CRISTIANISMO PRIMITIVO Y SEDICIÓN
¿Fue Jesús de Nazaret un antirromano?
Darío Fernando Benítez
Resumen: Hace casi tres años (a mediados del año 2012) leí en la página
www.tendencias21.net/crist una serie de artículos de Fernando Bermejo en los cuales se
explayaba sobre la posible condición sediciosa de Jesús y de quienes fueron crucificados
con él. En esta página, muy valiosa por cierto, también escribe un conocido autor español,
Antonio Piñero, escritor de no pocos libros sobre la historia del cristianismo primitivo.
Debo reconocer y agradecer que el primero de los autores nombrados transcribiera
entonces, con generosidad, parte de mis opiniones críticas con respecto a lo que él sostenía
y luego escribió una respuesta a mis puntos de vista. Pero yo, después, escribí un artículo
más extenso que no se publicó en ningún lado y es el que ahora le ofrezco al lector. En este
trabajo repaso, en orden cronológico, lo que Fernando dijo en aquellas postales y amplío
mi pensamiento sobre el tema.
I Cronología de la polémica
A esta altura y en función de todo lo que se lleva escrito sobre la
posibilidad, más o menos cierta, de que Jesús fuera un sedicioso antirromano
me parece necesario hacer una sintética y ordenada presentación de lo que
Fernando Bermejo lleva dicho hasta ahora desde el 20 de junio de 2012. Voy a
reproducir varias citas textuales para que queden bien claras las palabras de
Bermejo.
El 20 de junio de 2012 Fernando Bermejo cuestiona la afirmación
repetida por toda la exégesis confesional en el sentido de que Jesús fue
crucificado con dos delincuentes comunes. Esta posición, según él, hace que la
mayoría de la gente suponga que esos hombres no tenían el menor carácter
sedicioso y que, en consecuencia, proyecten sobre Jesús la misma
consideración.
El 18 de julio escribió una nota titulada “Apocalíptica y violencia en
Qumrán”, de la cual extraigo el siguiente párrafo: «El interés que presenta el
Rollo de la Guerra para el estudio de Jesús y de los orígenes del cristianismo
es indirecto, pero no menor. Por un lado, su combinación de apocalíptica y
violencia podría ayudar a arrojar luz sobre la existencia de una combinación
semejante en el galileo».
El 25 de julio escribió la segunda postal dedicada a la apocalíptica y a la
violencia en Qumrán. En este escrito sostiene que en el judaísmo antiguo la
conexión entre creencias apocalípticas y comportamientos violentos sería, en
principio, difícil de probar, pero que una posible excepción podría estar
representada por el Rollo de la Guerra de Qumrán. Con estos antecedentes
llegamos al 1 de agosto cuando él publicó su carta estival dirigida a Xabier
Pikaza. Este último es autor de un comentario sobre el Evangelio de Marcos
en busca del cual fue Bermejo para leer lo que dice con respecto al incidente
que tuvo lugar el día que prendieron a Jesús en el huerto de Getsemaní. El
evangelista dice que «uno de los presentes hirió al siervo del sumo sacerdote y
le cortó la oreja».
En esta postal Bermejo discrepa con Pikaza por la relativización que hace
el segundo de los posibles elementos armados presentes en el movimiento de
Jesús y menciona la presentación de dos ponencias en una de las cuales
«ofrecí un conjunto sistemático de argumentos a favor de la hipótesis de un
Jesús implicado activamente en la resistencia antirromana». En esta misma
postal manifiesta su deseo de saber si el espadachín era un mero simpatizante
o un discípulo importante de Jesús, instala la inquietud con respecto a la
capacidad de aquel para controlar a sus discípulos directos y, finalmente,
dirigiéndose a Pikaza, le pregunta: «Xabier, ¿tú realmente te crees esto: que si
hubo un enfrentamiento armado, Jesús no tuvo responsabilidad alguna en el?
¿De verdad te lo crees?».
Unos días más tarde, el 7 de agosto, se publicó la respuesta de Pikaza a
Fernando Bermejo. No me detengo en ella porque ahora estoy haciendo una
sumaria presentación, lo más fiel posible, de lo que dice Fernando Bermejo en
cuyo pensamiento prefiero hacer foco.
Al día siguiente, 8 de agosto, Bermejo publicó una postal titulada “La
hipótesis de un Jesús implicado en la resistencia antirromana. Verdades
elementales”. En esta dice que Xabier Pikaza «no responde prácticamente a
ninguna de mis preguntas concretas». Acto seguido realiza una serie de
afirmaciones que él agrupa con el nombre de verdades elementales. Son las
siguientes:
1) La hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana tiene
variantes.
2) Esta hipótesis no tiene su justificación en ningún apriorismo filosófico
ni en ninguna ideología. El punto de partida de la misma es lo que dicen
los Evangelios debido a que una cantidad apreciable de dichos y
noticias relativos a Jesús implican que fue un resistente antirromano.
3) Esta hipótesis no goza de amplias simpatías entre los exégetas.
4) El rechazo de esta hipótesis por parte de los exégetas impacta en el gran
público porque es la tesis más publicitada.
El 15 de agosto, Fernando Bermejo publicó una postal titulada “¿Por qué
Jesús fue arrestado solo? Una pregunta mal formulada”. Sostiene aquí que esa
pregunta está mal formulada porque implica la presuposición de que Jesús fue
arrestado solo. A continuación transcribo sus palabras:
¿Debemos creer a los Evangelios cuando nos dan a entender que Jesús fue arrestado
solo? La razón para formular esa cuestión no es solo la prevención crítica genérica,
sino también otra más concreta: los cuatro Evangelios afirman que Jesús de Nazaret
fue crucificado en compañía de otros hombres. Dado que en este caso no parece
haber razones para dudar de la fiabilidad de esta noticia (y quizás por ello
virtualmente ningún estudioso ha dudado de su carácter histórico), esta sí parece
poder darse por buena.
También ve como posible que las autoridades pudieran considerar que al
decidir eliminar al cabecilla de una organización le asestaban un duro golpe a
todo el grupo. Siempre manteniéndonos dentro de lo que él dice en la misma
postal, Fernando Bermejo hace referencia al hecho de que los Evangelios no
dicen nada de la relación de estos hombres con Jesús en el período previo a su
crucifixión. Esto es un claro indicador de que pudo tratarse de una crucifixión
colectiva en la cual todos tenían que ver o eran parte del mismo grupo. Es
improbable que quienes fueron crucificados con el nazareno no tuvieran nada
que ver con él. Da diferentes razones:
1) Período de paz relativa. Es poco probable que haya dos episodios
inconexos de sedición. Debió tratarse de uno solo.
2) Los Evangelios hablan de un solo grupo crucificado junto.
3) Los cuatro evangelistas dicen que Jesús fue crucificado en medio de
ellos y acusado de la pretensión de ser “Rey de los Judíos”. Es este un
cargo político no negado por Jesús.
«No hay razones para dudar de estas noticias», afirma Fernando Bermejo.
Además, sostiene: «La explicación más probable de la crucifixión de Jesús en
medio de sediciosos es que fue considerado, y con razón, el cabecilla de un
acto de rebelión con un grupo del que formaban parte los otros dos, en calidad
de subordinados». Fernando Bermejo cierra el párrafo diciendo que «la sana
lógica y el sentido común nos dicen que los individuos que fueron
crucificados con Jesús fueron crucificados con él porque tenían mucho que ver
con él, y en un sentido muy preciso».
Bermejo concluye que, probablemente, Jesús no fue arrestado solo sino
con sus partidarios y secuaces por haber estado implicados en un acto de
resistencia antirromana en el que había armas. Lo cito nuevamente:
Y ahora podría preguntarse: ¿Y por qué los Evangelios no dicen que Jesús fue
arrestado con otros? La respuesta es: por la misma razón por la que sus autores no
dicen lo que realmente ocurrió en Getsemaní,… y por la misma razón por la que no
aclaran el alcance de otros episodios turbios. Por la sencilla razón de que no les
interesaba, a ellos o a sus fuentes.
Y ¿por qué no les interesaba, a ellos o a sus fuentes? La respuesta es doble: 1)
Porque el Evangelio de Marcos (pauta para los restantes) fue escrito en un contexto
temporal y sociohistórico, que hacía necesario, para maximizar las posibilidades de
supervivencia de su autor y sus destinatarios, cancelar cualquier relación de Jesús
con lestai y negar su condición de resistente antirromano, en el mismo momento
(¿años 69, 70, 71?) en que miles de judíos estaban siendo o acababan de ser
crucificados en Palestina, en las vicisitudes de la primera Guerra Judía. 2) Porque la
crucifixión de Jesús-solo-en-su-grupo respalda el mito del justo entregado
voluntariamente a la muerte. La impresión que los Evangelios (y los exégetas
confesionales hasta el siglo XXI inclusive) intentan ofrecer es que Jesús fue un ser
gloriosamente aislado entre la masa del pueblo judío.
La última postal a la que me interesa referirme la publicó el 22 de agosto
y la titula: “¿Constituye Pablo de Tarso una objeción a la hipótesis del Jesús
sedicioso?”.
Aquí, Bermejo hace una serie de importantes afirmaciones sobre Jesús.
Las paso a enumerar porque me parecen muy ilustrativas y pienso que
cualquier creyente medianamente culto podría compartir:
1) Jesús fue profundamente religioso.
2) Predicó el Reino de Dios.
3) Pretendió ser rey.
4) Se opuso al pago del tributo.
5) Estuvo implicado en el período final de su vida en algún acto muy
concreto de sedición en el marco de una firme creencia en la
intervención inminente de Dios.
6) Jesús no fue el jefe de un ejército y la actividad armada no fue crucial
en su trayectoria vital.
Después se ocupa de contestar el interrogante que le planteó un lector y
que se podría formular así: ¿Cómo un prorromano como Pablo predicó a un
antirromano como Jesús? Su respuesta empieza aludiendo a la fuerza y
alcance de la capacidad mitopoética del ser humano.
«Las transformaciones —e incluso inversiones— semánticas en la historia
de las religiones son bien conocidas», dice Fernando Bermejo.
Acto seguido da ejemplos de cómo la tradición reconvirtió a Jesús:
1) Jesús fue un judío al que la tradición transformó en no judío.
2) Jesús se dirigió a Israel y la tradición lo convirtió en universalista.
«A la luz de tales procesos de inversión que se constatan en la historia
del cristianismo, ¿dónde se halla el problema de convertir a un sedicioso
antirromano en paradigma de pacifista? La respuesta es: en ninguna parte. No
hay ningún problema, como los propios hechos demuestran. Necesidades
ideológicas y espirituales son capaces de numerosos actos de prestidigitación
(por supuesto con la mejor de las conciencias)».
Dice, asimismo, que Pablo era un visionario y que el Jesús histórico no le
importaba nada, por lo tanto, sus experiencias místicas transformaron en algo
secundario su interés por el Jesús terreno. No las reproduzco aquí para no
extenderme demasiado, pero vale la pena leer el fragmento en el cual imagina
a alguien diciéndole a Pablo ciertas cosas acerca de Jesús.
Fernando Bermejo cierra esta postal afirmando que Pablo estaba en otro
nivel, en el nivel de la revelación personalizada de Dios que le permitía
comprender la luz de Jesús y toda la historia de un modo que los simples
mortales no tocados por la gracia son incapaces de vislumbrar.
II Desarrollo en torno a la discusión
Bueno, hasta aquí el pensamiento de Fernando Bermejo, lo que aparece
publicado en sus postales. Creo que es una presentación algo extensa y fiel,
pero me parece necesaria para que sus opiniones y sus conclusiones queden
bien claras y se puedan leer de corrido. En el blog, las mismas van
apareciendo en forma no consecutiva y la idea es que se pueda leer todo sin
los cortes que suponen las intervenciones de los otros autores.
Personalmente, no descarto que entre los partidarios de Jesús hubiera personas
convencidas de la necesidad de emplear la violencia, de que debían asociar
esta práctica a la que podía provenir del mismo Dios cuya intervención
aguardaban de un momento a otro. Lo que sostengo es que no creo que eso
haya sido central en su movimiento aunque sea posible que quienes fueron
crucificados con Jesús se contaran entre sus partidarios, comprometidos en
mayor o menor medida con su movimiento. Es más, admito que,
probablemente, haya sido así.
Por otra parte, en su última postal, el mismo Fernando Bermejo sostiene
que Jesús no fue el jefe de un ejército y que la actividad armada no fue crucial
en su trayectoria vital. Lo que ocurre es que si uno reúne los diversos datos
que él fue dándonos en sus varias intervenciones no puede después minimizar
la centralidad de la opción violenta en el proyecto de Jesús. De hecho, lo llama
cabecilla, lo que ya implica otorgarle un grado de protagonismo que lo
distinguiría de cualquier adherente anónimo. Y además, Jesús protagonizó un
acto de sedición en un momento que, según Bermejo, era de paz relativa, es
decir, que no se trató de un episodio más ocurrido como parte de un estado de
sublevación colectiva sino de un acto específico del grupo que tenía por
cabecilla al nazareno. No hay aquí especulación ninguna sino lo que se puede
inferir de lo que él mismo dice. Salvo que ese acto sedicioso se pueda probar
como algo excepcional entre el grupo de sus seguidores, como una respuesta
que tuvieron que dar porque algo los afectara directamente a ellos. Pero esto,
que yo sepa, no se puede demostrar. Y Bermejo tampoco aporta más
elementos.
Si a esto le sumamos la posibilidad de que el ministerio de Jesús fuera
bastante breve, ese episodio de sedición no pudo quedar disuelto como algo
marginal, un hecho intrascendente sepultado por las otras características que
Bermejo le atribuye a Jesús, como la de ser alguien profundamente religioso.
Él afirma esto en su última postal, las que leí y releí con sumo cuidado varias
veces. Además, si alguien forma parte de un grupo y su propia autopercepción
en relación con ese grupo supone su derecho a conducirlo, a liderarlo de
alguna u otra forma, esto implica que esa persona no concibe para sí misma un
papel lateral sino que se siente con derecho a un protagonismo que no va a
permitir que nadie le arrebate fácilmente. Esto me parece válido para cualquier
grupo humano. Y si encima, la convicción de esta persona se apoya en la
creencia de que ese respaldo para la misión de que se trate es algo que viene
de Dios, un mandato divino, la posibilidad de admitir algún cuestionamiento
por parte de otros miembros de ese grupo, partido o secta se puede reducir a
cero.
Ya sé que si uno toma el cuarto Evangelio, la duración del ministerio de
Jesús se puede extender a un período comprendido entre los dos años y medio
y los tres años. En cualquier caso, se trate de un ministerio breve o extenso, si
ponemos su duración en relación con la posibilidad de que su grupo de
seguidores estuviera integrado por violentos y de que esa característica se
acentuara con el paso del tiempo, se pueden sacar, a mi juicio, dos
conclusiones: en una actividad de corta duración, un acto de sedición,
seguramente, se hubiera destacado mucho más, imponiéndose a otras posibles
notas distintivas de su movimiento y más aún si ese hecho era fácil de aislar
por no haber estado precedido ni seguido por otros actos semejantes. En el
caso contrario, si su ministerio itinerante duró más tiempo, sorprende que las
autoridades no hayan hecho nada antes, que lo dejaran crecer, que le
permitieran seguir visitando las ciudades, curando a los enfermos, enseñando
en las sinagogas y hasta en el Templo, tolerando sus cuestionamientos y
desafíos. Sorprende que no hayan adoptado la previsible actitud que adoptó
Herodes con Juan el Bautista, alguien cuyo ajusticiamiento decidió por el
miedo que tenía fundado en el ascendiente de su prédica, en esa capacidad de
conmover al pueblo hasta el punto de ser capaz, según el historiador judío
Flavio Josefo, de lograr por parte de aquel lo que Juan estuviera dispuesto a
pedirle. Y esto lo dice Flavio Josefo, cuyo testimonio, que yo sepa, no se
considera interpolado y es una fuente independiente.
También es frecuente leer que Josefo, en sus obras, tenía la intención de
dejar bien parados a sus connacionales por lo cual desacredita a los que
practicaban la violencia; sin embargo, él no dice nunca que esta pudiera ser
una característica del movimiento cristiano.
En la postal del 8 de agosto, cuando Fernando Bermejo enumera algunas
verdades elementales, él dice que la hipótesis del Jesús resistente antirromano
se fundamenta en los mismos Evangelios y no en ningún presupuesto
ideológico. Pero en la del 15 de agosto les niega la misma verosimilitud a los
escritos evangélicos cuando duda de la información que se desprende de ellos
en el sentido de que Jesús haya sido detenido solo. La verdad es que las
contradicciones e inverosimilitudes de los Evangelios parecen ser contagiosas
porque afectan hasta a su misma exposición.
