, sin permitirle
que lo defina.
"Si tengo miedo, tengo miedo... pero eso no es motivo para
volverme inconsciente. Continuare usando mis ojos. Continuare
viendo."
Puede incluso "hablar" con su miedo, invitándolo a que le diga la peor
cosa imaginable que pueda ocurrir, de modo que usted pueda
afrontarla y también aceptarla (ésta es una estrategia que tiende a
apartarlo de fantasías autoatormentadoras e introducirlo en la realidad,
mucho más benévola). Quizás se entere de cuándo y cómo comenzó
ese miedo en usted. Quizás aprecie más profundamente que no tiene
fundamento y que es, en realidad, una respuesta obsoleta sin
relevancia real en el presente. Quizás su miedo no desaparezca en
todas las ocasiones -a veces lo hará, a veces sólo disminuirá-, pero
usted se sentirá relativamente más relajado y más libre de actuar con
eficacia.
Siempre somos más fuertes cuando no tratamos de combatir la
realidad. No podemos hacer desaparecer nuestro miedo gritándole, o
gritándonos a nosotros mismos, o haciéndonos objeto de reproches.
Si en cambio podemos abrirnos a lo que experimentamos, permanecer
conscientes y recordar que somos más grandes que cualquier
emoción aislada, al menos empezaremos a trascender los
sentimientos indeseables, y a menudo podremos eliminarlos, puesto
que la aceptación plena y sincera tiende, con el tiempo, a hacer
desaparecer los sentimientos negativos o indeseables como el dolor,
la ira, la envidia o el miedo.
Si una persona tiene miedo, por lo general es inútil aconsejarle que se
"relaje", pues esa persona no sabe cómo traducir el consejo a
conducta. Pero si se le dice que respire suave y profundamente, o que
imagine cómo se sentiría si no tuviera que combatir el miedo,
entonces se le está proponiendo algo "ejecutable", es decir, algo que
la persona puede hacer. Esa persona debería pensar en abrirse para
permitir que el miedo entre, darle incluso la bienvenida, intimar
con él -o al menos observarlo sin llegar a identificarse con él- y
por ultimo proyectar lo peor que podría sucederle y afrontarlo. Por
cierto, uno puede aprender a decir: "Siento miedo, y no puedo
afrontar ese hecho, pero yo soy mas que mi miedo".
En otras palabras, no se identifique con el miedo. Piense:"Reconozco
mi miedo y lo acepto... y ahora veamos si puedo recordar cómo
se siente mi cuerpo cuando no tengo miedo". Esta es una
estrategia muy efectiva para controlar el miedo (o cualquier otro
sentimiento indeseable). Todas estas son acciones que usted puede
aprender, ensayar en su imaginación y practicar cuando surjan
situaciones que le causen miedo.
La práctica que describo es apropiada para casi cualquier tipo de
miedo. Es efectiva en el sillón del dentista, o cuando se dispone a
pedir una aumento de sueldo, o cuando afronta una entrevista difícil, o
cuando debe darle a alguien una noticiosa dolorosa, o cuando lucha
con el miedo al rechazo o al abandono.
Cuando se aprende a aceptar el miedo, se deja de considerarlo como
una catástrofe. Y entonces deja de ser nuestro amo. Uno ya no se
siente torturado por fantasías que pueden guardar poca o ninguna
relación con la realidad; es libre de ver a la gente y a las situaciones
tal como son; se siente más eficaz; tiene más control sobre su vida. La
autoconfianza y el autorrespeto aumentan.
La autoestima también aumenta con este proceso, aun cuando los
miedos no sean el producto de fantasías irracionales sino que
correspondan a una realidad particular que sí es temible y que uno
debe afrontar. Yo tenía una amiga que, hace algunos años, empezó a
sufrir un cáncer devastador. En ese momento pensé que su valentía
para luchar con él era extraordinaria. Un día en que había ido a verla
al hospital ella me contó esta historia: los médicos le habían dicho que
era necesario aplicarle radioterapia, y la perspectiva la aterrorizaba.
Preguntó si podía ir a la sala de radiación unos minutos, durante tres
días, antes de que empezara el tratamiento. "Solamente quiero
mirar la máquina -dijo a los médicos-, para conocerla. Después
estaré lista, y no tendré miedo".
A mi me contó: "Me quedaba mirando la máquina... aceptándola....
aceptado mi situación... y meditando en que la máquina existía
para ayudarme. Eso me hizo mucho mas fácil el tratamiento". Mi
amiga murió. Pero nunca olvidaré su serenidad y si dignidad. Sabía
como valorarse. Es uno de los ejemplos más hermosos del principio
de aceptación que he visto.
Tómese unos minutos para contemplar algún sentimiento o
alguna emoción que no le resulte fácil afrontar; inseguridad,
dolor, envidia, ira, pena, humillación, miedo. Cuando aísle ese
sentimiento, vea si puede enfocarlo con claridad, tal vez pensando o
imaginando cualquier cosa que suela evocarlo. Luego sumérjase en
ese sentimiento, como si le abriera el cuerpo. Imagínese como seria
no resistirse a él sino aceptarlo plenamente. Explore la experiencia.
Tómese su tiempo.
Dígase varias veces: "Ahora me siento así y así (describiendo sus
sensaciones del momento) y lo acepto plenamente". Al principio
quizás sea difícil; quizás descubra que su cuerpo está tenso y se
rebela. Pero persevere; concéntrese en la respiración; piense en
permitir que sus músculos se liberen de la tensión; recuérdese: "Un
hecho es un hecho; lo que es, es; si el sentimiento existe,
existe". Siga contemplando el sentimiento. Piense en permitir al
sentimiento que esté allí (en lugar de intentar desear que se extinga o
esforzarse en ello). Quizás le resulte útil, como me ha resultado a mi,
decirse: "Ahora estoy explorando el mundo del miedo (o del dolor,
o del conflicto, o de la confusión, o lo que sea)".
Al hacer esto, usted explorará el mundo de la autoaceptación.
Una vez acudí al consultorio de un médico que debía darme una serie
de inyecciones dolorosas. En respuesta al shock y el dolor de la
primera aguja, dejé de respirar y contraje todo el cuerpo, como si
quisiera mantener a distancia a un ejército invasor. Pero, por
supuesto, la tensión de mis músculos hacía más difícil la penetración,
y por lo tanto la experiencia resultaba más dolorosa aun. Mi
esposa, Devers, que también se hallaba en el consultorio para
aplicarse las mismas inyecciones, notó mi actitud y me dijo:"Cuando
sientas que la aguja te toca la piel, aspira, como haciéndola
entrar junto con el aire. Imagina que le estás dando la
bienvenida". De inmediato me di cuenta de que es precisamente esto
lo que yo le digo a la gente que haga con sus emociones, de modo
que hice lo que me proponía Devers, y la aguja entró sin causarme
demasiado
dolor. Acepté la
aguja
-y
mis
sentimientos
correspondientes- en lugar de tratarlos como a adversarios.
Esta estrategia es muy conocida, desde luego, por los atletas y los
bailarines, cuya labor requiere que "acompañen" al dolor en vez de
rebelarse contra él. Y lo ejercicios de respiración Lamazeque se
enseñan a las mujeres embarazadas para controlar y suavizar el dolor,
la angustia y las reacciones corporales encierran, precisamente, el
principio del que hablamos aquí.
En terapia suelo trabajar con mujeres que tienen dificultad en
experimentar el orgasmo durante sus relaciones sexuales. Puesto que
el miedo influye a veces en la inhibición del placer, y en consecuencia
del orgasmo, y puesto que a menudo desencadena la reacción de
cortar la respiración y contraer los músculos -como para defenderse
del pene "invasor"-, les enseño a darle la vuelta a este proceso. Las
mujeres aprenden entonces a aspirar cuando entra el pene, a aceptar
el pene. Aprenden a abrirse en una bienvenida, en lugar de contraerse
en un rechazo. Y, al hacer esto, aprenden a aceptar y a obtener un
mayor grado de comodidad y placer en las relaciones sexuales, pues
se rinden ante la experiencia, en vez de combatirla. El resultado es un
goce sexual mucho mayor. En el proceso, desde luego, tienden a
desaparecer las fantasías de ser dañadas o destruidas por el pene, o
de perder peligrosamente el control. Una mujer capaz de permitirse
tener orgasmos puede controlarse mucho más que otra, incapacitada
por el miedo. Lo cierto es que la aceptación nos libera y nos introduce
en la realidad.
El principio que es necesario recordar sigue siendo el mismo, ya sea
el miedo o el placer lo que nos lleva a ponernos rígidos. Si usted
permite que se desarrolle una relación de rivalidad, intensificará los
aspectos negativos, privándose de los positivos.
La

técnica

de

completar

oraciones

Una poderosa herramienta para cultivar el autoconocimiento, la
autoaceptación y el desarrollo personal es la técnica de completar
oraciones, sobre la que he hablado en dos libros anteriores. If You
Could Hear What I Cannot Say (Si pudieras oír lo que no puedo
decir) y To See What I See and Know What I know (Ver lo que veo y
saber lo que sé). Aquí puede servirnos una versión de esa técnica.
Solo se necesitan un cuaderno y un bolígrafo.
Al comienzo de una hoja en blanco escriba una de las oraciones
incompletas, o principios de oraciones, que proporciono más
adelante. Escríbalas por su orden. Después de haber reproducido
una de ellas al comienzo de la página, escriba de seis a diez
finales lo más rápido que pueda. No se preocupe porque las
terminaciones sean literalmente ciertas, o si una se opone a otra.
Ninguna de ellas quedará escrita en piedra; son sólo un ejercicio,
un experimento.
Quizás pretenda autoconvencerse de que no puede hacerlo. Yo le
aseguro que sí puede. He enseñado esta técnica a miles de personas
y algunas siempre empiezan diciendo: "No puedo".y luego se ponen
a hacerlo.
Al
comienzo
de
la
primera
pagina,
escriba:
A veces, al pensar en mi vida, apenas puedo creer que en una
época yo... Ahora escriba de seis a diez finales para esta oración.
¡Adelante!
Luego, en la pagina siguiente, escriba: Para mi no es fácil admitir
que..., y agregue sus finales.
Después, en la otra página, escriba: No me resulta fácil
aceptarme cuando yo..., complételo.
A continuación:
Una de mis emociones que me cuesta aceptar es...
Una de mis acciones que me cuesta aceptar es...
Uno de los pensamientos que tiendo a alejar de mi mente es..
Una de las cosas de mi cuerpo que me cuesta aceptar es..
Si yo aceptara más mi cuerpo...
Si aceptara más las cosas que he hecho...
Si aceptara más mis sentimientos...
Si fuera más honesto acerca de mis deseos y necesidades...
Lo que me asusta de aceptarme a mí mismo es...
Si otras personas vieran que me acepto más...
Lo bueno de no aceptarme podría ser...
Comienzo a darme cuenta de que...
Comienzo a sentir...
A medida que aprendo a dejar de negar lo que experimento...
A medida que respiro profundamente y me permite experimentar
la autoaceptación...
Advertencia: si usted se limita a leer estas palabras y no realiza
efectivamente el ejercicio tal y como se lo he descrito, se perderá
ciertos descubrimientos que yo no podré proporcionarle.
Confío en que a estas alturas ya está claro por qué la autoaceptación
es esencial para lograr cambios positivos. Si me niego a aceptar el
hecho de que a menudo vivo inconscientemente, ¿cómo aprenderé a
vivir más responsablemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a
menudo vivo pasivamente, ¿cómo aprenderé a vivir más activamente?
No puedo superar un miedo cuya realidad niego. No puedo corregir
un problema sexual cuya existencia no admito. No puedo cambiar
rasgos de mi carácter que insisto en que no poseo. No puedo
perdonarme por una acción que no reconozco haber realizado.
Aceptarnos a nosotros mismos es aceptar el hecho de que lo que
pensamos, sentimos y hacemos son expresiones del si-mismo en el
momento en que ocurren. Pero esto no significa que esas expresiones
sean las definitivas sobre quienes somos, a menos que las cubramos
con cemento por medio de nuestras negaciones y desestimaciones.
Permítanme compartir otro ejemplo personal para iluminar un poco
más este tema.
Hace algunos años, mi esposa Patricia, a quien yo amaba mucho,
murió. Durante largo tiempo mi mente revisó sin cesar los diferentes
aspectos de nuestra relación. Recordaba incidentes en los que yo
había sido desconsiderado o grosero, y a veces rehuía esos recuerdos
porque eran insoportablemente dolorosos. No los negaba de una
manera directa, pero tampoco los aceptaba plenamente ni permitía
que ellos y sus implicaciones fueran asimilados e integrados. Una
parte de mí mismo quedó fragmentada, alienada del resto.
Más tarde volví a casarme, y aunque soy feliz y estoy profundamente
enamorado de mi actual esposa, Devers, vi que ciertos modelos de
negligencia y falta de consideración se repetían. Comencé a pensar
en algo que yo les enseñaba a otros: que si una persona no acepta
plenamente una parte de su conducta pasada, es casi inevitable que
la repita de una forma u otra. De modo que empecé a dedicar más
tiempo a la tarea de convertir en reales para mí mismo ciertas
acciones que había realizado en mi matrimonio anterior, como por
ejemplo, no responder en alguna ocasión en que Patricia necesitaba
mi comprensión o mi ayuda, o ser sumamente impaciente, o dejarme
absorber en exceso por mi trabajo -es decir, el tipo de
desconsideraciones más comunes que el amor no nos impide
automáticamente cometer-.
Revivir esos ejemplos específicos, revisándolos detalle por detalle, fue
doloroso. Obligarme a mirar detenidamente mis acciones me resultaba
a veces más perturbador que lo que pueda expresarse en palabras,
pues Patricia ya no estaba y no había manera de hacerme perdonar
esas actitudes. Pero yo sabia que si insistía -y por supuesto, si
alcanzaba la misma claridad sobre mi conducta en mi matrimonio con
Denvers- sucederían dos cosas: me sentiría más integrado, y seria
menos probable que repitiera las acciones que entonces lamentaba.
Le invito a considerar alguna acción suya que lamente. Trate de dejar
de lado la culpa, pero conservando la experiencia de usted mismos
como autor de la acción. Descubra cómo es aceptar que en algún
momento de su vida decidió ejecutar esa acción. ¿Cómo se siente
esta forma de honestidad? ¿Qué enseña sobre la autoestima?
Después de aceptar el hecho de que nuestras acciones son nuestras
acciones, aun queda el tema de la evaluación; en la próxima sección
hablaremos con más profundidad sobre el proceso de evaluar esa
conducta de la que nos arrepentimos (pensando en ella e
interpretando su significado) de manera que nutra y no mine la
autoestima. Pero por ahora diré esto: los errores con los que estamos
dispuestos a enfrentarnos se convierten en los peldaños de una
escalera que conduce a una autoestima más elevada.
Cualquier cosa que podamos experimentar, podremos también
desestimarla, ya sea inmediatamente o después, en la memoria.
Cualquier cosa que no se adapte al concepto oficial que tenemos de
nosotros mismos, o a nuestro sistema oficial de creencias, o que nos
despierte angustia por cualquier razón, podemos rechazarla.
Puedo negarme a aceptar mi sensualidad; puedo negarme a
aceptar mi espiritualidad. Puedo rechazar mi pena; puedo
rechazar mi alegría. Puedo reprimir el recuerdo de acciones de
las que me avergüenzo; puedo reprimir el recuerdo de acciones
de las que me enorgullezco. Puedo negar mi ignorancia; puedo
negar mi inteligencia. Puedo negarme a aceptar mis limitaciones;
puedo rehusarme a aceptar mis potencialidades. Puedo ocultar
mi flaqueza; puedo negar mis sentimientos de odio hacia mi
mismo; puedo negar mis sentimientos de amor por mi mismo.
Puedo fingir que soy más de lo que soy; puedo fingir que soy
menos de lo que soy. Puedo menospreciar mi cuerpo; puedo
menospreciar mi mente.
El problema de la falta de autoaceptación no está de ningún modo
limitado a las "negaciones". Pueden asustarnos tanto nuestro
genio, pujanza, emoción o belleza como nuestra vacuidad,
pasividad, depresión o falta de atractivo. Nuestras desventajas
plantan el problema de la ineptitud; nuestras ventajas, el desafió
de la responsabilidad.
Nuestros puntos fuertes o virtudes pueden hacernos sentir solos,
alienados, marginados del grupo, blanco de la envidia o la
hostilidad, y nuestro deseo de pertenencia puedo superar
cualquier deseo de realizar nuestro potencial más elevado. Es
bien conocido, por ejemplo, el caso de muchas mujeres que asocian
un alto nivel de inteligencia o de realización con la pérdida de la
feminidad. Puede ser necesario un gran coraje para estar dispuesto a
admitir, aun en la intimidad de nuestra mente: "Yo puedo hacer cosas
que otros no parecen capaces de hacer". O: "Soy más inteligente que
el resto de mi familia". O: "Soy sumamente atractiva". O: "Exijo de la
vida más que los que me rodean". O: "Yo veo mas profundamente y
con más claridad".
La liberación de la culpa
Nuestro objetivo es poseer un concepto de nosotros mismos resistente
y positivo, y mantenerlo más allá de nuestra habilidad o falta de ella en
cualquier ámbito concreto, y más allá de la aprobación o
desaprobación de cualquier persona.
Al avanzar hacia esa meta, es de vital importancia el modo en que
usted piensa acerca de su conducta (los parámetros por los cuales la
juzga y el contexto dentro del cual la ve); sobre todo en los momentos
en que se inclina a condenarse a usted mismo. Es obvio que la culpa
subvierte la autoestima positiva.
Evaluar su conducta encierra algunas preguntas como: ¿según los
parámetros de quien juzga usted su conducta: los suyos o los de otra
persona?
¿Trata usted de comprender por que actuó como lo hizo? ¿Recuerda
las circunstancias, el contexto y las opciones que, según usted
percibió, estaban a su disposición en ese momento?
¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
Cuando piensa en su conducta, ¿identifica las áreas o las
circunstancias especificas en las que tiene lugar, o generaliza en
exceso y dice: "Lo ignoro", cuando en realidad quizás ignore un tema
particular pero conozca bien muchos otros temas? ¿O dice: "Soy
débil", cuando en realidad puede faltarle coraje o fuerza en una esfera
particular pero no en otras?
Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su
conducta futura no repita las mismas equivocaciones? ¿O
simplemente sufre por el pasado y sigue pasivamente atado a
modelos de conducta que sabe inadecuados?
La respuesta a todas estas preguntas
implicaciones para su autoestima.

tendrá

profundas

Nos sentimos culpables cuando:
Al contemplar algo que hemos hecho o dejado de hacer,
experimentamos un sentimiento de minusvalía;
Nos vemos impulsados a racionalizar o justificar nuestro conducta.
Nos podemos a la defensiva, en actitud combativa, cuando alguien
menciona la conducta en cuestión;
Nos resulta difícil y penoso recordar o examinar la conducta.
Piense en alguna acción que haya realizado, o que no haya realizado,
de la cual se arrepiente, algo lo bastante significativo como para haber
hecho mella en su autoestima. Luego pregúntese: ¿según los
parámetros de quien estoy juzgando? ¿los míos o los de otro? Si esos
parámetro no son en verdad suyos, pregúntese: ¿Qué es lo que yo
creo en realidad sobre esto? Si usted es un ser humano pensante y,
con toda honestidad y plena conciencia, no ve nada malo en su
conducta, quizás encuentre el coraje necesario para dejar de
condenarse en ese mismo instante. O, al menos, tal vez comience a
vislumbrar una nueva perspectiva en la evaluación de su conducta.
"Yo solía hacerme reproches -decía Beatriz, en una de nuestras
sesiones de terapia- porque nunca quise que mi madre viviera
conmigo. es decir, conmigo, mi marido y nuestros hijos. Me educaron
según el principio de que el deber hacia los padres es lo más
importante, y que el egoísmo es un pecado. Pero una de las cosas
que conseguí con la terapia es prestar atención a lo que
yo realmente pienso, más que a lo que a veces me digo que pienso. Y
la verdad es que para mi esas enseñanzas no tenían ningún sentido,
sobre todo al considerar que mi madre siempre dejo bien en claro que
yo no le gustaba mucho, y que yo sé que ella no me gusta mucho a
mi. Nunca nos llevamos bien. Toda su vida estuvo inmersa en el
abatimiento y la fatalidad. Si yo me mostraba demasiado feliz, solía
decirme que algo no me funcionaba bien. Pensé que, si permitía que
mi madre viniera a vivir con nosotros, iba a ser un infierno para mí y
para mi familia. Además, es mi vida, no la de ellos. Así que haré lo que
a mi me parece racional, y aceptare las consecuencias."
No estoy sugiriendo con esto que todos los valores son subjetivos y
que la moral es sencillamente lo que un individuo piense o sienta que
es moral. En Honoring the Self desarrollo mi propio concepto de lo que
entiendo por una ética racional y objetiva, una ética de autointerés
racional y lógico. Pero en general la gente suele dejarse intimidar por
las preferencias valorativas de los demás, a expensas de sus propias
necesidades, percepciones y autoestima.
En la práctica de la terapia, gran parte de lo que se llama culpa tiene
que ver con la desaprobación o la condena de otros, de personajes
influyentes como los padres o cónyuges; no siempre es aconsejable
tomar las declaraciones de culpa (las nuestras o las de los demás) al
pie de la letra. Con frecuencia, cuando alguien declara: "Me siento
culpable por esto y por esto", lo que en realidad quiere decir, aunque
rara vez lo reconoce, es: "Tengo miedo de que si mamá o papá (o
alguna otra persona importante) se entera de lo que he hecho, me
critique, repudie o condene". A menudo, la persona no considera la
acción como verdaderamente mala, en cuyo caso lo que siente no es
literalmente culpa. De modo que la solución a esta categoría de
"culpa" es atender a la auténtica voz del yo, respetar su propio juicio
por encima de las creencias de los demás que uno no comparte de
manera sincera (aunque finja hacerlo)
Recuerdo algunos pacientes que confesaban sentirse culpables por la
masturbación, porque cuando eran jóvenes sus padres les habían
enseñado que era pecado. A veces un terapeuta "soluciona" este
problema reemplazando la autoridad de los padres del paciente por la
suya propia y asegurándole que la masturbación es una actividad más
que aceptable. Pero esto supone que la "culpa" está provocada por
una idea equivocada sobra la moralidad de la masturbación. Yo
considero que esta actitud equivale a echar una cortina de humo.
El problema más profundo es la dependencia y el miedo a desafiar los
valores de otras personas influyentes. Así pues, trabajo, en primer
lugar, para tratar de lograr un cambio en la definición del problema, de
la manera siguiente: "Yo no creo que la masturbación sea algo
malo, pero tengo miedo de la desaprobación de mis padres". Al
reconsiderar el problema de este modo, hemos salido del campo de la
culpa y el autorreproche; le hemos dado una definición más precisa y
útil. Y el desafío se convierte en: ¿Estoy dispuesto a perseverar y
actuar de acuerdo con mis propias percepciones y
convicciones? Tal disposición es uno de los significados de "honrar
al yo". Cuando una persona acepta este desafío, la autoestima se
eleva.
A veces las declaraciones de culpa son una cortina de humo para
ocultar sentimientos negados o rechazados. Por ejemplo: "No he
logrado vivir de acuerdo con las expectativas o parámetros de
otro. Tengo miedo de admitir que esas expectativas y esos
parámetros me intimidan. Tengo miedo de reconocer cuánto me
irrita lo que se espera de mí. Así que, en cambio, me digo a mi
mismo, y les digo a los demás, que me siento culpable de no
haber hecho lo correcto, y de ese modo no tengo que temer
comunicar mi resentimiento y poner en peligro mi relación con
los demás".
Si usted se reconoce en esta descripción, la solución para su "culpa"
es ser honesto consigo mismo y con los demás respecto de su
resentimiento. Primero, por supuesto, debe ser honesto consigo
mismo. Reconozca su irritación. Admita que su resentimiento está
regido por parámetros y expectativas que no son verdaderamente
suyos. Y observe cómo la "culpa" comienza a desaparecer, aunque
aun deba seguir luchando para obtener una mayor autonomía.
Cuando nos comportamos de modos que se oponen a nuestro juicio
de lo que es apropiado, tendemos a perder valor ante nuestros propios
ojos. Tendremos a respetarnos menos. Pero si nos limitamos a
castigarnos, a despreciarnos, y luego no pensar más en ello,
deterioramos nuestra autoestima y aumentamos la probabilidad de
poseer menos integridad personal en el futuro. Un mal concepto de
uno mismo es una profecía que siempre acaba cumpliéndose: provoca
en nosotros una mala conducta. No mejoramos diciéndonos que
estamos corruptos. Nuestras acciones son un reflejo del sujeto y la
entidad que pensamos que somos. Necesitamos aprender, pues, una
reacción alternativa frente a nuestras faltas, que es más útil para
nuestra autoestima y para nuestras conductas futuras.
En lugar de caer en la autocondena, podemos aprender a
preguntarnos: ¿cuáles fueron las circunstancias? ¿Por qué mis
elecciones o decisiones parecían deseables o indispensables en aquel
contexto? ¿Qué estaba yo tratando de lograr? ¿De qué modo
intentaba defenderme?
No podemos comprender las acciones de un ser humano hasta que
comprendamos por qué tienen algún sentido para la persona
implicada. Necesitamos conocer el contexto personal en el que
ocurrieron las acciones, el modelo de realidad, el modelo del yo-en-elmundo que yace detrás de las conductas.
Por ejemplo: supongamos que soy una mujer que he elegido
permanecer demasiado tiempo junto a un marido alcohólico que me
maltrataba físicamente, lo cual es peligroso tanto para mí como para
mis hijos. Sé que debería irme, pero tengo miedo. La vida es para mí
algo temible, mi situación me resulta precaria, y veo que mis recursos
y opciones son muy limitados. Dada mi inseguridad básica, mi modelo
personal del yo-en-el-mundo, estoy tratando de sobrevivir, lo cual no
es un crimen. Quizás desee tener más coraje y confianza y no sufrir
tanta angustia, pero no puedo maldecirme por tratar de vivir. Sólo
puedo aprender que es posible vivir mejor cambiando mi punto de
vista sobre mí misma y sobre el mundo.
El hecho importante es éste: si podemos contemplar nuestro contexto
personal con compasión y deseos de comprender (sin negar ni por un
momento lo equivocado de nuestra conducta), si podemos ser para
con nosotros mismos un buen amigo que realmente quiere saber por
qué nos comportamos como lo hacemos, entonces podremos
curarnos; sentiremos quizá remordimiento y arrepentimiento, pero no
nos autocondenaremos. Y la consecuencia más probable será la
decisión de ser mejores en el futuro.
Este, después de todo, es el modelo que utilizamos en la terapia. Una
mujer confiesa una infidelidad sexual; un hombre admite que ha
perpetrado una violación; un empleado reconoce haberse apropiado
de los fondos de la empresa; un adolescente cuenta haber herido
adrede a su hermano menor; un científico admite haber falsificado
datos; un padre confiesa haber sido cruel y desconsiderado con
respecto a las necesidades de sus hijos; un profesor reconoce haber
aprovechado el trabajo de un alumno para mejorar su prestigio; una
secretaria admite haber faltado a su empleo, con la excusa de estar
enferma, para salir con su novio; un periodista confiesa haber
inventado chismes con fines maliciosos. Algunas de estas acciones
pueden ser triviales, otras tienen trágicas consecuencias. Pero cuando
en la terapia nuestros pacientes hablan de ellas transmitiéndonos su
sentimiento de culpa, ¿qué hacemos para repararlo?
"Mi madre era muy sarcástica -dice una enfermera de treinta y un años. Tenía
una lengua viperina. Cuando yo era chica, no sabía como acostumbrarme a
eso. Lloraba mucho. Siento escalofríos cuando pienso en mí misma a los tres,
cuatro o cinco años."
Pero muchos de sus pacientes se han quejado de sus modos bruscos y sus
ocasionales observaciones mordaces. Sabe que en general no cae bien, pero
tiende a engañarse en cuanto al porqué.
"Cuando yo tenia doce años -manifiesta un abogado de cincuenta y un añosen nuestra calle había un chulo que me aterraba. Me pegó varias veces y,
después, con solo mirarlo quedaba yo reducido a la nada. No me gusta
recordarlo. No me gusta hablar de ello. En realidad, no me gusta admitir que
era un chico asustado. ¿Por qué no podía afrontar la situación de otra manera?
Mejor que me olvide de ese pequeño bastardo lo antes posible."
Aunque es brillante en su trabajo, pocos de sus clientes simpatizan con este
hombre. Lo consideran insensible y cruel. "Es un chulo", ha observado más de
uno.
Existen muchas razones que hacen que la gente sienta que no pueden
perdonar al niño que fueron una vez. Como los pacientes mencionados, niegan
y rechazan a ese niño. Traducidas a palabras, sus actitudes equivalen a lo
siguiente: no puedo perdonarme haberle tenido tanto miedo a mi madre; haber
anhelado tanto la aprobación de mi padre; haberme sentido tan poco querido;
haber tenido tanta necesidad de atención y afecto; haberme sentido tan
confundido por las cosas; haber hecho algo, aunque no tengo idea de que,
para que mi padre abusara sexualmente de mí; haber sido tan torpe en las
clases de gimnasia; haberme sentido intimidado por mi profesor; haber sufrido
tanto; no haber sido popular en la escuela; haber sido tímido y apocado; no
haber sido más duro; haber temido desobedecer a mis padres; haber hecho
cualquier cosa para gustar; haber ansiado que me trataran con amabilidad;
haber sido malhumorado y hostil; haber tenido celos de mi hermano menor;
haber pensado que todo el mundo sabía más que yo; no haber sabido qué
hacer cuando me ridiculizaban; no haberme enfrentado a la gente; que mis
ropas fueran siempre las más pobres y andrajosas de entre todos mis
compañeros de escuela.
En realidad, el niño que fuimos una vez puede ser recordado como una
fuente de dolor, rabia, miedo, embarazo o humillación, o ser reprimido,
rechazado, repudiado y olvidado. Rechazamos a ese niño tal como,
quizás, lo hicieran otros, y nuestra crueldad para con ese niño puede
proseguir diaria e indefinidamente a través de toda nuestra vida, en el
teatro de nuestra propia psique, donde el niño continua existiendo como
una subpersonalidad, un sí-mismo niño.
Podemos, como adultos, encontrar múltiples pruebas del rechazo de los demás
en nuestras relaciones actuales, sin darnos cuenta de que las raíces de nuestra
experiencia de rechazo son más internas que externas. Toda nuestra vida
puede consistir en una serie de actos de incesante auto rechazo, mientras
seguimos quejándonos de que son los otros los que no nos quieren.
Cuando aprendemos a perdonar al niño que hemos sido, por algo que él o ella
no sabía o no podía hacer, o no era capaz de afrontar, o sentía o no sentía;
cuando luchaba por sobrevivir de la mejor manera posible, entonces el símismo adulto ya no sostiene una relación de realidad con el sí-mismo niñoUna parte no está en guerra con la otra, Nuestras respuestas adultas son más
adecuadas.
Anteriormente introduje el concepto de un sí-mismo niño: la representación
interna del niño que fuimos una vez, la constelación de actitudes, sentimientos,
valores y perspectivas que fueron nuestros hace mucho tiempo, y que gozan
de inmortalidad psicológica como un componente de nuestro si-mismo total. Es
un sub-sí-mismo, una subpersonalidad, un estado mental que puede ser más o
menos dominante en un momento dado, y en virtud del cual obramos a veces,
casi exclusivamente, sin darnos cuenta de que lo hacemos.
Podemos (de forma implícita) relacionarnos con nuestro sí-mismo niño de
manera consciente o inconsciente, con benevolencia o con hostilidad, con
compasión o con severidad. Como espero que aclaren los ejercicios que
figuran en esta sección, cuando uno se relaciona consciente y positivamente
con el sí-mismo niño, éste puede ser asimilado e integrado en el sé-mismo
total. Cuando la relación es inconsciente y/o negativa, se abandona al sí-mismo
niño en una especie de alienado olvido. En este último caso, cuando se deja
inconsciente al sí-mismo niño, o se lo rechaza y repudia, nos fragmentamos; no
nos sentimos completos; en alguna medida nos sentimos enajenados de
nosotros mismos; y la autoestima queda perjudicada.
Cuando no se lo reconoce ni se lo comprende, o se lo rechaza y abandona, el
sí-mismo niño puede convertirse en una "perturbación" que obstruye tanto
nuestra evolución como el goce de la existencia. La expresión externa de este
fenómeno es que a veces mostraremos una conducta infantil nociva, o
caeremos en modelos de dependencia inapropiados, o nos volveremos
narcisistas, o experimentaremos el mundo como si éste perteneciera a "los
mayores".
Por el contrario, si es reconocido, aceptado, admitido y por lo tanto integrado, el
sí-mismo niño puede ser una magnífica fuente de enriquecimiento de nuestra
vida, con su potencial de espontaneidad, capacidad lúdica e imaginación.
Antes de intimar con su sí-mismo niño e integrarlo, para que conviva con
armoniosa relación con el resto de usted, debe tomar contacto con esa entidad
que vive en su mundo interior. Como medio de presentar a mis pacientes o
alumnos a sus sí-mismos, a veces les pido que se dejen llevar por una
fantasía, que se imaginen caminando por una carretera rural hasta que, a lo
lejos, vean a un niño sentado junto a un árbol y, al acercarse, comprueben que
ese niño es el sí-mismo que ellos fueron una vez. Luego les pido que se
sienten junto al árbol y entablen un diálogo con el niño. Los animo a que hablen
en voz alta, para profundizar la realidad de la experiencia. ¿Qué quieren y
necesitan decirse el uno al otro? No es infrecuente que broten las lágrimas; a
veces se manifiesta alegría. Pero casi siempre se dan cuenta de que de alguna
manera el niño aún existe dentro de la psique (como un estado mental) y porta
su contribución a la vida del adulto. De este descubrimiento emerge un símismo más rico, más pleno. A menudo advierten con tristeza que habían
pensado, equivocadamente, que necesitaban deshacerse de ese niño para
poder crecer.

Ejercicio
Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar a su sí-mismo niño,
con frecuencia sugiero este sencillo ejercicio que usted podrá realizar con
facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leerle las instrucciones que siguen,
tanto mejor; también puede grabarlas usted mismo en una cinta y luego
escucharlas;
o
simplemente
leerlas
hasta
asimilarlas,
antes de llevarlas a la práctica.)
Durante unos minutos contemple fotografías de usted mismo cuando era niño
(suponiendo que las tenga; si no, continúe sin ellas). Después cierre los ojos y
aspire varias veces, profunda y relajadamente. Penetre en su interior y hágase
estas preguntas:¿Cómo era tener cinco años? ¿Cómo imagina que
experimentaba usted su cuerpo entonces?... ¿Cómo era vivir en su
casa?... ¿Cómo se sentaba? Siéntese como usted imagina que se sienta
un niño de cinco años Preste atención a lo que percibe. Conserve la
experiencia un rato en su mente.
Con solo hacer este ejercicio todos los días durante dos o tres semanas
aprenderá a percibir mejor su sí-mismo niño, así como también a lograr un
mayor nivel de integración del que quizás experimenta en el presente, porque
estaría dando el primer paso convertir en visible al sí-mismo niño y tratarlo
con seriedad.
Pero el trabajo de contemplar oraciones es una herramienta mucho más
avanzada y poderosa para despertar el reconocimiento de su sí-mismo niño y
facilitar la integración. Como ya he dicho antes, utilice un cuaderno, y escriba al
comienzo de una página en blanco cada una de las oraciones incompletas que
figuran abajo; luego escriba de seis a diez finales para cada una, lo más
rápidamente posible y sin autocriticarse, inventando cosas cuando sea
necesario para no perder el ritmo.
Cuando tenía cinco años.
Cuando tenía diez años.
Si recuerdo cómo era el mundo cuando yo era
pequeño.
Si recuerdo cómo era mi cuerpo cuando yo era
pequeño.
Si recuerdo
pequeño.

cómo

era

la

gente

cuando

yo

era

Con mis amigos me sentía.
Cuando me sentía solo, yo.
Cuando me sentía excitado, yo.
Si recuerdo lo que me parecía la vida cuando era
yo chico.
Si el niño
diría.

que

hay dentro

de

mi pudiera

hablar,

Una de las cosas que tuve que hacer de niño
para sobrevivir fue.
Una de las manera en que trato a mi sí-mismo niño como lo
hacia mi madre es.
Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo niño como lo
hacía mi padre es.
Cuando el niño que llevo en mi interior se siente ignorado
por mí.
Cuando el niño que llevo en mi interior se siente criticado por
mí.
Una de las maneras en que ese niño suele ocasionarme
problemas es.
Sospecho que estoy obrando a través de mi sí-mismo niño
cuando.
Si ese niño fuera aceptado por mí.
A veces, lo difícil de aceptar plenamente al niño que tengo en
mi interior es.
Si perdonara más a mi sí-mismo niño.
Yo seria mas amable con el niño que tengo en mi interior si.
Si escuchara las cosas que ese niño necesita decirme.
Si aceptara plenamente a ese niño como a una parte valiosa
de mí.
Comienzo a darme cuenta de.
Cuando me miro desde esta perspectiva.
A algunos pacientes les he hecho repetir este ejercicio varias veces, con
intervalos de alrededor de un mes. Los pedía que no miraran los finales que
habían escrito las veces anteriores. Cada vez producían finales nuevos, que los
llevaban a regiones más profundas. Sin la ayuda de ningún otro trabajo en esta
área, lograron extraordinarias visiones interiores e integraciones que dieron
como resultado su curación y un aumento de su autoestima.
Le recomiendo que experimente con esta serie de oraciones incompletas y
descubra lo que pueda lograr con ellas. Al hacerlo, comprobará de qué manera
este trabajo puede ser beneficioso para su autoconfianza, autorrespeto y
sentido de la totalidad.
A continuación, expondré un modo más avanzado de trabajar en el territorio
abierto por los principios de oraciones anteriores. Permita el principio: Cuando
tenia cinco años., y a continuación los siguientes: Una de las cosas que mi símismo de cinco años necesita de mí y nunca ha obtenido es.; Cuando mi símismo de cinco años trata de hablarme., si estuviera dispuesto a escuchar a mi
sí-mismo de cinco años con aceptación y compasión.; Si me niego a atender a
mi sí-mismo de cinco años.; al pensar en volver al pasado para ayudar a mi símismo de cinco años.Después, repita esta misma serie con sus sí-mismos de
seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce años. Logrará una milagrosa
autocuración de sus heridas.
Por último, cuando sienta que ha adquirido un buen sentido de su sí-mismo
niño como entidad psicológica (que es lo que debería proporcionarle esta
técnica de completar oraciones), realice este nuevo ejercicio, a la vez simple y
extraordinariamente efectivo, para facilitar la integración.
Empleando cualquier tipo de imágenes que le resulte útil -visuales, auditivas,
sensaciones kinestésicas-, imagine a su sí-mismo niño de pie ante usted.
Luego, sin decir una palabra, imagine que estrecha a ese niño en sus brazos,
acariciándolo con suavidad, con la intención de entablar con él una relación de
afecto. Permita que el niño responda o no responda. Permanezca suave y
firme. Deje que el le toque las manos, los brazos, y que su pecho le transmita
aceptación, compasión, respeto.
Recuerdo a una paciente, Valentina, que en un principio tuvo dificultad para
hacer este ejercicio porque, según dijo, su sí-mismo niña era una mezcla de
dolor, rabia y desconfianza. "Se me escapa permanentemente -decía-. No
confía en mí ni en nadie." Le dije que, dadas sus experiencias, su respuesta
era perfectamente natural.
Luego proseguí: "Imagine que yo me presento a usted con una niña y le digo:
´Me gustaría que usted se hiciera cargo de ella. Ha sufrido algunas malas
experiencias y es muy desconfiada. Por un lado, un tío suyo intentó violarla, y
cuando ella quiso decírselo a su madre, ésta se enfadó con ella. Así que se
siente abandonada y traicionada. (Valentina había tenido esa experiencia a los
seis años.) Su nuevo hogar será el suyo, y su nueva vida la pasará con usted.
Tendrá que animarla a que le tenga confianza y a darse cuenta de que usted
es diferente de los otros adultos a quienes ella ha conocido´. Esa será mi
presentación de la niña. Después, puede hablarle, escucharla y dejar que le
diga todo lo que ella necesita que comprenda un adulto. Pero, en principio, sólo
abrácela. Permítale sentir seguridad mediante la calidad de su ser, la calidad
de su presencia. ¿Puede hacerlo?"
-Si -respondió Valentina con ansiedad-. Hasta ahora la he tratado como
todos los demás. Como si ella no existiera, como si no estuviera allí, porque su
dolor me asustaba. Creo que yo también la he estado culpando, casi como lo
hacia mi madre.
-Entonces cierre los ojos, cree a esa niña frente a usted, tómela en sus
brazos y permítale recibir su cariño. ¿Cómo se siente usted?... Me pregunto
qué querrá usted decirle. Tómese el tiempo necesario para descubrirlo.
Más tarde, Valentina observó:
-Durante todos estos años he tratado de ser adulta rechazando a la
niña que fui. Me sentía muy avergonzada, herida e irritada. Pero cuando tomé a
esa niña en mis brazos y la acepté como una parte de mí, por primera vez en
mi vida me sentí una adulta de verdad.
Ésta es una de las maneras de desarrollar la autoestima.

Vivir de un modo responsable
Las personas que gozan de una alta autoestima tienen una orientación
hacia la vida activa, y no pasiva. Asumen plena responsabilidad en cuanto
a la realización de sus deseos. No esperan que otros hagan realidad sus
sueños.
Si surge un problema, se preguntan: "¿Qué puedo hacer para solucionarlo?
¿Qué posibilidades de acción tengo a mi alcance?" No exclaman: "¡Alguien
tiene que hacer algo!" Si algo ha salido mal, se preguntan: "¿Qué es lo que
pase por alto? ¿En qué equivoqué mi cálculo?" No se entregan a una
apotesis de inculpaciones.
En conclusión, afrontan la responsabilidad de su propia existencia.
Y, según el principio de causalidad reciproca analizado antes (los actos que
son causas de una buena autoestima son también expresiones de una
buena autoestima), la gente que asume la responsabilidad de su propia
existencia tiende, por lo tanto, a generar una saludable autoestima, hasta el
punto de pasar de una orientación pasiva a una orientación activa, de
gustarse más, de tener más confianza en sí misma, y de sentirse más apta
para la vida y más merecedora de felicidad.
En mi trabajo psicoterapéutico veo con frecuencia que las transformaciones
más radicales ocurren después de que el paciente se da cuenta de que
nadie va a acudir en su rescate. "No acude nadie" es una frase que oigo
mucho en mi trabajo, en todos los niveles. "Cuando al fin me permití asumir
la plena responsabilidad de mi vida -me ha dicho más de un paciente-,
comencé a crecer. Empecé a cambiar. Y mi autoestima empezó a
aumentar."
La autorresponsabilidad
siguientes:

comprende

realizaciones

como

las

Soy responsable de mis elecciones y acciones.
Soy responsable del modo en que utilizo mi tiempo.
Soy responsable del nivel de conciencia que aplico a mi trabajo.
Soy responsable del cuidado o la falta de cuidado con que trato a mi
cuerpo.
Soy responsable de mantener las relaciones que decido entablar o en
las que elijo continuar.
Soy responsable del modo en que trato a los demás: mi cónyuge, mis
hijos, mis padres, mis amigos, mis socios, mi jefe, mis subordinados,
el vendedor de una tienda.
Soy responsable del significado que doy o dejo de dar a mi existencia.
Soy responsable de mi felicidad.
Soy responsable de mi vida en lo material, lo emocional, lo intelectual
y lo espiritual.
Cuando hablo de "ser responsable" en este contexto, no quiero decir ser
receptor de acusaciones o culpas morales, sino ser el principal agente
causal de la propia vida y conducta. Esto es muy importante.
Al analizar algunas de las aplicaciones de la autorresponsabilidad
en Honoring the Self, escribí:
.un paciente, en la terapia, aprende la pregunta: "¿Por qué y cómo me
estoy volviendo tan pasivo?", en lugar de quejarse: "¿Por qué soy tan
pasivo?" En vez de afirmar que no puede ocuparse de nada, aprende a
explorar cómo y por qué se niega a experimentar sentimientos intensos con
respecto a cualquier cosa. "¿Por qué?" en este contexto significa: "¿Con
qué propósito?" En vez de decir: "¿Por qué siento este tenso dolor en la
nuca?", aprende a decir: "¿Qué sentimientos estoy tratando de evitar al
experimentar la tensión de los músculos de mi nuca?" En lugar de
lamentarse de que la gente se aproveche de él con tanta frecuencia,
aprende a preguntar: "¿Por qué y como invito o aliento a la gente a que se
aproveche de mí?" En lugar de quejarse: "Nadie me comprende", pregunta:
"¿Por qué y cómo hago difícil que la gente me entienda?" No dice: "¿Por
qué las mujeres no se fijan en mi?", sino: "¿Qué hago para que las mujeres
no se fijen en mi?" En vez de lloriquear: "Siempre fracaso en todo lo que
intento", comienza a considerar: "¿Por qué y cómo busco el fracaso en
todo lo que intento?"
No es mi intención sugerir que una persona nunca sufre a causa de un
hecho accidental o por los fallos de los demás, o que es responsable de
todo cuanto pueda sucederle. No somos omnipotentes. No apoyo la
grandilocuente noción de que "Soy responsable de todos los
aspectos de mi existencia y de todo lo que me acontece".
Sobre algunas cosas tenemos control, sobre otras no. Si me hago
responsable de asuntos que están mas allá de mi control, pondré en peligro
mi autoestima, ya que, inevitablemente, no lograré alcanzar mis propios
objetivos. Si niego mi responsabilidad en cuanto a cosas que sí están bajo
mi control, nuevamente pongo en peligro mi autoestima. Necesito saber la
diferencia entre lo que depende de mí y lo que no. También necesito saber
que soy responsable de mi actitud y mis acciones relacionadas con las
cosas sobre las que no tengo control, como la conducta de otras personas.
La autorresponsabilidad, racionalmente concebida, es indispensable para
una buena autoestima. Evitar la autorresponsabilidad nos hace victimas de
nuestra propia vida. Nos vuelve indefensos. Otorgamos poder a todos,
menos a nosotros mismos. Pero cuando nos sentimos frustrados buscamos
echarle la culpa a alguien; son otros los que tienen la culpa de nuestra
desdicha. En contraste, la apreciación de la autorresponsabilidad puede
resultar una experiencia vigorizadora y tonificante. Vuelve a poner nuestra
vida en nuestras manos.
La técnica de completar oraciones ayuda a poner de relieve este punto con
rapidez y claridad:
"Si tuviera que dejar de culpar a mi mujer por mi desdicha -confesaba un
agente inmobiliario de mediana edad-, me enfrentaría a mi propia
pasividad; tendría que afrontar el hecho de que casi toda mi vida me he
sentido triste; tendría que reconocer que elegí permanecer con ella sin que
nadie me obligara; tendría que admitir que necesito alguien a quien echar
la culpa; renunciaría al control que tengo sobre ella; debería considerar las
opciones que están a mi alcance; tendría que hacer otra cosa, en lugar de
sufrir."
"Si debiera aceptar que soy responsable del estado de mi cuerpo -decía
una joven que comía y bebía demasiado-, tendría que dejar de sentir
lastima de mí misma; tendría que dejar de culpar de todo a mis padres;
quizás tendría que empezar a hacer gimnasia; no creo que pudiera seguir
abusando de mi cuerpo como lo hago ahora; me gustaría más a mí misma;
dejaría de compadecerme; saldría de mi apatía y me pondría a hacer algo;
tendría que admitir que a menudo utilizo las emociones para manipular a mi
familia y conseguir que hagan lo que yo quiero; tendría que aceptar que los
demás también tienen sentimientos; pensaría antes de hablar; no me vería
como una victima del universo."
"Si asumiera la responsabilidad de obtener lo que deseo -declaraba un
hombre de unos treinta años que nunca había conservado un empleo por
más de ocho meses-, tendría que reconocer que el tiempo pasa, y que no
me vuelvo más joven, sino más viejo; no soñaría despierto ni fantasearía
tanto; tendría que admitir que no he hecho otra cosa que perder el tiempo;
tendría que admitir cuánto me asusta comprometerme de verdad con
cualquier cosa; no envidiaría tanto el éxito de otras personas; no podría
seguir culpando al sistema; tomaría un rumbo y continuaría en él; dejaría
de presentar excusas; reconocería que nada va a mejorar si yo no cambio."
"Mientras pueda seguir culpando a mis padres de mi desdicha
-manifestaba un maestro que cambiaba de terapeuta varias veces al año-,
nunca tendré que crecer; puedo hacer que la gente sienta lastima de mí;
puedo hacer que mis padres se sientan culpables; puedo hacer que los
otros se sientan que tienen que recompensarme por lo que me pasa; puedo
decirme a mí mismo que no es culpa mía; puedo derrotar a mis terapeutas;
puedo sentirme trágico; puedo ser una victima; tengo una excusa para
todo; no tengo que hacerme cargo de mi vida."
"Si debiera asumir plena responsabilidad por mi propia vida -decía un
psiquiatra que respondía a las necesidades de todos menos a las suyas y
las de su familia-, dejaría de decirme a mí mismo que estoy demasiado
ocupado como para ser feliz; dejaría de tratar de impresionar a mis
pacientes con mi amabilidad y mi comprensión; dejaría de sentirme un
mártir; dejaría de insistir en que mi esposa me haga concesiones ilimitadas;
sabría dónde termina mi responsabilidad para con lo demás; sería más
amable conmigo mismo y con mi esposa y mis hijos; reconocería que el
autosacrificio es una claudicación; empezaría a aplicar en mí mismo lo que
enseño a mis pacientes; admitiría que nadie puede vivir para los otros, y si
pudiera, no debería hacerlo; viviría con mayor integridad; yo mismo me
respetaría más, y también lo haría mi familia; tendría que pensar qué es lo
que realmente pretendo de la vida."
Si usted aún no ha hecho los ejercicios de completar oraciones, se
asombrará de la ingenuidad con que la gente reconoce lo que persigue
evitando hacerse responsable de sí misma. Pero si usted en verdad desea
aumentar su autoestima, le propongo algunos principios de oraciones con
los cuales trabajar antes de seguir adelante:
A veces, cuando las cosas no van bien, me convierto en un ser
indefenso mediante.
Lo bueno de volverse una criatura indefensa es.
A veces trato de evitar la responsabilidad culpando a.
A veces utilizo la autorecriminación para.
Si actuara con más responsabilidad en el trabajo.
Si actuara con más responsabilidad para obtener éxito en mis
relaciones.
Si me hiciera responsable de cada palabra que pronuncio.
Si me hiciera responsable de mis sentimientos.
Si me hiciera responsable de mis acciones en todo momento.
Si me hiciera responsable de mi felicidad.
Si el único significado de mi vida es el significado que yo estoy
dispuesto a darle.
Si estuviera dispuesto a respirar profundamente y experimentar
plenamente mi propia energía.
Si estuviera dispuesto a ver lo que veo y saber lo que es.
En este momento está muy claro que.
Tal vez usted no se percate de que en algunas áreas de su vida es más
autorresponsable que en otras. Quizás sea muy activo y responsable en el
trabajo y muy pasivo en su casa, con su familia. Quizás sea muy
irresponsable con el dinero. Quizás sea activo en su desarrollo intelectual y
pasivo en el plano emocional.
Considere las siguientes áreas:
su salud
sus emociones
la elección de sus parejas
la elección de su cónyuge
la elección de sus amigos
su bienestar económico
el nivel de conciencia
aplica en su trabajo