Otra afirmación que él hace en su postal del 22 de agosto es la de
atribuirle a Jesús la condición de ser un judío profundamente religioso. Yo me
cuento entre los que aprecian la pintura que nos da Geza Vermes en su libro
La religión de Jesús el Judío. Este libro tiene el enorme mérito de anclar a
Jesús en su medio histórico, de situarlo en la línea de algunos rabinos de la
época. Geza Vermes habla de Honí, “el Trazador de Círculos”, y hasta relata
una curación de Hanina Ben Dossa muy semejante a una que realizara Jesús.
Pone de ejemplo una síntesis de la ley, un texto de gran belleza que podría
leerse casi como una hermosa plegaria. Fue gracias a Geza Vermes que
aprendí que Jesús llevaba una vestimenta con flecos rituales y que su aparente
rechazo de la ley mosaica es una fantasía que no puede respaldarse ni con los
mismos Evangelios. Y confieso que ese retrato me dio una dimensión humana
de Jesús que no debería escandalizar a ningún creyente, menos a quienes
hicieron de la encarnación un pilar de su teología. Pero, ese retrato de un
Jesús religioso comparable a otros rabinos, anteriores o posteriores a él, no me
convence demasiado. Si él hubiera sido solamente un maestro que dijo cosas
parecidas a las que sostuvo Hillel o hizo otras que guardaban cierta semejanza
con algunas de las realizadas por los judíos nombrados líneas arriba, siento
que esto no explica su muerte violenta. Y tampoco me olvido que es el mismo
Geza Vermes quien en ese libro da como un dato seguro de la vida de Jesús el
haber dicho o hecho algo en el Templo que selló su suerte. Y lo mismo piensa
Ed Parish Sanders, autor de Jesús y el judaísmo, cuando entre una serie de
acontecimientos seguros en la vida del nazareno incluye un incidente en el
Templo.
También es importante tener en cuenta que la religiosidad judía de Jesús,
que no me parece negada en los Evangelios, él la despliega imprimiéndole su
propia especificidad. A la sinagoga va a curar y en el Templo hace lo mismo.
Su relación con esas importantes instituciones de la religiosidad hebrea tiene
la marca imborrable de una tensión que no se condice con la de un estricto
religioso o con la de alguien en quien ese rasgo haya sido dominante. Esto no
comporta, por mi parte, un intento por hacer más relevante la originalidad de
Jesús o atenuar su judaísmo. No tengo ningún problema con ese dato real de
su vida. Y creo que nadie debería tenerlo. Sé que en la historia de la
investigación sobre Jesús no faltan quienes destacan ese rasgo central de su
persona. Joseph Klausner, en un libro aparecido en los primeros años del siglo
XX, también conecta a Jesús con su ambiente histórico judío. Y hay otros
escritores judíos, como David Flusser, que siguieron la misma línea de Joseph
Klausner.
En honor a la verdad, también debo decir que la condición de religioso no
tiene, necesariamente, que estar reñida con la violencia; no creo que quienes
protagonizaron la sublevación contra Antíoco IV Epífanes en el siglo segundo
antes de la era común, en la época de los macabeos, fueran menos religiosos
por haber tomado la decisión de luchar contra aquellos que habían puesto en
práctica una política de helenización forzosa.
De todos modos, volviendo al judío Jesús, creo que la violencia no fue
relevante en su movimiento porque en los Evangelios hay otros datos
convergentes que pueden explicar su final trágico como consecuencia de una
conflictividad creciente de él y su grupo con los escribas y fariseos y en una
etapa final, después del incidente en el Templo, con el clero saduceo cuyo
sumo sacerdote pareció entenderse bien con el prefecto romano. No nos
olvidemos que antes de Caifás hubo cuatro sumos sacerdotes en doce años y
que el período en el cual este estuvo en funciones se sincroniza perfectamente
con la gestión de Poncio Pilato. Y lo mismo su final.
Lo que sí creo es que ese judío capaz de decir o hacer algo fuerte en el
Templo, también debió de ser capaz de discutir con sus contemporáneos con
la pasión con la que se relatan algunos de esos encuentros en los mismos
Evangelios. Esta es la violencia de Jesús que menos soportaron sus
contemporáneos: la violencia de decir lo que era conveniente callar y de hacer
lo que otros o no podían o no sabían poner en práctica.
Es por esto que me parece exagerado que algunos especialistas le
atribuyan a los primeros cristianos la creación de ciertas posiciones polémicas
de Jesús con la explicación de que se estaba consumando la división entre el
cristianismo naciente y su religión madre y que la comunidad proyectó a los
tiempos de él. En este sentido, si imagino una especie de tensiómetro que
tendría en su grado máximo de tensión lo que Jesús pudo decir o hacer en el
Templo hasta el punto de llegar a rodearse de algunos discípulos armados,
¿cuál es el inconveniente en que el protagonista real de esas discusiones haya
sido el mismo Jesús y no la comunidad primitiva? ¿Cuál es el argumento de
peso al que se podría apelar para sostener lo contrario? ¿Por qué no pensar que
la persona capaz de una acción máxima (hacer o decir algo en el Templo que
lo puso en la mira del poder judío-romano) pudo ser también responsable de
una acción mínima (discutir con los representantes de las otras escuelas o
conducirse con una libertad preocupante)?
También me llama la atención que él diga que los relatos de la pasión
están repletos de inexactitudes y contradicciones cuando él mismo utiliza esos
relatos para sostener algunas de sus afirmaciones. De hecho, en la postal del
15 de agosto, cuando enumera las razones por las cuales quienes fueron
crucificados con Jesús tenían que ser personas a él ligadas, da por sentado lo
que dicen esos relatos “inconsistentes” y hasta él mismo afirma textualmente
que «no hay razones para dudar de estas noticias».
Algo parecido ocurre cuando en la última postal, la del 22 de agosto,
resume ciertas características de Jesús, algunas de las cuales aparecen en los
mismos textos evangélicos. ¿No es, acaso, en esos relatos, que para Fernando
Bermejo parecen no tener ni pie ni cabeza, donde se descubre a un Jesús
religioso, que va a la sinagoga y al Templo, que predica el Reino de Dios, que
se opuso al pago del tributo, que probablemente se viera a sí mismo como el
Mesías o con algún papel relevante en el marco de la inminente intervención
divina? ¿No es en esos textos dónde algunos fariseos se acercan a Jesús para
advertirle de las malas intenciones del tetrarca Herodes, alguien de quien
tenemos noticias no solo por lo que dicen las fuentes evangélicas sino por el
testimonio del mismo historiador judío Flavio Josefo y cuyos datos se integran
perfectamente con aquellas? ¿O también lo que dice el historiador judío sobre
Juan el Bautista está interpolado por las siempre omnipresentes manos
cristianas? ¿No es, asimismo, en ese testimonio donde Flavio Josefo nos
informa de la preocupación de Herodes por el fuerte ascendiente del Bautista
sobre el pueblo sin dar cuenta de una reacción violenta por parte de sus
seguidores aun después de que lo hubieran asesinado en la fortaleza de
Maqueronte? ¿No nos dice el mismo Josefo que sus seguidores dieron una
interpretaron en clave religiosa de la derrota sufrida por Herodes frente al rey
Aretas por haber el primero repudiado a la hija del segundo para casarse con
Herodías? Que los discípulos del Bautista valoraran de esa forma su muerte no
hace más que revelar la alta estima que les merecía su figura. A sus ojos, nada
menos que Dios se ponía de su parte.
Aludo a esto porque es algo que Fernando Bermejo, seguramente,
comparte conmigo y que yo también leí en sus postales y es que Juan y Jesús
tenían mucho que ver entre sí, estaban en el mismo camino, respiraban la
misma atmósfera religiosa e ideológica. Y esto se puede leer en los
“inconsistentes y contradictorios” textos evangélicos, se lee con tanta claridad
que hasta se aprende en la escuela dominical o se puede ver en las películas
sobre Jesús. Es tan estrecha la relación que hasta parece que tienen mucho que
ver entre sí desde el mismo seno materno.
Con respecto a este punto, al de la mayor o menor inverosimilitud de los
relatos evangélicos, es algo que Fernando Bermejo comparte con Gonzalo
Puente Ojea y que los dos repiten ad nauseam. Esos textos son incoherentes,
inverosímiles, repletos de inexactitudes y contradictorios, pero es ahí donde el
primero se apoya para dar por ciertos algunos hechos y hasta reconocerles una
credibilidad bastante alta. Y lo dice él, con sus propias palabras. Y me
sorprende que Fernando Bermejo no advierta que la semblanza que él mismo
nos da de Jesús en las postales que yo resumí está hecha de algunos trazos que
se sustentan en esos relatos y que él considera fiables. Él da por seguras cosas
que encuentran ahí su respaldo sustancial. Y supongo que arribó a esa
conclusión después de un trabajo crítico complejo. ¿No será que el problema
lo tiene él porque quiere encontrar en esos materiales un tipo de información
que luego va a leer con parámetros que no respetan el sentido que quisieron
darle quienes los escribieron? ¿Por qué parece esperar de esos textos una
coherencia de acuerdo a una lógica más propia del positivismo que de la
crítica moderna? ¿Pretende, acaso, que los autores de los Evangelios
escribieran una tesis doctoral o una biografía como la que puede leerse en un
libro moderno? ¿O es probable que Fernando Bermejo proyecte sobre esos
textos y sus autores toda la desconfianza y el rechazo que le merecen la Iglesia
Católica? Quizá sea esta una retroproyección más plausible que la que algunos
le endilgan a los primeros cristianos. Para sostener esto me apoyo en algunas
postales del mismo Fernando Bermejo en las cuales pegó el salto del siglo
primero al veinte para hablar de Marcial Maciel a quien, por supuesto, no se
me ocurre defender, pero convengamos que cuando se actúa así las cosas se
mezclan peligrosamente. Algo parecido se percibe cuando habla de los tics
antijudíos de los cristianos, una especie de pecado original con el cual parecen
nacer todos los que adhieren a esa fe.
Los autores de los Evangelios, quienes ellos hayan sido, eran personas
creyentes, por lo cual la mirada que hacen de Jesús no puede estar desprovista
de esa dimensión que a ellos los constituye y que es la perspectiva desde la
cual miran los sucesos. Esto no es muy diferente a lo que le puede ocurrir a
una persona creyente hoy en día, en este mundo capaz de dar muchas
explicaciones y fundamentarlas racionalmente. En este sentido, me parece
igualmente válido un abordaje realizado desde la historia de las ideas o el de
quienes efectúan un análisis que se basa en el materialismo histórico. Lo que
no comparto es la suposición de que la persona religiosa, por el solo hecho de
serlo, tenga una ilimitada capacidad para la fantasía hasta el punto de que no
se le pueda dar casi ningún crédito a lo que afirma. De hecho, Fernando
Bermejo, en la última postal relativiza el testimonio de Pablo argumentando
que él se encuentra en un plano tan superior y que la capacidad mitopoética
humana es capaz de operar las transformaciones más increíbles que uno pueda
imaginarse. Lo que parece no ver Fernando Bermejo es que la dimensión
religiosa puede imponer, por su misma naturaleza, una transmisión cuidadosa
de aquello que venera.
Lo que acabo de decir lo prueban los descubrimientos que en 1947
tuvieron lugar en Qumrán, los que se conocen como Rollos del Mar Muerto.
Esos textos que nos dieron copias de muchos libros de la Biblia, mil años más
antiguos que las copias conservadas hasta entonces, datadas en torno al año
mil, a la vez que reforzaron con más pruebas la diversidad del judaísmo de
entonces testimoniada en los Evangelios y en Josefo (es en ellos donde nos
enteramos de la existencia de los esenios, fariseos, saduceos, herodianos,
sicarios y zelotas), permitieron el acceso a otros textos que además de
confirmar su pluralidad textual, certificaron la existencia de un bloque de
relatos que hoy podemos leer en nuestras biblias. Las dos cosas son ciertas, la
diversidad y la continuidad, lo que se mantiene y aquello que se cambia o
enriquece sin dejar de ser por esto como las ramas de un único árbol que
hunde sus raíces en el mismo humus religioso, social, económico y político.
Con respecto a esto que estoy diciendo, recuerdo la lectura de un trabajo
de Frank Cross publicado en un libro de Hershel Shanks sobre los manuscritos
qumránicos. En ese estudio, el profesor se ocupa de un fragmento aparecido
en un rollo de Qumrán sobre una batalla relatada en el primer libro de Samuel.
Frank Cross sostiene ahí que el fragmento en cuestión completa la
información del texto bíblico y vuelve inteligible el suceso relatado en este
último, permitiendo una mejor y más completa recuperación de su contexto.
Aludo a esto porque creo que el argumento de la creación mitológica y poética
no se ajusta ni se puede aplicar con ligereza a cualquier experiencia que pueda
considerarse religiosa. Además, el judaísmo y el cristianismo son religiones
para las cuales Dios actúa en la historia, de manera que esta no puede
transformarse en un conjunto de paradojas incomprensibles que nos lleve a
decir cualquier cosa, sin sustento alguno. No me parece posible que los
seguidores de Jesús se hayan dado a jugar una especie de carrera para ver
quién era capaz de inventar la historia más atractiva para convencer a los
demás. Gerd Theissen, en La sombra del galileo, ilustra imaginativamente la
imposibilidad de manipular todos los datos para hacerles decir cualquier cosa.
Incluso, podemos ensayar con nuestra propia vida el intento de recuperar
ciertos hechos que nos tuvieron por protagonistas directos. Vamos a recordar
unos y no otros, vamos a destacar ciertas vivencias en claro contraste con
otras, mientras que ciertos sucesos, quizá importantes para otros, brillen por su
ausencia en nuestra evocación. Lo que ocurre es que la composición de un
libro moderno se guía por reglas que no eran las de los autores de los
Evangelios. El trabajo de alguien cuya autoría no ofrece dudas no se puede
comparar con la obra de quienes escribieron bajo otros parámetros, cosiendo
tradiciones sueltas bajo un plan teológico en el cual se entrecruzaban varias
dimensiones: la historia humana y la lectura de la misma en clave religiosa,
practicando una exégesis que buscaba cierta luz en la vieja Escritura.
En este caso, de ser imposible afirmar algo, Fernando Bermejo debería
renunciar a pasarle la criba de la crítica a textos que no pueden darnos ningún
dato seguro. Sin embargo, y lo repito una vez más, es él quien nos da un
núcleo informativo básico sobre Jesús, lo que de alguna manera implica cierto
reconocimiento a favor de esos textos “fantasiosos”. Y esto relativiza la fuerza
argumentativa que apela a la mitopoesía para tornar casi increíble cualquier
testimonio de naturaleza religiosa precisamente porque los Evangelios lo son.
Volviendo a Jesús y a los Evangelios, me parece importante recordar que
el mismo Pablo tendió algunos puentes con la comunidad primitiva, con
aquellos que habían estado en el círculo inmediato de Jesús. Esto se puede leer
en el libro de los Hechos y en sus cartas. No hay una ruptura absoluta con la
comunidad primitiva por parte de Pablo. Eso es falso. Los mismos textos no
autorizan esa afirmación. Inclusive, quienes defienden que Pablo fue poco
menos que el inventor real del cristianismo, no pueden negar que si hubo una
especie de síntesis entre lo que Pablo pensaba y la comunidad de seguidores
inmediatos de Jesús y aunque en esa síntesis los elementos paulinos pudieran
considerarse preeminentes, digo, esto no hace más que demostrar que el
diálogo entre ellos tuvo lugar, que una parte no pudo ignorar a la otra,
borrándola como si nunca hubiera existido.
Tampoco quiero dejar de referirme a lo que Fernando Bermejo dice en la
postal del 22 de agosto cuando afirma que el Jesús judío fue transformado en
no judío y el nacionalista en universalista.
En el Evangelio, Jesús anuncia el Reino de Dios. Es algo testimoniado de
manera múltiple y son abundantes las situaciones en las que Jesús se refiere a
el. El Reino es predicado a los pobres, a los enfermos, a las mujeres, a los
niños, a los leprosos, a las prostitutas, etc. La persona que lo anuncia está
muchas veces en abierto conflicto con quienes escuchan su mensaje y la ética
del Reino aparece en las parábolas de Jesús, es puesta en relación con la vida
real de la gente simple, implicándolas, exigiéndoles siempre una respuesta.
Ese mensaje que condensa unos valores que desconciertan a los demás porque
señalan la perspectiva de Dios y esa perspectiva confronta con el legalismo de
quienes no aceptan que los obreros de la viña que trabajaron menos cobren
igual que los que soportaron la pesada jornada completa. Es este mensaje del
Reino, con esa innegable sustancia transgresora que no temo en llamar
revolucionaria, el que repite Jesús cuando cuenta que los elementos más mal
vistos entonces son aquellos a los que se les abren las puertas para que asistan
como invitados al banquete de bodas. Es el que reta a sus discípulos cuando
intentan apartar a los niños de su lado y toma a uno de ellos y lo pone como
modelo del Reino que anuncia. Y los ejemplos podrían multiplicarse
colocándonos frente a una pintura dotada de gran coherencia, que no es para
nada contradictoria, que solo no la ven aquellos que no quieren verla. Y esto
no lo digo refiriéndome a quienes no son creyentes. Pienso que quienes
aborden el estudio de Jesús, aun desde una visión por entero ajena a la fe,
pueden también encontrarse, sin esfuerzo, con esa persona cuya semblanza
nos dan los Evangelios.
Ahora bien, este Jesús predicador del Reino, que comía con pecadores,
que curaba enfermos sin preocuparse mucho del día de la semana en el cual le
era requerida la curación, este Jesús que se puso del lado de los discípulos
cuando algunos cuestionaron que comieran espigas sin lavarse las manos, este
hombre que tuvo palabras más que elogiosas para Juan el Bautista y cuyo
ministerio se desarrolló en Galilea ¿no pudo decir algo a favor de los gentiles,
pensar que tenían un lugar en el Reino que esperaba? ¿No es en las escrituras
hebreas donde se lee que no hay que oprimir al extranjero porque extranjeros
fueron los judíos en Egipto? ¿No es en esas mismas escrituras donde los
profetas tienen un atrevimiento que se puede comparar con el de Jesús y que,
seguramente, este aprendió de aquellos? ¿No es en el libro de Jonás donde el
profeta que aguarda expectante la destrucción de Nínive va a tener que
soportar que Dios obre misericordiosamente y ponga a los ninivitas como un
ejemplo para sus elegidos? ¿No fue el profeta Natán el que se animó a decirle
al rey David en su propia cara que lo que le había hecho a Urías el hitita, un
extranjero, merecía el castigo de Dios? ¿No es en esas mismas escrituras
donde al lado del huérfano y la viuda, figuras que representaban la debilidad
y el desamparo, está también el inmigrante, el otro, el diferente? ¿Por qué no
aceptamos que la influencia que otras religiones pudieron llegar a tener sobre
la fe judía y, en especial, sobre Pablo también pudo haber impactado sobre
Jesús y sus discípulos? ¿No desarrolló Jesús, acaso, gran parte de su ministerio
itinerante en la que era conocida como Galilea de los gentiles? Esta
característica de su actividad, la itinerancia, lo puso en contacto seguro con
personas muy diferentes que pudieron incidir sobre él. Creer que solo el judío
Pablo pudo ser influido por el contexto me parece una decisión arbitraria.
Bueno sería pensar que Jesús pudo también haberlo sido. Y esto deberían
tenerlo muy claro aquellos que están convencidos de que Jesús fue un hombre
común y corriente. Y ningún hombre de carne y hueso puede eludir el impacto
del medio en el cual vive.
Con estos antecedentes, que Jesús conocía, es perfectamente coherente
que también haya dicho algo a favor de los gentiles y que esa semilla
sembrada por él produjera más tarde el fruto que conocemos. No creo que los
textos que nos hablan del predicador que llega a la región de Tiro y Sidón y
cura a la hija de una mujer sirofenicia, que le devuelve la salud al siervo del
centurión y que se pone de parte de la mujer adúltera que iba a ser apedreada
hayan sido episodios inventados, carentes del más mínimo anclaje en lo que
Jesús hizo y dijo. Que pudieron ser retocados, coloreados de alguna manera,
tal vez. Pero eso pasa con la historia que refiere cualquiera sobre el hecho que
sea. Autores insospechados de haber sido comprados por el oro del Vaticano
como Edward Hallet Carr, Lucien Febvre y Marc Bloch reflexionan en sus
libros sobre la imposibilidad de recuperar el pasado en estado puro. Los
historiadores son, en cierto sentido, los hacedores de una obra de arte. Y si
bien los evangelistas no lo eran, vale para ellos el principio que rige para
cualquiera que evoca su pasado: se mira lo que ocurrió desde un presente que
nadie, nunca, puede eludir jamás.
Antes de cerrar estas breves consideraciones sobre el pensamiento de
Fernando Bermejo no quiero dejar pasar por alto lo que sostiene en su postal
del 8 de agosto cuando afirma que el rechazo por parte de los exégetas de la
hipótesis que vincula a Jesús con la resistencia antirromana impacta en el gran
público porque es la más difundida. Primero, que los sacerdotes, en caso de
que algunos puedan ser estudiosos o exégetas, no difunden desde el púlpito las
hipótesis de los especialistas. El marco no es apropiado. Además, los libros de
los exégetas se publican en editoriales especializadas y jamás se convierten en
best seller, nunca. Fernando Bermejo podría hacer una encuesta y preguntarle
a la misma gente que conoce a Dan Brown si sabe quién es Raymond Brown.
Los libros de los especialistas serios salen muy caros y quizá no haya una
buena política de divulgación que haga posible que ciertos temas puedan ser
accesibles al gran público.
Hablando de Dan Brown, recuerdo muy bien cuando hace algunos años
salió ese libro. En una librería de Buenos Aires, en pleno centro porteño, había
una mesa donde esa “obra” estaba junto a la de otros “grandes autores” como
Michael Baigent y Richard Leigh, apasionados difusores de la tesis de Robert
Eisenmann que identifica a los qumranitas con personajes de la comunidad
cristiana primitiva. Incluso, libros viejos de esos escritores tales como El
enigma sagrado y El legado mesiánico ocupaban un lugar central en esa mesa,
al lado del libro de Brown. Eso sí tiene una gran difusión. Y seguro que
ganaron muchísimo dinero. Más tarde leí en un periódico argentino que se
habían hecho juicio entre ellos acusándose mutuamente de plagio.
Otro punto que me llama la atención de la exposición de Fernando
Bermejo aparece en su postal del 15 de agosto cuando dice que el evangelista
estaba preocupado en negar la relación de Jesús con lestai, su condición de
resistente antirromano. Esto me sorprende mucho y me lleva a hacerle una
pregunta inevitable: ¿Cómo pudieron tener los autores de los Evangelios la
intención de negar el motivo real de la muerte de Jesús si son ellos quienes
consignan en sus obras que Jesús fue muerto en la cruz y que de la misma
pendía un letrero que daba cuenta del motivo de su condena? ¿No es este dato,
crucial en la vida de Jesús, el que no omiten los evangelistas y el que podía
resultar revelador para quienes no conocían bien la religiosidad judía? ¿No es
el brillo que este hecho tiene por sí mismo incapaz de quedar relegado por
cualquier tipo de especulación teológica por más elevada que esta fuera?
Además, si estaban los escritores evangélicos abocados a desarrollar una
capacidad creativa ilimitada, ¿por qué no omitieron ese dato más que
problemático en la historia de su líder quienes parecen haber sido capaces de
cualquier cosa? Sin embargo, el mismo está ahí, inocultable, en una
presentación tan sobria del ministerio de Jesús como la que hace Marcos en su
Evangelio.
Sin salir del terreno de la capacidad creativa, imaginemos el siguiente
ejercicio: el testimonio de Marcos llega a un grupo de personas no muy
conocedoras de la religiosidad judía. Pensemos en una zona un poco alejada
de Palestina, de los lugares por los cuales transcurrió la vida de Jesús. Estas
personas viven bajo el dominio romano y un día de sus vidas escuchan o leen
el testimonio contenido en Marcos o en cualquier otro. Probablemente, el dato
que no pasarían por alto sería el de la crucifixión de Jesús, pena que esa gente
sabía que los romanos aplicaban, porque si bien ellos no la inventaron, sí
generalizaron su uso. No creo que toda la especulación teológica que se pueda
hallar en los Evangelios hubiera sido suficiente para ocultarle a la gente
común ese hecho sustancial. Además, no dejemos de tener en cuenta que el
Evangelio de Marcos está bastante lejos de la elevada cristología que uno lee
en el Evangelio de Juan, texto cuya composición suele fecharse hacia fines del
siglo I y comienzos del II. Incluso el mismo Pablo hace de la muerte, sepultura
y resurrección de Jesús el centro de su predicación y esto está en perfecta línea
con la posición que sostiene que, tal vez, lo que se haya puesto primeramente
por escrito haya sido un relato de la pasión de Jesús al que más tarde se le
fueron añadiendo otros elementos hasta obtener la forma final que conocemos
en la actualidad.
Los evangelios cristianos siguen siendo los mismos que se escribieron
hace más de mil novecientos años. Siguen siendo la principal fuente para
saber algo de la vida de Jesús, casi la única palabra autorizada. No es este el
lugar para reiterar lo que piensan los estudiosos sobre los apócrifos y sobre las
pocas menciones que aparecen en la literatura pagana, pero al final, lo único
que queda es el Nuevo Testamento. Acá no parece tener valor esa frase que
dice que la historia la escriben los que ganan. Al menos, los autores de los
Evangelios dieron testimonio a favor de alguien que murió en una cruz
romana y cuyos adeptos no se contaban en gran número. Y ellos, inicialmente
perseguidos, escribieron los relatos que llegan hasta hoy, los que
atraviesan la historia sin acomodarse nunca. Y esto lo digo por los textos,
por el testimonio que contiene el Evangelio. Claro que defeccionaron las
personas. Seguro que se reacomodaron quienes ven a la iglesia como un lugar
de poder. Pero el mensaje que aparece en el Evangelio es el mismo, sin
cambios ni retoques. No hubo un Evangelio para la iglesia de la antigüedad,
otro para la del medioevo y una nueva reescritura para el tiempo actual. Los
textos son los mismos. Sin duda que se han realizado grandes progresos desde
Pío XII en adelante debido al estímulo que recibieron los estudios bíblicos.
Pero las miradas se realizan sobre los mismos textos que fueron puestos por
escrito hace más de mil novecientos años.
El 5 de septiembre de 2012 Fernando Bermejo publicó su respuesta a mis
opiniones. Lo hizo en la página www.tendencias21.net/crist en una postal
titulada “Respuestas a un lector sobre hipótesis implícitas”. Esto me llevó a
seguir reflexionando sobre el tema y a poner por escrito casi todo lo que sigue
a continuación.
Con respecto al párrafo con el cual comienzo mi escrito, lamento que
Bermejo lo interprete como una distorsión de lo que él dice. Le agradezco que
me reconozca la posibilidad de ser honrado, de no albergar ninguna mala
intención, pero en este texto hice una síntesis, creo que bastante completa, de
lo que expone en sus postales y, a decir verdad, pienso que él está seguro de
que Jesús fue un resistente antirromano y por más que limite su actividad
sediciosa a un acto en el que hubo armas, esa caracterización predomina sobre
otras imágenes posibles de Jesús.
Quizá, en el párrafo aludido, yo fui demasiado enfático en sintetizar lo
que me parece que se desprende de sus diversos escritos. El resultado de sus
intervenciones, publicadas con discontinuidad, es casi concluyente. Es verdad
que Bermejo habla de un acto en el cual Jesús pudo estar implicado. Pero ese
acto no es algo descolgado de su actividad que se pueda atribuir a un ataque
de nervios o una reacción explicable a partir de un hecho concreto.
En este caso es el manejo de los datos, lo que él da como seguro, los
hechos de los que dice estar firmemente convencido (son sus palabras) los que
para mí apuntan a sostener una hipótesis que excluye otras posibilidades y que
ofrece un retrato de Jesús que me parece demasiado parcial. La pregunta que
le formula a Xabier Pikaza y que yo reproduje más arriba no hace más que
revelar que él está convencido de lo que dice. De su hipótesis, claro.
Sostiene luego que «la idea de que Jesús creyó que el Reino de los Cielos
se impondría por la fuerza de las armas ni se me puede achacar a mí, ni se
encuentra en autor alguno que yo conozca”. Clarísimo. Pero es él quien en su
postal del 18 de julio dice que el Rollo de la Guerra de Qumrán «… podría
ayudar a arrojar luz sobre la existencia de una combinación semejante en el
galileo». También es cierto que en la del 25 del mismo mes dice que «… en el
judaísmo antiguo la conexión entre creencias apocalípticas y comportamientos
violentos sería en principio difícil de probar, pero que una posible excepción
podría estar representada por el Rollo de la Guerra de Qumrán». Y este rollo
es, justamente, el que podría dar cuenta de una «combinación semejante en el
galileo».
Fernando Bermejo va juntando elementos con el objeto de probar la
validez de aquellas cosas de las que él está seguro. De su hipótesis, claro. Está
bien. Eso no se puede discutir. Lo que a mí me parece es que las pruebas que
él cita no dan cuenta de otros muchos datos que figuran en los Evangelios a
los que él les reconoce mayor verosimilitud de la que, en apariencia, se
desprende de sus mismas palabras.
También entiendo y comparto lo que dice Bermejo cuando afirma que lo
que uno puede recuperar de una figura histórica del pasado lejano es una
reconstrucción hipotética que jamás va a darnos un retrato acabado de nadie.
Esto es válido para cualquier personaje de la historia. Ninguna reconstrucción
va a estar despojada de la subjetividad que le imprimirá quien se dio a la tarea
de realizar esa recuperación.
Además, lo que brilla por su ausencia en la hipótesis de Bermejo es
que no hay ningún lugar para la posibilidad de que la condena de Jesús
haya sido el resultado de una connivencia política entre el clero judío y la
autoridad política romana. Es verdad que Bermejo afirma que la crucifixión
en sí misma no indica nada y que esto pudo deberse a los más diversos
motivos. Hasta enumera algunos. Pero esto se menciona al pasar y no aparece
destacada la conflictividad de Jesús no solo con el clero judío sino también
con los escribas y fariseos. Parece no tener ninguna importancia en un
crescendo de violencia que podría explicar el final trágico de Jesús. Y estos
datos también son abundantes y convergentes en los Evangelios y no está bien
omitirlos porque están en la base de cualquier explicación que quiera dar
cuenta, seriamente, del oprobioso desenlace de la historia de Jesús. Salvo que
en el plano popular del blog no los mencione y sí en el plano académico.
En su época, Jesús fue visto de diferente forma por la gente: profeta, Juan
el Bautista resucitado, mesías, maestro, exorcista y curador. Y pienso que una
hipótesis que nos diga algo de la persona de Jesús, de lo que él pudo ser o del
contenido de su mensaje, debe tratar de encuadrar esas percepciones populares
en los modelos de la religiosidad bíblica y ver si la convergencia de esas
percepciones iluminan, de algún modo, una explicación razonable de su
muerte en la cruz. Si no le presta la debida atención a esas semblanzas que
tenemos de Jesús no se puede ofrecer un retrato completo, hipotético por
cierto. Y no creo que Fernando Bermejo decida desestimarlas porque las
mismas puedan proceder del plano popular y no del académico.
La muerte de Jesús en la cruz es el fruto de una trayectoria y esta no debe
separarse de la relación que él entabló con sus contemporáneos y de cómo
estos lo vieron. Si lo fueron a buscar al huerto de Getsemaní fue por algo, por
lo que hizo y dijo antes, un antes cuya extensión no se puede determinar con
exactitud, pero ese antes es una vida desplegada en hechos y palabras que
irritaron a algunos. Esto para mí es tan firme, tan cierto y seguro como la
misma crucifixión. Y la previa muerte del Bautista es muy iluminadora. Y
estas marcas están presentes en los relatos evangélicos, por todas partes. Y no
creo que sea el resultado de la creatividad de quienes se dieron a la tarea de
reescribir todo lo que había ocurrido.
Incluso, parte de la complejidad que supone el abordaje de los Evangelios
reside en que al tratarse de literatura religiosa, los planos de la historia, de su
interpretación y de su relectura bajo la luz de los anuncios proféticos y de la
exégesis que practicaban los cristianos, semejante a la de los qumranitas del
Mar Muerto, la torne bastante complicada e impida que pueda ser leída como
una crónica solamente histórica. Esto que digo no es un pretexto para evadir
ninguna cuestión complicada sino que lo señalo porque es parte del gran
problema que tienen algunos cuando se ponen a estudiarlos. Si hasta Fernando
Bermejo admite ciertos malentendidos con relación a la presentación de su
hipótesis por el hecho de que no realizó una exposición más sistemática. Y eso
que él escribe en un blog de alguien conocido, en una postal que aparece
firmada, con fecha y que no sería difícil acceder a más datos de su persona por
todo lo que lleva publicado. Es una lástima, pero esto no ocurre con los
Evangelios. Tengamos paciencia entonces.