y

responsabilidad

que

el nivel de conciencia
aplica en sus relaciones

y

responsabilidad

que

su manera de tratar a la gente en general
su desarrollo intelectual
su carácter
su felicidad
su autoestima
Ahora imagine una escala de uno a diez, en la que 10 equivale a lo que
usted consideraría una autorresponsabilidad óptima y 1 al nivel más bajo
de autorresponsabilidad imaginable. Califíquese en cada ítem anotando al
lado la puntuación correspondiente. Puede diferenciar las áreas en que es
necesaria una mayor elaboración.
Llegados a este punto, si piensa en una u otra de las áreas en las que no
es muy responsable, tal vez se descubra protestando: "Pero no sé
que hacer, no sé cómo ser más responsable".
Por supuesto, muy rara vez esto es cierto.
En los primeros años de ejercicio de mi profesión, cuando los pacientes
planteaban esta objeción, yo les mostraba qué era lo que podían hacer
para participar de manera más activa en sus propias vidas. La experiencia
me ha enseñado la falacia de este enfoque. Hoy, cuando los pacientes ya
saben cómo completar las oraciones que les doy, por lo general les
propongo el principioUna de las formas en que puedo ser más responsable
con respecto a (rellenar con el área adecuada) es., y les pido que lo
completen a toda velocidad. Enseguida descubren lo bien informados que
en realidad están.
He escuchado a muchas personas, de todas las extracciones sociales,
completar este principio de oración con finales asombrosamente
perspicaces, y he aprendido a escuchar con benévolo escepticismo las
protestas de ignorancia e incapacidad. Si usted se oye protestar, le sugiero
que haga lo mismo.
Desde luego, a veces los demás nos aclaran ciertas posibilidades de
acción, pero siempre hay algunas cosas que ya sabemos que podemos
hacer. Empiece por éstas.
Aceptar la responsabilidad de la propia existencia es reconocer la
necesidad de vivir productivamente. Ésta es una aplicación básica y muy
importante de la idea de poseer una orientación activa hacia la vida.
No es el grado de nuestra capacidad productiva lo que está en discusión
aquí, sino más bien nuestra decisión de ejercitar cualquier capacidad que
tengamos. El trabajo productivo es el acto humano por excelencia. Los
animales deben adaptarse a su ambiente físico: los seres humanos
adaptan el ambiente físico a si mismos. Tenemos la capacidad de conceder
unidad psicológica y existencial a nuestra vida, integrando nuestras
acciones con metas proyectadas a lo largo de ella.
No es la clase de trabajo que escojamos lo que incide en nuestra
autoestima (siempre que, desde luego, ese trabajo no sea opuesto a la vida
humana), sino la búsqueda de un trabajo que exija y exprese el empleo
más cabal y consciente de nuestra mente y nuestros valores (suponiendo
que tengamos la oportunidad de hacerlo).
Vivir productivamente es proporcionarnos una de las dichas y recompensas
mayores que pueda experimentar el ser humano.
Vivir con responsabilidad (y con ello desarrollar una saludable autoestima)
está íntimamente relacionado con vivir activamente. Mediante las acciones
se expresa y realiza una actitud de autorresponsabilidad.
¿Qué acciones puedo realizar para acercarme a la obtención de mis
objetivos? ¿Qué accionespuedo realizar para avanzar en mi carrera?
¿Para mejorar mi vida amorosa? ¿Para que los otros me traten bien?
¿Para aumentar mis ingresos? ¿Para ser más feliz? ¿Para cultivar mi
desarrollo intelectual o espiritual?
Así como, si deseamos aumentar nuestra autoestima, es necesario que
pensemos en términos de conductas, si deseamos vivir mas
responsablemente es necesario que pensemos en términos
de acciones muy especificas. Por ejemplo, no basta con decirse: "debería
ser mas concienzudo". ¿Qué haré para ser más concienzudo? No basta
con decir: "debería adoptar una mejor actitud hacia mi familia". ¿Cómo se
manifestara esa mejor actitud en una conducta especifica?
La conducta puede ser mental o física. Pensar es una acción; concentrarse
en una tarea es una acción; hacer una lista es una acción; y también lo es
acariciar un rostro, transmitir el aprecio por medio de palabras, escribir una
carta, reconocer un error, prepara un informe, revisar un libro de
contabilidad o solicitar un empleo. La pregunta es siempre: ¿es esa
conducta apropiada con referencia al contexto? Ser autorreponsable es
preocuparse por esa respuesta.
Por lo tanto, si deseamos practicar una mayor autorresponsabilidad en
algún aspecto de nuestras vidas, es necesario que nos preguntemos: ¿Qué
acciones puedo realizar en este ámbito? ¿Cuáles son mis opciones? Si no
estoy esperando un milagro, o que alguien haga algo, entonces; ¿Qué
puedo hacer yo? Si elijo no hacer nada, aceptar el statu quo, ¿estoy
dispuesto a hacerme responsable de esa decisión?
Observe lo siguiente: si hay áreas de su vida en las que practica un nivel
más alto de autorresponsabilidad que en otras, presumo que esas serán
las áreas en las cuales usted se gusta más. Las áreas en la que evita la
responsabilidad son aquellas en las que usted se gusta menos.
Una vez más, le recomiendo que emplee la técnica de completar oraciones
para
verificarlo.
Por
ejemplo:
Practico
una
mayor
autorresponsabilidad
cuando................:
Evito lo más posible la autorresponsabilidad cuando................;
Cuando
Cuando

soy
evito

autorresponsable
la

siento.................;

autorresponsabilidad

siento.................;

Si algo de lo que estoy escribiendo es cierto.................;
Comienzo a darme cuenta de.................
Piense en ello durante los próximos siete días. Si practicara una mayor
autorresponsabilidad, ¿qué cosas podría hacer de manera diferente?
Escriba su respuesta en un cuaderno.
Después contemple la posibilidad de traducir en acción lo que ha escrito.
No piense en comprometerse para toda la vida, sino sólo para la semana
próxima, como un experimento. Descubra el efecto de esto en su sentido
de sí-mismo. Descubra el efecto que produce en su vida.
Si le gusta lo que descubre inténtelo siete días más. Y luego otros siete.

Vivir de un modo auténtico
Las mentiras más devastadoras para nuestra autoestima no son tanto las
que decimos como las que vivimos.
Vivimos en una mentira cuando desfiguramos la realidad de nuestra
experiencia o la verdad e nuestro ser.
Así, vivo una mentira cuando finjo un amor que no siento; cuando simulo una
indiferencia que no siento; cuando me presento como más de lo que soy, o
como menos de lo que soy; cuando digo que estoy irritado y lo cierto es que
tengo miedo; cuando me muestro indefenso y lo cierto es que soy un
manipulador; cuando niego y oculto lo cierto es que soy un manipulador; cuan
niego y oculto mi entusiasmo por la vida; cuando finjo una ceguera que niega
mi comprensión; cuando pretendo poseer una información que no tengo,
cuando me río y en realidad necesito llorar; cuando paso un tiempo innecesario
con gente que no me gusta; cuando me presento como la personificación de
valores que no siento ni poseo; cuando soy amable con todos menos con las
personas que digo amar; cuando me adhiero falsamente a ciertas creencias
para gozar de aceptación; cuando finjo modestia; cuando finjo arrogancia;
cuando permito que mi silencio implique asentimiento con respecto a
convicciones que no comparto; cuando digo que admiro a una clase de
persona pero duermo siempre con otra.
La buena autoestima exige coherencia, lo cual significa que el sí-mismo interior
y el sí-mismo que se ofrece al mundo deben concordar.
Si elijo falsear la realidad de mi persona, lo hago para engañar la conciencia de
los otros (y también a la mía propia). Lo hago porque considero inaceptable lo
que soy. Valoro cualquier idea de otro por encima de mi propio conocimiento de
la verdad. Mi castigo es que atravieso la vida con la atormentada sensación de
ser un impostor. Esto significa, entre otras cosas, que me condeno a la
angustia de preguntarme eternamente cuándo me descubrirán.
Primero, me rechazo mí mismo; esto está implícito en el hecho de vivir
mentiras, en el de falsear la verdad de mi persona. Después, me siento
rechazado por los demás, o busco posibles signos de rechazo, para lo cual soy
generalmente rápido. Imagino que el problema se plantea entre los demás y yo.
No se me ocurre que lo que más temo de los otros ya me lo he hecho a mí
mismo.
La honestidad consiste en respetar la diferencia entre lo real y lo irreal, y no en
buscar la adquisición de valores mediante el falseamiento de la realidad, ni la
consecución de objetivos pretendiendo que la verdad es distinta de lo que es.
Cuando intentamos vivir de una manera poco autentica, siempre somos
nuestra primera víctima, ya que, en definitiva, el fraude va dirigido contra
nosotros mismos.
Es obvio que las mentiras más comunes de la vida cotidiana perjudican la
autoestima: "No, no me acosté con fulano"; "No, no cogí ese dinero"; "No, no
falseé los resultados de la prueba", etcétera. La conclusión es siempre que la
verdad es vergonzosa. Ese es el mensaje que nos transmitimos a nosotros
mimos cuando decimos mentiras semejantes. Pero éste es el nivel de
deshonestidad más obvio. Aquí debemos considerar una clase de
deshonestidad mucho mas profunda, tan íntimamente vinculada (así es como
lo sentimos) a nuestra supervivencia que renunciar a ella suele ser un desafío
de mucha más envergadura.
Para enviar una posible mala interpretación, digamos que vivir auténticamente
no significa practicar una sinceridad compulsiva. No significa anunciar cada
pensamiento, sentimiento o acción posibles, sin tener en cuenta si el contexto
es apropiado o no, o su relevancia. No significa confesar verdades de manera
indiscriminada. No significa dar opiniones que no nos han pedido sobre el
aspecto de otras personas, ni formular -necesariamente- críticas exhaustivas,
aunque nos la hayan pedido. No significaofrecerse a brindar información a un
ladrón sobre unas joyas escondidas.
Por otro lado, debemos reconocer que la mayoría de nosotros hemos sido
educados casi desde el mismo día en que nacimos, para no saber qué es vivir
auténticamente.
La mayoría de nosotros fuimos criados y educados de modo que nos era
sumamente difícil apreciar la autenticidad. Desde muy temprano aprendimos a
negar lo que sentíamos, a usar una mascara, y en definitiva a perder el
contacto con muchos aspectos de nuestros sí-mismos interiores. Nos
volvimosinconscientes de gran parte de nuestros sí-mismos interiores, en
nombre de la adaptación al mundo que nos rodea.
Nuestros mayores nos empujaron a rechazar el miedo, la ira y el dolor, porque
tales sentimientos los incomodaban. A menudo no sabían cómo responder
cuando se rompía la supuesta armonía familiar. Muchos de nosotros fuimos
obligados también a ocultar (y por ultimo a eliminar) nuestra excitación. Les
ponía nerviosos. Nuestros mayores se volvían desagradablemente
conscientes de algo que habían olvidado mucho tiempo atrás. La excitación
altera la rutina.
Los padres emocionalmente distantes e inhibidos tienden a educar hijos
emocionalmente distantes e inhibidos, no sólo mediante sus mensajes
explícitos sino mediante su propia conducta, que indica al hijo qué es lo
correcto,
lo
adecuado
y
lo
socialmente
aceptable.
Además, puesto que en la infancia existen muchas cosas temibles,
inquietantes, dolorosas y frustrantes, aprendemos a emplear la represión
emocional como un mecanismo de defensa, como un medio de hacer la vida
más tolerable. Aprendemos con demasiada rapidez a evitar las pesadillas. Para
sobrevivir, aprendemos a "hacernos los indiferentes", como si estuviéramos
muertos.
Una de las experiencias más dolorosas y desorientadoras de la infancia, que la
gente se siente impulsada a reprimir, es el descubrimiento de que la mayoría
de los adultos miente. Esto también puede convertirse en una barrera para la
comprensión y la valoración de la autenticidad.
Oigo que mi madre me sermonea sobre las virtudes de la honestidad, y luego
oigo que le miente a mi padre. Mi padre anuncia cuánto desprecia a alguien y
luego no hace más que adular a esa persona durante toda la cena. Veo que
una profesora niega flagrantemente la verdad a otro alumno, en lugar de
reconocer que ha cometido una equivocación.
Que yo sepa, ningún psicólogo ha estudiado nunca el impacto traumático que
causa, en los jóvenes, la magnitud de las mentiras de los adultos. Y sin
embargo, cuando planteo el tema en las terapias e invito a mis pacientes a
reflexionar, la mayoría sostiene que fue una de las experiencias más
devastadoras de sus primeros años de vida.
Muchos jóvenes llegan a la conclusión de que crecer significa aprender a
aceptar la mentira como algo normal, es decir, aceptar y admitir la irrealidad
como un modo de vida.
Pero si nos entregamos a esta forma de sacrificio mental, si nos permitimos ser
gobernados por el miedo, si adjudicamos más importancia a lo que creen los
otros que a lo que nosotros sabemos que es cierto -si valoramos
más pertenecer al grupo que ser-, no alcanzaremos la autenticidad. Para
alcanzarla son necesarios el coraje y la independencia, sobre todo cuando es
tan raro encontrar esas cualidades en los demás. Pero esto no debería
desalentarnos; si las personas auténticas constituyen una minoría, también la
constituyen las personas felices; y las que gozan de una buena autoestima; y
las que saben amar.
Las personas que gozan de una alta autoestima están lejos de gustar siempre
a los otros, aunque la calidad de sus relaciones sea claramente superior a la
de las personas de baja autoestima. Como son más independientes que la
mayoría de la gente, son también más francas, más abiertas con respecto a
sus pensamientos y sentimientos. Si están felices y entusiasmadas, no tienen
miedo de mostrarlo. Si sufren, no se sienten obligadas a "disimular". Si
sostienen opiniones impopulares, las expresan de todos modos. Son
saludablemente autoafirmativas. Y como no tienen miedo de ser quienes son,
de vivir auténticamente, a veces despiertan la envidia y la hostilidad de quines
están más atados a las convenciones.
A veces, en su inocencia, se asombran de esta reacción, y quizás se sientan
heridos por ella; pero no por eso desisten de su compromiso con la verdad. No
valoran la buena opinión de los otros por encima de su autoestima.
Sencillamente aprenden que hay gente a la que es mejor evitar.
Tratan de buscar relaciones enriquecedoras en lugar de nocivas, en contraste
con las personas de baja autoestima, que casi siempre parecen entablar
relaciones nocivas.
Las relaciones de las personas de alta autoestima se caracterizan por un grado
de benevolencia, respeto y dignidad mutua superior al nivel medio. Los
hombres y mujeres orientados hacia el desarrollo tienden a apoyar las
aspiraciones de desarrollo de los demás. Las personas que disfrutan con su
propio entusiasmo también disfrutan con el de los demás. Las personas que
practican la franqueza al hablar aprecian la franqueza en la conversación con
los otros. Las personas que se sienten cómodas diciendo sí cuanto quieren
decir sí, y no cuando quieren decir no, respetan el derecho de los otros a hacer
lo mismo. Las personas auténticas tienen amigos mejores y más dignos de
confianza, porque saben que pueden apoyarse en ellos, y porque los instan a
igualar su autenticidad.
Al ser auténticos, no sólo nos honramos a nosotros mismos: a menudo es
como un regalo para cualquier persona con la que tratemos.

Desarrollar la autoestima de los demás
Aunque cada uno de nosotros es el responsable último de su autoestima,
tenemos la oportunidad de apoyar o atacar la autoconfianza y el autorrespeto
de cualquier persona que tratemos, así como los demás también tienen la
misma opción en sus relaciones con otros.
Probablemente todos recordemos ocasione en que alguien nos tratço de un
modo que reconocía tanto nuestra divinidad como la suya. Y también podemos
recordar ocasiones en que alguien nos trató como si el concepto de dignidad
humana no existiera. Sabemos bien qué diferente sensación nos dejan estas
dos clases de experiencia.
Si damos la vuelta a este ejemplo, probablemente todos recordemos ocasiones
en que tratamos a alguien con un espíritu de dignidad mutua. Y quizás
recordemos otras en las que, a causa del miedo o la ira, descendimos a un
nivel de comunicación apenas humano, en el que la dignidad perdió todo su
significado. Y también sabemos de qué modo tan diferente se viven esos dos
tipos de experiencias.
Cuando nuestras relaciones humanas tienen dignidad, las gozamos más; y
cuando nosotros manifestamos dignidad, nos gustamos más a nosotros
mismos.
Cuando nos comportamos de tal manera que acabamos elevando la
autoestima de los otros, también estamos aumentando la nuestra.
Veamos algunas de esas maneras:
Hay ciertos psicoterapeutas que pueden provocar un profundo impacto en la
autoestima de la gente que los consulta. Quizás practiquen orientaciones
teóricas muy diversas y empleen técnicas muy diferentes, y sin embargo en su
presencia el paciente se siente impulsado a elevar su autoestima, a medida
que descubre nuevas posibilidades de funcionamiento que antes nunca había
considerado como reales.
Si comprendemos algunas de las características más importantes del modo en
que se relacionan estos terapeutas con la gente, podremos aplicar esos
principios a nuestras propias interacciones. En este conocimiento no hay nada
de esotérico. Idealmente, debería ser accesible a todos. Mi sueño personal es
que algún día se enseñe en las escuelas.
A través de los años muchas veces he preguntado a mis pacientes (y también
lo han hecho numerosos estudiantes) cuáles de mi conductas eran, según su
experiencia, las más provechosas para el fortalecimiento de su autoestima.
Algunas de estas conductas eran mencionadas una y otra vez. Ninguna es de
mi exclusividad. Podrán identificarlas en cualquier psicoterapeuta que sepa
cómo provocar el desarrollo de la autoestima.
Para comenzar, tratamos a los seres humanos con la premisa del
respeto. Para mí, este es el primer imperativo de una psicoterapia
eficaz. Eso se transmite en el modo en que saludo a mis pacientes

cuando llegan al consultorio, y en mi manera de mirarlos, de
hablarles y de escucharlos. Abarca cosas como la cortesía, el
contacto visual, no ser condescendiente, no ser moralista,
escuchar con atención, preocuparse por comprender y ser
comprendido, ser adecuadamente espontáneo, rechazar el papel
de autoridad omnisciente, negarse a creer que el paciente es
incapaz de evolucionar. El respeto es constante, sea cual fuere la
conducta del paciente. Con ello se transmite este mensaje: un ser humano es
una entidad que merece respeto. Un paciente para el cual verse tratado de esta
manera pueda resultar una experiencia rara o incluso única, tal vez se sienta
estimulado, con el tiempo, a reestructurar el concepto que tiene de sí mismo.
Recuerdo a un hombre que me dijo cierta vez: "Reflexionando sobre nuestra
terapia, creo que nada de lo que he hecho impidió que siempre me sintiera
respetado por usted. Yo hice todo lo que pude para despreciarme y
considerarme un inútil. Trataba de que usted actuara como mi padre. Pero
usted se negó a colaborar. De algún modo tuve que hacer frente a eso; al
principio me resultó difícil, pero cuando lo logré, la terapia empezó a surtir
efecto." Recordé que en una de nuestras primeras sesiones el hombre había
observado: "Mi padre le hablaría a cualquier ayudante de cocina con más
cortesía que la que jamás ha empleado conmigo".
Cuando un paciente describe sus sentimientos de miedo, dolor o ira, no
lo ayudo si le respondo: "¡Oh, no debería sentir eso!" Un terapeuta no es
un animador. Es muy valioso (para cualquier tipo de paciente) expresar

los propios sentimientos sin tener que hacer frente a críticas,
condenas, burlas o sermones. A menudo el proceso de expresión es ya
intrínsecamente reparador. Un terapeuta que se siente incómodo cuando un
paciente expresa sentimientos intensos necesita trabajar consigo
mismo. Saber escuchar con serenidad y comprensión es algo

básico en las artes curativas. También es básico para la autentica
amistad, y para el amor.
Compárese esta actitud con la de aquello amigos que, cuando alguien intenta
comunicarles emociones intensas, lo interrumpen para darle un sermón, o una
serie de consejos, o cambian de tema directamente; como si esos amigos no
tuvieran confianza en nadie, ni siquiera en sí mismos.
Considero que una de mis principales tareas como terapeuta es crear un
contexto en el que las personas que vienen a mí puedan expresar sus
pensamientos y opiniones sin miedo al ridículo o al reproche. Pero es
claro que una política semejante no debería quedar reducida a los
psicoterapeutas. Si está usted de acuerdo en que no gana nada consiguiendo
que la gente tenga miedo de hablar en su presencia, pregúntese si ha logrado
crear o no un contexto abierto. Una de las experiencias que muchas
personas esperan tener en la terapia (y también fuera de ella) es la de ser
visibles: ser vistas y comprendidas. Quizás se hayan sentido alienadas
e invisibles desde la infancia, y ansían percibirse de una forma diferente.
Respeto este deseo y comprendo su legitimidad; por ello, trato de responder
apropiadamente compartiendo mis observaciones con el paciente y
proporcionándole una realimentación que le permita sentirse visto y oído. "Me
pareció oírle decir." "Imagino que usted estará sintiendo." "En este
momento parece como si usted." "Permítame decirle cómo entiendo yo
su punto de vista.", etcétera.
Sin duda, esto es comunicación humana, y no sólo comunicación
psicoterapéutica. Todos necesitamos la experiencia de la visibilidad y la
comprensión. ¿No deberíamos tratar de ofrecérnosla mutuamente, para que
forme parte natural de las relaciones humanas?
Los terapeutas eficaces juzgan, pero no enjuician. Juzgan, en cuanto es
obvio que evalúan unas conductas como superiores a otras desde el punto de
vista de la felicidad y el bienestar a largo plazo del paciente. No son tan
hipócritas como para pretender que carecen de parámetros, o que o hay cosas
que les gustan y otras que les disgustan. Pero no moralizan y no tratan de
cambiar una conducta provocando sentimiento de culpa.Así, no dicen:
"Solo un enfermo podría hacer eso". O bien: "¿Sabe lo inmoral que es usted?"
O: "Mientras no reconozca que es un depravado, no podré ayudarlo". O: "Usted
no es muy inteligente, ¿verdad?"
Cuando bombardeamos a la gente con nuestras evaluaciones de su carácter,
inteligencia y cosas parecidas, podremos intimidarla pero no ayudarla a
evolucionar, adquirir confianza o aumentar su autorrespeto. Y la alternativa de
ser moralista y juez no consiste en bombardearla con cumplidos y elogios fuera
de lugar: a menudo esto intensifica los sentimientos de minusvalía (o de
invisibilidad) en quien lo recibe, ya que sabe que el que habla no es sincero.
Podemos aprender a decir que algo o alguien nos gusta o no nos gusta, que lo
admiramos o no lo admiramos, sin calificar, atacar o alabar de un modo
irrealista. "Realmente disfruto cuando usted.", "No me siento cómodo
cuando usted.", "Me sentí herido cuando usted.", "Me sentí inspirado por
su.", etcétera.
En mi experiencia, los buenos terapeutas son compasivos pero no
sentimentales, y no estimulan la pasividad ni la autocompasión. Muchos
de mis pacientes han comentado la importancia de esta distinción para su
progreso en la terapia. Yo pregunto: "¿Qué alternativas ve para usted?",
"¿Qué cree que podría hacer para mejorar sus situación?", "¿Qué
accionista dispuesto a realizar?" Si la persona está empezando a
expresar su sufrimiento, no la interrumpo con tales preguntas, pero por lo
general siempre llega un momento en que hay que hacerlas. Creo que una
parte de mi trabajo consiste en despertar en el paciente una orientación hacia
la acción.
En el trato con la familia, los amigos o los socios, siempre surgirán ocasiones
en las que podamos ayudarlos, si así lo queremos, transmitiéndoles esta
perspectiva.
Los terapeutas eficaces son amables pero no permiten que sus pacientes
abusen de ellos. Por ejemplo, no dejan que los llamen a cualquier hora del
día o de la noche por asuntos triviales. No admiten ser explotados en el
orden económico. Exigen que se reconozca el valor de su tiempo. No
dejan de enfrentarse a un paciente que los ha tratado con hostilidad o en
forma agraviante (a menos que se trate de unaestrategia de tiempo
limitado con fines terapéuticos). Trazan líneas de demarcación y
establecen límites. Como hacen los buenos padres. Como hacen los
amigos inteligentes. Como hacen las personas que se respetan a si
mismas en todos los ámbitos. Al cuidar debidamente de sí mismos, de sus
propias necesidades y de su tiempo, los terapeutas dan un ejemplo. Dicen: así
es como me trato yo, y así es como debería tratarse usted. De ese modo no se
produce ningún choque entre el egoísmo racional (honorable respeto por los
propios intereses), por un lado, y la responsabilidad profesional, por el otro.
Esto es importante para todos nosotros. Así como los padres autosacrificados
no dan un buen ejemplo a sus hijos ("Renuncié a mi vida por ti"), sino que sélo
les enseñan que es positivo considerarse objetos de sacrificio -lo cual tiende a
generar resentimiento, odio y sentimientos de culpa en los hijos-, del mismo
modo los amigos autosacrificados ("Mis necesidades no importan") son una
carga, y no una alegría, ni una inspiración, ni un ejemplo de cualquier cosa
positiva que deseemos aprender.
Estoy profundamente convencido de que incluso la más indeseable de las
conductas produce en algún nivel un beneficio funcional, dentro del
conocimiento y el contexto del individuo en cuestión. Por lo tanto, deseo
comprender el modelo de sí-mismo-en-el-mundo a partir del cual obra el
paciente, renunciando a la mera descalificación de su conducta por
"descabellada". Por ejemplo, los gritos airados de una esposa, que pueden ser
muy desagradables para el que los escucha, tienen su propio, triste sentido si
sabemos que no logra atraer con ninguna otra cosa la atención de su marido, y
que ignora si hay una alternativa que quizá le daría mejores resultados.
Para repetir un punto ya tratado anteriormente, si nos limitamos a calificar a
una persona de "corrupta", "irreflexiva", "inmoral", etcétera, no la
comprenderemos. Para comprenderla, es necesario que conozcamos el
contexto en el cual su conducta adquiere algún sentido o se vuelve
conveniente o incluso necesaria par ella, aunque objetivamente sea por
completo irracional.
En el nivel de las relaciones personales, esto significa ayudar a una persona
que se está comportando inadecuadamente a identificar cuáles son sus
motivos para hacerlo, averiguar qué necesidades está tratando de satisfacer;
en otras palabras, proporcionar a esa persona la comprensión y la compasión
que, según sugerí antes, debemos darnos a nosotros mimos. "¿Qué sentía
usted en ese momento?", "¿Qué opciones tenia?", "¿Qué pensaba usted
que estaba diciendo esa persona contra la cual reaccionó con tanta
violencia?", "¿Cómo veía usted la situación?" Obviamente, no podemos
practicar esta política del mismo modo con todas las personas; pero con los
que amamos o realmente nos importan -o quizás con gente que trabajamos- es
una arma poderosa.
Recuerde que el sentimiento de culpa paralizador no sirve para nada. Y con
esto no quiero decir que debe hacerse caso omiso de las actuaciones
equivocadas o alentar la amoralidad. Hay veces en que necesitamos decir: "Su
conducta me resulta completamente inaceptable", o aun: "No quiero asociarme
con usted". Pero si nuestra meta es provocar un cambio de conducta y un
aumento de la autoestima para apoyar ese cambio, la estrategia antes sugerida
es la más recomendable en muchos casos.
Una de las características de los terapeutas eficaces, como de los mejores
maestros y entrenadores, es que saben que sus pacientes poseen mayores
potencialidades que las que ello mismos (los pacientes) pueden
reconocer. "¿Usted no se cree capaz de aprender el álgebra? Yo creo que
podrá." "¿No se cree capaz de saltar más alto? inténtelo otra vez." "¿Dice
usted que no se atreve a actuar en contra de las creencias de sus padres?
Yo creo que usted es capaz de pensar por sí mismo y responsabilizarse
de su propia vida." En otras palabras, no se dejan convencer por el
concepto negativo que tiene, de sí misma, la persona. Éste es un punto de
máxima importancia.
Una vez, un paciente dijo esto a un joven psicólogo que estudiaba conmigo: "Si
usted me preguntara cuáles son, en mi opinión, los factores más determinantes
del éxito de la terapia, pondría en primer lugar la convicción de Nathaniel de
que yo podía hacer todas las cosas que, a mi juicio, no podía hacer. Yo ni
siquiera pensaba que podría ganarme la vida haciendo algo que me gustara.
Ahora lo estoy haciendo. Jamás pude imaginarme feliz en el amor; ahora lo
soy. Solía decirle a Nathaniel que para mí no había esperanzas, y él me
respondía más o menos así: Ya lo he oído. ¿Seguimos?´"
Si deseamos alimentar la autoestima de otra persona, hemos de relacionarnos
con ella desde nuestra concepción de lo que merece y lo que vale,
proporcionándole una experiencia de aceptación y respeto. Debemos recordar
que la mayoría de nosotros tendemos a subestimar nuestros recursos
interiores, y guardar este pensamiento en un lugar central de nuestra
conciencia. Estamos más capacitados de lo que creemos. Si tenemos presente
esto, los demás podrán adquirir este conocimiento a partir de nosotros, casi por
contagio.
Podemos aprender, por ejemplo, a escuchar la expresión de los sentimientos
de una persona, aunque esos sentimientos consistan en dudas sobre sí misma
y su seguridad. Y podemos escucharla sin ceder al impulso de sermonear o
discutir, porque comprendemos que el reconocimiento pleno y la experiencia de
los propios sentimientos indeseados es el primer paso para superarlos.
Desde luego, a veces una persona puede hacer observaciones despectivas
sobre sí misma como una treta para que nosotros discrepemos con ella y le
hagamos cumplidos. Podemos negarnos a participar en ese juego,
diciendo: "Me pregunto cuál será el beneficio que obtiene usted
maltratándose así".
Puede resultar muy difícil seguir creyendo en otra persona si ella no cree en sí
misma. Sin embargo, uno de los más grandes regalos que podemos hacerle a
alguien es nuestra negativa a aceptar su pobre concepto de sí mismo,
zambulléndonos en su interior hasta llegar al sí-mismo más profundo y más
intenso, aunque sólo se trate de una potencialidad. Quizá nunca lo consigamos.
Lo único que podemos hacer es intentarlo. Lo óptimo seria que pudiéramos
sacar a la luz lo mejor que yace oculto en el interior de una persona, pero como
mínimo, podremos fortalecer lo mejor que hay dentro de nosotros mismos.
Por último, cualquiera que sea nuestra capacidad de ser racionales, coherentes
y firmes en nuestro trato con la gente, les presentaremos una impresión
inteligible y comprensible de la realidad (y todo psicoterapeuta competente,
como todo ser humano que se respete a sí mismo, se esfuerza por ofrecer esta
cordura en sus interacciones). Al obrar así, le estamos diciendo:su mente es
apta para tratar conmigo; no le ofrezco una impresión abrumadora y
contradictoria de la realidad, que podría dejarlo confundido, impotente y
desanimado.
Y si somos racionales y coherentes, por supuesto que nuestra autoestima
saldrá beneficiada

Aprender

a

conocer

y

superar

nuestras

BARRERAS

AFECTIVAS Y EMOCIONALES.
INTRODUCCIÓN: Bloqueos afectivos
Los bloqueos afectivos se encuadran en tres categorías
principales. Algunos afectan sobre la visión interior que tenemos
de nosotros mismos. Así, algunas percepciones comunes de las
propias personas, tales como "no merezco amor", o "no necesito a
nadie, soy fuerte", pueden dañar seriamente nuestra receptividad al
amor.
Otros bloqueos afectivos inciden sobre nuestra visión del mundo
en general y reflejan nuestra filosofía de visa y nuestras
expectativas. Por ejemplo, muchas personas fueron educadas en la
idea de que el mundo es un lugar frío u hostil, y en consecuencia
creen que "en mi horóscopo no hay amor". A otras personas se les
enseñó a ver el mundo como un lugar en el que las oportunidades se
esfuman rápidamente, por lo cual creen que "para mí es demasiado
tarde;
mi
plazo
ya
venció".
El tercer tipo de bloqueos afectivos determina nuestra visión de
los demás y nuestras expectativas respecto de cómo deben
tratarnos. Muchas personas, por ejemplo, creen que "el amor debe
ser de cierto modo". Si se les ofrece amor de otra manera, consideran
que no es verdadero amor y lo rechazan. Hay también quienes
piensan que si al amor hay que pedirlo, no es verdadero amor. Por lo
tanto, encaran sus relaciones con una demanda implícita: "¿Por qué
no
puedes
leer
mi
pensamiento?".
La mayoría de las personas padece más de un bloqueo afectivo,
de diferentes tipos. De hecho, es frecuente que un mismo individuo
padezca bloqueos de los tres tipos mencionados, que actúan en forma
simultánea. En ese caso, su percepción de sí mismo tiene
expectativas
irrazonables
respecto
de
los
demás.
Como es obvio, los bloqueos afectivos pueden manifestarse en
nuestro pensamiento consciente, adoptando formas ya conocidas por
nosotros. Pero por lo general los bloqueos están arraigados en
nuestro inconsciente y sirven a fines- y producen efectos - de los
que no tenemos plena conciencia. De ahí que sean tan tenaces y
nos
afecten
con
tanta
fuerza.
Los bloqueos afectivos afectan a las personas de distinta manera
y en distintos grados. Algunas personas tienen relaciones que les
ofrecen la posibilidad de sentirse amadas y valoradas y de lograr
una auténtica intimidad. Sin embargo, sus bloqueos afectivos les
impiden concretar esas posibilidades. Más aún: las personas así
afectadas se comportan de un modo que inevitablemente les crea
problemas y que hasta puede llegar a destruir por completo las
relaciones.
En otras personas, la afección es más grave. Sus bloqueos
afectivos las llevan a entrar en relaciones que les ofrecen poca o
ninguna posibilidad de llegar a sentirse valoradas y amadas y de
encontrar la intimidad que buscan. Se vinculan con personas
reprimidas, crueles, inmaduras, egocéntricas, o bien con
personas que al parecer reúnen las condiciones necesarias para
brindarles amor, pero no pueden hacerlo por razones ajenas a
ellos.
LOS
DE

LOS

ORÍGENES
BLOQUEOS

INFANTILES
AFECTIVOS

Dado que todos deseamos ser amados, es obvio que nadie genera un
bloqueo afectivo por elección consciente. Nuestros bloqueos afectivos
son inconscientes y en su origen es probable que haya una razón que
los justifique. Suelen nacer como una manera de protegernos
contra alguna experiencia anterior que nos produjo miedo y
confusión, una experiencia tan difícil y dolorosa que nuestra
frágil psiquis no pudo manejarla. Tal vez desde una perspectiva
intelectual adulta nuestros bloqueos afectivos no parezcan tener
mucho sentido. Pero si exploramos nuestras experiencias tempranas,
inevitablemente descubriremos que hay amplios motivos emocionales
que
los
explican.
La naturaleza también decretó que permaneciéramos en esa
situación de desvalimiento y dependencia durante un período
inusitadamente prolongado. La mayoría de los animales madura en un
lapso relativamente breve después del nacimiento, pero el infante
humano nace cuando el cerebro y el cuerpo se encuentran muy lejos
del desarrollo completo. Para cada uno de nosotros eso significó que
durante el largo período de la infancia y la adolescencia nos
encontráramos en una situación de extrema vulnerabilidad. Existía
una gran riesgo de que alguna de nuestras necesidades no fueran
satisfechas y de que nada pudiéramos hacer para remediarlo.
Si bien jamás superamos la necesidad de amor, ésta nunca es tan
urgente como en las primeras etapas de la vida. De hecho, el amor es
tan crucial para la supervivencia del infante como el aire que respira y
la leche que lo nutre. Como dice una canción popular, "el amor es
como
oxígeno;
si
no
tienes
bastante,
te
mueres".
Cuando la necesidad infantil de amor no es satisfecha en la
medida necesaria, ocurre algo trágico: el niño comienza a perder
su receptividad natural para el amor. En términos ideales, esa
receptividad natural se va expandiendo a medida que su necesidad de
amor es satisfecha, del mismo modo como su cuerpo crece a medida
que son satisfechas sus necesidadesalimentarias. Y al mismo tiempo
que crece la capacidad del niño para recibir amor, también crece
su capacidad de dar amor. Pero cuando el niño no recibe bastante
amor, su receptividad natural disminuye, tal como se contrae un
estómago que no recibe alimento. Si la necesidad de amor de un niño
no es satisfecha en forma sostenida durante largo tiempo, o si el niño
sufre una experiencia traumática en la cual la respuesta a su pedido
de amor es el maltrato o el total rechazo, aquella parte del niño que
llegó al mundo abierta y receptiva al amor puede marchitarse por
completo. Será entonces como si el yo naturalmente receptivo del niño
hubiera muerto.
Los mecanismos de supervivencia que nos ayudaron en la
infancia suelen volverse contra nosotros en la adultez bajo la
forma de bloqueos afectivos, y en última instancia nos causan más
daño
que
beneficio.
Si bien nos fueron necesarios para sobrevivir en la infancia y en la
adolescencia, en la edad adulta debemos liberarnos de ellos para
poder desarrollarnos y recibir amor.
LA

IMPORTANCIA

DE

AHONDAR

EN

EL

PASADO

Son legiones los que piensan que ahondar en el pasado es una tarea
absurda. Una razón obvia de semejante posición es que para mucha
gente el pasado fue doloroso. Como no quieren reconocerlo, miran
estoicamente sólo hacia el futuro diciendo "dejemos atrás el pasado". O tal vez
se permitan recordar el pasado, pero sólo una versión fantasiosa que justifique
su
afirmación.
"Tuve
una
infancia
muy
feliz".
En algunas familias se miente abiertamente sobre el pasado, o se lo oculta. Si
los niños formulan preguntas que indagan en el pasado, se los silencia con
frases como "no es asunto tuyo", "eso nada tiene que ver contigo" "no eras más
que un bebé entonces", "eso fue hace mucho y se acabó", "en realidad no
tiene
ninguna
importancia"...
La verdad, en cambio, es que el pasado tiene una gran importancia. Al igual
que se transmiten los genes de una generación a la siguiente, también se
transmiten los esquemas y los problemas psicológicos. Incluidos los
bloqueos afectivos. Cuanto más ignore una persona su legado psicológico,
tanto más probable será que quede atascado repitiendo una y otra vez los
esquemas y dramas pasados de la familia. Por otra parte, si no se comprende
por qué y cómo se desarrolló un bloqueo afectivo, todo intento de superara ese
bloqueo afectivo, será superficial y estará condenado al fracaso. La actitud que
adopta mucha gente es "No me importa de dónde vienen mis bloqueos; sólo
me importa librarme de ellos". Pero la eliminación de un bloqueo empieza por
la comprensión de sus orígenes, y ello sólo es posible cuando la persona está
dispuesta a examinar su historia familiar y sus propias experiencias tempranas.

EL

TIEMPO

Y

EL

INCONSCIENTE

Lo pasado pisado. Este concepto descansa en una premisa totalmente
incorrecta, a saber que la psiquis humana funciona conforme al tiempo
lineal y es capaz de establecer distinciones claras entre pasado,
presente y futuro. En realidad sólo la conciencia puede distinguir entre
pasado, presente y futuro: el inconsciente no hace estas distinciones.
A decir verdad, el inconsciente no tiene ningún sentido de tiempo
lineal. Cada vez que un suceso de nuestra vida nos provoca una
intensa reacción emocional, el recuerdo de ese suceso y los
sentimientos que lo acompañan son automáticamente depositados y
almacenados en el inconsciente. A medida que avanzamos por la vida
tenemos otras experiencias que hacen aflorar recuerdos inconscientes
de experiencias pasadas, y junto con ellos afloran también los
sentimientos que en su momento experimentamos como reacción a
dichas experiencias. Pero cuando los sentimientos del pasado
reviven en nuestro interior, no los experimentamos como viejos
sentimientos; los experimentamos en el aquí y ahora, a menudo
con la misma intensidad de la primera vez, aunque el suceso
haya ocurrido treinta, cuarenta o sesenta años atrás.
Es como si la identidad adulta nos fuera arrancada de pronto
haciéndonos sentir nuevamente como niños desvalidos. Aunque
estemos vestidos con ropas de adulto por dentro sentimos como si
hubiéramos
vuelto
a
los
pañales.
Aunque en ocasiones el inconsciente falle en el almacenamiento
de los detalles de hechos pasados, jamás deja de conservar los
sentimientos. Aun cuando pueda parecer que ciertos sentimientos
surgen "de la nada" o "porque si", en realidad afloran desde el
subconsciente. Y aunque el protagonista de la experiencia tenga la
impresión de que esos sentimientos sepultados vuelven a la
conciencia "sin razón aparente", suscita, por ejemplo, un perfume, un
sonido, o el aire de una persona entrevistada al azar en la calle.
Tal vez uno esté convencido que puesto que nada recuerda, nada
ocurrió. Lo más probable, sin embargo, es que sufraperturbaciones
emocionales- depresión, ansiedad, miedo a la intimidad o
desórdenes alimentarios- cuya existencia misma indica que hubo en
algún momento des se pasado una experiencia traumática. Aun
cuando el recuerdo de una experiencia dolorosa parezca haber sido
borrado, las consecuencias emocionales de esa experiencia
persisten.
CÓMO

SE

OPERA

EL

PROCESO

DE

CAMBIO

Al principio es sólo una comprensión intelectual, un concepto
incorporado en la mente. Pero a veces es preciso mucho tiempo
mucho tiempo para que ese nuevo conocimiento penetre en las
emociones y en el corazón. Si bien la comprensión intelectual es
decisiva, el cambio sólo puede producirse y completarse cuando lo
que se comprende por vía intelectual es captado emocionalmente y
comienza a penetrar cada vez más hondo en la psiquis.
Y al dar este paso, es muy común constatar que cuando alguien
supera un bloqueo afectivo, descubra que detrás de él se ocultan
otros.
Las características del cambio personal, en relación a los bloqueos
afectivos,
podemos
sintetizarlas
así:
1. EL CAMBIO COMIENZA CON EL DESEO DE CAMBIAR, JUNTO
CON LA COMPRENSIÓN DE QUE EL CAMBIO ES
POSIBLE: Muchas personas pasan por la vida como sonámbulos, con
escasa o ninguna percepción de los problemas que existen en su
relación con los demás o consigo mismos. Hay quienes saben que
algo anda mal y los expresan de las más diversas maneras: "Sufro
mucho", "Necesito crecer más como persona", "Quiero obtener más de
la vida y de la gente", "Mis relaciones nunca resultan como yo quiero",
"Algo me falta", y así sucesivamente. A veces esas mismas personas
sienten que "Soy como soy, nada puedo hacer para cambiar". Pero
después de ver cómo cambia la gente a su alrededor, su actitud puede
cambiar: "Tal vez no deba seguir siendo como soy", "Tal vez yo
también pueda cambiar". Ese es el momento en que puede
comenzar
el
cambio.
2. EL CAMBIO SE PRODUCE MÁS FÁCILMENTE CON LA AYUDA
DE UN GUÍA: Cuando nos disponemos a internarnos en un territorio
desconocido, siempre es aconsejable consultar a alguien que estuvo
antes allí. Un guía puede sugerirnos qué caminos tomar, alertarnos
sobre los accidentes del terreno, decirnos qué podemos esperar del
viaje, estimular nuestro interés y entusiasmo y contarnos las
experiencias de quines ya han viajado por la misma ruta.
En el dominio del campo psicológico, son muchos los guías que
pueden sernos de utilidad. Por ejemplo, los libros de autoayuda, las
enseñanzas o prácticas espirituales, y los grupos de apoyo como
Alcohólicos Anónimos. Existen también guías individuales. En buena
parte del mundo y a lo largo de gran parte de la historia, el guía
personal fue casi siempre un maestro espiritual, un gurú o mentor.
Pero en la cultura occidental de nuestros días el guía personal es
habitualmente
un
psicoterapeuta.
Es conveniente formular una advertencia. La terapia no es el único
medio para superar los bloqueos afectivos. Si bien es el modo
decididamente indicado para aquellos cuyos bloqueos afectivos le
incapacitan gravemente para mantener relaciones, quines sólo
padecen problemas leves pueden superarlos con otro tipo de guías.
3. AÚN EL MEJOR DE LOS GUÍAS ES SÓLO UN GUÍA; es el
paciente quien produce el cambio. Muchos libros escritos en años
recientes dejan la impresión de que la única manera en que alguien
logra cambios sustanciales en su vida interior y su comportamiento
exterior
es
sometiéndose
a
un
prolongado
tratamiento
psicoterapéutico individual. Más aún: un aluvión de recientes libros de
autoayuda escritos por psicoterapeutas describe el proceso e cambio
ubicando al terapeuta en el papel estelar y convirtiéndolo en un ser
omnisapiente que siempre encuentra la palabra justa en el momento
justo. Según tales elatos estereotipados, el paciente llega al
consultorio con su vida deshecha, y como se muestra reacio a entrar
en detalles, el terapeuta logra, con habilidad detectivesca, arrancarle
su historia mediante una serie de preguntas sagaces. Casi antes de
que el paciente termine de hablar, ya el terapeuta ha asimilado
completamente los problemas expuestos y sabe como resolverlos.
Aun más asombroso es que al instante es capaz de comunicarle todo
esto al paciente en un lenguaje compasivo, elocuente y sucinto. Al
poco tiempo el paciente vuelve al consultorio del terapeuta y le informa
que
su
vida
ha
dado
un
vuelco
total.
Los pacientes de terapia que leen este tipo de descripciones se
desalientan, dado que ellos no han experimentado cambios tan
enormes, y llegan a la conclusión de que algo anda mal en su
tratamiento y que sus terapeutas no son tan rápidos e infalibles como
los de los libros. La realidad es otra. Los terapeutas no son dioses, y
aun el más perceptivo, sabio y brillante de ellos no es más que un
guía. Por otra parte, en la terapia es el paciente quien hace el grueso
trabajo y quien produce la totalidad del cambio. A lo sumo, el
terapeuta participa una hora por semana, pero el paciente vive el
proceso de cambio durante 24 horas por día y 7 días por semana. El
terapeuta puede tener percepciones profundas y brindar brillantes
interpretaciones de sueños, pero nada de eso ayudará un ápice al
paciente si éste no ha llegado por sí mismo a idénticas conclusiones.
4. EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE ES UN INGREDIENTE
CLAVE DEL PROCESO DEL CAMBIO: Es habitual que en sus
relaciones con los demás el individuo no tenga conciencia de lo que
hace ni de as razones por las cuales lo hace. Obviamente, mientras
una persona desconozca sus propios esquemas de conducta, le
resultará muy difícil cambiarlos. De ahí que sea crucial cobrar
conciencia

de

los

problemas.