Posteriormente, Fernando Bermejo menciona una serie de hechos que
para él son seguros. Cito el fragmento completo:
La cuestión es que quien pronuncia la frase de Lucas 22:36 es Jesús, quien tuvo
pretensiones regio-mesiánicas fue Jesús, quien fue crucificado como “rey de los
judíos” fue Jesús, quien fue acusado de resistirse al pago del tributo fue Jesús, y de
quien nos cuentan las fuentes que era el maestro de su grupo y hablaba con
autoridad, etc., etc., era Jesús.
Tenemos varias cosas. Que Jesús está en el origen del colectivo cristiano
y que era el maestro de un grupo que le reconocía autoridad no creo que nadie
lo niegue. Que fue visto por algunos como mesías, es algo que aparece en los
Evangelios. La escena en la que Pedro afirma que Jesús es el Mesías puede
estar retocada o lo que se quiera, hasta inventada si es de la preferencia de
alguno, pero lo sólido es que no faltaron quienes así lo vieron. En la misma
línea se puede leer la recepción que le hicieron a Jesús durante la fiesta de los
tabernáculos, episodio conocido como la entrada triunfal a Jerusalén. Incluso
Jesús pudo verse a sí mismo con esos rasgos que parecen no estar claramente
definidos entre quienes esperaban la llegada de esa figura o figuras
mesiánica/s.
Con respecto al letrero con la leyenda en la que se acusa a Jesús de la
pretensión de ser el rey de los judíos, se puede decir que las posiciones
religiosas de Jesús fueron reconducidas por sus enemigos en una dirección que
las volviera inteligibles por parte del prefecto romano y justificara su
intervención. Le dieron a Poncio Pilato razones para que este pudiera
condenarlo, algo que ellos no podían hacer. No me imagino al prefecto que
pintan Josefo, Filón y los Evangelios con alegre disposición para recibir un
curso acelerado de religión judía. Los datos sobre Poncio Pilato, si bien son
pocos, también son convergentes y coinciden en describirlo como alguien
responsable de ciertas provocaciones a los judíos. Es por esto que no me lo
imagino en una especie de reposera atendiendo las explicaciones de algunos
sumos sacerdotes. Le llevaron esta historia, que a ELLOS les importaba y
afectaba, y quiso sacarse el asunto de encima con rapidez. No es arbitrario lo
que digo. La condena romana no debería presuponer, solamente, la posibilidad
de que Jesús haya participado de algún acto sedicioso contra los romanos. En
los países dependientes, la relación entre las poderosas minorías internas
y el poder externo es una realidad que dista mucho de poder ser atribuida
a la fantasía de un grupo religioso.
El judío Jesús fue, en primer lugar, un problema para algunos judíos y
después, en ese contexto donde ciertas posiciones religiosas podían repercutir
en el plano político por no estar, quizá, tan diferenciadas esas esferas como en
la sociedad moderna, lo pudo ser para los romanos. Los que quieren sacarlo de
la escena son los judíos con quienes Jesús confronta a lo largo de todo su
ministerio itinerante. Lo siguen, lo buscan, le hacen preguntas, lo cuestionan,
lo observan, lo quieren, lo provocan, etc. Esto está omnipresente en los
Evangelios. Los datos en este sentido también son abundantes y confluyen a
pintar un escenario de conflictividad creciente en el cual se destaca el perfil de
una figura que se enfrentó a algunos judíos que militaban en otras corrientes.
Jesús fue ejecutado, murió en la cruz como un sedicioso o un delincuente
por instigación del clero judío, cómplice del poder imperial. Y una
lectura, sin muchas vueltas, de los mismos Evangelios permite sacar esta
conclusión. No incluir esta posibilidad entre un hipotético conjunto de
razones que traten de explicar su muerte es algo que me llama la atención
y que espero no tenga que ver con la intención de Fernando Bermejo de
no decir nada que pueda irritar a algún sector de la sociedad.
Fernando Bermejo se refiere en su respuesta a una afirmación mía en la
cual yo digo que el heterogéneo movimiento de Jesús bien «pudo haber
contado con un ala radicalizada…». A partir de ahí sostiene que «la
reconstrucción histórica no consiste simplemente en barajar alegremente
posibilidades, sino que consiste en proponer la hipótesis más probable y más
explicativa, en función de la totalidad del material disponible». Bueno, mi
«pudo haber» supone un manejo cauteloso de la información existente por las
mismas razones que él da en el sentido de proponer la mejor hipótesis de
acuerdo a los datos con los que se cuenta. Además, mi «pudo haber» se parece
bastante al «podría ayudar» de él cuando en la postal del 18 de julio sostiene
que el Rollo de la Guerra de Qumrán «… podría ayudar a arrojar luz sobre la
existencia de una combinación semejante en el galileo» y con el «podría estar
representada» que aparece en su postal del 25 de julio. Las dos maneras de
expresarnos tienen en común el no afirmar algo como firmemente acontecido.
En los libros de historia, en especial en los que versan sobre literatura religiosa
y antigüedad, esto es algo que no debería sorprender a nadie por la sencilla
razón de que su abordaje es complejo y en algunos casos, tal como ocurre con
la historia de Jesús, las fuentes son escasísimas. De todos modos, que nadie
suponga que el hecho de disponer de más datos sobre cualquier personaje de
la historia le quita complejidad a la labor del historiador.
Finalmente, Bermejo cita un fragmento de mi escrito en el cual yo
pregunto cuál pudo ser el interés del evangelista en presentar a Jesús como
pacifista en un momento en el cual la violencia se expandía con más fuerza y
la misma podía estimular las expectativas de victoria e inminente intervención
divina.
Fernando Bermejo dice que la respuesta a esta pregunta es doble.
Enumera las cosas de las que él está convencido. Las reitero: Jesús estuvo
implicado en un acto de rebelión en el que se emplearon armas, se opuso al
pago del tributo, tuvo pretensiones regio-mesiánicas por las cuales la
crucifixión colectiva no fue ningún error. En consecuencia, él reconoce que a
pesar de todo lo anterior, de lo que está «virtualmente convencido», no está
seguro de que la violencia estuviera en la médula de su convocatoria a los
galileos de entonces. Reproduzco lo que dice, hasta el final, porque no tiene
desperdicio:
… aunque estoy virtualmente convencido de que Jesús estuvo implicado en al
menos un acto de sedición, en el que se manejaron armas —y de que Jesús se opuso
al pago del tributo a Roma, y tuvo pretensiones regio-mesiánicas—, y de que por
tanto la crucifixión colectiva no fue ningún error, no lo estoy de que la resistencia
armada estuviera “en la médula” de su programa. Tal vez no lo estuvo. Si a esto
añadimos que la crucifixión obligó a repensar las cosas, la respuesta a la pregunta
me parece ser relativamente sencilla: cuando se escribieron los Evangelios, al
menos el grueso de los seguidores de Jesús —incluyendo a los autores de los
Evangelios canónicos— llevaban tiempo habiendo optado por excluir todo tipo de
resistencia armada de su movimiento. Por tanto, a esas alturas se habían tomado ya
otros derroteros.
Dejo de lado lo que dice con respecto a que la crucifixión obligó a
repensar las cosas porque eso, sin duda, tuvo que ser así y hago foco en las
palabras que siguen porque me suscitan algunas inevitables preguntas. Son
tres renglones apenas, pero me parecen muy importantes para entender lo que
realmente piensa Fernando Bermejo o lo que yo creo que él piensa. Tienen la
marca de cierta ambigüedad y exigen un cuidadoso examen.
Vamos por partes. ¿Cuándo se escribieron los Evangelios? Hay un
consenso que sostiene que Marcos fue el primero que se puso por escrito en
torno al año setenta. Le siguieron Mateo y Lucas y, por último, hacia fines del
siglo primero y comienzos del segundo lo tenemos a Juan, el más especial de
los cuatro, el no sinóptico. De todas maneras esto pudo ser la coronación de un
proceso que, quizá, estuvo precedido por la circulación de algunas hojas
sueltas a las que se les fueron adicionando más elementos, como a los
eslabones de una larga cadena.
¿Podemos estimar, siguiendo a Bermejo, una posible fecha en la cual el
grueso de los seguidores de Jesús optó por excluir todo tipo de resistencia
armada de su movimiento? ¿Podemos poner el año sesenta y cinco o el
sesenta, no sé? Sugiero esas fechas, hipotéticas claro, para acercarme al
momento de la puesta por escrito de Marcos y de lo que dice o sugiere ese
párrafo de Bermejo.
Ahora bien, si ellos tomaron esa decisión alrededor del año propuesto por
mí, eso supone el paso de una importante cantidad de tiempo, suficiente para
enriquecer, para bien o para mal, la composición social de cualquier grupo
humano en un mundo en el cual la expectativa de vida no era la que existe en
las sociedades modernas. De todas maneras, me queda claro que decidir no
adoptar una estrategia violenta puede explicarse de dos maneras posibles, no
veo una tercera: o eran violentos y decidieron dejar de serlo o, al debatir sobre
qué camino debían adoptar para el futuro en un contexto de creciente
violencia, consideraron una serie de alternativas entre las cuales figuraba la
violencia y decidieron rechazar una práctica que no habían ejercido nunca.
Que la violencia esté en el orden del día del grupo de seguidores de Jesús solo
puede ser un tema más entre otros a ser debatido. Podemos imaginar a esa
gente reunida, angustiada por la muerte de su guía, de alguien que había sido
el cabecilla de un acto sedicioso antirromano, repensando su vida de cara al
incierto futuro.
En esta reconstrucción, hipotética claro, en los años sesenta del siglo I o
antes, el grueso de los seguidores y quienes escribieron sobre Jesús (alguien
que treinta años antes, más o menos, había protagonizado un acto sedicioso
antirromano en un contexto de paz relativa) decidieron, según Fernando
Bermejo, excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento en una
época que no era de paz relativa. ¿Cuáles pudieron ser los motivos que los
llevaron a tomar esa decisión? Si cuando se escribieron los Evangelios ya
habían transcurrido varios años desde que decidieron eliminar todo tipo de
resistencia armada, podemos conjeturar que resolvieron eso en el año sesenta
o antes. Fernando habla de tiempo, él no es preciso y la verdad es que no se
puede dar una fecha exacta, no lo vamos a hostigar con eso, pero digamos,
como empiezan algunos relatos bíblicos, en aquellos días o en aquel tiempo,
que bien podrían ser los años cincuenta o los años sesenta o antes, el grueso de
los seguidores, es decir su inmensa mayoría, tomó la determinación del
camino pacífico para seguir escribiendo la historia ¿Por qué? Quizá porque ya
estaban un poco grandes para empuñar las armas. Quizá porque ya los
romanos habían eliminado a todos o a casi todos los violentos y dejaron vivos,
tal vez por inspiración divina, a los inteligentes, a los que se iban a abocar a la
creación de la Iglesia para que luego se infiltrara en el Imperio y lo erosionara
desde adentro hasta quedarse con todo.
A mí me gustaría pasar a cifras, hipotéticas claro, a ese grueso de
seguidores que incluye a los escritores de los Evangelios como para que las
cosas sean mejor ponderadas. Los números se entienden en todas partes.
Siguiendo a la Real Academia Española, la palabra grueso se define como
“parte principal, mayor y más fuerte de un todo”. Da como ejemplo la
siguiente oración que me viene como anillo al dedo: “El grueso del ejército”.
Como locución adverbial, en grueso significa “en cantidades grandes”. A
partir de lo dicho elijo el número setenta y digo que, hipotéticamente, el
setenta por ciento de los seguidores de Jesús, en el año setenta (más o menos)
no era violento o llevaba un tiempo relativamente importante sin practicar
actos sediciosos. Pero, se me ocurre preguntar lo siguiente: ¿pudo crecer tanto
el colectivo cristiano, en el marco geográfico palestino, como para dejar en un
lugar minoritario a una línea que podía conectar su accionar violento con el
que como cabecilla había sido capaz de protagonizar casi en soledad un acto
sedicioso (un acto, dice Bermejo) contra la autoridad romana en un momento
de paz relativa? Y si haciendo una de las no pocas retroproyecciones que
suelen detectar los que se dedican al estudio de los Evangelios y
retroproyectamos ese setenta por ciento que propuse hipotéticamente más
arriba a los tiempos de Jesús y decimos que en su tiempo, cuando Jesús era el
cabecilla de un movimiento o de una línea de ese movimiento bautista del que
habla Charles Perrot en su libro Jesús y la Historia, ¿por qué no podemos
sacar como conclusión que entonces también dicho movimiento tenía una
línea integrada por creyentes efusivos, convencidos de que ese tiempo era el
tiempo del accionar de Dios, del hacha puesta en la base del árbol, una línea
probablemente dispuesta a practicar la violencia como otrora había ocurrido
con los macabeos y que no era más que eso, una parte minoritaria de un todo?
¿Puede acaso considerarse arbitraria esta construcción mía que toma como
base lo que el mismo Fernando propone, que no hace más que considerar
como posibles otras explicaciones alternativas, derroteros que van del año
setenta al cuarenta y cinco o cincuenta?
III Conclusiones
Bueno, esas líneas de Fernando Bermejo para mí son bastante
problemáticas y ambiguas y dan para decir mucho si se les pone la lupa; de
hecho, a mí me estimularon una serie de interrogantes que siempre son
necesarios.
Repito la pregunta: ¿Es posible que el movimiento cristiano haya crecido
tanto en Palestina, antes del año setenta, para que entre el grueso de sus
seguidores no se destacara la presencia de una línea violenta que creyera que
ese era el camino hasta el punto de quedar opacada por miles y miles de
bondadosas madres teresa? ¿Si algunos, no sabemos si el grueso de los
seguidores de Jesús, acompañó a este en un acto sedicioso contra los romanos
en un momento de paz y serenidad, por qué no se animaron a más cuando en
la guerra judía ya eran numerosos los actores implicados en la lucha
antirromana? ¿Y Flavio Josefo? ¿Por qué no habla de una participación
cristiana en esa guerra? Él algo sabía del tema y cuando relata la muerte de
Santiago no menciona ninguna reacción violenta por parte de la comunidad
residente en Jerusalén sino que los que se indignaron por ese episodio fueron
los fariseos, quienes antes, según el Evangelio, habían advertido a Jesús
diciéndole que Herodes lo buscaba para matarlo. El mismo Herodes que,
según Josefo y los Evangelios, había matado a Juan el Bautista. Los que antes
habían prevenido a Jesús más tarde no siguieron al Sanedrín que condenó a
Santiago.
Para terminar, quiero señalar que en la vida cotidiana, cualquier suceso
narrado lleva siempre la marca única de aquel que lo refiere. Lo que ocurre es
que esto que se acepta para cualquier texto no siempre es practicado por
muchos que estudian los evangelios cristianos. Son ellos los que tienen el
problema, los que, como decía Jesús, cuelan el mosquito y se tragan el
camello. Disfrutan el hallazgo de una aparente contradicción y no captan una
coherencia que se puede apreciar si se respeta la perspectiva de cada
evangelista y, sobre todo, si no deja de tenerse en cuenta que quienes
transmitieron las historias y más tarde las pusieron por escrito eran los
miembros de una comunidad creyente.
El que no es creyente puede estudiar la Biblia como si fuera un texto
entre otros, uno más de la inmensa producción literaria humana, pero no debe
olvidarse nunca que las innumerables manos que están detrás de su
composición son las manos de personas que creían en Dios, en un ser tan
presente en sus vidas como cualquier otra presencia humana.
Bibliografía
BLOCH, Marc, Introducción a la historia. Traducción de Pablo González
Casanova y Max Aub, México, Fondo de Cultura Económica, 2012
[Breviarios 64].
FLUSSER, David, Jesús en sus palabras y en su tiempo. Traducción de José
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Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982.
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Pasión. Según la investigación y el estudio histórico, Madrid, Edaf, 2007.
PUENTE OJEA, Gonzalo, El mito de Cristo, 2ª edición corregida, Madrid,
Siglo Veintiuno de España Editores, 2000.
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Ramón Alfonso Díez Aragón y María del Carmen Blanco Moreno, Barcelona,
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edición, Salamanca, ediciones sígueme, 1999.
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Álvarez Flórez, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1996.