Igualmente crucial es comprender por qué se generan determinados
esquemas. Muchas personas que no se han esforzado seriamente por
comprender y cambiar sus esquemas psicológicos y de
comportamiento rechazan la idea de que el conocimiento consciente
es importante. Se aferran para ello a la siguiente posición:
"Suponiendo que en efecto llegue a descubrir que mis problemas de
adulto están relacionados con lo que me ocurrió en la infancia "¿Cuál
sería la diferencia? Pero aunque parezca un razonamiento de forma
teórica en realidad existe una respuesta. Cuando una persona
descubre los motivos raigales que l llevan a sentir y a actuar de
determinada manera, la diferencia es enorme. Es como si una luz
poderosa penetrara en un túnel oscuro. El túnel seguirá siendo largo y
tenebroso, lleno de sombras. Pero cuando la luz cae sobre las
paredes interiores, revelando la forma, las dimensiones y la textura del
túnel, resulta mucho más fácil encontrar la salida. Con la comprensión
de los problemas,, las piezas anteriormente mezcladas del
rompecabezas, que es la vida de un individuo, comienzan a juntarse
en un todo coherente, y muchas cosas que parecían misteriosas,
insondables y desconcertantes, comienzan a cobrar sentido.
PARA QUE SE PRODUZCA UN CAMBIO SIGNIFICATIVO ES
PRECISO QUE EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE SEA SEGUIDO
POR LA INTEGRACIÓN. Para algunas personas Y EN CIERTAS
SITUACIONES, EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE DE LO QUE
HACEN Y DE POR QUÉ LO HACEN ES SUFICIENTE PARA
EMPEZAR A CAMBIAR SUS SENTIMIENTOS Y SU CONDUCTA.
Para LA MAYORÍA, sin embargo, ése es sólo el primer paso. Para que
una persona cambie realmente sus sentimientos y su conducta hacia
los demás, es indispensable la integración. Cada no de nosotros
posee diferentes estratos de conciencia y la capacidad de adquirir
distintos tipos de conocimiento. Existen el conocimiento intelectual y
racional, el que se da a nivel de la mente. Existe el conocimiento
emocional o visceral, que se produce en el corazón, las entrañas y el
alma. En culturas de orientación cognoscitiva como la nuestra, la
mayoría de las personas perciben primero las cosas a través de la
mente, pero lograr esa misma percepción a nivel visceral lleva más
tiempo, y es entonces cuando tienen lugar los cambios más
profundos.
5. LA RAPIDEZ DE LOS CAMBIOS VARÍAN SEGÚN SU ÍNDOLE,
PERO LOS CAMBIOS MÁS PROFUNDOS SE PRODUCEN MUY
LENTAMENTE. A veces, la estrategia más útil para una persona
puede ser cambiar primero su comportamiento, con la esperanza de
que luego cambiará en consonancia su manera de sentir. Así, por
ejemplo, cuando Nancy se planteó la necesidad de conseguir trabajo
después de terminar sus estudios, se sintió aterrada hasta el punto de
ser incapaz de redactar su vitae o efectuar llamadas telefónicas
necesarias. Hubiera podido abocarse primero a tratar de superar sus
miedos, y luego buscar trabajo. En cambió decidió aceptar por el
momento sus miedos y actuar y actuar a pesar de ellos. Una vez que
consiguió empleo y empezó a trabajar, comprobó que esos miedos
empezaban a disiparse automáticamente, ya que sólo se debían a sus
fantasías de no poder adaptarse o desempeñarse con eficacia. En
este caso, lo sensato fue cambiar primero la conducta.
6. MUCHAS VECES, CUANDO AL PARECER NADA OCURRE, EN
REALIDAD SE ESTÁN OPERANDO CAMBIOS PROFUNDOS. La
lentitud del proceso de cambio es en sí misma causa suficiente de
frustración. A ello se suma además que la mayoría de los cambios
profundos no ocurren de manera ostensible o rotunda. Si bien es
cierto que algunas personas experimentan a veces iluminaciones
súbitas, lo más común es que los cambios se experimentan de un
modo muy sutil. A veces tan sutil, que al parecer no ocurre nada en
absoluto y la persona tiene la sensación de encontrarse
completamente
estancada.
7. EL CAMBIO NO SE PRODUCE EN FORMA SOSTENIDA Y
LINEAL; A LO LARGO DEL CAMINO HAY RETROCESOS Y
TROPIEZOS. A veces, los momentos de calma chicha son
exactamente lo que parecen: momentos en los que nada ocurre. Estas
pausas son inevitables. Sería muy lindo el cambio se produjera en
línea siempre ascendente e ininterrumpida, pero la realidad es que
hay momentos en los que el ritmo del cambio se hace más lento o se
detiene
temporariamente.
Del mismo modo, son inevitables los retrocesos. Por ejemplo, cuando
Nancy se esforzaba por superar sus atracones de comida, hubo
ocasiones en las que volvió a recaer en sus antiguos hábitos. Esas
regresiones nunca son agradables, pero tampoco deben ser motivo de
desesperación. El proceso de cambio es un proceso clemente. Una
persona puede resbalar, caerse del vagón, por así decirlo y volver a
treparse al tren. No hay castigos. No será obligada a"volver a fojas
cero", sino que podrá reanudar el viaje en el punto en que lo dejó.
Así como no siempre el proceso de cambio se desarrolla hacia
delante y en línea ascendente, tampoco es siempre muy divertido. De
hecho, en la medida en que saca a la luz recuerdos largamente
reprimidos, a menudo hace surgir sentimientos dormidos de dolor,
pérdida, tristeza, ira, etc, que pueden ser muy difíciles de soportar. En
ciertos casos existe el riesgo de que la persona empeñada en el
proceso de cambio se sienta tan invadida por sentimientos penosos
que no pueda seguir funcionando o caiga en una grave depresión.
Cada vez que el proceso de cambio penetra penetra en un territorio
tan pedregoso es indispensable recurrir de inmediato a la ayuda
profesional. No hay razón en el mundo para que una persona sumida
en intolerable sufrimiento o depresión deba continuar en ese estado.
Un psicoterapeuta que trabaje en equipo con un médico, o a la
inversa, podrá indicarle un tratamiento que tal vez incluya medicación
y que la ayudará a capear el período difícil y a continuar con el
proceso
de
cambio.
8. MUCHAS DE LAS RESPUESTAS YA ESTÁN DENTRO DE
USTED. Al descubrir que padecen bloqueo afectivo, muchas personas
reaccionan diciendo en esencia lo siguiente:"Muy bien, comprendo
que tengo un problema. Ahora dígame qué puedo hacer al especto".
Estar abierto para recibir ayuda y consejo es un rasgo saludable, pero
hay quienes lo llevan demasiado lejos. Pretenden que los guías que
han elegido no se limiten simplemente a señalarles los caminos
posibles, sino que decidan por ellos cuál deben tomar, Como no
confían en su propio ser interior, no se dan cuenta de que tal vez en
un nivel inconsciente ya tengan una idea exacta de lo que necesitan
saber.
Para que el proceso de cambio avance, es preciso que el individuo
tenga una conciencia cada vez más clara de sus propias fuentes
interiores de sabiduría y que se apoye en ellas. Cada uno de nosotros
posee una voz interior inconsciente que sabe lo que más nos
conviene. Esa voz procura comunicarse con nuestro yo consciente de
diversas maneras: a través de sueños, de imágenes o recuerdos que
acuden a nosotros sin que sepamos por qué, a través de
enfermedades físicas que parecen difíciles de explicar o curar. Existen
muchas formas de hacernos más receptivos a nuestra voz interior,
entre las que se incluyen la meditación, los ejercicios de visualización,
llevar un diario, acostumbrarse a recordar, registrar y analizar los
sueños, la creación, el ayuno, los rituales religiosos, la danza, el canto,
la música, la pintura y otras artes creativas. Cuando una persona se
comunica mejor con sus propias fuentes de sabiduría, estará en
mejores condiciones para decidir qué camino elegir entre aquellos que
otros
le
aconsejan.
9. EL PROCESO DE CAMBIO PUEDE SER FATIGANTE Y
HACERNOS SENTIR ESTÚPIDOS. No es solo la lentitud la que
puede tornar fatigante el proceso de cambio, sino también la
necesidad de indagar tanto en el propio yo. Por mucho que a muchas
personas les pueda resultar inicialmente interesante la
autoexploración y el auto análisis, suele llegar un momento en que
sienten que "Esto no va más. Estoy harto y asqueado de hablar de mi
vida y mis problemas. Me enferma tanto hurgar bajo la superficie y
analizarlo todo. Me aburre mi propia neurosis. Lo único que deseo es
callarme e ignorarla por n tiempo". Durante cualquier viaje largo, es
inevitable sentirse a veces harto de tanto viajar y aburrido con el
panorama. Tales sentimientos deben ser aceptados y elaborados, Son
parte del proceso de cambio, y no un motivo para abandonarlo.
Lo mismo puede decirse de los sentimientos de estupidez que casi
siempre surgen. Cuando alguien comienza a establecer relaciones
penetre lo que sucedió en la infancia y lo que le sucede en su vida
adulta, suele ocurrir que esas relaciones le parezcan "tan obvia que
cualquiera podría verlas". Cuando logran una percepción importante,
no exclaman "Eureka" ¡Es maravilloso que haya comprendido esto! En
cambio reaccionan con alguna versión de "¿Cómo no me di cuente
antes?" Es tan evidente que solo a un idiota se le pudo escapar", o
"debo haber estado ciego" "¡Qué imbécil que soy!". La realidad es que
muchas de las cosas más obvias para los ojos de los demás respecto
de nosotros mismos y de nuestras vidas, son precisamente aquellas
que a nosotros más nos cuesta ver. Es preciso recordar esta verdad
cuando uno está embarcado en el proceso del cambio.
10. EL CAMBIO ASUSTA. Los esquemas hondamente arraigados
como lo son los bloqueos afectivos, se originaron por una sola razón:
para ayudarnos a sobrevivir. Por lo tanto, cuando una persona se
dispone a abandonarlos, es probable que sienta que su supervivencia
está en juego, que literalmente va a morir. No hay duda de que
causan miedo, y a veces terror, cambiar esquemas de sentimientos y
comportamientos de toda una vida y encarar la existencia de una
manera
diferente
y
desconocida.
11. NUNCA ES TARDE PARA CAMBIAR. Este es uno de los
principios del cambio que tropieza con una mayor resistencia. Muchas
personas que padecen bloqueos afectivos y otros problemas
psicológicos llegan a un punto en la vida que piensan: "He perdido mi
oportunidad de cambiar. He sido como soy desde que recuerdo, y
supongo que lo seguiré siendo hasta que me muera". En nuestra
cultura obsesionada con la juventud, es habitual dar por sentado que
una vez pasada cierta edad, la gente pierde su capacidad de cambio.
Esto es rotundamente falso. Las personas cuya historia se relata en
las páginas siguientes se embarcaron en un esfuerzo por cambiar
diversas edades, desde antes de los 30 años hasta bien pasados los
50 años. Para nadie existió la barrera de la edad, y la mayoría
comprobó que su mayor experiencia les daba sabiduría, perspectiva y
humor,
todo
lo
cual
facilita
las
cosas.
12. EL CAMBIO ES UN TRABAJO PARA TODA LA VIDA. Este
principio final suele ser fuertemente resistido. Nancy por ejemplo, no
ha concluido su proceso de cambio. Después de lograr progresos
significativos, la persona puede llegar a un punto en que siente que:
"Ya está. Me siento mucho mejor; no me queda más trabajo para
hacer". Luego, dos días, meses o años después, advierte que hay más
trabajo para hacer, tal vez a un nivel más profundo respecto de
cuestiones por completo diferentes, que desconocía antes. Puede
resultar muy desalentador darse cuenta de que no está mejor como
creía, que se debe seguir trabajando. Es útil recordar que hay dos
maneras de ver la situación. Una persona puede lamentarse y decir:
"Oh, no, creí que estaba mucho mejor y ahora descubro que todavía
me falta mucho. ¡Qué desalentador!". O bien puede decir: "!Qué
bueno! Creí que había llegado lo más lejos que podía ir, y ahora
descubro que todavía hay espacio para progresar. ¡Puedo sentirme
aún mejor!".
"NO

QUIERO

OCUPARME

DE

MIS

SENTIMIENTOS"

El amor es una sensación, un sentimiento. De ahí que para poder amar y
sentirse amada, una persona debe primero ser capaz de experimentar
emociones. Esto suena simple, tan obvio que algunos podrán decir que es
ridículo señalarlo. La verdad es, sin embargo, que muchas personas desean
poder amar y sentirse amadas, al mismo tiempo que se mantienen ajenas a lo
emocional.
Aunque tal vez consideren que "enamorarse" apasionadamente es una
experiencia deseable, creen que por principio es necesario mantener
controladas las emociones, no ceder a ellas ni permitir "que se apoderen de
nosotros". Según esa visión, dejarse llevar por los sentimientos es un signo de
debilidad, falta de carácter y/o mala crianza, aunque ser arrastrado por el
sentimiento específico del amor, sobre todo el amor romántico o el amor hacia
los
hijos,
puede
ser
aceptable
e
incluso
deseable.
Aquellos que padecen las formas más severas de bloqueo "No quiero
ocuparme de mis sentimientos" se encuadran en términos generales
en dos grandes categorías. La primera la forman las personas que no
pueden tolerar la intensidad emocional. Los sentimientos fuertes de
cualquier naturaleza los ponen incómodos, aun cuando sean
sentimientos "agradables" como el amor. Se empeñan en mantener bajo
control sus propios sentimientos, asumiendo un aire de calma imperturbable, y
casi siempre también procuran controlar los sentimientos de los demás, para lo
cual utilizan un repertorio convencional: "No te sientas de ese modo", "No
puedes dejar que eso te perturbe", "Estás sobreactuando", etc. Por mucho que
deseen sentirse amados, cuando por fin se les presenta la oportunidad se
muestran ansiosos y alterados y sienten que la experiencia les produce una
enorme agitación interior, hasta el punto de dejarlos aturdidos, confusos,
descolocados. Para ellos, la perspectiva de pasar por la vida sin amor puede
ser menos asustante que vivir la inquietante experiencia de ser amados.
Para el segundo grupo de personas afectadas por este bloqueo, la cuestión
no es cuán intensamente sienten, sino qué sienten. Desean sentir en
forma selectiva, experimentando sólo aquellos sentimientos que
consideran "buenos, agradables, y positivos. No tienen inconveniente en
experimentar estos sentimientos "buenos" con intensidad, siempre que no
experimenten nunca sentimientos "malos", tales como "enojo, envidia y
resentimiento.
Ambas actitudes son igualmente efectivas para bloquear la receptividad del
amor, porque si lo aceptaran correrían el riesgo de sentirse sacudidas,
conmocionadas. Semejante intensidad los excede, son incapaces de
absorberla. Las personas del segundo grupo se bloquean para no o aceptar
amor porque creen erróneamente que pueden cerrarse sólo a los "malos"
sentimientos. No comprenden que dado que todos los sentimientos están
inextricablemente vinculados, nadie puede suprimir varios sentimientos "malos"
sin perder la capacidad de experimentar también todos los otros sentimientos,
incluidos
los
"buenos".
No todas las personas afectadas por el bloqueo "No quiero ocuparme de mis
sentimientos" lo padecen en sus formas graves. Tampoco se encuadran todas
exactamente en una de las dos categorías descriptas. El bloqueo puede
manifestarse en forma sutil: personas que no están permanentemente en
guardia contra los sentimientos fuertes, pero que tampoco se sienten del todo
cómodos cuando sienten una emoción con auténtica intensidad. Si se
sorprenden a sí mismos experimentando un sentimiento que consideran
"malo", digamos resentimiento hacia un ser querido, deseo sexual hacia
alguien que no es su pareja, o envidia hacia un amigo, se apresuran a censurar
y reprimir ese sentimiento, diciéndose "No debería sentir los que siento". Y si
experimentan una emoción con gran intensidad, ya sea rabia o euforia, los
invade el temor de que si no la controlan, esa emoción puede dominarlos y
hacer que se comparten de un modo tonto e imprudente que luego lamentarán.
No matan la emoción, pero le ponen sordina. Viven el miedo como "incómodo",
la alegría como"agradable" y el enojocomo"desagradable". Si bien son capaces
de sentir afecto y amor por los demás, no se permiten amar sin trabas, porque
esto implicaría perder el control. Y aunque en el plano intelectual puedan saber
que otros los aman profundamente, son incapaces de experimentar la
expansiva calidez interior que logra quien se permite a sí mismo abrirse de
verdad y dejar que el amor de otra persona penetre en lo más hondo de su
ser.
INFLUENCIAS CULTURALES
Es indudable que nuestras experiencias familiares tempranas determinan en
gran medida el estilo con que manejamos nuestros sentimientos. Pero una de
las razones por la que tantas personas se sienten incómodas con sus
sentimientos es que somos todos productos de una cultura caracterizada por n
fuerte prejuicio anti-emocional. En la cultura norteamericana se enseña a
admirar la racionalidad "viril" como un rasgo al que se debe aspirar, en tanto
que el sentimiento es menospreciado por considerárselo femenino e infantil. A
cultura popular ha glorificado al hombre fuerte, silencioso, que nunca "cede"
ante sus sentimientos, pintándolo como un ser noble, heroico y hasta sexy. En
contraste con ello, la expresión abierta de los sentimientos es vista como algo
embarazoso, poco serio o indecoroso, y a quienes manifiestan sus
sentimientos se los suele considerar débiles y tontos.
Por su puesto los diversos grupos étnicos tienen actitudes distintas frente a las
emociones y se ajustan a distintas reglas respecto a la manera de expresarlas.
En términos generales, las culturas alemana, escandinava, inglesa e irlandesa
tienden a una represión emocional mucho mayor que las latinas y
mediterráneas. Y en las culturas asiáticas, así como las árabes y africanas,
existen distintas creencias respecto e cuáles son los sentimientos aceptables y
cuáles los modos permisibles de expresarlos. Cuando hablamos del prejuicio
anti-emocional que impregna la cultura norteamericana, nos referimos a una
tendencia de la corriente cultural dominante, que hasta el presente se halla
sometida sobre todo a la influencia de las culturas de Europa del Norte.
Es verdad que este prejuicio antiemocional tiene su lado positivo. Dado que el
comercio y las relaciones sociales serían imposibles si todo el mundo diera
rienda suelta a sus emociones, cierto grado de represión emocional es
necesario para que podamos vivir en n mundo aceptablemente ordenado,
eficiente y civilizado. Pero es igualmente cierto que esa represión torna difícil
para mucha gente la saludable aceptación de sus emociones, tan crucial para
el bienestar psicológico y el mantenimiento e relaciones satisfactorias.
Junto con el prejuicio general contra los sentimientos, prevalece en nuestra
cultura la idea de que ciertos sentimientos son especialmente malos. Así, por
ejemplo, muchas personas consideran que la pena y la tristeza son
sentimientos impropios, enfermizos y de mal gusto. En la infancia se les
enseño que no tenían derecho a ellos, y que experimentarlos era una tontería,
una falta y una grosería. Tal vez sus padres les inculcaron que los "niños
grandes no lloran", trataron de convencerlos de que "en realidad no te sientes
de ese modo", los fastidiaron con expresiones como "apuesto a que no sabes
sonreír", o les dijeron "no tienes derecho a sentir lastima por ti mismo cuando
en China (o donde fuere) los niños mueren de hambre". Aun cuando a n niño
se le permitía experimentar pena y tristeza, lo más posible es que se le
enseñara a no dejar que tales sentimientos se prolongaran demasiado, pues
corría el riesgo de acabar "hundiéndose" en ellos. De ahí que cuando
experimentan tales sentimientos en la edad adulta, muchas personas
reaccionan con impaciencia y enojo contra si mismo, diciéndose que están en
falta y que deben "salir de eso lo antes posible".
El enojo es otro sentimiento que a muchos se les enseñó a ocultar, o incluso a
no permitirse experimentarlo. El castigo podía ser manifiesto, como en el caso
de niños a quienes se les pegaba cuando tenían una rabieta o se enojaban.
También podía ser sutil, como en el caso de los padres que retaceaban afecto,
aprobación o alimento hasta que sus hijos empezaban a sonreír como ellos
creían que debía hacerlo un niño.
El sexo es un factor de peso para determinar cuáles son los sentimientos que
aprendimos a considerar inaceptables. Por ejemplo, a las mujeres se les da por
lo general más libertad que a los varones para tener sentimientos y
expresarlos. Pero el problema es que esa libertad sólo se aplica al grupo
relativamente pequeño de emociones humanas consideradas "femeninas",
tales como la compasión, la ternura, la humildad y el amor romántico y
maternal. Otros sentimientos humanos como la ira, la lujuria, la ambición, la
agresión, el odio, y la vanidad están catalogados como "no femeninos".
También los varones aprenden que sólo ciertos sentimientos son aceptables.
La ambición, el orgullo, los celos y la arrogancia son permisibles; no así las
emociones más tiernas y "femeninas". Y si bien en la infancia se les enseña
a niñas y varones que la ira es mala, en la edad adulta los hombres gozan de
mayor libertad para experimentarla. Los "jóvenes iracundos" representados por
figuras de actores muy famosos y sexys, constituyen un elemento aceptado En
cambio no existen imágenes correspondientes de jóvenes iracundas
igualmente atractivas. En una sociedad que prohíbe la ira en las mujeres pero
las acepta y alienta en los hombres, "a menudo las mujeres se deshacen en
lágrimas en lugar de tener un estallido de ira, en tanto que los hombres se
enfurecen cuando alguien lastima sus sentimientos y tienen ganas de llorar".
Para ciertas personas los sentimientos más o perturbadores son los de índole
sexual. Para quienes viven con incomodidad los sentimientos sexuales, el
sexo, más que un medio para llegar a la intimidad, puede ser una barrera
contra ella. Por ejemplo, Julia, sentía repugnancia por los genitales de su
marido; en cambio con sus amigos podía relajarse y aceptar afecto, porque
estaba sobreentendido que había límites claros para el grado de contacto físico
permitido. Pero la relación con su marido que debía incluir por definición, el
contacto sexual, le resultaba amenazante y abusiva porque hacía surgir
recuerdos reprimidos de abusos sexuales que Julia había sufrido cuando niña.
En una situación inversa a la de Julia, ciertas personas son capaces de
experimentar intimidad con su pareja sexual, pero no con amigos. Ello se debe
a que asocian el sentimiento cánido de ser amado con el "cosquilleo" e la
excitación sexual y les causa terror la posibilidad de que el sentimiento cálido
de la amistad íntima pueda encender sentimientos sexuales que consideran
inaceptables. En los heterosexuales el miedo suele ser especialmente intenso
cuando se trata de la amistad con una persona del mismo sexo, a la inversa de
lo que ocurre con los homosexuales.
EL
ALTO
PRECIO
DE
LA
REPRESIÓN
EMOCIONAL
Lo que hacemos con nuestros sentimientos, es decir nuestro comportamiento,
puede caracterizarse como correcto o incorrecto, bueno o malo. La renombrada
psicoanalista suiza Alice Miller señala este hecho al reherirse a la ira y el odio.
Como lo explica la autora. La ira y el odio suelen ser respuestas apropiadas a
las crueldades y a la injusticia que muchas personas sufren en el mundo.
Ambos son sentimientos normales, y "un sentimiento nunca ha matado a
nadie".
Es necesario dar salida a los sentimientos de alguna manera, ya sea
verbalmente, a través del lenguaje corporal o del comportamiento. Pero en
lugar de formas saludables de dar salida a los sentimientos, lo que se le ha
enseñado a mucha gente es a practicar la negación ("En realidad no me siento
de ese modo") , a juzgarse y autocensurarse ("No debería sentirme de este
modo") y a provocar que sus sentimientos se ajusten a las expectativas
impuestas desde afuera ("Llegaron las fiestas, debo sentirme feliz"). Estas son
defensas corrientes contra las emociones y pueden ser eficaces, al menos por
un tiempo, para mantener a raya a los sentimientos perturbadores.
Pero a la larga es perjudicial manejar los sentimientos de esta manera. En
primer lugar, las defensas minan la autoestima. Para sentir auténtica
autoestima, un individuo debe estar en condiciones de decir: "Soy un ser que
siente, capaz de experimentar toda la gama de emociones humanas, y está
bien que así sea". Dicho de otro modo, respetarse a sí mismo significa
respetar los propios sentimientos, sin exclusión de ninguno.
Cuando alguien censura y reprime sus sentimientos también se priva de una
fuente importante de información y guía. El miedo,por ejemplo, puede alertar a
una persona sobre el peligro que la acecha, y hacerle ver la conveniencia de
tomar precauciones o de huir. La tristeza que al parecer surge "porque sí"
puede estar diciéndole a alguien que no cumplió el duelo necesario por una
pérdida y que es usada en sus relaciones, ello tal vez sea un signo de que
debe poner ciertos límites a lo que los demás pueden exigirle. Pero si alguien
está demasiado ocupado censurando sus propios sentimientos, no podrá "oír"
lo que éstos tratan de decirle.
Muchas veces también surgen problemas físicos. Si una persona procura poner
coto a sus sentimientos, se hace más vulnerable a una serie de dolencias
psicosomáticas, que van desde dolores de espalda, cuello y cabeza o
desórdenes digestivos menores, hasta cuadros más graves como asma,
úlceras y colitis. Quienes niegan y reprimen sus sentimientos también corren un
grave riesgo de caer en adicciones a la bebida o ala droga, pues como bien
saben los alcohólicos y los drogadictos en tren de recuperación, la bebida y las
drogas se utilizan muchas veces para mantener sepultados los propios
sentimientos verdaderos.
Estudios recientes sugieren asimismo que en las enfermedades físicas las
posibilidades de curación pueden verse afectadas por la forma en que el
paciente maneja sus emociones. Así por ejemplo un estudio realizado en San
Francisco por la Universidad de California, demostró que entre enfermos de
melanoma, una forma grave de cáncer de piel, quienes expresaban con libertad
sentimientos como la angustia y la ira mostraban respuestas inmunológicas
más positivas que quieres reprimían sus sentimientos.
Muchas personas creen que si niegan determinados sentimientos como la ira o
el resentimiento, éste simplemente se esfumará. Lo cierto, en cambio, es que
los seres humanos no podemos hacer desaparecer nuestros sentimientos.
Podemos empujarlos al subconsciente, con lo cual en apariencia
desaparecerán, pero ello requiere una enorme cantidad de energía, y a medida
que transcurra el tiempo se necesitará cada vez más energía, y a medida que
transcurra el tiempo se necesitará cada vez más energía para mantenerlos
reprimidos. Es inevitable que esto lleve a ataque de agotamiento, o a una
fatiga crónica que al parecer no tiene motivos. Y dado que a cada uno de
nosotros posee una cantidad determinada de energía psíquica, cuanto mayor
sea el caudal de energía que alguien invierte en reprimir sus sentimientos,
tanto menos le quedará para otros esfuerzos que le demanda la vida.
CÓMO PESAN EN LAS RELACIONES LOS SENTIMIENTOS REPRIMIDOS
La represión de los sentimientos acaba siempre por ser un esfuerzo
inútil. Tarde o temprano los sentimientos sepultados afloran. A menudo ello
ocurre en el momento más inesperado y con fuerza sorprendente, lo cual
puede causar estragos en las relaciones. Bien lo sabe cualquiera que halla
estado de pronto con un ser querido, por motivos que nada tienen que ver con
el asunto que se plantea en ese momento.
El bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos"interfiere en las
relaciones de distintas maneras. Dado que la forma principal en que las
personas se vinculan y llegan a intimar es a través de experiencias y
emociones compartidas, a menudo intensas, quienes se esfuerzan por no
mostrar sus sentimientos- o directamente por no tenerlos - necesariamente se
sienten solos, apartados y no amados, aun en medio de relaciones en
apariencia íntimas. La alineación que experimentan respecto de los demás es
el reflejo de la alineación en que se hallan respecto de sus propias emociones.
Cuando un individuo muestra intolerancia y rechazo y está asustado de sus
propios sentimientos, suelen adoptar la misma actitud hacia los sentimientos de
los demás. De ahí que a veces pueda causar una falsa impresión de de
insensibilidad. Aunque se diga a sí mismo que al reprimir sus sentimientos
"negativos" protege a los demás de hecho su falta de calidez, tolerancia y
naturalidad emocional lastima a los demás y los aleja.
Otra consecuencia de no asumir los propios sentimientos es la
proyección. Esta situación se da cuando una persona ubica mentalmente sus
sentimientos en otra, imaginando que esta última quien experimenta las
emociones que en realidad es él quien siente. Por ejemplo, una mujer que está
enojada con su marido pero no se permite a si misma admitirlo, se aferrará a la
idea de que es él quien está enojado con ella. O un hombre que se siente
inseguro en una relación puede proyectar sus sentimientos de vulnerabilidad
sobre su pareja, pues en ella le parecen mucho menos amenazantes. "nos
fuimos a vivir juntos porque ella necesitaba esa cercanía", dirá él, sin reconocer
nunca que él lo necesitaba tanto como ella. La proyección es un mecanismo
habitual en toda clase de relaciones y genera buena parte de los
malentendidos entre las personas.
"NO
MEREZCO
El amor a sí mismo no es narcisismo

AMOR"

Una de las simples verdades de la vida es que una persona no será capaz de
aceptar el amor de los demás si antes no se ama a sí misma. Del mismo modo,
una persona no será capaz de sentir amor por los demás a menos que también
se ame a sí misma. Ello está implícito en las palabras de Cristo, quien no dijo
"ama a tu prójimo más que a ti mismo", ni "ama a tu prójimo y no a ti mismo".
Sino
"ama
a
tu
prójimo
como
a
ti
mismo".
Cuando alguien tiene amor por sí mismo se valora y se preocupa por su propia
persona, se ve a si mismo como merecedor de compasión, benevolencia y
felicidad. Tiene plena conciencia de sus faltas y errores, pero en lugar de ver
sus imperfecciones como prueba de su falta de méritos y de la imposibilidad de
que lo amen, las ve como pruebas de su condición humana.
Aunque los términos "amor a sí mismo" y "narcisismo" suelen usarse como
sinónimos, no lo son. El narcisista es un perfeccionista exigente que se fastidia
cuando él y los demás no responden a sus grandes expectativas. En cambio,
cuando una persona aprende a amarse más a sí misma se torna más tolerante
y deja de juzgarse y juzgar a los demás conforme a modelos imposibles de
alcanzar.
El individuo narcisista tiene también un marcado sentido de sus derechos y lo
impacienta que los demás no lo atiendan como él cree que debería hacerlo.
Quien tiene amor por sí mismo, en cambio, considera que merece la mejor
vida,
pero
no
que
se
le
debe
un
tratamiento
especial.
El narcisista tiene una idea exagerada de su propio valor y se siente superior a
los demás. El que se ama a sí mismo tiene una visión realista de su propia
persona y se considera un ser complejo, ni superior ni inferior a los demás y
valores como seres humanos tan complejos como él mismo.
EL

PROCESO

DE

APRENDIZAJE

Hay quienes están tan acostumbrados a verse a sí mismos de determinada
manera, que jamás cuestionan el origen de esa visión, sino que dan por
sentado que si sienten desagrado por su propia persona lo más probable es
que hayan nacido con ese sentimiento y que sin duda es el destino que
merecen Los cierto es que nadie llegó al mundo viéndose a sí mismo feo, malo,
estúpido o indigno de ser amado, ni tampoco hermoso, bueno, inteligente o
digno de ser amado. En lo que respecta a ideas acerca de nosotros mismos,
todos comenzamos la vida con una pizarra en blanco. Ignorábamos por
completo si éramos listos o tontos, valiosos o despreciables, lindos o feos,
incluso si éramos varón o mujer. Todo lo que sabemos acerca de nosotros
mismos,
lo
hemos
aprendido.
A medida que crecimos y adquirimos ideas definidas acerca de quiénes
deberíamos ser. Lo típico es que constantemente comparemos el yo que
percibimos con el yo ideal. Si el primero queda muy debajo del segundo,
nuestra
autoestima
será
baja.
LOS

PADRES

NO

SON

LA ÚNICA

INFLUENCIA

Desgraciadamente, el impacto del mundo exterior coloca a ciertos grupos en
una posición de desventaja en lo que respecta al desarrollo y la conservación
de la autoestima. Así, por ejemplo, aunque un niño de color se críe en la más
afectuosa de las familias, al mirar a su alrededor y moverse en el mundo
inevitablemente se encontrará con el racismo, y ello puede afectar a su
autoestima
y
sus
posibilidades.
Un niño cuyo idioma materno no sea aquel del país en e que vive, puede recibir
en su hogar un gran caudal de amor incondicional, pero si en la escuela se le
enseña que el único idioma aceptable es el del país, es razonable que se
sienta avergonzado y descolocado. Los homosexuales y las lesbianas pueden
sentirse muy orgullosos de su identidad sexual, pero en un mundo en donde la
heterosexualidad es considerada la norma y en el que abunda la homofobia,
inevitablemente encontrarán discriminación, burlas e insultos que pueden ser
una amenaza a su autoestima. Aunque los discapacitados se acepten a sí
mismos como son, dado que el mundo exterior les le hace tan difícil la
inserción- o incluso la supervivencia, sufren a diario agresiones a su sentido de
la
dignidad,
del
propio
valor
y
de
la
pertenencia.
También es importante recordar que vivimos en una cultura en la que
tradicionalmente se han considerado superiores los méritos del varón. Un chico
cuyos padres no lo aman lo bastante puede hallar consuelo en el hecho de que
es varón, y como tal se lo supone más inteligente, más competente, más
importante y en general más valioso que sus contrapartes femeninas. Una niña
cuyos padres no le brindan suficiente amor no dispone de esa fuente de
consuelo. Más aún: en lugar de constituirse en baluarte contra el sexismo de la
cultura en la que vivimos, muchas familias difunden activamente la idea de que
los
varones
poseen
una
superioridad
innata.
Los hombres no sólo son educados en la idea de que tienen más motivos de
autoestima que las mujeres, sino que también se los alienta a alimentar
elevadas opiniones acerca de sí mismos. Conforme a un milenario sistema de
valores en que se privilegia al hombre, la elevada autoestima es una
prerrogativa exclusivamente masculina. Se da por sentado que los hombres
han de tener una opinión positiva de sí mismos, mientras que las mujeres
deben ser modesta y se les enseña a tener mucho cuidado de no mostrarse
vanidosas o demasiado satisfechas consigo mismas. De ahí que cuando los
padres no logran que sus hijos varones elaboren suficiente autoestima, se los
considera culpables de una falta terrible, en tanto que criar a una hija con baja
autoestima es visto como un hecho normal y aceptable. Por ejemplo, se habla
mucho del frágil ego masculino, y las niñas son educadas en la idea de que
una de sus tareas más importantes en la vida consiste en apuntalar la
autoestima de los hombres. Muy poco se dice en cambio, del frágil ego
femenino, y no se educa a los varones para que consideren su deber reforzar
la autoestima de las mujeres.
'NO NECESITO A NADIE: SOY FUERTE'
En muchos casos, el bloqueo "No necesito ayuda" coexiste con el bloqueo
"No quiero ocuparme de mis sentimientos", y se lo puede considerar una
extensión y manifestación específica de aquel. Las personas que están
incomodas con sus sentimientos en general, lo están en particular con sus
sentimientos de necesidad y dependencia.
Muchas personas que afirman, en esencia, 'No necesito a nadie: soy fuerte',
ignoran que esta posición actúa como bloqueo afectivo. Por el contrario, creen
que los demás los aman por su fuerza y su autosuficiencia, y temen que si no
fueran tan fuertes, los demás los amarían menos. No advierten que existe una
diferencia entre el amor y la admiración, y que si bien la fuerza y la
autosuficiencia pueden ser admirables, estos rasgos no despiertan afecto en la
mayoría de la gente, o por lo menos no tanto afecto como la franqueza, la
suavidad, el humor y la vulnerabilidad. Tampoco advierten que mucha gente
necesita que la necesiten, y por lo tanto una postura de fuerza y autosuficiencia
totales puede apartar a los demás. Así por, por ejemplo, una persona puede
levantar un muro tan alto alrededor de sus sentimientos de dependencia y
vulnerabilidad, que causa la impresión de ser frío y soberbio, por lo cual suscita
antipatía en mucha gente.
CÓMO NIEGAN LOS HOMBRES SUS NECESIDADES EMOCIONALES
En nuestra cultura son sobre todo los hombres lo que tienen dificultades para
reconocer las formas en que están vinculados con los demás y dependen de
ellos. Varones y niñas desarrollan percepciones marcadamente distintas de sí
mismos en relación con los demás. Ello se debe a que por lo general es la
madre quien asume la responsabilidad principal por el cuidado de los hijos. Las
niñas por pertenecer al mismo sexo, no desarrollan un sentido profundo de
diferencia y separación en relación con la madre, y el hecho de sentirse
similares y conectadas con ella determina la visión que tienen de sus
posteriores relaciones y su manera de abordarlas. A la inversa, los varones
desarrollan una fuerte percepción de sí mismos como individuos separados,
muy distintos de las personas con la que tuvieron su primer vínculo íntimo, y
ello colora la visión que tienen de sus relaciones adultas. Estas dos visiones
diferentes de la propia persona se refuerzan más tarde a través de los roles
sexuales. En nuestra cultura se ha alentado tradicionalmente al varón a
construirse una identidad fuerte, como individuo independiente, en tanto que la
mujer se espera que derive su identidad de la fusión con el varón - más
valorado por su carácter de tal - y que, idealmente, le dé hijos varones. El
resultado final es que los hombres tienden a verse a sí mismos como individuos
autónomos, algo separados o totalmente apartados de los demás, mientras que
las mujeres se ven a sí mismas como personas conectadas, insertas en una
compleja red de relaciones.
Dentro de una misma relación, es frecuente que el hombre se vea a sí mismo
más dependiente de lo que es en realidad, en tanto que a la mujer le ocurre lo
contrario. Por ejemplo, cuando un paciente nuestro, Alan, entró en terapia
hacía más de 12 años que Ana se ocupaba de sus necesidades físicas,
sexuales y emocionales. Sin el apoyo emocional de Ana, a Alan le resultaría
difícil enfrentarse con el mundo exterior, y sin sus servicios prácticos- tales
como lavarle la ropa y llevar el coche al taller para repararlo-, es probable que
Alan no podría vestirse por la mañana. No obstante, Alan persistía en verse a
sí mismo como un ser autónomo y autosuficiente, al igual que muchos hombres
en situaciones similares.
Ana, por el contrario, tenía, como muchas mujeres, una percepción insuficiente
de su propia capacidad para bastarse a sí misma, y no veía en absoluto la
forma en que los demás se apoyaban en ella. Durante la mayor parte de sus
años de matrimonio, Ana creyó siempre que necesitaba a Alan y dependía de
él mucho más de lo que él la necesitaba y dependía de ella. Minimizaba el
hecho de haber trabajado como enfermera en doble turno para que él pudiera
terminar su carrera de abogado. "En realidad, él no me necesitaba", decía. "Si
no hubiera contado conmigo, habría encontrado otra manera de hacerlo". Al
mismo tiempo, minimizaba sus propios logros, convencida de que ser
enfermera era fácil, mientras que llegar a ser abogado era difícil. "Yo no
hubiera sido capaz", aseguraba. Sólo después de 10 años de matrimonio y de
entrar en un grupo terapéutico, Ana comenzó a cuestionarse esas
suposiciones.

"EN

MI

HORÓSCOPO

NO

HAY

AMOR"

Las personas que se consideran condenadas a la privación afectiva,
también suelen creerse destinadas a sufrir privaciones económicas y
materiales. Algunos provienen de hogares en los que la falta de recursos
emocionales iba de la mano con una falta de recursos económicos, por lo cual
las dos clases de privación quedaron inextricablemente ligadas en su mente.
Otros llegaron a las misma conclusiones pese a haberse criado en hogares de
buena situación económica. En estos casos, la sensación de carencia
emocional que impregnaba el clima familiar de su infancia salpicaba el orden
de las cosas materiales, coloreando la forma de ver y manejar el dinero y
haciendo que todos se sintieran pobres y que los niños crecieran con una
"mentalidad de pobreza".
Suele suceder que una persona supere un bloqueo afectivo, sólo para
descubrir que detrás está agazapado otro bloqueo más grave y más
profundamente arraigado.Eso fue lo que le ocurrió a una paciente llamada
Joyce. Durante su primera etapa de terapia, poco después de los veinte años,
la preocupación principal de Joyce era superar su bloqueo "No necesito a
nadie, soy fuerte". En ese momento parecía que el principal obstáculo que le
impedía obtener relaciones satisfactorias era su incapacidad para reconocer y
aceptar que tenía necesidades emocionales. Pero cuando Joyce retomó la
terapia unos años más tarde se hizo evidente que detrás de aquel bloqueo se
ocultaba otro: "En mi horóscopo no hay amor".
EL
MUNDO
COMO
UN
SITIO
IMPLACABLE
Algunas personas que creen que nunca tendrán otra oportunidad para el amor,
piensan simplemente que ya han otorgado la cuota que les corresponde. Un
ejemplo clásico es el de la viuda o viudo que no quieren ni oír hablar de salir
con una persona del sexo opuesto y mucho menos de volver a casarse, ya que
eso sería una traición al cónyuge desaparecido, 'mi único amor verdadero'.
Pero lo más común es que quienes padecen este bloqueo sientan que han
DESPILFARRADO o ARRUINADO sus oportunidades, o que corren el riesgo
de que eso les ocurra. Para los que así piensan, este mundo no es sólo un sitio
de escasez, sino también un sitio implacable.
Las personas que creen que ya han consumido sus oportunidades para el
amor, generalmente piensan que no lograr que una relación funcione (sobre
todo el matrimonio) es un delito terrible que merece ser castigado. ¿Y qué
mejor castigo puede haber que no tener ya jamás otra oportunidad, y por lo
tanto estar condenado a la soledad perpetua? Después de un divorcio, por
ejemplo, muchas personas se culpan a sí mismos razonando de este modo:
'Vivir solo el resto de mi vida es el castigo que merezco por haber fracasado en
mi matrimonio'.
También aquí la influencia de la familia desempeña un papel importante. Es
muy probable que el mundo le parezca un lugar implacable a quien creció en
un hogar donde reinaba la inquina y nadie pedía perdón nunca, o donde se
arrastraban las mismas acusaciones y las mismas agresiones a lo largo de los
años. Al que creció en un hogar donde le más mínimo 'delito' (no tender la
cama, olvidar un plato sucio en la cocina, derramar la leche en el piso)
provocaba amenazas de castigo eterno ('No volveré a hablarte nunca', 'Te daré
una lección que no olvidarás jamás', 'Ve a tu cuarto y no vuelvas a salir nunca
más'), probablemente le resulte muy difícil creer que el mundo puede perdonar.
'Sólo te dan una oportunidad, y si la malogras no habrá otras', es una clásica
experiencia infantil por la que pasan incluso las personas que se criaron en una
familia muy bien avenida. Casi no hay quien no recuerde un episodio en el que
perdió, rompió por accidente o arruinó en un berrinche un objeto favorito. En
lugar de consolarlo por la pérdida, se lo reprendía: '¿Ves lo que pasa cuando
no cuidas tus cosas? Pues bien, si esperas que te compremos otro (juguete,
vestido, muñeco, etc.), olvídalo. Eres tú quien lo perdió (rompió, aplastó, etc.),
de modo que te lo tienes merecido'.
Las personas que crecen con la sensación de que el mundo es un sitio
implacable desembocan en un callejón sin salida que limita su capacidad de
amarse a sí mismas. Dado que no existe un ser capaz de llegar a una edad
avanzada sin lastimar a otros aunque sólo sea ocasionalmente y sin cometer
algún acto criticable, saber perdonarse es esencial para el bienestar
psicológico. Pero quien no cree en la posibilidad del perdón no podrá hacerlo, y
por lo tanto se verá obligado a abrazar una de estas dos imágenes
distorsionadas de sí mismo: o bien se verá como una mala persona condenada
a pasar por la vida manchado por todas las malas acciones que alguna vez
cometió, o se verá como alguien que goza de un status muy especial y
elevado, alguien que es incapaz de hacer nada malo y en consecuencia está
por encima de la necesidad de perdón. Para los del primer grupo el amor a sí
mismos está fuera de la cuestión y la vida llena de autoodio y autocastigo. Los
del segundo grupo PARECEN sentir un gran amor por sí mismos, pero se trata
de un pseudoamor basado en un concepto erróneo del propio yo y del lugar
que ocupan en el mundo.
Cuando la gente crece viendo al mundo como un sitio implacable, también
tiene tendencia a ser implacable con los demás. Esas personas responden a
las heridas y desilusiones que sufren en su relación con los demás con esta
actitud: "Aquí se acabó todo. Has arruinado todas tus chances conmigo, y no te
daré otra oportunidad de acercarte a mi y volver a hacerlo". Es habitual que
hagan balance de lo que dan y lo que reciben y se sientan perpetuamente
víctimas y explotados, lamentándose en estos términos: "¿Por qué dar tanto
para recibir tan poco?".
También la situación económica de una familia puede hacerle sentir al niño que
el mundo es un lugar de escasez. Muchas personas criados en hogares donde
el dinero escaseaba siguen sintiéndose pobres aun cuando llegan en la adultez
a una situación económica estable incluso brillante. Ideas como "No me
alcanzará" o "Mañana me lo quitarán todo" están tan firmemente arraigadas
que es imposible eliminarlas. Estas personas pueden también trasladar su
percepción interior de escasez del terreno económico al personal, convencidas
d que si gozan de abundancia material el destino se cobrará lo suyo
estafándolos en el terreno del amor.
Muchas culturas tienen leyendas para ayudar a la gente a manejar la ansiedad
y el miedo. A un paciente nuestro, llamado Jorge, lo ayudó una práctica acerca
de un dragón, similar a la historia india de Vichnú. Cuenta esa leyenda que en
tiempos medievales había una aldea que vivía horrorizada por una dragón
que habitaba en una cueva en las afueras. Todos estaban dominados por
el miedo al dragón, y a medida que el miedo crecía, mudaban sus
viviendas cada vez más lejos de la cueva. Pero el dragón seguía
creciendo. De los diez metros de largo que medía al principio, pasó a los
quince y luego a los veinte. Le salieron dos cabezas en lugar de una.
Grandes púas le crecieron en el lomo y empezó a echar fuego por la boca.
Cuanto más aterrados estaban los aldeano y cuánto más trataban de
alejarse, tanto más se acercaba el dragón y más lejos llegaba su aliento
ardiente.
Cierto día, un joven aldeano que había crecido en medio del terror que
inspiraba el monstruo, decidió acercarse a la cueva para ver si la bestia
era tan feroz como todos creían. Su familia y los demás aldeanos tratan
de disuadirlo, pero él estaba decidido. Aunque el miedo hacía palpitar
aceleradamente su corazón, partió en dirección de la cueva del dragón. A
medida que se acercaba, su miedo crecía. El sudor le corría por la cara y
sus piernas casi no le sostenían. Pero siguió caminando.
Por fin avistó la cueva. Oyó los movimientos del dragón y su terror
aumentó. Estuvo a punto de vomitar y sintió ganas de huir. Pero siguió
avanzando hacia la cueva hasta que pudo espiar el interior. Lo que vio lo
sorprendió. El dragón era grande y fiero, pero ni por asomo tan grande y
fiero como el suponía. Tenía una sola cabeza. Y ninguna púa. Arrojaba
fuego, pero las llamas apenas llegaban a un metro de distancia. Muy
aliviado el aldeano decidió sentarse a descansar. Se quedó dormido
durante varias horas, y al despertar notó algo extraño. El dragón parecía
más pequeño y menos feroz que antes. El joven decidió pasar la noche
allí. Cuando despertó por la mañana, el dragón seguía en su lugar pero
era mucho más pequeño. El aldeano se acercó a la bestia y le habló. Al
hacerlo, el dragón siguió encogiéndose hasta que no fue más grande que
un lagarto.
El joven regresó a la aldea y contó su aventura. Al principio los demás no
le creyeron, pero poco después empezaron a acercarse a la cueva,
primero de a dos y de a tres y luego en grupos mayores, para ver al
dragón con sus propios ojos. Comprobaron que el dragón era
desagradable y un tanto amenazante, pero ni tan feo ni tan feroz como
ellos creían. Seguían sin gustarles la idea de que un dragón viviera en el
linde con su aldea, pero ahora que se habían enfrentado con la bestia no
les molestaba demasiado, y con el tiempo se acostumbraron su
presencia.
"PARA

MI

ES

MUY

TARDE;

MI

PLAZO

YA

VENCIÓ"

"Paso la hora, entreguen su prueba". Para la mayoría de las personas éstas
son palabras familiares. Para muchos, también son palabras ominosas, que les
recuerdan alguna ocasión en que el reloj sonó antes de que hubieran podido
terminar un examen. Que nos dijeran que "pasó la hora" antes de que
hubiéramos terminado una prueba nos hacía sentir muy mal, sobre todo si
habíamos estudiado mucho. Tal vez nos sintiéramos estafados, pensando que
no nos habían dado el tiempo necesario. Tal vez nos sintiéramos estúpidos y
lentos y nos reprocháramos habernos demorado tanto en la primera parte.
Inevitablemente entregábamos el examen de mala gana, quizá diciéndonos: "Si
hubiera
tenido
más
tiempo
me
habría
sacado
un .
Para muchas personas, 'Pasó la hora' no es simplemente una frase asociada
con sus tiempos de estudiante: es también una frase que resume su manera de
sentir respecto de sus oportunidades para el amor. De acuerdo con su visión
del mundo, cuando el destino distribuye las oportunidades para el amor, cada
una lleva un sello con la fecha de vencimiento, correspondiente a determinada
época de nuestra vida. SI cumplida esa fecha no hemos hecho uso de esas
oportunidades,
mala
suerte:
automáticamente
todos
caducan.
A primera vista podría pensar que el bloqueo 'Para mí es muy tarde; mi
plazo ya venció', es idéntico al bloqueo 'Ya no tendré otra oportunidad',
examinado antes. Es cierto que a veces estos bloqueos van de la mano. Pero
en realidad son distintos el uno del otro, y la persona que padece uno de los
dos,
no
necesariamente
padece
el
otro.
Para las personas que creen que habrán de consumir o malograr sus únicas
oportunidades para el amor, el mundo es un sitio donde rige el principio de
escasez y donde por lo tanto cada uno de nosotros sólo recibe una única
oportunidad, o unas pocas. Pero para quienes consideran que su plazo ya
venció, lo que está limitado no es el número de oportunidades, sino el tiempo
dentro del cual debemos utilizarlas. Los que así piensan pueden creer que se
les ha concedido un número INFINITO de oportunidades, pero como
participantes de un concurso televisivo a los que se les da un minuto para
cargar la mayor cantidad posible de productos en una carretilla, creen que
tienen un plazo determinado para utilizar sus oportunidades, y que si no logran
hacerlo antes de que suene el timbre, eso significa que 'la hora ya pasó' y
todas
las
oportunidades
desaparecen.
IMPACIENCIA
Las personas que crecieron en medio de un clima de impaciencia suelen entrar
a la edad madura sin haber madurado en una serie de aspectos emocionales.
El niño tiene su propio reloj de desarrollo, que indica por qué etapa habrá de
atravesar naturalmente, cuando y en qué orden. En una familia ideal se respeta
el reloj interno del niño. No se lo obliga a abandonar la mamadera cuando aún
siente una gran necesidad de ella, no se espera que forme frases cuando sólo
está empezando a balbucear sus primeras palabras. Dicho de otro modo: no
se espera- ni se lo obliga a ello- que se porte "como un chico grande" antes de
que haya cumplido el tiempo en que necesita ser un bebé. En un hogar donde
la regla es la impaciencia de los padres, la situación es muy diferente. Lo que
impera es la necesidad de dominio de los padres, y son sus expectativas, y no
el reloj interno del niño, las que marca el ritmo para el desarrollo de los hijos.
Inevitablemente, los niños criados en hogares impacientes se ven forzados a
recorrer las fases de su desarrollo a n ritmo acelerado; antes de que hayan
tenido tiempo de completar una etapa, se los empuja hacia la etapa siguiente.
Esas personas a menudo aprenden a enorgullecerse de ser "muy maduros
para su edad" y a tener un "equilibrio de personas mucho mayores". Pero en un
momento dado, los aspectos emocionales no elaborados en la infancia
irrumpen en la edad adulta, llevándolos en ciertos casos a crisis graves. Si
desean seguir adelante, lo único que les queda por hacer es ir hacia atrás para
identificar y finalmente completar las tare3as tan largamente demoradas.
En la edad adulta, las personas que crecieron en un clima de impaciencia
también tienden a ser muy impacientes consigo mismo y con los demás. No se
conceden a sí mismos ni a los demás el tiempo necesario para aprender y
crecer. Tampoco conceden a sus relaciones el tiempo necesario para
desarrollarse. Tienen una necesidad urgente de establecer una intimidad
inmediata, como si ya en el primer encuentro quisieran dar el salto hasta la
mitad de la relación. Una relación que se desarrolla a un ritmo más lento, más
saludable, los frustra y los enfurece; las cosas no ocurren lo bastante rápido y
eso
no
pueden
soportarlo.
Quienes sienten que su plazo ha vencido suelen rechazar la terapia- "Es
demasiado tarde para empezar a cambiar", creen. "¿Para qué entonces debo
tomarme la molestia de intentarlo?". Pero si entran en terapia manifiestan la
misma urgencia. Quieren experimentar cambios rotundos, y experimentarlos
ahora. Si eso no ocurre su frustración es enorme, Puesto que la psiquis
incorpora e integra el cambio gradual mucho más fácilmente que el cambio
súbito, es crucial para las personas que padecen este bloqueo aprender a
darse el premiso s sí mismos para avanzar lentamente y no dejar que su
sensación de que "mi tiempo se está acabando" los domine hasta el punto de
renunciar
por
completo
al
tratamiento.
LA
VISIÓN
INFANTIL
DEL
TIEMPO
¿Por qué tantas personas, por lo demás pacientes, sienten semejante pánico y
urgencia cuando esperan que alguien que les interesa las llame, venga a
verlas, les diga "la palabra justa", o satisfaga de algún otro modo sus
necesidades? El pánico surge porque cuando las necesidades emocionales
básicas de una persona son activadas y se ven luego frustradas en una
relación, la experiencia hace aflorar el recuerdo inconsciente de aquel tiempo
en que era un niño desvalido cuyos padres tenían un poder absoluto. Y ese
recuerdo es acompañado por una regresión a la visión infantil del tiempo. Los
infantes no son capaces de distinguir entre un minuto, una hora y una semana;
lo único que conocen es el ahora, el momento presente. Cuando un bebé
necesita alimento, lo necesita ahora. Si debe esperar, no puede distribuir entre
10 minutos y una hora; la espera siempre le parecerá eterna. Además, siente
que si su necesidad no es satisfecha ahora, no lo será nunca, y si eso ocurre
sabe que morirá. De ahí el sentimiento de pánico total aun cuando sólo se trate
de un lapso breve de espera y frustración.

"ES

INEVITABLE

QUE

SALGA

LASTIMADO"

El amor y la intimidad siempre entrañan el riesgo de salir lastimado. Cuando
nos importa otra persona abiertos para recibir su amor, somos vulnerables a las
vicisitudes de su personalidad individual y a los acontecimientos exteriores que
la afectan. Inevitablemente habrá momentos en los que personas que son
importantes para nosotros nos criticarán, nos defraudarán, nos subestimarán o
nos harán sufrir de alguna manera. Y siempre existe el riesgo de que alguien
con cuyo amor contamos se retire en forma parcial o total de la relación o
muera, dejándonos con un sentimiento de abandono y desamparo, dolidos por
la
pérdida.
Muchas personas consideran que vale la pena correr estos riesgos en vista de
los placeres y los beneficios que las relaciones íntimas pueden potencialmente
procurarnos. Para otros, en cambio, pesa más el riesgo de que los lastimen. En
lo hondo de su ser sienten que el amor siempre lleva al sufrimiento, un
sufrimiento tan terrible que el dolor supera de lejos al posible placer.
CUANDO
SER
AMADO
SIGNIFICA
SER
LASTIMADO
Algunas personas equiparan amor con sufrimiento porque cuando niños su
contacto principal con sus padres fue a través de la violencia o el desinterés.
Los padres se relacionaban con ellos sobre todo a través de los golpes o el
castigo. Cuando no los maltrataban en forma activa, sencillamente no les
prestaban la menor atención, por lo cual los niños crecían con la idea de que
ser
amado
significa
ser
maltratado
o
ignorado.
Las personas a quienes les pegaban cuando eran niños, suelen decir:
'Después de un tiempo, ya no dolía', y también: 'Era mejor que a un le pegaran
y no que lo ignoraran. El 'tratamiento silencioso' era mucho peor que los
golpes'. Racionalizaciones parecidas son frecuentes en víctimas de abuso
sexual en la infancia, que afirman: 'No fue tan malo' o 'Por lo menos me
prestaban atención'. Dada la intensa necesidad de contacto con sus padres
que tienen los niños, algún contacto -aunque sea abusivo o violento- puede ser
mejor
que
ninguno.
Pero incluso los niños que no fueron habitualmente maltratados pueden
aprender a vincular amor y dolor. 'Sólo hago esto porque te amo', 'Esto me
duele más que a ti', y 'Si no te amara tanto no haría esto', son frases comunes
en boca de muchos padres cuando castigan a sus hijos. Estas palabras le
dicen al niño que lo que está recibiendo es amor, cuando su reacción natural es
sentir miedo, ira, humillación y una gran falta de amor. De ahí que en ese tipo
de situación el niño aprenda a invalidar sus propios sentimientos, y a
internalizar el mensaje de los padres, diciéndose a sí mismo: 'Recibí el castigo
que merecía', y Sólo me hicieron eso porque me aman y quieren corregirme'.
MENSAJES
CULTURALES
Aunque todo el mundo está expuesto a la idea de que el amor conduce al
sufrimiento, varones y mujeres reciben mensajes que, en aspectos sutiles pero
significativos, son diferentes. El mensaje común que transmiten a los varones
sus padres, sus pares y también los medios de difusión, es que amar los
llevará a una pérdida de poder y libertad. A los varones se los alienta a dar
rienda suelta a sus impulsos mediante el contacto sexual con el sexo opuesto,
pero se los previene contra el compromiso emocional. Aprenden que una vez
que el hombre entrega su corazón se convierte en un 'bobo enamorado' que
pierde su autonomía, y al que como a un animal de tiro se lo 'ensilla' con
responsabilidades
pasadas
y
restrictivas.
LOS QUE ELUDEN EL SUFRIMIENTO Y LOS QUE LO BUSCAN
Quienes padecen el bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado' pueden
agruparse en dos categorías generales: los que eluden el sufrimiento y los que
son adictos al sufrimiento. A los primeros los motiva principalmente el miedo al
sufrimiento que están seguros habrán de padecer si se permiten a sí mismos
amar y ser amados. Según sea la dimensión y la naturaleza exacta de su
miedo, o se abstienen por completo de toda relación íntima, o bien establecen
relaciones pero luego se distancian o escapan apenas empieza a desarrollarse
una
auténtica
cercanía.
SI bien quienes eluden el sufrimiento pueden pertenecer a uno u otro sexo y
tener cualquier inclinación sexual, esta manifestación del bloqueo 'Es inevitable
que salga lastimado', es especialmente común entre hombres heterosexuales.
Muchos pasan de una relación sentimental u otra, retrayéndose o
desapareciendo cuando empieza a desarrollarse una verdadera intimidad.
Cuando alguien repite el esquema hasta el punto en que eludir el sufrimiento se
convierte en un modo de vida, es inevitable que en ese proceso también
desarrolle otro bloqueo importante. Dicho bloqueo -'No puedo tomar un
compromiso'- y sus relaciones con el bloqueo 'Es inevitable que salga
lastimado',
otro
bloqueo.
Los adictos al sufrimiento también tienen la certeza de que el sufrimiento será
inevitable si se permiten a sí mismos amar y ser amados. Lo que los diferencia
de la categoría anterior es que están más que dispuestos a sufrir sin límites en
aras del amor. De hecho, es frecuente que se sientan atraídos -como la polilla
por la lana- precisamente hacia aquellas personas que más habrán de
lastimarlos. Para ellos, una relación no entraña cierto caudal de sufrimiento,
obviamente
no
es
una
verdadera
relación
amorosa.
Aunque los adictos al sufrimiento pueden ser hombres o mujeres,
heterosexuales u homosexuales, el ejemplo más emblemático ha llegado a ser
la mujer que una y otra vez se relaciona con hombres tan acosados por
problemas como lo estaban los padres de ellas. Ya se trate de alcohólicos,
drogadictos, mujeriegos, tiranos, golpeadores, eternos fracasados o
simplemente individuos emocionalmente reprimidos, son hombres que generan
problemas con P mayúscula, y que acarrean enorme sufrimiento a las mujeres
que
los
aman.
Sin embargo, estos hombres suelen poseer también ciertas cualidades muy
atractivas, y pasan por momentos o períodos en los que pueden ser muy
cariñosos, cosa que habitualmente ocurre incluso con los 'peores' padres. Este
punto crucial es la clave para comprender el comportamiento de los adictos al
dolor. Hasta los niños más seriamente maltratados rara vez crecen con una
falta total de amor. Padres que por lo general son fríos, indiferentes o abusivos
con sus hijos, tienen momentos en los que se muestran bondadosos, atentos,
risueños y afectuosos. Es el carácter impredecible de la conducta de los padres
el que hace que los hijos se 'enganchen' en relaciones dolorosas. SI los padres
se muestran SIEMPRE fríos e indiferentes, los hijos pueden simplemente
dejarlos de lado y dirigir su búsqueda de amor hacia otras personas capaces
de brindárselo en forma consecuente. Pero cuando los padres son
OCASIONALMENTE cariñosos, los hijos se empeñan en generar situaciones
que susciten esa actitud afectuosa. Convencidos de que sus padres son
buenos 'en el fondo', los hijos hacen todo lo posible por hacer aflorar esa
bondad. Cada vez que el padre o la madre indiferente da alguna muestra de
bondad y afecto, los hijos tratan de recordar con exactitud qué fue lo que
hicieron y dijeron para que ello ocurriera. Piensan que si vuelven a hacer lo
mismo, recibirán nuevas muestras de amor. Si esto no ocurre, los hijos no
advierten que la conducta de los padres nada tiene que ver con ellos, y
suponen que no han hecho lo que correspondía, o no lo han hecho
exactamente como debían. Cada fracasado intento de hacer aflorar el lado
afectuoso de sus padres los convence de que los culpables de esa falta de
amor son ellos, y que sin duda algo malo habrán hecho.
Quienes funcionan de este modo repiten el mismo esquema trágico en sus
relaciones adultas, sobre todo en las relaciones amorosas. Una y otra vez se
embarcan en relaciones con personas tan duras para brindar amor como lo
eran sus propios padres. Ansiosos de conseguir por fin el amor que nunca
recibieron de sus padres, son arrastrados a una clásica compulsión repetitiva,
una necesidad inconsciente de volver a vivir sus relaciones familiares
tempranas hasta que logren el dominio de la situación y puedan cambiar el
resultado final. La decisión inconsciente que toma el adicto al sufrimiento es
ésta: 'Voy a hacer esto una y otra vez hasta que me salga bien'.
Podría argumentarse que las personas adictas al sufrimiento, sobre todo las
mujeres, son masoquistas, o sea que el dolor les produce placer. Pero a los
adictos al sufrimiento no les resulta para nada placentero el dolor que sus
relaciones les acarrea; por el contrario, lo encuentran insoportable. El
sufrimiento no les parece BUENO, sino JUSTO, porque les es muy familiar. Es
fácil impacientarse con los adictos al sufrimiento y decir que si son desdichados
en sus relaciones es por su propia culpa, por elegir siempre a personas que no
les convienen. En verdad, lo que hacen al revivir su sufrimiento temprano es
tratar de encontrar una manera de poner fin al dolor. 'Si paso por esto una vez
más', piensan, 'podré por fin encontrar una salida'.

ME SIENTO
ACERCA

AMENAZADO

CUANDO

OTRA

PERSONA SE
DEMASIADO"

A primera vista podría parecer paradójico que en una era en la que tanta gente
proclama abiertamente su deseo de intimidad (como lo demuestra el auge de
los llamados 'anuncios personales', tanto en los diarios como en Internet),
muchos estén al mismo tiempo tan profundamente asustados. Es obvio que la
intimidad es un valor caracterizado por la ambivalencia. Todos la anhelan, pero
cuando tienen una oportunidad de acercamiento son muchos los que también
escapan.
Algunas personas temen a la intimidad porque sus experiencias
tempranas los llevaron a equiparar ser amados con ser sobreprotegidos o
dominados. A modo de ejemplo, veamos el caso clásico del padre que con el
pretexto de "ayudar" a su hijo a hacer los deberes lo suplanta y los hace él. Así
el padre se impone de este modo a su hijo en forma habitual, el niño no
desarrollará su yo en plenitud, se sentirá minúsculo e incapaz, eclipsado por la
sombra gigantesca y siempre presente de su padre. O tomemos la clásica
situación de la madre amante que permanece de guardia junto a la ventana
mientras su hijo juega afuera, y corre en su ayuda al menor signo de peligro. El
niño constantemente sobreprotegido crecerá sintiéndose incapaz de
desenvolverse en el mundo. En ambos casos se trata de padres cariñosos y
bienintencionados, pero su comportamiento impide que los hijos desarrollen
una fuerte conciencia de sí mismos como seres autónomos. En la edad adulta,
esos hijos seguirán demasiado apegados psicológicamente a sus padres, con
un sentido de identidad subdesarrollado y débil. Cuando otras personas
comiencen a intimar con ellos, reaccionarán como si fueran nuevamente niños
pequeños
avasallados
por
padres
todopoderosos.
Hay también quienes temen a la intimidad porque se trata de un territorio
desconocido. Muchas personas crecieron sin experimentar nunca un
sentimiento de verdadera conexión con otro ser humano. Tampoco aprendieron
con el ejemplo, dado que sus padres no tenían comunicación entre ellos. Ya
adultos, tal vez hagan algún intento de llegar a la intimidad en ciertas
relaciones, pero como no saben manejarse en esa situación, lo más probable
es que todo termine en desilusión, sufrimiento o incluso desastre. Eso alimenta
su temor de entrar en territorio desconocido y refuerza su convicción de que lo
más seguro es mantener altas las defensas e impedir que nadie se acerque.
Una razón más de que el miedo a la intimidad sea tan corriente, es que las
relaciones íntimas obligan al individuo a descubrir y enfrentarse con su
yo más profundo, incluso sus costados más oscuros y menos
atractivos. Algo que mucha gente no puede o no quiere hacer. Muchos
crecieron desconectados de part4es enteras de su propio ser- sus sentimientos
más profundos, sus verdaderos deseos, su confusión, su ira, su ambivalencia,
sus anhelos espirituales- y fueron criados por personas que también estaban
desconectadas de su propio ser. La intimidad implica para ellos avanzar por
una zona desconocida, el territorio sin mapas del auténtico conocimiento de
una mismo. Es así como, algunos parecen dispuestos a aprender quiénes son
en realidad, suelen dar marcha atrás cuando una relación los fuerza
enfrentarse con partes de su propia personalidad que prefieren negar o
desconocer.
Como ocurre con los demás bloqueos afectivos, el bloqueo "Me siento
amenazado cuando otra persona se acerca demasiado" puede
manifestarse en grado variables y de diferentes maneras. Algunas de las
personas que lo padecen tienen tanto miedo a la intimidad que sólo entablan
relaciones muy superficiales, o pasan por la vida casi sin establecer vínculos
con los demás, salvo por los del trabajo. Otros tienen numerosos amigos con
los que se sienten cómodos y a los que confían sus sentimientos, pero se
sienten amenazados ante la perspectiva de abrirse del mismo modo ante la
persona con la que mantienen una relación sentimental o que les interesa en
ese
aspecto.
En las relaciones amorosas, el miedo a la intimidad se expresa de diversas
maneras. Algunas personas se sienten cómodas en la gimnasia sexual con su
pareja pero les resulta muy incómodo confiarle sus sentimientos más
profundos. Otros son más reprimidos respecto de sus cuerpos pero no les
cuesta
revelar
sus
sentimientos.
Si bien este bloqueo está muy difundido, hay que ser muy cauteloso antes de
concluir que alguien lo padece. A veces, escapar de la intimidad puede ser muy
saludable, ya que abunda en el mundo la gente de personalidad invasora.
Apenas conocen a alguien desean convertirse instantáneamente en su mejor
amigo o su amante, o exigen algún otro modo de fuerte compromiso desde el
primer momento. La persona asediada responderá a menudo cerrándose en
forma instintiva y apartándose, lo cual en una situación de ese tipo constituye
una reacción sana de autoprotección, y no la evidencia de un bloqueo afectivo.
La reacción es apropiada porque la amenaza que representa la persona
invasora es una amenaza real. Sólo podemos afirmar que se está ante el
bloqueo descripto cuando alguien reacciona HABITUALMENTE a la intimidad
cerrándose y apartándose, y haciéndolo incluso cuando quien desea intimar no
es
una
personalidad
invasora.
LÍMITES
E
INVASIÓN
A fin de poder relacionarse íntimamente de un modo saludable, es preciso
tener una idea clara de los límites, saber dónde termina uno y dónde empieza
el otro. Los límites claros y apropiados actúan a modo de antenas que indican
cuándo el comportamiento del otro representa una intrusión o una amenaza.
También permiten establecer el tono justo en la relación, decir: 'No, no puedes
tratarme de ese modo' o 'No, no puedo hacer lo que quieres que haga: es
demasiado pedir'. Sólo cuando las personas establecen límites saludables son
capaces de alcanzar el delicado equilibrio entre cercanía y distancia que la
intimidad requiere, sin sentirse amenazadas ni por la cercanía ni por la
distancia. Lo cierto, sin embargo, es que muchas personas crecieron en
hogares donde los límites eran constantemente violados, y la única forma en
que podían proteger de la invasión su frágil individualidad era erigir un muro de
defensas
impenetrables.
Hay dos clases de invasión corrientes en el seno de la familia. La primera
es una invasión física, que se produce cuando existe poco o ningún respeto
por la privacidad. Algunas personas crecieron en hogares donde no se les
permitía a los niños cerrar la puerta de su dormitorio para leer o estudiar, o
simplemente para estar solos. Todo intento de hacerlo era interpretado por los
padres como una acto hostil, y el niño era acusado de 'guardar secretos', 'estar
malhumorado' o 'portarte como si fueras demasiado bueno para nosotros'.
Algunos padres interpretaban como un rechazo todo deseo de soledad
manifestado por sus hijos y se mostraban ofendidos cada vez que un niño
expresaba
el
deseo
de
hacer
algo
por
su
cuenta.
La segunda clase de invasión habitual es la psicológica. Ocurre en familias
en las que no se les permite a cada uno de los miembros tener sentimientos,
ideas y opiniones diferentes. Muchas personas crecieron en hogares donde se
consideraba impertinente o herético que un niño expresara un sentimiento, una
idea o una opinión que no estuvieran de acuerdo, o estuvieran en
contradicción, con lo que pensaban o sentían sus padres. Los padres eran tan
narcisistas que no podían distinguir entre sus propios sentimientos y los de sus
hijos. Si sentían de determinada manera, daban por sentado que sus hijos
debían sentir lo mismo; si los niños intentaban expresar su disenso, ellos
reaccionaban con la negación. 'No digas eso, no es lo que realmente piensas',
afirmaban, o tal vez: '¿Cómo que odias las habas? No puedes odiarlas. ¡Si a mí
siempre me encantaron!' O quizá preguntaban incrédulos: '¿Cómo puedes
tenerle miedo al agua?' ¡En esta familia a todo el mundo le encanta nadar!' Y
una invasión aun más sutil ocurre cuando uno le dice al otro: 'Lee este libro, te
encantará', o 'No vayas a ver esa película, la detestarás', o 'Me compré una
campera nueva pero no quiero mostrártela porque sé que no te gustará'.
A los niños cuyo temperamento no coincide con las expectativas de sus
padres, esta clase de invasión psicológica puede llevarlos a una autoestima
muy baja. Tomemos el caso de un niño a quien por temperamento le cuesta
relacionarse con los demás. En algunas familias se respeta el reloj interno de
ese hijo y se le permite entablar relaciones siguiendo su propio ritmo,
acercándose a los demás y permitiéndoles acercarse a él paso a paso, según
le resulte cómodo. En otras familias, en cambio, ese reloj interno no es
respetado porque lo que rige las relaciones es la impaciencia de los padres. En
lugar de ver al niño como alguien que necesita tiempo para abrirse a los
demás, se lo etiqueta como 'tímido', 'solitario', 'presumido', o incluso se lo
castiga por ser descortés y 'raro'. Probablemente también se lo obliga a un
acercamiento antes de que esté preparado para ello, con lo cual se convierte
en efecto en un solitario y casi con seguridad desarrolla el bloqueo 'Me siento
amenazado cuando otra persona se acerca demasiado'. Si se le permitiera ser
él mismo, el niño seguiría siendo lento para establecer relaciones, pero no las
consideraría amenazantes.

"NO QUIERO TENER QUE PEDIR POR LO QUE NECESITO" (o
"¿PORQUÉ NO PUEDES LEER MIS PENSAMIENTOS?")
La mayoría de las personas razonables nunca entrarían a un negocio
esperando que el vendedor intuya qué desean comprar. Sin embargo, mucha
gente encara sus relaciones íntimas precisamente con esa expectativa.
Consideran que no deberían tener necesidad de decirles a sus seres queridos
qué necesitan para sentirse amados y apreciados; de alguna manera ellos
deberían saberlo, y si no lo saben es porque en realidad no los aman. Así por
ejemplo, un hombre afectado por ese bloqueo podría decirle a su esposa: "Si
ella de veraz me amara sabría qué es lo que quiero; yo no tendría necesidad
de decírselo". O una mujer podría decir: "Si debo decirla a mi pareja qué es lo
que
deseo,
¿de
qué
sirve?
Casi siempre el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' está
asentado sobre otro. Algunas personas padecen el bloqueo 'No merezco amor',
y en consecuencia creen que aun si decidieran pedir lo que necesitan, no lo
conseguirían porque no lo merecen. Quienes padecen el bloqueo 'EN mi
horóscopo no hay amor' ven el mundo como un lugar tan hostil que también
ellos consideran inútil pedir lo que necesitan'. '¿Para qué tomarme la
molestia?', razonan. 'De todos modos no obtendré lo que pido'. Para los que
padecen el bloqueo 'No necesito a nadie: soy fuerte', pedir lo que necesitan
está fuera de la cuestión porque eso implicaría reconocer que tienen
necesidades. Y para aquellos cuyos bloqueos nacen de una visión del mundo
como lugar de castigo, siempre existe el temor de que si pronuncian esas
palabras supuestamente egoístas -'necesito' o 'quiero'- un castigo terrible caerá
sobre
ellos.
Muchas personas creen que pedir lo que necesitan es simplemente una
muestra de mala educación. Cuando alguien pasa por una crisis es habitual
que sus amigos, vecinos y familiares le digan una y otra vez: 'Avísame si
necesitas algo' o 'Dime qué puedo hacer por ti'. ¿Pero cuántos son capaces de
responder con naturalidad: 'Bueno, ya que te ofreces, en realidad hay algunas
cosas que necesito', y decirlo sin sentir que le están imponiendo una obligación
al otro? SI bien en teoría muchos estarán de acuerdo en que lo mejor es ser
directo, casi todos nosotros aprendimos en la infancia que decir sin vueltas
'esto es lo que necesito' o 'esto no es lo que quiero decir' es descortés,
prepotente y egoísta. Antes que correr el riesgo de merecer esos calificativos,
es comprensible que muchas personas opten por permanecer en silencio, con
la esperanza de que los demás adivinen sus necesidades.
Una premisa central subyacente en el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo
que necesito' es que SI PODEMOS DECIRLE A ALGUIEN QUÉ DEBE
HACER PARA MOSTRAR SU AMOR POR NOSOTROS, DE ALGUNA
MANERA EL AMOR SE DEGRADA. Una comida de alta cocina no pierde
nada de su sabor ni de su valor alimenticio porque le hayamos dicho al
camarero qué queríamos comer. No obstante, mucha gente considera que un
gesto de amor que se hace en respuesta de un pedido ('Por favor, podrías...') o
a instrucciones ('Esta es la forma en que me gusta que me toquen' o 'Me siento
bien cuando tú...') prácticamente no cuenta para nada si se lo compara con un
gesto de amor realizado en forma espontánea y sin instrucciones. No advierten
que al adoptar esa posición -'Si tengo que pedir lo que necesito, no sirve'- lo
que hacen es crear las condiciones para pasar el resto de sus días con muchas
de sus necesidades insatisfechas. Pues lo que en realidad están diciendo es:
'Sólo aceptaré el amor que no tengo que pedir', lo cual puede leerse así:
'Prefiero vivir sin amor antes que recibirlo diciéndoles a los demás lo que
necesito'.
La persona gravemente afectada por este bloqueo tiene dificultad para
expresar los deseos y necesidades más simples, como por ejemplo qué desea
servirse en un restaurante o cómo quiere que le corten el pelo en la peluquería.
EN otros casos, la dificultad se manifiesta sólo en determinado tipo de
situaciones. Por ejemplo, personas que son seguras para expresar sus
necesidades y deseos, pueden tener dificultad para hacerlo en relaciones en
las que sienten que la otra persona tiene más poder, como en una relación de
pareja con una figura esquiva o autoritaria.
A algunas personas les cuesta expresar sólo cierto tipo de necesidades. Por
ejemplo, muchas personas que consideran una tontería esperar que los demás
les lean el pensamiento, traen sin embargo esa expectativa a la cama. Creen
que si lo que quieren 'es correcto' su compañero sexual de alguna manera 'lo
sabrá'. No es difícil tomarse esta idea viendo cómo presentan las relaciones
sexuales el cine y la televisión. Rara vez, o nunca, las escenas de amor
muestran a las dos personas diciéndose la una a la otra qué les gusta: a decir
verdad, apenas si hablan. Aunque en la vida real hay una considerable dosis
de torpeza y turbación la primera vez que dos personas hacen el amor, en la
pantalla los amantes siempre parecen saber mágicamente y con toda exactitud
qué deben hacer el uno por el otro desde el primer momento.
EL
DESEO
DE
SER
MIMADO
Acaso el aspecto más significativo del bloqueo 'No quiero tener que pedir lo
que necesito' sea que hasta las personas de más sólida salud psicológica
tienen por lo menos un pequeño toque de él. Ello se debe a que este bloqueo
es la extensión o la manifestación extrema de un intenso -aunque a menudo
inconsciente- deseo que casi todos compartimos: el deseo de vernos
transportados a un estado infantil idealizado en el que cada una de nuestras
necesidades fuera satisfecha sin necesidad de pedirlo. Para quienes en verdad
tuvieron ese privilegio en la infancia, el deseo es RETORNAR al tiempo en que
sus padres podían leerles el pensamiento. Para quienes no fueron tan
afortunados, el deseo es EXPERIMENTAR POR FIN lo que les faltó en la
infancia.
¿POR

QUÉ

DEBO

DAR

TANTO

PARA

RECIBIR

TAN

POCO?"

Algunas personas que creen dar más en las relaciones no se preocupan por el
desequilibrio. Siendo la fuerte propensión a dar un rasgo máximo de su
carácter, dan porque les resulta natural hacerlo, y no porque esperan que se
les pague con la misma moneda. A los tanteadores, en cambio, les molestaban
los desequilibrios que perciben. Aun cuando por naturaleza sean propensos a
dar, no les gusta ser lo que más dan en una relación. Consideran que las
personas vinculadas con ellos deben dar en igual medida, y si eso no ocurre
reaccionan con ira y resentimiento, sintiéndose engañados y explotados.
Otros tanteadores responden al desequilibrio que advierten decidiendo adoptar
una actitud de retracción. Por ejemplo, una persona que siente que uno de sus
amigos no ha dado bastante en la relación, puede decir: "No lo llamaré.
Esperaré hasta que él me llame a mí. Es hora que una vez toma la iniciativa". A
veces esta estrategia da resultado, pero en la mayoría de los casos fracasa.
Ello se debe a que las personas que se preguntan ¿"Por qué debo dar tanto
para recibir tan poco?" suelen ser casi siempre no solo dadores sino también
iniciadores, en tanto aquellos con los que se relacionan casi nunca lo son. Así
pues, desde el comienzo mismo de la relación se establece un esquema según
el cual es el iniciador quien hace el contacto (llamado al otro, o cruzarse la
habitación para acercarse a él), da el primer beso o abrazo, toma la iniciativa
para hacer el amor, es el primero en proponer planes (como ir al cine o jugar al
tenis) y el primero en preguntar "¿Cómo estás?". Cuando el iniciador resuelve
romper este esquema y esperar a que la otra persona inicie las cosas, lo más
común es que nada se inicie. Por diversas razones, la otra persona
simplemente no tiene la misma necesidad o urgencia de "hacerse cargo y
echar a rodar la pelota". De modo que el tanteador-iniciador acaba
experimentando el sufrimiento de ver sus propias y fuertes necesidades
insatisfechas, mientras aguarda que la otra persona haga su movida. Y su
resentimiento
crece
sin
cesar.
LOS

RASGOS

COMUNES

DE

LOS

TANTEADORES

Si bien sus estilos pueden diferir, hay algo que los tanteadores tienen en
común: la memoria selectiva. Por lo general no les cuesta nada recordar todo lo
que han hecho los demás, y las cosas horribles que los demás les han hecho.
Pero cuando se trata de recordar las gentilezas, la ayuda y el afecto que han
recibido, la memoria suele fallarles. Así, cuando alguien responde al ataque de
un tanteador diciendo: "No es cierto que yo no he hecho nada por ti. ¿Qué me
dices de aquella vez que hice tal y tal cosa?", en un primer momento el
tanteador se muestra confundido pero en seguida trata de negar que pueda
haber
algo
de
cierto
en
lo
que
dice
el
otro.
Del mismo modo, la mayoría de los tanteadores no cree que el principio de
prescripción deba aplicarse a las relaciones personales, o por lo menos a las
horribles iniquidades que han sufrido ellos en esas relaciones. No importa
cuanto tiempo haya pasado desde que al tanteador lo lastimaron o lo trataron
mal; él no puede permitir que el hecho sea olvidado o por lo menos perdonado.
Lo mantiene en sus registros mentales para usarlo en su debido momento
contra la persona que lo lastimó o que provocó su ira. Aun años después de
ocurrido., el tanteador no vacila en volver a sacarlo a la luz y arrojárselo al otro
a
la
cara.
Casi siempre los tanteadores padecen también otros bloqueos. Muchos, por
ejemplo, sufre el bloque "No quiero que tener que pedir lo que necesito" o
"¿Por qué no puedes adivinar mi pensamiento?". Convencidos de que los
demás deben simplemente saber lo que "ellos" necesitan o desean, nunca
dicen directamente que sienten que hay un desequilibrio en la relación y que
eso los hace desdichados. Además si un tanteador dijera sin vueltas: "Siento
que doy más de lo que recibo y eso no me gusta", también correría el riesgo de
enterarse de que su valoración de la relación no es del todo correcta; que aun
cuando hizo anotaciones en su libro mayor mental, de alguna manera pasó por
alto muchos de los actos positivos y generosos del otro. Por otra parte, si el
tanteador le dijera a un amigo que está insatisfecho con la relación, el amigo
tendría la oportunidad de remediar la situación. Para muchos tanteadores ésta
sería una perspectiva amenazadora, dado que el único papel que saben
desempeñar en la vida es el del ofendido, el explotado, el subestimado.
Otro bloqueo que presentan a menudo los tanteadores es:"Quiero amor, pero
sólo si es de cierto modo". Dado que este bloqueo hace que la persona
afectada desestime o rechace gran parte del amor que los demás tratan de
darle porque no se lo han dado "de manera apropiada" o "de la manera en que
yo lo quería", inevitablemente quedan eliminadas muchas pruebas que podrían
refutar o poner en duda la queja del tanteador sobre lo poco que le dan los
demás.
Pero el bloqueo subyacente que siempre se encuentra en el tanteador es "En
mi horóscopo no hay amor". Quienes padecen este bloqueo ven al mundo
como un sitio hostil porque en la infancia recibieron tan poco amor, afecto,
consuelo, que crecieron literalmente hambrientos de todo eso.
Aunque no todas estas personas se convierten en tanteadores, todos los
tanteadores aprendieron temprano en la vida a ver el mundo como un sitio
hostil.
Hambrientos de amor en sus primeros años, los tanteadores andan por la
vida buscando a alguien que les brinde el sustento emocional que no
recibieron en la infancia. Traen a sus relaciones adultas al niño
hambriento y desvalido que llevan sepultado en su interior, y juzgan sus
relaciones actuales con la sensibilidad de ese niño. El niño interior
hambriento piensa que el mundo le debe el amor y el afecto de los que fue
privado y siente que ha esperado más que bastante para que se le pague lo
que le adeuda. Como ocurre con cualquier deuda vencida hace tiempo, no sólo
espera que se le devuelva el capital original, sino también los intereses y las
multas acumulados. Cuanto más tiene que esperar el niño el niño interior para
que le paguen lo que él piensa que le deben, tanto más aumenta la deuda total.
Y en la misma medida en que aumenta la cantidad "que se le debe", también
aumenta su rabia y su impaciencia por tener que esperar tanto. De ahí que
típicamente el bloqueo de los tanteadores también esté acompañado por "La
ira siempre estorba el paso", otro tipo de bloqueo, y por una forma de bloqueo
"Para mi es muy tarde; mi plazo ya venció".

Más contenido relacionado

PPTX
El poder del ahora
PPTX
Los diferentes tipos de autoestima
PPTX
heridas de infancia taller y test (2).pptx
PDF
Cómo sanar tus heridas emocionales
PPTX
INFORME PSICOLÓGICO EDUCATIVO
PPTX
VIOLENCIA FAMILIAR - LEY 30364.pptx
PPTX
Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico
El poder del ahora
Los diferentes tipos de autoestima
heridas de infancia taller y test (2).pptx
Cómo sanar tus heridas emocionales
INFORME PSICOLÓGICO EDUCATIVO
VIOLENCIA FAMILIAR - LEY 30364.pptx
Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico

La actualidad más candente (20)

PDF
Taller 2 estilos de crianza
PPTX
Terapia gestalt fritz perls
PDF
Vamos a contar mentiras. El duelo anticipado y la conspiración del silencio
PPTX
Manejo de ira o enojo
PPTX
Técnicas de Creatividad aplicadas a los procesos de Duelo: Arte-Terapia.
PPTX
Cómo trabajar el sentimiento de culpa asociado al duelo
PPT
VINCULOS TEMPRANOS
PPTX
Inteligencia Emocional del Docente
PPT
(2021 04-13) prevencion suicidio ap (ppt)
PPTX
Resentimiento y Terapia del Perdón
PDF
Violencia sexual
PPTX
Importancia de la Autoestima sana
PPTX
Peritaje Psicológico
PPTX
Resentimiento y terapia del perdon
PPTX
El auto-control y sus componentes
PPTX
Tolerancia a la frustración
PPT
Que Es La Autoestima
PPTX
La autoestima
PPTX
Autoestima y Amor Propio
Taller 2 estilos de crianza
Terapia gestalt fritz perls
Vamos a contar mentiras. El duelo anticipado y la conspiración del silencio
Manejo de ira o enojo
Técnicas de Creatividad aplicadas a los procesos de Duelo: Arte-Terapia.
Cómo trabajar el sentimiento de culpa asociado al duelo
VINCULOS TEMPRANOS
Inteligencia Emocional del Docente
(2021 04-13) prevencion suicidio ap (ppt)
Resentimiento y Terapia del Perdón
Violencia sexual
Importancia de la Autoestima sana
Peritaje Psicológico
Resentimiento y terapia del perdon
El auto-control y sus componentes
Tolerancia a la frustración
Que Es La Autoestima
La autoestima
Autoestima y Amor Propio
Publicidad

Destacado (20)

PPT
7 pasos para aumentar tu autoestima
DOCX
7 pasos para elevar la autoestima
PPT
Historia de la tortuga
PDF
Ansiedad e hiperacusia.
PPTX
La autoestima
PPT
Actitud y autoestima
PPT
Como mejorar tu autoestima
PPT
Autoestima
PDF
Como trabajar la autoestima
PPTX
Rosquillas de Anís
PPTX
Casa en Venta. Santa José de Bavaria, Bogotá (Código: 89-M1201501)
PPTX
Aparato reproductor femenino
DOCX
4.1.1 proyecto para minimizar los factores
PPTX
PPTX
4.5.2 comunicación no verbal
PPTX
Music Style
ODP
Miguel de cervantes
PPTX
REFLEXION Conexiones que se hacen en la red un beneficio para el estudiente.
PDF
Preparacion de clase de alfredo
PPTX
TAREA TEGNOLOOGIA
7 pasos para aumentar tu autoestima
7 pasos para elevar la autoestima
Historia de la tortuga
Ansiedad e hiperacusia.
La autoestima
Actitud y autoestima
Como mejorar tu autoestima
Autoestima
Como trabajar la autoestima
Rosquillas de Anís
Casa en Venta. Santa José de Bavaria, Bogotá (Código: 89-M1201501)
Aparato reproductor femenino
4.1.1 proyecto para minimizar los factores
4.5.2 comunicación no verbal
Music Style
Miguel de cervantes
REFLEXION Conexiones que se hacen en la red un beneficio para el estudiente.
Preparacion de clase de alfredo
TAREA TEGNOLOOGIA
Publicidad

Similar a Cómo mejorar la autoestima (20)

PDF
COMO MEJORAR SU AUTOESTIMA - NATHANIEL BRANDEN.pdf
PDF
COMO MEJORAR SU AUTOESTIMA - NATHANIEL BRANDEN.pdf
PDF
Cómo mejorar su autoestima
PDF
EDETYIITYTRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR.pdf
DOCX
LECTURA (1).docx
PDF
Autoestima branden
PPTX
Diapositivas cuarto pga examen
PPTX
Bienestar social
PPTX
Jose ochoa rivas
PPTX
Auto estima.
PPTX
PPT
PPT
PPTX
Autoestima
PPT
Deformaciones De La Autoestima
PDF
Autoestima
PDF
Autoestima
PDF
El desarrollo de la autoestima en adolescentes
PPT
Que Es Autoestima
PPT
Que Es Autoestima
COMO MEJORAR SU AUTOESTIMA - NATHANIEL BRANDEN.pdf
COMO MEJORAR SU AUTOESTIMA - NATHANIEL BRANDEN.pdf
Cómo mejorar su autoestima
EDETYIITYTRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR.pdf
LECTURA (1).docx
Autoestima branden
Diapositivas cuarto pga examen
Bienestar social
Jose ochoa rivas
Auto estima.
Autoestima
Deformaciones De La Autoestima
Autoestima
Autoestima
El desarrollo de la autoestima en adolescentes
Que Es Autoestima
Que Es Autoestima

Más de Begoña Martín Palacios (19)

PDF
Mi mente como una casa de huespedes.
PDF
El silencio y las preguntas poderosas
PPTX
Los sonidos y las emociones.
PDF
Programa de educación sexual
PPTX
Diapositivas de hiperacusia
PDF
Juegos sensoriales y de conocimiento corporal
DOC
Desarrollo emocional
PDF
758 dossier-estimulacion-sensorial
PDF
S24horas 94961
PPT
DOC
Estimulacion basal
DOC
Las siete inteligencias
DOC
Lo que esta_bien_y_lo_que_esta_mal
PPT
Presentación1
PDF
La habituacion a los acufenos
DOC
DOC
Revisión caso práctico la hiperacusia
DOC
Percepción sensorial en el autismo y síndrome de asperger
PPT
Estrategias para alumnos con discapacidad
Mi mente como una casa de huespedes.
El silencio y las preguntas poderosas
Los sonidos y las emociones.
Programa de educación sexual
Diapositivas de hiperacusia
Juegos sensoriales y de conocimiento corporal
Desarrollo emocional
758 dossier-estimulacion-sensorial
S24horas 94961
Estimulacion basal
Las siete inteligencias
Lo que esta_bien_y_lo_que_esta_mal
Presentación1
La habituacion a los acufenos
Revisión caso práctico la hiperacusia
Percepción sensorial en el autismo y síndrome de asperger
Estrategias para alumnos con discapacidad