WINTER, Paul, El proceso a Jesús. Traducción de José Manuel Álvarez
Flórez, Barcelona, Muchnik Editores SA, 1995 [Atajos].
Darío Fernando Benítez es Corrector Literario. Cursó estudios de hebreo bíblico y
teología en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (I. S. E. D. E. T.) en
Buenos Aires y de hebreo moderno en el Centro Universitario de Idiomas de la Universidad
de Buenos Aires. También cursó estudios de historia en el Instituto Superior del
Profesorado Joaquín V. González. Desde hace varios años se interesa por el estudio de
Jesús como una figura más de la historia. Si bien procede del campo católico, en la
actualidad no pertenece a ninguna confesión religiosa.

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Dario4

  • 1. CRISTIANISMO PRIMITIVO Y SEDICIÓN ¿Fue Jesús de Nazaret un antirromano? Darío Fernando Benítez Resumen: Hace casi tres años (a mediados del año 2012) leí en la página www.tendencias21.net/crist una serie de artículos de Fernando Bermejo en los cuales se explayaba sobre la posible condición sediciosa de Jesús y de quienes fueron crucificados con él. En esta página, muy valiosa por cierto, también escribe un conocido autor español, Antonio Piñero, escritor de no pocos libros sobre la historia del cristianismo primitivo. Debo reconocer y agradecer que el primero de los autores nombrados transcribiera entonces, con generosidad, parte de mis opiniones críticas con respecto a lo que él sostenía y luego escribió una respuesta a mis puntos de vista. Pero yo, después, escribí un artículo más extenso que no se publicó en ningún lado y es el que ahora le ofrezco al lector. En este trabajo repaso, en orden cronológico, lo que Fernando dijo en aquellas postales y amplío mi pensamiento sobre el tema. I Cronología de la polémica A esta altura y en función de todo lo que se lleva escrito sobre la posibilidad, más o menos cierta, de que Jesús fuera un sedicioso antirromano me parece necesario hacer una sintética y ordenada presentación de lo que Fernando Bermejo lleva dicho hasta ahora desde el 20 de junio de 2012. Voy a reproducir varias citas textuales para que queden bien claras las palabras de Bermejo. El 20 de junio de 2012 Fernando Bermejo cuestiona la afirmación repetida por toda la exégesis confesional en el sentido de que Jesús fue crucificado con dos delincuentes comunes. Esta posición, según él, hace que la mayoría de la gente suponga que esos hombres no tenían el menor carácter
  • 2. sedicioso y que, en consecuencia, proyecten sobre Jesús la misma consideración. El 18 de julio escribió una nota titulada “Apocalíptica y violencia en Qumrán”, de la cual extraigo el siguiente párrafo: «El interés que presenta el Rollo de la Guerra para el estudio de Jesús y de los orígenes del cristianismo es indirecto, pero no menor. Por un lado, su combinación de apocalíptica y violencia podría ayudar a arrojar luz sobre la existencia de una combinación semejante en el galileo». El 25 de julio escribió la segunda postal dedicada a la apocalíptica y a la violencia en Qumrán. En este escrito sostiene que en el judaísmo antiguo la conexión entre creencias apocalípticas y comportamientos violentos sería, en principio, difícil de probar, pero que una posible excepción podría estar representada por el Rollo de la Guerra de Qumrán. Con estos antecedentes llegamos al 1 de agosto cuando él publicó su carta estival dirigida a Xabier Pikaza. Este último es autor de un comentario sobre el Evangelio de Marcos en busca del cual fue Bermejo para leer lo que dice con respecto al incidente que tuvo lugar el día que prendieron a Jesús en el huerto de Getsemaní. El evangelista dice que «uno de los presentes hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja». En esta postal Bermejo discrepa con Pikaza por la relativización que hace el segundo de los posibles elementos armados presentes en el movimiento de Jesús y menciona la presentación de dos ponencias en una de las cuales «ofrecí un conjunto sistemático de argumentos a favor de la hipótesis de un Jesús implicado activamente en la resistencia antirromana». En esta misma postal manifiesta su deseo de saber si el espadachín era un mero simpatizante o un discípulo importante de Jesús, instala la inquietud con respecto a la capacidad de aquel para controlar a sus discípulos directos y, finalmente, dirigiéndose a Pikaza, le pregunta: «Xabier, ¿tú realmente te crees esto: que si hubo un enfrentamiento armado, Jesús no tuvo responsabilidad alguna en el? ¿De verdad te lo crees?». Unos días más tarde, el 7 de agosto, se publicó la respuesta de Pikaza a Fernando Bermejo. No me detengo en ella porque ahora estoy haciendo una sumaria presentación, lo más fiel posible, de lo que dice Fernando Bermejo en cuyo pensamiento prefiero hacer foco. Al día siguiente, 8 de agosto, Bermejo publicó una postal titulada “La hipótesis de un Jesús implicado en la resistencia antirromana. Verdades elementales”. En esta dice que Xabier Pikaza «no responde prácticamente a
  • 3. ninguna de mis preguntas concretas». Acto seguido realiza una serie de afirmaciones que él agrupa con el nombre de verdades elementales. Son las siguientes: 1) La hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana tiene variantes. 2) Esta hipótesis no tiene su justificación en ningún apriorismo filosófico ni en ninguna ideología. El punto de partida de la misma es lo que dicen los Evangelios debido a que una cantidad apreciable de dichos y noticias relativos a Jesús implican que fue un resistente antirromano. 3) Esta hipótesis no goza de amplias simpatías entre los exégetas. 4) El rechazo de esta hipótesis por parte de los exégetas impacta en el gran público porque es la tesis más publicitada. El 15 de agosto, Fernando Bermejo publicó una postal titulada “¿Por qué Jesús fue arrestado solo? Una pregunta mal formulada”. Sostiene aquí que esa pregunta está mal formulada porque implica la presuposición de que Jesús fue arrestado solo. A continuación transcribo sus palabras: ¿Debemos creer a los Evangelios cuando nos dan a entender que Jesús fue arrestado solo? La razón para formular esa cuestión no es solo la prevención crítica genérica, sino también otra más concreta: los cuatro Evangelios afirman que Jesús de Nazaret fue crucificado en compañía de otros hombres. Dado que en este caso no parece haber razones para dudar de la fiabilidad de esta noticia (y quizás por ello virtualmente ningún estudioso ha dudado de su carácter histórico), esta sí parece poder darse por buena. También ve como posible que las autoridades pudieran considerar que al decidir eliminar al cabecilla de una organización le asestaban un duro golpe a todo el grupo. Siempre manteniéndonos dentro de lo que él dice en la misma postal, Fernando Bermejo hace referencia al hecho de que los Evangelios no dicen nada de la relación de estos hombres con Jesús en el período previo a su crucifixión. Esto es un claro indicador de que pudo tratarse de una crucifixión colectiva en la cual todos tenían que ver o eran parte del mismo grupo. Es improbable que quienes fueron crucificados con el nazareno no tuvieran nada que ver con él. Da diferentes razones: 1) Período de paz relativa. Es poco probable que haya dos episodios inconexos de sedición. Debió tratarse de uno solo. 2) Los Evangelios hablan de un solo grupo crucificado junto.
  • 4. 3) Los cuatro evangelistas dicen que Jesús fue crucificado en medio de ellos y acusado de la pretensión de ser “Rey de los Judíos”. Es este un cargo político no negado por Jesús. «No hay razones para dudar de estas noticias», afirma Fernando Bermejo. Además, sostiene: «La explicación más probable de la crucifixión de Jesús en medio de sediciosos es que fue considerado, y con razón, el cabecilla de un acto de rebelión con un grupo del que formaban parte los otros dos, en calidad de subordinados». Fernando Bermejo cierra el párrafo diciendo que «la sana lógica y el sentido común nos dicen que los individuos que fueron crucificados con Jesús fueron crucificados con él porque tenían mucho que ver con él, y en un sentido muy preciso». Bermejo concluye que, probablemente, Jesús no fue arrestado solo sino con sus partidarios y secuaces por haber estado implicados en un acto de resistencia antirromana en el que había armas. Lo cito nuevamente: Y ahora podría preguntarse: ¿Y por qué los Evangelios no dicen que Jesús fue arrestado con otros? La respuesta es: por la misma razón por la que sus autores no dicen lo que realmente ocurrió en Getsemaní,… y por la misma razón por la que no aclaran el alcance de otros episodios turbios. Por la sencilla razón de que no les interesaba, a ellos o a sus fuentes. Y ¿por qué no les interesaba, a ellos o a sus fuentes? La respuesta es doble: 1) Porque el Evangelio de Marcos (pauta para los restantes) fue escrito en un contexto temporal y sociohistórico, que hacía necesario, para maximizar las posibilidades de supervivencia de su autor y sus destinatarios, cancelar cualquier relación de Jesús con lestai y negar su condición de resistente antirromano, en el mismo momento (¿años 69, 70, 71?) en que miles de judíos estaban siendo o acababan de ser crucificados en Palestina, en las vicisitudes de la primera Guerra Judía. 2) Porque la crucifixión de Jesús-solo-en-su-grupo respalda el mito del justo entregado voluntariamente a la muerte. La impresión que los Evangelios (y los exégetas confesionales hasta el siglo XXI inclusive) intentan ofrecer es que Jesús fue un ser gloriosamente aislado entre la masa del pueblo judío. La última postal a la que me interesa referirme la publicó el 22 de agosto y la titula: “¿Constituye Pablo de Tarso una objeción a la hipótesis del Jesús sedicioso?”. Aquí, Bermejo hace una serie de importantes afirmaciones sobre Jesús. Las paso a enumerar porque me parecen muy ilustrativas y pienso que cualquier creyente medianamente culto podría compartir:
  • 5. 1) Jesús fue profundamente religioso. 2) Predicó el Reino de Dios. 3) Pretendió ser rey. 4) Se opuso al pago del tributo. 5) Estuvo implicado en el período final de su vida en algún acto muy concreto de sedición en el marco de una firme creencia en la intervención inminente de Dios. 6) Jesús no fue el jefe de un ejército y la actividad armada no fue crucial en su trayectoria vital. Después se ocupa de contestar el interrogante que le planteó un lector y que se podría formular así: ¿Cómo un prorromano como Pablo predicó a un antirromano como Jesús? Su respuesta empieza aludiendo a la fuerza y alcance de la capacidad mitopoética del ser humano. «Las transformaciones —e incluso inversiones— semánticas en la historia de las religiones son bien conocidas», dice Fernando Bermejo. Acto seguido da ejemplos de cómo la tradición reconvirtió a Jesús: 1) Jesús fue un judío al que la tradición transformó en no judío. 2) Jesús se dirigió a Israel y la tradición lo convirtió en universalista. «A la luz de tales procesos de inversión que se constatan en la historia del cristianismo, ¿dónde se halla el problema de convertir a un sedicioso antirromano en paradigma de pacifista? La respuesta es: en ninguna parte. No hay ningún problema, como los propios hechos demuestran. Necesidades ideológicas y espirituales son capaces de numerosos actos de prestidigitación (por supuesto con la mejor de las conciencias)». Dice, asimismo, que Pablo era un visionario y que el Jesús histórico no le importaba nada, por lo tanto, sus experiencias místicas transformaron en algo secundario su interés por el Jesús terreno. No las reproduzco aquí para no extenderme demasiado, pero vale la pena leer el fragmento en el cual imagina a alguien diciéndole a Pablo ciertas cosas acerca de Jesús. Fernando Bermejo cierra esta postal afirmando que Pablo estaba en otro nivel, en el nivel de la revelación personalizada de Dios que le permitía comprender la luz de Jesús y toda la historia de un modo que los simples mortales no tocados por la gracia son incapaces de vislumbrar.
  • 6. II Desarrollo en torno a la discusión Bueno, hasta aquí el pensamiento de Fernando Bermejo, lo que aparece publicado en sus postales. Creo que es una presentación algo extensa y fiel, pero me parece necesaria para que sus opiniones y sus conclusiones queden bien claras y se puedan leer de corrido. En el blog, las mismas van apareciendo en forma no consecutiva y la idea es que se pueda leer todo sin los cortes que suponen las intervenciones de los otros autores. Personalmente, no descarto que entre los partidarios de Jesús hubiera personas convencidas de la necesidad de emplear la violencia, de que debían asociar esta práctica a la que podía provenir del mismo Dios cuya intervención aguardaban de un momento a otro. Lo que sostengo es que no creo que eso haya sido central en su movimiento aunque sea posible que quienes fueron crucificados con Jesús se contaran entre sus partidarios, comprometidos en mayor o menor medida con su movimiento. Es más, admito que, probablemente, haya sido así. Por otra parte, en su última postal, el mismo Fernando Bermejo sostiene que Jesús no fue el jefe de un ejército y que la actividad armada no fue crucial en su trayectoria vital. Lo que ocurre es que si uno reúne los diversos datos que él fue dándonos en sus varias intervenciones no puede después minimizar la centralidad de la opción violenta en el proyecto de Jesús. De hecho, lo llama cabecilla, lo que ya implica otorgarle un grado de protagonismo que lo distinguiría de cualquier adherente anónimo. Y además, Jesús protagonizó un acto de sedición en un momento que, según Bermejo, era de paz relativa, es decir, que no se trató de un episodio más ocurrido como parte de un estado de sublevación colectiva sino de un acto específico del grupo que tenía por cabecilla al nazareno. No hay aquí especulación ninguna sino lo que se puede inferir de lo que él mismo dice. Salvo que ese acto sedicioso se pueda probar como algo excepcional entre el grupo de sus seguidores, como una respuesta que tuvieron que dar porque algo los afectara directamente a ellos. Pero esto, que yo sepa, no se puede demostrar. Y Bermejo tampoco aporta más elementos. Si a esto le sumamos la posibilidad de que el ministerio de Jesús fuera bastante breve, ese episodio de sedición no pudo quedar disuelto como algo marginal, un hecho intrascendente sepultado por las otras características que Bermejo le atribuye a Jesús, como la de ser alguien profundamente religioso. Él afirma esto en su última postal, las que leí y releí con sumo cuidado varias
  • 7. veces. Además, si alguien forma parte de un grupo y su propia autopercepción en relación con ese grupo supone su derecho a conducirlo, a liderarlo de alguna u otra forma, esto implica que esa persona no concibe para sí misma un papel lateral sino que se siente con derecho a un protagonismo que no va a permitir que nadie le arrebate fácilmente. Esto me parece válido para cualquier grupo humano. Y si encima, la convicción de esta persona se apoya en la creencia de que ese respaldo para la misión de que se trate es algo que viene de Dios, un mandato divino, la posibilidad de admitir algún cuestionamiento por parte de otros miembros de ese grupo, partido o secta se puede reducir a cero. Ya sé que si uno toma el cuarto Evangelio, la duración del ministerio de Jesús se puede extender a un período comprendido entre los dos años y medio y los tres años. En cualquier caso, se trate de un ministerio breve o extenso, si ponemos su duración en relación con la posibilidad de que su grupo de seguidores estuviera integrado por violentos y de que esa característica se acentuara con el paso del tiempo, se pueden sacar, a mi juicio, dos conclusiones: en una actividad de corta duración, un acto de sedición, seguramente, se hubiera destacado mucho más, imponiéndose a otras posibles notas distintivas de su movimiento y más aún si ese hecho era fácil de aislar por no haber estado precedido ni seguido por otros actos semejantes. En el caso contrario, si su ministerio itinerante duró más tiempo, sorprende que las autoridades no hayan hecho nada antes, que lo dejaran crecer, que le permitieran seguir visitando las ciudades, curando a los enfermos, enseñando en las sinagogas y hasta en el Templo, tolerando sus cuestionamientos y desafíos. Sorprende que no hayan adoptado la previsible actitud que adoptó Herodes con Juan el Bautista, alguien cuyo ajusticiamiento decidió por el miedo que tenía fundado en el ascendiente de su prédica, en esa capacidad de conmover al pueblo hasta el punto de ser capaz, según el historiador judío Flavio Josefo, de lograr por parte de aquel lo que Juan estuviera dispuesto a pedirle. Y esto lo dice Flavio Josefo, cuyo testimonio, que yo sepa, no se considera interpolado y es una fuente independiente. También es frecuente leer que Josefo, en sus obras, tenía la intención de dejar bien parados a sus connacionales por lo cual desacredita a los que practicaban la violencia; sin embargo, él no dice nunca que esta pudiera ser una característica del movimiento cristiano. En la postal del 8 de agosto, cuando Fernando Bermejo enumera algunas verdades elementales, él dice que la hipótesis del Jesús resistente antirromano se fundamenta en los mismos Evangelios y no en ningún presupuesto
  • 8. ideológico. Pero en la del 15 de agosto les niega la misma verosimilitud a los escritos evangélicos cuando duda de la información que se desprende de ellos en el sentido de que Jesús haya sido detenido solo. La verdad es que las contradicciones e inverosimilitudes de los Evangelios parecen ser contagiosas porque afectan hasta a su misma exposición. Otra afirmación que él hace en su postal del 22 de agosto es la de atribuirle a Jesús la condición de ser un judío profundamente religioso. Yo me cuento entre los que aprecian la pintura que nos da Geza Vermes en su libro La religión de Jesús el Judío. Este libro tiene el enorme mérito de anclar a Jesús en su medio histórico, de situarlo en la línea de algunos rabinos de la época. Geza Vermes habla de Honí, “el Trazador de Círculos”, y hasta relata una curación de Hanina Ben Dossa muy semejante a una que realizara Jesús. Pone de ejemplo una síntesis de la ley, un texto de gran belleza que podría leerse casi como una hermosa plegaria. Fue gracias a Geza Vermes que aprendí que Jesús llevaba una vestimenta con flecos rituales y que su aparente rechazo de la ley mosaica es una fantasía que no puede respaldarse ni con los mismos Evangelios. Y confieso que ese retrato me dio una dimensión humana de Jesús que no debería escandalizar a ningún creyente, menos a quienes hicieron de la encarnación un pilar de su teología. Pero, ese retrato de un Jesús religioso comparable a otros rabinos, anteriores o posteriores a él, no me convence demasiado. Si él hubiera sido solamente un maestro que dijo cosas parecidas a las que sostuvo Hillel o hizo otras que guardaban cierta semejanza con algunas de las realizadas por los judíos nombrados líneas arriba, siento que esto no explica su muerte violenta. Y tampoco me olvido que es el mismo Geza Vermes quien en ese libro da como un dato seguro de la vida de Jesús el haber dicho o hecho algo en el Templo que selló su suerte. Y lo mismo piensa Ed Parish Sanders, autor de Jesús y el judaísmo, cuando entre una serie de acontecimientos seguros en la vida del nazareno incluye un incidente en el Templo. También es importante tener en cuenta que la religiosidad judía de Jesús, que no me parece negada en los Evangelios, él la despliega imprimiéndole su propia especificidad. A la sinagoga va a curar y en el Templo hace lo mismo. Su relación con esas importantes instituciones de la religiosidad hebrea tiene la marca imborrable de una tensión que no se condice con la de un estricto religioso o con la de alguien en quien ese rasgo haya sido dominante. Esto no comporta, por mi parte, un intento por hacer más relevante la originalidad de Jesús o atenuar su judaísmo. No tengo ningún problema con ese dato real de su vida. Y creo que nadie debería tenerlo. Sé que en la historia de la investigación sobre Jesús no faltan quienes destacan ese rasgo central de su
  • 9. persona. Joseph Klausner, en un libro aparecido en los primeros años del siglo XX, también conecta a Jesús con su ambiente histórico judío. Y hay otros escritores judíos, como David Flusser, que siguieron la misma línea de Joseph Klausner. En honor a la verdad, también debo decir que la condición de religioso no tiene, necesariamente, que estar reñida con la violencia; no creo que quienes protagonizaron la sublevación contra Antíoco IV Epífanes en el siglo segundo antes de la era común, en la época de los macabeos, fueran menos religiosos por haber tomado la decisión de luchar contra aquellos que habían puesto en práctica una política de helenización forzosa. De todos modos, volviendo al judío Jesús, creo que la violencia no fue relevante en su movimiento porque en los Evangelios hay otros datos convergentes que pueden explicar su final trágico como consecuencia de una conflictividad creciente de él y su grupo con los escribas y fariseos y en una etapa final, después del incidente en el Templo, con el clero saduceo cuyo sumo sacerdote pareció entenderse bien con el prefecto romano. No nos olvidemos que antes de Caifás hubo cuatro sumos sacerdotes en doce años y que el período en el cual este estuvo en funciones se sincroniza perfectamente con la gestión de Poncio Pilato. Y lo mismo su final. Lo que sí creo es que ese judío capaz de decir o hacer algo fuerte en el Templo, también debió de ser capaz de discutir con sus contemporáneos con la pasión con la que se relatan algunos de esos encuentros en los mismos Evangelios. Esta es la violencia de Jesús que menos soportaron sus contemporáneos: la violencia de decir lo que era conveniente callar y de hacer lo que otros o no podían o no sabían poner en práctica. Es por esto que me parece exagerado que algunos especialistas le atribuyan a los primeros cristianos la creación de ciertas posiciones polémicas de Jesús con la explicación de que se estaba consumando la división entre el cristianismo naciente y su religión madre y que la comunidad proyectó a los tiempos de él. En este sentido, si imagino una especie de tensiómetro que tendría en su grado máximo de tensión lo que Jesús pudo decir o hacer en el Templo hasta el punto de llegar a rodearse de algunos discípulos armados, ¿cuál es el inconveniente en que el protagonista real de esas discusiones haya sido el mismo Jesús y no la comunidad primitiva? ¿Cuál es el argumento de peso al que se podría apelar para sostener lo contrario? ¿Por qué no pensar que la persona capaz de una acción máxima (hacer o decir algo en el Templo que lo puso en la mira del poder judío-romano) pudo ser también responsable de
  • 10. una acción mínima (discutir con los representantes de las otras escuelas o conducirse con una libertad preocupante)? También me llama la atención que él diga que los relatos de la pasión están repletos de inexactitudes y contradicciones cuando él mismo utiliza esos relatos para sostener algunas de sus afirmaciones. De hecho, en la postal del 15 de agosto, cuando enumera las razones por las cuales quienes fueron crucificados con Jesús tenían que ser personas a él ligadas, da por sentado lo que dicen esos relatos “inconsistentes” y hasta él mismo afirma textualmente que «no hay razones para dudar de estas noticias». Algo parecido ocurre cuando en la última postal, la del 22 de agosto, resume ciertas características de Jesús, algunas de las cuales aparecen en los mismos textos evangélicos. ¿No es, acaso, en esos relatos, que para Fernando Bermejo parecen no tener ni pie ni cabeza, donde se descubre a un Jesús religioso, que va a la sinagoga y al Templo, que predica el Reino de Dios, que se opuso al pago del tributo, que probablemente se viera a sí mismo como el Mesías o con algún papel relevante en el marco de la inminente intervención divina? ¿No es en esos textos dónde algunos fariseos se acercan a Jesús para advertirle de las malas intenciones del tetrarca Herodes, alguien de quien tenemos noticias no solo por lo que dicen las fuentes evangélicas sino por el testimonio del mismo historiador judío Flavio Josefo y cuyos datos se integran perfectamente con aquellas? ¿O también lo que dice el historiador judío sobre Juan el Bautista está interpolado por las siempre omnipresentes manos cristianas? ¿No es, asimismo, en ese testimonio donde Flavio Josefo nos informa de la preocupación de Herodes por el fuerte ascendiente del Bautista sobre el pueblo sin dar cuenta de una reacción violenta por parte de sus seguidores aun después de que lo hubieran asesinado en la fortaleza de Maqueronte? ¿No nos dice el mismo Josefo que sus seguidores dieron una interpretaron en clave religiosa de la derrota sufrida por Herodes frente al rey Aretas por haber el primero repudiado a la hija del segundo para casarse con Herodías? Que los discípulos del Bautista valoraran de esa forma su muerte no hace más que revelar la alta estima que les merecía su figura. A sus ojos, nada menos que Dios se ponía de su parte. Aludo a esto porque es algo que Fernando Bermejo, seguramente, comparte conmigo y que yo también leí en sus postales y es que Juan y Jesús tenían mucho que ver entre sí, estaban en el mismo camino, respiraban la misma atmósfera religiosa e ideológica. Y esto se puede leer en los “inconsistentes y contradictorios” textos evangélicos, se lee con tanta claridad que hasta se aprende en la escuela dominical o se puede ver en las películas
  • 11. sobre Jesús. Es tan estrecha la relación que hasta parece que tienen mucho que ver entre sí desde el mismo seno materno. Con respecto a este punto, al de la mayor o menor inverosimilitud de los relatos evangélicos, es algo que Fernando Bermejo comparte con Gonzalo Puente Ojea y que los dos repiten ad nauseam. Esos textos son incoherentes, inverosímiles, repletos de inexactitudes y contradictorios, pero es ahí donde el primero se apoya para dar por ciertos algunos hechos y hasta reconocerles una credibilidad bastante alta. Y lo dice él, con sus propias palabras. Y me sorprende que Fernando Bermejo no advierta que la semblanza que él mismo nos da de Jesús en las postales que yo resumí está hecha de algunos trazos que se sustentan en esos relatos y que él considera fiables. Él da por seguras cosas que encuentran ahí su respaldo sustancial. Y supongo que arribó a esa conclusión después de un trabajo crítico complejo. ¿No será que el problema lo tiene él porque quiere encontrar en esos materiales un tipo de información que luego va a leer con parámetros que no respetan el sentido que quisieron darle quienes los escribieron? ¿Por qué parece esperar de esos textos una coherencia de acuerdo a una lógica más propia del positivismo que de la crítica moderna? ¿Pretende, acaso, que los autores de los Evangelios escribieran una tesis doctoral o una biografía como la que puede leerse en un libro moderno? ¿O es probable que Fernando Bermejo proyecte sobre esos textos y sus autores toda la desconfianza y el rechazo que le merecen la Iglesia Católica? Quizá sea esta una retroproyección más plausible que la que algunos le endilgan a los primeros cristianos. Para sostener esto me apoyo en algunas postales del mismo Fernando Bermejo en las cuales pegó el salto del siglo primero al veinte para hablar de Marcial Maciel a quien, por supuesto, no se me ocurre defender, pero convengamos que cuando se actúa así las cosas se mezclan peligrosamente. Algo parecido se percibe cuando habla de los tics antijudíos de los cristianos, una especie de pecado original con el cual parecen nacer todos los que adhieren a esa fe. Los autores de los Evangelios, quienes ellos hayan sido, eran personas creyentes, por lo cual la mirada que hacen de Jesús no puede estar desprovista de esa dimensión que a ellos los constituye y que es la perspectiva desde la cual miran los sucesos. Esto no es muy diferente a lo que le puede ocurrir a una persona creyente hoy en día, en este mundo capaz de dar muchas explicaciones y fundamentarlas racionalmente. En este sentido, me parece igualmente válido un abordaje realizado desde la historia de las ideas o el de quienes efectúan un análisis que se basa en el materialismo histórico. Lo que no comparto es la suposición de que la persona religiosa, por el solo hecho de serlo, tenga una ilimitada capacidad para la fantasía hasta el punto de que no
  • 12. se le pueda dar casi ningún crédito a lo que afirma. De hecho, Fernando Bermejo, en la última postal relativiza el testimonio de Pablo argumentando que él se encuentra en un plano tan superior y que la capacidad mitopoética humana es capaz de operar las transformaciones más increíbles que uno pueda imaginarse. Lo que parece no ver Fernando Bermejo es que la dimensión religiosa puede imponer, por su misma naturaleza, una transmisión cuidadosa de aquello que venera. Lo que acabo de decir lo prueban los descubrimientos que en 1947 tuvieron lugar en Qumrán, los que se conocen como Rollos del Mar Muerto. Esos textos que nos dieron copias de muchos libros de la Biblia, mil años más antiguos que las copias conservadas hasta entonces, datadas en torno al año mil, a la vez que reforzaron con más pruebas la diversidad del judaísmo de entonces testimoniada en los Evangelios y en Josefo (es en ellos donde nos enteramos de la existencia de los esenios, fariseos, saduceos, herodianos, sicarios y zelotas), permitieron el acceso a otros textos que además de confirmar su pluralidad textual, certificaron la existencia de un bloque de relatos que hoy podemos leer en nuestras biblias. Las dos cosas son ciertas, la diversidad y la continuidad, lo que se mantiene y aquello que se cambia o enriquece sin dejar de ser por esto como las ramas de un único árbol que hunde sus raíces en el mismo humus religioso, social, económico y político. Con respecto a esto que estoy diciendo, recuerdo la lectura de un trabajo de Frank Cross publicado en un libro de Hershel Shanks sobre los manuscritos qumránicos. En ese estudio, el profesor se ocupa de un fragmento aparecido en un rollo de Qumrán sobre una batalla relatada en el primer libro de Samuel. Frank Cross sostiene ahí que el fragmento en cuestión completa la información del texto bíblico y vuelve inteligible el suceso relatado en este último, permitiendo una mejor y más completa recuperación de su contexto. Aludo a esto porque creo que el argumento de la creación mitológica y poética no se ajusta ni se puede aplicar con ligereza a cualquier experiencia que pueda considerarse religiosa. Además, el judaísmo y el cristianismo son religiones para las cuales Dios actúa en la historia, de manera que esta no puede transformarse en un conjunto de paradojas incomprensibles que nos lleve a decir cualquier cosa, sin sustento alguno. No me parece posible que los seguidores de Jesús se hayan dado a jugar una especie de carrera para ver quién era capaz de inventar la historia más atractiva para convencer a los demás. Gerd Theissen, en La sombra del galileo, ilustra imaginativamente la imposibilidad de manipular todos los datos para hacerles decir cualquier cosa.