Cómo mejorar la autoestima

  • 1. CÓMO MEJORAR LA AUTOESTIMA Introducción ¿Cómo desarrollamos la autoestima? ¿Cómo rompemos el ciclo de las conductas autodestructivas generadas por una autoestima deficiente? Estas son las preguntas a las que responde Nathaniel Branden en esta síntesis de todas sus obras, como especialista de renombre mundial en la cuestión crucial de la autoestima. Esto no es una prolongación de la teoría de la autoestima, sinouna ampliación de su práctica. Su tema básico son las acciones, tanto mentales como físicas, que promueven o erosionan la autoestima. Las estrategias para la construcción de la autoestima que se recomiendan en las páginas siguientes han sido minuciosamente ensayadas con miles de pacientes, a lo largo de las tres décadas en que Branden ha practicado la psicoterapia. La importancia de la autoestima El modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta virtualmente en forma decisiva todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la manera en que funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta nuestro proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras respuestas ante los acontecimientos dependen de quién y qué pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son los reflejos de la visión íntima que poseemos de nosotros mismos. Por lo tanto, la autoestima es la clave del éxito o del fracaso. También es la clave para comprendernos y comprender a los demás. Aparte de los problemas de origen biológico, no conozco una sola dificultad psicológica -desde la angustia y la depresión, el miedo a la intimidad o al éxito, el abuso del alcohol o de las drogas, el bajo rendimiento en el estudio o en el trabajo, hasta los malos tratos a las mujeres o a la violación de menores, las disfunciones sexuales o la inmadurez emocional, pasando por el suicidio o los crímenes violentosque no sea atribuible a una autoestima deficiente. De todos los juicios a que nos sometemos, ninguno es tan importante como el nuestro propio. La autoestima positiva es el requisito fundamental para una vida plena. Veamos qué es la autoestima. Tiene dos componentes: un sentimiento de capacidad personal y un sentimiento de valía personal. En otras palabras, la autoestima es la suma de la confianza y el respeto por uno mismo. Refleja el juicio implícito que cada uno hace de su habilidad para enfrentar los desafíos de la vida (para comprender y superar los problemas) y de su derecho a ser feliz (respetar y defender sus intereses y necesidades).
  • 2. Tener una alta autoestima es sentirse confiadamente apto para la vida, es decir, capaz y valioso, en el sentido que acabo de indicar. Tener una autoestima baja es sentirse inútil para la vida; equivocado, no con respecto a tal o cual asunto, sino equivocado como persona. Tener un termino medio de autoestima es fluctuar entre sentirse apto e inútil, acertado y equivocado como persona, y manifestar estas incoherencias en la conducta -actuar a veces con sensatez, a veces tontamente-, reforzando, así, la inseguridad. La capacidad de desarrollar una confianza y un respeto saludables por nosotros mismos es inherente a nuestra naturaleza, ya que la capacidad de pensar es la fuente básica de nuestra idoneidad, y el hecho de que estemos vivos es la fuente básica de nuestro derecho a esforzarnos por conseguir felicidad. Idealmente, todo el mundo debería disfrutar de un alto nivel de autoestima, experimentando tanto una fe intelectual en sí mismo como una fuerte sensación de que merecemos ser felices. Por desgracia, sin embargo, hay mucha gente a la que esto no le ocurre. Numerosas personas padecen sentimientos de inutilidad, inseguridad, dudas sobre si mismas, culpa y miedo a participar plenamente en la vida, una vaga sensación de que "lo que soy no es suficiente". No siempre estos sentimientos se reconocen y admiten con facilidad, pero ahí están. En el proceso del desarrollo, y en el proceso de la vida en sí, nos resulta sumamente fácil apartarnos de un concepto positivo de nosotros mismos, o no llegar a formarlo nunca. Tal vez no podamos jamás estar satisfechos con nosotros mismos a causa de la aportación negativa de los demás, o porque hemos fallado a nuestra propia honestidad, integridad, responsabilidad y autoafirmación, o porque hemos juzgado nuestras acciones con una comprensión y una compasión inadecuadas. Sin embargo, la autoestima es siempre una cuestión de grado. Nunca he conocido a nadie que careciera por completo de autoestima positiva, ni tampoco he conocido a nadie que no fuera capaz de desarrollar su autoestima. Desarrollar la autoestima es desarrollar la convicción de que uno es competente para vivir y merece la felicidad, y por lo tanto enfrentar a la vida con mayor confianza., benevolencia y optimismo, los cuales nos ayudan a alcanzar nuestras metas y experimentar la plenitud. Desarrollar la autoestima es ampliar nuestra capacidad de ser felices. Si comprendemos esto, podemos apreciar que el hecho de cultivar la autoestima nos interesa a todos. No es necesario llegar a odiarnos para poder aprender a querernos más; no tenemos que sentirnos inferiores para desear tenernos más confianza. No hemos de sentirnos infelices para desear ampliar nuestra capacidad de alegría. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mejor preparados estaremos para afrontar las adversidades; cuanto más flexibles seamos, más resistiremos la presiones que nos hacen sucumbir a la desesperación o a la derrota.
  • 3. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más posibilidades de ser creativos en nuestro trabajo, lo que significa que también tendremos más posibilidades de lograr el éxito. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mças ambiciosos tenderemos a ser, no necesariamente en nuestra carrera o profesión o en un sentido económico, sino en términos de lo que esperamos experimentar en la vida en el plano emocional, creativo y espiritual. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más posibilidades tendremos de entablar relaciones enriquecedores y no destructivas, ya que lo semejante se atrae entre sí, la salud llama a la salud, y la vitalidad y la generosidad de ánimo son más apetecibles que el vacío afectivo y la tendencia a aprovecharse de los demás. Cuanto más alta es nuestra autoestima, más inclinados estaremos a tratar a los demás con respeto, benevolencia y buena voluntad, ya que no los percibiremos como amenaza, no nos sentiremos "extraños y asustados en un mundo que nunca hicimos" (citando el poema de A. E. Housman), y porque el respeto por uno mismo es la base del respeto por los demás. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más alegría experimentaremos por el solo hecho de ser, de despertarnos por la mañana, de vivir dentro de nuestros cuerpos. Estas son las recompensas de la confianza y el respeto por nosotros mismos. En Honoring the Self he analizado con detalle por quçe existen tales correlaciones; pero creo que está claro que si deseamos ampliar nuestras posibilidades positivas y, por lo tanto transformar la calidad de nuestra existencia, debemos empezar por desarrollar nuestra autoestima. Examinemos más profundamente el significado de la autoestima. La autoestima, en cualquier nivel, es una experiencia intima; reside en el núcleo de nuestro ser. Es lo que yo pienso y siento sobre mí mismo, no lo que otros piensan o sienten sobre mí. Cuando somos niños, los adultos pueden alimentar o minar la confianza y el respeto por nosotros mismos, según que nos respeten, nos amen, nos valoren y nos alienten a tener fe en nosotros mismos, o no lo hagan. Pero aun en nuestros primeros años de vida nuestras propias elecciones y decisiones desempeñan un papel crucial en el nivel de autoestima que a la larga desarrollemos. Estamos lejos de ser meros receptáculos pasivos de las opiniones que los demás tengan de nosotros. Y de todos modos, cualquiera que haya sido nuestra educación, como adultos la cuestión está en nuestras manos. Nadie puede respirar por nosotros, nadie puede pensar por nosotros, nadie puede imponernos la fe y el amor por nosotros mismos.
  • 4. Puedo ser amado por mi familia, mi pareja y mis amigos, y sin embargo no amarme a mí mismo. Puedo ser admirado por mis socios y considerar no obstante que carezco de valores. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que engañe a todo el mundo, y temblar secretamente porque me siento inútil. Puedo satisfacer las expectativas de los demás y no las mías; puedo obtener altos honores y sin embargo sentir que no he logrado nada; puedo ser adorado por millones de personas pero despertar cada mañana con una deprimente sensación de fraude y vacío. Alcanzar el "éxito" sin alcanzar una autoestima positiva es estar condenado a sentirse como un impostor que espera con angustia que lo descubran. Así como el aplauso de los otros no genera nuestra autoestima, tampoco lo hacen el conocimiento, ni la destreza, ni las posesiones materiales, ni el matrimonio, ni la paternidad o maternidad, ni las obras de beneficencia, ni las conquistas sexuales, ni las cirugías estéticas. A veces estas cosas pueden hacernos sentir mejor con respecto a nosotros mismos por un tiempo, o más cómodos en determinadas situaciones; pero comodidad no es autoestima. Lo trágico es que la mayoría de las personas buscan la auto confianza y el auto respeto en todas partes menos dentro de sí mismas, y por ello fracasan en su búsqueda. Veremos que la autoestima positiva se comprende mejor como una suerte de logro espiritual, es decir, como una victoria en la evolución de la conciencia. Cuando comenzamos a concebirla de este modo, como un estado de conciencia, descubrimos la necedad de creer que solo con lograr que los demás se formen una impresión positiva por parte de nosotros mismos. Dejaremos de decirnos: si pudiera lograr otro ascenso; si pudiera ser esposa y madre; si pudiera ser considerado un buen padre; si pudiera comprarme un coche más grande; si pudiera escribir otro libro, adquirir otra empresa, tener un nuevo amante, recibir otro premio, lograr un reconocimiento más de mi "abnegación"... entonces me sentiría realmente en paz conmigo mismo. Nos daremos cuenta de que, puesto que la búsqueda es irracional, ese anhelo por "algo más" existirá siempre. Si la autoestima es el juicio de que soy pato para la vida, la experiencia de mi propia capacidad y valía; si la autoestima es una conciencia autoafirmadora, una mente que confía en si misma, nadie puede generar esta experiencia, salvo uno mismo. Cuando apreciamos la verdadera naturaleza de la autoestima, vemos que no es competitiva ni comparativa. La verdadera autoestima no se expresa por la auto glorificación a expensas de los demás, o por el afán de ser superior a los otros o de rebajarlos para elevarse uno mismo. La arrogancia, la jactancia y la sobrevaloración de nuestras capacidades reflejan más bien una autoestima equivocada y no, como imaginan algunos, un exceso de autoestima.
  • 5. El estado de una persona que no está en guerra ni consigo misma ni con los demás, es una de las características más significativas de una autoestima sana. La importancia de una autoestima sana reside en el hecho de que es la base de nuestra capacidad para responder de manera activa y positiva a las oportunidades que se nos presentan en el trabajo, en el amor y en la diversión. Es también la base de esa serenidad de espíritu que hace posible disfrutar de la vida. El concepto de sí mismo como destino El concepto que cada uno de nosotros tiene de si mismo consiste en quién y qué pensamos que somos consciente y subconscientemente: nuestros rasgos físicos y psicológicos, nuestras cualidades y nuestros defectos y, por encima de todo, nuestra autoestima. La autoestima es el componente evaluativo del concepto de sí mismo. Ese concepto modela nuestro destino; es decir que la visión más profunda que tenemos de nosotros mismos influye sobre todas nuestras elecciones y decisiones más significativas y, por ende, modela el tipo de vida que nos creamos. Vivir conscientemente Hay dos palabras que describen inmejorablemente lo que podemos hacer para aumentar nuestra autoestima, es decir, para generar más confianza en nosotros mismos y respetarnos más. Estas son: vivir conscientemente. El problema es que esta frase quizá resulte demasiado abstracta para algunas personas; no se traduce de manera auto evidente en una acción mental y/o física. Y si deseamos crecer, necesitamos saber qué hacer. Necesitamos aprender nuevas conductas. De modo que debemos preguntar: si tratáramos de vivir más conscientemente ¿cómo y en que aspectos actuaríamos de manera diferente? La mente es nuestro medio de supervivencia fundamental. Todos nuestros logros específicamente humanos son el reflejo de nuestra capacidad de pensar. Una vida llena de éxitos depende del uso adecuado de la inteligencia, es decir, adecuada a las tareas y objetivos que nos proponemos y a los desafíos con que nos enfrentamos. Este es el hecho biológico central de nuestra existencia. Pero el uso adecuado de nuestra conciencia no es automático; más bien, es una elección. Tenemos libertad de obrar en pro de la ampliación o la limitación de la conciencia. Podemos aspirar a ver más o a ver menos. Podemos desear saber o no saber. Podemos luchar para obtener claridad o confusión. Podemos vivir conscientemente, o semiconscientemente, o (para casi todos los fines prácticos) inconscientemente. Éste es, en definitiva, el significado del libre albedrío.
  • 6. Si nuestra vida y nuestro bienestar dependen del uso adecuado de la conciencia, la importancia que le otorguemos a la visión, prefiriéndola a la ceguera, es el componente más importante de nuestra auto confianza y nuestro autor respeto. Será difícil que podamos sentirnos competentes en la vida si vagamos (en el trabajo, en el matrimonio o en la relación con los hijos) en medio de una niebla mental autoprovocada. Si traicionamos nuestro medio fundamental de supervivencia tratando de existir de forma irreflexiva, la impresión que nos formamos de nuestros propios méritos queda perjudicada en la misma medida, con independencia de la aprobación o desaprobación de los demás. Nosotros conocemos nuestros defectos, los conozcan o no los otros. La autoestima es la reputación que adquirimos con respecto a nosotros mismos. Mil veces por día debemos elegir el nivel de conciencia en el cual funcionaremos. Mil veces por día debemos elegir entre pensar y no pensar. Gradualmente, con el tiempo, adquirimos una noción de la clase de persona que somos, según cuales sean las elecciones que hagamos, la racionalidad y la integridad que mostremos. Esa es la reputación a la que me refiero. Cuanto más inteligentes somos, mayor es nuestra capacidad de conocimiento, pero el principio de vivir conscientemente sigue siendo el mismo, sea cual fuere el nivel de inteligencia. Vivir conscientemente significa conocer todo lo que afecta a nuestras acciones, objetivos, valores y metas, y comportarnos de acuerdo con aquello que vemos y sabemos. En cualquier situación, vivir conscientemente significa generar un estado mental adecuado a la tarea que se realiza. Conducir un coche, hacer el amor, escribir la lista de la compra, estudiar un balance, meditar, todo ello requiere estados mentales diferentes, distintos tipos de procesos psíquicos. En lo referente a cuestiones de funcionamiento mental, el contexto determina qué es lo adecuado. Vivir conscientemente significa hacerse responsable del conocimiento adecuado a la acción que estamos efectuando. Esto, sobre todo, es el fundamente de la autoconfianza y el autorrepesto. La autoestima, pues, depende, no de las características con las que nacemos, sino del modo en que usemos nuestra conciencia, de las elecciones que hagamos con respecto al conocimiento, la honestidad de nuestra relación con la realidad y el nivel de nuestra integridad. Una persona de gran inteligencia y gran autoestima no se sentirá más adecuada a la vida o másmerecedora de felicidad que otra persona con gran autoestima y una inteligencia modesta. Vivir conscientemente implica respeto por los hechos de la realidad -los hechos de nuestro mundo interior así como los del mundo exterior-, en contraste con una actitud equivalente a decir:"Si yo no quiero verlo o considerarlo, esto no existe". Vivir conscientemente es vivir responsablemente para con la realidad. Lo cual no significa que tenga que gustarnos lo que vemos, sino que debemos reconocer lo que es y lo que no es, y que los deseos o los miedos o los rechazos no alteran los hechos.
  • 7. Al considerar los ejemplos precedentes, analice los resultados que implica el hecho de vivir conscientemente, en contraposición a los que produce el vivir inconscientemente: Pensar, aunque resulte difícil, contra no pensar. El conocimiento, aun cuando sea un desafío, contra el desconocimiento. La claridad, se obtenga o no con facilidad, contra la oscuridad o la vaguedad. El respeto por la realidad, ya sea agradable o dolorosa, contra la huida de la realidad. El respeto por la verdad contra el rechazo de la verdad. La independencia contra la dependencia. La actitud contra la actitud pasiva. La voluntad de correr riesgos adecuados, aunque despierten miedo, contra la falta de voluntad. La honestidad con uno mismo contra la deshonestidad. Vivir en el presente y de acuerdo con él, contra replegarse en la fantasía. Enfrentarse a uno mismo contra evitarse a uno mismo. La voluntad de ver y corregir perseverancia en el error. los errores, contra la La razón contra el irracionalismo. Uno de los puntos más importantes del vivir conscientemente es la independencia intelectual. Una persona no puede pensar a través de la mente de otra. Podemos aprender de los demás, pero el verdadero conocimiento implica comprensión, y no se trata de la mera repetición o imitación. Tenemos dos alternativas: ejercitar nuestra propia mente, o delegar en otros la responsabilidad del conocimiento y la evaluación y aceptar sus veredictos de manera más o menos incondicional. Por supuesto, a veces los demás influyen en nosotros de modos que no reconocemos; pero esto no altera el hecho de que existe una distinción entre los que tratan de comprender las cosas por si mismos, y los que no lo hacen. Lo decisivo a este respecto es nuestra intención, nuestra meta. Como política general, ¿intenta usted pensar por sí mismo? ¿Es esa su orientación básica? Hablar de "pensar de forma independiente" es útil porque la redundancia tiene valor en términos de énfasis. A menudo la gente llama "pensar" al mero
  • 8. reciclaje de las opiniones ajenas, no al verdadero pensamiento. Pensar con independencia -sobre nuestro trabajo, nuestras relaciones, los valores que guiaran nuestra vida- es parte de lo que se quiere decir con "vivir conscientemente". La independencia es una virtud de la autoestima. Al repasar los casos citados, tal vez usted desee preguntar: ¿acaso la gente que vive conscientemente no tiene, ya, una buena autoestima, y la que vive conscientemente carece de ella? ¿cómo puede, entonces, el vivir conscientemente ser la base de la autoestima? Nos encontramos aquí con lo que llamo el principio de la causalidad reciproca. Con ella quiero decir que las conductas que generan una buena autoestima son también expresiones de una buena autoestima, y las conductas que son expresiones de una buena autoestima son también generadoras de una buena autoestima. Vivir conscientemente es a la vez causa y efecto de la autoconfianza y el autorrespeto. Cuanto más conscientemente vivo, más fe tengo en mi mente y más respeto mi valor. Cuanto más fe tengo en mi mente y más respeto a mi valor, más natural me resulta vivir conscientemente. Esta misma relación existe entre todas las conductas que sirven de apoyo a la autoestima. ¿Puede usted aislar las áreas de su vida en la que obra con mayor conciencia? Empleando como guía el material de esta sección, escriba dos listas. Es un excelente modo de profundizar su comprensión de que significa para usted vivir conscientemente. Ahora supongamos que usted identifica tres áreas en las cuales reconoce que su nivel medio de conciencia es mucho menor que lo que debería ser. Trate de ver por qué le resulta difícil lograr en estas áreas un alto nivel de conciencia. Luego, para cada una de esas áreas, escriba: "La dificultad de permanecer plenamente consciente en esto reside en...", yluego, lo más rápido posible, sin censurarse o "pensar", complete la oración empleando de seis a diez terminaciones diferentes. Luego haga lo mismo con: "Lo bueno de ser plenamente consciente en esto es..."; luego siga con: "Si yo permaneciera plenamente consciente en esto...". Es probable que haga algunos descubrimientos esclarecedores. Ya con el solo hecho de efectuar este ejercicio, vivirá usted más conscientemente. Por ultimo, reflexione un poco sobre el día de mañana, y sobre los próximos siete días de su vida. Considere cómo puede aplicar estas ideas a sus intereses diarios. Si, por ejemplo, decide ser más consciente en su trabajo, ¿qué es lo que podría hacer e manera diferente? Si elige ser más consciente en una o más de sus relaciones afectivas, ¿qué cambiaria en su conducta? Si desea desarrollar su confianza y respeto por sí mismo, comience ahora. Identifique tres nuevas conductas dentro del ámbito de su trabajo y de sus relaciones, respectivamente, en las que pueda practicar esta semana... y comprométase a experimentarlas.
  • 9. Y siga trabajando durante los próximos siete días, y las siguientes, para ampliar más su conciencia, paso a paso. En lo que concierne a elevar la autoestima, no evolucionamos a pasos de gigantes, sino comprometiéndonos en la acción a avanzar poco a poco, paso tras paso, inflexiblemente, hacia un horizonte en constante expansión. No es que no puedan ocurrir adelantos y transformaciones extraordinarios Esto puede suceder, pero no a aquellos que esperan con una actitud de vacía pasividad. Debemos actuar, y debemos comenzar a partir del punto en que nos hallamos. Un pequeño movimiento en dirección a una conciencia más elevada abre la puerta a otro, y a otro. No importa en qué punto empecemos; sólo importa que asumamos la responsabilidad de empezar. Aprender a aceptarse Si la esencia de vivir conscientemente es el respeto por los hechos y la realidad, la autoaceptación es la prueba definitiva. Cuando los hechos que debemos afrontar tienen que ver con nosotros mismos, vivir conscientemente puede volverse muy difícil. Aquí es donde entra en juego el desafío de la autoaceptación. La autoaceptación pide que enfoquemos nuestra experiencia con una actitud que vuelva irrelevantes los conceptos de aprobación y desaprobación: el deseo de ver, de saber, de conocer. Ahora bien, aceptarnos a nosotros mismos no significa carecer del afán de cambiar, mejorar o evolucionar. Lo cierto es que la autoaceptación es la condición previa del cambio. Si aceptamos lo que sentimos y lo que somos, en cualquier momento de nuestra existencia, podemos permitirnos ser plenamente conscientes de la naturaleza de nuestras elecciones y acciones, y nuestro desarrollo no se bloquea. Comencemos por un ejemplo simple. Póngase frente a un espejo que abarque toda su figura y mírese la cara y el cuerpo. Preste atención a sus sentimientos mientras lo hace. Quizá algunas partes de lo que vea le gustaran más que otras. Si es usted como la mayoría de la gente, algunas partes de su cuerpo le resultarán más difíciles de observar detenidamente, porque lo perturban o le disgustan. Tal vez vea en su rostro un dolor que no desea afrontar; tal vez exista algún aspecto de su cuerpo que le desagrada tanto que le cueste mucho mantener sus ojos fijos en él; tal vez vea indicios de su edad, y no pueda soportar los pensamientos y emociones que esos indicios le despiertan. De modo que se siente impulsado a escapar -a huir de la conciencia- a rechazar, negar, olvidarse de ciertos aspectos de usted misma/o. Pero siga mirando su imagen en el espejo unos instantes más, e intente decirse a usted misma/o: "Sean cuales fueren mis defectos o imperfecciones, me acepto a mí misma/o sin reservas y por completo". Siga contemplándose, respire hondo, y repita esa frase una y otra vez durante uno o dos minutos, sin acelerar el proceso sino, más bien, permitiéndose
  • 10. experimentar plenamente el significado de sus palabras. Quizás se descubra protestando: "Pero hay algunas partes de mi cuerpo que no me gustan: ¿cómo puedo entonces aceptarlas sin reservas y por completo?" Recuerde: "aceptar" no significa necesariamente "gustar"; "aceptar" no significa que no podamos imaginar o desear cambios o mejoras. Significa experimentar, sin negación ni rechazo, que un hecho es un hecho; en este caso, significa aceptar que la cara y el cuerpo que ve en el espejo son su cara y su cuerpo, y que son como son. Si insiste, si se rinde a la realidad, si se rinde al conocimiento (que es lo que es, en definitiva, significa "aceptar"), advertirá que ha comenzado a relajarse un poco, y tal vez se sienta más cómodo/a con usted misma/o, y más real. Aunque no le guste o no le cause placer todo lo que vea cuando se mira al espejo, aun podrá decir: "Ese soy yo, en este momento. Y no lo niego. Lo acepto". Eso es respeto por la realidad. Practique este ejercicio durante dos minutos todas las mañanas, y al poco tiempo comenzará a experimentar la relación entre la autoaceptación y la autoestima: una mente que honra a la vista se honra a si misma. Y también hará otro descubrimiento importante: no solo mantendrá una relación más armoniosa consigo mismo, no sólo desarrollará su autoconfianza y su autorrespeto, sino que, si existen aspectos de su sí-misma/o que no le gustan, y tiene posibilidades de cambiar, se hallará más animado/a para realizar esos cambios, una vez que haya aceptado los hechos tal como son ahora. No nos sentimos inclinados a cambiar aquellas cosas cuya realidad negamos. Nuestra autoestima no depende de nuestro atractivo físico, como imaginan algunos con ingenuidad. Pero nuestra voluntad o falta de voluntad para vernos y aceptarnos sí tiene consecuencias en nuestra autoestima. Nuestra actitud hacia la persona que vemos en el espejo es sólo un ejemplo dentro del tema de la autoaceptación. Consideremos algunos otros. Supongamos que usted debe ofrecer una charla a un grupo de personas y tiene miedo. O que va a entrar en una fiesta en la que conoce a muy poca gente, y se siente inseguro o tímido. Se halla angustiado y trata de combatir su ansiedad como hace la mayoría: tensando el cuerpo, conteniendo la respiración y diciéndose "No tengas miedo" (o "No seas tímido"). Esta estrategia no funciona; en realidad, le hará sentir peor. Ahora su cuerpo envía a su cerebro las señales de una alerta de emergencia, las señales del peligro, a las cuales usted responderá típicamente "combatiendo" su inquietud de manera aun más feroz, con tensión, con privación de oxigeno, y quizá
  • 11. con irritación y autorreproches. Usted está en guerra consigo misma/o, y nunca aprendió que existe una estrategia alternativa mucho más eficaz. Se trata de la estrategia de la autoaceptación. En ella, usted no combate la sensación de angustia, sino que se sumerge en ella, la acepta. Quizás usted se diga: "Hombre, tengo miedo", y luego respire larga, lenta, profundamente. Se concentra en una respiración suave y profunda, aunque al principio le cueste y tal vez le resulte difícil durante unos minutos; usted persevera, y observa su miedo, se convierte en testigo, sin identificarse con él, sin permitirle que lo defina. "Si tengo miedo, tengo miedo... pero eso no es motivo para volverme inconsciente. Continuare usando mis ojos. Continuare viendo." Puede incluso "hablar" con su miedo, invitándolo a que le diga la peor cosa imaginable que pueda ocurrir, de modo que usted pueda afrontarla y también aceptarla (ésta es una estrategia que tiende a apartarlo de fantasías autoatormentadoras e introducirlo en la realidad, mucho más benévola). Quizás se entere de cuándo y cómo comenzó ese miedo en usted. Quizás aprecie más profundamente que no tiene fundamento y que es, en realidad, una respuesta obsoleta sin relevancia real en el presente. Quizás su miedo no desaparezca en todas las ocasiones -a veces lo hará, a veces sólo disminuirá-, pero usted se sentirá relativamente más relajado y más libre de actuar con eficacia. Siempre somos más fuertes cuando no tratamos de combatir la realidad. No podemos hacer desaparecer nuestro miedo gritándole, o gritándonos a nosotros mismos, o haciéndonos objeto de reproches. Si en cambio podemos abrirnos a lo que experimentamos, permanecer conscientes y recordar que somos más grandes que cualquier emoción aislada, al menos empezaremos a trascender los sentimientos indeseables, y a menudo podremos eliminarlos, puesto que la aceptación plena y sincera tiende, con el tiempo, a hacer desaparecer los sentimientos negativos o indeseables como el dolor, la ira, la envidia o el miedo. Si una persona tiene miedo, por lo general es inútil aconsejarle que se "relaje", pues esa persona no sabe cómo traducir el consejo a conducta. Pero si se le dice que respire suave y profundamente, o que imagine cómo se sentiría si no tuviera que combatir el miedo, entonces se le está proponiendo algo "ejecutable", es decir, algo que la persona puede hacer. Esa persona debería pensar en abrirse para
  • 12. permitir que el miedo entre, darle incluso la bienvenida, intimar con él -o al menos observarlo sin llegar a identificarse con él- y por ultimo proyectar lo peor que podría sucederle y afrontarlo. Por cierto, uno puede aprender a decir: "Siento miedo, y no puedo afrontar ese hecho, pero yo soy mas que mi miedo". En otras palabras, no se identifique con el miedo. Piense:"Reconozco mi miedo y lo acepto... y ahora veamos si puedo recordar cómo se siente mi cuerpo cuando no tengo miedo". Esta es una estrategia muy efectiva para controlar el miedo (o cualquier otro sentimiento indeseable). Todas estas son acciones que usted puede aprender, ensayar en su imaginación y practicar cuando surjan situaciones que le causen miedo. La práctica que describo es apropiada para casi cualquier tipo de miedo. Es efectiva en el sillón del dentista, o cuando se dispone a pedir una aumento de sueldo, o cuando afronta una entrevista difícil, o cuando debe darle a alguien una noticiosa dolorosa, o cuando lucha con el miedo al rechazo o al abandono. Cuando se aprende a aceptar el miedo, se deja de considerarlo como una catástrofe. Y entonces deja de ser nuestro amo. Uno ya no se siente torturado por fantasías que pueden guardar poca o ninguna relación con la realidad; es libre de ver a la gente y a las situaciones tal como son; se siente más eficaz; tiene más control sobre su vida. La autoconfianza y el autorrespeto aumentan. La autoestima también aumenta con este proceso, aun cuando los miedos no sean el producto de fantasías irracionales sino que correspondan a una realidad particular que sí es temible y que uno debe afrontar. Yo tenía una amiga que, hace algunos años, empezó a sufrir un cáncer devastador. En ese momento pensé que su valentía para luchar con él era extraordinaria. Un día en que había ido a verla al hospital ella me contó esta historia: los médicos le habían dicho que era necesario aplicarle radioterapia, y la perspectiva la aterrorizaba. Preguntó si podía ir a la sala de radiación unos minutos, durante tres días, antes de que empezara el tratamiento. "Solamente quiero mirar la máquina -dijo a los médicos-, para conocerla. Después estaré lista, y no tendré miedo". A mi me contó: "Me quedaba mirando la máquina... aceptándola.... aceptado mi situación... y meditando en que la máquina existía para ayudarme. Eso me hizo mucho mas fácil el tratamiento". Mi amiga murió. Pero nunca olvidaré su serenidad y si dignidad. Sabía
  • 13. como valorarse. Es uno de los ejemplos más hermosos del principio de aceptación que he visto. Tómese unos minutos para contemplar algún sentimiento o alguna emoción que no le resulte fácil afrontar; inseguridad, dolor, envidia, ira, pena, humillación, miedo. Cuando aísle ese sentimiento, vea si puede enfocarlo con claridad, tal vez pensando o imaginando cualquier cosa que suela evocarlo. Luego sumérjase en ese sentimiento, como si le abriera el cuerpo. Imagínese como seria no resistirse a él sino aceptarlo plenamente. Explore la experiencia. Tómese su tiempo. Dígase varias veces: "Ahora me siento así y así (describiendo sus sensaciones del momento) y lo acepto plenamente". Al principio quizás sea difícil; quizás descubra que su cuerpo está tenso y se rebela. Pero persevere; concéntrese en la respiración; piense en permitir que sus músculos se liberen de la tensión; recuérdese: "Un hecho es un hecho; lo que es, es; si el sentimiento existe, existe". Siga contemplando el sentimiento. Piense en permitir al sentimiento que esté allí (en lugar de intentar desear que se extinga o esforzarse en ello). Quizás le resulte útil, como me ha resultado a mi, decirse: "Ahora estoy explorando el mundo del miedo (o del dolor, o del conflicto, o de la confusión, o lo que sea)". Al hacer esto, usted explorará el mundo de la autoaceptación. Una vez acudí al consultorio de un médico que debía darme una serie de inyecciones dolorosas. En respuesta al shock y el dolor de la primera aguja, dejé de respirar y contraje todo el cuerpo, como si quisiera mantener a distancia a un ejército invasor. Pero, por supuesto, la tensión de mis músculos hacía más difícil la penetración, y por lo tanto la experiencia resultaba más dolorosa aun. Mi esposa, Devers, que también se hallaba en el consultorio para aplicarse las mismas inyecciones, notó mi actitud y me dijo:"Cuando sientas que la aguja te toca la piel, aspira, como haciéndola entrar junto con el aire. Imagina que le estás dando la bienvenida". De inmediato me di cuenta de que es precisamente esto lo que yo le digo a la gente que haga con sus emociones, de modo que hice lo que me proponía Devers, y la aguja entró sin causarme demasiado dolor. Acepté la aguja -y mis sentimientos correspondientes- en lugar de tratarlos como a adversarios. Esta estrategia es muy conocida, desde luego, por los atletas y los bailarines, cuya labor requiere que "acompañen" al dolor en vez de rebelarse contra él. Y lo ejercicios de respiración Lamazeque se
  • 14. enseñan a las mujeres embarazadas para controlar y suavizar el dolor, la angustia y las reacciones corporales encierran, precisamente, el principio del que hablamos aquí. En terapia suelo trabajar con mujeres que tienen dificultad en experimentar el orgasmo durante sus relaciones sexuales. Puesto que el miedo influye a veces en la inhibición del placer, y en consecuencia del orgasmo, y puesto que a menudo desencadena la reacción de cortar la respiración y contraer los músculos -como para defenderse del pene "invasor"-, les enseño a darle la vuelta a este proceso. Las mujeres aprenden entonces a aspirar cuando entra el pene, a aceptar el pene. Aprenden a abrirse en una bienvenida, en lugar de contraerse en un rechazo. Y, al hacer esto, aprenden a aceptar y a obtener un mayor grado de comodidad y placer en las relaciones sexuales, pues se rinden ante la experiencia, en vez de combatirla. El resultado es un goce sexual mucho mayor. En el proceso, desde luego, tienden a desaparecer las fantasías de ser dañadas o destruidas por el pene, o de perder peligrosamente el control. Una mujer capaz de permitirse tener orgasmos puede controlarse mucho más que otra, incapacitada por el miedo. Lo cierto es que la aceptación nos libera y nos introduce en la realidad. El principio que es necesario recordar sigue siendo el mismo, ya sea el miedo o el placer lo que nos lleva a ponernos rígidos. Si usted permite que se desarrolle una relación de rivalidad, intensificará los aspectos negativos, privándose de los positivos. La técnica de completar oraciones Una poderosa herramienta para cultivar el autoconocimiento, la autoaceptación y el desarrollo personal es la técnica de completar oraciones, sobre la que he hablado en dos libros anteriores. If You Could Hear What I Cannot Say (Si pudieras oír lo que no puedo decir) y To See What I See and Know What I know (Ver lo que veo y saber lo que sé). Aquí puede servirnos una versión de esa técnica. Solo se necesitan un cuaderno y un bolígrafo. Al comienzo de una hoja en blanco escriba una de las oraciones incompletas, o principios de oraciones, que proporciono más adelante. Escríbalas por su orden. Después de haber reproducido una de ellas al comienzo de la página, escriba de seis a diez finales lo más rápido que pueda. No se preocupe porque las terminaciones sean literalmente ciertas, o si una se opone a otra. Ninguna de ellas quedará escrita en piedra; son sólo un ejercicio, un experimento.
  • 15. Quizás pretenda autoconvencerse de que no puede hacerlo. Yo le aseguro que sí puede. He enseñado esta técnica a miles de personas y algunas siempre empiezan diciendo: "No puedo".y luego se ponen a hacerlo. Al comienzo de la primera pagina, escriba: A veces, al pensar en mi vida, apenas puedo creer que en una época yo... Ahora escriba de seis a diez finales para esta oración. ¡Adelante! Luego, en la pagina siguiente, escriba: Para mi no es fácil admitir que..., y agregue sus finales. Después, en la otra página, escriba: No me resulta fácil aceptarme cuando yo..., complételo. A continuación: Una de mis emociones que me cuesta aceptar es... Una de mis acciones que me cuesta aceptar es... Uno de los pensamientos que tiendo a alejar de mi mente es.. Una de las cosas de mi cuerpo que me cuesta aceptar es.. Si yo aceptara más mi cuerpo... Si aceptara más las cosas que he hecho... Si aceptara más mis sentimientos... Si fuera más honesto acerca de mis deseos y necesidades... Lo que me asusta de aceptarme a mí mismo es... Si otras personas vieran que me acepto más... Lo bueno de no aceptarme podría ser... Comienzo a darme cuenta de que... Comienzo a sentir... A medida que aprendo a dejar de negar lo que experimento...
  • 16. A medida que respiro profundamente y me permite experimentar la autoaceptación... Advertencia: si usted se limita a leer estas palabras y no realiza efectivamente el ejercicio tal y como se lo he descrito, se perderá ciertos descubrimientos que yo no podré proporcionarle. Confío en que a estas alturas ya está claro por qué la autoaceptación es esencial para lograr cambios positivos. Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo inconscientemente, ¿cómo aprenderé a vivir más responsablemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo pasivamente, ¿cómo aprenderé a vivir más activamente? No puedo superar un miedo cuya realidad niego. No puedo corregir un problema sexual cuya existencia no admito. No puedo cambiar rasgos de mi carácter que insisto en que no poseo. No puedo perdonarme por una acción que no reconozco haber realizado. Aceptarnos a nosotros mismos es aceptar el hecho de que lo que pensamos, sentimos y hacemos son expresiones del si-mismo en el momento en que ocurren. Pero esto no significa que esas expresiones sean las definitivas sobre quienes somos, a menos que las cubramos con cemento por medio de nuestras negaciones y desestimaciones. Permítanme compartir otro ejemplo personal para iluminar un poco más este tema. Hace algunos años, mi esposa Patricia, a quien yo amaba mucho, murió. Durante largo tiempo mi mente revisó sin cesar los diferentes aspectos de nuestra relación. Recordaba incidentes en los que yo había sido desconsiderado o grosero, y a veces rehuía esos recuerdos porque eran insoportablemente dolorosos. No los negaba de una manera directa, pero tampoco los aceptaba plenamente ni permitía que ellos y sus implicaciones fueran asimilados e integrados. Una parte de mí mismo quedó fragmentada, alienada del resto. Más tarde volví a casarme, y aunque soy feliz y estoy profundamente enamorado de mi actual esposa, Devers, vi que ciertos modelos de negligencia y falta de consideración se repetían. Comencé a pensar en algo que yo les enseñaba a otros: que si una persona no acepta plenamente una parte de su conducta pasada, es casi inevitable que la repita de una forma u otra. De modo que empecé a dedicar más tiempo a la tarea de convertir en reales para mí mismo ciertas acciones que había realizado en mi matrimonio anterior, como por ejemplo, no responder en alguna ocasión en que Patricia necesitaba
  • 17. mi comprensión o mi ayuda, o ser sumamente impaciente, o dejarme absorber en exceso por mi trabajo -es decir, el tipo de desconsideraciones más comunes que el amor no nos impide automáticamente cometer-. Revivir esos ejemplos específicos, revisándolos detalle por detalle, fue doloroso. Obligarme a mirar detenidamente mis acciones me resultaba a veces más perturbador que lo que pueda expresarse en palabras, pues Patricia ya no estaba y no había manera de hacerme perdonar esas actitudes. Pero yo sabia que si insistía -y por supuesto, si alcanzaba la misma claridad sobre mi conducta en mi matrimonio con Denvers- sucederían dos cosas: me sentiría más integrado, y seria menos probable que repitiera las acciones que entonces lamentaba. Le invito a considerar alguna acción suya que lamente. Trate de dejar de lado la culpa, pero conservando la experiencia de usted mismos como autor de la acción. Descubra cómo es aceptar que en algún momento de su vida decidió ejecutar esa acción. ¿Cómo se siente esta forma de honestidad? ¿Qué enseña sobre la autoestima? Después de aceptar el hecho de que nuestras acciones son nuestras acciones, aun queda el tema de la evaluación; en la próxima sección hablaremos con más profundidad sobre el proceso de evaluar esa conducta de la que nos arrepentimos (pensando en ella e interpretando su significado) de manera que nutra y no mine la autoestima. Pero por ahora diré esto: los errores con los que estamos dispuestos a enfrentarnos se convierten en los peldaños de una escalera que conduce a una autoestima más elevada. Cualquier cosa que podamos experimentar, podremos también desestimarla, ya sea inmediatamente o después, en la memoria. Cualquier cosa que no se adapte al concepto oficial que tenemos de nosotros mismos, o a nuestro sistema oficial de creencias, o que nos despierte angustia por cualquier razón, podemos rechazarla. Puedo negarme a aceptar mi sensualidad; puedo negarme a aceptar mi espiritualidad. Puedo rechazar mi pena; puedo rechazar mi alegría. Puedo reprimir el recuerdo de acciones de las que me avergüenzo; puedo reprimir el recuerdo de acciones de las que me enorgullezco. Puedo negar mi ignorancia; puedo negar mi inteligencia. Puedo negarme a aceptar mis limitaciones; puedo rehusarme a aceptar mis potencialidades. Puedo ocultar mi flaqueza; puedo negar mis sentimientos de odio hacia mi mismo; puedo negar mis sentimientos de amor por mi mismo. Puedo fingir que soy más de lo que soy; puedo fingir que soy
  • 18. menos de lo que soy. Puedo menospreciar mi cuerpo; puedo menospreciar mi mente. El problema de la falta de autoaceptación no está de ningún modo limitado a las "negaciones". Pueden asustarnos tanto nuestro genio, pujanza, emoción o belleza como nuestra vacuidad, pasividad, depresión o falta de atractivo. Nuestras desventajas plantan el problema de la ineptitud; nuestras ventajas, el desafió de la responsabilidad. Nuestros puntos fuertes o virtudes pueden hacernos sentir solos, alienados, marginados del grupo, blanco de la envidia o la hostilidad, y nuestro deseo de pertenencia puedo superar cualquier deseo de realizar nuestro potencial más elevado. Es bien conocido, por ejemplo, el caso de muchas mujeres que asocian un alto nivel de inteligencia o de realización con la pérdida de la feminidad. Puede ser necesario un gran coraje para estar dispuesto a admitir, aun en la intimidad de nuestra mente: "Yo puedo hacer cosas que otros no parecen capaces de hacer". O: "Soy más inteligente que el resto de mi familia". O: "Soy sumamente atractiva". O: "Exijo de la vida más que los que me rodean". O: "Yo veo mas profundamente y con más claridad". La liberación de la culpa Nuestro objetivo es poseer un concepto de nosotros mismos resistente y positivo, y mantenerlo más allá de nuestra habilidad o falta de ella en cualquier ámbito concreto, y más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier persona. Al avanzar hacia esa meta, es de vital importancia el modo en que usted piensa acerca de su conducta (los parámetros por los cuales la juzga y el contexto dentro del cual la ve); sobre todo en los momentos en que se inclina a condenarse a usted mismo. Es obvio que la culpa subvierte la autoestima positiva. Evaluar su conducta encierra algunas preguntas como: ¿según los parámetros de quien juzga usted su conducta: los suyos o los de otra persona? ¿Trata usted de comprender por que actuó como lo hizo? ¿Recuerda las circunstancias, el contexto y las opciones que, según usted percibió, estaban a su disposición en ese momento? ¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
  • 19. Cuando piensa en su conducta, ¿identifica las áreas o las circunstancias especificas en las que tiene lugar, o generaliza en exceso y dice: "Lo ignoro", cuando en realidad quizás ignore un tema particular pero conozca bien muchos otros temas? ¿O dice: "Soy débil", cuando en realidad puede faltarle coraje o fuerza en una esfera particular pero no en otras? Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su conducta futura no repita las mismas equivocaciones? ¿O simplemente sufre por el pasado y sigue pasivamente atado a modelos de conducta que sabe inadecuados? La respuesta a todas estas preguntas implicaciones para su autoestima. tendrá profundas Nos sentimos culpables cuando: Al contemplar algo que hemos hecho o dejado de hacer, experimentamos un sentimiento de minusvalía; Nos vemos impulsados a racionalizar o justificar nuestro conducta. Nos podemos a la defensiva, en actitud combativa, cuando alguien menciona la conducta en cuestión; Nos resulta difícil y penoso recordar o examinar la conducta. Piense en alguna acción que haya realizado, o que no haya realizado, de la cual se arrepiente, algo lo bastante significativo como para haber hecho mella en su autoestima. Luego pregúntese: ¿según los parámetros de quien estoy juzgando? ¿los míos o los de otro? Si esos parámetro no son en verdad suyos, pregúntese: ¿Qué es lo que yo creo en realidad sobre esto? Si usted es un ser humano pensante y, con toda honestidad y plena conciencia, no ve nada malo en su conducta, quizás encuentre el coraje necesario para dejar de condenarse en ese mismo instante. O, al menos, tal vez comience a vislumbrar una nueva perspectiva en la evaluación de su conducta. "Yo solía hacerme reproches -decía Beatriz, en una de nuestras sesiones de terapia- porque nunca quise que mi madre viviera conmigo. es decir, conmigo, mi marido y nuestros hijos. Me educaron según el principio de que el deber hacia los padres es lo más importante, y que el egoísmo es un pecado. Pero una de las cosas que conseguí con la terapia es prestar atención a lo que yo realmente pienso, más que a lo que a veces me digo que pienso. Y
  • 20. la verdad es que para mi esas enseñanzas no tenían ningún sentido, sobre todo al considerar que mi madre siempre dejo bien en claro que yo no le gustaba mucho, y que yo sé que ella no me gusta mucho a mi. Nunca nos llevamos bien. Toda su vida estuvo inmersa en el abatimiento y la fatalidad. Si yo me mostraba demasiado feliz, solía decirme que algo no me funcionaba bien. Pensé que, si permitía que mi madre viniera a vivir con nosotros, iba a ser un infierno para mí y para mi familia. Además, es mi vida, no la de ellos. Así que haré lo que a mi me parece racional, y aceptare las consecuencias." No estoy sugiriendo con esto que todos los valores son subjetivos y que la moral es sencillamente lo que un individuo piense o sienta que es moral. En Honoring the Self desarrollo mi propio concepto de lo que entiendo por una ética racional y objetiva, una ética de autointerés racional y lógico. Pero en general la gente suele dejarse intimidar por las preferencias valorativas de los demás, a expensas de sus propias necesidades, percepciones y autoestima. En la práctica de la terapia, gran parte de lo que se llama culpa tiene que ver con la desaprobación o la condena de otros, de personajes influyentes como los padres o cónyuges; no siempre es aconsejable tomar las declaraciones de culpa (las nuestras o las de los demás) al pie de la letra. Con frecuencia, cuando alguien declara: "Me siento culpable por esto y por esto", lo que en realidad quiere decir, aunque rara vez lo reconoce, es: "Tengo miedo de que si mamá o papá (o alguna otra persona importante) se entera de lo que he hecho, me critique, repudie o condene". A menudo, la persona no considera la acción como verdaderamente mala, en cuyo caso lo que siente no es literalmente culpa. De modo que la solución a esta categoría de "culpa" es atender a la auténtica voz del yo, respetar su propio juicio por encima de las creencias de los demás que uno no comparte de manera sincera (aunque finja hacerlo) Recuerdo algunos pacientes que confesaban sentirse culpables por la masturbación, porque cuando eran jóvenes sus padres les habían enseñado que era pecado. A veces un terapeuta "soluciona" este problema reemplazando la autoridad de los padres del paciente por la suya propia y asegurándole que la masturbación es una actividad más que aceptable. Pero esto supone que la "culpa" está provocada por una idea equivocada sobra la moralidad de la masturbación. Yo considero que esta actitud equivale a echar una cortina de humo. El problema más profundo es la dependencia y el miedo a desafiar los valores de otras personas influyentes. Así pues, trabajo, en primer lugar, para tratar de lograr un cambio en la definición del problema, de
  • 21. la manera siguiente: "Yo no creo que la masturbación sea algo malo, pero tengo miedo de la desaprobación de mis padres". Al reconsiderar el problema de este modo, hemos salido del campo de la culpa y el autorreproche; le hemos dado una definición más precisa y útil. Y el desafío se convierte en: ¿Estoy dispuesto a perseverar y actuar de acuerdo con mis propias percepciones y convicciones? Tal disposición es uno de los significados de "honrar al yo". Cuando una persona acepta este desafío, la autoestima se eleva. A veces las declaraciones de culpa son una cortina de humo para ocultar sentimientos negados o rechazados. Por ejemplo: "No he logrado vivir de acuerdo con las expectativas o parámetros de otro. Tengo miedo de admitir que esas expectativas y esos parámetros me intimidan. Tengo miedo de reconocer cuánto me irrita lo que se espera de mí. Así que, en cambio, me digo a mi mismo, y les digo a los demás, que me siento culpable de no haber hecho lo correcto, y de ese modo no tengo que temer comunicar mi resentimiento y poner en peligro mi relación con los demás". Si usted se reconoce en esta descripción, la solución para su "culpa" es ser honesto consigo mismo y con los demás respecto de su resentimiento. Primero, por supuesto, debe ser honesto consigo mismo. Reconozca su irritación. Admita que su resentimiento está regido por parámetros y expectativas que no son verdaderamente suyos. Y observe cómo la "culpa" comienza a desaparecer, aunque aun deba seguir luchando para obtener una mayor autonomía. Cuando nos comportamos de modos que se oponen a nuestro juicio de lo que es apropiado, tendemos a perder valor ante nuestros propios ojos. Tendremos a respetarnos menos. Pero si nos limitamos a castigarnos, a despreciarnos, y luego no pensar más en ello, deterioramos nuestra autoestima y aumentamos la probabilidad de poseer menos integridad personal en el futuro. Un mal concepto de uno mismo es una profecía que siempre acaba cumpliéndose: provoca en nosotros una mala conducta. No mejoramos diciéndonos que estamos corruptos. Nuestras acciones son un reflejo del sujeto y la entidad que pensamos que somos. Necesitamos aprender, pues, una reacción alternativa frente a nuestras faltas, que es más útil para nuestra autoestima y para nuestras conductas futuras. En lugar de caer en la autocondena, podemos aprender a preguntarnos: ¿cuáles fueron las circunstancias? ¿Por qué mis elecciones o decisiones parecían deseables o indispensables en aquel