  • 13. Incluso, podemos ensayar con nuestra propia vida el intento de recuperar ciertos hechos que nos tuvieron por protagonistas directos. Vamos a recordar unos y no otros, vamos a destacar ciertas vivencias en claro contraste con otras, mientras que ciertos sucesos, quizá importantes para otros, brillen por su ausencia en nuestra evocación. Lo que ocurre es que la composición de un libro moderno se guía por reglas que no eran las de los autores de los Evangelios. El trabajo de alguien cuya autoría no ofrece dudas no se puede comparar con la obra de quienes escribieron bajo otros parámetros, cosiendo tradiciones sueltas bajo un plan teológico en el cual se entrecruzaban varias dimensiones: la historia humana y la lectura de la misma en clave religiosa, practicando una exégesis que buscaba cierta luz en la vieja Escritura. En este caso, de ser imposible afirmar algo, Fernando Bermejo debería renunciar a pasarle la criba de la crítica a textos que no pueden darnos ningún dato seguro. Sin embargo, y lo repito una vez más, es él quien nos da un núcleo informativo básico sobre Jesús, lo que de alguna manera implica cierto reconocimiento a favor de esos textos “fantasiosos”. Y esto relativiza la fuerza argumentativa que apela a la mitopoesía para tornar casi increíble cualquier testimonio de naturaleza religiosa precisamente porque los Evangelios lo son. Volviendo a Jesús y a los Evangelios, me parece importante recordar que el mismo Pablo tendió algunos puentes con la comunidad primitiva, con aquellos que habían estado en el círculo inmediato de Jesús. Esto se puede leer en el libro de los Hechos y en sus cartas. No hay una ruptura absoluta con la comunidad primitiva por parte de Pablo. Eso es falso. Los mismos textos no autorizan esa afirmación. Inclusive, quienes defienden que Pablo fue poco menos que el inventor real del cristianismo, no pueden negar que si hubo una especie de síntesis entre lo que Pablo pensaba y la comunidad de seguidores inmediatos de Jesús y aunque en esa síntesis los elementos paulinos pudieran considerarse preeminentes, digo, esto no hace más que demostrar que el diálogo entre ellos tuvo lugar, que una parte no pudo ignorar a la otra, borrándola como si nunca hubiera existido. Tampoco quiero dejar de referirme a lo que Fernando Bermejo dice en la postal del 22 de agosto cuando afirma que el Jesús judío fue transformado en no judío y el nacionalista en universalista. En el Evangelio, Jesús anuncia el Reino de Dios. Es algo testimoniado de manera múltiple y son abundantes las situaciones en las que Jesús se refiere a el. El Reino es predicado a los pobres, a los enfermos, a las mujeres, a los niños, a los leprosos, a las prostitutas, etc. La persona que lo anuncia está
  • 14. muchas veces en abierto conflicto con quienes escuchan su mensaje y la ética del Reino aparece en las parábolas de Jesús, es puesta en relación con la vida real de la gente simple, implicándolas, exigiéndoles siempre una respuesta. Ese mensaje que condensa unos valores que desconciertan a los demás porque señalan la perspectiva de Dios y esa perspectiva confronta con el legalismo de quienes no aceptan que los obreros de la viña que trabajaron menos cobren igual que los que soportaron la pesada jornada completa. Es este mensaje del Reino, con esa innegable sustancia transgresora que no temo en llamar revolucionaria, el que repite Jesús cuando cuenta que los elementos más mal vistos entonces son aquellos a los que se les abren las puertas para que asistan como invitados al banquete de bodas. Es el que reta a sus discípulos cuando intentan apartar a los niños de su lado y toma a uno de ellos y lo pone como modelo del Reino que anuncia. Y los ejemplos podrían multiplicarse colocándonos frente a una pintura dotada de gran coherencia, que no es para nada contradictoria, que solo no la ven aquellos que no quieren verla. Y esto no lo digo refiriéndome a quienes no son creyentes. Pienso que quienes aborden el estudio de Jesús, aun desde una visión por entero ajena a la fe, pueden también encontrarse, sin esfuerzo, con esa persona cuya semblanza nos dan los Evangelios. Ahora bien, este Jesús predicador del Reino, que comía con pecadores, que curaba enfermos sin preocuparse mucho del día de la semana en el cual le era requerida la curación, este Jesús que se puso del lado de los discípulos cuando algunos cuestionaron que comieran espigas sin lavarse las manos, este hombre que tuvo palabras más que elogiosas para Juan el Bautista y cuyo ministerio se desarrolló en Galilea ¿no pudo decir algo a favor de los gentiles, pensar que tenían un lugar en el Reino que esperaba? ¿No es en las escrituras hebreas donde se lee que no hay que oprimir al extranjero porque extranjeros fueron los judíos en Egipto? ¿No es en esas mismas escrituras donde los profetas tienen un atrevimiento que se puede comparar con el de Jesús y que, seguramente, este aprendió de aquellos? ¿No es en el libro de Jonás donde el profeta que aguarda expectante la destrucción de Nínive va a tener que soportar que Dios obre misericordiosamente y ponga a los ninivitas como un ejemplo para sus elegidos? ¿No fue el profeta Natán el que se animó a decirle al rey David en su propia cara que lo que le había hecho a Urías el hitita, un extranjero, merecía el castigo de Dios? ¿No es en esas mismas escrituras donde al lado del huérfano y la viuda, figuras que representaban la debilidad y el desamparo, está también el inmigrante, el otro, el diferente? ¿Por qué no aceptamos que la influencia que otras religiones pudieron llegar a tener sobre la fe judía y, en especial, sobre Pablo también pudo haber impactado sobre
  • 15. Jesús y sus discípulos? ¿No desarrolló Jesús, acaso, gran parte de su ministerio itinerante en la que era conocida como Galilea de los gentiles? Esta característica de su actividad, la itinerancia, lo puso en contacto seguro con personas muy diferentes que pudieron incidir sobre él. Creer que solo el judío Pablo pudo ser influido por el contexto me parece una decisión arbitraria. Bueno sería pensar que Jesús pudo también haberlo sido. Y esto deberían tenerlo muy claro aquellos que están convencidos de que Jesús fue un hombre común y corriente. Y ningún hombre de carne y hueso puede eludir el impacto del medio en el cual vive. Con estos antecedentes, que Jesús conocía, es perfectamente coherente que también haya dicho algo a favor de los gentiles y que esa semilla sembrada por él produjera más tarde el fruto que conocemos. No creo que los textos que nos hablan del predicador que llega a la región de Tiro y Sidón y cura a la hija de una mujer sirofenicia, que le devuelve la salud al siervo del centurión y que se pone de parte de la mujer adúltera que iba a ser apedreada hayan sido episodios inventados, carentes del más mínimo anclaje en lo que Jesús hizo y dijo. Que pudieron ser retocados, coloreados de alguna manera, tal vez. Pero eso pasa con la historia que refiere cualquiera sobre el hecho que sea. Autores insospechados de haber sido comprados por el oro del Vaticano como Edward Hallet Carr, Lucien Febvre y Marc Bloch reflexionan en sus libros sobre la imposibilidad de recuperar el pasado en estado puro. Los historiadores son, en cierto sentido, los hacedores de una obra de arte. Y si bien los evangelistas no lo eran, vale para ellos el principio que rige para cualquiera que evoca su pasado: se mira lo que ocurrió desde un presente que nadie, nunca, puede eludir jamás. Antes de cerrar estas breves consideraciones sobre el pensamiento de Fernando Bermejo no quiero dejar pasar por alto lo que sostiene en su postal del 8 de agosto cuando afirma que el rechazo por parte de los exégetas de la hipótesis que vincula a Jesús con la resistencia antirromana impacta en el gran público porque es la más difundida. Primero, que los sacerdotes, en caso de que algunos puedan ser estudiosos o exégetas, no difunden desde el púlpito las hipótesis de los especialistas. El marco no es apropiado. Además, los libros de los exégetas se publican en editoriales especializadas y jamás se convierten en best seller, nunca. Fernando Bermejo podría hacer una encuesta y preguntarle a la misma gente que conoce a Dan Brown si sabe quién es Raymond Brown. Los libros de los especialistas serios salen muy caros y quizá no haya una buena política de divulgación que haga posible que ciertos temas puedan ser accesibles al gran público.
  • 16. Hablando de Dan Brown, recuerdo muy bien cuando hace algunos años salió ese libro. En una librería de Buenos Aires, en pleno centro porteño, había una mesa donde esa “obra” estaba junto a la de otros “grandes autores” como Michael Baigent y Richard Leigh, apasionados difusores de la tesis de Robert Eisenmann que identifica a los qumranitas con personajes de la comunidad cristiana primitiva. Incluso, libros viejos de esos escritores tales como El enigma sagrado y El legado mesiánico ocupaban un lugar central en esa mesa, al lado del libro de Brown. Eso sí tiene una gran difusión. Y seguro que ganaron muchísimo dinero. Más tarde leí en un periódico argentino que se habían hecho juicio entre ellos acusándose mutuamente de plagio. Otro punto que me llama la atención de la exposición de Fernando Bermejo aparece en su postal del 15 de agosto cuando dice que el evangelista estaba preocupado en negar la relación de Jesús con lestai, su condición de resistente antirromano. Esto me sorprende mucho y me lleva a hacerle una pregunta inevitable: ¿Cómo pudieron tener los autores de los Evangelios la intención de negar el motivo real de la muerte de Jesús si son ellos quienes consignan en sus obras que Jesús fue muerto en la cruz y que de la misma pendía un letrero que daba cuenta del motivo de su condena? ¿No es este dato, crucial en la vida de Jesús, el que no omiten los evangelistas y el que podía resultar revelador para quienes no conocían bien la religiosidad judía? ¿No es el brillo que este hecho tiene por sí mismo incapaz de quedar relegado por cualquier tipo de especulación teológica por más elevada que esta fuera? Además, si estaban los escritores evangélicos abocados a desarrollar una capacidad creativa ilimitada, ¿por qué no omitieron ese dato más que problemático en la historia de su líder quienes parecen haber sido capaces de cualquier cosa? Sin embargo, el mismo está ahí, inocultable, en una presentación tan sobria del ministerio de Jesús como la que hace Marcos en su Evangelio. Sin salir del terreno de la capacidad creativa, imaginemos el siguiente ejercicio: el testimonio de Marcos llega a un grupo de personas no muy conocedoras de la religiosidad judía. Pensemos en una zona un poco alejada de Palestina, de los lugares por los cuales transcurrió la vida de Jesús. Estas personas viven bajo el dominio romano y un día de sus vidas escuchan o leen el testimonio contenido en Marcos o en cualquier otro. Probablemente, el dato que no pasarían por alto sería el de la crucifixión de Jesús, pena que esa gente sabía que los romanos aplicaban, porque si bien ellos no la inventaron, sí generalizaron su uso. No creo que toda la especulación teológica que se pueda hallar en los Evangelios hubiera sido suficiente para ocultarle a la gente común ese hecho sustancial. Además, no dejemos de tener en cuenta que el
  • 17. Evangelio de Marcos está bastante lejos de la elevada cristología que uno lee en el Evangelio de Juan, texto cuya composición suele fecharse hacia fines del siglo I y comienzos del II. Incluso el mismo Pablo hace de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús el centro de su predicación y esto está en perfecta línea con la posición que sostiene que, tal vez, lo que se haya puesto primeramente por escrito haya sido un relato de la pasión de Jesús al que más tarde se le fueron añadiendo otros elementos hasta obtener la forma final que conocemos en la actualidad. Los evangelios cristianos siguen siendo los mismos que se escribieron hace más de mil novecientos años. Siguen siendo la principal fuente para saber algo de la vida de Jesús, casi la única palabra autorizada. No es este el lugar para reiterar lo que piensan los estudiosos sobre los apócrifos y sobre las pocas menciones que aparecen en la literatura pagana, pero al final, lo único que queda es el Nuevo Testamento. Acá no parece tener valor esa frase que dice que la historia la escriben los que ganan. Al menos, los autores de los Evangelios dieron testimonio a favor de alguien que murió en una cruz romana y cuyos adeptos no se contaban en gran número. Y ellos, inicialmente perseguidos, escribieron los relatos que llegan hasta hoy, los que atraviesan la historia sin acomodarse nunca. Y esto lo digo por los textos, por el testimonio que contiene el Evangelio. Claro que defeccionaron las personas. Seguro que se reacomodaron quienes ven a la iglesia como un lugar de poder. Pero el mensaje que aparece en el Evangelio es el mismo, sin cambios ni retoques. No hubo un Evangelio para la iglesia de la antigüedad, otro para la del medioevo y una nueva reescritura para el tiempo actual. Los textos son los mismos. Sin duda que se han realizado grandes progresos desde Pío XII en adelante debido al estímulo que recibieron los estudios bíblicos. Pero las miradas se realizan sobre los mismos textos que fueron puestos por escrito hace más de mil novecientos años. El 5 de septiembre de 2012 Fernando Bermejo publicó su respuesta a mis opiniones. Lo hizo en la página www.tendencias21.net/crist en una postal titulada “Respuestas a un lector sobre hipótesis implícitas”. Esto me llevó a seguir reflexionando sobre el tema y a poner por escrito casi todo lo que sigue a continuación. Con respecto al párrafo con el cual comienzo mi escrito, lamento que Bermejo lo interprete como una distorsión de lo que él dice. Le agradezco que me reconozca la posibilidad de ser honrado, de no albergar ninguna mala intención, pero en este texto hice una síntesis, creo que bastante completa, de lo que expone en sus postales y, a decir verdad, pienso que él está seguro de
  • 18. que Jesús fue un resistente antirromano y por más que limite su actividad sediciosa a un acto en el que hubo armas, esa caracterización predomina sobre otras imágenes posibles de Jesús. Quizá, en el párrafo aludido, yo fui demasiado enfático en sintetizar lo que me parece que se desprende de sus diversos escritos. El resultado de sus intervenciones, publicadas con discontinuidad, es casi concluyente. Es verdad que Bermejo habla de un acto en el cual Jesús pudo estar implicado. Pero ese acto no es algo descolgado de su actividad que se pueda atribuir a un ataque de nervios o una reacción explicable a partir de un hecho concreto. En este caso es el manejo de los datos, lo que él da como seguro, los hechos de los que dice estar firmemente convencido (son sus palabras) los que para mí apuntan a sostener una hipótesis que excluye otras posibilidades y que ofrece un retrato de Jesús que me parece demasiado parcial. La pregunta que le formula a Xabier Pikaza y que yo reproduje más arriba no hace más que revelar que él está convencido de lo que dice. De su hipótesis, claro. Sostiene luego que «la idea de que Jesús creyó que el Reino de los Cielos se impondría por la fuerza de las armas ni se me puede achacar a mí, ni se encuentra en autor alguno que yo conozca”. Clarísimo. Pero es él quien en su postal del 18 de julio dice que el Rollo de la Guerra de Qumrán «… podría ayudar a arrojar luz sobre la existencia de una combinación semejante en el galileo». También es cierto que en la del 25 del mismo mes dice que «… en el judaísmo antiguo la conexión entre creencias apocalípticas y comportamientos violentos sería en principio difícil de probar, pero que una posible excepción podría estar representada por el Rollo de la Guerra de Qumrán». Y este rollo es, justamente, el que podría dar cuenta de una «combinación semejante en el galileo». Fernando Bermejo va juntando elementos con el objeto de probar la validez de aquellas cosas de las que él está seguro. De su hipótesis, claro. Está bien. Eso no se puede discutir. Lo que a mí me parece es que las pruebas que él cita no dan cuenta de otros muchos datos que figuran en los Evangelios a los que él les reconoce mayor verosimilitud de la que, en apariencia, se desprende de sus mismas palabras. También entiendo y comparto lo que dice Bermejo cuando afirma que lo que uno puede recuperar de una figura histórica del pasado lejano es una reconstrucción hipotética que jamás va a darnos un retrato acabado de nadie. Esto es válido para cualquier personaje de la historia. Ninguna reconstrucción
  • 19. va a estar despojada de la subjetividad que le imprimirá quien se dio a la tarea de realizar esa recuperación. Además, lo que brilla por su ausencia en la hipótesis de Bermejo es que no hay ningún lugar para la posibilidad de que la condena de Jesús haya sido el resultado de una connivencia política entre el clero judío y la autoridad política romana. Es verdad que Bermejo afirma que la crucifixión en sí misma no indica nada y que esto pudo deberse a los más diversos motivos. Hasta enumera algunos. Pero esto se menciona al pasar y no aparece destacada la conflictividad de Jesús no solo con el clero judío sino también con los escribas y fariseos. Parece no tener ninguna importancia en un crescendo de violencia que podría explicar el final trágico de Jesús. Y estos datos también son abundantes y convergentes en los Evangelios y no está bien omitirlos porque están en la base de cualquier explicación que quiera dar cuenta, seriamente, del oprobioso desenlace de la historia de Jesús. Salvo que en el plano popular del blog no los mencione y sí en el plano académico. En su época, Jesús fue visto de diferente forma por la gente: profeta, Juan el Bautista resucitado, mesías, maestro, exorcista y curador. Y pienso que una hipótesis que nos diga algo de la persona de Jesús, de lo que él pudo ser o del contenido de su mensaje, debe tratar de encuadrar esas percepciones populares en los modelos de la religiosidad bíblica y ver si la convergencia de esas percepciones iluminan, de algún modo, una explicación razonable de su muerte en la cruz. Si no le presta la debida atención a esas semblanzas que tenemos de Jesús no se puede ofrecer un retrato completo, hipotético por cierto. Y no creo que Fernando Bermejo decida desestimarlas porque las mismas puedan proceder del plano popular y no del académico. La muerte de Jesús en la cruz es el fruto de una trayectoria y esta no debe separarse de la relación que él entabló con sus contemporáneos y de cómo estos lo vieron. Si lo fueron a buscar al huerto de Getsemaní fue por algo, por lo que hizo y dijo antes, un antes cuya extensión no se puede determinar con exactitud, pero ese antes es una vida desplegada en hechos y palabras que irritaron a algunos. Esto para mí es tan firme, tan cierto y seguro como la misma crucifixión. Y la previa muerte del Bautista es muy iluminadora. Y estas marcas están presentes en los relatos evangélicos, por todas partes. Y no creo que sea el resultado de la creatividad de quienes se dieron a la tarea de reescribir todo lo que había ocurrido. Incluso, parte de la complejidad que supone el abordaje de los Evangelios reside en que al tratarse de literatura religiosa, los planos de la historia, de su