  • 22. contexto? ¿Qué estaba yo tratando de lograr? ¿De qué modo intentaba defenderme? No podemos comprender las acciones de un ser humano hasta que comprendamos por qué tienen algún sentido para la persona implicada. Necesitamos conocer el contexto personal en el que ocurrieron las acciones, el modelo de realidad, el modelo del yo-en-elmundo que yace detrás de las conductas. Por ejemplo: supongamos que soy una mujer que he elegido permanecer demasiado tiempo junto a un marido alcohólico que me maltrataba físicamente, lo cual es peligroso tanto para mí como para mis hijos. Sé que debería irme, pero tengo miedo. La vida es para mí algo temible, mi situación me resulta precaria, y veo que mis recursos y opciones son muy limitados. Dada mi inseguridad básica, mi modelo personal del yo-en-el-mundo, estoy tratando de sobrevivir, lo cual no es un crimen. Quizás desee tener más coraje y confianza y no sufrir tanta angustia, pero no puedo maldecirme por tratar de vivir. Sólo puedo aprender que es posible vivir mejor cambiando mi punto de vista sobre mí misma y sobre el mundo. El hecho importante es éste: si podemos contemplar nuestro contexto personal con compasión y deseos de comprender (sin negar ni por un momento lo equivocado de nuestra conducta), si podemos ser para con nosotros mismos un buen amigo que realmente quiere saber por qué nos comportamos como lo hacemos, entonces podremos curarnos; sentiremos quizá remordimiento y arrepentimiento, pero no nos autocondenaremos. Y la consecuencia más probable será la decisión de ser mejores en el futuro. Este, después de todo, es el modelo que utilizamos en la terapia. Una mujer confiesa una infidelidad sexual; un hombre admite que ha perpetrado una violación; un empleado reconoce haberse apropiado de los fondos de la empresa; un adolescente cuenta haber herido adrede a su hermano menor; un científico admite haber falsificado datos; un padre confiesa haber sido cruel y desconsiderado con respecto a las necesidades de sus hijos; un profesor reconoce haber aprovechado el trabajo de un alumno para mejorar su prestigio; una secretaria admite haber faltado a su empleo, con la excusa de estar enferma, para salir con su novio; un periodista confiesa haber inventado chismes con fines maliciosos. Algunas de estas acciones pueden ser triviales, otras tienen trágicas consecuencias. Pero cuando en la terapia nuestros pacientes hablan de ellas transmitiéndonos su sentimiento de culpa, ¿qué hacemos para repararlo?
  • 23. "Mi madre era muy sarcástica -dice una enfermera de treinta y un años. Tenía una lengua viperina. Cuando yo era chica, no sabía como acostumbrarme a eso. Lloraba mucho. Siento escalofríos cuando pienso en mí misma a los tres, cuatro o cinco años." Pero muchos de sus pacientes se han quejado de sus modos bruscos y sus ocasionales observaciones mordaces. Sabe que en general no cae bien, pero tiende a engañarse en cuanto al porqué. "Cuando yo tenia doce años -manifiesta un abogado de cincuenta y un añosen nuestra calle había un chulo que me aterraba. Me pegó varias veces y, después, con solo mirarlo quedaba yo reducido a la nada. No me gusta recordarlo. No me gusta hablar de ello. En realidad, no me gusta admitir que era un chico asustado. ¿Por qué no podía afrontar la situación de otra manera? Mejor que me olvide de ese pequeño bastardo lo antes posible." Aunque es brillante en su trabajo, pocos de sus clientes simpatizan con este hombre. Lo consideran insensible y cruel. "Es un chulo", ha observado más de uno. Existen muchas razones que hacen que la gente sienta que no pueden perdonar al niño que fueron una vez. Como los pacientes mencionados, niegan y rechazan a ese niño. Traducidas a palabras, sus actitudes equivalen a lo siguiente: no puedo perdonarme haberle tenido tanto miedo a mi madre; haber anhelado tanto la aprobación de mi padre; haberme sentido tan poco querido; haber tenido tanta necesidad de atención y afecto; haberme sentido tan confundido por las cosas; haber hecho algo, aunque no tengo idea de que, para que mi padre abusara sexualmente de mí; haber sido tan torpe en las clases de gimnasia; haberme sentido intimidado por mi profesor; haber sufrido tanto; no haber sido popular en la escuela; haber sido tímido y apocado; no haber sido más duro; haber temido desobedecer a mis padres; haber hecho cualquier cosa para gustar; haber ansiado que me trataran con amabilidad; haber sido malhumorado y hostil; haber tenido celos de mi hermano menor; haber pensado que todo el mundo sabía más que yo; no haber sabido qué hacer cuando me ridiculizaban; no haberme enfrentado a la gente; que mis ropas fueran siempre las más pobres y andrajosas de entre todos mis compañeros de escuela. En realidad, el niño que fuimos una vez puede ser recordado como una fuente de dolor, rabia, miedo, embarazo o humillación, o ser reprimido, rechazado, repudiado y olvidado. Rechazamos a ese niño tal como, quizás, lo hicieran otros, y nuestra crueldad para con ese niño puede proseguir diaria e indefinidamente a través de toda nuestra vida, en el teatro de nuestra propia psique, donde el niño continua existiendo como una subpersonalidad, un sí-mismo niño. Podemos, como adultos, encontrar múltiples pruebas del rechazo de los demás en nuestras relaciones actuales, sin darnos cuenta de que las raíces de nuestra experiencia de rechazo son más internas que externas. Toda nuestra vida
  • 24. puede consistir en una serie de actos de incesante auto rechazo, mientras seguimos quejándonos de que son los otros los que no nos quieren. Cuando aprendemos a perdonar al niño que hemos sido, por algo que él o ella no sabía o no podía hacer, o no era capaz de afrontar, o sentía o no sentía; cuando luchaba por sobrevivir de la mejor manera posible, entonces el símismo adulto ya no sostiene una relación de realidad con el sí-mismo niñoUna parte no está en guerra con la otra, Nuestras respuestas adultas son más adecuadas. Anteriormente introduje el concepto de un sí-mismo niño: la representación interna del niño que fuimos una vez, la constelación de actitudes, sentimientos, valores y perspectivas que fueron nuestros hace mucho tiempo, y que gozan de inmortalidad psicológica como un componente de nuestro si-mismo total. Es un sub-sí-mismo, una subpersonalidad, un estado mental que puede ser más o menos dominante en un momento dado, y en virtud del cual obramos a veces, casi exclusivamente, sin darnos cuenta de que lo hacemos. Podemos (de forma implícita) relacionarnos con nuestro sí-mismo niño de manera consciente o inconsciente, con benevolencia o con hostilidad, con compasión o con severidad. Como espero que aclaren los ejercicios que figuran en esta sección, cuando uno se relaciona consciente y positivamente con el sí-mismo niño, éste puede ser asimilado e integrado en el sé-mismo total. Cuando la relación es inconsciente y/o negativa, se abandona al sí-mismo niño en una especie de alienado olvido. En este último caso, cuando se deja inconsciente al sí-mismo niño, o se lo rechaza y repudia, nos fragmentamos; no nos sentimos completos; en alguna medida nos sentimos enajenados de nosotros mismos; y la autoestima queda perjudicada. Cuando no se lo reconoce ni se lo comprende, o se lo rechaza y abandona, el sí-mismo niño puede convertirse en una "perturbación" que obstruye tanto nuestra evolución como el goce de la existencia. La expresión externa de este fenómeno es que a veces mostraremos una conducta infantil nociva, o caeremos en modelos de dependencia inapropiados, o nos volveremos narcisistas, o experimentaremos el mundo como si éste perteneciera a "los mayores". Por el contrario, si es reconocido, aceptado, admitido y por lo tanto integrado, el sí-mismo niño puede ser una magnífica fuente de enriquecimiento de nuestra vida, con su potencial de espontaneidad, capacidad lúdica e imaginación. Antes de intimar con su sí-mismo niño e integrarlo, para que conviva con armoniosa relación con el resto de usted, debe tomar contacto con esa entidad que vive en su mundo interior. Como medio de presentar a mis pacientes o alumnos a sus sí-mismos, a veces les pido que se dejen llevar por una fantasía, que se imaginen caminando por una carretera rural hasta que, a lo lejos, vean a un niño sentado junto a un árbol y, al acercarse, comprueben que ese niño es el sí-mismo que ellos fueron una vez. Luego les pido que se sienten junto al árbol y entablen un diálogo con el niño. Los animo a que hablen en voz alta, para profundizar la realidad de la experiencia. ¿Qué quieren y
  • 25. necesitan decirse el uno al otro? No es infrecuente que broten las lágrimas; a veces se manifiesta alegría. Pero casi siempre se dan cuenta de que de alguna manera el niño aún existe dentro de la psique (como un estado mental) y porta su contribución a la vida del adulto. De este descubrimiento emerge un símismo más rico, más pleno. A menudo advierten con tristeza que habían pensado, equivocadamente, que necesitaban deshacerse de ese niño para poder crecer. Ejercicio Cuando trabajo con un paciente con el objetivo de integrar a su sí-mismo niño, con frecuencia sugiero este sencillo ejercicio que usted podrá realizar con facilidad. (Si tiene un amigo que pueda leerle las instrucciones que siguen, tanto mejor; también puede grabarlas usted mismo en una cinta y luego escucharlas; o simplemente leerlas hasta asimilarlas, antes de llevarlas a la práctica.) Durante unos minutos contemple fotografías de usted mismo cuando era niño (suponiendo que las tenga; si no, continúe sin ellas). Después cierre los ojos y aspire varias veces, profunda y relajadamente. Penetre en su interior y hágase estas preguntas:¿Cómo era tener cinco años? ¿Cómo imagina que experimentaba usted su cuerpo entonces?... ¿Cómo era vivir en su casa?... ¿Cómo se sentaba? Siéntese como usted imagina que se sienta un niño de cinco años Preste atención a lo que percibe. Conserve la experiencia un rato en su mente. Con solo hacer este ejercicio todos los días durante dos o tres semanas aprenderá a percibir mejor su sí-mismo niño, así como también a lograr un mayor nivel de integración del que quizás experimenta en el presente, porque estaría dando el primer paso convertir en visible al sí-mismo niño y tratarlo con seriedad. Pero el trabajo de contemplar oraciones es una herramienta mucho más avanzada y poderosa para despertar el reconocimiento de su sí-mismo niño y facilitar la integración. Como ya he dicho antes, utilice un cuaderno, y escriba al comienzo de una página en blanco cada una de las oraciones incompletas que figuran abajo; luego escriba de seis a diez finales para cada una, lo más rápidamente posible y sin autocriticarse, inventando cosas cuando sea necesario para no perder el ritmo. Cuando tenía cinco años. Cuando tenía diez años. Si recuerdo cómo era el mundo cuando yo era pequeño. Si recuerdo cómo era mi cuerpo cuando yo era pequeño.
  • 26. Si recuerdo pequeño. cómo era la gente cuando yo era Con mis amigos me sentía. Cuando me sentía solo, yo. Cuando me sentía excitado, yo. Si recuerdo lo que me parecía la vida cuando era yo chico. Si el niño diría. que hay dentro de mi pudiera hablar, Una de las cosas que tuve que hacer de niño para sobrevivir fue. Una de las manera en que trato a mi sí-mismo niño como lo hacia mi madre es. Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo niño como lo hacía mi padre es. Cuando el niño que llevo en mi interior se siente ignorado por mí. Cuando el niño que llevo en mi interior se siente criticado por mí. Una de las maneras en que ese niño suele ocasionarme problemas es. Sospecho que estoy obrando a través de mi sí-mismo niño cuando. Si ese niño fuera aceptado por mí. A veces, lo difícil de aceptar plenamente al niño que tengo en mi interior es. Si perdonara más a mi sí-mismo niño. Yo seria mas amable con el niño que tengo en mi interior si. Si escuchara las cosas que ese niño necesita decirme. Si aceptara plenamente a ese niño como a una parte valiosa de mí.
  • 27. Comienzo a darme cuenta de. Cuando me miro desde esta perspectiva. A algunos pacientes les he hecho repetir este ejercicio varias veces, con intervalos de alrededor de un mes. Los pedía que no miraran los finales que habían escrito las veces anteriores. Cada vez producían finales nuevos, que los llevaban a regiones más profundas. Sin la ayuda de ningún otro trabajo en esta área, lograron extraordinarias visiones interiores e integraciones que dieron como resultado su curación y un aumento de su autoestima. Le recomiendo que experimente con esta serie de oraciones incompletas y descubra lo que pueda lograr con ellas. Al hacerlo, comprobará de qué manera este trabajo puede ser beneficioso para su autoconfianza, autorrespeto y sentido de la totalidad. A continuación, expondré un modo más avanzado de trabajar en el territorio abierto por los principios de oraciones anteriores. Permita el principio: Cuando tenia cinco años., y a continuación los siguientes: Una de las cosas que mi símismo de cinco años necesita de mí y nunca ha obtenido es.; Cuando mi símismo de cinco años trata de hablarme., si estuviera dispuesto a escuchar a mi sí-mismo de cinco años con aceptación y compasión.; Si me niego a atender a mi sí-mismo de cinco años.; al pensar en volver al pasado para ayudar a mi símismo de cinco años.Después, repita esta misma serie con sus sí-mismos de seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce años. Logrará una milagrosa autocuración de sus heridas. Por último, cuando sienta que ha adquirido un buen sentido de su sí-mismo niño como entidad psicológica (que es lo que debería proporcionarle esta técnica de completar oraciones), realice este nuevo ejercicio, a la vez simple y extraordinariamente efectivo, para facilitar la integración. Empleando cualquier tipo de imágenes que le resulte útil -visuales, auditivas, sensaciones kinestésicas-, imagine a su sí-mismo niño de pie ante usted. Luego, sin decir una palabra, imagine que estrecha a ese niño en sus brazos, acariciándolo con suavidad, con la intención de entablar con él una relación de afecto. Permita que el niño responda o no responda. Permanezca suave y firme. Deje que el le toque las manos, los brazos, y que su pecho le transmita aceptación, compasión, respeto. Recuerdo a una paciente, Valentina, que en un principio tuvo dificultad para hacer este ejercicio porque, según dijo, su sí-mismo niña era una mezcla de dolor, rabia y desconfianza. "Se me escapa permanentemente -decía-. No confía en mí ni en nadie." Le dije que, dadas sus experiencias, su respuesta era perfectamente natural. Luego proseguí: "Imagine que yo me presento a usted con una niña y le digo: ´Me gustaría que usted se hiciera cargo de ella. Ha sufrido algunas malas experiencias y es muy desconfiada. Por un lado, un tío suyo intentó violarla, y cuando ella quiso decírselo a su madre, ésta se enfadó con ella. Así que se
  • 28. siente abandonada y traicionada. (Valentina había tenido esa experiencia a los seis años.) Su nuevo hogar será el suyo, y su nueva vida la pasará con usted. Tendrá que animarla a que le tenga confianza y a darse cuenta de que usted es diferente de los otros adultos a quienes ella ha conocido´. Esa será mi presentación de la niña. Después, puede hablarle, escucharla y dejar que le diga todo lo que ella necesita que comprenda un adulto. Pero, en principio, sólo abrácela. Permítale sentir seguridad mediante la calidad de su ser, la calidad de su presencia. ¿Puede hacerlo?" -Si -respondió Valentina con ansiedad-. Hasta ahora la he tratado como todos los demás. Como si ella no existiera, como si no estuviera allí, porque su dolor me asustaba. Creo que yo también la he estado culpando, casi como lo hacia mi madre. -Entonces cierre los ojos, cree a esa niña frente a usted, tómela en sus brazos y permítale recibir su cariño. ¿Cómo se siente usted?... Me pregunto qué querrá usted decirle. Tómese el tiempo necesario para descubrirlo. Más tarde, Valentina observó: -Durante todos estos años he tratado de ser adulta rechazando a la niña que fui. Me sentía muy avergonzada, herida e irritada. Pero cuando tomé a esa niña en mis brazos y la acepté como una parte de mí, por primera vez en mi vida me sentí una adulta de verdad. Ésta es una de las maneras de desarrollar la autoestima. Vivir de un modo responsable Las personas que gozan de una alta autoestima tienen una orientación hacia la vida activa, y no pasiva. Asumen plena responsabilidad en cuanto a la realización de sus deseos. No esperan que otros hagan realidad sus sueños. Si surge un problema, se preguntan: "¿Qué puedo hacer para solucionarlo? ¿Qué posibilidades de acción tengo a mi alcance?" No exclaman: "¡Alguien tiene que hacer algo!" Si algo ha salido mal, se preguntan: "¿Qué es lo que pase por alto? ¿En qué equivoqué mi cálculo?" No se entregan a una apotesis de inculpaciones. En conclusión, afrontan la responsabilidad de su propia existencia. Y, según el principio de causalidad reciproca analizado antes (los actos que son causas de una buena autoestima son también expresiones de una buena autoestima), la gente que asume la responsabilidad de su propia existencia tiende, por lo tanto, a generar una saludable autoestima, hasta el punto de pasar de una orientación pasiva a una orientación activa, de gustarse más, de tener más confianza en sí misma, y de sentirse más apta para la vida y más merecedora de felicidad.
  • 29. En mi trabajo psicoterapéutico veo con frecuencia que las transformaciones más radicales ocurren después de que el paciente se da cuenta de que nadie va a acudir en su rescate. "No acude nadie" es una frase que oigo mucho en mi trabajo, en todos los niveles. "Cuando al fin me permití asumir la plena responsabilidad de mi vida -me ha dicho más de un paciente-, comencé a crecer. Empecé a cambiar. Y mi autoestima empezó a aumentar." La autorresponsabilidad siguientes: comprende realizaciones como las Soy responsable de mis elecciones y acciones. Soy responsable del modo en que utilizo mi tiempo. Soy responsable del nivel de conciencia que aplico a mi trabajo. Soy responsable del cuidado o la falta de cuidado con que trato a mi cuerpo. Soy responsable de mantener las relaciones que decido entablar o en las que elijo continuar. Soy responsable del modo en que trato a los demás: mi cónyuge, mis hijos, mis padres, mis amigos, mis socios, mi jefe, mis subordinados, el vendedor de una tienda. Soy responsable del significado que doy o dejo de dar a mi existencia. Soy responsable de mi felicidad. Soy responsable de mi vida en lo material, lo emocional, lo intelectual y lo espiritual. Cuando hablo de "ser responsable" en este contexto, no quiero decir ser receptor de acusaciones o culpas morales, sino ser el principal agente causal de la propia vida y conducta. Esto es muy importante. Al analizar algunas de las aplicaciones de la autorresponsabilidad en Honoring the Self, escribí: .un paciente, en la terapia, aprende la pregunta: "¿Por qué y cómo me estoy volviendo tan pasivo?", en lugar de quejarse: "¿Por qué soy tan pasivo?" En vez de afirmar que no puede ocuparse de nada, aprende a explorar cómo y por qué se niega a experimentar sentimientos intensos con respecto a cualquier cosa. "¿Por qué?" en este contexto significa: "¿Con qué propósito?" En vez de decir: "¿Por qué siento este tenso dolor en la nuca?", aprende a decir: "¿Qué sentimientos estoy tratando de evitar al experimentar la tensión de los músculos de mi nuca?" En lugar de
  • 30. lamentarse de que la gente se aproveche de él con tanta frecuencia, aprende a preguntar: "¿Por qué y como invito o aliento a la gente a que se aproveche de mí?" En lugar de quejarse: "Nadie me comprende", pregunta: "¿Por qué y cómo hago difícil que la gente me entienda?" No dice: "¿Por qué las mujeres no se fijan en mi?", sino: "¿Qué hago para que las mujeres no se fijen en mi?" En vez de lloriquear: "Siempre fracaso en todo lo que intento", comienza a considerar: "¿Por qué y cómo busco el fracaso en todo lo que intento?" No es mi intención sugerir que una persona nunca sufre a causa de un hecho accidental o por los fallos de los demás, o que es responsable de todo cuanto pueda sucederle. No somos omnipotentes. No apoyo la grandilocuente noción de que "Soy responsable de todos los aspectos de mi existencia y de todo lo que me acontece". Sobre algunas cosas tenemos control, sobre otras no. Si me hago responsable de asuntos que están mas allá de mi control, pondré en peligro mi autoestima, ya que, inevitablemente, no lograré alcanzar mis propios objetivos. Si niego mi responsabilidad en cuanto a cosas que sí están bajo mi control, nuevamente pongo en peligro mi autoestima. Necesito saber la diferencia entre lo que depende de mí y lo que no. También necesito saber que soy responsable de mi actitud y mis acciones relacionadas con las cosas sobre las que no tengo control, como la conducta de otras personas. La autorresponsabilidad, racionalmente concebida, es indispensable para una buena autoestima. Evitar la autorresponsabilidad nos hace victimas de nuestra propia vida. Nos vuelve indefensos. Otorgamos poder a todos, menos a nosotros mismos. Pero cuando nos sentimos frustrados buscamos echarle la culpa a alguien; son otros los que tienen la culpa de nuestra desdicha. En contraste, la apreciación de la autorresponsabilidad puede resultar una experiencia vigorizadora y tonificante. Vuelve a poner nuestra vida en nuestras manos. La técnica de completar oraciones ayuda a poner de relieve este punto con rapidez y claridad: "Si tuviera que dejar de culpar a mi mujer por mi desdicha -confesaba un agente inmobiliario de mediana edad-, me enfrentaría a mi propia pasividad; tendría que afrontar el hecho de que casi toda mi vida me he sentido triste; tendría que reconocer que elegí permanecer con ella sin que nadie me obligara; tendría que admitir que necesito alguien a quien echar la culpa; renunciaría al control que tengo sobre ella; debería considerar las opciones que están a mi alcance; tendría que hacer otra cosa, en lugar de sufrir." "Si debiera aceptar que soy responsable del estado de mi cuerpo -decía una joven que comía y bebía demasiado-, tendría que dejar de sentir lastima de mí misma; tendría que dejar de culpar de todo a mis padres; quizás tendría que empezar a hacer gimnasia; no creo que pudiera seguir
  • 31. abusando de mi cuerpo como lo hago ahora; me gustaría más a mí misma; dejaría de compadecerme; saldría de mi apatía y me pondría a hacer algo; tendría que admitir que a menudo utilizo las emociones para manipular a mi familia y conseguir que hagan lo que yo quiero; tendría que aceptar que los demás también tienen sentimientos; pensaría antes de hablar; no me vería como una victima del universo." "Si asumiera la responsabilidad de obtener lo que deseo -declaraba un hombre de unos treinta años que nunca había conservado un empleo por más de ocho meses-, tendría que reconocer que el tiempo pasa, y que no me vuelvo más joven, sino más viejo; no soñaría despierto ni fantasearía tanto; tendría que admitir que no he hecho otra cosa que perder el tiempo; tendría que admitir cuánto me asusta comprometerme de verdad con cualquier cosa; no envidiaría tanto el éxito de otras personas; no podría seguir culpando al sistema; tomaría un rumbo y continuaría en él; dejaría de presentar excusas; reconocería que nada va a mejorar si yo no cambio." "Mientras pueda seguir culpando a mis padres de mi desdicha -manifestaba un maestro que cambiaba de terapeuta varias veces al año-, nunca tendré que crecer; puedo hacer que la gente sienta lastima de mí; puedo hacer que mis padres se sientan culpables; puedo hacer que los otros se sientan que tienen que recompensarme por lo que me pasa; puedo decirme a mí mismo que no es culpa mía; puedo derrotar a mis terapeutas; puedo sentirme trágico; puedo ser una victima; tengo una excusa para todo; no tengo que hacerme cargo de mi vida." "Si debiera asumir plena responsabilidad por mi propia vida -decía un psiquiatra que respondía a las necesidades de todos menos a las suyas y las de su familia-, dejaría de decirme a mí mismo que estoy demasiado ocupado como para ser feliz; dejaría de tratar de impresionar a mis pacientes con mi amabilidad y mi comprensión; dejaría de sentirme un mártir; dejaría de insistir en que mi esposa me haga concesiones ilimitadas; sabría dónde termina mi responsabilidad para con lo demás; sería más amable conmigo mismo y con mi esposa y mis hijos; reconocería que el autosacrificio es una claudicación; empezaría a aplicar en mí mismo lo que enseño a mis pacientes; admitiría que nadie puede vivir para los otros, y si pudiera, no debería hacerlo; viviría con mayor integridad; yo mismo me respetaría más, y también lo haría mi familia; tendría que pensar qué es lo que realmente pretendo de la vida." Si usted aún no ha hecho los ejercicios de completar oraciones, se asombrará de la ingenuidad con que la gente reconoce lo que persigue evitando hacerse responsable de sí misma. Pero si usted en verdad desea aumentar su autoestima, le propongo algunos principios de oraciones con los cuales trabajar antes de seguir adelante: A veces, cuando las cosas no van bien, me convierto en un ser indefenso mediante.
  • 32. Lo bueno de volverse una criatura indefensa es. A veces trato de evitar la responsabilidad culpando a. A veces utilizo la autorecriminación para. Si actuara con más responsabilidad en el trabajo. Si actuara con más responsabilidad para obtener éxito en mis relaciones. Si me hiciera responsable de cada palabra que pronuncio. Si me hiciera responsable de mis sentimientos. Si me hiciera responsable de mis acciones en todo momento. Si me hiciera responsable de mi felicidad. Si el único significado de mi vida es el significado que yo estoy dispuesto a darle. Si estuviera dispuesto a respirar profundamente y experimentar plenamente mi propia energía. Si estuviera dispuesto a ver lo que veo y saber lo que es. En este momento está muy claro que. Tal vez usted no se percate de que en algunas áreas de su vida es más autorresponsable que en otras. Quizás sea muy activo y responsable en el trabajo y muy pasivo en su casa, con su familia. Quizás sea muy irresponsable con el dinero. Quizás sea activo en su desarrollo intelectual y pasivo en el plano emocional. Considere las siguientes áreas: su salud sus emociones la elección de sus parejas la elección de su cónyuge la elección de sus amigos su bienestar económico
  • 33. el nivel de conciencia aplica en su trabajo y responsabilidad que el nivel de conciencia aplica en sus relaciones y responsabilidad que su manera de tratar a la gente en general su desarrollo intelectual su carácter su felicidad su autoestima Ahora imagine una escala de uno a diez, en la que 10 equivale a lo que usted consideraría una autorresponsabilidad óptima y 1 al nivel más bajo de autorresponsabilidad imaginable. Califíquese en cada ítem anotando al lado la puntuación correspondiente. Puede diferenciar las áreas en que es necesaria una mayor elaboración. Llegados a este punto, si piensa en una u otra de las áreas en las que no es muy responsable, tal vez se descubra protestando: "Pero no sé que hacer, no sé cómo ser más responsable". Por supuesto, muy rara vez esto es cierto. En los primeros años de ejercicio de mi profesión, cuando los pacientes planteaban esta objeción, yo les mostraba qué era lo que podían hacer para participar de manera más activa en sus propias vidas. La experiencia me ha enseñado la falacia de este enfoque. Hoy, cuando los pacientes ya saben cómo completar las oraciones que les doy, por lo general les propongo el principioUna de las formas en que puedo ser más responsable con respecto a (rellenar con el área adecuada) es., y les pido que lo completen a toda velocidad. Enseguida descubren lo bien informados que en realidad están. He escuchado a muchas personas, de todas las extracciones sociales, completar este principio de oración con finales asombrosamente perspicaces, y he aprendido a escuchar con benévolo escepticismo las protestas de ignorancia e incapacidad. Si usted se oye protestar, le sugiero que haga lo mismo. Desde luego, a veces los demás nos aclaran ciertas posibilidades de acción, pero siempre hay algunas cosas que ya sabemos que podemos hacer. Empiece por éstas. Aceptar la responsabilidad de la propia existencia es reconocer la
  • 34. necesidad de vivir productivamente. Ésta es una aplicación básica y muy importante de la idea de poseer una orientación activa hacia la vida. No es el grado de nuestra capacidad productiva lo que está en discusión aquí, sino más bien nuestra decisión de ejercitar cualquier capacidad que tengamos. El trabajo productivo es el acto humano por excelencia. Los animales deben adaptarse a su ambiente físico: los seres humanos adaptan el ambiente físico a si mismos. Tenemos la capacidad de conceder unidad psicológica y existencial a nuestra vida, integrando nuestras acciones con metas proyectadas a lo largo de ella. No es la clase de trabajo que escojamos lo que incide en nuestra autoestima (siempre que, desde luego, ese trabajo no sea opuesto a la vida humana), sino la búsqueda de un trabajo que exija y exprese el empleo más cabal y consciente de nuestra mente y nuestros valores (suponiendo que tengamos la oportunidad de hacerlo). Vivir productivamente es proporcionarnos una de las dichas y recompensas mayores que pueda experimentar el ser humano. Vivir con responsabilidad (y con ello desarrollar una saludable autoestima) está íntimamente relacionado con vivir activamente. Mediante las acciones se expresa y realiza una actitud de autorresponsabilidad. ¿Qué acciones puedo realizar para acercarme a la obtención de mis objetivos? ¿Qué accionespuedo realizar para avanzar en mi carrera? ¿Para mejorar mi vida amorosa? ¿Para que los otros me traten bien? ¿Para aumentar mis ingresos? ¿Para ser más feliz? ¿Para cultivar mi desarrollo intelectual o espiritual? Así como, si deseamos aumentar nuestra autoestima, es necesario que pensemos en términos de conductas, si deseamos vivir mas responsablemente es necesario que pensemos en términos de acciones muy especificas. Por ejemplo, no basta con decirse: "debería ser mas concienzudo". ¿Qué haré para ser más concienzudo? No basta con decir: "debería adoptar una mejor actitud hacia mi familia". ¿Cómo se manifestara esa mejor actitud en una conducta especifica? La conducta puede ser mental o física. Pensar es una acción; concentrarse en una tarea es una acción; hacer una lista es una acción; y también lo es acariciar un rostro, transmitir el aprecio por medio de palabras, escribir una carta, reconocer un error, prepara un informe, revisar un libro de contabilidad o solicitar un empleo. La pregunta es siempre: ¿es esa conducta apropiada con referencia al contexto? Ser autorreponsable es preocuparse por esa respuesta. Por lo tanto, si deseamos practicar una mayor autorresponsabilidad en algún aspecto de nuestras vidas, es necesario que nos preguntemos: ¿Qué acciones puedo realizar en este ámbito? ¿Cuáles son mis opciones? Si no estoy esperando un milagro, o que alguien haga algo, entonces; ¿Qué
  • 35. puedo hacer yo? Si elijo no hacer nada, aceptar el statu quo, ¿estoy dispuesto a hacerme responsable de esa decisión? Observe lo siguiente: si hay áreas de su vida en las que practica un nivel más alto de autorresponsabilidad que en otras, presumo que esas serán las áreas en las cuales usted se gusta más. Las áreas en la que evita la responsabilidad son aquellas en las que usted se gusta menos. Una vez más, le recomiendo que emplee la técnica de completar oraciones para verificarlo. Por ejemplo: Practico una mayor autorresponsabilidad cuando................: Evito lo más posible la autorresponsabilidad cuando................; Cuando Cuando soy evito autorresponsable la siento.................; autorresponsabilidad siento.................; Si algo de lo que estoy escribiendo es cierto.................; Comienzo a darme cuenta de................. Piense en ello durante los próximos siete días. Si practicara una mayor autorresponsabilidad, ¿qué cosas podría hacer de manera diferente? Escriba su respuesta en un cuaderno. Después contemple la posibilidad de traducir en acción lo que ha escrito. No piense en comprometerse para toda la vida, sino sólo para la semana próxima, como un experimento. Descubra el efecto de esto en su sentido de sí-mismo. Descubra el efecto que produce en su vida. Si le gusta lo que descubre inténtelo siete días más. Y luego otros siete. Vivir de un modo auténtico Las mentiras más devastadoras para nuestra autoestima no son tanto las que decimos como las que vivimos. Vivimos en una mentira cuando desfiguramos la realidad de nuestra experiencia o la verdad e nuestro ser. Así, vivo una mentira cuando finjo un amor que no siento; cuando simulo una indiferencia que no siento; cuando me presento como más de lo que soy, o como menos de lo que soy; cuando digo que estoy irritado y lo cierto es que
  • 36. tengo miedo; cuando me muestro indefenso y lo cierto es que soy un manipulador; cuando niego y oculto lo cierto es que soy un manipulador; cuan niego y oculto mi entusiasmo por la vida; cuando finjo una ceguera que niega mi comprensión; cuando pretendo poseer una información que no tengo, cuando me río y en realidad necesito llorar; cuando paso un tiempo innecesario con gente que no me gusta; cuando me presento como la personificación de valores que no siento ni poseo; cuando soy amable con todos menos con las personas que digo amar; cuando me adhiero falsamente a ciertas creencias para gozar de aceptación; cuando finjo modestia; cuando finjo arrogancia; cuando permito que mi silencio implique asentimiento con respecto a convicciones que no comparto; cuando digo que admiro a una clase de persona pero duermo siempre con otra. La buena autoestima exige coherencia, lo cual significa que el sí-mismo interior y el sí-mismo que se ofrece al mundo deben concordar. Si elijo falsear la realidad de mi persona, lo hago para engañar la conciencia de los otros (y también a la mía propia). Lo hago porque considero inaceptable lo que soy. Valoro cualquier idea de otro por encima de mi propio conocimiento de la verdad. Mi castigo es que atravieso la vida con la atormentada sensación de ser un impostor. Esto significa, entre otras cosas, que me condeno a la angustia de preguntarme eternamente cuándo me descubrirán. Primero, me rechazo mí mismo; esto está implícito en el hecho de vivir mentiras, en el de falsear la verdad de mi persona. Después, me siento rechazado por los demás, o busco posibles signos de rechazo, para lo cual soy generalmente rápido. Imagino que el problema se plantea entre los demás y yo. No se me ocurre que lo que más temo de los otros ya me lo he hecho a mí mismo. La honestidad consiste en respetar la diferencia entre lo real y lo irreal, y no en buscar la adquisición de valores mediante el falseamiento de la realidad, ni la consecución de objetivos pretendiendo que la verdad es distinta de lo que es. Cuando intentamos vivir de una manera poco autentica, siempre somos nuestra primera víctima, ya que, en definitiva, el fraude va dirigido contra nosotros mismos. Es obvio que las mentiras más comunes de la vida cotidiana perjudican la autoestima: "No, no me acosté con fulano"; "No, no cogí ese dinero"; "No, no falseé los resultados de la prueba", etcétera. La conclusión es siempre que la verdad es vergonzosa. Ese es el mensaje que nos transmitimos a nosotros mimos cuando decimos mentiras semejantes. Pero éste es el nivel de deshonestidad más obvio. Aquí debemos considerar una clase de deshonestidad mucho mas profunda, tan íntimamente vinculada (así es como lo sentimos) a nuestra supervivencia que renunciar a ella suele ser un desafío de mucha más envergadura. Para enviar una posible mala interpretación, digamos que vivir auténticamente no significa practicar una sinceridad compulsiva. No significa anunciar cada
  • 37. pensamiento, sentimiento o acción posibles, sin tener en cuenta si el contexto es apropiado o no, o su relevancia. No significa confesar verdades de manera indiscriminada. No significa dar opiniones que no nos han pedido sobre el aspecto de otras personas, ni formular -necesariamente- críticas exhaustivas, aunque nos la hayan pedido. No significaofrecerse a brindar información a un ladrón sobre unas joyas escondidas. Por otro lado, debemos reconocer que la mayoría de nosotros hemos sido educados casi desde el mismo día en que nacimos, para no saber qué es vivir auténticamente. La mayoría de nosotros fuimos criados y educados de modo que nos era sumamente difícil apreciar la autenticidad. Desde muy temprano aprendimos a negar lo que sentíamos, a usar una mascara, y en definitiva a perder el contacto con muchos aspectos de nuestros sí-mismos interiores. Nos volvimosinconscientes de gran parte de nuestros sí-mismos interiores, en nombre de la adaptación al mundo que nos rodea. Nuestros mayores nos empujaron a rechazar el miedo, la ira y el dolor, porque tales sentimientos los incomodaban. A menudo no sabían cómo responder cuando se rompía la supuesta armonía familiar. Muchos de nosotros fuimos obligados también a ocultar (y por ultimo a eliminar) nuestra excitación. Les ponía nerviosos. Nuestros mayores se volvían desagradablemente conscientes de algo que habían olvidado mucho tiempo atrás. La excitación altera la rutina. Los padres emocionalmente distantes e inhibidos tienden a educar hijos emocionalmente distantes e inhibidos, no sólo mediante sus mensajes explícitos sino mediante su propia conducta, que indica al hijo qué es lo correcto, lo adecuado y lo socialmente aceptable. Además, puesto que en la infancia existen muchas cosas temibles, inquietantes, dolorosas y frustrantes, aprendemos a emplear la represión emocional como un mecanismo de defensa, como un medio de hacer la vida más tolerable. Aprendemos con demasiada rapidez a evitar las pesadillas. Para sobrevivir, aprendemos a "hacernos los indiferentes", como si estuviéramos muertos. Una de las experiencias más dolorosas y desorientadoras de la infancia, que la gente se siente impulsada a reprimir, es el descubrimiento de que la mayoría de los adultos miente. Esto también puede convertirse en una barrera para la comprensión y la valoración de la autenticidad. Oigo que mi madre me sermonea sobre las virtudes de la honestidad, y luego oigo que le miente a mi padre. Mi padre anuncia cuánto desprecia a alguien y luego no hace más que adular a esa persona durante toda la cena. Veo que una profesora niega flagrantemente la verdad a otro alumno, en lugar de reconocer que ha cometido una equivocación.
  • 38. Que yo sepa, ningún psicólogo ha estudiado nunca el impacto traumático que causa, en los jóvenes, la magnitud de las mentiras de los adultos. Y sin embargo, cuando planteo el tema en las terapias e invito a mis pacientes a reflexionar, la mayoría sostiene que fue una de las experiencias más devastadoras de sus primeros años de vida. Muchos jóvenes llegan a la conclusión de que crecer significa aprender a aceptar la mentira como algo normal, es decir, aceptar y admitir la irrealidad como un modo de vida. Pero si nos entregamos a esta forma de sacrificio mental, si nos permitimos ser gobernados por el miedo, si adjudicamos más importancia a lo que creen los otros que a lo que nosotros sabemos que es cierto -si valoramos más pertenecer al grupo que ser-, no alcanzaremos la autenticidad. Para alcanzarla son necesarios el coraje y la independencia, sobre todo cuando es tan raro encontrar esas cualidades en los demás. Pero esto no debería desalentarnos; si las personas auténticas constituyen una minoría, también la constituyen las personas felices; y las que gozan de una buena autoestima; y las que saben amar. Las personas que gozan de una alta autoestima están lejos de gustar siempre a los otros, aunque la calidad de sus relaciones sea claramente superior a la de las personas de baja autoestima. Como son más independientes que la mayoría de la gente, son también más francas, más abiertas con respecto a sus pensamientos y sentimientos. Si están felices y entusiasmadas, no tienen miedo de mostrarlo. Si sufren, no se sienten obligadas a "disimular". Si sostienen opiniones impopulares, las expresan de todos modos. Son saludablemente autoafirmativas. Y como no tienen miedo de ser quienes son, de vivir auténticamente, a veces despiertan la envidia y la hostilidad de quines están más atados a las convenciones. A veces, en su inocencia, se asombran de esta reacción, y quizás se sientan heridos por ella; pero no por eso desisten de su compromiso con la verdad. No valoran la buena opinión de los otros por encima de su autoestima. Sencillamente aprenden que hay gente a la que es mejor evitar. Tratan de buscar relaciones enriquecedoras en lugar de nocivas, en contraste con las personas de baja autoestima, que casi siempre parecen entablar relaciones nocivas. Las relaciones de las personas de alta autoestima se caracterizan por un grado de benevolencia, respeto y dignidad mutua superior al nivel medio. Los hombres y mujeres orientados hacia el desarrollo tienden a apoyar las aspiraciones de desarrollo de los demás. Las personas que disfrutan con su propio entusiasmo también disfrutan con el de los demás. Las personas que practican la franqueza al hablar aprecian la franqueza en la conversación con los otros. Las personas que se sienten cómodas diciendo sí cuanto quieren decir sí, y no cuando quieren decir no, respetan el derecho de los otros a hacer lo mismo. Las personas auténticas tienen amigos mejores y más dignos de
  • 39. confianza, porque saben que pueden apoyarse en ellos, y porque los instan a igualar su autenticidad. Al ser auténticos, no sólo nos honramos a nosotros mismos: a menudo es como un regalo para cualquier persona con la que tratemos. Desarrollar la autoestima de los demás Aunque cada uno de nosotros es el responsable último de su autoestima, tenemos la oportunidad de apoyar o atacar la autoconfianza y el autorrespeto de cualquier persona que tratemos, así como los demás también tienen la misma opción en sus relaciones con otros. Probablemente todos recordemos ocasione en que alguien nos tratço de un modo que reconocía tanto nuestra divinidad como la suya. Y también podemos recordar ocasiones en que alguien nos trató como si el concepto de dignidad humana no existiera. Sabemos bien qué diferente sensación nos dejan estas dos clases de experiencia. Si damos la vuelta a este ejemplo, probablemente todos recordemos ocasiones en que tratamos a alguien con un espíritu de dignidad mutua. Y quizás recordemos otras en las que, a causa del miedo o la ira, descendimos a un nivel de comunicación apenas humano, en el que la dignidad perdió todo su significado. Y también sabemos de qué modo tan diferente se viven esos dos tipos de experiencias. Cuando nuestras relaciones humanas tienen dignidad, las gozamos más; y cuando nosotros manifestamos dignidad, nos gustamos más a nosotros mismos. Cuando nos comportamos de tal manera que acabamos elevando la autoestima de los otros, también estamos aumentando la nuestra. Veamos algunas de esas maneras: Hay ciertos psicoterapeutas que pueden provocar un profundo impacto en la autoestima de la gente que los consulta. Quizás practiquen orientaciones teóricas muy diversas y empleen técnicas muy diferentes, y sin embargo en su presencia el paciente se siente impulsado a elevar su autoestima, a medida que descubre nuevas posibilidades de funcionamiento que antes nunca había considerado como reales. Si comprendemos algunas de las características más importantes del modo en que se relacionan estos terapeutas con la gente, podremos aplicar esos principios a nuestras propias interacciones. En este conocimiento no hay nada de esotérico. Idealmente, debería ser accesible a todos. Mi sueño personal es que algún día se enseñe en las escuelas. A través de los años muchas veces he preguntado a mis pacientes (y también lo han hecho numerosos estudiantes) cuáles de mi conductas eran, según su
  • 40. experiencia, las más provechosas para el fortalecimiento de su autoestima. Algunas de estas conductas eran mencionadas una y otra vez. Ninguna es de mi exclusividad. Podrán identificarlas en cualquier psicoterapeuta que sepa cómo provocar el desarrollo de la autoestima. Para comenzar, tratamos a los seres humanos con la premisa del respeto. Para mí, este es el primer imperativo de una psicoterapia eficaz. Eso se transmite en el modo en que saludo a mis pacientes cuando llegan al consultorio, y en mi manera de mirarlos, de hablarles y de escucharlos. Abarca cosas como la cortesía, el contacto visual, no ser condescendiente, no ser moralista, escuchar con atención, preocuparse por comprender y ser comprendido, ser adecuadamente espontáneo, rechazar el papel de autoridad omnisciente, negarse a creer que el paciente es incapaz de evolucionar. El respeto es constante, sea cual fuere la conducta del paciente. Con ello se transmite este mensaje: un ser humano es una entidad que merece respeto. Un paciente para el cual verse tratado de esta manera pueda resultar una experiencia rara o incluso única, tal vez se sienta estimulado, con el tiempo, a reestructurar el concepto que tiene de sí mismo. Recuerdo a un hombre que me dijo cierta vez: "Reflexionando sobre nuestra terapia, creo que nada de lo que he hecho impidió que siempre me sintiera respetado por usted. Yo hice todo lo que pude para despreciarme y considerarme un inútil. Trataba de que usted actuara como mi padre. Pero usted se negó a colaborar. De algún modo tuve que hacer frente a eso; al principio me resultó difícil, pero cuando lo logré, la terapia empezó a surtir efecto." Recordé que en una de nuestras primeras sesiones el hombre había observado: "Mi padre le hablaría a cualquier ayudante de cocina con más cortesía que la que jamás ha empleado conmigo". Cuando un paciente describe sus sentimientos de miedo, dolor o ira, no lo ayudo si le respondo: "¡Oh, no debería sentir eso!" Un terapeuta no es un animador. Es muy valioso (para cualquier tipo de paciente) expresar los propios sentimientos sin tener que hacer frente a críticas, condenas, burlas o sermones. A menudo el proceso de expresión es ya intrínsecamente reparador. Un terapeuta que se siente incómodo cuando un paciente expresa sentimientos intensos necesita trabajar consigo mismo. Saber escuchar con serenidad y comprensión es algo básico en las artes curativas. También es básico para la autentica amistad, y para el amor. Compárese esta actitud con la de aquello amigos que, cuando alguien intenta comunicarles emociones intensas, lo interrumpen para darle un sermón, o una serie de consejos, o cambian de tema directamente; como si esos amigos no tuvieran confianza en nadie, ni siquiera en sí mismos. Considero que una de mis principales tareas como terapeuta es crear un contexto en el que las personas que vienen a mí puedan expresar sus
  • 41. pensamientos y opiniones sin miedo al ridículo o al reproche. Pero es claro que una política semejante no debería quedar reducida a los psicoterapeutas. Si está usted de acuerdo en que no gana nada consiguiendo que la gente tenga miedo de hablar en su presencia, pregúntese si ha logrado crear o no un contexto abierto. Una de las experiencias que muchas personas esperan tener en la terapia (y también fuera de ella) es la de ser visibles: ser vistas y comprendidas. Quizás se hayan sentido alienadas e invisibles desde la infancia, y ansían percibirse de una forma diferente. Respeto este deseo y comprendo su legitimidad; por ello, trato de responder apropiadamente compartiendo mis observaciones con el paciente y proporcionándole una realimentación que le permita sentirse visto y oído. "Me pareció oírle decir." "Imagino que usted estará sintiendo." "En este momento parece como si usted." "Permítame decirle cómo entiendo yo su punto de vista.", etcétera. Sin duda, esto es comunicación humana, y no sólo comunicación psicoterapéutica. Todos necesitamos la experiencia de la visibilidad y la comprensión. ¿No deberíamos tratar de ofrecérnosla mutuamente, para que forme parte natural de las relaciones humanas? Los terapeutas eficaces juzgan, pero no enjuician. Juzgan, en cuanto es obvio que evalúan unas conductas como superiores a otras desde el punto de vista de la felicidad y el bienestar a largo plazo del paciente. No son tan hipócritas como para pretender que carecen de parámetros, o que o hay cosas que les gustan y otras que les disgustan. Pero no moralizan y no tratan de cambiar una conducta provocando sentimiento de culpa.Así, no dicen: "Solo un enfermo podría hacer eso". O bien: "¿Sabe lo inmoral que es usted?" O: "Mientras no reconozca que es un depravado, no podré ayudarlo". O: "Usted no es muy inteligente, ¿verdad?" Cuando bombardeamos a la gente con nuestras evaluaciones de su carácter, inteligencia y cosas parecidas, podremos intimidarla pero no ayudarla a evolucionar, adquirir confianza o aumentar su autorrespeto. Y la alternativa de ser moralista y juez no consiste en bombardearla con cumplidos y elogios fuera de lugar: a menudo esto intensifica los sentimientos de minusvalía (o de invisibilidad) en quien lo recibe, ya que sabe que el que habla no es sincero. Podemos aprender a decir que algo o alguien nos gusta o no nos gusta, que lo admiramos o no lo admiramos, sin calificar, atacar o alabar de un modo irrealista. "Realmente disfruto cuando usted.", "No me siento cómodo cuando usted.", "Me sentí herido cuando usted.", "Me sentí inspirado por su.", etcétera. En mi experiencia, los buenos terapeutas son compasivos pero no sentimentales, y no estimulan la pasividad ni la autocompasión. Muchos de mis pacientes han comentado la importancia de esta distinción para su progreso en la terapia. Yo pregunto: "¿Qué alternativas ve para usted?", "¿Qué cree que podría hacer para mejorar sus situación?", "¿Qué accionista dispuesto a realizar?" Si la persona está empezando a expresar su sufrimiento, no la interrumpo con tales preguntas, pero por lo general siempre llega un momento en que hay que hacerlas. Creo que una
  • 42. parte de mi trabajo consiste en despertar en el paciente una orientación hacia la acción. En el trato con la familia, los amigos o los socios, siempre surgirán ocasiones en las que podamos ayudarlos, si así lo queremos, transmitiéndoles esta perspectiva. Los terapeutas eficaces son amables pero no permiten que sus pacientes abusen de ellos. Por ejemplo, no dejan que los llamen a cualquier hora del día o de la noche por asuntos triviales. No admiten ser explotados en el orden económico. Exigen que se reconozca el valor de su tiempo. No dejan de enfrentarse a un paciente que los ha tratado con hostilidad o en forma agraviante (a menos que se trate de unaestrategia de tiempo limitado con fines terapéuticos). Trazan líneas de demarcación y establecen límites. Como hacen los buenos padres. Como hacen los amigos inteligentes. Como hacen las personas que se respetan a si mismas en todos los ámbitos. Al cuidar debidamente de sí mismos, de sus propias necesidades y de su tiempo, los terapeutas dan un ejemplo. Dicen: así es como me trato yo, y así es como debería tratarse usted. De ese modo no se produce ningún choque entre el egoísmo racional (honorable respeto por los propios intereses), por un lado, y la responsabilidad profesional, por el otro. Esto es importante para todos nosotros. Así como los padres autosacrificados no dan un buen ejemplo a sus hijos ("Renuncié a mi vida por ti"), sino que sélo les enseñan que es positivo considerarse objetos de sacrificio -lo cual tiende a generar resentimiento, odio y sentimientos de culpa en los hijos-, del mismo modo los amigos autosacrificados ("Mis necesidades no importan") son una carga, y no una alegría, ni una inspiración, ni un ejemplo de cualquier cosa positiva que deseemos aprender. Estoy profundamente convencido de que incluso la más indeseable de las conductas produce en algún nivel un beneficio funcional, dentro del conocimiento y el contexto del individuo en cuestión. Por lo tanto, deseo comprender el modelo de sí-mismo-en-el-mundo a partir del cual obra el paciente, renunciando a la mera descalificación de su conducta por "descabellada". Por ejemplo, los gritos airados de una esposa, que pueden ser muy desagradables para el que los escucha, tienen su propio, triste sentido si sabemos que no logra atraer con ninguna otra cosa la atención de su marido, y que ignora si hay una alternativa que quizá le daría mejores resultados. Para repetir un punto ya tratado anteriormente, si nos limitamos a calificar a una persona de "corrupta", "irreflexiva", "inmoral", etcétera, no la comprenderemos. Para comprenderla, es necesario que conozcamos el contexto en el cual su conducta adquiere algún sentido o se vuelve conveniente o incluso necesaria par ella, aunque objetivamente sea por completo irracional. En el nivel de las relaciones personales, esto significa ayudar a una persona que se está comportando inadecuadamente a identificar cuáles son sus motivos para hacerlo, averiguar qué necesidades está tratando de satisfacer;