  • 20. interpretación y de su relectura bajo la luz de los anuncios proféticos y de la exégesis que practicaban los cristianos, semejante a la de los qumranitas del Mar Muerto, la torne bastante complicada e impida que pueda ser leída como una crónica solamente histórica. Esto que digo no es un pretexto para evadir ninguna cuestión complicada sino que lo señalo porque es parte del gran problema que tienen algunos cuando se ponen a estudiarlos. Si hasta Fernando Bermejo admite ciertos malentendidos con relación a la presentación de su hipótesis por el hecho de que no realizó una exposición más sistemática. Y eso que él escribe en un blog de alguien conocido, en una postal que aparece firmada, con fecha y que no sería difícil acceder a más datos de su persona por todo lo que lleva publicado. Es una lástima, pero esto no ocurre con los Evangelios. Tengamos paciencia entonces. Posteriormente, Fernando Bermejo menciona una serie de hechos que para él son seguros. Cito el fragmento completo: La cuestión es que quien pronuncia la frase de Lucas 22:36 es Jesús, quien tuvo pretensiones regio-mesiánicas fue Jesús, quien fue crucificado como “rey de los judíos” fue Jesús, quien fue acusado de resistirse al pago del tributo fue Jesús, y de quien nos cuentan las fuentes que era el maestro de su grupo y hablaba con autoridad, etc., etc., era Jesús. Tenemos varias cosas. Que Jesús está en el origen del colectivo cristiano y que era el maestro de un grupo que le reconocía autoridad no creo que nadie lo niegue. Que fue visto por algunos como mesías, es algo que aparece en los Evangelios. La escena en la que Pedro afirma que Jesús es el Mesías puede estar retocada o lo que se quiera, hasta inventada si es de la preferencia de alguno, pero lo sólido es que no faltaron quienes así lo vieron. En la misma línea se puede leer la recepción que le hicieron a Jesús durante la fiesta de los tabernáculos, episodio conocido como la entrada triunfal a Jerusalén. Incluso Jesús pudo verse a sí mismo con esos rasgos que parecen no estar claramente definidos entre quienes esperaban la llegada de esa figura o figuras mesiánica/s. Con respecto al letrero con la leyenda en la que se acusa a Jesús de la pretensión de ser el rey de los judíos, se puede decir que las posiciones religiosas de Jesús fueron reconducidas por sus enemigos en una dirección que las volviera inteligibles por parte del prefecto romano y justificara su intervención. Le dieron a Poncio Pilato razones para que este pudiera
  • 21. condenarlo, algo que ellos no podían hacer. No me imagino al prefecto que pintan Josefo, Filón y los Evangelios con alegre disposición para recibir un curso acelerado de religión judía. Los datos sobre Poncio Pilato, si bien son pocos, también son convergentes y coinciden en describirlo como alguien responsable de ciertas provocaciones a los judíos. Es por esto que no me lo imagino en una especie de reposera atendiendo las explicaciones de algunos sumos sacerdotes. Le llevaron esta historia, que a ELLOS les importaba y afectaba, y quiso sacarse el asunto de encima con rapidez. No es arbitrario lo que digo. La condena romana no debería presuponer, solamente, la posibilidad de que Jesús haya participado de algún acto sedicioso contra los romanos. En los países dependientes, la relación entre las poderosas minorías internas y el poder externo es una realidad que dista mucho de poder ser atribuida a la fantasía de un grupo religioso. El judío Jesús fue, en primer lugar, un problema para algunos judíos y después, en ese contexto donde ciertas posiciones religiosas podían repercutir en el plano político por no estar, quizá, tan diferenciadas esas esferas como en la sociedad moderna, lo pudo ser para los romanos. Los que quieren sacarlo de la escena son los judíos con quienes Jesús confronta a lo largo de todo su ministerio itinerante. Lo siguen, lo buscan, le hacen preguntas, lo cuestionan, lo observan, lo quieren, lo provocan, etc. Esto está omnipresente en los Evangelios. Los datos en este sentido también son abundantes y confluyen a pintar un escenario de conflictividad creciente en el cual se destaca el perfil de una figura que se enfrentó a algunos judíos que militaban en otras corrientes. Jesús fue ejecutado, murió en la cruz como un sedicioso o un delincuente por instigación del clero judío, cómplice del poder imperial. Y una lectura, sin muchas vueltas, de los mismos Evangelios permite sacar esta conclusión. No incluir esta posibilidad entre un hipotético conjunto de razones que traten de explicar su muerte es algo que me llama la atención y que espero no tenga que ver con la intención de Fernando Bermejo de no decir nada que pueda irritar a algún sector de la sociedad. Fernando Bermejo se refiere en su respuesta a una afirmación mía en la cual yo digo que el heterogéneo movimiento de Jesús bien «pudo haber contado con un ala radicalizada…». A partir de ahí sostiene que «la reconstrucción histórica no consiste simplemente en barajar alegremente posibilidades, sino que consiste en proponer la hipótesis más probable y más explicativa, en función de la totalidad del material disponible». Bueno, mi «pudo haber» supone un manejo cauteloso de la información existente por las mismas razones que él da en el sentido de proponer la mejor hipótesis de acuerdo a los datos con los que se cuenta. Además, mi «pudo haber» se parece
  • 22. bastante al «podría ayudar» de él cuando en la postal del 18 de julio sostiene que el Rollo de la Guerra de Qumrán «… podría ayudar a arrojar luz sobre la existencia de una combinación semejante en el galileo» y con el «podría estar representada» que aparece en su postal del 25 de julio. Las dos maneras de expresarnos tienen en común el no afirmar algo como firmemente acontecido. En los libros de historia, en especial en los que versan sobre literatura religiosa y antigüedad, esto es algo que no debería sorprender a nadie por la sencilla razón de que su abordaje es complejo y en algunos casos, tal como ocurre con la historia de Jesús, las fuentes son escasísimas. De todos modos, que nadie suponga que el hecho de disponer de más datos sobre cualquier personaje de la historia le quita complejidad a la labor del historiador. Finalmente, Bermejo cita un fragmento de mi escrito en el cual yo pregunto cuál pudo ser el interés del evangelista en presentar a Jesús como pacifista en un momento en el cual la violencia se expandía con más fuerza y la misma podía estimular las expectativas de victoria e inminente intervención divina. Fernando Bermejo dice que la respuesta a esta pregunta es doble. Enumera las cosas de las que él está convencido. Las reitero: Jesús estuvo implicado en un acto de rebelión en el que se emplearon armas, se opuso al pago del tributo, tuvo pretensiones regio-mesiánicas por las cuales la crucifixión colectiva no fue ningún error. En consecuencia, él reconoce que a pesar de todo lo anterior, de lo que está «virtualmente convencido», no está seguro de que la violencia estuviera en la médula de su convocatoria a los galileos de entonces. Reproduzco lo que dice, hasta el final, porque no tiene desperdicio: … aunque estoy virtualmente convencido de que Jesús estuvo implicado en al menos un acto de sedición, en el que se manejaron armas —y de que Jesús se opuso al pago del tributo a Roma, y tuvo pretensiones regio-mesiánicas—, y de que por tanto la crucifixión colectiva no fue ningún error, no lo estoy de que la resistencia armada estuviera “en la médula” de su programa. Tal vez no lo estuvo. Si a esto añadimos que la crucifixión obligó a repensar las cosas, la respuesta a la pregunta me parece ser relativamente sencilla: cuando se escribieron los Evangelios, al menos el grueso de los seguidores de Jesús —incluyendo a los autores de los Evangelios canónicos— llevaban tiempo habiendo optado por excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento. Por tanto, a esas alturas se habían tomado ya otros derroteros.
  • 23. Dejo de lado lo que dice con respecto a que la crucifixión obligó a repensar las cosas porque eso, sin duda, tuvo que ser así y hago foco en las palabras que siguen porque me suscitan algunas inevitables preguntas. Son tres renglones apenas, pero me parecen muy importantes para entender lo que realmente piensa Fernando Bermejo o lo que yo creo que él piensa. Tienen la marca de cierta ambigüedad y exigen un cuidadoso examen. Vamos por partes. ¿Cuándo se escribieron los Evangelios? Hay un consenso que sostiene que Marcos fue el primero que se puso por escrito en torno al año setenta. Le siguieron Mateo y Lucas y, por último, hacia fines del siglo primero y comienzos del segundo lo tenemos a Juan, el más especial de los cuatro, el no sinóptico. De todas maneras esto pudo ser la coronación de un proceso que, quizá, estuvo precedido por la circulación de algunas hojas sueltas a las que se les fueron adicionando más elementos, como a los eslabones de una larga cadena. ¿Podemos estimar, siguiendo a Bermejo, una posible fecha en la cual el grueso de los seguidores de Jesús optó por excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento? ¿Podemos poner el año sesenta y cinco o el sesenta, no sé? Sugiero esas fechas, hipotéticas claro, para acercarme al momento de la puesta por escrito de Marcos y de lo que dice o sugiere ese párrafo de Bermejo. Ahora bien, si ellos tomaron esa decisión alrededor del año propuesto por mí, eso supone el paso de una importante cantidad de tiempo, suficiente para enriquecer, para bien o para mal, la composición social de cualquier grupo humano en un mundo en el cual la expectativa de vida no era la que existe en las sociedades modernas. De todas maneras, me queda claro que decidir no adoptar una estrategia violenta puede explicarse de dos maneras posibles, no veo una tercera: o eran violentos y decidieron dejar de serlo o, al debatir sobre qué camino debían adoptar para el futuro en un contexto de creciente violencia, consideraron una serie de alternativas entre las cuales figuraba la violencia y decidieron rechazar una práctica que no habían ejercido nunca. Que la violencia esté en el orden del día del grupo de seguidores de Jesús solo puede ser un tema más entre otros a ser debatido. Podemos imaginar a esa gente reunida, angustiada por la muerte de su guía, de alguien que había sido el cabecilla de un acto sedicioso antirromano, repensando su vida de cara al incierto futuro. En esta reconstrucción, hipotética claro, en los años sesenta del siglo I o antes, el grueso de los seguidores y quienes escribieron sobre Jesús (alguien
  • 24. que treinta años antes, más o menos, había protagonizado un acto sedicioso antirromano en un contexto de paz relativa) decidieron, según Fernando Bermejo, excluir todo tipo de resistencia armada de su movimiento en una época que no era de paz relativa. ¿Cuáles pudieron ser los motivos que los llevaron a tomar esa decisión? Si cuando se escribieron los Evangelios ya habían transcurrido varios años desde que decidieron eliminar todo tipo de resistencia armada, podemos conjeturar que resolvieron eso en el año sesenta o antes. Fernando habla de tiempo, él no es preciso y la verdad es que no se puede dar una fecha exacta, no lo vamos a hostigar con eso, pero digamos, como empiezan algunos relatos bíblicos, en aquellos días o en aquel tiempo, que bien podrían ser los años cincuenta o los años sesenta o antes, el grueso de los seguidores, es decir su inmensa mayoría, tomó la determinación del camino pacífico para seguir escribiendo la historia ¿Por qué? Quizá porque ya estaban un poco grandes para empuñar las armas. Quizá porque ya los romanos habían eliminado a todos o a casi todos los violentos y dejaron vivos, tal vez por inspiración divina, a los inteligentes, a los que se iban a abocar a la creación de la Iglesia para que luego se infiltrara en el Imperio y lo erosionara desde adentro hasta quedarse con todo. A mí me gustaría pasar a cifras, hipotéticas claro, a ese grueso de seguidores que incluye a los escritores de los Evangelios como para que las cosas sean mejor ponderadas. Los números se entienden en todas partes. Siguiendo a la Real Academia Española, la palabra grueso se define como “parte principal, mayor y más fuerte de un todo”. Da como ejemplo la siguiente oración que me viene como anillo al dedo: “El grueso del ejército”. Como locución adverbial, en grueso significa “en cantidades grandes”. A partir de lo dicho elijo el número setenta y digo que, hipotéticamente, el setenta por ciento de los seguidores de Jesús, en el año setenta (más o menos) no era violento o llevaba un tiempo relativamente importante sin practicar actos sediciosos. Pero, se me ocurre preguntar lo siguiente: ¿pudo crecer tanto el colectivo cristiano, en el marco geográfico palestino, como para dejar en un lugar minoritario a una línea que podía conectar su accionar violento con el que como cabecilla había sido capaz de protagonizar casi en soledad un acto sedicioso (un acto, dice Bermejo) contra la autoridad romana en un momento de paz relativa? Y si haciendo una de las no pocas retroproyecciones que suelen detectar los que se dedican al estudio de los Evangelios y retroproyectamos ese setenta por ciento que propuse hipotéticamente más arriba a los tiempos de Jesús y decimos que en su tiempo, cuando Jesús era el cabecilla de un movimiento o de una línea de ese movimiento bautista del que habla Charles Perrot en su libro Jesús y la Historia, ¿por qué no podemos
  • 25. sacar como conclusión que entonces también dicho movimiento tenía una línea integrada por creyentes efusivos, convencidos de que ese tiempo era el tiempo del accionar de Dios, del hacha puesta en la base del árbol, una línea probablemente dispuesta a practicar la violencia como otrora había ocurrido con los macabeos y que no era más que eso, una parte minoritaria de un todo? ¿Puede acaso considerarse arbitraria esta construcción mía que toma como base lo que el mismo Fernando propone, que no hace más que considerar como posibles otras explicaciones alternativas, derroteros que van del año setenta al cuarenta y cinco o cincuenta? III Conclusiones Bueno, esas líneas de Fernando Bermejo para mí son bastante problemáticas y ambiguas y dan para decir mucho si se les pone la lupa; de hecho, a mí me estimularon una serie de interrogantes que siempre son necesarios. Repito la pregunta: ¿Es posible que el movimiento cristiano haya crecido tanto en Palestina, antes del año setenta, para que entre el grueso de sus seguidores no se destacara la presencia de una línea violenta que creyera que ese era el camino hasta el punto de quedar opacada por miles y miles de bondadosas madres teresa? ¿Si algunos, no sabemos si el grueso de los seguidores de Jesús, acompañó a este en un acto sedicioso contra los romanos en un momento de paz y serenidad, por qué no se animaron a más cuando en la guerra judía ya eran numerosos los actores implicados en la lucha antirromana? ¿Y Flavio Josefo? ¿Por qué no habla de una participación cristiana en esa guerra? Él algo sabía del tema y cuando relata la muerte de Santiago no menciona ninguna reacción violenta por parte de la comunidad residente en Jerusalén sino que los que se indignaron por ese episodio fueron los fariseos, quienes antes, según el Evangelio, habían advertido a Jesús diciéndole que Herodes lo buscaba para matarlo. El mismo Herodes que, según Josefo y los Evangelios, había matado a Juan el Bautista. Los que antes habían prevenido a Jesús más tarde no siguieron al Sanedrín que condenó a Santiago. Para terminar, quiero señalar que en la vida cotidiana, cualquier suceso narrado lleva siempre la marca única de aquel que lo refiere. Lo que ocurre es que esto que se acepta para cualquier texto no siempre es practicado por
  • 26. muchos que estudian los evangelios cristianos. Son ellos los que tienen el problema, los que, como decía Jesús, cuelan el mosquito y se tragan el camello. Disfrutan el hallazgo de una aparente contradicción y no captan una coherencia que se puede apreciar si se respeta la perspectiva de cada evangelista y, sobre todo, si no deja de tenerse en cuenta que quienes transmitieron las historias y más tarde las pusieron por escrito eran los miembros de una comunidad creyente. El que no es creyente puede estudiar la Biblia como si fuera un texto entre otros, uno más de la inmensa producción literaria humana, pero no debe olvidarse nunca que las innumerables manos que están detrás de su composición son las manos de personas que creían en Dios, en un ser tan presente en sus vidas como cualquier otra presencia humana. Bibliografía BLOCH, Marc, Introducción a la historia. Traducción de Pablo González Casanova y Max Aub, México, Fondo de Cultura Económica, 2012 [Breviarios 64]. FLUSSER, David, Jesús en sus palabras y en su tiempo. Traducción de José Correll, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1975. LÉGASSE, Simon, El proceso de Jesús. Traducción de M. Montes, Descleé de Brower, 1995. PERROT, Charles, Jesús y la historia. Traducción de Teodoro Larriba, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982. PIÑERO, Antonio y Eugenio GÓMEZ SEGURA, La verdadera historia de la Pasión. Según la investigación y el estudio histórico, Madrid, Edaf, 2007. PUENTE OJEA, Gonzalo, El mito de Cristo, 2ª edición corregida, Madrid, Siglo Veintiuno de España Editores, 2000. SANDERS, E. P., Jesús y el judaísmo. Traducción de José Pérez Escobar, Madrid, Trotta, 2004.
  • 27. SHANKS, Hershel (comp.), Los manuscritos del Mar Muerto. Traducción de Ramón Alfonso Díez Aragón y María del Carmen Blanco Moreno, Barcelona, Paidós, 1998. THEISSEN, Gerd, La sombra del galileo. Las investigaciones históricas sobre Jesús traducidas a un relato. Traducción de Constantino Ruiz Garrido, 8ª edición, Salamanca, ediciones sígueme, 1999. VERMES, Geza, La religión de Jesús el judío. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1996. WINTER, Paul, El proceso a Jesús. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez, Barcelona, Muchnik Editores SA, 1995 [Atajos]. Darío Fernando Benítez es Corrector Literario. Cursó estudios de hebreo bíblico y teología en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (I. S. E. D. E. T.) en Buenos Aires y de hebreo moderno en el Centro Universitario de Idiomas de la Universidad de Buenos Aires. También cursó estudios de historia en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González. Desde hace varios años se interesa por el estudio de Jesús como una figura más de la historia. Si bien procede del campo católico, en la actualidad no pertenece a ninguna confesión religiosa.