  • 43. en otras palabras, proporcionar a esa persona la comprensión y la compasión que, según sugerí antes, debemos darnos a nosotros mimos. "¿Qué sentía usted en ese momento?", "¿Qué opciones tenia?", "¿Qué pensaba usted que estaba diciendo esa persona contra la cual reaccionó con tanta violencia?", "¿Cómo veía usted la situación?" Obviamente, no podemos practicar esta política del mismo modo con todas las personas; pero con los que amamos o realmente nos importan -o quizás con gente que trabajamos- es una arma poderosa. Recuerde que el sentimiento de culpa paralizador no sirve para nada. Y con esto no quiero decir que debe hacerse caso omiso de las actuaciones equivocadas o alentar la amoralidad. Hay veces en que necesitamos decir: "Su conducta me resulta completamente inaceptable", o aun: "No quiero asociarme con usted". Pero si nuestra meta es provocar un cambio de conducta y un aumento de la autoestima para apoyar ese cambio, la estrategia antes sugerida es la más recomendable en muchos casos. Una de las características de los terapeutas eficaces, como de los mejores maestros y entrenadores, es que saben que sus pacientes poseen mayores potencialidades que las que ello mismos (los pacientes) pueden reconocer. "¿Usted no se cree capaz de aprender el álgebra? Yo creo que podrá." "¿No se cree capaz de saltar más alto? inténtelo otra vez." "¿Dice usted que no se atreve a actuar en contra de las creencias de sus padres? Yo creo que usted es capaz de pensar por sí mismo y responsabilizarse de su propia vida." En otras palabras, no se dejan convencer por el concepto negativo que tiene, de sí misma, la persona. Éste es un punto de máxima importancia. Una vez, un paciente dijo esto a un joven psicólogo que estudiaba conmigo: "Si usted me preguntara cuáles son, en mi opinión, los factores más determinantes del éxito de la terapia, pondría en primer lugar la convicción de Nathaniel de que yo podía hacer todas las cosas que, a mi juicio, no podía hacer. Yo ni siquiera pensaba que podría ganarme la vida haciendo algo que me gustara. Ahora lo estoy haciendo. Jamás pude imaginarme feliz en el amor; ahora lo soy. Solía decirle a Nathaniel que para mí no había esperanzas, y él me respondía más o menos así: Ya lo he oído. ¿Seguimos?´" Si deseamos alimentar la autoestima de otra persona, hemos de relacionarnos con ella desde nuestra concepción de lo que merece y lo que vale, proporcionándole una experiencia de aceptación y respeto. Debemos recordar que la mayoría de nosotros tendemos a subestimar nuestros recursos interiores, y guardar este pensamiento en un lugar central de nuestra conciencia. Estamos más capacitados de lo que creemos. Si tenemos presente esto, los demás podrán adquirir este conocimiento a partir de nosotros, casi por contagio. Podemos aprender, por ejemplo, a escuchar la expresión de los sentimientos de una persona, aunque esos sentimientos consistan en dudas sobre sí misma y su seguridad. Y podemos escucharla sin ceder al impulso de sermonear o
  • 44. discutir, porque comprendemos que el reconocimiento pleno y la experiencia de los propios sentimientos indeseados es el primer paso para superarlos. Desde luego, a veces una persona puede hacer observaciones despectivas sobre sí misma como una treta para que nosotros discrepemos con ella y le hagamos cumplidos. Podemos negarnos a participar en ese juego, diciendo: "Me pregunto cuál será el beneficio que obtiene usted maltratándose así". Puede resultar muy difícil seguir creyendo en otra persona si ella no cree en sí misma. Sin embargo, uno de los más grandes regalos que podemos hacerle a alguien es nuestra negativa a aceptar su pobre concepto de sí mismo, zambulléndonos en su interior hasta llegar al sí-mismo más profundo y más intenso, aunque sólo se trate de una potencialidad. Quizá nunca lo consigamos. Lo único que podemos hacer es intentarlo. Lo óptimo seria que pudiéramos sacar a la luz lo mejor que yace oculto en el interior de una persona, pero como mínimo, podremos fortalecer lo mejor que hay dentro de nosotros mismos. Por último, cualquiera que sea nuestra capacidad de ser racionales, coherentes y firmes en nuestro trato con la gente, les presentaremos una impresión inteligible y comprensible de la realidad (y todo psicoterapeuta competente, como todo ser humano que se respete a sí mismo, se esfuerza por ofrecer esta cordura en sus interacciones). Al obrar así, le estamos diciendo:su mente es apta para tratar conmigo; no le ofrezco una impresión abrumadora y contradictoria de la realidad, que podría dejarlo confundido, impotente y desanimado. Y si somos racionales y coherentes, por supuesto que nuestra autoestima saldrá beneficiada Aprender a conocer y superar nuestras BARRERAS AFECTIVAS Y EMOCIONALES. INTRODUCCIÓN: Bloqueos afectivos Los bloqueos afectivos se encuadran en tres categorías principales. Algunos afectan sobre la visión interior que tenemos de nosotros mismos. Así, algunas percepciones comunes de las propias personas, tales como "no merezco amor", o "no necesito a nadie, soy fuerte", pueden dañar seriamente nuestra receptividad al amor. Otros bloqueos afectivos inciden sobre nuestra visión del mundo en general y reflejan nuestra filosofía de visa y nuestras
  • 45. expectativas. Por ejemplo, muchas personas fueron educadas en la idea de que el mundo es un lugar frío u hostil, y en consecuencia creen que "en mi horóscopo no hay amor". A otras personas se les enseñó a ver el mundo como un lugar en el que las oportunidades se esfuman rápidamente, por lo cual creen que "para mí es demasiado tarde; mi plazo ya venció". El tercer tipo de bloqueos afectivos determina nuestra visión de los demás y nuestras expectativas respecto de cómo deben tratarnos. Muchas personas, por ejemplo, creen que "el amor debe ser de cierto modo". Si se les ofrece amor de otra manera, consideran que no es verdadero amor y lo rechazan. Hay también quienes piensan que si al amor hay que pedirlo, no es verdadero amor. Por lo tanto, encaran sus relaciones con una demanda implícita: "¿Por qué no puedes leer mi pensamiento?". La mayoría de las personas padece más de un bloqueo afectivo, de diferentes tipos. De hecho, es frecuente que un mismo individuo padezca bloqueos de los tres tipos mencionados, que actúan en forma simultánea. En ese caso, su percepción de sí mismo tiene expectativas irrazonables respecto de los demás. Como es obvio, los bloqueos afectivos pueden manifestarse en nuestro pensamiento consciente, adoptando formas ya conocidas por nosotros. Pero por lo general los bloqueos están arraigados en nuestro inconsciente y sirven a fines- y producen efectos - de los que no tenemos plena conciencia. De ahí que sean tan tenaces y nos afecten con tanta fuerza. Los bloqueos afectivos afectan a las personas de distinta manera y en distintos grados. Algunas personas tienen relaciones que les ofrecen la posibilidad de sentirse amadas y valoradas y de lograr una auténtica intimidad. Sin embargo, sus bloqueos afectivos les impiden concretar esas posibilidades. Más aún: las personas así afectadas se comportan de un modo que inevitablemente les crea problemas y que hasta puede llegar a destruir por completo las relaciones. En otras personas, la afección es más grave. Sus bloqueos afectivos las llevan a entrar en relaciones que les ofrecen poca o ninguna posibilidad de llegar a sentirse valoradas y amadas y de encontrar la intimidad que buscan. Se vinculan con personas reprimidas, crueles, inmaduras, egocéntricas, o bien con personas que al parecer reúnen las condiciones necesarias para
  • 46. brindarles amor, pero no pueden hacerlo por razones ajenas a ellos. LOS DE LOS ORÍGENES BLOQUEOS INFANTILES AFECTIVOS Dado que todos deseamos ser amados, es obvio que nadie genera un bloqueo afectivo por elección consciente. Nuestros bloqueos afectivos son inconscientes y en su origen es probable que haya una razón que los justifique. Suelen nacer como una manera de protegernos contra alguna experiencia anterior que nos produjo miedo y confusión, una experiencia tan difícil y dolorosa que nuestra frágil psiquis no pudo manejarla. Tal vez desde una perspectiva intelectual adulta nuestros bloqueos afectivos no parezcan tener mucho sentido. Pero si exploramos nuestras experiencias tempranas, inevitablemente descubriremos que hay amplios motivos emocionales que los explican. La naturaleza también decretó que permaneciéramos en esa situación de desvalimiento y dependencia durante un período inusitadamente prolongado. La mayoría de los animales madura en un lapso relativamente breve después del nacimiento, pero el infante humano nace cuando el cerebro y el cuerpo se encuentran muy lejos del desarrollo completo. Para cada uno de nosotros eso significó que durante el largo período de la infancia y la adolescencia nos encontráramos en una situación de extrema vulnerabilidad. Existía una gran riesgo de que alguna de nuestras necesidades no fueran satisfechas y de que nada pudiéramos hacer para remediarlo. Si bien jamás superamos la necesidad de amor, ésta nunca es tan urgente como en las primeras etapas de la vida. De hecho, el amor es tan crucial para la supervivencia del infante como el aire que respira y la leche que lo nutre. Como dice una canción popular, "el amor es como oxígeno; si no tienes bastante, te mueres". Cuando la necesidad infantil de amor no es satisfecha en la medida necesaria, ocurre algo trágico: el niño comienza a perder su receptividad natural para el amor. En términos ideales, esa receptividad natural se va expandiendo a medida que su necesidad de amor es satisfecha, del mismo modo como su cuerpo crece a medida que son satisfechas sus necesidadesalimentarias. Y al mismo tiempo que crece la capacidad del niño para recibir amor, también crece su capacidad de dar amor. Pero cuando el niño no recibe bastante amor, su receptividad natural disminuye, tal como se contrae un estómago que no recibe alimento. Si la necesidad de amor de un niño
  • 47. no es satisfecha en forma sostenida durante largo tiempo, o si el niño sufre una experiencia traumática en la cual la respuesta a su pedido de amor es el maltrato o el total rechazo, aquella parte del niño que llegó al mundo abierta y receptiva al amor puede marchitarse por completo. Será entonces como si el yo naturalmente receptivo del niño hubiera muerto. Los mecanismos de supervivencia que nos ayudaron en la infancia suelen volverse contra nosotros en la adultez bajo la forma de bloqueos afectivos, y en última instancia nos causan más daño que beneficio. Si bien nos fueron necesarios para sobrevivir en la infancia y en la adolescencia, en la edad adulta debemos liberarnos de ellos para poder desarrollarnos y recibir amor. LA IMPORTANCIA DE AHONDAR EN EL PASADO Son legiones los que piensan que ahondar en el pasado es una tarea absurda. Una razón obvia de semejante posición es que para mucha gente el pasado fue doloroso. Como no quieren reconocerlo, miran estoicamente sólo hacia el futuro diciendo "dejemos atrás el pasado". O tal vez se permitan recordar el pasado, pero sólo una versión fantasiosa que justifique su afirmación. "Tuve una infancia muy feliz". En algunas familias se miente abiertamente sobre el pasado, o se lo oculta. Si los niños formulan preguntas que indagan en el pasado, se los silencia con frases como "no es asunto tuyo", "eso nada tiene que ver contigo" "no eras más que un bebé entonces", "eso fue hace mucho y se acabó", "en realidad no tiene ninguna importancia"... La verdad, en cambio, es que el pasado tiene una gran importancia. Al igual que se transmiten los genes de una generación a la siguiente, también se transmiten los esquemas y los problemas psicológicos. Incluidos los bloqueos afectivos. Cuanto más ignore una persona su legado psicológico, tanto más probable será que quede atascado repitiendo una y otra vez los esquemas y dramas pasados de la familia. Por otra parte, si no se comprende por qué y cómo se desarrolló un bloqueo afectivo, todo intento de superara ese bloqueo afectivo, será superficial y estará condenado al fracaso. La actitud que adopta mucha gente es "No me importa de dónde vienen mis bloqueos; sólo me importa librarme de ellos". Pero la eliminación de un bloqueo empieza por la comprensión de sus orígenes, y ello sólo es posible cuando la persona está dispuesta a examinar su historia familiar y sus propias experiencias tempranas. EL TIEMPO Y EL INCONSCIENTE Lo pasado pisado. Este concepto descansa en una premisa totalmente incorrecta, a saber que la psiquis humana funciona conforme al tiempo
  • 48. lineal y es capaz de establecer distinciones claras entre pasado, presente y futuro. En realidad sólo la conciencia puede distinguir entre pasado, presente y futuro: el inconsciente no hace estas distinciones. A decir verdad, el inconsciente no tiene ningún sentido de tiempo lineal. Cada vez que un suceso de nuestra vida nos provoca una intensa reacción emocional, el recuerdo de ese suceso y los sentimientos que lo acompañan son automáticamente depositados y almacenados en el inconsciente. A medida que avanzamos por la vida tenemos otras experiencias que hacen aflorar recuerdos inconscientes de experiencias pasadas, y junto con ellos afloran también los sentimientos que en su momento experimentamos como reacción a dichas experiencias. Pero cuando los sentimientos del pasado reviven en nuestro interior, no los experimentamos como viejos sentimientos; los experimentamos en el aquí y ahora, a menudo con la misma intensidad de la primera vez, aunque el suceso haya ocurrido treinta, cuarenta o sesenta años atrás. Es como si la identidad adulta nos fuera arrancada de pronto haciéndonos sentir nuevamente como niños desvalidos. Aunque estemos vestidos con ropas de adulto por dentro sentimos como si hubiéramos vuelto a los pañales. Aunque en ocasiones el inconsciente falle en el almacenamiento de los detalles de hechos pasados, jamás deja de conservar los sentimientos. Aun cuando pueda parecer que ciertos sentimientos surgen "de la nada" o "porque si", en realidad afloran desde el subconsciente. Y aunque el protagonista de la experiencia tenga la impresión de que esos sentimientos sepultados vuelven a la conciencia "sin razón aparente", suscita, por ejemplo, un perfume, un sonido, o el aire de una persona entrevistada al azar en la calle. Tal vez uno esté convencido que puesto que nada recuerda, nada ocurrió. Lo más probable, sin embargo, es que sufraperturbaciones emocionales- depresión, ansiedad, miedo a la intimidad o desórdenes alimentarios- cuya existencia misma indica que hubo en algún momento des se pasado una experiencia traumática. Aun cuando el recuerdo de una experiencia dolorosa parezca haber sido borrado, las consecuencias emocionales de esa experiencia persisten. CÓMO SE OPERA EL PROCESO DE CAMBIO Al principio es sólo una comprensión intelectual, un concepto incorporado en la mente. Pero a veces es preciso mucho tiempo mucho tiempo para que ese nuevo conocimiento penetre en las
  • 49. emociones y en el corazón. Si bien la comprensión intelectual es decisiva, el cambio sólo puede producirse y completarse cuando lo que se comprende por vía intelectual es captado emocionalmente y comienza a penetrar cada vez más hondo en la psiquis. Y al dar este paso, es muy común constatar que cuando alguien supera un bloqueo afectivo, descubra que detrás de él se ocultan otros. Las características del cambio personal, en relación a los bloqueos afectivos, podemos sintetizarlas así: 1. EL CAMBIO COMIENZA CON EL DESEO DE CAMBIAR, JUNTO CON LA COMPRENSIÓN DE QUE EL CAMBIO ES POSIBLE: Muchas personas pasan por la vida como sonámbulos, con escasa o ninguna percepción de los problemas que existen en su relación con los demás o consigo mismos. Hay quienes saben que algo anda mal y los expresan de las más diversas maneras: "Sufro mucho", "Necesito crecer más como persona", "Quiero obtener más de la vida y de la gente", "Mis relaciones nunca resultan como yo quiero", "Algo me falta", y así sucesivamente. A veces esas mismas personas sienten que "Soy como soy, nada puedo hacer para cambiar". Pero después de ver cómo cambia la gente a su alrededor, su actitud puede cambiar: "Tal vez no deba seguir siendo como soy", "Tal vez yo también pueda cambiar". Ese es el momento en que puede comenzar el cambio. 2. EL CAMBIO SE PRODUCE MÁS FÁCILMENTE CON LA AYUDA DE UN GUÍA: Cuando nos disponemos a internarnos en un territorio desconocido, siempre es aconsejable consultar a alguien que estuvo antes allí. Un guía puede sugerirnos qué caminos tomar, alertarnos sobre los accidentes del terreno, decirnos qué podemos esperar del viaje, estimular nuestro interés y entusiasmo y contarnos las experiencias de quines ya han viajado por la misma ruta. En el dominio del campo psicológico, son muchos los guías que pueden sernos de utilidad. Por ejemplo, los libros de autoayuda, las enseñanzas o prácticas espirituales, y los grupos de apoyo como Alcohólicos Anónimos. Existen también guías individuales. En buena parte del mundo y a lo largo de gran parte de la historia, el guía personal fue casi siempre un maestro espiritual, un gurú o mentor. Pero en la cultura occidental de nuestros días el guía personal es habitualmente un psicoterapeuta. Es conveniente formular una advertencia. La terapia no es el único
  • 50. medio para superar los bloqueos afectivos. Si bien es el modo decididamente indicado para aquellos cuyos bloqueos afectivos le incapacitan gravemente para mantener relaciones, quines sólo padecen problemas leves pueden superarlos con otro tipo de guías. 3. AÚN EL MEJOR DE LOS GUÍAS ES SÓLO UN GUÍA; es el paciente quien produce el cambio. Muchos libros escritos en años recientes dejan la impresión de que la única manera en que alguien logra cambios sustanciales en su vida interior y su comportamiento exterior es sometiéndose a un prolongado tratamiento psicoterapéutico individual. Más aún: un aluvión de recientes libros de autoayuda escritos por psicoterapeutas describe el proceso e cambio ubicando al terapeuta en el papel estelar y convirtiéndolo en un ser omnisapiente que siempre encuentra la palabra justa en el momento justo. Según tales elatos estereotipados, el paciente llega al consultorio con su vida deshecha, y como se muestra reacio a entrar en detalles, el terapeuta logra, con habilidad detectivesca, arrancarle su historia mediante una serie de preguntas sagaces. Casi antes de que el paciente termine de hablar, ya el terapeuta ha asimilado completamente los problemas expuestos y sabe como resolverlos. Aun más asombroso es que al instante es capaz de comunicarle todo esto al paciente en un lenguaje compasivo, elocuente y sucinto. Al poco tiempo el paciente vuelve al consultorio del terapeuta y le informa que su vida ha dado un vuelco total. Los pacientes de terapia que leen este tipo de descripciones se desalientan, dado que ellos no han experimentado cambios tan enormes, y llegan a la conclusión de que algo anda mal en su tratamiento y que sus terapeutas no son tan rápidos e infalibles como los de los libros. La realidad es otra. Los terapeutas no son dioses, y aun el más perceptivo, sabio y brillante de ellos no es más que un guía. Por otra parte, en la terapia es el paciente quien hace el grueso trabajo y quien produce la totalidad del cambio. A lo sumo, el terapeuta participa una hora por semana, pero el paciente vive el proceso de cambio durante 24 horas por día y 7 días por semana. El terapeuta puede tener percepciones profundas y brindar brillantes interpretaciones de sueños, pero nada de eso ayudará un ápice al paciente si éste no ha llegado por sí mismo a idénticas conclusiones. 4. EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE ES UN INGREDIENTE CLAVE DEL PROCESO DEL CAMBIO: Es habitual que en sus relaciones con los demás el individuo no tenga conciencia de lo que hace ni de as razones por las cuales lo hace. Obviamente, mientras una persona desconozca sus propios esquemas de conducta, le resultará muy difícil cambiarlos. De ahí que sea crucial cobrar
  • 51. conciencia de los problemas. Igualmente crucial es comprender por qué se generan determinados esquemas. Muchas personas que no se han esforzado seriamente por comprender y cambiar sus esquemas psicológicos y de comportamiento rechazan la idea de que el conocimiento consciente es importante. Se aferran para ello a la siguiente posición: "Suponiendo que en efecto llegue a descubrir que mis problemas de adulto están relacionados con lo que me ocurrió en la infancia "¿Cuál sería la diferencia? Pero aunque parezca un razonamiento de forma teórica en realidad existe una respuesta. Cuando una persona descubre los motivos raigales que l llevan a sentir y a actuar de determinada manera, la diferencia es enorme. Es como si una luz poderosa penetrara en un túnel oscuro. El túnel seguirá siendo largo y tenebroso, lleno de sombras. Pero cuando la luz cae sobre las paredes interiores, revelando la forma, las dimensiones y la textura del túnel, resulta mucho más fácil encontrar la salida. Con la comprensión de los problemas,, las piezas anteriormente mezcladas del rompecabezas, que es la vida de un individuo, comienzan a juntarse en un todo coherente, y muchas cosas que parecían misteriosas, insondables y desconcertantes, comienzan a cobrar sentido. PARA QUE SE PRODUZCA UN CAMBIO SIGNIFICATIVO ES PRECISO QUE EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE SEA SEGUIDO POR LA INTEGRACIÓN. Para algunas personas Y EN CIERTAS SITUACIONES, EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE DE LO QUE HACEN Y DE POR QUÉ LO HACEN ES SUFICIENTE PARA EMPEZAR A CAMBIAR SUS SENTIMIENTOS Y SU CONDUCTA. Para LA MAYORÍA, sin embargo, ése es sólo el primer paso. Para que una persona cambie realmente sus sentimientos y su conducta hacia los demás, es indispensable la integración. Cada no de nosotros posee diferentes estratos de conciencia y la capacidad de adquirir distintos tipos de conocimiento. Existen el conocimiento intelectual y racional, el que se da a nivel de la mente. Existe el conocimiento emocional o visceral, que se produce en el corazón, las entrañas y el alma. En culturas de orientación cognoscitiva como la nuestra, la mayoría de las personas perciben primero las cosas a través de la mente, pero lograr esa misma percepción a nivel visceral lleva más tiempo, y es entonces cuando tienen lugar los cambios más profundos. 5. LA RAPIDEZ DE LOS CAMBIOS VARÍAN SEGÚN SU ÍNDOLE, PERO LOS CAMBIOS MÁS PROFUNDOS SE PRODUCEN MUY LENTAMENTE. A veces, la estrategia más útil para una persona puede ser cambiar primero su comportamiento, con la esperanza de
  • 52. que luego cambiará en consonancia su manera de sentir. Así, por ejemplo, cuando Nancy se planteó la necesidad de conseguir trabajo después de terminar sus estudios, se sintió aterrada hasta el punto de ser incapaz de redactar su vitae o efectuar llamadas telefónicas necesarias. Hubiera podido abocarse primero a tratar de superar sus miedos, y luego buscar trabajo. En cambió decidió aceptar por el momento sus miedos y actuar y actuar a pesar de ellos. Una vez que consiguió empleo y empezó a trabajar, comprobó que esos miedos empezaban a disiparse automáticamente, ya que sólo se debían a sus fantasías de no poder adaptarse o desempeñarse con eficacia. En este caso, lo sensato fue cambiar primero la conducta. 6. MUCHAS VECES, CUANDO AL PARECER NADA OCURRE, EN REALIDAD SE ESTÁN OPERANDO CAMBIOS PROFUNDOS. La lentitud del proceso de cambio es en sí misma causa suficiente de frustración. A ello se suma además que la mayoría de los cambios profundos no ocurren de manera ostensible o rotunda. Si bien es cierto que algunas personas experimentan a veces iluminaciones súbitas, lo más común es que los cambios se experimentan de un modo muy sutil. A veces tan sutil, que al parecer no ocurre nada en absoluto y la persona tiene la sensación de encontrarse completamente estancada. 7. EL CAMBIO NO SE PRODUCE EN FORMA SOSTENIDA Y LINEAL; A LO LARGO DEL CAMINO HAY RETROCESOS Y TROPIEZOS. A veces, los momentos de calma chicha son exactamente lo que parecen: momentos en los que nada ocurre. Estas pausas son inevitables. Sería muy lindo el cambio se produjera en línea siempre ascendente e ininterrumpida, pero la realidad es que hay momentos en los que el ritmo del cambio se hace más lento o se detiene temporariamente. Del mismo modo, son inevitables los retrocesos. Por ejemplo, cuando Nancy se esforzaba por superar sus atracones de comida, hubo ocasiones en las que volvió a recaer en sus antiguos hábitos. Esas regresiones nunca son agradables, pero tampoco deben ser motivo de desesperación. El proceso de cambio es un proceso clemente. Una persona puede resbalar, caerse del vagón, por así decirlo y volver a treparse al tren. No hay castigos. No será obligada a"volver a fojas cero", sino que podrá reanudar el viaje en el punto en que lo dejó. Así como no siempre el proceso de cambio se desarrolla hacia delante y en línea ascendente, tampoco es siempre muy divertido. De hecho, en la medida en que saca a la luz recuerdos largamente reprimidos, a menudo hace surgir sentimientos dormidos de dolor,
  • 53. pérdida, tristeza, ira, etc, que pueden ser muy difíciles de soportar. En ciertos casos existe el riesgo de que la persona empeñada en el proceso de cambio se sienta tan invadida por sentimientos penosos que no pueda seguir funcionando o caiga en una grave depresión. Cada vez que el proceso de cambio penetra penetra en un territorio tan pedregoso es indispensable recurrir de inmediato a la ayuda profesional. No hay razón en el mundo para que una persona sumida en intolerable sufrimiento o depresión deba continuar en ese estado. Un psicoterapeuta que trabaje en equipo con un médico, o a la inversa, podrá indicarle un tratamiento que tal vez incluya medicación y que la ayudará a capear el período difícil y a continuar con el proceso de cambio. 8. MUCHAS DE LAS RESPUESTAS YA ESTÁN DENTRO DE USTED. Al descubrir que padecen bloqueo afectivo, muchas personas reaccionan diciendo en esencia lo siguiente:"Muy bien, comprendo que tengo un problema. Ahora dígame qué puedo hacer al especto". Estar abierto para recibir ayuda y consejo es un rasgo saludable, pero hay quienes lo llevan demasiado lejos. Pretenden que los guías que han elegido no se limiten simplemente a señalarles los caminos posibles, sino que decidan por ellos cuál deben tomar, Como no confían en su propio ser interior, no se dan cuenta de que tal vez en un nivel inconsciente ya tengan una idea exacta de lo que necesitan saber. Para que el proceso de cambio avance, es preciso que el individuo tenga una conciencia cada vez más clara de sus propias fuentes interiores de sabiduría y que se apoye en ellas. Cada uno de nosotros posee una voz interior inconsciente que sabe lo que más nos conviene. Esa voz procura comunicarse con nuestro yo consciente de diversas maneras: a través de sueños, de imágenes o recuerdos que acuden a nosotros sin que sepamos por qué, a través de enfermedades físicas que parecen difíciles de explicar o curar. Existen muchas formas de hacernos más receptivos a nuestra voz interior, entre las que se incluyen la meditación, los ejercicios de visualización, llevar un diario, acostumbrarse a recordar, registrar y analizar los sueños, la creación, el ayuno, los rituales religiosos, la danza, el canto, la música, la pintura y otras artes creativas. Cuando una persona se comunica mejor con sus propias fuentes de sabiduría, estará en mejores condiciones para decidir qué camino elegir entre aquellos que otros le aconsejan. 9. EL PROCESO DE CAMBIO PUEDE SER FATIGANTE Y HACERNOS SENTIR ESTÚPIDOS. No es solo la lentitud la que puede tornar fatigante el proceso de cambio, sino también la
  • 54. necesidad de indagar tanto en el propio yo. Por mucho que a muchas personas les pueda resultar inicialmente interesante la autoexploración y el auto análisis, suele llegar un momento en que sienten que "Esto no va más. Estoy harto y asqueado de hablar de mi vida y mis problemas. Me enferma tanto hurgar bajo la superficie y analizarlo todo. Me aburre mi propia neurosis. Lo único que deseo es callarme e ignorarla por n tiempo". Durante cualquier viaje largo, es inevitable sentirse a veces harto de tanto viajar y aburrido con el panorama. Tales sentimientos deben ser aceptados y elaborados, Son parte del proceso de cambio, y no un motivo para abandonarlo. Lo mismo puede decirse de los sentimientos de estupidez que casi siempre surgen. Cuando alguien comienza a establecer relaciones penetre lo que sucedió en la infancia y lo que le sucede en su vida adulta, suele ocurrir que esas relaciones le parezcan "tan obvia que cualquiera podría verlas". Cuando logran una percepción importante, no exclaman "Eureka" ¡Es maravilloso que haya comprendido esto! En cambio reaccionan con alguna versión de "¿Cómo no me di cuente antes?" Es tan evidente que solo a un idiota se le pudo escapar", o "debo haber estado ciego" "¡Qué imbécil que soy!". La realidad es que muchas de las cosas más obvias para los ojos de los demás respecto de nosotros mismos y de nuestras vidas, son precisamente aquellas que a nosotros más nos cuesta ver. Es preciso recordar esta verdad cuando uno está embarcado en el proceso del cambio. 10. EL CAMBIO ASUSTA. Los esquemas hondamente arraigados como lo son los bloqueos afectivos, se originaron por una sola razón: para ayudarnos a sobrevivir. Por lo tanto, cuando una persona se dispone a abandonarlos, es probable que sienta que su supervivencia está en juego, que literalmente va a morir. No hay duda de que causan miedo, y a veces terror, cambiar esquemas de sentimientos y comportamientos de toda una vida y encarar la existencia de una manera diferente y desconocida. 11. NUNCA ES TARDE PARA CAMBIAR. Este es uno de los principios del cambio que tropieza con una mayor resistencia. Muchas personas que padecen bloqueos afectivos y otros problemas psicológicos llegan a un punto en la vida que piensan: "He perdido mi oportunidad de cambiar. He sido como soy desde que recuerdo, y supongo que lo seguiré siendo hasta que me muera". En nuestra cultura obsesionada con la juventud, es habitual dar por sentado que una vez pasada cierta edad, la gente pierde su capacidad de cambio. Esto es rotundamente falso. Las personas cuya historia se relata en las páginas siguientes se embarcaron en un esfuerzo por cambiar diversas edades, desde antes de los 30 años hasta bien pasados los
  • 55. 50 años. Para nadie existió la barrera de la edad, y la mayoría comprobó que su mayor experiencia les daba sabiduría, perspectiva y humor, todo lo cual facilita las cosas. 12. EL CAMBIO ES UN TRABAJO PARA TODA LA VIDA. Este principio final suele ser fuertemente resistido. Nancy por ejemplo, no ha concluido su proceso de cambio. Después de lograr progresos significativos, la persona puede llegar a un punto en que siente que: "Ya está. Me siento mucho mejor; no me queda más trabajo para hacer". Luego, dos días, meses o años después, advierte que hay más trabajo para hacer, tal vez a un nivel más profundo respecto de cuestiones por completo diferentes, que desconocía antes. Puede resultar muy desalentador darse cuenta de que no está mejor como creía, que se debe seguir trabajando. Es útil recordar que hay dos maneras de ver la situación. Una persona puede lamentarse y decir: "Oh, no, creí que estaba mucho mejor y ahora descubro que todavía me falta mucho. ¡Qué desalentador!". O bien puede decir: "!Qué bueno! Creí que había llegado lo más lejos que podía ir, y ahora descubro que todavía hay espacio para progresar. ¡Puedo sentirme aún mejor!". "NO QUIERO OCUPARME DE MIS SENTIMIENTOS" El amor es una sensación, un sentimiento. De ahí que para poder amar y sentirse amada, una persona debe primero ser capaz de experimentar emociones. Esto suena simple, tan obvio que algunos podrán decir que es ridículo señalarlo. La verdad es, sin embargo, que muchas personas desean poder amar y sentirse amadas, al mismo tiempo que se mantienen ajenas a lo emocional. Aunque tal vez consideren que "enamorarse" apasionadamente es una experiencia deseable, creen que por principio es necesario mantener controladas las emociones, no ceder a ellas ni permitir "que se apoderen de nosotros". Según esa visión, dejarse llevar por los sentimientos es un signo de debilidad, falta de carácter y/o mala crianza, aunque ser arrastrado por el sentimiento específico del amor, sobre todo el amor romántico o el amor hacia los hijos, puede ser aceptable e incluso deseable. Aquellos que padecen las formas más severas de bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos" se encuadran en términos generales en dos grandes categorías. La primera la forman las personas que no pueden tolerar la intensidad emocional. Los sentimientos fuertes de cualquier naturaleza los ponen incómodos, aun cuando sean sentimientos "agradables" como el amor. Se empeñan en mantener bajo control sus propios sentimientos, asumiendo un aire de calma imperturbable, y casi siempre también procuran controlar los sentimientos de los demás, para lo cual utilizan un repertorio convencional: "No te sientas de ese modo", "No
  • 56. puedes dejar que eso te perturbe", "Estás sobreactuando", etc. Por mucho que deseen sentirse amados, cuando por fin se les presenta la oportunidad se muestran ansiosos y alterados y sienten que la experiencia les produce una enorme agitación interior, hasta el punto de dejarlos aturdidos, confusos, descolocados. Para ellos, la perspectiva de pasar por la vida sin amor puede ser menos asustante que vivir la inquietante experiencia de ser amados. Para el segundo grupo de personas afectadas por este bloqueo, la cuestión no es cuán intensamente sienten, sino qué sienten. Desean sentir en forma selectiva, experimentando sólo aquellos sentimientos que consideran "buenos, agradables, y positivos. No tienen inconveniente en experimentar estos sentimientos "buenos" con intensidad, siempre que no experimenten nunca sentimientos "malos", tales como "enojo, envidia y resentimiento. Ambas actitudes son igualmente efectivas para bloquear la receptividad del amor, porque si lo aceptaran correrían el riesgo de sentirse sacudidas, conmocionadas. Semejante intensidad los excede, son incapaces de absorberla. Las personas del segundo grupo se bloquean para no o aceptar amor porque creen erróneamente que pueden cerrarse sólo a los "malos" sentimientos. No comprenden que dado que todos los sentimientos están inextricablemente vinculados, nadie puede suprimir varios sentimientos "malos" sin perder la capacidad de experimentar también todos los otros sentimientos, incluidos los "buenos". No todas las personas afectadas por el bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos" lo padecen en sus formas graves. Tampoco se encuadran todas exactamente en una de las dos categorías descriptas. El bloqueo puede manifestarse en forma sutil: personas que no están permanentemente en guardia contra los sentimientos fuertes, pero que tampoco se sienten del todo cómodos cuando sienten una emoción con auténtica intensidad. Si se sorprenden a sí mismos experimentando un sentimiento que consideran "malo", digamos resentimiento hacia un ser querido, deseo sexual hacia alguien que no es su pareja, o envidia hacia un amigo, se apresuran a censurar y reprimir ese sentimiento, diciéndose "No debería sentir los que siento". Y si experimentan una emoción con gran intensidad, ya sea rabia o euforia, los invade el temor de que si no la controlan, esa emoción puede dominarlos y hacer que se comparten de un modo tonto e imprudente que luego lamentarán. No matan la emoción, pero le ponen sordina. Viven el miedo como "incómodo", la alegría como"agradable" y el enojocomo"desagradable". Si bien son capaces de sentir afecto y amor por los demás, no se permiten amar sin trabas, porque esto implicaría perder el control. Y aunque en el plano intelectual puedan saber que otros los aman profundamente, son incapaces de experimentar la expansiva calidez interior que logra quien se permite a sí mismo abrirse de verdad y dejar que el amor de otra persona penetre en lo más hondo de su ser. INFLUENCIAS CULTURALES
  • 57. Es indudable que nuestras experiencias familiares tempranas determinan en gran medida el estilo con que manejamos nuestros sentimientos. Pero una de las razones por la que tantas personas se sienten incómodas con sus sentimientos es que somos todos productos de una cultura caracterizada por n fuerte prejuicio anti-emocional. En la cultura norteamericana se enseña a admirar la racionalidad "viril" como un rasgo al que se debe aspirar, en tanto que el sentimiento es menospreciado por considerárselo femenino e infantil. A cultura popular ha glorificado al hombre fuerte, silencioso, que nunca "cede" ante sus sentimientos, pintándolo como un ser noble, heroico y hasta sexy. En contraste con ello, la expresión abierta de los sentimientos es vista como algo embarazoso, poco serio o indecoroso, y a quienes manifiestan sus sentimientos se los suele considerar débiles y tontos. Por su puesto los diversos grupos étnicos tienen actitudes distintas frente a las emociones y se ajustan a distintas reglas respecto a la manera de expresarlas. En términos generales, las culturas alemana, escandinava, inglesa e irlandesa tienden a una represión emocional mucho mayor que las latinas y mediterráneas. Y en las culturas asiáticas, así como las árabes y africanas, existen distintas creencias respecto e cuáles son los sentimientos aceptables y cuáles los modos permisibles de expresarlos. Cuando hablamos del prejuicio anti-emocional que impregna la cultura norteamericana, nos referimos a una tendencia de la corriente cultural dominante, que hasta el presente se halla sometida sobre todo a la influencia de las culturas de Europa del Norte. Es verdad que este prejuicio antiemocional tiene su lado positivo. Dado que el comercio y las relaciones sociales serían imposibles si todo el mundo diera rienda suelta a sus emociones, cierto grado de represión emocional es necesario para que podamos vivir en n mundo aceptablemente ordenado, eficiente y civilizado. Pero es igualmente cierto que esa represión torna difícil para mucha gente la saludable aceptación de sus emociones, tan crucial para el bienestar psicológico y el mantenimiento e relaciones satisfactorias. Junto con el prejuicio general contra los sentimientos, prevalece en nuestra cultura la idea de que ciertos sentimientos son especialmente malos. Así, por ejemplo, muchas personas consideran que la pena y la tristeza son sentimientos impropios, enfermizos y de mal gusto. En la infancia se les enseño que no tenían derecho a ellos, y que experimentarlos era una tontería, una falta y una grosería. Tal vez sus padres les inculcaron que los "niños grandes no lloran", trataron de convencerlos de que "en realidad no te sientes de ese modo", los fastidiaron con expresiones como "apuesto a que no sabes sonreír", o les dijeron "no tienes derecho a sentir lastima por ti mismo cuando en China (o donde fuere) los niños mueren de hambre". Aun cuando a n niño se le permitía experimentar pena y tristeza, lo más posible es que se le enseñara a no dejar que tales sentimientos se prolongaran demasiado, pues corría el riesgo de acabar "hundiéndose" en ellos. De ahí que cuando experimentan tales sentimientos en la edad adulta, muchas personas reaccionan con impaciencia y enojo contra si mismo, diciéndose que están en falta y que deben "salir de eso lo antes posible".
  • 58. El enojo es otro sentimiento que a muchos se les enseñó a ocultar, o incluso a no permitirse experimentarlo. El castigo podía ser manifiesto, como en el caso de niños a quienes se les pegaba cuando tenían una rabieta o se enojaban. También podía ser sutil, como en el caso de los padres que retaceaban afecto, aprobación o alimento hasta que sus hijos empezaban a sonreír como ellos creían que debía hacerlo un niño. El sexo es un factor de peso para determinar cuáles son los sentimientos que aprendimos a considerar inaceptables. Por ejemplo, a las mujeres se les da por lo general más libertad que a los varones para tener sentimientos y expresarlos. Pero el problema es que esa libertad sólo se aplica al grupo relativamente pequeño de emociones humanas consideradas "femeninas", tales como la compasión, la ternura, la humildad y el amor romántico y maternal. Otros sentimientos humanos como la ira, la lujuria, la ambición, la agresión, el odio, y la vanidad están catalogados como "no femeninos". También los varones aprenden que sólo ciertos sentimientos son aceptables. La ambición, el orgullo, los celos y la arrogancia son permisibles; no así las emociones más tiernas y "femeninas". Y si bien en la infancia se les enseña a niñas y varones que la ira es mala, en la edad adulta los hombres gozan de mayor libertad para experimentarla. Los "jóvenes iracundos" representados por figuras de actores muy famosos y sexys, constituyen un elemento aceptado En cambio no existen imágenes correspondientes de jóvenes iracundas igualmente atractivas. En una sociedad que prohíbe la ira en las mujeres pero las acepta y alienta en los hombres, "a menudo las mujeres se deshacen en lágrimas en lugar de tener un estallido de ira, en tanto que los hombres se enfurecen cuando alguien lastima sus sentimientos y tienen ganas de llorar". Para ciertas personas los sentimientos más o perturbadores son los de índole sexual. Para quienes viven con incomodidad los sentimientos sexuales, el sexo, más que un medio para llegar a la intimidad, puede ser una barrera contra ella. Por ejemplo, Julia, sentía repugnancia por los genitales de su marido; en cambio con sus amigos podía relajarse y aceptar afecto, porque estaba sobreentendido que había límites claros para el grado de contacto físico permitido. Pero la relación con su marido que debía incluir por definición, el contacto sexual, le resultaba amenazante y abusiva porque hacía surgir recuerdos reprimidos de abusos sexuales que Julia había sufrido cuando niña. En una situación inversa a la de Julia, ciertas personas son capaces de experimentar intimidad con su pareja sexual, pero no con amigos. Ello se debe a que asocian el sentimiento cánido de ser amado con el "cosquilleo" e la excitación sexual y les causa terror la posibilidad de que el sentimiento cálido de la amistad íntima pueda encender sentimientos sexuales que consideran inaceptables. En los heterosexuales el miedo suele ser especialmente intenso cuando se trata de la amistad con una persona del mismo sexo, a la inversa de lo que ocurre con los homosexuales. EL ALTO PRECIO DE LA REPRESIÓN EMOCIONAL Lo que hacemos con nuestros sentimientos, es decir nuestro comportamiento, puede caracterizarse como correcto o incorrecto, bueno o malo. La renombrada
  • 59. psicoanalista suiza Alice Miller señala este hecho al reherirse a la ira y el odio. Como lo explica la autora. La ira y el odio suelen ser respuestas apropiadas a las crueldades y a la injusticia que muchas personas sufren en el mundo. Ambos son sentimientos normales, y "un sentimiento nunca ha matado a nadie". Es necesario dar salida a los sentimientos de alguna manera, ya sea verbalmente, a través del lenguaje corporal o del comportamiento. Pero en lugar de formas saludables de dar salida a los sentimientos, lo que se le ha enseñado a mucha gente es a practicar la negación ("En realidad no me siento de ese modo") , a juzgarse y autocensurarse ("No debería sentirme de este modo") y a provocar que sus sentimientos se ajusten a las expectativas impuestas desde afuera ("Llegaron las fiestas, debo sentirme feliz"). Estas son defensas corrientes contra las emociones y pueden ser eficaces, al menos por un tiempo, para mantener a raya a los sentimientos perturbadores. Pero a la larga es perjudicial manejar los sentimientos de esta manera. En primer lugar, las defensas minan la autoestima. Para sentir auténtica autoestima, un individuo debe estar en condiciones de decir: "Soy un ser que siente, capaz de experimentar toda la gama de emociones humanas, y está bien que así sea". Dicho de otro modo, respetarse a sí mismo significa respetar los propios sentimientos, sin exclusión de ninguno. Cuando alguien censura y reprime sus sentimientos también se priva de una fuente importante de información y guía. El miedo,por ejemplo, puede alertar a una persona sobre el peligro que la acecha, y hacerle ver la conveniencia de tomar precauciones o de huir. La tristeza que al parecer surge "porque sí" puede estar diciéndole a alguien que no cumplió el duelo necesario por una pérdida y que es usada en sus relaciones, ello tal vez sea un signo de que debe poner ciertos límites a lo que los demás pueden exigirle. Pero si alguien está demasiado ocupado censurando sus propios sentimientos, no podrá "oír" lo que éstos tratan de decirle. Muchas veces también surgen problemas físicos. Si una persona procura poner coto a sus sentimientos, se hace más vulnerable a una serie de dolencias psicosomáticas, que van desde dolores de espalda, cuello y cabeza o desórdenes digestivos menores, hasta cuadros más graves como asma, úlceras y colitis. Quienes niegan y reprimen sus sentimientos también corren un grave riesgo de caer en adicciones a la bebida o ala droga, pues como bien saben los alcohólicos y los drogadictos en tren de recuperación, la bebida y las drogas se utilizan muchas veces para mantener sepultados los propios sentimientos verdaderos. Estudios recientes sugieren asimismo que en las enfermedades físicas las posibilidades de curación pueden verse afectadas por la forma en que el paciente maneja sus emociones. Así por ejemplo un estudio realizado en San Francisco por la Universidad de California, demostró que entre enfermos de melanoma, una forma grave de cáncer de piel, quienes expresaban con libertad sentimientos como la angustia y la ira mostraban respuestas inmunológicas más positivas que quieres reprimían sus sentimientos.
  • 60. Muchas personas creen que si niegan determinados sentimientos como la ira o el resentimiento, éste simplemente se esfumará. Lo cierto, en cambio, es que los seres humanos no podemos hacer desaparecer nuestros sentimientos. Podemos empujarlos al subconsciente, con lo cual en apariencia desaparecerán, pero ello requiere una enorme cantidad de energía, y a medida que transcurra el tiempo se necesitará cada vez más energía, y a medida que transcurra el tiempo se necesitará cada vez más energía para mantenerlos reprimidos. Es inevitable que esto lleve a ataque de agotamiento, o a una fatiga crónica que al parecer no tiene motivos. Y dado que a cada uno de nosotros posee una cantidad determinada de energía psíquica, cuanto mayor sea el caudal de energía que alguien invierte en reprimir sus sentimientos, tanto menos le quedará para otros esfuerzos que le demanda la vida. CÓMO PESAN EN LAS RELACIONES LOS SENTIMIENTOS REPRIMIDOS La represión de los sentimientos acaba siempre por ser un esfuerzo inútil. Tarde o temprano los sentimientos sepultados afloran. A menudo ello ocurre en el momento más inesperado y con fuerza sorprendente, lo cual puede causar estragos en las relaciones. Bien lo sabe cualquiera que halla estado de pronto con un ser querido, por motivos que nada tienen que ver con el asunto que se plantea en ese momento. El bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos"interfiere en las relaciones de distintas maneras. Dado que la forma principal en que las personas se vinculan y llegan a intimar es a través de experiencias y emociones compartidas, a menudo intensas, quienes se esfuerzan por no mostrar sus sentimientos- o directamente por no tenerlos - necesariamente se sienten solos, apartados y no amados, aun en medio de relaciones en apariencia íntimas. La alineación que experimentan respecto de los demás es el reflejo de la alineación en que se hallan respecto de sus propias emociones. Cuando un individuo muestra intolerancia y rechazo y está asustado de sus propios sentimientos, suelen adoptar la misma actitud hacia los sentimientos de los demás. De ahí que a veces pueda causar una falsa impresión de de insensibilidad. Aunque se diga a sí mismo que al reprimir sus sentimientos "negativos" protege a los demás de hecho su falta de calidez, tolerancia y naturalidad emocional lastima a los demás y los aleja. Otra consecuencia de no asumir los propios sentimientos es la proyección. Esta situación se da cuando una persona ubica mentalmente sus sentimientos en otra, imaginando que esta última quien experimenta las emociones que en realidad es él quien siente. Por ejemplo, una mujer que está enojada con su marido pero no se permite a si misma admitirlo, se aferrará a la idea de que es él quien está enojado con ella. O un hombre que se siente inseguro en una relación puede proyectar sus sentimientos de vulnerabilidad sobre su pareja, pues en ella le parecen mucho menos amenazantes. "nos fuimos a vivir juntos porque ella necesitaba esa cercanía", dirá él, sin reconocer nunca que él lo necesitaba tanto como ella. La proyección es un mecanismo habitual en toda clase de relaciones y genera buena parte de los malentendidos entre las personas.
  • 61. "NO MEREZCO El amor a sí mismo no es narcisismo AMOR" Una de las simples verdades de la vida es que una persona no será capaz de aceptar el amor de los demás si antes no se ama a sí misma. Del mismo modo, una persona no será capaz de sentir amor por los demás a menos que también se ame a sí misma. Ello está implícito en las palabras de Cristo, quien no dijo "ama a tu prójimo más que a ti mismo", ni "ama a tu prójimo y no a ti mismo". Sino "ama a tu prójimo como a ti mismo". Cuando alguien tiene amor por sí mismo se valora y se preocupa por su propia persona, se ve a si mismo como merecedor de compasión, benevolencia y felicidad. Tiene plena conciencia de sus faltas y errores, pero en lugar de ver sus imperfecciones como prueba de su falta de méritos y de la imposibilidad de que lo amen, las ve como pruebas de su condición humana. Aunque los términos "amor a sí mismo" y "narcisismo" suelen usarse como sinónimos, no lo son. El narcisista es un perfeccionista exigente que se fastidia cuando él y los demás no responden a sus grandes expectativas. En cambio, cuando una persona aprende a amarse más a sí misma se torna más tolerante y deja de juzgarse y juzgar a los demás conforme a modelos imposibles de alcanzar. El individuo narcisista tiene también un marcado sentido de sus derechos y lo impacienta que los demás no lo atiendan como él cree que debería hacerlo. Quien tiene amor por sí mismo, en cambio, considera que merece la mejor vida, pero no que se le debe un tratamiento especial. El narcisista tiene una idea exagerada de su propio valor y se siente superior a los demás. El que se ama a sí mismo tiene una visión realista de su propia persona y se considera un ser complejo, ni superior ni inferior a los demás y valores como seres humanos tan complejos como él mismo. EL PROCESO DE APRENDIZAJE Hay quienes están tan acostumbrados a verse a sí mismos de determinada manera, que jamás cuestionan el origen de esa visión, sino que dan por sentado que si sienten desagrado por su propia persona lo más probable es que hayan nacido con ese sentimiento y que sin duda es el destino que merecen Los cierto es que nadie llegó al mundo viéndose a sí mismo feo, malo, estúpido o indigno de ser amado, ni tampoco hermoso, bueno, inteligente o digno de ser amado. En lo que respecta a ideas acerca de nosotros mismos, todos comenzamos la vida con una pizarra en blanco. Ignorábamos por completo si éramos listos o tontos, valiosos o despreciables, lindos o feos, incluso si éramos varón o mujer. Todo lo que sabemos acerca de nosotros mismos, lo hemos aprendido. A medida que crecimos y adquirimos ideas definidas acerca de quiénes deberíamos ser. Lo típico es que constantemente comparemos el yo que
  • 62. percibimos con el yo ideal. Si el primero queda muy debajo del segundo, nuestra autoestima será baja. LOS PADRES NO SON LA ÚNICA INFLUENCIA Desgraciadamente, el impacto del mundo exterior coloca a ciertos grupos en una posición de desventaja en lo que respecta al desarrollo y la conservación de la autoestima. Así, por ejemplo, aunque un niño de color se críe en la más afectuosa de las familias, al mirar a su alrededor y moverse en el mundo inevitablemente se encontrará con el racismo, y ello puede afectar a su autoestima y sus posibilidades. Un niño cuyo idioma materno no sea aquel del país en e que vive, puede recibir en su hogar un gran caudal de amor incondicional, pero si en la escuela se le enseña que el único idioma aceptable es el del país, es razonable que se sienta avergonzado y descolocado. Los homosexuales y las lesbianas pueden sentirse muy orgullosos de su identidad sexual, pero en un mundo en donde la heterosexualidad es considerada la norma y en el que abunda la homofobia, inevitablemente encontrarán discriminación, burlas e insultos que pueden ser una amenaza a su autoestima. Aunque los discapacitados se acepten a sí mismos como son, dado que el mundo exterior les le hace tan difícil la inserción- o incluso la supervivencia, sufren a diario agresiones a su sentido de la dignidad, del propio valor y de la pertenencia. También es importante recordar que vivimos en una cultura en la que tradicionalmente se han considerado superiores los méritos del varón. Un chico cuyos padres no lo aman lo bastante puede hallar consuelo en el hecho de que es varón, y como tal se lo supone más inteligente, más competente, más importante y en general más valioso que sus contrapartes femeninas. Una niña cuyos padres no le brindan suficiente amor no dispone de esa fuente de consuelo. Más aún: en lugar de constituirse en baluarte contra el sexismo de la cultura en la que vivimos, muchas familias difunden activamente la idea de que los varones poseen una superioridad innata. Los hombres no sólo son educados en la idea de que tienen más motivos de autoestima que las mujeres, sino que también se los alienta a alimentar elevadas opiniones acerca de sí mismos. Conforme a un milenario sistema de valores en que se privilegia al hombre, la elevada autoestima es una prerrogativa exclusivamente masculina. Se da por sentado que los hombres han de tener una opinión positiva de sí mismos, mientras que las mujeres deben ser modesta y se les enseña a tener mucho cuidado de no mostrarse vanidosas o demasiado satisfechas consigo mismas. De ahí que cuando los padres no logran que sus hijos varones elaboren suficiente autoestima, se los considera culpables de una falta terrible, en tanto que criar a una hija con baja autoestima es visto como un hecho normal y aceptable. Por ejemplo, se habla mucho del frágil ego masculino, y las niñas son educadas en la idea de que una de sus tareas más importantes en la vida consiste en apuntalar la autoestima de los hombres. Muy poco se dice en cambio, del frágil ego femenino, y no se educa a los varones para que consideren su deber reforzar la autoestima de las mujeres.
  • 63. 'NO NECESITO A NADIE: SOY FUERTE' En muchos casos, el bloqueo "No necesito ayuda" coexiste con el bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos", y se lo puede considerar una extensión y manifestación específica de aquel. Las personas que están incomodas con sus sentimientos en general, lo están en particular con sus sentimientos de necesidad y dependencia. Muchas personas que afirman, en esencia, 'No necesito a nadie: soy fuerte', ignoran que esta posición actúa como bloqueo afectivo. Por el contrario, creen que los demás los aman por su fuerza y su autosuficiencia, y temen que si no fueran tan fuertes, los demás los amarían menos. No advierten que existe una diferencia entre el amor y la admiración, y que si bien la fuerza y la autosuficiencia pueden ser admirables, estos rasgos no despiertan afecto en la mayoría de la gente, o por lo menos no tanto afecto como la franqueza, la suavidad, el humor y la vulnerabilidad. Tampoco advierten que mucha gente necesita que la necesiten, y por lo tanto una postura de fuerza y autosuficiencia totales puede apartar a los demás. Así por, por ejemplo, una persona puede levantar un muro tan alto alrededor de sus sentimientos de dependencia y vulnerabilidad, que causa la impresión de ser frío y soberbio, por lo cual suscita antipatía en mucha gente. CÓMO NIEGAN LOS HOMBRES SUS NECESIDADES EMOCIONALES En nuestra cultura son sobre todo los hombres lo que tienen dificultades para reconocer las formas en que están vinculados con los demás y dependen de ellos. Varones y niñas desarrollan percepciones marcadamente distintas de sí mismos en relación con los demás. Ello se debe a que por lo general es la madre quien asume la responsabilidad principal por el cuidado de los hijos. Las niñas por pertenecer al mismo sexo, no desarrollan un sentido profundo de diferencia y separación en relación con la madre, y el hecho de sentirse similares y conectadas con ella determina la visión que tienen de sus posteriores relaciones y su manera de abordarlas. A la inversa, los varones desarrollan una fuerte percepción de sí mismos como individuos separados, muy distintos de las personas con la que tuvieron su primer vínculo íntimo, y ello colora la visión que tienen de sus relaciones adultas. Estas dos visiones diferentes de la propia persona se refuerzan más tarde a través de los roles sexuales. En nuestra cultura se ha alentado tradicionalmente al varón a construirse una identidad fuerte, como individuo independiente, en tanto que la mujer se espera que derive su identidad de la fusión con el varón - más valorado por su carácter de tal - y que, idealmente, le dé hijos varones. El resultado final es que los hombres tienden a verse a sí mismos como individuos autónomos, algo separados o totalmente apartados de los demás, mientras que las mujeres se ven a sí mismas como personas conectadas, insertas en una compleja red de relaciones. Dentro de una misma relación, es frecuente que el hombre se vea a sí mismo más dependiente de lo que es en realidad, en tanto que a la mujer le ocurre lo contrario. Por ejemplo, cuando un paciente nuestro, Alan, entró en terapia hacía más de 12 años que Ana se ocupaba de sus necesidades físicas,
  • 64. sexuales y emocionales. Sin el apoyo emocional de Ana, a Alan le resultaría difícil enfrentarse con el mundo exterior, y sin sus servicios prácticos- tales como lavarle la ropa y llevar el coche al taller para repararlo-, es probable que Alan no podría vestirse por la mañana. No obstante, Alan persistía en verse a sí mismo como un ser autónomo y autosuficiente, al igual que muchos hombres en situaciones similares. Ana, por el contrario, tenía, como muchas mujeres, una percepción insuficiente de su propia capacidad para bastarse a sí misma, y no veía en absoluto la forma en que los demás se apoyaban en ella. Durante la mayor parte de sus años de matrimonio, Ana creyó siempre que necesitaba a Alan y dependía de él mucho más de lo que él la necesitaba y dependía de ella. Minimizaba el hecho de haber trabajado como enfermera en doble turno para que él pudiera terminar su carrera de abogado. "En realidad, él no me necesitaba", decía. "Si no hubiera contado conmigo, habría encontrado otra manera de hacerlo". Al mismo tiempo, minimizaba sus propios logros, convencida de que ser enfermera era fácil, mientras que llegar a ser abogado era difícil. "Yo no hubiera sido capaz", aseguraba. Sólo después de 10 años de matrimonio y de entrar en un grupo terapéutico, Ana comenzó a cuestionarse esas suposiciones. "EN MI HORÓSCOPO NO HAY AMOR" Las personas que se consideran condenadas a la privación afectiva, también suelen creerse destinadas a sufrir privaciones económicas y materiales. Algunos provienen de hogares en los que la falta de recursos emocionales iba de la mano con una falta de recursos económicos, por lo cual las dos clases de privación quedaron inextricablemente ligadas en su mente. Otros llegaron a las misma conclusiones pese a haberse criado en hogares de buena situación económica. En estos casos, la sensación de carencia emocional que impregnaba el clima familiar de su infancia salpicaba el orden de las cosas materiales, coloreando la forma de ver y manejar el dinero y haciendo que todos se sintieran pobres y que los niños crecieran con una "mentalidad de pobreza". Suele suceder que una persona supere un bloqueo afectivo, sólo para descubrir que detrás está agazapado otro bloqueo más grave y más profundamente arraigado.Eso fue lo que le ocurrió a una paciente llamada Joyce. Durante su primera etapa de terapia, poco después de los veinte años, la preocupación principal de Joyce era superar su bloqueo "No necesito a nadie, soy fuerte". En ese momento parecía que el principal obstáculo que le impedía obtener relaciones satisfactorias era su incapacidad para reconocer y aceptar que tenía necesidades emocionales. Pero cuando Joyce retomó la terapia unos años más tarde se hizo evidente que detrás de aquel bloqueo se ocultaba otro: "En mi horóscopo no hay amor". EL MUNDO COMO UN SITIO IMPLACABLE Algunas personas que creen que nunca tendrán otra oportunidad para el amor, piensan simplemente que ya han otorgado la cuota que les corresponde. Un ejemplo clásico es el de la viuda o viudo que no quieren ni oír hablar de salir
  • 65. con una persona del sexo opuesto y mucho menos de volver a casarse, ya que eso sería una traición al cónyuge desaparecido, 'mi único amor verdadero'. Pero lo más común es que quienes padecen este bloqueo sientan que han DESPILFARRADO o ARRUINADO sus oportunidades, o que corren el riesgo de que eso les ocurra. Para los que así piensan, este mundo no es sólo un sitio de escasez, sino también un sitio implacable. Las personas que creen que ya han consumido sus oportunidades para el amor, generalmente piensan que no lograr que una relación funcione (sobre todo el matrimonio) es un delito terrible que merece ser castigado. ¿Y qué mejor castigo puede haber que no tener ya jamás otra oportunidad, y por lo tanto estar condenado a la soledad perpetua? Después de un divorcio, por ejemplo, muchas personas se culpan a sí mismos razonando de este modo: 'Vivir solo el resto de mi vida es el castigo que merezco por haber fracasado en mi matrimonio'. También aquí la influencia de la familia desempeña un papel importante. Es muy probable que el mundo le parezca un lugar implacable a quien creció en un hogar donde reinaba la inquina y nadie pedía perdón nunca, o donde se arrastraban las mismas acusaciones y las mismas agresiones a lo largo de los años. Al que creció en un hogar donde le más mínimo 'delito' (no tender la cama, olvidar un plato sucio en la cocina, derramar la leche en el piso) provocaba amenazas de castigo eterno ('No volveré a hablarte nunca', 'Te daré una lección que no olvidarás jamás', 'Ve a tu cuarto y no vuelvas a salir nunca más'), probablemente le resulte muy difícil creer que el mundo puede perdonar. 'Sólo te dan una oportunidad, y si la malogras no habrá otras', es una clásica experiencia infantil por la que pasan incluso las personas que se criaron en una familia muy bien avenida. Casi no hay quien no recuerde un episodio en el que perdió, rompió por accidente o arruinó en un berrinche un objeto favorito. En lugar de consolarlo por la pérdida, se lo reprendía: '¿Ves lo que pasa cuando no cuidas tus cosas? Pues bien, si esperas que te compremos otro (juguete, vestido, muñeco, etc.), olvídalo. Eres tú quien lo perdió (rompió, aplastó, etc.), de modo que te lo tienes merecido'. Las personas que crecen con la sensación de que el mundo es un sitio implacable desembocan en un callejón sin salida que limita su capacidad de amarse a sí mismas. Dado que no existe un ser capaz de llegar a una edad avanzada sin lastimar a otros aunque sólo sea ocasionalmente y sin cometer algún acto criticable, saber perdonarse es esencial para el bienestar psicológico. Pero quien no cree en la posibilidad del perdón no podrá hacerlo, y por lo tanto se verá obligado a abrazar una de estas dos imágenes distorsionadas de sí mismo: o bien se verá como una mala persona condenada a pasar por la vida manchado por todas las malas acciones que alguna vez cometió, o se verá como alguien que goza de un status muy especial y elevado, alguien que es incapaz de hacer nada malo y en consecuencia está por encima de la necesidad de perdón. Para los del primer grupo el amor a sí mismos está fuera de la cuestión y la vida llena de autoodio y autocastigo. Los del segundo grupo PARECEN sentir un gran amor por sí mismos, pero se trata
  • 66. de un pseudoamor basado en un concepto erróneo del propio yo y del lugar que ocupan en el mundo. Cuando la gente crece viendo al mundo como un sitio implacable, también tiene tendencia a ser implacable con los demás. Esas personas responden a las heridas y desilusiones que sufren en su relación con los demás con esta actitud: "Aquí se acabó todo. Has arruinado todas tus chances conmigo, y no te daré otra oportunidad de acercarte a mi y volver a hacerlo". Es habitual que hagan balance de lo que dan y lo que reciben y se sientan perpetuamente víctimas y explotados, lamentándose en estos términos: "¿Por qué dar tanto para recibir tan poco?". También la situación económica de una familia puede hacerle sentir al niño que el mundo es un lugar de escasez. Muchas personas criados en hogares donde el dinero escaseaba siguen sintiéndose pobres aun cuando llegan en la adultez a una situación económica estable incluso brillante. Ideas como "No me alcanzará" o "Mañana me lo quitarán todo" están tan firmemente arraigadas que es imposible eliminarlas. Estas personas pueden también trasladar su percepción interior de escasez del terreno económico al personal, convencidas d que si gozan de abundancia material el destino se cobrará lo suyo estafándolos en el terreno del amor. Muchas culturas tienen leyendas para ayudar a la gente a manejar la ansiedad y el miedo. A un paciente nuestro, llamado Jorge, lo ayudó una práctica acerca de un dragón, similar a la historia india de Vichnú. Cuenta esa leyenda que en tiempos medievales había una aldea que vivía horrorizada por una dragón que habitaba en una cueva en las afueras. Todos estaban dominados por el miedo al dragón, y a medida que el miedo crecía, mudaban sus viviendas cada vez más lejos de la cueva. Pero el dragón seguía creciendo. De los diez metros de largo que medía al principio, pasó a los quince y luego a los veinte. Le salieron dos cabezas en lugar de una. Grandes púas le crecieron en el lomo y empezó a echar fuego por la boca. Cuanto más aterrados estaban los aldeano y cuánto más trataban de alejarse, tanto más se acercaba el dragón y más lejos llegaba su aliento ardiente. Cierto día, un joven aldeano que había crecido en medio del terror que inspiraba el monstruo, decidió acercarse a la cueva para ver si la bestia era tan feroz como todos creían. Su familia y los demás aldeanos tratan de disuadirlo, pero él estaba decidido. Aunque el miedo hacía palpitar aceleradamente su corazón, partió en dirección de la cueva del dragón. A medida que se acercaba, su miedo crecía. El sudor le corría por la cara y sus piernas casi no le sostenían. Pero siguió caminando. Por fin avistó la cueva. Oyó los movimientos del dragón y su terror aumentó. Estuvo a punto de vomitar y sintió ganas de huir. Pero siguió avanzando hacia la cueva hasta que pudo espiar el interior. Lo que vio lo sorprendió. El dragón era grande y fiero, pero ni por asomo tan grande y fiero como el suponía. Tenía una sola cabeza. Y ninguna púa. Arrojaba fuego, pero las llamas apenas llegaban a un metro de distancia. Muy
  • 67. aliviado el aldeano decidió sentarse a descansar. Se quedó dormido durante varias horas, y al despertar notó algo extraño. El dragón parecía más pequeño y menos feroz que antes. El joven decidió pasar la noche allí. Cuando despertó por la mañana, el dragón seguía en su lugar pero era mucho más pequeño. El aldeano se acercó a la bestia y le habló. Al hacerlo, el dragón siguió encogiéndose hasta que no fue más grande que un lagarto. El joven regresó a la aldea y contó su aventura. Al principio los demás no le creyeron, pero poco después empezaron a acercarse a la cueva, primero de a dos y de a tres y luego en grupos mayores, para ver al dragón con sus propios ojos. Comprobaron que el dragón era desagradable y un tanto amenazante, pero ni tan feo ni tan feroz como ellos creían. Seguían sin gustarles la idea de que un dragón viviera en el linde con su aldea, pero ahora que se habían enfrentado con la bestia no les molestaba demasiado, y con el tiempo se acostumbraron su presencia. "PARA MI ES MUY TARDE; MI PLAZO YA VENCIÓ" "Paso la hora, entreguen su prueba". Para la mayoría de las personas éstas son palabras familiares. Para muchos, también son palabras ominosas, que les recuerdan alguna ocasión en que el reloj sonó antes de que hubieran podido terminar un examen. Que nos dijeran que "pasó la hora" antes de que hubiéramos terminado una prueba nos hacía sentir muy mal, sobre todo si habíamos estudiado mucho. Tal vez nos sintiéramos estafados, pensando que no nos habían dado el tiempo necesario. Tal vez nos sintiéramos estúpidos y lentos y nos reprocháramos habernos demorado tanto en la primera parte. Inevitablemente entregábamos el examen de mala gana, quizá diciéndonos: "Si hubiera tenido más tiempo me habría sacado un . Para muchas personas, 'Pasó la hora' no es simplemente una frase asociada con sus tiempos de estudiante: es también una frase que resume su manera de sentir respecto de sus oportunidades para el amor. De acuerdo con su visión del mundo, cuando el destino distribuye las oportunidades para el amor, cada una lleva un sello con la fecha de vencimiento, correspondiente a determinada época de nuestra vida. SI cumplida esa fecha no hemos hecho uso de esas oportunidades, mala suerte: automáticamente todos caducan. A primera vista podría pensar que el bloqueo 'Para mí es muy tarde; mi plazo ya venció', es idéntico al bloqueo 'Ya no tendré otra oportunidad', examinado antes. Es cierto que a veces estos bloqueos van de la mano. Pero en realidad son distintos el uno del otro, y la persona que padece uno de los dos, no necesariamente padece el otro. Para las personas que creen que habrán de consumir o malograr sus únicas oportunidades para el amor, el mundo es un sitio donde rige el principio de escasez y donde por lo tanto cada uno de nosotros sólo recibe una única oportunidad, o unas pocas. Pero para quienes consideran que su plazo ya venció, lo que está limitado no es el número de oportunidades, sino el tiempo
  • 68. dentro del cual debemos utilizarlas. Los que así piensan pueden creer que se les ha concedido un número INFINITO de oportunidades, pero como participantes de un concurso televisivo a los que se les da un minuto para cargar la mayor cantidad posible de productos en una carretilla, creen que tienen un plazo determinado para utilizar sus oportunidades, y que si no logran hacerlo antes de que suene el timbre, eso significa que 'la hora ya pasó' y todas las oportunidades desaparecen. IMPACIENCIA Las personas que crecieron en medio de un clima de impaciencia suelen entrar a la edad madura sin haber madurado en una serie de aspectos emocionales. El niño tiene su propio reloj de desarrollo, que indica por qué etapa habrá de atravesar naturalmente, cuando y en qué orden. En una familia ideal se respeta el reloj interno del niño. No se lo obliga a abandonar la mamadera cuando aún siente una gran necesidad de ella, no se espera que forme frases cuando sólo está empezando a balbucear sus primeras palabras. Dicho de otro modo: no se espera- ni se lo obliga a ello- que se porte "como un chico grande" antes de que haya cumplido el tiempo en que necesita ser un bebé. En un hogar donde la regla es la impaciencia de los padres, la situación es muy diferente. Lo que impera es la necesidad de dominio de los padres, y son sus expectativas, y no el reloj interno del niño, las que marca el ritmo para el desarrollo de los hijos. Inevitablemente, los niños criados en hogares impacientes se ven forzados a recorrer las fases de su desarrollo a n ritmo acelerado; antes de que hayan tenido tiempo de completar una etapa, se los empuja hacia la etapa siguiente. Esas personas a menudo aprenden a enorgullecerse de ser "muy maduros para su edad" y a tener un "equilibrio de personas mucho mayores". Pero en un momento dado, los aspectos emocionales no elaborados en la infancia irrumpen en la edad adulta, llevándolos en ciertos casos a crisis graves. Si desean seguir adelante, lo único que les queda por hacer es ir hacia atrás para identificar y finalmente completar las tare3as tan largamente demoradas. En la edad adulta, las personas que crecieron en un clima de impaciencia también tienden a ser muy impacientes consigo mismo y con los demás. No se conceden a sí mismos ni a los demás el tiempo necesario para aprender y crecer. Tampoco conceden a sus relaciones el tiempo necesario para desarrollarse. Tienen una necesidad urgente de establecer una intimidad inmediata, como si ya en el primer encuentro quisieran dar el salto hasta la mitad de la relación. Una relación que se desarrolla a un ritmo más lento, más saludable, los frustra y los enfurece; las cosas no ocurren lo bastante rápido y eso no pueden soportarlo. Quienes sienten que su plazo ha vencido suelen rechazar la terapia- "Es demasiado tarde para empezar a cambiar", creen. "¿Para qué entonces debo tomarme la molestia de intentarlo?". Pero si entran en terapia manifiestan la misma urgencia. Quieren experimentar cambios rotundos, y experimentarlos ahora. Si eso no ocurre su frustración es enorme, Puesto que la psiquis incorpora e integra el cambio gradual mucho más fácilmente que el cambio súbito, es crucial para las personas que padecen este bloqueo aprender a
  • 69. darse el premiso s sí mismos para avanzar lentamente y no dejar que su sensación de que "mi tiempo se está acabando" los domine hasta el punto de renunciar por completo al tratamiento. LA VISIÓN INFANTIL DEL TIEMPO ¿Por qué tantas personas, por lo demás pacientes, sienten semejante pánico y urgencia cuando esperan que alguien que les interesa las llame, venga a verlas, les diga "la palabra justa", o satisfaga de algún otro modo sus necesidades? El pánico surge porque cuando las necesidades emocionales básicas de una persona son activadas y se ven luego frustradas en una relación, la experiencia hace aflorar el recuerdo inconsciente de aquel tiempo en que era un niño desvalido cuyos padres tenían un poder absoluto. Y ese recuerdo es acompañado por una regresión a la visión infantil del tiempo. Los infantes no son capaces de distinguir entre un minuto, una hora y una semana; lo único que conocen es el ahora, el momento presente. Cuando un bebé necesita alimento, lo necesita ahora. Si debe esperar, no puede distribuir entre 10 minutos y una hora; la espera siempre le parecerá eterna. Además, siente que si su necesidad no es satisfecha ahora, no lo será nunca, y si eso ocurre sabe que morirá. De ahí el sentimiento de pánico total aun cuando sólo se trate de un lapso breve de espera y frustración. "ES INEVITABLE QUE SALGA LASTIMADO" El amor y la intimidad siempre entrañan el riesgo de salir lastimado. Cuando nos importa otra persona abiertos para recibir su amor, somos vulnerables a las vicisitudes de su personalidad individual y a los acontecimientos exteriores que la afectan. Inevitablemente habrá momentos en los que personas que son importantes para nosotros nos criticarán, nos defraudarán, nos subestimarán o nos harán sufrir de alguna manera. Y siempre existe el riesgo de que alguien con cuyo amor contamos se retire en forma parcial o total de la relación o muera, dejándonos con un sentimiento de abandono y desamparo, dolidos por la pérdida. Muchas personas consideran que vale la pena correr estos riesgos en vista de los placeres y los beneficios que las relaciones íntimas pueden potencialmente procurarnos. Para otros, en cambio, pesa más el riesgo de que los lastimen. En lo hondo de su ser sienten que el amor siempre lleva al sufrimiento, un sufrimiento tan terrible que el dolor supera de lejos al posible placer. CUANDO SER AMADO SIGNIFICA SER LASTIMADO Algunas personas equiparan amor con sufrimiento porque cuando niños su contacto principal con sus padres fue a través de la violencia o el desinterés. Los padres se relacionaban con ellos sobre todo a través de los golpes o el castigo. Cuando no los maltrataban en forma activa, sencillamente no les prestaban la menor atención, por lo cual los niños crecían con la idea de que ser amado significa ser maltratado o ignorado. Las personas a quienes les pegaban cuando eran niños, suelen decir: 'Después de un tiempo, ya no dolía', y también: 'Era mejor que a un le pegaran y no que lo ignoraran. El 'tratamiento silencioso' era mucho peor que los
  • 70. golpes'. Racionalizaciones parecidas son frecuentes en víctimas de abuso sexual en la infancia, que afirman: 'No fue tan malo' o 'Por lo menos me prestaban atención'. Dada la intensa necesidad de contacto con sus padres que tienen los niños, algún contacto -aunque sea abusivo o violento- puede ser mejor que ninguno. Pero incluso los niños que no fueron habitualmente maltratados pueden aprender a vincular amor y dolor. 'Sólo hago esto porque te amo', 'Esto me duele más que a ti', y 'Si no te amara tanto no haría esto', son frases comunes en boca de muchos padres cuando castigan a sus hijos. Estas palabras le dicen al niño que lo que está recibiendo es amor, cuando su reacción natural es sentir miedo, ira, humillación y una gran falta de amor. De ahí que en ese tipo de situación el niño aprenda a invalidar sus propios sentimientos, y a internalizar el mensaje de los padres, diciéndose a sí mismo: 'Recibí el castigo que merecía', y Sólo me hicieron eso porque me aman y quieren corregirme'. MENSAJES CULTURALES Aunque todo el mundo está expuesto a la idea de que el amor conduce al sufrimiento, varones y mujeres reciben mensajes que, en aspectos sutiles pero significativos, son diferentes. El mensaje común que transmiten a los varones sus padres, sus pares y también los medios de difusión, es que amar los llevará a una pérdida de poder y libertad. A los varones se los alienta a dar rienda suelta a sus impulsos mediante el contacto sexual con el sexo opuesto, pero se los previene contra el compromiso emocional. Aprenden que una vez que el hombre entrega su corazón se convierte en un 'bobo enamorado' que pierde su autonomía, y al que como a un animal de tiro se lo 'ensilla' con responsabilidades pasadas y restrictivas. LOS QUE ELUDEN EL SUFRIMIENTO Y LOS QUE LO BUSCAN Quienes padecen el bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado' pueden agruparse en dos categorías generales: los que eluden el sufrimiento y los que son adictos al sufrimiento. A los primeros los motiva principalmente el miedo al sufrimiento que están seguros habrán de padecer si se permiten a sí mismos amar y ser amados. Según sea la dimensión y la naturaleza exacta de su miedo, o se abstienen por completo de toda relación íntima, o bien establecen relaciones pero luego se distancian o escapan apenas empieza a desarrollarse una auténtica cercanía. SI bien quienes eluden el sufrimiento pueden pertenecer a uno u otro sexo y tener cualquier inclinación sexual, esta manifestación del bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado', es especialmente común entre hombres heterosexuales. Muchos pasan de una relación sentimental u otra, retrayéndose o desapareciendo cuando empieza a desarrollarse una verdadera intimidad. Cuando alguien repite el esquema hasta el punto en que eludir el sufrimiento se convierte en un modo de vida, es inevitable que en ese proceso también desarrolle otro bloqueo importante. Dicho bloqueo -'No puedo tomar un compromiso'- y sus relaciones con el bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado', otro bloqueo. Los adictos al sufrimiento también tienen la certeza de que el sufrimiento será
  • 71. inevitable si se permiten a sí mismos amar y ser amados. Lo que los diferencia de la categoría anterior es que están más que dispuestos a sufrir sin límites en aras del amor. De hecho, es frecuente que se sientan atraídos -como la polilla por la lana- precisamente hacia aquellas personas que más habrán de lastimarlos. Para ellos, una relación no entraña cierto caudal de sufrimiento, obviamente no es una verdadera relación amorosa. Aunque los adictos al sufrimiento pueden ser hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales, el ejemplo más emblemático ha llegado a ser la mujer que una y otra vez se relaciona con hombres tan acosados por problemas como lo estaban los padres de ellas. Ya se trate de alcohólicos, drogadictos, mujeriegos, tiranos, golpeadores, eternos fracasados o simplemente individuos emocionalmente reprimidos, son hombres que generan problemas con P mayúscula, y que acarrean enorme sufrimiento a las mujeres que los aman. Sin embargo, estos hombres suelen poseer también ciertas cualidades muy atractivas, y pasan por momentos o períodos en los que pueden ser muy cariñosos, cosa que habitualmente ocurre incluso con los 'peores' padres. Este punto crucial es la clave para comprender el comportamiento de los adictos al dolor. Hasta los niños más seriamente maltratados rara vez crecen con una falta total de amor. Padres que por lo general son fríos, indiferentes o abusivos con sus hijos, tienen momentos en los que se muestran bondadosos, atentos, risueños y afectuosos. Es el carácter impredecible de la conducta de los padres el que hace que los hijos se 'enganchen' en relaciones dolorosas. SI los padres se muestran SIEMPRE fríos e indiferentes, los hijos pueden simplemente dejarlos de lado y dirigir su búsqueda de amor hacia otras personas capaces de brindárselo en forma consecuente. Pero cuando los padres son OCASIONALMENTE cariñosos, los hijos se empeñan en generar situaciones que susciten esa actitud afectuosa. Convencidos de que sus padres son buenos 'en el fondo', los hijos hacen todo lo posible por hacer aflorar esa bondad. Cada vez que el padre o la madre indiferente da alguna muestra de bondad y afecto, los hijos tratan de recordar con exactitud qué fue lo que hicieron y dijeron para que ello ocurriera. Piensan que si vuelven a hacer lo mismo, recibirán nuevas muestras de amor. Si esto no ocurre, los hijos no advierten que la conducta de los padres nada tiene que ver con ellos, y suponen que no han hecho lo que correspondía, o no lo han hecho exactamente como debían. Cada fracasado intento de hacer aflorar el lado afectuoso de sus padres los convence de que los culpables de esa falta de amor son ellos, y que sin duda algo malo habrán hecho. Quienes funcionan de este modo repiten el mismo esquema trágico en sus relaciones adultas, sobre todo en las relaciones amorosas. Una y otra vez se embarcan en relaciones con personas tan duras para brindar amor como lo eran sus propios padres. Ansiosos de conseguir por fin el amor que nunca recibieron de sus padres, son arrastrados a una clásica compulsión repetitiva, una necesidad inconsciente de volver a vivir sus relaciones familiares tempranas hasta que logren el dominio de la situación y puedan cambiar el resultado final. La decisión inconsciente que toma el adicto al sufrimiento es ésta: 'Voy a hacer esto una y otra vez hasta que me salga bien'.
  • 72. Podría argumentarse que las personas adictas al sufrimiento, sobre todo las mujeres, son masoquistas, o sea que el dolor les produce placer. Pero a los adictos al sufrimiento no les resulta para nada placentero el dolor que sus relaciones les acarrea; por el contrario, lo encuentran insoportable. El sufrimiento no les parece BUENO, sino JUSTO, porque les es muy familiar. Es fácil impacientarse con los adictos al sufrimiento y decir que si son desdichados en sus relaciones es por su propia culpa, por elegir siempre a personas que no les convienen. En verdad, lo que hacen al revivir su sufrimiento temprano es tratar de encontrar una manera de poner fin al dolor. 'Si paso por esto una vez más', piensan, 'podré por fin encontrar una salida'. ME SIENTO ACERCA AMENAZADO CUANDO OTRA PERSONA SE DEMASIADO" A primera vista podría parecer paradójico que en una era en la que tanta gente proclama abiertamente su deseo de intimidad (como lo demuestra el auge de los llamados 'anuncios personales', tanto en los diarios como en Internet), muchos estén al mismo tiempo tan profundamente asustados. Es obvio que la intimidad es un valor caracterizado por la ambivalencia. Todos la anhelan, pero cuando tienen una oportunidad de acercamiento son muchos los que también escapan. Algunas personas temen a la intimidad porque sus experiencias tempranas los llevaron a equiparar ser amados con ser sobreprotegidos o dominados. A modo de ejemplo, veamos el caso clásico del padre que con el pretexto de "ayudar" a su hijo a hacer los deberes lo suplanta y los hace él. Así el padre se impone de este modo a su hijo en forma habitual, el niño no desarrollará su yo en plenitud, se sentirá minúsculo e incapaz, eclipsado por la sombra gigantesca y siempre presente de su padre. O tomemos la clásica situación de la madre amante que permanece de guardia junto a la ventana mientras su hijo juega afuera, y corre en su ayuda al menor signo de peligro. El niño constantemente sobreprotegido crecerá sintiéndose incapaz de desenvolverse en el mundo. En ambos casos se trata de padres cariñosos y bienintencionados, pero su comportamiento impide que los hijos desarrollen una fuerte conciencia de sí mismos como seres autónomos. En la edad adulta, esos hijos seguirán demasiado apegados psicológicamente a sus padres, con un sentido de identidad subdesarrollado y débil. Cuando otras personas comiencen a intimar con ellos, reaccionarán como si fueran nuevamente niños pequeños avasallados por padres todopoderosos. Hay también quienes temen a la intimidad porque se trata de un territorio desconocido. Muchas personas crecieron sin experimentar nunca un sentimiento de verdadera conexión con otro ser humano. Tampoco aprendieron con el ejemplo, dado que sus padres no tenían comunicación entre ellos. Ya adultos, tal vez hagan algún intento de llegar a la intimidad en ciertas relaciones, pero como no saben manejarse en esa situación, lo más probable es que todo termine en desilusión, sufrimiento o incluso desastre. Eso alimenta su temor de entrar en territorio desconocido y refuerza su convicción de que lo más seguro es mantener altas las defensas e impedir que nadie se acerque.
  • 73. Una razón más de que el miedo a la intimidad sea tan corriente, es que las relaciones íntimas obligan al individuo a descubrir y enfrentarse con su yo más profundo, incluso sus costados más oscuros y menos atractivos. Algo que mucha gente no puede o no quiere hacer. Muchos crecieron desconectados de part4es enteras de su propio ser- sus sentimientos más profundos, sus verdaderos deseos, su confusión, su ira, su ambivalencia, sus anhelos espirituales- y fueron criados por personas que también estaban desconectadas de su propio ser. La intimidad implica para ellos avanzar por una zona desconocida, el territorio sin mapas del auténtico conocimiento de una mismo. Es así como, algunos parecen dispuestos a aprender quiénes son en realidad, suelen dar marcha atrás cuando una relación los fuerza enfrentarse con partes de su propia personalidad que prefieren negar o desconocer. Como ocurre con los demás bloqueos afectivos, el bloqueo "Me siento amenazado cuando otra persona se acerca demasiado" puede manifestarse en grado variables y de diferentes maneras. Algunas de las personas que lo padecen tienen tanto miedo a la intimidad que sólo entablan relaciones muy superficiales, o pasan por la vida casi sin establecer vínculos con los demás, salvo por los del trabajo. Otros tienen numerosos amigos con los que se sienten cómodos y a los que confían sus sentimientos, pero se sienten amenazados ante la perspectiva de abrirse del mismo modo ante la persona con la que mantienen una relación sentimental o que les interesa en ese aspecto. En las relaciones amorosas, el miedo a la intimidad se expresa de diversas maneras. Algunas personas se sienten cómodas en la gimnasia sexual con su pareja pero les resulta muy incómodo confiarle sus sentimientos más profundos. Otros son más reprimidos respecto de sus cuerpos pero no les cuesta revelar sus sentimientos. Si bien este bloqueo está muy difundido, hay que ser muy cauteloso antes de concluir que alguien lo padece. A veces, escapar de la intimidad puede ser muy saludable, ya que abunda en el mundo la gente de personalidad invasora. Apenas conocen a alguien desean convertirse instantáneamente en su mejor amigo o su amante, o exigen algún otro modo de fuerte compromiso desde el primer momento. La persona asediada responderá a menudo cerrándose en forma instintiva y apartándose, lo cual en una situación de ese tipo constituye una reacción sana de autoprotección, y no la evidencia de un bloqueo afectivo. La reacción es apropiada porque la amenaza que representa la persona invasora es una amenaza real. Sólo podemos afirmar que se está ante el bloqueo descripto cuando alguien reacciona HABITUALMENTE a la intimidad cerrándose y apartándose, y haciéndolo incluso cuando quien desea intimar no es una personalidad invasora. LÍMITES E INVASIÓN A fin de poder relacionarse íntimamente de un modo saludable, es preciso tener una idea clara de los límites, saber dónde termina uno y dónde empieza el otro. Los límites claros y apropiados actúan a modo de antenas que indican
  • 74. cuándo el comportamiento del otro representa una intrusión o una amenaza. También permiten establecer el tono justo en la relación, decir: 'No, no puedes tratarme de ese modo' o 'No, no puedo hacer lo que quieres que haga: es demasiado pedir'. Sólo cuando las personas establecen límites saludables son capaces de alcanzar el delicado equilibrio entre cercanía y distancia que la intimidad requiere, sin sentirse amenazadas ni por la cercanía ni por la distancia. Lo cierto, sin embargo, es que muchas personas crecieron en hogares donde los límites eran constantemente violados, y la única forma en que podían proteger de la invasión su frágil individualidad era erigir un muro de defensas impenetrables. Hay dos clases de invasión corrientes en el seno de la familia. La primera es una invasión física, que se produce cuando existe poco o ningún respeto por la privacidad. Algunas personas crecieron en hogares donde no se les permitía a los niños cerrar la puerta de su dormitorio para leer o estudiar, o simplemente para estar solos. Todo intento de hacerlo era interpretado por los padres como una acto hostil, y el niño era acusado de 'guardar secretos', 'estar malhumorado' o 'portarte como si fueras demasiado bueno para nosotros'. Algunos padres interpretaban como un rechazo todo deseo de soledad manifestado por sus hijos y se mostraban ofendidos cada vez que un niño expresaba el deseo de hacer algo por su cuenta. La segunda clase de invasión habitual es la psicológica. Ocurre en familias en las que no se les permite a cada uno de los miembros tener sentimientos, ideas y opiniones diferentes. Muchas personas crecieron en hogares donde se consideraba impertinente o herético que un niño expresara un sentimiento, una idea o una opinión que no estuvieran de acuerdo, o estuvieran en contradicción, con lo que pensaban o sentían sus padres. Los padres eran tan narcisistas que no podían distinguir entre sus propios sentimientos y los de sus hijos. Si sentían de determinada manera, daban por sentado que sus hijos debían sentir lo mismo; si los niños intentaban expresar su disenso, ellos reaccionaban con la negación. 'No digas eso, no es lo que realmente piensas', afirmaban, o tal vez: '¿Cómo que odias las habas? No puedes odiarlas. ¡Si a mí siempre me encantaron!' O quizá preguntaban incrédulos: '¿Cómo puedes tenerle miedo al agua?' ¡En esta familia a todo el mundo le encanta nadar!' Y una invasión aun más sutil ocurre cuando uno le dice al otro: 'Lee este libro, te encantará', o 'No vayas a ver esa película, la detestarás', o 'Me compré una campera nueva pero no quiero mostrártela porque sé que no te gustará'. A los niños cuyo temperamento no coincide con las expectativas de sus padres, esta clase de invasión psicológica puede llevarlos a una autoestima muy baja. Tomemos el caso de un niño a quien por temperamento le cuesta relacionarse con los demás. En algunas familias se respeta el reloj interno de ese hijo y se le permite entablar relaciones siguiendo su propio ritmo, acercándose a los demás y permitiéndoles acercarse a él paso a paso, según le resulte cómodo. En otras familias, en cambio, ese reloj interno no es respetado porque lo que rige las relaciones es la impaciencia de los padres. En lugar de ver al niño como alguien que necesita tiempo para abrirse a los demás, se lo etiqueta como 'tímido', 'solitario', 'presumido', o incluso se lo castiga por ser descortés y 'raro'. Probablemente también se lo obliga a un
  • 75. acercamiento antes de que esté preparado para ello, con lo cual se convierte en efecto en un solitario y casi con seguridad desarrolla el bloqueo 'Me siento amenazado cuando otra persona se acerca demasiado'. Si se le permitiera ser él mismo, el niño seguiría siendo lento para establecer relaciones, pero no las consideraría amenazantes. "NO QUIERO TENER QUE PEDIR POR LO QUE NECESITO" (o "¿PORQUÉ NO PUEDES LEER MIS PENSAMIENTOS?") La mayoría de las personas razonables nunca entrarían a un negocio esperando que el vendedor intuya qué desean comprar. Sin embargo, mucha gente encara sus relaciones íntimas precisamente con esa expectativa. Consideran que no deberían tener necesidad de decirles a sus seres queridos qué necesitan para sentirse amados y apreciados; de alguna manera ellos deberían saberlo, y si no lo saben es porque en realidad no los aman. Así por ejemplo, un hombre afectado por ese bloqueo podría decirle a su esposa: "Si ella de veraz me amara sabría qué es lo que quiero; yo no tendría necesidad de decírselo". O una mujer podría decir: "Si debo decirla a mi pareja qué es lo que deseo, ¿de qué sirve? Casi siempre el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' está asentado sobre otro. Algunas personas padecen el bloqueo 'No merezco amor', y en consecuencia creen que aun si decidieran pedir lo que necesitan, no lo conseguirían porque no lo merecen. Quienes padecen el bloqueo 'EN mi horóscopo no hay amor' ven el mundo como un lugar tan hostil que también ellos consideran inútil pedir lo que necesitan'. '¿Para qué tomarme la molestia?', razonan. 'De todos modos no obtendré lo que pido'. Para los que padecen el bloqueo 'No necesito a nadie: soy fuerte', pedir lo que necesitan está fuera de la cuestión porque eso implicaría reconocer que tienen necesidades. Y para aquellos cuyos bloqueos nacen de una visión del mundo como lugar de castigo, siempre existe el temor de que si pronuncian esas palabras supuestamente egoístas -'necesito' o 'quiero'- un castigo terrible caerá sobre ellos. Muchas personas creen que pedir lo que necesitan es simplemente una muestra de mala educación. Cuando alguien pasa por una crisis es habitual que sus amigos, vecinos y familiares le digan una y otra vez: 'Avísame si necesitas algo' o 'Dime qué puedo hacer por ti'. ¿Pero cuántos son capaces de responder con naturalidad: 'Bueno, ya que te ofreces, en realidad hay algunas cosas que necesito', y decirlo sin sentir que le están imponiendo una obligación al otro? SI bien en teoría muchos estarán de acuerdo en que lo mejor es ser directo, casi todos nosotros aprendimos en la infancia que decir sin vueltas 'esto es lo que necesito' o 'esto no es lo que quiero decir' es descortés, prepotente y egoísta. Antes que correr el riesgo de merecer esos calificativos, es comprensible que muchas personas opten por permanecer en silencio, con la esperanza de que los demás adivinen sus necesidades. Una premisa central subyacente en el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' es que SI PODEMOS DECIRLE A ALGUIEN QUÉ DEBE
  • 76. HACER PARA MOSTRAR SU AMOR POR NOSOTROS, DE ALGUNA MANERA EL AMOR SE DEGRADA. Una comida de alta cocina no pierde nada de su sabor ni de su valor alimenticio porque le hayamos dicho al camarero qué queríamos comer. No obstante, mucha gente considera que un gesto de amor que se hace en respuesta de un pedido ('Por favor, podrías...') o a instrucciones ('Esta es la forma en que me gusta que me toquen' o 'Me siento bien cuando tú...') prácticamente no cuenta para nada si se lo compara con un gesto de amor realizado en forma espontánea y sin instrucciones. No advierten que al adoptar esa posición -'Si tengo que pedir lo que necesito, no sirve'- lo que hacen es crear las condiciones para pasar el resto de sus días con muchas de sus necesidades insatisfechas. Pues lo que en realidad están diciendo es: 'Sólo aceptaré el amor que no tengo que pedir', lo cual puede leerse así: 'Prefiero vivir sin amor antes que recibirlo diciéndoles a los demás lo que necesito'. La persona gravemente afectada por este bloqueo tiene dificultad para expresar los deseos y necesidades más simples, como por ejemplo qué desea servirse en un restaurante o cómo quiere que le corten el pelo en la peluquería. EN otros casos, la dificultad se manifiesta sólo en determinado tipo de situaciones. Por ejemplo, personas que son seguras para expresar sus necesidades y deseos, pueden tener dificultad para hacerlo en relaciones en las que sienten que la otra persona tiene más poder, como en una relación de pareja con una figura esquiva o autoritaria. A algunas personas les cuesta expresar sólo cierto tipo de necesidades. Por ejemplo, muchas personas que consideran una tontería esperar que los demás les lean el pensamiento, traen sin embargo esa expectativa a la cama. Creen que si lo que quieren 'es correcto' su compañero sexual de alguna manera 'lo sabrá'. No es difícil tomarse esta idea viendo cómo presentan las relaciones sexuales el cine y la televisión. Rara vez, o nunca, las escenas de amor muestran a las dos personas diciéndose la una a la otra qué les gusta: a decir verdad, apenas si hablan. Aunque en la vida real hay una considerable dosis de torpeza y turbación la primera vez que dos personas hacen el amor, en la pantalla los amantes siempre parecen saber mágicamente y con toda exactitud qué deben hacer el uno por el otro desde el primer momento. EL DESEO DE SER MIMADO Acaso el aspecto más significativo del bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' sea que hasta las personas de más sólida salud psicológica tienen por lo menos un pequeño toque de él. Ello se debe a que este bloqueo es la extensión o la manifestación extrema de un intenso -aunque a menudo inconsciente- deseo que casi todos compartimos: el deseo de vernos transportados a un estado infantil idealizado en el que cada una de nuestras necesidades fuera satisfecha sin necesidad de pedirlo. Para quienes en verdad tuvieron ese privilegio en la infancia, el deseo es RETORNAR al tiempo en que sus padres podían leerles el pensamiento. Para quienes no fueron tan afortunados, el deseo es EXPERIMENTAR POR FIN lo que les faltó en la infancia.
  • 77. ¿POR QUÉ DEBO DAR TANTO PARA RECIBIR TAN POCO?" Algunas personas que creen dar más en las relaciones no se preocupan por el desequilibrio. Siendo la fuerte propensión a dar un rasgo máximo de su carácter, dan porque les resulta natural hacerlo, y no porque esperan que se les pague con la misma moneda. A los tanteadores, en cambio, les molestaban los desequilibrios que perciben. Aun cuando por naturaleza sean propensos a dar, no les gusta ser lo que más dan en una relación. Consideran que las personas vinculadas con ellos deben dar en igual medida, y si eso no ocurre reaccionan con ira y resentimiento, sintiéndose engañados y explotados. Otros tanteadores responden al desequilibrio que advierten decidiendo adoptar una actitud de retracción. Por ejemplo, una persona que siente que uno de sus amigos no ha dado bastante en la relación, puede decir: "No lo llamaré. Esperaré hasta que él me llame a mí. Es hora que una vez toma la iniciativa". A veces esta estrategia da resultado, pero en la mayoría de los casos fracasa. Ello se debe a que las personas que se preguntan ¿"Por qué debo dar tanto para recibir tan poco?" suelen ser casi siempre no solo dadores sino también iniciadores, en tanto aquellos con los que se relacionan casi nunca lo son. Así pues, desde el comienzo mismo de la relación se establece un esquema según el cual es el iniciador quien hace el contacto (llamado al otro, o cruzarse la habitación para acercarse a él), da el primer beso o abrazo, toma la iniciativa para hacer el amor, es el primero en proponer planes (como ir al cine o jugar al tenis) y el primero en preguntar "¿Cómo estás?". Cuando el iniciador resuelve romper este esquema y esperar a que la otra persona inicie las cosas, lo más común es que nada se inicie. Por diversas razones, la otra persona simplemente no tiene la misma necesidad o urgencia de "hacerse cargo y echar a rodar la pelota". De modo que el tanteador-iniciador acaba experimentando el sufrimiento de ver sus propias y fuertes necesidades insatisfechas, mientras aguarda que la otra persona haga su movida. Y su resentimiento crece sin cesar. LOS RASGOS COMUNES DE LOS TANTEADORES Si bien sus estilos pueden diferir, hay algo que los tanteadores tienen en común: la memoria selectiva. Por lo general no les cuesta nada recordar todo lo que han hecho los demás, y las cosas horribles que los demás les han hecho. Pero cuando se trata de recordar las gentilezas, la ayuda y el afecto que han recibido, la memoria suele fallarles. Así, cuando alguien responde al ataque de un tanteador diciendo: "No es cierto que yo no he hecho nada por ti. ¿Qué me dices de aquella vez que hice tal y tal cosa?", en un primer momento el tanteador se muestra confundido pero en seguida trata de negar que pueda haber algo de cierto en lo que dice el otro. Del mismo modo, la mayoría de los tanteadores no cree que el principio de prescripción deba aplicarse a las relaciones personales, o por lo menos a las horribles iniquidades que han sufrido ellos en esas relaciones. No importa cuanto tiempo haya pasado desde que al tanteador lo lastimaron o lo trataron mal; él no puede permitir que el hecho sea olvidado o por lo menos perdonado. Lo mantiene en sus registros mentales para usarlo en su debido momento
  • 78. contra la persona que lo lastimó o que provocó su ira. Aun años después de ocurrido., el tanteador no vacila en volver a sacarlo a la luz y arrojárselo al otro a la cara. Casi siempre los tanteadores padecen también otros bloqueos. Muchos, por ejemplo, sufre el bloque "No quiero que tener que pedir lo que necesito" o "¿Por qué no puedes adivinar mi pensamiento?". Convencidos de que los demás deben simplemente saber lo que "ellos" necesitan o desean, nunca dicen directamente que sienten que hay un desequilibrio en la relación y que eso los hace desdichados. Además si un tanteador dijera sin vueltas: "Siento que doy más de lo que recibo y eso no me gusta", también correría el riesgo de enterarse de que su valoración de la relación no es del todo correcta; que aun cuando hizo anotaciones en su libro mayor mental, de alguna manera pasó por alto muchos de los actos positivos y generosos del otro. Por otra parte, si el tanteador le dijera a un amigo que está insatisfecho con la relación, el amigo tendría la oportunidad de remediar la situación. Para muchos tanteadores ésta sería una perspectiva amenazadora, dado que el único papel que saben desempeñar en la vida es el del ofendido, el explotado, el subestimado. Otro bloqueo que presentan a menudo los tanteadores es:"Quiero amor, pero sólo si es de cierto modo". Dado que este bloqueo hace que la persona afectada desestime o rechace gran parte del amor que los demás tratan de darle porque no se lo han dado "de manera apropiada" o "de la manera en que yo lo quería", inevitablemente quedan eliminadas muchas pruebas que podrían refutar o poner en duda la queja del tanteador sobre lo poco que le dan los demás. Pero el bloqueo subyacente que siempre se encuentra en el tanteador es "En mi horóscopo no hay amor". Quienes padecen este bloqueo ven al mundo como un sitio hostil porque en la infancia recibieron tan poco amor, afecto, consuelo, que crecieron literalmente hambrientos de todo eso. Aunque no todas estas personas se convierten en tanteadores, todos los tanteadores aprendieron temprano en la vida a ver el mundo como un sitio hostil. Hambrientos de amor en sus primeros años, los tanteadores andan por la vida buscando a alguien que les brinde el sustento emocional que no recibieron en la infancia. Traen a sus relaciones adultas al niño hambriento y desvalido que llevan sepultado en su interior, y juzgan sus relaciones actuales con la sensibilidad de ese niño. El niño interior hambriento piensa que el mundo le debe el amor y el afecto de los que fue privado y siente que ha esperado más que bastante para que se le pague lo que le adeuda. Como ocurre con cualquier deuda vencida hace tiempo, no sólo espera que se le devuelva el capital original, sino también los intereses y las multas acumulados. Cuanto más tiene que esperar el niño el niño interior para que le paguen lo que él piensa que le deben, tanto más aumenta la deuda total. Y en la misma medida en que aumenta la cantidad "que se le debe", también aumenta su rabia y su impaciencia por tener que esperar tanto. De ahí que típicamente el bloqueo de los tanteadores también esté acompañado por "La
  • 79. ira siempre estorba el paso", otro tipo de bloqueo, y por una forma de bloqueo "Para mi es muy tarde; mi plazo ya venció".